Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Innerarity, Daniel - Hegel y El Romanticismo
Innerarity, Daniel - Hegel y El Romanticismo
Daniel Innerarity'
El idealismo alemán y el romanticismo son los dos principales prota
gonistas de la discusión intelectual que marcó el final del siglo XVIII y se
prolongó durante buena parte del XIX. Ni Hegel ni los románticos son
ios primeros en revisar la lógica de la modernidad, pero sí los primeros
ara los que ésta se ha convertido en el problema fundamental. Este li
E ra aborda dicha cuestión desde diversos puntos de vista y con un con
vencimiento de fondo: el idealismo y el romanticismo son esencial
mente teorías de la libertad y no tanto epistemologías y ontologías.
Ambos tienen su origen en la conciencia de que a la idea moderna de
emancipación acompaña un profundo desgarramiento que es necesario
superar. El núcleo de la discusión podría sintetizarse en la siguiente
pregunta: ¿cómo es posible evitar al mismo tiempo la concreción ca
rente de razón de la libertad antigua y la universalidad abstracta de la li
bertad moderna?
Daniel Innerarity es profesor titular de Historia de la Filosofía en la
Universidad de Zaragoza. Doctor en Filosofía por la Universidad de
Navarra, amplió sus estudios en Alemania y Suiza. Ha publicado los li
bros Praxis e intersubjetividad, Dialéctica de la modernidad y Libertad
como pasión. Ha traducido los Himnos de Tubinga de Hólderlin, la
Poesía filosófica de Schiller y la Exhortación a la vida bienaventurada
de Ficnte.
Daniel Innerarity
Hegel
el romanticismo
temos
Diseño de cubierta:
Rafael Celda y Joaquín Gallego
Impresión de cubierta:
Gráficas Molina
Reservados todas los derechos. De conformidad con lo dispuesto en los artículos 534 bis a) y
siguientes, del Código Penal vigente, podrán ser castigados con penas de mulla y privación
de libertad quienes sin la preceptiva autorización reprodujeren o plagiaren, en todo o en parte,
una obra literaria, artística o científica fijada en cualquier tipo de soporte.
PRÓLOGO.................................................................................................................... Páft- 11
INTRODUCCIÓN........................................................................................................- 13
[9]
10 DANIEL INNERAR1TY
ÍNDICE DE CONCEPTOS....................................................................................................................................... 2 11
Prólogo
Los capítulos que componen este libro tienen en común el interés de
explorar esa apasionante relación entre Hegel y los románticos, una relación
que no fue siempre crítica y polémica, sino también inspiradora de temas, pro
blemas y soluciones. El conjunto de todos ellos pretende servir para entender
algunos aspectos de la discusión intelectual que tuvo lugar en tomo a ese de
cisivo cambio de siglo entre el xviii y el Xix. Ofrecen separadamente diversas
perspectivas, por lo que tiene cada uno de ellos una existencia autónoma que
permite su lectura aislada del resto de los capítulos. No obstante, considerados
en su conjunto, pretenden cercar el enigma de una época y atacarlo fragmen
tariamente, con la esperanza de que, una vez reunidos, se presente el rostro
reconocible de ese período tan decisivo para la cultura occidental y, por consi
guiente, para la dilucidación de nuestra propia identidad.
Esta investigación ha sido realizada en la Universidad de Munich
entre 1987 y 1991, bajo la dirección del profesor Robert Spaemann y gra
cias a una beca de la Fundación Alexander von Humboldt. Ambos saben
que —cuando se trata de reconocer a un maestro y a una institución que
ayuda económicamente al fomento de la investigación— el agradeci
miento de un filósofo es más profundo de lo que alcanza una solemne
dedicatoria. Cuando la reciprocidad es imposible, consuela saber que
todavía existen relaciones —como la de maestro y discípulo— exone
radas de las leyes económicas, espacios —como el de la filosofía— no
avasallados por los imperativos del mercado, en los que se cumple a la
letra aquello de Kant de que hay cosas que no tienen precio, sino valor.
Quiero hacer patente también mi agradecimiento a quienes como Rafael
Alvira, Jorge V. Arregui, Harald Bienek, Juan Cruz Cruz, Josef Dohren-
busch, Carlos Durán y Alejandro Llano, entre otros, han sido — si se me
permite el uso de la terminología kantiana— algo así como las «condi
ciones de posibilidad» de este libro.
un
Introducción
Delicia de las musas del cielo, ven y aplaca
el caos de estos tiempos, reconcilia como antes
todo lo que está en pugna y calma la furiosa discordia
con tu celestial música de paz.
¡Que sea el corazón humano un lugar de armonía!
¡Que la primitiva naturaleza del hombre, su alma
tranquila y magnánima, surja de nuevo poderosa
y calme la agitación de nuestro tiempo! ’.
[13]
14 DANIEL INNERARITY
117]
18 DANIEL INNERARITY
4 Hegel leyó la obra que Rittcr había publicado en 1817 con el título Die Erdkunde im
Vcrhdtinis zur Notar und zur Ceschichte des Menschrn. oder allgemeine, vergleichende
Geogrophie y asi lo hace constar en sus lecciones de filosofía de la historia que dictó los
ailos 1822-1823 y 1830-1831. Con ello Hegel toma partido indirectamente por una de las
dos concepciones de la geografía que litigaban en aquella ¿poca, tan decisiva para la con-
ccptualización de esta ciencia. La otra dirección, más descriptiva y empírica, siguiendo los
parámetros de las ciencias positivas, venía representada por Alexander von Humboldt.
Hegel conocería probablemente su libro Ansichten der Nalur de 1808. pero no pudo cono
cer su obra cumbre. Kosmos. Entw utf einer physischen Wellbeschreihung, publicada entre
1843 y 1862. El año 1827 Humboldt pronunció una lección en Berlín con el título «Ver-
wahrung gegen Hegel», al que acusaba de elaborar una «metafísica sin experiencia». Hegel
acusaría recibo de esta crítica, sin que por ello disminuyeran su admiración y estima por
Humboldt (cfr. la cana del 24 de noviembre de 1827, en Br„ III. pp. 211-212).
I
20 DANIEL INNERARITY
El idealismo es una teoría de la libertad, más que una teoría del co
nocimiento. Su impulso inicial no es disolver una perplejidad teórica,
sino conjurar una amenaza de la libertad. Schelling lo puso en marcha al
darse cuenta de que la defensa teórica de la libertad era mucho más débil
que su exhortación moral. «El criticismo sólo tiene débiles armas contra
el dogmatismo si todo su sistema se fundamenta sólo en las propiedades
de nuestra capacidad cognoscitiva y no en nuestra esencia original»*. El
motor de toda liberación es más la exasperación que produce la servi
dumbre que el resultado de un silogismo teórico. Por eso intrerpretaba
Kant el grito del niño al nacer como la expresión paradójica de una aspi
ración a la libertad elevada por quien ha sido traído a la existencia sin su
consentimiento y, con ello, le ha sido regalada la libertad*910. Y así, cuando
en los Prolegómeno denomina a la filosofía idealista «infantil»^, está lla
mando la atención sobre el carácter originario que la libertad recibe en la
filosofía moderna: es la libertad como pasión. La razón más poderosa de
la libertad es que la razón misma es libertad.
Toda la reflexión filosófica que va de Kant a Hegel es una reacción
frente a la aparición de una cosmovisión científica y unas formas sociales
tras la que se esconde un intento de remover al hombre de la central idad del
universo. Mecanismos naturales y mecanismos políticos pugnan por obtener
un protagonismo que supondría la absorción del sujeto en la férrea cadena
de la necesidad. El pathos de la emancipación que anima al idealismo ha de
entenderse como la aspiración de sustraer al hombre de una constelación
ontológica mecanicista que no tolera existencia autónoma alguna y que se
presenta con una intención aniquiladora. Para comprender esta reacción se
ha de tener en cuenta que la primera modernidad teníá el carácter de una
verdadera restauración de la antigua filosofía de la necesidad. Pensadores
como Hume, Lutcro, Spinoza o Helvetius habían puesto en cuestión de
diversas maneras la noción de una autonomía del hombre. Fatalismos,
psicologismos y materialismos de diverso género venían a coincidir en una
negación explícita de la libertad, a la que se condenaba a ser una ilusión o
una blasfemia. El idealismo es la revuelta contra esta restauración de la
necesidad. Se trata de una reivindicación de la libertad como negación de
los límites que desde diversos frentes reclaman un valor absoluto. La
diferencia entre lo que Hegel llama libertad sustancial y libertad subjetiva
consiste en que para ésta ni los fenómenos, ni las costumbres, ni las leyes
det kein Protestiren fuer statt). Cada uno se sabe inmediatamente como algo
general, es decir, renuncia a su particularidad.» Pero se trata de la belleza de
lo terrible, de una belleza a la que le falta verdad. La libertad interior es, por
el contrario, «el principio más sublime de los nuevos tiempos, que los anti
guos, que Platón, no conocían, pues en la era antigua la bella vida pública era
la moral de todos, unidad bella e inmediata de lo general y lo particular, una
obra de arte en la que ninguna parte estaba separada del todo, ya que la uni
dad genial de la particularidad que se sabe como ser absoluto, del absoluto
ser-en-sí, no estaba presente [...). Por este principio, los individuos han perdi
do la libertad exterior real, pero han conservado su libertad interior, la liber
tad del pensamiento»13. La libertad moderna es el intento de reconstruir la
inmediatez exterior de los griegos por medio de la libertad.
La palabra griega para designar la libertad, eleuthería, significa «poder
vivir de acuerdo con la costumbre». La libertad antigua apunta a una incor
poración; la moderna, a una separación. La cultura griega contenía ya los
gérmenes de su propia insatisfacción. La idea de racionalidad habría de
tener a la larga un efecto disolvente sobre esta totalidad social. A esto se
refiere Hegel cuando habla del resultado revolucionario que se sigue del
principio socrático de la reflexión, «pues lo peculiar de este estado es que
su forma consiste en la costumbre, es decir, que el pensamiento es insepa
rable de la vida real»1415. La razón eleva un momento de incondicionalidad
y, en esa misma medida, relativiza toda condición. Pero esta fuerza desga
rradora sólo alcanzará su legitimidad con la religión cristiana, gracias a su
capacidad de relativización de las formas socioculturales. En el fondo del
alma griega se alojaba un profundo pesimismo y una resignación acomoda
ticia. En cambio, Europa es inconcebible sin esa capacidad de cuestionar
toda costumbre y tradición, con excepción de la que nos reconoce ese dere
cho de cuestionar13. Ese derecho es lo único que resulta incuestionable.
¿Cuáles son entonces las señas de identidad de lo que Hegel denominó
n JenSyst„ III, pp. 262-264; cfr. E n .. X, § 393 Z, p. 65; PhilOesch.. XII, pp. 137 sil.
14 PhUGesch., XII, p. 329. Según esta observación, la separación de vida y racionalidad
—la no deducción de la razón a partir de un entramado de intereses, costumbres o prejuicios—
aparece como una condición de la libertad. La Ilustración como desenmascaramiento que triunfa
en la filosofía del siglo xix, con su pretensión de vincular la razón a contextos vitales con
dicionantes, podría ser interpretada como la consideración de que todo el curso de la historia
puesto en marcha por lo que aquf se entiende como libertad en sentido europeo no es sino un
extravío de la razón. Nietzsche fue el más clarividente, al achacar al cristianismo este «error»
histórico sobre el que se ha montado toda la apoteosis de la libertad en el mundo moderno.
15 Cfr. R. Spaemann. «Eurozentrismus oder Universalismus». en Merkur. Zeitscltrift
für européisches Denken, agosto de 1988 (8), pp. 706-712.
26 DANIEL INNERARITY
[351
36 DANIEL INNERARITY
Pero lo más plausible es que el autor de este escrito no sea ninguno de los
tres, sino que se trate de un protocolo para la discusión entre los compo
nentes de la Gesellschqfi freier Manner, constituida el 18 de junio de
1794 en Jena por algunos discípulos de Fichte, como Hólderlin, Sinclair,
Boehlendorf, Perret, Híilsen y Berger45. Entre ellos destaca Johann Erich
von Berger, el más activista y radical de todos. Bien podría considerarse
este escrito como el resultado de las discusiones que mantuvieron estos
inquietos estudiantes, por lo que su redación debió de tener lugar en
179S. Finalmente, habría que insistir en la influencia decisiva de Schiller,
quien, junto con Fichte, era el más célebre de los profesores que en la
Universidad de Jena apelaban a una superación de la filosofía kantiana en
la línea del naciente romanticismo. Sus Cartas sobre la educación estéti
ca del hombre habían sido publicadas en la revista Die Horen, que él
mismo dirigía, en 179S. Es bien sabido que Hegel recibía esta revista y
en una de sus cartas a Schelling (la del 16 de abril de 1795) elogia este
escrito como una «obra maestra». También es conocido el entusiasmo de
Hólderlin por la obra de Schiller y que criticara de él — lo que concuerda
muy bien con la intención programática del escrito que nos ocupa— no
haberse atrevido a dar un paso más a través de la frontera kantiana
{«iiber die Kantische Grünzlinie»)*.
Pero lo más importante es, sin duda, que nos encontramos ante un
Agitationsprogramm (D. Henrich) que constituye el acta de fundación del
idealismo alemán, su manifiesto programático. La discusión acerca de a
quién debe ascribirse no está todavía cerrada y, en no pocas ocasiones, ha
distraído la atención de los problemas de contenido e interpretación.
Quizá sea mucho más interesante preguntarse en qué medida Hegel, Hól-
derlin o Schelling han desarrollado en su producción filosófica posterior
el proyecto que aquí aparece. Con esta pregunta se abre una perspectiva
mucho más interesante desde el punto de vista filosófico. La «dialéctica
de la Ilustración» que se había convertido en un apasionante debate en la
segunda mitad del siglo xvili — Lessing, Herder. Mendelssohn, Wieland,
4 Cfr. P. Raabe. «Das Protokolboch der Gesellschaft der Freien Manner ¡n lena 1794-
1799». en Festgahe fü r Eduard Berend zum 75. Geburtstag, Weimar, 1959, y M. Oesch
(cd.). Aus der Friihzeit des deutschen Idealismos. Texte zur Wissenschaftslehre Fichtes
(1794-11104). Konigshausen & Neumann. Würzburg, 1987. Algunos textos de Beiger reco
gidos en estos dos libros presentan un estrecho paralelismo con las ideas del System
programm, especialmente las ideas de significación política. Las polémicas en clave
política eran del todo ajenas al joven Schelling, peto habituales entre los discípulos de Fich-
te en lena.
5 Cfr. StA. VI. p. 137.
38 DANIEL INNERARITY
Hablaré aquí en primer lugar de una idea que. por lo que sé.
todavía no se le ha ocurrido a hombre alguno: hemos de tener
una nueva mitología, pero debe estar al servicio de las ideas, ha
de llegar a ser una mitología de la razón |ÁSP, 2361.
las ciencia positivas— han conducido a una era abstracta y fría. La era ana
lítica habla sin fundamento trascendental. Fundamento significa no sólo
remisión a una causa —como en las explicaciones de la física—, sino remi
sión a lo sagrado, a lo absoluto, es decir, justificación. Peto el principio de la
era analítica es la mecánica y su modelo la máquina. Esta mentalidad ha
cristalizado en la legislación, administración y forma de gobierno del Esta
do absolutista y en todas las esferas de la vida. Es el resultado de lo que
Herder denominó una «razón tardía»: la lucidez desmitifícadora, la Ilustra
ción que divide, separa y desgarra, el desenmascaramiento de los sueños, las
ilusiones y las creencias. La luz sola no alimenta: al siglo iluminador le fal
tan corazón, calor, sangre, humanidad, vida; la Ilustración no es necesaria
mente sinónimo de virtud y felicidad. Para Herder, la luz se encuentra más
bien en oposición a la vida lograda. El agotamiento de Europa consiste, por
tanto, en el oscurecimiento de la imaginación, el lenguaje y la sensibilidad.
La desacralización del mito ha conducido al empobrecimiento de nuestras
experiencias, en el trato con los hombres y con las cosas.
Se podrían aducir muchos ejemplos de este malestar del que surge la
atmósfera intelectual del Síurm und Drang y el romanticismo. La imagen del
mecanismo opuesto a la vida, del individualismo frente a la comunidad, de
las causas frente a los fines es un tópico crítico de la literatura de la época.
En una poesía del año 1801 —posterior, por consiguiente, al Sysiempro-
gramm pero clarificadora de su contexto cultural— A. W. Schlegel pone en
diálogo al viejo y al nuevo siglo. Aquél se muestra oigulloso de sus enciclo
pedistas, a quienes ha concedido el poder de someter al cálculo «lo que
pueda ocurrimos y lo que podamos hacer». A lo que el nuevo siglo contesta:
Esto da como resultado un cero.
Pues tales fantasmas podían ser
aglomerados a base de átomos
que interiormente no sirven para nada
y se asustan de ser reales.
Tan ateas como eran sus obras,
¿cómo iban a comprender a la naturaleza.
que no es sino manifestación e imagen de la divinidad.
infinitamente grande y sabia y eterna7.
7 A. W. Schlegel. SamtUche Werke, ed. E. Bócking, Weidmann, Leipzig, 1846, II. p. 154.
i
40 DANIEL INNERARITY
111duna, oder der Apfel der Verjüngung. en Samtliche Werke, ed. B. Suphan. Berlín.
IK77. 18. p. 485.
42 DANIEL INNERARITY
ls íd.. p. 429.
16HKA, I.l.p p . 183-246.
17 Los artistas, vv. 234-237. (Cito tos versos de las poesías de Schiller según mi tra
ducción en Friedrich Schiller. Poesía filosófica, Hiperión. Madrid, 1991.)
44 DANIEL INNERARITY
contestar. De este modo creyó Karit haber dado el golpe decisivo a la concep
ción analítica de la racionalidad de los empirístas y, sobre todo, de los mate
rialistas del siglo xvilt. Sólo puede hablar de razón quien oftezca principios
que expliquen la conexión de nuestra comprensión del mundo, por un lado, y
que hagan posible la acción madura y responsable, por otro lado. Para ello, la
metafísica kantiana —y esto vale también para el romanticismo y el idealismo
que se sitúan en continuidad con ella— opuso la misma resistencia contra el
sprit danalyse y contra el materialismo mecanicista. A los primeros, porque
rechazaban la existencia de entidades sintéticas a priori (como la autoconcien-
cia o la libertad); a los otros, poique rechazaban una explicación ideológica
de la naturaleza, sin la cual la libertad resultaba a la taiga inviable. Éstos eran
los planteamientos que Kanl. Hegel. Schelling o F. Schlegel tenían a la vista
cuando afirmaban que el entendimiento ilustrado debía ser sustituido por la
razón. Y esto es una buena parte de lo que el autor del Systeniprogranim pro
pone como mitología de la razón.
La crítica del romanticismo y del idealismo al mundo producido por
el entendimiento {Verstand) ilustrado tiene como soporte la afirmación de
que el entendimiento es una razón incompleta que, elevada al rango del
saber por antonomasia, paga con una vida escindida y alienada el precio
por su grosera unilateral idad. La sociedad emancipada (losgebundene), en
lugar de avanzar hacia la vida orgánica, vuelve a caer en el reino de lo ele
mental, observa Schiller una y otra vez en sus Cartas sobre la educación
estética del hombre. Los elementos se separan y enfrentan como pequeñas
totalidades en un movimiento ciego y elemental, según leyes mecánicas,
sin reparar en la ruptura que en el interior del hombre producen. La ver
dadera tarea de la razón consiste, por el contrarío, en superar los efectos
desgarradores de la Ilustración analítica y restablecer el nexo del pensa
miento con la realidad. Todos los productos de la reflexión analítica han
configurado una segunda realidad que el acto mismo de la reflexión no es
capaz de superar en su carácter de realidad opuesta a la conciencia. El
mundo de la civilización ilustrada se enfrenta a las realidades originarías
sin reconciliarse con ellas. El entendimiento carece de la libertad de abar
carlo todo en un golpe de vista; su instrumento de trabajo es la división
hasta el infinito. En una de sus primeras publicaciones escribe Hegel:
«cuanto más sólido y resplandeciente es el edificio del entendimiento,
tanto más inquieto es el esfuerzo de la vida, que se encuentra en él atrapa
do como parte, por escaparse de él hacia la libertad. Pero, tan pronto como
aparece la razón en la lejanía, queda aniquilada la totalidad de las limita
ciones, referidas en esa aniquilación a lo absoluto, puestas y concebidas al
mismo tiempo como mera apariencia; la escisión entre lo absoluto y la
HEGEL Y E L R O M A N T IC ISM O 47
21 Differenz des Fichteschen und Schellingschen Systems der Phtlosophie. JenSchr., II,
|>p. 20-21.
22S iA, III, p. 91.
I
48 D A N IE L IN N E R A R IT Y
n Br.. I.p.24.
50 DANIEL 1NNERARITY
24 Philosophische Briefe iiber Dogmatismus uml Kriticismws ( 1795), SSW, 1/1, p. 3 11.
HEGEL Y EL ROMANTICISMO 51
programm se considera que «Kant con sus dos postulados prácticos, sólo
ha dado un ejemplo, sin haber agotado nada», en Schelling encontramos el
planteamiento exactamente inverso: «la ñlosofía no ha llegado aún a su tér
mino. Kant ha dado los resultados; faltan las premisas»2*. En esta carta de
enero de 1795, Schelling critica la utilización de los postulados kantianos
para apuntalar la existencia de unos principios que la razón analítica no está
en condiciones de justificar y lamenta el curso de la teología escolástica
kantiana, en la que «todos los dogmas posibles han recibido ya el sello de
postulados de la razón práctica». Por aquellas mismas fechas expone Hól-
derlin a su hermano la doctrina kantiana de los postulados de un modo que
no está en contradicción con las tesis del Systemprogramm. También en esa
carta del 13 de abril de 1795 separa el tratamiento de los dos primeros pos
tulados (Dios y la inmortalidad) del de la libertad. La libertad es presupuesta
como la fuerza positiva de nuestra dimensión inteligible que no necesita de
mayor justificación. Para los otros dos se sigue una argumentación esen
cialmente kantiana: dado que el fin de la «moralidad más alta» no es posible
sobre la tierra, ni puede ser alcanzada en el tiempo, y dado que «el progreso
infinito en el bien es una exigencia incontrovertible de nuestra ley», ha de
aceptarse «la fe en una duración infinita», es decir, en una vida eterna. Pero
esta duración infinita «no es pensable sin la fe en un Señor de la naturaleza,
cuya voluntad sea la misma que aquello que la ley moral nos exige»2526. Más
significativo es el uso que —frente a Kant— hace Holderlin del postulado
de la inmortalidad en su carta a Schiller del 4 de septiembre de 1795. Hol
derlin objeta a Kant el hecho de haber desarrollado este postulado en el
ámbito teórico —la inmortalidad seria necesaria para realizar un sistema de
pensamiento completo— y haberlo traspasado al ámbito de la acción. Hol
derlin considera que los postulados carecen de sentido y se vacían de conte
nido cuando se los separa por un momento de la actividad moral27. Y Hegel,
por su parte, también considera, en su carta a Schelling del 16 de abril del
mismo año28, que es necesario agotar el sistema kantiano. Desde Berna
declara Hegel su intención de reelaborar la doctrina kantiana de los postula
dos prácticos y poner en marcha el programa de una filosofía práctica uni
versal. De este proyecto Hegel espera que resulte «una revolución en
Alemania» con el mismo pathos que trasluce el Systemprogramm.
En esta carta habla también Hegel del «supremo placer» que le ha
35 FrühSchr., I, p. 232.
“ SS H M /l.p. 181.
37 Ros., p. 136.
H E G E L Y E L R O M A N T IC ISM O 55
1
H EG EL Y E L ROMANTICISMO 57
3. LA COMPENSACIÓN ESTÉTICA
DEL DESENCANTAMIENTO MODERNO DEL MUNDO
46 Dok., p. 384.
HEGEL Y EL ROMANTICISMO 61
La seca ascética del deber puede ser sublime, pero es incapaz de hablar a
todas las facultades del hombre a la vez, desconoce la libertad estable y
armónica. Eleva a costa de reprimir una dimensión; es una injusticia contra la
variedad de la vida, en la que introduce el antagonismo. Que el acto supremo
de la razón sea un acto estético significa que es ahí donde cabe encontrar un
ejercicio de la libertad que no haya que pagar con el desgarramiento interior.
4. LIBERACIÓN POLÍTICA
Y MECANIZACIÓN DEL ESTADO
Nos encontramos ante uno de los momentos que mayor estupor ini
cial producen en el investigador del Systemprogramm. Una expresión51
52 KU, V, p. 375.
68 DANIEL INNERAR1TY
fica que «el hombre es más que una máquina»53. Para el buen funciona
miento del aparato estatal es necesario apelar al acuerdo consciente de sus
ciudadanos. No hay, no obstante, ninguna oposición de principio entre la
objetividad de la maquinaría estatal y la libertad personal. Kant está influido
por la concepción hobbesiana del Estado como artificio que ha de funcionar
sin que tenga que esperar la virtud del ciudadano ni temer sus vicios. Y en
la Crítica del juicio se sostiene implícitamente que el mecanismo no es de
suyo la negación del espíritu. No hay arte que no lleve algo mecánico consi
go. También la producción artística —salvo en el caso del genio— requiere
una estrategia y el seguimiento de determinadas reglas, de las que no puede
prescindir arbitrariamente. Tanto en lo político como en lo estético, Kant
abandona el punto de vista del individualismo genial y se separa así del
Sturm und Drang, al que, de paso, ha prestado alguno de sus más estimados
conceptos. Pero, en cualquier caso, la exigencia radical de disolución del
Estado es incompatible con la filosofía kantiana.
La imagen de la Staatsmaschine es un lugar común del período
1780-1800. La encontramos en Mendelssohn, en Hemsterhuis —con
cuya filosofía se ocuparon intensamente Novalis y Holderlin a comienzos
de la década de los noventa— , en Fichte, en Jacobi, en Hegel, en Schi-
11er, en los hermanos Schlegel... La idea, por ejemplo, de que el gobierno
ha de tender a hacerse superfluo está ya formulada por Lessing y de ahí
la tomará Fichte en polémica contra los críticos de la revolución. Pero
también se encuentra en teóricos de la restauración, como Gomes o
Adam Müller (para éste, el Estado no puede ser entendido ni como una
compañía de seguros ni como un cortijo). Veamos alguno de ellos en fun
ción de la importancia crítica que tiene para la interpretación y
contextualización del patitos antiestatalista.
Ya Spinoza había señalado que el fin del Estado no es hacer de los
hombres unos autómatas, sino asegurar su autonomía. Pero habrá que
esperar al Sturm und Drang para que deje de ser un sueño la constitución
del Estado como una maquinaria lograda. Herder y Jacobi critican las
novedades racionalistas en el ámbito de la organización social como
modalidades de «encadenamiento» (Jacobi). La metáfora de la máquina
ya no es presentada como una conquista, sino como una amenaza. Frente
a la afirmación de Christian Wolf de que el mundo es una máquina que se
manifiesta como una obra de la sabiduría de Dios, Jacobi escribirá en el
anexo a su novela Allwill que no entiende cómo una representación
mecanicista de la creación puede ser más racional y más cercana al Ser
53 Beantwortung der Frage: Was ¡si Aufklarung?, Ak„ VIII, pp. 4 1-42.
HEGEL Y EL ROMANTICISMO 69
supremo que una imagen antropomórfica (se trata de una obra que. por
cierto, fue leída con entusiasmo por Hegel y Hdlderlin en Tubinga). Y en
su otra célebre novela. Woldemar, contrapone Jacobi la especificidad del
sentimiento moral a las leyes casuales y mecánicas de la sociedad
burguesa. Pero quien ejerció una mayor influencia en el ánimo anties-
tatalista del autor de nuestro texto fue, sin duda, Fichte. Como abonado
de la revista Die Horen, Hegel conocía seguramente el escrito que Fichte
había publicado con el título Über Belebung und Erhóhung des reinen
¡nteresses fü r Warheit. En él se mencionaba como obstáculo para la ver
dad el hacer del hombre una «máquina representativa». En los Grund-
lage des Naturrechts declaraba que el fin de todo Estado consiste en
hacerse supcrfluo. Y en su escrito sobre la Revolución francesa se crítica
«la maquinaria política artificial de Europa»54 que oprime al individuo al
tratarlo como mera pieza de un gigantesco mecanismo.
Resulta curioso comprobar que unos años más tarde sea Fichte criti
cado por Hegel como el filósofo del Estado-máquina. En el fondo, lo que
se critica es que Fichte no haya sido capaz de poner las bases para supe
rar una concepción atomística de la sociedad, que es la que da origen a la
mecanización de la esfera pública. El Estado que Fichte proyecta en su
obra Der geschtossene Handelsstaat «no es una organización, sino una
máquina; el pueblo no es el cuerpo orgánico de una vida común y rica,
sino una pluralidad atomística, sin vida», cuyos «elementos» son consi
derados y tratados como «sustancias absolutamente contrapuestas». Se
trata, pues, de un Verstandesstaat pensado desde el atomismo analítico
que desemboca necesariamente en un sistema de control y dominio55. El
ideal de Estado que Hegel se ha forjado desde su estancia en Berna es la
república antigua, cuya organicidad lo distingue radicalmente del indivi
dualismo en que se basa el Estado moderno. Lo propio de la república es
vivir para una idea. «Cuando después de siglos — escribe Hegel en Berna
el año 1794— la humanidad vuelve a hacerse capaz para las ideas, desa
parece el interés por lo individual»56. Con esta afirmación Hegel se refie
re más a una oportunidad histórica en trance de ser desaprovechada que a
una posibilidad cumplida. El Estado moderno no se entiende a sí mismo
como la realidad de una libertad común —como «idea», pues «el pueblo
es una idea» (Novalis)57 — , ya que en él lo primero no es la totalidad de
54 Cfr. VI, p. 91
55 Cfr. JenSchr., II, pp. 85-87.
36 FrühSchr., I, p. 100.
57 Novalis Werkí, p. 333.
70 D A N IE L IN N E R A R IT Y
61 FrühSchr., 1. p. 206.
62 íd.. p. 101.
72 D A N IE L IN N E R A R IT Y
74 íd.. 1. p. 197.
75 Ober das Verhaltnis der Naturphilosophie zur Philasophie überhaupt (1802), SSW,
1/5. p. 119.
K jenSyst., III, p. 280.
77 JenSchr.. II. pp. 289-290.
HEGEL Y EL ROMANTICISMO 77
78 FrühSrhr., I. p. 56.
19 íd., I. p. 42.
30 Carta a Schelling del 16 de abril de 1795; FrühSchr.. I. p. 182.
*' SSW, 1/6, p. 67; cfr. 1/5, p. 122.
78 DANIEL INNERARITY
84 Cfr. Die Religión ¡nnerhalb der Grenzen der hlnfien Vermmft, AL.VI. p. 180.
85 Cfr. Samtiiche Werke, 1, pp. 443 ss; 14, pp. 34 ss.
86 Cfr. StA, III, pp. 79 y 89.
81 Cfr. FriUiSchr., 1. p. 31.
88 id., 1. p. 304.
89 id., I, p. 375.
80 DANIEL INNERARITY
90 íd.. 1. p. 37.
91 íd.. I. p. 31.
III. El amor en torno a 1800
El m is elevado goce de la libertad limita con su plena pérdida1.
La moral burguesa del amor se forma a lo largo de los siglos xvin y XIX
a partir de las discusiones entre puritanos, románticos y racionalistas. Buena
parte de la historiografía y sociología de la familia ha mantenido como una
conquista evolutiva de la modernidad la autonomización del amor, que deja
ría de ser una virtud pública, política y religiosa para pasar a ser entendido
como pasión individual. En la era moderna —según esta interpretación— el
amor se aparta del control social general y gana una autonomía cuya lógica
es la de ser una emoción no responsable. Ahora bien, la idea del amor como
pasión corresponde más bien a una rebeldía contra la concepción puritana y
racionalista, como, por ejemplo, la del amor racional de Thomasius, para
quien la decisión de contraer matrimonio había de ser tomada ante el tribu
nal de la razón. Durante la primera mitad del siglo xvin, el amor había sido
despojado de su propia lógica y reducido a una institución social, a la vez
que el matrimonio se entiende sólo en términos de contrato civil. La primera
concepción específicamente moderna del amor se forma en un contexto
racionalista que exige la socialización del amor para escapar de la condición
natural. Desde la concepción luterana de una disarmonía constitutiva del or
den natural, el amor y la familia encuentran su justificación en su prestación
social. Con la escisión entre pasión y racionalidad, el amor y la familia pier
den, junto con su fundamento jurídico-natural, su independencia respecto
del contexto sociopolítico. La única legitimación del amor es de carácter
social: orientar las pasiones hacia el mantenimiento del orden político. Y,
así, Pufendorf convierte la tarea de formar miembros útiles a la sociedad en
su finalidad esencial. La versión alemana de la polémica francesa acerca del
pur amour parece saldada —hasta la aparición del romanticismo— con una
derrota de la subjetividad. Nunca se había cargado sobre el amor tanta
HEGEl. Y EL ROMANTICISMO 83
5 Cfr. Metaphysik der Sitien. Ak., VI. $ 24, pp. 277 $s.
4 Cfr. Ak.. XIX, p. 481 (Reflexión 7662) y p. 540 (Reflexión 7865).
84 D A N IE L 1N N ER AR ITY
2. E L R O M A N T IC IS M O O E L A M O R C O M O P A S IÓ N
w íd.,p. 171.
20 Übrr naive umt sentimemalische Dichtung. SW. pp. 496-497.
90 DANIEL INNERARITY
21 «Die metrische Fassung». SlA, III, p. 194. Hóldciiin recoge aquf un lugar clásico de
la mitología griega: Eros. hijo de Poros y Penia. En el siglo ll los pensadores cristianos
sustituyeron Eros por Ágape para poder predicar de Dios el amor creador sin que ello
suponga una atribución de indigencia, sino una donación sin necesidad que confiere al des
tinatario una existencia gratuita. Pienso que la critica de Hegel a Hólderlin se mueve en este
contexto: su entusiasmo por el espíritu griego no le impide ver la superioridad — y mayor
problematicidad— de esta segunda concepción.
22 SlA, IV, p. 145.
HEGEL V EL ROMANTICISMO 9 1
U KA.V.
24 Schlegel conoció por aquellas fechas a la que más larde serta su mujer. DonHhea
Mendelssohn. hija del judio ilustrado Moses Mendelssohn y a quien éste había casado por
conveniencia a la edad de diecinueve años con un banquero berlinés.
25 Lucinde, p. 67.
26 Cfr. Philosophische Lehrjahre. KA. XVIII. Fragmento n.® 114. p. 572.
27 Lucinde, p. 25.
28 id., p. 27.
29 íd.. p. 9.
30 Cfr. CaroKne. Briefr aus der Frühmmantik, ed. E. Schmidt, Leipzig. 1913,1. p. 478.
92 DANIEL INNERARITY
31 Schlegel «construye una pasión ardiente c infinita, a la que va unida una espantosa
frivolidad que, a partir de aquí, se permite cualquier cosa y declara como diosa propia a la
desfachatez» (carta a Goethe. Jena. 19 de julio de 1799. SW. 30. pp. 72-73).
32 A los pocos meses apareció un escrito anónimo titulado Drei Briefr an rin humanes
Berliner Freudenmadchen üher Lucinde van Schlegel (Francfort y Leipzig) y dos artículos crí
ticos de L. F. Huher en el Jenaische Allgemeine Uteraturzeitung (7 de mayo y 25 de diciembre
de 1800), el segundo contra la defensa que de la novela acababa de escribir Schleiermacher.
Otros escritos de carácter satírico y despectivo contribuyeron a crear la atmosfera propicia para
que los enemigos que Schlegel se habla ganado anteriormente por diversos motivos -Schiller.
Wieland. Jacobi. entre otros— adoptaran también una postura critica a este respecto. Todavía
en 1810 fue denunciado ante la policía y la Zensur-llofstette de Viena al ser nombrado secreta
rio de la legación austríaca en el parlamento de Francfort.
33 En una carta a su mujer del 8 septiembre de 1799 declara Fichte su entusiasmo por esta
obra, que ha leído ya tres veces —había salido a la luz el mes de mayo— (cfr. Fiches Brief-
wechset. cd. H. Schulz. Leipzig. 1925. p. 158). Su juicio favorable se debió, sin duda, al hecho
de haber reconocido en Schlegel su propia influencia, especialmente la tesis de la compleción
del matrimonio y su autónoma (rente al Estado: «el matrimonio no tiene ningún fin fuera de sí
mismo: él es su propio luí |...|. Es una relación necesaria y plenamente determinada en su vín
culo por la naturaleza y por la razón» (cfr. Grundlage des Naturrechts.... FW, 111, §§ 8 y 9. pp.
315 ss.). La defensa más directa de la novela de Schlegel fue llevada a cabo por su amigo Sch
leiermacher en el escrito que publicó anónimamente en 1800 bajo el título Vertraute Briefe
üher F. Schlegeb Lucinde (Friedrich ScUeiermacher's sdmtliche Werke. G. Rcimer. Berlín.
HEGEL Y EL ROMANTICISMO 93
1846. Ul, I. pp. 421-506) y en el que llama la atención sobre la alabanza de la religiosidad del
amor, fíente a las acusaciones de inmoralidad. El mismo año J. B. Vermehien salió también en
su favor en Jena con su escrito Briefe üher F. Schlegeb Lucinde zur richtigen Wünligung der-
sclben y, posteriormente. F. Asi en su System der Kumtlehre. Leipzig. 1805.
34 Áslh.. XIV, pp. 185-186.
35 íd.. XIV. p. 207.
36 Cfr. Rechtsphil.. VII. § 164. p. 315.
94 DANIEL INNERARITY
como algo afirmativo. El amor crea y resuelve al mismo tiempo dicha con
tradición: la soluciona en tanto que es una unificación moral»4546.
La aparición del problema del amor constituye un momento de cambio
de dirección en el desarrollo del pensamiento hegeliano y una ruptura con la
filosofía de la época, de modo especial con la teología que se había elabora
do siguiendo a Kant y que había sido el núcleo de su formación durante su
estancia en Tubinga y Berna. Como un decidido kantiano aparece Hegel en
Francfort para ejercer el trabajo de preceptor que su amigo Hólderlin le
había conseguido. Pero el manuscrito del año 1797 titulado Moralidad,
amor, religión*** contiene un cambio brusco y significativo. Mientras que en
la primera mitad del texto desarrolla una argumentación típicamente kantia
na, la segunda mitad toma una orientación muy distinta. Aquí comienza a
oponer a la libertad subjetiva de la razón práctica el amor, cuya más alta
libertad consiste en unirse con su objeto. Este ideal de unificación parece
poner punto final a la estrategia de separación que ha guiado a la conciencia
a lo largo de la filosofía moderna. Con esta nueva consideración de la liber
tad, Hegel se sitúa en el contexto de una tradición de pensamiento distinta,
ignorada por Kant, cuando no combatida fuertemente. La contraposición
entre libertad subjetiva y objetividad, que había constituido el eje de la críti
ca de Hegel en Berna, es sustituida por un ideal de unificación en virtud del
cual la verdadera contraposición estaría definida por una objetividad muerta
y una objetividad vivificada. Este singular cambio de perspectiva supone
una renuncia al rígido planteamiento kantiano y la formulación de un nuevo
horizonte para la acción humana: la ampliación de la subjetividad mediante
la vivificación de la objetividad. Como ha sostenido Henrich4748,este repenti
no cambio no se explica más que por una modificación de las circunstancias
en las que Hegel se encuentra, especialmente su nueva relación con el círcu
lo de filósofos que se había formado en Francfort en tomo a Hólderlin. y en
el que también era apreciable la influencia de Schiller y Jacobi. Sin duda,
fue Hólderlin el primero que. después de haber sido discípulo de Fichte en
Jena, dirigió una crítica implacable a la idea del yo absoluto como principio
de la filosofía. En el amor se hace patente una pobreza y necesidad radical
del yo. El éxtasis del amor muestra que el hombre no puede alcanzar su pro
pia identidad a través de un proceso de introspección. «Nosotros no somos
nada; aquello que buscamos es todo»4*. La reflexión es una operación que
49 Nohl. p. 379.
50 FrühSchr., I. p. 244.
51 Nohl. p. 392.
52 íd.. p. 379; cfr. id., p. 388. Citado según la reconstrucción de las dos versiones exis
tentes del manuscrito por Ch. Jamme en Hegel Siudien, 17 (1982), pp. 9-23.
HEGEL Y EL R O M A N T IC ISM O 99
Sólo et hombre tiene la capacidad de transformar las relaciones objetivas en instrumentos para
su determinación subjetiva. En relación con la vida, el concepto de espíritu remite al hecho de
que la unidad de la vida es tarea de una acción libre y no resultado de una ciega necesidad
natural. Pero esta libre unidad no es alcanzable por medio del dominio unilateral. «En la rela
ción vital, sólo existe libertad en la medida en que se tiene la posibilidad de superar la mera
relación a sf mismo y establecer vínculos con otros. Esto significa abandonar la concepción de
la libertad como un factor ideal, como indeterminación» (JenSrhr., II. p. 83). El ser vivo se
caracteriza por ser capaz de mantenerse como unidad en unas condiciones objetivas. Peto esa
unidad es el resultado de un proceso de mediación entre el medio y el sujeto. Por ello puede
decir Hegel que la vida es la primera representación de la libertad.
55 Vom Erkennen itnd Empfinden der menschlichen Serle, en J. G. Herder. Sámtliche
Werke, ed. B. Suphan, Berlín, I88S. VIH, p. 200. «El amor es la más alta razón» (id., p.
202). La ¡dea de una analogía entre la razón y el amor es un pensamiento que aparece muy
tempranamente en Hegel (cfr. F rü hS ch r I. p. 30).
^ S rA . IV, p. 216.
57 Cfr. FrühSchr., I. pp. 30 y 95.
HEGEL Y EL ROMANTICISMO 10 1
En él, «lo separado subsiste aún, pero ya no como separado, sino como
unido». Unilateralidad significaría en este contexto acción controlada y dirí
gida a la afirmación personal. Pero el amor no es un contrato de alquiler ni
un acto de benevolencia, como tampoco un espacio de juego para el encuen
tro ocasional de dos personalidades autónomas. Dicha reciprocidad no es el
resultado de un intercambio, sino el presupuesto para la constitución de una
subjetividad: el nuevo sujeto que surge de una superación de la propia volun
tad. Ahora es posible hacerse cargo de por qué el amor no puede consistir en
un contrato civil ni en un mero sentimiento. «Sólo en el amor se es uno con
el objeto, ni se domina ni se es dominado»5*. El poder del amor es el poder
de la unificación. Esto no se puede comprender desde la filosofía de la con
ciencia, para la que está prohibido el abandono de la propia subjetividad.
Pero el amor supera cualquier reciprocidad de prestaciones, que es la re
lación más estable que una conciencia emancipada está en condiciones de
constituir. La voluntad de poder es ciega ante la verdadera experiencia del
amor. Sólo puede construir simulacros, obrar «como si». El amor está conde
nado a desaparecer cuando el único vínculo que establece es la satisfacción
recíproca de necesidades* 59. El amor no es una relación entre soberanos ni
una división de poderes. «De tal modo que quien ama no existe para sí. no
vive para sí ni se preocupa de sí mismo, sino que encuentra la rafe de su exis
tencia en otro y, no obstante, en ese otro encuentra completamente su propio
goce; es aquí donde se expresa la infinitud del amor»60. En esta considera
ción completa del otro se alcanza verdaderamente aquella riqueza que la
Ilustración esperaba como resultado de un proceso de autodeterminación y
que el romanticismo había fijado en la aspiración por la infinitud y en la in
terioridad subjetiva.
Todo lo anterior nos permite comprender un poco mejor qué es lo que
Hegel quiere decir al subsumir el amor bajo la categoría del espíritu. Esto
significa que el amor sólo se constituye como tal en el matrimonio y la fami
lia, donde acontece la transformación plena de la persona para-sí en miembro
de una comunidad moral61. El amor supone la donación de la temporalidad.
5* íd.. I, p. 242. Hegel utilizará en las Lecciones sobre estético de los aílos veinte las
expresiones *Verlorensein des BewufStseins*. « Uneigennützigkeit», «Selhstlosigkeit» y
«Vergessenheit» para designar el requisito que exige la constitución del sujeto del amor (cfr.
Asth., XIV, p. 183). «La verdadera esencia del amor consiste en superar la conciencia de sf
mismo, olvidarse en otro yo y, no obstante, sólo en ese perderse y olvidarse, tenerse a sf
mismo y poseerse» (fd.. p. 155).
59 Cfr. Rechtsphil.. V il. § 33 Z. p. 91; SystSitt.. p. 43.
60 Ásth.. XIV. p. 183.
61 Cfr. Rechtsphil., VII, $ 158. p. 307; Nürn-HeidSchr., IV. § 49. p. 264.
1 0 2 DANIEL INNERARITY
funda que la libertad sin memoria de la pasión, tan encendida como fugaz.
Sólo quien no se haya rendido a la pobreza de una libertad inmediata puede
ver en el compromiso y en el tiempo enemigos de la libertad.
Pero la subordinación de la pasión al amor es entendida por Hegel
como un desiderátum, en la medida en que su contingencia no puede ser del
todo superada. «El matrimonio debe ser indisoluble, pero también ha de
quedarse únicamente en este deber ser»66. En última instancia lo único real
mente indisoluble es el Estado, y todo lo que no está mediado por él es
casual y contingente. Esta ambigüedad refleja una cierta vuelta a la concep
ción de la familia como instrumento de socialización. Esta subordinación
resulta lógicamente inevitable cuando se sostiene que el Estado es la me
diación por antonomasia, es decir, que sólo en él encuentran su plenitud los
precarios vínculos que forman el tejido de la sociedad civil.
67 FrühSchr., I, p. 363.
68 Cfr. Nürn-HeidSchr., IV, p. 349.
HEGEL Y EL R O M A N T IC ISM O 105
m Ásth.. XIV. p. 60: cfr. Phan.. III, p. 328 ss: Rechtsphil.. VII. § 166. p. 319.
70 Cfr. Rechtsphil.. VII. § 166. pp. 318-320.
1 0 6 D A N IE L IN N E R A R IT Y
71 Cfr. Beohachtungen ühtr das Gefühl des Scltónen und Erhahenen, Ak., XX. pp. 28 ss.
77 Cfr. Grundlage des Nalurrechts..., III. §§ 34-38.
73 Rechtsphil., Vil. § 166 Z, p. 319.
HEGEL Y EL R O M A N T IC ISM O 107
1109]
1 1 0 DANIEL INNERARITY
12 FrühSchr., 1, p. 517.
n JenSysl., III, p. 243.
1 1 6 DANIEL INNERARITY
22 id.. I, 3, p. 33.
1 2 0 DANIEL INNERARITY
alcanzar»23. Esto no era así entre los griegos, capaces de pactar con la fini-
tud; en ellos no había descontento, sino simple tristeza ante la necesidad.
Pero ya no es posible volver a la satisfacción que ofrecía la vida antigua:
propiedad limitada, actitud contemplativa, intereses finitos, mundo abar-
cable. No hay autodeterminación que sea capaz de controlar todas las de
terminaciones que ella misma ha originado. De este modo, la era moderna
ha disparado el potencial humano de insatisfacción. Con la elevación de las
expectativas «se ha aumentado el sufrimiento de los hombres»24, pero tam
bién se ha abierto un horizonte de posibilidades que ninguna decepción
puede clausurar y en el que Hegel se propone pensar de nuevo el poder y el
deber que al hombre se le ofrece.
La dialéctica de esta ¡asatisfacción que genera el imperativo de au
todeterminación se hace manifiesta ante determinadas experiencias. A este
proyecto corresponde originariamente una ontología que supone el carácter
absolutamente disponible de lo real, peto que. de hecho, acentúa la experien
cia de lo no disponible: bajo la forma de una anterioridad irreductible y de
unas consecuencias imprevisibles. Tan pronto como este programa se traduce
en acción, comparece de nuevo la idea de límite: que soy y qué soy es sólo
parcialmente resultado de mi actividad. La autodeterminación se convierte en
destino. Como tal no hay que entender solamente lo repentino e inesperado
que se presenta como golpe o revés, sin pedir permiso; el destino que trac a la
memoria la propia finitud es, mis bien, condición. Sus paradigmas son el
nacimiento y la muerte. Permite la configuración de una identidad bajo una
fianza que garantiza la renuncia a la totalidad. Desde esta perspectiva cabe
interpretar la tesis kantiana de que el nacimiento contiene ya la dialéctica de la
insatisfacción ante el propio límite25. Kant entiende que engendrar un hijo es
un acto de violencia —no puede ser considerado de otra manera cuando se
sostiene unilateralmente el principio de autonomía de la voluntad— pues un
nuevo ciudadano es traído al mundo sin su consentimiento. Los padres estarí
an obligados a «contentar al hijo con esta situación». El correlato infantil de
esta experiencia en la que se cruzan la libertad y la necesidad es la contin
gencia del comienzo de la vida, sentida como algo que —al menos en su ori
gen— no está totalmente en el propio poder, la inicial insatisfacción de
encontrarse existiendo. Indicio de este conflicto es «el grito que hace oír el
niño recién nacido», un grito en el que también Hegel encontrará algo espe
23 VorPhilRel.. 4. p. 129.
24 FrühSchr., l.p .4 5 8 .
25 Cfr. Metaphysik der Sitien. Ak.. VI, § 28, pp. 281 ss.; Anthropobgie in pragma-
tischer Absicht. Ak., Vil, pp. 268 ss.
H EG EL Y E L R O M A N T IC ISM O 121
cial. Venir al mundo gritando tiene algo que ver con aquello que hace de él un
hombre: su grito le distingue de todos los animales. Esa distinción acústica es
expresión de un «sentimiento de desagrado» que no corresponde a un dolor
corporal, sino a «una suerte de irritación» o «enfado». Con él se anuncia su
«reivindicación de libertad» (Anspruch auf Freiheit). Es el primer anuncio del
conflicto entre la libertad subjetiva y la necesidad objetiva que no dejará de
perseguirle a lo largo de su vida. Ese primer grito es una versión inarticulada
de la tercera antinomia. Cuando Kant llama a la filosofía idealista «infantil»26
lo hace por considerar que en el origen de la vida está incoado el desarrollo
teórico y práctico de la idea de emancipación. Pero también se hace patente la
intolerancia del hombre moderno ante la finitud, su dificultad para soportar
cualquier determinación que limite su autonomía. Entender la propia condi
ción como destino forma parte del programa de fortalecimiento indirecto de la
idea de límite que la modernidad promociona involuntariamente.
Fatum y virtus son los dos ejes sobre los que se articula la identidad
del hombre moderno. «El peligro suscita las fuerzas del hombre»211. La
virtud se afirma en la adversidad, pero no de tal modo que un automatis
M Vorlesungen über schone Uteralur und Kunsi, ed. J. Minor. Hcnninger, Heilbronn,
1884,1, p. 347.
30 KdU, Ak., V, p. 245.
31 F. Schlegel, KA. XI, pp. 203-204.
HEGEL Y EL R O M A N T IC ISM O 123
3* FrühSchr., I. p.324.
39 íd., p. 457.
40 íd., p. 458.
1 2 6 DANIEL INNERARITY
43 «Das eigene Schicksal», Sámltichr Werke. ed. B. Suphan. Berlín. 1885, XVIII, p. 420.
44 Hólderiin. StA. III. p. 82
45 fd.. p. 116.
46 An Herkules. StA, I. p. 199.
1 2 8 DANIEL INNERARITY
sabios a los que tanto les gusta figurar entre vosotros los alemanes, esos
miserables para los que el alma que sufre es justamente lo que necesitan
para aplicarle sus consejos, bondadosamente se prestaron a ayudarme y me
dijeron: ¡no te lamentes, actúa!»47. El imperativo fichteano de la acción
comienza a ser visto por Hólderlin como un remedio moral incapaz de re
componer la totalidad destruida. Esa sutura del alma no se consigue por
medio de una afanosa actividad —la acción hace más profundo el desgarra
miento— y, por tanto, requiere ser pensada de otra manera.
Hacia finales del 93 o principios del 94 escribe Hólderlin la poesía
El destino. Forma parte del mundo cantado en ios Himnos de Tuhinga,
universo poético del que nacerá su gran obra Hyperion. En ella puede
percibirse ya el giro que dará origen a esa novedosa concepción de la
libertad que el idealismo alemán convirtió en núcleo de su reflexión
filosófica. Pese a su amplitud, vale la pena recogerla aquí íntegramente.
Está encabezada por la cita del Prometeo de Esquilo: «los que postrados
veneran ai destino son sabios». Y continúa así:
Cuando de los valles sagrados de la paz.
donde el amor trenzaba coronas de flores,
desapareció el encanto de la dorada antigüedad
al marcharse más allá donde los dioses celebran sus banquetes;
cuando la férrea ley del destino,
la gran maestra, la necesidad,
dio orden a la poderosa estirpe
de emprender un largo y amargo combate.
33 FrühSchr., I. p. 243.
34 Cfr. Ros., p. 87.
55 Cfr. StA, IV, l,p , 158.
36 FrühSchr., I, p. 305.
HEGEL Y EL ROMANTICISMO 133
57 íd.. p. 347.
* íd., p. 345.
59 id., p. 301.
60 id., p. 458.
61 id., pp. 352-353.
1 3 4 DANIEL INNERARITY
62 íd., p. 306.
63 Id., p. 305; cfir. id., p. 343. Es algo parecido al «castigo de la totalidad» que F. Sch-
legel habla bautizado con el nombre de ironía: el revés que acecha a quien pretende afir
marse de espaldas al todo, la «epideisis de la infinitud, de la universalidad, del sentido de la
realidad» (KA, XVIII. p. 128).
64 Cfr. Phün.. IH, pp. 346-348.
65 Cfr. Logik. V. p. 390.
HEGEL Y EL ROMANTICISMO 135
66 Ásth.. XV, p. 556. Una observación muy similar parece poner pumo final a la con
cepción de la libertad del primer Schelling y abrir el paso hacia la filosofía de la identidad:
«todo lo objetivo limita, por su propia naturaleza. Incluso aquello que es nuestra propia
obra, tan pronto como ha salido del alma y se ha hecho objetivo, se nos convierte en limite,
y desaparece el sentimiento creador del que habla surgido» [Abhandlungen zur Erlauterung
des Idealismos der Wissenschaftslehre (1796/1797), SSW. 1/1, p. 403].
67 Cfr. Differenz des Fichteschen und Schellingschen Systems der Philosophie (1801),
JenScHr., II. p. 20.
1 3 6 DANIEL INNERARITY
por imponerse lo que podía haber sido una libre colaboración. Pero libertad
significa totalidad, unidad y concreción; en una palabra: vida. El hombre
ha de convencerse de que tiene la libertad de darse un destino, no la liber
tad de vagar por encima de él haciendo de su libertad un atributo tan etéreo
como irreal. «La absoluta fragilidad de la sustancia se pulveriza al chocar
con la realidad, igualmente dura, pero continua»68. La individualidad pura
mente singular que sólo tiene por contenido el concepto puro de la razón,
se precipita en el abismo de una interioridad carente de vida, en donde
encuentra aquella realidad muerta y extraña de la que había querido esca
par. Pero el hundimiento del individuo puede evitarse si toma conciencia
de su unilateralidad y se decide a ejercer realmente su libertad. «El derecho
de lo ético de que la realidad no es en s í nada en oposición a la ley absolu
ta, experimenta que su saber es unilateral, que su ley es solamente la ley de
su carácter, que solamente ha captado uno de los poderes de la sustancia.
La acción misma es esta inversión de lo sabido en su contrario, el ser, es la
inversión del derecho del carácter y del saber en el derecho de lo contra
puesto, con el que se encuentra vinculado en la esencia de la sustancia»69.
En este texto está resumido todo el programa hegeliano de restauración
dialéctica de la unidad. Lo que en él se califica como unilateral no es sino
la moderna despotenciación de lo real, su privación de contenido sustancial
en nombre de una libertad subjetiva que se constituye ella sola en fuente y
origen de toda significación. La dialéctica peculiar de esta forma de eman
cipación ha puesto de manifiesto su grosera parcialidad, su carácter unilate
ral, especialmente en el paso a la acción. Es en ella donde el sujeto advierte
que no puede constituirse como absoluto, que la soberanía se le escapa
entre las manos. La imposibilidad de expresar la libertad desde la separa
ción aconseja completar el movimiento de la libertad en otra dirección:
pensar la libertad también como sustancia y no sólo como sujeto.
No se vence al destino acentuando la separación. Entender la totalidad
como vida y sustancia significa pensarla en su unidad y abandonar las con
traposiciones entre lo interior y lo exterior, el todo y las partes, lo originario
y lo inerte, que habían delimitado el campo de juego para la estrategia de la
emancipación. La hostilidad es sólo un momento, al que precede la totalidad
de la vida y continúa la totalidad recuperada. La reconciliación no es —a
diferencia del desenlace fatal de la tragedia moderna— una victoria entrega
da al objeto, pues recoge también en sí la abolición de la positividad del
objeto que ha tenido lugar en virtud de la separación y elevación de la con
Por lo que hemos visto hasta ahora, es fácil adivinar el interés filosófico
que mueve a Hegel a elaborar una estética de la tragedia. Evidentemente, no
se trata de un mero juicio de gusto acerca de un controvertido género litera
rio. La estética alemana del xvril había planteado un problema de profunda
significación filosófica, al entender el drama como síntesis de la naturaleza
objetiva de la épica clásica y de la libertad subjetiva de la lírica moderna en
la representación de la lucha entre la libertad y la necesidad, la humanidad y
el destino. Esta conjunción de la realidad externa y el mundo interior es pre
cisamente el núcleo inspirador del sistema hegeliano, por lo que no podía
dejar de valorar el alcance real de dicha aspiración. La intención estética de
la tragedia moderna parece al menos escapar a la acusación de que el arte*
70 VorPhilRel.. 4, p. 50.
1 3 8 DANIEL INNERARITY
76 id., p. 525.
HEGEL Y EL ROMANTICISMO 141
91 id., p. 35.
92 íd., p. 26.
93VIII. pp. 289-291.
148 D A N IE L IN N E R A R IT Y
97 Phan.. IU .p.347.
9* Cfr. VorPhilRel, 4, pp. 45 ss. y 345 ss.
HEGEL Y EL ROMANTICISMO 151
U53]
154 D A N IE L IN N E R A R IT Y
7 fd., III. p. 96: un juicio similar puede verse en Novalis, Schriften, ed. R. Samuel,
Kohlhammcr, Stultgan. 1960, II, p. 4S9.
*KA, II, p. 314.
5 íd.. Vil. p. 488.
6 FriiSchr., I,p .2 0 3 .
7 Sámtliche Werke, ed. B. Suphan. Weimann, Berlín, 1870, XXV, p. 183.
H E G E L Y E L ROMANTICISMO 15 5
8 Cfr. Vom Ich ais Prinzip der Philosophie. SSW, l/l pp. 156-157.
9 Auch eirte Philosophie tur Geschichle der Bildung der Mensehheii (1774), Sdmllirhe
Werke, IV. p. 565.
10 Erziehung des Menschengeschlechts (1780), Sámtliche Werke. ed.. K. Lachmann.
Snntgait. 1886. Abs. 85.
156 D A N IE L IN N E R A R IT Y
religión dentro de los límites de la simple razón (1793) había hablado Kant
del establecimiento del Reino de Dios como algo que no debe esperarse de
una revolución exterior, sino mediante una reforma que sea obra humana".
La realización de esta comunidad ética resultaba un sueño indemostrable
para la filosofía kantiana de la historia, pues la significación moral de los
hechos empíricos es un secreto que la razón no está en condiciones de desve
lar. La plenitud de la revolución es tan sólo objeto de la esperanza. El tránsito
de la filosofía kantiana al idealismo tiene —aquí, como en otros muchos
aspectos- el carácter de una incursión en terreno prohibido. La desvelación
teórica del en-sí de lo real se corresponde con la penetración en su sentido es-
catológico. No existe ya dicotomía entre el sentido externo de las acciones y
su significado interior: todo lo que acontece se caiga de significación. Pero,
como el desvelamiento del en-sí de lo real es asunto de la razón practica, la
esperanza se convierte en escatología intrahistórica. cuya realización corre a
cargo del hombre mismo.
La Revolución francesa estimuló estos presentimientos. Aparecía,
por un lado, como culminación de la Ilustración francesa en un Estado
presidido por la razón. Mas, por otro lado, se presentaba como el comien
zo de una nueva era cuyo principio configurador había de ser la idea de
humanidad. La exigencia de culminar la revolución —para lo que Fran
cia se venía mostrando cada vez más incapaz— parecía poner punto final
a la hegemonía cultural francesa y reclamar un nuevo protagonista. La
tarea de Alemania vendría definida como una verdadera emancipación
del espíritu, ante la que la liberación material y política alcanzada resul
taba trivial. El deseo de profundizar en la revolución imponía mantener
una distancia frente al compromiso político concreto, anteponer la discu
sión de los principios a la acción inmediata, lo que dio a la polémica un
tono apasionado e intelectualista. La filosofía marxista ha entendido el
idealismo alemán como una compensación ideal de la renuncia a hacer
efectiva la revolución. Pienso que esta crítica no hace justicia a la proble-
maticidad que había adquirido la idea de revolución tras la experiencia
que el idealismo tenía a la vista. El problema consistía en que al deseo de
hacer efectiva la revolución no acompañaba ya ninguna evidencia acerca
de los medios que debían ponerse. Pero en cualquier caso, el propio
Hegel entendió el entusiasmo desmedido como la otra cara de la pasivi
dad, y lamentaba el hecho de que en Alemania «cualquier ocurrencia es
transformada rápidamente en algo general, convertida en ídolo del día y
su proclamación en pasto de charlatanes, de modo que se olvida con la*
misma rapidez y se pierde el fruto que habría dado si hubiera sido mante
nida en sus límites»12. Los franceses quisieron llevar a la práctica el prin
cipio de la autonomía de la voluntad, lo que para los alemanes no pasó de
ser una pacífica teoría. Dicho de otra manera: los franceses tienen la
cabeza caliente debido al entusiasmo; los alemanes, porque se ponen el
gorro de dormir13.
1. SEMÁNTICA DE LA REVOLUCIÓN
,2JenSchr„ II, pp. 565-566. Cfr. PhilGesch., XII. p. 525; GeschPhil., XX. p. 297.
13 Cfr. GeschPhil., XX. p. 332.
1 5 8 DANIEL INNERARITY
que aquí se exige tiene una clara resonancia aristotélica: un hombre libre es
aquel que no está bajo la voluntad de otro19. La correspondencia que Hegel
mantiene con Schelling desde Berna está llena de expresiones que reivindi
can la superación de la arbitrariedad individual por un espacio político libre
definido en términos de derecho, es decir, la universalidad de la razón contra
la particularidad del arbitrio. El Estado aparece así como la forma política de
la libertad en la medida en que sustituye los mandatos unipersonales por nor
mas de carácter universal. El principio de obediencia a leyes y no a hombres
exige la constitución de una memoria que se sustraiga al capricho del mo
mento. Aparece aquí un concepto que tendrá una especial significación a lo
largo del pensamiento hegeliano: la libertad solamente es posible si el ejerci
cio de la soberanía está subordinado al derecho. Como es evidente, esta con
cepción de la libertad está muy alejada de la idea de revolución como
ejercicio ilimitado de la soberanía hacia la que derivó la política francesa a
partir de 1792. Nos encontramos así ante un nuevo elemento de continuidad
entre el joven Hegel y el maduro. La supuesta contraposición entre un joven
jacobino y un viejo adulador del Estado prusiano no se compadece con un
dato esencial que ha de presidir toda interpretación evolutiva de la filosofía
hegeliana: el interés por dar una forma a la libertad es el trasfondo, supuesto
y común denominador de toda su reflexión política.
El hombre moderno ha opuesto a lo que es la noción de lo que debe ser.
La razón que se subleva no es la de un hecho que se enfrenta contra otro, un
conflicto de intereses, sino la razón como tal, el deber y la libertad reivindi
cando su derecho a regir el mundo de los hechos. El sujeto ha comenzado a
pedir razones y el primer resultado de su reflexión es la sospecha generali
zada respecto de todo aquello que ha obtenido vigencia, faclicidad o valor
sin su intervención. La confianza y la costumbre detienen su ingenuo curso
y son sometidas a una discriminación racional. «El principio de la libertad
de la voluntad se hizo valer contra el derecho existente»20, se observa
retrospectivamente en el apartado sobre la Revolución francesa de las lec
ciones de Berlín sobre filosofía de la historia. Pero Hegel ha elaborado tam
bién una patología de este sujeto moderno y ha tratado de analizar los
requisitos para que esta libertad no se revuelva contra sus propias con
diciones de supervivencia. Hegel detectó desde el principio la incompleción
de la libertad subjetiva (lo cual era perfectamente compatible con el hecho
fassung]», FrOhSchr., I, pp. 268 ss. (El manuscrito se interrumpe en la p. 271 y es continua
do por R. Haym, Hegel und seine Zeit, Berlín, 1857, pp. 65 ss y 483 ss.)
19 Cfr. Met., 1,2 , 982b 25.
20 PhilGesch., XII, p. 528.
H EG EL Y E L R O M A N T IC IS M O 161
21 Cfr. Tur Áslhetik Schillers. Werke. Neuwied/Berlin. 1969, X. p. 22. y Der junge
Hegel und die Prohleme der kaplrallsllschen Gesellschaft. Berlín. 1954.
22 Cfr. G. W. F. HegelsLehen. Berlín. 1844, p. 29.
162 D A N IE L IN N E R A R IT Y
M P. Kondylis. Die Enlstehung der Dialekiik. Eine Analyse der geistigen Enruicklung
von Holderlin. Schelling and Hegel bis 1802, Kleit-Colla, Stuttgart, 1979, p. 188.
HEGEL Y EL ROMANTICISMO 167
36 Cfr. AL. VIII. pp. 290 y 366: XIX. p. 564; KrV. A 316-317/B 373-374.
37 Cfr. '¿urückforderung der Denkfreiheit. !~W, VI. pp. 9 y 76.
38 Cfr. Üher das Kechl des Volks tu einer Revolution und andert Schriften, Jcna/Leip-
zig, 1795, pp. 179-194.
39 Cfr. Werke, cd. G. Flcischer, Leipzig, 1812-1825,1, p. 245.
40 AL. VII. p. 290.
1 6 8 DANIEL INNERARITY
41 Cfr. Gesch. Phil., XIX. p. 404; PliilRel.. XVI. p. 243. Me parece insostenible la tesis de
que el joven Hegel creyó ver en la revolución la culminación de la dialéctica histórica y sólo
posteriormente adjudicó este valor a la Reforma protestante. En el marco de estas interpretacio
nes. se ha reprochado a Nohl por haber agrupado los escritos juveniles de Hegel bajo el titulo
de Theolngische Schrifien. Quizás haya en ello una generalización excesiva, pero no injustifi
cada. Tamo el interés teológico de Hegel como la influencia que la teología de la época tuvo en
el origen del idealismo están fuera de toda duda. Así lo pone de manifiesto la investigación
más reciente, en la que se observa un giro radical fíente a la escuela de Lukács. cuya insistencia
en los aspectos sociales y políticos no hacia justicia al inteiés específicamente especulativo de
la reflexión juvenil hegeliana y. en esa misma medida, impedía comprender algunos aspectos
esenciales de la filosofía dialéctica. La critica de la religión en los primeros escritos de Sche
lling y Hegel va dirigida más bien contra su utilización como instrumento para legitimar un
orden político carente de libertad y contra una teología cuyo carácter abstracto es incapaz de
plasmarse en una religión, es decir, en un asentimiento interior que vincule libremente.
42 Cfr. F. C. von Moser. Über Regenten. Regierung und Ministers. Schuu zur Wege-
Besserung des kommenden Jahrhunden. Fiankfurt. 1784. p. 20; F. C. Oetinger. Bibüsches
und Emblematisches Worterbuch ( 1776). ed. Olms. Hildesheim, 1987.
HEGEL Y EL ROMANTICISMO 16 9
se refugian los valores que han sido expulsados de la sociedad civil. Pero la
crítica de la ¿poca no hacía sino despertar las expectativas de una futura «era
dorada» en la que habrían de reconciliarse lo finito y lo infinito.
Algunos de estos términos aparecen precisamente en los primeros
escritos de Hegel. Schelling y Holderlin. Es cierto que Hegel se dis
tinguía de sus compañeros por carecer de influjo pietista. Para un hijo de
funcionario de la capital podría incluso resultar incomprensible lo que
formaba parte de las convicciones religiosas de los provenientes de
pequeñas aldeas del campo. Pero la idea de libertad como Versdhnung
debe más a la aspiración religiosa de reconciliación que al ideal moderno
de subjetividad autónoma. Y, aunque la posterior evolución del pensa
miento hegeliano parezca alejarse de estos ideales, ¿no cabría interpretar
la síntesis dialéctica de la libertad —el gnosticismo político de su con
cepción del Estado como realización de la libertad— como una teoría del
cumplimiento ¡ntramundano de aquellas expectativas escatológicas?
En la comprensión idealista de la revolución se advierten la grandeza y
la ambivalencia de la idea de libertad que alienta los primeros pasos del
pensamiento de Hegel. Schelling y Holderlin. El proyecto de rectificar sus
tancialmente la mera emancipación es una empresa cuya necesidad histórica
y valor filosófico están fuera de toda duda. Pero la valiosa intuición de que
la libertad sólo es posible si su contexto también lo es —si el espíritu objeti
vo es obra sólo de la libertad— llevará al idealismo a una acentuación de la
exterioridad de la libertad que resulta insatisfactoria. El idealismo alemán
no se detuvo ante los límites de toda teología política. No quiso resignarse a
que el espíritu objetivo se mostrara difícilmente penetrable en todos sus ex
tremos por la libertad. Pero la realización política de la libertad participa
siempre de la fínitud de todo proyecto histórico. Y, mientras la libertad total
sea un valor que no se compadece con ninguna concreción finita, todavía
tendrá sentido mantener una cierta reserva de la libertad subjetiva frente al
todo social, hacer imposible la satisfacción absoluta con un estado de
hechos y dar cauce a la rebelión y la protesta. Gracias a que toda realización
de la libertad es finita, puede mantenerse la diferencia entre exterioridad y
autodeterminación que la hace posible. Y, en último caso, su infinitud con
siste en la resistencia a aceptar como definitiva una de sus expresiones.
mismos, sin que por ello se imponga «la parte peligrosa, omnívora, despó
tica del hombre»41.
La noticia del terror causó en la filosofía alemana una profunda de
cepción. Adquirió la forma de una indignación ante los acontecimientos sin
que ello pusiera en cuestión los ideales traicionados. «Hubiera podido llegar
a ser algo grande y nuevo!...)»44, recuerda F. Schlegel con un acento de nos
talgia en el que se advierte una esperanza que los hechos no han conseguido
borrar por completo. Hegel no se ahorra calificativos para despreciar estos
procedimientos y habla de la «vileza de los robespierristas»45. Hólderlin cali
fica a Marat de «vil tirano»46 y aprueba como justa la ejecución de Robespie-
rre47. Pero, entre los idealistas, este desencanto no arrojó ninguna sombra de
duda sobre la reivindicación de libertad; contribuyó, eso sí, a perfilar el
nuevo principio de libertad como unificación y reconocimiento que había de
sustituir a la ya desacreditada libertad que se suponía resultado de un movi
miento de desvinculación.
La fenomenología hegeliana del terror gravita sobre dos ejes: la ra
cionalidad abstracta y el desierto ontológico. Hegel rastrea las causas que
han contribuido a la constitución de este sujeto absoluto en la filosofía
moderna y advierte en ella una conciencia de la libertad pura que no es más
que el resultado de un proceso de desvinculación. La libertad subjetiva ha
sido dialécticamente alcanzada en virtud de un proceso de destrucción de
todo lo fijo. «La puré raison», «la seule raison» de Mirabeau sólo es un pro
ducto negativo, y esta negatividad esencial forma también parte de su acción
exterior. El terror es la esencia negativa de esta libertad. Nos encontramos
ante la más profunda rebelión contra todo lo que pretende hacerse valer
como poder extraño a la conciencia. La razón no ha problematizado aún esta
capacidad de destrucción48. «Esta sustancia indivisa de la libertad absoluta
asciende al trono del mundo sin que poder alguno le pueda oponer resisten
cia»49. El terror es un vaciamiento ontológico consistente en someter la reali
dad a las normas de la razón y consagrar así su dominio sobre la alteridad
natural e histórica. La libertad absoluta del yo se convirtió en una conspira-
x Id., p. 437.
51 íd.,pp. 435-436.
52 Rtchtsphil., VII. § 5. p. 50.
53 Cfr. £>12.. XX, p. 177. También Kunt había visto una forma de locura en el empleo con
vistas a fines buenos de medios que les son completamente opuestos (cfr. Ak., VIII, p. 336).
HEGEL Y EL ROMANTICISMO 173
fruto porque estará solo, como nosotros, que... ¡oh. sacad a vuestros hijos de
la cuna y arrojarlos al río, al menos para sustraerlos a vuestra vergüenza!”
[...] “¡No, no! ¡No se pregunta si queréis! ¡Vosotros, esclavos y bárbaros, no
queréis nunca! Tampoco se pretende mejoraros, ¡no tendría sentido!; sólo
pretendemos ocupamos de que no impidáis la marcha triunfal de la humani
dad. ¡Oh. que me enciendan una antorcha, que quiero quemar las malas
hierbas del monte! ¡Que me prepare alguien la azada, que voy a arrancar de
la tierra las cepas inútiles! (,..| Mi alegría está en el futuro.”» Otro personaje
revolucionario añade: «“Si nadie quiere habitar lo que nosotros construi
mos. no es culpa nuestra, ni nos molesta. Hemos hecho lo que teníamos que
hacer.”» Hiperión es seducido por el cuadro de intenciones y no exige argu
mentos; se compromete en tan generosa empresa e inicia la marcha. Su esta
do de ánimo podría resistir cualquier desaliento que la turbia realidad le
sugiera al oído, como una tentación de traicionar los ideales. «“¡Oh cielos y
tierra —exclamé—, esto es alegría! Estas son otros tiempos, éste no es el
tono de mi siglo pueril, éste no es el suelo donde el corazón del hombre
jadea bajo la fusta de su arriero. ¡Sí! ¡Sí, con tu alma magnífica de hombre,
tú y yo salvaremos a la patria!.”» Pero su entusiasmo no es tan ciego como
para impedir un pavoroso descubrimiento: el discurso que le había seducido
no estaba exento de rencor. «Había un profundo despreció en sus labios. Se
notaba que aquel hombre no podía ocuparse de nada de poca importancia»
La sublimidad de un ideal no puede estar en función de su aislamiento de la
finitud. Hay una trampa escondida en un valor cuya sublimidad procede de
la difamación de toda existencia limitada. Pues, si la realidad no tiene senti
do, tampoco el sentido tiene realidad. Los ideales forjados por oposición a
lo real no pueden lamentar su falta de realidad. La decepción adquiere tonos
patéticos: «me sentí como una novia que se entera de que su amado vive en
secreto con una prostituta». Pero la desilusión se convierte en experiencia y
aviso. «El hombre ha hecho del Estado un infierno siempre que lo ha queri
do convertir en su cielo.» Hiperión se da cuenta de que la indignación ante
la injusticia puede reproducir el mal que tan fogosamente dice combatir. Por
eso reprocha al fanático revolucionario: «“Me parece que concedes dema
siado poder al Estado.”» En esta figura, el poeta critica el subjetivismo de
Kant y de Fichte que opone sin más el ser al deber, por lo que no escapa a la
trágica conversión de las intenciones abstractas en realidades perversas. El
mundo poético de Holderlin formula de este modo la aspiración de superar
la ruptura entre el ser y el deber como la nueva tarea que los hombres tienen
que resolver en el futuro.
En todo fanatismo hay algo de lo que Jacobi había llamado el terro
rismo del imperativo categórico, una deducción inmediata de la idea de
HEGEL Y EL ROMANTICISMO 175
Son escasas las ocasiones en que Hegel se refiere a Fichte para criticar
sus ideas políticas. La confrontación es más radical y atañe al fondo de la
idea de libertad sobre la que se levantan los cimientos de la comunidad polí
tica; quizás por eso no necesitara dirigir sus críticas sobre lo que tiene más
bien el carácter de una derivación a partir de los principios fundamentales.
Lo que separa a ambos es una muy diferente concepción de la libertad
humana. Para Fichte la emancipación se destaca como un principio de evi
dencia inmediata; para Hegel es un problema que hay que resolver y cuyas
condiciones de realización no se deducen inmediatamente de su mera rei
vindicación. Un acontecimiento histórico separa ambas concepciones: la
problematicidad que se apodera de la idea moderna de libertad tras el fraca
so de la Revolución francesa.
Desde 1790 eraría por Alemania un vendaval de literatura anture
volucionaria61. El surgimiento del terror en Francia no había hecho sino
proporcionar más argumentos a quienes se oponían a la realización de un
61 Los escritos críticos de mayor influencia fueron los de Emst Brandes. Poiitische
Betrachiungen üher die franzósische Revoiutinn (1790). Oher einige bischerige Fotgen der
franzosischen Remltaion ¡n Rücksicht auf Deulzchland (1792) y el de Augusi Wilhelm Reh-
berg. Uruersuchungen üher die Franzósische RevoUdüm nehst kritischen Nachrichlen von den
meriavürdigsten Srhriften welche darñber in Franbeich erschienen sind (1793). Rehberg era
secretario de la Cancillería de Hannover, — por aquel entonces protectorado británico—, discí
pulo de Justus Moser y, como Brandes, amigo de Burke y admirador de las instituciones políti
cas inglesas. Las Refleclions on the revoiutUm in France habían salido a la luz en Londres el I
de noviembre de 1790. La primera traducción alemana es de febrero de 1791. En 1793 aparece
la traducción de F. Gentz. cuya segunda edición es del año siguiente.
1 7 8 DANIEL 1NNERARITY
experimento similar a este lado del Rin. e incluso daba cierta credibilidad a
los que rechazaban cualquier tipo de reformas. Con su Contribución quiso
Fichte intervenir en una discusión que parecía a punto de saldarse con el
descrédito de la idea de revolución, especialmente desde el 10 de agosto de
1792, en que comienza el terror. El libro de Fichte sobre la revolución está
escrito entre el invierno de 1792 y el verano de 1793. Su estilo apasionado y
polémico corresponde a un escritor a quien no le gustan especialmente los
«en cierto modo» y toda la familia de expresiones similares6263, pero sobre
todo a unas circunstancias políticas, sociales y culturales cada vez más dis
tanciadas de los principios revolucionarios. Fichte anunció una segunda
parte relativa a cuestiones concretas acerca de la revolución que nunca llegó
a ser escrita. Es posible que ello se debiera a su cambio de posición, tras
conseguir la cátedra de Jena. Pero tampoco es necesario recurrir a este tipo
de explicaciones que podríamos llamar políticas para interpretar el abando
no del proyecto a medio camino: una manera de pensar como la de Fichte
difícilmente podría hacer de la revolución un tema prudencial, práctico, y
valorar las circunstancias concretas que la justifiquen o desaconsejen. Fichte
se encontraba mucho más a gusto, sin duda, en el reino de los principios que
en el de los medios y las circunstancias.
La Revolución francesa no interesa a Fichte en su facticidad. Su pro
yecto de legitimar la revolución no es la apología de ningún suceso histórico
determinado. Lo que atrae su interés es la nueva situación a la que el hom
bre se ha elevado una vez que ha subvertido las antiguas estructuras de la
realidad social y ha reivindicado el derecho de la libertad a penetrar en
todos los ámbitos de la realidad. La Revolución francesa es «importante
para toda la humanidad»6*precisamente en este sentido. El derecho de revo
lución es una dimensión más del desarrollo del yo como sujeto autónomo.
El propio Fichte llama la atención en una carta de 1795 sobre el nexo que
vincula a un mismo principio las expresiones teórica y práctica de la liber
tad humana. «Mi sistema es el primer sistema de la libertad. Lo mismo que
esta nación [Francia] ha roto las cadenas políticas del hombre, mi sistema
libera al hombre en la teoría de las cadenas de la cosa-en-sí y de su influen
cia [...] y le confiere un sublime impulso, la fuerza de desasirse también en
la praxis. Esto surgió en los años en los que dicha nación luchaba con una
nueva fuerza interior contra los viejos prejuicios arraigados; la visión de
aquella fuerza me dio la energía que necesitaba para ello, y mientras investi
62 Cfr. Beilrag tu r Beríchtigung der Urteile des Publikums über die franzosische
Revoltuion. Ersie Teil. Zur Beurteilung ihrer Rechtmáfiigkeit. FW, VI. p. 83.
63 Cfr. id., p. 39.
HEGEL Y EL ROMANTICISMO 179
gaba y defendía los principios sobre los que se había apoyado la Revolución
francesa suigieron con claridad los primeros principios de mi sistema»64.
Así pues, el propio Fichte concedió una importancia decisiva a esta obra,
que le pondría en camino de la concepción del yo como lo absoluto, tal
como es formulada en la Wissenschaftslehre de 1794.
El destinatario inmediato de la polémica de Fichte es Rehberg, quien
había elaborado una crítica de la revolución derivada de Burke. Los ar
gumentos de carácter político separan dos concepciones enfrentadas desde
un principio. Si Burke consideraba innecesaria la revolución para Inglate
rra, no lo apoyaba solamente en motivos políticos, sino en una crítica más
radical de la abstracta racionalidad moderna cuya realización práctica
adquiría necesariamente la forma de una imposición política, una disolu
ción del sentido para lo institucional y una ruptura de la continuidad histó
rica. Como es evidente, en la Alemania recelosa de las nuevas libertades
políticas estos argumentos tenían un efecto favorable hacia la conservación
del marco político. Pero el fondo de la cuestión gravita sobre la idea de
racionalidad. Burke y Rehberg se negaban a establecer una oposición radi
cal entre la historia y la razón, y buscaban elementos de enlace para salvar
el dualismo a que la filosofía moderna conducía inexorablemente. La
«enfermedad de la política especulativa»65 les parecía una manifestación
más de la euforia de una razón que instaura el sentido y no reconoce nada
fuera de sí.
La réplica de Fichte suige desde la resistencia a suavizar un dualismo
que aparece como condición de posibilidad de la libertad. El ser y el deber
han de continuar en oposición, si es que todavía queremos pensar en la dig
nidad humana. Por este motivo, todo argumento contra el derecho del hom
bre a la revolución —a decretar la supremacía de la razón sobre la inercia de
la historia—, esgrimido desde el plano de los hechos, carece de validez. «La
cuestión de los derechos no pertenece en absoluto al tribunal de la histo
ria»66. La historia no es un argumento; lo único que puede ser invocado son
las leyes de la razón, de carácter supraempíríco y universal. La historia es
una acumulación de prejuicos. Todo lo que en ella tiene un valor es porque
el hombre lo ha hecho valer en ella. El derecho consiste precisamente en la
capacidad de detener su curso inconsciente y someterla a una implacable
revisión, escapar de la lógica inercial del tiempo y decretar la soberanía de
67 íd.. p. 65.
68 «Dcr Mcnsch kann, was e r solí: und wenn e r sagt: ¡ch kann nichl. so will er nichl*
(fd.. p. 73).
« í d ..p .6 7 .
HEGEL Y EL ROMANTICISMO 181
como tal de capacidad de decisión. Evidentemente, Fichte está muy lejos del
totalismo de la nación defendido por los jacobinos bajo la apelación a la
voluntad general como titular del derecho a la revolución o del ardor con el
que las mantagnards defendían la unidad de Francia frente a los girondinos,
a los que acusaban de querer disolver la unidad de la nación en particularis
mos localistas. Aun cuando Rousseau es el único pensador moderno citado
en la Contribución, no comparte en absoluto su teoría de la aliénation totale.
Su concepción del contrato es más bien una radicalización del pathos de la
libertad propio de la tradición liberal que arranca de Locke y rechaza el
momento sintético de una totalidad social constituida como sujeto colectivo
único o como delegación de la libertad.
Más tarde reconocerá Fichte que el tono de su polémica con Rehberg
no había sido adecuado73. El hecho de que nunca se decidiera a escribir la
segunda parte que había prometido puede ser un indicio de que estos prin
cipios no ofrecían un camino transitable para la configuración de una autén
tica comunidad política. De hecho, su filosofía política discurrirá en ade
lante por senderos bien distintos. Es posible que también hicieran mella en
él las críticas de Reinhold y Bagessen, quienes le acusaron de no haber
defendido correctamente la causa de la revolución. De hecho, la teoría fich-
teana del contrato es jurídicamente inservible. Si la última instancia es la
mera conciencia individual, tampoco hay manera de vincular al gobernante.
Schelling ya advirtió la paradoja de que un contrato infinitamente revisable
se convierte en un obstáculo para la autonomía del yo. La contingentización
universal, la relativización de toda forma histórica pueden conducir a que
también los supuestos sobre los que esta libertad se basa caigan en el flujo
del tiempo. ¿Qué sentido puede tener una soberanía del yo sobre toda forma
política si el yo también está sometido a la historización? Fichte puede
intentar la última y desesperada estrategia de inmunizar al yo frente al cam
bio histórico, pero su contrapartida inevitable es la configuración de un
curso histórico en el que el yo nunca puede penetrar.
La dialéctica de esta peculiar emancipación hace de Fichte un filósofo
de la necesidad. Por eso podrá calificar Hegel al Estado de Fichte como algo
Geistesloses, como una falta de espíritu debida a que la libertad sólo tiene
en él la forma de lo individual. «La prisión, los vínculos, son cada vez
mayores, en lugar de concebir el Estado como la realización de la liber
tad»7576. Las normas que el sujeto se da a sí mismo no configuran una etici-
dad real, encamada vivamente en la polis, pues proceden de una afirmación
U87)
1 8 8 DANIEL INNERARITY
6 F. Schlegets Briefe an seiner Bruder Augusl Wilhelm, ed. O. Walzel, Berlín, 1890, p. 233.
1 KA. XVIU, p. 53.
* Id., p. 628; II. p. 147.
1 9 0 D A N IE L IN N ERAR 1TY
12 XA. p. 343.
13 íd.. p. 346; cfr. íd., XVIII. pp. 57-58 y 217-218.
14 Schriften, II, p. 649.
15 KA. XI, p. 220.
1 9 2 DANIEL INNERARITY
16 Vorschule zur Ásthehk. SámtHche Werke, cd. E. Berend, Weimar, 1935, XI, p. 112.
HEGEL Y EL ROMANTICISMO 193
“AM.n.p. 160.
23 Vorlesungen über Ásthetik. ed. K. W. L. Heyse, Leipzig, 1829, p. 242.
24 KA, XX, p. 447.
H E G E L Y E L ROMANTICISMO 19 5
29 Cfr. especialmente su recensión a los escritos de Solger del año 1828, Sotgers nach-
gelassene Schriflen und Briefwechsel. BerlinerSchr., XI, pp. 205 ss.; Ásth.. XIII, pp. 98 ss.,
y PhilRechts., VII, pp. 277 ss.
26 BerlinerSchr., XI, p. 233. El distanciamiento de E Schlegel frente a Fichte es muy
claro, aunque Hegel no parezca hacer justicia a las diferencias entre el sistema fichteano y
la teoría romántica de la ironía. En 1803 escribe Schlegel: «Cómo es posible que muchos
filósofos como Fichte se encuentren tan cerca de la verdad y sin embargo no la alcancen, es
algo que se explica perfectamente desde mi construcción» (KA, XVIII, p. 564).
27 Cfr. GeschPhil., XIX, p. 17.
28 íd., p. 254.
29 fd., XX, p. 416.
1 9 6 DANIEL INNERARITY
[199]
2 0 0 DANIEL INNERARITY
4Cfr.íM.XVin.p.SI8.
2 0 4 DANIEL INNERARITY
Baadkr, F. von: Aus den Schriflen. Briefen und Tagehüchern, ed. H. Grassl. München. 1935.
Briefe von und un Hegel, ed. J. Hoffmeister (l/U/III) y F. Nicolin (IV), F. Meiner, Hamburg.
1969-1981 (Br. I/U/III/IV).
Dokumente zu Hegels Entwicklung, ed. J. Hoflmeister, Frommann-Holzboog. Stuttgan. 1%3
(Dok.).
Erhard, J. B.: Ober das Redil des Volks zu einer Revolution und andere Schriften,
Jcna/Leipzig. 1795.
Fichth, J. G.: Werke. ed. J. H. Fichle. Waller de Gruyier, Berlín, 1971 (fW ). (Trad. consul
tada: Doctrina de la ciencia, ed. Juan Cruz Cruz. Aguilar. Buenos Aires, 1975.)
— Gesamtausgabe der Bayerischen Akademie der Wissenschaften. ed. R. Lauth. H. Jacob
y H. Gliwitzky, Frommann. Stuttgait. 1964 (GA).
Fichtes Briejwechsel, ed. H. Schulz. Leipzig. 1925.
Gans. E.: Das Erbrecht in wehgesckiditlicher Entwicklung. Aalen. Berlin/Slungart. 1824-1835.
Goethe, J. W.: ed. R. Buchwald. Standard-Verlag, Hamburg. 1957.
Haym, R.: Hegel und seinerZeil, G. Olms. Hüdesheim. 1962.
HbcíEL, G. W. F.: Werke, ed. Eva Moldenhauery Kart Maricas Micliel. Suhricamp. Frankfurt. 1986.
|Trad. consultadas: Escritos de juventud, ed. José María Ripalda. FCE. México. 1984; Dife
rencia entre los sistemas de Fichte y Schelling, ed. María del Carmen Paredes. Tedios,
Madrid. 1990: Fenomenología del espíritu, ed. W. Roces. FCE, México. 1966.)
| 205|
2 0 6 DANIEL INNERARITY
G a ns, E.: 17. Kant, I.: 14, 15. 20. 22. 23. 45, 46. 48-51,
G oethe, J. W.: 14, 20. 28. 81. 82, 92, 96. 5 4 .55.57-59,62. 66-68.79, 82-87,89,
100, 102. 112, 127, 143, 153, 193, 196, 97, 102, 104-106, 111, 117, 118. 120-
197. 122, 124, 126,133, 137, 138, 153, 155-
G O r r e s , J. J.: 6 8 . 158, 165-167, 172, 174. 180-182.
[209]
2 1 0 DANIEL INNERARITY
Absoluto: 1 6 ,4 3 .4 6 .4 7 .8 9 ,1 4 6 . 190,191,194,199-204.
Alegoría: 42, 190, 191.
Amor: 31,66.76.79,81-108.115.116.
Arte: 43,5 2,59-66.68.74,77,137-145, 187-200.
Cristianismo: 18.24,25.28.29,32.33,4 0 ,7 2 -8 0 ,1 1 0 ,1 4 8 ,1 5 0 ,1 5 1 ,1 6 7 -1 6 9 .
Derecho: 27.28,83-86.91-95,101,102,159,160,166,179,180-183.
Destino: 31,109-151.
Espíritu: 18,31.40.99-102.146.158.164.
Estado: 16. 22. 39. 66-72, 79. 83. 103. 104. 106. 109. 116. 160. 164. 166. 167. 170, 173,
174.177,182,183.
Europa: 17-33.153.154,182.
Geografía: 18-21.
Grecia: 2 4 -2 7 .3 1 .3 2 ,6 0 -6 3 .7 7 ,9 0 .110.120.
Historia: 13-19, 27. 4 4 .4 9 ,5 0 . 56. 109, 110-112. 117. 118. 141, 144-ISI. 155, 156. 169.
172.179.180.183.194.201- 204.
H um or 192,193,195.196.199.
Ihistracidn: 1 8 .1 9 ,2S, 37 -4 2 .4 4 -4 6 ,4 8 .5 8 ,6 7 ,7 2 ,7 5 .7 8 .7 9 ,8 9 ,9 4 ,1 1 6 .1 6 1 .1 6 3 .
Ironía: 96,134,187-204.
Judaismo: 7 4,75,133.
Mecanicismo: 2 3 ,4 4 -4 6 ,4 8 .4 9 ,5 2 .5 3 ,6 0 -6 2 ,6 5 -7 0 .7 2 .7 3 ,7 5 ,7 8 ,8 0 ,8 4 ,1 0 5 .1 3 1 ,1 5 8 .
Mitología: 19.20.38-48,70.72.77-80.
Modernidad: 1 3 .1 4 .1 7 -3 3 .4 0 .4 1 .4 3 .4 4 ,4 8 ,5 7 ,5 8 ,6 0 .6 1 .6 7 .7 2 -7 8 ,8 1 ,8 2 .8 6 ,8 8 ,8 9 ,
96.97,99.103,109,112-115.119,137,144,148.158.160.
M ujer IOS. 106.
(211)
2 1 2 DANIEL INNERARrTY
Música: 191,192.