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2.8 Herrera Cecilia. Pedagogía de La Memoria y Enseñanza de La Historia Reciente PDF
2.8 Herrera Cecilia. Pedagogía de La Memoria y Enseñanza de La Historia Reciente PDF
Bogotá, D.C.
2012
Las víctimas : entre la memoria y el olvido / Absalón Jiménez Becerra ... [et al.].
-- Bogotá : Universidad Distrital FranciscoJosé de Caldas, 2012.
412 p. ; cm.
ISBN 978-958-8782-27-0
1. Conflicto armado - Colombia 2. Víctimas de la violencia - Colombia
3. Guerra y sociedad - Colombia 4. Memoria y olvido - Colombia I. Jiménez Becerra, Absalón.
303. 6 cd 21 ed.
A1360613
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Impreso en Editorial Universidad Nacional
Año 2012.
ISBN 978-958-8782-27-0
Primera edición 2012
© Bogotá, 2012
TABLA DE CONTENIDO
Introducción............................................................................................ 13
PARTE I
MEMORIA, PODER Y POLÍTICA
Capítulo 1
MEMORIA, SOCIEDAD Y RESISTENCIA
Ricardo García Duarte ..................................................................................... 19
Capítulo 2
MEMORIAS PARA LA PAZ EN MEDIO DE LAS GUERRAS
Camilo González Posso .................................................................................... 42
Capítulo 3
ESTADOS DE NEGACIÓN:
RETOS FRENTE A LA RECUPERACIÓN DE LA MEMORIA
EN COLOMBIA
Michael Reed Hurtado ..................................................................................... 57
Capítulo 4
MEMORIA Y CREENCIA: UNA MIRADA POLÍTICAMENTE
INCORRECTA A CIERTAS VINDICACIONES DE LA MEMORIA
Adrián Serna Dimas ........................................................................................ 65
Capítulo 5
LA MEMORIA Y LA ADMINISTRACIÓN DEL PASADO:
REFLEXIÓN A PROPÓSITO DE LA LEY DE VÍCTIMAS
Fredy Leonardo Reyes Albarracín y Ana Milena Martínez Triviño ......................... 81
Capítulo 6
INSTRUMENTOS LEGISLATIVOS, POLÍTICAS DE LA MEMORIA
Y EXCLUSIÓN SOCIAL. CASO LEY DE VÍCTIMAS
Juan Ruiz Celis ............................................................................................... 90
Capítulo 7
MEMORIA Y CONSTRUCCIÓN DE PAZ
Oscar David Andrade Becerra ........................................................................... 103
PARTE II
MEMORIA, CONFLICTO Y OLVIDO
Capítulo 1
Representar, narrar y tramitar
institucionalmente la guerra en Colombia:
una mirada histórico-hermenéutica a las comisiones
de estudio sobre la violencia
Jefferson Jaramillo Marín ............................................................................... 121
Capítulo 2
PEDAGOGÍA DE LA MEMORIA Y ENSEÑANZA
DE LA HISTORIA RECIENTE
Martha Cecilia Herrera Cortés y Jeritza Merchán Díaz ....................................... 137
Capítulo 3
PEDAGOGÍA DE LA MEMORIA Y DE LA ALTERIDAD
EN UN PAIS AMNÉSICO Y ANESTESIADO
Clara Castro, Piedad Ortega y Pablo Vargas ....................................................... 157
Capítulo 4
DESPLAZAMIENTO FORZADO Y GÉNERO:
EN BUSCA DE LAS HUELLAS DE LA EXPERIENCIA FEMENINA
DE LA GUERRA
Lina María Ramírez ......................................................................................... 172
Capítulo 5
LA MEMORIA DE LA VIOLENCIA POLÍTICA EN COLOMBIA:
APORTES DEL IEPRI PARA SU CONTEXTUALIZACIÓN
HISTÓRICO Y TEÓRICA
José Gabriel Cristancho Altuzarra ..................................................................... 185
PARTE III
MEMORIA, TERRITORIOS
Y DESTERRITORIALIZACIONES:
SUS LUGARES FÍSICOS Y SIMBÓLICOS
Capítulo 1
TERRITORIO Y ACADEMIA: UNA RELACIÓN FRAGMENTADA
Patricia Reyes Aparicio .................................................................................... 199
Capítulo 2
AMBIENTES EDUCATIVOS Y CONFLICTO ARMADO,
MEMORIAS Y TERRITORIOS EN EL PUTUMAYO
Mauricio Lizarralde Jaramillo ........................................................................... 209
Capítulo 3
CONTROL E INMUNIZACIÓN DE LA VIDA
Y EL TERRITORIO EN COLOMBIA:
DEL DERECHO DE CASTILLA A LA VIOLENCIA BIPARTIDISTA
Jessica Enith Fajardo Carrillo ........................................................................... 224
Capítulo 4
RESISTENCIA CULTURAL EN EL BARRIO BRITALIA
Wilson Javier Torres Puentes ........................................................................... 237
PARTE IV
LA COTIDIANIDAD DE LA MEMORIA:
EXPERIENCIAS DESDE LAS ORGANIZACIONES SOCIALES
Capítulo 1
CULPAS Y EXPIACIONES EN EL DESPERTAR MUISCA:
UNA ETNOGRAFÍA DE UN OBJETO-RED DE LA MEMORIA
Pablo Felipe Gómez Montañez ......................................................................... 253
Capítulo 2
IMAGINARIO Y MEMORIA RELIGIOSA EN BOGOTÁ
Absalón Jiménez Becerra................................................................................. 272
Capítulo 3
CONDICIÓN JUVENIL, DESCAPITALIZACIÓN Y MEMORIAS
EN LA MUTACIÓN DEL CONFLICTO COLOMBIANO
Juan Carlos Amador ........................................................................................ 292
Capítulo 4
DERECHOS DE LA INFANCIA:
DEL DISCURSO POLÍTICO A LA REPRESENTACIÓN
LA CONSTRUCCIÓN DE LA MEMORIA DE LOS DERECHOS
DE NIÑOS Y NIÑAS EN SITUACIÓN DE VULNERABILIDAD
Ibon Oviedo Poveda ......................................................................................... 317
Capítulo 5
LA MEMORIA Y SU POTENCIAL EDUCATIVO
EN LOS PROCESOS DE REINTEGRACIÓN A LA VIDA CIVIL
Luz Marina Lara Salcedo .................................................................................. 328
PARTE V
MEMORIA Y PRÁCTICAS COMUNICATIVAS
Capítulo 1
LA MEMORIA EN SUS JUSTAS PROPORCIONES.
A PROPÓSITO DEL PARADISCURSO EN LA JUSTIFICACIÓN
Y MORALIZACIÓN DEL PARAMILITARISMO
EN COLOMBIA
Tatiana Escobar Montes, Mauricio Naranjo Velandia
y Jaime Wilches Tinjacá .................................................................................. 347
Capítulo 2
MEDIOS DE COMUNICACIÓN, MEMORIA
Y DESPOLITIZACIÓN DE LA VIOLENCIA
Vladimir Olaya y Marcela González Terreros ...................................................... 369
Capítulo 3
EL ARTE COMO EXPRESIÓN ALTERNATIVA
–LA EXPERIENCIA DE LA FUNDACIÓN CULTURAL RAYUELA–
Iván Arturo Torres Aranguren ........................................................................... 389
Capítulo 4
RESPONSABILIDAD SOCIAL DEL COMUNICADOR
CON LAS MEMORIAS Y LAS VÍCTIMAS
Patricia Bryon, Juan Camilo Macías y Nyrama Osorio ........................................ 395
Capítulo 5
FOTOGRAFÍA:
ENTRE DESAPARECIDOS Y MUERTOS.
UNA EXPERIENCIA DE LA APARICIÓN
Julián David Romero Torres ............................................................................. 404
Introducción
El presente libro pretende dar cuenta de las reflexiones que desde las
organizaciones sociales y la academia se vienen realizando en torno de
la memoria que como categoría busca encapsular parte de la historia
pasada y reciente del país frente a temas tan neurálgicos como el con-
flicto armado, su degradación, las víctimas, sus narrativas, sus procesos
de duelo y reparación. En segundo lugar, como objetivo político, busca
contribuir al debate sobre el impacto de la nueva Ley de Víctimas.
Una ley, que lejos de limitarse a su pura dimensión tecnocrática, debe
convertirse en un auténtico laboratorio de prácticas democráticas en
las que se integren el Estado, las Víctimas y la Sociedad Civil. Paso
fundamental para la aplicación exitosa de un marco jurídico, que hace
parte de un deber estatal, pero que necesita incluir las experiencias
de las luchas sociales y rodearse de la concientización ciudadana para
convertirse en realidad.
4. La cotidianidad de la memoria:
experiencias desde las organizaciones sociales
MEMORIA, PODER
Y POLÍTICA
Capítulo 1
Introducción
La memoria es un acto de reconocimiento. De reconocerse a sí mismo, haciéndolo en
el espejo del pasado.
Por esa misma razón, habitamos simultáneamente en ella; o dicho de otro modo, la
frecuentamos sin cesar. Así sea solo para redescubrir a cada instante - sin las rup-
turas que nos hundirían en una perplejidad abismal – los referentes inmediatos para
el qué hacer de la vida. Un qué hacer, que sería un tormentoso recomenzar, repetido
desde cero ad infinitum, si no contáramos con la memoria de las cosas y con el re-
cuerdo de las voces.
De ahí que aquella – la memoria -, esa inevitable estancia casera en la que flotan los
fantasmas reales y ficticios del pasado, sea una entidad intangible pero cierta, que
participa en la constitución del ser; del ser individual,que es a la vez ser social, por el
conjunto de relaciones con los otros, en que él mismo inscribe su formación.
Poblada, como está, por hechos que ya no existen, que a cada minuto como al soplo
de un viento ancestral desaparecen, ella misma – la memoria – se auto-inventa sin
embargo, como una máquina de retro-proyección, capaz de retener todos aquellos
hechos; de suspenderlos en el tiempo y de traerlos para su reproducción, como si se
tratara de una pantalla infinita, transparente y holográfica; hecha a su turno de una
miríada de pequeñas pantallas, atomizadas pero universales, en la que encontramos
esos mismos hechos ya idos. Los que necesitamos y los que deseamos; en la empresa
sin término de entendernos con los demás y con nosotros mismos.
En ese orden de ideas la memoria es, por una parte, virtud de la mente humana; la que
corrientemente se despliega en lo que se conoce como un ejercicio mnemotécnico.
Pero también es – sobre todo – presencia óntica, que permite la continuidad del ser
como sujeto, pues este último difícilmente se constituiría sin un pasado – remoto o
reciente – desde el que emerge para ser alguien con posibilidades de pensar y de
pensarse, en medio de un proceso de continuidad en el que al ir siendo, es; lo que
supone un pasado. Mientras tanto este mismo pasado no deja de entrañar una memo-
ria, codificada dentro de la genética social, de donde surge que tal pasado se pueda
retrotraer al presente, para permitir la continuidad en la que se da el ser, susceptible
de convertirse en sujeto.
1 Para estudios sobre la Memoria, véase: Jelin (2002), Todorov (2008) y Casey (2000).
Capítulo 1. Memoria, sociedad y resistencia
21
Pero pertenece a un universo más amplio, el de una memoria integral, parte del ser,
componente de la razón óntica: la memoria total de donde emergen las posibilidades
del ser actualizado y al que éste vuelve para componer los ajustes de sus actitudes y
los de sus conductas.
¿Cómo podríamos existir sin ese otro existir que ya no es pero que viene transportado
en la memoria para completar el sentido de nuestro presente? En el mundo mágico
y aldeano de García Márquez los habitantes de Macondo pierden la memoria a raíz
de una peste insólita; la cual arrastra como un vendaval los recuerdos y con ellos la
capacidad de recordar.
Inventar las palabras después del olvido; y fijarlas y aprenderlas para conjurar los
efectos corrosivos de este último, es reinscribirlas en el tiempo para que sean un
pasado que se actualiza. Es enlistarlas en una línea del tiempo en la que tiene que
caminar la memoria. Por lo que es simultáneamente una reinvención de la memoria,
con las palabras contra el olvido, para hacer posible la vida.
Así el pasado y la memoria se insuflan frente a la vida con una fuerza casi óntica;
además con un impulso de formación identitaria.
La parálisis del tiempo es la negación de la vida como vida palpitante. Es, al mismo
tiempo, la inutilidad de la memoria, desplazada ya no al cuarto de San Alejo en donde
se puede defender con naturalidad, sino al vacío de la nada; al vacío de un presente
sin movimiento, como el corte indefinido con el que se interrumpe la proyección de
una película; en adelante, imagen estática.
Por cierto, en un filme de Bergman, “Las fresas salvajes”, hay una escena en la que un
médico ya entrado en años, Isaac Björg, va, con su joven nuera, a visitar a su anciana
madre, ya nonagenaria, a punto de cumplir la centuria. En el cuarto de la anciana
postrada, la acompaña un reloj manifiestamente desprovisto de las manecillas que
marcan las horas y los minutos. El reloj presumiblemente funciona pero sin los indica-
dores que miden su marcha. O sea un tiempo huérfano de medida: ¡un tiempo sin el
tiempo real que marcha! Contrasentido éste, que es subversión de un tiempo, medible
por naturaleza; como si permaneciera en un presente desapacible, casi inerte.
Se trata de una imagen plena de mordacidad para subvertir la prisión del tiempo sobre
la vida, cuando ya ni siquiera va a haber una vida a la que aprisionar.
Una subversión de un tiempo concreto que solo confirma la existencia ineludible del
tiempo general en el que marcha la vida; en el que se inscribe el ser; que solo es,
fenoménicamente hablando, si está dentro de ese tiempo.
Ese hecho de estar, de existir en las experiencias, define la conciencia del ser, su concien-
cia subjetiva, que es aprehensión precisamente de la experiencia; experiencia o serie
PARTE I - MEMORIA, PODER Y POLÍTICA
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Una continuidad que es duración. “Una duración que es el movimiento”, como lo diría
Bergson (1994). Mejor dicho, como lo ratificaría este autor: “una duración que es el
todo, en el que se envuelve la existencia del ser” (p. 18).
En la conciencia del sujeto tiene lugar una apropiación de las experiencias dentro de un
tiempo que pasa; por lo que en esa misma conciencia debe intervenir una memoria que
enlaza ese tiempo. Un tiempo, a la vez subjetivo y “objetivo”; interno y externo. Se trata
pues de una memoria que para decirlo claramente con Paul Ricoeur, se inscribe dentro
de ese tiempo del sujeto, en el pasado. Es la memoria que se expresa en el pasado del
sujeto. Con una pertenencia en el tiempo que se constata en la manifestación de Aristó-
teles: “La Memoria es del pasado” (Ricoeur, 2010, pp. 22 y 33).
Un pasado revivido, recuperado a través del recuerdo. Los hechos idos que fueron ex-
periencias dejadas de existir regresan en el recuerdo como otra experiencia ya vivida
en la memoria, bajo los efectos de un ejercicio de rememoración.
Una rememoración que es quizá recuperación actualizada de algo que ya fue, aunque
también ejercicio de búsqueda; de esfuerzo por encontrar algo; un algo que en la
formulación mítica de Platón se perdió en el olvido al momento de nacer; como si
entonces con la vida surgiese la búsqueda insaciable por encontrar lo que se quedó
en un ensueño eterno preexistente, antes de entrar a la vida (Ricoeur, 2010, p. 47)
En ese sentido, la memoria aloja las cosas que la vida va encontrando, después de
que quedaran suspendidas en el estadio incierto que precede al nacimiento con el que
comienza la vida de cada uno; de los que van a ser sujetos provistos de conciencia.
De ahí entonces que en esa conciencia aparezca como una expresión, en la que se
recoge el pasado, la memoria; la misma que se manifiesta en el recuerdo. Pero una
memoria que, según la lectura que a este propósito hace Ricoeur de Platón y Aristó-
teles, es una memoria que se ofrece bajo dos dimensiones; las que el autor francés
reseña con los nombres de MNEME y ANAMNESIS:
Los griegos tenían dos palabras, Mneme y Anamnesis, para designar por una
parte el recuerdo como algo que aparece, algo pasivo en definitiva hasta el
punto de caracterizar como afección –pathos- su llegada a la mente; y, por otra
parte, el recuerdo como objeto de una búsqueda llamada de ordinario rememo-
ración, recolección… (Ricoeur, 2010, p. 20)
La primera es la del recuerdo inmediato; la del recuerdo que llega sin esfuerzos a
cada momento, y que en términos prácticos sirve para reproducir cotidianamente la
Capítulo 1. Memoria, sociedad y resistencia
25
El conjunto de las experiencias, cuya existencia se fugó, pero que transcurrieron den-
tro del tiempo, es buscado y atrapado por la memoria en el pasado. Por donde es
razonable que Ricoeur hable de la memoria como si se tratara de la “imagen de lo
ausente” (Ricoeur, 2010, p. 34).
Esta última tiene a todas luces un estatuto de orden social. Se forma solo en medio
de las relaciones que vinculan a los distintos sujetos.
PARTE I - MEMORIA, PODER Y POLÍTICA
26
Ningún autor más emblemático para ser evocado en este tema que Maurice Hal-
bwachs, el intelectual francés muerto en el campo de concentración alemán Buchen-
wald, durante la segunda guerra mundial. En efecto dice nuestro autor:
… No existe posibilidad de memoria fuera de los marcos utilizados por los hom-
bres que viven en sociedad para fijar y recuperar sus recuerdos” (Halbwachs,
2004, p. 101)
Si para Durkheim, su mentor, hasta el suicidio, la más íntima y solitaria de las deci-
siones individuales, era social, para Halbwachs, lo era así mismo la rememoración,
incluso aquella que estuviese alojada en el más recóndito de los sueños (Halbwachs,
2004).
En estos últimos, aunque aparezcan bajo las más sorprendente formas de dislocación,
los personajes y los lugares en que aparecen de contextos sociales, discernibles de
algún modo.
Los hechos que se traen a través del recuerdo son sociales; y también la rememora-
ción misma, por más individual que aparezca, es un hecho enteramente social.
Son los marcos sociales de la memoria, de que hablara en 1921 Halbwachs, en una
expresión que le dio título a una de sus obras más reconocidas.
La otra se llamó “La memoria colectiva”, expresión esta que resume el conjunto de
tesis elaboradas en su investigación por el autor francés; y que se convirtió en con-
ceptualización de uso corriente (Halbwachs, 1991).
Capítulo 1. Memoria, sociedad y resistencia
27
Los sujetos construyen la organización social en medio de acciones que circulan car-
gadas de significados; significados estos que surgen, que se decantan y asientan en
el curso de intercambios de comprensión mutua; de entendimiento colectivo.
El sujeto hace memoria, retrotrae su pasado como imagen de lo ausente, haciendo uso
de los significados presentes, los mismos que se comparten por el colectivo social; y
lo hacen procediendo a préstamos mutuos de significaciones, en la rememoración de
un mismo acontecimiento social. Lo cual afirmaría siempre el carácter socialmente
compartido de la memoria, según lo apreciaba el ya citado Maurice Halbwachs.
Se trata entonces de una memoria colectiva, hecha de recuerdos cargados con sig-
nificados comunes. Y, a propósito, no hay nada que sea más portador de significados
que el lenguaje.
PARTE I - MEMORIA, PODER Y POLÍTICA
28
2 Para una conexión entre el lenguaje y la memoria, véase el capítulo correspondiente en “Los Marcos sociales de la memo-
ria” de Halbwachs. Op. Cit. Cap.II. pp. 57 - 104.
Capítulo 1. Memoria, sociedad y resistencia
29
Objetivados como están dentro de un reconocido universo de signos, ellos nacen y re-
gresan siempre alrededor de una incorporación subjetiva por parte de cada individuo,
quien sin embargo no los pueda asimilar sino en el contacto con los demás.
Bajo las claves de estas significaciones, los actores sociales intervienen en la cons-
trucción de su mundo; en la forjación – venturosa o desafortunada -de su presente.
Así mismo, los individuos depositan en ellas el entendimiento de su pasado.
Re–situar en la memoria los eventos del pasado, con su desfile de personajes, situa-
ciones y cosas, es al mismo tiempo un ejercicio obligado de comprensión dentro de
un contexto lingüístico de significación; sin que importe por el momento qué tan fiel o
verosímil sea la reconstrucción memoriosa.
Por otra parte, frente al objeto; es decir, aquello que se recuerda; se producen dentro
de los sujetos del presente inevitables intercambios lingüísticos y simbólicos, vehí-
culos más o menos eficaces para entender los acontecimientos recordados. Los in-
tercambios lingüísticos de la sociedad en el presente tamizan, completan y filtran los
recuerdos individuales. Recuerdos estos últimos que, por lo demás, se recomponen a
través de la memoria colectiva; mientras que esta última tiene su forja moldeadora en
condicionamientos sociales que a todos afectan. Particularmente, el lenguaje modula
la comprensión de los objetos y de las situaciones, materia de los recuerdos.
Por último, en el vínculo externo de la conciencia que se establece con el objeto del
pasado, se ponen en movimiento los dispositivos de introyección en el pensamiento;
todo ese mundo intrasubjetivo del razonamiento y de la imaginación, en el que cada sí
mismo dialoga consigo. Es el operativo de reflexividad interna en el que el yo es capaz
de entenderse consigo mismo, en el momento en que recuerda; del mismo modo como
se pone en diálogo virtual o real con los otros sujetos.
El diálogo del yo con el sí mismo es, qué duda cabe, un diálogo mediado por signos
lingüísticos profundamente incorporados en la conciencia individual, como parte de
un proceso de apropiación intersubjetiva, ejecutado por todos los actores en la forma-
ción de una conciencia colectiva.
PARTE I - MEMORIA, PODER Y POLÍTICA
30
De esta relación interiorizada con los demás actores sociales, cada cual desprende
la capacidad de dialogar consigo mismo dentro de los parámetros significantes que
prevalecen en la sociedad.
V. El Poder y la Memoria
Si en la memoria colectiva – ese ejercicio anamnésico de búsqueda en el pasado, una
búsqueda que significa provocar el retorno de algo -; interviene como factor social
el lenguaje, participa en consecuencia una especie de comunicación portadora de
signos y de símbolos.
Una comunicación que opera de modo múltiple bajo la forma de flujos de signifi-
cación, manifestación todos ellos de poderes que hacen presencia en la sociedad.
(Luhmann, 1995).
Esa primera forma en los vínculos con el poder supone que el intercambio mismo
de significaciones y la propia memoria constituyen, ambos, fenómenos propios de la
constitución del poder.
Capítulo 1. Memoria, sociedad y resistencia
31
Está visto que la comunicación a través de signos (como no puede ser de otra forma)
comporta la transmisión de un mensaje. Mientras tanto, la viabilización de este men-
saje abre todas las posibilidades que nacen de su fuerza y de su eficacia; las cuales
hacen nacer símbolos (palabras sonoras o figuras gráficas) que llegando con potencia
a los receptores, aparecerán aceptables y utilizables por todos. Lo cual no dejará de
esconder en muchas ocasiones la estructuración más o menos simulada de relaciones
opresivas o, en general, de poderes que se establecen los unos sobre los otros.
Este último es un fenómeno que pareciera ponerse al descubierto con la crítica que
por ejemplo hacen las corrientes del pensamiento feminista; y que se orienta a des-
velar el vínculo íntimo entre la construcción de significaciones lingüísticas y las rela-
ciones de poder en el campo del género.
La otra forma grande de vínculos con el poder tiene lugar con la formación de algo,
una institución o una figura imaginaria por ejemplo; que perteneciendo a la memoria
colectiva sirve a un poder existente en la sociedad.
El aparato conmemorativo, con sus estatuas y celebraciones, suele dar paso a facto-
res pertenecientes a esa fijación colectiva de la memoria en beneficio de los poderes
que brotan en la sociedad.
PARTE I - MEMORIA, PODER Y POLÍTICA
32
Campos sociales que por cierto cruzan también su influencia con la constitución de la
identidad colectiva.
Ese proceso de retrotraer el acontecimiento- del pasado de cada uno – solo es posible
porque cada sujeto desata un juego lingüístico consigo mismo, de modo de incorporar
dentro de dicho juego el acontecimiento para alojarlo en su memoria.
Esa especie de juego lingüístico y simbólico que incorpora los episodios y personajes
del pasado como pertenecientes a su conciencia, constituye el principio de su propia
identidad.
La memoria es, de acuerdo con Casey según lo reseña Ricoeur, el recuerdo y la evo-
cación o la reminiscencia, pero también el reconocimiento. En la rememoración (indi-
vidual y colectiva) hay un acto de reconocimiento; el de los objetos del pasado. Con
respecto a ellos, por las experiencias vividas, hay también un reconocimiento de sí
mismo (Ricoeur, 2010, p. 158).
Sin el apoyo de lo ausente que regresa, es probable que la identidad se vea de pronto
huérfana de los referentes de apoyo (lo que trae la memoria) para que el diálogo
interior se oriente eficazmente.
Por ejemplo, una nación encuentra en su pasado las claves para su identidad. Por
consiguiente, es en su memoria – en la forma como ésta es trabajada colectivamente
– en donde perfila ese pasado en la dirección que le permite confirmarse como una
entidad legitimada.
Los sujetos que ejercitan la recordación; que viven la memoria; lo hacen desde la
estructura social en la que están inscritos; desde la conciencia de la que participan
con toda la complejidad de intersubjetividades que la acompañan.
Son sujetos de un presente histórico que se dejan intervenir por discursos sometidos
a una construcción lingüística de carácter social, transmisora por consiguiente de
fijaciones sedimentadas socialmente. Sujetos que pertenecen por lo demás a grupos
y clases. Que toman parte en el flujo infinito de acciones contrapuestas, de imágenes
que se intercambian, en la repartición desigual de bienes y de mensajes; y por lo tanto
en la estructuración de poderes sociales.
De hecho, toda memoria colectiva es una memoria hecha con los sesgos que pululan
en la multitudinaria subjetividad del presente.
Es en el sentido de que está penetrada una memoria colectiva, en el que las disputas
abiertas o escondidas, se terminan por sellar por una imposición. La misma que expre-
sa una determinada correlación de fuerzas en la capacidad asimétrica de establecer
la orientación determinada de una memoria desde el presente.
Memoria y olvido son siameses; son inseparables; ambos son ejercicios de la con-
ciencia que transcurren en el tiempo del sujeto colectivo; que se aposentan en su
pasado; pero que lo habitan en su presente.
Con la memoria, el río de Heráclito no es nunca el mismo río. Con el olvido es, en cam-
bio, el mismo que se repite en un presente sin término. Por donde la aporía dinámica
de este filósofo cuenta de modo irrenunciable con la base de la memoria, algo que
permitiría el discurrir del tiempo en la conciencia y con él la posibilidad del cambio.
Por el contrario, el olvido absoluto – como ausencia total de la memoria -, si existiese,
imposibilitaría el cambio en la conciencia de los sujetos.
A propósito, Heráclito se figuraba al tiempo como un niño que jugaba a los dados;
en otras palabras, como un juego; en el que por tanto van transcurriendo los hechos,
rodeados de incertidumbres. Una especie de juego del azar.
Reconstruible entonces por una memoria asaz incierta y así mismo cambiable en me-
dio de los asaltos del olvido y del juego en que intervienen los intereses o las reivin-
dicaciones del presente.
Con todo, no existe el olvido absoluto. Hay un pasado; y así mismo una memoria.
El olvido es el asaltante que atenta contra la memoria, pero hace parte de ella. Recor-
dar es olvidar. La rememoración asume recuerdos, pero también los desplaza.
Los hunde en un pozo sin fondo o los traslada a un lugar de difuminación en el que
pierden definición. Así, la memoria es un ejercicio permanente, con efectos alternos,
encaminado a defenderse de los asaltos del olvido; a recuperar de esa manera re-
cuerdos perdidos o a resituarlos bajo un foco de mayor precisión. Memoria y olvido se
juntan o se separan alternativamente para definir y redefinir el cuadro de las figuras
que representan el pasado.
Un pasado que, desde el presente del sujeto, supone una distancia, como se encarga
de señalarlo Ricoeur (2010, p. 533).
Bajo esos efectos, unos hechos se pierden en el olvido, otros se vuelven trozos borro-
samente identificables, y por último algunos se inventan.
En ese sentido, la memoria se arma bajo ciertas pautas de coherencia que transmitan
un sentido, con trozos de recuerdos en los que algunos hechos ganan intensidad,
otros se olvidan y otros más se reinventan imaginariamente o simplemente se crean
artificiosamente.
o sutil de las imágenes que una comunidad comparte sobre sus héroes fundadores o
sobre los acontecimientos que rompen el inicio de una nueva era.
Este vínculo lingüístico, hablado o escrito, sirve expresamente para que los pode-
res rutinarios o los nuevos se asuman ellos como legatarios de los héroes o como
continuadores de los sucesos fundacionales de que están poblados los imaginarios
que hacen presencia en una memoria colectiva. Otra forma, quizá más sutil –casi
subliminal- en la apropiación de la memoria colectiva está constituida por el ejercicio
ritualizado de la conmemoración. Para la rememoración de los individuos organizan la
conmemoración, la cual deviene práctica natural dentro de la propia comunidad a la
que pertenecen aquellos, en su necesidad mítica de cohesión; aunque a menudo es
una práctica social, nacida y orientada ella misma por los poderes establecidos o por
aquellos que están por nacer.
Se convierte así en el “arte del olvido” expresión invertida del arte de la memoria
(Ricoeur, 2010, p. 546). A veces el efecto de la lejanía hace perder total o parcialmente
hechos o cosas que de todas maneras no se quisieran recordar; de modo que frente
a ellos se desfallezca deliberadamente en el acto de recordar; como si hubiera un
agotamiento interesado en el ejercicio de la recordación, justamente porque existe
el interés de no rescatar un pecado molesto, cubierto ya por capas acumuladas de
presencia desplazada.
Capítulo 1. Memoria, sociedad y resistencia
39
Pero hay así mismo esfuerzos explícitos y positivos en dirección del olvido. Las dos
formas en las que toma este propósito son el silencio y la negación. Algo no existió
simplemente porque de ello no se habla ni se puede hablar. Lo innombrado se impone
como una campana del vacío que asfixia en el recuerdo cualquiera posibilidad de exis-
tencia en el pasado. Toda presencia se borra; se vuelve ausencia definitiva, cubierta
por una solución blanca y viscosa que elimina cualquier fisionomía concreta, cualquier
rasgo particular de algún hecho, del cual solo va quedando una presunción indefinida.
El silencio es la capa lechosa que, regada sobre los hechos, borra del todo sus perfiles
particulares, volviéndolos una sospecha inaprehensible.
En todos estos filones ofrecidos por la construcción de una memoria colectiva se en-
cuentran entonces, sesgos y distorsiones, destinados a afirmar un cierto componente
de falacia interesada dentro de la memoria colectiva correspondiente a un pueblo, a
una comunidad, a una nación: en la historia oficial o en la historia apologética; en el
olvido silente o en el olvido negacionista; en la conmemoración mistificadora o en la
que exagera la coloración imaginaria a contrapelo de la verdad histórica.
Toda victimización es por fuerza la negación brutal del otro en su existencia social.
Lo es materialmente. Solo que esta lesión o destrucción en el orden material, es el
soporte encarnado de una lesión o una destrucción simbólica y moral. Cuando se rea-
liza – hiriendo o matando o despojando -, se pretende también borrar una existencia
no sólo física sino también simbólica. Es decir: se quiere borrar o dejar sin fuerza una
existencia moral, una entidad existencial, la de un pueblo, la de una categoría social,
la de una persona; desde cuya desaparición se pretende afirmar la existencia simbó-
lica de otro, del victimario, con su cortejo de antivalores y de significaciones sociales.
Así, la víctima o las víctimas no sólo sufren el ultraje inaudito del presente; también
pueden ser desalojadas del pasado; con lo que pueden simbólicamente padecer una vic-
Capítulo 1. Memoria, sociedad y resistencia
41
Es una búsqueda en la que la rememoración puede recomponer las piezas del pasado,
levantando capas opresivas de no-memoria acumuladas, con las que se ocultaban
injusticias incómodas o crímenes ominosos; y sobre los que se asienta un poder que
se prolonga posteriormente.
Bibliografía
Bergson, H. (1994). Memoria y Vida. Barcelona: Ediciones Altaya, Alianza Editorial.
Casey, E. (2000). Remembering: a phenomenological study. Indiana, Estados Unidos:
University Press.
Halbwachs, M. (2004). Los marcos sociales de la memoria. Barcelona: Anthropos Editorial.
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Capítulo 2
Estas líneas pretenden aportar algunas ideas que se vienen considerando en el pro-
ceso de construcción del Centro de Memoria, Paz y Reconciliación en Bogotá. Son
acercamientos a una problemática compleja que no pretenden ser formulaciones
oficiales, ni posturas acabadas sobre aspectos relevantes en los debates sobre la
memoria. Simplemente se enuncian en forma sintética y afirmativa para facilitar la
conversación.
Capítulo 2. Memorias para la paz en medio de las guerras
43
La primera pregunta que nos hacemos es, entonces, sobre el objeto de la memoria
histórica. ¿Memoria sobre qué? Las opciones han sido varias y lo siguen siendo según
la visión política o el marco de pensamiento que está implícito en quién aborda el
tema o realiza una acción de memoria de hitos “emblemáticos” o eventos violentos.
Esta reflexión nos lleva a la cuestión sobre la función social de la memoria. ¿Memoria
para qué? Aquí llegamos a diversos caminos. Uno de ellos, el que ha venido propicián-
dose desde la legislación sobre justicia y paz o sobre la restitución de derechos de las
víctimas; le apunta, con criterio individualista, a la memoria para la satisfacción de
las víctimas por el reconocimiento a su dignidad y del daño moral y material sufrido.
Los objetivos de la memoria son tan diversos como los sujetos sociales o de poder
que la promueven. En las prácticas conocidas en cincuenta años de memorias anta-
gónicas, las más divulgadas no han estado dirigidas necesariamente a la verdad, a
la reparación integral o a la construcción de las condiciones y estructuras de la paz
duradera. Esa elección es fundamental tanto desde las iniciativas ciudadanas como
desde las estatales.
Así se llega a las apuestas políticas de la memoria que en medio del conflicto armado
comienza por reclamar los derechos de la población civil, la aplicación de las normas
del Derecho Internacional Humanitario (DIH), los derechos de las víctimas y asume
simultáneamente una función activa en la resistencia a la violencia socio – política
y en el soporte a procesos de construcción de paz. Con este enfoque, en el Centro de
Memoria, Paz y Reconciliación se han acogido las expresiones “Memoria con sentido
de futuro”, “memorias transformadoras”, o, como sugiere el nombre del Centro, “me-
moria para la paz”.
Parágrafo. En ningún caso las instituciones del Estado podrán impulsar o promo-
ver ejercicios orientados a la construcción de una historia o verdad oficial que
niegue, vulnere o restrinja los principios constitucionales de pluralidad, partici-
pación y solidaridad y los derechos de libertad de expresión y pensamiento. Se
respetará también la prohibición de censura consagrada en la Carta Política.
De este artículo se desprende que el Estado asume un papel activo para ofrecer ejer-
cicios de memoria histórica y no se limita a promover los aportes de memoria desde
diversos sectores de la sociedad. Desde una instancia estatal, para que ofrezca insu-
mos de memoria al ejercicio del derecho a la verdad, solo se requiere que cuente con
“competencia, autonomía y recursos”. En términos escuetos, ni la DIAN se escapa a
esta definición del deber de memoria del Estado.
Parágrafo 4o. Las personas que hayan sido víctimas por hechos ocurridos antes del 1°
de enero de 1985 tienen derecho a la verdad, medidas de reparación simbólica y a las
1 ARTÍCULO 23. DERECHO A LA VERDAD. Las víctimas, sus familiares y la sociedad en general, tienen el derecho impres-
criptible e inalienable a conocer la verdad acerca de los motivos y las circunstancias en que se cometieron las violaciones
de que trata el artículo 3° de la presente Ley, y en caso de fallecimiento o desaparición, acerca de la suerte que corrió la
víctima, y al esclarecimiento de su paradero. La Fiscalía General de la Nación y los organismos de policía judicial deberán
garantizar el derecho a la búsqueda de las víctimas mientras no sean halladas vivas o muertas…
PARTE I - MEMORIA, PODER Y POLÍTICA
46
Cómo explicar que una minoría le haya hecho semejante daño a una nación
donde los buenos –como todos sabemos- somos más.
2 http://wsp.presidencia.gov.co/Prensa/2011/Diciembre/Paginas/20111220_06.aspx
PARTE I - MEMORIA, PODER Y POLÍTICA
48
Y por supuesto, “los violentos” son solo los ilegales, guerrilleros o paramilitares. No
hay cabida a responsabilidad estatal, ni de partidos políticos, parapolíticos, empre-
sarios financiadores de la violencia armada (para proteger negocios), como tampoco
caben los colaboradores internacionales para la guerra.
Ellas quieren saber –NECESITAN SABER– qué pasó con sus seres queridos o
dónde están enterrados.
Hoy, justamente, estamos presentando otro decreto que pone en marcha el Cen-
tro de Memoria Histórica, encargado de apoyar iniciativas privadas –o de la
sociedad civil– y de crear un Museo de la Memoria.
Lo que se destaca en este discurso es la verdad que sirva para reconocer el histórico
dolor de las víctimas y el papel de los testimonios para promover la no repetición. Las
conmemoraciones y homenajes están dirigidos a esos propósitos de satisfacción. No
cabe duda de la pertinencia de estos aspectos, pero el convertirlos en el centro del
derecho a la verdad influye en el oscurecimiento de la memoria histórica sobre las
causas y desarrollos de las violencias y conflictos armados en Colombia.
Capítulo 2. Memorias para la paz en medio de las guerras
49
Ante las acotaciones que induce la definición de víctima en la Ley 1448 de 2005, se
han enunciado varios interrogantes, tanto en la academia, como entre las organiza-
ciones de víctimas y familiares de personas que han sido asesinados en medio de la
guerra del narcotráfico contra la extradición o en defensa de sus posiciones dentro de
la institucionalidad. Varias demandas ante la Corte Constitucional preguntan sobre el
alcance de la expresión “daños en ocasión del conflicto armado interno” y la exclu-
sión de las violaciones a los derechos humanos por parte de delincuentes comunes.
A estas demandas se agregan las exigencias de los indígenas y afrodescendientes de
inclusión de la reparación, en tanto víctimas de diversas formas de violencia, muchas
de ellas practicadas, fomentadas o aprovechadas sistemáticamente por agentes eco-
nómicos interesados en los territorios colectivos para proyectos ganaderos, foresta-
les, agroindustriales, mineros o petroleros.
Queda sin embargo la duda sobre el alcance de esos factores subyacentes y vincu-
lados: ¿Incluyen las acciones de despojo cometidas por terratenientes, parapolíticos,
narcotraficantes y otros distintos a las estructuras armadas disidentes o legales? ¿Se
reconoce que han operado grupos de interés en la disputa por territorio y recursos
que, teniendo finalidades de negocios o de enriquecimiento, han aprovechado para su
beneficio las condiciones de conflicto armado y de violencia multiforme?
Todos estos interrogantes, enunciados en los procesos de consulta con los grupos
étnicos, caben también para el resto de comunidades, colectivos y sus integrantes.
PARTE I - MEMORIA, PODER Y POLÍTICA
50
Con esa pregunta se enmarcan las demandas presentadas por los familiares de Luis
Carlos Galán, Rodrigo Lara y otros, reclamando contra la discriminación en la defi-
nición de víctima incluida en el artículo 3 de la ley 1448 de 2011. Si no se incluyen
los daños de la delincuencia común, quedan por fuera de todos los capítulos de la
política pública de memoria las víctimas de los narcotraficantes y de otros similares.
La frase acogida en el decreto ley relativo a víctimas de pueblos indígenas no parece
responder a los reclamos de esas demandas. ¿La violencia de los narcos, narcoparas,
narcopolíticos, y el resto de esta fauna, puede incluirse en el conflicto armado y fac-
tores subyacentes y vinculados?
Una lectura del papel del narcotráfico en el largo ciclo de violencia y conflictos arma-
dos en Colombia es imprescindible para la memoria histórica y por supuesto para el
reconocimiento de las víctimas.
3 ARTÍCULO 141. REPARACIÓN SIMBÓLICA. Se entiende por reparación simbólica toda prestación realizada a favor de
las víctimas o de la comunidad en general que tienda a asegurar la preservación de la memoria histórica, la no repetición
de los hechos victimizantes, la aceptación pública de los hechos, la solicitud de perdón público y el restablecimiento de la
dignidad de las víctimas.
PARTE I - MEMORIA, PODER Y POLÍTICA
52
Los ejercicios de memoria realizados por víctimas directas o indirectas son a la vez
individuales y colectivos y pueden ser en todo caso traumáticos o transformadores.
En las condiciones de violencia generalizada y conflictos armados, como se han vivido
en Colombia, las personas han sido víctimas en tanto integrantes de una comunidad
o colectividad y para propósitos que son de dominio o poder. En lo dominante, la vio-
lencia ha estado al servicio de intereses de grupos o de patrones de reproducción de
patrones de acumulación o de poder político. Esta característica ubica a la memoria
colectiva y de acciones colectivas en el centro de todo ejercicio de memoria y contri-
bución a la verdad histórica; además, señala la limitación de la individualización de la
memoria y su focalización en la persona víctima.
Artículo 1. OBJETO. El presente decreto tiene por objeto generar el marco legal
e institucional de la política pública de atención integral, protección, reparación
integral y restitución de derechos territoriales para los pueblos y comunidades
indígenas como sujetos colectivos y a sus integrantes individualmente consi-
derados, de conformidad con la Constitución Política, la Ley de Origen, la Ley
Natural, el Derecho Mayor o el Derecho Propio, y tomando en consideración los
instrumentos internacionales que hacen parte del bloque de constitucionalidad,
las leyes, la jurisprudencia, los principios internacionales a la verdad, a la jus-
ticia, a la reparación y a las garantías de no repetición, respetando su cultura,
existencia material e incluyendo sus derechos como víctimas de violaciones
graves y manifiestas de normas internacionales de derechos humanos o infrac-
ciones al Derecho Internacional Humanitario y dignificar a los pueblos indígenas
a través ‘de sus derechos ancestrales.
Capítulo 2. Memorias para la paz en medio de las guerras
53
No cabe duda sobre la pertinencia de hacer ejercicios de memoria sobre las infraccio-
nes a las normas del Derecho Internacional Humanitario y sobre las graves violacio-
nes a los derechos humanos. Sin embargo, es necesario darle su lugar preeminente
a la memoria de las luchas sociales y políticas que han enmarcado el recurso a la
violencia y a las armas para tramitar conflictos. El ocultamiento de los problemas de
fondo que subyacen en las dinámicas de fuerza y daño, conduce a formas de memoria
instrumental o a memorias manipuladas al servicio de la justificación de la arbitrarie-
dad o de la violencia.
Algunos ejemplos ilustran este punto, comenzando por las memorias del desplaza-
miento forzado. Tiene fuerza la interpretación histórica de este proceso que ha mar-
cado la vida nacional desde hace más de seis décadas, a partir de las luchas por la
tierra y por el territorio. Las luchas por la reforma agraria, contra formas arcaicas de
subordinación del campesinado, estuvieron en la raíz de las guerras y conflictos de
poder desde los años cuarenta y no han dejado de estar presentes hasta hoy. Como
han afirmado organizaciones de desplazados y de derechos humanos, no hay aban-
dono forzado de más de 8,5 millones de hectáreas en las últimas décadas sólo como
consecuencia del conflicto armado interno: sobre todo, hay violencia y conflictos ar-
mados al servicio de las guerras por el territorio y del despojo a los campesinos y a
los titulares de propiedad colectiva.
derechos o como ensayos para la democracia o la paz. Es una hipótesis en debate que
obliga a releer los acontecimientos teniendo en cuenta la identidad de sujetos socia-
les y políticos en la búsqueda de redefiniciones de las estructuras de poder.
Para estas notas, la pregunta es sobre el lugar de la memoria histórica en ese marco
de justicia transicional o en una versión adaptada de la justicia transicional a condi-
ciones de conflicto armado.
En las leyes aprobadas como muestra de justicia transicional, ha ocupado lugar espe-
cial la contribución a la verdad por parte de los desmovilizados. Las versiones libres
y procesos contemplados en la Ley 975/2005, se justifican en parte como contribu-
ciones al esclarecimiento de los hechos y la suspensión de la acción penal a los
paramilitares desmovilizados que no se acogieron a la ley de justicia y paz, en la ley
1424/2010, se otorga a cambio de acuerdos de contribución a la verdad4. Al Centro
Nacional de Memoria Histórica (CNMH), instituido en la Ley de Víctimas, se le encar-
ga recibir, evaluar y archivar esa documentación.
Estas políticas de memoria y verdad son cuestionadas por los más lucidos constructo-
res de los modelos de justicia transicional en situación de guerra o conflicto armado;
han advertido contra la impunidad, pero sus fórmulas sobre cómo equilibrar justicia,
verdad y paz están aún en elaboración.
4 ARTÍCULO 141. REPARACIÓN SIMBÓLICA. Se entiende por reparación simbólica toda prestación realizada a favor de
las víctimas o de la comunidad en general que tienda a asegurar la preservación de la memoria histórica, la no repetición
de los hechos victimizantes, la aceptación pública de los hechos, la solicitud de perdón público y el restablecimiento de la
dignidad de las víctimas.
PARTE I - MEMORIA, PODER Y POLÍTICA
56
Se puede suponer que todos los componentes de esa justicia transicional, incluidas la
memoria histórica y la verdad, se dirigen al fin último de la paz duradera y sostenible.
En esta función de paz se supone que medidas penales contra los mayores responsa-
bles (incluida la terminación de la acción penal), más derechos de las víctimas, son las
condiciones esenciales de la paz duradera, entendida como no existencia de grupos
armados ilegales que generen violencia. Es todo un megarrelato sobre la historia de
conflictos y guerras en Colombia, que mantiene la visión dominante en los gobiernos
sobre sus causas, desarrollos, consecuencias y líneas de superación.
Desde las visiones de la paz positiva o construcción de paz, para el fin último de la
paz duradera, no es suficiente con que no se repitan los crímenes atroces o las graves
infracciones a los derechos humanos. Se requieren trasformaciones estructurales que
modifiquen los determinantes de la violencia crónica. Y es contra una opción de mo-
dificaciones de fondo que se promueven ideas de transición sin auténticos y efectivos
instrumentos para la verdad, sin alterar los beneficios de la sociedad violenta y por
supuesto, sin redefinición en distribución de poder y riquezas, de tierras, recursos y
negocios que se construyeron al amparo de la violencia sistemática.
Toda esta reflexión puede sugerir que los conceptos e instrumentos de la justicia tran-
sicional son insuficientes para encuadrar los trabajos de la memoria y el derecho a la
verdad. Por lo pronto, será necesario seguir interrogando a las versiones oficiales que
se han incluido en leyes y ahora se pretende elevar a rango constitucional. La acade-
mia cumple aquí un papel importante para proponer elaboraciones que contrarresten
la idea dominante de justicia transicional para terminar el conflicto como resultado
del discurso de las armas y para beneficio de los vencedores.
Pero al mismo tiempo, son válidos los esfuerzos por desjudicializar la memoria y ubi-
carla como parte de la construcción de paz, que es una conceptualización más com-
prensiva que la sugerida por la justicia transicional, y que la incluye a ella misma
como un elemento importante, pero subordinado.
Capítulo 3 El que controla el pasado (...)
controla también el futuro.
ESTADOS DE NEGACIÓN: El que controla el presente,
controla el pasado. (...)
RETOS FRENTE (E)l control del pasado depen-
de por completo del entre-
A LA RECUPERACIÓN namiento de la memoria (...).
(E)s preciso recordar que los
DE LA MEMORIA acontecimientos ocurrieron
de la manera deseada. Y si es
EN COLOMBIA1
necesario adaptar de nuevo
nuestros recuerdos o falsificar
los documentos, también es
Michael Reed Hurtado necesario olvidar que se ha
hecho esto. Este truco puede
Socio fundador e investigador de la Corporación Punto de Vista
aprenderse como cualquier
(www.cpvista.org). otra técnica mental. (...) En el
antiguo idioma se conoce esta
operación con toda franqueza
como «control de la realidad».
En neolengua se le llama do-
blepensar.(...)
George Orwell, 1984
1 Este artículo es un fragmento (con variaciones) de un texto anteriormente publicado: ver Reed, M. (2010).Justicia transicio-
nal bajo fuego, Cinco reflexiones marginales sobre el caso colombiano. En Lyons, A. y M. Reed, M. (Coord.), transiciones
en contienda. Dilemas de la justicia transicional en Colombia y en la experiencia comparada (pp. 87-114). Bogotá: ICTJ.
2 Cohen enfatiza la distinción entre conocimiento y reconocimiento, aludiendo al trabajo de recuperación de la memoria
histórica desarrollado por Lawrence Weschler (1990) respondiendo al interrogante sobre el valor misterioso y poderoso
del reconocimiento de la verdad, determina que “el reconocimiento es lo que le pasa al conocimiento cuando se confirma
oficialmente y penetra el discurso público” (Cohen, 2001, p. 225).
PARTE I - MEMORIA, PODER Y POLÍTICA
58
El estado de negación es más que un proceso pasivo de olvido. Se trata del produc-
to de un proceso sicológico complejo, tanto de corte individual como social. Es un
estado extendido que todos hemos interiorizado (en diferentes grados). Una de sus
manifestaciones más simples, pero más regulares, es el trámite interno que damos a
las noticias de muertes masivas o de un gran sufrimiento humano: las vemos, somos
conscientes (un rato) y (salvo que se trate de nuestro quehacer) en minutos las hemos
cortado de nuestro proceso mental.
I. “Estados de negación”
Stanley Cohen, criminólogo sudafricano, aborda de manera exhaustiva los estados
de negación y su relación con el reconocimiento de las atrocidades y el sufrimiento
humano en contextos políticos complejos (Cohen, 2001, pp. 1-20). Cohen procuró una
caracterización de la negación basada en cinco dimensiones que son de utilidad para
ilustrar las complejidades que esconde el proceso de negación en Colombia. Por con-
siderarlas ajustadas y porque facilitan una lectura de los procesos sociales y políticos
que se experimentan, se exponen a continuación de manera resumida.
En segundo lugar, Cohen determina que la negación puede ser un proceso personal,
oficial o cultural. El proceso personal es el más extendido e interiorizado, como ya
fue expuesto en la introducción. En el caso de la negación oficial, el autor destaca
que se trata de un proceso colectivo y organizado, bajo el cual el Estado imposibilita
o genera peligro alrededor del reconocimiento de realidades pasadas o presentes. La
negación oficial también puede darse por vías más sutiles, sobre todo, una vez que
la negación hace parte de la fachada ideológica del Estado. En esos casos, las condi-
ciones sociales que dieron lugar a las atrocidades se unen con técnicas oficiales para
negar las realidades y generan un círculo vicioso de autolegitimación. De otra parte,
la negación cultural refiere procesos que se nutren de lo personal y de lo público (u
oficialmente construido).
Son procesos de negación muy comunes, en los cuales las sociedades arriban a unos
consensos no formalizados sobre lo que se puede y se debe recordar y reconocer. Este
tipo de negación puede ser iniciada por el Estado y, posteriormente, puede adquirir
vida propia. Los medios de comunicación entran a jugar un rol particularmente impor-
tante en esos procesos. Una vez se ha construido un lenguaje apropiado para evitar
ciertos temas (o para no pensar en lo impensable), los medios masivos de comuni-
cación hacen lo suyo, sosteniendo lenguaje, imágenes y mitos preestablecidos. Los
ejemplos en el contexto colombiano abundan; el más explícito y recurrente es la pre-
sentación de las ejecuciones extrajudiciales perpetradas por agentes estatales como
casos aislados de “falsos positivos” sin conexión a una práctica o política estatal. Ese
tipo de negación, si no es combatida, puede afectar la capacidad de las sociedades
para identificar la falsedad de ciertos discursos oficiales.
Cohen que la relación entre el presente y el pasado debe ser vista en un continuo.
Los eufemismos y mitos actuales sirven para reacomodar el pasado; similarmente, la
reinterpretación del pasado sirve para ilustrar el presente. A manera de ilustración,
la negación del involucramiento estatal en el surgimiento de los grupos paramilitares
es una forma de negación histórica que tiene profundas consecuencias en cómo es
asumido el fenómeno en la actualidad.
Finalmente, Cohen resalta una dimensión espacial de negación, tanto física como
simbólica. Bajo esa mirada, propone que la cercanía de la persona a las atrocidades,
a las víctimas o a un espacio, determinará el grado de negación y el deseo de superar
ese estado. Esta es una categoría, relativamente intuitiva, que se explica por la exis-
tencia de lazos personales o colectivos frente a ciertos eventos, o un mayor o menor
nivel de interés frente a ciertos eventos o circunstancias. Gran parte de la violencia
PARTE I - MEMORIA, PODER Y POLÍTICA
62
en Colombia ocurrió y ocurre en lugares lejanos; por tanto, los espectadores perciben
remota la posibilidad de convertirse en víctimas. Además, la distancia se agranda
simbólicamente, diferenciando a las víctimas por vía de construcciones sociales. Por
ejemplo, cuanto más bajo sea el estrato social de la víctima o cuanto más diste de lo
“normal”, es más fácil ignorar su sufrimiento y banalizar su condición humana.
La revisión somera de estas cinco categorías ofrece elementos para examinar el esta-
do de negación en el cual se encuentra la sociedad colombiana.
Desde hace treinta años (por tomar un periodo considerable) y, particularmente, du-
rante los últimos ocho años, la sociedad colombiana ha estado expuesta a operacio-
nes de negación de la realidad y de las atrocidades sufridas por miles de colombianos.
El país está sumido en un largo proceso de resignificación de la violencia que vivió y
vive el país; el efecto es profundo y cada vez más interiorizado.
3 Como complemento a los cinco campos de análisis de los estados de negación,Cohen plantea que ciertos rasgos del ambiente
posmoderno en el cual se desenvuelven la mayoría de las sociedades contemporáneas contribuyen a que los estados de
negación sean más profundos y el revisionismo pueda darse sin mayor oposición (Cohen, 2001, pp. 240-248).Utilizando a
Steven Spitzer, compara los procesos de negación bajo regímenes de continuidad y bajo regímenes de discontinuidad. En los
regímenes de continuidad, como en el clásico régimen orwelliano, “se induce la amnesia selectiva mediante la eliminación de
ciertos elementos del pasado y la preservación de otros”. (Cohen, 2001, p. 243). En los regímenes discontinuos, las múltiples
narrativas del mercado dominan las rutas de la información; y, en estos casos, el olvido es obra de la abundancia de los
mensajes y de los saltos constantes.
4 Esas son las tres consignas del Partido, grabadas en la pared del Ministerio de la Verdad en el Londres orwelliano. Orwell,
George, 1984, Parte 1, Capítulo I.
Capítulo 3. Estados de negación: retos frente a la recuperación de la memoria en Colombia
63
Un grupo de argentinos decide fundar una ciudad en una llanura propicia, sin
darse cuenta en su gran mayoría de que la tierra sobre la cual empiezan a levan-
tar sus casas es un cementerio del cual no queda ninguna huella visible. Sólo los
jefes los saben y lo callan, porque el lugar facilita sus proyectos, ya que es una
planicie alisada por la muerte y el silencio y les ofrece la mejor infraestructura
para trazar sus planos. Surgieron así los edificios y las calles, la vida se organiza
y prospera, muy pronto la ciudad alcanza proporciones y alturas considerables y
sus luces, que se ven desde muy lejos, son el símbolo orgulloso de quienes han
alzado la nueva metrópolis. Es entonces cuando comienzan los síntomas de una
extraña inquietud, las sospechas y los temores de quienes sienten que fuerzas
extrañas los acosan y de alguna manera los denuncian y tratan de expulsarlos.
Los más sensibles terminan por comprender que están viviendo sobre la muerte,
y que los muertos saben volver a su manera y entrar en las casas, en los sueños,
en la felicidad de los habitantes. Lo que parecía la realización de un ideal de
nuestros tiempos
, despierta lentamente a la peor de las pesadillas, a la fría y
viscosa presencia de repulsas invisibles, de una maldición que no se expresa
con palabras pero que tiñe con su indecible horror todo lo que esos hombres
levantaron sobre una necrópolis. (p. 137)
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Capítulo 4
MEMORIA Y CREENCIA:
UNA MIRADA POLÍTICAMENTE
INCORRECTA A CIERTAS VINDICACIONES
DE LA MEMORIA
Adrián Serna Dimas
Profesor de la Maestría en Investigación Social Interdisciplinaria de la Universidad Distrital Francisco José de Caldas.
terror del cual oyen pero que no han visto. Es de suponer que las demandas de
las víctimas podrán ser vistas por algunos sectores nacionales e internaciona-
les como un “negocio” eventualmente muy lucrativo. Mientras, el Estado abre
oficinas especializadas para responder a los organismos multilaterales desde
donde se escriben nuevos términos de referencia en los cuales las palabras
“postconflicto”, “violencia” y “reparación” deben aparecer como requisito para
cualquier proyecto que pretenda ser financiado. // Es de esperar que los perio-
distas que escriben sobre las masacres ganen un premio nacional y alguna ONG
que trabaja con víctimas de la violencia obtenga uno internacional. O viceversa
(Steiner, 2007, p. 33).
Un diagnóstico bastante crudo que advierte una cuestión que tiende a permanecer en
los indecibles de las enjundias por la memoria: que los esfuerzos vindicativos en algu-
nas circunstancias pueden conducir a la burocratización y la normalización del terror.
Esta cuestión, que no es otra que los efectos que acarrean los usos lucrativos de la
memoria, ocupaba hasta hace poco un espacio bastante marginal, en buena medida
porque quienes la abordaban quedaban expuestos a ser señalados de defensores de
los revisionismos y de los negacionismos, como sucedió con autores como Peter No-
vick y Norman Finkelstein por sus estudios, harto polémicos por demás, sobre los usos
económicos, sociales y políticos del Holocausto (Finkelstein, 2002; Novick, 2007). En
América Latina esta cuestión apareció de manera bastante accidental a propósito de
los primeros trabajos de Elizabeth Jelin, quien en su esfuerzo por conceptualizar el
rol de los movimientos, las organizaciones y las instituciones responsables de definir
el campo de las luchas por la memoria, incorporó con base en Howard Becker el con-
cepto de memory entrepreneurship. No obstante, el concepto en español se prestaba
a equívocos, pues aludía a una suerte de empresariado de la memoria, lo que daba
entender la existencia de individuos o instancias decididas a convertir la vindicación
de la memoria en un asunto lucrativo. Para resolver el impase, Jelin acogió el término
de emprendedores de la memoria (Jelin, 2002 y 2009).
2011). De hecho, en la medida que se intensifiquen las tensiones entre quienes defien-
den y acusan ese pasado reciente, tanto más factible que se redoblen los esfuerzos de
unos y otros por difundir sus versiones en el mundo público, circunstancia propicia para
una mercantilización sin desenfreno de la memoria, obviamente con claras ventajas
para quien tenga más músculo económico o una más amplia clientela cautiva surgida,
por ejemplo, de la popularidad persistente de quienes han sido perpetradores o del
desconocimiento sostenido de quienes han sido perpetrados.
De cualquier manera, detrás de las cuestiones planteadas por Steiner, Bilbija y Pay-
ne se puede decir que está una preocupación más de fondo: que la burocratización
del terror y la mercantilización de la memoria puedan terminar fetichizando tanto a la
víctima como al victimario para ofrecer únicamente el sufrimiento infringido, sin que
ello redunde siquiera en solidaridad, mucho menos en verdad, justicia y reparación. La
fetichización tiene la capacidad de oscurecer eso que le ha sido arrebatado a unos por
otros y de reducir cualquier escenario vindicatorio al clásico correlato del trauma y el
complejo de culpa: el trauma, esa ausencia siempre presente entre quienes han sido
victimizados; el complejo de culpa, esa presencia siempre ausente entre quienes no
han sufrido victimización alguna. Este correlato tiene una fuerte carga despolitizante:
bajo los efectos de la fetichización el trauma, como ausencia sostenida, sólo redunda
en revictimización; mientras el complejo de culpa, como presencia nunca inquirida por
la ausencia, sólo redunda en exculpación (cfr. Caruth, 1996; Alexander, 2004; O’Connor,
2010; Sánchez, 2010). Se puede afirmar que de este correlato derivan esos discursos
que, como refiere Steiner, son incisivos en señalar a la sociedad como culpable por
omisión, pero que se abstienen de denunciar a los victimarios como culpables por ac-
ción. Ante esto Steiner decía: “El castigo a los victimarios y la implementación de polí-
ticas concretas para las regiones que han soportado los excesos de violencia debe ser
la mejor reparación para las víctimas. De lo contrario, poco servirán los relatos sobre
los cadáveres descuartizados” (Steiner, 2007, p. 33; subrayado nuestro).
Por otro lado se puede coincidir con Steiner si sus consideraciones apuntan a criticar
a distintas instancias que encapsulan el problema del conflicto y la violencia úni-
camente en la memoria y cuando además este encapsulamiento procede apelando
a una suerte de lugares comunes, entre ellos, los que revisten a la memoria como
una práctica apenas excepcional o sobreviniente, de suyo liberadora o emancipadora,
prendada de manera exclusiva a la virtud de los relatos o a la resignificación de los
lugares, en capacidad de instalar unas nuevas construcciones del pasado sucedido,
que debe erigir un contra relato o unos contra lugares cuyo destino final es la me-
morialización en pro del recuerdo y en contra del olvido en aras de la no repetición.
Estos lugares comunes, que amojonan muchas de las iniciativas en pos de la memo-
ria, hacen que ésta pueda ser prácticamente cualquier cosa (decir, relatar, emplazar,
memorializar, etc.) y que en independencia de lo que sea tenga efectos cuasi mágicos
(catárticos, aleccionadores, didácticos, etc.). En estos casos se puede decir con Jo-
hannes Fabian que el concepto de memoria se torna “omnívoro e insaciable” (Fabian,
2007, p. 139). La recurrencia de estos lugares comunes ha desatado críticas fuertes a
diferentes enfoques en los estudios de la memoria, acusados de sostener un estatuto
endeble prendado a falsas oposiciones como la que separa arbitrariamente memoria
e historia, de gravitar sobre unos supuestos conceptuales bastante vagos, de usar de
manera indiscriminada metáforas empobrecidas, de mantener una indiferencia paten-
te con la comprensión y de guarecerse en puros excesos emocionales (cfr. Whitehead,
2009, pp. 2-4). Aún con esto, la explotación de estos lugares comunes ha sido propicia
para erigir unas autoridades incontestables y al mismo para entronizar la superioridad
epistémica y moral de la memoria tanto para englobarla como un constructo metafísi-
co que desde el afuera puede enjuiciar a la sociedad como un todo: esa prevención de
Nietzsche con los abusos de la historia, extensiva ahora a los abusos de la memoria.
tes enfoques plegaran la memoria a las trazas del conflicto y la violencia, de donde se
han desgajado buena parte de las concepciones que revisten a la memoria como una
dimensión conscienciadora en capacidad de resolver la contradicción, hay también
una tradición remota que se extiende hasta nuestros días que nos recuerda que las
naturalezas, las dinámicas y los cometidos de la memoria son inseparables de las
texturas de la existencia, de los entramados sociales, de los tejidos institucionales,
de las composiciones materiales y simbólicas y obviamente de los conflictos y las
violencias de cualquier formación social, donde la memoria no resuelve, sino que está
en el principio de la contradicción misma.
Casi setenta años después los descendientes de las víctimas gravitan en aquello que
algunos autores llaman la postmemoria, mientras en Alemania ascienden grupos
que reivindican al nacionalsocialismo sin los nazis, que reclaman medidas de ver-
dad, justicia y reparación para las víctimas de los aliados y que, más allá, promueven
la victimización del país, todo con la aquiescencia de unos discursos que desde los
años cincuenta en la República Federal, pero más aún desde la reunificación a finales
de los años ochenta, han pretendido exculpar o cuando menos morigerar el nazismo
contraponiéndolo a las atrocidades del comunismo –algo semejante sucede con el
fascismo en Italia–. Obviamente que en estos itinerarios participan igualmente las
pretensiones de los revisionismos y los negacionismos promovidos desde Occidente
y resonados por distintos regímenes en medio de la intensificación del conflicto del
Medio Oriente (Robin, 2009; Focardi, 2009; O’Connor, 2010; Hirsch y Spitzer, 2010).
Los enfoques que vindicando a la memoria la conducen por la puerta trasera de los
historicismos, que son los que en muchos escenarios jalonan el denominado boom de
la memoria, auspician esos lugares comunes de los que no resulta claro cómo, por qué
y para qué tramitan la memoria en tanto dimensión cognitiva, afectiva, emocional, ex-
periencial, relacional, cultural, moral, ética y política; cómo, por qué o para qué son de
la memoria y no de la historia; cómo, por qué y para qué se pueden considerar asunto
de memorialistas y no de historiadores quienes, no obstante, no dejan de reconocerse
en esos lugares a los que consideran como propios. Si bien en algunos escenarios hay
Capítulo 4. Memoria y creencia: una mirada políticamente incorrecta a ciertas vindicaciones de la memoria
71
Uno de los tantos escenarios donde esta diferencia ha estado en el centro del debate
es España. Para unas posiciones, las acusaciones de diferentes organizaciones y mo-
vimientos sociales de que la transición española supuso una cierta resignación am-
nésica, desconocen que desde los años setenta hubo una vasta producción histórica
sobre la Segunda República, sobre la guerra civil y sobre las atrocidades del régimen
franquista; otras posiciones señalan que esta producción histórica sólo tuvo repercu-
siones en el contexto académico y que quienes la esgrimen para saldar el problema
de la amnesia persisten en mantener la jerarquía de la historia sobre la memoria, en
exaltar la producción del conocimiento más que su socialización, en desconocer que
los hallazgos históricos no necesariamente tienen repercusiones públicas hasta cuan-
do ellos hacen parte de una vindicación social o pública, que sería una de las especifi-
cidades de la memoria (Juliá, 2008; Aguilar, 2008, pp. 69-93; Vinyes, 2009, pp. 25-36).
Es por esto que el tránsito de las memorias democráticas por la puerta trasera de los
historicismos queda sujeto a algunos peajes, representados en las teorías del ene-
migo interno, de los dos demonios, del demonio latente, de la memoria hemipléjica
o de la memoria total. De allí que los historicismos, con esos pesados peajes que le
imponen a las vindicaciones de la memoria, no puedan resarcir el trasunto político
de la memoria sino reclinándolo a unas políticas de la memoria que, fundadas en la
exterioridad y la representación, son básicamente acuerdos entre grupos sociales y
políticos sobre el recuerdo y el olvido, una de cuyas expresiones es la amnistía, “esa
Capítulo 4. Memoria y creencia: una mirada políticamente incorrecta a ciertas vindicaciones de la memoria
73
Pero esto no se puede entender como una sospecha sobre las posibilidades de la
memoria como construcción democrática, sino, más bien, sobre los lugares desde los
cuales se pretende que proceda esta democratización. Si estos lugares son aquellos
que señalan las celebradas obligaciones de la memoria, se impone una multiplicación
de versiones que atrapadas en el irresoluble dilema del recuerdo y el olvido y, con
este, del perdón y de la no repetición, sólo tienen una salida aparente en las arenas
movedizas de los acuerdos entre grupos sociales y políticos. El problema radica en
que esto no tiene nada que ver con las posibilidades superadoras de la memoria, sí
con su reducción instrumental. De hecho, la instrumentalización de la memoria la
convierte en una suerte de caballo de Troya, una especia propicia para que en medio
de la agudización de las contradicciones y los conflictos, del socavamiento de los
acuerdos, puedan irrumpir versiones memoriosas decididas a imponer, redisponer o
restituir toda suerte de polarizaciones históricas. Esta memoria instrumentalizada,
tanto más eficaz cuanto más desconocidos sean sus vínculos con los historicismos,
está en la base de los revisionismos y los negacionismos. En últimas, pretender que
el recuerdo y el olvido, en su irresoluble carácter dilemático, puedan ser saldados con
el artificio de la política, es revestir a la memoria de una naturaleza vengativa, tal cual
lo refiere Carmen González (2010):
¿Qué podemos hacer con el daño, especialmente con el daño infligido a terceros?
Podemos guardarlo vivo, cosa que a todas luces nadie desea, o podemos tratar
de superarlo. En esta vía, desde luego no sólo tenemos a nuestra disposición el
perdón como elemento no paralizador. Hay efectivamente otra alternativa, que
queda oculta, que se reprime, en las teorías del perdón y, como su correlato, el
olvido. Esta otra alternativa es la que denominamos venganza, o algunos de sus
sinónimos. Y en nuestro imaginario moral, aunque la figura del vengador tiene,
nos guste o no, un aire heroico, la traducción vengativa del “hacer justicia” es uno
de los mayores peligros que han de conjurarse. Si mantenemos unidos perdón y
olvido, y si mantenemos indisociablemente separados perdón y memoria, tendre-
mos dificultades para conjurar ese rostro amenazador. Y aquí precisamente está
el origen del primer miedo a la memoria. Si nos permitimos rememorar, mantener
vivo un pasado que ha producido daños, estamos atacando al único procedimiento
a nuestro alcance para instaurar nuevos cursos de acción, sin condenarnos a la re-
petición, a la reaparición de las múltiples caras del sufrimiento. En este escenario,
no respetar el imperativo del olvido es letal en dos modos distintos: aborta la ac-
ción realmente humana, e impide la acción puramente moral… // ¿De qué modo,
entonces, nos liberamos del miedo a la venganza, a la revancha? Sólo nos queda
abierta una posibilidad: romper la ligadura entre aquélla y la memoria, romper el
automatismo de la acción (pp. 154-155).
PARTE I - MEMORIA, PODER Y POLÍTICA
74
Uno de los desafíos que enfrenta de entrada la construcción de unas políticas públi-
cas de la memoria es precisamente superar esos itinerarios que al final conducen la
memoria hacia el dilema del recuerdo y el olvido y a la pretensión de absolverlo por
medio de acuerdos entre grupos sociales y políticos. Para esto, urge interrogar a la
memoria desde unos horizontes que la entienden como un proyecto antropológico en
el sentido más amplio del término. Uno de estos horizontes es la creencia, esa “inma-
nencia del mundo que hace al mundo inminente”, donde discurren en forma práctica
experiencias, convicciones, estrategias, expectativas y aspiraciones (Bourdieu, 1991,
pp. 113-135). La creencia supone un horizonte antropológico que permite restituir la
memoria al mundo social, reincorporando el tiempo y la experiencia, trascendiendo la
representación, la publicitación, el conocimiento y la mera educación y descentrando
los dilemas del recuerdo y el olvido, del perdón y la no repetición. Como refiere la
misma Carmen González (2010): “Para paliar los nefastos efectos de los vaivenes po-
líticos, sólo queda practicar una metafísica de la creencia que imponga la necesidad
de revisar permanentemente, fuera de toda tentación de dogmatismo, lo recuperado
y su administración” (p. 151).
Pero allí mismo se instalan las trampas de los historicismos: la historia exteriorizada,
siendo el síntoma de la creencia en crisis, se toma como el malestar mismo, preten-
diendo subsanarlo con una profusión de representaciones que nunca podrán allanar
ese inconmensurable exterior. Por otro lado, esta historia exteriorizada es propicia
para una empresa radical que reconoce que en la creencia en crisis esa exterioridad
es la región de la memoria, de esa memoria profunda que deviene memoria crísi-
ca, que no se debe a un inconmensurable para ser representado, sino a la creencia
misma, que es su referencia epistémica, moral, ética y política. La memoria crísica
entonces está obligada para con la creencia, para enunciar y denunciar la crisis, por
ejemplo por medio del relato, pero en sí misma no puede resolverla. En la medida que
las fuerzas sociales puedan restituir la creencia en el mundo social, es decir, puedan
crear las posibilidades para que la historia se realice en la experiencia, la memoria
cumple entonces el cometido de deshistorizar o ahistorizar la creencia. Tenemos así:
PARTE I - MEMORIA, PODER Y POLÍTICA
76
1) una historia realizada que en tanto creencia nunca se presenta como historia;
En segundo lugar esta concepción cuestiona la temporalidad del pasado, presente y fu-
turo, que es sólo la temporalidad de la exterioridad, para reconocer que la relación entre
creencia y memoria está sujeta a unas temporalidades organizadas por las diacronías,
las sincronías, los paracronismos y los anacronismos. La relación memoria y creencia
discurre en unos tiempos sociales donde el mundo social puede gravitar simultánea-
mente en un pasado presente, en un presente pasado y en un presente futuro.
En tercer lugar esta concepción resalta unas tramas que prácticamente fueron di-
sueltas por el representacionalismo y el cognitivismo historicistas: esas tramas no
son otras que las provocadas por el discurrir de las nostalgias, las melancolías, las
resignaciones y los resentimientos. La relación entre la creencia y la memoria está
mediada por estas tramas que son, al mismo tiempo, disposiciones emocionales, po-
siciones cognitivas y posturas políticas.
Finalmente, esta concepción permite que las diferencias, las diversidades, los antago-
nismos y las contradicciones del mundo social se hagan visibles en los modos como
se cree, se recuerda, se denuncia y se olvida.
En segundo lugar, esta relación permite descentrar la idea de víctima: por un lado,
no la reduce a un alguien afectado que busca solamente ser representado con fines
PARTE I - MEMORIA, PODER Y POLÍTICA
78
compasivos, sino que lo reclama para ese mundo social del que hacía parte, donde
ostentaba un estatuto social, económico, político o cultural específico; por otro lado,
controvierte las rápidas equiparaciones que permiten que víctima sean todos, inclu-
sive los propios victimarios, esa operación recurrida por aquellos que llaman a las
“memorias completas”.
En tercer lugar, esta relación permite identificar los complejos itinerarios que permi-
ten que las llamadas reparaciones simbólicas, como los museos y los monumentos,
tengan, en efecto, auténticas eficacias simbólicas: estas reparaciones, desprendidas
de la creencia, no pueden en modo alguno sublimar la historia ni la memoria, sien-
do condenadas a permanecer en la rememoración, en esos ritos de duelo donde los
muertos ancestrales desaparecen para siempre, alejadas de la conmemoración, de
esos ritos históricos donde los muertos ancestrales son personificados en los hom-
bres del presente.
En cuarto lugar, la relación entre memoria y creencia permite descentrar el dilema del
recuerdo y el olvido, del perdón y la no repetición. El problema entonces apunta a si
se recuerda o si se olvida porque no se cree o a pesar de que se cree, a si se perdona
o si se olvida porque no se cree o a pesar de que se cree.
Finalmente, la relación entre memoria y creencia puede avizorarse como una posibili-
dad para uno de los cuestionamientos más poderosos que enfrenta la memoria: su in-
capacidad no digamos para transmitir el sufrimiento, sino siquiera para solidarizarse
con él. Queda abierta la pregunta si la creencia puede ser ese conductor común que
por ello mismo puede aproximarnos al sufrimiento de otros.
Así, la relación entre memoria y creencia advierte la necesidad de unas políticas pú-
blicas de la memoria que tengan como presupuesto la cuestión fundamental sobre
qué nos permite creer y, sobre todo, qué nos permite creer en medio de la democra-
cia. La relación entre memoria y creencia advierte que es valiosa la escuela erigida
como gestora de la memoria, con maestros decididos a formar sobre el discurrir de
los conflictos, con estudiantes preocupados por encontrar relatos, con propuestas
institucionales para curricularizar estos esfuerzos e incluso para conducirlos a los
rituales escolares.
Pero esta relación también advierte que estas acciones, por valiosas que sean, no
dejan de ser insuficientes, si ello no redunda en una escuela capaz de descubrirse
en sus propios olvidos, en sus omisiones, en la participación que le quepa en la
erosión de la creencia. Y como la escuela, emblema de las instancias llamadas a los
deberes con la memoria, corre la misma duda para con las instancias de asistencia
social, para con las instituciones políticas, con los medios de comunicación y, cómo
no, para con la propia fuerza pública, que pretendiendo saldar sus deberes desde la
exterioridad de la memoria, pueden por ello omitir cuánto les corresponden con la
Capítulo 4. Memoria y creencia: una mirada políticamente incorrecta a ciertas vindicaciones de la memoria
79
erosión del mundo social como espacio colectivo. Los derechos, esa memoria profun-
da de la democracia, que tienen tras de sí tantas luchas históricas con innumerables
víctimas, deben ser, por lo mismo, los cometidos sustanciales de cualquier política
pública de la memoria.
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PARTE I - MEMORIA, PODER Y POLÍTICA
80
Introducción
El 10 de junio de 2011 el presidente, Juan Manuel Santos, sancionó la ley 1448 o
“Ley de víctimas y de restitución de tierras”, la cual incluye nuevamente a la “me-
moria” como un tópico sustancial, enmarcado dentro de lo que la ley denomina, a
través del artículo 141, la “reparación simbólica”1. La norma señala, además, como
un deber por parte de Estado colombiano garantizar que, desde distintos escenarios,
se adelanten ejercicios de reconstrucción del pasado como “realización al derecho
1 Señala el artículo: “Se entiende por reparación simbólica toda prestación realizada a favor de las víctimas o de la comuni-
dad en general que tienda a asegurar la preservación de la memoria histórica, la no repetición de los hechos victimizantes,
la aceptación pública de los hechos, la solicitud de perdón público y el restablecimiento de la dignidad de las víctimas”
(Negrillas fuera de texto).
PARTE I - MEMORIA, PODER Y POLÍTICA
82
Una mirada desprevenida celebraría, sin duda alguna, la ley tanto en lo que respecta
al reconocimiento de las “víctimas” producto de un “conflicto interno armado” como a
la promoción de la “memoria” como ejercicio de “reparación simbólica”. No obstante,
una lectura minuciosa del articulado permite lanzar algunos interrogantes frente a los
alcances de la norma en lo que respecta a la «memoria», aclarando que la ley otorga
un plazo de seis meses para diseñar e implementar –entre otros aspectos que queda-
ron para reglamentación– un programa de derechos humanos y de memoria histórica.
En ese contexto, el documento presenta cinco inquietudes gruesas para la discusión
y el debate, que emergen del trabajo que viene adelantado el grupo de memoria de la
División de Ciencias Sociales de la Universidad Santo Tomás.
Jelin, entonces, propone tres ejes desde los cuales la memoria se trabaja como pro-
ceso: el primer eje hace referencia al sujeto que recuerda y olvida, volviendo a poner
de presente la pregunta en torno a quién es el que recuerda y si este recuerdo forma
parte de una memoria individual o se puede hablar de una memoria colectiva2; el
2 La revisión de la literatura (Namur, 1994, p. 372; Candau, 2006, p.65; Jelin, 2002, p. 21; Ricoeur, 1999, p. 19) muestra un
consenso respecto a las lecturas e interpretaciones que adquiere la noción de Halbwachs de «memoria colectiva», prefiriendo
asumir la categoría de «marco social», donde el individuo reconstruye su pasado desde los marcos sociales presentes de un
Capítulo 5. La memoria y la administración del pasado: reflexión a propósito de la ley de víctimas
83
segundo eje hace referencia a los contenidos de los recuerdos, es decir, lo que se
rememora, se olvida y hasta se silencia; el tercer eje está en el cómo y cuándo se
recuerda y se olvida, teniendo en cuenta, por un lado, que tanto en el plano individual
como en la interacción social hay momentos en que la memoria se activa; por otro,
que recuerdo y olvido son precisamente activados en un presente y en función de
expectativas proyectadas a futuro (Jelin, 2002, pp. 17 – 18).
En ese orden de ideas, una primera inquietud está en el hecho de que la «memoria»
se inscriba en el capítulo que atañe a las “medidas de satisfacción”, cuyas accio-
nes, según el artículo 139, buscan, ante todo, proporcionar “bienestar” y contribuir
“a mitigar el dolor de la víctima”. Aunque el artículo habla de conmemoraciones,
reconocimientos, homenajes, reconstrucciones de tejido social, entre otras acciones
de carácter público, el punto de partida para dignificar a las víctimas y acercarse a la
verdad está en un acto de tipo terapéutico, individual, fragmentario y tendente a que
el relato ofrecido se despolitice, pues se corre el riesgo que se haga un uso literal de
la memoria que, parafraseando a Todorov, encapsula el acontecimiento pasado en un
presente intransitivo (2008, pp. 50 – 51). La importancia de un evento recuperado es
que puede ser utilizado para comprender, desde el presente, situaciones nuevas en
las que los sentidos dejan de ser privados para entrar en la esfera pública como un
exemplum que posibilita extraer una lección. Siguiendo a Todorov, el uso literal es
doloroso, mientras el uso ejemplar busca justicia.
grupo. Al respecto, apunta Halbwachs: “Un recuerdo es tanto más fecundo cuando reaparece en el punto de encuentro de un
gran número de esos marcos que se entrecruzan y se disimulan entre ellos. El olvido se explica por la desaparición de esos
marcos o de una parte de ellos… el olvido y la deformación de algunos de nuestros recuerdos se explica también por el hecho
de que esos marcos cambian de un periodo a otro. La sociedad, adaptándose a las circunstancias y adaptándose a los tiempos,
representa el pasado de diversas maneras: la sociedad modifica sus convenciones. Dado que cada uno de sus integrantes
se pliega a esas convenciones, modifica sus recuerdos en el mismo sentido en que evoluciona la memoria colectiva” (2004,
pp. 323 – 324). Una categoría similar a la de marco social es propuesta por Henri Rousso (1985), quien habla de “memoria
encuadrada” o “trabajo de encuadramiento”, haciendo referencia a esa “memoria común” que provee puntos de referencia
que otorgan cohesión.
PARTE I - MEMORIA, PODER Y POLÍTICA
84
Las preguntas que surgen al respecto son varias: ¿cuáles serán los criterios tanto para
selección como para la clasificación de los archivos? ¿Quién garantiza que en ese pro-
ceso de selección y clasificación se supriman registros que no estén “encuadrados”
dentro de lo que debe ser memorable dentro de un proyecto de estado-nación? ¿Esos
criterios serán producto de una discusión pública que convoque a las organizaciones
sociales y de víctimas, así como a otras instancias? Es claro que la administración
y la custodia de esos archivos estarán a cargo de entidades estatales pero ¿quién
tendrá su propiedad? ¿Se podría hablar de archivos de propiedad colectiva? En esa
misma línea: ¿el hecho de que los archivos reposen en lugares estales los convierte
en público?¿Habrá restricciones en la consulta?
Y hay otros temas si se quieren más controvertidos: si bien el parágrafo del artículo
143 propende por la no instauración de una “memoria oficial” ¿hasta qué punto se
garantiza que la intención de concentrar los archivos para su administración no ter-
mine convirtiéndose, por la misma dinámica que adquiere el trabajo del CMH, en un
ejercicio de legitimación política y social del material acopiado, seleccionado y clasi-
ficado frente a otro tipo de materiales recabados por otras organizaciones o personas
que tengan sus archivos privados?3 La intención de centralizar materiales y registros
relacionados con el denominado “conflicto interno armado” ¿propiciará una política
de desclasificación de archivos de instituciones estatales, verbigracia, las FF.MM? Lo
que es claro es que estos interrogantes forman parte de dilemas políticos y sociales
que subyacen a la intención de organizar y centralizar archivos en lugar(es) oficial(es)
que –como recuerda Krzysztof Pomian (1997)–, terminará(n) convirtiéndose(n) en
espacio(s) de afirmación de un estado-nación a través de políticas que definirán el
patrimonio y la identidad nacional.
3 A pesar de lo largo que resulte la cita, vale la pena traer a colación las palabras de Ludmila da Silva Catela como comple-
mento: “Más allá de los lugares y los acervos, la comprensión del mundo del archivo debe resaltar la acción de agentes
especializados e interesados en ellos y las disputas que, por detrás de los papeles dirimen lo guardable y lo transmisible…
Entre la persona que produjo un texto o una imagen y aquella otra que hizo uso de esos bienes a través de un archivo
se distribuye un abanico de especialistas en la documentación de la cultura. El historiador, el archivero, el técnico en
preservación, el pedagogo, el comunicador, el director de la institución de preservación y otros agentes de la burocracia
transforman las propiedades, los usos posibles y los sentidos de aquellos objetos, al instituir conjunto de normas, precep-
tos y limitaciones (2002, p. 199).
Capítulo 5. La memoria y la administración del pasado: reflexión a propósito de la ley de víctimas
85
4 Un aspecto particular es que la CMH emblematiza unos casos pero no ofrece mayores argumentos del por qué la selección
de los mismos. En el Plan del Área tan sólo se indica que: “Son aquellos casos judicializados y recuperados mediante
ejercicios de verdad y memoria colectiva, debido a su particular significación” (Sánchez, 2007, p. 15). ¿Cuál es esa particu-
laridad significación?
5 Dentro de las muchas cosas que se pueden aducir de los informes está que los mismos se construyeron a partir de la voz de
las víctimas, pero ¿cómo aparece el testimonio? Recordemos que Tzvetan Todorov habla de acontecimientos que pueden
ser recuperados de manera literal, convirtiendo los recuerdos y el dolor en aspectos insuperables porque el presente queda
sometido al pasado, es decir, queda preservado en su literalidad –aclara el autor que la literalidadno significa que sea
verdad–, permaneciendo intransitivo (2008, p. 50).
PARTE I - MEMORIA, PODER Y POLÍTICA
86
6 Otro punto de entrada a la discusión está en reflexionar, desde la sociología jurídica, la eficacia simbólica que han tenido
las leyes 782 de 2002, 975 de 2005 y 1448 de 2011.
7 Cabe traer a colación la reflexión de Alejandro Castillejo Cuéllar en torno a cómo el acto de nombrar indudablemente genera
“puntos ciegos” y/o “modalidades de invisibilidad”. Al respecto, se pregunta: “¿Cómo puede la investigación social fracturar
dichos puntos? ¿Cómo, a través del uso de las técnicas mismas de la investigación, puede el estudiante de la violencia
perpetuar estos aparentes vacíos? ¿No son los usos del testimonio otra forma de perpetuar todo esto? (2009, p. 65).
Capítulo 5. La memoria y la administración del pasado: reflexión a propósito de la ley de víctimas
87
El “encuadramiento” adquiere, por ahora, su cierre con la ley 1448 de 2011, la cual,
literalmente, barniza la estrategia al dejar definido lo que en las anteriores leyes es-
taba expresado de manera explícita. En consecuencia, la ley de víctimas –recogiendo
los principios de verdad, justicia y reparación–, se enmarca como proceso de justicia
transicional (artículos primero y octavo) apelando a que en algún momento los “gru-
pos armados organizados al margen de la ley” sean desarticulados para alcanzar el
objetivo de alcanzar la reconciliación/unidad nacional. Este enfoque transicional se
liga a desconocer la responsabilidad institucional del Estado, tal cual como lo señala
el literal cuarto del artículo noveno:
emergentes” para definir a las nuevas agrupaciones armadas que emergieron tras
los procesos de desmovilización que propició la ley 975 de 2005, las cuales serían
juzgadas, eventualmente, en el marco de la justicia ordinaria.
V. Consideración final
Finalmente, algunos actores han venido calificando todo este proceso como hege-
mónico8. A nuestro modo de ver y sin poner en duda una estrategia de dominación,
preferimos considerar al Centro de Memoria Histórica como un actor que, más allá de
su centralidad, buscará en principio legitimar sus miradas, metodologías y sentidos en
torno a lo que debe ser y a donde debe apuntar los trabajos de “memoria”; miradas,
metodologías y sentidos que entrarán en disputa con las miradas, metodologías y
sentidos que construyan y busquen legitimar otros actores en el escenario societal.
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8 Asumo el concepto de hegemonía a partir de Raymond Williams, quien la define como un “sistema vivido de significados
y valores” que, al experimentarse como prácticas, constituyen un “sentido de realidad para la mayoría de personas de la
sociedad”. Este sentido es de lo absoluto, puesto que posibilita que la mayoría de las personas se puedan mover en una
estructura social donde el “sentido más firme, es una ‘cultura’, pero una cultura que debe ser considerada asimismo como
la vivida dominación y subordinación de las clases particulares” (2009, p. 151). También señala Williams que la hegemo-
nía –al ser un proceso de experiencias, relaciones y actividades–, debe ser continuamente renovada, recreada, definida y
modificada,lo que implica límites, resistencias y desafíos. En consecuencia, emergen los conceptos de contrahegemonía y
hegemonías alternativas (2009, pp. 154 – 155).
Capítulo 5. La memoria y la administración del pasado: reflexión a propósito de la ley de víctimas
89
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Capítulo 6
INSTRUMENTOS LEGISLATIVOS,
POLÍTICAS DE LA MEMORIA
Y EXCLUSIÓN SOCIAL.
CASO LEY DE VÍCTIMAS1
Juan Ruiz Celis
Politólogo de la Universidad Nacional de Colombia. Miembro del Grupo Colombiano de Análisis de Discurso Mediático
(Categoría A en COLCIENCIAS), coordinador de la línea de investigación “Discurso, Identidad y Desposesión” de la Red
Latinoamericana de Análisis del Discurso sobre la Pobreza, REDLAD Colombia, y coordinador del Comité Técnico de la
Red Interuniversitaria de la Diversidad de Identidades Sexuales –REDDES-. Correo electrónico: jjruizc9@yahoo.com.
Introducción
La grave situación humanitaria que hace mella en el país parece contrastar con el
ambiente optimista que ha venido suscitando la acción gubernamental, en cabeza
del presidente Juan Manuel Santos. La proposición de una Ley de Víctimas como
mecanismo de reconocimiento y de reconstrucción de las memorias de quienes han
sido sistemáticamente vulnerados, despojados de sus propiedades, asesinados y sus
voces acalladas; se constituye en un instrumento legislativo que aspira a definir las di-
rectrices que el Estado debe seguir para reparar y restituir a las víctimas del conflicto
social, económico, político y cultural, cuya expresión armada aún subsiste. Sin embar-
go, pese a las acciones desarrolladas por la coalición de gobierno, por una parte, esta
ley adolece de mecanismos viables que permitan establecer una reparación moral y
material y, por otra parte, requiere de grandes esfuerzos y de voluntad política del
Estado, para asumir la responsabilidad que le corresponde en la comisión de delitos
que afectan negativamente el disfrute de los derechos de amplios sectores poblacio-
1 Esta reflexión integra elementos que ya se habían desarrollado en los textos “Construcción de políticas de la memoria en
Colombia. Análisis de la Ley de Víctimas” y en “La representación mediática de la memoria histórica en Colombia. Estudio
de caso”, los cuales constituyen avances de investigación de la línea de investigación “Discurso, Identidad, Memoria y
Desposesión” de la REDLAD Colombia.
Capítulo 6. Instrumentos legislativos, políticas de la memoria y exclusión social. Caso ley de víctimas
91
nales. Cabe resaltar el hecho de que si bien esta ley fue impulsada por la coalición de
gobierno, siguen interfiriendo grupos sociales que tratan de alcanzar visibilidad en la
voz del ex presidente Álvaro Uribe Vélez.
Quizá uno de los mayores obstáculos para la integración política en Colombia y para la
elaboración de una propuesta que vincule a los distintos sectores de la población, es
la ausencia de compromiso del Estado por combatir la impunidad e identificar a quie-
nes han sido responsables de la violación de los Derechos Humanos. Si bien la formu-
lación y la implementación de una Ley de Víctimas supone dar cuenta de los modos en
que éstas fueron vulneradas, también implica establecer los tipos de indemnización
adecuados por cada forma de vulneración (Naciones Unidas, 2006). Para quienes han
sido despojados de sus bienes, el Estado debe diseñar una política de restitución que
incluya la devolución de las tierras y los dineros que han sido apropiados por actores
sociales específicos, a través del ejercicio de la violencia. A quienes sus familiares
les han sido ejecutados y sus cuerpos desaparecidos, a quienes se les ha desplazado
de sus territorios y a quienes se les ha impedido el acceso a condiciones dignas de
existencia, el Estado debe implementar políticas de desagravio, con el propósito de
identificar a los agentes sociales involucrados, establecer sanciones y elaborar meca-
nismos de reparación moral.
Este esfuerzo requiere de la participación de todos los grupos sociales en pro de los
derechos de las víctimas y la vigilancia permanente sobre las acciones del Estado, en
relación con el establecimiento de sanciones económicas y penales a todos aquellos
que han tenido participación en la comisión de delitos. Desde esta perspectiva, el ante-
cedente que debe constituir la base de una Ley de Víctimas incluyente, necesariamente
debe establecer las responsabilidades de la clase política que ha establecido alianzas
con el narcotráfico y los paramilitares; de los organismos de seguridad del Estado que,
como lo han revelado investigaciones recientes, han estado al servicio de grupos ilega-
les (Serrano, 2009); de funcionarios del Estado que han recibido prebendas y están inser-
tos en circuitos de ilegalidad (Cepeda, 2010); y de los agentes financiadores de quienes
sistemáticamente vulneran a las comunidades menos favorecidas (Romero, 2011).
2 En estos referentes de identidad se ha hecho del sujeto un ciudadano abstracto carente de vínculos sociohistóricos y cons-
truido sobre la base de una autonomía en la cual no se reconoce la potencia colectiva de la subjetividad y, en consecuencia,
el carácter heterónomo de la alteridad, generándose así lo Gómez-Muller (2009) denomina ‘una identidad del sujeto sin
identidad’.
PARTE I - MEMORIA, PODER Y POLÍTICA
92
I. Aproximaciones teóricas
El tema de la memoria ha sido abordado por una multiplicidad de disciplinas, entre las
que se incluye la psicología, la sociología, la filosofía y la ciencia política. Sin embar-
go, como muchos otros conceptos de las ciencias humanas y sociales, la multiplicidad
de enfoques a través de los cuales se la puede explorar, testifica el conflicto político
que subyace a su definición.
3 Se entiende la impunidad como las acciones u omisiones del sistema de justicia en relación con la aplicación de normas
jurídicas vigentes. La impunidad incluye la ausencia de sanción a los agentes sociales que cometen actos punibles. Para
profundizar respecto al concepto de impunidad véase Pardo (2007b).
PARTE I - MEMORIA, PODER Y POLÍTICA
94
Así como la evocación de la memoria aspira a generar visibilidad sobre asuntos que
se proponen vitales para una comunidad, puede constituirse en un recurso para po-
sicionar interpretaciones del pasado que han sido excluidas de la ‘memoria oficial’ y,
por consiguiente, que han sido descartadas como conocimiento y como insumo para
la construcción de la identidad colectiva. Se entiende por ‘memoria oficial’ el relato
construido por los agentes sociales institucionalizados, que encuentra en el sistema
jurídico su garantía y en los discursos estatales su máxima expresión. Esta distinción
conceptual permite inferir que la memoria histórica tiene el potencial de constituirse
en un conjunto de discursos hegemónicos, pero también contrahegemónicos, orien-
tados a visibilizar lo que los grupos dominantes han excluido de los relatos sobre el
pasado y, por consiguiente, de la identidad histórica que se deriva de éstas narrativas.
En este sentido, resultan útiles las reflexiones de Foucault sobre la construcción de
los relatos históricos como dispositivos de poder-saber.
incluyen poblaciones como las mujeres, los jóvenes, los niños y niñas, los adultos
mayores, los sindicalistas y los discapacitados, entre otros, omite a los indígenas y
afrocolombianos, dos de los sectores más afectados por el conflicto armado interno.
Pese a los avances nominales que se derivan del enfoque diferencial, desde el primer
proyecto de ley radicado se establece que no tendrán estatus de víctimas, para efec-
tos de la aplicación de los instrumentos jurídicos que se deriven de esta ley, quienes
hayan sufrido “un daño en sus derechos como consecuencia de actos de delincuencia
común” (PL 213/2010 Senado y 107/2010 Cámara). Esta proposición adquiere relevan-
cia si se analiza a la luz de las afirmaciones del Ministro de la Defensa Rodrigo Rivera
Salazar, quien en reiteradas oportunidades ha declarado públicamente la existencia
de bandas criminales (BACRIM) las cuales, según él, no corresponden con estructuras
articuladas al conflicto armado (Semana, 23 de marzo de 2011). Las declaraciones
emitidas imposibilitan a quienes han sufrido vulneración de estos grupos, ahora cata-
logados como grupos delincuenciales, para adquirir el estatus de víctima y, en conse-
cuencia, recibir restitución, indemnización, rehabilitación y satisfacción.
Si bien desde el primer texto del proyecto de ley se restringió el estatus de víctima y,
de la mano de los discursos institucionales sobre la seguridad, se inhabilitó a quie-
nes han sufrido vulneraciones por parte de las mal llamadas BACRIM, también se
contribuyó a ocultar la existencia de un paramilitarismo descentralizado que continúa
azotando a amplios sectores de la población. Las personas afectadas han sido en su
mayoría activistas y defensores de derechos humanos, campesinos, indígenas, afro-
colombianos, líderes sociales y organizaciones estudiantiles (PCDHDD, 2009). Esto ha
sido posible, entre otras razones, en virtud de la acelerada extensión por el territorio
nacional de bandas emergentes de paramilitares quienes, posterior a los supuestos
procesos de desmovilización de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC), han
venido operando en regiones del país como Meta, Guaviare, Nariño, Santander, Norte
de Santander, Córdoba, Cauca, Chocó y la Costa Caribe, lo cual ha redundado en el
incremento de las cifras de asesinatos, extorsiones, amenazas y desplazamiento for-
zado entre los años 2005 y 2010 (Romero y Arias, 2009; Quiroga, 2011).
PARTE I - MEMORIA, PODER Y POLÍTICA
96
Uno de los efectos políticos que se deriva de la negación del carácter paramilitar
de los grupos emergentes consiste en el ocultamiento de los vínculos que aún hoy
subsisten entre sectores de las fuerzas armadas, funcionarios y políticos con estas
estructuras de criminalidad (Semana, 18 de octubre de 2010; INDEPAZ, 2011). Adicio-
nalmente, se omite de la reflexión pública el discurso y la acción antisubversiva, que
constituye la justificación a través de la cual muchos de estos grupos vulneran a las
comunidades en las diferentes regiones de la geografía nacional. En consecuencia, ya
desde la primera propuesta de la Ley de Víctimas, radicada en septiembre de 2010, la
reducción del estatus de víctima correspondía con la ampliación de los márgenes de
impunidad, así como con la negación de los derechos de quienes han y siguen siendo
afectados en su integridad por grupos que el Estado, o bien no ha podido controlar, o
bien a coadyuvado en su crecimiento y accionar.
Pese a la paradoja que plantea la definición del estatus de víctima, la ley propone en
el artículo nueve que todo sujeto considerado como víctima “tiene derecho a la verdad,
justicia y reparación y a que la violación de sus derechos fundamentales no se vuelva a
repetir, con independencia de quien sea responsable de los delitos”. Sin embargo, acto
seguido la propuesta establece que “las medidas de atención, asistencia, indemniza-
ción y reparación […] no podrán presumirse o interpretarse como reconocimiento de la
responsabilidad del Estado […] o sus agentes”, lo cual elimina el potencial reivindica-
tivo de la Ley y deja sin soporte la posibilidad de que el Estado se asuma como actor
de la grave situación humanitaria por la que atraviesa el país, haciéndose partícipe
de los procesos de reconciliación. Adicionalmente, en aras de minimizar el carácter
probatorio de las acciones de reparación, la ley contribuye a elidir la responsabilidad
estatal en el desarrollo de acciones, a través de las cuales han vulnerado los Derechos
Humanos (DD.HH) y el Derecho Internacional Humanitario (DIH) de amplios sectores
de la población. Estas acciones pueden observarse en situaciones como las masacres
de El Aro, Macayepo, El Salado y Chengue, entre otras, en las cuales sectores de las
fuerzas militares y altos funcionarios de Estado han sido señalados como autores in-
telectuales, financiadores y apoyadores de estos crímenes (Véase Petro 2005; 2007).
En el capítulo tres del título cuatro de la ley, se propone la adopción de las medidas
que sean necesarias para la restitución de tierras y, de no ser posible, la compensa-
ción a las víctimas. Aunque esta medida se constituye en el núcleo de la propuesta, la
reincorporación de los derechos de propiedad a las personas que han sido expoliadas
y obligadas al abandono de sus territorios, debe ir acompañada de una política de
Estado en la que, por una parte, las instituciones hagan presencia en las diferentes
regiones y, por otra parte, ejerzan justicia sobre los responsables directos de los des-
pojos y desplazamientos forzados, así como sobre quienes decididamente les presta-
ron apoyo político, económico y logístico. Esto, si bien se recoge en el artículo 151 de
la ley, requiere del diseño de los mecanismos adecuados para detener los procesos de
concentración de la tierra iniciados a partir de la aprobación de la Ley de Biocombusti-
bles y la Ley de Saneamiento de la Titulación de la Propiedad Inmueble.
Capítulo 6. Instrumentos legislativos, políticas de la memoria y exclusión social. Caso ley de víctimas
97
5 Estas investigaciones deberán incluir en los descargos respectivos a personajes como el ex ministro de agricultura Andrés
Felipe Arias e, incluso, al ex presidente Álvaro Uribe Vélez, los cuales han sido involucrados en escándalos de adjudicación
de terrenos a agentes privados y en el control clientelista de la institución encargada de ejecutar la política agropecuaria
y de desarrollo rural; el INCODER (El Tiempo, 6 de marzo de 2006; El Tiempo, 29 de abril de 2010).
Capítulo 6. Instrumentos legislativos, políticas de la memoria y exclusión social. Caso ley de víctimas
99
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Capítulo 6. Instrumentos legislativos, políticas de la memoria y exclusión social. Caso ley de víctimas
101
MEMORIA
Y CONSTRUCCIÓN DE PAZ1
Oscar David Andrade Becerra
Politólogo de la Universidad Nacional de Colombia. Estudiante de la Maestría en Estudios Políticos del IEPRI de la
misma universidad. Investigador del Observatorio de Construcción de Paz de la Universidad Jorge Tadeo Lozano.
Introducción
¿Están las iniciativas de memoria destinadas a fracasar debido a la ausencia de tran-
sición? ¿Pueden, por el contrario, convertirse en un insumo para la construcción de
paz? ¿Existen tensiones entre los trabajos de memoria y los procesos de construcción
de paz? En este texto se pretende abordar estas relaciones entre ambas categorías,
para lo cual, en un primer momento, se explora la definición sobre memoria y las prin-
cipales características de la misma. En el segundo apartado se reflexiona en torno a
los obstáculos que enfrentan los trabajos de memoria en un contexto de conflicto y
las potencialidades que tienen los mismos para superarlas y coadyuvar a los procesos
de construcción de paz. Finalmente, en el tercer apartado se exponen las supuestas
tensiones entre la reivindicación de la memoria y la consecución de la paz y las alter-
nativas para superarlas.
1 Esta ponencia es un aparte del capítulo que será publicado el próximo año en el segundo número de la Serie Documentos
para la Paz-Víctimas: miradas para la construcción de paz. Este libro es editado por el Observatorio de Construcción de Paz
de la Universidad Jorge Tadeo Lozano.
PARTE I - MEMORIA, PODER Y POLÍTICA
104
En los casos en los que el conflicto continúa activo la discusión política y social ad-
quiere otro cariz. En pocas palabras, se trata de definir si es conveniente, e incluso
posible, adelantar iniciativas de memoria cuando la violencia no hace parte del pa-
sado sino que se reproduce en el día a día. En el caso colombiano el tema se com-
plica aún más en la medida que institucionalmente se ha emprendido un proceso de
justicia transicional que decide afrontar factores cardinales –como los procesos de
desmovilización, desarme y reinserción y la reparación a las víctimas- en un contexto
de pervivencia de la violencia. El tema de la memoria, por supuesto, no ha sido ajeno
a esa lógica, pues desde la sociedad civil organizada, y más recientemente desde la
institucionalidad pública, se han venido adelantando iniciativas en ese sentido.
Desde el principio, es muy importante dejar en claro que la memoria es muy diferente
a la historia. Aunque ambas son modalidades de interacción con el pasado, pueden
identificarse varias diferencias entre ellas –en materia de fuentes, horizonte tempo-
ral, metodologías, cantidad y líneas de continuidad-que las llevan a complementarse
y enfrentarse entre sí. La distinción esencial es que mientras la memoria permite
configurar identidades, consolidar lazos sociales y dar sentido a la vida individual y
colectiva al resignificar con otros las experiencias del pasado -particularmente las
traumáticas y dolorosas- (Corporación Nuevo Arco Iris, 2007, p. 18), los procedimien-
tos de la historia consagran una versión de la misma en la cual se glorifican algunas
personas, se romantizan sucesos específicos (por ejemplo gestas militares) y se en-
salzan valores e identidades determinadas.
En realidad, la historia no hace otra cosa que enaltecer esas memorias particulares,
fundando así un relato que se presenta como la historia legítima, global y uniforme de
una sociedad, el cual viene a ser sustentado con las herramientas epistemológicas, con-
ceptuales y metodológicas de la historia y otras ciencias sociales, por lo que se supone
objetivo e infalible. Se busca, en suma, engendrar una memoria nacional que permita
fundamentar criterios de identidad y orden que mantengan la cohesión de la sociedad.
Esta no es una situación aplicable solamente al siglo XIX, cuando los países latinoa-
mericanos estaban reclamando la independencia y emprendiendo la labor de edificar
un Estado nacional moderno, ni mucho menos una discusión saldada en aquella época.
Prácticamente a diario, y desde múltiples espacios, diferentes actores sociales procu-
ran imponer una versión de lo que es la nación, de su pasado y de su futuro. En ocasio-
nes las políticas oficiales de memoria han sido efectivas y la versión homogeneizadora
de la memoria promulgada desde el poder es aceptada. No obstante, la mayoría de las
veces son confrontadas abierta o subrepticiamente por los relatos alternos producidos
por los sectores históricamente subordinados, excluidos y violentados.
jerarquías, desigualdades y exclusiones sociales (Jelin, 2002, pp. 5-6; Área de Memo-
ria Histórica-CNRR, 2009, p. 34).
Estas luchas políticas por la memoria descansan en una profunda paradoja: aunque el
pasado no puede ser cambiado, sí puede serlo el sentido que se le da al mismo. Elizabeth
Jelin (2002, pp. 39-62) ha identificado algunos campos en los cuales se desarrolla esa
pugna por interpretar el pasado y por legitimar/ocultar ciertos relatos: la conformación
de una historia nacional oficial; la historia de las memorias; los agentes de la memoria
y sus emprendimientos; las marcas de la memoria; y los usos y abusos de la memoria.
Sin embargo, la memoria también es una esfera donde se tejen legitimidades y amis-
tades políticas, sociales y culturales. Mediante sus memorias, las personas confieren
distintos grados de legitimidad, confianza, identidad y adherencia frente a los actores
políticos y sociales. En ese proceso, las personas también enjuician las decisiones
y estrategias de los actores en disputa y adoptan distintas posturas ante el orden,
las instituciones, las organizaciones y los personajes públicos. Específicamente en
contextos de violencia, la manera como las personas recuerdan el pasado permite
levantar distintos reclamos frente a la violencia, asignar responsabilidades entre los
distintos actores del conflicto y evaluar moralmente su conducta, a la par que favo-
rece el planteamiento de diferentes posturas frente a las políticas de solución del
conflicto y reparación (Área de Memoria Histórica-CNRR, 2009, p. 34).
Estas supresiones de los rastros del pasado pueden ser el corolario del devenir del
tiempo o de las disfunciones de las operaciones mnésicas (bien sean normales o pa-
tológicas), pero también de la voluntad de actores que, mediante políticas de silencio
y olvido, pretenden eliminar, ocultar o manipular los rastros del pasado para impedir
futuras reivindicaciones de la memoria. En conclusión, el problema no es olvidar, sino
qué es lo que se elige olvidar. Ciertamente, la memoria y el olvido, la conmemoración
y el recuerdo, se tornan decisivos cuando se vinculan a situaciones de represión y
violencia que generan profundos traumatismos sociales (Jelin, 2002).
PARTE I - MEMORIA, PODER Y POLÍTICA
108
Otro punto crucial es quién hace la selección sobre la memoria y el olvido. Como afir-
ma Tzvetan Todorov, lo que se le reprocha a los regímenes totalitarios, y aquí habría
que añadir a los gobiernos de los países en fase de conflicto o posconflicto armado,
no es que retengan ciertos elementos del pasado antes que otros –la memoria es
esencialmente selectiva y de cualquier sujeto no se puede esperar un procedimiento
diferente- sino que se arroguen el derecho de controlar la selección de elementos que
deben ser conservados (Todorov, 2000, pp. 3-4)
En ese orden de ideas, aunque verdad y memoria se posicionan cada vez más en la
conciencia y el lenguaje de los derechos y los deberes sociales y políticos, la campaña
Capítulo 7. Memoria y construcción de paz
109
Pese a estas férreas dificultades, la persistencia del conflicto no es óbice para adelan-
tar procesos de memoria. Por el contrario, al igual que los procesos de construcción de
paz en general, los trabajos de memoria contribuyen particularmente a desactivar las
fuentes de la violencia y avanzar hacia formas de satisfacción de los derechos de las
víctimas e inclusión política y desarrollo social general. Así las cosas, la memoria es
un insumo para la construcción de paz por lo menos en dos ámbitos:
Cuando el pasado del conflicto es así comprendido, y con base en ello en el presente
se emprenden medidas reales de satisfacción a las víctimas y reformas para garan-
tizar la no repetición de los crímenes, el camino del perdón y la reconciliación que
permite pensar en una sociedad estable, próspera y en paz en el futuro es realmente
abierto. Por el contrario, la figura del perdón suele ser impuesta por los gobiernos a
PARTE I - MEMORIA, PODER Y POLÍTICA
110
las víctimas como una solución política para salir de la violencia. En efecto, las políti-
cas de perdón son iniciativas gubernamentales que están estrechamente asociadas a
la amnistía y el indulto y proponen un perdón que es pedido u otorgado por un tercero.
Por el contrario, el verdadero perdón cumple tres reglas generales: es un aconteci-
miento datado; sólo puede terciar en el marco de una relación entre dos personas; y
es total, extrajurídico, irracional y gratuito (Jankélévitch,1999).
Esto implica que el verdadero perdón es una decisión libre del ofendido y el ofensor
que permite restablecer una relación interpersonal deshecha por la ofensa, lo cual
descarta de plano la intervención de un tercero -ni siquiera como mediador- y supone
una absoluta generosidad de quien lo otorga. Eso plantea una desavenencia esencial
entre el perdón y cualquier tipo de formulación política y jurídica. Este escenario, sin
embargo, enfrenta una paradoja fundamental: en el ámbito de la política el perdón es
imposible, pero es necesario para dejar atrás el pasado de violencia. Para superar esa
contradicción, el perdón en política debe ser concebido, no como un acto oportunista
que debe imponerse a como dé lugar para acabar con la violencia y evitar supuestos
brotes de venganza (pública y privada), sino como un principio de responsabilidad
adaptado a los fenómenos de violencia (Lefranc, 2005, p. 219).
En la perspectiva de Sandrine Lefranc, lo anterior significa que para dilucidar los usos
políticos del perdón hay que reconsiderar los postulados sociológicos, filosóficos y
teológicos sobre el mismo. Primero, hay que dar cabida a una tercera persona (por
ejemplo el confesor o el juez) que pueda dinamizar la relación de perdón y reconcilia-
ción entre la víctima y el victimario. Segundo, hay que expresar el perdón como una
acción que instaura una nueva relación que libera al ofensor de la carga de la deuda
(culpa) y al ofendido del estigma del prejuicio sufrido y de su estatus de víctima. Ter-
cero, es fundamental dejar en claro que perdón no equivale a olvido, pues aquel no
borra la deuda de culpabilidad, sino que la condona, transformándola en el marco de
una nueva memoria.
Solamente de esta manera los considerandos de la figura moral y religiosa del perdón
pueden corresponder con las expectativas de los gobiernos y las sociedades plura-
listas sobre las políticas del perdón: la operativización de la justicia de transición y
la instauración de un régimen democrático; la reconstrucción y reconciliación de una
sociedad dividida por la violencia; y el reexamen de la memoria a través de mecanis-
mos como las comisiones de la verdad. En conclusión, el objetivo del perdón político
así concebido es una refundación social no proporcionada por las modalidades tra-
dicionales de salida de la violencia política que son la justicia y la paz basadas en la
imposición del perdón y el olvido. Únicamente el perdón traducido en el recomienzo
de una relación social destruida por la violencia puede contribuir a la instauración
de esa paz positiva por la que propugnan los enfoques de resolución de conflictos y
construcción de paz (Lefranc, 2005, pp. 254-259).
Capítulo 7. Memoria y construcción de paz
111
Además de develar las fuentes y las características de la violencia, allanando con eso
el camino para el planteamiento de medidas concretas para desactivarla y aclarando
el panorama para el perdón y la reconciliación de la sociedad, los trabajos de memoria
contribuyen a dar forma a una sociedad más sensible, crítica, participativa, organizada
y con mayores capacidades para enfrentar la transición y la reconstrucción posterior al
conflicto. Estos elementos, sin duda, son fundamentales para producir las herramientas
que permitan intervenir antes, durante y después de los conflictos, con el fin de crear las
condiciones para que las sociedades sean capaces de tramitar sus diferencias de forma
pacífica y prevenir la activación o reactivación de confrontaciones violentas.
Esencialmente, los procesos de memoria tratan de mostrar que los crímenes come-
tidos en el marco de los conflictos armados y las dictaduras no han causado daño
solamente a las víctimas directas y sus familiares, sino que han afectado al conjunto
de la sociedad y al concepto mismo de humanidad, en el sentido de que las amenazas,
hostigamientos, asesinatos, torturas y demás vilezas no buscaban solamente dañar
o eliminar a un individuo y su grupo, sino atacar formas específicas de cultura, ideo-
logía y cosmovisión. Así las cosas, se buscaba imponer una forma de pensar y hacer,
vulnerando una de las características principales de la humanidad: la pluralidad. Por
ese motivo, la búsqueda de la verdad y la preservación de la memoria se convierten en
acciones claves para la constitución de una sociedad más tolerante, pluralista y justa,
que no niegue su pasado para justificar el presente y que reconozca en los recuerdos
del pasado formas diversas de construir un futuro posible (Movice, 2010, p. 7).
En segundo lugar, los trabajos de memoria ayudan a erigir una sociedad que aborda
su historia más críticamente. Al conocer, analizar y cotejar las diferentes narraciones
sobre el pasado y elaborar individual o grupalmente un relato mucho más completo y
ponderado, se cierran las vías para la imposición de esa memoria nacional que busca,
por un lado, preservar la imagen de unidad, probidad y heroísmo que se quiere tras-
mitir sobre la historia de colectiva y, por el otro, legitimar los actos atroces cometidos
por diferentes poderes para satisfacer sus intereses particulares. En oposición a las
manipulaciones y ocultamientos implícitos en estas versiones de la historia y la me-
PARTE I - MEMORIA, PODER Y POLÍTICA
112
las secuelas de la violencia y avanzar hacia el futuro. En cualquier sociedad que haya
pasado por una situación de conflicto armado o represión autoritaria siempre habrá
voces que se levantarán en favor de los derechos absolutos de la verdad y la memo-
ria, otras que defenderán la consigna de perdón (impuesto) y olvido para evitar que
la apertura de viejas heridas reactive la violencia o genere retaliaciones entre las
nuevas generaciones y muchas que reclamarán diferentes fórmulas intermedias. En
cada una de las posiciones de este espectro, y dando por descontado que el extremo
maximalista es imposible y el radicalmente minimalista es nocivo, lo que hay en juego
es un modelo de construcción de paz cuyas condiciones y posibilidades de sostenibi-
lidad varían.
Los alcances de este debate no son baladíes, pues cada uno de estos tipos de memo-
ria y sus usos lleva implícito un modelo de comunidad política: uno en el cual quienes
hablan marca la frontera del “nosotros” de forma excluyente, marginando al interlo-
cutor y al observador (memoria literal), y otro en el cual se hace de manera incluyente,
invitando a los “otros” a la comunidad (memoria ejemplar) (Jelin, 2002, p. 60). Esta
distinción descansa sobre la discusión acerca de la legitimidad para recordar. Aunque
nadie duda del dolor de las víctimas, de su derecho a saber la verdad, ni del papel
protagónico que tienen en los emprendimientos de memoria, se plantea una pregun-
ta sobre el“nosotros” con legitimidad para recordar: ¿es uno excluyente, en el que
sólo pueden participar quienes vivieron el acontecimiento? ¿O puede ampliarse para
incorporar a otros miembros de la sociedad? De hecho, el debate puede alcanzar di-
mensiones mucho más inquietantes cuando se plantean interrogantes sobre el papel
de la justicia y las instituciones en los procesos de memoria (Jelin, 2002, pp. 60-61).
Capítulo 7. Memoria y construcción de paz
115
Los adelantos sociológicos, políticos y jurídicos en diferentes niveles han logrado que
cada vez sea más claro que la memoria es un deber que han de emprender varios
actores. En el caso del Estado, es un imperativo político y moral de doble vía: por un
lado, está en la obligación de desarrollar mecanismos institucionales oficiales que
reconozcan abiertamente su responsabilidad y su participación en los hechos de vio-
lencia y brinden las garantías de resarcimiento y no repetición necesarias; por el otro,
tiene que promover canales para que diferentes grupos sociales, y en especial las
víctimas, puedan reconstruir la verdad sobre los acontecimientos del pasado y trans-
mitirla (según sus propios términos y modalidades) hacia el resto de la sociedad con
el fin de poder abordar adecuadamente un proyecto conjunto de futuro.
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Parte II
MEMORIA,
CONFLICTO Y OLVIDO
Capítulo 1
Representar, narrar
y tramitar institucionalmente
la guerra en Colombia:
una mirada histórico-hermenéutica
a las comisiones de estudio
sobre la violencia
Jefferson Jaramillo Marín
Doctor en Ciencias Sociales, Flacso, México. Profesor Departamento de Sociología, Pontificia Universidad Javeriana.
Las reflexiones expuestas aquí se enmarcan dentro de un ejercicio más amplio de tesis doctoral.
E-mail: jefferson.jaramillo@javeriana.edu.co , jefferson.jaramillo@flacso.edu.mx
Introducción
En contextos de guerra persistente la gente común, los gobiernos, las organizaciones
sociales y los expertos producen y manufacturan diversos sentidos sobre el pasado,
el presente y el futuro de esa guerra. Dentro de estos marcos de temporalización se
rearticulan y condensan múltiples formas de interpretación sobre lo que le ocurre a
la sociedad colombiana. Una expresión de esta rearticulación y condensación son las
llamadas Comisiones de estudio sobre la Violencia, comprendidas aquí no sólo bajo
la forma de órganos de investigación oficial, sino también como dispositivos histórico
- hermenéuticos, es decir, artefactos de representación y tecnologías de trámite que
ayudan a concebir, nombrar y localizar significados sociohistóricos sobre realidades
rotas o fracturadas por la guerra (Castillejo, 2010). Como se podrá observar luego
en un ejercicio comparativo que proponemos, estos dispositivos posicionan tramas
narrativas nacionales y capitales narrativos (Theidon, 2006) que revelan y editan al
mismo tiempo mucho de nuestra memoria institucional de la guerra.
PARTE II – MEMORIA, CONFLICTO Y OLVIDO
122
El lente propuesto para mirar las comisiones se sitúa dentro de lo que Paul Ricoeur
denomina una “hermenéutica de la condición histórica” (2010; 2009b), dado que tiene
relación con algo que trasciende la interpretación textual conduciéndonos hacia el
ámbito de la “representación del pasado” donde se colocan en juego los límites del
conocimiento histórico, las modalidades de temporalización de una sociedad y las
formas sociales e institucionales del olvido y la justicia. A través de esta hermenéu-
tica, los relatos y narrativas que son los yacimientos de saber y de inteligibilidad por
excelencia para los individuos y las sociedades (Dosse, 2009, p. 45), resignifican la
relación de pertenencia de las personas y de las instituciones con el tiempo que es
vivido y experimentado. Además está un marco bajo el cual el pasado imprime una
marca o deja una “huella”2 en lo que somos; el presente es al mismo tiempo lo que
vivimos pero también lo que anticipamos de un pasado remoto (Ricoeur, 2009b); y el
futuro deviene en un “horizonte de expectativas”, volviéndose presente al ser temati-
zado con alguna intencionalidad.
Pero ¿por qué asumir una perspectiva histórico - hermenéutico sobre la guerra en Co-
lombia? La respuesta está en dos vías. La primera vía considera que esta perspectiva,
permite luchar contra la tendencia mecánica de considerar el pasado como algo aca-
bado y caducable, el presente como simplemente un instante puntual o el futuro como
1 Esta idea de los grandes relatos se evidencia con mayor profundidad en su célebre texto Tiempo y Narración (Grondin,
2009, p. 41). Sin embargo, en la enorme obra de Ricoeur no siempre existió un interés por este tipo de relatos, recordemos
que en sus primeros textos él orienta su proyecto hermenéutico hacia la interpretación de los símbolos y mitos (por ejem-
plo, en la Simbólica del Mal).
2 La noción de huella es crucial en la representación del pasado. Desde la antigüedad este tema ha abrumado a la memoria
y a la historia. Hoy sigue siendo una cuestión de especial atención. Para Ricoeur las huellas son de tres tipos: las corticales
o cerebrales (las improntas corporales en nuestro cerebro) y de ellas tratan las neurociencias; las psíquicas, relacionadas
con las impresiones que han dejando en nuestros sentidos y afectos los acontecimientos sorprendentes y traumáticos, de
ellas se ocupa el psicoanálisis; las documentales, que están relacionadas con las improntas escritas y archivadas y de las
cuales se ocupa el historiador (Ricoeur, 2010, pp. 30-32).
Capítulo 1. Representar, narrar y tramitar institucionalmente la guerra en Colombia
123
Ahora bien, para que el nexo entre el relato y el tiempo histórico pueda concretarse,
necesita de mecanismos que “ensamblen” la vivencia temporal y el acto narrativo. Un
mecanismo analítico que proponemos al respecto son las tramas narrativas y tempo-
rales, las cuales permiten seleccionar y disponer acontecimientos y acciones hetero-
géneas y difusas4. Así, la trama proporciona a la experiencia humana, ante todo inteli-
gibilidad y coherencia narrativa, permitiendo un conjunto de combinaciones mediante
las cuales los acontecimientos temporales se transforman en un relato estructurado.
La trama es la gran articuladora de los modos de temporalización dentro de un gran
relato o conjunto de narrativas. Lo sugestivo de esta noción que retomamos de Ri-
coeur y que deriva propiamente de Aristóteles, es que sugiere que los ingredientes de
la acción humana diaria, que resultan discordantes, y en muchas ocasiones mudos por
su carácter traumático como en el caso colombiano, son ensamblados para otorgarles
inteligibilidad y coherencia (Ricoeur, 2000, p. 192).
En nuestro caso, estas tramas son mecanismos que tienen la capacidad de “hacer
sentido del mundo” (Nancy, 2002) para quienes viven,padecen y leen los avatares
y rigores de fenómenos como las violencias y la guerra5. Estas tramas rearticulan
tiempos históricos y narrativas fracturadas por la guerra, ayudando a construir ex-
plicaciones lo suficientemente inteligibles frente a lo que ha sucedido y acontecido
3 Las narrativas bélicas para el caso de las guerras civiles en Colombia, son trabajadas por Uribe y López (2010).
4 Esta noción la utiliza Ricoeur en el ámbito de la historia (historiografía) y de la ficción (desde la epopeya y el cuento popular
a la novela moderna), nosotros la utilizamos aquí para dar cuenta del carácter condensador e inteligible que deriva de ella
cuando se trata de agrupar relatos institucionales y sociales, experiencias temporales y acciones narrativas.
5 Somos conscientes que sobre la problemática del sentido, se ha discutido desde Weber, pasando por la microsociología, la
fenomenología, la lingüística, la hermenéutica yla pragmática contemporánea, discusión imposible de sostener aquí. Para
una aproximación contemporánea a la temática se recomienda el trabajo de Jean Luc Nancy (2002).
PARTE II – MEMORIA, CONFLICTO Y OLVIDO
124
de forma terrible (Malkki, 1995; Castillejo, 2010). Pero ¿dónde podemos encontrar
estas tramas? Estas pueden estar condensadas en narrativas producidas a lo largo
de una historia nacional y estar soportadas bajo imaginarios o mitos nacionales: por
ejemplo para el caso colombiano, el tan tristemente célebre mito de la “cultura de la
violencia”. Mito que por cierto, además de discutido en la academia colombiana, ha
terminado naturalizándose como locus común cuando se habla del país en cualquier
escenario nacional o internacional. De otra parte, pueden en determinado momento
fungir como marcos de administración social y política del pasado,generadores de
principios explicativos y genéticos de la violencia, como por ejemplo, el Frente Na-
cional en los años cincuenta o la Seguridad Democrática y la Ley de Justicia y Paz en
la reciente década. También fungir como un conjunto de relatos derivados de unos
individuos, por ejemplo, los expertos en violencias, que con cierta asepsia concep-
tual y metodológica construyen, a través de ellos, diagnósticos profilácticos de país
(Jaramillo, 2011). O narrativas de grupos hegemónicos (las élites políticas o militares)
o de colectivos subalternos de la sociedad (movimientos sociales como el MOVICE o
las víctimas - sobrevivientes de las masacres perpetradas por los paramilitares), los
cuales pueden servirles para manufacturar, administrar, editar, subvertir o legitimar
lecturas de la realidad nacional6.
6 Para el caso de las luchas estructurales y coyunturales del MOVICE, bajo un análisis de redes, se recomienda Jaramillo
(2009).
Capítulo 1. Representar, narrar y tramitar institucionalmente la guerra en Colombia
125
Uno de esos dispositivos poco estudiados y potentes son las denominadas comisiones
de estudio sobre la violencia. Pero ¿por qué son potentes? Precisamente porque ellas
devienen en correas institucionales transmisoras de visiones de país y de procesos
de manufacturación de la historia nacional. En esa medida se asume que su principal
función no es sólo investigar el pasado sino ensamblar con no pocas tensiones, liti-
gios y sesgos, formas institucionales elaboradas y especializadas de construcción de
una génesis del pasado, de un diagnóstico sobre el presente y de una representación
del futuro nacional.
Ellas sirven para legitimar y movilizar narrativas oficiales sobre lo ocurrido en coyun-
turas críticas de nuestra historia reciente, recuperar saberes sobre las violencias ocu-
rridas, condensar memorias, olvidos y silencios, movilizar capitales narrativos tanto de
las víctimas como de los victimarios, además de legitimar la exclusión de unos sectores
sociales y favorecer la inclusión de otros. En ese sentido, estas iniciativas permiten
construir “marcos generales de sentido” o “cuadros temporales más o menos comunes”
(Allier, 2010, p. 18), a partir de los cuales unos determinados grupos sociales (gobier-
nos, grupos de comisionados, expertos, miembros de organizaciones, partidos políticos,
víctimas, organismos internacionales, prensa escrita, entre otros), en un determinado
momento histórico, terminan pensando, recordando y representando la guerra y la vio-
lencia (Crenzel, 2008). La resonancia y peso de estas comisiones, está en relación con el
posicionamiento que logren en una determinada coyuntura o encuadre político nacional
o internacional, así como en el uso social y político que tengan.
Finalmente, este tipo de tecnologías puede decirnos mucho sobre las lecturas par-
ticulares del pasado, del presente y del futuro nacionales que tienen sus actores
académicos y políticos, además de las racionalidades y posicionamientos políticos,
diferenciados o comunes entre ellos. Incluso, permiten comprender una variedad
de interpretaciones sobre la guerra y las violencias desde otra óptica distinta a las
realizadas por reconocidos investigadores y académicos en el país. Precisamente la
aproximación hermenéutica de lo que fueron o siguen siendo, permite resignificar la
relación de pertenencia de varias generaciones con la escena histórica nacional des-
de la segunda mitad del siglo XX para acá. Además, la comprensión de estos marcos,
desde las ciencias sociales, pueden ayudarnos también a comprender los distintos
efectos de verdad, es decir, no sólo cómo se piensa la nación, sino también cómo se
preservan o contestan ciertos órdenes sociales en el tiempo (Alonso, 1988; Lechner
y Güell, 2000).
La Investigadora realizó todo ello, enfrentándose a tres grandes retos: investigar, re-
comendar y normalizar. Además su labor no puede comprenderse hoy sino como parte
de un mapa político muy conflictivo, no sólo porque la sociedad colombiana se encon-
PARTE II – MEMORIA, CONFLICTO Y OLVIDO
128
traba sujetada institucionalmente por el imaginario del orden público turbado debido
al desangre regional, sino también porque la Comisión sería parte de una estrategia
política mayor de concertación, de una política de élites y de caballeros como la del
Frente Nacional. La Comisión sería en ese marco un escenario de personalidades
notables con buenas intenciones en un marco político de élites con intenciones no
tan diáfanas.
Evaluada en el presente, debemos reconocer que esta Comisión a la vez que se con-
virtió para el país en un vehículo de narrativas sobre la Violencia, también posicionó
ofertas de sentido temporal, que en diversos espacios sociales, si bien hizo operativa
la macropolítica frentenacionalista, también fue revelando en parte, las ausencias
históricas de pactos sociales incluyentes. Es decir, más allá de que tuvo o no controles
por estar dentro de un pacto de silencio, también es cierto que logró articular una in-
vestigación del pasado, recomendar soluciones hacia futuro y normalizar situaciones
complejas en el presente. Nuestra impresión hoy, es que la Investigadora resultó tan
funcional como reveladora. Así, sin proponérselo de inicio y tampoco sin sospechar
los políticos en que devendría ella, terminó convirtiéndose en una especie de “tregua”
en medio de la guerra, para recordar un dolor sin cicatrizar aún, pero también para
encontrar medidas de solución.
Esta Comisión, sin avizorarlo, terminó por instaurar una especie de marco de sentido
sobre lo ocurrido, que favoreció que ciertos sectores sociales pensaran y procesaran
el pasado, el presente y el futuro nacional de una forma distinta. Pero un marco de
sentido, que de todas formas fue controlado y editado por las élites, y en ese orden
de ideas, así como reveló también ocultó aspectos decisivos de un momento de la
historia nacional que transformaría el mapa de las representaciones sociales y políti-
cas de los colombianos hasta el día de hoy. Un momento que además, aunque se leyó
desde el Frente Nacional como concluido, se profundizaría y radicalizaría aún más en
los años venideros, especialmente en los años ochenta.
Capítulo 1. Representar, narrar y tramitar institucionalmente la guerra en Colombia
129
La segunda iniciativa emblemática fue la Comisión de Expertos del 87. Ella, aunque
tuvo lugar en un contexto político posfrente, muy diferente a aquel en el que cobró
vida la Investigadora, debió lidiar con varios de los legados de la política de con-
certación de élites. Entre ellos, la polarización del escenario de conflicto nacional y
la ausencia de pacto social, cuyo desenlace a lo largo de varias décadas se tradujo
en la profundización de la precariedad institucional y ciudadana. En ese sentido, la
Comisión de Expertos nace en una escena de violencias discontinuas y diversas, que
si bien no pueden ser consideradas como resultado directo y mecánico del Frente
Nacional, este marco si es un factor coadyuvante en su desenlace al no lograr generar
una mayor cohesión nacional.
Ahora bien, si la Investigadora tuvo lugar en medio del furor de un gran pacto que
pretendió derrotar la Violencia con más modernización, la Comisión de Expertos es
demandada en ausencia de pacto y con violencias nuevas que no pueden derrotarse
con modernización e ingeniería social. Precisamente, la búsqueda de respuestas a
qué puede explicar y qué puede derrotar estas nuevas violencias, es lo que llevará a
un estadista - técnico como Virgilio Barco, asesorado por un político - humanista como
Fernando Cepeda, ambos amigos de las comisiones técnicas, a nombrar la que será la
“comisión de expertos” por excelencia en el país. En ese sentido, podemos sostener
hoy que la Comisión del 87, por tanto no replica ni se enmarca dentro de algo así como
un “ideario”, pues no solo no existe, sino que además debe afrontar con prontitud
la generación de una serie de recomendaciones para frenar o contener no una sino
múltiples manifestaciones de la violencia, y con ello, tal vez, abrir la posibilidad de
constitución de un nuevo arreglo de cultura democrática, que permita la superación
de ese clima, en el mediano plazo.
Como bien sabemos hoy, este espacio de expertos, ya no de notables como lo fue
la Investigadora, terminará por realizar un ejercicio taxonómico e higiénico de las
múltiples violencias que azotaban por entonces al país, criticado pero al fin y al cabo
ponderado como ejercicio necesario para el momento. Revelador de cosas, pero ex-
cesivamente tímido con otras. Si a los comisionados del 58 los caracterizó el prurito
de los micropactos, a estos los caracterizará el prurito clasificatorio de las violencias,
bajo el objetivismo científico, propio de la lectura de expertos que quieren posicionar-
se como “intelectuales para la democracia” y no como “demagogos de la guerra”. De
esa apuesta saldrá precisamente el libro Colombia, Violencia y Democracia.
De otra parte, se deriva del trabajo de los expertos la generación de una lectura de la
sociedad colombiana muy polémica para la época: la de una cultura de la violencia.
Sin embargo, con esta Comisión se posiciona la idea de que para salir de ella, dado
que el atavismo no debe condenarnos eternamente al laberinto de la guerra, basta
con el remedio democrático. Cultura de la violencia y cultura democrática serán dos
de las piezas claves del andamiaje arquitectónico de las narrativas y ofertas de sen-
tido temporal y político de esta comisión, con repercusiones hondas en la interpreta-
ción de lo que somos ahora como nación.
Evaluada en el presente, no podemos más que decir que esta Comisión fue básica-
mente un espacio de consejo técnico para un gobierno técnico con baños de huma-
nismo, que no encontraba la salida a la crisis y que demandó la fabricación y entrega
rápida de un informe especializado y propositivo. En una época en la que había una
ausencia total de pacto nacional y múltiples violencias rondando la vida de los ciu-
dadanos, los expertos tendrán su momento estelar para producir un flash analítico,
que a la vez que lee lo que pasa, genera recomendaciones fáciles de digerir y opera-
cionalizar en política pública. Recomendaciones que servirán para avalar decisiones
gubernamentales en la destinación de fondos sobre problemas de seguridad y orden
En ese doble horizonte, Memoria Histórica ha sabido sortear su trabajo como un ma-
labarista. Lo hace así, desde comienzos del 2007 y espera seguirlo haciendo hasta el
2012, cuando termine su mandato. Es decir, dentro de un horizonte político simbólico
que edita la historia nacional como una historia de terrorismo, y un horizonte más
operativo y ético para el grupo que los lleva a reconocer el conflicto histórico como
constitutivo de la nación, pero que para ellos tiene una nueva lógica e impronta: las
masacres de población civil. Así, el primer horizonte considera como necesarios y
suficientes, mecanismos de justicia excepcional y transicional como el perdón alter-
nativo, la reparación administrativa, la desmovilización y reinserción de los grupos
armados, y una “narrativa más o menos fiel de su origen”; mientras el segundo hori-
zonte despliega toda una estrategia de reconstrucción literal y ejemplar de ese mapa
del terror provocados por los actores armados, incluyendo al mismo Estado.
Capítulo 1. Representar, narrar y tramitar institucionalmente la guerra en Colombia
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PARTE II – MEMORIA, CONFLICTO Y OLVIDO
136
Introducción
El tema de la memoria se ha constituido en uno de los más acuciantes en la agenda
pública en las últimas décadas, pautado por un momento histórico en el cual pre-
domina la sensación de un presente que se escapa vertiginoso y cuyas líneas de
continuidad con el pasado y el futuro parecen estar cada vez más desdibujadas. Ello
ha traído como contraparte un sinnúmero de iniciativas con las que se pretende res-
catar las memorias de actores y protagonistas de acontecimientos sobre la historia
reciente, dentro de las cuales se inscribe el interés no solo por la narrativa o literatura
1 Este artículo hace parte de la investigación doctoral titulada Museo Virtual de Memoria de Tiempo Reciente. Conflicto Po-
lítico Colombiano, llevada a cabo por Jeritza Merchán bajo la tutoría de Martha Cecilia Herrera, en el marco del Doctorado
Interinstitucional en Educación, Universidad Pedagógica Nacional (Bogotá). El trabajo hace parte del proyecto Memorias
de la violencia y formación ético política en jóvenes y maestros, del grupo de Investigación Educación y Cultura Política
(Grupo A1 en Colciencias). Está financiado por el Centro de Investigaciones de la Universidad Pedagógica Nacional, CIUP,
para las vigencias 2011 y 2012 (código: DPG-267-11). En el proyecto se busca indagar sobre memorias de la violencia polí-
tica y su incidencia en la configuración de visiones del mundo, de pautas de subjetivación y de aprendizajes ético-políticos
en diversos escenarios de formación y socialización.
PARTE II – MEMORIA, CONFLICTO Y OLVIDO
138
testimonial, sino cada vez más por la pedagogía de la memoria y la enseñanza de esa
historia reciente no solo de los países Latinoamericanos, sino de algunos europeos,
asiáticos y africanos que ven marcada su historia por la violencia política, el genocidio
y la vulneración derechos humanos.
Los discursos de la memoria también han cobrado fuerza debido al surgimiento los
movimientos sociales a favor de la descolonización, Pierre Nora anota que: “Las me-
morias minoritarias se originan principalmente en tres tipos de descolonización: la in-
ternacional, la cual permitió que las sociedades que estaban atrapadas en la opresión
colonial tuvieran acceso a la conciencia histórica y a la rehabilitación (o fabricación)
de las memorias; la descolonización doméstica de las minorías sexuales, sociales,
religiosas y provinciales para las que reafirmar su “memoria” -de hecho, su historia-
es un modo de hacer que su “particularismo” sea reconocido por una comunidad que
les negaba ese derecho; y la descolonización ideológica, la cual reunió a las personas
cuyas memorias habían sido confiscadas, destruidas o manipuladas por regímenes
totalitarios”(2004, p. 3).
En el caso de las memorias sobre la violencia política, los hechos estudiados en torno
a la historia reciente de América Latina y otros países han dejado al descubierto la
pluralidad y vigencia de múltiples esferas de socialización y subjetivación: cárceles,
campos de concentración, cementerios ilegales, escuelas, familias, iglesias, medios
de comunicación -prensa, cine, tv, radio, internet -, lugares memorialísticos, agrupa-
ciones políticas y redes informales, colectivos artísticos, diversos espacios públicos
de debate y confrontación, son espacios en donde concurren diversos actores, fuerzas
sociales y narrativas que intervienen en la conformación de las subjetividades y de
las memorias sociales que emergen sobre los acontecimientos vividos y sus formas
de significación, instituyéndose como reservorios de aprendizaje social del pasado
reciente de nuestro continente y otros escenarios geográficos, cuyo estudio debe
ser incorporado en las agendas de la investigación histórica en educación desde una
perspectiva cultural.
de la historia reciente; sin embargo, en este interés hay también un objetivo de ruptura
con los antecedentes que generaron estos crimenes, evidenciando la manera en que la
educación puede ser utilizada como herramienta de evocación y olvido de lo que se con-
sidera memoriable y no memorable; ahí que una reestructuración de los programas de
estudio se orienta a lograr que la población joven e infante conozca los detalles del régi-
men genocida (1975-1979), sobre el que hasta hace poco no se enseñaba formalmente,
sino por tradición oral y fuera de los establecimientos educativos (Carmichael, 2009).
Guatemala, nos muestra que las consecuencias destructivas dejadas por más de 30
años de guerra interna y el hecho de ser un país mayoritariamente indígena incide
para que los problemas en la calidad educativa aumenten, pues a la escasez de maes-
tros bilingües, se suma la inasistencia tanto del cuerpo docente como de estudiantes
por no tener condiciones para su permanencia o movilización a todos los lugares;
así que además de requerir procesos de formación que generen aprendizajes, sobre
saberes específicos de la comunidad, les urge trabajar en el desarrollo de metodoló-
gías que permitan abordar, como temática dentro del proceso educativo, la memoria
histórica vinculada a la guerra y a la violencia sexual contra las mujeres; la exclusión
de los idiomas indígenas; la ausencia de coherencia entre contenidos y contexto, la
ausencia de vínculos entre docentes y comunidades, entre otros los graves problemas
socioeconómicos que requieren un sistema educativo que los contemple, los analice y
se oriente a solucionarlos en parte formando tanto al profesorado como estudiantado
de educación básica y de institutos; elaborando guías didácticas para unos y para
otros y sensibilización social sobre la memoria histórica y la violencia ejercida sobre
todos los sectores de la población, todo ello con el ánimo de cumplir el principal obje-
tivo: promover una nueva convivencia basada en el respeto y valores orientados a la
construcción de la paz (Leal, 1997).
PARTE II – MEMORIA, CONFLICTO Y OLVIDO
146
Así que una pedagogía de la memoria es indispensable para trascender de esos ol-
vidos patológicos a unos olvidos que transiten socialmente por la memoria, la his-
toria y la política, de hecho por eso exige nuevas formas de enseñanza que gesten
transformación de mentalidades, ejercicio de justicia y materialización de derechos,
el de la memoria como patrimonio de los pueblos, por supuesto; pero al tenor de
éste los concomitantes fundamentales, colectivos y sociales, pues el hacer, rescatar,
promover, disputar y enseñar memoria implica necesariamente transformar el pen-
samiento de los sujetos, pero también las estructuras sociales, políticas y culturales
donde éstos conviven; no pueden proyectarse ciudadanos demócratas bajo regímenes
antidemocráticos; hombres libres bajo las ataduras de la tradición de política exclu-
yentes; sociedades justas bajo mantos totales de impunidad. Una pedagogía de la
memoria tiene como propósito rebasar la evocación del recuerdo y dinamizar procesos
de transformación integral del ser humano, de sus pactos sociales, de sus entornos-
culturales y de sus formas de interrelación vital.
Colombia esa pedagogía tiene que dar cuenta de que en contraste con los países del
Cono Sur, este país no atravesó por períodos dictatoriales en las décadas del 70 y 80,
pero sí contó con regímenes de democracia restringida en los que se ejerció la repre-
sión política por parte del Estado, en el marco de las Políticas de Seguridad Nacional
implantadas por Estados Unidos para toda América Latina, y aunque se diga que ésta
no alcanzó las dimensiones totalizantes de las modalidades impuestas en los países
del Cono Sur en los que “la desaparición y el campo de concentración-exterminio
dejaron de ser una de las formas de represión para convertirse en la modalidad repre-
siva del poder ejecutada de manera directa desde las instituciones militares”, si ha
generado muchas más víctimas.
También debe poner en cuestión el hecho de que los países del Cono Sur lograron
tránsitos, así sea problemáticos, hacia sociedades democráticas que permitieron en-
frentar los problemas de la dictadura y llevar a cabo procesos de justicia y reparación
social respecto a los hechos sucedidos en estas décadas y distanciarse de formas de
gobierno dictatoriales como opción para la organización social; que no es este el caso
de Colombia en el que los conflictos políticos generados desde la década del 70, han
encontrado soluciones parciales y la mayoría de ellos se ha escalonado en las déca-
das subsiguientes, a la luz de las nuevas condiciones coyunturales y del surgimiento
de nuevos actores. Así, en la actualidad se registra un conflicto armado irregular en
el cual están comprometidos grupos guerrilleros, paramilitares, narcotráfico y fuerzas
estatales que siembran el terror y la desolación en amplios sectores de la población.
La guerra sucia, el terrorismo de Estado y la multiplicidad de actores del conflicto,
han puesto en entredicho las características democráticas de las instituciones y sus
dificultades para la tramitación de la violencia, así como las formas corrientes de
comprensión de estos fenómenos por parte de la sociedad.
Capítulo 2. Pedagogía de la memoria y enseñanza de la historia reciente
149
En este contexto, las masacres y los desplazamientos forzados se han multiplicado sin
despertar el rechazo y la indignación por parte de la sociedad, generándose más bien,
al decir de los analistas, la indiferencia y el olvido. En este escenario, la narrativa tes-
timonial ha encontrado diversos canales de expresión como parte importante de los
vehículos de la memoria sobre acontecimientos referentes a la violencia política y a
las disputas que se dan en torno a ellos, que al igual que lo ya señalado en otros ámbi-
tos, se constituyen como fuente de enseñanza. Veamos algunos ejemplos al respecto.
Estas narrativas ayudan a reconfigurar las subjetividades de las autoras, a partir del
examen de sus trayectorias biográficas y políticas, sometidas a las tensiones del nue-
vo momento en el cual sus identidades ya no están atravesadas por las armas como
mediación para su accionar en el terreno político, pero necesitan encajar en ellas
sus actuaciones pasadas a la luz del proyecto político de lucha por la justicia social
al cual se adscribía su militancia, debiendo enfrentar, al mismo tiempo, los estigmas
sociales que estas trayectorias acarrearon en su reinserción a la sociedad. “Enten-
derme como parte de una historia y heredera de una cultura, le imprimió valor a una
actividad como la subversiva socialmente satanizada y, simultáneamente, le dio valor
a mi vida” (Vásquez, 1998).
Los análisis hechos con base en estudios socio-históricos y en los testimonios reco-
gidos giran en torno del esclarecimiento de los móviles de varias de las masacres
(algunas de ellas relacionadas con el aniquilamiento de la UP y sus simpatizantes),
señalando cómo en varias de ellas se puso en marcha una estrategia autoproclamada
como contrainsurgente y alimentada en “una retórica de la purificación y la asepsia
social que le sirve de legitimación frente a algunos sectores del entorno social” y cu-
yos objetivos eran el “sometimiento, desplazamiento y eliminación de determinados
sectores de la población, o una determinada colectividad. Es la imposición a sangre
y fuego de una determinada visión del orden o de la sociedad” (CNRV, 2008, p. 17).
“Con el pretexto de una estrategia contrainsurgente se fundará en Trujillo una de
las variantes del paramilitarismo: la alianza de agentes del Estado con actores loca-
les o regionales, en este caso del narcotráfico, que perciben a la guerrilla como una
amenaza a su poder (…) y que en su arremetida sangrienta la emprendieron contra
inermes y humildes pobladores que no alcanzan a descifrar la irracionalidad con que
se les perseguía” (CNRV, 2008, p. 17). “La historia y la memoria de Trujillo se pueden
reconstruir y narrar hoy como un testimonio de impunidad acumulada y tolerada por el
Estado y la sociedad colombiana” (CNRV, 2008, p. 301). A pesar de este diagnóstico
el informe alude a una nueva coyuntura que pugna por posicionar los trabajos de la
memoria en el espacio público: “Muchas cosas están pasando en Colombia hoy. Y
Capítulo 2. Pedagogía de la memoria y enseñanza de la historia reciente
151
una de las más importantes es que pese a las estructuras del miedo, las víctimas, la
sociedad y las instituciones han comenzado a hablar. Es tiempo de hacer memoria”
(CNRV, 2008, p.29).
Entre 2005 y 2010 un grupo de organizaciones llevó a cabo un proyecto que convocó a
varios sectores del país a contar sus vivencias sobre la violencia (www.desdeadentro.
info). En el libro publicado sobre sus resultados se incluye, además de los relatos re-
cogidos a través de procesos de intervención escritural y social, un análisis sobre las
diversas narrativas del conflicto provenientes de la academia, la prensa y los medios,
la investigación periodística, la televisión de ficción, el cine, así como de testimonios,
biografías o literatura del yo. Al referirse a esta última categoría, los autores afirman
que en la última década se impuso este género para contar la guerra, al cual han
acudido tanto víctimas como victimarios.
V. A manera de conclusión
Podemos aseverar que la violencia política, con sus modulaciones particulares en los
distintos países, ha sido una de las problemáticas que ha marcado buena parte de las
dinámicas sociales así como de las experiencias y la constitución de los sujetos en la
historia reciente del continente y del mundo. Este contexto y su compleja problemá-
tica han propiciado interrogantes sobre las memorias en torno de estos hechos y de
su incidencia en las sociedades, a la manera como estas memorias han sido trans-
mitidas, preservadas y reelaboradas, al papel de los lazos generacionales en torno a
ellas, a sus repercusiones en los procesos de formación de sujetos, así como al papel
jugado por las instituciones educativas en la generación de prácticas relacionadas
con políticas de la memoria.
El análisis de las prácticas sociales sobre violencia política y las experiencias de los
sujetos dejan ver las múltiples esferas de socialización y subjetivación que entran en
juego en su constitución, dentro de las cuales se cuentan instituciones típicamente
disciplinarias como cárceles, campos de concentración, escuelas, familias, iglesia,
hasta espacios más difusos como los medios de comunicación, o esferas de participa-
ción política y cultural como agrupaciones y redes informales, o colectivos artísticos,
así como los variados espacios públicos de debate y confrontación en los que las
manifestaciones callejeras han tenido gran relevancia.
El reto implica tener claro que la enseñanza del pasado reciente, entre otros aspectos,
debe provocar acontecimientos desde el quehacer pedagógico.
• Asumiendo que la disponibilidad para conocer el pasado supone la narración
crítica de éste, para que su evocación en el presente reconozca las herencias
de ese pasado, pero también las cercas del presente (qué se cuenta, cómo se
cuenta; qué no se ha contado y por qué no se ha contado; desde dónde y hacia
quienes se cuenta; PARA QUÉ se cuenta).
• Rompiendo epistemológicamente con esquemas instalados de verdad, legiti-
midad, certeza, validez y fundamentaciones naturales de lo que ha sido y debe
ser.
• Abriendo posibilidades para reflexiones críticas desde lo ético y lo político
sobre ese pasado reciente, de manera que las nuevas generaciones que están
siendo formadas se asuman como ciudadanos partícipes de esas historias des-
cubiertas, y no como meros observadores y escuchas pasivos de ellas.
• Considerando que al enseñar los acontecimientos del pasado, éstos se deben
reconfigurar en el escenario pedagógico, para darles sentido en el presente,
no con el ánimo de alterar su verdad, sino para reinterpretarla y así otorgarle
voz, imagen, lugar histórico a otros que han sido invisibilizados como sujetos
vitales y presentes en la dinámica de esos acontecimientos que se quieren
enseñar.
• Entendiendo que el papel de la memoria tiene sentido político en tanto bus-
ca rememorar para transformar. Evocar para no olvidar. No olvidar para exigir
justicia. Hacer justicia para sanar. Sanar para configurar otras formas de ser y
hacer ciudadanos.
• Teniendo claro que hacer memoria sobre los dolores y fracturas consecuencia
del desconocimiento y la vulneración de derechos, implica construir historia
sobre la exigencia, el respeto y la materialización de los mismos.
Capítulo 2. Pedagogía de la memoria y enseñanza de la historia reciente
153
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Capítulo 3 Entonces por primera
vez nos damos cuenta
PEDAGOGÍA DE LA MEMORIA de que nuestra lengua
no tiene palabras para
Y DE LA ALTERIDAD expresar esta ofensa,
la destrucción de un
hombre. En un instan-
EN UN PAIS AMNÉSICO te, con intuición casi
profética, se nos ha
Y ANESTESIADO revelado la realidad:
hemos llegado al fon-
do. Más bajo no puede
Clara Castro llegarse: una condición
Trabajadora Social de la Universidad Nacional de Colombia. Integrante de la humana más miserable
Corporación AVRE. Especialista en Actuaciones Psicosociales en Contextos de no existe, y no puede
violencia política y catástrofes de la Universidad Complutense de Madrid. Es- imaginarse. No tene-
tudiante de la Maestría en Educación de la Universidad Pedagógica Nacional.
mos nada nuestro: nos
han quitado las ropas,
los zapatos, hasta los
Piedad Ortega cabellos; si hablamos
Profesora de la Maestría en Educación y de la Licenciatura en Educación Co- no nos escucharán, y si
munitaria con énfasis en DDHH de la Universidad Pedagógica Nacional. Doc- nos escuchasen no nos
toranda en Teoría de la Educación y Pedagogía Social de la UNED – España. entenderían. Nos qui-
tarán hasta el nombre:
y si queremos conser-
Pablo Vargas varlo deberemos en-
Psicopedagogo de la Universidad Pedagógica Nacional con estudios en Filoso- contrar en nosotros la
fía de la Universidad Nacional de Colombia. Estudiante Maestría en Educación. fuerza de obrar de tal
Becario de Colciencias. manera que, detrás del
nombre, algo nuestro,
algo de lo que hemos
Investigadores del Grupo de Educación y Cultura Política Universidad Pedagó-
sido, permanezca.
gica Nacional
Primo Levi.
Introducción
Esta ponencia se inscribe en una de las producciones del proyecto de Investigación
“Memoria de la violencia política y formación ético- política de jóvenes y maestros”1
Proyecto agenciado por el Grupo de Investigación Educación y Cultura Política. Par-
ticularmente en este texto queremos presentar una reflexión sobre los sentidos de
1 Proyecto financiado por el Centro de Investigaciones de la Universidad Pedagógica Nacional para la vigencia 2011- 2012.
Bogotá.
PARTE II – MEMORIA, CONFLICTO Y OLVIDO
158
2 Los referentes de análisis se abordan desde la perspectiva de la pedagogía crítica en diálogo con la filosofía de la alteridad
(Lévinas, Ricoeur y Arendt) y la filosofía de la educación (Bárcena, Mélich y Ortega).
3 La exclusión es el proceso de ruptura y quebrantamiento del vínculo social entre el individuo y la sociedad, se sitúa en dos
procesos a veces concomitantes: la reclusión y la expulsión. La desigualdad implica un sistema jerárquico de integración
social caracterizado por el hecho de que aún quien se encuentra en los últimos escalones está adentro y es indispensable.
En Colombia, el incremento de las desigualdades sociales es el resultado de las transformaciones del mundo del trabajo,
de la creciente concentración de la riqueza y de la redefinición del lugar de intervención del Estado en modalidades de
asistencia mínima, donde las poblaciones de los sectores populares no cuentan con protecciones en todos los ámbitos;
algunos reciben planes sociales, pero además de ser precarios son insuficientes y no acogen a toda la población.
Capítulo 3. Pedagogía de la memoria y de la alteridad en un país amnesico y anestesiado
159
Antes de comenzar con este recorrido consideramos importante aclarar que las vícti-
mas de violencia política, se constituyen en una categoría central del presente análi-
sis, sin querer con ello afirmar que se caractericen por ser una categoría homogénea
y monolítica. La diversidad étnica, cultural, generacional y de género presente en
nuestro país plantea variables diferenciales para abarcar el análisis de la situación
de las víctimas. No obstante, nos referiremos a las mismas ubicando algunos pun-
PARTE II – MEMORIA, CONFLICTO Y OLVIDO
160
Ante estas expresiones, la lucha emprendida por las víctimas cobra toda su vigencia,
pues confronta a la sociedad con la indignación que produce la injusticia, la desi-
gualdad y la ausencia de respeto a la dignidad humana, planteando como exigencia
ético-política el reconocimiento de los derechos a la verdad, la justicia y la reparación
no como un asunto que compete únicamente a las víctimas, sino como propuestas de
reivindicación y reconocimiento colectivas que propenden por cambios estructurales
para superar el mantenimiento de la violencia en nuestro país. Es por esto que se hace
necesario analizar las capacidades de las víctimas y su reconocimiento como sujetos
políticos y de derecho.
PARTE II – MEMORIA, CONFLICTO Y OLVIDO
162
4 Es importante señalar que en la narración de las víctimas se pone en escena un recurso terapéutico de gran relevancia,
Para esta propuesta se retoman también algunos planteamientos presentados por J. A. Miller en “Introducción al post-
analítico”, del texto “El peso de los ideales”, editado por Paidós en 1999. Aunque son referidos a la noción de conversación
en el contexto de una institución psicoanalítica, se considera que pueden servir de apoyo para lo que aquí se está propo-
niendo en abordajes pedagógicos –de hecho Paul Ricoeur también traslada la terapia psicoanalítica sobre el duelo al plano
de la memoria colectiva-. Principios orientadores como que i) la conversación supone una comunidad de experiencia, ii) la
comunidad de experiencia es una experiencia hecha de vínculo social, y iii) no hay otro saber que el saber de la búsqueda
de un “siempre por decir” que no se agota en lo dicho, son pilares valiosos para elevar el significado de la narración a la
luz de la memoria, la violencia y la justicia.
Capítulo 3. Pedagogía de la memoria y de la alteridad en un país amnesico y anestesiado
163
5 En este escenario indagarpor las tramas vinculares que se configuran en medio de estas situaciones es vital por las
posibilidades de reconstrucción y agenciamiento de comunidades emocionales, filiales, políticas que ayudan a sostener a
los sujetos víctimas de la violencia política. Por ello es importante indagar por las producciones vinculares en términos de
gestos, expresiones y prácticas de solidaridad, justicia, acogiday responsabilidad.
PARTE II – MEMORIA, CONFLICTO Y OLVIDO
164
La narración de hechos violentos está ligada al dolor y a las pérdidas, “con el recuerdo
empieza el sufrimiento” (Quintero y Ramírez, 2009, p. 38). Por esta razón este proceso
se teje con la mediación del lenguaje, se convierte en un proceso terapéutico, y a su
vez, se constituye en un mecanismo para hacer frente a lo sucedido propiciando el
reconocimiento de recursos propios como las creencias espirituales y culturales, la
organización política, la red social de apoyo, entre otros, que aportan a la recupera-
ción emocional de las víctimas.
Pero hay otra alternativa, aquella que permite trasladar las narraciones y la memoria
sobre la violencia, el dolor de sujetos particulares, que aunque sean muchos siguen
siendo particulares, a un escenario de interpelación y formación cultural masiva capaz
de configurar memorias de horizonte más amplio a propósito de la realidad nacio-
nal. Se trata de la alternativa pedagógica, aquella que puede erigirse en oportunidad
cuando se le observa desde el lente de la memoria y la alteridad.
En el marco de estas preguntas para una sociedad como la nuestra que convive con
la violencia política, es necesario identificar situaciones en las que el rostro del Otro6
y todo lo que de allí se deriva se asume en permanentes tensiones. La primera de
ellas es la ausencia del rostro a quién se requiere responsabilizar, y la segunda es la
ausencia del rostro de quien me victimiza o a quien victimizo7. Situaciones estas que
6 En la pregunta por el rostro del Otro, nos acompaña Levinas (1991) para quien la subjetividad es entendida como respon-
sabilidad inderogable, responsabilidad convocada por la voz de lo Infinito, siempre despertada y audible desde lo humano
próximo.
7 Al respecto, plantea Lévinas (1991) que el rostro del Otro me indica su presencia, me posibilita hacerme responsable de
PARTE II – MEMORIA, CONFLICTO Y OLVIDO
166
él. Pero en ciertas situaciones, la alteridad se rompe cuando el Otro a quien quiero acoger desaparece en su cuerpo y en
su rostro, es un violentamiento contra las relaciones humanas mismas. Para dar cuenta de esta ausencia del Otro, presen-
tamos un fragmento del testimonio de una mujer que perdió a un familiar en circunstancias de violencia política: “Hoy ha
sido difícil. Fui a conseguir el certificado de que mi esposo está desaparecido. No me pueden dar el certificado de que está
muerto porque no hay cuerpo. Dicen que lo podrán hacer en dos años y entonces seré una viuda. Me ha hecho sentir muy
mal. Yo sé que él ya no está, claro, pero hasta ahora no se sentía del todo real. Nunca los perdonaré. Es más enseñaré a
mis hijos a no perdonar. ¿Cómo podría, cuando ni siquiera puedo decirle a mis hijos acá es en dónde descansa (o éste es
el rostro de) su padre?” (http://www.acnur.org/t3/index.php?id=164).
Capítulo 3. Pedagogía de la memoria y de la alteridad en un país amnesico y anestesiado
167
Para nuestra propuesta pedagógica, la relación con el otro, como lo sugiere Bárcena
y Mélich (2000) no es una relación contractual o negociada, no es una relación de
dominación ni de poder, sino de acogimiento. Es una relación ética basada en una
nueva idea de responsabilidad. Es una pedagogía que reconoce que la hospitalidad
precede a la propiedad, porque quien pretende acoger a otro ha sido antes acogido
por la morada que él mismo habita y que cree poseer como algo suyo.
Abordar la alteridad significa asumirla como una pedagogía del nos-otros, constructo-
ra del vínculo, éste “no es primariamente ni contractual ni virtual, es reconocimiento
mutuo de dignidades, en el cuidado del otro en su singularidad material, síquica,
social y corporal (Cullen, 2004, p. 117). En este marco, solidaridad significa una pul-
sión de alteridad, un deseo metafísico por el otro que se encuentra en la exterioridad
del sistema donde reina la tolerancia y la intolerancia (Lévinas, 2001), y por su parte
acoger se entiende como un hacerse-cargo del otro (Dussel8).
8 Reconstrucción del concepto de tolerancia. (de la intolerancia a la solidaridad). (En línea). Disponible: www.afyl.org/
tolerancia-duseel.pdf. Consultado el 11 de julio de 2011.
PARTE II – MEMORIA, CONFLICTO Y OLVIDO
168
Encontramos entonces que si la relación entre ética y política está dada en materia
de responsabilidad y pluralidad, entre acogida y vínculo frente a un Otro diferente,
un Otro que dota de sentido mi humanidad, ¿cómo construir principios ético-políticos
en medio de relaciones de exclusión, marginación, negación y eliminación de la di-
ferencia? Ortega, nos propone tres elementos que a nuestro juicio son claves en la
construcción de caminos posibles hacia horizontes ético-políticos y por lo tanto vale
la pena profundizar en ellos develando algunos de los desafíos desde la propuesta de
una pedagogía de la memoria y de la alteridad. Estos elementos son: La solidaridad
compasiva, el análisis crítico de la realidad y el responder y responsabilizarse con el
otro. Al respecto señala:
Una pedagogía entendida como acto y actitud ética de acogida, nos libera de un
intelectualismo paralizante, y nos obliga a hacer recaer la actuación educativa
no tanto en ideas, creencias y conocimientos cuanto en la persona concreta del
educando. En Lévinas hay una clara voluntad de sustituir la autorreflexión, la auto-
conciencia, fundamento de la ética individualista, por la relación con el otro como
propuesta de una moral alternativa; un distanciamiento de la ética como amor
propio y el anclaje en otra que construye su significado a partir de la relación con
el otro. Esta nueva concepción de la ética tiene unas inevitables consecuencias en
la educación (…) Esto se traduce en el desarrollo de la empatía, del diálogo, de la
capacidad de escucha y atención al otro (estar pendiente del otro), de la solidari-
dad compasiva como condición primera de una relación ética; pero también de la
capacidad de analizar críticamente la realidad del propio entorno desde paráme-
tros de justicia y equidad, de asumir al educando en toda su realidad, porque al
ser humano no se le puede entender si no es en su entorno, en la red de relaciones
que establece con los demás. Ser persona responsable es poder responder del
otro. Y ello no es posible sin la apertura al otro como disposición radical9
La solidaridad compasiva o la relación ética con el rostro de ese Otro que sufre, se ubica
como respuesta, emocionalidad y acogida, así lo referencia Bárcena y Mélich: “Me hago
cargo del otro, cuando lo acojo en mí, cuando le presto atención, cuando doy relevancia
suficiente al otro, a su historia, a su pasado. Así la hospitalidad no se orienta sólo al
futuro, sino que tiene que ver con el pasado que los otros han sufrido” (2000, p. 146).
9 Ortega, P. La educación moral como pedagogía de la alteridad. (En línea), Disponible: http://www.mercaba.org/
ARTICULOS/E/la_educacion_moral_como_pedagogi.htm Consultado el 24 de septiembre de 2011.
Capítulo 3. Pedagogía de la memoria y de la alteridad en un país amnesico y anestesiado
169
temporal, interpretativa y reflexiva, que hace uso de la narración como recurso para
contar la historia. De esta manera, la solidaridad frente a ese Otro que sufre parte de
otorgarle un lugar privilegiado a la memoria, como forma de dar voz a los silenciados,
de comprender nuestra situación actual y de posibilitar la agencia de sujetos heteró-
nomos –utilizando palabras de Lévinas- capaces de construir “subjetividad humana,
no desde el sujeto individual capaz de decidir cómo debe ser y cómo orientar su vida,
sino desde aquel capaz de dar cuenta de la vida del Otro, cuando responde del Otro,
de su sufrimiento, de su muerte”.
Queda claro entonces que la comprensión del pasado enfatiza entonces en la rela-
ción existente entre pedagogía de la memoria y la alteridad, develando las injusticias
cometidas y posibilitando la realización de lecturas críticas de nuestra realidad que
permitan la constitución de subjetividades ético-políticas inscritas en la historia y en
el reconocimiento de lo subalternizado y excluido. De esta manera, una propuesta
de pedagogía de la memoria y de la alteridad no sólo posibilita la constitución de
subjetividades a partir del reconocimiento del Otro diferente, de sus particularidades
culturales, creencias, historias de vida, sino también partir de las nuevas narrativas
reveladas, históricamente excluidas. Esta relación está marcada por el respeto hacia
ese Otro, con quien se edifica una relación intersubjetiva asimétrica, en donde me
hago responsable del Otro, sin esperar nada a cambio, me hago responsable incluso
antes de elegirlo.
10 En este contexto hay dos demandas necesarias de trabajar en torno a las víctimas de la violencia política. La primera,sujetos
que hay que dignificar en relación con los procesos de reparación colectiva. Esta se orienta hacia el restablecimiento de los
derechos vulnerados y a la reparación de los daños ocasionados a las comunidades. Bajo esta perspectiva, la reparación
PARTE II – MEMORIA, CONFLICTO Y OLVIDO
170
Bibliografía
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colectiva comprende los componentes de restitución, indemnización, rehabilitación y medidas de satisfacción. Y la segun-
da demanda referida a la restitución del derecho a la verdad y a la justicia.
Capítulo 3. Pedagogía de la memoria y de la alteridad en un país amnesico y anestesiado
171
DE LA EXPERIENCIA Delirio.
FEMENINA
DE LA GUERRA1
Lina María Ramírez
Licenciada en Psicología y Pedagogía. Candidata a Magister en Educación de la Universidad Pedagógica Nacional.
1 El presente artículo se adscribe a los desarrollos del proyecto de investigación “Memoria, mujer y violencia política: em-
prendimientos de memoria de mujeres en condición desplazamiento forzado”. Grupo de Investigación “Educación y Cultura
Política”. Universidad Pedagógica Nacional.
Capítulo 4. Desplazamiento forzado y género: en busca de las huellas de la experiencia femenina de la guerra
173
matización sobre el papel de la violencia en los marcos relacionales de los sujetos con
sus allegados y con las instituciones.
Según datos de la ACNUR2, Colombia es uno de los países con los índices más altos de
desplazamiento forzado interno por causa de la violencia política afectando a más de
cuatro millones de personas3 que se han expuesto al resquebrajamiento de sus diná-
micas culturales, religiosas, económicas, así como de sus prácticas cotidianas en al
ámbito social y familiar.
El problema que esto plantea de fondo es una pregunta por la ética y por la forma
como se concibe el ejercicio de lo político en el marco de una sociedad cuyos procesos
de socialización están impregnados de actos invasivos y de negación del Otro4; así,
a pesar de los esfuerzos que diferentes sectores estatales y de la sociedad civil han
adelantado en pro de construir espacios de disertación civilizada sobre las problemá-
ticas que trae la violencia, seguimos atados a ella como lastre, por una comprensión
de sus implicaciones limitada a factores estructurales que nos hace impotentes frente
a sus consecuencias.
De este modo, ha sido poco el trabajo en busca de consolidar alternativas que permi-
tan comprensiones sobre el fenómeno del desplazamiento que trasciendan las cifras,
los porcentajes y las relaciones costo-beneficio; pues predominan en el país, discusio-
nes centradas en el análisis relacional o comparativo de las condiciones estructurales
propias de la organización social y política del país con las condiciones particulares
de la vida cotidiana de los sujetos afectados (Chaparro, 2005), intentando develar por
esa vía las complejidades sociales, culturales e implicaciones personales que tiene la
experiencia del desplazamiento forzado.
2 http://www.acnur.org/t3/operaciones/situacion-colombia/desplazamiento-interno-en-colombiaConsultado el 21 de febre-
ro de 2010
3 Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los refugiados. ACNUR. En El informe entregado en junio de 2009 se resal-
ta, además Del número de desplazados, que Colombia ocupa junto con Iraq, el Congo y Somalia los primeros lugares del
mundo en términos de desplazamientos internos. http://www.acnur.org/t3/Consultado el 27 de marzo de 2010.
4 Remite inmediatamente al problema de la Alteridad en contextos de violencia.
PARTE II – MEMORIA, CONFLICTO Y OLVIDO
174
gunta no sólo por la subjetividad5 y la identidad6 de los actores, en sus roles simultá-
neos de víctima-victimario,sino especialmente a la problematización de los referentes
éticos a través de los cuales los sujetos se juegan la vida, exponiendo sus sueños, sus
duelos, sus luchas, y donde la violencia constituye el modo expresivo, comunicativo y
afectivo a través del cual se construyen narraciones de sí y de los Otros.
Desde esta perspectiva, la memoria constituye el hilo a través del cual la experiencia
humana deviene en historia vinculada directamente con la subjetividad de los sujetos,
quienes partiendo del orden determinado en el que haya dispuesto sus elementos
constitutivos filtra, escalona y jerarquiza sus recuerdos ligando presente, pasado y
futuro en un solo relato de sí que juega con las diversas temporalidades en las que se
hace posible la rememoración.
5 Chaparro, destaca que dentro de las consecuencias del ejercicio de la violencia en una comunidad o contexto, está la
experimentación de procesos de subjetivación transitorios “por medio de los cuales los sujetos individuales y colectivos
se someten a una suerte de esquizofrenia entre la pertenencia real a la que los obligan los grupos armados y la presencia
virtual del Estado”, en tanto, en sus apuestas cotidianas tienen que transitar cuidadosa y estratégicamente por diferentes
lugares de pertenencia que les permitan sobrevivir.
6 En esta misma línea, aunque con algunas diferenciaciones, Pecaut (1999), señala que en los contextos afectados por la
violencia, especialmente la violencia política, la subjetividad padece quiebres permanentes pues los sujetos no pueden
apelar a principios de identificación, emerge el sujeto escindido en tanto se enfrenta a la pérdida de los referentes desde
donde se narra: fundamentalmente su territorio y su comunidad (p. 35).
Capítulo 4. Desplazamiento forzado y género: en busca de las huellas de la experiencia femenina de la guerra
175
A través de estos tres lugares de encuentro para la rememoración, se han ido configu-
rando las condiciones de posibilidad que han permitido que hoy empiece a pensarse
en Colombia en la experiencia femenina de la guerra y del desplazamiento forzado de
forma diferenciada, en este sentido se destaca el trabajo de algunas mujeres, gene-
ralmente convocadas en el marco de Organizaciones No Gubernamentales, que han
liderado importantes procesos de recuperación de memoria histórica sobre diferentes
hechos de violencia política y violencia de género, situando en la arena pública el
problema del desplazamiento y sus bastas consecuencias para el lazo social.
Lo que ha permitido que hoy en el país exista una mayor preocupación, tanto a nivel
legal, jurídico y administrativo del Estado por atender las necesidades de las mujeres
víctimas, como a nivel de la sociedad civil que tímidamente empieza apoyar iniciati-
vas a favor del reconocimiento diferenciado de las mujeres en contexto de guerra, y
a involucrase en los procesos de construcción de memoria como una tarea ineludible
para lograr una adecuada comprensión del problema, sanar las heridas y el dolor para
reconstruir los lazos sociales.
Pero ¿Por qué mirar de forma diferenciada a las mujeres? Para el caso particular de las
mujeres desplazadas, la relación entre memoria, subjetividad y narración se erige en
el marco de lo que Ricoeur (2000, pp. 117-123) llamaría un imperativo ético de justicia,
pues en este escenario, las mujeres constituyen un poco más de la mitad del total de
la población desplazada7, lo que llama la atención sobre las dinámicas particulares
que se tejen en torno a ellas en estos contextos de violencia política; al acercarse a
la problemática se encuentra que, sumando al problema del desarraigo, propio del
desplazamiento, las mujeres son víctimas de violencia de género, lo que aumenta su
vulnerabilidad ante la violación de sus derechos fundamentales.
7 En 2004, el Gobierno estimó que ellas [las mujeres] constituyen un poco más de la mitad de la población desplazada. En:
http://www.onucolombia.org/mujeresxdesplazadas.html Consultado el 6 de Julio de 2010.
PARTE II – MEMORIA, CONFLICTO Y OLVIDO
176
En este contexto, la experiencia del desplazamiento forzado para las mujeres se parti-
culariza en tanto viven en una dimensión desproporcionada sus consecuencias, junto
a la expulsión de sus comunidades y territorios, padecen torturas físicas y psicológi-
cas que atentan directamente contra su cuerpo, su dignidad y derechos fundamenta-
les, son usadas como arma de guerra, se enfrentan a escenarios de inseguridad que
las exponen a nuevos desplazamientos y a violaciones permanentes de sus derechos
fundamentales.
Pero ¿Cuáles son las historias que hay sobre mujeres y desplazamiento forzado en
Colombia? ¿Cómo se construyen sus tramas? ¿Qué cuentan y que callan las mujeres
desplazadas sobre su experiencia? ¿Cómo poder rastrear esas historias? en acerca-
miento a estos interrogantes, este texto pretende poner en dialogo algunas historias
de la prensa nacional con la historia de una mujer desplazada, encontrando rupturas
y continuidades que aporten a la comprensión sobre la experiencia femenina del des-
plazamiento develando el impacto en sus apuestas éticas y políticas.
Para tal fin se revisaron noticias de los diarios El Tiempo y El Espectador, de circula-
ción nacional, y de los diarios regionales El Universal de Cartagena, Vanguardia Libe-
ral de Santander y el diario La Patria de Manizales, pretendiendo así hacer un rastreo
del panorama general sobre la forma cómo la prensa nacional construye las historias
respecto a la experiencia femenina del desplazamiento forzado.
Esta situación, deja en evidencia que a pesar del desafortunado papel protagónico
de las mujeres en el marco del desplazamiento forzado, no se reconoce abiertamente
su experiencia como tema de interés nacional, está desdibujado de tal modo que se
acerca a la negación, a la ausencia y al olvido del mismo, lo que tiene implicaciones
en la configuración de los referentes éticos y políticos de las mujeres, pues las con-
diciones de posibilidad para sus posicionamientos y reivindicaciones no están dadas.
Así emerge el silencio, o mejor el silenciamiento, como hoja de ruta para leer en
la prensa nacional la experiencia de las mujeres desplazadas, más que rastrear lo
explícito, el ejercicio termina consistiendo en buscar lo ausente, en percatarse de
los mutismos, en hacer visible esa tendencia a esconder lo que no somos capaces de
comprender; es así como la experiencia de las mujeres desplazadas se difumina has-
ta hacerlas invisibles, llegando al punto en el que ellas mismas desean permanecer
difusas, en parte porque lo vivido es incomprensible, in-recordable e in-narrable y aún
para ellas es difícil su propio re-conocimiento, “a veces la confusión y la pérdida de
significados imponen el silencio, otras veces el sin sentido de las lógicas de guerra
se expresa en términos complejos de falsedades, motivos dobles y desconfianza”.
(Meertens, 2000, p. 115).
Su lucha ha sido ha sido emprendida con la ausencia total de herramientas para sos-
tenerla y hasta el momento sólo ha dejado desesperanza e impotencia expresadas en
la resignación ante su silenciamiento; analfabeta, desconocedora de sus derechos
como persona y como mujer, especialmente porque sus escenarios de socialización la
han ubicado en un lugar de subordinación respecto a sus posibilidades de empodera-
8 Tal es el caso del Movimiento Ruta Pacífica de las Mujeres que es conocido públicamente a partir de 1996 y que ha
articulado a nivel nacional gran parte de las iniciativas para el reconocimiento y respeto de las mujeres como sujetas de
derecho con plena capacidad para el ejercicio de lo político y la política, logrando posicionamientos, empoderamientos y
subversiones de los roles femeninos tanto en la esfera privada como en el escenario público.
9 Margarita es un nombre ficticio. Toda la información relacionada en el texto es producto de varios encuentros, algunos con
ella, otros con ella sus hijos, otros del acompañamiento que se ha realizado ante Personerías, Fiscalíay Acción Social en el
proceso de denunciar su situación.
Capítulo 4. Desplazamiento forzado y género: en busca de las huellas de la experiencia femenina de la guerra
179
miento y reivindicación de sus intereses, hoy intenta por medios jurídicos, demostrar
no sólo que su experiencia es verídica, sino que con eso se juega sus referentes de
identificación, la deconstrucción de sus narraciones de ser mujer y con eso sus apues-
tas éticas y políticas.
Frente a la primera línea puede deducirse que sin haber un análisis de la problemática
de fondo, estas noticias hablan de una mujer desplazada objeto-víctima, encerrada en
un sin salida signado por la injusticia, sobre el que recae una serie de acciones frente
a las cuales la respuesta es la impunidad, así:
Los crímenes sexuales cometidos en el marco del conflicto armado han provoca-
do miles de víctimas de abusos, violaciones, desplazamientos forzados y otras
formas de violencia sexual y todo ello en un entorno de “impunidad alarmante”
(EL ESPECTADOR. 9 Septiembre de 2009)
Respecto a la segunda línea, las noticias consultadas resaltan las políticas asisten-
cialistas con las que se reciben a las mujeres desplazadas, destacando por un lado la
ejecución de acciones informativas, que si bien son importantes, en tanto constituyen
el primer paso para el reconocimiento de los derechos, no suelen trascender al lugar
de la apropiación y empoderamiento, por otro lado, se visibilizan los beneficios eco-
nómicos que se brindan a las mujeres lo que, si bien es una política necesaria, se ha
tornado peligroso en tanto promueve la mercantilización de la barbarie. Lo anterior se
puede leer en afirmaciones como las siguientes
Uno de los efectos de esta situación se asocia al caso de Margarita quien a pesar de
saber que no está incluida en los reportes nacionales sobre desplazamiento forzado,
conserva una actitud de espera respecto a una serie de ayudas que favorecerán su es-
tabilidad económica y calidad de vida, aún sabiendo que en caso que eso suceda las
ayudas serán insuficientes y lejanas a sus necesidades de re-significación de lo suce-
dido; pareciera que se encarna en su subjetividad y en la forma como se relaciona con
las Instituciones la tendencia a “esperar regalado” o a lograr beneficios materiales
usando su condición como excusa, así al realizar una de nuestras primeras entrevistas
ella manifestó“¿y esto para qué es? ¿Me va servir para algo? ¿Para una ayuda? si me
van a dar una casa hágale” dejando en evidencia tensiones entre la necesidad de la
víctima y el uso abusivo del testimonio.
Por último, la tercera línea, se refiere a las noticias en las que se mencionan las
mujeres que han logrado establecer estrategias productivas para su sostenimiento y
el de su familia, bien sea como líderes de proyectos productivos o como empleadas
en éstos; desde este lugar, la superación de la tragedia es directamente proporcional
a la productividad del proyecto, emerge entonces la pregunta por el tipo de relación
que se ha construido entre la creación de proyectos productivos y los procesos de
elaboración y comprensión de lo sucedido:
A esto se suma el gran interés que hay en la restitución de tierras, frente a lo cual el
reto del Estado es lograr establecer la pertenencia o no de las tierras reclamadas, con
el agravante de que más de la mitad de la población desplazada son mujeres, quienes
no gozan del reconocimiento a su derecho a la tenencia de la tierra, esto ligado a pa-
trones culturales bajo los que tradicionalmente los hombres jefes de hogar son quie-
nes se encargan de comprar-vender los terrenos, así en muchos casos, las mujeres
son desconocedoras de las condiciones a través de las cuales se adquirió el terreno,
no tienen las herramientas para dimensionar concretamente las perdidas porque no
conocen a profundidad el tipo de inversiones que se realizaban ni la productividad de
las mismas.
Casos como el de Margarita, quien explica la forma como adquirieron la finca que
tiene abandonada: “era una finca de cuatro mil hectáreas y le dicen a uno métase ahí
y eso es suyo entonces uno lo hacía, pero no le hacían documentos a uno ni nada”,
“donde es una montaña que toca derribar con hacha, dejar secar eso, quemar, despa-
lizar, como uno no va a ser dueño de eso, después de que le dan a uno una montaña
que nunca han sembrado nada, va uno y hace su casa, sus animales, entonces es
como si fuera de uno, uno ya se siente dueño, el Paisa dijo que eso era de nosotros”;
situaciones como esta se presentan en una gran mayoría y expresa una problemática
de fondo sobre la capacidad de las mujeres para enfrentarse a los procesos de repa-
ración que deben defender, es decir sobre las habilidades y herramientas que tienen
para hacer valer sus derechos.
Frente a esto, el escenario más efectivo es el de la organización del gremio para unir
esfuerzos que respondan a las circunstancias, hecho en el que tanto el Estado como la
Sociedad Civil tenemos una enorme responsabilidad, sólo de esa manera la lucha de
Margarita será la reivindicación de todas las mujeres desplazadas y los logros alcan-
zados impactaran, aunque sea a largo plazo, al grueso de las mujeres colombianas.
Capítulo 4. Desplazamiento forzado y género: en busca de las huellas de la experiencia femenina de la guerra
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PARTE II – MEMORIA, CONFLICTO Y OLVIDO
184
LA MEMORIA DE LA VIOLENCIA
POLÍTICA EN COLOMBIA:
APORTES DEL IEPRI
PARA SU CONTEXTUALIZACIÓN
HISTÓRICO Y TEÓRICA
José Gabriel Cristancho Altuzarra
Estudiante del Doctorado Interinstitucional en Educación de la Universidad Pedagógica Nacional. Docente de la Maes-
tría en Educación de la Universidad Pedagógica Nacional. Co-investigador del Grupo de Investigación en Educación
y Cultura Política.
Introducción
Los fenómenos de violencia política1, han sido objeto de investigaciones y debates al
interior de las ciencias sociales; sin embargo, recientemente algunos estudiosos2 se
han desplazado de examinar estos fenómenos en cuanto tal, hacia la administración
de los recuerdos y los olvidos que se tienen acerca de esos acontecimientos, es decir,
hacia la memoria. Este boom de la memoria interesa a nuestro país, pues permanece
en un conflicto armado interno difícil de caracterizar. Las cifras de las víctimas han
sido, son y siguen siendo alarmantes; la vulnerabilidad de los habitantes de regiones
focos de conflicto sigue siendo latente, sobre todo las de las víctimas, y testigos,
1 Entendemos violencia política como “aquella ejercida como medio de lucha político-social, ya sea con el fin de mantener,
modificar, sustituir o destruir un modelo de Estado o de sociedad, o también con el fin de destruir o reprimir a un grupo
humano con identidad dentro de la sociedad por su afinidad social, política, gremial, étnica, racial, religiosa, cultural o
ideológica, esté o no organizado” Javier Giraldo et al. Marco conceptual Banco de datos de derechos humanos y violencia
política, (CINEP, 2008, p. 5).
2 Por ejemplo la tendencia de la historia del tiempo presente; en el cono sur, de manera notable el equipo de investigadores
dirigido por Elizabeth Jelin. En Colombia, El Grupo de investigación Memoria histórica (http://www.memoriahistorica-cnrr.
org.co).
PARTE II – MEMORIA, CONFLICTO Y OLVIDO
186
Sin embargo, partiendo de este principio histórico, se aplicó esta idea a la misma Vio-
lencia y de ahí que hayan investigaciones historiográficas que se distancian aún más
en el tiempo y que se detienen en procesos denominados en las publicaciones como
antecedentes de la Violencia, abarcando temáticas que involucran acontecimientos
Capítulo 5. La memoria de la violencia política en Colombia: aportes del iepri para su contextualización histórico y teórica
187
Habría que ver qué tanto se ha avanzado en estas direcciones, no sólo en el IEPRI,
sino también por parte de otros colectivos de investigación, situación que nos será
más evidente en otros informes al indagar sobre los resultados de investigación de
otras instituciones.
PARTE II – MEMORIA, CONFLICTO Y OLVIDO
188
Entre los trabajos sobre los impactos de las violencias en Colombia ejecutados por el
IEPRI se destacan aquellos en los que las víctimas son uno de los temas fundamen-
tales; se trata de los trabajos que apuntan a examinar los impactos de las violencias;
uno de los trabajos de especial interés para nuestro proyecto es el de Franco (1999)
en el que pone en evidencia que uno de los sectores de la población que más ha re-
sultado afectado según los índices de homicidio es el de los jóvenes.
Sin embargo, hubo ires y venires políticos de estas ideas, en el que la diri-
gencia del ejército jugó un papel importante; se destacan la fallida reforma
agraria de Lleras Restrepo (1966-1970) que propugnaba por un reconocimien-
to de las peticiones de movimientos campesinos y significó la creación de la
Asociación Nacional de Usuarios Campesinos (ANUC) pero que fracasó por la
arraigada cultura latifundista del país, por las políticas de Pastrana Borrero
(1970-1974) y López Michelsen (1974-1978) y por la persecución a la ANUC;
en efecto, a pesar de que la guerrilla no logró arraigarse en la población cam-
pesina (Reyes, 1991) “la imagen subversiva asignada a los organizadores de
la comunidad del movimiento campesino por los voceros de los propietarios
fue la definición del enemigo, con lo cual se envió a las fuerzas armadas a la
destrucción de la movilización agraria” (Reyes, 1991, p. 355). La diversifica-
ción política que vivió el país en la década de los 70 y cuyas manifestaciones
se ven en el movimiento obrero y la participación de partidos como el comu-
nista y el Partido Agrario Nacional amenazaban con resquebrajar la hegemo-
nía bipartidista (Sánchez, 1985, p. 18).
Para Romero, sería el sector del narcotráfico el que acudió al llamado del
general Camacho. Pero esto no se hubiera dado sin un detonante especial. En
efecto, algunas investigaciones muestran que en principio la relación entre
los narcotraficantes y las guerrillas no eran hostiles; por el contrario, se tra-
taba de relaciones de cooperación pues los narcotraficantes tendían a buscar
zonas lejanas al estado para agenciar su negocio, pero en donde hacían pre-
sencia de autoridad las guerrillas (Rementería, 2007, p. 348). Pero en la medi-
da en que los narcotraficantes lograron “limpiar su dinero” con la adquisición
de tierras a la par que lograban integrarse a la vida civil y política con no poca
tolerancia de las autoridades del Estado, ya no vieron la obligación de pagar
“vacunas”. El secuestro de parte de la guerrilla del M19 contra la hija de uno
de los miembros del cartel de Medellín sería el detonante perfecto para que
el narcotráfico creara el grupo Muerte a Secuestradores (MAS); por lo mismo,
éste sería la cuna de lo que yo llamaría el paramilitarismo contemporáneo o
como lo conocemos hoy. Algunos miembros de las fuerzas armadas serían
luego sindicados de pertenecer o colaborar con este grupo MAS (Romero,
3 De hecho, se sabe de instalaciones militares colombianas para la tortura de detenidos (Reyes, 1991, p. 356).
Capítulo 5. La memoria de la violencia política en Colombia: aportes del iepri para su contextualización histórico y teórica
191
2006, p. 411). Así, grupos polarizados del Estado comenzaron a pensar legí-
tima la “defensa de la democracia” paradójicamente luchando contra todo
aquello que tuviera que ver con la subversión aliándose con narcotraficantes;
esto lleva a decir a Romero: “el Estado de Derecho estaba totalmente acribi-
llado por la justicia privada, o en decir, de los generales, por el derecho a la
legítima defensa” (Romero, 2006, p. 411).
De esta manera, estos factores ayudaron a que el sector del narcotráfico pe-
netrara poco a poco todas las capas sociales a la par que cada vez más, sote-
rradamente, iba afianzando sus vínculos con sectores de la política nacional;
en un contexto como este, el proceso de paz de Betancur no iba a ser otra cosa
sino un fracaso, por la persecución política contra todo grupo político que
tuviera que ver con la izquierda, como una forma de sabotear las políticas de
paz de Belisario Betancur; sin embargo, a la par esto ayudó además a consoli-
dar lo que se ha dado en llamar la “reforma agraria en reversa” (GMH, 2010),
pues el narcotráfico y distintos sectores latifundistas lograron extender sus
negocios por distintas regiones del país haciéndose propietarios de inmensas
extensiones de tierra, ayudados sin duda por su aparato militar privado que
contaba con la aceptación de sectores políticos regionales y del ejército; esto
sirvió para que se diera el despojo de tierras en distintos sectores del país.
Belisario Betancur del estatus político del conflicto, éste se dio demasiado
tarde, pues el conflicto había adquirido ya otras lógicas: la violencia política
de esta década no responde a una “voluntad nacional dictatorial” agenciada
desde arriba, como aconteció en el cono sur, por ejemplo; se trata de vo-
luntades de ciertos sectores sociales que ejercieron la violencia política con
miras a la consecución de unos objetivos si bien al margen del Estado (pues
el estado es oficialmente democrático), sí con la protección de su investidura,
situación que sólo podría darse en un Estado frágil que no daba ni siquiera
para una dictadura. Se trata pues no de una transición ni a la democracia ni a
la paz, sino una democracia fallida.
c. Década del 2000: Atravesado por esto, las políticas neoliberales y el con-
texto global de lucha contra el terrorismo de Bush serán los elementos funda-
mentales que permitirán en la década del 2000, la consolidación política del
paramilitarismo, lucha antiterrorista y desmovilización de las AUC; en contraste
con la década de los 80, ya no se reconoce la oposición política armada; las
guerrillas de izquierda son tomadas como terroristas ilegítimos, lo que justifica
a la par que una política de estado en guerra con un enemigo interno ilegítimo,
la actuación del paramilitarismo como excusa de la falta del Estado frente a ese
enemigo. Se vuelve, pues a las políticas de seguridad de la década de los 70.
Pero será la controvertida ley de justicia y paz, marco jurídico para la des-
movilización de los paramilitares lo que obligará a crear una política pública
de reparación para las víctimas. En este contexto es que nace la Comisión
Nacional de Reparación y Reconciliación; si bien las víctimas como concepto
jurídico y realidad social así como las memorias de la violencia política juegan
un papel clave en la discusión, no son el eje del debate central o si lo son,
están en función de políticas de reconciliación; esto es sintomático de la po-
larización política que sufre el país, y esto, por el hecho de que a la vez de que
se negó el conflicto (Uribe lo hizo, Santos ya no tanto), se mantuvo una políti-
ca de guerra que no fomenta el cese del conflicto aunque su justificación sea
esa. En efecto, se cree que sólo ganar la guerra acaba con el conflicto. Estas
circunstancias explican el debate acalorado por la ley de justicia y paz y a su
vez explica por qué no ha sido posible todavía posicionar a las víctimas y a las
memorias de la violencia política en el centro de la discusión y de defensa; las
discusiones se sirven de las víctimas y de sus memorias como datos estadísti-
cos para justificar determinada política estatal o para vituperarla. Todavía no
hay un acuerdo base fundamental por parte de la sociedad colombiana, que
sí hubo en otros países del mundo donde se han dado procesos de justicia
transicional: de que hubo unas víctimas y de que la base de la reconciliación
es el reconocimiento de ellas, que se da con el esclarecimiento de la verdad,
la aplicación de justicia y la reparación.
PARTE II – MEMORIA, CONFLICTO Y OLVIDO
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Capítulo 5. La memoria de la violencia política en Colombia: aportes del iepri para su contextualización histórico y teórica
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MEMORIA, TERRITORIOS
Y DESTERRITORIALIZACIONES:
SUS LUGARES FÍSICOS
Y SIMBÓLICOS
Capítulo 1
TERRITORIO Y ACADEMIA:
UNA RELACIÓN FRAGMENTADA1
Patricia Reyes Aparicio
Docente investigadora de la Universidad Santo Tomás de Aquino, Bogotá. Socióloga, Magíster en Planificación y
Administración del Desarrollo Regional. Correo electrónico: hidrofonico@gmail.com
Introducción
A la pregunta por el territorio se ha respondido desde múltiples disciplinas, lo que ha
hecho que unos y otras se reconfiguren permanentemente hasta formar un entramado
tan complejo y múltiple, que no queda otra que tratar de aproximarse a un fragmento
de las relaciones que se han venido tejiendo entre ellos, para intentar profundizar en
lo que ese pequeña fracción proponga y continuar tejiendo el entramado en el que se
verán aparecer, seguramente, nuevas relaciones, que son las que el pensamiento y las
diversas circunstancias admitan.
1 Las líneas que vienen a continuación constituyen un corte en la reflexión que viene adelantándose al interior del grupo de
trabajo de docentes de la Facultad de Sociología de la USTA, cuyo objetivo es la consolidación de las líneas de investiga-
ción del tema territorio de la Maestría en Planeación del Desarrollo ofrecida por esta universidad, que comenzará activida-
des el primer semestre del año 2012. Por tal sentido, deben entenderse material de trabajo en espera de los aportes que
puedan surgir.
PARTE III - MEMORIA, TERRITORIOS Y DESTERRITORIALIZACIONES: SUS LUGARES FÍSICOS Y SIMBÓLICOS
200
será inevitable, lo cual, antes que ser un inconveniente en la reflexión que aquí se
propone, aspira convertirse en dinamizador y movilizador de la discusión.
Las connotaciones del concepto territorio, no cabe duda, han variado a través del
tiempo. Un recorrido a través de la historia da cuenta de la diversidad de posibilidades
que se han erigido para pensar en él. Entendida la genealogía como descripción de
los comienzos y las sucesiones, y subrayando la importancia de entender los acon-
tecimientos en contextos determinados, indagar por las condiciones que han hecho
posible que se piense y se hable del territorio a través de ciertos regímenes de enun-
ciación en un momento particular, da cuenta no sólo del concepto, sino de lo que lo
rodea y lo hace posible.
Abordar el tema de la genealogía del territorio pone sobre la mesa aspectos que no
tienen que ser nombrados para estar presentes, es decir, se trata de ubicar algunas
pistas que permitan pensar en términos de su consolidación como categoría ¿Cómo
los primitivos habitantes mongoles construían territorio en sus modos de recorrer o
habitar los lugares?, ¿el hecho de habitar un espacio implica pensar en términos de
territorio?, ¿en el cruce de qué coordenadas emerge como instancia de análisis por
primera vez? En fin. Son tantos los interrogantes como las posibilidades que se abren
en la búsqueda de respuestas, de modo que una vía interesante de aproximación a la
pregunta por el territorio, bien puede comenzar por una revisión a su génesis.
Capítulo 1. Territorio y academia: una relación fragmentada
201
Para ello, Foucault nos propone el enunciado, y para entenderlo, remitirnos a la defini-
ción del discurso, entendido este último como “conjunto de enunciados que provienen
de un mismo sistema de formación” admite entonces hablar en términos de discurso
clínico, discurso económico, discurso de la historia natural. En ese sentido, la pro-
puesta de formación que se está consolidando aguza su oído a proveniencias que se
han dado en ubicar en terrenos sociales y humanos, incluyendo ahí la perspectiva del
desarrollo y su compañera la planeación.
Entendiéndola “el conjunto de relaciones que se pueden descubrir, para una época
dada, entre las ciencias cuando se las analiza en el nivel de las regularidades discur-
sivas” (Foucault, 1990, p. 89). En ese sentido, habría que indagar por lo que se dice, en
cada época, del territorio. Lo que el autor francés denomina regularidades discursivas
tiene que ver con aquello que de alguna manera se repite sin que se haga evidente
dicha repetición. Es decir, un corte en el tiempo permitiría de pronto encontrar que
se han establecido ciertas recurrencias en los modos de referirse al territorio, desde
múltiples ángulos, e incluso con palabras distintas, pero apuntando a lo mismo. El
asunto es que esa confluencia en “lo mismo” termina reconfigurando tanto el objeto
de mirada como la instancia desde la que se mira.
Para ilustrar este punto, una mirada a lo que ha venido sucediendo en el campo de
la geografía, por ejemplo, permitiría dimensionar lo aquí planteado. De modo despre-
PARTE III - MEMORIA, TERRITORIOS Y DESTERRITORIALIZACIONES: SUS LUGARES FÍSICOS Y SIMBÓLICOS
202
venido, sin mucha elaboración, podría afirmarse que, para la geografía, el asunto del
territorio se circunscribe al plano de lo físico, de lo tangible y fácilmente ubicable. Lo
que se registra en los mapas por todos conocidos ilustraría ese carácter de lo tangible
para pensar el espacio: “los geógrafos de la tradición regional, que dominó el pano-
rama académico hasta mediados del siglo XX, y de la incipiente ´nueva geografía´
de los sesenta, basaron su trabajo en la idea de espacio absoluto, como contenedor
de paisajes o de objetos en interacción, pero el espacio mismo no era objeto de re-
flexión” (Delgado, 2003, p. 20).
Esa forma de abordar las preocupaciones que se iban apareciendo, es decir, cuando se
agotó lo físico y tuvo que ampliarse la frontera para que entrara el individuo, y luego
las sociedades, imprimió un cambio que ha quedado registrado en la historia misma
del pensamiento, y ponía en evidencia la necesidad de ampliar los límites para in-
cluir en vez de excluir; para diversificar, en lugar de estar pensando en la parcelación
dictaminada por las instancias de poder que se materializaba, en gran medida, en el
panorama disciplinar.
De modo que la episteme del territorio pasa por la de las disciplinas sociales, no para
legitimar y ahondar en la diferencia, sino para servirnos de los aportes que se han
venido dando, y enriquecer así el nivel de conocimiento de problemáticas sociales a
través de la construcción del territorio, en interrelación recíproca.
El asunto es que al plano académico –cuyo propósito final coincide con el de las dos
instancias atrás mencionadas, a saber, el cambio social-, le corresponde instalar otras
preguntas y subrayar aspectos que la lógica oficial no ve o no quiere ver. Y ahí encon-
tramos una disputa: una serie de tensiones que emergen para incidir en las decisiones
que hay que tomar, que son las que, a la postre, darán el rumbo a esas políticas, con
los consabidos efectos que se dejan ver en la materialización de decisiones que com-
peten a la sociedad en su conjunto en tanto la afectan.
En este punto habría que aportar entonces documentos oficiales –POT, Planes de De-
sarrollo, Políticas de Fomento Productivo-, que recogen un modo de pensar y entender
el territorio desde un discurso que podría denominarse hegemónico y en cuyo análisis
se develaría el nivel de participación de las diversas instancias implicadas, las estra-
tegias de negociación implementadas, los modos de convocar esa participación, entre
otros múltiples aspectos. Desde la producción académica vendría bien problematizar
la categoría del desarrollo –y por ende la de la planeación- para darle una dimensión
más amplia a ese primer nivel de intervención: la universidad y la esfera decisional
proponiendo alternativas posibles y deseables de organización espacial, con los efec-
tos esperados en la conformación de sociedades y subjetividades. Teoría y práctica
como propuesta dialéctica que admitiría reconocer dos campos de intervención que
se construyen reciproca y permanentemente.
Como es evidente, habría que historizar también esos discursos, y poner especial
énfasis en categorías como progreso, equidad, igualdad, participación, concertación;
sostenibilidad, sustentabilidad, crecimiento.
Por localidad se entiende: “Calidad de las cosas que las determina a lugar fijo, lugar
o pueblo, local (sitio cerrado), plaza o asiento en un local de espectáculos públicos”
(Larousse, 2009, p. 2032). También se encuentran definiciones como “perteneciente
o relativo al lugar, a un territorio, a una comarca o a un país”, en contraposición a lo
general o nacional, o, como adjetivo, cuando se menciona por ejemplo la anestesia
local, sin perder de vista que también alude a un sitio cerrado, cercado o cubierto.
Etimológicamente, locus, que indica lugar.
Todo espacio que se imagina ser de mucha capacidad. Según la filosofía antigua,
espacio que ocupaba cada uno de los cuatro elementos. Zool. Cada una de las par-
tes en que se considera dividido al exterior el cuerpo de los animales, con el fin de
determinar el sitio, extensión y relaciones de los diferentes órganos. Región frontal,
mamaria, epigástrica. Cada una de las partes en que se divide un territorio nacional,
a efectos de mando de las fuerzas aéreas y de dirección de los aeropuertos. Cada
una de las partes en que se divide un territorio nacional, a efectos de mando de las
fuerzas terrestres.
De modo que hay un punto de partida que comparten los significantes, si se prefiere,
un común denominador: el territorio. Y este hallazgo se torna interesante en tanto
pueden proponerse instancias diversas desde las cuales continuar abordando la ca-
tegoría, objeto central de nuestro análisis. Esa capacidad de la región se contrastaría
con una no tan amplia capacidad que ofrecería la localidad, por ejemplo. Continuando
por esta vía, podría hasta pensarse que tanto en la localidad como en la región sería
lugar de habitación de grupos relacionados por lazos de familia los cuales, frente a
una invasión, lo defenderían.
Otro tema de abordaje obligado sería la relación del territorio con la globaliza-
ción. Y aquí se evidencia una vez más el efecto que ha tenido la preeminencia del
discurso económico en la determinación de derroteros a nivel mundial. Aquello de la
aldea global que tanto se menciona –efecto de ese discurso- pone de presente la idea
permanente de la tierra en su amplia acepción, no obstante lo reducido que pueda
Capítulo 1. Territorio y academia: una relación fragmentada
205
¿Dónde y cómo queda lo local en este estado de cosas?, ¿qué va a suceder con el te-
rritorio y las regiones?, ¿será oportuno continuar defendiéndolas en tanto categorías
de apropiación del espacio que delatan unas formas de organización, relación e iden-
tidad? Desde que se decretó la globalización, tanto los Estados como los gobiernos
a nivel mundial se han puesto al servicio de intereses económicos, que son los que
pregonan y avalan ese discurso.
Los conceptos/categorías que dicho esquema aporta vendrían a ser: nuevo orden
mundial, pobreza, inequidad, medio ambiente, nuevas relaciones sociales y humanas,
como algunos de los más importantes.
Así las cosas, queda punteado el panorama de trabajo a ser ofrecido al equipo de pro-
fesionales que decida acceder a una propuesta académica de formación posgradual.
A primera vista, podría afirmarse que en poco dista de otras ofertas que se postulan
tanto a nivel nacional como internacional. La pregunta sería entonces, ¿qué es lo
diferente?, ¿qué propone este plan de estudios que lo distancia de otros, inscritos en
la misma línea? Hay quienes afirman que lo particular lo ofrece el carácter participa-
tivo que quiere dársele, hay otros que aseguran que tendría que ser la concertación
el eje transversal. De modo que valdría la pena indagar respecto a cada uno de los
postulados para aportar en la determinación del énfasis a dársele, y es a la academia
a la que habría que dar una nueva oportunidad, si bien seguros de que, por sí sola, no
conseguirá imprimir los giros que la discusión y la intervención ameritan, más bien
dándole la oportunidad de hacer los aportes que desde su acervo está en capacidad
de ofrecer, intentando rehacer la comunicación entre ella y el territorio que transcurre
en instancias que aparecen distantes y cuya brecha es menester continuar cerrando
para lograr, al menos, otros efectos, nuevos problemas.
PARTE III - MEMORIA, TERRITORIOS Y DESTERRITORIALIZACIONES: SUS LUGARES FÍSICOS Y SIMBÓLICOS
206
V. Participación o concertación
La Constitución de 1991, podría afirmarse, marcó un hito en la historia de la participa-
ción en nuestro país: a partir de entonces se empezó a hablar del carácter incluyente
en lo que respecta a la toma de decisiones que desde entonces regiría la organización
política y administrativa del país –con los esperados efectos en las esferas cultural,
medioambiental, social, entre otras-. La Constituyente legitimaba y materializaba así
un sueño: el de la participación en la toma de decisiones que ponía de presente y
tenía en cuenta la procedencia diversa de la población. El carácter multiétnico y plu-
ricultural se instalaba reiteradamente en discursos gubernamentales, académicos,
institucionales e incluso coloquiales.
Son tantas las preguntas como, seguramente, los modos de aproximación a tentativas
respuestas. Permítasenos instalar algunos otros interrogantes, con la pretensión de
continuar aportando a una reflexión en la que, seguramente, sean esas voces clan-
destinas las que atraigan la atención en el ejercicio investigativo que se propone, y,
por qué no, quizá de su mano puedan hallarse salidas a problemáticas insoslayables
que tienen que ver con el efecto del despojo de sus territorios y de la memoria –ele-
mento fundamental a la hora de construir existencias-.
Estos hechos, concatenados, crean las condiciones que hacen posible la emergencia
del tema por el que se aspira indagar: ¿qué reportaría, qué efectos tendría el que
comunidades y organizaciones –voces clandestinas, memorias subalternas- se encar-
guen de construir, consolidar y hasta administrar sus propias versiones del mundo que
habitan? Seguramente sea una posibilidad de interpelar las versiones legitimadas
–oficializadas-: ¿es, sino la única, al menos una de las más importantes alternativas
con las que se cuenta para poder trazar los lineamientos de una nueva historia?, ¿en
qué radicaría la importancia de lo novedoso a la hora de pensar en una historia con
esas características?, además, esa nueva historia, ¿en qué y a quiénes beneficiaría?,
¿qué condiciones habría que crear para hacerla posible?, ¿cómo se vería reflejada en
la pregunta por el territorio, por ejemplo?
Seguramente también pueda afirmarse que hay que continuar construyendo instan-
cias donde la participación sea posible. Quizá ese mismo ánimo impulsó a proponer
la descentralización como recurso que, de algún modo, propiciara la convergencia de
esas múltiples voces que hacen parte del panorama de nuestra realidad nacional –por
nombrarla de algún modo-, en tanto aproximaba las voces a espacios más reducidos
y por ende con mayor posibilidad de ser escuchadas.
El asunto es que en ese otro país del conflicto, en el que la disputa por la tierra cobra
vidas a diario, y en el que la desaparición, la expropiación y el conflicto armado son la
regla, no pueden garantizarse procesos de participación. Es inconsistente pensar que
en lugares de desalojo de tierras, por ejemplo, esos mecanismos estatales puedan
operar. Seguramente en el discurso oficial se mencione el tema y se llegue a afirmar
que se ha conseguido acortar la distancia entre la población y el nivel decisional. La
PARTE III - MEMORIA, TERRITORIOS Y DESTERRITORIALIZACIONES: SUS LUGARES FÍSICOS Y SIMBÓLICOS
208
pregunta sería ¿qué tan cierta resulta una afirmación de ese talante?, ¿qué repercu-
sión-es- ha tenido en términos reales?, ¿puede verse reflejada esa participación en el
respeto a la vida, al trabajo –sólo por nombrar algunos de los aspectos más importan-
tes, los mínimos que deberían estar garantizados-?
Es en ese panorama que la idea de la concertación de pronto suene más acorde a los
hechos, más próxima a lo que acontece en esos lugares donde el Estado ha perdido
legitimidad y la ley se impone mediante otros dispositivos.
Y esta afirmación se hace poniendo el acento en un aspecto que tiene que ser tenido
en cuenta: este país no es sólo el centro, no son sólo las ciudades y los municipios que
las circundan. Hay que incluir esos otros espacios que son parte constitutiva y que no
por estar distantes geográficamente tengan que ser sacados por las disposiciones de
las sedes donde se toman las decisiones político-administrativas que, en la mayoría
de los casos, prefieren soslayar las problemáticas que en esos otros lugares son la
regla.
En últimas, lo que valdría la pena hacer desde la academia, lo que ésta tendría como
misión –teniendo en cuenta su papel social, ético y político- sería instalar nuevas
preguntas, y movilizar otras discusiones, apuntándole a incidir de modo directo en el
diseño de la misma política pública. Alumbrar terrenos no frecuentados por el discur-
so oficial, dar lugar a la escucha de esas voces que susurran para que se conviertan en
voces preponderantes en este concierto monofónico de nación que se quiere imponer
y se presenta como único posible. La academia tendrá que romper esa brecha que ha
erigido en torno suyo para pasar a ser una instancia incluyente, divergente y creadora.
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Capítulo 2
AMBIENTES EDUCATIVOS
Y CONFLICTO ARMADO, MEMORIAS
Y TERRITORIOS EN EL PUTUMAYO
Mauricio Lizarralde Jaramillo
Profesor de la Universidad Distrital Francisco José de Caldas.
Introducción
Colombia a lo largo de su historia ha vivido una sucesión continua de conflictos ar-
mados de distinto tipo e intensidad: guerras civiles, violencia política partidista, gue-
rrillas, paramilitarismo, complejizándose aún más con la presencia del narcotráfico;
sobre ello hay un campo de investigación muy amplio desde distintas disciplinas y
variados enfoques.
Esta investigación, demanda en primera instancia abordar la reflexión sobre las in-
teracciones que se dan en el espacio escolar, bien sea que se les asuma como clima
escolar o cómo el ambiente educativo. En esencia tras los dos conceptos, clima y am-
biente, se pretende dar cuenta de aquellos aspectos axiológicos, culturales, sociales,
políticos, físicos que determinan la construcción intersubjetiva de los significados que
orientan la acción en la institución; por ejemplo Blaya define el clima escolar como:
... la calidad general del centro que emerge de las relaciones interpersonales
percibidas y experimentadas por los miembros de la comunidad educativa. El
clima se basa en la percepción colectiva sobre las relaciones interpersonales
que se establecen en el centro y es un factor influyente en los comportamientos
de los miembros de la comunidad educativa. (2006, p. 295)
En este orden de ideas, cualquier cambio que se dé en los significados generará tam-
bién cambios en el territorio y su representación y viceversa, pues los significados son
imposibles de asumir como generalidad dado que son resultado de una experiencia
Capítulo 2. Ambientes educativos y conflicto armado, memorias y territorios en el Putumayo
211
De igual manera en las referencias al espacio físico, por ejemplo, en el caso de las
escuelas y de las veredas, los lugares tienen nombres a los que se asigna un signifi-
cado sin que este sea necesariamente explícito, pero que al encontrarse articulado a
las experiencias vividas y relatadas, tanto las palabras como los silencios muestran
las características, uso y memoria de las interacciones que allí se dan, como en el
caso de la comunidad en una escuela de Puerto Asís donde los niños hacen referencia
a la habitación del maestro como “la casa de los finados” aludiendo a los soldados
que allí murieron en un combate, hecho del que no nos enteramos sino luego de seis
meses de estar visitando la comunidad y de que el nuevo maestro posesionado ese
año no tenía conocimiento, o cuando en una comunidad se evita hablar de “la loma” y
lo que allí pasó, por ser el sitio donde “ellos” emboscaron y mataron al ejército, lo que
luego provocó el bombardeo y posterior traslado de la escuela. Finalmente, también
se encuentran aquellos silencios que se corresponden a lo que Passerini en los estu-
dios sobre la memoria del fascismo en Italia, ha denominado “silencios colectivos”
que se corresponden a un proceso de autocensura colectiva frente al recuerdo de una
acción o una época sancionada socialmente como vergonzante, que para el caso de
los relatos recogidos en el Putumayo se corresponde con el apoyo que la comunidad
dio en algún momento a uno u otro grupo armado.
PARTE III - MEMORIA, TERRITORIOS Y DESTERRITORIALIZACIONES: SUS LUGARES FÍSICOS Y SIMBÓLICOS
212
Así, para observar y comprender las dinámicas que caracterizan y determinan las
interacciones en las escuelas que viven cotidianamente las distintas manifestaciones
de la guerra, se hace una aproximación desde distintas vías.
Capítulo 2. Ambientes educativos y conflicto armado, memorias y territorios en el Putumayo
213
En primer lugar, así como el territorio no preexiste, el ambiente educativo como for-
mación sistémica dada tampoco, lo que lleva entonces a la necesidad de escudriñar
su historia, las dinámicas que allí se han desarrollado, las formas de retroalimenta-
ción positiva que le han permitido recrear su forma, y de la misma manera la retroali-
mentación negativa que ha permitido la estabilidad de algunos rasgos característicos.
Hay que ver entonces el contexto histórico, económico y social que ha hecho que una
determinada región sea objeto de acciones violentas por parte de distintos actores
tanto en el corto como en el largo tiempo; acogiendo lo expuesto por Gloria Restrepo
(1998)
A la manera de los antiguos mayas hay dos formas de medir el tiempo que
configura el territorio: el de cuenta larga y el de cuenta corta. El de cuenta
larga mide los grandes ritmos que alteran la realidad original, transforman la
naturaleza y le dan nacimiento a la sociedad; la cuenta corta mide el aconteci-
miento, el momento, la cotidianidad y las personas. Con la cuenta larga se en-
tiende el comienzo; con la corta, la situación actual. Ambos tiempos conforman
la realidad que podría compararse con un tejido, labor de muchas manos que
sin concertarse, sin saber exactamente lo que hacen, mezclan hilos de todos los
colores hasta que aparece sobre el territorio una sucesión de nombres, figuras
y lugares familiares.
Los cultivos ilícitos están asociados a la presencia del narcotráfico en la zona, y con
ellos todos los actores armados que se disputan el control territorial. Se tiene además
PARTE III - MEMORIA, TERRITORIOS Y DESTERRITORIALIZACIONES: SUS LUGARES FÍSICOS Y SIMBÓLICOS
214
el hecho de que las políticas de erradicación del gobierno, inicialmente con fumiga-
ciones aéreas y ahora con operativos militares de erradicación manual, han afectado
fuertemente a la población generando oleadas de desplazamientos internos, pero
estos desplazados se ven además doblemente afectados pues al salir como efecto
de las fumigaciones y la erradicación, la ley 387 no los reconoce como desplazados
forzados y al criminalizarlos les niega cualquier posibilidad de apoyo; a esto se suma
la intensificación del conflicto armado y la aplicación de las políticas de seguridad
que, según los informes de ACNUR,ha generado un desplazamiento de más de 30.000
personas, muchos hacia el Ecuador y departamentos del interior, aunque la gran ma-
yoría se han ubicado en las zonas marginales de los principales cascos urbanos del
departamento, con graves problemas de vivienda y saneamiento básico.
Este panorama muestra una historia caracterizada por sucesivos procesos de des-
territorialización, donde la identidad y el tejido vincular de las comunidades ha sido
atacado de manera intencional y sistemática; bien sea con acciones compulsivas,
según la caracterización que sobre las acciones de guerra hace Rozitchner (1990, p.
118), donde se fractura todo lo que ha estructurado la identidad del sujeto y que se
construyó sobre una base de coherencia porque se contaba con la seguridad de la vida
protegida por leyes colectivas, todo entonces resulta de pronto destruido y en su lugar
queda la incertidumbre y el terror impune, tal como las masacres en el caso de El Ti-
gre, los asesinatos selectivos en La Hormiga, o los bombardeos y desplazamientos en
Puerto Asís; o con acciones persuasivas y sugestivas, donde los medios de comunica-
ción por una parte y la escuela, la iglesia, las petroleras y las ONG por otra, moldean
una lectura polarizada de la realidad donde se legitima la exclusión de los “buenos”
a aquellos que se consideran sospechosos de ser “malos”, donde la desconfianza ge-
Capítulo 2. Ambientes educativos y conflicto armado, memorias y territorios en el Putumayo
215
neralizada lleva a un individualismo exacerbado que se fortalece aún más cuando los
proyectos de ayuda que paternalistamente se imponen en las comunidades tienden a
romper los procesos organizativos.
Esto se da en una serie de dinámicas que podemos caracterizar de dos formas, por
una parte la acciones de guerra que según la clasificación pueden ser persuasiva,
sugestiva o compulsiva, y por otra, en la diferenciación sistémica centro/periferia y
su correspondiente formación de jerarquías, sin que ello implique caer en una mirada
dual o de estructura rígida, sino tomando en consideración que los sentidos de la
interacción en este campo de tensión varían según el momento y los roles de los ac-
tores. El sistema educativo, por ejemplo, en una perspectiva de cartografía relacional
está diferenciado segmentariamente en sistemas territoriales aunque a la vez pone
en práctica un tipo de diferenciación centro/periferia en donde el centro está definido
entre otros elementos por el ejercicio de poder en cada momento diferenciado de
interacción.
La tensión que se da entre la historia como representación del pasado que no está
más y la memoria como vinculo que vivifica el pasado en un presente continuo, ya
había sido planteada por Michel De Certeau (1993), al afirmar que la historia se mue-
ve en el rompimiento permanente entre el pasado objeto de su trabajo y un presente
donde se da su práctica, siendo necesario entonces el buscar una articulación entre
ese pasado que es lo vivido y que se constituye en experiencia, y el presente que
siempre es pasado reciente y futuro esperado, y es buscando esta articulación que
se encuentran en Koselleck (1993) dos categorías históricas a las que define como
“Espacio de experiencia” y “Horizonte de Expectativa”.
1 Gracias a las ganancias que generaba el negocio de DMG en el Putumayo, se disminuyó el cultivo de coca pues los campe-
sinos encontraron una alternativa económica en la empresa de David Murcia. La reacción de la población luego del cierre
de DMG y la captura de Murcia se manifestó en marchas y bloqueos, hecho que se recoge en la noticia de Caracol tv el 23
de Noviembre de 2008, bajo el titular “Campesinos de Puerto Asís dicen que volverán a sembrar coca por cierre de DMG”
Capítulo 2. Ambientes educativos y conflicto armado, memorias y territorios en el Putumayo
217
Frente al papel que pueden jugar las interpretaciones de las experiencias, hechas
desde los recuerdos particulares estos relatos de maestros y niños de las escuelas
del Putumayo y que evidencia la conformación de una memoria colectiva en esas
comunidades, y acogiendo lo propuesto por Molina sobre la necesidad de aplicar un
principio de simetría que posibilite la contrastación de las memorias de los distintos
actores, nos vemos confrontados con los relatos de los “otros” los ofensores y la
opción ética que lleva a la identificación con los ofendidos; esta distinción frente a la
propia postura se hace necesaria pues la indagación de la memoria demanda como
investigador el mismo tipo de reflexividad de segundo orden que la autoobservación,
pues “La discusión sobre la memoria raras veces puede ser hecha desde afuera, sin
comprender a quien lo hace, sin incorporar la subjetividad del/a investigador/a, su
propia experiencia, sus creencias y emociones. Incorpora también sus compromisos
políticos y cívicos” (Jelin, 2002, p.3).
Jelin (2002, p. 29) al abordar la dinámica de la acción intencionada por borrar una me-
moria, como en el caso de España donde Franco impuso una memoria de los nacionalis-
tas negando la de los republicanos, nos dice que . “Hay un primer tipo de olvido profun-
do, llamémoslo <definitivo>, que corresponde a la borradura de hechos y procesos del
pasado, producidos en el propio devenir histórico. La paradoja es que si esta supresión
total es exitosa, su mismo éxito impide su comprobación. A menudo, sin embargo pa-
sados que parecían olvidados <definitivamente> reaparecen y cobran nueva vigencia”,
y es así como con la desaparición del franquismo se ha dado ahora la reivindicación de
la memoria de los vencidos en un proceso no exento de tensiones y fuertes disputas.
A fin de cuentas la memoria, como un acto de decisión implica el asumir las conse-
cuencias de recordar u olvidar, es decir que de acuerdo al significado que les hemos
asignado, decidimos que contenidos olvidar y cuales recordar “En esta elección es
donde se inscribe la ética de la memoria y sus consecuencias políticas” (Bello, 2005,
p. 61), pero asumiendo que no basta con recordar pues el recuerdo por sí solo no tras-
ciende el culto a los hechos “sin caer en cuenta de que todo hecho, por serlo, está ya
inscrito en tiempo pasado; cadáver de una acción cuyo proceso se condena al olvido.
El hecho es algo <hecho> (participio pasado: participación en el pasado); demasiado
tarde para asistir a la gestación. Nada se puede hacer con un hecho. Nada, salvo
PARTE III - MEMORIA, TERRITORIOS Y DESTERRITORIALIZACIONES: SUS LUGARES FÍSICOS Y SIMBÓLICOS
218
etc. Así pues, en esa imagen polarizada se llega a “…presentar la violencia y cruel-
dad de <los otros> como violencia en su ser puro, manando de la fuente primordial
de la crueldad sin matices, gratuita, sin justificación, mal químicamente puro, radical;
mientras que sobre la propia se guarda silencio o se le presenta como necesaria e
inevitable: legítima” (Bello, 2005, p. 54).
…cuando uno tenía que ira la Hormiga, uno salía en la moto pero no sabía si
regresaba o no, ese era el miedo todos los días…” “…y así, sin ir a saber de
pronto de dónde es la persona, uno no puede ir hablando así no más… …y ese
susto de saber que había habido combate en la cancha de la escuela apenas al
rato de que nosotros estábamos con todos los niños allá…
De esta manera, la presencia permanente del miedo como regulador de las interaccio-
nes, según Reguillo (1996), lleva a la naturalización de la sospecha (todos son sospe-
chosos) en el mejor de los casos, y en el peor, a la estigmatización de grupos,individuos
y lugares a los que de antemano se les ha asignado un significado de peligrosidad,
gestándose lo que se puede denominar como una “desconfianza naturalizada” en
la que al no poder desarrollarse el sentido de alteridad, se constituye en el germen
validador de lo que ya en las manifestaciones extremas se asume como “cultura de la
violencia” (Botero, 1998).
que ante la amenaza nos pone entre dos opciones: la huida o la agresión; sin embargo
tiene también otros manifestaciones como las reacciones impulsivas, la realimenta-
ción del temor y la alteración del sentido de la realidad (Beristain, 1999).
Bauman (2007) plantea que además de este miedo inicial ante la amenaza directa, los
seres humanos manifestamos un miedo de segundo nivel, “un miedo reciclado social
y culturalmente” al que denomina derivativo y que al establecerse “se convierte en un
factor importante de conformación de la conducta humana aun cuando ya no exista
amenaza directa alguna para la vida o la integridad de la persona”, y esto hace que
independientemente de la existencia de una amenaza se den respuestas propias de la
presencia del peligro de manera que se vive en una actitud, de agresividad o de huida,
preventiva permanente.
Hay dos tipos de miedo, cuando se conoce la amenaza, se sabe que ese perro muerde,
que ese campo está minado, que ellos son los de la masacre, o como en el caso del
maestro de una de las sedes al que la guerrilla le dijo “profe no vaya a dejar salir los
niños porque estamos acá abajo, el ejército está en la loma y puede haber combate”;
pero también está el miedo que se siente sin conocer precisamente la amenaza, como
cuando se entra a un cuarto oscuro, o se está en un sitio presintiendo, o con el rumor
de que algo puede llegar a pasar, tal como ocurrió durante la realización de las entre-
vistas en una escuela y al llegar dos desconocidos en una moto, los maestros y los
miembros de la comunidad cambiaron el tema de conversación y su actitud corporal
pues según dijeron luego, desconocido en moto a la fija es “para”.
Al ver los relatos, hay una presencia del miedo que no es tan evidente como la de los
ejemplos anteriores, “El miedo y la incertidumbre permearon espacios y prácticas de
sociabilidad, especialmente en espacios públicos extra-familiares…… No se trataba
de tortura corporal o de prisión, sino de sentimientos de pasividad e impotencia”
(Jelin, 2002, p. 106), se trata del miedo asociado a duelos todavía presentes, “por-
que aquellos muertos son una demanda ética sobre la endeble fuerza de la memo-
ria, única raíz de una solidaridad retrospectiva que las generaciones jóvenes solo
pueden mantener mediante un recuerdo siempre renovado, a menudo desesperado,
pero siempre impulsor de la responsabilidad solidaria para con los muertos” (Bello,
2005, p. 66), como en el caso de los maestros que al hablar de los dos compañeros
asesinados hace dos años y cuya investigación fue enterrada bajo la denominación
de “crimen pasional” sabiendo todos que ello no es cierto, que así no pasó, y donde
todavía con lagrimas dicen “es mejor dejar así para que a uno no le pase”, o en el
relato sobre la masacre de El Tigre donde a pesar de los años transcurridos se ve
el miedo en sus rostros al hablar del “olor de la sangre humana que se sentía en el
puente y en la carretera”.
como según cita González (2005) dice Marcela Serrano en El albergue de las mujeres
tristes “… Mis muertos vivirán en mi recuerdo, pero ¿Qué pasa con los pueblos que
desaparecen de la geografía y finalmente, de la historia? Solo la memoria rescata a
esos hombres y a esas mujeres, allí vuelven a vivir. Consuelo que no le queda a los
muertos propios, los que una amó, los que no perecieron colectivamente. La memoria
es más fuerte que el recuerdo. La memoria quedará en los textos, el recuerdo no”,
pues en este caso la posibilidad del olvido se asocia a una muerte metafórica en la
medida en que “solo se muere realmente cuando muere el último que lo recuerda”
con el consiguiente miedo a la desaparición en la muerte o en la exclusión, dentro de
lo que Bauman denomina “Síndrome de Titanic”.
Bibliografía
Reguillo, R. (1996). Los lenguajes del miedo. Nuevos escenarios. En revista Renglones,
35, 69-74.
Restrepo, G. (1998).Aproximación cultural al concepto de Territorio. En revista Perspectiva
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de tesis “Dimensión conceptual territorio”. Bogotá: Programa de Maestría en Geografía,
Convenio UPTC IGAC.
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Psicología social de la guerra. San Salvador: UCA Editores.
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En: I. Martín. (comp.), Psicología social de la guerra. San Salvador: UCA Editores.
Todorov T. (2000). Los abusos de la memoria. Barcelona: Paidós.
Capítulo 3
CONTROL E INMUNIZACIÓN
DE LA VIDA Y EL TERRITORIO
EN COLOMBIA:
DEL DERECHO DE CASTILLA
A LA VIOLENCIA BIPARTIDISTA1
Jessica Enith Fajardo Carrillo
Licenciada en Educación Básica con Énfasis en Ciencias Sociales Universidad Distrital Francisco José de Caldas.
Asistente Académica de la Facultad de Artes de la misma universidad.
Introducción
Este escrito tiene como objetivo identificar las acciones violentas que generaron unas
prácticas de destitución del territorio y de la vida en Colombia. Para ello se revisarán
tres acontecimientos que definieron las experiencias históricas de coerción: la instau-
ración del derecho de Castilla; la disputa constitucional republicana; el periodo de la
Violencia como manifestación de la fuerza estatal. La categorización de tales acon-
tecimientos se encuentra fundada en la perspectiva Inmunitaria que conceptualiza el
derecho y sus ejercicios violentos de coerción, trabajada por los pensadores Walter
Benjamin y Roberto Esposito. Teniendo en cuenta las nociones trabajadas tanto por
la perspectiva crítica de la violencia como por el enfoque biopolítico de las acciones
de poder, se ponen a discusión los siguientes puntos: La violencia inmunizada y el
derecho de Castilla fundamentado en el imperativo de la raza; La pretensión del con-
trol estatal con la negación de la vida manifestada en la disputa constitucional y la
institución de la constitución conservadora de 1886; y el Derecho dependiente de la
violencia, cuya acción base en Colombia es la Masacre.
1 Insumo trabajo monográfico: (Fajardo, 2011).Discursos y violencia justificada: las acciones de guerra que definieron unas
relaciones de poder en el proceso de paz en San Vicente del Caguán, durante el gobierno de Andrés Pastrana (1998-2002).
Capítulo 3. Control e inmunización de la vida y el territorio en Colombia: del derecho de Castilla a la violencia bipartidista
225
Desde un punto de vista biológico, Roberto Espósito define Immunitas como la con-
dición fundamental del cuerpo jurídico en occidente y sus extensiones coloniales. Un
cuerpo social inmunizado es comprendido como una fuerza que surge, no del interior
de la comunidad, sino como una potencia en contra de cualquier tipo de amenaza ha-
cia un conjunto de sujetos sometidos al control. Sólo que, tal amenaza tuvo su génesis
en lo más profundo de la misma comunidad a la que el derecho pretende proteger.
En otras palabras, la inmunización es la expulsión de aquellos peligros que cultiva
el cuerpo social y amenaza al sistema jurídico que controla. Siguiendo con Esposito,
¿qué elemento puede representar una amenaza para el Derecho cuyo origen descanse
en lo más íntimo de la comunidad y que tenga el mérito de ser expulsado y atacado?
Este pensador sitúa a la Violencia (Benjamín, 2007, p. 115), como aquella práctica que
debe ser inmunizada.
2 “Estamos frente a una soberanía fundada en relaciones de fuerza a la vez reales, históricas e inmediatas. Para compren-
dereste mecanismo, no hay que suponer un estado primitivo de guerra sino realmente una batalla. (…) Hay vencedores y
vencidos, y éstos últimos están a merced de los primeros, a su disposición.”Foucault (2008, p. 91).
PARTE III - MEMORIA, TERRITORIOS Y DESTERRITORIALIZACIONES: SUS LUGARES FÍSICOS Y SIMBÓLICOS
226
tenía derecho a abusar eran seres humanos». Por lo demás, ¿qué otra cosa es
en sus orígenes modernos el derecho soberano si no una forma de decidir sobre
la vida gobernada por el principio de su apropiación violenta? (Esposito, 2005,
pp. 42-43).
Como un primer mecanismo de control se encuentran las Reducciones como una for-
ma de organizar el territorio colonizado ante la resistencia de los indígenas al vivir de
manera sedentaria, alejándose éstos de la vida colonial. Por este motivo los colonos
optaron por reducir el territorio en donde habitaban los indígenas “para que vivie-
ran en población y se les declaró adscritos al pueblo de que formaban parte” (Opts
Capdequí, 1992, p. 82). Las reducciones es una clara forma de inmunizar las formas
de vida españolas de las acciones de la comunidad indígena. Los aborígenes, en un
principio, son tomados como una amenaza que debe ser exterminada, y son situados
en la exterioridad de la comunidad. No obstante, esta primera forma de negación de
la vida se transformó en una segunda forma que consiste en la interiorización de la
comunidad y el control biológico de sus acciones; ya no son exterminados de manera
directa, sino que estos son protegidos de sus propias formas de vida por medio de la
reducción a la neta supervivencia.
Las Cajas de Comunidad se toman como tercer mecanismo de control territorial que
se instituyó en la comunidad colonial. Se encargaban del sostenimiento de la vida
indígena por medio de la atención asistencial de las necesidades de la población. Sin
embargo, las Cajas de Comunidad se alimentaban de tres ingresos provenientes del
trabajo del cuerpo indígena organizado en la sociedad colonial: la primera fuente de
ingreso se obtenía del cultivo de ciertas extensiones de tierra que se veían obligados
a realizar los indígenas; la segunda fuente las contenían los obrajes o fábricas de
paños trabajadas por los indígenas en ciertas regiones; y la tercera fuente de ingresos
provenía de los censos mediante el pago de un canon en las tierras comunales de los
indígenas por parte de los labradores. Con ello se manifiesta una de las primeras for-
mas de preservación de la vida indígena por parte de la colonia, en donde se organiza
racionalmente el uso del trabajo para el control de la comunidad.
Por este motivo se presentó una reacción por parte de la élite señorial y de gran
parte de la población en contra de la nueva república, que desestabilizó el monopolio
de la fuerza inscrito en el discurso del derecho liberal. A diferencia de la violencia
justificada en preceptos seculares, la legalidad de la fuerza en el derecho liberal se
encuentra fundamentada bajo el criterio de una justicia que sólo es construida con la
razón moderna. No obstante, Walter Benjamin (2007) visibiliza la contradicción que
posee la relación entre el derecho justo y la violencia legal, y permitirá acercarse a la
disputa de la violencia legal en la época Republicana en Colombia:
Por esta razón, Benjamin propone estudiar los criterios que determinan la legalidad
de la violencia, mas no los criterios que dan justicia a unos fines. En ese orden de
ideas, la disputa constitucional del siglo XIX en Colombia, parte de la instauración
de unos medios violentos que en sí se encuentran en contradicción con la justicia
de sus fines y se hallan en choque con los mecanismos violentos instituidos desde
el periodo colonial. La base del fracaso constitucional de la Reforma Liberal de 1849
(y las que vinieron posteriores a ésta) no radica en la persistencia de unas formas de
vida coloniales sino en la lucha por el exterminio de tales formas de vida; en otras
palabras los focos de resistencia de la reforma liberal no eran reducidos, sino que
éstos comprendían casi toda la población en Colombia, y los emergentes mecanismos
de control estaban dirigidos a eliminar las formas de vida de una parte importante de
la comunidad.De esta forma se expresa en gran magnitud la negación de la vida por
medio de la violencia.
De esta manera, por un corto periodo un tipo de violencia era sancionada y después,
esa misma violencia, se convertía en no sancionada. No se unificó el criterio que
determinaba si una violencia era legal o no y la amenaza se encontraba en todas
partes. Gracias a la tradición occidental, la apropiación y organización del territorio
se convierte en la base de acción de los mecanismos violentos de protección de la
vida, no obstante este fundamento sufre importantes transformaciones durante la
disputa constitucional, ya que con la institución de diferentes constituciones cambia
el criterio que determina la legalidad de la violencia sobre el territorio y la vida. Para
determinar los cambios mencionados, se tomará como referencia el texto “El naci-
miento de los países latinoamericanos” (Macaulay y Bushnell, 1998), en donde se
identifican cuatro momentos en el cambio de criterios de los mecanismos violentos
de apropiación del territorio en el transcurso del siglo XIX.
La constitución liberal de 1853, se identifica como primer criterio que justifica unas
acciones violentas centradas en el control territorial y la protección de la vida. La
introducción del sistema federalista propició las primeras acciones que descentra-
Capítulo 3. Control e inmunización de la vida y el territorio en Colombia: del derecho de Castilla a la violencia bipartidista
231
lizaron del poder territorial, puesto que, discretamente se introdujeron reformas que
daban autonomía política a las provincias. Además se abolieron monopolios estatales
de producción, como el tabaco. Esto último transformó las relaciones internacionales,
incrementándose las exportaciones y la inversión extranjera, al reducirse las tarifas
arancelarias. Es importante recordar, teniendo en cuenta la perspectiva inmunitaria
de Esposito (2005), que el derecho, en su génesis, se encuentra sedimentado en el
derecho propio:
Con las reformas del control territorial, se resignifica la propiedad, sin dejar su in-
manente naturaleza de ser posesión de algunos. De manera que, el punto de dicha
resignificación se halla en esos algunos, ya que, la exclusividad de la tierra y de la
vida no se encontraba en la élite señorial; a ella entraron los criollos y extranjeros.
Lo anterior descrito no busca demostrar la democratización del territorio colombiano,
sino caracterizar el nuevo sentido de la propiedad. Lo anterior también se puede ob-
servar con la total abolición de la esclavitud. Desde el discurso liberal “la abolición de
la esclavitud – (…)- estaba perfectamente en línea con el objetivo liberal de acabar
con las restricciones artificiales al libre juego de las leyes económicas naturales, y en
este caso con las relativas a la oferta y demanda del trabajo” (Macaulay y Bushnell,
1998, p. 216). La mano de obra esclava sigue siendo propiedad, pero resignificada,
ya que la comunidad termina siendo esclava de su propio trabajo que la mantiene
con vida. Ya no se pretende hacer un control del cuerpo social mediante castas; los
sujetos son sumergidos como totalidad en el mercado del trabajo: “los indios desa-
rraigados se convertían en braceros sin tierras y constituían una reserva de trabajo a
disposición de los propietarios criollos, remunerada con salario mínimo” (Macaulay y
Bushnell, 1998, p. 216).
Como segundo criterio que justifica unas acciones de violencia emerge la constitu-
ción conservadora de 1858. La organización descentralizada del territorio se siguió
manteniendo para garantizar la propiedad del sector señorial conservador. El retorno
PARTE III - MEMORIA, TERRITORIOS Y DESTERRITORIALIZACIONES: SUS LUGARES FÍSICOS Y SIMBÓLICOS
232
Con la constitución liberal de 1863, se visibiliza el tercer criterio que justifica unas
acciones violentas. Debido a la naturaleza extremadamente federalista en la orga-
nización del territorio, se quiebra la unidad que establece un criterio para volver una
violencia legal. Cada provincia instituye su propio sistema coercitivo, teniendo sus
propias fuerzas militares y de control territorial, por lo tanto la administración estatal
estuvo debilitada para cumplir con el fin liberal de garantizar unas libertades indivi-
duales para el flujo del mercado y la acumulación de las riquezas.
La educación fue uno de los principales instrumentos que buscaba el control del cuer-
po del sujeto en todas sus dimensiones. Con la intención de crear una Unidad Nacio-
nal, se inmuniza el cuerpo social con la instrucción pública centrada en el catolicismo,
para así establecer un modelo de acción que sirva de referencia a lo que debe estar
en el interior de la comunidad: el hombre civilizado dentro de los esquemas naturales
dictados por Dios. Esto termina convirtiéndose en el objetivo central de la inmuniza-
ción jurídica después de la disputa constitucional: se debe proteger del ser salvaje y
demoníaco que descansa en los seres humanos, por ello es necesario educarlos. En-
tonces, las escuelas se convierten en el mecanismo violento por excelencia que busca
proteger el cuerpo social de animal que emergió con las guerras civiles del siglo XIX.
En palabras de Quiceno (2004), “educar es gobernar, para ello el Estado construye un
discurso pedagógico para hacer posible que la ley sea interiorizada y entendida por
los hombres y sus instituciones: articula la ciencia, la moral, la experiencia, lo jurídico,
la ideología a la población y su territorio” (p. 28).
de la comunidad por medio del trabajo asalariado (como herencia distorsionada de las
reformas liberales del siglo XIX):
«La violencia se nos reveló, ya desde el inicio, como una cosa eminentemente
comunicable». Más que a un sólido –la roca que golpea o la punta que penetra-
remite a la capacidad de impregnar que tiene un líquido al correr, infiltrarse,
difundirse, hasta reducir el mundo a una esponja o un fangal cenagoso, como
hizo en su momento el diluvio universal. Pero sobre todo contamina, según una
lógica que ya tenía bien presente Simone Weil, «El contacto con la espada con-
Capítulo 3. Control e inmunización de la vida y el territorio en Colombia: del derecho de Castilla a la violencia bipartidista
235
Las masacres, desde el siglo XIX hasta la fecha, son comunes y se presentan como un
acto ritual. De manera que, la persistencia de estas prácticas da lugar a pensar que
las masacres son síntomas de un antagonismo social. En este sentido, Uribe define la
masacre como la muerte colectiva de varias personas provocada por una cuadrilla de
individuos caracterizada por una determinada secuencia de acciones orientadas por
motivos políticos, venganzas o el simple azar, cuyos autores y víctimas eran campesi-
nos inmersos en una economía cafetera que estaba integrada en el mercado nacional
e internacional.
Siguiendo el planteamiento de Uribe, estos actos rituales son una prueba de la ex-
presión extrema de poder, presente durante varias generaciones. Cabe aclarar, que
esta manifestación de fuerza entra a romper la estructura física y social del cuerpo
campesino por medio de la animalización de los sujetos. Para que los sujetos, objeto
de la masacre, puedan ser exterminados sin ninguna repercusión legal o moral, la ani-
malización, planteada por Uribe, funciona como elemento que expulsa ciertos sujetos
de la comunidad para convertirlos en cuerpos de castigo. Esta acción comprende una
parte crucial del proceso inmunitario de la sociedad y del derecho, ya que se forman
las condiciones pertinentes para la emergencia de los criterios que interiorizan una
violencia y exterioriza las amenazas:
PARTE III - MEMORIA, TERRITORIOS Y DESTERRITORIALIZACIONES: SUS LUGARES FÍSICOS Y SIMBÓLICOS
236
IV. Conclusión
La categorización de estos tres acontecimientos permitió visibilizar el carácter in-
munitario de unas prácticas, desde la perspectiva de Roberto Espósito. De manera
que, en este trabajo emergen los siguientes acontecimientos: la violencia colonial, la
disputa constitucional del siglo XIX y la masacre bipartidista en el siglo XX. Gracias a
tales hechos, se logró des-ocultar la naturaleza inmunitaria de las acciones de guerra
por parte del Estado, y con ella se identificaron los instrumentos violentos de control,
sobre lo que es considerado una amenaza para la comunidad estatal. En las prácticas
históricas de coerción no se unificaron unos criterios de exclusión violenta, y así se
evidencia la contradicción del sistema político Estatal: el derecho es dependiente de
la violencia para controlar las amenazas. A lo largo de toda la historia institucional,
ha existido una construcción discursiva alrededor de lo que es considerado un peligro
para la comunidad que justifica un ejercicio violento. Esto responde a un estado de
guerra en el cual se encuentran los sujetos, al fundarse el sistema político en Co-
lombia: unos quedaron vencedores y algunos vencidos resisten a los mecanismos de
domino de los victoriosos.
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Uribe, M.V. (2004). Antropología de la inhumanidad. Bogotá: Norma.
Capítulo 4 Por encima de todo la
historia es social y cul-
RESISTENCIA CULTURAL tural. Es la historia de la
vida diaria de hombres
EN EL BARRIO BRITALIA1 y mujeres. Si se observa
de cerca, esta historia
revelará cambios deci-
Wilson Javier Torres Puentes sivos que incluyen una
Docente de la Licenciatura en Educación Básica con Énfasis en Ciencias So- revolución social.
ciales LEBECS – Universidad Distrital Francisco José de Caldas. Docente de Agnes Heller
Secundaria en Ciencias Sociales de la Secretaria de Educación del Distrito
IED. Leonardo Posada Pedraza. Correo electrónico: Social_es@yahoo.com.mx
Introducción
El presente texto se enmarca en el Carnaval Popular por la Vida del Barrio Britalia
(CPV) en Kennedy (hoy Techotiva) y el discurso y la acción de Resistencia Cultural (RC)
que nació al interior de esta barriada popular.
1 Ponencia fundamentada en la Investigación Educación Popular y Resistencia Cultural. El Carnaval Popular por la Vida de
Britalia (1988-2008).
PARTE III - MEMORIA, TERRITORIOS Y DESTERRITORIALIZACIONES: SUS LUGARES FÍSICOS Y SIMBÓLICOS
238
Investigar este tema pasó obligatoriamente por indagar el qué y el cómo emergen los
sentidos y significados de la resistencia cultural en los sectores urbanos, para este
caso, Britalia, y el papel que en dicho proceso han jugado la educación popular y la
acción colectiva cultural para construir y sostener en el tiempo los carnavales en ese
contexto urbano popular y cómo, estos procesos sociales y educativos han generado
redes sociales que se han sostenido en el tiempo y el espacio.
1. ¿En qué contexto se generó en Britalia el Carnaval Popular por la Vida como
una experiencia organizativa que ha logrado mantenerse en el tiempo?
Por su parte el objetivo central buscaba analizar e interpretar las prácticas, saberes
culturales y educativos de las organizaciones populares, que han hecho posible reco-
nocer los carnavales populares de Britalia, como expresiones de resistencia cultural.
I. Resistencia Cultural
Justamente lo que generó el interés por indagar particularmente sobre Britalia, es
que esta experiencia desde 1992, promueve su carnaval y a partir de él plantea la
transformación de la sociedad mediante una acción de sentido político, la resistencia
cultural. En este caso, la puesta en práctica de la educación popular ha sido funda-
mental para los procesos sociales desarrollados en Britalia. Esto no necesariamente
significa que exista entre estas comunidades un concepto preelaborado de Resisten-
cia Cultural. Más bien es el imaginario y la representación colectiva que se ritualiza
año tras año, no sólo en los discursos, sino en la simbología de las diferentes compar-
sas y muestras artísticas, que pasan por salones de artistas populares, teatro, danza,
poesía, cuentería, entre otros, lo que le da este sentido.
Conceptos de cultura hay tantos como culturas existen en el mundo, pero en términos
generales y de acuerdo a Sanabria (2004) y Ortiz (2004), entenderemos por cultura
un sinnúmero de entramados sociales que son representados simbólicamente en los
cuales se incluyen los credos religiosos, los valores sociales (ética y moral), las di-
ferentes costumbres y tradiciones (hábitos), las artes, los usos y la apropiación del
entorno geográfico en el cual se halla inmersa una comunidad y que lo transmite de
generación en generación mediante los diferentes lenguajes, oral, escrito y simbólico.
Hay que decir también que el termino cultura no es estático, por el contrario se ha
modificado con la transformación que sufren las culturas humanas, ya no es occidente
quien denomina a los demás pueblos desde la “civilización europea”, ahora hablamos
de civilizaciones.
A este respecto el profesor Ávila (2007) señala que; “Los sujetos inician su apropia-
ción de la cultura intercambiando universos simbólicos, de modo que los procesos
de comunicación con el otro…juegan un papel determinante en la incorporación del
sujeto a la cultura, y en la in-corporación, internalización de la cultura en el sujeto. La
conversación teje las palabras, y estas tejen las relaciones entre los sujetos, constru-
yendo así el tejido social…[entonces] A mayor grado de apropiación de la cultura y
del lenguaje, una mayor expansión y un mayor crecimiento de la subjetividad”.
Tenemos también la subjetividad popular, que es la que me interesa por relación di-
recta con una comunidad popular, Britalia,y una acción colectiva popular como el car-
naval. En este sentido el profesor Torres (2008), afirma que; “La formación de sujetos
populares capaces de llevar a cabo las acciones sociales emancipadoras está relacio-
nada con la formación de un sistema de imaginarios, representaciones, ideas, signifi-
caciones, simbolizaciones, voluntades y emocionalidades, desde las cuales atribuyen
sentido a sus acciones y vínculos sociales, a la vez que alimentan sus sentidos de
pertenencia e identidad”.
Cualquier persona, mujer u hombre, sin importar su edad, que haya pasado como or-
ganizador, participe o espectador de la historia de Britalia aseverará, no sin razón que
el Carnaval por la Vida es realmente Popular, porque nació de las entrañas de una co-
munidad, que se construyo así misma, mientras construía ladrillo a ladrillo su barrio,
que tomó una y otra vez las calles sin resultados concretos, que se atrevió a ir contra
corriente, a innovar en la lucha política, que no optó por la resistencia negativa, sino
que impulsó esta acción con un carnaval exitoso, desde todo punto de vista, no solo
derrotó al Estado al ser una comunidad que resistió primero las inclementes necesi-
dades socioeconómicas y represivas, sino que hoy se encuentra como parte del movi-
miento social en la resistencia activa, pero como comunidad, donde; “La experiencia
PARTE III - MEMORIA, TERRITORIOS Y DESTERRITORIALIZACIONES: SUS LUGARES FÍSICOS Y SIMBÓLICOS
242
de vivir juntos y de conocer los códigos culturales de los vecinos, crea sentimientos
de solidaridad y lealtad entre ellos. Estos sentimientos remplazan la anomia de la vida
moderna y mantiene la cohesión social del vecindario” (Panfichi, 1996).
No hay duda entonces, que la comunidad es algo que se teje pacientemente y que
pese a los conflictos internos entre individuos o grupos de vecinos, esta permanece
en el tiempo y en el espacio, más bien lo que ocurre es que las comunidades se crean
y recrean permanente- mente y de múltiples maneras, por ejemplo, con el cambio ge-
neracional, con la migración y la emigración de pobladores, con las influencias de la
ciudad “moderna” sobre los barrios y sus habitantes, que ponen en riesgo la identidad
de la comunidad para pasar a ser un vecindario más de la ciudad.
La EP desde sus planteamientos iniciales hasta hoy también tiene sus propias meto-
dologías y didácticas que la particularizan con relación a otras prácticas educativas.
Estas particularidades han operado en el saber educativo popular de Britalia y su car-
naval. Tanto en la construcción colectiva de barrio, como del carnaval, las intenciones,
sobre todo desde 1990 apuntan a transformar la sociedad, cambiando las prácticas
cotidianas en las que se relacionan los sujetos sociales. Siguiendo con Torres (2008)
tenemos que; “los rasgos más visibles de la EP han sido la definición de criterios
educativos tales como la construcción colectiva de conocimiento, el diálogo, el partir
de la realidad de los educandos, la participación y la articulación entre teoría y prácti-
Capítulo 4. Resistencia cultural en el barrio Britalia
243
Empecemos por decir que el CPV, hay que ubicarlo por sus características como “nue-
vo movimiento social”, pese a que lleve veinte años de accionar. Me atrevo a hacer
tal afirmación por varias razones, la primera, que los habitantes de Britalia, rompen
con una tradición de lucha urbana proveniente de los años 70 y que tocó los primeros
años del decenio de los 80, innovaron en la acción y en la lucha política, crearon un
carnaval y lograron su objetivo, volcando sobre ellos, la atención del Estado y de la
sociedad en general. En segundo lugar, porque la lucha contra el basurero de Gibral-
tar, no fue una lucha vanguardista de un sector clasista o vinculado a un partido de
izquierda, fue el movimiento social conformado a su vez por grupos organizados de la
comunidad de Gran Britalia, como los catequistas, las ollas comunitarias, grupos de
mujeres, grupos de jóvenes, ecologistas, teatreros, y muchos más, los que además de
las tradicionales tomas y bloqueos de vías, engendraron, no como simple forma de
expresión simbólica, sino como instrumento de acción política, un carnaval. Tercero,
porque el carnaval en sí mismo es un movimiento social con la características de ser
cultural.
Melucci (1999) llamo a esto Acción Colectiva, la que a su vez es una construcción
social, y debe ser abordada desde lo empírico con el fin de comprender la verdadera
PARTE III - MEMORIA, TERRITORIOS Y DESTERRITORIALIZACIONES: SUS LUGARES FÍSICOS Y SIMBÓLICOS
244
Pero estos movimientos no serían posibles sin la identidad colectiva que le permite
la cohesión interna y externa. Esta identidad, según Melucci (1999) solo es posible
si se toman en cuenta tres elementos, a saber; “1) Formulación de las estructuras
cognitivas relativas a los fines, medios y ámbitos de la acción; 2) Activación de las
relaciones entre los actores, quienes interactúan, se comunican, negocian y adoptan
decisiones, y 3) Realización de inversiones emocionales que permiten a los individuos
reconocerse”.
mí, reconocerme como sujeto e identificarme o no con algo, en este caso el Carnaval
Popular por la Vida y lo que él representa.
La resistencia cultural, no puede ser leída o vista entonces como reacción a la domi-
nación, y si se defienden las tradiciones es porque son ellas las que dan sentido a los
individuos y a las comunidades, les permite un “nosotros” colectivo que a su vez les
aliente a ser sujetos protagonistas de la historia. Para los actores políticos de Britalia
esa es una realidad concreta nacida al calor de la organización social y que expone
como máxima expresión de esa historia su carnaval. Dado que; “Las comunidades
PARTE III - MEMORIA, TERRITORIOS Y DESTERRITORIALIZACIONES: SUS LUGARES FÍSICOS Y SIMBÓLICOS
246
Por lo general es con la teoría como se corrobora un hecho o una situación dada, en
este caso quiero invertir el proceso, porque como lo señala Lanchero, el movimiento
cultural de Britalia no se ha detenido a conceptualizar sobre el tema, simplemente ha
llamado a las cosas de acuerdo a su realidad política, pero con un aporte significativo,
que allí, en el CPV, hay un sentido político específico y claro, que la resistencia no es
aguante, sino creación, es empoderamiento de las gentes que participan en el esce-
nario carnavalesco desde alguno de los papeles que la trama exige.
Está claro, que si bien no existe una teorización y unos textos que den cuenta de lo que
es la Resistencia Cultural (RC) en Britalia, si hay claridad en por qué,para qué y cómo se
resiste culturalmente, eso apunta a una acción colectiva de orden político, empoderar
a los vecinos de Britalia, y si es posible, impactar a la ciudad toda. Aquí de lo que se
trata entonces, no es de teorizar, se trata, como lo muestra la historia de Britalia y su
CPV, de transformar la realidad socioeconómica, primero del Barrio, y luego de la ciu-
dad y el país. Lo importante quizás, es que en el caso de Britalia son hechos tangibles,
con muchas luchas colectivas, lo que ha logrado la pavimentación de vías, el agua
potable, el alcantarillado, el final de Gibraltar, y generaron un movimiento identitario
llamado Carnaval por la Vida, en fin estamos, para quien así lo quiera ver y reconocer,
frente a un proceso de poder popular, o simplemente de empoderamiento. Al respecto
Lanchero (2000), nos dice: “El caminar comunitario no busca generar discursos teóricos
sino reflexiones comprensivas de la realidad excluyente del mundo, comprensiones y
proposiciones que abocan a acciones de transformación”.
Pero, ¿qué es entonces la resistencia cultural? Definirla no es muy fácil, pero tampoco
un imposible, es en definitiva complejo, pero trataré de hacerlo con el siguiente es-
quema. Para que exista o haya RC, son necesarios varios elementos que están ligados
entre sí, aunque se puedan analizar por separado.
como lo he dicho, negativa, y la de Britalia, es sin duda positiva. James Scott, señala,
a propósito de lo que intento explicar que:
VI. Conclusiones
Las palabras de David Cerero, habitante del barrio Britalia, son una síntesis pertinente
de las reflexiones aquí planteadas:
Esas tres palabras las he venido como asociando, pienso que la Resistencia
Cultural y la Educación Popular juegan un papel fundamental, pero hay una línea
transversal entre esas dos que viene siendo la Política, el aparato político, el
proceso formativo político es importante para que esa misma formación, val-
ga la redundancia, ese proceso de formación haga parte de la contra cultura,
haga parte de ese proceso de resistencia cultural, y haga parte también de una
educación popular, o sea, que sin política, sin ese proceso de empoderamien-
to…el empoderamiento vendría a ser como el resultado del proceso del estudio
político, el empoderamiento finalmente es el proceso en el cual, Usted ha sido
un sujeto político, usted puede llegar a lograr una posición frente a cualquier
circunstancia en el país, y donde usted quiera que se encuentre. A ese tipo de
ser humano es que deberíamos nosotros apuntarle. A un ser humano donde se
reconozca por primera vez, porque lo que ha hecho la otra cultura, no la nuestra,
es quitarnos el proceso de reconocimiento, de auto-reconocernos. Cuando a eso
le hacemos una resistencia, una educación de tipo popular, podemos llegar a
empoderar al pueblo y así podemos llegar a alcanzar que este país que tenemos
PARTE III - MEMORIA, TERRITORIOS Y DESTERRITORIALIZACIONES: SUS LUGARES FÍSICOS Y SIMBÓLICOS
248
pueda cambiar y que sea un motor de cambio del proceso político” (Entrevista
realizada en abril de 2008).
Finalmente digamos que RC, es aquella acción de orden colectivo que desarrollan los
sectores populares, en este caso las comunidades de Britalia que desde la apropia-
ción histórica y política de un espacio, ejercen la resistencia, no solo como una forma
de denuncia sino y fundamentalmente de transformación social. Así, la resistencia,
no es sinónimo de “aguante”, por el contrario es el resultado de la acumulación de
fuerzas (organizaciones y acciones sociales) de identidades individuales y colectivas
y de años de experiencia en la lucha política que los habitantes de Britalia han desa-
rrollado durante dos décadas, y que no es cultural porque esté inscrita en el marco
del carnaval popular, sino porque en ella, encontramos las representaciones y reivin-
dicaciones de los individuos y colectivos poblacionales en lo tocante a la vida política
(participación democrática), cultural, social y económica.
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Capítulo 4. Resistencia cultural en el barrio Britalia
249
LA COTIDIANIDAD DE LA MEMORIA:
EXPERIENCIAS DESDE LAS
ORGANIZACIONES SOCIALES
Capítulo 1
CULPAS Y EXPIACIONES
EN EL DESPERTAR MUISCA:
UNA ETNOGRAFÍA DE UN OBJETO-RED
DE LA MEMORIA
Pablo Felipe Gómez Montañez
Candidato a Doctor en Antropología Social de la Universidad de los Andes. Docente y miembro del grupo de Memoria
de la División de Ciencias Sociales de la Universidad Santo Tomás. Miembro del Comité de Estudios sobre la Violen-
cia, la Subjetividad y la Memoria.
Introducción
La compulsiva relación que por estos tiempos se ha venido resaltando entre la me-
moria y la violencia parece limitar el abordaje de la primera en el contexto académico
colombiano. Sin duda alguna, la memoria que, por un lado, ha tratado de otorgarle
una posición a las voces que hoy piden rechazar el olvido, así como de legitimar el
derecho a la reparación, por otro ha silenciado diferentes maneras de interpretarla y
ha enceguecido otras formas de construirla como campo investigativo.
De esta manera, la memoria parece recogerse y encerrarse en las fosas del miedo y
del terror del sujeto que dispone de ésta para recordar –que tal vez no es otra cosa
que expandir el presente. Los testimonios del dolor han desplazado las narrativas de
la banalidad que, para Michel Maffesoli (2007) sustentan lo societal en tanto mani-
fiestan el simple gusto de estar juntos y el intento -eufemismo, tal vez- de pretender
recordar juntos. Los álbumes de familia, las imágenes de las infancias a través de las
décadas, la formación de grupos que giran en torno de ciertos emblemas, los nuevos
comunalismos que se hacen con respecto a los usos sociales del patrimonio y hasta
el rol de las industrias culturales como archivos de los marcos temporales pasajeros
desde los cuales parecemos reconocernos han quedado supeditados al estudio sobre
el conflicto y la violencia interna del país.
PARTE IV - LA COTIDIANIDAD DE LA MEMORIA: EXPERIENCIAS DESDE LAS ORGANIZACIONES SOCIALES
254
Sin embargo, en esta ocasión en que varios fuimos convocados a reflexionar sobre
la memoria, en el marco coyuntural del panorama ambiguo de justicia, perdón y re-
paración que se vislumbra con la promulgación de la naciente Ley de Víctimas en
Colombia, volvemos a las mismas preguntas: ¿qué es lo que emana de las víctimas y
de los procesos de victimización que es capaz de cohesionarnos socialmente? ¿Qué
grupo social puede reproducirse en el tiempo sin una narrativa del pasado violento?
En últimas, ¿por qué el pasado es siempre algo conflictivo?
Para Beatriz Sarlo, la conflictividad del pasado emerge en la relación –también estu-
diada compulsivamente, por cierto- entre la memoria y la historia. Para la intelectual
argentina, “(…) la historia no siempre puede creerle a la memoria, y la memoria
desconfía de una reconstrucción que no ponga en su centro los derechos del recuerdo
(…)” (2006, p. 9). Pero este recuerdo, continuando con la perspectiva de Sarlo, no
representa una liberación del pasado, sino un advenimiento o captura del presente. Y
es este “presentismo” la expresión y la disponibilidad contemporánea para que el ser
humano se explaye en el hedonismo erótico de los lazos comunales. Invitando a Ma-
ffesoli a este diálogo, el espacio, que otrora fundamentaba el campo de la relaciones
y de los destinos compartidos, ahora se ha acotado en el “objeto” (Maffesoli, 2007, p.
213). Sobre éste, en donde se practica la comunión con el otro o el “puente” para la
“convivialidad”, se re-encanta el mundo, se reaviva el romanticismo, el barroquismo,
el vitalismo y la intuición del mundo social contemporáneo (Maffesoli, 2007, p. 218).
Siguiendo las tesis del sociólogo francés, dos características revisten al objeto de la
relevancia que acá quise resaltar. En primera medida, el objeto se convierte en el nue-
vo tótem-desde la perspectiva durkheimiana, por supuesto- desde donde se organiza
el mundo social, con lo cual emergen las pequeñas historias o mitos fundacionales de
los grupos. Para ello, el objeto se considera como portador de un “aura” que, pese a
la reproductibilidad de la que tanto se quejó Walter Benjamin, emana una fuerza coa-
gulante que configura un ethos y otorga el sentido de la existencia colectiva, es decir,
una dimensión “estética de la ética o existencia” en el colectivo (Maffesoli, 2007:
220). En segundo lugar, esta ética “objetal” implica que el objeto otorga un sentido
de comunalidad en tanto éste emana del conjunto que forma con otros objetos y no
de su particularidad, lo que Maffesoli denomina un “efecto de sentido solidificado”
(2007, p. 221). Apelando a estas condiciones como el origen de las identificaciones
y las memorias sociales del mundo posmoderno, considero que la memoria puede
abordarse desde la comprensión de sus objetos-red.
Estudiar la memoria desde este enfoque -que hasta ahora es incipiente y más intuitivo
que profundamente desarrollado- nos obliga a desplegar el objeto y a desnudar sus
múltiples incidencias e itinerarios de sentido. Los objetos-red de la memoria son,
entonces, activadores de rutas complejas y no son réplicas ni pasivos signos conte-
nedores de marcos sociales preestablecidos de la memoria. Y al ser resultados de
incidencias y direccionamientos en el plano del sentido, estos objetos se configuran
Capítulo 1. Culpas y expiaciones en el despertar muisca: una etnografía de un objeto-red de la memoria
255
(…) cada uno de los casos o evidencias aludidos en sus libros (sean “leyes”,
“pinturas”, “esculturas”, “invenciones”, “textos literarios” o “poemas”) es pro-
ducto de la red de incidencias que los constituyen. Cada nodo, cada trayecto,
cada pliegue es una condición intrínseca del caso descrito y, por lo tanto, tiene
presencia en él como parte de su desarrollo. (Garduño, 2008, p. 27)
Hace poco más de tres años, la fiesta del Zocán ha sido manejada por algunos líderes
del autodenominado movimiento indígena Pueblo-Nación Muisca Chibcha, el cual he
estado estudiando desde el año 2007. El trabajo etnográfico que comenzó en ese en-
tonces se preguntó por la manera como este movimiento indígena estaba reinventan-
do un cuerpo de creencias, prácticas y jerarquías religiosas, cuya estructura organiza-
tiva es liderada por chyquys o sacerdotes que afirman cumplir una labor de rescatar
la memoria espiritual del pueblo muisca (Gómez-Montañez, 2009). Sin embargo, esta
organización no cumple con los parámetros jurídicos del Estado colombiano para ser
reconocidos oficialmente como grupo étnico. De acuerdo con la normatividad colom-
biana, mientras los procesos etnopolíticos de conformación de cabildos y resguardos
indígenas1 oficiales parten de unos parámetros biológicos, territoriales e históricos
que restringen su conformación, el proceso étnico-religioso ha flexibilizado estas con-
diciones. El rol que los actuales chyquys o sacerdotes se han otorgado en este segun-
do proceso ha sido el de guardianes de los usos y costumbres, así como el de gene-
radores de espacios de comunicación y de convocatoria para la conformación de una
comunidad muisca actualizada, renovada y adaptada a las condiciones históricas, te-
rritoriales e interculturales de la vida moderna. Lo anterior ha implicado que varios re-
novados rituales, sobretodo de uso de medicina indígena, danzas y círculos de palabra,
han convocado a una comunidad mixta, compuesta por indígenas y no-indígenas, para
conformar este movimiento.
1 El cabildo corresponde a una entidad política autónoma de gobierno indígena y el resguardo se define como el territorio
en el cual vive y se reproduce una comunidad indígena. Ambas entidades, aunque corresponden a una cierta autonomía
de los grupos étnicos, sin embargo están amparadas por las leyes estatales colombianas. Hay que tener en cuenta que
ambas tienen su origen en el modelo de administración colonial y que en el año de 1890, la ley 89 reglamentó su existen-
cia, pero con miras a una integración de las comunidades indígenas al proyecto mestizo de nación y al capitalismo liberal.
Actualmente el movimiento Pueblo Nación Muisca Chibcha no cuenta con ningún resguardo y la conformación de cabildos
es un proceso incipiente que hasta ahora ha logrado reconocer dos entidades en las ciudades de Bogotá y Tunja ante los
gobiernos locales. Este proceso es el primero de varios pasos para conseguir el aval del gobierno nacional, representado
por la Oficina de Asuntos Indígenas del Ministerio del Interior y Justicia.
Capítulo 1. Culpas y expiaciones en el despertar muisca: una etnografía de un objeto-red de la memoria
257
Una de las razones por las que se convocó a varios líderes muiscas y de otros grupos
indígenas a encontrarse unos días antes de la fiesta del Zocán era generar un diálogo
para solucionar dichos conflictos y llegar a unos acuerdos que permitieran la unión del
pueblo muisca. Por esa razón, esa noche del 19 de diciembre se invitó a un círculo de
PARTE IV - LA COTIDIANIDAD DE LA MEMORIA: EXPERIENCIAS DESDE LAS ORGANIZACIONES SOCIALES
258
Hermanos, queremos escuchar… que nos digan algo los que quieran hablar…
queremos escuchar sus palabras … aquí no nos vamos a poner que yo sé más,
que yo soy esto… no, aquí todos somos hijos de nuestra Madre Tierra (sonido
de aprobación: mmjjj)… el sol ilumina a todos, la luz nos va a dar luz a todos…
bebemos agua, la misma agua… entonces yo quisiera que nos sentáramos, que
juntáramos la palabra, el que tenga mambe4 come mambe, y el que tenga su
ayo5 se mete su ayo, vamos a masticar la palabra, estamos aquí en la palabra
dulce de amor… hay una chicha que se va a dar alrededor que es la que endulza
más la palabra6
Hoy estamos es un solo pueblo unido aquí, hoy está el Templo del Sol como el
Corazón del Mundo… entonces yo pienso que vamos a darle fuerza… estos
acuerdos que se empezaron a dar (…) viendo que hay que hacer acuerdo entre
nuestro territorio… el territorio kankuamo son doce comunidades y ahí, de esas
doce comunidades, también hay desacuerdos y todo se hace así y todo se lleva
2 Líder espiritual y político de las comunidades arhuacas, kogis, wiwas y kankuamas de la Sierra Nevada de Santa Marta del
norte de Colombia.
3 Autoridades espirituales y hombres-medicina de algunas comunidades selváticas, sobretodo de comunidades cuyos proce-
sos curativos se basan en la práctica del consumo del yagé.
4 Mambe es un polvo elaborado con base en la hoja de coca. El verbo mambear significa mascar dicho polvo y como práctica
social tiene sentidos espirituales de comunión y conexión para guiar positivamente el pensamiento y, por tanto, la medici-
na grupal durante el compartir de la palabra.
5 El ayo es semejante al mambe, pero lo que se masca es la hoja completa de la mata de coca. Mientras el mambe es una
práctica común de las etnias amazónicas, el ayo está presente en culturas andinas y de la sierra nevada de Santa Marta
al norte.
6 La chicha es una bebida fermentada, por lo general con base en maíz molido y que los muiscas llaman fabqua. La chicha a
la que se refería el mamo era la caguana, la cual está hecha a base de piña y almidones de tubérculos.
Capítulo 1. Culpas y expiaciones en el despertar muisca: una etnografía de un objeto-red de la memoria
259
a un solo, a una sola palabra… yo creo que esta noche los muiscas de Bosa, de
Suba, Sesquilé, Cota, Chía, Sogamoso, vamos a respetar esa palabra…
La palabra del mamo parece ser una simple invitación al diálogo y al acuerdo, pero si
la analizamos, podemos desamarrar una urdimbre de incidencias. Tales incidencias,
retomando el concepto propuesto por Michel Serres, hacen que podamos entender lo
que significa la memoria indígena desde sus objetos-red. Bajo este modelo, la memo-
ria social no es simplemente un ejercicio de rememoración colectiva, la cual privile-
gia el testimonio oral como instrumento metodológico que activa la anamnesis. Más
bien nos propone la activación de múltiples itinerarios de sentido que permiten que
entendamos la memoria colectiva desde sus objetos-red y no desde sus marcos. Para
decirlo de otra manera, en nuestra propuesta no son los objetos y eventos activadores
de la memoria lo que hay que enmarcar, sino que los marcos son el resultado de los
itinerarios de sentido que pueden activarse a partir de los objetos-red y quienes deli-
nean el escenario conflictivo con múltiples incidencias que emergen en los planos na-
rrativos, cognitivos e instrumentales que configuran las diferentes representaciones
del pasado y de quienes lucha por considerarse legítimamente con derecho a recordar
y a identificarse con cierta versión de éste. Con esta afirmación, aunque estamos de
acuerdo con Halbwachs en entender los marcos sociales de la memoria como “(…)
los instrumentos que la memoria colectiva utiliza para reconstruir una imagen del
pasado acorde con cada época y en sintonía con los pensamientos dominantes de
la sociedad” (2004, p. 10), éstos son el resultado de un tejido de asociaciones y no
un simple plano en el que es posible el tejido7. Comencemos a aplicar el modelo y
tratemos de ensamblar los marcos de la memoria que emergen de nuestro fragmento
etnográfico.
7 Nos unimos al enfoque de “asociaciones” propuesta por Bruno Latour (2005) para re-ensamblar lo social. Desde esta
perspectiva, la memoria no se definiría como algo social por tener una característica inmanente así definida, sino porque
lo social se definiría siguiendo los “rastros” de las prácticas de los actores-red para generar marcos y procesos estables y
estructurantes. La memoria, entonces, no sería una base fundamental de las identidades colectivas, sino una de sus obras.
PARTE IV - LA COTIDIANIDAD DE LA MEMORIA: EXPERIENCIAS DESDE LAS ORGANIZACIONES SOCIALES
260
8 Tomo este concepto del caso del ritual del Isoma, documentado por Victor Turner. En éste, por ejemplo, las personas que
han pasado por un proceso de enfermedad pueden ayudar a otras que estén en la misma situación, así no exista ningún
lazo de parentesco entre éstas. El sufrimiento, entonces, es el elemento cohesionador en este tipo de communitas.
9 La definición del “chontal” la he tomado de mis notas del diario de campo y ha sido corroborada con algunos chyquys.
10 Ricoeur propuso los conceptos griegos de mneme y anamnesis para diferenciar el recuerdo “que aparece” del recuerdo
“que es activamente buscado” (2000, pp.19-20). Retomaré esta relación más adelante.
Capítulo 1. Culpas y expiaciones en el despertar muisca: una etnografía de un objeto-red de la memoria
261
11 Como ejemplo, Bell (1975) expone que durante los siglos XVII y XVIII las religiones fueron quienes determinaron los com-
ponentes emocionales de las identidades corporativas y que en el siglo XIX lo fueron los movimientos nacionalistas. Para
Bell, en medio de la militancia política de los años 70, la etnicidad era la forma más apropiada de cohesión social debido a
que combinaba los intereses comunes y los lazos emocionales. Como resultado, veía el surgimiento de una gran cantidad
de identidades colectivas étnicas. Además propuso dos explicaciones para ello: primeramente, los grupos étnicos ayudan
a la gente a organizarse en pequeñas unidades en medio de sociedadesplurales y sincréticas, en las cuales las entidades
corporativas como el estado y la clase social se han debilitado; en segunda medida, las organizaciones étnicas son medios
para que los grupos ganen derechos y la protección estatal. Por esta razón, Bell afirma que la etnicidad no solo implica
la emergencia de lazos primordiales, sino que es además una opción estratégica para los individuos quienes, en otras
circunstancias, habrían seleccionado otras formas de membresía colectiva para obtener medios de ganancia de poder.
12 Bourdieu toma el concepto de Nelson Goodman de “world making” para explicar cómo “(…) hay siempre, en cualquier
sociedad, conflictos entre poderes simbólicos que luchan por imponer divisiones legítimas que permiten la construcción de
grupos sociales diferenciados (1998, p. 22). En el caso de las narrativas de mamo Enrique, sus versiones del pasado ayudan
a construir un actual mundo indígena donde cada pueblo contribuye en el mantenimientode una historia coherente que
resiste las versiones oficiales coloniales del pasado. En suma, con estas narrativas, mamos y chyquys están construyendo
otra versión de la historia de su mundo.
PARTE IV - LA COTIDIANIDAD DE LA MEMORIA: EXPERIENCIAS DESDE LAS ORGANIZACIONES SOCIALES
262
En últimas, pretendemos basar esta parte de nuestro análisis con base en dos hipóte-
sis. La primera es que el intercambio de dones, unido al esquema sacrificial de ciertas
prácticas rituales, parece ser la base sobre la cual se fundamenta la existencia del
“despertar indígena muisca” en la actualidad. El sistema de “dar, recibir y devolver”
Capítulo 1. Culpas y expiaciones en el despertar muisca: una etnografía de un objeto-red de la memoria
263
permite un flujo de transacciones energéticas que opera en dos ejes. Por un lado,
estas operaciones ocurren entre la persona que está en el ritual y el mundo espiritual,
donde prima la necesidad de la curación y la expiación. Por otro, también hacen po-
sibles unas relaciones intergrupales. En el cruce entre un eje vertical de comunión e
intercambios (hombres-abuelos espirituales) y otro horizontal (entre etnias) emergen
las formas del “despertar”.
Adornados con plumas de la selva tropical, colgantes elaborados con oro del va-
lle del río Magdalena, caracoles marinos y cuentas de collar de la Sierra Nevada
de Santa Marta, los chamanes altoandinos eran ávidos consumidores de yopo
(…) procedente de las tierra bajas, a la vez que almacenaban sus hojas de coca
en calabazos de los Llanos Orientales (1996, p. 1).
Uno de los interrogantes que el etno-historiador se hace de esta imagen es con res-
pecto de los vínculos regionales que le permitían a este sujeto exhibir tantos elemen-
tos foráneos. Una de sus tesis es que el origen y desarrollo de sociedades complejas,
como la muisca precolombina y sus sistema político de cacicazgo, se debe, entre
otros factores, a “sistemas amplios de relaciones económicas y sociales” (Langebaek,
1996, p. 2). Para nuestro propósito, sólo vale la pena mencionar que estos chamanes,
al acotar en sí mismos el escenario de intercambios y relaciones, su representación
podría tomarse como las de un objeto-red. Pero la realidad de estos intercambios de
elementos de uso religioso nos interesa también por la versión que los chyquys o
sacerdotes muiscas actuales tienen sobre su papel en el “despertar étnico”.
PARTE IV - LA COTIDIANIDAD DE LA MEMORIA: EXPERIENCIAS DESDE LAS ORGANIZACIONES SOCIALES
264
Por esta razón, mamo Enrique afirmó en su discurso que el logro de un pacto requie-
re de la realización de un “pagamento”15. Desde esta concepción, la Madre Tierra
contiene la memoria ancestral de todo indígena y debe ser activada por cualquier
persona, por la persona que busca su “despertar”. En relación con la categoría del
“recuerdo” es importante traer a colación la relación que, desde la fenomenología de
la memoria, Paul Ricoeur elabora al proponer la transición de la pregunta centrada
en “el sujeto que recuerda” hacia “lo que se recuerda”. Con respecto a lo último, nos
invita pensar en la doble dimensión de la memoria desde las concepciones griegas de
mneme y anamnesis. La primera es el recuerdo que aparece como algo pasivo y súbito
con alguna carga de pathos -la cual apela a la enfermedad y a la pasión y nos aporta
elementos reflexivos para entender la relación entre memoria, trauma y violencia-. La
segunda es un recuerdo activamente buscado, relacionado con las dinámicas que in-
13 Permítanme hacer algunas aclaraciones. Con el término “ladinización” me refiero a la interpretación que los chyquys hacen
de la diferencia entre el indio “chontal” y el indio “ladino”. El segundo fue “hispanizado” tanto en lengua como en religión
y costumbres, mientras el primero se “resistió”. De ahí que el chontal, además, lo relacionen con aquel que “confió” las
herramientas sagradas a otros pueblos para que la “memoria” nunca se perdiera y pudiera ser renovada en un futuro. Este
tema lo desarrollo más profundamente en Los Chyquys de la Nación Muisca Chibcha. Ritualidad, resignificación y memoria
(Gómez-Montañez, 2009).
14 Sombrero usado por los mamos con la forma o representación de la Sierra Nevada.
15 El “pagamento” es una rutina o ritual que tiene por finalidad “pagarle” a los abuelos espirituales los favores recibidos.
Incluso, algunos pagamentos se realizan para agradecer “por anticipado” lo enviado o hecho posible por los abuelos. Se
maneja, en este caso, el esquema básico de la “ofrenda-beneficio” que vincula en una relación de necesidad recíproca
al sacrificante y a los dioses, en la medida en que el primero les provee, entre otras cosas, de alimento y recursos y el
segundo brinda beneficios materiales y de salud al oferente.
Capítulo 1. Culpas y expiaciones en el despertar muisca: una etnografía de un objeto-red de la memoria
265
troducen versiones del pasado (Ricoeur, 2000, pp. 19-20). Estas prácticas espirituales,
entonces, activan la “memoria ancestral” basándose en ambas clases de recordación.
Desde el uso del tabaco o algodón, el sacrificador-oferente busca su propio linaje
espiritual que se encuentra resguardado en el cosmos y dentro de la Madre, y permite
que los “abuelos le hablen al oído”. Desde esta Mirada, volviendo a la reflexión de
Ricoeur, se puede decir que el despertar muisca es un ejercicio colectivo que activa
la imaginación16.
El tabaco sirve para consagrar cualquier elemento ritual y, a la vez, como “víctima”
o “don” entregado a los “abuelos espirituales”. En su forma de cigarro, se sopla, se
le habla, se ofrece a los “padres mayores”, a los “abuelos ancestrales del linaje” y
a los “abuelos del territorio” (Gómez-Montañez, 2009). Las primeras expulsiones de
humo se interpretan como alimento de los abuelos. Las otras sirven para limpiar las
vías respiratorias y para “limpiar el cuerpo y el espíritu”. Cuando se toma con la mano
izquierda y se rota durante la chuma o sensación de borrachera y náuseas que pro-
duce, el tabaco recibe toda la carga negativa de su consumidor. Cuando se toma con
la derecha, en cambio, es para “pedir” y “recibir” dones de los abuelos espirituales.
Entonces, sin detenernos, en la ambivalencia del rol de esta planta, podemos ver que
el cigarro de tabaco es una víctima expiatoria y piacular (porque limpia y cura), así
como un don “ofrecido” a los abuelos para “recibir” algún favor.
16 En este punto del análisis podemos traer a colación la relación que el mismo Ricoeur explora entre la memoria y la imagi-
nación, en la cual toda imagen, en tanto “representación de la cosa ausente”, es un índice de lo que ya pasó. De ahí que
recordar sea, de cierta manera, imaginar.
17 El tabaco acompaña casi todos los rituales muiscas. Traigo a colación el ejemplo de la “entrega de placenta”, descrito en
Gómez-Montañez (2009, pp. 111-113), donde la víctima-don es la placenta de la madre, la cual se entrega a la tierra y al
cosmos mediante un entierro al lado de una laguna sagrada.
PARTE IV - LA COTIDIANIDAD DE LA MEMORIA: EXPERIENCIAS DESDE LAS ORGANIZACIONES SOCIALES
266
(Gómez-Montañez, 2010). Por esa razón, uno de los elementos que algunos mamos y
chyquys cargan en su mochila es algodón y/o fibras peludas vegetales parecidas a la
pelusa del fique. Esa fibra representa el hilo que une al sacrificante con los abuelos
espirituales. La persona divide en dos su porción. Una queda en su mano derecha y
otra en la izquierda. Al igual que el manejo de la lateralidad del tabaco, primero se
maneja una “limpia” con la izquierda.
18 Aunque esta rutina busca de cierta manera una limpieza individual, deviene en colectiva por dos factores: de un lado, por lo
general el chyquy habla en voz alta, mientras dirige y armoniza las enunciaciones individuales; por otro, el grupo se dispone
en círculo y se invita a limpiar también los elementos colectivos como la familia, el linaje y el territorio.
Capítulo 1. Culpas y expiaciones en el despertar muisca: una etnografía de un objeto-red de la memoria
267
como lo interpretan los chyquys. Pero detrás de los procesos de re-etnización no todo
es armonía. Esta red también ha despertado malestar, competencia, violencia simbó-
lica y enfermedad.
Mamo Libardo es una de las tres autoridades arhuacas de la SNSM que desde el año
2008 trabaja en conjunto con los chyquys muiscas en procesos de re-significación
espiritual del territorio y de la memoria indígena19. Aparte de métodos de pagamento
como el del algodón, los mamos “devolvieron” la tutusoma (sombrero cónico), el po-
poro, el fuego20 y el tejido a los muiscas. Este último es un objeto-red de la memoria
por antonomasia. Siendo tejida desde un centro que se expande desde su base en for-
ma de espiral hasta formarla en su totalidad, la mochila representa el mito de origen
del cosmos y su hilo corresponde a la manera como el pensamiento de su portador se
vincula con la memoria-matriz de la gran Madre (Gómez-Montañez, 2010).
(…) dentro de ese sistema de ideas, hay que dar a otro lo que en realidad es par-
te de su naturaleza y sustancia, ya que aceptar algo de alguien significa aceptar
algo de su esencia espiritual, de su alma”. (1971[1923], p. 6)
Y la fuerza del don puede ser tan “celosa”, que incluso puede producir desorden y en-
fermedad. Mamo Libardo, luego de haber sido una autoridad importante en la sierra,
ahora vive en el municipio de la Vega, Cundinamarca. Fue expulsado de su comunidad.
También, varias enfermedades han atacado a sus hijos. Pero, más allá de las causas
sociales que llevaron a Mamo Libardo a su “exilio”, queremos cerrar con la razón que
Segismundo, chyquy muisca, da para la situación actual del mamo: “Se puso a traer
tejido y la Madre se lo cobró”. No es la intención de este análisis reflexionar profun-
damente sobre esta historia. Tan solo es un ejemplo de las múltiples incidencias e
itinerarios que el intercambio de este tipo de dones conlleva en su tarea de fortalecer
la memoria indígena.
Conclusiones
Esa noche de diciembre algunos acuerdos fueron pactados entre algunos grupos
muisca. Casi nueve meses después –while escribo este artículo- sin embargo, los
conflictos entre Pueblo-Nación Muisca Chibcha y otras comunidades muisca se han
intensificado. En primera medida, la entrega de poporos, tejidos y el consumo del
tabaco por parte de varias personas que están viviendo su proceso de auto-reconoci-
miento y despertar étnico ha sido entendido por los cabildos oficiales como un juego
performático hippie. Segundo, la no aceptación de la condición de chyquys de algunos
líderes del Pueblo-Nación Muisca Chibcha ha incrementado el intercambio de culpas
y victimizaciones. Los cabildos oficiales no ceden a la opción de establecer un en-
cuentro con los chyquys por una simple a la vez que compleja razón: aceptar que este
grupo participe en un diálogo es aceptarlo como un “par” indígena. Desde esta pers-
pectiva, el intercambio de culpas y victimizaciones, con sus diferentes transacciones,
vínculos y desvinculaciones es llevado a cabo para negar la condición étnica del Otro.
Ahora quisiera resaltar la forma en que podemos entender la memoria étnica basán-
donos en el modelo de los objetos-red. Primero, debemos tener en cuenta que el sen-
tido de la memoria es el resultado de tres acepciones: los sentimientos y emociones
que distinguen, entre otras cosas, a la memoria de la historia (Connerton, 2006); los
significados de sus elementos imaginativos, narrativos y simbólicos; y los direcciona-
mientos de sus trayectorias e itinerarios. Esta perspectiva es similar a la concepción
de mamo Enrique, para quien la memoria es un tejido. En este caso hemos tomado un
fragmento de su discurso como un objeto-red de la memoria. Sus palabras produjeron
21 La versión sobre los “malestares” de Mamo Libardo, según Segismundo, viene acompañada de competencias espirituales
con los chyquys y de intenciones sobre la “enseñanza del manejo de la sexualidad” que causó estupor entre mayores de la
comunidad, al interpretar ese “don” como una excusa para “estar con algunas mujeres”.
Capítulo 1. Culpas y expiaciones en el despertar muisca: una etnografía de un objeto-red de la memoria
269
Irónicamente, el tejido no sólo significa vínculo, sino también des-amarre. Pero esa
ambivalencia es lo que le permite ser la base fundamental de lo social. La red de
intercambio de dones que propuse analizar tiene una cara positiva y otra que no lo
es tanto: genera transacciones colaborativas entre los humanos y los abuelos espiri-
tuales y entre los grupos humanos, así como relaciones de oposición y exclusión que
devienen (re)configuración de los mundos sociales del individuo y la colectividad. Pero
el intercambio basado en culpas y expiaciones (oposición y puesta en orden) mantiene
el tejido que hace posible que hoy día se pueda hablar de un “proyecto del despertar
muisca”. A veces, lo muisca se fortalece gracias a que sus miembros devienen en
colaboradores. Pero el proyecto se mantiene, aún cuando el colaborador deviene en
culpable y las prácticas que garantizan el “despertar” se anclan en los procesos de
expiar esas mismas culpas. Por eso, tanto la “limpia” de tabaco y/o algodón, entre
otras rutinas, y la guerra onírica busca “corregir la culpa” (propia o del otro) y “llamar
al orden” a favor del mantenimiento de lo colectivo.
Los nuevos ritos muiscas, bajo el esquema sacrificial, no reducen a éste a la bús-
queda de la comunión espiritual con la divinidad, ni tampoco a la relación entre dos
dimensiones (tan difícilmente de escindir en las rutinas vistas) como lo sagrado y lo
profano. Propongo, más bien, tomar la intención de “curación” y “limpia” no como una
PARTE IV - LA COTIDIANIDAD DE LA MEMORIA: EXPERIENCIAS DESDE LAS ORGANIZACIONES SOCIALES
270
El ladino expía su culpa. Los líderes de esta red muisca mantienen una transacción
de culpas, batallas y expiaciones, así como mamo Libardo, con su exilio, paga las
culpas cobradas por su participación en el sistema de prestaciones. La condición de
los objetos-red de la memoria reside en las incidencias que le dan su forma. Esas
incidencias son el resultado no sólo de significados, sino de los itinerarios de sentido,
de los procesos de circulación de estos objetos, de la yuxtaposición de símbolos,
narrativas, las trayectorias y los intercambios. En otras palabras, siguiendo las ideas
de Appadurai, la memoria no sólo reconstruye la “vida social de las cosas” (1991, pp.
17-88), sino que es un objeto complejo que tiene su propia vida social.
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Capítulo 2
IMAGINARIO Y MEMORIA
RELIGIOSA EN BOGOTÁ
Absalón Jiménez Becerra
Doctor en Educación de la Universidad Pedagógica Nacional, Historiador de la Universidad Nacional de Colombia y
Politólogo de la Pontificia Universidad Javeriana. Profesor de la Maestría en Investigación Social Interdisciplinaria,
Línea de imaginarios y Memoria Sociales de la Universidad Distrital Francisco José de Caldas. Líder del Grupo Emilio,
Colciencias, Centro de Investigaciones de la Universidad Distrital.
Introducción
Uno de los principales retos de la Línea de imaginarios y memoria de la Maestría
en Investigación Social Interdisciplinaria, MISI, es establecer los vínculos entre la
práctica, el imaginario social y la memoria, vistos en su conjunto como fenómenos
subjetivos y que hacen parte de la constitución simbólica de los sujetos y como ele-
mentos consustanciales en la materialización de una identidad de carácter colectivo.
Por lo demás, el campo de los imaginarios sociales hace parte de la fragmentación de
los objetos de investigación tradicionales de la historia, por ejemplo, la historia de la
religión. Los imaginarios sociales han surgido de la fragmentación disciplinar y esta
seducción nos encauza en el campo de las estructuras y su relación con las funciones
de las representaciones colectivas, las maneras colectivas de pensar, creer e imagi-
nar. Desde nuestra perspectiva nos cuestionamos por el carácter interdisciplinar del
imaginario, su carácter psicológico, sociológico, antropológico e histórico, en donde
debemos tener en cuenta la diversidad de enfoques para su análisis y las tendencias
metodológicas que se pueden ubicar allí.
En el caso particular, para este artículo como profesor de la MISI y como intelectual
bogotano un fenómeno que me ha llamado la atención de tiempo atrás, es la prácti-
ca religiosa, particularmente, su relación con la memoria y el papel de las imágenes,
elementos que terminan siendo fundamentales en la constitución de un imaginario, el
imaginario religioso católico en Bogotá. Para los católicos la imagen religiosa es un
elemento consustancial en su práctica: las imágenes de Cristo, las vírgenes, los santos
Capítulo 2. Imaginario y memoria religiosa en Bogotá
273
De tal manera, las imágenes religiosas terminan siendo imágenes materiales, pero tam-
bién imágenes mentales. Estas son imágenes de la memoria, imágenes oníricas, sueños
y visiones que ponen al espíritu humano en relación con lo invisible. Las imágenes reli-
giosas, son imágenes memoria que ponen al católico en una relación directa con Dios.
1 En lo referente a la práctica religiosa existen una serie de elementos fundamentales que diferencian a un católico frente
a un protestante, para este caso y en primer lugar, debemos dar a conocer la relación intima que establece el católico con
las imágenes,la cual desde la edad media se convierte en un elemento difusor de la religión y, a la vez en un elemento
fundamental en la constitución de la identidad católica. La religión protestante, fundada entre otros por el alemán Martín
Lutero (1483-1546) establece en el marco de la reforma, una serie de cuestionamientos a la Iglesia católica, que entre otros
aspectos contempla, una crítica profunda a la mediación de los santos y el culto a las imágenes. Para intelectuales como
Roger Chartier, la gran diferencia entre el mundo de la cultura católica y el de la Reforma, donde una división religiosa,
repercute en el tipo de relación que los creyentes establecen con la biblia, en donde en el católico establece un nexo más
estrecho, de hábito con la imagen, y que resulta marginal con respecto a la lectura, a diferencia del mundo protestante
que tendría una aproximación más cercana a la lectura y una mayor distancia frente a la imagen (Chartier, 2000, p. 197).
Así mismo, los biógrafos de Lutero dan a conocer la manera como en el movimiento de protesta se re-emplaza la imagen
por el canto religioso, de hecho Lutero era un enamorado de la música, la cual dentro del ritual protestante juega un papel
fundamental con el objetivo de que las misas sean mucho más vivenciales en la medida en que son cantadas.
2 El arquetipo es vistos como parte del inconsciente colectivo, como un contenido mental, olvidado y reprimido. El incons-
ciente personal reposa en un estrato más profundo llamado inconsciente colectivo. Para Jung, este inconsciente es colec-
tivo porque no es de naturaleza individual sino universal. Es idéntico a todos los hombres y constituye un fundamento aní-
mico de naturaleza supra personal existente en todo hombre. Los contenidos del inconsciente colectivo son de tipo arcaico
o mejor aún primitivo. El concepto de arquetipo sólo indirectamente puede aplicarse a las representaciones colectivas, ya
que en verdad designan contenidos psíquicos no sometidos a una elaboración consciente alguna,y representan entonces
un dato psíquico todavía inmediato. El arquetipo representa esencialmente un contenido inconsciente que al circular y ser
percibido cambia de acuerdo con cada conciencia individual en que surge (Consultar: C.G. Jung, 1970).
PARTE IV - LA COTIDIANIDAD DE LA MEMORIA: EXPERIENCIAS DESDE LAS ORGANIZACIONES SOCIALES
274
En este caso en particular, las ideas e imágenes que se expresan en los cuadros y las
esculturas religiosas, hacen parte de las invenciones de la sociedad para reafirmar
las identidades colectivas, para legitimar las instituciones, en este caso la Iglesia
Católica y elaborar un modelo de lo que es un buen cristiano con base en la imagen
de la Virgen María, la imagen de Cristo caído o la divina infancia de Jesús.
Capítulo 2. Imaginario y memoria religiosa en Bogotá
275
3 Desde la perspectiva de los imaginarios sociales, la sociedad no es cosa, ni sujeto ni idea, ni tampoco colección o sistema
de sujetos, cosas o ideas. Pero la unidad de una sociedad, el hecho de que sea esta sociedad y no cualquier otra, no puede
analizarse en relaciones entre sujetos mediatizados por cosas, pues toda relación entre sujetos es relación social entre
sujetos sociales, toda relación con las cosas es relación social con objetos sociales, y tanto sujetos como cosas, instituyen
la sociedad en cuestión o una sociedad en general.
4 El imaginario social, al igual que las nociones y las representaciones sociales hacen parte de las construcciones de signi-
ficado en el sujeto, dan cuenta de la relación que éste establece con el entorno social. El imaginario en historia tiene un
carácter poliforme y polisémico, se encuentra ubicado por una lado, en la definición del sentido de la sociedad en el pasado
PARTE IV - LA COTIDIANIDAD DE LA MEMORIA: EXPERIENCIAS DESDE LAS ORGANIZACIONES SOCIALES
276
imagen religiosa, en este caso: La Virgen del Campo, el Señor Caído de Monserrate y
el Divino Niño Jesús del barrio 20 de Julio, se constituyen cada uno en su respectivo
momento histórico en un elemento esencial del imaginario católico y en un elemento
consustancial de la cultura bogotana. El imaginario religioso cuenta con una fuerza
reguladora de la vida colectiva de los católicos. También es importante tener en cuen-
ta que en los momentos de crisis se intensifica la producción de imaginarios sociales
competidores, representantes de una nueva legitimidad y de un futuro distinto.
y, por otro, es un problema de la historia contemporánea (Escobar, J.C., 2002, p. 14). Para Gilbert Durand, los imaginarios,
vistos como parte del referente fundacional de la ciencia y la cultura, representan el conjunto de imágenes mentales y
visuales, organizadas entre ellas por la narración mítica, por la cual un individuo, una sociedad, de hecho la humanidad
entera, organiza y expresa simbólicamente sus valores existenciales y su interpretación del mundo frente a los desafíos
impuestos por el tiempo y la muerte (Durand, 2000, p.10).
Capítulo 2. Imaginario y memoria religiosa en Bogotá
277
incluso sociológica en el imaginario colectivo. La memoria del pacto suscrito por todo
el pueblo y la común misión de los creyentes ha constituido un elemento básico de
cohesión social y de legitimación cristiana.
La función confiada a los cuadros y esculturas, en el marco general que tiene que ver
con el empleo del leguaje iconográfico por parte de la iglesia católica representó un
elemento fundamental en la divulgación de la palabra de Dios, debido a que desde
la edad media se utilizó las imágenes como una expresión de divulgación de la Biblia
para los pobres e iletrados. Ya desde los tiempos de Gregorio Magno (Roma 540-604
d.c.), este consideró a las imágenes con gran atención como un instrumento estraté-
gico, útil para facilitar la comprensión por parte de los analfabetos. Dicha función fue
corroborada por elConcilio de Trento (Italia, 1545-1561) para responder a la polémica
de Martín Lutero contra las imágenes religiosas. Mediante la fuerza expresiva de
una imagen, incluso los analfabetos, podían leer. La pintura se convierte en escri-
tura viva través de la cual se puede recorrer una historia pictórica, absorber ideas y
recibir mensajes. Además de contar con una gran capacidad evocadora, simbólica y
comunicativa, en general, las imágenes facilitan el aprendizaje de las ideas religiosas
(Montesperelli, 2003, p. 71).
Las imágenes reforzaron desde entonces cierto tipo de religiosidad popular vistos
como un sistema de conocimientos heredados y transmitidos históricamente, que se
constituyen en sistemas de comunicación y ubicación frente a la sociedad, constitu-
yéndose a la vez como sistemas simbólicos que cumplen funciones múltiples en una
sociedad determinada5.También podemos verla como una manifestación externa de
una creencia religiosa, en la que valoramos sus actualizaciones reales y efectivas, que
inciden en el comportamiento de los actores religiosos, en este caso, los creyentes
católicos, encontrando en la misma práctica una serie de rasgos que la caracterizan
como lo es lo mágico, lo mítico, lo festivo, lo teatral, lo comunal y lo político.
De acuerdo a las pesquisas realizadas por la investigadora Olga Lucia Acosta, la escul-
tura de nuestra señora del campo comenzó a existir a partir del año de 1553, cuando
se ordeno la construcción de la Catedral de Santafé y la elaboración de una escultura
en piedra de la inmaculada concepción para colocarla en su fachada. La necesidad de
crear esta imagen obedecía a la fuerte devoción que entonces se practicaba en España
y que fue introducida a América desde los primeros días de la colonización por los mi-
sioneros franciscanos y por los conquistadores quienes llegaron cargados de pinturas
en óleo, grabados, estándares, banderas y pendones con su imagen (Acosta, 2001).
La madre de Cristo pasaba así a significar la salvación del nuevo mundo, tierra ele-
gida por ella para una cristiandad renovada. El Nuevo Reino de Granada se pobló de
inmaculadas concepciones pintadas, talladas, esculpidas o grabadas destinadas a
fundar una nueva iglesia. La imagen de la virgen que sería ubicada en la fachada de la
catedral hacía parte de este proyecto. La realización de la escultura de la Inmaculada
Concepción fue encarga a un escultor de nombre Juan Cabrera, entre los años 1592 y
1610. Este artista se basó en algunos grabados de la Inmaculada Concepción que para
ese entonces ya existían y llegaron a través de copias a la Nueva Granada. Basado
en estos conocimientos previos Juan Cabrera extrajo una piedra de la quebrada La
Cabrera, que corría más allá del Río Arzobispo y se desplazó a la Plaza Mayor para
esculpir la imagen de la inmaculada; esta práctica obedecía a una tradición escultóri-
ca medieval de llevar a cabo la obra cerca del lugar donde serían ubicadas posterior-
mente las imágenes. Una vez iniciada la figura quedó a medio hacer y fue desechada
en algún camino de la ciudad, siendo tallada la parte posterior, y, luego, fue utilizada
como parte de un puente que uniría el naciente convento Franciscano de los Recoletos
de San Diego con Santafé.
Juan de Cabrera había alcanzado a delinear una imagen juvenil de la Virgen María de
pie y en estado de oración, según lo determinan los cánones de representación de la
inmaculada concepción. Luego, para 1620 fecha en que posiblemente se dio el mila-
gro aparicionista de la Virgen del campo, se siguió utilizando las imágenes con fines
doctrinarios y educativos. La escultura de la virgen ubicada en dicho puente que unía
el convento de San Diego con Santafé abandonó el anonimato a partir del milagro
inicial, de un hecho sobre natural que le permitió ser descubierta del mundo de los
hombres y que, posteriormente, la convirtió en nuestra señora de campo7. La manifes-
tación se dio una noche a partir de un espectáculo narrativo, llamativo y vistoso, que
7 En el contexto iberoamericano desde finales del siglo XVI, es recurrente encontrar escenas narradas alrededor de imáge-
nes que aparecieron milagrosamente debido a que a religiosidad explotó más que otra manifestación el poder de la imagen
para despertar diversos sentimientos en los hombres. Siendo allí, precisamente en las emociones donde quería llegar el
catolicismo para arraigarse no solamente en la población indígena, sino también en la española y la naciente raza criolla.
PARTE IV - LA COTIDIANIDAD DE LA MEMORIA: EXPERIENCIAS DESDE LAS ORGANIZACIONES SOCIALES
280
Los milagros deben ser aprobados por la iglesia porque en estos casos se mostraba a
través de la virgen, de su escultura en piedra una manifestación de Dios a los hombres
y, por lo tanto, de su poder sagrado no como representación, sino como objeto vivo y
productor de milagros. Los devotos mantuvieron los gastos de la capilla y el manteni-
miento de la Virgen desde 1627 hasta 1861, de hecho era la imagen y la virgen más de
tributada de la Nueva Granada. La Virgen durante los siglos XVII y XVIII se convirtió en
la dueña de diversas propiedades y dineros dejados a su favor y fueron administrados
por el convento de los Recoletos Franciscanos. La Virgen fue objeto continuo de mi-
sas, novenas y devocionarios a lo largo de casi tres siglos. Muchas de las donaciones
duraron hasta la extinción de tierra de la Iglesia, por parte del gobierno liberal de
Mosquera en 1861.
Capítulo 2. Imaginario y memoria religiosa en Bogotá
283
A mediados del siglo XIX la Virgen del Campo se empieza a debilitar como objeto de
culto debido principalmente a dos motivos: la desamortización de bienes muertos de
la Iglesia a partir del año 1861 y las transformaciones urbanas dadas en la zona de
San Diego. En primer lugar a partir de la disposición de 1861 la Virgen del Campo
dueña hasta entonces de varias propiedades perdió la infraestructura que durante
más de dos siglos había garantizado su mantenimiento como objeto de culto. La desa-
mortización y la extinción de la Recoleta se tradujeron también en la disminución de
religiosos a cargo de la Iglesia de San Diego hasta contar con sólo un capellán.
lugar. El cerro que por aquel entonces era denominado bajo el título de Santa María
de la Cruz de Monserrate, la cual dependía de las disposiciones del Párroco de la Igle-
sia de las Nieves, construyó unas casas en forma de convento con cuatro claustros y
con ellas doce celdas. Ya en 1670 se elaboró la escritura de donación a favor de los
Recoletos de San Agustín con la condición de que asista continuamente en la casa de
la ermita un padre y se digan dos misas rezadas o cantadas al año, quienes estuvieron
a cargo del cerro durante dieciocho años.
A lo largo del siglo XIX, la imagen del Señor Caído fue visitada en una capilla cuyo
terreno pertenecía a lo que la gobernación de Cundinamarca denominó la Quinta del
Libertador Simón Bolívar. Desde entonces la imagen vivió un siglo de vicisitudes y el 3
de mayo de 1915 día de la Santa Cruz se comenzaron los trabajos de construcción de
la gran iglesia en el cerro tutela de Bogotá. La nueva iglesia vino a ser terminada en
1920 y por el elevado número de visitantes y peregrinos se demandó la construcción
del funicular, que con asesoría y dirección de técnicos suizos, comenzó a prestar sus
servicios desde el mes de agosto de 1929.
Con motivo del cuarto centenario de la fundación de Bogotá, se tuvo la idea de iluminar
con luz indirecta el santuario de Monserrate, que desde entonces ilumina de noche
y sirve de guía a los habitantes de la ciudad. El 27 de septiembre de 1955 terminan
los trabajos del teleférico, el cual sumado al arreglo de los caminos se convirtió en
elemento dinamizador de la peregrinación masiva al cerro y a la devoción a la imagen.
Capítulo 2. Imaginario y memoria religiosa en Bogotá
285
Sin duda el imaginario religioso bogotano, se vio alimentado por esta escultura la cual
estableció un tipo particular de práctica, como lo es la peregrinación al cerro y visita
al Señor Caído. La peregrinación realizada por un alto porcentaje de sus visitantes que
suben a pie por el largo sendero, algunos de ellos descalzos e inclusive de rodillas, da
muestra de la influencia de la imagen en el creyente católico. A la entrada del templo
la proposición: “Pasión de Cristo confórtanos”, da cuenta de cierto tipo de nivel de sa-
crificio que asume el católico al visitar el lugar, ya sea como un ejercicio de penitencia
o cumplimiento de una promesa.
A lo largo de la década de los años 1970 y 1980, el lugar se llenó de testimonios mila-
grosos, que se expresaban en muletas, elementos de ortopedia, yesos, gafas, cartas
de creyentes y pequeñas placas, por medio de los cuales los católicos que peregri-
naban al lugar daban fe de su milagro. La comercialización de la imagen se expresó,
entre otros aspectos, en la constitución del Sindicato de Artesanos de Monserrate,
creado en 1973, cuyo fin fundamental era proteger los intereses económicos de quie-
nes tenían presencia en la parte alta del sendero y los alrededores de la iglesia, cuyo
interés fundamental es la venta de las imágenes, estampas, recuerdos de la visita y
comidas típicas como el popular chocolate santafereño con almojábana y queso.
La devoción al Divino niño Jesús como práctica y acto religioso cuenta con actitudes
de respeto, entrega, sacrificio, afecto y amistad. La devoción a los meritos de la infan-
cia de Jesús, particularmente a sus primeros 12 años de vida, se inicia en el Monte
Carmelo en Israel cercano a Nazaret, lugar en el que Jesús iba acompañado de sus
padres José y María y de sus abuelos San Joaquín y Santa Ana.
guidores siguieron recordando la divina infancia de Jesús para dar origen a los Carme-
litas que se propagaron por toda Europa divulgando la imagen del Divino Niños Jesús.
Luego en la edad media San Antonio de Padua (1200, d.c.) y San Cayetano (1500 d.c.),
manifestaron y divulgaron su devoción a la imagen del Niño Jesús. Durante varios si-
glos, los padres y las hermanas carmelitas divulgaron la imagen en tela, yeso y metal
del milagroso Divino Niño Jesús, tarea que incidiría en la constitución del imaginario
religioso que se expresó por medio de apariciones y milagros en Europa. Una de las
más recordadas se da en el año 1636, cuando el señor le hizo a la venerable Marga-
rita del Santísimo Sacramento, una promesa que se ha hecho muy famosa: “Todo lo
que quieras pedir, pídemelo por el mérito de mi infancia y nada te será negado”. La
imagen del Divino Niño Jesús se constituye en objeto de devoción en Europa desde el
siglo XVI, en países como Checoslovaquia, Alemania, Bélgica, España, Francia, Irlan-
da, Italia y, luego, se traslada a países de América Latina como Chile, Perú y Colombia.
Para algunos el referente directo de la imagen del Divino Niño Jesús del barrio 20 de
Julio, en Bogotá, es la imagen del Divino Niño Jesús de Praga en Checoslovaquia.
Para 1556, un hermano Carmelita en Andalucía España, obsequia a una princesa que
se iba a casar con un príncipe de Praga una estatua del Divino Niño. En Praga una
vez nace el primer hijo de la pareja, ella decide colocarle las finas ropas del niño
a la estatua, la cual de manera paulatina se convierte en objeto de devoción con
cualidades milagrosas. La imagen del Divino Niño de Praga, se convierte también en
un elemento fundamental para contrarrestar el crecimiento del protestantismo en la
ciudad y convertirse en uno de los principales referentes religiosos y culturales de la
ciudad. Varios siglos después, el padre italiano Juan del Rizzo se inspiraría en esta
imagen para darle cuerpo a la pequeña estatua del barrio 20 de julio.
Al padre Juan del Rizzo, en su intención de constituir una imagen insigne para la pri-
mera capilla, se le prohíbe utilizar la imagen del Divino Niño Jesús de Praga, situación
que le demandó pensar en una imagen con características locales. Según su relato se
acerca a un almacén de arte religioso observa una imagen del Divino Niño Jesús que
PARTE IV - LA COTIDIANIDAD DE LA MEMORIA: EXPERIENCIAS DESDE LAS ORGANIZACIONES SOCIALES
288
adquiere y termina haciéndole unas adecuaciones, como el de darle una carácter más
popular y más cercana a la leyenda del niño Jesús que paseaba en el monte Carmelo
con su padres y abuelos, reconociendo la pobreza en su vestido, a diferencia del Divi-
no Niño de Praga caracterizado por la suntuosidad.
De esta manera inicia la imagen Divino Niño del 20 de Julio, la cual fue puesta en
un cobertizo. El padre Juan del Rizzo, se encargó de reproducir estampas e imágenes
que repartía en las misas, a la vez que hablaba de lo milagroso que resultaba su
creencia y devoción. El 25 de diciembre de 1937, se bendijo la primera piedra para la
construcción del templo y el 27 de julio de 1942 fue consagrado el Nuevo Templo del
Divino Niño Jesús de Bogotá. La consagración la hizo el prelado de la nación de ese
Capítulo 2. Imaginario y memoria religiosa en Bogotá
289
Desde mediados del siglo XX la imagen de Divino Niño Jesús del barrio 20 de julio, en
términos de experiencia ha incidido en un modelo de vida del creyente en sus diferen-
tes espacios sociales, personal, laboral, familiar e interpersonal. El carisma de la ima-
gen está dado por el don milagroso, otorgado por la iglesia y el sacerdote fundador.
De acuerdo a las observaciones del sociólogo Antonio Estupiñan, en la relación que
se establece entre el devoto y la imagen existe la comprensión o el establecimiento
de un orden mediado o actuado en la vida cotidiana realizando en ella aspiraciones
de cambio en la situación existencial del devoto. Aunque la fe es individualizada, las
necesidades son colectivas, es una fe que genera autonomía frente a lo social y a lo
religioso institucional. La imagen del Divino Niño para el creyente es la imagen del
mismo Dios, al cual se le respeta y se le teme, pero se le tiene confianza. La devoción
tiene un carácter de mediación por medio de la imagen a la cual se le debe venerar
y no adorar.
La práctica religiosa bogotana en torno a la imagen del Divino Niño del barrio 20 de
Julio, representa una de las devociones que más moviliza individuos en el país. La
relación con las imágenes las debemos ver como parte de una significación entre el
individuo y la realidad, constituyendo cierto tipo de expresión simbólica del sujeto.
El sistema simbólico que está inmerso en la devoción al Divino Niño en su sentido
integral de identidad social, cultural y hasta nacional sólo es posible comprenderlo en
el marco de una pluralidad de mentalidad, la cual es el conjunto de actitudes y repre-
sentaciones colectivas que se inscriben dentro de un centro de interés.
Solicitar favores religiosos por intermediación de las imágenes nos coloca en un pla-
no de lo sagrado y lo profano: tierra cielo, de abajo hacia arriba desde el devoto a lo
sagrado, petición que se debe hacer con fe, que exige cambios en la vida cotidiana del
católico, por ejemplo, el no hacerle daño a nadie y entrar en cierta lógica del diezmo
para amparar la colaboración de los necesitados. Desde la perspectiva de las imáge-
nes religiosas es importante comprender el sentido del símbolo como elemento que
explica e interpreta la realidad última de las cosas en el mundo cotidiano. El universo
de sentido se organiza de acuerdo a la manera como el hombre estructura su expe-
riencia estrechamente relacionada con sus condiciones socioculturales y su ubicación
en el contexto histórico y económico.
8 En Colombia sólo hay tres santuarios reconocidos por la iglesia católica: Bojacá, Monserrate y el Templo del Niño Jesús
del 20 de Julio.
PARTE IV - LA COTIDIANIDAD DE LA MEMORIA: EXPERIENCIAS DESDE LAS ORGANIZACIONES SOCIALES
290
La Virgen del Campo, al igual que el Señor Caído de Monserrate y el Divino Niño del
20 de Julio, se constituye a lo largo de estos cinco siglos en los principales emblemas
del imaginario católico popular de los bogotanos. Como lo observamos, la constitu-
ción del imaginario católico, soportado en un alto porcentaje en los cuadros, imáge-
nes y estatuas, se constituye en un elemento clave en el proceso de re-afirmación de
un imaginario social que se relaciona con el mito fundacional de nuestra fe.
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Capítulo 3
CONDICIÓN JUVENIL,
DESCAPITALIZACIÓN Y MEMORIAS
EN LA MUTACIÓN DEL CONFLICTO
COLOMBIANO
Juan Carlos Amador
Docente e investigador de la Facultad de Ciencias y Educación de la Universidad Distrital Francisco José de Caldas.
Correo electrónico: jcarlosamador2000@yahoo.com
Introducción
El presente trabajo tiene como propósito analizar las posibles relaciones entre el con-
cepto de condición juvenil (Reguillo, 2010), los procesos de descapitalización (econó-
mica, cultural y simbólica) de los jóvenes, a propósito de su vinculación casi ineludible
al conflicto interno colombiano, y el lugar de la memoria como opción política para
enfrentar el actual clima de desactivación social que subyace como consecuencia de
la euforia por la seguridad y la defensa nacional. Si bien los estudios de juventud en
América Latina y Colombia han mostrado importantes aportes para abordar este tipo
de problemas académicos y prácticos, es poco frecuente el análisis de los fenómenos
asociados con las formas de existencia de estos sujetos bajo el influjo del conflicto
social y armado, así como sus efectos en los procesos de subjetivación.
Este planteamiento evidencia que las problemáticas de los jóvenes están intrinca-
damente relacionadas con aspectos estructurales y culturales del orden social, que
enmarcan su condición de existencia y sus correspondientes procesos de inserción en
el espesor las dinámicas histórico-sociales. Estas dinámicas no son homogéneas ni
universales y deben ser comprendidas a la luz de los desajustes producidos en socie-
dades que, como la mexicana y la colombiana, han sido constituidas en el ejercicio
mismo de la violencia. Se trata de un proceso de configuración, al decir de Norbert
Elías (1997)3, que involucra tres escenarios emergentes en la actualidad: las asocia-
ciones mafiosas cuyas formas de despliegue dependen de relaciones estratégicas
con sectores legales e ilegales y con actores armados; la diversidad de expresiones
productoras de sentido, las cuales hacen posible que el joven construya sistemas de
creencias frente al mundo, en este caso, en medio de su desarraigo, escepticismo y
desinstitucionalización; y la creciente oferta material y simbólica de artificios pro-
1 Al respecto, es importante recordar que este ha sido un concepto que tiene sus raíces en los estudios culturales de
Birmingham, pero que ha sido bastante utilizado por investigadores latinoamericanos como la propia Reguillo. En el caso
latinoamericano, desde los inicios de la década del noventa, fueron frecuentes las perspectivas teóricas que ubicaron a la
juventud como portadora de identidades, esto es, un proceso en el que los jóvenes se descentraron de la noción de grupo
etáreo, vinculándose a proyectos nómadas, caracterizados por su naturaleza efímera y transitoria. Particularmente, las
nociones de tribus y generaciones ocuparon un lugar central en estas teorías. Aunque los debates en el mundo propuestos
por Michel Maffesoli (1990) y Carles Feixa (2001), tardaron tiempo para ser valorados en sus consideraciones socio-
culturales y políticas, como otras posibilidades para identificar nuevos aportes alrededor de la política de juventud, fue
aceptándose progresivamente que el horizonte de lo juvenil debía ser comprendido en el marco del cambio de época y en
una nueva lógica política y cultural que reivindicaba la diferencia y la multiplicidad como otra manera de vivir juntos.
2 Aunque no se pretende incluir el marco teórico de Foucault (1991) para desarrollar estos planteamientos, es imprescindible
aludir a la importancia que tiene su hipótesis en torno a los procesos de clasificación social con propósitos de control, que
emergen de las relaciones saber-verdad, poder y subjetivación.
3 Según Norbert Elías (1997) el proceso de configuración es una compleja relación entre las estructuras psicológicas y los
procesos sociales, dentro de los fenómenos civilizatorios. En el Proceso de la Civilización (1989, 1997), Elías propone,
alrededor del plano individuo - sociedad, la conformación de los comportamientos individuales y la socio-génesis de las
interdependencias individuales, las cuales remiten a tiempos de largo plazo en los que se producen las estructuras perso-
nales de los hombres (en la dirección de la consolidación y diferenciación de los controles emotivos) y las composiciones
sociales, conducentes a la diferenciación y la integración. De este modo, operan líneas tanto de diferenciación como de
prolongación alrededor de interdependencias sociales y controles estatales.
PARTE IV - LA COTIDIANIDAD DE LA MEMORIA: EXPERIENCIAS DESDE LAS ORGANIZACIONES SOCIALES
294
cedentes del mercado, cuyas tramas están orientadas a suplir sus vacíos de capital
simbólico, económico y cultural.
De otra parte, es sabido que el sociólogo francés Pierre Bourdieu (2008), a lo largo
de su obra, incorporó el concepto de capital simbólico así como sus relaciones y dis-
tinciones frente a otro tipo de capitales (económico y cultural)4. Particularmente, esta
noción de capital, más allá de las tipologías marxistas, se ha convertido en uno de
los planteamientos más pertinentes para comprender las formas de objetivación y, a
su vez, de interiorización, en torno a las realidades sociales de los agentes que las
conforman. De acuerdo con Bourdieu, el capital es un recurso invertido en un campo,
el cual tiene diversas formas de funcionamiento en la esfera de la vida social, sujeto
en todo caso a propósitos de reconocimiento, gratificación y legitimación social. Los
campos, al ser parte del espacio social, pueden ganar autonomía (por ejemplo con-
virtiéndose en campos como el económico, el político, el religioso y el intelectual)
en la medida que se coloquen en juego variables como las relaciones sociales, los
intereses y los recursos propios.
La adquisición de este tipo de capitales juega un papel muy importante en las socie-
dades dado que son los medios vitales para que los agentes sociales ocupen algún lu-
gar en el campo social y/o en sus campos autónomos. Para la sociología de Bourdieu
y, seguramente, para la de Elías, los procesos históricos están profundamente relacio-
nados con realidades sociales que, a partir de variadas circunstancias que operan en
la estructura social, pero también alrededor del carácter activo del sujeto, conllevan a
la objetivación y la interiorización5. Esto significa que las realidades sociales pueden
ser comprendidas atendiendo a dos mundos fundamentales en la vida de los sujetos.
De una parte, al mundo de las reglas, las instituciones y los valores sociales, los
cuales operan como condiciones limitantes, a la vez que como puntos de apoyo para
la praxis. Y de otra, el mundo subjetivo e interiorizado, constituido principalmente por
formas de percepción, de representación, de sensibilidad y de conocimiento6.
4 Es importante recordar que en El sentido práctico (1980, 2007), una de las obras icónicas de Bourdieu, el capital simbólico
es propuesto como “(…) un crédito, pero en el sentido más amplio del término, es decir una especie de avance, de cosa
que se da por descontada, de acreditación (créance), que sólo la creencia (croyance) del grupo puede conceder a quienes
le dan garantías materiales y simbólicas (siempre my costosa en el plano económico) es uno de los mecanismos que hacen
(sin duda universalmente) que el capital vaya al capital” (2007, p. 190).
5 Son los dos aspectos centrales para comprender el concepto de habitus. Se trata de una especie de subjetividad sociali-
zada. Es la producción de prácticas que están limitadas por las condiciones sociales que las soportan. También puede ser
considerado como el conjunto de estructuras sociales que se graban en el cuerpo y la mente de los individuos. Es el punto
en el que convergen la sociedad y el individuo, asegurando la experiencia activa de las experiencias pasadas, inscritas en
los individuos a través de esquemas de percepción, de pensamiento y de acción, como medios que garantizan la conformi-
dad de las prácticas y su constancia a través del tiempo (2007, p. 88).
6 Se trata del doble movimiento, expresado tiempo atrás por Sartre, una particular forma de interiorización de la exterioridad y
de exteriorización de la interioridad. Es posible también establecer algunos niveles relacionales, a propósito de este proble-
ma, entre el concepto de configuración de Norbert Elías (concebido como estructura interior de la personalidad, en relación
con los social en el largo plazo), el habitus de Bourdieu (concebido como disposición), la conciencia práctica de Anthony
Giddens y las interacciones y habituaciones correspondientes a la sociología fenomenológica de Berger y Luckman.
Capítulo 3. Condición juvenil, descapitalización y memorias en la mutación del conflicto Colombiano
295
Reconociendo el valor de este sistema conceptual como parte de una sociología que
se funda en bases estructuralistas y constructivistas, las cuales contribuyen signifi-
cativamente a comprender la realidad social en clave socio-histórica, es importante
señalar que el capital simbólico, entendido como el conjunto de propiedades (dones)
imperceptibles, inefables y carismáticas que parecen inherentes a la naturaleza mis-
ma del agente, en realidad existe y funciona en la medida que dichos atributos sean
reconocidos por los demás, quienes son los encargados de otorgar crédito a aquellos
que lo poseen7. Este planteamiento guarda importantes relaciones con la filosofía y la
ética política republicana (Ovejero, 2002)8 dado que lo importante en una sociedad no
es garantizar únicamente el funcionamiento de cierto orden social, empleando cual-
quier instrumento o artificio (elecciones, asistencia, subsidios, derechos convertidos
en servicios), sino particularmente otorgándole valor y fundamento a las relaciones
sociales, en un marco de garantías ofrecidas por el Estado para que las personas
puedan construir, en este caso, sus capitales económicos, culturales y simbólicos.
7 Si se parte que el capital simbólico se expresa en atributos como el prestigio, la reputación, el crédito, la notoriedad, la
honorabilidad, el gusto, la inteligencia, entre otros, entonces las prácticas sociales basadas en estos capitales, pueden
conllevar al reconocimiento de la persona como interlocutor válido, alrededor de una semiósis social distinta a la de com-
petencia y egoísmo, propia de las sociedades capitalistas.
8 Para Ovejero (2002) el problema de la democracia pasa por tres niveles: como instrumento, como historia y como fun-
damento ético y político. Para el pensador ibérico, el tercero, enmarcado en los principios de un nuevo republicanismo,
privilegia el debate, la controversia y la construcción de alternativas para vivir en comunidad. El ejercicio de la deliberación
es en sí mismo la democracia, más allá de los dispositivos para elegir representantes y componer instancias legislativas
que, supuestamente, encarnan al pueblo.
PARTE IV - LA COTIDIANIDAD DE LA MEMORIA: EXPERIENCIAS DESDE LAS ORGANIZACIONES SOCIALES
296
Para dar inicio a este apartado, conviene precisar las características más sobresa-
lientes del conflicto social y armado en Colombia, no sólo como una aproximación al
mapa de las violencias que han sido prolongadas en el país por más de cinco décadas,
sino como un intento por comprender su mutación y reconfiguración. Al respecto,
se propone una lectura en tres niveles: el conflicto como eje de la desigualdad y la
exclusión, entendidos como procesos sobre los que se ha constituido el orden social
9 La victimización del sujeto es un proceso de desactivación social y política que opera por la vía de una particular integra-
ción social, caracterizada por la asistencia y el maniqueísmo. Generalmente, las narrativas de la victimización, auspiciadas
por dispositivos jurídico-políticos y retóricas que circulan en la sociedad, introducen mecanismos de dependencia de aque-
llos que han pasado por episodios de violencia y de vulneración de sus derechos, a través de asistencia social.
Capítulo 3. Condición juvenil, descapitalización y memorias en la mutación del conflicto Colombiano
297
colombiano; las cifras del conflicto, información necesaria como aproximación a una
realidad en la que están inmersos los mundos de vida de los jóvenes; y la mutación
del conflicto, la cual, además de dar cuenta de nuevas expresiones en torno a la con-
frontación social y armada entre diversos actores, proporciona pistas para interpretar
el proceso de descapitalización de la juventud como caldo de cultivo para favorecer la
implementación de proyectos hegemónicos legales e ilegales.
10 Apoyados en Arturo Escobar (2005) y los planteamientos procedentes del grupo Modernidad/Colonialidad, también cono-
cido como Giro Decolonial, se puede señalar que son cuatro los elementos centrales del análisis que efectúan al carácter
colonial de las sociedades occidentalizadas que pasaron por experiencias de subalternización y subordinación: coloniali-
dad del poder (Dussel, 2005; Grosfoguel, 2007; Mignolo, 2008), colonialidad del saber (Lander, 2005; Castro- Gómez, 2007),
colonialidad del ser (Maldonado-Torres, 2007) y colonialidad de la naturaleza (Walsh, 2007).
11 Estos tres conceptos proceden de dos planteamientos. De una parte, Daniel Díaz (2008) propone esta triada como una ma-
nera de comprender los sustratos discursivos sobre los que se fue marcando la colombianidad, especialmente, a lo largo de
la segunda mitad del siglo XX en el país. De otra parte, es inevitable aludir a la obra de Franz Fanon sobre Los Condenados
de la tierra (2007). Para el pensador poscolonial, los colonizados en tanto pobres e ignorantes, asumidos como inalterables
e inhumanos (Damnés) por parte de sus colonizadores, no son más que una estrategia de subontologización, que los ubica
como muertos vivientes o como vida en el infierno.
PARTE IV - LA COTIDIANIDAD DE LA MEMORIA: EXPERIENCIAS DESDE LAS ORGANIZACIONES SOCIALES
298
Estos dos sistemas, aunque contienen sus propias lógicas de funcionamiento, se en-
trecruzan y operan de manera complementaria. En el régimen de desigualdad, la pro-
fundización de las diferencias a través de la posesión de la tierra y el acceso a bienes
utiliza a los excluidos como recursos para conquistar el progreso mediante discursos
y prácticas que legitiman y legalizan su explotación. Esto explica por qué el pobre no
sólo es el mestizo -quien es integrado por la vía de un trabajo mal remunerado- sino
especialmente el indígena, el negro, las mujeres, los niños y los jóvenes. La desigual-
dad requiere de la exclusión, pues son las figuras distantes del modelo ideal (varón,
blanco, burgués, ilustrado) las elegidas para que, subordinadas, soporten las bases de
la acumulación capitalista y conformen el cuerpo social de la nación, el cual además
de vigoroso y limpio debería ser productivo y obediente.
De este modo, la constitución de la sociedad colombiana a lo largo del siglo XX, más
allá de la implementación de un modelo latifundista que resultó útil para prolongar el
sistema colonial como dispositivo de control -pese al interés del gobierno de López
Pumarejo por implementar una ley de tierras que nunca prosperó-, fue configurada
mediante el racismo, el sexismo y el patriarcalismo. Estos tres elementos se fueron
cristalizando mediante dispositivos jurídico-políticos, saberes científicos y un siste-
ma económico que pretendía emular el estado schumpeteriano implementado por
el norte. Sin embargo, aquello que permitió la complementariedad de estos tres en-
tramados socio-culturales fue una contundente articulación entre las retóricas de la
identidad nacional y el despliegue del conflicto armado.
12 Es importante recordar que estas teorías tienen una larga tradición y fueron construidas en Europa desde finales del siglo
XIX. La sociología de Spencer y la criminología de Lombroso se convirtieron en auténticos dispositivos para el control
social, materializados frecuentemente en políticas macrosociales asociadas con la higiene y el control de la natalidad.
Capítulo 3. Condición juvenil, descapitalización y memorias en la mutación del conflicto Colombiano
299
La identidad nacional es un tema amplio que siempre resultará difícil de abordar dada
la dificultad para entender la construcción difusa y siempre ambigua de la nación en
América Latina13. Sin embargo, se puede señalar que retóricas alusivas a la civiliza-
ción, la modernización, el progreso y el desarrollo, evidentemente introducidas por
el norte entre las décadas del treinta y el setenta, constituyeron una base discursiva
de gran solvencia para fomentar la unidad del cuerpo nacional. Aunque en principio
el propósito fue favorecer el crecimiento de industrias nacionales y crear una base
trabajadora que contribuyera a su consolidación, posteriormente fue la fe en las ins-
tituciones –escolar, eclesiástica, higienista, castrense, fabril, empresarial- y la con-
fianza en el internacionalismo norteamericano, los vectores centrales sobre los que
se orientaría el imaginario social hacia la legitimación, ya no de la clasificación social
sino de la estratificación, la ciudadanía y la defensa nacional.
13 Este es un planteamiento trabajado por distintos autores latinoamericanos. Particularmente, José Luis Romero (2001) en
su obra Situaciones e Ideologías en América Latina aborda el conjunto de modelos y de fórmulas europeos y del norte,
que tuvieron especial influencia en la construcción del orden social y económico del continente. Alrededor de esta idea,
Romero desarrolla algunas hipótesis como la europeización, la aculturación y la dependencia, que se sustraen de las
interpretaciones convencionales de los estudiosos de la nación en América Latina.
14 Después de la segunda guerra mundial, los planteamientos procedentes de la economía y de la política que subyacen del
sistema mundo (Wallerstein, 1979) promueven modelos de desarrollo, al menos de dos tipos: el primero, ligado a la mo-
dernización, el progreso y la racionalidad, que propone mecanismos de crecimiento económico como medio para alcanzar
mejores condiciones de vida de la población, acordes con su definición geopolítica en aquel momento, es decir, a tono con
los parámetros introducidos por la demarcación entre primer mundo y tercer mundo; el segundo modelo, plantea la coope-
ración entre sociedades, especialmente a través de mecanismos de filtración, en el que sociedades prósperas apoyan con
lo que les sobra a otras que se encuentran en condición de pobreza evidente. Sobra decir que este apoyo está supeditado
a la lógica de alianzas, propia del periodo de entreguerras y de la bipolaridad inherente a las rivalidades entre el mundo
capitalista y las sociedades socialistas.
PARTE IV - LA COTIDIANIDAD DE LA MEMORIA: EXPERIENCIAS DESDE LAS ORGANIZACIONES SOCIALES
300
Por esta razón, el conflicto interno y los procesos sociales, económicos y culturales
que le son constitutivos, no están desligados de la variable geopolítica en la que
los sistemas dicotómicos se constituyen en su base ideológica y procedimental. El
estímulo a la incorporación de relaciones dualistas que impusieron la desigualdad y
la exclusión, esto es, pares ordenados cuya existencia sirve para legitimar la subor-
dinación del diferente (interiorizado) mediante nociones como normales- anormales,
desarrollados-subdesarrollados, capitalistas- comunistas, primer mundo- tercer mun-
do le dieron sentido a la lucha anticomunista y, luego, antiterrorista, las cuales se
convirtieron en un medio necesario para el funcionamiento del modelo capitalista.
De esta manera, subyace en el imaginario la justificación de la violencia legal y la
construcción de la unidad alrededor de la eliminación de enemigos comunes, quienes
se oponen al progreso y a los valores universales y verdaderos. Esta es la entrada de
15 A lo largo de las décadas del setenta y ochenta, la crítica a las teorías sobre el desarrollo fue prolífica. En América Latina
y el Caribe fue prominente la labor de la CEPAL, las organizaciones populares y muchos intelectuales con militancias explí-
citas, especialmente inscritos en la filosofía de la liberación, el marxismo y la educación popular. Sin embargo, el conjunto
de doctrinas procedentes del norte, contribuyeron a sostener estas nociones de desarrollo, atendiendo a las disposiciones
geopolíticas de cada gobierno. Después de la política de la Buena Vecindad de F. Roosevelt, en la cual las relaciones con el
sur se basaron en el apoyo a los proyectos modernizadores, en función de contar con aliados para enfrentar la guerra total,
se destacan la Doctrina Monroe y Alianza para el Progreso como las experiencias más elocuentes en las que el desarrollo
para los países del tercer mundo quedó supeditado a la voluntad de los Estados Unidos y a una demarcación explícita entre
ricos y pobres. Como ha sido ampliamente estudiado, la Doctrina Monroe parte de la idea de apoyar a aquellos “pueblos
libres” que luchan contra la amenaza subversiva y comunista, encarnada en los grupos armados que proliferaban en la
región. Este planteamiento se concretó a través del Tratado Interamericano de Resistencia Recíproca (TIAR, 1947), el cual
fue considerado el principal baluarte de la seguridad hemisférica, como base para el desarrollo de los pueblos. Por su
parte, Alianza para el Progreso fue un programa que inauguró John F. Kennedy, diseñado para el periodo comprendido entre
1961 y 1970, que pretendía la cooperación y ayuda mutua de los Estados firmantes, el refuerzo de sus “comportamientos
democráticos” y la “redistribución justa” de la riqueza obtenida con la inyección económica que procuraría la inversión de
los 20.000 millones de dólares previstos.
Además del fracaso de la Alianza ante la falta de reformas agrarias y fiscales en los países de la región, fue evidente la
práctica intervencionista, no sólo del gobierno norteamericano, sino de organismos multilaterales como el Banco Mundial,
quienes desde aquel momento empezaron a considerar nuevas estrategias ante el rezago vivido por estas sociedades en
lo que se conoce como década pérdida. En adelante, las condiciones de un nuevo orden mundial y la hegemonía capita-
lista, cuyo liderazgo se encarna en las potencias del norte y el occidente, trajeron consigo nuevas concepciones sobre el
desarrollo. Ya no se trataría entonces de la industrialización, la sustitución de importaciones y el vigor del cuerpo nacional
como parámetros para garantizar mejores condiciones de vida. Ahora, la apertura comercial, la privatización y las reformas
al Estado serán el modelo que augura un futuro mejor.
Capítulo 3. Condición juvenil, descapitalización y memorias en la mutación del conflicto Colombiano
301
aquello que Santos (2003) denomina fascismo social, comprendido como un medio
de regulación social útil para localizar y demarcar los espacios y los grupos que se
encuentran en los márgenes del régimen civilizacional.
La novedad de este tipo de régimen es que funciona al lado y dentro de las sociedades
que se declaran democráticas. El primer mundo requiere de la existencia de conflictos
armados y de lo que Alain Joxe (2002) llama las pequeñas guerras, cuyo propósito es
anclar diferencias coloniales, sostener la existencia de enemigos de la democracia
y controlar el territorio para ponerlo al servicio del capital transnacional. Basados
en investigaciones recientes en el Pacífico colombiano, el antropólogo colombiano
Arturo Escobar (2005, p. 29) ha señalado que este territorio opera de varios modos:
a través de la exclusión espacial; mediante la ubicación de territorios disputados por
actores armados; combinando la inseguridad, el miedo y la desatención en escena-
rios concretos; e introduciendo una suerte de estrategias de fascismo financiero, las
cuales frecuentemente dictan la marginalización de regiones y países enteros, que no
cumplen con las condiciones necesitadas de capital.
La reflexión de Escobar permite asegurar que las guerras declaradas, los conflictos ar-
mados internos, el ejercicio del terror, el horror originado por mafias organizadas y la
dinámica de muchos grupos armados privados es un episodio que no puede analizarse
únicamente en una perspectiva local endógena, sino que obedece a fuerzas de domi-
nación a escala global. Además del control territorial y de recursos vía militar, ejercido
por Estados Unidos en Afganistán, Irak y Libia recientemente, el sostenimiento de
conflictos locales y regionales, desde Centroamérica y Colombia hasta Medio Oriente
y África, producen condiciones que le son favorables al imperio (Escobar, 2005). Por
lo tanto, la existencia de individuos vinculados a las actividades del conflicto como
víctimas o victimarios, además de asumirse como un “mal necesario”, es una tragedia
que responde al orden geopolítico y ontológico predeterminado por la racialización y
demarcación espacial, que articula la colonialidad del ser y del poder.
16 El término es planteado por Marc Augé (2008), al afirmar que, en los usos y apropiaciones del espacio, van surgiendo lugares
reconocidos y aceptados y, otros, rechazados, negados y asociados generalmente con el miedo y el anonimato. Aunque el
autor francés alude con esta hipótesis al contexto europeo de lo que llama la sobremodernidad, el término se vuelve perti-
nente frente a las formas de espacialización del territorio, en el marco del carácter problemático de la tierra en Colombia.
PARTE IV - LA COTIDIANIDAD DE LA MEMORIA: EXPERIENCIAS DESDE LAS ORGANIZACIONES SOCIALES
302
Una vez realizado este recorrido, es necesario señalar dos circunstancias relaciona-
das con sustratos biopolíticos y coloniales menos perceptibles en las frágiles tramas
culturales de la sociedad, a propósito de estas nuevas formas de gestionar el conflic-
to. En primer lugar, las cifras del conflicto indican que el orden social y las matrices
17 Al respecto es importante recordar el famoso Pacto de Ralito, en el que sectores legales e ilegales, auspiciados por políti-
cos de diversas regiones del país, propusieron refundar la patria. Ver López (2010).
18 Esto se corrobora en varios estudios realizados por Organizaciones No gubernamentales, dedicadas a hacer seguimien-
to a estos trágicos sucesos. Una de estas entidades, la cual ha presentado sistemáticamente datos detallados por re-
giones, poblaciones y sectores es CODHES. (En línea). Disponible en: http://www.codhes.org/index.php?option=com_
docman&task=cat_view&gid=39&Itemid=51 Consulta realizada el 25 de septiembre de 2011.
Capítulo 3. Condición juvenil, descapitalización y memorias en la mutación del conflicto Colombiano
303
En la actualidad, Colombia cuenta con más de 450.000 efectivos en sus fuerzas ar-
madas, las cuales están conformadas por cuatro grandes fuerzas (ejército, armada
nacional, fuerza aérea y policía). Además de este descomunal pie de fuerza, hace
parte de su estrategia de lucha contra el terrorismo el Departamento Administrativo
de Seguridad (DAS), cuyas funciones se centran en ejercer prácticas de inteligencia
de Estado en asocio pleno con el gobierno nacional, así como implementar políticas
del sector administrativo en materia de inteligencia para garantizar la seguridad na-
cional interna y externa del estado colombiano. Según fuentes oficiales, esta entidad
cuenta con cerca de 7.000 miembros y, pese a sus escándalos en los últimos nueve
19 Al respecto, han sido bastante difundidos los casos de las transnacionales Chiquita Brands, Philip Morris y la Drummond,
las cuales han aparecido vinculadas a las actividades criminales de grupos paramilitares. A manera de ilustración, el caso
de la Drummond fue conocido recientemente a través de alias ‘Samario’, quien contó en un juicio que se adelanta en
contra de Jorge 40, que el tema del asesinato de los sindicalistas Valmore Locarno y Víctor Hugo Orcasita, presidente y
vicepresidente del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Industria Minera, Petroquímica, Agrocombusible y Energética
-Sintramienergética-, obedeció a la presión que estaban ejerciendo por promover una huelga en la corporación y así obligar
al cambio del contratista que proveía el servicio de alimentos a los trabajadores en la mina de carbón. Para tal efecto, en
2001, miembros de la Drummond se reunieron en una finca cercana a Bosconia (Cesar) con Rodrigo Tovar Pupo alias ‘Jorge
40’, jefe paramilitar del Bloque Norte, y Óscar José Ospino Pacheco alias ‘Tolemaida’, jefe del frente Juan Andrés Álvarez.
Señaló “el samario”: “La reunión se hizo para eso. No escuché porque mi función era prestar seguridad pero como era el
hombre de confianza de ‘Tolemaida’, él me contó que se había planeado el asesinato de los sindicalistas”. (En línea). Dispo-
nible en: http://www.colectivodeabogados.org/Samario-reitero-que-funcionarios Consulta realizada el 23 de septiembre
de 2011.
PARTE IV - LA COTIDIANIDAD DE LA MEMORIA: EXPERIENCIAS DESDE LAS ORGANIZACIONES SOCIALES
304
Aunque no existen cifras oficiales acerca de la distribución de las edades que con-
forman el pie de fuerza en Colombia, al menos abiertas al público, se puede señalar
que el 90% de los 450.000 efectivos lo constituyen jóvenes, quienes regularmente
son los que combaten a través del servicio militar obligatorio21, la carrera militar o su
inserción en el oficio de soldados profesionales. Es común observar además cómo,
mediante la publicidad –televisiva, radial, digital y de prensa- y las campañas institu-
cionales, se invita a niños y jóvenes a unirse a las fuerzas militares y a luchar por una
causa que invoca la unidad y una particular producción de sentido, apoyada en retó-
ricas como “los héroes en Colombia sí existen”. Por ejemplo, en piezas publicitarias
de pocos segundos, unos soldados aguerridos expresan a los colombianos su valor
–varonil y patriarcal- al defenderlos sin conocerlos. A pesar de las inclemencias de la
guerra, estos jóvenes encarnados como soldados de la patria, muestran su sacrificio
y lealtad a los colombianos –al estilo de los próceres de la independencia- para estar
al frente del campo de batalla22.
20 Es importante recordar que en la actualidad cursan investigaciones judiciales y condenas por las interceptaciones ilegales
perpetradas por esta entidad y ordenada por su cúpula directiva, entre 2002 y 2009.
21 Es importante recordar que, sólo hasta 1997, el estado colombiano se comprometió a reclutar a los mayores de 18 años,
dada la presión internacional asociada con las exigencias establecidas en la Convención de los Derechos del Niño.
22 Son seis comerciales con duración de un minuto cada uno, que expresan el diario vivir de los soldados colombianos. En
la apuesta visual es evidente la exposición de una retórica del sacrifico, unida al bien colectivo de una patria sitiada
por enemigos. Se trata de la puesta en escena de un mecanismo de legitimación social basado en el apoyo de la pobla-
ción civil, quien está profundamente agradecida con esta institución. (En línea). Disponible en: http://www.ejercito.mil.
co/?idcategoria=228782 Consulta realizada el 30 de septiembre de 2011. De otra parte, también llaman la atención cam-
pañas de la policía nacional en las que abiertamente invitan a los jóvenes y niños a ser parte de la institución, formarse y
portar el uniforme. Por ejemplo los programas Jóvenes por los derechos de la policía nacional y Carabineritos se basan en
el enunciado de fomentar en los niños, niñas y adolescentes, pertenecientes a la Policía Cívica Juvenil, el respeto por los
derechos de los demás y la defensa de los propios, fortaleciendo el espíritu cívico y la mutua ayuda y cooperación, estable-
ciendo óptimas relaciones policía - comunidad, con el fin de estimular su compresión y práctica, dentro de un estado de
convivencia pacífica como futuros constructores de la sociedad. (En línea). Disponible en:http://www.policia.gov.co/portal/
page/portal/Carabineros/ProgramaCarabineritos Consulta realizada el 30 de septiembre de 2011.
23 El Protocolo II, adicional a los Convenios de Ginebra del 12 de agosto de 1949, en su artículo 4, relativo o las “Garantías
Fundamentales”, numeral 3 (c), establece la prohibición de reclutar menores de 15 años en las fuerzas o grupos armados
que son parte en un conflicto que no tiene carácter internacional, así como su participación en las hostilidades. En similar
sentido se encuentra establecido la prohibición contenida en el artículo 38 de la Convención sobre los Derechos del Niño
que, a diferencia del Protocolo II, habla de la participación directa en las hostilidades. Sobre los numerales 2 y 3 de este
artículo, el estado colombiano presentó reserva, aumentando la edad mínima de vinculación a las Fuerzas Armadas a los
18 años y reiterando su compromiso de velar para que niños o niñas no participen directamente en las hostilidades.
Capítulo 3. Condición juvenil, descapitalización y memorias en la mutación del conflicto Colombiano
305
Sin embargo, si se tiene en cuenta que a 2011 las cifras oficiales aluden a 18.000
integrantes de las FARC (con operaciones en 24 de los 32 departamentos del país),
2.300 del ELN (situados preferiblemente en los santanderes), y cerca de unos 30.000
en las Bacrim (cuyas operaciones se extienden hacia la mayor parte de la geografía
nacional), se puede inferir que, en el contexto de los grupos ilegales, están presen-
tes unos 45.000 jóvenes. Esto si se tiene en cuenta que los estudios internacionales
muestran que, el 90% de los ejércitos legales e ilegales del mundo, son conformados
por jóvenes.
24 En un trabajo anterior, hice una aproximación a la construcción de las subjetividades de niños, niñas y jóvenes desvincu-
lados del conflicto armado en Colombia y fue llamativo identificar que estos sujetosingresan a la política de seguridad
democrática a través de redes de informantes pagadas, recompensas y su incorporación como soldados campesinos. Ver
Díaz y Amador, 2010.
25 Según León Valencia de la Corporación Nuevo Arco Iris, las bandas emergentes “destruyen el orden social para poder
florecer... ...y allí está su gran riesgo para la seguridad de los ciudadanos, porque atacan a las instituciones, a los líderes
sociales, a los políticos honestos, a las familias unidas y a los trabajadores organizados”. Valencia afirma que hay tres
tipos de bandas criminales: las emergentes, las de rearmados que después de desmovilizarse volvieron a las armas y al
negocio; y las de disidentes, ex paramilitares que se salieron del proceso de Ralito o que nunca quisieron entrar. Entre
las agrupaciones se pueden identificar las Águilas Negras, la Banda Criminal de Urabá, los Urabeños, los Machos, los
Paisas, Renacer, Nueva Generación, los Rastrojos y los Nevados. Ver también El Espectador: Bacrim los nuevos paras.(En
línea). Disponible en: http://www.elespectador.com/noticias/wikileaks/articulo-292354-bacrim-los-nuevos-parasConsulta
realizada el 25 de septiembre de 2011.
PARTE IV - LA COTIDIANIDAD DE LA MEMORIA: EXPERIENCIAS DESDE LAS ORGANIZACIONES SOCIALES
306
Más allá de las cifras, es importante llamar la atención sobre el lugar que ocupan
los jóvenes en el sostenimiento del conflicto armado como una expresión legible de
control social y gubernamentalidad. La incorporación de los jóvenes en los grupos
armados y su habituación a las tecnologías de la muerte, cuya lógica opera a través
de la deshumanización del otro26, no sólo rompe el tejido social y condena a la víctima
a una condición de subordinación inminente, sino que además produce un desajuste
estructural en el que las nuevas generaciones –tanto en su circunstancia de víctimas
como de victimarios- se vuelven objeto de descapitalización simbólica. Retomando
lo señalado por Reguillo (2010), en el marco del análisis de las violencias en México,
este es un suceso que no puede seguir siendo explicado, asumiendo que estas for-
mas de desafiliación están originadas por la falta de valores y por la desintegración
familiar.
Uno de cada dos jóvenes que logra ingresar a la educación superior, termina desertan-
do del sistema dadas las dificultades económicas y sociales para sostenerse. Los que
logran terminar y titularse, ingresan en la informalidad y el desempleo estructural,
asunto que en la mayoría de las ocasiones se complejiza, al evidenciar que sus fami-
lias tuvieron que endeudarse con el sector financiero para pagar sus estudios superio-
res. El cuadro entonces, es doblemente problemático, toda vez que hay más jóvenes
profesionales desempleados y más padres de familia endeudados. De este modo,
se evidencian tres tipos de desafiliación de los jóvenes: la laboral (descapitalización
económica), la educativa (descapitalización cultural) y la desafiliación por inserción a
la guerra mediante fuerzas legales e ilegales (descapitalización simbólica) ¿Este es el
modelo de inserción de los jóvenes a la sociedad colombiana?
26 Este es un planteamiento trabajado por varios autores, entre ellos María Victoria Uribe (2008), quien basada en referentes
antropológicos aborda el problema de la guerra desde las categorías deshumanización, sacrificio, carnicería y animali-
zación, en el marco de las masacres –presimbólicas- observadas en el conflicto armado colombiano. Desde otro punto
de vista, Aimé Cesaire afirma: “Estos hechos prueban que la colonización, repito, deshumaniza al hombre incluso más
civilizado; que la acción colonial, la empresa colonial, la conquista colonial, fundada sobre el desprecio del hombre nativo
y justificada por este desprecio, tiende inevitablemente a modificar a aquel que la emprende; que el colonizador al habi-
tuarse a ver en el otro a la bestia, al ejercitarse en tratarlo como bestia, para calmar su conciencia, tiende objetivamente
a tratarse él mismo en bestia” (Césaire, 2004, p. 19).
Capítulo 3. Condición juvenil, descapitalización y memorias en la mutación del conflicto Colombiano
307
Una de estas mediaciones, la cual puede resultar ser útil como escenario para la
recapitalización simbólica de los jóvenes dada su potencia transgresora y desestabi-
lizadora, es la memoria. Alrededor de ésta operan procesos como la rememoración,
la subjetividad y la praxis. No se trata de un artilugio que pueda ser utilizado para
“superar” los sucesos traumáticos de la víctima y así proceder a su tratamiento psico-
social. La memoria, asumida como mediación, puede convertirse en un instrumento
fundamental para: develar de otro modo los acontecimientos ocurridos, más allá de la
27 Este es un debate muy importante de la ciudadanía. La ciudadanía social de Marshall (1950, 1991) propone que ésta opere
como un estatus ontológico, capaz de suplir la desigualdad de las clases sociales. Apelar a los derechos sociales garantiza
ese estatus y llena el vacío de la desigualdad de las clases sociales. Esta es una postura radicalmente criticada por los
estudiosos de la ciudadanía. Sin embargo, es una máxima que se mantiene vigente en la mayoría de las políticas sociales
sobre jóvenes.
28 Esto lo pudimos corroborar en un estudio adelantado en Bogotá sobre las retóricas de los derechos humanos y los procesos
de formación. El divorcio entre las retóricas de la formación, en las que suelen estar incluidos niños y jóvenes, guarda una
distancia considerable frente a sus práctica y modos de operacionalización, a propósito de la tercerización de la política
social (Amador, 2010).
PARTE IV - LA COTIDIANIDAD DE LA MEMORIA: EXPERIENCIAS DESDE LAS ORGANIZACIONES SOCIALES
308
naturalización del mal necesario; asumir posiciones políticas que contribuyan a com-
prender la historicidad del sujeto y de la sociedad como forma de repensar el presente
y el futuro; construir formas de visibilización social de agentes sociales subalterniza-
dos; producir urdimbres de sentido, en términos de percepciones, representaciones y
conocimientos conducentes a nuevas formas de empoderamiento para la liberación; y
fungir como instrumento para la implementación de nuevas racionalidades y produc-
ción de saberes.
El investigador colombiano Carlos Mario Perea (2007) lo corrobora al trabajar con los
“parches” en las ciudades de Barranquilla, Bogotá y Neiva29. Miguel Valenzuela (2009)
29 Perea (2007, s.p) trabajó con pandillas en estas tres ciudades del país. Señalaba en aquel momento: “La pandilla se va al
extremo, embriagada más allá del límite. Al igual que con el poder y la fragmentación, con el localismo y la muerte, lleva al
extremo el brete que atraviesa uno y otro. Lo hace también con la crisis de la masculinidad, desarropándola y exponiéndola
en toda su crudeza. La mujer se convierte en semoviente de contabilidad, reducida a objeto de castigo por parte de quien se
arroga su propiedad. Un barranquillero lo cuenta sin ambages, describe las golpizas propinadas a sus mujeres justificado
en el argumento de <si va ser mía es sólo mía>”
Capítulo 3. Condición juvenil, descapitalización y memorias en la mutación del conflicto Colombiano
309
hace lo propio al recorrer los mundos de vida de pachucos, cholos, maras, punks, cha-
vos banda y góticos en diversos lugares de Latinoamérica. Se trata de perspectivas
que se ocupan de identificar las marcas disímiles impresas en estos sujetos, a partir
de elementos que definen su heterogeneidad y desigualdad en escenas diacrónicas
y sincrónicas, organizadas a través de sus propias condiciones socioeconómicas y
estilos de vida. Así, al compás de las temporalidades construidas alrededor de las
tramas de sus mundos de vida, aparecen inscritos de diversas maneras rostros enve-
jecidos prematuramente y subjetividades constituidas al fragor de la intimidación, la
satisfacción y la muerte, particularmente de aquellos a quienes les ha tocado vivir sin
oportunidades. Señala Valenzuela que, en lugar de acceso a la salud, la seguridad y
la educación, han sido el miedo, el hambre y la violencia sus principales compañeros
de viaje.
De esta manera, además de los tres fenómenos analizados hasta el momento (incor-
poración del joven en el conflicto social y armado; descapitalización simbólica como
consecuencia de dicha incorporación; y desapropiación del yo), aparece el joven homo
sacer como la expresión más aguda de su grado de abyección y subalternización. Para
ejemplificar lo señalado, basta una aproximación a algunos datos ofrecidos por la
Secretaría Distrital de Integración Social (SDIS, 2010), la Veeduría Distrital (2006) y el
DANE (2007). En Bogotá hay un poco más de 1.600.000 jóvenes, los cuales correspon-
den al 23.8% de la población total de la ciudad. Las localidades en donde mayoritaria-
mente se concentra población juvenil son Usme y Ciudad Bolívar (23 años), seguidas
por Sumapaz (24 años), Bosa (25 años) y San Cristóbal (26 años). Según la Veeduría
Distrital (2006), el mayor número de homicidios, muertes violentas, suicidios, lesiones
personales y accidentes de tránsito se dan en jóvenes de 20 a 29 años.
De otra parte, la tasa más alta de desempleo, según el DANE, tiene que ver con los-
jóvenes. El 30.4% de los desempleados de Bogotá corresponde a las edades de 15 a
19 años, mientras que el 21% representa el rango de 20 a 24 años. Del 95% de los
sujetos que ingresa a la educación básica y media, tan sólo el 36% logra ser admitido
en programas de educación superior, asunto que no necesariamente supone que la
mayoría de este porcentaje ingrese a la universidad pública o que culmine con éxito
PARTE IV - LA COTIDIANIDAD DE LA MEMORIA: EXPERIENCIAS DESDE LAS ORGANIZACIONES SOCIALES
310
Este panorama confirma que el joven se ha convertido en el homo sacer del que habla
Agamben. Las narrativas acerca de su peligrosidad y un ambiente desestructurado y
precario en el que está propenso a la deshumanización, en condición de víctima o de
victimario, requiere la formulación de opciones teóricas y prácticas que favorezcan
la recomposición de su yo y que fomenten su recapitalización simbólica. El lugar que
ha empezado a ocupar la memoria en las últimas décadas en la región, como con-
secuencia de una escena social y política en la que los conflictos han sido tratados
a través de la negociación, la justicia transicional y restaurativa31 y experiencias de
rememoración, muestran que es posible asumir de otro modo la realidad social del
pasado como posibilidad para ejercer soberanía sobre el presente y, de esta manera,
proyectar el futuro.
Las memorias, señala Elie Wiesel (1998), especialmente aquellas que surgen de los
hechos traumáticos y del dominio paralizante de la violencia, deben ingresar en la
historia y permanecer en ella. Al haber sido subsidiarias de las voces oficiales y de
los discursos de verdad, las memorias subalternas han permanecido al margen y, pro-
bablemente, se han sumergido en el magma del silencio. Se requiere entonces de las
condiciones necesarias para recordar y recobrar el yo narrador que activa la reflexión,
30 Al respecto, la Federación para la Educación y el Desarrollo publicó: “Más de 3 mil ejecuciones extrajudiciales, sumarias y
arbitrarias perpetradas en Colombia entre 2002 y 2009 son crímenes de carácter internacional. Lo sucedido a 16 jóvenes de
Soacha mostró la extrema crueldad con la que se puede actuar para lograr efectividad en supuestos combates a variados
enemigos. Esta realidad ya ampliamente dada a conocer por los medios de comunicación, alcanza mayor profundidad en
la investigación que FEDES (Federación para la Educación y el Desarrollo) nos pone de presente, para no olvidar, pero en
especial, para dimensionar la ausencia de límites éticos y jurídicos en el establecimiento colombiano (...) Informe sobre
falsos positivos e impunidad en Colombia”. (En línea). Disponible en: http://justiciaporcolombia.org/node/160 Consulta
realizada el 27 de septiembre de 2011.
31 La justicia transicional comprende un conjunto de procesos de transición de regímenes autoritarios a la democracia o de
un conflicto armado a la paz, en los que es necesario equilibrar las exigencias jurídicas (garantía de los derechos de las
víctimas a la verdad, justicia, reparación y garantía de no repetición) y las exigencias políticas (la necesidad de paz). Estas
exigencias se caracterizan por una combinación de estrategias judiciales y no judiciales, entre ellas, la persecución de
criminales, la creación de comisiones de la verdad y otras formas de investigación del pasado violento, la reparación a las
víctimas de los daños causados, la preservación de la memoria de las víctimas y la reforma de instituciones como las fuer-
zas armadas y los servicios de inteligencia. El propósito de todo esto es garantizar la no repetición. Por su parte, la justicia
restaurativa es una modalidad de la justicia penal, centrada en argumentar que el crimen o el delito es fundamentalmente
un daño en contra de una persona concreta, lo que supone una vulneración de su propia persona y de sus relaciones
interpersonales. En este caso, la víctima puede acceder al resarcimiento del dañoa través de formas de restitución o de
reparación a cargo del responsable o autor del delito (ofensor).
Capítulo 3. Condición juvenil, descapitalización y memorias en la mutación del conflicto Colombiano
311
la praxis y la esperanza en torno al futuro. De este modo, los sujetos y las sociedades,
especialmente aquellas que se han constituido en medio de marcos socio-culturales
de violencia, requieren apelar a la memoria porque es uno de los recursos más impor-
tantes para resignificar el pasado, incluso aquel que sería mejor dejar encerrado en
los anaqueles del olvido.
Las políticas del olvido juegan un papel importante en la desactivación social y polí-
tica de los actores sociales. Frecuentemente, son estratégicamente implementadas a
través de prescripciones que intimidan o que neutralizan la acción social. La participa-
ción de los jóvenes en la guerra es un desperdicio de experiencia, idea que Benjamin
planteó tempranamente en su ensayo sobre El narrador (1936). Señalaba el pensador
alemán, a propósito de las guerras mundiales que tuvo que observar y hasta resistir32,
que las personas volvían del campo de batalla enmudecidas. En lugar de retornar más
ricos en experiencias comunicables, volvían empobrecidos (2001, p. 112). Las políticas
del olvido fomentadas por el estado colombiano en torno al conflicto profundizan el
32 Es importante recordar que Benjamin fue perseguido en los primeros años de la segunda guerra mundial dados sus oríge-
nes judíos y sus agudas críticas a la violencia y a lo que denominó politización de la estética, en el marco de las campañas
del nazismo alemán a través del cine y la radio.
PARTE IV - LA COTIDIANIDAD DE LA MEMORIA: EXPERIENCIAS DESDE LAS ORGANIZACIONES SOCIALES
312
La segunda consideración que conviene ser analizada tiene que ver con las relaciones
diversas que se tejen entre rememoración, narración y testimonio en la construcción
de la memoria. Para Elizabeth Jelin (2006), la memoria es un proceso que no puede
escindirse de la construcción del tiempo social, perspectiva que alude a la tesis de Le
Goff (1991, citado por Jelin, 2006) sobre la historia, el tiempo y sus formas de cons-
trucción en las sociedades occidentales. Se trata de la demarcación de una suerte
de discontinuidades en el tiempo, las cuales han permitido marcar, después del siglo
XVIII, distinciones más elaboradas entre el pasado, el presente y el futuro. En térmi-
nos de Koselleck (1993), dichos tiempos discontinuos hacen parte, de todos modos,
de un mismo proceso: la historia33.
Estos elementos sugeridos por Jelin muestran que la memoria, más allá de su carác-
ter “verdadero”, es una forma de distinguir y vincular el pasado con el presente y el
futuro. La rememoración es un acto del presente que incorpora narración, agentes so-
ciales e interpretaciones de lo ocurrido. Por esto, insiste Jelin, la memoria es una re-
lación intersubjetiva, elaborada en comunicación con otros y en cierto contexto social
(2006, p. 18), dando lugar a experiencias tensionales y no siempre armónicas, cuya
pluralidad de memorias puede convertirse en un campo de disputas por el sentido. Lo
importante de este acto de rememoración es que disponga de los sistemas materiales
y simbólicos necesarios para construir rutas hacia un futuro deseable. No obstante, es
necesaria una precaución: los usos de la memoria pueden orientar tanto la repetición
del pasado como la transformación del presente y la construcción colectiva del futuro.
Recordar el pasado puede dar lugar a dos lecturas. De una parte, puede conllevar al
reconocimiento de lo perdido, como aquello que fue y que remite a una extrema me-
lancolía. Y de otra, la propensión a una inevitable comparación entre las conquistas del
pasado y la crisis del presente. En medio de estos anudamientos de la rememoración,
es importante tener en cuenta que los jóvenes suelen remitirse al pasado y su capacidad
narrativa no se pone en duda. Sin embargo, pocas veces se enfrentan a la reflexión so-
bre los acontecimientos de su propia vida. Este fenómeno está relacionado con la desa-
propiación del yo, dado que su posicionamiento frente al despojo (económico, cultural y
33 Reinhart Koselleck (1923-2006) fue uno de los fundadores y principal teórico de la escuela alemana de historia de los
conceptos. Sin duda, ha sido una figura central en la tarea de recuperar la pluralidad de funciones asociada con los usos
públicos del lenguaje. Como es sabido, Koselleck renovó la historia intelectual, alejándola de los marcos rígidos de la
tradición conocida como historia de las ideas, a través de la formulación de una serie de herramientas conceptuales que
abrieron el horizonte de los acontecimientos al universo de las realidades simbólicas, situadas más allá de la dimensión
referencial y convencional del lenguaje. El estudio de los conceptos político-sociales es la base para comprender de otro
modo las realidades y los objetos culturales que en ellas se ubican.
Capítulo 3. Condición juvenil, descapitalización y memorias en la mutación del conflicto Colombiano
313
simbólico) del que han sido objeto como consecuencia de la desafiliación propiciada por
la sociedad y el Estado, los deja atrapados en un eterno presente.
En términos de los mundos de vida juveniles de aquellos que han sido desafiliados y
descapitalizados, a propósito de su incorporación en la guerra y su exclusión de las
esferas del trabajo digno y de una educación liberadora, la narración y el vínculo entre
el narrador y el allegado son aportes fundamentales para la recapitalización simbóli-
ca. La invitación de Ricoeur es valiosa, en la medida que asume la memoria individual
y colectiva como oportunidad para promover experiencias de rememoración cargadas
de sentido para la acción. Sin embargo, se requiere de los allegados, esto es, media-
dores que enlacen su yo con los otros. Al parecer, no se trata de los operadores que,
en la actualidad, les intervienen para modificar sus conductas. La mediación supone
situar su experiencia y su voz narrativa como espacio para la construcción de la iden-
tidad y de la acción social, a través de proyectos que les permitan construir mundos
de vida posibles, apoyados en sus experiencias de pasado.
PARTE IV - LA COTIDIANIDAD DE LA MEMORIA: EXPERIENCIAS DESDE LAS ORGANIZACIONES SOCIALES
314
La memoria puede configurar una base común de orden político y epistémico para que
los jóvenes logren afiliarse a los marcos temporales de su propia existencia individual
y colectiva. Esta experiencia no suplirá las desafiliaciones y descapitalizaciones de
las que han sido objeto, pero sí puede proporcionar criterios conducentes a entender
la vida de otro modo y a situar el lugar del yo en el escenario de lo público. La reme-
moración como mediación para colocar en escena al yo narrador, además de activar al
sujeto, lo puede potenciar para que sea el administrador de su presente y el artífice
de su futuro. Comprender el mundo en clave histórica y social, ubicando su lugar en
esta dinámica temporal, favorecerá su recapitalización simbólica, comprendida como
el posicionamiento del sujeto en tanto constructor de la historia, quien emplea los
recursos necesarios para articular experiencias de pasado, necesidades de presente
y opciones de futuro (Zemelman, 2007).
Este puede ser un modo de emprender las luchas por la afiliación económica y cultu-
ral de los jóvenes en la actualidad. No obstante, se requiere de los allegados de los
que habla Ricoeur (2008). Allegados que, en el contexto del conflicto colombiano, se
conviertan en mediadores y no en agentes que intervienen a los anormales, tal como
suele ocurrir cuando se implementan programas y campañas institucionales. La me-
diación implica la presencia de sujetos colectivos que fomenten experiencias, en este
caso, orientadas hacia la rememoración. El yo narrador y el testimonio de lo vivido,
como reflexión y mecanismo para orientar la vida, se convierten en los potenciadores
principales de la transformación. El caudal de muertes originadas por el conflicto in-
terno colombiano, tanto en los campos de batalla como en las calles azarosas de las
ciudades, deben ser objeto de reflexión y de homenaje para sus familiares. Sin embar-
go, la memoria y la rememoración deben contribuir a que los jóvenes no sigan siendo
más los condenados a la muerte en vida, sino los que viven reinventando el futuro.
Bibliografía
Agamben, G. (2003). Homo Sacer. El poder soberano y la nuda vida. Valencia: Pre-textos.
Amador, J.C. (2010). El discurso vacío de la infancia y la juventud: un análisis de la
perspectiva de derechos promovida por la SDIS del Distrito Capital. En A. Serna y D. Gómez
(orgs.), Derechos Humanos y sujetos pedagógico. Retóricas sobre la formación en Derechos
Humanos. Bogotá: Personería de Bogotá e IPAZUD-Universidad Distrital.
Augé, M. (2008). Los no lugares. Espacios del anonimato. Una antropología de la
sobremodernidad. Barcelona: Gedisa.
Bauman, Z. (2006). Vida líquida. Barcelona: Paidós.
Benjamin, W. (2001). Para una crítica de la violencia y otros ensayos. Barcelona: Taurus.
Capítulo 3. Condición juvenil, descapitalización y memorias en la mutación del conflicto Colombiano
315
DERECHOS DE LA INFANCIA:
DEL DISCURSO POLÍTICO A
LA REPRESENTACIÓN Y A LA CONSTRUCCIÓN
DE LA MEMORIA DE LOS DERECHOS
DE NIÑOS Y NIÑAS EN SITUACIÓN
DE VULNERABILIDAD
Ibon Oviedo Poveda
Licenciada en Ciencias Sociales, candidata a Magister en Investigación Social Interdisciplinaria de la Universidad
Distrital Francisco José de Caldas–Bogotá. Ha participado en diversos encuentros internacionales sobre infancia, de-
rechos y educación. Actualmente coordina proyectos educativos desde la Fundación Escuela Viajera para niños y niñas
campesinos, en situación de desplazamiento e infancias de los sectores populares y participa de la Red Colombiana
de Actoría Social Juvenil y de la Infancia1. http://elasjcolombia.blogspot.com
1 Ha publicado parte de sus investigaciones en los libros: Ruffato, M. (2006).Il Lavoro dei Bambini. Italia; Edizioni Nuova
Dimensione; Giampietro, P. (2008). Trabajo. Italia: Damiani Editori, y en la Revista Iberoamericana de Niñez y Juventud en
lucha por sus derechos (2011).
PARTE IV - LA COTIDIANIDAD DE LA MEMORIA: EXPERIENCIAS DESDE LAS ORGANIZACIONES SOCIALES
318
y rurales, mirada que bien puede estar nutrida de reflexiones que desde los movimien-
tos sociales han inspirado no solo al agenciamiento de apuestas concretas a través
de la acción colectiva sino también de una nueva emergencia de conceptos, unos más
correspondientes a los procesos histórico-culturales de Latinoamérica, conceptos que
permitirán permear las facultades del conocimiento social desde los aportes de las
epistemologías del Sur.
En este mismo sentido cobra importancia, una mirada que se nutre de los avances
de la investigación interdisciplinaria que adelanto desde hace dos años, una mirada
donde las categorías de análisis permiten un diálogo más pertinente entre las disci-
plinas que las gobiernan como la sociología, la lingüística y la política. Tal vez dichas
aperturas, a pesar de las mismas disciplinas permiten un desarrollo de una “otra”
investigación, de un “otro” conocimiento, uno que guarda el lugar que le corresponde,
que valoriza y da vida a los discursos, las experiencias, las re-existencias que se pro-
ducen en la realidad de las comunidades que habitan territorios de conflicto con los
derechos de los niños y niñas.
El 6 noviembre de 2006 el Código del menor fue sometido a consideraciones que refor-
maron entre otras la legislación de la responsabilidad penal para el adolescente. Los
defensores y proponentes de la Nueva Ley de Infancia -1098 de 2006 justificaron su
Capítulo 4. Derechos de la infancia
319
2 Análisis de Cristian Correa, ICTJ. Centro Internacional para la Justicia Transicional. Coloquio Internacional “Representar y
Recordar el Daño”. Universidad del Rosario, 8 y 9 de Septiembre de 2011.
PARTE IV - LA COTIDIANIDAD DE LA MEMORIA: EXPERIENCIAS DESDE LAS ORGANIZACIONES SOCIALES
320
Estas políticas económicas que se han implementado a partir de los años ochenta no
solo han polarizado la brecha entre la riqueza y la pobreza, esta última afincada en las
clases populares tanto del campo como de la ciudad. Además han desestructurado las
entidades del Estado que procuraban un re-establecimiento de los derechos a través
de su accionar con la venta al sector privado de empresas proveedoras de servicios
públicos. A estas causas de la crisis económica debe adicionarse el aumento de la
deuda externa y la reducción de la inversión pública (Ahumada, 2000 citado por Pardo,
2007).
3 Datos del Departamento Administrativo Nacional de Estadística (DANE). (En línea). Disponible en: http://www.dane.gov.
co/files/BoletinProyecciones.pdf Consulta realizada el 28 de noviembre de 2010.
Capítulo 4. Derechos de la infancia
321
El conflicto armado que vive el país no solamente vulnera los derechos de la infancia
sino que los vincula directamente a la construcción de representaciones en donde el
relativismo generalizado de los derechos se encuentra enraizado en la impunidad, en
la crisis de la justicia pasando así a avalar el conflicto en la cotidianidad a través de
un silencio y una indiferencia que abocan más al sentido de sobrevivencia que al sen-
tido de la indignación. En este sentido, debe ser una preocupación para la sociedad
colombiana que una infancia que no ha experimentado plena y vivencialmente sus
derechos en un contexto de paz, verdad, justicia y reparación niegue para sí y para su
colectivo un futuro basado en el perdón y el olvido. Pues como bien lo expuso Gloria
Elcy Ramírez, víctima del conflicto armado en Granada –Antioquia “el perdón sin jus-
ticia es impunidad”4. Sin embargo, los estudios alrededor de cómo se enraízan dichas
formas de asimilación del conflicto y de la vulnerabilidad de los derechos deben servir
como fuente para desarrollar alternativas en todos los ámbitos y enfrentar así las di-
námicas de la guerra. En este sentido, la reciente Ley de Víctimas puede ser la puerta
de acceso para que millones de niños y niñas víctimas del reclutamiento forzado, así
como del desplazamiento puedan llegar al ejercicio y reparación de sus derechos;
edificando lentamente un contexto nacional en donde sus más jóvenes generaciones
puedan llegar a tener confianza en la cercana construcción de paz para Colombia.
Si bien los niños y niñas que se han desarrollado en este tipo de contextos a través
de la aceptación de dispositivos impuestos por la violencia y la pobreza, han creado
así mismo, dispositivos que agencian los sujetos en compañía de organizaciones de la
sociedad civil como asociaciones, redes comunitarias, movimientos sociales y ONGs,
a modo de alternativas para contrarrestar los efectos negativos en la identidad, el
acceso y el ejercicio de sus derechos impuestos por el conflicto.
4 Testimonio en el marco del Coloquio Internacional “Representaciones y Rememoraciones del daño en Colombia”. Univer-
sidad del Rosario, 8 y 9 de Septiembre de 2011.
PARTE IV - LA COTIDIANIDAD DE LA MEMORIA: EXPERIENCIAS DESDE LAS ORGANIZACIONES SOCIALES
322
adolescentes y niños organizados desde abajo que busca incidir en la política pública en
cada una de sus localidades (Cauca, Montes de María, Huila, Boyacá y Cundinamarca).
La Red está vinculada a la Escuela Latinoamericana de Actoría social Juvenil (ELASJ)
presente con procesos nacionales en 6 países del continente (Morsolin, 2011). La Red se
encuentra presente en Soacha a través de la organización comunitaria Escuela Viajera.
En este sentido el núcleo central de los derechos de la infancia de los niños y niñas
en situación de vulnerabilidad de la zona rural de Soacha representan al PODER como
una necesidad de la dimensión política del sujeto para llegar a desarrollar en un pri-
mer orden un “poder ser” referido al desarrollo de su dimensión cultural y espiritual
contenida en la identidad, un “poder hacer”, referido a un ejercicio positivo de los de-
rechos relacionados a su dimensión física, cognitiva, lúdica y afectiva principalmente
y en un tercer lugar la representación gira en torno a un“poder tener” referido a un
problema de la dimensión productiva, ligado a sus posibilidades económicas.
Así mismo y de manera menos evidente el poder ser niño y trabajador genera un con-
flicto directo con la visibilización que recibe de la sociedad, en particular de aquella
que vive en la zona urbana, esto se debe a que en trabajos investigativos se liga el
trabajo infantil a la deserción escolar .Según datos de UNICEF y la Defensoría del
Pueblo, aproximadamente el 85 por ciento de los niños y niñas de la población en
desplazamiento no asisten a la escuela….Los altos índices de deserción anual – que
alcanza hasta el 30 por ciento en la zona rural y entre el 10 y el 15 por ciento en la
urbana- hacen pensar que la mejora en matriculación se ve desbordada muy pronto
por la deserción (Gómez, 2006).
Sin embargo otras posiciones han apuntado a que las razones fundamentales de de-
serción tienen que ver con el temor de identificarse como desplazado por posibles
estigmatizaciones sociales a través de supuestos roles en la guerra. En este sentido,
el conflicto se vive de manera similar en los nuevos territorios (barrios o veredas).
Así mismo, la dificultad de registrar la matricula escolar de forma completa es un
obstáculo para ejercer el derecho a la educación, pues en la mayoría de los casos los
documentos fueron dejados en su lugar de origen y regresar o preguntar por ellos es
delatar su actual ubicación.
A pesar de la gratuidad de este derecho, los costos para acceder al proceso educa-
tivo son altos, teniendo en cuenta que los padres (cuando los hay) no cuentan con
referencias o documentos que los acrediten de manera formal para buscar trabajos
que les permitan si quiera los gastos de transporte o de útiles escolares. En este
orden de ideas los niños y niñas, al igual que el resto de su núcleo familiar, se dedi-
can a sobrevivir a través de trabajos informales como la labranza en el campo y el
reciclaje nocturno en las zonas urbanas, pues en el día los convenios internacionales
No 182 de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) sobre las peores formas del
trabajo infantil y el No 138 sobre la edad mínima hacen que su otra identidad como
niños trabajadores (doblemente autonegada) quede sometida al cumplimiento de la
ley por parte de la policía de menores o el inspector de familia que los encuentre en
la acción.
PARTE IV - LA COTIDIANIDAD DE LA MEMORIA: EXPERIENCIAS DESDE LAS ORGANIZACIONES SOCIALES
324
En Soacha se registran las más altas tasas de criminalidad del Departamento de Cun-
dinamarca. Aunque no hay estadísticas confiables en la materia, basta mencionar que
en un solo fin de semana del mes de agosto del 2010 fueron asesinados 17 jóvenes.
La Defensoría del Pueblo ha expresado de manera continúa–a través del SAT- el in-
forme de riesgo 012 en mayo de 2007, y la nota de seguimiento 048 del 03 de Diciem-
bre de 2007 en los que advierte del factible riesgo de reclutamiento y la utilización
ilícita de niños, niñas y adolescentes por parte grupos armados al margen de la ley
(guerrilla, grupos de autodefensa no desmovilizados y BACRIM). Así mismo se debe
recordar que dos de los casos registrados y comprobados como “falsos positivos”
fueron cometidos en la humanidad de Jaime Estiven Valencia Sanabria de 16 años y
Jonathan Orlando Soto de 17 años. El panorama de los derechos de la infancia en este
territorio es de los más crónicos y preocupante, pues el DANE sostiene además que
en el perímetro urbano del municipio hay asentados 17 mil desplazados, sin embargo,
funcionarios de la misma administración municipal creen que superan los 100 mil.
5 Diarios de Campo personales. Experiencias educativas con desplazados en Patio Bonito, Corabastos, El Amparo, Bosa y
Soacha. 1997-2010.
Capítulo 4. Derechos de la infancia
325
Para la ley 1448 de 2011, los niños y niñas en situación de desplazamiento pueden
estar amparados bajo el artículo 3 a propósito de la definición de Victimas como
“aquellas personas que hayan sufrido un daño al prevenir la victimización”, así mismo
la Ley contempla en el artículo 181 “el goce de todos los derechos civiles, políticos,
sociales, económicos, culturales con el carácter preferente y adicionalmente tendrán
derecho a la verdad, justicia y reparación integral”.
En este sentido, se celebra positivamente la Ley y se confirma como una apertura para
la restitución y restablecimiento de los derechos. Sin embargo, la mirada crítica y ne-
cesaria en un Estado democrático, de algunas organizaciones de víctimas al respecto
de los límites que la Ley puede tener referida a su finalidad y aplicación, han generado
cuestionamientos importantes, como por ejemplo: ¿Qué verdad, justicia y reparación
permitirá un conflicto latente y vigente?, ¿Qué reparación puede ofrecer la actual ley
de Víctimas al daño causado a las víctimas por agentes del Estado, si de antemano
en el artículo 9 de la misma declara que “el hecho de que el Estado reconozca la
calidad de víctima…no podrá ser tenido en cuenta por ninguna autoridad judicial
o disciplinaria como prueba de la responsabilidad del Estado o de sus agentes”? en
ese sentido ¿Quiénes son considerados víctimas?6. Dichos cuestionamientos pueden
ser pertinentes para reflexionar a profundidad un estudio de los límites de la Ley al
respecto del capítulo VII, segmento especial a propósito de la protección integral a los
niños, niñas y adolescentes víctimas.
6 Preguntas que se presentaron en las ponencias de Ana Deida Secue Rivera, Representante de la Asociación de Cabildos
Indígenas del Norte del Cauca, ACIN. Gloria Elcy Ramírez, Salón del Nunca más, Granada –Antioquia, Martha Ruíz, perio-
dista. Coloquio Internacional “Representar y recordar el Daño”. Universidad del Rosario, 8 y 9 de Septiembre de 2011.
PARTE IV - LA COTIDIANIDAD DE LA MEMORIA: EXPERIENCIAS DESDE LAS ORGANIZACIONES SOCIALES
326
Me acuerdo también que una vez mi papá y mi tío mataron a una anaconda larga como este
salón. Lo bonito del Llano es que todo es plano. A los 5 años llegue a Bateas y dure dos años
en Bateas y después me fui para Silvania, duré 4 años y después nos vinimos a Villanueva.
Las semillas que me gustan más son el frijol, el maíz, la arveja.
Ejercicio de escritura para contar la Vida. 2010
Los niños y niñas que participan en esta investigación son víctimas del conflicto y del
desplazamiento, pero no por esta situación dejan de reconocer en diversos grados sus
exigencias y necesidades ante el discurso político. La mayor parte puede agenciar de
manera creativa algunos elementos del daño alrededor de la expresión comunicativa
y artística, así como de actos simbólicos como rituales que surgen de orientaciones
tanto de las raíces ancestrales latinoamericanas como de aprendizajes psicológicos
occidentales y que gracias al intercambio de saberes con otras comunidades y ex-
periencias de la Red Colombiana de Actoría Social Juvenil y de la Infancia, logran
re-construir parte de sus identidades en nuevos territorios, re-significando consigo
eventos de la cotidianidad más esperanzadores. En este sentido los niños, niñas y
jóvenes de las comunidades campesinas e indígenas están aportando “otras” formas
de entender simbólicamente el daño, la memoria, la armonía y un proyecto de nación
a través de nuevos dispositivos como el Encuentro y la palabra.
Así mismo, parte de los niños y niñas habitantes de estos territorios, retornan y ape-
lan a sus conocimientos campesinos e indígenas potenciados también desde nuevos
enfoques latinoamericanos como el paradigma del Sumak Kawsay o buen vivir pro-
movidos por organizaciones de la sociedad civil que se mantienen en estos territo-
rios, logrando generar “otros” procesos que dialogan en parte con la propuesta de la
política pública asumiendo “otra” forma de enfrentar la actual crisis de los derechos
de la infancia y la propuesta del Desarrollo Humano Integral en contextos de alta
vulnerabilidad. Es decir, dichos procesos de recuperación identitaria y alternativas en
los discursos para entender “otras” ciudadanías y formas de emancipación infantil
que seguramente estarán en el campo de la sociología de las ausencias propuesta
por Boaventura de Souza (2008). Esta población puede estar configurando agencia-
mientos en donde la víctima pasiva del conflicto, la pobreza, la estigmatización social
y la estructura de la impunidad pueden llegar a ser un actor social que construye con
otros, independientemente de su edad o rol socialmente designado.
Es así como estas infancias logran jugar con las identidades que les endilgan o procla-
man para sí y como lo señala Manfred Liebel (2000) se configuran en los mejores “ma-
labaristas del siglo XXI”pues de manera estratégica logran sobrevivir entre las leyes
que les posibilita o les limita (trabajo infantil), son capaces de enfrentar una sociedad
fragmentada que en pocas ocasiones les reconoce como pares en la construcción de
nación, así como de reconocerles las capacidades a su medida como actores sociales,
con habilidades y saberes que bien desarrollados a través de procesos pedagógicos
adecuados pueden potenciar su participación y acción como uno más en el colectivo
social al que pertenecen.
Capítulo 4. Derechos de la infancia
327
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Capítulo 5
Introducción
Este artículo aborda como temática central la memoria y las dimensiones sobre las
cuales recae su potencial educativo, para ser abordada con los jóvenes desmoviliza-
dos en su proceso de incorporación a la vida civil, con miras a aportar en la construc-
ción de condiciones de justicia y de dignidad, que les permitan sentir que su vida es
una vida digna de ser vivida.
1 Este artículo se deriva de la investigación doctoral en curso “Configuración de las subjetividades de los jóvenes desmovi-
lizados en tránsito a la vida civil”.
Capítulo 5. La memoria y su potencial educativo en los procesos de reintegración a la vida civil
329
que por diferentes caminos convergen en la justicia. En la segunda parte, doy una
mirada a la incorporación a la vida civil de los jóvenes desmovilizados desde el ámbito
educativo, a la luz de la alteridad y los trabajos de la memoria.
Iniciemos esta reflexión partiendo por considerar a la memoria como un proceso so-
cial y colectivo, relacionado con recuerdos y olvidos de experiencias pasadas, que
evocamos en el presente, resignificándolas y otorgándoles nuevos sentidos. Pregun-
tar por la memoria no es solo preguntarnos por el pasado, es también preguntarnos
cómo se vivieron esas experiencias y los sentimientos que las atravesaron, experien-
cias que muchas veces significaron una ruptura en la subjetividad y al rememorarlas,
los sujetos pueden dar cuenta de sus sentimientos y de sus formas de interpretar lo
sucedido, actualizándolas en el presente.
Desde una mirada de la alteridad, la memoria es una instancia que nos remite al otro,
por lo tanto, decir memoria es convocar la intersubjetividad. Para Joan Carles Mélich
(2002), “la memoria es un movimiento temporal, hacia el pasado y hacia el futuro,
hacia mi pasado y mi futuro, y también hacia el pasado y el futuro de otro” (p. 91).
Mélich en su obra “Filosofía de la finitud” (2002), nos muestra una concepción espe-
ranzadora a propósito de la memoria: “la memoria nos dice que no hay nada definitivo
en la vida humana, que las cosas no son como son, sino como las vemos y las inter-
pretamos, y sobre todo, que las cosas pueden ser de maneras diferentes” (Mélich,
2002, p. 97). Y precisamente, como no hay nada definitivo en la vida, a través de la
memoria encontramos esa posibilidad de ser diferentes, como también, el deseo de
un futuro mejor y más justo.
PARTE IV - LA COTIDIANIDAD DE LA MEMORIA: EXPERIENCIAS DESDE LAS ORGANIZACIONES SOCIALES
330
Por otro lado, nuestra memoria no se basa en la historia aprendida, sino en la his-
toria vivida; entonces hablar de memoria, también es reconocer su relación con las
experiencias tanto individual, como colectivas del sujeto, a través de las cuales se
desarrollan diferentes grados de conciencia que aportan a la construcción de la iden-
tidad, configurando así, el yo social en el escenario intersubjetivo de la realidad. Al
respecto, Darío Betancourt (2004), nos dice que la memoria individual, la colectiva y
la histórica se construyen a partir de dos tipos de experiencia: la experiencia vivida y
la experiencia percibida.
Esta relación establecida por Betancourt entre la experiencia y los tres tipos de me-
moria- la individual, la colectiva y la histórica- nos aporta elementos valiosos a la
hora de pensar los trabajos de la memoria con los jóvenes desmovilizados, pues nos
está indicando que en la memoria no solo intervienen el sujeto y su experiencia, sino
también, su subjetividad, sus grados de conciencia y los diferentes tipos de identidad
que se generan en el encuentro intersubjetivo.
Asimismo, como recurso moral, ético y político, la memoria tiene una doble función:
en primer lugar busca que la historia no se repita, y en segundo lugar, opera como un
acto de justicia que busca resarcir a las víctimas, para comprender el pasado de dolor
que se vivió y evitar que el orden social y político que lo generó, continúe. De ahí la
importancia de recuperar las memorias y evitar caer en el silencio y el olvido.
Pensar en la ética es pensarla desde y con el individuo, desde sus experiencias coti-
dianas, sus experiencias límites, desde su dolor, pues la ética es una narración de la
historia de los seres humanos, una historia que comienza con la experiencia y conti-
núa con la experiencia, y nace allí en medio del dolor y del sufrimiento humano, más
no en la razón dogmática y afirmativa, sino en la razón negativa.
Frente al imperativo categórico de Theodor Adorno, que en pocas palabras reza “hay
que recordar para que la historia no se repita” o “el que olvida la historia está conde-
nado a repetirla”, Reyes Mate (2006) señala que no se trata de recordar a Auschwitz
para que la historia no se repita, sino que Adorno pone como condición, “reorientar
el pensamiento y la acción, de tal forma que el pasado no se repita” (p. 47), constitu-
yéndose en una invitación para crear una cultura de la memoria, teniendo en cuenta
que lo sucedido en Auschwitz como barbarie extrema y como responsabilidad moral,
PARTE IV - LA COTIDIANIDAD DE LA MEMORIA: EXPERIENCIAS DESDE LAS ORGANIZACIONES SOCIALES
332
Ahora bien, reconocer lo olvidado como parte del presente, en este caso a las vícti-
mas, es reconocer la actualidad de las injusticias causadas, y son precisamente esas
injusticias, nuestra deuda y responsabilidad actual. Pero Adorno va más allá y nos
dice que la memoria es algo más que un deber moral, es un componente central del
conocimiento y la acción.
De esta manera, Adorno propone una razón negativa que se nutra de la experiencia
humana, en especial de las experiencias de injusticia que nos ha dejado el progreso y
la barbarie, pues sabemos más de la injusticia y del mal, que podemos construir una
filosofía a partir de ellos, para no repetir la historia.
Pero, ¿en qué consiste una respuesta ética a la realidad? Para responder a este in-
terrogante, Tafalla (2003) identifica tres conceptos fundamentales en la propuesta
ética de Adorno: “en primer lugar, la razón frente a la realidad ha de ser negativa, no
sólo en cuanto al rechazo y denuncia del sufrimiento, sino en cuanto a que podemos
construir conocimiento a partir de las experiencias negativas y de injusticia. Pero la
actitud requerida no es la mera crítica intelectual distanciada, sino la del cuerpo que
se estremece ante el dolor ajeno y se siente afectado por lo que sucede a otros, es de-
cir, una respuesta mimética” (p. 135); no obstante, estas dos repuestas pueden llevar
al sujeto al pesimismo y la impotencia, por lo que Adorno acude a un tercer concepto
Capítulo 5. La memoria y su potencial educativo en los procesos de reintegración a la vida civil
333
En consecuencia y de acuerdo con Delgado: “una razón negativa y crítica debe mover-
se y plantearse como una forma de respuesta, como una forma de denuncia a las ex-
periencias de lo inhumano, de la barbarie, de la violencia…para lo cual, el trabajo de
la memoria y el recuerdo de las injusticias vividas, es una condición de posibilidad de
justicia futura y de alcanzar mayores niveles de libertad y solidaridad” (2009, p. 231).
De otro lado, nos dice Tafalla, la filosofía de la memoria adorniana considera simul-
táneamente a la ética, la estética y la historia: “el individuo tiene una tarea frente a
la historia, nos dice el Imperativo Categórico, y ése es el lugar de la ética. Una ética
en la que Adorno cree como cree en la educación para el futuro. Porque la memoria
no es mero almacenamiento de datos, sino un conocimiento crítico del pasado que lo
devuelve a la vida para abrir desde él, un futuro más justo; es una fuerza transforma-
dora de la realidad” (2003, p. 141).
Para evitar la repetición del mal, el Imperativo Categórico nos exhorta a resistir la
frialdad reinante y practicar una solidaridad mimética que se extienda en el tiempo,
para que la historia no se detenga frente al olvido del progreso. Y en esa solidaridad
mimética son centrales la memoria y la narración de historias, puesto que “solo la
memoria puede dar un sentido a la existencia, y solo la narración de las historias les
concede el sentido que en la realidad no existe” (Tafalla, 2003, p, 150). Si el recuerdo
del propio dolor se encuentra con la historia de otros dolores, no solo surge la solida-
ridad, sino que ganamos una mayor comprensión frente a las injusticias, y una base
más solida para un futuro sin ellas.
Este tipo de memoria hace alusión también al nivel ético-político del que nos habla Ri-
coeur, que en otras palabras es el deber de la memoria. En palabras de Ricoeur (2006),
decir “tú te acordarás”, es decir también, “no te olvidarás”. La justicia al extraer de
los recuerdos traumatizantes su valor ejemplar, transforma la memoria en proyecto, y
es este proyecto de justicia el que otorga al deber de la memoria la forma de un futuro
y de un imperativo, donde ese deber de memoria se proyecta en el punto de unión
entre el trabajo del duelo y el trabajo de la memoria. Este nivel que hace alusión a la
educación de la memoria con un horizonte ético-político -donde es necesario llevar
a cabo procesos de elaboración de sentidos del pasado, de modificaciones en los
marcos interpretativos para la comprensión de las experiencias vividas, de su relación
con el presente y de construcción de un horizonte de expectativas futuras- emerge
con gran potencia para el estudio con las y los jóvenes desvinculados, pues precisa
de un trabajo de resignificación y de orientación ético-política en el contexto de la
reintegración a la vida civil, bajo la premisa de que el presente contiene y construye
la experiencia pasada y las expectativas a futuro4.
2 En la memoria literal las búsquedas y el trabajo de memoria como tal, solamente sirven para identificar a las personas que
tuvieron que ver con el sufrimiento, los detalles de lo sucedido, comprender causas y consecuencias, pero no para orientar
la vida futura.
3 En la memoria ejemplar, nos dice Todorov (2000, p. 31), que la operación es doble: por una parte neutralizamos el dolor
causado por el recuerdo, controlándolo y marginándolo, y por otra parte, “cuando nuestra conducta deje de ser privada y
entra en la esfera pública, abro ese recuerdo a la analogía y a la generalización, construyo un exemplum y extraigo una
lección. El pasado se convierte por tanto, en principio de acción para el presente”.
4 Vale la pena tener en cuenta que estamos hablando de procesos de significación y resignificación subjetivos, donde los su-
jetos, según Jelin (2002), se mueven entre futuros pasados, futuros perdidos y pasados que no pasan, y que estos sentidos
se construyen y cambian en relación y dialogo con otros, con los cuales pueden compartir y confrontar sus experiencias y
expectativas de manera individual y grupal.
Capítulo 5. La memoria y su potencial educativo en los procesos de reintegración a la vida civil
335
Existe una estrecha relación entre memoria y narración desde una perspectiva comu-
nicativa. La narrativa permite evocar el potencial emocional, cognitivo y de actuación
de los sujetos, y a su vez hacer una triple integración temporal del pasado, presente y
futuro, llevándonos a la configuración de un tercer tiempo, un tiempo que es a la vez
narrado y tiempo subjetivo. No es el tiempo cronológico, es la percepción subjetiva del
tiempo, percepción que está determinada por las vivencias y experiencias del sujeto.
Ricoeur (2000), nos dice que la narrativa es la capacidad que tenemos de actualizar la
realidad, combinando elementos dispersos en el tiempo y el espacio, dentro de una
unidad integrada. En esta reflexión sobre temporalidad y experiencia, Ricoeur nos
remite a un pasado que ha dejado huellas, pero también a una anticipación hacia lo
impredecible; es digamos, un vaivén entre el tiempo de la narración, el tiempo de la
vida y la propia experiencia.
Desde el punto de vista de una filosofía de la finitud: “aprender a hacer memoria pasa
hoy, ineludiblemente, por recuperar los lenguajes olvidados, es decir, la palabra o las
palabras humanas, unas palabras situadas en el tiempo y el espacio, en la contingen-
cia, en la fragilidad y en la vulnerabilidad” (Mélich, 2002, p.103). Por tanto, se trata de
acoger al otro ausente, para mantener vivo su recuerdo y actualizar su recuerdo: “En
la palabra humana surge una posibilidad de ser otro, de ser diferente y también una
inevitabilidad: ser para el otro, ante el otro, responsable del otro” (Mélich, 2002, p.17).
Ahora bien, como hemos visto hasta el momento, las dimensiones de la memoria
tienen como propósito restaurar la justicia. Partamos por considerar que la justicia
PARTE IV - LA COTIDIANIDAD DE LA MEMORIA: EXPERIENCIAS DESDE LAS ORGANIZACIONES SOCIALES
336
Por tanto, el papel de la memoria es permitirnos ver el mundo con los ojos de las
víctimas, y a través de una justicia anamnética, recuperar su dignidad y rescatar las
vidas frustradas o de las historias olvidadas, como respuesta a la demanda de sus
derechos.
De otra parte, la memoria como justicia lleva implícita una noción de responsabili-
dad, pues la justicia es también un asunto de responsabilidad ante la experiencia de
la injusticia del sufrimiento, lo que lleva al hombre a hacerse responsable del daño
causado, aunque no lo haya ocasionado directamente él, pero es causado por él y eso
no nos puede ser ajeno5.
Pero como la memoria es frágil y tendemos al olvido, se hace necesario crear una
cultura de la memoria, donde cumpla su función vital como restauradora de la jus-
ticia, pues “solo el recuerdo de los vivos puede hacer entender que allí se cometió
una injusticia que sigue clamando por lo suyo” (Mate, 2006, p. 59), de manera tal que
comprendamos que el pasado forma parte de nuestra realidad presente.
5 Bien dice Etty Hillesum, joven judía asesinada en Auschwitz a los 29 años de edad: solo nosotros podemos salvarnos, si
salvamos lo mejor que hay en nosotros. En: El corazón pensante de los barracones. Cartas. Barcelona: Anthropos. Citado
por Reyes Mate (2005, p. 68). Contra lo políticamente correcto. Buenos Aires: Altamira.
Capítulo 5. La memoria y su potencial educativo en los procesos de reintegración a la vida civil
337
La memoria del horror, de las situaciones de injusticia vividas por nuestros semejan-
tes, donde los principios éticos y morales que nos han guiado se han resquebrajado,
nos permite volver a pensarla desde la destrucción de una identidad que ahora debe
fundarse en la alteridad y en una cultura de la memoria ejemplar y moral, que impli-
que re-pensar la idea de justicia desde una perspectiva compasiva que nos cuestione
en nuestra responsabilidad con el otro ausente. No olvidemos que la educación tam-
bién es ruptura, crítica y renovación ante el quiebre de los límites, y que la memoria
juega un papel importante en los procesos educativos, pues a través de ella formamos
nuestra subjetividad frente a los acontecimientos del pasado, acontecimientos sobre
los cuales debemos adoptar una actitud de responsabilidad.
Esto nos lleva necesariamente a dejar abierto un lugar, un espacio y un tiempo para
que ellos hablen por sí mismos, nos narren sus historias, vuelvan a narrarlas, invitar-
los a indagar hasta sus últimas consecuencias el sentido de sus experiencias y apren-
dan a mirar el mundo, ese mundo centrado en la soledad del yo y desde la otra orilla.
Bárcena y Mélich (2003), con base en los principios de una filosofía de la alteridad,
PARTE IV - LA COTIDIANIDAD DE LA MEMORIA: EXPERIENCIAS DESDE LAS ORGANIZACIONES SOCIALES
338
sobre este particular quiero resaltar el llamado de Gonzalo Sánchez (2009), quien
nos advierte que al trabajar la memoria debemos ir más allá de sus contenidos y
detenernos en los modos mediante los cuales los individuos y los grupos construyen
e incorporan sus recuerdos, conservan ciertas memorias y organizan sus experiencias
individual y colectiva.
Al bordear la subjetividad de los jóvenes, creo que vale la pena tomar como punto
de partida los tres ejes que Jelin (2002) considera necesarios al trabajar la memoria:
quién es ese sujeto; qué recuerda y qué olvida; y cómo y cuándo recuerda y olvida, lo
que nos exige prestar mucha atención a las formas de narrarse, de recordar, lo que
se recuerda según el género, la edad, la región de procedencia y la diversidad sexual,
entre otros (Sánchez, 2009).
En una educación que nos mueva a reconocer al otro en sus sentimientos, deseos,
angustias, temores y necesidades, son de vital importancia dos aspectos: aprender a
escuchar a través de una alteridad en diálogo para poder estar atentos a los procesos
subjetivos de quien narra (Jelin, 2006), y aprender a reconocer las emociones y los
PARTE IV - LA COTIDIANIDAD DE LA MEMORIA: EXPERIENCIAS DESDE LAS ORGANIZACIONES SOCIALES
340
Ante estas circunstancias, ¿cómo desarrollar una memoria ejemplar (Todorov, 2000)?
En términos pedagógicos y didácticos es posible afirmar que se trata de un trabajo
que consta de dos fases: en la primera, tenemos que neutralizar el dolor y el sufri-
miento que provoca el recuerdo, y luego, en la segunda, abrimos ese recuerdo a la
analogía y la generalización, de manera tal que se constituya en un exemplum para
extraer de allí una lección. De esta manera, logramos disminuir la ira y la indignación
en ellos, trascendiendo el suceso recordado para generalizarlo a través de lecciones
aprendidas que les sirvan para el futuro.
En términos de restituir la dignidad de los jóvenes, considero que esta es una de las
dimensiones que cobra mayor valía, pues la memoria como restauradora de justicia
debe propender por la elaboración de sentidos del pasado y la modificación de los
marcos de comprensión en relación con el presente, para poder construir expectativas
de futuro que los lleven a vivir una vida digna.
Esto implica también una afectación del pensamiento y la acción, no solo por parte de
los jóvenes desmovilizados, sino también de las comunidades receptoras, para que
de esta manera y en un plazo cercano, se cree una cultura de la memoria, que como
en el caso argentino, nos atraviese a todos y así la historia de violencia colombiana
no se siga repitiendo.
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Parte V
MEMORIA Y PRÁCTICAS
COMUNICATIVAS
Capítulo 1
Introducción
El objetivo de este texto es elaborar una aproximación crítica de la articulación y
empatía entre las prácticas comunicativas -justificadoras y moralizantes- del para-
militarismo y las construidas por la sociedad colombiana, como parte no única, pero
sí fundamental de las dificultades que ha implicado la construcción de procesos de
memoria histórica en Colombia.
1 Estas reflexiones hacen parte del proceso de investigación realizado por los autores en la tesis de grado para optar al título
de Comunicadores Sociales y Periodistas de la Universidad Central.
PARTE V - MEMORIA Y PRÁCTICAS COMUNICATIVAS
348
Entonces, ¿Cuáles son las condiciones que favorecieron que un proceso ilegal tomara
tanta fuerza e, incluso, fuera el punto de partida para construir nuevos símbolos y
significados sobre lo legítimo y lo ilegítimo, sobre lo que se debe recordar y olvidar?
Para entenderlo habrá que reconocer, en primera medida, que las prácticas organi-
zacionales del fenómeno paramilitar no están inscritas exclusivamente en el campo
coercitivo, sino que se extienden a formas de comunicación social, lugar donde la
memoria adquiere el cuerpo de una narrativa-y una forma particular de expresión.
Por esa razón las prácticas comunicativas y la delimitación del paramilitarismo como
un actor discursivo, serán fundamentales para entender los avances y retrocesos de
la memoria histórica en Colombia. Más allá de llegar a una demostración– lo que
se busca es la caracterización del paramilitarismo como un actor que construye es-
trategias comunicativas que le permiten ir ganando legitimidad social, no siempre
reflejada en una aceptación explícita de su expresión armada, sino muchas veces ma-
nifestada con el silencio y la aprobación tácita a su forma de interpretar los conflictos
del país.Esta ruta de trabajo conlleva a preguntarse:
¿En qué medida esta articulación influyó en una particular forma de de-
terminar que se debe recordar y olvidar en el momento de dar cuenta de
PARTE V - MEMORIA Y PRÁCTICAS COMUNICATIVAS
350
los hechos históricos que han marcado el rumbo político, social, económico y
cultural de nuestro país?
Esta investigación se aleja de idea del lenguaje como un instrumento que im-
pone realidades. Por el contrario, se plantea cómo las acciones cotidianas y las
dinámicas socioculturales, son las que construyen el discurso y van dotando a la
práctica comunicativa de elementos propicios para el anclaje en la esfera social.
Para el desarrollo de esta ruta de trabajo, la primera parte, define de manera básica
-según el diccionario de la Real Academia Española de la Lengua (RAE)- lo que se
entiende por práctica, justificación y moralización.
Aunque hacer teoría implica la ejecución de una acción y de una práctica de lectura,
la RAE remite la práctica a ejercicios visibles y de experimentación (práctica es el
contraste experimental de una teoría) o como lo señala Pierce: “Toda la función del
pensamiento es producir hábitos de acción” (Pierce, 1878, citado en Ferrater, 1944,
p. 340).
La justificación es una estrategia discursiva que se utiliza para explicar las acciones,
atribuyéndoles causas morales, políticas, religiosas, culturales, económicas, familia-
res, éticas, ambientales, etc. No en vano, la RAE atribuye la acción o efecto de justifi-
car a “una conformidad con lo justo o probanza que se hace de la inocencia o bondad,
de un acto o de una cosa - prueba convincente”.
Weston va más allá y ubica la justificación como un recurso para la buena argu-
mentación, la cual puede ser retórica, pero no necesariamente, pues muchas veces
PARTE V - MEMORIA Y PRÁCTICAS COMUNICATIVAS
352
En su trabajo sobre violencia en la televisión, Quiñones (2009) analiza cómo los acto-
res que encarnaron la violencia en distintas épocas de la década de los 90´s tenían
un hilo conductor. Éste era la repetición constante y excesiva de la palabra porque
para reflexionar sobre sus acciones. En la serie Cuando quiero llorar no lloro (Los
Victorinos), por ejemplo, para Victorino Umaña (clase alta) la atribución de la violencia
se explicaba porque sus padres no le prestaban atención; Victorino Perdomo (clase
media) justificaba la violencia porque había necesidad de cambiar las condiciones
materiales de la sociedad y Victorino Moya (clase baja) asumía su carácter violento
porque la pobreza no le había brindado oportunidades.
Por esa razón, comprender una justificación, habla mucho del emisor y de los recursos
que utiliza para inyectarle a la acción dramatismo y excepcionalidad (entendida como
la única decisión posible), pero habla también del papel del receptor en el proceso de
asimilación y aprobación de los argumentos para aprobar o rechazar una valoración
sobre algún hecho social, situación que genera la pregunta de cómo los paramilitares
justifican sus acciones y cuáles recursos discursivos han utilizado para moralizar sus
acciones.
Moralización y crisis
Antes de abordar lo que se puede entender por moralidad, es preciso entender las
motivaciones que generan la dinámica de asignar adjetivos a objetos y personas, en
especial, en circunstancias políticas que exigen la producción de códigos de comuni-
cación. En Colombia no ha de sorprender que los paramilitares pensaran “refundar la
Patria”, basados en las categorías cristianas–morales de lo permitido y lo prohibido,
de buenos y malos, de patriotas y apátridas, situación no muy lejana de algunos go-
bernantes que exhortan a refundar los valores, y otra serie de calificativos que llevan
a la toma de decisiones de carácter excepcional ante la amenaza de las crisis, donde
el lema es “o yo o el caos” (Rodríguez, 1999, p. 78).
“hay que refundar a Colombia”, lo que hace que pensar que el problema no está en la
ingenuidad del adjetivo, sino en el sujeto que la predica.
Se ha vuelto costumbre que el mundo esté en crisis: la crisis del dólar, la crisis de
valores, la crisis de la educación, la crisis de la juventud, etc. Más que un problema,
esta constante sensación de incertidumbre implica, según Morin, una potencia de
creatividad, recursividad y decisión (etimológicamente Krisis significa decisión). Sin
embargo, existen limitaciones para pensar la Krisis como momento de decisión, pues,
explica Morin (1995):
En el caso de los paramilitares, nunca han sido un factor central para la formulación
de las “crisis”, pero se han tomado la atribución de nombrar las crisis del país; en un
primer momento, atribuyendo la acción guerrillera como el motor de su lucha; luego
estigmatizando y eliminando de manera física y simbólica una alternativa política
como la Unión Patriótica (UP) ; seguido de una resistencia a los cambios emprendidos
con la Constitución de 1991; más tarde saboteando los diálogos de paz del Caguán
(aunque el gobierno Pastrana y las FARC tienen una buena cuota de responsabilidad);
lo que les llevó a capitalizar la desazón de la sociedad colombiana por las FARC, para
decir que emprendían un proceso de desmovilización porque había un gobierno que
había eliminado la crisis de la amenaza subversiva; y ahora poniendo al país en jaque
con las incertidumbres del proceso de desmovilización y su mimetización en las ahora
llamadas Bandas Criminales (BACRIM).
PARTE V - MEMORIA Y PRÁCTICAS COMUNICATIVAS
354
No se puede negar que a partir de 2002, el Estado tuvo éxito en recuperar el control
del territorio y obtener el consenso social de atribuir a las FARC como la causa de los
problemas del país. Sin embargo, esta situación fue aprovechada por las AUC para
engranar su lucha en el conjunto social e influir en los procesos de construcción-
indiferente y fragmentada de memoria histórica. Como lo señala Orozco (2006):
La base poblacional de la democracia colombiana son sobre todo las capas me-
dias y altas de las grandes ciudades. Bajo esa premisa, acaso resulta razonable
pensar que mientras la identificación de esos grupos sociales con las víctimas
del secuestro—delito atribuido a las guerrillas como marca de fábrica—es muy
alta, su identificación con las víctimas de las masacres, los desplazamientos
y demás crímenes perpetrados por los paramilitares es, en cambio, compara-
tivamente, muy baja. Al fin y al cabo, la distancia geográfica, social, cultural
y hasta étnica y racial de los grupos que sostienen la democracia frente a los
grupos mayoritariamente campesinos marginales y periféricos que han sufrido
la barbarie paramilitar ha sido y sigue siendo enorme, a pesar de haber pasado
de una fase de conquista a una fase colonial de su dominación sociopolítica de
algunas regiones. Bajo esta premisa, no es de extrañar que la democracia co-
lombiana presente una cierta disposición a tratar con alguna benevolencia a los
paramilitares en el contexto de las negociaciones que los mismos adelantan en
la actualidad con el gobierno nacional. No está por demás recordar, en tal sen-
tido, una encuesta reciente y cuyos resultados decían que un 40 por ciento de
los entrevistados estaba de acuerdo con que se les ofreciera impunidad. (p.196)
Orozco acierta al asegurar que unos problemas han sido atendidos con más vehemen-
cia que otros y que los paramilitares consolidaron una justificación-moralizante de sus
acciones, traducida en extradiciones y juzgamientos, pero con pocas repercusiones en
las formas de vida y lenguaje que establecieron en las regiones donde influyeron. De
esta manera, se sostiene en la sociedad colombiana la preponderancia de unos males
y la reafirmación de, como diría Ungar (2008, Mayo 28), de un talante “anti–liberal de
los colombianos”, reflejado en la elevación de una figura autoritaria para conducir un
modelo pacificador de la sociedad.
Se tiene la impresión de que primero está el lenguaje (con palabras que tienen
un significado y enunciados capaces de ser verdaderos o falsos), y que luego,
Capítulo 1. La memoria en sus justas proporciones. A propósito del paradiscurso en la justificación y moralización del paramilitarismo en Colombia
355
Un lenguaje (no sólo verbal) que tiene un papel activo en la interacción social, lleva
a Austin a plantear la teoría de la performatividad, al considerar que el decir algo es
hacer algo, y por ende el lenguaje siempre indicará una acción (describir) que se cum-
ple (realizar). Austin es audaz en defender que la construcción de realidad no significa
que el lenguaje ordene una acción que es ciegamente obedecida. Lo que explica es
que el hecho de enunciar implica un compromiso de la acción por parte del enun-
ciador, por lo cual los performativos carecen de valor lógico al ser planteados como
falsos o verdaderos (Peña, Lozano y Abril, 1986, pp. 177-179). Así lo ejemplificaría
esta carta de las AUC dirigida a la opinión pública:
2 Gran Encuesta sobre parapolítica. En Revista Semana, Ed. 1305, 2007. La Revista Semana opina sobre la encuesta “Los resulta-
dos son sorprendentes. Ni el paramilitarismo ni la para-política han generado una gran preocupación entre los ciudadanos de las
ciudades investigadas. Se aprecia también un grupo, cercano al 25 por ciento, que tiene una evidente inclinación pro-paramilitar.
O que, al menos, tiene una sorprendente tolerancia frente a ese fenómeno delictivo. Como si se considerara que frente a las atro-
cidades de la guerrilla no hay que ser muy riguroso con los desmanes que cometieron quienes la atacaron. O como si se quisiera
evitar a toda costa que el destape de la para-política dañe el buen curso que lleva el país o la popularidad del presidente Álvaro
Uribe.” El comunicado de las autodefensas fue publicado en distintos medios de comunicación el día 28 de mayo de 2007
PARTE V - MEMORIA Y PRÁCTICAS COMUNICATIVAS
356
Si se habla del segundo y tercer tipo de performativos, es decir, los compromisos y las
fórmulas, se encuentra un sistema social que junto a las reglas de juego (privativas)
Capítulo 1. La memoria en sus justas proporciones. A propósito del paradiscurso en la justificación y moralización del paramilitarismo en Colombia
357
impuestas por los paramilitares crearon pautas cooperativas que intentaron convivir
entre el espíritu legal de las instituciones estatales. Sin embargo, pueden existir críti-
cas porque, siguiendo a Austin, los paramilitares no todo lo que decían lo cumplieron,
lo que se ajustaría a un performativo que no se cumple por falta de sinceridad o
una promesa no cumplida. Dicho presupuesto se aplicaría en el caso del proceso de
desmovilización. Los líderes paramilitares y el gobierno dicen que la desmovilización
ya culminó y que se acabaron las acciones armadas. Con el lenguaje no han logrado
construir ninguna realidad, pues es claro que las acciones armadas continúan y que el
conflicto ha degradado en expresiones más criminales y en un proceso fragmentado e
insuficiente de recuperación de la memoria y lucha contra el olvido.
Incluso puede ser que la sociedad no diga nada, lo cual conduce a la errónea conclu-
sión de que la gente no tiene el poder del lenguaje para descifrar una acción. Lozano,
Peña y Abril (1986) denominan esta situación el hacer de lo no dicho o las presupo-
siciones (pp. 207-220), es decir, aquellas reglas lingüísticas que sin estar explícitas
todos los días, hacen que la acción instituya formas de comportamiento como saludar,
despedirse, pedir un favor, etc. Esta opción de no – decisión (Bachrach y Baratz, citado
en Múnera, 1997, p. 60) es también una acción en la que circula lo que todo el mundo
sabe, pero calla, aquello que no necesita del lenguaje verbal para mantener el orden
de las cosas.
Los paramilitares han utilizado con éxito este hacer de lo no dicho, cultivando un
sistema de reglas en el que todos sabían (y saben) cómo deben comportarse. Es por
eso que la desmovilización es un paso importante, pero no definitivo, pues algunos
cuerpos combatientes deciden dejar las armas, pero esto no es causa directa para
que las prácticas y discursos construidos por los paramilitares durante más de tres
décadas, no sean cooptados o simplemente reproducidos por otros grupos sociales
que terminaran por aceptar que no existe otro tipo de orden social distinto al que
están acostumbrados.
Acto Locutivo
El principio de todo acto comunicativo es decir algo. Incluso al no decir algo, se dice
algo (ya sabes lo que tienes que hacer, no tengo que repetírtelo). El acto locutivo tiene
la función de decir ese algo y buscar los medios para expresarlo. Veamos el ejemplo
con el comunicado de las AUC, después de la encuesta sobre parapolítica publicada
por la revista semana:
PARTE V - MEMORIA Y PRÁCTICAS COMUNICATIVAS
358
Acto Ilocutivo
Acto Perlocutivo
Este acto refiere a los efectos que produce la puesta en marcha de una acción, lo
que a su vez genera la producción de otras acciones, actitudes y comportamientos.
La novedad y potencialidad de este acto radica en el hecho de que el efecto perlocu-
torio tiene un papel activo del receptor, quien no solo recibe el mensaje, sino que lo
transforma, lo asume, lo cuestiona o simplemente lo deja por fuera de su interacción
cotidiana al no ser sincero o no ajustado a la realidad. Por eso Lozano, Peña y Abril
(1986) concluyen que:
M En el receptor el efecto
En los emisores del O perlocucionario se ubica
Comunicado el efecto R en el sentido de creer
perlocucionario intenta que las acciones de los
con las acciones agradecer, A
paramilitares no son
legitimar y rechazar… L justificadas,
I pero comparativamente
reafirmar el apoyo social
a sus justificaciones Z sus acciones son menos
represivas y discursivas A reprochables que las
R de la guerrilla
emisor todo el peso del acto comunicativo, siendo el mensaje, sus contextos y canales
de difusión, simples mecanismos instrumentales que se deben limitar a un receptor
que se supone racional o sin tener otra alternativa que recibir el mensaje y adaptarlo
a su realidad. Dicho planteamiento contradice las posturas de Berger y Luckmann
(1999), quienes sostenían:
La acumulación es, por supuesto, selectiva, ya que por los campos semánticos
determinan qué habrá que retener y qué habrá que `olvidar´de la experiencia
total tanto del individuo como de la sociedad. En virtud de esta acumulación
se forma un acopio social de conocimiento, que se transmite de generación en
generación y está al alcance del individuo en la vida cotidiana… Mi interacción
con los otros en la vida cotidiana resulta, pues, afectada constantemente por
nuestra participación común en este acopio social de conocimiento que está a
nuestro alcance. (p. 60)
Los mass media son un actor influyente en la vida cotidiana de los individuos, pero no
actúan como árbitros autoritarios para ordenar lo que debe o no debe hacerse. Esto
simplemente, porque los seres humanos son agentes de comunicación que a través de
sus formas de vivir y pensar también realizan sus propios procesos de internalización
de la realidad y de acuerdo a las experiencias de su vida cotidiana. En otras palabras:
Capítulo 1. La memoria en sus justas proporciones. A propósito del paradiscurso en la justificación y moralización del paramilitarismo en Colombia
361
En los últimos años los medios han publicado (con todo y los intereses que manejen)
los desfases del fenómeno paramilitar y sus cómplices. Como evidencia de que los
medios ni el lenguaje construyen realidad, la publicación (en cantidad relevante, en
calidad aceptable) de las distintas acciones de los paramilitares no ha generado ma-
yor impacto social y, por el contrario, ha producido una tolerancia que se ha reflejado
en la reacción frente al proceso de desmovilización de las AUC. En el caso del discurso
de los paramilitares, éste no tendría éxito si no hubiese replicado en sectores estra-
tégicos de la sociedad. Por el contrario, las FARC con su lenguaje no construyeron
realidades en espacios clave de poder, su discurso se volvió obsoleto, olvidaron la
justificación de la realidad social que los sostenía y perdieron la batalla de la per-
PARTE V - MEMORIA Y PRÁCTICAS COMUNICATIVAS
362
cepción, paralelo a una sociedad que comenzó a ser afín o pasivamente tolerante al
discurso contrasubversivo.
En este sentido, los aportes de Hallyday (1982) son claves para entender que el len-
guaje se juega sus posibilidades de anclaje en lo social cuando se enfrenta a cuatro
variables: 1. Los participantes en la situación, su acción, 2. Su acción verbal y no
verbal, 3. Efectos de la acción verbal, 4. El contexto espacio – temporal. El texto no
se instala sin ninguna explicación en la sociedad, por el contrario, son los seres hu-
manos los que reciben, aceptan, transforman, resisten y neutralizan un discurso, que
les puede ser o no ajeno a sus dinámicas de comportamiento. Según Sbisa y Fabbri:
Los efectos comunicativos no son los mismos en todas las regiones, pues si se afir-
mara esto de manera contundente, contradeciría totalmente la propuesta del papel
activo que tiene la sociedad en la construcción del lenguaje y en los medios que
dispone para transmitirlos.
Las intervenciones expuestas por parte de los dos investigadores revelan un debate
que aún tiene desarrollos incipientes en campos disciplinares como la cultura política
colombiana y es la forma cómo se incluye la responsabilidad social en el fenómeno
del paramilitarismo en Colombia y en los caminos que se están eligiendo para dar
cuenta de una historia de guerras, silencios y dolor(es).
Ahora bien, lo que se busca problematizar en esta sección es la idea de que la “Pa-
ramilitarización del país” supone un fenómeno “monstruoso y excepcional” que ha
llegado a alterar las estructuras sociales y políticas de Colombia.El planteamiento que
se propone es el siguiente: Añadir la categoría “Socialización del Paradiscurso” como
el conjunto de dinámicas en las que la sociedad y los paramilitares han construido
prácticas de consenso-coerción, que contribuyen en parte a orientar y normalizar la
actitud indiferente de las nuevas generaciones frente a la necesidad de construir
procesos de memorias históricas, sociales y éticas.
La democracia fue la más afectada, no sólo por el duro golpe que se le asestó a
la legitimidad de las instituciones, incapaz de hacerle justicia a las deliberacio-
nes y comunicaciones que venían de parte de la sociedad civil, sino porque la
misma LJP fue el resultado de acuerdos políticos entre congresistas que habían
resultado electos gracias al apoyo del paramilitarismo y miembros de estos gru-
pos que prometían volver a apoyarles en próximas elecciones, personas que se
dedicaron a garantizar la impunidad de sus crímenes y el no esclarecimiento de
la verdad. (Mejía y Henao, 2008, p. 243)
Por esa razón, sería interesante replantear la pregunta y formularla así: ¿Qué im-
pactos ha tenido la cultura política, la ciudadanía y la democracia sobre la Ley de
Justicia y Paz?, lo cual motivaría la exploración sobre la capacidad de adaptación y de
protagonismo constante en la construcción de la realidad y definición de los criterios
lingüísticos para denominar lo bueno y lo malo, lo justo y lo injusto, lo permitido y lo
prohibido, lo que en la perspectiva de Garay (2008) ha permitido que:
Por todo ello es que tiene mucho de fariseo el tono sensacionalista, de novedad
absoluta o de hallazgo de última hora que le han dado varios medios al tema
de “la paramilitarización del país”: no sin cierta perplejidad en un comienzo y
tras derrochar una buena cantidad de energías en una actitud nominalista, en
una suerte de orgía semántica (“¿ Qué nombre le pondremos? “) a partir de las
evidencias accesibles, la investigación social la ha venido registrando, las bases
de datos que se han venido construyendo la señalan con nitidez; así mismo la
propia investigación social encendió las alertas acerca de los diversos nexos
locales, regionales y nacionales y las redes más o menos tácitas con las que los
paramilitares han contado, y sobre el papel fundamental del narcotráfico en su
expansión. (p. 91)
PARTE V - MEMORIA Y PRÁCTICAS COMUNICATIVAS
366
Es posible que esta categoría tenga los mismos problemas de impacto semántico y
pobreza pragmática, pero el intento puede valer la pena. Hablar de la socialización
del Paradiscurso, es decir, de la forma cómo estos actores han estado en constan-
te diálogo y adaptación con la vida cotidiana de muchas comunidades a las que no
les llega siempre la Constitución del 91, ayudaría a desafiar la visión que reduce el
paramilitarismo a un fenómeno que tuvo manifestaciones rurales, con una que otra
expresión urbana, lo que a su vez significa un mal menor que ya está erradicado con
la desmovilización de 30.000 combatientes, como lo afirmaba José Obdulio Gaviria:
Paramilitarismo no existe hoy. No se dejen ‘engrupir’ con los sectores que vie-
nen a echar el cuento de que el paramilitarismo dizque se camufló, que hubo un
acuerdo de ‘yo con yo’, o que fue una fórmula espuria para la impunidad. No,
el paramilitarismo se acabó. (...) Esa noche terrible terminó. (2008, Agosto 14)
Decir que el paramilitarismo se acabó o hacer repudios éticos por sus crímenes, sin
generar un profundo proceso de reflexión social, encaja en lo que Arendt (1999) lla-
maría la “Banalidad del Mal”, expresión que la autora incorporó para cuestionar la
normalización de los crímenes del holocausto nazi, como productos excepcionales
que no afectaban en lo fundamental el curso natural de la historia y en los cuales la
responsabilidad política queda relegada a una orden que era obligatoria cumplir.
Profundizar las dinámicas socioculturales que han nutrido al Paradiscurso o que por
valentía y resistencia han tratado de evitar su reproducción, implica estudiar los ethos
culturales de la sociedad colombiana con sus elementos diferenciales, pero también
con sus rasgos generalizadores. Así como suena poco propositivo el denuncismo que
aboga por la enajenación social, tampoco ayudara mucho la creencia ingenua de aca-
bar el paramilitarismo con el desmonte de algunas estructuras organizativas, porque
además de desconocer su poder de adaptación en los últimos treinta años, ignora las
retroalimentaciones que ha recibido de la sociedad. Por eso, la propuesta de De Zubi-
ría (1998) al reflexionar sobre nuestro ethos cultural es utópica, pero no irrealizable si
se establecen metas de corto, mediano y largo plazo:
Por eso, desde usted, desde él, desde nosotros, se hace necesario reivindicar la ne-
cesidad de formar diálogos que puedan nutrir la propuesta de una ética civil que
logré reconocer al paramilitarismo como un actor que ha sido parte de nuestro ethos
cultural y discursivo.
Quisiéramos que la terrible noche haya acabado…pero no es así, hasta tanto buena
parte de nuestra sociedad colombiana se vaya a la cama pensando en que una memo-
ria menos facilista y cómoda no pondrá en juego su existencia, pero tal vez sí lo hará
parte del día histórico en el que se retó la tolerancia al olvido.
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Capítulo 2
Introducción
El artículo analiza las narrativas de la Revista Semana como medios de construcción
de memoria sobre un acontecimiento enmarcado en el conflicto social y armado co-
lombiano; los Falsos Positivos. Las narrativas que se analizaron se ubican en el perio-
do de septiembre 2008 - marzo de 2011.
1 El presente trabajo hace parte de los avances del macro proyecto de Investigación Memorias de la violencia y formación
ético política en jóvenes y maestros de Colombia. A su vez, es parte del trabajo de investigación presentado como tesis de
maestría denominada: Juventud y violencia política: Emprendedores de memoria en el caso de los “Falsos Positivos”.
PARTE V - MEMORIA Y PRÁCTICAS COMUNICATIVAS
370
Finalmente, se problematiza las voces que enuncian las narrativas de la Revista Se-
mana, victimarios, entidades gubernamentales, Estado, en relación con el silencio
que se le otorgó a las víctimas de los falsos positivos.
I. Consideraciones iniciales
En el entramado social, los medios de comunicación no son solamente vehículos de
transporte de información sino que se pueden comprender como dispositivos que
coadyuvan a construir las formas en que entendemos, narramos, nos juzgamos y nos
vemos. Estamos diciendo, entonces, que los medios de comunicación constituyen for-
mas de enunciación que educan sobre el mundo, lo social, lo cultural y lo político y
en últimas son vehículos de la memoria, y por tanto espacios desde los cuales se
constituyen narrativas, en este caso particular de los fenómenos de violencia política
que se han dado en los últimos años en nuestro país.
Ahora bien, cuando decimos que constituyen narrativas estamos apostando a que en
sus diversos informes, artículos, crónicas, entrevistas, develan la forma en que se
constituye una idea de pasado, una comprensión del presente y una suerte de horizon-
te de sentido. En otras palabras, elaboran, a través de tramas narrativas, metáforas,
personajes, sentidos sobre diversos fenómenos. Elaboran una forma de memoria en
relación a unos hechos, confeccionan significados sobre prácticas y eventos de lo
social, coadyuvan a la constitución de la escena de lo público de nuestro país movili-
zando una serie de elaboraciones en torno a lo ético y lo político. Tal posibilidad le da
una fuerte relevancia a los mismos medios como espacios en los que se evidencian
formas de comprender la realidad.
Uno de los fenómenos que de manera muy fuerte ha sido objeto de disputa tanto po-
lítica, como social, es lo acaecido con los llamados Falsos Positivos. Y lo nombramos
como disputa, en tanto el mismo ha sido, por una parte, un fenómeno que ha lindado
en su interpretación como el resultado de un ejercicio sistemático de violencia políti-
ca que vulnera los derechos humanos y, por otra, como parte de la acción de manos
criminales que se encuentran fuera del estadio de lo político y del conflicto armado
que vive el país. En relación a estos hechos y la disputa de sus significados, como se
intentará develar en las siguientes líneas, lo que se ha hecho por parte de los medios,
en este caso especial la Revista Semana, es construir una visión de legitimación del
Estado y su fortaleza en la construcción de justicia; es decir, los falsos positivos se
han convertido en un fenómeno que deja ver la construcción de una institucionalidad
fuerte, de una justicia que procede de manera correcta en la búsqueda de sanear
las instituciones del Estado y que le permite a los afectados tener garantizados sus
derechos. En este sentido, las narrativas que sobre los hechos de violencia en el país
elabora la Revista Semana, dejan o construyen una memoria que no recuerda los
hechos de violencia sino la lucha del Estado por procurar la tan anhelada seguridad
democrática del Gobierno Uribe, invisibilizando la angustia de los afectados, dejando
oculto un problema político, colocando la violencia, que entendemos para este artícu-
lo como política, en el lugar de la corrupción y un deterioro ético de unos individuos al
interior de la fuerza pública.
En este sentido, creemos que las memorias y las narrativas construidas sobre los
Falsos positivos, no intentan ver un problema que trasciende lo individual y se quedan
en hechos que no se ligan con problemas de tipo social o la lucha por el poder y la
constitución de un proyecto político. Hay, en este orden, una memoria que se expan-
de y se populariza y que se traduce en el develamiento de hechos aislados y no se
preocupa por la comprensión de los fenómenos sociales en el intento de construir la
imposibilidad de que este tipo de sucesos se vuelvan a repetir.
Así, este texto se dedica a develar la manera en que se constituyeron unas narrativas
de los falsos positivos a través de la Revista Semana en el periodo entre septiembre
de 2006 hasta marzo de 20112, evidenciando, en una primera parte, la forma en que
es desplazado el acontecimiento a un evento, deslegitimando en muchos casos su im-
portancia en el medio de comunicación. Luego observa, el texto, la manera en que hay
una individualización del conflicto lo que sesga sus análisis y a su vez lo despolitiza y,
2 La totalidad de artículos revisados fuede 704 de los cuales se seleccionaron 38 que se relacionan directamente con el tema
de falsos positivos de Soacha y Bogotá. El periodo seleccionado se caracterizó porque en él circularon el mayor caudal de
noticias con referencia al tema, por una parte y por otra, fue en dicho período en que los crímenes fueron visibilizados y en
el cual se dieron una gran cantidad de acciones judiciales, a diferenciasde otros períodos en los últimos diez años.
PARTE V - MEMORIA Y PRÁCTICAS COMUNICATIVAS
372
por último, se revisa la temporalidad de los relatos, es decir, el orden de los sucesos
en las narrativas de los artículos presentados por la revista Semana, intentando per-
cibir la forma como se hilan los acontecimientos y su relación con el pasado, presente
y futuro, pues estas formas de organización de los relatos coadyuvan a comprender su
significación y su relación con la vida y la historia política de la Nación.
Sin embargo, tenemos que decir que todo trabajo de enunciación, toda construcción
de discursos está expuesta a una mirada o enfoque de la realidad, a una recomposi-
ción del tiempo y de los intereses y en esa medida, cualquier mirada crítica o analítica
es poseedora de una forma de configurar los modos de comprensión de lo observado.
Ahora bien, esto se hace mucho más evidente si se comprende la publicación como
una empresa, ante lo cual el vender se convierte en un lugar que transforma la mirada,
el análisis y las pretensiones del medio de comunicación con sus informaciones y sus
narraciones en torno a la realidad del país.
En este orden, los eventos son sucesos que se dan y generan el acontecimiento como
un fenómeno que transforma la realidad3. Así, estamos diciendo que el acontecimien-
to es mucho más que el evento, ambos se instituyen y se constituyen; sin embargo,
el acontecimiento es de mucha más complejidad, aunque puede ser premeditado,
reconocible y predicho, el mismo configura una serie de sucesos que inciden en las
maneras que se vive y se actúa en la experiencia vivida, mientras los eventos se pre-
sentan como una serie de hechos no predecibles, pero no son ellos los que trastornan
los sucesos acecidos en las memorias y en las narrativas.
Bajo esta conceptualización, diremos que la Revista Semana, entendido como enun-
ciador, constituye los falsos positivos como simples eventos, acciones que si bien ayu-
dan a consolidar otras acciones, no son los que predominan o se convierten en los te-
mas, tramas y acontecimientos que dan virajes y elaboran el campo semántico de las
narrativas que tocaron el tema de los falsos positivos. Los acontecimientos relatados
por Semana vinculan otros temas, los cuales desvirtúan la importancia del fenómeno
de los falsos positivos, reconfigurando la manera en que recordamos dichos hechos.
Así, observamos que los temas y los acontecimientos que se develaron como signi-
ficantes tendría que ver con: lo hecho por los órganos de justicia, las revelaciones y
versiones de sujetos pertenecientes a las Autodefensa Unidas de Colombia (AUC) y
las pugnas políticas por la forma en que se ha manejado los eventos relacionados con
las ejecuciones extrajudiciales.
En relación con lo hecho por los órganos judiciales, se identifica en la Revista, cómo
la institución del Estado y sus acciones son el motivo de la información en el medio
de comunicación. En este orden se antepone a los falsos positivos el problema de las
acciones de los jueces, de los órganos del Estado, de las sentencias realizadas, las
impugnaciones pronunciadas, las declaraciones.
3 Para Alan Badiou (2003) un acontecimiento, en términos amplios, fractura con las lógicas preestablecidas, se expande más
allá de su sitio y posibilita la intervención de ciertos individuos que coadyuvan al engranaje de sus implicaciones, lo cual
posibilita la transformación radical de la situación.
PARTE V - MEMORIA Y PRÁCTICAS COMUNICATIVAS
374
Esto querría decir que la preocupación no está dada en los asesinatos, sus causas y
los eventos que condujeron o posibilitaron la situación de violencia contra campesi-
nos y jóvenes, sino en la acción judicial. Es la forma de juzgamiento y el proceder lo
que se coloca en la arena pública y lo que ello tiene de controversia. En este sentido,
las acciones de un ente abstracto, como los órganos de justicia, se presentan sin que
ellas fueran resultado de una serie de hechos. Las actividades del ente judicial está
dada por sí misma, es su carácter específico y no es el resultado ni de una serie de
presiones sociales, ni la evidencia de que algo más allá de lo común está emergiendo
en el ámbito de lo público, de lo social y de lo político. Es decir, su acción es naturali-
zada, su potencia es legitimada y su ser es connatural a los hechos, en otras palabras,
la organización de la justicia está hecha para que atienda a estos sucesos y no se
configura como un espacio de lo político que es incidido por las condiciones sociales.
La mirada construida por la centralidad dada a los hechos realizados por el organismo
de justicia delata una forma de significación en relación a los falsos positivos que
constituyen una despolitización de lo sucedido. Esto es, al ser la acción de los orga-
nismos del Estado lo que prevalece y le da un horizonte de sentido a la narrativa, los
crímenes se convierten en unos hechos que pasan por la cotidianidad, por acciones
y eventos que corresponden a coyunturas independientes, que no presentan relación
con condiciones sociales, políticas o económicas. Lo que se pone en juego o evidencia
es mucho más la problematización acerca de la eficacia y eficiencia de los organismos
encargados de impartir justicia, sin pretender comprender las complejas redes de
relaciones que se pueden plantear entre el asesinato a unos jóvenes y campesinos y
las condiciones sociales y políticas que los posibilitaron. Por ello, quizás, es normal
encontrar en los artículos de la revista Semana alusiones como la siguiente:
de las AUC evidencian lo macabro de las muertes, la focalización realizada hacia los
personajes en la Revista Semana, convertía en espectáculo los homicidios y cobraban
importancia los victimarios y su accionar, mucho más que las mismas víctimas y la
manera en que se comprende la seguridad y la política de Estado en relación a estos
hechos. En dichos relatos va a jugar un papel fundamental el tipo de alianzas y rela-
ciones que entre paramilitares y ejercito se plantearon, la forma en que se negociaba
la muerte o la entrega de sujetos de un grupo a otro. Relatos que en muchos casos
son embestidos tras la estructura de crónicas, que si bien pueden develar la manera
cínica y violenta en que fueron asesinados los sujetos, terminan siendo textos que so-
breponen el problema de las ejecuciones extrajudiciales, a una maquiavélica alianza
para decir mentiras, para hablar de resultados.
Antanas Mockus, candidato presidencial del Partido Verde, dijo que no ve res-
ponsabilidad penal, aunque sí moral, por parte del mandatario Álvaro Uribe y su
ex ministro de Defensa, Juan Manuel Santos, en el escándalo de las ejecucio-
nes extrajudiciales, conocidas como “falsos positivos”.
Como es claro, en varios de los relatos que tocaron el tema de los falsos positivos,
el problema fundamental giraba en torno al desprestigio, la responsabilidad o la des-
responsabilización de figuras públicas frente a los hechos de violencia, en medio de
la lucha por puestos en el Estado, sin que necesariamente existiera un análisis del
nivel de compromiso político con los asesinatos y desapariciones de muchos jóvenes
y campesinos de nuestro país por parte del Ejercito.
Así, por ejemplo, en el relato de María Jimena Duzán, la enunciación acerca de este
problema tiene como objeto la deslegitimación de un sujeto en relación a la terna
de Fiscal. En este orden la enunciación de la redactora califica a unos individuos en
relación a su ineficiencia y su desconocimiento de lo sucedido, lo cual se vuelve ar-
gumento para que los mismos no sean candidatos, según la postura de la autora del
artículo, para ser fiscal de la nación. Si bien es cierto, una persona que desconozca
este tipo de eventos, que no tengan claros estos temas y una posición acerca de los
mismos, es imposible que se presente a ser fiscal general de la nación, la argumen-
tación propuesta no esclarece los hechos en relación a los asesinatos extrajudiciales.
En esta misma lógica, también es posible ver, en muchos de los artículos de Semana,
como la responsabilidad del ejército no es el problema fundamental, sino la forma co-
mo los paramilitares tuvieron responsabilidad en múltiples masacres, erigiendo la
idea de una culpa compartida, lo cual supone la no vinculación con una política de
PARTE V - MEMORIA Y PRÁCTICAS COMUNICATIVAS
378
Don Mario’ le contó a la Fiscalía casos en los que presuntamente algunos mi-
litares del Meta utilizaron los falsos positivos para obtener ascensos, encubrir
crímenes de los ‘paras’ y ocultar operativos fallidos del Ejército contra la guerri-
lla. Al finalizar su versión libre del miércoles, ‘’Daniel Rendón Herrera, alias Don
Mario, confesó 13 hechos en los que, según él, los paramilitares del Frente Meta
del Bloque Centauros le ayudaron a miembros de la fuerza pública para presentar
resultados en la lucha contra la guerrilla en la zona. (Semana, 2010, Febrero 18)
Este caso se suma a los más de 40 uniformados que han sido absueltos por esta
misma razón…Blanco fue acusado por la supuesta desaparición y homicidio de
Jonathan Soto Bermúdez y Julio Cesar Meza, ocurrido el 27 de enero de 2008
en Ocaña, Norte de Santander. (Semana, 2010, Febrero 2)
Como es posible observar en las anteriores citas, si bien hay una alusión a las fuerzas
militares, el enunciador no tiene la pretensión de juzgar a la fuerza pública sino de
develar el carácter de los sujetos como integrantes de la misma institución, quizás por
ello lo juzgado son los sujetos en los que el ser soldados profesionales es una cuali-
dad y no el nombre del organismo armado. En este orden, la acción de juzgamiento
recae sobre individuos y no sobre un sujeto colectivo. De hecho, el ejercicio de res-
ponsabilización frente a unas acciones se particulariza aún más cuando los acusados
del homicidio son enunciados a partir de sus nombres propios presentándolos en el
mismo nivel de civiles. Acción que es recurrente en muchos artículos y lo cual conduce
la observación de los hechos aislados de elementos institucionales y estructurales,
aunque su relación sea evidente.
protagonistas. Situación que hace creer que las estrategias son construidas y pensa-
das por un ente particular, con unos intereses económicos y de reconocimiento que si
bien jugaron un papel importante en estos hechos, se desconoce la manera en que se
convirtió en un asunto estratégico, es decir,la seguridad se enmarcó en la estructura
empresarial, perfil del capitalismo, liderada por el Estado:
El paramilitar le ofrece una pistola, y el oficial le pide un fusil. Tras varias lla-
madas, el hombre le consigue al oficial un arma para que la ponga al lado del
muerto. (Semana, 2010, Julio 17)
Sumado a estas estrategias, el gobierno de turno, por lo menos dentro de las diversas
informaciones y artículos publicados por la Revista Semana, deslegitima la sistema-
ticidad de los crímenes realizados por las fuerzas del Estado. Para ello, ponen en
cuestión la forma en que se han denominado los crímenes y construye maniobras por
las cuales los mismos hechos sean reconocidos como un problema de individuos, en
algunas ocasiones, y en otros casos desde los alcances de sus políticas y su preocu-
pación en relación a los delitos denominados crímenes extrajudiciales. En este senti-
do, el Estado y sus funcionarios se colocan en el lugar de garantes de las libertades,
cumpliendo con la tarea de protectores de los derechos humanos, o como agentes
que vigilan la manera en que se imparte la justicia, desvinculándose de esta forma,
de cualquier responsabilidad política que pudieran tener.
En este orden, son llamativas las alusiones que en relación a la manera en que se
han denominado los crímenes extrajudiciales en el país, hizo el ministro de Defensa
Rodrigo Lloreda para el año 2010:
…”Se está planteando la necesidad de que hagamos una reflexión para que
llamemos las cosas por su nombre, estamos hablando de investigaciones por
presuntos homicidios en persona protegida u homicidios agravados”, dijo el fun-
cionario sobre el caso de los “falsos positivos”. Tras una reunión con el fiscal
interino, Guillermo Mendoza, el ministro Rivera insistió en declaraciones a los
medios que las investigaciones son de carácter individual y que lo más impor-
tante es hallar lo más pronto posible la verdad. (Semana, 2010, Septiembre 6)
PARTE V - MEMORIA Y PRÁCTICAS COMUNICATIVAS
380
Como hemos venido esgrimiendo, una noticia es a su vez un relato, pues compone una
manera de construir sentido y elaborar la forma en que se entienden unos sucesos,
unos actantes y una trama, lo cual tiene como consecuencia unas formas de signifi-
cación y de rememoración. Ahora bien, si aceptamos que en la Semana se encuentra
una individualización del problema, ello tiene, por lo menos, una consecuencia. Ésta
tiene que ver con la constitución de la no razón histórica, es decir, los homicidios al
ser presentados como el resultado de unas acciones personales, del quiebre en la
moralidad y la ética de los sujetos, posibilitan la construcción de una razón no justi-
ficable de una acciones en un momento social, político o económico, lo cual supone
la no comprensión de los hechos como situaciones complejas. Es decir, si la culpa
es de un sujeto, la posibilidad de justicia se queda en el reconocimiento de quienes
cometen el homicidio y el problema de la violencia se convierte en tan solo un hecho
de la naturaleza humana. Ello se traduce en la imposición de un capital simbólico
que convierte los problemas de violencia a un tipo de justicia que se limita a mirar
los hechos y a sus responsables directos. Estamos hablando, entonces, de un tipo de
justicia policiva que intenta controlar los actos humanos y no de aquella que piensa
el orden social, es decir, la justicia en su relación con el orden de lo político y como
parte de un proceso de intelección.
V. Voces no enunciadas.
La construcción de una significación de los falsos positivos desprovistos de una carga
política, a-histórica y por fuera del conflicto de violencia que ha vivido y vive Colom-
bia, se ve reforzada por dos elementos más, visibles en las narraciones que sobre
estos hechos se edificaron en la revista Semana: el primero de ellos tiene que ver con
el silenciamiento de los muertos y los afectados por los homicidios extrajudiciales y
el segundo, con una idea de justicia como acción proceso, es decir, una temporalidad
del siempre presente.
Capítulo 2. Medios de comunicación, memoria y despolitización de la violencia
381
Chatarro’ le envió a dos paramilitares que habían cometido una falla grave y a
cuatro civiles, recién reclutados por las autodefensas en Villavicencio. ‘Chata-
rro’ dijo que reclutaban a gente que ya tenían en la mira: delincuentes, secues-
tradores o atracadores. (Semana, 2010, Mayo 4)
Los jóvenes bogotanos tenían edades que oscilaban entre 17 y 32 años, casi
todos eran desempleados o trabajaban en oficios como construcción y mecánica
y, según la Defensoría del Pueblo, algunos tenían antecedentes como consumi-
dores de drogas. (Semana, 2010, Septiembre 27)
Este tipo de nombramientos a los afectados impide no pensarlos como parte del con-
flicto vivido. Se podría decir que su actuación dentro de las dinámicas de la violencia
es accidental, pues el que recaiga en ellos una acción, no los pone como objetivos
de la violencia. En otras palabras, la desafortunada aparición de los sujetos como
afectados, su fortuita y esporádica presencia como implicados en sucesos aislados,
la invisibilización del tipo de características de aquellos quienes fueron afectados,
compone una mirada que perfila a un sujeto que pierde importancia en la realidad
PARTE V - MEMORIA Y PRÁCTICAS COMUNICATIVAS
382
En algunas ocasiones, los relatos en los que los sujetos afectados por la violencia
adquirieron algún tipo de relevancia, es decir, su vida cobra algún tipo de significado
a través de relatos que van más allá de su pura enunciación y dejan ver el hacer de los
sujetos, sus procedencias, sus formas de vida, y son evocados como hermanos, hijos
o padres, terminan por legitimar la acción de las instituciones de justicia del Estado:
En este sentido, las acciones de los entes judiciales son los que proponen el hilo
progresivo de los sucesos, son sus actuaciones las que evidencian el transcurrir de
los hechos, lo que no sugieren que no hayan inconvenientes en sus accionar. Sin
embargo, es esta acción la que vincula el hilo entre el pasado, el presente y el futuro.
Es decir, el pasado está dado por hechos particulares, los cuales son atendidos en el
Capítulo 2. Medios de comunicación, memoria y despolitización de la violencia
383
presente. Se está dando una solución que progresará y mejorara en el futuro. En otras
palabras, los hechos dados desaparecerán en el futuro, lo cual los conduce al olvido
y no remiten a una recordación de los mismos, ni a tomar medidas que procuren su
no repetición
Recordemos que la forma en que se plantea la temporalidad del relato y las memo-
rias, no consta tan solo de una sucesión de hechos. Las formas en que se ordenan los
acontecimientos configuran una suerte de sentido que construye nuestras memorias
en relación a los eventos nacionales. Siguiendo a Nobert Lechner, las maneras en que
recordamos tienen una amplia relación con las construcciones sociales y culturales
y por supuesto están ligadas en una producción social del tiempo. De esta forma, los
relatos que tocan el tema de los falsos positivos en la revista Semana, al deshabilitar
la posibilidad de enmarcación de los hechos en una serie de coyunturas, por un lado,
constituyen un significado del presente que conduce a visibilizar el accionar ante
unos hechos y por otro, elaboran la idea de lo que llamaría, el mismo autor, un eterno
presente, en tanto el pasado son los hechos acaecidos, visibilizados como fortuitos.
Ahora bien, el presente está relacionado con el accionar ante los hechos del pasado,
lo cual no sugiere una transformación del futuro sino la culminación de los actos
construidos por el órgano judicial en el presente, estos podrían cambiar la percepción
del pasado en relación a unos hechos, unas instituciones y unas personas, pero no
incluye una mirada al pasado desde su historización y la construcción de una memoria
que posibilite la elaboración de un futuro construido colectivamente.
En este orden de ideas, el pasado vinculado en este caso particular a los falsos posi-
tivos, son desprovistos de significación y simbolización para el presente lo cual cons-
tituye su olvido como hechos relevantes para la historia de la nación. Si bien son
contados, relatados y enunciados como fatídicos, su nominalización corresponde a
hechos particulares que niegan la forma en que en ellos se despliegan toda una serie
de aconteceres que tienen relación con la forma como se ha configurado un tejido
social, una construcción política, cultural y económica de la nación.
A su vez, el ejercicio de constituir relatos que son narrados en un eterno tiempo pre-
sente y cuyo futuro esté dado en la solución de unos problemas puntuales, en un corto
lapso de tiempo, desdibuja la idea de un futuro más allá de la solución de un hecho
concreto y el presente pierde profundidad histórica, desvalorizando a su vez el pasado
mismo (Lechner, 2006) , pues lo que entrevén es un actuar de unos agentes y no la
visibilización de la relación entre unos acontecimientos y las maneras en que se está
constituyendo los tejidos sociales y las construcciones simbólicas del país. De esta
manera hay una desvaloración del pasado como conflictivo.
Ahora bien, si entendemos la violencia política no solo como la lucha por el poder “…
ejercida y administrada en nombre de una ideología, movimiento o estado político,
como puede ser la represión física de la disidencia, a manos del ejército o la policía,
así como su opuesto, la lucha armada popular en contra de un régimen represivo”
Capítulo 2. Medios de comunicación, memoria y despolitización de la violencia
385
(Bourgois, 2005), sino, también, como un fenómeno polifacético que afecta y se inter-
naliza de diversas maneras, es decir, tiene disímiles incidencias en la vida, las cuales
se insertan en la formas como se constituyen los individuos y la subjetividad.
4 Comisión de Derechos Humanos, Informe del Grupo de Trabajo sobre desapariciones forzadas o involuntarias. Adición.
Misión a Colombia, 62 periodo de sesiones, doc. E/ CN.4/2006/56/Add. 1, párr. 16.
Capítulo 2. Medios de comunicación, memoria y despolitización de la violencia
387
Es así, como la mirada y las narrativas de Semana configuran, en muchos casos, las
maneras en que los individuos entienden los sucesos y que se ven reflejados en las
mismas memorias y relatos que sobre los hechos construyen los afectados por este
tipo de acciones. Según la Fundación de educación y desarrollo (2010):
El relato aquí citado, resultado de una entrevista a una madre víctima de las desa-
pariciones de jóvenes de Soacha. Nos revela el sufrimiento de los afectados por la
violencia, nos descubre el lado del dolor humano y nos abre una puerta para com-
prender a los sujetos más allá de víctimas o números, para presentarnos las diversas
incidencias que la violencia tiene sobre las comunidades y familias. Sin embargo, a
pesar de que las denuncias de las madres de Soacha han ganado en espesor político,
en muchas publicaciones de sus narraciones, al igual que en Semana y en muchos de
los medios de comunicación, el problema se queda en la enunciación de las víctimas y
los culpables, la justicia se tiñe de un halo de acusación, castigo y responsabilización
de unos victimarios individualizados, pero no transciende de los hechos mismos. Tal
situación nos debe llevar a pensar en formulas y estrategias que permitan, como lo
diría Lego (1991) historiar nuestras memorias, en procura de construir la posibilidad
de su no repetición. Si no ha de ser así, caeremos, muy seguramente, en la extracción
de memorias y relatos que solo nos pueden conducir a una morbosa lectura de narra-
ciones en las que el sufrimiento y el dolor se convierten en los protagonistas.
Bibliografía
Alain, B. (2003). El ser y el acontecimiento. Buenos Aires: Manantial.
Bourgois, P. (2005). Más allá de una pornografía de la violencia. Lecciones desde el Salvador.
En C. Feixa y F. Ferrándiz Francisco (eds.), Jóvenes sin tregua. Culturas y políticas de la
violencia. Barcelona: Anthropos
PARTE V - MEMORIA Y PRÁCTICAS COMUNICATIVAS
388
Fuentes de Prensa
Duzán, M.J. (2009, Julio 12). Los sapos que nos tragamos. Semana.
Falsos Positivos. (2009, Mayo 22). Semana.
Elecciones 2010, Mockus no ve responsabilidad penal pero sí moral en ‘falsos positivos’.
(2010, Mayo 26). Semana.
Versiones. (2010, Febrero 18). Semana.
Por vencimiento de términos, en libertad otro militar involucrado en ‘falsos positivos’. (2010,
Febrero 2). Semana.
A juicio soldados profesionales por caso de “falsos positivos”. (2010, Agosto 8). Semana.
Informe Especial. (2010, Julio 17). Semana.
Ministro de Defensa, Rodrigo Rivera, pide no usar la expresión `falsos positivos´. (2010,
Septiembre 16). Semana.
Crece la preocupación en el gobierno. (2008, Septiembre 27). Semana.
Falsos Positivos. (2009, Mayo 22). Semana.
Justicia y Paz, Versiones. (2010, Mayo 4). Semana.
Crece la preocupación en el gobierno. (2008, Septiembre 27). Semana.
Conflicto. (2010, Febrero 22). Semana.
Capítulo 3
Viejo Víctor, al cumplirse seis años de tu asesinato, vuelve a pasar por mi corazón el
día aquel en que los señores de la muerte, aquellos que insisten en regar de sangre el
suelo de la loma que recorriste durante tus veinte años de existencia, decidieron arre-
batarte la vida. Ése día, como tantos otros, estuviste dando volteretas sobre la cabeza,
golpeando el asfalto con tu figura, forzando tu cuerpo a contorsionarse, haciendo las
mismas piruetas que le hacías a la vida cada vez que salías del ensayo en la Casa de la
Cultura y tenías que trepar la oscuridad de la loma o cuando pisabas el escenario para
ganarte un lugar en la escena del Hip Hop, ese lenguaje urbano al que le dedicaste lo
mejor de ti, el mismo que asumiste como estilo de vida, como opción de futuro, como
compromiso vital con los tuyos, como forma de expresión.
Nosotros nos enteramos de tu suerte en la mañana. Todo parece indicar que te tenían
pisteado. Que te habían copiado la rutina. Que te estaban esperando. Que te tenían
tendida la celada. Tu amigo, el viejo Leo, se salvó porque supo correr a tiempo. Tú,
en cambio, no tuviste tiempo de reaccionar pues, en menos de lo que canta un gallo,
estabas completamente rodeado. Antes de que te dieras cuenta sentiste el fierro en
la cabeza. Lo que siguió fue pura rutina. Doblar las piernas, apoyarse en las rodillas,
agachar la cabeza y rezar un padrenuestro para que la muerte lo pille confesado a uno.
Un tiro cegó tu vida. Un tiro que me hizo recordar al poeta Gonzalo Arango y su “Elegía
a Desquite”… “Yo me pregunto sobre su tumba clavada en la montaña… ¿No habrá
manera de que Colombia en vez de matar a sus hijos los haga dignos de vivir?”
PARTE V - MEMORIA Y PRÁCTICAS COMUNICATIVAS
390
Los muchachos que hacían parte de tu grupo –la Compañía de Danza Urbana ensby–,
nos contaron lo sucedido con lágrimas en los ojos. La rabia nos hizo apretar los puños
y los dientes. Entonces, retomando una idea que había desarrollado tiempo atrás
nuestro amigo César López, decidimos montar una tarima justo en el lugar en el que
te quitaron la vida, llamamos a los artistas que conformaban el Colectivo Artistas y
Cultores de Soacha, montamos un equipo de sonido y armamos una gran jornada de
actuación ciudadana en la que recurrimos al arte para comunicar, para denunciar, para
gritar que la vida estaba siendo aniquilada.
Cerca de trescientos artistas desfilaron aquel día por las tablas. Bailarines de Break
Dance, EMC´s, grafiteros, cantores de música social, bailarines de folclor y de danza
moderna, fueron muchas y muchos los que pusieron su arte a dialogar con la gente de
las lomas, los que se atrevieron a retar el miedo y a manifestar públicamente la indig-
nación que nos causó tu muerte, los que prendidos de un micrófono hicieron sentir a
los tuyos que no estaban solos y, sobre todo, los que sacaron valor para anunciarle a
los señores del odio y del terror que no estábamos dispuestos a aceptar las reglas que
pretendían imponernos, que no acataríamos la Ley del Silencio que brotaba del tronar
de las balas, que nos negábamos a transitar los senderos del odio y que dedicaríamos
nuestro mejor esfuerzo para que tu muerte –al igual que la de los cientos de jóvenes
que como tú habían caído en medio de las calles–, fuera incorporada en clave de
verdad, de justicia y de memoria.
Te cuento, mi hermano, que el día de hoy los amigos y amigas del Instituto para la
Pedagogía, la Paz y el Conflicto Urbano –ipazud–, de la Universidad Distrital me han
invitado a hablar del arte como comunicación alternativa en el marco de un seminario
en torno a la memoria de las víctimas. Quisiera que me acompañaras y que me ayudes
a cumplir dicha tarea, ¿Te parece?
Pero bueno mi hermano, retomemos el hilo de nuestra tarea y digamos que este acto
de memoria es un homenaje a doña Fabiola Lalinde y, a través de ella, a los familiares
de las víctimas. Es un homenaje a su amor, a su terquedad, a su resistencia.
No podría ser de otra manera, pues es gracias a la lucha tesonera de doña Fabiola La-
linde que su hijo pudo escapar del abismo al que pretendieron confinarlo los señores
de la muerte y es gracias a ella, a su lucha y a su persistencia, que nos es dable evocar
hoy a su hijo Luis Fernando y escuchar su palabra –pronunciada a través de un joven
actor–, palabra que nos dice de su existencia, palabra que comparte con nosotros sus
proyectos de vida, palabra que señala con suma claridad a quienes valiéndose de los
ardides de la violencia quisieron arrebatarlo de entre nosotros, borrarlo de los afectos
de los suyos y desaparecerlo definitivamente en la bruma de la intolerancia y del odio.
Pero compliquemos un poco la cuestión y digamos que hacer memoria es mucho más
que re-memorar. Retomemos a Pierre Nora y afirmemos que “el pasado solo se vuelve
memoria cuando podemos actuar sobre él en perspectiva de futuro” (Nora, 1998), que
el re-cuerdo sólo se vuelve memoria cuando permite que aquellos o aquello que re-
memoramos se quede a vivir en nosotros y que trascendiendo el dolor o la nostalgia
se traduzca en proyectos, en luchas, en tareas, en promesas por cumplir.
Serán necesarios entonces 2.747 días de lucha, 2.747 días acopiando testimonios,
constancias, firmas, sellos para que el Estado reconociera que el Ejército Nacional lo
Capítulo 3. El arte como expresión alternativa –la experiencia de la Fundación Cultural Rayuela–
393
había detenido y desaparecido, para que el Estado fuera condenado por dicho crimen,
para que doña Fabiola recibiera de manos de los militares –quince años después–
una caja con algunos de los huesos de su hijo. ¿Entiendes ahora las palabras de Luis
Fernando? ¿Comprendes por qué insiste en su reclamo valiéndose de los lenguajes
del arte?
Al hablar, Luis Fernando desenmascara la mentira. Su palabra, al igual que los huesos
de su cuerpo que el ejército tuvo que entregarle a su madre luego de años y años de
búsqueda, luego de sendos fallos de la justicia internacional, nos brinda otra “ver-
sión” de lo acontecido y nos interpela hoy, aquí y ahora, instándonos a actuar, a exigir,
a no aceptar que la impunidad sea nuestro único destino.
Usted sabe de las protestas que se han levantado en mi nombre –a las que aho-
ra añado la mía propia–, ¡Pidiéndole! ¡Exigiéndole! ¡Me devuelva los huesos de
mi cuerpo que sus agentes se llevaron!
Luis Fernando se vale de un joven artista para hablar, el arte deviene en medio para
la comunicación y el artista en cronista de la época que le tocó vivir. Así surge el arte
público comunitario, propuesta estética, cultural y política que pretende recuperar
la calle como conector entre lo público y lo privado y hacer que el espacio público
recupere su valor como activador de conversaciones, reflexiones, búsquedas, lecturas
y circulación de versiones alternativas de los sucesos, los eventos y las dinámicas
sociales.
Ese es el valor del arte que acabamos de experienciar. Es esa su intención. Es ese el
contenido de su narrativa, de su dramaturgia y de su pedagogía. Por ello, decir:
PARTE V - MEMORIA Y PRÁCTICAS COMUNICATIVAS
394
Arte en clave memoria es decir ¡No Más!, decir ¡Ya está bueno!,
decir ¡Ya basta!
Arte en clave de memoria es decir resistencia, decir insistencia,
decir persistencia.
Arte en clave de memoria es decir murmullo, decir susurro, decir haz lo tuyo.
Arte en clave de memoria es decir aquí estoy, decir cuenten conmigo, decir
también es contigo.
Arte en clave de Comunicación es decir noticia directa, diálogo sincero,
implicación verdadera.
Arte en clave de comunicación es decirle no a la desmemoria, al olvido,
a la amnesia.
Arte en clave de comunicación es herida que sangra, palabra que cura,
obra que repara.
Arte en clave de comunicación es corazón que palpita, cuerpo que vibra,
combo que arremete.
Arte en clave de comunicación es fuerza, es esfuerzo, es refuerzo.
Arte en clave de comunicación es dedo que señala, mano que soporta,
brazo que atrae, que junta, que protege.
Arte en clave de comunicación es lágrima que rueda, sudor que contagia,
músculo que empuja.
RESPONSABILIDAD SOCIAL
DEL COMUNICADOR CON LAS MEMORIAS
Y LAS VÍCTIMAS
Patricia Bryon
Docente de la Facultad de Comunicación Social Para la Paz de la Universidad Santo Tomás, integrante del Grupo de
Memoria de la División de Ciencias Sociales de La Universidad Santo Tomas.
Introducción
La historia nunca ha sido universal; ha sido como mucho,
una historia de los vencedores y siempre ha estado
ausente una parte de la verdad, la de los vencidos,
la de los que desaparecieron y no dejaron rastro.
Walter Benjamin.
La teoría del Newsmaking, según Oliveira, parte de la premisa que “el periodismo
está lejos de ser el espejo de lo real. Es, más bien, la construcción social de una su-
puesta realidad” donde, teniendo en cuenta una serie de variables, “la prensa no re-
fleja la realidad, sino que ayuda a construirla” (Oliveira, 2009, p. 138). Si el periodismo
nos ayuda a construir la realidad hay que tener en cuenta qué medio está presentando
y produciendo esta información. En nuestro país es evidente que los medios masivos
con mayor cobertura responden a intereses privados, lo que nos da una primera clari-
dad sobre cómo construyen la realidad.
La segunda Teoría, la Agenda Setting, plantea “la idea que los consumidores de no-
ticias tienden a considerar más importantes los asuntos que difunde la prensa, y su-
giere que los medios de comunicación dirigen nuestras conversaciones” (Oliveira, p.
152). Esto es claro en el caso de medios escritos, como El Tiempo, donde este se divi-
de en secciones como “debes saber, debes hacer y debes leer”, configurando nuestra
atención en algo específico y dejando a un lado información que no responde a sus
intereses o que pueden atentar contra ellos.
Esta expresión de poder con que vienen los discursos emitidos ejercen una influencia
en la comprensión de los hechos, en el entendimiento del papel de los actores, sus
roles y condicionamientos, y por ende, de su posición, como dice Teun A. Van Dijk, en
su texto Discurso y Dominación: “(…) El poder discursivo es más bien mental. Es un
medio para controlar las mentes de otras personas y así, una vez que controlemos las
mentes de otros, también controlamos indirectamente sus acciones futuras” (2004).
Una vez que estos medios han legitimado sus acciones, sus métodos, su forma de
actuar, se estructura en los individuos una realidad configurada de lo sucedido ¿Cómo
logran esto? Para tal efecto, los medios de comunicación, a través de la dominación
de la opinión pública, hacen uso de diferentes herramientas de comunicación, orga-
nizando imágenes, textos y sonidos para crear nuevos sentidos. Mientras tanto, de
otro lado, organizaciones, movimientos sociales y colectivos, entre otros, luchan por
intentar visibilizar lo que no es nombrado, aquello que es acallado en estos grandes
medios.
Los conflictos, como dicen Bonilla y Tamayo (2007), se expresarán mediante “el uso
social del lenguaje: identificados, verbalizados, codificados, narrados e interioriza-
dos” (p. 76) en un intento de atrapar masas a su favor, tanto los medios masivos como
Capítulo 4. Responsabilidad social del comunicador con las memorias y las víctimas
397
Justicia y Paz ha servido para entender que las versiones de los paramilitares son
parte del rompecabezas de esta guerra, pero no toda la historia. Narraciones que dan
cuenta de lo acontecido solo desde una perspectiva y que en la mayoría de los casos
es legitimado por los medios:
Por otra parte, Naciones Unidas, en sus principios para la protección y promoción de
los derechos humanos y lucha contra la impunidad de 2005, establece como deber del
PARTE V - MEMORIA Y PRÁCTICAS COMUNICATIVAS
398
Estado adoptar las medidas eficaces para luchar contra la impunidad, el derecho a la
verdad, a saber y a recordar. El derecho a saber alude a esa verdad, referida a cómo
ocurrieron los hechos, que en la mayoría de las veces es acogida desde las versiones
de los victimarios y en procesos de comisiones de verdad.
Sin embargo, las agendas informativas le han apostado más durante el proceso de
la Comisión Nacional de Reparación y Reconciliación –CNRR- a mostrar solo las ver-
siones de los paramilitares postulados a Justicia y Paz que a ejercer una labor de
investigación y contextualización de los hechos de violencia que han marcado los
últimos años del país.
La verdad que se obtiene en una corte, como lo asevera Thierry Cruvellier (2008), es
diferente a la verdad histórica porque, aunque no se puede negar que los juicios y las
confesiones son una parte esencial para garantizar la justicia a las víctimas, este no
es el mejor escenario para revelar toda la verdad, los medios deben ir más allá del
marco jurídico para garantizar un horizonte de verdad más amplio.
Los medios construyen sentidos del conflicto que inducen a la indiferencia y el es-
tablecimiento de identidades otorgando status entre las víctimas, prevaleciendo los
relatos de las víctimas del secuestro e invisibilizando los de desaparición forzada, el
desplazamiento y también la violencia hacia grupos étnicos, entre otros. Así mismo,
los periodistas producen noticias descontextualizadas por la negligencia de investigar,
realizando afirmaciones ligeras, ocultando y distorsionando la realidad (Corporación
Medios para la Paz, 2009 en Franco, Nieto y Rincón, 2010), en la que se involucran
sentimientos de proximidad y distanciamiento, al respecto Orozco (2007) afirma:
1 Se toma la tesis de Renato Ortiz planteada en ‘’otro territorio”las repercusiones en el ámbito de la cultura por la globaliza-
ción como proyecto económico y tecnológico, en el plano simbólico, una cultura fragmentada y un espacio des-localizado,
sin fronteras.
2 El término desarrollismo periférico es acuñado por Elizabeth Jelin.
PARTE V - MEMORIA Y PRÁCTICAS COMUNICATIVAS
400
esto, las demandas por la verdad y justicia impulsadas también por CONADEP en el
periodo de transición de la postdictadura a la democratización para no dar lugar a la
repetición de las atrocidades cometidas en los regímenes autoritarios.
En consonancia con estos planteamientos, Omar Rincón hace un llamado a los cen-
tros educativos de formación de los comunicadores a pensar la comunicación como
“campo y eje principal en la comprensión e intervención de los mundos de la política,
la cultura y el desarrollo” afirmando que “nosotros los de la academia deberíamos
3 Denominadas por Michael Pollak como la producción social de las identidades frente a las situaciones límite.
Capítulo 4. Responsabilidad social del comunicador con las memorias y las víctimas
401
parar de hablar, dejar las retóricas de ilustrar y las poéticas del conmover, evitar hacer
corresponder la realidad a nuestros marcos teóricos, parar de ser los valientes de
aula de clase pero que no decimos nada en el mundo real, debemos parar de pasar de
agache ante las realidades duras de nuestros países” (Barbero, et al., 2009)
Una memoria narrada desde las víctimas, parafraseando a Melich (2001) significa-
ría una ética en la historia, pero no en la historia objetiva, sino en la historia como
memoria (p. 47), ya que al ser escrita, leída e interpretada desde las voces de los
caídos, desde quienes vivieron y sufrieron en carne propia el daño causado, no se
está dejando por fuera ni se está obviando los acontecimientos, al contrario, estos
son tenidos en cuenta para recrear y reconstruirlos. Así, “ Una ética de la memoria,
una ética abierta al tiempo (pasado, presente, futuro) y , por lo tanto a lo imprevisible
y al acogimiento del otro; y, en segundo lugar, una pedagogía del don, que coloque la
memoria en el centro de su acción”. (p. 12)
Para finalizar,recordemos las enseñanzas del Maestro Paulo Freire “enseñar exige es-
tética y ética”, “No es posible pensar a los seres humanos lejos, si quiera, de la ética,
mucho menos fuera de ella. Entre nosotros, hombres y mujeres, estar lejos, o peor,
fuera de la ética, es una transgresión. Es por eso por lo que transformar la experiencia
educativa en puro adiestramiento técnico es despreciar lo que hay de fundamental-
mente humano en el ejercicio educativo: su carácter formador” (Freire, 1997, p. 34).
PARTE V - MEMORIA Y PRÁCTICAS COMUNICATIVAS
402
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Capítulo 5
FOTOGRAFÍA:
ENTRE DESAPARECIDOS Y MUERTOS.
UNA EXPERIENCIA DE LA APARICIÓN
Julián David Romero Torres
Candidato a la Maestría en Historia de la Universidad Nacional de Colombia. Miembro del Grupo de Investigación de
Memoria de la Universidad Santo Tomás.
Introducción
El texto que aquí se presenta tiene por objeto abrir –o más bien continuar- una discu-
sión en la que se evidencie la importancia que ha tenido la práctica fotográfica en los
diferentes grupos humanos, en especial, aquéllos que han padecido la desaparición
de un ser querido, su asesinato o muerte; describiendo y develando así los sentidos,
significancias, motivos, intenciones, valoraciones que se le imprimen a la fotografía
que evoca una historia traumática.
Roland Barthes y Walter Benjamin confluyen en la idea de concebir –o más bien, sen-
tir- la imagen como una expresión de la muerte, de la apremiante ruina del paso del
tiempo, a la imagen como una imagen capaz de mostrar, imaginar, contar, representar
o evocar a personas, lugares, historias, vidas y… por qué no, muertes.
La imagen, y siendo más enfáticos, la fotografía, nos recuerda, nos obliga a recordar
que tenemos que vivir con la experiencia de la pérdida: ese respirar constante y ja-
deante de la muerte que día a noche no sentimos ni recordamos, pero sabemos que
está tan cerca de nosotros, que cuando lo rozamos con el pensamiento, se percibe
ese halo frío que nos recorre la nuca. Una condición de los mortales el que le demos
un respiro de olvido a la muerte, condición que obnubila la experiencia vital, volcán-
donos hacia ella como si fuese la panacea, la única vida que hay que vivir. Y es que
la fotografía –que merezca el carácter de ‘imagen’- nos induce a esta evocación por
el hecho de preservar lo insalvable, de seguir adelante frente a la muerte, frente a
la vida; arrogarse la facultad de hablar sobreponiéndose al cadáver que se muestra
Capítulo 5. Fotografía: entre desaparecidos y muertos. Una experiencia de la aparición
405
como vivo en ella… la ausencia como muerte, la muerte como pasado, lo vivo como
taxidermizado y lo disecado velado en la presencia de la ausencia. Es así como la
imagen, que en Benjamin sería la imagen ‘de la muerte’, “compuesta por muerte, per-
teneciente a la muerte, la que toma como punto de partida la muerte y busca hablar
de la muerte y no sólo de la propia muerte, sino también de ‘la muerte de la muerte’,
de la emergencia y la supervivencia de una imagen que, al decirnos que ya no puede
mostrar nada, muestra sin embargo y testimonia lo que la historia ha callado, lo que
ya no está aquí y emerge de la oscura noche de la memoria, nos asecha y nos alienta
a recordar las muertes y las pérdidas por las que todavía hoy somos responsables”
(Cadava, citado por Fazal Sheikh, 2009, p. 281).
La fotografía ha sido un invento camaleónico desde sus inicios, jugándole a los discur-
sos que hacen uso de ella. Puede hablar, narrar, construir en los términos en la que se
le imponga hablar, es el filtro necesario para justificar y probar un discurso cualquiera.
Puede legitimar la violencia, la guerra, como también puede reivindicar a los oprimi-
dos, puede institucionalizar un pasado común, como puede denunciar el pasado que
se reitera; vigila las conductas o las puede liberar. No hay nada más certero que una
foto, da la sensación automática de portar la verdad.
PARTE V - MEMORIA Y PRÁCTICAS COMUNICATIVAS
406
Esta característica –la misma que la del beso de Judas: “el falso afecto vendido por
treinta monedas. Un acto hipócrita y desleal que esconde una terrible traición: la dela-
ción de quien dice precisamente personificar la Verdad y la Vida” (Fontcuberta, 2004,
p. 17) – es la que nos muestra corrientemente ante nuestra percepción, creemos que
lo que está en la imagen es la verdad irrefutable, objetiva y antiséptica. Una discusión
que ha trasegado muchas líneas, muchos libros, discusión que pone en tela de juicio
el falso efecto de la realidad absoluta, afirmando que la fotografía necesariamente
en un segmento que está atravesado por motivaciones e intenciones del individuo que
toma la foto, que posa en la foto; que la mira, la muestra, la guarda… franqueados
por una época, una cultura y una manera de percibir-se en el mundo.
Las emblemáticas fotografías de los campos de concentración Nazi, que tomaron los
aliados después de la Segunda Guerra Mundial con finalidades ya sean propagandís-
ticas, jurídicas, educativas, entre otras, marcaron un hito en la historia visual de Oc-
cidente, siendo material de alto impacto simbólico en la sociedad de masas, configu-
rándose así, en símbolos, también en pruebas que necesitaba el mundo Anglosajón y
el pueblo Judío, que representara de la manera más realista un sistema “macabro” de
represión y exterminio, impactando el ámbito de las emociones de los espectadores.
No está muy lejos de estos discursos visuales la arremetida mediática a los diez años
de los atentados de las Torres Gemelas, en el corazón del movimiento financiero y
militar de Norteamérica. Hemos visto con total insistencia cómo se presenta una y
otra vez, desde diferentes ángulos, repetidas veces, el impacto de los aviones y el
desmoronamiento de los dos edificios, una imagen que queda obligatoriamente guar-
dada en las mentes de la sociedad que mira la tele, que ve en la calle una fotografía
de un periódico deshojado y perdido por las corrientes de viento y las pisadas de
transeúntes erráticos y automóviles trashumantes. Un símbolo que insiste en penetrar
en las sensaciones, afectividades, emociones, miedos, dolores ajenos, odios… en
un público expectante tras la pantalla, una insignia del ‘terrorismo’, pero igual, de la
justificación de las guerras posteriores -y por supuesto anteriores- contra toda forma
que se ajuste dentro de la categoría ‘terrorismo’. Y así, un sinnúmero de imágenes
que han solidificado discursos hegemónicos que se prensan en una memoria colectiva
masiva, pasiva, momificada, estandarizada…
Capítulo 5. Fotografía: entre desaparecidos y muertos. Una experiencia de la aparición
407
La fotografía del desaparecido, es una fotografía que aparece, que surge, que es ex-
traída del álbum de familia, de una tarjeta de identificación, de un cajón desordenado,
o un baúl escondido… en un instante en que el flash lo capturó de la manera en que
más se parecía a sí, es una fotografía que cambia de función: antes, en el álbum, era
una entre otras fotos de la historia visual de la familia, que instaba al recuerdo del
grupo y de cada uno de sus miembros, ahora, aislada y exhibida públicamente, es
símbolo de denuncia, rememoración, dolor, incertidumbre; es una aproximación al
horror, sin que lo sea en la literalidad de la imagen, en su inocencia, en su denotación;
sino efectivamente en el discurso subyacente, es ahí, en la nueva función de lucha,
reclamación y mnemotecnia pública donde toma la vigorosidad política de quien hace
de ésta un aparato de combate.
El hecho que el álbum de familia sea el que proporcione la ‘nueva foto de pancarta’,
que la foto pase de una función social específica de construcción y archivo de memo-
ria familiar, a ser instrumento de denuncia pública, de búsqueda de un rostro perdido,
de un llamado al recuerdo de la gente, de la sociedad, frente a su presente, al presen-
te de los detenidos, desaparecidos o muertos; al presente del familiar que se vuelca
con su historia particular a hacerla partícipe a gentes expectantes, desprevenidas, tal
vez apáticas, tal vez conmovidas.
De ahí, el aferro visual de la memoria de los familiares de los desaparecidos, que en-
carna aquella última, única, mejor, más diciente foto del que ya no está, y del que no
hay rastro alguno. No se sabe si vive o muere, si muere en vida o si la vida se le muere
a cada instante. No hay certeza alguna: aunque pasen los años, el desaparecido no
envejece, ni rejuvenece, no muere, no vive, no se conserva… es la insistencia de la
nada, el no estar, el sin tiempo.
Es por eso que uno de los caballitos de batalla del familiar, es visibilizar la foto del
desaparecido, extraerla, mirarla, exponerla, remirarla, hacerla hablar, publicarla, per-
mitir que otros la miren… es la urgencia de hacerlo vivo, recordarlo, tenerlo presente,
fijarlo en alguna parte. Entonces, ¿revela su condición de no-vida –con los suyos-, de
la inminencia de la muerte, de la zozobra de la vida, y la muerte ahora pensada en los
términos del no ser, que fue y pudo seguir siendo?
Tampoco es muerte, no es vida ni es muerte, puede ser lo uno o lo otro, pueden ser
las dos. La foto del desaparecido, a diferencia radical de las demás del álbum de
familia, mantiene el sentimiento ya no del pasado, sino el de su presente, el de su
insondable presente, como también el de la esperanza de un futuro donde la foto
deje de ser pasado y sea él mismo el que vuelva a la condición de los mortales. Es así
como se rompe el paradigma en que la fotografía es únicamente evocación y fijación
del pasado, es con el desaparecido, una búsqueda de su presente y una añoranza en
el futuro. Es la prolongación infinita de un presente que, siendo fieles a los hechos,
es sólo un pasado, pasado –quizá atravesado- por no presente en el futuro en tanto
anhelo y dolor del pasado que se hace presente.
1 Para enfatizar en un modelo metodológico de revisión de álbumes de familia de desaparecidos, se puede tomar en cuenta
el modelo presentado por Magdalena Broquetas en la ponencia presentada en las Segundas Jornadas sobre Fotografía,
Montevideo. CMDF. 2004.
Capítulo 5. Fotografía: entre desaparecidos y muertos. Una experiencia de la aparición
409
Como herramienta de protesta, la fotografía hecha pancarta, nos evoca y nos tras-
lada, a las paradas y manifestaciones de las Madres de la Plaza de Mayo –actuales
abuelas- a las manifestaciones en Uruguay y algunos lugares de Brasil, en Chile, en
Colombia y en otros países latinoamericanos que han padecido dictaduras militares
directas, otras soterradas y continuas, siendo la fotografía un recurso para universa-
lizar y personalizar la protesta, diciendo implícitamente que cada rostro del desapa-
recido es el rostro de todos los que lo están, y también enunciar que cualquiera de
nosotros podría estar o ya no estar.
Leer la fotografía del desaparecido, en la imagen de quien la sostiene con sus ma-
nos, en el grito silencio que encarna caminar sosteniendo lo efímero de un papel
que denota el no estar y la insistencia de la inmovilidad, significa dar cuenta de las
múltiples historias dentro de contextos prensados en ella, significa reconstruir las
circunstancias en que fue posible un pasado en el presente de una foto que insiste
en la ausencia y la permanencia del ser y su imagen, su ideal, su símbolo. Entonces
¿qué es la memoria cuando intenta recordar algo que no está en el pasado sino que
pervive en la incertidumbre de un presente que se las juega por un devenir anhelado
e incierto de lo por venir?
PARTE V - MEMORIA Y PRÁCTICAS COMUNICATIVAS
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Bibliografía