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Psicología del

comportamiento colectivo
Psicología del
comportamiento
colectivo
Félix Vázquez Sixto (Editor)
Título original: Psicologia del comportament col·lectiu
Diseño del libro, de la portada y de la colección: Manel Andreu

Primera edición en lengua castellana: septiembre 2003

© Teresa Cabruja i Ubach, Lupicinio Íñiguez Rueda, Juan Muñoz Justicia, Félix Vázquez Sixto, Pep Vivas i Elias,
del texto
© 2003 Editorial UOC
Aragón, 182 - 08011 Barcelona
www.editorialuoc.com

Material realizado por Eureca Media, SL


Impresión: Gráficas Rey, SL

ISBN: 84-8429-031-X
Depósito legal:

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reproducida, almacenada o transmitida de ninguna forma, ni por ningún medio,sea éste eléctrico,
químico, mecánico, óptico, grabación, fotocopia, o cualquier otro, sin la previa autorización escrita
de los titulares del copyright.
Editor
Félix Vázquez Sixto

Autores
Teresa Cabruja i Ubach
Doctora en Psicología y profesora titular de Psicología social en la Universidad de Gerona en las
licenciaturas de Psicología y de Psicopedagogía. Su investigación se centra en la construcción social
de la intersubjetividad y las relaciones de poder en diferentes contextos (institucional, en el habla
cotidiana y en las producciones culturales); especialmente en las prácticas discursivas sobre la “dife-
rencia sexual”, la “cultura” y lo “normal/patológico”, desde una perspectiva socioconstruccionista.

Lupicinio Íñiguez Rueda


Doctor en Filosofía y Letras (Psicología) y profesor titular de Psicología social en la Universidad
Autónoma de Barcelona. Coordinador del Programa de Doctorado en Psicología Social de la misma
universidad.

Juan Muñoz Justicia


Doctor en Psicología Social y profesor titular de Psicología social en la Universidad Autónoma de
Barcelona. Sus temas de principal interés son la dinámica de grupos y las herramientas informáti-
cas de ayuda a la investigación cualitativa.

Félix Vázquez Sixto


Doctor en Psicología Social y profesor titular de Psicología social en la Universidad Autónoma de
Barcelona. Sus líneas de investigación son: construcción social de la memoria, política y relaciones
de poder y metodologías cualitativas.

Pep Vivas i Elias


Profesor propio de la UOC de los estudios de Psicología y Ciencias de la Educación. Máster en Psi-
cología Social por la Universidad Autónoma de Barcelona y Máster en Intervención Ambiental:
Contextos psicológicos sociales y de gestión por la Universidad de Barcelona.
© Editorial UOC 7 Índice

Índice

Presentación ................................................................................................. 9

Capítulo I. Procesos colectivos y acción social ................................. 15


Juan Muñoz Justicia y Félix Vázquez Sixto

Introducción ................................................................................................ 15
1. Concepto de comportamiento colectivo .............................................. 18
2. Enfoques teóricos de los comportamientos colectivos ....................... 35
3. Condicionamientos ideológicos en el estudio
de los comportamientos colectivos ...................................................... 43
4. El rumor como comunicación colectiva .............................................. 48
5. Psicología de las multitudes en situaciones de crisis: desastres
y pánico ................................................................................................... 62
6. Control social y resistencia en las redes interactivas .......................... 69

Capítulo II. Movimientos sociales: conflicto, acción colectiva


y cambio social ..................................................................................... 75
Lupicinio Íñiguez Rueda

Introducción ................................................................................................ 75
1. Los movimientos sociales ...................................................................... 78
2. Cómo se entienden los movimientos sociales. Las distintas
aproximaciones teóricas ........................................................................ 87
3. Aportaciones de la Psicología social ..................................................... 110
4. Emergencia, características y funcionamiento
de los movimientos sociales .................................................................. 120
© Editorial UOC 8 Psicología del comportamiento colectivo

Capítulo III. Las instituciones sociales. Reproducción


e innovación en el orden social. Resistencias y cambio social ..... 135
Teresa Cabruja i Ubach

Introducción ................................................................................................ 135


1. Definición y concepciones de institución social: paradigma
normativo/paradigma interpretativo ................................................... 139
2. La crítica de Erwing Goffman a las instituciones totales:
el psiquiátrico ......................................................................................... 151
3. La crítica de Michel Foucault a la institución como dispositivo
disciplinario. Las prácticas de encierro y el saber: el manicomio
y la prisión .............................................................................................. 157
4. Aproximaciones a la noción de control social .................................... 163
5. El pensamiento y la identidad institucional ....................................... 172
6. La Psicología como productora y reguladora de subjetividad:
el carácter construido de las operaciones sobre el self ........................ 177

Capítulo IV. La memoria social como construcción colectiva.


Compartiendo y engendrando significados y acciones ............. 189
Félix Vázquez Sixto y Juan Muñoz Justicia

Introducción ................................................................................................ 189


1. Las dimensiones psicosociales de la memoria ..................................... 192
2. La memoria como construcción social ................................................. 237

Capítulo V. Medio ambiente y comportamiento humano.


Aproximaciones conceptuales desde la Psicología ambiental ..... 259
Pep Vivas i Elias

Introducción ................................................................................................ 259


1. Dimensiones cognitivas, simbólicas y sociales del entorno ............... 260
2. El ser humano y el entorno ................................................................... 263
3. Medio ambiente y comportamiento ..................................................... 269
4. La dimensión socioespacial del comportamiento ............................... 285
5. El imaginario ecológico ......................................................................... 298
Bibliografía ................................................................................................... 305
Glosario ........................................................................................................ 321
© Editorial UOC 9 Presentación

Presentación

El interés y el estudio de los procesos colectivos corren paralelos a la confor-


mación de la Psicología social. Si bien este hecho es una característica que sin-
gulariza el proceso de constitución de este ámbito de conocimiento y debe
figurar en la columna del “haber” de la disciplina, es cierto que en la columna
del “debe” tienen que constar otras anotaciones. Éstas deben hacer visible la
manera en que la Psicología social contribuyó a conformar una noción de com-
portamiento colectivo y una teorización sobre éste coaligada con los supuestos
hegemónicos y con las operaciones de control y sujeción de las transformacio-
nes emprendidas socialmente.
Evidentemente, se pueden mostrar objeciones y plantear circunstancias
eximentes que, por medio de una explicación, traten de mitigar por qué ello
fue así. Sin embargo, no se trata de justificar ningún quehacer, sino de consi-
derar la Psicología social como un objeto de estudio que puede ser analizado
desde la misma Psicología social. En este sentido, se trata de considerar cómo
surgen la teorización, los planteamientos y las aportaciones en una sociedad
y en un momento histórico determinado y cómo pueden estas condiciones de
constitución volverse normativas en el desarrollo de la disciplina, generando
procesos de inclusión y exclusión de determinados planteamientos e interpre-
taciones alternativas y, claro está, de connivencias con el orden social estable-
cido o con las resistencias a éste.
En efecto, si bien la Psicología social se sirvió en buena medida del estudio
de los procesos colectivos para revestirse con una capa social, lo cierto es que las
maneras de tratar el análisis de estos procesos se hicieron, salvo excepciones, en
términos individuales, con lo que contribuyeron a un estudio de los procesos
colectivos que, al mismo tiempo, era espejo y reflejo de la Psicología social más
individualista. Espejo, cuando se consideraba a las multitudes como manifesta-
ciones patológicas de la “naturaleza humana”; reflejo, cuando se consideraba
© Editorial UOC 10 Psicología del comportamiento colectivo

que las “leyes psicológicas” que rigen las masas no eran las mismas que regían
a los individuos.
El interés por la investigación de los comportamientos colectivos surge
como consecuencia de acontecimientos sociales, históricos, políticos y econó-
micos. Sin embargo, contrariamente a lo que se suele pensar, no busca una ex-
cusa de este interés en una idea altruista del conocimiento, sino que éste, en
gran medida, se debe al temor y a la subordinación a una financiación ideoló-
gica y económica para que su estudio fuera orientado hacia la obtención de
conocimientos que favorecieran su control.
En la actualidad, por lo que se desprende de algunas formulaciones, parece que
nada hubiera cambiado. El comportamiento colectivo suele estudiarse en térmi-
nos negativos, aunque pocas veces se reconoce el sentido en el que se enfoca esta
negatividad, como tampoco se explicita a qué intereses sirve este enfoque.
Afortunadamente, no todas las aportaciones conceptúan los procesos y el
comportamiento colectivo en términos negativos, sino que hay análisis y estu-
dios que, en lugar de ver en aquellos una amenaza, los conciben como vehícu-
los, prácticas y catalizadores de la acción social. Estas aportaciones se suelen
basar en una lectura del conflicto social en términos productivos y no como una
reducción o un atentado contra “la sociedad”.
¿Atentado contra la sociedad? Conviene reflexionar sobre esta pregunta,
aunque quizá bastará con enunciar una pregunta complementaria: ¿a qué so-
ciedad nos referimos? Quizá esta simple formulación nos permitiría establecer
un punto de partida fundamental: ¿la sociedad concebida como un ente orde-
nado o la sociedad concebida como un conflicto permanente?, ¿la sociedad de
las desigualdades o la idílica sociedad de las oportunidades?, ¿la sociedad que
se desespera en la esperanza o la sociedad que ya no quiere esperar más y quie-
re tomar el timón?, ¿la sociedad que grita “que se vayan todos” o la que se afe-
rra a “las prisiones de lo posible”?
El interés actual por el comportamiento colectivo y por los movimientos so-
ciales, y no sólo en el ámbito de la Psicología social y de otras ciencias sociales,
sino en los entornos cotidianos donde se desarrollan nuestras vidas, permite po-
ner de manifiesto el significado del comportamiento colectivo, lo que contribu-
ye a llenar de pleno sentido la dimensión antagonista, transformadora y, en
definitiva, política que subyace en muchos procesos colectivos. Por ello, a través
de los diferentes capítulos que componen este volumen se examinarán cons-
© Editorial UOC 11 Presentación

trucciones y procesos colectivos y se estudiará su incidencia en las prácticas so-


ciales y, en consecuencia, en la producción, en la reproducción y en la
autoalteración social. En efecto, en los diferentes capítulos se prestará una par-
ticular atención al cambio social y se analizará la importancia de la acción co-
lectiva en el mantenimiento y subversión del orden social y en la conformación
de nuevas identidades. Todo ello, a fin de que el lector y la lectora dispongan de
medios para el estudio del comportamiento colectivo y para el análisis de las
nuevas formas que está adquiriendo en la sociedad actual.
Este volumen se enmarca dentro del área de Psicología social, concebida
como un ámbito de conocimiento no encapsulado, sino de producción trans-
disciplinaria de conocimiento. El propósito que se persigue con los diferentes
capítulos es presentar una introducción a los análisis y a las reflexiones que se
han llevado a cabo desde la Psicología social del comportamiento colectivo.
Para ello, se propone el estudio de las características del comportamiento colec-
tivo y el estudio de diferentes fenómenos y procesos que están involucrados con
éste, tanto en relación con su emergencia y mantenimiento como por lo que
respecta a su investigación. En este sentido, se plantea un programa que no sólo
promueve el estudio de procesos y fenómenos básicos dentro de la conceptua-
lización y encuadre de la materia, sino una propuesta en la que se abordan pro-
cesos concretos estrechamente vinculados a su desarrollo.
Con ello pretendemos principalmente dos objetivos. Por un lado, poner al
alcance del lector y de la lectora conocimientos, visiones y perspectivas clási-
cas por medio de los cuales se han estudiado los procesos colectivos, pero
siempre enfocados desde un punto de vista reflexivo y crítico para que pueda
disponer de elementos analíticos que le permitan, no sólo asimilar informa-
ción como si se tratase de un mero consumo, sino, sobre todo, para que pueda
examinarlos desde un punto de vista propositivo y conectar dialécticamente
sus reflexiones y bagajes con los desarrollos que se presentan. Por otro lado,
siguiendo los mismos criterios, también hemos tratado de hacer accesibles
nuevas visiones y perspectivas desde las que, en la actualidad, se analizan los
procesos y el comportamiento colectivo.
La relevancia de los contenidos y el tratamiento con el que se exponen, pre-
tenden proporcionar un marco de examen y de análisis más amplio de los fe-
nómenos y procesos que el que se facilita con el estudio de las relaciones cara
a cara o de los procesos grupales. Se trata de indagar cómo contribuyen las
© Editorial UOC 12 Psicología del comportamiento colectivo

prácticas cotidianas y la acción social a la producción, reproducción y trans-


formación social, mientras éstas se ven afectadas por la misma producción y
reproducción a las que contribuyen.
En el capítulo “Procesos colectivos y acción social” se parte de una contex-
tualización histórica, que muestra dos importantes aspectos: el hecho de que el
estudio del comportamiento colectivo ha acompañado “desde sus orígenes” a la
Psicología social y el hecho de que el encuadre histórico constituye una dimen-
sión ineludible para entender cómo se ha concebido y cómo se ha abordado su
estudio. Ello, permitirá entender el significado que abarca la noción de compor-
tamiento colectivo y examinar las principales aportaciones teóricas y temáticas
realizadas desde la Psicología social. Por medio de la contextualización histórica
se analizan los componentes sociales e ideológicos de su tratamiento y se en-
marcan y examinan las diferentes explicaciones que se han proporcionado,
enfatizando la manera como ambos componentes constituyen elementos pri-
mordiales para su comprensión y explicación. Se discuten con cierto detalle
dos de los temas clásicos que configuran el ámbito de estudio del comporta-
miento colectivo: los rumores y la psicología de las multitudes en situaciones de
crisis; para acabar el capítulo con un análisis somero del comportamiento colec-
tivo en red, desentrañando algunas de sus características, su potencialidad
como vehículo de resistencia, para acabar señalando cómo puede revertir esta
nueva modalidad de comportamiento colectivo en una revisión de los enfoques
clásicos.
El acento en la dimensión histórica como dimensión constitutiva de lo social
también aparece en el capítulo “Movimientos sociales: conflicto, acción colec-
tiva y cambio social”. Por medio del análisis de diferentes enfoques que se han
desarrollado a lo largo del tiempo en la Psicología social, se proporcionan las co-
ordenadas que hacen inteligible y encuadran el estudio de los movimientos so-
ciales. Para ello se recurre a las aportaciones de la Psicología social clásica, al
repaso de las principales aportaciones teóricas al estudio de los movimientos so-
ciales y al análisis detallado de la teoría de la influencia minoritaria y de la teoría
de la identidad social como hitos importantes de la contribución al estudio de
los movimientos sociales realizada por la Psicología social contemporánea. Asi-
mismo, se presenta una manera de articular una definición de movimiento so-
cial partiendo de los argumentos examinados por medio de las diferentes
aportaciones revisadas. Como colofón, se discute y se intenta dilucidar, a través
© Editorial UOC 13 Presentación

del análisis del movimiento “antineoliberal”, el alcance que las nuevas teorías
sobre la sociedad tienen en el estudio de los nuevos movimientos sociales. Los
diferentes contenidos que se presentan y su vertebración, permitirán al lector y
a la lectora adentrarse en las diferentes aportaciones y teorizaciones sobre mo-
vimientos sociales y estudiar el significado y relevancia de éstos en la construc-
ción y transformación social.
Contrariamente a lo que se suele pensar, las instituciones no son algo extra-
ño a nuestra vida, algo con lo que nos relacionamos exteriormente o con dis-
tancia. En el capítulo “Las instituciones sociales” se pone de manifiesto cómo
éstas transmiten pautas de comportamiento, valores, normas y roles que los se-
res humanos producimos, reproducimos, cambiamos y a los que también nos
resistimos y cómo, asimismo, o precisamente por ello, las instituciones partici-
pan de una manera determinante en el control social. Mediante un repaso a las
diferentes concepciones de institución social, con especial atención a las apor-
taciones críticas de Erwing Goffman y Michel Foucault, las relaciones entre ins-
tituciones sociales y el conocimiento como institución, así como el control y la
organización social, se lleva a cabo el desarrollo de un análisis de cómo las ins-
tituciones sociales y las dinámicas que generan mantienen una íntima relación
con el pensamiento. En este sentido, se examina cómo las instituciones sociales
nos constituyen, nos organizan y nos subjetivan. Sin embargo, de la misma ma-
nera, también se examina cómo por medio de las prácticas cotidianas y todo lo
que de éstas se desprende, no sólo participamos en la reproducción de estos pro-
cesos, sino que también los subvertimos. Por último se considera cómo se erige
la Psicología en institución social del conocimiento sobre las personas y qué
efectos tiene sobre la regulación social de la vida. En definitiva, el itinerario que
se traza permite abordar el papel de las instituciones sociales en la vida cotidiana
y escudriñar el papel instituyente e instituido que tienen en la conformación de
categorías de pensamiento y en la producción de procesos de subjetivación.
A partir de la desconstrucción de la noción de memoria como capacidad in-
dividual, el capítulo “La memoria social como construcción colectiva” discurre
hacia la conceptualización de este proceso como acción social. Es decir, como
un proceso contextual, sociocomunicativo, producido y articulado mediante
prácticas por medio de las cuales se elaboran significados sobre el pasado. En
este recorrido se destaca el carácter de producción histórica de la memoria (tan-
to en lo que se refiere a su consideración a modo de producción social, como en
© Editorial UOC 14 Psicología del comportamiento colectivo

lo que concierne a su estudio) y el carácter compartido de su producción. Para


ello se sintetizan las aportaciones de diferentes autores “olvidados” o “relega-
dos” por parte de la Psicología social dominante y, basándose en buena medida
en éstos, se propone el estudio de la memoria social destacando su condición de
proceso argumentativo y retórico, y poniendo de relieve su carácter de produc-
ción discursiva y de vínculo relacional. Dicho con otras palabras, se examina la
memoria como construcción social y se reflexiona sobre la importancia de la ac-
ción conjunta y de la elaboración compartida de significados en la creación de
discursos y prácticas sobre el pasado.
En el último capítulo, “Medio ambiente y comportamiento humano”, se
analiza la interacción de la persona con el medio ambiente, a fin de determinar
la importancia de los entornos en las relaciones entre las personas y en la signi-
ficación que adquieren por medio de las prácticas y de los discursos que se con-
forman sobre éstos. Para ello se hace un triple recorrido que permite enfocar el
análisis de los procesos psicosocioambientales tematizándolos desde distintas
perspectivas y con diferentes énfasis. Este triple recorrido, articulado por medio
de los ejes cognitivos, simbólicos y discursivos, prescinde de una visión atomi-
zada de la imbricación del medio ambiente en el comportamiento humano y
con éste, mostrando fundamentos y argumentos que se entrecruzan, dialogan y
disienten. Precisamente la vertebración de estos argumentos y fundamentos es
la que conduce a un análisis de la “cientifización” y “tecnificación” del espacio
y su institucionalización mediante discursos y prácticas y, obviamente, por me-
dio de la circulación de discursos medioambientales que repercuten sobre nues-
tra manera de concebir y relacionarnos con las “realidades ambientales”.
Creemos que con esta sucinta introducción el lector y la lectora cuentan con
elementos suficientes para adentrarse en los contenidos que se proponen en
cada uno de los capítulos. No insistiremos, pues, en los argumentos que verte-
bran cada uno de ellos y sus respectivos tratamientos.
Simplemente, quisiéramos sugerir que los procesos colectivos tienen una im-
portancia tal en la configuración actual de nuestras sociedades que considera-
mos urgente, no sólo reexaminar los modelos y las teorías que intentan dar
cuenta de ellos, sino establecer una mirada distinta sobre los mismos que debe-
ría incorporar sus propios modos de autodescripción.
© Editorial UOC 15 Capítulo I. Procesos colectivos y acción social

Capítulo I

Procesos colectivos y acción social


Juan Muñoz Justicia
Félix Vázquez Sixto

Introducción

El 11 de septiembre de 2001 millones de personas asistimos entre incrédulos


y aterrorizados al desplome de dos de los principales símbolos de la economía
capitalista: las Torres Gemelas del World Trade Center en la isla de Manhattan
caían poco después de sufrir el impacto de dos aviones comerciales. A continua-
ción ocurría algo parecido en otro símbolo, esta vez un emblema del poder mi-
litar: el Pentágono sufría también el impacto de un avión de pasajeros.
Difícilmente podremos olvidar las imágenes de las Torres desmoronándose
o aquellas otras de las personas que se lanzaban al vacío para intentar, en vano,
escapar de las llamas.
Del mismo modo, difícilmente sucumbirán en nuestra memoria aquellas
otras imágenes que, pocos días después, empezaron a aparecer en los medios de
comunicación. La operación “Libertad Duradera” nos volvió a ofrecer escenas
de pánico, estampas de edificios destruidos, panorámicas de personas huyendo;
aunque no nos ofrecieran imágenes de civiles muertos por bombas que no ma-
tan, sino que causan “daños colaterales”.
El conjunto de todas esas imágenes sintetiza a la perfección una situación
que permite ilustrar gráficamente gran parte del contenido de este capítulo de-
dicado a los procesos colectivos.
Multitudes airadas que se manifiestan clamando represalias, que se exponen para
mostrar su odio al malvado enemigo cristiano o musulmán, oriental u occidental. Tu-
multos, disturbios, enfrentamientos entre manifestantes y policías o ejército.
© Editorial UOC 16 Psicología del comportamiento colectivo

A través de los diferentes apartados, veremos cómo la Psicología social ha


prestado atención, prácticamente desde sus orígenes, a este tipo de aconteci-
mientos, intentando explicar el cómo y el por qué de la conducta aparentemen-
te irreflexiva de las personas cuando se unen en una multitud. Para hacer este
recorrido, nos apoyaremos en algunos puntos de referencia que nos permitirán
definir, situar e identificar el comportamiento colectivo y los fenómenos a los
que se hace referencia con este término, examinar sus características principales
y conocer y valorar las explicaciones que diferentes perspectivas teóricas en la
Psicología social nos ofrecen de estos fenómenos.
Propondremos, asimismo, una primera aproximación al concepto de com-
portamiento colectivo, realizando un breve repaso de las diferentes tipologías y
clasificaciones que se establecen habitualmente. De este modo, podrá verse la
ambigüedad y el solapamiento que se dan en el uso de nociones como masa,
multitud o público. Examinaremos también el papel que la Psicología colectiva
ha tenido en la historia de la Psicología social, con la ayuda de un breve repaso
de autores a menudo olvidados, como Sighele y Tarde, así como de los clásicos
Le Bon, Wundt y Freud.
Para completar este enfoque, revisaremos las principales perspectivas teóri-
cas del comportamiento colectivo. Para plasmar este propósito, partiremos de
las explicaciones más psicologistas, que asumen la homogeneidad de la conduc-
ta de los miembros de la masa, así como la irreflexibilidad e irracionalidad de la
misma (perspectivas presentes en las teorías del contagio y de la convergencia),
para continuar a través de las explicaciones que ponen mayor énfasis en la de-
finición de la situación y las condiciones en que se da la conducta de masas en
el seno de un grupo (como las que nos ofrecen la teoría de la norma emergente
y la del valor añadido o tensión estructural), para finalizar y prestar especial
atención a las explicaciones más propiamente sociales que nos ofrecen las teo-
rías de la identidad social.
Analizaremos igualmente desde sus condicionamientos ideológicos las prin-
cipales aportaciones al estudio de las masas, valorando sus explicaciones, y exa-
minaremos asimismo las versiones que se manejan en los contextos cotidianos.
Ello nos permitirá explorar las muy distintas consecuencias teóricas y políticas
que implica enfocar la conducta colectiva como fenómeno caracterizado por la
irracionalidad y la violencia, o como proceso contextualizado y sólo plenamen-
te inteligible en el seno de conflictos intergrupales, para incidir de nuevo en el
© Editorial UOC 17 Capítulo I. Procesos colectivos y acción social

contexto sociocultural e ideológico como una pieza clave para comprender el


comportamiento colectivo.
Multitudes atemorizadas que se dispersan y huyen de una torre en llamas, de
un bombardeo aéreo, del hambre, de la persecución, del acoso, etc. e, incluso,
de sus presuntos protectores. La Psicología de las multitudes en situaciones de
crisis, ante los desastres, ante el pánico, constituirá otro de los apartados de este
capítulo, en el que estudiaremos las potencialidades de distintas propuestas teó-
ricas a la hora de explicar este tipo de fenómenos.
Acontecimientos de esta índole (escenarios conflictivos, catástrofes, situacio-
nes despavoridas, etc.) suelen dar paso, de inmediato, a todo tipo de especulacio-
nes, de interpretaciones, de informaciones y de comunicaciones que pretenden
describirlos, analizarlos y explicarlos. Comunicaciones e informaciones que cir-
culan a través de los medios de comunicación de masas y que rebotan en las per-
sonas, que prosiguen con su difusión por medio del “boca a oreja”... “Un cuarto
avión, que se ha estrellado contra el suelo, se dirigía hacia la residencia del pre-
sidente de Estados Unidos de América”; “los atentados contra las Torres Geme-
las han sido planeados por los servicios secretos israelíes”, etc. Otro de los
apartados que desarrollaremos en este capítulo tratará de describir este tipo de
fenómenos, los rumores como forma de comunicación colectiva.
Desde el acontecimiento del 11 de septiembre, estos rumores han circulado
y se han difundido ampliamente por medio de “la Red”, del mismo modo que
han circulado comunicados, reflexiones, solicitudes de firmas de apoyo a las
víctimas, solicitudes de firmas de oposición a la guerra/venganza, y de la misma
manera que han circulado anécdotas, ocurrencias, chistes, etc. Nos detendre-
mos en el análisis de las informaciones para identificar qué características deben
reunir para ser considerados un rumor y conocer los términos en que se ha abor-
dado su estudio, las formas de transmisión y el funcionamiento de estas infor-
maciones, así como los elementos que habrá que tener en cuenta para controlar
el rumor.
“La Red”, anatematizada por algunos por ser vehículo de pornografía y he-
rramienta al servicio de la delincuencia y el terrorismo internacionales, ha de-
jado patente su utilidad como vehículo de información, pero también, como
veremos en el último apartado de este capítulo, como vehículo de resistencia.
Una breve aproximación al comportamiento colectivo “en red” constituirá el
colofón de nuestra exposición. Analizaremos algunas de sus características espe-
© Editorial UOC 18 Psicología del comportamiento colectivo

cíficas como comunicación colectiva y como vehículo de resistencia, con el fin


de poder valorar la adecuación de las diferentes explicaciones ofrecidas a lo lar-
go del capítulo al análisis de estas nuevas formas de conducta colectiva.

1. Concepto de comportamiento colectivo

Aunque la mejor definición de qué se entiende por comportamiento colectivo


será la que pueda extraer el lector o la lectora a través del recorrido por las pági-
nas siguientes, aquí ofrecemos una de las muchas posibles. A lo largo del texto
veremos hasta qué punto podemos considerarla válida o no.

“[Definimos] la conducta colectiva como una acción voluntaria, dirigida a una meta,
que se produce en una situación relativamente desorganizada, en la que las normas
y valores predominantes de la sociedad dejan de actuar sobre la conducta individual.
La conducta colectiva consiste en la reacción de un grupo a alguna situación”.

Appelbaum, R. P., y Chambliss, W. J. (1997, p. 422).

Para que el lector o lectora pueda conectar esta definición con algunas de las
representaciones que podrían sintetizarla, le sugerimos que trate de recordar
(aunque es posible que su mirada tropiece con ellas todos los días en la prensa
y en la televisión) imágenes de manifestaciones, algaradas, revueltas y distur-
bios. Todas estas expresiones son un ejemplo de uno de los tipos de conducta
colectiva más estudiados, la conducta de masas. Sin embargo, como veremos,
existen otras posibilidades.

1.1. Ambigüedad del concepto de comportamiento colectivo

A pesar de la definición precedente, hacer referencia al comportamiento co-


lectivo presenta el problema no sólo de la vaguedad de la definición del término,
sino también que, en la práctica, se utilizan diferentes términos para referirse a
un mismo fenómeno o un mismo término para referirse a distintos fenómenos.
© Editorial UOC 19 Capítulo I. Procesos colectivos y acción social

Masa, multitud y público constituyen algunas de las etiquetas que, a veces, se uti-
lizan de manera intercambiable.
Así, por ejemplo, Ovejero (1997) plantea la necesidad de distinguir entre masa
y multitud, dado que, desde su punto de vista, son dos conceptos que suelen uti-
lizarse como sinónimos, pero que, a pesar de sus similitudes, se diferencian en el
hecho de que las masas, en relación con las multitudes, son más abstractas y di-
fusas, y presentan fronteras menos definidas. Aunque otros autores, como por
ejemplo Moscovici, no comparten esa diferenciación, puesto que afirma que
“Una multitud, una masa, es el animal social que ha roto su correa” (Moscovici,
1985, p. 13).
Por su parte, Jiménez Burillo (1981) distingue entre agregados, públicos y
multitudes (sin establecer diferencia entre multitudes y masas). Los agregados
serían conjuntos de personas con conductas semejantes, pero que no compar-
ten objetivos; los públicos, en cambio, pueden tener intereses comunes, pero
no tienen una relación directa entre sí; finalmente, las multitudes se caracte-
rizarían por estar formadas por personas próximas entre sí con un punto o
foco común de atención, pero sin necesidad de que exista organización ni ob-
jetivos propios.
El intento de acotar el concepto ha llevado a la proliferación de tipologías,
de clasificaciones de diferentes modalidades de conductas colectivas, que, en
la práctica, casi siempre han acabado siendo tipologías de las conductas o ti-
pos de masas. Y ello a pesar de las advertencias de diferentes autores, como por
ejemplo, Stoetzel (1965) y Milgram y Toch (1969), que señalan que práctica-
mente ninguna tipología puede recoger el amplio abanico de los distintos fe-
nómenos de masa.

“Incluso si pudiera realizarse de manera satisfactoria, […] probablemente toda clasifi-


cación de colectividades, no servirían de gran cosa para explicar los fenómenos que en
ellas se producen.”

Stoezel, J. (1965, p. 238).

A pesar de ello, prácticamente ningún autor parece poder resistirse a la


tentación de proponer algún tipo de clasificación, e incluso Milgram y Toch,
reproducen la clasificación que realizó Brown, en la edición de 1951 del
© Editorial UOC 20 Psicología del comportamiento colectivo

Handbook of Social Psychology, partiendo de una diferenciación básica entre


masas activas y pasivas, y que se ha convertido en una de las tipologías más
utilizadas.
Asumiendo la dificultad de conformar una tipología, Munné (1970) propone
establecer diferentes clasificaciones considerando distintos criterios, lo que le lle-
va a proponer las dimensiones de clasificación siguientes:

• Características de los participantes: homogéneas y heterogéneas.


• Grado de participación: pasivas o activas.
• Grado de orden con el que se produce el fenómeno: ordenadas o desordenadas.
• Grado de ocasionalidad del fenómeno: esporádicas o intermitentes.
• Grado de improvisación: imprevistas (espontáneas o inesperadas) o previstas
(preorganizadas con intencionalidad).

Naturalmente, Munné tampoco se resiste a la tentación y nos ofrece “su ti-


pología” (se pueden consultar las páginas 190 a 194 de su libro para una descrip-
ción detallada de los distintos tipos).

Grafico 1.1.

Tipos de masas según Munné (1970, p. 190).


© Editorial UOC 21 Capítulo I. Procesos colectivos y acción social

No obstante, a la hora de intentar dilucidar conceptos, probablemente la me-


jor aclaración es la que nos ofrece Jiménez Burillo:

“Aunque es muy difícil recoger en castellano, existen unas diferencias sutiles entre
masa, muchedumbre y multitud y otras, desde luego más claras, entre multitud y
conceptos expresivos de acciones colectivas como motines, revoluciones, etc. Qui-
zá podamos retener para nuestros propósitos la idea de que la multitud en el sen-
tido antes descrito es la unidad básica de análisis del comportamiento colectivo,
siendo luego otros factores los que cualifican diversamente el comportamiento de
esa multitud.”

Jiménez Burillo, F. (1981, p. 269).

Para acabar este subapartado, ofreceremos otra definición que adelanta parte
de lo que expondremos en el apartado dedicado a los condicionamientos ideo-
lógicos. Se trata de una caracterización por oposición: si la preocupación de la
sociología es el orden, ¿significa esto que la conducta colectiva es el desorden?

“La expresión conducta colectiva designa esos ‘residuos’ que una sociología preocupa-
da especialmente por el orden social no llega a asimilar: comportamientos de masas,
modas, agitaciones o problemas sociales, fenómenos de contagio, motines, histeria
de masas, etc.”

Dupuy, J. P. (1991, p. 14).

1.2. El papel de la Psicología colectiva en la historia


de la Psicología social

Cada vez es más frecuente poder leer advertencias sobre la “perversidad” de


determinadas historias de la Psicología social, sobre los datos incorrectos que
aparecen en los manuales y que se han ido transmitiendo de generación en ge-
neración de psicólogos sociales sin que se hayan cuestionado hasta fechas rela-
tivamente recientes.
Cuando se hacen estas advertencias es típico referirse a los diferentes capítu-
los sobre la historia de la Psicología social publicados por Gordon W. Allport en
las sucesivas ediciones del Handbook of Social Psychology, el “relator” oficial del
estado de la Psicología social.
© Editorial UOC 22 Psicología del comportamiento colectivo

A través de las diferentes ediciones, Allport ha conseguido reificar ciertas ase-


veraciones1 que han pasado a convertirse en verdades asumidas incontroverti-
blemente por gran parte de psicólogos sociales hasta la fecha2.
Una de las afirmaciones sobre hipotéticas “paternidades” de teorías o líneas
de investigación es la que hace referencia al origen de la investigación sobre las
multitudes o las masas; paternidad que se atribuye con insistencia al francés
Gustave Le Bon a raíz de la publicación, en 1895, de su obra La psychologie des
foules.
La afirmación no deja de tener sentido, dado que, en efecto, el libro de Le
Bon es probablemente uno de los que ha tenido una mayor difusión en la his-
toria de la Psicología social, con un incontable número de reediciones en di-
ferentes idiomas, y ha sido una obra que, sin duda, ha ejercido una gran
influencia en la historia de las ciencias sociales.
La influencia es cierta, la paternidad quizá lo sea menos. El mismo Allport
reconoce, aunque tangencialmente, las posibles dudas sobre la mencionada pa-
ternidad, reconociendo las aportaciones realizadas por el italiano Scipio Sighele,
criminalista de la escuela del fisiognomista Cesare Lombroso y discípulo del so-
cio de Lombroso, Enrico Ferri.
A falta de análisis de ADN, podemos basarnos en algunos datos que nos ofre-
ce Jaap Van Ginneken (1985) para resolver la polémica. Entre éstos, este autor
reproduce la afirmación que en 1895 hacía Sighele en la revista Cultura e Scuola
dirigiéndose a Le Bon:

“El primer capítulo de su primer libro es una completa copia de la línea de pensamiento
y frecuentemente una copia literal en su forma. En las páginas 12 y 15 usted resume la
introducción a mi volumen; en las páginas 17, 18, 19, 20, 21, 25, 26, 28, 30, 38, 39, 40,
45, 46, 47 usted copia las ideas que he desarrollado en mi primer capítulo.”

Citado por Van Ginneken, J. (1985, p. 375).

1. Entre las “verdades” transmitidas a partir de Allport, destacan la mención de los experimentos
realizados en 1897 por Norman Triplet, considerados como fundacionales de la investigación cien-
tífica en la Psicología social, y que 1908 constituye una fecha clave para la disciplina, dado que
coincide con la publicación de los considerados primeros manuales de Psicología social por parte
del sociólogo estadounidense Edward Ross y el psicólogo británico William McDougall.
2. Existen versiones menos axiomáticas de la historia de la Psicología social que pueden ser consul-
tadas. Sugerimos particularmente: Crespo, E. (1995); Farr, R. (1991); Haines, H., y Vaughan, G.M.
(1979) y Samelson, F. (1974).
© Editorial UOC 23 Capítulo I. Procesos colectivos y acción social

Sighele se refiere a su libro La folla delinquente publicado en 1891 y traducido


al francés en 1892, lo que hace difícil creer que no fuera conocido por Le Bon,
y aún más si tenemos en cuenta que Gabriel Tarde publicó una revisión de éste,
además de referirse a él en dos artículos de 1892 y 1893. Incluso en uno de di-
chos artículos (“Les crimes des foules”, 1892), Tarde menciona a otro autor fran-
cés, el Dr. Lacassagne, que en 1892 presenta su tesis doctoral (publicada en
1895) con el título de Psychologie des foules, curiosamente el mismo que tendrá
en 1895 el libro de Le Bon (Van Ginneken, 1985).
Todos estos datos nos ofrecen una idea de cómo no sólo es evidente que an-
tes que Le Bon otros autores trataron el tema por el que se hizo famoso, espe-
cialmente Sighele, sino que también probablemente Le Bon hizo algo más que
inspirarse en estos autores sin mencionarlos.
Por si puede quedar alguna duda sobre el “carácter” de Le Bon, no está de
más mencionar lo que Jiménez Burillo (1983), en su introducción a la edición
española del libro de Le Bon, denomina con indulgencia como un “pintoresco
episodio”: ¡la reivindicación por parte de Le Bon del descubrimiento de la Teoría
de la relatividad!
No obstante, como comentábamos, la influencia de Le Bon es evidente, he-
cho por el que será al autor a quien dedicaremos el subapartado dedicado a la
“Psicología de las masas”. De todos modos, no sería justo no desarrollar, aunque
brevemente, las aportaciones de los otros autores a los que nos hemos referido.

Scipio Sighele (1868-1913)

En su obra La masa delincuente (1891), Sighele desarrolla algunos de los prin-


cipios que también aparecerán después en la obra de Le Bon: la importancia de
las masas en la vida moderna (y aunque hayamos pasado del siglo XIX al XXI
continúa siendo así), la inferioridad en cuanto a inteligencia de las masas o co-
lectividades frente a los individuos, el principio de la imitación y sugestión en
la conducta de las masas, y la predisposición a la violencia por parte de éstas.
En concreto, siguiendo a Mauro Fornaro (1996), las leyes que elabora Sighele
sobre las masas se podrían resumir de la manera siguiente:

• Ley de la unidad o uniformidad: la masa actúa al unísono, tiene una direc-


ción común de comportamiento, que puede ser expresivo de las emociones
© Editorial UOC 24 Psicología del comportamiento colectivo

o ser una reacción a las mismas. Ello implica hablar de una “alma de la mul-
titud” o de un “individuo colectivo”.
• Ley de la no deducibilidad del carácter de la multitud a partir del carácter de
sus miembros: el resultado de la unión de unas personas en una multitud no
es la “suma” de sus características, sino un producto impredecible. Aunque
puede producirse un incremento sumatorio en el plano emocional (por su-
gestión), en el intelectual se producirá un decremento.
• Ley del número: la intensidad de una emoción crece en proporción directa
al número de personas.
• Ley de la predisposición al mal (crimen): aunque existe la posibilidad de que
la masa actúe de cara al bien y no al mal, esto es muy raro, dado que, según
la teoría de la estratificación filogenética del carácter, determinados aconte-
cimientos externos pueden hacer aflorar a la superficie las manifestaciones
primitivas del carácter: crueldad y salvajismo.
• Ley del guía o instigador: en toda masa siempre hay un jefe, un conductor.
• Ley de la composición de la multitud: esta ley recupera parcialmente las
ideas innatistas de la criminalidad y afirma que el comportamiento violento
o no de la masa depende del tipo de personas que la forman. La masa será
violenta si en la misma se encuentran personas con predisposiciones (pasio-
nales) al crimen.

Dada su formación jurídica, uno de los intereses de Sighele consiste en poder


llegar a establecer el grado de responsabilidad de las personas que, como miem-
bros de una masa, han estado implicadas en acontecimientos violentos. Su pos-
tura implicaba tener en cuenta parcialmente la pérdida del libre albedrío que se
produce en la masa; sin embargo, al mismo tiempo considera que las personas
son responsables en parte de su actuación. Aun así, un elemento que es preciso
destacar es su reconocimiento de la relación entre la injusticia social y la violen-
cia de las masas.

Gabriel Tarde (1843-1904)

Dos conceptos destacan en la fundamentación de la obra de Gabriel Tarde:


la imitación y la invención. Desde su perspectiva, el comportamiento social se ex-
© Editorial UOC 25 Capítulo I. Procesos colectivos y acción social

plica por medio de estos dos conceptos complementarios. Concibe la imitación


como una especie de estado hipnótico que favorece que los individuos realicen
conductas de modelos previos de forma bastante automática. La imitación es el
procedimiento psicológico por el que las ideas se repiten y propagan en la so-
ciedad, y empieza con estados internos como las creencias y los deseos de los
individuos. Los grupos desarrollan actitudes y sentimientos comunes que,
cuando se manifiestan públicamente, contribuyen a que las personas adquieran
confianza al comprobar que sus propios sentimientos son compartidos, lo que
da origen a las tradiciones que se transmiten a las siguientes generaciones. La
invención es todo aquel nuevo pensamiento o acción que surge de dos o más
ideas combinadas, adquiridas previamente por medio de la imitación o de la
oposición entre la imitación y las prácticas existentes.
Tarde, a diferencia de Gustave Le Bon, distingue entre las multitudes o masas
y el público, con lo que pone de manifiesto que, además de las relaciones cara
a cara, es importante la creación de corrientes de opinión entre personas aleja-
das entre sí. Asimismo, este público disperso no es consciente de que está sujeto
a procesos de persuasión e influencia o, como él señala, de suggestion à distance,
que contrasta con las otras formas de influencia de las que puede ser consciente
o suggestion à proximité.
El desacuerdo con los planteamientos positivistas defendido por Gabriel Tar-
de queda de manifiesto en el debate que mantuvo con Durkheim.
Durkheim no admite ningún tipo de explicación psicológica para los hechos
sociales. Para él, todo hecho social es exterior al individuo. En contraste, Tarde
mantendrá que la conciencia colectiva no existe fuera y por encima de las con-
ciencias individuales. En efecto, los procesos sociales se explican por la combi-
nación de la interacción mental (la influencia de unas mentes sobre otras por
medio de la imitación) y la innovación, con lo que es posible desprender la ex-
plicación del comportamiento colectivo como derivada de unos principios
idénticos (Álvaro, 1995). Desde esta perspectiva, los efectos de las masas sobre
el comportamiento individual ya no se conciben como unidireccionales, sino
como el producto de “las relaciones recíprocas entre las conciencias” (Tarde,
1904, p. 42, citado en Álvaro, 1995, p. 12).
Para Tarde, la Sociología, o lo que él denomina Psicología colectiva o intermental,
se debe basar en la Psicología. La imitación, la conversación o la invención cons-
tituyen los mecanismos que permiten la transmisión de unas mentes a otras. A
© Editorial UOC 26 Psicología del comportamiento colectivo

pesar del individualismo radical3 que caracteriza sus primeras obras, acentuado
por su polémica con Durkheim, con posterioridad adopta una postura más
interaccionista, conceptualizada como Interpsicología o Psicología intermental,
menos teñida de individualismo y de determinismo social, manifiestamente
evidente si lo comparamos con las posturas de Durkheim.
El habernos detenido en esta polémica entre Tarde y Durkheim va más allá
de lo anecdótico, puesto que pone de manifiesto una tensión pertinaz en el seno
de la Psicología social, la tensión entre las explicaciones psicologistas y las so-
ciologistas, la tensión entre las explicaciones individualistas y las grupales. Para
la primera, los grupos no existen. Grupo es un término, nada más que un nom-
bre, que se refiere a una multiplicidad de procesos individuales, y la noción de
grupo se convierte en superflua en cuanto se describen las acciones de los indi-
viduos. No hay nada que exista en el grupo que no haya existido previamente
en el individuo.

1.2.1. Gustave Le Bon: la Psicología de las masas (1841-1931)

El siglo de Le Bon

El 19 de julio de 1870 Francia, gobernada por Napoleón III desde 1851 (tras la derrota
del levantamiento de los trabajadores en 1848), declara la guerra a Prusia tras unas
disputas por la sucesión al Trono de España. La guerra (franco-prusiana), que se pro-
longa hasta 1871, termina con la victoria de Prusia y la captura de Napoleón III, que
una vez liberado se exilia a Inglaterra tras ser depuesto del Trono.

Los trabajadores de un París sitiado se oponen a la rendición y reivindican la declara-


ción de una nueva república democrática. Mientras, Adolphe Thiers, jefe del gobierno
provisional y con posterioridad presidente de la República, negocia la paz con los pru-
sianos. El 18 de marzo de 1871, Thiers ordena al ejército la captura de los cañones de
la Guardia Nacional, pero tras su captura los soldados se niegan a disparar y el ejército
se ve obligado a retirarse.

3. Años más tarde, la Psicología social encontrará otro “abanderado” de la postura individualista-
psicologista en Floyd Allport. Puede encontrarse una exposición de su planteamiento en “La fala-
cia de grupo en relación con la ciencia social”, publicado originalmente en 1923, y traducido en el
libro de Francisco Morales y Carmen Huici (1989).
© Editorial UOC 27 Capítulo I. Procesos colectivos y acción social

Como se afirma en el diario oficial de 21 de marzo de 1871, “Les prolétaires de la capi-


tale, au milieu des défaillances et des trahisons des classes gouvernantes, ont compris que
l’heure était arrivée pour eux de sauver la situation en prenant en main la direction des af-
faires publiques.” Ha nacido la Comuna.

Sin embargo, este gobierno del proletariado durará muy poco, puesto que las tropas
de Thiers entran en París el 21 de mayo de 1871 y acaban sangrientamente con la bre-
ve vida de la Comuna.

Thiers es elegido presidente de la III República, pero su mandato también será efíme-
ro, dado que en 1873 la mayoría monárquica lo obliga a dimitir y es elegido como
nuevo presidente el monárquico Marie Edmé Patrice de MacMahon. Tras fracasar en
1875 el intento de aprobar una constitución monárquica, el 16 de mayo de 1877 (le
seize mai), obliga a dimitir al Primer ministro republicano Jules Simon y, tras las nue-
vas elecciones, a pesar de la mayoría republicana, nombra a un primer ministro mo-
nárquico hasta que es obligado a nombrar a otro que tuviera el apoyo de la Cámara
de Diputados.

Ésta es la época que le toca vivir a Gustave Le Bon, una época marcada por
guerras, revueltas y revoluciones, una época de cuestionamiento del orden esta-
blecido.
Como comenta Salvador Giner:

“Hacia 1890, los temores sobre los efectos nocivos de la extensión del igualitarismo
y la democracia a la vida política y cívica hallaron un eco más amplio entre el público
de los pensadores políticos y de los filósofos sociales de diversas tendencias que los
que se habían estado expresando hasta entonces.”

Giner, S. (1979, pp. 101-102).

Le Bon, ante estos cambios, se preocupa por lo que considera que puede lle-
var a la desaparición de la civilización europea tal como se había conocido hasta
la época, y se preocupa especialmente por la desaparición de los valores tradi-
cionales, la pérdida de las creencias religiosas, etc., y responsabiliza de todo ello
al encumbramiento de las masas, al ascenso del proletariado al poder.

“El advenimiento de las clases populares a la vida política, su progresiva transforma-


ción en clases dirigentes, es una de las más destacadas características de nuestra época
de transición. [...]

En la actualidad, las reivindicaciones de las masas se hacen cada vez más definidas y
tienden a destruir radicalmente la sociedad actual, para conducirla a aquel comunis-
© Editorial UOC 28 Psicología del comportamiento colectivo

mo primitivo que fue el estado normal de todos los grupos humanos antes de la au-
rora de la civilización.”

Le Bon, G. (1986, pp. 20-21).

Así, el único papel que se le otorga a las masas es el de generar desorden y


destrucción, mientras que sus características básicas son la inconsciencia, la bru-
talidad y la barbarie. En definitiva, la mejor caracterización posible de la masa
es la de “chusma irreflexiva y criminal”.

“Por su poder exclusivamente destructivo, actúan como aquellos microbios que acti-
van la disolución de los cuerpos debilitados o de los cadáveres. Cuando el edificio de
una civilización está carcomido, las masas provocan su derrumbamiento. Se pone en-
tonces de manifiesto su papel. Durante un instante, la fuerza ciega del número se con-
vierte en la única filosofía de la historia.”

Le Bon, G. (1986, p. 22).

Pero ¿qué es una masa? ¿Qué características tiene? Su característica primor-


dial es la desaparición de las individualidades, la aparición de un “alma colectiva”
que presenta características diferentes de la de los individuos que componen la
masa.

“En determinadas circunstancias, y sólo en ellas, una aglomeración de seres humanos


posee características nuevas y muy diferentes de las de cada uno de los individuos que
la componen. La personalidad consciente se esfuma, los sentimientos y las ideas de
todas las unidades se orientan en una misma dirección. Se forma un alma colectiva,
indudablemente transitoria, pero que presenta características muy definidas. La co-
lectividad se convierte entonces en aquello que, a falta de otra expresión mejor, de-
signaré como masa organizada o, si se prefiere, masa psicológica. Forma un solo ser y
está sometida a la ley de la unidad mental de las masas.”

Le Bon, G. (1986, p. 27).

Por tanto, aparece un nuevo ser, la masa, con características completamente


diferentes a las de los individuos que la forman. Las causas de la aparición de
estas características especiales de las masas son las siguientes:

• Sentimiento de potencia invencible que adquiere el individuo en la masa, lo que


lo lleva a ceder a sus instintos (o le permite hacerlo). Este hecho se ve favo-
© Editorial UOC 29 Capítulo I. Procesos colectivos y acción social

recido por el anonimato y la desaparición de los sentimientos de responsa-


bilidad individual.
• Contagio mental, que implica que todo sentimiento, todo acto, se contagia de
un individuo a otro de una forma similar a como funciona la hipnosis.
• Sugestibilidad, que lo lleva a realizar conductas que no realizaría de no ser
miembro de la masa, y a que desaparezca su personalidad consciente como
si se encontrara en un estado de hipnosis. El contagio no sería sino un efecto
de la sugestibilidad.

“Así pues, la desaparición de la personalidad consciente, el predominio de la persona-


lidad inconsciente, la orientación de los sentimientos y las ideas en un mismo sentido,
a través de la sugestión y del contagio, la tendencia a transformar inmediatamente en
actos las ideas sugeridas, son las principales características del individuo dentro de la
masa. [...] El individuo que forma parte de una masa es un grano de arena inmerso
entre otros muchos que el viento agita a su capricho.”

Le Bon, G. (1986, pp. 32-33).

Por último, la posibilidad de que las multitudes puedan conseguir algún ob-
jetivo social pasa, según Le Bon, por tener algún mito unificador, algo que sólo
pueden conseguir gracias a los líderes, que son los únicos capaces de interpretar,
administrar y oficiar los mitos, dado que la masa no es capaz de interpretar sus
significados.
Dentro de este apartado dedicado a la Psicología de las masas “leboniana”, po-
dríamos continuar citando a diferentes autores (Edward Ross, William McDougall,
etc.) con planteamientos muy similares a los expuestos hasta el momento, pero,
para no eternizarnos, únicamente citaremos al que algunos denominan “el filó-
sofo español”.

José Ortega y Gasset (1833-1955)

Ortega y Gasset, uno de los pensadores españoles más importantes del siglo XX,
publica en 1930 una obra que continúa la línea iniciada por Sighele y Le Bon:
La rebelión de las masas, que también ha gozado de un número importante de
ediciones y traducciones y que según Giner (1979) es, dentro de esta temática,
el libro que más influyó en el gran público internacional.
© Editorial UOC 30 Psicología del comportamiento colectivo

Para reflejar el planteamiento de Ortega, no hay nada mejor que reproducir


las primeras líneas de su texto4:

“Hay un hecho que, para bien o para mal, es el más importante en la vida pública
europea de la hora presente. Este hecho es el advenimiento de las masas al pleno po-
derío social. Como las masas, por definición, no deben ni pueden dirigir su propia
existencia, y menos regentar la sociedad, quiere decirse que Europa sufre ahora la más
grave crisis que a pueblos, naciones o culturas, cabe padecer. Ésta ha tenido lugar más
de una vez en la historia. Su fisonomía y sus consecuencias son conocidas. También
se conoce su nombre. Se llama la rebelión de las masas.”

Ortega y Gasset, J. (1930, p. 39).

Ortega, influido (igual que lo estuvo treinta y cinco años antes Gustave Le
Bon) por los acontecimientos políticos de su época, se plantea el papel que jue-
gan las masas y las minorías, haciendo un planteamiento elitista, puesto que se-
gún él, mientras las masas son el conjunto de personas no especialmente
cualificadas, la minoría son aquellos individuos o grupos de individuos especial-
mente cualificados.
El problema que se plantea es que las masas se “olvidan” de que son masa
por esto mismo, por su no cualificación; sin embargo, aun así pretenden impo-
ner sus ideas cuando éstas, por definición, no existen, dado que no están cuali-
ficadas para tenerlas.
Este hecho las lleva a ser indóciles frente a las minorías, que son las auténticas
forjadoras de la sociedad, del progreso, ambos amenazados por las masas, que
pretenden alcanzar todo sin esforzarse por conseguirlo y que consideran que
los logros (de unos pocos) es algo dado por naturaleza y que no hay que esfor-
zarse para mantenerlo o mejorarlo.
Así, el hombre masa se caracteriza por “la libre expansión de sus deseos vita-
les” y por “la radical ingratitud hacia todo aquello que ha hecho posible la fa-
cilidad de su existencia”.
La conclusión es lógica, el único recurso de esas masas sin ideas y sin capaci-
dad para defender lo que pretenden es la acción intimidatoria, la violencia.

4. Puede accederse a éste y otros textos de Ortega en formato electrónico, así como a información
adicional sobre el autor, en la dirección: http://es.geocities.com/atxara/
© Editorial UOC 31 Capítulo I. Procesos colectivos y acción social

“Cuando la masa actúa por sí misma, lo hace sólo de una manera, porque no tiene
otra: lincha. [...] Ni mucho menos podrá extrañar que ahora, cuando las masas triun-
fan, triunfe la violencia y se haga de ésta la única ratio, la única doctrina.”

Ortega y Gasset, J. (1930, p. 118).

“Afortunadamente”, Ortega tiene la solución, dejar el gobierno en manos de


la minoría excelente, puesto que la masa...

“ha venido al mundo para ser dirigida, influida, representada, organizada [...] Pero no
ha venido al mundo para hacer todo eso por sí. Necesita referir su vida a la instancia
superior, constituida por las minorías selectas. [...] [Puesto que] el hombre es, tenga
ganas de ello o no, un ser constitutivamente formado a buscar una instancia supe-
rior”.

Ortega y Gasset, J. (1930, p. 117).

En el “Epílogo para ingleses”, que aparece en la edición de 1938 de La rebelión


de las masas, se incluye un texto “Sobre el pacifismo”, escrito en 1937, es decir,
en plena Guerra Civil, en el que Ortega se queja de la “insolente intervención”
de Einstein, quien “se ha creído con ‘derecho’ a opinar sobre la Guerra Civil es-
pañola y opinar ante ella” (Ortega y Gasset, 1930, p. 203). Einstein no es el úni-
co que queda malparado en este texto; corren la misma suerte sus destinatarios
específicos, la opinión pública inglesa, a la que también se acusa de opinar sobre
lo que no conoce.
Por cierto, al inicio del “Prólogo para ingleses”, Ortega habla de la “nerviosi-
dad de los últimos meses”. ¿Será necesario recurrir a los libros de historia para
saber a qué se puede estar refiriendo, en abril de 1938, con este eufemismo?
Estamos casi seguros de que un número relativamente importante de psicólo-
gos sociales españoles no está de acuerdo con el enfoque que hemos dado a este
apartado sobre Ortega. El interés renovado5 por su redescubrimiento ha llevado
a que, últimamente, se le califique de antecedente importante de la Psicología
social histórica, de algunas psicologías sociales actuales como la etogenia, o
incluso de la Psicología social posmoderna (Ovejero, 1997). Sin embargo,

5. El VII Congreso Nacional de Psicología social, celebrado en septiembre de 2000, contó con un
simposio dedicado a Ortega bajo el título “El hombre y la gente: perspectivas sobre el pensamiento
psicosocial en Ortega”.
© Editorial UOC 32 Psicología del comportamiento colectivo

reconocer la importancia y la influencia de la obra de Ortega, que nadie puede


poner en duda, no debería ser obstáculo para poder realizar, al mismo tiempo,
un planteamiento ideológicamente crítico de, como mínimo, parte de ella.

1.2.2. Wilhem Wundt: la Psicología de los pueblos

Wilhem Wundt (1832-1920) suele ser asociado primordialmente con la fun-


dación de la Psicología experimental, quedando así eclipsadas sus contribucio-
nes a la Psicología social. Wundt concebía la Psicología experimental y la
Völkerpsychologie (‘Psicología de los pueblos’) como complementarias. Las cien-
cias naturales deberían fundamentar la Psicología experimental, mientras que
las ciencias sociales fundamentarían la Völkerpsychologie. Sobre la Psicología ex-
perimental recaía el estudio de los procesos mentales individuales y sobre la Psi-
cología de los pueblos, el análisis de los aspectos sociales de los procesos
individuales tal como se manifiestan en el lenguaje, en los mitos y en las cos-
tumbres por medio del estudio comparativo e histórico:

“La Völkerpsychologie puede ser considerada como una rama de la Psicología [...] Su
objetivo es el estudio de los productos mentales que son creados por una comunidad
humana y que son, por lo tanto, inexplicables en términos de una conciencia indivi-
dual, al presuponer la acción recíproca de muchos.”

Wundt, W. (1916, p. 3, citado en J. L. Álvaro, 1995, p. 6).

Para Wundt, en la interpretación de los procesos mentales superiores, la Psi-


cología de los pueblos es inseparable de la Psicología de la conciencia indivi-
dual, en la medida en que la segunda descansa en la primera. En efecto, no
puede existir una Psicología de los pueblos al margen de los individuos que
participan en las relaciones recíprocas, por lo que es preciso considerar que la
Völkerpsychologie presupone una psicología individual, dado que provee de los
elementos necesarios para la interpretación de la conciencia individual. En
efecto, los procesos mentales participan de una naturaleza social e histórica por
su vinculación a la cultura y al lenguaje, por lo que hacer inteligible la dimen-
sión social del individuo pasa, necesariamente, por el estudio del lenguaje, no
© Editorial UOC 33 Capítulo I. Procesos colectivos y acción social

en su consideración individual, sino formando parte de la historia de la comu-


nidad. La Völkerpsychologie consiste en un intento de estudio de la génesis de la
mente humana como producto social e histórico, lo que hace de la misma una
psicología social histórica (Álvaro, 1995).

1.2.3. Sigmund Freud: Psicología de las masas y análisis del yo

Para muchos, Sigmund Freud (1856-1939) no sólo fue el creador de la teo-


ría psicoanalítica, sino también uno de los grandes psicólogos sociales de
principios de siglo6, puesto que en algunas de sus obras trata temas muy
afines a la Psicología social. Un ejemplo de ello es la publicación, en 1921, de
Psicología de las masas y análisis del yo, en la que retoma el tema planteado por
Le Bon.
Antes de continuar hablando de esta obra, permítasenos apuntar un dato.
Como hemos señalado, Le Bon escribe su libro en 1895, en plena época de
cambios y transformaciones en Europa (y con la memoria fresca de los acon-
tecimientos de la Comuna de París) y, años más tarde, Ortega publica su libro
en 1930, cuando España también está plenamente inmersa en toda una serie
de procesos de cambio que desembocaron en la instauración de la República
y, posteriormente, en la Guerra Civil (periodo durante el cual escribió el pró-
logo y el epílogo a los que hemos aludido con anterioridad). Por su parte,
Freud también escribe sobre las masas en 1921, teniendo probablemente toda-
vía en la retina las imágenes de “la Gran Guerra” (Primera Guerra Mundial,
1914-1918) y avanzando el surgimiento de los movimientos totalitarios. Por
tanto, parece evidente que los acontecimientos históricos no son ajenos al in-
terés por las masas.
En el libro que mencionamos, Freud recoge las aportaciones de autores clá-
sicos como Le Bon o McDougall, con quienes reconoce ciertas similitudes en
sus planteamientos, pero con los que igualmente manifiesta mantener ciertas
discrepancias.

6. James A. Schellenberg (1978) en su libro dedicado a los fundadores de la Psicología social coloca
a Freud junto a Mead, Lewin y Skinner.
© Editorial UOC 34 Psicología del comportamiento colectivo

“Hemos utilizado como punto de partida la exposición de Gustave Le Bon, por coin-
cidir considerablemente con nuestra psicología en la acentuación de la vida anímica
inconsciente. Mas ahora hemos de añadir que, en realidad, ninguna de las afirmacio-
nes de este autor nos ofrece algo nuevo.”

Freud, S. (1974, p. 2571).

El planteamiento de Freud asume que la persona dentro de la masa experi-


menta una modificación de su “actividad anímica”, algo que otros autores han
explicado basándose en la idea de “sugestión” o de “imitación”. Por su parte,
Freud pretende explicar el fenómeno introduciendo el concepto de líbido, es de-
cir, la idea de que los vínculos que se establecen entre los miembros de la masa
son de tipo amoroso o, como dice él, “o para emplear una expresión neutra, la-
zos afectivos” (Freud, 1974, p. 2577).

“Nuestra esperanza se apoya en dos ideas. En primer lugar, la de que la masa tiene que
hallarse mantenida en cohesión por algún poder. ¿Y a qué poder resulta factible atri-
buir tal función si no es a Eros, que mantiene la cohesión de todo lo existente?”

Freud, S. (1974, p. 2578).

Para ilustrar esta idea, Freud señala, en primer lugar, la diferencia entre dis-
tintos tipos de masas, y resalta la diferenciación entre aquellas que tienen un
director y las que no disponen de este último. Los ejemplos que utilizará serán
los relativos a dos tipos de masas que cumplen este requisito: el Ejército y la Igle-
sia, y en los que puede apreciarse la influencia de la líbido.

“En la Iglesia [...] y en el Ejército reina, cualquiera que sean sus diferencias en otros
aspectos, una misma ilusión: la ilusión de la presencia visible o invisible de un jefe
[...] que ama con igual amor a todos los miembros de la colectividad.”

Freud, S. (1974, p. 2578).

Por tanto, en estas masas, y en otras con estas características, se produce


una doble relación de tipo libidinoso, hacia el jefe y hacia el resto de los miem-
bros, que es la que mantiene unida a la masa. Esto es lo que hace que se obser-
ve la desaparición de las características individuales, el sentimiento de unidad.
© Editorial UOC 35 Capítulo I. Procesos colectivos y acción social

Para explicar esto último, Freud recurre de nuevo a un concepto elaborado


en otras obras, el de identificación, que hace que aspiremos “a conformar el pro-
pio yo análogamente al otro tomado como modelo” (Freud, 1974, p. 2585), y
concluye lo siguiente:

“Tal masa primaria es una reunión de individuos que han reemplazado su ideal del
‘yo’ por un mismo objeto, a consecuencia de lo cual se ha establecido entre ellos una
general y recíproca identificación del ‘yo’.”

Freud, S. (1974, p. 2592).

2. Enfoques teóricos de los comportamientos colectivos

2.1. Teorías del contagio

En la práctica, las teorías del contagio, como señala Jiménez Burillo (1981),
no son teorías, puesto que cuando se habla de contagio se está aludiendo a un
mecanismo explicativo presente en la obra de diferentes autores, de los cuales
el más representativo es Le Bon, para quien el contagio constituye uno de los
tres procesos implicados en la conducta colectiva.
Además de los autores clásicos, el contagio ha sido defendido, más reciente-
mente, por M. Blumer (no confundir con Herbert Blumer, creador del interac-
cionismo simbólico), quien lo explica como una “reacción circular” en la que el
contagio tiene, asimismo, un efecto reforzador, puesto que el hecho de que una
persona reaccione de la misma manera que otra ante un determinado aconteci-
miento lleva a que la conducta de la primera persona se vea a su vez reforzada.
Es un contagio de ida y vuelta.
Por tanto, todos ellos afirman que la presencia de otras personas puede dar
lugar a lo que podríamos denominar procesos de influencia interpersonal, que ha-
cen que un sentimiento, una actitud o una conducta se cierren difundiéndose
de una persona a otra, y contagiando así a todo el grupo como si se tratara de
un virus.
© Editorial UOC 36 Psicología del comportamiento colectivo

La simplicidad de estas explicaciones hace que hayan recibido numerosas


críticas, que Jiménez Burillo (1981, p. 274) resume de la manera siguiente:

• Ausencia de evidencia empírica de la existencia del contagio emocional.


• Ausencia de evidencia empírica de los mecanismos supuestamente actuan-
tes: sugestión, identificación, etc.
• Poder explicativo limitado.

2.2. Teorías de la convergencia

Otras teorías enfatizan la necesidad de que los miembros de la masa compar-


tan algún tipo de característica común. Milgram y Toch (1969) ponen el ejem-
plo de una sala de hospital en la que están ingresados pacientes con una misma
enfermedad sin que se la hayan contagiado unos a otros.
Por tanto, la conducta homogénea de la masa obedece al hecho de que al tener
sus miembros características comunes, es fácil esperar que el tipo de conducta sea
similar. Por ejemplo, si esta última es violenta, significa que las personas de la
masa comparten la característica de ser personas violentas (mientras que en el
modelo anterior podría cuestionarse que lo fueran todas, dado que sólo sería ne-
cesario que unas cuantas personas violentas “infectaran” su violencia al resto).
Milgram y Toch (1969) mencionan algunas investigaciones en las que se po-
dría interpretar la violencia colectiva de un grupo de personas basándose en este
modelo. En concreto, aluden a la observación de que no toda la población (in-
cluso en pequeñas ciudades del sur de Estados Unidos) participa en los actos de
linchamiento, lo que llevaría a afirmar que los participantes son personas pro-
pensas a la violencia.
El 27 de octubre de 2001, entre muchas otras imágenes de “Libertad Durade-
ra”, algunas televisiones mostraron imágenes de periodistas occidentales que
eran apedreados por refugiados afganos en la frontera entre Afganistán y Pakis-
tán. Los periodistas tuvieron que escapar corriendo mientras eran hostigados
mediante el lanzamiento de piedras.
¿Debemos pensar que la mejor explicación de este acontecimiento puede ser
la de que los periodistas tuvieron la mala suerte de encontrarse en un punto de
alta densidad de refugiados violentos?
© Editorial UOC 37 Capítulo I. Procesos colectivos y acción social

2.3. Teoría de la norma emergente

Los modelos anteriores comparten la característica de asumir la homogenei-


dad de conducta de los miembros de una masa, algo que contrasta con la reali-
dad, puesto que un examen detenido de los comportamientos colectivos
muestra que no todos los miembros actúan de la misma manera.
Por otra parte, diferentes investigaciones clásicas de la Psicología social han
mostrado que la interacción con los pequeños grupos da lugar a la aparición de
normas o estándares de conducta que ejercerán, una vez formadas, una fuerte
influencia sobre su comportamiento.
Éstos son los puntos de partida de la Teoría de la norma emergente formula-
da originalmente por Turner y Killian (1957), quienes afirman que la actuación
de la persona depende de su percepción sobre las normas que rigen en la situa-
ción en que se encuentra. Estas últimas no son las convencionales o institucio-
nales, no provienen de fuera, sino que son creadas en el transcurso de la
interacción con el grupo. Lo mismo que en la investigación de Sherif, la ambi-
güedad de la situación favorece la aparición de estas normas.
La conducta de la masa no es, por tanto, irracional o irreflexiva, sino que es
normativa, al menos en relación con las normas generadas por el propio grupo.
De hecho, gran parte de las comunicaciones que se dan en el grupo tendrán la
función de definir la situación e identificar las normas existentes.

2.4. Teoría del valor añadido o tensión estructural

Smelser (1963) destaca el papel reivindicativo y propositivo de la conducta


colectiva, y cómo ésta está dirigida a la obtención de unas metas que se consi-
deren inaccesibles por otras vías.

“Según Smelser (1963), la conducta colectiva ocurre cuando las personas se preparan
para actuar sobre la base de una creencia que se centra en el cambio de algunos aspectos
de la sociedad; pero surge sólo cuando no hay forma de conseguir el resultado deseado
mediante las instituciones normales de la sociedad. Es, por lo tanto, conducta que ocu-
rre fuera de las instituciones, y que está propositivamente orientada hacia el cambio.”

Milgram, S. y Toch, H. (1969, p. 555).


© Editorial UOC 38 Psicología del comportamiento colectivo

Para que finalmente llegue a realizarse la conducta colectiva, es preciso que


se cumplan seis determinantes en un orden determinado, teniendo en cuenta
que cada uno de los mismos constituye condición necesaria para el siguiente:

1) Conductividad estructural: condiciones estructurales generales necesarias


para un episodio colectivo.
2) Tensión estructural o conflictos entre elementos del sistema: una de las
posibles fuentes de tensión tiene su origen en la deprivación de privilegios.
3) Desarrollo y expansión de creencias: sobre las causas de la tensión (fuerzas
y agentes) y sobre las formas de eliminarla o disminuirla.
4) Factores desencadenantes: algún tipo de acontecimiento que actúa como
detonador de la acción.
5) Movilización para la acción: todo lo anterior lleva a la necesidad de im-
plicar al grupo. Aquí tiene un papel importante la actuación de los líderes.
6) Control social: actuaciones por parte de los agentes de control social para
intentar evitar (aunque a veces sea para fomentar) la acción.

El modelo se ha utilizado con éxito parcial para explicar distintos casos de


conducta colectiva en la que se han producido enfrentamientos. Por ejemplo,
Milgram y Toch (1969) se refieren a las reivindicaciones estudiantiles de 1964
en Berkeley; Lewis (1975), a los enfrentamientos que se produjeron en 1970 en
la Universidad de Kent (que se saldaron con la muerte de cuatro estudiantes por
disparos de la policía). Por otro lado, Rebolloso (1994) se refiere al motín de la
prisión de Ática (1971), en el que murieron veintiocho internos y nueve guar-
dianes (todos por disparos de la policía que asaltó la prisión). De acuerdo con
este ejemplo, podemos concluir que, como mínimo, el modelo predice correc-
tamente el último elemento, el control social.

2.5. Teoría de la identidad social

En 1971, Henry Tajfel, junto a otros autores, publica un artículo en el que se


describe lo que con posterioridad se conocerán como experimentos del paradigma
mínimo. No explicaremos aquí el detalle de la investigación, basta saber que los
© Editorial UOC 39 Capítulo I. Procesos colectivos y acción social

resultados obtenidos por los autores permiten observar cómo, en una situación
en la que se reparte una cantidad de dinero entre una persona perteneciente al pro-
pio grupo y una perteneciente a otro, existe una tendencia a favorecer al miembro
del propio grupo. Probablemente pueda pensarse que este resultado no va más allá
del sentido común. Sin embargo, lo interesante de estos experimentos es que
muestran que esa tendencia a favorecer al miembro del propio grupo no se lleva
a cabo en términos absolutos, sino en términos relativos. Es decir, lo que define
“favorecer” no es la cantidad absoluta que recibe, sino la cantidad en relación con
la que recibe la persona del otro grupo. El favorecimiento puede implicar, por
ejemplo, dar una cantidad baja de dinero al propio grupo siempre y cuando ello
implique que la persona del otro grupo obtenga una cantidad todavía inferior. Po-
dría preferirse, por ejemplo, una distribución 7/1 a una 19/25.
La explicación a esta conducta aparentemente ilógica da pie a una de las teo-
rías capitales de la Psicología social, la Teoría de la categorización, comparación
de la identidad social7. La necesidad de obtener una identidad social positiva es
la que provoca que procuremos diferenciar positivamente a nuestro grupo con
respecto a otros. Si en el proceso de comparación nuestro grupo sale favorecido,
nosotros salimos favorecidos, obtenemos una identidad social positiva, definida
de la manera siguiente:

“Aquella parte del autoconcepto de un individuo que deriva del conocimiento de su


pertenencia a un grupo (o grupos) social junto al significado valorativo y emocional
asociado a dicha pertenencia.”

Tajfel, H. (1984, p. 292).

Basándose en esta teoría, en la década de los ochenta John C. Turner desa-


rrolla la Teoría de la autocategorización. Esta última plantea tres posibles niveles
de categorización del yo: el supraordenado (ser humano); un nivel intermedio de
tipo grupal con categorizaciones in-group/out-group, y un nivel subordinado en
el que la categorización se realiza en el nivel personal. Al mismo tiempo, plantea

7. Años antes, Leon Festinger planteó una teoría similar (Teoría de la comparación social) en la
que la identidad de la persona era el resultado de un proceso de comparación con otras personas.
La diferencia con Tajfel consiste en que mientras Festinger plantea un proceso de comparación
interpersonal, Tajfel propone un proceso de comparación intergrupal. Aunque en ambos casos se
habla de identidad, en el primero se trata de una identidad personal, mientras que en el segundo es
una identidad social.
© Editorial UOC 40 Psicología del comportamiento colectivo

que la autopercepción tiende a variar en un continuo que iría desde lo total-


mente personal (máxima diferenciación entre el yo y los miembros del propio
grupo) a lo totalmente grupal (máxima similitud con el propio grupo y máxima
diferenciación con otros grupos). Puesto que se trata de un continuo, también
pueden darse niveles intermedios, con lo que los dos tipos de diferenciaciones
no son exclusivos y se podrían dar al mismo tiempo.
El haber traído hasta aquí esta teoría obedece al hecho de que nos permite
una explicación de la homogeneidad del comportamiento de la masa que va
más allá de las explicaciones en términos de contagio en las que se afirma que
el individuo pierde su identidad, que se convierte en un miembro indiferencia-
do de la masa sufriendo un proceso de “desindividualización”.
Turner prefiere hablar de despersonalización:

“La despersonalización se refiere a los procesos de ‘auto-estereotipado’ por los que las
personas se perciben a sí mismas más como ejemplares intercambiables de una cate-
goría social que como personalidades únicas definidas por sus diferencias individua-
les de otros.”

Turner, J. C. (1987, p. 50).

Entendida así, la despersonalización se diferencia de la desindividualización


en el hecho de que no implica una pérdida de la identidad individual, sino un
cambio del nivel personal en el nivel social de identidad.
Partiendo de estos presupuestos, Stephen Reicher formula uno de los mode-
los de comportamiento de masas más interesantes de entre los que podemos en-
contrar en la actualidad. Se trata de un modelo que ofrece explicaciones del
comportamiento de masas radicalmente diferentes a las clásicas (contagio) e, in-
cluso, a las de apariencia más social, como la Teoría de la norma emergente.
Para Reicher, los miembros de una masa comparten una misma autocatego-
rización; es decir, se consideran a sí mismos miembros de un grupo y, por con-
siguiente, con unas características comunes que los diferencian de otros grupos.
Aunque la Teoría de la autocategorización afirma que los miembros del grupo
se conforman a las normas estereotipadas asociadas con su grupo, en el caso de
las masas, caracterizadas por la novedad y la ambigüedad, no parece probable
que existan tales normas. En ese caso, según Reicher, tales normas, las conduc-
tas adecuadas a la situación, se infieren a partir de la percepción de los compor-
© Editorial UOC 41 Capítulo I. Procesos colectivos y acción social

tamientos realizados por otros miembros del grupo (aspecto inductivo de la


categorización en términos de Turner). Cuanto más representativa del grupo sea
considerada una persona, más influencia tendrá ésta en la definición del com-
portamiento normativo.
Las conclusiones básicas a las que llega Reicher son las siguientes:

• Los miembros de la masa actúan en términos de una identidad social común,


hecho que se opone a las concepciones según las cuales en la masa se produ-
ce una pérdida de la identidad. Ocurre más bien lo contrario, un refuerzo de
la identidad, pero no en el sentido individual, sino en el social.
• El contenido del comportamiento de la masa estará limitado por la naturale-
za de la categoría social a la que pertenece, lo que implica que el comporta-
miento no será necesariamente destructivo o violento, puesto que la forma
que adoptará éste dependerá de su identidad social.

Si bien este modelo puede aparentar similitudes con la teoría de la norma


emergente, Reicher (1996) señala que, aunque ésta rompe con la irracionalidad
de los enfoques más clásicos, también presenta algunos problemas. En primer
lugar, el proceso de aparición de normas no es adecuado para situaciones en las
que la masa actúa y cambia con rapidez. En segundo lugar, se da un carácter in-
dividualista a las normas, dado que éstas surgen por las predisposiciones de de-
terminados individuos (prominentes) del grupo.
Para resumir el planteamiento de Reicher, nada mejor que hacerlo con sus
propias palabras:

“El argumento clave es que las personas no tienen una identidad singular y única,
sino que más bien son capaces de definirse a diferentes niveles de abstracción. Pueden
definirse en términos de sus diferencias personales con respecto a otras personas,
pero igualmente pueden definirse también en términos de cómo su grupo se dife-
rencia de otros grupos (identidad social). Además, cuando las personas actúan en tér-
minos de cualquier identidad social dada (un hombre, un católico, un socialista), su
conducta está determinada por los significados asociados con el grupo (masculinidad,
catolicismo, socialismo), más que con sus creencias y valores personales. Aplicado a
la Psicología de las masas, el argumento es que las personas no pierden su identidad
en la masa, ni su conducta refleja una personalidad defectuosa, más bien cambian de
una identidad personal a una identidad colectiva. De la misma forma, no es que la
conducta de una persona esté sujeta a una pérdida de control, más bien se pasa de
© Editorial UOC 42 Psicología del comportamiento colectivo

actuar individualmente en términos de creencias y valores individuales a actuar co-


lectivamente en términos de creencias colectivas compartidas.”

Stott, C., y Reicher S. (1998, p. 511).

Aunque este modelo presenta evidentes ventajas con respecto a los anterio-
res, recientemente el mismo Reicher (1996) ha planteado que presenta dos limi-
taciones importantes.
En primer lugar, el modelo (modelo de la identidad social) da por asumido
que la identidad social determina la acción, pero no se consideran los procesos
mediante los cuales ésta se construye. Así, en el caso de los conflictos, podría
llegar a plantearse que estos últimos son algo inevitable dada la naturaleza de
algunas masas. En segundo lugar, presta poca atención a las dinámicas intergru-
pales. Es decir, todo el análisis se centra en las percepciones de los miembros de
la masa, sin considerar cómo pueden afectar las acciones de una de las partes (el
grupo al que se suele enfrentar la masa) a las conductas y percepciones de la
otra.
Ante estos problemas, Reicher reformula sus planteamientos iniciales pasan-
do a hablar del “modelo elaborado de identidad social” (ESIM), en el que se des-
taca cómo los acontecimientos de masa se caracterizan, principalmente, por
tratarse de relaciones intergrupales y que, como tales, la identidad social de los
miembros de la masa y, por tanto, sus acciones, dependen de las dinámicas de
dichas relaciones.
De este modo, se puede entender que una masa, con independencia de las
características de sus miembros, puede redefinir el curso adecuado de acción, la
conducta normativa en ese contexto, en función de las relaciones que manten-
ga con el otro grupo. Una ilustración interesante de este modelo la podemos en-
contrar en el análisis que realiza Reicher de los conflictos entre estudiantes y
policías en 1988 en la conocida como “la batalla de Westminster” (Reicher,
1996) y, más recientemente, en el análisis de los conflictos entre aficionados in-
gleses y la policía francesa durante las finales de 1998 de la copa mundial de fút-
bol (Scott, Hutchinson y Drury, 2001).

“La mayoría de los estudiantes partieron con una idea de sí mismos como personas
respetables ejerciendo el derecho democrático a protestar (y por tanto se distanciaron
de los radicales que convocaban a acciones de confrontación). La policía, sin embar-
go, consideró a la masa de estudiantes como homogénea, como una amenaza peligro-
© Editorial UOC 43 Capítulo I. Procesos colectivos y acción social

sa y actuaron con el objetivo de impedir su progreso hacia el Parlamento. Esta acción


fue vista como ilegítima por los estudiantes en su conjunto y los unificó en oposición
a la policía. Incluso, esa unidad les fortaleció para enfrentarse activamente al cordón
policial.”

Drury, J., y Reicher, S. (2000, p. 582).

3. Condicionamientos ideológicos en el estudio


de los comportamientos colectivos

“A comienzos del presente siglo, se estaba seguro de la victoria de las masas; a su tér-
mino, nos encontramos por completo cautivos de quienes las conducen.”

Moscovici, S. (1985, p. 9).

Año 1922, Williamson country (Illinois): Un grupo de mineros en huelga asalta una
mina reabierta con mineros no sindicados. Los esquiroles son capturados y se los obli-
ga a dirigirse hacia la ciudad. De repente, los huelguistas les dicen que empiecen a co-
rrer y, cuando lo hacen, les disparan.

Desde el punto de vista de Floyd Allport, este acontecimiento constituye un


ejemplo del tipo de conducta que pueden manifestar las masas en estados de ex-
citación. Una masacre en este caso.

Por su parte, Steve Reicher (1987, pp. 176-177) comenta cómo se podría ha-
ber descrito este mismo acontecimiento de una manera diferente.

Año 1922, Williamson country (Illinois): “[La huelga] reivindicaba las mejoras de
las condiciones descritas oficialmente como ‘peores que los esclavos antes de la
guerra civil’. Después de ocho semanas la compañía llevó a trabajadores para re-
abrir la mina. Cuando los huelguistas intentaron hablar con esos hombres, los
guardias de la mina dispararon y mataron a cinco de ellos. Poco después otro mi-
nero fue disparado cuando se encontraba a media milla de la mina. Empezaron en-
tonces escaramuzas bajo el mando de veteranos de guerra. Un avión dejó caer
dinamita sobre la mina. A medida que avanzaban se encontraban bajo el fuego de
ametralladoras de los guardias, pero a pesar de ello tomaron la mina y sólo después
ocurrió la masacre”.
© Editorial UOC 44 Psicología del comportamiento colectivo

Aunque el resultado es el mismo, la muerte de unos trabajadores (esquiro-


les) a manos de otros, evidentemente, la impresión que nos producen los dos
relatos no es la misma. En el primero se destaca única y exclusivamente la irra-
cionalidad y violencia de los trabajadores (¿la ‘chusma irreflexiva y crimi-
nal’?), mientras que en el segundo encontramos una versión en la que se
contextualiza la situación como un conflicto entre obreros-empresarios; un
conflicto que, añade Reicher, tiene una duración temporal más allá de este
episodio concreto, puesto que se enmarca en un periodo de huelgas y reivin-
dicaciones pacíficas que se remontaban a 1919. La violencia por parte de los
huelguistas sólo se produce después de que se utilice la violencia contra ellos.
Es un acontecimiento único que se produce al final del proceso.
Esto significa que la conducta de la masa es contextual, que forma parte de
un proceso de conflicto intergrupal que expresa una concepción colectiva de lo
que es correcto en cada momento, algo que ya avanzaba Stoetzel en 1965 al afir-
mar que “las violencias colectivas son instituidas y no espontáneas. Tienen un
sentido y una función sociológica, y no resultan de impulsos ciegos del instin-
to” (p. 227).
Este ejemplo ilustra uno de los problemas con los que se enfrenta el estudio
del comportamiento colectivo: el efecto de la ideología.
Tanto la obra de Le Bon como la de otros autores supone un ataque a los
movimientos de protesta colectiva, enfatizando los aspectos de violencia e
irracionalidad. Incluso Allport, defensor de concepciones individualistas, opta
por lo mismo, puesto que afirmará que en la masa se acentúan las caracterís-
ticas individuales y se eliminan o reducen las conductas aprendidas. En ambos
casos se rechaza el papel de los determinantes sociales en la conducta de las
masas.
Sin embargo, como ya avanzaba Carl J. Couch en 1968, los estereotipos do-
minantes sobre las masas resaltan su carácter emocional y su violencia, sin tener
en cuenta que, en realidad, según el autor, no son antisociales; aunque pueden
perseguir cambios en el statu quo de una sociedad, esto les puede convertir en
antisocietales, pero no antisociales, entre otras cosas porque los cambios colec-
tivos constituyen un fenómeno social.
Al ocultar el enfrentamiento ideológico entre la masa y sus oponentes (mi-
neros y empresarios en el ejemplo), al ocultar el contexto de la conducta de ma-
sa, su acción se patologiza.
© Editorial UOC 45 Capítulo I. Procesos colectivos y acción social

Las consecuencias de sustraer la acción de la masa de su contexto ideológico


y estructural, según Reicher (1996), tiene consecuencias en el plano explicativo
y en el político.
En el plano explicativo las consecuencias son las siguientes:

1) Al no interpretar la acción de las masas en relación con su entorno social, es-


tas acciones aparecen reificadas como características genéricas de las masas.
2) De la misma forma, dichas acciones aparentarán no tener sentido, con lo
que la masa será caracterizada como irracional.
3) Al proyectar los problemas y tensiones de la sociedad en la naturaleza
misma de las masas, éstas serán tratadas como un fenómeno negativo.

En el plano político nos encontramos con otras tres consecuencias de la des-


contextualización:

1) Una denegación de la culpabilidad. Si la violencia es una característica de


la masa, no puede responsabilizarse de la misma ni a las injusticias sociales ni a
las acciones de agentes externos (como el ejército y la policía).
2) Una negación de la voz, puesto que la masa es estúpida, no tiene nada que
decir, no tiene nada significativo que expresar.
3) Legitimación de la represión, puesto que por lo que hemos visto no es po-
sible razonar con las masas (estúpidas, destructivas), la mejor forma de tratarlas
es enfrentarse a ellas con firmeza.

“Si la responsabiliad principal de cualquier gobierno democrático es el bienestar de la


sociedad, entonces cualquier distorsión del orden social pone en cuestión su protec-
torado. Atribuir el conflicto a la patología inherente de las masas resuelve el problema
sin llamar la atención sobre áreas bajo el control gubernamental como la política eco-
nómica y social o la conducta de las fuerzas del estado. La élite política tiene mucho
que ganar si se acepta una explicación leboniana.”

Reicher, S. (1996, p. 540).

Como afirman Apfelbaum y McGuire (1986), la perspectiva sobre las masas que se
desprende de la obra de Le Bon y parte de sus coetáneos excluye los aspectos políticos
y sociales, reproduciendo los argumentos de la derecha anti-Comuna de la época.
Sin embargo, no es privilegio de Le Bon el producir tales entusiasmos; gran
parte de los autores que en esta época se dedican al estudio de las multitudes
generan reacciones similares.
© Editorial UOC 46 Psicología del comportamiento colectivo

“Se debe reconocer, sin embargo, que con la ‘psicología de las multitudes’ el estudio
psicosociológico de los fenómenos colectivos había tomado un rumbo desastroso. El
lamentable éxito de las ideas así lanzadas al público, a finales del siglo XIX, ha defor-
mado por largo tiempo las perspectivas, desalentado las investigaciones y producido
en muchos científicos un descrédito de la psicología social de los fenómenos colecti-
vos, que no merece ya.”

Stoetzel, J. (1965, p. 221).

Esta relación ideológica entre esas perspectivas y determinadas orientaciones


políticas ha quedado reflejada por el uso dado a las ideas de Le Bon por parte de
los grandes dictadores de principios del siglo XX. Benito Mussolini y Adolf Hitler
son sólo dos de los políticos que se apoyan en sus doctrinas, de forma totalmente
explícita el primero y algo más oculta el segundo. También para algunos, según
Moscovici (1985), a Le Bon le corresponde el dudoso honor de ser considerado
no sólo el padre de la Psicología de las masas, sino también uno de los precurso-
res de las ideas (y prácticas) racistas en la Europa de los siglos XIX y XX.
Asimismo, Aguirre y Quarantelli (1983) comentan que los trabajos de con-
ducta colectiva se han criticado debido a la posible influencia de factores de tipo
político e ideológico sobre los autores que los han desarrollado, lo que ha podi-
do llevar a sesgos en sus resultados e interpretaciones. De entre las diferentes lí-
neas de crítica que mencionan, destacamos la que se refiere a la protección del
status quo: aunque teóricamente los posibles sesgos podrían favorecer posturas
políticas de diferente signo, éstos se dan, básicamente, a favor del poder estable-
cido, no sólo en cuanto a las explicaciones de los fenómenos, sino también en
cuanto al rango de fenómenos que hay que estudiar, favoreciéndose una pers-
pectiva “administrativa” en la que los problemas que se deben estudiar no son
precisamente los de los desfavorecidos que buscan el cambio8.

8. En su análisis de dos disturbios ocurridos en Argentina en la década de los noventa (Santiago del
Estero, 1993 y Corrientes, 1999), Santiago Auyero (2001) recuerda las dos condiciones que, según
Walton y Rabin (1990), dan lugar a la emergencia de las protestas en los países del Tercer Mundo:
la sobreurbanización, es decir, las tasas de urbanización que van más allá de las posibilidades de
una población en función de su grado de industrialización, y los efectos derivados de las interven-
ciones político-económicas en estos países por parte de agencias internacionales, en concreto, las
actuaciones o demandas por parte del Fondo Monetario Internacional. Al análisis de estas condi-
ciones de ámbito global, Auyero añade la necesidad de analizar a los mediadores locales (lo que da
pie para que hable de Glocal Riots), que en el caso argentino tienen su máxima expresión en la
endémica corrupción económica por parte de la clase política.
© Editorial UOC 47 Capítulo I. Procesos colectivos y acción social

“Parte de las críticas ideológicas parecen basarse en una identificación de los estudios
de la conducta colectiva, pasados y presentes, con un enfoque sociopsicológico que
resalta los aspectos irracionales o emocionales, es decir, la patología social. Esto se
opone, implícita o explícitamente, al interés sobre la racionalidad y la organización
social del fenómeno de la conducta colectiva. [...] El enfoque sociopsicológico, con
un enfoque sobre el individuo y la patología social lleva, según los críticos, a una ima-
gen distorsionada del fenómeno que lo aboca a una denigración por parte de los de-
fensores del statu quo.”

Aguirre, B. E., y Quarantelli, E. L. (1983, p. 202).

Clifford Stott y Steve Reicher (1998) añaden que otro problema o limitación,
evidentemente de tipo ideológico, presente en gran parte de las investigaciones
sobre masas, consiste en no considerar su carácter de interacción intergrupal y,
especialmente, el que hace referencia a la interacción entre la masa (manifestan-
tes) y la policía. Si, como señalan diferentes investigaciones, el conflicto se des-
encadena principalmente cuando intervienen las fuerzas del orden, el análisis
de los disturbios y los desórdenes debería analizar también el comportamiento de
tales fuerzas.

“Reduciendo la explicación del conflicto colectivo a la patología inherente de sólo


una de las partes implicadas –la masa– no sólo se elimina todo el significado de la ac-
ción de la masa, sino que también se elimina toda responsabilidad del orden social y
justifica el incremento de la represión como la única forma de tratar a las masas.”

Stott, C., y Reicher, S. (1998, p. 511).

La “Batalla de Génova” (20-22 de julio de 2001) se saldó, además de con des-


trozos ocasionados por los manifestantes, con la muerte de uno de ellos (Carlo
Giuliani) y el asalto, por parte de la policía, al centro de prensa del Foro Social
de Génova.
El jefe de la policía italiana, Gianni de Gennaro, declaró ante la comisión
parlamentaria que investigaba la violencia durante la cumbre del G-8 en Géno-
va: “Es posible que las condiciones de guerrilla creadas por criminales violentos
hayan provocado en algunos casos excesos en el uso de la fuerza por parte de la
policía, y en otros casos episodios individuales de comportamientos ilegales, los
cuales serán severamente castigados”.
Independientemente de que tras acontecimientos como los de Génova se lle-
guen a realizar investigaciones más o menos a fondo para determinar las posi-
© Editorial UOC 48 Psicología del comportamiento colectivo

bles responsabilidades de las “fuerzas del orden”, explicaciones de este tipo, que
forman parte del discurso cotidiano, sitúan en un nivel completamente diferen-
te la explicación de un mismo tipo de conducta. Mientras la violencia de la
masa es una característica intrínseca de la misma, la violencia, cuando es perpe-
trada por parte de la policía, constituye un acontecimiento aislado que necesita
otro tipo de explicación.
Con esto no queremos decir, por supuesto, que las masas no puedan realizar
actos violentos (tenemos demasiados ejemplos de ello como para poder obviar-
los) ni que la violencia se sitúe únicamente al lado de la policía (o que ella sea
la instigadora). Simplemente, queremos resaltar los efectos ideológicos que con-
llevan las explicaciones en las que no se reconocen los elementos que hemos se-
ñalado.

4. El rumor como comunicación colectiva

“Mensajero del error y del mal tanto como de la verdad, el rumor, la más rápida de
todas las plagas, va desencadenando el terror y se fortifica difundiéndose.”

Virgilio, La Eneida (citado por J. Stoetzel, 1965, p. 243).

HOAXES: LOS RUMORES DE HOY EN DÍA

ALERTA.
¡¡¡PÁSALO A CUALQUIER PERSONA QUE TENGA TU DIRECCIÓN DE CORREO
ELECTRÓNICO!!!
Si recibes un mensaje cuyo asunto diga: “Se necesitan agallas para decir Jesús” o en
inglés: “It takes Guts to say Jesús”
¡¡¡NO LO ABRAS!!!!!
Borrará todo en tu disco duro. IBM, AOL sostiene que se trata de un virus muy peli-
groso que, por el momento, NO HAY REMEDIO.
Un individuo muy enfermo en su contra logró utilizar la función de reformateo de
Norton Utilities causando el borrado completo de todos los documentos archivados
en el disco duro. Este virus se ha diseñado para trabajar con Netscape Navigator y con
Microsoft Internet Explorer. Destruye computadores compatibles con Macintosh e
IBM.
Éste es un virus nuevo y muy maligno, el cual es desconocido por mucha gente. Por
favor, pasa esta advertencia a todas tus direcciones y a tus amistades ASAP en línea,
© Editorial UOC 49 Capítulo I. Procesos colectivos y acción social

para parar esta amenaza. Toma medidas de precaución y advierte a cualquier persona
que tenga acceso a tu computadora.

Cualquier persona que utilice habitualmente el correo electrónico, casi con


toda seguridad, habrá recibido en alguna ocasión algún mensaje de este estilo9,
en el que se avisa de la aparición de un peligrosísimo nuevo virus. Práctica-
mente, en su inmensa mayoría, se trata de falsas informaciones, que se transmiten
por la Red a una gran velocidad y que se convierten, ellas mismas, en el virus que
preconizan, “infectando” a un gran número de usuarios que, en ocasiones, pueden
llegar a inutilizar sus ordenadores siguiendo los “altruistas” consejos del mensaje.
Podríamos pensar que se trata de la modalidad moderna de lo que conoce-
mos como “leyendas urbanas”, historias que se van transmitiendo de boca a
oreja, que atraviesan fronteras, y que penetran en amplias capas de la población
y llegan a convertirse en parte del imaginario colectivo, a convertirse, en pala-
bras de Allport y Postman (1967), en “rumores cristalizados”10.
Sin embargo, no siempre los rumores son tan inofensivos como las leyendas
que suelen circular en una comunidad. Un ejemplo dramático de la peligrosidad
potencial de los rumores lo podemos encontrar en el análisis que realiza Edgar
Morin (1969) de un rumor surgido ese mismo año en la ciudad de Orleans.

Rumor de Orleans

“En mayo de 1969 nacía en Orleans un rumor según el cual una serie de muchachas,
tras haber sido narcotizadas en tiendas de modas de comerciantes en su mayoría ju-
díos, habían sido víctimas de la trata de blancas.

Morin y su equipo pudieron establecer diversas fases en la historia de este rumor. En


una primera fase, el rumor parece que se había originado en el medio constituido por
muchachas de diversos institutos de enseñanza media. La información relativa al rap-
to de las jóvenes era atribuida a fuentes reconocidas como competentes (la policía, la

9. Puede obtenerse más información sobre los hoaxes en http://videosoft.tripod.com/hoaxes.htm y


(en inglés) en: http//hoaxbusters.ciac.org/
10. Son múltiples los ejemplos con los que podrían ilustrarse el fenómeno de las “Leyendas urba-
nas”. Sirvan como muestra los dos siguientes: 1) “las cloacas de Nueva York están habitadas por
cocodrilos que son lanzados a los inodoros por sus propietarios al comprobar cómo crecen sus
pequeñas mascotas”; 2) “una autoestopista que es recogida por un conductor le avisa de la peligro-
sidad de una curva. Cuando el conductor vuelve a mirarla, ha desaparecido. Con posterioridad, el
conductor se entera de que esa chica murió en aquella curva tiempo antes”. Pueden consultarse
más leyendas en http://www.leyendasurbanas.es.fm/ y, en inglés, en la fantástica http://www.sno-
pes.com
© Editorial UOC 50 Psicología del comportamiento colectivo

enfermera que había cuidado a una víctima salvada,...) o próximas (un familiar, un
amigo, cuya credibilidad no se ponía en tela de juicio). Por lo que respecta a los pe-
riódicos, permanecerían mudos. Luego siguió una fase de amplia propagación de la
noticia, que ahora circulaba entre los adultos. Los profesores aconsejaban a sus alum-
nas que no acudiesen a estos lugares peligrosos solas, y ni siquiera acompañadas, y su
competencia en realidad no hacía más que acentuar la credibilidad del rumor. Éste,
al tiempo que se extendía, se inflaba: el número de comerciantes implicados aumen-
taba, así como el de víctimas. Se alcanzó entonces la metástasis, la fase culminante
del rumor: la red de trata de blancas se convierte en patrimonio de la policía, corrom-
pe al gobierno local, el silencio de los cuales no es sino la prueba evidente de su cola-
boración culpable. En lo más vivo del rumor, los comerciantes reciben amenazas
telefónicas anónimas y se forman tumultos ante las tiendas cuyos propietarios eran
incriminados. Las mujeres no entraban sino acompañadas, y salían lo antes posible,
o dejaban de frecuentar los comercios en cuestión. Las autoridades, puestas fulmi-
nantemente al corriente, rehusaron intervenir un fin de semana en que había elec-
ciones, lo que no hizo más que abonar las sospechas de connivencia que pesaban
sobre ellas. Una vez pasadas las elecciones sobrevino la respuesta; las autoridades, los
periódicos, los grupos antirracistas, los partidos de la oposición pasaron a la contrao-
fensiva: se desmintió la verosimilitud de los hechos, se ridiculizó lo absurdo del ru-
mor, se amenazó a quienes lo favorecieron, se acusó a los fascistas. Este contraataque
no hizo más que contener el rumor, pero sin atacarlo en su base: no se pudo recono-
cer como fuente del rumor a ninguna persona ni a ningún grupo antisemita de extre-
ma derecha. Esto no era más que un retroceso ante la amenaza, puesto que las
mujeres continuaban evitando esos comercios o, si acudían a ellos otra vez, lo hacían
acompañadas. Finalmente, circularon unos nuevos ‘minirrumores’: el hermano de
un comerciante sospechoso había sido detenido por la policía y se habían producido
nuevos raptos. Además, frente al antimito (la denuncia del rumor) apareció un anti-
antimito: que si los partidos de la oposición habían hecho de ello un caballo de ba-
talla, que si los periódicos habían inventado un tema para llenar sus columnas, que
si los comerciantes judíos habían ideado una odiosa publicidad. Sea como fuese, y
pese a las amenazas, el rumor, aparentemente extinguido, había dejado sus huellas
grabadas en la historia de la ciudad.”

G. Mugny (1980, pp. 331-332).

Probablemente, igual que en el caso de los hoaxes o de las leyendas urbanas,


también hayamos oído en alguna ocasión algún rumor de este tipo. De hecho,
si en el caso del rumor de Orleans los acusados de cometer fechorías eran
miembros de la comunidad judía, una comunidad tradicionalmente persegui-
da; en la actualidad y en nuestro contexto más inmediato no es del todo extra-
ño escuchar historias similares, en las que los malvados pertenecen también a
algún grupo minoritario, desde el 11 de septiembre de 2001, especialmente
musulmanes.
© Editorial UOC 51 Capítulo I. Procesos colectivos y acción social

El “Rumor de Orleans” es un ejemplo que nos muestra la importancia que


tiene esta forma de comportamiento colectivo a la que denominamos rumores.
Pierre Marc (1987) sistematiza esta afirmación planteando cuatro fenómenos
vinculados con los rumores, que los hacen merecedores de estudio. En primer
lugar, como en el caso del rumor descrito por Morin, los rumores pueden dar
lugar a prejuicio y difamación, incluso sin necesidad de que haya una intencio-
nalidad explícita o conciencia de que pueda producirlos por parte de la fuente
que los difunde. En segundo lugar, los rumores pueden implicar degradación o
distorsión de la información11. El tercer fenómeno se refiere a la aparición de com-
portamientos poco racionales12 derivados del contenido del rumor y que pueden
dar lugar a conductas que pueden llegar a poner en peligro la propia vida. Y, por
último, también hay que tener en cuenta que son una fuente de cambio de opi-
niones y actitudes (Marc, 1987, pp. 17-26).

4.1. Definición de rumor y tipos de rumores

Diversos autores destacan la omnipresencia del fenómeno de los rumores,


afirmando que podemos encontrar manifestaciones de los mismos en épocas re-
motas (la cita con la que empezábamos este apartado es buena muestra de ello).
Esto lleva a Jean-Nöel Kapferer (1989a) a denominarlos “el medio de difusión
más antiguo del mundo”.
Sin embargo, si bien como fenómeno de comunicación se le puede atribuir
tal antigüedad, como concepto teórico el nacimiento del rumor tiene su origen
en los inicios del siglo XX. En concreto, según Froissart (2000), dichos orígenes
se sitúan en la obra de William Stern (1902), Frederic C. Bartlett (1920) y Kli-
fford Kirkpatrick (1932), como antecesores inmediatos de la obra que supone el
punto de referencia en el estudio del rumor, la Psicología del rumor, de Floyd All-
port y Leo Postman (1947).

11. Una ilustración del efecto de distorsión lo constituyen los rumores posteriores al ataque a la
base de Estados Unidos de Pearl Harbor en 1941, que hicieron que una parte de la población lle-
gara a creer que se había destruido la totalidad de la flota del Pacífico, creencia que no se vio com-
pletamente rechazada a pesar del desmentido radiofónico del presidente Roosvelt.
12. Un ejemplo típico del efecto de conducta irracional se desprende de los acontecimientos deri-
vados de la transmisión radiofónica que realizó Orson Wells en 1938 de la novela La guerra de los
mundos de H. G. Wells.
© Editorial UOC 52 Psicología del comportamiento colectivo

4.1.1. El estudio del rumor

Cada uno de estos autores desarrolla un método para el estudio experimental


del rumor. El diseño de Stern implica a un participante que escribe un relato so-
bre determinado acontecimiento para que sea escuchado por otra persona que,
a su vez, hará lo mismo; la peculiaridad de la situación consiste en que los par-
ticipantes escriben el relato, pero es el experimentador el encargado de leerlo a
la siguiente persona. Kirkpatrick y Bartlett utilizan el método de las repeticiones
seriadas, precursor del conocido juego de sociedad consistente en que varias
personas, formando una cadena, transmiten oralmente un mismo mensaje de
una a otra, de forma que puede apreciarse la transformación de forma y conte-
nido que sufre el mensaje original.
Por su parte, Allport y Postman (1947) utilizan también el mismo método de
repeticiones seriadas, tomando como material de base una serie de viñetas que
un primer participante debe describir al siguiente miembro de la cadena, de for-
ma que éste, a su vez, pueda transmitirlo al siguiente y así sucesivamente hasta
que intervienen siete u ocho personas13.
El trabajo de estos autores, aunque supone un referente en cualquier obra
que trate sobre los rumores, ha recibido serias críticas relacionadas con la meto-
dología experimental que utilizan en sus investigaciones, dado que resultan ar-
tificiales y no reproducen las condiciones reales en las que se transmiten los
rumores en la vida cotidiana, habitualmente en el contexto de conversaciones
informales.

“El enfoque de Allport y Postman es diferente del que trata el rumor como una forma
de opinión pública y a la opinión pública como un complejo proceso colectivo. Asu-
men que el contexto social en el que se producen los rumores puede reducirse a una
simple cadena de sujetos; que, por implicación, la amplia circulación del rumor no es
nada más que la adición de tales cadenas; y que el rumor puede ser explicado, al me-
nos en parte, por referencia a mecanismos psicológicos uniformes y omnipresentes
como ‘el proceso economizador de memoria’.

13. La similitud de la metodología utilizada por Allport y Postman con la de sus predecesores no es
de extrañar, si consideramos que en 1923 Allport hizo una estancia de seis meses en el laboratorio
de Stern en Hamburgo y que de allí partió para otra estancia con Bartlett (Froissart, 2001).
© Editorial UOC 53 Capítulo I. Procesos colectivos y acción social

Además, y quizás más importante, Allport y Postman proceden sobre la asunción de


que el rumor resulta básicamente de la distorsión en la percepción y en la comunica-
ción verbal unilateral.”

Peterson, W. A., y Gist, N. D. (1951, p. 161).

Por ejemplo, no tienen en cuenta los cambios en la motivación que se dan


en una discusión informal, o que una misma persona puede contar versiones di-
ferentes de una misma historia, no en función del recuerdo, sino en función del
tipo de relaciones que mantiene con su interlocutor.

“La principal limitación en el estudio experimental del rumor y otras formas de con-
ducta colectiva radica en el fracaso en producir, o incluso simular, estados motivacio-
nales comparables a los que se producen en la vida real.”

Peterson, W. A., y Gist, N. D. (1951, p. 166).

Frente a este tipo de investigaciones experimentales, también podemos en-


contrar estudios de campo como los de Morin (1969), como los de Peterson y
Gist (1951), o como los del mismo Bartlett. De hecho, la obra de Bartlett sobre
el recuerdo se caracteriza precisamente por aquello que es criticado en Allport y
Postman: el tratamiento del recuerdo remitiéndose a factores de tipo social, ale-
jándose de las explicaciones psicologistas tan en boga en la época.

4.1.2. Definiciones

Como ocurre con cualquier otro concepto, podemos encontrarnos con un


gran número de definiciones de lo que es un rumor. Las características más o
menos compartidas por las diferentes definiciones serían las siguientes:

Tabla 1.1.
Características comunes de las definiciones

Objeto Información

Tema Asuntos de actualidad

Objetivo Convencer

Medio Comunicación interpersonal


© Editorial UOC 54 Psicología del comportamiento colectivo

A éstas podemos añadir las que, según Kapferer (1989), serían las caracterís-
ticas básicas del rumor:

• La esencia del rumor es el movimiento. Sin movimiento no hay rumor: el ru-


mor es emergencia y circulación de noticias en el cuerpo social.
• Hay rumores con fundamento y sin él. Lo que caracteriza un rumor no es su
carácter verificado o no, sino su origen no oficial.

“Llamaremos pues rumor a la emergencia y circulación en el cuerpo social de infor-


maciones todavía no confirmadas públicamente por las fuentes oficiales o desmenti-
das por éstas.”

Kapferer, J. N. (1987, p.630).

4.1.3. Tipos de rumores

Knapp (1944) ha establecido una de las clasificaciones del rumor más cono-
cidas. Esta tipología está conformada en función del tipo de motivaciones que
se encuentren detrás del rumor:

• Rumores que expresan deseos o sueños imposibles (Pipe-Dream): son aquellos


cuyo contenido consiste en el reflejo de algún deseo presente en la pobla-
ción.
• Rumores pesimistas o de miedo (Bogie Rumor): en este caso, el contenido del
rumor pone de manifiesto los miedos existentes en el grupo, la angustia de
que ocurran acontecimientos de tipo negativo.
• Rumores con contenido agresivo: tienen como misión dividir grupos o des-
truir lealtades y, según Knapp, suelen ir dirigidos contra la propia población
o contra los propios aliados.

En la interesante página web de Barbara y David P. Mikkelson (www.sno-


pes.com) se pueden encontrar algunos ejemplos de estos tipos relacionados con
el atentado del 11 de septiembre a las Torres Gemelas:
“Un hombre atrapado en la explosión de una de las torres del World Trade
Center se subió sobre restos del edificio que caía y eso lo salvó”. Este rumor (evi-
© Editorial UOC 55 Capítulo I. Procesos colectivos y acción social

dentemente falso) expresa la esperanza de que algunas personas hayan podido


sobrevivir al derrumbamiento de las Torres.
Aunque puede que no tenga las características exactas de un rumor, aque-
llas personas que ven la cara de Satanás en algunas fotografías de la explo-
sión de las torres probablemente estén expresando sus miedos y angustias.
Por último, evidentemente tienen un contenido agresivo todos aquellos ru-
mores en los que se acusa a diferentes personas o colectivos de alegrarse tras el
atentado. Si consideramos que se trata de personas de nacionalidad estadouni-
dense (aunque provengan de otros países), entra dentro de la tercera categoría
de Knapp el rumor según el cual los empleados de una tienda Dunkin’ Donuts
profanaron una bandera americana tras los atentados.

4.2. Transmisión del rumor

Allport y Postman (1946, 1967) idearon la fórmula probablemente más ex-


tendida para explicar la difusión de los rumores. Según estos autores, la cantidad
de rumor será el resultado de la multiplicación de su importancia por su ambi-
güedad (R ~ i X a). Es decir, para que se difunda un rumor, éste debe caracteri-
zarse no sólo por una cierta ambigüedad, sino también por tener algún tipo de
relevancia para la persona (la fórmula implica una multiplicación, por lo que
ninguno de los productos puede ser igual a cero).
Los autores ilustran de la manera siguiente el papel que tiene la importancia
del tema:

“Por ejemplo, no podría esperarse que un ciudadano de Estados Unidos fuera a pasar
rumores relativos al precio de los camellos en Afganistán, puesto que el asunto care-
cería de importancia para él, aunque es en verdad ambiguo. No estará tampoco dis-
puesto a esparcir chismes sociales de alguna aldea albanesa, porque nada le importará
lo que allá hagan.”

Allport, G. W., y Postman, L. J. (1967, p. 16).

El proceso de transmisión implica, en la mayoría de los casos, una transfor-


mación del mensaje original, que Allport y Postman (1947), a partir de sus tra-
© Editorial UOC 56 Psicología del comportamiento colectivo

bajos experimentales14 de recuerdo de láminas con escenas más o menos


cotidianas, describen formulando sus tres famosas leyes sobre la transmisión
de los rumores:

• Nivelación o reducción
Mecanismo mediante el cual el rumor, según va circulando, se reduce, acor-
tándose, haciéndose más conciso y, por consiguiente, más fácil de recordar y
contar. Aunque una explicación de ello podría estar relacionada con el poco
tiempo de que disponen las personas, la pérdida de memoria no parece el ele-
mento explicativo fundamental, puesto que llega un momento en el que se ob-
tiene una estructura simple que, con posterioridad, se repite de forma fidedigna.
Cuando se consigue una “buena forma”, ésta no se abandona.

• Acentuación
Implica la percepción, retención y narración selectiva de un limitado núme-
ro de pormenores de un contexto mayor. Es el proceso complementario a la ni-
velación, puesto que si de un conjunto de informaciones algunas se nivelan, las
otras automáticamente se ven acentuadas.

• Asimilación
La reducción y la acentuación son dos manifestaciones complementarias de
la asimilación a los marcos de referencia de la persona. Por consiguiente, supone
una distorsión de la información recibida por la influencia de factores emocio-
nales y cognitivos.

Mugny (1980) plantea, basándose en estas leyes, que se está hablando de tres
tipos de transformaciones:

1) transformación simplificadora; es decir, omisión de contenidos;

14. El modelo experimental utilizado por Allport y Postman en su estudio de los rumores recuerda la
teoría matemática de la comunicación, formulada poco después por Claude Shannon y Warren Wea-
ver, en la que se plantea un modelo de comunicación lineal entre emisor y receptor, en el que no se
produce feedback, y en el que la variable más importante es el ruido que puede afectar a la correcta
transmisión de la información. Puede hacerse un seguimiento de estos contrastes consultando: Shan-
non, C. E., y Weaver, W. (1981). Teoría matemática de la comunicación. Madrid: Forja, 1949.
© Editorial UOC 57 Capítulo I. Procesos colectivos y acción social

2) transformación racionalizante; es decir, adaptación, y


3) transformación acentuadora; es decir, énfasis de algunos elementos.

Hablar de transformación lleva implícita la idea de economía de memoria,


algo criticado por algunos autores.

“No hay evidencia en este estudio de un ‘proceso economizador de memoria’. Pa-


rece más probable que personas con poco interés olviden detalles, mientras que
aquellas que están interesadas los recuerden, al menos los detalles que consideren
cruciales.”

Peterson, W. A., y Gist, N. D. (1951, p. 166).

Por ejemplo, en cuanto al recuerdo de nombres y lugares, esos mismos auto-


res destacan cómo pueden influir diferentes factores de tipo emocional en la
mayor o menor precisión en el recuerdo.
Otros elementos que pueden influir en la distorsión pueden estar relacio-
nados con el interés de las personas implicadas, por el tipo de relaciones so-
ciales entre ellas o por el interés del transmisor en darle apariencia de
veracidad.

4.3. Modelos de transmisión

Como hemos mencionado con anterioridad, el modelo de Allport y Postman


implica hablar de una estructura lineal de transmisión, en el que cada persona
(menos los extremos de la cadena) es emisor y receptor de un único e idéntico
mensaje (con independencia de que se transforme, no circula ningún otro tipo
de información), sin que exista la posibilidad de auténtica interacción con su
interlocutor y sin que exista la posibilidad de que reciba o envíe nuevas infor-
maciones. Evidentemente, se trata de una situación que no es típica de la vida
real (ver Modelo 1 de la figura siguiente).
© Editorial UOC 58 Psicología del comportamiento colectivo

Gráfico 1.2.

Modelos de transmisión del rumor. Basado en Rouquette (1975,


pp. 24-27).

Una ligera variación de este modelo podría ser la representada por el Modelo
2, en el que cada uno de los participantes puede interaccionar con más de un
receptor. No obstante, este modelo, tal y como lo hemos representado aquí, se-
guiría teniendo la característica de linealidad, aunque en éste la transmisión del
rumor quedaría prácticamente asegurada, puesto que en un momento de tiem-
po determinado no hay una única persona responsable de su transmisión en el
grupo o que tenga la capacidad para detenerla.
Por último, el tercer modelo (Modelo 3), con una estructura de red, se acerca
mucho más a la realidad, puesto que en éste podemos apreciar que cualquier
persona puede ser emisora y al mismo tiempo receptora de un mismo rumor, y
puede tener, en cada momento, diferentes interlocutores.

“Y una vez que el rumor ha entrado en una determinada estructura social, comienza
a circular repetidamente, transformándose y diversificándose a cada paso, hasta di-
luirse por completo la responsabilidad por el origen del mismo. Es decir, el rumor va
transitando por entre una red de relaciones interpersonales múltiples que no sigue nor-
malmente un patrón lineal, incluso se adaptan al patrón ramificado. Más bien ofre-
© Editorial UOC 59 Capítulo I. Procesos colectivos y acción social

cen el aspecto de una red que implica múltiples conexiones en las que el mensaje se
envía a distintas personas dentro del grupo, donde circula repetidamente. A medida
que se envía y se recibe por distintas fuentes, los patrones de transmisión se van com-
plicando, de tal manera que cualquier individuo no sólo envía mensajes a más de una
persona, sino que también los recibe de más de una. A lo que habría que sumar la cir-
cunstancia del traspaso de la información desde unas redes a otras a partir de posibles
vínculos comunes.”

Sánchez García, F. M. (1997). Los rumores. En L. Gómez y J. M. Canto Ortiz (Eds.),


Psicología Social (pp. 321-338). Madrid: Pirámide.

Algunos autores se basan en el modelo de influencia de Lazarsfeld, según el


cual la influencia de una comunicación persuasiva tiene que ver, sobre todo,
con la actuación de “líderes de opinión”, que son quienes reciben el mensaje en
primer lugar (y son influidos por el mismo) y, a su vez, lo transmiten a los
miembros de sus grupos en un proceso de “flujo en dos pasos”. Ocurriría lo mis-
mo con los rumores. Habría unas personas que serían quienes los iniciarían y
orientarían al resto del grupo.

4.4. Control de los rumores

Pascal Froisart (2000) menciona la descripción que realiza en 1911 una cola-
boradora de Stern, Rosa Oppenheim, de un caso de transmisión de rumor en la
prensa mundial. Según dicha autora, un periodista publica la información sobre
la invención, por parte de un psicólogo (Hugo Münsterberg), de un detector de
mentiras increíblemente eficaz. Durante semanas, la noticia circula por los dia-
rios de Francia, Alemania, Inglaterra y Estados Unidos, llegando a publicarse
unos trescientos artículos. Todo esto a pesar de los intentos del supuesto inven-
tor de negar la veracidad de la noticia, puesto que sus desmentidos, al contrario
que la falsa información, viajan lentamente y son poco resaltados.
Es fácil encontrar ejemplos de este tipo, casos en los que una noticia se pro-
paga a pesar de los desmentidos públicos de personas o instituciones. Con an-
terioridad hemos visto la dificultad para desmentir el rumor sobre la trata de
blancas por parte de comerciantes judíos (“Rumor de Orleans”). A pesar de la
oficialidad de los desmentidos y de la relevancia de las fuentes, fue preciso que
© Editorial UOC 60 Psicología del comportamiento colectivo

transcurrieran dos meses hasta que desapareciera y la población volviera a fre-


cuentar aquellos comercios. Sin embargo, aquella duración resulta ridícula ante
la permanencia temporal de otros rumores que, como en el caso de las leyendas
urbanas que mencionábamos anteriormente, pueden llegar a durar años.
Otro caso “paradigmático” es el que menciona Jean-Nöel Kapferer (1989), un
rumor que perdura durante años y se extiende por diferentes países (es posible
que a algún lector le resulte familiar la “versión española”). En él se acusa a di-
ferentes marcas comerciales dedicadas a la alimentación de incluir aditivos tóxi-
cos o cancerígenos en la composición de sus productos (Coca-Cola, Schweppes,
Martini, etc.). El rumor, conocido como “el panfleto de Villejuif” se detectó en
Francia en la primavera de 1976, y en el mismo se atribuye la fuente de la infor-
mación al Hospital de Villejuif (especializado en la investigación del cáncer),
que rápidamente difunde desmentidos en los que no sólo niega la autoría de la
información, sino que también informa de la falsedad de las afirmaciones. Por
ejemplo, el producto más peligroso que se menciona en el panfleto es un aditivo
(el E330) que, en realidad, no es más que ácido cítrico. A pesar de los desmenti-
dos, en 1979 habían leído el panfleto un 43% de las amas de casa francesas, lo
que da muestra de su “poder de convicción” (de hecho, llega a encontrarse en
las salas de espera de algún hospital o a ser distribuido por algunos profesores
en los colegios).
Si aplicamos a este caso la fórmula de Allport y Postman (R = importancia x
ambigüedad), podemos apreciar cómo efectivamente están presentes ambos ele-
mentos.
El “combustible” (el elemento motivacional) de difusión del rumor tiene que
ver con la preocupación por la salud, por las angustias ante los desarrollos de la
ciencia (hoy día serían los productos transgénicos), la lucha de David contra Go-
liat, la defensa contra las grandes multinacionales que nos roban la salud.
La ambigüedad también influye. En este caso no se mencionan los compo-
nentes por sus nombres, sino por su código, lo que contribuye a dificultar su
identificación (incluso algunos médicos no identifican el E330 como ácido cí-
trico). Por otra parte, el hecho de que efectivamente los aditivos de los ali-
mentos se identifiquen con códigos confiere cierta idea de secretismo, de
intento de ocultar información que no sería muy bien recibida por el consu-
midor (Kapferer, 1989).
© Editorial UOC 61 Capítulo I. Procesos colectivos y acción social

Allport y Postman comentan que, durante los años de la Segunda Guerra


Mundial, cierto alto funcionario de la Oficina de Informaciones Bélicas afirma-
ba que “el rumor corre por falta de noticias. Por consiguiente, debemos propor-
cionar al pueblo noticias lo más exactas posibles, pronta y completamente”
(Allport y Postman, 1967, p. 32).
Sin embargo, para ellos esta afirmación no es del todo correcta, puesto que, en
ocasiones, es la existencia de noticias lo que hace que circulen todavía más rumo-
res. Por tanto, dar información no es la forma de eliminarlos o controlarlos.
El control de los rumores puede orientarse en dos direcciones: proporcionar
la máxima información de la forma más precisa o combatir directamente el ru-
mor, difundiéndolo para atacarlo y ridiculizarlo.
Estas dos líneas de actuación convivieron durante la Segunda Guerra Mundial
como formas de atacar lo que suponía, según el Gobierno norteamericano, uno
de los grandes peligros a los que se enfrentaban, puesto que la existencia de ru-
mores no sólo podía ser una forma de facilitar el trabajo de los servicios de inteli-
gencia extranjeros, sino también una de las modalidades utilizadas por los
mismos servicios para reducir la moral de la población estadounidense.
La primera de las estrategias fue la utilizada por la OWI (Oficina de Informa-
ciones de Guerra), que dedicó sus esfuerzos a mejorar la calidad de las noticias
y a acrecentar la confianza del público en las mismas.
La segunda fue inspirada por los hermanos Allport (Gordon y Floyd), quienes
crearon las “Clínicas del Rumor” (Floyd en Syracuse y Gordon en Harvard), con-
cebidas como una forma de combatir los efectos distorsionadores de los rumores
por medio de su examen y posterior publicación en la prensa local de informa-
ciones que los desmintieran. En esta labor colaboraban tanto psicólogos como
periodistas y empresarios, junto a grupos de voluntarios que “recogían” los ru-
mores que circulaban entre la población y los enviaban a los coordinadores,
que se encargaban de su crítica. La efectividad de los artículos publicados, se-
gún Allport y Lepkin (1945), es alta, puesto que quienes leían con regularidad
la columna de la Clínica del Rumor era menos probable que creyeran en los ru-
mores antiestadounidenses.
Por último, Knapp menciona una serie de elementos que se deben tener en
cuenta para poder controlar los rumores:

1) Asegurar la confianza en los medios de comunicación formales.


© Editorial UOC 62 Psicología del comportamiento colectivo

2) Desarrollar la máxima confianza en los líderes.


3) Informar del máximo número de noticias con tanta rapidez como sea
posible.
4) Hacer la información tan accesible como sea posible.
5) Evitar la holgazanería, la monotonía y la desorganización personal.
6) Llevar a cabo campañas públicas contra los difusores de rumores.

5. Psicología de las multitudes en situaciones


de crisis: desastres y pánico

“En el país de la felicidad tranquila y serena, la Arcadia, Pan guiaba tranquilamente


sus rebaños. Este dios de los pastores, medio hombre medio chivo, monstruo y seduc-
tor a la vez, virtuoso de la flauta e incansable amante de las ninfas, poseía los rasgos
más inquietantes: podía surgir de repente desde detrás de un arbusto e inspirar súbito
terror: el pánico.”

Dupuy, J. P. (1991, p. 11).

“Hablo desde el tejado del edificio de radiotransmisiones de la ciudad de Nueva


York. Las campanas que ustedes oyen advierten al pueblo que evacue la ciudad,
debido al avance de los marcianos. Se estima que en las dos últimas horas tres mi-
llones de personas se han trasladado por las carreteras hacia el Norte; los automó-
viles pueden aún transitar por la Avenida del Río Hutchinson. Eviten los puentes
para ir a Long Island; están atascados por la aglomeración del tráfico. Hace diez
minutos quedó cortada toda comunicación con la ribera de Jersey. No hay más
defensa. Nuestro ejército, liquidado... La artillería, la fuerza aérea, todo liquidado.
Quizá sea ésta la última radiotransmisión. Permaneceremos aquí hasta el final...
En la catedral, debajo de nosotros, la gente se ha reunido”(Voces que cantan un
himno).

“Ahora mismo miro hacia el puerto. Toda clase de embarcaciones están abarrotadas
de gente que huye y se aleja de los muelles” (Sirenas de vapor).

“Las calles están atestadas de gente. La multitud hace un ruido parecido al que se oía
en la ciudad cuando se festejaba el Año Nuevo... Un momento... Ahora se divisa al
enemigo. Cinco grandes máquinas. La primera cruza el río. Puedo verla desde aquí
vadeando el Hudson como un hombre podría vadear un arroyo [...] Esto es el final.
Sale humo..., humo negro que se esparce sobre la ciudad. La gente en las calles lo ve
© Editorial UOC 63 Capítulo I. Procesos colectivos y acción social

ahora. Corren hacia East River... Miles de ellos caen como ratas. Ahora el humo se es-
parce más rápidamente. Ha llegado a la plaza Times. La gente intenta huir, pero inú-
tilmente. Caen como moscas. Ahora el humo cruza la Sexta Avenida... La Quinta
Avenida... Está a cien metros... Está a quince metros...”15

Cuando escribimos esto han pasado casi sesenta y tres años desde que, en la
noche de Halloween (30 de octubre de 1938) Orson Wells aterrorizara a un gran
número de estadounidenses con la emisión radiofónica de una adaptación de
La guerra de los mundos de Herbert George Wells (1898).

“Antes de que terminara el radiodrama, en todo el territorio de la Unión la gente re-


zaba, lloraba y huía despavorida ante el avance de los marcianos. Algunos corrían
para socorrer a sus seres queridos. Otros se despedían o hacían advertencias por telé-
fono, se apresuraban a informar a los vecinos, buscaban informes en los diarios o en
las estaciones de radio, y pedían ambulancias a los hospitales y automóviles a la Po-
licía. Se calcula que unos seis millones de personas oyeron el radiodrama y que, por
lo menos, un millón de ellas se asustaron o se inquietaron.”

Cantril, H. (1942, p. 63).

Las afirmaciones de Cantril y otros sobre el impacto de esa difusión han sido
cuestionadas, e incluso se ha llegado a afirmar que, en realidad, no existió tal
nivel de pánico y que lo que hoy día conocemos sobre tal acontecimiento es
principalmente el resultado de una creación mediática (Miller, 1985). No obs-
tante, haya sido de mayor o menor intensidad, hayan sido unos cientos de miles
más o menos las personas que se han sentido impresionadas por una emisión
que creían real, haya sido mayor o menor el número de personas que se sintie-
ron presas del pánico, lo cierto es que la emisión de Wells constituye un hito en
los estudios sobre el pánico. Asimismo, se afirma que el pánico generado por
esta emisión se ha replicado en fechas y contextos diferentes. Según Bulgatz
(1992), se produjeron resultados similares en las emisiones realizadas en Santia-
go de Chile en 1944, en Quito en 1949, o en Portugal en 1974.
No obstante, algunos autores afirman que, en realidad, el pánico es un fenó-
meno realmente extraño, que no se produce en todas las situaciones de crisis o
de catástrofes. Es sobre todo extraño en las catástrofes naturales y que, como el

15. Transcripción de la emisión radiofónica de La Guerra de los Mundos, en Cantril (1942, pp. 44-45).
© Editorial UOC 64 Psicología del comportamiento colectivo

dios Pan al que hace referencia Dupuy, aparece sólo de vez en cuando, de forma
casi inesperada. Incluso, afirma Dupuy, el pánico tiene mayores probabilidades
de producirse en situaciones que culturalmente se definen como proclives al pá-
nico. Es decir, que en una situación en la que “sabemos” que es probable que se
desencadene el pánico, es más probable que así sea. Si eso es así, la probabilidad
de que se produzcan situaciones de pánico en un estadio de fútbol es realmente
alta, entre otras cosas porque, a raíz de algunas catástrofes ocurridas y su amplia
difusión en los medios de comunicación de masas, hoy día todos conocemos el
alto riesgo que se corre en espectáculos de este tipo.
Pero entonces, ¿qué es el pánico? Una posible definición sería la siguiente:

“Miedo colectivo intenso, experimentado simultáneamente por todos los miembros


de una población, caracterizado por la regresión de las conciencias a un nivel arcaico,
impulsivo y gregario, y que se traduce en reacciones primitivas de huida, de agitación
desordenada, de violencia o de suicidio colectivo.”

Crocq y otros (1987). Citado por J. P. Dupuy (1991, p. 25).

Como vemos, esta definición reproduce a la perfección el concepto de masa o


multitud que con anterioridad hemos encontrado en autores como Sighele o Le
Bon, en los defensores de la irracionalidad de las masas, en aquellos autores que
optan por defender que en estas situaciones aparece una nueva entidad colectiva
y desaparecen las individualidades; es decir, que se produce una “desindividuali-
zación”. Como hemos visto, el contagio constituye una de las explicaciones del
porqué de esta desindividualización.
Sin embargo, la investigación desarrollada por Cantril16, a partir de una serie
de entrevistas que realiza con posterioridad a la emisión radiofónica menciona-
da, muestra que no se puede hablar de contagio de sentimientos, como podría
desprenderse de los trabajos clásicos sobre multitudes, sino que, más bien, exis-
te un amplio abanico de posibilidades en cuanto al tipo de reacciones que mos-
trarán las personas afectadas, dependiendo éstas de factores tanto sociales como
psicológicos.

16. Es importante señalar que aunque el libro de Cantril se refiere a un acontecimiento anterior, su
publicación se produce durante el período de guerra. En aquel mismo período publicó un artículo,
dirigido explícitamente a la prevención de posibles disturbios y conductas de pánico con los que
pueden encontrarse los aliados al recuperar territorios de la Europa ocupada. Véase Cantril, H.
(1943). Causes and control of riot and panic. Public Opinion Quarterly, 4, 669-679.
© Editorial UOC 65 Capítulo I. Procesos colectivos y acción social

• Nivel de espíritu crítico (relacionado con el nivel de instrucción de la per-


sona).
• Vulnerabilidad psicológica (relacionada con la confianza en uno mismo).
• Preocupaciones.
• Sentimiento de seguridad o inseguridad.
• Situación física y social (cercanía/lejanía del lugar del acontecimiento y de la
familia y posibilidad, o no, de comportamiento autónomo).

Frente a las explicaciones en términos de desindividualización, una alterna-


tiva posible sería aquélla en que la dilucidación se realiza, precisamente, en sen-
tido contrario, a la que podríamos denominar desocialización. Es decir, la
desintegración de las normas sociales, la destrucción de los vínculos primarios
que lleva a que la conducta de cada persona se rija únicamente por el deseo de
huir sin tomar en consideración lo que pueda ocurrirles a los demás.
Estos dos tipos de explicaciones quedan recogidos en el trabajo de Helbin,
Farkas y Vicsek (2000, p. 488), quienes describen de la siguiente forma la secuen-
cia típica de acontecimientos en una situación de escape ante una catástrofe:

• Las personas se mueven o intentan moverse más rápido de lo normal.


• Las personas empiezan a empujarse, y sus interacciones empiezan a ser de
naturaleza física.
• El movimiento, y especialmente el paso de embotellamientos, se hace des-
coordinado.
• Se observan atascos en las salidas.
• Se incrementan las interacciones físicas entre la masa embotellada, que pro-
ducen presiones peligrosas, que pueden llegar a derribar paredes u otras ba-
rreras físicas.
• La huida se ralentiza a causa de las personas caídas que actúan como obs-
táculos.
• Las personas muestran una tendencia a la conducta de masa, es decir, a hacer
lo que hacen los demás.

A partir de simulaciones por ordenador17, estos autores llegan a la conclu-


sión de que ni la conducta individualista (cada persona intenta encontrar una
vía de escape por su cuenta), ni la conducta de masa (todas las personas se mue-
© Editorial UOC 66 Psicología del comportamiento colectivo

ven en una misma dirección) son las mejores soluciones. Consideran que las
probabilidades de escapar aumentarán si se utiliza una mezcla de ambos tipos.

Gráfico 1.3.

a) Simulación de grupo de personas intentando escapar de una sala con humo y dos salidas no visibles. b) Número de
personas que consiguen escapar dependiendo del nivel de pánico. Helbin, Farkas y Vicsek (2000).

Por su parte, Stoetzel (1965), basándose en el trabajo de Marta Wolfenstein18,


resume de la siguiente forma las reacciones en las catástrofes en tres momentos
temporales diferentes (no necesariamente presentes en todo tipo de catástrofes):

• Precrisis: aparecen dos tipos de actitudes opuestas, tanto de rechazo de la idea


de peligro como presencia de un temor exagerado al mismo.
• Crisis: que, a su vez, se puede dividir en tres fases. En la primera, denomina-
da fase de choque, pueden darse al mismo tiempo tres reacciones: una mino-
ría conservará la sangre fría, otra mostrará reacciones extremas de ansiedad;
mientras que la mayor parte “permanecerán aturdidos, atontados, sorpren-
didos por el estupor. Es pensando en éstos como los espectadores, por error
e incomprensión, hablarán de calma y de valentía” (Stoetzel, 1965, p. 233).
La segunda fase, reacción o retroceso, implica un intento de comprensión
de lo sucedido, y es donde aparecen los comportamientos expresivos que
alivian la tensión, y donde aparecen también las reacciones prácticas de
ayuda a los necesitados. Y en cuanto a la tercera fase, se caracteriza por la

17. Puede encontrarse información interesante sobre el pánico (simulaciones, vídeos, referencias,
etc.) en: http://angel.elte.hu/~panic. Asimismo, se puede encontrar una amplia lista de programas
de simulación en: http://ces.iisc.emet.in/energy/HC270799/ibm.html (recomendamos particular-
mente la consulta de la sección “Human crowds: motion and psychology”).
18. Wolfenstein, M. (1957). Dissaster: A psychological essay. Londres: Routledge
© Editorial UOC 67 Capítulo I. Procesos colectivos y acción social

aparición de rumores, surgimiento de “líderes” y conductas de ayuda mutua


y sacrificio.
• Postcrisis: en la que se tienen en consideración las (probablemente largas) se-
cuelas de la catástrofe, tanto en el ámbito fisiológico como psíquico.
Las simulaciones realizadas por Helbin, Farkas y Vicsek pueden ofrecer datos
interesantes, principalmente a quienes deben diseñar salidas de emergencia u
otros sistemas de evacuación de personal. Sin embargo, al igual que la investi-
gación experimental de Mintz19, no permiten considerar los factores sociales
que entran en juego en situaciones de este tipo.
Con anterioridad hemos desarrollado, como una de las interpretaciones teó-
ricas de la conducta colectiva, la Teoría de la norma emergente. Esta teoría se
puede utilizar para explicar, desde un punto de vista más social, fenómenos
concretos relacionados con el pánico.
Mientras que las explicaciones anteriores se sitúan en dos polos opuestos,
desindividualización y desocialización, la explicación en términos de norma
emergente ofrece un punto de vista que se sitúa en el polo de la desindividuali-
zación, puesto que se plantea la homogeneidad en la conducta de los miembros
de un grupo, pero sin recurrir a hablar de contagio.
En efecto, en las explicaciones anteriores, ante una situación de crisis se pro-
duce el pánico por contagio o por los desesperados intentos individuales de es-
capar. La Teoría de la norma emergente plantea otras posibilidades en función
del tipo de relaciones sociales existentes con anterioridad al desastre.
Según la Teoría de la norma emergente, en una situación de crisis se crea un
estado de incertidumbre y urgencia que obliga a las personas implicadas a la
creación de nuevas estructuras normativas que guiarán el comportamiento. Es
decir, obliga a la redefinición de la situación en la medida en que es necesario
abandonar las preconcepciones sobre el tipo de conducta apropiada. Esta rede-
finición puede darse en un contexto de existencia, o no, de relaciones sociales
previas.

19. Una de las investigaciones experimentales más citadas sobre el pánico es la realizada por
Alexander Mintz (1951). En esta investigación, una serie de personas tenían que intentar extraer,
estirando de un hilo al que estaban atados, varios conos introducidos en una botella. La dificultad
estribaba en que el cuello de la botella sólo permitía sacar un cono cada vez, y que en algunas ver-
siones del experimento la botella se llenaba de agua paulatinamente. El experimento, se suponía,
que podía ofrecer información sobre los efectos del pánico en situaciones como un edificio
ardiendo... La artificialidad experimental es evidente.
© Editorial UOC 68 Psicología del comportamiento colectivo

En el primer caso, es altamente probable que las soluciones individuales y


competitivas cedan el paso a la aparición de una norma común de tipo coope-
rativo pero, al mismo tiempo, la existencia de esas relaciones puede hacer más
difícil llegar a una definición conjunta (norma) sobre el tipo de conducta nece-
saria, lo que favorecerá que sea más difícil que se produzca el pánico y, precisa-
mente por ello, retrasar las conductas de huida.
Tras el atentado de 1993 en las Torres Gemelas del World Trade Center, Aguirre,
Wanger y Vigo (1998), llevaron a cabo una investigación entrevistando a perso-
nas que se encontraban en las Torres en el momento de la explosión, para eva-
luar en qué medida estas predicciones eran correctas. Sus resultados indican, en
primer lugar, que a pesar de la confusión generada por la explosión (que inuti-
lizó el sistema eléctrico y los sistemas de comunicación) la evacuación se hizo
de forma relativamente ordenada, sin que se produjeran escenas de pánico. El
segundo resultado, probablemente el más relevante, indica que el tiempo de
evacuación era superior en los casos de grupos de personas que se conocían en-
tre sí.
Así, los autores concluyen que, cuanto mayor es la extensión en que la bús-
queda de significado, inherente en el proceso de milling, se focalice en la defini-
ción de la situación como una crisis grave que requiere una respuesta fuera de
lo común, mayor será el tiempo necesario para movilizar e iniciar la evacuación.
Igualmente, desde esta teoría se reconoce que el proceso de interacción simbó-
lica en situaciones de conducta colectiva se centra en parte en la identificación
de las habilidades, experiencias previas y otras instrumentalidades entre los par-
ticipantes. Estos elementos de la situación constituyen los recursos que emplean
las personas para responder al cambio con que se enfrentan. Su uso lleva tiempo
y ralentiza el inicio de la conducta colectiva.
Como vemos, la explicación teórica parece razonable, aunque los efectos
prácticos parece que vayan en contra de la lógica y, sobre todo, no sean del todo
halagüeños. En una situación de emergencia, reaccionaremos con más rapidez
si estamos aislados que si nos encontramos junto a otras personas, y nuestra re-
acción será todavía más lenta si esas personas son conocidas nuestras. El único
consuelo que nos queda es que, aunque lenta, probablemente la respuesta tam-
bién sea, dado que ha implicado una evaluación de la situación y de los recursos
disponibles para afrontarla, más correcta, más eficaz.
© Editorial UOC 69 Capítulo I. Procesos colectivos y acción social

6. Control social y resistencia en las redes interactivas

Las conductas colectivas que hemos visto hasta el momento se caracterizan,


como afirman algunas definiciones, por el contacto cara a cara, por la presencia
conjunta de personas en un espacio físico determinado en un momento temporal
concreto. Sin embargo, no podemos terminar este capítulo sin hacer referencia a
otra forma de comportamiento colectivo que no reúne estas características. Nos
estamos refiriendo, por supuesto, al comportamiento colectivo en “la Red”.
A nadie, por lo menos en nuestro contexto sociocultural y socioeconómico20, le
resultará extraña la referencia a las “comunidades virtuales”, un concepto que ha pa-
sado a formar parte de nuestro lenguaje cotidiano y, en algunos casos, de nuestras
prácticas cotidianas. Desde la aparición de Internet, las comunidades de usuarios
han ido floreciendo a un ritmo imparable, adoptando las más diversas formas. Sin
embargo, no es nuestra pretensión hablar de Internet o de las comunidades virtuales
en general, sino que lo que haremos en este apartado será ofrecer unos breves “apun-
tes” sobre un aspecto concreto, la resistencia en la Red. Es decir, los movimientos
(colectivos, sociales) de oposición, protesta, lucha, etc. surgidos gracias a la Red.
Es evidente que relacionar de una manera tan directa Internet con movi-
mientos de protesta y resistencia puede llevarnos a confundir el contenido con
el medio (aunque McLuhan decía que “el medio es el mensaje”). No es privile-
gio de Internet ser el medio de difusión de este tipo de contenidos. Los periódi-
cos alternativos, las radios libres, etc. existen desde hace tiempo. Por tanto, ¿qué
es lo que, desde nuestro punto de vista, hace tan especial a Internet?
En 1998, la “Global Internet Liberty Campaign” publicaba un documento
donde se afirmaba que “Internet ya ha demostrado su capacidad para promover
la democracia”:

• Facilitando la participación en el gobierno.


• Difundiendo el acceso a información gubernamental.

20. Evidentemente, somos conscientes de que las afirmaciones que hacemos son totalmente con-
textuales. A pesar de la pretendida universalidad de “la red de redes”, todavía hoy día es habitual
encontrar en nuestro contexto a muchas personas que, aunque han oído hablar de Internet, no
saben, en realidad, en qué consiste. Más preocupante es quizá que aún hoy día existan muchos
lugares del planeta en los que ni siquiera se ha oído hablar de la Red. El impacto social de las trans-
formaciones vinculadas a Internet sigue siendo el privilegio de unos pocos.
© Editorial UOC 70 Psicología del comportamiento colectivo

• Ampliando el acceso a los medios tradicionales y promoviendo el plura-


lismo.
• Fortaleciendo la sociedad civil por medio de la creación de redes entre indi-
viduos.

Los tres primeros elementos, de entrada, no difieren excesivamente de las


posibilidades que ofrecen los medios tradicionales, su implementación en la
Red puede aportar alguna ventaja en cuanto a inmediatez y alcance, pero todos
ellos se pueden conseguir también por los medios tradicionales. De hecho, in-
cluso el cuarto.
Los medios de comunicación de masas tradicionales permiten, por ejem-
plo, el acceso a la información y su difusión21. Evidentemente, son muchas
las críticas que se les pueden hacer a esos medios, la literatura sobre los efec-
tos (perversos) de los mass media es impresionante; pero, ya que nos encon-
tramos en la época de la globalización, no está de más recordar la tesis de
Herbert Schiller (que recoge John B. Thompson, 1998), que ya en 1969 habla-
ba del “Imperialismo cultural”. Es decir, de la globalización de la comunicación
que llevaba, no a efectos liberadores, sino al control político y económico de
la misma y a la pérdida de identidad cultural por parte de sus receptores. Esta
afirmación es cuestionada por Thompson, para quien, aunque efectivamente
la difusión es global, la recepción no lo es, sino que se realiza a escala local e
implica procesos de interpretación y adaptación a su contexto particular por
parte de los receptores.

“La apropiación de productos mediáticos es un fenómeno localizado, en el sentido de


que implica a individuos concretos situados en contextos sociohistóricos particula-
res, y que utilizan los recursos disponibles con intención de dar sentido a los mensa-
jes mediáticos e incorporarlos a sus vidas.”

Thompson, J. B. (1998, p. 230).

21. http://www.gilc.org “‘Sin limitación de fronteras’. La protección del derecho a la libertad de expresión
en una Internet global.” Hemos accedido a este documento en: http:// www.sindominio.net/biblio-
web/telemática/regard-index.html
© Editorial UOC 71 Capítulo I. Procesos colectivos y acción social

Aunque las afirmaciones de Schiller pueden parecer “trasnochadas”, algo


únicamente de una época pasada, hoy día también podemos encontrar opinio-
nes similares. Por ejemplo, Oliver Boyd-Barret y Terhi Rantanen (1998) plan-
tean “el papel de las agencias de noticias en la globalización y mercantilización
de las noticias” (p. 2), prestando atención a algunos efectos ideológicos de la
globalización como, por ejemplo, el hacer ver como natural e inevitable lo que
es construido y frágil. Uno de los capítulos del libro de Boyd-Barret y Rantanen
está dedicado a una agencia de noticias “alternativa” (Inter Press Service), que
desde 1990 se preocupa por “hacer oír las voces de los países en vías de desarro-
llo”, que considera que deben jugar un papel en la promoción de una forma de
comunicación democrática y participativa, y que centra su atención en temas
relacionados con la globalización. Desde 1997 Inter Press Service ofrece sus no-
ticias desde Internet22.
Una opinión en cierta forma parecida es la que mantiene Pierre Lévy (1998),
quien, desde nuestro punto de vista, plantea una acertadísima diferenciación
entre los medios de comunicación de masas tradicionales e Internet. Los prime-
ros se caracterizan, en términos de Lévy, por la “universalidad totalizadora”, es
decir, por la transmisión de mensajes en una sola dirección y que tienen la pre-
tensión de ser acontextuales, interpretables de la misma forma en todo contexto
y lugar, sin considerar la singularidad del receptor, sus opiniones, cultura, etc.
Por el contrario, el ciberespacio, aunque compartiría la característica de univer-
salidad, sería una “universalidad sin totalización”, puesto que:

“El ciberespacio disuelve la pragmática, la comunicación que, a partir de la invención


de la escritura, había aunado la universalidad y la totalidad. En efecto, nos reconduce
hacia la situación que había antes de la escritura […], en la medida en que la interco-
nexión y el dinamismo en tiempo real de las memorias en línea hacen que se com-
parta de nuevo el mismo contexto, el mismo inmenso hipertexto vive con los
compañeros de la comunicación. Sea cual sea el mensaje que se aborde, está conecta-
do a otros mensajes, a comentarios, a críticas en constante evolución, a comparecen-
cias de quienes se interesan en el mismo, a los foros en que se debaten aquí y allí.”

Lévy, P. (1998, p. 91).

22. La dirección de la página en castellano es: http://ips.org/spanish/index.htm


© Editorial UOC 72 Psicología del comportamiento colectivo

Bidireccionalidad frente a unidireccionalidad, heterogeneidad frente a ho-


mogeneidad, no totalización frente a totalización, esto es lo que parece que nos
ofrece la Red. Ésta es, en realidad, la diferencia con respecto a los medios ante-
riores.
Ésta es, al menos, la promesa. ¿Cómo se traduce en la práctica? Veamos al-
gunos ejemplos.
Manuel Castells (1997a) defiende que, frente a la privación de los derechos
de los ciudadanos que conlleva la globalización, existen posibilidades de resis-
tencia frente a la dominación y que, en nuestra sociedad de la información, al-
gunos movimientos sociales (de diferente signo) basan una parte importante de
su estrategia en el uso de las nuevas tecnologías de la información. De entre los
ejemplos que menciona, destacaremos únicamente el del movimiento zapatis-
ta, que Castells denomina la primera guerrilla informacional. Consideraciones po-
líticas aparte, lo que destaca en este caso no es que se utilice Internet como
medio de comunicación, sino que también se utiliza como una forma de orga-
nizar y mantener una red internacional de apoyo que dificulta la represión gu-
bernamental sobre los zapatistas.

“Ésta fue la clave del éxito de los zapatistas. No que sabotearan deliberadamente la
economía. Pero estaban protegidos de la represión abierta por su conexión perma-
nente con los medios de comunicación y sus alianzas a escala mundial a través de In-
ternet, forzando a la negociación y poniendo el tema de la exclusión social y la
corrupción política a la vista y oídos de la opinión pública mundial.”

Castells, M. (1997a, p. 104).

Por tanto, se trata de una forma de movilización, de conducta colectiva, que


tiene lugar gracias a la Red y que sería inviable sin su existencia.
El segundo ejemplo tiene un origen prácticamente coetáneo con la Red. En
este caso, se trata de una forma de resistencia frente a las grandes compañías de
software y su política comercial, iniciado en 1984 por Richard Stallman, que pre-
tende crear un sistema operativo “libre”, es decir, de código abierto, manipula-
ble y modificable por otros programadores23. Este movimiento lleva a la
fundación, en 1985, de la Free Software Foundation (Fundación para el Software
Libre) y, en la actualidad, tiene un amplísimo eco con la cada vez mayor
popularización del subversivo sistema operativo Linux, que aparece en 1991 de
la mano del estudiante finlandés Linus Torvalds y que crece día a día gracias a
© Editorial UOC 73 Capítulo I. Procesos colectivos y acción social

la colaboración de miles de programadores. Precisamente, este último aspecto


es el que confiere especial relevancia a este movimiento de hackers (entendidos
no como piratas, sino como “alguien apasionado por la programación y que
disfruta al ser hábil e ingenioso”, según definición de Richard Stallman).

“La verdadera innovación del sistema GNU/Linux no sólo reside en su dimensión


‘tecnológica’ (el núcleo portable), sino también en los mecanismos sociales de pro-
ducción de la innovación que se ponen en juego alrededor suyo. En efecto, una de las
mayores fuerzas de este sistema operativo –que puede explicar ampliamente su éxito
actual– es no solamente su fuerte contenido innovador, sino sobre todo haberlo ba-
sado en el potencial creativo existente en el software libre, y después en la utilización
de la red Internet como espacio donde se elaboran nuevos proyectos y en el que se
pone en marcha una cooperación masiva y abierta.”

Moineau, L., y Papathéodorou, A. (2000). Cooperación y producción inmaterial en el


software libre. Elementos para una lectura política del fenómeno GNU/Linux.

Evidentemente, se trata de un movimiento y evidentemente que tiene un ca-


rácter político y reivindicativo. Sin embargo, por si quedase alguna duda, volve-
mos a recurrir a Stallman:

“Es un consuelo y un placer cuando veo un regimiento de hackers excavando para


mantener la trinchera, y caigo en cuenta que esta ciudad sobrevivirá –por ahora. Pero
los peligros son mayores cada año que pasa, y ahora Microsoft tiene a nuestra comu-
nidad como un blanco explícito. No podemos dar por garantizado el futuro en liber-
tad. ¡No lo dé por garantizado! Si usted desea mantener su libertad, debe estar
preparado para defenderla.”

Stallman, R. (1999). El proyecto GNU. http://www.fsf.org/gnu/thegnuproject.es.html.


Publicado originalmente como: Varios autores (1999). Open Sources. Voices from the
open source revolution. Editions O’Reilly. (Disponible en: http://www.oreilly.com/catalog
/opensources/book/toc.html).

23. Podemos decir que un software es libre si “tienes la libertad para ejecutarlo, sea cual sea el
motivo por el que quieres hacerlo; tienes la libertad de modificar el programa para adaptarlo a tus
necesidades (en la práctica, para que esta libertad tenga efecto, tienes que poder acceder al código
fuente, ya que introducir modificaciones en un programa del que no se dispone del código fuente
constituye un ejercicio extremadamente difícil); dispones de la libertad de redistribuir copias, ya
sea gratuitamente o a cambio de una cantidad de dinero; tienes libertad para distribuir versiones
modificadas del programa, de tal manera que la comunidad pueda beneficiarse de tus mejoras”.
© Editorial UOC 74 Psicología del comportamiento colectivo

Quizá es ahora el momento de volver a leer las explicaciones teóricas que he-
mos ofrecido sobre la conducta colectiva. Es posible que, tras ver estas nuevas
formas, sea más difícil (si no lo era ya antes) aceptar teorías como la del contagio
o como la de la convergencia. Estamos hablando de comunidades, de comuni-
dades virtuales, sin contacto físico, que son capaces de actuar, de reaccionar
frente a lo que consideran opresión. Quizá sea el momento de repasar las expli-
caciones en términos de identidad.
© Editorial UOC 75 Capítulo II. Movimientos sociales...

Capítulo II

Movimientos sociales: conflicto, acción colectiva


y cambio social
Lupicinio Íñiguez Rueda

Introducción

“Más que cambiar el mundo, como diría Marx, hay que cambiar la vida,
como decía Rimbaud”. Esta cita la hizo el poeta Leopoldo María Panero en una
entrevista a El País publicada en la edición del día 27 de octubre de 2001.
Puede parecer extraño, e incluso anticanónico y subversivo para muchos, ini-
ciar un texto académico con la cita de un poeta. Sin embargo, Leopoldo María
Panero no es ni cualquier persona, ni cualquier poeta. Es grande. Un sabio de la
vida. Loco para muchos, incluso para él mismo, no podemos evitar referirnos al
tópico tantas veces utilizado de que los niños y los locos dicen las verdades. Y los
poetas son quienes mejor las dicen. Por tanto, tomaremos su afirmación como
verdad, aunque provisional, como todas, porque en ella se encierra el espíritu, la
lógica y el argumento de lo que expondremos a continuación.
Como se argumenta a lo largo de las páginas del texto siguiente, los movi-
mientos sociales son un producto de una determinada época histórica. No exis-
tieron con anterioridad y no sabemos si existirán, en esta forma, más adelante.
Surgieron cuando las personas pudieron verse a sí mismas, tanto como indivi-
duos que como grupos y colectividades, agentes de su propio destino. Cuando
pudieron pensarse como el origen de sus formas de vida y de su organización
social. Cuando esto sucedió, se hizo obvio que, si eran la causa de lo que hay,
también podían ser el origen de lo que vendrá. La acción social tendente al cam-
bio constituye, por tanto, un acto de conciencia colectiva.
© Editorial UOC 76 Psicología del comportamiento colectivo

Sin embargo, no todas las formas de acción colectiva son movimientos so-
ciales en el sentido que aquí veremos, ni todas las formas de organización social
son iguales y producen los mismos efectos. La búsqueda de la emancipación ha
sido y es una respuesta reflexiva y consciente para romper con las estructuras y
procesos de opresión y encontrar el camino para ganar mayores espacios de li-
bertad.
Durante la historia de las movilizaciones sociales se puede señalar un claro
punto de inflexión. Hasta un cierto momento, que algunos sitúan en los años se-
senta (olvidando de manera demasiado interesada el papel del movimiento liber-
tario en la historia de la movilización social), los movimientos sociales pretendían
cambiar el mundo, como diría nuestro poeta. Eran movimientos orientados a
transformar la estructura social con la esperanza de que, generando nuevas for-
mas de estructuración, la emancipación sería posible. Más adelante explicaremos
con mayor detenimiento que estos movimientos eran muy distintos a los que les
siguieron y que las ciencias sociales los abordaron apelando a dos corrientes ma-
yoritarias, la estructural-funcionalista y la marxista.
Sin embargo, a partir de los años sesenta la efervescencia en la movilización
social aumenta. Emergen infinidad de movimientos que no encajan, o bien
encajan mal con los esquemas que han ordenado los anteriores. Como diría
nuestro poeta, querrán “cambiar la vida”. Sus demandas ya no estarán dirigi-
das a la obtención de mejoras materiales, sino a mejorar la vida, a crear espa-
cios de libertad, de participación, de gestión conjunta de los asuntos sociales.
Están orientadas a resistir la invasión de las viejas y las nuevas modalidades de
poder y de control social. Para conseguirlo, utilizarán recursos, estrategias y
tácticas tan nuevas que las ciencias sociales no encontrarán forma alguna de
hacerlas inteligibles desde los viejos modelos, y se verán obligadas a construir
otros nuevos.
Pues bien, ésta es la historia que explicaremos en este capítulo, añadiéndole
la pequeña contribución de la Psicología social, una minúscula disciplina en el
interior de las ciencias sociales.
En este capítulo entraremos en contacto con los distintos enfoques que nos
permitirán identificar, conocer, describir y entender los movimientos sociales.
Mediante el tratamiento que se desarrollará, ofreceremos un marco de inteligi-
bilidad de los movimientos sociales como formas de acción colectiva para que
pueda ser utilizado y ayude a comprender su relación con el cambio y la trans-
© Editorial UOC 77 Capítulo II. Movimientos sociales...

formación social. A fin de sistematizar el recorrido que proponemos, hemos di-


vidido la exposición en cuatro partes. El contenido de cada una de ellas está
apuntalado mediante la prosecución de un objetivo específico. Será la conjun-
ción de estos objetivos la que definirá el perfil y el propósito general del que se
nutre el capítulo: mantener un talante de reflexión crítica tanto por lo que res-
pecta a los fenómenos y procesos sociales que se analizan, como por lo que se
refiere a los recursos teóricos que se presentan para ello.
En la primera parte se presentan las aportaciones de la Psicología y, en parti-
cular de la Psicología social clásica, al estudio de los movimientos sociales.
Como se podrá observar, estas aportaciones han consistido, básicamente, en po-
ner de manifiesto la importancia de los procesos psicológicos y psicosociales con el
objetivo de entender los movimientos sociales. Brevemente, estos procesos son
la percepción de los agravios e injusticias, la frustración ante las condiciones de
vida, los procesos de influencia, las normas sociales, la dinámica de grupos, la
motivación, la generación de valores, creencias y significados compartidos y,
para terminar, la identidad.
En la segunda parte entraremos en contacto con las principales aproximacio-
nes teóricas al estudio de los movimientos sociales. En primer lugar, veremos
que los movimientos constituyen un proceso social producido en un contexto
histórico específico, la modernidad. Asimismo, analizaremos las dificultades
que la ciencia social ha tenido en la comprensión de los nuevos movimientos
sociales aparecidos desde los años sesenta, puesto que no se adecuaban a las
prescripciones que la tradición estructural-funcionalista y la tradición marxista
habían descrito y que se adaptaban bien al estudio del movimiento obrero.
También veremos cómo la ciencia social reaccionó a ello formulando nuevas
perspectivas teóricas, entre las que destacan: la perspectiva interaccionista/
construccionista, la teoría de los recursos para la movilización, la perspectiva de
la estructura de oportunidades políticas y la teoría de los nuevos movimientos
sociales. Sintéticamente, puede avanzarse que la perspectiva interaccionista/
construccionista enfatiza la producción conjunta de significados por medio de
la interacción social; la teoría de la movilización de recursos remarca el carácter
racional de la toma de decisiones, la de la estructura de oportunidades políticas,
la interdependencia de la movilización con las estructuras políticas convencio-
nales; y la teoría de los nuevos movimientos sociales, la importancia de las redes
sociales, de la producción conjunta de significados y de la identidad colectiva.
© Editorial UOC 78 Psicología del comportamiento colectivo

En el apartado dedicado a las aportaciones de la Psicología social observare-


mos con mayor detalle ciertas contribuciones que la Psicología social contem-
poránea podría sumar al estudio de los movimientos sociales, centrándonos en
dos de las mismas. Por un lado, la teoría de la influencia minoritaria, que per-
mite entender el proceso por medio del cual los grupos minoritarios pueden
ejercer una influencia y, por consiguiente, provocar un cambio en los sistemas
de valores, las creencias y los comportamientos de los grupos mayoritarios. Esta
influencia se ejerce por su capacidad de generar un conflicto simbólico con la
mayoría, que precisa ser resuelto y, al hacerlo, provoca un movimiento de las
posiciones de la mayoría hacia las de la minoría, es decir, el cambio. Por otro
lado, presentaremos la teoría de la identidad social, en la que la identidad es vis-
ta como la conciencia de pertenencia a un grupo o categoría y la valoración de
dicha pertenencia. La necesidad de mantener una identidad social positiva re-
quiere garantizar una distintividad positiva de la propia categoría frente a las
otras. Cuando la mencionada distintividad es negativa y, por tanto, la identidad
social también lo es, se desarrollan estrategias de movilización para proporcio-
nar las bases de una identidad positiva.
En el último apartado, donde se examina la emergencia, características y fun-
cionamiento de los movimientos sociales, intentaremos llevar a cabo una sínte-
sis de las perspectivas teóricas analizadas, ofreciendo una definición tentativa de
movimiento social, así como un determinado número de criterios que nos per-
mitan distinguir entre lo que es y lo que no es un movimiento social, así como
distinguirlo de otros fenómenos y procesos de naturaleza colectiva. Planteare-
mos que los movimientos sociales se podrían entender como redes informales
basadas en creencias y solidaridad, que se movilizan sobre cuestiones conflictivas
mediante el uso frecuente de varias formas de protesta. Al final de este apartado
abriremos una discusión (modulada mediante la exploración de algunas dimen-
siones que caracterizan el movimiento antineoliberal) para ver el alcance que las
nuevas teorías sobre la sociedad, que la describen como globalizada, compleja,
líquida y en red, pueden aportar al estudio de los nuevos movimientos sociales.

1. Los movimientos sociales

Feminismo, ecologismo, liberación gay y lésbica, nacionalismo, antiglobali-


zación, okupas, etc. son tópicos presentes en la sociedad contemporánea, suje-
© Editorial UOC 79 Capítulo II. Movimientos sociales...

tos al debate colectivo, centro de atención para los medios de comunicación y


los estudios académicos, motores del cambio social o bestias negras. En defini-
tiva, ocupan un espacio central en el debate público en todas sus manifestacio-
nes. Con frecuencia se denominan movimientos sociales, pero ¿qué son? ¿Cómo
aparecen? ¿Cómo funcionan? ¿Qué consecuencias generan?
Estos movimientos están compuestos por personas y por grupos, emergen,
se desarrollan y funcionan en un contexto social particular, tanto espacial como
temporal; se dirigen hacia la transformación de la sociedad en sus ideas, valores,
creencias, normas y comportamientos. Por tanto, son candidatos a ser aborda-
dos desde cualquiera de las disciplinas de las ciencias humanas y sociales1, dado
que en ellos están implicados los objetos de análisis de las mismas: la persona,
la sociedad, las instituciones y organizaciones sociales; en definitiva, la cultura.
La Psicología y la Psicología social no podían quedarse al margen. La Psico-
logía enfocó la cuestión de la única manera que podía hacerlo, es decir, desde
un punto de vista exageradamente individualista. En este sentido, básicamente
contribuyó al estudio de los movimientos sociales analizando el papel de la frus-
tración ante metas no cumplidas, o ante agravios sufridos por las personas, y en
la decisión final de participar, o no, en una acción o en un movimiento colec-
tivo. Más tarde, el programa cognitivo en que estuvo implicada la Psicología,
junto con otras disciplinas, ofreció los modelos de la toma de decisiones racio-
nales. Sin embargo, expondremos esto con mayor detenimiento más adelante.
La perspectiva estructural-funcionalista en Sociología2 consideraba los mo-
vimientos sociales como algo excepcional. Smelser, por ejemplo, que es quien
mejor representa esta perspectiva, entendía los movimientos sociales como una
especie de “efecto secundario” de las transformaciones sociales que se producen
con demasiada rapidez. Según Smelser, en un sistema equilibrado, el comporta-
miento colectivo constituye el resultado de las tensiones que no pueden ser ab-
sorbidas por los mecanismos, cuya función consiste en reequilibrar el sistema.

1. A lo largo del capítulo estableceremos una lectura de los movimientos sociales desde las ciencias
sociales. Sería muy interesante que se hiciese el ejercicio de contrastar estos enfoques y reflexiones
teóricas con lo que los propios movimientos dicen de sí mismos. Una búsqueda superficial en
Internet permite la conexión con múltiples informaciones, textos y relatos de experiencias y accio-
nes. Sólo a título de ejemplo, algunas direcciones de interés que pueden ser consultadas: http://
www.rebelion.org/; http://www.ezln.org/; http://www.mst.org.br/; http:// www.forumsocialmun-
dial. org.br/; http://members.es.tripod.de/bukaneros1992/enlacesamovimientos.htm
2. Remitimos al apartado “Enfoques teóricos de los comportamientos colectivos” del capítulo de
este mismo volumen “Procesos colectivos y acción social”.
© Editorial UOC 80 Psicología del comportamiento colectivo

Así, por ejemplo, cuando nos encontramos en un momento de rápidas transfor-


maciones y/o de transformaciones a gran escala, la aparición de determinados
comportamientos colectivos, tales como cultos religiosos, sociedades secretas,
sectas políticas o de otro tipo, etc. tienen una doble significación: por un lado,
reflejan la incapacidad de las instituciones y los mecanismos de control social
para reproducir cohesión social y, por otro, muestran los intentos de la sociedad
para reaccionar ante las situaciones críticas, desarrollando nuevas creencias
compartidas sobre las que fundamentar la solidaridad colectiva.
Del mismo modo, otras aproximaciones compartieron esta visión del com-
portamiento colectivo como una respuesta a una situación de crisis. Entonces,
no es extraño que esto generara el respaldo idóneo para la emergencia de expli-
caciones psicologistas. En efecto, al reducir los fenómenos colectivos a la suma
de conductas individuales, estos enfoques de carácter psicologista tendieron a
ver los movimientos sociales como una simple manifestación de los sentimien-
tos de deprivación que experimentaban unos actores sociales con respecto a la
situación de otros, o bien como un conjunto de sentimientos de agresión resul-
tantes de expectativas frustradas.
En esta época, por ejemplo, fenómenos tales como el surgimiento del nazis-
mo se consideraban reacciones agresivas que eran una consecuencia del rápido
e inesperado fin del periodo de bienestar económico, así como del aumento de
las expectativas a escala mundial. Asimismo, la influencia del Psicoanálisis po-
sibilitó el hecho de incorporar en estos procesos ciertos mecanismos de natura-
leza inconsciente. Donatella della Porta y Mario Diani (1999) señalan la
coherencia de este planteamiento con otro punto de vista presente en el mismo
momento; es decir, la asociación de la emergencia del extremismo político con
la generalización de una sociedad de masas en la que los vínculos sociales tradi-
cionales, como la familia, tendían a fragmentarse. En este sentido, se sostuvo
que el aislamiento social produce individuos con menos recursos intelectuales,
profesionales y/o políticos, lo que les haría particularmente vulnerables al lla-
mamiento de movimientos antidemocráticos, tanto de derecha como de iz-
quierda.
Este tipo de idea, según la cual las situaciones de frustración, la ausencia de
raíces, la deprivación, la crisis social, etc. producen revueltas automáticamente,
las simplifica a una mera aglomeración de conductas individuales y las connota
con valoraciones negativas. En efecto, esta perspectiva no considera la impor-
© Editorial UOC 81 Capítulo II. Movimientos sociales...

tancia de las dinámicas por las cuales los sentimientos que la gente experimenta
de manera individual generan fenómenos de carácter macrosocial, como los
movimientos sociales o las revoluciones, por ejemplo.
Por su parte, la Psicología social contribuyó muy pronto al estudio de los
movimientos sociales, y con bastante fortuna, como veremos también des-
pués. En parte siguiendo estos mismos supuestos, pero connotando sus pro-
puestas de mayor contenido social y enfatizando las cuestiones relacionadas
con la interacción, los procesos grupales, las normas, la identidad, etc., que
eran el tipo de preocupaciones presentes en la Psicología social en general. Así
pues, aunque al principio no pudo escapar por completo de la influencia es-
tructural funcionalista, su enfoque es marcadamente distinto del de la Psico-
logía general.
Hadley Cantril (1941) fue uno de los primeros en abordar esta cuestión. Su
enfoque de los movimientos sociales sigue al pie de la letra los modelos y los
intereses de la Psicología social del momento. En aquella época, la Psicología
(social) se preguntaba cosas como, por ejemplo, qué es lo que motiva a alguien
a seguir a un líder, cómo se produce la influencia y la persuasión, y cosas simi-
lares. Por tanto, al enfrentarse al estudio de los movimientos sociales, no es ex-
traño que las preguntas sean muy parecidas. Por ejemplo, ¿cómo podemos
explicar la emergencia del liderazgo y su seguimiento?, ¿qué es lo que hace que
el movimiento sea tan sugestivo y atrayente?, ¿qué piensa la gente que se impli-
ca en algo, como, por ejemplo, un movimiento, que a un observador le puede
parecer tan extraño o tan esotérico?
Cantril no sólo ofreció un aparato conceptual para el análisis de los movi-
mientos desde la Psicología social, sino que también analizó comportamientos
colectivos, los fenómenos de masas y movimientos tales como los linchamien-
tos, una secta religiosa como El Reino del Padre Divino, el Buchmanism
(Oxford group o Moral Rearment) o el nazismo. Con estos análisis, su interés
era proporcionar un marco teórico y conceptual que sirviera para explicar
cualquier otro movimiento social. Cantril adoptó una posición funcional, no
positivista. Los conceptos básicos que utilizó son los de patrones de normas
que rodean a los individuos que componen los movimientos, la transmisión
del contexto social (socialización) y la estructura del contexto mental (funcio-
namiento cognitivo).
© Editorial UOC 82 Psicología del comportamiento colectivo

“Mi objetivo consiste en aportar un marco conceptual básico que explique cualquier
movimiento social, de cara a enseñar a los individuos lo que deben buscar cuando
ellos mismos quieren entender qué movimiento puede interesarles o implicarles.”

Cantril, H. (1941, p. VIII).

El marco básico desde el que Cantril analiza los movimientos sociales es el


de las normas y la normativización. Según su planteamiento, los principales
factores implicados en los movimientos sociales serían más las creencias y los
valores que las rutinas o los hábitos de comportamiento. Cuando los compo-
nentes del “mundo psicológico” del individuo son violentamente atacados
por las preocupaciones, los miedos, las ansiedades y las frustraciones, y/o
cuando como resultado de ello se cuestionan los valores y las normas que han
sido relevantes para él o ella hasta el momento; en definitiva, cuando el marco
social no puede satisfacer ya sus necesidades, entonces surge una discrepancia
entre los estándares de la sociedad y los del individuo. Sería en este momento,
según Cantril, cuando la persona se hace susceptible a nuevos liderazgos, a la
conversión y a la revolución.
Hans Toch (1965) ha sido otro de los psicólogos sociales pioneros en el tra-
tamiento de los movimientos sociales. La idea de Toch consiste en que los mo-
vimientos sociales son una forma de comportamiento colectivo, debido a que
siempre implican grupos amplios y a que su origen es siempre espontáneo. Sin
embargo, la diferencia entre los movimientos sociales y los comportamientos
colectivos en general radica en el hecho de tratarse de grupos relativamente du-
raderos y en que tienen un claro propósito o programa. Éste es, en efecto, un
elemento clave; a saber, para que algo se pueda definir como movimiento social,
debe pretender promover o resistir el cambio en la sociedad. Para Toch, un mo-
vimiento social constituye un esfuerzo a gran escala, informal, que está diseña-
do para corregir, suplir, derribar o influir de algún modo en el orden social.
¿Que podría aportar la Psicología social al tema? En opinión de Toch, la idea
de que este tipo de esfuerzos debe estar motivado. Sin embargo, no en el sentido
de una motivación genérica o de un desasosiego más o menos extendido, sino
que deben ser consecuencia de descontentos específicos, de gente concreta en
situaciones determinadas en las que se encuentran. Asimismo, las personas de-
ben estar convencidas de que las dificultades que encuentran se podrían resol-
ver mejor por medio de la acción colectiva que a partir de la acción privada.
© Editorial UOC 83 Capítulo II. Movimientos sociales...

De acuerdo con estas premisas, Toch ofreció su ya clásica definición psicoló-


gica de movimiento social:

“Un movimiento social representa un esfuerzo realizado por un número amplio de per-
sonas para solucionar colectivamente un problema que saben que tienen en común.”

Toch, H. (1965, p. 5).

Esta definición no es tan simple como parece. En particular, el concepto de


un “problema” implica por sí mismo problemas. Por este motivo, es muy in-
teresante que Toch (1965) no se conformara con dar la definición. Como él
mismo señala, las cosas no son tan fáciles como podrían deducirse de la for-
mulación. En efecto, ¿cuándo puede decir un grupo de personas que tiene un
“problema”? ¿Qué podría ser un “problema colectivo”? ¿Cuál sería la clase de
problemas que se pueden resolver por medio de una movilización social? Y,
en cualquier caso, ¿qué constituiría una solución? Como veremos, Toch ya
está anticipando algunos de los temas que serán fundamentales en la literatura
posterior sobre cómo son los movimientos sociales, la definición conjunta, la
creación de significados, la identidad, etc.
En 1969, Barry McLaughlin editó una obra esencial en la pequeña historia de
la Psicología social de los movimientos sociales titulada Studies in Social Move-
ments. A Social Psychological Perspective. En esta obra se recogen trabajos de Blu-
mer y Mannheim, por ejemplo, lo que puede dar una idea de la orientación
general del libro.
En la obra se discuten distintas definiciones y conceptualizaciones de los mo-
vimientos sociales, así como los procesos psicosociales que están implicados en
ellos, por ejemplo: los aspectos motivacionales, el efecto de los rasgos de perso-
nalidad de los participantes sobre los movimientos, las condiciones de perte-
nencia, el liderazgo o las bases sociales de la ideología de los movimientos
(como los conflictos generacionales, la frustración y ansiedad propias de una era
determinada, etc.).
En esta obra se reeditó el famoso trabajo de Blumer (1951) sobre los movi-
mientos sociales. Blumer define estos últimos como:

“...empresas colectivas para establecer un nuevo orden de vida”.

Blumer, H. (1951, p. 199).


© Editorial UOC 84 Psicología del comportamiento colectivo

Esta definición, que podríamos considerar clásica, recoge lo fundamental en


cualquier concepción de los movimientos sociales: el comportamiento de grupo
dirigido, de forma concertada, a producir cambio social.
Dado que esta definición se podría considerar como muy general, McLaughlin
repasa algunas de las más conocidas concepciones de movimientos sociales que
enfatizan otros aspectos que se deberían tener en cuenta:

• El ámbito geográfico y la persistencia a lo largo del tiempo: “una empresa


grupal que se extiende más allá de una comunidad local o de un evento sin-
gular, e implica un esfuerzo sistemático para iniciar cambios en el pensa-
miento, el comportamiento y las relaciones sociales” (King, 1956, p. 27.
Citado en B. McLaughlin, 1969).
• El carácter conservador de algunos movimientos: “una colectividad [que ac-
túa] con alguna continuidad para promover o resistir un cambio en la socie-
dad o grupo del que forma parte” (Turner y Killian, 1957, p. 308. Citado en
B. McLaughlin, 1969).
• La dimensión psicológica que ya hemos visto en la definición de Toch
(1965).
• La necesidad de grupos amplios: los movimientos sociales ocurren “cuando
un número bastante grande de gente se asocia para alterar o suplantar alguna
parte de la cultura o el orden social existente” (Cameron, 1966, p. 7. Citado
en B. McLaughlin, 1969).

No obstante, con estas adiciones no desaparecen los problemas en la defini-


ción de un movimiento social, puesto que, como señala McLaughlin, los pro-
blemas continúan si consideramos la enorme diversidad de movimientos. En
efecto, los movimientos van desde los religiosos hasta los seculares o desde los
revolucionarios hasta los reaccionarios. Una idea que ya empezaba a hacerse co-
mún es que, a pesar de su diversidad, se puede afirmar que, por norma general,
los movimientos sociales incluyen entre sus características más destacadas un
sistema de valores compartido, un sentido de comunidad, normas para la acción y
una estructura organizacional (Killian, 1964). Asimismo, McLaughlin (1969) aña-
de que los movimientos buscan influir en el orden social y están orientados hacia
objetivos definidos (aunque los fines y propósitos de los miembros individuales
pueden variar de manera considerable).
© Editorial UOC 85 Capítulo II. Movimientos sociales...

Otro tema relevante en la Psicología social de los movimientos sociales ha


sido su topología. Para muchos, la ofrecida por Blumer (1951) es emblemática.
En primer lugar, distingue entre movimientos sociales generales y específicos.
Así, por ejemplo, su noción de “movimientos sociales generales”, en los que el
cambio de los valores estaría relativamente no dirigido y sería esencialmente
desorganizado, aunque en una dirección común, ha ejercido gran impacto en
las discusiones sobre las relaciones entre movimientos sociales y cambio social.
En este sentido, los cambios graduales y acumulativos en la cultura dan lugar a
nuevas expectativas, nuevas demandas y nuevas líneas de acción. Éste sería el
proceso por el que los movimientos sociales generales constituirían la base para
que surjan los “movimientos sociales específicos”.
A su vez, Blumer divide los movimientos sociales específicos en dos grandes
tipos: “movimientos revolucionarios” y “movimientos de reforma”. Obviamen-
te, los dos tipos de movimientos pretenden el orden social, pero los “movimien-
tos revolucionarios” atacarían las normas existentes y los valores, e intentarían
sustituirlos por otros nuevos. Sin embargo, los “movimientos sociales reformis-
tas” aceptarían la existencia de normas y valores y los usarían para criticar los
defectos sociales a los que se oponen.
Otra aportación interesante al estudio de los movimientos sociales desde la
Psicología social es la de David A. Snow y Pamela E. Oliver (1995), que aparece
en un libro sobre perspectivas sociológicas en Psicología social (Cook, Fine y
House, 1995). Estos dos autores sostienen que el estudio de los movimientos so-
ciales es paralelo al del comportamiento colectivo. En efecto, según ellos, existe
una cierta ambigüedad con respecto a lo que se considera como movimientos
sociales, pero, en general, las conceptualizaciones incluyen: hitos orientados al
cambio, algún grado de organización, algún grado de continuidad temporal y
alguna forma de acción colectiva extrainstitucional, o al menos una mezcla de
institucional y no institucional. Esto les lleva a definir los movimientos sociales
como:

“[...] acciones colectivas que ocurren con algún grado de organización y continuidad
fuera de los canales institucionales con el propósito de promover o resistir cambios
en el grupo, la sociedad o el orden mundial de los que forman parte”.

Snow, D. A., y Oliver, P. E. (1995, p. 571).


© Editorial UOC 86 Psicología del comportamiento colectivo

Estos autores enfatizan la necesidad de abordar el estudio de los movimien-


tos sociales desde una perspectiva psicosocial. Por ello proponen cinco dimen-
siones psicosociales que deberían tenerse en cuenta por su importancia:

1) La dimensión microsocial y de la interacción social. Estas dimensiones es-


tán relacionadas con el hecho de que todos los movimientos sociales se arraigan
en grupos o redes de afiliación preexistentes, o emergen de estructuras de rela-
ción social ya existentes, por ejemplo, aquellas originadas en algún evento pun-
tual o alguna movilización anterior. Por tanto, en este sentido, el contexto
relacional, los grupos y las redes en los que éste inserta la vida de las personas
tendrían un papel crucial en el origen y desarrollo de los movimientos sociales.
2) La dimensión de la personalidad. Esta dimensión se relaciona con los ras-
gos de personalidad, los estilos de enfrentamiento de los problemas, la priva-
ción relativa, etc. de los individuos. Es decir, a la hora de hacer inteligible la
participación en los movimientos sociales, estos rasgos de los individuos serían
cruciales.
3) La dimensión de socialización. Por socialización se entiende tanto el pro-
ceso por el que los individuos aprenden los valores, normas, motivos, creencias
y roles de los grupos o de la sociedad general, como el desarrollo y el cambio en
términos de la personalidad y la identidad de cada individuo específico. Ambos
aspectos tienen un peso importante en los movimientos sociales.
4) La dimensión cognitiva. El proceso de decidir participar en un movimien-
to, la naturaleza de esta toma de decisiones, las atribuciones que se realizan du-
rante la misma, etc. constituyen aspectos que se deben tener en cuenta. Ahora
bien, tales cogniciones se pueden ver como variables capaces de predecir el com-
portamiento o como productos de la propia acción de los individuos. El primer
caso es cómo lo hacen las teorías respecto de la toma de decisiones racionales.
El segundo caso es cómo lo hace la perspectiva “construccionista”, que enfatiza
los procesos por medio de los cuales los significados cambian y se modifican, y
cómo se crean otros nuevos. Esta perspectiva ha puesto el énfasis en el estudio
de los marcos de significado y en la identidad, como veremos más adelante.
5) La dimensión afectiva. Las emociones no son peculiares y específicas de nin-
gún proceso social, puesto que atraviesan todo tipo de actividades de las personas.
Ahora bien, como señalan estos autores, están sujetas a distintos tipos de expresión
en función de los diferentes contextos sociales. Los movimientos sociales serían
© Editorial UOC 87 Capítulo II. Movimientos sociales...

uno de los tipos de contextos más evocadores de emociones. Esta dimensión, del
mismo modo que sucede en otros procesos sociales, no ha sido muy estudiada.
En definitiva, lo que estos autores manifiestan es la importancia que tiene re-
saltar los procesos psicosociales en la movilización colectiva, dado que muchos
de los elementos y mecanismos que están implicados en la misma son de natu-
raleza psicosocial. Por tanto, defienden que la Psicología social debería jugar
aquí un papel decisivo para poder realizar una conexión de los niveles microso-
ciales, macrosociales y culturales, niveles que atraviesan, en su totalidad, los
movimientos sociales.

2. Cómo se entienden los movimientos sociales.


Las distintas aproximaciones teóricas

Una definición como la de Blumer, citada en el apartado anterior: “los movi-


mientos sociales pueden ser vistos como empresas colectivas para establecer un
nuevo orden de vida” (Blumer, 1951, p. 60), es lo suficientemente amplia para
empezar a desarrollar una descripción y una comprensión de los movimientos
sociales. Sin embargo, antes de comenzar, nos deberíamos plantear algunas pre-
guntas como las siguientes: ¿es éste un fenómeno presente siempre a lo largo de
la historia de las sociedades humanas? ¿Podríamos decir que los movimientos so-
ciales han sido motores del cambio social a lo largo de la historia de la humani-
dad? Buechler (2000) sostiene que no, y desarrolla un interesante argumento.
En efecto, según este autor los movimientos sociales constituyen fenóme-
nos fruto de la modernidad. La idea de que la acción colectiva tiene la capaci-
dad de cambiar la sociedad sólo fue posible a partir de la Ilustración. La razón
es que, con la Ilustración, la sociedad empieza a verse como una creación so-
cial, un tipo de resultado concreto como podría haber sido otro. Por consi-
guiente, los movimientos sociales son contingentes a un proceso social
específico, como la Ilustración. Durante este proceso proliferaron muchas for-
mas sociales e ideologías en conflicto, puesto que la totalidad del orden social
fue visto como algo susceptible de ser cuestionado o como algo que necesitaba
justificación (Buechler, 2000).
© Editorial UOC 88 Psicología del comportamiento colectivo

Esto permite afirmar, por tanto, que mientras la acción colectiva ha estado
presente en todas las sociedades, los movimientos sociales son una forma histó-
ricamente situada, y no universal, de organizar protestas colectivas.
Y es que, efectivamente, pese a la diversidad de teorías que abordan los mo-
vimientos sociales, pese a sus distintas características y peculiaridades, todas las
perspectivas teóricas concuerdan en esta idea de que los movimientos sociales
constituyen un producto histórico de la modernidad. Asimismo, se acepta de ma-
nera generalizada la idea de que los movimientos sociales se desarrollaron en un
contexto caracterizado por nuevas comprensiones de la sociedad que ofrecieron
el marco adecuado para las formas de contestación y protesta. En efecto, dado
que el mundo sociopolítico se entendía cada vez más como una construcción
social necesitada de legitimación y sujeta a crítica, la producción de diferentes
ideologías se realizó tanto por parte de quienes mantenían, o pretendían man-
tener, el orden social como por aquellos que estaban implicados en la constitución
de uno nuevo. Cuando tales confrontaciones se expandieron, los participantes
en las distintas modalidades se convirtieron, cada vez más, en agentes sociales
reflexivos que actuaron de forma propositiva en el mundo, generaron identida-
des colectivas y fueron capaces, cada vez más, de poner en marcha campañas
duraderas, organizadas y nacionales en nombre de los distintos grupos en con-
flicto (Buechler, 2000).
Este acuerdo generalizado sobre el origen moderno de los movimientos so-
ciales no implica su visión como algo homogéneo. Estos movimientos se han
concretado en formas y niveles muy variados de organización, que van desde
movimientos sociales formalmente organizados, hasta colectivos y grupos so-
ciales más informales e, incluso, acciones colectivas con una escasa o nula orga-
nización. El asunto crucial en todo ello consiste en que todas estas formas,
cualquiera que fuera su nivel de organización, hicieron posible que, en el inte-
rior de estos grupos y colectividades, se consiguiera algún grado de solidaridad
interna, se crearan conflictos con los adversarios y se cuestionaran los límites
del sistema. Es, pues, esta dinámica la que nos permite afirmar que los movi-
mientos sociales han tenido un papel primordial en la constitución del mundo
moderno.
Durante un largo periodo de tiempo, el movimiento social prototípico ha
sido el movimiento obrero. En efecto, éste reúne todas las características de lo
que, desde un punto de vista tradicional, se ha considerado como un movi-
© Editorial UOC 89 Capítulo II. Movimientos sociales...

miento social: la existencia de un agravio, la presencia de un grupo que es cons-


ciente de tal agravio, una expiación compartida de sus causas, así como una idea
compartida de lo que se debe hacer para eliminarlo y el uso de vías no institu-
cionalizadas para su acción. El movimiento sufragista de las mujeres y, en gran
medida, el posterior movimiento feminista, comparten también estas mismas
características. Este tipo de movimientos sociales suelen etiquetarse como “tra-
dicionales” y presentan características y peculiaridades que se modificarán con
el advenimiento de las nuevas formas de movilización social.
En efecto, a partir de los años sesenta comienza una oleada de movimientos
sociales, como por ejemplo los movimientos estudiantiles, que parecen no en-
cajar exactamente con los que se habían producido con anterioridad, como el
movimiento obrero, y que por ello mismo no pueden estudiarse con los recursos
disponibles en la teorización de los movimientos sociales. Los movimientos
sociales tradicionales se habían abordado analíticamente en términos de con-
flictos de clase, pero los nuevos movimientos parecen resistirse a tal concep-
tualización.
En concreto, como afirman Donatella della Porta y Mario Diani (1999), los
movimientos que empezaron a surgir a partir de los años sesenta pusieron de
manifiesto las dificultades que tenían para ser comprendidos por las dos princi-
pales corrientes sociológicas de la época, el modelo marxista y el modelo estruc-
tural-funcionalista. Un aspecto particularmente sorprendente fue que estas
perspectivas tampoco podían explicar por qué se reactivaban los movimientos
precisamente en un momento que se caracterizaba, en el conjunto de las socie-
dades occidentales, por un gran crecimiento económico y un espectacular au-
mento en el bienestar.
Las reacciones ante esta dificultad fueron distintas en EE.UU. y en Europa
(Della Porta y Diani, 1999). En EE.UU., donde dominaba el modelo estructural-
funcionalista, el estudio de los movimientos sociales se orientó hacia los meca-
nismos que explican cómo los distintos tipos de tensión estructural pasan al
comportamiento colectivo o, como dice Alberto Melucci (1982), se orientó ha-
cia el “cómo” de la acción colectiva. En este contexto aparecieron en EE.UU. di-
ferentes corrientes de estudio de los movimientos sociales, como la tradición del
interaccionismo simbólico orientada al estudio del comportamiento colectivo,
la teoría de los recursos para la movilización y los enfoques que enfatizan el pro-
ceso político como contexto de los movimientos sociales.
© Editorial UOC 90 Psicología del comportamiento colectivo

En Europa, sin embargo, donde dominaba la tradición marxista, sus inade-


cuaciones para el estudio de los nuevos movimientos sociales desembocó en el
desarrollo de la perspectiva de “los nuevos movimientos sociales”, interesada en
analizar y entender las transformaciones que se producían en las bases estructu-
rales de los conflictos. Como señala Melucci (1982), se orientó al estudio del
“porqué” de la acción colectiva.
Asimismo, Della Porta y Diani (1999) sostienen que los orígenes de estos de-
sarrollos no sólo se encuentran en las diferencias entre las tradiciones estado-
unidense y europea. Un factor muy significativo en este proceso fue la
diversidad de los objetos de estudio. Así, aunque en los años sesenta los movi-
mientos estudiantiles se desarrollaban al mismo tiempo en EE.UU. y en Europa
e, incluso, estaban en contacto, diferían enormemente en los dos continentes.
Lo mismo se podría decir de los movimientos ecologista y feminista, por ejem-
plo. En este sentido, estos autores sostienen que en EE.UU. los movimientos na-
cieron durante oleadas de protesta, pero que éstas se convirtieron con rapidez
en pragmáticas y estructuradas y en muchos casos dieron lugar a formas equi-
valentes a los grupos de intereses. Asimismo, los movimientos antagonistas del
sistema tenían un carácter contracultural y, en muchos casos, fueron de natura-
leza religiosa. Por el contrario, en Europa los nuevos movimientos sociales
emergentes mantuvieron muchas características de los movimientos obreros,
incluyendo, en opinión de los mismos autores, un fuerte énfasis en la ideología.
Es, pues, en estas circunstancias en las que aparecerá un nuevo tipo de expli-
cación teórica de los movimientos sociales, explicación que veremos a conti-
nuación.

2.1. Teorías sobre los movimientos sociales

Dada la proliferación de trabajos tanto de naturaleza teórica como empírica,


no puede decirse que exista un acuerdo unánime sobre el número de perspecti-
vas teóricas en el estudio de los movimientos sociales. No obstante, es posible
identificar cuatro, que son las que gozan de mayor reconocimiento entre quie-
nes estudian los movimientos sociales: la perspectiva interaccionista/construc-
cionista (a veces bajo la etiqueta de comportamiento colectivo), la perspectiva de
© Editorial UOC 91 Capítulo II. Movimientos sociales...

los recursos para la movilización, la perspectiva del proceso político y la pers-


pectiva de los nuevos movimientos sociales.
No pretende ser, ni podría serlo, una clasificación definitiva de las perspecti-
vas teóricas en el análisis de los movimientos sociales. Sin embargo, resulta útil
para ordenar los debates que están atravesando su estudio en la actualidad. Así,
por ejemplo, la perspectiva interaccionista/construccionista se caracteriza por
ver la acción colectiva como una actividad significativa. La teoría de los recursos
para la movilización enfatiza la importancia de los componentes racionales y es-
tratégicos de la acción colectiva. Por su parte, la aproximación de los procesos
políticos contempla los movimientos sociales como nuevos protagonistas en los
procesos de representación de intereses diferentes. La perspectiva teórica sobre
los nuevos movimientos sociales se interesa más por lo relativo a la importancia
de las transformaciones que están aconteciendo en la sociedad postindustrial y
las implicaciones que comportan.

La perspectiva interaccionista/construccionista:
los movimientos sociales como productores de cambio cultural

Dentro de la Sociología, esta perspectiva fue una respuesta a la preponderan-


cia de los modelos estructural-funcionalista en el estudio de los movimientos
sociales. Las respuestas a estos planteamientos y los intentos de llenar los vacíos
teóricos que contemplan han sido variadas. La primera fue la que se desarrolló
en el marco del interaccionismo simbólico, centrado en una perspectiva que se
basaba en el comportamiento colectivo y seguía sus postulados. En efecto, esta
perspectiva afirma que los fenómenos colectivos no son simplemente el reflejo
de una crisis social, sino más bien una actividad que apunta a la producción de
nuevas normas y nuevas solidaridades (Della Porta y Dani, 1999).
La visión de los movimientos sociales como motores de cambios, principal-
mente en el ámbito de los sistemas de valores, comenzó con el trabajo de algu-
nos autores de la Escuela de Chicago sobre el comportamiento. En la perspectiva
del interaccionismo, las transformaciones sociales no eran vistas como elemen-
tos tensionales. Por el contrario, la aparición de nuevas y mayores organizacio-
nes, el aumento de la movilidad de la población, el incremento de las
© Editorial UOC 92 Psicología del comportamiento colectivo

innovaciones tecnológicas, la creciente importancia y desarrollo de los medios


de comunicación de masas, la progresiva transformación, cuando no desapari-
ción, de formas culturales tradicionales, etc. fueron consideradas como condi-
ciones emergentes que llevan a las personas a buscar nuevos patrones de
organización. En este sentido, el comportamiento colectivo fue definido como
comportamiento relacionado con el cambio social y los movimientos sociales
como una parte integral del funcionamiento normal de la sociedad. Es decir, un
elemento más del profundo proceso de transformación (Blumer, 1951).
La perspectiva construccionista en el estudio del comportamiento colectivo
proviene del interaccionismo simbólico y, por consiguiente, enfatiza la impor-
tancia del significado que los actores sociales atribuyen a las estructuras sociales.
Sin embargo, se diferencia de ella en varios aspectos. El construccionismo se in-
teresa más por los movimientos sociales que por otras formas de compor-
tamiento colectivo e insiste en que cada aspecto de la acción colectiva puede
entenderse como un proceso interactivo, definido simbólicamente y negociado
entre participantes, sus oponentes y los espectadores y espectadoras. Para esta
perspectiva, cuanto menos estructurados se encuentran los contextos y las si-
tuaciones que afronta un individuo, más relevante es este proceso de produc-
ción simbólica. Así pues, cuando los significados disponibles no proporcionan
una base suficiente para la acción social, emergen nuevas normas sociales que
definen la situación existente como injusta y que proporcionan justificaciones
para la acción. En este sentido, el comportamiento colectivo es visto como una
actividad que nace alejada de definiciones sociales preestablecidas y, por tanto,
que se localiza en el exterior de las normas culturales y de las relaciones sociales
estándar.

“La convergencia teórica entre las perspectivas constructivistas y la interaccionista


clásica es fruto de las razones que sintetizo a continuación y que explican la persis-
tente influencia de la segunda en esta área de la sociología. 1) La concepción del mo-
vimiento social como un proceso sujeto a continuos cambios y como un objeto de
estudio en sí mismo, que no puede explicarse simplemente por las condiciones del
contexto en que surge; 2) el énfasis en los procesos de definición colectiva de los pro-
blemas que motivan la participación en el movimiento […]; 3) la capacidad de los que
siguen el enfoque clásico para revisar sus supuestos y adaptarlos a la cambiante situa-
ción de estas formas de acción colectiva, y para eludir la tendencia a calificar a los mo-
vimientos de racionales o irracionales en la que se ha centrado la crítica a este
enfoque […]. Dicha topología distorsionaba la naturaleza de los movimientos, al di-
ferenciar entre los que tienen lugar en las instituciones sociales y se consideraban
© Editorial UOC 93 Capítulo II. Movimientos sociales...

normales y aquellos fenómenos de comportamiento colectivo y divergente, en tanto


que fenómenos de ruptura de las normas sociales y desestructuración social.”

Laraña, E. (1999, pp. 81-82).

Cuando la estructura normativa tradicional entra en conflicto con una situa-


ción que evoluciona de manera rápida y continua, surgen nuevas definiciones
normativas, de manera que la transformación de la organización y de la es-
tructura social, así como la modificación de los comportamientos que se dan en
su interior, constituyen el resultado de la acción de dichas definiciones. El
cambio, entonces, no es un accidente, sino más bien una parte más del fun-
cionamiento del sistema.
Siguiendo esta perspectiva, el origen de los movimientos sociales es, pues,
una situación de conflicto. Conflicto entre sistemas de valores diferentes o direc-
tamente opuestos o antagónicos, así como entre grupos dentro del sistema so-
cial. Los movimientos sociales serían, por tanto, una parte más, perfectamente
identificable, de la vida social. La estructura social y el sistema de normas y va-
lores cambiarían en el marco de un proceso de evolución cultural en que los in-
dividuos generan nuevas ideas. Cuando el sistema de normas tradicional ya no
tiene eficacia, es inadecuado o incapaz de proporcionar un marco satisfactorio
para el comportamiento, las personas se ven forzadas a cuestionar el orden so-
cial poniendo en marcha distintas acciones no conformistas o contrarias al sis-
tema. Por consiguiente, un movimiento social se desarrolla cuando se extiende
un sentimiento de insatisfacción, y las instituciones, por no ser suficientemente
flexibles, son incapaces de responder al mismo (della Porta y Diani, 1999).
La manera como hoy en día se entienden los movimientos sociales le debe
mucho al interaccionismo simbólico. En efecto, con la aparición de esta orien-
tación, los movimientos sociales se definen por primera vez como actos signi-
ficativos capaces de producir cambios sociales. Esta perspectiva teórica puso el
énfasis, asimismo, en dos procesos del comportamiento colectivo que, final-
mente y para casi todo el mundo, han devenido cruciales en el estudio de los
movimientos sociales, a saber, el proceso de producción simbólica y el de construc-
ción de la identidad. En el marco de esta perspectiva han abundado los estudios
empíricos, que han sido extraordinariamente útiles. En este sentido, el énfasis
en la investigación empírica ha conducido a ensayar nuevas técnicas de inves-
tigación, como la observación de campo, que han supuesto un avance conside-
© Editorial UOC 94 Psicología del comportamiento colectivo

rable en la comprensión de la constitución, dinámica y consecuencias de los


movimientos.
Algunos de los conceptos centrales que se usan en esta perspectiva están
relacionados con el trabajo de Erving Goffman y, en particular, con el concep-
to de framing (Goffman, 1974), que traduciremos provisionalmente por ‘en-
marcamiento’. Este último implica centrar la atención en fenómenos que
están delimitados por significados compartidos y por la significación que tie-
nen los elementos en el interior del marco. Los significados difieren de los que
quedan fuera del mismo. En el contexto de los movimientos sociales, los en-
marcamientos se refieren a la manera como los actores del movimiento, por
medio de procesos de interacción, producen significados sobre sus acciones
como movimiento social. El concepto de enmarcamiento resulta útil para ana-
lizar la construcción social de los agravios e injusticias, la cual obedece a un
proceso de interacción social que, al mismo tiempo, es variable y fluido. Los
agravios e injusticias “son enmarcados”, como mínimo, de tres formas distin-
tas (Buechler, 2002).
En primer lugar, está el proceso de enmarcar relacionado con el diagnóstico
de los agravios (Diagnostic frames). En este proceso, se identifica un problema,
se realizan las atribuciones de causalidad y responsabilidad, de donde se deriva
la posibilidad de identificar los blancos de sus acciones. En segundo lugar, se en-
cuentra el proceso de enmarcar relacionado con el pronóstico (Pronostic frames),
por medio del cual emergen las posibles soluciones que acostumbran a incluir
las tácticas y las estrategias apropiadas contra los blancos identificados. Toma-
das en conjunto, consiguen una movilización consensuada al crear el contexto
necesario para el enrolamiento en el movimiento. Asimismo, su base es una
construcción social, no el resultado de sus condiciones materiales. En tercer lu-
gar, está el proceso de motivación, puesto que el movimiento necesita un marco
motivacional que le permita llamar a la acción. Este enmarcamiento proporcio-
na un vocabulario de motivos que obligan a pasar a la acción. Un marco es exi-
toso cuando logra construir una fundamentación básica, y convierte los vagos
e indefinidos sentimientos de insatisfacción en agravios definidos y concretos.
Sólo entonces pueden llevar a otras personas a sumarse al movimiento para ha-
cer algo con respecto a esto.
Asimismo, esta perspectiva teórica ha tomado en consideración, como un
elemento central, la identidad; y lo ha hecho de distintas maneras. Por un lado,
© Editorial UOC 95 Capítulo II. Movimientos sociales...

se ha enfatizado la importancia de la distinción entre endogrupo (in-group) y


exogrupo (out-group), puesto que permite identificar quiénes son los aliados
del movimiento y quiénes no, y ayuda a mantener la cohesión y solidaridad
en el interior del movimiento. El exogrupo identifica a los enemigos potencia-
les, especifica cuál es la fuente del problema y señala a los responsables del
problema contra los que se dirige el movimiento. También permite identificar
a los espectadores de un conflicto dado y su potencial para aliarse al movi-
miento o para oponerse al mismo. Este marco resulta igualmente útil para
identificar posibles apoyos u oposiciones. Más adelante veremos la aportación
específica que la Psicología social puede hacer en este terreno. Por otro lado,
se ha insistido en la identidad colectiva entendida como definición comparti-
da producida por los participantes de los movimientos sociales, tanto indivi-
duos como grupos y que está relacionada con las orientaciones a la acción y
sería un producto de la acción social. La identidad está formada por las defi-
niciones compartidas de la situación y es el resultado de un proceso de nego-
ciación de los conflictos de interpretaciones que finalmente dan lugar a una
idea de “nosotros” (Melucci, 1996).

“Denomino identidad colectiva al proceso de construir un sistema de acción. La iden-


tidad colectiva es una definición interactiva y compartida que un cierto número de
individuos (o en un nivel más complejo de grupos) elabora con respecto a las orien-
taciones de sus acciones en el campo de las oportunidades y las limitaciones en que
se desarrollará la acción. Cuando hablo de “interactiva y compartida” quiero decir
que estos elementos se construyen y se superan por medio de un proceso constante
de activación de las relaciones que unen a los actores.

(I) La identidad colectiva como proceso implica unas definiciones cognitivas con
respecto a los objetivos, a los medios y al campo de acción. Estos elementos diferen-
tes, o ejes de la acción colectiva, se definen dentro de un lenguaje compartido por una
parte de la sociedad o por la sociedad entera, o bien dentro de un lenguaje que sea
específico de un grupo; se incorporan en un conjunto determinado de rituales, prác-
ticas y artefactos culturales; se enmarcan de distintas maneras, pero siempre permiten
un tipo de cálculo entre medios y objetivos, inversiones y recompensas. Este nivel
cognitivo no implica necesariamente unos marcos unificados y coherentes (a diferen-
cia de lo que tienden a creer los cognitivistas), sino que más bien se construye por
medio de la interacción y consta de definiciones diferentes y, en ocasiones, contra-
dictorias.
© Editorial UOC 96 Psicología del comportamiento colectivo

(II) La identidad colectiva como proceso se refiere así a la red de relaciones activas entre
actores que interaccionan, se comunican y se influyen mutuamente, negocian y to-
man decisiones. Las formas de organización y los modelos de liderazgo, así como los
canales comunicativos y las tecnologías de comunicación, constituyen partes consti-
tutivas de esta red de relaciones.

(III) Por último, en la definición de una identidad colectiva se requiere un determi-


nado grado de inversión emocional, que permite a los individuos sentir que for-
man parte de una unidad común. La identidad colectiva nunca puede negociarse por
completo, puesto que la participación en la acción colectiva está dotada de un sig-
nificado que no se puede reducir a un cálculo de gasto-beneficio y siempre movi-
liza las emociones. Las pasiones y los sentimientos, el amor y el odio, la fe y el
miedo forman parte de un cuerpo que actúa colectivamente, sobre todo en áreas
de la vida social que están menos institucionalizadas, tales como los movimientos
sociales. Entender esta parte de la acción colectiva como una parte “irracional”,
como oposición de las partes “racionales” (un eufemismo de “buenas”), simple-
mente no tiene sentido. No existe cognición sin sentimiento y no hay significado
sin emoción.”

Melucci, A. (1996, pp. 70-71).

Se puede afirmar con rotundidad que la perspectiva construccionista ha con-


tribuido de manera importante al desarrollo de los estudios sobre los movi-
mientos sociales, puesto que ha ofrecido una descripción bastante satisfactoria
de cuál es el tipo de conexión entre los procesos de nivel micro y los de nivel
macro, como por ejemplo la interacción, la construcción simbólica y la identi-
dad, que se dan en cualquier movimiento social. Ahora bien, a pesar de ello, la
perspectiva ha recibido algunas críticas importantes (della Porta y Diani, 1999).
Por un lado, si bien los movimientos se definen como fenómenos intencionales,
en muchas ocasiones ha interesado estudiar las dinámicas espontáneas, impre-
visibles o inesperadas más que los comportamientos y estrategias propiamente
intencionales y organizadas. Por otro lado, al focalizarse en el análisis empírico
del comportamiento, han realizado una descripción detallada de la realidad,
pero quizá no han prestado mucha atención al origen estructural de los conflic-
tos que se encuentran en la base de los movimientos sociales. La teoría de los
recursos para la movilización, en tanto que enfoque de la acción colectiva como
comportamiento racional, ha intentado subsanar el tipo de problema; por su
parte, la teoría de los nuevos movimientos sociales ha intentado resolver el se-
gundo, como veremos a continuación.
© Editorial UOC 97 Capítulo II. Movimientos sociales...

La teoría de los recursos para la movilización:


un enfoque desde la acción racional

La teoría de los recursos para la movilización es un enfoque que considera la


movilización colectiva como una forma de acción racional. “Para la teoría de la
movilización de recursos, los movimientos sociales son grupos racionalmente organi-
zados que persiguen determinados fines y cuyo surgimiento depende de los recursos or-
ganizativos de que disponen” (Laraña, 1999, p. 15). En este sentido, se opone
tanto a la versión interaccionista/construccionista como a las versiones estruc-
tural-funcionalista. En efecto, como acabamos de ver, la perspectiva interaccio-
nista/construccionista enfatiza el rol de los movimientos en la construcción de
nuevos valores y significados. Por su parte, las teorías funcionalistas ven los mo-
vimientos colectivos como actores irracionales y la acción colectiva como la
exclusiva productora de las disfunciones y del mal funcionamiento del siste-
ma social o, más específicamente, de sus mecanismos para mantener la inte-
gración social. Esto implica que el funcionalismo entiende la acción colectiva
como algo meramente residual, en forma de comportamiento reactivo que, al
límite, es incapaz de desarrollar una estrategia racional.
Mantiene marcadas diferencias con estas perspectivas, puesto que esta teo-
ría apareció en los años setenta como una forma distinta de aproximarse a los
movimientos sociales, interesándose por el análisis de los procesos mediante
los cuales se reúnen los recursos necesarios para la movilización. Desde este
punto de vista, los movimientos colectivos sólo constituyen una extensión de las
formas convencionales de acción política, dado que sus actores realizan sus
comportamientos de forma enteramente racional y siguiendo sus propios in-
tereses. Según esta teoría, los movimientos sociales constituyen una extensión de
la política por otros medios, y se pueden analizar en términos de conflictos
de intereses del mismo modo que se analizan otras formas de lucha política.
Frente a las consideraciones de los movimientos sociales como algo desestruc-
turado y caótico, esta teoría los considera como entidades estructuradas, pla-
nificadas y organizadas, por lo que considera que deben analizarse como
organizaciones dinámicas, del mismo modo que se analizan otras formas de
acción institucionalizada.
© Editorial UOC 98 Psicología del comportamiento colectivo

En oposición a las formas tradicionales de análisis en la tradición de estudio


del comportamiento colectivo, esta teoría cree que los movimientos sociales son
fenómenos normales, promovidos por grupos ofendidos, enteramente ra-
cionales, arraigados institucionalmente y de naturaleza plenamente política. Al
ver los movimientos sociales de esta manera y al enfatizar su carácter político,
esta interpretación hace borrosa la frontera entre la política convencional y los
movimientos sociales, aunque ninguno de los dos desaparece como tal. La dife-
rencia entre unos y otros sería la siguiente: mientras que los grupos políticos
convencionales, como partidos, lobbys, etc. con intereses especiales tienen un
acceso rutinario y de poco coste a las instancias de toma de decisiones, los mo-
vimientos sociales deberían pagar un alto precio para conseguir un nivel equi-
valente de influencia dentro de la política. Es decir, en oposición a otras teorías,
ésta entiende que los sentimientos de insatisfacción, las diferencias de opinión,
los conflictos de intereses y los conflictos ideológicos no pueden explicar la
emergencia de la acción colectiva, puesto que siempre están presentes. En este
sentido, no basta con constatar que existen tensiones y conflictos estructurales,
sino que también es necesario estudiar las condiciones que hacen que el descon-
tento se transforme en movilización.
Así pues, los movimientos sociales no serían más que una parte del proceso
político. En coherencia con ello, los temas considerados desde esta perspectiva
han sido básicamente los siguientes: el análisis de los obstáculos en la acción
movilizadora, los incentivos y recompensas, las fuentes que se pueden movi-
lizar, las relaciones que los movimientos sociales tienen con sus aliados, las tác-
ticas que utiliza la sociedad para controlar los movimientos, los mecanismos
por los que la sociedad incorpora la acción colectiva, sus resultados, etc. Sin em-
bargo, su esencia, lo que resulta fundamental para esta teoría, ha sido analizar
la acción colectiva como un proceso de evaluación de los costes y los beneficios
que comporta la participación en organizaciones de movimientos sociales.
Bajo la definición de movimiento colectivo como algo racional, intencional
y como una acción organizada, las acciones de protesta se contemplan como
algo que deriva del cálculo de los costes y beneficios, cálculo que está influido
por la presencia y la cantidad de recursos. Los recursos considerados de manera
más habitual son la organización y las interacciones estratégicas necesarias para
el desarrollo del movimiento social. Según esta visión, la capacidad de movili-
zación depende tanto de los recursos materiales, por ejemplo el trabajo, el dine-
© Editorial UOC 99 Capítulo II. Movimientos sociales...

ro, los beneficios concretos, los servicios, etc., como de los no materiales, tales
como la autoridad, el compromiso moral, la fe, la amistad, etc., que estén dis-
ponibles para el grupo. La manera como se emplean estos distintos recursos es
muy variable y dependen de los objetivos del movimiento y del resultado final
del análisis de los costes y los beneficios.

“Para este último [se refiere al enfoque de la movilización de recursos], los movimien-
tos sociales son una extensión de acciones institucionales de carácter instrumental
que producen resultados tangibles –los cuales se evalúan en términos de éxito o fra-
caso– y se orientan hacia objetivos claramente definidos a través de un control cen-
tralizado de sus miembros por las organizaciones que los promueven […]. Sus
objetivos consisten en ‘modificar la estructura social y/o de distribución de recom-
pensas en una sociedad […]’.”

Laraña, E. (1999, p. 152).

Por tanto, según esta teoría, los movimientos sociales no se generan por la
existencia de tensiones en la sociedad, sino más bien por la manera en que son
capaces de organizar el descontento, reducir los costes de la acción, utilizar y
crear redes, compartir incentivos entre los miembros y conseguir un consenso
externo. En este sentido, el tipo y la naturaleza de los recursos disponibles ex-
plica la acción de los movimientos y las consecuencias que la acción colectiva
tiene en el sistema político y social. Respecto a su funcionamiento interno, esta
teoría analiza las formas de organización y movilización de recursos materiales
y simbólicos, tales como el compromiso moral y la solidaridad (Della Porta y
Diani, 1999).
Una vez más, es necesario enfatizar el papel que esta teoría ha tenido en la
consideración de la acción colectiva como una acción racional. En efecto, la exis-
tencia de redes de solidaridad pone en cuestión la hipótesis de que los recluta-
mientos en los movimientos sociales implican, principalmente, a individuos
aislados y desarraigados. Más bien al contrario, la movilización se explica como
algo más que la posibilidad de conseguir relaciones y vínculos de solidaridad
dentro del colectivo y/o el establecimiento de relaciones. En este sentido, los es-
tudios realizados en el marco de esta teoría muestran que los participantes en
acciones y movilizaciones populares se reclutan principalmente entre indivi-
duos previamente activos y relativamente bien integrados dentro de la colecti-
vidad. Por el contrario, personas aisladas o desarraigadas no representan un
© Editorial UOC 100 Psicología del comportamiento colectivo

componente significativo de los movimientos, como mínimo hasta que el mo-


vimiento se convierte en algo de mayor entidad y visibilidad.
En definitiva, la Teoría de la movilización de recursos se centra en el análi-
sis de las formas de acción de entidades colectivas, en los métodos que adop-
tan para adquirir recursos y para movilizar el apoyo de los mismos, tanto
dentro como fuera de sus miembros. Esta perspectiva contempla los movi-
mientos colectivos como agentes de cambio, del mismo modo que la perspec-
tiva interaccionista/construccionista considera que la acción colectiva y los
movimientos sociales son los protagonistas del funcionamiento normal del sis-
tema. En palabras de Buechler (2000), lo que la teoría de los recursos para la mo-
vilización ha hecho es redefinir el estudio de la acción colectiva desde un
ejemplo de desviación social y de desorganización, como se consideraba con an-
terioridad, a un caso de estudio de sociología política y organizacional. Así pues,
su contribución capital ha sido ver los movimientos sociales como actores cons-
cientes que hacen elecciones racionales. Sin embargo, la teoría de la moviliza-
ción de recursos ha sido muy criticada. En concreto, ha sido acusada de tratar
con indiferencia el origen estructural de los conflictos y de los recursos que los
actores sociales movilizan. Asimismo, se ha criticado la sobrevaloración de las
fuentes controladas por unas pocas personas con recursos, infravalorando el
potencial autoorganizador de los grupos sociales más desposeídos. También se
ha señalado que esta explicación de la acción colectiva sobrevalora la raciona-
lidad de la acción colectiva; sin embargo, no toma suficientemente en cuenta
el papel de las emociones.
Otros problemas provienen de la posición específica que esta teoría mantie-
ne sobre el enrolamiento, la motivación y la participación de activistas en los
movimientos sociales. Como se basa en el modelo de la acción racional, supone
que las personas que participan en los movimientos sociales sopesan los costes
y beneficios que supondrá su participación. Sólo si los beneficios potenciales su-
peran los costes, un actor optaría por la implicación en el movimiento. Sin duda
esta situación plantea un dilema. Puesto que cuando los movimientos sociales
consiguen sus objetivos, benefician a personas que no invirtieron nada, o invir-
tieron muy poco, en su consecución. Ante este dilema, la respuesta suele con-
sistir, según esta teoría, en ofrecer incentivos diferentes para los miembros del
movimiento social y para quienes no lo son. Las críticas han emergido con ra-
pidez por culpa de esta visión, acusando a la teoría de ser excesivamente econo-
© Editorial UOC 101 Capítulo II. Movimientos sociales...

micista. Sea como sea, la consecuencia primordial de esta teoría ha sido ayudar
a connotar los movimientos sociales y a sus participantes con características ra-
cionales.

Estructura de oportunidades políticas:


contextos políticos para la movilización

Esta perspectiva se centra en la importancia de los aspectos relacionados con


la situación política en la formación de los movimientos sociales y su desarrollo.
Asimismo, ve los movimientos sociales como instrumentos privilegiados en al-
gunos de los más importantes cambios sociales producidos . El concepto capital
que ha desarrollado esta teoría ha sido el de estructura de oportunidades políticas
(Tarrow, 1994; Buechler, 2000), puesto que permite definir las propiedades del
entorno externo relevante para el desarrollo de los movimientos sociales. La es-
tructura de oportunidades políticas se refiere al grado de apertura de un sistema
social hacia los hitos sociales y políticos de los movimientos sociales. En este
sentido, analiza la relación entre actores políticos institucionales y los movi-
mientos de protesta, ya que cuando se cuestiona un orden político cualquiera,
los movimientos sociales interactúan con actores que se hallan en una posición
consolidada dentro de la estructura de dicho orden.

“La definición de Tarrow del concepto de estructura de oportunidad política ilustra


la concepción de la acción colectiva que informa esta aproximación: el conjunto de
‘aspectos políticos consistentes… que impulsan a la gente a usar la acción colectiva,
o que tienen el efecto contrario’ […]. La diferencia con respecto a la teoría de la mo-
vilización de recursos radica en la naturaleza de los recursos que se consideran nece-
sarios para que surjan los movimientos. Mientras que en la primera esos recursos son
internos al grupo, y consisten principalmente en poder y dinero, en este enfoque se
trata de recursos externos de los que pueden beneficiarse grupos desorganizados o
desfavorecidos […]. Al margen de esta diferencia, el foco de atención del analista si-
gue centrado en el estudio de los costes y beneficios de la participación.”

Laraña, E. (1999, pp. 247-248).

Por tanto, esta perspectiva teórica ha analizado las relaciones entre los movi-
mientos sociales y el sistema político institucional. Sus estudios empíricos han
© Editorial UOC 102 Psicología del comportamiento colectivo

tenido en cuenta variables como las siguientes: el grado de apertura o la obs-


tinación de los sistemas políticos locales, la inestabilidad electoral, la disponi-
bilidad de aliados influyentes, la tolerancia hacia la protesta por parte de las
élites, etc. Además de éstas, también han considerado otras variables como, por
ejemplo, las relacionadas con las condiciones institucionales que regulan los
procesos de toma de decisiones. Asimismo, han tenido en cuenta la división
funcional del poder y la descentralización geográfica como algunos de los posi-
bles elementos relacionados con el origen de las protestas. De manera general,
se puede decir que su intención ha sido observar qué características estables o
inestables de un sistema político influyen en el desarrollo de la acción política
menos institucionalizada, en el curso de lo que se ha definido como “ciclos de
protesta”, por ejemplo, el estudio de las formas en que las acciones de protesta
aparecen en diferentes contextos históricos.
Este punto de vista ha tenido un éxito considerable al proponer trasladar
la atención desde el estudio de los movimientos sociales hasta las interaccio-
nes entre los actores nuevos (como los movimientos) y los tradicionales (co-
mo los actores políticos institucionales), y entre las formas de acción menos
convencionales y los sistemas institucionalizados de representación de inte-
reses. El efecto, en coherencia con el que había sido producido por las ante-
riores perspectivas teóricas, ha sido el de hacer inadecuada una definición de
los movimientos sociales en un sentido prejuicioso. Es decir, como fenóme-
nos necesariamente marginales y antiinstitucionales, o como expresiones de
las disfunciones del sistema.

“Una premisa básica para la teoría del proceso político es que la expansión de
oportunidades políticas tiene lugar cuando disminuyen los costes y los riesgos de la
acción colectiva y aumentan sus beneficios potenciales para quienes los apoyan. Los
movimientos sociales y las revoluciones son fundamentalmente el resultado de una
expansión de oportunidades políticas para la movilización de los grupos insurgentes,
como consecuencia de una creciente vulnerabilidad de sus oponentes y del sistema
político-económico. La ampliación de esas oportunidades políticas responde a una
serie de aspectos que explican el desarrollo de los movimientos con independencia
de la voluntad de sus seguidores, como los cambios en la estructura institucional del
Estado, la configuración del sistema de partidos y los grupos de interés, el papel de
los medios de comunicación y la evolución de la opinión pública.”

Laraña, E. (1999, p. 247).


© Editorial UOC 103 Capítulo II. Movimientos sociales...

Esta perspectiva también ha recibido críticas. Una de las más importantes ha


sido considerar que adopta una posición demasiado reduccionista en el sentido
de que presta poca atención al hecho de que muchos movimientos actuales,
como algunos juveniles, de mujeres, homosexuales o grupos étnicos minorita-
rios, se desarrollan dentro de un contexto político y en un clima de innovación
cultural al mismo tiempo. Igualmente, como ya se criticó en el caso de la teoría
de la movilización de recursos, las aproximaciones basadas en el modelo de la
acción racional tienden a infravalorar los orígenes estructurales de la protesta.
Éste será el objetivo principal de las teorías de los nuevos movimientos sociales.

Nuevos movimientos sociales, nuevas teorías

Nuevos movimientos para nuevos conflictos dicen Donatella della Porta y


Mario Diani (1999), cuando se refieren a los nuevos movimientos sociales y
a los modelos teóricos que pretenden explicarlos. Así pues, se usa la expresión
nuevos movimientos sociales para referirse a un amplio conjunto de acciones
colectivas que no han podido ser entendidas ni analizadas por las perspecti-
vas teóricas anteriores, y más específicamente, por las formas de enfocar el
que hasta entonces era el prototipo de movimiento social; es decir, el movi-
miento obrero. En cualquier caso, esto no implica un abandono del marxis-
mo de manera total, puesto que muchos autores lo reivindican como un
referente fundamental en el análisis de estos nuevos movimientos. Las teorías
emergentes que intentan explicar estos nuevos movimientos se denominan,
por lo general, teorías de los nuevos movimientos sociales (New Social Movement
Theories; Buechler, 2000).
Estas teorías constituyen la respuesta que, en Europa, las ciencias sociales
han ofrecido a la aparición de los movimientos sociales desde los años sesenta
y setenta y, de algún modo, vienen a ser una respuesta tanto a los enfoques pre-
dominantes en Estados Unidos como a la tradición marxista en el estudio de los
movimientos. En este sentido, estas nuevas teorías sobre los nuevos movi-
mientos sociales abandonan el marxismo como marco privilegiado de com-
presión de los movimientos sociales y la transformación social, y se decantan
más hacia otras lógicas de acción basadas en la política, la ideología y la cultura,
© Editorial UOC 104 Psicología del comportamiento colectivo

y otras fuentes de identidad como la etnicidad, el género o la sexualidad, consi-


derándolas bases de acción colectiva.

“Los fenómenos colectivos emergentes en las sociedades complejas no pueden tratar-


se simplemente como reacciones a las crisis, como simples efectos de marginalidad o
desviación, o puramente como problemas que surgen de la exclusión del mercado po-
lítico. Es preciso que reconozcamos que los movimientos sociales en las sociedades
complejas también constituyen síntomas de conflictos antagónicos, incluso si ello no
agota por completo su significación. En las sociedades con una densidad alta de in-
formación, la producción no sólo implica recursos económicos; sino que también
afecta a las relaciones sociales, los símbolos, las identidades y las necesidades indivi-
duales. El control de la producción social no coincide con su posesión por parte de
un grupo social identificable. En lugar de ello, se traslada hacia los grandes aparatos
de la toma de decisiones técnica y política. El desarrollo y la gestión de los sistemas
complejos no están asegurados si sólo se controla la fuerza de trabajo y se transfor-
man los recursos naturales; se precisa más que esto, se necesita una intervención cre-
ciente en los procesos relacionales y los sistemas simbólicos en el campo social/
cultural.”

Melucci, A. (1996, p. 99).

Los modelos marxistas se enfrentan a múltiples problemas cuando necesitan


explicar los movimientos sociales que han emergido desde los sesenta. Las ra-
zones son múltiples. En primer lugar, las transformaciones económicas y so-
ciales que se produjeron después de la Segunda Guerra Mundial cuestionaron la
importancia fundamental del conflicto trabajo-capital. Por ejemplo, el acceso
generalizado de la población a la educación o la entrada de la mujer en el mun-
do del trabajo han creado nuevas situaciones, han generado cambios profundos
y han producido efectos que hacen variar considerablemente las posibilidades
estructurales del conflicto; asimismo, han hecho incrementar la relevancia de
criterios de estratificación social, como por ejemplo el género, que no están ba-
sados en el control de los recursos económicos.
Sin embargo, en segundo lugar, los problemas a los que se enfrentó la
perspectiva marxista no sólo estaban relacionados con las dudas de la existen-
cia continuada de la clase trabajadora en la sociedad postindustrial, sino que
también tenían alguna relación con su propia lógica explicativa. Para el mar-
xismo, la evolución social constituye una idea central y los conflictos políticos
están condicionados por el nivel de desarrollo de las fuerzas productivas y por
la dinámica de las relaciones de clase. Sin embargo, esta idea se comenzaba a
© Editorial UOC 105 Capítulo II. Movimientos sociales...

cuestionar porque no permitía entender los cambios tal y como se estaban


produciendo. Las resistencias de algunas de las teorías marxistas para recono-
cer la multiplicidad de preocupaciones y conflictos dentro de los movimientos
reales chocaban con la realidad de su heterogeneidad en los movimientos so-
ciales emergentes. Para acabar, como señala Alain Touraine (1981), se hacía
cada vez más necesario rechazar cualquier imagen de los movimientos como
si estuvieran formados por actores homogéneos con un alto nivel de habilida-
des estratégicas.
En resumen, poco a poco se generalizó la idea de que el conflicto entre las
clases industriales estaba perdiendo importancia y de que la representación de
los movimientos como sujetos ampliamente homogéneos ya no era factible. Sin
embargo, existían diferencias en el énfasis que se ponía en la posibilidad de
identificar cuál o cuáles serían los nuevos conflictos cruciales que se estaban
produciendo en la sociedad emergente. Alain Touraine (Touraine, 1981; Toura-
ine y otros, 1982) es, quizá, el exponente más importante de esta aproximación,
así como el que de manera más explícita sostuvo esta posición. En efecto, para
Touraine, los movimientos sociales no son rechazos marginales del orden, sino
que más bien son las fuerzas centrales que combaten unas contra otras para con-
trolar la producción de sociedad y para controlar la acción de las clases para la
formación de la historicidad. En la sociedad industrial, la clase dominante y
la clase popular se contraponen, como sucede en las sociedades agrarias y mer-
cantiles. Sin embargo, Touraine sostiene que también lo harían en una nueva
sociedad, donde nuevas clases sociales sustituyeran a la clase capitalista y tra-
bajadora como actores centrales del conflicto.
Otros autores han enfatizado también las diferencias entre los movimientos
de la sociedad industrial y los nuevos movimientos. Claus Offe (1985), por
ejemplo, sostiene que los movimientos sociales desarrollan una crítica funda-
mental del orden social y de la democracia representativa, cuestionando las
asunciones institucionales de las formas convencionales de hacer política, en
nombre de una democracia radical y más participativa. Así, entre las principales
innovaciones de los nuevos movimientos, en contraste con los movimientos
obreros, se encuentra una ideología crítica en relación con la modernidad y el
progreso, con estructuras organizacionales descentralizadas y participativas,
que defiende la solidaridad interpersonal frente a la gran burocracia, así como
la reclamación de espacios autónomos. Estas innovaciones, como se ve con cla-
© Editorial UOC 106 Psicología del comportamiento colectivo

ridad, no implican ventajas o éxitos materiales, sino más bien de otro tipo. Los
nuevos movimientos sociales se caracterizarían, por tanto, por una organiza-
ción fluida y abierta, una participación inclusiva y no ideológica y una mayor
atención a las transformaciones sociales más que a las económicas.
Otra contribución a la definición de las características de los nuevos movi-
mientos es la de Alberto Melucci (1996). Basándose en la idea de Habermas de
una “colonización del mundo de la vida”, Melucci describe las sociedades con-
temporáneas como sistemas claramente diferenciados que invierten cada vez
más en la creación de centros individuales de acción. Son sociedades que, al
mismo tiempo que requieren mayor integración, extienden el control sobre los
aspectos más privados de los seres humanos. Por ello, los nuevos movimientos
sociales tratan de oponerse a la intrusión del Estado y del mercado en la vida
social, reclamando la identidad de los individuos y el derecho a determinar su
vida privada y afectiva contra la manipulación del sistema. De manera diferen-
te, a los movimientos de trabajadores, los nuevos movimientos sociales no se
limitan a buscar ganancias materiales, sino que pretenden atacar las formas es-
tablecidas del poder político y de la sociedad. Los nuevos movimientos no de-
mandan un aumento de la intervención del Estado para garantizar la seguridad
y el bienestar, sino que resisten la intrusión en sus vidas, defendiendo la auto-
nomía personal.
A pesar de la variedad, es posible identificar cierto número de temas comu-
nes que resaltan más en estas teorías que en las otras. Buechler las analiza con
detalle, por lo que a continuación seguiremos sus propuestas (Buechler, 2000).
Muchas de estas teorías operan con algún modelo de una totalidad de la socie-
dad, lo que proporciona el contexto para la emergencia de la acción colectiva.
Aunque existen algunas diferencias sobre la naturaleza de esta totalidad, el in-
tento de teorizar una formación social históricamente específica como tras-
fondo estructural de las formas contemporáneas de acción colectiva sería
característica principal de estas nueva teorías.
Un segundo tema común es la idea de que los nuevos movimientos sociales
son respuestas a la modernidad o a la posmodernidad. Es decir, a un sistema po-
lítico, económico y social que se define como de mercado capitalista, estado bu-
rocrático, con relaciones “cientifizadas” y de racionalidad instrumental. Los
nuevos movimientos sociales constituyen las respuestas a esos rasgos de la so-
ciedad moderna y posmoderna.
© Editorial UOC 107 Capítulo II. Movimientos sociales...

Un tercer tema está relacionado con la base social de los nuevos movimien-
tos, que tendría una forma “difusa”. Para algunos, estos movimientos estarían
arraigados de algún modo en la “nueva” clase media. Sin embargo, otros sos-
tienen que tales movimientos no se originan en la estructura de clases, sino más
bien en otros estatus como la raza, la etnicidad, el género, la sexualidad, la
orientación sexual, la edad o la ciudadanía, que serían centrales en la movi-
lización de los nuevos movimientos sociales. Y, por último, otros argumentan
que tales estatus son menos importantes que el consenso ideológico sobre los
valores y creencias del movimiento. Por todas estas razones, se supone que la
base social de estos movimientos es más compleja y difusa que lo era en los mo-
vimientos anteriores, que estaban basados en las clases.
Como cuarto tema, deberíamos referirnos a la identidad colectiva. En efecto,
se enfatiza la fluidez y la multiplicidad de identidades en la última modernidad;
por tanto, se señala que la habilidad de la gente para implicarse en una acción
colectiva está relacionada con la habilidad que tengan los movimientos para de-
finir una identidad colectiva. De aquí se deduce que la construcción social de la
identidad colectiva constituye una parte esencial del activismo social contem-
poráneo.
En quinto lugar, es preciso comentar la politización de la vida cotidiana. Lo
que antes eran aspectos privados e íntimos, ahora están politizados, por lo que
la vida cotidiana se convierte en el eje principal de la acción política. Los mo-
vimientos serían, pues, respuestas a la politización sistemática de la vida.
El sexto punto concierne a los valores que caracterizan los nuevos movi-
mientos sociales. Mientras unos defienden el simple pluralismo de valores e
ideas como aspecto definitivo, otros han focalizado la importancia de los valo-
res no materialistas en estos tipos de movimiento social. Más que buscar poder,
control o ganancias económicas, los nuevos movimientos están inclinados a
buscar autonomía y democratización. Esto confiere una fuerza inusitada a los
movimientos sociales, puesto que los hace menos susceptibles a las formas tra-
dicionales de control social y de captación por parte del sistema político con-
vencional.
El séptimo punto consideraría el papel de las formas culturales y simbólicas
de resistencia al lado de las formas más convencionales de contestación, o en
lugar de éstas. Este énfasis cultural rechaza los objetivos, tácticas y estrategias
convencionales a favor de la exploración de nuevas identidades, significados,
© Editorial UOC 108 Psicología del comportamiento colectivo

signos y símbolos. Esta orientación ha sido muy criticada por considerarse apo-
lítica; sin embargo, con ello se ignora la importancia de las formas culturales de
poder social. Así, por ejemplo, si la hegemonía constituye una importante for-
ma de poder social, la política culturalmente orientada y antihegemónica de
muchos de estos movimientos es una forma válida de resistencia. Las propuestas
de nuevos métodos para organizar las relaciones sociales pueden ser, por sí mis-
mas, un potente desafío para los sistemas socialmente dominantes.
El último tema es la preferencia que se observa en los nuevos movimientos
sociales por las formas de organización descentralizada, igualitaria, participativa
y situada. Para estos movimientos, la organización no sólo constituye una he-
rramienta estratégica, sino que es, sobre todo, una expresión simbólica de los
valores de movimiento y de las identidades de sus miembros. Los nuevos movi-
mientos sociales no suelen tener estructuras rígidas o jerarquizadas, son más
bien experiencias abiertas que surgen y desaparecen de manera continua. En
efecto, los nuevos movimientos sociales se organizan, con mayor o menor pun-
tualidad, en relación con asuntos y luchas específicos, y después desaparecen en
forma de culturas o subculturas politizadas que resultan coherentes con las vi-
siones y valores del movimiento, para volver a emerger en la siguiente lucha es-
pecífica en forma de acciones organizadas, y así sucesivamente.
La ventaja de esta perspectiva, señala Buechler (2000), consiste en su intento
de identificar los lazos entre las nuevas estructuras sociales y las nuevas formas
de acción colectiva. Su dificultad se encuentra en saber qué entendemos por
“nuevo”, puesto que no piensan lo mismo Castells, Habermas, Touraine, Beck,
Bauman o Urry, por destacar algunos nombres de entre los más sobresalientes
pensadores de la contemporaneidad. En cualquier caso, esta aproximación hace
una aportación que desde otras perspectivas resulta difícil, por no decir imposi-
ble. Por ejemplo, en primer lugar presta atención a los determinantes estructu-
rales de la protesta, reevaluando la importancia del conflicto, con lo que
mantiene viva la importancia de uno de los elementos centrales de todo movi-
miento social. En segundo lugar, confiere mayor importancia al actor, y tiene la
habilidad de capturar las características innovadoras de los movimientos, que
ya no se pueden definir en relación con el sistema de producción, tal como se
haría desde una perspectiva marxista.
Indudablemente, esta perspectiva también ha recibido críticas. No obstante,
Melucci (1996), una de las figuras más representativas de este planteamiento, ha
© Editorial UOC 109 Capítulo II. Movimientos sociales...

hecho frente a ello indicando que no es necesario naturalizar los movimientos,


puesto que el concepto de “nuevos movimientos sociales” sólo constituye un
instrumento fluido para explorar las nuevas formas de protesta. Algunos consi-
deran que estas perspectivas dejan sin resolver la incógnita sobre qué mecanis-
mos específicos llevan del conflicto a la acción. Sin embargo, esta crítica se ve
contestada perfectamente por el trabajo del propio Melucci, que precisamente
ofrece con detalle cuáles podrían ser estos mecanismos, muy especialmente en
los procesos de identidad colectiva y en los de generación colectiva de conoci-
miento y significado de la situación:
“Nuestra sociedad ha extendido los mecanismos de control social desde el ámbito de la
naturaleza hasta el de las relaciones sociales y la misma estructura del individuo (su
personalidad individual, su inconsciente y su identidad biológica y sexual). […] Para
Melucci […] el surgimiento de una sociedad de la información hace que los principios
por los que se organiza la producción se extiendan a relaciones sociales que antes per-
tenecían al ámbito de lo privado e incidan con fuerza en la identidad individual. Las
fronteras entre los ámbitos público y privado se diluyen, porque la información se con-
vierte en el recurso estratégico tanto para la subsistencia de la sociedad, como para el
desarrollo de la identidad individual. El surgimiento de la sociedad de la información
genera cambios en los conflictos sociales: ‘el movimiento por la reapropiación de los
recursos desplaza su lucha a un nuevo territorio. La identidad personal y social de los
individuos progresivamente se percibe como un producto de la acción social’ […], y la
reivindicación de la identidad personal sustituye a la centrada en la propiedad de los
medios de producción en los movimientos clásicos. […] Para Melucci, la extensión del
sistema de control social se manifiesta en la creciente regulación y manipulación de
una serie de aspectos de la vida que eran tradicionalmente considerados privados (el
cuerpo, la sexualidad, las relaciones afectivas), subjetivos (procesos cognitivos y emo-
cionales, motivos, deseos) e incluso biológicos (la estructura del cerebro, el código ge-
nético, la capacidad reproductora). […] Estos campos son progresivamente invadidos y
regulados por el ‘aparato tecnocientífico, las agencias de información y comunicación
y los centros de decisión política’. Ello motiva las demandas de autonomía que impul-
san a los movimientos sociales: como reacción de resistencia a ese proceso de expan-
sión de los sistemas de control social, los movimientos reivindican nuevos espacios
sociales ‘en los que sus seguidores se autorrealizan y construyen el significado de lo que
son y lo que hacen’. Estos espacios se construyen en grupos informales y redes inter-
personales cuando el movimiento se halla en un periodo de latencia y todavía no ha
entrado en conflicto con las instituciones sociales […] pero estos espacios no son una
especie de reductos marginales apartados del sistema, como plantea la aproximación
convencional a los movimientos sociales. Estos espacios hacen posible la construcción
de la identidad colectiva de un movimiento, de la cual depende su potencial de reflexi-
vidad para difundir nuevas ideas en la sociedad, incidir en la vida pública y producir
conflictos sociales difíciles de resolver por las instituciones públicas.”
Laraña, E. (1999, pp. 156-159).
© Editorial UOC 110 Psicología del comportamiento colectivo

3. Aportaciones de la Psicología socia l

Determinados aspectos sobre el funcionamiento y los procesos de los movi-


mientos sociales todavía permanecen o bien irresueltos, o bien precariamente
resueltos3. Se trata del papel de la identidad y los procesos identitarios, la cons-
trucción y mantenimiento de un marco de significados compartidos y, para ter-
minar, la manera como los movimientos sociales impactan en el conjunto de la
sociedad. En concreto, existen una serie de factores que, por el momento, no re-
sultan del todo claros: ¿por qué no todo el mundo, en las mismas circunstan-
cias, participa en ellos? ¿Por qué entre las personas que participan en los
mismos, no todas tienen el mismo grado de implicación? ¿Cómo se consigue
que las ideas defendidas por algunos de ellos sean finalmente adoptadas por la
sociedad en su conjunto? ¿Mediante qué procesos se produce este hecho?
No se puede afirmar –sería demasiado arrogante–, que la Psicología social
puede resolver estas incógnitas, pero sí que puede decirse que se encuentra en
condiciones de contribuir, parcialmente, a su esclarecimiento. En efecto, se tra-
ta de dos perspectivas específicas en Psicología social: la teoría de la identidad
social y la de la influencia minoritaria.

3.1. Los procesos de influencia minoritaria

El estudio de la influencia social es un tema central en la Psicología social.


Desde una perspectiva tradicional, la influencia social se ha entendido como
aquella presión social que produce semejanza entre las personas en un grupo o
colectividad. Se trataría de presiones que llevan a cambiar el comportamiento,
las actitudes, las opiniones, los valores, las creencias etc. en dirección a la ho-
mogeneidad. En Psicología social, se han definido tres formas de influencia: la
uniformidad, el conformismo y la sumisión. La uniformidad se entiende como
aquella forma de similitud que se basa en el postulado, según el cual es deseable

3. El repaso que hemos hecho de los estudios psicosociales de los movimientos sociales, así como
las aportaciones específicas que vamos a resaltar en este apartado, no saturan en modo alguno lo
que se podría denominar perspectiva psicosocial en el estudio de los movimientos sociales. Prueba de
ello son los trabajos de Bert Klandermans, a los cuales remitimos.
© Editorial UOC 111 Capítulo II. Movimientos sociales...

ser como los demás; el conformismo como una forma de similitud producida
por la presión de un grupo. Por último, la sumisión sería una forma de similitud
basada en la aquiescencia a las demandas llevadas a cabo por la autoridad.
Es fácil ver estos procesos de influencia como mecanismos privilegiados para
el mantenimiento del orden social. Desde una perspectiva afectiva, junto a
otros mecanismos de índole estructural, como el poder, o simbólicos, como las
ideologías, estas formas de influencia contribuyen al mantenimiento del statu
quo en cualquier sociedad o comunidad. Se podría decir que ésta ha sido la
contribución de la Psicología social al estudio e inteligibilidad del control social.
Sin embargo, ¿ha contribuido también de algún modo a la inteligibilidad del
cambio social? Desde una perspectiva psicosocial puede afirmarse que sí, a partir
de la teoría de la influencia minoritaria.
Esta teoría fue desarrollada por Serge Moscovici (Moscovici, 1979) y por otros
autores como Gabriel Mugny (Mugny, 1981). Su foco se encuentra en los pro-
cesos por medio de los cuales algunos grupos minoritarios son capaces de influir
y de inducir cambios en la mayoría de la sociedad.
El punto fundamental es el conflicto que los grupos minoritarios son capaces
de establecer con la mayoría. No se trata de un conflicto por los intereses ma-
teriales (aspecto que se ha tratado con amplitud en la Sociología), sino de un
conflicto de naturaleza simbólica. En efecto, un grupo minoritario que sostenga
una posición contraria a una norma mayoritariamente aceptada puede, bajo de-
terminadas condiciones, producir un conflicto simbólico. La resolución de este
último implica el movimiento de la mayoría hacia las posiciones minoritarias.
Para conceder legitimidad a estas afirmaciones, es preciso asumir, obviamente,
que tanto los grupos mayoritarios como los minoritarios son simultáneamente
fuentes y receptores de influencia social. El hecho de que la fuerza de dicha in-
fluencia y el número de veces que opera haga que la balanza se incline del lado
de los grupos mayoritarios no debería servir para negar el proceso en la dirección
contraria. Los movimientos sociales y los efectos a gran escala que son capaces de
crear constituyen buenos ejemplos de cómo se realiza este proceso.
Como decimos, para que se produzca una influencia de este tipo, es necesa-
rio que se den algunas condiciones:

1) En primer lugar, los grupos minoritarios deben tener ciertas característi-


cas y rasgos.
© Editorial UOC 112 Psicología del comportamiento colectivo

a) Así, por ejemplo, estos grupos deben mantener posiciones que son
normativamente minoritarias. Es decir, que van directamente contra normas
sociales dominantes en cualquier sociedad o comunidad.
b) Sus posiciones deben ser heterodoxas. Es decir, deben ir en una dirección
contraria al statu quo y al modo en que la sociedad o comunidad se ha estruc-
turado u organizado en el pasado.
c) Los grupos minoritarios han de ser, asimismo, nómicos. Es decir, activos,
con objetivos claros, con motivación suficiente y con agencia para la acción en
contra de la norma mayoritaria. En definitiva, deben adoptar una posición an-
tisistema, pero es necesario que ofrezcan propositivamente una norma al-
ternativa.
Cuando se dan estas características, el grupo minoritario es capaz de generar
un conflicto con la mayoría al oponerse de forma nítida y propositiva a sus con-
cepciones. Cuando esto sucede, según la teoría de la influencia minoritaria, la
mayoría ya no puede ignorar el conflicto ni obviar al grupo minoritario, puesto
que debe afrontarlo. Al hacerlo, se entra en un proceso de posible resolución del
conflicto por medio de la negociación con la minoría. La resolución implica
siempre, aunque obviamente en grados distintos, un movimiento de la mayoría
hacia las posiciones minoritarias. Es decir, la resolución del conflicto promueve
una innovación y un cambio.
2) En segundo lugar, se deben considerar los recursos que las minorías nece-
sitan para obtener estos resultados. La cuestión es que si por definición su posi-
ción es débil, ¿cómo es posible que consigan estos efectos? Los recursos que
prevé la teoría de la influencia minoritaria son dos: el estilo de comportamiento y
el estilo de negociación.
a) El estilo de comportamiento se refiere a que las minorías deben mostrar
consistencia en las propuestas que sostienen, tanto de manera diacrónica, es
decir, a lo largo del tiempo, como sincrónica, es decir, todos sus miembros
compartiéndolas de igual modo. La consistencia en el mantenimiento de las
propuestas constituye la garantía de que la mayoría centra su atención sobre
el mensaje de la minoría. Asimismo, estas dos formas de consistencia subra-
yan el compromiso y la firmeza de las posiciones que mantiene, lo que com-
porta ganar una imagen de autonomía que resulta primordial para el éxito de
sus objetivos.
© Editorial UOC 113 Capítulo II. Movimientos sociales...

b) Por otro lado, en el proceso de negociación con la mayoría, el estilo de ne-


gociación puede ser variado: puede ir del más flexible al más rígido. Pues bien,
la teoría de la influencia minoritaria establece que el estilo de negociación que
las minorías deben establecer para no bloquear a la mayoría debe ser flexible.
Los estilos rígidos bloquean a la mayoría, con lo que resulta más improbable la
resolución del conflicto y, por tanto, el cambio.
Un aspecto importante de la teoría está relacionado con el tipo de efectos
que las minorías producen. Éstos pueden ser directos o indirectos. Los directos
se refieren a los cambios, en las posiciones mayoritarias, de aquellos contenidos
explícitos en el mensaje de la minoría. Los indirectos se refieren a los cambios
que se producen en ámbitos relacionados con el mensaje minoritario, sin ha-
cerlo directamente. Por ejemplo, tal como fue común en muchos países desde
los años sesenta, un grupo minoritario puede estar proponiendo el aborto libre.
La teoría de la influencia minoritaria muestra que, en casos como éste, no siem-
pre se produce un cambio en la mayoría que implique la aceptación del aborto
libre. Sin embargo, lo que sí se produce es un cambio en áreas colaterales y re-
lacionadas con el tema que la minoría defiende. En este caso, por ejemplo, la
mayor tolerancia hacia la libertad sexual o los métodos anticonceptivos se po-
drían ver como un efecto indirecto de este tipo.
Por consiguiente, la teoría de la influencia minoritaria proporciona ele-
mentos para entender mejor el proceso por el cual amplios sectores de una so-
ciedad acaban por modificar sus creencias, opiniones y actitudes e, incluso, su
comportamiento, como resultado de la influencia de grupos minoritarios. No
resulta difícil percatarse de que este proceso podría estar presente en los mo-
vimientos sociales. En efecto, si tomamos como ejemplo el caso del movi-
miento feminista, resulta fácil analizarlo desde la perspectiva que acabamos de
ver. Hoy día podemos observar una modificación sustancial de las creencias,
valores, actitudes y comportamientos hacia las mujeres, tanto en cuanto
miembros de una categoría social, como por su condición de personas concre-
tas. El reconocimiento, cada vez mayor, de su agencia en muchas sociedades
y países, el reconocimiento de sus derechos como personas, su presencia en el
mundo laboral, etc. constituyen muestras de un proceso de cambio progresivo
en nuestras sociedades que se puede conectar directamente con la acción de
los movimientos feministas del pasado siglo y de los que continúan en el pre-
sente. Existe un argumento muy simple que se interroga sobre si se hubieran
© Editorial UOC 114 Psicología del comportamiento colectivo

llegado a producir estos cambios sin las acciones del movimiento feminista.
Obviamente, estos cambios no se deben ver como consecuciones discretas y
puntuales o, de algún modo, acabadas. Estos cambios se dan en un proceso
continuado en el tiempo, pero discontinuo tanto por lo que respecta a las di-
ferentes zonas geográficas, como en relación con las clases, grupos o comuni-
dades dentro de una misma sociedad. Sin embargo, a pesar de esta diversidad
de “estados” en los cambios, de lo que no cabe la menor duda es de que hemos
asistido, y estamos asistiendo, a una transformación radical en el imaginario,
las comprensiones y la acción de lo femenino y la feminidad. Resta, sin duda,
conocer con detalle la forma específica de cómo se produjo este hecho a partir
de las pocas decenas de mujeres sufragistas que se manifestaban frente al Par-
lamento inglés.

“Todavía queda mucho para aprender en el campo psicológico de la influencia social.


La idea fundamental que se propone en esta obra es muy simple: el conflicto de reso-
lución estará a favor de la parte (individual o subgrupo) que sea capaz de determinar
su propio desarrollo, que sea la más activa y que demuestre que adopta un compor-
tamiento “adecuado”. Por este motivo, la Psicología de la influencia social está llena
de conflictos y diferencias, tanto en el ámbito de su producción como de su gestión.
La dinámica de esta psicología es subjetiva y no objetiva: consiste en una interacción
entre sujetos en un entorno elegido, y no simplemente en una determinada manipu-
lación de objetos con el fin de jugar contra uno o varios sujetos en un entorno deter-
minado. En este sentido, la función de la influencia no consiste en eliminar los
“errores” producidos por minorías desviadas, sino más bien en incorporar estos “erro-
res” al sistema social. Como consecuencia, el sistema social experimenta ciertos cam-
bios, deviene más diferenciado y complejo, adopta nuevas ramificaciones –en una
palabra, crece–. La importancia de las minorías reside, precisamente, en el hecho de
que son factores, y a menudo originadores de cambios sociales en sociedades donde
estos últimos han tenido lugar con tanta rapidez. En estas sociedades, las fronteras de
la mayoría no se encuentran delimitadas con claridad y, con frecuencia, esta mayoría
es “silenciosa”. Son los individuos y grupos activos quienes, deshaciéndose en ideas
e iniciativas, expresan o crean nuevas tendencias. Esto se puede lamentar, pero es sin
duda deseable que las innovaciones e iniciativas planteen y desafíen las bases de la
“ley y el orden”. Por ello, es inevitable que surjan problemas, y que emerjan nuevos
actores sociales que, estableciendo nuevos esquemas y modalidades de acción, reivin-
diquen su derecho de plena existencia. En este libro, este tema se trata de manera po-
sitiva, tal como lo muestra la elección de los fenómenos estudiados y la formulación
de la teoría.”

Moscovici, S. (1976, p. 221).


© Editorial UOC 115 Capítulo II. Movimientos sociales...

3.2. Los procesos de identidad social

La aportación más característica de la Psicología social al estudio de la identi-


dad ha sido la de Henri Tajfel (1981) con su teoría de la identidad social y,
posteriormente, con sus derivaciones concretadas en la teoría de la autocatego-
rización (Turner, 1987a)4. Teniendo en cuenta los objetivos del presente capítu-
lo, nos centraremos en la versión inicial de Henri Tajfel.
Tajfel teorizó sobre la identidad basándose en los procesos cognitivos de la
categorización. Prescindiendo de los acuerdos o desacuerdos que se puedan
mantener con el planteamiento general del autor, las investigaciones de Tajfel
suponen un potente heurístico para la comprensión del prejuicio y la discrimi-
nación sociales, la identidad nacional y el nacionalismo, entre otros.
Tajfel desarrolló su teoría interesándose por el estudio del prejuicio y la
discriminación, interés que, muy probablemente, surgía de su propia experien-
cia como persona perseguida por razones étnicas. Este autor fue capaz de articu-
lar una serie de procesos que van desde los estrictamente cognitivos, como la
categorización y la diferenciación, a los más cognitivo-sociales, como la catego-
rización social, para culminar en otros que manifiestan un alcance decidida-
mente social, aunque estén basados en procesos sociocognitivos, como la
identidad social.
Para Tajfel, la identidad social5 es la conciencia que tenemos las personas de
pertenecer a un grupo o categoría social, así como la valoración que hacemos de
ello. Una valoración positiva o negativa sustenta, respectivamente, una identi-
dad social positiva o negativa. La identidad social requiere del mantenimiento
y reconocimiento de la distintividad entre categorías sociales. Cuando esta últi-
ma es positiva; es decir, cuando las diferencias entre una categoría y las otras se
valoran positivamente, la identidad social resultante es positiva. Cuando se da

4. Para examinar con mayor detalle estas teorías, remitimos al apartado “Enfoques teóricos de los
comportamientos colectivos” (en el subapartado dedicado a la teoría de la identidad social) del
capítulo “Procesos colectivos y acción social” en este mismo volumen.
5. Cualquier texto, como sucede en el caso de este capítulo, debe dejar de lado, en ocasiones muy
dolorosamente, trabajos y perspectivas de indudable interés y actualidad, pero que diferentes crite-
rios pragmáticos, como la extensión del texto u otros más sustantivos como su coherencia interna,
aconsejan obviar. Éste ha sido el caso de los trabajos sobre la identidad colectiva en los movimien-
tos sociales realizados por los herederos de la perspectiva interaccionista. Sugerimos, como una
buena muestra de esta perspectiva, la lectura de Striker, S., Owens, T. J., y White, R. W. (ed.) (2000).
Self, identity, and social movements. Minneapolis: University of Minnesota Press.
© Editorial UOC 116 Psicología del comportamiento colectivo

el caso contrario; es decir, que la distintividad es negativa, entonces la identidad


social también es negativa. Por este motivo, se dice que la identidad social po-
sitiva está condicionada por el hecho de mantener con éxito una distintividad
positiva.
Mantener la distintividad requiere dos procesos de naturaleza complementa-
ria, la comparación y la competición sociales. La comparación es el proceso psi-
cológico de escrutinio de las diferencias entre los rasgos y características de las
distintas categorías sociales.
El otro proceso es el de la competición. Se trata de una de las aportaciones
más importantes que Tajfel realizó. En efecto, aunque la competición social
por recursos objetivos escasos ya era ampliamente conocida en la Sociología,
Tajfel incorporó la idea de una competición simbólica por recursos que no de-
bían ser necesariamente de naturaleza material u objetiva, sino que podían ser
de naturaleza simbólica. De este modo, las distintas categorías sociales podrían
entrar en conflicto las unas con las otras por la competencia por los recursos
simbólicos.
De la conjunción de ambos procesos proviene, pues, una identidad social po-
sitiva o negativa. Una identidad social positiva es necesaria, puesto que, como
se recordará, la identidad no sólo consiste en el reconocimiento de la pertenen-
cia a una categoría social, sino también cuenta la evaluación que se hace de ello.
En aquellas situaciones en las que el resultado de este proceso es una identidad
social negativa, o bien cuando está en entredicho, la teoría de Tajfel considera
que se producirán comportamientos encaminados a restaurar la valoración po-
sitiva. Esto se conseguiría mediante dos tipos de estrategias concretas, que se co-
nocen como estrategias de cambio social y de movilidad social.
La estrategia de movilidad social se refiere al abandono de la categoría de per-
tenencia cuando la identidad social resulta negativa. Es una estrategia indivi-
dual, puesto que los individuos actúan únicamente orientados por sus propios
intereses; es decir, para conseguir la restauración de una identidad social valo-
rada positivamente. Sin embargo, la estrategia de cambio social se refiere al he-
cho de que, en circunstancias similares, los miembros de una categoría
establecen estrategias orientadas a la transformación de la propia categoría.
Contrariamente a la estrategia anterior, ésta no es de carácter individual, sino
de carácter colectivo y grupal. Esta fuerza motivacional y este tipo de estrategias
© Editorial UOC 117 Capítulo II. Movimientos sociales...

conectan claramente la Teoría de la identidad social con los procesos analizados


en este capítulo dedicado a los movimientos sociales.
Lo que también resulta atractivo y de gran poder heurístico para poder com-
prender los procesos colectivos, por ejemplo los movimientos sociales, es la des-
cripción del proceso de interacción social como algo que se produce en un
entramado de relaciones en el que la pertenencia grupal o categorial es la di-
mensión determinante. Es decir, en múltiples procesos sociales, los individuos
actuarían movidos fundamentalmente por el hecho de pertenecer a ciertas ca-
tegorías sociales y, por consiguiente, se comportarían en consonancia con ello.
En efecto, esta idea permite comprender cómo en determinados contextos so-
ciales, la distinción de ciertas categorías o grupos determina la aparición de
comportamientos diferenciales, favorecedores del propio grupo o perjudiciales
para el grupo opuesto.
Tajfel desarrolló unas herramientas conceptuales que sólo se pueden aplicar
a un contexto social bicategorial, aunque era plenamente consciente de que es-
tos contextos son muy escasos. Sin embargo, se pueden generalizar con fa-
cilidad para contextos más “realistas”, en los que coexistan simultáneamente
un gran número de categorías y grupos sociales. Como se ha visto en el capítulo
“Procesos colectivos y acción social” de este mismo volumen, las últimas apor-
taciones de Stephen Reicher para el caso del comportamiento colectivo permi-
ten ampliar la capacidad interpretativa de estas herramientas conceptuales,
más allá de una consideración esencialista y continua de la identidad social.
En efecto, la descripción de “identidades sociales puntuales”, que se genera-
rían espontáneamente en situaciones de comportamiento colectivo, abre nuevas
perspectivas y hace menos esencial la noción de identidad social, haciéndola
contextualmente dependiente y, al mismo tiempo, permite observar de manera
distinta o única los comportamientos colectivos, así como la génesis y el funcio-
namiento de los movimientos sociales.
En definitiva, la teoría de la identidad social constituye un heurístico de gran
eficacia para completar nuestra comprensión de los movimientos sociales. En
primer lugar, permite comprender ciertos procesos en su doble dimensión gru-
pal y categorial. En efecto, la conciencia de pertenencia y su valoración se pro-
duciría tanto en los grupos de interacción directa (como los pequeños grupos
formados por pocas personas, o las organizaciones grupales más amplias), como
en las categorías sociales que no implican necesariamente una interacción vis a
© Editorial UOC 118 Psicología del comportamiento colectivo

vis entre todos sus miembros. Es decir, estamos frente a un modelo capaz de ex-
plicar la emergencia de la identidad tanto en grupos como en categorías, igua-
lando los procesos de su emergencia y constitución.
En segundo lugar, este modelo nos ofrece la posibilidad de observar la impor-
tancia que tiene la identidad en los diferentes comportamientos humanos. En
efecto, la distinción de la pertenencia grupal en distintos contextos sociales
hace resaltar igualmente la identidad y, por tanto, emerger formas de compor-
tamiento e interacción que están relacionadas directamente con esta perte-
nencia. Para entender este proceso, veamos un ejemplo muy simple:

Imagínese un día de un partido Barça-Real Madrid. Imagínese que se camina por las
Ramblas de Barcelona. Imagínese que se ve un grupo de personas con una camiseta
blanca y otro grupo con una camiseta azulgrana. ¿Qué pasará? Sea cual sea el com-
portamiento que se desarrolle con posterioridad (cantos, gritos, consignas, una con-
versación amistosa, un gesto violento, etc.), se puede entender como resultado del
hecho de que, en esta situación, lo saliente está siendo las dos categorías de pertenen-
cia, la de el/la “culé” y la de el/la “madridista”.

En tercer lugar, los grupos y categorías sociales que poseen una fuerte iden-
tidad producen también un alto nivel de cohesión grupal. En efecto, la in-
tensidad de las relaciones en el interior del grupo, o categoría, aumenta con la
identidad, en el sentido de que los grupos o categorías con mayor y más intenso
sentido de identidad son, asimismo, los más cohesionados, y viceversa. Para el
estudio de los movimientos sociales, en que la solidaridad y la cohesión se han
visto como elementos cruciales, tanto por lo que respecta a su constitución
como por su desarrollo y funcionamiento, este modelo nos da algunas claves de
su génesis.
En cuarto lugar, la dinámica de mantenimiento de una identidad social posi-
tiva, como hemos visto, está relacionada con la competición simbólica para el
mantenimiento de la distintividad positiva. Cuando en este proceso el resultado
es negativo, aparecen las estrategias de movilidad o de cambio social, como aca-
bamos de ver. Los grupos altamente cohesionados movilizan más habitual-
mente estrategias de cambio social. Es fácil ver que la motivación para la acción
en los movimientos sociales podría estar arraigada en su identidad como grupo
o categoría, así como en la necesidad de mantener dicha identidad valorada po-
sitivamente.
© Editorial UOC 119 Capítulo II. Movimientos sociales...

Por último, en quinto lugar, este modelo nos permite entender la identidad
como un proceso. En efecto, la identidad no es algo que “se tenga” de manera
estable y estática, sino que es un proceso que se construye en la interacción con
los otros y en las dinámicas de relación intergrupales e intercategoriales. Los
cambios que se pueden apreciar en los contextos sociales relativos a su com-
posición en términos de grupos o categorías influyen directamente en la cons-
titución de la identidad, tanto de los colectivos mencionados como de los
individuos que los componen. Para el estudio de los movimientos sociales, este
aspecto procesual de la identidad resulta crucial para entender la adhesión y la
implicación en las acciones que llevan a cabo.
El movimiento gay y lésbico puede resultar un ejemplo perfecto para ilustrar
lo que acabamos de ver. Como en el ejemplo del feminismo que hemos exami-
nado con anterioridad, este movimiento está ejerciendo un enorme impacto so-
bre las concepciones socialmente dominantes de la sexualidad, la orientación
sexual, los derechos de las personas con estas orientaciones sexuales, el reco-
nocimiento gradual de sus relaciones de pareja, etc. En este caso, podemos ver
la doble presencia de una identidad social basada en la orientación sexual tanto
como grupos específicos de relación directa, como en términos de categoría so-
cial. Probablemente, el primer efecto conseguido por estos movimientos haya
sido, precisamente, ser visibles como una categoría social. Podríamos in-
terpretar que las fuertes presiones encaminadas a eliminar las diferencias de
orientación sexual, la conversión de estos comportamientos en patologías, las
distintas formas de exclusión y discriminación social estaban minando enor-
memente las incipientes identidades basadas en la preferencia sexual. Aquí se
podría ubicar el origen de una estrategia de cambio social que podría hacer com-
prensible la emergencia de este movimiento social particular. El fundamento de
la emergencia de este movimiento sería la necesidad de mantenimiento de una
distintividad positiva y, por consiguiente, de una identidad social positiva.

“En el estudio de las relaciones entre grupos sociales dentro de cualquier sociedad se
precisa que, en primer lugar, se tengan en cuenta las condiciones ‘objetivas’ de su
coexistencia; es decir, las circunstancias económicas, políticas, sociales e históricas
que han llevado, y a menudo todavía determinan, las diferencias entre los grupos por
lo que respecta a sus normas de vida, al acceso a las diferentes oportunidades, como
el trabajo o la educación, o al tratamiento que reciben por parte de los que ejercen el
poder, la autoridad o, en ocasiones, sólo la fuerza bruta. Sin embargo, [...] estas con-
diciones objetivas siempre se asocian con las ‘definiciones subjetivas’ muy difundi-
© Editorial UOC 120 Psicología del comportamiento colectivo

das, los estereotipos y los sistemas de creencias. Nuestro objetivo consiste en observar
estos aspectos subjetivos diferentes que afectan a las relaciones entre minorías y ma-
yorías, para evaluar su importancia en la situación total y ver de qué manera contri-
buyen al modelo general de las relaciones entre los grupos. El hecho de pertenecer a
una minoría explica que los individuos se preocupen por los requisitos psicológicos
necesarios para adaptarse a la situación actual o para hacer algo con el fin de cambiar-
la. Las adaptaciones y estrategias posibles para este cambio son finitas con respecto a
la cantidad y a la variedad. Aquí intentaremos hablar de algunas de las que parecen
ser las más utilizadas y las más importantes.

Conviene tener en cuenta las ‘definiciones subjetivas’ en el análisis general de las


relaciones raciales o cualquier otra relación intergrupal, puesto que, con toda probabi-
lidad, contribuyen al modelo de estas relaciones y a los cambios que se producen en
las mismas. Estas definiciones subjetivas, los sistemas de creencias, las identificacio-
nes, las estructuras cognitivas, los gustos y las aversiones, y otros comportamientos
que están relacionados son el ámbito particular del psicólogo social. La Psicología so-
cial de las minorías debe centrarse en todos estos aspectos, sin negar que el análisis de
las condiciones objetivas del desarrollo de las relaciones sociales entre grupos debe es-
tar primero en nuestro intento de entender la naturaleza de estas relaciones. No obs-
tante, es cierto que el comportamiento social de las personas sólo puede entenderse
correctamente si llegamos a saber algo de las ‘representaciones de la realidad social’
subjetivas que intervienen en las condiciones con que viven los grupos sociales y en
los efectos de estas condiciones en el comportamiento colectivo o individual. Es como
una espiral: la historia y los rasgos contemporáneos de las diferencias sociales, econó-
micas u otras diferencias entre grupos sociales se reflejan en las actitudes, creencias y
puntos de vista del mundo de los miembros de estos grupos. Estos efectos ‘subjetivos’
de las condiciones sociales se reflejan a su vez en todo aquello que hace la gente, en
cómo se comportan con respecto a su propio grupo o con respecto a otros grupos. Las
formas resultantes de comportamiento dentro del grupo, ‘fuera del grupo’ y ‘entre los
grupos’ contribuyen, a su vez, al presente y al futuro de las relaciones entre los grupos;
y así continúa. Por tanto, aunque aquí sólo trataremos con un momento congelado
de lo que es una situación compleja y continuamente cambiante, este momento a me-
nudo deviene crucial a la hora de afectar a la forma de aquello que sucederá.”

Tajfel, H. (1978, p. 3).

4. Emergencia, características y funcionamiento


de los movimientos sociales

Como hemos visto, la aproximación al estudio de los movimientos sociales


es muy variada y plural en enfoques, modelos y teorías. Entre los años setenta
© Editorial UOC 121 Capítulo II. Movimientos sociales...

y ochenta, la teoría dominante que atrajo más atención, y bajo la que se rea-
lizaron mayor número de investigaciones, fue la teoría de los recursos para la
movilización. El resurgimiento de las perspectivas interaccionistas y construc-
cionistas aparece hacia la mitad de los años ochenta con una enorme vitalidad.
En aquel momento, en Europa comienza el desarrollo y auge de las teorías so-
bre los nuevos movimientos sociales. En los años noventa se produce ya una
importante confrontación entre las perspectivas de tradición interaccionista y
las de los nuevos movimientos sociales contra la teoría de los recursos para la
movilización.
Esta situación de confrontación hace surgir distintos intentos de integración
de las diferentes perspectivas o, como mínimo, de incorporación de aspectos de
un lado y de otro. Aunque no cabría hablar propiamente de integración, algu-
nos autores como Della Porta y Diani (2000) ofrecen una síntesis que incorpora
aspectos recogidos en las distintas perspectivas teóricas. En el siguiente apartado
se reproduce la posición de estos autores.

4.1. ¿Una definición consensuada de movimiento social?

De acuerdo con Della Porta y Diani, se podría encontrar cierto número de


puntos en común entre las diferentes tradiciones. En concreto, existiría un
acuerdo sobre cuatro características de los movimientos sociales: las redes infor-
males de interacción, las creencias compartidas y la solidaridad, la focalización
en los conflictos y el uso de la protesta.

1) Redes informales de interacción. Los movimientos se pueden concebir


como redes de interacción informal entre una pluralidad de individuos, grupos
y/o organizaciones. Las características de estas redes pueden variar desde las que
apenas tienen vínculos, o los tienen muy dispersos, hasta las sólidas redes de los
grupos fuertes. Estas redes promueven la circulación de recursos esenciales para
la acción (información, expertismo, recursos materiales, etc.), así como sistemas
más abiertos de significado. De este modo, las redes contribuyen tanto a crear
las precondiciones para la movilización, como a proporcionar el lugar apropia-
do para la elaboración de visiones del mundo y estilos de vida específicos.
© Editorial UOC 122 Psicología del comportamiento colectivo

2) Creencias compartidas y solidaridad. Para ser considerada como un movi-


miento social, una colectividad que interactúa requiere un conjunto de creen-
cias compartidas y un sentido de pertenencia. En efecto, la condición para la
existencia de un movimiento social genera tanto nuevas orientaciones en as-
pectos ya existentes, como la aparición de nuevas cuestiones sociales y, al mis-
mo tiempo, contribuyen a la creación de un vocabulario y una apertura de ideas
y acciones que en el pasado eran desconocidas o impensables. El proceso de re-
definición simbólica de lo que es real y de lo que es posible está relacionado con
la emergencia de identidades colectivas, entendida como una definición com-
partida de un actor colectivo. La representación colectiva y los sentimientos
compartidos permiten conectar muchos de los rasgos y características de los
movimientos sociales. Las nuevas identidades colectivas y los sistemas de valo-
res pueden persistir, incluso, cuando la acción pública, las manifestaciones y
otras actividades ya no tienen lugar, proporcionando así al movimiento cierta
continuidad en el tiempo.
3) Acción colectiva focalizada en conflictos. Los movimientos sociales se
centran en conflictos sociales y/o culturales. Es decir, buscan promover u opo-
nerse a los cambios sociales. Por conflicto se puede entender una relación de
oposición entre actores que buscan el control del mismo centro de interés. Para
que se pueda producir el conflicto social, en primer lugar es necesario que éste
sea definido como un campo compartido en el que los actores se perciben unos
a otros como distintos, pero al mismo tiempo relacionados por intereses y valo-
res que los dos lados ven como importantes, o como intereses altamente desea-
dos por dos o más adversarios, como sostiene Touraine.
4) Uso de la protesta. Los debates sobre movimientos sociales desde princi-
pios de los setenta han estado dominados por el énfasis en la naturaleza no ins-
titucional de su comportamiento. Incluso ahora, la idea de que los movimientos
sociales se pueden distinguir de otros actores políticos a causa de la adopción de
patrones de comportamiento político “inusuales” está bastante extendida. Al-
gunos autores mantienen que la distinción fundamental entre movimientos y
otros actores políticos y sociales se encuentra entre estilos convencionales de
participación política (como votar o presionar a los representantes políticos
–lobbying) y la protesta pública. Aunque las protestas públicas sólo juegan un
papel marginal en los movimientos relacionados con el cambio personal y cul-
tural, éste es, indudablemente, un rasgo distintivo de los movimientos políticos.
© Editorial UOC 123 Capítulo II. Movimientos sociales...

En algunas ocasiones las acciones de protesta pueden ser de carácter violento;


sin embargo, no se puede decir que la violencia constituya un rasgo distintivo
de todos los movimientos. Sería mejor ver el uso de las tácticas violentas y radi-
cales, por un lado, como criterios para diferenciar entre diferentes tipos de mo-
vimientos, o las diferentes fases en la vida del movimiento y, por otro, como
formas de acción con su propia racionalidad.
Con todos estos aspectos, estos autores (Della Porta y Diani, 2000) proponen
la siguiente definición de movimientos sociales (y, en particular, los de tipo po-
lítico) como:

(1) Redes informales, basadas en (2) las creencias y la solidaridad que se movilizan so-
bre (3) cuestiones conflictivas, por medio del (4) uso frecuente de varias formas de
protesta.

4.2. Movimientos sociales y organizaciones.


Criterios de diferenciación

Existe una enorme variedad de usos de la expresión movimientos sociales, que


han variado con el tiempo y según las distintas disciplinas que los han abordado,
como se ha podido observar en este capítulo. Estos usos, aunque sea simplificarlo
un poco, han pasado desde considerar como movimiento social a un grupo o a una
organización promotora de cambios sociales, hasta la aceptación de un magma de
individuos, grupos y organizaciones que participan en ello colectivamente y que
estén movidos por el mismo objetivo. Estas diferencias resultan bastante conflic-
tivas en el terreno teórico. Por ejemplo, ¿puede un único grupo constituir un mo-
vimiento social? ¿Es una organización política un movimiento social? ¿Es un
episodio puntual de movilización política un movimiento social? ¿Y un grupo re-
ligioso o una secta? Veamos algunos criterios de diferenciación.

4.2.1. Movimientos sociales versus organizaciones

Los movimientos sociales, los partidos políticos y los grupos de interés (muy
comunes en el sistema político estadounidense, aunque menos organizados y
© Editorial UOC 124 Psicología del comportamiento colectivo

visibles en los países europeos) a menudo son comparados considerando que


encarnan diferentes estilos de organización política. Sin embargo, si la defini-
ción propuesta con anterioridad es adecuada, la distinción entre movimientos
sociales y éstas y otras organizaciones, como por ejemplo algunos grupos reli-
giosos, no consiste principal ni simplemente en diferencias en características
organizacionales o patrones de conducta, sino en el hecho de que los movi-
mientos sociales no son organizaciones. Hay redes de interacción entre distintos
actores que pueden incluir organizaciones formales o no, dependiendo de dis-
tintas circunstancias. Por consiguiente, una única organización, a pesar de sus
rasgos dominantes, no es un movimiento social. Sin duda, puede formar parte
de uno, pero los dos no son idénticos, puesto que reflejan principios organiza-
cionales diferentes.
Los grupos de interés público como las ONG, las asociaciones de diferentes
tipos, fundaciones, etc. no capturan, en realidad, los procesos de interacción
mediante los cuales actores con diferentes identidades y orientaciones llegan a
elaborar un sistema de valores y creencias compartido y un sentido de per-
tenencia que excede los límites de un grupo u organización únicos, mantenien-
do al mismo tiempo su especificidad y sus rasgos distintivos.
Los movimientos son, por definición, fenómenos fluidos y resisten a formas
de organización estática. En efecto, en las fases de formación y consolidación
prevalece un sentido de pertenencia colectivo sobre los vínculos de solidaridad
y lealtad que pueden existir entre individuos y grupos específicos u organizaciones.
Un movimiento tiende a “quemarse” cuando las identidades organizacionales co-
mienzan a dominar, o cuando “sentirse parte de esto” se refiere principalmente a
la propia organización y sus componentes, más que a un colectivo amplio con
fronteras borrosas.
La participación de los individuos es esencial para los movimientos. Una de
sus características es, en efecto, el sentido de estar implicados en una empresa
colectiva sin tener que pertenecer a ninguna organización específica. Estricta-
mente hablando, los movimientos sociales no tienen miembros, sino partici-
pantes. La participación del individuo, alejada de lealtades organizacionales
específicas, no está necesariamente limitada a un evento único de protesta, sino
que también se encuentra dentro de comités o grupos de trabajo y/o apoyo, y
en distintas formas de reunión pública como las asambleas, los consejos, etc.
Ello no se contradice con el hecho de que, simultáneamente, si se da la posibi-
© Editorial UOC 125 Capítulo II. Movimientos sociales...

lidad, distintos tipos de personas pueden apoyar un movimiento social promo-


viendo y dando a conocer sus ideas y sus puntos de vista en los medios de
comunicación, en instituciones o en organizaciones políticas, entre otros. Por
tanto, la pertenencia, la participación en un movimiento social permite múlti-
ples grados diferentes, de modo que no puede decirse que exista una única ma-
nera de participar o de adherirse. Todos ellos, sin embargo, en su diversidad
refuerzan el sentimiento de pertenencia y de identidad.
Si aceptamos que los movimientos sociales son analíticamente distintos de
las organizaciones, aunque eventualmente pueden formar parte de ellos, es pre-
ciso distinguir qué forma parte de un movimiento y qué no. Cualquier orga-
nización que cumple con los requisitos anteriores (interacciones con otros
actores, conflicto, identidad colectiva y recurso a la protesta) puede ser consi-
derada parte de un movimiento dado. Esto se puede mantener también para
grupos más o menos institucionalizados e, incluso, para partidos políticos. Sin
embargo, al decir que los partidos políticos pueden considerarse parte de mo-
vimientos sociales, lo que se está afirmando es que, bajo ciertas condiciones, al-
gunos partidos políticos pueden considerarse parte de un movimiento y ser
reconocidos como tales tanto por otros actores como por el público general. No
obstante, esto sería más la excepción que la regla, y únicamente se da en los ca-
sos de partidos cuyos orígenes se encuentran en movimientos sociales, tal y
como sucede por ejemplo en los “partidos verdes”.

4.2.2. Movimientos sociales, protestas, coaliciones, plataformas

Si los movimientos sociales no coinciden con las organizaciones, tampoco lo


hacen con otras formas de interacción informal. En particular, los movimientos
sociales difieren tanto de los eventos de protesta poco estructurados como de las
plataformas o de las coaliciones políticas. ¿Bajo qué condiciones un colectivo o
grupo de personas puede organizar una protesta concreta y puntual? ¿Hasta qué
punto una manifestación para solicitar algo concreto, en un contexto social y
geográfico específico, se puede considerar parte de un movimiento social? ¿Y
cuándo son simples actos aislados de protesta y cuándo acciones de movimien-
tos sociales?
© Editorial UOC 126 Psicología del comportamiento colectivo

El criterio que marca la diferencia es la presencia de una visión del mundo y


de una identidad colectiva que permite a los participantes en distintas protestas
colocar su acción en una perspectiva más amplia. Para poder hablar de movi-
mientos sociales, es necesario que episodios concretos y aislados sean percibidos
como parte de una acción duradera más que eventos discretos, y que las perso-
nas que están implicadas en ellos se sientan vinculadas por lazos de solidaridad
y por ideas compartidas con los protagonistas de movilizaciones análogas. En
España encontramos un buen ejemplo de la importancia de la elaboración sim-
bólica y cultural en la evolución de la acción colectiva si nos fijamos en el mo-
vimiento vecinal de los años sesenta y setenta. En primer lugar, se organizaron
actividades puntuales –como manifestaciones y otros tipos de protesta– encami-
nadas a exigir mejores condiciones en las viviendas y en los barrios. Más tarde,
el movimiento se desarrolló poco a poco como una fuerza importante no sólo
en el ámbito de las ciudades específicas donde se produjeron, sino en todo el
estado. Sus demandas fueron paulatinamente más allá de reivindicaciones pun-
tuales, para convertirse en un elemento crucial en la acción política de resisten-
cia al franquismo y en el cambio político durante la transición a la democracia.
Asimismo, conviene tener en cuenta que, cuando existe un cierto grado de
identidad colectiva, el sentido de pertenencia puede mantenerse incluso des-
pués de que una iniciativa específica o una campaña particular finalicen. La
persistencia de tales sentimientos tendrá, como mínimo, dos importantes con-
secuencias. En primer lugar, provocará que la movilización reviva con mayor fa-
cilidad en relación con el mismo objetivo, cuando concurran condiciones
favorables. Los movimientos oscilan entre breves fases de intensa actividad pú-
blica y largos periodos de latencia, como señala Melucci (1996), en los que pre-
valecen las actividades relacionadas con la reflexión y el desarrollo intelectual.
Por ejemplo, la solidaridad y el sentimiento de identidad, el sentido de comu-
nidad que comparte ideas y creencias que surgieron en los movimientos anti-
nucleares durante las movilizaciones de la segunda mitad de los años setenta se
erigieron como base para la nueva ola de protestas posteriores al accidente de
Chernobil de 1986. En segundo lugar, las representaciones del mundo y las
identidades colectivas que se desarrollan en un determinado periodo pueden fa-
cilitar, asimismo, el desarrollo de nuevos movimientos o nuevas solidaridades.
Un caso emblemático es la relación existente en muchos países, como España,
entre los movimientos de la nueva izquierda de los años setenta y los sucesivos
© Editorial UOC 127 Capítulo II. Movimientos sociales...

movimientos políticos, ecológicos y feministas que han ido apareciendo con


posterioridad.
La referencia a otros ejemplos de redes informales de acción colectiva, como
las plataformas o coaliciones, permite entender mejor por qué la identidad co-
lectiva constituye un rasgo crucial de los movimientos sociales. En efecto, las
coaliciones y las plataformas comparten algunos rasgos con los movimientos
sociales, como por ejemplo que implican la existencia de conflicto y de activi-
dad colectiva. Sin embargo, la interacción y coordinación entre diferentes ac-
tores se da más en un ámbito instrumental, en el sentido de que los actores se
alían con otros precisamente para maximizar sus ganancias. A diferencia de los
movimientos sociales, de las relaciones que se dan en las coaliciones y en las pla-
taformas, no resulta necesaria la formación de una nueva identidad, ni suelen
implicar una continuidad más allá de los límites de la situación conflictiva es-
pecífica. Y, todavía menos, se produce una definición conjunta de las cuestiones
de principio. Por estas razones, es imposible reducir los movimientos sociales a
simples coaliciones, plataformas u otro tipo de acción colectiva similar.
Un buen ejemplo de lo que se ha comentado con anterioridad lo encontra-
mos en las movilizaciones ocurridas en Barcelona en el año 2001 motivadas por
las condiciones de los emigrantes en situación legal irregular. En el ciclo de pro-
testas, se recibieron muestras de apoyo y solidaridad, y ofertas de ayuda de todo
tipo, participaron toda clase de grupos, organizaciones, partidos políticos, sin-
dicatos e, incluso, instituciones como la Iglesia, unidas en unos objetivos espe-
cíficos: la regularización legal de los/as emigrantes y la modificación de la Ley
de Extranjería. La defensa de estos/as inmigrantes comenzó a partir de unos po-
cos grupos y personas, en general los que estaban más próximos a ellos. Más tar-
de, se establecieron alianzas con otros grupos y organizaciones. Sin embargo, no
se puede decir que como resultado de estas acciones haya habido una conjun-
ción de identidades, lo que sería un requisito fundamental para considerarlas
como un movimiento social. Cada grupo, cada organización, cada institución
ha mantenido inalterado su ideario y su identidad, aunque hayan trabajado
conjuntamente por la mejora de las condiciones de los emigrantes. Esto no es
un obstáculo, sin embargo, para que las redes formales e informales que se unie-
ron en esta oportunidad puedan, en el futuro, convertirse en una base suficiente
para conformar un nuevo movimiento social.
© Editorial UOC 128 Psicología del comportamiento colectivo

4.2.3. Nuevos escenarios, nuevas subjetividades, nuevas políticas.


¿Una nueva comprensión de los movimientos sociales?

Global, complejidad, liquidez, flujo o red constituyen conceptos que han


aparecido para describir metafóricamente las sociedades contemporáneas, a
las que acompañan, y que con frecuencia empiezan a sustituir progresiva-
mente a las expresiones más comunes de sociedad postindustrial, sociedad de la
información, sociedad del conocimiento y otras similares (Bauman, 2000; Urry,
2000).
¿Podrían estos nuevos conceptos ser útiles para replantear los movimientos
sociales? ¿Ofrecen nuevas perspectivas para su inteligibilidad? ¿Son capaces de
incluir aquellos aspectos que han quedado fuera de los tratamientos más habi-
tuales? En rigor, no hay una respuesta a estas preguntas, pero sí que existe un
campo de nuevas posibilidades para explorar.
Global es un calificativo que cada vez se adapta mejor a los movimientos so-
ciales. En los últimos años asistimos a la emergencia de movimientos que no es-
tán localizados estrictamente en un único lugar, sino que están en diferentes
sitios y no emergen necesariamente en sincronía con sus distintas lo-
calizaciones. Más bien son fenómenos efervescentes con marcada discontinui-
dad que aparecen aquí y allá compartiendo objetivos, aunque no siempre
recursos, estrategias y modalidades. Reflexiones como las de Manuel Castells
(1996, 1997a,b) sobre las múltiples interconexiones entre lo local y lo global, y
la dualidad que muestra la influencia mutua de lo local en lo global, y viceversa,
encaja bien con este tipo de movimientos que aúnan intereses específicos de
áreas localizadas y que tienen objetivos a gran escala, que implican amplias zo-
nas geográficas y diferentes culturas y sociedades. Es preciso pensar, por ejem-
plo, en el movimiento zapatista como una de las mejores ilustraciones de ello.
La complejidad constituye una característica innegable de la sociedad. Asu-
mir su carácter complejo es algo más que constatar la prácticamente infinita
cantidad de sus componentes (Ibáñez, 1985, 1986; Urry, 2000). Más bien lo que
indica es que las dinámicas sociales no obedecen a ningún principio de carácter
mecanicista en el que sea posible identificar la línea causal explicativa de los
fenómenos que se observan en una sociedad o momento dados. Por el con-
trario, lo que implica es la visión de una sociedad dinámica, muy alejada del
© Editorial UOC 129 Capítulo II. Movimientos sociales...

equilibrio, donde los procesos son no lineales, donde las temporalidades son
distintas, donde la idea de centralidad o periferia queda diluida en una amal-
gama de procesos con contingencia en la dinámica social, pero que pueden es-
tar ubicados en diferentes localizaciones “descentradas”. Para el análisis de los
movimientos sociales, esta nueva comprensión de la sociedad es muy relevan-
te, puesto que ayuda a entender su dinámica y sus diferentes y múltiples efec-
tos, que provienen de zonas distintas. Piénsese, por ejemplo, que junto con
sistemas de dominación como los mercados financieros, ubicados en lugares
específicos, pero a la vez con múltiples puntos de decisión, encontramos expe-
riencias de microeconomía que generan espacios de emancipación. Y que, al
lado de formas hegemónicas de control de la ideología y de la información,
como las grandes compañías de comunicación, las grandes empresas como la
CNN, el ABC o la BBC, se encuentran otras como Al Yijad o las experiencias de
contrainformación.
Liquidez y fluidez constituyen dos conceptos más que se utilizan para la
descripción de las sociedades modernas (Urry, 2000). En efecto, la sociedad se
puede ver como un fluido, como algo con límites imprecisos, sin un punto
claramente identificable de origen o de destino, con velocidades de funciona-
miento diferentes, etc. John Urry lo describe del modo siguiente:

“Las características principales de estos flujos globales son las siguientes [...]:

– No demuestran ningún punto claro de partida o llegada, sólo un movimiento o


una movilidad no-territorializada (más rizomatosa que arbórea).
– Están canalizados a lo largo de huidas o salidas territoriales que pueden tapiarlos.
– Son relacionales, puesto que afectan productivamente a las relaciones con los ras-
gos espacialmente cambiantes de una huida que, de otra manera, no tendría nin-
guna función.
– Se mueven en determinadas direcciones a una cierta velocidad, pero sin ningún es-
tado final u objetivo.
– Tienen diferentes propiedades de viscosidad y, como la sangre, pueden ser más
gruesos o más delgados y, por consiguiente, moverse con distintas formas a veloci-
dades diferentes.
– Se mueven según unas temporalidades determinadas, durante un minuto, un día,
una semana, un año, y así sucesivamente.
– No siempre permanecen dentro de las paredes –pueden moverse hacia fuera o salir,
como sucede con los glóbulos blancos de la sangre– por medio de la “pared” de sa-
lida hacia los capilares cada vez más pequeños.
© Editorial UOC 130 Psicología del comportamiento colectivo

– El poder se esparce por medio de estos distintos flujos hacia relaciones de dominio/
subordinación a menudo diminutas, como los capilares.
– El poder se ejerce mediante la intersección de diferentes flujos que trabajan en
distintos sentidos.
– Diferentes flujos se cortan espacialmente en los ‘terrenos neutros de encuentro’ de
los lugares pasajeros de la modernidad, como por ejemplo, los moteles de los aero-
puertos, las estaciones de servicios, Internet, los hoteles internacionales, la televi-
sión por cable, restaurantes con cuentas de gastos, etc.”

Urry, J. (2000, pp. 38-39).

Los movimientos sociales parecen entrar muy bien en esa descripción como
fluidos. Aparecen, desaparecen y reaparecen como olas, tienen turbulencias, pe-
netran en múltiples lugares a través de grandes espacios pero también de mi-
núsculos intersticios, están compuestos de una amalgama de elementos que van
desde las personas, los grupos, la tecnología, la información que los connota de
una característica cercana a la viscosidad, se mueven a velocidades distintas, tie-
nen un origen impreciso y no puede detectárseles un final real, ya que siempre
permanecen en movimiento, fluyendo, pues su propia razón de ser es estar
siempre en movimiento.
Redes. Los movimientos sociales están formados por redes. Ésta es una carac-
terística ampliamente asumida, como hemos visto anteriormente. Ahora bien,
las redes en muchas de las perspectivas analizadas tienen un carácter rígido y
permanente en el que sus nodos serían el origen de la misma red y donde las
propias redes se constituirían como causas de los movimientos.

“Las redes son hegemónicas. Primer punto. Y cuando llevamos a cabo un análisis des-
de el punto de vista de las redes, ayudamos con el objetivo de que estas redes lleguen
a ser lo que son. Segundo punto. ¿Qué sucede si juntamos estas dos observaciones?
La respuesta es que si escribimos como analistas de redes, lo que podemos estar ha-
ciendo, lo que a menudo hacemos, es comprar y añadir fuerza a una versión funcio-
nal de la relacionalidad. Alguien que es, para decirlo con rapidez, directivista.”

Law, J. (2000, pp. 10-11).

Las nuevas concepciones de red, como la de la Actor-network theory (Law y


Hassard, 1999), las consideran como algo más dinámico, definidas por la rela-
ción misma que las forma y no tanto por los elementos que están conectando.
© Editorial UOC 131 Capítulo II. Movimientos sociales...

Redes donde los nodos son, evidentemente, personas y grupos, pero también
equipamientos tecnológicos, instrumentos, información y varias clases de re-
cursos.

“Porque la aproximación semiótica nos dice que las entidades obtienen forma como
consecuencia de las relaciones en que están situadas. Sin embargo, esto significa que
también nos dice que se desarrollan en estas relaciones, para y por medio de las mis-
mas. Una consecuencia es que todo es incierto y reversible, al menos como principio.
Nunca se da en el orden de las cosas. Y aquí, aunque los estudios de actor-red han
caído a veces en un directivismo centrado y, sin duda, con género [...], ha habido un
esfuerzo enorme para entender cómo se consigue la durabilidad. Cómo es que las co-
sas se llegan a llevar a cabo (y se hacen ellas mismas) hacia relaciones que son relati-
vamente estables y que permanecen en su sitio. Cómo es que hacen distribuciones
entre alto y bajo, grande y pequeño o humano e inhumano. La realización, pues, éste
es el segundo nombre, la segunda historia sobre la teoría actor-red. Una realización
que (en ocasiones) hace la durabilidad y la fijación.”

Law, J. (1999, p. 4).

No podemos reducir, pues, la noción de red a una noción reificada. Si acepta-


mos una versión más fluida y dinámica, performativa, entonces de ello resulta
una noción sumamente interesante para la comprensión de los nuevos movi-
mientos sociales. En efecto, las redes serían un elemento constitutivo central de
los mismos, pero ya no serían un determinante causal previo que explicaría su
emergencia. Se trataría más bien de ver el movimiento como una compleja red
de elementos, que está constituida por las relaciones y que construye los nodos
que la forman: personas, grupos, instrumentos, recursos e información.
Para ilustrar estos aspectos revisados de forma escueta en este apartado,
podemos mirar el “movimiento antiglobalización”; aunque sería más adecua-
do denominarlo ‘movimiento antineoliberal’ para evitar múltiples confusio-
nes y contradicciones, entre las que se encuentran aquellas que se originan en
el hecho de que el propio movimiento tiene un carácter global. El ‘movimien-
to antineoliberal’ constituye una de las efervescencias contestatarias más inte-
resantes que se han podido observar en los últimos años. Está formado por una
amalgama de personas, grupos, colectivos y organizaciones extraordinaria-
mente diversa, que desarrolla sus actividades en múltiples lugares del Planeta,
con modalidades de acción variadas, tanto por lo que respecta a sus caracterís-
ticas como en lo referente a su duración y alcance, con resistencias a formas
© Editorial UOC 132 Psicología del comportamiento colectivo

también plurales de dominación y sujeción. Lo que más ha llamado la atención


de este movimiento ha sido la dificultad para ser entendido bajo los parámetros
no sólo de los modelos teóricos anteriores a los años sesenta y setenta, sino tam-
bién bajo los de las perspectivas aparecidas con posterioridad. Si se resiste a cual-
quier interpretación, en términos clásicos del movimiento obrero, también se
mostrará reticente a las formas de comprensión de las teorías construccionistas,
las de la acción racional e, incluso, a las de los nuevos movimientos sociales.
Estas reticencias tienen que ver con las peculiaridades que manifiesta. Su
origen es difuso, aunque algunas de las primeras acciones más sonadas, como
la “Batalla de Seattle”, se suelen utilizar como punto de partida. Su composi-
ción es heterogénea y va desde grupos de resistencia de carácter étnico y cultu-
ral, hasta grupos de resistencia contra compañías y empresas específicas,
pasando por luchas contra las políticas de subyugación económica y política
que promueven grandes instituciones mundiales como el Banco Mundial, el
Fondo Monetario Internacional, la Unión Europea, el “Grupo de los 8”, etc., pa-
sando por algunos colectivos de protesta contra la deuda en los países llamados
del Tercer mundo y de éstos, entre muchos otros. Sus actividades se desarrollan
paralelamente en países de todo el mundo y convocan con gran frecuencia a ac-
tivistas de todas las nacionalidades, al mismo tiempo que producen simultá-
neamente centenares de acciones en lugares diferentes. Usan, y éste es el rasgo
que para muchos ha destacado más, las nuevas tecnologías de la información
como recursos principales para las interacciones, la distribución de información,
la comunicación entre los distintos grupos de personas y la defensa contra los
ataques de los grupos contra los que actúan.
Pues bien, podríamos ver este movimiento bajo el prisma conceptual y meta-
fórico que acabamos de mencionar. El movimiento antineoliberal responde a
todas y cada una de las características de la globalización, la complejidad, la li-
quidez y las redes. Por un lado, su extensión generalizada por todo el Planeta
ilustra de manera clara la importancia de considerar las conexiones entre lo
local y lo global. Asimismo, su dinámica responde a las características de los
sistemas complejos con linealidades, funcionamientos y consecuencias que se
encuentran en permanente estado de dinamismo creando y destruyendo es-
tructuras estables, puntuales en el tiempo, que aparecen y desaparecen gene-
rando efectos cerca y lejos de los lugares donde ocurren. Es líquido, en el sentido
de que sus límites son borrosos, difusos, si no es que resultan imposibles de
© Editorial UOC 133 Capítulo II. Movimientos sociales...

identificar; resulta difícil ubicar su origen y, aún más, señalar lo que podría
constituir su finalidad; se extiende y penetra en los más inverosímiles espacios
de los sistemas sociales y de las comunidades. Para acabar, muestra con parti-
cular nitidez la formación y evolución de redes dinámicas que, generadas en
una multiplicidad de relaciones e interacciones entre personas, grupos, colec-
tivos, organizaciones, instrumentos, equipos, etc., crean y sustentan un sentido
de identidad colectivo que, en el límite, es lo que le confiere su fuerza y lo que
alimenta su eficacia.
© Editorial UOC 135 Capítulo III. Las instituciones sociales...

Capítulo III

Las instituciones sociales. Reproducción e innovación


en el orden social. Resistencias y cambio social
Teresa Cabruja i Ubach

Introducción

Quizá se podría decir que sólo por el hecho de tener este texto en las manos,
ya se puede tener una idea de qué es una institución social. En estos momentos
se están viviendo directamente sus efectos. ¿Por qué? Pues, porque el interés
por lo que sucede en las relaciones personales, cómo nos comportamos los
unos con los otros y qué acciones, expectativas y regulaciones podemos esperar
de la vida social se encuentra claramente marcado por el conocimiento cons-
ciente, o no, de las instituciones. Y porque, en este caso concreto, la manera de
acceder a las mismas es a partir de la educación, de la institución de la educa-
ción. Todos y todas las sufrimos, las conocemos y las comprobamos día a día.
En ellas nos hemos socializado y en ellas los sistemas sociales se han organiza-
do. Las instituciones nos constituyen, nos organizan, nos subjetivan, así como
nos ayudan a orientarnos socialmente. Sin embargo, también nos evadimos de
ellas. No sólo las reproducimos, sino que también las construimos activamen-
te, tanto con nuestras prácticas cotidianas como con las dinámicas que se ge-
neran de las mismas.
No sólo existen muchos tipos de instituciones sociales sino que también
unas son más visibles, por decirlo de alguna manera, que otras. Existen diferen-
cias importantes entre entender el matrimonio o el ejército, por ejemplo, como
una institución social o acercarnos y, todavía más, adentrarnos, de una manera
u otra, en una prisión, un psiquiátrico, un geriátrico, una universidad, etc. Ire-
© Editorial UOC 136 Psicología del comportamiento colectivo

mos viendo las diferencias y las similitudes de ambos tipos de instituciones a lo


largo de este capítulo.
Las instituciones regulan nuestra vida cotidiana hasta límites francamente
insospechados. Sin embargo, no nos encontramos ante unos entes inmóviles, a
pesar de su resistencia a cambiar. Así pues, el cambio no es imposible y, junto
con este cambio, lo que también se vuelve posible son nuevas maneras tanto de
relacionarse y organizarse socialmente como de transformarse uno mismo.
Otro aspecto consiste en intentar señalar el gran vínculo existente entre las
instituciones sociales y la ciencia como una más de ellas (y, por descontado, las
ciencias humanas, las sociales y las psicológicas) y su rol en el control y la orga-
nización social.
Asimismo, sabemos de la existencia de los espacios cerrados, separados del
resto de la vida social, donde se traslada a las personas que no siguen la norma
social instaurada, como la prisión o el psiquiátrico. Ahora bien, ¿hemos pensa-
do alguna vez cómo nos encontraríamos nosotros si, de repente, nos pusieran
en una habitación con un montón de camas, un horario preestablecido sin nin-
guna posibilidad de no seguirlo ni de cambiarlo, unas actividades preprograma-
das en las que somos analizados dependiendo de cómo nos integremos y cómo
las realicemos, sin muchos espacios personales, separados de los nuestros y ro-
deados de gente a la que no hemos elegido y sin demasiada capacidad de acción
y decisión?
¿Qué es lo que hace que una acción pase a ser considerada “normal” o no?
¿Qué puede aportarnos el hecho de conocer el cambio de calificación que la
misma acción puede recibir en diferentes momentos del tiempo histórico, con-
textos o grupos humanos? ¿Qué es lo que hace que haya gente que se aparte de
lo que se espera de ellos? ¿Basándose en qué se actúa sobre ello? ¿Cómo se reac-
ciona, a menudo, a este hecho? Es decir, qué tipo de actuaciones se realizan, des-
de qué lugar, sobre la base de qué presupuestos, con qué efectos, con qué
legitimación, etc. ¿Qué se pretende encerrando en lugares específicos a las per-
sonas que no cumplen las normas tal como se espera de ellas? ¿Qué efectos tie-
nen en realidad estos cierres? ¿Siempre sabemos cuándo estamos haciendo
acciones que nos separan del grupo? Y, ¿cómo reaccionará el grupo? ¿Y nosotros
o los que se separan del mismo?
Por otro lado, nos encontramos que, con lo que hemos dicho hasta ahora,
pensamos en la separación o agrupación de unas personas con unas normas
© Editorial UOC 137 Capítulo III. Las instituciones sociales...

dentro de unos espacios físicos concretos. Asimismo, pensamos en cómo afec-


tan estas prácticas a estas personas y con qué objetivos se han previsto tales ac-
ciones. Ahora bien, al mismo tiempo, ¿tenemos presente que nosotros estamos
“gobernados” más allá de lo que imaginamos por estas instituciones? ¿Por los
valores, hábitos, actitudes, deseos, etc., que nos parecen tan nuestros, particula-
res, personales y privados? Esto constituye la última parte de este capítulo: la re-
lación de nuestra subjetividad, nuestro “yo”, con las instituciones sociales.
¿Qué significa el actual valor por lo que es nuevo, el cambio constante y la ima-
gen de positividad que le ha sido dada en detrimento de la experiencia? ¿Cómo
se realiza la inclusión del otro en un mundo que, aparentemente, se encuentra
en constante cambio, pidiendo, fruto del neoliberalismo, un individualismo fe-
roz y, al mismo tiempo, una actividad incierta constante? Un mundo en el que
las instituciones cerradas se perpetúan y aparecen, cada vez con mayor frecuen-
cia, más sutiles y complejas. Desde estas inquietudes presentaremos las bases
interdisciplinarias de los estudios y prácticas generadas en torno a estas dos ver-
tientes de las instituciones: la de regulación social y la de organización, así como
algunas de sus distintas maneras de operar desde la configuración del pensa-
miento social hasta su propio cambio.
Para empezar, podríamos resumir resaltando que las instituciones sociales
participan en la transmisión de códigos y pautas de comportamiento que nos
orientan y forman parte indiscutible de las interacciones sociales y que produ-
cimos y reproducimos continuamente, pero que también cambiamos y resisti-
mos (instituidos e instituyentes al mismo tiempo). La otra función es que, en
tanto que la mayoría de las instituciones toman forma a partir de organizacio-
nes y estructuras sociales, disponen de una capacidad y un gran alcance a la
hora de participar en el control social.
En este capítulo introduciremos algunas pistas para poder analizar los proce-
sos psicosociales que participan en la producción y reproducción colectiva del
orden social establecido así como las condiciones de sus propias transformacio-
nes. Y, muy especialmente, introduciremos la relación con las formas del saber,
la organización de la vida social, la inscripción de la subjetividad, el control so-
cial y la transformación o el cambio social desde una perspectiva dinámica.
Podríamos distinguir los siguientes aspectos e intereses:
Por una parte, conocer el impacto de las instituciones sociales sobre la sub-
jetividad de las personas en la vida cotidiana en tanto que en las mismas se ge-
© Editorial UOC 138 Psicología del comportamiento colectivo

neran relaciones marcadas con las características del orden social establecido. Es
decir, sobre la base de que se establece una dinámica y complicada red de rela-
ciones entre éstas últimas y las actividades e identidades de su interior. Ello nos
llevaría, especialmente, a entender que las instituciones sociales participan en
nuestra vida cotidiana hasta límites enormes, desde la configuración de las ca-
tegorías de pensamiento hasta la manera que tenemos de entender el mundo
dentro de un sistema social determinado.
Para ello recurriremos no sólo a las aportaciones interdisciplinarias y psico-
sociales sobre las características básicas de las instituciones, cómo se organizan
sus usos y efectos, sino también a visiones que incorporan las posibilidades de
su transformación. Es decir, por una parte se hará referencia a las dinámicas que
se desarrollan en las relaciones interpersonales e intergrupales, tanto dentro de
las instituciones sociales como en su relación inseparable con las estructuras so-
ciales. Por otra, se incluirá una perspectiva sociohistórica acerca de lo que se ha
constituido como normal/normativo y/o valorado, así como la construcción de
su reverso, con el fin de entender y reconsiderar las tomas de decisiones y las
organizaciones que se realizan para su gestión y uso social.
Estos aspectos se tomarán en referencia a dos casos particulares de las insti-
tuciones y los procesos de institucionalización.
Uno de ellos, el que hace referencia a las prácticas de encierro en instituciones
sociales, sus efectos de deterioro sobre las identidades de las personas recluidas, el
efecto de incremento de los comportamientos que se quieren cambiar, así como
el impacto de las dificultades para una posterior integración social. Es decir, la di-
ferencia entre los objetivos y los efectos y usos de las instituciones. Existen insti-
tuciones cerradas y abiertas. Las cerradas, en las que se aísla y se encierra a los
individuos que se apartan de la normatividad social, producen graves efectos so-
bre la identidad de los internos, estigmatizándolos a causa del régimen de control
que se produce en las interacciones entre las diferentes posiciones que coexisten.
Su funcionamiento se basa en una serie de dicotomías jerárquicas y complemen-
tariedades necesarias entre los diferentes grupos sociales que conviven en su inte-
rior. Por otro lado, se generan resistencias y ajustes de distintos tipos a estas
instituciones por parte de todos sus componentes, así como por parte de los que
se han separado de la normatividad. Sin embargo, las consecuencias sobre las
emociones, los sentimientos, las ideas sobre uno mismo y las posibilidades de in-
tegración o supervivencia social salen muy perjudicadas.
© Editorial UOC 139 Capítulo III. Las instituciones sociales...

El otro de ellos consistirá en tomar como objeto de estudio la propia disci-


plina Psicológica para ilustrar un ejemplo de la relación: institución del saber,
relaciones de poder e intersubjetividad. Es decir, examinar el carácter institu-
tivo e instituyente de la Psicología, en el sentido de que, por un lado, al tratarse
de una ciencia sobre el conocimiento de los individuos y los grupos y formar
parte del proyecto de la modernidad, puede participar creando aspectos posi-
bles sobre las maneras de ser (productividad) y, por el otro, al fundamentarse
en un discurso entendido como verdadero, puede tener efectos autoritarios
(dominación).
Se han hecho varias críticas a las instituciones sociales y analizado minucio-
samente sus mecanismos y dinámicas. La mayoría han venido de parte del aná-
lisis institucional, del enfoque dramatúrgico de Erwing Goffman y su estudio
microsociológico, de los trabajos de Michel Foucault sobre las relaciones de po-
der, el saber y las relaciones intersubjetivas, los de Mary Douglas en relación con
el pensamiento, de las distintas aportaciones del pensamiento crítico feminista
sobre la diferencia y la desigualdad en relación con el sexo y el género y, final-
mente, de la psicologías crítica, postmoderna y postpositivista.

1. Definición y concepciones de institución social:


paradigma normativo/paradigma interpretativo

No podemos empezar este capítulo sin referirnos a qué se entiende por insti-
tuciones sociales, cuáles son sus funciones en la vida cotidiana, cómo se es-
tructuran y qué diferentes tipos se distinguen entre ellas. Sin embargo, recurrir
a una tradición sociológica y psicosocial al aproximarnos a las instituciones
nos obliga antes a introducir una diferencia en el abordaje. Por parte de la so-
ciología, y a riesgo de simplificar desarrollos y polémicas en constante cambio,
podríamos partir de que se encuentran dos tipos de desarrollos teóricos. Uno
de tipo más normativo, entendiendo la sociedad como una realidad objetiva.
En esta línea encontraríamos a autores como Parsons, Durkheim, etc. que se
centran sobre las funciones colectivas, entendidas como un orden macrosocial
determinante de la interacción. Otro, en cambio, desde una sociología más in-
© Editorial UOC 140 Psicología del comportamiento colectivo

terpretativa, que aunque no deje de tomar en consideración la influencia de este


orden normativo macrosocial, incorpora la percepción y agencia de los partici-
pantes a un nivel más microsocial y menos determinado. Aquí encontraríamos
autores como Goffman, por ejemplo, tal como desarrollaremos más adelante.
Algo parecido sucede en la Psicología social, donde existe una producción basa-
da sobre todo en el estudio de las relaciones, las dinámicas y las influencias de
las instituciones en los comportamientos de individuos y grupos desde una
perspectiva psicológica positivista, caracterizada por un desarrollo basado en la
experimentación y, otra producción, basada en la orientación psicoanalítica o
la interaccionista hasta las actuales aproximaciones desde una psicología de-
construccionista, crítica y/ o postmoderna que toma tanto procesos como efec-
tos de una forma más dinámica, interactiva e incluyendo una dimensión no sólo
sociohistórica y simbólica, sino además performativa y política. En este senti-
do, iremos introduciendo algunas de estas aportaciones, con la incorporación
de los análisis sociológicos críticos, las aportaciones feministas deconstruccio-
nistas, los estudios interaccionistas de Goffman, los análisis postestructuralis-
tas de Michel Foucault, así como los análisis sobre las relaciones de poder,
control social y pensamiento más interdisciplinarias, para, finalmente, tomar
el ejemplo de la psicología como institución y señalar su participación en la
subjetividad y la regulación de lo social, desde un enfoque postestructuralista
y de las más recientes aportaciones de la psicología critica.

1.1. Instituciones sociales: características generales


y el proceso de institucionalización

Cuando se pregunta a alguien qué entiende por instituciones sociales,


podemos encontrar diferentes respuestas. Hay quienes pensarán en prisiones,
geriátricos o escuelas, mientras que otros harán referencia al matrimonio, la
religión, la educación o la ciencia. De hecho, unas y otras tienen, en efecto,
mucho que ver con lo que, desde las diferentes disciplinas que estudian las re-
laciones humanas, han desarrollado e investigado bajo la temática de las ins-
tituciones sociales y en su forma concreta de organización. Por tanto, ambas,
instituciones y organizaciones, se relacionan con los valores, normas, compor-
© Editorial UOC 141 Capítulo III. Las instituciones sociales...

tamientos, rituales, roles, etc., que se conocen, transmiten y transforman dentro


de las sociedades y los grupos. Es decir, con el hecho de que dan ciertos marcos
de actuación y comprensión de la vida social. Y, si bien nos encontramos con
que esto es así, al mismo tiempo las instituciones sociales también generan unos
efectos sobre las personas y responden a funciones de control social. Según ello,
podríamos afirmar que, a raíz de las funciones que las instituciones sociales rea-
lizan, tanto organizan y estructuran las relaciones sociales particulares en cada
cultura como, a su vez, limitan o constriñen las actividades y comportamientos
de sus miembros hasta acabar cumpliendo funciones no previstas.
Por esta razón, encontraremos estudios que analizan sobre todo la interac-
ción social que se desarrolla en el interior de las instituciones y otros que se fijan
más en su propia estructuración y funcionamiento. Por consiguiente, el alcance
del concepto institución implica cosas muy diferentes dependiendo de quién lo
diga y de las fuentes o perspectivas de trabajo a las que se haga referencia. Por
este motivo, a continuación indicaremos las principales características que se le
adjudican y presentaremos algunas de sus comprensiones más desarrolladas
como base para entender las relaciones sociales.
Cabe decir que, al mismo tiempo, constituye un concepto que no sólo no es
específico de la Psicología social, sino que gran parte de su desarrollo lo encon-
tramos en otras disciplinas como la Sociología, la Antropología y la Filosofía po-
lítica. Sin embargo, mientras que en el campo de la Psicología constituye el centro
en torno al cual se desarrollan gran parte de investigaciones y trabajos profesio-
nales, no siempre, o al menos no tan a menudo como sería preciso, salen sus re-
ferencias y su inclusión en la mayoría de los procesos, tanto individuales como
colectivos, que configuran gran parte de las temáticas de conocimiento psicoló-
gico. En cambio, encontramos que, justo desde una parte de la Psicología social,
la denominada Psicología social sociológica participa en los mismos de forma acti-
va. Por ello, en este capítulo nos referiremos a dos aproximaciones: una, desde el
camino cruzado de la Sociología, la Psicología social y la Psicología clínica, y la
otra, desde el de la Filosofía y la Historia. Al mismo tiempo, expondremos algunas
de las aproximaciones actuales a la relación que se establece entre esta compren-
sión más amplia y compleja de las instituciones sociales y las bases del conoci-
miento sobre el funcionamiento de las dinámicas sociales. Es decir, sobre cuatro
cuestiones sociales plenamente interconectadas como son: la acción humana,
© Editorial UOC 142 Psicología del comportamiento colectivo

el control social, la resistencia y la configuración o influencia en la subjetividad


de los mismos seres humanos.
Como primeros estudios sobre las instituciones, podríamos señalar los ba-
sados en el funcionalismo de Parsons, quien las plantea como la concreción,
estructuración o realización de valores, roles y normas preexistentes en una
sociedad, y el de Durkheim, quien introduce algún aspecto o matiz diferente
al considerar la posibilidad de creación de nuevos valores o cambios. Sin em-
bargo, con posterioridad se ha considerado que estas primeras explicaciones
dejaban de lado aspectos más activos y dinámicos del carácter de las institu-
ciones sociales.
Qué es una institución no se puede responder con facilidad. Sin embargo, ya
podemos ver el papel que tiene en el hecho de que nos orientemos de alguna
manera en el entorno que nos ha tocado vivir y que con ellas se organicen un
gran número de aspectos de la vida social. Ya iremos viendo el cómo de todo
ello.
En el Diccionario de Psicología social y de la personalidad, los autores Rom Harré
–filósofo– y Roger Lamb –psicólogo– definen institución e institucionalización de
la manera siguiente:

“En sentido sociológico amplio, el término ‘institución’ y la expresión ‘institución so-


cial’ designan los principales sistemas organizados de relaciones sociales en la socie-
dad. La institucionalización se refiere al proceso mediante el cual las normas, los
valores y los modos de comportarse se transforman en pautas duraderas, estandariza-
das y predecibles.

Pero en psicología, y en el lenguaje cotidiano, la palabra ‘institución’ tiene un signi-


ficado mucho más estrecho y específico. Se refiere a ciertas organizaciones y estable-
cimientos especializados en el procesamiento o la modificación de las personas.”

Diccionario de Psicología social y de la personalidad (1986). Barcelona: Paidós, 1992.

Por tanto, la referencia al proceso de institucionalización incluye la manera


como se desarrollan, aprenden, transmiten, representan, etc. las diferentes
normas (reglas sobre qué se debe o se puede hacer o no) y roles sociales. Es de-
cir, de manera muy sintética, entenderemos por roles, las pautas y expectativas
de comportamiento asociadas a una determinada posición social dentro de una
estructura concreta. Aunque en un primer momento se plantea con relación a
© Editorial UOC 143 Capítulo III. Las instituciones sociales...

si se produce la integración o adaptación a la institución, con posterioridad se


incluyen otros aspectos, como el de la elección racional por parte de las perso-
nas y no sólo la respuesta a ciertas demandas, así como la participación de las
instituciones en la constitución del orden social. Sin embargo, puede señalarse
también, como veremos más adelante, su carácter doble, tanto de proceso como
de resultado o producto de las actividades sociales.
De aquí el énfasis de la Sociología fenomenológica1 en el hecho de que ha-
bría aspectos más personales, creativos y adaptativos en el seguimiento de estas
pautas de comportamiento.
Este vínculo entre relaciones sociales, cultura e instituciones lo encontramos
en expresiones y funciones diferentes dependiendo del contexto, los grupos so-
ciales y el tiempo histórico:

“En este sentido, cada cultura aparece como un sistema más o menos coherente de
instituciones que organizan y regulan diferentes aspectos de la vida social. Es decir,
que no existe relación social que no se inscriba en un cierto contexto institucional:
este contexto no es solamente un marco donde la interacción tiene lugar; es esencial-
mente una matriz que aporta a la relación un código, representaciones, normas de ro-
les y rituales que permiten la relación y le dan sus características significativas.”

Marc, E., y Picard, D. (1989). La interacción social. Cultura, instituciones y comunicación.


Barcelona: Paidós, 1992.

Esta cita constituiría un ejemplo de una aproximación interaccionista a la


comprensión de una institución social.2
La institución se estructura a partir de la organización, que constituye su ver-
tiente más estable y el lugar donde se producen las relaciones interpersonales e
intergrupales reguladas de las instituciones, fundamentalmente a partir de: el
tipo de comunicación que se da; los roles y estatus de quienes interactúan y, por
último, los conflictos, las relaciones de poder y desigualdad sobre la base de di-
ferencias de estatus, autoridad, conocimiento, sexo, edad, formación, etc., que
caracterizan las interacciones que se producen.

1. Para más información sobre la Sociología fenomenológica, se puede consultar: Berger, P. y Luck-
manm, P. (1967). La construcción social de la realidad. Madrid: Amorrortu, 1986.
2. En la obra de Marc, E., y Picard, D. (1989) se puede encontrar un capítulo en el que se desarrolla
un análisis detallado de la interacción social y las instituciones a partir de la estructuración del
tiempo y del espacio, de la comunicación, del estatus y de los roles en la organización, así como los
rituales que le son propios.
© Editorial UOC 144 Psicología del comportamiento colectivo

De este modo, como ideas básicas sobre las instituciones tendríamos, aunque
se reconozca que se trata de un término utilizado de maneras muy distintas, las
siguientes:

• La relación con algún tipo de orden social establecido que incluye normas,
valores, reglas y patrones de comportamiento más o menos estandarizados.
• Su estructuración en forma de organización social, que estabiliza y ofrece
cierta duración en el tiempo a determinados fenómenos sociales.
• El hecho de tratarse de un organismo que, al tomar estructuras más o menos
estables y al obedecer a ciertas reglas de funcionamiento, de hecho persigue
y cumple determinadas funciones sociales.
• Una diferenciación según sus objetivos o funciones más específicas, aunque
puedan ir juntas y, a menudo, estén relacionadas, tales como instituciones
políticas, económicas, educativas, punitivas y otras.

Cada cultura genera sistemas más o menos coherentes de instituciones que


organizan y regulan diferentes aspectos de la vida social. Las regulaciones de
la vida social no se limitan a constituir el marco en que tiene lugar la interac-
ción, sino que también suministran códigos, representaciones, normas, roles
y rituales que permiten las relaciones sociales y que, de hecho, comportan una
serie de compromisos que afectan a personas. Aun así, éstas tienen capacidad
de acción, decisión y transformación de las dinámicas que las instituciones
producen.

1.2. Tipos de instituciones sociales: abiertas y cerradas

Una diferencia en el tipo de institución es la que distingue entre institucio-


nes abiertas e instituciones cerradas o totales. La utilización del término institu-
ción total parte del sociólogo y psicólogo social Erwing Goffman, que la utilizó
para catalogar los establecimientos organizados burocráticamente con una es-
tructura administrativa fuerte, que dirigen la vida de los actores sociales involu-
crados durante un tiempo largo y con una rutinización de la cotidianidad. En
estos casos nos encontramos con lugares cerrados, localizables, donde se reúne
© Editorial UOC 145 Capítulo III. Las instituciones sociales...

mucha gente, a menudo para vivir o trabajar allí, o para ambas cosas al mismo
tiempo, y que están aislados de la sociedad. Los ejemplos serían las prisiones,
hospitales psiquiátricos, conventos, geriátricos, etc. De hecho, lo que señala este
autor es que pueden encontrarse unas características comunes, aunque en gra-
dos diferentes en todas estas instituciones, y que podríamos resumir diciendo
que, básicamente, desocializan más que al contrario, y que la vida institucional
acaba teniendo efectos perversos sobre estas personas afectando a su identidad,
ya sea desde el punto de vista personal y/o social.
En este sentido, aunque esta separación no sea tan clara como parece, sí que
procede de una primera manera de diferenciar los lugares en los que se encierran
a determinadas personas, a las que se decide aislar de la sociedad, por un motivo
u otro, y en las que las reglas de comportamiento limitan y definen las acciones.
Esto significa que estas instituciones totales se caracterizan por ejercer un gran
control sobre lo que se hace, cuándo y de qué manera, así como una rutiniza-
ción de las tareas y ocupación del tiempo, con ausencia de privacidad, cambio
de condiciones de vida y un régimen de vigilancia, control y autoridad. Todo lo
que sucede en el interior de la institución está previsto y basado en dos tipos de
separación: interior/exterior, internos/externos (profesionales). A pesar de ello,
pueden desarrollarse múltiples formas de resistencia.
Un ejemplo de las instituciones cerradas y su doble proceso lo podemos ilus-
trar con la reflexión que hace el personaje principal de la novela La soledad del
corredor de fondo de Allan Sillitoe cuando le permiten salir durante un rato del
reformatorio donde se encuentra encerrado, a primera hora del día y con mu-
cho frío para poder entrenarse como corredor de fondo:

“¿Imagináis que esto me hará llorar? ¡Más vale que hablemos de ello! Sólo porque me
sienta atrapado como el primer bobo del mundo no significa que me tenga que poner
a llorar. Estoy cincuenta veces mejor que encerrado en el dormitorio con los otros
trescientos chavales. No: cuando estoy peor es cuando estoy allí dentro; cuando sien-
to que soy el último hombre del mundo, y es cuando no me encuentro tan bien. […]
Se supone que es un buen reformatorio, al menos me lo dijo el director cuando entré,
cuando vine a parar aquí desde Nottingham. ‘Queremos tener confianza en ti mien-
tras estés aquí, en la Institución’, me dijo, […] ‘Queremos que se trabaje bien y fuerte
y esperamos conseguir grandes atletas’, también me comentó. ‘Y, si tú nos das estas
cosas, ya puedes estar convencido de que te trataremos bien y que te devolveremos
al mundo convertido en un hombre honrado’. Sí, muy bien, me podía haber meado
de risa, sobre todo cuando, justo después de estas palabras, oí los ladridos del sargento
© Editorial UOC 146 Psicología del comportamiento colectivo

mayor que nos ordenaba, a mí y a otros dos chicos, que nos plantáramos en actitud
de firmes y, seguidamente, nos hizo caminar al paso, como si fuéramos granaderos de
la guardia.”

Sillitoe, A. (1985). La solitud del corredor de fons. Barcelona: Empúries, 1959 [versión
en castellano: Sillitoe, A. (2000). La soledad del corredor de fondo. Barcelona: Debate].

Más adelante (apartado “La crítica de Erwing Goffman a las instituciones


totales: el psiquiátrico”), desarrollaremos la manera en que Goffman destaca el
impacto que tiene en la identidad esta rutinización y control institucional, por
el hecho de romper la interacción con el ambiente de la persona y sus referentes
en el momento que pasa a ser clasificada y categorizada de una manera que mar-
ca el comportamiento de los demás y deteriora su identidad. Sin embargo, el
propio Goffman introducirá la idea de los distintos ajustes y reajustes, tal como
se observan ante la reacción del personaje de la novela de Sillitoe, que pueden
resistir a tales acciones.
Además, esta distinción entre instituciones abiertas y cerradas no se mantie-
ne necesariamente con esta claridad; y, posteriormente, se han desarrollado
otras maneras de entenderla, tal como veremos con los planteamientos de Mi-
chel Foucault y Mary Douglas.
Sea como fuere, lo que comparten unas acepciones y otras sobre qué se
entiende por instituciones sociales, abiertas o cerradas, es que forman parte, con
mayor claridad las segundas pero también las primeras, de la función de control
social sobre la población y de mantenimiento de los sistemas. De hecho, se trata
de cambiar a las personas, de dotarlas de los aprendizajes necesarios para el sis-
tema, de manera que se las pueda gobernar, tal como presentaremos al final del
capítulo. Aun así, muchas cosas se escapan de este control de diferentes maneras
o bien se producen numerosos cambios con su acción diversa. También vere-
mos este aspecto fundamental que puede aparecer como disidencia, cambio so-
cial o resistencia y las múltiples maneras de entenderlo desde un punto de vista
psicosocial. Por ello, tal como sugeríamos al inicio del capítulo, haciendo refe-
rencia a este mismo texto, la institución escolar o pedagógica, por ejemplo,
también podría incluirse dentro de esta idea, pero, en cambio, la escuela en sí
misma conformaría un modelo de institución abierta, al contrario de lo que po-
drían ser la prisión o el manicomio.
© Editorial UOC 147 Capítulo III. Las instituciones sociales...

1.3. El análisis institucional: la crítica a las instituciones


y la intervención por el cambio

El análisis institucional se encarga, desde una perspectiva sobre todo psico-


social, de estudiar qué interacciones procuran las instituciones, qué dinámicas
relacionales entre las personas, con qué efectos y qué posibilidades de cambio
desde una perspectiva crítica y con ánimo de intervención. De hecho, encon-
traríamos que habría unas aportaciones que provienen de la psicoterapia y otras
que se fundamentan en la Psicología social. El análisis en el interior de las ins-
tituciones parte, por tanto, al principio, de las actividades colectivas llevadas a
cabo con intención terapéutica, tanto como de las que quieren encontrar su di-
mensión institucional para poder hacer intervenciones de carácter psicosocial.
Por este motivo, el análisis institucional hace muy patente la importancia de
la Psicología social y su aportación a otros enfoques o intervenciones sociales,
puesto que se basa especialmente en los análisis microsociales para realizar una
crítica a las instituciones y, en especial, a aquello instituido, con el fin de pro-
poner nuevas formas de acción política.
Desgraciadamente, en este espacio no podemos hacer referencia a una gran
cantidad de enfoques que se originan, se aplican o continúan todavía en activo
en esta línea, razón por la cual sólo nos referiremos a las aportaciones psicoso-
ciales. Sin embargo, pueden incluirse el movimiento o las denuncias antipsi-
quiátricas de los años setenta en Argentina (por ejemplo, Pichon Rivière), Italia
(por ejemplo, la crítica de Franco Basaglia de la psiquiatría como agente de con-
trol social, la denuncia político-social de las relaciones de poder entre médico y
paciente, y la labor para desinternar), Francia (por ejemplo, los trabajos de Ro-
bert Castel, Gilles Deleuze y Felix Guattari), Gran Bretaña (David Cooper) o Es-
paña (Ramón García) y, en la actualidad, lo que pueden ser las denominadas
comunidades terapéuticas, o las instituciones penales abiertas o progresivas, por
ejemplo, que intentan funcionar con más flexibilidad, evitando algunos de los
efectos no deseados de las instituciones.
No sólo encontraríamos las aportaciones de la Psicología social sobre los gru-
pos y las relaciones intergrupales dentro de una institución. El estudio de los
procesos de interacción y los de su organización entienden la institución como
una forma más estable y estructurada; como el marco donde se desarrollan una
© Editorial UOC 148 Psicología del comportamiento colectivo

gran parte de las interacciones cotidianas: profesionales, educativas, asociati-


vas y políticas. En este sentido, se producirían desde el encuentro y la interac-
ción de diferentes elementos o sistemas (personas, grupos, servicios, técnicas,
tecnologías, etc.) hasta la labor de desarrollo de ciertas funciones, entre las que
encontraríamos, por ejemplo, desde las de administración hasta las de infor-
mación, de acuerdo con el seguimiento y cumplimiento de ciertas normas.
Por esta razón, la institución no se toma como si sólo fuera el establecimien-
to formal y estructural de pautas comportamentales, roles y normas, sino que se
incluyen además otros dispositivos, desde sus objetivos hasta la organización
práctica que se realiza con el fin de alcanzarlos. Se pasaría a considerar la ins-
titución como:

“[…] lo informal, lo implícito de la organización. Pues lo propiamente organizacional


está hecho de modelos, funciones, medios, objetivos; es decir, aquello que constituye
su existencia concreta, formal, inmediata. Así, la institución matrimonial puede pro-
ponerse formalmente la procreación y el equilibrio sexual de la pareja… pero, en rea-
lidad, institucionalmente, puede ser el órgano transmisor de los esquemas propios de
la ideología en el poder respecto a las relaciones de dominación del hombre para con
la mujer.”

Barriga, S. (1982). Psicología del grupo y cambio social (p. 260). Barcelona: Hora.

Los estudios más corrientes desde una perspectiva psicosocial de conoci-


miento y de intervención se fijarían en los procesos y dinámicas de comunica-
ción (dependiendo de los canales, formas, contenidos, etc.), los diferentes
estamentos, grupos o elementos que se interrelacionan (roles, estatus, etc.) y las
estrategias y relaciones de poder. Por tanto, podemos ver que el análisis institu-
cional trabaja sobre las organizaciones en relación con las instituciones hacien-
do patentes tanto sus contradicciones como sus carencias.
Dentro de las posibilidades de análisis institucional, en la actualidad
encontramos muchas y de diferentes tipos. Sólo por citar algunas a modo de
ejemplo, podemos pensar en los T-grupos; en los grupos de discusión; en el so-
cioanálisis, que sería la situación específica de búsqueda de cambio institucional
en una situación de intervención. Y, como intervenciones, encontraríamos des-
de las más clásicas ofrecidas por la Psicología tradicional, hasta las últimas de
carácter más comunitario o con enfoques metodológicos más cualitativos. No
obstante, se precisan otros referentes para poder hacer una valoración y explicar
© Editorial UOC 149 Capítulo III. Las instituciones sociales...

los procedimientos ético-prácticos. En resumen, se podría decir que, por un la-


do, las instituciones van muy ligadas al control social, pero que, por el otro,
también sirven para satisfacer necesidades sociales fundamentales de cada siste-
ma y, sobre todo, su carácter dinámico las convierte en un constante proceso de
cambio.

1.4. Las instituciones, la dinámica instituido/instituyente


y el proceso de naturalización o biologización de las normas

Hasta aquí podría parecer que vamos dirigidos como robots por las
instituciones y que existe muy poco margen de actuación más allá de su crítica,
tal como hemos visto en el subapartado “El análisis institucional: la crítica a las
instituciones y la intervención por el cambio”, en el que este tipo de análisis
puede proponer transformaciones radicales hasta su misma abolición, en parti-
cular por lo que respecta a las instituciones totales. Sin embargo, el tipo de
reflexiones que acompañaba a estas críticas sobre lo que sucedía en el mundo
social generó una concepción que también incluye la acción continua que se ge-
nera, así como su potencial transformador. Por tanto, la otra gran aportación al
estudio de las instituciones sociales es entender que la institución se refiere, en
realidad, a un doble proceso o lo implica (Castoriadis, 1965): uno, el del orden
instituido, y el otro, el hecho de instituir un orden constituido, es decir, el ins-
tituyente. De este modo, se separaría entre orden instituido y constreñidor (or-
den ya establecido, o captado en el momento en un sentido objetivo y
sociológico), al que se opondrían otros movimientos u órdenes diferentes que
tienden a transformarlo o modificarlo de una manera u otra. Es decir, colocando
un nuevo orden, el de los instituyentes (en la misma acción de la institución
por su carácter activo). En este sentido, se entiende lo que sería la dialéctica del
instituido y el instituyente o, si se quiere, dicho de una manera más compren-
sible, lo que configura el más normativo y su producción y seguimiento, y lo
que conforma el más creativo, resistente y cambiante.
Este último aspecto es el que permite salirse de un planteamiento que pen-
saría en una permanente reproducción de las normas y valores, y una ejecución
representativa sin fracturas, cambios y transformaciones.
© Editorial UOC 150 Psicología del comportamiento colectivo

Otro aspecto al que debemos prestar atención a la hora de estudiar, entender


y participar en las instituciones es el proceso de naturalización o biologización de
las normas. Se trata de un proceso de una importancia primordial si queremos
mantener cierta capacidad reflexiva y creativa a la hora de seguir la norma so-
cial, de forma que su principal astucia consiste en presentar normas, comporta-
mientos y decisiones, por ejemplo, que contribuyen a su propia conservación,
como si se tratara de fenómenos naturales, necesarios o inmutables, en vez de
como fruto de las construcciones sociohistóricas que las han originado. Es sobre
la base de este proceso por lo que se pueden presentar en las instituciones situa-
ciones legitimadas por apelar a un argumento que parece indiscutible, el de, por
ejemplo, despedir a alguien de su lugar de trabajo o impedirle realizar su trabajo
según condiciones más adecuadas a partir de presentarlo como “una necesidad
de la institución” o “una situación natural”. De esta manera se camufla la inter-
vención humana, es decir, la toma de decisiones y la posibilidad de actuar para
cambiar una circunstancia o una situación, haciendo como si no formara parte
de una responsabilidad humana, personal y grupal y se debiera, en cambio, a
una exigencia incontestable y fuera de su alcance, determinada por un orden o
exigencia natural e incuestionable de la institución. Es de esta forma como se
ejercen grandes abusos de autoridad y se ejecutan injusticias en distintos con-
textos organizacionales. Es decir, sirve para considerar los fenómenos no como
producto de las prácticas humanas sino como consecuencia inevitable de una
historia biologizada. Sería el hecho de pensar que las cosas o el mundo ya son
como deben ser y que siempre han sido así. Como consecuencia de este tipo de
pensamiento, se legitimaría todo lo proveniente de las instituciones, sea cual
sea su carácter. Trataremos este proceso en el apartado “El pensamiento y la
identidad institucional”.
De hecho, tal como veremos más adelante, un análisis más sociohistórico de
las instituciones nos hace reconocer, tal como diferenció Foucault, el gran abis-
mo que se genera entre lo que constituiría la razón, o racionalidad o primera fi-
nalidad, por la que se supone que se ha creado la institución, y cuáles son los
efectos que, a medida que se organizan y desarrollan sus prácticas, se van des-
prendiendo de sus acciones y dinámicas particulares. Es decir, qué es lo que fi-
nalmente acaba consiguiendo una institución determinada, así como qué
utilización concreta se acaba haciendo de la misma y qué configuraciones estra-
tégicas se obtienen (en el sentido de que habría otros efectos o, incluso, usos que
© Editorial UOC 151 Capítulo III. Las instituciones sociales...

quizá no se habrían previsto desde un principio y que, en cambio, acaban sien-


do una parte fundamental).
El ejemplo más fácil es el de la prisión: en vez de corregir unos determina-
dos comportamientos, los puede incrementar y, al mismo tiempo, funciona
como lugar de separación y guardia. Lo veremos en los apartados siguientes,
especialmente al hablar de la crítica que Goffman y Foucault hacen a las
instituciones.

2. La crítica de Erwing Goffman a las instituciones totales:


el psiquiátrico

Eing Goffman hace una integración y desarrollo especial de la perspectiva


del interaccionismo simbólico, la fenomenología y la filosofía analítica para ex-
plicar, con un enfoque microsociológico, las interacciones de la vida cotidiana,
especialmente en las instituciones. De aquí saca su particular enfoque drama-
túrgico, basado en la terminología y conceptos del teatro que emplea para ex-
plicar las relaciones sociales en sus contextos específicos. A continuación
presentamos su análisis a partir de los siguientes términos: concepto de iden-
tidad, escenario, interacción social, marcos o contextos y guión.

2.1. Las identidades, los guiones, las interacciones sociales


y las instituciones totales

Tal como señalábamos al inicio del capítulo, el estudio de las instituciones,


sus efectos y dinámicas parten de una interrelación entre diferentes disciplinas
y, de hecho, Erwing Goffman, cuyos estudios son un referente poco discutible,
constituye, por su misma formación, un buen ejemplo de esta circunstancia. De
hecho, se ha formado con la Sociología, la Psicología social y la Antropología, y
a menudo se lo ha incluido, con bastantes matices y anotaciones, dentro de la
corriente del interaccionismo simbólico. Dejando de lado esta disquisición,
© Editorial UOC 152 Psicología del comportamiento colectivo

conviene subrayar que, principalmente, se ha ocupado de las relaciones entre


las personas y los entornos específicos en los que desarrollan sus actividades. En
este sentido, la socialización y las relaciones que se producen en contextos so-
ciales muy específicos, como asilos, instituciones psiquiátricas y otros centros
cerrados, han constituido su principal aportación. Y, por mucho que se han de-
sarrollado perspectivas innovadoras que trascienden y enriquecen los primeros
análisis de Goffman, podemos coincidir en reconocer su microscópica observa-
ción y esfuerzo por hablar de la vida social, tal como él mismo reconoce, no
como única perspectiva, pero sí como posibilidad de entenderla desde la drama-
turgia (utilizando su vocabulario), lo que le confiere un relieve que va más allá
de la simple analogía.

2.2. La “identidad deteriorada”, el “proceso de estigmatización”


y la “alienación grupal”

El análisis microsociológico que hace Goffman de instituciones como la pri-


sión y el manicomio lo lleva a desarrollar los conceptos de estigma, de identidad
deteriorada y de alienación grupal. En estas instituciones, los especialistas ac-
túan para definir la “desviación social”. Lo más importante es cómo señala el
doble proceso que caracteriza estas instituciones: por un lado, una ideología hu-
manitarista y, por el otro, una lógica oculta dentro de la institución, que hace
que por el mismo proceso de institucionalización se contribuya a reforzar el pro-
ceso social del etiquetado (labelling) y a reforzar las mismas tendencias que in-
tentan prevenir.
Es decir, cuando convierten a una persona en paciente, en preso, etc. la re-
definen de tal manera que la modifican en un “objeto adecuado”, pero le pue-
den prestar muy pocos servicios. Convertirse en marginado sería como haber
acabado una especie de “carrera de desviación de la normatividad social”. Se
trata de un proceso marcado por encuentros e interacciones con representantes
de las autoridades o de las ciencias y las instituciones que acabarán por conso-
lidar la definición social de desviados sobre determinadas personas, estigmati-
zándolas. Ello lleva a cuestionarse, tal como intentaremos argumentar, los
© Editorial UOC 153 Capítulo III. Las instituciones sociales...

verdaderos efectos de una institución y a repensar y revisar sus condiciones de


creación y permanencia.
¿Para qué sirve la prisión? sería, por ejemplo, una de estas cuestiones. Claude
Lucas en Suerte. L’exclusion volontaire, que constituye la publicación de sus me-
morias por el paso de distintas instituciones carcelarias, se hace esta pregunta.
Encerrado en prisión a los veinte años, desertor tiempo después y encerrado
de nuevo por robo a mano armada en Marsella, para volver a ser encarcelado de
nuevo al cabo de diez años, aprovecha la última reclusión para cursar los estu-
dios básicos y, después, el primer ciclo de Filosofía. Conocido como “el Gángs-
ter Filósofo”, plantea el hecho de la gran cantidad de gente joven que ha pasado
por la prisión. Para él, el hecho de sacar sentido a la existencia del hombre, de
matar el tiempo, es matarlo socialmente, y propone un cambio con respecto a
la concepción del tiempo de la jornada en la prisión, en concreto, apunta la po-
sibilidad de dejar de considerarla como un tiempo muerto que se debe gestio-
nar. En este fragmento denuncia la rutinización del proceso: “pasar por el ritual
carcelario, lo mismo en todas las comisarías: comidas, paseos (bicotidianos), du-
chas, visitas del abogado y charlas con la familia: este recorte trocea la jornada
de tal manera que es difícil dedicarse a alguna tarea personal sin ser interrum-
pido” y propone pasar a considerarlo como un tiempo de existencia, abrirlo y
que pierda su misión como institución represiva.
¿Sirven los manicomios? Esta vez es el propio Goffman, quien responde en
una entrevista3 explicando el por qué de su crítica a los efectos de las institucio-
nes a pesar de que le plantean la posibilidad de que la institución psiquiátrica
pueda incluso proteger a los mismos pacientes, para justificar su mantenimien-
to y existencia:
“Meerlo: Usted parece manifestar una actitud muy agresiva ante las institu-
ciones. Se puede decir que la persona encerrada es una molestia para la sociedad
o para sí misma. Muchos pacientes se sienten protegidos, y están protegidos,
por la institución.
Goffman: Ya sé que esto lo dicen siempre las autoridades psiquiátricas y, tie-
nen razón, hasta cierto punto. Pero intente comprender esto: de momento, yo

3. Goffman, E. (1988). Los momentos y sus hombres. Textos seleccionados y presentados por Yves Winkin.
Barcelona: Paidós, 1991.
© Editorial UOC 154 Psicología del comportamiento colectivo

no trato de hablar de enfermedad mental; estoy hablando del manicomio pú-


blico y hablo de éste como de una institución.”
Las razones tienen que ver con los efectos de los estigmas de las personas que
han pasado por una institución total y con las dinámicas que se generan en su
interior. Vamos a considerar un momento lo primero. El proceso de estigmati-
zación acompaña la mayoría de relaciones grupales, pues lo que se juega es el
seguimiento de las normas de la mayoría y la actuación hacia la ruptura volun-
taria o involuntaria de éstas. Así, por medio del proceso de etiquetado, adjudicar
un “estigma”, junto con la separación interior-exterior, además del sistema de
sobrecontrol y sobreorganización de la vida cotidiana de los internados, se pro-
ducen cambios. Deben encontrarse con unas nuevas condiciones de supervi-
vencia a partir de un sistema de privilegios y castigos, así como de nuevas
normas, que produce una modificación por lo que respecta a su identidad, que
la deteriora, es decir, la modifica negativamente. Según Goffman, esto sucede
porque se van produciendo diferentes transformaciones sobre la idea del yo,
que se relacionan con una progresiva descomposición o desorganización del
mismo.
¿A qué se denomina estigma? De hecho parece que los estigmas en la anti-
güedad griega eran marcas corporales que las sociedades utilizaban para seña-
lar a las personas que cometían alguna falta, con algún símbolo o herida en la
piel. En el desarrollo de Goffman, estigma sería un atributo desacreditador que
hace diferente de los demás a la persona a quien se le atribuye o que lo posee.
La convierte en “menos deseable” hasta hacerla creer que es peligrosa, mala o
débil, depende; es decir, la marca. De este modo, se puede decir que el concepto
de estigma incluye tanto aspectos físicos como morales o psicológicos (si-
guiendo una separación que establece el mismo Goffman) y que, posterior-
mente, se ha matizado. Una consecuencia de ello es que los demás miembros
del grupo pueden, por ejemplo, evitar su presencia y considerar su compañía
como algo negativo. Asimismo, puede ser que, al recibir este tratamiento, la
persona estigmatizada se retire, percibiendo la única sociedad que lo recibe
como un igual la de otros que son como él, igualmente estigmatizados, o tenga
muchas otras reacciones y comportamientos que Goffman describe en sus li-
bros. Este hecho es el que se denomina enajenación grupal en los dos sentidos.
Es decir, alienación endogrupal, que se produciría en relación con el grupo al que
se atribuye la pertenencia de la persona estigmatizada, con el cual, de hecho, no
© Editorial UOC 155 Capítulo III. Las instituciones sociales...

se siente necesariamente identificada, y que constituye su grupo natural o del


que proviene. O, alienación exogrupal, que a menudo coincide, más o menos,
con el grupo o sociedad que lo margina; sería el grupo donde se encuentra la
persona antes de pasar a un encierro, pero del que tampoco forma parte necesa-
riamente. Todo ello implica un juego (en el sentido de repartir y adjudicar roles
e identidades, pero no lúdico por sus consecuencias y su participación en rela-
ciones de poder) de clasificación exogrupal y endogrupal que puede coincidir,
o no, con una identificación exo o endogrupal, también.
Un dato primordial que conviene señalar es el mantenimiento de la “posi-
ción desviada”, en tanto que el grupo estigmatiza a la persona, la obliga a man-
tener una situación especial. Así, las personas marcadas difícilmente pueden
ocupar ciertas posiciones sociales. Éste sería el caso de que, por el hecho de ha-
ber estado en una prisión o en una institución psiquiátrica, no se contratara a
alguien en un trabajo o no se le ascendiera laboralmente, por poner un ejemplo.

2.3. Los psiquiátricos, la situación social de los pacientes mentales


y los ajustes institucionales

La institucionalización en los asilos psiquiátricos constituye un caso concreto


de lo que hemos expuesto hasta ahora. Aquí se dan claras diferencias entre pa-
cientes y terapeutas, o grupo recluido. Da lo mismo que no constituyan propia-
mente un grupo en el sentido estricto, la diferencia entre internos y expertos,
profesionales, vigilantes o cuidadores, sea como sea, marca y delimita las identi-
dades. En este sentido, se puede entender la base del deterioro de cuya identidad
habla Goffman, tal como hemos visto en el subapartado “La identidad deteriora-
da, el proceso de estigmatización y la enajenación grupal”. Tal como este autor
explica:

“El futuro interno llega al establecimiento con una concepción de sí mismo que cier-
tas disposiciones sociales estables de su medio habitual hicieron posible. Apenas en-
tra, se le despoja de inmediato del apoyo que éstas le brindan. Traducido al lenguaje
exacto de algunas de nuestras instituciones totales más antiguas, quiere decir que co-
mienzan para él una serie de depresiones, degradaciones, humillaciones y profanacio-
nes del yo. La mortificación del yo es sistemática aunque a menudo no intencionada.
© Editorial UOC 156 Psicología del comportamiento colectivo

[…] Los procesos mediante los cuales se mortifica el yo de una persona son casi de
rigor en las instituciones totales; su análisis puede ayudarnos a ver las disposiciones
que los establecimientos corrientes deben asegurar, en salvaguardia de los yo civiles
de sus miembros.

La barrera que las instituciones totales levantan entre el interno y el exterior marca
la primera mutilación del yo. [...] En las instituciones totales, por el contrario, el in-
greso ya rompe automáticamente con la programación de rol, puesto que la separa-
ción entre el interno y el ancho mundo ‘dura todo el día’, y puede continuar durante
años.”

Goffman, E. (1961). Internados. Ensayos sobre la situación social de los enfermos mentales
(pp. 26-27). Madrid: Amorrortu-Murguía, 1987.

Así, se explica cómo influye el hecho de quedarse sin pertenencias persona-


les, con el significado que éstas tienen para las personas, así como las distintas
humillaciones y vejaciones a que están sometidas, aparte de las dificultades para
la adaptación a unas nuevas pautas de comportamiento. Sin embargo, Goffman
también explica qué maneras pueden existir de adaptarse o escaparse de lo que
marca la institución. Existen los denominados ajustes primarios, los que las per-
sonas hacen cooperando con una organización y devenir un miembro “nor-
mal”, y los ajustes secundarios, que son todo lo contrario, los que permiten a un
miembro de una organización alcanzar hitos o utilizar medios que, en cambio,
no serían los previstos y requeridos.
De este modo, se saltan los hechos implícitos sobre qué se debería hacer y las
personas se apartan de los roles que esperaban sus instituciones. Ambos tipos de
ajustes son reconocidos como temas dependientes de su definición social y con-
texto, diferentes, por tanto, según las sociedades o el tiempo. En este sentido, el
autor diferencia un mismo hecho –pasar la noche con una mujer– para un preso
en Estados Unidos (no se prevé y, por tanto, sería secundario) o en una prisión
mexicana (sí que se prevé y, por consiguiente, sería primario). No voy a intro-
ducir aquí otras observaciones respecto al ejemplo, en el sentido de lo que su-
pone en una sociedad patriarcal y sexista. Otros ejemplos serían el hecho de
pintar, escribir o tomar libros a escondidas donde están prohibidos o, al revés,
pedirlos expresamente para conseguir algún beneficio previsto.
En el caso de las instituciones psiquiátricas, otro elemento capital sería la ne-
cesaria complementariedad y las dinámicas de roles y de identidades y sus dife-
rentes vertientes: uno es un sabio, por ejemplo, el otro es un ignorante, etc. El
© Editorial UOC 157 Capítulo III. Las instituciones sociales...

psiquiatra obliga al enfermo a interiorizar la versión médica de su estado puesto


que, de lo contrario, le es muy difícil hacer su función de médico y el enfermo
no puede entenderse a sí mismo, ni puede entender su enfermedad, desde sus
propias coordenadas socioculturales.
No obstante, aunque parezca que son muy estructurales, los ajustes secunda-
rios permiten incorporar la capacidad de las personas de continuar luchando
por su autonomía y libertad, incluso en situaciones extremas (aunque se ha cri-
ticado que no se tiene muy en cuenta el cambio social en esta afirmación). Go-
ffman, por ejemplo, señala que los individuos, incluso en los manicomios,
intentan marcar un espacio de separación entre ellos y lo que los demás quieren
que sean, intentan mantener cierta distancia. Por tanto, no cae ni en el deter-
minismo ni en la idealización de la desviación. En la actualidad, siguiendo las
elaboraciones de Goffman y otros autores, se puede llegar a profundizar más a
partir de la interacción-confrontación entre institución y estigmatizado, en la
que no sólo cambia este último, sino que la otra también puede llegar a cambiar
o ser destruida. Sus estudios sobre desviación social/disensión han marcado nu-
merosas perspectivas actuales de trabajo.

3. La crítica de Michel Foucault a la institución


como dispositivo disciplinario. Las prácticas de encierro
y el saber: el manicomio y la prisión

La aproximación arqueológica y genealógica del método de Michel Foucault


al análisis de las instituciones sociales se desarrolla a partir de la crítica a la racio-
nalidad moderna y su pretensión de verdad. Así analiza, tal como veremos, la
relación entre organización social, política y saber para entender el funciona-
miento del poder y de los mecanismos de opresión y subjetivación.

3.1. Las relaciones poder-saber y las prácticas de encierro

Uno de los desarrollos más punzantes a la hora de explicar el funcionamien-


to de las instituciones lo encontramos en la perspectiva que expone Michel
© Editorial UOC 158 Psicología del comportamiento colectivo

Foucault, cuando no sólo se queda en el análisis de las instituciones totales, sino


que también les confiere otras dimensiones al hacerlo a la luz del poder. Con-
sidera que el poder lo ejercen una serie de instituciones que parece que sean
independientes del poder político en sí mismo (Administración, Policía, aparato
del Estado, etc.), pero que, en realidad, se encuentran íntimamente relacionadas
con éste, como las instituciones del saber, de la previsión o de la asistencia: se
trata de las relaciones poder-saber. El ejercicio del poder, según este pensador,
crea saber y el saber produce efectos de poder.
Existen espacios de control que crean la ficción de la libertad y de racionali-
dad del sistema: lo que se denomina estrategias o tácticas de gobierno social.
Ahora bien, este concepto de estrategia no se entendería como el modelo más
clásico de funcionamiento del poder de control social, como encontrándose en
un lugar preciso o por parte de alguien preciso (modelo jurídico), con una di-
námica vertical, un grupo o individuo que tiene recursos y ordena, sanciona o
premia, etc., sino que, según el paradigma estratégico, el poder no constituye una
potencia de alguna persona o de varias, sino que es una situación estratégica que
coexiste en una relación.
Como constituyentes de la base de estos trabajos, de la misma manera que
sucedía con los trabajos de Goffman, aunque con un enfoque diferente, halla-
ríamos lo que tiene que ver con las relaciones que se establecen en torno a la
diferencia y la desviación o disidencia de la norma. Para ello, Foucault utiliza la
figura del Panóptico de Bentham para explicar cómo se autorregulan los com-
portamientos sobre la base de un régimen continuo de vigilancia supuesta e in-
visible. El edificio diseñado por Bentham, consta de una torre central desde la
que se pueden ver todos los compartimentos distribuidos a su alrededor, a me-
nudo en forma de círculo. La cuestión es cómo, por el hecho de poder ser visto
desde cualquiera de los compartimentos en cualquier momento por parte de
quien se encuentre en la torre o espacio central de vigilancia, hace que se adap-
ten los comportamientos a esta posibilidad de visibilidad, dado que nunca se
puede saber cuándo y en qué momento se concreta la mirada. Hay efectos de
regulación social a partir de un poder que establece el principio de la norma, de-
fine qué vale y qué no, y es un poder productor, en el sentido de que genera apa-
ratos de saber y conocimiento disciplinarios. El paso que se produce es actuar
por la norma y el control en vez de hacerlo por la ley y la represión. Un ejemplo
literal de adaptación puede estar desde una sala de prisión a una de cuidados in-
© Editorial UOC 159 Capítulo III. Las instituciones sociales...

tensivos en un hospital. Pero lo interesante es que Foucault utiliza esta imagen


metafóricamente para mostrar cómo podemos autocontrolarnos de acuerdo
con objetivos sociales que nosotros creemos personales.
Un ejemplo de esta mezcla institucional de regulación social a partir del es-
pacio, las normas y los rituales junto con sus posibilidades de resistencia, se ob-
servan en la antigua película Zéro de conduite de Jean Vigo, en la que, de hecho,
lo que está patente es que la escolarización puede constituir un proceso parecido
al encarcelamiento, tanto por la forma espacial de las escuelas, como por un
funcionamiento normativo espartano que se contrapone a la creatividad y a las
actividades contrarias al exceso (control, autoridad, conformismo y disciplina)
que conforman la educación. Ello no resta ninguna importancia a la educación
y, lógicamente, va cambiando con el tiempo, por lo que en estos momentos de-
berían incorporarse los estudios aplicados a otro tipo de regulación más virtual
y complejificada con los cambios. Sin embargo, aunque en estos momentos
toma otras formas (puesto que se han producido diferentes movimientos de re-
novación y cambio pedagógico), en sentidos diversos, la educación y la socie-
dad global crean otro tipo de subjetivación que continua constituyendo una
buena ilustración.
Encontramos la base en las relaciones poder-saber-verdad, que forman los
discursos que una sociedad hace funcionar como verdaderos, y los efectos y
prácticas sociales que generan. El paso hacia el trabajo de Foucault nos permite
entender que, de hecho, tanto con la enfermedad mental como con la delin-
cuencia, el nacimiento de la Psiquiatría como tal a finales del siglo XIX supone
toda una serie de creaciones de otros objetos y prácticas que la configuran. De
este modo, nos encontramos con una institución, el manicomio y la enferme-
dad mental, por ejemplo, pero no sola, sino con toda la red de saberes que in-
cluye otras instituciones como las legales, los profesionales de una y otra,
médicos, psiquiatras, cuidadores, etc., tal como sucede con la prisión y la crimi-
nalidad.
Los estudios de Foucault implican un desplazamiento de los enfoques
dominantes hasta ahora sobre la desviación social, puesto que lo que hace este
pensador es presentarlo con una óptica radicalmente diferente. Así, en sus
obras Historia de la locura y Vigilar y castigar muestra cómo se ejercen las polí-
ticas sobre los cuerpos y cómo el sistema de poderes consigue obtener diferen-
tes utilidades de la acumulación de los hombres en diferentes instituciones.
© Editorial UOC 160 Psicología del comportamiento colectivo

Prisión y manicomio serían dos ejemplos de laboratorios de técnicas de transforma-


ción de las voluntades humanas, a partir de las ciencias médicas, humanas, sociales
y jurídicas.
En este sentido, conviene especificar, aunque sea de forma escueta, que una
de las grandes aportaciones es la manera como señala el importante rol de las
diferencias dicotómicas del pensamiento moderno occidental entre normali-
dad-anormalidad/patología, racionalidad-irracionalidad, orden-desorden, libre-
encerrado, inclusión-exclusión, etc. Por tanto, es evidente, como podemos obser-
var, que en ambos casos las instituciones correspondientes, manicomio y prisión,
se basan en los mismos fundamentos. El aislamiento terapéutico o correctivo se
fundamenta en una red de saberes y prácticas que actúan sobre la base de una
serie de objetivos como el bienestar social, el orden social, el aislamiento de lo
que no es normativo, el desarrollo de técnicas de control, vigilancia y conoci-
miento sobre cada uno, la búsqueda de la redención o la curación, etc. En fin,
el cambio de una lógica más centrada en la represión a otra lógica basada en el
humanitarismo. Sin embargo, se nos presenta con claridad la manera en que,
finalmente, ambas instituciones acaban reproduciendo gran parte de los fenó-
menos característicos de los encierros de los siglos anteriores y la manera en
que, de hecho, la principal consecuencia pasa por el fenómeno del desarrollo de
una serie de prácticas nuevas, tales como la medicalización y el encarcelamien-
to, acompañadas de la más clara segregación social.

3.2. La disciplinarización de la locura y el psiquiátrico/manicomio

El trabajo de Foucault en Historia de la locura en la edad clásica (1961) y en El


nacimiento de la clínica (1963) muestra cómo se produce una afirmación a partir
de rechazar lo no entendido, temido, menospreciado, etc. Y ¿qué ha llevado a
una cultura concreta, la occidental, a entender y querer controlar la locura
como una enfermedad mental, y cómo, de hecho, las ciencias médicas y hu-
manas han dejado de lado los conocimientos históricos y los regímenes sociales
de producción de un objeto de estudio y control? Dicho de otra manera, ¿qué
implica definir y excluir la locura? La exclusión de la locura supone en sí el mis-
mo hecho de la definición de la racionalidad y su valor. De hecho, uno de los
© Editorial UOC 161 Capítulo III. Las instituciones sociales...

grandes temas es el del encierro, que cumple la idea de controlar aquello que
molesta al orden público y una determinada moral. No se trata, pues, de un en-
cierro necesario terapéuticamente, sino más bien de un encierro necesario mo-
ralmente. En el Estado español Álvarez-Uría (1983) desarrolla, a partir del
método genealógico de Foucault, un análisis sobre el nacimiento de la Psiquiatría
en el siglo XIX, a partir de crear tanto una institución nueva (el manicomio),
como una nueva legislación sobre el lugar de los pacientes y su regulación. Asi-
mismo, señala cómo se forma un nuevo cuerpo de profesionales y el naci-
miento de otra institución como es la prisión, para mantener el denominado
orden público.
Éste es el objetivo de montar un dispositivo de captura de la locura y de las
técnicas de vigilancia y juicio; de hecho, reproduciendo la escisión entre razón-
locura, y fuera-dentro, que también incorpora la explicación del nacimiento de
la Psicología.
En este sentido, el hospital se entendería como un sistema/espacio discipli-
nario, en tanto que los enfermos se reparten y distribuyen en su interior para
que puedan estar vigilados y clasificados. El caso del hospital psiquiátrico sería
como la disciplinarización de la locura (el asilo psiquiátrico se constituiría como
el campo de fuerzas entre el psiquiatra y el loco), el reajuste del individuo enfer-
mo a las normas de comportamiento, solicitadas, finalmente, por la familia y/o
la sociedad. A partir de aquí, se elabora el concepto de anormalidad psíquica, el
perfil, las correcciones, etc. Sin embargo, con el concepto de libertad, y anali-
zando lo que nuestra sociedad ha marginado, Foucault presenta las resistencias,
significaciones y acciones diferentes, en los márgenes no calculados.

3.3. La práctica del encarcelamiento y la prisión

El otro gran trabajo de Foucault está relacionado con la justicia criminal y su


afán de verdad. La tecnología biopolítica de los cuerpos hace posible que la jus-
ticia moderna busque castigar no un acto, sino una individualidad psicológica.
En este caso, la prisión sería la técnica de corrección del comportamiento de la
delincuencia, un lugar donde se concentraría, se homogeneizaría y se contro-
laría. Por este motivo, lo que sucede justamente es que la función positiva de la
© Editorial UOC 162 Psicología del comportamiento colectivo

prisión es la de fabricar la delincuencia. La película de Jim Sheridan, En el nom-


bre del padre, más allá de la denuncia de una injusticia judicial, constituye un
magnífico ejemplo de denuncia de un problema de derechos humanos y de
funcionamiento burocrático inútil, de la fragilidad del sistema legal y penal.
La situación que se plantea en la película es el proceso de encierro en la prisión
de un grupo de personas acusadas de un atentado terrorista por las fuerzas po-
liciales. Los acaban declarando culpables, aunque en el juicio se declaran ino-
centes. Hasta años después no se reconoce su inocencia y el error encubierto
del sistema.
Un ejemplo de ello sería la conocida como perspectiva radical en criminología,
que replantea redefinir el crimen como una violación de los derechos humanos
políticamente definidos, por ejemplo, el derecho a no morirse de hambre, el de-
recho a tener una vivienda y al alimento.
Foucault ha demostrado que el control de los desviados a partir del saber y
el Estado y la disciplinarización de los sujetos supondrían instancias constitutivas
y centrales en el mismo sistema: se crean poderes hegemónicos con políticas
que se presentan como verdaderas. Su obra sobre determinadas instituciones
quizá no se basaría tanto en su funcionamiento interno, tal como hacía Goffman,
sino más bien en lo que constituiría su implicación en estrategias de saber y poder.
Muestra cómo se originan las técnicas de vigilancia, control y disciplinarización,
así como sus transformaciones y funciones. Todo dispositivo legislativo orga-
niza espacios protegidos en los que la ley puede ser violada o ignorada, y otros
espacios de sanción.
Las ilegalidades no son accidentes, sino elementos previstos. Asimismo,
muestra que esta gestión de la ilegalidad, anormalidad, etc. enfrenta a unos gru-
pos sociales contra otros.
Tal como declara el autor, ha habido estudios sobre las prisiones como insti-
tuciones, pero muy pocos sobre el encarcelamiento como práctica punitiva ge-
neral en nuestras sociedades.

“Tanto en este trabajo sobre prisiones como en otros, el blanco, el punto de ataque
del análisis, no eran las ‘instituciones’, ni la ‘teorías’ o una ‘ideología’, sino las ‘prác-
ticas’ y esto para entender las condiciones que en un momento determinado las hacen
aceptables: la hipótesis es que los tipos de prácticas no están únicamente dirigidos por
la institución, prescritos por la ideología o guiados por las circunstancias –sea cual
fuere el papel de unas y otras–, sino que poseen hasta cierto punto su propia regula-
© Editorial UOC 163 Capítulo III. Las instituciones sociales...

ridad, su lógica, su estrategia, su evidencia, su ‘razón’. Se trata de hacer el análisis de


un ‘régimen de prácticas’, siendo consideradas éstas como el lugar de unión entre lo
que se dice y lo que se hace, las reglas que se imponen y las razones que se dan de los
proyectos y de las evidencias. […] Así que yo he querido hacer la historia no de la ins-
titución-prisión sino de la ‘práctica del encarcelamiento’.”

Foucault, M. (1975). Vigilar y castigar (pp. 58-59). Madrid: Siglo XXI, 1982.

De hecho, el trabajo de Foucault, tanto sobre la prisión como sobre los psi-
quiátricos o, dicho más de acuerdo con su pensamiento, sobre las prácticas del
encarcelamiento legal y la psiquiatrización de la enfermedad mental, muestra
que tanto la prisión como el hospital psiquiátrico constituyen programas ex-
plícitos, en el sentido de que lo que los conforma son toda una serie de prescrip-
ciones calculadas, a partir de las cuales se deben organizar tanto unos espacios
como unos determinados comportamientos para sus participantes.

4. Aproximaciones a la noción de control social

Tal como hemos visto hasta ahora, de hecho, no puede hablarse de las
instituciones sociales sin hablar del control social. Ambas nociones están ínti-
mamente relacionadas. Sin embargo, tal y como se puede deducir de lo que he-
mos expuesto, tampoco se podría entender que fuéramos sólo en una dirección.
Es decir, que el control social esté vinculado a las normas y a su cumplimiento,
a partir de las instituciones o de los mecanismos grupales, no implica su auto-
mática incorporación en términos de socialización y mantenimiento del orden
social establecido. Ya hemos constatado que cualquier forma de regulación so-
cial no excluye que se produzcan cambios o que, en su aplicación práctica, se
confronten con resignificaciones o resistencias. Éste sería el caso tanto de los di-
ferentes tipos de ajustes explicados por Goffman, aunque sin ir tan lejos, como
de los espacios de libertad de los que habla Foucault. Constituiría la presenta-
ción de una nueva forma de explicar el funcionamiento del poder, a partir del
paradigma estratégico, la relación poder-saber-verdad, o, como veremos con
posterioridad en este capítulo, a partir de inscribir el control social o la vigilan-
cia en una situación de complejidad social y de nuevas formas de orden social
© Editorial UOC 164 Psicología del comportamiento colectivo

a partir de las mismas personas. Esto quiere decir que si prestamos atención a la
noción de control social vemos, siguiendo la explicación de Tomás Ibáñez,
(1982) lo siguiente:

“No hay por qué reducir el control social a los procesos que aseguran la internación
de las normas sociales, aunque esto constituya una de sus facetas más importantes. El
control social puede ejercerse, y de hecho se ejerce diariamente, a través de la coac-
ción o de la coerción, amén de más sutiles técnicas de manipulación.

Tampoco se debe considerar que el control social significa un mecanismo de supre-


sión de los conflictos, puede constituir perfectamente un mecanismo ‘regulador’ de
los conflictos que define los modos aceptables de resolución y los márgenes de solu-
ción aceptables.

Por fin, sería una equivocación igualar ‘control social’ con mantenimiento y repro-
ducción mecánica del orden social. El ‘control social’, y esto constituye una de sus
facetas sistemáticamente ignoradas, promueve y orienta los cambios sociales, en-
cauzándolos en las direcciones compatibles con las características básicas del orden
social instituido.

Se puede decir que todo modelo teórico de ‘control social’, suficientemente represen-
tativo del funcionamiento real de este proceso, debe incluir necesariamente los procesos
de regulación y orientación del cambio social, lo que no significa incluir los meca-
nismos predictivos lineales del tipo criticado por K. Popper (1961).”

Por este motivo, en este apartado haremos referencia al funcionamiento de


las normas que en Psicología social se han estudiado como presión grupal, me-
canismo de poder y conformismo; a su resistencia, en términos de acción, cam-
bio, autonomía y libertad, para pasar, finalmente, a considerar otras formas de
pensar el control social en las nuevas sociedades informatizadas, globalizadoras
y complejas.

4.1. La dinámica de los grupos con las normas


como forma de control social

De hecho, y dicho de una manera general, la mayoría de los trabajos de la


Psicología social tradicional se basan en la idea de control social como una forma
© Editorial UOC 165 Capítulo III. Las instituciones sociales...

de influencia, de una fuente concreta, en general, de poder (grupo, instancia,


etc.) que persigue algún tipo de cumplimiento, entendiéndolo como la acepta-
ción de las normas o autoridades que prevalecen, es decir, del conformismo.
No obstante, en los estudios psicosociales se diferencian los tipos de posición
conformista con relación a su coherencia cognitivo-comportamental. Se pue-
de mantener dependiendo de los objetivos (instrumentalización) o por con-
vencimiento (identificación), por ejemplo, así como dependiendo de si es
puramente normativa (se sigue, pero no se cambia privadamente) o informa-
tiva (se considera que es lo adecuado), etc. Se pueden consultar los estudios de
Kelman y Asch sobre el tema en los diferentes manuales de Psicología social y
Psicología de los grupos.
Asimismo, en principio esto se considera positivo y, de hecho, se intenta
explicar a partir de su estructuración, mantenimiento y equilibrio, desde las
concepciones más clásicas sobre los procesos intragrupales, hasta otros más ac-
tuales, pero que continúan priorizando este supuesto equilibrio.
De entrada, tal como hemos ido viendo, la vida social está regida por una
normatividad formulada explícita e implícitamente, que gobierna la mayoría de
las acciones. El orden social a partir de las instituciones y de los grupos ejerce
control sobre sus miembros con el objetivo de impedir separaciones.
De este modo, y según lo que se ha explicado hasta ahora, se puede pensar
que toda sociedad genera posiciones adaptadas y posiciones desadaptadas que,
al mismo tiempo, critica y justifica, pero que, con la constante actividad de
hombres y mujeres, se transforman o retan. Encontramos ejemplos de ello en la
pluralidad de subculturas que se generan, en relación con la multitud también
de diferentes referentes y contextos normativos. Otro ejemplo lo constituye el
mero cambio del lenguaje, el argot o paralenguaje desarrollado por ciertos gru-
pos. Un caso muy relacionado con el estudio de Goffman y las investigaciones
psicosociales del funcionamiento de los mecanismos y dinámicas grupales en
relación con las normas sería la teoría de la rotulación, etiquetado o labelling: se
ve al desviado (persona que se separa de las normas) como una víctima de la so-
ciedad. Una obra prototípica sería Outsiders de Becker, donde la desviación no
constituye una característica de la acción que hace alguien, sino el resultado de
la aplicación de ciertas normas por los demás, la rotulación que hace la gente y,
con mayor frecuencia, los grupos con poder. Esta separación o desviación del
grupo puede deberse a las contradicciones internas que una cultura plantea a
© Editorial UOC 166 Psicología del comportamiento colectivo

sus miembros: entre las demandas que les hace y los valores que se sustentan
desde la cultura dominante.
Resumiendo lo que han aportado los estudios sobre las normas grupales, en-
contraríamos una serie de dimensiones regulativas de las normas, tales como re-
laciones afectivas, de autoridad, toma de decisiones, relaciones de estatus, con
aceptación o pertenencia a un grupo, de éxito, etc. Asimismo, observaríamos
una serie de mecanismos de mantenimiento de las normas en el grupo: unos
para impedir o dificultar el no seguimiento, como en el proceso de socialización
(las normas se aprenden y se dan a conocer directa o indirectamente) y otros
para prevenir y mantener la cohesión grupal (el mecanismo de control social ac-
tivo y pasivo), así como para mantener fuera a los que ya se han separado del
mismo (proceso de estigmatización).
Esta separación se puede entender tanto para evitar su peligro como para
facilitar su identificación, y tiene los efectos que hemos presentado en los
apartados anteriores: proteger y salvaguardar los intereses y ventajas percibidas
por grupos o individuos situados en posiciones dominantes. Es decir, un orden
es mantenido por parte de unos órganos de poder para señalar las desviaciones.
Asimismo, puede entenderse, como hacen algunas teorías, en términos de cas-
tigo y modelo para que tales desviaciones no se produzcan.
Ello sería lo que, tomando un ejemplo del mundo literario, le pasaría a Ber-
nard, el científico mal integrado por fallos en su proceso embrionario, como
parte de la sanción que se le impone, condenado a vivir en una isla donde se
recluye a todos los innovadores, en el mundo que describe Aldous Huxley en Un
mundo feliz como antiutopía de una sociedad cerrada.

4.2. Bases de transformación, cambio o resistencia al control social

A menudo se da una oscilación muy complicada entre comportamientos


adecuados a las normas y otros que no lo son. Las bases que hemos presentado
con anterioridad constituyen algunas de las de la mayoría de los estudios de las
dinámicas de los grupos pequeños desde una perspectiva psicosocial. Sin embar-
go, no podemos dejar de considerar un par de aspectos fundamentales. Una de
éstas es que si las instituciones no se pueden pensar sin la dialéctica instituido/
© Editorial UOC 167 Capítulo III. Las instituciones sociales...

instituyente, los grupos tampoco. Encontramos explicada esta parte con fre-
cuencia a partir de los cambios de normativización en los grupos y a partir de
diferentes procesos: o bien se acepta la transformación de normas porque han
sido confeccionadas por miembros valorados muy positivamente por el grupo,
de forma que éste cambia, o bien se va creando un subgrupo de personas que se
han apartado del mismo y que con sus acciones también acaban produciendo
transformaciones.
Sin embargo, tal como sucede, como comentábamos con anterioridad, con
las instituciones y el cambio, es preciso incluir la autonomía de las personas y
el concepto de libertad para entender que nunca se trata de un proceso cerrado
y previsible, ni seguramente encargado o esperable de un determinado grupo
social.
La escritora y periodista catalana Montserrat Roig4 llevó a su programa Per-
sonatges a una mujer, Irene Puigvert, y recibió un montón de cartas a favor y
en contra. Tal como ella misma señaló, “No hay ningún personaje de todos
los entrevistados que haya provocado tanto ruido. […] Irene Puigvert es una
mujer sin estudios, que confiesa haber sido encerrada en el manicomio, baja
y de cara infantil. Lleva trenzas. Seguí un poco por encima el consultorio que
dirige en una de estas revistas del corazón. El éxito es considerable. […] Irene
Puigvert practica un tipo de psicoanálisis para pobres. …] Si queremos saber por
qué Tapies se ha hecho pintor, creo que también es justo querer averiguar por qué
Puigvert se ha hecho médium.”
En este sentido, lo que mejor recoge esta idea es el esclarecimiento sobre la
comprensión del funcionamiento del poder que nos hace Tomás Ibáñez (1982,
p. 3): “Pensar el poder en relación con la libertad o la autonomía conduce a
plantearlo en términos de los efectos que tiene sobre los sujetos, dejando abier-
tas todas las posibilidades en cuanto a sus modalidades de ejercicio. Considerar
que ejercer poder es afectar negativamente a la autonomía o la libertad de un
sujeto, aunque sea por ‘su bien’, aunque sea sin ‘intención’, e incluso sin saber-
lo, conduce a plantear el poder en relación con los diversos determinismos que
inciden sobre el sujeto, y apunta hacia los mecanismos modernos de su ejerci-
cio. Es porque se ha excluido la libertad del análisis del poder por lo que este
análisis sólo ha producido una caricatura. Es el efecto producido sobre la auto-

4. Roig, M. (1988). 100 pàgines triades per mi. Barcelona: La Campana.


© Editorial UOC 168 Psicología del comportamiento colectivo

nomía del sujeto lo que permite decidir si es una relación de poder, en todos
aquellos casos no triviales donde cabe una duda.”
Ello no quiere decir que tanto la idea de libertad como la de autonomía no
puedan pensarse como si no formaran parte del sistema social o como si no fue-
ran claramente identificables. Debemos tener en cuenta que pueden crearse
“ilusiones de libertad”, tal como se puede ir deduciendo de lo que hemos ido
exponiendo hasta ahora, de tal manera que éstas conformarían una expresión
muy sutil del poder institucional y del control social, dado que, en este caso,
funcionaríamos haciendo las cosas creyendo que tenemos el control sobre ellas
o que son decisión totalmente nuestra, tal como veremos con mayor deteni-
miento en los siguientes subapartados.

4.3. Otras acepciones de la idea de control social y análisis


de la forma de operar en las sociedades actuales

En estos momentos, la tendencia que emerge no es tanto la de separar, aislar


o arrancar a las personas que no siguen las normas del cuerpo social, ni rein-
tegrarlas, sino más bien asignar destinos sociales diferentes a los individuos de-
pendiendo de sus capacidades, con el objetivo de que puedan asumir las
exigencias de la competitividad y de la rentabilidad. Incluso se presupone que
la marginalidad puede convertirse en una zona condicionada, en la que los in-
capaces de adoptar las vías más competitivas estarían orientados. A partir de la
evaluación científica de las capacidades de los individuos, se economizaría con
represión y asistencia, y llegaríamos a “la era del robot alegre” (Varela y Álvarez-
Uría, 1989). El sujeto: “el actante que sobrevive a las catástrofes”, como expone
el sociólogo Jesús Ibáñez (1985) que hace una crítica a las representaciones ideo-
lógicas establecidas y a las instituciones, entre éstas a la misma Sociología, y que
considera que la creatividad ante el conformismo es fruto de una respuesta per-
sonal y comprometida, del surgimiento de diferentes contraculturas y de expli-
caciones más dialécticas sobre lo que generan las estructuras y lo que, a su vez,
las genera. Es decir, en la línea de Foucault, algunas técnicas de investigación
social también “sujetan” al sujeto. Así, aplica sus aportaciones para entender la
lógica moderna del consumo, en las que cambia la metáfora del panóptico para
© Editorial UOC 169 Capítulo III. Las instituciones sociales...

explicar instituciones cerradas, como sucedía, por ejemplo, con la prisión o el


manicomio, para explicar su calidad abierta, en tanto que el orden del consumo
parte de un espacio-tiempo abierto en el que se conforma el sujeto de consumo
(de productos, personas, etc.).
En fin, cualquier denominación de la separación, no aceptación o ruptura de
las normas sociales tiene vertientes tanto sociológicas como psicológicas que no
pueden separarse, dado que son producto y función de la sociedad. No existen
reglas universales. Éstas varían de un lugar a otro, tanto en sus definiciones
como en sus actuaciones. Asimismo, varían en el espacio y el tiempo, y por ello
se deben estudiar en su contexto, observando qué funciones cumplen.
No podemos extendernos más, pero sí debemos hacer constar que, actual-
mente, desde la psicología se continúa el trabajo en este sentido y sobre qué tipo
de subjetividad se hace necesaria actualmente para el orden social dominante
para ayudar a mostrar cómo funciona y cómo constriñe a las personas a partir
de las demandas que genera en el ámbito institucional y social.
En este sentido, y sólo como ejemplo, vale la pena hacer referencia a la idea
de que en estos momentos puede contarse con el hecho de que se da un cambio
en la sociedad de consumo, que asegura cierta aceptación mayoritaria de las nor-
mas sociales. Según Zygmun Bauman (2000), éstas hacen que prácticamente sea
más importante ser capaz de consumir que tener un trabajo. Otra consecuencia
es la libertad de movimiento en la globalización, que, de hecho, provocaría un
gran nivel de sufrimiento. Este autor se centra en el análisis del tiempo y el espa-
cio para entender las nuevas relaciones con la estructura y la organización social;
en la nueva forma de control social asociada a las tecnologías de la información
y de la comunicación. La tesis principal es la pérdida de responsabilidad de la ac-
ción del poder, en tanto que, por ejemplo, las localidades pierden su capacidad
de negociar o generar sentido. Se trata de una forma de poder que intenta garan-
tizar el poder adquisitivo de los consumidores, se criminaliza la pobreza y la mar-
ginación, y en la clase media se sufre angustia e inseguridad:

“Con la libertad de movimiento como nuevo centro, la polarización actual tiene mu-
chas dimensiones. Este nuevo centro confiere un nuevo brillo a las tradicionalmente
respetadas distinciones entre ricos y pobres, nómadas y sedentarios, normales y anorma-
les o aquellos que habían violado la ley. La cuestión de cómo se entrelazan e influencian
mutuamente estas dimensiones de la polaridad constituye otro problema complejo.”

Bauman, Z. (2001). Globalització. Les conseqüències humanes (p. 35). Barcelona: Pòrtic.
© Editorial UOC 170 Psicología del comportamiento colectivo

Asimismo, se ha planteado que el tipo de sujeto que necesita el sistema del


neoliberalismo sería un sujeto en cambio constante, flexible, de autoinvención
constante; el “sujeto esquizofrénico” de la posmodernidad, puesto que el siste-
ma no puede proporcionar formas de apoyo que duren más. La psicóloga Vale-
rie Walkerdine (2001), analizando las prácticas discursivas y la ideología, nos
previene de sus efectos en términos de regulación de la subjetividad (cons-
truyendo esta idea de identidad cambiante con múltiples posibilidades, rom-
piendo con su contexto comunitario y pendiente de la innovación) y de control
social. Se tiene el efecto de una sensación permanente de fracaso por parte de
las personas, dado que sus trayectorias y experiencias no pueden tener conti-
nuidad, puesto que lo que se necesita es otro tipo de sujeto para el neolibera-
lismo. Esta autora lo expresa de la manera siguiente:

“Estamos siendo testigos del derribo completo de la sociedad civil y del intento de for-
talecer las características psicológicas y sociales de este Robinson Crusoe económico
del liberalismo (incluso cuando ahora este hombre también puede ser una mujer), al-
guien sin lazos fuertes ni raíces comunitarias.” (Walkerdine, V. 2001).

En este mismo sentido, existe otro análisis que denuncia la necesidad para
el sistema neoliberal de este sujeto, siempre dispuesto al cambio y a la adap-
tación constante, y que desea lo que es nuevo. Aunque es posible que parezca
que salir de la inmovilidad pueda ser interesante, en realidad se transmite una
idea de flexibilidad constante y atracción por el cambio, que rompe con la so-
lidaridad o el valor de la experiencia, así como con algún tipo de compromiso
ético, y que genera discriminación social. De hecho, se busca una trans-
formación personal haciendo que algo necesario para el sistema constituya un
objetivo personal y parezca liberador e innovador. Es el que muestra el so-
ciólogo Richard Sennet (1998), tampoco exento de problemas, analizando la si-
tuación de despedidos por grandes multinacionales, de un joven emprendedor
y de los cambios en una panificadora familiar. Resalta el problema de que no
cuente para nada la experiencia ni la solidaridad, hecho que supone efectos ne-
gativos de valoración en las personas y la sensación de que la experiencia pa-
sada no les sirve, aparte de la ruptura de vínculos sociales importantes así como
identitarios.
© Editorial UOC 171 Capítulo III. Las instituciones sociales...

4.4. Control social y relaciones con la diferencia/desigualdad


del sistema sexo-género: transformaciones y cambio

Es indispensable incluir las situaciones de desigualdad social en las institu-


ciones sociales, tanto con respecto a los valores y normas que transmiten como
en lo referente a su misma organización, por la diferencia de sexo y de género en
que se fundamenta la cultura occidental y que se traduce en situaciones de des-
igualdad social manifiestas a los dos niveles, micro y macrosocial. Éstas han to-
mado y toman distintas formas, desde las que se pueden encontrar en lo relativo
al acceso a la educación, al trabajo, dentro de las mismas condiciones en que se
desarrollan cada una de estas actividades, hasta las que hacen referencia a la ma-
nera en que las instituciones, y entre éstas la misma ciencia, participan también
en la definición, construcción y difusión de las ideas asociadas a los hombres y
las mujeres, a los prejuicios, estereotipos y prácticas de interacción marcadas
por el sexismo y el androcentrismo.
En estos momentos se podría decir que se ha pasado de “la persecución de
las brujas a las recetas de tranquilizantes”, para indicar cómo la regulación social
institucional participa de una forma más sutil en el control social de las mujeres.
El comportamiento, tanto en su vertiente más afectiva y emocional como en la
que está relacionada con la transformación u ocupación de roles, estatus y po-
siciones no adscritas, en razón de la diferencia sexual y de género, en una socie-
dad dada, ha comportado desde las prácticas de encierro en prisiones hasta
acciones como la persecución y prohibición de determinadas prácticas o ejecu-
ciones, hecho que tendría que ver, por ejemplo, con las mujeres calificadas de
brujas en otros momentos de la historia, hasta una acción más sofisticada, en la
medida en que con la psicopatología o la psiquiatría se ha pasado a regular todo
lo que no es funcional o interrumpir el funcionamiento normativo a partir de
la terapia farmacológica o hablada (Saez-Buenventura, M.T., 1979; Fernández,
A.M. 1992, etc..).
Una manera de entender las relaciones que se dan entre la diferencia sexual
y de género, las instituciones y el control social, tal como se puede imaginar,
pasa por lo que constituye, entre otras cosas, la organización a partir de fun-
ciones, roles y valores, de una serie de actividades sociales reguladas por las
instituciones; las prácticas socioculturales de tratamiento de la diferencia o se-
© Editorial UOC 172 Psicología del comportamiento colectivo

paración de la normatividad en relación con la diferencia sexual y la legitimidad


que se ha podido dar, tal como hemos visto en las situaciones de exclusión so-
cial. Otro aspecto sería cómo las identidades que les son asociadas limitan las
posibilidades de acciones y ocupaciones a la vida cotidiana.
Tal como hemos ido viendo, se han ido desarrollando múltiples maneras de
resistir tanto a estas imposiciones como a sus efectos, que han producido un nú-
mero ingente de transformaciones en el plan cotidiano y desde las aportaciones
feministas (Fox-Keller, E. 1991; Durán, M.A., 1996, ...) a los estudios científicos.
En esta línea, hay los trabajos sobre cómo la historia ha dejado de lado ciertos
grupos sociales, entre éstos el de las mujeres, y recuperar experiencias y aporta-
ciones para transformar la misma manera de hacerlo, o denunciar la hetero-
sexualidad como institución que marca lo que es normal en las relaciones
sexuales, el funcionamiento del sistema sexo-género y la desigualdad social de
las mujeres. Es por ello por lo que no se trata sólo de la igualdad en la estructura
social, sino de examinar críticamente las instituciones sociales y, entre ellas, la
de la ciencia.
En este sentido, desde la Psicología social se ha puesto el énfasis, sobre to-
do, en señalar el papel que ha podido tener esta ciencia a la hora de “fabricar”
los roles diferenciados sexualmente y las atribuciones, por tanto, por razón de
sexo, a unas maneras de ser que se supondría que tienen las personas de un
sexo más capaces de hacer según qué cosas que las del otro (Hare-Mustin, R.T.
y Marecek, J., 1994) o sobre la intervención en el estudio de la violencia y la
agresión (Fernandez-Villanueva, 1998). Lógicamente, esta división se puede
aplicar en ambos sentidos; lo que significaría que se supone que una mujer, por
poner un ejemplo, se encargará mejor de la educación primera de la infancia
que un hombre, o que este último será mejor ingeniero o descargará paquetes
con mayor facilidad que una mujer. Esto provocará, por tanto, efectos en lo que
se espera de uno y otro, la autoestima, las expectativas de éxito laboral o triunfo
en determinados aspectos de la vida social.

5. El pensamiento y la identidad institucional

Referente a todo lo que hemos visto hasta ahora, es preciso ir un poco más
lejos y empezar a plantear cuáles son las relaciones más sutiles entre las institu-
© Editorial UOC 173 Capítulo III. Las instituciones sociales...

ciones, el imaginario social y las acciones colectivas, cómo nos afectan las orga-
nizaciones, clasificaciones y actuaciones de las instituciones culturales y cuál es
la forma en que, a la vez que nos influyen, nosotros, con nuestras acciones, tam-
bién influimos sobre ellas. Para plantear estas relaciones de las acciones cotidia-
nas en ambos sentidos, nos referiremos al trabajo que ha llevado a cabo la
investigadora Mary Douglas y que se ha publicado con el título de Cómo piensan
las instituciones, puesto que plantea la cuestión de hasta qué punto depende el
pensamiento de las instituciones, y al trabajo de Cornelius Castoriadis sobre La
institución imaginaria de la sociedad, dado que incluye toda la parte creativa de la
acción humana.

5.1. Instituciones y pensamiento social: justicia, comunidad,


identidad y vida cotidiana

El hecho de aproximarse a la relación entre las instituciones sociales y la


cognición individual resulta difícil, aún más cuando, de hecho, lo que se inten-
ta analizar son los tipos de relaciones de cooperación o solidaridad que se desa-
rrollan entre las mismas, así como las de opresión y dolor. Mary Douglas ya
señala (1986):

“Escribir sobre cooperación y solidaridad significa escribir, al mismo tiempo, sobre


rechazo y desconfianza.”

Douglas, M. (1986). Cómo piensan las instituciones (p. 15). Madrid: Alianza.

Su objetivo consiste en pensar a fondo lo que otros autores habían empezado


a desarrollar bajo la idea de que las instituciones tienen una mente propia y darle
otro tipo de explicación. Se centra en las relaciones entre las instituciones socia-
les, las acciones individuales y las maneras colectivas de clasificar. Su principal
aportación se basa en la idea siguiente: las clasificaciones y categorizaciones con
las que pensamos las cosas y nuestros actos ya nos vienen dadas por la vida so-
cial, puesto que para pensar es preciso ahorrarnos ciertos gastos, de modo que,
al economizar energía cognitiva, existen cosas que se olvidan permanentemen-
te, de tal manera que los valores van vinculados a los instrumentos de medida.
© Editorial UOC 174 Psicología del comportamiento colectivo

En este sentido, estas formas de clasificación constituyen cualquier institución


social, entendiéndola en un sentido amplio como un agrupamiento social legi-
timado (una familia, un juego, una ceremonia), y se naturalizan.
Es decir, una serie de clasificaciones transmitidas a partir de las instituciones
se toman como si fueran cosas o asuntos naturales; se trataría de un tipo de
esclavismo mental. Las etiquetas o clasificaciones, tal como hemos visto, de he-
cho, de maneras diferentes, en relación con el trabajo de Goffman y Foucault,
crean realidades que funcionan, inventan “ficciones” que funcionan como ver-
dades o “inventan a la gente”. Por otro lado, por el mismo hecho de que las per-
sonas construyen colectivamente las instituciones y las clasificaciones, éstas,
por su parte, les ofrecen la posibilidad de identificarse con las mismas, configu-
rando, de este modo, las distintas maneras de pensar sobre el hecho social.

“Las instituciones guían de manera sistemática a la memoria individual y encauzan


nuestra percepción hacia formas que resultan compatibles con las relaciones que ellas
autorizan. Fijan procesos que son esencialmente dinámicos, ocultan sus influencias
y excitan nuestras emociones sobre asuntos normalizados hasta un punto igualmente
normalizado. […] Para nosotros, la esperanza de independencia intelectual radica en
la resistencia, y el primer paso necesario para dicha resistencia consiste en descubrir
cómo se apodera la garra institucional de nuestra mente.”

Douglas, M. (1986). Cómo piensan las instituciones (p. 137). Madrid: Alianza.

Por último, otra idea de considerable importancia es que las instituciones no


sólo se dedican a las rutinas, burocracias y hábitos, sino que también actúan con
eficacia:

“Para mantener su forma, cualquier institución necesita legitimarse mediante una


fundamentación específica en la naturaleza y en la razón; luego facilita a sus miem-
bros un conjunto de analogías con que explorar el mundo y justificar la índole natu-
ral y razonable de las normas instituidas, y así consigue mantener una forma
identificable y perdurable.

A continuación, la institución empieza a controlar la memoria de sus miembros; les


hace olvidar experiencias incompatibles con la rectitud de su imagen y recordar he-
chos que respaldan una visión de las cosas complementaria consigo misma. La insti-
tución les suministra las categorías de pensamiento, fija las condiciones del
autoconocimiento y establece las identidades. Mas todo esto no basta. También debe
afianzar el edificio social sacralizando los principios de la justicia.”

Douglas, M. (1986). Cómo piensan las instituciones (p. 163). Madrid: Alianza.
© Editorial UOC 175 Capítulo III. Las instituciones sociales...

Las instituciones “naturalizan”, hacen que parezca natural, desde la idea del
amor romántico, por poner un ejemplo, como si fuera algo fuera de una cons-
trucción sociocultural temporal y que cumple ciertas funciones sociales o re-
produce el orden, hasta el castigo de ciertos comportamientos.
De hecho, esto explica el tipo de narraciones y discursos que se producen
alrededor y en el interior de las instituciones. Por consiguiente, el lenguaje
constituye un elemento central de las mismas y se genera en las dinámicas re-
lacionales de los grupos y entre estos últimos dentro de las instituciones, de
tal manera que se producen versiones de los hechos que pueden hacer conci-
liar acciones injustas sobre la base de las necesidades institucionales o bien de
las necesidades colectivas que actúan como argumento irrefutable, de orden
no personal, camuflando los intereses particulares, ya sea para seguir la lógica
institucional, para conseguir cuotas de poder o para no romper la normativi-
dad general.
Por ello, desde esta perspectiva, lo que parece más fundamental es cambiar
las instituciones, más que a los individuos, cuando se produzca una situación
grave de conflicto. De hecho, esto ya se hace continuamente, puesto que, tal
como señalábamos al inicio del capítulo, el instituido se transforma en el
instituyente y viceversa.

5.2. Instituciones e imaginario social: reproducción,


transformación y vida cotidiana

Los conceptos de institución y de acción humana van unidos. En este senti-


do, encontramos una de las contribuciones más interesantes en el trabajo de
Cornelius Castoriadis, La institución imaginaria de la sociedad (1975), en el que
critica diferentes teorías, desde la marxista hasta otras empiristas, sobre la base,
esencialmente, de no tener en cuenta la acción humana. En este apartado no
analizaremos estas tesis con detenimiento; no obstante, es preciso que al menos
hagamos una referencia a las mismas, en tanto que suponen una ruptura con la
mayoría de las perspectivas, puesto que incorporan el concepto de creación y
acción humana, a la vez que proyectan su comprensión más allá de las di-
cotomías básicas hombre-sociedad, más allá del determinismo causal.
© Editorial UOC 176 Psicología del comportamiento colectivo

De hecho, Castoriadis no comparte, tal como decíamos al principio del capí-


tulo, una visión de las instituciones como si transmitieran con gran claridad los
signos que las configuran, en el sentido de que las personas los reproducen sin
mucho margen de maniobra. Por el contrario, considera que, de hecho, todo de-
pende de los contextos, y que quedan abiertas sus posibles significaciones. Sin
embargo, su planteamiento no deja de ser curioso en tanto que toma el hecho
social como fruto de la institucionalización porque conforma el imaginario, pe-
ro, a su vez, rescata toda la posibilidad creativa de la acción humana.

5.3. El pensamiento androcéntrico y sexista en las instituciones


de saber y las instituciones totales

No podemos dejar de hacer un comentario, aunque no nos es posible desa-


rrollarlo con detenimiento, de cómo se ha desarrollado un pensamiento socio-
lógico y psicológico sobre la producción del saber en el estudio de las relaciones
sociales y en su propia institucionalización, fuertemente marcado por lo que po-
dríamos considerar dos sesgos o marcas de la diferencia de sexo y género y de
las desigualdades de diferentes tipos que se desprenden de los mismos.
En este sentido, podemos aceptar que gran parte de las bases de las ciencias
sociales en sus estudios más clásicos han asumido una indiferenciación de las
categorías “individuo”, “persona”, etc., así como una supuesta mirada neutra,
asexuada y objetiva sobre el mundo social, que reproduce un orden patriarcal y
androcéntrico.
En este sentido, uno de los efectos se produce sobre un tipo de conocimiento
sexista y otro en relación con las instituciones; suponiendo ambos el olvido o
poco trabajo de las diferencias y desigualdades sexuales y sociales en el interior
de las mismas. De éstas permanecen cuestiones primordiales en la actualidad,
tales como el acoso o el simple efecto de autoridad, fenómenos ejemplares de
las desiguales relaciones sexuales en la institución académica, instituciones ad-
ministrativas y el mismo conocimiento producido sobre éstas. No sólo nos en-
contraríamos con efectos de discriminación sobre el sueldo, el tipo de trabajo o
puesto, sino también con el ejercicio de poder a partir de las diferencias dentro
de las situaciones jerárquicas institucionales. Del mismo modo, en instituciones
© Editorial UOC 177 Capítulo III. Las instituciones sociales...

como la educacional, ya sea en centros como en escuelas o universidades, el tra-


bajo que se está llevando a cabo para incluir la igualdad es, quizá, mucho más
conocido.
En esta misma línea, conviene que tengamos en cuenta el poder normativo
sobre la salud mental, especialmente ejercido sobre las mujeres, así como la gran
cantidad de prejuicios y sesgos generados en torno a su comportamiento, in-
terpretación e intervención correspondiente.

6. La Psicología como productora y reguladora


de subjetividad: el carácter construido de las operaciones
sobre el self

No sé si todavía ahora, después de lo que se ha ido viendo a lo largo de este


capítulo, podría permanecer intocable la idea de que nuestro yo, o los conceptos
de individuo, persona y sujeto, fruto de la modernidad occidental, constituirían
algo autónomo, auténtico, verdadero, genuino y separado de las prácticas insti-
tucionales. Una especie de centro personal y privado que funcionaría como una
entidad que sería el centro integrado de ciertos poderes: consciente, que siente,
piensa, juzga y actúa; nuestro “yo” como realidad primaria, base ontológica de
la que se hace salir el resto, incluyendo aquí a la sociedad y las relaciones socia-
les. Suponemos que nos quedan algunas dudas sobre cómo funciona el control
social y cómo no sólo se muestra a partir de la dominación de sus brazos más
explícitos, sino también a partir de la misma manera que tenemos de pensar so-
bre el mundo y sobre nosotros mismos. Es preciso, quizá, empezar a pensar de
otra manera esta concepción de nosotros mismos en relación con las institucio-
nes sociales que nos rodean. Ya hemos visto que algunas de éstas marcan con
claridad qué está permitido y qué no en una sociedad dada, cómo se actúa y
cómo ello revierte sobre sus miembros, tanto los afectados como los que parti-
cipan de otras maneras y con diferentes roles. Con toda seguridad, será más di-
fícil ver las ciencias como una institución, en especial en su vertiente más
positivista y en lo referente al campo de estudio de los humanos; como una ins-
titución de gran poder, con un rol de regulación social y, al mismo tiempo, con
© Editorial UOC 178 Psicología del comportamiento colectivo

una sutileza que produce la manera de pensar y actuar de las personas o, dicho
de otra manera, que conforma su subjetividad. Es el caso de la Psicología, que
tomaremos como ejemplo a partir de los últimos trabajos que se han llevado a
cabo desde la perspectiva socioconstruccionista y que se basa tanto en ciertas
premisas de los trabajos del interaccionismo simbólico, del enfoque dramatúr-
gico de Goffman y del análisis institucional, como en los de Foucault. En este
sentido, la cuestión central sería la de mostrar cómo se constituyen los indivi-
duos por medio del dominio social; cómo el hecho de que ciertas normas for-
men parte de nuestra visión de sentido común de la realidad hace que seamos
capaces de olvidar que son el resultado de una producción, que se han natura-
lizado como indiscutiblemente biológicas o sociales. Existe una esencial inter-
penetración dialéctica del sujeto y el objeto, en la que ninguno de los dos tiene
una primacía total, hecho que el sociólogo Anthony Giddens denomina duali-
dad estructural, que describe la relación entre la persona y la sociedad: la perso-
na es el producto de la sociedad y actuando también reproduce o transforma
potencialmente la sociedad.

6.1. Los procesos de individualización y disciplinarización


como base del surgimiento, institucionalización y desarrollo
de la Psicología

La mayoría de los trabajos sobre la Psicología como institución parten, tal


como señalábamos con anterioridad, de la manera de abordar las historias de
la producción de conocimiento de Foucault, para reconceptualizarla como un
cuerpo de conocimiento. Este hecho implica recordar su historia desde el reco-
nocimiento de la complejidad y la historicidad de su producción y desarrollo.
Ello provoca que la pareja individuo/sociedad sea vista como efecto de una pro-
ducción específica, más que como un objeto predado de las ciencias humanas.
A partir de aquí se explica muy bien la conexión entre el proceso de individua-
lización y el control social, para construir la concepción prevalente de persona
y así revelar su trasfondo de orden político, razón por la cual es preciso ir atrás
en el tiempo y examinar el contexto en que emerge la ciencia moderna de la
Psicología.
© Editorial UOC 179 Capítulo III. Las instituciones sociales...

Los orígenes de la Psicología moderna se producen en el periodo de los si-


glos XVI y XVII, cuando el orden tradicional de la sociedad cedía el paso al perio-
do moderno, en que el proceso de individualización aparecía, creando el concepto
moderno de individuo y, con éste, un régimen diferente de control de la socie-
dad. Así, la individualización sería un aspecto del poder que, midiendo y calcu-
lando las características individuales, coincide con un discurso creciente sobre la
autonomía individual, enmascarando la realidad y ayudando a fomentar silen-
ciosamente el individualismo.
Partiendo de la idea de que la persona individual, el “sujeto de la Psicología”,
es el propio objeto de la investigación psicológica, la labor de la Psicología con-
sistiría en estudiar al individuo y desarrollar leyes sobre su funcionamiento. Por
tanto, la Psicología ha asumido que este objeto de su investigación es una en-
tidad natural con atributos y que se puede estudiar desde una perspectiva empí-
rica. Varios autores realizan un análisis crítico del familiar –y dado por sabido–
objeto de investigación, la persona individuo (individual), que es el sujeto de la
Psicología. En este sentido, la Psicología ni está avanzando hacia la verdad cien-
tífica ni se encuentra en conspiración con los poderes que oprimen a la gente
corriente; sin embargo, es preciso trazar las condiciones históricas que han po-
sibilitado su reconocimiento. En síntesis, se precisa examinar el cómo y el por
qué la Psicología ha llegado a ser lo que es. El discurso psicológico se inscribiría
en una red de prácticas que produce “sujetos” en los múltiples lugares de su
constitución, tales como la escuela, la familia, el hospital, etc. Ésta es la relación
fundamental entre el saber, las instituciones, la burocracia y el control de lo so-
cial, con su doble vertiente productiva y regulativa. Un ejemplo serían las téc-
nicas de medida mental, como los tests psicológicos, registros, y otras que
emergen y se desarrollan como fundamento de las prácticas que administran y
regulan a los individuos, lo que daría lugar a una nueva tecnología social.
Estas prácticas forman una tecnología social:

“La anotación rutinaria y la acumulación de detalles personales e historias de gran


número de los internos identifica a cada individuo por medio de la construcción de
un dossier consistente en aquellos rasgos de su (de él o ella) vida, que están de acuer-
do con la institución y sus objetivos.”

Rose, N. (1989). Gouverning the soul. The shapping of the private self (p. 126). Londres:
Routledge.
© Editorial UOC 180 Psicología del comportamiento colectivo

“[…] un tercer sentido en el que estos conocimientos se pueden considerar como


constitutivos, puesto que no sólo están confinados dentro de los tratados teóricos, sino
que también organizan prácticas de diferenciación e individualización, prácticas para
el gobierno de los ciudadanos como individuos. Estos conocimientos han supuesto una
transformación de nuestra existencia como sujetos y han estado muy relacionados con
la constitución del individuo humano, él mismo. La persona es producida como un in-
dividuo conocible en un proceso en que las propiedades de un régimen disciplinario,
sus normas y valores, han emergido con atributos de las mismas personas y, al mismo
tiempo, se han convertido en ellos.”

Rose, N. (1989). Gouverning the soul. The shapping of the private self (p. 124). Londres:
Routledge.

Para su operación, estas prácticas requieren nuevas formas de codificar la


individualidad humana y comportan la invención de instrumentos que hagan
a los seres humanos capaces de ser individualizados, diferenciados, unos de
otros, en términos de esta individualidad, con la cotidiana operación de la do-
cumentación burocrática.

6.2. La Psicología productiva al constituir la subjetividad


y la intersubjetividad como posibles objetos de dirección racional

En Occidente, los programas para gobernar las crecientes áreas de vida


económica y social para conseguir los objetivos deseados necesitaban forjar un
nuevo número de instrumentos y nuevos vocabularios si querían operar. Para el
gobierno de una población, familia o, incluso, uno mismo, es necesario tener
una manera de representar el campo que precisa ser gobernado: sus límites, ca-
racterísticas, aspectos clave o procesos, objetivos y otros, y vincularlo todo jun-
to, de alguna manera más o menos sistemática. Por tanto, se presenta como
necesidad el conceptualizar una serie de procesos.
Así, estos lenguajes no sólo legitimarían el poder o mistificarían la domina-
ción, sino que también, en la actualidad, constituyen nuevos sectores de la rea-
lidad y hacen practicables nuevos aspectos de la existencia. Si, por ejemplo,
decimos de alguna persona que tiene un “trauma”, que está “acomplejado” o
“histérico”, de hecho catalogamos lo que se ha fragmentado de la experiencia
© Editorial UOC 181 Capítulo III. Las instituciones sociales...

humana o el comportamiento, utilizando un lenguaje que proviene de la Psi-


quiatría o la Psicología5.
Se pone en evidencia la importancia de la Psicología moderna en la produc-
ción de algunos aparatos de regulación social que afectan a la vida diaria de to-
dos nosotros, no en el sentido de que la Psicología haya sido una fuerza
monolítica de opresión y distorsión que encadene a los individuos, sino más
bien en el sentido de que la Psicología, insertada en las prácticas sociales moder-
nas, ha ayudado a constituir la verdadera forma de la individualidad moderna.
Constituye subjetividades como objetos, a partir de producir explicaciones o
bien identificando problemas. Es de este modo como la Psicología contribuye a
posiciones políticas específicas.
Esta forma de “gobierno” consistiría en una combinación de la racionalidad
política y la tecnología social. Gobierno según Foucault, presupone las maneras
de pensar sobre la población, maneras de hacerla objeto del discurso y del cálculo
político. Abre un espacio en el que las ciencias psicológicas desarrollan un rol
clave, dado que están intrínsecamente vinculadas a los programas sociopolíti-
cos, los cuales, para gobernar a los sujetos, se han dado cuenta de que necesitan
conocerlos.
El gobierno depende, por un lado, del conocimiento, de la articulación de los
lenguajes para describir el objeto de gobernación y, por otro, de la invención de
estratagemas para inscribirlo. En las fábricas, las escuelas y el hospital, las per-
sonas se reúnen juntas, en masa; sin embargo, por este hecho real, se pueden
observar como entidades tanto similares como diferentes unas de otras.
Estas instituciones establecen un régimen de visibilidad sobre las prácticas de
individualización en que el observado es distribuido dentro de un único plan
común de visión:

“Cada vez más, en nuestro propio siglo la Psicología ha participado en el desarrollo


de las prácticas reguladoras que operan no abatiendo la subjetividad, sino producién-
dola, compartiéndola, modelándola, buscando construir ciudadanos comprometidos
con una identidad personal, una responsabilidad moral y una solidaridad social.”

Rose, N. (1989). Gouverning the soul. The shapping of the private self (p. 130). Londres:
Routledge.

5. El trabajo del psicólogo social K. Gergen ilustra bien estos procesos llevando a cabo un análisis a
lo largo del tiempo.
© Editorial UOC 182 Psicología del comportamiento colectivo

Estas instituciones operan de acuerdo con una regulación del detalle. Esta úl-
tima y la evaluación de la conducta establecen una reja de codificación de los
atributos personales. Actúan como normas, capacitando las previsiblemente
aleatorias e impredecibles complejidades de la conducta humana, para codifi-
carlas desde un punto de vista conceptual y conocerlas en términos de juicios
como el de conformidad o el de desviación de estas normas.

6.3. La psicología como ciencia que participa


en la institucionalización de la democracia: la dirección
del orden social, autoritarismo y emancipación

Si la Psicología, tal como hemos visto, participa creando y confiriendo signifi-


cado y valor a términos para referirse a los humanos y sus capacidades, perso-
nalidades, reacciones, comportamientos, etc., es decir, constituyendo el campo
de la subjetividad en sí misma como un posible objeto del gobierno racional, ello
significa que podemos ir más allá en esta explicación y pasa a ser posible conce-
bir los objetivos deseados: autoridad, tranquilidad, salud/bienestar, felicidad y
eficiencia social, alcanzables por medio del gobierno sistemático de la subjetivi-
dad. Esto hace que se construyan argumentativamente como dependientes de la
producción y utilización de las capacidades y propensiones mentales de los ciu-
dadanos individuales. Por poner un ejemplo, cuando se presenta la idea de tran-
quilidad a partir de imágenes que nos hacen pensar en la publicidad, en artículos
científicos u otros sobre la armonía, la no excitación para el bien psíquico perso-
nal o como base de las relaciones, se transmiten de hecho objetivos sociales: con-
trol, tranquilidad, centrarse en lo individual y dedicarse a uno mismo, etc.
Castel (1980), afirma que tanto la Psiquiatría como la mayoría de las prácti-
cas terapéuticas mantienen sobre ellas mismas un discurso autojustificador que
tiende a reducir la totalidad de sus funciones y de sus efectos a la finalidad ex-
plícita y “noble” en que se reconocen: su vocación terapéutica.
En concreto, los psicólogos sociales han participado en este proceso de
individualización proporcionando toda una serie de cualidades personales in-
ternas, actitudes, creencias, motivaciones, tipologías personales, personas
cognitivamente simples o complejas, etc., que, asimismo, constituyen las rea-
lidades de la vida cotidiana.
© Editorial UOC 183 Capítulo III. Las instituciones sociales...

Lo que se pone en evidencia es que las ciencias psicológicas funcionan como


dispositivos que permiten producir y gobernar la subjetividad constitutiva de
los sujetos libres que producen y necesitan las democracias (Ibáñez, 1990). Es
decir, que permiten equiparlo con los sentimientos, motivaciones, deseos, iden-
tidades, representaciones y valores que lo convierten en un sujeto gobernable
sobre la base y en nombre de su libertad. Para ello es preciso ordenar y norma-
lizar el campo de las relaciones sociales, tanto sobre el plan de las relaciones in-
terindividuales como en el de las intragrupales. En síntesis, para este orden
social se precisa que el dominio de estas relaciones por parte de los mismos
agentes sociales permita reducir al mínimo la intervención coercitiva de las ins-
tancias encargadas de gobernar la sociedad. Así, a la Psicología le corresponde
producir el conocimiento y procurar el vocabulario que permitan dirigir las re-
laciones sociales de manera no coercitiva; es decir, haciendo creer al sujeto que
posee el dominio.
Esta asociación entre ambiciones de gubernamentar, demandas organizacio-
nales, conocimiento científico, expertos profesionales y aspiraciones indivi-
duales es fundamental en la organización política de las democracias liberales.
Constituiría el hecho de actuar a distancia, por parte de las autoridades políti-
cas, sobre las aspiraciones de los individuos, familias y organizaciones. Esto es
posible por la diseminación de vocabularios para entender la vida y las acciones
de la persona, vocabularios que son autorizados, puesto que parece que proven-
gan de los discursos racionales de la ciencia. Es decir, menos cuestionables, par-
tiendo del hecho de que se supone que son verdaderos, en comparación con los
valores (que parecen más arbitrarios) de la política. Dependen de la acreditación
de los expertos, que tienen poder para prescribir vías de actuación a la luz de la
verdad, y como si no fueran intereses políticos. Operan no por coacción, sino
por persuasión (Rose, 1989).

6.4. Aspectos socioconstruidos de las operaciones que llevamos


a cabo sobre nuestro propio yo: instituciones, self, regulación
social y resistencia

Otro aspecto íntimamente vinculado al anterior es el de las transformaciones


que podemos hacer nosotros mismos por medio de la evocación de la auto-
© Editorial UOC 184 Psicología del comportamiento colectivo

conciencia y el deseo de realizar rectificaciones para conseguir unos objetivos


determinados, que nos parecen privados y personales, cuando, en realidad, a
menudo coinciden con la búsqueda de un beneficio social en el cumplimiento
personal. Es decir, nuestra búsqueda de la propia identidad, que está constituida
por las formas de identificación y prácticas de individualización por las que es-
tamos gobernados y con las que nos proveen de las categorías y objetivos con
los que nos gobernamos a nosotros mismos.
Ésta constituye una transformación del individuo, no por medio de la incul-
cación de los hábitos de obediencia, sino de la evocación de la autoconciencia
y del deseo de hacer rectificaciones.
Estos instrumentos no sólo buscan dominar la subjetividad, sino también
producir individuos que se atribuyan un cierto tipo de subjetividad y que se eva-
lúen y se reformen ellos mismos de acuerdo con sus normas: serían las tecnolo-
gías del yo que plantea Foucault.
La idea principal sería que, por medio del pronunciamiento de expertos, tan-
to a partir de la letra impresa como de los medios de comunicación, tales como
televisión, radio, etc., se teje la fabricación de nuestra experiencia de cada día,
nuestras aspiraciones e insatisfacciones. Con la aproximación a estas tecnolo-
gías del self, estamos gobernados por nuestro compromiso activo en la búsqueda
de una forma de existencia que, a su vez, es cumplimiento personal y beneficio
social.
Con las aportaciones de Foucault (1976), Rose (1990) e Ibáñez (1990a,
1990b), tendríamos que, con las actuales racionalidades políticas y tecnológicas
de gobierno, los sujetos están obligados a ser libres, a buscar la felicidad y la
autorrealización. El ciudadano no está dominado o reprimido por el poder, sino
sometido, educado y solicitado dentro de una silenciosa y flexible alianza entre
interpretaciones personales, ambiciones y maneras de vivir valoradas institucio-
nal o socialmente.
De este modo, los lenguajes y las técnicas de la Psicología proporcionan
vínculos vitales entre el gobierno contemporáneo y las tecnologías éticas por
medio de las cuales los individuos modernos gobiernan sus vidas.
En el complejo de poderes sobre la subjetividad, lo social se ha inscrito en el
verdadero interior de nuestra alma. Estamos gobernados, como subraya Rose
(1989), por la delicada y minuciosa infiltración de los sueños de autoridad y de
© Editorial UOC 185 Capítulo III. Las instituciones sociales...

entusiasmos de expertos en nuestras realidades, nuestros deseos y nuestras vi-


siones de libertad.
Un trabajo que ejemplifica lo anteriormente tratado es el de Kitzinger
(1989), que explica cómo los textos liberales despatologizan el lesbianismo,
presentándolo como una preferencia sexual normal, natural y saludable o una
elección de estilo de vida y que es ampliamente aplaudido en el movimiento
gay. En realidad, es la aplicación selectiva de aspectos de la construcción liberal
humanística dominante. Así, mientras sirve a los propósitos del lesbianismo,
asegurándole una relativa aceptabilidad social, sirve, a su vez, a los propósitos
del orden dominante, reforzando y validando su moral retórica. De esta mane-
ra, las explicaciones liberal-humanísticas del lesbianismo que apelan a las nor-
mas y valores occidentales ampliamente aceptados (la centralidad del amor
romántico, la importancia de la felicidad personal, etc.) sirven, por tanto,
irónicamente, para apoyar estas ideologías y estructuras sociales socavadas por
la realidad lesbiana. Estas identidades son alentadas y promovidas activamente
por la ciencia social, mientras que las identidades que implican un reto (por
ejemplo, el feminismo lesbiano-político) son desacreditadas y suprimidas.
Aplicando la retórica del “amor verdadero”, presentan el hecho de enamorarse
como el producto de motivaciones, necesidades y pasiones innatas, indepen-
dientes del control social.
El efecto de esta ideología es privatizar el amor sexual-romántico como una
especie de opio de las masas, que, de hecho, participa en la defensa de valores
aún más importantes para el sistema que los que, en un primer momento, se
puede imaginar. En resumen, lo que plantea esta autora en su trabajo es que la
ideología de la felicidad verdadera y la autorrealización, que deviene social-
mente sedimentada durante la década 1965-1975, y que está muy representada
en la amplia selección de los textos de la psicología estadounidense de esta era,
ha adquirido un poder socialmente persuasivo considerable, como una justi-
ficación para el resto de las conductas cuestionables, dado que la explicación de
la autorrealización y la paz interna sirven de apoyo de un aspecto fundamental
de la ideología dominante: el foco en un cambio personal como sustituto del
cambio político. De este modo, este interés por conseguir la paz interior que
propugna esta sociedad constituiría más una meta conformista que revolucio-
naria, haciendo pasar por aceptables situaciones que sólo rompen la norma en
apariencia. No se trata de no reconocer la centralidad de la felicidad personal y
© Editorial UOC 186 Psicología del comportamiento colectivo

el amor romántico como principios que guían la acción; sin embargo, es preciso
cuestionar las implicaciones morales y políticas de dar prioridad a estos objeti-
vos individualistas. Allí donde hay una explicación liberal sobre “el amor ver-
dadero”, la explicación de Kitzinger examina el papel del amor romántico, la
pareja y la monogamia en relación con la opresión de la mujer.
Resumiendo, las instituciones sociales y las dinámicas que generan tienen
una íntima relación con el pensamiento, tanto porque conforman su pensa-
miento activa y productivamente, como porque facilitan su aceptación sobre la
base de que parecen fenómenos naturales y razonables dentro de la lógica que
se establece. Por otro lado, esta relación con el pensamiento hace que puedan
dirigir las acciones hacia lo que permite su supervivencia y que se puedan legi-
timar, dado que fabrican estas últimas desde la memoria hasta las identidades
que son necesarias.
Cualquier sociedad construye y legitima ciertos tipos de permisividades y
prohibiciones, determinados valores y maneras de ser que transmite confor-
mando el imaginario social y que tienen que ver con la idea de control social,
entendida en un sentido amplio. Sin embargo, no se puede pensar su control
social sin su vínculo con la libertad, la resistencia y la transformación social.
Reconocer el papel de la Psicología como ciencia de la modernidad y como
institución social del conocimiento sobre las personas implica reconocer su par-
ticipación en la regulación social. Esto no sólo se entiende en el sentido de que
la Psicología oprima y limite a los individuos, sino más bien entendiendo la Psi-
cología como productiva, puesto que crea vocabulario para explicar la experien-
cia personal y configura nuevos sectores de la realidad, constituyendo
subjetividades, a la vez que no queda exenta de una acción política, al participar
en la regulación social o desarrollar unos efectos autoritarios vinculados al or-
den social dominante. Definir qué es normal y qué es patológico ha constituido
un ejercicio de poder, definiendo, a su vez, quién es capaz de identificarlo y a
partir de qué medios. Su poder parte, especialmente, de la acción conjunta entre
gobierno y saber, y del hecho de dotarse de un discurso que se presenta como
verdadero.
Las instituciones sociales son cambiantes, así como los hombres y las muje-
res. A partir de la constante actividad social, tanto las formas de regulación
como las de resistencia transforman sus maneras de operar. La ordenación y
distribución de los tiempos y actividades se complican cada vez más con el sis-
© Editorial UOC 187 Capítulo III. Las instituciones sociales...

tema del neoliberalismo y las sociedades informatizadas. El control social actual


pasa por nuevas formas de subjetividad que aseguren sus valores y necesidades
más básicas. Pero a su vez, las posibilidades de transgresión y resistencia coexis-
ten con estos mecanismos.
© Editorial UOC 189 Capítulo IV. La memoria social...

Capítulo IV

La memoria social como construcción colectiva.


Compartiendo y engendrando significados y acciones
Félix Vázquez Sixto
Juan Muñoz Justicia

Introducción

“Memoria social” y/o “memoria colectiva” son nociones que utilizamos con
asiduidad, o que escuchamos o leemos en los medios de comunicación. En prin-
cipio y a simple vista, ninguna de estas nociones parece implicar mayores difi-
cultades en cuanto a su sentido. Sin embargo, si reflexionamos un poco sobre
ellas, podremos comprobar que este paralelismo no resulta tan obvio.
Utilizar el rótulo memoria social no parece suponer demasiados problemas. Se
podría pensar que es la memoria que una persona conserva sobre hechos y
acontecimientos de su sociedad. Aunque a lo largo del capítulo podrá verse que
esta noción es bastante más compleja. Por el momento, lo que nos interesa se-
ñalar es que el énfasis del recuerdo recae en el individuo; quizá, nada que en
principio llame la atención.
Sin embargo, fijémonos ahora en la etiqueta memoria colectiva. Posiblemente,
hay algo que, en este instante, ya no nos pasa desapercibido: ¿una colectividad
que recuerda? ¿Cómo puede un proceso psicológico o mental vincularse a un
proceso plural y heterogéneo? A diferencia de la noción de memoria social, la
de memoria colectiva no remite de manera tan directa y automática a una per-
sona que recuerda. Parecería que estuviéramos utilizando una idea contradicto-
ria, o que manejásemos una paradoja.
La razón de nuestra sorpresa ante la noción de memoria colectiva se explica,
en buena medida, por lo que está inadvertido en la noción de memoria social,
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puesto que estamos acostumbrados y acostumbradas a considerar la memoria


como una función psicológica o mental y, por consiguiente, genuinamente in-
dividual.
Sin embargo, antes de extraer una conclusión demasiado rápida, es conve-
niente detenerse a pensar si, en efecto, considerar que la memoria es algo incon-
trovertiblemente individual es la única forma de conceptualizarla. Incluso sería
preciso recapacitar respecto a cómo hemos llegado a establecer que es así. Y, por
supuesto, también es conveniente pensar si pueden existir planteamientos al-
ternativos que consideren la memoria, no como una capacidad individual, sino
como un proceso social.
Es la reflexión sobre éstas y otras cuestiones lo que nos proponemos en este
capítulo. Para ello realizaremos un triple recorrido. En primer lugar, analizare-
mos qué asunciones y prácticas permiten sostener la concepción individual de
la memoria y qué consecuencias se derivan de ello. Nos serviremos para realizar
este recorrido de la deconstrucción de la mencionada concepción, lo que nos
ayudará a poner de manifiesto sus premisas implícitas y las consecuencias que
se derivan de las mismas. Mostraremos cómo esta noción constituye un produc-
to histórico y uno de los múltiples enfoques posibles para definir la memoria,
pero no el único ni, probablemente por las dificultades que señalaremos, el más
adecuado.
En segundo lugar, haremos un recorrido por algunas de las aportaciones de
diferentes autores que, en los albores del siglo XX, elaboraron propuestas y re-
flexiones alternativas sobre la manera de entender y estudiar la memoria, y que
supusieron, y todavía hoy suponen, una ruptura y una trasgresión de las ideas
dominantes. Veremos como sus propuestas conciben la memoria como proceso
y producto social, destacando su carácter comunicativo y el papel indispensable
del contexto histórico, social y cultural para construirla, mantenerla y hacerla
circular.
Y, por último, entroncando con estas aportaciones, veremos cuáles son los
fundamentos y desarrollos del estudio y comprensión de la memoria social desde
la Psicología social crítica. En este tramo final del recorrido planteado, exami-
naremos cómo en el estudio de la memoria se destaca su carácter argumentativo
y retórico, vinculado a los contextos comunicativos y a las producciones discur-
sivas vigentes en la sociedad, poniendo de manifiesto su carácter de producción
de presente y su papel de vínculo relacional.
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Para vehicular las propuestas y consideraciones precedentes, hemos conce-


bido este capítulo no sólo como una mera exposición de contenidos. Preten-
demos que sus páginas aparezcan atravesadas de diferentes fenómenos y
procesos psicosociales a fin de revisarlos a través de la práctica de una activi-
dad reflexiva y crítica. Asimismo, ha sido nuestra intención enfatizar y trasla-
dar la importancia que tiene asumir la relevancia de la dimensión histórica y
simbólica para la construcción de los fenómenos y procesos sociales. Del mis-
mo modo, a lo largo de todo el capítulo se defiende la pertinencia de analizar
la memoria, no como una capacidad o proceso mental individual, sino consi-
derarla como una acción social. En este sentido, se acentúa la importancia de
reconocer la relevancia de los contextos de relación en la creación, man-
tenimiento y transformaciones de la memoria social. Por fin, pretendemos
que con la lectura del capítulo se pueda comprender la trascendencia de la
construcción conjunta de significados en el mantenimiento y transformacio-
nes de la memoria social.
Para finalizar esta introducción y entrar de lleno en el capítulo, podríamos
empezar con una propuesta de reflexión:

Solemos pensar que la memoria es una facultad individual. Habitualmente, conside-


ramos, asimismo, que la memoria es falible pero, sin embargo, exigimos a los demás
y nos exigimos a nosotros mismos recordar con exactitud. No obstante, es evidente
que no recordamos porque sí, sino que tenemos razones para recordar, y hacemos
memoria en contextos específicos (históricos, sociales, económicos y políticos) que
nos exigen determinadas maneras de recordar y elaborar los recuerdos. Brevemente,
recuerdan personas concretas que tienen razones para recordar y lo hacen en contex-
tos específicos.

Sin embargo, esto no es todo; las personas individualmente, pero básicamente por su
pertenencia a grupos, luchan por defender una memoria que, lógicamente, significa
el abandono de otras. A su vez, organizaciones, instituciones, medios de comunica-
ción y otros agentes colectivos también intentan instaurar sus memorias y anular
otras.

¿Cómo podemos congeniar todos estos aspectos con una concepción de la memoria
como capacidad individual? ¿Es posible mediante una única referencia a un proceso
mental explicar qué es, cómo se organiza, cuál es su significado en las relaciones y
qué papel cumple en la sociedad?
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1. Las dimensiones psicosociales de la memoria

“Recuerdo que…”, “mi memoria es…”, “la memoria es frágil”, “conviene que
recordemos…”, “debemos luchar contra el olvido…”, “no lo olvidaré nunca”.
Utilizamos estas expresiones y otras en nuestras conversaciones cotidianas; sin
embargo, a menudo también hablamos sobre qué es recordar bien o mal, qué
significa tener buena o mala memoria… y, en general, no nos encontramos con
demasiados problemas. Entendemos a los demás cuando nos dicen que recuer-
dan, o que han olvidado, nos fiamos de su palabra cuando nos relatan sus re-
cuerdos, aunque a veces discutimos lo que nos cuentan y ponemos en tela de
juicio la verosimilitud de sus recuerdos, la confianza que nos merece su memo-
ria o, directa y destempladamente, les decimos que lo que recuerdan no puede
haber ocurrido. Todo parece bastante rutinario cuando hablamos o utilizamos
como referentes en nuestras relaciones cotidianas “procesos psicológicos”. No
obstante, si prestamos un poco de atención, todo esto que nos parece rutinario
y convencional deja de serlo y se convierte en un asunto problemático. Todo
depende del enfoque. Esto es lo que intentaremos ver a lo largo de los siguientes
apartados.

1.1. Desconstruyendo una noción a partir de su formulación

¿Es la memoria una actividad inherentemente social o es una capacidad indi-


vidual? Esta pregunta, tan simple en apariencia, vertebra la controversia en los
estudios de memoria social, determinando su investigación y su comprensión.
En este apartado estudiaremos algunas de las implicaciones que comporta la
ilusoriamente sencilla operación de definir la memoria y realizaremos una pri-
mera aproximación a la relevancia que los factores sociales suponen para su in-
vestigación, explicación e interpretación.
La noción más frecuente entre los psicólogos y psicólogas de la memoria y
que, curiosamente, suele coincidir con la acepción que le conferimos en mu-
chos contextos de nuestra vida cotidiana, es la que la define como la capacidad
de almacenar y recuperar información. Quizá por el hecho de constituir una de las
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acepciones que utilizamos con frecuencia, nos pasan desapercibidas algunas


premisas implícitas en esta noción y, todavía un aspecto que resulta aún más
importante, no tenemos en cuenta algunas consecuencias que imponen estas
premisas en la concepción y el estudio de la memoria.
Una exploración superficial nos permite identificar, como mínimo, tres pre-
misas implícitas en las que se sostiene la noción que hemos mencionado:

1) La primera se desprende de la consideración de la memoria como una ca-


pacidad o, lo que es lo mismo, su asunción como una facultad de carácter in-
dividual. Es decir, como una propiedad que está contenida dentro de los límites
de nuestra cabeza y que constituye una cualidad que posee cada persona para
poder realizar algo.
2) La segunda se desliza en el énfasis depositado en las funciones atribuidas
a dicha capacidad: el almacenamiento y la recuperación. Es decir, la asunción
de que los conocimientos que poseemos están estructurados y organizados, los
procesamos y disponemos de medios para acceder a ellos, conservarlos, loca-
lizarlos, reconocerlos y, evidentemente, el papel que juega el olvido en este
proceso.
3) La tercera premisa sostiene que esa capacidad que despliega cada persona
individualmente sirve a una finalidad: recoger nueva información o perfeccio-
nar la que se posee mediante una serie de operaciones.

Examinemos un instante estas premisas. La primera pregunta que parece


pertinente plantearse es cuáles son los fundamentos que permiten considerarlas
como enunciados indiscutibles y construir a partir de ellos nuestra concepción
de la memoria. O, planteado de otra manera, ¿podríamos utilizar premisas dife-
rentes, formando con ellas una noción diferente? O, por el contrario, ¿es
imprescindible que asumamos las premisas mencionadas como única demarca-
ción posible de lo que es la memoria?
La segunda pregunta está dirigida a entender cuál es el fundamento que per-
mite justificar que lo que definimos como memoria (apoyándonos en las fun-
ciones de almacenamiento y recuperación) es, en efecto, la memoria y no otra
facultad. O formulada de otra manera, la noción de memoria, ¿es algo que nos
viene dado o, por el contrario, somos las personas quienes la definimos y di-
ferenciamos de los sueños, de la imaginación, etc.?
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La tercera pregunta se refiere al carácter individual de la memoria. Si la


memoria es una facultad que se encuentra dentro de la cabeza de las personas,
¿cómo podemos acceder a ella? Y, ¿cómo podemos determinar que los conoci-
mientos están organizados, clasificados, localizados y resolver que podemos re-
conocerlos?
Y una última pregunta, aunque no se agote aquí la interrogación: ¿por qué
el énfasis de la noción de memoria se deposita en el almacenamiento y la recu-
peración y no en las acciones que permite realizar la simple apelación al recuer-
do, el sencillo recurso de apoyarnos en un enunciado? O lo que es lo mismo,
¿por qué no se estudia la memoria por los significados que permite articular y
por el papel que ejerce en las relaciones sociales?
Como se puede observar, son muchos los interrogantes que, con un análisis
sucinto de las premisas implícitas en la noción de memoria, pueden exponer-
se. Quizá ahora todo ello resulte oscuro y complicado. Lo cierto es que aquello
que cuestiona lo que damos por sabido y evidente suele serlo. Sin embargo,
puede descubrirse todo más claro si exploramos algunas de las consecuencias
que se desprenden directamente de las premisas implícitas en la definición.

1.2. De los postulados a las consecuencias

Adoptar una noción o una definición nos obliga, para poder ser congruentes
con sus supuestos o premisas, a operar de un modo determinado y así mantener
su sentido, evitando que se convierta en prescindible o innecesaria. Es decir,
adoptar una determinada noción, sea cual fuere, tiene consecuencias: prescribe
determinadas operaciones. Veamos algunas de las que se derivan de la noción
de memoria que estamos analizando.

1.2.1. Sobre el carácter individual de la memoria

Si la memoria es una capacidad individual, ineludiblemente nos vemos obli-


gados a estudiar cómo es y cómo funciona el recuerdo de cada persona. Debe-
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mos acceder a su mente tratando de examinar datos puros y no mediatizados


por ninguna marca de subjetividad y, sin duda, que no interfiera nada de lo que
se considera ajeno a un “proceso puramente psicológico”.
Este objetivo acaba determinando lo que podemos estudiar, que suele ser lo
siguiente: cómo se almacena y se recupera la información, la rapidez de asimi-
lación y la pérdida de información, la cantidad de información que puede al-
macenarse y el tiempo de retención, cómo funciona el olvido, etc.
Evidentemente, no se trata de minimizar la importancia que pueden tener
estos aspectos, pero sí que parece imprescindible examinar si son los más defi-
nitorios para entender qué es la memoria y cómo la utilizamos en nuestra vida
cotidiana. Asimismo, conviene reflexionar sobre qué se entiende por un “pro-
ceso puramente psicológico”. Ciertamente, cada vez más estudios, todavía
partiendo de la premisa individualista, consideran indispensable tomar en
consideración los factores sociales como contexto o como facilitadores o inhi-
bidores del recuerdo individual. ¿Significa esto introducir las dimensiones psi-
cosociales de la memoria?

1.2.2. Sobre el tipo de información almacenada

Si la memoria constituye la capacidad de almacenar y recuperar información,


parece pertinente preguntarse qué incluimos en este concepto: las experiencias,
el bagaje de nuestra socialización, los conocimientos adquiridos en nuestra for-
mación, lo que hemos oído o visto, las conversaciones en que hemos participa-
do, los objetos, los espacios, los afectos, las informaciones, la identidad, el
significado de palabras, nuestro idioma... la lista es interminable y, en realidad,
la memoria lo incluye todo. Sin embargo, con esta inclusión global, la Psicolo-
gía de la memoria establece distinciones.
Se acostumbran a identificar diferentes sistemas y subsistemas de memo-
ria. Habitualmente se reconocen tres sistemas principales que incorporan dis-
tintos tipos de información y que interactúan entre sí: la memoria a largo
plazo, la memoria a corto plazo y la memoria sensorial. El criterio adoptado
para establecer esta taxonomía es doble: el tiempo de retención y los conte-
nidos. Así, considerando el tiempo de retención, la memoria a largo plazo se re-
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fiere a la información almacenada el tiempo suficiente para resultar accesible


durante un periodo superior a algunos segundos. Tomando como criterio los
contenidos, la memoria a largo plazo se parece a la concepción cotidiana que
manejamos de la memoria y se suele dividir en memoria episódica (recuerdo
de acontecimientos concretos, p. ej., haber tomado el autobús por la mañana)
y la memoria semántica (conocimientos sobre el mundo: significados de pala-
bras, la capital de Alemania o la receta del pan). La memoria a corto plazo es
de capacidad limitada y funciona como almacén temporal de la información
que es esencial para tareas (p. ej., calcular, recordar un número de teléfono
mientras se marca). Finalmente, la memoria sensorial se suele subdividir en
visual, auditiva y sináptica. Podemos interrogarnos sobre estos criterios.

¿Puede interpretarse el tiempo de retención abstrayéndolo de las prácticas y contex-


tos sociales? ¿El tiempo de retención es para los seres humanos simple duración o es
un tiempo significativo relacionado con los contextos de relación? ¿Cuál es el funda-
mento intrínseco que permite decidir si un contenido pertenece a un sistema u otro
de memoria? ¿Quién decide tal asignación?

Aunque la distinción entre sistemas pueda ser operativa para establecer


una taxonomía y, asimismo, enfocar el estudio de la memoria, se trata de
una premisa que repercute sobre su examen, por lo que difícilmente se podrá
sostener como una característica intrínseca de la memoria.
Como veremos en el subapartado “Sobre fedatarios/fedatarias de la reali-
dad y ‘exteriorización’ de la memoria”, siempre es un agente el que decide
qué sistema o subsistema se analiza en cada momento, y lo que en un prin-
cipio podría ser una simple convención entre estudiosos y estudiosas, se aca-
ba convirtiendo en la memoria misma. Si lo planteamos en términos todavía
más concretos, deberíamos preguntarnos si las personas, cuando recorda-
mos, somos capaces de distinguir con nitidez aquello que se refiere a expe-
riencias, a aprendizajes, o si el tiempo de retención constituye en nuestra
cotidianidad un aspecto esencial relacionado con el significado que conferi-
mos a la información o es más bien el contexto y las relaciones en que la
“clasificación de la información” y el “tiempo de retención” adquieren su
importancia.
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1.2.3. Sobre fedatarios/fedatarias de la realidad


y “exteriorización” de la memoria

La calidad y la cantidad de la información o, lo que es lo mismo, la exactitud


en la recuperación de información, constituyen uno de los fundamentos que
sostienen la memoria como capacidad y que vertebran su estudio. De nuevo nos
encontramos con diferentes problemas.
El primero está relacionado con quién es el agente depositario de la informa-
ción auténtica que pueda dar fe de que nuestro almacenamiento y recuperación
de información son correctos. Es decir, ¿cómo se puede saber si alguien recuerda
bien o mal? ¿Cómo se puede averiguar si la información evocada es completa o
es parcial? ¿Cómo se puede establecer si contiene errores o distorsiones? ¿Cómo
se puede identificar si hay confusiones o si es fiel a la realidad?
Evidentemente, una persona puede erigirse como agente y establecer, a priori,
qué versión de un acontecimiento es la exacta o decidir qué material debe me-
morizarse literalmente. Este agente es el experimentador o analista; una persona
ajena a quien recuerda. Es la imposición de su criterio lo que decide las respues-
tas y las preguntas que acabamos de señalar; él/ella será el fedatario/fedataria de
la versión auténtica e incuestionable. Sin embargo, para poder actuar así deberá
recurrir a un criterio de autenticidad que sea incontrovertible; es decir, a una au-
tentificación externa para establecer la adecuación o corrección de un proceso
interno1.
El segundo problema se relaciona con la premisa individualista. Ésta nos
dice que es cada persona quien custodia privadamente la información y quien
debe recuperarla. Esto significa que la información debe ser “sacada al exte-
rior” y, para ello, para “exteriorizar” los recuerdos, necesitamos recurrir al len-
guaje.

1. Podemos memorizar un texto y, evidentemente, reproducirlo literalmente. Sin embargo, esta


manera de actuar suele ser bastante excepcional en los contextos cotidianos. Consideremos qué
ocurre cuando dos personas que han vivido una misma experiencia discrepan en sus recuerdos.
¿Qué hacen? ¿Pueden recurrir a una versión auténtica del pasado? ¿Quién se la proporcionará? En
el caso de que exista alguien que lo haga, ¿no podría convertirse en un tercero en discordia? En el
caso de aceptar esta tercera versión, ¿no la admitirían porque ponen su confianza en un mediador?
¿Lo harían porque esta persona presenta una mejor versión de lo que ocurrió? Si se presta aten-
ción, puede observarse cómo en estas preguntas siempre está presente una referencia a criterios
sociales.
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El lenguaje, como ya sabemos, no está constituido por simples combinacio-


nes de palabras que representan un objeto ni es una simple repetición, sino que
su utilización se adecua a los diferentes contextos de uso para producir signifi-
cados de todo aquello que es objeto de intercambio humano. No hablamos
siempre de un mismo episodio del pasado de la misma forma: ni las palabras, ni
la organización de los elementos del recuerdo, ni su secuencia, ni el énfasis y
detalles que lo sostienen suelen ser los mismos.

Pensemos en cualquier episodio de nuestro pasado. Ha sido un acontecimiento bas-


tante angustiante para “no olvidarlo en lo que nos queda de vida y recordar todos y
cada uno de los detalles”. Siempre que lo recordamos, ¿lo hacemos de la misma ma-
nera? ¿Lo interpretamos siempre igual? ¿Siempre nos sirve para explicar lo mismo?

Continuemos pensando en el mismo episodio. Ahora se nos presentan diferentes


oportunidades de contarlo: a un amigo, a una desconocida, a un psicólogo, a la au-
diencia de un programa de radio, etc. ¿Explicaríamos igual el mismo episodio aunque
el interlocutor fuera diferente? Las diferentes maneras de narrar ¿constituyen inexac-
titudes? Si no lo son, ¿cómo se pueden explicar? ¿El énfasis que ponemos en lo que
explicamos a cada uno de los interlocutores es el mismo? ¿Por qué hacemos estas di-
ferencias? ¿Quizá al explicar el mismo episodio de manera diferente estaríamos recor-
dando mal o mintiendo?

Este hecho representa una dificultad para tratar la memoria como mera lite-
ralidad, dado que, o bien estamos desvirtuando los usos de la memoria, o bien
estamos desvirtuando la realidad en que la memoria adquiere sentido.

1.2.4. Sobre el método como prueba de verdad

La comprobación de la exactitud de la memoria, además de hacer imprescin-


dible la utilización de versiones incuestionables, también determina el método
de estudio.
En efecto, si lo que quiere conocerse es la capacidad para almacenar y recu-
perar información, es imprescindible, como hemos visto en la consecuencia
anterior, recurrir a sistemas de medida que sean lo más precisos posible. Lo ha-
bitual para garantizar las mediciones consiste en someter a las personas a un
experimento (acreditando las condiciones de máxima fiabilidad y validez de la
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prueba) y favorecer que las diferencias habitualmente presentes en las evocacio-


nes de cada persona desaparezcan mediante la uniformización por medio del
método. La justificación de esta forma de hacer se suele avalar con la premisa
de que la memoria de las personas es poco fiable y ello constituiría un obstáculo
para acceder al verdadero funcionamiento de la memoria humana. Sin embar-
go, es preciso preguntarse si esta presunta falibilidad es un obstáculo o, más
bien, una característica de la memoria. No obstante, se debe reflexionar también
sobre si no se está depositando toda la carga de la prueba en el método, sim-
plificando el proceso de recordar para poder estudiarlo experimentalmente y
sustrayendo toda su complejidad, inserción social y vínculos en las relaciones
humanas.

1.2.5. Sobre la función de la memoria

La última consecuencia que trataremos se refiere a la finalidad del almacena-


miento: ¿para qué queremos almacenar información? La respuesta a esta pre-
gunta no resulta demasiado sencilla. Evidentemente, se puede proporcionar
una respuesta simple que consistiría en decir que almacenamos información
para utilizarla en un futuro. Sin embargo, lejos de satisfacer la interrogación, lo
que hace es abrir paso a nuevas preguntas: ¿cómo sabemos qué información ne-
cesitaremos o qué será relevante almacenar para un futuro? ¿Somos siempre
conscientes de querer almacenar información? ¿Qué ocurre cuando queremos
olvidar y no podemos? ¿Qué sentido y utilidad tiene un almacenamiento literal
en una sociedad que se caracteriza por el cambio vertiginoso? También, en este
caso, la lista de preguntas sería interminable.
Sin duda, se puede proporcionar una respuesta más compleja. Sin embargo,
esta respuesta sería, en primer lugar, cuestionarse la pregunta siguiente: ¿para
qué tomar como punto de partida el almacenamiento de información y no las
actividades en las que nos ocupamos las personas cuando “hacemos memoria”?
El repaso de los postulados implícitos en la definición de memoria y de algu-
nas de sus consecuencias nos devuelve, de nuevo, a la noción de memoria.
Podemos definir la memoria tal como lo hace la noción que hemos examina-
do, nada lo impide. Ninguna definición es natural, sino que responde a una
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convención fruto de un acuerdo. Toda definición es una tipificación establecida


por medio de las prácticas humanas y, por consiguiente, es una producción his-
tórica. Por este motivo, nada impide que la podamos redefinir o revocar. Sin em-
bargo, con independencia de su aceptación o refutación, debemos reflexionar
sobre dos cuestiones:

1) La noción que hemos examinado, o cualquier otra, es arbitraria. Es decir, se po-


dría haber establecido una definición diferente, enfatizando o resaltando atributos
distintos al almacenamiento y a la recuperación, sin presuponer que éstos constitu-
yen características intrínsecas que la definen.
2) Cualquier definición que se adopte acabará determinando la manera de enfo-
car su estudio y prescribirá los métodos que deberemos utilizar y las conclusiones que
será preciso que establezcamos. Esto significa que conviene ser extremadamente cui-
dadosos y cuidadosas con las definiciones y anteponer la justificación y la argumen-
tación al método. O, dicho con otras palabras, ningún método garantiza la validez o
la pertinencia de una definición, sino que ésta adquiere sentido con los postulados o
premisas que la sustentan.

El análisis precedente no se debe interpretar como una minusvaloración de


los estudios realizados desde la Psicología de la memoria. Sólo pretende llamar
la atención, por medio del cuestionamiento crítico, sobre lo imprescindible que
resulta explicitar las premisas que sostienen una investigación, de lo inadecua-
do que es fragmentar un proceso complejo en operaciones simples y, sobre to-
do, de la necesidad ineludible de considerar las dimensiones sociales
constitutivas de cualquier proceso psicológico.
Todas estas consideraciones (premisas y consecuencias) nos llevan a plantear
un conjunto de preguntas que nos permitirán ir señalando hitos que puntean
en el mapa la geografía que recorreremos en los próximos apartados:

¿Es necesario conceptuar la memoria en términos de almacenamiento y recupera-


ción? ¿Siempre se ha conceptualizado la memoria en estos términos? ¿Debemos
adoptar como premisa que la memoria constituye una capacidad individual? Cuando
“hacemos memoria”, ¿las personas siempre nos preocupamos de recordar con exac-
titud, o atendemos principalmente al contexto en el que recordamos? ¿Tiene como
función la memoria almacenar información de cara al futuro? ¿Qué papel tiene el sig-
nificado en nuestra memoria? ¿Cómo debemos entender la memoria en las relaciones
sociales? ¿Cumple la memoria alguna función social? ¿El lenguaje y la comunicación
sólo son accesorios de la memoria o son sus elementos constitutivos? ¿Es la memoria
una capacidad excepcional o simplemente una práctica social como cualquier otra?
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1.3. La dimensión histórica de los estudios de la memoria

En este momento, ya son muchas las preguntas que nos hemos formulado
sobre la noción e investigación de la memoria. Sin embargo, este itinerario para
la interrogación quedaría incompleto si obviáramos el repaso, aunque sea su-
cinto, de la dimensión histórica y social de los estudios de la memoria. ¿Pode-
mos identificar el origen de la noción de memoria que hemos examinado?
Como cualquier ámbito de conocimiento, el estudio de la memoria y sus de-
finiciones han surgido en un contexto histórico y social determinado, y han
evolucionado por medio de este contexto sociohistórico y en dependencia con
el mismo: mediante los conocimientos imperantes, las preocupaciones existen-
tes, las prácticas instituidas, la cultura, etc., y, como veremos, por medio de las
metáforas preponderantes en una determinada época o momento histórico
(Draaisma, 1995), éstas, también, igualmente históricas.
Sería demasiado prolijo hacer un repaso histórico exhaustivo de los diferen-
tes enfoques y tradiciones en el estudio de la memoria, cómo se ha entendido y
el papel que ha jugado en la historia del pensamiento y, por extensión, de la so-
ciedad. La reflexión sobre la memoria y sobre los procesos mnemónicos ha sido,
desde los presocráticos, una constante de la reflexión filosófica. Son múltiples
las teorías que se han elaborado, así como los agentes que, con distintos acen-
tos, las han formulado: teólogos, físicos, médicos, escritores, etc. Sin embargo,
aunque las formulaciones son muy diferentes, es posible identificar una cierta
conexión y un relativo encadenamiento.
No obstante, del mismo modo que se puede identificar cierta concomitancia
en la sucesión de formulaciones, también es posible identificar giros drásticos
que interrumpen toda conexión con tradiciones anteriores y que se erigen en
tratamientos totalmente diferentes. En la Psicología de la memoria es posible se-
ñalar como mínimo dos hitos que supusieron un profundo cambio, no sólo en
la manera de estudiar la memoria, sino también en la forma como ésta se pasó
a entender en la vida cotidiana: el giro experimental y el giro hacia el procesa-
miento de la información. Éstos constituyen los dos hitos en los que podemos
ubicar el origen de los estudios de la memoria, tal como se suelen concebir en
la actualidad.
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1.3.1. El giro experimental en los estudios de la memoria

La publicación en 1885 de Uber das Gedächtnis (‘Sobre la memoria’), obra


del filósofo y psicólogo alemán Hermann Ebbinghaus (1850- 1909), supuso
una ruptura radical con toda la tradición anterior en los estudios sobre me-
moria. Este hecho no pasa desapercibido, dado que la mayoría de los manua-
les insisten con tenacidad en hacer corresponder la aparición de la Psicología
de la memoria con esta circunstancia. El énfasis en la correspondencia no ten-
dría más valor que el de una anécdota si no supusiera una identificación entre
estudio de la memoria e investigación experimental. Sin embargo, como vere-
mos, también implica la omisión de tradiciones anteriores y posteriores, puesto
que no se amoldan a unos criterios apriorísticos y dominantes.
Existe una opinión prácticamente generalizada de que la relevancia de la
obra de Ebbinghaus no viene avalada por los resultados que obtuvo por medio
de sus investigaciones, sino porque tradujo a un programa de investigación
experimental el estudio de un “proceso psíquico superior”. Pero, sobre todo,
porque el trabajo de Ebbinghaus permitió un espectacular desarrollo y expan-
sión de la tecnología experimental, lo que contribuyó a conferir a la Psicología
de la memoria una extraordinaria reputación. En efecto, en el trabajo de Her-
mann Ebbinghaus suelen establecerse las raíces del estudio experimental de la
memoria y el olvido y, por consiguiente, el inicio de las investigaciones cientí-
ficas de los procesos mentales superiores. El afán de Ebbinghaus por hacer de la
Psicología una ciencia experimental2 similar metodológicamente a las ciencias
naturales, aunque no desde un punto de vista conceptual, fue, seguramente,
una de las constantes de su obra, tanto como para atreverse con la memoria, que
él mismo consideraba muy compleja. No obstante, propuso simplificar la me-
moria para convertirla en algo abordable desde el laboratorio.
En su obra, Hermann Ebbinghaus desarrolla con detenimiento tratamientos
metodológicos en los que aborda preceptos estadísticos (formulaciones mate-
máticas para el tratamiento de la memoria) y experimentales (estandarización
de condiciones, diseño de materiales y procedimientos, sistemas de medición,

2. La vindicación para la Psicología de la condición de ciencia natural constituyó una de las princi-
pales reclamaciones de Hermann Ebbinghaus. Sostuvo que, para estudiar los “procesos psíquicos
superiores”, era ineludible utilizar la investigación natural exacta, el experimento y la medición.
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registros, estrictos protocolos experimentales, etc.) con el fin de acceder a las


“leyes puras de la memoria” que abrirán caminos de lo que constituirá la
orientación de las futuras investigaciones. De hecho, su trabajo se convirtió
en una fuente de inspiración para otros científicos, lo que originó el diseño de
procedimientos experimentales cada vez más formales y precisos, la construc-
ción de instrumentos y equipos que permitían una presentación homogénea
de estímulos y el desarrollo de métodos para el procesamiento de resultados
cuantificados. Se puede decir que la tarea de Ebbinghaus determinó el estudio
de la memoria durante el siglo XX. Esta afirmación no resulta exagerada, pues-
to que el tratamiento experimental y cuantitativo hizo que prácticas de inves-
tigación, que no utilizaban el método experimental en sus investigaciones,
quedaran eclipsadas y fueran relegadas hasta casi el olvido al ser tratadas como
intrascendentes y, sobre todo, como precientíficas.
Con el objetivo de demostrar que era posible estudiar la memoria desde una
perspectiva experimental, Ebbinghaus prescindió de la complejidad y pospuso
cualquier reflexión teórica, hasta que se dispusiera de la tecnología experi-
mental necesaria (Sáiz Roca y Sáiz Roca, 1989), lo que supuso una recesión de la
reflexión sobre la memoria, que pasó a un tratamiento marcadamente me-
todológico y, en concreto, experimentalista.
El legado metodológico de la obra de Hermann Ebbinghaus continúa vigente
y es preponderante en la actualidad. Sin embargo, el reduccionismo caracterís-
tico de su tratamiento de la memoria sólo pervivió hasta la década de los
cincuenta del siglo XX (Sáiz Roca y Sáiz Roca, 1989). En este momento irrumpe
en escena, con una fuerza inusitada, el cognitivismo y, con éste, una preocupa-
ción diferente por los estudios de la memoria.

1.3.2. El giro hacia el procesamiento de la información:


la metáfora del ordenador

Curiosamente, las explicaciones del comportamiento en términos de “infor-


mación” por medio de tratamientos científicos y matemáticos corren en para-
lelo al desarrollo de la tecnología informática y tienen su origen en ámbitos
externos a la Psicología. Con independencia de cuál sea su procedencia, lo que
© Editorial UOC 204 Psicología del comportamiento colectivo

en realidad importa es que la producción de estos conocimientos supuso la


apertura de una puerta en la Psicología para estudiar “procesos psicológicos su-
periores” sin prescindir de la metodología experimental.
El cognitivismo supuso un cambio radical en la concepción de los seres
humanos para las visiones dominantes de la Psicología. En lugar de tratarlos
como simples organismos que responden, pasaron a ser agentes activos que
operaban sobre información interiorizada. Es decir, “procesadores de informa-
ción”. Traducido a preguntas, la consideración de las personas como procesado-
res de información hace que la Psicología se interrogue sobre cómo se adquiere
la información, cómo se filtra y codifica, cómo se almacena, cómo se representa,
cómo se organiza y estructura, cómo se recupera, cómo se utiliza, etc. Todos es-
tos interrogantes encuentran respuesta en una analogía que es, al mismo tiem-
po, una metáfora: la “metáfora del ordenador”.

“La metáfora del ordenador sugiere que la memoria humana, como un instrumento
construido por la evolución, incluye un programa que, sin embargo, no fue aportado
por el ‘Divine Hacker’. La misión de la Psicología cognitiva es subsanar este olvido.
Para descubrir la arquitectura de nuestro propio programa mnemónico podemos re-
currir a programas y sistemas que diseñamos para almacenar, manipular y reproducir
datos. Según esta visión, los programas informáticos centrados en la simulación de
procesos mnemónicos pueden hacer las veces de teorías.”

Draaisma, D. (1995). Las metáforas de la memoria. Una historia de la mente (p. 195). Ma-
drid: Alianza, 1998.

La metáfora del ordenador significó dos cambios sustanciales. El primero,


posibilitar la comparación entre los resultados obtenidos experimentalmente y
la simulación de procesos de memoria en ordenadores. El segundo, equiparar
terminológicamente la memoria de las personas y la de los ordenadores, lo que
dio origen a un espacio de intersección entre términos psicológicos y términos
técnicos que contribuyó a reforzar la analogía: input, output, memoria de trabajo,
almacenamiento, etc. remitían a procesos hipotéticos de la memoria en las teo-
rías psicológicas, y a estructuras y mecanismos en la inteligencia artificial.
El ordenador no sólo suministró metáforas específicas a la Psicología de la
memoria, sino que le proporcionó el marco donde éstas adquirían sentido.

“El ordenador hacía las veces de proveedor de nuevos términos y comparaciones,


introdujo el ‘lenguaje informático’ en la Psicología de la memoria y ofreció a los
© Editorial UOC 205 Capítulo IV. La memoria social...

investigadores de diversas tendencias una ‘lingua franca’ con las connotaciones de


exactitud y precisión, una impresión que se veía reforzada por la costumbre tomada
de la IA [inteligencia artificial] de esquematizar los procesos y estructuras de la me-
moria en diagramas de flujo.”

Draaisma, D. (1995, p. 197).

La alianza entre el ordenador y la Psicología de la memoria contribuyó al for-


talecimiento de los estudios cognitivos de la memoria. Por un lado, porque con-
siguió aglutinar en torno a un proyecto común a la mayoría de los investigadores
e investigadoras de la memoria. Por otro, porque las aportaciones provenientes de
distintas disciplinas se podían mostrar amparadas por planteamientos teóricos
compartidos y expresarse con una terminología similar.
Aunque la metáfora del ordenador inspiró algunas formulaciones teóricas y
reconceptualizaciones sobre la memoria, no fue el principal impulso para la pro-
ducción teórica del cognitivismo. Ciertamente, dotó de enorme prestigio a la
Psicología de la memoria e incrementó su productividad; sin embargo, buena
parte de su éxito se debió al perfeccionamiento de los dispositivos técnicos y ex-
perimentales.

“Grandes partes de la elaboración de teorías sobre la memoria, como la de los regis-


tros sensoriales, los procesos de recuperación en la memoria a corto plazo, los expe-
rimentos de rotación con representaciones visuales y la estructura de la memoria
semántica, parecen haberse beneficiado no sólo de la metáfora global de la ‘persona
como sistema procesador de información’, sino sobre todo del ingenio metodológico
y técnico. [...] ¿qué ofrecía la máquina que no tuviera la teoría? La respuesta es: la de-
mostración. Una cosa es deducir teóricamente que si se recorre una serie de algorit-
mos se obtendrá la prueba de una tesis matemática, y otra muy distinta es que una
máquina realmente lo haga. El hecho de que las máquinas realizaran, a través de un
programa formal, sin intervención humana, tareas que antes se asociaban con el pen-
samiento y la creatividad, tuvo un efecto psicológico que los principios computacio-
nales en sí nunca podrían causar. (A la pregunta de si habría podido desarrollar su
teoría computacional sobre la mente humana de no haber existido los ordenadores,
Marvin Minsky contestó: ‘En teoría sí. Pero nadie me habría creído’) (comunicado de
prensa; 21 de octubre de 1989).”

Draaisma, D. (1995, pp. 198-199).

Sin embargo, los procesos psicológicos poseen un desarrollo menos lineal y


racional de lo que suponían las simulaciones con ordenador. Pensar, razonar,
© Editorial UOC 206 Psicología del comportamiento colectivo

recordar constituyen procesos que se desbordan, no aparecen cerrados en sí mis-


mos. En éstos intervienen las experiencias, los conocimientos, los sentimientos,
la racionalidad vigente en una sociedad, las suposiciones, las deducciones lógi-
cas, etc., infinidad de aspectos que exigen un tratamiento complejo e integrado.
Podríamos decir, si nos ceñimos a la memoria, que la memoria del ordenador es
demasiado buena y que en su infalibilidad reside su principal problema como
para llevar al límite la analogía con la memoria de las personas.

1.4. La memoria como proceso psicosocial

Ni todos los estudios sobre la memoria, ni todas las propuestas y planteamien-


tos que han orientado los estudios de la memoria responden al patrón descrito en
los apartados precedentes. Frente a ellos y, muy habitualmente, desarrollándose
en un paralelismo invisibilizado, se produjeron otros trazados que describen de-
rroteros muy distintos. Estos itinerarios constituyen lo que podríamos denominar
“aportaciones relegadas al olvido” o proscritas de la “historia oficial” de los estu-
dios de la memoria. Esta omisión se explica porque las propuestas que revisare-
mos no responden a las concepciones de conocimiento e investigación
dominantes en la Psicología.
Sin embargo, como se verá, estas aportaciones no sólo son extraordinaria-
mente originales, sino que también suponen corrientes alternativas, de una
inusitada actualidad, que cuestionan la manera imperante de hacer psicología.
Hemos intentado, en la medida de lo posible, dejar que las aportaciones se
manifiesten por medio de su voz original. Por este motivo, cuando ha sido po-
sible hemos recurrido a las citas en lugar de hacer interpretaciones sintéticas del
texto.

1.4.1. “Esfuerzo en pos del significado” (effort after meaning):


Frederic C. Bartlett

Resulta extraordinariamente complejo y dificultoso intentar sintetizar en


pocas líneas las premisas de los estudios sobre la memoria de Frederic C. Bartlett
© Editorial UOC 207 Capítulo IV. La memoria social...

(1886-1969), básicamente por la concepción de su trabajo y su obra, con am-


plias y extensas ilustraciones e interpretaciones experimentales, y por su elabo-
ración teórica que, en ocasiones, resulta un poco intrincada3 No obstante, sí que
es posible, a pesar del riesgo de caer en una simplificación, recoger algunos de
estos supuestos. Aquí nos limitaremos a cuatro de los mismos.
El primero parte de la consideración de la vida como una actividad continua
de adaptación entre respuestas que cambian y un medio que varía, por lo que
la retención inalterada de experiencias sólo podría constituir un estorbo.

“Recordar es una función de la vida diaria, por tanto ha tenido que desarrollarse de
acuerdo con las exigencias de la misma. Dado que nuestros recuerdos se entremezclan
constantemente con nuestras construcciones, quizá deban tratarse como poseedoras
de un carácter constructivo.”

Bartlett, F. (1932). Recordar. Estudio de Psicología experimental y social (p. 65). Madrid:
Alianza, 1995.

El segundo se refiere al objeto de estudio: el análisis de las condiciones socia-


les del recuerdo y, más en concreto, de las acciones del recordar, desde el ámbito
específico de la Psicología social.

“...he intentado investigar sobre las condiciones sociales del recuerdo; aclarar algu-
nos problemas de la determinación, dirección y modificación social de los procesos
de recordar.”

Bartlett, F. (1932, p. 62).

“No cabe duda de que existen factores de origen social que influyen directa y
poderosamente en buena parte del proceso humano del recordar.”

Bartlett, F. (1932, p. 151).

3. Frederic C. Bartlett fue un psicólogo británico originalmente interesado en los procesos percep-
tivos. Sin embargo, muy pronto comprobó que este estudio le llevaba, casi de manera inevitable, al
estudio del recuerdo. En un inicio, Bartlett siguió el camino empezado por Hermann Ebbinghaus;
sin embargo, enseguida lo consideró insatisfactorio. Así, en contraposición a la insistencia de
Ebbinghaus por simplificar las condiciones experimentales para poder hacer de la memoria algo
manejable, Bartlett no prescindió de la asunción compleja de su estudio ni de su funcionamiento
en la vida cotidiana. Bartlett utilizó el material que Ebbinghaus, en su énfasis por estudiar la
memoria en su forma “pura”, había rechazado: historias, pasajes en prosa y dibujos; es decir, mate-
rial con significado. Sus trabajos han supuesto una gran influencia en la Psicología cognitiva, de la
que, con frecuencia, se le considera inaugurador; aunque en esta asimilación cognitiva, a menudo
se ha relegado a un segundo plano, si no olvidado, el énfasis que este autor confería a los determi-
nantes sociales e institucionales del recuerdo.
© Editorial UOC 208 Psicología del comportamiento colectivo

El tercero sostiene la necesidad de tomar en consideración el comportamien-


to cotidiano de las personas, así como sus respuestas en el laboratorio. No obs-
tante, establece una precisión con respecto a los estudios realizados en este
último: los procesos de recordar suponen implicaciones sociales y, aunque se
pueden estudiar en el laboratorio, su complejidad se ve disminuida al no poder
conservar su particularidad.

“El psicólogo, tanto si utiliza métodos experimentales como si no, trata con seres
humanos y no simplemente con reacciones.”

Bartlett, F. (1932, p. 62).

Finalmente, defiende que el estudio de un proceso mental superior como la


memoria no se puede fragmentar, aunque ello signifique un incremento en la
complejidad de su análisis. En este sentido, ningún análisis de un proceso men-
tal se puede cerrar en la delimitación exclusiva de este proceso mental.

“Es imposible entender ningún proceso mental de grado superior si se estudia simple-
mente por y para sí mismo. [...] No tenemos derecho a afirmar que un hombre reco-
noce, recuerda o piensa ‘gracias a que’ tiene una facultad específica para hacerlo [...]
si intentamos resolver cualquier problema psicológico genuino, estamos obligados a
aceptar ciertas actividades o funciones complejas como punto de partida. Tenemos
que admitir el principio de que éstas no se han de multiplicar más de lo que sea ab-
solutamente necesario; pero no hace falta pasar de ahí. [...] es casi imposible encon-
trar una sola actividad o función mental que a lo largo de la historia de la psicología
alguien no haya considerado como punto de partida imposible de analizar. La razón
reside en que los psicólogos siguen considerando que las soluciones a los problemas
que todo proceso mental presenta pueden hallarse sin buscar más allá de los límites
propios del proceso específico.”

Bartlett, F. (1932, p. 254).

Estos supuestos articulan una manera de estudiar la memoria que, si bien se


conduce por medio de la realización de experimentos, es una concepción in-
sólita de la experimentación en la que destacan los análisis cualitativos y la re-
levancia concedida a los exámenes retóricos. Esta concepción, congruente con
la concepción de memoria sostenida por Bartlett frente a las visiones pasivas
que la analizan como una facultad, subraya el carácter procesual y activo de las
acciones de recordar.
© Editorial UOC 209 Capítulo IV. La memoria social...

1) Conectar lo actual con lo anterior


Para Frederic C. Bartlett, percibir, imaginar o recordar constituyen funciones
interrelacionadas que implican un proceso activo, aunque inconsciente. En este
proceso siempre se produce un “esfuerzo en pos del significado”. Es decir, un
empuje para conectar lo actual con algo anterior. Lo que percibimos, ima-
ginamos o recordamos no es algo que surja de forma inmediata y espontánea,
sino que se produce en este “esfuerzo”, en el intento de conectar algo dado con
otra cosa diferente.

“...podemos considerar cualquier reacción cognitiva humana –percibir, formar imá-


genes, recordar, pensar, razonar– como un ‘esfuerzo en pos del significado’. [...] Cuan-
do intentamos descubrir cómo se hace esto nos encontramos siempre con que se
produce un esfuerzo para conectar el material dado [se refiere al material presentado
en un experimento] con otra cosa. Así pues, lo inmediatamente presente ‘representa’
algo que no está inmediatamente presente, originándose así el ‘significado’ en senti-
do psicológico.”

Bartlett, F. (1932, p. 96).

Es precisamente este “esfuerzo en pos del significado” el que opone serias tra-
bas para “...suscribir a la ligera la teoría de las inertes, fijas e inmutables huellas
de la memoria” (Bartlett, 1932, p. 83). En este sentido, resulta muy esclarecedor
cómo justifica Bartlett la utilización de material con signos gráficos para la rea-
lización de uno de sus experimentos, puesto que nos proporciona una clave de
interpretación de la actividad del recordar:

“Es indudable que al interrogar a una persona sobre una representación nos esta-
mos alejando de las condiciones de la vida cotidiana. Las acciones y reproducciones
habituales se producen en su mayoría de forma ocasional y accesoria respecto a
nuestras preocupaciones primordiales. Comentamos con otras personas las cosas
que vemos para valorarlas y criticarlas, o comparamos nuestras impresiones con las
de los demás, pero normalmente no nos molestamos en buscar una total precisión de
forma directa y expresa. Mezclamos la interpretación con la descripción, interpola-
mos cosas no presentes originalmente, transformamos las cosas sin esfuerzo y sin
darnos cuenta de ello.”

Bartlett, F. (1932, p. 152).

En efecto, recordar es algo más que reproducir, reiterar o imitar un aconteci-


miento. De hecho, lo más habitual es que introduzcamos en nuestros recuerdos
© Editorial UOC 210 Psicología del comportamiento colectivo

todo tipo de alteraciones y transformaciones, no sólo en lo referente al conteni-


do, sino también en cuanto a la organización y estructura de los relatos. Este
efecto se produce en el caso de los experimentos, en el que se supone que las
personas que participan en el caso de los mismos son más minuciosas de lo que
suele ser habitual en la vida cotidiana. Por este motivo, no es difícil suponer que
en contextos cotidianos, en los que se producen intercambios sociocomuni-
cativos múltiples, este conjunto de transformaciones y alteraciones se vea
aumentado. Al valorar los resultados de sus experimentos aplicando el método
de la “reproducción serial”4, Frederic C. Bartlett sostiene:

“[...] la abrumadora impresión que produce este tipo de experimento más ‘realista’ so-
bre la memoria es que el recuerdo humano suele hallarse enormemente sujeto a error.
Parece que lo que decimos con el fin de que otros lo reproduzcan es realmente –en
mayor medida de lo que suele admitirse por lo general– una construcción que sirve
para justificar cualquier impresión que pueda haber dejado el original [se refiere al
material utilizado en el experimento]. Es precisamente esta ‘impresión’, raramente
definida con mucha exactitud, la que persiste con mayor facilidad. Mientras los de-
talles que se puedan construir alrededor de ella sean tales que le proporcionen un
contexto ‘razonable’, la mayoría de nosotros nos sentimos bien y tendemos a pensar
que lo que construimos lo hemos retenido al pie de la letra.”

Bartlett, F. (1932, p. 242).

De manera muy sucinta, lo que sostiene Bartlett es que no se recuerda por


medio de elementos que conservan individualmente su carácter específico, sino
que el pasado funciona como un “contexto organizado”.

2) Esquemas y actitud
Frederic C. Bartlett sostenía que el recordar tiene un carácter constructivo y,
en este sentido, afirmaba que:

“La primera idea que hay que eliminar es que la memoria es fundamental o literalmen-
te reiterativa o reproductiva. En un mundo como el nuestro, en el que constantemente
cambia todo a nuestro alrededor, el recuerdo literal tiene poca importancia. [...] De he-

4. El método de la reproducción serial consiste en proporcionar a los/as participantes en los experi-


mentos un material que, en primer lugar, debe ser reproducido por la “persona A”, después la “per-
sona B” debe reproducir la versión que le ha proporcionado A, a continuación a la “persona C” le
corresponde reproducir la versión de B, y así sucesivamente, con el objetivo de obtener cadenas de
reproducción. Los materiales que Frederic C. Bartlett utilizó fueron relatos populares, pasajes de
prosa descriptivos y expositivos y material pictórico.
© Editorial UOC 211 Capítulo IV. La memoria social...

cho, si nos atenemos a los datos más que a los supuestos previos, el recuerdo resulta ser
mucho más una cuestión de construcción que una cuestión de mera reproducción”.

Bartlett, F. (1932, pp. 272-273).

En efecto, recordar no consiste en una restitución de imágenes o una


reexcitación de huellas fijadas, fragmentarias y sin vida, sino:

“...una reconstrucción o construcción de imágenes formada a partir de la relación en-


tre la actitud que mantenemos ante todo un conjunto activo de reacciones o expe-
riencias pasadas, y ante un detalle sobresaliente que suele aparecer en forma de
imagen o de lenguaje. Por ello, el recuerdo casi nunca es realmente exacto, ni siquiera
en los casos más rudimentarios de recapitulación repetitiva”.

Bartlett, F. (1932, p. 283).

La explicación de todo este proceso, aunque Frederic C. Bartlett muestra su


preferencia por el de contexto organizado, descansa en el concepto esquema, que
se caracteriza por ser:

“[...] una organización activa de reacciones anteriores o de experiencias pasadas que


supuestamente siempre tiene que estar funcionando en toda respuesta orgánica adap-
tada; es decir, siempre que haya un orden o regularidad en la conducta, es posible que
se produzca una respuesta particular sólo porque está relacionada con otras respues-
tas similares que se han organizado de manera serial, y que sin embargo funcionan
no sólo como elementos aislados unos tras otro, sino como un conjunto unitario. La
determinación impuesta por los esquemas es el modo más esencial en el que nos ve-
mos influidos por reacciones y experiencias que ocurrieron en algún momento de
nuestro pasado. Todos los impulsos de una clase o modalidad dada que nos llegan
contribuyen conjuntamente a construir un contexto organizado y activo: los visua-
les, los auditivos y diversos tipos de impulsos cutáneos, etcétera, en un nivel superior.
Sin embargo, no existe la mínima razón para suponer que cada conjunto de impulsos
que llega, cada nuevo grupo de experiencias perdura como un miembro aislado de
una pasiva mezcla. Se han de considerar como componentes de contextos vivos, mo-
mentáneos, que pertenecen al organismo o a cualquier parte del organismo que esté
implicada en dar una respuesta de un tipo determinado, y no como un conjunto de
acontecimientos aislados enhebrados de algún modo entre sí y almacenados dentro
del organismo”.

Bartlett, F. (1932, pp. 269-270).

Recordar implica que el pasado ejerce una determinación, de la misma mane-


ra que la influencia de los “esquemas” es debida al pasado. Sin embargo, esta de-
© Editorial UOC 212 Psicología del comportamiento colectivo

terminación del pasado es, en cierta manera, así, y funciona de este modo, en la
medida en que las personas pueden “volverse hacia sus esquemas” y convertirlos
en objeto de sus reacciones. Realizar esta operación no consistiría en analizar los
contextos (puesto que los detalles aislados que los constituían habrían desapare-
cido), sino en construir o inferir a partir de lo que está presente los componentes
probables que intervinieron en su constitución y el orden en que lo hicieron:

“Se daría entonces el caso de que el organismo dijera, si pudiera expresarse, ‘tiene que
haber ocurrido esto y lo otro y lo de más allá para que mi estado actual sea el que es’”.

Bartlett, F. (1932, p. 271).

Todas las características sobresalientes del recuerdo se derivan de un cambio


de actitud5 hacia los conjuntos de experiencias y de reacciones pasadas que ope-
ran en todos los procesos mentales de nivel superior. De hecho, cuando se cons-
truye algo, se trata de obtener una impresión general y, a partir de ésta, se
construyen los detalles probables6. Este proceso de construcción que sirve para
justificar la impresión general es la actitud. O lo que es lo mismo, el recuerdo es:

“[...] una construcción en gran parte basada en esta actitud y su efecto general es una
justificación de la misma”.

Bartlett, F. (1932, p. 275).

3) Convencionalización
Un aspecto relevante que Frederic C. Bartlett señala en el estudio del recuer-
do es la “convencionalización”, puesto que permite ilustrar la influencia del pa-

5. Para Frederic C. Bartlett una actitud es un proceso psicológico no definible en términos psicoló-
gicos elementales. Se vertebra por el sentimiento y el afecto, y se caracteriza por la duda, la vacila-
ción, la sorpresa, el asombro, la seguridad, el disgusto, el rechazo, etc. En relación con el acto de
recordar, cuando se le pide a una persona que recuerde, Bartlett señala que lo primero que surge es
algo de la índole de una actitud.
6. Percibir, imaginar y recordar son, para Frederic C. Bartlett, procesos activos interrelacionados.
Resulta especialmente interesante la reflexión que hace Bartlett respecto a la conexión entre recor-
dar e imaginar: “Considérese el caso de un sujeto que está recordando una historia que había escu-
chado hacía unos cinco años, en comparación con otro caso en el cual, a partir de ciertos
elementos, esté construyendo lo que él considera que es una historia nueva. He intentado repeti-
das veces este último experimento y no sólo la forma y el contenido reales de los resultados, sino lo
que es más importante por ahora, las actitudes del sujeto en ambos casos fueron sorprendente-
mente similares. En uno y otro era común encontrar la comprobación preliminar, el esfuerzo por
llegar a algún lado, el cambiante juego de duda, satisfacción, etcétera, y la construcción final de
toda la historia acompañada de un avance cada vez más seguro en una dirección determinada.”
Bartlett, F. (1932, p. 273).
© Editorial UOC 213 Capítulo IV. La memoria social...

sado en el presente. La convencionalización constituye un proceso mediante el


cual cualquier elemento introducido en un contexto nuevo queda modificado
por la influencia de convenciones y de las prácticas arraigadas en las personas
entre las que se han introducido los nuevos elementos. La convencionalización
resulta un proceso importante porque permite poner de manifiesto que en los
grupos sociales se encuentran tendencias sociales de conservación, ampliamen-
te aceptadas, y un impulso de esfuerzo constructivo.

“Lo que en principio se destaca y lo que se recuerda en consecuencia es en cada


momento, en cada grupo y en casi todos los temas resultado en buena medida de ten-
dencias, intereses y hechos a los que la sociedad ha conferido algún valor.”

Bartlett, F. (1932, p. 324).

En cualquier grupo se articulan prácticas, códigos y procedimientos formula-


dos o no formulados, costumbres y tradiciones, etc. más o menos estables. Todos
estos elementos garantizan la persistencia de los grupos y estructuran su vida,
dotándolos de coherencia y haciendo que emerjan y se desarrollen opiniones
sobre hechos, tradiciones, costumbres e instituciones que revierten sobre el gru-
po y le dan coherencia y subsistencia. Cuando se produce algún episodio que
altera las opiniones del grupo, éste se modifica y se reorganiza y, simul-
táneamente, también se producen nuevas reorganizaciones de sus opiniones, lo
que suele garantizar la continuidad del grupo.

1.4.2. Lenguaje, marcos sociales y grupos: Maurice Halbwachs

No constituye un exceso calificar a Maurice Halbwachs7 (1877-1945) de figu-


ra emblemática en los estudios sobre la “memoria colectiva”, como tampoco es

7. Maurice Halbwachs se formó en Filosofía. Fue discípulo de Henri Bergson (1859-1941) y de


Émile Durkheim (1858-1917) quien lo condujo a la disciplina que lo llevaría a ocupar la cátedra de
Sociología de Estrasburgo. Realizó diferentes estudios sobre morfología social, siendo la investiga-
ción de las clases sociales (en particular, la clase trabajadora) uno de sus focos de análisis. Asi-
mismo, elaboró distintos ensayos sobre autores tan dispares como Gottfried Wilhelm Leibniz
(1646-1716) y Durkheim. Sin embargo, la gran aportación de Halbwachs al pensamiento social se
encuentra en su estudio de las relaciones entre memoria y sociedad. Más concretamente, se podría
considerar su trabajo como una teorización sobre la Psicología colectiva a partir del concepto de
memoria. Fue el mismo Halbwachs quien introdujo la expresión memoria colectiva en el patrimo-
nio terminológico de la Sociología y uno de los que más hizo por el desarrollo teórico del concepto
por medio de diferentes trabajos.
© Editorial UOC 214 Psicología del comportamiento colectivo

cometer una exageración sostener que, insoslayablemente, cualquier estudioso


o estudiosa de la memoria social debe examinar atentamente y en primera ins-
tancia sus contribuciones. La diversidad de aspectos, la profundidad de los tra-
tamientos y el enfoque complejo con el que Halbwachs aborda el estudio de la
memoria, hace difícil la decisión de por dónde comenzar a glosar su trabajo. No
obstante, la mejor forma de resolver esta dificultad es acometer en primera ins-
tancia la caracterización que Maurice Halbwachs hace de la misma.
Para Maurice Halbwachs no existe conocimiento del pasado que sea simple
conservación, puesto que no existe un pasado que sea inmutable e inalterable.
El conocimiento del pasado mantiene una relación directa con la experiencia
del presente, que es la que permite a las personas distinguir aquello que es me-
recedor de evocación como, asimismo, establecer su descripción. Ello supone
que nuestra memoria no reproduce o imita el pasado, sino que lo reconstruye:

“[...] partimos del presente, del sistema de ideas generales que está a nuestro alcance,
del lenguaje y de los puntos de referencia adoptados por la sociedad, es decir, de todos
los medios de expresión que ésta pone a nuestra disposición [...].”

Halbwachs, M. (1925). Les cadres sociaux de la mémoire (p. 25). París: Albin Michel,
1994.

La reconstrucción del pasado que hacemos en el presente no sólo está


conformada por lo que se podría denominar, para entendernos, “recuerdos stricto
sensu”, sino que también la reconstrucción que llevamos a cabo del pasado se
ve atravesada por conocimientos y saberes tejidos de tal modo que no resulta
posible establecer una distinción entre los mismos:

“[...] el recuerdo es en gran medida una reconstrucción del pasado con la ayuda de
datos tomados del presente y compuesto, por otra parte, por diferentes reconstruccio-
nes realizadas en épocas anteriores en las que la imagen de otro tiempo llega ya bien
alterada.”

Halbwachs, M. (1950). La mémoire collective (p. 119). París: PUF, 1968.

1) Lenguaje
La reconstrucción del pasado indica que la memoria no es el resultado de la rea-
lización de un acto mecánico, sino la práctica de una función simbólica. Es decir,
de la posibilidad de compartir significados con otros y construir comunicativa-
© Editorial UOC 215 Capítulo IV. La memoria social...

mente el pasado por medio de la memoria. Referirnos al carácter compartido y a


la dimensión comunicativa nos sitúa de lleno en el eje de articulación de la re-
construcción del pasado: la sociedad. Es ésta la que nos suministra los medios
para construir la memoria y es la que hace posible el lenguaje, el instrumento
fundamental de comunicación.

“Es necesario renunciar a la idea de que el pasado se conserva tal cual en las memorias
individuales, como si se hubiesen sacado tantas pruebas diferentes como individuos
hay. Los hombres que viven en sociedad usan palabras cuyo sentido comprenden:
ésta es la condición del pensamiento colectivo. Así, cada palabra (comprendida), se
acompaña de recuerdos, y no hay recuerdos a los que no podamos hacer corresponder
palabras. Hablamos de nuestros recuerdos antes de evocarlos; es el lenguaje y es todo
el sistema de convenciones sociales que le son solidarias el que nos permite, en cada
instante, reconstruir nuestro pasado.”

Halbwachs, M. (1925, p. 279).

Para Maurice Halbwachs tanto la experiencia del pasado como la del presen-
te es social. No surge espontáneamente y no posee unas características “de por
sí” que se encuentren depositadas en la realidad a la espera de ser captadas. La
experiencia surge de las prácticas comunicativas o, lo que es lo mismo, toda ex-
periencia se reconstruye socialmente.
En este sentido podemos decir que la memoria individual constituye el resul-
tado de la participación de las personas en diferentes grupos en los que se
reconstruyen distintas memorias colectivas que, a su vez, son resultado de prác-
ticas comunicativas y de intercambios.

“Lo más frecuente, si me acuerdo, es que los otros me incitan a acordarme, que su
memoria viene en ayuda de la mía, que la mía se apoya en la suya. En estos casos, al
menos, la evocación de los recuerdos no tiene nada de misterioso. No hay que buscar
dónde están, dónde se conservan, en mi cerebro o en algún reducto de mi mente al
que sólo yo tengo acceso, puesto que me son recordados desde afuera y los grupos de
los que formo parte me ofrecen a cada momento los medios para reconstruirlos, a
condición de que me vuelva hacia ellos y que adopte, al menos temporalmente, sus
formas de pensar.”

Halbwachs, M. (1925, p. VI).

Toda experiencia puede ser explicada porque se sitúa en el espacio de la comu-


nicación, tiene una fijación lingüística. Ello significa que la acción de recordar su-
© Editorial UOC 216 Psicología del comportamiento colectivo

pone el mantenimiento de relaciones con otras personas, sean estas relaciones


reales o bien virtuales. Es decir, cuando recordamos, solemos hacerlo en presencia
de otras personas, de manera que recordamos de manera conjunta. Sin embargo,
también recordamos solos, lo que no significa que no haya una presencia de otros
seres humanos, aunque esta última tenga un carácter virtual o implícito.

“[...] se puede hablar de memoria colectiva cuando evocamos un acontecimiento


que tiene lugar en la vida de nuestro grupo y que hemos interpretado, que interpre-
tamos ahora, en el momento en que aún nos acordamos, desde el punto de vista de
este grupo.”

Halbwachs, M. (1950, pp. 65-66).

El carácter reconstructivo del pasado y su fundamento comunicativo implica


que el pasado es susceptible de múltiples reconstrucciones. Los seres humanos y
los grupos se encuentran en la encrucijada de una gran cantidad de corrientes de
pensamiento colectivo, diferentes puntos de vista, distintas versiones que hacen
que el pasado se pueda reconstruir, interpretar y reinterpretar continuamente, sin
que el recuerdo se pueda atribuir a nadie en particular, dado que es una construc-
ción colectiva. Ello supone un reconocimiento de la memoria como algo comple-
jo, irreductible a simples estimaciones simplificadoras o a visiones únicas.

2) Grupos
Para Maurice Halbwachs (1925, 1950), el grupo constituye la condición de
la memoria: sin grupos, la memoria no sería posible. Sin embargo, sostiene
también que la memoria es una condición indispensable para la existencia del
grupo. Formulado en otros términos para reinterpretar el aserto halbwacsiano,
se podría decir que no existe recuerdo sin vida social, así como tampoco hay
vida social sin recuerdo (Ramos, 1989).
Los recuerdos o fragmentos de recuerdos que parecen pertenecernos única-
mente a cada uno de nosotros o de nosotras sólo pueden garantizar su perma-
nencia (no inalterable, sino mutable) en la medida en que se vinculan a
entornos sociales definidos y definitorios de grupos a los que pertenecemos. Sin
esta vinculación, la memoria sería ininteligible.

“[...] si bien la memoria colectiva obtiene su fuerza y su duración al tener por soporte
a un conjunto de hombres, son, sin embargo, los individuos quienes recuerdan en
© Editorial UOC 217 Capítulo IV. La memoria social...

tanto que miembros del grupo. De esta multitud de recuerdos comunes, que se apo-
yan unos sobre otros, no son los mismos los que aparecerán con igual intensidad para
cada uno de los miembros del grupo. Diremos de buen grado que cada memoria in-
dividual constituye un punto de vista sobre la memoria colectiva, que este punto de
vista cambia de acuerdo con el lugar que ocupo, y que este lugar cambia él mismo de
acuerdo con las relaciones que establezco con otros medios. No es sorprendente,
pues, que de un instrumento común no todos obtengan el mismo resultado. Sin em-
bargo, cuando se intenta explicar esta diversidad, se desemboca siempre en una com-
binación de influencias, que son todas ellas de naturaleza social.”

Halbwachs, M. (1950, pp. 94-95).

La conciencia que tienen los miembros de un grupo de compartir su pasado


es lo que contribuye a crear la identidad de grupo. Es decir, los diferentes avata-
res por los que el grupo ha ido pasando permiten a sus miembros reconstruir un
pasado común y, de este modo, ir forjando la idea de un nosotros. Sin embargo,
no es sólo el reconocimiento de experiencias compartidas lo que provee de
identidad al grupo, sino que en esta constatación debe estar insertada en una
dimensión fundamental: el tiempo.
En efecto, el hecho de compartir experiencias y acontecimientos comunes
que no son efímeros, sino que se prolongan en el tiempo y que resisten su pa-
so, permite erigir una identidad de grupo como algo sólido, firme y persistente
y, paralelamente, permite que cada uno de sus miembros se sienta integrante y
partícipe de este grupo. Como señala Ramón Ramos:

“El grupo es, pues, lo que le ha ocurrido [a la persona]; en esos acontecimientos se


contienen las claves por las que se auto-comprende y es comprendido por los demás;
su ‘historia’ muestra su identidad y es, a la vez, su identidad.”

Ramos, R. (1989). Maurice Halbwachs y la memoria colectiva. Revista de Occidente,


100, 77.

Asimismo, la identificación de la persona con el grupo y el sentirse miembro


y partícipe de éste suponen también la emergencia de un aspecto importante de
la memoria: su carácter normativo. Es decir, cada recuerdo colectivo constituye
para el grupo no sólo una oportunidad de consolidar su identidad, sino que
también supone una enseñanza y un ejemplo que hay que seguir.
© Editorial UOC 218 Psicología del comportamiento colectivo

3) Contenido de la memoria
Siempre que recordamos lo hacemos en virtud de algo relativo a nuestra
experiencia. No podemos recordar nada que sea asocial básicamente por dos
razones. Por un lado, porque ninguna experiencia que pueda considerarse como
tal se puede situar al margen de los fenómenos que tienen significado en una
cultura, en una sociedad y en un momento de la historia. Por otro lado, ninguna
experiencia puede interpretarse y comprenderse si no hacemos uso de los ins-
trumentos que nos facilita nuestra sociedad para hacer inteligibles nuestras ex-
periencias, nuestros sentimientos o nuestras percepciones8.
La presencia de otras personas en nuestros recuerdos y cuando recordamos
pueden entenderse en dos sentidos: recordar en copresencia y que en nuestros
recuerdos participan otros seres humanos. Sin embargo, se puede entender tam-
bién en el sentido de que, cuando recordamos estando solos, la presencia y la
influencia de la sociedad no desaparecen, sino que continúan siendo aquello
que posibilita la acción de recordar.

“[...] cuando el hombre cree encontrarse solo, cara a cara consigo mismo, otros hom-
bres emergen y, con ellos, los grupos de los que proceden. [...] La sociedad parece de-
tenerse en el umbral de su vida interior. Pero sabe bien que, incluso entonces, el
hombre no se evade de ella más que en apariencia y que, quizá, en ese momento,
cuando parece pensar menos en ella, es cuando desarrolla sus mejores cualidades de
hombre social.”

Halbwachs, M. (1925, p. 109).

8. Tal vez pueda entenderse mejor el carácter social de lo que acostumbramos a asumir como
una experiencia privativa y mental si examinamos someramente un sentimiento como el amor.
Aunque solemos concebirlo como algo exclusivamente accesible a cada uno de nosotros/as, este
sentimiento sólo es interpretable en la medida en que a lo largo de nuestra vida hemos ido
adquiriendo las habilidades necesarias para reconocerlo como tal, para distinguirlo de otros sen-
timientos y para darnos cuenta de si otras personas experimentan lo mismo. Es decir, aunque a
primera vista pueda parecer algo muy privativo, en realidad está inserto en un marco social que
lo hace inteligible a todos y a cada uno de los miembros de una sociedad. Sin embargo, esta inte-
ligibilidad también procede de los instrumentos que la sociedad de la que formamos parte pone
a nuestro alcance para poder interpretarlos y, por ello, en nuestra sociedad se establecen distin-
ciones tan pintorescas como la del amor fraternal, el amor filial, el amor romántico, etc.; o se
trata el amor como una magnitud y operamos con él, por ejemplo, cuando afirmamos que quere-
mos a alguien mucho, a otro nada, a un tercero poco y a nosotros mismos como a nadie y nada
en el mundo; o, incluso, cuando establecemos distinciones tan precisas entre amor, cariño, ter-
nura, afecto, pasión, apego, aprecio, etc.
© Editorial UOC 219 Capítulo IV. La memoria social...

4) Marcos sociales
Maurice Halbwachs (1925, 1950, 1941) sostenía que, para reconstruir el pa-
sado, es necesario disponer de marcos sociales que permitan encuadrar y estabi-
lizar los contenidos de la memoria. Si no se produjera un nexo entre los
recuerdos y los marcos, no dispondríamos de memoria. Los marcos no funcio-
nan por separado, sino que es su conjunción la que permite el recuerdo. Estos
marcos son el espacio9 y el tiempo10, y ambos son construcciones sociales. Es
decir, no preexisten en los seres humanos, sino que son producciones que éstos
han elaborado y que se definen por su dimensión significativa. Por medio de los
marcos, los grupos reconstruyen su memoria; sin embargo, a partir de los
mismos, también es posible hacer presentes los grupos que los constituyeron.
Las relaciones entre la experiencia y los marcos son muy variables. Con
frecuencia recordamos, pero no sabemos dónde ubicar el recuerdo. En otras oca-
siones la sensación es inversa: sabemos ubicarnos en algún lugar, pero no sabe-
mos qué debemos colocar en el mismo. Para hablar propiamente de recuerdo,
resulta imprescindible que tengamos un contenido de recuerdo y que sepamos
ubicarlo en los marcos.

a) Marco temporal
En los diferentes entornos sociales y en los distintos grupos, la medición del
tiempo no se conecta de manera directa con una temporalidad única (el tiempo
histórico en que participamos todas las personas), sino que las fechas de referencia
constituidas por el propio grupo son las que le permiten enmarcar sus recuerdos.
El tiempo del grupo fija, ordena y establece la secuencia de acontecimientos, de
manera que éstos se puedan localizar. Así, según sea cada grupo, nos encontramos
con los tiempos de las cosechas, el año académico, el año comercial, el año litúr-
gico, etc. De hecho, se podrían identificar tantos calendarios como grupos socia-
les. El tiempo estructurado de esta manera se convierte en un tiempo fijo que
permite el encuadre y la estabilización de los contenidos de la memoria:

“No se puede decir que estos tiempos pasen, ya que cada conciencia colectiva puede
acordarse y la subsistencia del tiempo parece ser una condición de la memoria. Los

9. Cada grupo se convierte, no en un simple almacen de acontecimientos, sino en un elemento


que permite crear significados.
10. Mediante la comunicación, cada grupo define la temporalidad en que se integran sus memorias.
© Editorial UOC 220 Psicología del comportamiento colectivo

acontecimientos se suceden en el tiempo, pero el tiempo mismo es un marco inmó-


vil. Solamente los tiempos son más o menos vastos, permitiendo a la memoria re-
montar más lejos o menos en aquello que se ha convenido en llamar pasado. [...] el
tiempo no pasa: dura, subsiste y esto es lo que le corresponde, si no ¿cómo podría la
memoria remontar el curso del tiempo?”

Halbwachs, M. (1950, pp. 189-190).

b) Marco espacial
El marco espacial es más estable que el marco temporal. Los diferentes gru-
pos dejan huella y modifican los distintos espacios donde se desarrollan, de la
misma manera que los espacios imponen a los grupos adaptarse a ellos. Los gru-
pos se circunscriben a los espacios que construyen. Sin embargo, el marco espa-
cial no sólo debe entenderse como espacio meramente físico, sino que también
es, ante todo, un espacio significativo.

“Cuando un grupo está inserto en una parte del espacio, lo transforma a su imagen,
pero al mismo tiempo se pliega y se adapta a las cosas materiales que se le resisten. El
grupo se encierra en el marco que ha construido. La imagen del entorno y las relacio-
nes estables que entablan con él pasan a primer plano en la idea que el grupo se hace
de sí mismo. Esta idea penetra en todos los elementos de su conciencia y detiene y
reglamenta su evolución. La imagen de las cosas participa de su inercia.”

Halbwachs, M. (1950, p. 195).

El marco espacial viene dado por los espacios vividos, lo que significa conce-
birlos como espacios de experiencia y espacios de afectividad, que sirven de
vínculo al grupo que desarrolla su vida en dicho marco.
Según Halbwachs, la memoria, para serlo y poder ser reconocida como
memoria, necesita disponer de marcos, dado que estos últimos son los que per-
miten establecer la distinción con otros procesos como, por ejemplo, la imagi-
nación o la fantasía.

Ramón Ramos (1989), en un texto de lectura muy recomendable por el análisis que
realiza de la concepción de memoria de Maurice Halbwachs, sintetiza lo que este au-
tor sostenía sobre la relación entre los marcos sociales:

– No están segregados: la experiencia nos ubica en un complejo espacio-temporal en


el que las fijaciones espaciales y temporales aparecen vinculadas. Es decir, en la me-
moria evocar un tiempo se convierte en evocar un espacio y evocar un espacio se
convierte en evocar un tiempo.
© Editorial UOC 221 Capítulo IV. La memoria social...

– No son únicos: en la experiencia nos muestran múltiples espacios-tiempos, tanto


en el orden de la sucesión (infancia, juventud, etc.) como en el de la simultaneidad
(hogar, trabajo, amistades, etc.).
– No son homogéneos: ambos están diferenciados. El espacio en regiones en las que
las cosas se configuran y relacionan de manera específica. El tiempo en épocas y
periodos que definen acontecimientos posibles.

1.4.3. Conocimientos compartidos: Charles Blondel

Habitualmente, asumimos que la memoria de cualquier persona reúne el


conjunto de todo su pasado. Y en este sentido, creemos que nuestros recuerdos
son naturales y consustanciales a nuestro “ser mental”. Asimismo, pensamos
que la memoria es un flujo continuo y ordenado de acontecimientos del pasado
mediante el cual construimos nuestra experiencia.
Sin embargo, esto resulta paradójico. Aunque pensamos que la memoria
aglutina todo el pasado, sabemos que no siempre nos acordamos de lo que que-
remos y que olvidamos muchos hechos, nombres, situaciones, etc. No obstante,
a pesar de ello nos conminamos o conminamos a otros a recordar con exactitud,
con precisión y a localizar y fechar los recuerdos. Aunque pensamos que nuestra
memoria es natural y consustancial a nuestro “ser mental”, cuando recordamos
recurrimos a los grupos a que pertenecemos y a los saberes que circulan por nues-
tra sociedad. Y, aunque pensamos que nuestra memoria contiene un pasado
continuo y ordenado, la experiencia lo desmiente a cada instante.

1) Lenguaje
Para abordar esta paradoja, Charles Blondel11 (1876-1939) sitúa el punto de
partida en el lenguaje, tomado no sólo como herramienta de análisis, sino
también como el fundamento, la sustancia y la superficie en la cual se edifica

11. Charles Blondel se formó como filósofo y obtuvo el doctorado en Medicina, especializándose en
Psiquiatría en la Salpêtrière, convirtiéndose, más adelante, en profesor de Psicología. Pese a esta for-
mación, que podía hacer pensar en un trabajo de carácter más psicológico que psicosociológico, la
influencia de la Filosofía de Henri Bergson (1859-1941), de la Antropología de Lucien Lévy-Bruhl
(1857-1939) y, en particular, de la Sociología de Émile Durkheim (1858-1917) hicieron que muy
pronto sostuviera que los procesos en apariencia internos son, en realidad, fenómenos colectivos.
Blondel tomará tres procesos clásicos de la Psicología individual, como son la percepción, la afecti-
vidad y la memoria, y los convertirá en fenómenos de la Psicología colectiva, ofreciéndonos, de este
modo, el primer libro que se asume directamente como una Introducción a la psicología colectiva.
© Editorial UOC 222 Psicología del comportamiento colectivo

la realidad. Dicho con otras palabras, el lenguaje se asume no sólo como una
producción social, sino también como el elemento crucial que constituye lo
social. La realidad se hace inteligible por medio del lenguaje, pero éste, a su
vez, permite hacerla reconocible y, sobre todo, comunicable. Ello es posible
porque el lenguaje nos proporciona todo un sistema conceptual, que es el que
nos hace legible y comprensible la realidad.

“La palabra aparece en primer lugar, después la idea, después, en fin, a veces, la cosa,
y la cosa no sería para nosotros lo que es sin la idea que de ella tenemos, ni la idea sin
la palabra.”

Blondel, C. (1928). Introduction à la Psychologie collective (p. 93). París: Armand Colin,
1946.

No obstante, este sistema conceptual no constituye una transposición de la


realidad. En la utilización que hacemos del lenguaje, las palabras no se super-
ponen a los objetos, no los cubren para ofrecernos su traducción a partir de su
imagen, de su representación, sino que son las palabras las que confieren rea-
lidad e identidad a los objetos:

“Sabemos que detrás de los términos, en cuyas descripciones se acomodan, no hay


necesariamente cosas, y que la memoria, incluso en el individuo, no es más que una
palabra que resume todo un conjunto de comportamientos, si se quiere, no es más
que una función; suponiendo que una función no sea simplemente una metáfora,
cuando se ignora el órgano o el agente.”

Blondel, C. (1928, p. 129).

2) Memoria y estados mentales


El punto de partida que constituye el lenguaje nos conduce a otro de los
componentes de la paradoja: creer que nuestra memoria mantiene una directa
e íntima relación con una función mental. La cita precedente es suficientemen-
te explícita, aunque conviene reflexionar sobre ella. Sin embargo, quizá ayude
a aclarar un poco más cómo es configurado este itinerario por la memoria si la
completamos con una referencia más expresiva de su consideración de los es-
tados mentales, de los cuales sostiene:

“[...] existen y, sin embargo, no existen en toda su integridad, en toda su pureza en el


seno de ninguna conciencia individual, ya que, comunes a todo un grupo, no son
© Editorial UOC 223 Capítulo IV. La memoria social...

propios de ninguno de sus miembros y los desbordan por todas partes. Nos resulta
necesario, entonces, imaginar para ellos una realidad psíquica de nuevo orden que no
se limite a los datos de la conciencia individual.”

Blondel, C. (1928, p. 41).

Vemos cómo aparece manifestado el requerimiento de trascender una visión


puramente individualista de los estados mentales. De hecho, lo que Charles
Blondel propone es que los seres humanos (y ello incluye, obviamente, nuestros
“procesos mentales”) somos accesibles a los demás y a nosotros mismos porque
somos seres sociales; es decir, porque participamos en una sociedad y porque
sólo en ésta nos hacemos inteligibles. O dicho con más concreción, la memoria
se apoya o toma como punto de partida unas “intuiciones sensibles iniciales”
(Blondel, 1928) de carácter personal. Sin embargo, si bien constituye una condi-
ción sine qua non, sólo se organizan gracias a un conjunto de nociones genéricas,
a una visión del mundo y de la experiencia que debemos a la colectividad. Del
mismo modo que la persistencia de las “intuiciones sensibles”, aunque su natu-
raleza sea muy enigmática, es la condición sine qua non de la memoria, esta últi-
ma sólo emerge como tal cuando tiene un soporte o base social. Es decir, sólo es
posible gracias a los marcos y a las reglas que nos proporciona la sociedad.

3) Marcos sociales
Si quisiéramos recorrer integralmente cualquier momento de nuestro pasado
(remoto, reciente o inmediato), no podríamos dar cuenta de la totalidad de los
acontecimientos que se produjeron, puesto que nos desbordarían y se converti-
rían en ininteligibles, y todavía menos situar con exactitud unos en relación
con otros, dado que no dispondríamos de una noción de orden y/o de sucesión.
Nuestra experiencia directa nos dice pocas cosas si no la situamos en marcos
sociales, que son los que nos permiten localizar los recuerdos, pero también en
los que nos apoyamos para hacerlos inteligibles y los que nos permiten hacer afir-
maciones sobre nuestro pasado. Es en la existencia de los marcos donde se en-
cuentra la primera condición de eficacia del recuerdo; sin embargo, los marcos no
provienen de nuestra experiencia personal, sino de nuestra experiencia colectiva.

“[...] el recuerdo propiamente dicho es el acto de una inteligencia socializada que ope-
ra sobre datos colectivos.”

Blondel, C. (1928, p. 134).


© Editorial UOC 224 Psicología del comportamiento colectivo

Fuera de la vida social, nuestros recuerdos constituyen reconstituciones o re-


construcciones irrealizables12. Los distintos acontecimientos que vamos expe-
rimentando en nuestra vida y, por tanto, la memoria que reconstruimos,
mantiene una relación directa con las diferentes nociones, condiciones y mane-
ras de entender del entorno en que se desarrollan nuestras vidas. Es decir, según
las condiciones que la colectividad ha reconocido y definido.
Nuestros recuerdos no sólo están formados por aquello que se supone que
es la “experiencia estricta” del pasado (lo que consideramos que son recuerdos
propiamente dichos), sino que también están constituidos por conocimientos
que utilizamos en nuestra cotidianidad y medio social, y que conforman nues-
tra historia: amigos, hechos históricos, relaciones, conversaciones, lecturas,
etc. que no tienen por qué coincidir con el momento que se trata de evocar,
sino que pueden ser anteriores o posteriores. De hecho, no existe separación
entre

“[...] aquello que hemos visto y entendido nosotros mismos y aquello que sólo he-
mos sabido ver o entender sin que hayamos hecho ni una cosa ni otra y nuestra
existencia personal se desborda de esta manera en el espacio, el marco que estricta-
mente le asignamos”.

Blondel, C. (1928, pp. 137-138).

En efecto, muchos de los que creemos “recuerdos” de nuestra propia


experiencia personal no lo son, sino que son conocimientos que hemos adqui-
rido porque, empírica y lógicamente, ha sido necesario que hayan ocurrido. De
hecho, los conocimientos adquieren la fisonomía de recuerdos, además de
proporcionarles continuidad. Por ejemplo (Blondel, 1928), si hemos estudiado
en un colegio, el sentido común nos dice que hemos pasado un primer día de
clase. Probablemente no recordemos nada. Sin embargo, hemos aprendido co-
sas relacionadas con la organización y el funcionamiento de un colegio y quizá

12. Memoria y sociedad son inseparables y ello se hace evidente a cada instante. Por ejemplo, los
sistemas cronológicos utilizados en la historia para medir el tiempo y conferirle homogeneidad son
instituciones sociales (creaciones históricas de una sociedad). Por su carácter social, porque nos
resultan significativas, recurrimos a las mismas, dado que constituyen espacios de intersección en
los que podemos ubicar acontecimientos personales y relacionarlos con los de nuestro grupo (el
recurso de las fechas, por ejemplo).
© Editorial UOC 225 Capítulo IV. La memoria social...

hayamos leído sobre cuáles son los sentimientos de un colegial el primer día que
acude. Así, puede decirse lo siguiente:

“Dispongo, pues, de todos los elementos suficientes para operar una reconstrucción
de mi primera jornada en el colegio que sea plausible, verosímil y hacia la que yo es-
taré naturalmente predispuesto a aceptar como auténtica, dado que no chocará con
mi propia experiencia ni con la experiencia común.”

Blondel, C. (1928, p. 139).

Que los marcos provengan de nuestra experiencia colectiva no supone la im-


posibilidad de acordarnos de acontecimientos únicos. En efecto, la mayoría de
los acontecimientos lo son. Sin embargo, ello no significa que no los recorde-
mos partiendo de los marcos genéricos colectivos, por medio de los cuales cla-
sificamos y ordenamos los detalles.
Un esclarecimiento de la interrelación de acontecimientos únicos y marcos ge-
néricos colectivos puede seguirse de una ilustración que proporciona Charles
Blondel (1928): todos hemos afirmado alguna vez que no existe un paisaje en el
mundo que tenga parangón con uno concreto que hayamos visto. Sin embargo,
todos los paisajes están constituidos con los mismos elementos: cielo, tierra y
agua, valles, montañas, bosques, casas, personas, animales, etc. Ante la contem-
plación de cualquier paisaje no sólo captamos imágenes, sino que, simultánea-
mente a la observación de conjunto, identificamos, reconocemos y designamos
los elementos familiares de los que está constituido. Del mismo modo, en nuestra
memoria intervienen objetos y personas que han formado parte de diferentes es-
cenarios de nuestro pasado y que no están fijos en estos escenarios evocados, sino
que los trascienden y remiten a otros escenarios o llevan al que evocamos caracte-
rísticas y elementos que alteran el escenario de dicha evocación. Es decir, lo des-
bordan. Se puede observar que, igual que ocurre con la percepción, en la memoria
cada recuerdo encarna un hecho único. Sin embargo, los detalles son comunes
con otros de nuestros recuerdos o de nuestras percepciones.

4) Reconstrucción del pasado y arbitrariedad


Nuestra memoria no es estable, sino que nuestros recuerdos varían, se inten-
sifican, se modifican o desaparecen en paralelo a nuestra sucesiva pertenencia a
distintos grupos. Asimismo, la experiencia adquirida a lo largo de nuestra vida, los
diferentes avatares por los que atravesamos, las condiciones sociales cambiantes
(las costumbres, las normas, los valores, pero también los cambios de orden mate-
rial) a que nos vemos obligados a adaptarnos a lo largo de nuestra vida repercuten
© Editorial UOC 226 Psicología del comportamiento colectivo

sobre nuestra memoria. Por este motivo, se puede afirmar que nuestros recuerdos
están afectados por los diferentes ambientes colectivos en que vivimos.
Como sostiene Blondel, la memoria es una reconstrucción de pasado en fun-
ción de lógicas colectivas. ¿Significa esto que podemos modificar los recuerdos
según nuestro capricho? La respuesta es negativa. En efecto, podemos hacer
múltiples reconstrucciones; sin embargo, de entre todas éstas, lo más habitual
es que optemos por una y prescindamos de las demás. ¿Cómo podríamos ex-
plicarlo? Parece que la respuesta no es muy difícil si tenemos en cuenta lo que
hemos visto. No podemos recordar cualquier cosa, ni podemos elaborar cual-
quier versión del pasado, puesto que siempre existen unas versiones que se nos
presentan como más plausibles o aceptables que otras. Este hecho se debe a que
los marcos sociales nos señalan lo que es admisible y lo que no lo es.

“[...] nuestros recuerdos no son modificables a voluntad. Presentan una suerte de


objetividad interna que los opone simultáneamente a la plena exterioridad de la per-
cepción y a la caprichosa arbitrariedad de la imaginación pura.”

Blondel, C. (1928, p. 149).

Es decir, la vida en sociedad es la que nos provee y nos ayuda no sólo a reen-
contrar nuestros recuerdos, sino también a conferirles rigor y verosimilitud.

1.4.4. Acciones recíprocas e incompletitud: Ignace Meyerson13

De la selección de reflexiones y argumentos que hemos presentado, la incor-


poración de los trabajos de Ignace Meyerson14 (1888-1983) constituye, en
apariencia, una cierta desviación del itinerario que nos habíamos propuesto.

13. Ignace Meyerson es uno de los investigadores olvidados en la Psicología, hasta el punto de que su ras-
tro parece casi extinto. Afortunadamente, trabajos como los de Noemí Pizarroso están haciendo posible
su recuperación. Debemos agradecer públicamente que haya compartido esta recuperación con nosotros,
puesto que, de otro modo, Ignace Meyerson no dispondría de unas breves páginas en este escrito.
14. Nacido en Francia, se formó en Medicina, siendo sus primeros trabajos como psicólogo de corte
estrictamente neurofisiológico. Tras ponerse en contacto con autores como Pierre Janet (1859-1947) y
Henri Delacroix (1873-1937) en el laboratorio de Henri Pieron (1881-1964), sus investigaciones experi-
mentaron un giro importante, pasando a interesarse por una psicología humana, centrada en el estu-
dio de las funciones psicológicas superiores, interés que guiará toda su obra, y se materializará en su
tesis Les fonctions psychologiques et les oeuvres (‘Las funciones psicológicas y las obras’, 1948). Aunque es
éste el único libro que publicó en vida, su trabajo comprende decenas de artículos y la organización de
coloquios sobre distintos temas, como la historia del color o el estudio de lo que en la sociedad actual
entendemos por persona a partir del análisis de dominios culturales como el lenguaje, la religión, las
instituciones jurídicas o el arte. Ignace Meyerson fue el fundador de la Psicología histórica y, aunque
sus trabajos fueron relegados a una posición marginal en el panorama dominante de la Psicología del
siglo XX, posee un indudable interés para la psicología contemporánea.
© Editorial UOC 227 Capítulo IV. La memoria social...

A diferencia de las contribuciones precedentes, la que analizaremos a conti-


nuación confiere una atención relativa al estudio de la memoria. Sin embargo,
como podremos observar, la propuesta de la Psicología histórica de Meyerson es
perfectamente coherente con la articulación y temática de lo que estamos plan-
teando aquí.

1) Las funciones psicológicas


Uno de los ejes de articulación de la obra de Ignace Meyerson es el estudio
de las “funciones psicológicas” (entre las que, obviamente, se incluye la
memoria). Sin embargo, a pesar de ser una noción fundamental, en ningún
momento la noción de “función psicológica” aparece definida expresamente
en su obra, lo que crea no pocas dificultades para entender algunas de sus pro-
puestas. Meyerson no explica las “funciones psicológicas” por lo que son o por
cómo se podría establecer su definición, sino, principalmente, partiendo de
cuatro aspectos: por cómo puede abordarse su estudio (el proceso histórico de
su constitución), por cómo nos resultan accesibles en la vida cotidiana y en su
estudio por la Psicología (el análisis de las diferentes creaciones de la mente hu-
mana: las obras), por cómo operan (cómo actúan sobre el mundo y sobre las
mentes), y por cómo todos estos aspectos no se pueden tomar de forma aislada,
sino que se deben entender en interacción, sin posibilidad de aislarlos o fraccio-
narlos. Es decir, su propuesta se basa en un análisis del proceso que toma como
eje la dimensión histórico-social, que sólo es tratable asumiendo su complejidad
y tratando con ella y por medio de la misma, por lo que cualquier simplificación
o fragmentación actuaría en detrimento de la comprensión del proceso.

La indefinición de la noción “funciones psicológicas” es congruente con la


obra de Meyerson, puesto que su proyecto de psicología no pretende estudiar la
mente humana en particular, sino que quiere comprender las funciones psico-
lógicas en su complejidad y concreción a lo largo de su proceso de constitución
histórica. Es decir, las funciones psicológicas están condicionadas por la socie-
dad y se van estableciendo en consonancia con los avatares que esta última
experimenta. Este condicionamiento determina que una función psicológica
no se pueda definir por lo que es, recurriendo a una esencia y a una estabilidad,
sino por su capacidad para producir “obras” y para ser sensible a esta produc-
ción. Ello implica afirmar, como se verá más adelante, que las funciones psico-
© Editorial UOC 228 Psicología del comportamiento colectivo

lógicas se modifican. A continuación examinaremos con mayor detenimiento


en qué se concretan éstos y algunos otros aspectos para tratar de entenderlos
mejor.

2) Proceso histórico de constitución de las funciones psicológicas


Las funciones psicológicas tienen una dimensión histórica (Meyerson,
1948, 2000a). Es decir, surgen en un momento histórico determinado median-
te las prácticas humanas y cambian a lo largo del tiempo. O lo que es el mismo,
las funciones psicológicas son definidas, conceptualizadas y actualizadas en los
actos de los seres humanos: no tienen entidad antes de que los seres humanos
así las establezcan en los diferentes momentos de la historia y, del mismo
modo y por este motivo, no poseen un carácter permanente e inmutable, sino
que experimentan transformaciones y modificaciones debido también a estas
prácticas.
No obstante, aunque este carácter histórico puede determinarse, existe una
tendencia, tanto en la propia vivencia como en los estudios de la Psicología, a
buscar el carácter inmutable y permanente de las funciones psicológicas, in-
cluso sin considerar que, aunque se declaren inmutables, la propia vivencia y
el propio proceso de investigación hacen que dicho carácter inmutable se per-
vierta:

“La creación de categorías psicológicas consideradas como inmutables constituye uno


de los aspectos de esta construcción de objetos durables por el espíritu. A esta tendencia
del espíritu se superpone otra actitud que deja inmutable aquello que, por norma ge-
neral, debe ser objeto de elaboración: la materia, los temas, los elementos de la investi-
gación psicológica. Toda ciencia crea objetos. Pero estos últimos cambian con la
investigación: incluso para las ciencias de la naturaleza. Cuando se trata de hechos
mentales, por inercia, por información insuficiente, por hábito de abstracción, no se
hace la crítica del objeto. Implícita o explícitamente, se admite que las categorías del
espíritu tal y como nos las ofrece el sentido común o la elaboración de filósofos y psi-
cólogos han existido siempre, son en tal manera consustanciales al hombre y no han
sufrido ninguna transformación, cuando la vida material, la vida social, el conocimien-
to de las cosas, la vida espiritual en general no han dejado de transformarse.”

Meyerson, I. (1948). Les fonctions psychologiques et les oeuvres (pp. 120-121). París: Al-
bin Michel, 1995.

Este reconocimiento de la historicidad de los objetos psicológicos que se


expresa en la cita no se agota en los planteamientos expuestos, sino que se ex-
© Editorial UOC 229 Capítulo IV. La memoria social...

tiende a la posibilidad de comprender las funciones psicológicas de una manera


diferente a como solemos concebirlas. Es decir, comprender y explicar las
funciones psicológicas alejándonos de nuestras formas habituales de conside-
rarlas sólo por medio del esfuerzo para hacérnoslas inteligibles repercute en un
cambio en nuestras formas de pensar.

“Cada vez que comprendemos un hecho nuevo, forzamos un poco nuestro pensa-
miento; se modifica; se puede decir al límite: cada vez que he leído un libro, soy otro.
Esto es igual para los sentimientos, para los contactos humanos, para la comprensión
del prójimo.”

Meyerson, I. (1948, p. 121).

Todo esto quizá quede más claro si recurrimos a las reflexiones de Ignace Me-
yerson (1956) sobre la memoria. Aunque pueda parecernos difícil de concebir
en la actualidad, puesto que se nos presenta como algo permanente e inmuta-
ble, la memoria surgió en algún momento de la historia. Esta aparición debió
suponer un proceso dificultoso en la medida en que los seres humanos hemos
necesitado disponer de una larga experiencia para establecer una noción de pa-
sado y entender que ésta se diferencia del presente. Sin embargo, ha debido de
ser complicado también percatarnos de que el pasado es algo que ha sido y ya
no es y, sobre todo, que el pasado tiene sentido por ser pasado, y en la medida
en que se diferencia y se relaciona con otros segmentos temporales.
En efecto, la memoria es una elaboración histórica por lo que no siempre ha
sido considerada de la misma manera a lo largo de la historia (Meyerson,
2000a,b). La manera como la entendemos en la actualidad es radicalmente di-
ferente a como la entendían, por ejemplo, los griegos. Este hecho tan sencillo
nos permite entender que, si en dos periodos históricos la memoria se interpreta
de maneras diferentes, esto se debe a que su conceptualización no es un hecho
que se desprenda directamente de la realidad, sino que es el resultado de las ma-
neras de concebir y de los procedimientos para definir que tienen los seres hu-
manos de una determinada época. Pero, además, también pone de manifiesto
el aspecto de su modificación por medio del tiempo. Éste se puede explicar aten-
diendo al menos a dos factores. Por un lado, la manera como se haya concep-
tualizado la memoria en una época hace que los seres humanos se relacionen
con esta conceptualización y la vayan modificando. Por otro lado, el cambio
puede entenderse por medio de la incorporación de nuevas formas y procedi-
© Editorial UOC 230 Psicología del comportamiento colectivo

mientos que introduzcan una nueva conceptualización y una manera diferente


de abordar su estudio.
Si nos fijamos más específicamente en la memoria como función de cono-
cimiento del pasado, vemos que la memoria comporta singularidad y orden
(Meyerson, 1956): supone la construcción de una estructura temporal. Esto
significa pensar el tiempo y, simultáneamente, implica que esta manera de
pensar el tiempo repercute en la forma en que el tiempo se ordena y en cómo
se concibe la memoria. Podría resultar un ejercicio interesante reflexionar un
instante en lo que puede ser el tiempo y la memoria en las culturas que con-
ciben el tiempo como circular (el eterno retorno), a diferencia de nosotros,
que lo entendemos como lineal; o también tratar de imaginar cómo sería
nuestra manera de pensar el tiempo y la memoria si, de repente, nos viéramos
obligados a pensar en nuestro tiempo como si fuera circular.

3) Las obras
Si asumimos la complejidad y la historicidad de las funciones psicológicas,
su carácter cambiante, ¿cómo podemos hacer accesible esta mutabilidad? Y, so-
bre todo, ¿cómo podemos estudiarlas? Por lo que hemos señalado con respecto
a la concepción de la Psicología que Meyerson defiende, la respuesta no se en-
cuentra en el análisis de los estados de conciencia o de los fenómenos psíquicos
abstraídos de sus condiciones de producción y de sus condiciones de uso y/o de
acción en el seno de las sociedades.
La forma de hacerlas accesibles es por medio de sus manifestaciones, sus ex-
presiones, la dimensión simbólica y, evidentemente, de los comportamientos
que también contribuyen a que sea tangible. Es decir, por medio de las obras
(Meyerson, 1948).

“Los estados mentales no se quedan en estados, se proyectan, adquieren figura, tien-


den a consolidarse, a convertirse en objetos. Es a causa de esta aptitud fundamental,
de este rasgo constitutivo del espíritu que su estudio objetivo es posible. No estamos
reducidos al vano esfuerzo de asir lo inasible. Tenemos ante nosotros formas precisas
[...].”

Meyerson, I. (1948, p. 10).

Dicho con otras palabras, para poder estudiar las funciones psicológicas, po-
demos recurrir a lo más tangible de las “producciones de la mente”. Es decir, a
todo aquello que han elaborado las personas: sus obras. Para Ignace Meyerson
© Editorial UOC 231 Capítulo IV. La memoria social...

lo que debemos entender por obras son los conocimientos, las ciencias, las in-
venciones, las técnicas, las lenguas, las producciones artísticas, las instituciones,
las reglas, las normas, etc. y, obviamente, los comportamientos.
Las obras nos permiten un acceso directo a los “estados mentales” porque
constituyen formas específicas que comparten dos características comunes: son
producciones históricas y poseen un carácter significativo. Ambas característi-
cas son determinantes para el estudio de las funciones psicológicas, en la medi-
da en que el referente de estudio no es una persona abstracta, un modelo
prototípico de ser humano, sino un ser humano ubicado en unas coordenadas
históricas, sociales y culturales concretas que es estudiado por otros seres huma-
nos que también están situados en unas determinadas coordenadas históricas,
sociales y culturales. De este modo, las obras, como creación y producto de las
personas a lo largo de la historia, se erigen en objeto de investigación que nos
informa de lo que las personas han sido y son en los diferentes escenarios socio-
culturales de los que, a su vez, las personas son productoras y productos.

4) Los signos
El carácter de producciones históricas y la dimensión significativa nos indica
que los seres humanos no nos relacionamos con las obras directamente, puesto
que éstas, en sí mismas, no dicen nada. Los seres humanos trascendemos la ma-
terialidad de las obras, dado que buscamos significados en las mismas porque,
al tener una dimensión simbólica, son susceptibles de interpretación más allá
de su materialidad.
Aquello que nos permite realizar esta interpretación, que nos permite produ-
cir estos significados (remitirnos a contenidos significativos y a recorridos de
nuestra experiencia), son los signos.
Los signos son mediadores entre las personas y los diferentes dominios de la
realidad que éstas tratan de interpretar. Son instrumentos de las experiencias y
del esfuerzo espiritual continuo (Meyerson, 1963) que realizan las personas para
intentar comprender. Sin embargo, para que los signos permitan comprender
las obras, deben pertenecer a un sistema, han de estar comprendidos en un con-
junto organizado que los haga inteligibles e interpretables. Un signo aislado no
tiene sentido, puesto que, al no remitir a un sistema, está privado de un marco
de inserción y referencia que permita su interpretación. Por ejemplo, el lenguaje
es un sistema y cada uno de los signos que lo componen adquiere sentido en
© Editorial UOC 232 Psicología del comportamiento colectivo

relación con este sistema. Si no existiera un sistema al que el signo se pudiera


remitir, el lenguaje y la comunicación serían imposibles15.
No obstante, los signos no constituyen simples envoltorios de una realidad
preexistente, cuya función descansa en la simple denotación y/o rotulación:

“El signo no es una etiqueta enganchada a un contenido previo y que permanezca


fijo. Es un instrumento del pensamiento, sirve para elaborar un contenido de pensa-
miento. Posee una virtud de prolongación y un poder operatorio casi ilimitados.”

Meyerson, I. (1963, p. 111).

En efecto, el pensamiento simbólico es un pensamiento exclusivamente hu-


mano, que forma signos para construir objetos. Los seres humanos no nos re-
lacionamos directamente con objetos, sino con los significados que les hemos
atribuido, que son, precisamente, los que hacen que los objetos se conviertan
en estos mismos y que podamos identificarlos. O dicho con otras palabras,
cuando pensamos los objetos, éstos no nos proporcionan por sí mismos nin-
guna evidencia de qué son y cómo debemos concebirlos, sino que es en virtud
del sistema de signos por medio del cual los pensamos y relacionamos que éstos
se convierten en accesibles para nosotros. Es decir, lo simbólico no es una repre-
sentación, sino una construcción de la realidad.
La realidad no está separada ni es independiente de las personas, sino que
son éstas quienes hacen la realidad por medio de su construcción significativa
para poder relacionarse, puesto que, si no fuera así, la realidad sería un simple
decorado y nuestra relación con la misma se convertiría en algo impracticable.

“Una cualidad caracteriza ante todo estas formas significativas [los signos] y marca su
extrema importancia en la vida mental: confieren significado a algo un poco diferen-
te de las mismas. Son sustitutos, reemplazantes, suplentes. Ocupan el lugar de otra
cosa. Remiten a un contenido. Es este contenido, su significación, lo que constituye
su valor, y no su materialidad particular, su ‘aspecto acabado’. [...] Este contenido

15. Meyerson (1948, 1963) refiere sistemas de signos específicos (el lenguaje, el simbolismo reli-
gioso, la matemática, la pintura, etc.). Cada uno de estos sistemas tiene su materia propia, sus con-
diciones técnicas propias de producción, sus formas elementales, sus propias estructuras de
organización, sus reglas de funcionamiento y lo que podría denominarse su propio valor de reali-
dad (un dominio de experiencia que le corresponde). El arte reúne todas las características prece-
dentes; lo mismo podemos decir del lenguaje ordinario, de las matemáticas, etc. Precisamente son
estas características las que hacen que cada sistema sea específico en el sentido de que es irreducti-
ble hacia los demás y, paralelamente, hacen que cada signo dentro del sistema sea comprensible.
© Editorial UOC 233 Capítulo IV. La memoria social...

puede ser relativo a hechos relacionados con la persona del agente; es relativo con
mayor frecuencia a una realidad considerada por el agente y por el receptor como in-
dependiente de los mismos, como ‘objetiva’. [...] Mediador con respecto a una reali-
dad que sustituye, el signo es instrumento respecto del espíritu al que explica y sirve.
Es el instrumento esencial. Todo pensamiento se traduce en signos, no hay función
del espíritu que no tenga necesidad de formas, no sólo para explicarse, sino también
para ser. Mediador e instrumento, el signo marca la objetividad del pensamiento y
explica las relaciones que el espíritu introduce entre las cosas. Clasifica y ordena.
Mide también. Señala el género y el número. [...] Al lado del orden de las cosas, de las
cosas humanas: el signo es social, traduce las relaciones entre los hombres, sirve a la
comunicación, a la información, a la interacción, a la acción tout court; hace actuar.”

Meyerson, I. (1948, pp. 75-76).

Más adelante veremos cómo se produce esta objetivación de la realidad; sin


embargo, es primordial enfatizar algo que se señala en la cita y que redunda en
el carácter simbólico del pensamiento: su carácter compartido por los seres hu-
manos, que les permite la comunicación, la información y las actuaciones.
Los signos no tienen un carácter universal, puesto que de lo contrario la capa-
cidad para establecer significaciones se convertiría en algo incoherente. Para que
los signos tengan sentido, deben poseer un carácter compartido: ser com-
prensibles e interpretables en el marco de las convenciones de una sociedad.

5) Los actos
El tercer aspecto relativo a las funciones psicológicas se refiere a los actos. He-
mos visto que las obras son signos y que estos últimos constituyen productos
originales de una mente. Con los actos sucede lo mismo: son interpretables, tie-
nen significado por las mismas razones. Cada acto no es un acto aislado, sino
que forma parte de una serie en la que adquiere sentido y éste proviene de su
vinculación con otros actos, propios o de otras personas, aunque no de cual-
quier persona, puesto que cada acto está delimitado en cuanto a quién puede y
quién no puede participar en el mismo.
La mente sólo puede funcionar en actos concretos por medio de reglas
establecidas histórica y socialmente, así como mediante delimitaciones tempo-
rales (tienen un principio, una finalidad y una manera de sucederse) y espaciales
(los actos se producen en contextos concretos que los hacen pertinentes).
Cada acto tiene el significado que le viene dado por su inserción en una serie
y que permite su interpretación. Es decir, cada acto es un lenguaje (Meyerson,
1948) y, como tal, comunica.
© Editorial UOC 234 Psicología del comportamiento colectivo

Los recuerdos también son un producto de la mente y como tales son signos. Como
hemos visto, los signos no recubren algo preexistente, sino que, por el contrario, lo
conforman, lo crean. Ningún recuerdo existe antes de que sea formulado mediante
un acto que lo concrete. Este último es deudor de unas coordenadas sociales, cultura-
les e históricas que permiten su constitución. Por medio de los actos creamos los re-
cuerdos, y es sólo con esta creación cuando el recuerdo se convierte en tal y adquiere
la propiedad de ser algo memorable, puesto que la realidad, espontánea y directamen-
te, no ofrece nada que pueda calificarse de recuerdo. Cada acto constituye una me-
moria acabada, pero esta memoria acabada en una obra se abre a las posibilidades de
múltiples interpretaciones.

6) La objetivación
Por medio del acto nos dirigimos hacia algo diferente del simple estado
mental. Es decir, cuando pensamos, lo hacemos sobre algo, sobre un conteni-
do, y el acto de pensar siempre tiene lugar en relación con un contenido. En
este sentido puede decirse que nuestros actos se dirigen hacia un objeto, que es
lo mismo que decir que nuestro pensamiento tiende a exteriorizar sus creacio-
nes o, más bien, a considerarlas realidades exteriores. Esto es lo que se denomi-
na objetivación.

“[...] una tendencia que tiene el pensamiento a exteriorizar sus creaciones, o más
exactamente, a considerarlas como realidades exteriores; y en el caso en que esta pro-
yección es la más apremiada, el objeto adquiere una verdadera independencia [...].”

Meyerson, I. (1948, p. 31).

El lenguaje constituye una de las manifestaciones paradigmáticas de la


objetivación en el sentido de que participa en la construcción de un mundo de
objetos a los que se atribuyen determinadas propiedades. Por medio del lengua-
je conseguimos que la realidad se convierta en objetiva y esta objetivación resul-
ta todavía más evidente cuando el lenguaje ordinario se convierte en uno
especializado y disciplinario como es el de las ciencias.

“El lenguaje contribuye a fijar contenidos y a relacionar entre ellos las propiedades, a
crear centros de una visión objetiva. Participa así en la operación de conexión y sepa-
ración que cumple la percepción en el continuo del flujo. Clasifica y organiza la ex-
periencia. Jalona los grados de esta organización. [...] La objetivación científica, la de
la física, necesita mejores instrumentos; abandona casi completamente el lenguaje
ordinario por las matemáticas.”

Meyerson, I. (1948, pp. 38-39).


© Editorial UOC 235 Capítulo IV. La memoria social...

Hemos señalado que, para que los actos tengan sentido, deben estar vincula-
dos a una serie, en el marco de un sistema, que es el que permite dotarles de inte-
ligibilidad y significado. Es precisamente la posibilidad de que sean inteligibles y
que posean significado (que sean compartidos por todos los miembros de una co-
munidad: que pertenezcan a todos y no pertenezcan a nadie) lo que hace que los
actos adquieran su objetividad y se perciban como independientes de su cons-
trucción por medio de las prácticas humanas.

7) Incompletitud
Por medio de los actos construimos las obras y, si bien aquéllos son efímeros,
las obras ostentan la marca del acto incluyendo en las mismas dos características:
lo acabado y lo duradero. Sin embargo, ambas características no se deben inter-
pretar como que las obras tengan un carácter definido o definitivo. En efecto,
cada obra constituye un producto acabado y duradero; sin embargo, su interpre-
tación hace que este acabamiento sea una apertura a nuevas significaciones.
Dicho con otras palabras, todas las obras son obras de la mente, obras del
pensamiento y, por ello, todas son signos. Son los signos los que garantizan que
las obras sean siempre originales. Sin embargo, buena parte de esta originalidad
radica en que, aunque las obras sean un producto acabado, poseen, paradójica-
mente, la condición del inacabamiento a causa de su carácter simbólico, lo que las
convierte en objetos interpretables ad infinitum. Esta interpretación sin fin hace
que las obras cambien pero, simultáneamente, hace que cambie el pensamien-
to, porque obras y pensamiento y, obviamente, las funciones que desempeñan
los signos, son históricas. Por medio de los signos creamos obras pero, a su vez,
estas últimas se convierten en instrumentos que nos sirven para pensar y, en
este sentido, también constituyen factores de transformación. Los signos no im-
ponen una clausura sino que, por el contrario, constituyen una apertura hacia
nuevos recorridos en una interpretación ininterrumpida. Sin embargo, del mis-
mo modo, cada vez que comprendemos un hecho, esta comprensión redunda
sobre nuestro propio pensamiento y lo modifica.
Cada obra y cada acto concreto comparten el hecho de ser productos aca-
bados: poseen una “encarnación” (Meyerson, 1948) específica. Sin embargo,
como productos con significado, en cada obra existen “[...] prolongaciones,
virtualidades que hay que explotar, descubrimientos que se deben hacer”
(Meyerson, 1948, p. 193). Lo mismo sucede con los actos en que se “[...] mezcla
© Editorial UOC 236 Psicología del comportamiento colectivo

cierta imprevisibilidad” (Meyerson, 1948, p. 192). Por este motivo, actos y obras,
aunque acabados en la concreción de su realización, están incompletos por-
que son susceptibles de interpretación permanente por parte de todas las per-
sonas y, lo que es especialmente destacable, incluso por parte de la persona o
personas que los han producido.

“Las obras son, en primer lugar, un testimonio. Fijan, resumen y conservan aquello
que los hombres de un tiempo han conseguido hacer y expresar. Con frecuencia, son
un testimonio eminente: cuando traducen no un pensamiento medio, sino un pen-
samiento nuevo, un momento en que el espíritu ha tendido a progresar, a superarse.
Actúan: el pensamiento nuevo de algunos deviene un pensamiento nuevo de un gran
número. Así se precisa el objeto de la investigación que conduce su análisis compara-
do: no el conocimiento del espíritu único, sino el conocimiento de las funciones psi-
cológicas tal y como se elaboran en la diversidad compleja y concreta de su historia.”

Meyerson, I. (1948, p. 195).

Puede decirse que el “acabamiento inacabado” de actos y obras pone de ma-


nifiesto su carácter de “obra abierta”, se abre a la incompletitud. Este mismo ca-
rácter de obra abierta y de incompletitud también lo poseen las funciones
psicológicas. En efecto, si el conocimiento es un proceso inacabado (como lo
pone de manifiesto la interpretación ilimitada que se hace de actos y obras) e
inacabable (por la misma razón), podemos sostener que con las funciones psi-
cológicas ocurre lo mismo, puesto que éstas también participan de los cambios
del conocimiento, lo que supone afirmar que están sometidas a este cambio:

“Las funciones psicológicas de los cambios del conocimiento y del inacabamiento del
conocimiento. Están ellas mismas, por esencia, sometidas al cambio, inacabadas e
inacabables. [...] no son estables, fijas, delimitadas, acabadas más que aproximada-
mente. El análisis que ha conducido a aceptar el principio de su cambio lleva también
a pensar que son inacabadas e inacabables.”

Meyerson, I. (1948, p. 190).

Esto resulta fácil de entender si, como señalábamos con anterioridad por lo
que se refiere a la inconveniencia de pensar, no en la persona en abstracto, sino
en la persona ubicada en unas determinadas coordenadas culturales, hacemos
lo mismo y no nos referimos a lo social como una característica universal. Los
hechos sociales son plurales y múltiples y están propiciados por personas y gru-
© Editorial UOC 237 Capítulo IV. La memoria social...

pos con características específicas e inserciones sociales, históricas y culturales


concretas, que forman sus maneras de actuar e interpretar y, en definitiva, sus
funciones psicológicas.
Si es imprescindible pensar en la persona en concreto, no en una abstracción,
también lo es cavilar sobre los hechos sociales concretos y no sobre abstraccio-
nes, puesto que ambos se determinan mutuamente. Es decir, las estructuras so-
ciales tienen efectos sobre las personas; sin embargo, estas últimas también
tienen efectos sobre las estructuras sociales. Se produce una acción recíproca
que no sólo se da en el plan de la experiencia social, sino también en el de la
experiencia material, en las obras.
Las memorias trascienden el propio contenido en que se concretan: son
obras acabadas en su formulación, pero incompletas en las posibilidades que
abren a su interpretación. Están conformadas tanto por elementos que permi-
ten dar estabilidad al mundo, siempre inestable, en el que las personas desarro-
llan su vida, como por elementos que permiten pensar en un mundo en
transformación. Su función es tanto de estabilización de la realidad como de
creación de espacios de posibilidad para nuevas interpretaciones. Ambos aspec-
tos repercuten no sólo sobre los contenidos de la memoria, sino también sobre
la función misma de la memoria.

2. La memoria como construcción social

En la primera parte del capítulo hemos tenido la posibilidad de examinar dos


maneras de comprender y estudiar la memoria. Para ello nos hemos valido de la
deconstrucción de una noción utilizada con asiduidad en la Psicología de la me-
moria, así como del repaso de las propuestas de algunos autores olvidados o apar-
tados de la Psicología académicamente dominante. De este modo, hemos puesto
de manifiesto las dificultades que implica la adopción de diferentes supuestos
para interpretar y estudiar la memoria y, sobre todo, para entenderla como un
proceso constitutivo de las relaciones sociales.
Los argumentos que presentaremos a continuación se separan drásticamente
de los estudios de Psicología de la memoria para apoyarse en las propuestas y
© Editorial UOC 238 Psicología del comportamiento colectivo

trabajos de los autores que hemos repasado, así como en otras contribuciones.
Como hemos podido comprobar, muchos de los planteamientos que hemos re-
visado y las reflexiones que los acompañan no sólo son pertinentes, sino que
también mantienen su vigencia hasta el punto de entroncar con los plantea-
mientos de la Psicología crítica.
Precisamente porque los fundamentos de lo que sigue residen en las propues-
tas mencionadas, no llevaremos a cabo un desarrollo exhaustivo de las mismas,
sino que se deberá entender que los detalles deben localizarse en éstas. Sólo en-
fatizaremos aquellos aspectos que suponen una contribución diferencial o un
acento diferente.
Evidentemente, apoyarse en el andamiaje alzado para estas propuestas no se
debe entender, de ningún modo, como una igualación de propuestas, sino
como un diálogo fructífero entre tradiciones.

2.1. Factores sociales de la memoria

Para estudiar la memoria en su complejidad, es necesario considerarla como


proceso y producto eminentemente social y contextual. Es decir, la memoria es
una práctica relacional y, en este sentido, la indagación no se debe dirigir hacia
lo que ocurre en la mente de las personas, sino hacia el análisis de las acciones
en que las personas nos implicamos al recordar: cómo utilizamos la memoria,
cómo construimos versiones del pasado, cómo concebimos e interpretamos la
memoria en nuestras relaciones cotidianas, cómo ésta nos sirve de vínculo rela-
cional, cómo se convierte en recurso argumentativo y cómo la utilizamos para
trascender el pasado, utilizándola como instrumento de análisis de la actualidad
y como herramienta de prospección.
Definir la memoria a partir de su carácter social y concebirla como proceso y
producto de las prácticas y relaciones humanas supone reconocer su dimensión
simbólica. Es decir, el lenguaje y la comunicación constituyen los ejes funda-
mentales de su articulación. Asimismo, implica asumir que la memoria, tanto
en relación con su estudio como con la utilización que hacemos de la misma en
la vida cotidiana, tiene una dimensión histórica. Sin embargo, vayamos por par-
tes para entender un poco mejor qué significado tienen ambas dimensiones.
© Editorial UOC 239 Capítulo IV. La memoria social...

La dimensión simbólica hace referencia al mundo de los significados, por lo


tanto, alude al carácter social del mundo. Si recurrimos, como es bastante ha-
bitual, a una taxonomía para decidir qué es social y qué no, podemos tener la
sensación de que es la naturaleza o la realidad las que nos proporcionan la dis-
tinción. Sin embargo, si nos fijamos un poco, nos percataremos de inmediato
de que hemos sido los seres humanos los creadores de esta taxonomía por me-
dio de los significados que hemos atribuido a “lo natural” y a “lo social”. Dicho
con otras palabras, no son unas presuntas propiedades intrínsecas de lo social o
de lo natural las que nos dicen qué es cada categoría, sino el conjunto de signi-
ficados compartidos en el seno de una comunidad lo que nos permite establecer
esta distinción. Es precisamente el carácter compartido elaborado por medio de
la comunicación (la superficie en que se construyen los significados) lo que nos
permite a los seres humanos conferir determinadas propiedades a todo aquello
con lo que nos relacionamos o que participa en nuestras relaciones (otras per-
sonas, ideas, conceptos, objetos, relaciones, etc.), propiedades de las que, por sí
mismos, carecen.
De la misma manera que no se debe establecer una disyunción entre lo real
y lo natural al destacar la dimensión simbólica de lo social, tampoco debe esta-
blecerse una dicotomía entre lo real y lo simbólico. Lo simbólico es tan real
como cualquier otro objeto que podamos considerar incuestionablemente
como real. De hecho, lo simbólico tiene la capacidad de constituirse en fuente
de producción de la realidad16.
Por lo que hemos señalado, no resulta difícil entender que todo lo social for-
ma parte del mundo de significados comunes y propios de una sociedad, y que
está creado por medio de la intersubjetividad. Es decir, lo social no pertenece a
una presunta “subjetividad privativa de cada persona”, no está en las personas,
sino que pertenece al espacio existente entre las personas, a la intersubjetividad
o, lo que es lo mismo, al espacio de significados que construimos o del que par-
ticipamos las personas de manera conjunta (Ibáñez, 1989).
Cuando nos referimos a la dimensión histórica, aunque también lo incluya,
no sólo se trata de admitir que todas las sociedades tienen una historia. Asi-

16. Pensemos, por ejemplo, en cómo actúa la familia en nuestra sociedad en cuanto a referente de
clasificación de relaciones e inductora de comportamientos; cómo repercute la fidelidad de pareja
en la manera de entender los afectos; cómo operan las jerarquías más allá de una simple relación
de fuerza, etc.
© Editorial UOC 240 Psicología del comportamiento colectivo

mismo, se debe asumir que la sociedad es producto de las actividades humanas


que constituyen uno de los factores esenciales de la modificación de la sociedad
por medio del tiempo. Esto significa, como mínimo, tres cosas.
La primera es que nuestra manera de entender e interpretar las estructuras
sociales, los fenómenos que se desarrollan a nuestro alrededor, nuestras mane-
ras de representarnos el mundo, nuestras maneras de actuar, etc. no se pueden
separar del momento histórico en que han emergido y se han constituido, ni
tampoco de los procesos históricos que han dado lugar a su aparición. Veíamos
un ejemplo de ello al estudiar el giro experimental que supone para los estudios
de la memoria la obra de Hermann Ebbinghaus, pero también podemos encon-
trarlo en la vida cotidiana. Por ejemplo, hasta la irrupción del concepto psico-
lógico de motivación, el aprovechamiento escolar o laboral era tratado como
egoísmo y, en la actualidad, lo es como causa inhibidora o desencadenante de
actividad. Primero como injustificado y ahora como explicable, lo que promue-
ve relaciones específicas.
La segunda tiene que ver con el reconocimiento de las peculiaridades cultu-
rales, con el modus vivendi que cada sociedad concreta ha ido construyendo a lo
largo de su historia. Esto significa admitir que la producción de conocimiento
constituye una práctica social que está conformada de un modo u otro de-
pendiendo del tipo de sociedad17. Por ejemplo, los conocimientos producidos
sobre la memoria y el valor mismo que pueda recibir de la misma se relacionan
con la concepción de ser humano que se tenga en cada sociedad (que exista o

17. Es decir, nuestras concepciones y prácticas están situadas históricamente. Podemos observar el
proceso de constitución histórica de un objeto examinando, por ejemplo, cómo ha ido cambiando
la concepción y la consideración de la vejez. Muy sintética y simplificadamente, podríamos decir
que se ha pasado de tratar a las personas mayores como depositarias de un saber experiencial y
poseedoras de una legitimidad altamente valiosa (esta concepción tampoco es espontánea, sino que
también es histórica), a considerarlas como la expresión de lo intempestivo y como un problema
social. Cada una de estas consideraciones significa una forma de relacionarnos con estas personas, así
como el nacimiento de dispositivos de atención para este segmento de edad. Que las personas
vivan más tiempo y que nuestra sociedad se caracterice por una tendencia cada vez mayor a consi-
derar a los seres humanos partiendo de su capacidad productiva material pueden constituir las
razones que lo expliquen. Sin embargo, para lo que nos ocupa, lo importante es comprobar que la
definición de un periodo de la vida y las relaciones que mantenemos con el mismo han ido experi-
mentando transformaciones y no podemos ignorarlas si queremos entender dicho periodo. Asi-
mismo, tampoco podemos obviar que el incremento de la esperanza de vida, el cambio en nuestras
relaciones y las características de nuestra sociedad han contribuido a crear ámbitos especializados
de conocimiento y dispositivos de atención en los que la Psicología, la Medicina, la Sociología, etc.
se han visto obligadas a modificar sus definiciones psicosocioevolutivas, diseñar tecnologías de tra-
tamiento, indagar sobre procesos psicosociales de nueva factura, etc.
© Editorial UOC 241 Capítulo IV. La memoria social...

no la categoría de ser individual, que se suponga la existencia de procesos psi-


cológicos, etc.), con la noción de validez del conocimiento (si debe estar so-
metido a un método y encerrado en determinadas instituciones o es de origen
divino), con los valores y creencias que se manejan en un determinado perio-
do, etc. Y, obviamente, todo ello remite a creaciones realizadas por los seres
humanos.
Finalmente, la dimensión histórica implica considerar la realidad social como
proceso. Es decir, cualquier fenómeno social tiene unas condiciones temporales
de existencia: cambia con el tiempo. Por ello, para hacerlo inteligible, resulta in-
suficiente analizarlo como un producto acabado, puesto que ello supone tratar
dicho fenómeno como si tuviera unas características intrínsecas que no tiene a
causa de las transformaciones que experimenta. Asimismo, al tratarlo como un
producto, en cierta manera estaríamos modificando las características mencio-
nadas, dado que, al prescindir de su proceso de constitución, omitimos el trans-
curso de su desarrollo, que es el que ha llevado a que los seres humanos lo
tratemos de una determinada manera en un momento histórico preciso.
Probablemente, después de la exposición precedente, aun admitiendo que la
propuesta que hemos presentando da cuenta de un enfoque diferente de la me-
moria que se sostiene en fundamentos psicosociales, haya surgido un interro-
gante nada nimio. En efecto, en el planteamiento anterior se ha aludido sin más
a la memoria; ¿dónde se debe encajar el olvido en este planteamiento?
La respuesta es compleja en lo referente a su fundamentación, aunque
bastante sencilla de contestar. Desde la perspectiva con que aquí abordamos la
memoria, hacer referencia a ésta significa, simultáneamente, referirse al olvido.
Es decir, no existe memoria sin olvido, pero tampoco existe olvido sin memoria:
ambos están imbricados.
El olvido no se puede concebir sin la memoria, ni la memoria sin el olvido,
puesto que identificar un olvido significa identificar una pérdida, lo que desde un
punto de vista lógico sería un “no olvido”. De hecho, en cierta manera, para cons-
truir la memoria es necesario haber olvidado, dado que, si hacer memoria no es
copiar o duplicar un evento o experiencia pasada, sino producirlo, revivirlo, res-
tablecerlo y rehacerlo, asumir una idea de conservación de acontecimientos se
vuelve incongruente. Este hecho quedará más claro cuando abordemos el
tema de la memoria y el discurso. No obstante, es oportuno establecer alguna
precisión sobre qué significa afirmar que alguien ha olvidado.
© Editorial UOC 242 Psicología del comportamiento colectivo

Al aseverar que alguien ha olvidado, se están defendiendo, al menos, tres pre-


misas:

• La convicción de estar en posesión de la versión exacta y verdadera de algo


que ha ocurrido: una reproducción estricta del pasado con la que es posible
comparar cualquier otra versión para establecer su precisión y completitud.
• La defensa de la existencia de una única versión sobre la realidad a la que to-
dos y todas, de forma ineludible, nos vemos obligados a recurrir, prescin-
diendo con ello de los contextos a los que adecuamos nuestros discursos y al
carácter dialógico y controversial de los mismos.
• La identificación de una pérdida (olvido). Desde un punto de vista lógico, su-
pone una contradicción, puesto que, cuando se alude al olvido, se apela a la
presencia de una ausencia, a la constatación de que algo que estaba ya no es-
tá; a aquello que señala el olvido y, por tanto, señala la ausencia de algo pre-
sente: una presencia.

Cada vez que hacemos memoria, necesitamos olvidar unas cosas y cons-
truir otras para que el relato sea congruente con la situación en que recorda-
mos. Este olvido y esta memoria, o esta memoria y este olvido, son diferentes
en cada contexto en que recordamos. Es decir, cada contexto nos comprome-
te a una transformación, creación e invención ininterrumpidas del pasado
para poder adecuar los diferentes hechos y episodios a las condiciones y
requerimientos del contexto. Pero además, cada vez que recordamos, nuestra
memoria se modifica, dado que nuestros recuerdos no sólo consisten en descrip-
ciones neutrales de algo que sucedió, sino que también se erigen en argumen-
tos, explicaciones, interpretaciones que interrogan, cuestionan, ratifican, etc.
las construcciones que hacemos del pasado y, como todo proceso de interpre-
tación, modifica nuestra manera de pensar (Meyerson, 1948). Es en este sen-
tido en el que deben entenderse memoria y olvido como inseparables. No
obstante, existe también otra razón: el pasado que construimos por medio de
nuestra memoria sólo tiene sentido a la luz de una experiencia posterior al
momento en que ocurrió, sólo tiene sentido en función de las interpretacio-
nes que hacemos en el presente.
© Editorial UOC 243 Capítulo IV. La memoria social...

2.2. La memoria como construcción de presente

Se produce una paradoja en los estudios de memoria. Si bien la memoria se re-


fiere a una construcción del pasado, no es este último el que merece nuestra aten-
ción, sino que, por el contrario, debemos examinar el presente, dado que es en este
segmento temporal cuando se hace memoria. Sin embargo, además de ser la super-
ficie de nuestros recuerdos, el presente también constituye la razón de ser de la me-
moria: construimos el pasado en función de los intereses del presente (Bartlett,
1932; Halbwachs, 1925, 1950; Middleton y Edwards, 1990; Vázquez, 2001).
La construcción del pasado en función del presente nos indica que la memo-
ria no constituye una recuperación intempestiva o extemporánea del pasado,
sino que en el presente de cada sociedad y de cada grupo humano se producen
condiciones de posibilidad que hacen emerger determinadas memorias y con-
denan otras al ostracismo. Es decir, en cada orden social prevalecen y/o sub-
yacen unos valores, normas, creencias, ideologías e imaginarios que favorecen
o facilitan la construcción de determinadas memorias y dificultan o entorpecen
la construcción de otras.
Esto se debe entender como la imposibilidad de recuperar un pasado inalte-
rado del flujo temporal y admitir que el pasado se interpreta y se resignifica; es
decir, cambia en función del presente. Este cambio, además de producirse por
las peculiaridades propias en la forma de construirlo, como veremos en otro
apartado, también se origina porque a esta construcción significativa del pasado
no sólo incorporamos acontecimientos de diferentes momentos pretéritos, sino
también contemporáneos; asimismo, le adherimos distintos aprendizajes y co-
nocimientos, así como distintas experiencias. La combinación de todos estos
elementos y muchos otros implica un proceso de comprensión y creación de
sentido que comporta la apertura hacia una enorme multiplicidad de interpre-
taciones y resignificaciones del pasado (Blondel, 1928; Mead, 1929; Lowenthal,
1985; Middleton y Edwards, 1990; Vázquez, 2001).
Vemos que, por el contrario a lo que se suele pensar, el pasado nunca está
acabado, ni tampoco se puede encerrar dentro de los límites de una demarca-
ción estrictamente cronológica, puesto que, parafraseando a David Lowenthal
(1985), la memoria es más y es menos que el pasado. Cada vez que, solos o
acompañados, hacemos memoria, lo construimos, lo concebimos, lo juzgamos
y lo adaptamos a las circunstancias concretas en que recordamos.
© Editorial UOC 244 Psicología del comportamiento colectivo

No obstante, lo que recordamos no es indiferente a la construcción que hace-


mos de los acontecimientos. Hacemos memoria de lo que es significativo y/o que
se vincula con la afectividad. No hacemos memoria porque hayamos almacenado
información, sino porque lo que recordamos tiene sentido y crea sentido en el
marco de nuestra comunicación y de nuestras relaciones. Es más, por muy banal
que sea nuestro recuerdo, siempre, indefectiblemente, está entroncado en un
contexto en el que adquiere sentido y/o al que permite dotar de sentido.
Lo mismo se puede sostener respecto de la afectividad (Fernández Christlieb,
1994, 1999), que, como resulta obvio, no se puede separar de lo que acabamos
de decir. Ésta se vincula con lo que tiene significado y estimación en nuestras
vidas y en nuestras relaciones. No todos los eventos son susceptibles de evo-
cación, sino sólo aquellos que se vinculan con nuestras emociones, con el senti-
do de nuestras vidas, con nuestros deseos, con nuestras añoranzas y con
nuestras esperanzas presentes.
El tiempo nunca deja de fluir, y en este discurrir se insertan nuevos
acontecimientos, situaciones, hechos y experiencias que obran sobre el pasa-
do: este último no permanece imperturbable ni inconmobible ante la ocurren-
cia de cualquier episodio posterior. De hecho, los acontecimientos que se irán
produciendo en el futuro exigen que transformemos nuestra memoria, lo que
implica elaborar un nuevo sentido del pasado a la luz de los acontecimientos
posteriores que se han producido y que, inevitablemente, modifican y alteran
las interpretaciones que teníamos hasta aquel momento. Dicho con otras pa-
labras, por medio de nuestra memoria vamos produciendo versiones sobre los
acontecimientos del pasado que son fijaciones efímeras, subordinadas a la
ocurrencia de acontecimientos futuros que modifican nuestras visiones y ver-
siones del pasado, imponiendo la tarea permanente de elaboración de signifi-
cado: el futuro que se consuma obliga a reformular nuestras versiones del
pasado18.

18. Piénsese en cualquier acontecimiento cotidiano. Cuando se está viviendo, es una amalgama de
sucesos que acontecen. En la mayoría de las ocasiones no se sabe si serán relevantes en nuestra bio-
grafía. Muchos sucesos se volatilizan y desaparecen. Se convierten en “no sucesos” porque no
alcanzan un sentido. Sin embargo, algunos otros sucesos acaban convirtiéndose en acontecimien-
tos vitales y esenciales para la manera de entender nuestra experiencia. ¿Cómo? Existen muchas
posibilidades, pero podría ser, por ejemplo, debido a la ocurrencia de otros acontecimientos futu-
ros, que hagan que un episodio más o menos banal se reinterprete y se convierta en una clave de
interpretación fundamental, aunque cuando estaba ocurriendo no tenía ese significado.
© Editorial UOC 245 Capítulo IV. La memoria social...

En cierto modo, es como si se produjese una inversión en nuestra manera de


interpretar las relaciones entre segmentos temporales: no es sólo que el futuro
dependa en cierta manera del pasado, sino que muchas de las características del
pasado se deben interpretar de nuevo y adquieren nuevos significados en fun-
ción del futuro que se ha producido.
Son muchas las consecuencias que se pueden inferir de las observaciones pre-
cedentes, derivadas de esta relación significativa que establecemos con el pasa-
do. Sin embargo, es importante destacar una de entre las mismas, que se
relaciona con la exactitud, la autenticidad y, en definitiva, con la veracidad de
nuestros recuerdos.
Si, efectivamente, la ocurrencia de futuros eventos nos obliga a resignificar
el pasado, no podemos conceder a ninguna declaración, a ningún estudio o a
ningún informe la categoría de ser la versión exacta y completa del pasado. Y
ello se puede establecer así partiendo de dos razones.

La primera es que, cuando el pasado se produjo, era un mero conjunto de


acontecimientos y situaciones. Este conjunto, para que tenga significado, necesita ser
interpretado, lo que sólo es posible una vez que ha ocurrido y se considere esta ocu-
rrencia merecedora de alguna elaboración. Pero, además, existe una segunda razón:
cuando hacemos memoria, nuestros conocimientos del pasado no se corresponden
con aquello que se ha podido experimentar como el presente, sino que solemos co-
nocer mejor el pasado que cuando lo estábamos ‘viviendo en presente’, ya que nues-
tra comprensión actual opera con una visión más acabada de los acontecimientos en
la medida en que, en su construcción, utilizamos la ocurrencia de acontecimientos
posteriores (Lowenthal, 1985).

En este sentido, podemos decir que el atributo primordial de la memoria no es


el almacenamiento o preservación del pasado, sino su producción y alteración
para operar en el presente. Más que una simple recuperación y/o retención de ex-
periencias anacrónicas, más que un pálido reflejo de acontecimientos descon-
textualizados, la memoria sirve para que podamos producir inteligibilidades sobre
aquel pasado.
Lo precedente nos lleva a establecer otra dilucidación. Como señalábamos,
por medio de la memoria le conferimos un sentido al pasado; sin embargo, este
sentido debe estar insertado en el flujo temporal. En efecto, la temporalidad se
construye mediante nuestras prácticas. Es decir, en el presente construimos el
sentido del pasado y del futuro. Desde el presente, las contingencias del futuro
© Editorial UOC 246 Psicología del comportamiento colectivo

se abren a la posibilidad, puesto que sólo por medio de nuestras prácticas pode-
mos construirlo. Sin embargo, los pasados también se construyen en el presen-
te, que es donde se vertebran sus condiciones de posibilidad pero, asimismo, se
da por medio de nuestras prácticas, que son las que sostienen las relaciones y
los discursos.
Los diferentes acontecimientos que constituyen nuestra experiencia son
múltiples y heterogéneos. Es decir, las relaciones que mantienen los unos con
los otros son precarias en el sentido de que son discontinuas: conjuntos de vi-
vencias que no mantienen una relación directa las unas con las otras. Sin em-
bargo, la experiencia de nuestra vida es la de la continuidad: tenemos el
sentimiento de que nuestra vida consiste en un transcurso, una secuencia, un
encadenamiento de contingencias conectadas, un proceso. Ello es posible en
virtud de la construcción significativa que hacemos, por medio de la memoria,
a la densidad y cohesión que hacemos del pasado, presente y futuro.
Esta construcción de la continuidad (Halbwachs, 1950; Vázquez, 2001) es
posible gracias a nuestras prácticas, que son las que construyen, fundamentan
y articulan nuestras relaciones y nuestra comprensión del mundo. Como seña-
lábamos, estas prácticas son fundamentalmente simbólicas, se producen en el
lenguaje por medio de estrategias argumentativas y retóricas.

2.3. Memoria social y discurso

Habitualmente, suele entenderse el lenguaje como un instrumento que nos


permite representar la realidad y transmitir o trasladar información a otras
personas sobre nuestros pensamientos, percepciones o sentimientos. Es decir,
un medio que reproduce la realidad y que exterioriza lo que tenemos en nuestro
interior para hacerlo accesible a los demás.
Sin embargo, esta visión de simple instrumento intermediario entre la reali-
dad y las personas resulta demasiado simplificadora. El lenguaje es más que un
medio de translación de la realidad. Constituye un elemento de articulación de
las relaciones humanas por medio del cual no se representa y/o reproduce algo
preestablecido, sino que, fundamentalmente, permite crear y transformar signi-
ficados.
© Editorial UOC 247 Capítulo IV. La memoria social...

Formulado de otra manera, el lenguaje, más que representar la realidad, la


construye, la forma. Esta afirmación, que puede parecer inverosímil a primera
vista, queda más clara y resulta más comprensible y patente cuando considera-
mos la utilización que hacemos del lenguaje en la vida cotidiana y no en abs-
tracto. En efecto, en la vida cotidiana usamos el lenguaje para explicar lo que
nos rodea, para explicarnos a nosotros mismos, para explicar qué pensamos,
qué sentimos, para decir e interpretar qué piensan o sienten los demás, para ar-
gumentar, para proporcionar explicaciones, para refutar, etc. Dicho con otras
palabras, el lenguaje constituye una actividad práctica mediante la cual los seres
humanos sostenemos buena parte de nuestras relaciones.
La consideración del lenguaje como actividad práctica es especialmente im-
portante para entender cómo se conforma la realidad. No es necesario explicar
que, cuando nacemos, nos incorporamos a un mundo ya construido donde el
lenguaje constituye una de sus producciones ya configuradas, del mismo modo
que lo son los diferentes conceptos y categorías que permiten explicar y conferir
sentido al mundo. Ello supone que, con nuestra incorporación al mundo, a su
vez incorporamos a nuestras vidas el lenguaje, los conceptos y las categorías con
las que el mundo está construido. Sin embargo, al mismo tiempo que se produce
esta incorporación, vamos adquiriendo los elementos que nos permiten partici-
par activamente de la construcción de este mundo.
Por medio del lenguaje construimos activamente los diferentes fenómenos
sociales que constituyen lo que entendemos por “la realidad”, al mismo tiempo
que estos fenómenos que construimos se constituyen en dispositivos de inter-
pretación de la realidad. La manera como construimos una realidad significativa
por medio del lenguaje y como se articulan las relaciones sociales por medio de
esta creación es a lo que denominaremos discurso.

“La realidad se introduce en las prácticas humanas por medio de las categorías y las
descripciones que forman parte de esas prácticas. El mundo no está categorizado de
antemano por Dios o por la Naturaleza de una manera que todos nos vemos obliga-
dos a aceptar. Se construye de una u otra manera a medida que las personas hablan,
escriben y discuten sobre él.”

Potter, J. (1996). La representación de la realidad. Discurso, retórica y construcción social


(p. 130). Barcelona: Paidós, 1998.
© Editorial UOC 248 Psicología del comportamiento colectivo

Del mismo modo que el lenguaje, la función del discurso no consiste en re-
presentar el mundo, sino en dar forma a las acciones sociales y coordinarlas
(Shotter, 1984, 1993a, b). Este aspecto tiene una doble vertiente. Por un lado,
cuando nos comunicamos con otras personas o, incluso, cuando en nuestra so-
ledad producimos una versión de un acontecimiento, para que ésta resulte con-
cebible, inteligible, merecedora de crédito, admisible y legítima, es preciso que
satisfaga los criterios y exigencias que impone y que son propias de un canal de
comunicación en el que participamos. Por otro lado, participar de estas exigen-
cias y criterios supone sostener ciertas modalidades de orden social.
Brevemente, amoldarnos a las coordenadas de un canal de comunicación, es
decir, reproducir aquel canal, constituye la reproducción del orden social:

“Nuestras formas de hablar dependen del mundo en la medida en que lo que decimos
está enraizado en lo que los hechos del mundo nos permiten decir. Pero,
simultáneamente, lo que tomamos como naturaleza del mundo depende de nuestra
forma de hablar de él. De hecho, ambos aspectos deben su existencia separada a su
interdependencia.”

Shotter, J. (1990). La construcción social de recuerdo y del olvido. En D. Middleton y


D. Edwards (Comp.). Memoria compartida. La naturaleza social del recuerdo y del olvido
(p. 142). Barcelona: Paidós, 1992.

Cuando hacemos memoria, también debemos amoldarnos a un canal de co-


municación, lo que supone que todo aquello que decimos sobre el pasado no se
debe únicamente a una versión solipsista, sino que también está arraigado en
las construcciones del mundo que circulan en nuestra sociedad. Sin embargo,
tampoco podemos prescindir de nuestras formas de hablar sobre el pasado, lo
que redunda en aquella misma construcción del mundo. En nuestra sociedad
están instituidas ciertas formas de hablar del pasado, ciertas maneras de compo-
ner los relatos y de tejer narraciones. Disponemos de formas más o menos cons-
tituidas y adecuadas para hablar de nuestras experiencias, de nuestra biografía,
de cómo explicar el pasado, de cómo trabar relatos verosímiles, fabulosos, ficti-
cios, así como precisos, científicos, personales, impersonales, etc. Cada uno de
estos géneros resulta adecuado a una situación y siempre los utilizamos para
adecuarnos a ella.
En las construcciones que hacemos del pasado tratamos de elaborar descrip-
ciones plausibles, relatos y explicaciones convincentes y expresivas, narraciones
© Editorial UOC 249 Capítulo IV. La memoria social...

significativas, etc. Y todo ello adecuándolo a los discursos que circulan en nues-
tra sociedad, para que sean pertinentes al contexto en que se produce la comu-
nicación. Como vemos, para hacerlo sólo podemos valernos del lenguaje, de sus
cualidades versátiles, de las capacidades argumentativas y retóricas que nos pro-
porciona para ofrecer y sostener diferentes versiones.
Hacer memoria no suele consistir en la elaboración de relatos neutros, fríos,
imparciales u objetivos sobre el pasado, aunque, claro está, depende del con-
texto comunicativo y de los efectos que como hablantes queremos producir en
nuestros interlocutores o interlocutoras, el que esta forma de construir el pasado
resulte adecuada.
No obstante, lo más habitual cuando hacemos memoria es que nuestro acto
de recordar esté atravesado de afectos y que éstos se manifiesten en la elabo-
ración discursiva que hacemos del pasado. De hecho, en nuestros discursos,
en las conversaciones sobre el pasado y en nuestros relatos de memoria procura-
mos que nuestras narraciones, los acontecimientos que explicamos (Middleton y
Edwards, 1990), los vínculos que describimos, las emociones que mostramos
o, incluso, lo significativo que encontramos en objetos o lugares del pasado
(Lowenthal, 1985; Radley, 1990; Leonini, 1991) se adapte a unas formas re-
tóricas y expresivas adecuadas a lo que tratamos de rememorar. Dicho con otras
palabras, el pasado depende de nuestras formas de hablar. Es decir, nuestra ma-
nera de construir discursivamente la memoria es lo que nos permite sostener las
versiones sobre el pasado. Es en el marco de una secuencia de acción donde lo
que decimos adquiere o no sentido, y es susceptible de aceptación. De hecho,
no existe disyunción entre la manera como construimos lingüísticamente el pa-
sado y este último en sí mismo: nuestra manera de hablar del pasado construye
el pasado, y el pasado es lo que construimos al hablar.
En definitiva, intentamos construir significados y, por medio de los mismos,
establecer nexos con ideas, con épocas, con personas, con objetos o con es-
pacios para constituir y constituirnos en parte de un mundo (Bartlett, 1932;
Middleton y Edwards, 1990; Edwards, Potter y Middleton, 1992; Shotter, 1987;
Birulés, 1995).
La construcción de significados y el establecimiento de nexos no están orien-
tados ni actúan por medio del establecimiento de una correspondencia exacta
con el pasado o por medio de una ajustada exposición de hechos. Más bien, el su-
puesto de nuestro discurso es que aquello que referimos, en efecto, ocurrió; sin
© Editorial UOC 250 Psicología del comportamiento colectivo

embargo, para que sea admisible o, incluso, para que nosotros mismos podamos
admitirlo, se debe sostener sobre bases argumentativas que lo hagan significativo,
y éstas sólo se encuentran en el espacio de nuestra sociedad.
En efecto, la memoria es fundamentalmente un proceso argumentativo por
medio del cual tratamos de sostener lo que decimos que ha sido y ya no es, de
conferirle sentido, de negociar su significado y, eventualmente, defenderlo de
posibles socavamientos que se puedan hacer de nuestra versión sobre el pasado.
La memoria responde a criterios de variabilidad, dado que construimos versio-
nes del pasado subordinadas al contexto en que se deben acomodar y con la in-
tención de conseguir determinadas acciones pragmáticas. Dicho con otras
palabras, con nuestras prácticas sociales producimos, defendemos o des-
mantelamos los criterios de idoneidad de los recuerdos por medio de la argu-
mentación que es el recurso que permite dotar de pertinencia y confianza a lo
que tratamos de mostrar como versión fidedigna del pasado en un contexto co-
municativo concreto.
Si consideramos la memoria como un proceso fundamentalmente argumen-
tativo y no un simple inventario de hechos, debemos asumir que no es simple
repetición, sino la creación de novedades mediante la generación y la articu-
lación de nuevos sentidos y nuevas coherencias por medio de la producción de
significados.
Las diferentes narraciones19 e interpretaciones que conforman las mane-
ras en que hablamos del pasado debemos examinarlas en el contexto social y
conversacional donde se producen, puesto que son instrumentos que utiliza-
mos para el análisis, la justificación y la negociación social (Bruner, 1990;
Vázquez, 2001).
Son muchas las posibilidades que nos permite el lenguaje para construir la
realidad. Sin embargo, parece oportuno que destaquemos como mínimo dos,
por lo que tienen de significativas en los relatos de memoria y, sobre todo, por-

19. Las narraciones son un dispositivo fundamental, constituyen producciones sustanciales en las
construcciones de la memoria: elaboración de acontecimientos, relato de experiencias, articulación
de biografías y autobiografías, etc. En buena medida, recordamos construyendo narraciones. Éstas
requieren de la presencia de acontecimientos, de personas, de la articulación de ambos, de la crea-
ción de una secuencia, de la construcción de una temporalidad y, en definitiva, de la creación de
una versión mediante una trama; es decir, de una línea argumental. Las narraciones se construyen
y reconstruyen, actuando así como dispositivo de interpretación del pasado. Nos ayudan a nego-
ciar visiones y versiones de la realidad, siendo, por ello, origen de conflictos y, en consecuencia,
propiciadoras de nuevas interpretaciones.
© Editorial UOC 251 Capítulo IV. La memoria social...

que constituyen elementos que conforman la manera en que suele entenderse


convencionalmente este proceso: la construcción de relatos con características
de precisión y exactitud, y la referencia a estados o procesos psicológicos.
Es posible construir relatos que reúnan características de exactitud y preci-
sión apelando a una correspondencia entre nuestros recuerdos y el pasado y
es, asimismo, posible apelar a la exactitud y fidelidad de nuestros recuerdos
utilizando estas dos categorías como elementos demostrativos.
Aparentemente, esto parece contradecirse con lo que hemos expuesto en pá-
ginas anteriores. Sin embargo, no es así. Lo que estamos planteando no es que
existan relatos exactos y fieles del pasado, sino que se puedan construir discur-
sivamente: podemos recurrir al lenguaje para convertir la exactitud y la fideli-
dad en estrategias. Contrariamente a lo que se acostumbra a creer, no son los
hechos los que crean los efectos de exactitud y precisión, sino las estrategias ar-
gumentativas y retóricas que utilizamos para presentarlos y, eventualmente,
para defender nuestros puntos de vista. Por propia experiencia sabemos que no
basta con decir lo que ha pasado, sino que es capital cómo presentamos la ocu-
rrencia de hechos para que nuestra declaración sea aceptada como verosímil y
forme parte de la lógica del discurso en que estamos inmersos. Incluso cuando
presentamos una versión sobre algo que pertenece a una experiencia particular
en la que nuestros interlocutores no han participado, dependiendo de cómo lo
hagamos, será aceptada o no y nos veremos inmersos en una polémica en la que
debemos argumentar y presentar los acontecimientos de manera que tengan
apariencias de verosimilitud. Por norma general, esto nos pasa desapercibido,
porque no estamos habituados a pensar en términos de discurso y sí en térmi-
nos de representaciones de la realidad; es decir, de correspondencia entre la rea-
lidad y su explicación, puesto que nos parece que el lenguaje juega un papel
accesorio.
Lo cierto es que los hechos no preceden a lo que intentamos contar, sino que
van emergiendo y convirtiéndose en tales en virtud de nuestra construcción del
relato, por medio del cual adquieren la apariencia de hechos y los consideramos
como tales. Sin embargo, del mismo modo que podemos construir una versión
sosteniéndola en elaboraciones factuales, también tenemos a nuestra disposi-
ción una cantidad ingente de recursos para fortalecer o socavar versiones y, ob-
viamente, cuestionar los hechos.
© Editorial UOC 252 Psicología del comportamiento colectivo

Por proporcionar sólo un ejemplo, para promover una versión consistente


podemos recurrir al ofrecimiento de detalles que permiten generar la impresión
de tener un conocimiento directo o de estar en disposición de una información
de primera mano al aportar elementos que, en apariencia, podrían haber sido
observados y haber resultado evidentes para cualquier persona que hubiera pre-
senciado un acontecimiento. Los detalles pueden tener mayor o menor relevan-
cia; sin embargo, con independencia de ello, su incorporación a la exposición
los convierte en elementos inseparables del relato, conformando y contribuyen-
do a la construcción de la memoria de una manera tan decisiva como lo pueden
hacer aquellos elementos que podríamos decir que constituyen la sustancia del
relato, en la medida en que son los que configuran los contenidos de lo que ha
ocurrido.

“Se pueden organizar detalles de este tipo para proporcionar una estructura narrativa
a un relato: el orden de los acontecimientos, quiénes son los personajes, etc. La
organización narrativa se puede utilizar para aumentar la credibilidad de una descrip-
ción particular, inscribiéndola en una secuencia donde lo que se describe se convierte
en algo esperado o incluso necesario.”

Potter, J. (1996, pp. 154-155).

Sin embargo, del mismo modo que disponemos de recursos para dotar las
versiones de solidez y consistencia, también tenemos recursos para socavarlas.

“Las personas disponen de una amplia gama de recursos para ironizar descripciones
presentándolas como mentiras, ilusiones, errores, halagos, engaños, desnaturaliza-
ciones, etc., y pueden recurrir a estos recursos para socavar la exactitud de una des-
cripción. Ante la existencia de estos recursos para socavar versiones factuales, no es
sorprendente que también exista un conjunto de recursos contrarios orientados a ela-
borar la factualidad de una versión y a dificultar su socavación: son los recursos que
se emplean para construir una descripción como si fuera un relato factual.”

Potter, J. (1996, p. 147).

En efecto, son múltiples los recursos de que disponemos para dotar de verosi-
militud nuestras versiones sobre el pasado, conferirles exactitud y mostrar que
son rigurosas, aunque, si fuese preciso sintetizar en qué consisten, podríamos
decir que la mayoría de los recursos intentan establecer una cosificación para
que lo que se dice parezca más firme, estable y literal.
© Editorial UOC 253 Capítulo IV. La memoria social...

“El proceso de construcción de hechos intenta cosificar las descripciones para que pa-
rezcan sólidas y literales. El proceso opuesto de destrucción intenta ironizar las
descripciones para que parezcan parciales, interesadas o defectuosas en algún sentido.
Naturalmente, todo esto se combina para establecer la veracidad de una versión a ex-
pensas de otra [...]. Si concebimos esta jerarquía como un ascensor, los procesos de
cosificación intentan hacer que la descripción ascienda la jerarquía, y los procesos de
ironización intentan hacerla descender.”

Potter, J. (1996, p. 147).

Respecto a la referencia a estados o procesos psicológicos, la forma de enten-


derlos y abordar su estudio es similar a la que hemos expuesto para hablar de la
exactitud y la precisión.
No deja de resultar sorprendente que, a diferencia de otros procesos, el trata-
miento que reciben los procesos psicológicos suele llevar la marca de lo que es
insólito y excepcional; como si al hacer referencia específica a los mismos en la
vida cotidiana, o al estudiarlos desde de un ámbito de conocimiento preciso, és-
tos adquirieran unas características o unas propiedades que los separaran de for-
ma radical de lo que es habitual y ordinario en nuestras vidas.
Lo cierto es que la utilización de conceptos psicológicos en nuestra vida
cotidiana no suele ser nada excepcional ni nos remite a nada inusitado. Los
utilizamos habitualmente al hablar de nosotros mismos, al hablar de otras per-
sonas, al analizar situaciones, al leer una noticia en el diario, al juzgar los re-
cuerdos de otros o de nosotros mismos, etc.
Este recurso a los conceptos y procesos psicológicos suele tener poco que ver
con el hecho de si éstos existen o no, o si estos estados o procesos son verda-
deros o falsos, o si funcionan adecuadamente (aunque, obviamente, podemos
hablar de todo ello). Lo habitual al recurrir a los estados psicológicos en nuestras
relaciones cotidianas cuando hacemos memoria es utilizar este discurso como
un procedimiento que nos permite ofrecer una versión del pasado, justificar esta
versión, realizar una descripción más experiencial y argumentar en nuestras re-
laciones cotidianas. Es decir, la referencia a los procesos psicológicos forma par-
te o configura prácticas discursivas. La utilización de conceptos y el recurso a
procesos psicológicos puede ser examinado, no como la manifestación de esta-
dos mentales, sino como una práctica discursiva en contextos cotidianos o en
un ámbito de investigación: maneras de hablar, de construir explicaciones sobre
cuestiones que nos permiten mantener y promover relaciones. Desde este punto
© Editorial UOC 254 Psicología del comportamiento colectivo

de vista, el estudio de la memoria no es el examen de entidades psicológicas,


sino las maneras por medio de las cuales las personas hablamos del pasado. Por
ejemplo, qué se expresa y qué efectos se intentan producir con la utilización de
palabras como: recuerdo, olvido, amnesia, memoria, evocación; para qué se uti-
lizan estas palabras; cómo se relacionan estas palabras con otras y cómo me-
diante su uso se pueden crear relatos sobre las acciones propias o sobre las
acciones de los demás.
Si analizamos el discurso de los estados y procesos psicológicos tal como lo
utilizamos las personas en nuestras relaciones, podremos observar que realiza-
mos acciones sociales, que no es nada más que ver que lo que decimos nos per-
mite provocar diferentes actuaciones en función del contexto en que las
decimos.

Por ejemplo, en que en las conversaciones sobre el pasado las personas hacemos afir-
maciones como: “lo recuerdo como si lo estuviese viendo”, “no lo olvidaré jamás, lo
llevo grabado en la memoria”, “no me lo discutas, mi memoria es fotográfica”.

La utilización que hacemos los hablantes de conceptos y procesos psicológicos, no


son la expresión de estados mentales, sino prácticas discursivas: maneras de hablar
sobre distintos temas presentes en nuestra cotidianeidad, mediante los cuales estable-
cemos y mantenemos relaciones.

2.4. Versiones múltiples y memoria compartida

La memoria constituye un acto original de construcción, por ello nos vemos


obligados a crearla en cada ocasión que hacemos memoria. Cuando estamos so-
los o cuando recordamos conjuntamente con otras personas, participamos en
una relación (virtual o real), y es para cada relación para lo que construimos la
memoria. Sin embargo, como resulta evidente, las relaciones no son elementos
fragmentarios de nuestras vidas: no son islas, sino que conforman archipiéla-
gos. Cada una de nuestras relaciones mantiene vínculos directos con espacios
comunicativos simultáneos y anteriores que repercuten sobre nuestra manera
de reconstruir el pasado.
El contexto comunicativo, las estrategias argumentativas y retóricas que
utilizamos para construir nuestra versión del pasado suelen jugar un papel más
© Editorial UOC 255 Capítulo IV. La memoria social...

relevante que el simple hecho de elaborar un recuerdo siguiendo una secuencia


cronológica inflexible. No es que la cronología no tenga importancia: en algu-
nos contextos esto puede ser lo pertinente de la elaboración del recuerdo. No
obstante, la memoria se suele conducir por medio de los desplazamientos, las
dislocaciones, así como los circunloquios, las divagaciones y las acotaciones, ha-
ciendo que los acontecimientos se adecuen a la comunicación y, a su vez, a la
construcción del relato y, de este modo, ir configurando su temporalidad.
Como hemos visto, lejos de ser un proceso acabado o la simple reproducción
de acontecimientos que se repiten en un encadenamiento monótono, la memo-
ria consiste en un proceso dinámico y conflictivo (Jedlowski y Rampazi, 1991;
Vázquez, 2001), principalmente por dos razones: por la miríada de versiones
que es posible formular y porque, al construirse en diferentes contextos socio-
comunicativos, se convierte en un asunto controvertido y controvertible.
Ambos aspectos redundan sobre las transformaciones de la memoria; sin
embargo, del mismo modo, cuando las personas hacen memoria, las propias
relaciones también se transforman, puesto que la memoria se convierte en pro-
ductora de significados que repercuten sobre la manera como se interpreta la rea-
lidad y como se interpretan las relaciones. Brevemente se puede afirmar que la
memoria de las personas cambia por medio de las diferentes relaciones que man-
tienen y, paralelamente, también cambian las relaciones (Vázquez, 2001).
Lo que se ha dicho con anterioridad no debería resultar extraño, puesto que
las personas participamos simultánea y sucesivamente en diferentes espacios de
relación, habituales e infrecuentes, así como en distintos escenarios por los que
circulan todo tipo de discursos. Estos espacios y escenarios constituyen los con-
textos en los que hacemos memoria y en los que debemos sostener nuestras ver-
siones, lo que nos coloca, de forma permanente, en la tesitura de justificar y
argumentar aquello que decimos recordar.
En efecto, los entornos en que nos relacionamos y en los que establecemos
intercambios comunicativos constituyen un medio en el que nos vemos ex-
puestos a la reprobación, a las apreciaciones, a la opinión y juicio de nuestros
interlocutores o interlocutoras. Y si esta ineludible maniobra de confrontar
nuestros puntos de vista es frecuente en nuestras relaciones habituales, se con-
vierte casi en un apremio cuando establecemos nuevas relaciones (Shotter,
1993a, b; Gergen, 1994, Vázquez, 2001). Por este motivo, no resulta inhabitual
que cualquier recuerdo se convierta en un asunto discutible y que el desenlace
© Editorial UOC 256 Psicología del comportamiento colectivo

de esta discusión no siempre sea el consenso, sino el conflicto entre distintas


versiones del mismo pasado.
Buena parte de las cuestiones que articulan nuestras relaciones y nuestra co-
municación suelen ser controvertidas y estar sujetas a discusión, lo que las con-
vierte en objetos sometidos a una incesante resignificación por medio del
diálogo y la negociación. Precisamente es este carácter controvertido y polé-
mico el que nos impone la elaboración de respuestas, de argumentos, de ex-
plicaciones y de justificaciones de acontecimientos, hechos y experiencias que
configuran nuestros relatos de memoria, lo que ocasiona que nunca sean igua-
les, puesto que se deben adecuar al contexto comunicativo. Se formulan miría-
das de versiones sobre el pasado en los diferentes espacios relacionales en los
que las personas participamos, lo que constituye uno de los argumentos que
permiten explicar el cómo y el porqué de la existencia de recuerdos enfrentados
o incompatibles, y por qué personas y grupos tenemos diferentes memorias.
Como ya señalamos en otro apartado, la intersubjetividad, la elaboración de
significados compartidos, constituye un componente fundamental en la cons-
trucción de la memoria. En este sentido, resulta fácil percatarse de que, cuando
hacemos memoria, podemos enunciar una infinidad de versiones sobre el pasa-
do que se cruzan, se trenzan, se mezclan y combinan originando nuevas formu-
laciones y nuevas significaciones y sentidos. Y son todas estas novedades las que
inciden también en la transformación de la memoria.
Es por este motivo por lo que hacer memoria y, sobre todo, hacer memoria
conjuntamente, es algo más que compartir un patrimonio de experiencias. En
nuestras comunicaciones alteramos el sentido del pasado y creamos condicio-
nes que suscitan referentes para futuras elaboraciones.

2.5. Las conmemoraciones como institucionalización


de la memoria

Hasta ahora hemos enfatizado la importancia que tienen las relaciones para
la construcción del pasado y cómo revierte esta construcción del pasado en las
relaciones.
© Editorial UOC 257 Capítulo IV. La memoria social...

Asimismo, hemos subrayado la importancia del contexto y de los espacios de


relación. Sin embargo, sólo nos hemos referido a los objetos y no hemos dicho
nada de las conmemoraciones.
Los seres humanos nos relacionamos con el “mundo material” (Lowenthal,
1985; Radley, 1990; Fernández Christlieb, 1991, 1994) encarnado en objetos, ar-
chivos, bibliotecas, museos, edificios, monumentos, etc. Es este “mundo mate-
rial” que construimos significativamente el que permite, en buena medida,
dotar de continuidad nuestras vidas y a la de nuestra sociedad. Conferimos o
privamos de valor a los objetos; sin embargo, siempre tienen significado para
nosotros, convirtiéndose, con gran frecuencia, en elementos desencadenantes
de construcciones del pasado. El significado que “desprenden” los objetos lo
creamos los seres humanos por medio de nuestras prácticas. Los objetos se con-
vierten en objetos de memoria, no por su naturaleza pretérita, sino por las mo-
dalidades de relaciones que mantenemos con los mismos. “Rescatamos”
muchos objetos del pasado para recordar, pero también proyectamos y cons-
truimos muchos otros para garantizar la memoria en el futuro y para que nos
hagan recordar.
Sin embargo, tan relevantes como lo son los objetos para nuestras cons-
trucciones del pasado y muy estrechamente vinculados a los mismos se en-
cuentran los “lugares de memoria” (Nora, 1984), que, además de espacios de
conservación de objetos, habitualmente constituyen superficies de conme-
moración.
Las conmemoraciones constituyen unos de los recursos fundamentales de la
institucionalización de la memoria, puesto que suelen tener como objetivo fun-
damental establecer una conexión entre el presente y el pasado. Con las conme-
moraciones no sólo se persigue (aunque indirectamente también se busca este fin),
marcar un momento cronológico, sino principalmente dotar de sentido determina-
dos acontecimientos y elaborar el significado de unos hechos (Halbwachs, 1941). A
diferencia de lo que ocurre con la memoria, las conmemoraciones no suelen
nacer de un gesto espontáneo, sino que es necesario organizarlas y favorecer
la participación.
Por medio de la conmemoración se ponen en marcha prácticas instituciona-
les que tratan de establecer una definición del pasado partiendo de categorías
de identidad intentando establecer una continuidad en el flujo temporal: el pre-
© Editorial UOC 258 Psicología del comportamiento colectivo

sente que tenemos se debe al pasado y está en deuda con él, y en éste encon-
tramos las bases del futuro.
Esto quiere decir que la institucionalización preserva la continuidad
intentando preservar experiencias pasadas con el fin de legitimar la situación
presente y que se prescriban, de algún modo, las expectativas de futuro. En cier-
to modo, sería conmemorar el pasado para celebrar mejor el presente.

“[...] existe una variedad de ceremonias que comparten ciertas características comu-
nes: no implican simplemente una continuidad con el pasado en virtud de su alto
grado de formalidad y fijación, sino que tienen como parte de sus características de-
finitorias la explícita pretensión de estar conmemorando tal continuidad.”

Connerton, P. (1989). How societies remember (p. 48). Cambridge: Cambridge University
Press.

En las conmemoraciones permanece instalada una extraordinaria ambigüe-


dad. Por un lado, se convierte en un referente de verdad en la medida en que se
trata de buscar una legitimación del presente a partir del pasado. Por otro, las
conmemoraciones se convierten en espacios donde es posible construir dis-
tintas versiones sobre el pasado. Sin embargo, esta ambigüedad suele decantarse
del lado de la invariabilidad. En efecto, las conmemoraciones no sólo se organi-
zan para recordar algo, sino también para tratar de determinar y de ratificar qué
se debe recordar. Sin embargo, en esta prescripción hay algo esencial: se trata de
una exaltación de la memoria por la memoria misma, lo que la mayoría de las
veces hace que ésta se convierta en algo inerte, uniformizador y vacío de senti-
do. Una especie de domesticación del recuerdo.
© Editorial UOC 259 Capítulo V. Medio ambiente...

Capítulo V

Medio ambiente y comportamiento humano.


Aproximaciones conceptuales desde la Psicología
ambiental
Pep Vivas i Elias

Introducción

Que lo colectivo se produce en los ambientes, en los espacios, en los lugares


en los cuales habitualmente residimos es una constatación. Como si de un gran
escenario teatral se tratara, las calles, los edificios, las plazas, las habitaciones,
etc., se convierten en un decorado de transfondo significativo que nos invita a
nosotros/as, las personas, a interaccionar socialmente y a desarrollar nuestros
roles cotidianos. En los espacios públicos y privados se explicitan, por tanto, los
procesos colectivos.
En los capítulos anteriores se ha profundizado en algunos procesos colecti-
vos, tales como, la memoria social, la accion social, los movimientos sociales,
etc. Llegados al final de este manual, creemos interesante centrar nuestra aten-
ción en los processos y fenómenos colectivos que muestran una relacion “más
directa” con el medio ambiente, objeto de estudio de la Psicologia ambiental.
Mediante la conceptualización y la ejemplificación de algunos procesos psi-
coambientales, se pretende ofrecer una introducción (o una aproximación) a la
Psicologia ambiental, resaltando la importancia que tienen los entornos para las
relaciones entre las personas. Todo ello también permitirá conocer algunas di-
mensiones básicas que caracterizan las relaciones de las personas con su entor-
no, estudiar algunos comportamientos que configuran nuestra experiencia
ambiental y conocer los discursos relacionados con las actuales concepciones
medioambientales y examinar sus efectos.
© Editorial UOC 260 Psicología del comportamiento colectivo

Este capítulo ha sido escrito como una caja de herramientas debe permitir, a
partir de su lectura y la ampliación teórica de algunos conceptos, analizar e in-
tervenir sobre los aspectos psicosociales que surgen a partir de la interacción en-
tre la persona y el medio ambiente.
Por medio del ejercicio de lectura pretendemos, como si de un movimiento
de caleidoscopio se tratara, mostrar diferentes configuraciones (la cognitiva, la
simbólica y la discursiva), para que se puedan observar los fenómenos psicoso-
cioambientales de distintas maneras.
Cuando la ubicación se establezca en el eje cognitivo, podrá realizarse un re-
corrido por los términos siguientes: influencia del ambiente sobre el ser humano
y acciones del mismo sobre el ambiente, representación del entorno, actitudes ha-
cia este último, mapas cognitivos y comportamiento, comportamiento ecológico
responsable, etc.
En el eje simbólico se profundizará en temas como la apropiación del es-
pacio, la construcción de significados sobre el medio ambiente, etc.
En el eje discursivo se visualizará que, a partir de la cientifización y
tecnificación, hemos construido un saber cada vez más especializado y cómo
este saber condiciona, de un modo u otro, nuestras instituciones. Asimismo,
en este eje comentaremos cómo se ha institucionalizado el discurso sobre la
sostenibilidad, el papel de los medios de comunicación en la construcción de
nuestras realidades ambientales y algunos de los posibles efectos de estos dis-
cursos medioambientales.

1. Dimensiones cognitivas, simbólicas y sociales


del entorno

“Naturaleza y espacio son sinónimos, si se considera la Naturaleza como una natura-


leza transformada, una Segunda Naturaleza, como lo denominó Marx.”

Santos, M. (1996). De la totalidad al lugar (p. 18). Barcelona: Oikos-Tau.

Seguramente el lector o la lectora nunca se ha preguntado, y menos en estos


momentos, en los que iniciamos el contenido del capítulo, si también él/ella
© Editorial UOC 261 Capítulo V. Medio ambiente...

es un espacio. Asimismo, se puede cuestionar si existe una continuidad entre


el “propio” espacio “personal”, el “propio” “yo”, cada uno/a como persona, y el
espacio “exterior” que nos rodea. ¿Vivimos “realmente” en un único espacio o
en una superposición de espacios donde existen unas membranas permeables
que nos conectan unos con otros y con nuestros espacios respectivos? O, por el
contrario, ¿hay una separación entre “nosotros” como espacio y el medio am-
biente que nos rodea? De entrada, y para tranquilizarnos, diremos que, hasta
ahora, la Psicología ambiental ha respondido más a la segunda pregunta por
medio de los conceptos que se encontrarán explicados en los apartados siguien-
tes. Ha considerado a la persona como desconectada del entorno que la rodea,
es decir, ha estudiado de manera importante las dimensiones cognitivas que las
personas tenemos sobre el entorno.
Si el lector o la lectora ya ha considerado la opción de que nosotros (las per-
sonas) también somos un espacio, seguramente también estará de acuerdo en
que los espacios están en constante movimiento. Somos los seres humanos
quienes, gracias a nuestros movimientos (y aquí se puede entender este con-
cepto de una manera muy amplia, por ejemplo como trayecto, desplazamien-
to e, incluso, como el simple hecho de hablar o de enunciar alguna palabra),
estamos transformando y reconstruyendo nuestro medio ambiente social. Por
tanto, se produce una movilidad de nuestros espacios “personales” que tienen
un efecto sobre nuestro espacio “social” y, al mismo tiempo, cuando se pro-
duce algún tipo de cambio en este último, nos afecta de manera personal.
Es muy probable que también se haya tenido la sensación de que las cosas
cambian ahora más rápido que nunca, que todavía no sabemos cómo funcio-
na algo cuando ya ha cambiado. Estamos en el momento bautizado con el
nombre de la sociedad de la información y del conocimiento, el momento
(desde nuestro punto de vista) de la movilidad de la economía, de la informa-
ción, etc., pero también de las personas. La globalización nos ha convertido (tal
como lo hace en algunos países que quizá todavía ni han oído hablar de esta
palabra) en unos nómadas. Nos hemos convertido en unos espacios móviles
(y, además, hemos incorporado la tecnología necesaria para poder hacerlo), y
movernos por dentro de nuestros espacios se ha convertido en una necesidad
cotidiana y de fin de semana.
Y llegados a este punto, invitamos al lector y a la lectora, de nuevo, a reflexio-
nar. Cuando uno se desplaza, ¿confiere importancia a aquello que le rodea o
© Editorial UOC 262 Psicología del comportamiento colectivo

simplemente (trans)pasa1 sin prestar atención a todo aquello que está fuera de
su cuerpo? Estas travesías vitales de cada día, que parece que las hacemos por
hacerlas, ¿consideramos que tienen algún tipo de importancia para nosotros o
que no tienen ninguna? ¿Realmente existen cosas en los espacios que devienen
significativas, puesto que hacemos una parada en nuestras trayectorias cotidia-
nas y, entonces, nos identificamos por medio del uso que hacemos de las mis-
mas y a partir de la experiencia que adquirimos en relación con estos objetos,
lugares, etc.?
¿O quizá pensamos que todo aquello que nos rodea (en tanto que podemos
considerar perfectamente el espacio como un sistema de signos y símbolos o
un discurso que hemos consensuado social y culturalmente) tiene un signifi-
cado? Y todavía, para complicarlo un poco más: si el espacio (o los objetos, co-
sas, lugares, etc.) adquiere algún significado para las personas, ¿dónde
ubicaríamos esta posible significamentación2 de las cosas, en el interior de
nuestro espacio personal o en estos espacios interactivos que compartimos
como seres humanos?
De nuevo, y quizá porque las preguntas en estos momentos resulten un poco
complicadas y extrañas, queremos tranquilizar al lector y a la lectora y anunciar-
le que la Psicología ambiental intenta ofrecer respuestas a algunas de estas pre-
guntas (no a todas, puesto que, siendo un poco críticos, hasta ahora esta
disciplina ha apostado claramente por “introducir” el significado del medio am-
biente en el interior de las personas).
Para no complicarlo más, algo que sí debe quedar claro antes de pasar al apar-
tado “El ser humano y el entorno” es que el ambiente (o el espacio, como a no-
sotros nos gusta referirnos al mismo) constituye, sin ningún tipo de duda, el
concepto social que más empleamos en nuestra vida. Lo utilizamos como pala-
bra de moda (en nuestros juegos de lenguaje) y, como se ha visto y se puede
comprobar constantemente, también lo usamos al atravesarlo o atravesarlos a
lo largo de todos los días.

1. Utilizamos esta palabra en el sentido de que la persona está atravesando un espacio y ella
misma, como espacio que es, se está transportando.
2. Permitidnos el uso de esta palabra en el sentido que propone X. Rubert de Ventós en De la
modernidad. Ensayo de filosofía crítica (1980). Barcelona: Península.
© Editorial UOC 263 Capítulo V. Medio ambiente...

2. El ser humano y el entorno

2.1. Influencia del ambiente sobre el ser humano


y acciones del ser humano sobre el ambiente

Nuestra vida cotidiana se desarrolla en ciertos espacios. Sin embargo, estos


lugares no sólo actúan como escenarios para nuestros roles sociales, sino tam-
bién ejercen una influencia sobre nuestros comportamientos cotidianos. Debe-
mos admitir que nuestras acciones sociales no sólo están modeladas por las
personas con las cuales entramos en juego, sino también por el espacio donde
ponemos en marcha estas interacciones sociales.
El espacio puede influir sobre nuestro comportamiento de diferentes ma-
neras. Por un lado, restringe el abanico de posibilidades de acción; es decir,
en cada espacio sólo podremos llevar a cabo una serie de actividades. Por
ejemplo, lo que hacemos en el trabajo es diferente de lo que hacemos en el
bar cuando estamos con nuestros amigos. En este sentido, el espacio también
nos marca ciertas normas sociales que debemos cumplir en cada caso, dado
que no hacemos las mismas cosas en nuestros hogares que en nuestros pues-
tos de trabajo. Por otro lado, las características de un espacio físico concreto
(luz, temperatura, ruido, etc.) pueden suponer distintos efectos en nuestros
comportamientos y sentimientos. Por ejemplo, el hecho de que un ascensor
esté lleno de gente puede provocarnos ansiedad y nervios, una situación de
hacinamiento (efecto negativo); o el hecho de llegar un día de mucho frío a
casa y encontrarnos un ambiente cálido puede provocar una sensación de
bienestar (efecto positivo).
Por lo tanto, es importante resaltar la manera como el diseño arquitectónico
de los espacios influye directamente en nuestras formas de comportamiento.
Por ejemplo, los tipos de relaciones sociales que se establecen entre vecinos en
casas unifamiliares son distintas a aquellas que se establecen en edificios de blo-
ques de pisos. En este sentido, el diseño (distribución del espacio, tipo de mobi-
liario, decoración, etc.) puede estimular o dificultar la interacción social.
Como hemos podido observar, el ambiente ejerce una clara influencia en
nuestro comportamiento. Sin embargo, nosotros no permanecemos inmóviles,
sino que respondemos con determinadas acciones: es nuestra manera de dejar
© Editorial UOC 264 Psicología del comportamiento colectivo

la huella en los espacios que nos rodean. En muchos casos, las formas y las ca-
racterísticas de los entornos suelen estar impuestas; sin embargo, a menudo no-
sotros podemos influir y modificar nuestros espacios, de manera que podemos
adaptarlos a nuestros intereses, preferencias, deseos, etc.

2.2. La representación del entorno

La teoría de las representaciones sociales, enmarcada dentro de la Psicología


social, enfatiza el carácter colectivo de las personas, de sus interacciones con el
ambiente, de los saberes, creencias y emociones.
De acuerdo con Moscovici (1961), las representaciones sociales constituyen
conceptos que designan conocimientos específicos y comunes, cuyos conteni-
dos sirven para poner en funcionamiento los procesos socialmente más carac-
terísticos.
Tal como expone Íñiguez (1996b):

“Las representaciones sociales constituyen modalidades de pensamiento práctico


orientadas hacia la comunicación, la comprensión y el dominio del entorno social,
material e ideal.”

Íñiguez, L. (1996b). Estrategias psicosociales para la gestión de los recursos naturales:


del enfoque individualista al enfoque social. En L. Íñiguez y E. Pol (Comp.). Cogni-
ción, representación y apropiación del espacio (p. 72). Barcelona: Publicacions de la Uni-
versitat de Barcelona (Monografías psicosocioambientales).

En definitiva, las representaciones sociales nos permiten la comunicación,


puesto que son compartidas por personas de un mismo grupo social o colecti-
vidad (participamos de las mismas creencias, valores, memoria colectiva, iden-
tidades, etc.) y contribuyen a la construcción de este grupo o colectivo.
Si la Psicología ambiental se preocupa por la interacción entre la persona
y el medio ambiente, la teoría de las representaciones sociales puede ayudar-
nos a comprender mejor algunos procesos psicosociales. Las representaciones
ambientales se refieren a una actividad de construcción mental y social de la
realidad que permite a las personas y a los grupos ajustarse a su ambiente (ma-
© Editorial UOC 265 Capítulo V. Medio ambiente...

terial y social) y enseñarles a orientar cognitivamente su comportamiento ha-


cia el entorno. Por consiguiente, las representaciones ambientales están
vinculadas a las acciones individuales y colectivas que se expresan en diferen-
tes ambientes: urbano/rural, público/privado, institucional, profesional/de
ocio, etc.
En este sentido, se puede considerar alguna de las características planteadas
por Jodelet (1989) sobre la aplicación de la teoría a la percepción y utilización
del espacio (también recogido en Íñiguez, 1996b).
Una primera característica es el hecho de que todo parecido con el mundo
que nos rodea (ya sea el mundo material, social o el de las ideas) está mediati-
zado o filtrado en el plano de la percepción, la interpretación y la acción por
las representaciones sociales. Estas últimas constituyen modalidades de
conocimiento que, apelando al sentido común, dicen algo sobre el estado del
mundo y de los objetos que lo constituyen. Las representaciones ambientales
funcionan como “versiones”, “teorías” de la realidad y, como tales, son filtros
de interpretación, funcionan como guías de acción.
Una segunda aproximación es aquella que explica el carácter social de las re-
presentaciones en referencia a su producción y función. Forjadas en la inte-
racción y la comunicación social, llevadas y compartidas por las personas o
grupos, definidas por su inscripción dentro de la estructura social o por el hecho
de pertenecer a un colectivo, las representaciones sociales contribuyen a la
construcción de una realidad consensuada, evidente.
Un tercer aspecto consiste en que las representaciones sociales, por su carác-
ter social, tienen consecuencias sobre el plan cognitivo. En tanto que cono-
cimientos prácticos, las representaciones poseen un carácter sociocéntrico:
sirven a las necesidades, intereses y valores de las personas y de los grupos. De
este modo, expresan la particularidad e identidad de los mismos.
La teoría de las representaciones sociales nos ofrece, como hemos podido
observar, herramientas muy interesantes para estudiar la relación entre las
personas y su entorno. Sin embargo, tal como señala Íñiguez (1996b), también
se deberían relacionar, de un modo u otro, las representaciones ambientales
con los aspectos culturales, tecnológicos, ideológicos y políticos que conviven
en nuestras realidades. De esta manera, se podría hacer una aproximación más
esmerada al estudio de esta interacción ser humano/medio ambiente.
© Editorial UOC 266 Psicología del comportamiento colectivo

2.3. Las actitudes hacia el entorno

En palabras de Íñiguez:

“Las actitudes hacia el entorno indican nuestras posiciones sobre el entorno en gene-
ral o sobre partes específicas o problemas ambientales concretos.”

Íñiguez, L. (1996a). Reproducció i canvi social. En T. Ibáñez. Psicologia Social (p. 274).
Barcelona: Universitat Oberta de Catalunya.

Parece que en el contexto sociohistórico actual, el de la sostenibilidad, las


personas deberíamos mantener unas actitudes a favor del medio ambiente. Su-
puestamente, todo el mundo coincide en tener estas actitudes positivas. Por
ejemplo, en nuestro entorno de trabajo casi ninguno de nosotros se atreve a ex-
poner o defender un argumento que no esté a favor del respeto a la naturaleza
o no estar de acuerdo con el mismo. Sin embargo, claro está, no es lo mismo
aquello que pensamos, opinamos, discutimos, defendemos (sobre el medio am-
biente), que lo que finalmente hacemos a su favor cuando ya estamos en casa.
La no correspondencia entre actitud y comportamiento constituye uno de los
problemas más trabajados dentro de la Psicología social. A pesar de los años de
investigaciones, parece que todavía no se ha encontrado el motivo por el que
no se conectan nuestras actitudes con nuestros comportamientos.
Aunque exista esta problemática, el conocimiento de las actitudes es muy
útil para la gestión ambiental por varias razones, tal como nos lo muestra
Íñiguez (1996a, 1996b):

a) Porque este conocimiento proporciona información sobre el nivel de apoyo


público y sobre las dimensiones de conocimiento relevante para las personas.
b) Porque ayuda a establecer metas y objetivos para un programa particular.
c) Porque da una idea de aquello que la gente puede hacer como parte del programa.

Sin embargo, esta información sobre las actitudes ambientales no es tan fácil
de conseguir, dado que no se pueden medir directamente. Para ello es necesario
encontrar los indicadores adecuados. La mayoría de los procedimientos de me-
dida adoptan las opiniones sobre el medio ambiente como el mejor de los indi-
cadores.
© Editorial UOC 267 Capítulo V. Medio ambiente...

Y ahora podríamos preguntarnos: ¿para qué sirven las actitudes ambientales?


¿Qué consecuencias suponen las actitudes ambientales? Para responder a estas
dos cuestiones, es preciso decir que la principal función de la actitud es de tipo
motivacional, pero también se han identificado otros tipos de funciones:

• Función instrumental: se desarrollan las actitudes dependiendo de la utilidad


que el objeto con el que se relaciona la actitud tenga para nosotros.
• Función defensiva del yo: consiste en la defensa de la imagen que tenemos so-
bre nosotros mismos.
• Función expresiva de valores: las personas obtienen satisfacciones por la expre-
sión de actitudes que reflejan sus creencias más profundas.
• Función cognoscitiva: intento de organizar el mundo que rodea a la persona.
Las actitudes funcionan como elementos primordiales en la construcción de
los marcos de interpretación del mundo.
• Función cognitiva: la actitud interviene en el proceso de procesamiento de la
información.

Las actitudes también están relacionadas con la búsqueda de la información.


Por ejemplo, una persona que recicla tenderá a hacer caso de la información de
una campaña de reciclaje, así como a ignorar la información que esté en contra
de la recogida selectiva de residuos. Por tanto, las actitudes intervienen en la per-
cepción y valoración de la información que es relevante para la propia actitud.

2.4. La apropiación del espacio

Una de las características de la sociedad actual, entre otras, es que está sometida
a cambios constantes. Esta inestabilidad se refleja en nuestros puestos de trabajo,
residencias e, incluso, relaciones sociales. No obstante, las personas disponemos de
algunos mecanismos psicosociales para adaptarnos a estas nuevas situaciones, a es-
tos nuevos espacios. Uno de éstos consistiría en la apropiación del espacio.
Imaginemos por un momento la situación siguiente:

Una profesora universitaria decide, después de diez años en la universidad pública,


cambiar de aires al recibir una muy buena oferta de una universidad privada.
© Editorial UOC 268 Psicología del comportamiento colectivo

Ha llegado el momento de mudarse y la profesora en cuestión empieza a “decons-


truir” su despacho con la intención de llevarse sus objetos personales, aquellas cosas
que para ella son más significativas, al nuevo despacho de la nueva universidad.

Una vez en su nuevo despacho, la profesora vuelve a guardar, colocar, colgar estos obje-
tos, pósters, fotos, etc., más o menos de la misma manera que lo tenía en su despacho
anterior.

¿Por qué esta profesora tiene la necesidad de llevarse estos objetos a su nuevo
despacho? ¿Por qué cuando compramos una casa, cuando la vemos vacía, sen-
timos una sensación extraña o de incomodidad, como si todavía nos no acabá-
ramos de creer que es nuestra? o, ¿por qué los edificios contiguos de la nueva
casa, aunque son idénticos cuando nos dan las llaves de entrada, transforman
su fisonomía después de un tiempo de habitarlos las familias? o, ¿por qué el in-
terior de estos pisos es diferente según las familias que viven en los mismos?
Apropiarse de un lugar, espacio, etc. no sólo consiste en hacer un uso reco-
nocido del mismo, sino también en establecer con él una relación, integrarlo en
nuestras propias vivencias, organizarlo a nuestra manera, integrarlo en nuestras
experiencias cotidianas y personales, etc. Gracias a esta operación, el espacio
(“vacío”) deviene un lugar “significativo” para nosotros.
En palabras muy sencillas, podríamos decir que apropiarnos de un espacio
significa dejar, de algún modo, nuestra huella personal. Habrá espacios en los que
será más fácil dejar nuestra “marca”, como el ejemplo de la profesora que cambia
de despacho; y otros en que será más difícil, como, por ejemplo, la ciudad. No
obstante, existen casos en que la huella se deja igualmente (los graffiti). Asimismo,
podríamos considerar que los trayectos que realizamos con asiduidad por medio
de las ciudades constituyen una forma de dejar nuestra marca, ¿por qué no?
Apropiarse de un espacio significa también familiarizarse con el mismo.
Quiere decir establecer una relación afectiva, entendiendo que para que ésta se
produzca es preciso considerar otros procesos sociales que, de un modo u otro,
están igualmente relacionados, como, por ejemplo, las relaciones sociales que
se producen en aquel espacio, los valores, las normas, las costumbres que de-
terminan estas acciones, etc. Es evidente que el sistema de relaciones que es-
tablecemos en el interior de los espacios potencian o minimizan el sentido de
apropiación. Por ejemplo, si en nuestro puesto de trabajo establecemos rela-
ciones sociales positivas con el resto de los compañeros, seguramente nos sen-
tiremos mucho más apropiados de aquellos lugares.
© Editorial UOC 269 Capítulo V. Medio ambiente...

Asimismo, es primordial considerar las características de rigidez o flexibilidad


para que el sentido de apropiación se facilite o no. En este sentido, se precisa, en
cierta manera, poder transformar los espacios según nuestras necesidades para
apropiarnos de ellos. Es por medio de esta experiencia transformativa como vamos
haciendo nuestros los espacios cotidianos. Por consiguiente, difícilmente aconte-
cerá este proceso apropiativo si el espacio en cuestión es muy rígido (o si lo son las
normas, costumbres o valores que habitan en el mismo). Si no se da este proceso,
entonces estaríamos hablando de desapropiación. Con este término nos referimos
a todos aquellos procesos o medios que hacen que las personas (de manera indivi-
dual o en grupo) sientan que un espacio no les pertenece, que les es ajeno.
Asimismo, la apropiación depende del control que podemos ejercer sobre
aquel espacio del que podemos apropiarnos, de la facultad que poseemos para
privatizarlo y organizarlo dependiendo de nuestros intereses.
Para concluir este apartado, una nueva invitación a la reflexión. ¿Es el pro-
ceso apropiativo algo rígido? Pasados unos cuantos segundos para la reflexión,
podríamos decir: evidentemente, no. En cierta manera y gracias a la relación
que establecemos con nuestros espacios, entramos dentro de un bucle donde
nosotros nos apropiamos de nuestros espacios y donde estos últimos se apro-
pian, al mismo tiempo, de nosotros. Del mismo modo que estamos transfor-
mando nuestros espacios según nuestras conveniencias e identidades, también
nos estamos transformando a nosotros mismos, así como estamos reconstru-
yendo nuestras identidades sociales y personales.

3. Medio ambiente y comportamiento

3.1. Mapas cognitivos y comportamiento

El término mapa cognitivo es uno de los más estudiados dentro de la extensa


bibliografía de esta disciplina (sobre todo en el espacio urbano). Por ello en-
contramos un amplio abanico de sinónimos asociados a este concepto, entre
otros: mapa mental, esquema espacial, estructura topográfica, mapa psicoló-
© Editorial UOC 270 Psicología del comportamiento colectivo

gico, imagen ambiental, esquema topográfico, representación topográfica, atlas


mental, etc.

“El mapa cognitivo es un constructo que abarca aquellos procesos que posibilitan que
las personas adquieran, codifiquen, almacenen, recuerden y manipulen toda la infor-
mación referida a la naturaleza de su ambiente espacial. Esta información guarda re-
lación con los atributos y localizaciones relativas de la gente y de los objetos en el
ambiente, y constituye un componente esencial en los procesos adaptativos de la
toma de decisión espacial.”

Downs, R. M., y Stea, D. (1973). Imagine and Environment. Cognitive mapping (p. 15).
Nueva York: Harper & Row.

Quizá esta definición no acabe de convencer. Para salir de la duda, puede ser
útil realizar el ejercicio de dejar de leer estas líneas y pensar que debemos des-
plazarnos hasta algún lugar (la casa de nuestros padres o amigos, nuestra plaza
preferida, el bar donde tomamos el café con frecuencia, etc.). ¿Qué “recorrido
mental” estamos haciendo ahora para llegar hasta el lugar en cuestión? Estamos
convencidos de que, si se ha hecho esta actividad mental, se comprenderá me-
jor lo que entendemos por mapa cognitivo.
De acuerdo con Aragonés (1998), y recogiendo las aportaciones de otros
autores, las principales características de los mapas cognitivos son las siguientes:

• El término mapa cognitivo es una metáfora para hablar de un constructo que


funciona como si fuera un mapa geográfico, pero que no es observable, dado
que se ubica en la mente de las personas.
• Los mapas cognitivos se forman dependiendo de nuestra manera de seleccio-
nar, codificar y evaluar la información.
• Se encuentran en un cambio permanente, dado que quien posee el mapa
cognitivo se encuentra en continua interacción con el ambiente.
• Es resistente al olvido, aunque el paso del tiempo puede provocar alteracio-
nes si la persona no interactúa con el ambiente.
• Las tres dimensiones fundamentales de información que contienen los ma-
pas cognitivos y que definen cualquier punto del espacio son el tamaño, la
distancia y la dirección.
© Editorial UOC 271 Capítulo V. Medio ambiente...

Así, según las diferentes experiencias personales hacia el espacio, cada per-
sona dispondrá de distintos mapas cognitivos de los diferentes trayectos que
debe hacer en su actividad cotidiana, puesto que cada uno de nosotros, en
nuestros recorridos habituales, nos fijamos en ciertos aspectos del espacio que
nos rodea, según nuestros intereses o preferencias, o, simplemente, en aque-
llos aspectos que en el momento en que pasamos por tales lugares nos llaman
más la atención. Todo ello nos demuestra la importancia que tiene el signifi-
cado que le otorgamos a algunos elementos que forman parte de nuestro es-
pacio cotidiano en el momento en que nos “construimos” mentalmente un
mapa cognitivo u otro.
De la misma manera, conviene puntualizar que este conjunto de mapas
cognitivos no siempre son los mismos, ni son fijos, sino que, dado que nosotros
estamos en constante interacción con el medio que nos rodea, los mapas cogni-
tivos están sujetos a variaciones permanentes.
Además de estas características, Lynch (1960) propuso cinco categorías
diferentes de los elementos que componen los mapas cognitivos:

• Sendas: son los trayectos que sigue la persona cotidianamente, de manera


ocasional o parcial. La forma de representar las sendas puede ser como calles,
senderos, líneas de tráfico, canales o vías de tren.
• Esquinas: son los umbrales existentes entre dos zonas, de manera que rom-
pen linealmente la continuidad. Constituyen ejemplos representativos de las
mismas las playas, los cruces de ferrocarril o los muros. Se convierten en re-
ferencias laterales y no en ejes de coordinación.
• Barrios: son las zonas de la ciudad cuyas dimensiones pueden oscilar entre
medianas y grandes.
• Nodos: son los puntos de conexión de una ciudad por medio de los cuales
una persona puede atravesarla, y se constituyen como foco de referencia a
partir del cual iniciamos o encaminamos nuevos trayectos. Como ejemplos,
identificamos las confluencias, los cruces o las convergencias de sendas o las
zonas de paso de una zona a otra.
• Mojones: son otro tipo de puntos de referencia; sin embargo, en este caso la
persona no entra, sino que le son externos. Unos ejemplos de ello pueden ser
un edificio, una señal, una tienda o una montaña.
© Editorial UOC 272 Psicología del comportamiento colectivo

Una de las funciones primordiales de los mapas cognitivos consiste en dirigir


la acción, es decir, en facilitar la elección de un camino, antes de los trayectos o
durante los mismos. De entre los aspectos más trabajados sobre la influencia de
los mapas cognitivos en el hecho de deambular por el espacio encontramos los
conocidos como “orientación durante el desplazamiento” y “usted está aquí”.
“La orientación durante el desplazamiento” es una función que depende de
la experiencia personal almacenada utilizada para resolver problemas. Esta
información permite trasladarnos por los espacios con el objetivo de alcanzar
nuestro destino con la máxima eficacia. Es decir, es aquello que nos ayuda a to-
mar una decisión sobre qué caminos, transportes, itinerarios, etc. utilizamos
para realizar correctamente el desplazamiento que nos hemos fijado.
El “usted está aquí” constituye una herramienta que sirve para orientarnos
en el espacio. Estos planos se sitúan en las entradas/salidas de las organizaciones
y de las empresas, estaciones de metro y tren, museos, hospitales, campus uni-
versitarios, etc. La función de éstos consiste en ubicar a la persona dentro del
espacio y facilitarle la manera de llegar a su punto de destino.

3.2. Medio físico construido y problemas sociales

Tal como señala Fernández Ramírez (1998):

“La ciudad es una mezcla compleja de fenómenos diarios que ocurren simultánea-
mente en espacios alejados y, en cierto modo, independientes [...]. En ella se encuen-
tra una fusión de aspectos culturales distintos, que el tiempo ha venido a fijar en
actitudes y formas de vida propias de una localidad concreta.

Para comprender la realidad urbana, no sólo hay que explicar la psicología peculiar
del individuo o del grupo. La ciudad es al mismo tiempo un producto histórico, un
complejo cruce de fuerzas e intereses sociológicos y económicos, una distribución y
acomodación geográfica peculiar de un gran número de individuos en un espacio res-
tringido, y el derivado cultural y psicológico que caracteriza a gran parte de la pobla-
ción de las sociedades occidentales actuales. La ciudad es una construcción social, el
fruto de la convivencia y la distribución del espacio entre personas, en un momento
histórico, social y psicológico en cierto modo único.”

Fernández Ramírez, B. (1998). El medio urbano. En J. I. Aragonés y M. Amérigo


(Comps.). Psicología Ambiental (p. 259). Madrid: Pirámide.
© Editorial UOC 273 Capítulo V. Medio ambiente...

Después de esta cita, una invitación a tomar una fotografía de un día laboral
de cualquier ciudad: personas que van arriba y abajo –caminando con rapidez y
aturdidas, chocando las unas contra las otras al circular por la misma acera–,
conductores que cruzan la ciudad de una punta a otra con sus coches –tocando
los cláxones cuando hay embotellamientos–, gran concentración de ciudadanos
y ciudadanas en horas punta en los metros, tranvías o autobuses, etc. Se pueden
imaginar más situaciones como éstas; sin embargo, se estará de acuerdo con no-
sotros en que la ciudad y, más en concreto, esta gran fraternidad de personas
con quien vivimos, acaban generando aquello que nosotros hemos denomi-
nado problemas psicosocioambientales.
Siguiendo a Fernández Ramírez (1998), exponemos brevemente cuáles son
las principales problemáticas psicosocioambientales:

1) Estrés ambiental: el estrés ambiental se explica cuando las personas que


conviven en la ciudad consideran que existen una serie de factores no deseables.
Estos factores adquieren un significado amenazante y negativo para el ciudada-
no y, en cierto modo, este último debe reaccionar para superarlos. Las con-
secuencias negativas dependen de la capacidad de enfrentarse a la situación que
provoca el estrés o del control que se establece sobre la situación. Recogiendo
las ideas de Bell y otros (1996), Fernández Ramírez expone lo siguiente:

“De todos modos, las reacciones de estrés dependen del nivel de adaptación previa
del individuo, del tiempo de residencia en el lugar o del nivel óptimo de estimulación
que requiere el individuo. En contrapartida, la continua exposición ante estresores
hace que el urbanita disponga de estrategias variadas de enfrentamiento y de una ma-
yor tolerancia.”

Fernández Ramírez, B. (1998). El medio urbano. En J. I. Aragonés y M. Amérigo


(Comps.). Psicología Ambiental (p. 268). Madrid: Pirámide.

2) Densidad urbana y patologías sociales: varias investigaciones realizadas den-


tro del ámbito de la Psicología ambiental muestran que existe relación (en sen-
tido positivo) entre la densidad de población y los siguientes factores: la
delincuencia, el número de ingresos en los hospitales, las muertes, las agresio-
nes a personas, las defunciones, los divorcios y los delitos contra la propiedad,
entre otros.
© Editorial UOC 274 Psicología del comportamiento colectivo

3) Delincuencia urbana: dentro de la ciudad existen diferentes zonas donde


los delincuentes suelen actuar. Están los barrios marginales, las zonas degra-
dadas, etc., que ejemplarizan la historia de la actividad delictiva de estos espa-
cios. Asimismo, se encuentran las zonas comerciales, donde potencialmente
existen más objetivos a alcanzar, donde pueden pasar más desapercibidos; los
cruces de calles, donde tienen más posibilidades para escapar, y las zonas que
no están muy iluminadas, aquellas que están escondidas entre árboles o aqué-
llas por donde casi no pasa nadie.
4) Lugares peligrosos y miedo al delito: un lugar peligroso es aquel lugar que las
personas asociamos con la posibilidad de actividades delictivas y donde no exis-
te la posibilidad de apoyo social. El miedo hacia un espacio surge cuando se tie-
ne la información de que en aquel lugar ha pasado algo (algún acto delictivo),
bien porque ya se ha pasado por esta experiencia, o bien porque se tiene infor-
mación relativa a que en aquel lugar suceden acciones no deseadas (por medio
de amigos, de los medios de comunicación, etc.). Asimismo, tenemos miedo
cuando algunos espacios abandonados nos provocan sensación de aislamiento
o de falta de apoyo social.
5) Reducción de la solidaridad: esta gran concentración de personas en las ciu-
dades provoca que, de manera general, se reduzcan los comportamientos de
ayuda y prosociales. Algunas de las posibles causas para que ello se produzca son
el miedo a los extraños, la difusión de la responsabilidad, etc.
6) Cantidad elevada de desplazamientos diarios: nuestra actividad diaria, ya sea
por ocio o por trabajo, hace que nos desplacemos de manera constante por el
interior de la ciudad, para ir a las áreas vecinas o para ir de fin de semana a una
zona rural. Podemos asegurar que pasamos la mayoría de las horas de nuestra
vida viajando en metro, tren, coche, moto, etc. Estos desplazamientos “obliga-
dos” significan uno de los factores que nos causan más estrés y, cómo no, tam-
bién son los fundamentos de otros problemas de dentro y fuera de la ciudad.
7) Vagabundos: son aquellas personas que no tienen hogar, que viven en la
calle o que malviven en alguna institución (pública o religiosa) de manera tem-
poral. No tienen casa, pero la llevan encima, puesto que transportan sus objetos
personales por medio de bártulos que ellos mismos se han fabricado. Por miedo
al robo, tienen gran cuidado de estos objetos, dado que es lo único que tienen,
y suelen ser víctimas de los delincuentes o de las agresiones sexuales. Es un co-
lectivo que tiene problemas de adicción a las drogas (alcohol, disolventes, etc.),
© Editorial UOC 275 Capítulo V. Medio ambiente...

y de salud. A causa de las condiciones en que viven, tienen más facilidad para
que la muerte les llegue antes.

3.3. El comportamiento ecológico responsable

Los agentes que contribuyen con mayor claridad al deterioro de nuestro en-
torno son, por un lado, las actividades industriales y, por el otro, los compor-
tamientos humanos. El desarrollo industrial y tecnológico persigue una mejora
de la calidad de vida de las personas. Sin embargo, con gran frecuencia estos
avances provocan desequilibrios y problemas medioambientales. Estos des-
equilibrios han comportado un incremento de la preocupación de los poderes
políticos y del conjunto de la sociedad por los efectos negativos que ocasionan
y, en consecuencia, para encontrar métodos que sirvan para minimizar cual-
quier influencia negativa hacia nuestro espacio natural.
Todo ello pone en evidencia la necesidad de implementar políticas eficaces
de desarrollo sostenible para proteger el medio ambiente. Sin embargo, esto no
es suficiente: las personas, a partir de nuestros comportamientos, podemos con-
trolar y/o modificar algunos aspectos que contribuyen a este deterioro. Por ello
es necesario fomentar un comportamiento sostenible en los ciudadanos para
que sean los primeros en mostrar una concienciación sobre este tema y, de este
modo, puedan participar directamente en la preservación de nuestro medio am-
biente.
Las maneras de participar en la preservación del medio que tenemos pueden
ser de dos tipos: por un lado, cambiando nuestras propias acciones de deterioro
o consumo excesivo y, por otro, implementando acciones dirigidas a los agentes
primarios para que modifiquen sus políticas económicas o de producción indus-
trial (Hernández y Suárez, 1997).
Por tanto, las personas tenemos una responsabilidad ambiental hacia nues-
tro medio; es decir, debemos hacer algo para contribuir a la preservación del es-
pacio natural. Los estudios sobre la responsabilidad ambiental ponen de
manifiesto la necesidad de abordar el comportamiento humano con respecto al
entorno desde una perspectiva integral; es decir, considerando el carácter adap-
tador de nuestras acciones, las características estructurales del medio, la in-
© Editorial UOC 276 Psicología del comportamiento colectivo

fluencia de los procesos psicosociales, etc. (Hernández y Suárez, 1997). De este


modo, la Psicología ambiental ha abordado este concepto de responsabilidad
ambiental desde dos vertientes del comportamiento ecológico responsable: la
vertiente más pública y colectiva, la participación ambiental, y la vertiente más
privada o individual, el comportamiento ecológico.
Una vez más una invitación a reflexionar sobre la dimensión más privada, es
decir, sobre las maneras que, a título individual, tenemos más a mano para poder
colaborar y participar en el mantenimiento de un desarrollo ecológico sostenible.
Pero ¿cómo podemos definir el término comportamiento ecológico responsable?
De acuerdo con Asís y Aragonés (1986), el comportamiento ecológico respon-
sable (CER) consiste en cualquier comportamiento cuya intención sea la de con-
servar el medio ambiente o evitar su destrucción. En la misma línea, Grob
(1990) lo define como todas aquellas actividades que los seres humanos efec-
túan para contribuir a la protección de los recursos naturales o a la reducción de
su deterioro.
Algunas de las conductas ecológicas responsables que persiguen la conserva-
ción del medio natural y/o que buscan el desarrollo sostenible estudiadas por
los psicólogos ambientales han sido el control del consumo energético (en el
hogar, los transportes, etc.) y el fomento del uso de energías renovables, el aho-
rro de los recursos, el consumo y reciclaje de productos, la contaminación y la
reducción de residuos, la conservación de los espacios naturales y bosques, etc.
Como ejercicio, nos parece una buena propuesta reflexionar sobre los compor-
tamientos que tenemos en nuestra vida cotidiana para contribuir a la conserva-
ción del medio. Del mismo modo, parece oportuno recapacitar sobre por qué no
llevamos a cabo más acciones en este sentido: ¿por pereza?, ¿por falta de informa-
ción?, ¿por falta de interés?, ¿por carencia de recursos públicos para llevarlo a ca-
bo? (Por ejemplo, falta de contenedores para reciclar el papel, plástico, cristal, etc.).
Dentro de la investigación en el campo de la conducta ecológica responsable,
se han estudiado tres aspectos básicos:

1) La definición y conceptualización, tanto teórica como empírica, del com-


portamiento ecológico responsable. En este sentido, existen dos aproximacio-
nes: por un lado, el estudio del concepto desde una perspectiva global, donde
se estudian los posibles aspectos determinantes de esta conducta, como pueden
ser las creencias, las actitudes proambientales, el interés ambiental, etc.; por
© Editorial UOC 277 Capítulo V. Medio ambiente...

otro lado, existen estudios que, con la ayuda de inventarios comportamentales


y registros, evalúan la responsabilidad en términos de realización u omisión de
ciertos comportamientos proambientales.
2) La identificación de las variables asociadas a esta conducta para ver la rela-
ción existente entre ésta y, por ejemplo, variables demográficas (edad, género,
nivel socioeconómico, nivel educativo, etc.) el grado de información sobre el
tema o interés ambiental. En general, los resultados obtenidos en estas in-
vestigaciones son contradictorios y no permiten establecer conclusiones defini-
tivas.
3) La elaboración de estrategias de intervención y la evaluación de las mis-
mas para comprobar su eficacia. En este sentido, podemos encontrar programas
de distinto tipo, aunque la gran mayoría persigue la modificación de los hábi-
tos de los consumidores y el fomento de comportamientos orientados a la
preservación del medio ambiente.

Como puntualizan Hernández y Suárez (1997), los diferentes resultados de


las investigaciones nos demuestran que la intención de actuar de manera ecoló-
gicamente responsable con respecto al medio ambiente está estrechamente vin-
culada a la conducta proambiental. Del mismo modo, los autores también
mencionan la importancia del sistema de creencias en la relación entre el ser
humano y su entorno.
Para acabar, pasemos a comentar algunos ejemplos de conducta ecológica
responsable relacionada con el ahorro de energía y el tema de los residuos.
Uno de los ámbitos más estudiados, en referencia al comportamiento
ecológico responsable, es el control del consumo energético y de los recursos
naturales. Como proponen Asís y Aragonés (1986), los ámbitos donde el consu-
mo energético tiene cotas más altas son el hogar, el uso de los transportes y el
reciclaje de residuos. En este sentido, los ciudadanos podemos demostrar nues-
tro comportamiento ecológico responsable, en el plan doméstico, ahorrando
energía con la luz, limitando el uso de la calefacción, no dejando el grifo abierto
cuando enjabonamos los platos, etc. Del mismo modo, podemos utilizar el
transporte público (el metro, el tren, el autobús, etc.) y reducir el uso del trans-
porte particular (es decir, el coche propio), aunque para ello también es nece-
sario que los organismos competentes organicen un sistema de transporte
público que facilite la comunicación entre los diferentes espacios, barrios y mu-
© Editorial UOC 278 Psicología del comportamiento colectivo

nicipios que conforman cualquier área metropolitana o rural, lo que no siempre


es así.
Sin embargo, una de las intervenciones que ha despertado mayor interés ha
sido el fomento de la reducción de residuos, el reciclaje de productos o su
reutilización. Desde hace ya algunos años, nuestro paisaje urbano o rural se ha
visto (re)decorado con unos contenedores de diferentes colores (verdes, azu-
les, marrones y amarillos), en los que debemos guardar los distintos residuos
que generamos en nuestra vida cotidiana. La educación ambiental pretende que
aprendamos a separar la basura orgánica de otros tipos de basuras y, asimismo,
a guardar otros materiales como las pilas, el aceite, los muebles, etc., puesto que
estos productos bien se pueden reutilizar, bien necesitan recibir un tratamiento
especial, o bien pueden constituir la base para otros subproductos, etc.

3.4. La construcción de significados sobre el medio ambiente

Hablar de la construcción de significados dentro de la Psicología ambiental


es implicarla, directamente, en el término de la identidad, ya sea individual o
colectiva, y el papel que tienen los espacios en la construcción de estas in-
trasubjetividades o intersubjetividades. Éste ha sido un tema de constante deba-
te y revisión en la historia de esta rama de la Psicología social. Desde Prohansky
(1976), primer autor que define identidad de lugar, hasta Valera (1993), primer
autor que define identidad social urbana, han ido surgiendo todo un conjunto
de conceptos que, de un modo u otro, profundizan en el binomio identidad-es-
pacio.
En un inicio, conviene destacar el trabajo que han realizado a lo largo de es-
tos últimos años Pol, Valera y Vidal sobre la identidad social urbana, puesto que
opinamos que aportan una ola de aire fresco a la Psicología ambiental planteada
hasta el momento. Asimismo, añadimos que estamos completamente de acuer-
do con la crítica que plantean sobre cómo la Psicología ambiental ha estudiado
el papel que tiene el entorno en la formación de intersubjetividades: de manera
reduccionista, acotando el espacio a dimensiones físicas; diferenciando el me-
dio físico del medio social, sin considerar que el entorno no sólo es el escenario
de la interacción, sino también un producto de esta interacción; y estudiando
© Editorial UOC 279 Capítulo V. Medio ambiente...

en el contexto del laboratorio la relación entorno-identidad a partir del control


de variables ambientales (Valera y Pol, 1994).
Hecha esta puntualización, en las líneas siguientes realizaremos un breve re-
corrido por esta multitud de conceptos, que intentan aclarar la relación espacio-
identidad, como ya hemos expresado con anterioridad.
Desde una vertiente más sociocognitiva e individual, empezamos a hablar de
lo que Prohansky (1976) y Prohansky, Fabian y Kaminoff (1983) bautizan con
el nombre de Place Identity. Para estos autores, tal identidad constituye una sub-
estructura básica del yo, resultado de una construcción que hacemos de manera
individual en el proceso de percibirnos a nosotros mismos en relación con nues-
tro entorno más inmediato. Esta estructura cognitiva se irá transformando se-
gún nuestra experiencia espacial cotidiana, dependiendo de la relación que
mantenemos con los lugares que nos son más próximos. La cognición de estos
espacios irá acompañada de una carga afectiva a partir de la cual desarro-
llaremos una serie de vínculos emocionales con aquellos lugares considerados
como más relevantes, y de pertenencia a los mismos, y que estará regulada se-
gún tres factores espaciales: sus cualidades físicas, las cualidades sociales y las
posibilidades que tengamos de transformarlos. Éste sería el primer intento de
conectar el lugar, el espacio, etc., con la identidad individual, que nos plantea
básicamente que existe un vínculo emocional entre las personas y los entornos,
que nos quiere decir que desarrollamos un sentimiento de pertenencia hacia
ciertos lugares o espacios.
La Urban Identity es otro concepto básico de la pareja espacio-identidad. Lalli
(1988, 1992), pionero en la utilización de este concepto, concluye que el hecho
de vincularse (o tener la intención de hacerlo) a cualquier grupo va acom-
pañado de un sentimiento de pertenencia a determinados espacios urbanos sig-
nificativos para este grupo. Para él, el espacio constituye una producción social
simbólica particular, resultado de la interacción de los miembros del endogrupo
y de las interacciones exogrupales, más que un escenario donde lo social se pro-
duce; de modo que el hecho de sentirnos o definirnos como habitantes de un
lugar concreto, sea una ciudad, un pueblo, una comarca, una casa, etc., repre-
senta, asimismo, diferenciarse de las personas que no comparten tal espacio. Por
consiguiente, los rasgos que configuran un lugar, un espacio, etc., se convierten
en cualidades casi psicológicas para los habitantes que conviven allí. Siguiendo
este hilo argumental, los escenarios sociales más próximos y cotidianos supo-
© Editorial UOC 280 Psicología del comportamiento colectivo

nen un papel primordial en el momento de configurar nuestra identidad colec-


tiva y, al mismo tiempo, nos permiten diferenciar las identidades sociales
dependiendo de su contexto espacial.
Una de las cuestiones más estudiadas en el ámbito que nos ocupa es el papel
que tiene el simbolismo del espacio y/o los elementos simbólicos que lo inte-
gran en la construcción de la identidad social o colectiva.
Para Lefebvre (1970), los espacios vitales se construyen por medio de un
pacto social en el que participan todos los ciudadanos. Es en este proceso par-
ticipativo donde el espacio adquirirá significado para sus habitantes, con in-
dependencia del diseño espacial en que nos encontremos. Sin embargo, la
carga simbólica del espacio puede dictar las normas y las reglas que rigen la
manera de comportarse en un lugar determinado y algunos de estos elemen-
tos simbólicos configurativos del espacio pueden ser aprehendidos por las
personas que viven en este lugar como rasgos representativos de su identidad
(Rappoport, 1974). Según Stokols y Shumaker (1981), todo el mundo vive en
espacios que se construyen material y simbólicamente. Lo simbólico sería un
conjunto de significados socioculturales relacionados con estos espacios que, a
su vez, se convierten en elementos clave con la finalidad de que se produzca una
conexión entre un espacio determinado y las personas y los grupos que lo habi-
tan. Asimismo, los mismos investigadores nos hablan de la Social Imageability,
la cual confiere a los lugares la capacidad de provocar significados compartidos
entre aquellos que viven; y destacan que el espacio simbólico genera una depen-
dencia hacia él, entendida ésta como una vinculación que se establece entre las
personas y los grupos y lugares concretos. Una línea discursiva parecida a ésta la
encontramos en Hunter (1987), ya que este autor nos propone que las personas y
los grupos conforman nuestra identidad social según nuestras interacciones sim-
bólicas y dependiendo de la relación que mantenemos con determinados espa-
cios. Éste constituye el proceso por medio del cual nos podemos identificar o
diferenciar unos de otros. El mismo investigador, dentro de un contexto socio-
cognitivo, construccionista e interaccionista simbólico, cita el término comuni-
dad simbólica (Hunter, 1987). Para este autor los significados se originan en las
interacciones sociales en el momento en que son utilizados por las personas; se
emprende un proceso formativo en el que estos significados se utilizan y revisan
como rasgos de salida para las acciones sociales. Hunter basa esta explicación te-
niendo en cuenta diferentes postulados interaccionistas (Blumer, 1982). Según
© Editorial UOC 281 Capítulo V. Medio ambiente...

este último autor, las personas orientamos nuestros actos teniendo siempre pre-
sente los objetos que significan algo para nosotros; esta significación es el pro-
ducto de las interacciones sociales, y estos significados se van transformando
dependiendo del proceso interpretativo que hacen las personas en su carácter
cotidiano.
Por su parte, Pol (1988, 1997b) nos habla de simbolismo a priori o simbolis-
mo a posteriori. El primero se produciría cuando se quiere crear, en la edificación
de un nuevo espacio, una significación ya preestablecida. Esta última puede ser
aprehendida o no por los habitantes como característica de referencia, y conver-
tirse, pues, en un elemento simbólico compartido. El segundo se refiere a aque-
llos lugares o elementos que suponen un papel capital en el mundo referencial
de las personas, gracias al significado que, por medio del tiempo y de su uso, han
adquirido las personas y los grupos sociales. Son los lugares que, con el paso de
los años, devienen espacios comunes, cargados de significación y que, al mismo
tiempo, su función consiste en vertebrar y conformar la identidad colectiva de
aquellas personas que los habitan.
Otro concepto asociado a la identidad social son las categorías espaciales.
Como adaptación de las teorías de la categorización social se encuentra la obra
de Tajfel (1981, 1983) y Tajfel y Turner (1986). Turner (1987b) nos propone que
las categorías espaciales son unas de las diferentes categorías sociales que las per-
sonas empleamos en el proceso de formación de nuestras identidades sociales.
Nosotros configuramos nuestra identidad social espacial cuando tenemos pre-
sente el hecho de pertenecer a un determinado lugar, el cual se convierte en una
subestructura de la identidad social. Aquello que caracteriza a esta subestructura
identitaria es que el lugar en cuestión se convierte en el referente directo de la
categorización. De este modo, las categorizaciones que las personas construi-
mos en relación con la pertenencia a determinados espacios se pueden situar en
un continuo que va de menos a más: el espacio individual, el espacio grupal y
el espacio colectivo. Del mismo modo, las personas convivimos en distintos gra-
dos de abstracción de categorizaciones endo-exogrupales o en diferentes subni-
veles que se organizan jerárquicamente por medio de relaciones de inclusión.
Así, las categorías espaciales que cotidianamente definen nuestra identidad son
la casa, el barrio, la ciudad, el área metropolitana, la comarca, la provincia, la
región, etc.
© Editorial UOC 282 Psicología del comportamiento colectivo

Para finalizar esta aproximación de la relación entre identidad y espacio, pre-


sentamos el concepto de identidad social urbana propuesto por Valera (1993) y
por Valera y Pol (1994), que intenta integrar la mayoría de los conceptos for-
mulados hasta el momento. Así, para poder hablar de identidad social urbana,
conviene tener presentes las características siguientes:

1) Pueden incorporar la sensación de que debemos pertenecer a un lugar en


el conjunto de categorías que edifican la identidad social de los ciudadanos y de
los colectivos urbanos.
2) Las personas y los grupos se autodefinen según las dimensiones que están
relacionadas con una determinada categoría urbana. Sin embargo, estas di-
mensiones tienen un papel esencial en el momento de incluir o excluir a otros
grupos que ocupan el mismo nivel de abstracción categorial, ya sea la casa, el
barrio, la ciudad, la comarca, etc.
3) Las categorías sociales urbanas son el fundamento de la edificación de la
identidad urbana. Estas categorías se especifican teniendo en cuenta su nivel de
abstracción: casa, barrio, ciudad, comarca, etc. Las personas tenderán a iden-
tificarse como grupo según estos grados de abstracción categorial, del mismo
modo que velará porque las disimilitudes intracategoriales sean menores que las
percibidas desde un punto de vista intercategorial.
4) Las dimensiones que provocan la inscripción a categoría social urbana
concreta están relacionadas con un cúmulo de significados socialmente
conciliados y construidos a partir de la interacción simbólica entre las personas
incluidas dentro de un mismo grupo o categoría.
5) Las dimensiones categoriales que entran en juego en el proceso de
construcción de la identidad social urbana quedan definidas según las dimen-
siones siguientes:

a) Dimensión territorial. Los confines geográficos establecidos por las personas


que se autoidentifican teniendo en cuenta una determinada categoría espacial son
unos elementos que debemos destacar cuando queremos distinguirnos de otros co-
lectivos, cuando queremos diferenciarnos de otros grupos que ocupan entornos dife-
rentes. Asimismo, conviene que destaquemos el papel que tienen las características
físicas y simbólicas en este proceso de diferenciación.
b) Dimensión psicosocial. Teniendo presente que cada espacio genera una ima-
gen característica de sí mismo, la inscripción a una categoría espacial concreta puede
© Editorial UOC 283 Capítulo V. Medio ambiente...

ser consecuencia de un conjunto de atribuciones (internas o externas) que dotan de


un sello espacial o distintivo a los miembros incluidos en esta categoría; en otras pa-
labras, las personas que conviven en ciertos lugares disfrutan de cierto tipo de iden-
tidad que los diferencia de otras personas o grupos.
c) Dimensión histórica. La historia grupal y la relación mantenida con el espa-
cio más inmediata constituye una característica básica para definir la identidad so-
cial urbana. Los procesos que fomentan la identificación de las personas o de los grupos
con un espacio determinado están relacionados con el talante histórico del grupo y
del mismo espacio. Este proceso histórico forja una sensación de continuidad en el
tiempo, motor básico para cualquier identidad social urbana (Stokols y Jacobi, 1984;
Lalli, 1988).
d) Dimensión conductual. La identidad social urbana provoca que, en su espacio
definitorio se produzcan unos comportamientos característicos. Dicho de otra mane-
ra, dentro de los lugares, espacios, entornos, etc. se producirán un conjunto de prác-
ticas sociales que son propias y que, asimismo, son las propias de una determinada
categoría social urbana (Francis, 1983).
e) Dimensión social. Los rasgos sociales de un grupo, los cuales están relacionados
con un espacio concreto o una determinada categoría social urbana, resultan elemen-
tos definitorios de la identidad social urbana.
f) Dimensión ideológica. La identidad social urbana está relacionada con deter-
minados valores ideológicos implícitos que operan sobre grupos o colectivos concre-
tos. Conviene especificar que las construcciones urbanas constituyen el reflejo
histórico del conjunto de ideologías que han ido gobernando los espacios ciudadanos
y destacar el papel que poseen estos elementos de poder en la construcción de estas
categorías y espacios sociales.

6) Estas dimensiones categoriales están relacionadas las unas con las otras.
Asimismo, también se producen conexiones con las diferentes categorías so-
ciales “salientes”.
7) Debemos considerar el inventario de relaciones ecológicas que un grupo
o colectivo sostiene con otros grupos o colectivos como componente esencial
de la identidad social urbana.
8) El proceso de configuración categorial es dinámico, puesto que las perso-
nas y los grupos utilizan distintos grados de abstracción categorial, teniendo en
cuenta sus necesidades y según la categoría que los identifica y los diferencia de
otras personas o grupos (Reid y Aguilar, 1991).
9) Conviene destacar la existencia de sistemas de categorías urbanas parale-
las que también ayudan a construir la identidad social urbana. La consecuencia
© Editorial UOC 284 Psicología del comportamiento colectivo

de esta idea es que se produce una jerarquización de estos sistemas categoriales,


a la vez que, asimismo, se regulará la relación de las personas y de los colectivos
con el espacio en cuestión.
10) Dentro del espacio urbano, nos encontramos con un abanico de objetos
característicos que tienen la capacidad de simbolizar los procesos hasta ahora
descritos y que son capaces de simbolizar el sentido de identidad social urbana
que define un colectivo concreto. Estos elementos simbólicos favorecen los pro-
cesos de identificación endogrupal, las relaciones entre el endogrupo y el exo-
grupo, así como los mecanismos de apropiación espacial en el plano simbólico.
En este punto, los mismos autores destacan dos elementos por las implicaciones
que tienen sobre el espacio construido:

a) Los topónimos, que bautizan los elementos urbanos y les otorgan un nombre,
una categoría social urbana concreta. El estudio de los topónimos nos proporcionará
una pequeña pista de cómo se han elaborado socialmente aquellos significados rela-
cionados con el espacio.
b) Los espacios simbólicos urbanos y los elementos que las personas consideran
como más representativos son los encargados de simbolizar las dimensiones más des-
tacadas de la identidad social urbana compartida en el grupo o colectivo. Así pues,
podemos considerar los lugares o los objetos simbólicos como prototipos de la cate-
goría social urbana base para la definición de la identidad social correspondiente.
Dentro de este grupo de elementos, podemos incluir los elementos geográficos (ríos,
montañas, lagos, etc.), los monumentos (Bohigas, 1985; Francis, 1983) y, en general,
los diferentes elementos arquitectónicos o urbanísticos autóctonos y peculiares del
espacio caracterizado como espacio simbólico urbano (Valera, 1993).

Para concluir este apartado, tras el repaso que hemos efectuado de los con-
ceptos que la Psicología ambiental utiliza en el intento de relacionar la identi-
dad social con el espacio, somos capaces de manifestar que tanto los aspectos
simbólicos y categoriales del espacio físico como los sociales son los que poseen
un papel más importante en el proceso de edificación de la identidad social o
colectiva. Sin embargo, en este proceso de simbolización y categorización de
personas y lugares echamos de menos el papel del lenguaje en ambos procesos.
Somos las personas, gracias a nuestras interacciones cotidianas, las encarga-
das de dotar de simbolismo a los espacios y de establecer categorías para los mis-
mos. No obstante, algo que es necesario explicar de estas interacciones es que se
basan en el lenguaje. Desde nuestro punto de vista, la identidad colectiva se
© Editorial UOC 285 Capítulo V. Medio ambiente...

construye a partir de los discursos que gobiernan en la cultura de cada comu-


nidad o colectivo, a partir de los discursos que ponemos en circulación en nues-
tras actividades cotidianas. Nuestra identidad colectiva es el producto de cruzar
muchos discursos diferentes: el de la economía, la orientación sexual, el trabajo,
etc. Asimismo, en el caso de la identidad social espacial, es preciso que a estos
discursos sumemos los que mantenemos sobre la ciudad, barrio, comarca o pue-
blo y aquellos que el mismo espacio nos ofrece.
Los discursos nos rodean y estamos inmersos en ellos. Esto significa que
habitamos dentro de un tipo de material escrito y oral y que, incluso los edifi-
cios, calles y elementos de la trama urbana se pueden leer e interpretar como
textos, dado que nosotros, como seres humanos, les conferimos significado so-
cial (Burr, 1997). Estaríamos adoptando:

“una posición radicalmente relativista que nos obliga a sacar la conclusión de que
nada existe fuera del discurso; es decir, que la única realidad que tienen las cosas es
la que se les otorga dentro del ámbito simbólico del lenguaje. Esto equivale a decir
que nuestras vidas no tienen ninguna base material, y que ‘cosas’ que nos afectan tan-
to, como, por ejemplo, la economía, las condiciones de vida y la salud, no son más
que efectos del lenguaje”.

Burr, V. (1997). Introducció al construccionisme social (p. 89). Barcelona: Proa / Univer-
sitat Oberta de Catalunya.

Por consiguiente, dependiendo de cuáles sean los discursos dominantes en


una época histórica, social y espacial, se pondrá en marcha otro tipo de proceso
constructivo de la identidad colectiva. En este sentido, se emprenderá un tipo
de lucha entre discursos, en la que aquellos que salgan ganadores silenciarán a
los demás y aportarán las palabras, frases, oraciones, etc. necesarias para con-
formar esta identidad colectiva.

4. La dimensión socioespacial del comportamiento

4.1. La territorialidad

¿Cuál es nuestra reacción cuando volvemos a nuestro asiento del cine (des-
pués de haber ido al lavabo) y observamos que está ocupado? ¿Cuál es la sensa-
© Editorial UOC 286 Psicología del comportamiento colectivo

ción que tenemos si algún desconocido entra en un espacio que consideramos


como privado (en el contexto virtual, si descubrimos que alguna persona ha en-
trado dentro de nuestro ordenador o correo personal)? La respuesta a ambas pre-
guntas es que, con toda probabilidad, nos sentiremos molestos, e incluso,
dependiendo del grado de invasión, nos enfadaremos. La territorialidad y la pri-
vacidad, que trabajaremos en el subapartado “El espacio personal y la priva-
cidad”, constituyen dos aspectos psicoambientales que nos ayudan a entender
cómo nos sentimos en estas situaciones.
Para Altman (1975), la territorialidad constituye un modelo de comporta-
miento relacionado con la posesión u ocupación de un lugar o espacio por parte
de una persona o grupo, que implica la personalización de este lugar o espacio
y la defensa contra las invasiones. Con posterioridad, Gifford (1987), en un in-
tento de referirse a más aspectos del concepto de territorialidad, define la terri-
torialidad de la manera siguiente:

“[…] un patrón de comportamientos y actitudes sostenidas por una persona o grupo,


basado en el control percibido, intencional o real, de un espacio físico definible, ob-
jeto o idea y que pueda comportar la ocupación habitual, la defensa, la personaliza-
ción y la señalización del mismo.”

Gifford, R. (1987). Environmental Psychology. Principle and Practice (p. 137). Boston:
Allyn and Bacon.

La gran diferencia entre estos dos autores es que, para Gifford, la territoriali-
dad no implica explícitamente la defensa o la personalización, sino que sólo las
puede comportar.
Después de la lectura de estas dos definiciones, se puede relacionar la
territorialidad con otros conceptos como defensa, espacio físico, posesión, ex-
clusividad de uso, señales, personalización, identidad, dominación, control, se-
guridad, vigilancia, etc.
Es Altman (1975) quien establece una clasificación del tipo de territorios:

• Primarios. Espacios que forman parte de la vida cotidiana de las personas (son
primordiales para nosotros) y donde se ejerce un grado de control permanen-
te y exclusivo. Acostumbramos a marcarlos con claridad (decorándolos, po-
niendo objetos que tienen una significación para nosotros o, incluso,
poniendo nuestro nombre). Por ejemplo, la casa, la oficina, el despacho, etc.
© Editorial UOC 287 Capítulo V. Medio ambiente...

• Secundarios. No son tan importantes como los primarios, con un grado de


control menor y con la posibilidad de compartirlos con los demás. Estos es-
pacios están regulados por normas implícitas y no formales. Por ejemplo, el
banco de la plaza donde se reúnen cada mañana las personas mayores, nues-
tra mesa preferida en el bar donde vamos a comer siempre, etc.
• Públicos. Los podemos utilizar cualquiera de nosotros y con un derecho de
posesión limitado y temporal. Las normas y las reglas también son implíci-
tas. Por ejemplo, las plazas, las playas, los trenes, es decir, todos los espacios
públicos.

Dentro de esta última tipología, Lyman y Scott (1967) distinguen dos tipos
más de territorios: por un lado, los territorios interaccionales, que son espacios
controlados por un determinado grupo de personas durante cierto periodo de
tiempo, como por ejemplo un mitin político; por otro lado, los territorios cor-
porales (diferente del espacio personal, que explicaremos más adelante), cuyo
umbral es la propia piel, y que pueden ser invadidos por otra persona, ya sea con
permiso (por ejemplo, algo que ahora está muy de moda son los tatuajes o los
piercings) o sin permiso (como puede ser una agresión sexual).
Asimismo, Gifford (1987) se refiere a otros dos tipos de espacios: los objetos
y las ideas. Ambos también son personalizados por nosotros: marcamos los ob-
jetos para demostrar que son de nuestra propiedad (por ejemplo, poner nuestro
nombre en nuestros libros); defendemos las ideas para evidenciar que son ge-
nuinas de nuestro pensamiento, que las hemos creado nosotros (como sucede
con las patentes, los derechos de autor o copyrights, etc.).
Uno de los temas más trabajados dentro del ámbito de la territorialidad ha
sido el de su transgresión. Siguiendo a Valera y Vidal (1998), existen distintas
formas de introducirse en un territorio ajeno:

1) La invasión, que implica entrar en un territorio con la intención de con-


trolarlo.
2) La violación, que no lleva tan implícito el sentimiento de control como el
anterior. Puede ser deliberada, con la intención de hacer daño o romper algo
(por ejemplo, romper el mobiliario de la ciudad) o no deliberada, por lo general
a causa del desconocimiento (como por ejemplo, la molestia que puede sig-
nificar hacer un saludo íntimo, como dos besos en nuestra cultura, a una perso-
© Editorial UOC 288 Psicología del comportamiento colectivo

na para quien, por su condición cultural, tiene un significado diferente del que
tiene para nosotros).
3) Para acabar, la contaminación, que, además de ensuciar el espacio, puede
tener consecuencias más graves. Un ejemplo de ésta es el de Aznalcóllar, donde
la ruptura parcial de la pared del embalse de una explotación minera vertió re-
siduos de metales (cobre, plomo y cinc) almacenados durante veinte años en el
río Guadiamar. Este hecho significó que, a lo largo de cuarenta kilómetros, se
destruyeran extensiones de cultivos de zonas agrícolas y pesca y que se en-
venenaran muchos pozos de agua potable.

Nuestra reacción para con una transgresión de nuestro territorio dependerá de


muchos aspectos, tales como el tipo y gravedad de la infracción, quién la haga, la
duración de la misma, la posibilidad de establecer espacios alternativos, etc.
Por otro lado, una de las propuestas más interesantes y esclarecedoras sobre
las funciones de la territorialidad es la de Bell y otros (1996), que establecen dos
funciones principales: por un lado, la interacción y la organización social y, por
el otro, la identidad personal y/o grupal.

1) La interacción y organización social se refiere a la manera como las perso-


nas planificamos y ordenamos nuestras vidas sobre la base de la relación estable-
cida con los territorios y los roles que representamos. Las dimensiones más
importantes con respecto a esta función son las siguientes (Valera y Vidal, 1998):

a) La dominación y control del territorio. Estos conceptos se refieren a la


prioridad de acceso en un área espacial a determinadas personas. En este espacio
se desarrollarán unas actividades concretas, unos roles determinados y, por con-
siguiente, una regulación de la interacción entre las personas, por ejemplo,
cuando entramos en un teatro. Dentro de este último se encuentran los actores
y las actrices, el público, etc. Cada uno tiene su espacio definido y representa el
rol esperado. De este modo se establece la interacción “aceptada” en esta si-
tuación grupal.
b) La organización de actividades cotidianas. La territorialidad nos ayuda a
organizar nuestra vida cotidiana y a establecer “mapas cognitivos” sobre los ti-
pos de comportamientos que pueden esperarse en cada espacio, por ejemplo, en
nuestro hogar. Todos los miembros de la familia tenemos nuestros espacios es-
© Editorial UOC 289 Capítulo V. Medio ambiente...

tablecidos: la habitación, el lugar en la mesa a la hora de comida, el armario para


la ropa, la estantería en el baño, etc. De este modo, regulamos nuestro compor-
tamiento en el hogar y en todos aquellos espacios que conforman nuestra coti-
dianidad.
c) La regulación de la agresión. Con frecuencia establecemos los umbrales
de nuestros territorios con determinadas señales, con vallas, puertas, etc. Así,
pretendemos dejar muy claro cuáles son nuestros espacios (sin ambigüedad) y
prevenir sus posibles invasiones. La agresividad es entendida como una forma
de interacción social y, por tanto, aclarar lo que es nuestro y lo que es de los de-
más puede reducir la hostilidad y facilitar la armonía en las relaciones per-
sonales, minimizando los posibles conflictos (Valera y Vidal, 1998).

2) La territorialidad nos permite comunicar y gestionar el sentido de la iden-


tidad personal y/o grupal. Cuando compartimos un espacio, unas actividades y
experiencias, contribuimos a aumentar los vínculos entre las personas, por
ejemplo, entre los compañeros de clase o de trabajo, entre los vecinos del mis-
mo edificio o de un pueblo, etc. Sólo tenemos que pensar lo que significaría para
nosotros cambiar “ahora” de piso, barrio o ciudad y todas las implicaciones que
este hecho supondría en nuestras vidas.
Como apuntan Valera y Vidal (1998), los principales aspectos de esta fun-
ción son los siguientes:

a) La personalización, aferramiento al lugar y apropiación del espacio. Por


medio de la personalización, comunicamos a los demás nuestro sentido de
identidad; es decir, mostramos nuestra pertenencia a un territorio. Al persona-
lizar el espacio, potenciamos el sentimiento de que aquel lugar nos pertenece y
favorecemos la construcción de nuestras identidades sociales. Una de las ma-
neras que tenemos de personalizar nuestros espacios es, por ejemplo, decorando
nuestra casa o nuestra habitación. De este modo, impregnamos nuestro espacio
de cosas que definen nuestros intereses, actitudes, valores y preferencias, con
cuadros, pósteres, libros, fotografías, etc. Es decir, es una manera de decir cosas
sobre nosotros mismos o sobre nuestro grupo de pertenencia, así como de apro-
piarnos de nuestros espacios.
b) La señalización y el espacio defendible. Con las señales distinguimos unos
espacios de otros, de manera que esta diferenciación también se convierte en
© Editorial UOC 290 Psicología del comportamiento colectivo

una forma de manifestar nuestra identidad personal y/o grupal. Si la persona-


lización se refiere más a espacios primarios y secundarios, la señalización se si-
túa en el espacio público. Por ejemplo, podríamos fijarnos en qué señales
dejamos en el espacio que ocupamos en una biblioteca cuando vamos a tomar
un café y no queremos que nos quiten el sitio. Por norma general, dejamos los
libros o apuntes abiertos y los bolígrafos visibles esparcidos por la mesa.

El espacio defendible se refiere a señales que pretenden delimitar la entrada


a determinados lugares, como, por ejemplo, “prohibido pasar” o “no se admite
propaganda comercial”. Con estas señales no sólo pretendemos mostrar la iden-
tidad del territorio, sino también intentar disuadir de posibles transgresiones
del espacio.

4.2. El espacio personal y la privacidad

De manera general, parece que las personas no prestamos atención a la


importancia que supone el espacio personal para nuestras relaciones personales.
El interés por esta relación entre el espacio psicosocial y el comportamiento so-
cial ha sido motivo de estudio por parte de dos autores, principalmente: Hall
con su concepto de proxémica y Sommer con su escuela del espacio personal.
En primer lugar, Hall (1966) propone el concepto proxémica para explicar
un modelo de antropología del espacio. Este modelo pretende el estudio cientí-
fico del espacio como medio de comunicación interpersonal; es decir, del uso
que hacemos del espacio y cómo las personas interactuamos por medio de la
utilización de las distancias entre unos y otros.
Más tarde Sommer (1974) define el espacio personal como “el área dotada de
unos umbrales invisibles, que rodean el cuerpo de la persona y donde los intru-
sos no pueden penetrar”. Es decir, el espacio personal es aquella área que man-
tenemos a nuestro alrededor, donde los demás no pueden entrar, y, si lo hacen,
con toda probabilidad provocarán nuestro enfado. Algunos autores han matiza-
do esta definición: por ejemplo, mientras que Walmsley y Lewis (1993) conside-
ran que el espacio personal es una forma de comunicación, Hall (1959) cree que
constituye una forma de comunicación no verbal.
© Editorial UOC 291 Capítulo V. Medio ambiente...

Se han utilizado muchas metáforas para describir qué es el espacio personal,


entre otras la de la burbuja: el espacio personal sería como una esfera que en-
vuelve a la persona. Sin embargo, esta analogía tiene alguna diferencia, puesto
que el espacio personal es más flexible y variable dependiendo de las diferencias
individuales, el contexto y la naturaleza particular de las relaciones inter-
personales (Holahan, 1982).

El espacio personal adquiere sentido cuando, como mínimo, hay dos personas. De
esta manera, cambiará dependiendo de la relación que se tenga con la otra persona.
Hall (1966) destaca que los criterios que rigen las relaciones de la distancia y el espa-
cio personal no son universales, sino que varían dependiendo de la cultura. Como se-
ñala Martínez (1998), parece que las personas del norte de Europa (incluso los
británicos) prefieren espacios más amplios para sus interacciones que, por ejemplo,
los norteamericanos; o los árabes y mediterráneos necesitan menos espacio en sus
contactos. Por este motivo pueden darse equívocos entre personas que pertenezcan a
distintas culturas.

Una de las aportaciones más importantes de Hall (1966) es la identificación


de las cuatro zonas de distancia que regulan las interacciones sociales. La tipolo-
gía de los espacios personales es la siguiente:

• La distancia íntima, que va desde el contacto físico hasta los cuarenta y cinco
centímetros. Es la reservada para las relaciones íntimas y/o amorosas.
• La distancia personal, que va desde los cuarenta y cinco centímetros hasta un
metro veinticinco centímetros. Aquí es donde practicamos las interacciones
entre amigos íntimos y donde tenemos las conversaciones más habituales.
• La distancia social, que se extiende desde un metro veinticinco centímetros
hasta los tres metros y medio. Por ejemplo, es aquella que se da en las rela-
ciones laborales y profesionales, puesto que implica una distancia suficiente
para la comunicación, pero no refleja intimidad.
• Para acabar, la distancia pública, que comprende el espacio desde los tres me-
tros y medio hasta los siete metros y veinticinco centímetros o más. Es una
distancia formal, reservada para contactos muy superficiales, como por ejem-
plo aquel que se da entre un actor y sus espectadores.

El espacio personal es una forma de regular los umbrales interpersonales, el


mantenimiento de la reacción frente a la invasión del espacio propio y las in-
© Editorial UOC 292 Psicología del comportamiento colectivo

teracciones con los demás. De acuerdo con Martínez (1998), el espacio personal
contaría, principalmente, con tres funciones:

1) Autoprotección. El espacio personal actúa como un mecanismo amorti-


guador de las amenazas físicas y emocionales que puedan provenir de otras per-
sonas; es decir, sería como un área que protege el cuerpo de las personas. De este
modo, podemos evitar encuentros no deseados, controlar posibles agresiones,
reducir el estrés, etc. Podemos pensar qué hacemos con nuestro cuerpo cuando
no queremos interaccionar con alguien. Seguramente, la posición de nuestro
cuerpo, nuestra mirada, etc. actuará como lenguaje no verbal que dejará claro a
la otra persona que no queremos que se nos aproxime.
2) Comunicación y regulación de la intimidad. La distancia que establecen
dos personas entre sí nos está aportando mucha información sobre la relación
e interacción existente entre ambas. Hall (1966) puntualizó que el uso del es-
pacio constituye la forma por medio de la cual nos comunicamos con la gente.
De este modo, el espacio regula el tipo y la cantidad de intimidad existente entre
dos personas. Si vemos a dos personas abrazadas y dándose un beso, segu-
ramente deduciremos que son una pareja.
3) Atracción interpersonal. Holahan (1982) afirma que la amistad, la atrac-
ción física, la simpatía y la afinidad entre las personas se reflejan por medio de
la distancia interpersonal (del mismo modo que la defensa y la aversión).

Tras explicar qué es el espacio personal, pasemos a definir qué se entiende


por privacidad. De entrada, conviene señalar que existe cierta confusión en el
momento de hablar de privacidad, quizá porque es un término que se ha estu-
diado desde la Antropología, la Sociología, la Política, el Derecho y, cómo no,
desde la Psicología.
No obstante, una de las definiciones más aceptadas es la ofrecida por Altman
(1975). Para este autor, la privacidad es:

“[…] el control selectivo del acceso a uno mismo o al grupo al que una persona per-
tenece”.

Altman, I. (1975). The environment and social behavior: privacy, personal space, territory,
crowding (p. 18). Monterrey, California: Brooks/Cole Publishing Company.
© Editorial UOC 293 Capítulo V. Medio ambiente...

Dos aspectos capitales que se precisa recoger de esta definición son el control
selectivo de la interacción social y el de la información ofrecida a los demás.
De este modo, la privacidad hace referencia a la capacidad que la persona (o
grupo social) tiene para regular la cantidad y la calidad de las interacciones so-
ciales y la información producida en cualquier contexto de interacción, de ma-
nera selectiva de acuerdo con las propias necesidades.
Pedersen (1979, 1982, 1997) recoge el trabajo realizado por Westin (1967) y,
finalmente, propone estas dimensiones de la privacidad:

• Soledad: encontrarse solo en un espacio, al que el resto de la gente no puede


acceder, o en una situación en la que hay gente alrededor (por ejemplo, en-
cerrarse en la habitación cuando la familia está en casa).
• Aislamiento: alejarse de la gente para estar solo (por ejemplo, irse a la montaña).
• Anonimato: participar en un contexto público, pero con la intención de pasar
desapercibido. Se diferencia de la soledad, puesto que en esta situación no
evitamos ser observados, sino que la gente sepa quiénes somos.
• Reserva: controlar la información que damos, sobre todo si es personal, cuan-
do interaccionamos con alguien.
• Intimidad: manera de privacidad más grupal (y no tan individual) en la que
sus componentes comparten al máximo sus relaciones personales y la infor-
mación que se produce en las mismas. Pedersen (1979, 1982, 1997) distingue
entre dos tipos de intimidad:

– La intimidad familiar: estar solo con la familia, como, por ejemplo, cuan-
do una familia se reúne alrededor de una persona que está enferma en el
hospital.
– La intimidad con los amigos: estar solo con los amigos, como, por ejem-
plo, cuando unos compañeros íntimos comparten sus problemas.

Como sucedía con la territorialidad, y de acuerdo con Holahan (1982), la pri-


vacidad consta de dos funciones principales:

1) Interacción y organización social. La privacidad nos permite regular la


interacción entre las personas y grupos, así como su mundo social, de las tres
maneras siguientes: por medio de la planificación, el análisis de las estrategias
© Editorial UOC 294 Psicología del comportamiento colectivo

para realizar la interacción y la evaluación que hacemos de las mismas. Asimis-


mo, nos permite controlar la información que damos a la gente (compartién-
dola u ocultándola), de manera que podemos establecer vínculos de confianza
o, por el contrario, distancia con los demás. En el caso de establecer vínculos
de confianza, esta privacidad puede servir para liberar las emociones. Por
ejemplo, piénsese en cómo nos liberamos de nuestras preocupaciones con los
amigos cuando tenemos un problema. Por otro lado, como apunta Martínez
(1998), la privacidad también puede contribuir al mantenimiento de las dife-
rencias entre clases sociales. Por ejemplo, el hecho de tener dinero puede per-
mitir disponer de habitación propia en una clínica tras una operación; si no
se tiene dinero, tocará compartir habitación con otros enfermos más y sus res-
pectivas familias.
2) Identidad personal y/o grupal. Si la identidad se construye por medio de
la interacción con los demás, la privacidad se convierte, igualmente, en un
elemento indispensable para la definición de nuestra identidad. Altman (1975)
señala que la privacidad nos ayuda a autodefinirnos y autoposicionarnos frente
al mundo social y, de este modo, a aprender a desarrollar nuestras interacciones
sociales. La construcción de esta autoidentidad necesita una autoevaluación
constante; por este motivo, a veces necesitamos “retirarnos”. La privacidad nos
permite garantizar cierta autonomía, tanto de manera individual como si se for-
ma parte de un grupo, cuando interaccionamos con los demás.
Para concluir este subapartado, intentaremos dejar clara la diferencia entre
espacio personal y privacidad. El espacio personal siempre posee un referente
espacial, es decir, la distancia entre dos personas. La privacidad, en cambio,
se refiere al control de la interacción y la información que queremos compar-
tir con los demás. La relación existente entre ambas sería la siguiente: el es-
pacio personal constituye una de las estrategias para poder acceder a la
privacidad. Por ejemplo, si queremos estar solos para pensar sobre nosotros
mismos, no iremos a un lugar con mucha gente ni estaremos con nuestros
amigos. Seguramente optaremos por ir a algún espacio donde sabemos, con
total seguridad, que estaremos solos, como por ejemplo a una montaña, jun-
to a un río, etc.
© Editorial UOC 295 Capítulo V. Medio ambiente...

4.3. El hacinamiento

Es evidente que una de las preocupaciones, no sólo de las ciencias sociales


sino también de las ciencias naturales, son aquellos problemas “explícitos”
provocados por la gran concentración de gente en las ciudades3. El consumo de
energía, el gran número de desperdicios creados, el ruido que generamos, etc.
constituyen cuestiones que están presentes en las conversaciones de los polí-
ticos, de los científicos ambientales o de aquellas personas que nos preocupa-
mos por tales aspectos.
No obstante, esta aglomeración de personas en las ciudades (o en algunos
espacios particulares) también crea otros efectos “implícitos”, es decir, menos
visibles (pero no menos importantes). Uno de estos efectos de la gran concen-
tración de personas en los espacios es el hacinamiento.
Desde la Psicología social y en palabras de Jiménez Burillo (1986):

“Desde un punto de vista formalizado, se entiende en psicología social por hacina-


miento un estado subjetivo derivado de una condición social caracterizada por alta
densidad y restricción de espacio territorial.”

Jiménez Burillo, F. (1986). Problemas sociopsicológicos del medio urbano. En F. Jiménez


Burillo; J. I. Aragonés (Comps.). Introducción a la Psicología Ambiental (pp. 194-213).
Madrid: Alianza.

Por si quedase alguna duda sobre esta definición, piénsese en la experiencia


de tomar el metro o el bus en hora punta, cuando todo el mundo se dirige a sus
puestos de trabajo, un ascensor cuando está lleno de gente, cuando vamos de
rebajas a unos grandes almacenes, etc. La pregunta que ahora planteamos es la
siguiente: ¿cómo nos sentimos en estas circunstancias? Más adelante podremos
comparar nuestras sensaciones con los efectos que se ha demostrado que pro-
voca el hacinamiento en las personas.
Después de esta definición y ejemplificación, estableceremos la distinción
entre densidad de población y hacinamiento. Hasta 1972, los investigadores
psicosociales utilizaban estos términos sin distinción alguna. La restricción a la

3. La alta densidad de población de las metrópolis modernas facilita la diversificación y la origina-


lidad de los residentes; sin embargo, al mismo tiempo, complica la organización social e intensifica
las desigualdades y las tensiones físicas, psicológicas y sociales.
© Editorial UOC 296 Psicología del comportamiento colectivo

que se somete el término aglomeración, limitándolo a su aspecto físico, es decir,


el relacionado con la densidad, obvió aspectos tan importantes como las expe-
riencias personales existentes entre los aspectos espaciales y los efectos resul-
tantes en el comportamiento humano. Por ello, Stokols (1972), en su artículo
“Sobre la distinción entre densidad y hacinamiento”, recomienda la diferencia-
ción de estos términos: por un lado, la densidad se refiere a los aspectos físicos
y/o espaciales de la situación, es decir, al número de personas por área espacial.
Por otro lado, el hacinamiento se refiere a un estado subjetivo, es decir, a la ex-
periencia psicológica que experimenta una persona que necesita o pide más es-
pacio del disponible.
Otros autores, como por ejemplo Rappoport (1975), van más allá cuando ha-
blan de las diferencias entre densidad y hacinamiento. Este autor propone un
enfoque subjetivo en la investigación de ambos elementos. Expone que la den-
sidad también se debe considerar en términos subjetivos, de manera que es una
experiencia personal en la que percibimos el número de personas que hay en un
ambiente, el espacio disponible y la forma en que éste se encuentra organizado;
es decir, constituye la percepción directa o estimada del espacio disponible (que
no es necesario que coincida con la densidad objetiva o real); mientras que el
hacinamiento es una evaluación subjetiva en la que percibimos que la dimen-
sión del espacio es insuficiente.
Una reflexión que se puede hacer a partir de ahora es pensar si la densidad
constituye una cuestión física o subjetiva; sin embargo, aquello que realmente
debe quedar claro es que el hacinamiento es una cuestión subjetiva. No obs-
tante, ahora es oportuno reflexionar también sobre en qué momentos nos en-
contramos en situación de hacinamiento y en cuáles no.

Juan y Pablo han quedado a las ocho de la tarde en la plaza del Sol para ir al concierto de
los U2. Juan es un fanático de este grupo musical, pero Pablo sólo va al concierto por-
que su amigo le ha invitado (a él le gusta más la música clásica). Como nuestros dos
amigos, hay una multitud de jóvenes que también asiste a este concierto. Al final, se
reúnen dentro del recinto veintidós mil espectadores.

Juan ha convencido a Pablo para estar en primera fila del concierto. A Pablo no le
hace mucha ilusión, pero vuelve a acceder. El grupo sale al escenario, se inicia el con-
cierto con la canción “Beautiful Day” y la gente empieza a saltar enfervorizada.

En estos momentos, aunque Juan está rodeado de mucha gente, está disfrutando del
concierto. No tiene la experiencia de sentirse en situación de hacinamiento. En cam-
© Editorial UOC 297 Capítulo V. Medio ambiente...

bio, Pablo se siente mal: tiene la sensación de que le falta espacio, le molesta que la
gente le esté empujando, está enfadado y tiene ganas de salir del concierto lo antes
posible. Tiene la experiencia de sentirse en situación de hacinamiento.

Esta historia ejemplifica la manera en que dos personas en una misma situa-
ción pueden vivirla de manera diferente dependiendo de la propia experiencia
subjetiva. Asimismo, esta situación ha provocado en Pablo determinados efec-
tos. A continuación mostramos cuáles son los efectos que provoca el hacina-
miento en las personas.
Según Hombrados (1998), el hacinamiento puede afectar a las personas en
tres aspectos:

1) En el rendimiento: el hacinamiento interfiere en la producción del traba-


jo, aunque conviene puntualizar que esta producción final está mediatizada por
distintos elementos como el estrés, el tiempo, el tipo de tareas que se está reali-
zando, la relación entre el número de personas que forman el grupo y las dimen-
siones del espacio donde este último se encuentra.
2) En el comportamiento social: diferentes estudios han mostrado que el
hacinamiento produce en las personas reacciones de índole diferente, tales
como agresividad, hostilidad y malestar, reducción de los comportamientos
afectivos, aislamiento, reducción de la solidaridad y disminución de la atrac-
ción interpersonal.
3) En la salud: otras investigaciones han mostrado que el hacinamiento
puede provocar un efecto de estrés y producir desequilibrios en el organismo
humano. Asimismo, existe relación entre algunas enfermedades infecciosas
(hepatitis, meningitis, enfermedades respiratorias, etc.) y zonas con grandes
concentraciones de población. Y, para acabar, diferentes estudios demuestran
la relación con la aglomeración y enfermedades mentales.

Para finalizar este subapartado, creemos conveniente diferenciar entre el


hacinamiento agudo (puntual) y el crónico. El primero es aquel que se da de ma-
nera puntual; es decir, cuando pasamos poco tiempo en un espacio con mucha
gente, por ejemplo, en un ascensor, un metro o tren, etc. El segundo es aquel
que se da cuando permanecemos largos periodos de tiempo en un espacio de
alta densidad. Algunos ejemplos de los espacios donde los psicólogos ambien-
© Editorial UOC 298 Psicología del comportamiento colectivo

tales han estudiado este tipo de hacinamiento son las prisiones, los entornos
escolares, los hospitales, las residencias de estudiantes, el hogar, etc.

5. El imaginario ecológico

5.1. La interacción saber/acción

La ciencia, la tecnología y la información constituyen los principales recur-


sos de que disponemos para la utilización y el funcionamiento del espacio; del
mismo modo participan en la creación de nuevos procesos sociales y de nuevas
especies de animales y vegetales (como es el caso de la biotecnología). Hemos
asistido, de una manera definitiva, a la cientifización y la tecnificación del es-
pacio. Estos tres elementos (que tienen su sede central en el interior de las gran-
des ciudades) han creado una configuración territorial que tiende a la negación
de la naturaleza (como consecuencia directa de la extensión del mundo urbano
sobre el mundo rural).
Tal como señala Santos (1996):

El espacio es hoy un sistema de objetos cada vez más artificial, poblado por sistemas
de acciones igualmente imbuidos de artificialidad, y cada vez tienden más a fines ex-
traños al lugar y a sus habitantes.

Santos, M. (1996). De la totalidad al lugar. Barcelona: Oikos-Tau.

Gracias a esta cientifización y tecnificación, hemos construido un saber cada


vez más especializado y más espacializado: un saber que tiene en cuenta los de-
talles más ínfimos para que cualquier proceso tecnológico y social ocurra, y un
saber que llega a todos los rincones de nuestras regiones. El conocimiento sobre
el medio ambiente y, sobre todo, los aspectos tecnológicos que lo acompañan,
no se escapa de esta gran revolución que ha sufrido nuestra realidad.
Así, cuando el medio ambiente se ha puesto de moda o la palabra sostenibi-
lidad ha salido al escenario, nos hemos puesto manos a la obra para intentar
que nuestras acciones sociales minimizaran sus posibles impactos hacia el me-
© Editorial UOC 299 Capítulo V. Medio ambiente...

dio y, asimismo, hemos intentado potenciar estos comportamientos ecológicos


responsables a partir de diferentes objetos técnicos: instalaciones como los
puntos limpios o los puntos verdes, contenedores neumáticos que transportan
los desperdicios hasta un punto de recogida, cañerías que recogen la energía so-
brante de una depuradora para transformarla en energía calorífica para calentar
una biblioteca, ventanas con un sistema de doble vidrio que ayudan a calentar
las habitaciones, alumbrado que se enciende cuando detecta que hay alguien
utilizando aquel pasillo, grifos con un dispositivo regulador de ahorro de agua,
y tantos otros ejemplos que podemos pensar. En este momento, el espacio está
marcado por todos estos agregados que le confieren un contenido extremada-
mente técnico.
Parece un poco extraño que, con tantas facilidades técnicas y medios en
nuestras manos, los problemas medioambientales no se solucionen o, como
mínimo, se reduzca el impacto ambiental global sobre nuestro planeta. Si el sa-
ber, el conocimiento en general, guía nuestras acciones como seres humanos,
¿por qué después de haberse desarrollado este “nuevo” conocimiento tecnoló-
gico, nuestra realidad medioambiental continúa atascada (más o menos) en el
mismo punto? Quizá es que hemos construido un conocimiento que está un
poco “alejado” de las personas que lo tienen que utilizar. He aquí un ejemplo:

En la última década hemos asistido al nacimiento de contenedores de todo tipo: el de


la fracción orgánica, el del papel, el del cristal, el de envases, de pilas, el de la basura que
no es orgánica ni papel ni cristal ni envases, etc. Se trata de una multitud de contenedo-
res de distintas formas, modelos y marcas, y que, a estas alturas, incorporan las tecnolo-
gías más avanzadas (contenedores soterrados, que se abren casi automáticamente, etc.)
con la intención de que los utilicemos con la máxima comodidad.

Asimismo, cada uno de estos contenedores lleva sus instrucciones de uso incorpora-
das, por norma general pegadas con adhesivos al mismo contenedor. Las más habi-
tuales son: cuáles son aquellos residuos que “finalmente” pueden guardarse en aquel
contenedor, qué tipos de bolsa debemos utilizar, qué horarios debemos cumplir para
tirar la basura, etc. Éstas pretenden “normalizar”, es decir, nos dictan cuáles son las
normas sociales y comportamientos sociales que, de un modo u otro, nosotros, como
ciudadanos colaboradores, debemos seguir.

El problema de estas instrucciones es que, la mayoría de las veces, la información que


se nos proporciona no resulta del todo clara. El lenguaje que se utiliza en éstos (ya sea
en forma de símbolos, ya sea en forma de palabras escritas) no transmite con claridad
cuáles son verdaderamente aquellos productos, aquellos residuos, que se pueden
© Editorial UOC 300 Psicología del comportamiento colectivo

guardar. La complicación se hace más evidente cuando un producto del mercado


puede estar compuesto por diferentes materiales. Los ciudadanos podemos entrar en
un estado de contradicción obvio, en el que no sepamos con certeza qué hacer con
aquel residuo. En este caso, la solución resulta bastante sencilla de imaginar: el pro-
ducto irá a parar a la bolsa de la supuesta sustancia orgánica.

O quizá en este momento hay una sobrecarga de información que los ciuda-
danos no podemos ni sabemos asimilar:

De la misma manera que la década de los noventa ha sido la década de los contene-
dores, también podríamos argumentar que en los últimos años hemos sido bombar-
deados por un conjunto de campañas de promoción, concienciación, opinión,
educación ambiental, etc., por lo que respecta al tema de los residuos municipales.

En éstas se nos invitaba a conocer cuáles eran los residuos que habitualmente se
generaban, se debían guardar, cuál era el tratamiento que éstos recibían, cuáles eran
las posibilidades de reciclarlos, de reutilizarlos; incluso podemos recordar alguna
campaña en que se nos ha invitado a reducir nuestros residuos más habituales. Éste
era el discurso que se explicitaba, pero al mismo tiempo, y ya de manera implícita, se
nos invitaba al cambio de nuestras actitudes y maneras de comportarnos en relación
con los residuos municipales o se nos educaba en el cambio.

Desde nuestro punto de vista, pensamos que se ha abusado de campañas informati-


vas y, por tanto, ha habido un exceso de información en el tema de los residuos. Así,
hemos sido partícipes del nacimiento de una nueva tipología “residual” que no se
acaba de entender, por ser demasiada complicada en sus explicaciones o por el gran
número de residuos que incorpora en su lista. Ha llegado aquel momento en que el
conocimiento generado sobre los residuos nos ha desbordado, y esta salida de madre
ha sido más negativa que positiva, ya que más que aclararnos las cosas, nos las ha
complicado todavía más.

Si el saber ambiental se aparta de las personas, si las satura o entra en


contradicción con otros tipos de saberes (por ejemplo, aquel que fomenta el con-
sumo de productos), difícilmente tendrá algún efecto sobre nuestras acciones y
difícilmente alcanzaremos, entre todos y todas, la tan deseada sostenibilidad.
Éste ha sido un ejemplo aplicado al tema de los residuos; sin embargo, es po-
sible pensar en otros tipos de conocimientos medioambientales que, a pesar del
buen contexto histórico y social actual, no acaban de tener bastante efecto so-
bre los comportamientos proambientales o sostenibles de los seres humanos.
© Editorial UOC 301 Capítulo V. Medio ambiente...

5.2. El discurso verde

Del mismo modo que hace unos cuantos años nadie podía imaginarse que
nuestra sociedad pudiera cambiar tanto por lo que respecta a los aspectos
informativos y tecnológicos, ninguno de nosotros pensábamos que la proble-
mática sobre el medio ambiente o el discurso sobre el mismo tendría tanta im-
portancia como tiene en la época actual. Hace unas tres o cuatro décadas, pocos
hablábamos del medio ambiente: algunos movimientos verdes, algunos políti-
cos ecologistas, alguna persona con ideas progresistas, etc.
A estas alturas, podemos relativizar si la Tierra está más o menos “enferma”
que en aquel entonces; sin embargo, lo que queda claro es que, a principios del
siglo XXI (y teniendo siempre presente que los discursos están condicionados
por las circunstancias sociales e históricas que los rodean), el discurso verde o el
discurso sobre esta palabra mágica que es la sostenibilidad (sin que todavía todo
el mundo tenga claro su significado) se encuentran plenamente imbricados en
nuestra realidad.
Por lo tanto, podemos argumentar que el discurso verde ha ganado la batalla
a otros discursos que han quedado silenciados, que el discurso sobre la soste-
nibilidad se ha “normalizado” y, asimismo, nos pretende normalizar, es decir,
que el discurso ecológico ha cambiado nuestra realidad. Por ejemplo, los par-
tidos políticos verdes prácticamente han desaparecido porque, o bien parte de
sus componentes se han integrado en otros partidos políticos, o bien porque los
“grandes” partidos políticos han incorporado en sus programas electorales el
tema del medio ambiente.
En este sentido, Aragonés (1997) apunta que la lectura que se hace del
concepto sostenibilidad no es crítica, sino que se considera que el desarrollo sos-
tenible es una finalidad que debe perseguir la sociedad internacional. El consen-
so existente en torno a este discurso nos lleva al hecho de que todas las políticas
ambientales que defienden el discurso de la sostenibilidad se valoran de una
manera positiva.
Los principales emisores de los discursos sobre la sostenibilidad (del mismo
modo que otros tipos de discursos) son los medios de comunicación, pero tam-
bién podemos encontrarla en muchos otros lugares. La sostenibilidad viaja ya
por todas partes: por las noticias y anuncios de la televisión, por las informa-
© Editorial UOC 302 Psicología del comportamiento colectivo

ciones de la radio, por las páginas web de Internet, por los libros especializados,
por las etiquetas de los productos, etc.
Estos discursos pretenden cambiar las acciones proambientales de las perso-
nas. Intentan sensibilizar a los ciudadanos con respecto a la necesidad de adoptar
patrones de comportamiento abstractamente sostenibles (Moreno y Pol, 1998);
no obstante, estos cambios no son tan fáciles, dado que, como hemos visto en
algún punto del capítulo, la actitud medioambiental no suele corresponder al
comportamiento ambiental, y porque

“[…] Además, los medios de comunicación constantemente nos están enviando


mensajes contradictorios. Después de un mensaje orientado a ser respetuosos con
el entorno, ahorrar energía o usarla racionalmente, viene un mensaje que nos invita
a gozar de tiempo libre, ‘bienestar’ o ‘calidad de vida’, connotado positivamente de
modernidad, a cambio de energía, de agua o de consumir productos altamente per-
judiciales para el medio. Constatamos entonces como mensajes puntuales son con-
trapesados y anulados por otros” .

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Provincial de A Coruña.

Es lógico pensar que las personas entramos en contradicción en cuanto a


nuestra manera de actuar de forma sostenible, si constantemente se nos está
bombardeando con este tipo de mensajes. Sin embargo, estos discursos sobre el
medio ambiente también tienen otros tipos de efectos. A continuación, y ya
para finalizar este capítulo, exponemos algunos de estos efectos sociales de los
discursos medioambientales.
Frente a algunos cambios ambientales, como por ejemplo el efecto inverna-
dero o la contaminación nuclear, sólo podemos recibir información gracias a los
medios de comunicación. Estos últimos son la ventana por medio de la cual se
construyen socialmente nuestras experiencias ambientales particulares. El dis-
curso sobre el cambio global tiene dos características principales: por un lado,
provoca que sea un problema ambiental de larga duración; por otro, implica
que las personas no tengamos una percepción directa de los procesos que cons-
tituyen estos cambios y sólo podamos observar sus consecuencias.
La explicación de los desastres naturales y del riesgo ambiental se construye
socialmente y tiene unos objetivos sociales. Lo que hace el consenso grupal es
© Editorial UOC 303 Capítulo V. Medio ambiente...

asociar los desastres, los riesgos y algunos prejuicios sociales (los que le interesa).
Es decir, siempre que se da una noticia, un discurso, etc., de este tipo se hace
con la finalidad de proteger una serie de valores particulares. Por ejemplo, la
desforestación de la selva amazónica se vende como un problema de falta de te-
rrenos de la gente campesina de aquel lugar; sin embargo, podemos pensar tam-
bién que lo que está pasando es que existe un interés de las compañías
internacionales por explotar la madera de los árboles amazónicos.
El discurso sobre la sostenibilidad hace recaer toda la responsabilidad para
que ésta se alcance en las personas que debemos ejecutar estos comportamien-
tos proambientales. Los ciudadanos somos los responsables últimos de que el
objetivo de conseguir un desarrollo sostenible se alcance. Lo que pasa desaper-
cibido en este discurso es la responsabilidad que tienen otros actores sociales,
como por ejemplo las instituciones sociales, las políticas, etc.
Éstos son algunos ejemplos de los efectos del discurso ambiental. A partir de
esta escueta descripción invitamos al lector y a la lectora a identificar otros tipos
de consecuencias (implícitas y explícitas) de los discursos medioambientales.
© Editorial UOC 305 Bibliografía

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Glosario

acciones pragmáticas f pl Efectos que trata de producir un hablante por medio del
discurso sobre sus interlocutores e interlocutoras modulando una versión acomodada a
un contexto.

actitud ambiental f Actitud que nos indica nuestras posiciones tanto hacia el entorno
en general como hacia las partes específicas o problemáticas ambientales concretas.

apropiación del espacio f Hacer un uso reconocido de un espacio y establecer una re-
lación con el mismo: integrarlo en nuestras propias vivencias, organizarlo a nuestro mo-
do, integrarlo en nuestras experiencias cotidianas y personales, etc. Gracias a esta
operación, el espacio (vacío) deviene un lugar “significativo” para nosotros.

categorías espaciales f pl Una de las diferentes categorías sociales que las personas
usamos en el proceso de formación de nuestras identidades sociales. Nosotros configura-
mos nuestra identidad social espacial cuando tenemos presente el hecho de pertenecer a
un determinado lugar, y éste se convierte en una subestructura de la identidad social.
Aquello que caracteriza a esta subestructura identitaria es que el lugar en cuestión se con-
vierte en el referente directo de la categorización. De este modo, las categorizaciones que
las personas construimos en relación con la pertenencia a determinados espacios pueden
situarse en un continuo que va de menos a más: el espacio individual, el espacio grupal
y el espacio colectivo.

categorización social f Conjunto de procesos que permiten ordenar el entorno e


identificarnos con el mismo en términos de determinadas agrupaciones, por ejemplo,
como grupo de pertenencia o de referencia.

comportamiento ecológico responsable m Cualquier comportamiento que tiene


intención de conservar el medio ambiente o de evitar su destrucción. Todas aquellas ac-
tividades que los seres humanos llevan a cabo para contribuir a la protección de los re-
cursos naturales o a la reducción de su deterioro.

conducta normativa f Conducta regida por las normas existentes en un grupo, nor-
mas generadas por el propio grupo. Es, por tanto, una conducta que el mismo grupo trata
como esperable, adecuada o que se debía dar.

contagio m Forma de excitación colectiva que resulta de la difusión rápida y no racional


de formas de conducta, emociones y estados de ánimo que arrastran y son aceptadas de
manera crítica por los miembros de un colectivo.

control social m Observación que dirige los cambios sociales hacia las características
de un sistema social institucionalizado.
© Editorial UOC 322 Psicología del comportamiento colectivo

cosificación f Acción de conferir, por medio del lenguaje, la calidad de solidez, perma-
nencia y consistencia a cualquier objeto o proceso.

desindividualización f Desaparición de la individualidad al aparecer una entidad co-


lectiva. Proceso por el cual la persona pierde su identidad al pasar a formar parte de la
masa indiferenciada.

desocialización f Desintegración de las normas sociales y de los vínculos primarios que


lleva a que la conducta de cada persona se rija por sus propias necesidades o deseos.

discurso m Conjunto de prácticas lingüísticas que producen y reproducen los significa-


dos compartidos sobre las diferentes creaciones que circulan en una sociedad y que sir-
ven para el mantenimiento y el establecimiento de relaciones sociales.

elaboraciones factuales f pl Descripciones o versiones que generan un efecto de ob-


jetividad y se muestran como ajenas o independientes de cualquier práctica o actividad
humana.

espacio personal m Área dotada de unos umbrales invisibles que rodean el cuerpo de
la persona y donde los intrusos no pueden penetrar. Área que mantenemos a nuestro al-
rededor, donde los demás no pueden entrar y, si lo hacen, probablemente provocarán
nuestro enfado.

hacinamiento m Estado subjetivo derivado de una condición social caracterizada por


la alta densidad y la restricción del espacio territorial.

identidad colectiva f Sentido del “nosotros” que impulsa los movimientos sociales. Es
una definición compartida e interactiva, producida por varios individuos (o por grupos
en un nivel más complejo), que está relacionada con las orientaciones de su acción co-
lectiva, así como con el campo de oportunidades y constricciones en que se produce. Esta
identidad está integrada por definiciones de la situación que son compartidas por los
miembros del grupo, y que son el resultado de un proceso de negociación y ajustes muy
elaborado, entre los diferentes elementos que están relacionados con las finalidades y los
medios de la acción colectiva, así como con su relación con el entorno (Melucci, 1996).

identidad social f Conciencia que tiene una persona de formar parte de un grupo o
categoría social, y la valoración que hace de la misma.

influencia minoritaria f Influencia que los grupos minoritarios pueden ejercer sobre
las mayorías en términos de cambio en las creencias, los valores, las actitudes y/o los
comportamientos, por su capacidad de generar conflictos simbólicos que necesitan ser
solucionados.

institución social f Sistema o conjunto de relaciones sociales organizadas de acuerdo


con un orden social establecido.
© Editorial UOC 323 Glosario

interacción social f Acciones entre diferentes personas, grupos o partes sociales. Las
focalizadas se dan cara a cara.

intersubjetividad f Medio compartido donde se construyen significados y se coordinan


acciones sociales, por medio de la acción conjunta de los seres humanos. Comprende el
proceso de construcción en que participa cada persona, pero cuyo resultado no es propio
de ninguna. A diferencia de la interacción, en la intersubjetividad cada construcción
emerge en el espacio interpersonal y no de la aportación particular de cada individuo.

intervención social y comunitaria f Conjunto de conocimientos práctico-teóricos


a partir del cual se planifica o se pretende provocar cambios en las relaciones entre per-
sonas, grupos, organizaciones e instituciones.

mapa cognitivo m Constructo que abarca aquellos procesos que posibilitan que las per-
sonas adquieran, codifiquen, almacenen, recuerden y manipulen toda la información re-
ferida a la naturaleza de su ambiente espacial. Esta información guarda relación con los
atributos y localizaciones relativas de la gente y de los objetos en el ambiente, y constituye
un componente esencial en los procesos adaptadores de la toma de decisión espacial.

masa f Conjunto de personas, próximas las unas a las otras, en el que la conducta de
unas ejerce algún tipo de influencia sobre la de las otras.

movimiento social m Redes informales basadas en las creencias y en la solidaridad,


que se movilizan a partir de cuestiones conflictivas y por medio del uso frecuente de dis-
tintas formas de protesta (Della Porta y Diani, 2000).

multitud f Masa que presenta la característica de actividad.

norma emergente f Norma resultante de la interacción en un grupo, creada en el mis-


mo transcurso de la interacción.

normas f pl Conjunto de pautas de comportamiento o reglas implícitas o explícitas so-


bre lo que está o no permitido hacer en un grupo concreto.

objeto m Entidades construidas mediante el discurso (nociones, cosas, personas, fenó-


menos, procesos, acontecimientos, etc.).

pánico m Miedo colectivo experimentado simultáneamente por todos los miembros de


una población y que se traduce, por ejemplo, en reacciones de huida, de agitación des-
ordenada, de violencia o de suicidio colectivo.

perspectiva dramatúrgica f Enfoque teórico-metodológico que se basa en el símil del


teatro para la observación y comprensión detallada de las interacciones cotidianas en su
contexto, en función de las estructuras sociales.
© Editorial UOC 324 Psicología del comportamiento colectivo

Place Identity f Subestructura básica del yo, resultante de una construcción que hace-
mos de manera individual en nuestro proceso de percibirnos en relación con nuestro en-
torno más inmediato. Esta estructura cognitiva se irá transformando según nuestra
experiencia espacial cotidiana, según la relación que mantenemos con los lugares que
nos son más próximos. La cognición de estos espacios irá acompañada de una carga afec-
tiva a partir de la cual desarrollaremos una serie de vínculos emocionales y de pertenen-
cia de aquellos lugares considerados como más relevantes y que será regulada según tres
factores espaciales: las cualidades físicas de los mismos, sus cualidades sociales y las po-
sibilidades de transformarlos de que dispongamos.

prácticas sociales f pl Secuencias de actos contextuales determinados desde una pers-


pectiva sociohistórica y dirigidos a la construcción de objetos, la producción de sentido
y a la articulación de relaciones.

privacidad f Control selectivo del acceso a uno mismo o al grupo al que una persona
pertenece. Hace referencia a la capacidad que la persona (o grupo social) tiene para regu-
lar la cantidad y la calidad de las interacciones sociales y la información producida en
cualquier contexto de interacción, de manera selectiva, de acuerdo con las necesidades e
intereses de la persona (o grupo social).

proxémica f Concepto que se refiere a un modelo antropológico del espacio. Este mo-
delo pretende el estudio científico del espacio como medio de comunicación interperso-
nal, es decir, del uso que hacemos del espacio y cómo las personas interactuamos por
medio de la utilización de las distancias entre unos y otros.

psicología crítica f Conjunto de perspectivas de la Psicología que tratan de erigirse en


una alternativa a la Psicología instituida y dominante. Se caracteriza por la atención que
presta a las acciones y prácticas sociales, al discurso y a los contextos cotidianos donde
se desarrolla la vida de la persona, así como al alejamiento del estudio de los procesos
psicológicos entendidos como facultades internas e individuales.

retórica f Recurso discursivo que permite la construcción diversa de versiones adecuán-


dolas a los contextos comunicativos y a los efectos que tratan de producirse sobre los in-
terlocutores y oyentes. Se caracteriza por ser una actividad argumentativa y por su base
expresiva y formal.

rumor m Información no confirmada ni originada por fuentes oficiales (o desmentidas


por estas últimas), que surgen y circulan en el seno del cuerpo social.

significados compartidos m pl Sustrato común a los miembros de una sociedad que


posibilitan la comprensión e interpretación que éstos hacen de la realidad. Constituyen
la condición de posibilidad de existencia de la realidad y se construyen y sostienen en las
prácticas comunicativas.
© Editorial UOC 325 Glosario

Social Imageability f Capacidad que tienen los lugares de provocar significados


compartidos entre aquellos que viven en los mismos. El espacio simbólico genera una
dependencia para con el mismo, entendida esta última como una vinculación que se es-
tablece entre las personas, los grupos y lugares concretos.

solipsismo m Creencia o suposición que apoya y defiende una visión subjetivista del
mundo, según la cual el individuo es autosuficiente para conocer el mundo.

subjetividad f Proceso a partir del cual el sujeto se constituye como objeto de conoci-
miento propio o social y como sujeto de conocimiento de sí mismo a partir de la expe-
riencia, la relación con uno mismo y las categorías de las relaciones sociales a partir de
los discursos y el imaginario social.

teoría de la estructura de oportunidades políticas f Perspectiva teórica que con-


sidera los movimientos sociales como resultado de un aumento de las oportunidades po-
líticas para la movilización en el interior del sistema político institucional, lo que es el
resultado de una creciente vulnerabilidad de sus oponentes y del sistema político y eco-
nómico.

teoría de los nuevos movimientos sociales f Conjunto de modelos teóricos apare-


cidos para intentar comprender los nuevos movimientos sociales. Considera que la ac-
ción está basada en la política, la ideología y la cultura, y las fuentes de identidad, como
la etnicidad, el género o la sexualidad como genuinas fuentes de acción colectiva. En el
marco de estas teorías se piensa que los actores sociales no son agentes que buscan ga-
nancias materiales o fórmulas de protección de los aparatos del estado, sino que más bien
resisten la expansión de la intervención de la política y la administración en la vida co-
tidiana, defendiendo la autonomía personal.

teoría de los recursos para la movilización f Teoría de los movimientos sociales


que está arraigada en los modelos de la acción racional y que considera la movilización
colectiva como una acción racional, que es el resultado del análisis de la acción en tér-
minos de costes y beneficios.

teoría interaccionista/construccionista f Teoría de los movimientos sociales here-


dera del Interaccionismo simbólico, que enfatiza la importancia del significado que los
actores sociales atribuyen a las estructuras sociales.

territorialidad f Modelo de comportamiento relacionado con la posesión u ocupación


de un lugar o espacio por parte de una persona o grupo, que implica la personalización de
este lugar o espacio y la defensa contra las invasiones. Es el patrón de comportamientos
y actitudes sostenidos por una persona o grupo, basado en el control percibido, intencio-
nal o real de un espacio físico definible, objeto o idea, y que puede comportar la ocupa-
ción habitual, la defensa, la personalización y la señalización de éste.
© Editorial UOC 326 Psicología del comportamiento colectivo

Urban Identity f El hecho de vincularse (o tener la intención de hacerlo) a cualquier


grupo va acompañado de un sentimiento de pertenencia a determinados espacios urba-
nos significativos para este grupo. El espacio es más una producción social simbólica par-
ticular, resultante de la interacción de los miembros del endogrupo y de las interacciones
exogrupales, que un escenario donde lo social se produce; de tal modo que el hecho de
sentirnos o definirnos como habitantes de un lugar concreto, sea una ciudad, pueblo, co-
marca, casa, etc., también representa diferenciarse de las personas que no comparten este
espacio. Por consiguiente, los rasgos que configuran un lugar, un espacio, etc. se convier-
ten en cualidades casi psicológicas para los habitantes que allí conviven.

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