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Unidad 05a - El Gobierno (Javier Zelaznik)
Unidad 05a - El Gobierno (Javier Zelaznik)
Javier Zelaznik
en “Introducción a la ciencia política (nueva versión)”,
J. Pinto (comp.)
La idea de gobierno es central para el estudio de la política. Esto no es casual ya que ambos conceptos se encuentran
estrechamente relacionados: el gobierno constituye el centro desde el cual se ejerce el poder político sobre una
sociedad.110 Podría decirse que el gobierno tiene una función identificadora de la actividad política, [es] el núcleo
irreductible, sin el cual parece difícil pensar en la dimensión propia de lo político".111 Este artículo, sin embargo, no
intenta discutir los nexos entre ambos conceptos. Tampoco busca rastrear el desarrollo histórico del concepto de
gobierno o de las diferentes configuraciones en que se cristalizó a través de los siglos.112 Mucho más modesto, el objetivo
de este artículo es dar cuenta de algunos aspectos del gobierno como fenómeno político actual. Aunque el énfasis está
puesto sobre los modernos sistemas políticos democráticos, muchos de los temas que aquí se discuten son también
válidos para otras experiencias históricas, o para situaciones no democráticas.
Tal tarea, sin embargo, está cargada de ambigüedades. Sin duda, una de las cuestiones que más enrarece el aire
terminológico de la ciencia política es la falta de acuerdo en cuanto al significado de sus conceptos y, en particular, la
imprecisión y vaguedad con que se usan. El origen de tales malentendidos es claro: en la medida en que las definiciones
no son obvias sino que se construyen por un proceso de abstracción y generalización de determinados elementos de la
realidad (los conceptos no son la realidad en sí misma), la connotación del concepto dependerá de la subjetividad de
quien lo construya, y del grado de relevancia que le asigne a los diferentes elementos que lo componen. El concepto de
gobierno no está exento de este problema. La primera parte del artículo está dirigida a discutir tal ambigüedad
conceptual.
La referida centralidad del gobierno en los sistemas políticos no implica, sin embargo, que no pueda estar organizado de
diferentes maneras. La segunda parte da cuenta de tal diversidad tomando como punto de partida ciertas características
institucionales del sistema político. Más precisamente, lo que se busca es identificar diferentes configuraciones
institucionales que den cuenta de la interrelación entre las dos instituciones fundamentales que intervienen en el proceso
de toma de decisiones en los regímenes políticos democráticos: el poder ejecutivo y el poder legislativo. De esta manera,
elaboraremos la distinción entre gobierno parlamentario, presidencial, y semi-presidencial.
Esta sección analiza tres abordajes alternativos y complementarios a partir de los que se puede dar cuenta del gobierno
como fenómeno político. El primero considera al gobierno como conjunto de individuos que ejercen el poder de
autoridad en un sistema político, esto es, las autoridades o, mejor aún, los titulares de los roles que poseen autoridad. El
concepto aquí está centrado en determinados actores individuales o colectivos que ocupan los puestos de liderazgo
político. El segundo abordaje considera al gobierno como un conjunto de actividades vinculadas al proceso de toma de
decisiones políticas. En este sentido el concepto se caracteriza por hacer referencia a funciones. Finalmente, desde un
tercer abordaje, el término gobierno hace referencia a las instituciones a partir de las cuales se ejerce la autoridad, más
concretamente, a las estructuras de toma de decisiones políticas.
Formas de gobierno
El desarrollo de las formas de gobierno a lo largo de la historia puede ser abordado desde dos perspectivas
complementarias que echan luz sobre diferentes fenómenos. La primera perspectiva consiste en rastrear la manera en
que éstas fueron elaboradas dentro del pensamiento político. La segunda perspectiva rastrea la evolución de las
instituciones de gobierno, lo que permite aprehender las modalidades en que históricamente se estructuraron las formas
políticas. El estudio de las ideas y de las instituciones políticas son dos focos que echan luz, por carriles distintos aunque
complementarios, sobre el camino en que evolucionaron históricamente las estructuras políticas.
Los principales desarrollos teóricos acerca de las diferentes formas de gobierno marcan una "tradición de discurso" en el
análisis sociopolítico, esto es, una preocupación constante por una tema que va sucediéndose a lo largo de la historia del
pensamiento. Aunque las indagaciones no lleguen siempre a las mismas respuestas, el hecho relevante que marca una
tradición discursiva es que las preguntas sigan siendo las mismas. Mientras la continuidad de las preguntas surge de la
persistencia de ciertos núcleos problemáticos sobre los cuales no parece posible dar una contestación definitiva; la falta
de unanimidad en las respuestas deriva no sólo de la subjetividad de los diferentes teóricos, filósofos y analistas abocados
a estos temas, sino también de la mutación a la que está sujeto, durante largos períodos históricos, todo fenómeno social
como el gobierno.
En cuanto a la evolución histórica del gobierno, tras la complejización de la vida política en los últimos dos siglos, es
posible distinguir a los sistemas políticos en términos de la medida en que el poder de decisión está concentrado en un
solo detentador de poder, o distribuido a lo largo de una amplia red de instituciones con autoridad y de actores con
influencia.
Paralelamente, se han desarrollado una serie de restricciones o límites al poder del gobierno que se condensan en el siglo
XIX con el surgimiento del constitucionalismo.
Las virtudes de un gobierno constitucional se refieren no sólo a la idea de limitar al poder, de anular la arbitrariedad de
los gobernantes o recortar sus prerrogativas sino, como contrapartida, la de garantizar la autonomía individual y la
multiplicación de las esferas libres de la intervención del poder político. Más recientemente, el gobierno constitucional
vio expandir su base de apoyo mediante la inclusión total de la ciudadanía en el proceso político, lo que condujo a la
aparición de los modernos regímenes democráticos. En esta sección analizamos dos dimensiones a partir de la cual es
posible distinguir entre formas de gobierno, quedando claro que su aplicación es especialmente relevante para regímenes
políticos constitucionales y democráticos.
Uno de los elementos institucionales más importantes en la distinción entre formas de gobierno democrático es la
manera en que se interrelacionan las dos instituciones fundamentales que intervienen en el proceso de toma de
decisiones: el poder ejecutivo y el poder legislativo. Ello permite el desarrollo de, al menos, tres formas de gobierno:
parlamentarismo, presidencialismo y semi-presidencial.
PARLAMENTARISMO
El parlamentarismo es la forma de gobierno que más estrechamente ha estado asociada a la democracia. De hecho, con la
excepción de los Estados Unidos, todas las democracias con un alto nivel de estabilidad política poseen gobiernos
parlamentarios. El origen de esta forma de gobierno se relaciona con las sucesivas reformas políticas que transformaron a
las monarquías absolutas de los siglos XVII y XVIII en los modernos regímenes políticos democráticos.
El impulso inicial, siguiendo el desarrollo inglés (cuna del parlamentarismo), consistió en el pasaje desde la monarquía
absoluta a la monarquía constitucional. Este momento, caracterizado en Inglaterra por la Gloriosa Revolución de 1688 y
recogido a nivel teórico por John Locke, estaría centrado en el desarrollo de restricciones sobre la acción del monarca, y
la jerarquización del Parlamento como un órgano político de legitimidad popular, equiparándolo al rey, y adquiriendo la
potestad de aprobar o desaprobar sus iniciativas o las de su Consejo de Estado. El pasaje a la monarquía constitucional
significó sustituir un modelo político monista (con un solo foco de poder: el rey) a otro modelo de carácter dual, basado
en una doble legitimidad. Por un lado la tradicional, corporizada en la figura del monarca, quien ejerce el gobierno a
través de un primer ministro y su gabinete, y que aún conserva la facultad efectiva de disolver al Parlamento. Por el otro
lado, la legitimidad popular (aunque limitada), cristalizada en un Parlamento, encargado de legislar, y sin cuyo voto ni las
decisiones del rey entran en vigencia, ni el Primer Ministro, propuesto por el monarca, puede asumir sus funciones.
El pasaje de la monarquía constitucional a la monarquía parlamentaria tuvo lugar a lo largo del siglo XVIII, con el
advenimiento de la dinastía de los Hannover en Gran Bretaña. El proceso se caracterizó por la declinación del poder real
y el paralelo fortalecimiento de la autoridad parlamentaria. En ese proceso, el Primer Ministro y su gabinete se
independizaron del monarca, apropiándose progresivamente de sus facultades gubernamentales, y aumentando su
dependencia con respecto al Parlamento (del cual son miembros, y frente al que son responsable). El Primer Ministro se
convierte en el Jefe de Gobierno, mientras el rey ocupa una posición formal y simbólica como Jefe de Estado, alguien que
reina pero no gobierna. Similares desarrollos llevaron a la aparición del parlamentarismo en otros países de Europa.
Estructuralmente, el parlamentarismo está caracterizado por la fusión, antes que por la división de poderes. Esto implica
que no existe una independencia entre el ejecutivo y el legislativo.
El modelo parlamentario puede resumirse en cuatro características típicas; estructura dualista y colegiada del ejecutivo,
elección indirecta del Jefe de Gobierno, el gobierno no es elegido por un período fijo, y el parlamento es elegido de
manera directa por un período que puede ser acortado.
PRESIDENCIALISMO
La Constitución de los Estados Unidos aprobada en 1787 es el modelo original a partir del cual esta forma de gobierno ha
tenido una influencia limitada principalmente a los países de América Latina, región que ha sido considerada el área
presidencial por excelencia." De hecho, el presidencialismo parece estar fuertemente enraizado en las tradiciones, la
historia y la cultura de los países latinoamericanos. Las experiencias presidencialistas en el área datan del siglo XIX, poco
después de la independencia. La elección directa del presidente y la separación de poderes parece expresar las ideas
dominantes acerca de la forma en que el sistema político debe estar organizado. Ninguna república latinoamericana ha
adoptada el parlamentarismo. La llamada República Parlamentaria en Chile (1890-1925) fue más bien un régimen
presidencial en el que los ministros estaban sujetos a la censura parlamentarias, y la experiencia parlamentaria en Brasil
(1961-1963) fue un efímero ensayo semi-presidencialista.
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113 Sartori, sin embargo, argumenta que la estabilidad de los gobiernos en Alemania es un producto de la estructura del sistema de partidos (producida a su vez por el
sistema electoral, y la exclusión de los partidos antisistemas) antes que del mecanismo de censura constructiva. Ver G. Sartori: op. cit., pp. 106-107.
114 El sefialamiento clásico acerca del tema fue planteado por Duverger, Maurice, Los Partidos Políticos, Buenos Aires, FCE, 1973, pp. 418-447. Aquí sólo haremos
referencia al sistema de partidos y sólo marginalmente a la características estructurales internas de los partidos.
Se podría decir que América Latina es la única región que ha adoptado consistentemente instituciones de gobierno
presidencialistas, ya que tal formato ha sido escasamente ensayado en otras latitudes. Entre las 31 democracias
presidenciales contadas por Mainwaring entre 1945 y 1992 había sólo 7 casos fuera de América Latina De la misma
manera, Przeworski ha identificado 45 democracias presidenciales entre 1950 y 1990, de las cuales 35 se encuentran en
América Latina. Tal tendencia histórica, aunque atenuada, sigue presente entre las democracias presidenciales actuales: a
fines de 1999 había 30 democracias presidencialistas 16 de las cuales correspondía a países latinoamericanos.
En la base de los sistemas presidenciales está la división de poderes. El modelo presidencial puede resumirse en cuatro
características típicas: ejecutivo unipersonal, elección popular directa del presidente, el presidente es electo por un
período fijo, el Congreso es elegido en elecciones populares directas por un período fijo.
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115 En Perú (1980-1992) el gabinete ejecutivo era formalmente presidido por un Primer Ministro quien, sin embargo, era designado y libremente removido por el
Presidente, por lo que carecía de base de poder autónoma.
116 Es posible encontrar algunas desviaciones de este principio. En cuanto a la designación de ministros, en algunos países presidencialistas el presidente propone a los
ministros, quienes deben ser aprobados por el congreso: en Estados Unidos los ministros propuestos son aprobados o rechazado por el Senado, en Filipinas por la Comisión
de Designaciones del Congreso, y en Corea el Congreso en pleno debe aprobar sólo al primer ministro propuesto por el presidente. Ver M. Shugart y J. Carey: op. cit., pp.
106-111. En cuanto a la destitución de los ministros, en algunos países el Congreso tiene el derecho de remover a los ministros mediante un voto de censura: Colombia
(Constitución de 1994, art. 135: 8,9), Ecuador (Constitución de 1979184, art. 59: 87), y Perú (Constitución de 1980, art. 226, 229). Ver M. Shugart y J. Carey: op. cit., pp.
111- 118.
117 En Estados Unidos, de las dieciséis elecciones en que la votación popular no arrojó una mayoría absoluta (únicamente seis durante este siglo), el colegio electoral
designó sólo en cuatro casos (1824, 1876, 1888 y 2000) al candidato que había obtenido la segunda minoría en cuanto al caudal electoral.
118 Aunque poco común, recientemente ha sido utilizado para la destitución de los presidentes Femando Collor de Melo (Brasil, 1992) y Carlos Andrés Pérez (Venezuela,
1993), ambos en medio de acusaciones de corrupción.
119 En Perú 1980-1992 (arts. 227, 228, 229) el presidente podía disolver el parlamento una vez durante su mandato, pero sólo ante determinadas circunstancias y nunca en
el último año de su mandato. De la misma manera, la Constitución de Uruguay también prevé la disolución de la Asamblea, pero antes condiciones tan restrictivas que hace
casi imposible su implantación. Tanto en Perú como en Uruguay, la disolución del poder legislativo debe ser seguida por la convocatoria a elecciones de un nuevo
Congreso. Ver M. Shugart y J. Carey: op. cit., pp. 126-129. En Namibia y Zambía el presidente también tiene la facultad de disolver el Congreso, pero ello implica que
debe convocarse a nuevas elecciones para cubrir ambos poderes, esto es, al disolver el Congreso el presidente pone en juego su propia permanencia en el cargo.
Estas características del presidencialismo comunican de manera clara la idea de división de poderes que está en la base
de este tipo de gobierno: el ejecutivo y el legislativo son independientes, tanto en su origen como en su supervivencia.
Ello se ve reforzado por una característica adicional de los sistemas presidenciales: la división personal de poderes; esto
es, los miembros del gobierno no pueden, al mismo tiempo, ocupar posición en el parlamento, algo que es normal en los
sistemas parlamentarios.120
Más allá de estos elementos típicos, los países presidenciales difieren en función de determinadas características
institucionales y partidarias. En cuanto a las características institucionales, el elemento central está constituido por los
poderes legislativos que la constitución le otorga al presidente. Éstos pueden ser divididos entre poderes reactivos y
proactivo.
Los poderes reactivos son aquellos que le permiten al presidente evitar que el congreso pueda alterar el status quo
mediante la aprobación de leyes. En este sentido, el instrumento central es el poder de veto. Ello implica que una ley
aprobada por el Congreso puede ser rechazada por el presidente, y que aquél necesita una mayoría extraordinaria para
insistir con la ley votada y revertir el veto presidencial. Este elemento introduce una distinción institucional entre los
sistemas presidenciales ya que no todos los presidentes tienen poder de vetar leyes en general (Venezuela) 121 o a
determinado tipo de ley, como el presupuesto aprobado por el congreso (Costa Rica, Ecuador, Honduras, México).
Además, en algunos casos es fácil revertir el veto presidencial, mientras que en otros casos es necesario mayorías
extraordinarias. Cuanto mayor es el número de legisladores que se necesitan para insistir en la ley originaria, es decir,
para revertir el veto presidencial, mayor es el poder que se le otorga al Presidente.122 Adicionalmente, en la mayoría de los
sistemas presidenciales el presidente sólo tiene la posibilidad de vetar la ley de manera total, mientras que en algunos
pocos casos puede vetar parcialmente la ley (Argentina, Brasil, Colombia y Ecuador).123
Otro poder reactivo es la iniciativa exclusiva del presidente para iniciar leyes en determinadas áreas, por ejemplo, el
presupuesto nacional. Ello implica que ninguna política es discutida a menos que el presidente tome la iniciativa.
Obviamente, una vez que el proyecto de ley es presentado en el Congreso, éste puede rechazarlo o enmendarlo.124 Sin
embargo, ello le permite al presidente que no haya acción legislativa en los casos en que sabe que el Congreso tiene una
opinión diferente en las cuestiones sobre la cual tiene iniciativa exclusiva.125
Los presidentes también se distinguen por los poderes proactivos que tiene. Estos poderes le permiten al presidente,
entre otras cosas, aprobar legislación sin que haya sido tratada por el congreso. La forma más característica de poder
proactivo es el poder de legislar por medio de decretos. Las constituciones en Argentina, Brasil, y Colombia le otorgan
dicho poder a los presidentes, aunque en muchos casos los presidentes gobiernan mediante decretos como un
instrumento para-constitucional (por ejemplo: Argentina antes de 1995, Bolivia).
Todos estos elementos refuerzan la centralidad que adquiere el rol presidencial dentro de esta forma de gobierno: la
legitimidad popular que implica haber sido investido directamente por la ciudadanía; la unificación de la jefatura de
Estado y de Gobierno en manos de una misma persona; el carácter unipersonal de la estructura de gobierno; la
imposibilidad de remover al Presidente tanto por parte del Congreso como por parte de quien le otorga la investidura: el
pueblo; los diferentes poderes institucionales proactivos y reactivos.
Sin embargo, su punto débil es la necesidad de contar con un Parlamento que no trabe sus iniciativas, dado que el
gobierno no surge de una mayoría parlamentaria (como en el caso del parlamentarismo), y tampoco tiene la posibilidad
de amenazar con la disolución del parlamento. De esta manera, el funcionamiento de los sistemas presidenciales depende
también de otro elemento ya señalada en el caso del parlamentarismo: el sistema de partidos,
En efecto, suponiendo que los partidos son disciplinados, en un sistema bipartidista, cuando el partido que ocupa el
gobierno posee la mayoría del Congreso, el modelo funciona de forma muy parecida al gobierno de gabinete,
especialmente en los casos en que el Presidente es al mismo tiempo el líder del partido. Esto da lugar a una configuración
específica conocida como gobierno mayoritario o gobierno unificado. Por el contrario, en una configuración alternativa,
conocida como gobierno dividido, que se da cuando el congreso y la presidencia son dominados por partidos diferentes —
situación improbable en un sistema parlamentario y absolutamente imposible en el gobierno de gabinete— el
presidencialismo está sujeto a tironeos y empates que generan la parálisis de gobierno y, eventualmente, conducen a la
inestabilidad del sistema.
En situaciones en que no existe una mayoría clara a nivel del congreso, debido al carácter multipartidista del sistema de
partidos, las posibilidades de acción dependen de la capacidad que tenga el gobierno para establecer alianzas políticas a
nivel congresional. De esta manera, un presidente que debe gobernar por un mandato fijo sin poseer apoyo
parlamentario, o ante la incertidumbre acerca de si lo podrá conservar, es el elemento que se coloca en el centro de la
rigidez atribuida a la forma de gobierno presidencialista.
SEMIPRESIDENCIALISMO
El semipresidencialismo puede ser considerado como una "forma intermedia" entre el presidencialismo y el
parlamentarismo. No existe un gran consenso teórico acerca de su consistencia. De hecho, el mismo ha sido denominado
alternativamente como semipresidencial, semiparlamentario, presidencialismo sui generis, forma de gobierno híbrida,
forma de gobierno mixta.
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120 Este principio sólo es violado en algunos casos, como en Perú, donde los ministros, en especial el Primer Ministro, podía ser, al mismo tiempo, miembro del
Parlamento. En los otros casos, los legisladores deben renunciar o pedir licencia antes de ocupar posiciones en el ejecutivo.
121 En realidad, en Venezuela el presidente tiene un poder de veto formal, pero el congreso puede revertir el veto por mayoría simple de los legisladores presentes.
122 En algunos países el congreso puede insistir con la mayoría absoluta de los miembros del congreso, por lo cual, el presidente tiene un veto débil. En otros casos, sin
embargo, el congreso debe reunir mayorías especiales (típicamente 213 de los legisladores) para insistir con la ley originaria y superar el veto presidencia]. En este caso, el
poder de veto es fuerte.
123 En Argentina y Brasil el presidente puede promulgar las partes no vetadas de la ley.
124 En algunos casos, sin embargo, el congreso está limitado en la posibilidad de acción. Por ejemplo, en Chile, el presidente tiene iniciativa exclusiva sobre el presidente
y el congreso sólo puede aceptar o disminuir el monto asignado a cada partida presupuestaria, pero no puede aumentar las partidas.
125 Este poder reactivo es disminuido cuando el presidente tiene iniciativa exclusiva sobre un tema, pero debe ejercer ese poder obligatoriamente. Por ejemplo, en la
mayoría de las democracias presidenciales latinoamericanas el presidente tiene iniciativa exclusiva sobre la ley de presupuestos, pero no puede negarse a presentar el
proyecto al congreso, aun suponiendo que éste lo fuese a modificar sustancialmente.
Su característica principal es la de combinar una estructura parlamentarista con la elección de un Presidente
directamente por la ciudadanía. Al igual que en el parlamentarismo, existe la distinción entre un presidente (Jefe de
Estado), y un Primer Ministro (Jefe de Gobierno) que descansa sobre la confianza del Parlamento; y el gobierno es
ejercido por el Primer Ministro y el resto de los miembros del gabinete. El parlamento, a su vez, es elegido directamente
por el pueblo pero puede ser disuelto anticipadamente. Hasta aquí, las características del semi-presidencialismo
recuerdan a las de parlamentarismo. Al mismo tiempo, sin embargo, el presidente es elegido por sufragio popular,
poseyendo de esta manera una legitimidad democrática equivalente a la del parlamento. Si bien no posee todo el poder
de su igual en un sistema presidencialista, debiendo delegar la mayor parte de las acciones gubernamentales en el Primer
Ministro y su gabinete, el rol del Jefe de Estado deja de ser meramente ceremonial y simbólico para convertirse en un
poder regulador. Inclusive, el Jefe de Gobierno debe contar tanto con la confianza del parlamento como con la del
presidente.
De alguna manera, el semipresidencialismo se acerca al dualismo propio de las monarquías constitucionales, en las que,
junto al dúo Rey/Parlamento —ambos con importantes poderes— coexiste un gabinete que media entre ellos, y que
depende del apoyo de ambos. La gran diferencia entre ambos modelos se evidencia con sólo comparar la legitimidad del
monarca: tradicional y la del presidente: democrática.
El desempeño concreto de esta forma de gobierno demuestra que el balance de poder entre las fuerzas políticas, junto a
las cualidades personales de los presidentes, influyen en la medida en que estos sistemas se parecen más a sistemas
parlamentarios o presidenciales. En este sentido, la separación entre el texto constitucional y la práctica política es
bastante amplia. De hecho, politólogos como Sartori aseguran que el concepto de semipresidencialismo implica ajustarse
de una manera demasiado estricta al formato constitucional, ya que, según la forma en que realmente funcionan, habría
que reubicar a cada caso como parlamentario o presidencialista.
Las principales diferencias entre los países que comparten esta forma de gobierno, y que permiten proceder a realizar la
relocalización recientemente aludida, pueden detectarse en función de tres elementos. El primero se refiere,
concretamente a las características institucionales del mismo en cuanto a las prerrogativas constitucionales otorgadas al
presidente. En ese sentido la variación va desde el caso de Irlanda, donde las escasas prerrogativas lo asemejan casi a un
Jefe de Estado parlamentario, hasta casos como Islandia o, principalmente, Finlandia, donde el presidente se convierte
de jure en un actor clave del proceso político.
En segundo lugar, la propensión de los presidentes a la utilización de las facultades habilitadas por la constitución. Esto
se relaciona, por un lado, con la capacidad política que tenga quien ocupa la función presidencial y, por el otro lado, con
las rutinas concretas que se cristalizan en el funcionamiento de los sistemas políticos. Por ejemplo, si bien Francia es el
país —además de Irlanda— que menos prerrogativas le otorga al Presidente constituye, sin embargo, el caso que más se
ha acercado a la realidad del presidencialismo. De la misma manera, aunque el presidente de Islandia posee una gran
cantidad de prerrogativas, sólo superadas por la constitución de Finlandia, la forma en que realmente funciona el
gobierno lo acerca casi totalmente a una mecánica parlamentarista.
Finalmente, el tercer elemento que permite establecer diferencias entre los distintos tipos de semipresidencialismo se
refiere al balance de poder político o, más específicamente, a la coincidencia de la mayoría presidencial con la
parlamentaria. En este sentido, es posible encontrar, al menos, tres interacciones básicas. En la primera, el presidente se
encuentra en oposición con respecto a la mayoría parlamentaria, en consecuencia aquél posee únicamente, una función
reguladora del proceso político. En este caso se dan fenómenos de "cohabitación" como ha venido ocurriendo muy
frecuentemente en Francia en las últimas dos décadas del siglo XX. La función presidencial se asemeja en gran medida a
la del Jefe de Estado parlamentario aunque aquí puede resguardar una función arbitral (reguladora) que sirva de
contrapeso político.
La segunda interacción se da cuando la mayoría en el parlamento, que domina al gobierno designando al Jefe de
Gobierno y su gabinete, coincide con la presidencial, pero el presidente no es el líder del partido mayoritario. En este
sentido, el líder del partido mayoritario se convierte en Primer Ministro, haciendo efectivo el rol de Jefe de Gobierno,
mientras que el Jefe de Estado se convierte meramente en un símbolo, encajando así casi perfectamente con el rol de su
par parlamentario.
Finalmente, cuando el Presidente es el líder del partido mayoritario en el Parlamento pasa a tener, de hecho, un poder
similar a su par de cualquier país presidencialista. En este caso el gabinete (incluido el Primer Ministro) no pasa de ser,
en cuanto a su ejecutividad, un apéndice del Jefe de Estado quien se convierte en el actor que efectivamente ejerce el
gobierno. Recordemos que, como se señaló anteriormente, en estos casos, a pesar de la distinción entre un Jefe de Estado
y un Jefe de Gobierno, el primero de ellos se convierte, institucionalmente, en la figura central, debiéndoselo incorporar
en la definición de gobierno (en sentido estricto),
Conclusiones
El presente artículo ha discutido algunos problemas alrededor del gobierno. En primer lugar, ha indagado la ambigüedad
del término analizando tres posibles abordajes a su estudio. Así, el gobierno puede ser visto como conjunto de actores,
como conjunto de funciones, y como conjunto de instituciones. Naturalmente, los tres abordajes que se presentan como
unilaterales son s6lo formas de encarar un tema complejo y multifacético como lo es el del gobierno.
En segundo lugar, el artículo se ha centrado en algunos aspectos institucionales del gobierno para subrayar las
características de la distinción entre parlamentarismo, presidencialismo, y semi-presidencialismo. Se ha señalado cuales
son las características típicas de cada forma de gobierno, así como las diferencia que se pueden encontrar dentro de cada
forma en función de elementos institucionales y, fundamentalmente, de la estructura del sistema de partidos.