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Qué (No) Hacer Con La Masculinidad - 2015 PDF
Qué (No) Hacer Con La Masculinidad - 2015 PDF
Luciano Fabbri1
Resumen:
Introducción.
1 Lic. en Ciencia Política (Universidad Nacional de Rosario, Argentina), Doctorando en Ciencias Sociales
(UBA). Becario CONICET. Integrante Instituto Interdisciplinario de Estudios de Género (UBA) y Centro
de Investigaciones Feministas y Estudios de Género (UNR). Miembro del Colectivo de Varones
Antipatriarcales entre 2009 y 2014. Integrante del Área de Géneros de Patria Grande –Mov.Popular.
lucho_fabbri@yahoo.com.ar
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discursos de los CV/GH?; ¿Cuáles son los límites y potencialidades de un abordaje
interseccional de la masculinidad?; ¿Cómo se presenta la relación costes/privilegios, sujeto
oprimido/sujeto opresor en los discursos y prácticas de estos actores?; ¿Cuáles son los
imaginarios de género que inciden en la delimitación de su norte político y cómo pueden
verse interpelados por los feminismos contemporáneos?.
Procuraremos sistematizar y convidar algunas de estas reflexiones desde el activismo, con la
intención de polemizar sobre los límites materiales y discursivos de nuestras experiencias sin
por ello pretender arribar a conclusiones taxativas ni universalizables.
¿Cuál es el sujeto político de los CV/GH?; ¿Qué nociones de sexo, género y sexualidades se ponen
en juego en dicha delimitación?; ¿Qué noción de masculinidad se pone en juego en los discursos
de los CV/GH?
Para comenzar a contestar algunos de los interrogantes mencionados, podríamos partir de
una posible analogía entre el debate alrededor del sujeto político de los CV-GHs, y el que
respecta al objeto de conocimiento del campo de los “estudios sobre masculinidades”.
Retomando a Rodrigo Parrini (2008), en un texto tan breve como incisivo, denominado
“¿Existe la masculinidad? Sobre un dispositivo de saber/poder”, vale preguntarnos sobre la
especificidad de estos estudios: a saber, las masculinidad, o en su plural, masculinidades.
Según Parrini, al preguntarnos por el significado de estudiar la masculinidad “la respuesta
clásica ha sido: estudiar la masculinidad es investigar a los hombres”. En esta afirmación se
sustenta la hipótesis del autor acerca del carácter retrasado de este campo de estudios
respecto a los estudios de género, feministas y queer, afirmando que “mientras el feminismo y
los estudios de género atienden a un sistema de relaciones, múltiple y polimorfo, los estudios
de masculinidad se preocupan de una categoría, de un elemento discreto” (2008, p.1).
Y también nos provoca a considerar algunos de sus efectos políticos:
a) La reproducción del binarismo de género.
b) El sostenimiento de la división masculinidad/feminidad, que según el autor “no asume los
devastadores cuestionamientos que ha sufrido el concepto de identidad, la complejización del
estudio de la subjetividad y la centralidad que ha adquirido la dilucidación de las relaciones de
poder que conforman cualquier objeto que se relacione sean con el sexo, el género o con
ambos” (Parrini, 2008, p.1).
c) La asociación entre masculinidad y varón, u hombre, en una operación que permanece
anclada en lo que Foucault denominó “sexo verdadero”. De esta forma se reproduce la
identificación entre sexo y género, constituyéndose la masculinidad en atributo exclusivo y
naturalizado de los “varones”, e invisibilizando la existencia de otrxs sujetxs que construyen
sus formas de ser y estar en el mundo desde una noción de masculinidad, sin haber sigo
asignadxs como “varones” al nacer, y quizás también, sin nunca llegar a autodefinirse como
tales.
De manera análoga, podríamos decir que, cuando los CV/GHs convocan a trabajar sobre la/s
masculinidad/es, están implícitamente apelando a los “varones”/“hombres” en tanto sujeto
político, lo cual no sería un inconveniente mayor si, 1- esta operación no excluyera la
posibilidad de que otras corporalidades se referencien y construyan a sí mismas dentro del
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campo de las masculinidades; 2- si esa noción de “varón”/”hombre” logra ser desplazada de
su concepción hegemónica y naturalizada, a saber: varón hetero y cisexual2.
Para el caso de los Grupos de Hombres, el sociólogo y activista vasco Jokin Azpiazu afirma
que;
Para empezar, hablamos de masculinidad y aún nos referimos a un modelo muy concreto. Al
mismo tiempo que se reivindica que existen diferentes maneras de vivir la masculinidad, se
identifica el ejercicio de la misma con sujetos concretos: personas que han sido identificadas
como hombres al nacer, heterosexuales, en la mayoría de los casos involucrados en relaciones
de pareja. El resto, quienes hemos tenido algún problema que otro para encajar en el carril de
la masculinidad “hegemónica” (hombres trans, homosexuales, afeminados…) quedamos fuera
de esa categoría. Esto supone un doble riesgo: por un lado decir que no somos hombres (por
mí bien, ojalá) pero por otro, pensar que por ser masculinidades “marginales” no ostentamos
actitudes hegemónicas y poder (Azpiazu, 2013).
2 “Los dos términos oponen dos prefijos latinos. “Cis” quiere decir “de este lado”, mientras que “trans”
significa “del otro lado”. Esta oposición distingue entre dos experiencias básicas de la encarnación del
género: la de los hombres y las mujeres que viven en el sexo que les fuera asignado al nacer y la de los
hombres y las mujeres que en algún momento de su vida cambiaron de sexo” (Cabral, 2009).
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identidades sexuales de los varones participantes. Si bien no es una experiencia a idealizar,
esta hibridación posibilitó tanto el reconocimiento de núcleos comunes de la socialización
masculina (comprendiendo que la homofobia, misoginia y la violencia no son propiedad
exclusiva de los heterosexuales), así como el descentramiento de los varones heterosexuales
respecto a su propia forma de vivir la masculinidad ligada a una práctica sexual normativa, e
incluyendo la politización misma de la categoría “heterosexual” como constituyente del
entronque patriarcal y trascendiendo su comprensión como mera orientación de deseo.
Respecto al cisexismo, el historiador y activista intersex Mauro Cabral (2009) afirma que;
La familia de palabras cisexual tiene un miembro de lujo: el término cisexismo. Se define como
la combinación entre dos tipos de sexismo: aquel que coloca a las mujeres, y en general a lo
femenino, en un lugar inferior y subordinado respecto de los hombres y, en general, a lo
masculino, y aquel que coloca en un lugar inferior y subordinado a las personas transexuales
respecto de las cisexuales.
En este sentido, Azpiazu afirmaba que los “hombres transexuales” quedaban por fuera del
sujeto concreto al que apelan los discursos de los Grupos de Hombres a los que refiere en su
análisis. En la experiencia de los Colectivos de Varones Antipatriarcales, y gracias a la
visibilidad que el activismo trans-masculino tiene a nivel local, se ha intentado superar esta
frontera desde las convocatorias a sus talleres y espacios de reflexión hacia “todas aquellas
personas que se autoperciben varones”, buscando de esta manera erosionar las distancias
entre varones trans y varones cisexuales.
Aun así, y más allá de las buenas intenciones, cabe mencionar que la materialización de este
entrecruzamiento está lejos de haber sido lograda, lo cual puede responder a muchos y
diversos factores. Uno de ellos, y quizás entre los más importantes, tenga que ver con el riesgo
de perder espacios de reflexión propia por parte de los varones trans al incluirse de manera
subordinada en espacios hegemonizados por varones cisexuales que anclan sus reflexiones en
esa experiencia privilegiada. Como afirma Cabral (2009); “Lo tenebroso del cisexismo es que
puede ser puesto en práctica aun por quienes luchan cotidianamente contra el sexismo, cuando
su lucha es incapaz de volverse contra sus propios privilegios”.
Cabe preguntarse entonces qué sujetxs son llamados a deconstruir la masculinidad?; Entonces
de la/s masculinidad/es de qué sujetos hablamos?; Entonces de qué masculinidad/es
hablamos?; Entonces, de qué masculinidad/es no hablamos?
La naturalización del hetero y cisexismo en las fronteras corporales e identitarias que se
configuran en los discursos y prácticas de los GH/CVs, debe ser interrogada de modo tal que
la voluntad de elaborar consignas interpelantes en ámbitos sociales amplios y no
necesariamente familiarizados con estas complejidades, no se convierta en la coartada para
reproducir operaciones de universalización, invisibilización y exclusión.
Una posible primera tensión entre los GH/CVs respecto al feminismo, es el enfoque teórico-
político desde el cual se problematiza el ejercicio de la masculinidad en los hombres/varones,
ubicando analíticamente dos posibles polos en oposición, pero que en la práctica coexisten en
constantes desplazamientos; un enfoque feminista anclado en el carácter relacional del poder,
y un enfoque (neo)masculinista autocentrado en los avatares de la vivencia de la propia
hombría.
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Nuevamente, las posibles analogías entre el campo de los estudios y los activismos sobre
masculinidades, pueden ilustrar algunas de estas tensiones. Respecto a los límites observados
en el terreno académico, Azpiazu expresa que
hubo especialmente dos cuestiones que llamaron mi atención. Por un lado me parece que a la
hora de investigar sobre masculinidad hay una tendencia bastante general a centrarse en la
identidad, en detrimento de los puntos de vista que priorizan el enfoque sobre el poder o la
hegemonía. Se estudia mucho qué significa ser hombre para el propio hombre, y no tanto
cómo incide en las relaciones entre personas que hemos sido asignadas en diferentes sexos.
Por otro lado, tengo la impresión de que los estudios sobre esta cuestión se están convirtiendo
cada vez más en auto-referenciales. Los estudios sobre masculinidades parten de
presupuestos teóricos construidos en los propios estudios sobre masculinidades, y cada vez
se nutren menos de reflexiones feministas (Azpiazu, 2013).
Estas mismas limitaciones se expresan en el plano del activismo cuando el enfoque relacional
del poder pierde terreno ante la mirada autocentrada. Con una agudeza implacable, Leo
Thiérs Vidal vinculará a estos procesos con el uso de los aportes feministas como herramienta
terapéutica para el propio bienestar (2009). Anoticiados los varones de que el patriarcado
también nos oprime, nos servimos del feminismo con fines egocéntricos, si y sólo si
demuestra ser beneficioso para nosotros mismos, y en el mejor de los casos, y por teoría del
derrame, para nuestro círculo inmediato.
De esta manera, los condicionantes de la socialización en los discursos de la masculinidad
patriarcal nos permiten visualizar los efectos que tienen sobre nuestras propias vidas,
advirtiendo los dolores que se desprenden de estas violencias que nos constituyen. No se trata
de negar ni de subestimar el peso de los mandatos de género para los propios
hombres/varones, generalmente relacionados a la mutilación emocional, la incapacitación
afectiva y comunicacional, la exposición constante a prácticas de riesgo, etc., sino de poder
analizar estos mandatos desde un enfoque que permita contextualizarlos en relaciones
asimétricas de poder respecto a otrxs sujetxs sexuados y generizados, y de no de manera
auto-referencial.
Aún con varias diferencias respecto a su análisis, podríamos recuperar algunas de las
reflexiones de Kaufman para dar cuenta de algunas de las complejidades a tener en cuenta en
estos análisis; “La idea de estas experiencias contradictorias no simplemente sugiere que en la
vida de los hombres se encuentran el dolor y el poder. Tal afirmación ocultaría el carácter
central de su poder y las causas del dolor dentro de ese poder. La clave, en realidad, es la relación
entre los dos” (Kaufman, 1994: 2).
Poder y dolor en las vidas de los hombres/varones, o bien, privilegios y costos de la
masculinidad, particularmente de los hombres cis, presentan una relación paradójica que, de
analizar sólo una de las caras de la moneda, pierde su potencialidad.
De aislar los dolores y costos de la masculinidad de su contraparte, podríamos caer en la
victimización de los varones y en la igualación de nuestros padecimientos respecto a los
vividos por corporalidades feminizadas en el régimen heteropatriarcal, lo cual, sin duda, nos
aleja de la responsabilidad de asumir el cuestionamiento y erradicación de nuestros
privilegios. Al mismo tiempo, nos impediría focalizar la relación paradojal entre ambas caras
de una misma moneda; muchos de los costos de la masculinidad (como por ejemplo, la
incapacidad de preguntarnos por nuestras propias emociones) son aspectos estratégicos para
la conservación de la propia posición privilegiada.
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En términos más concretos, la adquisición de la masculinidad hegemónica (y la mayor parte
de las subordinadas) es un proceso a través del cual los hombres llegan a suprimir toda una
gama de emociones, necesidades y posibilidades, tales como el placer de cuidar de otros, la
receptividad, la empatía y la compasión, experimentadas como inconsistentes con el poder
masculino (…) Paradójicamente, los hombres sufrimos heridas debido a la manera como
hemos aprendido a encarnar y ejercer nuestro poder (Kaufman, 1994: 8).
Poder dar cuenta de estas complejidades, asumir los costos que actuar la masculinidad tiene
para los varones, realizar un análisis interseccional que vincule el género con la clase, la etnia,
la generación y la sexualidad para evaluar cómo se alteran estas relaciones de poder en el
marco de un sistema de opresiones múltiples, realizar análisis situados que intenten reflejar
diversas formas de encarnar la masculinidad, nunca puede ser a costa de invisibilizar los
efectos de la masculinidad opresivos sobre otrxs sujetxs, de abandonar el análisis de la
estructura patriarcal metaestable en la cual se inscriben estas relaciones de poder, de
desplazarse de un enfoque feminista que piensa estas asimetrías de manera relacional, hacia
una mirada neo-masculinista que centra el estudio y el activismo -sobre y de- los varones en
una política de reducción de daños de las propias miserias de la masculinidad.
En relación a las expectativas feministas sobre esta tensión, y a las sospechas resultantes de
los posibles desequilibrios entre los enfoques revisados, June Fernández afirma que “En todo
caso, creo que la credibilidad de los colectivos de hombres por la igualdad depende en gran
medida de que prioricen el trabajo de revisar las actitudes y privilegios de la masculinidad
hegemónica y de cómo intervengan cuando identifiquen que éstas se están reproduciendo en sus
espacios” (June Fernández, 2014).
Otro nudo de tensión, en estrecha vinculación con el anterior, es la integración o autonomía de
los GH/CVs respecto del feminismo en tanto movimiento político, la apelación a sus banderas
e identidad política, así como el grado de articulación o asilamiento respecto a sus
expresiones organizativas.
No viene al caso de este artículo cartografiar la existencia de expresiones tradicionalmente
antifeministas o neomachistas entre los grupos de hombres, pero sí debe quedar en claro que
las hay, y que sobre algunos puntos de agenda tienen un peso creciente: la continuidad de la
penalización del aborto o el creciente lobby de los grupos que promueven la legitimación del
inexistente síndrome de alienación parental (SAP) como mecanismo para hacer retroceder la
protección de niñas, niños, jóvenes y mujeres en casos de violencia son ejemplos de ello.
Desde una orientación emparentada con el movimiento de mujeres y feministas, podemos
rastrear diversidad de expresiones colectivas, activistas, intelectuales, que con matices entre
sí, apelan a categorías como “pro-feministas”, “antisexistas”, “antimachistas”,
“antipatriarcales”, aludiendo de manera más o menos directa a su compromiso con el enfoque
feminista y la transformación de las violencias patriarcales y sexistas. De manera menos
directa, y quizás más vinculada a expresiones institucionales de los feminismos, aparece la
auto-denominación de “igualitarios”.
Lo que será más difícil de hallar, es la reivindicación explícita del feminismo como
autodenominación de estos colectivos. En este sentido, se aluden a diferentes argumentos que
van desde el respeto a un “terreno propio de las mujeres” –muchas veces reclamado por las
mismas mujeres feministas -, a la necesidad de construir discursos propios desde y para los
varones, hasta la imposibilidad de que los varones encarnemos la política feminista en función
de nuestra socialización en la masculinidad. En la mayoría de los casos, estas discusiones
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tienen como telón de fondo el debate sobre el sujeto de la política feminista, lo cual se
encuentra en constante revisión y tensión hacia el interior de las producciones teóricas y
políticas de este movimiento.
Más allá de la autodenominación y configuración identitaria, un aspecto que resulta de
particular interés para el análisis de las políticas desplegadas por estos actores, en la
existencia o no, y en qué grado, de instancias de articulación concreta con las expresiones
organizativas, agendas de lucha y espacios de coordinación de las luchas feministas.
Respecto de este debate hacia el interior del activismo de los GHs, Josextu Riviere Aranda
(2014), de la Red de Hombres por la Igualdad, expresa algunos interrogantes;
El lugar que ocupan los GHxI respecto de los feminismos es un debate interesante, presente
tanto dentro de ellos como en las corrientes feministas. El debate no está en cómo nos
nombramos los GHxI: feministas, igualitarios, anti sexistas… La cuestión es si nuestras ideas,
nuestro “terreno” ideológico, es el feminismo o no. ¿Estamos dentro del feminismo o más bien
en el margen? ¿Nos consideran las organizaciones feministas como “parte de“?, ¿Tenemos que
configurar un espacio propio y fronterizo con aquéllas, estableciendo alianzas puntuales?
Creo que son los feminismos el lugar donde moverse, aprender, crear ideas y alianzas para los
GHxI, aunque considerarnos parte de ellos se me antoja excesivo y prematuro, necesitamos
mucho debate y práctica todavía. Me parece innecesario y poco conveniente crear un espacio
diferenciado donde elaborar discursos y prácticas sobre las masculinidades y la igualdad, un
espacio propio en masculino, como si lo nuestro fuera diferente del ideario feminista sólo por
ser hombres y dirigirnos a los hombres. Así, puesto que hemos de reconocer la importancia de
los discursos feministas y su relación directa con las teorías sobre la masculinidad, ya que
fueron los primeros en ponerla en cuestión desde la acción política, en mi opinión es mejor
que la revisión y deconstrucción de la masculinidad, independientemente del “cuerpo” e
identidad de quien la realice, genere un discurso compartido e integrado en las ideas
feministas (Riviere Aranda, 2014).
Sin desmerecer el debate teórico y político que se encuentra detrás de las políticas de
nominación colectiva, si atendemos al repertorio de prácticas desplegado por estos actores,
debemos señalar que la prioridad, a veces casi exclusiva, de la línea de trabajo vinculada a la
realización de espacios de reflexión de y para varones, muchas veces en desmedro de los
espacios de articulación y encuentro con el movimiento de mujeres y feministas, es a mi
entender, uno de las mayores limitaciones y riesgos de estas experiencias, por abonar al
aislamiento organizativo respecto a las principales protagonistas de estas agendas de lucha, y
por la consecuente endogamia y autocentramiento que esta distancia contribuye a naturalizar
hacia el interior de los GH/CVs. Y no se trata sencillamente de promover un acompañamiento
culposo o altruista de las “luchas de las mujeres” (sic), sino de que es luchando a su lado
donde vamos radicalizando las transformaciones sobre las que reflexionamos en los espacios
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de autoconciencia, y por lo tanto se constituye en condición de posibilidad del cambio que
buscamos encarnar.
Entiendo que es la participación sistemática en espacios de articulación con mujeres y otrxs
sujetxs feministas, la que posibilita el desplazamiento de las miradas masculinistas del mundo
a partir de hacer lugar a los padecimientos de las oprimidas, escuchando sus críticas e
interpelaciones de manera de ir desaprendiendo nuestras masculinidades y generando
complicidades genuinas y cotidianas para hacer de la epistemología feminista una mirada
cotidiana.
Las nociones implícitas y explícitas sobre lo que se entiende por masculinidad; la constitución
de fronteras de género en la apelación o no a determinados sujetos concretos en los discursos
de estos actores colectivos; el grado de vinculación y apropiaciones del enfoque feminista
tanto en el plano reflexivo como práxico, entre otros factores, inciden en la configuración de
los discursos sobre qué hacer con la/s masculinidad/es.
Aún con diversos matices, nos vamos a encontrar con una hegemonía discursiva que tiene a
adjetivar tanto la masculinidad a deconstruir –como “hegemónica” o “tradicional”
principalmente- y hacer lo propio como el modelo o sentido de las masculinidades –
destáquese el uso del plural- a promover – “nuevas”, “alternativas”, “emergentes”. La
apelación al discurso de las “nuevas masculinidades”, aunque difícilmente logremos saber con
precisión de qué trata, es claramente mayoritaria.
Hallo dos limitaciones centrales en la política de adjetivación de la/s masculinidad/es que
quisiera destacar para el debate:
En primer lugar, y en relación al discurso reivindicativo de las “nuevas masculinidades”,
vuelvo a recurrir a las aportaciones de Jokin Azpiazu (2013):
Claro que la masculinidad está cambiando, pero ¿cuándo no? Y, ¿en qué sentido y en qué
contexto está cambiando?, ¿No será la masculinidad de cierta clase social en cierto contexto la
que está cambiando o al menos la que hace visible su cambio?, ¿Son todos los cambios en la
masculinidad “positivos” y “voluntarios”? Estos cambios y novedades que nos son visibles en
lo identitario, ¿en qué medida y cómo afectan a las relaciones entre hombres y mujeres en el
terreno material (reparto de recursos y poderes de todo tipo)? Diría que es posible trazar
formas distintas en las que hombres y mujeres han vivido la masculinidad a lo largo de la
historia, pero sólo en este momento preciso hablamos de “nuevas masculinidades”,
precisamente cuando es el grupo “hegemónico” el que está dando pasos hacia la
transformación consciente del modelo masculino (transformación, que dicho sea de paso,
valoro positivamente). No quisiera por tanto cuestionar la capacidad para vivir la
masculinidad de formas distintas señalada en el término “nuevas masculinidades”. Es su
inflación discursiva lo que me preocupa.
Lo que me interesa destacar en esta extensa apelación a la cita es la necesidad de situar los
análisis en torno a los procesos de transformación de la masculinidad en el marco de una
estructura metaestable de organización social del poder que se encuentra en constante
mutación para garantizar la reproducción de su hegemonía. En ese sentido es que habría que
preguntarnos cuáles son los cambios realmente existentes en las formas de encarnar y
practicar la masculinidad en el contexto del patriarcado capitalista contemporáneo, y qué
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significan estas “novedades” en función de la apuesta feminista a democratizar radicalmente
las relaciones de poder. En síntesis, lo “novedoso” de la masculinidad, en sí mismo, nada nos
dice respecto a su pretendida colisión con las estructuras patriarcales de poder.
En segundo lugar, la política de adjetivación de las masculinidades, bien a deconstruir, bien a
promover, lo que deja casi siempre sin interrogar, y por tanto sin politizar, es la masculinidad
misma.
Entiendo que detrás de esta política discursiva existen obstáculos epistemológicos y teóricos,
con derivas políticas necesarias de problematizar. Sin posibilidad de destinar la extensión que
el debate merece, con estos obstáculos aludo a la teoría sexo/género moderna que en función
de cuestionar el carácter natural y ahistórico de las desigualdades entre mujeres y varones,
puso todo el énfasis de su análisis en el carácter construido del género –en tanto discursos
sociales sobre la feminidad y la masculinidad-, naturalizando y despolitizando la diferencia
sexual que divide a la sociedad en dos categorías sexuales antagónicas y supuestamente
complementarias. Como explica Dorlin;
En las dos últimas décadas las teorías feministas han cuestionado el carácter binario del
sexo(...) Sin embargo, nosotros todavía ni nos hemos planteado en la mayoría de los casos qué
hacer con la masculinidad: ¿reformarla? ¿transformarla? ¿abolirla?. Parece que sentimos más
apego del que pensábamos hacia la masculinidad, seguramente porque de manera consciente
e inconsciente sabemos que los privilegios que nos aporta no están nada mal. Pero aún
cuando hacemos un intento de cuestionar los privilegios no somos capaces de retratar
nuestras vidas y utopías más allá de la masculinidad (sea “nueva” o no). Sin obviar que la
deconstrucción de la feminidad y la masculinidad conlleva consecuencias diferentes a muchos
niveles, deberíamos intentar atender al debate sobre si queremos ser otros hombres, hombres
distintos o simplemente menos hombres.
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En este sentido es que creo que las reconceptualizaciones teóricas son potencialmente
disruptivas de los imaginarios políticos existentes; coincidimos con los feminismos
contemporáneos en que el género precede y produce al sexo, para el caso, que los discursos
sociales sobre la masculinidad producen al hombre/varón en tanto sujeto dominante, devenir
feministas no se tratará de tanto de ser más o verdaderos hombres (sic), es decir, más o
verdaderos sujetos dominantes, sino de abandonar progresivamente la masculinidad, para así
devenir sujetos más libres e iguales.
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Referencias bibliográficas:
Dorlin, E. (2009). Sexo, Género y Sexualidades. Introducción a la teoría feminista. Buenos Aires:
Nueva Visión
Fernández, J. (2014). Los hombres por la igualdad y las feministas, una relación complicad.
Recuperado de http://www.eldiario.es/pikara/hombres-igualdad-feministas-relacion-
complicada_6_267083318.html (Consultado Octubre 2014).
Kaufman, M. (2008). Los hombres, el feminismo y las experiencias contradictorias del poder
entre los hombres. Recuperado de http://www.michaelkaufman.com/wp-
content/uploads/2008/12/los-hombres-el-feminismo-y-las-experiences-contradictorias-del-
poder-entre-los-hombres.pdf (Consultado Octubre 2014).
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