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Georg Lukács*
De aquí se sigue que toda obra de arte debe ofrecer una coherencia unitaria,
redondeada en sí misma, en sí misma acabada. Y por cierto, una coherencia tal que
su movimiento y estructura sean inmediatamente evidentes. La necesidad de esta
evidencia inmediata se pone de manifiesto de la manera más clara precisamente en
la literatura. Las conexiones reales y más profundas de una novela, por ejemplo, o
de un drama pueden revelarse sólo al final. A la esencia de su estructura y de sus
efectos pertenece el que sólo el final nos dé una explicación real y completa del
1ECO Revista de la cultura de occidente. Bogotá, Noviembre de 1962. No. 31. Tomo VI-1. Traducido
por Rafael Carrillo. Los números entre paréntesis corresponden a la página en la revista.
comienzo. Y, con todo, su composición fuera completamente equivocada y sin
efecto, si el camino que conduce a este final en que ella remata no fuera en todas
sus etapas de una evidencia inmediata. Las determinaciones esenciales de ese
mundo que nos presenta una obra literaria se revelan, pues, en una sucesión y
gradación artísticas. Pero esta gradación debe realizarse dentro de la unidad de
fenómeno y esencia, existentes desde el comienzo en forma inmediata e
indestructible. Ella debe hacer, dentro de la concretización progresiva de ambos
momentos, cada vez más íntima y evidente la unidad de éstos.
Esta inmediatez unitaria de la obra de arte tiene como consecuencia que cada obra
de arte tiene que desarrollar, autoplasmándose, todos los presupuestos de
personas, situaciones, sucesos, etc., que en ella aparecen. La unidad de fenómeno y
esencia puede llegar a ser una experiencia inmediata sólo en el caso de que el
receptivo viva inmediatamente todo momento esencial del desarrollo o del cambio
a la vez con todas las causas esen(79)cialmente determinantes, sólo cuando nunca
le sean presentados resultados definitivos, y antes bien se le lleve a convivir
inmediatamente el proceso que conduce a este resultado. El materialismo de los
grandes artistas por todo concepto (sin prejuicio de su concepción del mundo, con
frecuencia medio o totalmente idealista) encuentra precisamente su expresión en el
hecho de que ellos siempre dan forma a aquellos presupuestos y condiciones donde
se origina y sigue desarrollándose la conciencia de sus personajes.
Toda obra de arte interesante crea de este modo un “mundo propio”. Personajes,
situaciones, acción, etc., poseen una cualidad especial, que no posee ninguna otra
obra de arte, distinta por completo de la realidad cotidiana. Mientras más grande
es el artista, más vigorosamente penetra su fuerza creadora todos los momentos de
la obra de arte, y más expresivamente aparece en todos sus detalles este “mundo
propio” de dicha obra. Balzac dice de su Comedia humana: “Mi obra tiene su
geografía, así como tiene su genealogía y sus familias, sus lugares y sus cosas, sus
personas y sus hechos; y así como posee también su heráldica, sus nobles y sus
burgueses, sus artesanos y sus campesinos, sus políticos, sus dandys y su ejército.
En una palabra, su mundo.”
¿No anula tal determinación de la peculiaridad de la obra de arte su propiedad de
reflejo de la realidad? En modo alguno. Ella no hace sino destacar con precisión la
especialidad, la peculiaridad del reflejo en el arte. La aparente unidad de la obra de
arte, su aparente incomparabilidad con la realidad, descansa precisamente en el
hecho del reflejo de la realidad en el arte. Pues esta incomparabilidad es, en efecto,
apenas una apariencia, si bien necesaria y propia de la esencia (80) del arte. El
efecto del arte, la absorción completa del receptivo en el efecto de la obra de arte,
su total aceptación del “mundo propio” de la obra de arte tiene como fundamento,
precisamente, que ésta ofrece un reflejo de la realidad que es, conforme a su
esencia, más fiel, más completo, más animado y vivaz que él (sic) que posee de
ordinario el receptivo, de tal modo, pues, que él es transportado por dicha obra en
razón de sus propias experiencias, del acopio y abstracción de su reflejo procedente
de la realidad, más allá de los límites de estas experiencias para lograr una
intuición concreta de la realidad. Es, pues, solamente una apariencia, como si la
obra de arte misma no fuera un reflejo de la realidad objetiva, como si tampoco el
receptivo concibiera el “mundo propio” de la obra de arte como un reflejo de la
realidad, y no lo comparara con sus propias experiencias. Antes bien, esto lo hace él
permanentemente, y el efecto de la obra cesa en el mismo momento en que el
receptivo se da cuenta de que allí hay una contradicción, si tiene la sensación de
que la obra de arte es un reflejo falso de la realidad. Pero esta apariencia es, a pesar
de todo, necesaria. Pues no se compara conscientemente una experiencia
individual aislada con un rasgo individual aislado de la obra de arte. El receptivo se
entrega, más bien, a base de la total experiencia acopiada, al efecto total de la obra
de arte. Y la comparación entre ambos reflejos de la realidad permanece ignorada
mientras el receptivo sea arrebatado por la obra de arte, esto es, mientras sus
experiencias de la realidad sean acrecentadas y profundizadas por la creación de la
obra de arte. Por ellos no se encuentra Balzac en contradicción alguna con sus
palabras anteriormente citadas sobre su “mundo propio” cuando dice ahora: “Para
ser fecundo no se necesita si(81)no estudiar. La sociedad francesa debiera ser el
historiador, yo sólo su secretario.”
La unidad de la obra de arte es, pues, el reflejo de la vida en su movimiento y en su
concreta y vivaz coherencia. La ciencia, naturalmente, se propone también este
objetivo. Ella logra la concreción dialéctica penetrando cada vez más
profundamente en las leyes del movimiento. Engels dice: “La ley general del
cambio de forma es mucho más concreta que todo ejemplo particular
<<concreto>> de éste.” Este proceso del conocimiento científico de la realidad es
infinito. Esto es, en todo auténtico conocimiento científico se refleja fielmente la
realidad objetiva. En cuanto esto acontece, es dicho conocimiento absoluto. Pero
como la realidad misma es siempre más rica y variada que toda ley, pertenece a la
esencia del conocimiento que se le continúe perfeccionando, enriqueciendo y
agudizando, que lo absoluto aparezca siempre en la forma de lo relativo, de lo sólo
aproximadamente auténtico.