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JURISPRUDENCIA

Contrato de trabajo. Extinción. Por despido. Pérdida de la confianza. Deberes de fidelidad y no


concurrencia. Violación. Confidencialidad. Viloria Myriam Analía c/Aseguradora de Créditos y
Garantías S.A. s/despido, C.N.A.T., Sala VII, 11/7/07.

En la ciudad de Buenos Aires, a los 11 días del mes de julio de 2007, para dictar sentencia en los autos: “Viloria
Myriam Analía c/Aseguradora de Créditos y Garantías S.A. s/despido”, se procede a votar en el siguiente orden:

El Dr. Néstor Miguel Rodríguez Brunengo dijo:

I. La parte demandada apela el fallo de grado que la condenó a indemnizar a la trabajadora por despido
incausado con aplicación de las normas de la Ley de Contrato de Trabajo.

La parte actora se agravia por el rechazo de las indemnizaciones previstas en los arts. 80 y 182 de la L.C.T., así
como por la distribución de las costas dispuesta en la instancia anterior.

También recurre el Sr. perito ingeniero en sistemas y la Sra. perita contadora porque estiman insuficientes sus
honorarios.

II. La demandada se agravia por el hecho de que –a su modo de ver– en autos se habrían acompañado
suficientes constancias probatorias, válidas y convincentes, que permitirían concluir que la actora incurrió en los
comportamientos que se le atribuyeron al despedirla, y que éstos constituyen una injuria impeditiva de la
prosecución del vínculo.

Con la finalidad de esclarecer la cuestión traída a debate, destaco que no hay discusión a esta altura del
proceso respecto de la validez de la prueba documental acompañada por la demandada (v. sobre de prueba
reservado con el Nº 3.779) y cuya autenticidad también diera cuenta el Sr. perito analista de sistemas (v. fs.
164/224).

En ella constan, entre otros, los siguientes elementos: 1. la suscripción de un documento titulado
“Cumplimiento seguridad informática”; y 2. tres actas notariales inherentes a lo siguiente: a) la constatación
por parte de un escribano público del acceso de un técnico del sistema informático (Sr. Sergio Dalmatin) a la
información vertida en el servidor central de la firma, labor que le fuera encomendada por una apoderada de
empresa; b) otra constatación en la cual se procedió a imprimir la información recopilada en el procedimiento
anterior; más concretamente, se procedió a hacerlo respecto de los e-mails enviados por la actora, aunque ello
circunscripto pura y exclusivamente a los dirigidos al dominio de la empresa Afianzadora Latinoamericana S.A.
(afianzadora.com.ar); y c) la notificación de la decisión del despido a la dependiente, atribuyéndosele el haber
faltado a los deberes de fidelidad y no concurrencia de los arts. 85 y 88 de la Ley de Contrato de Trabajo.

Ahora bien, la documentación reseñada permite arribar a la conclusión de que –tal como se sostuvo al despedir
a la dependiente (v. acta de notificación del 9/2/06)– la actora estableció un intercambio de correo electrónico
con personal de la firma “Afianzadora”, que gira en plaza también en el Mercado de los seguros, y que –
adelanto– evidencia precisamente la falta de conducta imputada a la dependiente, puesto que el envío de
información confidencial de la empresa por correo electrónico a otra firma no es compatible con la prosecución
de la relación laboral, ya que de esa forma ha violado las más elementales –también fundamentales– pautas de
una relación de trabajo (v. las declaraciones de Córdoba, f. 229; Sarquis, f. 231; De Césare, f. 233, las cuales
ratifican la postura de la empleadora con relación a los hechos que desencadenaron el distracto, arts. 90 de la
L.O. y 386 del C.C.P.C.N.).

En tal contexto, es de advertir que el vínculo bajo subordinación y seguridad que la ley impone al empleador
respecto del trabajador (arts. 65, 66, 68, 75 y 80, entre otros) están como contrapartida los deberes de lealtad,
fidelidad y discreción que la ley impone al trabajador, y que, a mi ver, es de toda evidencia que traen aparejada
una postergación de ciertos intereses cuando éstos entran en colisión con los de su empleador en lo
específicamente vinculado con el medio laboral que comparten (en igual sentido, v. de esta Sala los autos
“Schuliaquer Fernando Luis y Otros c/Banco Credicoop Cooperativo Ltdo. s/despido”, S.D. Nº 29.912 del
13/10/97).

En el presente caso, al haber remitido información respecto de las operaciones, valores y demás datos de
clientes que surgen de la documentación agregada en los anexos de las actas de constatación, datos propios de
la firma y enviados a otra (sindicada como competidora) del ámbito del seguro, a cambio de recompensar, no
tengo la menor cavilación al concluir que la actora incurrió en una conducta injuriante y contraria a la que se
espera de un dependiente, quien debe cumplir con los deberes de lealtad y reserva impuesto por la ley (arts.
85 y 88 de la Ley de Contrato de Trabajo).

Mal puede invocar la actora el haberse visto sorprendida por el proceder de su dadora de trabajo cuanto
suscribió un documento titulado “Cumplimiento de seguridad informática” (producto de un conocimiento
genérico e impreciso que no puede reputarse hábil como tal; cfme. arg. art. 82, L.O.) que le advertía, mediante
la asunción de un compromiso de confidencialidad, acerca de la cautela y celo con el que debía resguardar
tanto la utilización de los accesos al sistema como la información que de ellos surgiere; al respecto, es válido
recordar que el art. 902 del Código Civil impone el deber de mayor diligencia cuando las circunstancias lo
impongan.

En tal contexto, y acorde al esquema probatorio del caso, es válido colegir que la actora incurrió en los
incumplimientos atribuidos por la accionada al despedirla (cfme. arts. 377 y 386 del C.P.C.C.N.), la cual –a mi
juicio– son suficientemente graves e impeditivos de la prosecución del vínculo (cfme. art. 242 de la L.C.T.).

No paso por alto los muy elevados conceptos que la “a quo” vierte con relación al principio de reserva contenido
en el art. 18 de la Carta Magna inherente a la necesaria protección de la privacidad del dependiente, los cuales
comparto plenamente; sin embargo, discrepo en la conclusión relativa a que –en este caso– dicha intimidad o
privacidad se hubiese visto ultrajada ni tampoco de que el reclutamiento de las pruebas se hubiese dado “por
una vía ilegítima”.

Ello es así, por cuanto –en mi punto de vista– el proceder de la dadora de trabajo respecto de cotejar los
registros y constancias de la información que contenía el servidor de la empresa, en la cual –al menos en lo
esperable– no debía ser del ámbito personal de la actora sino perteneciente a la firma, mediante una inspección
limitada prudentemente a verificar las comunicaciones dirigidas por parte de la trabajadora a otra empresa
competidora (se advierte en el acta que de los novecientos cuarenta correos enviados por la actora se procedió
a la selección de aquellos treinta y cinco enviados al dominio “afianzadora.com.ar”), dejó perfectamente
salvaguardada su intimidad, sin que por ello se hubiera menoscabado su esfera más íntima ni tampoco violado
su correspondencia personal (art. 386 del Código Procesal).

En precedente de singular trascendencia en la vida forense, la Corte Suprema de Justicia de la Nación avaló el
tener en consideración como elementos de juicio decisivos, datos de prueba documental incorporados a la
causa, cuando estaba prácticamente concluido el proceso de conocimiento (caso “Colallillo Domingo c/Cía. de
Seguros España y Río de la Plata” del 18/9/57, Fallo 238:550, criterio mantenido posteriormente en Fallos
301:922 y 306:1.715, entre otros).

Desde tal perspectiva, considero razonable tener en consideración los elementos de juicio manejados en autos,
obtenidos mediante una revisión cuidadosa y seleccionada del material en cuestión, circunstancia que –en las
particulares circunstancias de la causa en las que se debate una acusación tan grave– justifican, además,
adoptar un criterio mayormente elástico en orden a la aplicación de los medios para ratificar las posturas de las
partes (el mismo Alto Tribunal también tiene decidido que el rigor en la aplicación de las formalidades
procesales no deben prevalecer sobre la verdad objetiva de los hechos que se trata de demostrar en la causa;
v. Fallos, cit. y en “Colombres Juan c/La Taberna de Landrú”, sentencia del 10/7/75; T y SS 75-765, y de esta
Sala ver los autos: “Tito Juan c/Y.P.F. Yacimientos Petrolíferos Fiscales S.A. s/accidente – Ley 9.688”; S.D. Nº
34.661 del 28/2/01).

Es necesario destacar, también, que –frente a la autenticidad y validez de la prueba colectada– en modo alguno
hubiese cambiado la suerte de investigación el hecho de que la actora hubiese estado presente en la
oportunidad en la cual el técnico ingresó al sistema a cotejar el envío del correo electrónico aludido, dado que el
recopilado del material hubiese sido exactamente el mismo (art. 386 del C.P.C.C.N.).

III. En cuanto a las restantes argumentaciones esgrimidas por las partes (particularmente, con relación a la
indemnización por embarazo solicitada por la actora, sobre el cual no hay la menor prueba –ni siquiera
indicios– de haber cumplido presupuesto fáctico necesario de comunicar a la empleadora dicha circunstancia
aún vigente la relación laboral; arts. 377 y 386 del C.P.C.C.N.), debo destacar que –tal como la Corte Suprema
de Justicia de la Nación ha sentado criterio– el juzgador no está obligado a ponderar una por una y
exhaustivamente todas las argumentaciones y medidas probatorias agregadas a la causa, sino sólo aquéllas
que estimare conducentes para fundar sus conclusiones, ni a analizar todas las cuestiones y argumentos
utilizados que –a su juicio– no sean decisivos (conf. C.S.J.N., 29/4/70, La Ley 139-617; 27/8/71, La Ley 144-
611 y citas jurisprudenciales en “Código Procesal ...”, Morello, Tº II-C, pág. 68, pto. 2, Ed. Abeledo-Perrot; art.
386, última parte, del Código Procesal, y de esta Sala ver autos: “Paz Juan Carlos c/Transportes Juan Ariel
S.R.L. y Otro s/despido”; S.D. Nº 36.877 del 17/7/03).

Por lo expuesto, propongo que se revoque el fallo recurrido y se rechace la demanda en lo concerniente a las
indemnizaciones por despido (arts. 242 de la L.C.T. y 499 del Código Civil).

IV. En lo que sí tiene razón la recurrente es cuando pide la indemnización del art. 80 de la L.C.T.

En primer lugar, advierto que –tal como lo afirma la recurrente– el formulario PS 6.2. que extiende la A.N.Se.S.
(acompañado en autos en sobre de prueba reservado Nº 3.779) no alcanza a satisfacer la exigencia de la
norma en cuanto allí se ordena que “el empleador estará obligado a entregar al trabajador un certificado de
trabajo, conteniendo las indicaciones sobre el tiempo de prestación de servicios, naturaleza de éstos,
constancia de los sueldos percibidos y de los aportes y contribuciones efectuados con destino a los organismos
de la seguridad social” (sic, art. 80, tercer párrafo cit.).

Ello es así por cuanto en dicho formulario no hay, precisamente, constancias acerca de los ingresos por los
mentados aportes y contribuciones, sino tan sólo de los salarios devengados por el trabajador (art. 386 del
C.P.P.C.N.) (v. esta Sala, S.D. Nº 38.901 del 25/11/05, autos: “Castillo Claudia Marisa c/Kiketasat S.A. y Otro
s/despido”).

En tal sentido, dado que el formulario acompañado oportunamente no cumple acabadamente con la obligación
de entregar la documentación referida en el art. 80 cit., estimo que procede la indemnización reclamada frente
a la falta de cumplimiento integral y completo de las exigencias allí especificadas.

Es de recordar que el art. 45 de la Ley 25.345 agregó como último párrafo al 80 de la L.C.T. el siguiente texto:
“... si el empleador no hiciera entrega de la constancia o del certificado previstos ... dentro de los dos días
hábiles computados a partir del día siguiente al de la recepción del requerimiento que a tal efecto le formulare
el trabajador de modo fehaciente, será sancionado con una indemnización a favor de este último ...”. A su vez
el Dto. reglamentario 146/01, en su art. 3, dispuso que “... el trabajador quedará habilitado para remitir el
requerimiento fehaciente al que hace alusión el artículo que se reglamenta, cuando el empleador no hubiere
hecho entrega de las constancias o del certificado previstos ... dentro de los treinta días corridos de extinguido,
por cualquier causa, el contrato de trabajo”.

Si bien esta Sala que integro ha resuelto en algunos casos del pasado que resulta insuficiente –por prematura–
la intimación de entrega del certificado antes de cumplidos los treinta días que establece la reglamentación, a
partir del caso “Bourel Martín Federico c/Vicus S.R.L. s/despido” (S.D. Nº 39.188 del 8/5/06) el Tribunal ha
modificado en mayoría su originaria forma de decidir y ha arribado a una solución diferente, sobre la base de
considerar que la requisitoria que se impone al trabajador constituye un claro exceso reglamentario, en relación
a la norma superior que reglamenta (art. 45 antes citado) (v. de esta Sala expediente “Luna Sergio Albino
c/Mistycal S.R.L. y Otro s/despido”, S.D. Nº 39.378 del 10/7/06).

En efecto, he dicho oportunamente que: “en lo que respecta a la aplicabilidad del Dto. reglamentario 146/01
acuden a mi memoria, por una parte, el antigüo aforismo latino: ‘rara est in domine iusta licencia’, y por otra,
la tesis general del clásico libro de Juan Carlos Rébora: ‘El Estado de sitio y la ley histórica del desborde
institucional’, señalando lo difícil que le resulta a quien ejerce el poder una autolimitación que no traspase sus
ceñidas facultades”.

La cuestión se ha planteado no sólo en nuestro derecho sino también en democracias más antigüas y
consolidadas como Francia. Georges Ripert nos informa así, que a partir de la Revolución “Rousseau ne dit pas:
les lois, il dit: la loi, et pour lui la loi est souveraine, car elle est l´ expression de la volonté générale”... “Il n´y
a plus qu´une seule autorité: l´assemblée chargée de faire les lois. Elle détient la puissance législative dans
son absolutisme”. El gobierno de Vichy, a comienzos de la década del 40, bajo la sombra de la ocupación
alemana, dictó decretos-leyes y modificó leyes anteriores directamente por decretos, actos que luego fueron
anulados, como se ve en M. Gëny: “De l´ inconstitutionnalité des lois et des autres actes de l´autorité publique
et des santions qu´elle comporte dans le droit nouveau de la Quatriéme Republique (Jurisclasseur périodique,
1947, I, 613) y em M. Pelloux “dont il suggére d´atteindre par le recours pour excés de pouvoir les actes
administratives qui seraient contraires a ces dispositions” en “Le Déclin du Droit”, París, Librairie Générale de
Droit et de Jurisprudence, 1949.

Entre nosotros, como explica María Angélica Gelli: “la Corte Suprema trazó, por primera vez, los límites de la
competencia reglamentaria del Poder Ejecutivo en el caso “Delfino y Cía.”. Con mención expresa del anterior
art. 86, inc. 2 , el Tribunal sostuvo que “existe una distinción fundamental entre la delegación de poder para
hacer la ley y la de conferir cierta autoridad al Poder Ejecutivo o a un cuerpo administrativo a fin de reglar los
pormenores y detalles necesarios para la ejecución de aquella”. Ahora bien, encontrar la línea divisoria entre
una y otra constituye una cuestión problemática y, al decir de la Corte Suprema, una cuestión de hecho
(“Delfino y Cía.”, Fallo 148:430, año 1927).

En el caso de autos, estimo que esa línea divisoria ha sido traspasada y se ha configurado una desviación de
poder que fundamenta la declaración de inconstitucionalidad del Dto. 146/01, y así lo voto.

En lo que concierne a la declaración de inconstitucionalidad de oficio, quiero poner de relieve que la Ley Cimera
constituye en arquitrabe de nuestro sistema jurídico, desde adentro y no desde afuera del mismo, por lo que es
obligación de los jueces –la primera– comparar la ley a aplicar en el caso concreto con lo imperado por aquella,
para asegurar la supremacía de los derechos fundamentales de los justiciables de manera eficaz y hacer ceder
la normativa que no se ajusta a la Constitución, para asegurar la prevalencia de ésta. Lo contrario sería hacer
prevalecer la mera voluntad de las partes, de cuya expresión dependería la aplicabilidad de aquella, como si se
tratara de una ley extranjera.

Así la inveterada máxima que se expresa en el brocárdico “Iura novit curia” sería objeto de un corte vertical
aplicable a las leyes comunes y otras normas inferiores a éstas, pero omitida respecto de la Constitución, salvo
que alguna de las partes pidiera su aplicación. Estas consideraciones me inclinan a pronunciarme por la
declaración de inconstitucionalidad del ya mencionado Dto. 146/01 de oficio, y así doy mi voto (v. S.D. Nº
39.195 del 18/05/06; autos: “Beraja Catalina c/Enser Luis y Otro s/despido”).

Propicio, en consecuencia, que se revoque el fallo parcialmente y se reduzca la condena a la suma de pesos
siete mil ciento cuarenta ($ 7.140) (es decir, tres veces la mejor remuneración, normal y habitual de pesos dos
mil trescientos ochenta ($ 2.380) percibido por el dependiente; cfme. art. 80 cit.), más los intereses
respectivos.
V. De tener adhesión mi voto, propongo que las costas de ambas instancias sean soportadas por la parte actora
en un noventa por ciento (90%) y diez por ciento (10%) a cargo de la demandada (arts. 68, segunda parte, y
71 y 279 del C.P.C.C.N.), sin alterar los porcentajes fijados en la instancia anterior, que deberán aplicarse sobre
el monto total reclamado en la demanda (art. 38 de las Leyes 18.345 y 24.432). Con ello dejo así también
tratados los recursos por honorarios.

Asimismo, propicio fijar los emolumentos de Alzada para cada una de las representaciones y patrocinios
letrados de las partes actora y demandada en el veinticinco por ciento (25%) y treinta y cinco por ciento
(35%), respectivamente, de lo fijado en favor de cada uno de ellas por su actuación en la instancia anterior
(art. 14 de la Ley 21.839 –modificada por Ley 24.432–).

El Dr. Juan Andrés Ruiz Díaz dijo:

Comparto lo esencial con el voto que antecede, aunque discrepo parcialmente en lo que atañe a la
indemnización establecida en el art. 80 de la L.C.T., en tanto entre el distracto (decidido el 9/2/06) y la fecha
en al cual requirió la entrega de la documentación prevista en el norma aludida (requerimiento que es de fecha
28/2/06, transcripto en la demanda, f. 5 vta.) no transcurrieron los treinta días que impone la norma
reglamentaria para remitir la intimación, por lo que –en mi opinión– no procede admitir el progreso de la
indemnización.

En resumen, considero que la multa, art. 80 de la L.C.T., solicitada por la actora, no debe tener favorable
acogida toda vez que del intercambio telegráfico transcripto en el inicio surge que dicha parte no ha cumplido
con lo normado en el art. 3 del Dto. 146/01.

La Dra. Estela Milagros Ferreiros dijo:

Respecto del punto que me toca expedirme en el caso, es decir, frente a la disidencia parcial del voto
preopinante, respecto del requisito establecido en el art. 1 del Dto. 146/01, he de señalar que –tal como lo he
expuesto oportunamente– soy de la opinión de que: “cabe tener en cuenta que las decisiones del Poder
Ejecutivo se manifiestan jurídicamente por medio de ‘decretos’ y en el derecho argentino se conocen cuatro
clases principales de decretos del Poder Ejecutivo que son: 1. de ejecución o reglamentarios; 2. autónomos; 3.
delegados; y 4. de necesidad y urgencia.

De acuerdo con esta clasificación que realiza el Dr. Néstor Pedro Sagüés (ver “Elementos de derecho
constitucional”, Tº I, pág. 596 y ss.) en el caso en análisis estamos considerando un decreto que es
reglamentario de una ley. Señala el jurista que los decretos de ejecución o reglamentarios son aquellos que le
dan nombre al Poder Ejecutivo, en tanto órgano estatal encargado de instrumentar y efectivizar las leyes. La
Constitución Nacional en su art. 99, inc. 2, entre las competencias del presidente puntualiza que “expide las
instrucciones y reglamentos que sean necesarios para la ejecución de las leyes de la Nación, cuidando de no
alterar su espíritu con excepciones reglamentarias”. Queda claro entonces que el decreto reglamentario está
jerárquicamente subordinado a la ley.

Desde esta perspectiva un texto legal puede ser modificado por el decreto en cuanto a sus modalidades de
expresión, siempre que no afecte su sustancia. Según señala la Corte, la sustancia de la ley atañe a su espíritu
y a sus fines (“S.R.L. Narden Argentina”, Fallos 280:18, y “Gravano”, Fallos 283:98).

Cabe tener en cuenta también –como señala el autor citado– que la colisión entre el decreto y la ley se da en
estas hipótesis: a) invasión de áreas legislativas: ocurre, para el criterio de la Corte, cuando el decreto, so
pretexto de perfeccionar las normas existentes, legisla en asuntos que son competencia del Congreso;y b)
desnaturalización de la ley: cuando el decreto excede el ámbito de la interpretación posible u opinable de la ley,
optando por una solución fuera de esta.

Y bien, a mi modo de ver, con el Dto. 146/01 estamos en la segunda hipótesis descripta, en tanto, como señalé
al iniciar el presente Considerando, la requisitoria que el mismo impone al trabajador excede claramente lo que
establece la norma superior que reglamenta (art. 45 antes citado).

Aunque así no lo creo, suponiendo idéntica jerarquía de leyes, de igual manera en el caso de diferencia notoria
como el presente, hubiera tenido que optarse por la norma más favorable (art. 14 bis, C.N.).

En razón de lo que de he dejado expresado entiendo que cabe declarar la inconstitucionalidad del Dto. 146/01.

No dejo de advertir que en el presente caso la actora no ha planteado la inconstitucionalidad de dicha norma en
la demanda. Sin embargo, no veo obstáculo en las particulares circunstancias señaladas, en tratar el tema de
todos modos, como ya he expresado en un precedente en el que he votado integrando la Sala VI: “Herrero
Carlos Alberto c/Esso S.A.”, sentencia Nº 58.335 del 6/6/05, del registro de la Sala VI; ver también de esta
Sala VII: “Bretaña Juan Antonio c/Escuela Superior de Hotelería S.A. s/despido”, sentencia Nº 38.760 del
13/9/05.
Sostengo esto porque la función del juez que se enuncia con el adagio latino “iura novit curia” es suplir el
derecho que las partes no le invocan o que le invocan mal. Es consecuencia de ello, que los hechos del proceso
deben ser invocados y probados por las partes, pero en lo atinente al derecho aplicable el juez debe fallar
conforme con lo que él considera y razona como conducente a la decisión del proceso. Lo dicho ha llevado a
Bidart Campos a sostener que “el juez depende de las partes en lo que tiene que fallar pero no en cómo debe
fallar”.

Es que el control de constitucionalidad no depende de las partes porque la supremacía de la Constitución es de


orden público.

Por otra parte, no puede argüirse en contra de lo expuesto la posible violación del derecho de defensa o de una
posible indefensión, ya que la doctrina mayoritaria sostiene, ya hace tiempo, que frente al “derecho aplicable”
no se puede argumentar el derecho de defensa, ya que hay que prever la cuestión constitucional dentro de ese
derecho de defensa y no tenerlo en cuenta por las partes, sólo sería una imprevisión que puede atenderse y
que sólo sería imputable a ellas.

En tal sentido, no sólo Bidart Campos ha manifestado su adhesión a esta doctrina sino otros autores de talla,
como Hitters Juan Carlos (ED 116-20) y Ramírez Bosco (DT XLIII-B).

Este último autor destaca, asimismo, la vinculación de la declaración de oficio de la inconstitucionalidad con el
principio de irrenunciabilidad del derecho del trabajo y, a su vez, como derivación necesaria o derivada del
principio protectorio.

Asimismo, es del caso recordar que el Más Alto Tribunal de la República ha señalado hace algunos meses que
“es elemental en nuestra organización constitucional la atribución que tienen y el deber en que se hallan los
Tribunales de Justicia, de examinar leyes en los casos concretos que se traen a su decisión, comparándolas con
el texto de la Constitución para averigüar si guardan o no conformidad con esta y abstenerse de aplicarlas si se
encuentran en oposición a ellas (Fallos 311:2478, entre muchos) (v. de esta Sala, S.D. Nº 39.188 del 8/5/06,
autos: “Bourel Martín Federico c/Vicus S.R.L. s/despido”).

Por lo que resulta del precedente acuerdo,

EL TRIBUNAL
RESUELVE:

1. Revocar el fallo recurrido y reducir la condena a la suma de pesos siete mil ciento cuarenta ($ 7.140), más
los intereses respectivos.

2. Imponer las costas de ambas instancias a la parte actora en un noventa por ciento (90%) y en un diez por
ciento (10%) a la parte demandada.

3. Mantener los porcentajes fijados a favor de los Sres. profesionales intervinientes por su actuación en la
instancia anterior, los que deberán aplicarse sobre el monto total reclamado en la demanda.

4. Fijar los emolumentos de Alzada en el veinticinco por ciento (25%) de lo fijado, en favor de los profesionales
intervinientes por las partes, por su actuación en primera instancia.

5. Se hace saber al obligado al pago del honorario de abogados y procuradores que, en caso de corresponder,
deberá adicionar al monto de la regulación el de la contribución prevista en el inc. 2 del art. 62 de la Ley 1.181
de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Se hace saber también que el obligado a afrontar las costas del juicio
deberá adicionar en ocasión de abonar la tasa de justicia, la contribución prevista en el inc. 3 del citado art. 62,
todo bajo apercibimiento de comunicar la situación a C.A.S.S.A.B.A. (art. 80, Ley 1.181 de la Ciudad Autónoma
de Buenos Aires y pto. II, AA. C.S.J.N. 6/05).

Regístrese, notifíquese y devuélvase.

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