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La feria
¡Alto al ladrón!
Momento peligroso
Firmado,
SAMUEL REYNOLDS
Jefe de Policía
—Os ruego me disculpéis, jovencitos —se sonrió el señor Carson—.
La tarjeta del jefe Ayala que ciertamente sois detectives. Sin
embargo, esta vez os habéis equivocado.
—Jupe no se equivoca nunca, señor —declaró Bob.
—Vamos, Bob. Estoy seguro de que Jupe es un muchacho
admirable, pero todos podemos equivocarnos.
—Pero, papá... —intervino Andy—, ellos...
El señor Carson se puso en pie.
—basta, Andy! ¡Basta!, ¿me oyes? Jupiter está equivocado. Pero nos
han prestado un buen servicio, y aquí tienen tres pases para todas
las atracciones de la feria. —Los entregó a los chicos—. ¿Os parece
buena recompensa?
—Es usted sumamente generoso —reconoció Jupiter.
—¡Oh, no! —gritó Bob—. miren la puerta!
A través de la cortina de la entrada vieron la sombra de pelo en
desorden y abultados músculos en los hombros.
—Esa es la sombra! —musitó Pete.
El señor Carson se apresuró hacia la puerta, la abrió y luego se
volvió sonriente. Entró un hombre de talla normal, desnudo el tórax
musculoso. Vestía pantalones ajustados color negro y oro, pegados a
sus piernas como una segunda piel, y botas altas de brillo
impecable. Su pelo y barba aparecían desordenados y espesos.
—Éste —dijo sonriente el señor Carson— es Khan, nuestro forzudo.
Así, uno de nuestros misterios queda explicado, muchachos. Khan
es el responsable de nuestra seguridad. Supongo que os vería ir a
hurtadillas, y decidió vigilaros.
—Así es —confirmó Khan.
El señor Carson asintió.
—Bien, muchachos. Ahora tengo asuntos que tratar con
Khan. Andy debe regresar al barracón. Vosotros divertiros. Todo
está aclarado.
—Gracias, señor —repitió Jupiter.
Bob y Pete siguieron a su amigo y jefe hasta alcanzar la trasera de
un camión, fuera del campo visual del cochecasa. Jupiter se agachó
y miró hacia el remolque.
—¿Qué haces, Jupe? —preguntó Bob.
—Estoy seguro de que no todo va bien en la feria, Tercero. Ese
Khan se lleva algo entre ceja y ceja. No se parecía en nada a un
guarda cuando nos escuchaba a nosotros. y tengo la certeza de que
Andy nos hubiera aclarado cosas interesantes de no interrumpirlo
su padre. Acerquémonos a la ventana del remolque y escuchemos.
—espera! —susurró. Pete.
Andy Carson abandonó el remolque y corrió hacia su barracón. Los
muchachos se deslizaron hasta la ventana.
La voz profunda de Khan decía:
— ... y “Rajah” se escapa. ¿Y qué más, Carson? Quizá nadie nos
pague nada.
—Todos cobrarán la semana próxima, Khan —contestó el señor
Carson.
Khan siguió:
—Usted sabe cuán supersticiosa es la gente de feria, señor. La
exhibición será desafortunada. Habrá más problemas...
—Ahora, Khan, atiéndame. Usted...
Los Tres Investigadores oyeron pasos en el interior, y la ventana se
cerró de golpe encima de sus cabezas. No pudieron oír nada más y
se marcharon de prisa.
—¡Cáscaras! ¡Hay problemas! —exclamó Pete—. Pero,
¿qué podemos hacer si el señor Carson se niega a hablar de ello?
Jupiter, pensativo, comentó:
—Impidió que Andy hablara. Bien, nosotros tenemos pases, y
podemos vigilar. Bob buscará en la prensa de la biblioteca historias
de problemas fériales en otras ciudades. Mañana nos reuniremos y
veremos lo que decidimos.
—¿Qué piensas hacer, Primero? —preguntó Bob.
—Meditar —fue la misteriosa respuesta del jefe—. Dedicaré el resto
de la noche a documentarme.
CAPÍTULO 6
Andy se maravilla
***
Descubrimiento alarmante
El hombre tatuado
¡Encerrona!
***
La mosca humana
***
Casi un fracaso
Persecución nocturna
¡Abandonados!
***
Extraña visión
Al día siguiente, ultimado e! Informe del caso por Bob, los chicos
fueron a visitar a su amigo y mentor Alfred Hitchcock.
El famoso director prometió avalar el caso.
—“El misterio del gato de trapo” —susurró el gran director—. Un
titulo intrigante para un entretenido ejercicio de inteligente
observación y deducción. Habéis hecho muy bien en poder fin a la
carrera de Gabbo el Sorprendente, antes de que pudiera ocasionar
demasiados males.
—Estaba reclamado por otro robo en el Estado de Ohio, señor —dijo
Bob.
—Ése fue el motivo que le indujo a enrolarse disfrazado en la feria
del señor Carson —explicó Jupiter—. cuando se enteró de que el
espectáculo se trasladaba a California. Para soslayar posibles
comprobaciones, adoptó su antiguo disfraz de payaso. Más tarde se
le ocurrió la idea de robar el banco de San Mateo, con su auténtica
personalidad, pero con el falso tatuaje, para desorientar a los
testigos.
—Ingeniosísimo —comentó muy pensativo el señor Hitchcock—.
Supongo que después depositarla en consigna un paquete con el
botín, y regresaría a la feria pensando en abandonar la ciudad como
payaso viejo, libre de sospecha como ladrón joven.
—Sí, señor —confirmó Jupiter—. Pero al ser descubierto
accidentalmente en la feria, provocó el incendio para ocultar la
contraseña y volver a vestirse de anciano. Sólo falló en contar los
gatos gibosos. No comprendió que había seis, hasta que me oyó decir
al señor Reynolds lo que yo habla deducido.
El señor Hitchcock asintió.
—Primero se comportó con excesiva prudencia, y luego se desesperó
demasiado. En realidad, no fue muy inteligente. Supongo que
pagará sus errores en la prisión de California, ¿no?
—Y después, Ohio lo reclama —dijo Pete—. No podrá realizar su
número de mosca humana durante bastante tiempo.
—No —musitó Alfred Hitchcock—, a menos que haya una feria en
la prisión. Ésa es una idea que posee gran mérito, muchachos.
Podríais decirle a vuestro tonto Gabbo que use sus artes en algo
más sabio.
—Quizá dé resultado si usted se lo sugiere a las autoridades de la
cárcel, señor —invitó Jupiter, con una expresiva sonrisa.
—¿Yo? Bien, quizá lo haga, Jovencito —dijo el señor Hitchcock—. Y,
¿qué se sabe de la abuela de Andy Carson? Supongo que habrá
rectificado su opinión en cuanto a su yerno y las ferias.
—Por supuesto, señor —contestó Bob—. Khan, quiero decir, Paul
Harney, le informó de que la feria es buena y segura para Andy.
—Por lo menos está resignada y acepta que el chico vive mejor con
su padre —añadió Jupiter.
—Al señor Harney le gustó tanto volver a su papel de forzudo —
aclaró Pete—, que se quedará en la feria.
—¿Ah, sí? —el señor Hitchcock se sonrió—. Me pregunto si su
decisión no estará influida por la demostración de verdadera
destreza detectivesca de unos muchachos.
Jupiter se sonrió.
—Bueno, señor, no sabría decirlo.
—Será el secreto de Khan, supongo —dijo el famoso director—.
Bien, aclaradme un poco más, mis jóvenes amigos. ¿Dónde encaja la
pérdida del número del pony en la feria?
—Ése fue un accidente verdadero, señor —explicó Bob.
—Entonces vuestra aventura en la feria ya ha concluido.
—Bueno, casi —respondió Jupiter.
Pete saltó:
—Jupiter hará de payaso durante unos días. El señor Carson le ha
ofrecido e! puesto de Gabbo mientras estén en Rocky Beach.
—bravo, Jupiter! —gritó el señor Hitchcock—. Quizá vaya a ver tu
representación.
Los chicos se despidieron y, ya solo, el señor Hitchcock se sonrió
ante la idea de Jupiter payaso.