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Editores

RICARDO GARCÍA DUARTE


ABSALÓN JIMÉNEZ BECERRA
JAIME WILCHES TINJACÁ

Universidad Distrital Francisco José de Caldas


Instituto para la Pedagogía, la Paz y el Conflicto Urbano - IPAZUD
Centro de Memoria, Paz y Reconciliación - Secretaría de Gobierno de Bogotá

Bogotá, D.C.
2012
Las víctimas : entre la memoria y el olvido / Absalón Jiménez Becerra ... [et al.].
-- Bogotá : Universidad Distrital FranciscoJosé de Caldas, 2012.
412 p. ; cm.
ISBN 978-958-8782-27-0
1. Conflicto armado - Colombia 2. Víctimas de la violencia - Colombia
3. Guerra y sociedad - Colombia 4. Memoria y olvido - Colombia I. Jiménez Becerra, Absalón.
303. 6 cd 21 ed.
A1360613

CEP-Banco de la República-Biblioteca Luis Ángel Arango

SECRETARÍA DE GOBIERNO UNIVERSIDAD DISTRITAL FRANCISCO


DE BOGOTÁ JOSÉ DE CALDAS
Gustavo Petro Inocencio Bahamón Calderón
Alcalde Mayor de Bogotá Rector
Secretario de Gobierno de Bogotá María Elvira Rodríguez Luna
Antonio Navarro Wolff Vicerrectora Académica
Director Centro de Memoria, Ricardo García Duarte
Paz y Reconciliación Director IPAZUD
Camilo González Posso
IPAZUD
Edición

Rocío Paola Neme Neiva


Diseño gráfico

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Impreso en Editorial Universidad Nacional
Año 2012.

ISBN 978-958-8782-27-0
Primera edición 2012
© Bogotá, 2012
TABLA DE CONTENIDO

Introducción............................................................................................ 13

PARTE I
MEMORIA, PODER Y POLÍTICA

Capítulo 1
MEMORIA, SOCIEDAD Y RESISTENCIA
Ricardo García Duarte ..................................................................................... 19

Capítulo 2
MEMORIAS PARA LA PAZ EN MEDIO DE LAS GUERRAS
Camilo González Posso .................................................................................... 42

Capítulo 3
ESTADOS DE NEGACIÓN:
RETOS FRENTE A LA RECUPERACIÓN DE LA MEMORIA
EN COLOMBIA
Michael Reed Hurtado ..................................................................................... 57

Capítulo 4
MEMORIA Y CREENCIA: UNA MIRADA POLÍTICAMENTE
INCORRECTA A CIERTAS VINDICACIONES DE LA MEMORIA
Adrián Serna Dimas ........................................................................................ 65
Capítulo 5
LA MEMORIA Y LA ADMINISTRACIÓN DEL PASADO:
REFLEXIÓN A PROPÓSITO DE LA LEY DE VÍCTIMAS
Fredy Leonardo Reyes Albarracín y Ana Milena Martínez Triviño ......................... 81

Capítulo 6
INSTRUMENTOS LEGISLATIVOS, POLÍTICAS DE LA MEMORIA
Y EXCLUSIÓN SOCIAL. CASO LEY DE VÍCTIMAS
Juan Ruiz Celis ............................................................................................... 90

Capítulo 7
MEMORIA Y CONSTRUCCIÓN DE PAZ
Oscar David Andrade Becerra ........................................................................... 103

PARTE II
MEMORIA, CONFLICTO Y OLVIDO

Capítulo 1
Representar, narrar y tramitar
institucionalmente la guerra en Colombia:
una mirada histórico-hermenéutica a las comisiones
de estudio sobre la violencia
Jefferson Jaramillo Marín ............................................................................... 121

Capítulo 2
PEDAGOGÍA DE LA MEMORIA Y ENSEÑANZA
DE LA HISTORIA RECIENTE
Martha Cecilia Herrera Cortés y Jeritza Merchán Díaz ....................................... 137

Capítulo 3
PEDAGOGÍA DE LA MEMORIA Y DE LA ALTERIDAD
EN UN PAIS AMNÉSICO Y ANESTESIADO
Clara Castro, Piedad Ortega y Pablo Vargas ....................................................... 157
Capítulo 4
DESPLAZAMIENTO FORZADO Y GÉNERO:
EN BUSCA DE LAS HUELLAS DE LA EXPERIENCIA FEMENINA
DE LA GUERRA
Lina María Ramírez ......................................................................................... 172

Capítulo 5
LA MEMORIA DE LA VIOLENCIA POLÍTICA EN COLOMBIA:
APORTES DEL IEPRI PARA SU CONTEXTUALIZACIÓN
HISTÓRICO Y TEÓRICA
José Gabriel Cristancho Altuzarra ..................................................................... 185

PARTE III
MEMORIA, TERRITORIOS
Y DESTERRITORIALIZACIONES:
SUS LUGARES FÍSICOS Y SIMBÓLICOS

Capítulo 1
TERRITORIO Y ACADEMIA: UNA RELACIÓN FRAGMENTADA
Patricia Reyes Aparicio .................................................................................... 199

Capítulo 2
AMBIENTES EDUCATIVOS Y CONFLICTO ARMADO,
MEMORIAS Y TERRITORIOS EN EL PUTUMAYO
Mauricio Lizarralde Jaramillo ........................................................................... 209

Capítulo 3
CONTROL E INMUNIZACIÓN DE LA VIDA
Y EL TERRITORIO EN COLOMBIA:
DEL DERECHO DE CASTILLA A LA VIOLENCIA BIPARTIDISTA
Jessica Enith Fajardo Carrillo ........................................................................... 224
Capítulo 4
RESISTENCIA CULTURAL EN EL BARRIO BRITALIA
Wilson Javier Torres Puentes ........................................................................... 237

PARTE IV
LA COTIDIANIDAD DE LA MEMORIA:
EXPERIENCIAS DESDE LAS ORGANIZACIONES SOCIALES

Capítulo 1
CULPAS Y EXPIACIONES EN EL DESPERTAR MUISCA:
UNA ETNOGRAFÍA DE UN OBJETO-RED DE LA MEMORIA
Pablo Felipe Gómez Montañez ......................................................................... 253

Capítulo 2
IMAGINARIO Y MEMORIA RELIGIOSA EN BOGOTÁ
Absalón Jiménez Becerra................................................................................. 272

Capítulo 3
CONDICIÓN JUVENIL, DESCAPITALIZACIÓN Y MEMORIAS
EN LA MUTACIÓN DEL CONFLICTO COLOMBIANO
Juan Carlos Amador ........................................................................................ 292

Capítulo 4
DERECHOS DE LA INFANCIA:
DEL DISCURSO POLÍTICO A LA REPRESENTACIÓN
LA CONSTRUCCIÓN DE LA MEMORIA DE LOS DERECHOS
DE NIÑOS Y NIÑAS EN SITUACIÓN DE VULNERABILIDAD
Ibon Oviedo Poveda ......................................................................................... 317

Capítulo 5
LA MEMORIA Y SU POTENCIAL EDUCATIVO
EN LOS PROCESOS DE REINTEGRACIÓN A LA VIDA CIVIL
Luz Marina Lara Salcedo .................................................................................. 328
PARTE V
MEMORIA Y PRÁCTICAS COMUNICATIVAS

Capítulo 1
LA MEMORIA EN SUS JUSTAS PROPORCIONES.
A PROPÓSITO DEL PARADISCURSO EN LA JUSTIFICACIÓN
Y MORALIZACIÓN DEL PARAMILITARISMO
EN COLOMBIA
Tatiana Escobar Montes, Mauricio Naranjo Velandia
y Jaime Wilches Tinjacá .................................................................................. 347

Capítulo 2
MEDIOS DE COMUNICACIÓN, MEMORIA
Y DESPOLITIZACIÓN DE LA VIOLENCIA
Vladimir Olaya y Marcela González Terreros ...................................................... 369

Capítulo 3
EL ARTE COMO EXPRESIÓN ALTERNATIVA
–LA EXPERIENCIA DE LA FUNDACIÓN CULTURAL RAYUELA–
Iván Arturo Torres Aranguren ........................................................................... 389

Capítulo 4
RESPONSABILIDAD SOCIAL DEL COMUNICADOR
CON LAS MEMORIAS Y LAS VÍCTIMAS
Patricia Bryon, Juan Camilo Macías y Nyrama Osorio ........................................ 395

Capítulo 5
FOTOGRAFÍA:
ENTRE DESAPARECIDOS Y MUERTOS.
UNA EXPERIENCIA DE LA APARICIÓN
Julián David Romero Torres ............................................................................. 404
Introducción

El presente libro pretende dar cuenta de las reflexiones que desde las
organizaciones sociales y la academia se vienen realizando en torno de
la memoria que como categoría busca encapsular parte de la historia
pasada y reciente del país frente a temas tan neurálgicos como el con-
flicto armado, su degradación, las víctimas, sus narrativas, sus procesos
de duelo y reparación. En segundo lugar, como objetivo político, busca
contribuir al debate sobre el impacto de la nueva Ley de Víctimas.
Una ley, que lejos de limitarse a su pura dimensión tecnocrática, debe
convertirse en un auténtico laboratorio de prácticas democráticas en
las que se integren el Estado, las Víctimas y la Sociedad Civil. Paso
fundamental para la aplicación exitosa de un marco jurídico, que hace
parte de un deber estatal, pero que necesita incluir las experiencias
de las luchas sociales y rodearse de la concientización ciudadana para
convertirse en realidad.

Para Pierre Nora, la memoria como un fenómeno de la vida hace par-


te de los colectivos. Es una labor del cambio, de la dialéctica, de su
devenir, de la amnesia inconsciente, de sus deformaciones sucesivas,
vulnerable a todas las utilizaciones y además manipulable. La memoria
es un fenómeno actual, es una lucha con el eterno presente, es afectiva
y mágica. En el momento en que la historia se encarga de la memoria,
en el momento en que recoge el indicio testimonial y lo oficializa anula
a la memoria misma (Nora, 1986).
INTRODUCCIÓN
14

Para este intelectual francés, la relación entre la historia, la memoria y


la nación, debería ser de circulación natural y complementaria. No obs-
tante, como se ha evidenciado tanto en Europa como en América Latina
es una tríada, que además de ser complementaria, entraña tensiones
como las que se ubican entre el Estado y la nación en torno de la memo-
ria oficial y de las políticas públicas que la acompañan. Dicha tensión la
evidenciamos cuando se establece un encuentro entre los académicos
y las organizaciones sociales. Sin duda, los planteamientos científicos
del académico en ocasiones chocan con las cargas subjetivas, las expe-
riencias y las narrativas de las víctimas, las cuales demandan lecturas
de carácter integral frente a situaciones dolorosas como el destierro,
el desplazamiento, la pérdida de un familiar, las masacres y los delitos
de lesa humanidad que han afectado a un alto número de colombianos,
por lo menos, en las últimas cuatro décadas de las cuales las memorias
recientes aún demandan una lectura de carácter integral.

La memoria como categoría hace parte de una relación de significado


y construcción simbólica en el sujeto. Comparte fronteras conceptua-
les y metodológicas con otras dos categorías afines: la experiencia y la
narrativa. En tal sentido, la experiencia de las víctimas, la experiencia
vivida y percibida de las organizaciones sociales e incluso de los tes-
tigos, es recogida por medio de sus narrativas. La experiencia es un
elemento consubstancial para la materialización de los diversos grados
de consciencia que tenemos frente a un hecho social y a un aconte-
cimiento doloroso. Ejercicio palpitante, verosímil e instaurador, lo que
lleva a establecer un diálogo directo entre la memoria individual y la
memoria colectiva.

Los diversos grados de memoria individual y colectiva, como ejercicios


complementarios, entran en tensión abierta cuando se quiere oficializar
un relato, cuando se busca ocultar un acontecimiento, una voz o una
experiencia dolorosa. Las tensiones existentes entre la memoria y la
historia oficial se han evidenciado en los debates sobre las políticas de
la memoria, las cuales como un presupuesto del Estado, buscan oficia-
lizar un “meta-relato” globalizante que deje por fuera lo no conveniente
de contar, lo que evidencia fragmentación estatal, parainstitucionalidad
e ilegitimidad. Entonces, en este contexto, ¿cómo asumir los desafíos
que implica la complejidad en la construcción de la memoria? Con esta
pregunta abordamos el reto de articular un diálogo entre varios colecti-
vos de carácter social, académico, estatal, periodístico y social. Dicho
diálogo apunta a divulgar avances temáticos y conceptuales, que logren
tener incidencia en el contexto nacional y en las discusiones que siguen
a la aplicación de la ley de víctimas y su capítulo de memoria histórica.
INTRODUCCIÓN
15

Estas discusiones complejas, pero apasionantes, fueron abordadas por


líderes de organizaciones sociales y políticas, académicos, periodistas y
estudiantes de pregrado y posgrado en el Seminario La Memoria y las
Víctimas: ¡Ayer, Ahora y siempre!, realizado en Bogotá los días 20 y
21 de octubre de 2011. Las reflexiones de los ponentes, fueron divididas
en cinco mesas temáticas:

1. Memoria, poder y política

2. Memoria, conflicto y olvido

3. Memoria , territorios y desterritorializaciones:


sus lugares físicos y simbólicos

4. La cotidianidad de la memoria:
experiencias desde las organizaciones sociales

5. Memoria y prácticas comunicativas

Más allá de plantearse como resultado de una investigación, este traba-


jo es la continuación de un esfuerzo que se remonta al año 2007, cuando
el Instituto para la Paz, la Pedagogía y el Conflicto Urbano – Ipazud, de
la Universidad Distrital Francisco José de Caldas, constituyó la línea
de Memoria y Conflicto y luego conformó la Red Interinstitucional de
Memoria y Conflicto, integrada por colectivos académicos y centros de
investigación social. La continuidad de estos procesos no hubiera sido
posible sin la participación y el apoyo constante del Centro de Memoria,
Paz y Reconciliación de la Secretaría de Gobierno de la Alcaldía Mayor
de Bogotá.

El libro que a continuación damos a conocer es un aporte bibliográfico


que sobre el tema de memoria ha venido gestionado el Ipazud y el Cen-
tro de Memoria de Bogotá en estos últimos años. Un esfuerzo colectivo
de reflexión en el que están abiertas todas las posibilidades para la
construcción de memorias históricas, que aspiran a la reivindicación de
un proyecto de nación incluyente, participativo y democrático.
Parte I

MEMORIA, PODER
Y POLÍTICA
Capítulo 1

MEMORIA, SOCIEDAD Y RESISTENCIA


Ricardo García Duarte
Politólogo y Abogado. Exrector de la Universidad Distrital Francisco José Caldas. Director del Instituto
para la Pedagogía, la Paz y el Conflicto Urbano - IPAZUD.

Introducción
La memoria es un acto de reconocimiento. De reconocerse a sí mismo, haciéndolo en
el espejo del pasado.

Se es porque se ha sido. Se ha sido, gracias solo a la memoria, depósito increíble en


el que bullen, a la vez que se eclipsan o sedimentan, los recuerdos que hacen posible
la definición de la existencia en un presente.

La existencia, que es un fluir incesante en el orden de las experiencias; solo entendi-


bles en una conciencia que les da sentido en el discurrir del tiempo; por lo que es ac-
ción en cada presente pero también memoria construida en ese tiempo que también
se vuelve pasado.

Memoria de un pasado que, en cuanto hecho que transcurre en la conciencia, es


producto del vínculo intersubjetivo y, a la vez, expresión social, manifestación de rela-
ciones y de fuerzas. Esto es: conciencia colectiva en la que se materializan imágenes y
razonamientos; juicios y percepciones, bajo los que fluyen fuerzas que se encuentran.
Y es también, claro está, memoria colectiva, que es recordación múltiple y compleja,
pero además espacio para el poder; y para las estrategias con las que los actores so-
ciales intentan rediseñar la identidad de un colectivo humano, a tono con los poderes
establecidos. Poderes estos, cuestionables quizá, por la propia rememoración crítica
de las víctimas del pasado.
PARTE I - MEMORIA, PODER Y POLÍTICA
20

I. La Dimensión Óntica de la Memoria1


La memoria habita en nosotros como el fondo que nos precede; solo que al mismo
tiempo se hace actualidad, brindando apoyo en la orientación diaria del ser que
somos.

Por esa misma razón, habitamos simultáneamente en ella; o dicho de otro modo, la
frecuentamos sin cesar. Así sea solo para redescubrir a cada instante - sin las rup-
turas que nos hundirían en una perplejidad abismal – los referentes inmediatos para
el qué hacer de la vida. Un qué hacer, que sería un tormentoso recomenzar, repetido
desde cero ad infinitum, si no contáramos con la memoria de las cosas y con el re-
cuerdo de las voces.

De ahí que aquella – la memoria -, esa inevitable estancia casera en la que flotan los
fantasmas reales y ficticios del pasado, sea una entidad intangible pero cierta, que
participa en la constitución del ser; del ser individual,que es a la vez ser social, por el
conjunto de relaciones con los otros, en que él mismo inscribe su formación.

Poblada, como está, por hechos que ya no existen, que a cada minuto como al soplo
de un viento ancestral desaparecen, ella misma – la memoria – se auto-inventa sin
embargo, como una máquina de retro-proyección, capaz de retener todos aquellos
hechos; de suspenderlos en el tiempo y de traerlos para su reproducción, como si se
tratara de una pantalla infinita, transparente y holográfica; hecha a su turno de una
miríada de pequeñas pantallas, atomizadas pero universales, en la que encontramos
esos mismos hechos ya idos. Los que necesitamos y los que deseamos; en la empresa
sin término de entendernos con los demás y con nosotros mismos.

En ese orden de ideas la memoria es, por una parte, virtud de la mente humana; la que
corrientemente se despliega en lo que se conoce como un ejercicio mnemotécnico.

Pero también es – sobre todo – presencia óntica, que permite la continuidad del ser
como sujeto, pues este último difícilmente se constituiría sin un pasado – remoto o
reciente – desde el que emerge para ser alguien con posibilidades de pensar y de
pensarse, en medio de un proceso de continuidad en el que al ir siendo, es; lo que
supone un pasado. Mientras tanto este mismo pasado no deja de entrañar una memo-
ria, codificada dentro de la genética social, de donde surge que tal pasado se pueda
retrotraer al presente, para permitir la continuidad en la que se da el ser, susceptible
de convertirse en sujeto.

1 Para estudios sobre la Memoria, véase: Jelin (2002), Todorov (2008) y Casey (2000).
Capítulo 1. Memoria, sociedad y resistencia
21

La práctica mnémica, en los solos términos técnicos, - instrumento invaluable en la


utilería de asociaciones y deducciones indispensables en el aprendizaje, como la del
que repite al punto las tablas de multiplicar – encuentra su encarnación quizá más
acabada en Funes, el memorioso. Un personaje de ficción en la iconografía fantástica
de Borges. ¿O quizá figura de la realidad emergida desde el pasado borroso en la
infancia del narrador? ¡Vaya uno a saber! Porque el Borges narrador lo sitúa – dentro
de ese juego de ambivalencias ilusorias entre la ficción y la realidad – en una escena
de su propia niñez, en ese mundo inatrapable de las vacaciones familiares. Por allá
en alguna provincia, en Fray Bentos; dentro de alguna estancia, en donde hacía sus
oficios el tal Irineo Funes. Aindiado y hermético, nos lo evoca el narrador, aunque li-
geramente risueño en su ironía por el prodigio de sus dotes, este muchacho era capaz
de responder de modo automático pero sin esfuerzos la hora exacta del día; con sus
minutos bien contados; y sin mirar al cielo siquiera. Y naturalmente sin ninguna ayuda
del reloj. A éste lo llevaba en su ser. Él mismo era un reloj.

Se trata de una memoria sobrenatural en un personaje de ficción, aunque construido


como protagonista de la realidad en la evocación de sus propios recuerdos, hecha por
el narrador, otro memorioso, el propio Borges; si bien este último se presenta como un
memorioso fragmentario, borroso.

Pero es también una memoria, digamos, matemáticamente posible; como si alguien


fuera capaz de captar al instante y de modo simultáneo el enjambre infinito de los
olores y colores; de las mutaciones en la luz y en el espacio; las que se desenvuelven
en el curso de las cosas; y cuyo control múltiple permitiría adivinar la fracción del
tiempo en que lo hacen.

Esa memorización, solo posible en los pequeños fragmentos de la realidad, constituye


apenas, una dimensión facultativa de la razón humana, imprescindible para su ensan-
chamiento en el conocimiento y en la experiencia.

Pero pertenece a un universo más amplio, el de una memoria integral, parte del ser,
componente de la razón óntica: la memoria total de donde emergen las posibilidades
del ser actualizado y al que éste vuelve para componer los ajustes de sus actitudes y
los de sus conductas.

¿Cómo podríamos existir sin ese otro existir que ya no es pero que viene transportado
en la memoria para completar el sentido de nuestro presente? En el mundo mágico
y aldeano de García Márquez los habitantes de Macondo pierden la memoria a raíz
de una peste insólita; la cual arrastra como un vendaval los recuerdos y con ellos la
capacidad de recordar.

Es, si no la muerte colectiva, al menos la enfermedad insufrible del in-conocimiento;


más allá, mucho más allá de la ignorancia: el hundimiento en un vacío sin pie de
PARTE I - MEMORIA, PODER Y POLÍTICA
22

apoyo. Atmósfera quieta de un no-conocimiento siempre repetible que, poniendo en


peligro la existencia social, solo es superable con un nuevo comienzo del organismo,
tanteando aquí y allá; y reconociéndose en pequeños fragmentos para completarlos
uno a uno. De modo de dar lugar después al invento de cada palabra; fijándola a la
vista de todos y cuidándola como al fuego inicial y fugaz, a fin de evitar que el olvido
la consuma otra vez. Y que involutivamente suma al pueblo en un congelamiento peor,
el de la mudez atónita. Hay que crear de nuevo las palabras con el poder nominador
que las acompaña, como si del fondo del poder colectivo se sacara pacientemente la
energía para crear otra vez al mundo.

Inventar las palabras después del olvido; y fijarlas y aprenderlas para conjurar los
efectos corrosivos de este último, es reinscribirlas en el tiempo para que sean un
pasado que se actualiza. Es enlistarlas en una línea del tiempo en la que tiene que
caminar la memoria. Por lo que es simultáneamente una reinvención de la memoria,
con las palabras contra el olvido, para hacer posible la vida.

Porque finalmente “¿qué somos nosotros?” se pregunta Henri Bergson (1994):

¿qué es nuestro carácter sino la condensación de la historia que hemos vivido


desde nuestro nacimiento, antes de nuestro nacimiento incluso, dado que lleva-
mos con nosotros disposiciones prenatales? Sin duda no pensamos más que con
una pequeña parte de nuestro pasado; pero es con nuestro pasado todo entero,
incluida nuestra curvatura de alma original como deseamos, queremos, actua-
mos. Nuestro pasado se manifiesta por tanto íntegramente en nosotros por su
impulso y en forma de tendencia, aunque solo una débil parte se convierta en
representación. (p.48)

Así el pasado y la memoria se insuflan frente a la vida con una fuerza casi óntica;
además con un impulso de formación identitaria.

En clave literaria lo expresa Fernando Vallejo, en El Desbarrancadero; es decir, en ese


tránsito por el filo del abismo insondable que es la muerte: “El hombre no es más que
una mísera trama de recuerdos, que son los que guían sus pasos”. Borges lo escribe
del siguiente modo: “Somos nuestra memoria, somos ese quimérico museo de formas
inconstantes, ese montón de espejos rotos”.

La existencia retoma su marcha creativa en el curso del tiempo; el que es simbolizado


por el reloj, del que es encarnación viva aquel Irineo Funes, el de Borges; el de la
memoria prodigiosa, matemática y universal. Memoria ésta, en la que cabe la marcha
de la vida.
Capítulo 1. Memoria, sociedad y resistencia
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II. La Memoria en el Discurrir de la Vida


La vida está en el tiempo. Circula en un reloj múltiple, ubícuo y universal. Es la vida
actuante en el reloj metafísico de la existencia. La razón es sencilla: para que la vida
sea, tiene que haber sido; lo que la coloca en la línea inevitable del tiempo. A la in-
versa, este último no es nada distinto al continuar de la existencia, como lo enuncia
Spinoza (Ricoeur, 2010, p. 21). Entre tanto, la memoria es el habitáculo de dicha vida
palpitante, en el curso del tiempo que circula.

La parálisis del tiempo es la negación de la vida como vida palpitante. Es, al mismo
tiempo, la inutilidad de la memoria, desplazada ya no al cuarto de San Alejo en donde
se puede defender con naturalidad, sino al vacío de la nada; al vacío de un presente
sin movimiento, como el corte indefinido con el que se interrumpe la proyección de
una película; en adelante, imagen estática.

Por cierto, en un filme de Bergman, “Las fresas salvajes”, hay una escena en la que un
médico ya entrado en años, Isaac Björg, va, con su joven nuera, a visitar a su anciana
madre, ya nonagenaria, a punto de cumplir la centuria. En el cuarto de la anciana
postrada, la acompaña un reloj manifiestamente desprovisto de las manecillas que
marcan las horas y los minutos. El reloj presumiblemente funciona pero sin los indica-
dores que miden su marcha. O sea un tiempo huérfano de medida: ¡un tiempo sin el
tiempo real que marcha! Contrasentido éste, que es subversión de un tiempo, medible
por naturaleza; como si permaneciera en un presente desapacible, casi inerte.

Lúcida coquetería surrealista de Bergman sobre el curso de la vida cuando ésta ya


casi no marcha. Preludio de lo que se anuncia insondable; sin movimiento. Pero tam-
bién metáfora plástica y muda de un presente frágil, el de la anciana. Un presente en
el que ya poco importa si el tiempo concreto continúa en su dimensión mensurable
antes del fin; aunque siga su recorrido en términos universales y metafísicos.

Se trata de una imagen plena de mordacidad para subvertir la prisión del tiempo sobre
la vida, cuando ya ni siquiera va a haber una vida a la que aprisionar.

Una subversión de un tiempo concreto que solo confirma la existencia ineludible del
tiempo general en el que marcha la vida; en el que se inscribe el ser; que solo es,
fenoménicamente hablando, si está dentro de ese tiempo.

Desde el punto de vista de la fenomenología, el sujeto que es o el ser que deviene


sujeto, lo hace dentro del mundo de la vida; y ese estar en el mundo de la vida es un
estar en el mundo de las experiencias.

Ese hecho de estar, de existir en las experiencias, define la conciencia del ser, su concien-
cia subjetiva, que es aprehensión precisamente de la experiencia; experiencia o serie
PARTE I - MEMORIA, PODER Y POLÍTICA
24

de experiencias, seleccionadas y estructuradas; dotadas de un sentido dentro de una


conciencia que opera en el tiempo. De donde surgen las posibilidades de continuidad.

Una continuidad que es duración. “Una duración que es el movimiento”, como lo diría
Bergson (1994). Mejor dicho, como lo ratificaría este autor: “una duración que es el
todo, en el que se envuelve la existencia del ser” (p. 18).

En la conciencia del sujeto tiene lugar una apropiación de las experiencias dentro de un
tiempo que pasa; por lo que en esa misma conciencia debe intervenir una memoria que
enlaza ese tiempo. Un tiempo, a la vez subjetivo y “objetivo”; interno y externo. Se trata
pues de una memoria que para decirlo claramente con Paul Ricoeur, se inscribe dentro
de ese tiempo del sujeto, en el pasado. Es la memoria que se expresa en el pasado del
sujeto. Con una pertenencia en el tiempo que se constata en la manifestación de Aristó-
teles: “La Memoria es del pasado” (Ricoeur, 2010, pp. 22 y 33).

Un pasado revivido, recuperado a través del recuerdo. Los hechos idos que fueron ex-
periencias dejadas de existir regresan en el recuerdo como otra experiencia ya vivida
en la memoria, bajo los efectos de un ejercicio de rememoración.

Una rememoración que es quizá recuperación actualizada de algo que ya fue, aunque
también ejercicio de búsqueda; de esfuerzo por encontrar algo; un algo que en la
formulación mítica de Platón se perdió en el olvido al momento de nacer; como si
entonces con la vida surgiese la búsqueda insaciable por encontrar lo que se quedó
en un ensueño eterno preexistente, antes de entrar a la vida (Ricoeur, 2010, p. 47)

En ese sentido, la memoria aloja las cosas que la vida va encontrando, después de
que quedaran suspendidas en el estadio incierto que precede al nacimiento con el que
comienza la vida de cada uno; de los que van a ser sujetos provistos de conciencia.

De ahí entonces que en esa conciencia aparezca como una expresión, en la que se
recoge el pasado, la memoria; la misma que se manifiesta en el recuerdo. Pero una
memoria que, según la lectura que a este propósito hace Ricoeur de Platón y Aristó-
teles, es una memoria que se ofrece bajo dos dimensiones; las que el autor francés
reseña con los nombres de MNEME y ANAMNESIS:

Los griegos tenían dos palabras, Mneme y Anamnesis, para designar por una
parte el recuerdo como algo que aparece, algo pasivo en definitiva hasta el
punto de caracterizar como afección –pathos- su llegada a la mente; y, por otra
parte, el recuerdo como objeto de una búsqueda llamada de ordinario rememo-
ración, recolección… (Ricoeur, 2010, p. 20)

La primera es la del recuerdo inmediato; la del recuerdo que llega sin esfuerzos a
cada momento, y que en términos prácticos sirve para reproducir cotidianamente la
Capítulo 1. Memoria, sociedad y resistencia
25

vida del sujeto. La otra, la anamnesis, es por el contrario la memoria esforzada; la de


la búsqueda; aquella que solo opera con un ejercicio encaminado a despejar capas
y más capas, que se acumulan en los recuerdos, para por fin encontrar el hecho que
se desea y la situación que lo envolvía; para de esa manera pasar a estructurar un
cuadro, al menos aproximado, de una experiencia vivida en un momento del pasado.
Es la rememoración.

Se trata pues de la mneme, el recuerdo inmediato de reproducción permanente, la


memoria impensada. Y la anamnesis, la memoria del recuerdo buscado, razonado. He
allí una caracterización que, al ser señalada por Paul Ricoeur, no puede sino evocar la
caracterización que antes hiciera Henri Bergson, al indicar así mismo la diferenciación
entre dos memorias; a saber, la memoria – hábito; y una más amplia y a la vez más
profunda, la que podría calificarse como rememoración, precisamente.

En la primera, hay una mecanización de los recuerdos inmediatos; una especie de


tecnologización de estos últimos que se trasladan casi inconscientemente a la repro-
ducción de la vida social. En la segunda, hay un esfuerzo por explorar en el pasado con
miras a su re-actualización compleja en el presente.

El conjunto de las experiencias, cuya existencia se fugó, pero que transcurrieron den-
tro del tiempo, es buscado y atrapado por la memoria en el pasado. Por donde es
razonable que Ricoeur hable de la memoria como si se tratara de la “imagen de lo
ausente” (Ricoeur, 2010, p. 34).

Anamnesis o rememoración o búsqueda; en todo caso imagen de lo que es ausente:


todo ello es un efecto que circula dentro de la sociedad; no pertenece a algo mera-
mente aislado en la conciencia de cada individuo.

III. La Memoria como Producto Social


La memoria no es una construcción que pertenezca al apenas imaginario mundo del
solitario, sin conexión con el medio social en el que crece. No es una virtud propia del
Robinson Crusoe, náufrago sin contacto humano alguno. O, mejor: sí que lo es. Es pre-
cisamente el único ejercicio que viene en auxilio del solitario Robinson Crusoe, para
traer a su dificultoso presente las cosas aprendidas en el contacto con los demás. Es
la que confirma, como lo anotara Marx, su condición de ser social, a pesar de ser un
solitario sin sociedad que lo rodeara. En su conciencia, lleva su condición social. Y el
instrumento de esa conciencia es la memoria.

Esta última tiene a todas luces un estatuto de orden social. Se forma solo en medio
de las relaciones que vinculan a los distintos sujetos.
PARTE I - MEMORIA, PODER Y POLÍTICA
26

Ningún autor más emblemático para ser evocado en este tema que Maurice Hal-
bwachs, el intelectual francés muerto en el campo de concentración alemán Buchen-
wald, durante la segunda guerra mundial. En efecto dice nuestro autor:

… No existe posibilidad de memoria fuera de los marcos utilizados por los hom-
bres que viven en sociedad para fijar y recuperar sus recuerdos” (Halbwachs,
2004, p. 101)

Si para Durkheim, su mentor, hasta el suicidio, la más íntima y solitaria de las deci-
siones individuales, era social, para Halbwachs, lo era así mismo la rememoración,
incluso aquella que estuviese alojada en el más recóndito de los sueños (Halbwachs,
2004).

En estos últimos, aunque aparezcan bajo las más sorprendente formas de dislocación,
los personajes y los lugares en que aparecen de contextos sociales, discernibles de
algún modo.

En la rememoración, la reconstitución de los autores o la de los vínculos que los unen


y las circunstancias que los rodean, de lugar y de tiempo, emergen en una cadena de
causalidad social, de orden general.

La rememoración es un ejercicio de carácter social; y las imágenes que resultan de


ellas se crean bajo la forma de un cuadro de conductas y situaciones dadas, que no
tiene por menos que ser social, como lo fueron esas conductas cuando tuvieron lugar;
o como lo pueden ser en el presente otras situaciones similares originadas en la
actualidad.

Los hechos que se traen a través del recuerdo son sociales; y también la rememora-
ción misma, por más individual que aparezca, es un hecho enteramente social.

El recuerdo es una búsqueda, ya quedó dicho. Y como tal, es un ejercicio de compren-


sión; comprensión que por mucho que se realice individualmente no puede constituirse
más que a través de una operación social de significación; una operación obligada a
recoger en la conciencia los referentes de significación, surgidos socialmente; sin cuyo
concurso el recuerdo perdería sustancia cultural; no sería comprendido; dejaría de ser
recuerdo, convertido apenas en una ráfaga incomprensible de imágenes sin contexto.

Son los marcos sociales de la memoria, de que hablara en 1921 Halbwachs, en una
expresión que le dio título a una de sus obras más reconocidas.

La otra se llamó “La memoria colectiva”, expresión esta que resume el conjunto de
tesis elaboradas en su investigación por el autor francés; y que se convirtió en con-
ceptualización de uso corriente (Halbwachs, 1991).
Capítulo 1. Memoria, sociedad y resistencia
27

En el proceso de rememoración que hacen los individuos existe un ejercicio de memo-


ria colectiva. Es este el fenómeno social relevante.

En el acto de memoria hay el factor objetivo de lo que se rememora, el suceso o el


hecho en cuestión que provoca el recuerdo (Ricoeur, 2010, pp. 41-42). Y está el com-
ponente subjetivo de quién rememora; componente éste que activa el dispositivo de
los recuerdos, levantando capas sucesivas del pasado o conectando situaciones o
personajes diversos.

El objeto de la rememoración constituye, hasta cierto punto, un acontecimiento que


flota como experiencia vivida, propiedad de muchos sujetos en sus propios recuerdos.
Aunque cada uno lo recuerde de modo distinto y con distancias diferentes, ello no
hará sino confirmar que se trata de un proceso colectivo de memoria. Por cierto, esta
última será más o menos directa, en la medida en que algunos individuos habrán
tenido contacto con el acontecimiento en cuestión, mientras los otros tendrán las
imágenes de segunda mano.

El acontecimiento mismo – factor objetivo – pasa por una reconstrucción social y


colectiva en el proceso de la recordación.

A su turno, quien rememora hace su operación de recordar en medio de un juego ine-


vitable de influencias mutuas con los otros que también recuerdan. Son fragmentos
de la memoria, que se apoyan los unos con los otros; aquí y allá. Pero además esta
rememoración se da en medio de otro juego social, el de la construcción y reproduc-
ción intersubjetiva de significados.

Los sujetos construyen la organización social en medio de acciones que circulan car-
gadas de significados; significados estos que surgen, que se decantan y asientan en
el curso de intercambios de comprensión mutua; de entendimiento colectivo.

El sujeto hace memoria, retrotrae su pasado como imagen de lo ausente, haciendo uso
de los significados presentes, los mismos que se comparten por el colectivo social; y
lo hacen procediendo a préstamos mutuos de significaciones, en la rememoración de
un mismo acontecimiento social. Lo cual afirmaría siempre el carácter socialmente
compartido de la memoria, según lo apreciaba el ya citado Maurice Halbwachs.

Se trata entonces de una memoria colectiva, hecha de recuerdos cargados con sig-
nificados comunes. Y, a propósito, no hay nada que sea más portador de significados
que el lenguaje.
PARTE I - MEMORIA, PODER Y POLÍTICA
28

IV. La Memoria con Lenguaje2


La memoria está construida sobre el recuerdo; y éste, lo está sobre el lenguaje.
Maurice Halbwachs, el insoslayable autor en estas materias lo sitúa en los marcos
sociales de la memoria colectiva:

El lenguaje, ha dicho Meillet, es un hecho eminentemente social. En efecto,


esta idea encuadra exactamente en la definición propuesta por Durkheim; una
lengua existe independientemente de los individuos que la hablan; y, aunque
ella no tenga ninguna realidad fuera de la suma de esos individuos, no obstante,
es por su generalidad, externa a cada uno de ellos; es lo que demuestra que no
depende de cada uno de ellos el cambiarla, y que toda desviación individual de
su uso provoca una reacción. (Halbwachs, 2004, p. 89)

Incluso, cuando el recuerdo emerge nebuloso en las enrevesadas disociaciones del


sueño, aparece en clave lingüística.

La rememoración surge cifrada en el lenguaje, que es un código de significados; de


modo que es poco menos que imposible el ejercicio de recordar sin la existencia de
los significados; sin su decantación; sin su interpretación.

El lenguaje es quizá la más poderosa dimensión fenoménica de construcción social.


Y es, por tanto, el instrumento vital más cargado de signos y de símbolos; el portador
mayor de significados.

El mismo es una estructura que se forja creando significaciones. Constituye un pro-


ceso social, en el que uno o más significantes se engarzan al objeto o a la idea que
son significados.

En la propia construcción social, interviene de modo decisivo la estructuración signi-


ficante del lenguaje. Una y otra se hacen posibles mutuamente y de un modo simul-
táneo. En las acciones que se intercambian los sujetos, circulan también las signifi-
caciones que, envueltas en signos, hacen que cada una de ellas sea eficaz; que tenga
sentido en la génesis y la reproducción de las relaciones sociales; las económicas, las
políticas o las religiosas.

La formación social está inmersa en el constantemente enriquecido mar de los signifi-


cados lingüísticos. Significados que, estando radicados en esa propia génesis, surgen
inevitablemente en el proceso múltiple de la inter-subjetivación.

2 Para una conexión entre el lenguaje y la memoria, véase el capítulo correspondiente en “Los Marcos sociales de la memo-
ria” de Halbwachs. Op. Cit. Cap.II. pp. 57 - 104.
Capítulo 1. Memoria, sociedad y resistencia
29

Objetivados como están dentro de un reconocido universo de signos, ellos nacen y re-
gresan siempre alrededor de una incorporación subjetiva por parte de cada individuo,
quien sin embargo no los pueda asimilar sino en el contacto con los demás.

Bajo las claves de estas significaciones, los actores sociales intervienen en la cons-
trucción de su mundo; en la forjación – venturosa o desafortunada -de su presente.
Así mismo, los individuos depositan en ellas el entendimiento de su pasado.

La rememoración es un proceso de fijación razonada e imaginada del pasado, que


toma curso a través de las significaciones proporcionadas por el lenguaje compartido.

Re–situar en la memoria los eventos del pasado, con su desfile de personajes, situa-
ciones y cosas, es al mismo tiempo un ejercicio obligado de comprensión dentro de
un contexto lingüístico de significación; sin que importe por el momento qué tan fiel o
verosímil sea la reconstrucción memoriosa.

Por otra parte, frente al objeto; es decir, aquello que se recuerda; se producen dentro
de los sujetos del presente inevitables intercambios lingüísticos y simbólicos, vehí-
culos más o menos eficaces para entender los acontecimientos recordados. Los in-
tercambios lingüísticos de la sociedad en el presente tamizan, completan y filtran los
recuerdos individuales. Recuerdos estos últimos que, por lo demás, se recomponen a
través de la memoria colectiva; mientras que esta última tiene su forja moldeadora en
condicionamientos sociales que a todos afectan. Particularmente, el lenguaje modula
la comprensión de los objetos y de las situaciones, materia de los recuerdos.

Por último, en el vínculo externo de la conciencia que se establece con el objeto del
pasado, se ponen en movimiento los dispositivos de introyección en el pensamiento;
todo ese mundo intrasubjetivo del razonamiento y de la imaginación, en el que cada sí
mismo dialoga consigo. Es el operativo de reflexividad interna en el que el yo es capaz
de entenderse consigo mismo, en el momento en que recuerda; del mismo modo como
se pone en diálogo virtual o real con los otros sujetos.

El diálogo consigo mismo, en medio del recuerdo; es decir, la auto-reflexividad en ac-


ción al tiempo que la conciencia se conecta con el objeto externo del pasado, Es todo
ello un diálogo que se desenvuelve en medio de la comprensión lingüística.

El diálogo del yo con el sí mismo es, qué duda cabe, un diálogo mediado por signos
lingüísticos profundamente incorporados en la conciencia individual, como parte de
un proceso de apropiación intersubjetiva, ejecutado por todos los actores en la forma-
ción de una conciencia colectiva.
PARTE I - MEMORIA, PODER Y POLÍTICA
30

De esta relación interiorizada con los demás actores sociales, cada cual desprende
la capacidad de dialogar consigo mismo dentro de los parámetros significantes que
prevalecen en la sociedad.

De modo que la rememoración es, al mismo tiempo, un acto de autoreflexión desde el


presente en función del pasado. En consecuencia, un acto que circula a través de los
propios esquemas de significación lingüística con los que interviene cada conciencia
en la sociedad.

Y tales codificaciones lingüísticas, que hacen posible la rememoración exterioriza-


da y la reflexividad interior, son a su turno estructuras por cuyos flujos comunicacio-
nales circulan el poder y las identidades.

V. El Poder y la Memoria
Si en la memoria colectiva – ese ejercicio anamnésico de búsqueda en el pasado, una
búsqueda que significa provocar el retorno de algo -; interviene como factor social
el lenguaje, participa en consecuencia una especie de comunicación portadora de
signos y de símbolos.

Una comunicación que opera de modo múltiple bajo la forma de flujos de signifi-
cación, manifestación todos ellos de poderes que hacen presencia en la sociedad.
(Luhmann, 1995).

En la comunicación se forma y a la vez se refleja el poder. De igual manera, en el


acto de la rememoración, en el que intervienen los procesos de comunicación signi-
ficativa, se producen actos de poder. De un poder entendido en el sentido amplio de
relación social mediada por el condicionamiento que logra la voluntad de un actor
sobre la de otro.

La rememoración y la comunicación, juntas en el paquete común de la conciencia,


hacen parte del poder, bajo tal vez dos grandes formas.

Una de estas formas pertenece al acto mismo de la producción y transmisión de signos


y de símbolos, es decir, al acto de crear y de reproducir socialmente significaciones. La
otra forma corresponde al acto de forjar memorias y significaciones como una manifes-
tación exteriorizada (casi institucionalizada) de poderes establecidos en la sociedad; por
cierto, surgidos en el campo económico, en el político, en el religioso o en el del saber.

Esa primera forma en los vínculos con el poder supone que el intercambio mismo
de significaciones y la propia memoria constituyen, ambos, fenómenos propios de la
constitución del poder.
Capítulo 1. Memoria, sociedad y resistencia
31

Así, la formación de la memoria colectiva y todo lo que ella tiene de simbolización y


de significación lingüística sería al mismo tiempo un acto de generación de relaciones
de poder en la sociedad.

Está visto que la comunicación a través de signos (como no puede ser de otra forma)
comporta la transmisión de un mensaje. Mientras tanto, la viabilización de este men-
saje abre todas las posibilidades que nacen de su fuerza y de su eficacia; las cuales
hacen nacer símbolos (palabras sonoras o figuras gráficas) que llegando con potencia
a los receptores, aparecerán aceptables y utilizables por todos. Lo cual no dejará de
esconder en muchas ocasiones la estructuración más o menos simulada de relaciones
opresivas o, en general, de poderes que se establecen los unos sobre los otros.

Este último es un fenómeno que pareciera ponerse al descubierto con la crítica que
por ejemplo hacen las corrientes del pensamiento feminista; y que se orienta a des-
velar el vínculo íntimo entre la construcción de significaciones lingüísticas y las rela-
ciones de poder en el campo del género.

En tal sentido, la rememoración – en la medida en que comporta una transmisión


significativa – sería también un campo social para la formación o el afianzamiento de
poderes sociales.

La otra forma grande de vínculos con el poder tiene lugar con la formación de algo,
una institución o una figura imaginaria por ejemplo; que perteneciendo a la memoria
colectiva sirve a un poder existente en la sociedad.

Son creaciones dotadas de un cierto sentido de empresa; con su orientación y su plan.


Pretenden el hecho de ser funcionales a la consolidación de cualquier tipo de poder.
De ellas, hacen parte los lugares conmemorativos o la propia historia, en cuanto parte
de la amplia memoria a cuya modulación contribuyen. Suelen referirse a los héroes
legendarios o a los sucesos fundacionales. No dejan de revestir un ejercicio de mitifi-
cación, con hálito de simbolización generalizada que marca el recuerdo de los sujetos
pero que oculta el afianzamiento de un poder; el de una élites, cuyas marcas de identi-
dad son ajustadas de modo sutil o abierto a los referentes de orientación que emanan
de los episodios o de los personajes, incrustados en la memoria colectiva del pueblo.

Es una memoria que explícitamente se reconstruye con referentes de recordación, en


función del dominio expreso de unas élites o que ya existiendo dentro de un acumula-
do histórico es recuperado utilitariamente por un nuevo poder que se instala.

El aparato conmemorativo, con sus estatuas y celebraciones, suele dar paso a facto-
res pertenecientes a esa fijación colectiva de la memoria en beneficio de los poderes
que brotan en la sociedad.
PARTE I - MEMORIA, PODER Y POLÍTICA
32

La memoria y la comunicación como fabricantes simbólicos de poder o el poder que


fabrica su propia memoria, he ahí los dos grandes campos en los que se pone de
presente el vínculo ineludible que une a la memoria con el poder.

Campos sociales que por cierto cruzan también su influencia con la constitución de la
identidad colectiva.

VI. Identidad y Memoria


En la propia constitución fenoménica de la memoria colectiva puede residir el princi-
pio de su papel como factor de identidad.

En aquella hay ya un desdoblamiento en dos polos que intervienen en su dispositivo –


el de la memoria -; a saber, primero el del mundo externo,en donde habitan los objetos
que hay recordar; y el segundo, el de la intrasubjetividad, que permite el diálogo del
propio yo consigo mismo, algo que Ricoeur sitúa como una polaridad binaria, caracte-
rizada por la relación entre la reflexividad, de una parte; y la mundaneidad, de la otra
(Ricoeur, 2010, p. 57).

En la memoria se activan las huellas del evento exterior, perteneciente al mundo, y


la conciencia de sí mismo para traer de nuevo ese acontecimiento del pasado y del
mundo exterior.

Ese proceso de retrotraer el acontecimiento- del pasado de cada uno – solo es posible
porque cada sujeto desata un juego lingüístico consigo mismo, de modo de incorporar
dentro de dicho juego el acontecimiento para alojarlo en su memoria.

Esa especie de juego lingüístico y simbólico que incorpora los episodios y personajes
del pasado como pertenecientes a su conciencia, constituye el principio de su propia
identidad.

El trabajo simbólico de su memoria es al mismo tiempo el trabajo de su identidad.

La construcción de esta última es el ejercicio que cada uno realiza, en el sentido de


saberse él dentro de su propia conciencia; él y no otro. De saberse él con relación a sí
mismo; y de hacerlos con relación a los demás. Se trata de un sujeto que incorpora en
su conciencia al mundo, sabiéndose que es él frente a los otros.

Así, la reflexividad (cuando el sí habla consigo mismo), que opera en la memoria,


encierra la posibilidad del reconocimiento. El sujeto se reconoce en los demás y en
su propio pasado.
Capítulo 1. Memoria, sociedad y resistencia
33

La memoria es, de acuerdo con Casey según lo reseña Ricoeur, el recuerdo y la evo-
cación o la reminiscencia, pero también el reconocimiento. En la rememoración (indi-
vidual y colectiva) hay un acto de reconocimiento; el de los objetos del pasado. Con
respecto a ellos, por las experiencias vividas, hay también un reconocimiento de sí
mismo (Ricoeur, 2010, p. 158).

Por tanto, si en la rememoración hay simultáneamente un reconocimiento de sí a tra-


vés de la reincorporación del pasado, hay también la posibilidad de una identificación.

A través de la memoria, que es reconocimiento, hay también un ejercicio de identidad.


En el pasado encuentro mi identidad. Y al pasado lo traigo reconstruido significativa-
mente en la memoria. Con ésta rescato, en la imagen, lo ausente; sin cuya presencia
evocada, corro el riesgo vertiginoso de no tener en que reconocerme y, por tanto, de
no poder identificarme abriendo el vacío frente a mi propia reflexividad.

Sin el apoyo de lo ausente que regresa, es probable que la identidad se vea de pronto
huérfana de los referentes de apoyo (lo que trae la memoria) para que el diálogo
interior se oriente eficazmente.

En ese sentido, la memoria colectiva traza el regreso de lo que se ha vuelto ausente;


de lo que es el pasado, para encontrar el camino del reconocimiento que una sociedad
logra de sí misma. Para que de ese modo ella encuentre y reproduzca la identidad
consigo misma. Y por lo tanto la identidad que las separa de las demás sociedades. Es
lo que la hace capaz de entenderse a sí misma para declararse distinta de las demás.

En las comunidades, de cualquier tipo, la memoria proporciona permanentemente el


material de lo ausente, que se volvió evanescente; pero que regresa para de ese modo
afianzar una identidad.

Por ejemplo, una nación encuentra en su pasado las claves para su identidad. Por
consiguiente, es en su memoria – en la forma como ésta es trabajada colectivamente
– en donde perfila ese pasado en la dirección que le permite confirmarse como una
entidad legitimada.

VII. El Presente en la Memoria


Toda memoria colectiva supone por fuerza un presente. Toda memoria colectiva im-
plica un presente social.

Sin el presente no existiría la memoria. Esta constituye un ejercicio de la conciencia


que se instala en el pasado. Pero es un ejercicio operado desde el presente. Son los
sujetos de este los que reconstituyen su pasado en la memoria.
PARTE I - MEMORIA, PODER Y POLÍTICA
34

Si en el pasado buscan la fuente para afirmar el sentido de su presente; en este último


encuentran los referentes para reconstruir su pasado. Este surge, se recompone, en la
memoria bajo los condicionantes del presente; en ese mundo social que en el discurrir
del tiempo es el momento estructurado; un momento que multiplicado en la trama
de las subjetividades se erige en el momento histórico, capaz de mirarse a sí mismo,
como época frente a su pasado; y de cara a un futuro, incierto quizá, pero inevitable.

Ese momento multiplicado que se erige en presente es un momento de carácter his-


tórico; y por tanto de carácter social.

Los sujetos que ejercitan la recordación; que viven la memoria; lo hacen desde la
estructura social en la que están inscritos; desde la conciencia de la que participan
con toda la complejidad de intersubjetividades que la acompañan.

Son sujetos de un presente histórico que se dejan intervenir por discursos sometidos
a una construcción lingüística de carácter social, transmisora por consiguiente de
fijaciones sedimentadas socialmente. Sujetos que pertenecen por lo demás a grupos
y clases. Que toman parte en el flujo infinito de acciones contrapuestas, de imágenes
que se intercambian, en la repartición desigual de bienes y de mensajes; y por lo tanto
en la estructuración de poderes sociales.

Es un mundo del presente en el que, entonces, brotan socialmente intereses y repre-


sentaciones; en el que circulan estrategias de poder; explicitas o transformadas en
corrientes sutiles que van de un grupo social al otro.

En la memoria colectiva cabe en consecuencia la reconstrucción del pasado, en fun-


ción del presente. Aquella pasa a ser habitada por los intereses y las representacio-
nes de que son portadores los agentes memoriosos del presente. En ese sentido, los
fantasmas del pasado suelen encontrarse en una danza coreográfica de sombras con
los imaginarios del presente. Así lo reconoce Halbwachs:

Hablamos de nuestros recuerdos para evocarlos; esta es la función del lenguaje


y de todo el sistema de convenciones sociales que lo acompaña y es lo que nos
permite reconstruir en cada momento nuestro pasado (Halbwachs, 2004, p. 324).

De hecho, toda memoria colectiva es una memoria hecha con los sesgos que pululan
en la multitudinaria subjetividad del presente.

Y si estos últimos se promedian, en fijaciones más o menos generalizadas, es porque


al mismo tiempo siguen el curso de moldeamientos dominantes. En otras palabras,
hay sesgos hegemónicos que ayudan a proporcionar los rasgos comunes de una me-
moria colectiva; verdaderas representaciones dotadas de una fuerza determinativa en
los contornos de unos recuerdos que la gente comparte.
Capítulo 1. Memoria, sociedad y resistencia
35

Recuerdos que son la materia decisiva de una memoria colectiva, en condiciones de


adquirir una cierta autonomía como entidad que flota a la manera de una misma ne-
blina de imágenes y razones en la conciencia de un conjunto de individuos. Solo que
esa niebla de formas que viaja por las conciencias que la comparten, está hecha por
las evaporaciones condensadas del presente y por los poderes que como potencias
configuran imágenes y representaciones que circulan en ese presente.

Por ese mismo motivo, la memoria colectiva – presencia imaginada de lo que ya no


es – es al mismo tiempo cambiable (más exactamente alterable) y compleja (por no
decir contradictoria), en cuanto continente de distintas perspectivas; de diferentes
poderes de representación; solventadas sin embargo por una especie de vocación que
mira hacia la coherencia, a fin de poder cumplir con la función de identidad individual
y colectiva. Coherencia, en cuya función se pueden dar disputas para imponer las
memorias, dotadas de algún sentido.

Es en el sentido de que está penetrada una memoria colectiva, en el que las disputas
abiertas o escondidas, se terminan por sellar por una imposición. La misma que expre-
sa una determinada correlación de fuerzas en la capacidad asimétrica de establecer
la orientación determinada de una memoria desde el presente.

VIII. El Olvido y la Memoria


Como la memoria, también el olvido se desplaza desde esa plataforma que es el pre-
sente. Una y otro se instalan en el pasado.

Memoria y olvido son siameses; son inseparables; ambos son ejercicios de la con-
ciencia que transcurren en el tiempo del sujeto colectivo; que se aposentan en su
pasado; pero que lo habitan en su presente.

Toda memoria es un acto de rememoración; mientras que este último es al mismo


tiempo un acto del olvido.

En la rememoración cabe siempre la posibilidad del olvido. En el momento de reme-


morar se abre la ocasión de olvidar; de modo inconsciente o deliberado. El memorioso
Borges por ejemplo, como el narrador que se esfuerza por evocar la ciudad de los
inmortales, admite: “Los hechos posteriores han deformado hasta lo inextricable el
recuerdo de nuestras primeras jornadas”.

En la rememoración hay la constitución de un contenido que se llena de recuerdos,


pero también la formación de agujeros negros en los que se pierde lo que además ya
se fue; allí se hunden en la oscuridad los hechos que, dejando de existir, se vuelven
además inatrapables.
PARTE I - MEMORIA, PODER Y POLÍTICA
36

Si la memoria es la reconstitución imaginada de lo ausente, el olvido es la imposibili-


dad o, al menos, la dificultad de esa reconstitución de lo ausente; es la ausencia, sin
presencia; incapaz de volverse a convertir en presencia.

Con el transcurso del tiempo, el pasado deviene existencia evanescente de la realidad,


gracias a la memoria; mientras que con el olvido es disolución de lo que fue presente.

Con la memoria, el río de Heráclito no es nunca el mismo río. Con el olvido es, en cam-
bio, el mismo que se repite en un presente sin término. Por donde la aporía dinámica
de este filósofo cuenta de modo irrenunciable con la base de la memoria, algo que
permitiría el discurrir del tiempo en la conciencia y con él la posibilidad del cambio.
Por el contrario, el olvido absoluto – como ausencia total de la memoria -, si existiese,
imposibilitaría el cambio en la conciencia de los sujetos.

A propósito, Heráclito se figuraba al tiempo como un niño que jugaba a los dados;
en otras palabras, como un juego; en el que por tanto van transcurriendo los hechos,
rodeados de incertidumbres. Una especie de juego del azar.

Reconstruible entonces por una memoria asaz incierta y así mismo cambiable en me-
dio de los asaltos del olvido y del juego en que intervienen los intereses o las reivin-
dicaciones del presente.

Con todo, no existe el olvido absoluto. Hay un pasado; y así mismo una memoria.

El olvido es el asaltante que atenta contra la memoria, pero hace parte de ella. Recor-
dar es olvidar. La rememoración asume recuerdos, pero también los desplaza.

Los hunde en un pozo sin fondo o los traslada a un lugar de difuminación en el que
pierden definición. Así, la memoria es un ejercicio permanente, con efectos alternos,
encaminado a defenderse de los asaltos del olvido; a recuperar de esa manera re-
cuerdos perdidos o a resituarlos bajo un foco de mayor precisión. Memoria y olvido se
juntan o se separan alternativamente para definir y redefinir el cuadro de las figuras
que representan el pasado.

Un pasado que, desde el presente del sujeto, supone una distancia, como se encarga
de señalarlo Ricoeur (2010, p. 533).

Así, todo hecho rememorado es un hecho distanciado. Lo es en el tiempo en el que


se inscribe la conciencia; en el que discurre la realidad. Mientras tanto, la cantidad
de hechos frente a los que reacciona esa conciencia hacen más densa esa distancia.
Puede ser mayor el tiempo frente al que hay que recordar, pero también la cantidad de
objetos, frente a los que hay que poner en operación la memoria.
Capítulo 1. Memoria, sociedad y resistencia
37

Bajo esos efectos, unos hechos se pierden en el olvido, otros se vuelven trozos borro-
samente identificables, y por último algunos se inventan.

En ese sentido, la memoria se arma bajo ciertas pautas de coherencia que transmitan
un sentido, con trozos de recuerdos en los que algunos hechos ganan intensidad,
otros se olvidan y otros más se reinventan imaginariamente o simplemente se crean
artificiosamente.

En esa fabricación de la memoria colectiva intervienen poderes circulantes con la ca-


pacidad para reinventar, para seleccionar o para desplazar definitivamente recuerdos
en la rememoración colectiva. De esa manera, no solo la memoria; también el olvido
es un terreno, un ejercicio de conciencia, en el que intervienen formas explicitas o
sutiles del poder social. Y que también suele ser funcional a la legitimación de situa-
ciones establecidas en la sociedad.

IX. Falacias, Legitimación y Verdad


Con la intervención inevitable del presente y con los flujos de poder que circulan
en las representaciones del pasado, surgen en la memoria colectiva las condiciones
para que en ella se abran campo manifestaciones diversas de la falacia, unas menos
intensas que otras; algunas menos explícitas que las de más allá; pero siempre efica-
ces en la formación de ese manto común que cubre el pasado en el que un pueblo se
reconoce; en parte puramente imaginario, en parte verídico y verificable.

La dimensión de lo falaz se filtra en la construcción de la memoria, con la que la au-


sencia se vuelve presencia imaginada, cuando, pongamos por caso, la configuración
imaginaria de los hechos y de los personajes se hace desde el presente bajo cons-
trucciones artificiosas, sin correspondencia con la veracidad de los acontecimientos
históricos. O, peor, cuando la construcción artificial deviene una leyenda negativa con
la que se pretende rodear la personalidad o la circunstancia falseada del otro; ese
otro al que en el campo contradictorio y complejo de la memoria se lo sitúa en los
términos del enemigo, al que habría que repudiar.

Así mismo, interviene la falacia cuando el olvido, espontáneamente acumulado o deli-


beradamente forzado, se aplica por los poderes vigentes para soslayar la responsabi-
lidad en los crímenes o las injusticias del pasado; lo cual evita sin duda la sanación o
la recuperación de la justicia, como si las exclusiones o la opresión fueran cosas que
se suceden siempre de modo natural sin antecedentes históricos.

No lejos de las prácticas falaciosas surgidas en el campo de la memoria que se ins-


tala en el pasado está la apropiación de ese mismo pasado más o menos construido
colectivamente por los poderes del presente. Se trata de una recuperación explícita
PARTE I - MEMORIA, PODER Y POLÍTICA
38

o sutil de las imágenes que una comunidad comparte sobre sus héroes fundadores o
sobre los acontecimientos que rompen el inicio de una nueva era.

El discurso desde el Estado o desde cualquiera otro centro de poder, se convierte en


un instrumento para la utilización explícita de la memoria colectiva en favor del status
quo representado por esos mismos poderes; en favor así mismo del sentido que ellos
le comunican a la marcha de la sociedad en el tiempo presente.

Este vínculo lingüístico, hablado o escrito, sirve expresamente para que los pode-
res rutinarios o los nuevos se asuman ellos como legatarios de los héroes o como
continuadores de los sucesos fundacionales de que están poblados los imaginarios
que hacen presencia en una memoria colectiva. Otra forma, quizá más sutil –casi
subliminal- en la apropiación de la memoria colectiva está constituida por el ejercicio
ritualizado de la conmemoración. Para la rememoración de los individuos organizan la
conmemoración, la cual deviene práctica natural dentro de la propia comunidad a la
que pertenecen aquellos, en su necesidad mítica de cohesión; aunque a menudo es
una práctica social, nacida y orientada ella misma por los poderes establecidos o por
aquellos que están por nacer.

La memoria intensa de los hechos fundacionales vertidos en narrativas generalizadas


y revestidos de un cierto halo mítico cubre, como si de un manto común se tratara, la
imaginación y la razón, por lo que forman una suerte de patrimonio natural compartido.

Su recordación ritualizada bajo el modo de monumentos o ceremonias reproduce en


forma visible y emocional la marca con la que existen en la conciencia de cada uno de
los miembros de la comunidad.

Es un ejercicio que al ser propiciado como conmemoración pública se convierte fácil-


mente en una especie de ejercicio mistificador del que se beneficia indirectamente
el centro de poder que lo propicia, y además los representantes de este último que lo
ofician, al actuar como maestros de ceremonias o directamente como pontífices del
culto civil o del militar o propiamente del religioso.

También el olvido –acto que contradice el acto de rememorar- interviene como un


sesgo que le puede agregar un toque de falacia a la memoria colectiva.

Se convierte así en el “arte del olvido” expresión invertida del arte de la memoria
(Ricoeur, 2010, p. 546). A veces el efecto de la lejanía hace perder total o parcialmente
hechos o cosas que de todas maneras no se quisieran recordar; de modo que frente
a ellos se desfallezca deliberadamente en el acto de recordar; como si hubiera un
agotamiento interesado en el ejercicio de la recordación, justamente porque existe
el interés de no rescatar un pecado molesto, cubierto ya por capas acumuladas de
presencia desplazada.
Capítulo 1. Memoria, sociedad y resistencia
39

Pero hay así mismo esfuerzos explícitos y positivos en dirección del olvido. Las dos
formas en las que toma este propósito son el silencio y la negación. Algo no existió
simplemente porque de ello no se habla ni se puede hablar. Lo innombrado se impone
como una campana del vacío que asfixia en el recuerdo cualquiera posibilidad de exis-
tencia en el pasado. Toda presencia se borra; se vuelve ausencia definitiva, cubierta
por una solución blanca y viscosa que elimina cualquier fisionomía concreta, cualquier
rasgo particular de algún hecho, del cual solo va quedando una presunción indefinida.
El silencio es la capa lechosa que, regada sobre los hechos, borra del todo sus perfiles
particulares, volviéndolos una sospecha inaprehensible.

A su turno, la negación, que no es la ausencia de rememoración, es más bien una


rememoración negativa. Es un rechazo, es el esfuerzo dirigido a cambiar el curso
del pasado, cuando este deslegitima a algún grupo de interés. Si la memoria es el
reconocimiento, la negación es el desconocimiento, que intenta desvirtuar la tozudez
de los hechos.

En las tendencias de pensamiento negacionistas, a propósito de crímenes execrables


del pasado, cometidos por regímenes de oprobio, puede encontrarse una ilustración
de esta forma de asaltar la memoria mediante un olvido de sustitución,para que poco
a poco, a fuerza de de insistir, se abra el terreno para otra versión de los hechos o un
rostro más humano en los personajes del mal.

Finalmente, en la historia oficial u oficiosa, agenciada directamente por un régimen


político en funciones o cercana a él, se puede también encontrar la promoción bajo
el molde académico y pedagógico de una memoria colectiva en la que florezcan imá-
genes e ideas que bajo el sesgo de la distorsión busquen en las representaciones
culturales de un pueblo asegurar la legitimación de unas élites que se sucedan en el
control del poder.

En todos estos filones ofrecidos por la construcción de una memoria colectiva se en-
cuentran entonces, sesgos y distorsiones, destinados a afirmar un cierto componente
de falacia interesada dentro de la memoria colectiva correspondiente a un pueblo, a
una comunidad, a una nación: en la historia oficial o en la historia apologética; en el
olvido silente o en el olvido negacionista; en la conmemoración mistificadora o en la
que exagera la coloración imaginaria a contrapelo de la verdad histórica.

En tan variadas manifestaciones de distorsión o sesgo, hay siempre presente una


operación de apropiación de la memoria colectiva, en cuanto todo aquello tiene de
patrimonio común; de apropiación,por parte de las elites en el poder; que de ese modo
alcanzan a cubrirse con el halo compartido de las representaciones culturales. Y tam-
bién una operación de legitimación por parte de estas mismas élites en el poder; que
de esa manera terminan por aparecer naturalmente como las depositarias de un bien
cultural común; y no como las instrumentadoras de la parte de ese bien que conviene
PARTE I - MEMORIA, PODER Y POLÍTICA
40

a la reproducción de su poder: de sus formas, de su estilo, de la estructura en la que


aquel se inscribe.

Son todas ellas formas anamnésicas - de búsqueda memoriosa, de rememoración –


muy próximas por cierto a lo que él ya varias veces citado Ricoeur ha caracterizado
con justeza como la memoria manipulada. Una memoria en la que interviene de modo
inevitable la ideología, en tanto factor que legitima a la autoridad, representante de
un poder (Ricoeur, 2010, pp. 111- 113).

X. Las Víctimas y las Posibilidades de Resistencia en la Memoria


En toda distorsión de la memoria colectiva; en todo sesgo de la recordación; es decir, en
toda formación falaz de la memoria colectiva, ya sea por el olvido o por la negación o
por la conmemoración manipulada, hay muy seguramente un ocultamiento del pasado.

Y si hay un ocultamiento; incluso un simple disimulo; hay muy probablemente un


crimen y por consiguiente una víctima o muchas; cuya ausencia en el pasado, de
hacerse imagen en el presente, se vuelve mancha de este último, marca negativa que
desvaloriza imaginaria y moralmente el poder de hoy y sus orígenes.

Toda victimización es por fuerza la negación brutal del otro en su existencia social.
Lo es materialmente. Solo que esta lesión o destrucción en el orden material, es el
soporte encarnado de una lesión o una destrucción simbólica y moral. Cuando se rea-
liza – hiriendo o matando o despojando -, se pretende también borrar una existencia
no sólo física sino también simbólica. Es decir: se quiere borrar o dejar sin fuerza una
existencia moral, una entidad existencial, la de un pueblo, la de una categoría social,
la de una persona; desde cuya desaparición se pretende afirmar la existencia simbó-
lica de otro, del victimario, con su cortejo de antivalores y de significaciones sociales.

Es un borrar o debilitar al otro en el presente. Pero si se le quita total o parcialmente


su presente al victimizarlo, también se lo va a borrar cuando ese presente se convierta
en pasado.

A la víctima, el victimario no la quiere en su existencia social, salvo para afirmar su


poder. En consecuencia, la víctima no sólo sufre en el presente, sino que además la
asalta una negación que le impide encarnase de modo viviente en el pasado.

Corre el riesgo de desaparecer en este último, si se afirma el poder del victimario; si


se rutiniza y legitima.

Así, la víctima o las víctimas no sólo sufren el ultraje inaudito del presente; también
pueden ser desalojadas del pasado; con lo que pueden simbólicamente padecer una vic-
Capítulo 1. Memoria, sociedad y resistencia
41

timización más, la de ser erradicadas de la memoria colectiva, bajo capas sucesivas de


olvido o de distorsiones propiciadas por los intereses y los poderes del nuevo presente.

Por estas mismas razones, pero puestas al revés, la reivindicación de la víctima,re-


situándola en el devant de la scène dentro del tiempo pasado sin dejarla hundir en
los borrosos e inaprehensibles recintos del olvido o de la negación, hace parte de una
auténtica búsqueda en el tiempo de la existencia. Y por tanto, abre las posibilidades
para una memoria colectiva de interrogación y no simplemente de manipulación.

Es una búsqueda en la que la rememoración puede recomponer las piezas del pasado,
levantando capas opresivas de no-memoria acumuladas, con las que se ocultaban
injusticias incómodas o crímenes ominosos; y sobre los que se asienta un poder que
se prolonga posteriormente.

En esta rememoración reivindicativa; en este ejercicio de anamnesis crítica, se pueden


desajustar las piezas acomodaticias de una memoria construida paulatina y estratégi-
camente a conveniencia de poderes que, después, con su libido celebratoria se encar-
gan, mediante la permanencia de los imaginarios y las conmemoraciones acríticas, de
mantener ahogado para siempre el grito de las víctimas; y, con él, las posibilidades de
una cultura profundamente enraizada de justicia y de reclamación contra todo aquello
que en el presente signifique el desplazamiento o la anulación de las condiciones que
propicien el espíritu emancipatorio del sujeto y la sociedad sin exclusiones.

En la re-instalación punzante de la víctima en el ámbito de la memoria colectiva; por


el discernimiento del pasado que esta operación supone; cabe siempre la posibilidad
de que lo que es ausente se reconfigure en una imagen presencial más crítica que
contemplativa.

Bibliografía
Bergson, H. (1994). Memoria y Vida. Barcelona: Ediciones Altaya, Alianza Editorial.
Casey, E. (2000). Remembering: a phenomenological study. Indiana, Estados Unidos:
University Press.
Halbwachs, M. (2004). Los marcos sociales de la memoria. Barcelona: Anthropos Editorial.
Halbwachs, M. (1991). Fragmentos de la memoria colectiva. Revista de cultura psicológica, 1.
Jelin, E. (2002). Los trabajos de la memoria. Madrid y Buenos Aires: Siglo XXI.
Luhmann, N. (1995). Poder. Barcelona: Anthropos.
Ricoeur, P. (2010). La memoria, la historia, el olvido. México – Buenos Aires: F.C.E.
Todorov, T. (2000). Los abusos de la memoria. Barcelona: Paidós.
Capítulo 2

Memorias para la paz


en medio de las guerras
Camilo González Posso
Director del proyecto Centro de Memoria, Paz y Reconciliación en Bogotá D.C.

La aprobación de la Ley de Víctimas ha reanimado las reflexiones sobre la política


pública de memoria histórica y sobre las articulaciones entre el Centro Nacional de
la Memoria Histórica, las iniciativas públicas en las entidades territoriales y las que
son promovidas desde los espacios no gubernamentales de la sociedad civil o de las
organizaciones de víctimas.

Desde el gobierno nacional y las instituciones del Estado, se ha dado un salto en la


formulación de una política de memoria con la incorporación del deber de memoria
y de ejercicios y gestiones relacionados con ésta, en el capítulo de “Medidas de sa-
tisfacción”. Se ha iniciado el proceso de creación del Centro Nacional de Memoria
Histórica, que tiene a su cargo la rectoría de la política en esta materia y acciones
como la creación de un museo de la memoria, puesta en marcha de la cátedra de los
derechos humanos y apoyo a la organización de archivos no judiciales de contribución
a la verdad por parte víctimas y de excombatientes desmovilizados en acuerdos con
el gobierno.

Estas líneas pretenden aportar algunas ideas que se vienen considerando en el pro-
ceso de construcción del Centro de Memoria, Paz y Reconciliación en Bogotá. Son
acercamientos a una problemática compleja que no pretenden ser formulaciones
oficiales, ni posturas acabadas sobre aspectos relevantes en los debates sobre la
memoria. Simplemente se enuncian en forma sintética y afirmativa para facilitar la
conversación.
Capítulo 2. Memorias para la paz en medio de las guerras
43

I. QUÉ, PARA Y QUIÉN


En Colombia, las políticas públicas de memoria y paz se construyen en medio de la
diversidad y desde diferentes perspectivas políticas sobre las vías de superación de la
sociedad violenta y los conflictos armados en luchas de poder o de reparto de activos.

La primera pregunta que nos hacemos es, entonces, sobre el objeto de la memoria
histórica. ¿Memoria sobre qué? Las opciones han sido varias y lo siguen siendo según
la visión política o el marco de pensamiento que está implícito en quién aborda el
tema o realiza una acción de memoria de hitos “emblemáticos” o eventos violentos.

En las propuestas más conocidas se ha hablado de memoria de las violaciones a los


derechos humanos y actos atroces perpetrados por actores armados ilegales. (Ley
975 de 2005).También se plantea memoria de la victimización en ocasión del conflicto
armado interno (Ley 1445 de 2011) o memoria de los crímenes de Estado (MOVICE).
Nuestra propuesta ha sido referir la memoria a la violencia generalizada y sistemática
que ha marcado un ciclo histórico iniciado en Colombia en los años cuarenta del siglo
XX, y que se prolonga hasta hoy y a las búsquedas de transformación por la vía de la
democracia. Se reconoce que en ese ciclo se han combinado conflictos armados in-
ternos, fuerzas internacionales guerreristas y diversas violencias socio políticas inhe-
rentes a los conflictos de poder y a lógicas de acumulación económica. Pero también
movimientos sociales y políticos, resistencia de comunidades y organizaciones que
han pretendido superar las violencias y construir una sociedad pacífica.

Desde esta perspectiva de memoria histórica de un ciclo de violencia, el referente de


la memoria no son solo los hechos de victimización, ni el recuento del horror o la viola-
ción de los derechos. En sentido mucho más comprensivo, el objeto de la memoria son
los procesos, relaciones, sujetos, intereses, eventos, espacios, territorios y formas
que han configurado la violencia generalizada y las expresiones armadas en el trámite
de conflictos de poder, por acumulación y por negocios. La victimización es una mani-
festación de las formas violentas y armadas de trámite de conflictos en la sociedad y
su expresión más visible y destructora; por ello, es central en la rememoración y cons-
trucción de relatos e interpretaciones de los acontecimientos. Pero al mismo tiempo,
es insuficiente como dimensión de la memoria. La memoria limitada a los relatos del
daño se convierte en una forma de ocultamiento de las determinaciones, causas,
sujetos y relaciones que han configurado los eventos o procesos violentos contra los
derechos humanos de personas y colectivos y las normas humanitarias.

El periodo escogido es ya una lectura significativa, en tanto ubica la dimensión del


ciclo histórico que comenzó en la década de los cuarenta del siglo pasado y hoy conti-
núa marcando las relaciones sociales y de poder, lo mismo que la forma violenta de la
configuración de las instituciones y de circuitos económicos. Y también es indicativo
que el objeto de la memoria no sea el daño a personas, ni el comportamiento de
PARTE I - MEMORIA, PODER Y POLÍTICA
44

actores armados, sino el proceso que ha permitido la reproducción de patrones de


violencia y la sociedad violenta.

Esta reflexión nos lleva a la cuestión sobre la función social de la memoria. ¿Memoria
para qué? Aquí llegamos a diversos caminos. Uno de ellos, el que ha venido propicián-
dose desde la legislación sobre justicia y paz o sobre la restitución de derechos de las
víctimas; le apunta, con criterio individualista, a la memoria para la satisfacción de
las víctimas por el reconocimiento a su dignidad y del daño moral y material sufrido.

La construcción participativa de una política pública de memoria y paz en el Distrito


Capital se asumió desde antes de la Ley de Víctimas, en una perspectiva más amplia
que las medidas de satisfacción o de reparación simbólica a las víctimas del conflicto
armado interno. Esta es una tarea en desarrollo que aborda la memoria, la verdad y
la paz como derechos que están asociados indisolublemente a otros derechos. Son
derechos de la sociedad entera, incluidas por supuesto las víctimas, pero ni la me-
moria ni la paz se pueden circunscribir a las medidas de satisfacción o de reparación
simbólica.

Los objetivos de la memoria son tan diversos como los sujetos sociales o de poder
que la promueven. En las prácticas conocidas en cincuenta años de memorias anta-
gónicas, las más divulgadas no han estado dirigidas necesariamente a la verdad, a
la reparación integral o a la construcción de las condiciones y estructuras de la paz
duradera. Esa elección es fundamental tanto desde las iniciativas ciudadanas como
desde las estatales.

Así se llega a las apuestas políticas de la memoria que en medio del conflicto armado
comienza por reclamar los derechos de la población civil, la aplicación de las normas
del Derecho Internacional Humanitario (DIH), los derechos de las víctimas y asume
simultáneamente una función activa en la resistencia a la violencia socio – política
y en el soporte a procesos de construcción de paz. Con este enfoque, en el Centro de
Memoria, Paz y Reconciliación se han acogido las expresiones “Memoria con sentido
de futuro”, “memorias transformadoras”, o, como sugiere el nombre del Centro, “me-
moria para la paz”.

II. EL DISCURSO OFICIAL


La Ley 1448 de 2011 o Ley de Víctimas, es la norma más ambiciosa que se ha adopta-
do en Colombia en lo relativo a la memoria histórica. Como se ha señalado, significa
un avance con respecto a la definición del “deber de memoria” definido en el artículo
56 de la Ley 975 de 2005 (Ley de Justicia y Paz) que se limita al “conocimiento de la
historia de las causas, desarrollos y consecuencias de la acción de grupos armados al
margen de la ley …”.
Capítulo 2. Memorias para la paz en medio de las guerras
45

En el artículo 143 de la Ley de Víctimas, se remite el deber de memoria a la garantía


para que la sociedad, las víctimas y el Estado aporten al derecho a la verdad. Se limita
el aporte de los organismos del Estado en esta materia en tanto, como es obvio, en
sus ejercicios de memoria deben cumplir con la constitución y la ley.

ARTÍCULO 143. DEL DEBER DE MEMORIA DEL ESTADO. El deber de Memoria


del Estado se traduce en propiciar las garantías y condiciones necesarias para
que la sociedad, a través de sus diferentes expresiones tales como víctimas,
academia, centros de pensamiento, organizaciones sociales, organizaciones de
víctimas y de derechos humanos, así como los organismos del Estado que cuen-
ten con competencia, autonomía y recursos, puedan avanzar en ejercicios de
reconstrucción de memoria como aporte a la realización del derecho a la verdad
del que son titulares las víctimas y la sociedad en su conjunto.

Parágrafo. En ningún caso las instituciones del Estado podrán impulsar o promo-
ver ejercicios orientados a la construcción de una historia o verdad oficial que
niegue, vulnere o restrinja los principios constitucionales de pluralidad, partici-
pación y solidaridad y los derechos de libertad de expresión y pensamiento. Se
respetará también la prohibición de censura consagrada en la Carta Política.

De este artículo se desprende que el Estado asume un papel activo para ofrecer ejer-
cicios de memoria histórica y no se limita a promover los aportes de memoria desde
diversos sectores de la sociedad. Desde una instancia estatal, para que ofrezca insu-
mos de memoria al ejercicio del derecho a la verdad, solo se requiere que cuente con
“competencia, autonomía y recursos”. En términos escuetos, ni la DIAN se escapa a
esta definición del deber de memoria del Estado.

En la Ley 1448 de 2011, la memoria es un instrumento para la realización del derecho


a la verdad de la victimización en ocasión del conflicto armado interno y con exclusión
de hechos de responsabilidad de delincuencia común1.

Parágrafo 3°. Para los efectos de la definición contenida en el presente artículo, no


serán considerados como víctimas quienes hayan sufrido un daño en sus derechos
como consecuencia de actos de delincuencia común.

Parágrafo 4o. Las personas que hayan sido víctimas por hechos ocurridos antes del 1°
de enero de 1985 tienen derecho a la verdad, medidas de reparación simbólica y a las

1 ARTÍCULO 23. DERECHO A LA VERDAD. Las víctimas, sus familiares y la sociedad en general, tienen el derecho impres-
criptible e inalienable a conocer la verdad acerca de los motivos y las circunstancias en que se cometieron las violaciones
de que trata el artículo 3° de la presente Ley, y en caso de fallecimiento o desaparición, acerca de la suerte que corrió la
víctima, y al esclarecimiento de su paradero. La Fiscalía General de la Nación y los organismos de policía judicial deberán
garantizar el derecho a la búsqueda de las víctimas mientras no sean halladas vivas o muertas…
PARTE I - MEMORIA, PODER Y POLÍTICA
46

garantías de no repetición previstas en la presente ley, como parte del conglomerado


social y sin necesidad de que sean individualizadas.

De esta manera, se concreta también el ámbito y objeto de la memoria y la verdad


histórica, circunscribiéndoles a los motivos y circunstancias en que las personas “indi-
vidual o colectivamente hayan sufrido un daño por hechos ocurridos a partir del 1o. de
enero de 1985, como consecuencia de infracciones al Derecho Internacional Humani-
tario o de violaciones graves y manifiestas a las normas internacionales de Derechos
Humanos, ocurridas con ocasión del conflicto armado interno”. Artículo 3, Ley 1448
de 2005. Para efectos de reparación simbólica, la ley autoriza ejercicios o acciones de
memoria anteriores a 1985, “como parte del conglomerado social y sin necesidad de
que sean individualizadas”. (Se espera traducción de esta frase enigmática).

Es evidente que estos enunciados legales sobre el deber de memoria, la memoria


histórica y el derecho a la verdad parten de un ejercicio estatal de memoria propuesto
por el Ejecutivo y consagrado por el Congreso de la República. Entre otros aspectos,
en esa visión oficial de la memoria se encuentran algunas constantes:
• Se asume un periodo prioritario para los ejercicios de memoria, desde 1985
en adelante.
• El objeto de la memoria son los daños por infracciones al DIH y graves violacio-
nes a los derechos humanos en “ocasión del conflicto armado interno”
• Se excluyen daños ocasionados por delincuencia común, como BACRIM, nar-
cotraficantes, mercenarios, sicarios.
• Si la Corte Constitucional ha definido a los desmovilizados de las AUC y otros
bloques de paramilitares o narcoparamilitares como delincuencia común, es
confuso a qué título se incluyen en ejercicios de memoria o verdad histórica.
• El enfoque es de daño a las personas. El daño a colectivos no es prioritario, ni
se menciona como objeto de la memoria.
• No se incluye la definición de crímenes de Estado. En cambio, se reitera en la
ley que las obligaciones que se le asignan al Estado en las distintas órbitas de
la reparación integral se basan en un principio de subsidiaridad, sin que por
ellas se pueda establecer responsabilidades por criminalidad estatal.
Capítulo 2. Memorias para la paz en medio de las guerras
47

Discurso del Presidente Santos

El discurso del Presidente de la República, el 20 de diciembre de 2011, en el acto de


firma de los decretos reglamentarios de la Ley de Víctimas, ilustra la dirección de los
esfuerzos oficiales en la actual coyuntura y su particular interpretación de las causas
de la violencia política. Dijo Juan Manuel Santos:

Cómo explicar que una minoría le haya hecho semejante daño a una nación
donde los buenos –como todos sabemos- somos más.

Me da pena decirlo, pero los colombianos SÍ hemos sido culpables de algo:

De haber sido indiferentes o, por lo menos, de no haber hecho lo suficiente


para evitar esta tragedia.

Por décadas escuchamos sollozar a las víctimas de la violencia y no las


abrazamos.

Por décadas fuimos testigos de su intenso dolor y no las consolamos.

Por décadas vimos en los noticieros a cientos de miles de familias huyendo de


sus parcelas, cargando colchones en la espalda, con sus ollas en una mano y
con sus hijos en la otra.

Es vergonzoso –a mí me da vergüenza– que hayan llegado hasta los semáforos


a pedir limosna y que nosotros hayamos calmando nuestra conciencia,
simplemente, entregándoles unas monedas.

Hoy estamos aquí, precisamente, para decir “NO MÁS”…

¡Ya no más golpecitos en la espalda para nuestros compatriotas desplazados o


despojados!

¡Ya no más indiferencia!2

Se vuelve al supuesto de que la historia de décadas de crímenes atroces y de millo-


nes de víctimas es el resultado de la acción violenta de una minoría ilegal armada.
A esa interpretación, se le agrega que el resto de la sociedad ha sido culpable por
indiferencia, por ausencia y sin diferenciar sectores ni poderes. Se deja sentado que
la obligación del estado y de la sociedad con las víctimas se centra en la solidaridad.

2 http://wsp.presidencia.gov.co/Prensa/2011/Diciembre/Paginas/20111220_06.aspx
PARTE I - MEMORIA, PODER Y POLÍTICA
48

El resumen del megarrelato histórico está en la conclusión de este discurso:

Los violentos, los directos responsables de esta tragedia –que acudieron a lo


peor de la condición humana para someter cruelmente a los más desprotegi-
dos– encontrarán un juicio en la tierra o –en últimas– ante Dios.

Y por supuesto, “los violentos” son solo los ilegales, guerrilleros o paramilitares. No
hay cabida a responsabilidad estatal, ni de partidos políticos, parapolíticos, empre-
sarios financiadores de la violencia armada (para proteger negocios), como tampoco
caben los colaboradores internacionales para la guerra.

La función de la memoria también se aborda en el importante discurso pronunciado


por el Presidente ante centenares de invitados, la mayoría de ellos representantes de
víctimas y organizaciones defensoras de los derechos humanos. Retomado el capítulo
IX de la Ley de Víctimas, relativo a las Medidas de Satisfacción, el Presidente señaló:

De otra parte, el decreto contempla medidas de satisfacción para alcanzar algo


que las víctimas siempre han reclamado: LA VERDAD.

Ellas quieren saber –NECESITAN SABER– qué pasó con sus seres queridos o
dónde están enterrados.

El país entero, además, está obligado a reconocer su histórico dolor y rendirles


homenaje.

Así lo haremos a través de actos conmemorativos coordinados por un Comité


Ejecutivo que presido yo, personalmente.

Hoy, justamente, estamos presentando otro decreto que pone en marcha el Cen-
tro de Memoria Histórica, encargado de apoyar iniciativas privadas –o de la
sociedad civil– y de crear un Museo de la Memoria.

Este Centro servirá para que trascienda en el tiempo el doloroso testimonio de


las víctimas y para que nunca más cerremos los ojos ante semejantes vejaciones.

Lo que se destaca en este discurso es la verdad que sirva para reconocer el histórico
dolor de las víctimas y el papel de los testimonios para promover la no repetición. Las
conmemoraciones y homenajes están dirigidos a esos propósitos de satisfacción. No
cabe duda de la pertinencia de estos aspectos, pero el convertirlos en el centro del
derecho a la verdad influye en el oscurecimiento de la memoria histórica sobre las
causas y desarrollos de las violencias y conflictos armados en Colombia.
Capítulo 2. Memorias para la paz en medio de las guerras
49

III. ¿MEMORIA DE DAÑOS EN OCASIÓN


DEL CONFLICTO ARMADO?

Ante las acotaciones que induce la definición de víctima en la Ley 1448 de 2005, se
han enunciado varios interrogantes, tanto en la academia, como entre las organiza-
ciones de víctimas y familiares de personas que han sido asesinados en medio de la
guerra del narcotráfico contra la extradición o en defensa de sus posiciones dentro de
la institucionalidad. Varias demandas ante la Corte Constitucional preguntan sobre el
alcance de la expresión “daños en ocasión del conflicto armado interno” y la exclu-
sión de las violaciones a los derechos humanos por parte de delincuentes comunes.
A estas demandas se agregan las exigencias de los indígenas y afrodescendientes de
inclusión de la reparación, en tanto víctimas de diversas formas de violencia, muchas
de ellas practicadas, fomentadas o aprovechadas sistemáticamente por agentes eco-
nómicos interesados en los territorios colectivos para proyectos ganaderos, foresta-
les, agroindustriales, mineros o petroleros.

En el decreto ley sobre derechos de las víctimas pertenecientes a pueblos indígenas,


se introduce un articulado que busca superar la restricción a formas de violencia y
daño asociadas directamente a las acciones armadas de las partes, definidas en el
artículo 3 común de los Protocolos de Ginebra sobre DIH. Para ello se apela a la ex-
presión siguiente:

… es obligación del Estado responder efectivamente a los derechos de los pue-


blos indígenas a la reparación integral, a la protección, a la atención integral y
a la restitución de sus derechos territoriales, vulnerados como consecuencia del
conflicto armado y sus factores subyacentes y vinculados…

Queda sin embargo la duda sobre el alcance de esos factores subyacentes y vincu-
lados: ¿Incluyen las acciones de despojo cometidas por terratenientes, parapolíticos,
narcotraficantes y otros distintos a las estructuras armadas disidentes o legales? ¿Se
reconoce que han operado grupos de interés en la disputa por territorio y recursos
que, teniendo finalidades de negocios o de enriquecimiento, han aprovechado para su
beneficio las condiciones de conflicto armado y de violencia multiforme?

Todos estos interrogantes, enunciados en los procesos de consulta con los grupos
étnicos, caben también para el resto de comunidades, colectivos y sus integrantes.
PARTE I - MEMORIA, PODER Y POLÍTICA
50

IV. ¿LAS VÍCTIMAS DE LA GUERRA DEL NARCOTRÁFICO


NO MERECEN MEMORIA NI VERDAD?

Con esa pregunta se enmarcan las demandas presentadas por los familiares de Luis
Carlos Galán, Rodrigo Lara y otros, reclamando contra la discriminación en la defi-
nición de víctima incluida en el artículo 3 de la ley 1448 de 2011. Si no se incluyen
los daños de la delincuencia común, quedan por fuera de todos los capítulos de la
política pública de memoria las víctimas de los narcotraficantes y de otros similares.
La frase acogida en el decreto ley relativo a víctimas de pueblos indígenas no parece
responder a los reclamos de esas demandas. ¿La violencia de los narcos, narcoparas,
narcopolíticos, y el resto de esta fauna, puede incluirse en el conflicto armado y fac-
tores subyacentes y vinculados?

Está pendiente un pronunciamiento de la Corte Constitucional sobre este tema para


saber el alcance de los daños ocurridos en “ocasión del conflicto armado”. Una lec-
tura de esta frase puede incluir acciones del narcotráfico y de otros grupos de de-
lincuencia común como asociadas al conflicto armado en tanto se aprovechan de su
existencia o estimulan dinámicas armadas para buscar sus objetivos específicos de
enriquecimiento y de poder. Hay además otras formas de asociación en la medida en
que grupos de interés, desde gobiernos, empresas o agrupaciones políticas, se han
aliado con narcotraficantes, bandas de sicarios, mercenarios y hasta contrabandistas,
para fortalecer sus estrategias de guerra. Desde el otro lado, la guerrilla también ha
recurrido a la delincuencia común para el tráfico de armas, consecución de finanzas y
otros elementos al servicio de sus objetivos.

El periodo histórico de guerra declarada de los grandes carteles a la extradición, al go-


bierno y los promotores de la guerra al narcotráfico, se ha ubicado entre 1984 y 1994.
Las figuras visibles se conocieron como parte de los carteles de Cali, norte del Valle,
Medellín y Magdalena Medio. Contaron con aliados en departamentos como Córdoba
y regiones como Urabá y el oriente colombiano. De esa historia se recuerdan las
personalidades de la política y los medios de comunicación que fueron secuestrados
o asesinados, como Luis Carlos Galán, Guillermo Cano, Diana Turbay, Rodrigo Lara,
Low Mowtra, Jaime Garzón. Hoy se sabe que actuaron con el apoyo o complicidad de
aliados en el desaparecido DAS, la fuerza pública o en partidos políticos.

Los mismos carteles que encabezaron la guerra a la extradición, y sus herederos,


sirvieron de soporte al surgimiento y expansión de los paramilitares y sus dos ver-
tientes de narcoparas y paranarcos. Y unos y otros, en los años noventa se aliaron
con empresarios, fuerzas armadas y gobiernos para emprender la guerra desde Ura-
bá y Córdoba hacia el Caribe, el Magdalena Medio, la Orinoquía y el Suroccidente
del país.
Capítulo 2. Memorias para la paz en medio de las guerras
51

Una lectura del papel del narcotráfico en el largo ciclo de violencia y conflictos arma-
dos en Colombia es imprescindible para la memoria histórica y por supuesto para el
reconocimiento de las víctimas.

V. MEMORIA INDIVIDUAL Y COLECTIVA


El enfoque individual de las acciones de memoria está implícito en su ubicación como
parte de las medidas de satisfacción y de reparación simbólica3. Según la Ley de
Víctimas, “las medidas de satisfacción serán aquellas acciones que proporcionan
bienestar y contribuyen a mitigar el dolor de la víctima”. En concordancia se enume-
ran medidas simbólicas de mitigación, incluidos reconocimientos, conmemoraciones,
monumentos, divulgación de relatos y disculpas. En lo colectivo se menciona el apo-
yo a la reconstrucción del movimiento de campesinos y mujeres (artículo 141, Ley
1448/2011).

La memoria se incluye expresamente en la reparación simbólica. Desde esta dimen-


sión se agrega una larga lista de acciones de memoria que se refieren a medidas
administrativas sobre archivos, recopilación de testimonios, fomento de la investi-
gación académica sobre el conflicto armado, eventos de difusión sobre los derechos
humanos (artículo 145, Ley 1448/2011).

La aproximación desde el dolor de la víctima ha sido frecuente en las políticas públi-


cas de memoria; ha merecido los mayores desarrollos y críticas por su parcialidad y el
riesgo de oscurecimiento de la memoria histórica orientando sus trabajos o ejercicios
sobre todo al trámite del duelo como paso previo al perdón y a la reconciliación. La
lógica implícita es que la sociedad reconoce la dignidad y derechos de las víctimas,
y estas por su parte llegan a la satisfacción, evitan el resentimiento y transitan a la
reconciliación. Perdonan pero no olvidan, rememoran y se reconcilian.

Es un supuesto generalmente aceptado que no se puede disolver la individualidad en


lo colectivo, ni invisibilizar a la víctima en aras de los relatos de procesos y determi-
naciones. Desde esta premisa se justifican plenamente las medidas o acciones de
memoria de las víctimas en su particularidad. La reconstrucción de hechos por parte
de las víctimas, protagonistas y testigos directos de los abusos, es ubicada como
parte de lo que se ha llamado memoria viva. La puesta en común de esos relatos en
familias, comunidades y organizaciones, le da una dimensión mayor a la memoria viva
y la funde con los trabajos de memoria histórica. En esta línea, se interrelaciona lo

3 ARTÍCULO 141. REPARACIÓN SIMBÓLICA. Se entiende por reparación simbólica toda prestación realizada a favor de
las víctimas o de la comunidad en general que tienda a asegurar la preservación de la memoria histórica, la no repetición
de los hechos victimizantes, la aceptación pública de los hechos, la solicitud de perdón público y el restablecimiento de la
dignidad de las víctimas.
PARTE I - MEMORIA, PODER Y POLÍTICA
52

individual y lo colectivo, y la memoria trasciende el sentido de evocación dolorosa de


los hechos para convertirse en derecho o exigencia de derechos, exigencia de verdad,
de no impunidad y reivindicación de transformaciones.

Pero también se ha advertido contra la individualización de la memoria que se queda


en el reconocimiento a personas sin hacer visible lo colectivo. La reducción de la
memoria a la repetición del relato individual del daño y, peor aún a la exhibición del
dolor, tiende a los abusos de la memoria o a la denominada memoria traumática. Las
ceremonias practicadas solo como recuerdo personal pasan rápidamente a la reite-
ración de anécdotas aisladas de los contextos en los cuales adquiere su sentido la
dignidad de las víctimas. De la exhibición crónica del dolor de las víctimas se pasa a
la utilización y al mercado de las memorias morbosas.

Los ejercicios de memoria realizados por víctimas directas o indirectas son a la vez
individuales y colectivos y pueden ser en todo caso traumáticos o transformadores.
En las condiciones de violencia generalizada y conflictos armados, como se han vivido
en Colombia, las personas han sido víctimas en tanto integrantes de una comunidad
o colectividad y para propósitos que son de dominio o poder. En lo dominante, la vio-
lencia ha estado al servicio de intereses de grupos o de patrones de reproducción de
patrones de acumulación o de poder político. Esta característica ubica a la memoria
colectiva y de acciones colectivas en el centro de todo ejercicio de memoria y contri-
bución a la verdad histórica; además, señala la limitación de la individualización de la
memoria y su focalización en la persona víctima.

La víctima colectiva se invisibiliza con la concentración de la memoria histórica en


casos individuales. Desde este ángulo, las organizaciones indígenas y afrodescen-
dientes han colocado en primer plano al sujeto colectivo.

Artículo 1. OBJETO. El presente decreto tiene por objeto generar el marco legal
e institucional de la política pública de atención integral, protección, reparación
integral y restitución de derechos territoriales para los pueblos y comunidades
indígenas como sujetos colectivos y a sus integrantes individualmente consi-
derados, de conformidad con la Constitución Política, la Ley de Origen, la Ley
Natural, el Derecho Mayor o el Derecho Propio, y tomando en consideración los
instrumentos internacionales que hacen parte del bloque de constitucionalidad,
las leyes, la jurisprudencia, los principios internacionales a la verdad, a la jus-
ticia, a la reparación y a las garantías de no repetición, respetando su cultura,
existencia material e incluyendo sus derechos como víctimas de violaciones
graves y manifiestas de normas internacionales de derechos humanos o infrac-
ciones al Derecho Internacional Humanitario y dignificar a los pueblos indígenas
a través ‘de sus derechos ancestrales.
Capítulo 2. Memorias para la paz en medio de las guerras
53

El sujeto colectivo en este articulado son los pueblos y comunidades, y la dignifica-


ción se logra con la garantía de sus derechos.

Lo mismo puede predicarse de comunidades campesinas, organizaciones o colectivi-


dades políticas, que han sido violentadas con asesinatos, masacres, desapariciones,
secuestros o desplazamiento forzado de parte importante de sus integrantes. En tanto
sujetos colectivos, tienen derecho a la reparación colectiva, entendida sobre todo
como la reconfiguración de las condiciones que les permitían proyectar su futuro, sus
planes de vida, de conformidad con su cultura y sus sueños. La memoria de los colec-
tivos es así parte de la reparación integral colectiva, que incluye la restitución de las
condiciones para recuperar la acción por las transformaciones frustradas.

VI. MEMORIA DE LA RESISTENCIA Y DE LAS LUCHAS


POR LA DEMOCRACIA Y LA PAZ

No cabe duda sobre la pertinencia de hacer ejercicios de memoria sobre las infraccio-
nes a las normas del Derecho Internacional Humanitario y sobre las graves violacio-
nes a los derechos humanos. Sin embargo, es necesario darle su lugar preeminente
a la memoria de las luchas sociales y políticas que han enmarcado el recurso a la
violencia y a las armas para tramitar conflictos. El ocultamiento de los problemas de
fondo que subyacen en las dinámicas de fuerza y daño, conduce a formas de memoria
instrumental o a memorias manipuladas al servicio de la justificación de la arbitrarie-
dad o de la violencia.

Algunos ejemplos ilustran este punto, comenzando por las memorias del desplaza-
miento forzado. Tiene fuerza la interpretación histórica de este proceso que ha mar-
cado la vida nacional desde hace más de seis décadas, a partir de las luchas por la
tierra y por el territorio. Las luchas por la reforma agraria, contra formas arcaicas de
subordinación del campesinado, estuvieron en la raíz de las guerras y conflictos de
poder desde los años cuarenta y no han dejado de estar presentes hasta hoy. Como
han afirmado organizaciones de desplazados y de derechos humanos, no hay aban-
dono forzado de más de 8,5 millones de hectáreas en las últimas décadas sólo como
consecuencia del conflicto armado interno: sobre todo, hay violencia y conflictos ar-
mados al servicio de las guerras por el territorio y del despojo a los campesinos y a
los titulares de propiedad colectiva.

Los grandes genocidios, o procesos sistemáticos de criminalidad de lesa humanidad,


que se han registrado desde la represión al alzamiento gaitanista y de sectores popu-
lares entre 1946 y 1958, hasta el genocidio en contra del campesinado, pueblos indí-
genas o la Unión Patriótica, pueden interpretarse como parte de la historia de luchas
de sectores sociales y de expresiones políticas que se constituyeron para reivindicar
PARTE I - MEMORIA, PODER Y POLÍTICA
54

derechos o como ensayos para la democracia o la paz. Es una hipótesis en debate que
obliga a releer los acontecimientos teniendo en cuenta la identidad de sujetos socia-
les y políticos en la búsqueda de redefiniciones de las estructuras de poder.

En la perspectiva de memorias de la resistencia y de las luchas por la democracia,


las víctimas se presentan no como individualidades destruidas, sino como promotores
activos de proyectos sociales y planes de vida.

Pero además de la memoria de grandes violaciones a los derechos humanos y a las


normas del DIH, donde se incluyen millares de secuestros, asesinatos de personas
inermes, víctimas de minas antipersona y desaparecidos, tienen un lugar especial
las luchas por la superación de los ciclos de la violencia con procesos que van desde
la caída de la dictadura militar, el plebiscito de 1958, amnistías e indultos, pactos de
paz, mandatos ciudadanos, movilizaciones y cambios institucionales parciales, entre
los que sobresalen los adoptados por la Constituyente de 1991.

VII. MEMORIA PARA LA PAZ Y JUSTICIA TRANSICIONAL


La llamada justicia transicional, expresión acogida internacionalmente en el paso de
dictaduras a democracias representativas o para la etapa posterior a pactos finales
de conflictos armados o guerras, se viene adaptando en Colombia como marco para la
legislación sobre justicia y paz o normatividad relativa a los derechos de las víctimas,
incluidos los derechos a la verdad, la reparación integral y la no repetición.

Desde la Ley 975/2005 se hizo expresa la incorporación de la justicia transicional, sin


necesidad de mayores adaptaciones, en tanto la administración Uribe Vélez calificó
la situación del país como postconflicto y decidió que la violencia continuaba por la
existencia de amenazas terroristas. Con la Ley 1448/2011 se reasumió la existencia
de un conflicto armado interno, aunque se mantuvo la definición de inexistencia de
paramilitares y de víctimas de los grupos herederos de esas estructuras criminales.

No obstante, la aceptación de la existencia de un conflicto, las categorías, criterios y


ámbitos de acción sustentadas en la justicia transicional para postconflictos, siguen
dominando las normas o por lo menos se presenta una situación fluida de reconstruc-
ción de los contenidos y alcances de ese marco de justicia transicional.

La definición de justicia transicional que establece la Ley 1448/2011 mantiene la


versión sobre la paz como desarticulación o desmonte de grupos armados ilegales. La
secuencia de esa transición es sanción a los responsables, satisfacción de derechos
de las víctimas, no repetición de los hechos violentos y desarticulación de las estruc-
turas armadas ilegales.
Capítulo 2. Memorias para la paz en medio de las guerras
55

ARTÍCULO 8°. JUSTICIA TRANSICIONAL. Entiéndase por justicia transicional los


diferentes procesos y mecanismos judiciales o extrajudiciales asociados con los
intentos de la sociedad por garantizar que los responsables de las violaciones
contempladas en el artículo 3o de la presente Ley, rindan cuentas de sus actos, se
satisfagan los derechos a la justicia, la verdad y la reparación integral a las vícti-
mas, se lleven a cabo las reformas institucionales necesarias para la no repetición
de los hechos y la desarticulación de las estructuras armadas ilegales, con el fin
último de lograr la reconciliación nacional y la paz duradera y sostenible.

Para estas notas, la pregunta es sobre el lugar de la memoria histórica en ese marco
de justicia transicional o en una versión adaptada de la justicia transicional a condi-
ciones de conflicto armado.

En las leyes aprobadas como muestra de justicia transicional, ha ocupado lugar espe-
cial la contribución a la verdad por parte de los desmovilizados. Las versiones libres
y procesos contemplados en la Ley 975/2005, se justifican en parte como contribu-
ciones al esclarecimiento de los hechos y la suspensión de la acción penal a los
paramilitares desmovilizados que no se acogieron a la ley de justicia y paz, en la ley
1424/2010, se otorga a cambio de acuerdos de contribución a la verdad4. Al Centro
Nacional de Memoria Histórica (CNMH), instituido en la Ley de Víctimas, se le encar-
ga recibir, evaluar y archivar esa documentación.

Es evidente que la función de esta memoria de los perpetradores tiene un sentido


esencialmente penal para facilitar beneficios frente a delitos. Las cuarenta mil decla-
raciones que van a ser archivadas por la CNMH, son recibidas sin beneficio de inven-
tario o evaluación judicial como elemento suficiente para la libertad de integrantes de
estructuras responsables de millones de víctimas y decenas de miles de homicidios.
Con esas declaraciones hay un pacto tácito: son formalismos para sacar del limbo a
excombatientes que solo figuran en las instancias judiciales como presuntos culpa-
bles de delitos menores como porte ilegal de armas y asociación para delinquir. Ni los
legisladores, ni los jueces esperan real contribución a la verdad sobre los crímenes
de lesa humanidad cometidos por los paramilitares y narcoparamilitares. Serán los
archivos de la simulación y la mentira bajo custodia del CNMH.

Estas políticas de memoria y verdad son cuestionadas por los más lucidos constructo-
res de los modelos de justicia transicional en situación de guerra o conflicto armado;
han advertido contra la impunidad, pero sus fórmulas sobre cómo equilibrar justicia,
verdad y paz están aún en elaboración.

4 ARTÍCULO 141. REPARACIÓN SIMBÓLICA. Se entiende por reparación simbólica toda prestación realizada a favor de
las víctimas o de la comunidad en general que tienda a asegurar la preservación de la memoria histórica, la no repetición
de los hechos victimizantes, la aceptación pública de los hechos, la solicitud de perdón público y el restablecimiento de la
dignidad de las víctimas.
PARTE I - MEMORIA, PODER Y POLÍTICA
56

Se puede suponer que todos los componentes de esa justicia transicional, incluidas la
memoria histórica y la verdad, se dirigen al fin último de la paz duradera y sostenible.
En esta función de paz se supone que medidas penales contra los mayores responsa-
bles (incluida la terminación de la acción penal), más derechos de las víctimas, son las
condiciones esenciales de la paz duradera, entendida como no existencia de grupos
armados ilegales que generen violencia. Es todo un megarrelato sobre la historia de
conflictos y guerras en Colombia, que mantiene la visión dominante en los gobiernos
sobre sus causas, desarrollos, consecuencias y líneas de superación.

Estas limitaciones en la reelaboración de los componentes de la justicia transicional


llevan a resistencias de organizaciones sociales, de víctimas o desde la academia, a
ubicar la memoria histórica como parte de su andamiaje o subordinada a su concep-
tualización. ¿Qué significa llevar a cabo las reformas institucionales necesarias para
la no repetición de los hechos? En principio es una frase indeterminada cuyo conteni-
do es dado en los términos de las relaciones de poder.

Desde las visiones de la paz positiva o construcción de paz, para el fin último de la
paz duradera, no es suficiente con que no se repitan los crímenes atroces o las graves
infracciones a los derechos humanos. Se requieren trasformaciones estructurales que
modifiquen los determinantes de la violencia crónica. Y es contra una opción de mo-
dificaciones de fondo que se promueven ideas de transición sin auténticos y efectivos
instrumentos para la verdad, sin alterar los beneficios de la sociedad violenta y por
supuesto, sin redefinición en distribución de poder y riquezas, de tierras, recursos y
negocios que se construyeron al amparo de la violencia sistemática.

Toda esta reflexión puede sugerir que los conceptos e instrumentos de la justicia tran-
sicional son insuficientes para encuadrar los trabajos de la memoria y el derecho a la
verdad. Por lo pronto, será necesario seguir interrogando a las versiones oficiales que
se han incluido en leyes y ahora se pretende elevar a rango constitucional. La acade-
mia cumple aquí un papel importante para proponer elaboraciones que contrarresten
la idea dominante de justicia transicional para terminar el conflicto como resultado
del discurso de las armas y para beneficio de los vencedores.

Pero al mismo tiempo, son válidos los esfuerzos por desjudicializar la memoria y ubi-
carla como parte de la construcción de paz, que es una conceptualización más com-
prensiva que la sugerida por la justicia transicional, y que la incluye a ella misma
como un elemento importante, pero subordinado.
Capítulo 3 El que controla el pasado (...)
controla también el futuro.
ESTADOS DE NEGACIÓN: El que controla el presente,
controla el pasado. (...)
RETOS FRENTE (E)l control del pasado depen-
de por completo del entre-
A LA RECUPERACIÓN namiento de la memoria (...).
(E)s preciso recordar que los
DE LA MEMORIA acontecimientos ocurrieron
de la manera deseada. Y si es

EN COLOMBIA1
necesario adaptar de nuevo
nuestros recuerdos o falsificar
los documentos, también es
Michael Reed Hurtado necesario olvidar que se ha
hecho esto. Este truco puede
Socio fundador e investigador de la Corporación Punto de Vista
aprenderse como cualquier
(www.cpvista.org). otra técnica mental. (...) En el
antiguo idioma se conoce esta
operación con toda franqueza
como «control de la realidad».
En neolengua se le llama do-
blepensar.(...)
George Orwell, 1984

En distintos contextos nacionales en los cuales se ha experimentado la atroci-


dad, como en Colombia, las sociedades tienden hacia procesos de negación de la
atrocidad.“En momentos de guerra y posguerra, sociedades enteras entran en proce-
sos de negación masiva – con consecuencias terribles, especialmente para las vícti-
mas y los supervivientes, quienes se encuentran literalmente dislocados del tiempo
histórico” (Cohen, 2001, p. 242).Ellos tienen la certeza de que algo pasó y que les
pasó a ellos, pero nadie parece querer recordarlo o reconocerlo (Weschler, 1990)2.Las
explicaciones son múltiples, perfectamente simples y peligrosamente interiorizadas:
lo que pasó, pasó; es mejor volver a iniciar; hay que dar vuelta a la página; el pasado

1 Este artículo es un fragmento (con variaciones) de un texto anteriormente publicado: ver Reed, M. (2010).Justicia transicio-
nal bajo fuego, Cinco reflexiones marginales sobre el caso colombiano. En Lyons, A. y M. Reed, M. (Coord.), transiciones
en contienda. Dilemas de la justicia transicional en Colombia y en la experiencia comparada (pp. 87-114). Bogotá: ICTJ.
2 Cohen enfatiza la distinción entre conocimiento y reconocimiento, aludiendo al trabajo de recuperación de la memoria
histórica desarrollado por Lawrence Weschler (1990) respondiendo al interrogante sobre el valor misterioso y poderoso
del reconocimiento de la verdad, determina que “el reconocimiento es lo que le pasa al conocimiento cuando se confirma
oficialmente y penetra el discurso público” (Cohen, 2001, p. 225).
PARTE I - MEMORIA, PODER Y POLÍTICA
58

es incómodo, complicado o inconveniente; los rencores no llevan a ningún lado; a


mí no me pasó nada; lo que les pasó, les pasó por algo; o es mejor olvidarlo... Las
expresiones son abundantes. Lo destacable es que la tendencia humana, si nadie se
preocupa, tiende a la negación.

El estado de negación es más que un proceso pasivo de olvido. Se trata del produc-
to de un proceso sicológico complejo, tanto de corte individual como social. Es un
estado extendido que todos hemos interiorizado (en diferentes grados). Una de sus
manifestaciones más simples, pero más regulares, es el trámite interno que damos a
las noticias de muertes masivas o de un gran sufrimiento humano: las vemos, somos
conscientes (un rato) y (salvo que se trate de nuestro quehacer) en minutos las hemos
cortado de nuestro proceso mental.

La negación implica el desenvolvimiento de un proceso consciente, con ramifica-


ciones individuales y colectivas. En el ámbito personal, se trata de un proceso de
selección y percepción, durante el cual decidimos darnos cuenta de algo o decidimos
no hacerlo. Es una especie de “sin querer, queriendo” o de “es mejor no saberlo”; el
problema es que ya lo sabemos. En el ámbito colectivo, es un proceso que genera
amnesia social; opera a través de mecanismos de olvido por medio de los cuales
una sociedad entera se desprende del registro de su pasado indeseable y termina
por justificar ciertas acciones u omisiones de la sociedad o del Estado. La negación
puede ser el resultado de un proceso organizado, oficial consciente o de un despla-
zamiento cultural que ocurre cuando la información desaparece – cuando el conoci-
miento incómodo es reprimido.

En Colombia, experimentamos procesos de negación muy arraigados. Durante algún


tiempo, el discurso oficial negaba literalmente la existencia del conflicto armado. Por
otro lado, en materia de víctimas hay ejercicios de negación y exclusión constantes
– por ejemplo, las víctimas de crímenes de estado están excluidas de muchos de los
regímenes legales de protección vigentes. No es fácil determinar cuándo se fraguó
tan complejo telón, pero la afirmación de que Colombia vive un posconflicto y un
proceso de paz parece haber penetrado la mentalidad nacional. Decir algo en contra o
recordar que el conflicto armado continúa se interpreta como un acto disidente de ese
saber-autoritario que inventó la situación deseada y que busca escarmentar a quien
se pronuncie por fuera del guión elaborado.

Desde hace rato experimentamos los efectos de un profundo uso de neolengua, al


mejor estilo orwelliano. Todos los días, en el discurso público, en la prensa y, lo que
es peor, en ámbitos privados, la corrección del lenguaje hace parte de la vida nacio-
nal. Sólo para dar un par de ejemplos: la guerra ya no es guerra; y los combatientes
ya no son combatientes. Es una mala señal, en cualquier sociedad, que se prohíban
ciertas palabras o que se promuevan oficialmente otras que no reflejan la realidad.
Es peor signo que haya un intento oficial de inventar expresiones y eufemismos para
Capítulo 3. Estados de negación: retos frente a la recuperación de la memoria en Colombia
59

ordenar que lo prohibido no se mencione. Las operaciones lingüísticas no son parte


de una hipocresía extendida, son operaciones conscientes y programadas que tienen
por finalidad cambiar la forma de recordar y de pensar. George Orwell las denominó
doblepensar.

El cambio consciente de denominación busca modificar las formas de conceptualizar


y asumir la realidad. Las elecciones de los términos no son neutrales, evocan un sig-
nificado e infunden una cierta ideología. “Si, como se ha sugerido, la terminología
es el momento propiamente poético del pensamiento, las elecciones terminológicas
no pueden ser nunca neutrales” (Agamben, 2004, p. 13). Las operaciones lingüísticas
inducen a “la amnesia selectiva mediante la eliminación de ciertos elementos del pa-
sado y la preservación de otros” (Cohen, 2001, p. 243). Se trata de un engaño mental
cuidadosamente orquestado para falsear el pasado y justificar el presente. Este olvido
programado conduce a un estado de negación en el cual la atrocidad no es asumida
socialmente y termina perpetuándose la injusticia.

I. “Estados de negación”
Stanley Cohen, criminólogo sudafricano, aborda de manera exhaustiva los estados
de negación y su relación con el reconocimiento de las atrocidades y el sufrimiento
humano en contextos políticos complejos (Cohen, 2001, pp. 1-20). Cohen procuró una
caracterización de la negación basada en cinco dimensiones que son de utilidad para
ilustrar las complejidades que esconde el proceso de negación en Colombia. Por con-
siderarlas ajustadas y porque facilitan una lectura de los procesos sociales y políticos
que se experimentan, se exponen a continuación de manera resumida.

En primer lugar, propone una clasificación de la negación a partir de su contenido:


negación literal, negación interpretativa y negación implicatoria. La negación literal
es “la aseveración que algo no ocurrió o que no es cierto”(Cohen, 2001, p. 7). Se trata
de una negación fáctica; el hecho o el conocimiento del hecho se desmiente. Por
ejemplo, “no hay conflicto armado”. Frente a la negación interpretativa, los hechos no
se niegan, pero se les otorga un significado distinto al que es aparente. En esos casos
no se niega lo que pasó, sino que se le da otro nombre o se reclasifican los hechos
bajo una categoría distinta. Por ejemplo, no se habla de “limpieza étnica” sino de
“intercambio de población’’; o no se habla de “paramilitarismo” sino de “autodefensa
como un tercer actor”. La negación interpretativa es campo propicio para el uso de
eufemismos y lenguaje técnico-administrativo propio de las rutinas.

En la negación implicatoria no se niegan ni los hechos ni su interpretación convencio-


nal. Lo que está en juego son los efectos o implicaciones (políticas, morales, sicoló-
gicas, etcétera) que convencionalmente se derivan. Esa categoría de negación niega
directamente el significado y las implicaciones de ciertos hechos. Por ejemplo, no
PARTE I - MEMORIA, PODER Y POLÍTICA
60

se niega la existencia de las violaciones masivas de mujeres en Bosnia, pero se nie-


gan las implicaciones psicosociales para esa sociedad y la necesidad imperativa de
actuar. En el caso colombiano, esta manifestación se puede ilustrar con la negación
que suele hacerse de los efectos de la victimización; no se niega la victimización en
sí, pero se relativizan sus efectos. Al ilustrar esas tres modalidades, concluye Cohen
que, para llevar a cabo el proceso de negación, los seres humanos y las sociedades
utilizan cognición, emoción, moralidad y acción; es decir, la negación no es un proceso
inconsciente (Cohen, 2001, p. 9).

En segundo lugar, Cohen determina que la negación puede ser un proceso personal,
oficial o cultural. El proceso personal es el más extendido e interiorizado, como ya
fue expuesto en la introducción. En el caso de la negación oficial, el autor destaca
que se trata de un proceso colectivo y organizado, bajo el cual el Estado imposibilita
o genera peligro alrededor del reconocimiento de realidades pasadas o presentes. La
negación oficial también puede darse por vías más sutiles, sobre todo, una vez que
la negación hace parte de la fachada ideológica del Estado. En esos casos, las condi-
ciones sociales que dieron lugar a las atrocidades se unen con técnicas oficiales para
negar las realidades y generan un círculo vicioso de autolegitimación. De otra parte,
la negación cultural refiere procesos que se nutren de lo personal y de lo público (u
oficialmente construido).

Son procesos de negación muy comunes, en los cuales las sociedades arriban a unos
consensos no formalizados sobre lo que se puede y se debe recordar y reconocer. Este
tipo de negación puede ser iniciada por el Estado y, posteriormente, puede adquirir
vida propia. Los medios de comunicación entran a jugar un rol particularmente impor-
tante en esos procesos. Una vez se ha construido un lenguaje apropiado para evitar
ciertos temas (o para no pensar en lo impensable), los medios masivos de comuni-
cación hacen lo suyo, sosteniendo lenguaje, imágenes y mitos preestablecidos. Los
ejemplos en el contexto colombiano abundan; el más explícito y recurrente es la pre-
sentación de las ejecuciones extrajudiciales perpetradas por agentes estatales como
casos aislados de “falsos positivos” sin conexión a una práctica o política estatal. Ese
tipo de negación, si no es combatida, puede afectar la capacidad de las sociedades
para identificar la falsedad de ciertos discursos oficiales.

En tercer lugar, Cohen distingue entre procesos de negación histórica y contemporá-


nea. La negación histórica involucra los elementos de memoria, olvido y represión.
Puede ser fruto de procesos altamente organizados, del paso del tiempo o de la po-
rosidad del conocimiento colectivo. También, puede ser el resultado de un elemento
cultural que se alinea para esconder verdades históricas indecorosas. La negación
contemporánea, además de incluir procesos complejos de contradicción sobre el
presente (negación literal, interpretativa o implicatoria), incluye el inevitable filtro
de percepción frente al creciente acervo de información que nos hostiga. Por razo-
nes netamente prácticas tenemos que bloquear cierto tipo de información. Subraya
Capítulo 3. Estados de negación: retos frente a la recuperación de la memoria en Colombia
61

Cohen que la relación entre el presente y el pasado debe ser vista en un continuo.
Los eufemismos y mitos actuales sirven para reacomodar el pasado; similarmente, la
reinterpretación del pasado sirve para ilustrar el presente. A manera de ilustración,
la negación del involucramiento estatal en el surgimiento de los grupos paramilitares
es una forma de negación histórica que tiene profundas consecuencias en cómo es
asumido el fenómeno en la actualidad.

La cuarta dimensión del proceso de negación involucra lo que Cohen denomina el


triángulo de la atrocidad, compuesto por las víctimas, contra quienes se actúa; los
perpetradores, quienes cometen las atrocidades; y los observadores o espectadores
(bystanders), quienes ven y saben lo que está pasando. Destaca Cohen que estos no
son roles estables y que, a través del ciclo de violencia, una persona puede desem-
peñar más de uno de esos roles. Para Cohen, frente al proceso de negación, cada
persona y grupo de personas (de acuerdo con su identidad colectiva) experimentará
la negación de una manera distinta, según su desempeño en el triángulo de la atroci-
dad. Además, recalca que el grupo de los observadores es el de mayor tamaño y, por
lo general, se trata de personas relativamente pasivas, más preocupadas por hacer
la vida que por hacer historia. No obstante, las experiencias nacionales anteriores
demuestran que el interés o desinterés de los observadores por superar el estado de
negación es determinante en el proceso de reconocimiento de las víctimas.

La sociedad colombiana lleva más de cinco años siendo espectadora de testimonios


sobre la perpetración de atrocidades en el marco del esquema confesional de Justicia
y Paz y no se evidencia una reacción social significativa. Decenas de paramilitares
declaran diariamente ante la Fiscalía que mataron, que no fueron investigados, que
volvieron a matar con crueldad, que gozaron del amparo de las autoridades, que se
sentían justificados y nadie dice nada.

En diciembre de 2006 los medios de comunicación registraron las primeras versiones


libres de estos asesinos oscuros. Sus relatos, llenos de intriga y de justificaciones,
develaban el misterio alrededor de la muerte y el público cautivo se sorprendía con
cierto morbo. Los inverosímiles relatos de motosierras, hornos crematorios y partidos
de fútbol con cabezas humanas eran narrados con frescura. Esas versiones fueron re-
cogidas en primera plana, en ese entonces y hasta finales de 2008. Actualmente, por
alguna razón, ya no son registradas por la prensa, salvo contadas excepciones. ¿Será
costumbre o desgaste? ¿Será que ya no le importa a la sociedad?

Finalmente, Cohen resalta una dimensión espacial de negación, tanto física como
simbólica. Bajo esa mirada, propone que la cercanía de la persona a las atrocidades,
a las víctimas o a un espacio, determinará el grado de negación y el deseo de superar
ese estado. Esta es una categoría, relativamente intuitiva, que se explica por la exis-
tencia de lazos personales o colectivos frente a ciertos eventos, o un mayor o menor
nivel de interés frente a ciertos eventos o circunstancias. Gran parte de la violencia
PARTE I - MEMORIA, PODER Y POLÍTICA
62

en Colombia ocurrió y ocurre en lugares lejanos; por tanto, los espectadores perciben
remota la posibilidad de convertirse en víctimas. Además, la distancia se agranda
simbólicamente, diferenciando a las víctimas por vía de construcciones sociales. Por
ejemplo, cuanto más bajo sea el estrato social de la víctima o cuanto más diste de lo
“normal”, es más fácil ignorar su sufrimiento y banalizar su condición humana.

La revisión somera de estas cinco categorías ofrece elementos para examinar el esta-
do de negación en el cual se encuentra la sociedad colombiana.

II. Combatir la negación, un ejercicio necesario


El estado de negación se profundiza en Colombia como resultado del paso del tiempo
y de los múltiples mensajes mediáticos que nos asaltan en el presente, incluyendo
las noticias faranduleras, las emisiones publicitarias, la última novela de televisión
o el reality de turno. En este contexto, la negación de la atrocidad se facilita por la
abundancia de mensajes y los saltos informativos constantes3. El reconocimiento de
la atrocidad pasa a un segundo plano, presa del hastío y del escepticismo del público.

Desde hace treinta años (por tomar un periodo considerable) y, particularmente, du-
rante los últimos ocho años, la sociedad colombiana ha estado expuesta a operacio-
nes de negación de la realidad y de las atrocidades sufridas por miles de colombianos.
El país está sumido en un largo proceso de resignificación de la violencia que vivió y
vive el país; el efecto es profundo y cada vez más interiorizado.

Los colombianos viven en medio de un conflicto armado prolongado. En el país se


han cometido masacres, ejecuciones, desapariciones, torturas, violaciones y muti-
laciones. Y, lo que es peor, se siguen cometiendo. Detrás de cada uno de esos actos
atroces hay víctimas, propósitos, métodos, técnicas y perpetradores; así como hay
justificaciones y mecanismos de encubrimiento. Si no se encara el proceso de nega-
ción, el país vivirá la paz al mejor estilo orwelliano: “La guerra es la paz. La libertad
es la esclavitud. La ignorancia es la fuerza”4.

3 Como complemento a los cinco campos de análisis de los estados de negación,Cohen plantea que ciertos rasgos del ambiente
posmoderno en el cual se desenvuelven la mayoría de las sociedades contemporáneas contribuyen a que los estados de
negación sean más profundos y el revisionismo pueda darse sin mayor oposición (Cohen, 2001, pp. 240-248).Utilizando a
Steven Spitzer, compara los procesos de negación bajo regímenes de continuidad y bajo regímenes de discontinuidad. En los
regímenes de continuidad, como en el clásico régimen orwelliano, “se induce la amnesia selectiva mediante la eliminación de
ciertos elementos del pasado y la preservación de otros”. (Cohen, 2001, p. 243). En los regímenes discontinuos, las múltiples
narrativas del mercado dominan las rutas de la información; y, en estos casos, el olvido es obra de la abundancia de los
mensajes y de los saltos constantes.
4 Esas son las tres consignas del Partido, grabadas en la pared del Ministerio de la Verdad en el Londres orwelliano. Orwell,
George, 1984, Parte 1, Capítulo I.
Capítulo 3. Estados de negación: retos frente a la recuperación de la memoria en Colombia
63

El proceso de Justicia y Paz se circunscribe explícita e intencionalmente a la actua-


ción de grupos armados ilegales. No hay espacio, en el proceso oficial y controlado
de revelación de la verdad, para hablar o indagar sobre la atrocidad perpetrada en
el marco del sistema. Las reglas de juego sobre la verdad que interesa oficialmente
están diseñadas para no tocar al aparato estatal.

La negación continuará siendo un mecanismo de evasión de responsabilidad. Ante la


ausencia de un proceso de transición política (en el que haya un compromiso con la
revelación de la verdad y el reconocimiento de todas las atrocidades), el ocultamien-
to de los lazos entre la institucionalidad y las estructuras paramilitares continuará
siendo parte del arsenal oficial y del régimen de negación. Encarar este proceso de
negación es uno de los retos más importantes que debe asumir el movimiento de
derechos humanos en Colombia.

III. A manera de cierre: un cuento sobre la negación…


Hace décadas, cuando Argentina iniciaba su examen de lo que aconteció bajo el de-
nominado terrorismo de estado, Julio Cortázar (1981) escribió en una revista la línea
argumental de un cuento que quería escribir sobre los riesgos de no encarar la atroci-
dad. Creo que su reflexión es la mejor manera de cerrar estas anotaciones.

Un grupo de argentinos decide fundar una ciudad en una llanura propicia, sin
darse cuenta en su gran mayoría de que la tierra sobre la cual empiezan a levan-
tar sus casas es un cementerio del cual no queda ninguna huella visible. Sólo los
jefes los saben y lo callan, porque el lugar facilita sus proyectos, ya que es una
planicie alisada por la muerte y el silencio y les ofrece la mejor infraestructura
para trazar sus planos. Surgieron así los edificios y las calles, la vida se organiza
y prospera, muy pronto la ciudad alcanza proporciones y alturas considerables y
sus luces, que se ven desde muy lejos, son el símbolo orgulloso de quienes han
alzado la nueva metrópolis. Es entonces cuando comienzan los síntomas de una
extraña inquietud, las sospechas y los temores de quienes sienten que fuerzas
extrañas los acosan y de alguna manera los denuncian y tratan de expulsarlos.
Los más sensibles terminan por comprender que están viviendo sobre la muerte,
y que los muertos saben volver a su manera y entrar en las casas, en los sueños,
en la felicidad de los habitantes. Lo que parecía la realización de un ideal de
nuestros tiempos…, despierta lentamente a la peor de las pesadillas, a la fría y
viscosa presencia de repulsas invisibles, de una maldición que no se expresa
con palabras pero que tiñe con su indecible horror todo lo que esos hombres
levantaron sobre una necrópolis. (p. 137)

Cortázar decidió no escribir el cuento, porque “descubrió que ya estaba escrito en el


libro de la historia” (Cortázar, 1981, p. 138).
PARTE I - MEMORIA, PODER Y POLÍTICA
64

Bibliografía
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Weschler, L. (1990). A miracle, a Universe: Settling Accounts with Tortures.
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Cortázar, J. (1981). Realidad y literatura en América Latina. Revista de Occidente,
N. 5, 23-33, tomado de Verbitsky, H. (2004). El vuelo. Buenos Aires: Sudamericana.
Capítulo 4

MEMORIA Y CREENCIA:
UNA MIRADA POLÍTICAMENTE
INCORRECTA A CIERTAS VINDICACIONES
DE LA MEMORIA
Adrián Serna Dimas
Profesor de la Maestría en Investigación Social Interdisciplinaria de la Universidad Distrital Francisco José de Caldas.

Introducción: burocratización del terror y mercantilización


de la memoria

El 6 de mayo de 2007 apareció en el diario El Tiempo una columna de opinión de la


profesora Claudia Steiner que aunque tuvo resonancia en algunos contextos no causó
el debate que hubiera ameritado. A propósito de la difusión masiva de las atrocidades
del paramilitarismo, la profesora Steiner decía:

Aparentemente se vive un momento de ansiedad colectiva en donde existe una


preocupación legítima y necesaria por decir algo sobre el terror y por contar
historias de crueldad, anteponiéndoles, eso sí, el adjetivo de inconcebibles.
Probablemente sin buscarlo, algunos, gracias a estas historias de terror, ob-
tendrán reconocimientos, como ya está sucediendo. Las obras de los artistas
conceptuales, interesados por mostrar el dolor de manera respetuosa con las
víctimas, son compradas por reconocidos museos y galerías de Europa y Esta-
dos Unidos. En el ámbito académico, la “violentología” se ve reencauchada en
nuevas comisiones, mientras los expertos que analizaron el “corte de franela”
de los años 50 encuentran similitudes con las motosierras y las fosas comunes.
// En las universidades publicamos artículos, ofrecemos cursos, seminarios y
conferencias con títulos en donde las palabras “memoria”, “violencia” y “do-
lor” parecen atraer a algunos estudiantes en busca de respuestas acerca de un
PARTE I - MEMORIA, PODER Y POLÍTICA
66

terror del cual oyen pero que no han visto. Es de suponer que las demandas de
las víctimas podrán ser vistas por algunos sectores nacionales e internaciona-
les como un “negocio” eventualmente muy lucrativo. Mientras, el Estado abre
oficinas especializadas para responder a los organismos multilaterales desde
donde se escriben nuevos términos de referencia en los cuales las palabras
“postconflicto”, “violencia” y “reparación” deben aparecer como requisito para
cualquier proyecto que pretenda ser financiado. // Es de esperar que los perio-
distas que escriben sobre las masacres ganen un premio nacional y alguna ONG
que trabaja con víctimas de la violencia obtenga uno internacional. O viceversa
(Steiner, 2007, p. 33).

Un diagnóstico bastante crudo que advierte una cuestión que tiende a permanecer en
los indecibles de las enjundias por la memoria: que los esfuerzos vindicativos en algu-
nas circunstancias pueden conducir a la burocratización y la normalización del terror.
Esta cuestión, que no es otra que los efectos que acarrean los usos lucrativos de la
memoria, ocupaba hasta hace poco un espacio bastante marginal, en buena medida
porque quienes la abordaban quedaban expuestos a ser señalados de defensores de
los revisionismos y de los negacionismos, como sucedió con autores como Peter No-
vick y Norman Finkelstein por sus estudios, harto polémicos por demás, sobre los usos
económicos, sociales y políticos del Holocausto (Finkelstein, 2002; Novick, 2007). En
América Latina esta cuestión apareció de manera bastante accidental a propósito de
los primeros trabajos de Elizabeth Jelin, quien en su esfuerzo por conceptualizar el
rol de los movimientos, las organizaciones y las instituciones responsables de definir
el campo de las luchas por la memoria, incorporó con base en Howard Becker el con-
cepto de memory entrepreneurship. No obstante, el concepto en español se prestaba
a equívocos, pues aludía a una suerte de empresariado de la memoria, lo que daba
entender la existencia de individuos o instancias decididas a convertir la vindicación
de la memoria en un asunto lucrativo. Para resolver el impase, Jelin acogió el término
de emprendedores de la memoria (Jelin, 2002 y 2009).

Pero el impase de Jelin no quedó en el vacío. Recientemente Ksenija Bilbija y Leigh


Payne han señalado que en diferentes escenarios las luchas por la memoria han con-
ducido a la aparición de auténticos memory entrepreneurship, un empresariado que
mercantiliza la memoria por medio de diferentes estrategias que incluyen el turismo
del trauma (trauma tourism, dark tourism o thanatourism), la industrialización del testi-
monio, la estetización del sufrimiento y la conversión de lo memorable en mera memo-
rabilia (souvenirs). Si bien las autoras señalan que en América Latina estas estrategias
de mercantilización de la memoria apenas son visibles, sobre todo porque los conflic-
tos y las violencias del pasado reciente siguen siendo un asunto en ferviente discusión
en los distintos países, advierten que ellas van en aumento, con las consecuencias que
ello entraña: la construcción de memorias en ajuste a la demanda, la espectaculariza-
ción de la tragedia, la despolitización de las vindicaciones sociales y la restitución o
la profundización de las polarizaciones sociales en la esfera pública (Bilbija y Payne,
Capítulo 4. Memoria y creencia: una mirada políticamente incorrecta a ciertas vindicaciones de la memoria
67

2011). De hecho, en la medida que se intensifiquen las tensiones entre quienes defien-
den y acusan ese pasado reciente, tanto más factible que se redoblen los esfuerzos de
unos y otros por difundir sus versiones en el mundo público, circunstancia propicia para
una mercantilización sin desenfreno de la memoria, obviamente con claras ventajas
para quien tenga más músculo económico o una más amplia clientela cautiva surgida,
por ejemplo, de la popularidad persistente de quienes han sido perpetradores o del
desconocimiento sostenido de quienes han sido perpetrados.

De cualquier manera, detrás de las cuestiones planteadas por Steiner, Bilbija y Pay-
ne se puede decir que está una preocupación más de fondo: que la burocratización
del terror y la mercantilización de la memoria puedan terminar fetichizando tanto a la
víctima como al victimario para ofrecer únicamente el sufrimiento infringido, sin que
ello redunde siquiera en solidaridad, mucho menos en verdad, justicia y reparación. La
fetichización tiene la capacidad de oscurecer eso que le ha sido arrebatado a unos por
otros y de reducir cualquier escenario vindicatorio al clásico correlato del trauma y el
complejo de culpa: el trauma, esa ausencia siempre presente entre quienes han sido
victimizados; el complejo de culpa, esa presencia siempre ausente entre quienes no
han sufrido victimización alguna. Este correlato tiene una fuerte carga despolitizante:
bajo los efectos de la fetichización el trauma, como ausencia sostenida, sólo redunda
en revictimización; mientras el complejo de culpa, como presencia nunca inquirida por
la ausencia, sólo redunda en exculpación (cfr. Caruth, 1996; Alexander, 2004; O’Connor,
2010; Sánchez, 2010). Se puede afirmar que de este correlato derivan esos discursos
que, como refiere Steiner, son incisivos en señalar a la sociedad como culpable por
omisión, pero que se abstienen de denunciar a los victimarios como culpables por ac-
ción. Ante esto Steiner decía: “El castigo a los victimarios y la implementación de polí-
ticas concretas para las regiones que han soportado los excesos de violencia debe ser
la mejor reparación para las víctimas. De lo contrario, poco servirán los relatos sobre
los cadáveres descuartizados” (Steiner, 2007, p. 33; subrayado nuestro).

La columna de Steiner amerita dos reflexiones. Por un lado se puede disentir de


Steiner si sus consideraciones suponen una crítica general a las ciencias humanas
y sociales por conducir el problema del conflicto y la violencia a la cuestión de la
memoria. En un país donde estas ciencias fueron inclinadas históricamente a atender
este problema –tanto que terminaron configurando ese espacio de la “violentolo-
gía”–, resulta controvertible que ahora sean acusadas por encapsularlo en una cues-
tión que es sustancial a ellas como lo es la memoria. De hecho se puede considerar
que en las décadas anteriores el problema del conflicto y la violencia fue objeto de
otros encapsulamientos desde cuestiones que igualmente han sido sustanciales a las
ciencias humanas y sociales, desde la lucha de clases en los años sesenta hasta las
dinámicas territoriales en los años noventa. En consecuencia el debate no sería si el
problema puede ser encapsulado en la memoria, sino cuál es la referencia para que
esto suceda: si la referencia es una ley con todo tipo de señalamientos como la de
“Justicia y Paz”, o ciertos discursos testarudos convencidos de un supuesto postcon-
PARTE I - MEMORIA, PODER Y POLÍTICA
68

flicto, o la difusión de algunas tendencias intelectuales en boga, o la aparición de esa


burocracia del terror, o la conformación de un mercado ocupacional que en ausencia
de salidas políticas propone salidas meramente terapéuticas al conflicto, o si es el
estado mismo del conflicto armado con sus efectos continuados en asesinatos, masa-
cres y desplazamientos que no parecieran resentir a esos pronunciamientos oficiales
que hablan de la consolidación definitiva de la seguridad democrática y el ascenso
imparable de la prosperidad democrática.

Por otro lado se puede coincidir con Steiner si sus consideraciones apuntan a criticar
a distintas instancias que encapsulan el problema del conflicto y la violencia úni-
camente en la memoria y cuando además este encapsulamiento procede apelando
a una suerte de lugares comunes, entre ellos, los que revisten a la memoria como
una práctica apenas excepcional o sobreviniente, de suyo liberadora o emancipadora,
prendada de manera exclusiva a la virtud de los relatos o a la resignificación de los
lugares, en capacidad de instalar unas nuevas construcciones del pasado sucedido,
que debe erigir un contra relato o unos contra lugares cuyo destino final es la me-
morialización en pro del recuerdo y en contra del olvido en aras de la no repetición.
Estos lugares comunes, que amojonan muchas de las iniciativas en pos de la memo-
ria, hacen que ésta pueda ser prácticamente cualquier cosa (decir, relatar, emplazar,
memorializar, etc.) y que en independencia de lo que sea tenga efectos cuasi mágicos
(catárticos, aleccionadores, didácticos, etc.). En estos casos se puede decir con Jo-
hannes Fabian que el concepto de memoria se torna “omnívoro e insaciable” (Fabian,
2007, p. 139). La recurrencia de estos lugares comunes ha desatado críticas fuertes a
diferentes enfoques en los estudios de la memoria, acusados de sostener un estatuto
endeble prendado a falsas oposiciones como la que separa arbitrariamente memoria
e historia, de gravitar sobre unos supuestos conceptuales bastante vagos, de usar de
manera indiscriminada metáforas empobrecidas, de mantener una indiferencia paten-
te con la comprensión y de guarecerse en puros excesos emocionales (cfr. Whitehead,
2009, pp. 2-4). Aún con esto, la explotación de estos lugares comunes ha sido propicia
para erigir unas autoridades incontestables y al mismo para entronizar la superioridad
epistémica y moral de la memoria tanto para englobarla como un constructo metafísi-
co que desde el afuera puede enjuiciar a la sociedad como un todo: esa prevención de
Nietzsche con los abusos de la historia, extensiva ahora a los abusos de la memoria.

I. La memoria: entre la crisis y el boom


Frente a las posiciones prevenidas con el boom de la memoria, pero también frente a
aquellas que lo exaltan con base en una serie de lugares comunes, resulta importante
reiterar que la memoria no es un estanco excepcional o coyuntural, sino que ella es
una dimensión sustantiva de cualquier formación social: la memoria hace parte del
estatuto óntico del mundo social. Aunque una serie de acontecimientos históricos,
procesos sociales y tendencias de pensamiento fueron el aliciente para que diferen-
Capítulo 4. Memoria y creencia: una mirada políticamente incorrecta a ciertas vindicaciones de la memoria
69

tes enfoques plegaran la memoria a las trazas del conflicto y la violencia, de donde se
han desgajado buena parte de las concepciones que revisten a la memoria como una
dimensión conscienciadora en capacidad de resolver la contradicción, hay también
una tradición remota que se extiende hasta nuestros días que nos recuerda que las
naturalezas, las dinámicas y los cometidos de la memoria son inseparables de las
texturas de la existencia, de los entramados sociales, de los tejidos institucionales,
de las composiciones materiales y simbólicas y obviamente de los conflictos y las
violencias de cualquier formación social, donde la memoria no resuelve, sino que está
en el principio de la contradicción misma.

Las principales elaboraciones sobre el estatuto de la memoria emprendidas entre


los siglos XIX y XX, en esa tradición que se extiende desde Freud, Proust y Bergson
hasta Halbwachs, Benjamin, Adorno y Horkheimer, tienen en común el esfuerzo por
inscribir la memoria en el mundo social, desplegándola dentro de los principios, las
propiedades, los mecanismos o las fuerzas sociales que modelan este mundo. De allí
que estas elaboraciones pudieran esculpir unas concepciones de la memoria que con-
vocaban o respondían de manera simultánea a unas dimensiones cognitivas, afecti-
vas, emocionales, experienciales, relacionales, culturales, morales, éticas y políticas.
Ahora, estas elaboraciones surgieron en medio de unos escenarios que pusieron de
manifiesto un mundo social de caracteres crísicos, improntas de los reduccionismos
de la racionalidad cuando no de la irracionalidad misma, de los cuales obviamente
no estaba exenta la memoria. De allí que de estas elaboraciones surgieran una serie
de concepciones abiertamente críticas con las pretensiones de emplazar la memo-
ria como una referencia vindicatoria en capacidad de confrontar el individualismo, la
masificación, la instrumentalización, la superficialización y, sobre todo, la exaltación
de la violencia encarnada en la glorificación de la guerra. Por un lado surgieron las
concepciones que señalaron que estas pretensiones vindicatorias no advertían que
la memoria misma estaba atrapada en los términos de un proyecto en crisis, lo que
la condenaba a permanecer en la contradicción sin aspirar a resolverla, sólo decidida
a reformularla, a reemplazarla o a permutarla: la memoria como la continuación de
la guerra por otros medios. Por otro lado surgieron las concepciones que revistieron
estas pretensiones como el episodio más reciente de un proyecto en crisis que des-
tinaba a la memoria únicamente a recoger ex tempore lo que él mismo truncaba de
manera irreparable: la memoria como una suerte de sepulturera de los abatidos de
la historia. Finalmente surgieron las concepciones que plantearon estas pretensiones
como una tímida salvaguarda ante los daños colaterales del progreso: la memoria
como un paliativo colectivo cargado de romanticismos con destino a los estantes de
la civilización, es decir, al olvido.

El carácter crísico de la memoria se extiende en toda su magnitud en Auschwitz. Para


unos este escenario fue el límite definitivo de un proyecto en crisis y el imperativo de
partida para cualquier proyecto futuro; para otros este escenario fue el paraje más
catastrófico de un proyecto en bancarrota pero, en modo alguno, el paraje último.
PARTE I - MEMORIA, PODER Y POLÍTICA
70

Auschwitz, como expresión emblemática de la irracionalidad del Holocausto, llevó el


carácter crísico de la memoria hasta sus últimas consecuencias: puso de manifiesto
las limitaciones del lenguaje testimonial, desafió profundas certezas morales y se-
ñaló la vacuidad del conocimiento en los extremos del sufrimiento, todo lo cual lo
erigió en la piedra de toque de los estudios de la memoria desde la segunda mitad
del siglo XX. Pero el carácter crísico de la memoria en el caso de Auschwitz no se
detuvo en la duda epistémica y el agotamiento ético que suscitaron los primeros tes-
timonios, sino que se prolongó a lo que fueron sus itinerarios posteriores. Luego de
Auschwitz las memorias de las víctimas quedaron instaladas en el trauma, mientras
los victimarios fueron disueltos en el complejo de culpa difundido entre una sociedad
alemana arruinada.

Casi setenta años después los descendientes de las víctimas gravitan en aquello que
algunos autores llaman la postmemoria, mientras en Alemania ascienden grupos
que reivindican al nacionalsocialismo sin los nazis, que reclaman medidas de ver-
dad, justicia y reparación para las víctimas de los aliados y que, más allá, promueven
la victimización del país, todo con la aquiescencia de unos discursos que desde los
años cincuenta en la República Federal, pero más aún desde la reunificación a finales
de los años ochenta, han pretendido exculpar o cuando menos morigerar el nazismo
contraponiéndolo a las atrocidades del comunismo –algo semejante sucede con el
fascismo en Italia–. Obviamente que en estos itinerarios participan igualmente las
pretensiones de los revisionismos y los negacionismos promovidos desde Occidente
y resonados por distintos regímenes en medio de la intensificación del conflicto del
Medio Oriente (Robin, 2009; Focardi, 2009; O’Connor, 2010; Hirsch y Spitzer, 2010).

A diferencia de las elaboraciones que definieron la memoria desde la crisis, estuvie-


ron aquellas que lo hicieron desde la superación. Si bien en este último caso surgieron
enfoques decididos a remontar los escollos epistémicos, morales, éticos y políticos
que se alzaban sobre la memoria como crísica para resituarla como memoria en tan-
to crítica, otros enfoques por el contrario enarbolaron las posibilidades superadoras
de la memoria replegándola, consciente o inconscientemente, a los historicismos,
aquellos que desde el siglo XIX fueran cuestionados precisamente porque sobre ellos
estaba parado ese mundo social en crisis y, por tanto, participaban en el carácter
crísico de la memoria, cuando no en su negación.

Los enfoques que vindicando a la memoria la conducen por la puerta trasera de los
historicismos, que son los que en muchos escenarios jalonan el denominado boom de
la memoria, auspician esos lugares comunes de los que no resulta claro cómo, por qué
y para qué tramitan la memoria en tanto dimensión cognitiva, afectiva, emocional, ex-
periencial, relacional, cultural, moral, ética y política; cómo, por qué o para qué son de
la memoria y no de la historia; cómo, por qué y para qué se pueden considerar asunto
de memorialistas y no de historiadores quienes, no obstante, no dejan de reconocerse
en esos lugares a los que consideran como propios. Si bien en algunos escenarios hay
Capítulo 4. Memoria y creencia: una mirada políticamente incorrecta a ciertas vindicaciones de la memoria
71

argumentos consistentes para sostener la especificidad de la memoria con relación a


la historia, en otros simplemente prosperan sentencias proverbiales o apenas decla-
raciones de principios. Y no se trata de un problema meramente conceptual, sino que
entromete las posibilidades vindicatorias de la memoria misma.

Uno de los tantos escenarios donde esta diferencia ha estado en el centro del debate
es España. Para unas posiciones, las acusaciones de diferentes organizaciones y mo-
vimientos sociales de que la transición española supuso una cierta resignación am-
nésica, desconocen que desde los años setenta hubo una vasta producción histórica
sobre la Segunda República, sobre la guerra civil y sobre las atrocidades del régimen
franquista; otras posiciones señalan que esta producción histórica sólo tuvo repercu-
siones en el contexto académico y que quienes la esgrimen para saldar el problema
de la amnesia persisten en mantener la jerarquía de la historia sobre la memoria, en
exaltar la producción del conocimiento más que su socialización, en desconocer que
los hallazgos históricos no necesariamente tienen repercusiones públicas hasta cuan-
do ellos hacen parte de una vindicación social o pública, que sería una de las especifi-
cidades de la memoria (Juliá, 2008; Aguilar, 2008, pp. 69-93; Vinyes, 2009, pp. 25-36).

De cualquier manera, la presencia soterrada, cuando no abierta, de los historicismos,


deja sentir sus efectos en la forma como distintos enfoques consignan el estatuto
de la memoria, tratan la narración, auspician las implicaciones del testimonio en el
tejido institucional y entienden los sentidos de la conmemoración. Un primer efecto
de los historicismos lleva a que la memoria sea consignada en esa temporalidad que
discurre en pasado, presente y futuro, esa construcción que exterioriza el tiempo, que
lo convierte en una variable objetiva, propicia para poner al sujeto a distancia de la
experiencia y para entronizar la representación: la memoria adquiere la obligación
de representar el tiempo y, más específicamente, un tiempo sucedido como pasado.

Un segundo efecto lleva a que la narración quede expuesta al vaciado de la expe-


riencia, a la disolución del sujeto y, al mismo tiempo, a constituirse en lenguaje que
sólo busca representar, como tal un punto de vista entre tantos sobre una experiencia
externa y, por lo mismo, condenada únicamente a repetir, a completar o alternar la
historia: la memoria adquiere una obligación de pluralidad.

Un tercer efecto lleva a que el testimonio quede sometido a constituirse en asunto


privado cuando anclado a la experiencia no pretende representar nada o a transarse
como asunto público bajo la condición de que represente algo para otros: la memoria
adquiere la obligación de la publicitación.

Un cuarto efecto lleva a que el testimonio sólo adquiera posibilidades auténticas


para el tejido institucional cuando en el curso de la representación, y por efecto de la
representación misma, no pretenda resarcirse desde la experiencia, a veces irrepre-
sentable, sino se incline a develar o denunciar: la memoria adquiere la obligación del
PARTE I - MEMORIA, PODER Y POLÍTICA
72

conocimiento. Un efecto último de los historicismos lleva a que conmemorar se tra-


duzca como dar a conocer erigiendo, por ejemplo, lugares de la memoria, esa ficción
tan recurrida desde que la planteara Pierre Nora, de la que distintos autores señalan
que no ha sido sino una versión edulcorante de la historia francesa que vindicaba al
tour de Francia pero omitía cuestiones tan sensibles como las guerras colonialistas
como la de Argelia. Con la conmemoración como dar a conocer, la memoria adquiere
entonces la obligación de educar (Sarlo, 2005, pp. 27-58; Vinyes, 2009, pp. 60-61;
Whitehead, 2009, pp. 144-147; Hirsch y Spitzer, 2010). Todas estas obligaciones que-
dan selladas con una obligación superior que, no obstante, por los supuestos que
tiene tras de sí, por ese efecto de la exterioridad y la representación, se convierte en
un dilema: recuerdo u olvido.

Pese a esto, las obligaciones de la memoria con la recuperación, la pluralidad, la pu-


blicitación, el conocimiento y la educación concitan celebrados consensos, entre otras
razones porque se revisten como consecuentes con la construcción de la democracia.
Pero habría que pensar qué tanto de ese historicismo soterrado o, más aún, de ese
historicismo explícito sellado bajo el nombre de “memorias históricas”, efectivamen-
te permiten desandar a la memoria como crisis para reanudarla como superación. La
duda cabe porque estas obligaciones, pretendiendo vindicar la memoria en procura
de la reconciliación, frisan con aquellas imágenes donde la memoria bien puede ser
la guerra por otros medios, la sepulturera de los abatidos de la historia o simplemente
un paliativo colectivo del progreso: la exteriorización del tiempo resulta propicia para
convertir el pasado en archivo muerto, la pluralidad puede multiplicar de tal forma los
puntos de vista que al final todos pueden considerarse victimizados, la publicitación y
el conocimiento del testimonio pueden terminar socavando la presencia de la víctima
por el afán de seguir únicamente las huellas de los victimarios y la vocación educativa
puede reducir las complejas tramas de la memoria a la ilustración y la ignorancia.
Pero, más allá, la duda cabe porque estas obligaciones frisan con el carácter crísico
de la memoria cuando ellas se enfrentan a una situación especialmente contradictoria
en países como los de América Latina: la pretensión de promover unas memorias de-
mocráticas sobre unos hechos que tuvieron en su trasunto trágico la ausencia misma
de democracia. Con cara o sello la memoria pierde: por efecto de ese sentido demo-
crático la memoria queda expuesta a ser acusada simultáneamente de revanchismo o
de venganza, de justificadora o legitimadora o de negligente u olvidadiza.

Es por esto que el tránsito de las memorias democráticas por la puerta trasera de los
historicismos queda sujeto a algunos peajes, representados en las teorías del ene-
migo interno, de los dos demonios, del demonio latente, de la memoria hemipléjica
o de la memoria total. De allí que los historicismos, con esos pesados peajes que le
imponen a las vindicaciones de la memoria, no puedan resarcir el trasunto político
de la memoria sino reclinándolo a unas políticas de la memoria que, fundadas en la
exterioridad y la representación, son básicamente acuerdos entre grupos sociales y
políticos sobre el recuerdo y el olvido, una de cuyas expresiones es la amnistía, “esa
Capítulo 4. Memoria y creencia: una mirada políticamente incorrecta a ciertas vindicaciones de la memoria
73

caricatura del perdón” o “forma constitucional del olvido”, en términos de Ricœur


(2004, p. 625).

Pero esto no se puede entender como una sospecha sobre las posibilidades de la
memoria como construcción democrática, sino, más bien, sobre los lugares desde los
cuales se pretende que proceda esta democratización. Si estos lugares son aquellos
que señalan las celebradas obligaciones de la memoria, se impone una multiplicación
de versiones que atrapadas en el irresoluble dilema del recuerdo y el olvido y, con
este, del perdón y de la no repetición, sólo tienen una salida aparente en las arenas
movedizas de los acuerdos entre grupos sociales y políticos. El problema radica en
que esto no tiene nada que ver con las posibilidades superadoras de la memoria, sí
con su reducción instrumental. De hecho, la instrumentalización de la memoria la
convierte en una suerte de caballo de Troya, una especia propicia para que en medio
de la agudización de las contradicciones y los conflictos, del socavamiento de los
acuerdos, puedan irrumpir versiones memoriosas decididas a imponer, redisponer o
restituir toda suerte de polarizaciones históricas. Esta memoria instrumentalizada,
tanto más eficaz cuanto más desconocidos sean sus vínculos con los historicismos,
está en la base de los revisionismos y los negacionismos. En últimas, pretender que
el recuerdo y el olvido, en su irresoluble carácter dilemático, puedan ser saldados con
el artificio de la política, es revestir a la memoria de una naturaleza vengativa, tal cual
lo refiere Carmen González (2010):

¿Qué podemos hacer con el daño, especialmente con el daño infligido a terceros?
Podemos guardarlo vivo, cosa que a todas luces nadie desea, o podemos tratar
de superarlo. En esta vía, desde luego no sólo tenemos a nuestra disposición el
perdón como elemento no paralizador. Hay efectivamente otra alternativa, que
queda oculta, que se reprime, en las teorías del perdón y, como su correlato, el
olvido. Esta otra alternativa es la que denominamos venganza, o algunos de sus
sinónimos. Y en nuestro imaginario moral, aunque la figura del vengador tiene,
nos guste o no, un aire heroico, la traducción vengativa del “hacer justicia” es uno
de los mayores peligros que han de conjurarse. Si mantenemos unidos perdón y
olvido, y si mantenemos indisociablemente separados perdón y memoria, tendre-
mos dificultades para conjurar ese rostro amenazador. Y aquí precisamente está
el origen del primer miedo a la memoria. Si nos permitimos rememorar, mantener
vivo un pasado que ha producido daños, estamos atacando al único procedimiento
a nuestro alcance para instaurar nuevos cursos de acción, sin condenarnos a la re-
petición, a la reaparición de las múltiples caras del sufrimiento. En este escenario,
no respetar el imperativo del olvido es letal en dos modos distintos: aborta la ac-
ción realmente humana, e impide la acción puramente moral… // ¿De qué modo,
entonces, nos liberamos del miedo a la venganza, a la revancha? Sólo nos queda
abierta una posibilidad: romper la ligadura entre aquélla y la memoria, romper el
automatismo de la acción (pp. 154-155).
PARTE I - MEMORIA, PODER Y POLÍTICA
74

Uno de los desafíos que enfrenta de entrada la construcción de unas políticas públi-
cas de la memoria es precisamente superar esos itinerarios que al final conducen la
memoria hacia el dilema del recuerdo y el olvido y a la pretensión de absolverlo por
medio de acuerdos entre grupos sociales y políticos. Para esto, urge interrogar a la
memoria desde unos horizontes que la entienden como un proyecto antropológico en
el sentido más amplio del término. Uno de estos horizontes es la creencia, esa “inma-
nencia del mundo que hace al mundo inminente”, donde discurren en forma práctica
experiencias, convicciones, estrategias, expectativas y aspiraciones (Bourdieu, 1991,
pp. 113-135). La creencia supone un horizonte antropológico que permite restituir la
memoria al mundo social, reincorporando el tiempo y la experiencia, trascendiendo la
representación, la publicitación, el conocimiento y la mera educación y descentrando
los dilemas del recuerdo y el olvido, del perdón y la no repetición. Como refiere la
misma Carmen González (2010): “Para paliar los nefastos efectos de los vaivenes po-
líticos, sólo queda practicar una metafísica de la creencia que imponga la necesidad
de revisar permanentemente, fuera de toda tentación de dogmatismo, lo recuperado
y su administración” (p. 151).

La invocación de la creencia resulta pertinente en un escenario como Colombia, con


una saga de esfuerzos en procura del recuerdo y en contra del olvido, entre los que
se incluyen tres comisiones históricas sobre el conflicto y la violencia, una para cada
generación nacida desde 1930. Esta saga bastante elongada de esfuerzos por la me-
moria, con todo el valor que cabe asignarles por todo cuanto han hecho visible, no
obstante están sujetos a esas cargas de los historicismos, de entrada, a ese pesado
fardo que señala que la “pacificación” (imponer la paz) tiene como requisito la “pa-
sificación” (enviar al pasado). Estos esfuerzos, al privilegiar la idea histórica de la
memoria, deben buscar un piso en un tiempo pasado y, ante el desafío que les impone
la profundidad del conflicto, quedan sometidos al debate de las cronologías. De la
misma manera estos esfuerzos, al privilegiar la idea histórica de la memoria, deben
buscar un piso en un espacio histórico y, ante el desafío que les impone la expansión
del conflicto, quedan sometidos al debate de las delimitaciones geográficas. Hemos
enrumbado un conflicto complejo a un cajón bastante incómodo, a la “memoria histó-
rica”, de la que no es claro qué tiene de lo uno y de lo otro, expuesta a toda suerte de
ambigüedades, que sólo pueden saldarse en arbitrariedades cuando no, como sucedió
con la ley de víctimas, en puros acuerdos políticos. Precisamente la creencia se opone
a una concepción historicista de la memoria y propone, más allá, una concepción
antropológica: mientras la primera pareciera emplazar la memoria sólo a posteriori, la
segunda la restituye al centro del mundo social.

II. Memoria y creencia


La creencia es la experiencia práctica de habitar el mundo social. En el horizonte de la
creencia la historia no es una exterioridad sólo para ser representada, sino que ella
Capítulo 4. Memoria y creencia: una mirada políticamente incorrecta a ciertas vindicaciones de la memoria
75

está incorporada en los agentes sociales como formaciones duraderas, discurriendo


en la experiencia misma, haciendo parte sustancial del sentido práctico de habitar
el mundo social. En el horizonte de la creencia el problema no es por tanto histórico,
sino de historicidad. Ahora, la realización de la historia en la experiencia le confiere
a la creencia un carácter contundente: la experiencia práctica de habitar el mundo
se presenta como una inmanencia del mundo social mismo. Por esto, la realización
de la historia en la experiencia termina desvaneciendo de la experiencia a la historia
misma, es decir, la aleja de cualquier exterioridad, lo que puede presentar a la creen-
cia como un horizonte deshistorizado o ahistorizado. Esa realización de la historia
en la experiencia, que no es otra cosa que la historia incorporada, encarnada en los
cuerpos, constituye una suerte de memoria profunda (la memoria en sí en Freud, la
memoria espontánea en Bergson o la memoria involuntaria en Proust). La creencia,
que no es de ninguna manera una representación, que no se puede confundir con las
creencias, está en la base de la naturaleza del mito. Contra las visiones coloniales
e incluso contra algunas postcoloniales o decoloniales que consideran que el mito
es memoria, pero esa memoria crísica signada por la pérdida, la desaparición o la
ausencia de referente que urge una representación, valga señalar que el mito es en
principio creencia (Serna y Gómez, 2010, pp. 68-98).

No obstante, cuando la historia es escindida de la experiencia, cuando se desgarran


los habitus del habitar, la creencia entra en crisis: entonces la experiencia práctica de
habitar el mundo social se plaga de vicisitudes, de desajustes y de contradicciones
que quiebran las convicciones, las estrategias, las expectativas y las aspiraciones de
los agentes sociales. La creencia en crisis, que no se puede confundir con la crisis
de las creencias, pone de manifiesto la historia irrealizada restituyéndola como una
exterioridad. Esta historia restituida como exterioridad queda expuesta a distintas
lecturas. Por un lado esta historia exteriorizada es propicia para los historicismos:
ellos irrumpen para objetivar esta irrealización histórica pretendiendo realizarla desde
el horizonte de las representaciones, de las ideologías o de los imaginarios.

Pero allí mismo se instalan las trampas de los historicismos: la historia exteriorizada,
siendo el síntoma de la creencia en crisis, se toma como el malestar mismo, preten-
diendo subsanarlo con una profusión de representaciones que nunca podrán allanar
ese inconmensurable exterior. Por otro lado, esta historia exteriorizada es propicia
para una empresa radical que reconoce que en la creencia en crisis esa exterioridad
es la región de la memoria, de esa memoria profunda que deviene memoria crísi-
ca, que no se debe a un inconmensurable para ser representado, sino a la creencia
misma, que es su referencia epistémica, moral, ética y política. La memoria crísica
entonces está obligada para con la creencia, para enunciar y denunciar la crisis, por
ejemplo por medio del relato, pero en sí misma no puede resolverla. En la medida que
las fuerzas sociales puedan restituir la creencia en el mundo social, es decir, puedan
crear las posibilidades para que la historia se realice en la experiencia, la memoria
cumple entonces el cometido de deshistorizar o ahistorizar la creencia. Tenemos así:
PARTE I - MEMORIA, PODER Y POLÍTICA
76

1) una historia realizada que en tanto creencia nunca se presenta como historia;

2) una creencia en crisis que exterioriza la historia en tanto memoria que


enuncia y denuncia;

3) una historia restituida en la creencia que debe a la memoria la denegación


misma de lo histórico. En términos sencillos: la creencia en crisis nos deja
expuestos al recuerdo y allí la memoria irrumpe como denuncia; cuando la
creencia trasciende la crisis nos deja expuestos al olvido y allí la memoria se
convierte en creencia misma (Serna y Gómez 2010, pp. 68-98).

Esta concepción de la memoria prendada a la creencia, expuesta de manera bastante


general, tiene varias implicaciones. En primer lugar reconoce el carácter fundamental
de la experiencia, pero no la reduce ni a las formas escleróticas del positivismo ni a la
vacuidad de ciertos interpretativismos: las primeras acogidas con beneplácito por los
viejos historicismos, los segundos incorporados con cierto candor postmoderno para
crear relatos cotidianos del conflicto donde incluso los verdugos terminan de víctimas.
La creencia recupera la vitalidad de la experiencia sin desvirtuar que por ella transitan
las formas estructuradoras y estructurantes del mundo social.

En segundo lugar esta concepción cuestiona la temporalidad del pasado, presente y fu-
turo, que es sólo la temporalidad de la exterioridad, para reconocer que la relación entre
creencia y memoria está sujeta a unas temporalidades organizadas por las diacronías,
las sincronías, los paracronismos y los anacronismos. La relación memoria y creencia
discurre en unos tiempos sociales donde el mundo social puede gravitar simultánea-
mente en un pasado presente, en un presente pasado y en un presente futuro.

En tercer lugar esta concepción resalta unas tramas que prácticamente fueron di-
sueltas por el representacionalismo y el cognitivismo historicistas: esas tramas no
son otras que las provocadas por el discurrir de las nostalgias, las melancolías, las
resignaciones y los resentimientos. La relación entre la creencia y la memoria está
mediada por estas tramas que son, al mismo tiempo, disposiciones emocionales, po-
siciones cognitivas y posturas políticas.

En cuarto lugar esta concepción reconoce en el trámite de la historia a la creencia y


de la creencia a la memoria la presencia de unas correas de transmisión, instancias
sociales como la familia, el grupo de pares, el tejido de la sociedad civil y las institu-
ciones del Estado: la experiencia, la temporalidad, la trama emocional, sentimental,
cognitiva, moral y política de la memoria derivan, precisamente, de la tesitura de
estas correas de transmisión y de los modos como ellas pueden naturalizar la creencia
y, por lo mismo, participar en sus crisis.
Capítulo 4. Memoria y creencia: una mirada políticamente incorrecta a ciertas vindicaciones de la memoria
77

Finalmente, esta concepción permite que las diferencias, las diversidades, los antago-
nismos y las contradicciones del mundo social se hagan visibles en los modos como
se cree, se recuerda, se denuncia y se olvida.

Esta relación entre memoria y creencia permite un cometido fundamental: advertir


que no se puede escindir el mundo social de la memoria, como tiende a suceder con
esas vindicaciones que entronizan a la memoria con unas obligaciones trascendenta-
les que llevan precisamente a convertirla en una suerte de juez omnisciente al margen
de la sociedad. La creencia une de manera inseparable el mundo social con la memo-
ria, impidiendo que el primero sea simplemente objeto de la segunda.

La creencia, por tanto, se convierte en el campo de luchas sociales legítimas que


hacen posible cualquier ejercicio de la memoria. De hecho, se puede afirmar que un
trabajo primero, concienzudo y sistemático de los regímenes autoritarios y totalitarios
radica en la estructuración de la creencia, por medio de la cual pueden imponer sus
pavorosas causas, la bondad de sus prácticas de exterminio e incluso la inhumanidad
cuando no la inexistencia que le cabe a sus adversarios. En este escenario límite,
donde la creencia es capturada con todas las irracionalidades, no se puede aspirar a
restituir la racionalidad sólo con los alijos de la memoria, pues esto sólo nos deja en
la sin salida de los traumas culturales, de los complejos de culpa y de los infaltables
acuerdos políticos. Urge una lucha por la racionalidad de la creencia, que como tal es
una lucha por la humanización del mundo social. Y esta humanización entre nosotros,
hasta donde la experiencia histórica lo ilustra, sólo puede auspiciarse en las posibili-
dades de la democracia o, si se quiere, en lo que tiene la democracia para imponer la
creencia en la humanidad: en los derechos.

III. A modo de conclusión


La relación entre memoria y creencia permite explorar nuevos lugares para las vindi-
caciones de la memoria frente a los autoritarismos, los totalitarismos y los conflictos
armados. En primer lugar, esta relación señala que estos fenómenos no se pueden
saldar en la memoria sino a condición de que se salden en la creencia: la restitución
de la creencia, que entre nosotros depende del carácter expansivo de los derechos,
se impone como el imperativo con base en el cual deben obrar las instituciones que
construyen políticas, que legislan, que imparten justicia, que administran, que educan,
que asisten socialmente y que construyen o reconstruyen simbólicamente el mundo
social. Sin estos efectos institucionales en capacidad de restituir la creencia social,
cualquier memoria está condenada a constituirse en la guerra por otros medios, en
la sepulturera de los abatidos o simplemente en el paliativo de los daños colaterales.

En segundo lugar, esta relación permite descentrar la idea de víctima: por un lado,
no la reduce a un alguien afectado que busca solamente ser representado con fines
PARTE I - MEMORIA, PODER Y POLÍTICA
78

compasivos, sino que lo reclama para ese mundo social del que hacía parte, donde
ostentaba un estatuto social, económico, político o cultural específico; por otro lado,
controvierte las rápidas equiparaciones que permiten que víctima sean todos, inclu-
sive los propios victimarios, esa operación recurrida por aquellos que llaman a las
“memorias completas”.

En tercer lugar, esta relación permite identificar los complejos itinerarios que permi-
ten que las llamadas reparaciones simbólicas, como los museos y los monumentos,
tengan, en efecto, auténticas eficacias simbólicas: estas reparaciones, desprendidas
de la creencia, no pueden en modo alguno sublimar la historia ni la memoria, sien-
do condenadas a permanecer en la rememoración, en esos ritos de duelo donde los
muertos ancestrales desaparecen para siempre, alejadas de la conmemoración, de
esos ritos históricos donde los muertos ancestrales son personificados en los hom-
bres del presente.

En cuarto lugar, la relación entre memoria y creencia permite descentrar el dilema del
recuerdo y el olvido, del perdón y la no repetición. El problema entonces apunta a si
se recuerda o si se olvida porque no se cree o a pesar de que se cree, a si se perdona
o si se olvida porque no se cree o a pesar de que se cree.

Finalmente, la relación entre memoria y creencia puede avizorarse como una posibili-
dad para uno de los cuestionamientos más poderosos que enfrenta la memoria: su in-
capacidad no digamos para transmitir el sufrimiento, sino siquiera para solidarizarse
con él. Queda abierta la pregunta si la creencia puede ser ese conductor común que
por ello mismo puede aproximarnos al sufrimiento de otros.

Así, la relación entre memoria y creencia advierte la necesidad de unas políticas pú-
blicas de la memoria que tengan como presupuesto la cuestión fundamental sobre
qué nos permite creer y, sobre todo, qué nos permite creer en medio de la democra-
cia. La relación entre memoria y creencia advierte que es valiosa la escuela erigida
como gestora de la memoria, con maestros decididos a formar sobre el discurrir de
los conflictos, con estudiantes preocupados por encontrar relatos, con propuestas
institucionales para curricularizar estos esfuerzos e incluso para conducirlos a los
rituales escolares.

Pero esta relación también advierte que estas acciones, por valiosas que sean, no
dejan de ser insuficientes, si ello no redunda en una escuela capaz de descubrirse
en sus propios olvidos, en sus omisiones, en la participación que le quepa en la
erosión de la creencia. Y como la escuela, emblema de las instancias llamadas a los
deberes con la memoria, corre la misma duda para con las instancias de asistencia
social, para con las instituciones políticas, con los medios de comunicación y, cómo
no, para con la propia fuerza pública, que pretendiendo saldar sus deberes desde la
exterioridad de la memoria, pueden por ello omitir cuánto les corresponden con la
Capítulo 4. Memoria y creencia: una mirada políticamente incorrecta a ciertas vindicaciones de la memoria
79

erosión del mundo social como espacio colectivo. Los derechos, esa memoria profun-
da de la democracia, que tienen tras de sí tantas luchas históricas con innumerables
víctimas, deben ser, por lo mismo, los cometidos sustanciales de cualquier política
pública de la memoria.

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Capítulo 5 Sepan que olvidar lo malo
también es tener memoria.
LA MEMORIA José Hernández

Y LA ADMINISTRACIÓN La vida es la memoria del


pueblo, la conciencia co-
DEL PASADO: lectiva de la continuidad
histórica, el modo de pen-
REFLEXIÓN A PROPÓSITO sar y de vivir.
Milan Kundera
DE LA LEY DE VÍCTIMAS
Cuando uno sufre de esa
Fredy Leonardo Reyes Albarracín forma tan peculiar de la
Comunicador Social de la Universidad Central, Máster en literatura de brutalidad que es la mala
memoria, el pasado tiene
la Pontificia Universidad Javeriana y candidato a Doctor en Ciencias
una consistencia casi tan
Sociales del Instituto de Desarrollo y Social (IDES) de la Universidad irreal como el futuro.
Nacional General Sarmiento (UNGS), Argentina. Docente de la Facul- Héctor Abad Faciolince
tad de Comunicación Social para la Paz de la Universidad Santo Tomás
y miembro del grupo de memoria de la División de Ciencias Sociales.

Ana Milena Martínez Triviño


Abogada de la Universidad Autónoma de Colombia y Magíster en Relaciones Internacionales de la Universidad de
Buenos Aires. Docente de la Facultad de Ciencias Económicas y Administrativas de la Fundación Universitaria INPAHU.

Introducción
El 10 de junio de 2011 el presidente, Juan Manuel Santos, sancionó la ley 1448 o
“Ley de víctimas y de restitución de tierras”, la cual incluye nuevamente a la “me-
moria” como un tópico sustancial, enmarcado dentro de lo que la ley denomina, a
través del artículo 141, la “reparación simbólica”1. La norma señala, además, como
un deber por parte de Estado colombiano garantizar que, desde distintos escenarios,
se adelanten ejercicios de reconstrucción del pasado como “realización al derecho

1 Señala el artículo: “Se entiende por reparación simbólica toda prestación realizada a favor de las víctimas o de la comuni-
dad en general que tienda a asegurar la preservación de la memoria histórica, la no repetición de los hechos victimizantes,
la aceptación pública de los hechos, la solicitud de perdón público y el restablecimiento de la dignidad de las víctimas”
(Negrillas fuera de texto).
PARTE I - MEMORIA, PODER Y POLÍTICA
82

de la verdad”, aclarando que ninguna institución estatal puede “impulsar o promover


ejercicios orientados a la construcción de una historia o verdad oficial”. Lo anterior se
complementa con la creación del Centro Nacional de Memoria Histórica (remplazando
a la Comisión de Memoria Histórica que definió la ley 975 de 2005), la creación del
Museo de la Memoria y el establecimiento del Día Nacional de las Víctimas.

Una mirada desprevenida celebraría, sin duda alguna, la ley tanto en lo que respecta
al reconocimiento de las “víctimas” producto de un “conflicto interno armado” como a
la promoción de la “memoria” como ejercicio de “reparación simbólica”. No obstante,
una lectura minuciosa del articulado permite lanzar algunos interrogantes frente a los
alcances de la norma en lo que respecta a la «memoria», aclarando que la ley otorga
un plazo de seis meses para diseñar e implementar –entre otros aspectos que queda-
ron para reglamentación– un programa de derechos humanos y de memoria histórica.
En ese contexto, el documento presenta cinco inquietudes gruesas para la discusión
y el debate, que emergen del trabajo que viene adelantado el grupo de memoria de la
División de Ciencias Sociales de la Universidad Santo Tomás.

I. La memoria como una medida de satisfacción


Una primera inquietud está precisamente en el alcance de la «memoria» como ca-
tegoría. Siguiendo a Elizabeth Jelin (2002), resulta poco útil entrar en definiciones
de lo que es la “«memoria», dado que la riqueza en el abordaje está en rastrear y
analizar las tensiones que brotan cuando la «memoria» se concibe como proceso en
el que subyacen disputas sociales y políticas en torno a: 1) los sentidos construidos
del pasado; 2) la(s) legitimidad(es) social(es) de esos sentidos; 3) las pretensiones de
verdad que se otorgan a esos sentidos (Jelin, 2002, p. 17). En consecuencia, Jelin
plantea dos posibles caminos para encarar lo que ella también denomina “los traba-
jos de la memoria”, puesto que es una actividad cuya capacidad de agenciamiento
“genera y transforma el mundo social” (Jelin, 2002, p. 14): por un lado, la «memoria»
como herramienta teórico/metodológica que –desde distintas disciplinas y áreas de
trabajo– buscan una conceptualización; por otro, la «memoria» como categoría social
que involucra a unos “actores”o “agentes” o “sujetos sociales” que ponen en juego
recuerdos, olvidos, saberes, sentidos, usos de los sentidos, emociones, etc.

Jelin, entonces, propone tres ejes desde los cuales la memoria se trabaja como pro-
ceso: el primer eje hace referencia al sujeto que recuerda y olvida, volviendo a poner
de presente la pregunta en torno a quién es el que recuerda y si este recuerdo forma
parte de una memoria individual o se puede hablar de una memoria colectiva2; el

2 La revisión de la literatura (Namur, 1994, p. 372; Candau, 2006, p.65; Jelin, 2002, p. 21; Ricoeur, 1999, p. 19) muestra un
consenso respecto a las lecturas e interpretaciones que adquiere la noción de Halbwachs de «memoria colectiva», prefiriendo
asumir la categoría de «marco social», donde el individuo reconstruye su pasado desde los marcos sociales presentes de un
Capítulo 5. La memoria y la administración del pasado: reflexión a propósito de la ley de víctimas
83

segundo eje hace referencia a los contenidos de los recuerdos, es decir, lo que se
rememora, se olvida y hasta se silencia; el tercer eje está en el cómo y cuándo se
recuerda y se olvida, teniendo en cuenta, por un lado, que tanto en el plano individual
como en la interacción social hay momentos en que la memoria se activa; por otro,
que recuerdo y olvido son precisamente activados en un presente y en función de
expectativas proyectadas a futuro (Jelin, 2002, pp. 17 – 18).

En ese orden de ideas, una primera inquietud está en el hecho de que la «memoria»
se inscriba en el capítulo que atañe a las “medidas de satisfacción”, cuyas accio-
nes, según el artículo 139, buscan, ante todo, proporcionar “bienestar” y contribuir
“a mitigar el dolor de la víctima”. Aunque el artículo habla de conmemoraciones,
reconocimientos, homenajes, reconstrucciones de tejido social, entre otras acciones
de carácter público, el punto de partida para dignificar a las víctimas y acercarse a la
verdad está en un acto de tipo terapéutico, individual, fragmentario y tendente a que
el relato ofrecido se despolitice, pues se corre el riesgo que se haga un uso literal de
la memoria que, parafraseando a Todorov, encapsula el acontecimiento pasado en un
presente intransitivo (2008, pp. 50 – 51). La importancia de un evento recuperado es
que puede ser utilizado para comprender, desde el presente, situaciones nuevas en
las que los sentidos dejan de ser privados para entrar en la esfera pública como un
exemplum que posibilita extraer una lección. Siguiendo a Todorov, el uso literal es
doloroso, mientras el uso ejemplar busca justicia.

II. La administración de los archivos del pasado


Elizabeth Jelin (2002) hace referencia a dos nociones de archivos: los archivos como
registros que son utilizados para proporcionar datos a un tiempo presente y los archi-
vos como registros «para la historia» que quedan a la espera de que alguien hurgue
en ellos para contar una historia o una narración con sentido de pasado. Al respecto
afirma la socióloga argentina:

En el camino entre los papeles y documentos del presente y el archivo para


la historia hay órganos y poderes que tienen en sus manos la decisión de qué
guardar y qué destruir, basándose en consideraciones de lo que es «importante»

grupo. Al respecto, apunta Halbwachs: “Un recuerdo es tanto más fecundo cuando reaparece en el punto de encuentro de un
gran número de esos marcos que se entrecruzan y se disimulan entre ellos. El olvido se explica por la desaparición de esos
marcos o de una parte de ellos… el olvido y la deformación de algunos de nuestros recuerdos se explica también por el hecho
de que esos marcos cambian de un periodo a otro. La sociedad, adaptándose a las circunstancias y adaptándose a los tiempos,
representa el pasado de diversas maneras: la sociedad modifica sus convenciones. Dado que cada uno de sus integrantes
se pliega a esas convenciones, modifica sus recuerdos en el mismo sentido en que evoluciona la memoria colectiva” (2004,
pp. 323 – 324). Una categoría similar a la de marco social es propuesta por Henri Rousso (1985), quien habla de “memoria
encuadrada” o “trabajo de encuadramiento”, haciendo referencia a esa “memoria común” que provee puntos de referencia
que otorgan cohesión.
PARTE I - MEMORIA, PODER Y POLÍTICA
84

o tiene «valor» o en la intención de no dejar rastros «comprometedores» ligados


a algo que no se quiere que la posteridad se entere, que se quiere borrar de la
memoria del futuro o de la historia. (2002, p. 2)

Una segunda inquietud, entonces, está en el reconocimiento en torno a que el trabajo


que plantea la ley en principio se concentra en acopiar, preservar y custodiar archivos,
es decir, un asunto administrativo, lo cual no es tema menor en tanto tiene que ver con
la administración por parte de las entidades estatales (numeral primero del artículo 145)
de unos materiales a partir de los cuales se (re)construirán los sentidos del pasado.

Las preguntas que surgen al respecto son varias: ¿cuáles serán los criterios tanto para
selección como para la clasificación de los archivos? ¿Quién garantiza que en ese pro-
ceso de selección y clasificación se supriman registros que no estén “encuadrados”
dentro de lo que debe ser memorable dentro de un proyecto de estado-nación? ¿Esos
criterios serán producto de una discusión pública que convoque a las organizaciones
sociales y de víctimas, así como a otras instancias? Es claro que la administración
y la custodia de esos archivos estarán a cargo de entidades estatales pero ¿quién
tendrá su propiedad? ¿Se podría hablar de archivos de propiedad colectiva? En esa
misma línea: ¿el hecho de que los archivos reposen en lugares estales los convierte
en público?¿Habrá restricciones en la consulta?

Y hay otros temas si se quieren más controvertidos: si bien el parágrafo del artículo
143 propende por la no instauración de una “memoria oficial” ¿hasta qué punto se
garantiza que la intención de concentrar los archivos para su administración no ter-
mine convirtiéndose, por la misma dinámica que adquiere el trabajo del CMH, en un
ejercicio de legitimación política y social del material acopiado, seleccionado y clasi-
ficado frente a otro tipo de materiales recabados por otras organizaciones o personas
que tengan sus archivos privados?3 La intención de centralizar materiales y registros
relacionados con el denominado “conflicto interno armado” ¿propiciará una política
de desclasificación de archivos de instituciones estatales, verbigracia, las FF.MM? Lo
que es claro es que estos interrogantes forman parte de dilemas políticos y sociales
que subyacen a la intención de organizar y centralizar archivos en lugar(es) oficial(es)
que –como recuerda Krzysztof Pomian (1997)–, terminará(n) convirtiéndose(n) en
espacio(s) de afirmación de un estado-nación a través de políticas que definirán el
patrimonio y la identidad nacional.

3 A pesar de lo largo que resulte la cita, vale la pena traer a colación las palabras de Ludmila da Silva Catela como comple-
mento: “Más allá de los lugares y los acervos, la comprensión del mundo del archivo debe resaltar la acción de agentes
especializados e interesados en ellos y las disputas que, por detrás de los papeles dirimen lo guardable y lo transmisible…
Entre la persona que produjo un texto o una imagen y aquella otra que hizo uso de esos bienes a través de un archivo
se distribuye un abanico de especialistas en la documentación de la cultura. El historiador, el archivero, el técnico en
preservación, el pedagogo, el comunicador, el director de la institución de preservación y otros agentes de la burocracia
transforman las propiedades, los usos posibles y los sentidos de aquellos objetos, al instituir conjunto de normas, precep-
tos y limitaciones (2002, p. 199).
Capítulo 5. La memoria y la administración del pasado: reflexión a propósito de la ley de víctimas
85

Dado que en Colombia aún no es posible hablar de un postconflicto, a pesar de que


así se quiera proyectar desde el marco jurídico, es previsible la negativa que tendrán
las organizaciones sociales y de víctimas a entregar sus materiales y acervos (testi-
monios, documentos, fotografías, etcétera) para que sean administrados por una(s)
entidad(es) estatal(es), renunciando, además, a la posibilidad de realizar sus propios
ejercicios de reconstrucción del pasado. Ello implica para las organizaciones un tra-
bajo interesante: promover acciones tendientes a organizar sus propios archivos –o
continuar con su organización en el caso de aquellas que ya iniciaron la tarea– para
que en el corto, mediano y largo plazo también se constituyan en fuente de consulta.

III. El papel del Centro de Memoria Histórica


Una tercera inquietud está en el trabajo que adelantará el Centro de Memoria His-
tórica. En primer término, es evidente que este establecimiento público, ahora con
autonomía administrativa y financiera, tendrá una labor sustancial en la reunión y
recuperación de unos materiales referidos, según el artículo tercero de la ley, a las
violaciones al Derecho Internacional Humanitario y a los Derechos Humanos, reco-
nociendo en ello un avance significativo. En segundo término, también es claro que
el Centro de Memoria Histórica continuará lo iniciado por la Comisión de Memoria
Histórica que creó la ley 975 de 2005 respecto a elaborar informes sobre eventos dis-
ruptivos del conflicto armado colombiano, siendo explícito (artículo 147 de la ley) que
ni los investigadores ni los funcionarios de la CMH que trabajen en la elaboración de
los informes podrán ser demandados civilmente ni investigados penalmente por las
afirmaciones que expongan en los mismos. La pregunta, entonces, es: ¿el Centro de
Memoria Histórica continuará elaborando informes de casos emblematizados4 –que
no es lo mismo que emblemáticos–, bajo criterios poco claros y que poco contribu-
yen a dilucidar y a comprender los factores estructurales de nuestras violencias? La
pregunta emerge de la valoración que se hace de los distintos informes presentados
por la Comisión de Memoria Histórica, que reconstruyeron unos eventos calificados
bajo la categoría de “masacres”, donde lo único evidente es el dolor de un testimonio
signado por el horror que provoca el recuerdo5.

4 Un aspecto particular es que la CMH emblematiza unos casos pero no ofrece mayores argumentos del por qué la selección
de los mismos. En el Plan del Área tan sólo se indica que: “Son aquellos casos judicializados y recuperados mediante
ejercicios de verdad y memoria colectiva, debido a su particular significación” (Sánchez, 2007, p. 15). ¿Cuál es esa particu-
laridad significación?
5 Dentro de las muchas cosas que se pueden aducir de los informes está que los mismos se construyeron a partir de la voz de
las víctimas, pero ¿cómo aparece el testimonio? Recordemos que Tzvetan Todorov habla de acontecimientos que pueden
ser recuperados de manera literal, convirtiendo los recuerdos y el dolor en aspectos insuperables porque el presente queda
sometido al pasado, es decir, queda preservado en su literalidad –aclara el autor que la literalidadno significa que sea
verdad–, permaneciendo intransitivo (2008, p. 50).
PARTE I - MEMORIA, PODER Y POLÍTICA
86

IV. Marcos sociales de lo que debe ser memorable


Una cuarta inquietud, con valoraciones políticas más directas, parte de una mirada
transversal en torno al “encuadramiento” que, desde una perspectiva normativa, se
viene configurando respecto a lo que debe ser memorable en Colombia6. El “encua-
dramiento” se comienza a fijar con la ley 782 de 2002, cuando se introduce la ca-
tegoría “grupos armados organizados al margen de la ley” para hacer referencia a
las guerrillas y a los grupos paramilitares. Como acertadamente lo han señalado las
organizaciones de víctimas, esta categoría despolitiza el conflicto en la medida en
que reduce la participación de los actores en la confrontación armada a un asunto ju-
rídico/legal referido a una vulneración de derechos de aquellos (las víctimas) que han
resultado afectados por las acciones de los “grupos armados organizados al margen
de la ley”, soslayando los factores estructurales de aquello que autodenominamos
“conflicto”.

En ese contexto, se imbrica el “conflicto” a una confrontación armada en un intento


por otorgar legitimidad a la idea de que el mismo llegará a un punto final cuando es-
tos “grupos armados organizados al margen de la ley” o bien se desmovilicen o bien
sean derrotados militarmente por las fuerzas del orden, las cuales, además, quedan
hábilmente excluidas de la responsabilidad como agentes violadores de los derechos
humanos7.

El “encuadramiento” se sigue refinando con la ley 975 de 2005 al introducir, por un


lado, la verdad, la justicia y la reparación como principios sustanciales de una diná-
mica tendente a propiciar la desmovilización de los “grupos armados organizados
al margen de la ley”, intentando, nuevamente, otorgar legitimidad a la idea de que
Colombia se encamina a un proceso de transición política que debe conducir a la
“reconciliación nacional”; por otro lado y desde una perspectiva de restauración sim-
bólica, se introduce en el capítulo décimo de la ley los tópicos relacionados con la
«Conservación de archivos» y la recuperación de la «memoria histórica», establecien-
do en el artículo 56:

El conocimiento de la historia de las causas, desarrollos y consecuen-


cias de la acción de los grupos armados al margen de la ley deberá

6 Otro punto de entrada a la discusión está en reflexionar, desde la sociología jurídica, la eficacia simbólica que han tenido
las leyes 782 de 2002, 975 de 2005 y 1448 de 2011.
7 Cabe traer a colación la reflexión de Alejandro Castillejo Cuéllar en torno a cómo el acto de nombrar indudablemente genera
“puntos ciegos” y/o “modalidades de invisibilidad”. Al respecto, se pregunta: “¿Cómo puede la investigación social fracturar
dichos puntos? ¿Cómo, a través del uso de las técnicas mismas de la investigación, puede el estudiante de la violencia
perpetuar estos aparentes vacíos? ¿No son los usos del testimonio otra forma de perpetuar todo esto? (2009, p. 65).
Capítulo 5. La memoria y la administración del pasado: reflexión a propósito de la ley de víctimas
87

ser mantenido mediante procesos adecuados, en cumplimiento del deber a


la preservación de la memoria histórica que corresponde al Estado (Ne-
grillas fuera de texto).

El “encuadramiento” adquiere, por ahora, su cierre con la ley 1448 de 2011, la cual,
literalmente, barniza la estrategia al dejar definido lo que en las anteriores leyes es-
taba expresado de manera explícita. En consecuencia, la ley de víctimas –recogiendo
los principios de verdad, justicia y reparación–, se enmarca como proceso de justicia
transicional (artículos primero y octavo) apelando a que en algún momento los “gru-
pos armados organizados al margen de la ley” sean desarticulados para alcanzar el
objetivo de alcanzar la reconciliación/unidad nacional. Este enfoque transicional se
liga a desconocer la responsabilidad institucional del Estado, tal cual como lo señala
el literal cuarto del artículo noveno:

El hecho de que el Estado reconozca la calidad de víctima en los términos de la


presente ley, no podrá ser tenido en cuenta por ninguna autoridad judicial
o disciplinaria como prueba de la responsabilidad del Estado o de sus
agentes (Negrillas fuera de texto).

Este desconocimiento también queda manifiesto en lo que atañe a la reparación eco-


nómica que se desprendan de los procesos judiciales, como lo establece el artículo
décimo:

Las condenas que ordene el Estado reparar económicamente y de forma sub-


sidiaria a una víctima debido a insolvencia, imposibilidad de pago o falta de
recursos o bienes del victimario condenado o del grupo armado organizado al
margen de la ley al cual perteneció, no implica reconocimiento ni podrán
presumirse o interpretarse como reconocimiento de la responsabilidad
del Estado o sus agentes (Negrillas fuera de texto).

Se da por entendido, entonces, que la responsabilidad de los agentes estatales en la


violación a los derechos humanos es aislada (el discurso de las manzanas podridas),
suprimiendo en el articulado cualquier indicio que pueda señalar que algunas de las
actuaciones de los agentes del Estado hayan respondido a planes de persecución por
razones políticas. Con ello se (re)afirma la idea de un conflicto despolitizado que reco-
noce, por ejemplo, el despojo de seis millones de hectáreas a campesinos, indígenas
y afrodescendientes, pero evita indagar por los múltiples factores que propiciaron ese
despojo.

Lo anterior, además, se complementa con el parágrafo tercero del artículo tercero de


la ley, que define que “aquellos que hayan sufrido daños en sus derechos como con-
secuencia de actos de delincuencia común” no serán considerados víctimas. De ahí la
importancia que adquiere para el Estado legitimar la categoría de “bandas criminales
PARTE I - MEMORIA, PODER Y POLÍTICA
88

emergentes” para definir a las nuevas agrupaciones armadas que emergieron tras
los procesos de desmovilización que propició la ley 975 de 2005, las cuales serían
juzgadas, eventualmente, en el marco de la justicia ordinaria.

V. Consideración final
Finalmente, algunos actores han venido calificando todo este proceso como hege-
mónico8. A nuestro modo de ver y sin poner en duda una estrategia de dominación,
preferimos considerar al Centro de Memoria Histórica como un actor que, más allá de
su centralidad, buscará en principio legitimar sus miradas, metodologías y sentidos en
torno a lo que debe ser y a donde debe apuntar los trabajos de “memoria”; miradas,
metodologías y sentidos que entrarán en disputa con las miradas, metodologías y
sentidos que construyan y busquen legitimar otros actores en el escenario societal.

Como ha ocurrido en otros contextos que han experimentado situaciones caracteri-


zadas por el conflicto y la violencia en los que han emergido escenarios que inten-
tan establecer una «verdad», especialmente jurídica (verbigracia, las Comisiones de
Verdad), el trabajo de la CMH seguirá dado pie para continuar discusiones que (re)
afirman la idea respecto a que el tema de “memoria” se desenvuelve en un clima
matizado por distintas tensiones. Por lo mismo, vuelvo a resaltar la importancia que
reviste que la División de Ciencias Sociales de la Universidad Santo Tomás promueva
una línea en memoria cuyos trabajos investigativos contribuirán a la discusión, ofre-
ciendo aportes para alcanzar ese anhelo de reconciliación.

Bibliografía
Castillejo, A. (2009). Los archivos del dolor. Ensayos sobre la violencia y el recuerdo
en la Sudáfrica contemporánea. Bogotá: Universidad de Los Andes-CESO.
Catela da Silva, L. (2002). El mundo de los archivos. En L. Catela da Silva y E. Jelin (comps.),
Los archivos de la represión: documentos, memoria y verdad (pp. 195-221). Buenos Aires:
Siglo XXI.

8 Asumo el concepto de hegemonía a partir de Raymond Williams, quien la define como un “sistema vivido de significados
y valores” que, al experimentarse como prácticas, constituyen un “sentido de realidad para la mayoría de personas de la
sociedad”. Este sentido es de lo absoluto, puesto que posibilita que la mayoría de las personas se puedan mover en una
estructura social donde el “sentido más firme, es una ‘cultura’, pero una cultura que debe ser considerada asimismo como
la vivida dominación y subordinación de las clases particulares” (2009, p. 151). También señala Williams que la hegemo-
nía –al ser un proceso de experiencias, relaciones y actividades–, debe ser continuamente renovada, recreada, definida y
modificada,lo que implica límites, resistencias y desafíos. En consecuencia, emergen los conceptos de contrahegemonía y
hegemonías alternativas (2009, pp. 154 – 155).
Capítulo 5. La memoria y la administración del pasado: reflexión a propósito de la ley de víctimas
89

Jelin, E. (2002). Los trabajos de la memoria. Madrid y Buenos Aires: Siglo XXI.
Jelin, E. (2002). Introducción. Gestión política, gestión administrativa y gestión histórica:
ocultamientos y descubrimientos de los archivos de la represión. En L. Catela da Silva
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Buenos Aires: Siglo XXI.
Pomian, K. (1997). Les archives. Du trésor des chartes au Caran. En P. Nora (ed.),
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Sánchez, G. (2007). Plan Área de Memoria Histórica. Bogotá: CNRR.
Todorov, T. (2000). Los abusos de la memoria. Barcelona: Paidós.
Williams, R. (2009). Marxismo y literatura. Buenos Aires: Las cuarenta.
Capítulo 6

INSTRUMENTOS LEGISLATIVOS,
POLÍTICAS DE LA MEMORIA
Y EXCLUSIÓN SOCIAL.
CASO LEY DE VÍCTIMAS1
Juan Ruiz Celis
Politólogo de la Universidad Nacional de Colombia. Miembro del Grupo Colombiano de Análisis de Discurso Mediático
(Categoría A en COLCIENCIAS), coordinador de la línea de investigación “Discurso, Identidad y Desposesión” de la Red
Latinoamericana de Análisis del Discurso sobre la Pobreza, REDLAD Colombia, y coordinador del Comité Técnico de la
Red Interuniversitaria de la Diversidad de Identidades Sexuales –REDDES-. Correo electrónico: jjruizc9@yahoo.com.

Introducción
La grave situación humanitaria que hace mella en el país parece contrastar con el
ambiente optimista que ha venido suscitando la acción gubernamental, en cabeza
del presidente Juan Manuel Santos. La proposición de una Ley de Víctimas como
mecanismo de reconocimiento y de reconstrucción de las memorias de quienes han
sido sistemáticamente vulnerados, despojados de sus propiedades, asesinados y sus
voces acalladas; se constituye en un instrumento legislativo que aspira a definir las di-
rectrices que el Estado debe seguir para reparar y restituir a las víctimas del conflicto
social, económico, político y cultural, cuya expresión armada aún subsiste. Sin embar-
go, pese a las acciones desarrolladas por la coalición de gobierno, por una parte, esta
ley adolece de mecanismos viables que permitan establecer una reparación moral y
material y, por otra parte, requiere de grandes esfuerzos y de voluntad política del
Estado, para asumir la responsabilidad que le corresponde en la comisión de delitos
que afectan negativamente el disfrute de los derechos de amplios sectores poblacio-

1 Esta reflexión integra elementos que ya se habían desarrollado en los textos “Construcción de políticas de la memoria en
Colombia. Análisis de la Ley de Víctimas” y en “La representación mediática de la memoria histórica en Colombia. Estudio
de caso”, los cuales constituyen avances de investigación de la línea de investigación “Discurso, Identidad, Memoria y
Desposesión” de la REDLAD Colombia.
Capítulo 6. Instrumentos legislativos, políticas de la memoria y exclusión social. Caso ley de víctimas
91

nales. Cabe resaltar el hecho de que si bien esta ley fue impulsada por la coalición de
gobierno, siguen interfiriendo grupos sociales que tratan de alcanzar visibilidad en la
voz del ex presidente Álvaro Uribe Vélez.

Quizá uno de los mayores obstáculos para la integración política en Colombia y para la
elaboración de una propuesta que vincule a los distintos sectores de la población, es
la ausencia de compromiso del Estado por combatir la impunidad e identificar a quie-
nes han sido responsables de la violación de los Derechos Humanos. Si bien la formu-
lación y la implementación de una Ley de Víctimas supone dar cuenta de los modos en
que éstas fueron vulneradas, también implica establecer los tipos de indemnización
adecuados por cada forma de vulneración (Naciones Unidas, 2006). Para quienes han
sido despojados de sus bienes, el Estado debe diseñar una política de restitución que
incluya la devolución de las tierras y los dineros que han sido apropiados por actores
sociales específicos, a través del ejercicio de la violencia. A quienes sus familiares
les han sido ejecutados y sus cuerpos desaparecidos, a quienes se les ha desplazado
de sus territorios y a quienes se les ha impedido el acceso a condiciones dignas de
existencia, el Estado debe implementar políticas de desagravio, con el propósito de
identificar a los agentes sociales involucrados, establecer sanciones y elaborar meca-
nismos de reparación moral.

Este esfuerzo requiere de la participación de todos los grupos sociales en pro de los
derechos de las víctimas y la vigilancia permanente sobre las acciones del Estado, en
relación con el establecimiento de sanciones económicas y penales a todos aquellos
que han tenido participación en la comisión de delitos. Desde esta perspectiva, el ante-
cedente que debe constituir la base de una Ley de Víctimas incluyente, necesariamente
debe establecer las responsabilidades de la clase política que ha establecido alianzas
con el narcotráfico y los paramilitares; de los organismos de seguridad del Estado que,
como lo han revelado investigaciones recientes, han estado al servicio de grupos ilega-
les (Serrano, 2009); de funcionarios del Estado que han recibido prebendas y están inser-
tos en circuitos de ilegalidad (Cepeda, 2010); y de los agentes financiadores de quienes
sistemáticamente vulneran a las comunidades menos favorecidas (Romero, 2011).

Siguiendo a Gómez-Muller (2008), se asume que la reparación a las víctimas supone la


construcción de políticas de la memoria que aspiren a reconfigurar lo público, a partir
del reconocimiento de las alteridades de quienes, como consecuencia del desenfrena-
do interés de actores particulares, han sido excluidos, marginalizados, despojados y
aniquilados. Esto supone la deconstrucción de los referentes de identidad nacional en
Colombia, que han sido institucionalizados a través de discursos sobre la memoria2,

2 En estos referentes de identidad se ha hecho del sujeto un ciudadano abstracto carente de vínculos sociohistóricos y cons-
truido sobre la base de una autonomía en la cual no se reconoce la potencia colectiva de la subjetividad y, en consecuencia,
el carácter heterónomo de la alteridad, generándose así lo Gómez-Muller (2009) denomina ‘una identidad del sujeto sin
identidad’.
PARTE I - MEMORIA, PODER Y POLÍTICA
92

los cuales, lejos de contribuir a la reconciliación, instigan al incremento del conflicto


interno. En consecuencia, la construcción de relatos que atiendan a la veracidad de
los hechos, la reivindicación material y simbólica de quienes han sido vulnerados, el
establecimiento de responsabilidades individuales y colectivas, y el reconocimiento
de las exigencias normativas de las víctimas, se constituyen en necesidades vitales
para la reconstrucción de Colombia.

I. Aproximaciones teóricas
El tema de la memoria ha sido abordado por una multiplicidad de disciplinas, entre las
que se incluye la psicología, la sociología, la filosofía y la ciencia política. Sin embar-
go, como muchos otros conceptos de las ciencias humanas y sociales, la multiplicidad
de enfoques a través de los cuales se la puede explorar, testifica el conflicto político
que subyace a su definición.

En el marco de la psicología y la psiquiatría, se han llevado a cabo estudios centrados


en los procesos psíquicos y físicos que intervienen en la potencialidad subjetiva para
evocar recuerdos, así como en los posibles problemas que pueden surgir en el ejerci-
cio de aprendizaje (Schwartz y Reisberg, 1991). La sociología ha abordado la memoria
como un proceso y un hecho colectivo, llevado a cabo a través de símbolos y discursos
socialmente producidos, reproducidos y transformados, y que se actualiza permanen-
temente sobre la base de los límites y posibilidades otorgados por la sociedad en su
conjunto. La filosofía ha reflexionado sobre la memoria y la ha definido como el pro-
ceso de evocación de los recuerdos en los que se conjuga, por una parte, el papel del
objeto de la memoria y, por otra, el sujeto que interviene en el proceso de aprehensión
del objeto. Por último, la ciencia política ha hecho énfasis en los efectos políticos y
sociales que subyacen a la producción y al ejercicio de la memoria en relación con
asuntos como el reconocimiento y la praxis política.

La perspectiva sociológica de la memoria se ha basado en un conjunto de reflexiones


a través de las cuales ha sido posible resaltar la potencialidad del recuerdo para
permitir a una sociedad o a un grupo humano generar conocimiento de sí mismo, o
establecer vínculos colectivos que permitan la producción de identidades sociales. De
acuerdo con Halbwachs (2004), la memoria se estructura a partir de marcos espacia-
les y temporales que se constituyen en puntos de referencia o hitos, a los cuales es
posible recurrir para hallar los recuerdos. Los marcos espaciales corresponden con
los lugares, los objetos y las construcciones sociales que, en virtud de su objetividad,
otorgan estabilidad y continuidad a los recuerdos sobre el pasado. En contraposición,
los marcos temporales corresponden a convenciones sociales que son llenadas de
significado y que se actualizan permanentemente, tomando como punto de referencia
los diferentes estadios históricos. Lo que distingue a la perspectiva sociológica de
los otros enfoques consiste en el principio de que la memoria, a través de la cual se
Capítulo 6. Instrumentos legislativos, políticas de la memoria y exclusión social. Caso ley de víctimas
93

construyen los relatos históricos, se elabora colectivamente, por lo que la experiencia


subjetiva y las distintas interpretaciones que puedan surgir del pasado, se articulan
a los órdenes de significado colectivamente elaborados y estabilizados en la cultura.

El análisis filosófico de la memoria incluye aspectos como la fenomenología de los


procesos nemónicos, la articulación de referentes individuales y colectivos en la evo-
cación de recuerdos pasados, las formas de afección o marcación subjetiva por parte
de los objetos de la memoria y las posibilidades de recordación que proceden de las
capacidades subjetivas. De acuerdo con Ricoeur (2008), en los vínculos entre el objeto
de la memoria y el sujeto con capacidad nemónica se haya la posibilidad de actualizar
en el presente representaciones sobre hechos o experiencias pasadas, que definen
la identidad individual y, simultáneamente, el orden de significado intersubjetivo que
sirve como insumo para la construcción de memorias colectivas.

En este plano, se cualifica el debate en torno a la simultánea conceptualización de la


memoria como representación y como re-construcción de la afectación de un objeto
exterior al sujeto. Se introduce en la discusión el problema de la verosimilitud como
un componente que necesariamente debe acompañar los procesos de rememoración,
con el fin de construir una matriz ética que de soporte a la formulación de ‘políticas
de la memoria’. En consecuencia, el ejercicio de la memoria es abordado desde la po-
tencialidad de los procesos subjetivos, hasta los mecanismos y estrategias colectivas
que pueden derivar en ‘abusos de memoria’, en formas de manipulación o en ‘abusos
del olvido’. Estos mecanismos y estrategias permiten establecer un vínculo directo
con las reflexiones que desde el ámbito político se han desarrollado.

Desde la perspectiva política, el asunto de la memoria histórica se constituye en un


referente de lucha social, que por su propia naturaleza está definido en virtud de las
correlaciones entre los actores sociales en un momento histórico. En este sentido, los
estudios políticos parten de la necesidad hacer memoria sobre los efectos de las gue-
rras, las dictaduras militares, así como sobre la continua y sistemática violación de
los Derechos Humanos. Los movimientos de víctimas de múltiples formas de violencia
han venido haciendo exigencias sobre el reconocimiento y la inclusión de sus deman-
das en los relatos históricos y en las memorias colectivas. Estos actores sociales
parten de la idea de que los discursos históricos tienen la potencialidad de reconocer
las alteridades de quienes han sido vulnerados o, por el contrario, de contribuir a la
reproducción de la impunidad3 frente a los crímenes de lesa humanidad.

De acuerdo con Jelin (2002), la acción evocativa de la memoria se encuentra media-


da por sistemas institucionales, entornos socioculturales y marcos políticos, que se

3 Se entiende la impunidad como las acciones u omisiones del sistema de justicia en relación con la aplicación de normas
jurídicas vigentes. La impunidad incluye la ausencia de sanción a los agentes sociales que cometen actos punibles. Para
profundizar respecto al concepto de impunidad véase Pardo (2007b).
PARTE I - MEMORIA, PODER Y POLÍTICA
94

constituyen en la antesala de las confrontaciones, disputas y luchas a través de las


cuales se busca establecer formas de visibilidad en torno a las diversas interpreta-
ciones de los hechos históricos. El relato histórico y, en consecuencia, las narrativas
identitarias que de éste se desprenden, se constituyen en mecanismos estratégicos
de regulación social y en recursos para lograr cohesión, disciplinamiento y unidad en
torno a fines colectivos que se consideran legítimos. Por esta razón, la reconstrucción
de lo que se propone como ‘memoria oficial’ implica el minucioso análisis del papel de
las memorias individuales y colectivas, en relación con la elaboración de propuestas
de sentido y de interpretación de los acontecimientos del pasado. Estas interpretacio-
nes, construidas en el marco de los consensos colectivos y las correlaciones sociales,
no solamente obedecen a diversas cosmovisiones sobre la realidad social, sino que
corresponden con proyectos de sociedad y de poder.

Así como la evocación de la memoria aspira a generar visibilidad sobre asuntos que
se proponen vitales para una comunidad, puede constituirse en un recurso para po-
sicionar interpretaciones del pasado que han sido excluidas de la ‘memoria oficial’ y,
por consiguiente, que han sido descartadas como conocimiento y como insumo para
la construcción de la identidad colectiva. Se entiende por ‘memoria oficial’ el relato
construido por los agentes sociales institucionalizados, que encuentra en el sistema
jurídico su garantía y en los discursos estatales su máxima expresión. Esta distinción
conceptual permite inferir que la memoria histórica tiene el potencial de constituirse
en un conjunto de discursos hegemónicos, pero también contrahegemónicos, orien-
tados a visibilizar lo que los grupos dominantes han excluido de los relatos sobre el
pasado y, por consiguiente, de la identidad histórica que se deriva de éstas narrativas.
En este sentido, resultan útiles las reflexiones de Foucault sobre la construcción de
los relatos históricos como dispositivos de poder-saber.

II. A propósito de la Ley de víctimas


El proyecto de Ley de Víctimas, radicado el 27 de septiembre de 2010 ante la Cámara
de Representantes, propuso medidas de atención y reparación integral a quienes han
sido víctimas de violaciones de Derechos Humanos e infracciones al Derecho Interna-
cional Humanitario. Para este propósito, los promotores del primer texto propusieron
la “reparación integral con enfoque diferencial, acceso a la justicia y conocimiento
de la verdad, ofreciendo herramientas para que […] (las víctimas)4 reivindiquen su
dignidad y desarrollen su modelo de vida” (Vargas, 2010). En este sentido, destaca
el enfoque diferencial que desde sus inicios propuso el proyecto, por medio del cual
se busca establecer una política sectorizada, adecuada a criterios de edad, género,
orientación sexual y situación de discapacidad. No obstante, si bien estas categorías

4 La información dentro del paréntesis está ausente en el texto original.


Capítulo 6. Instrumentos legislativos, políticas de la memoria y exclusión social. Caso ley de víctimas
95

incluyen poblaciones como las mujeres, los jóvenes, los niños y niñas, los adultos
mayores, los sindicalistas y los discapacitados, entre otros, omite a los indígenas y
afrocolombianos, dos de los sectores más afectados por el conflicto armado interno.

El reconocimiento de la existencia de un conflicto armado interno que se ha venido


haciendo desde la radicación del primer proyecto de Ley de Víctimas, contrasta con la
atribución de ‘terroristas’ a los grupos armados insurgentes, incluida en el articulado
final de la ley. En esta proposición, se despoja a la subversión de su condición política
y, por esta vía, se desconocen los anclajes sociales y políticos del conflicto armado y
de muchas de las violencias que han arrojado dramáticos saldos humanitarios. Desde
este punto de vista, el conjunto de normativas que constituyen el corpus de la ley
de víctimas, no sólo incluyen temas que no corresponden con la reparación y la res-
titución, sino que hicieron uso de un tema sensible para quienes han sido objeto de
vulneración de sus derechos, con el propósito de normalizar el consenso mayoritario
de la clase política en relación con los grupos armados insurgentes.

Pese a los avances nominales que se derivan del enfoque diferencial, desde el primer
proyecto de ley radicado se establece que no tendrán estatus de víctimas, para efec-
tos de la aplicación de los instrumentos jurídicos que se deriven de esta ley, quienes
hayan sufrido “un daño en sus derechos como consecuencia de actos de delincuencia
común” (PL 213/2010 Senado y 107/2010 Cámara). Esta proposición adquiere relevan-
cia si se analiza a la luz de las afirmaciones del Ministro de la Defensa Rodrigo Rivera
Salazar, quien en reiteradas oportunidades ha declarado públicamente la existencia
de bandas criminales (BACRIM) las cuales, según él, no corresponden con estructuras
articuladas al conflicto armado (Semana, 23 de marzo de 2011). Las declaraciones
emitidas imposibilitan a quienes han sufrido vulneración de estos grupos, ahora cata-
logados como grupos delincuenciales, para adquirir el estatus de víctima y, en conse-
cuencia, recibir restitución, indemnización, rehabilitación y satisfacción.

Si bien desde el primer texto del proyecto de ley se restringió el estatus de víctima y,
de la mano de los discursos institucionales sobre la seguridad, se inhabilitó a quie-
nes han sufrido vulneraciones por parte de las mal llamadas BACRIM, también se
contribuyó a ocultar la existencia de un paramilitarismo descentralizado que continúa
azotando a amplios sectores de la población. Las personas afectadas han sido en su
mayoría activistas y defensores de derechos humanos, campesinos, indígenas, afro-
colombianos, líderes sociales y organizaciones estudiantiles (PCDHDD, 2009). Esto ha
sido posible, entre otras razones, en virtud de la acelerada extensión por el territorio
nacional de bandas emergentes de paramilitares quienes, posterior a los supuestos
procesos de desmovilización de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC), han
venido operando en regiones del país como Meta, Guaviare, Nariño, Santander, Norte
de Santander, Córdoba, Cauca, Chocó y la Costa Caribe, lo cual ha redundado en el
incremento de las cifras de asesinatos, extorsiones, amenazas y desplazamiento for-
zado entre los años 2005 y 2010 (Romero y Arias, 2009; Quiroga, 2011).
PARTE I - MEMORIA, PODER Y POLÍTICA
96

Uno de los efectos políticos que se deriva de la negación del carácter paramilitar
de los grupos emergentes consiste en el ocultamiento de los vínculos que aún hoy
subsisten entre sectores de las fuerzas armadas, funcionarios y políticos con estas
estructuras de criminalidad (Semana, 18 de octubre de 2010; INDEPAZ, 2011). Adicio-
nalmente, se omite de la reflexión pública el discurso y la acción antisubversiva, que
constituye la justificación a través de la cual muchos de estos grupos vulneran a las
comunidades en las diferentes regiones de la geografía nacional. En consecuencia, ya
desde la primera propuesta de la Ley de Víctimas, radicada en septiembre de 2010, la
reducción del estatus de víctima correspondía con la ampliación de los márgenes de
impunidad, así como con la negación de los derechos de quienes han y siguen siendo
afectados en su integridad por grupos que el Estado, o bien no ha podido controlar, o
bien a coadyuvado en su crecimiento y accionar.

Pese a la paradoja que plantea la definición del estatus de víctima, la ley propone en
el artículo nueve que todo sujeto considerado como víctima “tiene derecho a la verdad,
justicia y reparación y a que la violación de sus derechos fundamentales no se vuelva a
repetir, con independencia de quien sea responsable de los delitos”. Sin embargo, acto
seguido la propuesta establece que “las medidas de atención, asistencia, indemniza-
ción y reparación […] no podrán presumirse o interpretarse como reconocimiento de la
responsabilidad del Estado […] o sus agentes”, lo cual elimina el potencial reivindica-
tivo de la Ley y deja sin soporte la posibilidad de que el Estado se asuma como actor
de la grave situación humanitaria por la que atraviesa el país, haciéndose partícipe
de los procesos de reconciliación. Adicionalmente, en aras de minimizar el carácter
probatorio de las acciones de reparación, la ley contribuye a elidir la responsabilidad
estatal en el desarrollo de acciones, a través de las cuales han vulnerado los Derechos
Humanos (DD.HH) y el Derecho Internacional Humanitario (DIH) de amplios sectores
de la población. Estas acciones pueden observarse en situaciones como las masacres
de El Aro, Macayepo, El Salado y Chengue, entre otras, en las cuales sectores de las
fuerzas militares y altos funcionarios de Estado han sido señalados como autores in-
telectuales, financiadores y apoyadores de estos crímenes (Véase Petro 2005; 2007).

En el capítulo tres del título cuatro de la ley, se propone la adopción de las medidas
que sean necesarias para la restitución de tierras y, de no ser posible, la compensa-
ción a las víctimas. Aunque esta medida se constituye en el núcleo de la propuesta, la
reincorporación de los derechos de propiedad a las personas que han sido expoliadas
y obligadas al abandono de sus territorios, debe ir acompañada de una política de
Estado en la que, por una parte, las instituciones hagan presencia en las diferentes
regiones y, por otra parte, ejerzan justicia sobre los responsables directos de los des-
pojos y desplazamientos forzados, así como sobre quienes decididamente les presta-
ron apoyo político, económico y logístico. Esto, si bien se recoge en el artículo 151 de
la ley, requiere del diseño de los mecanismos adecuados para detener los procesos de
concentración de la tierra iniciados a partir de la aprobación de la Ley de Biocombusti-
bles y la Ley de Saneamiento de la Titulación de la Propiedad Inmueble.
Capítulo 6. Instrumentos legislativos, políticas de la memoria y exclusión social. Caso ley de víctimas
97

En la Ley 939 de 2004, llamada Ley de Biocombustibles, se incluyeron disposiciones


sobre cultivos y productos diferentes a los que originalmente debían ser objeto de re-
gulación (los biocombustibles). Esto implica exenciones al impuesto del ACPM, medida
que favorece a los grandes empresarios, y la reducción del periodo de duración de las
exenciones para los cultivos de cacao, cítricos y otros frutales, todo lo cual afecta ne-
gativamente a los campesinos que viven de estos cultivos. Seis parlamentarios investi-
gados por presuntos nexos con paramilitares fueron quienes, al mismo tiempo que eran
propietarios de plantaciones de cultivos agroindustriales, participaron en los debates
sobre esta Ley (Oscar Wilches, José Gamarra, Jorge Luis Caballero, Luis Eduardo Vives,
Jorge Castro y Habib Merheg). Al mismo tiempo, Julio Manzur, también involucrado en
el escándalo de la parapolítica, quien era ponente del proyecto que se convertiría en
la Ley de Biocombustibles, argumentó la propuesta como un posible mecanismo para
generar empleo a los desmovilizados de las AUC (Ungar y Cardona, 2010).

La Ley 1182 de 2008, cuyo objeto es el saneamiento de la titulación de la propiedad


inmueble, genera la posibilidad de subsanar la falsa tradición de derechos de propie-
dad. En otras palabras, el Estado habilita a quienes hacen uso de inmuebles que no
hayan sido legalizados, para normalizar los derechos de propiedad sobre estos pre-
dios. Si bien esta ley establece límites territoriales a la adjudicación de derechos de
propiedad, al igual que las anteriores leyes mencionadas, hace posible la legalización
de tierras obtenidas a través del narcotráfico y el desplazamiento forzado. Este hecho
cobra relevancia si se tiene en cuenta que muchos de los poseedores actuales de la
tierra en Colombia son testaferros de narcotraficantes y paramilitares, o personas
adscritas a los intereses de los anteriores, que hacen uso de la tierra sin tener sobre
ella titularidad (Reyes, 2009).

Las acciones impulsadas a partir de estas leyes, lejos de permitir el desarrollo de


una reforma agraria, fueron consideradas por diversos sectores de la sociedad como
un mecanismo para privilegiar a los grandes propietarios y profundizar una contra-
rreforma, desde la cual se aspiraba a concentrar en pocas manos la propiedad de
la tierra (modelo Carimagua) (Molano, 2010). Estas acciones, además de acrecentar
las desigualdades asociadas a la propiedad de la tierra, han impedido la realización
del imperativo de garantizar justicia y verdad como mecanismo de reparación, pues
han dejado en la impunidad la comisión de delitos contra las víctimas, los cuales
involucran a políticos que han hecho pacto con los paramilitares para despojar a las
comunidades de sus bienes y territorios, la participación de las fuerzas de seguridad
del Estado en lo que se ha denominado ‘falsos positivos’, la acción de funcionarios
que han estado al servicio de los intereses de actores ilegales y las empresas que han
financiado y patrocinado las acciones de los agentes directamente involucrados en la
realización de los crímenes (López, 2010; Romero, 2011).

Solamente un conjunto de políticas articuladas al desmantelamiento de los distintos


escenarios criminales anteriormente mencionados, puede contribuir al diseño de las
PARTE I - MEMORIA, PODER Y POLÍTICA
98

medidas necesarias para garantizar el acceso a la justicia y al resarcimiento, que se


prometen en las disposiciones generales del título IV de la ley, según las cuales“[…]
las víctimas tienen derecho a obtener las medidas de reparación que propendan por
la restitución, indemnización, rehabilitación, satisfacción y garantías de no repetición
en sus dimensiones individual, colectiva, material, moral y simbólica”. Desde esta
perspectiva, se hace necesaria la vigilancia sobre entidades estatales y la sanción
de funcionarios públicos5, que presuntamente participaron en la adjudicación ilícita
de tierras del Estado y de terrenos de víctimas de desplazamiento forzado, a terrate-
nientes y paramilitares (Semana, 14 de mayo de 2011). Esto supone generar los me-
canismos adecuados para establecer responsabilidades cuando los predios han sido
vendidos más de dos veces y, en consecuencia, no es posible determinar la autentici-
dad del traspaso de los derechos de propiedad. Sumado a ello, se requiere el diseño
de medidas que permitan resolver los problemas de sub-registro sobre la propiedad
de la tierra, o problemas de corrupción que han derivado en el doble o, incluso, en el
triple registro de un mismo predio.

Un último aspecto de la Ley de Víctimas que merece ser resaltado es el ‘Principio de


Sostenibilidad Fiscal’ propuesto en el artículo 19, según el cual las disposiciones en
materia de restitución, indemnización y reparación dependerán de la creación de un
plan nacional de financiación que haga sostenible la concreción del objeto de la ley.
No obstante, de acuerdo con el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos y la
Convención Americana de DDHH, la sostenibilidad fiscal de los actores involucrados
en la reparación e indemnización de las víctimas no debe interferir con el disfrute
sus derechos. En consecuencia, el Estado está obligado a agotar todas las instancias
posibles para lograr la absoluta satisfacción de las víctimas, a fin de que la eventual
disponibilidad presupuestal no se constituya en un elemento que violente la dignidad
de éstas. Además, al hacer del concepto de sostenibilidad fiscal el pilar de la garantía
de derechos, la ley contraría las disposiciones del bloque de constitucionalidad, a
través del cual se hacen co-extensivas a la legislación colombiana, las directrices de
los instrumentos que constituyen la Declaración Universal de los DDHH.

III. La construcción de políticas de la memoria


La necesidad de construir políticas de la memoria a través de las cuales se haga
posible la reconciliación nacional, pasa por develar la veracidad de los hechos des-
de los cuales se han llevado a cabo las vulneraciones de las víctimas. Reconocer la
existencia de un conflicto armado interno, así como su correlato en la violencia so-

5 Estas investigaciones deberán incluir en los descargos respectivos a personajes como el ex ministro de agricultura Andrés
Felipe Arias e, incluso, al ex presidente Álvaro Uribe Vélez, los cuales han sido involucrados en escándalos de adjudicación
de terrenos a agentes privados y en el control clientelista de la institución encargada de ejecutar la política agropecuaria
y de desarrollo rural; el INCODER (El Tiempo, 6 de marzo de 2006; El Tiempo, 29 de abril de 2010).
Capítulo 6. Instrumentos legislativos, políticas de la memoria y exclusión social. Caso ley de víctimas
99

ciopolítica que parece haberse instalado en la cultura colombiana, constituye un paso


fundamental en el reconocimiento de los actores involucrados, del grado de respon-
sabilidad que ha tenido cada uno de ellos, pero, también, de la imposibilidad estatal
de garantizar y proteger los derechos de las víctimas. La no inclusión del Estado como
posible victimario dentro de la Ley de Víctimas restringe el universo de personas y
grupos habilitados jurídicamente para reclamar sus derechos, pues quienes han sido
violentados por medio de ‘falsos positivos’, detenciones arbitrarias, ejecuciones ex-
trajudiciales, expoliación de sus bienes y despojo de sus tierras por parte de instan-
cias gubernamentales, son conminados a la impunidad y al no reconocimiento de sus
difíciles vivencias.

Los nexos entre políticos, narcotraficantes y paramilitares; el uso de instituciones gu-


bernamentales para el desarrollo de proyectos criminales; la participación de sectores
de las fuerzas de seguridad del Estado en acciones que contravienen los derechos
de amplios sectores de la población; así como la colaboración de poderosos actores
económicos en la profundización del conflicto armado interno y la violencia sociopo-
lítica; son fenómenos que exigen de la vigilancia popular, estatal e internacional. En
este sentido, las políticas de la memoria deben partir del reconocimiento de la inac-
cesibilidad que ha tenido la inmensa mayoría de la población colombiana al derecho
a la justicia y a la verdad. Esto ha sido acentuado por la implementación de leyes
concebidas para perpetuar la impunidad y para favorecer a los agentes involucrados
en graves violaciones de los DDHH y del DIH. Ejemplo de estas leyes son la Ley de
Justicia y Paz, la cual sirvió de marco para el aparente desmonte del paramilitarismo;
las leyes agrarias, rurales y ambientales impulsadas en la administración de Álvaro
Uribe Vélez; y, posiblemente, la Ley de Víctimas.

El restablecimiento de la propiedad de la tierra a las víctimas de la violencia, la in-


demnización de quienes han sido expoliados de sus recursos y el reconocimiento sim-
bólico a quienes ha sido objeto de todo tipo de abusos, sólo son medidas posibles
en el marco de un ambiente político y jurídico proclive a una justicia transicional, en
la cual los valores de la verdad y la equidad sean las directrices de los procesos de
reconciliación. En este sentido, una ley de víctimas incluyente debe propender por la
incorporación en el estatus de víctima a la mayor cantidad de personas vulneradas
posible y debe integrar en su elaboración a quienes han sido directamente afectados.
De lo contrario, corre el riesgo de articularse a un ideal universal de paz que, como lo
evidencia Gómez-Muller (2008), “deriva […] de una construcción estratégica, basada
en un modelo de racionalidad calculadora e instrumental. Dentro de este esquema la
memoria de lo inhumano se administra en función de su aporte o no a la realización
del “bien general” esto es, el bien que los grupos hegemónicos califican unilateral-
mente de general o de público –excluyendo precisamente la posibilidad de una cons-
trucción común del bien común, a partir de las exigencias normativas de las víctimas
y de la sociedad víctima-” (p. 17).
PARTE I - MEMORIA, PODER Y POLÍTICA
100

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Capítulo 7

MEMORIA
Y CONSTRUCCIÓN DE PAZ1
Oscar David Andrade Becerra
Politólogo de la Universidad Nacional de Colombia. Estudiante de la Maestría en Estudios Políticos del IEPRI de la
misma universidad. Investigador del Observatorio de Construcción de Paz de la Universidad Jorge Tadeo Lozano.

Introducción
¿Están las iniciativas de memoria destinadas a fracasar debido a la ausencia de tran-
sición? ¿Pueden, por el contrario, convertirse en un insumo para la construcción de
paz? ¿Existen tensiones entre los trabajos de memoria y los procesos de construcción
de paz? En este texto se pretende abordar estas relaciones entre ambas categorías,
para lo cual, en un primer momento, se explora la definición sobre memoria y las prin-
cipales características de la misma. En el segundo apartado se reflexiona en torno a
los obstáculos que enfrentan los trabajos de memoria en un contexto de conflicto y
las potencialidades que tienen los mismos para superarlas y coadyuvar a los procesos
de construcción de paz. Finalmente, en el tercer apartado se exponen las supuestas
tensiones entre la reivindicación de la memoria y la consecución de la paz y las alter-
nativas para superarlas.

I. Memoria: definiciones y disputas


La memoria es eminentemente una categoría social, política y cultural a la que re-
curren diferentes actores para promover reflexiones y debates sobre el pasado y su
sentido para el presente y el futuro de una sociedad. Aunque la discusión sobre la
memoria aparece también en el marco de los debates sobre una crisis contemporánea
global que engendra un retorno al pasado en busca de hitos y anclajes identitarios,

1 Esta ponencia es un aparte del capítulo que será publicado el próximo año en el segundo número de la Serie Documentos
para la Paz-Víctimas: miradas para la construcción de paz. Este libro es editado por el Observatorio de Construcción de Paz
de la Universidad Jorge Tadeo Lozano.
PARTE I - MEMORIA, PODER Y POLÍTICA
104

es en el campo de las transiciones políticas donde ha encontrado sus desarrollos más


cruciales. Ciertamente, el debate sobre la conceptualización de lo que es la memoria
y de su utilidad para superar el pasado de violencia y represión ha sido una cuestión
determinante en las sociedades que sufrieron dictaduras militares o guerras internas.

En los casos en los que el conflicto continúa activo la discusión política y social ad-
quiere otro cariz. En pocas palabras, se trata de definir si es conveniente, e incluso
posible, adelantar iniciativas de memoria cuando la violencia no hace parte del pa-
sado sino que se reproduce en el día a día. En el caso colombiano el tema se com-
plica aún más en la medida que institucionalmente se ha emprendido un proceso de
justicia transicional que decide afrontar factores cardinales –como los procesos de
desmovilización, desarme y reinserción y la reparación a las víctimas- en un contexto
de pervivencia de la violencia. El tema de la memoria, por supuesto, no ha sido ajeno
a esa lógica, pues desde la sociedad civil organizada, y más recientemente desde la
institucionalidad pública, se han venido adelantando iniciativas en ese sentido.

Desde el principio, es muy importante dejar en claro que la memoria es muy diferente
a la historia. Aunque ambas son modalidades de interacción con el pasado, pueden
identificarse varias diferencias entre ellas –en materia de fuentes, horizonte tempo-
ral, metodologías, cantidad y líneas de continuidad-que las llevan a complementarse
y enfrentarse entre sí. La distinción esencial es que mientras la memoria permite
configurar identidades, consolidar lazos sociales y dar sentido a la vida individual y
colectiva al resignificar con otros las experiencias del pasado -particularmente las
traumáticas y dolorosas- (Corporación Nuevo Arco Iris, 2007, p. 18), los procedimien-
tos de la historia consagran una versión de la misma en la cual se glorifican algunas
personas, se romantizan sucesos específicos (por ejemplo gestas militares) y se en-
salzan valores e identidades determinadas.

En realidad, la historia no hace otra cosa que enaltecer esas memorias particulares,
fundando así un relato que se presenta como la historia legítima, global y uniforme de
una sociedad, el cual viene a ser sustentado con las herramientas epistemológicas, con-
ceptuales y metodológicas de la historia y otras ciencias sociales, por lo que se supone
objetivo e infalible. Se busca, en suma, engendrar una memoria nacional que permita
fundamentar criterios de identidad y orden que mantengan la cohesión de la sociedad.

La construcción de ese orden social está íntimamente ligada a la producción social


del espacio y del tiempo: el primero demarca el entorno, estableciendo un límite de
inclusión y exclusión, mientras que el segundo delimita un antes y un después, iden-
tificando los procesos de continuidad y cambio a través de la estructuración de los
acontecimientos (Lechner, 2000, p. 67). En un primer momento, la configuración de
este orden social toma la forma del Estado-nación, proceso en el cual se reorganiza
la estructura temporal y el presente es acotado mediante la redefinición del pasado
y del futuro. Es indispensable romper la temporalidad heredada y diseñar un porvenir
Capítulo 7. Memoria y construcción de paz
105

concebido como un proceso de progreso y libertad. Empero, la simple invocación de


un mañana mejor es demasiado débil para unificar las expectativas sociales. Como
afirma Lechner:

Se requieren experiencias concretas de algo común para alimentar una iden-


tidad colectiva. De allí que, por otro lado, la construcción del Estado nacional
implica una reconstrucción del pasado. Se trata de buscar y seleccionar entre
los múltiples datos y experiencias del pasado los rasgos característicos que
permitan construir un nosotros. La identidad nacional es inventada a partir de
valores afectivos como la manera de hablar y de comer, los hábitos y estilos de
convivencia, pero incorporando asimismo las fiestas y costumbres populares,
los paisajes y los gustos estéticos. Todo sirve en la búsqueda de “sí mismo”,
pero particularmente la cultura y la historia son los materiales básicos con los
cuales se elabora una memoria nacional. (2000, p. 69)

Evidentemente, las versiones oficiales de la historia y la memoria nacional así cons-


truidas llevan implícitas una serie de manipulaciones y omisiones. De esa forma, se
pasa por alto que las personas que son presentadas como héroes pertenecen a sec-
tores de clase, religiones, grupos políticos, etnias e incluso orientaciones sexuales
particulares. Así, las narrativas sobre el pasado simultáneamente enaltecen a unos
grupos y devalúan a otros, transformando sus diferencias en justificaciones para que,
en nombre de un sujeto nacional homogéneo, sean objeto de tratos discriminantes
que consolidan la desigualdad cultural, social, política y económica (Área de Memoria
Histórica-CNRR, 2009, p. 34; Martín-Barbero, 2000, p. 42).

Esta no es una situación aplicable solamente al siglo XIX, cuando los países latinoa-
mericanos estaban reclamando la independencia y emprendiendo la labor de edificar
un Estado nacional moderno, ni mucho menos una discusión saldada en aquella época.
Prácticamente a diario, y desde múltiples espacios, diferentes actores sociales procu-
ran imponer una versión de lo que es la nación, de su pasado y de su futuro. En ocasio-
nes las políticas oficiales de memoria han sido efectivas y la versión homogeneizadora
de la memoria promulgada desde el poder es aceptada. No obstante, la mayoría de las
veces son confrontadas abierta o subrepticiamente por los relatos alternos producidos
por los sectores históricamente subordinados, excluidos y violentados.

Esto remite a un elemento crucial: la memoria es eminentemente un campo de dis-


puta. Efectivamente, en cualquier momento y lugar es imposible encontrar una me-
moria, una visión y una interpretación del pasado compartidas por toda una sociedad.
Por supuesto, pueden encontrarse etapas en las que el consenso sobre el pasado es
mayor o se impone un “libreto” hegemónico, que normalmente es el que cuentan los
vencedores de conflictos y batallas históricas. Empero, en diferentes espacios siem-
pre habrá otras historias, otras memorias e interpretaciones alternativas. Por ende, la
memoria es un campo en tensión donde se construyen, refuerzan, retan y transforman
PARTE I - MEMORIA, PODER Y POLÍTICA
106

jerarquías, desigualdades y exclusiones sociales (Jelin, 2002, pp. 5-6; Área de Memo-
ria Histórica-CNRR, 2009, p. 34).

Estas luchas políticas por la memoria descansan en una profunda paradoja: aunque el
pasado no puede ser cambiado, sí puede serlo el sentido que se le da al mismo. Elizabeth
Jelin (2002, pp. 39-62) ha identificado algunos campos en los cuales se desarrolla esa
pugna por interpretar el pasado y por legitimar/ocultar ciertos relatos: la conformación
de una historia nacional oficial; la historia de las memorias; los agentes de la memoria
y sus emprendimientos; las marcas de la memoria; y los usos y abusos de la memoria.

Sin embargo, la memoria también es una esfera donde se tejen legitimidades y amis-
tades políticas, sociales y culturales. Mediante sus memorias, las personas confieren
distintos grados de legitimidad, confianza, identidad y adherencia frente a los actores
políticos y sociales. En ese proceso, las personas también enjuician las decisiones
y estrategias de los actores en disputa y adoptan distintas posturas ante el orden,
las instituciones, las organizaciones y los personajes públicos. Específicamente en
contextos de violencia, la manera como las personas recuerdan el pasado permite
levantar distintos reclamos frente a la violencia, asignar responsabilidades entre los
distintos actores del conflicto y evaluar moralmente su conducta, a la par que favo-
rece el planteamiento de diferentes posturas frente a las políticas de solución del
conflicto y reparación (Área de Memoria Histórica-CNRR, 2009, p. 34).

II. Memoria y construcción de paz


En tiempos de conflicto violento, la disputa por la promulgación de la historia y la
memoria que fundamenta el orden social se exacerba. Cada uno de los actores in-
volucrados pretende instaurar sus exégesis del pasado como verdades absolutas y
presentar sus intereses particulares como demandas sociales generales. En ese afán
por controlar la historia y la memoria, los actores manipulan las versiones sobre lo
ocurrido con el fin de justificar sus acciones y estigmatizar las interpretaciones que
les son adversas y a sus portadores (Área de Memoria Histórica-CNRR, 2009, p. 35).
Con frecuencia, esta polarización conduce a la invisibilización y negación de graves
violaciones a los derechos humanos y el Derecho Internacional Humanitario, o a in-
tentar desestimarlas o legitimarlas recurriendo a conceptos absolutos como “patria”,
“revolución”, “orden” o “seguridad.”

En ese contexto, los procesos de memoria se tornan cruciales cuando se asocian a


situaciones de violencia política, represión, catástrofe social o cualquier otro aconte-
cimiento traumático de carácter político, bien sea a nivel individual o colectivo (Jelin,
2002, p. 11). En contextos de transición, los debates sobre la memoria de los periodos
dictatoriales y de violencia política son referidos a dos niveles principalmente: demo-
cratización y derechos particulares de las víctimas.
Capítulo 7. Memoria y construcción de paz
107

En el primero, los trabajos de memoria son proyectados en función de la construcción


de órdenes democratizadores en los que los derechos humanos estén garantizados
para toda la población, independientemente de sus identidades particulares y afecta-
ción por el conflicto o la coerción. En el segundo, hay un esfuerzo mayor por esclarecer
lo que sucedió durante la guerra o la dictadura e identificar a los responsables, junto
con un intento por honrar a las víctimas y establecer un precedente para que los ho-
rrores del pasado no se repitan (Jelin, 2002, pp.12-13).

En tal marco, no pocas veces la lucha por la memoria es concebida en términos de la


lucha contra el olvido: recordar para no repetir. La carga política y moral de esta con-
signa, empero, no puede obviar que el vínculo entre memoria y olvido es inescindible,
complejo y no necesariamente antinómico. En efecto, toda narrativa sobre el pasado
implica necesariamente una selección bajo la cual se elige recordar determinados
contextos, hechos y datos, relegar algunos y olvidar otros; además de la simple impo-
sibilidad mental para recordar absolutamente todo, como ilustra la manida alusión a
la historia de “Funes el memorioso”, tal cosa no es tampoco deseable, pues la cordura
y el bienestar de un sujeto requieren del olvido. Igualmente, la adecuada integración
y convivencia de los sujetos colectivos depende de dejar atrás muchos sucesos para
poder avanzar hacia el futuro.

Para superar la ambigüedad y el prejuicio sobre el significado del olvido, es nece-


sario comprender que existen múltiples olvidos, o más exactamente, diversas si-
tuaciones en las cuales se manifiestan diversos usos y sentidos de los olvidos y los
silencios (Jelin, 2002, p. 29). En ese sentido, Ricoeur propone un marco de lectura
que distingue diferentes tipos de olvido dependiendo del grado de profundidad del
mismo. El primer nivel es el del olvido definitivo, en el cual las huellas mnésicas
son definitivamente borradas. En el segundo, el olvido de reserva o reversible, los
recuerdos a los que no se les había dado un sentido en mucho tiempo reaparecen,
cobran vigencia y son reinterpretados debido a cambios en los marcos culturales y
sociales. En el tercero, el olvido manifiesto, se libera la carga del pasado para poder
mirar hacia el futuro; éste es precisamente el olvido necesario que permite a los
individuos y las comunidades vivir sin la pesada carga de la historia (Ricoeur, 2004;
Jelin, 2002, pp. 29-32).

Estas supresiones de los rastros del pasado pueden ser el corolario del devenir del
tiempo o de las disfunciones de las operaciones mnésicas (bien sean normales o pa-
tológicas), pero también de la voluntad de actores que, mediante políticas de silencio
y olvido, pretenden eliminar, ocultar o manipular los rastros del pasado para impedir
futuras reivindicaciones de la memoria. En conclusión, el problema no es olvidar, sino
qué es lo que se elige olvidar. Ciertamente, la memoria y el olvido, la conmemoración
y el recuerdo, se tornan decisivos cuando se vinculan a situaciones de represión y
violencia que generan profundos traumatismos sociales (Jelin, 2002).
PARTE I - MEMORIA, PODER Y POLÍTICA
108

Otro punto crucial es quién hace la selección sobre la memoria y el olvido. Como afir-
ma Tzvetan Todorov, lo que se le reprocha a los regímenes totalitarios, y aquí habría
que añadir a los gobiernos de los países en fase de conflicto o posconflicto armado,
no es que retengan ciertos elementos del pasado antes que otros –la memoria es
esencialmente selectiva y de cualquier sujeto no se puede esperar un procedimiento
diferente- sino que se arroguen el derecho de controlar la selección de elementos que
deben ser conservados (Todorov, 2000, pp. 3-4)

Ahora bien,los desarrollos políticos, sociológicos y jurídicos han demostrado que la


verdad y la memoria son derechos de las víctimas que el Estado debe propender por
garantizar y promover activamente con el fin de alcanzar y consolidar la paz. En los
contextos de transición, como una forma de saldar responsabilidades con el pasado,
las instituciones públicas deben brindar los espacios para que se manifiesten las múl-
tiples visiones sobre la memoria y se evidencien las motivaciones de la violencia y las
correspondientes responsabilidades, manipulaciones y omisiones que la fomentaron.
Este imperativo ético y político se mantiene incluso en contextos de conflicto activo,
pese a los grandes dilemas y obstáculos que enfrenta en ese contexto.

La noción de memoria, entonces, aparece como un instrumento para saldar cuentas


con el pasado de violencia y autoritarismo en contextos de transición. Obviamente,
con esto no quiere decirse que durante los conflictos armados o las dictaduras las
reivindicaciones de memoria estén ausentes o sean inapropiadas. El problema es que
mientras la violencia permanece activa no existen las condiciones, los espacios ni las
voluntades adecuadas para formular, escuchar, confrontar e incorporar las diferentes
versiones de la memoria. En un contexto de persistencia de la violencia, las voces
que se levantan en favor de la memoria y otros derechos de las víctimas, e incluso de
valores sociales más generales como la equidad o el respeto a la diversidad política,
son fácilmente acalladas por medios violentos y estrategias políticas sectarias que
logran imponer el silencio y el desinterés a través del engaño y el miedo.

Ciertamente, en un contexto como el colombiano, en el cual los trabajos de memoria


buscan reconstruir y resignificar el pasado en medio de la reproducción cotidiana de
la violencia, la construcción de memoria parecería imposible porque no ha transcu-
rrido el tiempo que permita tomar distancia del pasado para evaluarlo críticamente;
además, los diferentes actores que pueden formular visiones de memoria desde po-
siciones privilegiadas de poder –apuntaladas por elementos como el mayor acceso a
recursos, la posibilidad de ejercer coacción y el control de los medios de comunicación
o los “tanques de pensamiento”- continúan propagando relatos tendenciosos, con lo
cual alimentan el conflicto y agravan la exclusión de las narrativas de los marginados
y los victimizados.

En ese orden de ideas, aunque verdad y memoria se posicionan cada vez más en la
conciencia y el lenguaje de los derechos y los deberes sociales y políticos, la campaña
Capítulo 7. Memoria y construcción de paz
109

por garantizarlas en medio de un conflicto armado enfrenta duros desafíos. Gonzalo


Sánchez (2008), por ejemplo, identifica algunos de ellos: la temporalidad del conflicto, el
desorden de los temas de la paz y de la guerra, la movilidad de las identidades, la falta
de una política de memoria por parte del Estado y las tensiones entre justicia y memoria

Pese a estas férreas dificultades, la persistencia del conflicto no es óbice para adelan-
tar procesos de memoria. Por el contrario, al igual que los procesos de construcción de
paz en general, los trabajos de memoria contribuyen particularmente a desactivar las
fuentes de la violencia y avanzar hacia formas de satisfacción de los derechos de las
víctimas e inclusión política y desarrollo social general. Así las cosas, la memoria es
un insumo para la construcción de paz por lo menos en dos ámbitos:

La memoria como fundamento del perdón y la reconciliación

Actualmente el derecho de las víctimas, y de la sociedad en general, a saber la verdad


sobre las circunstancias y motivaciones de los crímenes acontecidos en el pasado
es reconocido en instrumentos legales nacionales e internacionales (por ejemplo el
Estatuto de Roma de la Corte Penal Internacional) y está implantado en la conciencia
política de la sociedad civil global y de muchos gobiernos herederos de un pasado
de guerra y dictadura. Este derecho, que contiene el deber de recordar, pretende evi-
tar un desconocimiento de los hechos que favorezca la invisibilidad, estigmatización,
aislamiento y culpabilización de las víctimas, así como la impunidad, la ausencia de
reparación y el mantenimiento de las estructuras institucionales que fueron respon-
sables y cómplices en la perpetración de los crímenes (Corporación Nuevo Arcoiris,
2007, p. 15).

La ejecución de medidas destinadas a garantizar el derecho a la verdad permite conocer


y comprender los siguientes elementos de una situación de violencia: quiénes, dónde,
cuándo, cómo, por qué, para qué, con la ayuda de quién, para quiénes y con qué inte-
reses. Esta comprensión, a su vez, permite rescatar la dignidad de los ausentes, honrar
la vida de los sobrevivientes, establecer la magnitud de los daños, identificar respon-
sabilidades (por acción u omisión), aplicar justicia y definir mecanismos de reparación
y reformas que impidan que los crímenes se repitan. De esa manera, la reivindicación
de la memoria evita la configuración de un presente caracterizado por la ruptura de los
lazos sociales, los perjuicios económicos, la desconfianza en la democracia y las institu-
ciones, los traumas y el miedo (Corporación Nuevo Arcoiris, 2007, p. 15).

Cuando el pasado del conflicto es así comprendido, y con base en ello en el presente
se emprenden medidas reales de satisfacción a las víctimas y reformas para garan-
tizar la no repetición de los crímenes, el camino del perdón y la reconciliación que
permite pensar en una sociedad estable, próspera y en paz en el futuro es realmente
abierto. Por el contrario, la figura del perdón suele ser impuesta por los gobiernos a
PARTE I - MEMORIA, PODER Y POLÍTICA
110

las víctimas como una solución política para salir de la violencia. En efecto, las políti-
cas de perdón son iniciativas gubernamentales que están estrechamente asociadas a
la amnistía y el indulto y proponen un perdón que es pedido u otorgado por un tercero.
Por el contrario, el verdadero perdón cumple tres reglas generales: es un aconteci-
miento datado; sólo puede terciar en el marco de una relación entre dos personas; y
es total, extrajurídico, irracional y gratuito (Jankélévitch,1999).

Esto implica que el verdadero perdón es una decisión libre del ofendido y el ofensor
que permite restablecer una relación interpersonal deshecha por la ofensa, lo cual
descarta de plano la intervención de un tercero -ni siquiera como mediador- y supone
una absoluta generosidad de quien lo otorga. Eso plantea una desavenencia esencial
entre el perdón y cualquier tipo de formulación política y jurídica. Este escenario, sin
embargo, enfrenta una paradoja fundamental: en el ámbito de la política el perdón es
imposible, pero es necesario para dejar atrás el pasado de violencia. Para superar esa
contradicción, el perdón en política debe ser concebido, no como un acto oportunista
que debe imponerse a como dé lugar para acabar con la violencia y evitar supuestos
brotes de venganza (pública y privada), sino como un principio de responsabilidad
adaptado a los fenómenos de violencia (Lefranc, 2005, p. 219).

En la perspectiva de Sandrine Lefranc, lo anterior significa que para dilucidar los usos
políticos del perdón hay que reconsiderar los postulados sociológicos, filosóficos y
teológicos sobre el mismo. Primero, hay que dar cabida a una tercera persona (por
ejemplo el confesor o el juez) que pueda dinamizar la relación de perdón y reconcilia-
ción entre la víctima y el victimario. Segundo, hay que expresar el perdón como una
acción que instaura una nueva relación que libera al ofensor de la carga de la deuda
(culpa) y al ofendido del estigma del prejuicio sufrido y de su estatus de víctima. Ter-
cero, es fundamental dejar en claro que perdón no equivale a olvido, pues aquel no
borra la deuda de culpabilidad, sino que la condona, transformándola en el marco de
una nueva memoria.

Solamente de esta manera los considerandos de la figura moral y religiosa del perdón
pueden corresponder con las expectativas de los gobiernos y las sociedades plura-
listas sobre las políticas del perdón: la operativización de la justicia de transición y
la instauración de un régimen democrático; la reconstrucción y reconciliación de una
sociedad dividida por la violencia; y el reexamen de la memoria a través de mecanis-
mos como las comisiones de la verdad. En conclusión, el objetivo del perdón político
así concebido es una refundación social no proporcionada por las modalidades tra-
dicionales de salida de la violencia política que son la justicia y la paz basadas en la
imposición del perdón y el olvido. Únicamente el perdón traducido en el recomienzo
de una relación social destruida por la violencia puede contribuir a la instauración
de esa paz positiva por la que propugnan los enfoques de resolución de conflictos y
construcción de paz (Lefranc, 2005, pp. 254-259).
Capítulo 7. Memoria y construcción de paz
111

La memoria como factor de concientización, transformación,


organización y fortalecimiento social

Además de develar las fuentes y las características de la violencia, allanando con eso
el camino para el planteamiento de medidas concretas para desactivarla y aclarando
el panorama para el perdón y la reconciliación de la sociedad, los trabajos de memoria
contribuyen a dar forma a una sociedad más sensible, crítica, participativa, organizada
y con mayores capacidades para enfrentar la transición y la reconstrucción posterior al
conflicto. Estos elementos, sin duda, son fundamentales para producir las herramientas
que permitan intervenir antes, durante y después de los conflictos, con el fin de crear las
condiciones para que las sociedades sean capaces de tramitar sus diferencias de forma
pacífica y prevenir la activación o reactivación de confrontaciones violentas.

En un primer nivel, la elaboración de memorias ejemplares conlleva la implementa-


ción de acciones para cambiar la mentalidad de una sociedad que ha llegado a tolerar
y a considerar como algo normal el ejercicio de la violencia, e inclusive a pensar que,
por andar en “malos pasos”, en cierto modo las víctimas se merecían el daño recibi-
do. De igual forma, se busca despertar a las fracciones de la sociedad que suponen
que la violencia es una molestia marginal, lejana y ajena y a quienes afirman tener
conciencia del problema, pero opinan que tiene que ser resuelto exclusivamente por
el gobierno y los grupos armados.

Esencialmente, los procesos de memoria tratan de mostrar que los crímenes come-
tidos en el marco de los conflictos armados y las dictaduras no han causado daño
solamente a las víctimas directas y sus familiares, sino que han afectado al conjunto
de la sociedad y al concepto mismo de humanidad, en el sentido de que las amenazas,
hostigamientos, asesinatos, torturas y demás vilezas no buscaban solamente dañar
o eliminar a un individuo y su grupo, sino atacar formas específicas de cultura, ideo-
logía y cosmovisión. Así las cosas, se buscaba imponer una forma de pensar y hacer,
vulnerando una de las características principales de la humanidad: la pluralidad. Por
ese motivo, la búsqueda de la verdad y la preservación de la memoria se convierten en
acciones claves para la constitución de una sociedad más tolerante, pluralista y justa,
que no niegue su pasado para justificar el presente y que reconozca en los recuerdos
del pasado formas diversas de construir un futuro posible (Movice, 2010, p. 7).

En segundo lugar, los trabajos de memoria ayudan a erigir una sociedad que aborda
su historia más críticamente. Al conocer, analizar y cotejar las diferentes narraciones
sobre el pasado y elaborar individual o grupalmente un relato mucho más completo y
ponderado, se cierran las vías para la imposición de esa memoria nacional que busca,
por un lado, preservar la imagen de unidad, probidad y heroísmo que se quiere tras-
mitir sobre la historia de colectiva y, por el otro, legitimar los actos atroces cometidos
por diferentes poderes para satisfacer sus intereses particulares. En oposición a las
manipulaciones y ocultamientos implícitos en estas versiones de la historia y la me-
PARTE I - MEMORIA, PODER Y POLÍTICA
112

moria, la miríada de procesos alternativos de memoria “auspicia la formación de iden-


tidades individuales y colectivas más democráticas y responsables, que asumen con
entereza tanto los actos de heroísmo y generosidad de los que han sido capaces como
sus propios errores y desaciertos” (Área de Memoria Histórica-CNRR, 2009, p. 36).

Todos estos elementos se convierten, en tercer lugar, en un insumo para la recomposi-


ción de las comunidades y el fortalecimiento de sus lazos organizativos. Unas colecti-
vidades más conscientes y críticas de la dimensión del pasado son más sensibles ante
los imperativos morales, políticos, jurídicos y económicos que plantea la violencia
en el presente y la necesidad de materializarlos con el fin de permitir a la sociedad
avanzar hacia un futuro pacífico. La creciente familiarización con los derechos de
las víctimas -y los mecanismos que existen para defenderlos-, con las herramientas
metodológicas diseñadas para promover adecuadas formulaciones de memoria y con
las valiosas lecciones dejadas por otras experiencias de emprendimiento de memoria
en países que ya clausuraron sus periodos autoritarios o de conflicto, han favorecido
la multiplicación de iniciativas de memoria y construcción de paz en contextos de
violencia activa.

En ese marco, en Colombia, como ha puesto en evidencia el Grupo de Memoria


Histórica de CNRR, diferentes sectores de la sociedad civil se han organizado para
promover iniciativas de memoria altamente variadas. Con base en realidades como
las diferentes formas de victimización que han sufrido, la ubicación geográfica, las
características de sus miembros, sus poblaciones objetivo o la posibilidad de contar
con apoyo institucional, estas iniciativas han adelantado procesos permanentes de
denuncia, resistencia y restauración de la dignidad y la cotidianidad laceradas por
la violencia (Grupo de Memoria Histórica, 2009, pp. 18-19). La organización para la
reclamación del derecho a la verdad y la dignificación de la memoria aparece así
como un elemento fundamental para sentar las condiciones y los derroteros de una
sociedad restaurada, renovada y en paz.

III. Tensiones entre memoria y construcción de paz


La construcción de paz y la reivindicación de la memoria, sin embargo, no necesaria-
mente tienen una relación tan positiva y fluida. La recuperación del pasado y su resig-
nificación en el presente es siempre un acto político susceptible de tensiones gene-
radas por las diferentes posiciones frente a la decisión de revivir sucesos traumáticos
del pasado y por la utilización que se le puede dar a la memoria en los escenarios po-
líticos, sociales y culturales del presente. Por ese motivo es muy importante distinguir
entre el acto originario de recuperar del pasado y su utilización subsiguiente, pues
las características que adquiera la relación entre ambos momentos determinarán los
usos y abusos de la memoria.
Capítulo 7. Memoria y construcción de paz
113

Como arguye Todorov, es innegable que la recuperación de la memoria es un derecho,


y cuando los acontecimientos vividos por un individuo o un grupo son de naturaleza
excepcional o trágica, tal derecho se convierte en un deber: recordar, testimoniar,
reivindicar la dignidad de las víctimas. No obstante, el hecho de que la memoria sea
esencialmente una selección implica que la información ha sido elegida con base en
ciertos criterios –conscientes o no-, que seguramente servirán también para orientar
la utilización que se hará del pasado y definir su relación con el presente. Esto plan-
tea una discontinuidad de legitimidad, pues la necesidad de recordar puede justificar
un uso engañoso de la memoria. Efectivamente, en la esfera pública no todos los
recuerdos del pasado son igualmente admirables, porque así como hay experiencias
de aprendizaje puede haber también gestos de revancha y venganza (Todorov, 2000a,
pp. 3-4).

Esta situación provoca diferentes fenómenos de abuso de la memoria. Ricoeur, por


ejemplo, identifica tres de ellos. El primero, el de la memoria impedida, aparece so-
bretodo en un nivel psicopatológico en el cual las huellas corticales del pasado resul-
tan inaccesibles. En el segundo, la memoria manipulada, se perfila más claramente el
componente político, pues está relacionado con la función mediadora del relato: siem-
pre se puede narrar de otro modo, suprimiendo, desplazando los momentos de énfa-
sis, refigurando de modo diferente a los protagonistas de la acción al mismo tiempo
que los contornos de la misma. El olvido aparece así como estrategia y el recurso al
relato se convierte en trampa porque diversos poderes configuran la trama e imponen
un relato canónico mediante la intimidación, la seducción, el miedo o el halago. Esta
forma ladina de olvido se origina en el arrebatamiento a los actores sociales de su
poder originario de narrarse a sí mismos y va acompañado de una complicidad secreta
que hace del olvido un comportamiento semiactivo y semipasivo (Ricoeur, 2004).

En el tercero, la negación de la memoria, se impone la amnesia teniendo como su-


puesta finalidad política la reconciliación entre ciudadanos enemigos. Esta forma
obligada de olvido encuentra su forma principal en la amnistía, la cual borra de la
memoria oficial los ejemplos de crímenes atroces capaces de proteger el futuro de los
errores del pasado y priva a la opinión pública de los efectos benéficos del disenso,
condenando a las memorias rivales a una malsana vida oculta. Al proponer la simu-
lación del perdón, la amnistía y la amnesia desplazan a la memoria. Para Ricoeur,
la institución de la amnistía solamente responde a un deseo de terapia social de
urgencia bajo el signo de la utilidad y no de la verdad; por lo tanto, si puede evocarse
legítimamente una forma de olvido no será la del deber de ocultar el mal, sino de
expresarlo sosegadamente mediante el trabajo de la memoria, completado por el del
duelo y guiado por el espíritu de perdón (Ricoeur, 2004).

Ciertamente, en la medida que la memoria es siempre un campo en disputa, es de


esperarse que surjan discrepancias entre la labor de recuperación y resignificación
del pasado y el interés de cohesionar y estabilizar la sociedad con el fin de superar
PARTE I - MEMORIA, PODER Y POLÍTICA
114

las secuelas de la violencia y avanzar hacia el futuro. En cualquier sociedad que haya
pasado por una situación de conflicto armado o represión autoritaria siempre habrá
voces que se levantarán en favor de los derechos absolutos de la verdad y la memo-
ria, otras que defenderán la consigna de perdón (impuesto) y olvido para evitar que
la apertura de viejas heridas reactive la violencia o genere retaliaciones entre las
nuevas generaciones y muchas que reclamarán diferentes fórmulas intermedias. En
cada una de las posiciones de este espectro, y dando por descontado que el extremo
maximalista es imposible y el radicalmente minimalista es nocivo, lo que hay en juego
es un modelo de construcción de paz cuyas condiciones y posibilidades de sostenibi-
lidad varían.

Para distinguir entre los usos y abusos de la memoria y avanzar en la superación


de estos últimos, Todorov propone la diferenciación entre memoria literal y ejemplar
(Todorov, 2000b; Jelin, 2002, pp. 32-33 y 58-59). En el primer caso las víctimas y los
crímenes son vistos como únicos e irrepetibles, de tal forma que la experiencia es
intransitiva. El proceso de memoria sirve para identificar a los responsables y para re-
velar los detalles, causas y consecuencias de los acontecimientos, pero no para guiar
comportamientos futuros en otros campos de la vida. En ese sentido, el acontecimien-
to pasado se torna insuperable y, a fin de cuentas, somete el presente al pasado.

Por el contrario, en la memoria ejemplar la apelación al pasado busca, por un lado,


superar el dolor causado por el recuerdo para que no invada la vida y, por el otro,
aprender de él para derivar lecciones que puedan convertirse en principios de acción
para el presente. En este segundo acto se abandona el ámbito personal-privado y se
pasa a la esfera pública, de tal forma que, hasta cierto punto, se olvida políticamente
la singularidad de la experiencia para convertirla en un modelo para comprender si-
tuaciones nuevas. A diferencia del enfoque literal, en el cual la memoria es un fin en
sí mismo, la perspectiva ejemplar busca que la rememoración se haga en función de
un proyecto público y social.

Los alcances de este debate no son baladíes, pues cada uno de estos tipos de memo-
ria y sus usos lleva implícito un modelo de comunidad política: uno en el cual quienes
hablan marca la frontera del “nosotros” de forma excluyente, marginando al interlo-
cutor y al observador (memoria literal), y otro en el cual se hace de manera incluyente,
invitando a los “otros” a la comunidad (memoria ejemplar) (Jelin, 2002, p. 60). Esta
distinción descansa sobre la discusión acerca de la legitimidad para recordar. Aunque
nadie duda del dolor de las víctimas, de su derecho a saber la verdad, ni del papel
protagónico que tienen en los emprendimientos de memoria, se plantea una pregun-
ta sobre el“nosotros” con legitimidad para recordar: ¿es uno excluyente, en el que
sólo pueden participar quienes vivieron el acontecimiento? ¿O puede ampliarse para
incorporar a otros miembros de la sociedad? De hecho, el debate puede alcanzar di-
mensiones mucho más inquietantes cuando se plantean interrogantes sobre el papel
de la justicia y las instituciones en los procesos de memoria (Jelin, 2002, pp. 60-61).
Capítulo 7. Memoria y construcción de paz
115

Los adelantos sociológicos, políticos y jurídicos en diferentes niveles han logrado que
cada vez sea más claro que la memoria es un deber que han de emprender varios
actores. En el caso del Estado, es un imperativo político y moral de doble vía: por un
lado, está en la obligación de desarrollar mecanismos institucionales oficiales que
reconozcan abiertamente su responsabilidad y su participación en los hechos de vio-
lencia y brinden las garantías de resarcimiento y no repetición necesarias; por el otro,
tiene que promover canales para que diferentes grupos sociales, y en especial las
víctimas, puedan reconstruir la verdad sobre los acontecimientos del pasado y trans-
mitirla (según sus propios términos y modalidades) hacia el resto de la sociedad con
el fin de poder abordar adecuadamente un proyecto conjunto de futuro.

Es comprensible la reticencia y la desconfianza frente a la participación del Esta-


do en los trabajos de memoria después de una dictadura o cuando los crímenes de
Estado han sido sistemáticos en los conflictos armados. Sin embargo, como afirma
Jelin, “en ausencia de parámetros de legitimación sociopolítica basados en criterios
éticos generales (la legitimidad del Estado de derecho) y de la traducción o traslado
de la memoria a la justicia institucional, hay dispuestas permanentes acerca de quién
puede promover o reclamar qué, acerca de quién puede hablar y en nombre de quien”
(2002, p. 61). Esto significa que el Estado como aparato debe, en conjunción con otras
medidas fundamentales de justicia transicional como la depuración de la burocracia y
las fuerzas armadas, garantizar espacios democráticos de construcción de memoria,
pero que aún más importante es recuperar una noción de Estado que permita avanzar
hacia la paz con base en imperativos morales, políticos y jurídicos sólidos.

En la medida que se trata de recuperar un sustento ético y filosófico de la política,


la cuestión de la memoria no remite a una definición de categorías y procedimientos
por parte de las entidades estatales o de grupos excluyentes de víctimas directas de
la violencia, sino de la conformación de espacios de diálogo y confrontación demo-
crática de las memorias. En ausencia de éstos, las víctimas pueden verse aisladas y
encerradas en una repetición ritualizada de su dolor, sin una elaboración social; de
igual forma, al cerrar la oportunidad para la reinterpretación y resignificación de las
experiencias del pasado los mecanismos de ampliación del compromiso social con la
memoria pueden verse obstruidos (Jelin, 2002, p. 62).

Solamente la configuración horizontal de esta clase espacios y de tipologías ejem-


plarizantes de memoria por parte del Estado, la sociedad civil e incluso la comunidad
internacional, pueden zanjar los falsos debates acerca de la autoridad y la legitimidad
de la memoria y superar las manipulaciones mediante las cuales determinados inte-
reses particulares pretenden oponerla a la construcción de la paz. Ciertamente, para
alcanzar y mantener la paz hay que pasar la página de la violencia, pero para eso es
necesario leerla primero.
PARTE I - MEMORIA, PODER Y POLÍTICA
116

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Parte II

MEMORIA,
CONFLICTO Y OLVIDO
Capítulo 1

Representar, narrar
y tramitar institucionalmente
la guerra en Colombia:
una mirada histórico-hermenéutica
a las comisiones de estudio
sobre la violencia
Jefferson Jaramillo Marín
Doctor en Ciencias Sociales, Flacso, México. Profesor Departamento de Sociología, Pontificia Universidad Javeriana.
Las reflexiones expuestas aquí se enmarcan dentro de un ejercicio más amplio de tesis doctoral.
E-mail: jefferson.jaramillo@javeriana.edu.co , jefferson.jaramillo@flacso.edu.mx

Introducción
En contextos de guerra persistente la gente común, los gobiernos, las organizaciones
sociales y los expertos producen y manufacturan diversos sentidos sobre el pasado,
el presente y el futuro de esa guerra. Dentro de estos marcos de temporalización se
rearticulan y condensan múltiples formas de interpretación sobre lo que le ocurre a
la sociedad colombiana. Una expresión de esta rearticulación y condensación son las
llamadas Comisiones de estudio sobre la Violencia, comprendidas aquí no sólo bajo
la forma de órganos de investigación oficial, sino también como dispositivos histórico
- hermenéuticos, es decir, artefactos de representación y tecnologías de trámite que
ayudan a concebir, nombrar y localizar significados sociohistóricos sobre realidades
rotas o fracturadas por la guerra (Castillejo, 2010). Como se podrá observar luego
en un ejercicio comparativo que proponemos, estos dispositivos posicionan tramas
narrativas nacionales y capitales narrativos (Theidon, 2006) que revelan y editan al
mismo tiempo mucho de nuestra memoria institucional de la guerra.
PARTE II – MEMORIA, CONFLICTO Y OLVIDO
122

I. Una mirada histórico-hermenéutica a la guerra


Nuestro punto de partida es histórico-hermenéutico, en tanto procuramos objetivar
el sentido inmerso en las textualidades sociales y en las configuraciones narrati-
vas a “través de las cuales nos comprendemos como sociedad” (Grondin, 2009,)1.
En nuestro caso, lo que pretendemos objetivar son los relatos y textualidades que
son filtrados institucional e históricamente a través de las denominadas Comisiones
de Estudio sobre la violencia. Aunque más adelante hablaremos de ellas con mayor
especificidad, estas fungen aquí como dispositivos y tecnologías institucionales que
procesan y archivan relatos y, en algunos casos no en todos por supuesto, ayudan a
tramitar ciertos dolores producidos por la guerra y el terror. A través de estos relatos y
textualidades mediados por esos dispositivos, diversos sectores sociales y académi-
cos, administran y editan sentidos sobre la historia nacional.

El lente propuesto para mirar las comisiones se sitúa dentro de lo que Paul Ricoeur
denomina una “hermenéutica de la condición histórica” (2010; 2009b), dado que tiene
relación con algo que trasciende la interpretación textual conduciéndonos hacia el
ámbito de la “representación del pasado” donde se colocan en juego los límites del
conocimiento histórico, las modalidades de temporalización de una sociedad y las
formas sociales e institucionales del olvido y la justicia. A través de esta hermenéu-
tica, los relatos y narrativas que son los yacimientos de saber y de inteligibilidad por
excelencia para los individuos y las sociedades (Dosse, 2009, p. 45), resignifican la
relación de pertenencia de las personas y de las instituciones con el tiempo que es
vivido y experimentado. Además está un marco bajo el cual el pasado imprime una
marca o deja una “huella”2 en lo que somos; el presente es al mismo tiempo lo que
vivimos pero también lo que anticipamos de un pasado remoto (Ricoeur, 2009b); y el
futuro deviene en un “horizonte de expectativas”, volviéndose presente al ser temati-
zado con alguna intencionalidad.

Pero ¿por qué asumir una perspectiva histórico - hermenéutico sobre la guerra en Co-
lombia? La respuesta está en dos vías. La primera vía considera que esta perspectiva,
permite luchar contra la tendencia mecánica de considerar el pasado como algo aca-
bado y caducable, el presente como simplemente un instante puntual o el futuro como

1 Esta idea de los grandes relatos se evidencia con mayor profundidad en su célebre texto Tiempo y Narración (Grondin,
2009, p. 41). Sin embargo, en la enorme obra de Ricoeur no siempre existió un interés por este tipo de relatos, recordemos
que en sus primeros textos él orienta su proyecto hermenéutico hacia la interpretación de los símbolos y mitos (por ejem-
plo, en la Simbólica del Mal).
2 La noción de huella es crucial en la representación del pasado. Desde la antigüedad este tema ha abrumado a la memoria
y a la historia. Hoy sigue siendo una cuestión de especial atención. Para Ricoeur las huellas son de tres tipos: las corticales
o cerebrales (las improntas corporales en nuestro cerebro) y de ellas tratan las neurociencias; las psíquicas, relacionadas
con las impresiones que han dejando en nuestros sentidos y afectos los acontecimientos sorprendentes y traumáticos, de
ellas se ocupa el psicoanálisis; las documentales, que están relacionadas con las improntas escritas y archivadas y de las
cuales se ocupa el historiador (Ricoeur, 2010, pp. 30-32).
Capítulo 1. Representar, narrar y tramitar institucionalmente la guerra en Colombia
123

algo indeterminado. A contracorriente de esta tendencia, el pasado que no es sólo el


de la acción guerrera sino también el que está condensado en las narrativas bélicas3,
hay que “reabrirlo, reavivar en él las potencialidades incumplidas, prohibidas, incluso
destrozadas” (Ricoeur, 2009b, p. 953). Además, el presente bélico conlleva una inten-
cionalidad longitudinal, que atraviesa y delinea continuamente la existencia. Por su
parte, el futuro posbélico puede ser susceptible de determinación, no es únicamente
un horizonte impredecible (Ricoeur, 2009b), sino ante todo promesa (Ricoeur, 2006)
más aún en contextos donde el terror parece estar al acecho de esta misma promesa.
La segunda vía considera que una aproximación histórico - hermenéutica, permite
comprender la reciprocidad entre la experiencia histórico temporal y la operación na-
rrativa. Es decir, que entre la vivencia temporal y el acto narrativo existe un nexo, dado
que “lo narrado sucede en el tiempo y lo desarrollado temporalmente puede narrarse”
(Ricoeur, 2000, p. 190). Lo narrado y relatado no está por fuera del tiempo y del espa-
cio. En ese sentido, el tiempo histórico, es de algún modo el referente del relato y la
narración (Ricoeur, 1997).

Ahora bien, para que el nexo entre el relato y el tiempo histórico pueda concretarse,
necesita de mecanismos que “ensamblen” la vivencia temporal y el acto narrativo. Un
mecanismo analítico que proponemos al respecto son las tramas narrativas y tempo-
rales, las cuales permiten seleccionar y disponer acontecimientos y acciones hetero-
géneas y difusas4. Así, la trama proporciona a la experiencia humana, ante todo inteli-
gibilidad y coherencia narrativa, permitiendo un conjunto de combinaciones mediante
las cuales los acontecimientos temporales se transforman en un relato estructurado.
La trama es la gran articuladora de los modos de temporalización dentro de un gran
relato o conjunto de narrativas. Lo sugestivo de esta noción que retomamos de Ri-
coeur y que deriva propiamente de Aristóteles, es que sugiere que los ingredientes de
la acción humana diaria, que resultan discordantes, y en muchas ocasiones mudos por
su carácter traumático como en el caso colombiano, son ensamblados para otorgarles
inteligibilidad y coherencia (Ricoeur, 2000, p. 192).

En nuestro caso, estas tramas son mecanismos que tienen la capacidad de “hacer
sentido del mundo” (Nancy, 2002) para quienes viven,padecen y leen los avatares
y rigores de fenómenos como las violencias y la guerra5. Estas tramas rearticulan
tiempos históricos y narrativas fracturadas por la guerra, ayudando a construir ex-
plicaciones lo suficientemente inteligibles frente a lo que ha sucedido y acontecido

3 Las narrativas bélicas para el caso de las guerras civiles en Colombia, son trabajadas por Uribe y López (2010).
4 Esta noción la utiliza Ricoeur en el ámbito de la historia (historiografía) y de la ficción (desde la epopeya y el cuento popular
a la novela moderna), nosotros la utilizamos aquí para dar cuenta del carácter condensador e inteligible que deriva de ella
cuando se trata de agrupar relatos institucionales y sociales, experiencias temporales y acciones narrativas.
5 Somos conscientes que sobre la problemática del sentido, se ha discutido desde Weber, pasando por la microsociología, la
fenomenología, la lingüística, la hermenéutica yla pragmática contemporánea, discusión imposible de sostener aquí. Para
una aproximación contemporánea a la temática se recomienda el trabajo de Jean Luc Nancy (2002).
PARTE II – MEMORIA, CONFLICTO Y OLVIDO
124

de forma terrible (Malkki, 1995; Castillejo, 2010). Pero ¿dónde podemos encontrar
estas tramas? Estas pueden estar condensadas en narrativas producidas a lo largo
de una historia nacional y estar soportadas bajo imaginarios o mitos nacionales: por
ejemplo para el caso colombiano, el tan tristemente célebre mito de la “cultura de la
violencia”. Mito que por cierto, además de discutido en la academia colombiana, ha
terminado naturalizándose como locus común cuando se habla del país en cualquier
escenario nacional o internacional. De otra parte, pueden en determinado momento
fungir como marcos de administración social y política del pasado,generadores de
principios explicativos y genéticos de la violencia, como por ejemplo, el Frente Na-
cional en los años cincuenta o la Seguridad Democrática y la Ley de Justicia y Paz en
la reciente década. También fungir como un conjunto de relatos derivados de unos
individuos, por ejemplo, los expertos en violencias, que con cierta asepsia concep-
tual y metodológica construyen, a través de ellos, diagnósticos profilácticos de país
(Jaramillo, 2011). O narrativas de grupos hegemónicos (las élites políticas o militares)
o de colectivos subalternos de la sociedad (movimientos sociales como el MOVICE o
las víctimas - sobrevivientes de las masacres perpetradas por los paramilitares), los
cuales pueden servirles para manufacturar, administrar, editar, subvertir o legitimar
lecturas de la realidad nacional6.

Estas tramas nutren la experiencia cotidiana de la gente común y de los especialistas,


de las víctimas y de los gobiernos. Ellas buscan llenar de significado el mundo institu-
cional y social, ayudando a consolidar narrativas oficiales y capitales narrativos. Para
el caso colombiano, estos funcionan bajo una especie de cartografía o gramática para
decodificar y leer escenas locales y nacionales donde el terror y la masacre, repeti-
mos, desestructuran comunidades y subjetividades. Alrededor de ellos, se van orde-
nando y deslizando razones a lo qué nos ha sucedido y nos sucede como nación. Ellos
permiten re-articular, con no pocas tensiones, un mundo de significados, en contextos
donde los actores armados transformaron dramáticamente las categorías rectoras del
mundo cotidiano (Nordstrom, 1997; Castillejo, 2010). Trazan además unas coordena-
das de orientación y posicionan unas ofertas de sentido temporal (Rabotnikof, 2007a,
2007b) para comprender una nación donde las capas temporales del conflicto son
poco o nada claras, donde los relatos sobre lo que sucede o ha sucedido en el país
en los últimos 60 años son extremadamente heterogéneos, y donde la profundidad de
sus impactos y significados, resultan difícilmente asimilables para las personas y para
el investigador social.

6 Para el caso de las luchas estructurales y coyunturales del MOVICE, bajo un análisis de redes, se recomienda Jaramillo
(2009).
Capítulo 1. Representar, narrar y tramitar institucionalmente la guerra en Colombia
125

II. Las comisiones de estudio sobre la violencia:


dispositivos de ensamble temporal y narrativo

Dentro de esta propuesta histórica - hermenéutica es claro que hacer comprensi-


ble lo innombrable de la guerra, el terror o la violencia, requiere de mecanismos de
construcción y administración de tramas temporales y narrativas. Estos mecanismos
permiten ensamblar parcelas de inteligibilidad en una realidad nacional desestructu-
rada y fracturada por condiciones extremas, liminales y excepcionales. Hemos hasta
aquí hablado que este objetivo lo cumplen ciertas tramas que logran “camuflarse”
bajo un amplio abanico de dispositivos de representación y evocación que revelan y
ocultan significados sobre la guerra, con efectos en la manera como reconstruimos y
recuperamos el pasado, articulamos y diagnosticamos el presente e imaginamos el
futuro (Villaveces, 1998).

Uno de esos dispositivos poco estudiados y potentes son las denominadas comisiones
de estudio sobre la violencia. Pero ¿por qué son potentes? Precisamente porque ellas
devienen en correas institucionales transmisoras de visiones de país y de procesos
de manufacturación de la historia nacional. En esa medida se asume que su principal
función no es sólo investigar el pasado sino ensamblar con no pocas tensiones, liti-
gios y sesgos, formas institucionales elaboradas y especializadas de construcción de
una génesis del pasado, de un diagnóstico sobre el presente y de una representación
del futuro nacional.

Ellas sirven para legitimar y movilizar narrativas oficiales sobre lo ocurrido en coyun-
turas críticas de nuestra historia reciente, recuperar saberes sobre las violencias ocu-
rridas, condensar memorias, olvidos y silencios, movilizar capitales narrativos tanto de
las víctimas como de los victimarios, además de legitimar la exclusión de unos sectores
sociales y favorecer la inclusión de otros. En ese sentido, estas iniciativas permiten
construir “marcos generales de sentido” o “cuadros temporales más o menos comunes”
(Allier, 2010, p. 18), a partir de los cuales unos determinados grupos sociales (gobier-
nos, grupos de comisionados, expertos, miembros de organizaciones, partidos políticos,
víctimas, organismos internacionales, prensa escrita, entre otros), en un determinado
momento histórico, terminan pensando, recordando y representando la guerra y la vio-
lencia (Crenzel, 2008). La resonancia y peso de estas comisiones, está en relación con el
posicionamiento que logren en una determinada coyuntura o encuadre político nacional
o internacional, así como en el uso social y político que tengan.

Ahora bien, las comisiones no sólo condensan y administran temporalidades distintas,


sino también narrativas diferenciadas de país que pueden ser explicativas, testimo-
niales, asépticas, higiénicas o ejemplares, dado el caso analizado. A través de las
comisiones, algo que no se ha estudiado aún, se evocan y omiten responsabilidades
en el desangre y se legitiman distintas lógicas políticas de solución a los conflictos
PARTE II – MEMORIA, CONFLICTO Y OLVIDO
126

(pacificación, limpieza, rehabilitación, paz dialogada reconciliación forzada, transición


ambigua o escenarios postconflicto). Todo ello en una escena pública, donde ciertas
verdades salen a la luz y otras se ocultan (Rabotnikof, 2005), o donde se iluminan unas
cosas y se oscurecen otras tantas (Castillejo, 2010).Alrededor de unas comisiones se
pactan funcionalmente acuerdos de caballeros, en otras se realizan anatomías acadé-
micas de las violencias o incluso se buscan generar políticas contra el olvido. Mediante
ellas, ciertos grupos no reconocidos pueden ser visibles y algunos asuntos antes no
tratados, son tematizados en función de movilizar la atención nacional, tal y como lo ha
sugerido para el caso uruguayo Allier (2010),para el caso sudafricano (Christie, 2007),
para el caso Guatemalteco (McAllister, 2002) o para el caso peruano (Theidon, 2006).
Este tipo de ofertas no están dadas de antemano en el contexto público, siendo subsi-
diarias permanentes de las circunstancias políticas presentes y pasadas, así como de
los intereses en juego de los actores implicados. Cuando entran en funcionamiento,
son incluidos diversos actores, pero también salen y se sustraen otros. Además, se
producen y reproducen, se legitiman y se subvierten interpretaciones históricas de la
realidad nacional, memorias institucionales y sociales, experticias y saberes.

Finalmente, este tipo de tecnologías puede decirnos mucho sobre las lecturas par-
ticulares del pasado, del presente y del futuro nacionales que tienen sus actores
académicos y políticos, además de las racionalidades y posicionamientos políticos,
diferenciados o comunes entre ellos. Incluso, permiten comprender una variedad
de interpretaciones sobre la guerra y las violencias desde otra óptica distinta a las
realizadas por reconocidos investigadores y académicos en el país. Precisamente la
aproximación hermenéutica de lo que fueron o siguen siendo, permite resignificar la
relación de pertenencia de varias generaciones con la escena histórica nacional des-
de la segunda mitad del siglo XX para acá. Además, la comprensión de estos marcos,
desde las ciencias sociales, pueden ayudarnos también a comprender los distintos
efectos de verdad, es decir, no sólo cómo se piensa la nación, sino también cómo se
preservan o contestan ciertos órdenes sociales en el tiempo (Alonso, 1988; Lechner
y Güell, 2000).

III. Tres comisiones emblemáticas en Colombia que revelan


tanto como ocultan: un ejercicio comparativo

De las más de once comisiones de estudio e investigación extrajudicial de las vio-


lencias de impacto nacional y local que pueden documentarse en el país entre 1958
y 20077 tres de ellas resultan emblemáticas en el proceso de representar, narrar y
tramitar institucionalmente la guerra en el país. La primera de estas experiencias

7 Para una ampliación del tema se recomienda Jaramillo (2010).


Capítulo 1. Representar, narrar y tramitar institucionalmente la guerra en Colombia
127

es la denominada Comisión Investigadora, creada en 1958 en los albores del Frente


Nacional, por un decreto militar. Esta experiencia, estuvo orientada básicamente por
dos fines políticos esenciales, en un contexto de transición. De una parte, realizar una
radiografía local y nacional de la Violencia en un país desangrado por la confrontación
bipartidista desde finales de los años cuarenta; de otra, proporcionar insumos prácti-
cos para adelantar procesos de pacificación y rehabilitación en las zonas afectadas.
Aunque nunca generó un informe oficial sobre lo sucedido, si fueron numerosas las
noticias de prensa que llegaron al público de entonces, sobre lo que acontecía con
esta Comisión y sobre su trabajo en las regiones; también lo fueron los informes ver-
bales entregados por los comisionados al gobierno de Alberto Lleras Camargo, primer
gobierno del Frente Nacional.

Cuatro años después de finalizada la labor de la Investigadora, gran parte de sus


hallazgos serían consignados, por un sacerdote que hizo parte del equipo comisio-
nado, un sociólogo y un abogado (que no hicieron parte de la Comisión), en un libro
que causó gran impacto y que llevó por título La Violencia en Colombia (1962-1963).
Aunque entre la Comisión y el libro no puede establecerse una estricta conexión, si
puede decirse que ambos fueron determinantes para comprender la transformación
del orden de las representaciones sociales y políticas que conllevó la Violencia. En
resumidas cuentas, si la Comisión fue una tecnología de trámite para las secuelas de
la Violencia, el libro fue la plataforma académica que reveló etnográfica y sociológi-
camente sus manifestaciones en las regiones.

Ahora bien, la Investigadora funcionó muy bien en su momento en medio de la


transición de la violencia bipartidista, posicionando unas narrativas institucionales
y temporales, cuyas vetas y aristas resuenan hasta el día de hoy. Así por ejemplo,
contribuyó a la construcción de una génesis explicativa de la Violencia, en la que
asumió que como no había un comienzo claro para ella, las responsabilidades sobre
el desangre podían diseminarse en toda la sociedad. En su lógica, un cáncer genera-
lizado ameritaba un remedio generalizado. Si la Violencia había sido responsabilidad
de todos, la Paz sería igual tarea para todos. De igual forma, permitió la realización de
un diagnóstico de la situación presente del desangre regional en medio de un orden
político históricamente turbado, contribuyendo como medida excepcional pacífica a
controvertir las medidas excepcionales violentas de los gobiernos anteriores. Es decir,
transmutó la paz militar en paz cívica. Además, posicionó unos discursos de futuro,
cifrados en la idea del nuevo comienzo para la nación, bajo la lógica del ideario de la
“gran operación de paz” en las regiones, que lavaba por abajo, con dosis de ingeniería
social y micropactos entre los guerreros, la conciencia de una macropolítica que por
arriba buscaba pactar olvidos hacia futuro.

La Investigadora realizó todo ello, enfrentándose a tres grandes retos: investigar, re-
comendar y normalizar. Además su labor no puede comprenderse hoy sino como parte
de un mapa político muy conflictivo, no sólo porque la sociedad colombiana se encon-
PARTE II – MEMORIA, CONFLICTO Y OLVIDO
128

traba sujetada institucionalmente por el imaginario del orden público turbado debido
al desangre regional, sino también porque la Comisión sería parte de una estrategia
política mayor de concertación, de una política de élites y de caballeros como la del
Frente Nacional. La Comisión sería en ese marco un escenario de personalidades
notables con buenas intenciones en un marco político de élites con intenciones no
tan diáfanas.

En el concierto internacional el fantasma de la “lucha contra el comunismo” también


resonaría por doquier dentro de esta estrategia de concertación de élites. No solo
había que parar el desangre interno, sino también detener el fantasma rojo dentro de
la casa. Nuestra hipótesis es que la Investigadora pudo haber contribuido en ambos
sentidos. Hoy sabemos además, que el Frente Nacional aunque nombró una comisión
de estudios, también permitió a los partidos políticos hacer concesiones de cierre
frente a responsabilidades pasadas. Es decir, el Frente Nacional jugó con dos armas:
la primera estuvo en cabeza de un órgano investigador cuya pretensión era realizar
una operación quirúrgica sobre el pasado y suturar con modernización sus males en el
presente y hacia futuro; la segunda, estuvo concentrada en los partidos, los gendar-
mes del pacto, que acordaron evitar juicios morales y políticos entre ellos en relación
con el desangre. Así las cosas deberían estar muy atentos a controlar lo que la Comi-
sión dijera y cómo lo dijera.

Evaluada en el presente, debemos reconocer que esta Comisión a la vez que se con-
virtió para el país en un vehículo de narrativas sobre la Violencia, también posicionó
ofertas de sentido temporal, que en diversos espacios sociales, si bien hizo operativa
la macropolítica frentenacionalista, también fue revelando en parte, las ausencias
históricas de pactos sociales incluyentes. Es decir, más allá de que tuvo o no controles
por estar dentro de un pacto de silencio, también es cierto que logró articular una in-
vestigación del pasado, recomendar soluciones hacia futuro y normalizar situaciones
complejas en el presente. Nuestra impresión hoy, es que la Investigadora resultó tan
funcional como reveladora. Así, sin proponérselo de inicio y tampoco sin sospechar
los políticos en que devendría ella, terminó convirtiéndose en una especie de “tregua”
en medio de la guerra, para recordar un dolor sin cicatrizar aún, pero también para
encontrar medidas de solución.

Esta Comisión, sin avizorarlo, terminó por instaurar una especie de marco de sentido
sobre lo ocurrido, que favoreció que ciertos sectores sociales pensaran y procesaran
el pasado, el presente y el futuro nacional de una forma distinta. Pero un marco de
sentido, que de todas formas fue controlado y editado por las élites, y en ese orden
de ideas, así como reveló también ocultó aspectos decisivos de un momento de la
historia nacional que transformaría el mapa de las representaciones sociales y políti-
cas de los colombianos hasta el día de hoy. Un momento que además, aunque se leyó
desde el Frente Nacional como concluido, se profundizaría y radicalizaría aún más en
los años venideros, especialmente en los años ochenta.
Capítulo 1. Representar, narrar y tramitar institucionalmente la guerra en Colombia
129

La segunda iniciativa emblemática fue la Comisión de Expertos del 87. Ella, aunque
tuvo lugar en un contexto político posfrente, muy diferente a aquel en el que cobró
vida la Investigadora, debió lidiar con varios de los legados de la política de con-
certación de élites. Entre ellos, la polarización del escenario de conflicto nacional y
la ausencia de pacto social, cuyo desenlace a lo largo de varias décadas se tradujo
en la profundización de la precariedad institucional y ciudadana. En ese sentido, la
Comisión de Expertos nace en una escena de violencias discontinuas y diversas, que
si bien no pueden ser consideradas como resultado directo y mecánico del Frente
Nacional, este marco si es un factor coadyuvante en su desenlace al no lograr generar
una mayor cohesión nacional.

Ahora bien, si la Investigadora tuvo lugar en medio del furor de un gran pacto que
pretendió derrotar la Violencia con más modernización, la Comisión de Expertos es
demandada en ausencia de pacto y con violencias nuevas que no pueden derrotarse
con modernización e ingeniería social. Precisamente, la búsqueda de respuestas a
qué puede explicar y qué puede derrotar estas nuevas violencias, es lo que llevará a
un estadista - técnico como Virgilio Barco, asesorado por un político - humanista como
Fernando Cepeda, ambos amigos de las comisiones técnicas, a nombrar la que será la
“comisión de expertos” por excelencia en el país. En ese sentido, podemos sostener
hoy que la Comisión del 87, por tanto no replica ni se enmarca dentro de algo así como
un “ideario”, pues no solo no existe, sino que además debe afrontar con prontitud
la generación de una serie de recomendaciones para frenar o contener no una sino
múltiples manifestaciones de la violencia, y con ello, tal vez, abrir la posibilidad de
constitución de un nuevo arreglo de cultura democrática, que permita la superación
de ese clima, en el mediano plazo.

Como lo dijo un ex comisionado entrevistado en Bogotá, el propósito de esta Comi-


sión será entonces “construir una agenda de lucha inmediata contra las violencias”.
En ese sentido, no se edificó sobre la base de un “evangelio nacional compartido” a
largo plazo como si lo hizo la Comisión del 58 al querer enmarcarse dentro de la gran
“operación de paz”. Para la Comisión de los expertos todo estaba en ese momento por
construirse en el presente y hacia futuro, y debía hacerse con premura. Todo estaría
por hacer en un escenario tan confuso, no sólo para los comisionados sino para el
país: desde el diagnóstico nacional y las recomendaciones políticas, hasta los arre-
glos institucionales que permitieran la sedimentación y concreción de lo sugerido.

Precisamente, si la Comisión del 58 tuvo la misión de describir y contener los estragos


de la violencia política bipartidista, trasladando a las regiones los idearios de futuro
de pacificación y reconciliación, el propósito de la Comisión de expertos será más
modesto por el contexto nacional donde se forja y la naturaleza misma de su mandato.
Su objetivo es diagnosticar una realidad nacional, frente a la cual no hay un solo tipo
de violencia o un número reducido de actores en contienda; tampoco hay un ideario
de unidad nacional que permita su afrontamiento. Antes al contrario se demanda
PARTE II – MEMORIA, CONFLICTO Y OLVIDO
130

Cuadro 1. Comisiones: características, efectos y singularidades


Nombre de la Características Efectos políticos Singularidad
comisión y/o sociales de su aporte
Comisión - Decreto Presidencial - Cobertura Nacional - Impacto político y
Nacional de la Junta de Gobierno - Se creó una Oficina académico como
Investigadora No. 0165 de mayo Nacional de primer diagnóstico
de las Causas de 1958 Rehabilitación oficial sobre la
y Situaciones - Función investigadora y magnitud e intensidad
Presentes de - El material recogido de la violencia político
mediadora sirvió para el libro: “La
la violencia en -partidista.
el Territorio - Su coordinador fue Otto Violencia en Colombia”
Nacional (1958) Morales Benítez - Permitió la “amnistía”
-Integrada por miembros general para los
de los dos partidos responsables de los
(liberal y conservador), hechos crueles
representantes de la
Iglesia Católica y del
Ejército Nacional
II Comisión de - Gobierno de Virgilio - Cobertura Nacional - Pluraliza las
Estudios sobre Barco. - Produjo el informe dimensiones objetivas
la Violencia - Su coordinador fue el académico “Colombia, de la violencia.
(1987) historiador Gonzalo Violencia y Democracia” Produce una tipología
Sánchez de las violencias
- Primer “gran diagnóstico”
- Función de diagnóstico de las “violencias - Genera un
y generación de contemporáneas” en el relato“explicativo” no
recomendaciones país “experiencial” de las
violencias recientes
- Integrada por “expertos” - Recomendaciones se del país.
en violencia utilizaron en el diseño de
políticas públicas - Impacto a nivel de
política pública,
especialmente en
temas de seguridad
urbana.
Área de - Creado por mandato de - Cobertura Nacional - Pluraliza las
Memoria la CNRR para contribuir - Han entregado varios dimensiones
Histórica (AMH) a la reconstrucción de la informes sobre “casos subjetivas de la
de la CNRR memoria del conflicto, emblemáticos” (Trujillo, violencia y las
(Comisión en particular los hechos El Salado, Bojayá, La dinámicas espaciales
Nacional de asociados con los Rochela, Bahía Portete, del conflicto.
Reparación y grupos armados ilegales Informe de Tierras Caribe - Genera un
Reconciliación) en el marco del proceso Colombiano y El Tigre). relato“explicativo” y
(2007 a la de justicia y Paz “experiencial” de las
fecha) - Se espera tener a
- Conformado por un finales de este año un masacres en el país.
coordinador (Gonzalo consolidado de otros - Otorga papeles
Sánchez) y diecisiete casos emblemáticos que cruciales, pero
investigadores, en den lugar a un relato problemáticos dentro
su gran mayoría integrado del conflicto en de la narrativa, al
académicos. Está Colombia (San Carlos, La testimonio de la
también conformada por India, Género,etc.) víctima y al del
consultores internos y victimario.
externos. - Los informes generan
recomendaciones para
los procesos de verdad,
reparación y justicia.
Fuente: elaboración propia
Capítulo 1. Representar, narrar y tramitar institucionalmente la guerra en Colombia
131

desde múltiples sectores, estrategias de unidad y solidaridad para combatir el crimen


ordinario y el político, frente a los cuales parece el país encontrarse en un callejón sin
salida; donde además, como era común escuchar por entonces “la impunidad reinaba
sin cortapisas”8.

Como bien sabemos hoy, este espacio de expertos, ya no de notables como lo fue
la Investigadora, terminará por realizar un ejercicio taxonómico e higiénico de las
múltiples violencias que azotaban por entonces al país, criticado pero al fin y al cabo
ponderado como ejercicio necesario para el momento. Revelador de cosas, pero ex-
cesivamente tímido con otras. Si a los comisionados del 58 los caracterizó el prurito
de los micropactos, a estos los caracterizará el prurito clasificatorio de las violencias,
bajo el objetivismo científico, propio de la lectura de expertos que quieren posicionar-
se como “intelectuales para la democracia” y no como “demagogos de la guerra”. De
esa apuesta saldrá precisamente el libro Colombia, Violencia y Democracia.

Ahora bien, si los horizontes de futuro inherentes a la Investigadora fueron la pacifi-


cación política y la rehabilitación económica, con la Comisión de Expertos, asistimos
a la producción de unos nuevos relatos de época asociados a la paz negociada, a la
seguridad ciudadana, a los nuevos pactos de nación. Todos ellos propios de narrativas
que coinciden también con un clima discursivo nacional e internacional que encuentra
en la democracia el antídoto a la crisis de sentido de los ochenta.

De otra parte, se deriva del trabajo de los expertos la generación de una lectura de la
sociedad colombiana muy polémica para la época: la de una cultura de la violencia.
Sin embargo, con esta Comisión se posiciona la idea de que para salir de ella, dado
que el atavismo no debe condenarnos eternamente al laberinto de la guerra, basta
con el remedio democrático. Cultura de la violencia y cultura democrática serán dos
de las piezas claves del andamiaje arquitectónico de las narrativas y ofertas de sen-
tido temporal y político de esta comisión, con repercusiones hondas en la interpreta-
ción de lo que somos ahora como nación.

Evaluada en el presente, no podemos más que decir que esta Comisión fue básica-
mente un espacio de consejo técnico para un gobierno técnico con baños de huma-
nismo, que no encontraba la salida a la crisis y que demandó la fabricación y entrega
rápida de un informe especializado y propositivo. En una época en la que había una
ausencia total de pacto nacional y múltiples violencias rondando la vida de los ciu-
dadanos, los expertos tendrán su momento estelar para producir un flash analítico,
que a la vez que lee lo que pasa, genera recomendaciones fáciles de digerir y opera-
cionalizar en política pública. Recomendaciones que servirán para avalar decisiones
gubernamentales en la destinación de fondos sobre problemas de seguridad y orden

8 Cfr. Pardo, R. (1987, mayo 10).Las muertes de la impunidad. El Tiempo.


PARTE II – MEMORIA, CONFLICTO Y OLVIDO
132

público, pero también que serán altamente funcionales al momento nacional, si se


quiere “políticamente correctas”.

Finalmente, tenemos la experiencia de Memoria Histórica. De entrada, esta subcomi-


sión se inserta en el horizonte de un nuevo pacto político para el país: la Seguridad
Democrática; pero también dentro de unas tecnologías burocráticas de trámite huma-
nitario del dolor provocado por el terrorismo: la Ley de Justicia y Paz y la CNRR. Es
decir, es bien diferente a la Comisión del 87 que funcionó en ausencia de un pacto
incluyente para el país, teniendo estrictamente la función de diagnóstico y recomen-
dación en un escenario de violencias múltiples. Pero es si se quiere relativamente
cercana, aunque distante en el tiempo y con naturaleza y alcances bien diferentes,
con la experiencia del 58 y su labor de investigación, recomendación y normalización
dentro de un gran pacto político nacional que la alimentó.

Ahora bien, su inclusión dentro de una doble lógica de macropacto político y de


tecnologías burocráticas de trámite humanitario, le genera potencialidades al gru-
po, pero enormes contradicciones que devienen también en cuestionamientos a
su labor. De una parte, está sujeta por un mandato político que demanda de ella
la generación de una narrativa histórica integradora, que permita explicar, entre
1964 y 2005, el origen y desarrollo de los grupos armados ilegales que dentro de
la lógica simbólica y altamente performativa de la Seguridad Democrática, son los
únicos responsables de la desestabilización de la nación y la sociedad por la vía
del terrorismo. De otra parte, están alimentados por un presupuesto ético, si se
quiere un mandato de compromiso propio de unos intelectuales, que ya no son ni
los “notables del pacto” como lo fueron los del 58, ni tampoco los “intelectuales
para la democracia” como lo fueron los del 87, sino básicamente unos “activistas
teóricos”. Es decir, son un grupo empeñado en reconstruir con cierta autonomía
operativa y ética, pero también cierto prurito y rigor metodológico a partir de lo que
ellos han denominado los casos emblemáticos, la memoria histórica del mapa del
terror en las últimas décadas.

En ese doble horizonte, Memoria Histórica ha sabido sortear su trabajo como un ma-
labarista. Lo hace así, desde comienzos del 2007 y espera seguirlo haciendo hasta el
2012, cuando termine su mandato. Es decir, dentro de un horizonte político simbólico
que edita la historia nacional como una historia de terrorismo, y un horizonte más
operativo y ético para el grupo que los lleva a reconocer el conflicto histórico como
constitutivo de la nación, pero que para ellos tiene una nueva lógica e impronta: las
masacres de población civil. Así, el primer horizonte considera como necesarios y
suficientes, mecanismos de justicia excepcional y transicional como el perdón alter-
nativo, la reparación administrativa, la desmovilización y reinserción de los grupos
armados, y una “narrativa más o menos fiel de su origen”; mientras el segundo hori-
zonte despliega toda una estrategia de reconstrucción literal y ejemplar de ese mapa
del terror provocados por los actores armados, incluyendo al mismo Estado.
Capítulo 1. Representar, narrar y tramitar institucionalmente la guerra en Colombia
133

En términos generales diríamos que Memoria Histórica, acomete la labor de recons-


trucción de ese mapa, en un nuevo escenario institucional para la activación de políti-
cas de memoria para las víctimas. Lo hace, en medio de una guerra de masacres con
altas dosis de políticas de silencio y de unos macrodiscursos que niegan la existencia
de conflicto armado en el país. En este nuevo escenario, importan menos los proyectos
de reingeniería social y modernización para las zonas afectadas y damnificadas, como
se desplegaron a propósito de la Comisión del 58, o menos el discurso de la cultura de
la democracia y la cultura de la paz como fue común a la Comisión del 87. Aquí lo que
importa y demanda atención son los nuevos actores de la guerra: las víctimas inde-
fensas y las comunidades victimizadas. En este sentido, más allá de todas las críticas
reales y potenciales que puedan hacerse a Memoria Histórica, es innegable que por
primera vez en Colombia, surge una preocupación institucional oficial por recuperar la
memoria de esta guerra, priorizando las voces de las víctimas, sus relatos, sus lecturas
del país y sus apuestas de futuro. Lo interesante a mediano y largo plazo sería poder
conjugar la memoria emblemática que están reconstruyendo estos activistas teóricos
con una memoria pública ensamblada por los ciudadanos. Frente a esto último serán
decisivos los ejercicios de memoria no oficiales y las iniciativas no institucionales de
larga data ya en el país, y a las que por razones de espacio no hemos dedicado atención
en esta tesis.

A diferencia de las anteriores comisiones, estamos ante una experiencia conformada


de manera más heterogénea. Emergen también en el ejercicio reconstructivo, otras
voces que no son las de personalidades públicas, las de los notables políticos o las
de los expertos. No hay solamente un ejercicio de diagnóstico de la violencia política
o de las violencias sociales. Creemos que hay también un diagnóstico que conjuga la
macropolítica de la guerra, con la biopolítica de las masacres y que avanza hacia una
micropolítica de las resistencias. Tampoco hablamos exclusivamente de un solo infor-
me especializado, o de un libro memoria, sino de una serie de informes emblemáticos
que mapean el terror y le otorgan un peso importante a memorias más plurales; para
nuestro gusto, con un excesivo prurito clasificatorio aún. Además, al contrario de las
anteriores experiencias, el clima de época que alimenta la tarea de Memoria Históri-
ca, está plagado de diversas narrativas humanitarias y discursos transicionales, de los
cuales no es fácil desprenderse hoy en el país, para tomar distancia crítica y objetiva
sobre sus impactos y alcances.

En esta experiencia en curso, la apuesta de recuperación de sentidos y de trámites


institucionales de las secuelas de la guerra de masacres se está haciendo en medio
de un conflicto que no cesa de mutar. Es decir, de uno que es altamente cambiante y
relativo, que demanda una compleja apuesta ética, política y terapéutica por la me-
moria de las víctimas, los sobrevivientes, los familiares, e incluso los perpetradores,
que vuelven en la narración de esos acontecimientos diez o quince años después de
sucedidos. Precisamente a raíz de este trabajo de Memoria Histórica, se está imagi-
nando un futuro nacional con lecturas distintas, dependiendo de los actores involu-
PARTE II – MEMORIA, CONFLICTO Y OLVIDO
134

crados. Así, desde el gobierno se está planteando como de reconciliación nacional y


de cierre del ciclo del terrorismo. Desde los activistas teóricos, en este caso varios de
los intelectuales que hacen parte de ella, se habla de memorias ejemplares de lucha
contra el olvido que puedan devenir en la generación de escenarios muy focalizados
de posconflicto. Y desde algunos sectores sociales, políticos, académicos y organiza-
cionales preocupa que en el nuevo escenario de reconciliación solo exista un pasado
editado, un presente amañado y un futuro forzado. Finalmente, en la medida que es un
proceso reconstructivo en curso, está ya revelando un buen número de negociaciones
y disputas surgidas desde distintos actores, frente a los alcances políticos, metodoló-
gicos y éticos que puede tener a mediano y largo plazo esta iniciativa.

IV. Nota final


Nuestra lectura en este trabajo ha sido a partir de un ejercicio histórico - hermenéuti-
co, camino que consideramos útil para entender cómo se representa, narra y tramita
institucionalmente una guerra de largo aliento en el país. Quiero anotar finalmente
que este camino también puede servir para analizar otros dispositivos y tramas, no
sólo las comisiones y sus narrativas. Quizá sirva para examinar un poco más densa,
acontecimientos histórica y socialmente en curso, en constante mutación y frente a
los cuales la mayoría de nosotros que escribimos sobre estos temas, nos mostramos
incapaces de trazar una distancia objetiva plena, como investigadores. En este senti-
do, una vía como la propuesta aquí involucra la posibilidad de “hacer sentido” sobre
lo que desde hace mucho viene resultando “inefable”, “innombrable”, “innarrable” de
esta guerra en Colombia.

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Capítulo 2 Es criminal el divorcio
entre la educación que
PEDAGOGÍA DE LA MEMORIA se recibe en una época,
y la época. Educar es de-
Y ENSEÑANZA DE positar en cada hombre
toda la obra humana
que le ha antecedido:
LA HISTORIA RECIENTE1 es hacer a cada hombre
resumen del mundo vi-
Martha Cecilia Herrera Cortés viente, hasta el día en
que vive: es ponerlo a
Profesora titular de la Universidad Pedagógica Nacional (Bogotá-
nivel de su tiempo, para
Colombia). Doctora en Filosofía e Historia de la Educación de la que flote sobre él, pre-
Universidad de Campinas–Brasil. Directora grupo de investiga- parar al hombre para la
ción Educación y Cultura Política. Miembro de la red de investiga- vida.
dores en Educación, Cultura y Política en América Latina. José Martí

Jeritza Merchán Díaz


Co- Investigadora del grupo de investigación genocidio Político contra la Unión Patriótica. Estudiante del Doctorado
Interinstitucional en Educación, Cultura y Desarrollo de la Universidad Pedagógica Nacional. Miembro del grupo de
investigación Educación y Cultura Política, dirigido por Martha Cecilia Herrera Cortés.

Introducción
El tema de la memoria se ha constituido en uno de los más acuciantes en la agenda
pública en las últimas décadas, pautado por un momento histórico en el cual pre-
domina la sensación de un presente que se escapa vertiginoso y cuyas líneas de
continuidad con el pasado y el futuro parecen estar cada vez más desdibujadas. Ello
ha traído como contraparte un sinnúmero de iniciativas con las que se pretende res-
catar las memorias de actores y protagonistas de acontecimientos sobre la historia
reciente, dentro de las cuales se inscribe el interés no solo por la narrativa o literatura

1 Este artículo hace parte de la investigación doctoral titulada Museo Virtual de Memoria de Tiempo Reciente. Conflicto Po-
lítico Colombiano, llevada a cabo por Jeritza Merchán bajo la tutoría de Martha Cecilia Herrera, en el marco del Doctorado
Interinstitucional en Educación, Universidad Pedagógica Nacional (Bogotá). El trabajo hace parte  del proyecto Memorias
de la violencia y formación ético política en jóvenes y maestros, del grupo de Investigación Educación y Cultura Política
(Grupo A1 en Colciencias). Está financiado por el Centro de Investigaciones de la Universidad Pedagógica Nacional, CIUP,
para las vigencias 2011 y 2012 (código: DPG-267-11). En el proyecto se busca indagar sobre memorias de la violencia polí-
tica y su incidencia en la configuración de visiones del mundo, de pautas de subjetivación y de aprendizajes ético-políticos
en diversos escenarios de formación y socialización.
PARTE II – MEMORIA, CONFLICTO Y OLVIDO
138

testimonial, sino cada vez más por la pedagogía de la memoria y la enseñanza de esa
historia reciente no solo de los países Latinoamericanos, sino de algunos europeos,
asiáticos y africanos que ven marcada su historia por la violencia política, el genocidio
y la vulneración derechos humanos.

En el marco de las dictaduras o democracias “restringidas”, encontramos, entre otras,


dos constantes; primera que buena parte de la producción narrativa ha estado moti-
vada por la necesidad de denuncia y esclarecimiento de los vejámenes ocurridos, y
segunda, la urgencia de encontrar posibilidades de recomponer sus historias socio-
culturales con miras a que hechos como los que las lesionan tanto, nunca se vuelvan
a repetir, bajo el entendido que de esas huellas de dolor dejadas en el siglo XX y su
significado en experiencias límites de terror y represión para sociedades concretas y
para la humanidad en general, debemos aprender para evitar que se repitan.

Conforme a estos criterios una pedagogía de la memoria ha de concebirse como espa-


cio posible de circulación de las narrativas de estas realidades, identificando y dando
a conocer procesos que admitan abrir las puertas del dolor en el presente con miras a
reconfigurar el futuro, reconstituyendo y validando una memoria crítica, empoderada
y pública, que se configure ya no desde un dolor impotente, sino uno proyectivo hacia
la reparación integral y el derecho fundamental a la existencia, que como el deseo a
la memoria se fundamente en “una consideración humana y temporalizada del suje-
to constructor de significados con otros, [en donde]pueda facilitar los espacios para
expresar las configuraciones de las identidades en devenir, devenir humano y justo
como memoria cultural y memoria comunicativa” (Osorio, Rubio, 2006). Desde esta
panorámica, se presentan algunas reflexiones sobre el auge y algunos puntos de de-
bate de la memoria y su interés para la historia cultural de la educación.

I. Las preocupaciones actuales por la memoria y el lugar


de la historia cultural de la educación

En la segunda mitad del siglo XX diversas esferas sociales y de conocimiento vuelcan


su interés hacia las modificaciones en la experiencia de la temporalidad humana:
la eclosión de movimientos sociales y procesos de descolonización, discusiones so-
bre el genocidio nazi y acontecimientos históricos a él asociados, entre otros hechos
históricos surgidos en distintas partes del mundo, incluido el continente latinoame-
ricano, contribuyen a ello. Andreas Huyssen (2007) plantea que en las inquietudes
contemporáneas por la memoria “lo que está en cuestión es una transformación lenta
pero tangible de la temporalidad que tiene lugar en nuestras vidas y que se produce,
fundamentalmente, a través de la compleja interacción de fenómenos tales como los
cambios tecnológicos, los medios masivos de comunicación, los nuevos patrones de
consumo y la movilidad global” (pp.28 - 29), fenómenos que han dotado de profunda
Capítulo 2. Pedagogía de la memoria y enseñanza de la historia reciente
139

inestabilidad el tiempo y fracturado el espacio en contraste a cómo eran percibidos


en los siglos antecedentes al proyecto de la modernidad. Lo anterior ha traído, como
contraparte, el miedo al olvido que ha tratado de ser conjurado a través de variadas
estrategias de memorialización consistentes en erigir recordatorios públicos y priva-
dos (p. 24). Como uno de los recursos efectivos contra el olvido, la pedagogía de la
memoria (ora desde la formalidad o la informalidad) dirige su interés hacia la forma-
ción de una “ciudadanía memorial” (Osorio, 2006), que pueda hacer exigibles, en pri-
mer lugar y a ejercer en etapas de consolidación de cambio (dictadura –democracia),
la defensa y promoción de los derechos humanos y en busca de una construcción real
de democracia.

Los discursos de la memoria también han cobrado fuerza debido al surgimiento los
movimientos sociales a favor de la descolonización, Pierre Nora anota que: “Las me-
morias minoritarias se originan principalmente en tres tipos de descolonización: la in-
ternacional, la cual permitió que las sociedades que estaban atrapadas en la opresión
colonial tuvieran acceso a la conciencia histórica y a la rehabilitación (o fabricación)
de las memorias; la descolonización doméstica de las minorías sexuales, sociales,
religiosas y provinciales para las que reafirmar su “memoria” -de hecho, su historia-
es un modo de hacer que su “particularismo” sea reconocido por una comunidad que
les negaba ese derecho; y la descolonización ideológica, la cual reunió a las personas
cuyas memorias habían sido confiscadas, destruidas o manipuladas por regímenes
totalitarios”(2004, p. 3).

La década del 80 es escenario de un gran brote de memoria, pues confluyen diversos


acontecimientos que se convierten en referentes obligados de la historia reciente:
intensificación de los debates sobre el genocidio nazi, en Europa y Estados Unidos;
la caída del Muro de Berlín en 1989 y la reunificación alemana en 1990, entre otros;
la cobertura mediática que se dio de estos hechos propició la discusión en varios
países europeos, en Japón y en Estados Unidos en torno de las codificaciones de
las historias nacionales elaboradas con posterioridad a la Segunda Guerra Mundial
(Huyssen, p. 15). Igualmente, las transformaciones en los países comunistas del Este
europeo, la Unión Soviética, Sudáfrica, Ruanda, Nigeria animados por la búsqueda de
legitimaciones de los nuevos órdenes sociales a ser instaurados o derruidos dieron
pie a políticas de memoria y disputas en torno de ellas.

En este periodo, también en América Latina, el tema de la memoria constituyó de-


bates importantes en el seno de sociedades que se han dado a la tarea de revisar
diversos aspectos sobre su pasado reciente (sistemas dictatoriales, etapas de transi-
ción, instauración de democracias). Aunque Colombia que no se ajusta a esta tipolo-
gía, sin embargo, no hemos sido ajenos a estas dinámicas, porque la emergencia de
memorias, la constitución de subjetividades y los procesos de subjetivación, ocurren
en los distintos espacios en los que interactúan los sujetos y por ende se configuran
experiencias e irrumpen nuevas significaciones sobre lo cultural, lo social y lo político,
PARTE II – MEMORIA, CONFLICTO Y OLVIDO
140

porque es “La diversidad de estrategias y tácticas de subjetivación operadas y desple-


gadas en distintas prácticas, en momentos diferentes y en relación con distintas cla-
sificaciones y diferenciaciones de las personas” (Rose, 1998, p. 37), la que nos lleva a
ampliar los escenarios para su estudio y las fuentes para su rastreo, rompiendo con la
mirada restringida que permeó por largo tiempo la tradición investigativa, influencia-
da por la ideología de los Estados Nacionales y su intencionalidad de instaurar a los
procesos escolares como los que monopolizaban la formación de los sujetos con pers-
pectivas de homogeneizar pensamiento y dirigir el comportamiento de los “buenos
ciudadanos” para que obedezcan y garanticen la permanencia del modelo régimen.

En el caso de las memorias sobre la violencia política, los hechos estudiados en torno
a la historia reciente de América Latina y otros países han dejado al descubierto la
pluralidad y vigencia de múltiples esferas de socialización y subjetivación: cárceles,
campos de concentración, cementerios ilegales, escuelas, familias, iglesias, medios
de comunicación -prensa, cine, tv, radio, internet -, lugares memorialísticos, agrupa-
ciones políticas y redes informales, colectivos artísticos, diversos espacios públicos
de debate y confrontación, son espacios en donde concurren diversos actores, fuerzas
sociales y narrativas que intervienen en la conformación de las subjetividades y de
las memorias sociales que emergen sobre los acontecimientos vividos y sus formas
de significación, instituyéndose como reservorios de aprendizaje social del pasado
reciente de nuestro continente y otros escenarios geográficos, cuyo estudio debe
ser incorporado en las agendas de la investigación histórica en educación desde una
perspectiva cultural.

Bajo este presupuesto, la pedagogía de la memoria, como lo anota Virno (2003) se


proyecta como una de las posibilidades de validar lo humano en lo social y ser en su
quehacer respuesta crítica del orden social en “contextos políticos de significación”,
donde es indispensable configurar ciudadanías memoriales, constituidas por hombres
y mujeres, sujetos también críticos, que deben desde la memoria viva, desnudar el
potencial ideológico de toda estrategia totalizadora que legitime el olvido (Osorio,
Rubio, 2006), con perspectiva de heterogeneización para la formación de ciudadanos
críticos que se resistan a modelos políticos totalitarios y excluyentes.

La historia y, como parte de ella, la historia cultural de la educación, intentan estable-


cer las articulaciones entre representaciones e imaginarios con las prácticas sociales
y ver su incidencia en la configuración de los sujetos en distintos escenarios de for-
mación. En este sentido, la historia cultural de la educación resalta la centralidad de
la experiencia para comprender las prácticas sociales y las formas de constitución de
los sujetos, destacando el papel de la memoria y de la narración para la articulación y
procesamiento de ésta, se trata según Popkewitz, (2003, p. 16) de “una comprensión
del presente y de la memoria colectiva, como el entretejido de múltiples configuracio-
nes históricas que establecen conexiones que configuran el sentido común”, al tiem-
po que lo cultural resulta “un término conveniente para pensar en las configuraciones
Capítulo 2. Pedagogía de la memoria y enseñanza de la historia reciente
141

y conexiones de aspectos colectivamente mediatizados del mundo y el conocimiento,


en su sentido más amplio” (p. 48). Lo educativo alude a la forma como se constituyen
los sujetos en una compleja interacción con otros sujetos y con los distintos dispo-
sitivos y estrategias puestos en juego para la transmisión, continuidad y/o transfor-
mación de los conocimientos disponibles en la sociedad, incluidos los referentes a la
configuración de las subjetividades.

En estos procesos intervienen diversas fuerzas sociales atravesadas por tensionalida-


des en las que están en juego relaciones conflictivas de saber y de poder. En síntesis,
puede decirse que “las culturas de la memoria críticas de la actualidad, con todo su
énfasis en los derechos humanos, en las temáticas de las minorías y del género y en
la revisión de los diversos pasados nacionales e internacionales, están abriendo un
camino para darle nuevos impulsos a la escritura de la historia en una clave diferente”
(Huyssen, 2007, p. 36), movimiento dentro del cual se encuentra también inmersa la
historia de la educación, en tanto se circunscribe en la constitución de subjetividades
y en procesos de subjetivación.

II. Los tiempos polifónicos de la experiencia humana


y el oficio del historiador

Diversos sucesos ocurridos en el siglo XX han obligado a distintos sectores de la so-


ciedad, a la academia y diferentes campos del saber, en especial a la historia, a reac-
tualizar el interés por los aspectos referentes a la memoria y tratar de dar cuenta de
los marcos sociales en los que está inscrita individual y colectivamente (Halbwachs,
1950). Pero no hay que desconocer que en ese interés histórico y para abordar esas
inscripciones han sido trascendentes los aportes disciplinares de la historia cultural,
la psicología social, la sociología y en general estudios de ciencias sociales, y cada
vez más se hacen participes expresiones artísticas y comunicativas.

También debemos señalar que además de reflexiones académicas y disciplinares, las


luchas de los movimientos sociales en las que se reivindican derechos colectivos y se
pugna por el rescate de memorias comunes que los legitimen, cuestionan las historias
oficiales y la forma en que éstas han invisibilizado la existencia, acción y sentir de
ciertos grupos sociales, políticos, étnicos que son, hacen parte y construyen historia.
Es en este marco que la historia oral surge como una de las ramas historiográficas
comprometida en hacer “una historia desde abajo” para recuperar la voz de los ven-
cidos y resituar su lugar en la historia (Aceves, 2006). Igualmente, el giro cultural y
lo que se ha dado en llamar el giro subjetivo, ocurridos en el campo del pensamiento
social a partir de la segunda mitad del siglo XX,reevalúan las representaciones en
torno a las certidumbres proporcionadas por los saberes científicos, incluso llegando
a sospechar del estatuto disciplinar de la historia (Rioux, 1997, p. 355).
PARTE II – MEMORIA, CONFLICTO Y OLVIDO
142

Este conjunto de problemáticas propiciaron un amplio debate sobre las relaciones


historia / memoria en el cual se tomó partido por una u otra categoría y se llegó a se-
ñalar la preeminencia de una de ellas sobre la otra, en especial cuando se trataba de
asuntos referentes a eventos traumáticos. Autores como Paul Ricoeur (2004) abordan
el problema desde las múltiples temporalidades de la experiencia humana sostenien-
do que memoria e historia guardan entre sí nexos complejos, en la medida en que
tienen en común la preocupación por el pasado y pugnan por establecer sentidos en
torno a él; esto lo lleva a tener una posición crítica sobre la memoria y sobre su propio
oficio como historiador. El debate entre historia y memoria no ha sido propiamente
conciliador; no obstante, es preciso señalar que la eclosión de la memoria y la serie
de discursos y prácticas que le han acompañado en las últimas décadas ha permitido
si no romper, sí cuestionar algunos dogmas en el campo del quehacer historiográfico,
algunas de ellos relacionadas con las maneras de concebir las temporalidades de la
experiencia humana.

Como mediadora de estas tensiones, precisamente la pedagogía de la memoria, se


presenta como una posibilidad de abordar desde las prácticas de enseñanza (no ne-
cesariamente formales) esas historias temporales, referenciales, experienciales con
perspectivas de abrirle, con otros sentidos, un futuro al pasado, es decir, haciendo
emerger preguntas, manifestaciones, razones, pero también sentires que dialógica-
mente puedan encontrar en la enseñanza sobre el dolor, el padecimiento, la esperanza
y las condiciones de exigibilidad de derechos a la justicia y la reparación, formas dis-
tintas pero legítimas de abordar y tratar de resolver la pregunta fundamental de lo hu-
mano, interrogante y propósito que en todo espacio y tiempo se ha hecho la educación.

III. Las narrativas de memoria como acción educativa


Atentas a los planteamientos de Graciela Rubio sobre la historicidad y temporali-
dad de los sujetos, podemos decir que siempre estamos abocados a ser transfor-
mados y ser transformadores de esas coyunturas existenciales que están afectadas
por una historia que hemos heredado, pero que a la vez estamos haciendo y que
somos capaces de transformar y prospectar; en este sentido, estamos convencidas
que el proceso de enseñanza y las prácticas pedagógicas pueden ser pensadas como
estrategias eficaces de transmisión de las memorias del pasado reciente (visibilizar
lo inmemorable por la historias oficiales), pero también entenderse y asumirse como
posibilidades de análisis de esos discursos y prácticas de memorias que están dispo-
nibles, que circulan y que nos rodean como sujetos y actores sociales del presente,
pero con una herencia histórica definida por disputas políticas, culturales y sociales
donde los individuos, los grupos, las instituciones participan y construyen sentidos e
interpretaciones que nunca son definitivas ni se clausuran, porque constantemente
se están delineando en el marco de luchas y de relaciones de fuerza, que mutan y se
Capítulo 2. Pedagogía de la memoria y enseñanza de la historia reciente
143

transforman a lo largo del tiempo histórico, cristalizándose en algunos momentos en


relatos que logran grados de legitimidad social (Rubio, 2007, p.1).

La pedagogía de la memoria debe nutrir evocando el reconocimiento de las huellas de


esperanza en la historia, a través de un proceso de reflexión acerca del sentido huma-
no, es decir, orientando su quehacer a rescatar y explicitar los olvidos para recordar
aquello que se ha sumergido pero que está latente en la historia, y sin obviar el rigor
investigativo, poder desde una crítica de la memoria, escuchar la voz y otorgarle la
palabra a los silenciados y hacerlos palabra evocada en un tiempo, el tiempo de los
testigos, de los que cuentan, de los que testimonian, de los que narran y también de
los que callan, para visibilizarlos y hacerlos públicos, a ellos, a sus vivencias, a sus
historias, a sus contextos, para recuperarlos del olvido impuesto.

Esa recuperación atiende a situarlos en un espacio, en un tiempo, en unas dinámicas


socio-culturales, en un horizonte ético y político, porque sus relatos los configuran a
ellos y nos reconfiguran a nosotros mismos al redimensionar nuestra humanidad en
procesos históricos, porque a través de sus testimonios narrativos emanan nuevas pa-
labras (no exclusivamente lingüísticas) que les y nos otorgan un sentido que proviene
desde el olvido y el silencio, pero que los y nos resignifican, cuando su experiencia
vital se hace pública, pues esta liberación de los recuerdos, fortalece la vivencia de-
mocrática como un espacio en que el otro se ha religado, en tanto, aprender a hacer
memoria es aprender otras palabras.

La producción de la narrativa testimonial, documentalismo, historia oral, ficción docu-


mental, testimonio / testimonialismo, literatura de resistencia (Moraña, 1997, p. 5),
esta polisemia es un indicador de la amplia gama que abarca este tipo de producción
y las dificultades de su tratamiento historiográfico, pues sus diversas acepciones de-
notan, a su vez, la naturaleza híbrida que le es característica, pautada por el entre-
cruzamiento de memoria e historia, ficción y realidad, escritor/investigador y testimo-
niante; su uso y valoración como fuente cobra vigor hacia la segunda mitad del siglo
XX al poner de manifiesto esas otras palabras y referirse a elaboraciones basadas
en una declaración dada por un testigo, o alguien que le represente, sobre aconteci-
mientos de carácter social e histórico específicos. Arfuch (2002) se refiere a la amplia
gama de registros que dan cuenta de la intencionalidad de visibilizar las experiencias
de los sujetos, denotando su importancia para el análisis cultural y educativo, campo
de posibilidades que circunscribe a lo que denomina espacio biográfico, en donde se
privilegia lo vivencial, lo íntimo, lo privado. En el campo de la investigación social se
está haciendo un uso prolífico de la narrativa testimonial, en unos casos para utili-
zarla como fuente que ejemplifica los análisis sobre algún fenómeno específico a ser
estudiado, o en otras para tomarla como centro mismo de la investigación. En este
sentido existen posicionamientos diferentes respecto a cómo deben ser usados los
testimonios de esa “memoria de la memoria” y el lugar que ocupan quienes trabajan
con ellos, los siguientes son apenas algunos referentes:
PARTE II – MEMORIA, CONFLICTO Y OLVIDO
144

Luego de la Segunda Guerra Mundial y el reconocimiento del genocidio contra el pue-


blo judío, lo dispuesto en reparación por el Tribunal de Núremberg, lo establecido por
diferentes organismos defensores de Derechos Humanos y en particular la creación
del Estado de Israel, inciden sobre la orientación de políticas educativas relacionadas
con recuperación, divulgación y circulación en torno a este hecho traspasando las
fronteras (comunidad judía) no solo para que lo ocurrido contra este pueblo no vuelva
a repetirse, sino para sancionar cualquier acto de discriminación contra él. Sobre el
genocidio nazi contra los judíos diversas Fundaciones y Organismos han puesto su
empeño en la implementación de modelos y herramientas pedagógicas (cine, museos
de memoria, libros, revistas, cartillas) con el fin de que haya más canales y fuentes
que permitan a las viejas generaciones “no olvidar” y las presentes “saber” y a unas
y a otras “trasmitir” y así garantizar la no repetición.

Experiencias en construcción como la española que en 2008 con la ley de la Memoria


Histórica, reconoce, amplía derechos y establece medidas en favor de quienes pade-
cieron persecución o violencia durante la Guerra Civil y la dictadura, además de otros
procesos de recordación, donde el sector educativo ha sido considerado con especial
interés puesto que fueron muchos los profesores y profesoras abatidos por el régimen
franquista, además contemplar desde la implementación de programas de comunida-
des familiares de educación,deberes de la memoria en la educación, nuevas miradas
historiográficas sobre educación, pequeña memoria recobrada, libros infantiles del
exilio del 39, entre otras estrategias para enseñar la historia de su pasado reciente
(Pinedo, Álvarez, 2006).

En Ruanda, tras los acontecimientos dramáticos suscitados en 1994 por el genocidio


permitido y auspiciado por Bélgica (colonizador), al tensionar las relaciones milenarias
que antes existían entre Tutsis y Hutus, convirtiendo a los primeros en élite e inculcar
en la noción colectiva su superioridad no solo espiritual, sino económica, política y
étnica, lo cual propició el odio de los Hutus hasta llevarlos a cruentos enfrentamien-
tos en una guerra sin cuartel que dejó en cien días más de un millón de muertos e
incalculables heridas sociales, emocionales, materiales, individuales y colectivas; en
este contexto el sistema escolar fue material y estructuralmente arrasado, numerosos
profesores se murieron o se fueron al exilio, las escuelas destruidas, los estudiantes
masacrados y la totalidad de la población desescolarizada. Solo hasta 1995 comien-
zan a reconstruirse algunas escuelas para la población menor, bajo la influencia de la
iglesia y en esa reconstrucción la enseñanza de su historia presente ha sido funda-
mental para tratar de rehacer lazos y espacios de convivencia entre Hutus y Tutsis que
ahora se reconocen como Ruandeses (AIF, 2007).

En Camboya, el sistema educativo desde la oficialidad se ha utilizado para difundir a los


estudiantes, a la comunidad, a los turistas el genocidio cometido por los Jemeres Rojos,
las escuelas son un lugar indispensable para que no se olvide ese acontecimiento, con
lo cual se pretende bajo la forma de eslogan interiorizar en el imaginario este capítulo
Capítulo 2. Pedagogía de la memoria y enseñanza de la historia reciente
145

de la historia reciente; sin embargo, en este interés hay también un objetivo de ruptura
con los antecedentes que generaron estos crimenes, evidenciando la manera en que la
educación puede ser utilizada como herramienta de evocación y olvido de lo que se con-
sidera memoriable y no memorable; ahí que una reestructuración de los programas de
estudio se orienta a lograr que la población joven e infante conozca los detalles del régi-
men genocida (1975-1979), sobre el que hasta hace poco no se enseñaba formalmente,
sino por tradición oral y fuera de los establecimientos educativos (Carmichael, 2009).

América Latina también presenta puntos emergentes de memoria de historia reciente


que nos permite nuestra reconfiguración como continente y como sociedades, ora-
apabulladas por las dictaduras, ora en transición, por lo menos desde lo formal, para-
transitar hacia la consolidación democrática. En estos procesos el ámbito educativo
ha estado presente, por ejemplo, en Argentina el programa Educación y Memoria, el
Ministerio de Educación de la Ciudad de Buenos Aires, han pretendido impulsar la
recuperación de la memoria sobre los acontecimientos de la última dictadura militar y
fortalecer los lazos que vinculan la experiencia pasada con los sentidos del presente y
el futuro, en un ambiente de democracia y respeto a los derechos humanos.

Esta iniciativa, aseguran, parte de una concepción amplia de la memoria, es decir,


como una práctica que comprende un conjunto de acciones materiales y simbólicas
tendientes a construir una narrativa de lo sucedido, la cual se orienta por las nece-
sarias preguntas del presente y desafíos urgentes de respuestas para consolidar un
futuro proyectado bajo los criterios de convivencia, respeto y afianzada democracia
(Jelin, Lorenz, 2004).

Guatemala, nos muestra que las consecuencias destructivas dejadas por más de 30
años de guerra interna y el hecho de ser un país mayoritariamente indígena incide
para que los problemas en la calidad educativa aumenten, pues a la escasez de maes-
tros bilingües, se suma la inasistencia tanto del cuerpo docente como de estudiantes
por no tener condiciones para su permanencia o movilización a todos los lugares;
así que además de requerir procesos de formación que generen aprendizajes, sobre
saberes específicos de la comunidad, les urge trabajar en el desarrollo de metodoló-
gías que permitan abordar, como temática dentro del proceso educativo, la memoria
histórica vinculada a la guerra y a la violencia sexual contra las mujeres; la exclusión
de los idiomas indígenas; la ausencia de coherencia entre contenidos y contexto, la
ausencia de vínculos entre docentes y comunidades, entre otros los graves problemas
socioeconómicos que requieren un sistema educativo que los contemple, los analice y
se oriente a solucionarlos en parte formando tanto al profesorado como estudiantado
de educación básica y de institutos; elaborando guías didácticas para unos y para
otros y sensibilización social sobre la memoria histórica y la violencia ejercida sobre
todos los sectores de la población, todo ello con el ánimo de cumplir el principal obje-
tivo: promover una nueva convivencia basada en el respeto y valores orientados a la
construcción de la paz (Leal, 1997).
PARTE II – MEMORIA, CONFLICTO Y OLVIDO
146

El caso colombiano se presenta en un contexto político en donde los intentos de so-


lución a un conflicto de larga duración no se han dado, de ahí que no haya políticas
oficiales para que la educación implemente en sus modelos, leyes y reformas, el estu-
dio del conflicto, ni mucho menos estrategias pedagógicas de trasmisión de memoria
y propuestas de reparación. Por el contrario en escenarios concretos, los programas
escolares o intereses de docentes que lo han querido hacer muchas veces son crimi-
nalizados tanto por la justicia estatal como por ejércitos privados sindicándolos otrora
de subversivos ahora de terroristas, es decir, también el ejercicio y desempeño de
quienes enseñan son parte en el conflicto.

Aunque desde su constitución como República, Colombia se ha denominado democrá-


tica y desde 1991 pluriétnica y multicultural, la circulación de diferentes saberes, cos-
movisiones, conocimientos y formas de vida, la guerra general, el control de zonas por
fuerzas específicas que se alternan el poder, la imposición de un discurso oficialista,
ni siquiera posibilitan las discusiones sobre el papel de la educación como vehículo
de procesos de memoria y por ende de recomposición social. Este interés ha sido de
la academia, de diversas investigaciones promovidas por ONG, por organizaciones
cívico-culturales, interesadas en promover estrategias de educación de la memoria,
educación para la paz, educación para la reconciliación, educación para restablecer
tejido social, sin embargo, se ven abocadas a implementar sus modelos didácticos
y pedagógicos de manera extracurricular o en programas de educación informal. No
obstante este panorama, hoy la Ley de Víctimas, Art.149, ordinal e.) dice que el Estado
Colombiano adoptará, entre otras, como garantías de no repetición la creación de una
pedagogía social que promueva los valores constitucionales que fundan la reconcilia-
ción en relación con los hechos acaecidos en la verdad histórica, esa que todavía no
conocemos, porque las voces de las víctimas no se han escuchado, ni siquiera para la
promulgación de dicha ley.

IV. Narrativas testimoniales de la memoria


El horizonte para la construcción o consolidación de la democracia se despeja cuando
las sociedades se fortalecen y reconstruyen conociendo y reconociendo sus histo-
rias, y, como ya se ha señalado, la historia viva, narrada, sentida y testificada, es la
memoria; entenderlo así es propiciar la consolidación de esa ciudadanía memorial y
por ende democrática, pues sociedades capaces de contar verdades, aplicar justicia,
reparar daños y pactar “Nunca Más”, estarán preparadas para asumir el olvido, no
impuesto sino consensuado y necesario para seguir viviendo. Esa construcción de ciu-
dadanía depende en mucho de la reconstrucción ética de su discurso; el dar sentido a
las palabras acalladas, el otorgar voz a los silenciados implica que un proyecto social
democrático configure escenarios de comunicación y de enseñanza.
Capítulo 2. Pedagogía de la memoria y enseñanza de la historia reciente
147

Entender que una pedagogía de la memoria requiere analizar críticamente la “memo-


ria de la memoria”, es entre otras cosas, abordar la producción narrativa y gramatical
de esas memorias, lo que puede hacerse desde prácticas conservadoras y convencio-
nales o por el contrario puede asumirse desde espectros transformadores, es decir,
podemos seguir imaginando que nuestra historia nos la narran discursos, contenidos,
simbologías y medios de transmisión de un sentido de pasado y siempre de futuro
con un discurso emanado desde la oficialidad; o por el contrario debemos asumirla,
conocerla, reconstruirla y accionarla desde el presente sin desconocer el pasado pero
proyectando el futuro, lo que implica incluir diversas voces que recuerdan, nombran,
significan y le dan sentido a un pasado individual pero con un fondo de experiencia y
vivencia de presente colectivo.

Así que una pedagogía de la memoria es indispensable para trascender de esos ol-
vidos patológicos a unos olvidos que transiten socialmente por la memoria, la his-
toria y la política, de hecho por eso exige nuevas formas de enseñanza que gesten
transformación de mentalidades, ejercicio de justicia y materialización de derechos,
el de la memoria como patrimonio de los pueblos, por supuesto; pero al tenor de
éste los concomitantes fundamentales, colectivos y sociales, pues el hacer, rescatar,
promover, disputar y enseñar memoria implica necesariamente transformar el pen-
samiento de los sujetos, pero también las estructuras sociales, políticas y culturales
donde éstos conviven; no pueden proyectarse ciudadanos demócratas bajo regímenes
antidemocráticos; hombres libres bajo las ataduras de la tradición de política exclu-
yentes; sociedades justas bajo mantos totales de impunidad. Una pedagogía de la
memoria tiene como propósito rebasar la evocación del recuerdo y dinamizar procesos
de transformación integral del ser humano, de sus pactos sociales, de sus entornos-
culturales y de sus formas de interrelación vital.

En América Latina la pedagogía de la memoria y la enseñanza de historia reciente de-


ben incluir las distintas narrativas que dan cuenta de las prácticas de terror impuestas
por las dictaduras en el Cono Sur y de otros gobiernos con democracia restringida.
La gama de aspectos a considerar sobre cómo se dieron estas prácticas y los dis-
tintos puntos de dispersión y fugas que encontraron las subjetividades sometidas a
ellas, encuentran formas de expresión en las narrativas testimoniales que empezaron
a circular nutriendo las memorias sociales sobre los recuerdos y olvidos de quienes
estuvieron inmersos en los diversos acontecimientos de violencia política que han
marcado la historia reciente del continente.

Víctimas, amigos, familiares e hijos de desaparecidos comenzaron a narrar sus expe-


riencias, en un primer momento de manera fragmentada e inconexa y, en momentos
posteriores, con formas más elaboradas y lenguajes cada vez más plurales, dando
a conocer los dispositivos de represión puestos en marcha y las modalidades como
los sujetos se enfrentaron a ellos y constituyeron sus subjetividades bajo su sombra,
dejando entrever las múltiples temporalidades de la experiencia y los deslizamientos
PARTE II – MEMORIA, CONFLICTO Y OLVIDO
148

entre pasado, presente y futuro en la búsqueda de sentidos posibles de existencia.


Igualmente tiene que asumir fuentes de enseñanza diferentes a las ofrecidas tradi-
cionalmente y hacer de registros literarios, cinematográficos, artes plásticas, docu-
mentales y las diferentes formas de testimonios, los textos de consulta principales,
porque atendiendo a lo dicho por Nora Strejilevich (1991) “La dictadura asesinó in-
dividuos, colectividades y movimientos sociales y separarse de ella presupone un
proceso de reflexión y crítica basado en la memoria. Los testimonios son intentos
de lidiar con la pérdida, no sólo de vidas sino de una forma de vida y entusiasmo.
Si bien se elaboran desde la subjetividad, configuran la memoria colectiva ya que
el testimonialista documenta una época, una cultura, una forma de resistencia, un
imaginario” (p. 47) y en estos nuevos lenguajes narrativos se propende por establecer
articulaciones entre los procesos de reconstrucción de las subjetividades afectadas
y las nuevas generaciones que se buscan a sí mismas elaborando comprensiones y
significaciones con base en esa memorias rescatadas de quienes fueron acallados por
pretender sociedades distintas.

Colombia esa pedagogía tiene que dar cuenta de que en contraste con los países del
Cono Sur, este país no atravesó por períodos dictatoriales en las décadas del 70 y 80,
pero sí contó con regímenes de democracia restringida en los que se ejerció la repre-
sión política por parte del Estado, en el marco de las Políticas de Seguridad Nacional
implantadas por Estados Unidos para toda América Latina, y aunque se diga que ésta
no alcanzó las dimensiones totalizantes de las modalidades impuestas en los países
del Cono Sur en los que “la desaparición y el campo de concentración-exterminio
dejaron de ser una de las formas de represión para convertirse en la modalidad repre-
siva del poder ejecutada de manera directa desde las instituciones militares”, si ha
generado muchas más víctimas.

También debe poner en cuestión el hecho de que los países del Cono Sur lograron
tránsitos, así sea problemáticos, hacia sociedades democráticas que permitieron en-
frentar los problemas de la dictadura y llevar a cabo procesos de justicia y reparación
social respecto a los hechos sucedidos en estas décadas y distanciarse de formas de
gobierno dictatoriales como opción para la organización social; que no es este el caso
de Colombia en el que los conflictos políticos generados desde la década del 70, han
encontrado soluciones parciales y la mayoría de ellos se ha escalonado en las déca-
das subsiguientes, a la luz de las nuevas condiciones coyunturales y del surgimiento
de nuevos actores. Así, en la actualidad se registra un conflicto armado irregular en
el cual están comprometidos grupos guerrilleros, paramilitares, narcotráfico y fuerzas
estatales que siembran el terror y la desolación en amplios sectores de la población.
La guerra sucia, el terrorismo de Estado y la multiplicidad de actores del conflicto,
han puesto en entredicho las características democráticas de las instituciones y sus
dificultades para la tramitación de la violencia, así como las formas corrientes de
comprensión de estos fenómenos por parte de la sociedad.
Capítulo 2. Pedagogía de la memoria y enseñanza de la historia reciente
149

En este contexto, las masacres y los desplazamientos forzados se han multiplicado sin
despertar el rechazo y la indignación por parte de la sociedad, generándose más bien,
al decir de los analistas, la indiferencia y el olvido. En este escenario, la narrativa tes-
timonial ha encontrado diversos canales de expresión como parte importante de los
vehículos de la memoria sobre acontecimientos referentes a la violencia política y a
las disputas que se dan en torno a ellos, que al igual que lo ya señalado en otros ámbi-
tos, se constituyen como fuente de enseñanza. Veamos algunos ejemplos al respecto.

Vélez (2003) presenta un estudio sobre la literatura testimonial en torno a violencia


y memoria a lo largo del siglo XX y comienzos del XXI, interrogándose alrededor de
la hipótesis corriente dentro de los analistas políticos sobre la falta de memoria de
los colombianos respecto a hechos de violencia política y, por tanto, a la imposibi-
lidad de elaborar duelos y relatos colectivos que permitan situar las vivencias en
marcos de comprensión que viabilicen la reconfiguración de las subjetividades dentro
de contextos sociales y culturales (Pecaut, 1998; 2004). Elvira Sánchez Blake (2010)
analiza las tendencias de las narrativas de mujeres sobre el conflicto armado en las
décadas del 80 y 90, clasificándolas en reportajes, autobiografías y narrativas mixtas.
En esta tendencia la autora reseña dos trabajos escritos por María Eugenia Vásquez
y Vera Grave, ex-guerrilleras pertenecientes al grupo M-19, movimiento que al igual
que otros grupos armados de izquierda, firmó un acuerdo de paz, desmovilización y
reinserción, a comienzos de los 90.

Estas narrativas ayudan a reconfigurar las subjetividades de las autoras, a partir del
examen de sus trayectorias biográficas y políticas, sometidas a las tensiones del nue-
vo momento en el cual sus identidades ya no están atravesadas por las armas como
mediación para su accionar en el terreno político, pero necesitan encajar en ellas
sus actuaciones pasadas a la luz del proyecto político de lucha por la justicia social
al cual se adscribía su militancia, debiendo enfrentar, al mismo tiempo, los estigmas
sociales que estas trayectorias acarrearon en su reinserción a la sociedad. “Enten-
derme como parte de una historia y heredera de una cultura, le imprimió valor a una
actividad como la subversiva socialmente satanizada y, simultáneamente, le dio valor
a mi vida” (Vásquez, 1998).

También el genocidio de la Unión Patriótica ha contado con narrativas testimoniales


en la apuesta por no dejar olvidar su memoria. Iván Ortiz y Jeritza Merchán (2006),
reconstruyen la narración de Sebastián González, un miembro de la UP sobreviviente,
bajo el convencimiento de que su historia personal como militante ayuda a recons-
truir también la memoria colectiva de las luchas sociales por consolidar movimientos
legales de oposición en el país. “Con lo ocurrido a la UP es muy difícil recuperar la
confianza en un proceso de paz, puesto que los grupos alzados en armas siempre
recordarán cuál ha sido la actitud del Estado colombiano cuando se trata de ejercer la
resistencia desde lo político”, dice en uno de sus apartados el testimoniante (p. 65).
Ortiz y Merchán también publican en el 2008 el texto Memoria Narrada, Narración de
PARTE II – MEMORIA, CONFLICTO Y OLVIDO
150

una historia, con base en testimonios, en su propósito de contribuir a crear memoria


colectiva sobre este acontecimiento histórico. El Baile Rojo (2003), documental de
Yesid Santos, cuyo título corresponde a uno de los cinco planes de exterminio dise-
ñados para acabar con este movimiento político, recoge testimonios de víctimas y so-
brevivientes del genocidio, buena parte de ellos en el exilio. También Simón y Moruno
llevaron a cabo un documental, Volver a Nacer (2008) en torno a los testimonios de 20
exiliados en España. Estos dos documentales fueron publicados también como libros.
Uno de los exiliados en España dice en el documental de Simón y Moruno: “Siento
que tengo un vacío que todavía no lo puedo llenar sino cuando esté nuevamente en
Colombia… Le digo a mis hijas: esperemos un poco, bajaré el perfil pero yo creo que
yo nací con una enfermedad congénita que es lucha social y moriré con ella”.

En el 2005 el gobierno nacional creó el Grupo de Memoria Histórica como parte de la


Comisión Nacional de Reparación y Reconciliación (CNRR), por medio de la Ley 975
que pretende “facilitar los procesos de paz y la reincorporación individual o colectiva
a la vida civil de miembros de grupos armados al margen de la ley, garantizando los
derechos de las víctimas a la verdad, la justicia y la reparación”. En este escenario,
el GMH ha emprendido una serie de investigaciones y actividades con comunidades
afectadas por el conflicto, procurando acopiar “diferentes memorias de la violencia,
con un enfoque diferencial y una opción preferencial por las víctimas y por aquellas
minorías que han sido suprimidas o silenciadas”, seleccionando casos emblemáticos
de la violencia relativa al conflicto armado como son: El Salado, Bojayá, La Rochela,
Segovia, Trujillo, entre otros (CNRV, 2008, p. 14).

Los análisis hechos con base en estudios socio-históricos y en los testimonios reco-
gidos giran en torno del esclarecimiento de los móviles de varias de las masacres
(algunas de ellas relacionadas con el aniquilamiento de la UP y sus simpatizantes),
señalando cómo en varias de ellas se puso en marcha una estrategia autoproclamada
como contrainsurgente y alimentada en “una retórica de la purificación y la asepsia
social que le sirve de legitimación frente a algunos sectores del entorno social” y cu-
yos objetivos eran el “sometimiento, desplazamiento y eliminación de determinados
sectores de la población, o una determinada colectividad. Es la imposición a sangre
y fuego de una determinada visión del orden o de la sociedad” (CNRV, 2008, p. 17).
“Con el pretexto de una estrategia contrainsurgente se fundará en Trujillo una de
las variantes del paramilitarismo: la alianza de agentes del Estado con actores loca-
les o regionales, en este caso del narcotráfico, que perciben a la guerrilla como una
amenaza a su poder (…) y que en su arremetida sangrienta la emprendieron contra
inermes y humildes pobladores que no alcanzan a descifrar la irracionalidad con que
se les perseguía” (CNRV, 2008, p. 17). “La historia y la memoria de Trujillo se pueden
reconstruir y narrar hoy como un testimonio de impunidad acumulada y tolerada por el
Estado y la sociedad colombiana” (CNRV, 2008, p. 301). A pesar de este diagnóstico
el informe alude a una nueva coyuntura que pugna por posicionar los trabajos de la
memoria en el espacio público: “Muchas cosas están pasando en Colombia hoy. Y
Capítulo 2. Pedagogía de la memoria y enseñanza de la historia reciente
151

una de las más importantes es que pese a las estructuras del miedo, las víctimas, la
sociedad y las instituciones han comenzado a hablar. Es tiempo de hacer memoria”
(CNRV, 2008, p.29).

Entre 2005 y 2010 un grupo de organizaciones llevó a cabo un proyecto que convocó a
varios sectores del país a contar sus vivencias sobre la violencia (www.desdeadentro.
info). En el libro publicado sobre sus resultados se incluye, además de los relatos re-
cogidos a través de procesos de intervención escritural y social, un análisis sobre las
diversas narrativas del conflicto provenientes de la academia, la prensa y los medios,
la investigación periodística, la televisión de ficción, el cine, así como de testimonios,
biografías o literatura del yo. Al referirse a esta última categoría, los autores afirman
que en la última década se impuso este género para contar la guerra, al cual han
acudido tanto víctimas como victimarios.

V. A manera de conclusión
Podemos aseverar que la violencia política, con sus modulaciones particulares en los
distintos países, ha sido una de las problemáticas que ha marcado buena parte de las
dinámicas sociales así como de las experiencias y la constitución de los sujetos en la
historia reciente del continente y del mundo. Este contexto y su compleja problemá-
tica han propiciado interrogantes sobre las memorias en torno de estos hechos y de
su incidencia en las sociedades, a la manera como estas memorias han sido trans-
mitidas, preservadas y reelaboradas, al papel de los lazos generacionales en torno a
ellas, a sus repercusiones en los procesos de formación de sujetos, así como al papel
jugado por las instituciones educativas en la generación de prácticas relacionadas
con políticas de la memoria.

El análisis de las prácticas sociales sobre violencia política y las experiencias de los
sujetos dejan ver las múltiples esferas de socialización y subjetivación que entran en
juego en su constitución, dentro de las cuales se cuentan instituciones típicamente
disciplinarias como cárceles, campos de concentración, escuelas, familias, iglesia,
hasta espacios más difusos como los medios de comunicación, o esferas de participa-
ción política y cultural como agrupaciones y redes informales, o colectivos artísticos,
así como los variados espacios públicos de debate y confrontación en los que las
manifestaciones callejeras han tenido gran relevancia.

La Memoria como campo de trabajo pedagógico gira en torno a la reconstrucción de


sociedades que se han visto resquebrajadas y lesionadas por los conflictos de índole
socio-política en los cuales se ha acallado física, simbólica, histórica y políticamente
la voz de infinidad de sujetos, por eso es tan importante asumir el reto desde una
pedagogía de la memoria para propiciar escenarios de reconfiguración en los que a
partir de diversas narrativas se abran posibilidades de conocimiento, reconocimiento
PARTE II – MEMORIA, CONFLICTO Y OLVIDO
152

y transformación histórico-social; en donde seamos capaces de asumir el reto de di-


námicas de investigación y enseñanza que intenten más la explicación de motivos que
de causas y consecuencias intransferibles; en donde se propicien aperturas dialógicas
que descentren los conceptos de razón y verdad impuestos desde la univocacidad de
la fuerza de quien las impone (modelos políticos, económicos, ideológicos); que visibi-
lice y reconozca desde la reflexión el descubrimiento de otros plurales étnica, política,
socialmente y vitalmente.

El reto implica tener claro que la enseñanza del pasado reciente, entre otros aspectos,
debe provocar acontecimientos desde el quehacer pedagógico.
• Asumiendo que la disponibilidad para conocer el pasado supone la narración
crítica de éste, para que su evocación en el presente reconozca las herencias
de ese pasado, pero también las cercas del presente (qué se cuenta, cómo se
cuenta; qué no se ha contado y por qué no se ha contado; desde dónde y hacia
quienes se cuenta; PARA QUÉ se cuenta).
• Rompiendo epistemológicamente con esquemas instalados de verdad, legiti-
midad, certeza, validez y fundamentaciones naturales de lo que ha sido y debe
ser.
• Abriendo posibilidades para reflexiones críticas desde lo ético y lo político
sobre ese pasado reciente, de manera que las nuevas generaciones que están
siendo formadas se asuman como ciudadanos partícipes de esas historias des-
cubiertas, y no como meros observadores y escuchas pasivos de ellas.
• Considerando que al enseñar los acontecimientos del pasado, éstos se deben
reconfigurar en el escenario pedagógico, para darles sentido en el presente,
no con el ánimo de alterar su verdad, sino para reinterpretarla y así otorgarle
voz, imagen, lugar histórico a otros que han sido invisibilizados como sujetos
vitales y presentes en la dinámica de esos acontecimientos que se quieren
enseñar.
• Entendiendo que el papel de la memoria tiene sentido político en tanto bus-
ca rememorar para transformar. Evocar para no olvidar. No olvidar para exigir
justicia. Hacer justicia para sanar. Sanar para configurar otras formas de ser y
hacer ciudadanos.
• Teniendo claro que hacer memoria sobre los dolores y fracturas consecuencia
del desconocimiento y la vulneración de derechos, implica construir historia
sobre la exigencia, el respeto y la materialización de los mismos.
Capítulo 2. Pedagogía de la memoria y enseñanza de la historia reciente
153

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Capítulo 3 Entonces por primera
vez nos damos cuenta
PEDAGOGÍA DE LA MEMORIA de que nuestra lengua
no tiene palabras para
Y DE LA ALTERIDAD expresar esta ofensa,
la destrucción de un
hombre. En un instan-
EN UN PAIS AMNÉSICO te, con intuición casi
profética, se nos ha
Y ANESTESIADO revelado la realidad:
hemos llegado al fon-
do. Más bajo no puede
Clara Castro llegarse: una condición
Trabajadora Social de la Universidad Nacional de Colombia. Integrante de la humana más miserable
Corporación AVRE. Especialista en Actuaciones Psicosociales en Contextos de no existe, y no puede
violencia política y catástrofes de la Universidad Complutense de Madrid. Es- imaginarse. No tene-
tudiante de la Maestría en Educación de la Universidad Pedagógica Nacional.
mos nada nuestro: nos
han quitado las ropas,
los zapatos, hasta los
Piedad Ortega cabellos; si hablamos
Profesora de la Maestría en Educación y de la Licenciatura en Educación Co- no nos escucharán, y si
munitaria con énfasis en DDHH de la Universidad Pedagógica Nacional. Doc- nos escuchasen no nos
toranda en Teoría de la Educación y Pedagogía Social de la UNED – España. entenderían. Nos qui-
tarán hasta el nombre:
y si queremos conser-
Pablo Vargas varlo deberemos en-
Psicopedagogo de la Universidad Pedagógica Nacional con estudios en Filoso- contrar en nosotros la
fía de la Universidad Nacional de Colombia. Estudiante Maestría en Educación. fuerza de obrar de tal
Becario de Colciencias. manera que, detrás del
nombre, algo nuestro,
algo de lo que hemos
Investigadores del Grupo de Educación y Cultura Política Universidad Pedagó-
sido, permanezca.
gica Nacional
Primo Levi.

Introducción
Esta ponencia se inscribe en una de las producciones del proyecto de Investigación
“Memoria de la violencia política y formación ético- política de jóvenes y maestros”1
Proyecto agenciado por el Grupo de Investigación Educación y Cultura Política. Par-
ticularmente en este texto queremos presentar una reflexión sobre los sentidos de

1 Proyecto financiado por el Centro de Investigaciones de la Universidad Pedagógica Nacional para la vigencia 2011- 2012.
Bogotá.
PARTE II – MEMORIA, CONFLICTO Y OLVIDO
158

construir una pedagogía de la memoria y de la alteridad2 en la configuración de sub-


jetividades afectadas por un contexto de la violencia política, al que además se le
suman condiciones estructurales de exclusión y desigualdad en múltiples órdenes3.
El texto se estructura en dos apartados: el primero referencia una cartografía sobre
la violencia política en relación con el lugar de las víctimas en este contexto, y en
el segundo se explicitan algunas problematizaciones en torno a la formación ética
-política que posibiliten construir unos trazos sobre una pedagogía de la memoria y
de la alteridad.

I. Una cartografía sobre la violencia política y el lugar


de las víctimas en este contexto
“Los conflictos del presente no son conflictos con palabras y con argumentaciones.
Son más bien conflictos mudos en los cuales los actos de terror sustituyen las palabras”.
María Teresa Uribe.

En Colombia hablar de víctimas implica remitirnos a un contexto caracterizado por


una prolongada situación de violencia política y conflicto armado interno, expresado
en violaciones masivas y sistemáticas de los derechos humanos, las cuales se han
visto agravadas por el mantenimiento de condiciones de impunidad ante los crímenes
cometidos. De esta manera, pensar en la construcción de una pedagogía de la memo-
ria y de la alteridad nos exige ubicarnos en un contexto en donde sigue presente la
amenaza, el silenciamiento, la estigmatización y la fragmentación social y nos invita
a la realización de un ejercicio analítico en dos ámbitos de reflexión: el primero sobre
los procesos de resignificación y dotación de sentido de los hechos por parte de las
víctimas, y el segundo en relación a las condiciones políticas y sociales que posibili-
tan o limitan la emergencia de las narraciones y de la memoria.

Se asume que la memoria es un elemento simbólico que dignifica a las víctimas y


promulga en el conjunto de la sociedad el reconocimiento de su pasado, posibilitando
la no repetición de los hechos que vulneraron los derechos fundamentales de la po-
blación, sin embargo, el contexto colombiano, continúa generando varias preguntas
sobre los contenidos, propósitos y condiciones de los procesos de reconstrucción de

2 Los referentes de análisis se abordan desde la perspectiva de la pedagogía crítica en diálogo con la filosofía de la alteridad
(Lévinas, Ricoeur y Arendt) y la filosofía de la educación (Bárcena, Mélich y Ortega).
3 La exclusión es el proceso de ruptura y quebrantamiento del vínculo social entre el individuo y la sociedad, se sitúa en dos
procesos a veces concomitantes: la reclusión y la expulsión. La desigualdad implica un sistema jerárquico de integración
social caracterizado por el hecho de que aún quien se encuentra en los últimos escalones está adentro y es indispensable.
En Colombia, el incremento de las desigualdades sociales es el resultado de las transformaciones del mundo del trabajo,
de la creciente concentración de la riqueza y de la redefinición del lugar de intervención del Estado en modalidades de
asistencia mínima, donde las poblaciones de los sectores populares no cuentan con protecciones en todos los ámbitos;
algunos reciben planes sociales, pero además de ser precarios son insuficientes y no acogen a toda la población.
Capítulo 3. Pedagogía de la memoria y de la alteridad en un país amnesico y anestesiado
159

la memoria: ¿Cómo es posible que una persona sobreviviente elabore, resignifique y


haga memoria, cuando para el conjunto de la sociedad muchas de las violaciones ni
siquiera ocurrieron?, ¿Cómo posicionar las narraciones de las víctimas en espacios
públicos cuando no hay garantías de seguridad y los crímenes continúan? y ¿Cómo
hablar de memoria cuando el conjunto de la sociedad olvida fácilmente lo que ocurre
en el país y naturaliza la violencia como una forma más de relación?

Estos cuestionamientos orientan el interés de reflexionar sobre la memoria y la al-


teridad en las narraciones y las subjetividades que se producen en un contexto de
violencia política, develando las siguientes problematizaciones:
• La negación de reconocimiento de las personas víctimas de violencia, que
prevalece en medio de la continuidad de las violaciones a los derechos funda-
mentales.
• Los procesos agenciados por las víctimas desde el reconocimiento de sus ca-
pacidades, asumiéndose como sujetos políticos y de derecho.
• El valor ejemplarizante de la historia, no como un asunto exclusivo de las víc-
timas, sino como algo que compete a la sociedad en su conjunto, pues lo que
se ha visto lesionado es en sí lo humano.
• La desvergüenza existente en las estructuras subjetivas y sociales que tienen
como efecto la desresponsabilización en los actos de violencia política en sus
efectos de degradación social y política.
• Las disposiciones, posiciones y actuaciones amnésicas de la sociedad colom-
biana.
• El agenciamiento de proyectos de formación ético-políticos que no hacen reco-
nocimiento del contexto de la violencia política.

De entre estas numerosas problematizaciones y otras más que emergen en el trayecto


de la investigación misma, en el presente escrito nos permitiremos profundizar en las
dos primeras, y a partir de ellas hacer alusión a las demás problematizaciones, que de
seguro se traslapan y yuxtaponen entre sí.

Antes de comenzar con este recorrido consideramos importante aclarar que las vícti-
mas de violencia política, se constituyen en una categoría central del presente análi-
sis, sin querer con ello afirmar que se caractericen por ser una categoría homogénea
y monolítica. La diversidad étnica, cultural, generacional y de género presente en
nuestro país plantea variables diferenciales para abarcar el análisis de la situación
de las víctimas. No obstante, nos referiremos a las mismas ubicando algunos pun-
PARTE II – MEMORIA, CONFLICTO Y OLVIDO
160

tos comunes en los procesos de resignificación y dotación de sentido de los hechos


violentos, teniendo como clave de análisis las condiciones sociales y políticas que
posibilitan o limitan los procesos de memoria y alteridad.

Negación de reconocimiento de las víctimas


en un contexto de violencia política

En Colombia las violaciones sistemáticas y generalizadas de los derechos fundamen-


tales de la población, se han dado a través de crímenes atroces, que buscan acallar
las voces de protesta y los procesos organizativos y de resistencia de sectores socia-
les con apuestas tendientes a la construcción de una sociedad diferente, basada en
principios como la justicia y la dignidad humana. Una de las estrategias utilizadas en
el contexto colombiano para este fin es la violencia política entendida como “aquella
ejercida como medio de lucha político-social, ya sea con el fin de mantener, modificar,
sustituir o destruir un modelo de Estado o de sociedad, o también con el fin de destruir
o reprimir a un grupo humano con identidad dentro de la sociedad por su afinidad
social, política, gremial, étnica, racial, religiosa, cultural o ideológica, esté o no orga-
nizado” (CINEP, 2008, p.5).

Dichas violaciones han estado soportadas en una lógica de negación de reconoci-


miento de los derechos de las víctimas, lo que se expresa en:
• Lecturas parcializadas, fragmentadas e inconexas de la historia nacional: Se
habla de negación de reconocimiento cuando la historia oficial se agota en un
recuento de fechas, héroes y batallas, así como en lecturas inconexas del con-
flicto armado y la violencia política que no logran dar cuenta de las causas, de
las intencionalidades y de la sistematicidad de los hechos atroces y tampoco
de los impactos generados en la población, más aún, cuando “la historia (…)
se puede considerar como una institución destinada a manifestar y preservar la
dimensión temporal de los órdenes del reconocimiento” (Ricoeur, 1997, p.34).
• Reconocimiento de algunas víctimas y negación de otras: Se niega igualmente
el reconocimiento cuando es más fácil reconocer las víctimas de la insurgen-
cia, que aquellas víctimas de crímenes de Estado. De esta manera, en el país
es posible hablar y reconocer el secuestro y el desplazamiento forzado, pero
poco se habla en la historia y desde el discurso gubernamental de crímenes
como la tortura o la desaparición forzada, con fines de eliminación de organi-
zaciones sociales y partidos políticos de oposición en donde las fuerzas del
Estado tienen una responsabilidad.
• El desconocimiento de la legitimidad del accionar de hombres y mujeres perte-
necientes a movimientos sociales: La participación en organizaciones sociales,
defensoras de los Derechos Humanos, sindicales, estudiantiles, procesos de
Capítulo 3. Pedagogía de la memoria y de la alteridad en un país amnesico y anestesiado
161

resistencia civil y defensa del territorio o en partidos políticos de oposición ha


sido vista históricamente desde el Estado como un accionar proclive o auxilia-
dor de la insurgencia. Esta relación se traduce en una justificación que se ha
extendido por varios sectores de la sociedad y esconde el desconocimiento
de los sujetos como seres humanos e interlocutores válidos, que han optado
por esta opción política y de vida. Esta justificación hace que las personas
con estas opciones sean consideradas como enemigos internos, desconocien-
do el carácter civil de sus propuestas y la legitimidad de su accionar, lo que
conlleva a que sean declarados como objetivos militares debido a sus ideas
reformistas, que pueden poner en riesgo el statu quo; y de esta manera, al ser
despojados de su “rostro” pueden ser fácilmente exterminados.
• La negación de los derechos fundamentales cuando las víctimas se revictimi-
zan: La sevicia con la que se han cometido muchos crímenes en Colombia da
cuenta del proceso de deshumanización al que se ha sometido a la población.
Esta situación se complejiza cuando las víctimas vuelven a ser objeto de per-
secuciones, amenazas o de nuevos crímenes, por abanderar procesos de exi-
gencia y reivindicación de sus derechos, lo que causa una situación constante
de incertidumbre y propicia un contexto de re-victimización.
• Reducción de los derechos de las víctimas – No reconocimiento de su inte-
gralidad: Esta negación se ubica en el plano de los derechos a la verdad, la
justicia y la reparación, en la medida en que se ha privilegiado la indemniza-
ción económica a las víctimas, sobre propuestas reales de reparación integral
que busquen en alguna medida resarcir los daños ocasionados por los hechos
violentos, esclarecer lo sucedido y sancionar penal y moralmente a los respon-
sables, en aras de que estos crímenes no se vuelvan a repetir en la historia
de nuestro país y de que existan garantías para la organización y participación
social y política.

Ante estas expresiones, la lucha emprendida por las víctimas cobra toda su vigencia,
pues confronta a la sociedad con la indignación que produce la injusticia, la desi-
gualdad y la ausencia de respeto a la dignidad humana, planteando como exigencia
ético-política el reconocimiento de los derechos a la verdad, la justicia y la reparación
no como un asunto que compete únicamente a las víctimas, sino como propuestas de
reivindicación y reconocimiento colectivas que propenden por cambios estructurales
para superar el mantenimiento de la violencia en nuestro país. Es por esto que se hace
necesario analizar las capacidades de las víctimas y su reconocimiento como sujetos
políticos y de derecho.
PARTE II – MEMORIA, CONFLICTO Y OLVIDO
162

El poder decir y poder contar y contarse4:


Capacidades de las víctimas en medio de la violencia política

Las capacidades de decir, contar y contarse, retomadas de los planteamientos de


Ricoeur en la “Fenomenología del Hombre Capaz”, permiten la reflexión sobre los
procesos de reconocimiento de recursos propios de las víctimas y las posibilidades de
acción a través de un marco de comprensión e interpretación que trasciende su caso
particular y que comienza a hilar intereses y estrategias que se expresan en casos
concretos, pero que hacen parte de acciones sistemáticas y generalizadas. A conti-
nuación algunas reflexiones sobre las posibilidades de dichas capacidades:
• El poder decir: Conlleva el uso de la palabra, (…) parte de la pregunta “quién
habla”, en donde se explicita el agente de la enunciación (…) en situaciones
de interlocución en las que la reflexividad contemporiza con la alteridad: La
palabra pronunciada por uno, es una dirigida a otro; además puede responder
a una interpelación que le haga otro. (Ricoeur, 2006, p. 128)

La violación de derechos fundamentales a partir de hechos violentos trae consigo la


imposición del silenciamiento por medio de la implantación del terror. Esta imposición
tiene varios propósitos:
• La eliminación de procesos de exigencia y reivindicación de derechos (organi-
zativos, artísticos, políticos, de diversidad sexual, entre otras) para desdibujar
la denuncia ante la injusticia, la desigualdad y la exclusión.
• El silenciamiento posterior ligado a la imposibilidad de decir qué fue lo que
sucedió y quiénes fueron los responsables de los hechos, a causa de miedo a
nuevas retaliaciones que coloquen en riesgo a otras personas de la familia o
del colectivo social.
• El silenciamiento de la comunidad y en última instancia de la sociedad, expre-
sado en la imposibilidad de hablar de lo que está sucediendo o de nombrar en
voz alta el actor armado que hace presencia en determinada zona.

4 Es importante señalar que en la narración de las víctimas se pone en escena un recurso terapéutico de gran relevancia,
Para esta propuesta se retoman también algunos planteamientos presentados por J. A. Miller en “Introducción al post-
analítico”, del texto “El peso de los ideales”, editado por Paidós en 1999. Aunque son referidos a la noción de conversación
en el contexto de una institución psicoanalítica, se considera que pueden servir de apoyo para lo que aquí se está propo-
niendo en abordajes pedagógicos –de hecho Paul Ricoeur también traslada la terapia psicoanalítica sobre el duelo al plano
de la memoria colectiva-. Principios orientadores como que i) la conversación supone una comunidad de experiencia, ii) la
comunidad de experiencia es una experiencia hecha de vínculo social, y iii) no hay otro saber que el saber de la búsqueda
de un “siempre por decir” que no se agota en lo dicho, son pilares valiosos para elevar el significado de la narración a la
luz de la memoria, la violencia y la justicia.
Capítulo 3. Pedagogía de la memoria y de la alteridad en un país amnesico y anestesiado
163

Bajo esta lógica la denuncia y la visibilización de las atrocidades y en consecuencia


la participación en organizaciones sociales son vistas como acciones que generan
riesgo.

A esto se suma la desconfianza impuesta por el hecho violento, como manifestación


del impacto individual y colectivo, perpetúa este silenciamiento, en la medida en que
se crea un ambiente en el que no se sabe quién es el otro, por ejemplo por el hecho de
permanecer en el lugar de origen tras la violación y no poder hablar por la presencia
de actores armados o por las relaciones que estos establecen con la población civil
para extraer información.

Pero entonces ¿Cómo es posible retomar esta capacidad de decir? La posibilidad de


encuentro con otras víctimas, que han vivido situaciones similares, ya sea en espa-
cios organizativos o comunitarios, posibilita la construcción de confianza, apoyo y
cercanía en medio de la imposición del silenciamiento y la fragmentación. Este poder
decir lo que sucedió y darse cuenta que no sólo le pasó a un individuo, sino a muchas
personas más, permite una comprensión más amplia de las intencionalidades de la
violencia y restablece a través del tiempo la relación con el otro como un interlocutor,
que me escucha y me interpela5.

Pensar en el poder decir y sus implicaciones en escenarios de argumentación políti-


ca implica comprender esta capacidad como una estrategia para devolverle la voz a
hombres y mujeres que han sido acallados por hechos atroces, evitando aumentar el
riesgo, para las mismas, en las condiciones actuales de contexto. Esto conlleva a que
las víctimas y sus organizaciones contemplen la adopción de medidas de protección
y autoprotección que partan del análisis de las condiciones sociales y políticas que
favorecen y limitan el poder decir, propendiendo de esta manera por la construcción
de herramientas que busquen atenuar el riesgo, siendo conscientes de que no es lo
mismo decir en un contexto post-conflicto, al ejercicio de esta capacidad en medio
del conflicto y la violencia.

Se abre una posibilidad de respuesta de la capacidad de decir gracias a la presión de


organizaciones sociales y de víctimas, para que los derechos a la verdad, la justicia
y la reparación y los procesos de reconstrucción de la memoria histórica, cobren un
lugar en la agenda pública, dando apertura a la participación activa de las víctimas
en la construcción de políticas públicas que favorezcan la restitución de los derechos
vulnerados.

5 En este escenario indagarpor las tramas vinculares que se configuran en medio de estas situaciones es vital por las
posibilidades de reconstrucción y agenciamiento de comunidades emocionales, filiales, políticas que ayudan a sostener a
los sujetos víctimas de la violencia política. Por ello es importante indagar por las producciones vinculares en términos de
gestos, expresiones y prácticas de solidaridad, justicia, acogiday responsabilidad.
PARTE II – MEMORIA, CONFLICTO Y OLVIDO
164

• El poder contar y poder contarse: “En la forma reflexiva del contarse la


identidad personal se proyecta como identidad narrativa (…) en el cruce de
la coherencia que confiere la construcción de la trama y de la discordancia
suscitada por las peripecias de la acción narrada” (Ricoeur, 2006, p. 134).

La narrativa se configura cuando los eventos o acontecimientos son comunicados por


el narrador, en este caso por la víctima, como “un actor moral que a partir del discurso
le otorga un significado y un sentido a una realidad” (Quintero y Ramírez, 2009, p. 39).

La narración da cuenta de un quién que narra y a través del lenguaje comprende la


experiencia del tiempo y del mundo, es decir, organiza la experiencia humana en el
tiempo, por lo tanto, las narraciones son sociales en la medida en que quien narra lo
hace para que otros lo escuchen y con su relato se hace responsable frente a lo que
dice. “La narración entonces nos permite comprendernos y hacernos sujetos históri-
cos, a la vez que nos abre a la idea de proyecto, de ir más allá de las circunstancias del
presente y de los aconteceres de la vida cotidiana”(Prada y Ruiz, 2007, p. 25).

Los testimonios de las víctimas de violencia política evidencian intentos de compren-


sión de lo sucedido y desde allí son recurrentes preguntas como ¿por qué?, ¿quiénes?,
¿qué fue lo que me sucedió? y ¿qué produjo el hecho violento en nuestras vidas?
Sin embargo, el encontrar respuestas a estas preguntas hace parte de un proceso
de elaboración y dotación de sentido en donde el intercambio con otras víctimas y
organizaciones sociales, permite comenzar a develar las intencionalidades que están
detrás de los crímenes, ubicando las responsabilidades y haciendo conciencia de los
impactos emocionales, materiales, físicos, políticos, sociales y culturales ocasiona-
dos por los hechos atroces. Esta comprensión y organización de los hechos facilita la
desculpabilización de las víctimas por lo sucedido, ubicando la responsabilidad en un
tercero y no en sí mismo, re-elaborando testimonios que permitan ir más allá de decir
“a mi marido lo mataron porque yo lo dejé salir esa noche”, “si mi hijo no se hubiera
metido en esa organización no lo hubieran desaparecido”.

La narración de hechos violentos está ligada al dolor y a las pérdidas, “con el recuerdo
empieza el sufrimiento” (Quintero y Ramírez, 2009, p. 38). Por esta razón este proceso
se teje con la mediación del lenguaje, se convierte en un proceso terapéutico, y a su
vez, se constituye en un mecanismo para hacer frente a lo sucedido propiciando el
reconocimiento de recursos propios como las creencias espirituales y culturales, la
organización política, la red social de apoyo, entre otros, que aportan a la recupera-
ción emocional de las víctimas.

Pareciera, entonces, que frente a la continuidad de las violaciones, una alternativa


sigue siendo la organización social y las alianzas con organizaciones nacionales e in-
ternacionales, como forma de rodear los procesos de exigibilidad de derechos, permi-
tiendo así que las narraciones vayan emergiendo poco a poco por medio de testimonios
Capítulo 3. Pedagogía de la memoria y de la alteridad en un país amnesico y anestesiado
165

públicos, la documentación de casos, las galerías de la memoria o las investigaciones


sociales, y continúen presentes como testigos históricos de lo sucedido en nuestro
país, como herramientas de lucha contra el olvido y por preservación de la memoria,
como constancia histórica y sanción moral a los responsables de los crímenes.

Pero hay otra alternativa, aquella que permite trasladar las narraciones y la memoria
sobre la violencia, el dolor de sujetos particulares, que aunque sean muchos siguen
siendo particulares, a un escenario de interpelación y formación cultural masiva capaz
de configurar memorias de horizonte más amplio a propósito de la realidad nacio-
nal. Se trata de la alternativa pedagógica, aquella que puede erigirse en oportunidad
cuando se le observa desde el lente de la memoria y la alteridad.

II. Pedagogía de la memoria y de la alteridad en un país


amnésico y anestesiado
“Sin futuro el presente no sirve para nada.
Es como si no existiese. Puede que la humanidad
acabe consiguiendo vivir sin ojos,
pero entonces dejará de ser la humanidad (…)
Creo que estamos ciegos, ciegos que ven,
Ciegos, que, viendo, no ven”.
J. Saramago.

Pensar en una pedagogía de la memoria y de la alteridad, significa reflexionar sobre


los siguientes interrogantes que interpelan nuestra humanidad: ¿Cómo se concibe al
Otro en escenarios de violencia política? ¿Qué sucede cuando deshumanizo al Otro
convirtiéndolo en mi enemigo o en objeto de desprecio de mi accionar, en alguien que
es necesario exterminar, pues se convierte en un obstáculo o simplemente no es útil
a un sistema de poder que da mayor sentido a la acumulación de riquezas que a la
propia vida? ¿Qué pasa con el Otro cuando no existe un yo que se responsabilice de
sus acciones, cuando existen personas sin rostro que ejecutan acciones en contravía
de la dignidad humana?

En el marco de estas preguntas para una sociedad como la nuestra que convive con
la violencia política, es necesario identificar situaciones en las que el rostro del Otro6
y todo lo que de allí se deriva se asume en permanentes tensiones. La primera de
ellas es la ausencia del rostro a quién se requiere responsabilizar, y la segunda es la
ausencia del rostro de quien me victimiza o a quien victimizo7. Situaciones estas que

6 En la pregunta por el rostro del Otro, nos acompaña Levinas (1991) para quien la subjetividad es entendida como respon-
sabilidad inderogable, responsabilidad convocada por la voz de lo Infinito, siempre despertada y audible desde lo humano
próximo.
7 Al respecto, plantea Lévinas (1991) que el rostro del Otro me indica su presencia, me posibilita hacerme responsable de
PARTE II – MEMORIA, CONFLICTO Y OLVIDO
166

se complejizan ante la existencia de instituciones inmunizadas y amnésicas que se


niegan a reconocer que la tragedia, lo horrible, lo monstruoso y lo bizarro, también
forman parte de la vida humana, sabiendo que lo inhumano forma, en fin, parte de la
condición humana (Bárcena, 2005). Asimismo es un agravante cultural, la prevalencia
de expresiones de desconfianza en la constitución de lazos sociales y la relativización
de límites en los procesos de regulación ética.

Estamos entonces ante un país en el que la alteridad se tramita como un acto de


desprecio y de impudencia. Al respecto expresa Gallo (2008) lo predominante en cada
ser humano ante la cercanía del otro, será la rivalidad, los celos, la hostilidad, la in-
diferencia, el desprecio abierto o velado, la explotación, la exclusión o la segregación
y, en los casos más graves, la degradación directa y desvergonzada, tal como sucede
cuando hay conflicto armado. Estas formas de desprecio al otro, entre las cuales debe
contarse el desplazamiento forzado y el destierro, son las que llevan a su máxima
expresión los agentes de la guerra. Las víctimas del conflicto armado son objeto de
una degradación que avanza hasta convertirlos, como afirmara Kant “únicamente en
medio para mis fines”.

Se trata de situaciones que están marcando un cambio en los sentidos de la vida


individual y colectiva, imponiendo la degradación del sujeto, la desposesión de su dig-
nidad y la inscripción en los excesos, en las rupturas de los límites, en la desresponsa-
bilidad de sí mismo y con el otro. Es por ello que desde la revitalización de la memoria
y de la alteridad se hace necesario la emergencia de expresiones de indignación y de
acciones de restitución de los derechos, para que la historia injusta no se convierta
en rabia paralizadora o violenta, sino en potencialidad y vocación transformadora.

En este escenario una pedagogía de la memoria y de la alteridad se sustentan en


una perspectiva de la pedagogía crítica, la cual es considerada como una filosofía
de la praxis, a partir de la cual se interroga acerca de la problematización del poder,
la historia, la cultura y el contexto, con el interés de señalar como éstos son consti-
tutivos de la subjetividad y de los procesos de socialización ético-política. Se asume
también como un campo de resignificación en torno a los modos de constitución y
socialización de los sujetos (memoria individual y memoria colectiva) y como agen-
ciamiento de los procesos de formación ética-política en diálogo con las configura-
ciones del vínculo social.

él. Pero en ciertas situaciones, la alteridad se rompe cuando el Otro a quien quiero acoger desaparece en su cuerpo y en
su rostro, es un violentamiento contra las relaciones humanas mismas. Para dar cuenta de esta ausencia del Otro, presen-
tamos un fragmento del testimonio de una mujer que perdió a un familiar en circunstancias de violencia política: “Hoy ha
sido difícil. Fui a conseguir el certificado de que mi esposo está desaparecido. No me pueden dar el certificado de que está
muerto porque no hay cuerpo. Dicen que lo podrán hacer en dos años y entonces seré una viuda. Me ha hecho sentir muy
mal. Yo sé que él ya no está, claro, pero hasta ahora no se sentía del todo real. Nunca los perdonaré. Es más enseñaré a
mis hijos a no perdonar. ¿Cómo podría, cuando ni siquiera puedo decirle a mis hijos acá es en dónde descansa (o éste es
el rostro de) su padre?” (http://www.acnur.org/t3/index.php?id=164).
Capítulo 3. Pedagogía de la memoria y de la alteridad en un país amnesico y anestesiado
167

Para nuestra propuesta pedagógica, la relación con el otro, como lo sugiere Bárcena
y Mélich (2000) no es una relación contractual o negociada, no es una relación de
dominación ni de poder, sino de acogimiento. Es una relación ética basada en una
nueva idea de responsabilidad. Es una pedagogía que reconoce que la hospitalidad
precede a la propiedad, porque quien pretende acoger a otro ha sido antes acogido
por la morada que él mismo habita y que cree poseer como algo suyo.

En este sentido, una pedagogía de la memoria significa abordarla desde múltiples


relatos, por eso crea comunidades de memoria en donde se recuerda, se interpreta,
se resignifica, se crean lazos de identidad, pertenencia y compromiso y se aprende
a argumentar, a negociar, a generar sentidos compartidos, de ahí que su articulación
con una pedagogía de la alteridad hace posible que los recuerdos que están en unas
cuantas personas se colectivicen, se enriquezcan, se amplíen, se conviertan en me-
moria colectiva y se mantengan en tanto la memoria es constitutiva de la condición
humana, por ello se inscribe en posiciones enunciativas, en formas de habitar la exis-
tencia social.

Una pedagogía de la memoria y de la alteridad es una práctica democrática sensible


al contexto y políticamente transformadora. El modo en que se experimenta y desig-
na el sentido de la realidad constituye el referente primario para la construcción de
prácticas que son potencialmente políticas y éticas, dados sus fines colocados en
una acción responsable y respondiente del sujeto. De acuerdo con Bárcena a través
de ella respondemos no sólo ante las propias intenciones o convicciones, sino ante
las consecuencias de los actos, cargando con la responsabilidad de las mismas de
antemano (2005, p. 174).

Abordar la alteridad significa asumirla como una pedagogía del nos-otros, constructo-
ra del vínculo, éste “no es primariamente ni contractual ni virtual, es reconocimiento
mutuo de dignidades, en el cuidado del otro en su singularidad material, síquica,
social y corporal (Cullen, 2004, p. 117). En este marco, solidaridad significa una pul-
sión de alteridad, un deseo metafísico por el otro que se encuentra en la exterioridad
del sistema donde reina la tolerancia y la intolerancia (Lévinas, 2001), y por su parte
acoger se entiende como un hacerse-cargo del otro (Dussel8).

Recogiendo estos planteamientos, estas pedagogías se instituyen en un proyecto ético


-político en el que la acción pedagógica se propone como relación con el otro (alteri-
dad) basada en la responsabilidad y en el recogimiento del otro (hospitalidad), catego-
rías necesarias a desplegar en el acto pedagógico como contenido y referente de un
proyecto formativo. La pedagogía para estos tiempos requiere producir la comprensión

8 Reconstrucción del concepto de tolerancia. (de la intolerancia a la solidaridad). (En línea). Disponible: www.afyl.org/
tolerancia-duseel.pdf. Consultado el 11 de julio de 2011.
PARTE II – MEMORIA, CONFLICTO Y OLVIDO
168

del otro desde prácticas reflexivas, hermenéuticas y de compromiso, en ese sentido la


pedagogía introduce el cuidado formativo del otro, es una pedagogía de la solicitud.

Encontramos entonces que si la relación entre ética y política está dada en materia
de responsabilidad y pluralidad, entre acogida y vínculo frente a un Otro diferente,
un Otro que dota de sentido mi humanidad, ¿cómo construir principios ético-políticos
en medio de relaciones de exclusión, marginación, negación y eliminación de la di-
ferencia? Ortega, nos propone tres elementos que a nuestro juicio son claves en la
construcción de caminos posibles hacia horizontes ético-políticos y por lo tanto vale
la pena profundizar en ellos develando algunos de los desafíos desde la propuesta de
una pedagogía de la memoria y de la alteridad. Estos elementos son: La solidaridad
compasiva, el análisis crítico de la realidad y el responder y responsabilizarse con el
otro. Al respecto señala:

Una pedagogía entendida como acto y actitud ética de acogida, nos libera de un
intelectualismo paralizante, y nos obliga a hacer recaer la actuación educativa
no tanto en ideas, creencias y conocimientos cuanto en la persona concreta del
educando. En Lévinas hay una clara voluntad de sustituir la autorreflexión, la auto-
conciencia, fundamento de la ética individualista, por la relación con el otro como
propuesta de una moral alternativa; un distanciamiento de la ética como amor
propio y el anclaje en otra que construye su significado a partir de la relación con
el otro. Esta nueva concepción de la ética tiene unas inevitables consecuencias en
la educación (…) Esto se traduce en el desarrollo de la empatía, del diálogo, de la
capacidad de escucha y atención al otro (estar pendiente del otro), de la solidari-
dad compasiva como condición primera de una relación ética; pero también de la
capacidad de analizar críticamente la realidad del propio entorno desde paráme-
tros de justicia y equidad, de asumir al educando en toda su realidad, porque al
ser humano no se le puede entender si no es en su entorno, en la red de relaciones
que establece con los demás. Ser persona responsable es poder responder del
otro. Y ello no es posible sin la apertura al otro como disposición radical9

La solidaridad compasiva o la relación ética con el rostro de ese Otro que sufre, se ubica
como respuesta, emocionalidad y acogida, así lo referencia Bárcena y Mélich: “Me hago
cargo del otro, cuando lo acojo en mí, cuando le presto atención, cuando doy relevancia
suficiente al otro, a su historia, a su pasado. Así la hospitalidad no se orienta sólo al
futuro, sino que tiene que ver con el pasado que los otros han sufrido” (2000, p. 146).

Aquí es importante rescatar la importancia que estos autores le brindan al pasado


como posibilidad de comprensión ante lo que le ha sucedido a ese Otro, como fuente

9 Ortega, P. La educación moral como pedagogía de la alteridad. (En línea), Disponible: http://www.mercaba.org/
ARTICULOS/E/la_educacion_moral_como_pedagogi.htm Consultado el 24 de septiembre de 2011.
Capítulo 3. Pedagogía de la memoria y de la alteridad en un país amnesico y anestesiado
169

temporal, interpretativa y reflexiva, que hace uso de la narración como recurso para
contar la historia. De esta manera, la solidaridad frente a ese Otro que sufre parte de
otorgarle un lugar privilegiado a la memoria, como forma de dar voz a los silenciados,
de comprender nuestra situación actual y de posibilitar la agencia de sujetos heteró-
nomos –utilizando palabras de Lévinas- capaces de construir “subjetividad humana,
no desde el sujeto individual capaz de decidir cómo debe ser y cómo orientar su vida,
sino desde aquel capaz de dar cuenta de la vida del Otro, cuando responde del Otro,
de su sufrimiento, de su muerte”.

De esta manera, es la solidaridad la que comienza a romper con posturas indiferentes


y justificatorias de los hechos violentos y la que desde la interpretación del pasa-
do, posibilita la comprensión de nuestro presente, develando no sólo las condiciones
estructurales de la violencia que padecemos, sino además los impactos que dicha
violencia ha dejado en las víctimas directas y en el conjunto de nuestra sociedad. De
esta comprensión, se desprenden transformaciones en nuestra relación con el Otro,
que con su presencia nos interpela y nos invita a construir una relación ética-política
basada en la memoria, la justicia y la responsabilidad. De allí que para autores como
Ricoeur exista una relación expresa entre el deber de la memoria y la idea de justicia,
en la medida en que “entre todas las virtudes, la justicia es la que, por excelencia y
por constitución, se dirige hacia el otro. Se puede decir incluso que la justicia consti-
tuye el componente de alteridad de todas las virtudes que ella sustrae al cortocircuito
entre sí mismo y sí mismo. El deber de la memoria es el deber de hacer justicia, me-
diante el recuerdo, a otro distinto de sí” (Ricoeur, 2004, p. 120).

Queda claro entonces que la comprensión del pasado enfatiza entonces en la rela-
ción existente entre pedagogía de la memoria y la alteridad, develando las injusticias
cometidas y posibilitando la realización de lecturas críticas de nuestra realidad que
permitan la constitución de subjetividades ético-políticas inscritas en la historia y en
el reconocimiento de lo subalternizado y excluido. De esta manera, una propuesta
de pedagogía de la memoria y de la alteridad no sólo posibilita la constitución de
subjetividades a partir del reconocimiento del Otro diferente, de sus particularidades
culturales, creencias, historias de vida, sino también partir de las nuevas narrativas
reveladas, históricamente excluidas. Esta relación está marcada por el respeto hacia
ese Otro, con quien se edifica una relación intersubjetiva asimétrica, en donde me
hago responsable del Otro, sin esperar nada a cambio, me hago responsable incluso
antes de elegirlo.

En suma, una pedagogía de la memoria y de la alteridad situada en condiciones y ex-


presiones de violencia política10 le urge trabajar en procesos de formación ético- polí-

10 En este contexto hay dos demandas necesarias de trabajar en torno a las víctimas de la violencia política. La primera,sujetos
que hay que dignificar en relación con los procesos de reparación colectiva. Esta se orienta hacia el restablecimiento de los
derechos vulnerados y a la reparación de los daños ocasionados a las comunidades. Bajo esta perspectiva, la reparación
PARTE II – MEMORIA, CONFLICTO Y OLVIDO
170

tica que posibiliten la reafirmación de la dignidad de las víctimas, restituir derechos,


agenciar dinámicas de constitución de vínculos, reelaborarlas consecuencias de los
actos de crueldad y terror y sus síntomas y efectos en las subjetividades de jóvenes
y adultos que luchan por sobrevivir en medio de la desconfianza, el desprecio, la in-
dolencia, la desvergüenza, el miedo y la venganza, como lo sugiere Barcena y Mélich
“No puede haber futuro sin memoria del pasado. Un futuro sin memoria es un futuro
injusto, inmoral” (2000, p. 31).

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colectiva comprende los componentes de restitución, indemnización, rehabilitación y medidas de satisfacción. Y la segun-
da demanda referida a la restitución del derecho a la verdad y a la justicia.
Capítulo 3. Pedagogía de la memoria y de la alteridad en un país amnesico y anestesiado
171

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Capítulo 4 “A qué horas se perdió
el sentido, eso que lla-
DESPLAZAMIENTO mamos sentido y que
es invisible pero que
FORZADO Y GÉNERO: cuando falta la vida ya
no es vida y lo huma-
no deja de serlo”
EN BUSCA DE LAS HUELLAS Laura Restrepo.

DE LA EXPERIENCIA Delirio.

FEMENINA
DE LA GUERRA1
Lina María Ramírez
Licenciada en Psicología y Pedagogía. Candidata a Magister en Educación de la Universidad Pedagógica Nacional.

I. Desplazamiento forzado en Colombia:


complejidades de un campo en pugna

Referirse al desplazamiento forzado en Colombia se ha convertido en una actividad de


todos los días pero no por eso en un ejercicio reflexivo de rememoración en razón de
la reconstrucción de los lazos sociales; al contrario, el tema aparece cada vez con más
vacios de sentido, convertido en show mediático que trivializa la desolación, la ruina,
el abandono y la desesperanza, es manoseado como excusa por la ultraderecha, por
la vieja izquierda y los independientes.

Esta visión fragmentaria del desplazamiento forzado es el reflejo de la limitada com-


prensión que impera sobre la violencia política y sus consecuencias, en tanto se ha
centrado en construir explicaciones dicotómicas respecto a lo ético y lo moral, expre-
sadas en juicios de valor que diferencian lo bueno y lo malo, restringiendo la proble-

1 El presente artículo se adscribe a los desarrollos del proyecto de investigación “Memoria, mujer y violencia política: em-
prendimientos de memoria de mujeres en condición desplazamiento forzado”. Grupo de Investigación “Educación y Cultura
Política”. Universidad Pedagógica Nacional.
Capítulo 4. Desplazamiento forzado y género: en busca de las huellas de la experiencia femenina de la guerra
173

matización sobre el papel de la violencia en los marcos relacionales de los sujetos con
sus allegados y con las instituciones.

En este sentido, la violencia y el desplazamiento forzado, como una de sus consecuen-


cias, emerge como un problema de la maldad, de la anomalía, de la anormalidad, de
lo absurdo y lo irracional, lo incoherente y lo extraño, hace parte de los perturbados
y desequilibrados, no de la gente del común, no como un hecho social del cual los
sujetos nos alimentamos permanentemente y que poco tiene de extraño.

Según datos de la ACNUR2, Colombia es uno de los países con los índices más altos de
desplazamiento forzado interno por causa de la violencia política afectando a más de
cuatro millones de personas3 que se han expuesto al resquebrajamiento de sus diná-
micas culturales, religiosas, económicas, así como de sus prácticas cotidianas en al
ámbito social y familiar.

El problema que esto plantea de fondo es una pregunta por la ética y por la forma
como se concibe el ejercicio de lo político en el marco de una sociedad cuyos procesos
de socialización están impregnados de actos invasivos y de negación del Otro4; así,
a pesar de los esfuerzos que diferentes sectores estatales y de la sociedad civil han
adelantado en pro de construir espacios de disertación civilizada sobre las problemá-
ticas que trae la violencia, seguimos atados a ella como lastre, por una comprensión
de sus implicaciones limitada a factores estructurales que nos hace impotentes frente
a sus consecuencias.

De este modo, ha sido poco el trabajo en busca de consolidar alternativas que permi-
tan comprensiones sobre el fenómeno del desplazamiento que trasciendan las cifras,
los porcentajes y las relaciones costo-beneficio; pues predominan en el país, discusio-
nes centradas en el análisis relacional o comparativo de las condiciones estructurales
propias de la organización social y política del país con las condiciones particulares
de la vida cotidiana de los sujetos afectados (Chaparro, 2005), intentando develar por
esa vía las complejidades sociales, culturales e implicaciones personales que tiene la
experiencia del desplazamiento forzado.

Sin embargo, es justamente la idea de experiencia la que exige profundizar en el


abordaje del desplazamiento forzado como hecho vital, dando importancia a la pre-

2 http://www.acnur.org/t3/operaciones/situacion-colombia/desplazamiento-interno-en-colombiaConsultado el 21 de febre-
ro de 2010
3 Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los refugiados. ACNUR. En El informe entregado en junio de 2009 se resal-
ta, además Del número de desplazados, que Colombia ocupa junto con Iraq, el Congo y Somalia los primeros lugares del
mundo en términos de desplazamientos internos. http://www.acnur.org/t3/Consultado el 27 de marzo de 2010.
4 Remite inmediatamente al problema de la Alteridad en contextos de violencia.
PARTE II – MEMORIA, CONFLICTO Y OLVIDO
174

gunta no sólo por la subjetividad5 y la identidad6 de los actores, en sus roles simultá-
neos de víctima-victimario,sino especialmente a la problematización de los referentes
éticos a través de los cuales los sujetos se juegan la vida, exponiendo sus sueños, sus
duelos, sus luchas, y donde la violencia constituye el modo expresivo, comunicativo y
afectivo a través del cual se construyen narraciones de sí y de los Otros.

De este modo, al mirar el desplazamiento forzado como un fenómeno vital y trascen-


dente que marca la vida dejando huellas imborrables, escenas innombrables, situacio-
nes inimaginables, sensaciones indescriptibles, las preguntas que cobran sentido son
aquellas que indagan por la experiencia, por la vida misma, es decir, por las historias
que se pueden contar, pues como lo mencionaría Ricoeur (1999), “La propia identidad
del ser no es más que una identidad narrativa”, estas historias son comprendidas en
el marco de procesos de rememoración que tiene un fuerte componente de denuncia y
de reivindicación de la capacidad de sujeto para convertirse en un hombre capaz: que
puede hablar, obrar y ser responsable de sus propios actos.

II. Historias de mujeres: entre la memoria obligada y el olvido


En la construcción de historias de sí, la memoria juega un papel trascendental en
tanto la vida es una experiencia que puede rastrearse sólo a través de la memoria, la
infinidad de experiencias vitales existen sólo en tanto hayan dejado una huella que
permita que sean recordadas por alguien: el testigo, la víctima, el victimario. Aquello
que no se recuerda cae en el abismo del olvido y pierde la oportunidad de renovarse,
deconstruirse y resignificarse en el presente a través de le rememoración; Así sin la
posibilidad de recordar no sería posible el relato de la experiencia, pero a su vez sin
la posibilidad de narrar no tendría sentido rememorar el pasado.

Desde esta perspectiva, la memoria constituye el hilo a través del cual la experiencia
humana deviene en historia vinculada directamente con la subjetividad de los sujetos,
quienes partiendo del orden determinado en el que haya dispuesto sus elementos
constitutivos filtra, escalona y jerarquiza sus recuerdos ligando presente, pasado y
futuro en un solo relato de sí que juega con las diversas temporalidades en las que se
hace posible la rememoración.

5 Chaparro, destaca que dentro de las consecuencias del ejercicio de la violencia en una comunidad o contexto, está la
experimentación de procesos de subjetivación transitorios “por medio de los cuales los sujetos individuales y colectivos
se someten a una suerte de esquizofrenia entre la pertenencia real a la que los obligan los grupos armados y la presencia
virtual del Estado”, en tanto, en sus apuestas cotidianas tienen que transitar cuidadosa y estratégicamente por diferentes
lugares de pertenencia que les permitan sobrevivir.
6 En esta misma línea, aunque con algunas diferenciaciones, Pecaut (1999), señala que en los contextos afectados por la
violencia, especialmente la violencia política, la subjetividad padece quiebres permanentes pues los sujetos no pueden
apelar a principios de identificación, emerge el sujeto escindido en tanto se enfrenta a la pérdida de los referentes desde
donde se narra: fundamentalmente su territorio y su comunidad (p. 35).
Capítulo 4. Desplazamiento forzado y género: en busca de las huellas de la experiencia femenina de la guerra
175

Así, memoria y subjetividad se alimentan y se fortalecen para sostener los referen-


tes a través de los cuales al sujeto le es posible narrarse y hacer narraciones sobre
el mundo, resignificar su pasado en el presente con miras a un horizonte de futuro
siempre latente; estas narraciones son comprendidas en el marco de unas condicio-
nes de posibilidad que las hacen inteligibles y coherentes para el grupo donde emer-
gen definiendo así la dimensión social de la memoria. Se establece de este modo
una relación dialéctica entre la dimensión individual del ser y su condición colectiva,
atendiendo al llamado de Ricoeur (2000, pp.125-172) por encontrar las relaciones de
complementariedad entre el Yo-los Próximos y los Otros, o lo que denomina la triple
atribución de la memoria.

A través de estos tres lugares de encuentro para la rememoración, se han ido configu-
rando las condiciones de posibilidad que han permitido que hoy empiece a pensarse
en Colombia en la experiencia femenina de la guerra y del desplazamiento forzado de
forma diferenciada, en este sentido se destaca el trabajo de algunas mujeres, gene-
ralmente convocadas en el marco de Organizaciones No Gubernamentales, que han
liderado importantes procesos de recuperación de memoria histórica sobre diferentes
hechos de violencia política y violencia de género, situando en la arena pública el
problema del desplazamiento y sus bastas consecuencias para el lazo social.

Lo que ha permitido que hoy en el país exista una mayor preocupación, tanto a nivel
legal, jurídico y administrativo del Estado por atender las necesidades de las mujeres
víctimas, como a nivel de la sociedad civil que tímidamente empieza apoyar iniciati-
vas a favor del reconocimiento diferenciado de las mujeres en contexto de guerra, y
a involucrase en los procesos de construcción de memoria como una tarea ineludible
para lograr una adecuada comprensión del problema, sanar las heridas y el dolor para
reconstruir los lazos sociales.

Pero ¿Por qué mirar de forma diferenciada a las mujeres? Para el caso particular de las
mujeres desplazadas, la relación entre memoria, subjetividad y narración se erige en
el marco de lo que Ricoeur (2000, pp. 117-123) llamaría un imperativo ético de justicia,
pues en este escenario, las mujeres constituyen un poco más de la mitad del total de
la población desplazada7, lo que llama la atención sobre las dinámicas particulares
que se tejen en torno a ellas en estos contextos de violencia política; al acercarse a
la problemática se encuentra que, sumando al problema del desarraigo, propio del
desplazamiento, las mujeres son víctimas de violencia de género, lo que aumenta su
vulnerabilidad ante la violación de sus derechos fundamentales.

7 En 2004, el Gobierno estimó que ellas [las mujeres] constituyen un poco más de la mitad de la población desplazada. En:
http://www.onucolombia.org/mujeresxdesplazadas.html Consultado el 6 de Julio de 2010.
PARTE II – MEMORIA, CONFLICTO Y OLVIDO
176

Así, la incitación a la rememoración de la experiencia de las mujeres responde a la in-


tención por mantener en el presente la denuncia pública sobre las atrocidades vividas
y así construir el punto de partida para no repetir NUNCA MAS los actos barbáricos en
su contra, buscando la verdad para encontrar y juzgar a los responsables como punto
de partida para la reparación de los lazos sociales.

Desde esta perspectiva, la memoria obligada, en términos de desafío social, debe


dirigirse a la recuperación de memoria que rescate la experiencia del desplazamiento
forzado abordando su incidencia en la reconfiguración subjetiva de los actores invo-
lucrados, para este caso particular las mujeres, deteniéndose en la filigrana de las
reconfiguraciones éticas y políticas, lo que implica el reconocimiento de la vivencia
diferenciada de la guerra por parte de las mujeres y de la experiencia misma del ser
mujer en estos contextos. Así se hará frente a las memorias suprimidas, donde el
relato de lo femenino es minimizado al punto que “las mujeres, como suele suceder
en los relatos oficiales, no ocupan un lugar central ni específico, y terminan más bien
invisibilizadas” (Wills, 2009, p. 74).

III. Huellas femeninas:


historias-silencio de mujeres desplazadas
A las mujeres nos agrada estar despiertas por la noche:
En la noche el silencio suena más y también los ruidos.
Pero los ruidos no impiden oír el silencio.
Ese es nuestro secreto.

En este contexto, la experiencia del desplazamiento forzado para las mujeres se parti-
culariza en tanto viven en una dimensión desproporcionada sus consecuencias, junto
a la expulsión de sus comunidades y territorios, padecen torturas físicas y psicológi-
cas que atentan directamente contra su cuerpo, su dignidad y derechos fundamenta-
les, son usadas como arma de guerra, se enfrentan a escenarios de inseguridad que
las exponen a nuevos desplazamientos y a violaciones permanentes de sus derechos
fundamentales.

Así, aún después de incrementar su calidad de vida después del desplazamiento,


las mujeres deben lidiar con el poco reconocimiento social como sujetos de dere-
cho, siéndole mucho más difícil emprender procesos jurídicos para la restitución
de sus tierras o la reparación de los daños, o a un nivel privado, enfrentar barreras
para legitimar su papel como jefa de hogar, roles que tradicionalmente son desem-
peñados por los hombres; en este sentido, las condiciones de la experiencia feme-
nina del desplazamiento forzado no se relacionan exclusivamente con situaciones
particulares de guerra, sino que representan la exacerbación de prácticas violentas
Capítulo 4. Desplazamiento forzado y género: en busca de las huellas de la experiencia femenina de la guerra
177

socialmente legitimadas a través de “patrones culturales de discriminación, que


generan relaciones de poder desiguales entre hombres y mujeres y que las somete
a condiciones de vulnerabilidad que propician el ejercicio de la violencia en su
contra” (Chaparro, 2009, p. 87).

Atendiendo a lo anterior y como intento por extender el marco de comprensión sobre


la experiencia del desplazamiento forzado, el enfoque diferenciado desde una pers-
pectiva de género pretende ser un punto de fuga en dos sentidos: 1) posibilitando
nuevos horizontes de compresión sobre los diversos matices que el desplazamiento
forzado puede involucrar tanto en ámbito de lo privado como en el escenario público
para construir derroteros que faciliten la reconstrucción del lazo social, y 2) en el caso
particular de las mujeres, encarna un imperativo ético, un desafío social, en tanto su
experiencia está marcada por particularidades sociales que las sitúan en desventaja
por su género.

Pero ¿Cuáles son las historias que hay sobre mujeres y desplazamiento forzado en
Colombia? ¿Cómo se construyen sus tramas? ¿Qué cuentan y que callan las mujeres
desplazadas sobre su experiencia? ¿Cómo poder rastrear esas historias? en acerca-
miento a estos interrogantes, este texto pretende poner en dialogo algunas historias
de la prensa nacional con la historia de una mujer desplazada, encontrando rupturas
y continuidades que aporten a la comprensión sobre la experiencia femenina del des-
plazamiento develando el impacto en sus apuestas éticas y políticas.

La trascendencia de mirar la prensa radica en el hecho de que al ser un medio de


comunicación masivo refleja las discusiones que la sociedad colombiana se está plan-
teando, es un espejo de los temas importantes para la agenda política nacional,pues
no es un simple instrumento trasmisor de información, sino que su quehacer está
dinamizado por estrategias de comunicación que responden a intencionalidades par-
ticulares de quienes los usan, aportando a la configuración de imaginarios sociales a
través de flujos informativos (Enne, 2004, p. 115).

Para tal fin se revisaron noticias de los diarios El Tiempo y El Espectador, de circula-
ción nacional, y de los diarios regionales El Universal de Cartagena, Vanguardia Libe-
ral de Santander y el diario La Patria de Manizales, pretendiendo así hacer un rastreo
del panorama general sobre la forma cómo la prensa nacional construye las historias
respecto a la experiencia femenina del desplazamiento forzado.

En un primer momento, sin detenerse en el contenido de las noticias, la revisión ge-


neral deja como resultado un panorama desolador: pues si bien es posible encontrar
un gran número de noticias sobre desplazamiento forzado a partir de la década de los
años 90, las referencias concretas que destacan la experiencia de las mujeres despla-
zadas es significativamente reducida, teniendo mayor desarrollo sólo hasta la última
PARTE II – MEMORIA, CONFLICTO Y OLVIDO
178

década, esto porque los emprendimientos de memoria al respecto han empezado a


posicionarse desde inicios de siglo, impulsados por iniciativas gubernamentales de
desmovilización pero sobre todo por el esfuerzo de organizaciones de mujeres8.

Esta situación, deja en evidencia que a pesar del desafortunado papel protagónico
de las mujeres en el marco del desplazamiento forzado, no se reconoce abiertamente
su experiencia como tema de interés nacional, está desdibujado de tal modo que se
acerca a la negación, a la ausencia y al olvido del mismo, lo que tiene implicaciones
en la configuración de los referentes éticos y políticos de las mujeres, pues las con-
diciones de posibilidad para sus posicionamientos y reivindicaciones no están dadas.

Así emerge el silencio, o mejor el silenciamiento, como hoja de ruta para leer en
la prensa nacional la experiencia de las mujeres desplazadas, más que rastrear lo
explícito, el ejercicio termina consistiendo en buscar lo ausente, en percatarse de
los mutismos, en hacer visible esa tendencia a esconder lo que no somos capaces de
comprender; es así como la experiencia de las mujeres desplazadas se difumina has-
ta hacerlas invisibles, llegando al punto en el que ellas mismas desean permanecer
difusas, en parte porque lo vivido es incomprensible, in-recordable e in-narrable y aún
para ellas es difícil su propio re-conocimiento, “a veces la confusión y la pérdida de
significados imponen el silencio, otras veces el sin sentido de las lógicas de guerra
se expresa en términos complejos de falsedades, motivos dobles y desconfianza”.
(Meertens, 2000, p. 115).

Esta tendencia puede rastrearse en la historia de vida de Margarita9, una mujer de


49 años, madre de 5 hijos y desplazada en el 2004 de una vereda del Municipio de
Puerto Rico –Meta-; quien desde el momento mismo del desplazamiento enfrenta una
lucha a nivel familiar, social y jurídico por el reconocimiento de su experiencia no sólo
del desplazamiento forzado sino de la guerra misma, como en el caso de la prensa
nacional, su experiencia no parece importante de ser reconocida.

Su lucha ha sido ha sido emprendida con la ausencia total de herramientas para sos-
tenerla y hasta el momento sólo ha dejado desesperanza e impotencia expresadas en
la resignación ante su silenciamiento; analfabeta, desconocedora de sus derechos
como persona y como mujer, especialmente porque sus escenarios de socialización la
han ubicado en un lugar de subordinación respecto a sus posibilidades de empodera-

8 Tal es el caso del Movimiento Ruta Pacífica de las Mujeres que es conocido públicamente a partir de 1996 y que ha
articulado a nivel nacional gran parte de las iniciativas para el reconocimiento y respeto de las mujeres como sujetas de
derecho con plena capacidad para el ejercicio de lo político y la política, logrando posicionamientos, empoderamientos y
subversiones de los roles femeninos tanto en la esfera privada como en el escenario público.
9 Margarita es un nombre ficticio. Toda la información relacionada en el texto es producto de varios encuentros, algunos con
ella, otros con ella sus hijos, otros del acompañamiento que se ha realizado ante Personerías, Fiscalíay Acción Social en el
proceso de denunciar su situación.
Capítulo 4. Desplazamiento forzado y género: en busca de las huellas de la experiencia femenina de la guerra
179

miento y reivindicación de sus intereses, hoy intenta por medios jurídicos, demostrar
no sólo que su experiencia es verídica, sino que con eso se juega sus referentes de
identificación, la deconstrucción de sus narraciones de ser mujer y con eso sus apues-
tas éticas y políticas.

Esta mujer no ha logrado ser incluida en el Registro Único Nacional de Población


Desplazada porque su versión de la historia no concuerda con la suministrada por un
primer declarante que suplantó su identidad, lo que ha tenido efectos en dos senti-
dos, por un lado, se le ha privado del reconocimiento legal y jurídico de su condición
sin lograr que reciba ninguna de las ayudas promovidas por el Estado, y por otro,
la imposibilidad de ubicar un referente de identificación que la ligue a un lugar de
pertenencia sin tener que enfrentar las miradas de sospecha sobre la veracidad de su
historia de vida, ante lo cual lo mejor es callar.

Volviendo la mirada a la prensa nacional, si bien lo que predomina es el silenciamien-


to, las pocas referencias existentes sobre la experiencia femenina del desplazamiento
forzado se pueden ubicar en tres líneas de abordaje desde las cuales se construyen
las diferentes historias de vida de las mujeres desplazadas, éstas son: 1) Las mujeres
desplazadas como objeto de múltiples re-victimizaciones, 2) Las mujeres desplazadas
como sumisas receptoras y 3) Las mujeres desplazadas como constructoras de nuevos
horizontes de futuro.

Frente a la primera línea puede deducirse que sin haber un análisis de la problemática
de fondo, estas noticias hablan de una mujer desplazada objeto-víctima, encerrada en
un sin salida signado por la injusticia, sobre el que recae una serie de acciones frente
a las cuales la respuesta es la impunidad, así:

Los crímenes sexuales cometidos en el marco del conflicto armado han provoca-
do miles de víctimas de abusos, violaciones, desplazamientos forzados y otras
formas de violencia sexual y todo ello en un entorno de “impunidad alarmante”
(EL ESPECTADOR. 9 Septiembre de 2009)

Lo peor es que los abusos continúan durante el desplazamiento, pues la mitad


de ellas han sufrido maltrato físico y el 36% han sido forzadas por desconocidos
a tener relaciones sexuales. Junto con esta población, las mujeres indígenas y
afrocolombianas son las más vulnerables de ser agredidas sexualmente, debido
a la discriminación por su género, etnia y condición social. (EL ESPECTADOR. 8
Septiembre de 2009)

La situación de subordinación expuesta se matiza centrando la imposibilidad de ha-


blar como un problema del temor de las mujeres desplazadas a actos barbáricos,
sentimiento que podría sentir cualquier ser vivo, más no se habla de la existencia de
un sistema de valores que deslegitima su experiencia y desde el cual la vergüenza del
PARTE II – MEMORIA, CONFLICTO Y OLVIDO
180

victimario se trasfiere a la víctima en tanto ésta se siente culpable, no responsable,


de su vida-destino, así se encuentran afirmaciones como “muchas mujeres renuncian
a denunciar por temor a las represalias, vergüenza y miedo por sus vidas y la de sus
familiares. Esta estrategia de invisibilización silencia a las mujeres y las condena al
olvido” (EL ESPECTADOR. 9 Septiembre de 2009).

En este lugar, Margarita, también tiene su historia-silencio, ante la pregunta sobre el


motivo por el cual no denunció su suplantación desde el mismo momento en el que lo
supo, su respuesta inmediata es un gesto de ignorancia, luego de pensarlo un poco
contesta: “por evitarme problemas…”, ¿qué tipo de problemas? “Pues problemas con
mi familia y… a mí nunca me han gustado los problemas, menos con la fiscalía y eso
porque uno nunca sabe”, o “ya a veces quisiera volcarme allá a la autoridad pero es
capaz que ni me escuchan” desde este lugar, para ella es más fácil pensar en guardar
silencio sobre la violación de sus derechos que denunciarlos y emprender una lucha
por su reivindicación; la noción“problemas” se refiere a esos inconvenientes estructu-
rales y circunstanciales que enfrentan las mujeres desplazadas que se atreven a alzar
la voz y reclamar sus derechos. Margarita está aprendiendo a reconocer la importan-
cia de contar su historia a pesar del poco apoyo del Estado, caminando en el filo entre
el olvido, el silencio, la verdad, la justicia y, con algo de esperanza, la reparación.

Respecto a la segunda línea, las noticias consultadas resaltan las políticas asisten-
cialistas con las que se reciben a las mujeres desplazadas, destacando por un lado la
ejecución de acciones informativas, que si bien son importantes, en tanto constituyen
el primer paso para el reconocimiento de los derechos, no suelen trascender al lugar
de la apropiación y empoderamiento, por otro lado, se visibilizan los beneficios eco-
nómicos que se brindan a las mujeres lo que, si bien es una política necesaria, se ha
tornado peligroso en tanto promueve la mercantilización de la barbarie. Lo anterior se
puede leer en afirmaciones como las siguientes

De las 13 estrategias (La Corte Constitucional estableció 13 estrategias para la


atención de mujeres desplazadas) sólo se cumple a medias la que corresponde a
las ayudas económicas, mientras que los planes de capacitación, empresarismo
y emprendimiento, proyectos productivos y microempresariales, entre otros, no
se tienen en cuenta”, explicó Ormelis Vergara Padilla, líder de la Asociación
Mis Esfuerzos que opera en el barrio San José de Los Campanos. Aseguran
también que pese a haber una serie de tutelas en contra de Acción Social por
incumplimiento, en la dependencia no hay quién dé respuesta. (EL UNIVERSAL.
2 de Julio de 2009)

Mujeres desplazadas en Santander recibirán información sobre la trata de per-


sonas” (EL TIEMPO. 28 de Abril de 2010) o “con el ánimo de ampliar los co-
nocimientos sobre las nuevas sentencias que protegen a las mujeres víctimas
del conflicto armado colombiano, mañana se desarrollará en la Gobernación
Capítulo 4. Desplazamiento forzado y género: en busca de las huellas de la experiencia femenina de la guerra
181

de Santander un conversatorio titulado ‘Herramientas Constitucionales para las


Mujeres Desplazadas. (LA PATRIA. 2 de Abril de 2011)

Uno de los efectos de esta situación se asocia al caso de Margarita quien a pesar de
saber que no está incluida en los reportes nacionales sobre desplazamiento forzado,
conserva una actitud de espera respecto a una serie de ayudas que favorecerán su es-
tabilidad económica y calidad de vida, aún sabiendo que en caso que eso suceda las
ayudas serán insuficientes y lejanas a sus necesidades de re-significación de lo suce-
dido; pareciera que se encarna en su subjetividad y en la forma como se relaciona con
las Instituciones la tendencia a “esperar regalado” o a lograr beneficios materiales
usando su condición como excusa, así al realizar una de nuestras primeras entrevistas
ella manifestó“¿y esto para qué es? ¿Me va servir para algo? ¿Para una ayuda? si me
van a dar una casa hágale” dejando en evidencia tensiones entre la necesidad de la
víctima y el uso abusivo del testimonio.

Por último, la tercera línea, se refiere a las noticias en las que se mencionan las
mujeres que han logrado establecer estrategias productivas para su sostenimiento y
el de su familia, bien sea como líderes de proyectos productivos o como empleadas
en éstos; desde este lugar, la superación de la tragedia es directamente proporcional
a la productividad del proyecto, emerge entonces la pregunta por el tipo de relación
que se ha construido entre la creación de proyectos productivos y los procesos de
elaboración y comprensión de lo sucedido:

Gracias a Dios encontré la oportunidad en este proyecto. Aquí he podido salir


adelante, el pasado lo dejé atrás y por eso a mi pueblo no quiero regresar”, dijo
al diario Marlene García, quien, viuda por la violencia y con tres hijos a cargo,
diseñó y confeccionó en su taller varias de las prendas en venta. (VANGUARDIA.
20 de diciembre de 2009)

Sin embargo, esto no necesariamente implica lo que en palabras de Jelin es un tra-


bajo de la memoria, sino que, como arma de doble filo, puede ser un velo detrás del
cual se instale y se legitime la memoria impedida, esa memoria que activa nuevas
violencias y que conforma una tendencia a la repetición de la barbarie.

IV. Los retos sociales: Ley 1448 de 2011 o Ley de Víctimas


El panorama planteado conlleva a la pregunta que circula hoy a nivel nacional sobre
la puesta en escena de la Ley de Víctimas en razón a la forma cómo se organizará el
Estado para que su cumplimiento logre no sólo medidas de reparación económica,
sino la apertura de espacios de reconocimiento de una realidad social que demanda
acciones comprometidas de diversos sectores, entre ellos el académico, que permi-
tan superar las memorias impedidas y los silencios obligados de hombres y mujeres
PARTE II – MEMORIA, CONFLICTO Y OLVIDO
182

desde el enfoque diferencial que dice aplicará, en el marco de un conflicto interno


que no cesa.

En este sentido, la ley representa un paso, no suficiente, pero importante para el


reconocimiento público de las víctimas que puede tornarse en un espacio de partici-
pación política y empoderamiento social ligado a un proyecto de nación incluyente;
sin embargo, son muchas las dificultades que se enfrentarán, empezando porque el
Estado no cuenta en este momento con las herramientas necesarias para asegurar
la no re-victimización de quienes acuden a él, y será especialmente difícil para las
mujeres, que como en el caso de Margarita han sido víctimas perpetuas de la vulnera-
ción de sus derechos humanos: asesinato de sus familiares, desplazamiento forzado,
desconocimiento de su condición de víctima.

A esto se suma el gran interés que hay en la restitución de tierras, frente a lo cual el
reto del Estado es lograr establecer la pertenencia o no de las tierras reclamadas, con
el agravante de que más de la mitad de la población desplazada son mujeres, quienes
no gozan del reconocimiento a su derecho a la tenencia de la tierra, esto ligado a pa-
trones culturales bajo los que tradicionalmente los hombres jefes de hogar son quie-
nes se encargan de comprar-vender los terrenos, así en muchos casos, las mujeres
son desconocedoras de las condiciones a través de las cuales se adquirió el terreno,
no tienen las herramientas para dimensionar concretamente las perdidas porque no
conocen a profundidad el tipo de inversiones que se realizaban ni la productividad de
las mismas.

Casos como el de Margarita, quien explica la forma como adquirieron la finca que
tiene abandonada: “era una finca de cuatro mil hectáreas y le dicen a uno métase ahí
y eso es suyo entonces uno lo hacía, pero no le hacían documentos a uno ni nada”,
“donde es una montaña que toca derribar con hacha, dejar secar eso, quemar, despa-
lizar, como uno no va a ser dueño de eso, después de que le dan a uno una montaña
que nunca han sembrado nada, va uno y hace su casa, sus animales, entonces es
como si fuera de uno, uno ya se siente dueño, el Paisa dijo que eso era de nosotros”;
situaciones como esta se presentan en una gran mayoría y expresa una problemática
de fondo sobre la capacidad de las mujeres para enfrentarse a los procesos de repa-
ración que deben defender, es decir sobre las habilidades y herramientas que tienen
para hacer valer sus derechos.

Frente a esto, el escenario más efectivo es el de la organización del gremio para unir
esfuerzos que respondan a las circunstancias, hecho en el que tanto el Estado como la
Sociedad Civil tenemos una enorme responsabilidad, sólo de esa manera la lucha de
Margarita será la reivindicación de todas las mujeres desplazadas y los logros alcan-
zados impactaran, aunque sea a largo plazo, al grueso de las mujeres colombianas.
Capítulo 4. Desplazamiento forzado y género: en busca de las huellas de la experiencia femenina de la guerra
183

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PARTE II – MEMORIA, CONFLICTO Y OLVIDO
184

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Cerca de 14 mil mujeres han sido agredidas sexualmente en conflicto armado colombiano.
(2009, Septiembre 9). El Espectador.
Trabajo para desplazadas y víctimas de la violencia en microempresas. (2009, Noviembre 19).
El Universal, Cartagena.
Mujeres desplazadas de Colombia lanzan línea de ropa juvenil. (2009, Diciembre 20).
Vanguardia, Bucaramanga.
Mujeres desplazadas en Santander recibirán información sobre la trata de personas. (2010,
Abril 28). El Tiempo.
Asociación de mujeres desplazadas sigue su lucha contra el desempleo. (2010, Agosto 10).
Vanguardia, Bucaramanga.
De desplazada a microempresaria. (2010, Agosto 29). El Universal, Cartagena.
Se accederá a subsidio de tierra sin pagar. (2011, Abril 2). La Patria, Manizales.
Entrevistas y diarios de campo realizados entre Marzo y Septiembre de 2011.
Capítulo 5

LA MEMORIA DE LA VIOLENCIA
POLÍTICA EN COLOMBIA:
APORTES DEL IEPRI
PARA SU CONTEXTUALIZACIÓN
HISTÓRICO Y TEÓRICA
José Gabriel Cristancho Altuzarra
Estudiante del Doctorado Interinstitucional en Educación de la Universidad Pedagógica Nacional. Docente de la Maes-
tría en Educación de la Universidad Pedagógica Nacional. Co-investigador del Grupo de Investigación en Educación
y Cultura Política.

Introducción
Los fenómenos de violencia política1, han sido objeto de investigaciones y debates al
interior de las ciencias sociales; sin embargo, recientemente algunos estudiosos2 se
han desplazado de examinar estos fenómenos en cuanto tal, hacia la administración
de los recuerdos y los olvidos que se tienen acerca de esos acontecimientos, es decir,
hacia la memoria. Este boom de la memoria interesa a nuestro país, pues permanece
en un conflicto armado interno difícil de caracterizar. Las cifras de las víctimas han
sido, son y siguen siendo alarmantes; la vulnerabilidad de los habitantes de regiones
focos de conflicto sigue siendo latente, sobre todo las de las víctimas, y testigos,

1 Entendemos violencia política como “aquella ejercida como medio de lucha político-social, ya sea con el fin de mantener,
modificar, sustituir o destruir un modelo de Estado o de sociedad, o también con el fin de destruir o reprimir a un grupo
humano con identidad dentro de la sociedad por su afinidad social, política, gremial, étnica, racial, religiosa, cultural o
ideológica, esté o no organizado” Javier Giraldo et al. Marco conceptual Banco de datos de derechos humanos y violencia
política, (CINEP, 2008, p. 5).
2 Por ejemplo la tendencia de la historia del tiempo presente; en el cono sur, de manera notable el equipo de investigadores
dirigido por Elizabeth Jelin. En Colombia, El Grupo de investigación Memoria histórica (http://www.memoriahistorica-cnrr.
org.co).
PARTE II – MEMORIA, CONFLICTO Y OLVIDO
186

quienes pueden ser perseguidos o intimidados para evitar procesos de reparación y de


justicia. En estos contextos se han dado procesos y productos de recordar que se han
desarrollado de manera compleja porque existe un “pasado que no pasa” (Sánchez,
2003), un conflicto permanente que hace difíciles esos procesos de rememoración.

Por contextos como estos, la memoria de la violencia política se ha configurado como


todo un campo de estudios y de investigaciones. En este campo, el grupo de investiga-
ción en Educación y Cultura Política de la Universidad Pedagógica Nacional adelanta
el macroproyecto Memorias de la violencia política y formación ético política de jó-
venes y maestros en Colombia que vincula a estudiantes de la maestría y el doctora-
do de esta universidad. Para avanzar en la construcción del estado del arte de esta
investigación es preciso pensar el contexto histórico de la violencia política de las
últimas tres décadas y por ello este artículo se concentra en la producción académica
de una institución particular como es el Instituto de Estudios Políticos y Relaciones
Internacionales de la Universidad Nacional (IEPRI). Para ello, este trabajo se divide en
dos grandes partes: en la primera se hace un recorrido general sobre las tendencias
investigativas del IEPRI; esta primera parte, a su vez, sirve para poner de presente
las fuentes utilizadas que permiten configurar la segunda parte que comprende unas
reflexiones teóricas e históricas que buscan sintetizar algunos hallazgos de los alcan-
ces de las investigaciones del IEPRI y sus aportes teóricos e historiográficos para este
macroproyecto.

I. Tendencias investigativas del IEPRI


Entre las tantas investigaciones que ha venido produciendo el IEPRI desde su funda-
ción en 1986, se destacan, para nuestro proyecto de investigación, aquellas que han
hecho parte de algunas líneas de trabajo especiales. Sus publicaciones responden al
contexto inicial que partió de la hipótesis de que la violencia de los 80 respondía a
una serie de lógicas que tenían sus antecedentes en la Violencia de mitad de siglo.
En esa medida, hay publicaciones acerca de la temática del conflicto desde el Frente
Nacional hasta la década de los 90 (Pizarro, 1990; Rementería, 1992; Reyes, 1991;
Camacho, 2007) que involucran temáticas sobre el conflicto guerrillero, el surgimiento
del narcotráfico y las lógicas del paramilitarismo. Del mismo modo, hay publicaciones
que exploran la naturaleza de este conflicto en particular (Braun, 1986; Pécaut, 1986;
Ortiz, 1986) en los que se exploran temáticas relacionadas con el bandolerismo social,
la lucha bipartidista y los procesos de modernización y auge del café y su relación con
el conflicto de mitad de siglo, así como la resistencia campesina de esa época.

Sin embargo, partiendo de este principio histórico, se aplicó esta idea a la misma Vio-
lencia y de ahí que hayan investigaciones historiográficas que se distancian aún más
en el tiempo y que se detienen en procesos denominados en las publicaciones como
antecedentes de la Violencia, abarcando temáticas que involucran acontecimientos
Capítulo 5. La memoria de la violencia política en Colombia: aportes del iepri para su contextualización histórico y teórica
187

desde el s. XIX hasta la década de los 30 en el s. XX (Brushnell, 1986; Deas, 1986;


Jaramillo, 1986; LeGrand, 1984; Bergquist, 1986; Tovar, 1986), trabajos que ponen en
evidencia aspectos de la organización militar de los bandos en contienda en esa épo-
ca, así como las problemáticas agrarias y obreras que se dieron sobre todo a inicios
del s. XX y que implicaron tensiones sociales y políticas de conflicto.

Ya con relación al contexto político y social de conflicto en la década de los 80 y 90


como tal, es preciso mencionar en primer lugar el resultado de investigación de la Co-
misión de estudios sobre la violencia publicada también por el IEPRI por primera vez
en 1987 y que llega a su quinta edición en el 2009. La gran tesis de la investigación de
los violentólogos es la necesidad de reconocer la pluralidad de las manifestaciones de
la violencia (Peñaranda, 1992, p. 33; Comisión de estudios sobre la violencia, 2009).
A partir de esta propuesta interpretativa sobre las violencias de los 90 se encuen-
tran trabajos sobre los actores armados: grupos insurgentes (Pizarro, 1991); sobre los
procesos de paz (Rangel, 1998), y sobre la reinserción de guerrilleros a la vida civil y
política (Peñaranda; Guerrero (comp.), 1999); pero también sobre el paramilitarismo y
el narcotráfico (cf. Peñaranda, 2007) y también sobre el papel de las Fuerzas armadas
colombianas (Leal, 1994).

En 1992 se destacaba la tendencia del boom periodístico y testimonial, al que se le


alaba detenerse en la vivencia del protagonista, pero se le cuestiona “el carácter ma-
sivo, desordenado y frecuentemente acrítico con que ha entrado en circulación puede
estar contribuyendo, más que a una comprensión global del fenómeno, a una cierta
confusión” (p. 11). Empero, el IEPRI también hace un balance de las investigaciones
en general (Peñaranda, 2007) lo que permite dar cuenta de algunos vacíos investiga-
tivos enunciados así:
• investigaciones sobre chulavitas, pájaros, contraguerrillas, paramilitares, sica-
rios, caciques, infiltrados, desertores;
• situación de las minorías étnicas en los contextos de violencia;
• esfuerzos por sintetizar investigaciones, dados los innumerables trabajos que
se han producido.
• estudios comparativos para encontrar nuevos enfoques interpretativos (Sán-
chez, 1992, p. 12)

Habría que ver qué tanto se ha avanzado en estas direcciones, no sólo en el IEPRI,
sino también por parte de otros colectivos de investigación, situación que nos será
más evidente en otros informes al indagar sobre los resultados de investigación de
otras instituciones.
PARTE II – MEMORIA, CONFLICTO Y OLVIDO
188

Entre los trabajos sobre los impactos de las violencias en Colombia ejecutados por el
IEPRI se destacan aquellos en los que las víctimas son uno de los temas fundamen-
tales; se trata de los trabajos que apuntan a examinar los impactos de las violencias;
uno de los trabajos de especial interés para nuestro proyecto es el de Franco (1999)
en el que pone en evidencia que uno de los sectores de la población que más ha re-
sultado afectado según los índices de homicidio es el de los jóvenes.

II. Reflexiones sobre el contexto histórico y teórico


de la investigación sobre la memoria de la violencia
política en Colombia

Ya hemos visto que el IEPRI ha publicado resultados de investigación en distintas


áreas del saber, sobre todo sociológicas e históricas, que se han ocupado no sólo de
la violencia reciente en el país, sino también indagando sus antecedentes incluso
ampliando la mirada hasta el s. XIX. Para nuestro macroproyecto, nos interesa ejer-
cer un esfuerzo de síntesis que encuentre algunos puntos de inflexión que permitan
tener claridad a la hora de pensar las memorias de la violencia política en el contexto
reciente. Dichos puntos de inflexión, a mi modo de ver, deben tener como punto de
referencia los procesos de violencia de las tres últimas décadas; en esa dirección, las
investigaciones del IEPRI nos ayudan a percibir varias cosas fundamentales que hay
que tomar en cuenta y para ello me detendré en algunos procesos de las décadas
de los 80 y los 90 dado que lo tratado en los dos anteriores informes dan cuenta de
rasgos fundamentales de la década del 2000:

a. Década de los 80: en esta etapa se dan tres fenómenos fundamenta-


les: procesos de paz con guerrillas; auge del narcotráfico e incubación del
paramilitarismo contemporáneo; y violencia política contra grupos de oposi-
ción; lo que necesitamos es hacer evidente las conexiones entre estos tres
fenómenos. En efecto, los procesos de paz, iniciados por Belisario Betancur,
comenzaron en virtud de que este presidente “fue el primero en aceptar que el
país vivía una confrontación bipartidista, cuyo impacto había sido soslayado
por el Frente nacional. El reconocimiento de una oposición política armada
era el primer paso en la búsqueda de una salida negociada. Sin embargo, era
un reconocimiento tardío, pues entre tanto un nuevo ciclo de violencia, ali-
mentado por los extraordinarios recursos del narcotráfico, se había generado
sin que nadie pudiera siquiera prever su alcance” (Sánchez, 2007, p. 9). Esta
observación de Sánchez es fundamental y por eso la desgloso:

El proceso de paz de la década de los 80 se enmarca en un contexto regional de


transiciones a la democracia; el desgaste de la dictadura militar argentina es
Capítulo 5. La memoria de la violencia política en Colombia: aportes del iepri para su contextualización histórico y teórica
189

un referente que lleva a decir que “si la revolución es el horizonte articulador


de la discusión latinoamericana en la década de los sesenta, en los ochenta el
tema central es la democracia” (Lechner, 1988, citado por Pizarro, 1990, p. 332);
para Colombia significaría la posibilidad de una transición hacia la paz. Pero
esto implicó un distanciamiento frente a la política de seguridad que había
tenido el país hasta ese momento desde el frente nacional; en efecto, el Frente
Nacional concibió el fin de la violencia bipartidista con la reconciliación polí-
tica de los partidos pero tuvo que enfrentar otros fenómenos de violencia ali-
mentados por la confrontación bipartita. Para ello ejerció una persecución sis-
temática para acabar con las “repúblicas independientes” y los movimientos
sociales de izquierda y recuperar el orden social, pues en el marco de la Guerra
Fría y el triunfo de la revolución cubana se había incubado la idea de que el
enemigo era el comunismo (Gilhodés, 1986, p. 303); aparece entonces el con-
cepto de “seguridad interior” que dio pie para que se empezara a implementar
el plan LASO a cargo del ejército nacional, “destinado a eliminar las zonas de
influencia comunista” (Gilhodés, 1986, p. 305). Sin embargo, la supervivencia
del conflicto y la persistencia de las ideas anticomunistas empiezan a gestar la
idea de la cooperación cívico-militar que se materializaría en la promulgación
de la ley 48 de 1968 (Romero, 2006, p. 409) y que significa la aceptación jurídi-
ca de la cooperación de civiles en la lucha contra las guerrillas.

Sin embargo, hubo ires y venires políticos de estas ideas, en el que la diri-
gencia del ejército jugó un papel importante; se destacan la fallida reforma
agraria de Lleras Restrepo (1966-1970) que propugnaba por un reconocimien-
to de las peticiones de movimientos campesinos y significó la creación de la
Asociación Nacional de Usuarios Campesinos (ANUC) pero que fracasó por la
arraigada cultura latifundista del país, por las políticas de Pastrana Borrero
(1970-1974) y López Michelsen (1974-1978) y por la persecución a la ANUC;
en efecto, a pesar de que la guerrilla no logró arraigarse en la población cam-
pesina (Reyes, 1991) “la imagen subversiva asignada a los organizadores de
la comunidad del movimiento campesino por los voceros de los propietarios
fue la definición del enemigo, con lo cual se envió a las fuerzas armadas a la
destrucción de la movilización agraria” (Reyes, 1991, p. 355). La diversifica-
ción política que vivió el país en la década de los 70 y cuyas manifestaciones
se ven en el movimiento obrero y la participación de partidos como el comu-
nista y el Partido Agrario Nacional amenazaban con resquebrajar la hegemo-
nía bipartidista (Sánchez, 1985, p. 18).

Además de esto, se destacan las peticiones de generales al presidente López


en 1977 y que se conseguirá sólo hasta el inicio de la presidencia de Turbay
Ayala en 1978 con el Estatuto de Seguridad (Gilhodés, 1986; Reyes, 1991) y
que caracterizó muchas conductas de protesta social como subversivas y las
sometió a la justicia penal militar, lo que significó un fracaso en derechos hu-
PARTE II – MEMORIA, CONFLICTO Y OLVIDO
190

manos y una “pedagogía de la violencia”: “antes que la aplicación de justicia,


el Ejército intimidó y castigó a una amplia base de la población con el propósi-
to pedagógico de disuadir a quienes impulsaban la organización popular” (Re-
yes, 1991, p. 356)3. Como sea, lo que preponderó en este período fue la idea
de ilegitimidad política de los grupos de oposición, los cuales eran tachados
como comunistas. Pero esto redundó en la disminución de las movilizaciones
populares y en el aumento de personal en las fuerzas de las guerrillas.

En un contexto así, la propuesta de reconocimiento político de la oposición ar-


mada y por lo mismo, de un proceso de paz, por parte del presidente Betan-
cur, era un rompimiento a una tradición de lucha contra la insurgencia y por lo
mismo, generó divisiones y desacuerdos en distintos sectores estatales, sobre
todo, en el Ejército: “El desacuerdo militar con la política de paz del presidente
(Betancur) fue expresado públicamente por el ministro de Defensa. También se
manifestó en la estrategia de lucha pues las brigadas y batallones en áreas gue-
rrilleras comenzaron a organizar el apoyo de propietarios locales para crear gru-
pos de autodefensa” (Reyes, 1991, p. 356). Este primer elemento nos muestra
que la lucha contra las guerrillas se había configurado como parte de la cultura
política de cierto sector de la población particularmente, los hacendados, pero
también de sectores del Estado; parte de esa cultura política se asentaba en una
idea caracterizada por la tenue línea entre la autodefensa y la justicia por propia
mano; el general Camacho, quien sería después ministro de defensa, hacía un
llamado a la población civil para enfrentar a la guerrilla (Romero, 2006).

Para Romero, sería el sector del narcotráfico el que acudió al llamado del
general Camacho. Pero esto no se hubiera dado sin un detonante especial. En
efecto, algunas investigaciones muestran que en principio la relación entre
los narcotraficantes y las guerrillas no eran hostiles; por el contrario, se tra-
taba de relaciones de cooperación pues los narcotraficantes tendían a buscar
zonas lejanas al estado para agenciar su negocio, pero en donde hacían pre-
sencia de autoridad las guerrillas (Rementería, 2007, p. 348). Pero en la medi-
da en que los narcotraficantes lograron “limpiar su dinero” con la adquisición
de tierras a la par que lograban integrarse a la vida civil y política con no poca
tolerancia de las autoridades del Estado, ya no vieron la obligación de pagar
“vacunas”. El secuestro de parte de la guerrilla del M19 contra la hija de uno
de los miembros del cartel de Medellín sería el detonante perfecto para que
el narcotráfico creara el grupo Muerte a Secuestradores (MAS); por lo mismo,
éste sería la cuna de lo que yo llamaría el paramilitarismo contemporáneo o
como lo conocemos hoy. Algunos miembros de las fuerzas armadas serían
luego sindicados de pertenecer o colaborar con este grupo MAS (Romero,

3 De hecho, se sabe de instalaciones militares colombianas para la tortura de detenidos (Reyes, 1991, p. 356).
Capítulo 5. La memoria de la violencia política en Colombia: aportes del iepri para su contextualización histórico y teórica
191

2006, p. 411). Así, grupos polarizados del Estado comenzaron a pensar legí-
tima la “defensa de la democracia” paradójicamente luchando contra todo
aquello que tuviera que ver con la subversión aliándose con narcotraficantes;
esto lleva a decir a Romero: “el Estado de Derecho estaba totalmente acribi-
llado por la justicia privada, o en decir, de los generales, por el derecho a la
legítima defensa” (Romero, 2006, p. 411).

De esta manera, estos factores ayudaron a que el sector del narcotráfico pe-
netrara poco a poco todas las capas sociales a la par que cada vez más, sote-
rradamente, iba afianzando sus vínculos con sectores de la política nacional;
en un contexto como este, el proceso de paz de Betancur no iba a ser otra cosa
sino un fracaso, por la persecución política contra todo grupo político que
tuviera que ver con la izquierda, como una forma de sabotear las políticas de
paz de Belisario Betancur; sin embargo, a la par esto ayudó además a consoli-
dar lo que se ha dado en llamar la “reforma agraria en reversa” (GMH, 2010),
pues el narcotráfico y distintos sectores latifundistas lograron extender sus
negocios por distintas regiones del país haciéndose propietarios de inmensas
extensiones de tierra, ayudados sin duda por su aparato militar privado que
contaba con la aceptación de sectores políticos regionales y del ejército; esto
sirvió para que se diera el despojo de tierras en distintos sectores del país.

Todo esto ayuda a comprender el uso de dos categorías que a mi modo de


ver son pertinentes para una lectura política de lo acontecido: democracia
restringida y crisis del Estado de derecho: la primera hace alusión al hecho
mismo de que aunque el sistema político colombiano es oficialmente demo-
crático eso no ha impedido que se hayan movilizado acciones cuya lógica
implica no solo la lucha armada contra las guerrillas sino sobre todo, el uso
de esta “idea política” para la persecución indiscriminada de sectores de la
población con fines económicos y sociales privados, limitando la participación
política de sectores de oposición. En efecto, “para finales de la década de
los 80 los grupos iniciales de sicarios vinculados al MAS se habían converti-
do en tenebrosas máquinas de muerte que estaban asolando a todo el país,
pero en particular las regiones en donde las guerrillas tenían base social y
en donde las negociaciones de paz junto con la elección de alcaldes por voto
directo podrían haber facilitado el tránsito de las organizaciones insurgentes
a la vida civil” (Romero, 2006, p. 413). En ese sentido es que se comprende
también el concepto de crisis del Estado de derecho: en efecto, no se trataba
sencillamente de que esto se hubiera desarrollado por la ausencia del Estado;
era porque las élites mismas no creían en el Estado como institución y veían
en la seguridad privada y en otras lógicas la única manera de mantener sal-
vaguardados sus intereses (Romero, 2006). Se trata de un Estado en donde la
democracia es restringida justamente porque no se cree en esa instituciona-
lidad. Por eso, a pesar del reconocimiento por parte del entonces Presidente
PARTE II – MEMORIA, CONFLICTO Y OLVIDO
192

Belisario Betancur del estatus político del conflicto, éste se dio demasiado
tarde, pues el conflicto había adquirido ya otras lógicas: la violencia política
de esta década no responde a una “voluntad nacional dictatorial” agenciada
desde arriba, como aconteció en el cono sur, por ejemplo; se trata de vo-
luntades de ciertos sectores sociales que ejercieron la violencia política con
miras a la consecución de unos objetivos si bien al margen del Estado (pues
el estado es oficialmente democrático), sí con la protección de su investidura,
situación que sólo podría darse en un Estado frágil que no daba ni siquiera
para una dictadura. Se trata pues no de una transición ni a la democracia ni a
la paz, sino una democracia fallida.

b. Década de los 90: en esta década pueden vislumbrarse varios fenó-


menos que son necesarios también articular: violencia política de parte del
narcotráfico contra el Estado; auge del paramilitarismo (en lo político pero
también en lo económico); redefinición neoliberal del Estado y declive político
de las guerrillas. En efecto, en medio de los logros de paz con el M19 y otros
movimientos y el fracaso de los procesos de paz con las FARC, los índices de
asesinatos y desaparición contra miembros de partidos de izquierda como
la UP, se destapa, política y penalmente hablando, la “olla podrida” del nar-
cotráfico; pero ya era demasiado tarde: ya Pablo Escobar, jefe del cartel de
Medellín se había convertido en una figura política no sólo a nivel regional
sino nacional, lo que ponía en videncia el grado de poder social y político que
el narcotráfico había logrado incubar a lo largo de la última década.

El rechazo moral y político contra el narcotráfico desata la violencia política


de parte de los carteles de la droga contra el Estado generando otras nece-
sidades y políticas de seguridad. La nueva constitución política del 91 es el
intento legal por reconfigurar el estado nación como estado sólido y demo-
crático para enfrentar esa crisis. Pero tras de ello está la consolidación del
neoliberalismo como política nacional en el país, que no haría otra cosa sino
seguir promocionando los índices de desigualdad social, el acabose definitivo
de una posible reforma agraria si quiera como posibilidad y la reducción cada
vez mayor del Estado como institución (Franco, 2003, p. 392).

Empero, la guerra a muerte contra el narcotráfico no implicó el resquebraja-


miento del paramilitarismo. Las fuerzas privadas de las mafias estaban sufi-
cientemente consolidadas gracias a las tolerancias y trabajo mancomunado
con el ejército y las élites políticas locales. El paramilitarismo es lo suficien-
temente fuerte y consolidado como para seguir dependiendo de la jefatura
de los carteles, e incluso participan activamente en la “cacería” de Pablo
Escobar. De manera clara y evidente se puede hablar de paramilitarismo co-
lombiano cuando los PEPES (Perseguidos por Pablo Escobar), trabajan manco-
munadamente con el bloque de búsqueda para tal fin. En suma, el paramilita-
Capítulo 5. La memoria de la violencia política en Colombia: aportes del iepri para su contextualización histórico y teórica
193

rismo no sólo no es rechazado, sino que abiertamente es usado en “defensa


del Estado”. Esto mismo será lo que le dará discurso de legitimidad política
al paramilitarismo. Máxime cuando las FARC deciden cambiar su estrategia
militar para conservar y mantener no ya su postura política sino los corredores
estratégicos del negocio del narcotráfico, pues ello ya se hace evidente desde
esta década. Esto explicará la actitud revanchista de las FARC en el proceso
de paz con Pastrana, que además de tener el antecedente del fallido y turbio
proceso de paz de los 80, sólo contribuirá a que la zona de despeje sirva como
recuperación del anhelado “paraíso perdido” que fue la “república indepen-
diente” de Marquetalia y que se inscribe como mito de origen (Uribe, 2009) de
la guerrilla de las FARC.

c. Década del 2000: Atravesado por esto, las políticas neoliberales y el con-
texto global de lucha contra el terrorismo de Bush serán los elementos funda-
mentales que permitirán en la década del 2000, la consolidación política del
paramilitarismo, lucha antiterrorista y desmovilización de las AUC; en contraste
con la década de los 80, ya no se reconoce la oposición política armada; las
guerrillas de izquierda son tomadas como terroristas ilegítimos, lo que justifica
a la par que una política de estado en guerra con un enemigo interno ilegítimo,
la actuación del paramilitarismo como excusa de la falta del Estado frente a ese
enemigo. Se vuelve, pues a las políticas de seguridad de la década de los 70.

Pero será la controvertida ley de justicia y paz, marco jurídico para la des-
movilización de los paramilitares lo que obligará a crear una política pública
de reparación para las víctimas. En este contexto es que nace la Comisión
Nacional de Reparación y Reconciliación; si bien las víctimas como concepto
jurídico y realidad social así como las memorias de la violencia política juegan
un papel clave en la discusión, no son el eje del debate central o si lo son,
están en función de políticas de reconciliación; esto es sintomático de la po-
larización política que sufre el país, y esto, por el hecho de que a la vez de que
se negó el conflicto (Uribe lo hizo, Santos ya no tanto), se mantuvo una políti-
ca de guerra que no fomenta el cese del conflicto aunque su justificación sea
esa. En efecto, se cree que sólo ganar la guerra acaba con el conflicto. Estas
circunstancias explican el debate acalorado por la ley de justicia y paz y a su
vez explica por qué no ha sido posible todavía posicionar a las víctimas y a las
memorias de la violencia política en el centro de la discusión y de defensa; las
discusiones se sirven de las víctimas y de sus memorias como datos estadísti-
cos para justificar determinada política estatal o para vituperarla. Todavía no
hay un acuerdo base fundamental por parte de la sociedad colombiana, que
sí hubo en otros países del mundo donde se han dado procesos de justicia
transicional: de que hubo unas víctimas y de que la base de la reconciliación
es el reconocimiento de ellas, que se da con el esclarecimiento de la verdad,
la aplicación de justicia y la reparación.
PARTE II – MEMORIA, CONFLICTO Y OLVIDO
194

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Parte III

MEMORIA, TERRITORIOS
Y DESTERRITORIALIZACIONES:
SUS LUGARES FÍSICOS
Y SIMBÓLICOS
Capítulo 1

TERRITORIO Y ACADEMIA:
UNA RELACIÓN FRAGMENTADA1
Patricia Reyes Aparicio
Docente investigadora de la Universidad Santo Tomás de Aquino, Bogotá. Socióloga, Magíster en Planificación y
Administración del Desarrollo Regional. Correo electrónico: hidrofonico@gmail.com

Introducción
A la pregunta por el territorio se ha respondido desde múltiples disciplinas, lo que ha
hecho que unos y otras se reconfiguren permanentemente hasta formar un entramado
tan complejo y múltiple, que no queda otra que tratar de aproximarse a un fragmento
de las relaciones que se han venido tejiendo entre ellos, para intentar profundizar en
lo que ese pequeña fracción proponga y continuar tejiendo el entramado en el que se
verán aparecer, seguramente, nuevas relaciones, que son las que el pensamiento y las
diversas circunstancias admitan.

En esta ocasión se propone mirar algunos de los conceptos, si se prefiere ciertas


categorías a través de las cuales se ha venido abordando el tema del territorio, para
intentar ver lo que sucede en el cruce de los sentidos que arrojan esos –aparentemen-
te- diversos abordajes ¿La intención? Dejar de lado la preocupación por el reconoci-
miento de la proveniencia de esas avanzadas para centrarnos en los planteamientos
que han venido apareciendo a través del tiempo, que nos permita un lugar más allá
–de pronto más acá- del pensamiento disciplinar, puesto también en cuestión. Como
punto de partida es importante tener en cuenta que quien escribe trata de poner el
acento antes que en el lugar de emergencia de los enunciados, en el objeto que a par-
tir de aquellos se construye, no obstante, la aparición de dichos lugares seguramente

1 Las líneas que vienen a continuación constituyen un corte en la reflexión que viene adelantándose al interior del grupo de
trabajo de docentes de la Facultad de Sociología de la USTA, cuyo objetivo es la consolidación de las líneas de investiga-
ción del tema territorio de la Maestría en Planeación del Desarrollo ofrecida por esta universidad, que comenzará activida-
des el primer semestre del año 2012. Por tal sentido, deben entenderse material de trabajo en espera de los aportes que
puedan surgir.
PARTE III - MEMORIA, TERRITORIOS Y DESTERRITORIALIZACIONES: SUS LUGARES FÍSICOS Y SIMBÓLICOS
200

será inevitable, lo cual, antes que ser un inconveniente en la reflexión que aquí se
propone, aspira convertirse en dinamizador y movilizador de la discusión.

Cualquier ruta epistemológica corre el riesgo de resultar extensa o comprimirse sin


límite, independientemente del concepto que se trate. Las anotaciones que aquí se
registran pueden ser entendidas como el inicio de una puesta en escena en la que
el papel protagónico lo asumirán algunas de las categorías –conceptos- que pueden
tenerse en cuenta para pensar el territorio por la vía de la configuración de posibles
líneas de investigación, en el marco de un programa posgradual que integra la for-
mación teórica en estrecha relación con las concepciones contemporáneas sobre la
sociedad y las corrientes de desarrollo y la planeación, contando con la investigación
como ingrediente fundamental en perspectiva de la resolución de los problemas so-
ciales, lugar de encuentro obligado de todo proceso académico.

Por la vía de la presentación que aquí se inicia, seguramente se aspira a robustecer-


los, es decir, se trata de recoger elementos a través de los cuales pueda evaluarse la
pertinencia, injerencia y alcance de la priorización de ciertos enfoques que, como toda
elección, dejará por fuera tópicos que no alcanzarán a entrar: una apuesta-riesgo que
hay que correr, necesariamente.

I. Territorio como categoría de análisis


o de una mirada genealógica

Las connotaciones del concepto territorio, no cabe duda, han variado a través del
tiempo. Un recorrido a través de la historia da cuenta de la diversidad de posibilidades
que se han erigido para pensar en él. Entendida la genealogía como descripción de
los comienzos y las sucesiones, y subrayando la importancia de entender los acon-
tecimientos en contextos determinados, indagar por las condiciones que han hecho
posible que se piense y se hable del territorio a través de ciertos regímenes de enun-
ciación en un momento particular, da cuenta no sólo del concepto, sino de lo que lo
rodea y lo hace posible.

Abordar el tema de la genealogía del territorio pone sobre la mesa aspectos que no
tienen que ser nombrados para estar presentes, es decir, se trata de ubicar algunas
pistas que permitan pensar en términos de su consolidación como categoría ¿Cómo
los primitivos habitantes mongoles construían territorio en sus modos de recorrer o
habitar los lugares?, ¿el hecho de habitar un espacio implica pensar en términos de
territorio?, ¿en el cruce de qué coordenadas emerge como instancia de análisis por
primera vez? En fin. Son tantos los interrogantes como las posibilidades que se abren
en la búsqueda de respuestas, de modo que una vía interesante de aproximación a la
pregunta por el territorio, bien puede comenzar por una revisión a su génesis.
Capítulo 1. Territorio y academia: una relación fragmentada
201

Para ello, Foucault nos propone el enunciado, y para entenderlo, remitirnos a la defini-
ción del discurso, entendido este último como “conjunto de enunciados que provienen
de un mismo sistema de formación” admite entonces hablar en términos de discurso
clínico, discurso económico, discurso de la historia natural. En ese sentido, la pro-
puesta de formación que se está consolidando aguza su oído a proveniencias que se
han dado en ubicar en terrenos sociales y humanos, incluyendo ahí la perspectiva del
desarrollo y su compañera la planeación.

II. Territorio como categoría de análisis o de una mirada


epistemológica: las ciencias sociales y los estudios territoriales

Este hecho es importante a la hora de pensar en la perspectiva epistemológica desde la


cual abordar las reflexiones y configurar los campos temáticos. Teniendo en cuenta la
extensa producción en lo que a epistemología se refiere, y con el ánimo de consolidar
una propuesta que responda a los intereses del tipo de formación que se ofrecerá –o
de la impronta que se quiere dejar-, permítasenos una nueva remisión a la propuesta
focaultiana para determinar el alcance de lo que por epistemología se entenderá.

Entendiéndola “el conjunto de relaciones que se pueden descubrir, para una época
dada, entre las ciencias cuando se las analiza en el nivel de las regularidades discur-
sivas” (Foucault, 1990, p. 89). En ese sentido, habría que indagar por lo que se dice, en
cada época, del territorio. Lo que el autor francés denomina regularidades discursivas
tiene que ver con aquello que de alguna manera se repite sin que se haga evidente
dicha repetición. Es decir, un corte en el tiempo permitiría de pronto encontrar que
se han establecido ciertas recurrencias en los modos de referirse al territorio, desde
múltiples ángulos, e incluso con palabras distintas, pero apuntando a lo mismo. El
asunto es que esa confluencia en “lo mismo” termina reconfigurando tanto el objeto
de mirada como la instancia desde la que se mira.

En el grupo de las disciplinas sociales se encuentran aportes en categorías como:


cultura, sociedad, individuo, población, pueblo, región, ciudad, campo, identidad,
creencias, tradiciones, modos de poblamiento, desplazamiento, memoria, entre otras.
Habría que rastrear, en términos conceptuales, cuáles serían los efectos que traería
proponer al análisis del territorio las miradas que se hagan a través de tales con-
ceptos. Es más, los diversos modos de aproximación disciplinar delimitan el campo
mismo de su emergencia como categorías a través de las cuales dar cuenta de la
pluralidad de sentidos que habría que incluir a la hora de emprender el estudio de un
campo disputado y vuelto a reconfigurar como lo es el territorio.

Para ilustrar este punto, una mirada a lo que ha venido sucediendo en el campo de
la geografía, por ejemplo, permitiría dimensionar lo aquí planteado. De modo despre-
PARTE III - MEMORIA, TERRITORIOS Y DESTERRITORIALIZACIONES: SUS LUGARES FÍSICOS Y SIMBÓLICOS
202

venido, sin mucha elaboración, podría afirmarse que, para la geografía, el asunto del
territorio se circunscribe al plano de lo físico, de lo tangible y fácilmente ubicable. Lo
que se registra en los mapas por todos conocidos ilustraría ese carácter de lo tangible
para pensar el espacio: “los geógrafos de la tradición regional, que dominó el pano-
rama académico hasta mediados del siglo XX, y de la incipiente ´nueva geografía´
de los sesenta, basaron su trabajo en la idea de espacio absoluto, como contenedor
de paisajes o de objetos en interacción, pero el espacio mismo no era objeto de re-
flexión” (Delgado, 2003, p. 20).

Hacia los 80 se consolidaba, para el caso colombiano, un abordaje “humano” a la


geografía: la facultad de Sociología de la Universidad Nacional contaba para enton-
ces con una propuesta de pensar una “geografía para sociólogos”, como lo propusiera
el profesor Ernesto Guhl. La pregunta sería ¿qué significaba para entonces pensar
la geografía en clave de lo humano? Y, en solidaridad con lo atrás planteado, ¿qué
relación tendría ese nuevo carácter con aquella del espacio como contenedor de pai-
sajes? En esta misma dirección, ¿esa fusión entre geografía y humanidades –para el
caso particular, la sociología- reportó elementos importantes a la reflexión del espa-
cio, valga decir, del territorio?

Esa forma de abordar las preocupaciones que se iban apareciendo, es decir, cuando se
agotó lo físico y tuvo que ampliarse la frontera para que entrara el individuo, y luego
las sociedades, imprimió un cambio que ha quedado registrado en la historia misma
del pensamiento, y ponía en evidencia la necesidad de ampliar los límites para in-
cluir en vez de excluir; para diversificar, en lugar de estar pensando en la parcelación
dictaminada por las instancias de poder que se materializaba, en gran medida, en el
panorama disciplinar.

De modo que la episteme del territorio pasa por la de las disciplinas sociales, no para
legitimar y ahondar en la diferencia, sino para servirnos de los aportes que se han
venido dando, y enriquecer así el nivel de conocimiento de problemáticas sociales a
través de la construcción del territorio, en interrelación recíproca.

III. El territorio: desde el discurso de la planeación y el desarrollo


En este aspecto en particular valdría la pena hacer un abordaje acentuando la nece-
sidad de hacer una articulación entre el discurso académico y el orden formal –por
nombrarlo de algún modo-. Es decir, habría que dar una mirada al discurso de la pla-
neación y el desarrollo en el marco económico –de donde provienen-, instalando los
análisis en una esfera distinta: llámese social, y entiéndase la cultura como ingre-
diente fundamental para dimensionar el sentido que quiere asignársele, por conside-
rarlos componentes fundamentales. Quizá en el ámbito de la política pública, tanto
la planeación como el desarrollo tienen cabida; sin mucho análisis se los instala ahí.
Capítulo 1. Territorio y academia: una relación fragmentada
203

El asunto es que al plano académico –cuyo propósito final coincide con el de las dos
instancias atrás mencionadas, a saber, el cambio social-, le corresponde instalar otras
preguntas y subrayar aspectos que la lógica oficial no ve o no quiere ver. Y ahí encon-
tramos una disputa: una serie de tensiones que emergen para incidir en las decisiones
que hay que tomar, que son las que, a la postre, darán el rumbo a esas políticas, con
los consabidos efectos que se dejan ver en la materialización de decisiones que com-
peten a la sociedad en su conjunto en tanto la afectan.

En este punto habría que aportar entonces documentos oficiales –POT, Planes de De-
sarrollo, Políticas de Fomento Productivo-, que recogen un modo de pensar y entender
el territorio desde un discurso que podría denominarse hegemónico y en cuyo análisis
se develaría el nivel de participación de las diversas instancias implicadas, las estra-
tegias de negociación implementadas, los modos de convocar esa participación, entre
otros múltiples aspectos. Desde la producción académica vendría bien problematizar
la categoría del desarrollo –y por ende la de la planeación- para darle una dimensión
más amplia a ese primer nivel de intervención: la universidad y la esfera decisional
proponiendo alternativas posibles y deseables de organización espacial, con los efec-
tos esperados en la conformación de sociedades y subjetividades. Teoría y práctica
como propuesta dialéctica que admitiría reconocer dos campos de intervención que
se construyen reciproca y permanentemente.

Como es evidente, habría que historizar también esos discursos, y poner especial
énfasis en categorías como progreso, equidad, igualdad, participación, concertación;
sostenibilidad, sustentabilidad, crecimiento.

IV. Localidad, territorio, región


Una vez más se pone en evidencia aquello de los límites: ¿cómo diferenciar la loca-
lidad del territorio, y ambos de la región? ¿Una región no es también un territorio?

Por localidad se entiende: “Calidad de las cosas que las determina a lugar fijo, lugar
o pueblo, local (sitio cerrado), plaza o asiento en un local de espectáculos públicos”
(Larousse, 2009, p. 2032). También se encuentran definiciones como “perteneciente
o relativo al lugar, a un territorio, a una comarca o a un país”, en contraposición a lo
general o nacional, o, como adjetivo, cuando se menciona por ejemplo la anestesia
local, sin perder de vista que también alude a un sitio cerrado, cercado o cubierto.
Etimológicamente, locus, que indica lugar.

En lo que respecta al territorio, entre otras acepciones se encuentra: circuito o tér-


mino que comprende una jurisdicción, un cometido oficial u otra función análoga.
“Terreno o lugar concreto, como una cueva, un árbol o un hormiguero, donde vive un
PARTE III - MEMORIA, TERRITORIOS Y DESTERRITORIALIZACIONES: SUS LUGARES FÍSICOS Y SIMBÓLICOS
204

determinado animal, o un grupo de animales relacionados por vínculos de familia, y


que es defendido frente a la invasión de otros congéneres” (DRAE, 1992, p. 1969).

En cuanto a la región, se mencionan acepciones como “porción de territorio determi-


nada por caracteres étnicos o circunstancias especiales de clima, producción, topo-
grafía, administración, gobierno. Cada una de las grandes divisiones territoriales de
una nación, definida por características geográficas e histórico-sociales, y que puede
dividirse a su vez en provincias, departamentos.

Todo espacio que se imagina ser de mucha capacidad.  Según la filosofía antigua,
espacio que ocupaba cada uno de los cuatro elementos. Zool. Cada una de las par-
tes en que se considera dividido al exterior el cuerpo de los animales, con el fin de
determinar el sitio, extensión y relaciones de los diferentes órganos. Región frontal,
mamaria, epigástrica. Cada una de las partes en que se divide un territorio nacional,
a efectos de mando de las fuerzas aéreas y de dirección de los aeropuertos. Cada
una de las partes en que se divide un territorio nacional, a efectos de mando de las
fuerzas terrestres.

De modo que hay un punto de partida que comparten los significantes, si se prefiere,
un común denominador: el territorio. Y este hallazgo se torna interesante en tanto
pueden proponerse instancias diversas desde las cuales continuar abordando la ca-
tegoría, objeto central de nuestro análisis. Esa capacidad de la región se contrastaría
con una no tan amplia capacidad que ofrecería la localidad, por ejemplo. Continuando
por esta vía, podría hasta pensarse que tanto en la localidad como en la región sería
lugar de habitación de grupos relacionados por lazos de familia los cuales, frente a
una invasión, lo defenderían.

Seguramente los discursos administrativos y políticos tengan delimitadas estas cate-


gorías –no obstante, habría que indagar por el nivel de sus análisis-. Una formación
académica que las contemple necesariamente tendría que proponer otros lugares de
mirada que relieven aspectos tales como la cultura, la identidad, la estética; incluso
la ética. Un concepto contemporáneo que suena sugestivo es la ecosofía propuesta,
entre otros, por Guattari, a través de la cual se puede ver la congruencia de la ecología
y la filosofía para pensar en términos de habitar –en el sentido fuerte del término- y
los correspondientes modos de apropiación del espacio, de las relaciones sociales y
humanas.

Otro tema de abordaje obligado sería la relación del territorio con la globaliza-
ción. Y aquí se evidencia una vez más el efecto que ha tenido la preeminencia del
discurso económico en la determinación de derroteros a nivel mundial. Aquello de la
aldea global que tanto se menciona –efecto de ese discurso- pone de presente la idea
permanente de la tierra en su amplia acepción, no obstante lo reducido que pueda
Capítulo 1. Territorio y academia: una relación fragmentada
205

parecer aquello de la aldea, aunque ese empequeñecimiento quiere subrayarse en


tanto se trata de dimensionar lo que ha hecho la globalización con el orden estable-
cido antes de su aparición: de ser un mundo amplio, casi inaprehensible y por poco
inconmensurable, por efectos de la globalización se pasó a ser un “pueblo de corto
vecindario y, por lo común, sin jurisdicción propia” (DRAE, 1992, p. 91).

Lo cual resulta así, en tanto la noción de Estado se reconfigura. Nuestro vecindario, no


obstante la distancia geográfica, se ha ampliado a tal punto que las redes de comu-
nicación suplen las presencias físicas: desde nuestro ordenador estamos conectados
con el mundo y a grandes distancias se encuentran nuestros nuevos vecinos. Los mo-
dos de relación se transmutan, y con ellos nosotros. Alguien afirmaba algo como que
“sólo quien tiene raíces sobrevivirá a la globalización”, afirmación que lleva a poner
otro interrogante en torno a la planeación que es menester implementar en condicio-
nes históricas como las diseñadas por este nuevo orden mundial.

¿Dónde y cómo queda lo local en este estado de cosas?, ¿qué va a suceder con el te-
rritorio y las regiones?, ¿será oportuno continuar defendiéndolas en tanto categorías
de apropiación del espacio que delatan unas formas de organización, relación e iden-
tidad? Desde que se decretó la globalización, tanto los Estados como los gobiernos
a nivel mundial se han puesto al servicio de intereses económicos, que son los que
pregonan y avalan ese discurso.

Los conceptos/categorías que dicho esquema aporta vendrían a ser: nuevo orden
mundial, pobreza, inequidad, medio ambiente, nuevas relaciones sociales y humanas,
como algunos de los más importantes.

Así las cosas, queda punteado el panorama de trabajo a ser ofrecido al equipo de pro-
fesionales que decida acceder a una propuesta académica de formación posgradual.
A primera vista, podría afirmarse que en poco dista de otras ofertas que se postulan
tanto a nivel nacional como internacional. La pregunta sería entonces, ¿qué es lo
diferente?, ¿qué propone este plan de estudios que lo distancia de otros, inscritos en
la misma línea? Hay quienes afirman que lo particular lo ofrece el carácter participa-
tivo que quiere dársele, hay otros que aseguran que tendría que ser la concertación
el eje transversal. De modo que valdría la pena indagar respecto a cada uno de los
postulados para aportar en la determinación del énfasis a dársele, y es a la academia
a la que habría que dar una nueva oportunidad, si bien seguros de que, por sí sola, no
conseguirá imprimir los giros que la discusión y la intervención ameritan, más bien
dándole la oportunidad de hacer los aportes que desde su acervo está en capacidad
de ofrecer, intentando rehacer la comunicación entre ella y el territorio que transcurre
en instancias que aparecen distantes y cuya brecha es menester continuar cerrando
para lograr, al menos, otros efectos, nuevos problemas.
PARTE III - MEMORIA, TERRITORIOS Y DESTERRITORIALIZACIONES: SUS LUGARES FÍSICOS Y SIMBÓLICOS
206

V. Participación o concertación
La Constitución de 1991, podría afirmarse, marcó un hito en la historia de la participa-
ción en nuestro país: a partir de entonces se empezó a hablar del carácter incluyente
en lo que respecta a la toma de decisiones que desde entonces regiría la organización
política y administrativa del país –con los esperados efectos en las esferas cultural,
medioambiental, social, entre otras-. La Constituyente legitimaba y materializaba así
un sueño: el de la participación en la toma de decisiones que ponía de presente y
tenía en cuenta la procedencia diversa de la población. El carácter multiétnico y plu-
ricultural se instalaba reiteradamente en discursos gubernamentales, académicos,
institucionales e incluso coloquiales.

Las varias procedencias de esa población; sus costumbres, formas de organización,


modos de apropiación del espacio, delataban una riqueza significativa, y prometían
eso: la inclusión, tan importante en todo proceso que se preciara de equitativo y plu-
ral. Veinte años después cabe formularse preguntas como ¿de qué manera quedó ex-
presada la inclusión en la Carta Constitucional?, ¿a estas alturas, una evaluación, una
mirada de cerca permite hablar en términos de inclusión?, ¿de qué inclusión?, y las
voces subalternas, ¿se han venido escuchando?, ¿de qué modo? Y esos discursos, ¿de
qué forma dejaron planteado el tema del territorio? ¿Qué ha pasado con los territorios
y sus habitantes? ¿Se han venido escuchando esas voces?

Son tantas las preguntas como, seguramente, los modos de aproximación a tentativas
respuestas. Permítasenos instalar algunos otros interrogantes, con la pretensión de
continuar aportando a una reflexión en la que, seguramente, sean esas voces clan-
destinas las que atraigan la atención en el ejercicio investigativo que se propone, y,
por qué no, quizá de su mano puedan hallarse salidas a problemáticas insoslayables
que tienen que ver con el efecto del despojo de sus territorios y de la memoria –ele-
mento fundamental a la hora de construir existencias-.

Entre una significativa e inusitada cantidad de eventos organizados en torno al tema


de la memoria, en la ciudad de Bogotá, hacia el mes de abril del año 2011, se llevó
a cabo el “Primer Encuentro Internacional de Estudios Críticos de las Transiciones
Políticas: Violencia, Sociedad y Memoria”. En ese marco fue posible escuchar algu-
nas organizaciones de base que han venido trabajando en esta dirección. Su interés
fundamental es no dejar caer en el olvido eventos –acontecimientos- que marcaron
la vida de sus comunidades. Para ello –afirman- han apelado a recursos simbólicos
y materiales con los que han persistido en una actitud de permanente evocación,
teniendo en cuenta que manifestaron no sentirse representadas en los discursos ins-
titucionales ya que éstos no lograban significar sus inquietudes e intereses respecto
al tema de la memoria. Al contrario, desde su perspectiva, el olvido y el silencio han
sido el común denominador de las acciones oficiales.
Capítulo 1. Territorio y academia: una relación fragmentada
207

Estos hechos, concatenados, crean las condiciones que hacen posible la emergencia
del tema por el que se aspira indagar: ¿qué reportaría, qué efectos tendría el que
comunidades y organizaciones –voces clandestinas, memorias subalternas- se encar-
guen de construir, consolidar y hasta administrar sus propias versiones del mundo que
habitan? Seguramente sea una posibilidad de interpelar las versiones legitimadas
–oficializadas-: ¿es, sino la única, al menos una de las más importantes alternativas
con las que se cuenta para poder trazar los lineamientos de una nueva historia?, ¿en
qué radicaría la importancia de lo novedoso a la hora de pensar en una historia con
esas características?, además, esa nueva historia, ¿en qué y a quiénes beneficiaría?,
¿qué condiciones habría que crear para hacerla posible?, ¿cómo se vería reflejada en
la pregunta por el territorio, por ejemplo?

Estos interrogantes apenas si puntean el tema de interés: al parecer, es uno de los


riesgos que se corre en todo comienzo de un ejercicio de investigación: cantidad de
perspectivas que se agolpan, que pelean también ellas por ser las hegemónicas; im-
precisiones terminológicas, sobreestimación de posibilidades, desarrollos embriona-
rios, no muy evidente concatenación de ideas, en fin. Y se menciona como un ejercicio
de investigación el que se inicia con la apertura de un programa de formación como el
que aquí se ha planteado, en tanto es una apuesta con énfasis en investigación pre-
cisamente. Es decir, si bien hay una propuesta de trabajo consolidada, es importante
tener en cuenta que aspira convertirse ella misma en un proceso de conocimiento, lo
cual la ubica en el lugar de la investigación mediante su hacer.

Ahora, en lo que respecta a la concertación, teniendo en cuenta que alude a asuntos


como componer, ordenar, pactar, concordar, acordar, en el panorama nacional –te-
niendo en cuenta el juego político y de intereses económicos que han propiciado un
largo periodo de violencia- seguramente, más que seguir pensando en que una parti-
cipación equitativa sea posible, valga la pena disponerse a buscar instancias de con-
certación que de pronto hablen de modo más aproximado de los hechos nacionales.

Seguramente también pueda afirmarse que hay que continuar construyendo instan-
cias donde la participación sea posible. Quizá ese mismo ánimo impulsó a proponer
la descentralización como recurso que, de algún modo, propiciara la convergencia de
esas múltiples voces que hacen parte del panorama de nuestra realidad nacional –por
nombrarla de algún modo-, en tanto aproximaba las voces a espacios más reducidos
y por ende con mayor posibilidad de ser escuchadas.

El asunto es que en ese otro país del conflicto, en el que la disputa por la tierra cobra
vidas a diario, y en el que la desaparición, la expropiación y el conflicto armado son la
regla, no pueden garantizarse procesos de participación. Es inconsistente pensar que
en lugares de desalojo de tierras, por ejemplo, esos mecanismos estatales puedan
operar. Seguramente en el discurso oficial se mencione el tema y se llegue a afirmar
que se ha conseguido acortar la distancia entre la población y el nivel decisional. La
PARTE III - MEMORIA, TERRITORIOS Y DESTERRITORIALIZACIONES: SUS LUGARES FÍSICOS Y SIMBÓLICOS
208

pregunta sería ¿qué tan cierta resulta una afirmación de ese talante?, ¿qué repercu-
sión-es- ha tenido en términos reales?, ¿puede verse reflejada esa participación en el
respeto a la vida, al trabajo –sólo por nombrar algunos de los aspectos más importan-
tes, los mínimos que deberían estar garantizados-?

Es en ese panorama que la idea de la concertación de pronto suene más acorde a los
hechos, más próxima a lo que acontece en esos lugares donde el Estado ha perdido
legitimidad y la ley se impone mediante otros dispositivos.

Y esta afirmación se hace poniendo el acento en un aspecto que tiene que ser tenido
en cuenta: este país no es sólo el centro, no son sólo las ciudades y los municipios que
las circundan. Hay que incluir esos otros espacios que son parte constitutiva y que no
por estar distantes geográficamente tengan que ser sacados por las disposiciones de
las sedes donde se toman las decisiones político-administrativas que, en la mayoría
de los casos, prefieren soslayar las problemáticas que en esos otros lugares son la
regla.

En últimas, lo que valdría la pena hacer desde la academia, lo que ésta tendría como
misión –teniendo en cuenta su papel social, ético y político- sería instalar nuevas
preguntas, y movilizar otras discusiones, apuntándole a incidir de modo directo en el
diseño de la misma política pública. Alumbrar terrenos no frecuentados por el discur-
so oficial, dar lugar a la escucha de esas voces que susurran para que se conviertan en
voces preponderantes en este concierto monofónico de nación que se quiere imponer
y se presenta como único posible. La academia tendrá que romper esa brecha que ha
erigido en torno suyo para pasar a ser una instancia incluyente, divergente y creadora.

Bibliografía
Delgado, O. (2003). Debates sobre el espacio en la geografía contemporánea. Bogotá:
Universidad Nacional de Colombia
Diccionario Enciclopédico Vox 1 (2009). Larousse Editorial, S.L.
DRAE (1992). Madrid: Real Academia Española de la Lengua.
Foucault, M. (1990). La arqueología del saber. México: Siglo XXI.
Capítulo 2

AMBIENTES EDUCATIVOS
Y CONFLICTO ARMADO, MEMORIAS
Y TERRITORIOS EN EL PUTUMAYO
Mauricio Lizarralde Jaramillo
Profesor de la Universidad Distrital Francisco José de Caldas.

Introducción
Colombia a lo largo de su historia ha vivido una sucesión continua de conflictos ar-
mados de distinto tipo e intensidad: guerras civiles, violencia política partidista, gue-
rrillas, paramilitarismo, complejizándose aún más con la presencia del narcotráfico;
sobre ello hay un campo de investigación muy amplio desde distintas disciplinas y
variados enfoques.

Sin embargo, dentro de ese universo de investigaciones un tema que se ha abordado


muy tangencialmente es de la escuela mediada por estos contextos, a pesar de que
por ejemplo la guerra civil de 1876 que se conoce como La guerra de las escuelas se
dio con el pretexto de oposición del conservatismo y la iglesia a la reforma educativa
implementada por el gobierno liberal en 1870, y a que en el ya clásico “Violencia en
Colombia” (Guzmán, Fals Borda, Umaña, 1980, pp. 282-284) se referencian las es-
cuelas que en Tolima en la década de los 50 tenían trincheras y refugios, así como el
asedio al que eran sometidas las maestras por parte de los actores armados, y el pa-
pel activo de algunos maestros que azuzaban a sus estudiantes para que abuchearan
o apedrearan a los del partido contrario; desde su publicación inicial en ese estudio
dejan planteado “Pero cabe reflexionar sobre si los colegios mismos y la Universidad
no sufren un proceso de desadaptación al actuar de espaldas a la realidad nacional”

Ya desde una primera investigación (Lizarralde, 2003), abordamos la situación de los


maestros en zonas como el Guaviare, el Magdalena Medio y el Urabá, y posteriormen-
te ya desde el grupo de investigación GALATEA se ha venido trabajando alrededor de
la educación y el conflicto armado.
PARTE III - MEMORIA, TERRITORIOS Y DESTERRITORIALIZACIONES: SUS LUGARES FÍSICOS Y SIMBÓLICOS
210

Actualmente, con financiación del IPAZUD y el Centro de Investigaciones de la Uni-


versidad Distrital, se está desarrollando una investigación sobre los Ambientes Edu-
cativos de las escuelas en zonas de conflicto armado, tomando como muestra la zona
del bajo y medio Putumayo en escuelas ubicadas unas en la vía entre Puerto Asís y
Teteyé, otras entre El Tigre y la Hormiga, y otra en El Empalme cerca a Orito.

Esta investigación, demanda en primera instancia abordar la reflexión sobre las in-
teracciones que se dan en el espacio escolar, bien sea que se les asuma como clima
escolar o cómo el ambiente educativo. En esencia tras los dos conceptos, clima y am-
biente, se pretende dar cuenta de aquellos aspectos axiológicos, culturales, sociales,
políticos, físicos que determinan la construcción intersubjetiva de los significados que
orientan la acción en la institución; por ejemplo Blaya define el clima escolar como:

... la calidad general del centro que emerge de las relaciones interpersonales
percibidas y experimentadas por los miembros de la comunidad educativa. El
clima se basa en la percepción colectiva sobre las relaciones interpersonales
que se establecen en el centro y es un factor influyente en los comportamientos
de los miembros de la comunidad educativa. (2006, p. 295)

I. Y… ¿Qué es el Ambiente Educativo?


Se asume el concepto de ambiente, más allá de las definiciones de la etología y la
ecología, como un territorio configurado por las características del entorno de los
sujetos y de las interacciones entre los sujetos mismos, fuertemente articulados y
que condicionan las circunstancias de su interacción cotidiana, comprendiendo tanto
lo tangible de los espacios físicos, como lo intangible de los significados; viéndolo de
esta manera y acogiendo el planteamiento de Porto-Gonçalves (2009), el ambiente
educativo- territorio no se puede considerar como algo existente o anterior a la es-
cuela como dispositivo social, dado que éste se constituye como un espacio físico y
relacional de sujetos y grupos sociales que se afirman en y por medio de él a través
de procesos sociales de territorialización.

Por esta razón, el ambiente educativo en tanto territorio de enunciación, no puede


considerarse como un apriori, sino como la emergencia de la relación entre el con-
texto y lo vivido, entre la memoria del pasado y la expectativa de futuro (Koselleck,
1993), de manera que no tiene preexistencia sino que emerge en la medida en que se
establecen interacciones que lo dotan de significados, siendo así un campo construi-
do intersubjetivamente.

En este orden de ideas, cualquier cambio que se dé en los significados generará tam-
bién cambios en el territorio y su representación y viceversa, pues los significados son
imposibles de asumir como generalidad dado que son resultado de una experiencia
Capítulo 2. Ambientes educativos y conflicto armado, memorias y territorios en el Putumayo
211

singular de interacción y en esa medida son móviles de acuerdo al momento particular


del sujeto, donde su ubicación de frente al interlocutor, a sí mismo o al colectivo es
lo que determina la validez de lo que se dice sobre ello y la forma cómo, acorde a los
usos sociales y culturales, en el discurrir de la conversación se asigna pesos distintos
a las palabras y a los silencios. “Recurrimos a los testimonios, para fortalecer o para
invalidar, pero también para completar lo que sabemos acerca de un acontecimiento
del que estamos informados de algún modo, cuando, sin embargo, no conocemos bien
muchas de las circunstancias que lo rodean.” (Halbwachs, 2004, p. 25).

Siguiendo a Le Breton (2007), el silencio carece por sí mismo de significación, y se


dota de ésta según las políticas de su uso: de consentimiento y complicidad, mu-
tismo con la intención de ocultar, de indiferencia, como acción de oposición, como
respuesta por el desconocimiento o la ignorancia, o también como manifestación de
censura. Así, en los relatos por ejemplo, los silencios no tienen un único significado,
encontrándose asociados a la experiencia singular en el momento del que se habla,
como cuando se pregunta por lo vivido durante los combates que se han dado cerca
a la escuela y unos guardan silencio por lo doloroso del recuerdo y otros porque no
lo han vivido o no le dan importancia, o cuando se siente como un momento opresivo
antes de evocar al niño que murió ametrallado en la escuela, o cuando no se nombra
al “sapo” o al hablar de “ellos” refiriendo a la guerrilla o de “los otros” cuando se
trata de los paramilitares, sin nombrarlos directamente igual que no se nombra al dia-
blo para que no aparezca, o simplemente porque uno no es considerado interlocutor
válido para que lo escuche.

De igual manera en las referencias al espacio físico, por ejemplo, en el caso de las
escuelas y de las veredas, los lugares tienen nombres a los que se asigna un signifi-
cado sin que este sea necesariamente explícito, pero que al encontrarse articulado a
las experiencias vividas y relatadas, tanto las palabras como los silencios muestran
las características, uso y memoria de las interacciones que allí se dan, como en el
caso de la comunidad en una escuela de Puerto Asís donde los niños hacen referencia
a la habitación del maestro como “la casa de los finados” aludiendo a los soldados
que allí murieron en un combate, hecho del que no nos enteramos sino luego de seis
meses de estar visitando la comunidad y de que el nuevo maestro posesionado ese
año no tenía conocimiento, o cuando en una comunidad se evita hablar de “la loma” y
lo que allí pasó, por ser el sitio donde “ellos” emboscaron y mataron al ejército, lo que
luego provocó el bombardeo y posterior traslado de la escuela. Finalmente, también
se encuentran aquellos silencios que se corresponden a lo que Passerini en los estu-
dios sobre la memoria del fascismo en Italia, ha denominado “silencios colectivos”
que se corresponden a un proceso de autocensura colectiva frente al recuerdo de una
acción o una época sancionada socialmente como vergonzante, que para el caso de
los relatos recogidos en el Putumayo se corresponde con el apoyo que la comunidad
dio en algún momento a uno u otro grupo armado.
PARTE III - MEMORIA, TERRITORIOS Y DESTERRITORIALIZACIONES: SUS LUGARES FÍSICOS Y SIMBÓLICOS
212

Por tanto, para una aproximación a la comprensión del Ambiente Educativo en el


contexto del conflicto armado, es necesario ir más allá de asumirlo como el con-
junto de condiciones físicas e institucionales donde se desarrolla una acción edu-
cativa, pues al reconocerlo como predictible y ahistórico se le da el carácter de lo
que Von Foerster (1991) denomina “Maquina Trivial”, es decir fácilmente controlable
para lograr los objetivos previstos; el ambiente educativo tiene un carácter histórico
complejo, vital y flexible que hace que no se le pueda asumir como algo estático y
definido por los espacios y los reglamentos, más bien se concibe en su carácter de
impredictibilidad, como una construcción diaria producto de la reflexión cotidiana,
construyendo así una singularidad permanente que asegura la diversidad, es decir
una “Maquina no trivial”.

El ambiente educativo visto de esta manera plantea una dinámica de interacción en


la que éste es definido por los sujetos, y a su vez ellos son definidos por el ambiente,
en una relación de bucle permanente, es decir una relación enantiopoietica; siguiendo
el planteamiento de Tomás Buch (1999, p. 149), enantiopoiesis es la relación entre
pares opuestos y complementarios cuya interdependencia está dada en el hecho de
que cada uno es generador del otro como en el ejemplo “del huevo y la gallina”; así
en estas interacciones se tejen los sentidos, que al ser construcción intersubjetiva
definen el territorio y orientan las acciones que como distinciones que procesan sig-
nificados, se desarrollan con el fin no siempre explícito de aprender y educarse; sobre
su relación con el espacio Luhmann (2006) afirma que estas distinciones que procesan
sentido, en tanto operaciones de los sistemas sociales, se pueden dar en un mismo
espacio simultáneamente, “operaciones en los sistemas de comunicación educativa,
científica, organizacional, sin la necesidad de desplazarse”, pues los sentidos de la
acción los dan los individuos al interactuar y no están en los espacios en sí.

II. Aterrizando en la “dura” realidad


Pero, ya en esta investigación, acceder a una visibilización de la “realidad social” que
se configura a partir de los significados presentes en el ambiente educativo, requiere
la aproximación desde la acción intencionada de autoobservación, pues como afirma
Von Foerster (1991) “no se puede ver, que no se ve lo que no se ve”; sin embargo, la
observación no solo la hace visible sino que además nunca puede ser exterior al sis-
tema, lo que demanda en el ejercicio del observador una vigilancia permanente sobre
la forma como el significado de su misma presencia llega a mediar el sentido de lo
que se dice o se silencia.

Así, para observar y comprender las dinámicas que caracterizan y determinan las
interacciones en las escuelas que viven cotidianamente las distintas manifestaciones
de la guerra, se hace una aproximación desde distintas vías.
Capítulo 2. Ambientes educativos y conflicto armado, memorias y territorios en el Putumayo
213

En primer lugar, así como el territorio no preexiste, el ambiente educativo como for-
mación sistémica dada tampoco, lo que lleva entonces a la necesidad de escudriñar
su historia, las dinámicas que allí se han desarrollado, las formas de retroalimenta-
ción positiva que le han permitido recrear su forma, y de la misma manera la retroali-
mentación negativa que ha permitido la estabilidad de algunos rasgos característicos.

Hay que ver entonces el contexto histórico, económico y social que ha hecho que una
determinada región sea objeto de acciones violentas por parte de distintos actores
tanto en el corto como en el largo tiempo; acogiendo lo expuesto por Gloria Restrepo
(1998)

A la manera de los antiguos mayas hay dos formas de medir el tiempo que
configura el territorio: el de cuenta larga y el de cuenta corta. El de cuenta
larga mide los grandes ritmos que alteran la realidad original, transforman la
naturaleza y le dan nacimiento a la sociedad; la cuenta corta mide el aconteci-
miento, el momento, la cotidianidad y las personas. Con la cuenta larga se en-
tiende el comienzo; con la corta, la situación actual. Ambos tiempos conforman
la realidad que podría compararse con un tejido, labor de muchas manos que
sin concertarse, sin saber exactamente lo que hacen, mezclan hilos de todos los
colores hasta que aparece sobre el territorio una sucesión de nombres, figuras
y lugares familiares.

El devenir histórico de la experiencia es uno de los elementos mediadores de la co-


munidad y de los individuos en su asunción como maquinas no triviales. Ahora bien,
en la medida en que en esa perspectiva no se asume como una relación causa-efecto
frente a la vivencia del conflicto armado y la violencia, lo que se da es un “universo
de posibilidades de comportamientos selectivos bajo condiciones de elevada comple-
jidad” (Luhmann, 2006), bien sea que se dé una distinción de sentido cercanía-lejanía
que aplica tanto en la consideración espacial de proximidad o no que los individuos le
den a los hechos, como a la consideración temporal en que se inscriben.

La zona comprendida por el departamento del Putumayo ha sido históricamente asu-


mida en una dinámica de explotación extractiva tal como sucedió con todo el proceso
del caucho y de la quina, luego con la bonanza petrolera y también con la bonanza
cocalera, de manera tal que aunque la región ha generado y genera todavía grandes
ganancias es poco lo que allí queda; hay una deficiente y casi inexistente infraestruc-
tura vial pues solo dos carreteras lo comunican con el centro del país, incidiendo en la
dificultad para comercializar la producción agrícola y la opción por los cultivos de coca
como única alternativa, poca cobertura de acceso a servicio básicos para los poblado-
res, así como hay un difícil acceso a la salud sumado a una escasa oferta educativa.

Los cultivos ilícitos están asociados a la presencia del narcotráfico en la zona, y con
ellos todos los actores armados que se disputan el control territorial. Se tiene además
PARTE III - MEMORIA, TERRITORIOS Y DESTERRITORIALIZACIONES: SUS LUGARES FÍSICOS Y SIMBÓLICOS
214

el hecho de que las políticas de erradicación del gobierno, inicialmente con fumiga-
ciones aéreas y ahora con operativos militares de erradicación manual, han afectado
fuertemente a la población generando oleadas de desplazamientos internos, pero
estos desplazados se ven además doblemente afectados pues al salir como efecto
de las fumigaciones y la erradicación, la ley 387 no los reconoce como desplazados
forzados y al criminalizarlos les niega cualquier posibilidad de apoyo; a esto se suma
la intensificación del conflicto armado y la aplicación de las políticas de seguridad
que, según los informes de ACNUR,ha generado un desplazamiento de más de 30.000
personas, muchos hacia el Ecuador y departamentos del interior, aunque la gran ma-
yoría se han ubicado en las zonas marginales de los principales cascos urbanos del
departamento, con graves problemas de vivienda y saneamiento básico.

En términos generales, el Putumayo, tiene problemas sociales y económicos estruc-


turales, acrecentados por la corrupción del sector público que ha llevado, entre otras
medidas a que la Secretaría de Educación sea intervenida directamente por el Minis-
terio de Educación Nacional; igualmente la problemática generada por el conflicto
armado y por las fumigaciones a los cultivos de coca y pan coger que han afectado la
economía campesina e indígena, y cuyas consecuencias se evidencian hoy en la difí-
cil situación de seguridad alimentaria en las comunidades rurales tal como se pudo
observar en la angustia de varias comunidades donde nuestra presencia coincidió
con las acciones de erradicación de cultivos implementada por la policía, “los azules”
según les dice la misma gente; estas situaciones se ven agravadas por el desempleo,
que a su vez ha sido utilizado por las petroleras para manipular a su favor y controlar
a las comunidades cercanas a los pozos y al oleoducto, al mantenerlos en actitud
mendicante para acceder a “turnos de trabajo” de tres meses y para los que en cada
comunidad se elaboran listas correspondiéndole a cada familia casi siempre un turno
al año, pero esta posibilidad de trabajo así como el apoyo en el arreglo de la vías o
la asignación de recursos para la escuela no se le da a las veredas que no quedan en
área de influencia del oleoducto.

Este panorama muestra una historia caracterizada por sucesivos procesos de des-
territorialización, donde la identidad y el tejido vincular de las comunidades ha sido
atacado de manera intencional y sistemática; bien sea con acciones compulsivas,
según la caracterización que sobre las acciones de guerra hace Rozitchner (1990, p.
118), donde se fractura todo lo que ha estructurado la identidad del sujeto y que se
construyó sobre una base de coherencia porque se contaba con la seguridad de la vida
protegida por leyes colectivas, todo entonces resulta de pronto destruido y en su lugar
queda la incertidumbre y el terror impune, tal como las masacres en el caso de El Ti-
gre, los asesinatos selectivos en La Hormiga, o los bombardeos y desplazamientos en
Puerto Asís; o con acciones persuasivas y sugestivas, donde los medios de comunica-
ción por una parte y la escuela, la iglesia, las petroleras y las ONG por otra, moldean
una lectura polarizada de la realidad donde se legitima la exclusión de los “buenos”
a aquellos que se consideran sospechosos de ser “malos”, donde la desconfianza ge-
Capítulo 2. Ambientes educativos y conflicto armado, memorias y territorios en el Putumayo
215

neralizada lleva a un individualismo exacerbado que se fortalece aún más cuando los
proyectos de ayuda que paternalistamente se imponen en las comunidades tienden a
romper los procesos organizativos.

Esto se da en una serie de dinámicas que podemos caracterizar de dos formas, por
una parte la acciones de guerra que según la clasificación pueden ser persuasiva,
sugestiva o compulsiva, y por otra, en la diferenciación sistémica centro/periferia y
su correspondiente formación de jerarquías, sin que ello implique caer en una mirada
dual o de estructura rígida, sino tomando en consideración que los sentidos de la
interacción en este campo de tensión varían según el momento y los roles de los ac-
tores. El sistema educativo, por ejemplo, en una perspectiva de cartografía relacional
está diferenciado segmentariamente en sistemas territoriales aunque a la vez pone
en práctica un tipo de diferenciación centro/periferia en donde el centro está definido
entre otros elementos por el ejercicio de poder en cada momento diferenciado de
interacción.

Es en la experiencia y memoria colectiva de los pobladores del Putumayo que se con-


figura una forma de significar y por tanto habitar y sobrevivir en el territorio, bien sea
desde la interiorización de la violencia o desde actitudes y mecanismos miméticos
para sobrevivir; ahora bien, en la medida en que se acceda a la lectura e interpreta-
ción de estas formas de habitar en los ambientes educativos, se puede aprender sobre
las maneras posibles de propiciar desde los ambientes educativos, en la búsqueda de
transformaciones culturales, acciones alternativas a las dinámicas de reproducción
que analiza Bourdieu (1977).

Frente a la relación memoria-historia hay que considerar, en el caso de las comu-


nidades y los medios de comunicación expositores de una “historia oficial”, que se
está ante una pugna entre dos mecanismos de atribución de sentido al pasado, uno
que es producido en la vida cotidiana desde el dialogo de diversas memorias indivi-
duales y posibilita asignar significado a los acontecimientos configurando así una
memoria colectiva dado que la memoria individual es siempre compartida pues los
individuos recuerdan solo como miembros de un grupo (Halbwachs, 2004, p. 54), y
otra la representación pública que se llega a establecer como memoria dominante
que en tanto versión oficial se fija a la historia. Acogiendo el planteamiento de Jesús
Ibáñez en “Del algoritmo al sujeto” frente al desvanecimiento del Convencido en la
identificación con su vencedor y al contrario el imperativo de rebelión del Vencido, la
memoria dominante resultado de estas luchas siempre deberá ser desafiada, y en ello
de acuerdo a Vázquez citado por Molina “…la memoria a través de historias de vida
constituye una forma de resistirse a la unificación social a través de sus leyes, de sus
procedimientos, dado que se centra en la recuperación de experiencias subjetivas en
un marco simbólico específico, y no sólo de acontecimientos tipificados en lógicas de
discurso institucionalizadas” (2010, p. 70).
PARTE III - MEMORIA, TERRITORIOS Y DESTERRITORIALIZACIONES: SUS LUGARES FÍSICOS Y SIMBÓLICOS
216

La tensión que se da entre la historia como representación del pasado que no está
más y la memoria como vinculo que vivifica el pasado en un presente continuo, ya
había sido planteada por Michel De Certeau (1993), al afirmar que la historia se mue-
ve en el rompimiento permanente entre el pasado objeto de su trabajo y un presente
donde se da su práctica, siendo necesario entonces el buscar una articulación entre
ese pasado que es lo vivido y que se constituye en experiencia, y el presente que
siempre es pasado reciente y futuro esperado, y es buscando esta articulación que
se encuentran en Koselleck (1993) dos categorías históricas a las que define como
“Espacio de experiencia” y “Horizonte de Expectativa”.

En este orden de ideas, el recuerdo se da sobre la experiencia, siempre en la expec-


tativa de la esperanza sobre un futuro deseado, es allí donde se configura esa rela-
ción estrecha entre el pasado reciente y el futuro, configurando un conocimiento que
incluye tanto aspectos afectivos como aspectos cognitivos, que orientan la conducta
y la comunicación de los individuos en el mundo social; con el paso del tiempo, la
experiencia se va repitiendo y alimentando con nuevos recuerdos esa memoria histó-
rica, de manera que la expectativa cada vez se vincula más al mismo panorama de la
violencia como algo que, al estar desde la actualización del pasado como un presente
continuo, se proyecta como ineludible en cualquier futuro.

Molina citando a Vázquez plantea la inquietud sobre la “posibilidad de transformar el


pasado y recordar el futuro”, la posibilidad de recordar el futuro, depende del cómo se
ubica el presente en la línea del tiempo, y en esa medida se puede asumir un futuro-
pasado como el ayer desde donde se vislumbraba el futuro, y así se da una memoria
del futuro, pero es del futuro que se esperaba, se trata de la memoria de lo que pudo
haber sido y que es mediadora del Horizonte de Expectativa del futuro-presente. Es
como en el caso de la nostalgia por aquello que no se tuvo y que se había planeado
tener bien fuera en la época de control de la guerrilla, o en la bonanza cocalera o la
de las rápidas ganancias que reportaba invertir en DMG1 .

El pasado, su significado no lo acontecido, se puede transformar en la medida en que


se establecen diálogos entre las distintas memorias, pero este dialogo en contextos
como los generados por el conflicto armado se torna difícil pues como afirma Jelin
(2002, p. 6) lo que se da en realidad es una oposición entre distintas memorias rivales,
cada una con sus propios olvidos y silencios, en una lucha permanente por lograr im-
poner su versión del pasado y según Todorov (2000) “El pasado es fructífero no cuando
alimenta el resentimiento o el triunfalismo, sino cuando nos induce amargamente a
buscar nuestra propia transformación”.

1 Gracias a las ganancias que generaba el negocio de DMG en el Putumayo, se disminuyó el cultivo de coca pues los campe-
sinos encontraron una alternativa económica en la empresa de David Murcia. La reacción de la población luego del cierre
de DMG y la captura de Murcia se manifestó en marchas y bloqueos, hecho que se recoge en la noticia de Caracol tv el 23
de Noviembre de 2008, bajo el titular “Campesinos de Puerto Asís dicen que volverán a sembrar coca por cierre de DMG”
Capítulo 2. Ambientes educativos y conflicto armado, memorias y territorios en el Putumayo
217

Frente al papel que pueden jugar las interpretaciones de las experiencias, hechas
desde los recuerdos particulares estos relatos de maestros y niños de las escuelas
del Putumayo y que evidencia la conformación de una memoria colectiva en esas
comunidades, y acogiendo lo propuesto por Molina sobre la necesidad de aplicar un
principio de simetría que posibilite la contrastación de las memorias de los distintos
actores, nos vemos confrontados con los relatos de los “otros” los ofensores y la
opción ética que lleva a la identificación con los ofendidos; esta distinción frente a la
propia postura se hace necesaria pues la indagación de la memoria demanda como
investigador el mismo tipo de reflexividad de segundo orden que la autoobservación,
pues “La discusión sobre la memoria raras veces puede ser hecha desde afuera, sin
comprender a quien lo hace, sin incorporar la subjetividad del/a investigador/a, su
propia experiencia, sus creencias y emociones. Incorpora también sus compromisos
políticos y cívicos” (Jelin, 2002, p.3).

Lo que se hace evidente en dicha confrontación es que no solo hay diferencias en la


interpretación de los hechos, de manera que se le altera a las personas el significado
de su experiencia, sino que hay olvidos explícitos incluso estipulados por la ley como
en la Antígona de Sófocles o en el edicto de Nantes venido de Enrique IV que en dos
artículos demanda la extinción de la memoria, tal como nos lo referencia Ricoeur,
son olvidos activos e intencionales que buscan definir la forma como se archiva y
oficializa la historia; la memoria y el olvido forman pareja indisoluble que Augé (1998)
define como:“La memoria es una forma esculpida por el olvido como el perfil de la
orilla por el mar”.

Jelin (2002, p. 29) al abordar la dinámica de la acción intencionada por borrar una me-
moria, como en el caso de España donde Franco impuso una memoria de los nacionalis-
tas negando la de los republicanos, nos dice que . “Hay un primer tipo de olvido profun-
do, llamémoslo <definitivo>, que corresponde a la borradura de hechos y procesos del
pasado, producidos en el propio devenir histórico. La paradoja es que si esta supresión
total es exitosa, su mismo éxito impide su comprobación. A menudo, sin embargo pa-
sados que parecían olvidados <definitivamente> reaparecen y cobran nueva vigencia”,
y es así como con la desaparición del franquismo se ha dado ahora la reivindicación de
la memoria de los vencidos en un proceso no exento de tensiones y fuertes disputas.

A fin de cuentas la memoria, como un acto de decisión implica el asumir las conse-
cuencias de recordar u olvidar, es decir que de acuerdo al significado que les hemos
asignado, decidimos que contenidos olvidar y cuales recordar “En esta elección es
donde se inscribe la ética de la memoria y sus consecuencias políticas” (Bello, 2005,
p. 61), pero asumiendo que no basta con recordar pues el recuerdo por sí solo no tras-
ciende el culto a los hechos “sin caer en cuenta de que todo hecho, por serlo, está ya
inscrito en tiempo pasado; cadáver de una acción cuyo proceso se condena al olvido.
El hecho es algo <hecho> (participio pasado: participación en el pasado); demasiado
tarde para asistir a la gestación. Nada se puede hacer con un hecho. Nada, salvo
PARTE III - MEMORIA, TERRITORIOS Y DESTERRITORIALIZACIONES: SUS LUGARES FÍSICOS Y SIMBÓLICOS
218

dotarlo de sentido, salvarlo precariamente de su muerte, cobijándolo, acogiéndolo en


nuestra vida” (González, 2005, p. 307), ya que la memoria como acción intencionada
para dotar de sentido aquello que se recuerda plantea un problema metodológico, y es
que la trama de las acciones y las conductas humanas, así como de su interpretación
se centra mayoritariamente en juicios morales, “…lo cual compromete la objetividad
o verdad objetiva del discurso histórico. Éste nunca es imparcial, el discurso de nadie,
sino discurso de alguien en particular o en singular: discurso de una parte implicada
emocionalmente, valorativamente en la construcción de su significado, cuya trama in-
cluye la valoración moral mediante un juicio explícito o implícito” (Bello, 2005, p. 58).

Ricoeur plantea que en última instancia es un problema de utilidad o inconveniencia


de la memoria frente a la historia más que de fidelidad o de verdad, pues se trata es
de fidelidad a un interés determinado y de verdad para el colectivo que así lo acuerda,
sin embargo esta es una postura que deja peligrosamente abierta la posibilidad de
legitimar la imposición de un olvido intencionado en aras por ejemplo, a la conve-
niencia de las expectativas de reconciliación tal como cuando se propone o decreta
el “perdón y olvido” o las leyes de “punto final”. Lo que nos lleva a plantearnos apo-
yados en esa valoración moral, la pregunta por cuál memoria deseamos incorporar a
la narrativa histórica y cuál será entonces el pasado recordado luego de este tránsito.

La segunda instancia de aproximación al ambiente educativo, son las dinámicas cul-


turales que se han ido configurando desde la sociabilidad y las prácticas de sociali-
zación, con manifestaciones tan diversas como las asociadas al dinero “fácil” propio
de bonanzas como la cocalera o la generada por las “pirámides” y por DMG que se
reflejan en el discurso de miembros de la comunidad que afirman:

…para nosotros en el Putumayo todo estaba bien cuando teníamos nuestros


cultivos, había plata y comida y todo era tranquilo aunque por acá controlaba la
guerrilla, todo se daño cuando llegaron el ejercito, los paras matando y después
la policía que daño la gente volviéndola sapos para que por plata denunciaran al
vecino para que lo detuvieran o le fumigaran la tierra.

Los maestros también se vieron involucrados en esta problemática,primero ganaron


dinero y luego perdieron todo con el cierre de DMG y todavía están pagando créditos
a los bancos, o incluso llegaron a tener cultivos de coca o a trabajar como raspachines
en las vacaciones escolares considerando legítimas éstas formas de conseguir dinero
“así el gobierno diga que es ilegal porque uno se gana sus pesos sin matarse tanto,
fíjese el lío con el arroz o el maíz, tanto joderse (sic) pa que le quede a uno tan po-
quito”; se habla muchas veces de la época de control de la guerrilla como un periodo
positivo, porque “ellos eran buenos” “mantenían la ley y limpiaron de malandros la
zona”, y de la misma manera los que allí se habían visto afectados por su control y las
extorsiones, o que se beneficiaron con la entrada de los paramilitares se refieren a
ellos igualmente en términos positivos “trajeron el orden” “mataron a toda esa plaga”
Capítulo 2. Ambientes educativos y conflicto armado, memorias y territorios en el Putumayo
219

etc. Así pues, en esa imagen polarizada se llega a “…presentar la violencia y cruel-
dad de <los otros> como violencia en su ser puro, manando de la fuente primordial
de la crueldad sin matices, gratuita, sin justificación, mal químicamente puro, radical;
mientras que sobre la propia se guarda silencio o se le presenta como necesaria e
inevitable: legítima” (Bello, 2005, p. 54).

También hay manifestaciones de solidaridad y pertenencia al territorio como en el


caso de la comunidad y la escuela de una vereda donde las interacciones sociales
así configuradas les han permitido resistir el acoso de los distintos actores armados
y sobrevivir sin disolverse tras un desplazamiento masivo del que regresaron luego
de tres meses, y luego la presencia permanente del ejército y la policía con los patru-
llajes, requisas y frecuentes jornadas de erradicación de los cultivos de coca que son
básicamente su principal medio de subsistencia.

III. Y el miedo ahí…


El miedo es una constante observada en lo que llevamos desarrollado del trabajo de
campo en el Putumayo, visible en los relatos y el discurso de todos los pobladores
donde la memoria del terror está presente, en la forma como se interactúa con los
otros y en especial con los “extraños” pues ya no es posible confiar al no saber de que
“lado” está el interlocutor, incluso en las prácticas cotidianas como el ir al trabajo,
a la escuela, o al pueblo pues no se sabe que puede pasar y siempre hay que estar
prevenido:

…cuando uno tenía que ira la Hormiga, uno salía en la moto pero no sabía si
regresaba o no, ese era el miedo todos los días…” “…y así, sin ir a saber de
pronto de dónde es la persona, uno no puede ir hablando así no más… …y ese
susto de saber que había habido combate en la cancha de la escuela apenas al
rato de que nosotros estábamos con todos los niños allá…

De esta manera, la presencia permanente del miedo como regulador de las interaccio-
nes, según Reguillo (1996), lleva a la naturalización de la sospecha (todos son sospe-
chosos) en el mejor de los casos, y en el peor, a la estigmatización de grupos,individuos
y lugares a los que de antemano se les ha asignado un significado de peligrosidad,
gestándose lo que se puede denominar como una “desconfianza naturalizada” en
la que al no poder desarrollarse el sentido de alteridad, se constituye en el germen
validador de lo que ya en las manifestaciones extremas se asume como “cultura de la
violencia” (Botero, 1998).

El miedo sin embargo no es de por sí un sentimiento negativo, es algo que comparti-


mos con todos los seres vivos, y como valor adaptativo tiene un carácter positivo al
ayudar a los sujetos a percibir el riesgo y de esta manera posibilita la sobrevivencia, y
PARTE III - MEMORIA, TERRITORIOS Y DESTERRITORIALIZACIONES: SUS LUGARES FÍSICOS Y SIMBÓLICOS
220

que ante la amenaza nos pone entre dos opciones: la huida o la agresión; sin embargo
tiene también otros manifestaciones como las reacciones impulsivas, la realimenta-
ción del temor y la alteración del sentido de la realidad (Beristain, 1999).

Bauman (2007) plantea que además de este miedo inicial ante la amenaza directa, los
seres humanos manifestamos un miedo de segundo nivel, “un miedo reciclado social
y culturalmente” al que denomina derivativo y que al establecerse “se convierte en un
factor importante de conformación de la conducta humana aun cuando ya no exista
amenaza directa alguna para la vida o la integridad de la persona”, y esto hace que
independientemente de la existencia de una amenaza se den respuestas propias de la
presencia del peligro de manera que se vive en una actitud, de agresividad o de huida,
preventiva permanente.

Hay dos tipos de miedo, cuando se conoce la amenaza, se sabe que ese perro muerde,
que ese campo está minado, que ellos son los de la masacre, o como en el caso del
maestro de una de las sedes al que la guerrilla le dijo “profe no vaya a dejar salir los
niños porque estamos acá abajo, el ejército está en la loma y puede haber combate”;
pero también está el miedo que se siente sin conocer precisamente la amenaza, como
cuando se entra a un cuarto oscuro, o se está en un sitio presintiendo, o con el rumor
de que algo puede llegar a pasar, tal como ocurrió durante la realización de las entre-
vistas en una escuela y al llegar dos desconocidos en una moto, los maestros y los
miembros de la comunidad cambiaron el tema de conversación y su actitud corporal
pues según dijeron luego, desconocido en moto a la fija es “para”.

Al ver los relatos, hay una presencia del miedo que no es tan evidente como la de los
ejemplos anteriores, “El miedo y la incertidumbre permearon espacios y prácticas de
sociabilidad, especialmente en espacios públicos extra-familiares…… No se trataba
de tortura corporal o de prisión, sino de sentimientos de pasividad e impotencia”
(Jelin, 2002, p. 106), se trata del miedo asociado a duelos todavía presentes, “por-
que aquellos muertos son una demanda ética sobre la endeble fuerza de la memo-
ria, única raíz de una solidaridad retrospectiva que las generaciones jóvenes solo
pueden mantener mediante un recuerdo siempre renovado, a menudo desesperado,
pero siempre impulsor de la responsabilidad solidaria para con los muertos” (Bello,
2005, p. 66), como en el caso de los maestros que al hablar de los dos compañeros
asesinados hace dos años y cuya investigación fue enterrada bajo la denominación
de “crimen pasional” sabiendo todos que ello no es cierto, que así no pasó, y donde
todavía con lagrimas dicen “es mejor dejar así para que a uno no le pase”, o en el
relato sobre la masacre de El Tigre donde a pesar de los años transcurridos se ve
el miedo en sus rostros al hablar del “olor de la sangre humana que se sentía en el
puente y en la carretera”.

Estos relatos se constituyen en acto de afirmación de los narradores y sus comu-


nidades, sobre todo cuando se trata de trascender el nivel del recuerdo, porque tal
Capítulo 2. Ambientes educativos y conflicto armado, memorias y territorios en el Putumayo
221

como según cita González (2005) dice Marcela Serrano en El albergue de las mujeres
tristes “… Mis muertos vivirán en mi recuerdo, pero ¿Qué pasa con los pueblos que
desaparecen de la geografía y finalmente, de la historia? Solo la memoria rescata a
esos hombres y a esas mujeres, allí vuelven a vivir. Consuelo que no le queda a los
muertos propios, los que una amó, los que no perecieron colectivamente. La memoria
es más fuerte que el recuerdo. La memoria quedará en los textos, el recuerdo no”,
pues en este caso la posibilidad del olvido se asocia a una muerte metafórica en la
medida en que “solo se muere realmente cuando muere el último que lo recuerda”
con el consiguiente miedo a la desaparición en la muerte o en la exclusión, dentro de
lo que Bauman denomina “Síndrome de Titanic”.

El miedo, articulado a los procesos de deshumanización llega a generar actitudes de


naturalización que se ven por ejemplo en la cotidiana indicación a los niños de una
escuela para no pasar por un terreno que se sabe minado y simplemente adaptar la
ruta de llegada, o en la preparación de los niños frente a lo que hay que hacer en caso
de que se dé un combate junto a la escuela, un niño decía “mire profe cuando hay
combate nos tiramos al piso, pero no de cualquier manera… hay que poner las manos
bajo el pecho para que la explosión no le dé tan duro y tener la boca abierta para que
no le reviente los oídos”, o la aparente indiferencia que opera como mecanismo de
defensa emocional frente a las experiencias dolorosas, visible en la afirmación de la
maestra de una escuela donde un niño murió ametrallado en medio de un combate a
mediados del 2010 “…menos mal no era uno de los niños aplicados…”, pues trivia-
lizar en la memoria el significado de los hechos le permite distanciarlos al punto de
hacerlos parecer impersonales.

IV. Una reflexión final


En los relatos de los maestros y de los miembros de la comunidad, tanto niños como
adultos, el miedo se constituye en el locus desde donde se afirma y construye el
discurso, siendo así su territorio de enunciación; es decir que en el miedo los sujetos
anclan la identidad que actúa como soporte de las interacciones que validan las redes
simbólicas que configuran la cultura que da sentido a la praxis social.

Así entonces, el miedo, resultante de la experiencia individual y colectiva, se encuen-


tra enquistado en las dinámicas culturales y termina condicionando la mayor parte
de las interacciones de los ambientes educativos; sin embargo se encuentran expe-
riencias en algunas de las comunidades donde los vínculos afectivos y la solidaridad
han permitido configurar tejidos sociales en los que la violencia no se ha enquistado.
PARTE III - MEMORIA, TERRITORIOS Y DESTERRITORIALIZACIONES: SUS LUGARES FÍSICOS Y SIMBÓLICOS
222

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Capítulo 3

CONTROL E INMUNIZACIÓN
DE LA VIDA Y EL TERRITORIO
EN COLOMBIA:
DEL DERECHO DE CASTILLA
A LA VIOLENCIA BIPARTIDISTA1
Jessica Enith Fajardo Carrillo
Licenciada en Educación Básica con Énfasis en Ciencias Sociales Universidad Distrital Francisco José de Caldas.
Asistente Académica de la Facultad de Artes de la misma universidad.

Introducción
Este escrito tiene como objetivo identificar las acciones violentas que generaron unas
prácticas de destitución del territorio y de la vida en Colombia. Para ello se revisarán
tres acontecimientos que definieron las experiencias históricas de coerción: la instau-
ración del derecho de Castilla; la disputa constitucional republicana; el periodo de la
Violencia como manifestación de la fuerza estatal. La categorización de tales acon-
tecimientos se encuentra fundada en la perspectiva Inmunitaria que conceptualiza el
derecho y sus ejercicios violentos de coerción, trabajada por los pensadores Walter
Benjamin y Roberto Esposito. Teniendo en cuenta las nociones trabajadas tanto por
la perspectiva crítica de la violencia como por el enfoque biopolítico de las acciones
de poder, se ponen a discusión los siguientes puntos: La violencia inmunizada y el
derecho de Castilla fundamentado en el imperativo de la raza; La pretensión del con-
trol estatal con la negación de la vida manifestada en la disputa constitucional y la
institución de la constitución conservadora de 1886; y el Derecho dependiente de la
violencia, cuya acción base en Colombia es la Masacre.

1 Insumo trabajo monográfico: (Fajardo, 2011).Discursos y violencia justificada: las acciones de guerra que definieron unas
relaciones de poder en el proceso de paz en San Vicente del Caguán, durante el gobierno de Andrés Pastrana (1998-2002).
Capítulo 3. Control e inmunización de la vida y el territorio en Colombia: del derecho de Castilla a la violencia bipartidista
225

Desde la teoría de la inmunización de Roberto Espósito y desde el enfoque crítico de


la violencia de Walter Benjamín, se trabajarán acciones concretas propias de tres
acontecimientos que definieron unas prácticas de destitución territorial y de la vida
en Colombia, todo esto con el fin de determinar las prácticas de poder que generaron
una serie de destituciones territoriales y de la vida en sí.

Desde un punto de vista biológico, Roberto Espósito define Immunitas como la con-
dición fundamental del cuerpo jurídico en occidente y sus extensiones coloniales. Un
cuerpo social inmunizado es comprendido como una fuerza que surge, no del interior
de la comunidad, sino como una potencia en contra de cualquier tipo de amenaza ha-
cia un conjunto de sujetos sometidos al control. Sólo que, tal amenaza tuvo su génesis
en lo más profundo de la misma comunidad a la que el derecho pretende proteger.
En otras palabras, la inmunización es la expulsión de aquellos peligros que cultiva
el cuerpo social y amenaza al sistema jurídico que controla. Siguiendo con Esposito,
¿qué elemento puede representar una amenaza para el Derecho cuyo origen descanse
en lo más íntimo de la comunidad y que tenga el mérito de ser expulsado y atacado?
Este pensador sitúa a la Violencia (Benjamín, 2007, p. 115), como aquella práctica que
debe ser inmunizada.

I. La inmunización de la violencia en la Nueva Granada


Con la llegada de occidente al continente americano llega la tradición de las Re-
públicas de Adquisición2, cultivado desde tiempos del Imperio Romano a los reinos
occidentales. Desde la certeza de una superioridad racial, el reino de España toma por
propiedad, no sólo el territorio, sino las vidas que han descansado allí durante siglos.
Estas acciones no representan una novedad en la historia política de occidente, pues
la génesis de sus Estados radica en la posesión violenta de otros territorios y otras
vidas:

Esta metafísica de la apropiación –en primer término de la cosa y en segundo


término de la persona misma que reclama su posesión- se encuentra plantada
en el núcleo más íntimo de la civilización jurídica occidental. ¿No era justamente
una «propiedad humana» que los romanos disputaban al dios hebreo, también
él concebido como un propietario de los esclavos? «Alabar a la antigua Roma
por habernos transmitido la noción de derecho es llamativamente escandaloso.
Porque si se quiere examinar lo que dicha noción era en su origen, a fin de de-
terminar su especie, se ve que la propiedad era definida por el derecho de uso y
abuso. Y, en efecto, la mayor parte de aquellas cosas de las que todo propietario

2 “Estamos frente a una soberanía fundada en relaciones de fuerza a la vez reales, históricas e inmediatas. Para compren-
dereste mecanismo, no hay que suponer un estado primitivo de guerra sino realmente una batalla. (…) Hay vencedores y
vencidos, y éstos últimos están a merced de los primeros, a su disposición.”Foucault (2008, p. 91).
PARTE III - MEMORIA, TERRITORIOS Y DESTERRITORIALIZACIONES: SUS LUGARES FÍSICOS Y SIMBÓLICOS
226

tenía derecho a abusar eran seres humanos». Por lo demás, ¿qué otra cosa es
en sus orígenes modernos el derecho soberano si no una forma de decidir sobre
la vida gobernada por el principio de su apropiación violenta? (Esposito, 2005,
pp. 42-43).

La propiedad sobre la vida fue el centro de disputa de las acciones colonizadoras de


los españoles. Al igual que el absolutismo moderno o el totalitarismo del siglo XX, en
los inicios de las instituciones de poder en Colombia se encuentra la apropiación vio-
lenta de la vida y la representación de esta como pura y mera propiedad. Como primer
paso del proceso inmunitario, el cuerpo jurídico determina la legalidad e ilegalidad de
la violencia en la comunidad después de ser ésta convertida en el botín de conquista;
en el Virreinato de la Nueva Granada se establece el criterio para dicha división: la
superioridad racial, que establece la legalidad de las acciones violentas coloniales
(ésta descansa únicamente en la palabra de Dios que reposa en la espada del colono
Español). De occidente llega a América unas acciones coercitivas legales e institucio-
nalizadas por el derecho de Castilla y la Iglesia católica que construyen un discurso
que organiza el cuerpo social en la colonia, y se centra, antes que todo, en defender
a la sociedad española de la amenaza indígena, para posteriormente defender a los
indígenas de su estado natural y violento. De manera que, se forman mecanismos de
poder que buscan inmunizar el sistema jurídico colonial y conservar la vida indígena,
sustentados en lo que Espósito denomina la protección y negación de la vida:

Ya hemos visto que el objetivo declarado del derecho es la conservación de


la vida. Y también que la vida puede ser conservada sólo si se la aferra en el
pliegue de una inexorable anticipación que la prejuzga culpable antes de que
cada uno de sus actos pueda ser juzgado. Esto significa que tal conservación
no es indolora. Es más, que requiere una condena preventiva de aquello que se
quiere salvar. A tal condena remite la reducción de la vida a la pura materia: su
sustracción a toda forma de vida común. Esta posibilidad formal es la que pre-
cisamente sacrifica a la reproducción de su estrato biológico, a la perpetuación
de la simple supervivencia (2005, p. 51).

La previa culpabilidad del conjunto indígena se encontraba alimentada por el discur-


so religioso del vicio y el pecado en el que estaban enmarcadas las acciones de la
comunidad. La superioridad racial fundamentó la voluntad Española de apropiación y
protección de la vida indígena y no estaba condicionada, únicamente, por las carac-
terísticas físicas, sino también por preceptos religiosos. Antes de ser juzgados los
indígenas por acciones concretas, aquellos son prejuzgados por las particularidades
de sus formas de vida que los hacen poseedores del pecado original.

Por lo tanto, las acciones de poder de los colonizadores en el Virreinato de la Nueva


Granada, se centran en la protección de la vida española e indígena de una amenaza
que surge de lo más profundo de la comunidad colonial: el vicio y el pecado no conve-
Capítulo 3. Control e inmunización de la vida y el territorio en Colombia: del derecho de Castilla a la violencia bipartidista
227

niente para el cuerpo jurídico de Castilla. De manera que, la perpetuación de la simple


supervivencia, se convierte en la base de los mecanismos de control que instituye el
Virreinato, por medio del control territorial del continente Americano. ¿Cómo puede el
apoderamiento y la organización del territorio establecer formas que reduzcan la vida
de la comunidad a la pura supervivencia? Esto se establece por medio del trabajo.

La vida del cuerpo social colonial se encontró protegida gracias a la apropiación y


control territorial manifestado, en la vida indígena, con el trabajo que estos se vieron
obligados a asumir al instituirse el derecho de castilla. En este orden de ideas, la
violencia legal colonial encontró su fundamento en el poder territorial que controló la
vida de la comunidad por medio de la explotación del trabajo indígena, y esto se visi-
biliza como un instrumento para la inmunización de las prácticas sociales coloniales.

Es preciso describir las acciones violentas que se establecieron en la Nueva Granada


centradas en el control territorial y la protección de la vida de la comunidad. Para
ello se tomará el texto “Bases jurídicas de la colonización española” (Opts Capdequí,
1992), en el que describe los principales mecanismos de control territorial que se
establecieron al instaurarse el derecho de Castilla en América. El predominio de la
Dinastía de Castilla se debía al hecho que Isabel de Castilla financiara el viaje de los
primeros colonizadores a lo que denominaron las Indias Occidentales. Por lo tanto la
naturaleza de las instituciones coloniales se definió a partir del derecho castellano.

Como un primer mecanismo de control se encuentran las Reducciones como una for-
ma de organizar el territorio colonizado ante la resistencia de los indígenas al vivir de
manera sedentaria, alejándose éstos de la vida colonial. Por este motivo los colonos
optaron por reducir el territorio en donde habitaban los indígenas “para que vivie-
ran en población y se les declaró adscritos al pueblo de que formaban parte” (Opts
Capdequí, 1992, p. 82). Las reducciones es una clara forma de inmunizar las formas
de vida españolas de las acciones de la comunidad indígena. Los aborígenes, en un
principio, son tomados como una amenaza que debe ser exterminada, y son situados
en la exterioridad de la comunidad. No obstante, esta primera forma de negación de
la vida se transformó en una segunda forma que consiste en la interiorización de la
comunidad y el control biológico de sus acciones; ya no son exterminados de manera
directa, sino que estos son protegidos de sus propias formas de vida por medio de la
reducción a la neta supervivencia.

Un segundo mecanismo violento de control territorial fue el Corregimiento, que se


centraba en el ejercicio tutelar de los españoles hacia las formas de vida indígenas.
El Corregidor fue el primer rostro que se le dio a las acciones violentas de control por
parte de los colonos españoles. El Corregimiento parte de la certeza que el español
posee una madurez natural en la organización social; al estar el indígena adscrito en
la comunidad colonial, éste debe ser objeto de la tutela española para no materia-
lizarse una amenaza concreta. Más adelante, las Reducciones y los Corregimientos
PARTE III - MEMORIA, TERRITORIOS Y DESTERRITORIALIZACIONES: SUS LUGARES FÍSICOS Y SIMBÓLICOS
228

sometieron a las reparticiones en Encomiendas, que cumplieron la misma función que


las tutelas de los corregidores.

Las Cajas de Comunidad se toman como tercer mecanismo de control territorial que
se instituyó en la comunidad colonial. Se encargaban del sostenimiento de la vida
indígena por medio de la atención asistencial de las necesidades de la población. Sin
embargo, las Cajas de Comunidad se alimentaban de tres ingresos provenientes del
trabajo del cuerpo indígena organizado en la sociedad colonial: la primera fuente de
ingreso se obtenía del cultivo de ciertas extensiones de tierra que se veían obligados
a realizar los indígenas; la segunda fuente las contenían los obrajes o fábricas de
paños trabajadas por los indígenas en ciertas regiones; y la tercera fuente de ingresos
provenía de los censos mediante el pago de un canon en las tierras comunales de los
indígenas por parte de los labradores. Con ello se manifiesta una de las primeras for-
mas de preservación de la vida indígena por parte de la colonia, en donde se organiza
racionalmente el uso del trabajo para el control de la comunidad.

Cuando la Corona Española fija la Condición Jurídica a los indígenas, se presenta


el cuarto mecanismo de poder territorial en la colonia. Establecer dicha condición,
muestra el proceso inmunitario que ha tenido las instituciones respecto a las formas
de vida indígena, por lo tanto, éstos se encuentran insertos, casi totalmente, en la
organización social colonial, siendo enmarcados en los mecanismos de control que se
ejercía a la población en general. Al ser considerados vasallos libres, los indígenas
se ven obligados a rendir tributos según los frutos de su trabajo, en beneficio del Rey
y de los encomenderos. A pesar de instituirse dicha condición se establece la Mita,
en donde los indígenas se veían obligados a trabajar por periodos para los colonos
Españoles. En este orden de ideas, el trabajo sigue siendo un ejercicio violento de
control y de preservación de la vida que el colono español estableció en relación con
los indígenas.

Estos mecanismos de control territorial de la vida de la comunidad colonial muestra


la tradición de occidente de apropiación territorial. Siguiendo con Opts Capdequí, la
política del poder colonial en la Nueva Granada estuvo inspirada en las doctrinas
mercantilistas, cuyos principios reguladores eran el exclusivismo colonial y la llamada
teoría de los metales preciosos. Bajo este hecho entra el concepto tratado por Espó-
sito, de propiedad, ya que la naturaleza proteccionista de la corona Española sobre
las actividades mineras en América muestra como el territorio pasó de lo común a lo
propio, donde el criterio de la superioridad racial sustentó el derecho de propiedad
sobre el territorio Americano. Aquellos únicos propietarios de territorio y protectores
de la vida eran los católicos colonos españoles.
Capítulo 3. Control e inmunización de la vida y el territorio en Colombia: del derecho de Castilla a la violencia bipartidista
229

II. La negación de la vida y la propiedad territorial


en la disputa constitucional

Instituidos unos mecanismos coloniales de poder, la Nueva Granada entra en una


contradicción dinástica con la llegada de los Borbones y posteriormente con el reino
español Napoleónico. Estos acontecimientos, se tradujeron en una serie de discursos
centrados en la desconfianza hacia la corona española, y dichos discursos crearon un
umbral para la emergencia de un nuevo momento en la historia política de las institu-
ciones coercitivas en Colombia: la llamada época Republicana. Al gestarse una nueva
república, y con ella unas nuevas formas de controlar la vida, se da la pretensión, por
parte de un sector de la élite criolla, de eliminar ciertas formas de vida coloniales
que se perpetuaron debido a la fortaleza institucional del Virreinato. Por lo tanto, los
mecanismos de protección de la vida, se caracterizaban por suprimir y controlar las
formas de vida que poseían una profunda tradición colonial.

Por este motivo se presentó una reacción por parte de la élite señorial y de gran
parte de la población en contra de la nueva república, que desestabilizó el monopolio
de la fuerza inscrito en el discurso del derecho liberal. A diferencia de la violencia
justificada en preceptos seculares, la legalidad de la fuerza en el derecho liberal se
encuentra fundamentada bajo el criterio de una justicia que sólo es construida con la
razón moderna. No obstante, Walter Benjamin (2007) visibiliza la contradicción que
posee la relación entre el derecho justo y la violencia legal, y permitirá acercarse a la
disputa de la violencia legal en la época Republicana en Colombia:

Si la justicia es el criterio de los fines, la legalidad es el criterio de los medios.


(…). El derecho natural tiende a “justificar” los medios legítimos con la justicia
de los fines, el derecho positivo a “garantizar” la justicia de los fines con la legi-
timidad de los medios. La antinomia resultaría insoluble si se demostrase que el
común supuesto dogmático es falso y que los medios legítimos, por una parte,
y los fines justos, por la otra, se hallan entre sí en términos de contradicción
irreductibles. Pero no se podrá llegar nunca a esta compresión mientras no se
abandone el círculo y no se establezcan criterios recíprocos independientes para
fines justos y para medios legítimos. (pp. 114 y 117).

La legalidad de la violencia se encuentra en una profunda contradicción con la justicia


de los fines. En este sentido, dentro del discurso liberal, la violencia es legalizada
tras emerger la necesidad de preservar la vida de individuos productivos para el bien
común. Sin embargo, por el simple hecho que exista la violencia como medio legal
que garantice la justicia de dicho fin, se evidencia el indisoluble choque entre el ex-
terminio y la preservación de la vida.
PARTE III - MEMORIA, TERRITORIOS Y DESTERRITORIALIZACIONES: SUS LUGARES FÍSICOS Y SIMBÓLICOS
230

Por esta razón, Benjamin propone estudiar los criterios que determinan la legalidad
de la violencia, mas no los criterios que dan justicia a unos fines. En ese orden de
ideas, la disputa constitucional del siglo XIX en Colombia, parte de la instauración
de unos medios violentos que en sí se encuentran en contradicción con la justicia
de sus fines y se hallan en choque con los mecanismos violentos instituidos desde
el periodo colonial. La base del fracaso constitucional de la Reforma Liberal de 1849
(y las que vinieron posteriores a ésta) no radica en la persistencia de unas formas de
vida coloniales sino en la lucha por el exterminio de tales formas de vida; en otras
palabras los focos de resistencia de la reforma liberal no eran reducidos, sino que
éstos comprendían casi toda la población en Colombia, y los emergentes mecanismos
de control estaban dirigidos a eliminar las formas de vida de una parte importante de
la comunidad.De esta forma se expresa en gran magnitud la negación de la vida por
medio de la violencia.

Durante el siglo XIX, la legalidad de la violencia se vio en crisis al encontrarse en


una disputa constitucional. Las reformas liberales no generaron un cambio total en
el territorio, pero si propició la ruptura en la unidad colonial, puesto que, parte de la
comunidad se abrió a la posibilidad de integrarse al modelo del Estado Moderno y con
él a sus formas coercitivas que no se diferenciaban mucho de los mecanismos vio-
lentos seculares. Ante la imposibilidad de legalizar la violencia bajo un criterio único
(ya sea bajo los preceptos del conservadurismo o del liberalismo), se formularon una
serie de constituciones contradictorias entre sí que se tradujeron en el hecho de negar
todas las formas de vida en Colombia. Si la constitución era de corte conservador, su
amenaza descansaba en cualquier núcleo liberal, y si la constitución posteriormente
era liberal se exteriorizaban las prácticas sociales propias de la tradición colonial para
ser atacadas.

De esta manera, por un corto periodo un tipo de violencia era sancionada y después,
esa misma violencia, se convertía en no sancionada. No se unificó el criterio que
determinaba si una violencia era legal o no y la amenaza se encontraba en todas
partes. Gracias a la tradición occidental, la apropiación y organización del territorio
se convierte en la base de acción de los mecanismos violentos de protección de la
vida, no obstante este fundamento sufre importantes transformaciones durante la
disputa constitucional, ya que con la institución de diferentes constituciones cambia
el criterio que determina la legalidad de la violencia sobre el territorio y la vida. Para
determinar los cambios mencionados, se tomará como referencia el texto “El naci-
miento de los países latinoamericanos” (Macaulay y Bushnell, 1998), en donde se
identifican cuatro momentos en el cambio de criterios de los mecanismos violentos
de apropiación del territorio en el transcurso del siglo XIX.

La constitución liberal de 1853, se identifica como primer criterio que justifica unas
acciones violentas centradas en el control territorial y la protección de la vida. La
introducción del sistema federalista propició las primeras acciones que descentra-
Capítulo 3. Control e inmunización de la vida y el territorio en Colombia: del derecho de Castilla a la violencia bipartidista
231

lizaron del poder territorial, puesto que, discretamente se introdujeron reformas que
daban autonomía política a las provincias. Además se abolieron monopolios estatales
de producción, como el tabaco. Esto último transformó las relaciones internacionales,
incrementándose las exportaciones y la inversión extranjera, al reducirse las tarifas
arancelarias. Es importante recordar, teniendo en cuenta la perspectiva inmunitaria
de Esposito (2005), que el derecho, en su génesis, se encuentra sedimentado en el
derecho propio:

Se podría llegar a decir que el derecho conserva la comunidad mediante su


destitución. Que la constituye destituyéndola. Y esto –por paradoja externa- en
la medida exacta en que procura reforzar su identidad. Asegurar su dominio.
Reducirla a lo «propio» de ella (si es cierto que «propio» es exactamente aquello
que no es «común»). Esforzándose por hacerla más propia el derecho se hace
necesariamente menos común (pp. 36-37).

Con las reformas del control territorial, se resignifica la propiedad, sin dejar su in-
manente naturaleza de ser posesión de algunos. De manera que, el punto de dicha
resignificación se halla en esos algunos, ya que, la exclusividad de la tierra y de la
vida no se encontraba en la élite señorial; a ella entraron los criollos y extranjeros.
Lo anterior descrito no busca demostrar la democratización del territorio colombiano,
sino caracterizar el nuevo sentido de la propiedad. Lo anterior también se puede ob-
servar con la total abolición de la esclavitud. Desde el discurso liberal “la abolición de
la esclavitud – (…)- estaba perfectamente en línea con el objetivo liberal de acabar
con las restricciones artificiales al libre juego de las leyes económicas naturales, y en
este caso con las relativas a la oferta y demanda del trabajo” (Macaulay y Bushnell,
1998, p. 216). La mano de obra esclava sigue siendo propiedad, pero resignificada,
ya que la comunidad termina siendo esclava de su propio trabajo que la mantiene
con vida. Ya no se pretende hacer un control del cuerpo social mediante castas; los
sujetos son sumergidos como totalidad en el mercado del trabajo: “los indios desa-
rraigados se convertían en braceros sin tierras y constituían una reserva de trabajo a
disposición de los propietarios criollos, remunerada con salario mínimo” (Macaulay y
Bushnell, 1998, p. 216).

A pesar de la transformación del sentido de la propiedad, en ciertas prácticas de


poder, se sigue manteniendo la religión católica como foco de expropiación de unas
formas de vida, que ha construido una identidad propia e incide en el derecho que
algunos poseen sobre el territorio. Por esta razón, con la transformación liberal del
trabajo como mecanismo de preservación de la vida, se mantiene una identidad no
común centrada en la religión católica.

Como segundo criterio que justifica unas acciones de violencia emerge la constitu-
ción conservadora de 1858. La organización descentralizada del territorio se siguió
manteniendo para garantizar la propiedad del sector señorial conservador. El retorno
PARTE III - MEMORIA, TERRITORIOS Y DESTERRITORIALIZACIONES: SUS LUGARES FÍSICOS Y SIMBÓLICOS
232

del poder conservador demuestra la fortaleza de una identidad que se construyó en


el periodo colonial, en donde se exteriorizó lo común (formas de vida indígenas y
esclavas) y se instauró lo propio (formas de vida católicas). No obstante, el control
de la vida por medio del trabajo ya no estaba condicionado por las formas institucio-
nales del Virreinato, y se dejó, tal control, a las fuerzas libres de competencia: ¿Qué
competencia puede representar un indígena o un esclavo si el territorio era propie-
dad de la élite criolla y señorial? La conservación de la vida se deja en manos de la
necesidad de sobrevivir, puesto que, si la comunidad en Colombia no se adaptaba a
vender su fuerza de trabajo, la muerte se convertía en el destino más próximo. Los
sujetos ya debían mantenerse por sí mismos con vida. De manera que, el control te-
rritorial y de la vida se empezó a materializar bajo el rostro de algunas familias, y el
derecho se dedicaba a establecer criterios que volvían legales las acciones violentas
dirigidas a aquellos que amenazaran la propiedad de unos cuantos (ya sea la élite
señorial o la criolla).

Con la constitución liberal de 1863, se visibiliza el tercer criterio que justifica unas
acciones violentas. Debido a la naturaleza extremadamente federalista en la orga-
nización del territorio, se quiebra la unidad que establece un criterio para volver una
violencia legal. Cada provincia instituye su propio sistema coercitivo, teniendo sus
propias fuerzas militares y de control territorial, por lo tanto la administración estatal
estuvo debilitada para cumplir con el fin liberal de garantizar unas libertades indivi-
duales para el flujo del mercado y la acumulación de las riquezas.

Sin embargo, para garantizar la libertad de las provincias, la comunidad en Colombia


debe adquirir una identidad propia que comprenda gran parte de la población y ex-
ternalice unos focos de resistencia. Por el contrario, no existía una propia identidad y
reinaba el imperio de lo de la identidad dual (liberal y conservadora) que invisibilizaba
la división entre la violencia externa e interna o en otras palabras la violencia sancio-
nada y no sancionada. Todo acto violento era debidamente justificado. El Estado en
Colombia queda imposibilitado de legitimar los actos violentos mediante el retorno de
sus antiguas instituciones, pues éstas habían sido objeto de transformación según la
voluntad de los propietarios del territorio que sometían al derecho según sus criterios.

Es en este momento cuando la autoridad de sus instituciones se quiebra, dejando


como único mecanismo coercitivo la violencia explícita contra cualquier sujeto de la
comunidad. Lo paradójico de esta cuestión es que, si se retoma la perspectiva de la
pensadora Hannah Arendt, el origen de los estados totalitaristas occidentales con
instrumentos violentos de coerción emerge desde el quiebre de la autoridad que legi-
tima las instituciones de control, ya que no se acepta el poder estatal y éste recurre
a la violencia para instaurar terror y obediencia. Esta naturaleza del terror adopta la
constitución conservadora de 1886, que busca unificar a toda costa los criterios de los
aparatos coercitivos de control territorial y de la vida.
Capítulo 3. Control e inmunización de la vida y el territorio en Colombia: del derecho de Castilla a la violencia bipartidista
233

Los mecanismos de control instituidos por la constitución conservadora de 1886 son


entonces el cuarto criterio, los cuales se fortalecieron conforme se adaptaba a la iden-
tidad propia, construida en la colonia. En ella se muestra una tendencia clara de la
justificación del uso de la violencia. A partir de los preceptos religiosos, se manejan
unos instrumentos de conservación de la vida, y se exterioriza toda práctica social que
no se inscriba en los valores puramente católicos. Con la turbulencia del siglo XIX las
formas de vida de la comunidad habían pasado de ser establecidas y controladoras por
las instituciones eclesiásticas a ser regidas también por el discurso liberal que crea la
idea de la libertad individual como fuente de riqueza y prosperidad. De modo que los
mecanismos violentos instituidos por criterios conservadores se centraron en neutralizar
las practicas no católicas, especialmente las que se formaban a partir del liberalismo.

La educación fue uno de los principales instrumentos que buscaba el control del cuer-
po del sujeto en todas sus dimensiones. Con la intención de crear una Unidad Nacio-
nal, se inmuniza el cuerpo social con la instrucción pública centrada en el catolicismo,
para así establecer un modelo de acción que sirva de referencia a lo que debe estar
en el interior de la comunidad: el hombre civilizado dentro de los esquemas naturales
dictados por Dios. Esto termina convirtiéndose en el objetivo central de la inmuniza-
ción jurídica después de la disputa constitucional: se debe proteger del ser salvaje y
demoníaco que descansa en los seres humanos, por ello es necesario educarlos. En-
tonces, las escuelas se convierten en el mecanismo violento por excelencia que busca
proteger el cuerpo social de animal que emergió con las guerras civiles del siglo XIX.
En palabras de Quiceno (2004), “educar es gobernar, para ello el Estado construye un
discurso pedagógico para hacer posible que la ley sea interiorizada y entendida por
los hombres y sus instituciones: articula la ciencia, la moral, la experiencia, lo jurídico,
la ideología a la población y su territorio” (p. 28).

III. La masacre: relación entre el derecho y la violencia


Exteriorizado el animal salvaje que la comunidad lleva dentro, da forma a una identi-
dad propia a partir de unos valores coloniales renovados. Entre la inestabilidad insti-
tucional del Estado se instaura aquella identidad por medio de la violencia explícita,
solo que esta no la ejerce únicamente las instituciones legales de coerción; la comu-
nidad toma en sus manos dichos ejercicios. Es en este momento cuando el criterio
institucional se confunde con formas de violencia que pueden ser sancionadas, de
manera que el Estado pierde potestad del monopolio de la fuerza y se halla en una
crisis de soberanía. Ya no son suficientes los instrumentos legales de control, por
ello la violencia sancionada se extiende como un brazo oscuro que sostiene la ines-
tabilidad institucional. Todo ello se emerge de la necesidad de conservar el derecho
propio, por ello el cuerpo jurídico entabla una relación con la fuerza; la violencia di-
recta de naturaleza externa o interna se convierte en el instrumento que protege la
propiedad territorial de algunos sectores de la sociedad para garantizar la protección
PARTE III - MEMORIA, TERRITORIOS Y DESTERRITORIALIZACIONES: SUS LUGARES FÍSICOS Y SIMBÓLICOS
234

de la comunidad por medio del trabajo asalariado (como herencia distorsionada de las
reformas liberales del siglo XIX):

Si el derecho no es más que reparto, nunca podrá prescindir de la fuerza: «la


noción de derecho está ligada a la de división, intercambio, cantidad. Tiene algo
de comercial. De por sí evoca el juicio, la arenga. El derecho no se sostiene más
que con el tono de reivindicación; y cuando se adopta este tono, la fuerza no
está alejada, está inmediatamente atrás, para confirmarlo; si no será ridículo
(…) El derecho es por naturaleza dependiente de la fuerza». Aquí se determina
como un tránsito interno a la inmunización jurídica que parece duplicarla: para
poder inmunizar a la comunidad de sus tendencias autodestructivas, el derecho
necesita antes que nada protegerse a sí mismo (Esposito, 2005, p. 42).

Sólo que la protección no se le brinda únicamente a las instituciones estatales; antes


de ser el derecho poseedor del territorio y de la vida, son los sujetos que forman la
herencia de la élite colonial instituidos desde el periodo colonial, propietarios de la
vida. La comunidad en Colombia se convierte en una amenaza de expropiación y des-
control. De manera que el derecho propio, muchas veces, pasa por encima del cuerpo
jurídico emergente que pretende cambiar las formas coloniales de control de la vida.
Un ejemplo de ello, es el fracaso de las reformas liberales que se implementaron
entre 1934 y 1948 en la administración de Alfonso López Pumarejo. La eliminación
del latifundio fue el punto central del gobierno de Pumarejo y el foco de amenaza
para los poseedores del territorio. Hasta la fecha había costado mucho recuperar la
propiedad territorial, debido a los cambios de criterios de control en el siglo XIX. Por
consiguiente, el gobierno liberal al pretender convertir a los sujetos en pequeños pro-
ductores y generar unas condiciones equitativas para la libre competencia, por medio
de la reforma territorial, recibe como respuesta el brazo oscuro de la violencia no legal
de los grandes latifundistas (pero sarcásticamente la más interna de la comunidad).

Con el fracaso constitucional de Alfonso López Pumarejo, el cuerpo jurídico colombia-


no volvió a adaptarse a lo que al parecer era su principio de legítima violencia: la pro-
tección del Derecho Privado Señorial. En este orden de ideas, las prácticas sociales
inscritas en el discurso liberal, se convirtió en la amenaza más próxima que requería
exteriorizar para eliminar, ya sea por medio de la violencia no sancionada o sanciona-
da. Es en ese momento cuando se hace más visible la relación del Derecho con una
fuerza explícita, cuya sangre impregna todo el cuerpo social.

«La violencia se nos reveló, ya desde el inicio, como una cosa eminentemente
comunicable». Más que a un sólido –la roca que golpea o la punta que penetra-
remite a la capacidad de impregnar que tiene un líquido al correr, infiltrarse,
difundirse, hasta reducir el mundo a una esponja o un fangal cenagoso, como
hizo en su momento el diluvio universal. Pero sobre todo contamina, según una
lógica que ya tenía bien presente Simone Weil, «El contacto con la espada con-
Capítulo 3. Control e inmunización de la vida y el territorio en Colombia: del derecho de Castilla a la violencia bipartidista
235

tamina en cualquier caso, ya se produzca del lado de la empuñadura o de la


punta». Poe eso, más que en el gris de la lluvia o del lodo, la violencia hace
pensar en el rojo de la sangre. Sólo la sangre restituye su carácter íntimamente
circulatorio. «En tanto los hombres gocen de la tranquilidad y la seguridad, la
sangre no se ve. Apenas se desencadena la violencia, la sangre se hace visible;
empieza a correr y ya no se la puede parar, se infiltra por todas partes, se es-
parce y expande de manera desordenada. Su fluidez hace concreto el carácter
contagioso de la violencia. (Esposito, 2005, pp. 56-57).

Con la ola Gaetanita, la violencia tuvo su máxima expresión como mecanismo de


protección del Derecho Privado y de la vida marcada bajo los preceptos tradicionales
del catolicismo. Tanto el ejecutor de una fuerza explícita como el ejecutado, quedaron
inmersos en el carácter circulatorio de la violencia, y ésta se convirtió en un elemento
casi imprescindible dentro de las relaciones de poder en Colombia. Unas de las mani-
festaciones más significativas de aquella violencia sancionada (que ha servido de me-
canismo oculto para el cuerpo jurídico constituido por la voluntad de los poseedores
del territorio) es la masacre. María Victoria Uribe (2004) en su texto “Antropología de
la Inhumanidad”, define la masacre en Colombia como síntoma social que se resis-
te a la simbolización. Por lo tanto, tal síntoma social es una formación significante,
particular y patológica que se materializa como una mancha inerte que no puede ser
incluida en el círculo discursivo.

Las masacres, desde el siglo XIX hasta la fecha, son comunes y se presentan como un
acto ritual. De manera que, la persistencia de estas prácticas da lugar a pensar que
las masacres son síntomas de un antagonismo social. En este sentido, Uribe define la
masacre como la muerte colectiva de varias personas provocada por una cuadrilla de
individuos caracterizada por una determinada secuencia de acciones orientadas por
motivos políticos, venganzas o el simple azar, cuyos autores y víctimas eran campesi-
nos inmersos en una economía cafetera que estaba integrada en el mercado nacional
e internacional.

Siguiendo el planteamiento de Uribe, estos actos rituales son una prueba de la ex-
presión extrema de poder, presente durante varias generaciones. Cabe aclarar, que
esta manifestación de fuerza entra a romper la estructura física y social del cuerpo
campesino por medio de la animalización de los sujetos. Para que los sujetos, objeto
de la masacre, puedan ser exterminados sin ninguna repercusión legal o moral, la ani-
malización, planteada por Uribe, funciona como elemento que expulsa ciertos sujetos
de la comunidad para convertirlos en cuerpos de castigo. Esta acción comprende una
parte crucial del proceso inmunitario de la sociedad y del derecho, ya que se forman
las condiciones pertinentes para la emergencia de los criterios que interiorizan una
violencia y exterioriza las amenazas:
PARTE III - MEMORIA, TERRITORIOS Y DESTERRITORIALIZACIONES: SUS LUGARES FÍSICOS Y SIMBÓLICOS
236

A pesar de no visualizarse un patrón claro que determine la violencia justificada, la


masacre de mediados de siglo XX en Colombia se muestra como una condición que
determina la construcción discursiva de una amenaza para elderecho privado, que se
exteriorizara de manera más clara, con la inserción del discurso de Seguridad Nacio-
nal, en la segunda mitad del siglo XX en Colombia.

IV. Conclusión
La categorización de estos tres acontecimientos permitió visibilizar el carácter in-
munitario de unas prácticas, desde la perspectiva de Roberto Espósito. De manera
que, en este trabajo emergen los siguientes acontecimientos: la violencia colonial, la
disputa constitucional del siglo XIX y la masacre bipartidista en el siglo XX. Gracias a
tales hechos, se logró des-ocultar la naturaleza inmunitaria de las acciones de guerra
por parte del Estado, y con ella se identificaron los instrumentos violentos de control,
sobre lo que es considerado una amenaza para la comunidad estatal. En las prácticas
históricas de coerción no se unificaron unos criterios de exclusión violenta, y así se
evidencia la contradicción del sistema político Estatal: el derecho es dependiente de
la violencia para controlar las amenazas. A lo largo de toda la historia institucional,
ha existido una construcción discursiva alrededor de lo que es considerado un peligro
para la comunidad que justifica un ejercicio violento. Esto responde a un estado de
guerra en el cual se encuentran los sujetos, al fundarse el sistema político en Co-
lombia: unos quedaron vencedores y algunos vencidos resisten a los mecanismos de
domino de los victoriosos.

Bibliografía
Benjamin, W. (2007). Para una Crítica de la Violencia. En Conceptos de Filosofía de la
Historia. Buenos Aires: Terramar Editores.
Foucault, M. (2008). Defender la sociedad. Buenos Aires: FCE.
Esposito, R. (2005). Immunitas Protección y negación de la vida. Buenos Aires: Amorrortu,
Editores.
Opts Capdequí, J.M. (1992). Bases jurídicas de la colonización española. En América
Hispania Colombia. Bogotá: Zalamea Fajardo Editores.
Macaulay, N. y Bushnell, D. (1998). El nacimiento de los países latinoamericanos. Madrid:
Nerea.
Quiceno, H. (2004). Pedagogía Católica y Escuela Activa en Colombia 1900-1935. Bogotá:
Cooperativa Editorial Magisterio.
Uribe, M.V. (2004). Antropología de la inhumanidad. Bogotá: Norma.
Capítulo 4 Por encima de todo la
historia es social y cul-
RESISTENCIA CULTURAL tural. Es la historia de la
vida diaria de hombres
EN EL BARRIO BRITALIA1 y mujeres. Si se observa
de cerca, esta historia
revelará cambios deci-
Wilson Javier Torres Puentes sivos que incluyen una
Docente de la Licenciatura en Educación Básica con Énfasis en Ciencias So- revolución social.
ciales LEBECS – Universidad Distrital Francisco José de Caldas. Docente de Agnes Heller
Secundaria en Ciencias Sociales de la Secretaria de Educación del Distrito
IED. Leonardo Posada Pedraza. Correo electrónico: Social_es@yahoo.com.mx

Introducción
El presente texto se enmarca en el Carnaval Popular por la Vida del Barrio Britalia
(CPV) en Kennedy (hoy Techotiva) y el discurso y la acción de Resistencia Cultural (RC)
que nació al interior de esta barriada popular.

Este discurso de la resistencia era novedoso, y lo sigue siendo, al menos en dos


sentidos; uno, quizá el más importante, que fue producto de las vivencias propias de
los habitantes de Britalia en torno a su carnaval. En segundo lugar, que era y es, un
discurso que no sólo se oponía a un colonialismo cultural, sino que por medio de la
acción colectiva y cultural, pretendía y pretende transformar, sino la sociedad en su
conjunto, por lo menos las relaciones sociales de vecindad. Aunque por supuesto esto
implica abordar los procesos políticos y organizativos que por más de dos décadas se
han generado en las barriadas de Gran Britalia.

En este sentido los habitantes de estos barrios tienen historias y experiencias de


Educación Popular, que han sido fundamentales para el desarrollo de los Carnavales
Populares y al mismo tiempo provoca un encuentro entre quienes convocan y son
convocados permitiendo la emergencia de la identidad colectiva, que es la que le da
sustento a la acción carnavalesca.

1 Ponencia fundamentada en la Investigación Educación Popular y Resistencia Cultural. El Carnaval Popular por la Vida de
Britalia (1988-2008).
PARTE III - MEMORIA, TERRITORIOS Y DESTERRITORIALIZACIONES: SUS LUGARES FÍSICOS Y SIMBÓLICOS
238

Investigar este tema pasó obligatoriamente por indagar el qué y el cómo emergen los
sentidos y significados de la resistencia cultural en los sectores urbanos, para este
caso, Britalia, y el papel que en dicho proceso han jugado la educación popular y la
acción colectiva cultural para construir y sostener en el tiempo los carnavales en ese
contexto urbano popular y cómo, estos procesos sociales y educativos han generado
redes sociales que se han sostenido en el tiempo y el espacio.

Fue importante, entonces, observar e interpretar el contexto de las organizaciones


culturales que históricamente han convocado los carnavales y analizar junto a sus
protagonistas los cambios que se han operado a través del tiempo. En este sentido se
hizo fundamental analizar cómo las organizaciones y quienes en ellas participan lle-
garon a plantear que los carnavales de Britalia, son expresión de resistencia cultural,
qué discursos acompañan tal expresión y en qué contextos emergieron. De hecho, las
primeras indagaciones dieron como resultado una serie de preguntas que los mismos
habitantes de Britalia, en especial aquellos/as que pertenecieron o pertenecen a or-
ganizaciones sociales, plantearon como inquietudes propias de su quehacer cultural.
Estas preguntas fueron:

1. ¿En qué contexto se generó en Britalia el Carnaval Popular por la Vida como
una experiencia organizativa que ha logrado mantenerse en el tiempo?

2. ¿Qué tipo de prácticas educativas se han desarrollado al interior de las organi-


zaciones populares de Britalia, en el marco del carnaval?

3. ¿Cómo las organizaciones populares en su accionar colectivo, llegaron a plan-


tearse que los carnavales son expresión de resistencia cultural barrial?

Por su parte el objetivo central buscaba analizar e interpretar las prácticas, saberes
culturales y educativos de las organizaciones populares, que han hecho posible reco-
nocer los carnavales populares de Britalia, como expresiones de resistencia cultural.

En este sentido, se debe expresar que al no estar conceptualizada la Resistencia Cul-


tural, al menos en lo referente para esta experiencia popular, fue conveniente intentar
la construcción teórica de tal concepto a partir de la experiencia de los Carnavales
Populares de Britalia,ya que los sectores político-culturales, que hacen posible tales
festividades han incorporado en su discurso el término resistencia cultural. Se hizo
importante entonces, intentar tal conceptualización, al menos por dos posibilidades,
hacer un aporte teórico-conceptual y, contribuir en la consolidación de los procesos de
carnaval popular urbano, ya no desde el mero discurso, sino desde el sustento teórico
en torno a lo que implica la resistencia cultural. Y es en este punto donde centraré los
planteamientos de este artículo.
Capítulo 4. Resistencia cultural en el barrio Britalia
239

I. Resistencia Cultural
Justamente lo que generó el interés por indagar particularmente sobre Britalia, es
que esta experiencia desde 1992, promueve su carnaval y a partir de él plantea la
transformación de la sociedad mediante una acción de sentido político, la resistencia
cultural. En este caso, la puesta en práctica de la educación popular ha sido funda-
mental para los procesos sociales desarrollados en Britalia. Esto no necesariamente
significa que exista entre estas comunidades un concepto preelaborado de Resisten-
cia Cultural. Más bien es el imaginario y la representación colectiva que se ritualiza
año tras año, no sólo en los discursos, sino en la simbología de las diferentes compar-
sas y muestras artísticas, que pasan por salones de artistas populares, teatro, danza,
poesía, cuentería, entre otros, lo que le da este sentido.

Este es el contexto en el que emergieron las diferentes organizaciones sociales y po-


pulares, no sólo de Britalia, sino de la localidad de Kennedy y de Bogotá en general.
Pero para el caso que nos ocupa, estas organizaciones, no son organizaciones para
sí, sino fundamentalmente son organizaciones para la comunidad, pues en la mayoría
de los casos nacen de su interior o se vinculan abiertamente con su problemática,
como es el caso del Centro de Promoción y Cultura y la Corporación Nueva Esperanza,
aunque por supuesto, no son las únicas que han jalonado el proceso de los carnavales
populares cuya esencia es la resistencia cultural.

Los procesos organizativos emprendidos por las diferentes organizaciones sociales


y populares incluidas aquí las Juntas Comunales, las Madres Comunitarias, Comités
de Salud, entre otras, ligadas al trabajo de las organizaciones culturales, han confi-
gurado el marco político-social del carnaval como máxima expresión de rechazo a las
políticas económicas, sociales, y culturales ejercidas por diferentes gobiernos desde
el poder del Estado. Entonces los carnavales no surgen, como inversión de roles y de
representación de un hecho ocurrido como el desalojo del basurero de Gibraltar y la
Planta de Tratamiento de Residuos. Surgen en el marco de la movilización social y la
reivindicación política de los habitantes del sector.

Pero hablar de resistencia cultural en este caso no se limita a conceptualizarlo y/o


definirlo, bastaría remitirnos a un diccionario de política y quizás otro de cultura y
después articularlos mediante una explicación lógica. Aquí más que decir cuál es
su significado, se trata de ahondar en el entramado social, cultural y político que ha
permitido a Britalia durante veinte años organizar, desarrollar y sostener un carnaval,
que para muchos es referente no solo de carnaval, o de lucha popular, sino fundamen-
talmente de Resistencia Cultural.

La resistencia por supuesto no es exclusiva de Britalia y su carnaval, la encontramos


prácticamente ligada a la historia de la humanidad desde el momento mismo en que
hubo dominados y dominadores, que se han enfrentado en diferentes terrenos geo-
PARTE III - MEMORIA, TERRITORIOS Y DESTERRITORIALIZACIONES: SUS LUGARES FÍSICOS Y SIMBÓLICOS
240

gráficos y multiplicidad de planos políticos. Marx, como todos/as sabemos, llamo


a esto lucha de clases (Marx y Engels, 1975). Por su parte la cultura no es el mero
folclor, sino las múltiples relaciones ínter sociales que se dan al interior no de una so-
ciedad como el Estado, sino de las comunidades generalmente populares, por el lugar
que ocupan en las relaciones de producción. Veamos, brevemente de que hablamos
cuando nos referimos a la cultura.

Conceptos de cultura hay tantos como culturas existen en el mundo, pero en términos
generales y de acuerdo a Sanabria (2004) y Ortiz (2004), entenderemos por cultura
un sinnúmero de entramados sociales que son representados simbólicamente en los
cuales se incluyen los credos religiosos, los valores sociales (ética y moral), las di-
ferentes costumbres y tradiciones (hábitos), las artes, los usos y la apropiación del
entorno geográfico en el cual se halla inmersa una comunidad y que lo transmite de
generación en generación mediante los diferentes lenguajes, oral, escrito y simbólico.

Hay que decir también que el termino cultura no es estático, por el contrario se ha
modificado con la transformación que sufren las culturas humanas, ya no es occidente
quien denomina a los demás pueblos desde la “civilización europea”, ahora hablamos
de civilizaciones.

A este respecto el profesor Ávila (2007) señala que; “Los sujetos inician su apropia-
ción de la cultura intercambiando universos simbólicos, de modo que los procesos
de comunicación con el otro…juegan un papel determinante en la incorporación del
sujeto a la cultura, y en la in-corporación, internalización de la cultura en el sujeto. La
conversación teje las palabras, y estas tejen las relaciones entre los sujetos, constru-
yendo así el tejido social…[entonces] A mayor grado de apropiación de la cultura y
del lenguaje, una mayor expansión y un mayor crecimiento de la subjetividad”.

Tenemos también la subjetividad popular, que es la que me interesa por relación di-
recta con una comunidad popular, Britalia,y una acción colectiva popular como el car-
naval. En este sentido el profesor Torres (2008), afirma que; “La formación de sujetos
populares capaces de llevar a cabo las acciones sociales emancipadoras está relacio-
nada con la formación de un sistema de imaginarios, representaciones, ideas, signifi-
caciones, simbolizaciones, voluntades y emocionalidades, desde las cuales atribuyen
sentido a sus acciones y vínculos sociales, a la vez que alimentan sus sentidos de
pertenencia e identidad”.

El mismo autor señala el papel de la subjetivación de los sujetos en el proceso de la


educación popular cuando dice que; “Es dentro de los límites del mundo subjetivo
dónde actúa la EP con el fin de incidir en otras dimensiones de la vida social como
la economía y las relaciones de poder” Torres (2008, p. 21). Si bien estos elemen-
tos, cultura, poder, educación popular, van tejiendo el entramado en el cual surge la
resistencia, que para el presente caso es la cultural, estos no explican por sí solos,
Capítulo 4. Resistencia cultural en el barrio Britalia
241

ni siquiera en conjunto cómo surgió la resistencia cultural en el marco del carnaval


popular de Britalia, ¿por qué en este contexto y no en otro?.

La resistencia ha sido normalmente comprendida y si se quiere naturalizada como el


aguante, el soportar, sobrellevar la carga, paciencia, en fin resistir pasivamente con-
diciones indignas de vida. Este tipo de resistencia, que llamaremos negativa, ejerce
acciones que por lo general no pasan a la acción directa, aun cuando se trate de cons-
piraciones. Lo más usual en este tipo de resistencia suele ser el hurto continuado en
fabricas y talleres, las conversaciones “secretas” para hablar mal del amo o el patrón,
poner apodos, hacer chistes, maldecir, quejarse del mal trato, el mal pago, criticar al
gobierno, generalmente sin mayores argumentos, entre otras más. “Si la subversión
ideológica se redujera a las formas efímeras del chisme, el refunfuño o el rumor, y a la
hostilidad ocasional de actores encubiertos, su eficacia sería sin duda muy marginal.
Es un hecho que la rebelión ideológica de los grupos subordinados se presenta tam-
bién públicamente en algunos elementos de la cultura popular” (Scott, 2000, p. 188).

Pero la resistencia no es un hecho por demás estático, al contrario es dinámica, es


decir, tiene movimiento y como movimiento es que me interesa su análisis, de hecho
los investigadores que se han ocupado del tema lo han hecho por su dinámica y lo
que ella representa en el marco de las luchas, por lo general populares. Para ejem-
plificar, veamos lo expuesto por Lanchero (2000), que estudia el caso colombiano y
por extensión latinoamericano, haciendo referencia a la emergencia de la resistencia
en el marco de confrontación con el Estado excluyente y la concibe únicamente en el
plano de la organización política de vastos sectores, es decir, la sociedad civil. Ya se
dijo, que ni se está estudiando la cultura, ni la resistencia por aparte, ni ligadas en un
discurso academicista, sino bajo la dinámica impresa historiadamente por la comuni-
dad de Britalia a su carnaval y de este al discurso y la acción de la resistencia cultural.

II. Nadie nos dio el carnaval, nosotros mismos


lo construimos

Cualquier persona, mujer u hombre, sin importar su edad, que haya pasado como or-
ganizador, participe o espectador de la historia de Britalia aseverará, no sin razón que
el Carnaval por la Vida es realmente Popular, porque nació de las entrañas de una co-
munidad, que se construyo así misma, mientras construía ladrillo a ladrillo su barrio,
que tomó una y otra vez las calles sin resultados concretos, que se atrevió a ir contra
corriente, a innovar en la lucha política, que no optó por la resistencia negativa, sino
que impulsó esta acción con un carnaval exitoso, desde todo punto de vista, no solo
derrotó al Estado al ser una comunidad que resistió primero las inclementes necesi-
dades socioeconómicas y represivas, sino que hoy se encuentra como parte del movi-
miento social en la resistencia activa, pero como comunidad, donde; “La experiencia
PARTE III - MEMORIA, TERRITORIOS Y DESTERRITORIALIZACIONES: SUS LUGARES FÍSICOS Y SIMBÓLICOS
242

de vivir juntos y de conocer los códigos culturales de los vecinos, crea sentimientos
de solidaridad y lealtad entre ellos. Estos sentimientos remplazan la anomia de la vida
moderna y mantiene la cohesión social del vecindario” (Panfichi, 1996).

No hay duda entonces, que la comunidad es algo que se teje pacientemente y que
pese a los conflictos internos entre individuos o grupos de vecinos, esta permanece
en el tiempo y en el espacio, más bien lo que ocurre es que las comunidades se crean
y recrean permanente- mente y de múltiples maneras, por ejemplo, con el cambio ge-
neracional, con la migración y la emigración de pobladores, con las influencias de la
ciudad “moderna” sobre los barrios y sus habitantes, que ponen en riesgo la identidad
de la comunidad para pasar a ser un vecindario más de la ciudad.

III. Educación popular


La idea de transformar la conciencia social, por medio del carnaval, no se ve única-
mente al interior de las familias, sino que pretende impactar a los individuos. Efec-
tivamente, de lo que estamos hablando es de prácticas de Educación Popular, que
en Britalia se han desarrollado directa e indirectamente. Cuando digo directas hago
referencia a las acciones educativas y pedagógicas emprendidas por las organizacio-
nes sociales con la claridad ideológica que les da el sustento de teóricos como Freire.
Son indirectas cuando se forma a las personas sin que necesariamente la formación-
aprendizaje este mediado por el discurso de la EP. Ejemplo de esto último los talleres
de elaboración de máscaras, los grupos de teatro, talleres de maquillaje, de zancos,
de poesía, de música. También encontramos jornadas colectivas de aseo, o corte del
pasto, pintura y arreglo de parques, que por supuesto son educativas y generan en los
vecinos lazos de comunidad. Sobre este asunto, el profesor Torres (2008), señala que,
“La critica a la sociedad capitalista y al sistema educativo, de un tono radical en el
discurso inicial de la EP y de un carácter moderado en las actuales posiciones, conlle-
va la formulación de un ideal de sociedad y de educación alternativos. Un rasgo cen-
tral en toda propuesta educativa popular es su clara intención política por transformar
las condiciones opresoras de la realidad actual, para contribuir a la construcción de
una nueva sociedad más justa y democrática” (p. 17).

La EP desde sus planteamientos iniciales hasta hoy también tiene sus propias meto-
dologías y didácticas que la particularizan con relación a otras prácticas educativas.
Estas particularidades han operado en el saber educativo popular de Britalia y su car-
naval. Tanto en la construcción colectiva de barrio, como del carnaval, las intenciones,
sobre todo desde 1990 apuntan a transformar la sociedad, cambiando las prácticas
cotidianas en las que se relacionan los sujetos sociales. Siguiendo con Torres (2008)
tenemos que; “los rasgos más visibles de la EP han sido la definición de criterios
educativos tales como la construcción colectiva de conocimiento, el diálogo, el partir
de la realidad de los educandos, la participación y la articulación entre teoría y prácti-
Capítulo 4. Resistencia cultural en el barrio Britalia
243

ca[…] la preocupación por crear, retomar y desarrollar metodologías coherentes con


los principios emancipadores de la Educación Popular, ha llevado a que sus impulso-
res innoven y reflexionen sobre su quehacer” (p. 21).

IV. Caminar colectivamente


Darle un sentido al Carnaval Popular por la Vida de Britalia, pasa entonces por la cons-
trucción colectiva, que se vuelve política cuando las comunidades se hacen partícipes de
la política, es decir, son sujetos históricos individuales y colectivos, en tanto se identifi-
can en y con objetivos comunes, que suelen ser la reivindicación de sus derechos como
ciudadanos (carnaval del 88), o la recuperación de la memoria colectiva (carnavales del
91 y 92), o la suma a otras luchas como la minga indígena (carnaval de 2008).

Eso implica trabajarle desde lo local por la utopía de la transformación de la sociedad,


pero en una transformación, en la medida de lo posible, para el hoy, para la cotidia-
nidad, no para después, dado que; “La transformación de la sociedad es un proceso
objetivo-subjetivo colectivo y múltiple que no puede relegarse hasta después de la
toma del poder. No se producirá nunca transformación social alguna, estable y dura-
dera, si no es a partir de la transformación cotidiana y radical de los hombres y las
mujeres que la integran” (Rauber, 2003, p. 71). Pero esto de la acción colectiva requie-
re un poco de atención, en especial para comprender como ha sido este proceso en el
marco del CPV. Me valdré entonces de las teorías de Alberto Melucci, para intentar
explicar el proceso dado en Britalia.

Empecemos por decir que el CPV, hay que ubicarlo por sus características como “nue-
vo movimiento social”, pese a que lleve veinte años de accionar. Me atrevo a hacer
tal afirmación por varias razones, la primera, que los habitantes de Britalia, rompen
con una tradición de lucha urbana proveniente de los años 70 y que tocó los primeros
años del decenio de los 80, innovaron en la acción y en la lucha política, crearon un
carnaval y lograron su objetivo, volcando sobre ellos, la atención del Estado y de la
sociedad en general. En segundo lugar, porque la lucha contra el basurero de Gibral-
tar, no fue una lucha vanguardista de un sector clasista o vinculado a un partido de
izquierda, fue el movimiento social conformado a su vez por grupos organizados de la
comunidad de Gran Britalia, como los catequistas, las ollas comunitarias, grupos de
mujeres, grupos de jóvenes, ecologistas, teatreros, y muchos más, los que además de
las tradicionales tomas y bloqueos de vías, engendraron, no como simple forma de
expresión simbólica, sino como instrumento de acción política, un carnaval. Tercero,
porque el carnaval en sí mismo es un movimiento social con la características de ser
cultural.

Melucci (1999) llamo a esto Acción Colectiva, la que a su vez es una construcción
social, y debe ser abordada desde lo empírico con el fin de comprender la verdadera
PARTE III - MEMORIA, TERRITORIOS Y DESTERRITORIALIZACIONES: SUS LUGARES FÍSICOS Y SIMBÓLICOS
244

realidad del movimiento, en este sentido y siguiendo a este autor, si pretendemos


hacer investigación sobre la acción colectiva,y el movimiento social que lo posibilita,
debemos tomar como elemento de análisis la naturaleza diversa y compleja del mis-
mo. Si tenemos en cuenta que justamente para que se posibilite la AC, es necesaria la
reunión de varios sujetos dispuestos a la acción. Entonces, debemos también tener en
cuenta ¿cómo es que se unen los sujetos y por qué se unen?, la respuesta la ofrece en
tres niveles, Melucci, cuándo señala la acción, los medios, y el ambiente, como esen-
ciales para que los individuos generen ese “nosotros/as” que les hace ser colectivos.

De acuerdo a esta caracterización, tenemos que la acción, es el sentido que tiene la


acción para el protagonista de la misma. Los medios, aquellos que refieren a las posi-
bilidades y límites de la acción que se pretende emprender, y finalmente, el ambiente,
como el lugar o campo dónde se desarrolla o se desarrollará la acción. Estos elementos
al interior del CPV de Britalia, no se pueden observar fácilmente por separado, más bien
forman un todo, en donde según al momento histórico se privilegia uno u otro.

Siguiendo con Melucci, él caracteriza los movimientos sociales, como reivindicativos,


aquellos que luchan contra el poder que garantiza las normas y los papeles; un movi-
miento de este tipo tiende a una redistribución de los recursos y a una reestructura-
ción de dichos papeles. Como movimiento político, aquel que actúa para transformar
los canales de la participación política, y como movimiento antagónico, aquel que se
dirige contra un adversario social para la apropiación, el control y la orientación de los
medios de producción social.

Pero estos movimientos no serían posibles sin la identidad colectiva que le permite
la cohesión interna y externa. Esta identidad, según Melucci (1999) solo es posible
si se toman en cuenta tres elementos, a saber; “1) Formulación de las estructuras
cognitivas relativas a los fines, medios y ámbitos de la acción; 2) Activación de las
relaciones entre los actores, quienes interactúan, se comunican, negocian y adoptan
decisiones, y 3) Realización de inversiones emocionales que permiten a los individuos
reconocerse”.

La acción colectiva, al menos en los términos de Melucci, permiten señalar de manera


tajante que son los sujetos individuales y colectivos los que hacen posible la historia,
cuando producen hechos como la “construcción y sostenimiento” de un carnaval, pero
ello, requiere de un elemento simbólico, difícilmente tangible, pero real y que se ma-
nifiesta generalmente en rituales, la identidad, que también es individual y colectiva,
en la medida de que es un producto social generado por los sujetos. En efecto, en el
proceso no solo de barrio, sino fundamentalmente de carnaval, no hay una simple
inversión de roles, como se señaló en otro aparte de este trabajo, lo que hay es un
proceso de identidad individual y colectiva, que por supuesto es un proceso social que
se da entre sujetos, o si se prefiere entre otredades, que son las que me permiten a
Capítulo 4. Resistencia cultural en el barrio Britalia
245

mí, reconocerme como sujeto e identificarme o no con algo, en este caso el Carnaval
Popular por la Vida y lo que él representa.

La identidad colectiva, es según Torres (1999), quien se fundamenta en Giménez


(1997) y De la Peña (1994) “el cúmulo de representaciones sociales compartidas que
funciona como una matriz de significados para definir un conjunto de atributos idio-
sincrásicos propios los cuales dan sentido de pertenencia a sus miembros y les per-
mite distinguirse de otras entidades colectivas; en fin, al conjunto de semejanzas y
diferencias que limita la construcción simbólica de un “nosotros” frente a un “ellos”.
El concepto de identidad supone el punto de vista subjetivo de los actores sociales
acerca de su unidad y de sus fronteras, una elaboración simbólica y práctica de lo que
consideran propio y lo que asumen como ajeno”.

Esta identidad entonces, no es otra cosa, que la construcción histórica de un hecho


simbólico, el carnaval, pero cuya puesta en escena se hace en un espacio geográfico
específico, el barrio, que a su vez tiene su propio constructo, que para el caso de Bri-
talia, si bien están ligados históricamente, podría haber existido Britalia sin carnaval,
simplemente que su historia sería otra. Ese nosotros colectivo y sostenido en el tiem-
po, o si se prefiere históricamente construido, es el que permite sostener el barrio,
sosteniendo su memoria colectiva, que es lo que hace Britalia mediante su carnaval.

V. La Resistencia es algo vivo


Llegados a este punto vemos que hablar de resistencia cultural en Britalia, en el mar-
co del Carnaval, es algo si no inédito, al menos particular, dado que difícilmente se en-
cuentran al menos para Bogotá, experiencias similares que permitan hacer un análisis
comparativo, de hecho, la experiencia de Britalia, hay que afirmarlo con categoría, no
es de una resistencia pasiva (negativa), sino bastante activa (positiva), que mantiene
a un gran número de vecinos movilizados en torno a la organización y puesta en esce-
na de su carnaval, para conmemorar la memoria histórica, pero también para denun-
ciar y protestar contra lo que se considere política y socialmente injusto, de hecho,
el carnaval de Britalia no es únicamente un evento fiestero, como otros del mismo
formato, por el contrario tiene un componente reivindicativo, que pretende por medio
de la organización y la acción cultural transformar la sociedad, empezando, como ya lo
hemos visto, por su propio entorno social y privado, generando una revolución social.

La resistencia cultural, no puede ser leída o vista entonces como reacción a la domi-
nación, y si se defienden las tradiciones es porque son ellas las que dan sentido a los
individuos y a las comunidades, les permite un “nosotros” colectivo que a su vez les
aliente a ser sujetos protagonistas de la historia. Para los actores políticos de Britalia
esa es una realidad concreta nacida al calor de la organización social y que expone
como máxima expresión de esa historia su carnaval. Dado que; “Las comunidades
PARTE III - MEMORIA, TERRITORIOS Y DESTERRITORIALIZACIONES: SUS LUGARES FÍSICOS Y SIMBÓLICOS
246

mantienen su creación de vida y dignidad desde acciones y caminos colectivos contra-


rios a la exclusión y al poder de muerte impuesto por el mercado y, sin conceptualizar-
lo, denominan resistencia a estas acciones colectivas de vida digna, de no exclusión
y reconocimiento del otro” (Lanchero, 2000, p. 30).

Por lo general es con la teoría como se corrobora un hecho o una situación dada, en
este caso quiero invertir el proceso, porque como lo señala Lanchero, el movimiento
cultural de Britalia no se ha detenido a conceptualizar sobre el tema, simplemente ha
llamado a las cosas de acuerdo a su realidad política, pero con un aporte significativo,
que allí, en el CPV, hay un sentido político específico y claro, que la resistencia no es
aguante, sino creación, es empoderamiento de las gentes que participan en el esce-
nario carnavalesco desde alguno de los papeles que la trama exige.

Está claro, que si bien no existe una teorización y unos textos que den cuenta de lo que
es la Resistencia Cultural (RC) en Britalia, si hay claridad en por qué,para qué y cómo se
resiste culturalmente, eso apunta a una acción colectiva de orden político, empoderar
a los vecinos de Britalia, y si es posible, impactar a la ciudad toda. Aquí de lo que se
trata entonces, no es de teorizar, se trata, como lo muestra la historia de Britalia y su
CPV, de transformar la realidad socioeconómica, primero del Barrio, y luego de la ciu-
dad y el país. Lo importante quizás, es que en el caso de Britalia son hechos tangibles,
con muchas luchas colectivas, lo que ha logrado la pavimentación de vías, el agua
potable, el alcantarillado, el final de Gibraltar, y generaron un movimiento identitario
llamado Carnaval por la Vida, en fin estamos, para quien así lo quiera ver y reconocer,
frente a un proceso de poder popular, o simplemente de empoderamiento. Al respecto
Lanchero (2000), nos dice: “El caminar comunitario no busca generar discursos teóricos
sino reflexiones comprensivas de la realidad excluyente del mundo, comprensiones y
proposiciones que abocan a acciones de transformación”.

Pero, ¿qué es entonces la resistencia cultural? Definirla no es muy fácil, pero tampoco
un imposible, es en definitiva complejo, pero trataré de hacerlo con el siguiente es-
quema. Para que exista o haya RC, son necesarios varios elementos que están ligados
entre sí, aunque se puedan analizar por separado.

Tenemos entonces, elemento 1) un territorio (Barrio), elemento 2) unos vecinos o ha-


bitantes (Comunidad), elemento 3) Lo político (el sentido), elemento 4) la acción polí-
tica o acción colectiva y elemento 5) un símbolo (el carnaval). Es importante señalar
que cada elemento aporta unos sub-elementos, por denominarlos de algún modo. Por
ejemplo, la comunidad no es algo en abstracto, son los sujetos individuales y colec-
tivos, es decir, empoderados políticamente, capaces de darle un sentido político a su
carnaval, y ejecutarlo o ponerlo en escena mediante acciones colectivas que preten-
den la transformación social. Y esto ocurre porque, la resistencia no es mera reacción,
también es o puede ser transformación. Por supuesto que la RC, es de hecho, una
reacción, pero para el caso estudiado, no es explicable desde allí, pues esto la haría,
Capítulo 4. Resistencia cultural en el barrio Britalia
247

como lo he dicho, negativa, y la de Britalia, es sin duda positiva. James Scott, señala,
a propósito de lo que intento explicar que:

Un individuo que es ofendido puede elaborar una fantasía personal de venganza


y enfrentamiento, pero cuando el insulto no es sino una variante de las ofensas
que sufre sistemáticamente toda una raza, una clase o una capa social, enton-
ces la fantasía se puede convertir en un producto cultural colectivo. No importa
qué forma toma (una parodia fuera del escenario, sueños de venganza violenta,
visiones milenarias de un mundo invertido); este discurso oculto colectivo es
esencial en cualquier imagen dinámica de las relaciones de poder. (1990, p. 32)

Estas ofensas son aplicadas, desarrolladas o ejecutadas por el Estado, en un espacio


físico, el elemento 1 de mi esquema, es allí donde nace la resistencia, su caldo de
cultivo es su propia historia porque; “Un asentamiento o urbanización se convierten
en barrio, en la medida en que es escenario y contenido de la experiencia compartida
de sus pobladores de identificar necesidades comunes, de elaborarlas como intereses
colectivos y de desplegar acciones conjuntas (organizadas o no) para su conquista, a
través de lo cual forman un tejido y un universo simbólico que les permite irse reco-
nociendo como vecinos” (Torres, 1999). Ese universo simbólico, es para el caso de
Britalia su CPV.

VI. Conclusiones
Las palabras de David Cerero, habitante del barrio Britalia, son una síntesis pertinente
de las reflexiones aquí planteadas:

Esas tres palabras las he venido como asociando, pienso que la Resistencia
Cultural y la Educación Popular juegan un papel fundamental, pero hay una línea
transversal entre esas dos que viene siendo la Política, el aparato político, el
proceso formativo político es importante para que esa misma formación, val-
ga la redundancia, ese proceso de formación haga parte de la contra cultura,
haga parte de ese proceso de resistencia cultural, y haga parte también de una
educación popular, o sea, que sin política, sin ese proceso de empoderamien-
to…el empoderamiento vendría a ser como el resultado del proceso del estudio
político, el empoderamiento finalmente es el proceso en el cual, Usted ha sido
un sujeto político, usted puede llegar a lograr una posición frente a cualquier
circunstancia en el país, y donde usted quiera que se encuentre. A ese tipo de
ser humano es que deberíamos nosotros apuntarle. A un ser humano donde se
reconozca por primera vez, porque lo que ha hecho la otra cultura, no la nuestra,
es quitarnos el proceso de reconocimiento, de auto-reconocernos. Cuando a eso
le hacemos una resistencia, una educación de tipo popular, podemos llegar a
empoderar al pueblo y así podemos llegar a alcanzar que este país que tenemos
PARTE III - MEMORIA, TERRITORIOS Y DESTERRITORIALIZACIONES: SUS LUGARES FÍSICOS Y SIMBÓLICOS
248

pueda cambiar y que sea un motor de cambio del proceso político” (Entrevista
realizada en abril de 2008).

Finalmente digamos que RC, es aquella acción de orden colectivo que desarrollan los
sectores populares, en este caso las comunidades de Britalia que desde la apropia-
ción histórica y política de un espacio, ejercen la resistencia, no solo como una forma
de denuncia sino y fundamentalmente de transformación social. Así, la resistencia,
no es sinónimo de “aguante”, por el contrario es el resultado de la acumulación de
fuerzas (organizaciones y acciones sociales) de identidades individuales y colectivas
y de años de experiencia en la lucha política que los habitantes de Britalia han desa-
rrollado durante dos décadas, y que no es cultural porque esté inscrita en el marco
del carnaval popular, sino porque en ella, encontramos las representaciones y reivin-
dicaciones de los individuos y colectivos poblacionales en lo tocante a la vida política
(participación democrática), cultural, social y económica.

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Universidad Nacional y Abierta a Distancia.
Parte IV

LA COTIDIANIDAD DE LA MEMORIA:
EXPERIENCIAS DESDE LAS
ORGANIZACIONES SOCIALES
Capítulo 1

CULPAS Y EXPIACIONES
EN EL DESPERTAR MUISCA:
UNA ETNOGRAFÍA DE UN OBJETO-RED
DE LA MEMORIA
Pablo Felipe Gómez Montañez
Candidato a Doctor en Antropología Social de la Universidad de los Andes. Docente y miembro del grupo de Memoria
de la División de Ciencias Sociales de la Universidad Santo Tomás. Miembro del Comité de Estudios sobre la Violen-
cia, la Subjetividad y la Memoria.

Introducción
La compulsiva relación que por estos tiempos se ha venido resaltando entre la me-
moria y la violencia parece limitar el abordaje de la primera en el contexto académico
colombiano. Sin duda alguna, la memoria que, por un lado, ha tratado de otorgarle
una posición a las voces que hoy piden rechazar el olvido, así como de legitimar el
derecho a la reparación, por otro ha silenciado diferentes maneras de interpretarla y
ha enceguecido otras formas de construirla como campo investigativo.

De esta manera, la memoria parece recogerse y encerrarse en las fosas del miedo y
del terror del sujeto que dispone de ésta para recordar –que tal vez no es otra cosa
que expandir el presente. Los testimonios del dolor han desplazado las narrativas de
la banalidad que, para Michel Maffesoli (2007) sustentan lo societal en tanto mani-
fiestan el simple gusto de estar juntos y el intento -eufemismo, tal vez- de pretender
recordar juntos. Los álbumes de familia, las imágenes de las infancias a través de las
décadas, la formación de grupos que giran en torno de ciertos emblemas, los nuevos
comunalismos que se hacen con respecto a los usos sociales del patrimonio y hasta
el rol de las industrias culturales como archivos de los marcos temporales pasajeros
desde los cuales parecemos reconocernos han quedado supeditados al estudio sobre
el conflicto y la violencia interna del país.
PARTE IV - LA COTIDIANIDAD DE LA MEMORIA: EXPERIENCIAS DESDE LAS ORGANIZACIONES SOCIALES
254

Sin embargo, en esta ocasión en que varios fuimos convocados a reflexionar sobre
la memoria, en el marco coyuntural del panorama ambiguo de justicia, perdón y re-
paración que se vislumbra con la promulgación de la naciente Ley de Víctimas en
Colombia, volvemos a las mismas preguntas: ¿qué es lo que emana de las víctimas y
de los procesos de victimización que es capaz de cohesionarnos socialmente? ¿Qué
grupo social puede reproducirse en el tiempo sin una narrativa del pasado violento?
En últimas, ¿por qué el pasado es siempre algo conflictivo?

Para Beatriz Sarlo, la conflictividad del pasado emerge en la relación –también estu-
diada compulsivamente, por cierto- entre la memoria y la historia. Para la intelectual
argentina, “(…) la historia no siempre puede creerle a la memoria, y la memoria
desconfía de una reconstrucción que no ponga en su centro los derechos del recuerdo
(…)” (2006, p. 9). Pero este recuerdo, continuando con la perspectiva de Sarlo, no
representa una liberación del pasado, sino un advenimiento o captura del presente. Y
es este “presentismo” la expresión y la disponibilidad contemporánea para que el ser
humano se explaye en el hedonismo erótico de los lazos comunales. Invitando a Ma-
ffesoli a este diálogo, el espacio, que otrora fundamentaba el campo de la relaciones
y de los destinos compartidos, ahora se ha acotado en el “objeto” (Maffesoli, 2007, p.
213). Sobre éste, en donde se practica la comunión con el otro o el “puente” para la
“convivialidad”, se re-encanta el mundo, se reaviva el romanticismo, el barroquismo,
el vitalismo y la intuición del mundo social contemporáneo (Maffesoli, 2007, p. 218).

Siguiendo las tesis del sociólogo francés, dos características revisten al objeto de la
relevancia que acá quise resaltar. En primera medida, el objeto se convierte en el nue-
vo tótem-desde la perspectiva durkheimiana, por supuesto- desde donde se organiza
el mundo social, con lo cual emergen las pequeñas historias o mitos fundacionales de
los grupos. Para ello, el objeto se considera como portador de un “aura” que, pese a
la reproductibilidad de la que tanto se quejó Walter Benjamin, emana una fuerza coa-
gulante que configura un ethos y otorga el sentido de la existencia colectiva, es decir,
una dimensión “estética de la ética o existencia” en el colectivo (Maffesoli, 2007:
220). En segundo lugar, esta ética “objetal” implica que el objeto otorga un sentido
de comunalidad en tanto éste emana del conjunto que forma con otros objetos y no
de su particularidad, lo que Maffesoli denomina un “efecto de sentido solidificado”
(2007, p. 221). Apelando a estas condiciones como el origen de las identificaciones
y las memorias sociales del mundo posmoderno, considero que la memoria puede
abordarse desde la comprensión de sus objetos-red.

Estudiar la memoria desde este enfoque -que hasta ahora es incipiente y más intuitivo
que profundamente desarrollado- nos obliga a desplegar el objeto y a desnudar sus
múltiples incidencias e itinerarios de sentido. Los objetos-red de la memoria son,
entonces, activadores de rutas complejas y no son réplicas ni pasivos signos conte-
nedores de marcos sociales preestablecidos de la memoria. Y al ser resultados de
incidencias y direccionamientos en el plano del sentido, estos objetos se configuran
Capítulo 1. Culpas y expiaciones en el despertar muisca: una etnografía de un objeto-red de la memoria
255

en medio de dinámicas eminentemente conflictivas, pues en sí: ¿qué plano de trans-


formaciones no es conflictivo? Las “incidencias” como sentidos estructurantes de los
objetos-red no es una idea mía. El concepto lo tomo del modelo epistemológico de
Michel Serres, para quien,

(…) cada uno de los casos o evidencias aludidos en sus libros (sean “leyes”,
“pinturas”, “esculturas”, “invenciones”, “textos literarios” o “poemas”) es pro-
ducto de la red de incidencias que los constituyen. Cada nodo, cada trayecto,
cada pliegue es una condición intrínseca del caso descrito y, por lo tanto, tiene
presencia en él como parte de su desarrollo. (Garduño, 2008, p. 27)

A partir de la información que se desprende de dichas incidencias, el objeto de des-


pliega y entra en relación con otros, con lo cual –incluso- para el caso de la memoria
debemos explorar otros lenguajes para dar cuenta de sus itinerarios de sentido. Para
analistas de este modelo epistémico como Garduño “en este procedimiento ya no sólo
la ciencia sino la poesía, el arte, la técnica o la literatura se convierten en agentes de
conocimiento” (2008, p. 28). Y la memoria es para ciertas sociedades el conocimiento
fundamental de su razón de ser. Al aplicar el modelo de Serres, los objetos-red se
constituyen no sólo como objetos formales, sino como discursos, narrativas, eventos y
toda instancia que permita que sobre éste se acote el espacio y el tiempo, en últimas,
la historia o su biografía social. En palabras de Garduño:

Para él basta la identificación de un caso que, luego, le permitirá realizar un


trayecto por los elementos que en él inciden hasta tejer toda una red de co-
nexiones de sentido que redunda en: a) La caracterización no sólo de su propia
condición aparecida en un momento histórico o en un marco disciplinar sino
también… b) en la de la exposición de las formas en que su configuración alteró
el contexto inmediato y a la cadena de eventos subsiguientes históricamente
relacionados. (Garduño, 2008, p. 28)

Aplicar incipientemente este modelo analítico de la memoria a partir de un pequeño


testimonio extraído de mi trabajo etnográfico con el Pueblo-Nación Muisca Chibcha
es el objetivo central de este artículo. Aunque el tema no se relaciona con los pro-
cesos de memoria de las víctimas del conflicto armado en Colombia, sí colinda con
la coyuntura actual, en tanto permite elaborar una reflexión sobre la formación de
comunidades de sufrimiento, culpa y expiación en medio de procesos de victimización
como cohesionadores de hermandades y redes sociales. De otro lado, la conformación
de movimientos de la llamada re-etnización nos permitirá nuevamente comprender
por qué ciertos grupos sociales requieren de la elaboración de narrativas y ritualiza-
ciones que activan la búsqueda, la interpretación y la imaginación de un pasado que
legitime la existencia –y la resistencia- de grupos indígenas en el marco de un pre-
sente donde la multiculturalidad y la plurietnicidad son un eufemismo. Presentemos y
despleguemos entonces nuestro objeto-red.
PARTE IV - LA COTIDIANIDAD DE LA MEMORIA: EXPERIENCIAS DESDE LAS ORGANIZACIONES SOCIALES
256

I. Conflicto, memoria en el Despertar Muisca


Son casi las diez de la noche del 19 de Diciembre de 2010 y faltan dos noches para
que la fiesta del Zocán comience. Esta celebración corresponde al año solar que re-
nueva su ciclo cada solsticio de invierno. Las festividades previas se han realizado en
los predios del Museo Arqueológico de la ciudad de Sogamoso, Colombia. En éste
se erigió una réplica del mítico Templo del Sol de Sugamuxi, lugar sagrado que, se-
gún las crónicas de la conquista del territorio indígena muisca, era la casa del gran
sacerdote muisca Suamox. El recinto turístico y académico ha servido durante varios
años como escenario de diferentes performances que buscan reinventar y mantener
creativamente viva una memoria –o versión de memoria- del pueblo muisca por medio
de actos artísticos y representaciones teatrales.

Hace poco más de tres años, la fiesta del Zocán ha sido manejada por algunos líderes
del autodenominado movimiento indígena Pueblo-Nación Muisca Chibcha, el cual he
estado estudiando desde el año 2007. El trabajo etnográfico que comenzó en ese en-
tonces se preguntó por la manera como este movimiento indígena estaba reinventan-
do un cuerpo de creencias, prácticas y jerarquías religiosas, cuya estructura organiza-
tiva es liderada por chyquys o sacerdotes que afirman cumplir una labor de rescatar
la memoria espiritual del pueblo muisca (Gómez-Montañez, 2009). Sin embargo, esta
organización no cumple con los parámetros jurídicos del Estado colombiano para ser
reconocidos oficialmente como grupo étnico. De acuerdo con la normatividad colom-
biana, mientras los procesos etnopolíticos de conformación de cabildos y resguardos
indígenas1 oficiales parten de unos parámetros biológicos, territoriales e históricos
que restringen su conformación, el proceso étnico-religioso ha flexibilizado estas con-
diciones. El rol que los actuales chyquys o sacerdotes se han otorgado en este segun-
do proceso ha sido el de guardianes de los usos y costumbres, así como el de gene-
radores de espacios de comunicación y de convocatoria para la conformación de una
comunidad muisca actualizada, renovada y adaptada a las condiciones históricas, te-
rritoriales e interculturales de la vida moderna. Lo anterior ha implicado que varios re-
novados rituales, sobretodo de uso de medicina indígena, danzas y círculos de palabra,
han convocado a una comunidad mixta, compuesta por indígenas y no-indígenas, para
conformar este movimiento.

1 El cabildo corresponde a una entidad política autónoma de gobierno indígena y el resguardo se define como el territorio
en el cual vive y se reproduce una comunidad indígena. Ambas entidades, aunque corresponden a una cierta autonomía
de los grupos étnicos, sin embargo están amparadas por las leyes estatales colombianas. Hay que tener en cuenta que
ambas tienen su origen en el modelo de administración colonial y que en el año de 1890, la ley 89 reglamentó su existen-
cia, pero con miras a una integración de las comunidades indígenas al proyecto mestizo de nación y al capitalismo liberal.
Actualmente el movimiento Pueblo Nación Muisca Chibcha no cuenta con ningún resguardo y la conformación de cabildos
es un proceso incipiente que hasta ahora ha logrado reconocer dos entidades en las ciudades de Bogotá y Tunja ante los
gobiernos locales. Este proceso es el primero de varios pasos para conseguir el aval del gobierno nacional, representado
por la Oficina de Asuntos Indígenas del Ministerio del Interior y Justicia.
Capítulo 1. Culpas y expiaciones en el despertar muisca: una etnografía de un objeto-red de la memoria
257

Apelando al auto-convencimiento, estas prácticas religiosas han llevado a que per-


sonas no-muiscas se auto-reconozcan como indígenas y entren a formar parte de una
comunidad paralela a las parcialidades, cuyos miembros pueden acceder, bajo ciertos
requisitos y criterios, al camino sacerdotal. Así, el campo religioso muisca, a diferen-
cia del campo político de las parcialidades oficiales, ha interpretado y dinamizado el
concepto de auto-reconocimiento y linaje espiritual como base de la etnicidad. Bajo
esta mirada, este linaje no se hereda por parentesco, sino por aprendizaje.

Esta condición ha sido un detonante de situaciones conflictivas y complejas entre


este movimiento y los grupos étnicos muiscas reconocidos oficialmente ante el
estado colombiano. Este escenario conforma el campo de estudio de mi proyecto
de investigación doctoral, el cual presento brevemente. A partir de la iniciativa del
Pueblo-Nación Muisca Chibcha sobre conformar una gran asociación étnica que in-
tegre la totalidad de procesos particulares de organización étnica, se han generado
debates y confrontaciones en tres puntos. En primera medida, la propuesta es tomada
por algunos grupos como homogeneizadora e irrespetuosa con la autonomía de tales
procesos. En segunda medida, ha colocado a varios líderes en un campo de luchas por
su representatividad como autoridades indígenas. En tercera medida, el debate ha
dejado ver la heterogeneidad de versiones y formas sobre las cuales se fundamenta la
memoria y la identidad muisca, enfrentando a diferentes miembros de grupos entre sí,
tanto por su condición de “verdaderos” o “falsos” muiscas, como por acciones leídas
mutuamente como inconmensurables.

En suma, la variedad ideológica, la multiplicidad de niveles y estructuras de organi-


zación social, así como los diferentes procesos de reconocimiento étnico, han con-
formado una red de transacciones y reciprocidades que devienen en dinámicas de
inclusión/exclusión, procesos de colaboración, negociación y marginalización, y ex-
presiones de violencia simbólica a nivel individual y colectivo. Con lo anterior, la etnia
muisca no puede ser definida como una identidad homogénea y cerrada, sino abierta
y en continua transformación. Tomando a los grupos étnicos como contenidos y dados
per se, los estudios sobre conflicto étnico generalmente lo abordan como un conjunto
de tensiones entre identidades colectivas objetivamente diferenciadas. Pero el con-
flicto intraétnico no ha sido abordado de manera profunda en el marco de procesos
etnopolíticos. Además, en conjunto con la re-invención de la institución religiosa y
de prácticas rituales muiscas (Gómez-Montañez,2009), esta investigación entiende el
manejo de los conflictos por parte de estos grupos como otro de los elementos que se
reinventan como constitutivos de su identidad étnica.

Una de las razones por las que se convocó a varios líderes muiscas y de otros grupos
indígenas a encontrarse unos días antes de la fiesta del Zocán era generar un diálogo
para solucionar dichos conflictos y llegar a unos acuerdos que permitieran la unión del
pueblo muisca. Por esa razón, esa noche del 19 de diciembre se invitó a un círculo de
PARTE IV - LA COTIDIANIDAD DE LA MEMORIA: EXPERIENCIAS DESDE LAS ORGANIZACIONES SOCIALES
258

palabra o reunión de diálogo indígena a varios mamos2, chyquys, taitas3 y gobernado-


res de cabildos muiscas en torno al fuego. Enrique, mamo de la comunidad kankuama,
dio inicio a la palabra en el círculo:

Hermanos, queremos escuchar… que nos digan algo los que quieran hablar…
queremos escuchar sus palabras … aquí no nos vamos a poner que yo sé más,
que yo soy esto… no, aquí todos somos hijos de nuestra Madre Tierra (sonido
de aprobación: mmjjj)… el sol ilumina a todos, la luz nos va a dar luz a todos…
bebemos agua, la misma agua… entonces yo quisiera que nos sentáramos, que
juntáramos la palabra, el que tenga mambe4 come mambe, y el que tenga su
ayo5 se mete su ayo, vamos a masticar la palabra, estamos aquí en la palabra
dulce de amor… hay una chicha que se va a dar alrededor que es la que endulza
más la palabra6

Curiosamente, y a diferencia de la disposición espacial que he registrado en otros


espacios de conversación indígena, el fuego no se encontraba en el centro del círculo
de palabra. Mamo Enrique dio a entender que el fuego estaba ubicado hacia la salida
de la carpa que nos recubría para que las “cosas malas fueran allá y se quemaran”.
Los días previos a la fiesta del Zocán estaban destinados a generar varios espacios de
diálogo y debate sobre la unión del pueblo muisca con la mediación y acompañamien-
to de líderes espirituales de otros grupos étnicos. Mamo Enrique culminó su discurso
de apertura del círculo de palabra:

Yo creo que estamos como hermanos indígenas. A mí no me gusta que me digan


indio porque yo no soy indio, yo soy indígena, étnico… pero como los españoles
nos trataron fue de indios ladinos… a mí no me gusta….

Hoy estamos es un solo pueblo unido aquí, hoy está el Templo del Sol como el
Corazón del Mundo… entonces yo pienso que vamos a darle fuerza… estos
acuerdos que se empezaron a dar (…) viendo que hay que hacer acuerdo entre
nuestro territorio… el territorio kankuamo son doce comunidades y ahí, de esas
doce comunidades, también hay desacuerdos y todo se hace así y todo se lleva

2 Líder espiritual y político de las comunidades arhuacas, kogis, wiwas y kankuamas de la Sierra Nevada de Santa Marta del
norte de Colombia.
3 Autoridades espirituales y hombres-medicina de algunas comunidades selváticas, sobretodo de comunidades cuyos proce-
sos curativos se basan en la práctica del consumo del yagé.
4 Mambe es un polvo elaborado con base en la hoja de coca. El verbo mambear significa mascar dicho polvo y como práctica
social tiene sentidos espirituales de comunión y conexión para guiar positivamente el pensamiento y, por tanto, la medici-
na grupal durante el compartir de la palabra.
5 El ayo es semejante al mambe, pero lo que se masca es la hoja completa de la mata de coca. Mientras el mambe es una
práctica común de las etnias amazónicas, el ayo está presente en culturas andinas y de la sierra nevada de Santa Marta
al norte.
6 La chicha es una bebida fermentada, por lo general con base en maíz molido y que los muiscas llaman fabqua. La chicha a
la que se refería el mamo era la caguana, la cual está hecha a base de piña y almidones de tubérculos.
Capítulo 1. Culpas y expiaciones en el despertar muisca: una etnografía de un objeto-red de la memoria
259

a un solo, a una sola palabra… yo creo que esta noche los muiscas de Bosa, de
Suba, Sesquilé, Cota, Chía, Sogamoso, vamos a respetar esa palabra…

Decía el hermano (señala al chyquy muisca líder de la festividad espiritual) que


de pronto no era el tiempo, pero la Madre permitió que este fuera el tiempo, dijo
que nos reuniéramos todos a compartir y coger un año nuevo con un pensamien-
to nuevo… y así unidos tenemos que recoger fruto-ofrenda (sic) para llevarlo
allá a esos sitios….

La palabra del mamo parece ser una simple invitación al diálogo y al acuerdo, pero si
la analizamos, podemos desamarrar una urdimbre de incidencias. Tales incidencias,
retomando el concepto propuesto por Michel Serres, hacen que podamos entender lo
que significa la memoria indígena desde sus objetos-red. Bajo este modelo, la memo-
ria social no es simplemente un ejercicio de rememoración colectiva, la cual privile-
gia el testimonio oral como instrumento metodológico que activa la anamnesis. Más
bien nos propone la activación de múltiples itinerarios de sentido que permiten que
entendamos la memoria colectiva desde sus objetos-red y no desde sus marcos. Para
decirlo de otra manera, en nuestra propuesta no son los objetos y eventos activadores
de la memoria lo que hay que enmarcar, sino que los marcos son el resultado de los
itinerarios de sentido que pueden activarse a partir de los objetos-red y quienes deli-
nean el escenario conflictivo con múltiples incidencias que emergen en los planos na-
rrativos, cognitivos e instrumentales que configuran las diferentes representaciones
del pasado y de quienes lucha por considerarse legítimamente con derecho a recordar
y a identificarse con cierta versión de éste. Con esta afirmación, aunque estamos de
acuerdo con Halbwachs en entender los marcos sociales de la memoria como “(…)
los instrumentos que la memoria colectiva utiliza para reconstruir una imagen del
pasado acorde con cada época y en sintonía con los pensamientos dominantes de
la sociedad” (2004, p. 10), éstos son el resultado de un tejido de asociaciones y no
un simple plano en el que es posible el tejido7. Comencemos a aplicar el modelo y
tratemos de ensamblar los marcos de la memoria que emergen de nuestro fragmento
etnográfico.

II. Comunidades imaginarias de sufrimiento


Mamo Enrique comienza afirmando la hermandad indígena y establece una fronte-
ra discursiva entre las palabras indio e indígena. Una constante de los procesos de
reivindicación de la memoria indígena es la crítica a los procesos de clasificación a

7 Nos unimos al enfoque de “asociaciones” propuesta por Bruno Latour (2005) para re-ensamblar lo social. Desde esta
perspectiva, la memoria no se definiría como algo social por tener una característica inmanente así definida, sino porque
lo social se definiría siguiendo los “rastros” de las prácticas de los actores-red para generar marcos y procesos estables y
estructurantes. La memoria, entonces, no sería una base fundamental de las identidades colectivas, sino una de sus obras.
PARTE IV - LA COTIDIANIDAD DE LA MEMORIA: EXPERIENCIAS DESDE LAS ORGANIZACIONES SOCIALES
260

partir de categorías coloniales. La palabra “indio”, se ha afirmado muchas veces, es


resultado de la confusión de Cristóbal Colón al creer que había llegado al otro lado de
la India. Pero lo importante aquí es resaltar que la misma categoría de indígena o ét-
nico - a la cual mamo Enrique llega desde la primera- conforma una identidad colonial
igualmente homogeneizadora la cual es usada en la actualidad como agrupadora de
sujetos que apelan a un lazo de fraternidad. Dichos vínculos, forjan una comunidad de
sentido a partir de la construcción de una memoria común, la cual tiene sus bases en
una historia en la que se narra cómo una cultura indígena, vista a sí misma como víc-
tima gallarda, vivió un proceso de sumisión, asimilación, resistencia y reivindicación
frente a la invasión del hombre blanco.

Esta tendencia, generalizada hoy día, conforma un panindianismo que parece, en


ciertas ocasiones, tomar la forma de lo que Victor Turner denominó communitas. La
communitas se caracteriza por ser una forma de establecer relaciones sociales que
conforman sentido de comunidad al atribuirse lo que tradicionalmente pertenece al
débil (1969, p. 119). Para Turner, la communitas surge donde no hay estructura social,
sino que emerge cuando se concibe que la comunidad no la define el estar “junto al
otro”, sino “con” el otro, pero bajo las condiciones de liminalidad, la marginalidad e
inferioridad (1969, p. 134). De ahí que sea coherente, en el caso de una communitas
basada en la categoría unificadora de “lo indígena” su auto-victimización para legi-
timar su presente, bajo la consigna de reivindicarse y enorgullecerse por incidencias
trágicas del pasado. A esto lo denominé la memoria del conflicto en una publicación
anterior (Gómez-Montañez, 2011) y en esta ocasión sugiero que su reactivación emo-
tiva aporta en la conformación de una comunidad del sufrimiento8.

De esta manera, no en vano, Enrique “recuerda” al auditorio que fueron tratados


como ladinos por parte de los españoles. Según los relatos de varios chyquys muis-
cas, con la llegada de los españoles, los indios en general se dividieron en dos: los
ladinos y los chontales9. Los ladinos fueron aquellos que se doblegaron ante el blan-
co, asumiendo su religión y costumbres. El chontal, en cambio, es presentado como el
indígena heroico que enfrentó y resistió al europeo y, para salvar el legado ancestral
de su pueblo, en algunos casos huyó a tierras altas (los páramos) para mantener sus
usos y costumbres en medio de los cambios sociales y culturales de la época. El tér-
mino “ladino” es usado en la actualidad por los chyquys del Pueblo-Nación Muisca
Chibcha para referirse a la persona que mantiene “dormida” su memoria indígena10.

8 Tomo este concepto del caso del ritual del Isoma, documentado por Victor Turner. En éste, por ejemplo, las personas que
han pasado por un proceso de enfermedad pueden ayudar a otras que estén en la misma situación, así no exista ningún
lazo de parentesco entre éstas. El sufrimiento, entonces, es el elemento cohesionador en este tipo de communitas.
9 La definición del “chontal” la he tomado de mis notas del diario de campo y ha sido corroborada con algunos chyquys.
10 Ricoeur propuso los conceptos griegos de mneme y anamnesis para diferenciar el recuerdo “que aparece” del recuerdo
“que es activamente buscado” (2000, pp.19-20). Retomaré esta relación más adelante.
Capítulo 1. Culpas y expiaciones en el despertar muisca: una etnografía de un objeto-red de la memoria
261

Siguiendo los términos de Turner, esta “simbolización” dada en la narrativa creativa


basada en la oposición binaria de resistencia y sometimiento, representada en las figu-
ras del chontal y del ladino, proporciona una “forma cultural” y estas últimas son“algo
más que meras clasificaciones, ya que incitan a los hombres a la acción a la vez que
a la reflexión” (1969, p. 134). Al respecto, debemos tener en cuenta que todo proceso
de resignificación étnica y espiritual que se materializa en un movimiento indígena,
en medio de una sociedad multicultural, conforma una arena de pasiones que pueden
encaminarse hacia la lucha política. Por esta razón, autores como Daniel Bell (1975),
en medio del surgimiento y posterior auge de los estudios sobre etnicidad, afirman que
este tipo de escenarios pasionales permiten, en momentos históricos determinados, el
aumento de los procesos de cohesión social basados en lazos primordiales11.

Volviendo a la historia protagonizada por indios ladinos y chontales, las palabras de


Mamo Enrique hacen parte de lo que Bettina Schmidt (2003) llama la dimensión “ima-
ginaria” de la violencia. Desde su perspectiva, Schmidt afirma que la violencia, en un
nivel simbólico, se da en la lucha por el establecimiento de la versión del pasado que
tiene un grupo social determinado y con la cual dicho grupo legitima su lucha, per-
manencia y existencia. Esa es otra forma de entender el porqué requerimos compul-
sivamente una relación entre la memoria y el conflicto en el plano de las identidades
colectivas. Es una lucha en el plano de lo que se ha denominado “world making”12.
Para Schmidt, esta dimensión imaginaria y simbólica puede ser representada, entre
otras cosas, a través de narrativas (2003, p. 9). Dependiendo de dichas narrativas, las
versiones del pasado pueden glorificar al grupo y sustentar históricamente su posi-
ción de poder, así como legitimar su condición de víctima y reforzar, de esta manera,
su plan de lucha y reivindicación. Definirse a sí mismos como indios chontales que
resistieron y salvaguardaron la memoria indígena de los peligros de la colonización
por parte del blanco hace parte de las narrativas que permiten la cohesión de una
cierta comunidad imaginaria de sufrimiento, característica de la homogenización es-
tratégica del panindianismo.

11 Como ejemplo, Bell (1975) expone que durante los siglos XVII y XVIII las religiones fueron quienes determinaron los com-
ponentes emocionales de las identidades corporativas y que en el siglo XIX lo fueron los movimientos nacionalistas. Para
Bell, en medio de la militancia política de los años 70, la etnicidad era la forma más apropiada de cohesión social debido a
que combinaba los intereses comunes y los lazos emocionales. Como resultado, veía el surgimiento de una gran cantidad
de identidades colectivas étnicas. Además propuso dos explicaciones para ello: primeramente, los grupos étnicos ayudan
a la gente a organizarse en pequeñas unidades en medio de sociedadesplurales y sincréticas, en las cuales las entidades
corporativas como el estado y la clase social se han debilitado; en segunda medida, las organizaciones étnicas son medios
para que los grupos ganen derechos y la protección estatal. Por esta razón, Bell afirma que la etnicidad no solo implica
la emergencia de lazos primordiales, sino que es además una opción estratégica para los individuos quienes, en otras
circunstancias, habrían seleccionado otras formas de membresía colectiva para obtener medios de ganancia de poder.
12 Bourdieu toma el concepto de Nelson Goodman de “world making” para explicar cómo “(…) hay siempre, en cualquier
sociedad, conflictos entre poderes simbólicos que luchan por imponer divisiones legítimas que permiten la construcción de
grupos sociales diferenciados (1998, p. 22). En el caso de las narrativas de mamo Enrique, sus versiones del pasado ayudan
a construir un actual mundo indígena donde cada pueblo contribuye en el mantenimientode una historia coherente que
resiste las versiones oficiales coloniales del pasado. En suma, con estas narrativas, mamos y chyquys están construyendo
otra versión de la historia de su mundo.
PARTE IV - LA COTIDIANIDAD DE LA MEMORIA: EXPERIENCIAS DESDE LAS ORGANIZACIONES SOCIALES
262

III. Culpa y expiación


Mamo Enrique continúa su parlamento afirmando que el Templo del Sol es el Cora-
zón del Mundo. Además sus palabras dejan claro que, como líderes espirituales de
otros grupos, desean que haya un “trato”, un “acuerdo”, que dé solución a los con-
flictos descritos al inicio. Quisiera comenzar este ensayo con una reflexión acerca
del intercambio de dones de cualquier tipo y en cualquier grupo. La práctica social de
“dar y recibir” puede verse, en primera instancia, como algo positivo: fortalece vín-
culos y alianzas entre diferentes miembros de una red social. De la misma manera,
parece establecer un sustrato dinámico en que la sociedad se soporta y se renueva
a sí misma.

En pocas palabras, las diferentes modalidades de intercambio de dones, bienes y


servicios, en sus diversos campos (religiosos, jurídicos y económicos sobretodo) man-
tienen vivo el tejido social.De ahí que, en primera medida, este trabajo quiera co-
menzar haciendo una breve exposición sobre la manera en que el llamado “Despertar
Muisca” se hace posible actualmente mediante cierto intercambio de dones en el
que varios grupos étnicos contribuyen con algunas herramientas sagradas al auto-
reconocimiento como indígenas muiscas de quienes conforman una comunidad que
ha decidido hacerse notar socialmente como recuperada y existente.

Pero el intercambio como práctica no siempre conlleva un acuerdo. También produce


y/o reconfigura conflictos que, irónicamente, vivifican aún más estas redes de transac-
ciones. Por eso, también queremos abordar en este ensayo la faceta del intercambio
de dones que implica no la unión, sino la separación, la exclusión y la diferencia. Por
eso hemos decidido estudiar el proceso de “dar” y “recibir”, es decir, de “ser obligado
a devolver, en cuanto se ha recibido”, de la forma ambivalente en que Marcel Mauss
pudo definir sus finalidades y consecuencias. Para Mauss, las personas que están
involucradas en la red de contratos y devoluciones son personas morales: clanes,
tribus, familias que se enfrentan y se oponen. A esto propone llamarlo un “sistema de
prestaciones totales” (1971[1923]). Nos daremos cuenta, en la medida en que avan-
ce nuestra argumentación, que la manera cómo se interpretan los muiscas actuales
en su “despertar” es, entre otras, bajo la forma de un sistema de prestaciones que
comenzó, según ellos, siglos atrás cuando los chontales entregaron a sus “hermanos
de la selva y de la sierra”, algunos dones con el compromiso de ser devueltos más
adelante para garantizar el rescate de lo muisca. Pero esa visión romántica y positiva
contrasta con una serie de enfrentamientos y oposiciones que se manifiestan, al tiem-
po que la curación y la solidaridad, con la enfermedad y la exclusión.

En últimas, pretendemos basar esta parte de nuestro análisis con base en dos hipóte-
sis. La primera es que el intercambio de dones, unido al esquema sacrificial de ciertas
prácticas rituales, parece ser la base sobre la cual se fundamenta la existencia del
“despertar indígena muisca” en la actualidad. El sistema de “dar, recibir y devolver”
Capítulo 1. Culpas y expiaciones en el despertar muisca: una etnografía de un objeto-red de la memoria
263

permite un flujo de transacciones energéticas que opera en dos ejes. Por un lado,
estas operaciones ocurren entre la persona que está en el ritual y el mundo espiritual,
donde prima la necesidad de la curación y la expiación. Por otro, también hacen po-
sibles unas relaciones intergrupales. En el cruce entre un eje vertical de comunión e
intercambios (hombres-abuelos espirituales) y otro horizontal (entre etnias) emergen
las formas del “despertar”.

La segunda hipótesis es que ese sistema de transacciones no genera sólo relaciones


colaborativas y armoniosas, sino conflictivas en varios niveles. Pero estas últimas,
con sus dinámicas opositoras, terminan afirmando la existencia de lo colectivo. Los
procesos de competencia y violencia que expondremos a continuación, lejos de ex-
cluir al oponente, lo integran en la medida en que precisamente éste se lee y se
detecta como un aportante energético en el sistema de intercambios. Quiere decir
que debemos superar la mirada que desintegra lo étnico-colectivo cuando hay exclu-
sión, y ubicarlo en una red más amplia de relaciones. Bajo esta óptica,las oposiciones
entre líderes indígenas, si bien fragmentan lo colectivo, entendiéndolo como grupos
estables y armoniosos, reafirma la existencia de una red más compleja desde la que
se teje el proyecto de reificación de lo muisca.

IV. La devolución de los “dones” muiscas: transacciones positivas


En un estudio muy riguroso sobre las redes de intercambio comercial entre las cultu-
ras de los Andes septentrionales, las de la Sierra Nevada de Santa Marta y las de las
costas caribes de la Colombia y la Venezuela de hoy día, Carl Langebaek describe en
su introducción la imagen de lo que sería un “chamán muisca” antes de la conquista:

Adornados con plumas de la selva tropical, colgantes elaborados con oro del va-
lle del río Magdalena, caracoles marinos y cuentas de collar de la Sierra Nevada
de Santa Marta, los chamanes altoandinos eran ávidos consumidores de yopo
(…) procedente de las tierra bajas, a la vez que almacenaban sus hojas de coca
en calabazos de los Llanos Orientales (1996, p. 1).

Uno de los interrogantes que el etno-historiador se hace de esta imagen es con res-
pecto de los vínculos regionales que le permitían a este sujeto exhibir tantos elemen-
tos foráneos. Una de sus tesis es que el origen y desarrollo de sociedades complejas,
como la muisca precolombina y sus sistema político de cacicazgo, se debe, entre
otros factores, a “sistemas amplios de relaciones económicas y sociales” (Langebaek,
1996, p. 2). Para nuestro propósito, sólo vale la pena mencionar que estos chamanes,
al acotar en sí mismos el escenario de intercambios y relaciones, su representación
podría tomarse como las de un objeto-red. Pero la realidad de estos intercambios de
elementos de uso religioso nos interesa también por la versión que los chyquys o
sacerdotes muiscas actuales tienen sobre su papel en el “despertar étnico”.
PARTE IV - LA COTIDIANIDAD DE LA MEMORIA: EXPERIENCIAS DESDE LAS ORGANIZACIONES SOCIALES
264

Según ellos, cuando llegó el “conquistador” y realizó su trabajo de extirpación de ido-


latrías y de ladinización, el “pueblo muisca” entregó a varios “pueblos hermanos” sus
herramientas sagradas para que las guardaran y, llegado el momento del “despertar”,
las devolvieran a sus “dueños” los muiscas13. Por esta razón, los chyquys, aunque
aceptan que el uso actual de ciertos elementos como el tabaco, la coca, el ambil, el
rapé, el poporo, el tutusoma14 y otros se debe, entre otras cuestiones, a la influencia
de etnias como la huitoto, la arhuaca, la tubú, la cofán y otras, también afirman que
esas herramientas “ya eran de ellos” (Gómez-Montañez, 2010, p. 113-115). Lo que
algunos sectores sociales y culturales mayoritarios ven como un ensamblaje y sincre-
tismo, los chyquys lo ven como el curso normal de una transacción y pacto realizado
siglos atrás.

No nos detendremos a debatir si frente a lo expuesto hay o no un proceso de re-in-


vención de tradiciones o la formación de una comunidad étnica imaginada. Queremos
mostrar cómo algunas rutinas acompañantes del uso del tabaco y el algodón pueden
ser comprendidas por medio del esquema sacrificial propuesto por Hubert y Mauss
(1970 [1899]). En este caso, el tabaco y el algodón se convierten en víctimas sacrifi-
ciales que muestran que la primera condición del despertar muisca es la expiación de
las culpas del ladino.

Por esta razón, mamo Enrique afirmó en su discurso que el logro de un pacto requie-
re de la realización de un “pagamento”15. Desde esta concepción, la Madre Tierra
contiene la memoria ancestral de todo indígena y debe ser activada por cualquier
persona, por la persona que busca su “despertar”. En relación con la categoría del
“recuerdo” es importante traer a colación la relación que, desde la fenomenología de
la memoria, Paul Ricoeur elabora al proponer la transición de la pregunta centrada
en “el sujeto que recuerda” hacia “lo que se recuerda”. Con respecto a lo último, nos
invita pensar en la doble dimensión de la memoria desde las concepciones griegas de
mneme y anamnesis. La primera es el recuerdo que aparece como algo pasivo y súbito
con alguna carga de pathos -la cual apela a la enfermedad y a la pasión y nos aporta
elementos reflexivos para entender la relación entre memoria, trauma y violencia-. La
segunda es un recuerdo activamente buscado, relacionado con las dinámicas que in-

13 Permítanme hacer algunas aclaraciones. Con el término “ladinización” me refiero a la interpretación que los chyquys hacen
de la diferencia entre el indio “chontal” y el indio “ladino”. El segundo fue “hispanizado” tanto en lengua como en religión
y costumbres, mientras el primero se “resistió”. De ahí que el chontal, además, lo relacionen con aquel que “confió” las
herramientas sagradas a otros pueblos para que la “memoria” nunca se perdiera y pudiera ser renovada en un futuro. Este
tema lo desarrollo más profundamente en Los Chyquys de la Nación Muisca Chibcha. Ritualidad, resignificación y memoria
(Gómez-Montañez, 2009).
14 Sombrero usado por los mamos con la forma o representación de la Sierra Nevada.
15 El “pagamento” es una rutina o ritual que tiene por finalidad “pagarle” a los abuelos espirituales los favores recibidos.
Incluso, algunos pagamentos se realizan para agradecer “por anticipado” lo enviado o hecho posible por los abuelos. Se
maneja, en este caso, el esquema básico de la “ofrenda-beneficio” que vincula en una relación de necesidad recíproca
al sacrificante y a los dioses, en la medida en que el primero les provee, entre otras cosas, de alimento y recursos y el
segundo brinda beneficios materiales y de salud al oferente.
Capítulo 1. Culpas y expiaciones en el despertar muisca: una etnografía de un objeto-red de la memoria
265

troducen versiones del pasado (Ricoeur, 2000, pp. 19-20). Estas prácticas espirituales,
entonces, activan la “memoria ancestral” basándose en ambas clases de recordación.
Desde el uso del tabaco o algodón, el sacrificador-oferente busca su propio linaje
espiritual que se encuentra resguardado en el cosmos y dentro de la Madre, y permite
que los “abuelos le hablen al oído”. Desde esta Mirada, volviendo a la reflexión de
Ricoeur, se puede decir que el despertar muisca es un ejercicio colectivo que activa
la imaginación16.

El tabaco sirve para consagrar cualquier elemento ritual y, a la vez, como “víctima”
o “don” entregado a los “abuelos espirituales”. En su forma de cigarro, se sopla, se
le habla, se ofrece a los “padres mayores”, a los “abuelos ancestrales del linaje” y
a los “abuelos del territorio” (Gómez-Montañez, 2009). Las primeras expulsiones de
humo se interpretan como alimento de los abuelos. Las otras sirven para limpiar las
vías respiratorias y para “limpiar el cuerpo y el espíritu”. Cuando se toma con la mano
izquierda y se rota durante la chuma o sensación de borrachera y náuseas que pro-
duce, el tabaco recibe toda la carga negativa de su consumidor. Cuando se toma con
la derecha, en cambio, es para “pedir” y “recibir” dones de los abuelos espirituales.
Entonces, sin detenernos, en la ambivalencia del rol de esta planta, podemos ver que
el cigarro de tabaco es una víctima expiatoria y piacular (porque limpia y cura), así
como un don “ofrecido” a los abuelos para “recibir” algún favor.

De esta manera la “limpia” requiere del “sacrificio” de la planta. Esta ambigüedad


también se transmite a quien realiza la práctica. Cuando la persona vomita, se desma-
ya o, por lo menos, entra en un estado de suprema incomodidad fisiológica y mental,
se confunde su carácter de sacrificante, sacrificador y víctima. Quien rapea (consume
sin pasar humo a los pulmones) tabaco y se chuma, se dice, entra en un estado de
“muerte”, de “entrada en lo sagrado” para después pasar a otro (una vez limpio). De
ahí que se confunda a “quien ofrece” el sacrificio, con “quien lo realiza” y“con quien
muere simbólicamente”.

La división entre sacrificio y purificación puede quedar borrada en la práctica descri-


ta anteriormente. Pero la ambigüedad y la ambivalencia de este modelo sacrificial-
curativo surgen cuando el consumo de tabaco acompaña el sacrificio de otras vícti-
mas17. Es el caso de cierto modelo de pagamento enseñado por mamos arhuacos a
la comunidad muisca en el año 2008. Antes, es necesario aclarar que el vínculo entre
los seres humanos y la “Madre Tierra” se interpreta bajo la forma de un “tejido”

16 En este punto del análisis podemos traer a colación la relación que el mismo Ricoeur explora entre la memoria y la imagi-
nación, en la cual toda imagen, en tanto “representación de la cosa ausente”, es un índice de lo que ya pasó. De ahí que
recordar sea, de cierta manera, imaginar.
17 El tabaco acompaña casi todos los rituales muiscas. Traigo a colación el ejemplo de la “entrega de placenta”, descrito en
Gómez-Montañez (2009, pp. 111-113), donde la víctima-don es la placenta de la madre, la cual se entrega a la tierra y al
cosmos mediante un entierro al lado de una laguna sagrada.
PARTE IV - LA COTIDIANIDAD DE LA MEMORIA: EXPERIENCIAS DESDE LAS ORGANIZACIONES SOCIALES
266

(Gómez-Montañez, 2010). Por esa razón, uno de los elementos que algunos mamos y
chyquys cargan en su mochila es algodón y/o fibras peludas vegetales parecidas a la
pelusa del fique. Esa fibra representa el hilo que une al sacrificante con los abuelos
espirituales. La persona divide en dos su porción. Una queda en su mano derecha y
otra en la izquierda. Al igual que el manejo de la lateralidad del tabaco, primero se
maneja una “limpia” con la izquierda.

En la medida en que el sacrificante del algodón lo manipula, ambos se ungen y trans-


fieren energéticamente su esencia. El pedazo de algodón se convierte en la parte del
hombre que debe morir. De esta manera, la persona rota su mano izquierda, cierra
los ojos y, mientras piensa en todo aquello que desea limpiar y curar de sí mismo, va
enrollando con las yemas de sus dedos la fibra, formando un hilo o palito18. Se repite
la misma rutina con el hilo de la mano derecha, pero en este momento ocurren dos
cosas: primero, el oferente imagina varios dones “dorados” como si en una dimensión
espiritual, los abuelos los fueran a consumir: chozas de oro, alimentos de oro, lanzas
de oro, totumas de oro, etc. Segundo, se “solicita” a los abuelos los favores y dones
buscados. Hasta acá la rutina parece de simple expiación-ofrenda. ¿De qué manera
deviene en sacrificio para que ambas intenciones se cumplan? El chyquy recoge los
hilos en orden (primero los de limpia o mano izquierda y luego los de ofrenda-favor de
la derecha). Separados en dos grupos, los algodones son guardados para ser enterra-
dos o lapidados en algún lugar sagrado conocido únicamente por ellos.

La curación y la “limpia” son las motivaciones fundamentales de este intercambio


energético entre la persona y los abuelos espirituales portadores de la medicina. Uni-
do a la versión de la memoria de los chyquys y sus intercambios o favores con otros
grupos, notamos que de la búsqueda de curación emerge un vínculo más representati-
vo: el de la culpa y la expiación. Los líderes se interpretan a sí mismos como chontales,
que al estar recuperando los elementos entregados siglos atrás, contribuyen a expiar
las culpas del ladino. La comunión con los abuelos espirituales y los intercambios con
otros grupos indígenas afectan directamente al muisca ladino que debe “curarse” y
“limpiarse” para hacer posible, por tanto, el “despertar”. Y en este caso la peor culpa
del ladino fue olvidar su “memoria muisca” y entregarse a las manos avasalladoras
de una colonización que, según ellos, hoy continúa.

V. El lado problemático de los intercambios


Hasta ahora hemos explorado una faceta de las redes transaccionales que parecen
aportar positivamente a lo que se considera un “despertar espiritual” de lo muisca,

18 Aunque esta rutina busca de cierta manera una limpieza individual, deviene en colectiva por dos factores: de un lado, por lo
general el chyquy habla en voz alta, mientras dirige y armoniza las enunciaciones individuales; por otro, el grupo se dispone
en círculo y se invita a limpiar también los elementos colectivos como la familia, el linaje y el territorio.
Capítulo 1. Culpas y expiaciones en el despertar muisca: una etnografía de un objeto-red de la memoria
267

como lo interpretan los chyquys. Pero detrás de los procesos de re-etnización no todo
es armonía. Esta red también ha despertado malestar, competencia, violencia simbó-
lica y enfermedad.

Mamo Libardo es una de las tres autoridades arhuacas de la SNSM que desde el año
2008 trabaja en conjunto con los chyquys muiscas en procesos de re-significación
espiritual del territorio y de la memoria indígena19. Aparte de métodos de pagamento
como el del algodón, los mamos “devolvieron” la tutusoma (sombrero cónico), el po-
poro, el fuego20 y el tejido a los muiscas. Este último es un objeto-red de la memoria
por antonomasia. Siendo tejida desde un centro que se expande desde su base en for-
ma de espiral hasta formarla en su totalidad, la mochila representa el mito de origen
del cosmos y su hilo corresponde a la manera como el pensamiento de su portador se
vincula con la memoria-matriz de la gran Madre (Gómez-Montañez, 2010).

Volviendo a estas transacciones inter-étnicas, esta cadena de dones es soportada


por un intercambio energético de fuerzas espirituales que mantienen la cohesión de
la red. Acá se aplica la idea de “fuerza inmanente” que el don trae consigo (Hubert
y Mauss, 1923). Frente al hau o “fuerza espiritual” de los dones tonga de la cultura
zahorí de Polinesia, Mauss afirma que en su itinerario por la red de intercambios, éste
tiene vida y siempre quiere retornar a su lugar de origen. En otras palabras:

(…) dentro de ese sistema de ideas, hay que dar a otro lo que en realidad es par-
te de su naturaleza y sustancia, ya que aceptar algo de alguien significa aceptar
algo de su esencia espiritual, de su alma”. (1971[1923], p. 6)

Y la fuerza del don puede ser tan “celosa”, que incluso puede producir desorden y en-
fermedad. Mamo Libardo, luego de haber sido una autoridad importante en la sierra,
ahora vive en el municipio de la Vega, Cundinamarca. Fue expulsado de su comunidad.
También, varias enfermedades han atacado a sus hijos. Pero, más allá de las causas
sociales que llevaron a Mamo Libardo a su “exilio”, queremos cerrar con la razón que
Segismundo, chyquy muisca, da para la situación actual del mamo: “Se puso a traer
tejido y la Madre se lo cobró”. No es la intención de este análisis reflexionar profun-
damente sobre esta historia. Tan solo es un ejemplo de las múltiples incidencias e
itinerarios que el intercambio de este tipo de dones conlleva en su tarea de fortalecer
la memoria indígena.

19 Sobre la relación mamos-chyquys, ver Gómez-Montañez (2010).


20 Con el “fuego” me refiero a una herramienta de madera que, mediante el método de polea y fricción, permite encender
una fogata. La intención, me contaba Segismundo, era que en adelante el fuego siempre se prendiera de esa forma, por lo
menos en las reuniones de mayores. De esta manera el “fuego” es un “don” que circuló en estas redes de transacción.
PARTE IV - LA COTIDIANIDAD DE LA MEMORIA: EXPERIENCIAS DESDE LAS ORGANIZACIONES SOCIALES
268

Tres meses después de la llegada de estos mamos a Bogotá, varios integrantes de la


comunidad muisca habían aprendido a tejer sus conas (mochilas) mediante la técnica
arhuaca. Pero, al parecer, ese “don” es tan sagrado y fuerte, que los espíritus no le
perdonaron su transacción, entre otras cosas21.

Conclusiones
Esa noche de diciembre algunos acuerdos fueron pactados entre algunos grupos
muisca. Casi nueve meses después –while escribo este artículo- sin embargo, los
conflictos entre Pueblo-Nación Muisca Chibcha y otras comunidades muisca se han
intensificado. En primera medida, la entrega de poporos, tejidos y el consumo del
tabaco por parte de varias personas que están viviendo su proceso de auto-reconoci-
miento y despertar étnico ha sido entendido por los cabildos oficiales como un juego
performático hippie. Segundo, la no aceptación de la condición de chyquys de algunos
líderes del Pueblo-Nación Muisca Chibcha ha incrementado el intercambio de culpas
y victimizaciones. Los cabildos oficiales no ceden a la opción de establecer un en-
cuentro con los chyquys por una simple a la vez que compleja razón: aceptar que este
grupo participe en un diálogo es aceptarlo como un “par” indígena. Desde esta pers-
pectiva, el intercambio de culpas y victimizaciones, con sus diferentes transacciones,
vínculos y desvinculaciones es llevado a cabo para negar la condición étnica del Otro.

Esta situación es denominada por Martín Bazurco (2006) “etnicidad marginal”. Yo he


querido agregar otro concepto: “el conflicto de la memoria” en procesos de re-etni-
cidad. Significa que el conflicto es dirigido a establecer no solo quién tiene o maneja
la versión oficial del pasado, sino además quién está legítimamente autorizado a re-
cordar o identificarse con la memoria colectiva del pueblo muisca (Gómez-Montañez,
2011). En otras palabras, esta dimensión del conflicto relaciona directamente la me-
moria y la identidad étnica. Sin embargo, esta problemática será investigada en mi
trabajo de campo en el marco de mi doctorado en antropología.

Ahora quisiera resaltar la forma en que podemos entender la memoria étnica basán-
donos en el modelo de los objetos-red. Primero, debemos tener en cuenta que el sen-
tido de la memoria es el resultado de tres acepciones: los sentimientos y emociones
que distinguen, entre otras cosas, a la memoria de la historia (Connerton, 2006); los
significados de sus elementos imaginativos, narrativos y simbólicos; y los direcciona-
mientos de sus trayectorias e itinerarios. Esta perspectiva es similar a la concepción
de mamo Enrique, para quien la memoria es un tejido. En este caso hemos tomado un
fragmento de su discurso como un objeto-red de la memoria. Sus palabras produjeron

21 La versión sobre los “malestares” de Mamo Libardo, según Segismundo, viene acompañada de competencias espirituales
con los chyquys y de intenciones sobre la “enseñanza del manejo de la sexualidad” que causó estupor entre mayores de la
comunidad, al interpretar ese “don” como una excusa para “estar con algunas mujeres”.
Capítulo 1. Culpas y expiaciones en el despertar muisca: una etnografía de un objeto-red de la memoria
269

emociones, otorgaron significados y propusieron narrativas en el encuentro indíge-


na del Templo del Sol. Pero en suma, este objeto fue desplegado hasta conectarse
con chamanes multiculturales, con montañas que se vinculan energéticamente con
valles, con tabacos y algodones, así como con mochilas, poporos y enfermedades.
Cada elemento nombrado podría ser en sí un objeto-red, siempre y cuando existiera
una entidad capaz de activar lo que especial y temporalmente ha sido acotado en él.

Primero, los personajes chontales y ladinos se inciden mutuamente conformando un


tejido de transacciones que hace posible una versión del pasado indígena, cargado de
historias sobre un enemigo compartido (el hombre blanco), resistencias compartidas y
románticos acuerdos de larga duración. Desde esta mirada, mamos y chyquys forman
una comunidad de sufrimiento que, en otras versiones, fundamenta hermandades
indigenistas y panindianistas. Segundo, el tejido es hecho con base en conexiones
espirituales y energéticas entre la Sierra Nevada de Santamarta (Corazón del Mundo)
y el territorio muisca de Sogamoso. Tercero, los vínculos que activan la memoria indí-
gena conforman una red basada en la curación, la limpia, la culpa, y la expiación. Este
punto es el más importante para entender las actuales formas en que la investigación
antropológica debe entender la relación entre el conflicto y la formación de comuni-
dades de sentido. Tal vez por ello nos corresponda abordar lo étnico y sus memorias
en tanto redes más que en comunidades establecidas y dadas per se. Atreviéndonos
a rectificar a Handelman (citado por Hutchinson y Smith, 1996, p. 6) la “red étnica”
no es un nivel intermedio de formación de la “comunidad étnica”; es, más bien, su
disposición estructurante y su posibilidad de mantenerse en el tiempo y el espacio.

Irónicamente, el tejido no sólo significa vínculo, sino también des-amarre. Pero esa
ambivalencia es lo que le permite ser la base fundamental de lo social. La red de
intercambio de dones que propuse analizar tiene una cara positiva y otra que no lo
es tanto: genera transacciones colaborativas entre los humanos y los abuelos espiri-
tuales y entre los grupos humanos, así como relaciones de oposición y exclusión que
devienen (re)configuración de los mundos sociales del individuo y la colectividad. Pero
el intercambio basado en culpas y expiaciones (oposición y puesta en orden) mantiene
el tejido que hace posible que hoy día se pueda hablar de un “proyecto del despertar
muisca”. A veces, lo muisca se fortalece gracias a que sus miembros devienen en
colaboradores. Pero el proyecto se mantiene, aún cuando el colaborador deviene en
culpable y las prácticas que garantizan el “despertar” se anclan en los procesos de
expiar esas mismas culpas. Por eso, tanto la “limpia” de tabaco y/o algodón, entre
otras rutinas, y la guerra onírica busca “corregir la culpa” (propia o del otro) y “llamar
al orden” a favor del mantenimiento de lo colectivo.

Los nuevos ritos muiscas, bajo el esquema sacrificial, no reducen a éste a la bús-
queda de la comunión espiritual con la divinidad, ni tampoco a la relación entre dos
dimensiones (tan difícilmente de escindir en las rutinas vistas) como lo sagrado y lo
profano. Propongo, más bien, tomar la intención de “curación” y “limpia” no como una
PARTE IV - LA COTIDIANIDAD DE LA MEMORIA: EXPERIENCIAS DESDE LAS ORGANIZACIONES SOCIALES
270

modalidad de requisitos y rutinas de los diferentes rituales muiscas e indígenas de la


actualidad, sino más bien como la base desde la cual se funda el “despertar”, ya que,
a nuestro modo de ver, la condición de “víctima expiatoria” oscila entre el tabaco, el
tejido y el colaborador que se salió del orden.

El ladino expía su culpa. Los líderes de esta red muisca mantienen una transacción
de culpas, batallas y expiaciones, así como mamo Libardo, con su exilio, paga las
culpas cobradas por su participación en el sistema de prestaciones. La condición de
los objetos-red de la memoria reside en las incidencias que le dan su forma. Esas
incidencias son el resultado no sólo de significados, sino de los itinerarios de sentido,
de los procesos de circulación de estos objetos, de la yuxtaposición de símbolos,
narrativas, las trayectorias y los intercambios. En otras palabras, siguiendo las ideas
de Appadurai, la memoria no sólo reconstruye la “vida social de las cosas” (1991, pp.
17-88), sino que es un objeto complejo que tiene su propia vida social.

En el futuro, los estudios de la memoria en relación con los procesos de etnicidad,


no tomarán sólo las historias ancestrales de un pasado romántico de las luchas y
resistencias como su tema principal, sino las historias fragmentadas y de corto plazo
sobre los conflictos que las diferentes versiones del pasado suele producir, y sobre la
forma de que los individuos vinculan su vida y sus procesos de identidad con este tipo
de ejercicio imaginativo de la construcción de comunidades de tejidos. Desde esta
perspectiva, el discurso corto de mamo Enrique no es sólo un relato hermoso, sino el
tejido desde el cual cualquier persona puede participar en la activación o la imagina-
ción de la memoria indígena en la medida en que encuentra su papel en el medio de
la red de culpabilidad y expiación. Desde mi trabajo de campo antropológico en estas
comunidades, estos conflictos hacen posible que se pueda hablar sobre el despertar
muisca. La etnia muisca, no es el resultado de procesos positivos de cohesión; por el
contrario, surge de las contradicciones, las ambigüedades y las transacciones.

Además, este pequeño caso, basado en un conflicto intraétnico complejo y ambiguo


–si bien en esta ocasión no puedo desarrollarlo en todas sus aristas- nos permite ver
que la victimización y sus procesos también producen fragmentaciones y escenarios
de agenciamiento del poder entre quienes encuentran en la subalternidad un capital
simbólico para legitimar su existencia. Tal vez este trabajo, aparentemente alejado
de los modelos compulsivos que vinculan la memoria y la violencia en Colombia, dé
algunas luces futuras para abrir otro campo de estudio en el país: el de la violencia
simbólica que se despliega en el campo de las organizaciones de víctimas y sus redes
de transacción que, al igual que en lo muisca, se vuelven de expiación de culpas.
Capítulo 1. Culpas y expiaciones en el despertar muisca: una etnografía de un objeto-red de la memoria
271

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Capítulo 2

IMAGINARIO Y MEMORIA
RELIGIOSA EN BOGOTÁ
Absalón Jiménez Becerra
Doctor en Educación de la Universidad Pedagógica Nacional, Historiador de la Universidad Nacional de Colombia y
Politólogo de la Pontificia Universidad Javeriana. Profesor de la Maestría en Investigación Social Interdisciplinaria,
Línea de imaginarios y Memoria Sociales de la Universidad Distrital Francisco José de Caldas. Líder del Grupo Emilio,
Colciencias, Centro de Investigaciones de la Universidad Distrital.

Introducción
Uno de los principales retos de la Línea de imaginarios y memoria de la Maestría
en Investigación Social Interdisciplinaria, MISI, es establecer los vínculos entre la
práctica, el imaginario social y la memoria, vistos en su conjunto como fenómenos
subjetivos y que hacen parte de la constitución simbólica de los sujetos y como ele-
mentos consustanciales en la materialización de una identidad de carácter colectivo.
Por lo demás, el campo de los imaginarios sociales hace parte de la fragmentación de
los objetos de investigación tradicionales de la historia, por ejemplo, la historia de la
religión. Los imaginarios sociales han surgido de la fragmentación disciplinar y esta
seducción nos encauza en el campo de las estructuras y su relación con las funciones
de las representaciones colectivas, las maneras colectivas de pensar, creer e imagi-
nar. Desde nuestra perspectiva nos cuestionamos por el carácter interdisciplinar del
imaginario, su carácter psicológico, sociológico, antropológico e histórico, en donde
debemos tener en cuenta la diversidad de enfoques para su análisis y las tendencias
metodológicas que se pueden ubicar allí.

En el caso particular, para este artículo como profesor de la MISI y como intelectual
bogotano un fenómeno que me ha llamado la atención de tiempo atrás, es la prácti-
ca religiosa, particularmente, su relación con la memoria y el papel de las imágenes,
elementos que terminan siendo fundamentales en la constitución de un imaginario, el
imaginario religioso católico en Bogotá. Para los católicos la imagen religiosa es un
elemento consustancial en su práctica: las imágenes de Cristo, las vírgenes, los santos
Capítulo 2. Imaginario y memoria religiosa en Bogotá
273

y la infancia de Jesús, se convierten en un elemento de diferenciación con relación a


las iglesias cristinas y, en general, al protestantismo que como fenómeno emergente ha
tomado fuerza en las últimas décadas del siglo XX e inicios del XXI en nuestra ciudad1.
La constitución del imaginario católico, soportado en un alto porcentaje en los cuadros,
imágenes y estatuas, se constituye en un elemento clave en el proceso de re-afirmación
de un imaginario social que se relaciona con el mito fundacional de nuestra fe. Este fe-
nómeno se re-afirma constantemente en la visita a las iglesias y santuarios acompaña-
das de imágenes, cuadros, esculturas y la peregrinación constante que, como elemento
de constitución de identidad, es fundamental para los católicos.

De tal manera, las imágenes religiosas terminan siendo imágenes materiales, pero tam-
bién imágenes mentales. Estas son imágenes de la memoria, imágenes oníricas, sueños
y visiones que ponen al espíritu humano en relación con lo invisible. Las imágenes reli-
giosas, son imágenes memoria que ponen al católico en una relación directa con Dios.

En efecto el imaginario religioso católico lo debemos ver como parte de un “arquetipo”2,


que incide de manera directa en el inconsciente colectivo de los creyentes, el cual no es
de naturaleza individual sino universal y busca dar una respuesta mítica al origen y ca-
racterísticas propias del buen cristiano. Es nuestro interés, en el presente artículo, en la
medida en que el imaginario como fenómeno histórico social se transforma, desarrollar
un recorrido histórico del imaginario religioso en la ciudad de Bogotá, desde la colonia
hasta la contemporaneidad, pasando por tres imágenes religiosas, las cuales en cada
una de sus épocas, han incidido de manera significativa en la práctica religiosa de sus
habitantes, en la constitución de una memoria colectiva y en la materialización de una
identidad primero como santafereños, en la época colonial y, luego, como bogotanos en

1 En lo referente a la práctica religiosa existen una serie de elementos fundamentales que diferencian a un católico frente
a un protestante, para este caso y en primer lugar, debemos dar a conocer la relación intima que establece el católico con
las imágenes,la cual desde la edad media se convierte en un elemento difusor de la religión y, a la vez en un elemento
fundamental en la constitución de la identidad católica. La religión protestante, fundada entre otros por el alemán Martín
Lutero (1483-1546) establece en el marco de la reforma, una serie de cuestionamientos a la Iglesia católica, que entre otros
aspectos contempla, una crítica profunda a la mediación de los santos y el culto a las imágenes. Para intelectuales como
Roger Chartier, la gran diferencia entre el mundo de la cultura católica y el de la Reforma, donde una división religiosa,
repercute en el tipo de relación que los creyentes establecen con la biblia, en donde en el católico establece un nexo más
estrecho, de hábito con la imagen, y que resulta marginal con respecto a la lectura, a diferencia del mundo protestante
que tendría una aproximación más cercana a la lectura y una mayor distancia frente a la imagen (Chartier, 2000, p. 197).
Así mismo, los biógrafos de Lutero dan a conocer la manera como en el movimiento de protesta se re-emplaza la imagen
por el canto religioso, de hecho Lutero era un enamorado de la música, la cual dentro del ritual protestante juega un papel
fundamental con el objetivo de que las misas sean mucho más vivenciales en la medida en que son cantadas.
2 El arquetipo es vistos como parte del inconsciente colectivo, como un contenido mental, olvidado y reprimido. El incons-
ciente personal reposa en un estrato más profundo llamado inconsciente colectivo. Para Jung, este inconsciente es colec-
tivo porque no es de naturaleza individual sino universal. Es idéntico a todos los hombres y constituye un fundamento aní-
mico de naturaleza supra personal existente en todo hombre. Los contenidos del inconsciente colectivo son de tipo arcaico
o mejor aún primitivo. El concepto de arquetipo sólo indirectamente puede aplicarse a las representaciones colectivas, ya
que en verdad designan contenidos psíquicos no sometidos a una elaboración consciente alguna,y representan entonces
un dato psíquico todavía inmediato. El arquetipo representa esencialmente un contenido inconsciente que al circular y ser
percibido cambia de acuerdo con cada conciencia individual en que surge (Consultar: C.G. Jung, 1970).
PARTE IV - LA COTIDIANIDAD DE LA MEMORIA: EXPERIENCIAS DESDE LAS ORGANIZACIONES SOCIALES
274

la época republicana. En este artículo abordaremos la escultura de la Virgen del Campo,


ubicada en la iglesia de la Recoleta, más conocida en la actualidad como la iglesia de
San Diego; en segundo lugar, tocaremos el tema del Señor Caído de Monserrate, ubica-
do en el principal cerro tutelar de Bogotá; y por último, el Divino Niño Jesús, del barrio
20 de julio, ubicado en el suroriente de la ciudad.

Por lo demás, como un profesor que se ha preocupado por el tema de la investigación


formativa y la investigación propiamente dicha, en el marco de los pregrados y las
maestrías, es de aclarar que gran parte de nuestros esfuerzos académicos se centran
en la dirección de monografías y tesis,acompañado de un alto porcentaje de nuestro
tiempo que se expresa en las lecturas que realizamos a este tipo de trabajos. En este
sentido, la principal fuente de esta inquietud y escritura del ensayo, es la suma de
una serie de tesis que de manera inquieta he leído, algunas de amigos y compañeros
de estudio, y otras, que he dirigido a lo largo de estos últimos años. Como profesor
de investigación social, puedo decir que las relaciones de significado en el sujeto
expresado en nociones, representaciones y, en este caso, en imaginarios sociales
repercuten en el tipo de preguntas que se hacen los estudiantes en el momento de
plantear su tema de investigación. De tal manera, el tema de la práctica religiosa y el
imaginario social, acompañado de la constitución de una identidad católica mediada
por la memoria es lo que se pretende explicar de manera didáctica en el presente
escrito.

I. La constitución del imaginario y la memoria religiosa


En primer lugar, tomados de la mano con Gilbert Duran podemos decir que el ima-
ginario, como categoría simbólica: “representa el conjunto de imágenes mentales y
visuales, organizadas por la narración, por la cual un individuo y una sociedad, organi-
za y expresa simbólicamente sus valores existenciales y su interpretación del mundo
frente a los desafíos impuestos por el tiempo y la muerte” (2010, p. 10). Los imagina-
rios sociales, vistos ya sea como parte del mito fundacional de la ciencia y la cultura
o como formaciones simbólicas, cuentan con un carácter histórico. Al ser fenómenos
cambiantes, se desprenden de la visión arquetípica del inconsciente colectivo. Los
imaginarios son producidos por una sociedad; y provienen de diferentes fuentes del
pasado o nacen de nuevas condiciones del presente; obedecen a herencias y creacio-
nes y son el resultado de transferencias y préstamos.

En este caso en particular, las ideas e imágenes que se expresan en los cuadros y las
esculturas religiosas, hacen parte de las invenciones de la sociedad para reafirmar
las identidades colectivas, para legitimar las instituciones, en este caso la Iglesia
Católica y elaborar un modelo de lo que es un buen cristiano con base en la imagen
de la Virgen María, la imagen de Cristo caído o la divina infancia de Jesús.
Capítulo 2. Imaginario y memoria religiosa en Bogotá
275

La imagen religiosa vista desde cierta perspectiva se constituye en un emblema de


poder que sirve de punto de partida para dar cuenta de las representaciones colec-
tivas en donde se articulan las ideas, las imágenes, los ritos y los modos de acción.
El imaginario religioso, como parte de las representaciones sociales, cuenta con una
historia y se constituye en un “dispositivo social”de múltiples y variables funciones
que queremos dilucidar de manera breve para el caso de los católicos bogotanos. Las
modalidades de imaginar, de reproducir y de renovar el imaginario, como las de sentir,
pensar y creer, varían de una sociedad a la otra y de una época a la otra, es decir,
cuentan con una historicidad.

Como lo da a conocer el historiador Bronislaw Baczko,una de las funciones del ima-


ginario consiste en la organización y el dominio del tiempo colectivo sobre el plano
simbólico (1999, p. 9). Aspecto fundamental para dar cuenta de la práctica religiosa,
la constitución de un imaginario y de la memoria colectiva. El imaginario religioso
como parte de una presentación social colectiva, cuenta con un margen de libertad y
producción restringido, monopolizada por una institución, la Iglesia Católica, la cual
se constituye como guardián de lo sagrado. Por otro lado, una de las características
del hecho social es su carácter simbólico; de este modo, el hecho religioso es una
expresión simbólica del hecho social. Los hombres dan cuenta de su pertenencia a
un todo comunitario y sus representaciones colectivas reconstituyen y perpetuán las
creencias necesarias al consenso social. La vida social es productora de valores y nor-
mas y, por consiguiente, de sistemas de representación que los fijan y los traducen.

El imaginario social (Castoriadis, 2007, p. 287)3 también se constituye producto de una


particular relación entre los sujetos y los objetos o cosas, en este caso esculturas y
cuadros los cuales de ser vistos como simples imágenes, pasan a determinar de manera
esencial cierto tipo de práctica. De tal manera, la imagen, vista ya no tanto como un
simple objeto, sino más bien como parte consustancial que influye en la constitución
del sujeto, en este caso del mito fundacional de la religión se instituye en los sectores o
dominios en los cuales y por los cuales existe la sociedad misma. La sociedad se instau-
ra como modo y tipo de coexistencia en general, sin analogía ni precedente en ninguna
otra región del ser, y como creación específica de una práctica en particular.

El imaginario religioso católico, producto del trasegar de las imágenes se convierte


en una manifestación de la vida social y cultural en el interior de la sociedad.4Así, la

3 Desde la perspectiva de los imaginarios sociales, la sociedad no es cosa, ni sujeto ni idea, ni tampoco colección o sistema
de sujetos, cosas o ideas. Pero la unidad de una sociedad, el hecho de que sea esta sociedad y no cualquier otra, no puede
analizarse en relaciones entre sujetos mediatizados por cosas, pues toda relación entre sujetos es relación social entre
sujetos sociales, toda relación con las cosas es relación social con objetos sociales, y tanto sujetos como cosas, instituyen
la sociedad en cuestión o una sociedad en general.
4 El imaginario social, al igual que las nociones y las representaciones sociales hacen parte de las construcciones de signi-
ficado en el sujeto, dan cuenta de la relación que éste establece con el entorno social. El imaginario en historia tiene un
carácter poliforme y polisémico, se encuentra ubicado por una lado, en la definición del sentido de la sociedad en el pasado
PARTE IV - LA COTIDIANIDAD DE LA MEMORIA: EXPERIENCIAS DESDE LAS ORGANIZACIONES SOCIALES
276

imagen religiosa, en este caso: La Virgen del Campo, el Señor Caído de Monserrate y
el Divino Niño Jesús del barrio 20 de Julio, se constituyen cada uno en su respectivo
momento histórico en un elemento esencial del imaginario católico y en un elemento
consustancial de la cultura bogotana. El imaginario religioso cuenta con una fuerza
reguladora de la vida colectiva de los católicos. También es importante tener en cuen-
ta que en los momentos de crisis se intensifica la producción de imaginarios sociales
competidores, representantes de una nueva legitimidad y de un futuro distinto.

El imaginario social se transforma, producto de las nuevas relaciones que se estable-


cen entre los sujetos y los objetos, en este caso, entre los creyentes y las imágenes
en contextos sociales y políticos determinados. Los imaginarios sociales, vistos como
realidades que emergen en un momento histórico determinado, cuentan con una rela-
ción directa con los medios sociales donde han vivido y se han constituido.

Este tipo de imágenes se transforman de manera paulatina en un imaginario social


eficaz en la medida en que las hemos compartido como creyentes y las hemos insti-
tucionalizado, observándose luego, este tipo de imaginario en el escenario cotidiano
como obvio, el cual hace parte del sentido común en torno al tipo de práctica religiosa
que ha predominando en nuestra ciudad. El dispositivo imaginario, las imágenes y
los símbolos sobre los cuales se apoya, forman parte de complejos y compuestos
sistemas, asegurando a un grupo social un esquema colectivo de interpretación y de
experiencias, influyendo en el crisol de la memoria colectiva, de los recuerdos y las
representaciones del pasado cercano o lejano. A lo largo de estos casi cinco siglos en
el devenir de la sociedad santafereña y, luego, bogotana, se han establecido nuevas
relaciones con el espacio, por ejemplo, las relaciones entre el campo y la ciudad, la
transformación de la ciudad, la relación con su cerro tutelar como lo es Monserrate,
con los barrios marginales y la periferia de la ciudad y con los medios de comunica-
ción, la economía de consumo y la misma comercialización de la religión.

El imaginario religioso en Bogotá, como parte de una representación social se origina


a partir de la relación que establece el colectivo anónimo de los sujetos con su memo-
ria, constituyéndose así una subjetividad producto de la incorporación, por parte de
los individuos, de significaciones imaginarias, en este caso religiosas, de la sociedad
a la que pertenece. Desde esta perspectiva se debe recordar un pasaje fundamental
del nuevo testamento. Jesús confía su misión a los hombres mediante una explícita
referencia a la memoria: “Haced esto en memoria mía” (Lucas 22, 19). La religión cris-
tiana se constituye en una religión de la memoria y este elemento tiene una influencia

y, por otro, es un problema de la historia contemporánea (Escobar, J.C., 2002, p. 14). Para Gilbert Durand, los imaginarios,
vistos como parte del referente fundacional de la ciencia y la cultura, representan el conjunto de imágenes mentales y
visuales, organizadas entre ellas por la narración mítica, por la cual un individuo, una sociedad, de hecho la humanidad
entera, organiza y expresa simbólicamente sus valores existenciales y su interpretación del mundo frente a los desafíos
impuestos por el tiempo y la muerte (Durand, 2000, p.10).
Capítulo 2. Imaginario y memoria religiosa en Bogotá
277

incluso sociológica en el imaginario colectivo. La memoria del pacto suscrito por todo
el pueblo y la común misión de los creyentes ha constituido un elemento básico de
cohesión social y de legitimación cristiana.

La conmemoración del pasado desempeña una función esencial,incluso para la in-


dividuación de una ordenada continuidad histórica en la que se colocan todos los
acontecimientos colectivos en una unidad coherente, que incluyen pasado, presente
y futuro (Montesperelli, 2003, p. 40). La memoria contribuye al sentido de pertene-
cía, cohesión y a la identidad social, sentirse proveniente de los orígenes comunes
fortalece a su vez el sentido de pertenencia y la identidad colectiva de los católicos
bogotanos, en este caso por medio de las imágenes. A su vez toda identidad presu-
pone una legitimación, es decir, una particular definición de la realidad, que se da por
descontada. La memoria de cada individuo constituye un punto de intersección de
varios colectivos de memoria en los que el propio sujeto participa, una combinación
colectiva plasmada por la biografía individual. La memoria colectiva termina siendo
empleo y representación del tiempo, por parte de un grupo, una institución y una so-
ciedad. Y en aquel empleo recaen también los procesos de legitimación que extraen
recursos indispensables de la memoria.

La función confiada a los cuadros y esculturas, en el marco general que tiene que ver
con el empleo del leguaje iconográfico por parte de la iglesia católica representó un
elemento fundamental en la divulgación de la palabra de Dios, debido a que desde
la edad media se utilizó las imágenes como una expresión de divulgación de la Biblia
para los pobres e iletrados. Ya desde los tiempos de Gregorio Magno (Roma 540-604
d.c.), este consideró a las imágenes con gran atención como un instrumento estraté-
gico, útil para facilitar la comprensión por parte de los analfabetos. Dicha función fue
corroborada por elConcilio de Trento (Italia, 1545-1561) para responder a la polémica
de Martín Lutero contra las imágenes religiosas. Mediante la fuerza expresiva de
una imagen, incluso los analfabetos, podían leer. La pintura se convierte en escri-
tura viva través de la cual se puede recorrer una historia pictórica, absorber ideas y
recibir mensajes. Además de contar con una gran capacidad evocadora, simbólica y
comunicativa, en general, las imágenes facilitan el aprendizaje de las ideas religiosas
(Montesperelli, 2003, p. 71).

Por lo demás, el Concilio de Trento en su sesión XXV, determinó para la utilización


de recursos visuales por parte de la religión católica que las imágenes tenían como
función educar, instruir, mantener vivo el recuerdo de los ya católicos y servir como
mediadora entre los creyentes y Dios, pero no debían ser convertidas en divinidades
en sí a las cuales se le rindiera un culto en particular. Es desde este tipo de decisiones
tomadas en el interior de la iglesia católica que las imágenes de Nuestra Señora del
Campo, el Señor Caído de Monserrate y el Divino Niño Jesús, del barrio 20 de Julio,
gozan de la legitimidad y apoyo institucional.
PARTE IV - LA COTIDIANIDAD DE LA MEMORIA: EXPERIENCIAS DESDE LAS ORGANIZACIONES SOCIALES
278

Las imágenes reforzaron desde entonces cierto tipo de religiosidad popular vistos
como un sistema de conocimientos heredados y transmitidos históricamente, que se
constituyen en sistemas de comunicación y ubicación frente a la sociedad, constitu-
yéndose a la vez como sistemas simbólicos que cumplen funciones múltiples en una
sociedad determinada5.También podemos verla como una manifestación externa de
una creencia religiosa, en la que valoramos sus actualizaciones reales y efectivas, que
inciden en el comportamiento de los actores religiosos, en este caso, los creyentes
católicos, encontrando en la misma práctica una serie de rasgos que la caracterizan
como lo es lo mágico, lo mítico, lo festivo, lo teatral, lo comunal y lo político.

La práctica de religiosidad popular católica y su memoria se reafirman continuamente


a través de dos elementos fundamentales: el culto y la creencia. En primer lugar, el
culto es la manifestación de una necesidad religiosa de los grupos o sectores que
viven determinada situación religiosa; el culto localizado en el espacio, sostenido por
la fijación en lugares y objetos que animan su práctica. La base del culto en el caso de
la religión católica es la presencia de una imagen iconográfica del santo benefactor
considerada por sus seguidores como viva y actuante. En segundo lugar, la creencia
se mantiene por la constante suplica e insistencia, ante una fuerza sobrenatural, la
cual es temida y respetada, pero a la vez el creyente recibe su beneficio y protección.
En la creencia religiosa convergen el temor, la confianza y la esperanza en dicha fuer-
za superior o santo benefactor6.

La religiosidad popular católica se sostiene en un culto, que expresa creencia y que


contiene elementos fundamentales de una cultura. La devoción a las imágenes expre-
sa en un alto porcentaje un tipo de catolicismo popular, importante de valorar.

II. El caso de Nuestra Señora del Campo,


en la Iglesia de San Diego de Bogotá

De acuerdo a las pesquisas realizadas por la investigadora Olga Lucia Acosta, la escul-
tura de nuestra señora del campo comenzó a existir a partir del año de 1553, cuando
se ordeno la construcción de la Catedral de Santafé y la elaboración de una escultura
en piedra de la inmaculada concepción para colocarla en su fachada. La necesidad de
crear esta imagen obedecía a la fuerte devoción que entonces se practicaba en España
y que fue introducida a América desde los primeros días de la colonización por los mi-
sioneros franciscanos y por los conquistadores quienes llegaron cargados de pinturas
en óleo, grabados, estándares, banderas y pendones con su imagen (Acosta, 2001).

5 Ver Teología de las comunidades cristianas. En revista Práctica, 1995, p. 6.


6 Ibíd., p. 39.
Capítulo 2. Imaginario y memoria religiosa en Bogotá
279

La madre de Cristo pasaba así a significar la salvación del nuevo mundo, tierra ele-
gida por ella para una cristiandad renovada. El Nuevo Reino de Granada se pobló de
inmaculadas concepciones pintadas, talladas, esculpidas o grabadas destinadas a
fundar una nueva iglesia. La imagen de la virgen que sería ubicada en la fachada de la
catedral hacía parte de este proyecto. La realización de la escultura de la Inmaculada
Concepción fue encarga a un escultor de nombre Juan Cabrera, entre los años 1592 y
1610. Este artista se basó en algunos grabados de la Inmaculada Concepción que para
ese entonces ya existían y llegaron a través de copias a la Nueva Granada. Basado
en estos conocimientos previos Juan Cabrera extrajo una piedra de la quebrada La
Cabrera, que corría más allá del Río Arzobispo y se desplazó a la Plaza Mayor para
esculpir la imagen de la inmaculada; esta práctica obedecía a una tradición escultóri-
ca medieval de llevar a cabo la obra cerca del lugar donde serían ubicadas posterior-
mente las imágenes. Una vez iniciada la figura quedó a medio hacer y fue desechada
en algún camino de la ciudad, siendo tallada la parte posterior, y, luego, fue utilizada
como parte de un puente que uniría el naciente convento Franciscano de los Recoletos
de San Diego con Santafé.

La antigua Recoleta de San Diego


fue establecida por la comunidad
franciscana hacia 1608, buscando
un lugar apacible, propicio para
la oración y la penitencia.

Juan de Cabrera había alcanzado a delinear una imagen juvenil de la Virgen María de
pie y en estado de oración, según lo determinan los cánones de representación de la
inmaculada concepción. Luego, para 1620 fecha en que posiblemente se dio el mila-
gro aparicionista de la Virgen del campo, se siguió utilizando las imágenes con fines
doctrinarios y educativos. La escultura de la virgen ubicada en dicho puente que unía
el convento de San Diego con Santafé abandonó el anonimato a partir del milagro
inicial, de un hecho sobre natural que le permitió ser descubierta del mundo de los
hombres y que, posteriormente, la convirtió en nuestra señora de campo7. La manifes-
tación se dio una noche a partir de un espectáculo narrativo, llamativo y vistoso, que

7 En el contexto iberoamericano desde finales del siglo XVI, es recurrente encontrar escenas narradas alrededor de imáge-
nes que aparecieron milagrosamente debido a que a religiosidad explotó más que otra manifestación el poder de la imagen
para despertar diversos sentimientos en los hombres. Siendo allí, precisamente en las emociones donde quería llegar el
catolicismo para arraigarse no solamente en la población indígena, sino también en la española y la naciente raza criolla.
PARTE IV - LA COTIDIANIDAD DE LA MEMORIA: EXPERIENCIAS DESDE LAS ORGANIZACIONES SOCIALES
280

el mismo objeto produjo. La piedra adquirió nuevamente su característica de imagen,


pero fue más allá, se convirtió en algo vivo para quienes observaron y creyeron en el
milagro. El milagro fue narrado en 1825 de la siguiente manera:

Algunos religiosos, y otras personas devotas llegaron a observar en las tinieblas


de la noche, algunos, advirtiendo que tenía origen en el arroyo, en el que estaba
la santísima virgen sirviendo de puente. Divulgando esta novedad, que aunque
no produjo efecto respecto de todos, se convirtió en los que estaban mejor dis-
puestos y eran más piadosos”

La aparición, como un efecto especial, está acompañada de manifestaciones visua-


les o auditivas propias de la imagen que participa con ella en el funcionamiento del
espectáculo (Gruzinski, 1995, p. 140).Se desarrolla de esta manera la colonización de
lo imaginario como un proceso de colonización simbólico del imaginario indígena. La
imagen religiosa se constituye a lo largo de estos siglos, como un elemento vital en el
proceso de colonización de la Nueva Granada.

Según el historiador de arte David Freedberg, el paso de una imagen inanimada a


una cosa con vida conlleva ante todo un rito de consagración que le otorga la vida.
“Este hecho activa al objeto o cuando menos efectúa un cambio en su funcionamien-
to. La consagración nunca representa una ceremonia vacía, involucra acciones como
coronar, lavar y bendecir la imagen. Los actos de consagración implican igualmente
acciones de apropiación del objeto vivo por un grupo particular de personas que se
relacionan con él” (Freedberg, 1992, p. 107).

Apariencia actual de la Virgen del Campo,


Iglesia La Recoleta de San Diego, Bogotá.

El milagro inicial representa el nacimiento de una imagen investida con la legitimidad


que le otorga la divinidad que contiene para ser convertida, posteriormente, en objeto
de culto y al ser en un acto público se declara su naturaleza como objeto sagrado. La
consagración de La Virgen del Campo, representa la apropiación por parte de un grupo
de personas y habitantes de Santafé, este ritual se llevo a cabo en la consagración
oficial de la imagen en 1627.
Capítulo 2. Imaginario y memoria religiosa en Bogotá
281

A lo largo del siglo XVIII se institucionalizaría la imagen, la cual se asocio como la


patrona contra el “mal de las cementeras”, el desolador mal que afecto al trigo hacia
1690. Como lo da a conocer el desaparecido colonialista Julián Vargas Lesmes, el
Cabildo a principios del siglo XVIII, decide honrar perentoriamente a los santos abo-
gados y patronos y escoge oficialmente un día del año para su celebración. “En 1703,
mediante el mecanismo usual, un niño saca al azar de una urna una fecha para pro-
clamar el día. Salió elegida como fecha “contra la plaga del polvillo”, el día primero
de mayo, fiesta que se celebró con gran fervor hasta la segunda mitad del siglo XIX,
por parte de las habitantes santafereños tanto de la zona rural como de la ciudad”
(Lesmes, 1990, p. 325).

Así mismo, el acto de nombrar la imagen es igualmente importante, debido a que a


partir de esa fecha nuestra señora del campo, no fue una más de tantas vírgenes.
Se convirtió en la virgen con advocación al campo y con una identidad propia en la
frontera urbano-rural de la entonces Santafé de Bogotá. Al otorgarle a un objeto un
nombre muestra el tipo de relación que se establece con él, se le trata como a un ser
vivo de la misma forma que se hace con las mujeres y los hombres después de nacer.
La ubicación del convento de San Diego, en la frontera urbano-rural convocaba a los
habitantes de la zona adyacente tanto de la ciudad como del campo, por eso el nom-
bre de advocación, La virgen del campo, se consagró no sólo como objeto vivo,sino
que también lo hizo con su entorno.

Dentro de la institucionalización de lo imaginario, también es fundamental la defini-


ción de un lugar digno para su visita y peregrinación. Nuestra señora del campo fue
trasladada después del milagro a un oratorio en una hacienda de una familia devota
a la virgen. La virgen no duró mucho tiempo en este lugar de donde fue conducida a
la Iglesia del Convento de Los Recoletos Franciscano de San Diego en donde ha per-
manecido hasta hoy. Una vez en el lugar la imagen fue objeto de la finalización de su
estructura y rostro por parte de los mismos recoletos, para llegar a la policromía en el
siglo XVIII, la cual era una técnica propia utilizada en la escultura de madera y no de
piedra, técnica trasladada de los talleres españoles de Andalucía, Sevilla y Granda,
en España a la Nueva Granada.

Cuadro en acuarela, La limosna para la


Virgen del Campo, 1850. Obra del pin-
tor costumbrista bogotano Ramón
Torres Méndez, 1809-1885.
PARTE IV - LA COTIDIANIDAD DE LA MEMORIA: EXPERIENCIAS DESDE LAS ORGANIZACIONES SOCIALES
282

La Virgen del Campo con la construcción de su capilla se vuelve objeto de culto y


desde 1627 hasta mediados del siglo XIX recibió de los devotos propiedades, joyas
y dinero. El creyente al temer profundamente a morir en pecado o ante el padeci-
miento de la enfermedad o con el fin de llegar al paraíso, estableció una relación
profunda con la imagen. La iglesia a la vez defendió enfáticamente el papel de la vir-
gen como intermediaria por una necesidad de legitimarse como religión monoteísta,
porque la virgen no podía conceder favores por sí misma, sino sólo como mediadora
ante su hijo.

Además de la mediación, entre la imagen y Dios, se demanda la necesidad de que


la imagen sea milagrosa. El recurso del milagro fue un elemento importante de las
comunidades religiosas de América Española en la evangelización de los indígenas y
en el movimiento de la fe de los ya católicos (Gruzinski, 1995, p. 114). La Virgen del
campo se constituyó desde 1627 en una imagen con grandes poderes curativos y de
salvación ante un peligro mortal. Ejemplo de ello fue el milagro ocurrido hacia 1728,
que se refiere a un hombre joven de nombre Salvador Cortez, quien de niño había es-
tado tullido y con un brazo balado y debido a esta enfermedad para movilizarse debía
arrastrarse por el piso. Según se cuenta que al frotarse con un pedazo de cebo con que
se brillaba la Virgen, estando acostado en su casa y encomendándose a la Soberana
Reina y por la mañana habiendo despertado, se levantó y comenzó a caminar.

Un segundo milagro haciendo honor a su advocación participo en el mejoramiento de


los cultivos de trigo de Santafé y sus alrededores que habían sido afectados durante
nueve años por la plaga del polvillo. Hacia 1703 los santafereños y sus alrededores
observaron que se rompieron unos hielos despiadados en todos los campos que el
sol no fue suficiente para disiparlos. Al faltar el trigo se vivió en Santafé el hambre
y la necesidad, muriendo varias personas. Una vez sucedido el milagro, solicitado a
la Virgen incluso por el cabildo de la ciudad, se institucionalizó la fiesta del polvillo,
hacia la primera semana de mayo de cada año, la cual se celebraría durante casi siglo
y medio.

Los milagros deben ser aprobados por la iglesia porque en estos casos se mostraba a
través de la virgen, de su escultura en piedra una manifestación de Dios a los hombres
y, por lo tanto, de su poder sagrado no como representación, sino como objeto vivo y
productor de milagros. Los devotos mantuvieron los gastos de la capilla y el manteni-
miento de la Virgen desde 1627 hasta 1861, de hecho era la imagen y la virgen más de
tributada de la Nueva Granada. La Virgen durante los siglos XVII y XVIII se convirtió en
la dueña de diversas propiedades y dineros dejados a su favor y fueron administrados
por el convento de los Recoletos Franciscanos. La Virgen fue objeto continuo de mi-
sas, novenas y devocionarios a lo largo de casi tres siglos. Muchas de las donaciones
duraron hasta la extinción de tierra de la Iglesia, por parte del gobierno liberal de
Mosquera en 1861.
Capítulo 2. Imaginario y memoria religiosa en Bogotá
283

Claustro de la Iglesia de San Diego a fi-


nales del siglo XIX, el cual sería mutilado
para darle primero espacio a la Escuela
Militar de Cadetes, la cual fue demolida
para construir el Hotel Tequendama; y en
los años 1940, sufre una última mutila-
ción para darle paso a la carrera 10.

A mediados del siglo XIX la Virgen del Campo se empieza a debilitar como objeto de
culto debido principalmente a dos motivos: la desamortización de bienes muertos de
la Iglesia a partir del año 1861 y las transformaciones urbanas dadas en la zona de
San Diego. En primer lugar a partir de la disposición de 1861 la Virgen del Campo
dueña hasta entonces de varias propiedades perdió la infraestructura que durante
más de dos siglos había garantizado su mantenimiento como objeto de culto. La desa-
mortización y la extinción de la Recoleta se tradujeron también en la disminución de
religiosos a cargo de la Iglesia de San Diego hasta contar con sólo un capellán.

Imagen actual de la iglesia de San Diego, en el centro


de la ciudad de Bogotá

En segundo lugar, las transformaciones urbanas de la zona de San Diego se produ-


jeron en tres sentidos. La primera se refiere a la transformación del entorno rural de
San Diego en una zona activa de Bogotá, circunstancia que trajo las pérdidas de las
funciones de la virgen, cuya advocación era el campo. El segundo aspecto se refiere
a la migración de los creyentes de la virgen que vivían en las cercanías de San Diego
a otras zonas de Bogotá. Por último, a comienzos del siglo XX la zona rural de San
Diego, fue incorporada como parte activa de la ciudad, la Bogotá moderna.

III. El caso del Señor Caído de Monserrate


En uno de los cerros tutelares en el centro de la ciudad de Bogotá, se erige desde la
época de la colonia una humilde ermita que comienza a existir hacía el año 1620; sin
embargo es hasta 1651 cuando el sacerdote don Bernardino de Rojas, con licencia del
arzobispo Fray Cristóbal de Torres, se retiró a llevar vida penitente y oración en aquel
PARTE IV - LA COTIDIANIDAD DE LA MEMORIA: EXPERIENCIAS DESDE LAS ORGANIZACIONES SOCIALES
284

lugar. El cerro que por aquel entonces era denominado bajo el título de Santa María
de la Cruz de Monserrate, la cual dependía de las disposiciones del Párroco de la Igle-
sia de las Nieves, construyó unas casas en forma de convento con cuatro claustros y
con ellas doce celdas. Ya en 1670 se elaboró la escritura de donación a favor de los
Recoletos de San Agustín con la condición de que asista continuamente en la casa de
la ermita un padre y se digan dos misas rezadas o cantadas al año, quienes estuvieron
a cargo del cerro durante dieciocho años.

A lo largo del siglo XVIII la devoción a la santísima Virgen en su advocación a Mon-


serrate se fue diluyendo, tomando fuerza de manera paulatina la imagen del Santo
Cristo Caído, cuya imagen y posición invitaba a la piedad y compasión de los fieles
santafereños. La imagen del señor caído de Monserrate data de 1657, y su autor el
escultor santafereño Pedro de Lugo, lo esculpió por encargo de la iglesia en su propio
taller. De manera paulatina se institucionaliza la devoción de los habitantes de la
ciudad al Señor Caído de Monserrate, cuya piadosa y dolorida imagen era visitada en
romerías de creyentes, siendo objeto de promesas y cuantiosas dadivas.

Imagen actual del Señor Caído


de Monserrate.

A lo largo del siglo XIX, la imagen del Señor Caído fue visitada en una capilla cuyo
terreno pertenecía a lo que la gobernación de Cundinamarca denominó la Quinta del
Libertador Simón Bolívar. Desde entonces la imagen vivió un siglo de vicisitudes y el 3
de mayo de 1915 día de la Santa Cruz se comenzaron los trabajos de construcción de
la gran iglesia en el cerro tutela de Bogotá. La nueva iglesia vino a ser terminada en
1920 y por el elevado número de visitantes y peregrinos se demandó la construcción
del funicular, que con asesoría y dirección de técnicos suizos, comenzó a prestar sus
servicios desde el mes de agosto de 1929.

Con motivo del cuarto centenario de la fundación de Bogotá, se tuvo la idea de iluminar
con luz indirecta el santuario de Monserrate, que desde entonces ilumina de noche
y sirve de guía a los habitantes de la ciudad. El 27 de septiembre de 1955 terminan
los trabajos del teleférico, el cual sumado al arreglo de los caminos se convirtió en
elemento dinamizador de la peregrinación masiva al cerro y a la devoción a la imagen.
Capítulo 2. Imaginario y memoria religiosa en Bogotá
285

Imagen actual del Cerro de Monse-


rrate a 3.152 sobre el nivel del mar.

Sin duda el imaginario religioso bogotano, se vio alimentado por esta escultura la cual
estableció un tipo particular de práctica, como lo es la peregrinación al cerro y visita
al Señor Caído. La peregrinación realizada por un alto porcentaje de sus visitantes que
suben a pie por el largo sendero, algunos de ellos descalzos e inclusive de rodillas, da
muestra de la influencia de la imagen en el creyente católico. A la entrada del templo
la proposición: “Pasión de Cristo confórtanos”, da cuenta de cierto tipo de nivel de sa-
crificio que asume el católico al visitar el lugar, ya sea como un ejercicio de penitencia
o cumplimiento de una promesa.

Sendero que conduce al Cerro de


Monserrate.

A lo largo de la década de los años 1970 y 1980, el lugar se llenó de testimonios mila-
grosos, que se expresaban en muletas, elementos de ortopedia, yesos, gafas, cartas
de creyentes y pequeñas placas, por medio de los cuales los católicos que peregri-
naban al lugar daban fe de su milagro. La comercialización de la imagen se expresó,
entre otros aspectos, en la constitución del Sindicato de Artesanos de Monserrate,
creado en 1973, cuyo fin fundamental era proteger los intereses económicos de quie-
nes tenían presencia en la parte alta del sendero y los alrededores de la iglesia, cuyo
interés fundamental es la venta de las imágenes, estampas, recuerdos de la visita y
comidas típicas como el popular chocolate santafereño con almojábana y queso.

El Señor Caído de Monserrate al constituirse en un referente del imaginario colec-


tivo de los bogotanos da cuenta de un tipo de oposición entre un catolicismo culto,
PARTE IV - LA COTIDIANIDAD DE LA MEMORIA: EXPERIENCIAS DESDE LAS ORGANIZACIONES SOCIALES
286

eclesiástico, institucional y oficial, producto de grupos dominantes, y un catolicis-


mo popular, de los pobres, iletrados o de aquellos que no han sido suficientemente
evangelizados (Lara, en mimeo). Este imaginario debe ser valorado en términos de
complejidad contradictoria y de manipulación simbólica recíproca, en el que apare-
ce la relación entre las dos formas de explotación de un lenguaje religioso y ritual.
En un plano sociológico basta con evidenciar los numerosos miembros de las clases
medias y altas que participan en ciertos discursos y practicas rituales populares. La
particular práctica religiosa mediada por el sacrificio físico de la visita, da cuenta de
una relación de intercambio de favores con la imagen acentuada en la marginalidad y
sufrimiento de la vida de Jesús. La imagen de Jesús como mártir que sufre una muer-
te violenta, simboliza una relación de un nosotros, difusa, mediada por una situación
de necesidades y sufrimientos con la misma imagen de Dios.

IV. El Divino Niño Jesús del barrio 20 de Julio de Bogotá


Sin duda una de las imágenes que más ha incidido en la práctica de cierto tipo de
catolicismo popular contemporáneo en la ciudad de Bogotá, afirmando su identidad
y memoria, es la imagen del Divino Niño Jesús, en el barrio 20 de Julio al suroriente
de la ciudad de Bogotá. EL catolicismo popular moderno lo debemos entender en
términos de ideología en la medida en que se constituyen en un conjunto de repre-
sentaciones, creencias y prácticas, dotadas de una coherencia interna y una eficacia
social (Estupiñan, 1995). Esta eficacia consiste en que la ideología religiosa es un
elemento importante para lograr el consenso social necesario a fin de que la sociedad
en conflicto pueda existir sin desbaratarse. El Divino Niño Jesús, como expresión de
la religión del pueblo bogotano es a la vez la expresión más evidente del catolicismo
popular en la ciudad.

El catolicismo popular expresado en la práctica religiosa, se encuentra en cierta medi-


da determinado por la imagen del Divino Niño Jesús, el cual da cuenta de un alto nivel
de devoción, que se expresa en una adhesión constante y perseverante de su sentido
religioso. Dicho catolicismo conlleva a una práctica ritual en lo que hoy en día es su
santuario, la imagen iconográfica del Divino Niño y las estampas, las cuales terminan
siendo sagradas para sus devotos.

La devoción al Divino niño Jesús como práctica y acto religioso cuenta con actitudes
de respeto, entrega, sacrificio, afecto y amistad. La devoción a los meritos de la infan-
cia de Jesús, particularmente a sus primeros 12 años de vida, se inicia en el Monte
Carmelo en Israel cercano a Nazaret, lugar en el que Jesús iba acompañado de sus
padres José y María y de sus abuelos San Joaquín y Santa Ana.

De acuerdo, de manera inicial, a la memoria colectiva de los primeros creyentes, años


después de la muerte de Jesús, algunos moradores del lugar convertidos ahora en se-
Capítulo 2. Imaginario y memoria religiosa en Bogotá
287

guidores siguieron recordando la divina infancia de Jesús para dar origen a los Carme-
litas que se propagaron por toda Europa divulgando la imagen del Divino Niños Jesús.

Luego en la edad media San Antonio de Padua (1200, d.c.) y San Cayetano (1500 d.c.),
manifestaron y divulgaron su devoción a la imagen del Niño Jesús. Durante varios si-
glos, los padres y las hermanas carmelitas divulgaron la imagen en tela, yeso y metal
del milagroso Divino Niño Jesús, tarea que incidiría en la constitución del imaginario
religioso que se expresó por medio de apariciones y milagros en Europa. Una de las
más recordadas se da en el año 1636, cuando el señor le hizo a la venerable Marga-
rita del Santísimo Sacramento, una promesa que se ha hecho muy famosa: “Todo lo
que quieras pedir, pídemelo por el mérito de mi infancia y nada te será negado”. La
imagen del Divino Niño Jesús se constituye en objeto de devoción en Europa desde el
siglo XVI, en países como Checoslovaquia, Alemania, Bélgica, España, Francia, Irlan-
da, Italia y, luego, se traslada a países de América Latina como Chile, Perú y Colombia.

Para algunos el referente directo de la imagen del Divino Niño Jesús del barrio 20 de
Julio, en Bogotá, es la imagen del Divino Niño Jesús de Praga en Checoslovaquia.
Para 1556, un hermano Carmelita en Andalucía España, obsequia a una princesa que
se iba a casar con un príncipe de Praga una estatua del Divino Niño. En Praga una
vez nace el primer hijo de la pareja, ella decide colocarle las finas ropas del niño
a la estatua, la cual de manera paulatina se convierte en objeto de devoción con
cualidades milagrosas. La imagen del Divino Niño de Praga, se convierte también en
un elemento fundamental para contrarrestar el crecimiento del protestantismo en la
ciudad y convertirse en uno de los principales referentes religiosos y culturales de la
ciudad. Varios siglos después, el padre italiano Juan del Rizzo se inspiraría en esta
imagen para darle cuerpo a la pequeña estatua del barrio 20 de julio.

La devoción al Divino Niño, de acuerdo a la versión oficial de la iglesia católica se


remonta desde 1907, cuando las comunidades Carmelitas y luego la comunidad Sale-
siana difunden y propagan la devoción a la imagen. El primer milagro la Iglesia colom-
biana lo registra en 1915 en la ciudad de Cali, cuando curó de manera milagrosa a una
joven de 18 años de un reumatismo terminal, milagro que fue testificado y reconocido
por el obispo de la ciudad (Novena Bíblica al Divino Niño Jesús, 2005). En 1935, el
padre salesiano Juan Bosco, después de haber peregrinado por varias ciudades del
país arriba a los terrenos del barrio 20 de Julio al sur de Bogotá, una zona de ladera
que comenzaba a ser habitada por una serie de personas provenientes de municipios
y departamentos circundantes de Bogotá y Cundinamarca, como también una serie de
pobladores que provenían del centro de la ciudad.

Al padre Juan del Rizzo, en su intención de constituir una imagen insigne para la pri-
mera capilla, se le prohíbe utilizar la imagen del Divino Niño Jesús de Praga, situación
que le demandó pensar en una imagen con características locales. Según su relato se
acerca a un almacén de arte religioso observa una imagen del Divino Niño Jesús que
PARTE IV - LA COTIDIANIDAD DE LA MEMORIA: EXPERIENCIAS DESDE LAS ORGANIZACIONES SOCIALES
288

Imagen actual de la Iglesia del Divi-


no Niño Jesús del barrio 20 de Julio.

adquiere y termina haciéndole unas adecuaciones, como el de darle una carácter más
popular y más cercana a la leyenda del niño Jesús que paseaba en el monte Carmelo
con su padres y abuelos, reconociendo la pobreza en su vestido, a diferencia del Divi-
no Niño de Praga caracterizado por la suntuosidad.

El Divino niño del 20 de Julio es caracterizado por su humildad, vestido simplemente


con una manta rosada, un lazo color azul que le agarra el vestido a la altura de la
cintura y una corona que adorna su divinidad y a sus pies el lema “yo reinaré”. Una
imagen fresca y agradable, cercana al tipo de población de la cual hacía parte y que
generó la aceptación de los vecinos y creyentes.

Imagen estampada del Divino Niño Jesús del barrio 20 de Julio,


Bogotá.

De esta manera inicia la imagen Divino Niño del 20 de Julio, la cual fue puesta en
un cobertizo. El padre Juan del Rizzo, se encargó de reproducir estampas e imágenes
que repartía en las misas, a la vez que hablaba de lo milagroso que resultaba su
creencia y devoción. El 25 de diciembre de 1937, se bendijo la primera piedra para la
construcción del templo y el 27 de julio de 1942 fue consagrado el Nuevo Templo del
Divino Niño Jesús de Bogotá. La consagración la hizo el prelado de la nación de ese
Capítulo 2. Imaginario y memoria religiosa en Bogotá
289

entonces, Monseñor Juan Manuel González Arbeláez, arzobispo de Bogotá. Desde


mediados del siglo XX, la iglesia comenzó a ser peregrinada por creyentes de diversos
lugares de la ciudad y en 1989, la iglesia tuvo que ser ampliada para constituirse en
Santuario. La iglesia llama santuario al templo donde obran muchos milagros, es de-
cir, logra la misma categoría que el santuario del Señor Caído de Monserrate8.

Desde mediados del siglo XX la imagen de Divino Niño Jesús del barrio 20 de julio, en
términos de experiencia ha incidido en un modelo de vida del creyente en sus diferen-
tes espacios sociales, personal, laboral, familiar e interpersonal. El carisma de la ima-
gen está dado por el don milagroso, otorgado por la iglesia y el sacerdote fundador.
De acuerdo a las observaciones del sociólogo Antonio Estupiñan, en la relación que
se establece entre el devoto y la imagen existe la comprensión o el establecimiento
de un orden mediado o actuado en la vida cotidiana realizando en ella aspiraciones
de cambio en la situación existencial del devoto. Aunque la fe es individualizada, las
necesidades son colectivas, es una fe que genera autonomía frente a lo social y a lo
religioso institucional. La imagen del Divino Niño para el creyente es la imagen del
mismo Dios, al cual se le respeta y se le teme, pero se le tiene confianza. La devoción
tiene un carácter de mediación por medio de la imagen a la cual se le debe venerar
y no adorar.

La práctica religiosa bogotana en torno a la imagen del Divino Niño del barrio 20 de
Julio, representa una de las devociones que más moviliza individuos en el país. La
relación con las imágenes las debemos ver como parte de una significación entre el
individuo y la realidad, constituyendo cierto tipo de expresión simbólica del sujeto.
El sistema simbólico que está inmerso en la devoción al Divino Niño en su sentido
integral de identidad social, cultural y hasta nacional sólo es posible comprenderlo en
el marco de una pluralidad de mentalidad, la cual es el conjunto de actitudes y repre-
sentaciones colectivas que se inscriben dentro de un centro de interés.

Solicitar favores religiosos por intermediación de las imágenes nos coloca en un pla-
no de lo sagrado y lo profano: tierra cielo, de abajo hacia arriba desde el devoto a lo
sagrado, petición que se debe hacer con fe, que exige cambios en la vida cotidiana del
católico, por ejemplo, el no hacerle daño a nadie y entrar en cierta lógica del diezmo
para amparar la colaboración de los necesitados. Desde la perspectiva de las imáge-
nes religiosas es importante comprender el sentido del símbolo como elemento que
explica e interpreta la realidad última de las cosas en el mundo cotidiano. El universo
de sentido se organiza de acuerdo a la manera como el hombre estructura su expe-
riencia estrechamente relacionada con sus condiciones socioculturales y su ubicación
en el contexto histórico y económico.

8 En Colombia sólo hay tres santuarios reconocidos por la iglesia católica: Bojacá, Monserrate y el Templo del Niño Jesús
del 20 de Julio.
PARTE IV - LA COTIDIANIDAD DE LA MEMORIA: EXPERIENCIAS DESDE LAS ORGANIZACIONES SOCIALES
290

V. Un balance: del imaginario religioso y la memoria


colectiva de los bogotanos.

La Virgen del Campo, al igual que el Señor Caído de Monserrate y el Divino Niño del
20 de Julio, se constituye a lo largo de estos cinco siglos en los principales emblemas
del imaginario católico popular de los bogotanos. Como lo observamos, la constitu-
ción del imaginario católico, soportado en un alto porcentaje en los cuadros, imáge-
nes y estatuas, se constituye en un elemento clave en el proceso de re-afirmación de
un imaginario social que se relaciona con el mito fundacional de nuestra fe.

El imaginario religioso bogotano como fenómeno histórico social se transforma, cada


una de las imágenes referenciadas da cuenta de una relación particular de época, la
cual ha incidido de manera significativa en la práctica religiosa de sus habitantes,
en la constitución de una memoria colectiva y en la materialización de una identidad
primero como santafereños, en la época colonial y, luego, como bogotanos católicos
en la modernidad.

La imagen religiosa vista desde cierta perspectiva se constituye en un emblema de


poder que sirve de punto de partida para dar cuenta de las representaciones colecti-
vasen donde se articulan las ideas, las imágenes, los ritos y los modos de acción. El
imaginario religioso en Bogotá, como parte de una representación social se origina a
partir de la relación que establece el colectivo anónimo de los sujetos con su memo-
ria, constituyéndose así una subjetividad producto de la incorporación, por parte de
los individuos, de significaciones imaginarias, en este caso religiosas, de la sociedad
a la que pertenece.

La religión católica cristiana se constituye en una religión de la memoria y este ele-


mento tiene una influencia incluso sociológica en el imaginario colectivo. En la creen-
cia religiosa convergen el temor, la confianza y la esperanza en dicha fuerza superior
que expresada en la imagen incide en un tipo particular de práctica religiosa, ya sea
mediada por la dádiva, la limosna, la visita y peregrinación, el diezmo, la entrega y la
transformación de la vida cotidiana del creyente.

El catolicismo popular expresado en la práctica religiosa, se encuentra en cierta medi-


da determinada por la imagen, la cual da cuenta de un alto nivel de devoción, que se
expresa en una adhesión constante y perseverante que expresa un alto grado de fide-
lidad por parte de los creyentes. La imagen religiosa, es un elemento consubstancial
al imaginario, a la práctica y su transformación que como expresión de memoria se
encuentra vigente en la idiosincrasia de un alto porcentaje de bogotanos creyentes.
Capítulo 2. Imaginario y memoria religiosa en Bogotá
291

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Capítulo 3

CONDICIÓN JUVENIL,
DESCAPITALIZACIÓN Y MEMORIAS
EN LA MUTACIÓN DEL CONFLICTO
COLOMBIANO
Juan Carlos Amador
Docente e investigador de la Facultad de Ciencias y Educación de la Universidad Distrital Francisco José de Caldas.
Correo electrónico: jcarlosamador2000@yahoo.com

Introducción
El presente trabajo tiene como propósito analizar las posibles relaciones entre el con-
cepto de condición juvenil (Reguillo, 2010), los procesos de descapitalización (econó-
mica, cultural y simbólica) de los jóvenes, a propósito de su vinculación casi ineludible
al conflicto interno colombiano, y el lugar de la memoria como opción política para
enfrentar el actual clima de desactivación social que subyace como consecuencia de
la euforia por la seguridad y la defensa nacional. Si bien los estudios de juventud en
América Latina y Colombia han mostrado importantes aportes para abordar este tipo
de problemas académicos y prácticos, es poco frecuente el análisis de los fenómenos
asociados con las formas de existencia de estos sujetos bajo el influjo del conflicto
social y armado, así como sus efectos en los procesos de subjetivación.

En consecuencia, esta aproximación se pregunta por las circunstancias históricas y


generacionales de los jóvenes en Colombia, alrededor de un proceso de descapita-
lización que está teniendo lugar en el contexto de su uso como recurso estratégico
para la guerra. Las violencias que surgen de este marco socio-cultural y en las que,
evidentemente, están presentes los jóvenes, transitan a su vez por una zona de vacío
que implica disputas complejas entre la memoria, la impunidad y el olvido. Por esta
razón, este texto busca proponer el diálogo de dimensiones sociológicas, políticas e
históricas del problema en cuestión, asumiendo que la memoria contiene importantes
potencialidades como mediación política y epistemológica para enfrentar los huidizos
escenarios de violencia en los que viven estos sujetos.
Capítulo 3. Condición juvenil, descapitalización y memorias en la mutación del conflicto Colombiano
293

En términos generales, basados en los planteamientos recientes de Rosana Regui-


llo (2010), a propósito de la difícil situación que atraviesa la sociedad mexicana y
las modificaciones socio-culturales y políticas inherentes al ejercicio de lo juvenil,
asunto evidentemente atravesado por las circunstancias del narcotráfico y la preca-
rización progresiva de las condiciones de vida de las poblaciones, se puede señalar
que la noción de condición juvenil se vuelve, tal vez, más pertinente que el legendario
concepto de culturas juveniles1. Para la investigadora mexicana, la condición juvenil
es el conjunto de formas –particulares, diferenciadas y culturalmente- “acordadas”,
encargadas de posicionar y delimitar la experiencia social y subjetiva de estos sujetos
(2010, p. 401). La condición, probablemente, pasa por categorías, posiciones, clases
y tipologías sociales, apoyadas frecuentemente en taxonomías y series enunciativas
tendientes a la clasificación e intervención de los anormales2.

Este planteamiento evidencia que las problemáticas de los jóvenes están intrinca-
damente relacionadas con aspectos estructurales y culturales del orden social, que
enmarcan su condición de existencia y sus correspondientes procesos de inserción en
el espesor las dinámicas histórico-sociales. Estas dinámicas no son homogéneas ni
universales y deben ser comprendidas a la luz de los desajustes producidos en socie-
dades que, como la mexicana y la colombiana, han sido constituidas en el ejercicio
mismo de la violencia. Se trata de un proceso de configuración, al decir de Norbert
Elías (1997)3, que involucra tres escenarios emergentes en la actualidad: las asocia-
ciones mafiosas cuyas formas de despliegue dependen de relaciones estratégicas
con sectores legales e ilegales y con actores armados; la diversidad de expresiones
productoras de sentido, las cuales hacen posible que el joven construya sistemas de
creencias frente al mundo, en este caso, en medio de su desarraigo, escepticismo y
desinstitucionalización; y la creciente oferta material y simbólica de artificios pro-

1 Al respecto, es importante recordar que este ha sido un concepto que tiene sus raíces en los estudios culturales de
Birmingham, pero que ha sido bastante utilizado por investigadores latinoamericanos como la propia Reguillo. En el caso
latinoamericano, desde los inicios de la década del noventa, fueron frecuentes las perspectivas teóricas que ubicaron a la
juventud como portadora de identidades, esto es, un proceso en el que los jóvenes se descentraron de la noción de grupo
etáreo, vinculándose a proyectos nómadas, caracterizados por su naturaleza efímera y transitoria. Particularmente, las
nociones de tribus y generaciones ocuparon un lugar central en estas teorías. Aunque los debates en el mundo propuestos
por Michel Maffesoli (1990) y Carles Feixa (2001), tardaron tiempo para ser valorados en sus consideraciones socio-
culturales y políticas, como otras posibilidades para identificar nuevos aportes alrededor de la política de juventud, fue
aceptándose progresivamente que el horizonte de lo juvenil debía ser comprendido en el marco del cambio de época y en
una nueva lógica política y cultural que reivindicaba la diferencia y la multiplicidad como otra manera de vivir juntos.
2 Aunque no se pretende incluir el marco teórico de Foucault (1991) para desarrollar estos planteamientos, es imprescindible
aludir a la importancia que tiene su hipótesis en torno a los procesos de clasificación social con propósitos de control, que
emergen de las relaciones saber-verdad, poder y subjetivación.
3 Según Norbert Elías (1997) el proceso de configuración es una compleja relación entre las estructuras psicológicas y los
procesos sociales, dentro de los fenómenos civilizatorios. En el Proceso de la Civilización (1989, 1997), Elías propone,
alrededor del plano individuo - sociedad, la conformación de los comportamientos individuales y la socio-génesis de las
interdependencias individuales, las cuales remiten a tiempos de largo plazo en los que se producen las estructuras perso-
nales de los hombres (en la dirección de la consolidación y diferenciación de los controles emotivos) y las composiciones
sociales, conducentes a la diferenciación y la integración. De este modo, operan líneas tanto de diferenciación como de
prolongación alrededor de interdependencias sociales y controles estatales.
PARTE IV - LA COTIDIANIDAD DE LA MEMORIA: EXPERIENCIAS DESDE LAS ORGANIZACIONES SOCIALES
294

cedentes del mercado, cuyas tramas están orientadas a suplir sus vacíos de capital
simbólico, económico y cultural.

De otra parte, es sabido que el sociólogo francés Pierre Bourdieu (2008), a lo largo
de su obra, incorporó el concepto de capital simbólico así como sus relaciones y dis-
tinciones frente a otro tipo de capitales (económico y cultural)4. Particularmente, esta
noción de capital, más allá de las tipologías marxistas, se ha convertido en uno de
los planteamientos más pertinentes para comprender las formas de objetivación y, a
su vez, de interiorización, en torno a las realidades sociales de los agentes que las
conforman. De acuerdo con Bourdieu, el capital es un recurso invertido en un campo,
el cual tiene diversas formas de funcionamiento en la esfera de la vida social, sujeto
en todo caso a propósitos de reconocimiento, gratificación y legitimación social. Los
campos, al ser parte del espacio social, pueden ganar autonomía (por ejemplo con-
virtiéndose en campos como el económico, el político, el religioso y el intelectual)
en la medida que se coloquen en juego variables como las relaciones sociales, los
intereses y los recursos propios.

La adquisición de este tipo de capitales juega un papel muy importante en las socie-
dades dado que son los medios vitales para que los agentes sociales ocupen algún lu-
gar en el campo social y/o en sus campos autónomos. Para la sociología de Bourdieu
y, seguramente, para la de Elías, los procesos históricos están profundamente relacio-
nados con realidades sociales que, a partir de variadas circunstancias que operan en
la estructura social, pero también alrededor del carácter activo del sujeto, conllevan a
la objetivación y la interiorización5. Esto significa que las realidades sociales pueden
ser comprendidas atendiendo a dos mundos fundamentales en la vida de los sujetos.
De una parte, al mundo de las reglas, las instituciones y los valores sociales, los
cuales operan como condiciones limitantes, a la vez que como puntos de apoyo para
la praxis. Y de otra, el mundo subjetivo e interiorizado, constituido principalmente por
formas de percepción, de representación, de sensibilidad y de conocimiento6.

4 Es importante recordar que en El sentido práctico (1980, 2007), una de las obras icónicas de Bourdieu, el capital simbólico
es propuesto como “(…) un crédito, pero en el sentido más amplio del término, es decir una especie de avance, de cosa
que se da por descontada, de acreditación (créance), que sólo la creencia (croyance) del grupo puede conceder a quienes
le dan garantías materiales y simbólicas (siempre my costosa en el plano económico) es uno de los mecanismos que hacen
(sin duda universalmente) que el capital vaya al capital” (2007, p. 190).
5 Son los dos aspectos centrales para comprender el concepto de habitus. Se trata de una especie de subjetividad sociali-
zada. Es la producción de prácticas que están limitadas por las condiciones sociales que las soportan. También puede ser
considerado como el conjunto de estructuras sociales que se graban en el cuerpo y la mente de los individuos. Es el punto
en el que convergen la sociedad y el individuo, asegurando la experiencia activa de las experiencias pasadas, inscritas en
los individuos a través de esquemas de percepción, de pensamiento y de acción, como medios que garantizan la conformi-
dad de las prácticas y su constancia a través del tiempo (2007, p. 88).
6 Se trata del doble movimiento, expresado tiempo atrás por Sartre, una particular forma de interiorización de la exterioridad y
de exteriorización de la interioridad. Es posible también establecer algunos niveles relacionales, a propósito de este proble-
ma, entre el concepto de configuración de Norbert Elías (concebido como estructura interior de la personalidad, en relación
con los social en el largo plazo), el habitus de Bourdieu (concebido como disposición), la conciencia práctica de Anthony
Giddens y las interacciones y habituaciones correspondientes a la sociología fenomenológica de Berger y Luckman.
Capítulo 3. Condición juvenil, descapitalización y memorias en la mutación del conflicto Colombiano
295

Reconociendo el valor de este sistema conceptual como parte de una sociología que
se funda en bases estructuralistas y constructivistas, las cuales contribuyen signifi-
cativamente a comprender la realidad social en clave socio-histórica, es importante
señalar que el capital simbólico, entendido como el conjunto de propiedades (dones)
imperceptibles, inefables y carismáticas que parecen inherentes a la naturaleza mis-
ma del agente, en realidad existe y funciona en la medida que dichos atributos sean
reconocidos por los demás, quienes son los encargados de otorgar crédito a aquellos
que lo poseen7. Este planteamiento guarda importantes relaciones con la filosofía y la
ética política republicana (Ovejero, 2002)8 dado que lo importante en una sociedad no
es garantizar únicamente el funcionamiento de cierto orden social, empleando cual-
quier instrumento o artificio (elecciones, asistencia, subsidios, derechos convertidos
en servicios), sino particularmente otorgándole valor y fundamento a las relaciones
sociales, en un marco de garantías ofrecidas por el Estado para que las personas
puedan construir, en este caso, sus capitales económicos, culturales y simbólicos.

Basados en estos dos conceptos preliminares –condición juvenil y capital simbólico-


y, atendiendo a las actuales circunstancias de conflicto social y armado en Colombia,
se puede señalar que la mayoría de los jóvenes colombianos –no sólo los urbanos-
están pasando por un proceso de descapitalización creciente. Además de las desca-
pitalizaciones cultural (originada por su falta de garantías para continuar estudios
de educación superior) y económica (configurada a partir del desempleo estructural
en el que están anclados), el despliegue del conflicto y el uso de estos sujetos como
recurso para la guerra y las actividades de la mafia y el crimen organizado, indica que
también se está produciendo una recia descapitalización simbólica. La generación de
esta descapitalización de dones –en términos de Bourdieu- en los jóvenes, trae como
consecuencia un vacío en la base de la estructura social y la emergencia de una bre-
cha, materializada no sólo en desigualdad sino en exclusión y desarraigo, la cual es
funcional para los intereses de ciertos sectores sociales (legales e ilegales).

Este difícil escenario de descapitalización simbólica, especialmente desplegado en


los jóvenes, requiere de acciones cualificadas por parte de las fuerzas vivas de la
sociedad para proceder a su recapitalización. Además de las vías de hecho, como
medio para acceder a recursos, asistencia y oportunidades, las organizaciones de
la llamada sociedad civil, las víctimas de la violencia –ilegal, paraestatal y legal- e

7 Si se parte que el capital simbólico se expresa en atributos como el prestigio, la reputación, el crédito, la notoriedad, la
honorabilidad, el gusto, la inteligencia, entre otros, entonces las prácticas sociales basadas en estos capitales, pueden
conllevar al reconocimiento de la persona como interlocutor válido, alrededor de una semiósis social distinta a la de com-
petencia y egoísmo, propia de las sociedades capitalistas.
8 Para Ovejero (2002) el problema de la democracia pasa por tres niveles: como instrumento, como historia y como fun-
damento ético y político. Para el pensador ibérico, el tercero, enmarcado en los principios de un nuevo republicanismo,
privilegia el debate, la controversia y la construcción de alternativas para vivir en comunidad. El ejercicio de la deliberación
es en sí mismo la democracia, más allá de los dispositivos para elegir representantes y componer instancias legislativas
que, supuestamente, encarnan al pueblo.
PARTE IV - LA COTIDIANIDAD DE LA MEMORIA: EXPERIENCIAS DESDE LAS ORGANIZACIONES SOCIALES
296

incluso algunos sectores de la academia han observado en los procesos relacionados


con la memoria, la rememoración y las exigencias de no repetición opciones para
responder a este vacío.

La memoria, entendida como mediación política y epistemológica para comprender de


otro modo la realidad social e histórica y potenciar así a los sujetos, se convierte en
un dispositivo de gran valor para construir un marco socio-cultural distinto, capaz de
dislocar la normalización de la deshumanización de los otros. Se trata de un proceso
que, a la vez, exige a las víctimas salir de su victimización9, conminándolas a trans-
gredir las narrativas oficiales de los acontecimientos. Si los jóvenes logran ser parte
de este tipo de experiencias de la memoria, las cuales requieren formación, reflexión
e intervención, seguramente se estará avanzando en su recapitalización simbólica.
Si ésta es conquistada progresivamente, será posible tejer caminos y así propiciar
recapitalizaciones culturales y económicas.

En lo que sigue del documento, se presentarán dos aproximaciones basadas en al-


gunas perspectivas teóricas, en investigaciones adelantadas con jóvenes y en datos
alusivos tanto a las condiciones de vida de los jóvenes como del conflicto interno co-
lombiano. En primer lugar, se realizará una lectura de la mutación del conflicto social y
armado como medio para comprender la vinculación del proceso de descapitalización
simbólica de los jóvenes en el marco de esta estrategia de control social, la cual está
seriamente influida por las retóricas globales de la seguridad, la defensa nacional y la
lucha antiterrorista. Y en segundo lugar, se procederá con la identificación de los prin-
cipales elementos de la memoria como mediación política y epistemológica, capaz de
favorecer posibles formas de recapitalización y medios efectivos para la reinvención
de la emancipación social, al decir de Boaventura De Sousa Santos (2005).

I. Mutación del conflicto y descapitalización simbólica


en los jóvenes

Para dar inicio a este apartado, conviene precisar las características más sobresa-
lientes del conflicto social y armado en Colombia, no sólo como una aproximación al
mapa de las violencias que han sido prolongadas en el país por más de cinco décadas,
sino como un intento por comprender su mutación y reconfiguración. Al respecto,
se propone una lectura en tres niveles: el conflicto como eje de la desigualdad y la
exclusión, entendidos como procesos sobre los que se ha constituido el orden social

9 La victimización del sujeto es un proceso de desactivación social y política que opera por la vía de una particular integra-
ción social, caracterizada por la asistencia y el maniqueísmo. Generalmente, las narrativas de la victimización, auspiciadas
por dispositivos jurídico-políticos y retóricas que circulan en la sociedad, introducen mecanismos de dependencia de aque-
llos que han pasado por episodios de violencia y de vulneración de sus derechos, a través de asistencia social.
Capítulo 3. Condición juvenil, descapitalización y memorias en la mutación del conflicto Colombiano
297

colombiano; las cifras del conflicto, información necesaria como aproximación a una
realidad en la que están inmersos los mundos de vida de los jóvenes; y la mutación
del conflicto, la cual, además de dar cuenta de nuevas expresiones en torno a la con-
frontación social y armada entre diversos actores, proporciona pistas para interpretar
el proceso de descapitalización de la juventud como caldo de cultivo para favorecer la
implementación de proyectos hegemónicos legales e ilegales.

Sobre el primer nivel, es importante recordar que el conflicto en Colombia es un fe-


nómeno vinculado a la naturaleza colonial y la herencia republicana sobre la que se
construyó el ideal de estado nacional. Bajo una disputa no resuelta de proyectos de
nación, promovidos por élites criollas que pregonaron la independencia, la lealtad
a la madre patria, el centralismo y/o el federalismo fue apareciendo un paisaje de
violencias, ampliamente estudiado por la historia política y económica, pero pocas
veces analizado en su historicidad y en su raíz moderno-colonial10. Alrededor de esta
composición social y política, en la que la diferencia fue librada en los campos de ba-
talla, se fue cristalizando una matriz de poder articulada a un sistema de desigualdad
y otro de exclusión. Sobre estos dos sistemas se fue ejerciendo el control social de la
población, se introdujeron retóricas en torno a la identidad nacional y fueron construi-
dos poderosos mecanismos de subjetivación relacionados con el anclaje de nociones
como pobres, ignorantes y condenados11.

El sistema de desigualdad operó mediante la diferenciación por clase social, posesión


económica y acceso a servicios. Mientras que progresivamente se fue desplegando
a lo largo del siglo XX una clase social provista de tierras y bienes, se profundizó el
rezago de sectores con amplias demandas materiales y evidentes restricciones sim-
bólicas. Sin embargo, estos sectores se incorporaron al modelo mediante el trabajo a
destajo y a través de tipologías legalizadas de explotación. Se trata de la legitimación
de un proceso de jerarquización social que operó a través del eje norte- sur (Santos,
2003), el cual tipificó a su modo el sistema mundial. Esto significa que, bajo la premi-
sa de adoptar un particular modelo económico –capitalista-, se fue configurando un
mecanismo de subordinación asociado con el trabajo y el capital, en el que la serie
pueblo, pobres, desiguales cumplió un papel estratégico para el control social y la

10 Apoyados en Arturo Escobar (2005) y los planteamientos procedentes del grupo Modernidad/Colonialidad, también cono-
cido como Giro Decolonial, se puede señalar que son cuatro los elementos centrales del análisis que efectúan al carácter
colonial de las sociedades occidentalizadas que pasaron por experiencias de subalternización y subordinación: coloniali-
dad del poder (Dussel, 2005; Grosfoguel, 2007; Mignolo, 2008), colonialidad del saber (Lander, 2005; Castro- Gómez, 2007),
colonialidad del ser (Maldonado-Torres, 2007) y colonialidad de la naturaleza (Walsh, 2007).
11 Estos tres conceptos proceden de dos planteamientos. De una parte, Daniel Díaz (2008) propone esta triada como una ma-
nera de comprender los sustratos discursivos sobre los que se fue marcando la colombianidad, especialmente, a lo largo de
la segunda mitad del siglo XX en el país. De otra parte, es inevitable aludir a la obra de Franz Fanon sobre Los Condenados
de la tierra (2007). Para el pensador poscolonial, los colonizados en tanto pobres e ignorantes, asumidos como inalterables
e inhumanos (Damnés) por parte de sus colonizadores, no son más que una estrategia de subontologización, que los ubica
como muertos vivientes o como vida en el infierno.
PARTE IV - LA COTIDIANIDAD DE LA MEMORIA: EXPERIENCIAS DESDE LAS ORGANIZACIONES SOCIALES
298

gubernamentalidad. Por supuesto, se trata de un fenómeno que tuvo lugar en el marco


de un ambiguo proceso civilizatorio y de integración social, que operó en Colombia a
partir de la década del veinte del siglo pasado.

De otra parte, se encuentra el sistema de exclusión. Según Santos (2003), la exclusión


se da por la vía cultural, científica y normativa. La matriz de poder que se consolidó en
Colombia durante este periodo promovió, además de la brecha económica, una especial
manera de demarcar las diferencias mediante la raza, el sexo y la edad. Particularmente,
la circulación de teorías, sólidamente vinculadas a la eugenesia, la criminología y el
darwinismo social12, incorporaron la serie verdad, taxonomías, intervenciones con el
fin de implementar potentes dispositivos de clasificación social y de prohibición en la
población. Trabajos como los de Castro-Gómez (2007) y Díaz (2008) muestran cómo las
figuras de saber (médico, psiquiatra, sociólogo, educador) tuvieron una responsabilidad
seminal en la composición de un paisaje en el que la anormalidad, asociada con las
enfermedades sociales y los problemas originados por taras culturales, admitía inter-
venciones, confinamientos y medidas excepcionales que se fueron naturalizando.

Estos dos sistemas, aunque contienen sus propias lógicas de funcionamiento, se en-
trecruzan y operan de manera complementaria. En el régimen de desigualdad, la pro-
fundización de las diferencias a través de la posesión de la tierra y el acceso a bienes
utiliza a los excluidos como recursos para conquistar el progreso mediante discursos
y prácticas que legitiman y legalizan su explotación. Esto explica por qué el pobre no
sólo es el mestizo -quien es integrado por la vía de un trabajo mal remunerado- sino
especialmente el indígena, el negro, las mujeres, los niños y los jóvenes. La desigual-
dad requiere de la exclusión, pues son las figuras distantes del modelo ideal (varón,
blanco, burgués, ilustrado) las elegidas para que, subordinadas, soporten las bases de
la acumulación capitalista y conformen el cuerpo social de la nación, el cual además
de vigoroso y limpio debería ser productivo y obediente.

De este modo, la constitución de la sociedad colombiana a lo largo del siglo XX, más
allá de la implementación de un modelo latifundista que resultó útil para prolongar el
sistema colonial como dispositivo de control -pese al interés del gobierno de López
Pumarejo por implementar una ley de tierras que nunca prosperó-, fue configurada
mediante el racismo, el sexismo y el patriarcalismo. Estos tres elementos se fueron
cristalizando mediante dispositivos jurídico-políticos, saberes científicos y un siste-
ma económico que pretendía emular el estado schumpeteriano implementado por
el norte. Sin embargo, aquello que permitió la complementariedad de estos tres en-
tramados socio-culturales fue una contundente articulación entre las retóricas de la
identidad nacional y el despliegue del conflicto armado.

12 Es importante recordar que estas teorías tienen una larga tradición y fueron construidas en Europa desde finales del siglo
XIX. La sociología de Spencer y la criminología de Lombroso se convirtieron en auténticos dispositivos para el control
social, materializados frecuentemente en políticas macrosociales asociadas con la higiene y el control de la natalidad.
Capítulo 3. Condición juvenil, descapitalización y memorias en la mutación del conflicto Colombiano
299

La identidad nacional es un tema amplio que siempre resultará difícil de abordar dada
la dificultad para entender la construcción difusa y siempre ambigua de la nación en
América Latina13. Sin embargo, se puede señalar que retóricas alusivas a la civiliza-
ción, la modernización, el progreso y el desarrollo, evidentemente introducidas por
el norte entre las décadas del treinta y el setenta, constituyeron una base discursiva
de gran solvencia para fomentar la unidad del cuerpo nacional. Aunque en principio
el propósito fue favorecer el crecimiento de industrias nacionales y crear una base
trabajadora que contribuyera a su consolidación, posteriormente fue la fe en las ins-
tituciones –escolar, eclesiástica, higienista, castrense, fabril, empresarial- y la con-
fianza en el internacionalismo norteamericano, los vectores centrales sobre los que
se orientaría el imaginario social hacia la legitimación, ya no de la clasificación social
sino de la estratificación, la ciudadanía y la defensa nacional.

El conflicto armado fue el escenario en donde se intentó construir este imaginario.


Se trata así de una sociedad que se sumergió en una guerra interna, provocada por
diversas fuerzas con distintos proyectos y disgregadas por todo el territorio nacional.
Al parecer, la muerte de Gaitán en 1948, la conformación de bandoleros en el sur del
país, la organización de guerrillas de corte marxista-leninista y maoísta así como la
instauración del frente nacional, como acontecimientos primigenios del llamado pe-
riodo de la violencia en Colombia, resultan insuficientes como hipótesis para explicar
el crecimiento del conflicto y su sostenimiento hasta la primera década del siglo XXI.
La genealogía de la guerra en Colombia no puede perder de vista tres variables fun-
damentales sobre las que se desplegó el conflicto: la matriz colonial que legitimó y
legalizó la desigualdad y la exclusión (explicada arriba); una estrategia desarrollista14
que fue implementada por el norte mediante discursos y prácticas de saber-poder
geopolíticos; y el uso de jóvenes como agentes estratégicos para el sostenimiento de
un proyecto bélico-social funcional a los intereses del capital.

Además de la red de instituciones al servicio del proyecto modernizador nacional


(salud, industrialización, educación, vivienda), se introdujo la lógica de las agencias

13 Este es un planteamiento trabajado por distintos autores latinoamericanos. Particularmente, José Luis Romero (2001) en
su obra Situaciones e Ideologías en América Latina aborda el conjunto de modelos y de fórmulas europeos y del norte,
que tuvieron especial influencia en la construcción del orden social y económico del continente. Alrededor de esta idea,
Romero desarrolla algunas hipótesis como la europeización, la aculturación y la dependencia, que se sustraen de las
interpretaciones convencionales de los estudiosos de la nación en América Latina.
14 Después de la segunda guerra mundial, los planteamientos procedentes de la economía y de la política que subyacen del
sistema mundo (Wallerstein, 1979) promueven modelos de desarrollo, al menos de dos tipos: el primero, ligado a la mo-
dernización, el progreso y la racionalidad, que propone mecanismos de crecimiento económico como medio para alcanzar
mejores condiciones de vida de la población, acordes con su definición geopolítica en aquel momento, es decir, a tono con
los parámetros introducidos por la demarcación entre primer mundo y tercer mundo; el segundo modelo, plantea la coope-
ración entre sociedades, especialmente a través de mecanismos de filtración, en el que sociedades prósperas apoyan con
lo que les sobra a otras que se encuentran en condición de pobreza evidente. Sobra decir que este apoyo está supeditado
a la lógica de alianzas, propia del periodo de entreguerras y de la bipolaridad inherente a las rivalidades entre el mundo
capitalista y las sociedades socialistas.
PARTE IV - LA COTIDIANIDAD DE LA MEMORIA: EXPERIENCIAS DESDE LAS ORGANIZACIONES SOCIALES
300

internacionales desarrollistas (FMI, BM, organismos técnicos de Naciones Unidas),


las cuales incorporaron estrategias como: inducir, mediante doctrinas administradas
por instituciones especializadas, nociones de desarrollo encargadas de profundizar
la distinción entre primer mundo y tercer mundo como sistema de dependencia y de
control biopolítico; y auspiciar la presencia de nuevos expertos y figuras científicas
de lo social (economistas y planificadores del desarrollo), quienes fungieron como los
autorizados para abordar los problemas sociales15. De este modo, lo colonial, lo bio-
político y lo geopolítico se funden, no sólo mediante las retóricas del desarrollo sino
a través de la administración del conflicto.

Por esta razón, el conflicto interno y los procesos sociales, económicos y culturales
que le son constitutivos, no están desligados de la variable geopolítica en la que
los sistemas dicotómicos se constituyen en su base ideológica y procedimental. El
estímulo a la incorporación de relaciones dualistas que impusieron la desigualdad y
la exclusión, esto es, pares ordenados cuya existencia sirve para legitimar la subor-
dinación del diferente (interiorizado) mediante nociones como normales- anormales,
desarrollados-subdesarrollados, capitalistas- comunistas, primer mundo- tercer mun-
do le dieron sentido a la lucha anticomunista y, luego, antiterrorista, las cuales se
convirtieron en un medio necesario para el funcionamiento del modelo capitalista.
De esta manera, subyace en el imaginario la justificación de la violencia legal y la
construcción de la unidad alrededor de la eliminación de enemigos comunes, quienes
se oponen al progreso y a los valores universales y verdaderos. Esta es la entrada de

15 A lo largo de las décadas del setenta y ochenta, la crítica a las teorías sobre el desarrollo fue prolífica. En América Latina
y el Caribe fue prominente la labor de la CEPAL, las organizaciones populares y muchos intelectuales con militancias explí-
citas, especialmente inscritos en la filosofía de la liberación, el marxismo y la educación popular. Sin embargo, el conjunto
de doctrinas procedentes del norte, contribuyeron a sostener estas nociones de desarrollo, atendiendo a las disposiciones
geopolíticas de cada gobierno. Después de la política de la Buena Vecindad de F. Roosevelt, en la cual las relaciones con el
sur se basaron en el apoyo a los proyectos modernizadores, en función de contar con aliados para enfrentar la guerra total,
se destacan la Doctrina Monroe y Alianza para el Progreso como las experiencias más elocuentes en las que el desarrollo
para los países del tercer mundo quedó supeditado a la voluntad de los Estados Unidos y a una demarcación explícita entre
ricos y pobres. Como ha sido ampliamente estudiado, la Doctrina Monroe parte de la idea de apoyar a aquellos “pueblos
libres” que luchan contra la amenaza subversiva y comunista, encarnada en los grupos armados que proliferaban en la
región. Este planteamiento se concretó a través del Tratado Interamericano de Resistencia Recíproca (TIAR, 1947), el cual
fue considerado el principal baluarte de la seguridad hemisférica, como base para el desarrollo de los pueblos. Por su
parte, Alianza para el Progreso fue un programa que inauguró John F. Kennedy, diseñado para el periodo comprendido entre
1961 y 1970, que pretendía la cooperación y ayuda mutua de los Estados firmantes, el refuerzo de sus “comportamientos
democráticos” y la “redistribución justa” de la riqueza obtenida con la inyección económica que procuraría la inversión de
los 20.000 millones de dólares previstos.
Además del fracaso de la Alianza ante la falta de reformas agrarias y fiscales en los países de la región, fue evidente la
práctica intervencionista, no sólo del gobierno norteamericano, sino de organismos multilaterales como el Banco Mundial,
quienes desde aquel momento empezaron a considerar nuevas estrategias ante el rezago vivido por estas sociedades en
lo que se conoce como década pérdida. En adelante, las condiciones de un nuevo orden mundial y la hegemonía capita-
lista, cuyo liderazgo se encarna en las potencias del norte y el occidente, trajeron consigo nuevas concepciones sobre el
desarrollo. Ya no se trataría entonces de la industrialización, la sustitución de importaciones y el vigor del cuerpo nacional
como parámetros para garantizar mejores condiciones de vida. Ahora, la apertura comercial, la privatización y las reformas
al Estado serán el modelo que augura un futuro mejor.
Capítulo 3. Condición juvenil, descapitalización y memorias en la mutación del conflicto Colombiano
301

aquello que Santos (2003) denomina fascismo social, comprendido como un medio
de regulación social útil para localizar y demarcar los espacios y los grupos que se
encuentran en los márgenes del régimen civilizacional.

La novedad de este tipo de régimen es que funciona al lado y dentro de las sociedades
que se declaran democráticas. El primer mundo requiere de la existencia de conflictos
armados y de lo que Alain Joxe (2002) llama las pequeñas guerras, cuyo propósito es
anclar diferencias coloniales, sostener la existencia de enemigos de la democracia
y controlar el territorio para ponerlo al servicio del capital transnacional. Basados
en investigaciones recientes en el Pacífico colombiano, el antropólogo colombiano
Arturo Escobar (2005, p. 29) ha señalado que este territorio opera de varios modos:
a través de la exclusión espacial; mediante la ubicación de territorios disputados por
actores armados; combinando la inseguridad, el miedo y la desatención en escena-
rios concretos; e introduciendo una suerte de estrategias de fascismo financiero, las
cuales frecuentemente dictan la marginalización de regiones y países enteros, que no
cumplen con las condiciones necesitadas de capital.

La reflexión de Escobar permite asegurar que las guerras declaradas, los conflictos ar-
mados internos, el ejercicio del terror, el horror originado por mafias organizadas y la
dinámica de muchos grupos armados privados es un episodio que no puede analizarse
únicamente en una perspectiva local endógena, sino que obedece a fuerzas de domi-
nación a escala global. Además del control territorial y de recursos vía militar, ejercido
por Estados Unidos en Afganistán, Irak y Libia recientemente, el sostenimiento de
conflictos locales y regionales, desde Centroamérica y Colombia hasta Medio Oriente
y África, producen condiciones que le son favorables al imperio (Escobar, 2005). Por
lo tanto, la existencia de individuos vinculados a las actividades del conflicto como
víctimas o victimarios, además de asumirse como un “mal necesario”, es una tragedia
que responde al orden geopolítico y ontológico predeterminado por la racialización y
demarcación espacial, que articula la colonialidad del ser y del poder.

El caso del conflicto armado colombiano da cuenta de este orden moderno-colonial en


el que los condenados hacen el conflicto bajo una predeterminación ontológica que
encierra racialización y espacialización. Sin pretender homogeneizar la naturaleza de
los conflictos locales en el mundo, se puede señalar que en medio de las singularida-
des de las intenciones de los actores de la guerra y, tras años de aniquilamientos sis-
temáticos, las pequeñas guerras en muchas regiones del mundo han ido produciendo
focos vedados, lugares donde todos saben que ocurren las cosas más perversas, pero
que es mejor ignorar. Esos “no lugares”16, además de estigmatizados, se convierten

16 El término es planteado por Marc Augé (2008), al afirmar que, en los usos y apropiaciones del espacio, van surgiendo lugares
reconocidos y aceptados y, otros, rechazados, negados y asociados generalmente con el miedo y el anonimato. Aunque el
autor francés alude con esta hipótesis al contexto europeo de lo que llama la sobremodernidad, el término se vuelve perti-
nente frente a las formas de espacialización del territorio, en el marco del carácter problemático de la tierra en Colombia.
PARTE IV - LA COTIDIANIDAD DE LA MEMORIA: EXPERIENCIAS DESDE LAS ORGANIZACIONES SOCIALES
302

progresivamente en la escena del crimen, el territorio del desprecio, el espacio del


olvido.

Según Daniel Pécaut (2006), la violencia es especialmente ejercida en zonas de fron-


tera, particularmente en territorios de colonos, quienes no siempre tienen títulos de
propiedad ni pueden repeler las prácticas de desarraigo con las que operan los grupos
armados en sus maniobras de perpetración. Aunque es válida la apreciación del ana-
lista franco-colombiano, el suceso se vuelve aún más complejo cuando se corrobora
que el mayor número de homicidios generados en Colombia no se da en los campos
de batalla sino como producto de las riñas, las venganzas, las actividades delictivas y
el microtráfico, los cuales son más frecuentes en las ciudades que en los escenarios
rurales. Se trata entonces de un conflicto interno cuyo radio de acción incorpora zonas
rurales y urbanas, así como tierras ocupadas por colonos y territorios con importantes
potencialidades para sectores de la economía global como la minería, la agroindustria
y el cultivo de productos utilizados para el narcotráfico.

Además de los aniquilamientos expresados en la violencia bipartidista y en la guerra


de guerrillas con su respectivo correlato anticomunista, propio del periodo sesenta-
ochenta, las recomposiciones de la guerra empezaron a tomar nuevas formas a partir
de la década del noventa. La presencia de carteles del narcotráfico y grupos paramili-
tares, cuyos orígenes deben situarse en la primera mitad de los ochenta, desplegaron
nuevas formas de funcionamiento en el campo y la ciudad. También evidenciaron
ingeniosos mecanismos de asociación entre sectores legales e ilegales tras el interés
de consolidar un proyecto de ultraderecha que comprometió a mandatarios locales y
nacionales, fuerzas militares nacionales y extranjeras y grupos armados ilegales17.
Este anudamiento de actores situados en la defensa de un proyecto hegemónico que
pretende ser agenciado mediante diversas vías, ha generado otra serie de patrones
en el ejercicio de la violencia. Entre ellos, cabe destacar la eliminación sistemática de
un partido político de izquierda como la Unión Patriótica, de sindicalistas, de mujeres
líderes, del movimiento afro-colombiano, de comunidades indígenas de distintas zo-
nas del país y de jóvenes18.

Una vez realizado este recorrido, es necesario señalar dos circunstancias relaciona-
das con sustratos biopolíticos y coloniales menos perceptibles en las frágiles tramas
culturales de la sociedad, a propósito de estas nuevas formas de gestionar el conflic-
to. En primer lugar, las cifras del conflicto indican que el orden social y las matrices

17 Al respecto es importante recordar el famoso Pacto de Ralito, en el que sectores legales e ilegales, auspiciados por políti-
cos de diversas regiones del país, propusieron refundar la patria. Ver López (2010).
18 Esto se corrobora en varios estudios realizados por Organizaciones No gubernamentales, dedicadas a hacer seguimien-
to a estos trágicos sucesos. Una de estas entidades, la cual ha presentado sistemáticamente datos detallados por re-
giones, poblaciones y sectores es CODHES. (En línea). Disponible en: http://www.codhes.org/index.php?option=com_
docman&task=cat_view&gid=39&Itemid=51 Consulta realizada el 25 de septiembre de 2011.
Capítulo 3. Condición juvenil, descapitalización y memorias en la mutación del conflicto Colombiano
303

culturales sobre las que se despliega el devenir de la nación colombiana se encuen-


tran ampliamente sumergidas en lógicas de violencia que encarnan manifestaciones
propias del conflicto armado, pero también del conflicto social. En segundo lugar,
aunque son diversos los sectores y poblaciones que hoy hacen parte de los episodios
de guerra interna en el país, en condición de víctimas y victimarios, son los jóvenes
quienes sostienen el conflicto y se constituyen en su objeto preferido de abyección.

En el primer caso, se trata de un proceso de configuración social y psíquico de larga


duración (Elías, 1997), en el que están involucrados muchos sujetos y grupos. Esto
explica por qué cada vez es más explícita la relación entre sectores legales e ilega-
les, quienes han entendido que la articulación entre el poder económico y el poder
político depende preferiblemente de su vinculación a grupos armados –legales e ile-
gales- y mafias. Esto también, permite entender por qué sectores económicos nacio-
nales y transnacionales se valen de grupos armados para llevar a cabo la posesión
de tierras y la explotación de recursos como parte de sus propósitos de acumulación
capitalista. Los casos de Philip Morris, Chiquita Brands, Drummond, entre otros, dan
cuenta de este episodio durante las últimas dos décadas19. Aunque este es un tema
que merece un mejor tratamiento, se hará énfasis en el segundo aspecto: el de los
jóvenes y su uso como recurso para la guerra, asunto que produce su descapitaliza-
ción simbólica.

En la actualidad, Colombia cuenta con más de 450.000 efectivos en sus fuerzas ar-
madas, las cuales están conformadas por cuatro grandes fuerzas (ejército, armada
nacional, fuerza aérea y policía). Además de este descomunal pie de fuerza, hace
parte de su estrategia de lucha contra el terrorismo el Departamento Administrativo
de Seguridad (DAS), cuyas funciones se centran en ejercer prácticas de inteligencia
de Estado en asocio pleno con el gobierno nacional, así como implementar políticas
del sector administrativo en materia de inteligencia para garantizar la seguridad na-
cional interna y externa del estado colombiano. Según fuentes oficiales, esta entidad
cuenta con cerca de 7.000 miembros y, pese a sus escándalos en los últimos nueve

19 Al respecto, han sido bastante difundidos los casos de las transnacionales Chiquita Brands, Philip Morris y la Drummond,
las cuales han aparecido vinculadas a las actividades criminales de grupos paramilitares. A manera de ilustración, el caso
de la Drummond fue conocido recientemente a través de alias ‘Samario’, quien contó en un juicio que se adelanta en
contra de Jorge 40, que el tema del asesinato de los sindicalistas Valmore Locarno y Víctor Hugo Orcasita, presidente y
vicepresidente del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Industria Minera, Petroquímica, Agrocombusible y Energética
-Sintramienergética-, obedeció a la presión que estaban ejerciendo por promover una huelga en la corporación y así obligar
al cambio del contratista que proveía el servicio de alimentos a los trabajadores en la mina de carbón. Para tal efecto, en
2001, miembros de la Drummond se reunieron en una finca cercana a Bosconia (Cesar) con Rodrigo Tovar Pupo alias ‘Jorge
40’, jefe paramilitar del Bloque Norte, y Óscar José Ospino Pacheco alias ‘Tolemaida’, jefe del frente Juan Andrés Álvarez.
Señaló “el samario”: “La reunión se hizo para eso. No escuché porque mi función era prestar seguridad pero como era el
hombre de confianza de ‘Tolemaida’, él me contó que se había planeado el asesinato de los sindicalistas”. (En línea). Dispo-
nible en: http://www.colectivodeabogados.org/Samario-reitero-que-funcionarios Consulta realizada el 23 de septiembre
de 2011.
PARTE IV - LA COTIDIANIDAD DE LA MEMORIA: EXPERIENCIAS DESDE LAS ORGANIZACIONES SOCIALES
304

años20, se sostiene como un bastión de la democracia y la seguridad. Fuerzas armadas


y personal dedicado a la inteligencia que exigen la seguridad nacional y la lucha anti-
terrorista, cuentan con los jóvenes colombianos como la base de su labor operacional.

Aunque no existen cifras oficiales acerca de la distribución de las edades que con-
forman el pie de fuerza en Colombia, al menos abiertas al público, se puede señalar
que el 90% de los 450.000 efectivos lo constituyen jóvenes, quienes regularmente
son los que combaten a través del servicio militar obligatorio21, la carrera militar o su
inserción en el oficio de soldados profesionales. Es común observar además cómo,
mediante la publicidad –televisiva, radial, digital y de prensa- y las campañas institu-
cionales, se invita a niños y jóvenes a unirse a las fuerzas militares y a luchar por una
causa que invoca la unidad y una particular producción de sentido, apoyada en retó-
ricas como “los héroes en Colombia sí existen”. Por ejemplo, en piezas publicitarias
de pocos segundos, unos soldados aguerridos expresan a los colombianos su valor
–varonil y patriarcal- al defenderlos sin conocerlos. A pesar de las inclemencias de la
guerra, estos jóvenes encarnados como soldados de la patria, muestran su sacrificio
y lealtad a los colombianos –al estilo de los próceres de la independencia- para estar
al frente del campo de batalla22.

De otra parte, pese a las prohibiciones legales de reclutar o involucrar menores de


18 años en la guerra23, a través de programas de diverso orden, niños, niñas y jóve-
nes continúan siendo vinculados indirectamente a acciones militares legales. En las
campañas cívico-militares, tanto la policía como el ejército reclutan niños y niñas para

20 Es importante recordar que en la actualidad cursan investigaciones judiciales y condenas por las interceptaciones ilegales
perpetradas por esta entidad y ordenada por su cúpula directiva, entre 2002 y 2009.
21 Es importante recordar que, sólo hasta 1997, el estado colombiano se comprometió a reclutar a los mayores de 18 años,
dada la presión internacional asociada con las exigencias establecidas en la Convención de los Derechos del Niño.
22 Son seis comerciales con duración de un minuto cada uno, que expresan el diario vivir de los soldados colombianos. En
la apuesta visual es evidente la exposición de una retórica del sacrifico, unida al bien colectivo de una patria sitiada
por enemigos. Se trata de la puesta en escena de un mecanismo de legitimación social basado en el apoyo de la pobla-
ción civil, quien está profundamente agradecida con esta institución. (En línea). Disponible en: http://www.ejercito.mil.
co/?idcategoria=228782 Consulta realizada el 30 de septiembre de 2011. De otra parte, también llaman la atención cam-
pañas de la policía nacional en las que abiertamente invitan a los jóvenes y niños a ser parte de la institución, formarse y
portar el uniforme. Por ejemplo los programas Jóvenes por los derechos de la policía nacional y Carabineritos se basan en
el enunciado de fomentar en los niños, niñas y adolescentes, pertenecientes a la Policía Cívica Juvenil,  el respeto por los
derechos de los demás y la defensa de los propios, fortaleciendo el espíritu cívico y la mutua ayuda y cooperación, estable-
ciendo óptimas relaciones policía - comunidad,  con el fin de estimular su compresión y práctica, dentro de un estado de
convivencia pacífica como futuros constructores de la sociedad. (En línea). Disponible en:http://www.policia.gov.co/portal/
page/portal/Carabineros/ProgramaCarabineritos Consulta realizada el 30 de septiembre de 2011.
23 El Protocolo II, adicional a los Convenios de Ginebra del 12 de agosto de 1949, en su artículo 4, relativo o las “Garantías
Fundamentales”, numeral 3 (c), establece la prohibición de reclutar menores de 15 años en las fuerzas o grupos armados
que son parte en un conflicto que no tiene carácter internacional, así como su participación en las hostilidades. En similar
sentido se encuentra establecido la prohibición contenida en el artículo 38 de la Convención sobre los Derechos del Niño
que, a diferencia del Protocolo II, habla de la participación directa en las hostilidades. Sobre los numerales 2 y 3 de este
artículo, el estado colombiano presentó reserva, aumentando la edad mínima de vinculación a las Fuerzas Armadas a los
18 años y reiterando su compromiso de velar para que niños o niñas no participen directamente en las hostilidades.
Capítulo 3. Condición juvenil, descapitalización y memorias en la mutación del conflicto Colombiano
305

labores de promoción cívica. Generalmente, son uniformados y utilizados para pro-


mover la bondad, la responsabilidad social y el compromiso de la institución con los
derechos humanos. Es importante recordar que estas prácticas, además de pasar por
alto las recomendaciones de la Defensoría del Pueblo, continúan siendo desplegadas
en todo el territorio nacional mediante programas como“Soldado por un día” y “Club
Lancita”, provocando un riesgo inminente a los niños y niñas, toda vez que organis-
mos internacionales como la UNICEF han señalado las implicaciones, en el marco del
derecho humanitario, de este tipo de actos en países con conflictos armados internos.
Uniformarlos y hacerlos parte de una fuerza en disputa es poner en riesgos sus vidas
y las de sus familias.

Cifras recientes de la Procuraduría Nacional, la Defensoría del Pueblo y de Organiza-


ciones No Gubernamentales como Human Rights Watch y la Coalición contra la vincu-
lación de niños, niñas y jóvenes al conflicto armado en Colombia señalan que pueden
existir, al menos, cerca de 15.000 menores de edad en los grupos armados ilegales.
Esto, pese a las desmovilizaciones producidas con motivo de la ley 975 de 2005 y la
arremetida militar ejercida hacia grupos guerrilleros durante los dos gobiernos de Ál-
varo Uribe, bajo la égida de la seguridad democrática24. No existen datos del número
de jóvenes (mayores de 18 años) que hacen parte en la actualidad de grupos guerrille-
ros, paramilitares y/o las conocidas Bacrim (bandas criminales emergentes)25.

Sin embargo, si se tiene en cuenta que a 2011 las cifras oficiales aluden a 18.000
integrantes de las FARC (con operaciones en 24 de los 32 departamentos del país),
2.300 del ELN (situados preferiblemente en los santanderes), y cerca de unos 30.000
en las Bacrim (cuyas operaciones se extienden hacia la mayor parte de la geografía
nacional), se puede inferir que, en el contexto de los grupos ilegales, están presen-
tes unos 45.000 jóvenes. Esto si se tiene en cuenta que los estudios internacionales
muestran que, el 90% de los ejércitos legales e ilegales del mundo, son conformados
por jóvenes.

24 En un trabajo anterior, hice una aproximación a la construcción de las subjetividades de niños, niñas y jóvenes desvincu-
lados del conflicto armado en Colombia y fue llamativo identificar que estos sujetosingresan a la política de seguridad
democrática a través de redes de informantes pagadas, recompensas y su incorporación como soldados campesinos. Ver
Díaz y Amador, 2010.
25 Según León Valencia de la Corporación Nuevo Arco Iris, las bandas emergentes “destruyen el orden social para poder
florecer... ...y allí está su gran riesgo para la seguridad de los ciudadanos, porque atacan a las instituciones, a los líderes
sociales, a los políticos honestos, a las familias unidas y a los trabajadores organizados”. Valencia afirma que hay tres
tipos de bandas criminales: las emergentes, las de rearmados que después de desmovilizarse volvieron a las armas y al
negocio; y las de disidentes, ex paramilitares que se salieron del proceso de Ralito o que nunca quisieron entrar. Entre
las agrupaciones se pueden identificar las Águilas Negras, la Banda Criminal de Urabá, los Urabeños, los Machos, los
Paisas, Renacer, Nueva Generación, los Rastrojos y los Nevados. Ver también El Espectador: Bacrim los nuevos paras.(En
línea). Disponible en: http://www.elespectador.com/noticias/wikileaks/articulo-292354-bacrim-los-nuevos-parasConsulta
realizada el 25 de septiembre de 2011.
PARTE IV - LA COTIDIANIDAD DE LA MEMORIA: EXPERIENCIAS DESDE LAS ORGANIZACIONES SOCIALES
306

Más allá de las cifras, es importante llamar la atención sobre el lugar que ocupan
los jóvenes en el sostenimiento del conflicto armado como una expresión legible de
control social y gubernamentalidad. La incorporación de los jóvenes en los grupos
armados y su habituación a las tecnologías de la muerte, cuya lógica opera a través
de la deshumanización del otro26, no sólo rompe el tejido social y condena a la víctima
a una condición de subordinación inminente, sino que además produce un desajuste
estructural en el que las nuevas generaciones –tanto en su circunstancia de víctimas
como de victimarios- se vuelven objeto de descapitalización simbólica. Retomando
lo señalado por Reguillo (2010), en el marco del análisis de las violencias en México,
este es un suceso que no puede seguir siendo explicado, asumiendo que estas for-
mas de desafiliación están originadas por la falta de valores y por la desintegración
familiar.

Como se señaló anteriormente, el sostenimiento del conflicto es funcional a muchos


sectores legales e ilegales, nacionales y transnacionales, que tienen que ver con in-
tereses por la tierra, el narcotráfico, la agroindustria y la minería en Colombia. Los
jóvenes son los elegidos para llevar a cabo esta labor. A falta de capital económico, el
Estado invita a los sujetos desde niños a afiliarse a las fuerzas militares y los grupos
ilegales hacen lo propio apelando a métodos menos sofisticados. A falta de capital
cultural, el Estado propone la ampliación de la cobertura educativa hasta la educación
media, pero se empeña en convertir la educación superior en una mercancía, en aso-
cio con el sector privado y transnacional.

Uno de cada dos jóvenes que logra ingresar a la educación superior, termina desertan-
do del sistema dadas las dificultades económicas y sociales para sostenerse. Los que
logran terminar y titularse, ingresan en la informalidad y el desempleo estructural,
asunto que en la mayoría de las ocasiones se complejiza, al evidenciar que sus fami-
lias tuvieron que endeudarse con el sector financiero para pagar sus estudios superio-
res. El cuadro entonces, es doblemente problemático, toda vez que hay más jóvenes
profesionales desempleados y más padres de familia endeudados. De este modo,
se evidencian tres tipos de desafiliación de los jóvenes: la laboral (descapitalización
económica), la educativa (descapitalización cultural) y la desafiliación por inserción a
la guerra mediante fuerzas legales e ilegales (descapitalización simbólica) ¿Este es el
modelo de inserción de los jóvenes a la sociedad colombiana?

26 Este es un planteamiento trabajado por varios autores, entre ellos María Victoria Uribe (2008), quien basada en referentes
antropológicos aborda el problema de la guerra desde las categorías deshumanización, sacrificio, carnicería y animali-
zación, en el marco de las masacres –presimbólicas- observadas en el conflicto armado colombiano. Desde otro punto
de vista, Aimé Cesaire afirma: “Estos hechos prueban que la colonización, repito, deshumaniza al hombre incluso más
civilizado; que la acción colonial, la empresa colonial, la conquista colonial, fundada sobre el desprecio del hombre nativo
y justificada por este desprecio, tiende inevitablemente a modificar a aquel que la emprende; que el colonizador al habi-
tuarse a ver en el otro a la bestia, al ejercitarse en tratarlo como bestia, para calmar su conciencia, tiende objetivamente
a tratarse él mismo en bestia” (Césaire, 2004, p. 19).
Capítulo 3. Condición juvenil, descapitalización y memorias en la mutación del conflicto Colombiano
307

La descapitalización simbólica trae consigo grandes consecuencias. Además de que-


brar el orden social, profundiza los procesos de desinstitucionalización e introduce
matrices culturales caracterizadas por la naturalización de la violencia y la deshumani-
zación. Según Bourdieu (2008), los capitales simbólicos son fundamentales para garan-
tizar el reconocimiento y la gratificación personal y social. Y, según Ovejero, más allá
de los instrumentos para sostener el modelo civilizatorio de la democracia por la vías
de las elecciones y la asistencia27, las bases éticas y políticas son centrales para vivir
no sólo como proyección de la democracia sino en la democracia. La comprensión de la
realidad social y el reconocimiento del valor de la vida, comprendidos como expresio-
nes cruciales, originadas por la posesión de un capital simbólico necesario para vivir en
sociedad, es un proceso que requiere de condiciones económicas y culturales condu-
centes a la afiliación de los jóvenes a un contrato social que requiere ser reinventado.

Además de su desafiliación, los jóvenes tienden a la transgresión. Generalmente se


trata de fisuras generadoras de gran incomodidad para los demás sectores sociales.
Si la sociedad y el estado logran hallar caminos para afiliar a estos sujetos sin acudir
a las consabidas estrategias para su incorporación a la guerra –legal e ilegal, bajo la
existencia de garantías reales de capitalización económica y cultural, seguramente
podrán hacer aportes significativos para la necesaria reinvención del estado y de las
instituciones, que está por adelantarse en Colombia a través de transgresiones crea-
doras, potenciadoras de la acción social. Sin embargo, esta es una exigencia que, en
la actualidad, no puede quedar supeditada a la voluntad de los gobiernos de turno o a
la recepción de las promesas procedentes de las políticas sociales de orden local y/o
nacional. Aunque los progresos en la materia son importantes, es evidente un divorcio
entre sus declaraciones discursivas y sus formas de implementación28, asunto que
requiere de mediaciones políticas y epistemológicas que favorezcan estos cambios.

Una de estas mediaciones, la cual puede resultar ser útil como escenario para la
recapitalización simbólica de los jóvenes dada su potencia transgresora y desestabi-
lizadora, es la memoria. Alrededor de ésta operan procesos como la rememoración,
la subjetividad y la praxis. No se trata de un artilugio que pueda ser utilizado para
“superar” los sucesos traumáticos de la víctima y así proceder a su tratamiento psico-
social. La memoria, asumida como mediación, puede convertirse en un instrumento
fundamental para: develar de otro modo los acontecimientos ocurridos, más allá de la

27 Este es un debate muy importante de la ciudadanía. La ciudadanía social de Marshall (1950, 1991) propone que ésta opere
como un estatus ontológico, capaz de suplir la desigualdad de las clases sociales. Apelar a los derechos sociales garantiza
ese estatus y llena el vacío de la desigualdad de las clases sociales. Esta es una postura radicalmente criticada por los
estudiosos de la ciudadanía. Sin embargo, es una máxima que se mantiene vigente en la mayoría de las políticas sociales
sobre jóvenes.
28 Esto lo pudimos corroborar en un estudio adelantado en Bogotá sobre las retóricas de los derechos humanos y los procesos
de formación. El divorcio entre las retóricas de la formación, en las que suelen estar incluidos niños y jóvenes, guarda una
distancia considerable frente a sus práctica y modos de operacionalización, a propósito de la tercerización de la política
social (Amador, 2010).
PARTE IV - LA COTIDIANIDAD DE LA MEMORIA: EXPERIENCIAS DESDE LAS ORGANIZACIONES SOCIALES
308

naturalización del mal necesario; asumir posiciones políticas que contribuyan a com-
prender la historicidad del sujeto y de la sociedad como forma de repensar el presente
y el futuro; construir formas de visibilización social de agentes sociales subalterniza-
dos; producir urdimbres de sentido, en términos de percepciones, representaciones y
conocimientos conducentes a nuevas formas de empoderamiento para la liberación; y
fungir como instrumento para la implementación de nuevas racionalidades y produc-
ción de saberes.

II. La memoria como mediación para la recapitalización simbólica


La construcción de lo juvenil en occidente ha sido un proceso de largo aliento, asocia-
do frecuentemente con el despliegue del mercado, la recomposición de las culturas
y la implementación de dispositivos de reconocimiento jurídico-políticos, cuyo fin es
su control social. Esta configuración de lo juvenil, comprendida como el conjunto de
tramas enunciativas y reguladoras que se crean alrededor de estos sujetos en rela-
ción con el orden social, constituyen la base de lo que cristaliza su condición. Por
esta razón es relevante hacer una aproximación a la relación entre condición juvenil y
memoria, como un intento por superar las series enunciativas que suelen condenarlos
y que han traído consigo, además de su descapitalización simbólica, una subalterniza-
ción que opera mediante la desapropiación de su yo (Bauman, 2000; Reguillo, 2010).

La desapropiación del yo, entendida como un proceso contingente en la construcción


de la subjetividad, motivado por la presencia de contextos inestables, violentos y
precarios en los que tiene lugar la vida de los jóvenes, los conmina al descontrol de
su existencia y a su propensión a ser vulnerados o vulnerar a otros. Este fenómeno
ha sido tratado por varios autores, quienes han observado en esta desapropiación del
yo expresiones ligadas al escepticismo, la marginalización y la abyección. De esta
manera, el riesgo permanente de la vida y el desprendimiento de figuras institucio-
nales como la familia y la escuela se vuelven aspectos medulares en la construcción
de sus mundos de vida. Esto hace que su propensión a la muerte sea naturalizada, en
el marco de prácticas extremas, alrededor de un juego permanente entre la vida y la
muerte, entre lo prohibido y lo deseado, y entre la identidad y la diferencia radicales.

El investigador colombiano Carlos Mario Perea (2007) lo corrobora al trabajar con los
“parches” en las ciudades de Barranquilla, Bogotá y Neiva29. Miguel Valenzuela (2009)

29 Perea (2007, s.p) trabajó con pandillas en estas tres ciudades del país. Señalaba en aquel momento: “La pandilla se va al
extremo, embriagada más allá del límite. Al igual que con el poder y la fragmentación, con el localismo y la muerte, lleva al
extremo el brete que atraviesa uno y otro. Lo hace también con la crisis de la masculinidad, desarropándola y exponiéndola
en toda su crudeza. La mujer se convierte en semoviente de contabilidad, reducida a objeto de castigo por parte de quien se
arroga su propiedad. Un barranquillero lo cuenta sin ambages, describe las golpizas propinadas a sus mujeres justificado
en el argumento de <si va ser mía es sólo mía>”
Capítulo 3. Condición juvenil, descapitalización y memorias en la mutación del conflicto Colombiano
309

hace lo propio al recorrer los mundos de vida de pachucos, cholos, maras, punks, cha-
vos banda y góticos en diversos lugares de Latinoamérica. Se trata de perspectivas
que se ocupan de identificar las marcas disímiles impresas en estos sujetos, a partir
de elementos que definen su heterogeneidad y desigualdad en escenas diacrónicas
y sincrónicas, organizadas a través de sus propias condiciones socioeconómicas y
estilos de vida. Así, al compás de las temporalidades construidas alrededor de las
tramas de sus mundos de vida, aparecen inscritos de diversas maneras rostros enve-
jecidos prematuramente y subjetividades constituidas al fragor de la intimidación, la
satisfacción y la muerte, particularmente de aquellos a quienes les ha tocado vivir sin
oportunidades. Señala Valenzuela que, en lugar de acceso a la salud, la seguridad y
la educación, han sido el miedo, el hambre y la violencia sus principales compañeros
de viaje.

Por esta razón, el cuerpo del joven se convierte en escenario de excepcionalidad y de


perpetración. La excepcionalidad opera a través de dos vías, según lo señala Gior-
gio Agamben (2003, p. 94). En primer lugar, las sociedades requieren de figuras que
puedan ser sacrificadas sobre las que recaiga la fuerza del Estado como garante del
derecho, a partir del uso de la fuerza –legítima- si es necesario. Y, en segundo lugar,
aunque no es lícito sacrificar a aquellos que han adquirido el rótulo de peligrosos,
social y jurídicamente hablando, en caso de que éstos sean objeto de eliminación por
parte de algún miembro reconocido de la sociedad, esto no dará lugar a condena. Se
trata de la figura del homo sacer, un sujeto que es insacrificable, pero susceptible de
ser eliminado.

De esta manera, además de los tres fenómenos analizados hasta el momento (incor-
poración del joven en el conflicto social y armado; descapitalización simbólica como
consecuencia de dicha incorporación; y desapropiación del yo), aparece el joven homo
sacer como la expresión más aguda de su grado de abyección y subalternización. Para
ejemplificar lo señalado, basta una aproximación a algunos datos ofrecidos por la
Secretaría Distrital de Integración Social (SDIS, 2010), la Veeduría Distrital (2006) y el
DANE (2007). En Bogotá hay un poco más de 1.600.000 jóvenes, los cuales correspon-
den al 23.8% de la población total de la ciudad. Las localidades en donde mayoritaria-
mente se concentra población juvenil son Usme y Ciudad Bolívar (23 años), seguidas
por Sumapaz (24 años), Bosa (25 años) y San Cristóbal (26 años). Según la Veeduría
Distrital (2006), el mayor número de homicidios, muertes violentas, suicidios, lesiones
personales y accidentes de tránsito se dan en jóvenes de 20 a 29 años.

De otra parte, la tasa más alta de desempleo, según el DANE, tiene que ver con los-
jóvenes. El 30.4% de los desempleados de Bogotá corresponde a las edades de 15 a
19 años, mientras que el 21% representa el rango de 20 a 24 años. Del 95% de los
sujetos que ingresa a la educación básica y media, tan sólo el 36% logra ser admitido
en programas de educación superior, asunto que no necesariamente supone que la
mayoría de este porcentaje ingrese a la universidad pública o que culmine con éxito
PARTE IV - LA COTIDIANIDAD DE LA MEMORIA: EXPERIENCIAS DESDE LAS ORGANIZACIONES SOCIALES
310

su proceso de formación técnico, tecnológico o profesional. Algo más, Bogotá es la


ciudad que registra el mayor número de embarazos adolescentes del país (160 em-
barazos por cada 1000 habitantes. Finalmente, no se puede olvidar que en el periodo
2003-2009 el país fue testigo de un plan siniestro en el que cerca de 3.000 jóvenes
de diversas regiones del país fueron objeto de eliminaciones extrajudiciales, siendo
presentados ante la opinión pública como terroristas caídos en combate por parte de
las fuerzas militares30.

Este panorama confirma que el joven se ha convertido en el homo sacer del que habla
Agamben. Las narrativas acerca de su peligrosidad y un ambiente desestructurado y
precario en el que está propenso a la deshumanización, en condición de víctima o de
victimario, requiere la formulación de opciones teóricas y prácticas que favorezcan
la recomposición de su yo y que fomenten su recapitalización simbólica. El lugar que
ha empezado a ocupar la memoria en las últimas décadas en la región, como con-
secuencia de una escena social y política en la que los conflictos han sido tratados
a través de la negociación, la justicia transicional y restaurativa31 y experiencias de
rememoración, muestran que es posible asumir de otro modo la realidad social del
pasado como posibilidad para ejercer soberanía sobre el presente y, de esta manera,
proyectar el futuro.

Las memorias, señala Elie Wiesel (1998), especialmente aquellas que surgen de los
hechos traumáticos y del dominio paralizante de la violencia, deben ingresar en la
historia y permanecer en ella. Al haber sido subsidiarias de las voces oficiales y de
los discursos de verdad, las memorias subalternas han permanecido al margen y, pro-
bablemente, se han sumergido en el magma del silencio. Se requiere entonces de las
condiciones necesarias para recordar y recobrar el yo narrador que activa la reflexión,

30 Al respecto, la Federación para la Educación y el Desarrollo publicó: “Más de 3 mil ejecuciones extrajudiciales, sumarias y
arbitrarias perpetradas en Colombia entre 2002 y 2009 son crímenes de carácter internacional. Lo sucedido a 16 jóvenes de
Soacha mostró la extrema crueldad con la que se puede actuar para lograr efectividad en supuestos combates a variados
enemigos. Esta realidad ya ampliamente dada a conocer por los medios de comunicación, alcanza mayor profundidad en
la investigación que FEDES (Federación para la Educación y el Desarrollo) nos pone de presente, para no olvidar, pero en
especial, para dimensionar la ausencia de límites éticos y jurídicos en el establecimiento colombiano (...) Informe sobre
falsos positivos e impunidad en Colombia”. (En línea). Disponible en: http://justiciaporcolombia.org/node/160 Consulta
realizada el 27 de septiembre de 2011.
31 La justicia transicional comprende un conjunto de procesos de transición de regímenes autoritarios a la democracia o de
un conflicto armado a la paz, en los que es necesario equilibrar las exigencias jurídicas (garantía de los derechos de las
víctimas a la verdad, justicia, reparación y garantía de no repetición) y las exigencias políticas (la necesidad de paz). Estas
exigencias se caracterizan por una combinación de estrategias judiciales y no judiciales, entre ellas, la persecución de
criminales, la creación de comisiones de la verdad y otras formas de investigación del pasado violento, la reparación a las
víctimas de los daños causados, la preservación de la memoria de las víctimas y la reforma de instituciones como las fuer-
zas armadas y los servicios de inteligencia. El propósito de todo esto es garantizar la no repetición. Por su parte, la justicia
restaurativa es una modalidad de la justicia penal, centrada en argumentar que el crimen o el delito es fundamentalmente
un daño en contra de una persona concreta, lo que supone una vulneración de su propia persona y de sus relaciones
interpersonales. En este caso, la víctima puede acceder al resarcimiento del dañoa través de formas de restitución o de
reparación a cargo del responsable o autor del delito (ofensor).
Capítulo 3. Condición juvenil, descapitalización y memorias en la mutación del conflicto Colombiano
311

la praxis y la esperanza en torno al futuro. De este modo, los sujetos y las sociedades,
especialmente aquellas que se han constituido en medio de marcos socio-culturales
de violencia, requieren apelar a la memoria porque es uno de los recursos más impor-
tantes para resignificar el pasado, incluso aquel que sería mejor dejar encerrado en
los anaqueles del olvido.

En torno a la memoria es necesario precisar, al menos, tres consideraciones generales


como argumentos para comprender su papel potenciador en sociedades cuya sedi-
mentación histórico-cultural está ligada al conflicto social y armado. En primer lugar,
es necesario enfrentar las políticas del olvido a través de apuestas simbólicas creati-
vas, dado que éstas buscan borrar de la memoria colectiva ciertos acontecimientos.
En el caso de los jóvenes colombianos, son muchos los hechos que han intentado ser
minimizados o traslapados, utilizando estrategias que apelan a resemantizaciones
discursivas que suelen circular por los medios de comunicación, por las campañas
institucionales y a través de las disposiciones jurídicas proferidas por el Estado.

Por ejemplo, las ejecuciones extrajudiciales perpetradas en Colombia entre 2002 y


2009, han sido presentadas ante la opinión pública, como falsos positivos. El lenguaje
presentado por autoridades y medios oficiales apela al término “falsos” como una
manera de marcar la excepción ante un suceso que es legal y legítimo, esto es, lo
positivo de la muerte de los terroristas (según el lenguaje castrense y su correlato:
seguridad democrática). La resemantización del suceso operado a través del enun-
ciador, quien expone ante el público la eliminación de estos jóvenes como un error,
minimiza el componente intencional del acto y desvanece la responsabilidad de los
ejecutores. Acto que, evidentemente está adscrito a un conflicto degradado, en el que
los oponentes acuden a una suerte de estrategias de deshumanización, las cuales
efectivamente transgreden los límites del derecho internacional humanitario. No es
exagerado señalar, apoyados en perspectivas de juristas expertos en el tema, que
este hecho puede ser tipificado como crimen de lesa humanidad.

Las políticas del olvido juegan un papel importante en la desactivación social y polí-
tica de los actores sociales. Frecuentemente, son estratégicamente implementadas a
través de prescripciones que intimidan o que neutralizan la acción social. La participa-
ción de los jóvenes en la guerra es un desperdicio de experiencia, idea que Benjamin
planteó tempranamente en su ensayo sobre El narrador (1936). Señalaba el pensador
alemán, a propósito de las guerras mundiales que tuvo que observar y hasta resistir32,
que las personas volvían del campo de batalla enmudecidas. En lugar de retornar más
ricos en experiencias comunicables, volvían empobrecidos (2001, p. 112). Las políticas
del olvido fomentadas por el estado colombiano en torno al conflicto profundizan el

32 Es importante recordar que Benjamin fue perseguido en los primeros años de la segunda guerra mundial dados sus oríge-
nes judíos y sus agudas críticas a la violencia y a lo que denominó politización de la estética, en el marco de las campañas
del nazismo alemán a través del cine y la radio.
PARTE IV - LA COTIDIANIDAD DE LA MEMORIA: EXPERIENCIAS DESDE LAS ORGANIZACIONES SOCIALES
312

desperdicio de experiencia de los jóvenes (aspecto asociado con la descapitalización


simbólica), enmudecen a los narradores y reducen la posibilidad de resignificar el
presente y potenciar el futuro.

La segunda consideración que conviene ser analizada tiene que ver con las relaciones
diversas que se tejen entre rememoración, narración y testimonio en la construcción
de la memoria. Para Elizabeth Jelin (2006), la memoria es un proceso que no puede
escindirse de la construcción del tiempo social, perspectiva que alude a la tesis de Le
Goff (1991, citado por Jelin, 2006) sobre la historia, el tiempo y sus formas de cons-
trucción en las sociedades occidentales. Se trata de la demarcación de una suerte
de discontinuidades en el tiempo, las cuales han permitido marcar, después del siglo
XVIII, distinciones más elaboradas entre el pasado, el presente y el futuro. En térmi-
nos de Koselleck (1993), dichos tiempos discontinuos hacen parte, de todos modos,
de un mismo proceso: la historia33.

Estos elementos sugeridos por Jelin muestran que la memoria, más allá de su carác-
ter “verdadero”, es una forma de distinguir y vincular el pasado con el presente y el
futuro. La rememoración es un acto del presente que incorpora narración, agentes so-
ciales e interpretaciones de lo ocurrido. Por esto, insiste Jelin, la memoria es una re-
lación intersubjetiva, elaborada en comunicación con otros y en cierto contexto social
(2006, p. 18), dando lugar a experiencias tensionales y no siempre armónicas, cuya
pluralidad de memorias puede convertirse en un campo de disputas por el sentido. Lo
importante de este acto de rememoración es que disponga de los sistemas materiales
y simbólicos necesarios para construir rutas hacia un futuro deseable. No obstante, es
necesaria una precaución: los usos de la memoria pueden orientar tanto la repetición
del pasado como la transformación del presente y la construcción colectiva del futuro.

Recordar el pasado puede dar lugar a dos lecturas. De una parte, puede conllevar al
reconocimiento de lo perdido, como aquello que fue y que remite a una extrema me-
lancolía. Y de otra, la propensión a una inevitable comparación entre las conquistas del
pasado y la crisis del presente. En medio de estos anudamientos de la rememoración,
es importante tener en cuenta que los jóvenes suelen remitirse al pasado y su capacidad
narrativa no se pone en duda. Sin embargo, pocas veces se enfrentan a la reflexión so-
bre los acontecimientos de su propia vida. Este fenómeno está relacionado con la desa-
propiación del yo, dado que su posicionamiento frente al despojo (económico, cultural y

33 Reinhart Koselleck (1923-2006) fue uno de los fundadores y principal teórico de la escuela alemana de historia de los
conceptos. Sin duda, ha sido una figura central en la tarea de recuperar la pluralidad de funciones asociada con los usos
públicos del lenguaje. Como es sabido, Koselleck renovó la historia intelectual, alejándola de los marcos rígidos de la
tradición conocida como historia de las ideas, a través de la formulación de una serie de herramientas conceptuales que
abrieron el horizonte de los acontecimientos al universo de las realidades simbólicas, situadas más allá de la dimensión
referencial y convencional del lenguaje. El estudio de los conceptos político-sociales es la base para comprender de otro
modo las realidades y los objetos culturales que en ellas se ubican.
Capítulo 3. Condición juvenil, descapitalización y memorias en la mutación del conflicto Colombiano
313

simbólico) del que han sido objeto como consecuencia de la desafiliación propiciada por
la sociedad y el Estado, los deja atrapados en un eterno presente.

La desapropiación del yo es un fenómeno en el que el desajuste estructural de la


sociedad y las relaciones de poder que le son constitutivas se desplazan al propio
sujeto. De este modo, el joven se convierte en el responsable de su propia condena y
el administrador de la fatalidad de su existencia. Los relatos de su pasado, en clave de
riesgos y circunstancias extremas, son instalados en una alegoría a la muerte súbita,
a la violencia y al escepticismo sobre el futuro. Lo corrobora Valenzuela al explorar las
condiciones de vida de los jóvenes de Tijuana: “(…) viven en un presentismo intenso,
pues el futuro es un referente opaco que solapa la ausencia de opciones frente a sus
problemas fundamentales. Para muchos sus proyectos de vida quedaron olvidados,
les expropiaron la esperanza. Las marcas ya están inscritas en sus vidas, en sus rit-
mos de envejecimiento, en sus expectativas, en sus escenarios disponibles: para ellos
el futuro es ahora… el futuro ya fue…” (2009. p. 21).

La rememoración también remite a la narración y al narrador. Atendiendo al impor-


tante debate planteado por Paul Ricoeur (2008) en su obra La memoria, la historia, el
olvido, cuyo dilema estriba en los problemas asociados con los componentes fenome-
nológicos y sociológicos de la memoria, expresados en la tensión memoria individual-
memoria colectiva,se puede señalar que existe un plano intermedio de referencia en
el que circulan los intercambios entre la memoria viva de los individuos y la memoria
pública de las comunidades (2008, p. 171). Se trata de los allegados, sujetos con quie-
nes el narrador crea filiaciones, generalmente situadas en una gama de variación de
las distancias en la relación entre el sí y los otros. De este modo, la acción de narrar,
comprendida como la condición de posibilidad para otorgar sentido a los aconteci-
mientos y valerse de estos para producir experiencia –en el sentido benjaminiano-,
requiere de los allegados para que la mediación funcione, en este caso, a través de
tres instancias: el sí mismo, el próximo (allegado) y los otros.

En términos de los mundos de vida juveniles de aquellos que han sido desafiliados y
descapitalizados, a propósito de su incorporación en la guerra y su exclusión de las
esferas del trabajo digno y de una educación liberadora, la narración y el vínculo entre
el narrador y el allegado son aportes fundamentales para la recapitalización simbóli-
ca. La invitación de Ricoeur es valiosa, en la medida que asume la memoria individual
y colectiva como oportunidad para promover experiencias de rememoración cargadas
de sentido para la acción. Sin embargo, se requiere de los allegados, esto es, media-
dores que enlacen su yo con los otros. Al parecer, no se trata de los operadores que,
en la actualidad, les intervienen para modificar sus conductas. La mediación supone
situar su experiencia y su voz narrativa como espacio para la construcción de la iden-
tidad y de la acción social, a través de proyectos que les permitan construir mundos
de vida posibles, apoyados en sus experiencias de pasado.
PARTE IV - LA COTIDIANIDAD DE LA MEMORIA: EXPERIENCIAS DESDE LAS ORGANIZACIONES SOCIALES
314

La memoria puede configurar una base común de orden político y epistémico para que
los jóvenes logren afiliarse a los marcos temporales de su propia existencia individual
y colectiva. Esta experiencia no suplirá las desafiliaciones y descapitalizaciones de
las que han sido objeto, pero sí puede proporcionar criterios conducentes a entender
la vida de otro modo y a situar el lugar del yo en el escenario de lo público. La reme-
moración como mediación para colocar en escena al yo narrador, además de activar al
sujeto, lo puede potenciar para que sea el administrador de su presente y el artífice
de su futuro. Comprender el mundo en clave histórica y social, ubicando su lugar en
esta dinámica temporal, favorecerá su recapitalización simbólica, comprendida como
el posicionamiento del sujeto en tanto constructor de la historia, quien emplea los
recursos necesarios para articular experiencias de pasado, necesidades de presente
y opciones de futuro (Zemelman, 2007).

Este puede ser un modo de emprender las luchas por la afiliación económica y cultu-
ral de los jóvenes en la actualidad. No obstante, se requiere de los allegados de los
que habla Ricoeur (2008). Allegados que, en el contexto del conflicto colombiano, se
conviertan en mediadores y no en agentes que intervienen a los anormales, tal como
suele ocurrir cuando se implementan programas y campañas institucionales. La me-
diación implica la presencia de sujetos colectivos que fomenten experiencias, en este
caso, orientadas hacia la rememoración. El yo narrador y el testimonio de lo vivido,
como reflexión y mecanismo para orientar la vida, se convierten en los potenciadores
principales de la transformación. El caudal de muertes originadas por el conflicto in-
terno colombiano, tanto en los campos de batalla como en las calles azarosas de las
ciudades, deben ser objeto de reflexión y de homenaje para sus familiares. Sin embar-
go, la memoria y la rememoración deben contribuir a que los jóvenes no sigan siendo
más los condenados a la muerte en vida, sino los que viven reinventando el futuro.

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Capítulo 4

DERECHOS DE LA INFANCIA:
DEL DISCURSO POLÍTICO A
LA REPRESENTACIÓN Y A LA CONSTRUCCIÓN
DE LA MEMORIA DE LOS DERECHOS
DE NIÑOS Y NIÑAS EN SITUACIÓN
DE VULNERABILIDAD
Ibon Oviedo Poveda
Licenciada en Ciencias Sociales, candidata a Magister en Investigación Social Interdisciplinaria de la Universidad
Distrital Francisco José de Caldas–Bogotá. Ha participado en diversos encuentros internacionales sobre infancia, de-
rechos y educación. Actualmente coordina proyectos educativos desde la Fundación Escuela Viajera para niños y niñas
campesinos, en situación de desplazamiento e infancias de los sectores populares y participa de la Red Colombiana
de Actoría Social Juvenil y de la Infancia1. http://elasjcolombia.blogspot.com

Sobre la intencionalidad de la quiere tomar la palabra


El presente documento pretende unificar dos apuestas que hoy cobran una urgente
simbiosis, por un lado presentar los aportes tanto de la acción concreta de la trans-
formación del contexto hacía la construcción de la paz, desde la experiencia de la
“Red Nacional de Actoría Social juvenil y de la infancia” y articular una reflexión que
profundice “otras miradas”, “otras voces” de la realidad desde el ámbito académico
particularmente de la situación actual de los derechos en territorios de alta vulnerabi-
lidad para los niños y niñas de los sectores populares.

Los planteamientos están cargados de la mirada de la que acompaña, de la que ha ca-


minado los últimos 15 años con diversas infancias en los sectores populares urbanos

1 Ha publicado parte de sus investigaciones en los libros: Ruffato, M. (2006).Il Lavoro dei Bambini. Italia; Edizioni Nuova
Dimensione; Giampietro, P. (2008). Trabajo. Italia: Damiani Editori, y en la Revista Iberoamericana de Niñez y Juventud en
lucha por sus derechos (2011).
PARTE IV - LA COTIDIANIDAD DE LA MEMORIA: EXPERIENCIAS DESDE LAS ORGANIZACIONES SOCIALES
318

y rurales, mirada que bien puede estar nutrida de reflexiones que desde los movimien-
tos sociales han inspirado no solo al agenciamiento de apuestas concretas a través
de la acción colectiva sino también de una nueva emergencia de conceptos, unos más
correspondientes a los procesos histórico-culturales de Latinoamérica, conceptos que
permitirán permear las facultades del conocimiento social desde los aportes de las
epistemologías del Sur.

En este mismo sentido cobra importancia, una mirada que se nutre de los avances
de la investigación interdisciplinaria que adelanto desde hace dos años, una mirada
donde las categorías de análisis permiten un diálogo más pertinente entre las disci-
plinas que las gobiernan como la sociología, la lingüística y la política. Tal vez dichas
aperturas, a pesar de las mismas disciplinas permiten un desarrollo de una “otra”
investigación, de un “otro” conocimiento, uno que guarda el lugar que le corresponde,
que valoriza y da vida a los discursos, las experiencias, las re-existencias que se pro-
ducen en la realidad de las comunidades que habitan territorios de conflicto con los
derechos de los niños y niñas.

La presente exposición solo presentará un avance de la investigación al respecto de


los discursos que en este momento coyuntural se presentan alrededor del tema de la
infancia víctima del conflicto visto desde la política pública específicamente a través
de la ley 1448 de 2011 (Ley de Victimas) contrastado con los discursos de niños y
niñas que se encuentran en situación de desplazamiento del territorio de Soacha.

I. El contexto del discurso de los derechos de la infancia


Los derechos de la infancia surge como discurso formal en la historia reciente de
Colombia en 1948 cuando el gobierno colombiano se acoge a un proceso de reflexión
occidental a propósito de la devastación que deja en todos los sentidos la II guerra
mundial y que da como resultado la firma de la declaración de los derechos humanos
con un apartado específico para la Niñez.

A partir de allí se integrarán programas y proyectos de ley encaminados al desarrollo


y la protección de los menores de edad; en consecuencia con este proceso el gobierno
de César Augusto Gaviria Trujillo ratificará la Convención de los derechos de los niños
en el año de 1991.En 1989, el presidente Virgilio Barco Vargas expide el código del
menor y otras disposiciones relacionadas con la infancia, como la creación de comisa-
rías de familia, obligación alimentaria de los padres y procedimientos para defensores
de familia en virtud de la Ley de Facultades Extraordinarias al Presidente de 1988.

El 6 noviembre de 2006 el Código del menor fue sometido a consideraciones que refor-
maron entre otras la legislación de la responsabilidad penal para el adolescente. Los
defensores y proponentes de la Nueva Ley de Infancia -1098 de 2006 justificaron su
Capítulo 4. Derechos de la infancia
319

reforma en la necesaria actualización y concordancia legal con la constitución política


de 1991, integrando elementos desde el enfoque de derechos y garantías sociales de
corresponsabilidad entre la familia, la sociedad y el Estado. En este breve recorrido
histórico social del discurso político de los derechos de la infancia en Colombia, el
pasado 10 de Junio tuvo lugar la aprobación de la Ley de Víctimas - 1448 de 2011.
En ella se contempla en el capítulo VII los elementos legislativos que promoverán la
protección integral a los niños, niñas y adolescentes víctimas del conflicto armado a
partir del 1 enero de 1985.

El Estado colombiano ha firmado, ratificado y participado en la mayor parte de los de-


bates relacionados a la temática de infancia y derechos desde mediados del siglo XX
hasta el momento actual. En síntesis, cuenta con un aparato consistente constitucio-
nalmente donde se contemplan los recursos jurídicos y legales conforme a un Estado
moderno, sin embargo ese discurso promovido a nivel de política pública por el Estado
y diversas organizaciones de la sociedad civil se relativizan cuando la crisis de los
derechos de la infancia se sustenta en la polarización de la pobreza, particularmente
de los sectores populares rurales, en un conflicto armado de más de 50 años que ha
impactado directamente las infancias más vulnerables de la sociedad. Fenómeno que
ha generado la pérdida de credibilidad en las instituciones, particularmente cuando
los escenarios de impunidad y la crisis de la justicia deben ser reemplazados por “un
país que sienta confianza en la justicia por sus resultados, como camino de la verdad
y reparación requeridas por las víctimas para llegar al perdón y la reconciliación”2.

II. La construcción de la memoria colectiva desde el aporte


de la representación social de los derechos de la infancia

En Colombia la cohesión social de la memoria de los derechos de la infancia esta


construyéndose a partir de dispositivos que son superados por una realidad que con-
siderablemente se distancia del discurso de la política pública. Dispositivos que pro-
mueven otra clase de agenciamientos y consensos alrededor de quien puede llegar
a vivenciarlos según lo establecido por la Ley o según lo establecido por las diversas
dinámicas de la realidad que limitan el acceso y ejercicio de los derechos.

En este sentido, la investigación retoma de la memoria colectiva la recuperación del


sujeto en la construcción de la historia donde se filtran las subjetividades en medio
de una hegemonía simbólica elaborada por la cultura oficial. Retoma una perspectiva
teórica socio-antropológica que visibiliza el modus operandi de la vida social cotidia-

2 Análisis de Cristian Correa, ICTJ. Centro Internacional para la Justicia Transicional. Coloquio Internacional “Representar y
Recordar el Daño”. Universidad del Rosario, 8 y 9 de Septiembre de 2011.
PARTE IV - LA COTIDIANIDAD DE LA MEMORIA: EXPERIENCIAS DESDE LAS ORGANIZACIONES SOCIALES
320

na en la cual suceden los entramados de una memoria “clandestina” oculta por la


historia (Halbwachs, 2004). Es por ello que el grupo de niños y niñas de la zona rural
de Soacha que ha participado de la investigación no solo ha puesto de manifiesto las
experiencias de los derechos a través de sus prácticas, cotidianidades, discursos, sino
que ha permitido observar algunas apuestas alternativas acerca del cómo agenciar el
derecho a la construcción de la memoria y de paz, a partir de su participación en un
dispositivo de la sociedad civil como la Red colombiana de Actoría social juvenil y de
la infancia. En este mismo sentido, la memoria es una corriente de pensamiento que
exige una continuidad, ya que el pasado sólo retiene lo que aún queda vivo de él o
es capaz de vivir en la conciencia del grupo que la mantiene (Oviedo, 2009), por ello
se retoma un componente de la experiencia local distinguiéndose del meta-relato
nacional, el cual permite un análisis acerca del cómo los derechos de la infancia en
este territorio (Soacha rural) revelan un texto en un contexto específico, los cuales
permiten observar una corresponsabilidad de sus representaciones sociales del dere-
cho de acuerdo a esa realidad.

III. Contexto de los derechos de la infancia


En Colombia el contexto para el desarrollo de los derechos de la infancia es preocu-
pante, “la tasa bruta de natalidad es de 19.86 por mil (aproximadamente dos naci-
mientos por minuto) y una tasa bruta de mortalidad de 5.81 por mil (aproximadamente
una defunción por cada dos minutos)”3. Las condiciones económicas del país impac-
tan de manera directa a la infancia colombiana puesto que el sector de los trabaja-
dores adultos ha venido en detrimento desde la imposición de políticas neoliberales
como la flexibilización del trabajo, en la que fundamentalmente se reducen los costos
laborales, una apertura económica que beneficia el exportador y unos niveles de im-
portación que no compiten con la capacidad industrial de los países del norte.

Estas políticas económicas que se han implementado a partir de los años ochenta no
solo han polarizado la brecha entre la riqueza y la pobreza, esta última afincada en las
clases populares tanto del campo como de la ciudad. Además han desestructurado las
entidades del Estado que procuraban un re-establecimiento de los derechos a través
de su accionar con la venta al sector privado de empresas proveedoras de servicios
públicos. A estas causas de la crisis económica debe adicionarse el aumento de la
deuda externa y la reducción de la inversión pública (Ahumada, 2000 citado por Pardo,
2007).

3 Datos del Departamento Administrativo Nacional de Estadística (DANE). (En línea). Disponible en: http://www.dane.gov.
co/files/BoletinProyecciones.pdf Consulta realizada el 28 de noviembre de 2010.
Capítulo 4. Derechos de la infancia
321

IV. Dispositivos en las Representaciones sociales


de los derechos de la infancia
Un derecho para mí, es por lo menos uno poder tener el poder, poder hacer esa cosa sin
que nadie lo mande a uno, sin que nadie le diga que no…. es como el derecho para los des-
plazados, derecho a tener su casa propia, a no ser desplazado de lugares a otros.
Testimonio de Ignacia, 14 años, como respuesta a la pregunta ¿Qué es un derecho?
Entrevista realizada el 29 de enero de 2011.

El conflicto armado que vive el país no solamente vulnera los derechos de la infancia
sino que los vincula directamente a la construcción de representaciones en donde el
relativismo generalizado de los derechos se encuentra enraizado en la impunidad, en
la crisis de la justicia pasando así a avalar el conflicto en la cotidianidad a través de
un silencio y una indiferencia que abocan más al sentido de sobrevivencia que al sen-
tido de la indignación. En este sentido, debe ser una preocupación para la sociedad
colombiana que una infancia que no ha experimentado plena y vivencialmente sus
derechos en un contexto de paz, verdad, justicia y reparación niegue para sí y para su
colectivo un futuro basado en el perdón y el olvido. Pues como bien lo expuso Gloria
Elcy Ramírez, víctima del conflicto armado en Granada –Antioquia “el perdón sin jus-
ticia es impunidad”4. Sin embargo, los estudios alrededor de cómo se enraízan dichas
formas de asimilación del conflicto y de la vulnerabilidad de los derechos deben servir
como fuente para desarrollar alternativas en todos los ámbitos y enfrentar así las di-
námicas de la guerra. En este sentido, la reciente Ley de Víctimas puede ser la puerta
de acceso para que millones de niños y niñas víctimas del reclutamiento forzado, así
como del desplazamiento puedan llegar al ejercicio y reparación de sus derechos;
edificando lentamente un contexto nacional en donde sus más jóvenes generaciones
puedan llegar a tener confianza en la cercana construcción de paz para Colombia.

Si bien los niños y niñas que se han desarrollado en este tipo de contextos a través
de la aceptación de dispositivos impuestos por la violencia y la pobreza, han creado
así mismo, dispositivos que agencian los sujetos en compañía de organizaciones de la
sociedad civil como asociaciones, redes comunitarias, movimientos sociales y ONGs,
a modo de alternativas para contrarrestar los efectos negativos en la identidad, el
acceso y el ejercicio de sus derechos impuestos por el conflicto.

Un ejemplo es la Red Colombiana de Actoría Social Juvenil y de la Infancia, la cual surge


como una propuesta de articulación y resistencia cultural porque en ella se tejen los
sueños y apuestas de ideales para construir un país donde las oportunidades para los jó-
venes y los niños sean reales… es una Red Nacional de iniciativas sociales de jóvenes,

4 Testimonio en el marco del Coloquio Internacional “Representaciones y Rememoraciones del daño en Colombia”. Univer-
sidad del Rosario, 8 y 9 de Septiembre de 2011.
PARTE IV - LA COTIDIANIDAD DE LA MEMORIA: EXPERIENCIAS DESDE LAS ORGANIZACIONES SOCIALES
322

adolescentes y niños organizados desde abajo que busca incidir en la política pública en
cada una de sus localidades (Cauca, Montes de María, Huila, Boyacá y Cundinamarca).
La Red está vinculada a la Escuela Latinoamericana de Actoría social Juvenil (ELASJ)
presente con procesos nacionales en 6 países del continente (Morsolin, 2011). La Red se
encuentra presente en Soacha a través de la organización comunitaria Escuela Viajera.

Dispositivos como el uso para la comunicación comunitaria, los bancos de semillas,


las huertas comunitarias, los encuentros regionales y nacionales de actoría social, el
trueque de productos y de saberes con jóvenes, niños y niñas de los sectores popu-
lares urbanos, campesinos e indígenas han permitido emergencias y agenciamientos
del concepto de derecho. Así mismo es evidente que persisten elementos de repre-
sentación que unifican el concepto de derechos de la infancia a partir de dispositivos
como la familia, la escuela, los medios de comunicación, las organizaciones de la
sociedad civil e incluso de los que lo limitan y vulneran.

En este sentido el núcleo central de los derechos de la infancia de los niños y niñas
en situación de vulnerabilidad de la zona rural de Soacha representan al PODER como
una necesidad de la dimensión política del sujeto para llegar a desarrollar en un pri-
mer orden un “poder ser” referido al desarrollo de su dimensión cultural y espiritual
contenida en la identidad, un “poder hacer”, referido a un ejercicio positivo de los de-
rechos relacionados a su dimensión física, cognitiva, lúdica y afectiva principalmente
y en un tercer lugar la representación gira en torno a un“poder tener” referido a un
problema de la dimensión productiva, ligado a sus posibilidades económicas.

En resumen podemos observar que la infancia de este territorio otorga un sentido


político al concepto de “derecho” como consenso de la muestra recogida, así como,
los principales disensos con esta representación demuestran fundamentalmente la
cercanía o la distancia de dispositivos que influencian quienes han podido desarrollar
o no libremente su identidad, quienes han podido o no ejercer libremente sus dere-
chos y quienes han podido o no tener el acceso a sus derechos sin ser diferenciados
por su capacidad económica.

V. Infancia en situación de desplazamiento,


víctimas del conflicto, la pobreza y la estigmatización
Ricardo Semillas II
Cuando nos vinimos a Villanueva yo tenía 11 años y aquí cumplí los 12…Nos vinimos para
trabajar….Nos vinimos por acá porque la guerrilla llegó y por eso nos escapamos. Tenía
miedo que nos reclutaran a la guerrilla.
Se han llevado 10 niños entre 10 y 12 años y eran mis compañeros de salón. Aquí es muy
diferente porque es frío y allá es caliente.
Ejercicio de escritura para contar la Vida 2010.
Capítulo 4. Derechos de la infancia
323

En el anterior discurso se observa la necesidad de “poder ser”, ser niño y no correr el


riesgo de ser reclutado por un grupo armado, en este discurso por -la guerrilla-, así
mismo “poder ser” campesino y no ser desplazado por el conflicto genera una tensión
de los derechos ligado a quién tiene la tierra. Sin embargo, la ley de Víctimas que
contempla el capítulo III acerca de la restitución de tierras, permitirá a miles de niños
y jóvenes regresar a sus lugares de origen con sus familias, un paso fundamental
para la restitución de los derechos de las víctimas del desplazamiento. No obstante,
es posible que la ley tenga que implementar estrategias de protección a las víctimas
en territorios donde todavía el conflicto está vigente para poder hacer efectiva la
restitución del derecho al retorno y a la devolución de sus tierras.

Así mismo y de manera menos evidente el poder ser niño y trabajador genera un con-
flicto directo con la visibilización que recibe de la sociedad, en particular de aquella
que vive en la zona urbana, esto se debe a que en trabajos investigativos se liga el
trabajo infantil a la deserción escolar .Según datos de UNICEF y la Defensoría del
Pueblo, aproximadamente el 85 por ciento de los niños y niñas de la población en
desplazamiento no asisten a la escuela….Los altos índices de deserción anual – que
alcanza hasta el 30 por ciento en la zona rural y entre el 10 y el 15 por ciento en la
urbana- hacen pensar que la mejora en matriculación se ve desbordada muy pronto
por la deserción (Gómez, 2006).

Sin embargo otras posiciones han apuntado a que las razones fundamentales de de-
serción tienen que ver con el temor de identificarse como desplazado por posibles
estigmatizaciones sociales a través de supuestos roles en la guerra. En este sentido,
el conflicto se vive de manera similar en los nuevos territorios (barrios o veredas).
Así mismo, la dificultad de registrar la matricula escolar de forma completa es un
obstáculo para ejercer el derecho a la educación, pues en la mayoría de los casos los
documentos fueron dejados en su lugar de origen y regresar o preguntar por ellos es
delatar su actual ubicación.

A pesar de la gratuidad de este derecho, los costos para acceder al proceso educa-
tivo son altos, teniendo en cuenta que los padres (cuando los hay) no cuentan con
referencias o documentos que los acrediten de manera formal para buscar trabajos
que les permitan si quiera los gastos de transporte o de útiles escolares. En este
orden de ideas los niños y niñas, al igual que el resto de su núcleo familiar, se dedi-
can a sobrevivir a través de trabajos informales como la labranza en el campo y el
reciclaje nocturno en las zonas urbanas, pues en el día los convenios internacionales
No 182 de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) sobre las peores formas del
trabajo infantil y el No 138 sobre la edad mínima hacen que su otra identidad como
niños trabajadores (doblemente autonegada) quede sometida al cumplimiento de la
ley por parte de la policía de menores o el inspector de familia que los encuentre en
la acción.
PARTE IV - LA COTIDIANIDAD DE LA MEMORIA: EXPERIENCIAS DESDE LAS ORGANIZACIONES SOCIALES
324

En el caso de extrema necesidad la mendicidad es un recurso y cuando las alterna-


tivas de sobrevivencia en determinado contexto se cierran, el éxodo aparece como
alternativa a las deudas, los problemas y la dura carga de la pobreza; así comienza
otra vez la interminable búsqueda de otros barrios, otras veredas que les permita,
ahora sí, una oportunidad para rehacer la vida5.

VI. El daño y el derecho a la verdad, justicia y reparación


– este es el carro de los malos
– ¿quiénes son los malos ahí?
– los de negro, este, este, este y este (señala 4 figuras pintadas de negro)
– ¿los de negro?... ¿quiénes son los de negro? ¿Cómo se llaman?
– los encapotados, este, este, este y este….y aquí es la policía y aquí está la bomba para
reventar a los que hacen de los malos…
– ¿los encapuchados?
– Si eso!.
– ¿eso en dónde pasó?
– en Soacha
Entrevista a Tom Sawer. 9 años. Soacha. 2009

En Soacha se registran las más altas tasas de criminalidad del Departamento de Cun-
dinamarca. Aunque no hay estadísticas confiables en la materia, basta mencionar que
en un solo fin de semana del mes de agosto del 2010 fueron asesinados 17 jóvenes.
La Defensoría del Pueblo ha expresado de manera continúa–a través del SAT- el in-
forme de riesgo 012 en mayo de 2007, y la nota de seguimiento 048 del 03 de Diciem-
bre de 2007 en los que advierte del factible riesgo de reclutamiento y la utilización
ilícita de niños, niñas y adolescentes por parte grupos armados al margen de la ley
(guerrilla, grupos de autodefensa no desmovilizados y BACRIM). Así mismo se debe
recordar que dos de los casos registrados y comprobados como “falsos positivos”
fueron cometidos en la humanidad de Jaime Estiven Valencia Sanabria de 16 años y
Jonathan Orlando Soto de 17 años. El panorama de los derechos de la infancia en este
territorio es de los más crónicos y preocupante, pues el DANE sostiene además que
en el perímetro urbano del municipio hay asentados 17 mil desplazados, sin embargo,
funcionarios de la misma administración municipal creen que superan los 100 mil.

VII. Yo no sé por qué….


– Él estaba amenazándonos y yo no sé porque nos estaba amenazando.
– ¿Cómo se vestía esta gente?
– se vestía toda de negro

5 Diarios de Campo personales. Experiencias educativas con desplazados en Patio Bonito, Corabastos, El Amparo, Bosa y
Soacha. 1997-2010.
Capítulo 4. Derechos de la infancia
325

– ¿Y eso hace cuánto fue?


– El año pasado (baja el tono de voz y explica)
….y yo me puse a llorar cuando me pusieron el arma aquí (señala la cien de la cabeza con
la mano derecha)
Entrevista a Violeta de los Vientos. 11 años. Soacha. 2009.

Para la ley 1448 de 2011, los niños y niñas en situación de desplazamiento pueden
estar amparados bajo el artículo 3 a propósito de la definición de Victimas como
“aquellas personas que hayan sufrido un daño al prevenir la victimización”, así mismo
la Ley contempla en el artículo 181 “el goce de todos los derechos civiles, políticos,
sociales, económicos, culturales con el carácter preferente y adicionalmente tendrán
derecho a la verdad, justicia y reparación integral”.

En este sentido, se celebra positivamente la Ley y se confirma como una apertura para
la restitución y restablecimiento de los derechos. Sin embargo, la mirada crítica y ne-
cesaria en un Estado democrático, de algunas organizaciones de víctimas al respecto
de los límites que la Ley puede tener referida a su finalidad y aplicación, han generado
cuestionamientos importantes, como por ejemplo: ¿Qué verdad, justicia y reparación
permitirá un conflicto latente y vigente?, ¿Qué reparación puede ofrecer la actual ley
de Víctimas al daño causado a las víctimas por agentes del Estado, si de antemano
en el artículo 9 de la misma declara que “el hecho de que el Estado reconozca la
calidad de víctima…no podrá ser tenido en cuenta por ninguna autoridad judicial
o disciplinaria como prueba de la responsabilidad del Estado o de sus agentes”? en
ese sentido ¿Quiénes son considerados víctimas?6. Dichos cuestionamientos pueden
ser pertinentes para reflexionar a profundidad un estudio de los límites de la Ley al
respecto del capítulo VII, segmento especial a propósito de la protección integral a los
niños, niñas y adolescentes víctimas.

VIII. Re significar la vida, la existencia no como víctima


sino como actor social
Ricardo Semillas I
Mi nombre es Ricardo Semillas,
Tengo 12 años, tengo dos hermanas y un hermano, Luis, Fernanda, María.
Mis padres son Yadira y Zamir. Yo nací en Melgar. Viví un año allí y me crié en los llanos.
Lo que más me gusta del campo es la vegetación y los animales.
En los llanos es caliente y hay tigres. Recuerdo que en donde vivíamos había un tigre, se nos
comían los marranos.

6 Preguntas que se presentaron en las ponencias de Ana Deida Secue Rivera, Representante de la Asociación de Cabildos
Indígenas del Norte del Cauca, ACIN. Gloria Elcy Ramírez, Salón del Nunca más, Granada –Antioquia, Martha Ruíz, perio-
dista. Coloquio Internacional “Representar y recordar el Daño”. Universidad del Rosario, 8 y 9 de Septiembre de 2011.
PARTE IV - LA COTIDIANIDAD DE LA MEMORIA: EXPERIENCIAS DESDE LAS ORGANIZACIONES SOCIALES
326

Me acuerdo también que una vez mi papá y mi tío mataron a una anaconda larga como este
salón. Lo bonito del Llano es que todo es plano. A los 5 años llegue a Bateas y dure dos años
en Bateas y después me fui para Silvania, duré 4 años y después nos vinimos a Villanueva.
Las semillas que me gustan más son el frijol, el maíz, la arveja.
Ejercicio de escritura para contar la Vida. 2010

Los niños y niñas que participan en esta investigación son víctimas del conflicto y del
desplazamiento, pero no por esta situación dejan de reconocer en diversos grados sus
exigencias y necesidades ante el discurso político. La mayor parte puede agenciar de
manera creativa algunos elementos del daño alrededor de la expresión comunicativa
y artística, así como de actos simbólicos como rituales que surgen de orientaciones
tanto de las raíces ancestrales latinoamericanas como de aprendizajes psicológicos
occidentales y que gracias al intercambio de saberes con otras comunidades y ex-
periencias de la Red Colombiana de Actoría Social Juvenil y de la Infancia, logran
re-construir parte de sus identidades en nuevos territorios, re-significando consigo
eventos de la cotidianidad más esperanzadores. En este sentido los niños, niñas y
jóvenes de las comunidades campesinas e indígenas están aportando “otras” formas
de entender simbólicamente el daño, la memoria, la armonía y un proyecto de nación
a través de nuevos dispositivos como el Encuentro y la palabra.

Así mismo, parte de los niños y niñas habitantes de estos territorios, retornan y ape-
lan a sus conocimientos campesinos e indígenas potenciados también desde nuevos
enfoques latinoamericanos como el paradigma del Sumak Kawsay o buen vivir pro-
movidos por organizaciones de la sociedad civil que se mantienen en estos territo-
rios, logrando generar “otros” procesos que dialogan en parte con la propuesta de la
política pública asumiendo “otra” forma de enfrentar la actual crisis de los derechos
de la infancia y la propuesta del Desarrollo Humano Integral en contextos de alta
vulnerabilidad. Es decir, dichos procesos de recuperación identitaria y alternativas en
los discursos para entender “otras” ciudadanías y formas de emancipación infantil
que seguramente estarán en el campo de la sociología de las ausencias propuesta
por Boaventura de Souza (2008). Esta población puede estar configurando agencia-
mientos en donde la víctima pasiva del conflicto, la pobreza, la estigmatización social
y la estructura de la impunidad pueden llegar a ser un actor social que construye con
otros, independientemente de su edad o rol socialmente designado.

Es así como estas infancias logran jugar con las identidades que les endilgan o procla-
man para sí y como lo señala Manfred Liebel (2000) se configuran en los mejores “ma-
labaristas del siglo XXI”pues de manera estratégica logran sobrevivir entre las leyes
que les posibilita o les limita (trabajo infantil), son capaces de enfrentar una sociedad
fragmentada que en pocas ocasiones les reconoce como pares en la construcción de
nación, así como de reconocerles las capacidades a su medida como actores sociales,
con habilidades y saberes que bien desarrollados a través de procesos pedagógicos
adecuados pueden potenciar su participación y acción como uno más en el colectivo
social al que pertenecen.
Capítulo 4. Derechos de la infancia
327

Bibliografía

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Lima: Universidad San Marcos.
Capítulo 5

LA MEMORIA Y SU POTENCIAL EDUCATIVO


EN LOS PROCESOS DE REINTEGRACIÓN
A LA VIDA CIVIL1
Luz Marina Lara Salcedo
Estudiante de IX semestre del Doctorado Interinstitucional en Educación de la Universidad Pedagógica Nacional.
Énfasis: Educación, Cultura y Desarrollo; Grupo de Investigación: Sujetos y Nuevas Narrativas; Línea de Investigación:
Sujeto, Cultura y Dinámica Social.

Introducción
Este artículo aborda como temática central la memoria y las dimensiones sobre las
cuales recae su potencial educativo, para ser abordada con los jóvenes desmoviliza-
dos en su proceso de incorporación a la vida civil, con miras a aportar en la construc-
ción de condiciones de justicia y de dignidad, que les permitan sentir que su vida es
una vida digna de ser vivida.

Los interrogantes que sobre la memoria me rondan, se traducen en las siguientes


preguntas: ¿en qué radica su potencial ético? ¿Cuál es su dimensión política? ¿Cuál
su dimensión comunicativa?¿Qué implica pensar desde la memoria, en una justicia
anamnética? ¿Cómo pensar la reintegración de los jóvenes, desde un ámbito edu-
cativo que los re-conozca y que incluya la memoria? Con las respuestas a estos in-
terrogantes pretendo demostrar mi tesis: en los trabajos de la memoria, radica un
potencial educativo de gran valía para los procesos de reintegración.

De esta manera, he organizado el escrito en dos partes organizadas así: en la primera


parte realizo una aproximación conceptual sobre la memoria y sus dimensiones, las

1 Este artículo se deriva de la investigación doctoral en curso “Configuración de las subjetividades de los jóvenes desmovi-
lizados en tránsito a la vida civil”.
Capítulo 5. La memoria y su potencial educativo en los procesos de reintegración a la vida civil
329

que por diferentes caminos convergen en la justicia. En la segunda parte, doy una
mirada a la incorporación a la vida civil de los jóvenes desmovilizados desde el ámbito
educativo, a la luz de la alteridad y los trabajos de la memoria.

I. Una aproximación a las dimensiones de la memoria:


reflexión conceptual

Iniciemos esta reflexión partiendo por considerar a la memoria como un proceso so-
cial y colectivo, relacionado con recuerdos y olvidos de experiencias pasadas, que
evocamos en el presente, resignificándolas y otorgándoles nuevos sentidos. Pregun-
tar por la memoria no es solo preguntarnos por el pasado, es también preguntarnos
cómo se vivieron esas experiencias y los sentimientos que las atravesaron, experien-
cias que muchas veces significaron una ruptura en la subjetividad y al rememorarlas,
los sujetos pueden dar cuenta de sus sentimientos y de sus formas de interpretar lo
sucedido, actualizándolas en el presente.

Desde una mirada de la alteridad, la memoria es una instancia que nos remite al otro,
por lo tanto, decir memoria es convocar la intersubjetividad. Para Joan Carles Mélich
(2002), “la memoria es un movimiento temporal, hacia el pasado y hacia el futuro,
hacia mi pasado y mi futuro, y también hacia el pasado y el futuro de otro” (p. 91).

Al respecto, vale la pena resaltar que la memoria no es solo rememoración, no es solo


pasado, es también, presente y futuro. La memoria hace presente lo ausente pasado,
y desde una ética de la responsabilidad, nos demanda un compromiso irrestricto con
el Otro. Leonor Arfuch (2010), nos dice que la memoria es el presente del pasado y
su futuro anterior, es decir, lo que habría sido, que equivale a lo ausente del futuro.
A decir de esta autora, la memoria se deshace y reconstruye permanentemente en
el presente, esa es su cualidad significativa para darle sentido a las experiencias,
permitiéndonos instalarnos críticamente en el tiempo, para retornar al pasado con un
conjunto de “yoes” donde es pertinente preguntarse ¿Quién habla? ¿Para quién se ha-
bla? ¿Habla un sí mismo como otro? ¿Por qué ese pasado que insiste sin cristalizarse
en el presente, nos sale al paso?

Mélich en su obra “Filosofía de la finitud” (2002), nos muestra una concepción espe-
ranzadora a propósito de la memoria: “la memoria nos dice que no hay nada definitivo
en la vida humana, que las cosas no son como son, sino como las vemos y las inter-
pretamos, y sobre todo, que las cosas pueden ser de maneras diferentes” (Mélich,
2002, p. 97). Y precisamente, como no hay nada definitivo en la vida, a través de la
memoria encontramos esa posibilidad de ser diferentes, como también, el deseo de
un futuro mejor y más justo.
PARTE IV - LA COTIDIANIDAD DE LA MEMORIA: EXPERIENCIAS DESDE LAS ORGANIZACIONES SOCIALES
330

A la memoria se le reconocen muchas más cualidades; sin embargo, ella encierra un


potencial valioso relacionado con la ética, la política, la justicia y la narrativa, en los
cuales vale la pena detenernos, para pensar un trabajo que potencie el valor educati-
vo de la memoria, con los jóvenes desmovilizados en su incorporación a la vida civil.

La memoria como recurso ético

La relación entre sociedad, moral, conciencia colectiva y representación colectiva, en


relación con la memoria fue revisada, entre otros autores, por Maurice Halbwachs,
siendo su principal aporte la noción de memoria colectiva con todas sus implicacio-
nes. Para este autor, la memoria es una acción eminentemente colectiva y social, pri-
mero porque evocar recuerdos depende de la presencia de un grupo social; segundo,
porque los elementos que transitan en esa evocación, son por naturaleza sociales y
tercero, porque la evocación cumple una función de regulación social, al actualizarlos.

Y es justamente esa presencia de la sociedad en la memoria, lo que Halbwachs reto-


ma para sus nociones de marco colectivo y marco social de la memoria. “Estos marcos
no son el agregado de recuerdos individuales ni tampoco la adición de todos ellos,
sino que son los encuadres que un grupo social mantiene para reconstruir el pasado,
que están por encima de cualquier arbitrio individual…ellos no son otra cosa que el
rango de conciencia o el espectro de representaciones a través de las cuales un grupo
tramita sus recuerdos” (Citado por Serna, 2007, p. 101). En otras palabras, para nues-
tro autor lo susceptible de ser recordado, incluidos los sentimientos, está regulado
por las representaciones de sociedad que posee el sujeto o colectivo que recuerda.

En este contexto, donde se controvierte la pretensión individualista de la memoria,


afirmando su naturaleza social y enfatizando la pertinencia del lenguaje, Halbwachs
se dirige a establecer los cometidos de la memoria en el mundo social, manteniendo
y actualizando las representaciones del grupo social.

Por otro lado, nuestra memoria no se basa en la historia aprendida, sino en la his-
toria vivida; entonces hablar de memoria, también es reconocer su relación con las
experiencias tanto individual, como colectivas del sujeto, a través de las cuales se
desarrollan diferentes grados de conciencia que aportan a la construcción de la iden-
tidad, configurando así, el yo social en el escenario intersubjetivo de la realidad. Al
respecto, Darío Betancourt (2004), nos dice que la memoria individual, la colectiva y
la histórica se construyen a partir de dos tipos de experiencia: la experiencia vivida y
la experiencia percibida.

La experiencia vivida comprende los conocimientos históricos y culturales que los


sujetos y los grupos logran aprehender al vivir su vida, los cuales son la base de sus
reacciones mentales y emocionales frente al conocimiento. Por su parte, la expe-
Capítulo 5. La memoria y su potencial educativo en los procesos de reintegración a la vida civil
331

riencia percibida comprende aquellos elementos históricos, sociales y culturales que


tomamos del conocimiento históricamente producido y acumulado.

Esta relación establecida por Betancourt entre la experiencia y los tres tipos de me-
moria- la individual, la colectiva y la histórica- nos aporta elementos valiosos a la
hora de pensar los trabajos de la memoria con los jóvenes desmovilizados, pues nos
está indicando que en la memoria no solo intervienen el sujeto y su experiencia, sino
también, su subjetividad, sus grados de conciencia y los diferentes tipos de identidad
que se generan en el encuentro intersubjetivo.

Asimismo, como recurso moral, ético y político, la memoria tiene una doble función:
en primer lugar busca que la historia no se repita, y en segundo lugar, opera como un
acto de justicia que busca resarcir a las víctimas, para comprender el pasado de dolor
que se vivió y evitar que el orden social y político que lo generó, continúe. De ahí la
importancia de recuperar las memorias y evitar caer en el silencio y el olvido.

Es importante señalar que en su dimensión moral, la memoria se mueve en la tensión


entre la palabra y el silencio, sobre todo cuando se han puesto a prueba nuestras
categorías de pensamiento, juicio y reflexión moral, como también, las relacionadas
con la dignidad del hombre y que nos llevan a preguntamos por la humanidad del
hombre desde la inhumanidad, desde el poder humano aunque sea inmoral. En este
sentido, la experiencia de la inhumanidad se configura como punto de partida y como
bien lo dice Reyes Mate (2006), como una tarea infinita, “no solo porque el mal moral
es incesante, sino porque escapa a la palabra humana… la cultura anamnética tiene
que superar la palabra del testigo y reconocer que ésta desemboca en un silencio que
cuestiona incesantemente todas las respuestas y certezas” (p. 69).

El Imperativo Categórico de Adorno como referente ético de la memoria

Pensar en la ética es pensarla desde y con el individuo, desde sus experiencias coti-
dianas, sus experiencias límites, desde su dolor, pues la ética es una narración de la
historia de los seres humanos, una historia que comienza con la experiencia y conti-
núa con la experiencia, y nace allí en medio del dolor y del sufrimiento humano, más
no en la razón dogmática y afirmativa, sino en la razón negativa.

Frente al imperativo categórico de Theodor Adorno, que en pocas palabras reza “hay
que recordar para que la historia no se repita” o “el que olvida la historia está conde-
nado a repetirla”, Reyes Mate (2006) señala que no se trata de recordar a Auschwitz
para que la historia no se repita, sino que Adorno pone como condición, “reorientar
el pensamiento y la acción, de tal forma que el pasado no se repita” (p. 47), constitu-
yéndose en una invitación para crear una cultura de la memoria, teniendo en cuenta
que lo sucedido en Auschwitz como barbarie extrema y como responsabilidad moral,
PARTE IV - LA COTIDIANIDAD DE LA MEMORIA: EXPERIENCIAS DESDE LAS ORGANIZACIONES SOCIALES
332

sigue siendo un imperativo pendiente porque a duras penas se ha afectado la acción,


y mucho menos al pensamiento.

Al ser Auschwitz lo impensado, porque lo sucedido desbordó todas las previsiones, se


convierte en el punto de partida para pensar, traer a la memoria mediante el recuerdo,
lo que no pudo ser pensado, pero que sucedió. Entonces, pensar lo impensado es un
asunto de memoria, memoria como apertura de sentido que en palabras de Reyes
Mate: “no cesa de venir y de presentarse ante cada nueva generación de hombres…
y es aquí donde la memoria y el imperativo categórico adorniano se encuentran: la
nueva orientación del pensamiento y de la acción que reclama Adorno para evitar la
repetición del crimen, debe partir de Auschwitz, porque es lo que da qué pensar, al
haber sido lo impensado” (p. 55).

Ahora bien, reconocer lo olvidado como parte del presente, en este caso a las vícti-
mas, es reconocer la actualidad de las injusticias causadas, y son precisamente esas
injusticias, nuestra deuda y responsabilidad actual. Pero Adorno va más allá y nos
dice que la memoria es algo más que un deber moral, es un componente central del
conocimiento y la acción.

De acuerdo con Marta Tafalla (2003), el Imperativo Categórico de Kant se sostenía en


una constelación de conceptos, pero principalmente en los de razón, libertad, igual-
dad y progreso: “Menos de 200 años después, cuando Adorno pone por escrito en la
Dialéctica negativa su lectura de Kant, los objetos de antiguas creencias lo son de
decepciones” (p. 133), y denuncia a la razón como instrumento de dominio de la natu-
raleza, de unos individuos sobre otros, pasando a identificarla como la causa de casi
todos los males; sin embargo, señala que es posible salvar esa razón desde la finitud,
desde la contingencia, reconociendo una razón mimética y sensible a lo corporal, que
pueda dialogar con los sentimientos y deseos del hombre.

De esta manera, Adorno propone una razón negativa que se nutra de la experiencia
humana, en especial de las experiencias de injusticia que nos ha dejado el progreso y
la barbarie, pues sabemos más de la injusticia y del mal, que podemos construir una
filosofía a partir de ellos, para no repetir la historia.

Pero, ¿en qué consiste una respuesta ética a la realidad? Para responder a este in-
terrogante, Tafalla (2003) identifica tres conceptos fundamentales en la propuesta
ética de Adorno: “en primer lugar, la razón frente a la realidad ha de ser negativa, no
sólo en cuanto al rechazo y denuncia del sufrimiento, sino en cuanto a que podemos
construir conocimiento a partir de las experiencias negativas y de injusticia. Pero la
actitud requerida no es la mera crítica intelectual distanciada, sino la del cuerpo que
se estremece ante el dolor ajeno y se siente afectado por lo que sucede a otros, es de-
cir, una respuesta mimética” (p. 135); no obstante, estas dos repuestas pueden llevar
al sujeto al pesimismo y la impotencia, por lo que Adorno acude a un tercer concepto
Capítulo 5. La memoria y su potencial educativo en los procesos de reintegración a la vida civil
333

que aporte la esperanza y conceda fuerza y sentido a su propuesta ética: la memoria,


de esta manera nos podemos hacer cargo del tiempo y de un futuro más esperanzador.

En consecuencia y de acuerdo con Delgado: “una razón negativa y crítica debe mover-
se y plantearse como una forma de respuesta, como una forma de denuncia a las ex-
periencias de lo inhumano, de la barbarie, de la violencia…para lo cual, el trabajo de
la memoria y el recuerdo de las injusticias vividas, es una condición de posibilidad de
justicia futura y de alcanzar mayores niveles de libertad y solidaridad” (2009, p. 231).

De otro lado, nos dice Tafalla, la filosofía de la memoria adorniana considera simul-
táneamente a la ética, la estética y la historia: “el individuo tiene una tarea frente a
la historia, nos dice el Imperativo Categórico, y ése es el lugar de la ética. Una ética
en la que Adorno cree como cree en la educación para el futuro. Porque la memoria
no es mero almacenamiento de datos, sino un conocimiento crítico del pasado que lo
devuelve a la vida para abrir desde él, un futuro más justo; es una fuerza transforma-
dora de la realidad” (2003, p. 141).

Para evitar la repetición del mal, el Imperativo Categórico nos exhorta a resistir la
frialdad reinante y practicar una solidaridad mimética que se extienda en el tiempo,
para que la historia no se detenga frente al olvido del progreso. Y en esa solidaridad
mimética son centrales la memoria y la narración de historias, puesto que “solo la
memoria puede dar un sentido a la existencia, y solo la narración de las historias les
concede el sentido que en la realidad no existe” (Tafalla, 2003, p, 150). Si el recuerdo
del propio dolor se encuentra con la historia de otros dolores, no solo surge la solida-
ridad, sino que ganamos una mayor comprensión frente a las injusticias, y una base
más solida para un futuro sin ellas.

La memoria como recurso político

En cuanto a la memoria como recurso político se resalta el trabajo desarrollado por


Paul Ricoeur alrededor de la fenomenología de la memoria y su capacidad pragmática
en relación con la acción, el trabajo y el esfuerzo, confrontando las diversas estrate-
gias utilizadas para cultivar determinados tipos de memoria (la artificial, la natural,
la manipulada y la obligada), en detrimento de la rememoración. Esas estrategias las
relaciona con los usos y abusos de la memoria, y su fenomenología plantea entonces
un deber de la memoria, de la mano con una idea de justicia.

Como hemos visto, la memoria no es solo individual, es también colectiva en el sen-


tido que se configura como una narración de experiencias compartidas, una manera
de recordarlas dentro de un marco social, político y cultural, encontrándose anclada
en las subjetividades presentes que la redefinen. Podemos decir entonces, que la me-
moria colectiva es una travesía desde los recuerdos individuales hacia los recuerdos
PARTE IV - LA COTIDIANIDAD DE LA MEMORIA: EXPERIENCIAS DESDE LAS ORGANIZACIONES SOCIALES
334

compartidos como miembros de un grupo, en cuya memoria se conservan muchos re-


cuerdos. De esta manera, como nos dice Ricoeur, “accedemos a los acontecimientos
reconstruidos para nosotros, por otros distintos de nosotros” (2000, p. 158), puesto
que en los marcos del pensamiento colectivo encontramos los medios para evocar y
encadenar series de recuerdos, que sólo el pensamiento colectivo es capaz de reali-
zar, incluso también, de aquellos sueños que les fue imposible realizar.

Una dimensión de la memoria relevante para los procesos de reintegración a la vida


civil, tiene que ver con sus usos y abusos, aspectos desarrollados por Tzvetan Todorov
(2000), a través de tres distinciones: en primer lugar, la diferencia entre recuperar un
pasado frente al intento de borrarlo; en segundo lugar, el referido al uso que hacemos
de ese pasado y finalmente, la función que ese pasado debe cumplir en el presente,
haciendo alusión a dos tipos de memoria: la memoria literal2 y la memoria ejemplar;
esta última de nuestro interés, ya que implica superar el dolor causado por el recuerdo
y aprender de él, para derivar del pasado las lecciones aprendidas que puedan conver-
tirse en principios orientadores de la acción en el presente y en el futuro3.

Este tipo de memoria hace alusión también al nivel ético-político del que nos habla Ri-
coeur, que en otras palabras es el deber de la memoria. En palabras de Ricoeur (2006),
decir “tú te acordarás”, es decir también, “no te olvidarás”. La justicia al extraer de
los recuerdos traumatizantes su valor ejemplar, transforma la memoria en proyecto, y
es este proyecto de justicia el que otorga al deber de la memoria la forma de un futuro
y de un imperativo, donde ese deber de memoria se proyecta en el punto de unión
entre el trabajo del duelo y el trabajo de la memoria. Este nivel que hace alusión a la
educación de la memoria con un horizonte ético-político -donde es necesario llevar
a cabo procesos de elaboración de sentidos del pasado, de modificaciones en los
marcos interpretativos para la comprensión de las experiencias vividas, de su relación
con el presente y de construcción de un horizonte de expectativas futuras- emerge
con gran potencia para el estudio con las y los jóvenes desvinculados, pues precisa
de un trabajo de resignificación y de orientación ético-política en el contexto de la
reintegración a la vida civil, bajo la premisa de que el presente contiene y construye
la experiencia pasada y las expectativas a futuro4.

2 En la memoria literal las búsquedas y el trabajo de memoria como tal, solamente sirven para identificar a las personas que
tuvieron que ver con el sufrimiento, los detalles de lo sucedido, comprender causas y consecuencias, pero no para orientar
la vida futura.
3 En la memoria ejemplar, nos dice Todorov (2000, p. 31), que la operación es doble: por una parte neutralizamos el dolor
causado por el recuerdo, controlándolo y marginándolo, y por otra parte, “cuando nuestra conducta deje de ser privada y
entra en la esfera pública, abro ese recuerdo a la analogía y a la generalización, construyo un exemplum y extraigo una
lección. El pasado se convierte por tanto, en principio de acción para el presente”.
4 Vale la pena tener en cuenta que estamos hablando de procesos de significación y resignificación subjetivos, donde los su-
jetos, según Jelin (2002), se mueven entre futuros pasados, futuros perdidos y pasados que no pasan, y que estos sentidos
se construyen y cambian en relación y dialogo con otros, con los cuales pueden compartir y confrontar sus experiencias y
expectativas de manera individual y grupal.
Capítulo 5. La memoria y su potencial educativo en los procesos de reintegración a la vida civil
335

La memoria y su dimensión comunicativa

Existe una estrecha relación entre memoria y narración desde una perspectiva comu-
nicativa. La narrativa permite evocar el potencial emocional, cognitivo y de actuación
de los sujetos, y a su vez hacer una triple integración temporal del pasado, presente y
futuro, llevándonos a la configuración de un tercer tiempo, un tiempo que es a la vez
narrado y tiempo subjetivo. No es el tiempo cronológico, es la percepción subjetiva del
tiempo, percepción que está determinada por las vivencias y experiencias del sujeto.

Ricoeur (2000), nos dice que la narrativa es la capacidad que tenemos de actualizar la
realidad, combinando elementos dispersos en el tiempo y el espacio, dentro de una
unidad integrada. En esta reflexión sobre temporalidad y experiencia, Ricoeur nos
remite a un pasado que ha dejado huellas, pero también a una anticipación hacia lo
impredecible; es digamos, un vaivén entre el tiempo de la narración, el tiempo de la
vida y la propia experiencia.

Desde el punto de vista de una filosofía de la finitud: “aprender a hacer memoria pasa
hoy, ineludiblemente, por recuperar los lenguajes olvidados, es decir, la palabra o las
palabras humanas, unas palabras situadas en el tiempo y el espacio, en la contingen-
cia, en la fragilidad y en la vulnerabilidad” (Mélich, 2002, p.103). Por tanto, se trata de
acoger al otro ausente, para mantener vivo su recuerdo y actualizar su recuerdo: “En
la palabra humana surge una posibilidad de ser otro, de ser diferente y también una
inevitabilidad: ser para el otro, ante el otro, responsable del otro” (Mélich, 2002, p.17).

Acoger al otro en su palabra y en sus silencios, demanda una capacidad de escucha


que debe ser efectiva. Al respecto nos advierte Jelin (2006), que la posibilidad de tes-
timoniar implica un tiempo de reconstrucción subjetiva, la cual demanda una toma de
distancia entre el presente y ese pasado: “Consiste en elaborar y construir una memo-
ria de un pasado vivido, pero no como una inmersión total: “regreso, pero no del todo”.
Una parte del pasado debe quedar atrás, enterrado, para poder construir en el presente
una marca, un símbolo, pero no una identidad (un re-vivir) con ese pasado” (pp. 73-74).

Como podemos ver, la narración y el testimonio como dimensiones comunicativas de


la memoria, son fuentes fundamentales para recoger información sobre el pasado,
son ejercicios de memoria personal y social, en la búsqueda de otorgar algún sentido
al pasado, y a su vez, un medio de expresión personal y creativo por parte de quien se
narra y de quien escucha o pregunta.

La memoria como fuente de justicia o la justicia anamnética

Ahora bien, como hemos visto hasta el momento, las dimensiones de la memoria
tienen como propósito restaurar la justicia. Partamos por considerar que la justicia
PARTE IV - LA COTIDIANIDAD DE LA MEMORIA: EXPERIENCIAS DESDE LAS ORGANIZACIONES SOCIALES
336

pone su mirada en el daño objetivo que se la ha causado a la víctima, planteándose


la reparación del daño, impedir que se vuelva a repetir, procurar la reeducación del
criminal, etc. La justicia en general reclama el desarrollo de todos los talentos del
sujeto y por eso mismo, ninguna injusticia es comparable a la frustración del proyecto
de vida de la persona. Por su parte, la justicia anamnética busca el reconocimiento en
el presente, de los derechos negados a todos y cada uno de los hombres, como de las
víctimas y de los muertos; en otras palabras, se trata de reconocer que en el pasado
se cometieron injusticias que piden justicia, porque no ha prescrito y a través de la
memoria, hacer justicia a los derechos de las víctimas.

Plantear una justicia con tiempo o memoria, es reconocer a la experiencia de la injus-


ticia como el punto de partida de la justicia. Pero, ¿qué significa una justicia que tenga
en cuenta el pasado? En primer lugar, responder a una sensibilidad moral nueva, que
desborde los límites del tiempo y el espacio en los cuales ha permanecido eclipsada.
Se trata de una responsabilidad moral y actual por los crímenes del pasado. En segun-
do lugar, se trata de entender la justicia como respuesta a la experiencia de injusticia
sufrida por la victima; y finalmente, nos permite entender que hay dos visiones de
la realidad: la de los vencedores y los vencidos, y que la historia se debe construir
desde la experiencia de injusticia de los vencidos, puesto que como lo señala Reyes
Mate: “nuestro presente está construido sobre esas injusticias pasadas, y nosotros,
los presentes, somos los herederos de ese pasado injusto desde el momento que nos
identificamos con las circunstancias de nuestro nacimiento” (2003, p.111).

Por tanto, el papel de la memoria es permitirnos ver el mundo con los ojos de las
víctimas, y a través de una justicia anamnética, recuperar su dignidad y rescatar las
vidas frustradas o de las historias olvidadas, como respuesta a la demanda de sus
derechos.

De otra parte, la memoria como justicia lleva implícita una noción de responsabili-
dad, pues la justicia es también un asunto de responsabilidad ante la experiencia de
la injusticia del sufrimiento, lo que lleva al hombre a hacerse responsable del daño
causado, aunque no lo haya ocasionado directamente él, pero es causado por él y eso
no nos puede ser ajeno5.

Pero como la memoria es frágil y tendemos al olvido, se hace necesario crear una
cultura de la memoria, donde cumpla su función vital como restauradora de la jus-
ticia, pues “solo el recuerdo de los vivos puede hacer entender que allí se cometió
una injusticia que sigue clamando por lo suyo” (Mate, 2006, p. 59), de manera tal que
comprendamos que el pasado forma parte de nuestra realidad presente.

5 Bien dice Etty Hillesum, joven judía asesinada en Auschwitz a los 29 años de edad: solo nosotros podemos salvarnos, si
salvamos lo mejor que hay en nosotros. En: El corazón pensante de los barracones. Cartas. Barcelona: Anthropos. Citado
por Reyes Mate (2005, p. 68). Contra lo políticamente correcto. Buenos Aires: Altamira.
Capítulo 5. La memoria y su potencial educativo en los procesos de reintegración a la vida civil
337

Como vemos, la memoria es también fuente de justicia y de reivindicación frente a las


vidas frustradas y a las ruinas dejadas por la barbarie. En este sentido, es un referente
ético de actualización y como lo plantea Adorno, es un imperativo que debe obedecer
a la ética de la responsabilidad: “Es por esto que memoria es sinónimo de justicia y
que su antónimo no es tanto injusticia, cuanto olvido” (Mate, 2006, p. 56).

II. Aproximaciones a un trabajo pedagógico en los procesos


de incorporación a la vida civil.

En el apartado anterior he querido hacer una aproximación a la categoría memoria y


reflexionar sobre las dimensiones que le imprimen su valor educativo. A continuación,
quiero mirar brevemente la incorporación a la vida civil en el ámbito educativo, a la luz
del potencial que encierran los aportes de una educación orientada desde las premi-
sas de la alteridad y desde los trabajos de la memoria como restauradora de justicia.

Educar desde la alteridad: una opción de responsabilidad política

La memoria del horror, de las situaciones de injusticia vividas por nuestros semejan-
tes, donde los principios éticos y morales que nos han guiado se han resquebrajado,
nos permite volver a pensarla desde la destrucción de una identidad que ahora debe
fundarse en la alteridad y en una cultura de la memoria ejemplar y moral, que impli-
que re-pensar la idea de justicia desde una perspectiva compasiva que nos cuestione
en nuestra responsabilidad con el otro ausente. No olvidemos que la educación tam-
bién es ruptura, crítica y renovación ante el quiebre de los límites, y que la memoria
juega un papel importante en los procesos educativos, pues a través de ella formamos
nuestra subjetividad frente a los acontecimientos del pasado, acontecimientos sobre
los cuales debemos adoptar una actitud de responsabilidad.

En este contexto, pensar la educación de los jóvenes en su proceso de reintegración


a la vida civil es un reto. Podemos decir que es un acontecimiento, es pensarla de un
modo nuevo, pues nos encontramos con jóvenes que nos interpelan con su mirada y
que siempre estarán frente a nosotros, retándonos con un cara a cara ineludible por
sus experiencias límite vividas. Se trata de educar al recién llegado, que necesita ser
acogido, y comenzar algo nuevo.

Esto nos lleva necesariamente a dejar abierto un lugar, un espacio y un tiempo para
que ellos hablen por sí mismos, nos narren sus historias, vuelvan a narrarlas, invitar-
los a indagar hasta sus últimas consecuencias el sentido de sus experiencias y apren-
dan a mirar el mundo, ese mundo centrado en la soledad del yo y desde la otra orilla.
Bárcena y Mélich (2003), con base en los principios de una filosofía de la alteridad,
PARTE IV - LA COTIDIANIDAD DE LA MEMORIA: EXPERIENCIAS DESDE LAS ORGANIZACIONES SOCIALES
338

han desarrollado una propuesta educativa desde la mirada de la víctima, propuesta


que nos brinda valiosos elementos pedagógicos y didácticos para bordear las subjeti-
vidades de los jóvenes, acudiendo a la memoria y a la narración.

La educación desde la mirada de la víctima entraña una relación de alteridad asimé-


trica y no recíproca, es una relación de donación. Es educar desde la experiencia de
quien ha padecido y sufrido la injusticia, tratando de ver el mundo desde su ángulo;
y educar esa mirada equivale a cambiar el ángulo de visión y el sentido de la mirada.
Implica por tanto, para nosotros los docentes, cruzar un límite, traspasar una frontera,
cambiar la trayectoria y modificar la dirección de la mirada, para ver el mundo desde
una “salvaje oscuridad”, imaginándonos a nosotros mismos en el lugar de los otros,
en el lugar de ellos, de quienes han sufrido. En pocas palabras, educar desde la mira-
da de las víctimas, es aprender a dejar de estar ciegos.

Para educar desde la mirada de la víctima, es necesario un tiempo y un espacio para la


expresión, para el grito; ese estado de sufrimiento, de quietud y de silencio, le permite
a la víctima confrontarse a sí misma, mirar la realidad que le concierne y su fondo de
verdad ante el desfallecimiento, la soledad o el extravío. Se trata por tanto, de educar
la sensibilidad y de recuperar al sujeto pasional, aquel que se abre al mundo y se deja
tocar por lo que ocurre y lo que acontece.

Y para recuperar ese sujeto pasional, es necesario aprender a escucharlo en el mo-


mento justo: “El momento justo es el instante en el que escuchamos el silencio del
otro cuya trágica mirada nos atraviesa. El momento justo es el instante en el que
captamos la suma fragilidad de su grito, hurtado tantas veces y sin posibilidad de
poder denunciar el mundo, cuando le escuchamos tanto en lo que dice, como en lo
que no puede decir, en lo que es imposible decir y, sin embargo, expresa, muestra…”
(Bárcena y Melich, 2003, p. 202).

Educar para una memoria ejemplar que restituya la dignidad y la justicia

A continuación, me permito derivar una serie de lecciones aprendidas que quiero


presentar como un conjunto de orientaciones educativas, y ponerlas en consideración
de los expertos en el tema y de quienes están interesados en trabajar en los procesos
de incorporación a la vida civil, con los jóvenes desmovilizados de los grupos alzados
en armas.

Con relación a la memoria y la experiencia

La memoria como productora de sentido, de experiencia y de pertenencia social, im-


plica procesos de construcción activa de significados de las experiencias pasadas;
Capítulo 5. La memoria y su potencial educativo en los procesos de reintegración a la vida civil
339

sobre este particular quiero resaltar el llamado de Gonzalo Sánchez (2009), quien
nos advierte que al trabajar la memoria debemos ir más allá de sus contenidos y
detenernos en los modos mediante los cuales los individuos y los grupos construyen
e incorporan sus recuerdos, conservan ciertas memorias y organizan sus experiencias
individual y colectiva.

De otra parte, considero importante en la exploración de esas experiencias, el interro-


garnos por el modo en que esas huellas condicionan las formas en que son percibidos
los sucesos de la experiencia personal, así como por el modo en que los sucesos que
se van viviendo, pueden modificar a su vez, la interpretación de esas experiencias.

Asimismo, conviene subrayar tres planteamientos relacionados con la experiencia,


los cuales considero no se pueden perder de vista al trabajar la memoria con los
jóvenes: en primer lugar, lo que se recuerda se va configurando con los puntos de
vista de los otros en la reconstrucción de las experiencias; en segundo lugar, aquello
que aparece como común entre las experiencias, actúa como una bisagra que articula
la memoria individual y la colectiva en el trabajo del recuerdo; en tercer lugar, las
experiencias compartidas espacial y temporalmente por los miembros de un grupo,
ejercen impactos sobre el sentir y la memoria de los sujetos a nivel individual, como
también, a nivel grupal.

Con relación a la memoria y la subjetividad

Al bordear la subjetividad de los jóvenes, creo que vale la pena tomar como punto
de partida los tres ejes que Jelin (2002) considera necesarios al trabajar la memoria:
quién es ese sujeto; qué recuerda y qué olvida; y cómo y cuándo recuerda y olvida, lo
que nos exige prestar mucha atención a las formas de narrarse, de recordar, lo que
se recuerda según el género, la edad, la región de procedencia y la diversidad sexual,
entre otros (Sánchez, 2009).

Asimismo, considerar que rememorar el pasado implica un tiempo de reconstrucción


subjetiva que demanda una toma de distancia entre el presente y el pasado, que
opera como un acercamiento y distanciamiento simultáneos, donde el sujeto regresa
a las experiencias límite, pero a la vez, es capaz de regresar de ellas (Jelin, 2006).

Con relación a la memoria y la alteridad

En una educación que nos mueva a reconocer al otro en sus sentimientos, deseos,
angustias, temores y necesidades, son de vital importancia dos aspectos: aprender a
escuchar a través de una alteridad en diálogo para poder estar atentos a los procesos
subjetivos de quien narra (Jelin, 2006), y aprender a reconocer las emociones y los
PARTE IV - LA COTIDIANIDAD DE LA MEMORIA: EXPERIENCIAS DESDE LAS ORGANIZACIONES SOCIALES
340

comportamientos que se pueden generar cuando recordamos hechos violentos y muy


dolorosos, pues al hacerlo, estamos abriendo puertas que luego de muchos años de
estar cerradas, pueden significar un acontecimiento en el sentido de reencontrarse
consigo mismo y con los dolores escondidos, lo cual restringe la posibilidad de dar
testimonio y dificulta la toma de distancia del recuerdo.

A su vez, es posible que ante el recuerdo de acontecimientos traumáticos se presente


el olvido evasivo del que nos habla Ricoeur (1999), ese olvido que no quiere recordar
y por lo tanto, es nuestro deber respetarlo.

Ante estas circunstancias, ¿cómo desarrollar una memoria ejemplar (Todorov, 2000)?
En términos pedagógicos y didácticos es posible afirmar que se trata de un trabajo
que consta de dos fases: en la primera, tenemos que neutralizar el dolor y el sufri-
miento que provoca el recuerdo, y luego, en la segunda, abrimos ese recuerdo a la
analogía y la generalización, de manera tal que se constituya en un exemplum para
extraer de allí una lección. De esta manera, logramos disminuir la ira y la indignación
en ellos, trascendiendo el suceso recordado para generalizarlo a través de lecciones
aprendidas que les sirvan para el futuro.

Con relación a la memoria, la política y la justicia

En términos de restituir la dignidad de los jóvenes, considero que esta es una de las
dimensiones que cobra mayor valía, pues la memoria como restauradora de justicia
debe propender por la elaboración de sentidos del pasado y la modificación de los
marcos de comprensión en relación con el presente, para poder construir expectativas
de futuro que los lleven a vivir una vida digna.

Esto implica también una afectación del pensamiento y la acción, no solo por parte de
los jóvenes desmovilizados, sino también de las comunidades receptoras, para que
de esta manera y en un plazo cercano, se cree una cultura de la memoria, que como
en el caso argentino, nos atraviese a todos y así la historia de violencia colombiana
no se siga repitiendo.

Lo anterior significa que en el marco de los procesos de reintegración a la vida civil,


los trabajos de la memoria no deben ser un asunto individual sino un asunto público,
donde a través del reconocimiento de la palabra escuchada, se promuevan la digni-
dad, la humanización y la identidad como ciudadanos, y de esta manera se reconozcan
en un proyecto de vida futuro. En otras palabras, los trabajos de la memoria deben ser
un medio para construir una justicia anamnética que permita a los jóvenes reconstruir
su dignidad, y a la vez, generar reflexiones de tipo moral que nos lleven a preguntar-
nos con ellos mismos por la humanidad del hombre desde la inhumanidad.
Capítulo 5. La memoria y su potencial educativo en los procesos de reintegración a la vida civil
341

Con relación a los trabajos de la memoria y algunos asuntos metodológicos

De acuerdo con experiencias adelantadas en el país por los emprendedores de la


memoria, me permito mencionar algunas herramientas metodológicas para activar
la memoria colectiva, tales como el taller de narrativas y testimonios de infancia y
adolescencia, la cartografía social, los mapas de percepción, el álbum familiar como
archivo de impresiones y los portafolios de memoria (Castiblanco, A. En Serna, 2009).

Asimismo, conviene incluir algunos activadores de memoria adelantados en los talle-


res de memoria por la Comisión Histórica de nuestro país, y que nos pueden resultar
muy eficaces en el trabajo con los jóvenes desmovilizados. Entre ellos tenemos las
herramientas de historia oral, los rituales conmemorativos, las artes verbales-visua-
les, las artes dramáticas, las fotografías, los videos, las preguntas generadoras, la
elaboración de mapas del cuerpo, las líneas de tiempo, las biografías visuales, la
elaboración de colchas de imágenes, entre otros (Sánchez, 2009).

En términos de restituir la dignidad de los jóvenes, la memoria como restauradora de


justicia debe propender por la elaboración de sentidos del pasado y la modificación de
los marcos de comprensión en relación con el presente, para poder construir expec-
tativas de futuro que los lleven a vivir una vida digna. Esto implica también una afec-
tación del pensamiento y la acción, no solo por parte de los jóvenes desmovilizados,
sino también de las comunidades receptoras, para que de esta manera y en un plazo
cercano, se cree una cultura de la memoria, que nos atraviese a todos y así la historia
de violencia colombiana no se siga repitiendo.

Lo anterior significa que en el marco de los procesos de reintegración a la vida civil,


los trabajos de la memoria no deben ser un asunto individual sino un asunto público,
donde a través del reconocimiento de la palabra escuchada, se promuevan la digni-
dad, la humanización y la identidad como ciudadanos, y de esta manera se reconozcan
en un proyecto de vida futuro. En otras palabras, los trabajos de la memoria deben ser
un medio para construir una justicia anamnética que permita a los jóvenes reconstruir
su dignidad, y a la vez, generar reflexiones de tipo moral que nos lleven a preguntar-
nos con ellos mismos por la humanidad del hombre, desde la inhumanidad.
PARTE IV - LA COTIDIANIDAD DE LA MEMORIA: EXPERIENCIAS DESDE LAS ORGANIZACIONES SOCIALES
342

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Parte V

MEMORIA Y PRÁCTICAS
COMUNICATIVAS
Capítulo 1

LA MEMORIA EN SUS JUSTAS


PROPORCIONES.
A PROPÓSITO DEL PARADISCURSO
EN LA JUSTIFICACIÓN Y MORALIZACIÓN
DEL PARAMILITARISMO EN COLOMBIA1
Tatiana Escobar Montes
Comunicadora Social de la Universidad Central.

Mauricio Naranjo Velandia


Comunicador Social y Periodista de la Universidad Central. Especialista en Resolución de Conflictos de la Pontificia
Universidad Javeriana.

Jaime Andrés Wilches Tinjacá


Comunicador Social y Periodista de la Universidad Central. Politólogo Grado de Honor de la Universidad Nacional de
Colombia. Magíster en Estudios Políticos del Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales de la Uni-
versidad Nacional de Colombia. Coordinador de la Línea de Investigación en Memoria y Conflicto del Instituto para la
Pedagogía, la Paz y el Conflicto Urbano de la Universidad Distrital Francisco José de Caldas.

Introducción
El objetivo de este texto es elaborar una aproximación crítica de la articulación y
empatía entre las prácticas comunicativas -justificadoras y moralizantes- del para-
militarismo y las construidas por la sociedad colombiana, como parte no única, pero
sí fundamental de las dificultades que ha implicado la construcción de procesos de
memoria histórica en Colombia.

Si bien la justificación y moralización no son estrategias discursivas exclusivas de


los paramilitares, este trabajo pretende comprender la manera cómo estos actores

1 Estas reflexiones hacen parte del proceso de investigación realizado por los autores en la tesis de grado para optar al título
de Comunicadores Sociales y Periodistas de la Universidad Central.
PARTE V - MEMORIA Y PRÁCTICAS COMUNICATIVAS
348

ilegales, a la par de la violencia armada que desplegaron y de su contundente efecto


represivo, construyeron un modelo comunicativo (más allá de la oposición o afinidad
que encontraron en los medios masivos de comunicación) que les permitió ser partíci-
pes de las dinámicas económicas, políticas y culturales del sistema social.

No obstante, identificar la responsabilidad social en la concepción represiva y dis-


cursiva de los paramilitares no es suficiente. Por eso aunque se corra el riesgo de
omitir variables, la parte propositiva de este trabajo involucra a la sociedad como
parte de la solución y transformación en la desmovilización física, pero también
comunicativa de un fenómeno que en el caso del paramilitarismo no ha logrado
trascender de un asunto de política gubernamental para convertirse en una pro-
blemática de reflexión social, donde la memoria deje de ser el campo de batalla
de oportunismos políticos, para ocupar un rol protagónico en la transformación de
nuestras formas de vivir y pensar.

I. Sin más preámbulos


La primera pregunta que puede generar la presentación de esta reflexión es: ¿Por qué
un trabajo de comunicación social en un libro de memoria? La respuesta es sencilla,
presentar esta propuesta tiene como fin establecer diálogos que permitan revelar la
multidimensionalidad del fenómeno paramilitar y su gran influencia en la forma cómo
se han construido procesos de memoria en nuestro país. No nos remitiremos a un
inventario que dé cuenta de la relación construcción de memoria –paramilitarismo
en Colombia. En la parte 2 de este libro, Jefferson Jaramillo explica con lucidez las
comisiones de violencia que se han destacado en el momento de trazar una política de
construcción de memoria de los hechos violentos que han acompañado la historia de
Colombia. Y en el rastreo hecho por Jaramillo, no hay ninguna duda sobre el interés
de estas comisiones por esclarecer, entre otras manifestaciones, los usos y abusos
del fenómeno paramilitar en las últimas tres décadas.

No obstante, no se trata de hacer de los estudios en comunicación otro campo autista


de reflexión. Todo lo contrario, la comunicación se nutre de los aportes de la Econo-
mía, que ha estudiado las relaciones del paramilitarismo con el narcotráfico y una
organización criminal que administra diversos sectores del mercado; la Ciencia Políti-
ca, que brinda un panorama de las relaciones de los paramilitares con el trinomio po-
der–estado–sistema político; el Derecho, que aporta las limitaciones y posibilidades
jurídicas del proceso de desmovilización y los retos de los procesos de verdad, justicia
y reparación; la Psicología, que ha explorado los estragos de la guerra y sus efectos
en la reconstrucción de tejido social tanto para víctimas como para victimarios, entre
otras disciplinas que han puesto su grano de arena en el reto complejo que encarna
salir del denuncismo facilista, para entrar en la reflexión propositiva.
Capítulo 1. La memoria en sus justas proporciones. A propósito del paradiscurso en la justificación y moralización del paramilitarismo en Colombia
349

II. El quiz del asunto


Durante la última década, el paramilitarismo ha adquirido inusitada relevancia,pues
es un caso inédito el hecho que un grupo de derecha entrara a un proceso de desmovi-
lización y reinserción a la vida civil en un país que históricamente había llevado a cabo
negociaciones de paz con grupos de izquierda (Orozco, 2005). El gobierno de Álvaro
Uribe (2002-2010) fue el encargado de llevar a cabo este proceso y el impacto de sus
resultados todavía es objeto de debate.

Aunque pareciera obvio, es pertinente anotar que el paramilitarismo no empieza con


la visibilización de sus estructuras organizativas ni terminará con su proceso de des-
movilización y reinserción a la sociedad civil. Para el momento de las negociaciones
el fenómeno paramilitar ya estaba bastante desarrollado y sus principales dinámicas
se encontraban enraizadas en los ámbitos locales de amplias regiones del país, en
sus concepciones ideológicas y sus comportamientos cotidianos, con complejas tra-
yectorias históricas, muchas veces desafiando la causalidad de los hechos y más bien
fortaleciendo las perspectivas de un conflicto armado complejo y de orígenes aún con
insuficiencia argumentados.

Entonces, ¿Cuáles son las condiciones que favorecieron que un proceso ilegal tomara
tanta fuerza e, incluso, fuera el punto de partida para construir nuevos símbolos y
significados sobre lo legítimo y lo ilegítimo, sobre lo que se debe recordar y olvidar?
Para entenderlo habrá que reconocer, en primera medida, que las prácticas organi-
zacionales del fenómeno paramilitar no están inscritas exclusivamente en el campo
coercitivo, sino que se extienden a formas de comunicación social, lugar donde la
memoria adquiere el cuerpo de una narrativa-y una forma particular de expresión.

Por esa razón las prácticas comunicativas y la delimitación del paramilitarismo como
un actor discursivo, serán fundamentales para entender los avances y retrocesos de
la memoria histórica en Colombia. Más allá de llegar a una demostración– lo que
se busca es la caracterización del paramilitarismo como un actor que construye es-
trategias comunicativas que le permiten ir ganando legitimidad social, no siempre
reflejada en una aceptación explícita de su expresión armada, sino muchas veces ma-
nifestada con el silencio y la aprobación tácita a su forma de interpretar los conflictos
del país.Esta ruta de trabajo conlleva a preguntarse:

¿Qué prácticas comunicativas contribuyeron a que los paramilitares lo-


graran articular y socializar sus justificaciones - moralizaciones, no sólo
con sus amigos y enemigos inmediatos, sino también con las formas de
vivir y pensar de la sociedad colombiana?

¿En qué medida esta articulación influyó en una particular forma de de-
terminar que se debe recordar y olvidar en el momento de dar cuenta de
PARTE V - MEMORIA Y PRÁCTICAS COMUNICATIVAS
350

los hechos históricos que han marcado el rumbo político, social, económico y
cultural de nuestro país?

Este documento no resuelve las preguntas, pero propone pistas teórico-conceptuales


que aportarían a la comprensión de los paramilitares como actores discursivos e influ-
yentes en la construcción de memoria histórica. En palabras de los autores:

Esta investigación se aleja de idea del lenguaje como un instrumento que im-
pone realidades. Por el contrario, se plantea cómo las acciones cotidianas y las
dinámicas socioculturales, son las que construyen el discurso y van dotando a la
práctica comunicativa de elementos propicios para el anclaje en la esfera social.

Los paramilitares, y en especial las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC),


aunque no lograron imponer ni materializar todos sus intereses comunicativos,
encontraron comportamientos propicios para desplegar el reconocimiento a sus
formas de actuar y propagar la construcción social del binomio memoria-olvido.

Para el desarrollo de esta ruta de trabajo, la primera parte, define de manera básica
-según el diccionario de la Real Academia Española de la Lengua (RAE)- lo que se
entiende por práctica, justificación y moralización.

En la segunda sección, se profundiza la relación de estos conceptos con el sustento


teórico de dos textos: 1. Análisis de Discurso: Hacia una semiótica de la interacción
social, en el que se recopilan los aportes de teóricos como Austin, Searle, Girce,
Pierce y Wittgenstein, quienes superan el modelo funcionalista de la comunicación
como transmisión de información para pensarlo como una dinámica en el que los ac-
tores sociales pasan de ser emisores-receptores a participantes activos de los actos
comunicativos; y 2. La construcción social de la realidad, de Tomas Berger y Peter
Luckmann, texto que interpreta la realidad como un proceso intersubjetivo, en el que
los seres humanos deciden pautas de comportamientos que servirán de base para su
comprensión y sobrevivencia en la vida cotidiana.

Para finalizar, se sugiere pasar de la categoría “Paramilitarización del país” a “La


socialización del paradiscurso”, esta última, como una perspectiva que en vez de asig-
nar culpas, invita a la sociedad a tener un papel activo y crucial en la desmovilización
de los combatientes, pero también de los discursos y las prácticas que sostienen al
paramilitarismo como una forma autoritaria, pero implícitamente aceptada (en dis-
tintas zonas del país) de organización de la memoria social, política, económica y
cultural de buena parte de la sociedad colombiana.
Capítulo 1. La memoria en sus justas proporciones. A propósito del paradiscurso en la justificación y moralización del paramilitarismo en Colombia
351

III. Definiciones básicas


Práctica

La palabra práctica proviene del latín practicus y es clasificada en la categoría grama-


tical de un adjetivo, relacionándose con calificativos como adiestrado, versado y ex-
perimentado en algo. La práctica, según el diccionario de la RAE, es una característica
de aquel que piensa o actúa ajustándose a la realidad y persiguiendo normalmente
un fin útil.

Aunque hacer teoría implica la ejecución de una acción y de una práctica de lectura,
la RAE remite la práctica a ejercicios visibles y de experimentación (práctica es el
contraste experimental de una teoría) o como lo señala Pierce: “Toda la función del
pensamiento es producir hábitos de acción” (Pierce, 1878, citado en Ferrater, 1944,
p. 340).

En ese sentido se podría entender que la práctica comunicativa de los paramilitares


cuenta con la experticia del elemento formal y si se quiere retórico del lenguaje, pero
que no es simplemente una construcción manipulada y propagandística de la realidad,
sino que es concretada a través de acciones de coerción-consenso, que fueron cons-
truidas, transformadas y consolidadas en el quehacer cotidiano de buena parte del
territorio colombiano y que les fue dando una experiencia y si se quiere una capacidad
de responder a las incertidumbres sociales, políticas, económicas y culturales de un
proyecto de nación centralista, clientelista e indiferente a la diversidad y complejidad
de las realidad(es) social(es).

Justificación: El constante argumento del ¿por qué? y porque…

La justificación es una estrategia discursiva que se utiliza para explicar las acciones,
atribuyéndoles causas morales, políticas, religiosas, culturales, económicas, familia-
res, éticas, ambientales, etc. No en vano, la RAE atribuye la acción o efecto de justifi-
car a “una conformidad con lo justo o probanza que se hace de la inocencia o bondad,
de un acto o de una cosa - prueba convincente”.

Justificar para mi individuo y/o para mi colectivo no es un resultado causa – efecto


que se presenta de manera indiscriminada, ni que es aceptado ciegamente por los
receptores. La justificación encuentra en el poder de los argumentos el arma propicia
para seducir, impulsar, comprobar o simplemente imponer las acciones, ya sea como
las mejores o por lo menos como las pertinentes para un momento determinado.

Weston va más allá y ubica la justificación como un recurso para la buena argu-
mentación, la cual puede ser retórica, pero no necesariamente, pues muchas veces
PARTE V - MEMORIA Y PRÁCTICAS COMUNICATIVAS
352

puede estar sustentada en recursos bibliográficos, estadísticos, empíricos que dan


estructura a una idea que, por desatinada que sea, resiste a los embates de posibles
incoherencias. En ese sentido Weston (2001) dice:

Dar un argumento significa ofrecer un conjunto de razones o pruebas en apo-


yo de una conclusión. Aquí, un argumento no es simplemente la afirmación de
ciertas opiniones, ni se trata simplemente de una disputa. Los argumentos son
intentos de apoyar ciertas opiniones con razones. En ese sentido los argumentos
no son inútiles, son, en efecto, esenciales. (p. 13)

En su trabajo sobre violencia en la televisión, Quiñones (2009) analiza cómo los acto-
res que encarnaron la violencia en distintas épocas de la década de los 90´s tenían
un hilo conductor. Éste era la repetición constante y excesiva de la palabra porque
para reflexionar sobre sus acciones. En la serie Cuando quiero llorar no lloro (Los
Victorinos), por ejemplo, para Victorino Umaña (clase alta) la atribución de la violencia
se explicaba porque sus padres no le prestaban atención; Victorino Perdomo (clase
media) justificaba la violencia porque había necesidad de cambiar las condiciones
materiales de la sociedad y Victorino Moya (clase baja) asumía su carácter violento
porque la pobreza no le había brindado oportunidades.

Por esa razón, comprender una justificación, habla mucho del emisor y de los recursos
que utiliza para inyectarle a la acción dramatismo y excepcionalidad (entendida como
la única decisión posible), pero habla también del papel del receptor en el proceso de
asimilación y aprobación de los argumentos para aprobar o rechazar una valoración
sobre algún hecho social, situación que genera la pregunta de cómo los paramilitares
justifican sus acciones y cuáles recursos discursivos han utilizado para moralizar sus
acciones.

Moralización y crisis

Antes de abordar lo que se puede entender por moralidad, es preciso entender las
motivaciones que generan la dinámica de asignar adjetivos a objetos y personas, en
especial, en circunstancias políticas que exigen la producción de códigos de comuni-
cación. En Colombia no ha de sorprender que los paramilitares pensaran “refundar la
Patria”, basados en las categorías cristianas–morales de lo permitido y lo prohibido,
de buenos y malos, de patriotas y apátridas, situación no muy lejana de algunos go-
bernantes que exhortan a refundar los valores, y otra serie de calificativos que llevan
a la toma de decisiones de carácter excepcional ante la amenaza de las crisis, donde
el lema es “o yo o el caos” (Rodríguez, 1999, p. 78).

William Ospina y Gustavo Gardeazábal (2000), plantearon la necesidad de cambiar


los destinos del país con la transformación de sus estructuras políticas bajo el rótulo
Capítulo 1. La memoria en sus justas proporciones. A propósito del paradiscurso en la justificación y moralización del paramilitarismo en Colombia
353

“hay que refundar a Colombia”, lo que hace que pensar que el problema no está en la
ingenuidad del adjetivo, sino en el sujeto que la predica.

Se ha vuelto costumbre que el mundo esté en crisis: la crisis del dólar, la crisis de
valores, la crisis de la educación, la crisis de la juventud, etc. Más que un problema,
esta constante sensación de incertidumbre implica, según Morin, una potencia de
creatividad, recursividad y decisión (etimológicamente Krisis significa decisión). Sin
embargo, existen limitaciones para pensar la Krisis como momento de decisión, pues,
explica Morin (1995):

…no hay dominio o problema que no se encuentre frecuentado por la idea de la


crisis: el capitalismo, la sociedad, la pareja la familia, los valores, la juventud,
la ciencia, el derecho, la civilización, la humanidad… pero este concepto, al
generalizarse, en cierto modo, se ha vaciado de contenido. (pp. 160-161)

Estas crisis vaciadas de contenido y de su constante moralización son analizadas por


Torre (1998, pp. 39-40) en tres aspectos:

1. El efecto de desacreditar las posturas y las ideas de la administración anterior


y predisponer a la opinión pública a conceder a quienes acceden al gobierno
un amplio mandato para actuar sobre la emergencia.
2. Las crisis instalan un sentido de urgencia que fortalece la creencia de que la
falta de iniciativas solo puede agravar las cosas; en estas circunstancias, los
escrúpulos acerca de los procedimientos más apropiados para tomar decisio-
nes dan paso a una aceptación de decisiones extraordinarias.
3. Las crisis no sólo agudizan los problemas colectivos sino que generan además
un extendido temor por el alza de los conflictos sociales y amenazas al orden
institucional. Todo ello amplía los márgenes para la acción de los líderes de
gobierno e intimida a las fuerzas de oposición.

En el caso de los paramilitares, nunca han sido un factor central para la formulación
de las “crisis”, pero se han tomado la atribución de nombrar las crisis del país; en un
primer momento, atribuyendo la acción guerrillera como el motor de su lucha; luego
estigmatizando y eliminando de manera física y simbólica una alternativa política
como la Unión Patriótica (UP) ; seguido de una resistencia a los cambios emprendidos
con la Constitución de 1991; más tarde saboteando los diálogos de paz del Caguán
(aunque el gobierno Pastrana y las FARC tienen una buena cuota de responsabilidad);
lo que les llevó a capitalizar la desazón de la sociedad colombiana por las FARC, para
decir que emprendían un proceso de desmovilización porque había un gobierno que
había eliminado la crisis de la amenaza subversiva; y ahora poniendo al país en jaque
con las incertidumbres del proceso de desmovilización y su mimetización en las ahora
llamadas Bandas Criminales (BACRIM).
PARTE V - MEMORIA Y PRÁCTICAS COMUNICATIVAS
354

No se puede negar que a partir de 2002, el Estado tuvo éxito en recuperar el control
del territorio y obtener el consenso social de atribuir a las FARC como la causa de los
problemas del país. Sin embargo, esta situación fue aprovechada por las AUC para
engranar su lucha en el conjunto social e influir en los procesos de construcción-
indiferente y fragmentada de memoria histórica. Como lo señala Orozco (2006):

La base poblacional de la democracia colombiana son sobre todo las capas me-
dias y altas de las grandes ciudades. Bajo esa premisa, acaso resulta razonable
pensar que mientras la identificación de esos grupos sociales con las víctimas
del secuestro—delito atribuido a las guerrillas como marca de fábrica—es muy
alta, su identificación con las víctimas de las masacres, los desplazamientos
y demás crímenes perpetrados por los paramilitares es, en cambio, compara-
tivamente, muy baja. Al fin y al cabo, la distancia geográfica, social, cultural
y hasta étnica y racial de los grupos que sostienen la democracia frente a los
grupos mayoritariamente campesinos marginales y periféricos que han sufrido
la barbarie paramilitar ha sido y sigue siendo enorme, a pesar de haber pasado
de una fase de conquista a una fase colonial de su dominación sociopolítica de
algunas regiones. Bajo esta premisa, no es de extrañar que la democracia co-
lombiana presente una cierta disposición a tratar con alguna benevolencia a los
paramilitares en el contexto de las negociaciones que los mismos adelantan en
la actualidad con el gobierno nacional. No está por demás recordar, en tal sen-
tido, una encuesta reciente y cuyos resultados decían que un 40 por ciento de
los entrevistados estaba de acuerdo con que se les ofreciera impunidad. (p.196)

Orozco acierta al asegurar que unos problemas han sido atendidos con más vehemen-
cia que otros y que los paramilitares consolidaron una justificación-moralizante de sus
acciones, traducida en extradiciones y juzgamientos, pero con pocas repercusiones en
las formas de vida y lenguaje que establecieron en las regiones donde influyeron. De
esta manera, se sostiene en la sociedad colombiana la preponderancia de unos males
y la reafirmación de, como diría Ungar (2008, Mayo 28), de un talante “anti–liberal de
los colombianos”, reflejado en la elevación de una figura autoritaria para conducir un
modelo pacificador de la sociedad.

IV. El discurso como acción, la acción como discurso


Cristiana Peña, Jorge Lozano y Gonzalo Abril (1986) cuestionan el adagio popular “del
dicho al hecho hay mucho trecho”, pues no conciben el lenguaje como un elemento
externo al mundo social y creador de imaginarios sin corresponsabilidad en la reali-
dad, porque:

Se tiene la impresión de que primero está el lenguaje (con palabras que tienen
un significado y enunciados capaces de ser verdaderos o falsos), y que luego,
Capítulo 1. La memoria en sus justas proporciones. A propósito del paradiscurso en la justificación y moralización del paramilitarismo en Colombia
355

dado esto, se introduce aquél en las relaciones humanas y se modifica según


las particulares relaciones humanas de las que haya llegado a formar parte. Lo
que se pasa por alto es que esas mismas categorías de significado, etcétera,
dependen lógicamente respecto de su sentido, de la interacción social de los
hombres (…). Nunca se analiza cómo la existencia misma de los conceptos, de-
pende de la vida del grupo (Winch, 1972, p.45). La interacción social no debe, en
fin, entenderse como un hecho puramente externo al lenguaje, de tal modo que
la explicación de las relaciones entre discurso y sociedad opere exclusivamente
entre datos de ambos dominios. El lenguaje inscribe en su propia naturaleza las
coordenadas del mundo intersubjetivo; orienta, regula y transforma los modos
de correspondencia entre los sujetos, además de servir a la objetivación de las
distintas experiencias de la realidad y a la creación y actualización de mundos.
(Berger y Luckmann, 1968, citado en Peña, Lozano y Abril, 1986, p. 171)

Un lenguaje (no sólo verbal) que tiene un papel activo en la interacción social, lleva
a Austin a plantear la teoría de la performatividad, al considerar que el decir algo es
hacer algo, y por ende el lenguaje siempre indicará una acción (describir) que se cum-
ple (realizar). Austin es audaz en defender que la construcción de realidad no significa
que el lenguaje ordene una acción que es ciegamente obedecida. Lo que explica es
que el hecho de enunciar implica un compromiso de la acción por parte del enun-
ciador, por lo cual los performativos carecen de valor lógico al ser planteados como
falsos o verdaderos (Peña, Lozano y Abril, 1986, pp. 177-179). Así lo ejemplificaría
esta carta de las AUC dirigida a la opinión pública:

El MOVIMIENTO NACIONAL DE PRESOS POLÍTICOS Y DESMOVILIZADOS DE LAS AU-


TODEFENSAS CAMPESINAS, ante la gran encuesta publicada por la Revista Semana2,
se permite hacer algunas reflexiones de este sondeo nacional de opinión.
• Las incisivas críticas de algunos sectores de opinión contra el proceso de paz
con la organización de Autodefensas Campesinas, quedaron aisladas de la
mayoritaria aceptación y apoyo del pueblo colombiano, que nos acompaña con
sus voces de aliento en la búsqueda de la verdad, la rectificación del camino y
la reconciliación nacional.
• Los resultados de la encuesta revelan la reacción efusiva del pueblo colom-
biano, que guarda buena memoria y estima en su justo valor nuestro papel,

2 Gran Encuesta sobre parapolítica. En Revista Semana, Ed. 1305, 2007. La Revista Semana opina sobre la encuesta “Los resulta-
dos son sorprendentes. Ni el paramilitarismo ni la para-política han generado una gran preocupación entre los ciudadanos de las
ciudades investigadas. Se aprecia también un grupo, cercano al 25 por ciento, que tiene una evidente inclinación pro-paramilitar.
O que, al menos, tiene una sorprendente tolerancia frente a ese fenómeno delictivo. Como si se considerara que frente a las atro-
cidades de la guerrilla no hay que ser muy riguroso con los desmanes que cometieron quienes la atacaron. O como si se quisiera
evitar a toda costa que el destape de la para-política dañe el buen curso que lleva el país o la popularidad del presidente Álvaro
Uribe.” El comunicado de las autodefensas fue publicado en distintos medios de comunicación el día 28 de mayo de 2007
PARTE V - MEMORIA Y PRÁCTICAS COMUNICATIVAS
356

tanto en la guerra, como en los procesos de desarme y desmovilización, cuya


magnitud y trascendencia no tienes antecedentes en los fastos de la historia.

El comunicado emitido no se puede reducir a la interpretación de una información


manipulada, pues la encuesta (con sus aciertos y desaciertos) logra poner en eviden-
cia el silencio que la sociedad colombiana guarda frente al tema del paramilitarismo
en Colombia y su intención de llevar a cabo procesos de memoria selectivas para no
tener mayores confrontaciones éticas y morales.

Para Austin, el comunicado citado significaría el cumplimiento de performativos


(agradecimiento y fortalecimiento de sus discursos justificatorios) que aparecen res-
paldados y orientados por instituciones y/o sistemas de reglas o convenciones no
lingüísticas comúnmente aceptadas por una determinada comunidad (tolerancia a las
acciones paramilitares). En el siguiente cuadro (Peña, Lozano y Abril, 1986, p. 180) se
presenta un esquema de los tipos de performativos que se generan desde emisores
con autoridad de nombrar determinadas acciones e influir en el cumplimiento de ellas:

Tipo de Institución que respalda la Requisito Posición actancial


performativo acción esencial exigido
al agente

Actos de autori- Una institución jurídica, un Legitimidad El sujeto se presenta en su


dad (Declaracio- “poder reconocido” dimanada de la acto como portavoz o instru-
nes y mandatos) institución mento de la institución

Compromisos Reglas cooperativas y otras Sinceridad, El sujeto se presenta como


que sancionan lacoherencia del asunción abierta origen o remitente del acto
comportamiento, la responsabi- de tales reglas. que ejecuta, como persona
lidad de los sujetos, etc. social.

Fórmulas Códigos de etiqueta y de Corrección en el El sujeto aparece como un


cortesía uso de las expre- actor comprometido con
siones diferentes ciertos deberes sociales.
Ejecuta un rol relativo a una
posición interaccional

Vale aclarar, que no se entienden las instituciones necesariamente desde el ámbito


legal. Austin es muy claro al decir que se habla de una institución reconocida o “un
poder jurídico”. Los paramilitares no juegan su rol como un actor legal. De hecho,
poco les importa jugar a ser legales de manera directa; pues en muchas zonas del país
fueron/son poder ilegal, pero legítimo que moldea el lenguaje y adapta su discurso a
la importancia de la seguridad militar y la normalización social.

Si se habla del segundo y tercer tipo de performativos, es decir, los compromisos y las
fórmulas, se encuentra un sistema social que junto a las reglas de juego (privativas)
Capítulo 1. La memoria en sus justas proporciones. A propósito del paradiscurso en la justificación y moralización del paramilitarismo en Colombia
357

impuestas por los paramilitares crearon pautas cooperativas que intentaron convivir
entre el espíritu legal de las instituciones estatales. Sin embargo, pueden existir críti-
cas porque, siguiendo a Austin, los paramilitares no todo lo que decían lo cumplieron,
lo que se ajustaría a un performativo que no se cumple por falta de sinceridad o
una promesa no cumplida. Dicho presupuesto se aplicaría en el caso del proceso de
desmovilización. Los líderes paramilitares y el gobierno dicen que la desmovilización
ya culminó y que se acabaron las acciones armadas. Con el lenguaje no han logrado
construir ninguna realidad, pues es claro que las acciones armadas continúan y que el
conflicto ha degradado en expresiones más criminales y en un proceso fragmentado e
insuficiente de recuperación de la memoria y lucha contra el olvido.

Incluso puede ser que la sociedad no diga nada, lo cual conduce a la errónea conclu-
sión de que la gente no tiene el poder del lenguaje para descifrar una acción. Lozano,
Peña y Abril (1986) denominan esta situación el hacer de lo no dicho o las presupo-
siciones (pp. 207-220), es decir, aquellas reglas lingüísticas que sin estar explícitas
todos los días, hacen que la acción instituya formas de comportamiento como saludar,
despedirse, pedir un favor, etc. Esta opción de no – decisión (Bachrach y Baratz, citado
en Múnera, 1997, p. 60) es también una acción en la que circula lo que todo el mundo
sabe, pero calla, aquello que no necesita del lenguaje verbal para mantener el orden
de las cosas.

Los paramilitares han utilizado con éxito este hacer de lo no dicho, cultivando un
sistema de reglas en el que todos sabían (y saben) cómo deben comportarse. Es por
eso que la desmovilización es un paso importante, pero no definitivo, pues algunos
cuerpos combatientes deciden dejar las armas, pero esto no es causa directa para
que las prácticas y discursos construidos por los paramilitares durante más de tres
décadas, no sean cooptados o simplemente reproducidos por otros grupos sociales
que terminaran por aceptar que no existe otro tipo de orden social distinto al que
están acostumbrados.

Siguiendo la doble correspondencia hablar es hacer y hacer es hablar, es pertinente


retomar la teoría de los actos de habla de Austin, que se explicarán a continuación y
tomando una parte del comunicado de las AUC como ejemplo:

Acto Locutivo

El principio de todo acto comunicativo es decir algo. Incluso al no decir algo, se dice
algo (ya sabes lo que tienes que hacer, no tengo que repetírtelo). El acto locutivo tiene
la función de decir ese algo y buscar los medios para expresarlo. Veamos el ejemplo
con el comunicado de las AUC, después de la encuesta sobre parapolítica publicada
por la revista semana:
PARTE V - MEMORIA Y PRÁCTICAS COMUNICATIVAS
358

Los resultados de la encuesta revelan la reacción efusiva del pueblo colombia-


no, que guarda buena memoria y estima en su justo valor nuestro papel, tanto
en la guerra, como en los procesos de desarme y desmovilización, cuya magni-
tud y trascendencia no tiene antecedentes en los fastos de la historia.

Emisión de sonidos Se emite a través de una carta


(acto fonético)

Emisión de ciertas palabras Es una frase compuesta por cuatro oraciones


(acto fáctico)

Frase con sentido y referencia El sentido de la frase obedece a un comunicado y se


(acto rético) refiere a una encuesta publicada de la Revista Semana

Acto Ilocutivo

En este acto de habla se encuentra el performativo y la finalidad del enunciado, es


decir, la acción que intenta generar (Grice, 1977; Searle, 1994).

El acto ilocucionario es la intención El enunciado reseñado tiene como


expresada a través de una acción intención tres acciones: Agradecer,
legitimar y minimizar al detractor

Grice dice que el acto ilocucionario se logra si el alocutario (receptor)


reconoce las expresiones intencionalmente producidas de producir
la acción y si el locutor intenta producir algún efecto en la audiencia
mediante la significación del reconocimiento de esta intención

Searle propone cuatro reglas constitutivas En el ejemplo


del acto ilocucionario.
1. Regla proposicional: El contenido
1. Regla proposicional: diferencia del agradece la expresión legítima y
contenido y la expresión rechaza a los contradictores
2. Reglas preparatorias: Supuestos 2. Reglas preparatorias: El comunicado
que han de darse para la realización no es posible si no se hubiera
efectiva del acto publicado la encuesta.
3. Regla de sinceridad; Compromiso 3. Regla de sinceridad; El locutor se
del locutor de cumplir lo que dice basa en los hechos de la encuesta
4. Regla esencial: El locutor asume 4. Regla esencial: El locutor asume que
las responsabilidades sociales de su es la sociedad la que respalda su lucha
enunciado y por consiguiente toma las banderas
de la causa paramilitar
Capítulo 1. La memoria en sus justas proporciones. A propósito del paradiscurso en la justificación y moralización del paramilitarismo en Colombia
359

Acto Perlocutivo

Este acto refiere a los efectos que produce la puesta en marcha de una acción, lo
que a su vez genera la producción de otras acciones, actitudes y comportamientos.
La novedad y potencialidad de este acto radica en el hecho de que el efecto perlocu-
torio tiene un papel activo del receptor, quien no solo recibe el mensaje, sino que lo
transforma, lo asume, lo cuestiona o simplemente lo deja por fuera de su interacción
cotidiana al no ser sincero o no ajustado a la realidad. Por eso Lozano, Peña y Abril
(1986) concluyen que:

Al dar mayor importancia a la intervención del `polo receptor´ que en la teoría


clásica, prevemos la definición retrospectiva de los actos y postulamos que el
locutor anticipa estratégicamente las respuestas al acto que propone; correla-
tivamente, sólo la sanción implícita en la respuesta del interlocutor autoriza a
considerar que el acto se ha cumplido o no. Puesto que el juego de intenciones
comunicativas es reconocido y legitimado en el interior de la propia situación
interactiva, ha de corresponder a un actante observador la actividad de discri-
minar posibles intenciones ilocucionarias no cumplidas… Tal territorio teórico
ofrecerá la posibilidad de abordar las estructuras interaccionales con la pers-
pectiva del sujeto en cuanto paciente, perspectiva complementaria de la del
sujeto como actuante. (p. 206)

Así pues, el término construcción de la realidad obedece a una expresión de


interactividad y no de imposición, pues cuando la primera no se cumple, el
enunciado carece de validez. El análisis del perlocucionario en el enunciado-
ejemplo se podría interpretar así:

M En el receptor el efecto
En los emisores del O perlocucionario se ubica
Comunicado el efecto R en el sentido de creer
perlocucionario intenta que las acciones de los
con las acciones agradecer, A
paramilitares no son
legitimar y rechazar… L justificadas,
I pero comparativamente
reafirmar el apoyo social
a sus justificaciones Z sus acciones son menos
represivas y discursivas A reprochables que las
R de la guerrilla

V. El discurso como práctica mediática, pero también social


El núcleo de este texto cuestiona o más bien reformula el lugar común que ubica“el
lenguaje como un constructor de realidad”. Dicho planteamiento, como se ha insisti-
do, alimenta una visión funcionalista y causalista de la comunicación, pues pone en el
PARTE V - MEMORIA Y PRÁCTICAS COMUNICATIVAS
360

emisor todo el peso del acto comunicativo, siendo el mensaje, sus contextos y canales
de difusión, simples mecanismos instrumentales que se deben limitar a un receptor
que se supone racional o sin tener otra alternativa que recibir el mensaje y adaptarlo
a su realidad. Dicho planteamiento contradice las posturas de Berger y Luckmann
(1999), quienes sostenían:

El lenguaje se origina en la vida cotidiana a la que toma como referencia pri-


mordial por sobre todo a la realidad que experimento en la conciencia en vigilia,
dominada por el motivo pragmático (vale decir, el grupo de significados que
corresponden directamente a acciones presentes o futuras) y que comparto con
otros de manera establecida. Si bien el lenguaje puede usarse para referirse a
otras realidades, que se examinarán más adelante conserva su arraigo en la
realidad del sentido común de la vida cotidiana. (p. 57)

Lo anterior, reafirma el interés de Berger y Luckmann en una teoría–práctica de la rea-


lidad cotidiana construida socialmente y objetivada, abstraída y simbolizada hacia un
lenguaje que no se inserta en una realidad inmóvil y estática que sigue enceguecida
unas arengas mediáticas.

Siguiendo las categorías utilizadas por Berger y Luckmann, en lo referente a la cons-


trucción social de la realidad y su objetivación y tipificación en el lenguaje, los medios
masivos de comunicación son unos receptores de las formas de vivir y pensar de la so-
ciedad, así como de los hábitos que son susceptibles a ser cambiados por otros patro-
nes de comportamientos. Entender los medios masivos de comunicación no significa
comprender la totalidad, pero si rasgos fundamentales de las prácticas culturales de
la sociedad, pues éstos tienen el poder de objetivar, representar y abstraer el lenguaje
de lo que estamos dispuestos a aceptar y lo que preferimos omitir. En los argumentos
de Berger y Luckmann (1999):

La acumulación es, por supuesto, selectiva, ya que por los campos semánticos
determinan qué habrá que retener y qué habrá que `olvidar´de la experiencia
total tanto del individuo como de la sociedad. En virtud de esta acumulación
se forma un acopio social de conocimiento, que se transmite de generación en
generación y está al alcance del individuo en la vida cotidiana… Mi interacción
con los otros en la vida cotidiana resulta, pues, afectada constantemente por
nuestra participación común en este acopio social de conocimiento que está a
nuestro alcance. (p. 60)

Los mass media son un actor influyente en la vida cotidiana de los individuos, pero no
actúan como árbitros autoritarios para ordenar lo que debe o no debe hacerse. Esto
simplemente, porque los seres humanos son agentes de comunicación que a través de
sus formas de vivir y pensar también realizan sus propios procesos de internalización
de la realidad y de acuerdo a las experiencias de su vida cotidiana. En otras palabras:
Capítulo 1. La memoria en sus justas proporciones. A propósito del paradiscurso en la justificación y moralización del paramilitarismo en Colombia
361

El lenguaje se me presenta como una facticidad externa a mí mismo y su efecto


es coercitivo. El lenguaje me obliga a adaptarme a sus pautas. No puedo em-
plear las reglas sintácticas del alemán cuando hablo en inglés…Dicho de otra
forma, el lenguaje tiene una expansividad tan flexible como para permitirme
objetivar una gran variedad de experiencias que me salen al paso en el curso de
mi vida. (Berger y Luckmann, 1999, p. 57)

Siguiendo a Wittgenstein (1954), el lenguaje y la comunicación tienen unos agentes


con gran influencia, pero este poder no es construido de manera espontánea, sino
que hace parte de una de las tantas formas culturales en las que los seres humanos
determinan su forma de comunicar, de acuerdo a su modo de percibir y afrontar la
realidad. Por esa razón propone:

Considerar el lenguaje como una actividad inmersa en un sistema de prácticas,


que contribuyen una `forma de vida´ que tienen un carácter regulado, compren-
sible a partir de la observación de las diversas reglas sustentadas en las prác-
ticas mismas. El seguimiento de reglas implica el uso consistente, es decir, la
costumbre. En ese punto, cobran importancia las creencias como trasfondo de
las prácticas, en tanto las sustentan y rigen la acción. El sistema de creencias se
establece como una suerte de mitología conocida como `imagen del mundo´, sin
bases sólidas y sobre las que se constituye y de las que forma parte el lenguaje.
Las creencias, en tanto sustento de los juegos de lenguaje, son certezas prác-
ticas a la manera de reglas que gobiernan el actuar. Con el término creencias
no se hace alusión a entidades mentales y subjetivas, sino a algo compartido
que supone una conducta regular….Adicionalmente, las creencias y las reglas
se relacionan con un sistema que subyace a las prácticas. (Wittgenstein, 1954,
citado en Pardo, 2007, p. 19)

VI. El paramilitarismo y la construcción de memoria


en esta discusión

En los últimos años los medios han publicado (con todo y los intereses que manejen)
los desfases del fenómeno paramilitar y sus cómplices. Como evidencia de que los
medios ni el lenguaje construyen realidad, la publicación (en cantidad relevante, en
calidad aceptable) de las distintas acciones de los paramilitares no ha generado ma-
yor impacto social y, por el contrario, ha producido una tolerancia que se ha reflejado
en la reacción frente al proceso de desmovilización de las AUC. En el caso del discurso
de los paramilitares, éste no tendría éxito si no hubiese replicado en sectores estra-
tégicos de la sociedad. Por el contrario, las FARC con su lenguaje no construyeron
realidades en espacios clave de poder, su discurso se volvió obsoleto, olvidaron la
justificación de la realidad social que los sostenía y perdieron la batalla de la per-
PARTE V - MEMORIA Y PRÁCTICAS COMUNICATIVAS
362

cepción, paralelo a una sociedad que comenzó a ser afín o pasivamente tolerante al
discurso contrasubversivo.

En este sentido, los aportes de Hallyday (1982) son claves para entender que el len-
guaje se juega sus posibilidades de anclaje en lo social cuando se enfrenta a cuatro
variables: 1. Los participantes en la situación, su acción, 2. Su acción verbal y no
verbal, 3. Efectos de la acción verbal, 4. El contexto espacio – temporal. El texto no
se instala sin ninguna explicación en la sociedad, por el contrario, son los seres hu-
manos los que reciben, aceptan, transforman, resisten y neutralizan un discurso, que
les puede ser o no ajeno a sus dinámicas de comportamiento. Según Sbisa y Fabbri:

El contexto no es un dato previo y exterior al discurso. Los participantes, a través


de su interacción discursiva, definen o redefinen la situación, su propia relación,
el marco en que se interpretan y adquieren sentido las expresiones, etc. (Sbisa
y Fabbri, citado en Lozano, Peña y Abril, 1986, p. 52)

Los efectos comunicativos no son los mismos en todas las regiones, pues si se afir-
mara esto de manera contundente, contradeciría totalmente la propuesta del papel
activo que tiene la sociedad en la construcción del lenguaje y en los medios que
dispone para transmitirlos.

En síntesis, el estudio de las prácticas comunicativas de los paramilitares no


encuentra, en la causalidad explicativa de un discurso propagandístico y mani-
pulado por los medios de comunicación, los catalizadores de su justificación y
moralización.

Por el contrario, los paramilitares hacen parte de un proceso intersubjetivo en


el que dotaron sus intereses de las necesidades y temores de la sociedad, tanto
para protegerlos, como para chantajearlos. Esto no significa desconocer que se
valieron de las armas, para complementar el poder del discurso -justificado en
las realidades cotidianas- y para moralizar las prácticas sociales alternativas
-apáticas al grueso de la sociedad.

Práctica comunicativa, que no depende exclusivamente del poder de informa-


ción o desinformación de los medios y práctica represiva, que desborda las cau-
sas de la guerra; son entonces, catalizadores, no definitivos, pero si reveladores
para entender la naturalización de sus prácticas discursivas en articulación con
el acto violento y de su influencia en la forma cómo se construye olvido y se
ignoran memorias que van más allá del dato histórico.
Capítulo 1. La memoria en sus justas proporciones. A propósito del paradiscurso en la justificación y moralización del paramilitarismo en Colombia
363

VII. ¿Paramilitarización de la Sociedad o Socialización


del paradiscurso?

El 13 de agosto de 2003, el investigador Daniel Pécaut concedió una entrevista al


diario El Colombiano. Entre las preguntas realizadas por la periodista Natalia Orozco
llama la atención la siguiente:
• Natalia Orozco: ¿Eso es lo que usted llama “paramilitarización de la socie-
dad colombiana”?
• Daniel Pecaut: “Cuando hablo de paramilitarización de franjas de la socie-
dad quiero aludir al hecho de que el fenómeno paramilitar ya no se reduce a
la existencia de grupos en armas. Se manifiesta a través de múltiples formas
de vigilancia sobre la sociedad. Lo que trato de explicar en mi trabajo es que
Uribe tenía que llegar a un acuerdo con los paramilitares en armas. No podía
mantener su imagen si este grupo continuaba haciendo masacres. Por otro
lado los paramilitares nunca escondieron, en las elecciones, su apoyo a Uribe.
Pero esto pone al gobierno en una situación difícil. La desmovilización ya no
basta. Es necesario que se elimine la influencia política y social de los para-
militares. De lo contrario, la paramilitarización impediría cualquier proceso de
democratización. Hay un autoritarismo que nace de muchos sectores sociales.

En la línea de Pécaut, Luis Jorge Garay concedió una entrevista el 29 de marzo de


2008 a la revista Semana, donde afirma que la “Captura del Estado por parte de
poderes ilegales”, se debe en gran parte a un proceso social que se sintetiza en la
siguiente frase: “A los colombianos se nos corrió la frontera moral”.

Garay se olvida de las moralizaciones y es consecuente en afirmar que no toda la


sociedad ni los grupos poderosos son mafiosos, pero tampoco que la “Captura del
Estado por parte de poderes ilegales” se limita al juzgamiento de personajes particu-
lares, sino a procesos socioculturales, en los cuales valdría la pena pensar si hemos
acomodado la frontera moral de acuerdo a la situación del momento. Al respecto es
importante destacar su respuesta cuando se le pregunta en la entrevista referenciada
cuáles son las posibles soluciones:

Es un tema de moral pública, no de moralismo. Me refiero a un sistema de


comportamientos sociales aceptables. Por ejemplo, en un régimen de derecho
esta moral está regida por la igualdad, los principios y valores democráticos.
Tenemos ámbitos del Estado donde hay prácticas mafiosas que están en riesgo
de que se profundicen. El gran reto no es retroceder. Lo que hay que hacer es
recomponer socialmente. Hay nuevas formas del quehacer público que siguen
vivas, mientras no las cambiemos son inviables los cambios.
PARTE V - MEMORIA Y PRÁCTICAS COMUNICATIVAS
364

Las intervenciones expuestas por parte de los dos investigadores revelan un debate
que aún tiene desarrollos incipientes en campos disciplinares como la cultura política
colombiana y es la forma cómo se incluye la responsabilidad social en el fenómeno
del paramilitarismo en Colombia y en los caminos que se están eligiendo para dar
cuenta de una historia de guerras, silencios y dolor(es).

Ahora bien, lo que se busca problematizar en esta sección es la idea de que la “Pa-
ramilitarización del país” supone un fenómeno “monstruoso y excepcional” que ha
llegado a alterar las estructuras sociales y políticas de Colombia.El planteamiento que
se propone es el siguiente: Añadir la categoría “Socialización del Paradiscurso” como
el conjunto de dinámicas en las que la sociedad y los paramilitares han construido
prácticas de consenso-coerción, que contribuyen en parte a orientar y normalizar la
actitud indiferente de las nuevas generaciones frente a la necesidad de construir
procesos de memorias históricas, sociales y éticas.

“Paramilitarización del país”

El Grupo de Cultura Política de la Universidad Nacional de Colombia considera que


la Ley de Justicia y Paz de 2005 (marco jurídico para reglamentar la desmovilización,
deserción, reinserción y reinserción de los grupos para los paramilitares) tuvo un im-
pacto negativo porque:

La democracia fue la más afectada, no sólo por el duro golpe que se le asestó a
la legitimidad de las instituciones, incapaz de hacerle justicia a las deliberacio-
nes y comunicaciones que venían de parte de la sociedad civil, sino porque la
misma LJP fue el resultado de acuerdos políticos entre congresistas que habían
resultado electos gracias al apoyo del paramilitarismo y miembros de estos gru-
pos que prometían volver a apoyarles en próximas elecciones, personas que se
dedicaron a garantizar la impunidad de sus crímenes y el no esclarecimiento de
la verdad. (Mejía y Henao, 2008, p. 243)

Esta afirmación asume – La Institucionalización del paramilitarismo-como un fenó-


meno que llega a afectar los paradigmas de la cultura, la democracia y la ciudada-
nía, y se pregunta ¿Qué impactos ha tenido la Ley de Justicia y Paz sobre la cultura
política, la ciudadanía y la democracia? De ser cierta la anterior tesis, entonces, ¿es
consecuente afirmar que la LJP es la culminación del proceso político de captura del
Estado por parte de los líderes de las autodefensas? o ¿es necesario reconsiderar
que, si bien no se puede negar que la LJP es el producto de pequeños pactos entre
grupos políticos (no todos repudiados socialmente), esto no es condición suficiente y
necesaria para señalarla como el “factor” que impacta la democracia, la ciudadanía
y la cultura política?
Capítulo 1. La memoria en sus justas proporciones. A propósito del paradiscurso en la justificación y moralización del paramilitarismo en Colombia
365

Si se resuelve la primera pregunta de manera afirmativa, se estarían desconociendo


los demás procesos políticos que, pese a estar inscritos en la legalidad, han impacta-
do negativamente las instituciones estatales; y los procesos ilegales que, sin buscar
la cooptación del Estado, regulan la vida cotidiana de la ciudadanía, la cultura política
y la democracia.

Por esa razón, sería interesante replantear la pregunta y formularla así: ¿Qué im-
pactos ha tenido la cultura política, la ciudadanía y la democracia sobre la Ley de
Justicia y Paz?, lo cual motivaría la exploración sobre la capacidad de adaptación y de
protagonismo constante en la construcción de la realidad y definición de los criterios
lingüísticos para denominar lo bueno y lo malo, lo justo y lo injusto, lo permitido y lo
prohibido, lo que en la perspectiva de Garay (2008) ha permitido que:

Solamente cuando las organizaciones aumentan la efectividad de sus prácticas,


a partir de la acumulación de aprendizaje, alcanzan cierto nivel de éxito en sus
objetivos (De León-Beltrán y Salcedo-Albarán, 2007) y, al parecer, este ha sido el
caso de organizaciones delictivas en Colombia… Por esto, en muchos casos es
necesario referirse a prácticas ilegítimas que no son necesariamente ilegales.
La participación de organizaciones ilegítimas o ilegales y el recurso a distintos
procedimientos para lograr el poder de cooptación, como es el caso de acuerdos
poco transparentes pero legales, permite suponer una capacidad de aprendizaje
en los actores captores, que puede redundar en una mejora de los mecanismos
para disminuir la exposición penal con mayor efectividad. (p. 63)

El debate está abierto. La categorización de “La paramilitarización del país”, aunque


pueda tener argumentos sólidos y elaborados, debería evitar caer en una perspectiva
que tiene un interesante esfuerzo por realizar un análisis crítico del paramilitarismo,
pero que da por sentado valores fundacionales que, como democracia, cultura y ciu-
dadanía, han estado debilitados antes, durante y después del surgimiento de concep-
ciones de autodefensa. Con la misma preocupación Cubides (2005) indica:

Por todo ello es que tiene mucho de fariseo el tono sensacionalista, de novedad
absoluta o de hallazgo de última hora que le han dado varios medios al tema
de “la paramilitarización del país”: no sin cierta perplejidad en un comienzo y
tras derrochar una buena cantidad de energías en una actitud nominalista, en
una suerte de orgía semántica (“¿ Qué nombre le pondremos? “) a partir de las
evidencias accesibles, la investigación social la ha venido registrando, las bases
de datos que se han venido construyendo la señalan con nitidez; así mismo la
propia investigación social encendió las alertas acerca de los diversos nexos
locales, regionales y nacionales y las redes más o menos tácitas con las que los
paramilitares han contado, y sobre el papel fundamental del narcotráfico en su
expansión. (p. 91)
PARTE V - MEMORIA Y PRÁCTICAS COMUNICATIVAS
366

“Socialización del Paradiscurso”

Es posible que esta categoría tenga los mismos problemas de impacto semántico y
pobreza pragmática, pero el intento puede valer la pena. Hablar de la socialización
del Paradiscurso, es decir, de la forma cómo estos actores han estado en constan-
te diálogo y adaptación con la vida cotidiana de muchas comunidades a las que no
les llega siempre la Constitución del 91, ayudaría a desafiar la visión que reduce el
paramilitarismo a un fenómeno que tuvo manifestaciones rurales, con una que otra
expresión urbana, lo que a su vez significa un mal menor que ya está erradicado con
la desmovilización de 30.000 combatientes, como lo afirmaba José Obdulio Gaviria:

Paramilitarismo no existe hoy. No se dejen ‘engrupir’ con los sectores que vie-
nen a echar el cuento de que el paramilitarismo dizque se camufló, que hubo un
acuerdo de ‘yo con yo’, o que fue una fórmula espuria para la impunidad. No,
el paramilitarismo se acabó. (...) Esa noche terrible terminó. (2008, Agosto 14)

Decir que el paramilitarismo se acabó o hacer repudios éticos por sus crímenes, sin
generar un profundo proceso de reflexión social, encaja en lo que Arendt (1999) lla-
maría la “Banalidad del Mal”, expresión que la autora incorporó para cuestionar la
normalización de los crímenes del holocausto nazi, como productos excepcionales
que no afectaban en lo fundamental el curso natural de la historia y en los cuales la
responsabilidad política queda relegada a una orden que era obligatoria cumplir.

Un estudio de la Socialización del Paradiscurso y de la “Banalidad del mal”, pero


también de la “Banalidad del bien” (si se entiende esa división discursiva y estratégi-
camente efectiva de proclamar “Que somos más los buenos que los malos”) requiere
de una actitud política con pensamiento activo y trascendente para entrar en una ac-
tividad reflexiva en procura de desmitificar la justificación y moralización del accionar
paramilitar.

Profundizar las dinámicas socioculturales que han nutrido al Paradiscurso o que por
valentía y resistencia han tratado de evitar su reproducción, implica estudiar los ethos
culturales de la sociedad colombiana con sus elementos diferenciales, pero también
con sus rasgos generalizadores. Así como suena poco propositivo el denuncismo que
aboga por la enajenación social, tampoco ayudara mucho la creencia ingenua de aca-
bar el paramilitarismo con el desmonte de algunas estructuras organizativas, porque
además de desconocer su poder de adaptación en los últimos treinta años, ignora las
retroalimentaciones que ha recibido de la sociedad. Por eso, la propuesta de De Zubi-
ría (1998) al reflexionar sobre nuestro ethos cultural es utópica, pero no irrealizable si
se establecen metas de corto, mediano y largo plazo:

Quisiéramos sostener la tesis de que la construcción de una ética civil, en Co-


lombia, sólo es posible relacionando Ética, Cultura y Educación. Las éticas hu-
Capítulo 1. La memoria en sus justas proporciones. A propósito del paradiscurso en la justificación y moralización del paramilitarismo en Colombia
367

manas siempre son la expresión del ethos cultural de un pueblo. La imposición


de proyectos éticos y educativos ajenos a nuestro mundo cultural, impiden tanto
las relaciones entres estas tres dimensiones, como posibilitan nexos contradic-
torios entre ellas. Tanto el desconocimiento de una de estas tres dimensiones,
como su separación, terminan convirtiendo todo esfuerzo en estéril o descon-
textualizado (p. 54).

El trinomio ética, cultura y educación contribuiría a desmovilizar además de los cuer-


pos, las prácticas discursivas que se han asentado para justificar o moralizar las
acciones políticas y criminales de los paramilitares, las cuales se han delegado en
Comisiones de la Violencia, la Memoria y la Verdad, que tienen buenas intenciones,
pero no tanta influencia como para construir procesos serios de concientización.

Por eso, desde usted, desde él, desde nosotros, se hace necesario reivindicar la ne-
cesidad de formar diálogos que puedan nutrir la propuesta de una ética civil que
logré reconocer al paramilitarismo como un actor que ha sido parte de nuestro ethos
cultural y discursivo.

Quisiéramos que la terrible noche haya acabado…pero no es así, hasta tanto buena
parte de nuestra sociedad colombiana se vaya a la cama pensando en que una memo-
ria menos facilista y cómoda no pondrá en juego su existencia, pero tal vez sí lo hará
parte del día histórico en el que se retó la tolerancia al olvido.

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Capítulo 2

MEDIOS DE COMUNICACIÓN, MEMORIA


Y DESPOLITIZACIÓN DE LA VIOLENCIA1
Vladimir Olaya
Magíster en Educación, Profesor de la Maestría en Educación de la Universidad Pedagógica Nacional, integrante del
grupo de investigación Educación y Cultura Política de la UPN, clasificado por COLCIENCIAS en la categoría A1. Correo
electrónico: vlado2380@gmail.com

Marcela González Terreros


Licenciada en Ciencias Sociales, candidata a Magíster en Educación. Profesora vinculada a la Secretaría de Educación
de Bogotá. Correo electrónico: marcelagonzalez1981@gmail.com

Introducción
El artículo analiza las narrativas de la Revista Semana como medios de construcción
de memoria sobre un acontecimiento enmarcado en el conflicto social y armado co-
lombiano; los Falsos Positivos. Las narrativas que se analizaron se ubican en el perio-
do de septiembre 2008 - marzo de 2011.

El texto devela como las narraciones de Semana contribuyeron a la creación de una


visión de legitimación del Estado y su fortaleza en la construcción de justicia, confi-
gurando así una memoria que no recuerda los hechos de violencia sino la lucha del
Estado por consolidar la seguridad democrática en el país. Se analiza la enunciación
de la revista acerca de las ejecuciones extrajudiciales como un problema de índole in-
dividual y no en el marco del conflicto armado colombiano, visibilizando así mismo el
hecho como un evento que estaba siendo solucionado, en el que las víctimas pasaron
de ser el centro del problema a ser subsidiarios de otros eventos.

1 El presente trabajo hace parte de los avances del macro proyecto de Investigación Memorias de la violencia y formación
ético política en jóvenes y maestros de Colombia. A su vez, es parte del trabajo de investigación presentado como tesis de
maestría denominada: Juventud y violencia política: Emprendedores de memoria en el caso de los “Falsos Positivos”.
PARTE V - MEMORIA Y PRÁCTICAS COMUNICATIVAS
370

Finalmente, se problematiza las voces que enuncian las narrativas de la Revista Se-
mana, victimarios, entidades gubernamentales, Estado, en relación con el silencio
que se le otorgó a las víctimas de los falsos positivos.

I. Consideraciones iniciales
En el entramado social, los medios de comunicación no son solamente vehículos de
transporte de información sino que se pueden comprender como dispositivos que
coadyuvan a construir las formas en que entendemos, narramos, nos juzgamos y nos
vemos. Estamos diciendo, entonces, que los medios de comunicación constituyen for-
mas de enunciación que educan sobre el mundo, lo social, lo cultural y lo político y
en últimas son vehículos de la memoria, y por tanto espacios desde los cuales se
constituyen narrativas, en este caso particular de los fenómenos de violencia política
que se han dado en los últimos años en nuestro país.

Ahora bien, cuando decimos que constituyen narrativas estamos apostando a que en
sus diversos informes, artículos, crónicas, entrevistas, develan la forma en que se
constituye una idea de pasado, una comprensión del presente y una suerte de horizon-
te de sentido. En otras palabras, elaboran, a través de tramas narrativas, metáforas,
personajes, sentidos sobre diversos fenómenos. Elaboran una forma de memoria en
relación a unos hechos, confeccionan significados sobre prácticas y eventos de lo
social, coadyuvan a la constitución de la escena de lo público de nuestro país movili-
zando una serie de elaboraciones en torno a lo ético y lo político. Tal posibilidad le da
una fuerte relevancia a los mismos medios como espacios en los que se evidencian
formas de comprender la realidad.

A su vez, dichos medios de comunicación no están exentos de una serie de intereses


económicos, de una lucha y tensión por una serie de significados sociales y en este
orden sus construcciones son parte de esas tensiones. Así, las elaboraciones y narra-
tivas que constituyen los medios, los cuales en muchas ocasiones se convierten en
parte de la memoria y la historia oficial, están transversalizados por unas condiciones
históricas, culturales, económicas y sociales.

En este contexto se vuelve de vital importancia observar la manera en que diversos


medios de comunicación, en este caso particular la Revista Semana, constituyen for-
mas narrativas, que son en términos generales la evidencia de la manera en que se
elaboran memorias de nuestro país. Sin embargo, tales memorias no están exentas
de la tensión dada por otras maneras de comprender el pasado y los hechos, por la
manera en que se visibilizan memorias desde otros actores y otros sentidos que tam-
bién se la juegan por la constitución de significados, por las formas en que compren-
demos la realidad, lo que no implica que dichas narrativas correspondan fielmente a
Capítulo 2. Medios de comunicación, memoria y despolitización de la violencia
371

los hechos. Lo que evidenciamos entonces es la disputa y lucha por la memoria, en


términos de Todorov (2000).

Uno de los fenómenos que de manera muy fuerte ha sido objeto de disputa tanto po-
lítica, como social, es lo acaecido con los llamados Falsos Positivos. Y lo nombramos
como disputa, en tanto el mismo ha sido, por una parte, un fenómeno que ha lindado
en su interpretación como el resultado de un ejercicio sistemático de violencia políti-
ca que vulnera los derechos humanos y, por otra, como parte de la acción de manos
criminales que se encuentran fuera del estadio de lo político y del conflicto armado
que vive el país. En relación a estos hechos y la disputa de sus significados, como se
intentará develar en las siguientes líneas, lo que se ha hecho por parte de los medios,
en este caso especial la Revista Semana, es construir una visión de legitimación del
Estado y su fortaleza en la construcción de justicia; es decir, los falsos positivos se
han convertido en un fenómeno que deja ver la construcción de una institucionalidad
fuerte, de una justicia que procede de manera correcta en la búsqueda de sanear
las instituciones del Estado y que le permite a los afectados tener garantizados sus
derechos. En este sentido, las narrativas que sobre los hechos de violencia en el país
elabora la Revista Semana, dejan o construyen una memoria que no recuerda los
hechos de violencia sino la lucha del Estado por procurar la tan anhelada seguridad
democrática del Gobierno Uribe, invisibilizando la angustia de los afectados, dejando
oculto un problema político, colocando la violencia, que entendemos para este artícu-
lo como política, en el lugar de la corrupción y un deterioro ético de unos individuos al
interior de la fuerza pública.

En este sentido, creemos que las memorias y las narrativas construidas sobre los
Falsos positivos, no intentan ver un problema que trasciende lo individual y se quedan
en hechos que no se ligan con problemas de tipo social o la lucha por el poder y la
constitución de un proyecto político. Hay, en este orden, una memoria que se expan-
de y se populariza y que se traduce en el develamiento de hechos aislados y no se
preocupa por la comprensión de los fenómenos sociales en el intento de construir la
imposibilidad de que este tipo de sucesos se vuelvan a repetir.

Así, este texto se dedica a develar la manera en que se constituyeron unas narrativas
de los falsos positivos a través de la Revista Semana en el periodo entre septiembre
de 2006 hasta marzo de 20112, evidenciando, en una primera parte, la forma en que
es desplazado el acontecimiento a un evento, deslegitimando en muchos casos su im-
portancia en el medio de comunicación. Luego observa, el texto, la manera en que hay
una individualización del conflicto lo que sesga sus análisis y a su vez lo despolitiza y,

2 La totalidad de artículos revisados fuede 704 de los cuales se seleccionaron 38 que se relacionan directamente con el tema
de falsos positivos de Soacha y Bogotá. El periodo seleccionado se caracterizó porque en él circularon el mayor caudal de
noticias con referencia al tema, por una parte y por otra, fue en dicho período en que los crímenes fueron visibilizados y en
el cual se dieron una gran cantidad de acciones judiciales, a diferenciasde otros períodos en los últimos diez años.
PARTE V - MEMORIA Y PRÁCTICAS COMUNICATIVAS
372

por último, se revisa la temporalidad de los relatos, es decir, el orden de los sucesos
en las narrativas de los artículos presentados por la revista Semana, intentando per-
cibir la forma como se hilan los acontecimientos y su relación con el pasado, presente
y futuro, pues estas formas de organización de los relatos coadyuvan a comprender su
significación y su relación con la vida y la historia política de la Nación.

II. Semana: Entre los intereses empresariales


y la narración de la violencia.

Quizás una de las revistas de mayor circulación en el país es Semana, publicación


que tiene una historia de la larga data en nuestro país. El semanario tiene en sus
comienzos, como objetivo, presentar mucho más que noticias, pues en el decir de
sus directores, el público obtenía demasiada información la cual carecía de estudio
e investigación, por ello Semana se presentaría como un medio de análisis, de inter-
pretación, de opinión que le posibilitara a los lectores miradas críticas exentas de
reivindicaciones políticas o ligadas a partidismos y que le posibilitarían a aquellos
que leyeran el medio una mirada mucho más panorámica, comprensiva y real de la
vida social, política y económica del país.

Sin embargo, tenemos que decir que todo trabajo de enunciación, toda construcción
de discursos está expuesta a una mirada o enfoque de la realidad, a una recomposi-
ción del tiempo y de los intereses y en esa medida, cualquier mirada crítica o analítica
es poseedora de una forma de configurar los modos de comprensión de lo observado.
Ahora bien, esto se hace mucho más evidente si se comprende la publicación como
una empresa, ante lo cual el vender se convierte en un lugar que transforma la mirada,
el análisis y las pretensiones del medio de comunicación con sus informaciones y sus
narraciones en torno a la realidad del país.

Teniendo en cuenta esta realidad y en general la de los medios de comunicación, con-


sideramos que las narrativas que sobre los falsos positivos presentó Semana, como
formas de configuración de memorias, evidencian una serie de desplazamientos en
relación con los mismos, que en términos generales modificaron las significaciones y
las formas en que fueron comprendidos; el primero de ellos tiene que ver con la trans-
formación de las ejecuciones extrajudiciales de acontecimientos a hechos. A su vez,
el fenómeno pasó de ser un problema de violencia política a un problema individual,y
por último se gestó, a través de las narrativas, una mirada que visibilizó el hecho, no
tanto como correspondiente a una coyuntura de violencia y transformación política en
relación a la concepción de seguridad tanto a nivel mundial y nacional del conflicto,
y como parte de la dinámica compleja del conflicto armado en Colombia, a un hecho
que estaba siendo solucionado y en el que los sujetos víctimas pasaron de ser el
centro del problema a ser subsidiarios de otros eventos.
Capítulo 2. Medios de comunicación, memoria y despolitización de la violencia
373

III. Falsos positivos: de acontecimientos a eventos


Todo ejercicio de enunciación, toda narrativa se da en términos de una trama signifi-
cacional que es constituida por una serie de acontecimientos, una temporalidad y la
presencia de una serie de personajes que se constituyen unos con otros, es decir, su
identidad se da en la interacción con otros. Los acontecimientos, elementos funda-
mentales de las narrativas, son en tanto posibilitan virajes, constituyen direcciones
y sentidos, pues permiten, por una parte, la actividad de los personajes, y por otra la
ruta cronológica.

En este orden, los eventos son sucesos que se dan y generan el acontecimiento como
un fenómeno que transforma la realidad3. Así, estamos diciendo que el acontecimien-
to es mucho más que el evento, ambos se instituyen y se constituyen; sin embargo,
el acontecimiento es de mucha más complejidad, aunque puede ser premeditado,
reconocible y predicho, el mismo configura una serie de sucesos que inciden en las
maneras que se vive y se actúa en la experiencia vivida, mientras los eventos se pre-
sentan como una serie de hechos no predecibles, pero no son ellos los que trastornan
los sucesos acecidos en las memorias y en las narrativas.

Bajo esta conceptualización, diremos que la Revista Semana, entendido como enun-
ciador, constituye los falsos positivos como simples eventos, acciones que si bien ayu-
dan a consolidar otras acciones, no son los que predominan o se convierten en los te-
mas, tramas y acontecimientos que dan virajes y elaboran el campo semántico de las
narrativas que tocaron el tema de los falsos positivos. Los acontecimientos relatados
por Semana vinculan otros temas, los cuales desvirtúan la importancia del fenómeno
de los falsos positivos, reconfigurando la manera en que recordamos dichos hechos.
Así, observamos que los temas y los acontecimientos que se develaron como signi-
ficantes tendría que ver con: lo hecho por los órganos de justicia, las revelaciones y
versiones de sujetos pertenecientes a las Autodefensa Unidas de Colombia (AUC) y
las pugnas políticas por la forma en que se ha manejado los eventos relacionados con
las ejecuciones extrajudiciales.

En relación con lo hecho por los órganos judiciales, se identifica en la Revista, cómo
la institución del Estado y sus acciones son el motivo de la información en el medio
de comunicación. En este orden se antepone a los falsos positivos el problema de las
acciones de los jueces, de los órganos del Estado, de las sentencias realizadas, las
impugnaciones pronunciadas, las declaraciones.

3 Para Alan Badiou (2003) un acontecimiento, en términos amplios, fractura con las lógicas preestablecidas, se expande más
allá de su sitio y posibilita la intervención de ciertos individuos que coadyuvan al engranaje de sus implicaciones, lo cual
posibilita la transformación radical de la situación.
PARTE V - MEMORIA Y PRÁCTICAS COMUNICATIVAS
374

Esto querría decir que la preocupación no está dada en los asesinatos, sus causas y
los eventos que condujeron o posibilitaron la situación de violencia contra campesi-
nos y jóvenes, sino en la acción judicial. Es la forma de juzgamiento y el proceder lo
que se coloca en la arena pública y lo que ello tiene de controversia. En este sentido,
las acciones de un ente abstracto, como los órganos de justicia, se presentan sin que
ellas fueran resultado de una serie de hechos. Las actividades del ente judicial está
dada por sí misma, es su carácter específico y no es el resultado ni de una serie de
presiones sociales, ni la evidencia de que algo más allá de lo común está emergiendo
en el ámbito de lo público, de lo social y de lo político. Es decir, su acción es naturali-
zada, su potencia es legitimada y su ser es connatural a los hechos, en otras palabras,
la organización de la justicia está hecha para que atienda a estos sucesos y no se
configura como un espacio de lo político que es incidido por las condiciones sociales.

La mirada construida por la centralidad dada a los hechos realizados por el organismo
de justicia delata una forma de significación en relación a los falsos positivos que
constituyen una despolitización de lo sucedido. Esto es, al ser la acción de los orga-
nismos del Estado lo que prevalece y le da un horizonte de sentido a la narrativa, los
crímenes se convierten en unos hechos que pasan por la cotidianidad, por acciones
y eventos que corresponden a coyunturas independientes, que no presentan relación
con condiciones sociales, políticas o económicas. Lo que se pone en juego o evidencia
es mucho más la problematización acerca de la eficacia y eficiencia de los organismos
encargados de impartir justicia, sin pretender comprender las complejas redes de
relaciones que se pueden plantear entre el asesinato a unos jóvenes y campesinos y
las condiciones sociales y políticas que los posibilitaron. Por ello, quizás, es normal
encontrar en los artículos de la revista Semana alusiones como la siguiente:

El juez segundo penal de control de garantías encontró méritos suficientes para


pedir la medida de aseguramiento contra 17 militares acusados de asesinar a
tres civiles inocentes de Soacha, que posteriormente fueron presentados como
muertos en combate en Ocaña, Norte de Santander. En los hechos investigados
murieron en total 11 personas residentes en este municipio. (Semana, 2009,
Mayo 22)

La constante de este tipo de enunciados posibilitan una rememoración de campos


semánticos que van a decir de lo positivo o la negligencia del órgano judicial, ne-
gando una referencia clara a las implicaciones que los asesinatos pueden tener en
torno a las disputas de capitales simbólicos que se ponen en juego en los entornos
de violencia.

Adicional a esta forma de manejar la información en relación a los falsos positivos,


también fue evidente cómo dichos fenómenos, al interior de los artículos,fueron rem-
plazados por la importancia dada a las revelaciones hechas por los integrantes de los
llamados grupos paramilitares. Si bien es cierto, las declaraciones de los integrantes
Capítulo 2. Medios de comunicación, memoria y despolitización de la violencia
375

de las AUC evidencian lo macabro de las muertes, la focalización realizada hacia los
personajes en la Revista Semana, convertía en espectáculo los homicidios y cobraban
importancia los victimarios y su accionar, mucho más que las mismas víctimas y la
manera en que se comprende la seguridad y la política de Estado en relación a estos
hechos. En dichos relatos va a jugar un papel fundamental el tipo de alianzas y rela-
ciones que entre paramilitares y ejercito se plantearon, la forma en que se negociaba
la muerte o la entrega de sujetos de un grupo a otro. Relatos que en muchos casos
son embestidos tras la estructura de crónicas, que si bien pueden develar la manera
cínica y violenta en que fueron asesinados los sujetos, terminan siendo textos que so-
breponen el problema de las ejecuciones extrajudiciales, a una maquiavélica alianza
para decir mentiras, para hablar de resultados.

Los acontecimientos narrados por los paramilitares, en muchas ocasiones, caen en la


puesta en escena de lo sombrío y terrorífico del actuar de unos sujetos y en el sin sen-
tido de las muertes. Las versiones, nombradas así por la Semana, son cubiertas por un
halo de sospecha, de no necesariamente reales y que tienen en su decir el respaldo
de un alguien acusado por la justicia, en este sentido, tan solo son versiones. Tejidas
así, “las versiones”, terminan siendo eso, versiones, sin que en realidad se pueda
entender el complejo de las muertes sistemáticas de muchos jóvenes y campesinos
del país que no pretenden construir una comprensión de lo sucedido.

Muchos otros artículos invisibilizaron o enmascararon la relevancia del problema de


los falsos positivos, sin atacarlo directamente a través del desmerito de personajes
que en muchas ocasiones se disputaban lugares al interior de los altos órdenes del
Estado. En este sentido, la responsabilidad, enunciada de manera ambigua e indi-
recta, se queda en tan solo el nombramiento en medio de una lucha por el poder.
Observemos:

Habiendo tantas mujeres preparadas para entrar en la terna, escogieron la me-


nos idónea y la más inexperta; habiendo ex magistrados que podrían ocupar
el cargo aportando su experiencia y su conocimiento, escogieron a uno con un
talante ideológico de extrema derecha a quien se le vio muy poco interesado en
el tema de los asesinatos de civiles a manos de miembros de la Fuerza Pública
con el propósito de cobrar recompensas. Cuando le preguntaron qué opinaba
sobre el informe hecho por el relator de la ONU para ejecuciones extrajudicia-
les, el ex magistrado Palacio patinó en su respuesta y hasta ahora no sabemos
si fue que no estaba al tanto del informe o si trató de minimizar las terribles
denuncias del relator. Para no hablar de Camilo Ospina, a quien se le atribuye
la autoría de la normativa que habría incentivado los “falsos positivos”, cuando
se desempeñaba como ministro de Defensa, amén de que según Cecilia Orozco,
en El Espectador, Ospina no ha explicado cuáles son sus relaciones con Víctor
Carranza, el intocable hombre de las esmeraldas.
PARTE V - MEMORIA Y PRÁCTICAS COMUNICATIVAS
376

Antanas Mockus, candidato presidencial del Partido Verde, dijo que no ve res-
ponsabilidad penal, aunque sí moral, por parte del mandatario Álvaro Uribe y su
ex ministro de Defensa, Juan Manuel Santos, en el escándalo de las ejecucio-
nes extrajudiciales, conocidas como “falsos positivos”.

“Estoy seguro de que ni el Presidente ni el ex ministro son determinadores de


los falsos positivos. Creo que el ex ministro (de defensa) Camilo Ospina expidió
una directriz al Ejército que resultó en una tragedia, como pasó con la matanza
de My Lai en Vietnam”, así respondió Antanas Mockus al ser interrogado sobre
los “falsos positivos” en una rueda de prensa con periodistas extranjeros. (Se-
mana, 2009, Julio 12)

Como es claro, en varios de los relatos que tocaron el tema de los falsos positivos,
el problema fundamental giraba en torno al desprestigio, la responsabilidad o la des-
responsabilización de figuras públicas frente a los hechos de violencia, en medio de
la lucha por puestos en el Estado, sin que necesariamente existiera un análisis del
nivel de compromiso político con los asesinatos y desapariciones de muchos jóvenes
y campesinos de nuestro país por parte del Ejercito.

Así, por ejemplo, en el relato de María Jimena Duzán, la enunciación acerca de este
problema tiene como objeto la deslegitimación de un sujeto en relación a la terna
de Fiscal. En este orden la enunciación de la redactora califica a unos individuos en
relación a su ineficiencia y su desconocimiento de lo sucedido, lo cual se vuelve ar-
gumento para que los mismos no sean candidatos, según la postura de la autora del
artículo, para ser fiscal de la nación. Si bien es cierto, una persona que desconozca
este tipo de eventos, que no tengan claros estos temas y una posición acerca de los
mismos, es imposible que se presente a ser fiscal general de la nación, la argumen-
tación propuesta no esclarece los hechos en relación a los asesinatos extrajudiciales.

En esta misma lógica, la enunciación de las responsabilidades como argumento para


desprestigiar o no a alguien se encontraban las alusiones hechas por el candidato a
la presidencia 2010, Antanas Mockus. Sus alusiones intentan no culpabilizar a nadie.
Su alocución, según nuestro entender, por un lado, califica el problema de la respon-
sabilidad frente a los múltiples asesinatos cometidos por la fuerza pública, como una
complicación vivida en el espacio de la moralidad, es decir, la responsabilidad que le
cabe a las altas cúpulas del gobierno no posee un carácter que permita el juicio penal.
Lo anterior desvirtúa, en gran medida, el pensar la responsabilidad política frente a
los hechos. Por otro lado, es evidente que lo dicho por el entonces candidato es parte
de un juego estratégico en la pugna por el poder, pues responsabilizar al gobierno de
turno, cuando el mismo gozaba de una fuerte popularidad, en medio de la campaña
por la presidencia podría haber tenido fuertes incidencias en sus pretensiones por
la presidencia. Así, lo que evidencia el semanario es una narrativa que desliza un
acontecimiento tan fuerte como los falsos positivos a un evento que opaca sucesos
Capítulo 2. Medios de comunicación, memoria y despolitización de la violencia
377

de otra envergadura. En el mismo sentido pierde, en la recordación de los eventos, el


carácter de asunto público para que sean otros sucesos los que ocupen el espacio de
la arena política.

Se puede decir que los falsos positivos sirvieron, en su desplazamiento de aconteci-


miento a eventos, como arma estratégica, no tanto para comprender lo que pasaba
en el país, de la envergadura de las políticas de Estado en relación con la seguridad
democrática y su forma de concepción en relación con una política económica neoli-
beral, a ser un arma para la consolidación de la fuerza de los organismos del Estado
(en este caso particular, los organismos de justicia – léase fiscalía), y como una estra-
tegia para pensar la obtención del poder.

IV. De un problema social-político a un problema individual.


Las diversas alusiones que de los falsos positivos presentó la revista Semana, posi-
bilitaron una compresión de los hechos que tenía que ver mucho más con un ejerci-
cio de tipo individual, que un problema relacionado con las políticas de Estado, con
la concepción de seguridad democrática, o con la implementación de una postura
ideológica y unas formas de entender las relaciones sociales entre los individuos. En
otras palabras, las maneras en que se reconstruyeron los hechos tenían que ver con
un problema de la moralidad e idoneidad y el carácter de los sujetos, más que con un
problema de crímenes de lesa humanidad.

Postulados de esta forma, la responsabilidad individual crea en el ambiente una idea


de deslegitimación de los mismos crímenes, creando en los lectores un ambiente que
imposibilita la mirada a las condiciones sociales que permitieron dichos eventos. Tal
rango de significación de los eventos fue logrado a través de diversas estrategias. La
primera tiene que ver con las maneras en que los relatos construían la imagen de los
implicados en las masacres y las desapariciones. Estos fueron vistos como presuntos
culpables o sindicados, es decir, como un alguien sobre quien recae la acusación pero,
en muy pocos casos, como aquellos que cometieron un homicidio, lo cual no indica
que los acusados sean los directamente culpables. Tal enunciación de los hechos
tiene diversas implicaciones. Una de ellas es la imposibilidad de esclarecer quién
comete el evento. Se deja así la imagen de que la justicia está procediendo sobre
unos hechos, por una parte y por otra, que hay un alguien, persona, sobre quien la
justicia debe proceder; esto es, hay un alguien quien a mérito personal e individual
comete una acción.

En esta misma lógica, también es posible ver, en muchos de los artículos de Semana,
como la responsabilidad del ejército no es el problema fundamental, sino la forma co-
mo los paramilitares tuvieron responsabilidad en múltiples masacres, erigiendo la
idea de una culpa compartida, lo cual supone la no vinculación con una política de
PARTE V - MEMORIA Y PRÁCTICAS COMUNICATIVAS
378

Estado y si la configuración de la idea de manos criminales y cuyo objeto era la ga-


nancia de reconocimientos o de dádivas por la presentación de resultados por parte
de integrantes del ejército:

Don Mario’ le contó a la Fiscalía casos en los que presuntamente algunos mi-
litares del Meta utilizaron los falsos positivos para obtener ascensos, encubrir
crímenes de los ‘paras’ y ocultar operativos fallidos del Ejército contra la guerri-
lla. Al finalizar su versión libre del miércoles, ‘’Daniel Rendón Herrera, alias Don
Mario, confesó 13 hechos en los que, según él, los paramilitares del Frente Meta
del Bloque Centauros le ayudaron a miembros de la fuerza pública para presentar
resultados en la lucha contra la guerrilla en la zona. (Semana, 2010, Febrero 18)

Otra manera en que se individualiza la responsabilidad de los falsos positivos, tiene


que ver con la forma en que se contaron los homicidios y en el que la nominalización
de los ejecutores pasó de ser un problema de una entidad colectiva, Ejército Nacional,
al de unos integrantes enunciados con nombres propios, lo cual supone que el homi-
cidio procede mucho más de la moralidad y la ética de unos sujetos:

Este caso se suma a los más de 40 uniformados que han sido absueltos por esta
misma razón…Blanco fue acusado por la supuesta desaparición y homicidio de
Jonathan Soto Bermúdez y Julio Cesar Meza, ocurrido el 27 de enero de 2008
en Ocaña, Norte de Santander. (Semana, 2010, Febrero 2)

A juicio soldados profesionales por caso de ‘falsos positivos’.


Los acusados como presuntos responsables del homicidio son: Duaime Gaitán
Patiño, Rodrigo Galindo Herrera y Mauricio Cubillos Lunas, privados de la liber-
tad en guarniciones militares. (Semana, 2010, Febrero 8)

Como es posible observar en las anteriores citas, si bien hay una alusión a las fuerzas
militares, el enunciador no tiene la pretensión de juzgar a la fuerza pública sino de
develar el carácter de los sujetos como integrantes de la misma institución, quizás por
ello lo juzgado son los sujetos en los que el ser soldados profesionales es una cuali-
dad y no el nombre del organismo armado. En este orden, la acción de juzgamiento
recae sobre individuos y no sobre un sujeto colectivo. De hecho, el ejercicio de res-
ponsabilización frente a unas acciones se particulariza aún más cuando los acusados
del homicidio son enunciados a partir de sus nombres propios presentándolos en el
mismo nivel de civiles. Acción que es recurrente en muchos artículos y lo cual conduce
la observación de los hechos aislados de elementos institucionales y estructurales,
aunque su relación sea evidente.

Otros artículos en los que se observa una individualización en la responsabilidad de


los crímenes extrajudiciales tienen como característica evidenciar muchos detalles
acerca de la manera de actuar de los homicidas, en la que los mismos se vuelven
Capítulo 2. Medios de comunicación, memoria y despolitización de la violencia
379

protagonistas. Situación que hace creer que las estrategias son construidas y pensa-
das por un ente particular, con unos intereses económicos y de reconocimiento que si
bien jugaron un papel importante en estos hechos, se desconoce la manera en que se
convirtió en un asunto estratégico, es decir,la seguridad se enmarcó en la estructura
empresarial, perfil del capitalismo, liderada por el Estado:

…En una de estas conversaciones, el capitán Duván Hernández, del batallón


Voltígeros de la brigada 17, llama a su superior, un coronel, quien lo primero
que le pregunta es: “¿Cuántos muertos van?”. El capitán le responde que hasta
ahora va uno “con todo” y le dice a su superior que hubo combates. El coronel
le enfatiza que hay que decir que son miembros de las Farc. Tras esa comunica-
ción, el capitán comenzó a hacer llamadas desesperadas a distintas personas,
presumiblemente paramilitares de la región. En una de las comunicaciones el
oficial llama a un paramilitar para contarle que tiene una baja pero que hay un
“inconveniente” y es que el muerto está desarmado y necesita plantarle un arma.

El paramilitar le ofrece una pistola, y el oficial le pide un fusil. Tras varias lla-
madas, el hombre le consigue al oficial un arma para que la ponga al lado del
muerto. (Semana, 2010, Julio 17)

Sumado a estas estrategias, el gobierno de turno, por lo menos dentro de las diversas
informaciones y artículos publicados por la Revista Semana, deslegitima la sistema-
ticidad de los crímenes realizados por las fuerzas del Estado. Para ello, ponen en
cuestión la forma en que se han denominado los crímenes y construye maniobras por
las cuales los mismos hechos sean reconocidos como un problema de individuos, en
algunas ocasiones, y en otros casos desde los alcances de sus políticas y su preocu-
pación en relación a los delitos denominados crímenes extrajudiciales. En este senti-
do, el Estado y sus funcionarios se colocan en el lugar de garantes de las libertades,
cumpliendo con la tarea de protectores de los derechos humanos, o como agentes
que vigilan la manera en que se imparte la justicia, desvinculándose de esta forma,
de cualquier responsabilidad política que pudieran tener.

En este orden, son llamativas las alusiones que en relación a la manera en que se
han denominado los crímenes extrajudiciales en el país, hizo el ministro de Defensa
Rodrigo Lloreda para el año 2010:

…”Se está planteando la necesidad de que hagamos una reflexión para que
llamemos las cosas por su nombre, estamos hablando de investigaciones por
presuntos homicidios en persona protegida u homicidios agravados”, dijo el fun-
cionario sobre el caso de los “falsos positivos”. Tras una reunión con el fiscal
interino, Guillermo Mendoza, el ministro Rivera insistió en declaraciones a los
medios que las investigaciones son de carácter individual y que lo más impor-
tante es hallar lo más pronto posible la verdad. (Semana, 2010, Septiembre 6)
PARTE V - MEMORIA Y PRÁCTICAS COMUNICATIVAS
380

La preocupación y la vergüenza se reflejaban en los rostros de varios altos ofi-


ciales en los pasillos del Ministerio de Defensa la semana pasada. El martes, el
ministro Juan Manuel Santos se había adelantado a ordenar una investigación
exhaustiva cuando supo que 11 muchachos que habían desaparecido del sur de
Bogotá durante este año habían sido reportados como muertos en combate y
enterrados en un cementerio veredal en Ocaña, Norte de Santander. (Semana,
2010, Septiembre 27)

Nuestros recuerdos, a partir de este tipo de enunciados y narrativas, alrededor de lo


sucedido tendrían que ver, si solo tuviéramos a Semana como referencia histórica,
con la tarea que asumió el gobierno en relación a estos macabros sucesos: un actante
que asumió la búsqueda de la justicia y de los responsables directos de los hechos.

Como hemos venido esgrimiendo, una noticia es a su vez un relato, pues compone una
manera de construir sentido y elaborar la forma en que se entienden unos sucesos,
unos actantes y una trama, lo cual tiene como consecuencia unas formas de signifi-
cación y de rememoración. Ahora bien, si aceptamos que en la Semana se encuentra
una individualización del problema, ello tiene, por lo menos, una consecuencia. Ésta
tiene que ver con la constitución de la no razón histórica, es decir, los homicidios al
ser presentados como el resultado de unas acciones personales, del quiebre en la
moralidad y la ética de los sujetos, posibilitan la construcción de una razón no justi-
ficable de una acciones en un momento social, político o económico, lo cual supone
la no comprensión de los hechos como situaciones complejas. Es decir, si la culpa
es de un sujeto, la posibilidad de justicia se queda en el reconocimiento de quienes
cometen el homicidio y el problema de la violencia se convierte en tan solo un hecho
de la naturaleza humana. Ello se traduce en la imposición de un capital simbólico
que convierte los problemas de violencia a un tipo de justicia que se limita a mirar
los hechos y a sus responsables directos. Estamos hablando, entonces, de un tipo de
justicia policiva que intenta controlar los actos humanos y no de aquella que piensa
el orden social, es decir, la justicia en su relación con el orden de lo político y como
parte de un proceso de intelección.

V. Voces no enunciadas.
La construcción de una significación de los falsos positivos desprovistos de una carga
política, a-histórica y por fuera del conflicto de violencia que ha vivido y vive Colom-
bia, se ve reforzada por dos elementos más, visibles en las narraciones que sobre
estos hechos se edificaron en la revista Semana: el primero de ellos tiene que ver con
el silenciamiento de los muertos y los afectados por los homicidios extrajudiciales y
el segundo, con una idea de justicia como acción proceso, es decir, una temporalidad
del siempre presente.
Capítulo 2. Medios de comunicación, memoria y despolitización de la violencia
381

En relación al primero, el silenciamiento de los muertos y los afectados, es posible


develarlo en la ausencia de los relatos que enuncien las víctimas más allá de su nomi-
nalización como afectados; es decir, las víctimas no aparecen, en variados casos como
protagonistas, son subsidiarios de las acciones y por ello el dolor, el sufrimiento como
elementos humanos no son la noticia. Así pues, la revista presentó a unos actores
que ejercían justicia sobre unos implicados que cometieron una serie de acciones, las
cuales recaen sobre un alguien desconocido, aunque llamados por su nombres, son
nominalizados, mucho más, a través de términos colectivizantes que no particularizan
lo que significa la pérdida de la vida humana:

Los investigadorespudieron determinar que en realidad se trataba de tres jó-


venes habitantes de Soacha: Víctor Fernando Gómez Romero, Jader Andrés
Palacio Bustamante y Diego Alberto Tamayo Garcera, fueron contactados en
una tienda del municipio de Cundinamarca conocido como ‘Los Costeños’ del
barrio Ducales de este municipio de Cundinamarca, entre el 22 y 23 de agosto.
(Semana, 2009, Mayo 22)

Nominalizados de esta forma, la referencia a ellos conduce a la presencia de un he-


cho, a la efectiva realidad del mismo, sin que necesariamente haga referencia al
significado del homicidio y sus implicaciones en las comunidades afectadas. A su
vez, las víctimas, en otras ocasiones aparecieron caracterizadas como individuos que
habían cometido hechos delictivos, lo cual supone que han sido juzgados como seres
que no obedecían a la normatividad social, lo cual puede dejar amplios campos de
significación para justificar su muerte o restarle importancia.

Chatarro’ le envió a dos paramilitares que habían cometido una falla grave y a
cuatro civiles, recién reclutados por las autodefensas en Villavicencio. ‘Chata-
rro’ dijo que reclutaban a gente que ya tenían en la mira: delincuentes, secues-
tradores o atracadores. (Semana, 2010, Mayo 4)

Los jóvenes bogotanos tenían edades que oscilaban entre 17 y 32 años, casi
todos eran desempleados o trabajaban en oficios como construcción y mecánica
y, según la Defensoría del Pueblo, algunos tenían antecedentes como consumi-
dores de drogas. (Semana, 2010, Septiembre 27)

Este tipo de nombramientos a los afectados impide no pensarlos como parte del con-
flicto vivido. Se podría decir que su actuación dentro de las dinámicas de la violencia
es accidental, pues el que recaiga en ellos una acción, no los pone como objetivos
de la violencia. En otras palabras, la desafortunada aparición de los sujetos como
afectados, su fortuita y esporádica presencia como implicados en sucesos aislados,
la invisibilización del tipo de características de aquellos quienes fueron afectados,
compone una mirada que perfila a un sujeto que pierde importancia en la realidad
PARTE V - MEMORIA Y PRÁCTICAS COMUNICATIVAS
382

social y no devela lo sistemático de unos hechos y la persecución a un tipo de sujetos


con unas características particulares.

En algunas ocasiones, los relatos en los que los sujetos afectados por la violencia
adquirieron algún tipo de relevancia, es decir, su vida cobra algún tipo de significado
a través de relatos que van más allá de su pura enunciación y dejan ver el hacer de los
sujetos, sus procedencias, sus formas de vida, y son evocados como hermanos, hijos
o padres, terminan por legitimar la acción de las instituciones de justicia del Estado:

…Doña Zoraida Muñoz, de 57 años y líder de su comunidad, guardaba las


esperanzas de una confusión y que su hijo entrara pronto por la puerta de su
casa. Se aferró a su fe para que el dolor de la noticia de la supuesta muerte
de uno de sus seis hijos no opacara su trabajo con los niños de Ciudad Bolívar,
a quienes les consiguió zapatos y juguetes en diciembre pasado gracias a una
donación de la Fundación Pies Descalzos. Hoy se siente sin fuerzas y afirma que
ya no quiere vivir más.

…Los mandos militares reforzaban su tesis de combates con guerrilleros, pero


las pruebas de las denuncias eran tan contundentes, que el gobierno del presi-
dente Álvaro Uribe Vélez aceptó que algunos integrantes de las Fuerzas Militares
estaban incursos en asesinatos, por lo que destituyó a 26 oficiales como una
muestra de blindaje al ministro de Defensa, Juan Manuel Santos y al propio pre-
sidente de la República. A condenas entre 20 y 30 años de cárcel han sido sen-
tenciados algunos soldados, suboficiales y oficiales. (Semana, 2010, Febrero 22)

VI. Narraciones del eterno presente


Reforzando la idea de una justicia que busca la solución de los hechos llamados falsos
positivos, y la despolitización del conflicto, encontramos que en una buena parte de
los textos publicados en Semana, conducen a la idea de una temporalidad que se
constituye desde la no visibilización de un tiempo pasado que podría haber contextua-
lizado y ubicado los hechos en la historia de violencia del país. A su vez, las narrativas
se plantean, en buena parte, en unas acciones del presente que posibilitan cambiar
los hechos del pasado (los homicidios); esto es, los relatos al fundarse en las acciones
de los entes de justicia, reviste el proceder de la misma en una acción-proceso, es
decir, la justicia se está dando, sus acciones posibilitan pensar en un futuro mejor.

En este sentido, las acciones de los entes judiciales son los que proponen el hilo
progresivo de los sucesos, son sus actuaciones las que evidencian el transcurrir de
los hechos, lo que no sugieren que no hayan inconvenientes en sus accionar. Sin
embargo, es esta acción la que vincula el hilo entre el pasado, el presente y el futuro.
Es decir, el pasado está dado por hechos particulares, los cuales son atendidos en el
Capítulo 2. Medios de comunicación, memoria y despolitización de la violencia
383

presente. Se está dando una solución que progresará y mejorara en el futuro. En otras
palabras, los hechos dados desaparecerán en el futuro, lo cual los conduce al olvido
y no remiten a una recordación de los mismos, ni a tomar medidas que procuren su
no repetición

Recordemos que la forma en que se plantea la temporalidad del relato y las memo-
rias, no consta tan solo de una sucesión de hechos. Las formas en que se ordenan los
acontecimientos configuran una suerte de sentido que construye nuestras memorias
en relación a los eventos nacionales. Siguiendo a Nobert Lechner, las maneras en que
recordamos tienen una amplia relación con las construcciones sociales y culturales
y por supuesto están ligadas en una producción social del tiempo. De esta forma, los
relatos que tocan el tema de los falsos positivos en la revista Semana, al deshabilitar
la posibilidad de enmarcación de los hechos en una serie de coyunturas, por un lado,
constituyen un significado del presente que conduce a visibilizar el accionar ante
unos hechos y por otro, elaboran la idea de lo que llamaría, el mismo autor, un eterno
presente, en tanto el pasado son los hechos acaecidos, visibilizados como fortuitos.

Ahora bien, el presente está relacionado con el accionar ante los hechos del pasado,
lo cual no sugiere una transformación del futuro sino la culminación de los actos
construidos por el órgano judicial en el presente, estos podrían cambiar la percepción
del pasado en relación a unos hechos, unas instituciones y unas personas, pero no
incluye una mirada al pasado desde su historización y la construcción de una memoria
que posibilite la elaboración de un futuro construido colectivamente.

En este orden de ideas, el pasado vinculado en este caso particular a los falsos posi-
tivos, son desprovistos de significación y simbolización para el presente lo cual cons-
tituye su olvido como hechos relevantes para la historia de la nación. Si bien son
contados, relatados y enunciados como fatídicos, su nominalización corresponde a
hechos particulares que niegan la forma en que en ellos se despliegan toda una serie
de aconteceres que tienen relación con la forma como se ha configurado un tejido
social, una construcción política, cultural y económica de la nación.

La no simbolización de los acontecimientos, los falsos positivos, imposibilita una dis-


cusión y una recuperación de los acontecimientos como memorables. Recordemos
que lo simbólico va más allá del ejercicio de la representación, se despliega, en el
ejercicio simbólico, un amplio campo semántico que intensifica las formas en que se
comprende la realidad, lo cual constituye un gama de significados que permiten la
develación de la complejidad cultural, social y política, inclusive, de los hechos y de
las sinuosas tramas de la vivencia humana. En este sentido, la desimbolización de
los hechos encubre la memoria de una funesta sombra que no permite su develación.

De acuerdo a lo anterior, en el ejercicio de narración de los hechos que sobre los


falsos positivos realizó Semana, en donde estos sucesos no son la temática funda-
PARTE V - MEMORIA Y PRÁCTICAS COMUNICATIVAS
384

mental, y el ubicarlos como parte de otras acciones y su poca o nula contextualización


constituyen, como lo diría Norbert Lechner (2006), una ausencia de conexión intrín-
seca entre los eventos que pudiera dotarlos de un sentido más allá de ellos mismos.

A su vez, el ejercicio de constituir relatos que son narrados en un eterno tiempo pre-
sente y cuyo futuro esté dado en la solución de unos problemas puntuales, en un corto
lapso de tiempo, desdibuja la idea de un futuro más allá de la solución de un hecho
concreto y el presente pierde profundidad histórica, desvalorizando a su vez el pasado
mismo (Lechner, 2006) , pues lo que entrevén es un actuar de unos agentes y no la
visibilización de la relación entre unos acontecimientos y las maneras en que se está
constituyendo los tejidos sociales y las construcciones simbólicas del país. De esta
manera hay una desvaloración del pasado como conflictivo.

Esta forma de constitución de relatos descubre una manera de su rememoración,


imposibilitan la construcción de comprensiones que develen los vínculos sociales y
posibiliten la acción colectiva, pues dejan en el ambiente los hechos como acciones
desprovistas de carga social y repercuten en la manera en que formamos concien-
cia social. Es decir, las formas en que relatamos los hechos de un país contribuyen
a formar las maneras como entendemos los tejidos societales y en este caso, los
problemas y los conflictos que deberían tocar tanto la conciencia de unos sujetos
individuales como colectivos quedan inmersos en relatos, memorias que no superan
el transcurso de tiempos y sujetos individuales.

VII. Algunas ideas para terminar


El desplazamiento de los falsos positivos como eje central de las noticias, sumado a
la individualización de esta problemática, es decir, su no visibilización como parte de
problemas sociales y las narrativas contadas desde contextos cerrados que nos impi-
den verlos más allá de simples hechos y contados en un eterno presente, posibilitan
la despolitización del conflicto, por una parte, y por otra, los artículos se pueden leer
como parte de un ejercicio de violencia simbólica en el que se instituyen los hechos
como parte de la naturaleza y perversión humana, dificultando una reconstrucción de
memorias que permitan entender la violencia como parte de un entramado social y
político. Esto es, los artículos coadyuvan a generar y a formar, en tanto memorias, una
comprensión de la violencia como un problema de unos otros individualizados, lo que
incide en las prácticas de los individuos, en sus narrativas y rememoraciones sobre el
conflicto y su manera de actuación en torno a lo político y lo ético.

Ahora bien, si entendemos la violencia política no solo como la lucha por el poder “…
ejercida y administrada en nombre de una ideología, movimiento o estado político,
como puede ser la represión física de la disidencia, a manos del ejército o la policía,
así como su opuesto, la lucha armada popular en contra de un régimen represivo”
Capítulo 2. Medios de comunicación, memoria y despolitización de la violencia
385

(Bourgois, 2005), sino, también, como un fenómeno polifacético que afecta y se inter-
naliza de diversas maneras, es decir, tiene disímiles incidencias en la vida, las cuales
se insertan en la formas como se constituyen los individuos y la subjetividad.

En acuerdo a lo anterior podemos evidenciar que existe, a través de las narrativas


propuestas por el semanario, una desvinculación entre los hechos llamados falsos
positivos y el sustrato político que las mismas puedan tener. Así, por ejemplo, al argu-
mentar o presentar los falsos positivos como un problema individual y descontextuali-
zado, lo desvincula de su relación con la política de seguridad democrática del gobier-
no de Álvaro Uribe, la cual se entendió como una estrategia para la culminación del
conflicto que se encontraba en correspondencia con una política a nivel mundial. Tal
política de Seguridad democrática haría parte del control del conflicto, financiado por
ayuda internacional a través del Plan Colombia y la imposición de un sistema político
y económico neoliberal. Es decir, la política de seguridad democrática correspondería
a la intención de garantizar un ambiente propicio para la inversión extranjera, para
la cooperación internacional y la constitución de un tejido social que se basara en el
intercambio y la competencia económica.

A su vez, la descontextualización de las ejecuciones extrajudiciales no permiten poner


en la discusión pública la relación entre los falsos positivos con una definición de la
Política de Seguridad Democrática como un plan prioritariamente militar que buscaba
recuperar el orden y la seguridad, requisito cardinal para la vigencia de libertades y
derechos humanos, y desde la cual se desarrollaron acciones como la creación de una
redes de informantes, la implementación de un impuesto de guerra que permitiera
el fortalecimiento económico y militar de las FF.MM,y se instauraran recompensas
económicas a los desmovilizados de grupos ilegales y a los informantes.

Tampoco, el tiempo de narrativas publicadas por Semana, permite visibilizar que en


medio del clima de inseguridad vivido en el país se gestó una negación del conflicto
armado lo cual permitió que los esfuerzos del Estado se dirigieran ya no al combate
con un grupo armado, sino a la lucha contra el terrorismo, el cual tenía plena relación
con la política internacional pos 11 de septiembre y la cual entendía que los conflic-
tos ideológicos habían cesado y se consideraba el terror como la más fuerte de las
amenazas para las naciones.

En dicho orden, el miedo y la desconfianza en el otro configuraron las relaciones


sociales, pues el otro, el terrorista, puede ser cualquiera, desprovisto de cualquier
carga ideológica. Así, las políticas de seguridad se sustentaron sobre la constitución
del sospechoso que amenaza las libertades individuales y no la oposición, o el enfren-
tamiento por el poder. Frente a ello, por ejemplo, en Colombia, el ex -presidente Uribe
equipararía, durante su mandato, cualquier acto de violencia con terrorismo, aunque
dichos hechos tuvieran, en algunas ocasiones, razones ideológicas y políticas.
PARTE V - MEMORIA Y PRÁCTICAS COMUNICATIVAS
386

La principal consecuencia de este tipo de nombramientos a los sucesos y la problemá-


tica que se vivía en el país tiene que ver con que según la Política de Seguridad De-
mocrática “puede rechazarse toda distinción entre combatientes y no combatientes.
La población civil queda reducida a la condición de rehén entre las diversas fuerzas
beligerantes” 4.

En este marco, la lucha contra el terrorismo se convirtió en un fin en sí mismo y


todo mecanismo tendiente a combatirlo era legítimo, sin importar que el medio fuera
violatorio de los derechos humanos y de las más mínimas garantías consagradas en
nuestra constitución. Las detenciones masivas, la apelación al estado de excepción,
las zonas de rehabilitación, el diseño de estatutos antiterroristas, el tratamiento de
zonas especiales dan cuenta de esto. Se trataba, así, de una propuesta restrictiva de
las libertades y garantías fundamentales que apelaba al uso de la fuerza del Estado
para la lucha contra el terrorismo. Según el informe de la Misión Internacional de
Observación sobre Ejecuciones Extrajudiciales e Impunidad en Colombia (2008):

A partir de la puesta en marcha de la política de “seguridad democrática” se


registró un incremento de las violaciones al derecho a la vida directamente
atribuibles a la responsabilidad de las fuerzas de seguridad del Estado, pues
si se comparan los 5 primeros años transcurridos bajo el actual gobierno (lap-
so que coincide con la aplicación de la política denominada como “seguridad
democrática”) con relación a los 5 años anteriores a su posesión, se constata
un incremento del 67% a los casos registrados de ejecuciones extrajudiciales
atribuibles directamente a la Fuerza Pública”.

Sumado a lo anterior, dentro del ideal del capitalismo, la seguridad se enmarcó en


la del mercado, en la cual la seguridad, no tendría que ver necesariamente con las
condiciones en las que viven los individuos, sino con la lógica de los resultados.

En este clima, no enunciado por muchos medios de comunicación,aparecen los falsos


positivos, lo cual supone que ellos más allá de ser un problema de las fuerzas milita-
res corresponden a una serie de acontecimientos que tiene claros ribetes políticos,
pues se pone de plano que la idea de seguridad tiene una fuerte intencionalidad polí-
tica, de lucha contrainsurgente, lo que desemboca en diversos hechos, por una parte,
en la instalación de un tipo de modelo estructural y económico para al país y por otra
en una serie de acontecimientos que se ven visibilizados en diversos tipos de violen-
cia que se instalen en la cotidianidad de los sujetos, en la constitución de órdenes
de lo simbólico, e incluso en las formas en que tejen sus relaciones sociales, pues la

4 Comisión de Derechos Humanos, Informe del Grupo de Trabajo sobre desapariciones forzadas o involuntarias. Adición.
Misión a Colombia, 62 periodo de sesiones, doc. E/ CN.4/2006/56/Add. 1, párr. 16.
Capítulo 2. Medios de comunicación, memoria y despolitización de la violencia
387

violencia simbólica y política termina siempre en la evidencia de formas cotidianas e


intrafamiliares de violencia.

Es así, como la mirada y las narrativas de Semana configuran, en muchos casos, las
maneras en que los individuos entienden los sucesos y que se ven reflejados en las
mismas memorias y relatos que sobre los hechos construyen los afectados por este
tipo de acciones. Según la Fundación de educación y desarrollo (2010):

Yo lo vi el veintisiete de febrero, a él lo mataron dos días después (…) Así que


empecé a pensar que por qué se lo habían llevado. Pensaba dentro de mí, con
el dolor más grande: ¿cómo estará ahora? ¿Cómo va hacer mi vida? Guardaba la
esperanza de que él estuviese desaparecido o secuestrado, y que ya iba a apa-
recer aunque ya me hubieran mostrado sus fotos. Era como si quisiera negarme
a la realidad para hacerme ilusiones. Siempre le pedía a mi Dios que me diera
la oportunidad de volverlo a ver, pues era el papá de mis hijos y la persona con
quien compartía mi juventud.

El relato aquí citado, resultado de una entrevista a una madre víctima de las desa-
pariciones de jóvenes de Soacha. Nos revela el sufrimiento de los afectados por la
violencia, nos descubre el lado del dolor humano y nos abre una puerta para com-
prender a los sujetos más allá de víctimas o números, para presentarnos las diversas
incidencias que la violencia tiene sobre las comunidades y familias. Sin embargo, a
pesar de que las denuncias de las madres de Soacha han ganado en espesor político,
en muchas publicaciones de sus narraciones, al igual que en Semana y en muchos de
los medios de comunicación, el problema se queda en la enunciación de las víctimas y
los culpables, la justicia se tiñe de un halo de acusación, castigo y responsabilización
de unos victimarios individualizados, pero no transciende de los hechos mismos. Tal
situación nos debe llevar a pensar en formulas y estrategias que permitan, como lo
diría Lego (1991) historiar nuestras memorias, en procura de construir la posibilidad
de su no repetición. Si no ha de ser así, caeremos, muy seguramente, en la extracción
de memorias y relatos que solo nos pueden conducir a una morbosa lectura de narra-
ciones en las que el sufrimiento y el dolor se convierten en los protagonistas.

Bibliografía
Alain, B. (2003). El ser y el acontecimiento. Buenos Aires: Manantial.
Bourgois, P. (2005). Más allá de una pornografía de la violencia. Lecciones desde el Salvador.
En C. Feixa y F. Ferrándiz Francisco (eds.), Jóvenes sin tregua. Culturas y políticas de la
violencia. Barcelona: Anthropos
PARTE V - MEMORIA Y PRÁCTICAS COMUNICATIVAS
388

Redes. Fundación de educación y desarrollo. (2010). Horas de ausencia, relatos de madres y


esposas de los Falsos Positivos. Barcelona: Anthropos
Informe final de la Misión internacional de observación sobre Ejecuciones Extrajudiciales e
Impunidad en Colombia. (2008).
Le Goff, J. (1991). El orden de la memoria. El tiempo como imaginario: Barcelona: Paidós.
Lechner, N. y Güell, P. (2006). Construcción social de las memorias en la transición chilena.En
E. Jelin, y S. Kofman (comps.), Subjetividad y figuras de la memoria. Buenos Aires: Siglo XXI.
Todorov, T. (2000). Los Abusos de la memoria. Barcelona: Paidós.

Fuentes de Prensa

Duzán, M.J. (2009, Julio 12). Los sapos que nos tragamos. Semana.
Falsos Positivos. (2009, Mayo 22). Semana.
Elecciones 2010, Mockus no ve responsabilidad penal pero sí moral en ‘falsos positivos’.
(2010, Mayo 26). Semana.
Versiones. (2010, Febrero 18). Semana.
Por vencimiento de términos, en libertad otro militar involucrado en ‘falsos positivos’. (2010,
Febrero 2). Semana.
A juicio soldados profesionales por caso de “falsos positivos”. (2010, Agosto 8). Semana.
Informe Especial. (2010, Julio 17). Semana.
Ministro de Defensa, Rodrigo Rivera, pide no usar la expresión `falsos positivos´. (2010,
Septiembre 16). Semana.
Crece la preocupación en el gobierno. (2008, Septiembre 27). Semana.
Falsos Positivos. (2009, Mayo 22). Semana.
Justicia y Paz, Versiones. (2010, Mayo 4). Semana.
Crece la preocupación en el gobierno. (2008, Septiembre 27). Semana.
Conflicto. (2010, Febrero 22). Semana.
Capítulo 3

EL ARTE COMO EXPRESIÓN ALTERNATIVA


-LA EXPERIENCIA
DE LA FUNDACIÓN CULTURAL RAYUELA-
Iván Arturo Torres Aranguren
Director Ejecutivo de la Fundación Cultural Rayuela.

A Víctor Alfonso Lara, bailarín de Break Dance, asesinado el 26 de junio de 2005


y a los cerca de 500 jóvenes que han corrido su misma suerte en las calles de Cazucá.

Viejo Víctor, al cumplirse seis años de tu asesinato, vuelve a pasar por mi corazón el
día aquel en que los señores de la muerte, aquellos que insisten en regar de sangre el
suelo de la loma que recorriste durante tus veinte años de existencia, decidieron arre-
batarte la vida. Ése día, como tantos otros, estuviste dando volteretas sobre la cabeza,
golpeando el asfalto con tu figura, forzando tu cuerpo a contorsionarse, haciendo las
mismas piruetas que le hacías a la vida cada vez que salías del ensayo en la Casa de la
Cultura y tenías que trepar la oscuridad de la loma o cuando pisabas el escenario para
ganarte un lugar en la escena del Hip Hop, ese lenguaje urbano al que le dedicaste lo
mejor de ti, el mismo que asumiste como estilo de vida, como opción de futuro, como
compromiso vital con los tuyos, como forma de expresión.

Nosotros nos enteramos de tu suerte en la mañana. Todo parece indicar que te tenían
pisteado. Que te habían copiado la rutina. Que te estaban esperando. Que te tenían
tendida la celada. Tu amigo, el viejo Leo, se salvó porque supo correr a tiempo. Tú,
en cambio, no tuviste tiempo de reaccionar pues, en menos de lo que canta un gallo,
estabas completamente rodeado. Antes de que te dieras cuenta sentiste el fierro en
la cabeza. Lo que siguió fue pura rutina. Doblar las piernas, apoyarse en las rodillas,
agachar la cabeza y rezar un padrenuestro para que la muerte lo pille confesado a uno.

Un tiro cegó tu vida. Un tiro que me hizo recordar al poeta Gonzalo Arango y su “Elegía
a Desquite”… “Yo me pregunto sobre su tumba clavada en la montaña… ¿No habrá
manera de que Colombia en vez de matar a sus hijos los haga dignos de vivir?”
PARTE V - MEMORIA Y PRÁCTICAS COMUNICATIVAS
390

Los muchachos que hacían parte de tu grupo –la Compañía de Danza Urbana ensby–,
nos contaron lo sucedido con lágrimas en los ojos. La rabia nos hizo apretar los puños
y los dientes. Entonces, retomando una idea que había desarrollado tiempo atrás
nuestro amigo César López, decidimos montar una tarima justo en el lugar en el que
te quitaron la vida, llamamos a los artistas que conformaban el Colectivo Artistas y
Cultores de Soacha, montamos un equipo de sonido y armamos una gran jornada de
actuación ciudadana en la que recurrimos al arte para comunicar, para denunciar, para
gritar que la vida estaba siendo aniquilada.

Cerca de trescientos artistas desfilaron aquel día por las tablas. Bailarines de Break
Dance, EMC´s, grafiteros, cantores de música social, bailarines de folclor y de danza
moderna, fueron muchas y muchos los que pusieron su arte a dialogar con la gente de
las lomas, los que se atrevieron a retar el miedo y a manifestar públicamente la indig-
nación que nos causó tu muerte, los que prendidos de un micrófono hicieron sentir a
los tuyos que no estaban solos y, sobre todo, los que sacaron valor para anunciarle a
los señores del odio y del terror que no estábamos dispuestos a aceptar las reglas que
pretendían imponernos, que no acataríamos la Ley del Silencio que brotaba del tronar
de las balas, que nos negábamos a transitar los senderos del odio y que dedicaríamos
nuestro mejor esfuerzo para que tu muerte –al igual que la de los cientos de jóvenes
que como tú habían caído en medio de las calles–, fuera incorporada en clave de
verdad, de justicia y de memoria.

Este texto es una manera de cumplir esa promesa.

Te cuento, mi hermano, que el día de hoy los amigos y amigas del Instituto para la
Pedagogía, la Paz y el Conflicto Urbano –ipazud–, de la Universidad Distrital me han
invitado a hablar del arte como comunicación alternativa en el marco de un seminario
en torno a la memoria de las víctimas. Quisiera que me acompañaras y que me ayudes
a cumplir dicha tarea, ¿Te parece?

El profesor Darío Betancourt Echeverry, desaparecido y asesinado el 30 de abril de


1999, solía decir que hablar de la memoria no era otra cosa que hablar de la historia
desde la perspectiva de los sectores subalternos; por ello, sobra decir que lo que a
continuación haremos, es hablar con la voz de las víctimas, de aquellos que, como tú,
han tenido que vérselas cara a cara con la muerte, con el dolor, con el miedo, con la
violencia, con el terror, con la indolencia, con la insolidaridad, con el silenciamiento.

Pero bueno, asumamos pues la tarea, hablemos del arte, de la comunicación, de la


memoria… Démosle la palabra al arte y leamos con atención el mensaje que este
grupo de jóvenes artistas que se aproxima, intentará comunicarnos…
Capítulo 3. El arte como expresión alternativa –la experiencia de la Fundación Cultural Rayuela–
391

Un hombre joven camina lentamente. Su cara evidencia que ha recibido fuertes


golpes. Su cuerpo denota que ha sido objeto de humillaciones, de maltratos, de
torturas.
El joven atraviesa el salón. Se detiene. Mira a quienes lo miran. Pareciera des-
vanecerse, pero se le ve tomar aliento, abrir nuevamente los ojos y decir con
voz pausada:
“Señor presidente:
El suscrito Fernando Lalinde Lalinde, ciudadano colombiano, domiciliado en
Medellín, de ocupación estudiante, comunica a usted como máxima autoridad
política de la República lo siguiente:
El 3 de octubre de 1984, en la vereda Verdún, municipio de Jardín, en el departa-
mento de Antioquia, fui detenido por tropas del Batallón Ayacucho, adscrito a la
VIII Brigada del Ejército Nacional. Incomunicado, humillado, colgado, torturado,
¡Muerto! ¡Me declararon desaparecido!
Usted sabe de las protestas que se han levantado en mi nombre –a las que aho-
ra añado la mía propia–… ¡Pidiéndole! ¡Exigiéndole! ¡Me devuelva los huesos
de mi cuerpo que sus agentes se llevaron!
Usted sabe que la Constitución Nacional, al igual que los tratados internacio-
nales y las cartas de Derechos Humanos, proclaman, no sólo el derecho inalie-
nable a la vida humana, sino también a una muerte propia, con entierro propio
y de cuerpo entero. Usted sabe también que el elemental deber de respetar
la vida humana supone otro más elemental aún que es un código de honor en
momentos de guerra: los muertos, señor Presidente, no se mutilan. El cadáver
es  la unidad mínima de la muerte y dividir los cuerpos como se viene haciendo
en Colombia de tiempo atrás, es quebrar la ley natural y la ley social.
Sus intelectuales han determinado que la violencia se origina en la subversión
pero la verdad es que la violencia se origina en el sistema y en el Estado que
usted representa. Se lo dice una de sus víctimas que ya no tiene nada que per-
der. Y se lo dice por experiencia propia. ¡Quiero mis huesos, señor Presidente!
¡Quiero mi cuerpo entero, aunque sea enteramente muerto! Dudo que usted
preste atención a mis palabras pero…, aún así, quiero pedirle que haga todo lo
posible por no demorar más mi entierro.”
Dicho esto, el joven camina hacia atrás, al tiempo que alguien vestido de militar,
cuya cabeza es un gran ojo, le ata las manos con una bayetilla de color rojo, lo
arrodilla y le pone un arma en la cabeza.
La imagen se detiene. Un joven ubica ante ella un marco de madera de color
negro. La escena se transforma en una fotografía ampliada.
PARTE V - MEMORIA Y PRÁCTICAS COMUNICATIVAS
392

Pero bueno mi hermano, retomemos el hilo de nuestra tarea y digamos que este acto
de memoria es un homenaje a doña Fabiola Lalinde y, a través de ella, a los familiares
de las víctimas. Es un homenaje a su amor, a su terquedad, a su resistencia.

No podría ser de otra manera, pues es gracias a la lucha tesonera de doña Fabiola La-
linde que su hijo pudo escapar del abismo al que pretendieron confinarlo los señores
de la muerte y es gracias a ella, a su lucha y a su persistencia, que nos es dable evocar
hoy a su hijo Luis Fernando y escuchar su palabra –pronunciada a través de un joven
actor–, palabra que nos dice de su existencia, palabra que comparte con nosotros sus
proyectos de vida, palabra que señala con suma claridad a quienes valiéndose de los
ardides de la violencia quisieron arrebatarlo de entre nosotros, borrarlo de los afectos
de los suyos y desaparecerlo definitivamente en la bruma de la intolerancia y del odio.

Al escuchar las palabras de Luis Fernando aprehendemos el sentido que subyace a


la re-memoración y entendemos por vía de experiencia que re-cordar es rescatar del
olvido, es traer del pasado al presente aquellas personas y aquellos acontecimien-
tos que consideramos valioso, como diría Eduardo Galeano, que vuelvan a pasar por
nuestro corazón.

Pero compliquemos un poco la cuestión y digamos que hacer memoria es mucho más
que re-memorar. Retomemos a Pierre Nora y afirmemos que “el pasado solo se vuelve
memoria cuando podemos actuar sobre él en perspectiva de futuro” (Nora, 1998), que
el re-cuerdo sólo se vuelve memoria cuando permite que aquellos o aquello que re-
memoramos se quede a vivir en nosotros y que trascendiendo el dolor o la nostalgia
se traduzca en proyectos, en luchas, en tareas, en promesas por cumplir.

La memoria, como tú bien sabes, es territorio de disputa. Disputa en torno a la versión


del pasado, disputa en torno a aquello que se guarda como historia, disputa en torno
a lo que se utilizará como dispositivo para formar a las nuevas generaciones. Pero vol-
vamos al caso de Luis Fernando, escuchemos el eco de su voz e intentemos compren-
der a través de su palabra eso de la disputa en torno a lo que será conservado como
historia, en torno a aquello que conformará la memoria de las generaciones jóvenes.

Como sabes, después de la desaparición de Luis Fernando se construyó una “versión


oficial” de lo sucedido. La Fuerza Pública negó su detención, su tortura, su asesinato,
su desaparición. El ejército aseguró que desconocía su suerte y se limitó a repetir
hasta la saciedad que no habían detenido a nadie, que en la zona había habido enfren-
tamientos con la guerrilla, que tras dichos enfrentamientos había sido “dado de baja”
un guerrillero. ¿Te suena conocida esta respuesta? ¿Te recuerda acaso los llamados
Falsos Positivos?

Serán necesarios entonces 2.747 días de lucha, 2.747 días acopiando testimonios,
constancias, firmas, sellos para que el Estado reconociera que el Ejército Nacional lo
Capítulo 3. El arte como expresión alternativa –la experiencia de la Fundación Cultural Rayuela–
393

había detenido y desaparecido, para que el Estado fuera condenado por dicho crimen,
para que doña Fabiola recibiera de manos de los militares –quince años después–
una caja con algunos de los huesos de su hijo. ¿Entiendes ahora las palabras de Luis
Fernando? ¿Comprendes por qué insiste en su reclamo valiéndose de los lenguajes
del arte?

¡Quiero mis huesos señor Presidente!

¡Quiero mi cuerpo entero, aunque sea enteramente muerto!

Al hablar, Luis Fernando desenmascara la mentira. Su palabra, al igual que los huesos
de su cuerpo que el ejército tuvo que entregarle a su madre luego de años y años de
búsqueda, luego de sendos fallos de la justicia internacional, nos brinda otra “ver-
sión” de lo acontecido y nos interpela hoy, aquí y ahora, instándonos a actuar, a exigir,
a no aceptar que la impunidad sea nuestro único destino.

Usted sabe de las protestas que se han levantado en mi nombre –a las que aho-
ra añado la mía propia–, ¡Pidiéndole! ¡Exigiéndole! ¡Me devuelva los huesos de
mi cuerpo que sus agentes se llevaron!

Luis Fernando se vale de un joven artista para hablar, el arte deviene en medio para
la comunicación y el artista en cronista de la época que le tocó vivir. Así surge el arte
público comunitario, propuesta estética, cultural y política que pretende recuperar
la calle como conector entre lo público y lo privado y hacer que el espacio público
recupere su valor como activador de conversaciones, reflexiones, búsquedas, lecturas
y circulación de versiones alternativas de los sucesos, los eventos y las dinámicas
sociales.

El arte público comunitario es un dispositivo cultural que disputa a las empresas de


la información la construcción de opinión pública irrumpiendo en las calles y en las
plazas, en los colegios y en las universidades, en las ciudades y en los pueblos para
nombrar lo innombrable, para concitar solidaridades, para hablarle a la inteligencia
y a la sensibilidad de grandes y chicos, para espantar el tedio, el temor y el silen-
ciamiento, para amplificar la voz de quienes han sido acallados con violencia, para
socializar el dolor de quienes por años han tenido que sufrir en silencio, para narrar la
historia que se teje desde la experiencia de las víctimas y para ayudar a hacer visible
lo que a costa de la trivialidad y los intereses de los poderosos que detentan los gran-
des medios de comunicación, permanece completamente invisibilizado.

Ese es el valor del arte que acabamos de experienciar. Es esa su intención. Es ese el
contenido de su narrativa, de su dramaturgia y de su pedagogía. Por ello, decir:
PARTE V - MEMORIA Y PRÁCTICAS COMUNICATIVAS
394

Arte en clave de Memoria es decir recuerdo, decir recuerda.


Arte en clave de memoria es decir herida, decir punzada, decir espina clavada.
Arte en clave de memoria es decir madre, decir mi sangre, decir hermano.
Arte en clave de memoria es decir escena, decir esencia, decir presencia.

Arte en clave memoria es decir ¡No Más!, decir ¡Ya está bueno!,
decir ¡Ya basta!
Arte en clave de memoria es decir resistencia, decir insistencia,
decir persistencia.
Arte en clave de memoria es decir murmullo, decir susurro, decir haz lo tuyo.
Arte en clave de memoria es decir aquí estoy, decir cuenten conmigo, decir
también es contigo.
Arte en clave de Comunicación es decir noticia directa, diálogo sincero,
implicación verdadera.
Arte en clave de comunicación es decirle no a la desmemoria, al olvido,
a la amnesia.
Arte en clave de comunicación es herida que sangra, palabra que cura,
obra que repara.
Arte en clave de comunicación es corazón que palpita, cuerpo que vibra,
combo que arremete.
Arte en clave de comunicación es fuerza, es esfuerzo, es refuerzo.
Arte en clave de comunicación es dedo que señala, mano que soporta,
brazo que atrae, que junta, que protege.
Arte en clave de comunicación es lágrima que rueda, sudor que contagia,
músculo que empuja.

Arte en clave de Expresión es emotividad, es intensidad,


es vibración multiplicada.
Arte en clave de expresión es nada de agüitas tibias, de abrazos
a medias de abandonos pues las únicas luchas que se pierden
son aquellas que abandonamos.
Arte en clave de expresión es vida a plenitud, esfuerzo al límite, total entrega.
Arte en clave de expresión es llanto, es tristeza, es nostalgia y de la plena.
Arte en clave de expresión es busca de la libertad,
es ala aunque esté quebrada, es viento, torrente y ola.
El arte es memoria que resiste, es gente que insiste.
El arte es palabra que narra, es palabra que cuenta.
Arte es A de Amanda, es J de Jaime, es D de Darío, es A de Álvaro,
es L de Luis Fernando, es C de Carmen, es R de Roberto, es G de Gloria
Amanda, es B de Bernardo, es C de Carlos, es E de Ernesto, es V de Víctor.
Arte es A de agámosle aunque nos falte la H; es decir, aunque nos falte el
Humor, aunque nos sangre la Herida, aunque todo Hieda.
Arte es D de dignidad, es S de sonrisa, es M de memoria, es R de resistencia,
A de abrazo, N de no hay que parar, P de p´a lante es pa llá, N de no bajes la
guardia, L de lucha hasta el cansancio, C de cuenten con nosotros, C de cuando
es el próximo encuentro y H de ¡hasta pronto!
Capítulo 4

RESPONSABILIDAD SOCIAL
DEL COMUNICADOR CON LAS MEMORIAS
Y LAS VÍCTIMAS
Patricia Bryon
Docente de la Facultad de Comunicación Social Para la Paz de la Universidad Santo Tomás, integrante del Grupo de
Memoria de la División de Ciencias Sociales de La Universidad Santo Tomas.

Juan Camilo Macías y Nyrama Osorio


Estudiantes de la Facultad de Comunicación Social Para la Paz, integrantes del semillero Memoria y Olvido, el cual
hace parte del Grupo de Memoria de la División de Ciencias Sociales.

Introducción
La historia nunca ha sido universal; ha sido como mucho,
una historia de los vencedores y siempre ha estado
ausente una parte de la verdad, la de los vencidos,
la de los que desaparecieron y no dejaron rastro.
Walter Benjamin.

I. Relatos de nación desde los medios


Para la autora argentina Eva Da porta los relatos de nación son las formas de contar
propias de los medios masivos que poco a poco van formando el “carácter nacio-
nal” al respecto afirma: “Los medios son aparatos discursivos hegemónicos, pero no
operan solos en la cultura, sino que deben disputar esa hegemonía constantemente
reforzando o acallando otras versiones o apropiándose de ellas en un complejo juego
intertextual” (2004). Es decir, la forma como inciden en la producción y recepción de
la información, en las representaciones colectivas. En esta misma línea el periodista
brasileño, Felipe Pena de Oliveira (2009) revisa distintas teorías del periodismo para
ver cómo se estructuran las noticias y cómo éstas son presentadas a las audiencias,
tomando como referencia, entre otras, las teorías newsmaking y Agenda Setting.
PARTE V - MEMORIA Y PRÁCTICAS COMUNICATIVAS
396

La teoría del Newsmaking, según Oliveira, parte de la premisa que “el periodismo
está lejos de ser el espejo de lo real. Es, más bien, la construcción social de una su-
puesta realidad” donde, teniendo en cuenta una serie de variables, “la prensa no re-
fleja la realidad, sino que ayuda a construirla” (Oliveira, 2009, p. 138). Si el periodismo
nos ayuda a construir la realidad hay que tener en cuenta qué medio está presentando
y produciendo esta información. En nuestro país es evidente que los medios masivos
con mayor cobertura responden a intereses privados, lo que nos da una primera clari-
dad sobre cómo construyen la realidad.

La segunda Teoría, la Agenda Setting, plantea “la idea que los consumidores de no-
ticias tienden a considerar más importantes los asuntos que difunde la prensa, y su-
giere que los medios de comunicación dirigen nuestras conversaciones” (Oliveira, p.
152). Esto es claro en el caso de medios escritos, como El Tiempo, donde este se divi-
de en secciones como “debes saber, debes hacer y debes leer”, configurando nuestra
atención en algo específico y dejando a un lado información que no responde a sus
intereses o que pueden atentar contra ellos.

Estas dos teorías tienen algo en común: reconfiguran la realidad direccionándola en


un solo sentido, instrumentalizando el lenguaje, intentando una visión homogenizada
de la realidad. Las noticias emitidas por los medios de comunicación son, en últimas,
mensajes filtrados, editados antes de ser expuestos públicamente. Además de pre-
sentar una versión inclinada de los acontecimientos, tienen una carga que permea al
individuo, al público.

Esta expresión de poder con que vienen los discursos emitidos ejercen una influencia
en la comprensión de los hechos, en el entendimiento del papel de los actores, sus
roles y condicionamientos, y por ende, de su posición, como dice Teun A. Van Dijk, en
su texto Discurso y Dominación: “(…) El poder discursivo es más bien mental. Es un
medio para controlar las mentes de otras personas y así, una vez que controlemos las
mentes de otros, también controlamos indirectamente sus acciones futuras” (2004).

Una vez que estos medios han legitimado sus acciones, sus métodos, su forma de
actuar, se estructura en los individuos una realidad configurada de lo sucedido ¿Cómo
logran esto? Para tal efecto, los medios de comunicación, a través de la dominación
de la opinión pública, hacen uso de diferentes herramientas de comunicación, orga-
nizando imágenes, textos y sonidos para crear nuevos sentidos. Mientras tanto, de
otro lado, organizaciones, movimientos sociales y colectivos, entre otros, luchan por
intentar visibilizar lo que no es nombrado, aquello que es acallado en estos grandes
medios.

Los conflictos, como dicen Bonilla y Tamayo (2007), se expresarán mediante “el uso
social del lenguaje: identificados, verbalizados, codificados, narrados e interioriza-
dos” (p. 76) en un intento de atrapar masas a su favor, tanto los medios masivos como
Capítulo 4. Responsabilidad social del comunicador con las memorias y las víctimas
397

los alternativos. Estos últimos a diferencia de los primeros, no gozan de la amplia


cobertura y legitimidad que socialmente tienen los otros, por lo tanto, su fuerza y
capacidad de influencia no será la misma, lógica que logrará que los sentidos y repre-
sentaciones asumidos por la sociedad tiendan a polarizarse.

El tratamiento de las narrativas de la violencia realizado por los medios es sesgado


por el tipo de actor que legitima (perpetrador o víctima) situándolos en aristas diferen-
tes de verdad. El perpetrador valida en su relato, su acto de barbarie, su larga lista de
masacres y persiste en el silencio, disfraza el dolor de la víctima con la desmemoria,
generando así una amnesia colectiva.

Las confesiones de los perpetradores inquietan a quienes oyen, a veces por


primera vez, detalles perturbadores y espeluznantes de la violencia del pasado.
Ellas alteran o rompen el silencio impuesto por fuerzas dentro de sociedades
democráticas que desean cerrar el capítulo sobre ese tema. Estas confesiones,
sin embargo, no necesariamente revelan verdades sobre el pasado. Son mera-
mente relatos, explicaciones y justificaciones de comportamientos desviados, o
versiones personales del pasado (…) en vez de ofrecer disculpas por sus actos,
los victimarios tienden a racionalizarlos y minimizar su propia responsabilidad,
aumentando así la tensión sobre el pasado, en vez de disminuirla. (Payne, 2008)

En los procesos de Verdad, Justicia y Reparación se reconstruyen parte de los esla-


bones de los procesos violentos realizados por los perpetradores, oficializando un
discurso excluyente, centrado solo desde la voz del victimario, relatos que tocan la
llaga del sufrimiento de las víctimas, sus cicatrices, marcas ineludibles de su pasado.

Justicia y Paz ha servido para entender que las versiones de los paramilitares son
parte del rompecabezas de esta guerra, pero no toda la historia. Narraciones que dan
cuenta de lo acontecido solo desde una perspectiva y que en la mayoría de los casos
es legitimado por los medios:

En un estudio de la Fundación Ideas para la Paz y la revista Semana sobre el


cumplimiento puntual de las versiones libres del desmovilizado jefe del Blo-
que Élmer Cárdenas de las AUC, Freddy Rendón Herrera alias “el Alemán”, que
delinquió en el Urabá chocoano y antioqueño, se analizó la forma en que va-
rios medios de comunicación divulgaron una audiencia de este desmovilizado
durante el 2007. Los analistas concluyeron que, algunos medios por ejemplo,
relataron la versión del ex-paramilitar descontextualizada y sólo desde el punto
de vista del victimario. Faltaba la versión (opinión) de las víctimas y no había
investigación. (Programa Promoción de la convivencia, 2010)

Por otra parte, Naciones Unidas, en sus principios para la protección y promoción de
los derechos humanos y lucha contra la impunidad de 2005, establece como deber del
PARTE V - MEMORIA Y PRÁCTICAS COMUNICATIVAS
398

Estado adoptar las medidas eficaces para luchar contra la impunidad, el derecho a la
verdad, a saber y a recordar. El derecho a saber alude a esa verdad, referida a cómo
ocurrieron los hechos, que en la mayoría de las veces es acogida desde las versiones
de los victimarios y en procesos de comisiones de verdad.

Pero el derecho a la verdad conlleva, además del conocimiento de los acontecimien-


tos del pasado, los motivos y circunstancias que condujeron a esto. Derecho que
proporciona una salvaguardia contra la repetición de tales violaciones en la que los
medios de comunicación deberían contribuir a preservar del olvido la memoria co-
lectiva (Naciones Unidas, 2005). Visibilizando la voz de las víctimas, protagonistas
principales de su tragedia, porque nunca podrá existir una memoria colectiva sin que
sus voces sean escuchadas.

Sin embargo, las agendas informativas le han apostado más durante el proceso de
la Comisión Nacional de Reparación y Reconciliación –CNRR- a mostrar solo las ver-
siones de los paramilitares postulados a Justicia y Paz que a ejercer una labor de
investigación y contextualización de los hechos de violencia que han marcado los
últimos años del país.

La verdad que se obtiene en una corte, como lo asevera Thierry Cruvellier (2008), es
diferente a la verdad histórica porque, aunque no se puede negar que los juicios y las
confesiones son una parte esencial para garantizar la justicia a las víctimas, este no
es el mejor escenario para revelar toda la verdad, los medios deben ir más allá del
marco jurídico para garantizar un horizonte de verdad más amplio.

Los medios construyen sentidos del conflicto que inducen a la indiferencia y el es-
tablecimiento de identidades otorgando status entre las víctimas, prevaleciendo los
relatos de las víctimas del secuestro e invisibilizando los de desaparición forzada, el
desplazamiento y también la violencia hacia grupos étnicos, entre otros. Así mismo,
los periodistas producen noticias descontextualizadas por la negligencia de investigar,
realizando afirmaciones ligeras, ocultando y distorsionando la realidad (Corporación
Medios para la Paz, 2009 en Franco, Nieto y Rincón, 2010), en la que se involucran
sentimientos de proximidad y distanciamiento, al respecto Orozco (2007) afirma:

Es corto el trayecto emocional y moral que media entre no identificarse con la


víctima e identificarse con su victimario. Se trata de aquel pequeño espacio
que ocupan, como en continuo, la indiferencia hacia la víctima y la tolerancia
o simpatía con el victimario. Por eso, son tantos los que siguen creyendo aún
hoy que en ausencia de un Estado que nos proteja, la autodefensa es legítima,
y que, el fin de combatir las guerrillas, justifica hasta medios tan atroces como
el paramilitarismo. (Hoyos, Aponte, Bernal, Bunkhorst, & Orozco, 2007, p. 61)
Capítulo 4. Responsabilidad social del comunicador con las memorias y las víctimas
399

Desde esta perspectiva, se hace necesario revisar la responsabilidad de los medios


y el papel que juegan en la formación de los profesionales en las facultades de co-
municación. Implica mirar la comunicación desde otros lugares, sus aportes en la
investigación y producción de conocimiento por los intelectuales latinoamericanos de
las Ciencias Sociales, oteando, como lo afirma Barbero, la comunicación.

II. Memoria, comunicación y Latinoamérica.


Desde los enfoques interpretativistas los autores latinoamericanos han venido im-
pulsando, a partir de la década del 70, el posicionamiento de una comunicación más
dialógica, crítica respecto a los conflictos sociales y políticos de la región y en los 80
de la“cultura mundializada”1.

Las investigaciones de los 70 se caracterizan por la búsqueda de la “democratización


de la comunicación”, tesis que el boliviano Luis Ramiro Beltrán lideró aportando a las
reflexiones de la cultura popular, como discurso contrapuesto a la cultura hegemónica
y el “desarrollismo periférico”2 así mismo, la comunicación alternativa y comunita-
ria versus comunicación masiva. Es de considerable importancia la propuesta a la
búsqueda del reconocimiento de la comunicación como un derecho ante la UNESCO
a través de los planteamientos de las Políticas Nacionales de Comunicación-PNC-.
Implica como muy bien lo señala Carlos Camacho (2000) el reconocimiento de la co-
municación como derecho. Es decir, el derecho a la información y a la comunicación,
postura que trasciende la mirada de la comunicación como estrategia o instrumento
y que en los debates contemporáneos de agendas de país desde la comunicación se
retoman y amplían.

En la región, producto del surgimiento de los movimientos de izquierda y luego la


instauración de las dictaduras en el cono sur en Argentina, Chile, Brasil y Uruguay
surge la necesidad de converger desde diferentes disciplinas sociales en la búsque-
da de alternativas a las vulneraciones de los derechos humanos, propósito liderado
inicialmente por los familiares de las víctimas y activistas religiosos y defensores de
los derechos en el cual juegan un papel decisivo las Madres de la Plaza de Mayo y el
colectivo de familiares de víctimas de terrorismo de estado, H.I.J.O.S. por la Identidad
y la Justicia contra el Olvido y el Silencio en Argentina y Uruguay, quienes se cons-
tituyeron en “guardianes de la memoria” (Bonaldi, 2006) lucharon contra el olvido y
silencio, reivindicando el status de su familiar como luchador social e incidiendo así
en la esfera pública a través de expresiones performativas como el escrache. Sumado

1 Se toma la tesis de Renato Ortiz planteada en ‘’otro territorio”las repercusiones en el ámbito de la cultura por la globaliza-
ción como proyecto económico y tecnológico, en el plano simbólico, una cultura fragmentada y un espacio des-localizado,
sin fronteras.
2 El término desarrollismo periférico es acuñado por Elizabeth Jelin.
PARTE V - MEMORIA Y PRÁCTICAS COMUNICATIVAS
400

esto, las demandas por la verdad y justicia impulsadas también por CONADEP en el
periodo de transición de la postdictadura a la democratización para no dar lugar a la
repetición de las atrocidades cometidas en los regímenes autoritarios.

En este contexto se posiciona el discurso de la memoria como un asunto público,


es decir de interés de los diversos actores: Estado, instituciones, organizaciones, la
ciudadanía y por otra parte, las demandas de las nuevas subjetividades colectivas.
Asumir que la memoria es parte del ejercicio de la esfera pública, significa que es
objeto de participación y deliberación, de disputa de intereses en su interpelación,
producción y diseminación. Es, por tanto, una acción política de resistencia al olvido
y a la impunidad.

En América Latina las investigaciones sobre comunicación se articulan con la cultura


desde diferentes perspectivas: las mediaciones, los estudios culturales y las investi-
gaciones sobre los flujos comunicativos entre países industrializados y tercermundis-
tas; recepciones activas, usos sociales de los medios y su relación con la construcción
de ciudadanía, donde el tema de la memoria se encuentra articulada con la oralidad y
la cultura popular; identidades étnicas con memorias ancestrales o memorias largas
y desde la perspectiva, en “situaciones límites”3 como el desplazamiento forzado,
desaparición forzada, víctimas de genocidios y masacres entre otras.

En los debates contemporáneos se propone la reflexión de la “comunicación situa-


da”, es decir, localizadas espacio-temporalmente, contextualizadas; que contribuyan
a pensar el país desde agendas de comunicación, siendo uno de los tópicos centrales
las narrativas que propendan por la dignificación de las víctimas que han sido silen-
ciadas, o lo que Walter Benjamín denominó: la historia desde los vencidos.

Las agendas de comunicación “la guerra: conflictos, memorias y relatos” (Barbero,


2009) son críticas con relación a la desmemoria de los perpetradores y la impunidad.
Proponen salidas al conflicto colombiano y en esta línea, el maestro Jesús Martin
Barbero señala la necesidad de partir del reconocimiento de las víctimas y el derecho
a sus memorias. Propone, además, impulsar investigaciones que den cuenta de los
diversos relatos de guerra narrados desde los medios hegemónicos y alternativos, así
mismo los realizados a través del arte y la literatura, desentrañando las intenciones
que permean los relatos, sus intereses y exclusiones.

En consonancia con estos planteamientos, Omar Rincón hace un llamado a los cen-
tros educativos de formación de los comunicadores a pensar la comunicación como
“campo y eje principal en la comprensión e intervención de los mundos de la política,
la cultura y el desarrollo” afirmando que “nosotros los de la academia deberíamos

3 Denominadas por Michael Pollak como la producción social de las identidades frente a las situaciones límite.
Capítulo 4. Responsabilidad social del comunicador con las memorias y las víctimas
401

parar de hablar, dejar las retóricas de ilustrar y las poéticas del conmover, evitar hacer
corresponder la realidad a nuestros marcos teóricos, parar de ser los valientes de
aula de clase pero que no decimos nada en el mundo real, debemos parar de pasar de
agache ante las realidades duras de nuestros países” (Barbero, et al., 2009)

Un llamado de los autores (Barbero et al., 2009) es la necesidad de decantar cuáles


son “los saberes desechables y saberes indispensables”, a qué horizonte de educa-
ción le apostamos y desde qué metodologías, establecer cuáles son los saberes con-
vergentes, “los mínimos éticos que nos permitan hacernos cargo del relato colectivo”
(Rincón, et al., 2007). En este orden de ideas, se requiere apuntalar a una formación
crítica, capaz de generar reflexión-acción y de producir nuevas formas de ciudadanías
participativas y creativas que aborden las víctimas en su dimensión humana, desde
relatos que la recreen en su espacio vital, ¡que las dignifique!:

No se trata de contar la guerra (eso lo hacen los medios de comunicación que


acompañan el presente de las guerras), tampoco de comprender a los victi-
marios (ellos solo saben matar y escribir leyes y libros para justificarse), ni
de saber de la miseria de las víctimas (hay muchas organizaciones sociales
que hacen muy bien este trabajo). Aquí se trata de que los sobrevivientes de
esta guerra cuenten sus historias, pero aquellas que quieren, aquellas que les
proveen dignidad e ilusión para seguir resistiendo/viviendo. (Franco, Nieto y
Rincón, 2010 p. 5)

Una memoria narrada desde las víctimas, parafraseando a Melich (2001) significa-
ría una ética en la historia, pero no en la historia objetiva, sino en la historia como
memoria (p. 47), ya que al ser escrita, leída e interpretada desde las voces de los
caídos, desde quienes vivieron y sufrieron en carne propia el daño causado, no se
está dejando por fuera ni se está obviando los acontecimientos, al contrario, estos
son tenidos en cuenta para recrear y reconstruirlos. Así, “ Una ética de la memoria,
una ética abierta al tiempo (pasado, presente, futuro) y , por lo tanto a lo imprevisible
y al acogimiento del otro; y, en segundo lugar, una pedagogía del don, que coloque la
memoria en el centro de su acción”. (p. 12)

Para finalizar,recordemos las enseñanzas del Maestro Paulo Freire “enseñar exige es-
tética y ética”, “No es posible pensar a los seres humanos lejos, si quiera, de la ética,
mucho menos fuera de ella. Entre nosotros, hombres y mujeres, estar lejos, o peor,
fuera de la ética, es una transgresión. Es por eso por lo que transformar la experiencia
educativa en puro adiestramiento técnico es despreciar lo que hay de fundamental-
mente humano en el ejercicio educativo: su carácter formador” (Freire, 1997, p. 34).
PARTE V - MEMORIA Y PRÁCTICAS COMUNICATIVAS
402

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Capítulo 5

FOTOGRAFÍA:
ENTRE DESAPARECIDOS Y MUERTOS.
UNA EXPERIENCIA DE LA APARICIÓN
Julián David Romero Torres
Candidato a la Maestría en Historia de la Universidad Nacional de Colombia. Miembro del Grupo de Investigación de
Memoria de la Universidad Santo Tomás.

Introducción
El texto que aquí se presenta tiene por objeto abrir –o más bien continuar- una discu-
sión en la que se evidencie la importancia que ha tenido la práctica fotográfica en los
diferentes grupos humanos, en especial, aquéllos que han padecido la desaparición
de un ser querido, su asesinato o muerte; describiendo y develando así los sentidos,
significancias, motivos, intenciones, valoraciones que se le imprimen a la fotografía
que evoca una historia traumática.

Roland Barthes y Walter Benjamin confluyen en la idea de concebir –o más bien, sen-
tir- la imagen como una expresión de la muerte, de la apremiante ruina del paso del
tiempo, a la imagen como una imagen capaz de mostrar, imaginar, contar, representar
o evocar a personas, lugares, historias, vidas y… por qué no, muertes.

La imagen, y siendo más enfáticos, la fotografía, nos recuerda, nos obliga a recordar
que tenemos que vivir con la experiencia de la pérdida: ese respirar constante y ja-
deante de la muerte que día a noche no sentimos ni recordamos, pero sabemos que
está tan cerca de nosotros, que cuando lo rozamos con el pensamiento, se percibe
ese halo frío que nos recorre la nuca. Una condición de los mortales el que le demos
un respiro de olvido a la muerte, condición que obnubila la experiencia vital, volcán-
donos hacia ella como si fuese la panacea, la única vida que hay que vivir. Y es que
la fotografía –que merezca el carácter de ‘imagen’- nos induce a esta evocación por
el hecho de preservar lo insalvable, de seguir adelante frente a la muerte, frente a
la vida; arrogarse la facultad de hablar sobreponiéndose al cadáver que se muestra
Capítulo 5. Fotografía: entre desaparecidos y muertos. Una experiencia de la aparición
405

como vivo en ella… la ausencia como muerte, la muerte como pasado, lo vivo como
taxidermizado y lo disecado velado en la presencia de la ausencia. Es así como la
imagen, que en Benjamin sería la imagen ‘de la muerte’, “compuesta por muerte, per-
teneciente a la muerte, la que toma como punto de partida la muerte y busca hablar
de la muerte y no sólo de la propia muerte, sino también de ‘la muerte de la muerte’,
de la emergencia y la supervivencia de una imagen que, al decirnos que ya no puede
mostrar nada, muestra sin embargo y testimonia lo que la historia ha callado, lo que
ya no está aquí y emerge de la oscura noche de la memoria, nos asecha y nos alienta
a recordar las muertes y las pérdidas por las que todavía hoy somos responsables”
(Cadava, citado por Fazal Sheikh, 2009, p. 281).

Con Barthes aplica la idea que la fotografía es un doble de la realidad: es su análogo


a través del cual podemos aprehender cómo los fenómenos del mundo externo se
manifiestan en la imagen, despertando en las sensaciones visuales una expresión
de la realidad misma… ¡pero no! Es una paradoja que lleva implícito su excesivo
realismo, que puede despertar un sinnúmero de sensaciones y contradicciones para
el espectador: nos puede hacer llorar y remembrar a un ser que ya no está con noso-
tros, como también sentir que en las fotos de un amor pasajero está la encarnación
del mismo y besamos la foto, la quemamos, la suspiramos… hace parte de nuestro
universo simbólico que nos insta al engaño, a la realidad y al mito de lo que vemos y
queremos ver. «La fotografía sólo adquiere su valor pleno con la desaparición irrever-
sible del referente, con la muerte del sujeto fotografiado, con el paso del tiempo (…)»
(Barthes, 1990, p. 23).

Si afirmamos que la fotografía es un relato de lo que ha sido, la fotografía es y sólo es


fotografía en la medida en que lo que ha quedado registrado haya muerto como ins-
tante, instante que se torna irrepetible. Su naturaleza -en buena medida- se encarga
de sedimentar para siempre un presente, un justo instante, el segundo de un clic, que
ahora se muestra como eterno e indivisible, que necesariamente se convierte en un
espectro que se prensa en el papel –fijándose ahora en códigos digitales que no se
pueden agarrar, una evidencia más del abrumador fantasma-, un espectro inmutable
que acompañará nuestra memoria atravesada por la mirada, es decir, ya no recorda-
mos el hecho ni lo llenamos de fantasía y realidad, sino que recordamos la fotografía
del hecho, ésta, limita nuestra imaginación y la imaginación tiene su vuelo dentro de
los marcos de la foto, así, el pasado parte de la concreción que se fija eternamente.

La fotografía ha sido un invento camaleónico desde sus inicios, jugándole a los discur-
sos que hacen uso de ella. Puede hablar, narrar, construir en los términos en la que se
le imponga hablar, es el filtro necesario para justificar y probar un discurso cualquiera.
Puede legitimar la violencia, la guerra, como también puede reivindicar a los oprimi-
dos, puede institucionalizar un pasado común, como puede denunciar el pasado que
se reitera; vigila las conductas o las puede liberar. No hay nada más certero que una
foto, da la sensación automática de portar la verdad.
PARTE V - MEMORIA Y PRÁCTICAS COMUNICATIVAS
406

Esta característica –la misma que la del beso de Judas: “el falso afecto vendido por
treinta monedas. Un acto hipócrita y desleal que esconde una terrible traición: la dela-
ción de quien dice precisamente personificar la Verdad y la Vida” (Fontcuberta, 2004,
p. 17) – es la que nos muestra corrientemente ante nuestra percepción, creemos que
lo que está en la imagen es la verdad irrefutable, objetiva y antiséptica. Una discusión
que ha trasegado muchas líneas, muchos libros, discusión que pone en tela de juicio
el falso efecto de la realidad absoluta, afirmando que la fotografía necesariamente
en un segmento que está atravesado por motivaciones e intenciones del individuo que
toma la foto, que posa en la foto; que la mira, la muestra, la guarda… franqueados
por una época, una cultura y una manera de percibir-se en el mundo.

La masificación de las imágenes ha demostrado jugar un papel muy fuerte en la con-


formación de una memoria visual colectiva de hechos, sucesos, maneras sociales,
modas, estereotipos, consumo, y por otro lado, imágenes que resaltan una memoria
subalterna.

Las emblemáticas fotografías de los campos de concentración Nazi, que tomaron los
aliados después de la Segunda Guerra Mundial con finalidades ya sean propagandís-
ticas, jurídicas, educativas, entre otras, marcaron un hito en la historia visual de Oc-
cidente, siendo material de alto impacto simbólico en la sociedad de masas, configu-
rándose así, en símbolos, también en pruebas que necesitaba el mundo Anglosajón y
el pueblo Judío, que representara de la manera más realista un sistema “macabro” de
represión y exterminio, impactando el ámbito de las emociones de los espectadores.

No está muy lejos de estos discursos visuales la arremetida mediática a los diez años
de los atentados de las Torres Gemelas, en el corazón del movimiento financiero y
militar de Norteamérica. Hemos visto con total insistencia cómo se presenta una y
otra vez, desde diferentes ángulos, repetidas veces, el impacto de los aviones y el
desmoronamiento de los dos edificios, una imagen que queda obligatoriamente guar-
dada en las mentes de la sociedad que mira la tele, que ve en la calle una fotografía
de un periódico deshojado y perdido por las corrientes de viento y las pisadas de
transeúntes erráticos y automóviles trashumantes. Un símbolo que insiste en penetrar
en las sensaciones, afectividades, emociones, miedos, dolores ajenos, odios… en
un público expectante tras la pantalla, una insignia del ‘terrorismo’, pero igual, de la
justificación de las guerras posteriores -y por supuesto anteriores- contra toda forma
que se ajuste dentro de la categoría ‘terrorismo’. Y así, un sinnúmero de imágenes
que han solidificado discursos hegemónicos que se prensan en una memoria colectiva
masiva, pasiva, momificada, estandarizada…
Capítulo 5. Fotografía: entre desaparecidos y muertos. Una experiencia de la aparición
407

I. La fotografía que permanece y las personas que desaparecen


De otro lado, podemos ubicarnos en otro tipo de fotografía, que en términos de Pollack
constituiría la reivindicación de memorias subalternas. Es igualmente emblemática
la imagen de una persona sosteniendo la fotografía de un desaparecido, o las des-
garradas “galerías de la memoria”, exposiciones, escraches, videos, performances,
expresiones propias de los países que han padecido la desaparición forzada como
política sistemática de eliminación de sus oposiciones.

La fotografía del desaparecido, es una fotografía que aparece, que surge, que es ex-
traída del álbum de familia, de una tarjeta de identificación, de un cajón desordenado,
o un baúl escondido… en un instante en que el flash lo capturó de la manera en que
más se parecía a sí, es una fotografía que cambia de función: antes, en el álbum, era
una entre otras fotos de la historia visual de la familia, que instaba al recuerdo del
grupo y de cada uno de sus miembros, ahora, aislada y exhibida públicamente, es
símbolo de denuncia, rememoración, dolor, incertidumbre; es una aproximación al
horror, sin que lo sea en la literalidad de la imagen, en su inocencia, en su denotación;
sino efectivamente en el discurso subyacente, es ahí, en la nueva función de lucha,
reclamación y mnemotecnia pública donde toma la vigorosidad política de quien hace
de ésta un aparato de combate.

El hecho que el álbum de familia sea el que proporcione la ‘nueva foto de pancarta’,
que la foto pase de una función social específica de construcción y archivo de memo-
ria familiar, a ser instrumento de denuncia pública, de búsqueda de un rostro perdido,
de un llamado al recuerdo de la gente, de la sociedad, frente a su presente, al presen-
te de los detenidos, desaparecidos o muertos; al presente del familiar que se vuelca
con su historia particular a hacerla partícipe a gentes expectantes, desprevenidas, tal
vez apáticas, tal vez conmovidas.

El origen de la foto en el álbum, permite hacer de la víctima, una ‘víctima específica’ –


como lo acuñase Pilar Calveiro (2004)-, un personaje, como perteneciente a una colec-
tividad de perseguidos, pero también como parte de una vida cotidiana y familiar que
tiene una historia singular. El álbum restituye la individualidad de cada desaparecido,
dando indicios para la reconstrucción histórica de la vida de una familia en contextos
de persecución, desaparición y hostigamiento. Se ubica así el álbum como documento
que puede reconstruir desde la esfera del relato visual de grupo, la historia de un país
y su conflicto.

De esta manera, el álbum de familia –en términos investigativos- permite entender


que el desaparecido no es una cifra intangible, sino que es un ser perteneciente a una
familia, que tuvo una vida cotidiana si se quiere afectiva, ‘privada’; ahora interrumpi-
da, señal misma de la extracción fotográfica, como irrupción del relato familiar, que
PARTE V - MEMORIA Y PRÁCTICAS COMUNICATIVAS
408

ya no hace parte de narrativa en la cronología posterior del álbum, para convertirse en


parte de una narrativa social, organizativa, urbana, pública e internacional.

El álbum pensado como instrumento para analizar en términos históricos la vida de


un individuo, no desligada de las lógicas sociales en términos narratológicos, muestra
que el álbum, antes de contener la verdad de los hechos pasados, contiene las ma-
neras de enunciación visual de un grupo en particular, así, entender cómo se narraron
las familias a través de la figura del desaparecido y cómo ahora se re-significan los
sobrevivientes por medio de una fisura abrupta, selectiva, escabrosa y física, su mun-
do simbólico del trauma después de la desaparición del ser querido. Las biografías
fotográficas llenas de sentido con la palabra, ayudarían así a la reconstrucción de un
pasado, de una historia y un presente de país que ha estado atravesado por las formas
más sutiles y directas de eliminación del opositor, presentado como enemigo, objetivo
militar y policial1.

De ahí, el aferro visual de la memoria de los familiares de los desaparecidos, que en-
carna aquella última, única, mejor, más diciente foto del que ya no está, y del que no
hay rastro alguno. No se sabe si vive o muere, si muere en vida o si la vida se le muere
a cada instante. No hay certeza alguna: aunque pasen los años, el desaparecido no
envejece, ni rejuvenece, no muere, no vive, no se conserva… es la insistencia de la
nada, el no estar, el sin tiempo.

Es por eso que uno de los caballitos de batalla del familiar, es visibilizar la foto del
desaparecido, extraerla, mirarla, exponerla, remirarla, hacerla hablar, publicarla, per-
mitir que otros la miren… es la urgencia de hacerlo vivo, recordarlo, tenerlo presente,
fijarlo en alguna parte. Entonces, ¿revela su condición de no-vida –con los suyos-, de
la inminencia de la muerte, de la zozobra de la vida, y la muerte ahora pensada en los
términos del no ser, que fue y pudo seguir siendo?

Tampoco es muerte, no es vida ni es muerte, puede ser lo uno o lo otro, pueden ser
las dos. La foto del desaparecido, a diferencia radical de las demás del álbum de
familia, mantiene el sentimiento ya no del pasado, sino el de su presente, el de su
insondable presente, como también el de la esperanza de un futuro donde la foto
deje de ser pasado y sea él mismo el que vuelva a la condición de los mortales. Es así
como se rompe el paradigma en que la fotografía es únicamente evocación y fijación
del pasado, es con el desaparecido, una búsqueda de su presente y una añoranza en
el futuro. Es la prolongación infinita de un presente que, siendo fieles a los hechos,
es sólo un pasado, pasado –quizá atravesado- por no presente en el futuro en tanto
anhelo y dolor del pasado que se hace presente.

1 Para enfatizar en un modelo metodológico de revisión de álbumes de familia de desaparecidos, se puede tomar en cuenta
el modelo presentado por Magdalena Broquetas en la ponencia presentada en las Segundas Jornadas sobre Fotografía,
Montevideo. CMDF. 2004.
Capítulo 5. Fotografía: entre desaparecidos y muertos. Una experiencia de la aparición
409

Como herramienta de protesta, la fotografía hecha pancarta, nos evoca y nos tras-
lada, a las paradas y manifestaciones de las Madres de la Plaza de Mayo –actuales
abuelas- a las manifestaciones en Uruguay y algunos lugares de Brasil, en Chile, en
Colombia y en otros países latinoamericanos que han padecido dictaduras militares
directas, otras soterradas y continuas, siendo la fotografía un recurso para universa-
lizar y personalizar la protesta, diciendo implícitamente que cada rostro del desapa-
recido es el rostro de todos los que lo están, y también enunciar que cualquiera de
nosotros podría estar o ya no estar.

“Si la estructura de una imagen se define como lo que permanece inaccesible a la


visualización, si lo que una imagen ofrece es el testimonio de lo invisible –de aque-
llo que, permaneciendo invisible o no escrito en la superficie, exige ser leído-, esta
estructura de la retirada, nos impide experimentar la imagen en su totalidad o, para
ser más precisos, nos alienta a conocer que en la medida en que una imagen asume
varios recuerdos a la vez nunca puede cerrase” (Cadava en Fazal Sheikh, 2009, p.
281). Así, la imagen del desaparecido -que no lo estaba cuando se retrató en la foto-
siendo entonces un aparecido, dice más de lo que dice por sí misma; no sólo dice lo
que quiere que diga el familiar, el amigo, el desconocido en su lucha por la respuesta
al crimen o al regreso del ser querido, sino que dice lo que no quiere decir, calla más
de lo que calla, reafirma más de lo que evoca. Ésta es la tarea de todo aquel que se
interese por develar lo oculto en el culto a todas aquellas maneras de imaginarnos,
representarnos, con-figurarnos en un relato, en un retrato, en la imagen, en el sonido,
en el silencio.

Leer la fotografía del desaparecido, en la imagen de quien la sostiene con sus ma-
nos, en el grito silencio que encarna caminar sosteniendo lo efímero de un papel
que denota el no estar y la insistencia de la inmovilidad, significa dar cuenta de las
múltiples historias dentro de contextos prensados en ella, significa reconstruir las
circunstancias en que fue posible un pasado en el presente de una foto que insiste
en la ausencia y la permanencia del ser y su imagen, su ideal, su símbolo. Entonces
¿qué es la memoria cuando intenta recordar algo que no está en el pasado sino que
pervive en la incertidumbre de un presente que se las juega por un devenir anhelado
e incierto de lo por venir?
PARTE V - MEMORIA Y PRÁCTICAS COMUNICATIVAS
410

Bibliografía

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