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Trabajo: análisis comparado de los acuerdos de Locarno y

el tratado Briand-Kellogg

Asignatura: Europa y EEUU en el sistema internacional contemporáneo

Alumno: Dion Baillargeon Binimelis


Profesor: José Luis Neila Hernández

Curso 2018-2019
1. Introducción: entre una guerra impensable y un statu quo imposible

“El arte de organizar cómo los hombres han de vivir es aún más complejo que
el de masacrarlos” (Georges Clemenceau. Citado por: Holsti, Kalevi J., 1991:
175).

Los tratados de Locarno, iniciados el 16 de octubre de 1925, y el acuerdo Briand-Kellogg


de agosto de 1928 son dos hitos fundamentales de los años de la llamada paz ilusoria del periodo de
entreguerras. El primero de los documentos analizados, que señala un cambio de orientación de la
política exterior francesa que venía perfilándose ya desde 1924, supuso la renuncia a la ejecución
forzosa de las cláusulas del tratado de Versalles de 1919 a cambio de una garantía británica que
permitiera a su vez acomodar las pretensiones revisionistas de Alemania. Por su parte, el segundo
proporcionó la ocasión para solucionar dos problemas íntimamente concatenados: la reestructuración
de las reparaciones de guerra y la completa evacuación de Renania en 1930, algo originalmente previsto
para 1935 bajo el artículo 429 del tratado de Versalles. En apariencia, estos tratados supusieron la
consagración de los mecanismos pacíficos de resolución de conflictos previstos por la SDN y el cénit
personal de las carreras diplomáticas de Aristide Briand, Austen Chamberlain y Gustav Stresemann.
En realidad, el tratado de Locarno oculta desacuerdos y consideraciones de interés nacional que minan
los mismos mecanismos de seguridad colectiva que parece consagrar, mientras que el pacto Briand-
Kellogg suscitó la falsa apariencia del regreso de los Estados Unidos al escenario internacional.
La ilusión de la paz sería por tanto efímera. Las causas de este fracaso son múltiples e
incluyen la tensión entre la periferia europea y el viejo imperialismo que permea las instituciones de la
SDN, la ruptura ideológica que supuso la irrupción de la Rusia soviética o, desde 1930, la crisis
económica.1 Sin embargo, podríamos destacar dos factores esenciales. En primer lugar, la contradicción
entre el ethos idealista del discurso y los nuevos mecanismos de arreglo pacífico y seguridad colectiva
instituidos por la SDN y la pervivencia de prácticas y actitudes aún basadas en los principios de
seguridad e interés nacional. Es esta contradicción lo que explica que, bajo la apariencia de unidad de
intereses, los tres principales signatarios de Locarno volvieran a sus países, según Jon Jacobson, con
programas o “imágenes” distintas e incompatibles de los tratados que acababan de firmar.2 En
consecuencia, ni las nuevas instituciones ni la más velada persistencia de la práctica del balance of

1
Una síntesis completa de las problemáticas del sistema de Versalles en: Neila Hernández, José Luis.
«La paz de París y la reconfiguración del nuevo sistema internacional (1919-1923)». En Historia de
las relaciones internacionales contemporáneas, editado por Juan Carlos Pereira, 2.a ed., Barcelona:
Ariel, 2001/2009, pp. 342-346. Para la década siguiente, véase: Martínez Lillo, Pedro Antonio. «La paz
ilusoria: la seguridad colectiva en los años veinte (1923-1933)». En: Pereira, Juan Carlos, Op. Cit., p.
359.
2
Jacobson, Jon. Locarno diplomacy. Germany and the West, 1925-1929. Princeton (NJ): Princeton
University Press, 1972, p. 35.
power tuvieron la efectividad suficiente para evitar nuevos conflictos. En segundo lugar, el retraimiento
de Estados Unidos, el nuevo hegemón global, y la incapacidad de Francia y Reino Unido para actuar
en concierto y así llenar este vacío, hizo también imposible articular un equilibrio de poder que
contrarrestara el revisionismo alemán. Como apunta Sally Marks, se impone por tanto el hecho de que
la insatisfacción de las principales potencias con el statu quo minó las posibles bases de una paz
permanente.3

2. Vieja diplomacia en odres nuevos. De Locarno a París: los años de la ilusión

Es prácticamente un lugar común recordar que John M. Keynes afirmaba ya en 1919, estando
todavía fresca la tinta del tratado de Versalles, que una “paz cartaginesa no es prácticamente correcta
ni posible”.4 También es bien conocida la advertencia del mariscal Foch de que “esto [el tratado de
Versalles] no es una paz; es un armisticio de veinte años”.5 La consecuencia, como señala A.J.P.
Taylor, fue que la paz de Versalles “tuvo que ser impuesta; no pudo, tal y como fue formulada, hacerse
valer por sí misma”.6 Y en efecto, los años 1919-1922 presencian múltiples focos de conflicto, y sólo
con los tratados de Locarno se alcanza finalmente en 1925 una apariencia de paz duradera que supuso
un auténtico punto de inflexión en el período de entreguerras.7 Sin embargo, los problemas y
contradicciones del nuevo orden internacional siguieron irresueltos. Kissinger afirma por ello, no sin
cierta malicia, que “Locarno no había pacificado Europa, sino más bien definido el siguiente campo de
batalla”.8
Empezaremos pues examinando el llamado pacto renano, o de garantías mutuas entre Bélgica y
las cuatro principales potencias occidentales. Propuesto inicialmente por el propio Stresemann en
Londres en enero de 1925 a instancia del embajador británico en Berlín, Lord d’Abernon, su objetivo
político era evitar un pacto entre Reino Unido, Bélgica y Francia que dejara diplomáticamente aislada
a Alemania.9 Paralelamente se firman cuatro tratados de arbitraje, incluyendo nuevos tratados de
asistencia entre Francia Polonia y Checoslovaquia, para tratar de compensar el hecho de que las
fronteras de Europa quedaban así divididas en dos categorías: por un lado, las occidentales garantizadas
teóricamente por Italia y Gran Bretaña; por otro, las orientales, tácitamente abiertas así a una revisión
que amenaza a los nuevos estados del este, beneficiados en 1919.

3
Marks, Sally. The Illusion of Peace. International Relations in Europe, 1918-1933. Basigstoke, New
York: Palgrave Macmillan, 2003, p. 156.
4
Keynes, John Maynard. The Economic Consequences of the Peace. [Ed. Kindle]. Start Publishing,
1919, p. 33.
5
Citado por: Neila Hernández, José Luis. Loc. Cit.
6
Taylor, A.J.P. The Origins of the Second World War. Harmondsworth: Penguin, 1961, p. 52.
7
Ibid., p. 82. Marks, Sally. Op.Cit., p. 35.
8
Kissinger, Henry. Diplomacy. New York: Simon & Schuster, 1994, p. 274.
9
Jacobson, Jon. Op. Cit., p. 4 y ss.
La principal preocupación de Francia era su propia seguridad frente a una posible guerra alemana
de revancha. En lugar de la “paz sin victoria” pedida en 1917 por Wilson, los 440 artículos de la paz
de Versalles fueron impuestos por las cuatro potencias vencedoras a modo de Diktat a los alemanes sin
una conferencia de paz preliminar entre todos los beligerantes, a lo que se suma la atribución unilateral
de culpa del artículo 231. Francia se había acercado en consecuencia a los nuevos estados que
bordeaban la frontera suroriental de Alemania: Polonia y los países de la llamada “pequeña entente”
(Checoslovaquia, Yugoslavia y Rumanía), dado su interés común en contener a Alemania (sobre todo
en el caso checoslovaco y polaco) y el revisionismo húngaro.10
Por su parte, la prioridad de Reino Unido consistía en mantener el statu quo evitando al mismo
tiempo cualquier automatismo que pudiera arrastrar a la metrópoli, dominios o colonias (excluidos por
el art. 9) de nuevo a una guerra continental, especialmente en Europa del este. No es casual que el
tratado de garantía recíproca explicite por tanto la derogación de los tratados de neutralización de
Bélgica. En concreto, hablamos del tratado de Londres de 1839, el célebre pedazo de papel (scrap of
paper) que había decidido su intervención en 1914. En Locarno, los británicos están por tanto decididos
a evitar compromisos que puedan llevarlos a combatir en defensa del corredor polaco. Como señala
Sally Marks, mientras que los objetivos comunes y enérgico desempeño de Edvuard Benes al frente de
la “pequeña entente” posibilitan la contención del irredentismo húngaro, esta división entre los
miembros de la “gran entente” occidental imposibilitará hacer lo mismo con el revisionismo germano.11
La consiguiente preferencia británica por un sistema de garantías laxas de consulta mutua era más
compatible con la propuesta del Covenant wilsoniano que con los planteamientos realistas de
Clemenceau, que veía la paz europea “en términos de Francia y Alemania y no de humanidad y
civilización europea”.12 Y en efecto, el modelo de Sociéte des nations propuesto por Leon Burgeois,
más fuerte y basada en el principio de seguridad y disuasión colectiva, sería incluso rechazado como
“una nueva Santa Alianza” por Lord Robert Cecil.13 Por ello, el pacto de la SDN tomará finalmente la
forma de una garantía mutua de la soberanía (art. 10) y mecanismos de arreglo pacífico (arts. 12-16)
de carácter voluntarista; algo que presupone una comunidad de estados democráticos, sometidos a la
opinión pública, y con un interés compartido en mantener la paz.14
Dada esta falta de garantías y tras la pérdida de Rusia como aliado en el este, Francia había tratado
de reconstruir pues el sistema tradicional de alianzas recurriendo a los nuevos estados que conforman
el cordon sanitaire frente a la nueva Unión Soviética, especialmente después de que el inesperado
acuerdo de Rapallo de 1922 despertara el temor a un reapprochement germano-ruso. El principal
resultado serán los tratados con Polonia de 1921 y Checoslovaquia en enero de 1924. Al mismo tiempo,

10
Holsti, Kalevi J. Peace and War: Armed Conflicts and International Order, 1648-1989. Cambridge
University Press, 1991, pp. 197-198. Marks, Sally. Op. Cit., pp. 14-15.
11
Marks, Sally. Op.Cit. pp. 43-44.
12
Keynes, John Maynard. Op. Cit., p. 33.
13
Holsti, Kalevi J. Op. Cit., pp. 187 y 189-191.
14
Ibid., pp. 185-189.
las repetidas dificultades de Alemania a la hora de cumplir con los plazos de las reparaciones fijadas
en 1920-1921 lleva a la crisis de otoño de 1922 y la ocupación del Ruhr por tropas francesas y belgas
en enero de 1923. El consiguiente colapso monetario de Alemania alarmará a británicos y americanos,
que ven en una Alemania arruinada un potencial foco de bolchevismo. Poincaré queda por tanto aislado
en un momento en que necesita de ayuda financiera americana para estabilizar el franco. El resultado
de la presión norteamericana es la conferencia de Londres de 1924, en la que se articula el plan Dawes
para la reestructuración del pago de reparaciones, al que hace referencia el art. 6 del tratado de garantía
recíproca de Locarno.
Francia llegó así a los límites de su capacidad para hacer cumplir el tratado de Versalles, y la
llegada del cartel des gauches de Herriot al poder en junio de 1924 marcará el final de esta llamada
“política de magnificencia”.15 Entretanto, encallarán además el borrador del tratado de asistencia mutua
de 1923 y el Protocolo de Ginebra de 1924. Es durante este impasse cuando emerge la ya mencionada
alternativa del pacto entre Reino Unido, Bélgica y Francia, al que Stresemann responde con su idea de
una alianza renana.
Durante las resultantes negociaciones en Londres y Locarno se dibujan ya las tres imágenes
nacionales del acuerdo. Gran Bretaña entiende que Locarno acota los supuestos en los que, de acuerdo
con los arts. 42 y 43 del tratado de Versalles (referentes a la desmilitarización de Renania) se vería
comprometida bélicamente. Esto a su vez permitiría a los británicos acercase a Francia, un objetivo del
francófilo Chamberlain, sin alienarse a Alemania y, además, la extensión de su frontera estratégica
natural al Rhin. Todo esto evitando además compromisos en la defensa de las fronteras europeas
orientales. Francia conseguiría una garantía británica de intervención para el caso en que un ejército
cruzara Renania. Para ello sacrifica en la práctica la seguridad de sus aliados del este, a quienes ya no
puede asistir desde el oeste, sin ser atacada antes, sin mediación previa de la SDN (arts. 2, 3 y 4.1). Por
su parte, Alemania logra un reconocimiento implícito de su derecho de revisión de las fronteras y su
readmisión en la sociedad internacional, además de un asiento permanente en el Consejo de la SDN y
la exención de las responsabilidades del art. 16 del Covenant, exigida como condición previa.16
La distinción entre simple violación y violación flagrante contemplada en el art. 4.2 fue una
exigencia de Francia, dado que las limitaciones logísticas y falta de planificación militar conjunta hacía
dudoso que el compromiso británico fuese efectivo, extremo que no obstante es discutido por
Jacobson.17 En todo caso, esto demuestra que los franceses son conscientes de dos profundas
contradicciones en el tratado: por una parte, si el sistema de seguridad colectiva contemplado en el art.

15
Jacobson, Jon. Op. Cit., p. 28.
16
Jacobson, Jon. Op. Cit., pp. 35-44. Marks, Sally. Op. Cit. p. 75. La misma interpretación tripartita
del acuerdo en: Renouvin, Pierre. Historia de las relaciones internacionales. Siglos XIX y XX.
Madrid: Akal, 1955, pp.833-835 y 852.
17
Jacobson, Jon. «Locarno, Britain and the Security of Europe». En Locarno Revisited. European
Diplomacy, 1920-1929, editado por Gaynor Johnson, pp. 8-22. London, New York: Routledge, 2004.
Marks, Sally. Op. Cit., p. 76.
16 del pacto de la SDN era efectivo, Locarno era innecesario; por otra, este sistema queda además
debilitado por el hecho de que se hace miembro permanente del Consejo a una potencia revisionista.18
Esto no evita empero que el periodo 1925-1929 esté marcado por el llamado espíritu de Locarno, una
apariencia de consenso alimentada por periódicos encuentros informales de Briand, Stresemann y
Chamberlain que vaciarán de contenido las sesiones oficiales de la Liga. No obstante, las desavenencias
que llevarán a la creación del asiento semipermanente de Polonia en el Consejo o el fiasco de la
conferencia de Thoiry evidencian pronto que Locarno tiene diferentes lecturas en clave de interés
nacional y que la pretendida comunidad de intereses es ilusoria.19
El tratado Briand-Kellogg fue el resultado de la propuesta en junio de 1927 de Briand de hacer
una renuncia bilateral a la guerra entre Francia y Estados Unidos, en un momento en que Poincaré, de
nuevo primer ministro, necesita el apoyo americano para asegurar el pago de reparaciones más allá de
los cinco años estipulados por el plan Dawes. La brevedad del articulado, que se limita a “renunciar a
la guerra como instrumento de política” (art. 1) para “mejorar sus intereses” nacionales, sin definir los
supuestos de legítima defensa, mecanismos de seguridad colectiva ni sanciones, se explica por el tener
que acomodarlo a los acuerdos de la Liga, el pacto de Locarno y tratados de garantía recíproca, que sí
contemplaban acciones bélicas en determinadas circunstancias.
El elemento liberal y democrático, que comentábamos a propósito de diseño wilsoniano de la paz,
está también presente de forma más explícita que en Locarno, en las referencias a “las naciones
civilizadas de orbe” y en el hecho de que las partes contratantes renuncian a la guerra “en nombre de
sus respectivos pueblos”. En consonancia con este idealismo universalista, el secretario de estado Frank
B. Kellogg respondió a la propuesta de Briand ampliando por tanto esta oferta al resto de naciones (art.
3) a principios de 1928; si bien su iniciativa estuvo quizá más motivada por imperativos de política
doméstica, más concretamente las elecciones presidenciales de ese año.20
Durante la ceremonia de firma realizada en París en agosto de 1928, Stresemann aprovechará para
proponer la evacuación de Renania, condición para hacer efectiva la “política de entendimiento” ahora
que la guerra había sido teóricamente proscrita. Poincaré condiciona su petición a la aprobación de un
plan de reparaciones permanente, exigencia que la Asamblea Nacional francesa había puesto a su vez
en 1926 para la ratificación del acuerdo de pago de las deudas de guerra con los Estados Unidos.21 El
resultado será el comunicado de Ginebra del 16 de septiembre, que lleva a la creación de la comisión
Young a principios de 1929 y a la adopción del plan homónimo tras la conferencia de La Haya de 1929-
1930.

18
Wright, Jonathan. «Gustav Stresemann: liberal or realist?» En Personalities, War and Diplomacy.
Essays in International History, editado por T.G. Otte y Constantine Pagedas. London, Portland
(OR): Frank Cass, 1997, pp. 95-96. Marks, Sally. Loc. Cit. Kissinger, Henry. Op. Cit., p. 275.
19
Jacobson, Jon. «The Conduct of Locarno Diplomacy». Review of Polics 34, n.o 1 (1972), pp. 67-81.
20
Kissinger, Henry. Op. Cit., p. 280. Renouvin, Pierre. Op. Cit., p. 921.
21
Renouvin, Pierre. Op. Cit., pp. 853-854.
La evacuación de Renania, finalmente consumada el 30 de junio de 1930, era un precio que
Francia estaba dispuesta a pagar para asegurar su posición financiera precisamente porque, bajo las
cláusulas del tratado de Locarno, no podía ya hacer efectivas las reparaciones ocupando el territorio
alemán a la fuerza.22 Por lo tanto, si Locarno debe entenderse en el contexto del fracaso de la ocupación
del Ruhr y el consiguiente plan Dawes, el acuerdo Briand-Kellogg debería situarse en el proceso
político y diplomático que facilita el plan Young. Tanto el contenido como la motivación para concluir
ambos tratados sólo pueden explicarse por tanto a partir de sus implicaciones financieras, geopolíticas,
estratégicas o diplomáticas leídas en clave de interés nacional.

Conclusión. La diplomacia del periodo de entreguerras: ¿Wilson o Talleyrand?

“Así como el concierto de Europa contra Francia pronto se convirtió en una


Quíntuple Alianza incluyendo a Francia, la entente contra Alemania recibió a
Stresemann en sus deliberaciones (…)” (Marks, Sally, 2003: 89).

Stresemann no viviría para ver cómo su política de realización era finalmente rechazada en las
elecciones de 1930 y abandonada por el gabinete Brüning, mucho antes del repudio definitivo de Hitler
del tratado de Locarno en 1936. Chamberlain sería desplazado del Foreign Office por el laborista
Arthur Henderson tras las elecciones de mayo de 1929, que marcaron el ocaso de su larga carrera
política. Por su parte, aunque Briand se mantendría nominalmente al frente del Quai d’Orsay hasta
1932, sería una figura completamente eclipsada en el gobierno de Pierre Laval.23 Al mismo tiempo, el
naufragio del orden internacional consagrado en estos tratados era tan evidente a finales de la década
de 1930 que un nuevo paradigma interpretativo de las relaciones internacionales, el realismo, empezó
a perfilarse como alternativa teórica frente a las anteriores concepciones liberales, moralizantes e
idealistas.
Tanto el tratado de garantía recíproca de Locarno como el pacto Briand-Kellogg sugieren en
apariencia una armonía de intereses entre las naciones firmantes que, en el caso del segundo, hace del
recurso a la guerra incluso un acto inmoral ante la opinión pública mundial; algo que E.H. Carr entiende
como una extrapolación peligrosamente “utópica” de una lógica liberal propia del laissez faire
económico americano al orden internacional, ignorando el hecho de que no todos los estados están
necesariamente interesados en el mantenimiento del statu quo.24 Por eso hemos insistido en que, a pesar
de estas apariencias, consideraciones de interés y seguridad nacional explican la motivación para
concluir ambos tratados, así como la letra de su articulado definitivo.

22
Marks, Sally. Op. Cit., pp. 109-115.
23
Jacobson, Jon. Locarno diplomacy…, pp. 253-259.
24
Carr, Edward H. The Twenty Years’ Crisis, 1919-1939. An Introduction to the Study of
International Relations. London: MacMillan & Co. Ltd., 1939, pp. 50-60.
De hecho, el epítome de la ambigüedad diplomática de estos tratados lo personifica a su vez la
figura del propio Gustav Stresemann. Por una parte, Stresemann era el “buen europeo” que, junto a
Briand y Chamberlain, forjó una hermandad de diplomáticos unidos supuestamente por ideales
liberales y pacíficos. Por otra, en opinión de Sally Marks o Henry Kissinger, dicha conducta no era sino
la hábil adaptación racional de la política exterior alemana a los medios disponibles para subvertir el
orden de Versalles y así restaurar el estatus de gran potencia de Alemania.25 Irónicamente, interpretaba
así en la era de Wilson el papel desempeñado por Talleyrand un siglo antes al frente de la diplomacia
francesa. Una ambivalencia que captura pues a la perfección los equívocos de este período de paz
ilusoria.

25
Marks, Sally. Op. Cit., p. 72. Kissinger, Henry. Op.Cit., pp. 272-273. Sobre esta duplicidad de la
figura de Stresemann, véase también: Wright, Jonathan. «Gustav Stresemann…», p. 81.
Bibliografía

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Martínez Lillo, Pedro Antonio. «La paz ilusoria: la seguridad colectiva en los años veinte (1923-
1933)». En Historia de las relaciones internacionales contemporáneas, editado por Juan Carlos
Pereira, 2.a ed., 349-66. Barcelona: Ariel, 2001.

Neila Hernández, José Luis. «La paz de París y la reconfiguración del nuevo sistema internacional
(1919-1923)». En Historia de las relaciones internacionales contemporáneas, editado por Juan Carlos
Pereira, 2.a ed., 319-48. Barcelona: Ariel, 2001.

Renouvin, Pierre. Historia de las relaciones internacionales. Siglos XIX y XX. Madrid: Akal,
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Taylor, A.J.P. The Origins of the Second World War. Harmondsworth: Penguin, 1961.

Wright, Jonathan. «Gustav Stresemann: liberal or realist?» En Personalities, War and Diplomacy.
Essays in International History, editado por T.G. Otte y Constantine Pagedas, 81-104. London,
Portland (OR): Frank Cass, 1997.

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