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Discurso del M/G Jacinto Pérez Arcay

Conmemoración del 182º aniversario de la muerte de


El Libertador y Padre de la Patria
Panteón Nacional, Caracas
Lunes, 17 de diciembre de 2012

Penetrado de profunda tristeza por la ausencia temporal del líder de la revolución en


la conmemoración del 182 aniversario de la muerte del Padre de la Patria, quiero
comenzar este discurso recordando algunas palabras suyas del 17 de diciembre del
año 2000, en este mismo sagrado recinto del Panteón.
“¡Qué hermosos el Himno a Bolívar y estos himnos patrios que ustedes han cantado
en esta hora solemne...! –exclamó Chávez al lado del sacrosanto féretro del
Libertador. ¡Qué sublime sensación! Provoca llorar... provoca reír... provoca aplaudir:
¡Claro que primero nos provoca llorar...! Y creo que todos debiéramos hacerlo…, pero
no llorar sólo porque un día como hoy hace 170 años murió físicamente Bolívar...,
sino también porque ciertas cosas han sido silenciadas a pesar de ser parte del hecho
histórico; y fueron silenciadas muy furtivamente porque era necesario proteger los
bastardos intereses de la oligarquía que se entronizó en nuestros países y los explotó
durante siglos.
¡Nunca perdonarán los oligarcas de América a este hombre excepcional por su
abolengo espiritual, por sus talentos y por su desprendimiento; riquezas; nunca le
perdonarán el haberles traicionado, ¡el hecho de ser rico y haberse ido con el pueblo
desdentado!, ¡Haberse ido con los indios miserables!, ¡haberse ido a soñar y a
realizar el bello sueño de convertir esclavos en libertadores!; ¡porque Bolívar no sólo
convirtió esclavos en hombres libres sino que además los forjó libertadores de una
Patria que habría de constituirse en un Estado democrático y social de derecho y de
justicia!”
Así como el brillo del oro viene desde adentro –de su peso y número atómico y de su
peso molecular–, los destellos del proyecto socialista venezolano provienen de la luz
de Bolívar; de esa energía espiritual sembrada por él en el inconsciente colectivo
venezolano a la sazón moldeado al calor del Evangelio. En efecto, el devoto de la
Santísima Trinidad se hizo Alfarero de la República en una geografía que había sido
penetrada por Colón, no sólo con el Pendón de Castilla sino fundamentalmente con la
Cruz del Cristo Redentor. En el inconsciente de la Patria se encuentra, pues, el
hontanar de nuestra raza mestiza; el fuego sagrado prendido por Bolívar, esa
inmensa llamarada suya de iluminación del porvenir que le permitió penetrar hasta
los más íntimos fundamentos de la política para imaginar, inventar, crear y trazar un
proyecto compacto y artillado de Unión de los países de la América Meridional…,
pendiente de concreción.
Ajedrecista holístico, Bolívar se elevó por cima del misterio del poder político de
entonces, lo descifró y desde el atalaya del Universo pudo jugar posiciones en
escenarios geopolíticos del ajedrez de la globalización; él sabía que a la larga la
naturaleza no permite que un pueblo permanezca inmóvil…, que todo pueblo tiene
que retroceder o avanzar.
Venezuela habrá de avanzar al calor de la palabra sembrada por Cristo y por Bolívar
porque es en ese manantial donde radican las pulsiones del Eros, las fuerzas
igualitaristas para la regeneración del pueblo venezolano. Véase, si no, cómo el
preámbulo de la Constitución, además de señalar el ideario político del modelo
bolivariano, invoca a Dios en la praxis de principios y valores sociales necesarios a la
forja del hombre nuevo. Pero la naturaleza no da saltos. Mutatis mutandis con la
revolución política, precisamos inventar y descubrir nuevos caminos pedagógico-
educativos en un país que aun cuando su ethos se arraiga en el igualitarismo social,
arrastra graves problemas heredados de la globalización darwiniana e inmisericorde,
en especial los sistemas de valores negativos, esa contracultura universal que lleva
aparejada la crisis política, económica, social y sobre todo moral que sigue
golpeándonos a todos.
El pueblo venezolano votó la Constitución revolucionaria del 15 Dic. 99 porque había
arribado a un estadio superior de su espíritu. Nuestra es la responsabilidad de
desarrollar en el colectivo nacional la conciencia de su destino social, la conciencia de
sus deberes y, consiguientemente, fuerza es saber que sólo cultivándose el hombre
desde las entrañas mismas de su tierra patria, podrá conocerla, amarla y defenderla:
En términos de psicología social esas entrañas palpitan al calor del Redentor y del
Libertador y sólo con ellos, espiritualizadas sus vidas, conseguirán los hombres
consolidarse en Nación como elemento esencial del Estado.
El sentido de pertenencia a un pueblo –según enseña la antropogeografía– nace del
hecho de que cada ser humano, con la impronta de una conexión espiritual
tradicional, actualiza esta conexión, de modo vivo, dentro de sí mismo. Sólo un
idóneo liderazgo con vocación de apostolado podrá inducir al pueblo a que se
esfuerce en conocer sus gloriosas tradiciones; sólo mediante la enseñanza y la
predicación con el ejemplo y una voluntad política unitaria podrán los hombres
potenciar y elevar su intelecto y su moral, su mística y espíritu nacional y solo
concienciados podrán defender su Patria. Por ello el hombre necesita saber de dónde
viene para orientar su porvenir, necesita nuclear su nacionalismo en torno a su
historia patria. Y es que, como decía Gaitán, a los pueblos no se les puede robar el
sentimiento nacionalista, porque el hombre es como las plantas…, y las plantas dan
flores y frutos, no por las plantas mismas sino por la tierra y por el surco donde han
prendido. Y por tanto, hombres ni pueblos pueden ser grandes ni fuertes, sino en
razón de las tumbas de sus mayores que es el lugar donde tienen que buscar el
alimento para su futuro.
Ergo, para redimir a Venezuela de sus males presentes precisamos conocer aquellos
recados de la Historia que permitan planificar y avanzar con rectitud al porvenir. Es
imposible escrutar el pasado –según enseña Ortega y Gasset–, sin que de rebote
podamos vislumbrar algo del futuro. Consiguientemente, siendo la pedagogía la
ciencia de la educación, necesitamos pedagogos que inspiren su diario quehacer en
los viejos sabios que nos precedieron en cuanto que el proyecto socialista
revolucionario que adelantamos, urge de luces y virtudes sociales según decía Simón
Rodríguez, y del espíritu de sublimación que aleccionaba Bolívar:
“El progreso de las luces es el que ensancha el progreso de la práctica y la rectitud de
espíritu es la que ensancha el progreso de las luces”.
Estamos refundando la República al calor de una revolución pacífica y ello entraña
aplicación de una sabia cirugía a los vicios y problemas enquistados para que la
nación como un todo, pueda levantarse y sostenerse. Hablar de República implica
hablar de la cosa pública y toda filosofía política impone una filosofía de la educación.
Luego, para estructurar la sociedad que aspiramos, requerimos un modelo de hombre
que la haga posible; nos referimos al hombre republicano, que decía Simón
Rodríguez, el nuevo hombre sin cuyo aliento espiritual no podríamos hacer posible la
nueva República.
Sabemos, como decía Bolívar, que un pueblo pervertido si alcanza su libertad, muy
pronto vuelve a perderla; porque en vano se esforzarán en mostrarle que la felicidad
consiste en la práctica de la virtud: que el imperio de las leyes es más poderoso que
el de los tiranos, porque son más inflexibles, y todo debe someterse a su benéfico
rigor: que las buenas costumbres, y no la fuerza, son las columnas de las leyes: que
el ejercicio de la justicia es el ejercicio de la libertad (…)
Tendremos, por tanto, que sembrar la revolución educativa inspirados en Bolívar en
obsequio de la rectitud de espíritu que nos dejó como legado. Urge sembrar un recio
apostolado durante un proceso de siglos respecto de una fe política, patriótica y
cristiana que implique contrarrestar la psicosis derivada de la violencia ilegítima
enquistada en la Nación: “Si hay alguna violencia justa –decía Bolívar–, es aquella
que se emplea en hacer a los hombres buenos y, por consiguiente, felices: sin fuerza
no hay virtud, y sin virtud perece la República”. Y hasta el mismo Cristo
revolucionario nos adelantaba con audacia y belleza: “Quizás creáis que he venido a
traer la paz a la tierra; no, he venido para arrojar la espada. En una casa de cinco
personas, tres estarán contra dos y dos contra tres. He venido para traer el fuego a la
tierra; ¡tanto mejor si la tierra arde ya!”.
Urgimos de leyes inexorables que permitan encauzar hacia el bien las perniciosas
valoraciones enquistadas en la psiquis colectiva a raíz de la muerte de Bolívar:
precisamos espiritualizar la educación, practicar la verdad y perfeccionar la libertad,
sine qua non del Bien Común, la Justicia Social y la Seguridad Jurídica como fines del
Estado. Esto es así porque sólo penetrado el hombre de valores ciudadanos a partir
de su niñez podremos consolidar la Nación y levantar y sostener el edificio de la
república socialista. Amparados en la revolución moralizadora planteada por Bolívar
alcanzaríamos a forjar republicanos y así, lanzados a predicar con el ejemplo al calor
de la palabra diáfana y honesta, pudiéramos realizar en paz los cambios
biopsicosociales que requiere Venezuela. Estamos hablando del Poder Moral.
¿Y qué nos ha dicho el líder Presidente al respecto?
“El pueblo bolivariano tomó conciencia de su destino y por ello nunca más
permitirá ser manipulado al calor de tantas campañas mediáticas que en todo
tiempo y en todos los idiomas andan desatadas por el mundo. Y es que el
espíritu del pueblo es siempre recto, como dijo Bolívar ante el Consejo de
Gobierno del Perú en 1826: ‘Creo más en la sabiduría del pueblo que en los
consejos de los sabios’. Yo creo en esas multitudes –afirma el Jefe del Estado–
yo creo en ese pueblo que me ha dado manifestaciones categóricas de fuerza,
conciencia y claridad… ¡Siento que esas multitudes hablan por mis labios...! Por
ello repito con el Libertador: ¡Creo mucho más en la sabiduría del pueblo que
en los consejos de los sabios! ¡Si alguien quiere saber cuál es la verdad,
búsquenla en los cerros, en los campos y en las calles del país nacional; en sus
pasiones, en sus ideas y en su espontaneidad para la lucha: porque ese pueblo
sí sabe cuál es la verdad, dónde está la verdad y dónde la mentira!
En medio de esta fase revolucionaria tan intensa, tan hermosa y encendida –
sigue diciendo el Presidente–, pienso que el pueblo venezolano se encontró a sí
mismo..., siento que somos el emblema, el reflejo, un todo de la situación
universal..., ¡somos como una llama!, ¡andamos encendidos de amor…, como
una llama profunda de iluminación y eso es lo que otros no tienen… porque
esto no se puede simular! El fuego sagrado que inflamó las almas de Miranda y
del Libertador es el mismo que nos inflama a nosotros..., que nos enciende con
aquel trascendente ideal de libertad y gloria que no tiene fin. Nuestra fortaleza
espiritual y por tanto no podrá ser apagada jamás por esa minoría oligárquica
con todas las tempestades que puedan levantar…, ni con sus intrigas, ni con
sus influencias ni con el dinero acumulado sobre la desgracia de un gran
pueblo…
Alguien decía que la felicidad no está en llegar a la cima y eso es cierto: la
felicidad está en cada paso del camino..., en la forma espiritual de cómo
hagamos el camino, aunque nunca lleguemos a la cumbre...! ¿Cómo, entonces,
haremos el camino? ¡Con el alma, que va más allá de la historia de la vida; y
somos felices porque estamos luchando por amor a los demás, batallando por
nuestros ideales..., por la Justicia que es la que conserva la República; y…, si
no llegamos a la cima, no importa, ¡que lleguen nuestros hijos a la Venezuela
bonita de la que hablaba y cantaba Alí Primera, ese gran revolucionario!”.
Decía Bolívar que la libertad se encuentra enferma de anarquía y hoy estamos
viendo gente insensata que está jugando al caos; gente que quisiera la
destrucción de Venezuela…, vieja sociedad oligárquica que enfrenta al concepto
igualitario de la vida. ¡Aquí hay un gobierno bolivariano y un gran pueblo hasta
ayer abandonado, lastimado, pero con inquebrantable fe en la causa
revolucionaria, con fraternal amor saliendo de una situación tan desastrosa
como la que hemos heredado! ¡El ideal bolivariano es fecundo porque está
asociado al espíritu de Dios! ¡Saldremos de la oscuridad en paz, porque la paz
es siempre fruto del espíritu!, ¡saldremos en democracia y aquí, como lo he
dicho, tendremos una Patria reconstruida y hermosa!”.
Simón Bolívar es nuestro más grande y más esclarecido maestro y predicador con el
ejemplo. El análisis del progreso de nuestras instituciones políticas nos revela los
innúmeros desiertos que Bolívar debió cruzar para alcanzar la libertad e
implementarla dentro del proceso civilizatorio: luchó por enseñar a sus
contemporáneos las experiencias en la creación del Estado, de la nación, de las leyes
y la libertad; pero, por sobre todo, Bolívar procuró que a futuro su doctrina permitiera
solucionar los problemas inherentes a los pueblos de la América Latina para formarse
como países, como organismos supraindividuales, como Estados verdaderamente
libres. En efecto, con base en sus conocimientos de las instituciones políticas de los
antiguos y de los modernos y con la experiencia de su lucha militar por la
independencia, Bolívar elabora un gran proyecto político de Nación de Repúblicas que
ha trascendido hasta las generaciones de hoy y que nos remite al estudio del Estado
como organismo viviente. ¿Cómo se forjan estos organismos?
La geopolítica observa al Estado como expresión de la evolución humana en la
dimensión espacio-temporal del planeta; como organismo supraindividual resultante
de la afirmación milenaria que la psiquis colectiva de una Nación ejerce sobre su
geografía y, recíprocamente, la que ésta ejerce sobre aquella.
La geopolítica concibe al Estado como organismo viviente, resultante del élan vital –
impulso espontáneo de la vida en la materia–, y de la integración-afirmación de los
hombres como Nación en determinados espacios del planeta. De todo el amplio
cuerpo de conocimientos de esta disciplina, el campo que ofrece mejores y crecientes
perspectivas para la reflexión del estadista es el psicosocial, respecto del cual sería
posible imaginar, siguiendo a Freud, que las instancias psíquicas que prefiguramos en
la mente del hombre individual –id, ego y super ego–, se presumen etnológicas en la
psiquis de la Nación que con su fuerza espiritual potencia la relación hombre-suelo,
activa el campo psicofísico y permite a sus líderes remontarse sobre sí mismos hasta
alcanzar el tope piramidal del poder político soberano. En ese orden de ideas
pudiérase intuir –por extensión de los rasgos dinámicos y los rasgos particulares en el
organismo humano– la existencia en el Estado de rasgos y aspectos colectivos tales
como el temperamento y el carácter nacional, así como también la personalidad
estatal. Pudiérase observar, además, que es en el inconsciente colectivo de la
sociedad abstracta mayor –la Nación– donde reside el manantial de los impulsos
vitales del Estado como organismo.
Y es en esa compleja conjugación antropogeográfica, sempiternamente vinculada al
principio de la selección natural, donde pareciera concatenarse la Nación y radicar la
vida del Estado como organismo que nace, crece y muere en medio de permanentes
contradicciones, luchas y conflictos con sus pares circunvecinos y/o Estados-Potencia
donde sobreviven los más aptos. Expliquemos el aserto por correlación de ideas: los
conflictos –reales o latentes– entre individuos constituyen la secuencial respuesta a
procesos darwinianos que informan acerca de la sobrevivencia de los más fuertes o
más desarrollados, y esto, por extensión, es aplicable también al Estado como
organismo. Hoy está planteada una contradicción que pareciera insalvable –a causa
del petróleo– entre el Estado venezolano y el Estado imperial. Esto es así porque si
las necesidades son infinitas y los recursos para satisfacerlas son escasos, a las
aspiraciones simultáneas seguirán conflictos y enfrentamientos hasta concretarse el
proceso de dominio del más fuerte o el más apto para sobrevivir en el planeta.
El Estado es una realidad concreta constituida por tres elementos esenciales:
territorio, nación y poder soberano, amén de otros componentes existenciales. El
campo psicofísico estatal está centripetado en la Nación, la cual deviene de la
integración espíritu-intelectual y moral de hombres vinculados por la sangre y la raza,
valores y costumbres, religión, cultura y por una historia común. La Nación es, por
antonomasia, el elemento personificador del Estado que, al decir de Platón, Hegel,
Hobbes, Ratzel, Haushofer y geopolíticos en general, es una realidad objetiva,
sensible y racional como la persona humana. En ese orden de ideas todo Estado
aflora de bulto desde su inconsciente un mundo de sentimientos que define su
compleja y única personalidad, su “temperamento estatal”, su “carácter nacional” y
su “conciencia nacional”, amén de particulares sistemas de valores, mecanismos de
defensa y tendencias –fuerzas de la psique– que le permiten transformarse y
adelantar posiciones en la lucha –selección natural– que mantiene con otros Estados
(capacidad de intuición y sobrevivencia).
Todo pueblo necesita aquilatar su conciencia ciudadana sembrando cada quien en su
alma la forma de abordar y resolver estructuralmente sus problemas, en especial los
vinculados a las pasiones, para evitar que se tornen destructivos. Y aquí la pregunta
esfíngica: ¿mantiene la nación venezolana en su inconsciente colectivo las
potencialidades que otrora, como hontanar genealógico, hicieron posible que el
ejército libertador a cuya cabeza volaba Bolívar, tramontara los espacios desde el
Orinoco hasta el Potosí para libertar a la América? Si nos hubiésemos amparado en el
pensamiento conductor de Bolívar como forjador de la Nación de Repúblicas, nuestros
pueblos estarían en mejores condiciones para dar pasos más firmes en el objetivo de
equilibrar y salvar el Universo.
Inspirados en la cosmovisión del Patriarca, debemos entonces remontarnos y
converger con él a la cumbre espacio-tiempo para enviar a todos los recintos de la
tierra una andanada de imágenes de Libertad y Dignidad. ¿No es eso lo que predica y
hace el Jefe del Estado venezolano?
Imaginamos a Bolívar haciendo oblación de los pueblos libertados por su espada
quijotesca, lo que supone verlo en sublime convergencia espiritual con el Cristo
Redentor. Ambos están consagrados como protagonistas incontestables de la
Libertad: Cristo, Redentor del Espíritu, en rectitud, y Bolívar, Rector de la libertad en
la catequesis cristiana. ¿Paradójico? La independencia, la paz y la unión constituyen
el punto de reflexión que nos remite en dialéctica hegeliana a los tres Insignes
“Majaderos” de la Historia que vivían en el pensamiento, palabra y obra de Bolívar:
Bolívar, el hombre que habló con el cerebro y con el corazón, que «esbozó» ideas
para ser analizadas no superficialmente sino en profundidad, por cuanto observa en
sus periplos mentales, con su mirada de acuidades aguileñas, la profunda vinculación
de su persona con don Quijote y con EL CRISTO. Bolívar afirma que “la unión del
incensario con la espada de la ley es la verdadera arca de la alianza”; Bolívar ha visto
los siglos futuros cuando expresa que “la suerte de Venezuela no puede serle
indiferente ni aún después de muerto” y con ello se introduce en los predios de Jesús.
Y cabe preguntarse: ¿en el misterio de su alma, sustentaba Bolívar su magisterio en
los postulados de Jesús?
Jesús –dice Bolívar– que fue la luz de la tierra, no quiso dignidades ni coronas
en el mundo. Él llamaba a los hombres hermanos, les enseñó la igualdad, les
predicó las virtudes más republicanas y les mandó a ser libres, porque los
amonestó que debían ser perfectos.
Pero es el mismo Bolívar quien, a lo largo del proceso de su holocausto recordará y
protestará la ceguedad de los hombres que no alcanzan enteramente a penetrar la
necesidad de declarar la guerra al egoísmo, a entender –como se lo recriminó a
Santander– “las enseñanzas (parábolas) de Jesús, que se empeñaba en contra de la
ley natural, en no exigir nada para sí mismo y entregar todo a los demás”.
Es evidente en el legado espiritual de Bolívar la interpretación de la sublime obra de
Jesús: Bolívar percibe que quienes seguían al Redentor, al suplir con ingenuas
conjeturas lo que había de oscuro para ellos en el alma extraordinaria de su Maestro,
equivocaron el camino al seguirle y, consecuencialmente, perdidos, le abandonaron.
De allí que, al final de sus días, Bolívar se mira en el espejo de Aquella Soledad
espantosa de los Olivos –cuando el alma de Jesús experimentara su tristeza infinita–
y se contempla a sí mismo como el único espectador del drama americano: el drama
de la insurgencia del egoísmo, la ignorancia, la hipocresía y la incomprensión. ¿Vidas
paralelas? ¿Aró, Jesús, como él, en el mar? Pregunta esfíngica. ¿Y todo, para qué?
Para que el Padre sea glorificado en el Hijo. El penetrante ingenio de Bolívar
permitióle parafrasear la doctrina platónica de las ideas sobre las pruebas de la
existencia de Dios; le inspiró frases llenas de encanto; frases que sugieren respetar el
orden de la naturaleza:
No todos los corazones están formados para amar a todas las beldades; ni
todos los ojos son capaces de soportar la luz celestial de la Perfección. El libro
de los Apóstoles, la moral de Jesús, la obra Divina que nos ha enviado la
Providencia para mejorar a los hombres, tan sublime, tan santa, es un diluvio
de fuego devorador en Constantinopla, y el Asia entera ardería en vivas llamas
si este libro de paz se le impusiese repentinamente por código de la Religión,
de Leyes, de Costumbres.
El filósofo de la educación y psicólogo social que palpita con tanto amor en el
Discurso ante el Congreso de Angostura esboza los parámetros biopsicosociales e
histórico-geográficos que informan la personalidad y conducta colectiva del hombre.
Es evidente la vigencia del pensamiento de Bolívar: trata de forjar un pueblo que no
se contente con ser libre y fuerte sino que sea virtuoso porque solo así podrá
sobrevivir como Nación en el escenario mundial de la civilización.
Bolívar alude y exige la enseñanza previa de la ciudadanía antes de someterla al
cumplimiento de la ley; insiste en preparar al hombre para la libertad cultivando
previamente el espíritu; el hombre debe captar el ordenamiento universal; debe
saber que los elementos de la naturaleza no pueden coexistir sino en equilibrio o
armonía: cuando el conflicto se torna irreversible se distorsionan las estructuras con
inclinaciones antitéticas: las estructuras carentes de orientaciones éticas degradan y
destruyen; la rectitud de espíritu eleva al hombre sobre las compulsiones
inconscientes que le mantienen sojuzgando o sojuzgado y puede, por tanto, colocarse
por encima del conflicto y resolverlo. Esto conlleva la salvación de los elementos
antitéticos. La naturaleza, así, pareciera obedecer al hombre cuando desarrolla sus
facultades superiores; cuando sublima (transforma) sus compulsiones destructivas y
se orienta por el camino de las construcciones del Eros: “El progreso de las luces –
enseña Bolívar– es el que ensancha el progreso de la práctica; y la rectitud de
espíritu es la que ensancha el progreso de las luces”.
¿Seguiremos sordos a los mandatos del gran legislador? ¿No dice el forjador de este
país, siguiendo a Montesquieu, que las leyes a aplicar deben ser propias para el
pueblo que se hacen?, ¿y qué es lo que están pidiendo desde el fondo de sus
necesidades apremiantes los hijos de Bolívar? Entonces, ¿por qué no oír esas, las
voces del silencio, el sentimiento herido de este grande pueblo abandonado?
Día llegará en que la doctrina de Bolívar se interne firmemente en toda la Nación.
Entonces hablaremos de República digna, próspera y fuerte. Y es que ella es un
legado irrevocable al que no podemos renunciar…, fuego sagrado ése, el de su
discurso eterno que permite trazar y abrir caminos de perfección. Esta particular
revolución que conduce con tanto honor y con tanta gloria el Comandante Chávez,
necesita ampararse en el pensamiento y doctrina educativa de Bolívar…, precisa de
aquella su rectitud de espíritu para ensanchar el progreso de la práctica y catequizar
en silencio el verbo de Jesús.
En una revolución pacífica el arma eficaz es la palabra investida de la verdad. El
Evangelio nos dice que “la raíz de los consejos es el corazón y de él brotan cuatro
ramas: el bien y el mal, la vida y la muerte; mas quien decide siempre es el
lenguaje”: ora perturbando, corrompiendo y destruyendo la vida en el planeta…, ora
inclinando al hombre a superarse…, permitiéndole acercarse cada día más a su
Creador.
La esencia del lenguaje revela nobleza o perfidia porque estimula y desencadena
mediante la verdad o la mentira –hija ésta de la ignorancia, la vanidad y la
hipocresía–, una u otra de las pulsiones antagónicas del hombre: la de su buen
corazón o la del Satán que cada uno lleva dentro. Es una esencia que induce al Bien
en cuanto sublima la conducta de la persona humana y la perfecciona…, o al Mal, que
corrompe lo que impregna a la par que lo destruye. Con psicoanalítico acento lo dijo
Jesús de Nazaret, en el fondo de cuyo verbo palpita la psicología profunda:
“Todo árbol se conoce por su fruto. No hay árbol bueno que dé una fruta mala,
ni al revés: no hay árbol malo que dé una fruta buena; no se sacan higos de
los espinos ni de las zarzas se sacan uvas; el hombre bueno saca cosas buenas
del tesoro que tiene dentro, y el que es malo, de su fondo malo saca cosas
malas, porque la boca habla de lo que abunda en el corazón” (Lucas 6; 43-46).
Consecuentemente, precisamos de maestros de primeras enseñanzas, de apostolados
verdaderos, de «pastores que conozcan y conduzcan sus ovejas y den sus vidas por
ellas». Esto es así por cuanto la naturaleza no da saltos y porque la Nación
venezolana, uncida secularmente al triple yugo de la ignorancia, la tiranía y el vicio,
requiere urgentemente la reordenación moral de su conducta al calor de la
enseñanza. ¿Cómo hacerle adquirir al hombre el saber, el poder y la virtud?
Podríamos aprender de nuestro Alfarero, quien decía que las palabras debían
confirmarse con los hechos porque la forja del alma, vida y corazón del hombre
supone predicación con el ejemplo, empezando con la del gobernante, que debe ser
virtuoso.
Es en la rectitud de espíritu donde radica el cristianismo de Bolívar; es su fuego
sagrado –Verbo, Trabajo y Ejemplo–, su llama profunda de iluminación del porvenir la
que permitióle alumbrar los caminos desde el Orinoco hasta el Potosí; caminos donde
percibimos a plenitud al Cristo Redentor. Consubstanciado de libertad en rectitud
espiritual, Bolívar hacía lo indecible para mantener inmarcesible su gloria y su
reputación. Inquebrantable su fe en aquellos caminos liberadores de las campañas
del Magdalena, Admirable, Boyacá, Carabobo, Bomboná, Pichincha, Junín, Ayacucho…
en espirales crecientes, ascendentes y de perfección, iba adelante y obligaba mucho;
trabajaba con desinterés, dando el ejemplo… No hacía concesión a ninguna
necesidad; moría aceleradamente. Como el Cristo Redentor, creía firmemente en la
realidad de su ideal. Su conducta personifica el impoluto pensamiento de Pascal: el
hombre supera infinitamente al hombre y es testimonio de que, elevándose, se
acerca cada día más a su Creador. ¿No es eso lo que condensa el excelso
pensamiento de Teilhard de Chardin en su estupenda obra, El fenómeno Humano
cuando afirma que todo lo que se eleva converge: Tout ce qui monte converge…?
El proceso educativo precisa de maestros verdaderos que estimulen las pulsiones
constructivas del discípulo… pero también de la sublimación de sus pasiones,
permitiéndole con ello aquilatar su carácter y su personalidad. Bolívar piensa que es
así como debiera orientarse la conducta ciudadana hacia la consecución del Bien
Común, la Justicia Social y la Seguridad Jurídica como fines concretos para el
crecimiento en libertad.

En este proceso avasallador en que enfrentamos una globalización inmisericorde que


conlleva luchas sordas por la sobrevivencia donde solo persisten los más capaces,
todo venezolano necesita sublimar y orientar sus potencialidades creadoras a partir
de la mismísima niñez. Luego, precisamos dar calor al poder moral bolivariano, una
revolución educativa que luego de algunas décadas nos permita predicar con el
ejemplo; si no somos apóstoles verdaderos, los hijos a quienes hayamos de
transmitir la vida no podrán mantener con dignidad su gentilicio. Solo con
autosuficiencia podremos conformar aquella soñada nación capaz de apagar los bríos
de quienes pretendan hollar las túnicas de nuestro patriotismo.
Necesitamos, pues, cultivar en la nación las virtudes cardinales –prudencia, justicia,
fortaleza y templanza– en tanto que es imperioso afrontar el porvenir con el enemigo
a las puertas: urgimos cultivar a nivel de la Escuela Primaria la mística bolivariana y
la mística cristiana porque es allí donde reside nuestra verdadera fortaleza…, son
ellas las que permiten luchar hasta vencer o morir por el ideal de la Patria.
La piedra angular de los problemas de Estado que requieren solución educativa es la
madre de familia, en tanto que los hogares, que son la esencia de la sociedad, se han
debilitado, y muchos de ellos se han perdido en la vorágine de la pedagogía
ambiental intoxicada de ruidos y sexo y aguardiente y loterías y cigarrillos y droga
que los adolescentes, inermes ante las subliminales y corruptoras propagandas tienen
que comprarlos al alto precio del delito y de su propia degeneración. ¿Cómo apartar
al hombre de esa nube comunicacional que induce al dinero fácil, que siembra el
complejo de querer ser importante y del dogma del “tanto tienes tanto vales”?
Convalidamos los criterios del filósofo norteamericano Ralph Emerson sobre ética y
moralidad de nuestros pueblos; suscribimos su Crítica de las costumbres así como la
interpretación que de ella hace José Ingenieros en su estupenda obra Hacia una
moral sin dogmas:
¿Es el dinero la raíz de todo mal? Emerson predicó contra los graves peligros que veía
en el culto de las riquezas. Sus ideas religiosas están más cerca del panteísmo que de
cualquier elemento sensual o egoísta, para hacerla capaz de unirse a Dios. La vida,
las doctrinas y la acción social de Emerson, nos permiten comprender que la
moralidad humana puede expandirse sin la tutela de dogma alguno.
Las reflexiones de Emerson convalidan a plenitud el acento vigoroso con el que Jesús
combatía la hipocresía de los fariseos:
Los escribas y los fariseos –dice Jesús de Nazaret– están sentados en la
cátedra de Moisés. Haced lo que os dicen; pero no hagáis como hacen, porque
ellos dicen y no hacen. Ellos crean pesadas cargas, imposibles de llevar, y las
colocan sobre los hombros de los demás; en cuanto a ellos, no tratan de
moverlas ni con la punta de un dedo.
Todo lo hacen para que les vean los hombres: se pasean con largas túnicas;
llevan anchos filacterios; sus mantos tienen las orlas más largas; ocupan los
primeros puestos en los festines y los primeros asientos en las sinagogas; les
gusta que los saluden en las calles y que les llamen “maestro”. ¡Ay de ellos!…
¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas que os habéis apoderado de la
llave de la ciencia y sólo la utilizáis para cerrar a los hombres el reino de los
cielos! ¡Ni entráis ni dejáis entrar a los demás!
¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas! Porque limpiáis el exterior de la
copa y el plato; pero el interior, que está lleno de rapiña y codicia, no lo tenéis
en cuenta. Fariseo ciego, lava primero el interior. Después te ocuparás de la
limpieza del exterior.
Ergo, necesitamos de la rectitud de espíritu propia del Cristo así como del orden como
primera ley del universo: desde hace siglos estamos sin conocimiento organizado, sin
sustentación en las ciencias del alma que son las que permiten a las personas
accionar como Nación. ¿Cómo salvar a tantos púberes y adolescentes de la execrable
pedagogía ambiental, del vicio y la ignorancia que vende la publicidad al infamante
precio de la degeneración del hombre? ¿Será que en estas coyunturas de nuestro
revolucionario proyecto educativo pudieran programarse a nivel de los gobiernos
estadales y municipales suficientes y optimizados centros de enseñanza –liceos
militarizados entre ellos– que permitan apartarlos del precitado entorno delictivo?
Bolívar dice que solo amparados en una muy profunda y permanente revolución
educativa cuyo dominio sea la infancia y el corazón de los hombres, estaremos en
capacidad de sublimar tantas pasiones y consolidar la célula fundamental de la
sociedad cuyo centro, como un sol, sabemos que es la madre. Sólo así podremos
alcanzar aquella Venezuela soñada por el Padre de la Patria cuando su imaginación se
fijaba en los siglos futuros. ¿Cómo lograrlo si no comenzamos a formar la futura
madre desde la mismísima niñez? ¿Cómo hacerlo en medio de una pedagogía
ambiental dominada por una industria televisiva globalizada que entrampa al
individuo, subliminaliza su conducta y con ello la estructura espiritual de la Nación?
¿Implica esto una imprescindible reorientación moral de la conducta nacional?, ¿el
sancionamiento de aquellas leyes inexorables que exigía Bolívar ante la Convención
de Ocaña?, ¿la reforma estructural del magisterio consubstanciada con el sistema de
valores e ideales que informaron el proyecto educativo de Simón Rodríguez y el Poder
Moral de Simón Bolívar?
Para lograr ese objetivo precisamos cambiar la conducta de los hombres para el bien,
que es lo que los perfecciona…, y ello se obtiene modificando las condiciones de las
cuales esa conducta es función. ¿Cómo modificar, entonces, las condiciones que han
conducido al pueblo inerme a la ignorancia, la tiranía mediática y el vicio? Podríamos
decir con Skinner (Más allá de la libertad y la dignidad) que quizá no podamos
diseñar a perfección una cultura, en su conjunto, pero lo que sí puede quedar a
nuestro alcance es el diseño de prácticas mejores, aunque sea de modo fragmentario.
¿No es ese, acaso, el objetivo esencial de las Misiones que con tanto ahínco ha venido
programando y activando el Gobierno bolivariano?
Insistimos con Bolívar en que el progreso de las luces es el que ensancha el progreso
de la práctica y en tal sentido estamos obligados a proteger e impulsar la revolución
educativa, a seguir adelante, cultivando y perfeccionando el espíritu nacional por
encima de rencores y retaliaciones. Nada fácil, pero estamos en la obligación de
canalizar pedagógica y psicológicamente todo instinto de lucha como lo escribió y
predicó el maestro Prieto Figueroa, cuando propiciaba la creación del Estado docente
a los fines sublimes de los cambios de conducta al calor de la enseñanza. Precisamos
un período de tiempo no menor de treinta años bajo férula psicopedagógica que
permita levantar y sostener la pirámide educativa y elevar la autoestima de todos y
cada uno de los hombres; es necesario sopesar y premiar la valoración moral de los
actos humanos. Sólo amparados en una revolución que permita educar al hombre en
una escuela de moral y de justicia podríamos evitar que se disuelva en petróleo
nuestro Estado en el planeta. Precisamos de un pulso infinitamente firme y un tacto
infinitamente delicado para alcanzar la gobernabilidad y recuperar la autoridad
perdida.
Ahora bien, ¿cómo encauzar hacia el Eros los caminos del odio que devienen de mil
causas distintas y que persisten aquí y ahora? Sabemos con el fundador de este país,
que “si no hay un respeto sagrado por la Patria, por las leyes y por las autoridades, la
sociedad es una confusión, un abismo; es un conflicto singular de hombre a hombre,
de cuerpo a cuerpo”; luego, ¿cómo salvar a Venezuela del camino de la sangre? El
camino de perfección de los pueblos del mundo es el de las modificaciones favorables
de la conducta individual y colectiva. Luego, urgimos de una revolución educativa que
implique una evangelizadora pedagogía ambiental y obligue una moralizadora
comunicación social. De alguna manera la Nación tendrá que protegerse del éxtasis
de la comunicación. Debemos cultivar el espíritu nacional, enaltecer la voluntad
política e inflamarnos de voluntad patriótica. Bueno es saber que el proyecto
educativo que necesita este país para proyectarse al porvenir no puede tener más
postulados que los pertinentes a la rectitud de espíritu como camino, verdad y vida
personificados por el Redentor del Mundo. El proyecto del Poder Moral bolivariano
dice relación con la revolución del Cristo a la par que connota sabiduría y profundo
conocimiento del país y de los hombres…
Con fragoroso acento, siempre adelante, Libertador o muerto, insiste Bolívar en la
salvación del hombre por el hombre, induciendo a luchar “por el bien inestimable de
la unión”. Su moral en veces pareciera volteriana pero en esencia es cristiana porque
se nutre del desprendimiento que es la religión del corazón; una moral que implica el
holocausto por el pueblo, por la libertad en pie de igualdad.
¡Cuántas horas desesperanzadas y de compasión hubo de tener Bolívar por aquellas
multitudes, por aquella Colombia que al final de sus días le redujo a la melancolía
cuando le resultara hija tan rebelde, tan trabajosa y tan desgraciada! ¡Cuánto rubor
en esa trascendente confesión! Su mirada de siglos alcanzaba a ver a los hombres
colocando sus intereses sobre los de la Patria por la que él luchaba y moría y esa
negra perspectiva conmocionaba su alma ocasionándole grandes sufrimientos
morales.
Bolívar sabía que tenía que arder y consumirse en ese fuego sagrado para intentar
iluminar aquellas tinieblas. Al final de sus días, cuando lo había dado todo, tuvo la
impresión de que al pedir pan le daban piedras: Así se colige de lo que le escribe a
Santander:
Lo poco que me queda no alcanza para mi indigente familia, que está arruinada
por seguir mis opiniones; sin mí ella no estaría destruida, y por lo mismo, debo
llevar un pan que comer, porque yo no tengo la paciencia ni el talento de
Dionisio de Siracusa, que se metió a enseñar niños en su desgracia.
Bolívar se había quedado en la indigencia después de haberlo dado todo. Tan solo le
quedaba el honor y la visión profética: “Desearía tener una fortuna material que dar a
cada colombiano, pero no tengo nada –protestaba cuando desconfiaban de su
desprendimiento– sólo tengo un corazón para amarlos y una espada para
defenderlos”. Su penetrante percepción de la necesidad de enfrentar y desbordar el
shock del futuro le previene al advertir que la nación se anarquiza porque el hombre
no cultiva ni el cuerpo ni el alma ni su entorno social; se atrasa y autodestruye
“uncido como está al triple yugo de la ignorancia, la tiranía y el vicio”.
Bolívar cree en las leyes de la evolución y sabe que la naturaleza no da saltos.
Consiguientemente, en las horas más desesperanzadoras se pregunta cómo
enderezar el camino de los hombres hacia la Verdad y la Vida y así se lo hace saber a
sus hombres más esclarecidos, como Sucre. Era amigo de los hombres, pero más
amigo de La Verdad y, en tal sentido repetía: “la amistad tiene en mi corazón un
templo y un tribunal, a los cuales consagro mis sentimientos y mis deberes”. En aquel
tiempo Bolívar confesaba con franqueza su pesimismo respecto de la autoridad moral
de los americanos para mandarse y es por ello que procuraba en todo tiempo
corregirlos y educarlos.
El Alfarero de Repúblicas fuerza a internalizar la ley moral en la conciencia del
ciudadano induciéndole a amar y educar a sus semejantes. Afirma que “la educación
forma al hombre moral, y para formar un legislador se necesita, ciertamente,
educarlo en una escuela de moral, de justicia y de leyes…; sin fuerza no hay virtud, y
sin virtud perece la república”. Bolívar persiste en afirmar que “la moral, en máximas
religiosas y en la práctica conservadora de la salud y de la vida, es una de las
enseñanzas que ningún maestro puede descuidar”.

Al estilo de Jesús, Bolívar no hace concesión a la necesidad: predica la guerra a la


naturaleza física en obsequio a la espiritualidad. Sus argumentos envuelven
hiperbólicas fuerzas moralizadoras que conllevan contrarrestar la psicosis derivada de
la violencia producida por la ignorancia, la tiranía y el vicio. Advierte que sin fuerza
no hay virtud y sin virtud perecen las repúblicas porque se envuelven en la
degeneración. El legado de Bolívar es un monumento al poder de la voluntad del
hombre en los caminos de la perfección: su filosofía traduce la volteriana energía del
ejemplo: Moral y Luces resumen el sacrificio de su vida por el todo americano.
Tragedia y comedia de sus “majaderías” para plantear la libertad; majaderías por las
cuales ahora es su espíritu transfigurado quien oculta su rubor en el Panteón porque
presumimos su vergüenza atrapada en nuestra incultura y en nuestras
permisividades y vicios; en la proletarización de las jerarquías, del mando y de la
enseñanza; y todo por miedo a la libertad. Ergo, el Libertador continuará ruborizado
en el Panteón y en el devenir de nuestra Historia hasta que Venezuela cultive su
espíritu, porque él mismo ha confesado que “la suerte de la Patria no puede serle
indiferente ni aún después de muerto”.
Para sobrevivir como nación tendremos que espiritualizar la educación, practicar la
Verdad y perfeccionar La Libertad, sine qua non del Bien Común, la Justicia Social y
la Seguridad Jurídica. Sólo enalteciendo la vida ciudadana mediante la enseñanza
motorizaremos los cambios biopsicosociales y conquistaremos aquellos fines del
Estado. Precisamos aquilatar el sí mismo de la conciencia nacional sembrando en el
alma de los hombres la forma de abordar y resolver estructuralmente sus problemas,
en especial los vinculados a pasiones para evitar que se tornen destructivos; y es que
al decir del Alfarero de esta República.
La ambición y la intriga abusan de la credulidad y de la inexperiencia de los
hombres ajenos de todo conocimiento político, económico o civil. Hombres que
adoptan como realidades las que son puras ilusiones; toman la licencia por la
libertad, la traición por el patriotismo, la venganza por la Justicia. Semejante a
un robusto ciego que instigado por el sentimiento de sus fuerzas, marcha con
la seguridad del hombre más perspicaz y dando en todos los escollos no puede
rectificar sus pasos.
Glosando a Uslar Pietri, venimos de un país pequeño potenciado con una especial
carga genealógica que por razones naturales suficientes emprendió en 1810 la magna
gesta independentista como problema de orden continental. El proyecto político
derivó estructuralmente en equilibradas configuraciones de los elementos esenciales
del Estado Nacional hasta el momento en que la incorporación abrupta de riquezas
materiales distorsionó su sistema de valores, forzándole a cambiar de rumbo y de
sentido. Poderosos factores externos e internos nos hicieron extraviar el camino y ello
nos obliga a inmensas rectificaciones en el sentido de equilibrar y reestructurar –
mutatis mutandis– los elementos esenciales del organismo estatal. En eso estamos.
Nos preguntamos si debiéramos partir de cero basándonos en los postulados de
Bolívar, penetrándonos de su visión esferoidal. Si así fuere debiéramos comenzar por
entronizar la Cátedra Bolivariana en todas las aulas del país. Esto es urgente.
Entonces aprenderíamos que Bolívar no limitó su pensamiento a Venezuela sino que
la vio “gestálticamente”; en función del Todo Americano. Sabemos que la
organización estatal, aun cuando no está formada desde afuera como una pompa de
jabón, está condicionada su existencia y crecimiento por presiones exteriores que le
despiertan su élan vital proporcionándole desarrollo, vida y forma.
Al conocimiento y dominio de la psicología social nos remiten las enseñanzas
ejemplares de Bolívar referidas a la vida del Estado. Hoy estamos jugando a
Venezuela en un tablero esferoidal y en consecuencia es necesario organizar, ampliar
y profundizar la educación y la enseñanza planetaria. Imposible salvar a Venezuela
del peligro sin conocer el magisterio de Bolívar, sin penetrar su apostolado. El filósofo
de la educación que palpita en él alude la formación a que debe estar sometida la
mayoría ciudadana antes de imponérsele el cumplimiento del sistema de leyes,
códigos y estatutos que por ellos mismos “son obras muertas que poco influyen en
las sociedades”. ¿Cómo incorporar virtudes, patriotismo e ilustración en los hombres?
Majando, machacando en su formación; formación que debe ser fraguada en
diafanidad y predicada sin hipocresías ni fariseismos propios de escribas como
aquellos que perturbaron la rectitud espiritual de Jesús y que, de nuevo ahora, sin
rubor, “sentados en la cátedra de Moisés, dicen pero no hacen; crean pesadas cargas
imposibles de llevar y en cuanto a ellos, no tratan de moverlas ni con la punta de un
dedo”; nuevos judas que se ponen la máscara de la virtud, de la cooperación y del
patriotismo para esconder sus intenciones de dominar, proclamando sus propios
intereses como si fuesen los de la colectividad.
Hemos desoído a Bolívar. Hemos implementado en la nación los postulados de la
Cuarta República; hemos impuesto los patrones político-económicos de shock, con lo
cual en cadena de causas desarticulamos el sistema de valores culturales
preexistentes; deterioramos el “modus vivendi” del hombre, lastimamos su íntima
naturaleza y desnudamos su pudor; degradamos, proletarizamos, arruinamos su
dignidad y le deshumanizamos y, al final, impedimos su realización como persona. Y
ello ¿qué conlleva? Obstruir la capilaridad socio-económica de capas enteras de la
sociedad, lo que imposibilita a los más débiles la satisfacción decorosa de sus
necesidades biopsicosociales y les fuerza a la humillación para lograrlo. Entonces,
confundido el hombre, desalentado y hostilizado; impedido de vivir en ese ambiente y
herido de muerte en su amor propio, el hombre escarnecido, buscando una salida en
el sistema de valores trastocado, no controla pasiones ni pulsiones porque se han
tornado destructivas y mata en su corazón el sentimiento de amor patrio: ¿Adónde
nos conduce este camino? La aparición y multiplicación desordenada de las células
sociales enfermas destruyen la urdimbre de la nación y la cancerifican, originando
eclosiones necrofílicas diversas que el Gobierno central estará en la obligación de
erradicar para salvar la vida del Estado.
En el pensamiento y la palabra y fundamentalmente en la acción libertadora de
Bolívar se condensan maravillosamente las sublimes paradojas de Jesús. Bolívar no
se proclama cristiano pero, en el fondo, casi siempre coincidía en lo que El Hijo del
Hombre predicaba…
Pareando las ironías de Jesucristo contra los fariseos Bolívar cuestiona a Santander
cierta conducta oscurantista en carta firmada en el Rosario de Cúcuta, el 20 de Mayo
de 1820:
Es un principio de religión, y no sé si también de moral, que los malos
propósitos no se deben cumplir (…). Usted me parece que es como algunos
otros que yo conozco en el mundo, que les gusta hacer lo que no quieren que
les hagan; sin duda por ser enemigo de las chocherías de Jesús, que se
empeñaba en lo contrario, en contravención de la ley natural, que exige todo
para sí y nada para los otros.
Comparando la profunda revolución del alma desencadenada por Jesús de Nazaret
con la rectitud de espíritu de Bolívar, como prognosis cristiana fundamentada en las
instituciones antiguas y modernas que le fueron tan conocidas y enaltecedoras,
podríamos comprobar el anterior aserto leyendo pasajes de la obra de Renán: Vida de
Jesús:
Para Jesús el reino de Dios es el reino del alma, creado por la libertad y por el
sentimiento filial que el hombre virtuoso profesa en el seno de su Padre. El
mismo Jesús declara frecuentemente que el reino de Dios ha comenzado ya;
que todo hombre lo lleva en sí mismo y puede, si es digno, gozar de él, que
ese reino lo crea cada uno sin bullicio, gracias a la verdadera conversión del
corazón…
El reino de Dios no es en tal caso sino el bien común, un orden de cosas mejor
que el existente, el reino de la justicia social que todo hombre, según sus
capacidades, debe contribuir a fundar.
Jesús es el hontanar auténtico del socialismo de hoy. Y en cuanto a Bolívar, como
auténtico seguidor del Redentor, cuyas sublimes pasiones alimentaron su alma,
podríamos afirmar que fue testimonio viviente de bondad bien entendida y de
grandeza. Jamás reparó en miserias. Trabajó sin descanso por la libertad de América
sin esperar recompensas. Sirvió a todos como militar y como civil. La increíble
parábola de su vida rutilante recorre casi todo el continente; su pecho de soldado
ejemplar va abriendo camino diáfano en el terreno virgen del teatro de operaciones
suramericano. Por la senda del deber, aunque sin salir inmaculado, pudo sacar a su
pueblo del abismo de la esclavitud.
Su disposición espiritual para actuar conforme a la ley moral informa del fuego
sagrado que implacable hacía arder su corazón; pureza verdadera, no fingida, pues
supo conciliar como comandante y como gobernante las dos naturalezas que de suyo
vivían en él: General sin tacha y Ciudadano del Mundo, incorruptible en el manejo de
escenarios humanos, las flechas de la intriga, propias de la incivilización y de las
bajas pasiones emanadas de la pedagogía ambiental de la guerra y de la paz forzada,
no pudieron herirle, pues él pertenecía a otro tipo de hombres, a un mundo distinto al
de quienes las lanzaban.
Navegando en la “gestalt” bolivariana, infiere uno que el Alfarero de Repúblicas sabía
a ciencia cierta que los Estados no se mantienen estables en el tiempo porque están
sometidos a complejas mutaciones: se elevan, se mantienen o se precipitan según las
incidencias que las causas generales ejercen sobre ellos, particularmente en sus
espacios terrestres. Bolívar había observado antes de Kart Ritter que existen áreas
geográficas determinantes en la realización de acontecimientos históricos y que,
como lo convalidaría ulteriormente Federico Ratzel, la naturaleza misma no permite
que un pueblo permanezca inmóvil…, los Estados se modifican, pues, en el curso de
las épocas y a partir de su mismo nacimiento, arrastrados como están por la
inexorable dialéctica de la “ley de la selección natural”. Luego ¿qué perspectivas
futuras pudiéramos nosotros columbrar para el Estado venezolano nacido con el
“Grito de Caracas”; un Estado que se proyectó a las guerras de Independencia y
Federal del siglo diecinueve, a las guerras político-económicas del siglo veinte y ahora
sufre los para nada sorprendentes embates mediático-terroristas del imperio
globalizador? Oigamos la respuesta de labios del Comandante Chávez como líder de
la revolución:
Nuestro movimiento surgió con la Revolución; nació con una fuerza
determinada y se ha insertado a los sectores populares, a sectores diversos del
país, tanto nacionales como internacionales y, al calor de principios y
metodologías geopolíticas, estamos previendo escenarios, trabajando
arduamente para tratar de acercarnos a ese punto pivote de lo nuevo.
Las fuerzas nacionales de identidad que nos transfiguran están empujadas por
fuerzas históricas que van quedando en las raíces del pueblo. Yo creo estar
inserto en una de esas corrientes: un nacionalismo latinoamericano hacia lo
nuestro; por oposición a la ofensiva neoliberal, capitalista, que podemos llamar
imperial, que trata de borrar, con planes muy concretos, nuestro poder
nacional, económico, militar, intelectual, científico…
No vamos a volver al mundo colonial, en el cual el ejército imperial ocupaba y
se mantenía durante años en un territorio. Ya no hace falta, y cuidado si eso es
una vulnerabilidad, porque para que las transnacionales se mantengan en
Venezuela o en otro país es indispensable que haya los borregos de siempre,
los empleados y los gobiernos que lleven adelante estos procesos de
expropiación de lo nacional para favorecer al Imperio. Visto así, de esa
manera, se podría lanzar la hipótesis de que desplazando a nivel nacional a
esos gobiernos, a esos figurines y constituyendo de verdad gobiernos que
defiendan lo nacional, sin desconocer las ramificaciones internacionales, eso
sería una fuerte barrera al poder transnacional. Y si eso ocurre no en un país,
sino en 3 ó 4, en esos granos de maíz de los que hablaba Tomás Borge,
podríamos pensar que nos estamos aproximando a una gran voltereta de la
historia y a un gran debilitamiento de un imperio, que no puede ser eterno.
Creo que hay fuerzas para intentarlo. Hay fuerzas que pueden irse
enganchando para avanzar en eso. El avance neoliberal no significa que sea
sólido. Es como las fuerzas de Napoleón sobre Rusia…
Según vemos, Hugo Chávez va tras las huellas del pensamiento de Bolívar quien,
declarada que fue la Independencia de Venezuela, intuyó que hacía falta un destello
de imaginación heroica que permitiese elaborar un “constructo” mental, una visión
teórica, plausible y racional que la asegurase como Estado y para siempre.
¿De dónde provenía el pensar geopolítico de Bolívar? De su capacidad de ver hondo y
lejos el todo de la perspectiva universal; de su aptitud para progresar y buscar
nuevos conocimientos y encaminarlos al pensar creador (pensar discursivo); de su
poderosa intuición; de su capacidad ecuménica de ver objetivamente las cosas sin
que el bosque le impidiera ver los árboles; de su angustia por el conocimiento y la
verdad: todo ello se encuentra registrado en sus escritos que de mil maneras y en
leyendas sin fin debieran internarse en el inconsciente nacional. Luego, ¿cuál sería el
hontanar del sueño revolucionario de hoy sino el del legado bolivariano registrado en
sus documentos y en la memoria histórica? ¿Cómo incorporarnos entonces al
proyecto que señala el camino de acontecimientos que emprendió? ¿Cómo
aprehender su pensamiento conductor, enhebrar el hilo espacio-temporal y resucitar
la Nación de Repúblicas que soñó, para evitar ser devorados por partes? Problema
esfíngico que aún no hemos resuelto. El orden es la primera ley del Universo y “de
bulto” debiéramos comenzar por evadir la barbarie cultural que respira la nube
comunicacional…, evadir esa pedagogía ambiental cuasi terrorista que distorsiona
nuestra psique.
Y es que por sobre todo debemos cuidar y elevar nuestro espíritu; debemos pensar al
ser humano como especie de holograma, lo que implica imaginar su psique como
campo matriz de energía, previa a la materia organizada en que se conforma y
configura el cuerpo. La psique, pues, es real y consiguientemente se impone la
concepción holística de la defensa del Estado en el estudio y aplicación de la
geopolítica. Ergo, precisamos leer y releer al Alfarero de Repúblicas a fin de
comprender su proyecto geopolítico unitario que es el que sustenta la revolución de
nuestra América.
El argumento de la unión es una constante, un leit motiv en el pensamiento
geopolítico de Bolívar y así ha quedado evidenciado en su legado político-militar y
confirmado en todos sus documentos macroestructurales. En su lucha para echar las
bases de la unidad americana hizo abstracción de obstáculos prácticamente
insalvables; remontábase sobre sí mismo para poder elevarse sobre aquéllos y
colocarse en el camino de los acontecimientos. Su imaginación creadora le permitió –
“volando por entre las próximas edades”– desbordar el porvenir desde donde el
pensar discursivo es progreso y búsqueda de conocimientos siempre nuevos: Nuestra
Madre Superiora, la filosofía, observa desde allí que las barreras de su tiempo no
existirán en los siglos futuros. Entonces no habrá caracteres desemejantes ni
limitaciones de la raza novísima e inexperta que impidieron consolidar en el pasado
los criterios unionistas, imprescindibles para el equilibrio del Universo. Luego,
amparados ahora en una revolución pedagógico-educativa, podremos cristalizar ese
futuro previsible. Entonces –formados ciudadanos, genealógicamente madurados,
reflexivos y juiciosos, y penetrados de talentos y virtudes republicanas–, podremos
concretar el proyecto soñado.
Nada nace de nada: urge un desbordamiento pedagógicoeducativo hacia el porvenir,
pero pertrechados con los recados de la Historia, penetrados del lenguaje de formas y
contenidos de nuestra amada geografía, por cuanto son ellos los que proporcionan
más clara perspectiva para la acción defensiva con la distancia focal adecuada.
Penetrados de las sublimes fuerzas del espíritu nacional podremos no sólo levantar y
sostener el Estado como organismo viviente, no sólo defenderlo permanentemente
con fundadas probabilidades de éxito, sino también plantear y exigir en los consejos
de las naciones el adecuado sistema de justicia y de derecho con el que se deba regir
el Universo.
Para finalizar tomemos prestadas las palabras de nuestro Presidente, pronunciadas
con insuperable amor filial en este sagrario:
Es propicia la hora y sagrado el lugar para repetir nuestro juramento a nombre de
bolivarianas y bolivarianos auténticos de Venezuela..., juramento que hemos tomado
desde hace muchos años, aquí mismo, delante del Padre de la Patria que es nuestro
padre, nuestro guía y nuestro líder político espiritual, ¡nuestro líder eterno...!
¡¡Nosotros no daremos reposo a nuestras almas ni descanso a nuestros brazos hasta
que nuestro Pueblo no quede libre de las cadenas del hambre, de la miseria, del
atraso y de la desigualdad con que ha sido aprisionado!. ¡También contribuiremos en
la medida de lo posible a cristalizar la igualdad y la justicia en toda esta América
bolivariana!! ¡Y desde aquí nuestra manifestación, también de hermandad, a todos
los pueblos del mundo, porque esa es básicamente la doctrina de Bolívar! ¡Pedimos a
Dios por el descanso eterno del alma de Simón Bolívar! ¡Pedimos a Dios que nos siga
dando la fortaleza y las luces para seguir buscando su justicia verdadera, su doctrina
verdadera y su Patria verdadera!

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