La historiografía es hija de su tiempo. En Chile esta se ha mostrado
tensionada, introspectiva y desafiante; inclinada a relecturas del pasado y al análisis crítico del presente. Esta se hace eco de las renovaciones disciplinares desde afuera y se h mesclado en el debate acerca de sociedad que se requiere por lo que se puede decir que la disciplina histórica en Chile es más un campo de batalla que una torre de marfil.
Se puede hacer un cuadro sinóptico de las “escuelas” históricas surgidas
en el país:
Historiografía liberal: es la primera en ser desarrollada en el país siendo
cultivada por historiadores pioneros tales como Diego Barros Arana, Manuel Luis Amunategui y Benjamín Vicuña Mackena. Historiografía conservadora: es de carácter nacionalista y representa una reacción crítica a la liberal en el plano académico y en el tipo de sociedad a la que aspira transformándose en la primera gran corriente del siglo XX. Historiografía de orientación Marxista: se consideraban a sí mismos como una renovación disciplinare en los métodos y temas tratados por las corrientes anteriores. Ponían sus saberes a la causa revolucionaria a través de una mayor comprensión histórica. Historiografía “estructuralista”: está inspirada en la escuela francesa de los “Annales” también se consideraban renovadores en lo metodológico y en los temas a investigar. Enfrentaron su objeto de estudio desde una perspectiva menos rupturista y comprometida políticamente que los maristas pero dando cabida a las colectividades y la estructura social. En 1973: se produce una ruptura en el plano disciplinar. Se utiliza la historia para legitimar el proyecto político militar a través de la visión conservadora-nacionalista cuyo representante más destacado es el historiador Gonzalo Vial. Desde la vereda de enfrente surge la “Nueva Historia Social” que aporta una nueva mirada a la experiencia histórica que se vivió para comprender los aciertos y errores que se cometieron. En los 90: con la apertura democrática en la nueva década se dan cambios disciplinares y cuestionamientos en el ámbito epistemológico al calor del debate internacional. La disciplina se profesionaliza aún más. Con la detención de Augusto Pinochet en Londres se busca en la Historia una respuesta a las interrogantes aun no resueltas de la sociedad chilena; la Historia se pone de moda.
Fin de “siecle” y nacionalismo conservador (1900-1940)
Esta escuela historiográfica surge a principios del siglo XX durante un
periodo de bonanza económica pero con un estado de ánimo que intuye la crisis. Esto por la amenaza del orden oligárquico que caracterizo el periodo, una bonanza material que se sustentaba sobre la débil base del modelo mono- exportador de materias primas, una paz política que escondía corrupción e inoperancia administrativa y un creciente malestar social que desafiaba la pretendida “unidad nacional”. Aquellos intelectuales que analizaron este malestar social fueron. Enrique Mac Iver, Luis Orrego Luco, Nicolás Palacios, Alejandro Venegas y desde una posición de izquierda Luis Emilio Recabarren.
En este clima se configuró la primera escuela historiográfica del siglo XX
cuyo influjo ha sido determinante en toda la historia posterior. Esta escuela surge desde la cuestionada oligarquía y compartía el sentido nacionalista y elitista de los liberales pero abjurando de sus ideales de individualismo, utilitarismo y laicismo que juzgaba responsables de la decadencia del país. Dentro de los cultores más destacados de esta escuela se encuentran Alberto Edwards Vives, Francisco Antonio Encina y Jaime Eyzaguirre, siendo el primero una especie de fundador de dicho grupo.
Alberto Edwards Vives: especie de fundador de la escuela conservadora
disemino su pensamiento a través de libros, ensayos y por la prensa. Su pensamiento se puede asociar y recibe la influencia de Oswald Spengler (La decadencia de occidente) en cuanto considera la pérdida del orden tradicional como un síntoma de decadencia del mundo moderno. También recibe su influencia al considerar a las sociedades como un organismo viviente que posee “alma colectiva” y que los historiadores están llamados a identificarla.
Para Edwards Chile es un caso único en América Latina por la
predominancia del elemento “Blanco” que aseguro la casi ausencia de lucha entre conquistadores y conquistados y por la característica específicamente nacional del orden jerárquico e institucional. Considera que esta excepcionalidad chilena es producto de una aristocracia mixta, burguesa y consolidada que debido a sus características era la mejor preparada para dirigir los destinos de la nación. La historicidad, entonces, solo la poseen el Estado y la aristocracia ya que la historia nacional muestra que solo esta ha podido crear el Estado en Forma”, o sea, un estado orgánico sano y con concedente de su misión histórica. El Estado en forma fue posible después de la independencia gracias a la labor de Diego Portales ya que este restaura con ropajes republicanos un estado en forma que se dio en la colonia pero el espíritu frondista de la misma elite mixta a la postre desvirtuó este por lo que cree en el hombre providencial que encarnará el alma nacional y permitiría volver a este idílico estado en el tiempo presente.
En un ámbito más metodológico y conceptual es proclive más al ensayo
y la interpretación histórica que a la investigación directa. Son conceptos clave para el una visión idealizada del pasado, apego a la jerarquía y al orden, exaltación del Estado como conductor de la Nación, confianza en personajes excepcionales, particularismo del caso chileno, nación como ser viviente, entre otras.
Francisco Antonio Encina: puede ser considerado como continuador de
Edwards ya que reproduce parte de los conceptos de este. Es mucho más apologista del régimen portaliano que su predecesor y dentro de su análisis histórico el concepto de “raza” es central.
En el plano metodológico considera la intuición como una forma de
conocimiento superior al raciocinio por lo cual su labor historiográfica es mas de interpretación que de investigación.
Jaime Eyzaguirre: también es un continuador de la “escuela” pero más
cercano al integrismo católico y al hispanismo que sus predecesores. Ensalza el periodo colonial o el “Chile Hispánico” y considera el periodo actual como de decadencia.
Metodológicamente también produce ensayos y es cercano a las tesis de
de Francisco Antonio Encina.
La Historiografía como instrumento de cambio (1950-1973)
Esta escuela surge después de la crisis y la Gran Depresión y los
cambios habidos para subsanar sus efectos. Al tratar de salir de la crisis con un nuevo diseño social caracterizado en Chile con un “Estado de Compromiso” que se manifiesta en la creación de I.S.I., un nuevo régimen político con una nueva constitución (1925), la reconfiguración de los partidos políticos y la integración de los sectores, hasta ahora, postergados de la sociedad a la vida pública. Todo esto al calor de acontecimientos internacionales que repercutían directamente en el país como son la guerra fría y la lucha ideológica entre oriente y occidente.
Dentro de este contexto nace la segunda corriente historiográfica del
siglo XX en Chile que desafía a la historiografía nacional-conservadora en el plano de los objetos de estudio y la metodología usada con dos propuestas historiográficas representadas por: los historiadores marxistas “clásicos” (políticamente activos) y aquellos de carácter “estructuralistas” cuya inspiración es la escuela de los Annales (de orientación mas académica)
Historiografía marxista “clásica”
Julio Cesar Jobet: es una especie de iniciador de la “escuela” marxista en
Chile dedicándose a estudios sobre economía y relaciones sociales ya que considera que son los verdaderos planos en donde se desarrolla la Historia. Al encontrar vacíos en la historiografía anterior procura llenarlos incluyendo al “pueblo” en el relato histórico.
Parte del “Materialismo Histórico” como teoría y método científico de
investigación para el análisis de la historia del país. Considera que este método es el más adecuado para producir conocimiento nuevo que se pone al servicio de la causa social como instrumento de acción para hacer de la nación un lugar mejor con justicia social y democracia real.
Dentro de su producción hay paralelismos con Edwards al considerar al
régimen portaliano como un restauración colonial con ropaje nuevo, pero considerándolo culpable de los males de la sociedad chilena ya que permitió la existencia y reproducción, por ejemplo, del latifundio y de la clase social que lo sustentaba; la “aristocracia terrateniente” que actuaba como “señor feudal” orientando la vida económica, política y cultural del país. Solo una reforma agraria permitiría corregir esta distorsión histórica.
Metodológicamente usa el materialismo histórico y conceptos de raíz
europeos como burguesía y feudalidad, entre otros, para analizar el caso chileno. Desde esto llega a la conclusión de que a mediados del siglo XIX habría existido una incipiente burguesía nacional que vio abortado su desarrollo por la preeminencia que tomo el modelo primario/exportador alcanzado por el país. Este proyecto convenía a las elites aristocráticas nacionales pero impedía que la economía pre-capitalista de carácter feudal se convirtiera en capitalista. Junto a esto destaca el papel del Imperialismo como determinante para que no se diera este tránsito hacia el capitalismo toda vez que los lazos de dependencia de las “zonas periféricas” con el centro industrial impedían una real industrialización de estas. A esta asimetría económica habría que añadir el papel de la inversión extranjera para configurar un cuadro nefasto del desarrollo nacional.
Ante este panorama Jobet analiza el papel de Balmaceda contribuyendo
a crear el mito de un presidente liberal y nacionalista que se enfrenta al imperialismo extranjero coludido con la plutocracia y oligarquía chilena muriendo en el intento, dando como resultado la derrota de este intento y el fracaso histórico del desarrollo chileno pero que podía ser rescatado por el actor llamado a lograrlo que no era otro que la “clase obrera”.
Los historiadores marxistas se embarcan a la tarea de llenar las lagunas
con investigaciones de carácter monográficos, sobre todo de sectores obreros, para comprender mejor la situación de la sociedad chilena.
Hernán Ramírez Necochea: en su obra “Historia del movimiento obrero,
Antecedentes, siglo XIX” le da primacía a la clase obrera como la verdadera realizadora del devenir nacional.
También se cuentan dentro de esta escuela con Fernando Ortiz
Letelier con su obra “El movimiento obrero en Chile, 1891-1919. Antecedentes. Jorge Barria Seron aportando desde una dimensión empírica destacando la relevancia del sindicalismo.
Los historiadores de esta escuela se deslizan desde los sectores obreros
hasta los partidos políticos como culmine de este proceso de asociación. También estudian a la burguesía como actor “antagónico” para conocer su desarrollo. La investigación de esta escuela culminaría en la vasta obra de Luis Vitale “Interpretación Marxista de la Historia de Chile”
Historiografía “estructuralista” (Annales en Chile)
Es la segunda vertiente historiográfica de esta segunda generación de
historiadores del siglo XX. Su característica principal es la orientación estructuralista de sus investigaciones siendo sus cultores de una preocupación más académica y menos militantes que la escuela “marxista” clásica. Esta escuela se desarrolla desde la década del cincuenta en adelante.
Careció esta escuela de un escrito fundacional a la manera de “La Fronda
Aristocrática” de Edwards para el caso conservador o de el “Ensayo Critico del Desarrollo Económico y Social en Chile” de Julio Cesar Jobet para la escuela marxista, lo más parecido a esto podría ser el libro de Sergio Villalobos “Historia del Pueblo Chileno”.
Los exponentes más destacados de esta escuela son Mario Góngora,
Álvaro Jara, Rolando Mellafe, Armando de Ramón y el propio Sergio Villalobos. Estos buscaban una historia más democrática que abarcara la sociedad en su conjunto y las grandes estructuras que la atravesaban criticando el valor de los grandes hombres, ej. Portales y la historia de carácter político-militar centrada en el acontecimiento.
Concede, esta corriente, importancia a las colectividades, las fuerzas
profundas de la sociedad q a semejanza de un océano están en las profundidades y deben ser escudriñadas por el historiador. Para ello se debe expandir el acervo metodológico de la Historia: se ensancha el concepto de fuente, se incluyen el aporte de otras disciplinas y ciencias sociales y se ve reemplazado el estilo narrativo y descriptivo por otro de carácter más analítico y problematizador dando como resultado un estudio de la sociedad en sus aspectos económicos, sociales, culturales y políticos con una mirada holística y renovadora pero distanciándose de una interpretación marxista de carácter “materialista histórica”
Característica de sus exponentes
Álvaro Jara: su libro “Guerra y sociedad en Chile” es considerado una especie
de paradigma historiográfico de la época. Características de su trabajo son la profusión documental y la minuciosidad monográfica enfocada en el estudio de “Larga Duración” de la sociedad para una comprensión real de los problemas que aquejan a Latinoamérica.
Rolando Mellafe: también con énfasis en las estructuras y la “longue dure” su
trabajo se centra más en el ámbito latinoamericano versando su análisis en el latifundio, los espacios de frontera, el acontecer demográfico, la cultura material, las estructuras familiares y la historia de las mentalidades.
Armando de Ramón: comparte características con los reseñados más arriba.
Su estudio se enfoca en la economía colonial. Es precursor de la Historia Urbana en Chile.
Mario Góngora: es, según Simon Collier, el historiador más sobresaliente de
su generación. Difícil de clasificar ya que incursiono en distintos tipos de investigaciones históricas.
Dentro del periodo de esta segunda generación de historiadores la
experiencia política chilena concito la mirada internacional lo que hizo que distintos investigadores internacionales se abocaran a la tarea de comprender el pasado chileno lo que tuvo efectos metodológicos en la disciplina cultivada en el país. Cabe destacar que toda esta generación no se sustrajo del acontecer político y social de periodo.
Historia en dictadura (1973-1990)
El Golpe de Estado de 1973 significo una fractura en la disciplina historiográfica y en su desarrollo así como el de toda la sociedad chilena. Los historiadores se dieron a la tarea de interpretar estos hechos a la luz de sus respectivas ideologías de fondo para comprender el proceso que estaban viviendo. Dentro de esta línea destacan dos interpretaciones contrapuestas sobre la historia reciente de la nación. En primer lugar encontramos a los herederos de la tradición nacionalista-conservadora dentro de los cuales, y como una suerte de ejemplo paradigmático, destaca Gonzalo Vial Correa legitima dicho acto a la luz de una tragedia histórica desarrollada en el país desde 1890 hasta la fecha y que no habría sido otra que el desgarramiento de la unidad interna de la sociedad chilena. Esta unidad habría estado en un principio dada por el catolicismo de raíz hispánica y estaba basada en tres “consensos” que permitían el desarrollo de esta unidad y que serían en el ámbito doctrinario ideas compartidas por toda la sociedad relacionadas al orden, patria, jerarquía, derecho, entre otras; una aceptación común de un determinado régimen político; y una conducta social compatible con dicho régimen.
Mario Góngora adhiere a los principios de la Junta para luego apartarse
del apoyo prestado a esta al reconocer como estaba girando en un sentido neoliberal que minimizaba el Estado. En su “Ensayo sobre la Noción de Estado en Chile en los siglo XIX y XX” destaca el rol de este en la conformación de la nacionalidad chilena.
Estructuralistas en dictadura
Al ser sus temas de investigación “sospechosos” por el énfasis en lo
económico y social vieron limitados la libertad de investigación. Trataron de mantener el nivel académico de antaño destacando en esto Álvaro Jara y Rolando Mellafe. Al alero de la Universidad de Chile surgieron nuevos cultores que renovaron los planteamientos de esta escuela como Rene Salinas, Eduardo Cavieres (historia económica), Jorge Pinto Rodríguez (demografía histórica, historia económica y etnohistoria), entre otros. Dentro de la Universidad Católica Villalobos destacó en su producción pasando de un inicial apoyo al régimen hasta un distanciamiento. Historiadores jóvenes ligados a esta casa de estudios son Mariana Aylwin, Carlos Bascuñán, Sofía Correa, Cristian Gazmuri, Sol Serrano y Matías Tagle.
Historiadores de Izquierda en dictadura
Por su orientación política estos historiadores debieron sufrir las peores
condiciones para el desarrollo de su trabajo. Pueden clasificarse en los que se quedaron en el país y los que debieron emigrar al extranjero. Los que permanecieron en Chile debieron trabajar casi clandestinamente en ONGs opositoras como el taller Nueva Historia. Sus investigaciones se orientaron a los orígenes del movimiento obrero. Producto de esto surge en Chile la Nueva Historia Social llamada a renovar esta corriente historiográfica. Los que emigraron se radicaron en su mayoría en Inglaterra donde fundaron la revista Nueva Historia al amparo de la Asociación de Historiadores Chileno en el Reino Unido; participaron en ella Leonardo León Solís, Gabriel Salazar, Luis Ortega, Jorge Hidalgo, Cristóbal Kay, Manuel Fernández, Enrique Reyes, estos en el extranjero y cooperaron desde Chile Armando de Ramón, María Angélica Illanes, Micaela Navarrete, Julio Pinto, entre otros. Hay que destacar el nacimiento, también en el exilio, de la Nueva Historia Social surgida al calor de la autocrítica, la derrota y como renovación metodológica y disciplinar con, quizá, su exponente más destacado en Gabriel Salazar Vergara.
La batalla de la memoria (1990-2002)
Al recuperarse la democracia la disciplina histórica vio un futuro
aparentemente auspicioso para su desarrollo: se pusieron fin a las trabas en la investigación, retornaron investigadores exiliados y se restableció el contacto académico internacional consolidándose como saber y generando los balances necesarios. Maduraron las corrientes Estructuralistas y la Nueva Historia Social y también sucedió lo mismo con la historiografía nacional-conservadora que siguió cultivándose y en menor medida la de carácter liberal. Pero este afianzamiento profesional no tuvo su correlato en la divulgación social de sus resultados ya que el temor de unos por el pasado reciente y que era mejor no recordar y la inercia de los grupos vinculados al régimen militar que tampoco querían que se desvelara un pasado comprometedor impidieron una necesaria aceptación social de la disciplina. Todo esto comenzó a cambiar cerca de final de siglo con la obra de Tomas Moulian “Chile Actual, Anatomía de un Mito” que llamaba a recordar y analizar el pasado reciente, también con el seminario “Memorias para un Nuevo Siglo” organizado por distintos académicos. Pero el hecho más destacado fue la detención de Augusto Pinochet en Londres que permitió que de ambos lados del espectro social se destrabaran recuerdos y se llamara a la disciplina histórica para encontrar los significados e interpretaciones necesarios de dicho periodo.
El cultivo de la Historia en Chile se ha desarrollado a la par con la
evolución social y político del país reflejando las opciones y propuestas que los distintos actores sociales formulan como proyecto de sociedad.
Los historiadores han sido proclives a la participación activa en estos
proyectos destacando sus facetas de académicos y militantes de las ideas que propugnan.
Comentario
El autor analiza la evolución de la historiografía en el siglo XX
destacando las escuelas surgidas y el sustento ideológico en el cual se afirman que para todas ellas suele ser de origen extranjero: el nacionalista-conservador es de influencia spengleriana, la segunda generación tiene influencia del materialismo histórico (marxista) y de la escuela de los Annales, luego en dictadura la Nueva Historia Social es un intento renovador desarrollado, sobre todo, por los historiadores exiliados en Inglaterra y los nacionalistas de nuevo cuño solo renuevan antiguas tesis al calor de los acontecimientos contemporáneos.
También se echa de menos un análisis más profundo de la escuela liberal
que aunque no es propiamente del siglo XX también debió tener continuadores; en este caso habría que preguntarse quienes fueron y como trataron de actualizar sus planteamientos. Caso análogo se da con la historiografía marxista clásica, la Nueva Historia Social es un intento de renovación de la historiografía de izquierda pero ¿Nadie continuo la línea trazada por Vitale, Necochea y Jobet?
Continuando con lo anterior es interesante notar la ausencia de un
análisis la historiografía de carácter indígena junto a cultores de la “Historia Universal “como serían los de historia antigua y medieval, por ejemplo.