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BLOQUE 4- ESI.

(material de estudios)

1. Por qué estudiar y discutir masculinidades en el marco de la ESI

Las masculinidades merecen un módulo propio en un curso universitario sobre Educación


Sexual Integral (ESI) orientado a un público amplio. Suena fuerte, categórico, “masculino”,
pero a lo que apunto es a que las masculinidades han adquirido rango no sólo como objeto
de reflexión intelectual, sino también como eje de debate en la Argentina contemporánea (y,
como veremos, más allá de estas fronteras).

Dentro de los ámbitos de trabajo o estudio, en partidos políticos, movimientos sociales o


sindicatos, en las parejas y con los grupos de amigos (incluso aquellos exclusivos de
varones), discutimos qué tipo de varones somos, cuáles queremos dejar de ser y cómo
pueden producirse estos cambios. La masculinidad se encuentra en estado de ebullición y
exige una deliberación permanente.

En el ámbito de las políticas públicas también se comienza a reflexionar sobre la condición


genérica de sus destinatarios cuando éstos son varones (es decir, sobre su experiencia
generizada). Si en un principio, políticas que se presentaban como universalistas en realidad
tácitamente tenían como población objetivo a los varones (como explicaremos, a ciertos
varones1), la introducción de un enfoque de género permitió pensar diferencias
significativas sobre estrategias de intervención y tipos de impacto en base al género de las
personas a alcanzar. A la inversa, políticas públicas que en otro momento hubiesen sido
impensables hoy ponen el foco en la condición generizada de los varones: la campaña
ciudadana PATERNAR propone la ampliación de la licencia por paternidad como un modo
de fomentar un mayor involucramiento de los varones (y otras personas no gestantes) en las
tareas de cuidados de recién nacidxs, y así rebalancear arreglos domésticos históricamente
desiguales.

La pretensión de universalismo propia de muchas políticas públicas, que ocultaba que su


sujeto implícito eran los varones, también atravesaba la producción de conocimiento
científico:

Cuando comenzó la investigación contemporánea sobre las masculinidades, el análisis


feminista ya había demostrado que casi todo discurso académico correspondía (…) a los
“estudios del hombre”: es decir, que era una forma de conocimiento construido
abrumadoramente por hombres que priorizaba los intereses y las perspectivas de estos y
marginaba los de las mujeres. Pero esa forma de conocimiento no consideraba a los
hombres como portadores de género. En realidad, uno de los tropos más comunes de las
humanidades, las ciencias sociales y hasta las ciencias biomédicas consistía en considerar
al “hombre” como la norma, como la representación universal. De esta manera, se trataba
a los hombres como si no participaran del género, y el concepto “género” significaba
“mujeres”. (Connell, 2019: 139; el destacado es mío)

Así, en una primera etapa del impacto del feminismo sobre discursos académicos y políticas
públicas (durante el siglo XX), sólo las mujeres “tuvieron género”. En ese momento,
considerar la dimensión de género era sinónimo de trabajar con y para mujeres,
contemplando sus circunstancias, necesidades o demandas específicas en tanto tales.
En la terminología de los organismos internacionales (como la Organización de las
Naciones Unidas y sus múltiples agencias –PNUD, UNFPA, UNIFEM, etc.-) y de las
instancias estatales nacionales, provinciales y municipales, el desplazamiento fue:

Los títulos de los documentos y las conferencias internacionales, los nombres de las
secretarías y ministerios en los distintos niveles estatales, los espacios dedicados a la
temática dentro de las organizaciones, han ido cambiando en este sentido. La intención
declarada al modificar estos términos (pasar de “Secretaria de la mujer” a “Secretaría
de género y diversidades” en un sindicato, por ejemplo) ha sido ampliar su rango de acción
hacia otros grupos e incluso contemplar la heterogeneidad dentro de los mismos (de ahí el
hablar de las mujeres, y ya no de la mujer en singular).

Pese a estas ampliaciones significativas, el alcance a la hora de hablar de género seguía


(sigue) presentando algunos límites: el “género” suele estar asociado con “mujeres” y, a lo
sumo, con identidades sexo-genéricas disidentes (gays, lesbianas, bisexuales, trans,
travestis, entre otras).

Al pensar y hablar sobre “género”, los varones cisgénero2 (cuando la identidad de género
de una persona coincide con el sexo asignado al nacer) y heterosexuales, seguían sin
aparecer en escena. Eran el otro implícito en la agenda de género, un sujeto omnipresente
pero no visibilizado.

En toda declaración sobre las desventajas que padecen las mujeres existe una comparación
implícita con los hombres como miembros del grupo privilegiado. En discusiones sobre
violencia contra las mujeres, está implícito, y a veces explícito, que los hombres son los
perpetradores. (…) Cuando los hombres sólo están presentes como categoría de fondo en
los discursos políticos sobre mujeres, es difícil plantear cuestiones sobre los intereses, los
problemas o la diversidad de hombres y niños. (Connell, 2019: 87; el destacado es mío)

¿Qué sucedió para que los varones, en tanto sujetos generizados, conciten atención como
objeto de reflexión, debate e intervenciones políticas, educativas y sanitarias? A nivel
internacional, Amuchástegui (2001), Nuñez (2016) y Connell (2019) identifican una serie
de factores, entre los que los feminismos académicos y políticos juegan un rol central:

En la medida en que el feminismo creó las condiciones sociocognitivas para pensar en las
mujeres y su posición en la organización social como identidades sociales e históricas (“las
mujeres no nacen, se hacen”) y no destinos naturales, también creó la posibilidad de pensar
en los hombres y su masculinidad como construcciones socioculturales e históricas. El
concepto género fue fundamental en ese proceso. Es por eso que los estudios de género de
los hombres y las masculinidades hunden su raíz más profunda en el feminismo. (Nuñez,
2016: 14)

La principal consecuencia científica del movimiento de liberación de las mujeres fue el


desarrollo de los estudios de la mujer como disciplina académica. Pero ello abrió
simultáneamente una vía para el estudio de los hombres en cuanto participantes en las
relaciones de género. (Connell, 2019: 139)

Para ver qué sucede en Argentina, propongo una hipótesis de corte histórico que explica el
actual interés alrededor de los varones y las masculinidades, tanto en el ámbito académico y
educativo en general, como en el del activismo y las políticas públicas por la igualdad de
género.

En la actualidad en nuestro país, hay un clima social y político de cuestionamiento


extendido y sistemático a la desigualdad y la violencia de género. Esto ha sido generado
principalmente por el reconocimiento público de la diversidad sexual, la sanción legal de
derechos sexuales y reproductivos3 y las reacciones sociales y políticas contra la violencia
de género, de renovada fuerza a partir de la primera concentración del Ni Una Menos, en
2015. Si bien este clima no es homogéneo entre las distintas regiones del país, ni entre
diferentes generaciones, lo cierto es que ha ido ganando más espacio en instituciones,
organizaciones y en la esfera pública, con significativas repercusiones en nuestra vida
cotidiana y vínculos interpersonales (en ámbitos laborales, de estudio, de militancia,
familiares, de pareja, etc.).

Sostener esta hipótesis no significa sugerir que “todo comenzó con el Ni Una Menos” o, a
lo sumo, en los años 2000, con la sanción de la secuencia de leyes sobre derechos sexuales
y reproductivos que consigné. Hay una larga tradición de lucha y organización de los
movimientos de mujeres, feministas y de la disidencia sexual en Argentina (al menos, desde
inicios de la década de 1970), que antecede y en buena medida ayudar a explicar las bases
para la posterior masificación de estos movimientos (en esta nota al pie recomiendo algunos
textos cuya lectura dan cuenta de esta larga historia de los feminismos y disidencias en
nuestro país4).
Lo que quiero subrayar es que a partir de 2015 se ven potenciados y masificados los
cuestionamientos hacia la desigualdad y la violencia de género. Más personas y desde
perfiles heterogéneos los plantean, con más fuerza, en espacios cada vez más diversos (a
modo de ejemplo, muchas organizaciones religiosas han sido permeadas por estas
demandas y comienzan a enarbolar una agenda feminista sin renunciar a su fe 5).

Esta secuencia histórica amplió las críticas hacia –y las inquietudes de- muchos varones
alrededor de nuestra condición generizada. Mujeres cisgénero, personas trans, varones no
heterosexuales y otrxs que han renunciado a la identidad de “varones” (desplazándose a
categorías como “marica” o “no binarie”), echaron luz sobre los privilegios que los varones
cis-hetero tenemos por el solo hecho de serlo y las violencias que ejercemos o de las que
somos cómplices en tanto varones.

Este movimiento que hoy se vive en Argentina con intensidad y rasgos históricos
singulares, comparte algunos factores que lo impulsan con lo sucedido en el mundo
anglosajón un tiempo atrás. Para explicar el interés por el estudio de la masculinidad y el
trabajo con hombres a nivel internacional, la investigadora mexicana Ana Amuchástegui
señala:

o Las transformaciones que el movimiento feminista norteamericano e inglés


trajo tanto en la academia como en las relaciones de pareja durante las
décadas de los setenta y ochenta, que incitaron a algunos hombres a
reflexionar sobre su participación en la desigualdad de género.
o El surgimiento del movimiento homosexual y los estudios gay, así como la
necesidad de criticar la homofobia. (Amuchástegui, 2001: 106)

Con un movimiento de mujeres y feministas organizadas cada más masivo y heterogéneo en


la Argentina, y un activismo de la diversidad sexual reconocido por sus logros políticos
recientes, distintos espacios por los que transitaba como varón cis-hetero se volvieron
laboratorios de experimentación y escenarios de fricción para las relaciones de género.

En el trabajo, en escuelas y universidades, en la militancia, en la pareja, en la familia,


surgen con fuerza interpelaciones para mí y para otros varones. Escuchamos, sorprendidos y
desconcertados, una larga lista de cuestionamientos silenciada o dicha en voz baja durante
mucho tiempo. Los libros sobre masculinidades más recientes, como Hombres justos. Del
patriarcado a las nuevas masculinidades, de Ivan Jablonka (2020), registran esta sensación
de avance del feminismo desde la perspectiva de los varones en su vida cotidiana,
sintetizada en la expresión “Ya no se puede hacer nada”. ¿No se puede hacer nada?

2. La demanda epocal de trabajar y hablar sobre masculinidades

A fines de 2018, un grupo federal de activistas, decisores e investigadores de sostenida


trayectoria sobre el tema lanza el Instituto de Masculinidades y Cambio Social en
Argentina. La creación del Instituto fue un síntoma de que la agenda de masculinidades y el
trabajo con varones, desde un enfoque feminista, emergían con fuerza en el escenario
político y académico local.

Su página web permite observar la cantidad y diversidad de trabajo articulado con distintas
agencias estatales (municipales, provinciales y nacionales), organizaciones no
gubernamentales, organismos internacionales e instituciones educativas. Les recomiendo
que la recorran, dado que también tiene muchos recursos pedagógicos, escritos y
audiovisuales:

Ingresar al sitio: Instituto de Masculinidades y Cambio Social


Posiblemente por primera vez en Argentina, las masculinidades importan como objeto de
discusión pública e intervención política (vale decir que los varones siempre importamos –
para el Estado, para el mercado, etc.-, aunque nuestra condición generizada estuviese
naturalizada y, por lo tanto, invisibilizada).

En términos de una discusión extendida, vale la pena resaltar las numerosas publicaciones
recientes que incluyen la expresión “masculinidad/es” o “varones” en su título. Sólo en el
último año, en Argentina se publicaron al menos cinco libros sobre el tema, desde enfoques
muy diversos entre sí: Hombres justos. Del patriarcado a las nuevas masculinidades (2020)
de Ivan Jablonka, El fin de la masculinidad. Cómo amar en el siglo XXI (2020) de Luciano
Lutereau, La ira de los varones (2021) de Sergio Sinay, La ilusión masculina (2021) de
Sebastián Fonseca y La masculinidad incomodada (2021) compilado por Luciano Fabbri. El
primero es un trabajo de un historiador francés, a mitad de camino entre ensayo
historiográfico y manifiesto político, pero su rápida traducción (la publicación original es de
2019) refleja la percepción editorial de que se trata de un tema que resulta atractivo en el
contexto local. Los cuatro restantes, de autorxs argentinxs, van desde el ensayo
psicoanalítico y de otras vertientes psi, a un texto más auto-biográfico y otro de análisis
desde las ciencias sociales y el activismo de varones. Más allá de mi valoración sobre la
calidad y los aportes de cada uno, su publicación en tan corto tiempo (con mucha
repercusión en medios tradicionales y digitales) es sintomática de un interés por enunciar y
discutir sobre varones y masculinidades en nuestro país.
Esta irrupción de la agenda sobre masculinidades en Argentina no se limita a un debate
intelectual público. También se plasmó en un reconocimiento estatal de mayor nivel,
cuando en diciembre de 2019 el recientemente creado Ministerio de las Mujeres, Políticas
de Género y Diversidad Sexual de la Provincia de Buenos Aires decidió incluir
una Dirección de Promoción de Masculinidades para la Igualdad de Género.

Este reconocimiento ministerial ha sido simultáneo al crecimiento numérico y la mayor


visibilización de los espacios con trabajo en esta agenda (sobre todo en relación con el
ejercicio de violencia). Según un relevamiento realizado en 2020, el primer mapa de
experiencias de trabajo con varones y masculinidades en Argentina registró: 82
organizaciones que trabajan con varones y masculinidades; 59 espacios de atención a
varones que han ejercido violencia, sean gubernamentales o no; y 67 experiencias
institucionales sobre masculinidades en el sector público.

¿Por qué dedico un espacio para presentar estas coordenadas políticas e intelectuales?
Porque para entender el recorrido teórico de este módulo es fundamental situarlo en un
contexto histórico que posibilita hablar sobre masculinidades y que lo torna un eje relevante
para la Educación Sexual Integral. Sigamos.

En paralelo a estos procesos de expansión e institucionalización del trabajo con varones en


Argentina, en los últimos 3 años comencé a ser convocado por sindicatos, gobiernos
provinciales, organismos del poder judicial, partidos políticos, agrupaciones estudiantiles,
ONG y espacios universitarios específicamente para hablar sobre masculinidades. Sea en el
lanzamiento de una secretaría de género o para una capacitación por la Ley Micaela 6, para
este vasto espectro institucional y organizacional resultaba importante contemplar una
intervención sobre masculinidades. La intención que parece atravesar estas invitaciones es
que al llevar adelante una actividad sobre “género” no se trate solo de “mujeres”, ni como
únicas destinatarias de las iniciativas, ni como sus promotoras exclusivas (vale decir que la
mayoría de las veces las organizadoras eran todas mujeres, así como buena parte de la
audiencia).

En síntesis, me animo a decir que hay una demanda epocal: que un varón hable acerca de
masculinidades, para que otros varones (sobre todo, cis-hetero) escuchen lo que el
feminismo tiene para decirles (y muchas mujeres ya escucharon).

Dicho esto, me gustaría hacer dos aclaraciones. Primero, no creo que hablar sobre
masculinidades sea sólo “cosa de varones”. Dado el carácter relacional del género (y la
necesidad de interactuar cotidianamente entre mujeres, varones e, incluso, otras identidades
sexo-genéricas), el interés por el tema nos excede y trasciende a los varones cis-hetero, y
creo fuertemente en que el diálogo se enriquece cuando se diversifica el perfil de lxs
participantes (de ahí que no me guste mucho participar de espacios donde varones solo nos
hablamos entre varones acerca de la masculinidad –“demasiado too much”, diría mi amigo
Ernesto). Segundo, no siempre se logra el objetivo de interpelar a los varones mediante
estas convocatorias que están orientadas a ellos. Paradójicamente (o no tanto, como
veremos), en muchas de estas instancias de diálogo o capacitación, el público está
compuesto mayoritariamente por mujeres (o por personas que han tomado distancia de la
identidad de “varones”), interesadas en la transformación de aquellos varones con quienes
interactúan.

Y así llegó a preparar y dictar este módulo sobre Masculinidades en la Educación Sexual
Integral (ESI), una etiqueta que ha demostrado su potencia desde la sanción de la ley en
2006. La ESI amplía y apunta a garantizar derechos, pero también es promesa de libertades
no condicionadas por desigualdades ni amenazadas por violencias. Ante semejante
promesa, ¿cómo no vamos a hablar de masculinidades?

3. La masculinidad (en singular)

Para hablar de la noción de masculinidad es necesario empezar por las categorías de sexo y
género.

A finales del siglo XVIII (…) la naturaleza sexual cambió. (…) Hacia 1800, escritores de
toda índole se mostraron decididos a basar lo que insistían en considerar diferencias
fundamentales entre los sexos masculino y femenino, o lo que es lo mismo, entre hombre y
mujer, en distinciones biológicas observables y a expresarlas con una retórica radicalmente
diferente. De este modo, el viejo modelo, en el que hombres y mujeres se ordenaban según
su grado de perfección metafísica, su calor vital, a lo largo de un eje de carácter masculino
[modelo de un sexo], dio paso a finales del siglo XVIII a nuevo modelo de dimorfismo
radical, de divergencia biológica [modelo de dos sexos]. (Laqueur, 1994: 22-24)

Este “modelo de dos sexos” al que alude el maravilloso libro de Thomas Laqueur, La
construcción del sexo. Cuerpo y género desde los griegos hasta Freud, ha funcionado como
base natural del orden de género contemporáneo. Hasta fines de la década de 1960, los
estudios del varón y de la mujer estaban unidos a un paradigma derivado de los
antecedentes mecanicistas del siglo XIX. “Lo más ubicuo era la noción de tipos genéricos,
un Hombre Universal opuesto a una Mujer Universal, una simetría sexual supuestamente
derivada de dualismos obvios en la biología y la psicología” (Gilmore, 1994: 31-2).

En la década de 1970, las ciencias sociales y las humanidades comienzan a reapropiarse de


la noción de género de las disciplinas bio-médicas y psi7. Las definiciones más extendidas
del género en estos nuevos campos de conocimiento lo piensan como una construcción
histórica (sea identidad, rol, estructura) en base al sexo biológico.

En un texto ya clásico, la historiadora norteamericana Joan W. Scott define: “El género es


un elemento constitutivo de las relaciones sociales basadas en las diferencias que distinguen
los sexos” (1996: 289). En una línea similar, la antropóloga mexicana Marta Lamas afirma:

[Con] la distinción sexo/género (…) se puede enfrentar los argumentos biologicistas. Ya no


se puede aceptar que las mujeres sean ‘por naturaleza’ (o sea, en función de su anatomía, de
su sexo) lo que la cultura designa como ‘femeninas’: pasivas, vulnerables, etcétera; se tiene
que reconocer que las características llamadas ‘femeninas’ (valores, deseos,
comportamientos) se asumen mediante un complejo proceso individual y social: el proceso
de adquisición del género. (1996: 111)

Ambos textos, publicados originalmente en 1986, son muy citados en los programas de
estudio y la producción latinoamericana contemporánea. 35 años más tarde, configuran una
suerte de sentido común alrededor de la idea de género en los ámbitos universitarios y en
espacios de militancia feminista, pese a que este tipo de definiciones ha sido fuertemente
cuestionado en el debate académico a partir del mencionado libro de Laqueur y de El
género en disputa de Judith Butler, ambos publicados originalmente en 1990.

Una constante en planteos como el de Scott y Lamas (insisto, muy extendidos), es que el
género queda del lado de la cultura y el sexo del lado de la naturaleza.
Para el campo de las masculinidades, un ejemplo de este tipo de definiciones lo ofrece el
trabajo pionero del antropólogo británico David Gilmore, publicado originalmente en 1990,
un estudio retrospectivo e intercultural de la virilidad y la masculinidad:

Este libro trata de la manera en que la gente de diferentes culturas concibe y experimenta la
masculinidad, que por el momento definiré como la forma aceptada de ser un varón adulto
en una sociedad concreta. Y, más específicamente, trata de (…) por qué tantas sociedades
elaboran una elusiva imagen exclusivista de la masculinidad mediante aprobaciones
culturales, ritos o pruebas de aptitudes y resistencia. (1994: 15; el destacado es mío)

Su trabajo comparativo sobre qué se entiende por virilidad en diferentes culturas descansa
en una versión sofisticada de la idea de masculinidad en singular que quiero presentar en
este apartado. Digo sofisticada porque no cae en esencialismos de tipo biológico ni tampoco
universalismos atemporales: “El género (como norma cultural) es una categoría simbólica.
Y como tal tiene fuertes connotaciones morales y es, por lo tanto, culturalmente relativo y
potencialmente susceptible de cambios” (ídem: 33).

Sin embargo, Gilmore continúa planteando un vínculo lineal entre sexo biológico y
constructo cultural (aunque este último difiera entre sociedades), dando por hecho que sólo
los machos “anatómicos” pueden llegar a encarnar la virilidad:

La regularidad que ahora me interesa es la forma, a menudo dramática, en que las culturas
elaboran una masculinidad apropiada, la presentación, o «representación», del papel del
varón. Y en particular, aparece una y otra vez la idea de que la verdadera virilidad es
diferente de la simple masculinidad anatómica, de que no es una condición natural que se
produce espontáneamente por una maduración biológica, sino un estado precario o artificial
que los muchachos deben conquistar con mucha dificultad. (…) Para ser un hombre en la
mayoría de las sociedades que examinamos, uno debe preñar a la mujer, proteger a los que
dependen de él y mantener a los familiares. (…) Así, aunque no exista un «varón
universal», tal vez podamos hablar de un «varón omnipresente» basado en estos criterios de
actuación. Podríamos bautizar a ese personaje casi global como «El varón preñador-
protector-proveedor». (Gilmore, 1994: 22 y 217)

Esta operación teórica que asocia automáticamente “macho/varón/masculinidad” suele


funcionar a nivel de sentido común, pero también en mucha producción académica. El
efecto es lo que el investigador y activista argentino Luciano Fabbri llama la despolitización
del concepto “varón”, “que no sería comprendido como una construcción socio-histórica
sino como el ‘sexo biológico macho’ (en tanto dato de la naturaleza) al cual se le atribuirá la
masculinidad como constructo socio-cultural” (Fabbri, 2019: 51). En este mismo punto se
detiene el sociólogo mexicano Guillermo Nuñez, para señalar el automatismo irreflexivo
que atraviesa la asignación de la categoría “varón”, sin detenerse a analizar esta adscripción
de identidad:

La masculinidad y la hombría no tienen un significado fijo ni trascendente, sino que


participan de una disputa social, al nivel de la significación en los diferentes contextos
sociales e históricos. Si este planteamiento se asume por lo general para el término
“masculinidad”, no siempre se hace para el término “hombre”, que, a menudo, en los
propios estudios de género de los hombres aparece como un término obvio, evidente por sí
mismo; así, por ejemplo, se estudia algún aspecto de la vida de un grupo de sujetos hombres
(por decir, el desempleo), sin que se analice esta adscripción de identidad y sus significados
en el sujeto mismo. Quién es hombre y quién no es hombre. (2016: 20-21; el destacado es
propio)
Hagamos una pausa. Sé que ya introduje varios conceptos y autorxs, y esto
involuntariamente puede resultar un poco abrumador. No es mi intención sobrecargar de
referencias esta presentación, sino que sólo trato de sintetizar un recorrido que nos permita
entender cómo se instaló una noción de masculinidad que aún funciona en muchos
discursos e interacciones cotidianas, ¡pero que tiene muchos problemas! Sigamos.

Esta idea de que el género es un constructo socio-cultural sobre la base del sexo biológico
subyace a distintas definiciones de masculinidad en singular ofrecidas por la literatura
especializada. Clatterbaugh (1998) y Amuchástegui (2001) hacen una revisión crítica, y
señalan que esta literatura suele ofrecer dos tipos de definiciones:

 La masculinidad está constituida por las conductas y actitudes que diferencian a los
hombres de las mujeres.
 La masculinidad está constituida por estereotipos y normas acerca de lo que los
hombres son y/o deben ser.

La primera definición está basada en un criterio estadístico y conductual, que:

 Ignora la importancia de la construcción de significados sociales del género, pues se


basa exclusivamente en conductas (y recordemos que dos conductas sensorialmente
similares pueden tener significados sociales muy distintos entre sí –como lo saben
quienes han confundido un tic nervioso con un guiño cómplice).
 Confunde sexo con género al unir en la misma definición a la masculinidad y los
hombres (lo que Fabbri llama la despolitización del concepto “varón”).

Amuchástegui se detiene en la segunda definición frecuente de masculinidad:

La investigación ha demostrado una y otra vez no sólo que los estereotipos y las normas de
género son inconsistentes en sí mismas, sino que las prácticas de las personas rara vez se
ajustan a ellas, de modo que si pretendemos investigar bajo esta concepción, corremos el
riesgo de negar las diferencias y las inconsistencias de la experiencia de ser hombre. (2001:
116; el destacado es mío)

Ahora bien, los problemas de este tipo de definiciones de masculinidad no son sólo en tanto
herramientas analíticas para la investigación, sino también como conceptos orientadores de
nuestras intervenciones educativas. Aunque estemos cargadxs con las mejores intenciones,
si trabajamos en base a nociones de masculinidad cuyos presupuestos no hemos revisado,
posiblemente generemos algunas consecuencias no intencionadas. Veamos a qué me
refiero.

Según Guillermo Nuñez (2004), la socialización de humanos machos en el modelo social de


“ser hombre” constituye una experiencia social particular “de ser hombre” que condiciona
“un punto de vista” (el male standpoint), una visión del mundo, una posición epistémica que
de múltiples maneras excluye a las mujeres del conocimiento. Esto significa que incluso
reconociendo el carácter socialmente construido de “ser hombre”, es decir, partiendo de una
noción de género similar a la de Scott y Lamas, esta posición constructivista es discutible en
varios sentidos:

1) Si bien considera que el “ser hombre” es una construcción social, la relación entre los
humanos machos y el “ser hombre” no es problematizada, como si el concepto “hombre”
fuera transparente, claro por sí mismo; 2) establece la relación entre “el ser hombre” y “el
tener un punto de vista del hombre” a partir de concebir la “experiencia” (de la
socialización masculina) como una realidad homogénea y coherente, sin asumir el carácter
heterogéneo no sólo de la socialización de los varones, sino de la significación de las
experiencias por parte de los propios sujetos socializados; 3) esta concepción de la
“experiencia” sostiene un concepto (el de “punto de vista de los hombres”) que involucra
una concepción homogeneizadora de los “hombres” sobre su propia capacidad de entender,
conocer y, es de esperarse, actuar en el mundo. (Nuñez, 2004: 20)

Sin embargo, los problemas de este tipo de definiciones no son sólo epistemológicos. En
términos éticos y políticos, el orden sexo-genérico que asocia de manera automática “macho
biológico” y “varón” invisibiliza y/o violenta otras experiencias corporales e identitarias
que también encarnan formas de masculinidad, como las de los varones trans8 o las
lesbianas masculinas (butch)9.

El sujeto hegemónico -y por tanto tácito- de los discursos sobre la masculinidad, será el
varón cisgénero y heterosexual.
(Fabbri, 2019: 51)

Es legítimo (volver a) preguntarse por qué les propongo que nos detengamos en estas
críticas, si no se trata de un paper académico. Creo que vale la pena porque muchas
intervenciones educativas pueden estar reproduciendo nociones de masculinidad que
excluyen experiencias corporales e identitarias que trascienden y desbordan a las de los
varones cis-género y heterosexuales. La idea “del punto de vista de los hombres”, que
tácitamente puede atravesar los discursos sobre masculinidades en el ámbito educativo, no
puede dar cuenta la diversidad de los propios “hombres”. Estas exclusiones suponen
violencias epistémicas y no están desconectadas de otros tipos de violencias a las que se
somete a sujetos disidentes de los cánones de masculinidad.

En nuestras aulas hay “marimachos”, “chonguitas”, “maricas” (entre otras expresiones de


jerga nativa), “no binaries” y otras personas que habiendo sido identificadas como varones
al nacer han hecho un corrimiento subjetivo de esa categoría. No tener las herramientas
intelectuales para pensar al respecto y eventualmente acompañar esos procesos puede
significar formas de violencia, en ocasiones, involuntarias y no conscientes. También nos
limita a la hora de pensar otras formas de masculinidades posibles, incluso para presentar a
los varones cis-hetero.

4. Las masculinidades (en plural)


Los avances teóricos y políticos de los feminismos y las disidencias sexuales
impactaron en las reflexiones, deseos y demandas de algunos varones. Estos procesos de
reflexión personal y discusión política llevaron a contraponer a la masculinidad, como
parámetro unívoco y escasamente problematizado de ser varón, la idea de las
masculinidades.

Plantear la existencia de “masculinidades plurales” y la deseabilidad de “nuevas


masculinidades” activó un campo de estudio y acción para cuestionar (y cuestionarse)
experiencias de ser hombre que producían dolor y malestar, a los propios varones y a
sus entornos familiares, laborales, educativos, comunitarios, entre otros. Como afirma la
ensayista afroamericana bell hooks, una de las principales promotoras de la inclusión de
varones dentro del feminismo:

Hombres con dolor, en crisis, están llamando. (…) Cuando escuchamos sus historias,
oímos que ellos quieren estar mejor y que no saben cómo hacerlo. (…) El trabajo de
recuperación emocional de varones, de formar intimidad y construir comunidad nunca
puede hacerse solo. (hooks, 2004: 187)

La bibliografía académica y otra literatura especializada (como la de auto-ayuda o la


narrativa de ficción) se hicieron eco de esta pluralización de las masculinidades, sea
como el descubrimiento de un panorama que ya existía (en sentido estricto, nunca hubo
una sola forma de ser varón), sea como intención político-pedagógica (en una apuesta
por diversificar las posibles formas de serlo).

Un buen ejemplo es este recurso audiovisual para promover las nuevas masculinidades
desde la infancia:

Flow de Masculinidades: ¡Nuevas masculinidades! para niñxs de 10 a 14 años:

Se trata de un recurso pedagógico que, en sus imágenes y en su letra, refleja que:

Existe una distancia entre esos seres a los que se les conmina a llamarse a sí mismos
“hombres” y que son socializados bajo estas concepciones de género, y las concepciones de
género dominantes, que trazan el “deber ser” de “los hombres”. El drama de esta distancia
es el de la condición de “los hombres” como sujetos genéricos en una sociedad patriarcal.
(Nuñez, 2004: 28)

Ahora bien, una primera definición constructivista, sencilla, es entender que “las
masculinidades son patrones de prácticas de género construidos socialmente, que se crean a
través de un proceso histórico con dimensión internacional” (Connell, 2019: 86). Prácticas,
construcción e historicidad social dan cuenta de algo que escapa al orden de lo natural, lo
ahistórico y lo universal.

Esta socióloga australiana, Raewyn Connell, luego de un largo recorrido como referencia
del campo de estudios sobre masculinidades, en uno de sus trabajos más recientes llega a
tres conclusiones para pensar la cuestión:

 La gran diversidad de masculinidades que están en construcción al mismo tiempo en


un solo territorio nacional. La realidad del género poscolonial (como la de nuestro
país y el resto de la región) no puede ser capturada por modelos generalizadores de
hombría “tradicional” contra “moderna”.
 La relación íntima entre la creación de masculinidades y las continuas
transformaciones de la sociedad como un todo. El género no se cuece aparte. El
género está entretejido con la cambiante estructura de poder, las modificaciones en
la economía, el movimiento de las poblaciones.
 El carácter inherentemente colectivo de estos procesos. No son comprensibles
mediante el individualismo metodológico o un enfoque en la identidad como
aspecto del individuo. Incluso los testimonios de los individuos son importantes
porque documentan la experiencia común de grupos. (Connell, 2019: 31)

Pensemos esto para nuestras coordenadas. No hay una sola masculinidad argentina, ni
tampoco nos sirve demasiado la oposición “tradicional” versus “moderna” para analizar la
pluralidad de masculinidades existentes en nuestro contexto nacional. ¿Es lo mismo un
adolescente de un paraje rural de Jujuy, que uno de los barrios céntricos de Buenos Aires?
Incluso reconociendo sus diferencias, ¿no sería reduccionista pensar al primero
simplemente como portador de una masculinidad “tradicional” y al segundo con una
“moderna”? ¿Qué factores acercan sus experiencias y cuáles las diferencian? A su vez, ¿qué
marcas generacionales presentan las masculinidades, por ejemplo, en una misma familia?
(nuestros abuelos, padres, hijos o sobrinos –si los tenemos-, ¿qué formas de masculinidad
encarnaron en el tiempo que les tocó vivir?).
Esto nos lleva a pensar cómo los cambios en la sociedad argentina, por ejemplo, en la
estructura económica y de empleo, necesariamente van a incidir en las masculinidades: mi
viejo tuvo un solo empleo principal durante toda su vida, pero a diferencia de su padre (mi
abuelo) no era el único proveedor económico de la familia; yo tengo múltiples empleos y un
divorcio me ha devuelto a ser único ingreso, en este caso, de un hogar monoparental.
¿Cuáles serán las masculinidades modeladas por las nuevas coordenadas económicas,
sociales, culturales, tecnológicas en las próximas generaciones? (por el ejemplo, ¿qué tipo
de incidencia tendrá el uso de redes sociales y apps de citas en la configuración de las
relaciones sexo-afectivas?).

A su vez, el impacto cultural y político del feminismo y las disidencias sexuales en las
relaciones de género en distintos ámbitos han llevado a disputar el sentido de la propia
categoría “varón” y los significados asociados a la masculinidad. Personas a las que se las
ha clasificado como “varón” por su sexo biológico masculino al nacer, hacen pública su
renuncia o corrimiento de esa identificación, mientras que otras que “nacieron mujeres”
(según la asignación médica y el consecuente registro documental) construyen identidades
masculinas (y, ley de identidad de género mediante, incluso pueden cambiar su
documentación).

¿Cómo todas estas transformaciones macro-estructurales no van a incidir de manera


significativa en nuestras formas de ser varones hoy?

La masculinidad, entonces, ya no puede ser pensada ni como un atributo exclusivo de los


machos biológicos, ni como un destino único e inexorable de los varones cis. Las
masculinidades, descubrimos, eran y son plurales, y están enmarcadas en dinámicas
históricas de mayor envergadura.

En el proceso de descubrimiento de esta pluralidad jugaron un papel central las


investigaciones en ciencias sociales, en lo que Connell llama “el momento etnográfico”:
Durante los 20 años posteriores a 1985, (…) se multiplicaron nuevos estudios cuantitativos
en psicología social basados en escalas de masculinidad/feminidad, y se produjeron nuevas
escalas de masculinidad. Apareció una historiografía de mayor calidad, fundamentada en
minuciosos análisis documentales. Se multiplicaron asimismo los estudios que abordaban
historias de vida de hombres en ocupaciones o contextos sociales específicos. También se
incrementaron los textos etnográficos basados en la observación participante de
comunidades o localidades específicas. (…) Surgieron y se expandieron estudios sobre
paternidad, violencia masculina, masculinidad militar y masculinidad organizacional y
directiva. (Connell, 2019: 140-141)

Estas investigaciones fueron muy importantes para superar la tendencia de la literatura


popular –sobre todo de la psicología pop, de la que el mencionado libro de Lutereau es un
claro ejemplo- a tratar a los “hombres” como si fueran un grupo homogéneo, y la
masculinidad como si fuera una entidad fija y ahistórica.

Amén de constituirse como un campo específico de conocimiento, “las masculinidades”


fueron reconocidas como plurales en discusiones y representaciones públicas que
trascendían los límites del ámbito académico. El mundo publicitario, rápido para captar y a
su vez producir tendencias, se hacía eco de esta heterogeneidad:

 Si por un lado presentaba una figura icónica del “tipo duro” para promocionar el
consumo de cigarrillos, el Malboro Man,
 En contraposición, la marca de gaseosas Sprite ya en 2008 jugaba con un padre
tierno con la voluntad incluso de “travestirse” para aceptar los juegos propuestos
por su hija.

Esta pluralidad no siempre es mera coexistencia: una misma marca puede decidir variar las
imágenes de masculinidad con las que asocia su producto, siendo sensible a los cambios de
clima de época.

Veamos cómo lo hace la bebida alcohólica Gancia, con dos publicidades, una de 2001 y otra de
2019:

Publicidad GANCIA Galgos 2001 vs Publicidad GANCIA 2018 Mezclados.

Para terminar de sepultar una noción de masculinidad en singular, sin matices suficientes
para el análisis e ineficaz para movilizar hacia el cambio, la estrategia político-pedagógica
ha sido “la adopción abusiva del concepto de ‘masculinidad hegemónica’, y en oposición al
mismo, las masculinidades plurales o nuevas masculinidades” (Fabbri, 2019: 52).

5. La masculinidad hegemónica

El concepto de masculinidad hegemónica fue propuesto por Raewyn Connell


(originalmente en 1982) para referirse a aquella que ocupa la posición hegemónica en un
modelo dado de relaciones de género.

 No es un tipo de carácter fijo, el mismo siempre y en todas partes, sino más bien
una posición siempre disputable.
 Si cambian las relaciones de género, necesariamente cambiará la masculinidad que
ocupe la posición hegemónica.

De ahí que Connell la defina como “la configuración de práctica genérica que encarna la
respuesta corrientemente aceptada al problema de la legitimidad del patriarcado, la que
garantiza (o se toma para garantizar) la posición dominante de los hombres y la
subordinación de las mujeres” (1997: 39).
La hegemonía no supone una dominación absoluta, que inhiba toda práctica alternativa; se
trata de un balance de fuerzas, un juego constante entre distintos grupos de hombres
(Carrigan, Connell y Lee, 1987; Connell, 1987; citados en Minello, 2002: 22-3).
Profundizando en el sentido gramsciano de esta noción de hegemonía, el sociólogo vasco
Joakin Azpiazu apunta que “la masculinidad hegemónica se impone de manera invisible, no
es perceptible a primera vista, se establece como medida de lo normal y de sentido común”
(2017: 33).

Veamos el fragmento de "La masculinidad": ¿Qué es la masculinidad hegemónica?”, un


programa especial del ciclo “Estamos Acá” dedicado a reflexionar sobre las
masculinidades, que nos va a acompañar en distintos momentos de clase:

"La masculinidad": ¿Qué es la masculinidad hegemónica? y mucho más en Estamos Acá.

Un síntoma del éxito que ha tenido este concepto es su notable divulgación más allá de los
ámbitos académicos. La masculinidad hegemónica surge una y otra vez en notas
periodísticas, discusiones entre educadorxs y títulos de paneles en instituciones muy
diversas. Imprecisa en sus alcances, al leer o escuchar esa expresión todxs creemos
sobreentender de qué se trata, y eso nos permite seguir adelante (en la lectura, en la charla)
sin explicitarlo. No parece necesario ya que todxs creemos estar refiriéndonos a lo mismo, o
a algo lo suficientemente parecido como para continuar la interacción sin detenernos a
explicarlo.

Esta ubicuidad del concepto resulta llamativa, y una mirada más atenta nos alerta sobre
cómo su potencia inicial (romper con la masculinidad en singular, pretendidamente
universal y sin adjetivos) se ha ido perdiendo por ciertos usos de los activismos orientados
hacia varones, del periodismo e, incluso, de los trabajos académicos (de donde surgió).

Estas derivas del concepto de masculinidad hegemónica no son recientes, ni exclusivas del
contexto local. La propia Connell (1998) lamenta que algunos usos la han convertido en un
tipo estable, cristalizado. El investigador uruguayo Nelson Minello reconstruye el recorrido
de este concepto, mostrando cómo casi desde el primer momento hubo problemas y
confusiones por los malos usos e imprecisiones, de autores y autoras que prácticamente lo
han transformado en una apelación al sentido común. En lugar de cristalizar el concepto,
Minello propone realizar investigación empírica para poder afirmar qué grupo de hombres
detenta la masculinidad hegemónica en la sociedad que estudiamos, y no perder la
historicidad y contextualidad de la categoría (2002: 25). En el caso de las intervenciones
educativas, podríamos trabajar con ejercicios que nos hicieran reflexionar sobre quiénes
ocupan la posición hegemónica de la masculinidad en los espacios que transitamos (y qué
rasgos sostendrían dicha hegemonía, a priori, invisible).
Joakin Azpiazu y Luciano Fabbri también han señalado críticamente esta deriva del
concepto de masculinidad hegemónica. Traigo sus observaciones que, a su vez, dan pie para
una nueva definición de masculinidad en términos de poder.

Según Azpiazu, “los estudios sobre masculinidades han dedicado un buen rato a identificar
los parámetros de la masculinidad hegemónica: qué es y cómo se construye, cuáles son sus
mecanismos de exclusión” (2017: 33-4). Por contraste con esa masculinidad hegemónica,
estos estudios describen masculinidades múltiples y, en este mismo acto, las delinean como
experiencias existentes y/o modelos posibles. Esa enunciación acrítica de su pluralidad nos
resta capacidad de entender la masculinidad desde un punto de vista más político y de
poder.

Fabbri cuestiona que en dichos trabajos sobre masculinidades

(…) el carácter hegemónico no es situado en un análisis concreto del contexto de relaciones


de poder en el que se erige como tal, sino en un sentido descriptivo, listando una serie de
características. (…) Se la describe como la masculinidad de varones cis, heterosexuales,
occidentales, blancos, adultos, proveedores, procreadores, protectores, propietarios,
consumidores, y reproductores de algún tipo de violencia machista. (2019: 52)

Esto significa que la expresión masculinidad hegemónica es utilizada como sinónimo de


masculinidad arquetípica o tradicional. Se trata de un modelo de rasgos rígidos que, de tan
repetitivos y atemporales, parecería universal. En esta confusión, algunxs funden la
hegemonía en el estereotipo.

Veamos este video del ciclo educativo “Caja de herramientas” de UNITV, muy valioso
como recurso pedagógico en varios sentidos, pero que sintomáticamente utiliza
“masculinidad hegemónica” como sinónimo de “macho”:

Ahora bien, ¿por qué es importante señalar estas imprecisiones conceptuales? No se trata de
un mero ejercicio intelectual: los usos extendidos de masculinidad hegemónica hacen que
sus significados (siempre en disputa) tengan efectos concretos a la hora de pensar
intervenciones educativas. Veamos.

6. El horizonte de cambio

En el panorama actual, cualquier inadecuación a este modelo de masculinidad


arquetípica (mal llamada “hegemónica”) o una toma de distancia intencional del mismo
de parte de un varón (por ejemplo, declarándose “en deconstrucción”), implicaría
confirmar la existencia de una pluralidad de masculinidades. El razonamiento que
subyace sería: si no todos encarnamos masculinidades hegemónicas, resulta obvio que
las masculinidades son múltiples y heterogéneas.

Así, existe una serie de actitudes leídas como sintomáticas de un resquebrajamiento de


la masculinidad hegemónica, en el sentido conceptualmente tergiversado que antes
señalé: lloro porque extraño a mi hijx, me involucro en las actividades de su crianza,
participo de arreglos más igualitarios en la domesticidad, condeno la violencia de
género en sus formas más evidentes, celebro la diversidad sexual (ajena), apoyo las
demandas de derechos para las mujeres (como la legalización del aborto).
No estoy diciendo que estas prácticas no resulten valiosas en pos de una sociedad más
igualitaria en términos de género (de hecho, pueden marcar una diferencia significativa
en la vida cotidiana); simplemente llamo la atención acerca de cómo son leídas
socialmente. Se trata de percepciones e imaginarios acerca del cambio, sea para
interpretar las transformaciones que creemos que ya están sucediendo, sea para definir
cuál es el horizonte deseable hacia donde avanzar. Elegí adrede “avanzar”, porque la
noción de transformación que prevalece en relación a las masculinidades es la de
progreso, entendido como un cambio positivo e imparable:

La idea de lo nuevo contra lo viejo se ha alimentado de una idea de progreso para la que
todos los cambios son positivos pasos adelante, heredada de la Ilustración vía
modernidad, y lastrada por una visión que, paradójicamente —o no tanto—, tiene a la
masculinidad como el centro universal de las cosas. (Azpiazu, 2017: 43)

La oposición entre “tradicional” versus “moderno” puede resultar poco útil para
estructurar iniciativas educativas que apunten en un sentido igualitario, ya que puede
hacernos perder de vista las formas renovadas de resistencia al cambio:

Las razones de los hombres para resistirse incluyen el dividendo patriarcal (…) y las
amenazas a la identidad que conlleva el cambio. (…) La resistencia también puede
significar una defensa ideológica de la supremacía masculina (…) con base en la
religión, la biología, la tradición cultural. (…). Es un error considerar que estas ideas
son meramente tradicionales y, por lo tanto, anticuadas; pueden modernizarse y
renovarse de forma activa. (Connell, 2019: 92)

Ahora bien, como consignaba antes, el concepto de masculinidad hegemónica sirvió


para enterrar el de masculinidad en singular y, por contraste, enfatizar el carácter plural
de las masculinidades contemporáneas, algo que hacen muchas de las publicaciones
recientes mencionadas.

Una de ellas es el libro Hombres justos. Del patriarcado a las nuevas masculinidades, de
Ivan Jablonka. Publicado en 2019 en francés y en 2020 en español, con una buena
recepción entre feministas10, su origen académico ayuda a legitimarlo, sin perder su
intención manifiesta de incidencia más allá del campo intelectual. Entre el ensayo
historiográfico y el manifiesto político, este historiador francés parte de un diagnóstico
extendido en los debates sobre masculinidades: “el modelo del macho tradicional ha
caducado”, al ser considerado “anticuado” y “nefasto”. También el sociólogo vasco
Joakin Azpiazu señala el ocaso de ese modelo:

Probablemente, nos encontremos en estos momentos con una masculinidad hegemónica


más cercana al patrón del hombre «bueno y sensible» que «respeta a las mujeres». (…)
Este modelo hace uso extensivo de la imagen del macho old school como contramodelo
que le permite ocultar el machismo latente en sí. (Azpiazu: 2017: 36-7)

Sigamos con el video del ciclo “Estamos acá”, esta vez para detenernos
sobre los cambios contemporáneos en las masculinidades:
"La masculinidad": ¿Qué es la masculinidad hegemónica? y mucho más en Estamos
Acá

Jablonka delinea como horizonte de cambio que la próxima utopía es “inventar nuevas
masculinidades” (2020: 7), un proceso que comienza con un examen de consciencia
mediante el que los varones nos interroguemos sobre en qué situaciones obtenemos
beneficios por el solo hecho de ser hombres (el “dividendo patriarcal”). Desde perspectivas
como la de Jablonka, con buena voluntad individual y políticas públicas que la enmarquen,
los varones podríamos encarnar nuevas masculinidades:

Hay mil formas de ser hombre, de ahí la noción de “masculinidades”. (…) Las nuevas
masculinidades pueden sanar lo masculino de su complejo de superioridad. (…)
Masculinidad criminal, masculinidad de privilegio y masculinidad tóxica son los
repugnantes tentáculos mediante los cuales los hombres se adueñan de las mujeres para
destruirlas, discriminarlas o rebajarlas. (…) Hay que erradicar de lo masculino las
excrecencias patológicas. (Jablonka, 2020: 12 y 281).

La caracterización de una serie de masculinidades como “patológicas” y la afirmación de


que esas patologías se pueden erradicar de lo masculino, presuponen que la masculinidad
per se sería neutra. Es decir, una posición o un significante vacío, a la que sobreimprimir un
sentido de dominación o de emancipación mediante actos de voluntad. Para planteos como
el de Jablonka, la masculinidad en sí misma no sería nada, de ahí que su principal apuesta
sea una especie de reformismo de la masculinidad mediante el que los varones nos
convirtamos en “hombres justos” (en lugar de “tóxicos” o “criminales”).

Me detuve en este libro porque ilustra la vigencia del discurso sobre las “nuevas
masculinidades” y “masculinidades plurales”, así como el optimismo que atraviesa este
discurso, algo que moldea muchas iniciativas políticas, intelectuales y educativas en la
Argentina contemporánea y en otros países de la región.

Miren este breve spot para cambiar las masculinidades tradicionales y reemplazarlas por
nuevas masculinidades, realizado por la Comisión Nacional para Prevenir y Erradicar la
Violencia Contra las Mujeres (Conavim) de México, en 2017:

La masculinidad tradicional

En contraposición a estos discursos más celebratorios sobre la potencialidad de las nuevas


masculinidades, quiero retomar una noción de masculinidad en singular, pero no
esencialista (como atributo “natural” del macho), ni homogeneizante (como un modelo
único de ser hombre). Una masculinidad entendida como dispositivo de poder.

7. La masculinidad como dispositivo de poder (y los micromachismos como


dinámicas)

Azpiazu plantea la necesidad de conceptualizar la masculinidad no como una cuestión


identitaria sino como un problema político (2017: 116). Su preocupación se origina en
cierto extravío de los estudios sobre masculinidades que, concentrándose en la pluralidad de
experiencias e identidades, fueron perdiendo de vista los interrogantes alrededor de las
relaciones de poder, dominación, opresión y/o explotación, que le venían de su matriz
feminista originaria.
Vale decir que este tipo de problemas atraviesa no sólo a la investigación académica, sino
también a diversas intervenciones comunitarias e iniciativas educativas orientadas a la
igualdad de género. Produce incomodidad hablar de dominación u opresión cuando se trata
de vínculos interpersonales, muchas veces revestidos de afectos. ¿Cómo que yo, en tanto
varón, “exploto” a mis compañeras y pareja/s? Y yo, como mujer, ¿estoy siendo “oprimida”
por amigos, compañeros e incluso mi esposo? El solo verbalizarlo genera extrañeza, por eso
no hay que perder de vista la dimensión sistémica de estos fenómenos, es decir, que muchas
veces exceden a actos conscientes (aunque la toma de consciencia y la voluntad individual
son claves para procurar revertirlos).

Detengámonos en la paternidad como un ejemplo de supuestos cambios en las


masculinidades. En la Argentina –como en otros países-, las redes sociales muestran
imágenes de padres comprometidos en la crianza de sus hijxs. Instagram es un escenario
para mostrar, minuto a minuto, el creciente involucramiento de los varones en el ejercicio
de la paternidad.11

Desde un enfoque centrado en la identidad masculina, diríamos que el cambio en los


hombres es un hecho y lo que falta transformar ya sería imparable. En cambio, una mirada
relacional debería incluir no solo a los hombres heterosexuales que son padres, sino también
a las mujeres con las que comparten —en la mayoría de los casos— las tareas de la crianza.
Desde este segundo enfoque:

Observamos que el cambio en las identidades no necesariamente conlleva una


transformación del desequilibrio de poder entre hombres y mujeres en el aspecto relacional-
político. Una mirada nos lleva a una lectura triunfalista, la otra a una más compleja,
prudente y afilada. Perder de vista los enfoques críticos feministas al analizar el papel de los
hombres en las desigualdades de género nos lleva a adaptar una mirada más centrada en la
identidad que en la subjetividad y el poder. (Azpiazu 2017: 28; el destacado es mío)

Precisamente este aspecto relacional y político es el que retoma Luciano Fabbri para ofrecer
una definición de masculinidad alternativa a la repetida noción de identidades masculinas
plurales. Por un lado, propone entender la masculinidad como un dispositivo de poder: un
conjunto de discursos y prácticas a través de las cuales los sujetos nacidos con pene somos
producidos en tanto “varones”. Con esta idea se cuestiona la mencionada despolitización del
concepto “varón” (asociado automáticamente con el sexo biológico macho).

Por el otro, plantea la masculinidad como un proyecto político extractivista: este dispositivo
produce varones deseosos de jerarquía y pone a su disposición las violencias como medios
legítimos para garantizar el acceso (y permanencia) a la misma, al socializar a los varones
“bajo la idea, la creencia o la convicción, de que los tiempos, cuerpos, energías y
capacidades de las mujeres y feminidades deberían estar a su disposición” (Fabbri, 2019:
56), a nuestra disposición, digo yo en tanto varón.

Esta idea del dispositivo de la masculinidad produciendo “varones deseosos de jerarquía”


tiene muchas resonancias con el planteo del sociólogo francés Pierre Bourdieu en base a sus
estudios sobre el pueblo bereber:

El entrenamiento para llegar a ser un “hombre como se debe” (que incluye ser superior a las
mujeres), va consolidando un modo masculino de ubicarse en jerarquía con las mujeres y un
modo de percibirlas “desde arriba”, similar al de otros grupos dominantes. (…) Esta mirada
naturaliza y oculta la jerarquía de género, favorece no ver las necesidades de las mujeres (ya
que a quien está “por debajo” se ve menos), y permite evadirse de la responsabilidad por los
efectos que sobre ellas tiene la propia conducta dominante (…) atribuyendo esos efectos a
la “naturaleza” o a la “debilidad” de ellas. (Bonino, 2008: 92; el destacado es mío)

Por qué creo que vale la pena introducir una definición de masculinidad que ponga en el
centro a las relaciones de poder y jerarquía? Porque el tipo de definiciones del que partamos
va a orientar los sentidos de nuestras intervenciones educativas. Si mostrar la diversidad de
masculinidades posibles y existentes puede ser valioso en un primer momento para romper
con los modelos más tradicionales de masculinidad (digamos, aquellos más abiertamente
patriarcales y machistas), quedarnos sólo en ello puede funcionar para ubicar el problema
sólo en ciertos modelos de ser varón y en varones concretos que podemos identificar
fácilmente que los encarnan. Esto permite exculparnos rápidamente al resto de las
opresiones que los varones (como grupo) ejercemos, sin habilitar una reflexión personal y
colectiva profunda sobre dinámicas de poder y nuestros papeles en ellas.

Por eso propongo este desplazamiento conceptual para habilitar nuevos focos de nuestras
acciones educativas. En este caso, el objeto:

(…) no son los hombres o las masculinidades en sí mismos o de manera aislada, sino las
dinámicas socioculturales y de poder (androcéntricas y/o heterosexistas) que pretenden la
inscripción del género “hombre” o “masculino” y su
reproducción/resistencia/transformación en los humanos biológicamente machos o
socialmente “hombres” (en sus cuerpos, identidades, subjetividades, prácticas, relaciones,
productos), y en la organización social toda. (Nuñez, 2016: 11-2)

¿Cuáles son estas dinámicas de poder que nos producen como hombres? ¿Por dónde
podemos comenzar a poner el foco? Creo que la noción de micromachismos, desarrollada
por el terapeuta español Luis Bonino, puede darnos pistas concretas para pensar, diseñar y
llevar adelante estrategias educativas:

Definición de “micromachismos”:
Los mM son “pequeños” y cotidianos ejercicios del poder de dominio, comportamientos
“suaves” o de "bajísima intensidad" con las mujeres. Formas y modos, larvados y negados,
de abuso e imposición de las propias “razones”, en la vida cotidiana, que permiten hacer lo
que se quiere e impiden que ellas puedan hacerlo de igual modo. Son hábiles artes,
comportamientos sutiles o insidiosos, reiterativos y casi invisibles que los varones ejecutan
permanentemente quizás no tanto para sojuzgar sino para oponerse al cambio femenino.
(…) Se ejercen intentando mantener y conservar las mayores ventajas, comodidades y
derechos que lo social adjudica a los varones, socavando la autonomía personal y la libertad
de pensamiento y comportamiento femeninos. (Bonino, 2008: 95) El sujeto hegemónico -y
por tanto tácito- de los discursos sobre la masculinidad, será el varón cisgénero y
heterosexual. (Fabbri, 2019: 51)

Actividad colaborativa
A) A partir de la definición de micromachismos les propongo un EJERCICIO. Retomemos
la clasificación del propio Bonino sobre tipos de micromachismos (mM) y cada unx de
ustedes intente identificar al menos dos de ellos en alguna escena que hayan protagonizado
o de la que hayan sido testigos.
mM utilitarios: tratan de forzar la disponibilidad femenina aprovechándose de diversos
aspectos "domésticos y cuidadores" del comportamiento femenino tradicional. Compartir en
el muro aqui.

mM encubiertos: intentan ocultar su objetivo de imponer las propias razones abusando de


la confianza y credibilidad femenina. Compartir en el muro aquí.

mM de crisis: intentan forzar la permanencia en el statu quo desigualitario cuando éste se


desequilibra, ya sea por aumento del poder personal de la mujer, o por disminución del
poder de dominio del varón. Compartir en el muro aquí.

mM coercitivos: sirven para retener poder a través de utilizar la fuerza psicológica o moral
masculina. Compartir en el muro aquí.

A modo de sugerencia, creo que puede servir como dinámica de reflexión personal que los varones
tratemos de identificar aquellos mM que hemos ejercido y las mujeres, aquellos que han padecido
directamente (pueden ser del ámbito educativo/laboral, o de otros ámbitos, como prefieran).

Una de las razones de la gran eficacia de los mM es que, dada su casi invisibilidad van
produciendo un daño sordo y sostenido a la autonomía femenina que se agrava en el tiempo.
Al no ser coacciones o abusos evidentes es difícil percibirlos y por tanto oponer resistencia
y adjudicarle efectos. (Bonino, 2008: 106).

B) Siguiendo con este ejercicio de reflexión, me gustaría que puedan identificar efectos de
las escenas que pensaron y describieron previamente respondiendo a lo compartido:

¿Cuáles creen que pueden ser los efectos de estos micromachismos?

Escribe brevemente en respuesta a la escena descripta cual consideras el efecto que causa
ese micromachismo.

8. Varones, feminismos y ESI

Ahora bien, como advierte Luciano Fabbri (2019), no todos los varones somos los
productos deseados por ese dispositivo llamado masculinidad: la orientación e identidad
sexual y de (cis/trans) género, la pertenencia de clase y étnica-racial, la (dis)capacidad y
diversidad funcional-intelectual, la generación y nacionalidad, entre otras, constituyen
(im)posibilidades para desplegar plenamente ese proyecto en carne propia. Es decir, hay
varones y varones, y hay cuerpos con más privilegios y consecuentes chances de habitar
y ejercer esa masculinidad extractivista.

Pese a estas heterogeneidades, el dispositivo de masculinidad sigue estableciendo


normas de referencia que afectan los procesos de producción de subjetividades
generizadas. ¿Es un destino inexorable convertirnos en esos varones moldeados por ese
dispositivo de poder? ¿Aprovechar y reproducir desigualdades y violencias es un
camino que irreversiblemente vamos a transitar como varones?

Hay razones y herramientas para intentar revertir esos procesos. Empecemos por las
primeras. En un artículo reciente, la socióloga Raewyn Connell enumera razones para
que los varones apoyen la igualdad de género, que podrían ser retomadas en nuestras
intervenciones, no sólo hacia estudiantes sino también entre docentes y hacia directivos
y otros varones en general, a sabiendas de que cuanto más amplio sea el consenso, más
posibilidades tenemos de avanzar con esta agenda. Veamos las razones:

1. Los hombres no son individuos aislados. Tienen esposas, parejas, madres, tías,
hijas, sobrinas, y la calidad de vida de cada hombre depende en gran medida de
la calidad de dichas relaciones. Por lo tanto, podríamos hablar de un interés
relacional en la igualdad de género.
2. Los hombres también pueden querer evitar los efectos tóxicos que el orden de
género tiene sobre ellos. Las presiones sociales y económicas que experimentan
para competir en el trabajo, por ejemplo.
3. Los hombres podrían apoyar la reforma de género por considerarla relevante
para el bienestar de la comunidad en la que viven. En situaciones de pobreza y
desempleo, la flexibilidad en la división sexual del trabajo puede resultar crucial
para la supervivencia de los hogares.
4. Los hombres podrían apoyar la reforma de género porque la igualdad de género
se deriva de sus propios principios políticos o éticos: convicciones religiosas,
políticas, cívicas. (Connell, 2019: 93-95)

En cuanto a las herramientas, parto de la idea de que una ESI que impulse la igualdad de
género debería contar con una estrategia específica para involucrar a los varones, sobre
todo considerando que son quienes en principio tienen más que perder con dicha
igualdad. Un buen eje de intervención puede ser apuntar a desarmar la complicidad
(machista) entre varones, desnaturalizando situaciones a través de romper el silencio
sobre formas de violencia percibidas como “no tan graves”.
Precisamente en este sentido, la Fundación Avon para la mujer sacó tres spots en el
marco de la campaña “Decí no a la violencia de género. #CambiaElTrato”, a fines de
2018.

Veamos juntxs este spot sobre compartir fotos íntimas12:


Fundación Avon para la mujer - Decí no a la violencia de género / violencia simbólica

y de la campaña de Avon en general, es su alta circulación en redes sociales virtuales, me


animaría a decir, incluso por fuera del pequeño mundo progresista o influido explícitamente
por el feminismo. A mí me llegó por varios grupos de WhatsApp, algunos solo de varones,
desencadenando algunas charlas al respecto. ¿Les pasó?
Sobre este cruce entre masculinidades, violencias y complicidades, me gustaría dejarles un
recurso para pensar intervenciones:
Cuadernillo Varones y Masculinidad(es). Herramientas Pedagógicas para facilitar talleres
con adolescentes y jóvenes. Particularmente, vean el capítulo 3, pp. 25-32;

Creo que una potencia de este tipo de campañas, como la de la Fundación Avon, radica en
cierta incomodidad que genera, sea en el protagonista del spot interpelado (por su amigo o
hijx), sea en quienes somos testigos y nos vemos reflejados en algo de lo que sucede (por
ejemplo, al mantener un silencio cómplice para no confrontar con otros varones, que pueden
ser nuestros amigos).
Este tipo de interpelaciones puede resultar original y potencialmente más efectiva, dado que
habitualmente “nos aferramos con demasiada fuerza a la concepción amable de la
pedagogía, intentando generar espacios de comodidad como única fórmula para el
aprendizaje y la toma de conciencia” (Azpiazu, 2017: 118). En contraposición, este
sociólogo vasco propone generar espacios de incomodidad productiva. Vale la pena
detenernos en esto, a la hora de diseñar y desarrollar un trabajo educativo específico con
varones:

Considero que, con demasiada frecuencia, se trata de buscar espacios de seguridad y confort
y raramente acabamos creando un entorno que genere susto, malestar o miedo. (…) Para
contrarrestar esta tendencia a pensar el cambio en los hombres desde la única perspectiva de
crecimiento personal y positivo, hemos de poner el acento, más que en las inconveniencias,
en los privilegios de ser hombre. (…) Me atrae la idea de Marina Garcés cuando afirma que
«ser afectado es aprender a escuchar acogiendo y transformándose, rompiendo algo de uno
mismo». (…) Establecer espacios —físicos, sociales y discursivos— de incomodidad
productiva significa buscar lugares que puedan generar cambios, pero cuya capacidad no se
agote en unas pocas fórmulas aprendidas de memoria. (Azpiazu, 2017: 117-119)

En el caso de los estudiantes varones de los distintos niveles educativos, una ESI que
reflexione sobre estos ejes podría colaborar a desactivar las asociaciones entre
masculinidad, entendida como virilidad, y diversas formas de violencia cotidianas. Como
señala la ensayista afroamericana bell hooks, la violencia puede ser el “ticket más barato” a
la masculinidad:

Niños varones y hombres ya crecidos pobres o de clase trabajadora a menudo encarnan las
peores presiones de la masculinidad patriarcal, actuando violentamente porque es el camino
más fácil, más barato para declarar la “masculinidad” de uno mismo. (…) Por lo tanto, la
violencia es tu ticket para la competencia de la masculinidad patriarcal, y tu habilidad de
ejercer violencia nivela el campo de juego. (hooks, 2004: 71-2)

Veamos ahora algunas experiencias de varones que de distintas maneras rompieron con
formas más tradicionales de masculinidad.
Resulta muy interesante de sus relatos cómo vuelven sobre sus experiencias en la infancia y
la adolescencia, entre otros ámbitos, en la escuela, ya que puede servir como un recurso
para pensar las realidades institucionales en las que debemos desarrollar la ESI:
"La masculinidad": ¿Qué es la masculinidad hegemónica? y mucho más en Estamos Acá

Entonces, ¿hacia dónde podrían dirigirse nuestras intervenciones educativas?


Les propongo ver una entrevista corta que me hicieron lxs compañerxs de la UEPC en
Córdoba a mediados de 2019. Un poco me avergüenza incluir un video propio, pero acá
planteo cuáles pueden ser algunas orientaciones posibles para el tratamiento de las
masculinidades en el marco de la ESI, y como es el eje del módulo, creo que puedo ser
disculpado en esta ocasión:
#ESI y nuevas masculinidades | #Entrevista a Daniel Jones

Toma nota: ¿Qué ideas fuerza de las propuestas creen que podrían retomar para sus
intervenciones educativas? ¿Con cuáles no coinciden?.
- Puedes compartirlas en el buzón de preguntas y comentarios.
Si bien renunciar a los privilegios que trae aparejado el patriarcado para (algunos) varones
supone una pérdida inicial, también podemos presentar algunos horizontes de crecimiento
personal positivos a partir de ciertos valores a ser encarnados mediante otra forma de ser
varones.
La masculinidad patriarcal insiste en que los verdaderos hombres deben probar su
masculinidad idealizando la soledad y la desconexión. (…) La masculinidad feminista
tendría como sus elementos constitutivos a la integridad, el amor propio, la consciencia
emocional, la asertividad, y habilidades relacionales, incluyendo la capacidad de ser
empático, autónomo y conectado. (hooks, 2004: 121 y 118)
Hasta aquí llegamos con nuestro recorrido. Nunca ha sido fácil dictar ESI, no lo es hoy
aunque ya llevemos 15 años de ley nacional. Las gestiones provinciales, algunos gobiernos
nacionales, los equipos directivos, colegas docentes e incluso familias pueden intentar poner
obstáculos. Sabemos, igual, que toda educación es política y, parafraseando a Graciela
Morgade, toda educación es sexual. Las ideas y herramientas que presenté aquí constituyen
una propuesta para trabajar masculinidades en el marco de la ESI, en pos de realidades más
igualitarias en términos de género y libres de violencias para alcanzar proyectos vitales más
plenos.

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