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Libro - Psicologia Del Comportamiento Colectivo - UAB PDF
Libro - Psicologia Del Comportamiento Colectivo - UAB PDF
comportamiento colectivo
Psicología del
comportamiento
colectivo
Félix Vázquez Sixto (Editor)
Título original: Psicologia del comportament col·lectiu
Diseño del libro, de la portada y de la colección: Manel Andreu
© Teresa Cabruja i Ubach, Lupicinio Íñiguez Rueda, Juan Muñoz Justicia, Félix Vázquez Sixto, Pep Vivas i Elias,
del texto
© 2003 Editorial UOC
Aragón, 182 - 08011 Barcelona
www.editorialuoc.com
ISBN: 84-8429-031-X
Depósito legal:
Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño general y la cubierta, puede ser copiada,
reproducida, almacenada o transmitida de ninguna forma, ni por ningún medio,sea éste eléctrico,
químico, mecánico, óptico, grabación, fotocopia, o cualquier otro, sin la previa autorización escrita
de los titulares del copyright.
Editor
Félix Vázquez Sixto
Autores
Teresa Cabruja i Ubach
Doctora en Psicología y profesora titular de Psicología social en la Universidad de Gerona en las
licenciaturas de Psicología y de Psicopedagogía. Su investigación se centra en la construcción social
de la intersubjetividad y las relaciones de poder en diferentes contextos (institucional, en el habla
cotidiana y en las producciones culturales); especialmente en las prácticas discursivas sobre la “dife-
rencia sexual”, la “cultura” y lo “normal/patológico”, desde una perspectiva socioconstruccionista.
Índice
Presentación ................................................................................................. 9
Introducción ................................................................................................ 15
1. Concepto de comportamiento colectivo .............................................. 18
2. Enfoques teóricos de los comportamientos colectivos ....................... 35
3. Condicionamientos ideológicos en el estudio
de los comportamientos colectivos ...................................................... 43
4. El rumor como comunicación colectiva .............................................. 48
5. Psicología de las multitudes en situaciones de crisis: desastres
y pánico ................................................................................................... 62
6. Control social y resistencia en las redes interactivas .......................... 69
Introducción ................................................................................................ 75
1. Los movimientos sociales ...................................................................... 78
2. Cómo se entienden los movimientos sociales. Las distintas
aproximaciones teóricas ........................................................................ 87
3. Aportaciones de la Psicología social ..................................................... 110
4. Emergencia, características y funcionamiento
de los movimientos sociales .................................................................. 120
© Editorial UOC 8 Psicología del comportamiento colectivo
Presentación
que las “leyes psicológicas” que rigen las masas no eran las mismas que regían
a los individuos.
El interés por la investigación de los comportamientos colectivos surge
como consecuencia de acontecimientos sociales, históricos, políticos y econó-
micos. Sin embargo, contrariamente a lo que se suele pensar, no busca una ex-
cusa de este interés en una idea altruista del conocimiento, sino que éste, en
gran medida, se debe al temor y a la subordinación a una financiación ideoló-
gica y económica para que su estudio fuera orientado hacia la obtención de
conocimientos que favorecieran su control.
En la actualidad, por lo que se desprende de algunas formulaciones, parece que
nada hubiera cambiado. El comportamiento colectivo suele estudiarse en térmi-
nos negativos, aunque pocas veces se reconoce el sentido en el que se enfoca esta
negatividad, como tampoco se explicita a qué intereses sirve este enfoque.
Afortunadamente, no todas las aportaciones conceptúan los procesos y el
comportamiento colectivo en términos negativos, sino que hay análisis y estu-
dios que, en lugar de ver en aquellos una amenaza, los conciben como vehícu-
los, prácticas y catalizadores de la acción social. Estas aportaciones se suelen
basar en una lectura del conflicto social en términos productivos y no como una
reducción o un atentado contra “la sociedad”.
¿Atentado contra la sociedad? Conviene reflexionar sobre esta pregunta,
aunque quizá bastará con enunciar una pregunta complementaria: ¿a qué so-
ciedad nos referimos? Quizá esta simple formulación nos permitiría establecer
un punto de partida fundamental: ¿la sociedad concebida como un ente orde-
nado o la sociedad concebida como un conflicto permanente?, ¿la sociedad de
las desigualdades o la idílica sociedad de las oportunidades?, ¿la sociedad que
se desespera en la esperanza o la sociedad que ya no quiere esperar más y quie-
re tomar el timón?, ¿la sociedad que grita “que se vayan todos” o la que se afe-
rra a “las prisiones de lo posible”?
El interés actual por el comportamiento colectivo y por los movimientos so-
ciales, y no sólo en el ámbito de la Psicología social y de otras ciencias sociales,
sino en los entornos cotidianos donde se desarrollan nuestras vidas, permite po-
ner de manifiesto el significado del comportamiento colectivo, lo que contribu-
ye a llenar de pleno sentido la dimensión antagonista, transformadora y, en
definitiva, política que subyace en muchos procesos colectivos. Por ello, a través
de los diferentes capítulos que componen este volumen se examinarán cons-
© Editorial UOC 11 Presentación
del análisis del movimiento “antineoliberal”, el alcance que las nuevas teorías
sobre la sociedad tienen en el estudio de los nuevos movimientos sociales. Los
diferentes contenidos que se presentan y su vertebración, permitirán al lector y
a la lectora adentrarse en las diferentes aportaciones y teorizaciones sobre mo-
vimientos sociales y estudiar el significado y relevancia de éstos en la construc-
ción y transformación social.
Contrariamente a lo que se suele pensar, las instituciones no son algo extra-
ño a nuestra vida, algo con lo que nos relacionamos exteriormente o con dis-
tancia. En el capítulo “Las instituciones sociales” se pone de manifiesto cómo
éstas transmiten pautas de comportamiento, valores, normas y roles que los se-
res humanos producimos, reproducimos, cambiamos y a los que también nos
resistimos y cómo, asimismo, o precisamente por ello, las instituciones partici-
pan de una manera determinante en el control social. Mediante un repaso a las
diferentes concepciones de institución social, con especial atención a las apor-
taciones críticas de Erwing Goffman y Michel Foucault, las relaciones entre ins-
tituciones sociales y el conocimiento como institución, así como el control y la
organización social, se lleva a cabo el desarrollo de un análisis de cómo las ins-
tituciones sociales y las dinámicas que generan mantienen una íntima relación
con el pensamiento. En este sentido, se examina cómo las instituciones sociales
nos constituyen, nos organizan y nos subjetivan. Sin embargo, de la misma ma-
nera, también se examina cómo por medio de las prácticas cotidianas y todo lo
que de éstas se desprende, no sólo participamos en la reproducción de estos pro-
cesos, sino que también los subvertimos. Por último se considera cómo se erige
la Psicología en institución social del conocimiento sobre las personas y qué
efectos tiene sobre la regulación social de la vida. En definitiva, el itinerario que
se traza permite abordar el papel de las instituciones sociales en la vida cotidiana
y escudriñar el papel instituyente e instituido que tienen en la conformación de
categorías de pensamiento y en la producción de procesos de subjetivación.
A partir de la desconstrucción de la noción de memoria como capacidad in-
dividual, el capítulo “La memoria social como construcción colectiva” discurre
hacia la conceptualización de este proceso como acción social. Es decir, como
un proceso contextual, sociocomunicativo, producido y articulado mediante
prácticas por medio de las cuales se elaboran significados sobre el pasado. En
este recorrido se destaca el carácter de producción histórica de la memoria (tan-
to en lo que se refiere a su consideración a modo de producción social, como en
© Editorial UOC 14 Psicología del comportamiento colectivo
Capítulo I
Introducción
“[Definimos] la conducta colectiva como una acción voluntaria, dirigida a una meta,
que se produce en una situación relativamente desorganizada, en la que las normas
y valores predominantes de la sociedad dejan de actuar sobre la conducta individual.
La conducta colectiva consiste en la reacción de un grupo a alguna situación”.
Para que el lector o lectora pueda conectar esta definición con algunas de las
representaciones que podrían sintetizarla, le sugerimos que trate de recordar
(aunque es posible que su mirada tropiece con ellas todos los días en la prensa
y en la televisión) imágenes de manifestaciones, algaradas, revueltas y distur-
bios. Todas estas expresiones son un ejemplo de uno de los tipos de conducta
colectiva más estudiados, la conducta de masas. Sin embargo, como veremos,
existen otras posibilidades.
Masa, multitud y público constituyen algunas de las etiquetas que, a veces, se uti-
lizan de manera intercambiable.
Así, por ejemplo, Ovejero (1997) plantea la necesidad de distinguir entre masa
y multitud, dado que, desde su punto de vista, son dos conceptos que suelen uti-
lizarse como sinónimos, pero que, a pesar de sus similitudes, se diferencian en el
hecho de que las masas, en relación con las multitudes, son más abstractas y di-
fusas, y presentan fronteras menos definidas. Aunque otros autores, como por
ejemplo Moscovici, no comparten esa diferenciación, puesto que afirma que
“Una multitud, una masa, es el animal social que ha roto su correa” (Moscovici,
1985, p. 13).
Por su parte, Jiménez Burillo (1981) distingue entre agregados, públicos y
multitudes (sin establecer diferencia entre multitudes y masas). Los agregados
serían conjuntos de personas con conductas semejantes, pero que no compar-
ten objetivos; los públicos, en cambio, pueden tener intereses comunes, pero
no tienen una relación directa entre sí; finalmente, las multitudes se caracte-
rizarían por estar formadas por personas próximas entre sí con un punto o
foco común de atención, pero sin necesidad de que exista organización ni ob-
jetivos propios.
El intento de acotar el concepto ha llevado a la proliferación de tipologías,
de clasificaciones de diferentes modalidades de conductas colectivas, que, en
la práctica, casi siempre han acabado siendo tipologías de las conductas o ti-
pos de masas. Y ello a pesar de las advertencias de diferentes autores, como por
ejemplo, Stoetzel (1965) y Milgram y Toch (1969), que señalan que práctica-
mente ninguna tipología puede recoger el amplio abanico de los distintos fe-
nómenos de masa.
Grafico 1.1.
“Aunque es muy difícil recoger en castellano, existen unas diferencias sutiles entre
masa, muchedumbre y multitud y otras, desde luego más claras, entre multitud y
conceptos expresivos de acciones colectivas como motines, revoluciones, etc. Qui-
zá podamos retener para nuestros propósitos la idea de que la multitud en el sen-
tido antes descrito es la unidad básica de análisis del comportamiento colectivo,
siendo luego otros factores los que cualifican diversamente el comportamiento de
esa multitud.”
Para acabar este subapartado, ofreceremos otra definición que adelanta parte
de lo que expondremos en el apartado dedicado a los condicionamientos ideo-
lógicos. Se trata de una caracterización por oposición: si la preocupación de la
sociología es el orden, ¿significa esto que la conducta colectiva es el desorden?
“La expresión conducta colectiva designa esos ‘residuos’ que una sociología preocupa-
da especialmente por el orden social no llega a asimilar: comportamientos de masas,
modas, agitaciones o problemas sociales, fenómenos de contagio, motines, histeria
de masas, etc.”
“El primer capítulo de su primer libro es una completa copia de la línea de pensamiento
y frecuentemente una copia literal en su forma. En las páginas 12 y 15 usted resume la
introducción a mi volumen; en las páginas 17, 18, 19, 20, 21, 25, 26, 28, 30, 38, 39, 40,
45, 46, 47 usted copia las ideas que he desarrollado en mi primer capítulo.”
1. Entre las “verdades” transmitidas a partir de Allport, destacan la mención de los experimentos
realizados en 1897 por Norman Triplet, considerados como fundacionales de la investigación cien-
tífica en la Psicología social, y que 1908 constituye una fecha clave para la disciplina, dado que
coincide con la publicación de los considerados primeros manuales de Psicología social por parte
del sociólogo estadounidense Edward Ross y el psicólogo británico William McDougall.
2. Existen versiones menos axiomáticas de la historia de la Psicología social que pueden ser consul-
tadas. Sugerimos particularmente: Crespo, E. (1995); Farr, R. (1991); Haines, H., y Vaughan, G.M.
(1979) y Samelson, F. (1974).
© Editorial UOC 23 Capítulo I. Procesos colectivos y acción social
o ser una reacción a las mismas. Ello implica hablar de una “alma de la mul-
titud” o de un “individuo colectivo”.
• Ley de la no deducibilidad del carácter de la multitud a partir del carácter de
sus miembros: el resultado de la unión de unas personas en una multitud no
es la “suma” de sus características, sino un producto impredecible. Aunque
puede producirse un incremento sumatorio en el plano emocional (por su-
gestión), en el intelectual se producirá un decremento.
• Ley del número: la intensidad de una emoción crece en proporción directa
al número de personas.
• Ley de la predisposición al mal (crimen): aunque existe la posibilidad de que
la masa actúe de cara al bien y no al mal, esto es muy raro, dado que, según
la teoría de la estratificación filogenética del carácter, determinados aconte-
cimientos externos pueden hacer aflorar a la superficie las manifestaciones
primitivas del carácter: crueldad y salvajismo.
• Ley del guía o instigador: en toda masa siempre hay un jefe, un conductor.
• Ley de la composición de la multitud: esta ley recupera parcialmente las
ideas innatistas de la criminalidad y afirma que el comportamiento violento
o no de la masa depende del tipo de personas que la forman. La masa será
violenta si en la misma se encuentran personas con predisposiciones (pasio-
nales) al crimen.
pesar del individualismo radical3 que caracteriza sus primeras obras, acentuado
por su polémica con Durkheim, con posterioridad adopta una postura más
interaccionista, conceptualizada como Interpsicología o Psicología intermental,
menos teñida de individualismo y de determinismo social, manifiestamente
evidente si lo comparamos con las posturas de Durkheim.
El habernos detenido en esta polémica entre Tarde y Durkheim va más allá
de lo anecdótico, puesto que pone de manifiesto una tensión pertinaz en el seno
de la Psicología social, la tensión entre las explicaciones psicologistas y las so-
ciologistas, la tensión entre las explicaciones individualistas y las grupales. Para
la primera, los grupos no existen. Grupo es un término, nada más que un nom-
bre, que se refiere a una multiplicidad de procesos individuales, y la noción de
grupo se convierte en superflua en cuanto se describen las acciones de los indi-
viduos. No hay nada que exista en el grupo que no haya existido previamente
en el individuo.
El siglo de Le Bon
El 19 de julio de 1870 Francia, gobernada por Napoleón III desde 1851 (tras la derrota
del levantamiento de los trabajadores en 1848), declara la guerra a Prusia tras unas
disputas por la sucesión al Trono de España. La guerra (franco-prusiana), que se pro-
longa hasta 1871, termina con la victoria de Prusia y la captura de Napoleón III, que
una vez liberado se exilia a Inglaterra tras ser depuesto del Trono.
3. Años más tarde, la Psicología social encontrará otro “abanderado” de la postura individualista-
psicologista en Floyd Allport. Puede encontrarse una exposición de su planteamiento en “La fala-
cia de grupo en relación con la ciencia social”, publicado originalmente en 1923, y traducido en el
libro de Francisco Morales y Carmen Huici (1989).
© Editorial UOC 27 Capítulo I. Procesos colectivos y acción social
Sin embargo, este gobierno del proletariado durará muy poco, puesto que las tropas
de Thiers entran en París el 21 de mayo de 1871 y acaban sangrientamente con la bre-
ve vida de la Comuna.
Thiers es elegido presidente de la III República, pero su mandato también será efíme-
ro, dado que en 1873 la mayoría monárquica lo obliga a dimitir y es elegido como
nuevo presidente el monárquico Marie Edmé Patrice de MacMahon. Tras fracasar en
1875 el intento de aprobar una constitución monárquica, el 16 de mayo de 1877 (le
seize mai), obliga a dimitir al Primer ministro republicano Jules Simon y, tras las nue-
vas elecciones, a pesar de la mayoría republicana, nombra a un primer ministro mo-
nárquico hasta que es obligado a nombrar a otro que tuviera el apoyo de la Cámara
de Diputados.
Ésta es la época que le toca vivir a Gustave Le Bon, una época marcada por
guerras, revueltas y revoluciones, una época de cuestionamiento del orden esta-
blecido.
Como comenta Salvador Giner:
“Hacia 1890, los temores sobre los efectos nocivos de la extensión del igualitarismo
y la democracia a la vida política y cívica hallaron un eco más amplio entre el público
de los pensadores políticos y de los filósofos sociales de diversas tendencias que los
que se habían estado expresando hasta entonces.”
Le Bon, ante estos cambios, se preocupa por lo que considera que puede lle-
var a la desaparición de la civilización europea tal como se había conocido hasta
la época, y se preocupa especialmente por la desaparición de los valores tradi-
cionales, la pérdida de las creencias religiosas, etc., y responsabiliza de todo ello
al encumbramiento de las masas, al ascenso del proletariado al poder.
En la actualidad, las reivindicaciones de las masas se hacen cada vez más definidas y
tienden a destruir radicalmente la sociedad actual, para conducirla a aquel comunis-
© Editorial UOC 28 Psicología del comportamiento colectivo
mo primitivo que fue el estado normal de todos los grupos humanos antes de la au-
rora de la civilización.”
“Por su poder exclusivamente destructivo, actúan como aquellos microbios que acti-
van la disolución de los cuerpos debilitados o de los cadáveres. Cuando el edificio de
una civilización está carcomido, las masas provocan su derrumbamiento. Se pone en-
tonces de manifiesto su papel. Durante un instante, la fuerza ciega del número se con-
vierte en la única filosofía de la historia.”
Por último, la posibilidad de que las multitudes puedan conseguir algún ob-
jetivo social pasa, según Le Bon, por tener algún mito unificador, algo que sólo
pueden conseguir gracias a los líderes, que son los únicos capaces de interpretar,
administrar y oficiar los mitos, dado que la masa no es capaz de interpretar sus
significados.
Dentro de este apartado dedicado a la Psicología de las masas “leboniana”, po-
dríamos continuar citando a diferentes autores (Edward Ross, William McDougall,
etc.) con planteamientos muy similares a los expuestos hasta el momento, pero,
para no eternizarnos, únicamente citaremos al que algunos denominan “el filó-
sofo español”.
Ortega y Gasset, uno de los pensadores españoles más importantes del siglo XX,
publica en 1930 una obra que continúa la línea iniciada por Sighele y Le Bon:
La rebelión de las masas, que también ha gozado de un número importante de
ediciones y traducciones y que según Giner (1979) es, dentro de esta temática,
el libro que más influyó en el gran público internacional.
© Editorial UOC 30 Psicología del comportamiento colectivo
“Hay un hecho que, para bien o para mal, es el más importante en la vida pública
europea de la hora presente. Este hecho es el advenimiento de las masas al pleno po-
derío social. Como las masas, por definición, no deben ni pueden dirigir su propia
existencia, y menos regentar la sociedad, quiere decirse que Europa sufre ahora la más
grave crisis que a pueblos, naciones o culturas, cabe padecer. Ésta ha tenido lugar más
de una vez en la historia. Su fisonomía y sus consecuencias son conocidas. También
se conoce su nombre. Se llama la rebelión de las masas.”
Ortega, influido (igual que lo estuvo treinta y cinco años antes Gustave Le
Bon) por los acontecimientos políticos de su época, se plantea el papel que jue-
gan las masas y las minorías, haciendo un planteamiento elitista, puesto que se-
gún él, mientras las masas son el conjunto de personas no especialmente
cualificadas, la minoría son aquellos individuos o grupos de individuos especial-
mente cualificados.
El problema que se plantea es que las masas se “olvidan” de que son masa
por esto mismo, por su no cualificación; sin embargo, aun así pretenden impo-
ner sus ideas cuando éstas, por definición, no existen, dado que no están cuali-
ficadas para tenerlas.
Este hecho las lleva a ser indóciles frente a las minorías, que son las auténticas
forjadoras de la sociedad, del progreso, ambos amenazados por las masas, que
pretenden alcanzar todo sin esforzarse por conseguirlo y que consideran que
los logros (de unos pocos) es algo dado por naturaleza y que no hay que esfor-
zarse para mantenerlo o mejorarlo.
Así, el hombre masa se caracteriza por “la libre expansión de sus deseos vita-
les” y por “la radical ingratitud hacia todo aquello que ha hecho posible la fa-
cilidad de su existencia”.
La conclusión es lógica, el único recurso de esas masas sin ideas y sin capaci-
dad para defender lo que pretenden es la acción intimidatoria, la violencia.
4. Puede accederse a éste y otros textos de Ortega en formato electrónico, así como a información
adicional sobre el autor, en la dirección: http://es.geocities.com/atxara/
© Editorial UOC 31 Capítulo I. Procesos colectivos y acción social
“Cuando la masa actúa por sí misma, lo hace sólo de una manera, porque no tiene
otra: lincha. [...] Ni mucho menos podrá extrañar que ahora, cuando las masas triun-
fan, triunfe la violencia y se haga de ésta la única ratio, la única doctrina.”
“ha venido al mundo para ser dirigida, influida, representada, organizada [...] Pero no
ha venido al mundo para hacer todo eso por sí. Necesita referir su vida a la instancia
superior, constituida por las minorías selectas. [...] [Puesto que] el hombre es, tenga
ganas de ello o no, un ser constitutivamente formado a buscar una instancia supe-
rior”.
5. El VII Congreso Nacional de Psicología social, celebrado en septiembre de 2000, contó con un
simposio dedicado a Ortega bajo el título “El hombre y la gente: perspectivas sobre el pensamiento
psicosocial en Ortega”.
© Editorial UOC 32 Psicología del comportamiento colectivo
“La Völkerpsychologie puede ser considerada como una rama de la Psicología [...] Su
objetivo es el estudio de los productos mentales que son creados por una comunidad
humana y que son, por lo tanto, inexplicables en términos de una conciencia indivi-
dual, al presuponer la acción recíproca de muchos.”
6. James A. Schellenberg (1978) en su libro dedicado a los fundadores de la Psicología social coloca
a Freud junto a Mead, Lewin y Skinner.
© Editorial UOC 34 Psicología del comportamiento colectivo
“Hemos utilizado como punto de partida la exposición de Gustave Le Bon, por coin-
cidir considerablemente con nuestra psicología en la acentuación de la vida anímica
inconsciente. Mas ahora hemos de añadir que, en realidad, ninguna de las afirmacio-
nes de este autor nos ofrece algo nuevo.”
“Nuestra esperanza se apoya en dos ideas. En primer lugar, la de que la masa tiene que
hallarse mantenida en cohesión por algún poder. ¿Y a qué poder resulta factible atri-
buir tal función si no es a Eros, que mantiene la cohesión de todo lo existente?”
Para ilustrar esta idea, Freud señala, en primer lugar, la diferencia entre dis-
tintos tipos de masas, y resalta la diferenciación entre aquellas que tienen un
director y las que no disponen de este último. Los ejemplos que utilizará serán
los relativos a dos tipos de masas que cumplen este requisito: el Ejército y la Igle-
sia, y en los que puede apreciarse la influencia de la líbido.
“En la Iglesia [...] y en el Ejército reina, cualquiera que sean sus diferencias en otros
aspectos, una misma ilusión: la ilusión de la presencia visible o invisible de un jefe
[...] que ama con igual amor a todos los miembros de la colectividad.”
“Tal masa primaria es una reunión de individuos que han reemplazado su ideal del
‘yo’ por un mismo objeto, a consecuencia de lo cual se ha establecido entre ellos una
general y recíproca identificación del ‘yo’.”
En la práctica, las teorías del contagio, como señala Jiménez Burillo (1981),
no son teorías, puesto que cuando se habla de contagio se está aludiendo a un
mecanismo explicativo presente en la obra de diferentes autores, de los cuales
el más representativo es Le Bon, para quien el contagio constituye uno de los
tres procesos implicados en la conducta colectiva.
Además de los autores clásicos, el contagio ha sido defendido, más reciente-
mente, por M. Blumer (no confundir con Herbert Blumer, creador del interac-
cionismo simbólico), quien lo explica como una “reacción circular” en la que el
contagio tiene, asimismo, un efecto reforzador, puesto que el hecho de que una
persona reaccione de la misma manera que otra ante un determinado aconteci-
miento lleva a que la conducta de la primera persona se vea a su vez reforzada.
Es un contagio de ida y vuelta.
Por tanto, todos ellos afirman que la presencia de otras personas puede dar
lugar a lo que podríamos denominar procesos de influencia interpersonal, que ha-
cen que un sentimiento, una actitud o una conducta se cierren difundiéndose
de una persona a otra, y contagiando así a todo el grupo como si se tratara de
un virus.
© Editorial UOC 36 Psicología del comportamiento colectivo
“Según Smelser (1963), la conducta colectiva ocurre cuando las personas se preparan
para actuar sobre la base de una creencia que se centra en el cambio de algunos aspectos
de la sociedad; pero surge sólo cuando no hay forma de conseguir el resultado deseado
mediante las instituciones normales de la sociedad. Es, por lo tanto, conducta que ocu-
rre fuera de las instituciones, y que está propositivamente orientada hacia el cambio.”
resultados obtenidos por los autores permiten observar cómo, en una situación
en la que se reparte una cantidad de dinero entre una persona perteneciente al pro-
pio grupo y una perteneciente a otro, existe una tendencia a favorecer al miembro
del propio grupo. Probablemente pueda pensarse que este resultado no va más allá
del sentido común. Sin embargo, lo interesante de estos experimentos es que
muestran que esa tendencia a favorecer al miembro del propio grupo no se lleva
a cabo en términos absolutos, sino en términos relativos. Es decir, lo que define
“favorecer” no es la cantidad absoluta que recibe, sino la cantidad en relación con
la que recibe la persona del otro grupo. El favorecimiento puede implicar, por
ejemplo, dar una cantidad baja de dinero al propio grupo siempre y cuando ello
implique que la persona del otro grupo obtenga una cantidad todavía inferior. Po-
dría preferirse, por ejemplo, una distribución 7/1 a una 19/25.
La explicación a esta conducta aparentemente ilógica da pie a una de las teo-
rías capitales de la Psicología social, la Teoría de la categorización, comparación
de la identidad social7. La necesidad de obtener una identidad social positiva es
la que provoca que procuremos diferenciar positivamente a nuestro grupo con
respecto a otros. Si en el proceso de comparación nuestro grupo sale favorecido,
nosotros salimos favorecidos, obtenemos una identidad social positiva, definida
de la manera siguiente:
7. Años antes, Leon Festinger planteó una teoría similar (Teoría de la comparación social) en la
que la identidad de la persona era el resultado de un proceso de comparación con otras personas.
La diferencia con Tajfel consiste en que mientras Festinger plantea un proceso de comparación
interpersonal, Tajfel propone un proceso de comparación intergrupal. Aunque en ambos casos se
habla de identidad, en el primero se trata de una identidad personal, mientras que en el segundo es
una identidad social.
© Editorial UOC 40 Psicología del comportamiento colectivo
“La despersonalización se refiere a los procesos de ‘auto-estereotipado’ por los que las
personas se perciben a sí mismas más como ejemplares intercambiables de una cate-
goría social que como personalidades únicas definidas por sus diferencias individua-
les de otros.”
“El argumento clave es que las personas no tienen una identidad singular y única,
sino que más bien son capaces de definirse a diferentes niveles de abstracción. Pueden
definirse en términos de sus diferencias personales con respecto a otras personas,
pero igualmente pueden definirse también en términos de cómo su grupo se dife-
rencia de otros grupos (identidad social). Además, cuando las personas actúan en tér-
minos de cualquier identidad social dada (un hombre, un católico, un socialista), su
conducta está determinada por los significados asociados con el grupo (masculinidad,
catolicismo, socialismo), más que con sus creencias y valores personales. Aplicado a
la Psicología de las masas, el argumento es que las personas no pierden su identidad
en la masa, ni su conducta refleja una personalidad defectuosa, más bien cambian de
una identidad personal a una identidad colectiva. De la misma forma, no es que la
conducta de una persona esté sujeta a una pérdida de control, más bien se pasa de
© Editorial UOC 42 Psicología del comportamiento colectivo
Aunque este modelo presenta evidentes ventajas con respecto a los anterio-
res, recientemente el mismo Reicher (1996) ha planteado que presenta dos limi-
taciones importantes.
En primer lugar, el modelo (modelo de la identidad social) da por asumido
que la identidad social determina la acción, pero no se consideran los procesos
mediante los cuales ésta se construye. Así, en el caso de los conflictos, podría
llegar a plantearse que estos últimos son algo inevitable dada la naturaleza de
algunas masas. En segundo lugar, presta poca atención a las dinámicas intergru-
pales. Es decir, todo el análisis se centra en las percepciones de los miembros de
la masa, sin considerar cómo pueden afectar las acciones de una de las partes (el
grupo al que se suele enfrentar la masa) a las conductas y percepciones de la
otra.
Ante estos problemas, Reicher reformula sus planteamientos iniciales pasan-
do a hablar del “modelo elaborado de identidad social” (ESIM), en el que se des-
taca cómo los acontecimientos de masa se caracterizan, principalmente, por
tratarse de relaciones intergrupales y que, como tales, la identidad social de los
miembros de la masa y, por tanto, sus acciones, dependen de las dinámicas de
dichas relaciones.
De este modo, se puede entender que una masa, con independencia de las
características de sus miembros, puede redefinir el curso adecuado de acción, la
conducta normativa en ese contexto, en función de las relaciones que manten-
ga con el otro grupo. Una ilustración interesante de este modelo la podemos en-
contrar en el análisis que realiza Reicher de los conflictos entre estudiantes y
policías en 1988 en la conocida como “la batalla de Westminster” (Reicher,
1996) y, más recientemente, en el análisis de los conflictos entre aficionados in-
gleses y la policía francesa durante las finales de 1998 de la copa mundial de fút-
bol (Scott, Hutchinson y Drury, 2001).
“La mayoría de los estudiantes partieron con una idea de sí mismos como personas
respetables ejerciendo el derecho democrático a protestar (y por tanto se distanciaron
de los radicales que convocaban a acciones de confrontación). La policía, sin embar-
go, consideró a la masa de estudiantes como homogénea, como una amenaza peligro-
© Editorial UOC 43 Capítulo I. Procesos colectivos y acción social
“A comienzos del presente siglo, se estaba seguro de la victoria de las masas; a su tér-
mino, nos encontramos por completo cautivos de quienes las conducen.”
Año 1922, Williamson country (Illinois): Un grupo de mineros en huelga asalta una
mina reabierta con mineros no sindicados. Los esquiroles son capturados y se los obli-
ga a dirigirse hacia la ciudad. De repente, los huelguistas les dicen que empiecen a co-
rrer y, cuando lo hacen, les disparan.
Por su parte, Steve Reicher (1987, pp. 176-177) comenta cómo se podría ha-
ber descrito este mismo acontecimiento de una manera diferente.
Año 1922, Williamson country (Illinois): “[La huelga] reivindicaba las mejoras de
las condiciones descritas oficialmente como ‘peores que los esclavos antes de la
guerra civil’. Después de ocho semanas la compañía llevó a trabajadores para re-
abrir la mina. Cuando los huelguistas intentaron hablar con esos hombres, los
guardias de la mina dispararon y mataron a cinco de ellos. Poco después otro mi-
nero fue disparado cuando se encontraba a media milla de la mina. Empezaron en-
tonces escaramuzas bajo el mando de veteranos de guerra. Un avión dejó caer
dinamita sobre la mina. A medida que avanzaban se encontraban bajo el fuego de
ametralladoras de los guardias, pero a pesar de ello tomaron la mina y sólo después
ocurrió la masacre”.
© Editorial UOC 44 Psicología del comportamiento colectivo
Como afirman Apfelbaum y McGuire (1986), la perspectiva sobre las masas que se
desprende de la obra de Le Bon y parte de sus coetáneos excluye los aspectos políticos
y sociales, reproduciendo los argumentos de la derecha anti-Comuna de la época.
Sin embargo, no es privilegio de Le Bon el producir tales entusiasmos; gran
parte de los autores que en esta época se dedican al estudio de las multitudes
generan reacciones similares.
© Editorial UOC 46 Psicología del comportamiento colectivo
“Se debe reconocer, sin embargo, que con la ‘psicología de las multitudes’ el estudio
psicosociológico de los fenómenos colectivos había tomado un rumbo desastroso. El
lamentable éxito de las ideas así lanzadas al público, a finales del siglo XIX, ha defor-
mado por largo tiempo las perspectivas, desalentado las investigaciones y producido
en muchos científicos un descrédito de la psicología social de los fenómenos colecti-
vos, que no merece ya.”
8. En su análisis de dos disturbios ocurridos en Argentina en la década de los noventa (Santiago del
Estero, 1993 y Corrientes, 1999), Santiago Auyero (2001) recuerda las dos condiciones que, según
Walton y Rabin (1990), dan lugar a la emergencia de las protestas en los países del Tercer Mundo:
la sobreurbanización, es decir, las tasas de urbanización que van más allá de las posibilidades de
una población en función de su grado de industrialización, y los efectos derivados de las interven-
ciones político-económicas en estos países por parte de agencias internacionales, en concreto, las
actuaciones o demandas por parte del Fondo Monetario Internacional. Al análisis de estas condi-
ciones de ámbito global, Auyero añade la necesidad de analizar a los mediadores locales (lo que da
pie para que hable de Glocal Riots), que en el caso argentino tienen su máxima expresión en la
endémica corrupción económica por parte de la clase política.
© Editorial UOC 47 Capítulo I. Procesos colectivos y acción social
“Parte de las críticas ideológicas parecen basarse en una identificación de los estudios
de la conducta colectiva, pasados y presentes, con un enfoque sociopsicológico que
resalta los aspectos irracionales o emocionales, es decir, la patología social. Esto se
opone, implícita o explícitamente, al interés sobre la racionalidad y la organización
social del fenómeno de la conducta colectiva. [...] El enfoque sociopsicológico, con
un enfoque sobre el individuo y la patología social lleva, según los críticos, a una ima-
gen distorsionada del fenómeno que lo aboca a una denigración por parte de los de-
fensores del statu quo.”
Clifford Stott y Steve Reicher (1998) añaden que otro problema o limitación,
evidentemente de tipo ideológico, presente en gran parte de las investigaciones
sobre masas, consiste en no considerar su carácter de interacción intergrupal y,
especialmente, el que hace referencia a la interacción entre la masa (manifestan-
tes) y la policía. Si, como señalan diferentes investigaciones, el conflicto se des-
encadena principalmente cuando intervienen las fuerzas del orden, el análisis
de los disturbios y los desórdenes debería analizar también el comportamiento de
tales fuerzas.
bles responsabilidades de las “fuerzas del orden”, explicaciones de este tipo, que
forman parte del discurso cotidiano, sitúan en un nivel completamente diferen-
te la explicación de un mismo tipo de conducta. Mientras la violencia de la
masa es una característica intrínseca de la misma, la violencia, cuando es perpe-
trada por parte de la policía, constituye un acontecimiento aislado que necesita
otro tipo de explicación.
Con esto no queremos decir, por supuesto, que las masas no puedan realizar
actos violentos (tenemos demasiados ejemplos de ello como para poder obviar-
los) ni que la violencia se sitúe únicamente al lado de la policía (o que ella sea
la instigadora). Simplemente, queremos resaltar los efectos ideológicos que con-
llevan las explicaciones en las que no se reconocen los elementos que hemos se-
ñalado.
“Mensajero del error y del mal tanto como de la verdad, el rumor, la más rápida de
todas las plagas, va desencadenando el terror y se fortifica difundiéndose.”
ALERTA.
¡¡¡PÁSALO A CUALQUIER PERSONA QUE TENGA TU DIRECCIÓN DE CORREO
ELECTRÓNICO!!!
Si recibes un mensaje cuyo asunto diga: “Se necesitan agallas para decir Jesús” o en
inglés: “It takes Guts to say Jesús”
¡¡¡NO LO ABRAS!!!!!
Borrará todo en tu disco duro. IBM, AOL sostiene que se trata de un virus muy peli-
groso que, por el momento, NO HAY REMEDIO.
Un individuo muy enfermo en su contra logró utilizar la función de reformateo de
Norton Utilities causando el borrado completo de todos los documentos archivados
en el disco duro. Este virus se ha diseñado para trabajar con Netscape Navigator y con
Microsoft Internet Explorer. Destruye computadores compatibles con Macintosh e
IBM.
Éste es un virus nuevo y muy maligno, el cual es desconocido por mucha gente. Por
favor, pasa esta advertencia a todas tus direcciones y a tus amistades ASAP en línea,
© Editorial UOC 49 Capítulo I. Procesos colectivos y acción social
para parar esta amenaza. Toma medidas de precaución y advierte a cualquier persona
que tenga acceso a tu computadora.
Rumor de Orleans
“En mayo de 1969 nacía en Orleans un rumor según el cual una serie de muchachas,
tras haber sido narcotizadas en tiendas de modas de comerciantes en su mayoría ju-
díos, habían sido víctimas de la trata de blancas.
enfermera que había cuidado a una víctima salvada,...) o próximas (un familiar, un
amigo, cuya credibilidad no se ponía en tela de juicio). Por lo que respecta a los pe-
riódicos, permanecerían mudos. Luego siguió una fase de amplia propagación de la
noticia, que ahora circulaba entre los adultos. Los profesores aconsejaban a sus alum-
nas que no acudiesen a estos lugares peligrosos solas, y ni siquiera acompañadas, y su
competencia en realidad no hacía más que acentuar la credibilidad del rumor. Éste,
al tiempo que se extendía, se inflaba: el número de comerciantes implicados aumen-
taba, así como el de víctimas. Se alcanzó entonces la metástasis, la fase culminante
del rumor: la red de trata de blancas se convierte en patrimonio de la policía, corrom-
pe al gobierno local, el silencio de los cuales no es sino la prueba evidente de su cola-
boración culpable. En lo más vivo del rumor, los comerciantes reciben amenazas
telefónicas anónimas y se forman tumultos ante las tiendas cuyos propietarios eran
incriminados. Las mujeres no entraban sino acompañadas, y salían lo antes posible,
o dejaban de frecuentar los comercios en cuestión. Las autoridades, puestas fulmi-
nantemente al corriente, rehusaron intervenir un fin de semana en que había elec-
ciones, lo que no hizo más que abonar las sospechas de connivencia que pesaban
sobre ellas. Una vez pasadas las elecciones sobrevino la respuesta; las autoridades, los
periódicos, los grupos antirracistas, los partidos de la oposición pasaron a la contrao-
fensiva: se desmintió la verosimilitud de los hechos, se ridiculizó lo absurdo del ru-
mor, se amenazó a quienes lo favorecieron, se acusó a los fascistas. Este contraataque
no hizo más que contener el rumor, pero sin atacarlo en su base: no se pudo recono-
cer como fuente del rumor a ninguna persona ni a ningún grupo antisemita de extre-
ma derecha. Esto no era más que un retroceso ante la amenaza, puesto que las
mujeres continuaban evitando esos comercios o, si acudían a ellos otra vez, lo hacían
acompañadas. Finalmente, circularon unos nuevos ‘minirrumores’: el hermano de
un comerciante sospechoso había sido detenido por la policía y se habían producido
nuevos raptos. Además, frente al antimito (la denuncia del rumor) apareció un anti-
antimito: que si los partidos de la oposición habían hecho de ello un caballo de ba-
talla, que si los periódicos habían inventado un tema para llenar sus columnas, que
si los comerciantes judíos habían ideado una odiosa publicidad. Sea como fuese, y
pese a las amenazas, el rumor, aparentemente extinguido, había dejado sus huellas
grabadas en la historia de la ciudad.”
11. Una ilustración del efecto de distorsión lo constituyen los rumores posteriores al ataque a la
base de Estados Unidos de Pearl Harbor en 1941, que hicieron que una parte de la población lle-
gara a creer que se había destruido la totalidad de la flota del Pacífico, creencia que no se vio com-
pletamente rechazada a pesar del desmentido radiofónico del presidente Roosvelt.
12. Un ejemplo típico del efecto de conducta irracional se desprende de los acontecimientos deri-
vados de la transmisión radiofónica que realizó Orson Wells en 1938 de la novela La guerra de los
mundos de H. G. Wells.
© Editorial UOC 52 Psicología del comportamiento colectivo
“El enfoque de Allport y Postman es diferente del que trata el rumor como una forma
de opinión pública y a la opinión pública como un complejo proceso colectivo. Asu-
men que el contexto social en el que se producen los rumores puede reducirse a una
simple cadena de sujetos; que, por implicación, la amplia circulación del rumor no es
nada más que la adición de tales cadenas; y que el rumor puede ser explicado, al me-
nos en parte, por referencia a mecanismos psicológicos uniformes y omnipresentes
como ‘el proceso economizador de memoria’.
13. La similitud de la metodología utilizada por Allport y Postman con la de sus predecesores no es
de extrañar, si consideramos que en 1923 Allport hizo una estancia de seis meses en el laboratorio
de Stern en Hamburgo y que de allí partió para otra estancia con Bartlett (Froissart, 2001).
© Editorial UOC 53 Capítulo I. Procesos colectivos y acción social
“La principal limitación en el estudio experimental del rumor y otras formas de con-
ducta colectiva radica en el fracaso en producir, o incluso simular, estados motivacio-
nales comparables a los que se producen en la vida real.”
4.1.2. Definiciones
Tabla 1.1.
Características comunes de las definiciones
Objeto Información
Objetivo Convencer
A éstas podemos añadir las que, según Kapferer (1989), serían las caracterís-
ticas básicas del rumor:
Knapp (1944) ha establecido una de las clasificaciones del rumor más cono-
cidas. Esta tipología está conformada en función del tipo de motivaciones que
se encuentren detrás del rumor:
“Por ejemplo, no podría esperarse que un ciudadano de Estados Unidos fuera a pasar
rumores relativos al precio de los camellos en Afganistán, puesto que el asunto care-
cería de importancia para él, aunque es en verdad ambiguo. No estará tampoco dis-
puesto a esparcir chismes sociales de alguna aldea albanesa, porque nada le importará
lo que allá hagan.”
• Nivelación o reducción
Mecanismo mediante el cual el rumor, según va circulando, se reduce, acor-
tándose, haciéndose más conciso y, por consiguiente, más fácil de recordar y
contar. Aunque una explicación de ello podría estar relacionada con el poco
tiempo de que disponen las personas, la pérdida de memoria no parece el ele-
mento explicativo fundamental, puesto que llega un momento en el que se ob-
tiene una estructura simple que, con posterioridad, se repite de forma fidedigna.
Cuando se consigue una “buena forma”, ésta no se abandona.
• Acentuación
Implica la percepción, retención y narración selectiva de un limitado núme-
ro de pormenores de un contexto mayor. Es el proceso complementario a la ni-
velación, puesto que si de un conjunto de informaciones algunas se nivelan, las
otras automáticamente se ven acentuadas.
• Asimilación
La reducción y la acentuación son dos manifestaciones complementarias de
la asimilación a los marcos de referencia de la persona. Por consiguiente, supone
una distorsión de la información recibida por la influencia de factores emocio-
nales y cognitivos.
Mugny (1980) plantea, basándose en estas leyes, que se está hablando de tres
tipos de transformaciones:
14. El modelo experimental utilizado por Allport y Postman en su estudio de los rumores recuerda la
teoría matemática de la comunicación, formulada poco después por Claude Shannon y Warren Wea-
ver, en la que se plantea un modelo de comunicación lineal entre emisor y receptor, en el que no se
produce feedback, y en el que la variable más importante es el ruido que puede afectar a la correcta
transmisión de la información. Puede hacerse un seguimiento de estos contrastes consultando: Shan-
non, C. E., y Weaver, W. (1981). Teoría matemática de la comunicación. Madrid: Forja, 1949.
© Editorial UOC 57 Capítulo I. Procesos colectivos y acción social
Gráfico 1.2.
Una ligera variación de este modelo podría ser la representada por el Modelo
2, en el que cada uno de los participantes puede interaccionar con más de un
receptor. No obstante, este modelo, tal y como lo hemos representado aquí, se-
guiría teniendo la característica de linealidad, aunque en éste la transmisión del
rumor quedaría prácticamente asegurada, puesto que en un momento de tiem-
po determinado no hay una única persona responsable de su transmisión en el
grupo o que tenga la capacidad para detenerla.
Por último, el tercer modelo (Modelo 3), con una estructura de red, se acerca
mucho más a la realidad, puesto que en éste podemos apreciar que cualquier
persona puede ser emisora y al mismo tiempo receptora de un mismo rumor, y
puede tener, en cada momento, diferentes interlocutores.
“Y una vez que el rumor ha entrado en una determinada estructura social, comienza
a circular repetidamente, transformándose y diversificándose a cada paso, hasta di-
luirse por completo la responsabilidad por el origen del mismo. Es decir, el rumor va
transitando por entre una red de relaciones interpersonales múltiples que no sigue nor-
malmente un patrón lineal, incluso se adaptan al patrón ramificado. Más bien ofre-
© Editorial UOC 59 Capítulo I. Procesos colectivos y acción social
cen el aspecto de una red que implica múltiples conexiones en las que el mensaje se
envía a distintas personas dentro del grupo, donde circula repetidamente. A medida
que se envía y se recibe por distintas fuentes, los patrones de transmisión se van com-
plicando, de tal manera que cualquier individuo no sólo envía mensajes a más de una
persona, sino que también los recibe de más de una. A lo que habría que sumar la cir-
cunstancia del traspaso de la información desde unas redes a otras a partir de posibles
vínculos comunes.”
Pascal Froisart (2000) menciona la descripción que realiza en 1911 una cola-
boradora de Stern, Rosa Oppenheim, de un caso de transmisión de rumor en la
prensa mundial. Según dicha autora, un periodista publica la información sobre
la invención, por parte de un psicólogo (Hugo Münsterberg), de un detector de
mentiras increíblemente eficaz. Durante semanas, la noticia circula por los dia-
rios de Francia, Alemania, Inglaterra y Estados Unidos, llegando a publicarse
unos trescientos artículos. Todo esto a pesar de los intentos del supuesto inven-
tor de negar la veracidad de la noticia, puesto que sus desmentidos, al contrario
que la falsa información, viajan lentamente y son poco resaltados.
Es fácil encontrar ejemplos de este tipo, casos en los que una noticia se pro-
paga a pesar de los desmentidos públicos de personas o instituciones. Con an-
terioridad hemos visto la dificultad para desmentir el rumor sobre la trata de
blancas por parte de comerciantes judíos (“Rumor de Orleans”). A pesar de la
oficialidad de los desmentidos y de la relevancia de las fuentes, fue preciso que
© Editorial UOC 60 Psicología del comportamiento colectivo
“Ahora mismo miro hacia el puerto. Toda clase de embarcaciones están abarrotadas
de gente que huye y se aleja de los muelles” (Sirenas de vapor).
“Las calles están atestadas de gente. La multitud hace un ruido parecido al que se oía
en la ciudad cuando se festejaba el Año Nuevo... Un momento... Ahora se divisa al
enemigo. Cinco grandes máquinas. La primera cruza el río. Puedo verla desde aquí
vadeando el Hudson como un hombre podría vadear un arroyo [...] Esto es el final.
Sale humo..., humo negro que se esparce sobre la ciudad. La gente en las calles lo ve
© Editorial UOC 63 Capítulo I. Procesos colectivos y acción social
ahora. Corren hacia East River... Miles de ellos caen como ratas. Ahora el humo se es-
parce más rápidamente. Ha llegado a la plaza Times. La gente intenta huir, pero inú-
tilmente. Caen como moscas. Ahora el humo cruza la Sexta Avenida... La Quinta
Avenida... Está a cien metros... Está a quince metros...”15
Cuando escribimos esto han pasado casi sesenta y tres años desde que, en la
noche de Halloween (30 de octubre de 1938) Orson Wells aterrorizara a un gran
número de estadounidenses con la emisión radiofónica de una adaptación de
La guerra de los mundos de Herbert George Wells (1898).
Las afirmaciones de Cantril y otros sobre el impacto de esa difusión han sido
cuestionadas, e incluso se ha llegado a afirmar que, en realidad, no existió tal
nivel de pánico y que lo que hoy día conocemos sobre tal acontecimiento es
principalmente el resultado de una creación mediática (Miller, 1985). No obs-
tante, haya sido de mayor o menor intensidad, hayan sido unos cientos de miles
más o menos las personas que se han sentido impresionadas por una emisión
que creían real, haya sido mayor o menor el número de personas que se sintie-
ron presas del pánico, lo cierto es que la emisión de Wells constituye un hito en
los estudios sobre el pánico. Asimismo, se afirma que el pánico generado por
esta emisión se ha replicado en fechas y contextos diferentes. Según Bulgatz
(1992), se produjeron resultados similares en las emisiones realizadas en Santia-
go de Chile en 1944, en Quito en 1949, o en Portugal en 1974.
No obstante, algunos autores afirman que, en realidad, el pánico es un fenó-
meno realmente extraño, que no se produce en todas las situaciones de crisis o
de catástrofes. Es sobre todo extraño en las catástrofes naturales y que, como el
15. Transcripción de la emisión radiofónica de La Guerra de los Mundos, en Cantril (1942, pp. 44-45).
© Editorial UOC 64 Psicología del comportamiento colectivo
dios Pan al que hace referencia Dupuy, aparece sólo de vez en cuando, de forma
casi inesperada. Incluso, afirma Dupuy, el pánico tiene mayores probabilidades
de producirse en situaciones que culturalmente se definen como proclives al pá-
nico. Es decir, que en una situación en la que “sabemos” que es probable que se
desencadene el pánico, es más probable que así sea. Si eso es así, la probabilidad
de que se produzcan situaciones de pánico en un estadio de fútbol es realmente
alta, entre otras cosas porque, a raíz de algunas catástrofes ocurridas y su amplia
difusión en los medios de comunicación de masas, hoy día todos conocemos el
alto riesgo que se corre en espectáculos de este tipo.
Pero entonces, ¿qué es el pánico? Una posible definición sería la siguiente:
16. Es importante señalar que aunque el libro de Cantril se refiere a un acontecimiento anterior, su
publicación se produce durante el período de guerra. En aquel mismo período publicó un artículo,
dirigido explícitamente a la prevención de posibles disturbios y conductas de pánico con los que
pueden encontrarse los aliados al recuperar territorios de la Europa ocupada. Véase Cantril, H.
(1943). Causes and control of riot and panic. Public Opinion Quarterly, 4, 669-679.
© Editorial UOC 65 Capítulo I. Procesos colectivos y acción social
ven en una misma dirección) son las mejores soluciones. Consideran que las
probabilidades de escapar aumentarán si se utiliza una mezcla de ambos tipos.
Gráfico 1.3.
a) Simulación de grupo de personas intentando escapar de una sala con humo y dos salidas no visibles. b) Número de
personas que consiguen escapar dependiendo del nivel de pánico. Helbin, Farkas y Vicsek (2000).
17. Puede encontrarse información interesante sobre el pánico (simulaciones, vídeos, referencias,
etc.) en: http://angel.elte.hu/~panic. Asimismo, se puede encontrar una amplia lista de programas
de simulación en: http://ces.iisc.emet.in/energy/HC270799/ibm.html (recomendamos particular-
mente la consulta de la sección “Human crowds: motion and psychology”).
18. Wolfenstein, M. (1957). Dissaster: A psychological essay. Londres: Routledge
© Editorial UOC 67 Capítulo I. Procesos colectivos y acción social
19. Una de las investigaciones experimentales más citadas sobre el pánico es la realizada por
Alexander Mintz (1951). En esta investigación, una serie de personas tenían que intentar extraer,
estirando de un hilo al que estaban atados, varios conos introducidos en una botella. La dificultad
estribaba en que el cuello de la botella sólo permitía sacar un cono cada vez, y que en algunas ver-
siones del experimento la botella se llenaba de agua paulatinamente. El experimento, se suponía,
que podía ofrecer información sobre los efectos del pánico en situaciones como un edificio
ardiendo... La artificialidad experimental es evidente.
© Editorial UOC 68 Psicología del comportamiento colectivo
20. Evidentemente, somos conscientes de que las afirmaciones que hacemos son totalmente con-
textuales. A pesar de la pretendida universalidad de “la red de redes”, todavía hoy día es habitual
encontrar en nuestro contexto a muchas personas que, aunque han oído hablar de Internet, no
saben, en realidad, en qué consiste. Más preocupante es quizá que aún hoy día existan muchos
lugares del planeta en los que ni siquiera se ha oído hablar de la Red. El impacto social de las trans-
formaciones vinculadas a Internet sigue siendo el privilegio de unos pocos.
© Editorial UOC 70 Psicología del comportamiento colectivo
21. http://www.gilc.org “‘Sin limitación de fronteras’. La protección del derecho a la libertad de expresión
en una Internet global.” Hemos accedido a este documento en: http:// www.sindominio.net/biblio-
web/telemática/regard-index.html
© Editorial UOC 71 Capítulo I. Procesos colectivos y acción social
“Ésta fue la clave del éxito de los zapatistas. No que sabotearan deliberadamente la
economía. Pero estaban protegidos de la represión abierta por su conexión perma-
nente con los medios de comunicación y sus alianzas a escala mundial a través de In-
ternet, forzando a la negociación y poniendo el tema de la exclusión social y la
corrupción política a la vista y oídos de la opinión pública mundial.”
23. Podemos decir que un software es libre si “tienes la libertad para ejecutarlo, sea cual sea el
motivo por el que quieres hacerlo; tienes la libertad de modificar el programa para adaptarlo a tus
necesidades (en la práctica, para que esta libertad tenga efecto, tienes que poder acceder al código
fuente, ya que introducir modificaciones en un programa del que no se dispone del código fuente
constituye un ejercicio extremadamente difícil); dispones de la libertad de redistribuir copias, ya
sea gratuitamente o a cambio de una cantidad de dinero; tienes libertad para distribuir versiones
modificadas del programa, de tal manera que la comunidad pueda beneficiarse de tus mejoras”.
© Editorial UOC 74 Psicología del comportamiento colectivo
Quizá es ahora el momento de volver a leer las explicaciones teóricas que he-
mos ofrecido sobre la conducta colectiva. Es posible que, tras ver estas nuevas
formas, sea más difícil (si no lo era ya antes) aceptar teorías como la del contagio
o como la de la convergencia. Estamos hablando de comunidades, de comuni-
dades virtuales, sin contacto físico, que son capaces de actuar, de reaccionar
frente a lo que consideran opresión. Quizá sea el momento de repasar las expli-
caciones en términos de identidad.
© Editorial UOC 75 Capítulo II. Movimientos sociales...
Capítulo II
Introducción
“Más que cambiar el mundo, como diría Marx, hay que cambiar la vida,
como decía Rimbaud”. Esta cita la hizo el poeta Leopoldo María Panero en una
entrevista a El País publicada en la edición del día 27 de octubre de 2001.
Puede parecer extraño, e incluso anticanónico y subversivo para muchos, ini-
ciar un texto académico con la cita de un poeta. Sin embargo, Leopoldo María
Panero no es ni cualquier persona, ni cualquier poeta. Es grande. Un sabio de la
vida. Loco para muchos, incluso para él mismo, no podemos evitar referirnos al
tópico tantas veces utilizado de que los niños y los locos dicen las verdades. Y los
poetas son quienes mejor las dicen. Por tanto, tomaremos su afirmación como
verdad, aunque provisional, como todas, porque en ella se encierra el espíritu, la
lógica y el argumento de lo que expondremos a continuación.
Como se argumenta a lo largo de las páginas del texto siguiente, los movi-
mientos sociales son un producto de una determinada época histórica. No exis-
tieron con anterioridad y no sabemos si existirán, en esta forma, más adelante.
Surgieron cuando las personas pudieron verse a sí mismas, tanto como indivi-
duos que como grupos y colectividades, agentes de su propio destino. Cuando
pudieron pensarse como el origen de sus formas de vida y de su organización
social. Cuando esto sucedió, se hizo obvio que, si eran la causa de lo que hay,
también podían ser el origen de lo que vendrá. La acción social tendente al cam-
bio constituye, por tanto, un acto de conciencia colectiva.
© Editorial UOC 76 Psicología del comportamiento colectivo
Sin embargo, no todas las formas de acción colectiva son movimientos so-
ciales en el sentido que aquí veremos, ni todas las formas de organización social
son iguales y producen los mismos efectos. La búsqueda de la emancipación ha
sido y es una respuesta reflexiva y consciente para romper con las estructuras y
procesos de opresión y encontrar el camino para ganar mayores espacios de li-
bertad.
Durante la historia de las movilizaciones sociales se puede señalar un claro
punto de inflexión. Hasta un cierto momento, que algunos sitúan en los años se-
senta (olvidando de manera demasiado interesada el papel del movimiento liber-
tario en la historia de la movilización social), los movimientos sociales pretendían
cambiar el mundo, como diría nuestro poeta. Eran movimientos orientados a
transformar la estructura social con la esperanza de que, generando nuevas for-
mas de estructuración, la emancipación sería posible. Más adelante explicaremos
con mayor detenimiento que estos movimientos eran muy distintos a los que les
siguieron y que las ciencias sociales los abordaron apelando a dos corrientes ma-
yoritarias, la estructural-funcionalista y la marxista.
Sin embargo, a partir de los años sesenta la efervescencia en la movilización
social aumenta. Emergen infinidad de movimientos que no encajan, o bien
encajan mal con los esquemas que han ordenado los anteriores. Como diría
nuestro poeta, querrán “cambiar la vida”. Sus demandas ya no estarán dirigi-
das a la obtención de mejoras materiales, sino a mejorar la vida, a crear espa-
cios de libertad, de participación, de gestión conjunta de los asuntos sociales.
Están orientadas a resistir la invasión de las viejas y las nuevas modalidades de
poder y de control social. Para conseguirlo, utilizarán recursos, estrategias y
tácticas tan nuevas que las ciencias sociales no encontrarán forma alguna de
hacerlas inteligibles desde los viejos modelos, y se verán obligadas a construir
otros nuevos.
Pues bien, ésta es la historia que explicaremos en este capítulo, añadiéndole
la pequeña contribución de la Psicología social, una minúscula disciplina en el
interior de las ciencias sociales.
En este capítulo entraremos en contacto con los distintos enfoques que nos
permitirán identificar, conocer, describir y entender los movimientos sociales.
Mediante el tratamiento que se desarrollará, ofreceremos un marco de inteligi-
bilidad de los movimientos sociales como formas de acción colectiva para que
pueda ser utilizado y ayude a comprender su relación con el cambio y la trans-
© Editorial UOC 77 Capítulo II. Movimientos sociales...
1. A lo largo del capítulo estableceremos una lectura de los movimientos sociales desde las ciencias
sociales. Sería muy interesante que se hiciese el ejercicio de contrastar estos enfoques y reflexiones
teóricas con lo que los propios movimientos dicen de sí mismos. Una búsqueda superficial en
Internet permite la conexión con múltiples informaciones, textos y relatos de experiencias y accio-
nes. Sólo a título de ejemplo, algunas direcciones de interés que pueden ser consultadas: http://
www.rebelion.org/; http://www.ezln.org/; http://www.mst.org.br/; http:// www.forumsocialmun-
dial. org.br/; http://members.es.tripod.de/bukaneros1992/enlacesamovimientos.htm
2. Remitimos al apartado “Enfoques teóricos de los comportamientos colectivos” del capítulo de
este mismo volumen “Procesos colectivos y acción social”.
© Editorial UOC 80 Psicología del comportamiento colectivo
tancia de las dinámicas por las cuales los sentimientos que la gente experimenta
de manera individual generan fenómenos de carácter macrosocial, como los
movimientos sociales o las revoluciones, por ejemplo.
Por su parte, la Psicología social contribuyó muy pronto al estudio de los
movimientos sociales, y con bastante fortuna, como veremos también des-
pués. En parte siguiendo estos mismos supuestos, pero connotando sus pro-
puestas de mayor contenido social y enfatizando las cuestiones relacionadas
con la interacción, los procesos grupales, las normas, la identidad, etc., que
eran el tipo de preocupaciones presentes en la Psicología social en general. Así
pues, aunque al principio no pudo escapar por completo de la influencia es-
tructural funcionalista, su enfoque es marcadamente distinto del de la Psico-
logía general.
Hadley Cantril (1941) fue uno de los primeros en abordar esta cuestión. Su
enfoque de los movimientos sociales sigue al pie de la letra los modelos y los
intereses de la Psicología social del momento. En aquella época, la Psicología
(social) se preguntaba cosas como, por ejemplo, qué es lo que motiva a alguien
a seguir a un líder, cómo se produce la influencia y la persuasión, y cosas simi-
lares. Por tanto, al enfrentarse al estudio de los movimientos sociales, no es ex-
traño que las preguntas sean muy parecidas. Por ejemplo, ¿cómo podemos
explicar la emergencia del liderazgo y su seguimiento?, ¿qué es lo que hace que
el movimiento sea tan sugestivo y atrayente?, ¿qué piensa la gente que se impli-
ca en algo, como, por ejemplo, un movimiento, que a un observador le puede
parecer tan extraño o tan esotérico?
Cantril no sólo ofreció un aparato conceptual para el análisis de los movi-
mientos desde la Psicología social, sino que también analizó comportamientos
colectivos, los fenómenos de masas y movimientos tales como los linchamien-
tos, una secta religiosa como El Reino del Padre Divino, el Buchmanism
(Oxford group o Moral Rearment) o el nazismo. Con estos análisis, su interés
era proporcionar un marco teórico y conceptual que sirviera para explicar
cualquier otro movimiento social. Cantril adoptó una posición funcional, no
positivista. Los conceptos básicos que utilizó son los de patrones de normas
que rodean a los individuos que componen los movimientos, la transmisión
del contexto social (socialización) y la estructura del contexto mental (funcio-
namiento cognitivo).
© Editorial UOC 82 Psicología del comportamiento colectivo
“Mi objetivo consiste en aportar un marco conceptual básico que explique cualquier
movimiento social, de cara a enseñar a los individuos lo que deben buscar cuando
ellos mismos quieren entender qué movimiento puede interesarles o implicarles.”
“Un movimiento social representa un esfuerzo realizado por un número amplio de per-
sonas para solucionar colectivamente un problema que saben que tienen en común.”
“[...] acciones colectivas que ocurren con algún grado de organización y continuidad
fuera de los canales institucionales con el propósito de promover o resistir cambios
en el grupo, la sociedad o el orden mundial de los que forman parte”.
uno de los tipos de contextos más evocadores de emociones. Esta dimensión, del
mismo modo que sucede en otros procesos sociales, no ha sido muy estudiada.
En definitiva, lo que estos autores manifiestan es la importancia que tiene re-
saltar los procesos psicosociales en la movilización colectiva, dado que muchos
de los elementos y mecanismos que están implicados en la misma son de natu-
raleza psicosocial. Por tanto, defienden que la Psicología social debería jugar
aquí un papel decisivo para poder realizar una conexión de los niveles microso-
ciales, macrosociales y culturales, niveles que atraviesan, en su totalidad, los
movimientos sociales.
Esto permite afirmar, por tanto, que mientras la acción colectiva ha estado
presente en todas las sociedades, los movimientos sociales son una forma histó-
ricamente situada, y no universal, de organizar protestas colectivas.
Y es que, efectivamente, pese a la diversidad de teorías que abordan los mo-
vimientos sociales, pese a sus distintas características y peculiaridades, todas las
perspectivas teóricas concuerdan en esta idea de que los movimientos sociales
constituyen un producto histórico de la modernidad. Asimismo, se acepta de ma-
nera generalizada la idea de que los movimientos sociales se desarrollaron en un
contexto caracterizado por nuevas comprensiones de la sociedad que ofrecieron
el marco adecuado para las formas de contestación y protesta. En efecto, dado
que el mundo sociopolítico se entendía cada vez más como una construcción
social necesitada de legitimación y sujeta a crítica, la producción de diferentes
ideologías se realizó tanto por parte de quienes mantenían, o pretendían man-
tener, el orden social como por aquellos que estaban implicados en la constitución
de uno nuevo. Cuando tales confrontaciones se expandieron, los participantes
en las distintas modalidades se convirtieron, cada vez más, en agentes sociales
reflexivos que actuaron de forma propositiva en el mundo, generaron identida-
des colectivas y fueron capaces, cada vez más, de poner en marcha campañas
duraderas, organizadas y nacionales en nombre de los distintos grupos en con-
flicto (Buechler, 2000).
Este acuerdo generalizado sobre el origen moderno de los movimientos so-
ciales no implica su visión como algo homogéneo. Estos movimientos se han
concretado en formas y niveles muy variados de organización, que van desde
movimientos sociales formalmente organizados, hasta colectivos y grupos so-
ciales más informales e, incluso, acciones colectivas con una escasa o nula orga-
nización. El asunto crucial en todo ello consiste en que todas estas formas,
cualquiera que fuera su nivel de organización, hicieron posible que, en el inte-
rior de estos grupos y colectividades, se consiguiera algún grado de solidaridad
interna, se crearan conflictos con los adversarios y se cuestionaran los límites
del sistema. Es, pues, esta dinámica la que nos permite afirmar que los movi-
mientos sociales han tenido un papel primordial en la constitución del mundo
moderno.
Durante un largo periodo de tiempo, el movimiento social prototípico ha
sido el movimiento obrero. En efecto, éste reúne todas las características de lo
que, desde un punto de vista tradicional, se ha considerado como un movi-
© Editorial UOC 89 Capítulo II. Movimientos sociales...
La perspectiva interaccionista/construccionista:
los movimientos sociales como productores de cambio cultural
(I) La identidad colectiva como proceso implica unas definiciones cognitivas con
respecto a los objetivos, a los medios y al campo de acción. Estos elementos diferen-
tes, o ejes de la acción colectiva, se definen dentro de un lenguaje compartido por una
parte de la sociedad o por la sociedad entera, o bien dentro de un lenguaje que sea
específico de un grupo; se incorporan en un conjunto determinado de rituales, prác-
ticas y artefactos culturales; se enmarcan de distintas maneras, pero siempre permiten
un tipo de cálculo entre medios y objetivos, inversiones y recompensas. Este nivel
cognitivo no implica necesariamente unos marcos unificados y coherentes (a diferen-
cia de lo que tienden a creer los cognitivistas), sino que más bien se construye por
medio de la interacción y consta de definiciones diferentes y, en ocasiones, contra-
dictorias.
© Editorial UOC 96 Psicología del comportamiento colectivo
(II) La identidad colectiva como proceso se refiere así a la red de relaciones activas entre
actores que interaccionan, se comunican y se influyen mutuamente, negocian y to-
man decisiones. Las formas de organización y los modelos de liderazgo, así como los
canales comunicativos y las tecnologías de comunicación, constituyen partes consti-
tutivas de esta red de relaciones.
ro, los beneficios concretos, los servicios, etc., como de los no materiales, tales
como la autoridad, el compromiso moral, la fe, la amistad, etc., que estén dis-
ponibles para el grupo. La manera como se emplean estos distintos recursos es
muy variable y dependen de los objetivos del movimiento y del resultado final
del análisis de los costes y los beneficios.
“Para este último [se refiere al enfoque de la movilización de recursos], los movimien-
tos sociales son una extensión de acciones institucionales de carácter instrumental
que producen resultados tangibles –los cuales se evalúan en términos de éxito o fra-
caso– y se orientan hacia objetivos claramente definidos a través de un control cen-
tralizado de sus miembros por las organizaciones que los promueven […]. Sus
objetivos consisten en ‘modificar la estructura social y/o de distribución de recom-
pensas en una sociedad […]’.”
Por tanto, según esta teoría, los movimientos sociales no se generan por la
existencia de tensiones en la sociedad, sino más bien por la manera en que son
capaces de organizar el descontento, reducir los costes de la acción, utilizar y
crear redes, compartir incentivos entre los miembros y conseguir un consenso
externo. En este sentido, el tipo y la naturaleza de los recursos disponibles ex-
plica la acción de los movimientos y las consecuencias que la acción colectiva
tiene en el sistema político y social. Respecto a su funcionamiento interno, esta
teoría analiza las formas de organización y movilización de recursos materiales
y simbólicos, tales como el compromiso moral y la solidaridad (Della Porta y
Diani, 1999).
Una vez más, es necesario enfatizar el papel que esta teoría ha tenido en la
consideración de la acción colectiva como una acción racional. En efecto, la exis-
tencia de redes de solidaridad pone en cuestión la hipótesis de que los recluta-
mientos en los movimientos sociales implican, principalmente, a individuos
aislados y desarraigados. Más bien al contrario, la movilización se explica como
algo más que la posibilidad de conseguir relaciones y vínculos de solidaridad
dentro del colectivo y/o el establecimiento de relaciones. En este sentido, los es-
tudios realizados en el marco de esta teoría muestran que los participantes en
acciones y movilizaciones populares se reclutan principalmente entre indivi-
duos previamente activos y relativamente bien integrados dentro de la colecti-
vidad. Por el contrario, personas aisladas o desarraigadas no representan un
© Editorial UOC 100 Psicología del comportamiento colectivo
micista. Sea como sea, la consecuencia primordial de esta teoría ha sido ayudar
a connotar los movimientos sociales y a sus participantes con características ra-
cionales.
Por tanto, esta perspectiva teórica ha analizado las relaciones entre los movi-
mientos sociales y el sistema político institucional. Sus estudios empíricos han
© Editorial UOC 102 Psicología del comportamiento colectivo
“Una premisa básica para la teoría del proceso político es que la expansión de
oportunidades políticas tiene lugar cuando disminuyen los costes y los riesgos de la
acción colectiva y aumentan sus beneficios potenciales para quienes los apoyan. Los
movimientos sociales y las revoluciones son fundamentalmente el resultado de una
expansión de oportunidades políticas para la movilización de los grupos insurgentes,
como consecuencia de una creciente vulnerabilidad de sus oponentes y del sistema
político-económico. La ampliación de esas oportunidades políticas responde a una
serie de aspectos que explican el desarrollo de los movimientos con independencia
de la voluntad de sus seguidores, como los cambios en la estructura institucional del
Estado, la configuración del sistema de partidos y los grupos de interés, el papel de
los medios de comunicación y la evolución de la opinión pública.”
ridad, no implican ventajas o éxitos materiales, sino más bien de otro tipo. Los
nuevos movimientos sociales se caracterizarían, por tanto, por una organiza-
ción fluida y abierta, una participación inclusiva y no ideológica y una mayor
atención a las transformaciones sociales más que a las económicas.
Otra contribución a la definición de las características de los nuevos movi-
mientos es la de Alberto Melucci (1996). Basándose en la idea de Habermas de
una “colonización del mundo de la vida”, Melucci describe las sociedades con-
temporáneas como sistemas claramente diferenciados que invierten cada vez
más en la creación de centros individuales de acción. Son sociedades que, al
mismo tiempo que requieren mayor integración, extienden el control sobre los
aspectos más privados de los seres humanos. Por ello, los nuevos movimientos
sociales tratan de oponerse a la intrusión del Estado y del mercado en la vida
social, reclamando la identidad de los individuos y el derecho a determinar su
vida privada y afectiva contra la manipulación del sistema. De manera diferen-
te, a los movimientos de trabajadores, los nuevos movimientos sociales no se
limitan a buscar ganancias materiales, sino que pretenden atacar las formas es-
tablecidas del poder político y de la sociedad. Los nuevos movimientos no de-
mandan un aumento de la intervención del Estado para garantizar la seguridad
y el bienestar, sino que resisten la intrusión en sus vidas, defendiendo la auto-
nomía personal.
A pesar de la variedad, es posible identificar cierto número de temas comu-
nes que resaltan más en estas teorías que en las otras. Buechler las analiza con
detalle, por lo que a continuación seguiremos sus propuestas (Buechler, 2000).
Muchas de estas teorías operan con algún modelo de una totalidad de la socie-
dad, lo que proporciona el contexto para la emergencia de la acción colectiva.
Aunque existen algunas diferencias sobre la naturaleza de esta totalidad, el in-
tento de teorizar una formación social históricamente específica como tras-
fondo estructural de las formas contemporáneas de acción colectiva sería
característica principal de estas nueva teorías.
Un segundo tema común es la idea de que los nuevos movimientos sociales
son respuestas a la modernidad o a la posmodernidad. Es decir, a un sistema po-
lítico, económico y social que se define como de mercado capitalista, estado bu-
rocrático, con relaciones “cientifizadas” y de racionalidad instrumental. Los
nuevos movimientos sociales constituyen las respuestas a esos rasgos de la so-
ciedad moderna y posmoderna.
© Editorial UOC 107 Capítulo II. Movimientos sociales...
Un tercer tema está relacionado con la base social de los nuevos movimien-
tos, que tendría una forma “difusa”. Para algunos, estos movimientos estarían
arraigados de algún modo en la “nueva” clase media. Sin embargo, otros sos-
tienen que tales movimientos no se originan en la estructura de clases, sino más
bien en otros estatus como la raza, la etnicidad, el género, la sexualidad, la
orientación sexual, la edad o la ciudadanía, que serían centrales en la movi-
lización de los nuevos movimientos sociales. Y, por último, otros argumentan
que tales estatus son menos importantes que el consenso ideológico sobre los
valores y creencias del movimiento. Por todas estas razones, se supone que la
base social de estos movimientos es más compleja y difusa que lo era en los mo-
vimientos anteriores, que estaban basados en las clases.
Como cuarto tema, deberíamos referirnos a la identidad colectiva. En efecto,
se enfatiza la fluidez y la multiplicidad de identidades en la última modernidad;
por tanto, se señala que la habilidad de la gente para implicarse en una acción
colectiva está relacionada con la habilidad que tengan los movimientos para de-
finir una identidad colectiva. De aquí se deduce que la construcción social de la
identidad colectiva constituye una parte esencial del activismo social contem-
poráneo.
En quinto lugar, es preciso comentar la politización de la vida cotidiana. Lo
que antes eran aspectos privados e íntimos, ahora están politizados, por lo que
la vida cotidiana se convierte en el eje principal de la acción política. Los mo-
vimientos serían, pues, respuestas a la politización sistemática de la vida.
El sexto punto concierne a los valores que caracterizan los nuevos movi-
mientos sociales. Mientras unos defienden el simple pluralismo de valores e
ideas como aspecto definitivo, otros han focalizado la importancia de los valo-
res no materialistas en estos tipos de movimiento social. Más que buscar poder,
control o ganancias económicas, los nuevos movimientos están inclinados a
buscar autonomía y democratización. Esto confiere una fuerza inusitada a los
movimientos sociales, puesto que los hace menos susceptibles a las formas tra-
dicionales de control social y de captación por parte del sistema político con-
vencional.
El séptimo punto consideraría el papel de las formas culturales y simbólicas
de resistencia al lado de las formas más convencionales de contestación, o en
lugar de éstas. Este énfasis cultural rechaza los objetivos, tácticas y estrategias
convencionales a favor de la exploración de nuevas identidades, significados,
© Editorial UOC 108 Psicología del comportamiento colectivo
signos y símbolos. Esta orientación ha sido muy criticada por considerarse apo-
lítica; sin embargo, con ello se ignora la importancia de las formas culturales de
poder social. Así, por ejemplo, si la hegemonía constituye una importante for-
ma de poder social, la política culturalmente orientada y antihegemónica de
muchos de estos movimientos es una forma válida de resistencia. Las propuestas
de nuevos métodos para organizar las relaciones sociales pueden ser, por sí mis-
mas, un potente desafío para los sistemas socialmente dominantes.
El último tema es la preferencia que se observa en los nuevos movimientos
sociales por las formas de organización descentralizada, igualitaria, participativa
y situada. Para estos movimientos, la organización no sólo constituye una he-
rramienta estratégica, sino que es, sobre todo, una expresión simbólica de los
valores de movimiento y de las identidades de sus miembros. Los nuevos movi-
mientos sociales no suelen tener estructuras rígidas o jerarquizadas, son más
bien experiencias abiertas que surgen y desaparecen de manera continua. En
efecto, los nuevos movimientos sociales se organizan, con mayor o menor pun-
tualidad, en relación con asuntos y luchas específicos, y después desaparecen en
forma de culturas o subculturas politizadas que resultan coherentes con las vi-
siones y valores del movimiento, para volver a emerger en la siguiente lucha es-
pecífica en forma de acciones organizadas, y así sucesivamente.
La ventaja de esta perspectiva, señala Buechler (2000), consiste en su intento
de identificar los lazos entre las nuevas estructuras sociales y las nuevas formas
de acción colectiva. Su dificultad se encuentra en saber qué entendemos por
“nuevo”, puesto que no piensan lo mismo Castells, Habermas, Touraine, Beck,
Bauman o Urry, por destacar algunos nombres de entre los más sobresalientes
pensadores de la contemporaneidad. En cualquier caso, esta aproximación hace
una aportación que desde otras perspectivas resulta difícil, por no decir imposi-
ble. Por ejemplo, en primer lugar presta atención a los determinantes estructu-
rales de la protesta, reevaluando la importancia del conflicto, con lo que
mantiene viva la importancia de uno de los elementos centrales de todo movi-
miento social. En segundo lugar, confiere mayor importancia al actor, y tiene la
habilidad de capturar las características innovadoras de los movimientos, que
ya no se pueden definir en relación con el sistema de producción, tal como se
haría desde una perspectiva marxista.
Indudablemente, esta perspectiva también ha recibido críticas. No obstante,
Melucci (1996), una de las figuras más representativas de este planteamiento, ha
© Editorial UOC 109 Capítulo II. Movimientos sociales...
3. El repaso que hemos hecho de los estudios psicosociales de los movimientos sociales, así como
las aportaciones específicas que vamos a resaltar en este apartado, no saturan en modo alguno lo
que se podría denominar perspectiva psicosocial en el estudio de los movimientos sociales. Prueba de
ello son los trabajos de Bert Klandermans, a los cuales remitimos.
© Editorial UOC 111 Capítulo II. Movimientos sociales...
ser como los demás; el conformismo como una forma de similitud producida
por la presión de un grupo. Por último, la sumisión sería una forma de similitud
basada en la aquiescencia a las demandas llevadas a cabo por la autoridad.
Es fácil ver estos procesos de influencia como mecanismos privilegiados para
el mantenimiento del orden social. Desde una perspectiva afectiva, junto a
otros mecanismos de índole estructural, como el poder, o simbólicos, como las
ideologías, estas formas de influencia contribuyen al mantenimiento del statu
quo en cualquier sociedad o comunidad. Se podría decir que ésta ha sido la
contribución de la Psicología social al estudio e inteligibilidad del control social.
Sin embargo, ¿ha contribuido también de algún modo a la inteligibilidad del
cambio social? Desde una perspectiva psicosocial puede afirmarse que sí, a partir
de la teoría de la influencia minoritaria.
Esta teoría fue desarrollada por Serge Moscovici (Moscovici, 1979) y por otros
autores como Gabriel Mugny (Mugny, 1981). Su foco se encuentra en los pro-
cesos por medio de los cuales algunos grupos minoritarios son capaces de influir
y de inducir cambios en la mayoría de la sociedad.
El punto fundamental es el conflicto que los grupos minoritarios son capaces
de establecer con la mayoría. No se trata de un conflicto por los intereses ma-
teriales (aspecto que se ha tratado con amplitud en la Sociología), sino de un
conflicto de naturaleza simbólica. En efecto, un grupo minoritario que sostenga
una posición contraria a una norma mayoritariamente aceptada puede, bajo de-
terminadas condiciones, producir un conflicto simbólico. La resolución de este
último implica el movimiento de la mayoría hacia las posiciones minoritarias.
Para conceder legitimidad a estas afirmaciones, es preciso asumir, obviamente,
que tanto los grupos mayoritarios como los minoritarios son simultáneamente
fuentes y receptores de influencia social. El hecho de que la fuerza de dicha in-
fluencia y el número de veces que opera haga que la balanza se incline del lado
de los grupos mayoritarios no debería servir para negar el proceso en la dirección
contraria. Los movimientos sociales y los efectos a gran escala que son capaces de
crear constituyen buenos ejemplos de cómo se realiza este proceso.
Como decimos, para que se produzca una influencia de este tipo, es necesa-
rio que se den algunas condiciones:
a) Así, por ejemplo, estos grupos deben mantener posiciones que son
normativamente minoritarias. Es decir, que van directamente contra normas
sociales dominantes en cualquier sociedad o comunidad.
b) Sus posiciones deben ser heterodoxas. Es decir, deben ir en una dirección
contraria al statu quo y al modo en que la sociedad o comunidad se ha estruc-
turado u organizado en el pasado.
c) Los grupos minoritarios han de ser, asimismo, nómicos. Es decir, activos,
con objetivos claros, con motivación suficiente y con agencia para la acción en
contra de la norma mayoritaria. En definitiva, deben adoptar una posición an-
tisistema, pero es necesario que ofrezcan propositivamente una norma al-
ternativa.
Cuando se dan estas características, el grupo minoritario es capaz de generar
un conflicto con la mayoría al oponerse de forma nítida y propositiva a sus con-
cepciones. Cuando esto sucede, según la teoría de la influencia minoritaria, la
mayoría ya no puede ignorar el conflicto ni obviar al grupo minoritario, puesto
que debe afrontarlo. Al hacerlo, se entra en un proceso de posible resolución del
conflicto por medio de la negociación con la minoría. La resolución implica
siempre, aunque obviamente en grados distintos, un movimiento de la mayoría
hacia las posiciones minoritarias. Es decir, la resolución del conflicto promueve
una innovación y un cambio.
2) En segundo lugar, se deben considerar los recursos que las minorías nece-
sitan para obtener estos resultados. La cuestión es que si por definición su posi-
ción es débil, ¿cómo es posible que consigan estos efectos? Los recursos que
prevé la teoría de la influencia minoritaria son dos: el estilo de comportamiento y
el estilo de negociación.
a) El estilo de comportamiento se refiere a que las minorías deben mostrar
consistencia en las propuestas que sostienen, tanto de manera diacrónica, es
decir, a lo largo del tiempo, como sincrónica, es decir, todos sus miembros
compartiéndolas de igual modo. La consistencia en el mantenimiento de las
propuestas constituye la garantía de que la mayoría centra su atención sobre
el mensaje de la minoría. Asimismo, estas dos formas de consistencia subra-
yan el compromiso y la firmeza de las posiciones que mantiene, lo que com-
porta ganar una imagen de autonomía que resulta primordial para el éxito de
sus objetivos.
© Editorial UOC 113 Capítulo II. Movimientos sociales...
llegado a producir estos cambios sin las acciones del movimiento feminista.
Obviamente, estos cambios no se deben ver como consecuciones discretas y
puntuales o, de algún modo, acabadas. Estos cambios se dan en un proceso
continuado en el tiempo, pero discontinuo tanto por lo que respecta a las di-
ferentes zonas geográficas, como en relación con las clases, grupos o comuni-
dades dentro de una misma sociedad. Sin embargo, a pesar de esta diversidad
de “estados” en los cambios, de lo que no cabe la menor duda es de que hemos
asistido, y estamos asistiendo, a una transformación radical en el imaginario,
las comprensiones y la acción de lo femenino y la feminidad. Resta, sin duda,
conocer con detalle la forma específica de cómo se produjo este hecho a partir
de las pocas decenas de mujeres sufragistas que se manifestaban frente al Par-
lamento inglés.
4. Para examinar con mayor detalle estas teorías, remitimos al apartado “Enfoques teóricos de los
comportamientos colectivos” (en el subapartado dedicado a la teoría de la identidad social) del
capítulo “Procesos colectivos y acción social” en este mismo volumen.
5. Cualquier texto, como sucede en el caso de este capítulo, debe dejar de lado, en ocasiones muy
dolorosamente, trabajos y perspectivas de indudable interés y actualidad, pero que diferentes crite-
rios pragmáticos, como la extensión del texto u otros más sustantivos como su coherencia interna,
aconsejan obviar. Éste ha sido el caso de los trabajos sobre la identidad colectiva en los movimien-
tos sociales realizados por los herederos de la perspectiva interaccionista. Sugerimos, como una
buena muestra de esta perspectiva, la lectura de Striker, S., Owens, T. J., y White, R. W. (ed.) (2000).
Self, identity, and social movements. Minneapolis: University of Minnesota Press.
© Editorial UOC 116 Psicología del comportamiento colectivo
vis entre todos sus miembros. Es decir, estamos frente a un modelo capaz de ex-
plicar la emergencia de la identidad tanto en grupos como en categorías, igua-
lando los procesos de su emergencia y constitución.
En segundo lugar, este modelo nos ofrece la posibilidad de observar la impor-
tancia que tiene la identidad en los diferentes comportamientos humanos. En
efecto, la distinción de la pertenencia grupal en distintos contextos sociales
hace resaltar igualmente la identidad y, por tanto, emerger formas de compor-
tamiento e interacción que están relacionadas directamente con esta perte-
nencia. Para entender este proceso, veamos un ejemplo muy simple:
Imagínese un día de un partido Barça-Real Madrid. Imagínese que se camina por las
Ramblas de Barcelona. Imagínese que se ve un grupo de personas con una camiseta
blanca y otro grupo con una camiseta azulgrana. ¿Qué pasará? Sea cual sea el com-
portamiento que se desarrolle con posterioridad (cantos, gritos, consignas, una con-
versación amistosa, un gesto violento, etc.), se puede entender como resultado del
hecho de que, en esta situación, lo saliente está siendo las dos categorías de pertenen-
cia, la de el/la “culé” y la de el/la “madridista”.
En tercer lugar, los grupos y categorías sociales que poseen una fuerte iden-
tidad producen también un alto nivel de cohesión grupal. En efecto, la in-
tensidad de las relaciones en el interior del grupo, o categoría, aumenta con la
identidad, en el sentido de que los grupos o categorías con mayor y más intenso
sentido de identidad son, asimismo, los más cohesionados, y viceversa. Para el
estudio de los movimientos sociales, en que la solidaridad y la cohesión se han
visto como elementos cruciales, tanto por lo que respecta a su constitución
como por su desarrollo y funcionamiento, este modelo nos da algunas claves de
su génesis.
En cuarto lugar, la dinámica de mantenimiento de una identidad social posi-
tiva, como hemos visto, está relacionada con la competición simbólica para el
mantenimiento de la distintividad positiva. Cuando en este proceso el resultado
es negativo, aparecen las estrategias de movilidad o de cambio social, como aca-
bamos de ver. Los grupos altamente cohesionados movilizan más habitual-
mente estrategias de cambio social. Es fácil ver que la motivación para la acción
en los movimientos sociales podría estar arraigada en su identidad como grupo
o categoría, así como en la necesidad de mantener dicha identidad valorada po-
sitivamente.
© Editorial UOC 119 Capítulo II. Movimientos sociales...
Por último, en quinto lugar, este modelo nos permite entender la identidad
como un proceso. En efecto, la identidad no es algo que “se tenga” de manera
estable y estática, sino que es un proceso que se construye en la interacción con
los otros y en las dinámicas de relación intergrupales e intercategoriales. Los
cambios que se pueden apreciar en los contextos sociales relativos a su com-
posición en términos de grupos o categorías influyen directamente en la cons-
titución de la identidad, tanto de los colectivos mencionados como de los
individuos que los componen. Para el estudio de los movimientos sociales, este
aspecto procesual de la identidad resulta crucial para entender la adhesión y la
implicación en las acciones que llevan a cabo.
El movimiento gay y lésbico puede resultar un ejemplo perfecto para ilustrar
lo que acabamos de ver. Como en el ejemplo del feminismo que hemos exami-
nado con anterioridad, este movimiento está ejerciendo un enorme impacto so-
bre las concepciones socialmente dominantes de la sexualidad, la orientación
sexual, los derechos de las personas con estas orientaciones sexuales, el reco-
nocimiento gradual de sus relaciones de pareja, etc. En este caso, podemos ver
la doble presencia de una identidad social basada en la orientación sexual tanto
como grupos específicos de relación directa, como en términos de categoría so-
cial. Probablemente, el primer efecto conseguido por estos movimientos haya
sido, precisamente, ser visibles como una categoría social. Podríamos in-
terpretar que las fuertes presiones encaminadas a eliminar las diferencias de
orientación sexual, la conversión de estos comportamientos en patologías, las
distintas formas de exclusión y discriminación social estaban minando enor-
memente las incipientes identidades basadas en la preferencia sexual. Aquí se
podría ubicar el origen de una estrategia de cambio social que podría hacer com-
prensible la emergencia de este movimiento social particular. El fundamento de
la emergencia de este movimiento sería la necesidad de mantenimiento de una
distintividad positiva y, por consiguiente, de una identidad social positiva.
“En el estudio de las relaciones entre grupos sociales dentro de cualquier sociedad se
precisa que, en primer lugar, se tengan en cuenta las condiciones ‘objetivas’ de su
coexistencia; es decir, las circunstancias económicas, políticas, sociales e históricas
que han llevado, y a menudo todavía determinan, las diferencias entre los grupos por
lo que respecta a sus normas de vida, al acceso a las diferentes oportunidades, como
el trabajo o la educación, o al tratamiento que reciben por parte de los que ejercen el
poder, la autoridad o, en ocasiones, sólo la fuerza bruta. Sin embargo, [...] estas con-
diciones objetivas siempre se asocian con las ‘definiciones subjetivas’ muy difundi-
© Editorial UOC 120 Psicología del comportamiento colectivo
das, los estereotipos y los sistemas de creencias. Nuestro objetivo consiste en observar
estos aspectos subjetivos diferentes que afectan a las relaciones entre minorías y ma-
yorías, para evaluar su importancia en la situación total y ver de qué manera contri-
buyen al modelo general de las relaciones entre los grupos. El hecho de pertenecer a
una minoría explica que los individuos se preocupen por los requisitos psicológicos
necesarios para adaptarse a la situación actual o para hacer algo con el fin de cambiar-
la. Las adaptaciones y estrategias posibles para este cambio son finitas con respecto a
la cantidad y a la variedad. Aquí intentaremos hablar de algunas de las que parecen
ser las más utilizadas y las más importantes.
y ochenta, la teoría dominante que atrajo más atención, y bajo la que se rea-
lizaron mayor número de investigaciones, fue la teoría de los recursos para la
movilización. El resurgimiento de las perspectivas interaccionistas y construc-
cionistas aparece hacia la mitad de los años ochenta con una enorme vitalidad.
En aquel momento, en Europa comienza el desarrollo y auge de las teorías so-
bre los nuevos movimientos sociales. En los años noventa se produce ya una
importante confrontación entre las perspectivas de tradición interaccionista y
las de los nuevos movimientos sociales contra la teoría de los recursos para la
movilización.
Esta situación de confrontación hace surgir distintos intentos de integración
de las diferentes perspectivas o, como mínimo, de incorporación de aspectos de
un lado y de otro. Aunque no cabría hablar propiamente de integración, algu-
nos autores como Della Porta y Diani (2000) ofrecen una síntesis que incorpora
aspectos recogidos en las distintas perspectivas teóricas. En el siguiente apartado
se reproduce la posición de estos autores.
(1) Redes informales, basadas en (2) las creencias y la solidaridad que se movilizan so-
bre (3) cuestiones conflictivas, por medio del (4) uso frecuente de varias formas de
protesta.
Los movimientos sociales, los partidos políticos y los grupos de interés (muy
comunes en el sistema político estadounidense, aunque menos organizados y
© Editorial UOC 124 Psicología del comportamiento colectivo
equilibrio, donde los procesos son no lineales, donde las temporalidades son
distintas, donde la idea de centralidad o periferia queda diluida en una amal-
gama de procesos con contingencia en la dinámica social, pero que pueden es-
tar ubicados en diferentes localizaciones “descentradas”. Para el análisis de los
movimientos sociales, esta nueva comprensión de la sociedad es muy relevan-
te, puesto que ayuda a entender su dinámica y sus diferentes y múltiples efec-
tos, que provienen de zonas distintas. Piénsese, por ejemplo, que junto con
sistemas de dominación como los mercados financieros, ubicados en lugares
específicos, pero a la vez con múltiples puntos de decisión, encontramos expe-
riencias de microeconomía que generan espacios de emancipación. Y que, al
lado de formas hegemónicas de control de la ideología y de la información,
como las grandes compañías de comunicación, las grandes empresas como la
CNN, el ABC o la BBC, se encuentran otras como Al Yijad o las experiencias de
contrainformación.
Liquidez y fluidez constituyen dos conceptos más que se utilizan para la
descripción de las sociedades modernas (Urry, 2000). En efecto, la sociedad se
puede ver como un fluido, como algo con límites imprecisos, sin un punto
claramente identificable de origen o de destino, con velocidades de funciona-
miento diferentes, etc. John Urry lo describe del modo siguiente:
“Las características principales de estos flujos globales son las siguientes [...]:
– El poder se esparce por medio de estos distintos flujos hacia relaciones de dominio/
subordinación a menudo diminutas, como los capilares.
– El poder se ejerce mediante la intersección de diferentes flujos que trabajan en
distintos sentidos.
– Diferentes flujos se cortan espacialmente en los ‘terrenos neutros de encuentro’ de
los lugares pasajeros de la modernidad, como por ejemplo, los moteles de los aero-
puertos, las estaciones de servicios, Internet, los hoteles internacionales, la televi-
sión por cable, restaurantes con cuentas de gastos, etc.”
Los movimientos sociales parecen entrar muy bien en esa descripción como
fluidos. Aparecen, desaparecen y reaparecen como olas, tienen turbulencias, pe-
netran en múltiples lugares a través de grandes espacios pero también de mi-
núsculos intersticios, están compuestos de una amalgama de elementos que van
desde las personas, los grupos, la tecnología, la información que los connota de
una característica cercana a la viscosidad, se mueven a velocidades distintas, tie-
nen un origen impreciso y no puede detectárseles un final real, ya que siempre
permanecen en movimiento, fluyendo, pues su propia razón de ser es estar
siempre en movimiento.
Redes. Los movimientos sociales están formados por redes. Ésta es una carac-
terística ampliamente asumida, como hemos visto anteriormente. Ahora bien,
las redes en muchas de las perspectivas analizadas tienen un carácter rígido y
permanente en el que sus nodos serían el origen de la misma red y donde las
propias redes se constituirían como causas de los movimientos.
“Las redes son hegemónicas. Primer punto. Y cuando llevamos a cabo un análisis des-
de el punto de vista de las redes, ayudamos con el objetivo de que estas redes lleguen
a ser lo que son. Segundo punto. ¿Qué sucede si juntamos estas dos observaciones?
La respuesta es que si escribimos como analistas de redes, lo que podemos estar ha-
ciendo, lo que a menudo hacemos, es comprar y añadir fuerza a una versión funcio-
nal de la relacionalidad. Alguien que es, para decirlo con rapidez, directivista.”
Redes donde los nodos son, evidentemente, personas y grupos, pero también
equipamientos tecnológicos, instrumentos, información y varias clases de re-
cursos.
“Porque la aproximación semiótica nos dice que las entidades obtienen forma como
consecuencia de las relaciones en que están situadas. Sin embargo, esto significa que
también nos dice que se desarrollan en estas relaciones, para y por medio de las mis-
mas. Una consecuencia es que todo es incierto y reversible, al menos como principio.
Nunca se da en el orden de las cosas. Y aquí, aunque los estudios de actor-red han
caído a veces en un directivismo centrado y, sin duda, con género [...], ha habido un
esfuerzo enorme para entender cómo se consigue la durabilidad. Cómo es que las co-
sas se llegan a llevar a cabo (y se hacen ellas mismas) hacia relaciones que son relati-
vamente estables y que permanecen en su sitio. Cómo es que hacen distribuciones
entre alto y bajo, grande y pequeño o humano e inhumano. La realización, pues, éste
es el segundo nombre, la segunda historia sobre la teoría actor-red. Una realización
que (en ocasiones) hace la durabilidad y la fijación.”
identificar; resulta difícil ubicar su origen y, aún más, señalar lo que podría
constituir su finalidad; se extiende y penetra en los más inverosímiles espacios
de los sistemas sociales y de las comunidades. Para acabar, muestra con parti-
cular nitidez la formación y evolución de redes dinámicas que, generadas en
una multiplicidad de relaciones e interacciones entre personas, grupos, colec-
tivos, organizaciones, instrumentos, equipos, etc., crean y sustentan un sentido
de identidad colectivo que, en el límite, es lo que le confiere su fuerza y lo que
alimenta su eficacia.
© Editorial UOC 135 Capítulo III. Las instituciones sociales...
Capítulo III
Introducción
Quizá se podría decir que sólo por el hecho de tener este texto en las manos,
ya se puede tener una idea de qué es una institución social. En estos momentos
se están viviendo directamente sus efectos. ¿Por qué? Pues, porque el interés
por lo que sucede en las relaciones personales, cómo nos comportamos los
unos con los otros y qué acciones, expectativas y regulaciones podemos esperar
de la vida social se encuentra claramente marcado por el conocimiento cons-
ciente, o no, de las instituciones. Y porque, en este caso concreto, la manera de
acceder a las mismas es a partir de la educación, de la institución de la educa-
ción. Todos y todas las sufrimos, las conocemos y las comprobamos día a día.
En ellas nos hemos socializado y en ellas los sistemas sociales se han organiza-
do. Las instituciones nos constituyen, nos organizan, nos subjetivan, así como
nos ayudan a orientarnos socialmente. Sin embargo, también nos evadimos de
ellas. No sólo las reproducimos, sino que también las construimos activamen-
te, tanto con nuestras prácticas cotidianas como con las dinámicas que se ge-
neran de las mismas.
No sólo existen muchos tipos de instituciones sociales sino que también
unas son más visibles, por decirlo de alguna manera, que otras. Existen diferen-
cias importantes entre entender el matrimonio o el ejército, por ejemplo, como
una institución social o acercarnos y, todavía más, adentrarnos, de una manera
u otra, en una prisión, un psiquiátrico, un geriátrico, una universidad, etc. Ire-
© Editorial UOC 136 Psicología del comportamiento colectivo
neran relaciones marcadas con las características del orden social establecido. Es
decir, sobre la base de que se establece una dinámica y complicada red de rela-
ciones entre éstas últimas y las actividades e identidades de su interior. Ello nos
llevaría, especialmente, a entender que las instituciones sociales participan en
nuestra vida cotidiana hasta límites enormes, desde la configuración de las ca-
tegorías de pensamiento hasta la manera que tenemos de entender el mundo
dentro de un sistema social determinado.
Para ello recurriremos no sólo a las aportaciones interdisciplinarias y psico-
sociales sobre las características básicas de las instituciones, cómo se organizan
sus usos y efectos, sino también a visiones que incorporan las posibilidades de
su transformación. Es decir, por una parte se hará referencia a las dinámicas que
se desarrollan en las relaciones interpersonales e intergrupales, tanto dentro de
las instituciones sociales como en su relación inseparable con las estructuras so-
ciales. Por otra, se incluirá una perspectiva sociohistórica acerca de lo que se ha
constituido como normal/normativo y/o valorado, así como la construcción de
su reverso, con el fin de entender y reconsiderar las tomas de decisiones y las
organizaciones que se realizan para su gestión y uso social.
Estos aspectos se tomarán en referencia a dos casos particulares de las insti-
tuciones y los procesos de institucionalización.
Uno de ellos, el que hace referencia a las prácticas de encierro en instituciones
sociales, sus efectos de deterioro sobre las identidades de las personas recluidas, el
efecto de incremento de los comportamientos que se quieren cambiar, así como
el impacto de las dificultades para una posterior integración social. Es decir, la di-
ferencia entre los objetivos y los efectos y usos de las instituciones. Existen insti-
tuciones cerradas y abiertas. Las cerradas, en las que se aísla y se encierra a los
individuos que se apartan de la normatividad social, producen graves efectos so-
bre la identidad de los internos, estigmatizándolos a causa del régimen de control
que se produce en las interacciones entre las diferentes posiciones que coexisten.
Su funcionamiento se basa en una serie de dicotomías jerárquicas y complemen-
tariedades necesarias entre los diferentes grupos sociales que conviven en su inte-
rior. Por otro lado, se generan resistencias y ajustes de distintos tipos a estas
instituciones por parte de todos sus componentes, así como por parte de los que
se han separado de la normatividad. Sin embargo, las consecuencias sobre las
emociones, los sentimientos, las ideas sobre uno mismo y las posibilidades de in-
tegración o supervivencia social salen muy perjudicadas.
© Editorial UOC 139 Capítulo III. Las instituciones sociales...
No podemos empezar este capítulo sin referirnos a qué se entiende por insti-
tuciones sociales, cuáles son sus funciones en la vida cotidiana, cómo se es-
tructuran y qué diferentes tipos se distinguen entre ellas. Sin embargo, recurrir
a una tradición sociológica y psicosocial al aproximarnos a las instituciones
nos obliga antes a introducir una diferencia en el abordaje. Por parte de la so-
ciología, y a riesgo de simplificar desarrollos y polémicas en constante cambio,
podríamos partir de que se encuentran dos tipos de desarrollos teóricos. Uno
de tipo más normativo, entendiendo la sociedad como una realidad objetiva.
En esta línea encontraríamos a autores como Parsons, Durkheim, etc. que se
centran sobre las funciones colectivas, entendidas como un orden macrosocial
determinante de la interacción. Otro, en cambio, desde una sociología más in-
© Editorial UOC 140 Psicología del comportamiento colectivo
“En este sentido, cada cultura aparece como un sistema más o menos coherente de
instituciones que organizan y regulan diferentes aspectos de la vida social. Es decir,
que no existe relación social que no se inscriba en un cierto contexto institucional:
este contexto no es solamente un marco donde la interacción tiene lugar; es esencial-
mente una matriz que aporta a la relación un código, representaciones, normas de ro-
les y rituales que permiten la relación y le dan sus características significativas.”
1. Para más información sobre la Sociología fenomenológica, se puede consultar: Berger, P. y Luck-
manm, P. (1967). La construcción social de la realidad. Madrid: Amorrortu, 1986.
2. En la obra de Marc, E., y Picard, D. (1989) se puede encontrar un capítulo en el que se desarrolla
un análisis detallado de la interacción social y las instituciones a partir de la estructuración del
tiempo y del espacio, de la comunicación, del estatus y de los roles en la organización, así como los
rituales que le son propios.
© Editorial UOC 144 Psicología del comportamiento colectivo
De este modo, como ideas básicas sobre las instituciones tendríamos, aunque
se reconozca que se trata de un término utilizado de maneras muy distintas, las
siguientes:
• La relación con algún tipo de orden social establecido que incluye normas,
valores, reglas y patrones de comportamiento más o menos estandarizados.
• Su estructuración en forma de organización social, que estabiliza y ofrece
cierta duración en el tiempo a determinados fenómenos sociales.
• El hecho de tratarse de un organismo que, al tomar estructuras más o menos
estables y al obedecer a ciertas reglas de funcionamiento, de hecho persigue
y cumple determinadas funciones sociales.
• Una diferenciación según sus objetivos o funciones más específicas, aunque
puedan ir juntas y, a menudo, estén relacionadas, tales como instituciones
políticas, económicas, educativas, punitivas y otras.
mucha gente, a menudo para vivir o trabajar allí, o para ambas cosas al mismo
tiempo, y que están aislados de la sociedad. Los ejemplos serían las prisiones,
hospitales psiquiátricos, conventos, geriátricos, etc. De hecho, lo que señala este
autor es que pueden encontrarse unas características comunes, aunque en gra-
dos diferentes en todas estas instituciones, y que podríamos resumir diciendo
que, básicamente, desocializan más que al contrario, y que la vida institucional
acaba teniendo efectos perversos sobre estas personas afectando a su identidad,
ya sea desde el punto de vista personal y/o social.
En este sentido, aunque esta separación no sea tan clara como parece, sí que
procede de una primera manera de diferenciar los lugares en los que se encierran
a determinadas personas, a las que se decide aislar de la sociedad, por un motivo
u otro, y en las que las reglas de comportamiento limitan y definen las acciones.
Esto significa que estas instituciones totales se caracterizan por ejercer un gran
control sobre lo que se hace, cuándo y de qué manera, así como una rutiniza-
ción de las tareas y ocupación del tiempo, con ausencia de privacidad, cambio
de condiciones de vida y un régimen de vigilancia, control y autoridad. Todo lo
que sucede en el interior de la institución está previsto y basado en dos tipos de
separación: interior/exterior, internos/externos (profesionales). A pesar de ello,
pueden desarrollarse múltiples formas de resistencia.
Un ejemplo de las instituciones cerradas y su doble proceso lo podemos ilus-
trar con la reflexión que hace el personaje principal de la novela La soledad del
corredor de fondo de Allan Sillitoe cuando le permiten salir durante un rato del
reformatorio donde se encuentra encerrado, a primera hora del día y con mu-
cho frío para poder entrenarse como corredor de fondo:
“¿Imagináis que esto me hará llorar? ¡Más vale que hablemos de ello! Sólo porque me
sienta atrapado como el primer bobo del mundo no significa que me tenga que poner
a llorar. Estoy cincuenta veces mejor que encerrado en el dormitorio con los otros
trescientos chavales. No: cuando estoy peor es cuando estoy allí dentro; cuando sien-
to que soy el último hombre del mundo, y es cuando no me encuentro tan bien. […]
Se supone que es un buen reformatorio, al menos me lo dijo el director cuando entré,
cuando vine a parar aquí desde Nottingham. ‘Queremos tener confianza en ti mien-
tras estés aquí, en la Institución’, me dijo, […] ‘Queremos que se trabaje bien y fuerte
y esperamos conseguir grandes atletas’, también me comentó. ‘Y, si tú nos das estas
cosas, ya puedes estar convencido de que te trataremos bien y que te devolveremos
al mundo convertido en un hombre honrado’. Sí, muy bien, me podía haber meado
de risa, sobre todo cuando, justo después de estas palabras, oí los ladridos del sargento
© Editorial UOC 146 Psicología del comportamiento colectivo
mayor que nos ordenaba, a mí y a otros dos chicos, que nos plantáramos en actitud
de firmes y, seguidamente, nos hizo caminar al paso, como si fuéramos granaderos de
la guardia.”
Sillitoe, A. (1985). La solitud del corredor de fons. Barcelona: Empúries, 1959 [versión
en castellano: Sillitoe, A. (2000). La soledad del corredor de fondo. Barcelona: Debate].
Barriga, S. (1982). Psicología del grupo y cambio social (p. 260). Barcelona: Hora.
Hasta aquí podría parecer que vamos dirigidos como robots por las
instituciones y que existe muy poco margen de actuación más allá de su crítica,
tal como hemos visto en el subapartado “El análisis institucional: la crítica a las
instituciones y la intervención por el cambio”, en el que este tipo de análisis
puede proponer transformaciones radicales hasta su misma abolición, en parti-
cular por lo que respecta a las instituciones totales. Sin embargo, el tipo de
reflexiones que acompañaba a estas críticas sobre lo que sucedía en el mundo
social generó una concepción que también incluye la acción continua que se ge-
nera, así como su potencial transformador. Por tanto, la otra gran aportación al
estudio de las instituciones sociales es entender que la institución se refiere, en
realidad, a un doble proceso o lo implica (Castoriadis, 1965): uno, el del orden
instituido, y el otro, el hecho de instituir un orden constituido, es decir, el ins-
tituyente. De este modo, se separaría entre orden instituido y constreñidor (or-
den ya establecido, o captado en el momento en un sentido objetivo y
sociológico), al que se opondrían otros movimientos u órdenes diferentes que
tienden a transformarlo o modificarlo de una manera u otra. Es decir, colocando
un nuevo orden, el de los instituyentes (en la misma acción de la institución
por su carácter activo). En este sentido, se entiende lo que sería la dialéctica del
instituido y el instituyente o, si se quiere, dicho de una manera más compren-
sible, lo que configura el más normativo y su producción y seguimiento, y lo
que conforma el más creativo, resistente y cambiante.
Este último aspecto es el que permite salirse de un planteamiento que pen-
saría en una permanente reproducción de las normas y valores, y una ejecución
representativa sin fracturas, cambios y transformaciones.
© Editorial UOC 150 Psicología del comportamiento colectivo
3. Goffman, E. (1988). Los momentos y sus hombres. Textos seleccionados y presentados por Yves Winkin.
Barcelona: Paidós, 1991.
© Editorial UOC 154 Psicología del comportamiento colectivo
“El futuro interno llega al establecimiento con una concepción de sí mismo que cier-
tas disposiciones sociales estables de su medio habitual hicieron posible. Apenas en-
tra, se le despoja de inmediato del apoyo que éstas le brindan. Traducido al lenguaje
exacto de algunas de nuestras instituciones totales más antiguas, quiere decir que co-
mienzan para él una serie de depresiones, degradaciones, humillaciones y profanacio-
nes del yo. La mortificación del yo es sistemática aunque a menudo no intencionada.
© Editorial UOC 156 Psicología del comportamiento colectivo
[…] Los procesos mediante los cuales se mortifica el yo de una persona son casi de
rigor en las instituciones totales; su análisis puede ayudarnos a ver las disposiciones
que los establecimientos corrientes deben asegurar, en salvaguardia de los yo civiles
de sus miembros.
La barrera que las instituciones totales levantan entre el interno y el exterior marca
la primera mutilación del yo. [...] En las instituciones totales, por el contrario, el in-
greso ya rompe automáticamente con la programación de rol, puesto que la separa-
ción entre el interno y el ancho mundo ‘dura todo el día’, y puede continuar durante
años.”
Goffman, E. (1961). Internados. Ensayos sobre la situación social de los enfermos mentales
(pp. 26-27). Madrid: Amorrortu-Murguía, 1987.
grandes temas es el del encierro, que cumple la idea de controlar aquello que
molesta al orden público y una determinada moral. No se trata, pues, de un en-
cierro necesario terapéuticamente, sino más bien de un encierro necesario mo-
ralmente. En el Estado español Álvarez-Uría (1983) desarrolla, a partir del
método genealógico de Foucault, un análisis sobre el nacimiento de la Psiquiatría
en el siglo XIX, a partir de crear tanto una institución nueva (el manicomio),
como una nueva legislación sobre el lugar de los pacientes y su regulación. Asi-
mismo, señala cómo se forma un nuevo cuerpo de profesionales y el naci-
miento de otra institución como es la prisión, para mantener el denominado
orden público.
Éste es el objetivo de montar un dispositivo de captura de la locura y de las
técnicas de vigilancia y juicio; de hecho, reproduciendo la escisión entre razón-
locura, y fuera-dentro, que también incorpora la explicación del nacimiento de
la Psicología.
En este sentido, el hospital se entendería como un sistema/espacio discipli-
nario, en tanto que los enfermos se reparten y distribuyen en su interior para
que puedan estar vigilados y clasificados. El caso del hospital psiquiátrico sería
como la disciplinarización de la locura (el asilo psiquiátrico se constituiría como
el campo de fuerzas entre el psiquiatra y el loco), el reajuste del individuo enfer-
mo a las normas de comportamiento, solicitadas, finalmente, por la familia y/o
la sociedad. A partir de aquí, se elabora el concepto de anormalidad psíquica, el
perfil, las correcciones, etc. Sin embargo, con el concepto de libertad, y anali-
zando lo que nuestra sociedad ha marginado, Foucault presenta las resistencias,
significaciones y acciones diferentes, en los márgenes no calculados.
“Tanto en este trabajo sobre prisiones como en otros, el blanco, el punto de ataque
del análisis, no eran las ‘instituciones’, ni la ‘teorías’ o una ‘ideología’, sino las ‘prác-
ticas’ y esto para entender las condiciones que en un momento determinado las hacen
aceptables: la hipótesis es que los tipos de prácticas no están únicamente dirigidos por
la institución, prescritos por la ideología o guiados por las circunstancias –sea cual
fuere el papel de unas y otras–, sino que poseen hasta cierto punto su propia regula-
© Editorial UOC 163 Capítulo III. Las instituciones sociales...
Foucault, M. (1975). Vigilar y castigar (pp. 58-59). Madrid: Siglo XXI, 1982.
De hecho, el trabajo de Foucault, tanto sobre la prisión como sobre los psi-
quiátricos o, dicho más de acuerdo con su pensamiento, sobre las prácticas del
encarcelamiento legal y la psiquiatrización de la enfermedad mental, muestra
que tanto la prisión como el hospital psiquiátrico constituyen programas ex-
plícitos, en el sentido de que lo que los conforma son toda una serie de prescrip-
ciones calculadas, a partir de las cuales se deben organizar tanto unos espacios
como unos determinados comportamientos para sus participantes.
Tal como hemos visto hasta ahora, de hecho, no puede hablarse de las
instituciones sociales sin hablar del control social. Ambas nociones están ínti-
mamente relacionadas. Sin embargo, tal y como se puede deducir de lo que he-
mos expuesto, tampoco se podría entender que fuéramos sólo en una dirección.
Es decir, que el control social esté vinculado a las normas y a su cumplimiento,
a partir de las instituciones o de los mecanismos grupales, no implica su auto-
mática incorporación en términos de socialización y mantenimiento del orden
social establecido. Ya hemos constatado que cualquier forma de regulación so-
cial no excluye que se produzcan cambios o que, en su aplicación práctica, se
confronten con resignificaciones o resistencias. Éste sería el caso tanto de los di-
ferentes tipos de ajustes explicados por Goffman, aunque sin ir tan lejos, como
de los espacios de libertad de los que habla Foucault. Constituiría la presenta-
ción de una nueva forma de explicar el funcionamiento del poder, a partir del
paradigma estratégico, la relación poder-saber-verdad, o, como veremos con
posterioridad en este capítulo, a partir de inscribir el control social o la vigilan-
cia en una situación de complejidad social y de nuevas formas de orden social
© Editorial UOC 164 Psicología del comportamiento colectivo
a partir de las mismas personas. Esto quiere decir que si prestamos atención a la
noción de control social vemos, siguiendo la explicación de Tomás Ibáñez,
(1982) lo siguiente:
“No hay por qué reducir el control social a los procesos que aseguran la internación
de las normas sociales, aunque esto constituya una de sus facetas más importantes. El
control social puede ejercerse, y de hecho se ejerce diariamente, a través de la coac-
ción o de la coerción, amén de más sutiles técnicas de manipulación.
Por fin, sería una equivocación igualar ‘control social’ con mantenimiento y repro-
ducción mecánica del orden social. El ‘control social’, y esto constituye una de sus
facetas sistemáticamente ignoradas, promueve y orienta los cambios sociales, en-
cauzándolos en las direcciones compatibles con las características básicas del orden
social instituido.
Se puede decir que todo modelo teórico de ‘control social’, suficientemente represen-
tativo del funcionamiento real de este proceso, debe incluir necesariamente los procesos
de regulación y orientación del cambio social, lo que no significa incluir los meca-
nismos predictivos lineales del tipo criticado por K. Popper (1961).”
sus miembros: entre las demandas que les hace y los valores que se sustentan
desde la cultura dominante.
Resumiendo lo que han aportado los estudios sobre las normas grupales, en-
contraríamos una serie de dimensiones regulativas de las normas, tales como re-
laciones afectivas, de autoridad, toma de decisiones, relaciones de estatus, con
aceptación o pertenencia a un grupo, de éxito, etc. Asimismo, observaríamos
una serie de mecanismos de mantenimiento de las normas en el grupo: unos
para impedir o dificultar el no seguimiento, como en el proceso de socialización
(las normas se aprenden y se dan a conocer directa o indirectamente) y otros
para prevenir y mantener la cohesión grupal (el mecanismo de control social ac-
tivo y pasivo), así como para mantener fuera a los que ya se han separado del
mismo (proceso de estigmatización).
Esta separación se puede entender tanto para evitar su peligro como para
facilitar su identificación, y tiene los efectos que hemos presentado en los
apartados anteriores: proteger y salvaguardar los intereses y ventajas percibidas
por grupos o individuos situados en posiciones dominantes. Es decir, un orden
es mantenido por parte de unos órganos de poder para señalar las desviaciones.
Asimismo, puede entenderse, como hacen algunas teorías, en términos de cas-
tigo y modelo para que tales desviaciones no se produzcan.
Ello sería lo que, tomando un ejemplo del mundo literario, le pasaría a Ber-
nard, el científico mal integrado por fallos en su proceso embrionario, como
parte de la sanción que se le impone, condenado a vivir en una isla donde se
recluye a todos los innovadores, en el mundo que describe Aldous Huxley en Un
mundo feliz como antiutopía de una sociedad cerrada.
instituyente, los grupos tampoco. Encontramos explicada esta parte con fre-
cuencia a partir de los cambios de normativización en los grupos y a partir de
diferentes procesos: o bien se acepta la transformación de normas porque han
sido confeccionadas por miembros valorados muy positivamente por el grupo,
de forma que éste cambia, o bien se va creando un subgrupo de personas que se
han apartado del mismo y que con sus acciones también acaban produciendo
transformaciones.
Sin embargo, tal como sucede, como comentábamos con anterioridad, con
las instituciones y el cambio, es preciso incluir la autonomía de las personas y
el concepto de libertad para entender que nunca se trata de un proceso cerrado
y previsible, ni seguramente encargado o esperable de un determinado grupo
social.
La escritora y periodista catalana Montserrat Roig4 llevó a su programa Per-
sonatges a una mujer, Irene Puigvert, y recibió un montón de cartas a favor y
en contra. Tal como ella misma señaló, “No hay ningún personaje de todos
los entrevistados que haya provocado tanto ruido. […] Irene Puigvert es una
mujer sin estudios, que confiesa haber sido encerrada en el manicomio, baja
y de cara infantil. Lleva trenzas. Seguí un poco por encima el consultorio que
dirige en una de estas revistas del corazón. El éxito es considerable. […] Irene
Puigvert practica un tipo de psicoanálisis para pobres. …] Si queremos saber por
qué Tapies se ha hecho pintor, creo que también es justo querer averiguar por qué
Puigvert se ha hecho médium.”
En este sentido, lo que mejor recoge esta idea es el esclarecimiento sobre la
comprensión del funcionamiento del poder que nos hace Tomás Ibáñez (1982,
p. 3): “Pensar el poder en relación con la libertad o la autonomía conduce a
plantearlo en términos de los efectos que tiene sobre los sujetos, dejando abier-
tas todas las posibilidades en cuanto a sus modalidades de ejercicio. Considerar
que ejercer poder es afectar negativamente a la autonomía o la libertad de un
sujeto, aunque sea por ‘su bien’, aunque sea sin ‘intención’, e incluso sin saber-
lo, conduce a plantear el poder en relación con los diversos determinismos que
inciden sobre el sujeto, y apunta hacia los mecanismos modernos de su ejerci-
cio. Es porque se ha excluido la libertad del análisis del poder por lo que este
análisis sólo ha producido una caricatura. Es el efecto producido sobre la auto-
nomía del sujeto lo que permite decidir si es una relación de poder, en todos
aquellos casos no triviales donde cabe una duda.”
Ello no quiere decir que tanto la idea de libertad como la de autonomía no
puedan pensarse como si no formaran parte del sistema social o como si no fue-
ran claramente identificables. Debemos tener en cuenta que pueden crearse
“ilusiones de libertad”, tal como se puede ir deduciendo de lo que hemos ido
exponiendo hasta ahora, de tal manera que éstas conformarían una expresión
muy sutil del poder institucional y del control social, dado que, en este caso,
funcionaríamos haciendo las cosas creyendo que tenemos el control sobre ellas
o que son decisión totalmente nuestra, tal como veremos con mayor deteni-
miento en los siguientes subapartados.
“Con la libertad de movimiento como nuevo centro, la polarización actual tiene mu-
chas dimensiones. Este nuevo centro confiere un nuevo brillo a las tradicionalmente
respetadas distinciones entre ricos y pobres, nómadas y sedentarios, normales y anorma-
les o aquellos que habían violado la ley. La cuestión de cómo se entrelazan e influencian
mutuamente estas dimensiones de la polaridad constituye otro problema complejo.”
Bauman, Z. (2001). Globalització. Les conseqüències humanes (p. 35). Barcelona: Pòrtic.
© Editorial UOC 170 Psicología del comportamiento colectivo
“Estamos siendo testigos del derribo completo de la sociedad civil y del intento de for-
talecer las características psicológicas y sociales de este Robinson Crusoe económico
del liberalismo (incluso cuando ahora este hombre también puede ser una mujer), al-
guien sin lazos fuertes ni raíces comunitarias.” (Walkerdine, V. 2001).
En este mismo sentido, existe otro análisis que denuncia la necesidad para
el sistema neoliberal de este sujeto, siempre dispuesto al cambio y a la adap-
tación constante, y que desea lo que es nuevo. Aunque es posible que parezca
que salir de la inmovilidad pueda ser interesante, en realidad se transmite una
idea de flexibilidad constante y atracción por el cambio, que rompe con la so-
lidaridad o el valor de la experiencia, así como con algún tipo de compromiso
ético, y que genera discriminación social. De hecho, se busca una trans-
formación personal haciendo que algo necesario para el sistema constituya un
objetivo personal y parezca liberador e innovador. Es el que muestra el so-
ciólogo Richard Sennet (1998), tampoco exento de problemas, analizando la si-
tuación de despedidos por grandes multinacionales, de un joven emprendedor
y de los cambios en una panificadora familiar. Resalta el problema de que no
cuente para nada la experiencia ni la solidaridad, hecho que supone efectos ne-
gativos de valoración en las personas y la sensación de que la experiencia pa-
sada no les sirve, aparte de la ruptura de vínculos sociales importantes así como
identitarios.
© Editorial UOC 171 Capítulo III. Las instituciones sociales...
Referente a todo lo que hemos visto hasta ahora, es preciso ir un poco más
lejos y empezar a plantear cuáles son las relaciones más sutiles entre las institu-
© Editorial UOC 173 Capítulo III. Las instituciones sociales...
ciones, el imaginario social y las acciones colectivas, cómo nos afectan las orga-
nizaciones, clasificaciones y actuaciones de las instituciones culturales y cuál es
la forma en que, a la vez que nos influyen, nosotros, con nuestras acciones, tam-
bién influimos sobre ellas. Para plantear estas relaciones de las acciones cotidia-
nas en ambos sentidos, nos referiremos al trabajo que ha llevado a cabo la
investigadora Mary Douglas y que se ha publicado con el título de Cómo piensan
las instituciones, puesto que plantea la cuestión de hasta qué punto depende el
pensamiento de las instituciones, y al trabajo de Cornelius Castoriadis sobre La
institución imaginaria de la sociedad, dado que incluye toda la parte creativa de la
acción humana.
Douglas, M. (1986). Cómo piensan las instituciones (p. 15). Madrid: Alianza.
Douglas, M. (1986). Cómo piensan las instituciones (p. 137). Madrid: Alianza.
Douglas, M. (1986). Cómo piensan las instituciones (p. 163). Madrid: Alianza.
© Editorial UOC 175 Capítulo III. Las instituciones sociales...
Las instituciones “naturalizan”, hacen que parezca natural, desde la idea del
amor romántico, por poner un ejemplo, como si fuera algo fuera de una cons-
trucción sociocultural temporal y que cumple ciertas funciones sociales o re-
produce el orden, hasta el castigo de ciertos comportamientos.
De hecho, esto explica el tipo de narraciones y discursos que se producen
alrededor y en el interior de las instituciones. Por consiguiente, el lenguaje
constituye un elemento central de las mismas y se genera en las dinámicas re-
lacionales de los grupos y entre estos últimos dentro de las instituciones, de
tal manera que se producen versiones de los hechos que pueden hacer conci-
liar acciones injustas sobre la base de las necesidades institucionales o bien de
las necesidades colectivas que actúan como argumento irrefutable, de orden
no personal, camuflando los intereses particulares, ya sea para seguir la lógica
institucional, para conseguir cuotas de poder o para no romper la normativi-
dad general.
Por ello, desde esta perspectiva, lo que parece más fundamental es cambiar
las instituciones, más que a los individuos, cuando se produzca una situación
grave de conflicto. De hecho, esto ya se hace continuamente, puesto que, tal
como señalábamos al inicio del capítulo, el instituido se transforma en el
instituyente y viceversa.
una sutileza que produce la manera de pensar y actuar de las personas o, dicho
de otra manera, que conforma su subjetividad. Es el caso de la Psicología, que
tomaremos como ejemplo a partir de los últimos trabajos que se han llevado a
cabo desde la perspectiva socioconstruccionista y que se basa tanto en ciertas
premisas de los trabajos del interaccionismo simbólico, del enfoque dramatúr-
gico de Goffman y del análisis institucional, como en los de Foucault. En este
sentido, la cuestión central sería la de mostrar cómo se constituyen los indivi-
duos por medio del dominio social; cómo el hecho de que ciertas normas for-
men parte de nuestra visión de sentido común de la realidad hace que seamos
capaces de olvidar que son el resultado de una producción, que se han natura-
lizado como indiscutiblemente biológicas o sociales. Existe una esencial inter-
penetración dialéctica del sujeto y el objeto, en la que ninguno de los dos tiene
una primacía total, hecho que el sociólogo Anthony Giddens denomina duali-
dad estructural, que describe la relación entre la persona y la sociedad: la perso-
na es el producto de la sociedad y actuando también reproduce o transforma
potencialmente la sociedad.
Rose, N. (1989). Gouverning the soul. The shapping of the private self (p. 126). Londres:
Routledge.
© Editorial UOC 180 Psicología del comportamiento colectivo
Rose, N. (1989). Gouverning the soul. The shapping of the private self (p. 124). Londres:
Routledge.
Rose, N. (1989). Gouverning the soul. The shapping of the private self (p. 130). Londres:
Routledge.
5. El trabajo del psicólogo social K. Gergen ilustra bien estos procesos llevando a cabo un análisis a
lo largo del tiempo.
© Editorial UOC 182 Psicología del comportamiento colectivo
Estas instituciones operan de acuerdo con una regulación del detalle. Esta úl-
tima y la evaluación de la conducta establecen una reja de codificación de los
atributos personales. Actúan como normas, capacitando las previsiblemente
aleatorias e impredecibles complejidades de la conducta humana, para codifi-
carlas desde un punto de vista conceptual y conocerlas en términos de juicios
como el de conformidad o el de desviación de estas normas.
el amor romántico como principios que guían la acción; sin embargo, es preciso
cuestionar las implicaciones morales y políticas de dar prioridad a estos objeti-
vos individualistas. Allí donde hay una explicación liberal sobre “el amor ver-
dadero”, la explicación de Kitzinger examina el papel del amor romántico, la
pareja y la monogamia en relación con la opresión de la mujer.
Resumiendo, las instituciones sociales y las dinámicas que generan tienen
una íntima relación con el pensamiento, tanto porque conforman su pensa-
miento activa y productivamente, como porque facilitan su aceptación sobre la
base de que parecen fenómenos naturales y razonables dentro de la lógica que
se establece. Por otro lado, esta relación con el pensamiento hace que puedan
dirigir las acciones hacia lo que permite su supervivencia y que se puedan legi-
timar, dado que fabrican estas últimas desde la memoria hasta las identidades
que son necesarias.
Cualquier sociedad construye y legitima ciertos tipos de permisividades y
prohibiciones, determinados valores y maneras de ser que transmite confor-
mando el imaginario social y que tienen que ver con la idea de control social,
entendida en un sentido amplio. Sin embargo, no se puede pensar su control
social sin su vínculo con la libertad, la resistencia y la transformación social.
Reconocer el papel de la Psicología como ciencia de la modernidad y como
institución social del conocimiento sobre las personas implica reconocer su par-
ticipación en la regulación social. Esto no sólo se entiende en el sentido de que
la Psicología oprima y limite a los individuos, sino más bien entendiendo la Psi-
cología como productiva, puesto que crea vocabulario para explicar la experien-
cia personal y configura nuevos sectores de la realidad, constituyendo
subjetividades, a la vez que no queda exenta de una acción política, al participar
en la regulación social o desarrollar unos efectos autoritarios vinculados al or-
den social dominante. Definir qué es normal y qué es patológico ha constituido
un ejercicio de poder, definiendo, a su vez, quién es capaz de identificarlo y a
partir de qué medios. Su poder parte, especialmente, de la acción conjunta entre
gobierno y saber, y del hecho de dotarse de un discurso que se presenta como
verdadero.
Las instituciones sociales son cambiantes, así como los hombres y las muje-
res. A partir de la constante actividad social, tanto las formas de regulación
como las de resistencia transforman sus maneras de operar. La ordenación y
distribución de los tiempos y actividades se complican cada vez más con el sis-
© Editorial UOC 187 Capítulo III. Las instituciones sociales...
Capítulo IV
Introducción
“Memoria social” y/o “memoria colectiva” son nociones que utilizamos con
asiduidad, o que escuchamos o leemos en los medios de comunicación. En prin-
cipio y a simple vista, ninguna de estas nociones parece implicar mayores difi-
cultades en cuanto a su sentido. Sin embargo, si reflexionamos un poco sobre
ellas, podremos comprobar que este paralelismo no resulta tan obvio.
Utilizar el rótulo memoria social no parece suponer demasiados problemas. Se
podría pensar que es la memoria que una persona conserva sobre hechos y
acontecimientos de su sociedad. Aunque a lo largo del capítulo podrá verse que
esta noción es bastante más compleja. Por el momento, lo que nos interesa se-
ñalar es que el énfasis del recuerdo recae en el individuo; quizá, nada que en
principio llame la atención.
Sin embargo, fijémonos ahora en la etiqueta memoria colectiva. Posiblemente,
hay algo que, en este instante, ya no nos pasa desapercibido: ¿una colectividad
que recuerda? ¿Cómo puede un proceso psicológico o mental vincularse a un
proceso plural y heterogéneo? A diferencia de la noción de memoria social, la
de memoria colectiva no remite de manera tan directa y automática a una per-
sona que recuerda. Parecería que estuviéramos utilizando una idea contradicto-
ria, o que manejásemos una paradoja.
La razón de nuestra sorpresa ante la noción de memoria colectiva se explica,
en buena medida, por lo que está inadvertido en la noción de memoria social,
© Editorial UOC 190 Psicología del comportamiento colectivo
Sin embargo, esto no es todo; las personas individualmente, pero básicamente por su
pertenencia a grupos, luchan por defender una memoria que, lógicamente, significa
el abandono de otras. A su vez, organizaciones, instituciones, medios de comunica-
ción y otros agentes colectivos también intentan instaurar sus memorias y anular
otras.
¿Cómo podemos congeniar todos estos aspectos con una concepción de la memoria
como capacidad individual? ¿Es posible mediante una única referencia a un proceso
mental explicar qué es, cómo se organiza, cuál es su significado en las relaciones y
qué papel cumple en la sociedad?
© Editorial UOC 192 Psicología del comportamiento colectivo
“Recuerdo que…”, “mi memoria es…”, “la memoria es frágil”, “conviene que
recordemos…”, “debemos luchar contra el olvido…”, “no lo olvidaré nunca”.
Utilizamos estas expresiones y otras en nuestras conversaciones cotidianas; sin
embargo, a menudo también hablamos sobre qué es recordar bien o mal, qué
significa tener buena o mala memoria… y, en general, no nos encontramos con
demasiados problemas. Entendemos a los demás cuando nos dicen que recuer-
dan, o que han olvidado, nos fiamos de su palabra cuando nos relatan sus re-
cuerdos, aunque a veces discutimos lo que nos cuentan y ponemos en tela de
juicio la verosimilitud de sus recuerdos, la confianza que nos merece su memo-
ria o, directa y destempladamente, les decimos que lo que recuerdan no puede
haber ocurrido. Todo parece bastante rutinario cuando hablamos o utilizamos
como referentes en nuestras relaciones cotidianas “procesos psicológicos”. No
obstante, si prestamos un poco de atención, todo esto que nos parece rutinario
y convencional deja de serlo y se convierte en un asunto problemático. Todo
depende del enfoque. Esto es lo que intentaremos ver a lo largo de los siguientes
apartados.
Adoptar una noción o una definición nos obliga, para poder ser congruentes
con sus supuestos o premisas, a operar de un modo determinado y así mantener
su sentido, evitando que se convierta en prescindible o innecesaria. Es decir,
adoptar una determinada noción, sea cual fuere, tiene consecuencias: prescribe
determinadas operaciones. Veamos algunas de las que se derivan de la noción
de memoria que estamos analizando.
Este hecho representa una dificultad para tratar la memoria como mera lite-
ralidad, dado que, o bien estamos desvirtuando los usos de la memoria, o bien
estamos desvirtuando la realidad en que la memoria adquiere sentido.
En este momento, ya son muchas las preguntas que nos hemos formulado
sobre la noción e investigación de la memoria. Sin embargo, este itinerario para
la interrogación quedaría incompleto si obviáramos el repaso, aunque sea su-
cinto, de la dimensión histórica y social de los estudios de la memoria. ¿Pode-
mos identificar el origen de la noción de memoria que hemos examinado?
Como cualquier ámbito de conocimiento, el estudio de la memoria y sus de-
finiciones han surgido en un contexto histórico y social determinado, y han
evolucionado por medio de este contexto sociohistórico y en dependencia con
el mismo: mediante los conocimientos imperantes, las preocupaciones existen-
tes, las prácticas instituidas, la cultura, etc., y, como veremos, por medio de las
metáforas preponderantes en una determinada época o momento histórico
(Draaisma, 1995), éstas, también, igualmente históricas.
Sería demasiado prolijo hacer un repaso histórico exhaustivo de los diferen-
tes enfoques y tradiciones en el estudio de la memoria, cómo se ha entendido y
el papel que ha jugado en la historia del pensamiento y, por extensión, de la so-
ciedad. La reflexión sobre la memoria y sobre los procesos mnemónicos ha sido,
desde los presocráticos, una constante de la reflexión filosófica. Son múltiples
las teorías que se han elaborado, así como los agentes que, con distintos acen-
tos, las han formulado: teólogos, físicos, médicos, escritores, etc. Sin embargo,
aunque las formulaciones son muy diferentes, es posible identificar una cierta
conexión y un relativo encadenamiento.
No obstante, del mismo modo que se puede identificar cierta concomitancia
en la sucesión de formulaciones, también es posible identificar giros drásticos
que interrumpen toda conexión con tradiciones anteriores y que se erigen en
tratamientos totalmente diferentes. En la Psicología de la memoria es posible se-
ñalar como mínimo dos hitos que supusieron un profundo cambio, no sólo en
la manera de estudiar la memoria, sino también en la forma como ésta se pasó
a entender en la vida cotidiana: el giro experimental y el giro hacia el procesa-
miento de la información. Éstos constituyen los dos hitos en los que podemos
ubicar el origen de los estudios de la memoria, tal como se suelen concebir en
la actualidad.
© Editorial UOC 202 Psicología del comportamiento colectivo
2. La vindicación para la Psicología de la condición de ciencia natural constituyó una de las princi-
pales reclamaciones de Hermann Ebbinghaus. Sostuvo que, para estudiar los “procesos psíquicos
superiores”, era ineludible utilizar la investigación natural exacta, el experimento y la medición.
© Editorial UOC 203 Capítulo IV. La memoria social...
“La metáfora del ordenador sugiere que la memoria humana, como un instrumento
construido por la evolución, incluye un programa que, sin embargo, no fue aportado
por el ‘Divine Hacker’. La misión de la Psicología cognitiva es subsanar este olvido.
Para descubrir la arquitectura de nuestro propio programa mnemónico podemos re-
currir a programas y sistemas que diseñamos para almacenar, manipular y reproducir
datos. Según esta visión, los programas informáticos centrados en la simulación de
procesos mnemónicos pueden hacer las veces de teorías.”
Draaisma, D. (1995). Las metáforas de la memoria. Una historia de la mente (p. 195). Ma-
drid: Alianza, 1998.
“Recordar es una función de la vida diaria, por tanto ha tenido que desarrollarse de
acuerdo con las exigencias de la misma. Dado que nuestros recuerdos se entremezclan
constantemente con nuestras construcciones, quizá deban tratarse como poseedoras
de un carácter constructivo.”
Bartlett, F. (1932). Recordar. Estudio de Psicología experimental y social (p. 65). Madrid:
Alianza, 1995.
“...he intentado investigar sobre las condiciones sociales del recuerdo; aclarar algu-
nos problemas de la determinación, dirección y modificación social de los procesos
de recordar.”
“No cabe duda de que existen factores de origen social que influyen directa y
poderosamente en buena parte del proceso humano del recordar.”
3. Frederic C. Bartlett fue un psicólogo británico originalmente interesado en los procesos percep-
tivos. Sin embargo, muy pronto comprobó que este estudio le llevaba, casi de manera inevitable, al
estudio del recuerdo. En un inicio, Bartlett siguió el camino empezado por Hermann Ebbinghaus;
sin embargo, enseguida lo consideró insatisfactorio. Así, en contraposición a la insistencia de
Ebbinghaus por simplificar las condiciones experimentales para poder hacer de la memoria algo
manejable, Bartlett no prescindió de la asunción compleja de su estudio ni de su funcionamiento
en la vida cotidiana. Bartlett utilizó el material que Ebbinghaus, en su énfasis por estudiar la
memoria en su forma “pura”, había rechazado: historias, pasajes en prosa y dibujos; es decir, mate-
rial con significado. Sus trabajos han supuesto una gran influencia en la Psicología cognitiva, de la
que, con frecuencia, se le considera inaugurador; aunque en esta asimilación cognitiva, a menudo
se ha relegado a un segundo plano, si no olvidado, el énfasis que este autor confería a los determi-
nantes sociales e institucionales del recuerdo.
© Editorial UOC 208 Psicología del comportamiento colectivo
“El psicólogo, tanto si utiliza métodos experimentales como si no, trata con seres
humanos y no simplemente con reacciones.”
“Es imposible entender ningún proceso mental de grado superior si se estudia simple-
mente por y para sí mismo. [...] No tenemos derecho a afirmar que un hombre reco-
noce, recuerda o piensa ‘gracias a que’ tiene una facultad específica para hacerlo [...]
si intentamos resolver cualquier problema psicológico genuino, estamos obligados a
aceptar ciertas actividades o funciones complejas como punto de partida. Tenemos
que admitir el principio de que éstas no se han de multiplicar más de lo que sea ab-
solutamente necesario; pero no hace falta pasar de ahí. [...] es casi imposible encon-
trar una sola actividad o función mental que a lo largo de la historia de la psicología
alguien no haya considerado como punto de partida imposible de analizar. La razón
reside en que los psicólogos siguen considerando que las soluciones a los problemas
que todo proceso mental presenta pueden hallarse sin buscar más allá de los límites
propios del proceso específico.”
Es precisamente este “esfuerzo en pos del significado” el que opone serias tra-
bas para “...suscribir a la ligera la teoría de las inertes, fijas e inmutables huellas
de la memoria” (Bartlett, 1932, p. 83). En este sentido, resulta muy esclarecedor
cómo justifica Bartlett la utilización de material con signos gráficos para la rea-
lización de uno de sus experimentos, puesto que nos proporciona una clave de
interpretación de la actividad del recordar:
“Es indudable que al interrogar a una persona sobre una representación nos esta-
mos alejando de las condiciones de la vida cotidiana. Las acciones y reproducciones
habituales se producen en su mayoría de forma ocasional y accesoria respecto a
nuestras preocupaciones primordiales. Comentamos con otras personas las cosas
que vemos para valorarlas y criticarlas, o comparamos nuestras impresiones con las
de los demás, pero normalmente no nos molestamos en buscar una total precisión de
forma directa y expresa. Mezclamos la interpretación con la descripción, interpola-
mos cosas no presentes originalmente, transformamos las cosas sin esfuerzo y sin
darnos cuenta de ello.”
“[...] la abrumadora impresión que produce este tipo de experimento más ‘realista’ so-
bre la memoria es que el recuerdo humano suele hallarse enormemente sujeto a error.
Parece que lo que decimos con el fin de que otros lo reproduzcan es realmente –en
mayor medida de lo que suele admitirse por lo general– una construcción que sirve
para justificar cualquier impresión que pueda haber dejado el original [se refiere al
material utilizado en el experimento]. Es precisamente esta ‘impresión’, raramente
definida con mucha exactitud, la que persiste con mayor facilidad. Mientras los de-
talles que se puedan construir alrededor de ella sean tales que le proporcionen un
contexto ‘razonable’, la mayoría de nosotros nos sentimos bien y tendemos a pensar
que lo que construimos lo hemos retenido al pie de la letra.”
2) Esquemas y actitud
Frederic C. Bartlett sostenía que el recordar tiene un carácter constructivo y,
en este sentido, afirmaba que:
“La primera idea que hay que eliminar es que la memoria es fundamental o literalmen-
te reiterativa o reproductiva. En un mundo como el nuestro, en el que constantemente
cambia todo a nuestro alrededor, el recuerdo literal tiene poca importancia. [...] De he-
cho, si nos atenemos a los datos más que a los supuestos previos, el recuerdo resulta ser
mucho más una cuestión de construcción que una cuestión de mera reproducción”.
terminación del pasado es, en cierta manera, así, y funciona de este modo, en la
medida en que las personas pueden “volverse hacia sus esquemas” y convertirlos
en objeto de sus reacciones. Realizar esta operación no consistiría en analizar los
contextos (puesto que los detalles aislados que los constituían habrían desapare-
cido), sino en construir o inferir a partir de lo que está presente los componentes
probables que intervinieron en su constitución y el orden en que lo hicieron:
“Se daría entonces el caso de que el organismo dijera, si pudiera expresarse, ‘tiene que
haber ocurrido esto y lo otro y lo de más allá para que mi estado actual sea el que es’”.
“[...] una construcción en gran parte basada en esta actitud y su efecto general es una
justificación de la misma”.
3) Convencionalización
Un aspecto relevante que Frederic C. Bartlett señala en el estudio del recuer-
do es la “convencionalización”, puesto que permite ilustrar la influencia del pa-
5. Para Frederic C. Bartlett una actitud es un proceso psicológico no definible en términos psicoló-
gicos elementales. Se vertebra por el sentimiento y el afecto, y se caracteriza por la duda, la vacila-
ción, la sorpresa, el asombro, la seguridad, el disgusto, el rechazo, etc. En relación con el acto de
recordar, cuando se le pide a una persona que recuerde, Bartlett señala que lo primero que surge es
algo de la índole de una actitud.
6. Percibir, imaginar y recordar son, para Frederic C. Bartlett, procesos activos interrelacionados.
Resulta especialmente interesante la reflexión que hace Bartlett respecto a la conexión entre recor-
dar e imaginar: “Considérese el caso de un sujeto que está recordando una historia que había escu-
chado hacía unos cinco años, en comparación con otro caso en el cual, a partir de ciertos
elementos, esté construyendo lo que él considera que es una historia nueva. He intentado repeti-
das veces este último experimento y no sólo la forma y el contenido reales de los resultados, sino lo
que es más importante por ahora, las actitudes del sujeto en ambos casos fueron sorprendente-
mente similares. En uno y otro era común encontrar la comprobación preliminar, el esfuerzo por
llegar a algún lado, el cambiante juego de duda, satisfacción, etcétera, y la construcción final de
toda la historia acompañada de un avance cada vez más seguro en una dirección determinada.”
Bartlett, F. (1932, p. 273).
© Editorial UOC 213 Capítulo IV. La memoria social...
“[...] partimos del presente, del sistema de ideas generales que está a nuestro alcance,
del lenguaje y de los puntos de referencia adoptados por la sociedad, es decir, de todos
los medios de expresión que ésta pone a nuestra disposición [...].”
Halbwachs, M. (1925). Les cadres sociaux de la mémoire (p. 25). París: Albin Michel,
1994.
“[...] el recuerdo es en gran medida una reconstrucción del pasado con la ayuda de
datos tomados del presente y compuesto, por otra parte, por diferentes reconstruccio-
nes realizadas en épocas anteriores en las que la imagen de otro tiempo llega ya bien
alterada.”
1) Lenguaje
La reconstrucción del pasado indica que la memoria no es el resultado de la rea-
lización de un acto mecánico, sino la práctica de una función simbólica. Es decir,
de la posibilidad de compartir significados con otros y construir comunicativa-
© Editorial UOC 215 Capítulo IV. La memoria social...
“Es necesario renunciar a la idea de que el pasado se conserva tal cual en las memorias
individuales, como si se hubiesen sacado tantas pruebas diferentes como individuos
hay. Los hombres que viven en sociedad usan palabras cuyo sentido comprenden:
ésta es la condición del pensamiento colectivo. Así, cada palabra (comprendida), se
acompaña de recuerdos, y no hay recuerdos a los que no podamos hacer corresponder
palabras. Hablamos de nuestros recuerdos antes de evocarlos; es el lenguaje y es todo
el sistema de convenciones sociales que le son solidarias el que nos permite, en cada
instante, reconstruir nuestro pasado.”
Para Maurice Halbwachs tanto la experiencia del pasado como la del presen-
te es social. No surge espontáneamente y no posee unas características “de por
sí” que se encuentren depositadas en la realidad a la espera de ser captadas. La
experiencia surge de las prácticas comunicativas o, lo que es lo mismo, toda ex-
periencia se reconstruye socialmente.
En este sentido podemos decir que la memoria individual constituye el resul-
tado de la participación de las personas en diferentes grupos en los que se
reconstruyen distintas memorias colectivas que, a su vez, son resultado de prác-
ticas comunicativas y de intercambios.
“Lo más frecuente, si me acuerdo, es que los otros me incitan a acordarme, que su
memoria viene en ayuda de la mía, que la mía se apoya en la suya. En estos casos, al
menos, la evocación de los recuerdos no tiene nada de misterioso. No hay que buscar
dónde están, dónde se conservan, en mi cerebro o en algún reducto de mi mente al
que sólo yo tengo acceso, puesto que me son recordados desde afuera y los grupos de
los que formo parte me ofrecen a cada momento los medios para reconstruirlos, a
condición de que me vuelva hacia ellos y que adopte, al menos temporalmente, sus
formas de pensar.”
2) Grupos
Para Maurice Halbwachs (1925, 1950), el grupo constituye la condición de
la memoria: sin grupos, la memoria no sería posible. Sin embargo, sostiene
también que la memoria es una condición indispensable para la existencia del
grupo. Formulado en otros términos para reinterpretar el aserto halbwacsiano,
se podría decir que no existe recuerdo sin vida social, así como tampoco hay
vida social sin recuerdo (Ramos, 1989).
Los recuerdos o fragmentos de recuerdos que parecen pertenecernos única-
mente a cada uno de nosotros o de nosotras sólo pueden garantizar su perma-
nencia (no inalterable, sino mutable) en la medida en que se vinculan a
entornos sociales definidos y definitorios de grupos a los que pertenecemos. Sin
esta vinculación, la memoria sería ininteligible.
“[...] si bien la memoria colectiva obtiene su fuerza y su duración al tener por soporte
a un conjunto de hombres, son, sin embargo, los individuos quienes recuerdan en
© Editorial UOC 217 Capítulo IV. La memoria social...
tanto que miembros del grupo. De esta multitud de recuerdos comunes, que se apo-
yan unos sobre otros, no son los mismos los que aparecerán con igual intensidad para
cada uno de los miembros del grupo. Diremos de buen grado que cada memoria in-
dividual constituye un punto de vista sobre la memoria colectiva, que este punto de
vista cambia de acuerdo con el lugar que ocupo, y que este lugar cambia él mismo de
acuerdo con las relaciones que establezco con otros medios. No es sorprendente,
pues, que de un instrumento común no todos obtengan el mismo resultado. Sin em-
bargo, cuando se intenta explicar esta diversidad, se desemboca siempre en una com-
binación de influencias, que son todas ellas de naturaleza social.”
3) Contenido de la memoria
Siempre que recordamos lo hacemos en virtud de algo relativo a nuestra
experiencia. No podemos recordar nada que sea asocial básicamente por dos
razones. Por un lado, porque ninguna experiencia que pueda considerarse como
tal se puede situar al margen de los fenómenos que tienen significado en una
cultura, en una sociedad y en un momento de la historia. Por otro lado, ninguna
experiencia puede interpretarse y comprenderse si no hacemos uso de los ins-
trumentos que nos facilita nuestra sociedad para hacer inteligibles nuestras ex-
periencias, nuestros sentimientos o nuestras percepciones8.
La presencia de otras personas en nuestros recuerdos y cuando recordamos
pueden entenderse en dos sentidos: recordar en copresencia y que en nuestros
recuerdos participan otros seres humanos. Sin embargo, se puede entender tam-
bién en el sentido de que, cuando recordamos estando solos, la presencia y la
influencia de la sociedad no desaparecen, sino que continúan siendo aquello
que posibilita la acción de recordar.
“[...] cuando el hombre cree encontrarse solo, cara a cara consigo mismo, otros hom-
bres emergen y, con ellos, los grupos de los que proceden. [...] La sociedad parece de-
tenerse en el umbral de su vida interior. Pero sabe bien que, incluso entonces, el
hombre no se evade de ella más que en apariencia y que, quizá, en ese momento,
cuando parece pensar menos en ella, es cuando desarrolla sus mejores cualidades de
hombre social.”
8. Tal vez pueda entenderse mejor el carácter social de lo que acostumbramos a asumir como
una experiencia privativa y mental si examinamos someramente un sentimiento como el amor.
Aunque solemos concebirlo como algo exclusivamente accesible a cada uno de nosotros/as, este
sentimiento sólo es interpretable en la medida en que a lo largo de nuestra vida hemos ido
adquiriendo las habilidades necesarias para reconocerlo como tal, para distinguirlo de otros sen-
timientos y para darnos cuenta de si otras personas experimentan lo mismo. Es decir, aunque a
primera vista pueda parecer algo muy privativo, en realidad está inserto en un marco social que
lo hace inteligible a todos y a cada uno de los miembros de una sociedad. Sin embargo, esta inte-
ligibilidad también procede de los instrumentos que la sociedad de la que formamos parte pone
a nuestro alcance para poder interpretarlos y, por ello, en nuestra sociedad se establecen distin-
ciones tan pintorescas como la del amor fraternal, el amor filial, el amor romántico, etc.; o se
trata el amor como una magnitud y operamos con él, por ejemplo, cuando afirmamos que quere-
mos a alguien mucho, a otro nada, a un tercero poco y a nosotros mismos como a nadie y nada
en el mundo; o, incluso, cuando establecemos distinciones tan precisas entre amor, cariño, ter-
nura, afecto, pasión, apego, aprecio, etc.
© Editorial UOC 219 Capítulo IV. La memoria social...
4) Marcos sociales
Maurice Halbwachs (1925, 1950, 1941) sostenía que, para reconstruir el pa-
sado, es necesario disponer de marcos sociales que permitan encuadrar y estabi-
lizar los contenidos de la memoria. Si no se produjera un nexo entre los
recuerdos y los marcos, no dispondríamos de memoria. Los marcos no funcio-
nan por separado, sino que es su conjunción la que permite el recuerdo. Estos
marcos son el espacio9 y el tiempo10, y ambos son construcciones sociales. Es
decir, no preexisten en los seres humanos, sino que son producciones que éstos
han elaborado y que se definen por su dimensión significativa. Por medio de los
marcos, los grupos reconstruyen su memoria; sin embargo, a partir de los
mismos, también es posible hacer presentes los grupos que los constituyeron.
Las relaciones entre la experiencia y los marcos son muy variables. Con
frecuencia recordamos, pero no sabemos dónde ubicar el recuerdo. En otras oca-
siones la sensación es inversa: sabemos ubicarnos en algún lugar, pero no sabe-
mos qué debemos colocar en el mismo. Para hablar propiamente de recuerdo,
resulta imprescindible que tengamos un contenido de recuerdo y que sepamos
ubicarlo en los marcos.
a) Marco temporal
En los diferentes entornos sociales y en los distintos grupos, la medición del
tiempo no se conecta de manera directa con una temporalidad única (el tiempo
histórico en que participamos todas las personas), sino que las fechas de referencia
constituidas por el propio grupo son las que le permiten enmarcar sus recuerdos.
El tiempo del grupo fija, ordena y establece la secuencia de acontecimientos, de
manera que éstos se puedan localizar. Así, según sea cada grupo, nos encontramos
con los tiempos de las cosechas, el año académico, el año comercial, el año litúr-
gico, etc. De hecho, se podrían identificar tantos calendarios como grupos socia-
les. El tiempo estructurado de esta manera se convierte en un tiempo fijo que
permite el encuadre y la estabilización de los contenidos de la memoria:
“No se puede decir que estos tiempos pasen, ya que cada conciencia colectiva puede
acordarse y la subsistencia del tiempo parece ser una condición de la memoria. Los
b) Marco espacial
El marco espacial es más estable que el marco temporal. Los diferentes gru-
pos dejan huella y modifican los distintos espacios donde se desarrollan, de la
misma manera que los espacios imponen a los grupos adaptarse a ellos. Los gru-
pos se circunscriben a los espacios que construyen. Sin embargo, el marco espa-
cial no sólo debe entenderse como espacio meramente físico, sino que también
es, ante todo, un espacio significativo.
“Cuando un grupo está inserto en una parte del espacio, lo transforma a su imagen,
pero al mismo tiempo se pliega y se adapta a las cosas materiales que se le resisten. El
grupo se encierra en el marco que ha construido. La imagen del entorno y las relacio-
nes estables que entablan con él pasan a primer plano en la idea que el grupo se hace
de sí mismo. Esta idea penetra en todos los elementos de su conciencia y detiene y
reglamenta su evolución. La imagen de las cosas participa de su inercia.”
El marco espacial viene dado por los espacios vividos, lo que significa conce-
birlos como espacios de experiencia y espacios de afectividad, que sirven de
vínculo al grupo que desarrolla su vida en dicho marco.
Según Halbwachs, la memoria, para serlo y poder ser reconocida como
memoria, necesita disponer de marcos, dado que estos últimos son los que per-
miten establecer la distinción con otros procesos como, por ejemplo, la imagi-
nación o la fantasía.
Ramón Ramos (1989), en un texto de lectura muy recomendable por el análisis que
realiza de la concepción de memoria de Maurice Halbwachs, sintetiza lo que este au-
tor sostenía sobre la relación entre los marcos sociales:
1) Lenguaje
Para abordar esta paradoja, Charles Blondel11 (1876-1939) sitúa el punto de
partida en el lenguaje, tomado no sólo como herramienta de análisis, sino
también como el fundamento, la sustancia y la superficie en la cual se edifica
11. Charles Blondel se formó como filósofo y obtuvo el doctorado en Medicina, especializándose en
Psiquiatría en la Salpêtrière, convirtiéndose, más adelante, en profesor de Psicología. Pese a esta for-
mación, que podía hacer pensar en un trabajo de carácter más psicológico que psicosociológico, la
influencia de la Filosofía de Henri Bergson (1859-1941), de la Antropología de Lucien Lévy-Bruhl
(1857-1939) y, en particular, de la Sociología de Émile Durkheim (1858-1917) hicieron que muy
pronto sostuviera que los procesos en apariencia internos son, en realidad, fenómenos colectivos.
Blondel tomará tres procesos clásicos de la Psicología individual, como son la percepción, la afecti-
vidad y la memoria, y los convertirá en fenómenos de la Psicología colectiva, ofreciéndonos, de este
modo, el primer libro que se asume directamente como una Introducción a la psicología colectiva.
© Editorial UOC 222 Psicología del comportamiento colectivo
la realidad. Dicho con otras palabras, el lenguaje se asume no sólo como una
producción social, sino también como el elemento crucial que constituye lo
social. La realidad se hace inteligible por medio del lenguaje, pero éste, a su
vez, permite hacerla reconocible y, sobre todo, comunicable. Ello es posible
porque el lenguaje nos proporciona todo un sistema conceptual, que es el que
nos hace legible y comprensible la realidad.
“La palabra aparece en primer lugar, después la idea, después, en fin, a veces, la cosa,
y la cosa no sería para nosotros lo que es sin la idea que de ella tenemos, ni la idea sin
la palabra.”
Blondel, C. (1928). Introduction à la Psychologie collective (p. 93). París: Armand Colin,
1946.
propios de ninguno de sus miembros y los desbordan por todas partes. Nos resulta
necesario, entonces, imaginar para ellos una realidad psíquica de nuevo orden que no
se limite a los datos de la conciencia individual.”
3) Marcos sociales
Si quisiéramos recorrer integralmente cualquier momento de nuestro pasado
(remoto, reciente o inmediato), no podríamos dar cuenta de la totalidad de los
acontecimientos que se produjeron, puesto que nos desbordarían y se converti-
rían en ininteligibles, y todavía menos situar con exactitud unos en relación
con otros, dado que no dispondríamos de una noción de orden y/o de sucesión.
Nuestra experiencia directa nos dice pocas cosas si no la situamos en marcos
sociales, que son los que nos permiten localizar los recuerdos, pero también en
los que nos apoyamos para hacerlos inteligibles y los que nos permiten hacer afir-
maciones sobre nuestro pasado. Es en la existencia de los marcos donde se en-
cuentra la primera condición de eficacia del recuerdo; sin embargo, los marcos no
provienen de nuestra experiencia personal, sino de nuestra experiencia colectiva.
“[...] el recuerdo propiamente dicho es el acto de una inteligencia socializada que ope-
ra sobre datos colectivos.”
“[...] aquello que hemos visto y entendido nosotros mismos y aquello que sólo he-
mos sabido ver o entender sin que hayamos hecho ni una cosa ni otra y nuestra
existencia personal se desborda de esta manera en el espacio, el marco que estricta-
mente le asignamos”.
12. Memoria y sociedad son inseparables y ello se hace evidente a cada instante. Por ejemplo, los
sistemas cronológicos utilizados en la historia para medir el tiempo y conferirle homogeneidad son
instituciones sociales (creaciones históricas de una sociedad). Por su carácter social, porque nos
resultan significativas, recurrimos a las mismas, dado que constituyen espacios de intersección en
los que podemos ubicar acontecimientos personales y relacionarlos con los de nuestro grupo (el
recurso de las fechas, por ejemplo).
© Editorial UOC 225 Capítulo IV. La memoria social...
hayamos leído sobre cuáles son los sentimientos de un colegial el primer día que
acude. Así, puede decirse lo siguiente:
“Dispongo, pues, de todos los elementos suficientes para operar una reconstrucción
de mi primera jornada en el colegio que sea plausible, verosímil y hacia la que yo es-
taré naturalmente predispuesto a aceptar como auténtica, dado que no chocará con
mi propia experiencia ni con la experiencia común.”
sobre nuestra memoria. Por este motivo, se puede afirmar que nuestros recuerdos
están afectados por los diferentes ambientes colectivos en que vivimos.
Como sostiene Blondel, la memoria es una reconstrucción de pasado en fun-
ción de lógicas colectivas. ¿Significa esto que podemos modificar los recuerdos
según nuestro capricho? La respuesta es negativa. En efecto, podemos hacer
múltiples reconstrucciones; sin embargo, de entre todas éstas, lo más habitual
es que optemos por una y prescindamos de las demás. ¿Cómo podríamos ex-
plicarlo? Parece que la respuesta no es muy difícil si tenemos en cuenta lo que
hemos visto. No podemos recordar cualquier cosa, ni podemos elaborar cual-
quier versión del pasado, puesto que siempre existen unas versiones que se nos
presentan como más plausibles o aceptables que otras. Este hecho se debe a que
los marcos sociales nos señalan lo que es admisible y lo que no lo es.
Es decir, la vida en sociedad es la que nos provee y nos ayuda no sólo a reen-
contrar nuestros recuerdos, sino también a conferirles rigor y verosimilitud.
13. Ignace Meyerson es uno de los investigadores olvidados en la Psicología, hasta el punto de que su ras-
tro parece casi extinto. Afortunadamente, trabajos como los de Noemí Pizarroso están haciendo posible
su recuperación. Debemos agradecer públicamente que haya compartido esta recuperación con nosotros,
puesto que, de otro modo, Ignace Meyerson no dispondría de unas breves páginas en este escrito.
14. Nacido en Francia, se formó en Medicina, siendo sus primeros trabajos como psicólogo de corte
estrictamente neurofisiológico. Tras ponerse en contacto con autores como Pierre Janet (1859-1947) y
Henri Delacroix (1873-1937) en el laboratorio de Henri Pieron (1881-1964), sus investigaciones experi-
mentaron un giro importante, pasando a interesarse por una psicología humana, centrada en el estu-
dio de las funciones psicológicas superiores, interés que guiará toda su obra, y se materializará en su
tesis Les fonctions psychologiques et les oeuvres (‘Las funciones psicológicas y las obras’, 1948). Aunque es
éste el único libro que publicó en vida, su trabajo comprende decenas de artículos y la organización de
coloquios sobre distintos temas, como la historia del color o el estudio de lo que en la sociedad actual
entendemos por persona a partir del análisis de dominios culturales como el lenguaje, la religión, las
instituciones jurídicas o el arte. Ignace Meyerson fue el fundador de la Psicología histórica y, aunque
sus trabajos fueron relegados a una posición marginal en el panorama dominante de la Psicología del
siglo XX, posee un indudable interés para la psicología contemporánea.
© Editorial UOC 227 Capítulo IV. La memoria social...
Meyerson, I. (1948). Les fonctions psychologiques et les oeuvres (pp. 120-121). París: Al-
bin Michel, 1995.
“Cada vez que comprendemos un hecho nuevo, forzamos un poco nuestro pensa-
miento; se modifica; se puede decir al límite: cada vez que he leído un libro, soy otro.
Esto es igual para los sentimientos, para los contactos humanos, para la comprensión
del prójimo.”
Todo esto quizá quede más claro si recurrimos a las reflexiones de Ignace Me-
yerson (1956) sobre la memoria. Aunque pueda parecernos difícil de concebir
en la actualidad, puesto que se nos presenta como algo permanente e inmuta-
ble, la memoria surgió en algún momento de la historia. Esta aparición debió
suponer un proceso dificultoso en la medida en que los seres humanos hemos
necesitado disponer de una larga experiencia para establecer una noción de pa-
sado y entender que ésta se diferencia del presente. Sin embargo, ha debido de
ser complicado también percatarnos de que el pasado es algo que ha sido y ya
no es y, sobre todo, que el pasado tiene sentido por ser pasado, y en la medida
en que se diferencia y se relaciona con otros segmentos temporales.
En efecto, la memoria es una elaboración histórica por lo que no siempre ha
sido considerada de la misma manera a lo largo de la historia (Meyerson,
2000a,b). La manera como la entendemos en la actualidad es radicalmente di-
ferente a como la entendían, por ejemplo, los griegos. Este hecho tan sencillo
nos permite entender que, si en dos periodos históricos la memoria se interpreta
de maneras diferentes, esto se debe a que su conceptualización no es un hecho
que se desprenda directamente de la realidad, sino que es el resultado de las ma-
neras de concebir y de los procedimientos para definir que tienen los seres hu-
manos de una determinada época. Pero, además, también pone de manifiesto
el aspecto de su modificación por medio del tiempo. Éste se puede explicar aten-
diendo al menos a dos factores. Por un lado, la manera como se haya concep-
tualizado la memoria en una época hace que los seres humanos se relacionen
con esta conceptualización y la vayan modificando. Por otro lado, el cambio
puede entenderse por medio de la incorporación de nuevas formas y procedi-
© Editorial UOC 230 Psicología del comportamiento colectivo
3) Las obras
Si asumimos la complejidad y la historicidad de las funciones psicológicas,
su carácter cambiante, ¿cómo podemos hacer accesible esta mutabilidad? Y, so-
bre todo, ¿cómo podemos estudiarlas? Por lo que hemos señalado con respecto
a la concepción de la Psicología que Meyerson defiende, la respuesta no se en-
cuentra en el análisis de los estados de conciencia o de los fenómenos psíquicos
abstraídos de sus condiciones de producción y de sus condiciones de uso y/o de
acción en el seno de las sociedades.
La forma de hacerlas accesibles es por medio de sus manifestaciones, sus ex-
presiones, la dimensión simbólica y, evidentemente, de los comportamientos
que también contribuyen a que sea tangible. Es decir, por medio de las obras
(Meyerson, 1948).
Dicho con otras palabras, para poder estudiar las funciones psicológicas, po-
demos recurrir a lo más tangible de las “producciones de la mente”. Es decir, a
todo aquello que han elaborado las personas: sus obras. Para Ignace Meyerson
© Editorial UOC 231 Capítulo IV. La memoria social...
lo que debemos entender por obras son los conocimientos, las ciencias, las in-
venciones, las técnicas, las lenguas, las producciones artísticas, las instituciones,
las reglas, las normas, etc. y, obviamente, los comportamientos.
Las obras nos permiten un acceso directo a los “estados mentales” porque
constituyen formas específicas que comparten dos características comunes: son
producciones históricas y poseen un carácter significativo. Ambas característi-
cas son determinantes para el estudio de las funciones psicológicas, en la medi-
da en que el referente de estudio no es una persona abstracta, un modelo
prototípico de ser humano, sino un ser humano ubicado en unas coordenadas
históricas, sociales y culturales concretas que es estudiado por otros seres huma-
nos que también están situados en unas determinadas coordenadas históricas,
sociales y culturales. De este modo, las obras, como creación y producto de las
personas a lo largo de la historia, se erigen en objeto de investigación que nos
informa de lo que las personas han sido y son en los diferentes escenarios socio-
culturales de los que, a su vez, las personas son productoras y productos.
4) Los signos
El carácter de producciones históricas y la dimensión significativa nos indica
que los seres humanos no nos relacionamos con las obras directamente, puesto
que éstas, en sí mismas, no dicen nada. Los seres humanos trascendemos la ma-
terialidad de las obras, dado que buscamos significados en las mismas porque,
al tener una dimensión simbólica, son susceptibles de interpretación más allá
de su materialidad.
Aquello que nos permite realizar esta interpretación, que nos permite produ-
cir estos significados (remitirnos a contenidos significativos y a recorridos de
nuestra experiencia), son los signos.
Los signos son mediadores entre las personas y los diferentes dominios de la
realidad que éstas tratan de interpretar. Son instrumentos de las experiencias y
del esfuerzo espiritual continuo (Meyerson, 1963) que realizan las personas para
intentar comprender. Sin embargo, para que los signos permitan comprender
las obras, deben pertenecer a un sistema, han de estar comprendidos en un con-
junto organizado que los haga inteligibles e interpretables. Un signo aislado no
tiene sentido, puesto que, al no remitir a un sistema, está privado de un marco
de inserción y referencia que permita su interpretación. Por ejemplo, el lenguaje
es un sistema y cada uno de los signos que lo componen adquiere sentido en
© Editorial UOC 232 Psicología del comportamiento colectivo
“Una cualidad caracteriza ante todo estas formas significativas [los signos] y marca su
extrema importancia en la vida mental: confieren significado a algo un poco diferen-
te de las mismas. Son sustitutos, reemplazantes, suplentes. Ocupan el lugar de otra
cosa. Remiten a un contenido. Es este contenido, su significación, lo que constituye
su valor, y no su materialidad particular, su ‘aspecto acabado’. [...] Este contenido
15. Meyerson (1948, 1963) refiere sistemas de signos específicos (el lenguaje, el simbolismo reli-
gioso, la matemática, la pintura, etc.). Cada uno de estos sistemas tiene su materia propia, sus con-
diciones técnicas propias de producción, sus formas elementales, sus propias estructuras de
organización, sus reglas de funcionamiento y lo que podría denominarse su propio valor de reali-
dad (un dominio de experiencia que le corresponde). El arte reúne todas las características prece-
dentes; lo mismo podemos decir del lenguaje ordinario, de las matemáticas, etc. Precisamente son
estas características las que hacen que cada sistema sea específico en el sentido de que es irreducti-
ble hacia los demás y, paralelamente, hacen que cada signo dentro del sistema sea comprensible.
© Editorial UOC 233 Capítulo IV. La memoria social...
puede ser relativo a hechos relacionados con la persona del agente; es relativo con
mayor frecuencia a una realidad considerada por el agente y por el receptor como in-
dependiente de los mismos, como ‘objetiva’. [...] Mediador con respecto a una reali-
dad que sustituye, el signo es instrumento respecto del espíritu al que explica y sirve.
Es el instrumento esencial. Todo pensamiento se traduce en signos, no hay función
del espíritu que no tenga necesidad de formas, no sólo para explicarse, sino también
para ser. Mediador e instrumento, el signo marca la objetividad del pensamiento y
explica las relaciones que el espíritu introduce entre las cosas. Clasifica y ordena.
Mide también. Señala el género y el número. [...] Al lado del orden de las cosas, de las
cosas humanas: el signo es social, traduce las relaciones entre los hombres, sirve a la
comunicación, a la información, a la interacción, a la acción tout court; hace actuar.”
5) Los actos
El tercer aspecto relativo a las funciones psicológicas se refiere a los actos. He-
mos visto que las obras son signos y que estos últimos constituyen productos
originales de una mente. Con los actos sucede lo mismo: son interpretables, tie-
nen significado por las mismas razones. Cada acto no es un acto aislado, sino
que forma parte de una serie en la que adquiere sentido y éste proviene de su
vinculación con otros actos, propios o de otras personas, aunque no de cual-
quier persona, puesto que cada acto está delimitado en cuanto a quién puede y
quién no puede participar en el mismo.
La mente sólo puede funcionar en actos concretos por medio de reglas
establecidas histórica y socialmente, así como mediante delimitaciones tempo-
rales (tienen un principio, una finalidad y una manera de sucederse) y espaciales
(los actos se producen en contextos concretos que los hacen pertinentes).
Cada acto tiene el significado que le viene dado por su inserción en una serie
y que permite su interpretación. Es decir, cada acto es un lenguaje (Meyerson,
1948) y, como tal, comunica.
© Editorial UOC 234 Psicología del comportamiento colectivo
Los recuerdos también son un producto de la mente y como tales son signos. Como
hemos visto, los signos no recubren algo preexistente, sino que, por el contrario, lo
conforman, lo crean. Ningún recuerdo existe antes de que sea formulado mediante
un acto que lo concrete. Este último es deudor de unas coordenadas sociales, cultura-
les e históricas que permiten su constitución. Por medio de los actos creamos los re-
cuerdos, y es sólo con esta creación cuando el recuerdo se convierte en tal y adquiere
la propiedad de ser algo memorable, puesto que la realidad, espontánea y directamen-
te, no ofrece nada que pueda calificarse de recuerdo. Cada acto constituye una me-
moria acabada, pero esta memoria acabada en una obra se abre a las posibilidades de
múltiples interpretaciones.
6) La objetivación
Por medio del acto nos dirigimos hacia algo diferente del simple estado
mental. Es decir, cuando pensamos, lo hacemos sobre algo, sobre un conteni-
do, y el acto de pensar siempre tiene lugar en relación con un contenido. En
este sentido puede decirse que nuestros actos se dirigen hacia un objeto, que es
lo mismo que decir que nuestro pensamiento tiende a exteriorizar sus creacio-
nes o, más bien, a considerarlas realidades exteriores. Esto es lo que se denomi-
na objetivación.
“[...] una tendencia que tiene el pensamiento a exteriorizar sus creaciones, o más
exactamente, a considerarlas como realidades exteriores; y en el caso en que esta pro-
yección es la más apremiada, el objeto adquiere una verdadera independencia [...].”
“El lenguaje contribuye a fijar contenidos y a relacionar entre ellos las propiedades, a
crear centros de una visión objetiva. Participa así en la operación de conexión y sepa-
ración que cumple la percepción en el continuo del flujo. Clasifica y organiza la ex-
periencia. Jalona los grados de esta organización. [...] La objetivación científica, la de
la física, necesita mejores instrumentos; abandona casi completamente el lenguaje
ordinario por las matemáticas.”
Hemos señalado que, para que los actos tengan sentido, deben estar vincula-
dos a una serie, en el marco de un sistema, que es el que permite dotarles de inte-
ligibilidad y significado. Es precisamente la posibilidad de que sean inteligibles y
que posean significado (que sean compartidos por todos los miembros de una co-
munidad: que pertenezcan a todos y no pertenezcan a nadie) lo que hace que los
actos adquieran su objetividad y se perciban como independientes de su cons-
trucción por medio de las prácticas humanas.
7) Incompletitud
Por medio de los actos construimos las obras y, si bien aquéllos son efímeros,
las obras ostentan la marca del acto incluyendo en las mismas dos características:
lo acabado y lo duradero. Sin embargo, ambas características no se deben inter-
pretar como que las obras tengan un carácter definido o definitivo. En efecto,
cada obra constituye un producto acabado y duradero; sin embargo, su interpre-
tación hace que este acabamiento sea una apertura a nuevas significaciones.
Dicho con otras palabras, todas las obras son obras de la mente, obras del
pensamiento y, por ello, todas son signos. Son los signos los que garantizan que
las obras sean siempre originales. Sin embargo, buena parte de esta originalidad
radica en que, aunque las obras sean un producto acabado, poseen, paradójica-
mente, la condición del inacabamiento a causa de su carácter simbólico, lo que las
convierte en objetos interpretables ad infinitum. Esta interpretación sin fin hace
que las obras cambien pero, simultáneamente, hace que cambie el pensamien-
to, porque obras y pensamiento y, obviamente, las funciones que desempeñan
los signos, son históricas. Por medio de los signos creamos obras pero, a su vez,
estas últimas se convierten en instrumentos que nos sirven para pensar y, en
este sentido, también constituyen factores de transformación. Los signos no im-
ponen una clausura sino que, por el contrario, constituyen una apertura hacia
nuevos recorridos en una interpretación ininterrumpida. Sin embargo, del mis-
mo modo, cada vez que comprendemos un hecho, esta comprensión redunda
sobre nuestro propio pensamiento y lo modifica.
Cada obra y cada acto concreto comparten el hecho de ser productos aca-
bados: poseen una “encarnación” (Meyerson, 1948) específica. Sin embargo,
como productos con significado, en cada obra existen “[...] prolongaciones,
virtualidades que hay que explotar, descubrimientos que se deben hacer”
(Meyerson, 1948, p. 193). Lo mismo sucede con los actos en que se “[...] mezcla
© Editorial UOC 236 Psicología del comportamiento colectivo
cierta imprevisibilidad” (Meyerson, 1948, p. 192). Por este motivo, actos y obras,
aunque acabados en la concreción de su realización, están incompletos por-
que son susceptibles de interpretación permanente por parte de todas las per-
sonas y, lo que es especialmente destacable, incluso por parte de la persona o
personas que los han producido.
“Las obras son, en primer lugar, un testimonio. Fijan, resumen y conservan aquello
que los hombres de un tiempo han conseguido hacer y expresar. Con frecuencia, son
un testimonio eminente: cuando traducen no un pensamiento medio, sino un pen-
samiento nuevo, un momento en que el espíritu ha tendido a progresar, a superarse.
Actúan: el pensamiento nuevo de algunos deviene un pensamiento nuevo de un gran
número. Así se precisa el objeto de la investigación que conduce su análisis compara-
do: no el conocimiento del espíritu único, sino el conocimiento de las funciones psi-
cológicas tal y como se elaboran en la diversidad compleja y concreta de su historia.”
“Las funciones psicológicas de los cambios del conocimiento y del inacabamiento del
conocimiento. Están ellas mismas, por esencia, sometidas al cambio, inacabadas e
inacabables. [...] no son estables, fijas, delimitadas, acabadas más que aproximada-
mente. El análisis que ha conducido a aceptar el principio de su cambio lleva también
a pensar que son inacabadas e inacabables.”
Esto resulta fácil de entender si, como señalábamos con anterioridad por lo
que se refiere a la inconveniencia de pensar, no en la persona en abstracto, sino
en la persona ubicada en unas determinadas coordenadas culturales, hacemos
lo mismo y no nos referimos a lo social como una característica universal. Los
hechos sociales son plurales y múltiples y están propiciados por personas y gru-
© Editorial UOC 237 Capítulo IV. La memoria social...
trabajos de los autores que hemos repasado, así como en otras contribuciones.
Como hemos podido comprobar, muchos de los planteamientos que hemos re-
visado y las reflexiones que los acompañan no sólo son pertinentes, sino que
también mantienen su vigencia hasta el punto de entroncar con los plantea-
mientos de la Psicología crítica.
Precisamente porque los fundamentos de lo que sigue residen en las propues-
tas mencionadas, no llevaremos a cabo un desarrollo exhaustivo de las mismas,
sino que se deberá entender que los detalles deben localizarse en éstas. Sólo en-
fatizaremos aquellos aspectos que suponen una contribución diferencial o un
acento diferente.
Evidentemente, apoyarse en el andamiaje alzado para estas propuestas no se
debe entender, de ningún modo, como una igualación de propuestas, sino
como un diálogo fructífero entre tradiciones.
16. Pensemos, por ejemplo, en cómo actúa la familia en nuestra sociedad en cuanto a referente de
clasificación de relaciones e inductora de comportamientos; cómo repercute la fidelidad de pareja
en la manera de entender los afectos; cómo operan las jerarquías más allá de una simple relación
de fuerza, etc.
© Editorial UOC 240 Psicología del comportamiento colectivo
17. Es decir, nuestras concepciones y prácticas están situadas históricamente. Podemos observar el
proceso de constitución histórica de un objeto examinando, por ejemplo, cómo ha ido cambiando
la concepción y la consideración de la vejez. Muy sintética y simplificadamente, podríamos decir
que se ha pasado de tratar a las personas mayores como depositarias de un saber experiencial y
poseedoras de una legitimidad altamente valiosa (esta concepción tampoco es espontánea, sino que
también es histórica), a considerarlas como la expresión de lo intempestivo y como un problema
social. Cada una de estas consideraciones significa una forma de relacionarnos con estas personas, así
como el nacimiento de dispositivos de atención para este segmento de edad. Que las personas
vivan más tiempo y que nuestra sociedad se caracterice por una tendencia cada vez mayor a consi-
derar a los seres humanos partiendo de su capacidad productiva material pueden constituir las
razones que lo expliquen. Sin embargo, para lo que nos ocupa, lo importante es comprobar que la
definición de un periodo de la vida y las relaciones que mantenemos con el mismo han ido experi-
mentando transformaciones y no podemos ignorarlas si queremos entender dicho periodo. Asi-
mismo, tampoco podemos obviar que el incremento de la esperanza de vida, el cambio en nuestras
relaciones y las características de nuestra sociedad han contribuido a crear ámbitos especializados
de conocimiento y dispositivos de atención en los que la Psicología, la Medicina, la Sociología, etc.
se han visto obligadas a modificar sus definiciones psicosocioevolutivas, diseñar tecnologías de tra-
tamiento, indagar sobre procesos psicosociales de nueva factura, etc.
© Editorial UOC 241 Capítulo IV. La memoria social...
Cada vez que hacemos memoria, necesitamos olvidar unas cosas y cons-
truir otras para que el relato sea congruente con la situación en que recorda-
mos. Este olvido y esta memoria, o esta memoria y este olvido, son diferentes
en cada contexto en que recordamos. Es decir, cada contexto nos comprome-
te a una transformación, creación e invención ininterrumpidas del pasado
para poder adecuar los diferentes hechos y episodios a las condiciones y
requerimientos del contexto. Pero además, cada vez que recordamos, nuestra
memoria se modifica, dado que nuestros recuerdos no sólo consisten en descrip-
ciones neutrales de algo que sucedió, sino que también se erigen en argumen-
tos, explicaciones, interpretaciones que interrogan, cuestionan, ratifican, etc.
las construcciones que hacemos del pasado y, como todo proceso de interpre-
tación, modifica nuestra manera de pensar (Meyerson, 1948). Es en este sen-
tido en el que deben entenderse memoria y olvido como inseparables. No
obstante, existe también otra razón: el pasado que construimos por medio de
nuestra memoria sólo tiene sentido a la luz de una experiencia posterior al
momento en que ocurrió, sólo tiene sentido en función de las interpretacio-
nes que hacemos en el presente.
© Editorial UOC 243 Capítulo IV. La memoria social...
18. Piénsese en cualquier acontecimiento cotidiano. Cuando se está viviendo, es una amalgama de
sucesos que acontecen. En la mayoría de las ocasiones no se sabe si serán relevantes en nuestra bio-
grafía. Muchos sucesos se volatilizan y desaparecen. Se convierten en “no sucesos” porque no
alcanzan un sentido. Sin embargo, algunos otros sucesos acaban convirtiéndose en acontecimien-
tos vitales y esenciales para la manera de entender nuestra experiencia. ¿Cómo? Existen muchas
posibilidades, pero podría ser, por ejemplo, debido a la ocurrencia de otros acontecimientos futu-
ros, que hagan que un episodio más o menos banal se reinterprete y se convierta en una clave de
interpretación fundamental, aunque cuando estaba ocurriendo no tenía ese significado.
© Editorial UOC 245 Capítulo IV. La memoria social...
se abren a la posibilidad, puesto que sólo por medio de nuestras prácticas pode-
mos construirlo. Sin embargo, los pasados también se construyen en el presen-
te, que es donde se vertebran sus condiciones de posibilidad pero, asimismo, se
da por medio de nuestras prácticas, que son las que sostienen las relaciones y
los discursos.
Los diferentes acontecimientos que constituyen nuestra experiencia son
múltiples y heterogéneos. Es decir, las relaciones que mantienen los unos con
los otros son precarias en el sentido de que son discontinuas: conjuntos de vi-
vencias que no mantienen una relación directa las unas con las otras. Sin em-
bargo, la experiencia de nuestra vida es la de la continuidad: tenemos el
sentimiento de que nuestra vida consiste en un transcurso, una secuencia, un
encadenamiento de contingencias conectadas, un proceso. Ello es posible en
virtud de la construcción significativa que hacemos, por medio de la memoria,
a la densidad y cohesión que hacemos del pasado, presente y futuro.
Esta construcción de la continuidad (Halbwachs, 1950; Vázquez, 2001) es
posible gracias a nuestras prácticas, que son las que construyen, fundamentan
y articulan nuestras relaciones y nuestra comprensión del mundo. Como seña-
lábamos, estas prácticas son fundamentalmente simbólicas, se producen en el
lenguaje por medio de estrategias argumentativas y retóricas.
“La realidad se introduce en las prácticas humanas por medio de las categorías y las
descripciones que forman parte de esas prácticas. El mundo no está categorizado de
antemano por Dios o por la Naturaleza de una manera que todos nos vemos obliga-
dos a aceptar. Se construye de una u otra manera a medida que las personas hablan,
escriben y discuten sobre él.”
Del mismo modo que el lenguaje, la función del discurso no consiste en re-
presentar el mundo, sino en dar forma a las acciones sociales y coordinarlas
(Shotter, 1984, 1993a, b). Este aspecto tiene una doble vertiente. Por un lado,
cuando nos comunicamos con otras personas o, incluso, cuando en nuestra so-
ledad producimos una versión de un acontecimiento, para que ésta resulte con-
cebible, inteligible, merecedora de crédito, admisible y legítima, es preciso que
satisfaga los criterios y exigencias que impone y que son propias de un canal de
comunicación en el que participamos. Por otro lado, participar de estas exigen-
cias y criterios supone sostener ciertas modalidades de orden social.
Brevemente, amoldarnos a las coordenadas de un canal de comunicación, es
decir, reproducir aquel canal, constituye la reproducción del orden social:
“Nuestras formas de hablar dependen del mundo en la medida en que lo que decimos
está enraizado en lo que los hechos del mundo nos permiten decir. Pero,
simultáneamente, lo que tomamos como naturaleza del mundo depende de nuestra
forma de hablar de él. De hecho, ambos aspectos deben su existencia separada a su
interdependencia.”
significativas, etc. Y todo ello adecuándolo a los discursos que circulan en nues-
tra sociedad, para que sean pertinentes al contexto en que se produce la comu-
nicación. Como vemos, para hacerlo sólo podemos valernos del lenguaje, de sus
cualidades versátiles, de las capacidades argumentativas y retóricas que nos pro-
porciona para ofrecer y sostener diferentes versiones.
Hacer memoria no suele consistir en la elaboración de relatos neutros, fríos,
imparciales u objetivos sobre el pasado, aunque, claro está, depende del con-
texto comunicativo y de los efectos que como hablantes queremos producir en
nuestros interlocutores o interlocutoras, el que esta forma de construir el pasado
resulte adecuada.
No obstante, lo más habitual cuando hacemos memoria es que nuestro acto
de recordar esté atravesado de afectos y que éstos se manifiesten en la elabo-
ración discursiva que hacemos del pasado. De hecho, en nuestros discursos,
en las conversaciones sobre el pasado y en nuestros relatos de memoria procura-
mos que nuestras narraciones, los acontecimientos que explicamos (Middleton y
Edwards, 1990), los vínculos que describimos, las emociones que mostramos
o, incluso, lo significativo que encontramos en objetos o lugares del pasado
(Lowenthal, 1985; Radley, 1990; Leonini, 1991) se adapte a unas formas re-
tóricas y expresivas adecuadas a lo que tratamos de rememorar. Dicho con otras
palabras, el pasado depende de nuestras formas de hablar. Es decir, nuestra ma-
nera de construir discursivamente la memoria es lo que nos permite sostener las
versiones sobre el pasado. Es en el marco de una secuencia de acción donde lo
que decimos adquiere o no sentido, y es susceptible de aceptación. De hecho,
no existe disyunción entre la manera como construimos lingüísticamente el pa-
sado y este último en sí mismo: nuestra manera de hablar del pasado construye
el pasado, y el pasado es lo que construimos al hablar.
En definitiva, intentamos construir significados y, por medio de los mismos,
establecer nexos con ideas, con épocas, con personas, con objetos o con es-
pacios para constituir y constituirnos en parte de un mundo (Bartlett, 1932;
Middleton y Edwards, 1990; Edwards, Potter y Middleton, 1992; Shotter, 1987;
Birulés, 1995).
La construcción de significados y el establecimiento de nexos no están orien-
tados ni actúan por medio del establecimiento de una correspondencia exacta
con el pasado o por medio de una ajustada exposición de hechos. Más bien, el su-
puesto de nuestro discurso es que aquello que referimos, en efecto, ocurrió; sin
© Editorial UOC 250 Psicología del comportamiento colectivo
embargo, para que sea admisible o, incluso, para que nosotros mismos podamos
admitirlo, se debe sostener sobre bases argumentativas que lo hagan significativo,
y éstas sólo se encuentran en el espacio de nuestra sociedad.
En efecto, la memoria es fundamentalmente un proceso argumentativo por
medio del cual tratamos de sostener lo que decimos que ha sido y ya no es, de
conferirle sentido, de negociar su significado y, eventualmente, defenderlo de
posibles socavamientos que se puedan hacer de nuestra versión sobre el pasado.
La memoria responde a criterios de variabilidad, dado que construimos versio-
nes del pasado subordinadas al contexto en que se deben acomodar y con la in-
tención de conseguir determinadas acciones pragmáticas. Dicho con otras
palabras, con nuestras prácticas sociales producimos, defendemos o des-
mantelamos los criterios de idoneidad de los recuerdos por medio de la argu-
mentación que es el recurso que permite dotar de pertinencia y confianza a lo
que tratamos de mostrar como versión fidedigna del pasado en un contexto co-
municativo concreto.
Si consideramos la memoria como un proceso fundamentalmente argumen-
tativo y no un simple inventario de hechos, debemos asumir que no es simple
repetición, sino la creación de novedades mediante la generación y la articu-
lación de nuevos sentidos y nuevas coherencias por medio de la producción de
significados.
Las diferentes narraciones19 e interpretaciones que conforman las mane-
ras en que hablamos del pasado debemos examinarlas en el contexto social y
conversacional donde se producen, puesto que son instrumentos que utiliza-
mos para el análisis, la justificación y la negociación social (Bruner, 1990;
Vázquez, 2001).
Son muchas las posibilidades que nos permite el lenguaje para construir la
realidad. Sin embargo, parece oportuno que destaquemos como mínimo dos,
por lo que tienen de significativas en los relatos de memoria y, sobre todo, por-
19. Las narraciones son un dispositivo fundamental, constituyen producciones sustanciales en las
construcciones de la memoria: elaboración de acontecimientos, relato de experiencias, articulación
de biografías y autobiografías, etc. En buena medida, recordamos construyendo narraciones. Éstas
requieren de la presencia de acontecimientos, de personas, de la articulación de ambos, de la crea-
ción de una secuencia, de la construcción de una temporalidad y, en definitiva, de la creación de
una versión mediante una trama; es decir, de una línea argumental. Las narraciones se construyen
y reconstruyen, actuando así como dispositivo de interpretación del pasado. Nos ayudan a nego-
ciar visiones y versiones de la realidad, siendo, por ello, origen de conflictos y, en consecuencia,
propiciadoras de nuevas interpretaciones.
© Editorial UOC 251 Capítulo IV. La memoria social...
“Se pueden organizar detalles de este tipo para proporcionar una estructura narrativa
a un relato: el orden de los acontecimientos, quiénes son los personajes, etc. La
organización narrativa se puede utilizar para aumentar la credibilidad de una descrip-
ción particular, inscribiéndola en una secuencia donde lo que se describe se convierte
en algo esperado o incluso necesario.”
Sin embargo, del mismo modo que disponemos de recursos para dotar las
versiones de solidez y consistencia, también tenemos recursos para socavarlas.
“Las personas disponen de una amplia gama de recursos para ironizar descripciones
presentándolas como mentiras, ilusiones, errores, halagos, engaños, desnaturaliza-
ciones, etc., y pueden recurrir a estos recursos para socavar la exactitud de una des-
cripción. Ante la existencia de estos recursos para socavar versiones factuales, no es
sorprendente que también exista un conjunto de recursos contrarios orientados a ela-
borar la factualidad de una versión y a dificultar su socavación: son los recursos que
se emplean para construir una descripción como si fuera un relato factual.”
En efecto, son múltiples los recursos de que disponemos para dotar de verosi-
militud nuestras versiones sobre el pasado, conferirles exactitud y mostrar que
son rigurosas, aunque, si fuese preciso sintetizar en qué consisten, podríamos
decir que la mayoría de los recursos intentan establecer una cosificación para
que lo que se dice parezca más firme, estable y literal.
© Editorial UOC 253 Capítulo IV. La memoria social...
“El proceso de construcción de hechos intenta cosificar las descripciones para que pa-
rezcan sólidas y literales. El proceso opuesto de destrucción intenta ironizar las
descripciones para que parezcan parciales, interesadas o defectuosas en algún sentido.
Naturalmente, todo esto se combina para establecer la veracidad de una versión a ex-
pensas de otra [...]. Si concebimos esta jerarquía como un ascensor, los procesos de
cosificación intentan hacer que la descripción ascienda la jerarquía, y los procesos de
ironización intentan hacerla descender.”
Por ejemplo, en que en las conversaciones sobre el pasado las personas hacemos afir-
maciones como: “lo recuerdo como si lo estuviese viendo”, “no lo olvidaré jamás, lo
llevo grabado en la memoria”, “no me lo discutas, mi memoria es fotográfica”.
Hasta ahora hemos enfatizado la importancia que tienen las relaciones para
la construcción del pasado y cómo revierte esta construcción del pasado en las
relaciones.
© Editorial UOC 257 Capítulo IV. La memoria social...
sente que tenemos se debe al pasado y está en deuda con él, y en éste encon-
tramos las bases del futuro.
Esto quiere decir que la institucionalización preserva la continuidad
intentando preservar experiencias pasadas con el fin de legitimar la situación
presente y que se prescriban, de algún modo, las expectativas de futuro. En cier-
to modo, sería conmemorar el pasado para celebrar mejor el presente.
“[...] existe una variedad de ceremonias que comparten ciertas características comu-
nes: no implican simplemente una continuidad con el pasado en virtud de su alto
grado de formalidad y fijación, sino que tienen como parte de sus características de-
finitorias la explícita pretensión de estar conmemorando tal continuidad.”
Connerton, P. (1989). How societies remember (p. 48). Cambridge: Cambridge University
Press.
Capítulo V
Introducción
Este capítulo ha sido escrito como una caja de herramientas debe permitir, a
partir de su lectura y la ampliación teórica de algunos conceptos, analizar e in-
tervenir sobre los aspectos psicosociales que surgen a partir de la interacción en-
tre la persona y el medio ambiente.
Por medio del ejercicio de lectura pretendemos, como si de un movimiento
de caleidoscopio se tratara, mostrar diferentes configuraciones (la cognitiva, la
simbólica y la discursiva), para que se puedan observar los fenómenos psicoso-
cioambientales de distintas maneras.
Cuando la ubicación se establezca en el eje cognitivo, podrá realizarse un re-
corrido por los términos siguientes: influencia del ambiente sobre el ser humano
y acciones del mismo sobre el ambiente, representación del entorno, actitudes ha-
cia este último, mapas cognitivos y comportamiento, comportamiento ecológico
responsable, etc.
En el eje simbólico se profundizará en temas como la apropiación del es-
pacio, la construcción de significados sobre el medio ambiente, etc.
En el eje discursivo se visualizará que, a partir de la cientifización y
tecnificación, hemos construido un saber cada vez más especializado y cómo
este saber condiciona, de un modo u otro, nuestras instituciones. Asimismo,
en este eje comentaremos cómo se ha institucionalizado el discurso sobre la
sostenibilidad, el papel de los medios de comunicación en la construcción de
nuestras realidades ambientales y algunos de los posibles efectos de estos dis-
cursos medioambientales.
simplemente (trans)pasa1 sin prestar atención a todo aquello que está fuera de
su cuerpo? Estas travesías vitales de cada día, que parece que las hacemos por
hacerlas, ¿consideramos que tienen algún tipo de importancia para nosotros o
que no tienen ninguna? ¿Realmente existen cosas en los espacios que devienen
significativas, puesto que hacemos una parada en nuestras trayectorias cotidia-
nas y, entonces, nos identificamos por medio del uso que hacemos de las mis-
mas y a partir de la experiencia que adquirimos en relación con estos objetos,
lugares, etc.?
¿O quizá pensamos que todo aquello que nos rodea (en tanto que podemos
considerar perfectamente el espacio como un sistema de signos y símbolos o
un discurso que hemos consensuado social y culturalmente) tiene un signifi-
cado? Y todavía, para complicarlo un poco más: si el espacio (o los objetos, co-
sas, lugares, etc.) adquiere algún significado para las personas, ¿dónde
ubicaríamos esta posible significamentación2 de las cosas, en el interior de
nuestro espacio personal o en estos espacios interactivos que compartimos
como seres humanos?
De nuevo, y quizá porque las preguntas en estos momentos resulten un poco
complicadas y extrañas, queremos tranquilizar al lector y a la lectora y anunciar-
le que la Psicología ambiental intenta ofrecer respuestas a algunas de estas pre-
guntas (no a todas, puesto que, siendo un poco críticos, hasta ahora esta
disciplina ha apostado claramente por “introducir” el significado del medio am-
biente en el interior de las personas).
Para no complicarlo más, algo que sí debe quedar claro antes de pasar al apar-
tado “El ser humano y el entorno” es que el ambiente (o el espacio, como a no-
sotros nos gusta referirnos al mismo) constituye, sin ningún tipo de duda, el
concepto social que más empleamos en nuestra vida. Lo utilizamos como pala-
bra de moda (en nuestros juegos de lenguaje) y, como se ha visto y se puede
comprobar constantemente, también lo usamos al atravesarlo o atravesarlos a
lo largo de todos los días.
1. Utilizamos esta palabra en el sentido de que la persona está atravesando un espacio y ella
misma, como espacio que es, se está transportando.
2. Permitidnos el uso de esta palabra en el sentido que propone X. Rubert de Ventós en De la
modernidad. Ensayo de filosofía crítica (1980). Barcelona: Península.
© Editorial UOC 263 Capítulo V. Medio ambiente...
la huella en los espacios que nos rodean. En muchos casos, las formas y las ca-
racterísticas de los entornos suelen estar impuestas; sin embargo, a menudo no-
sotros podemos influir y modificar nuestros espacios, de manera que podemos
adaptarlos a nuestros intereses, preferencias, deseos, etc.
En palabras de Íñiguez:
“Las actitudes hacia el entorno indican nuestras posiciones sobre el entorno en gene-
ral o sobre partes específicas o problemas ambientales concretos.”
Íñiguez, L. (1996a). Reproducció i canvi social. En T. Ibáñez. Psicologia Social (p. 274).
Barcelona: Universitat Oberta de Catalunya.
Sin embargo, esta información sobre las actitudes ambientales no es tan fácil
de conseguir, dado que no se pueden medir directamente. Para ello es necesario
encontrar los indicadores adecuados. La mayoría de los procedimientos de me-
dida adoptan las opiniones sobre el medio ambiente como el mejor de los indi-
cadores.
© Editorial UOC 267 Capítulo V. Medio ambiente...
Una de las características de la sociedad actual, entre otras, es que está sometida
a cambios constantes. Esta inestabilidad se refleja en nuestros puestos de trabajo,
residencias e, incluso, relaciones sociales. No obstante, las personas disponemos de
algunos mecanismos psicosociales para adaptarnos a estas nuevas situaciones, a es-
tos nuevos espacios. Uno de éstos consistiría en la apropiación del espacio.
Imaginemos por un momento la situación siguiente:
Una vez en su nuevo despacho, la profesora vuelve a guardar, colocar, colgar estos obje-
tos, pósters, fotos, etc., más o menos de la misma manera que lo tenía en su despacho
anterior.
¿Por qué esta profesora tiene la necesidad de llevarse estos objetos a su nuevo
despacho? ¿Por qué cuando compramos una casa, cuando la vemos vacía, sen-
timos una sensación extraña o de incomodidad, como si todavía nos no acabá-
ramos de creer que es nuestra? o, ¿por qué los edificios contiguos de la nueva
casa, aunque son idénticos cuando nos dan las llaves de entrada, transforman
su fisonomía después de un tiempo de habitarlos las familias? o, ¿por qué el in-
terior de estos pisos es diferente según las familias que viven en los mismos?
Apropiarse de un lugar, espacio, etc. no sólo consiste en hacer un uso reco-
nocido del mismo, sino también en establecer con él una relación, integrarlo en
nuestras propias vivencias, organizarlo a nuestra manera, integrarlo en nuestras
experiencias cotidianas y personales, etc. Gracias a esta operación, el espacio
(“vacío”) deviene un lugar “significativo” para nosotros.
En palabras muy sencillas, podríamos decir que apropiarnos de un espacio
significa dejar, de algún modo, nuestra huella personal. Habrá espacios en los que
será más fácil dejar nuestra “marca”, como el ejemplo de la profesora que cambia
de despacho; y otros en que será más difícil, como, por ejemplo, la ciudad. No
obstante, existen casos en que la huella se deja igualmente (los graffiti). Asimismo,
podríamos considerar que los trayectos que realizamos con asiduidad por medio
de las ciudades constituyen una forma de dejar nuestra marca, ¿por qué no?
Apropiarse de un espacio significa también familiarizarse con el mismo.
Quiere decir establecer una relación afectiva, entendiendo que para que ésta se
produzca es preciso considerar otros procesos sociales que, de un modo u otro,
están igualmente relacionados, como, por ejemplo, las relaciones sociales que
se producen en aquel espacio, los valores, las normas, las costumbres que de-
terminan estas acciones, etc. Es evidente que el sistema de relaciones que es-
tablecemos en el interior de los espacios potencian o minimizan el sentido de
apropiación. Por ejemplo, si en nuestro puesto de trabajo establecemos rela-
ciones sociales positivas con el resto de los compañeros, seguramente nos sen-
tiremos mucho más apropiados de aquellos lugares.
© Editorial UOC 269 Capítulo V. Medio ambiente...
“El mapa cognitivo es un constructo que abarca aquellos procesos que posibilitan que
las personas adquieran, codifiquen, almacenen, recuerden y manipulen toda la infor-
mación referida a la naturaleza de su ambiente espacial. Esta información guarda re-
lación con los atributos y localizaciones relativas de la gente y de los objetos en el
ambiente, y constituye un componente esencial en los procesos adaptativos de la
toma de decisión espacial.”
Downs, R. M., y Stea, D. (1973). Imagine and Environment. Cognitive mapping (p. 15).
Nueva York: Harper & Row.
Quizá esta definición no acabe de convencer. Para salir de la duda, puede ser
útil realizar el ejercicio de dejar de leer estas líneas y pensar que debemos des-
plazarnos hasta algún lugar (la casa de nuestros padres o amigos, nuestra plaza
preferida, el bar donde tomamos el café con frecuencia, etc.). ¿Qué “recorrido
mental” estamos haciendo ahora para llegar hasta el lugar en cuestión? Estamos
convencidos de que, si se ha hecho esta actividad mental, se comprenderá me-
jor lo que entendemos por mapa cognitivo.
De acuerdo con Aragonés (1998), y recogiendo las aportaciones de otros
autores, las principales características de los mapas cognitivos son las siguientes:
Así, según las diferentes experiencias personales hacia el espacio, cada per-
sona dispondrá de distintos mapas cognitivos de los diferentes trayectos que
debe hacer en su actividad cotidiana, puesto que cada uno de nosotros, en
nuestros recorridos habituales, nos fijamos en ciertos aspectos del espacio que
nos rodea, según nuestros intereses o preferencias, o, simplemente, en aque-
llos aspectos que en el momento en que pasamos por tales lugares nos llaman
más la atención. Todo ello nos demuestra la importancia que tiene el signifi-
cado que le otorgamos a algunos elementos que forman parte de nuestro es-
pacio cotidiano en el momento en que nos “construimos” mentalmente un
mapa cognitivo u otro.
De la misma manera, conviene puntualizar que este conjunto de mapas
cognitivos no siempre son los mismos, ni son fijos, sino que, dado que nosotros
estamos en constante interacción con el medio que nos rodea, los mapas cogni-
tivos están sujetos a variaciones permanentes.
Además de estas características, Lynch (1960) propuso cinco categorías
diferentes de los elementos que componen los mapas cognitivos:
“La ciudad es una mezcla compleja de fenómenos diarios que ocurren simultánea-
mente en espacios alejados y, en cierto modo, independientes [...]. En ella se encuen-
tra una fusión de aspectos culturales distintos, que el tiempo ha venido a fijar en
actitudes y formas de vida propias de una localidad concreta.
Para comprender la realidad urbana, no sólo hay que explicar la psicología peculiar
del individuo o del grupo. La ciudad es al mismo tiempo un producto histórico, un
complejo cruce de fuerzas e intereses sociológicos y económicos, una distribución y
acomodación geográfica peculiar de un gran número de individuos en un espacio res-
tringido, y el derivado cultural y psicológico que caracteriza a gran parte de la pobla-
ción de las sociedades occidentales actuales. La ciudad es una construcción social, el
fruto de la convivencia y la distribución del espacio entre personas, en un momento
histórico, social y psicológico en cierto modo único.”
Después de esta cita, una invitación a tomar una fotografía de un día laboral
de cualquier ciudad: personas que van arriba y abajo –caminando con rapidez y
aturdidas, chocando las unas contra las otras al circular por la misma acera–,
conductores que cruzan la ciudad de una punta a otra con sus coches –tocando
los cláxones cuando hay embotellamientos–, gran concentración de ciudadanos
y ciudadanas en horas punta en los metros, tranvías o autobuses, etc. Se pueden
imaginar más situaciones como éstas; sin embargo, se estará de acuerdo con no-
sotros en que la ciudad y, más en concreto, esta gran fraternidad de personas
con quien vivimos, acaban generando aquello que nosotros hemos denomi-
nado problemas psicosocioambientales.
Siguiendo a Fernández Ramírez (1998), exponemos brevemente cuáles son
las principales problemáticas psicosocioambientales:
“De todos modos, las reacciones de estrés dependen del nivel de adaptación previa
del individuo, del tiempo de residencia en el lugar o del nivel óptimo de estimulación
que requiere el individuo. En contrapartida, la continua exposición ante estresores
hace que el urbanita disponga de estrategias variadas de enfrentamiento y de una ma-
yor tolerancia.”
y de salud. A causa de las condiciones en que viven, tienen más facilidad para
que la muerte les llegue antes.
Los agentes que contribuyen con mayor claridad al deterioro de nuestro en-
torno son, por un lado, las actividades industriales y, por el otro, los compor-
tamientos humanos. El desarrollo industrial y tecnológico persigue una mejora
de la calidad de vida de las personas. Sin embargo, con gran frecuencia estos
avances provocan desequilibrios y problemas medioambientales. Estos des-
equilibrios han comportado un incremento de la preocupación de los poderes
políticos y del conjunto de la sociedad por los efectos negativos que ocasionan
y, en consecuencia, para encontrar métodos que sirvan para minimizar cual-
quier influencia negativa hacia nuestro espacio natural.
Todo ello pone en evidencia la necesidad de implementar políticas eficaces
de desarrollo sostenible para proteger el medio ambiente. Sin embargo, esto no
es suficiente: las personas, a partir de nuestros comportamientos, podemos con-
trolar y/o modificar algunos aspectos que contribuyen a este deterioro. Por ello
es necesario fomentar un comportamiento sostenible en los ciudadanos para
que sean los primeros en mostrar una concienciación sobre este tema y, de este
modo, puedan participar directamente en la preservación de nuestro medio am-
biente.
Las maneras de participar en la preservación del medio que tenemos pueden
ser de dos tipos: por un lado, cambiando nuestras propias acciones de deterioro
o consumo excesivo y, por otro, implementando acciones dirigidas a los agentes
primarios para que modifiquen sus políticas económicas o de producción indus-
trial (Hernández y Suárez, 1997).
Por tanto, las personas tenemos una responsabilidad ambiental hacia nues-
tro medio; es decir, debemos hacer algo para contribuir a la preservación del es-
pacio natural. Los estudios sobre la responsabilidad ambiental ponen de
manifiesto la necesidad de abordar el comportamiento humano con respecto al
entorno desde una perspectiva integral; es decir, considerando el carácter adap-
tador de nuestras acciones, las características estructurales del medio, la in-
© Editorial UOC 276 Psicología del comportamiento colectivo
este último autor, las personas orientamos nuestros actos teniendo siempre pre-
sente los objetos que significan algo para nosotros; esta significación es el pro-
ducto de las interacciones sociales, y estos significados se van transformando
dependiendo del proceso interpretativo que hacen las personas en su carácter
cotidiano.
Por su parte, Pol (1988, 1997b) nos habla de simbolismo a priori o simbolis-
mo a posteriori. El primero se produciría cuando se quiere crear, en la edificación
de un nuevo espacio, una significación ya preestablecida. Esta última puede ser
aprehendida o no por los habitantes como característica de referencia, y conver-
tirse, pues, en un elemento simbólico compartido. El segundo se refiere a aque-
llos lugares o elementos que suponen un papel capital en el mundo referencial
de las personas, gracias al significado que, por medio del tiempo y de su uso, han
adquirido las personas y los grupos sociales. Son los lugares que, con el paso de
los años, devienen espacios comunes, cargados de significación y que, al mismo
tiempo, su función consiste en vertebrar y conformar la identidad colectiva de
aquellas personas que los habitan.
Otro concepto asociado a la identidad social son las categorías espaciales.
Como adaptación de las teorías de la categorización social se encuentra la obra
de Tajfel (1981, 1983) y Tajfel y Turner (1986). Turner (1987b) nos propone que
las categorías espaciales son unas de las diferentes categorías sociales que las per-
sonas empleamos en el proceso de formación de nuestras identidades sociales.
Nosotros configuramos nuestra identidad social espacial cuando tenemos pre-
sente el hecho de pertenecer a un determinado lugar, el cual se convierte en una
subestructura de la identidad social. Aquello que caracteriza a esta subestructura
identitaria es que el lugar en cuestión se convierte en el referente directo de la
categorización. De este modo, las categorizaciones que las personas construi-
mos en relación con la pertenencia a determinados espacios se pueden situar en
un continuo que va de menos a más: el espacio individual, el espacio grupal y
el espacio colectivo. Del mismo modo, las personas convivimos en distintos gra-
dos de abstracción de categorizaciones endo-exogrupales o en diferentes subni-
veles que se organizan jerárquicamente por medio de relaciones de inclusión.
Así, las categorías espaciales que cotidianamente definen nuestra identidad son
la casa, el barrio, la ciudad, el área metropolitana, la comarca, la provincia, la
región, etc.
© Editorial UOC 282 Psicología del comportamiento colectivo
6) Estas dimensiones categoriales están relacionadas las unas con las otras.
Asimismo, también se producen conexiones con las diferentes categorías so-
ciales “salientes”.
7) Debemos considerar el inventario de relaciones ecológicas que un grupo
o colectivo sostiene con otros grupos o colectivos como componente esencial
de la identidad social urbana.
8) El proceso de configuración categorial es dinámico, puesto que las perso-
nas y los grupos utilizan distintos grados de abstracción categorial, teniendo en
cuenta sus necesidades y según la categoría que los identifica y los diferencia de
otras personas o grupos (Reid y Aguilar, 1991).
9) Conviene destacar la existencia de sistemas de categorías urbanas parale-
las que también ayudan a construir la identidad social urbana. La consecuencia
© Editorial UOC 284 Psicología del comportamiento colectivo
a) Los topónimos, que bautizan los elementos urbanos y les otorgan un nombre,
una categoría social urbana concreta. El estudio de los topónimos nos proporcionará
una pequeña pista de cómo se han elaborado socialmente aquellos significados rela-
cionados con el espacio.
b) Los espacios simbólicos urbanos y los elementos que las personas consideran
como más representativos son los encargados de simbolizar las dimensiones más des-
tacadas de la identidad social urbana compartida en el grupo o colectivo. Así pues,
podemos considerar los lugares o los objetos simbólicos como prototipos de la cate-
goría social urbana base para la definición de la identidad social correspondiente.
Dentro de este grupo de elementos, podemos incluir los elementos geográficos (ríos,
montañas, lagos, etc.), los monumentos (Bohigas, 1985; Francis, 1983) y, en general,
los diferentes elementos arquitectónicos o urbanísticos autóctonos y peculiares del
espacio caracterizado como espacio simbólico urbano (Valera, 1993).
Para concluir este apartado, tras el repaso que hemos efectuado de los con-
ceptos que la Psicología ambiental utiliza en el intento de relacionar la identi-
dad social con el espacio, somos capaces de manifestar que tanto los aspectos
simbólicos y categoriales del espacio físico como los sociales son los que poseen
un papel más importante en el proceso de edificación de la identidad social o
colectiva. Sin embargo, en este proceso de simbolización y categorización de
personas y lugares echamos de menos el papel del lenguaje en ambos procesos.
Somos las personas, gracias a nuestras interacciones cotidianas, las encarga-
das de dotar de simbolismo a los espacios y de establecer categorías para los mis-
mos. No obstante, algo que es necesario explicar de estas interacciones es que se
basan en el lenguaje. Desde nuestro punto de vista, la identidad colectiva se
© Editorial UOC 285 Capítulo V. Medio ambiente...
“una posición radicalmente relativista que nos obliga a sacar la conclusión de que
nada existe fuera del discurso; es decir, que la única realidad que tienen las cosas es
la que se les otorga dentro del ámbito simbólico del lenguaje. Esto equivale a decir
que nuestras vidas no tienen ninguna base material, y que ‘cosas’ que nos afectan tan-
to, como, por ejemplo, la economía, las condiciones de vida y la salud, no son más
que efectos del lenguaje”.
Burr, V. (1997). Introducció al construccionisme social (p. 89). Barcelona: Proa / Univer-
sitat Oberta de Catalunya.
4.1. La territorialidad
¿Cuál es nuestra reacción cuando volvemos a nuestro asiento del cine (des-
pués de haber ido al lavabo) y observamos que está ocupado? ¿Cuál es la sensa-
© Editorial UOC 286 Psicología del comportamiento colectivo
Gifford, R. (1987). Environmental Psychology. Principle and Practice (p. 137). Boston:
Allyn and Bacon.
La gran diferencia entre estos dos autores es que, para Gifford, la territoriali-
dad no implica explícitamente la defensa o la personalización, sino que sólo las
puede comportar.
Después de la lectura de estas dos definiciones, se puede relacionar la
territorialidad con otros conceptos como defensa, espacio físico, posesión, ex-
clusividad de uso, señales, personalización, identidad, dominación, control, se-
guridad, vigilancia, etc.
Es Altman (1975) quien establece una clasificación del tipo de territorios:
• Primarios. Espacios que forman parte de la vida cotidiana de las personas (son
primordiales para nosotros) y donde se ejerce un grado de control permanen-
te y exclusivo. Acostumbramos a marcarlos con claridad (decorándolos, po-
niendo objetos que tienen una significación para nosotros o, incluso,
poniendo nuestro nombre). Por ejemplo, la casa, la oficina, el despacho, etc.
© Editorial UOC 287 Capítulo V. Medio ambiente...
Dentro de esta última tipología, Lyman y Scott (1967) distinguen dos tipos
más de territorios: por un lado, los territorios interaccionales, que son espacios
controlados por un determinado grupo de personas durante cierto periodo de
tiempo, como por ejemplo un mitin político; por otro lado, los territorios cor-
porales (diferente del espacio personal, que explicaremos más adelante), cuyo
umbral es la propia piel, y que pueden ser invadidos por otra persona, ya sea con
permiso (por ejemplo, algo que ahora está muy de moda son los tatuajes o los
piercings) o sin permiso (como puede ser una agresión sexual).
Asimismo, Gifford (1987) se refiere a otros dos tipos de espacios: los objetos
y las ideas. Ambos también son personalizados por nosotros: marcamos los ob-
jetos para demostrar que son de nuestra propiedad (por ejemplo, poner nuestro
nombre en nuestros libros); defendemos las ideas para evidenciar que son ge-
nuinas de nuestro pensamiento, que las hemos creado nosotros (como sucede
con las patentes, los derechos de autor o copyrights, etc.).
Uno de los temas más trabajados dentro del ámbito de la territorialidad ha
sido el de su transgresión. Siguiendo a Valera y Vidal (1998), existen distintas
formas de introducirse en un territorio ajeno:
na para quien, por su condición cultural, tiene un significado diferente del que
tiene para nosotros).
3) Para acabar, la contaminación, que, además de ensuciar el espacio, puede
tener consecuencias más graves. Un ejemplo de ésta es el de Aznalcóllar, donde
la ruptura parcial de la pared del embalse de una explotación minera vertió re-
siduos de metales (cobre, plomo y cinc) almacenados durante veinte años en el
río Guadiamar. Este hecho significó que, a lo largo de cuarenta kilómetros, se
destruyeran extensiones de cultivos de zonas agrícolas y pesca y que se en-
venenaran muchos pozos de agua potable.
El espacio personal adquiere sentido cuando, como mínimo, hay dos personas. De
esta manera, cambiará dependiendo de la relación que se tenga con la otra persona.
Hall (1966) destaca que los criterios que rigen las relaciones de la distancia y el espa-
cio personal no son universales, sino que varían dependiendo de la cultura. Como se-
ñala Martínez (1998), parece que las personas del norte de Europa (incluso los
británicos) prefieren espacios más amplios para sus interacciones que, por ejemplo,
los norteamericanos; o los árabes y mediterráneos necesitan menos espacio en sus
contactos. Por este motivo pueden darse equívocos entre personas que pertenezcan a
distintas culturas.
• La distancia íntima, que va desde el contacto físico hasta los cuarenta y cinco
centímetros. Es la reservada para las relaciones íntimas y/o amorosas.
• La distancia personal, que va desde los cuarenta y cinco centímetros hasta un
metro veinticinco centímetros. Aquí es donde practicamos las interacciones
entre amigos íntimos y donde tenemos las conversaciones más habituales.
• La distancia social, que se extiende desde un metro veinticinco centímetros
hasta los tres metros y medio. Por ejemplo, es aquella que se da en las rela-
ciones laborales y profesionales, puesto que implica una distancia suficiente
para la comunicación, pero no refleja intimidad.
• Para acabar, la distancia pública, que comprende el espacio desde los tres me-
tros y medio hasta los siete metros y veinticinco centímetros o más. Es una
distancia formal, reservada para contactos muy superficiales, como por ejem-
plo aquel que se da entre un actor y sus espectadores.
teracciones con los demás. De acuerdo con Martínez (1998), el espacio personal
contaría, principalmente, con tres funciones:
“[…] el control selectivo del acceso a uno mismo o al grupo al que una persona per-
tenece”.
Altman, I. (1975). The environment and social behavior: privacy, personal space, territory,
crowding (p. 18). Monterrey, California: Brooks/Cole Publishing Company.
© Editorial UOC 293 Capítulo V. Medio ambiente...
Dos aspectos capitales que se precisa recoger de esta definición son el control
selectivo de la interacción social y el de la información ofrecida a los demás.
De este modo, la privacidad hace referencia a la capacidad que la persona (o
grupo social) tiene para regular la cantidad y la calidad de las interacciones so-
ciales y la información producida en cualquier contexto de interacción, de ma-
nera selectiva de acuerdo con las propias necesidades.
Pedersen (1979, 1982, 1997) recoge el trabajo realizado por Westin (1967) y,
finalmente, propone estas dimensiones de la privacidad:
– La intimidad familiar: estar solo con la familia, como, por ejemplo, cuan-
do una familia se reúne alrededor de una persona que está enferma en el
hospital.
– La intimidad con los amigos: estar solo con los amigos, como, por ejem-
plo, cuando unos compañeros íntimos comparten sus problemas.
4.3. El hacinamiento
Juan y Pablo han quedado a las ocho de la tarde en la plaza del Sol para ir al concierto de
los U2. Juan es un fanático de este grupo musical, pero Pablo sólo va al concierto por-
que su amigo le ha invitado (a él le gusta más la música clásica). Como nuestros dos
amigos, hay una multitud de jóvenes que también asiste a este concierto. Al final, se
reúnen dentro del recinto veintidós mil espectadores.
Juan ha convencido a Pablo para estar en primera fila del concierto. A Pablo no le
hace mucha ilusión, pero vuelve a acceder. El grupo sale al escenario, se inicia el con-
cierto con la canción “Beautiful Day” y la gente empieza a saltar enfervorizada.
En estos momentos, aunque Juan está rodeado de mucha gente, está disfrutando del
concierto. No tiene la experiencia de sentirse en situación de hacinamiento. En cam-
© Editorial UOC 297 Capítulo V. Medio ambiente...
bio, Pablo se siente mal: tiene la sensación de que le falta espacio, le molesta que la
gente le esté empujando, está enfadado y tiene ganas de salir del concierto lo antes
posible. Tiene la experiencia de sentirse en situación de hacinamiento.
Esta historia ejemplifica la manera en que dos personas en una misma situa-
ción pueden vivirla de manera diferente dependiendo de la propia experiencia
subjetiva. Asimismo, esta situación ha provocado en Pablo determinados efec-
tos. A continuación mostramos cuáles son los efectos que provoca el hacina-
miento en las personas.
Según Hombrados (1998), el hacinamiento puede afectar a las personas en
tres aspectos:
tales han estudiado este tipo de hacinamiento son las prisiones, los entornos
escolares, los hospitales, las residencias de estudiantes, el hogar, etc.
5. El imaginario ecológico
El espacio es hoy un sistema de objetos cada vez más artificial, poblado por sistemas
de acciones igualmente imbuidos de artificialidad, y cada vez tienden más a fines ex-
traños al lugar y a sus habitantes.
Asimismo, cada uno de estos contenedores lleva sus instrucciones de uso incorpora-
das, por norma general pegadas con adhesivos al mismo contenedor. Las más habi-
tuales son: cuáles son aquellos residuos que “finalmente” pueden guardarse en aquel
contenedor, qué tipos de bolsa debemos utilizar, qué horarios debemos cumplir para
tirar la basura, etc. Éstas pretenden “normalizar”, es decir, nos dictan cuáles son las
normas sociales y comportamientos sociales que, de un modo u otro, nosotros, como
ciudadanos colaboradores, debemos seguir.
O quizá en este momento hay una sobrecarga de información que los ciuda-
danos no podemos ni sabemos asimilar:
De la misma manera que la década de los noventa ha sido la década de los contene-
dores, también podríamos argumentar que en los últimos años hemos sido bombar-
deados por un conjunto de campañas de promoción, concienciación, opinión,
educación ambiental, etc., por lo que respecta al tema de los residuos municipales.
En éstas se nos invitaba a conocer cuáles eran los residuos que habitualmente se
generaban, se debían guardar, cuál era el tratamiento que éstos recibían, cuáles eran
las posibilidades de reciclarlos, de reutilizarlos; incluso podemos recordar alguna
campaña en que se nos ha invitado a reducir nuestros residuos más habituales. Éste
era el discurso que se explicitaba, pero al mismo tiempo, y ya de manera implícita, se
nos invitaba al cambio de nuestras actitudes y maneras de comportarnos en relación
con los residuos municipales o se nos educaba en el cambio.
Del mismo modo que hace unos cuantos años nadie podía imaginarse que
nuestra sociedad pudiera cambiar tanto por lo que respecta a los aspectos
informativos y tecnológicos, ninguno de nosotros pensábamos que la proble-
mática sobre el medio ambiente o el discurso sobre el mismo tendría tanta im-
portancia como tiene en la época actual. Hace unas tres o cuatro décadas, pocos
hablábamos del medio ambiente: algunos movimientos verdes, algunos políti-
cos ecologistas, alguna persona con ideas progresistas, etc.
A estas alturas, podemos relativizar si la Tierra está más o menos “enferma”
que en aquel entonces; sin embargo, lo que queda claro es que, a principios del
siglo XXI (y teniendo siempre presente que los discursos están condicionados
por las circunstancias sociales e históricas que los rodean), el discurso verde o el
discurso sobre esta palabra mágica que es la sostenibilidad (sin que todavía todo
el mundo tenga claro su significado) se encuentran plenamente imbricados en
nuestra realidad.
Por lo tanto, podemos argumentar que el discurso verde ha ganado la batalla
a otros discursos que han quedado silenciados, que el discurso sobre la soste-
nibilidad se ha “normalizado” y, asimismo, nos pretende normalizar, es decir,
que el discurso ecológico ha cambiado nuestra realidad. Por ejemplo, los par-
tidos políticos verdes prácticamente han desaparecido porque, o bien parte de
sus componentes se han integrado en otros partidos políticos, o bien porque los
“grandes” partidos políticos han incorporado en sus programas electorales el
tema del medio ambiente.
En este sentido, Aragonés (1997) apunta que la lectura que se hace del
concepto sostenibilidad no es crítica, sino que se considera que el desarrollo sos-
tenible es una finalidad que debe perseguir la sociedad internacional. El consen-
so existente en torno a este discurso nos lleva al hecho de que todas las políticas
ambientales que defienden el discurso de la sostenibilidad se valoran de una
manera positiva.
Los principales emisores de los discursos sobre la sostenibilidad (del mismo
modo que otros tipos de discursos) son los medios de comunicación, pero tam-
bién podemos encontrarla en muchos otros lugares. La sostenibilidad viaja ya
por todas partes: por las noticias y anuncios de la televisión, por las informa-
© Editorial UOC 302 Psicología del comportamiento colectivo
ciones de la radio, por las páginas web de Internet, por los libros especializados,
por las etiquetas de los productos, etc.
Estos discursos pretenden cambiar las acciones proambientales de las perso-
nas. Intentan sensibilizar a los ciudadanos con respecto a la necesidad de adoptar
patrones de comportamiento abstractamente sostenibles (Moreno y Pol, 1998);
no obstante, estos cambios no son tan fáciles, dado que, como hemos visto en
algún punto del capítulo, la actitud medioambiental no suele corresponder al
comportamiento ambiental, y porque
asociar los desastres, los riesgos y algunos prejuicios sociales (los que le interesa).
Es decir, siempre que se da una noticia, un discurso, etc., de este tipo se hace
con la finalidad de proteger una serie de valores particulares. Por ejemplo, la
desforestación de la selva amazónica se vende como un problema de falta de te-
rrenos de la gente campesina de aquel lugar; sin embargo, podemos pensar tam-
bién que lo que está pasando es que existe un interés de las compañías
internacionales por explotar la madera de los árboles amazónicos.
El discurso sobre la sostenibilidad hace recaer toda la responsabilidad para
que ésta se alcance en las personas que debemos ejecutar estos comportamien-
tos proambientales. Los ciudadanos somos los responsables últimos de que el
objetivo de conseguir un desarrollo sostenible se alcance. Lo que pasa desaper-
cibido en este discurso es la responsabilidad que tienen otros actores sociales,
como por ejemplo las instituciones sociales, las políticas, etc.
Éstos son algunos ejemplos de los efectos del discurso ambiental. A partir de
esta escueta descripción invitamos al lector y a la lectora a identificar otros tipos
de consecuencias (implícitas y explícitas) de los discursos medioambientales.
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© Editorial UOC 321 Glosario
Glosario
acciones pragmáticas f pl Efectos que trata de producir un hablante por medio del
discurso sobre sus interlocutores e interlocutoras modulando una versión acomodada a
un contexto.
actitud ambiental f Actitud que nos indica nuestras posiciones tanto hacia el entorno
en general como hacia las partes específicas o problemáticas ambientales concretas.
apropiación del espacio f Hacer un uso reconocido de un espacio y establecer una re-
lación con el mismo: integrarlo en nuestras propias vivencias, organizarlo a nuestro mo-
do, integrarlo en nuestras experiencias cotidianas y personales, etc. Gracias a esta
operación, el espacio (vacío) deviene un lugar “significativo” para nosotros.
categorías espaciales f pl Una de las diferentes categorías sociales que las personas
usamos en el proceso de formación de nuestras identidades sociales. Nosotros configura-
mos nuestra identidad social espacial cuando tenemos presente el hecho de pertenecer a
un determinado lugar, y éste se convierte en una subestructura de la identidad social.
Aquello que caracteriza a esta subestructura identitaria es que el lugar en cuestión se con-
vierte en el referente directo de la categorización. De este modo, las categorizaciones que
las personas construimos en relación con la pertenencia a determinados espacios pueden
situarse en un continuo que va de menos a más: el espacio individual, el espacio grupal
y el espacio colectivo.
conducta normativa f Conducta regida por las normas existentes en un grupo, nor-
mas generadas por el propio grupo. Es, por tanto, una conducta que el mismo grupo trata
como esperable, adecuada o que se debía dar.
control social m Observación que dirige los cambios sociales hacia las características
de un sistema social institucionalizado.
© Editorial UOC 322 Psicología del comportamiento colectivo
cosificación f Acción de conferir, por medio del lenguaje, la calidad de solidez, perma-
nencia y consistencia a cualquier objeto o proceso.
espacio personal m Área dotada de unos umbrales invisibles que rodean el cuerpo de
la persona y donde los intrusos no pueden penetrar. Área que mantenemos a nuestro al-
rededor, donde los demás no pueden entrar y, si lo hacen, probablemente provocarán
nuestro enfado.
identidad colectiva f Sentido del “nosotros” que impulsa los movimientos sociales. Es
una definición compartida e interactiva, producida por varios individuos (o por grupos
en un nivel más complejo), que está relacionada con las orientaciones de su acción co-
lectiva, así como con el campo de oportunidades y constricciones en que se produce. Esta
identidad está integrada por definiciones de la situación que son compartidas por los
miembros del grupo, y que son el resultado de un proceso de negociación y ajustes muy
elaborado, entre los diferentes elementos que están relacionados con las finalidades y los
medios de la acción colectiva, así como con su relación con el entorno (Melucci, 1996).
identidad social f Conciencia que tiene una persona de formar parte de un grupo o
categoría social, y la valoración que hace de la misma.
influencia minoritaria f Influencia que los grupos minoritarios pueden ejercer sobre
las mayorías en términos de cambio en las creencias, los valores, las actitudes y/o los
comportamientos, por su capacidad de generar conflictos simbólicos que necesitan ser
solucionados.
interacción social f Acciones entre diferentes personas, grupos o partes sociales. Las
focalizadas se dan cara a cara.
mapa cognitivo m Constructo que abarca aquellos procesos que posibilitan que las per-
sonas adquieran, codifiquen, almacenen, recuerden y manipulen toda la información re-
ferida a la naturaleza de su ambiente espacial. Esta información guarda relación con los
atributos y localizaciones relativas de la gente y de los objetos en el ambiente, y constituye
un componente esencial en los procesos adaptadores de la toma de decisión espacial.
masa f Conjunto de personas, próximas las unas a las otras, en el que la conducta de
unas ejerce algún tipo de influencia sobre la de las otras.
Place Identity f Subestructura básica del yo, resultante de una construcción que hace-
mos de manera individual en nuestro proceso de percibirnos en relación con nuestro en-
torno más inmediato. Esta estructura cognitiva se irá transformando según nuestra
experiencia espacial cotidiana, según la relación que mantenemos con los lugares que
nos son más próximos. La cognición de estos espacios irá acompañada de una carga afec-
tiva a partir de la cual desarrollaremos una serie de vínculos emocionales y de pertenen-
cia de aquellos lugares considerados como más relevantes y que será regulada según tres
factores espaciales: las cualidades físicas de los mismos, sus cualidades sociales y las po-
sibilidades de transformarlos de que dispongamos.
privacidad f Control selectivo del acceso a uno mismo o al grupo al que una persona
pertenece. Hace referencia a la capacidad que la persona (o grupo social) tiene para regu-
lar la cantidad y la calidad de las interacciones sociales y la información producida en
cualquier contexto de interacción, de manera selectiva, de acuerdo con las necesidades e
intereses de la persona (o grupo social).
proxémica f Concepto que se refiere a un modelo antropológico del espacio. Este mo-
delo pretende el estudio científico del espacio como medio de comunicación interperso-
nal, es decir, del uso que hacemos del espacio y cómo las personas interactuamos por
medio de la utilización de las distancias entre unos y otros.
solipsismo m Creencia o suposición que apoya y defiende una visión subjetivista del
mundo, según la cual el individuo es autosuficiente para conocer el mundo.
subjetividad f Proceso a partir del cual el sujeto se constituye como objeto de conoci-
miento propio o social y como sujeto de conocimiento de sí mismo a partir de la expe-
riencia, la relación con uno mismo y las categorías de las relaciones sociales a partir de
los discursos y el imaginario social.