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Por: Isis Córdova Moscoso

La concepción del mundo en Diario de a bordo de Cristóbal Colón

En el siglo XV, la cosmovisión geográfica de Europa mantenía como verdad la


existencia de tres partes habitadas por seres humanos que conformaban el mundo:
África, Asia y Europa. A esta idea materializada en mapas, se la conocía como: “Orbis
Terrarum”. Con esta visión, Colón emprendió un viaje donde pretendió llegar a la India
y no a una América inexistente para la Europa de aquella época. Dentro de este marco
los imaginarios que Cristóbal Colón fue construyendo a lo largo de su viaje responden a
las creencias de la época, donde no cabía la posibilidad de una América.

Con esta perspectiva aparece el texto La invención de América de O’ Gorman donde se


plantea que, en realidad, el Almirante no pudo descubrir el continente americano porque
no tuvo la previa idea de ir a encontrar un continente llamado América ni de haberlo
pisado. Esto se comprueba con el Diario de a bordo, donde Colón tuvo por empresa
llegar a la India: “príncipes amadores de la fe cristiana (…) pensaron de enviarme a mí
(…) a las dichas partidas de India…” (1). Así, aunque en él hay un deseo de recoger el
testimonio, una necesidad de historiar, de alimentar su autoridad de información
porque es su deber como vasallo de los reyes de España, su deber y deseo giran en torno
a la idea de llegar a testimoniar su paso por la India. De esta manera, sin
intencionalidad, pero sobre todo, sin el conocimiento previo de estar en un nuevo
territorio, no pudo darse el descubrimiento porque no puede descubrirse algo que
continúa siendo desconocido.

… Colón descubrió por casualidad al continente americano por haber topado con
unas tierras que creyó eran asiáticas (…) reveló el ser de unas tierras distinto al
ser que él les atribuyó (…) [por lo tanto] esas tierras [debieron revelar] su
secreto cuando se topó con ellas, pues de otro modo no se entiende cómo pudo
acontecer la revelación que se dice aconteció. (O’ Gorman 46)

Ya que por lógica las tierras no podían revelar lo que eran, en los pasajes del diario no
se encuentra sino la visión errada que Colón tuvo del nuevo mundo que había
encontrado. Sus descripciones apuntalan a una cosmovisión antigua, donde describe lo
desconocido con elementos de lo conocido. Aunque llega a estas tierras no llega a
digerir la nueva realidad que está frente a él. Escribe, por tanto, desde los parámetros
conocidos: “… más, por no perder tiempo, quiero ir a ver si puedo topar a la isla de
Cipango (…) es la isla de Cipango, de que se cuentan cosas maravillosas, y en las
esferas que yo vi y en las pinturas de mapamundos es ella en esta comarca” (10- 15). En
consecuencia se constata que, por la referencia de Cipango, isla que Marco Polo
describía en el mar de China, y por el mapamundo con el que se guiaba, Colón pensó
haber llegado a Asia. “En el sistema del universo e imagen del mundo (…) no hay
ningún ente que tenga el ser de América, nada dotado de ese peculiar sentido o
significación” (O’ Gorman 79). Por lo tanto la relación isomórfica, dada por Colón,
entre el signo y el fonema estaban errados puesto que el signo, ahora América, no tenía
existencia geográfica, ni cultural, ni social y, por tanto, no podía ser nombrado.

La representación que Cristóbal Colón y los navegantes pasaron como real, estaba en su
imaginario y no en la realidad de lo representado. Es así que la mirada de los navegantes
sobre los nativos y las tierras del “paraíso descubierto” se caracterizó por tener una
narración constantemente comparativa entre su mundo y aquel que pensaban era Asia;
desde esta perspectiva se entablaron las diferencias:

Y vi muchos árboles muy disformes de los nuestros (…) muchos que tenían los
ramos de muchas maneras y todo en un pie, y un ramito es de una manera y otro
de otra (…) Aquí son los peces tan disformes de los nuestros que es maravilla.
Hay algunos hechos como gallos (…) es el arboledo en maravilla, y aquí y en
toda la isla son todos verdes y las hierbas como en abril de Andalucía (…) yo he
visto en la isla de Xio, en el Archipiélago, y mandé sangrar muchos de estos
árboles para ver si echarían resma para traer. (12-21).

Como ya se ha planteado Colón describe desde lo conocido, en este caso, Andalucía y


Xío, isla de China. La descripción de los nativos es aún mucho más minuciosa pero
sigue correspondiendo a su propio imaginario: “… muy bien hechos, de muy hermosos
cuerpos y muy buenas caras: los cabellos gruesos casi como seda de cola de caballo (…)
y ellos son de la color de los canarios ni negros ni blancos” (9). Al no saber de las
características propias de la raza que lo ha recibido, no tiene más que comparar su pelo
con el de un animal conocido. Pero aún hay más; propio de aquello nuevo y extraño, no
queda sino imaginar y alimentar la fantasía: “… que lejos de allí había hombres de un
ojo y otros con hocicos de perros que comían los hombres y que en tomando uno lo
degollaban y le bebían su sangre y le cortaban su natura” (19). De esta forma también se
engrandecería, en el imaginario colectivo, lo que luego sería propiamente la conquista
puesto que el enfrentamiento con un Otro que es feroz y contra natura enaltece las
victorias. Podría objetarse que a lo largo del diario se menciona cómo Colón empieza a
desconfiar de lo que le dicen los aborígenes; no obstante, hay que partir del hecho de
que ninguno entendía la lengua del otro. Colón entiende lo que quiere entender en tanto
que no conoce la lengua de estos Otros que lo han recibido como si fuera un Dios
bajado del cielo. Por lo tanto, todo lo que él pretende comprender no es sino producto
de una realidad nacida en su mente y no de todo aquello que lo rodea sin poder
decodificarse: “… cuanto averiguó durante la exploración fue interpretado por él como
prueba empírica de esa creencia (…) nada lo conmueve en su fe” (…) dócil al deseo, la
realidad se transfigura para que brille suprema la verdad creída” (O’ Gorman 84- 85).

Esto, de la mano de la religión, trajo consigo un tono extraño de conciencia: Colón


pensó que se debía catequizar a los nativos “con amor que no por fuerza” (9). Resulta
extraño puesto que, de hecho, se pretende desde un principio conquistarlos. Por su parte,
su deseo por encontrarse con Cristianos, alimenta su imaginario a tal punto de describir
que sí los encontró: “puso una cruz muy poderosa (…) a lo cual ayudaron los indios
mucho, e hicieron (…) oración y la adoraron, y, por la muestra que dan, espera en
Nuestro Señor (…) que todas aquellas islas han de ser cristianas” (38). En Colón se
esconde otro de los imaginarios que fueron tomando territorio: el mercantilista. El
pensamiento de Colón contantemente vuelve a la idea de llevar cuanta riqueza
encuentre; en todo el diario se nombra a los ovillos de algodón, al oro, a todas las
riquezas de frutos y flores, etc., para ser vendidas y que sus reyes amplíen el comercio y
se impongan por sobre los portugueses.

Cabe decir que no fue Cristóbal Colón quien trajo la buena nueva de haber llegado a un
nuevo mundo; más bien se mantuvo en la idea de haber pisado Asia, parte del mundo ya
conocido. Aun así, su creencia, como menciona O’ Gorman: “… suscitó una duda, no
un rechazo y en esto coincide con la reacción política y jurídica de los círculos
oficiales” (92). Y de esta duda, emergió lo que luego sería América. La aparición del
Nuevo Mundo representó para Europa una imprevisible develación. Con ello, se fueron
forjando cambios y revoluciones que transformaron la cosmovisión en la que se miraba
la vida de aquella época: de ahí que existiera una ruptura con la concepción geográfica,
donde América pasó de no existir en los mapas ni en la cosmovisión del mundo, a
existir, al menos bajo el término “nobus orbis”; apareció la revolución religioso-
cultural donde una nueva cultura con sus propios códigos religiosos desdibujó la
unicidad de la religión cristiana y permitió la duda de cuál sería la verdadera religión; se
entrevió un aceleramiento en el cambio de producción económica ya que el flujo del oro
aumentó y, con él, se empezó a mover la vida.
Bibliografía

COLÓN, Cristóbal, “EL PRIMER VIAJE A LAS INDIAS. RELACIÓN


COMPENDIADA POR FRAY BARTOLOMÉ DE LAS CASAS”, Diario de a bordo,
El Historiador. 2018. 1- 69. Recuperado de: https://www.elhistoriador.com.ar/diario-de-
a-bordo-de-cristobal-colon/

O´GORMAN, Edmundo, La invención de América, México, F.C.E., 1977. OVIEDO,


José Miguel, Historia de la literatura hispanoamericana, Vol. 1. Madrid, Alianza
editorial, 2001. 8- 92.

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