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COMENTARIOS AL GÉNESIS

Presupuestos inamovibles

Entramos en un problema delicadísimo, en el que toda prudencia es poca al


aplicar las normas de hermenéutica sagrada. Un literalismo a ultranza puede hacer tanto
daño a nuestra fe como el liberalismo progresivamente imperante en los círculos
eruditos de teólogos y exegetas. Nuestra fidelidad a la Palabra de Dios, que «no puede
ser quebrantada» (Jn. 10:35), nos impone los siguientes principios:
A) Génesis, caps. 1-11, es tan «Palabra de Dios» como el resto de la Escritura.
Por tanto, los hechos que allí aparecen como históricos no pueden ser relegados a la
categoría de «leyenda expurgada».
B) Dios, el único Dios verdadero, es el autor de cuanto existe, no por emanación
panteísta, sino por creación de la nada, de acuerdo con Gén. 1:1.
C) El conocimiento del estilo literario semita es absolutamente necesario para
una prudente exégesis del relato de la creación. Los comentarios de rabinos de prestigio
deben ser tenidos en cuenta, aunque ellos mismos no estén de acuerdo en algunos
detalles, por lo que no podemos tenerlos por infalibles.

¿Qué nos dice el relato de la creación?

Podemos explicar Gén. 1 del modo siguiente:


Vers. 1. Aquí se nos relata sumariamente la creación de toda la materia prima del
Universo. Todo fue creado por Dios de la nada.
Vers. 2. Esta materia prima aparece sin orden, sin vida, sin movimiento, como un
abismo (hebreo “tehom”) caótico (hebreo «tohu vabohu» = informe y vacía). El Aliento
poderoso de Dios se dispone a transmitir movimiento, orden y vida en aquel fluido
nebuloso que el texto sagrado denomina con el nombre de «mayim» = aguas.
Vers. 3. Dios crea la luz, poniendo en movimiento rápido y masivo toda aquella
masa amorfa ya creada (se forma así la gran nebulosa espiral del Universo que
conocemos, el único que interesa al historiador sagrado).
Vers. 4. Comienza la tarea de la triple separación inicial: la luz cósmica luce en
medio del vacío inmenso (comp. con Jn. 1: 45, donde las tinieblas son obra del
Maligno); se hace una separación entre lo de arriba y esta tierra de abajo (v. 6-8);
finalmente, una tercera separación entre el mar y la tierra de nuestro planeta (vs. 9-10).
Vers. 5. La tarea de la primera separación comienza a la tarde. Por eso, el día
judío comienza por la tarde, a la puesta del sol. De ahí que el sábado comenzaba
después de la puesta del sol del viernes; así, la mañana del domingo de Resurrección era
«el tercer día» después de la muerte de Jesús. Del Día de la Expiación dice Levítico
23:32: «Día de reposo será a vosotros... DE TARDE A TARDE guardaréis vuestro
reposo». Tinieblas y Luz, Noche y Día irán así unidos a nuestra resurrección con Cristo,
para comportarnos como «hijos de luz e hijos del día» (1 Tes. 5:5). Al final de este
versículo se habla de que «fue la tarde y la mañana un día». No había aún sol, ni relojes
humanos, lo que demuestra que no se trata «de un día ordinario, sino de un Día de Dios,
de una era, pues para Dios mil años, y aun miles de millares de épocas, son como un día
que pasó; Salmo 90:4».
Vers. 9-13. Terminada la triple separación en el tercer «día», Dios comienza la
tarea de decoración del Universo en 1a segunda parte de ese mismo día. Por eso, no
llega el segundo «Y vio Dios que era bueno» hasta el final del vers. 10, en que quedaba
terminada otra tarea. La decoración comienza por 1a tierra, donde Dios establece un
«hábitat» conveniente para el hombre y lo decora con espléndida vegetación.
Vers. 14-19. En el cuarto «día» Dios pone la iluminación para la estancia del
hombre. «Los cielos de las cielos» («shemé hashamayim») simbolizan la inaccesible
morada de Yahveh, pero en el segundo shamayim (el cielo estelar) Dios cuelga
«mehorot» «luminarias o fuentes de luz» para el hombre. Todo astro es creado por Dios
para beneficio y utilidad del hombre; no hay estrellas malignas, ni soles que suplanten a
Dios. Así quedan barridos tanto la idolatría estelar como los maleficios astrológicos (Jer.
10:2). Todo lo que Dios ha hecho es «bueno», y e1 conjunto de la creación, incluido ya
e1 hombre, es llamado en el vers. 31 «muy bueno».
Vers. 20-25. En el quinto «día» y mitad del sexto, Dios crea los animales,
primeros compañeros y servidores de Adán; siendo ya seres animados y semovientes,
Dios los «bendice» para que crezcan y se multipliquen; no lo hace con las plantas
porque el crecimiento de éstas «depende del sol y de la lluvia, no de su propia volición».

Autenticidad del relato del Génesis

La exégesis liberal y modernista ha pretendido demostrar que el Génesis, como


el resto del Pentateuco, no fueron escritos por Moisés, sino que forman una tardía y
variopinta recopilación de diversos documentos, legendariamente atribuidos al gran
caudillo y legislador del pueblo judío. Para desmontar esta afirmación nos bastaría citar
las palabras del mismo Jesucristo en Juan 5:45-47:
«No penséis que yo voy a acusaros delante del Padre; hay quien os acusa,
Moisés, en quien tenéis vuestra esperanza. Porque si creyeseis a Moisés, me creeríais a
Mí, PORQUE DE MI ESCRIBIO ÉL. Pero si no creéis A SUS ESCRITOS, ¿cómo
creeréis a mis palabras?»
Por mucha erudición que parezcan revestir las teorías que niegan la autoría de
Moisés respecto al relato de la creación, la Palabra de Dios nos veda admitir una
falsificación ordenada o garantizada por el mismo Dios. La presunción de falsificación
puede ser una de tantas hipótesis que, una vez lanzadas, se repiten con tanta frecuencia
que, por fin, todo el mundo cree que están suficientemente demostradas. Entonces,
quien no las cree es tenido por ultraconservador y anticientífico, y ¿quién se atrevería en
nuestros días a cargar sobre sí el sambenito de quedar desfasado?»

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