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Índice

Sinopsis Capítulo 16
Prólogo Capítulo 17
Capítulo 1 Capítulo 18
Capítulo 2 Capítulo 19
Capítulo 3 Capítulo 20
Capítulo 4 Capítulo 21
Capítulo 5 Capítulo 22
Capítulo 6 Capítulo 23
Capítulo 7 Capítulo 24
Capítulo 8 Capítulo 25
Capítulo 9 Capítulo 26
Capítulo 10 Capítulo 27
Capítulo 11 Capítulo 28
Capítulo 12 Capítulo 29
Capítulo 13 Epílogo
Capítulo 14
Capítulo 15
Sinopsis

L
ali de 17 años de edad ha vivido su vida entera en pobreza
extrema, con un padre alcohólico y una madre adicta a las drogas,
quien abusa severamente de Lali. En la escuela, su ropa de
segunda mano la marca como un objetivo. Su negativa a defenderse a sí
misma la convierte en la destinataria de las burlas e intimidación de sus
compañeros de clase. Esto, hasta el regreso de Peter.

Peter Lanzani se mudó lejos seis años atrás, justo cuando él y Lali
habían comenzado a desarrollar sentimientos el uno por el otro. Él regresa
para encontrar a la brillante, divertida, extrovertida chica que había
conocido, ahora tímidamente escondiéndose en los rincones, apenas
hablándole a cualquiera a su alrededor, suspicaz incluso de él.

Lali no puede descifrar cuál es el juego que Peter está jugando con ella,
porque de seguro es un juego. ¿Qué más podría el grandioso, chico
popular de su pasado querer con ella?

Lali decide finalmente confiar en las intenciones de Peter, abriendo su


corazón a él. Justo cuando parece que él podría ser genuino en su
amistad, la tragedia los golpea, amenazando todo lo que Lali ha trabajado
para ganar. ¿Puede Peter ayudarla a sobreponerse de esta nueva
devastación, o los separará por siempre?
Prólogo

Seis años antes

P
eter observó a Lali mientras ella metía su mano en la ranura de
su escasamente poblada caja de San Valentín con sus nervios
zumbando… era una sensación extraña para él, ésta inseguridad.
Él no daba su vida como garantizada exactamente, pero no había muchos
conflictos arrojados en su camino, tampoco en los de sus compañeros o de
su familia. Era demasiado joven para apreciar plenamente la bendición de
tener una vida tranquila, pero tenía la edad suficiente para entender que
no todos lo tenían tan bien como él.

Había amado a Lali desde que la había conocido. Ella había sido su
primera amiga desde su primer día en el jardín de Infantes. No había
querido que su madre lo dejara en ese grande, nuevo, espantoso lugar
lleno de extraños. Lali había llegado mientras él luchaba con las lágrimas
y puesto su mano en la suya. Con una sonrisa, le había llevado a la mesa
para colorear y él había estado enamorado desde ese día en adelante.

Nunca había olvidado eso; ella había sido su consuelo, su rayo de luz en la
tormenta oscura de emociones.

Debido a su sensibilidad por ella, él fue uno de los pocos que había notado
el cambio en ella durante los últimos años. Había pasado de ser una niña
dulce, divertida, que siempre sonreía, y siempre podía hacer a los otros
reír, a alguien que estaba en silencio y raramente sonreía.
Lo hizo sentirse triste, principalmente porque no sabía el por qué, y por lo
tanto no podría arreglarlo.

Nunca se dio por vencido. Pensaba que si sólo seguía tratando, podría
encontrar a esa chica otra vez. Incluso más que eso, él quería que supiera
lo que sentía, lo que realmente sentía por ella. No pensaba que pudiera
saber cuánto quería estar con ella, lo mucho que la amaba. Esperaba que
su tarjeta de san Valentín especial aclarara esto.

Lali metió su mano en su caja, sacando con indiferencia las pequeñas


tarjetas genéricas compradas en tiendas, que en su mayoría lucían
personajes de dibujos animados en ellas, junto con un cursi, falso
sentimiento. Apenas les echó un vistazo mientras las hacía a un lado. Él
podría haber creído que le eran totalmente indiferentes, que estaba lejos
de sentir algo por ellas, excepto por la pequeña curva en la esquina de su
boca.

Finalmente llegó a la de él. Podía darse cuenta porque la sonrisa cayó de


su rostro y su frente se arrugó en consternación, mientras su mano estaba
detenida, recuperando el avance. Tiró un poco, luego giró su mano en un
ángulo para maniobrar la grande, plegada pieza de papel de construcción,
desenvolviendo la abertura.

Lali miraba fijamente hacia el frente. Peter se sintió avergonzado de


repente, inseguro sobre su regalo hacia ella. Tal vez era estúpido… era
estúpido. Era idiota e infantil. Aficionado, los diferentes colores de los
corazones en capas encima de otro papel rojo. Debería simplemente haber
comprado uno en la tienda, habría sido mejor. Cerró los puños a sus
costados mientras un rubor se acercaba a sus mejillas.

Entonces ella lo abrió, leyó las palabras que había escrito ahí, y su
estómago se cerró.

Algo asombroso sucedió entonces. Como el sol naciente en el horizonte, su


sonrisa apareció, cambiando su semblante, iluminando su rostro de una
manera en que él no había visto durante mucho tiempo. Sus ojos se
encontraron con los de él, y en ellos él pudo ver su respuesta.

Ella se puso de pie, y caminó inseguramente hacia él, su sonrisa vacilando


ligeramente. Luego se volvió hacia el armario de los abrigos, dándole una
mirada que lo atrajo hacia ella. Miró a su alrededor para asegurarse de
que nadie estaba mirando, esperó un minuto o algo, entonces la siguió
adentro.

Estaba de pie en la esquina trasera, esperando, con la preocupación


frunciendo su ceño, retorciendo sus manos, hasta que vio a Peter. Su
rostro se despejó y una pequeña sonrisa se dibujó en sus labios.

Peter se acercó, deteniéndose justo frente a ella. Ella miró hacia abajo,
sus ojos volviéndose lentamente hacia él mientras se acercaba. Levantó su
boca a la de él y lo besó. La sorpresa lo mantuvo congelado durante un
largo momento antes de derretirse, inocentemente, besándola de regreso.

Ella era la chica de sus sueños, y con su beso le dijo que era finalmente
suya.

Cuatro meses después Peter y su familia se mudaron lejos.


Capítulo 1

¡W ham!

Él golpe con el dorso de la mano me tira al suelo. Levanto la


vista hacia ella, determinando en un nanosegundo si debo permanecer
abajo o ponerme de pie. Peleo con mis pies, encogiéndome ligeramente en
anticipación al siguiente ataque, garantizado a venir si la interpreto
equivocadamente.

No lo hago. Ella se aleja de mí con un disgusto familiar.

—Limpia el desastre que hiciste, Lali —refunfuña, pateando el plato con


los restos de su almuerzo que se había caído al suelo desde su lado de la
mesa cuando caí.

—Está bien, mamá.

Ella se da la vuelta, con amenaza en su pose.

—¿Me estás respondiendo?

—No mamá, lo siento. —Odio el tono adulador de mi voz, pero soy


impotente en contra de eso, como lo soy en el cambio de la marea de mi
vida.

Recojo los restos de comida con mis manos, acumulándola de nuevo en el


plato y lo hago a un lado. Limpio un par de botellas de prescripción, que se
habían caído en el lío, con la parte delantera de mi camisa. Pongo las
botellas caídas sobre la mesa en su lugar preciso, dentro del grupo de
pequeñas botellas marrones. Ella sabe exactamente lo que está en cada
una de ellas por su ubicación.
Espontáneamente, la foto que he estado ocultando debajo de mi colchón se
desliza en mi mente. En ella, mi madre se encuentra en el patio con mi
padre y yo, riendo y amando, luciendo joven y bella, y muy embarazada.

Yo tenía nueve años de edad en ese momento, a punto de comenzar el


cuarto grado, lo que era emocionante, porque significaba que estaba por
deslizarme a ser lo que yo pensaba era lo más genial de lo genial, un
alumno de sexto grado, la clase mayor de la escuela.

El día en que la foto fue tomada, mi padre había traído a casa una
sorpresa de cumpleaños adelantada para mí. Mi cumpleaños no es hasta
Febrero, pero papá no podía esperar. Quería que la tuviera antes, así
podría disfrutar de ella antes de que la nieve cayera.

Mientras llevo el plato sucio de mi madre hacia la cocina, miro por la


ventana hacia la sorpresa de cumpleaños de hace tanto tiempo. Es un
columpio, uno de los de acero resistente, en forma de A, de los que no se
encuentran normalmente en los patios traseros, sino más bien en un
parque público. Fue hecho para durar un largo tiempo, incluso ahora
parece casi el mismo, sólo el brillo embotado delata su edad. Tres cambios
cuelgan de densas largas cadenas. Los corpulentos hombres que lo
entregaron aseguraron los postes de cemento profundamente en la tierra
para que no se volcara. Me dijeron que tenía que esperar tres días para
columpiarme en él, para darle al cemento la oportunidad de endurecerse.

Tres días es una eternidad para una niña de nueve años de edad.

En tres días, aprendí, que una eternidad de cambios pueden ocurrir.

Rápida y tan silenciosamente como es posible lavo el plato, el lavavajillas


hace mucho tiempo dejó de funcionar y la idea de pagar a un técnico o
comprar uno nuevo, era tan extraña como un viaje al Taj Mahal. Tan
pronto como termino, me deslizo en silencio por la puerta trasera.

Soy muy consciente de cuán patético es que tu única vía de escape, tu


mejor amigo, sea un objeto inanimado, y el juguete de un juego de niños,
para alguien que tiene diecisiete años y se prepara para empezar su último
año de la escuela preparatoria. Pero es todo lo que tengo, así que camino
más deprisa, ignorando la lluvia leve que comienza a disminuir mientras
planto mis pies en la bien gastada tierra, y me trepo tan rápido como
puedo con un ligero salto. El viento sopla a mi lado tanto por la velocidad,
como por la tormenta levantándose. Enfría en carne al rojo vivo un lugar
en mi mandíbula, que me dejará una magulladura para iniciar el año
escolar mañana.

No es que importe. Un pre-molido saco de boxeo no hace una diferencia


para la mayoría de mis torturadores.

Mientras vuelo más alto, siento la tensión liberarse, el mundo


desapareciendo. Estoy aliviada por la corriente que viene mientras me
esfuerzo a elevarme más y más. Mi mente se vacía mientras me entrego a
la sensación. La única interrupción llega cuando escucho a mi padre
tropezar en la casa, temprano ésta noche, y empieza a gritar. Incluso eso
puedo apartarlo lejos con un poco de esfuerzo, he tenido años de práctica.

Por suerte, no hay un sonido revelador de un puño contra piel cuando los
gritos se detienen. Mi mente registra esto en alivio porque también
significa que hay una buena oportunidad de que no tenga que estar en el
lado receptor de su rabia ésta noche.

Algún tiempo después, me doy cuenta de que las luces han sido apagadas
en la casa. No se les ocurre a cualquiera de los dos preguntarse dónde
estoy, o siquiera comprobar mi habitación y ver si estoy ahí. No tengo
problema con eso, su falta de interés y atención dejó de ser dolorosa hace
tiempo y se convirtió en algo positivo si eso significa ser invisible.

Continúo balanceándome en el aire fresco de la noche, con el cabello


húmedo por la ligera lluvia. Espero a que la paz se establezca
completamente antes de dejar de balancearme más lento y después
detenerme.

Una respiración profunda, recopilo valor, entonces me deslizo dentro de la


casa tan silenciosamente como me es posible, para no llamar la atención
sobre mi existencia.

Abro el armario de mi dormitorio, y doy un exasperado respiro por la falta


de opciones ante mí. Mañana voy a ser una estudiante de último año,
parece que para eso debería calificar tal vez sólo un traje nuevo, algo que
no sea de una tienda de segunda, que no esté gastado y enfermamente
ajustado. Me permito una fiesta de lástimas de dos minutos, entonces saco
los objetos menos gastados para ponerme en la mañana.

Último año.

Ugh.

***

Odio el primer día de escuela.

En realidad, odio todos los días de escuela, pero como éste es el primer día
de mi último año de preparatoria, de alguna manera parece peor que todos
los demás. Hay un entusiasmo palpable en el aire de los otros de último
año, sabiendo que después de éste año pueden empezar su vida real. Yo
no tengo una vida real por lo que éste año es más temible que todos los
demás, y eso es decir mucho, considerando cómo cada anterior año
escolar ha sido para mí.

—Cuidado, fenómeno.

Me tropiezo, pero no caigo mientras soy empujada a un lado por uno de los
de primer año. Veo un par de estudiantes de segundo año mirando con
interés. El tiempo dirá si éstos novatos se unirán al juego, o si van a tener
lástima y dejarme en paz.

Me aparto de ellos y veo a Eugenia Suarez viniendo por el pasillo, rodeada


por sus seguidores. Ésa es realmente una buena razón para darme la
vuelta e ir en la dirección opuesta. No se ha dado cuenta de mí aún, así
que hago una rápida retirada por las escaleras cercanas, a pesar de que
significa que tendré que darme prisa para llegar a mi primera clase. Los
retardos son algo que evito con pasión, no quiero llamar la atención a
menos que sea absolutamente necesario.

Eugenia es mi principal... enemiga, supongo, aunque hubo un tiempo en


que fuimos amigas. El verano antes de la escuela secundaria, en el que de
repente florecí. Mis pechos comenzaron a surgir, crecí varios centímetros y
de pronto nada me quedó. Las camisas eran demasiado ajustadas y los
pantalones muy cortos. Mi madre no podría molestarse por algo tan trivial
como una hija creciendo en su mundo loco, así que me convertí en una
ladrona.

En las horas de madrugada, antes de que cualquiera de mis padres


hubiera salido de sus estados de embriaguez, me escapaba y tomaba un
dólar o dos, de la cartera de mi padre y del bolso de mi madre, cada vez
que tenían uno. Así fue como me financié un ―nuevo‖ guardarropa, tres
camisas, dos pantalones, un sujetador, tres pares de ropa interior y un par
de maltratadas zapatillas de la tienda de ahorro local. Costó doce dólares
robados y una gran cantidad de culpa.

Aunque la ropa me quedaba mejor que cualquier otra opción que tenía,
seguían marcándome. Mientras que en la escuela primaria había sido
capaz de transformarme silenciosamente en observadora, pasando
inadvertida y dejada sola, en la escuela secundaria me vieron convertirme
en un objetivo.

Fue Eugenia Suarez quien realmente lo empezó, marcó la pauta de en lo que


mi vida se había convertido, al menos a lo que se refiere a la escuela. Por
alguna razón, había empezado a desagradarle al final del anterior año
escolar. Había estado cerca del final de año cuando comenzó a decir cosas
despectivas acerca de mí a mis compañeros de clase, a pesar de que en
realidad no fue tiempo suficiente para que los chismes se desarrollaran en
más que algunos dardos dirigidos perezosamente por sus seguidores.

Ella también había florecido en el verano y cuando la escuela comenzó,


caminó como una confiada belleza rubia en la que todos los chicos se
fijaban, aun los estudiantes de octavo grado y varios de los de primer año
de la preparatoria. Con su nueva confianza vino una racha de crueldad y
un blanco perfecto para afinar sus habilidades... yo.

El primer día de la escuela secundaria, entré usando mis ropas de


segunda categoría, y busqué al pequeño grupo de amigos que había tenido
en la primaria, incluida Eugenia. Mientras me acercaba, Eugenia se dio la
vuelta de donde estaban en un círculo, hablando.
—¿Qué estás haciendo aquí? No perteneces a nosotros —se burló de mí.
Miré a los demás, esperando a... ¿qué? ¿A que me defendieran? Al
contrario, comenzaron a reír a costa de mí, y me di la vuelta, humillada.

Al parecer, ella había escuchado a sus padres hablar de mi familia, así, el


año comenzó con ella difundiendo los rumores de mi padre alcohólico y mi
madre adicta a las drogas. No pude siquiera defenderme porque nadie
sabía tan bien como yo, cuán ciertos eran los rumores. Por supuesto, ella
no sabía la historia completa, y no había manera de que fuera a informarla
y darle más munición. No es que las necesitara desde que mi ropa se las
dio.

Con su aplastamiento, cualquier ápice de autoestima que podría haber


pretendido tener, se fue y no luché por recuperarlo cuando me insultaba, o
golpeaba mis libros fuera de mis brazos, o tropezaba conmigo cuando
llevaba una bandeja de comida en el comedor.

Fue sorprendente cuán rápido los otros estudiantes se percataron de sus


juegos y se unieron. Aquellos que no se integraron, pronto me evitaban
como si fuera una paria, para no alcanzar ninguna de las balas que eran
dirigidas hacia mí.

Cada día desde entonces ha sido un juego de supervivencia, como hoy,


mientras me apresuro a salir de su camino. He aprendido a evitar áreas
donde ella o cualquiera de sus amigos podrían estar, lo que es difícil, ya
que casi todos son sus amigos, o al menos pretenden serlo.

Tenía la esperanza de que la escuela preparatoria pudiera cambiar la


manera en que las cosas eran para mí en la secundaria. Quiero decir, los
chicos son mayores y más maduros ¿cierto? Mientras que las burlas,
empujones e insultos no son tan intensos como mi experiencia en la
secundaria, todavía sigue ahí, en cada esquina, por lo que parece.

Mi cabello castaño ha crecido mucho con los años. Estoy agradecida por eso,
porque hace un bonito velo para esconderse. Desafortunadamente,
también proporciona una presa fácil para aquellos que deseen tirar de él.

Supongo que siempre puedo esperar que éste año sea diferente.
Es cuando me apresuro a mi segundo periodo de clase del día, caminando
con la cabeza baja, pero también observando a los que me rodean, en
alerta por las señales de advertencia de peligro, hasta que lo veo.

Peter Lanzani.

Me congelo donde estoy, siendo chocada por detrás, pero no empujada.


Incluso escucho un murmullo: —Discúlpame. —Probablemente porque no
se dieron cuenta a quién golpearon.

Estoy congelada mientras lo miro fijamente con la boca abierta. La vista de


él me trae de vuelta una corriente de recuerdos que había olvidado.

Él había ido a mi escuela primaria, lo he conocido desde el primer día del


jardín de Infantes. Me había gustado de una manera infantil e inocente
porque nunca era malo con nadie. Era la clase de chico al que otros se
dirigían naturalmente, popular sin tratar de serlo o incluso importarle si lo
era. Hacía a todos sentir como si fueran sus amigos. Había admirado eso
de él. Especialmente durante aquellos años cuando mi vida se había
oscurecido y el siguió tratándome amablemente.

Se había sentado conmigo en el almuerzo cuando estaba sola, lo que


naturalmente atraía a otros a la mesa. Siempre me había invitado a jugar
a la pelota cuando me veía sentada sola, a pesar de que sabía que me
negaría. Cuando comencé a notar chicos como algo más que una completa
molestia, había pensado que él era el tipo de chico que podría realmente
gustarme, incluso amar, como algo más que un amigo.

El final del sexto grado me hizo pensar que podría verme como algo más,
también, cuando me dio un especial de San Valentín, una tarjeta que me
había hecho y no sólo una de las baratas, de las de papel pequeño, con la
que todos los demás se desmayaron.

El recuerdo de eso trae un recuerdo de mi primer beso, mi único beso, en


el armario de los abrigos. Cuán atrevida había sido. Qué bien se habían
sentido sus labios sobre los míos. Cuánta esperanza había recogido de una
cosa tan simple.

Mis mejillas se ruborizaron mientras pensaba en él sosteniendo mi mano


en el recreo, algunas veces después de ese beso. Nunca nos habíamos
besado de nuevo, aunque hubiese querido. Creo que ambos éramos
demasiado tímidos e inseguros para hacer el primer movimiento.

Se había mudado ese mismo verano. No lo supe, por supuesto, hasta que
el siguiente año escolar comenzó.

Y ahora está aquí de nuevo.

Ha crecido, ha cambiado, pero no hay duda de que es él. Es alto, a pesar


de que era cerca de mi altura la última vez que lo había visto. Es más alto
que la mayoría y supongo que está cerca del metro ochenta más o menos,
tal vez un poco más. Tiene cabello castaño oscuro, corto en los lados y en
picos en la parte superior de su cabeza, que entiendo es cuando está
ausente y se pasa los dedos por él. En lugar de lucir desordenado, sin
embargo, tiene un efecto sorprendente, luciendo como si hubiera pasado
horas para conseguir que se viera así. Su mandíbula es fuerte, cuadrada,
masculina. La promesa del chico lindo se ha convertido en un joven
increíblemente hermoso.

Se ríe de algo que alguien más dice y mi estómago se aprieta en


reconocimiento. Su sonrisa es la misma que recuerdo, encantadora y
hermosa.

Estoy de pie aquí, mirándolo fijamente, olvidando mantener mi usual


cuidado por codos y pies en mi camino, así que cuando un codo viene, no
estoy preparada. Envía mis libros dispersándolos por el suelo,
ruidosamente, lo que llama su atención. Sus ojos se encuentran con los
míos y veo un destello de reconocimiento en sus oscuras profundidades,
con una sonrisa perpleja en las comisuras de su boca. Horrorizada, me
apresuro a recoger mis libros y huir por las escaleras, humillada de que
debería haberme sorprendido mirándolo, o incluso peor, tenerlo viendo el
nuevo deporte en el que me he convertido.
Capítulo 2

P
aso el resto del día ocultándome, incluso evito mi precioso almuerzo,
pierdo lo que es posiblemente la única comida que conseguiré para
hoy. En lugar de mirar los pies arrastrándose frente de mí, lo miro a
él. Cuando llego al último periodo de la jornada, fotografía, doy un suspiro
de alivio porque este horrible día ya casi ha terminado.

Me siento sola en una mesa para dos, completamente segura de que nadie
se sentará a mi lado a no ser que sean forzados a hacerlo. Me siento con la
cabeza hacia abajo, evitando todo contacto visual con la precisión que he
estado desarrollado a lo largo de los años, pero de este modo es como veo a
unas grandes, y blancas zapatillas de deporte detenerse a un lado de mi
escritorio.

Una sensación enfermiza se forma en la boca de mi estómago, como


siempre lo hace, por la confrontación que se avecina. Pero entonces… no
pasa nada. Sintiéndome hundida me doy cuenta de que mi torturador
quiere toda mi atención, y no se irá hasta que él la consiga. Tomo un
respiro y levanto la cabeza… y siento a mi boca caer con la vista de Peter
de pie allí.

La consternación llena mi pecho.

Oh, no, por favor, no él también.

—¿Puedo sentarme aquí? pregunta.

¿Qué? Ladeo mi cabeza un poco, segura de que no he oído correctamente.


Miro a mí alrededor y noto que todavía existen unos asientos vacíos
disponibles en el salón. Veo a un par de jugadores de fútbol sentados en la
parte trasera, mirando mi aspecto, riéndose. Miro tras el hombro de Peter
y siento a las lágrimas dar pinchazos en mis ojos luego de comprender que
también él, de algún modo es parte de ello, participe de la tortura, sentarse
a mi lado es parte del juego.

Antes de que yo pueda reunir el coraje necesario para decirle no, él coloca
un montón de libros sobre la mesa y se deja caer sobre el asiento a mi
lado. De inmediato y a toda prisa me alejo de él, sosteniéndome sobre el
lado opuesto de mi asiento. Él no lo nota o bien decide no hacer
comentarios al respecto.

—Hey, ¿Tú eres Lali no es así? ¿Lali Esposito? No sé si te acuerdas de mí,


soy Peter. ¿Peter Lanzani? ¿Fuimos a la escuela primaria juntos? —Él
termina con una pregunta y yo sólo puedo mirarlo fijamente como una
imbécil, como mi madre, cuando ha tomado demasiadas píldoras para el
resfrío.

Esta es una nueva táctica, una que no he intentado antes. Miro alrededor
una vez más, para ver quien más podría estar metido en esto, pero justo
entonces el timbre suena y el profesor se levanta de su escritorio, y ordena
nuestra atención para el resto de la clase, o trata de hacerlo al menos. Por
mi parte, no puedo concentrarme en absoluto en lo que él dice; algo a mi
izquierda está forzando toda mi atención.

Estoy en guardia aún más que de costumbre. Mis emociones están sobre
el borde, porque aunque yo no conozca a Peter ahora, lo conocía cuando
él era más joven. He admirado tanto su bondad, más aún cuando
cualquier pizca de bondad en su casa había desaparecido, y se había
difuminado en mis compañeros de escuela. Pero al parecer el tiempo ha
cambiado algo más que sólo su tamaño y aspecto, ha cambiado su
naturaleza y él rápidamente ha tomado parte en el juego ―torturando a
Lali‖.

Cada vez que él se mueve, salto involuntariamente. Siento sus ojos sobre
mí, pero me niego a ser carnada. Mantengo mis ojos fijos sobre el
cuaderno abierto delante de mí, en blanco, a pesar de la lectura del
profesor. Nos está hablando sobre los implementos que necesitaremos
para la clase. Aún no puedo concentrarme lo suficiente como para tratar
de planificar la manera de obtener todos esos artículos imposibles. Para la
única cosa que alzo mi vista es para mirar el reloj. Tan pronto como suena
la campana, estoy lista.
Salto de mi asiento, recogiendo mis libros del borde del escritorio. Gracias
a la intervención divina, no los dejo caer. Salgo corriendo de la sala, sin
preocuparme a quién golpeo camino a mi salida, lucho por mantener mis
pies debajo de mi cuerpo mientras soy golpeada y empujada.

Tengo que pelearme hasta pasada el área donde los autobuses son
estacionados, aun cuando mi casa está a cinco millas de la escuela,
califico para pasear en ellos. Descubrí rápidamente que el autobús es sólo
un cambio de escenario en la persecución, uno sin esperanzas de escape
durante cinco millas.

Es por eso que vale más pena caminar. Además, la ventaja añadida en
andar es que toma más tiempo, lo que me mantiene alejada de casa por un
poco más de tiempo. Hoy camino con rapidez, por lo menos hasta estar
más allá de los límites de la escuela, más allá de donde la mayoría de los
chicos deben caminar de forma apagada. Unos coches pasan con las
ventanas abajo, estudiantes lanzan insultos por mi atuendo, pero yo los
ignoro.

Todavía no puedo creer que él sea parte de ello. No estoy segura por qué
esto me está molestando tanto. Hay quienes me ignoran, por supuesto. Yo
hubiera preferido que él fuera uno de ellos, aunque honestamente creo que
esperaba que pudiera ser el mismo que solía ser hace todos esos años
atrás.

Me preocupo sobre todo esto camino a casa, y al parecer eso lleva a que mi
abdomen se endurezca, como siempre, y mi atención se dirige a
preguntarse acerca de la realidad de lo que se avecina con Peter Lanzani.

Me pregunto en qué estado de ánimo estará ella hoy. De hecho, prefiero


cuando está en un estado melancólico, aun cuando signifique un montón
de lágrimas. Es mucho mejor que la violencia, de la cual siempre soy
receptora por algo tan simple como caminar por el camino equivocado o
tragar demasiado fuerte. Me apresuro a entrar, soltando mis libros, y me
quito los zapatos para mantener lo más bajo posible la probabilidad de que
ella se entere de que estoy en casa.

Voy corriendo a la cocina para empezar mis tareas, lo que significa poner
orden al desastre que hizo hoy. Hay varios platos y cuencos apilados en el
fregadero, así como los cristales de la borrachera de mi padre en la noche
anterior. Rápidamente lavar, secar y guardar. Barrer el piso, que está lleno
de restos de comida y limpiar la mesa. Tirar las botellas de licor vacías,
regresando las demás al gabinete.

Me apresuro arriba en el cuarto del baño, recogiendo las ropas húmedas


malolientes que están allí y de frente a la puerta del dormitorio de mis
padres, para llevarlas de vuelta a la lavandería. Me dirijo al baño para
restregar la bañera ya limpia y un inodoro, cuando la oigo.

—¡Mariana!

Con el estómago apretado, entro en la sala de estar donde ella posa la


mirada en un pequeño televisor. Se pasea por el costado de una mesa
pequeña, destartalada, donde antes había una gran pantalla que ha sido
embargada. Recuerdo ese día con claridad meridiana, porque fue la
primera y única vez que he sido golpeada por mi padre; previamente y
desde entonces sólo es mi madre quien reparte los castigos.

Ella se sienta en su lugar habitual del sofá, su lugar moldeado. Debería


tener sobre peso, debido principalmente a su dieta de comida chatarra,
que atesora celosamente, y que cuenta. Si llegara a faltar alguna yo
consigo pasar por un infierno, incluso si ella imagina que falta alguna.
Pero las drogas hacen volar a su metabolismo, lo que la mantiene delgada.
Creo que probablemente podría sobrepasarla si quisiera, pero ella ha
hecho su trabajo sobre mi mente bastante a fondo; comenzando desde que
era una niña impresionable. Aun sabiendo que todo es un juego mental,
no tengo más valor para escapar de ella del que para defenderme en la
escuela.

—¿Dónde has estado? —exige, con palabras mal pronunciadas—. ¡He


estado llamándote durante horas! —Que literalmente puede significar
horas, o podría haber sido sólo unos minutos.

—Estuve la escuela, ¿recuerdas? Hoy fue el primer día.

—Oh. —Esto da un poco de viento a sus velas, pero encuentra un nuevo


objetivo con suficiente rapidez—. Bueno, mañana antes de salir mejor
asegúrate de que tienes la casa limpia. No puedo vivir en esta pocilga.
—Claro, mamá —le respondo, ya limpiando a su alrededor. Su fuerte
apretada de puño por encima de mi oído no me sorprende, pero estoy un
poco fuera del juego de hoy. Tropiezo sobre mis rodillas balanceándome
hacia los lados, golpeando mi cabeza contra la mesa de noche y casi
tocando la lámpara. Estoy luchando por estabilizarme y alcanzarla antes
de que pueda caer.

—¿Eres una sabelotodo?

—No, mamá, no. Lo siento. Lo siento. —Respiro la palabra y doy una gran
exhalación y así es como noto el color de la humillación al permitir que me
trate de esta manera y luego tener que disculparme por ello, pero la rutina
no ha cambiado mucho en los últimos ocho años y los hábitos son difíciles
de romper.

Me apresuro al armario del pasillo para coger el plumero. Empiezo quitar


el polvo de alrededor de los objetos sobre la mesa, con rapidez, pero
discretamente, sabiendo que es mejor no tocar sus cosas.

—Oh. Acaba con eso —me dice, con disgusto en sus palabras. Regreso,
esperando a ver qué más tiene para decir—. Deja de mirarme, me da
escalofríos —dice—. Ve a tu habitación. No tengo ganas de verte hoy.

Simplemente asiento y reemplazo el plumero en mi camino hacia las


escaleras. Entonces, hoy es el día del estado decaído, el mejor de todos.
Permanecer en mi habitación significa que no hay posibilidad de cenar. Es
una negociación, supongo. Por lo general me ordena hacer la cena, pero no
se me permite comerla. A veces me las arreglo para sacar un poco de
comida mientras cocino. Estar en mi habitación no sólo significa que no
hay posibilidad de eso, sino que también de que no seré golpeada.

Así que me siento aliviada. No voy a ser capaz de escabullirme al primer


piso, para recuperar mis libros que he olvidado tomar en el camino, hasta
que estén dormidos. Siempre completo mi tarea, pero a veces la olvido con
el fin de mantener mi promedio de calificaciones.

Por desgracia, eso me da mucho tiempo para pensar en Peter Lanzani y


me pregunto qué estaba haciendo él día de hoy.
La amarga decepción regresa y me siento en mi ventana dando un vistazo
hacia afuera, a mi fuerte con columpios, donde me gustaría estar.
Capítulo 3

— ¡Hey, Lali!

Me tropiezo y casi caigo con esas palabras, trayendo una ronda de risas
burlonas desde algún lugar cercano. Miro hacia atrás y veo a Peter
observándome. Si no lo supiera mejor, juraría que casi tiene una mirada
de preocupación en su rostro.

Me alejo deprisa, sosteniendo mis libros más fuertemente. ¿Qué quiso decir
con eso? me pregunto. Su tono de voz sonó neutral, casi amistoso.
Realmente pensé que no habría nuevos juegos que podrían lanzar en mi
camino, que he sufrido cada posibilidad de humillación.

Estaba equivocada.

Considero seriamente el saltarme la clase de fotografía, pero no me atrevo.


Cuando entro, él está sentado en nuestra, ahora, mesa compartida. Eso es
suficientemente malo, pero está rodeado por dos chicas y otro chico.
Conozco a las chicas, son porristas populares, pero de las que me dejan en
paz. El chico es uno de los que solían atormentarme constantemente a
través de la escuela secundaria. Ahora está en el equipo de futbol y no me
ha molestado mucho en los últimos años, pero eso no me consuela,
exactamente.

Me debato entre sentarme en otra mesa, pero una rápida mirada me dice
que no hay asientos disponibles que sean mejores que al lado de él.

—¡Lali! —me llama mientras me saluda con su mano. Me detengo,


congelada en seco. Las dos porristas me miran fijamente con la boca
abierta, y el jugador de futbol mira a Peter como si le hubieran crecido
dos cabezas.
—Está bien, gente, tomemos nuestros asientos —ordena el Sr. Hurley,
nuestro maestro.

Estoy obligada a tomar mi temido asiento junto a Peter, quien me sonríe


abiertamente. Me estremezco y me doy la vuelta.

—Tengo papeletas aquí para aquellos que califiquen para almuerzos gratis
o a precio reducido para excluirlos de los honorarios de la clase.

¡Oh, no! Mis mejillas arden para lo que sé que viene. Efectivamente, él se
acerca y deja uno directamente delante de mí. La vergüenza inunda mi
cuerpo por la humillación de tener a Peter viendo esto.

—¿Quién más? —dice el Sr. Hurley, agitándolos en el aire—. ¿Nadie? Muy


bien entonces, para el resto de ustedes, necesito un recibo que demuestre
que han pagado sus cuotas a la oficina principal antes de los exámenes
parciales. ¿Belen? —Una chica de la primera fila lo mira—. Pasa éstos a
todos por mí. —Y le pasa el montón de papeletas.

Belen se pone de pie y comienza a entregar las papeletas mientras el Sr.


Hurley se traslada a la parte delantera del salón para comenzar la clase.
Mientras ella se acerca a Peter, le entrega la papeleta con una sonrisa,
claramente indicando su interés en él.

—Hola Peter, soy Belen. —No hay duda por su tono de voz que está
siendo más que amable. Él hace una cosa extraña, me da una mirada y
rápidamente la retira. Le sonríe cortésmente, desviando la mirada.

La sonrisa de Belen se endurece mientras me mira. Luego se da la vuelta


con fuerza, con burla en cada línea.

—Toma fenómeno —ella se burla, entregándome la papeleta, y entonces la


retira lejos—. Oops, lo siento, olvidé que no necesitas una de éstas.

Se ríe cruelmente, mirando a Peter, esperando que se una a la broma. No


puedo ver su rostro porque se ha dado la vuelta ligeramente lejos de mí
hacia ella, eso y el hecho de que estoy agachando la cabeza, tratando de
ocultar mi rostro, pero también tratando de ver su reacción. Así que no
puedo ver lo que ella ve, pero cualquier cosa que sea, congela su risa. La
sonrisa cae de su rostro y traga con fuerza, con las mejillas encendidas
mientras se aleja.

Peter se vuelve hacia mí, pero rápidamente me inclino hacia delante,


tirando mi cabello suelto como un escudo, mortificada por todo el
intercambio.

Me pregunto cuán difícil va a ser cambiar mis clases ahora.

***

La escuela se vuelve aún más un ejercicio de tortura, a pesar de que no


hubiera imaginado eso posible, porque él ha sido añadido a la mezcla.
Sentarme al lado de Peter en Fotografía es lo peor, porque siempre se
sienta y me saluda como si fuéramos amigos. Casi todos los días está
rodeado por otros, y, o él es completamente ajeno a su apariencia mientras
me reconoce, o simplemente no le importa.

Sé lo que se propone porque no es exactamente un juego nuevo. Él es sólo


mejor en eso que aquellos que han intentado lo mismo antes. Lograr que la
fenómeno piense que eres su amigo, así poder obtener una mayor
humillación. No aprendí eso a la primera, y fui engañada una segunda vez,
pero no he caído en esa trampa de nuevo, y no lo haré ahora.

Antes nunca, sin embargo, había parecido algo personal de alguna


manera. Sé que los otros no piensan en mí como una persona real, así que
aunque duele, no es la cosa más devastadora. Esto es peor porque, él
había sido mi amigo una vez, y tal vez incluso algo más. Tengo que
admitir, que parte de esto es por lo que pensé que él era mucho mejor que
el resto. Es una dolorosa realidad el ver que no lo es.

En fotografía se sienta, a veces tratando de iniciar una conversación, pero


me mantengo dándole la espalda y me niego a dejarme arrastrar,
ignorándolo con firmeza, manteniendo mi cabello entre nosotros.

Aun sabiendo lo que se propone, no puedo evitar sentirme atraída por él, a
pesar de mi misma. Debido a nuestra historia, supongo. Así que lo observo
a escondidas, sólo a sus manos, primero, mientras arrastran un bolígrafo
a través de la página, mientras toma notas detalladas. Sus manos son
grandes, formando una escritura limpia y no los garabatos desordenados
que la mayoría de los adolescentes crean. Son manos fuertes, con dedos
largos y uñas recortadas y limpias, y una pequeña cicatriz en el dorso de
su mano derecha. Él es zurdo, pero no escribe con su mano en un ángulo
incómodo que he visto en otros zurdos. Más bien, sostiene su mano en el
mismo ángulo que alguien diestro, sólo que al revés, a pesar de que casi
pone de lado la página para escribir.

Algunas veces, incluso dejo que mi imaginación vuele e imagino a su mano


derecha cicatrizada, alcanzando la mía y envolviéndola en la de él. Me
pregunto si serán cálidas o frías, suaves o ásperas con callos. No puedo
recordar cómo se sentían hace todos estos años. No he sido tocada en una
manera amable por manos masculinas por tanto tiempo como puedo
recordar, probablemente desde la última vez que él sostuvo mi mano,
aunque estoy segura de que hubo un tiempo en que mi padre me tocó con
amor.

Lo más inquietante de todo, es la fantasía de la bondad de él. Entonces


recuerdo lo que Peter se propone, esa bondad ha muerto y esas manos
nunca me tocarán con nada más que con un propósito de humillación, o
peor, con repulsión. Cada día después de clase, huyo del salón y del
edificio, esperando hasta que estoy más allá de los límites de la escuela
para reducir la velocidad.

***

Las primeras semanas de escuela pasan, y a pesar de que Peter ha dejado


de tratar de iniciar una conversación, todavía dice ―hola‖ cada vez que
llega. Nunca le respondo, pero cuando él no hace más movimientos,
comienzo a relajarme y no me siento tan lejos en el borde de mi asiento. No
ha hecho ninguna broma a costa de mí, al menos no que yo sepa, y no ha
tratado de humillarme públicamente.
Curiosamente, parece como si los demás estudiantes, quienes antes
disfrutaban atormentarme, están perdiendo el interés en el juego también.
No todos ellos, por supuesto, pero algunos de ellos.

Entonces un día, mientras Setiembre da paso a Octubre, el aire comienza


a enfriar, y las hojas comienzan a volverse de un amarillo brillante, algo
comienza a cambiar todo de nuevo.

Me siento en el almuerzo, en mi lugar habitual en un rincón en el suelo,


comiendo mi almuerzo gratis patrocinado por el Estado, cuando Peter
llega y se sienta en la mesa más cercana a mí. Me congelo en el acto de
llevar un palillo de pan a mi boca mientras se sienta en la mesa, que suele
estar reservada para encajonar a todos los ―perdedores‖ de la escuela…
aunque obviamente, todavía no son tan grandes perdedores como yo,
porque por lo menos ellos tienen una mesa.

Él se vuelve hacia mí, mirándome directamente. Miro fijamente a sus ojos


verdes, la primera vez que he hecho contacto visual con él desde el
primer día de clases. Una carga eléctrica corre a través de mi cuerpo. Con
cada nervio de punta, y le roba un sonrojo a mi cuerpo, con calor fluyendo
a través de mi abdomen. Claramente reconozco la lucha o la sensación de
volar.

Él parece estar esperando por algo, pero no puedo respirar, y mucho


menos pensar en lo que podría querer. Él baja su bandeja sin romper el
contacto visual, y luego da un paso hacia mí. Eso me derrite. Volar, eso es.

Peleo con mis pies, negándome a esperar y ver que podría hacerme o a mi
comida. Él llama mi nombre, pero ya estoy corriendo hacia la zona de dejar
la bandeja y tirar mi preciado almuerzo sin comer. Me tropiezo en mi prisa
y casi dejo caer mi bandeja, ignorando las risas burlonas cerca de mí,
junto con los insultos de ―idiota‖ y ―fenómeno‖. Ni siquiera veo de quiénes
vienen. Esas palabras ya no significan nada para mí, pero al saber que él
está viendo probablemente mi torpe retirada, hace que mis mejillas
quemen brillantemente.

Me salto el resto de mis clases. Sólo me he saltado clases una vez en la


escuela secundaria, cuando el ridículo había alcanzado la extrema
crueldad, particularmente por una chica ruda, y había estado temerosa
por mi vida, así que dejé temprano la escuela y fui a casa. Pero cuando la
escuela llamó a mi casa para informar a mi madre que me había saltado
las clases, había estado en uno de sus días violentos. Había tenido que
regresar a la escuela al día siguiente con un ojo negro, un labio hinchado,
con dolor en las costillas que se sentían posiblemente rotas, y marcas
rojas de dedos en mi cuello donde el aire a mis pulmones había sido
cortado poco antes de perder el conocimiento.

Cuando regresé, la chica dura me vio, y alguna forma de reconocimiento y


de parentesco había brillado en sus ojos. Después de eso ya no me dio un
tiempo difícil. De hecho, creo que había una posibilidad de que hubiera
dado la señal para que me dejaran en paz, porque nadie me dio un tiempo
difícil después de eso por algún tiempo. Entonces ella fue arrestada y
llevada al reformatorio, o eso he oído, y dentro de poco fue olvidada. Yo no
lo fui y se reanudó la persecución.

En este día, siento que vale la pena el riesgo. No puedo hacerle frente. Y
me siento por lo menos un poco segura ya que no tengo un teléfono de
cualquier tipo, así que mi ausencia no requerirá una nota en el correo. Soy
yo la que tiene que traer el correo, así que no será mucho el deslizarlo y
tirarlo en la basura antes de que pueda ser visto. Me gustaría poder ir a
casa y columpiarme, pero no puedo arriesgarme a ser vista por mi madre,
así que me escondo en un bosque espeso de árboles que crecen cerca de
mi casa, hasta que la escuela termine y me vea obligada a volver a casa.

Por mucho que desee ir en contra, sin embargo, otro día viene y tengo que
levantarme para ir a la escuela. Tenía la esperanza de que él me dejaría en
paz, pero en el almuerzo lo veo de nuevo viniendo hacia mi rincón. El
hambre prevalece sobre el miedo, ya que no tuve cena de nuevo ayer por la
noche, y me enrosco protectoramente sobre mi bandeja cuando lo veo
venir. En lugar de mirarme directamente o venir en mi camino,
simplemente se detiene en la mesa y se sienta.

Los pocos estudiantes que están reunidos en la mesa, lo miran como si


una serpiente se hubiera sentado con ellos. Observo, mi cuerpo todavía
encorvado protectoramente sobre mi bandeja mientras coloca su servilleta
sobre su regazo, se asegura de saludar a cada persona sentada ahí,
presentándose a sí mismo como si cada uno de ellos no fuera consciente a
sobremanera de quién es él.
Habría que estar ciego o sordo para no saber quién es Peter Lanzani. Él
definitivamente no ha perdido su capacidad para atraer a otros a sí mismo
sin siquiera intentarlo. A los pocos días de su regreso a la escuela, se
había vuelto popular, buscado como antes, por los chicos para ser su
amigo, y por todas las tontas, desmayadas chicas para ser mucho más.

Después de un momento de silencio, reanudaron sus conversaciones,


ignorándolo principalmente, pero mirándolo ocasionalmente como si se
preguntaran por qué estaba él ahí.

Un par de amigos de Peter pasearon cerca, mirando a los que estaban ya


sentados, y luego mirando a Peter para evaluar cuáles deberían ser sus
reacciones. Él presentó a sus amigos a los ―perdedores‖,
sorprendentemente recordando sus nombres. Sus amigos sólo asintieron,
sentándose y procediendo a ignorar a los otros como si no estuviera ahí.

Los otros parecieron intimidados por unos minutos, cambiando de


posición incómodamente y preguntándose si deberían moverse.
Finalmente, decidieron hacer lo mismo e ignorar a Peter y sus amigos.

Observo todo esto con asombro y recelo. ¿Qué está haciendo? Cuando no
mira en mi dirección, finalmente alivio mi postura encorvada y comienzo a
comer. No quito mis ojos de él, sin embargo. Sigo preguntándome qué es lo
que se trae entre manos, pero no he comido nada desde mi medio
abandonado almuerzo de ayer. En realidad, me estoy sintiendo un poco
débil por mi falta de alimento y eso me da el impulso que necesito para
comer, a pesar de su proximidad.

En Fotografía, lo ignoro con esmero, volviendo a mi antigua forma de


sentarme al borde de mi asiento, negándome a permitir que incluso mis
ojos paseen por sus manos. Él ha dicho ―hola‖ cuando se sentó, pero
siento la tensión emanando de él, lo que me pone nerviosa.

Una nueva rutina comienza con él, sentándose en la misma mesa de


almuerzo cada día, la mesa está ahora sólo medio llena con los
―perdedores‖ y la otra mitad con los amigos de Peter —tanto como los
primeros dos de la primera vez y añadiéndose más cada día— cada mitad
ignorando a la otra, pero buscando una extraña especie de camaradería
incómoda. Ésta nueva práctica me pone rígida de ansiedad. Considero el
cambiar el lugar donde me siento, pero tengo la sensación de que él me
seguirá de todos modos. Sólo no puedo averiguar por qué.

Pasamos una semana más sin incidentes, mi aprehensión disminuye un


poco, cuando algo extraordinaria sucede. Un chico que ha sido uno de mis
peores verdugos, a través de ambas, escuela secundaria y preparatoria,
entra al comedor. Mi estómago se aprieta con miedo.

Usualmente, Frank y sus amigos dejan la escuela para almorzar. Cuando


se quedan es para un propósito, y ese propósito es por lo general, por mí.
Me estremezco al pensar en las veces en que me he visto obligada a tirar
mi almuerzo ya sea porque él escupió o dejó caer algo en mi comida —una
vez fue una pequeña pepita de excremento de perro—, o tratar de comer
alrededor de eso. Le da una gran alegría mi humillación y supongo que con
el tiempo ha comenzado a extrañar mi ardiente vergüenza. Hoy es la
primera vez de éste año que se lo ha perdido, aparentemente. Lo veo
inmediatamente en la zona en donde me siento, con una sonrisa
dividiendo su rostro.

Mis ojos vuelan al instante hacia Harry, quien está envuelto escuchando
una historia que es contada por uno de sus amigos. Oh, por favor... ruego
silenciosamente, no le dejes ver esto. No estoy segura de si quiero que se
mantenga ajeno con el fin de evitar que consiga una nueva idea para
afligirme, o si simplemente no quiero que vea mi degradación.

Miro de nuevo a mi verdugo frenéticamente, sabiendo por experiencia


propia que tratar de proteger mi comida sólo logrará que empuje la
bandeja hacia mí, y luego tener que pasar el día caminando avergonzada
en vano, con la parte delantera de mi camisa manchada con los restos de
mi almuerzo.

Siento los ojos de Peter sobre mí y mi mirada es atraída hacia la de él en


contra de mi voluntad. Su ceño está fruncido, como si tratara de averiguar
qué es lo que pasa. No puedo mantener mis ojos en un sólo lugar, sin
embargo, mi mirada alternando entre ellos dos. Él sigue mi mirada hacia
mi verdugo, y de regreso hacia mí. Veo cómo comienza a entender, pero en
lugar de la anticipación que espero ver cuando lo averigüe, veo su rostro
endurecerse, ira oscureciendo sus ojos, apretando la mandíbula.
Asumo de inmediato que su ira es por mí, como si estuviera siendo
condicionada por el resto de mi vida, me estremezco y mantengo mis ojos
en él, sabiendo que es el peligro más inmediato. Se pone de pie
bruscamente, haciendo que cada persona de su mesa e incluso algunas de
las mesas cercanas detengan sus conversaciones inmediatamente y miren
hacia él. Me estremezco instintivamente. Pero en lugar de venir hacia mí,
se vuelve y se para frente a Frank, bloqueando su progreso hacia mí.

—¿Puedo ayudarte? —Sus palabras resuenan con furia. Lo escucho


claramente desde donde estoy sentada, pero de alguna manera Frank no lo
registra, quien sonríe seguro de sí mismo.

—No hombre, estoy bien.

Da un paso más, y de repente Peter sujeta con una gran mano su


hombro. Peter es al menos seis pulgadas más alto que Frank, y no deja
caer su mano suavemente, sino más bien, la deja caer como una piedra.
Frank mira a Peter y de repente se da cuenta de su mandíbula apretada.
Duda por sólo un segundo, con cautela arrastrándose sobre su rostro,
para ser sustituida por una sonrisa arrogante cuando se da cuenta de que
sus amigos están observando.

—¿Puedo ayudarte? —Frank pregunta sarcásticamente, lo que provoca


una carcajada de sus propios amigos.

—No creo que haya nada para ti en este lugar —le gruñe Peter,
asustándome. Frank da un ligero paso hacia atrás, mirando
nerviosamente por encima de su hombro, tratando de conservar su
arrogancia—. Creo que tú y tus amigos —Peter dice con determinación—,
deberían seguir adelante. No creo que éste sea un lugar ti ahora, o en
cualquier momento en el futuro para el caso.

Frank traga nerviosamente, levantando sus manos en redención con una


risa que tratando de sonar descuidada, que sale sonando como con
pánico. Lanza una mirada perpleja hacia mí sobre el impresionantemente
voluminoso brazo de Peter. —Muy bien hombre, sin daño no hay falta,
¿verdad?

Peter aún no ha retirado su mano del hombro de Frank y veo cómo lo


aprieta, causando que Frank se estremezca ligeramente.
—Hoy no, de todos modos —Peter gruñe amenazadoramente, mirando
hacia mí—, pero probablemente me refiero al pasado. —Se inclina hacia
adelante, poniendo su rostro cerca al de Frank—. Ya no más, tampoco,
¿Capice?

Frank da una risa irregular.

—Estás bromeando ¿verdad amigo? ¿Estás protegiéndola? —escupe como


si yo fuera menos que un insecto. Puedo ver como sus amigos se molestan
detrás de él, ofendidos de estar apartados de su diversión.

Entonces, sorprendentemente, algunos de los amigos de Peter se ponen


de pie, de los del tipo de grandes jugadores de futbol, claramente no
entendiendo qué está pasando, pero dispuestos a respaldar a Peter de
todos modos. No se mueven de donde están parados junto a la mesa, pero
los amigos de Frank de inmediato se retiran.

Lo mismo sucede con Frank, alejándose del agarre de Peter. Sus ojos se
precipitan hacia mí, y en esa breve mirada veo la promesa de algo peor.
Con la misma rapidez mira de nuevo a Peter, con el rostro
cuidadosamente en blanco mientras se da la vuelta y se aleja, tratando de
retomar su descuidado pavoneo, pero fallando al menos un poco.

Los amigos de Peter vuelven a sentarse, murmurando sobre los


gamberros, y los otros chicos en la mesa lucen un poco impresionados por
la escena que acaban de ver, que alguien quien es considerado más genial
que ellos, ha sido rebajado por ésos chicos, mientras les permiten
compartir la mesa del almuerzo. Un par de ellos me disparan miradas
confusas, preguntándose qué hay en mí para poder haberme ganado tal
defensa.

Observo esto con mi visión periférica, mientras miro fijamente a Peter,


impresionada. Él se vuelve hacia mí, y me mira de igual forma, con una
expresión en sus ojos que no puedo descifrar. No parece estar enojado
conmigo, a pesar de que su respiración sigue acelerada. Mientras observo,
toma un par de respiraciones profundas, relajando su boca de la ira
sombría, aflojando sus puños. Asiente tensamente hacia mí, volviendo a
su lugar en la mesa.
Ya no tengo hambre, pero no me muevo de mi lugar, mirando
abiertamente a Peter. No puedo evitarlo. Casi pareció como si... me
hubiera... protegido, como Frank dijo. Pero... ¿por qué él haría eso? Estoy
confusa, perpleja. Un par de veces me da miradas ocultas, y en ésas, no
puedo más que reunir una razón para que me broten alas y vuele a la
luna.

Por primera vez en todo el año, me paso toda la tarde esperando por la
clase de fotografía. No puedo sacar de mi mente el drama del almuerzo. No
importa cómo vea la situación, sigue pareciendo como si se hubiera puesto
de pie por mí.

¿Por qué?

Cuando él entra al salón de clases, lo miro directamente, tratando de leer


su rostro. Se detiene junto a la mesa cuando ve mi mirada interrogante,
mirándome con la misma expresión ilegible que le vi antes. Un sonrojo se
arrastra hasta sus mejillas, y mira hacia otro lado, apretando la
mandíbula. Me da otro asentimiento tenso, por primera vez sin decirme
―hola‖ y de repente lo entiendo.

Está molesto y avergonzado por haber tenido que defenderme, y en frente


de no sólo de sus amigos, sino también de otros estudiantes, entre los
cuáles la historia se ha extendido como pólvora. Lo he escuchado de otros
cuando no sabían que podía oír, y la gente ha estado mirándome como si
trataran de averiguar algo. Ahora obviamente, él se lamenta haberlo
hecho.

Las lágrimas pinchan la parte posterior de mis ojos mientras bajo mi


cabeza hacia el escritorio. Por sólo un pequeño momento, había sentido la
alegría de tener un ángel guardián, tener a alguien que no permitiría a
alguien más ser malo conmigo. Ese par de horas de sentir esa seguridad,
sólo lo hizo más doloroso al haberme sido arrebatado.

Tan pronto como suena la campana, me apresuro a recoger mis libros,


lista para escapar. Siento una mano atrapando mi brazo. Calor fluye desde
el punto de contacto mientras permanezco quieta, mirando fijamente la
mano que sostiene ahora firmemente mi brazo. La misma mano que he
estudiado tanto, con la ligera cicatriz en el dorso. Su agarre es sólido, y sin
embargo, lo suficientemente suave para saber que podría romper
fácilmente el contacto.

—Lali —Peter dice suavemente, y mi corazón se tambalea ante el sonido


de mi nombre saliendo de su boca—. Por favor, quiero decirte...

No quiero esperar a escuchar lo que quiere decir. Corro, empujando a los


otros estudiantes en la puerta. Algunos me empujan mientras paso, pero
me las arreglo para mantener el equilibrio.
Capítulo 4

C orro por los pasillos, empujando y atropellando la espesa multitud


de adolescentes hasta alcanzar la seguridad de la entrada. Salto
por los escalones, corriendo hacia mi escape. No estoy segura si
mis pies se enredan al llegar a la acera o si alguien me hace una
zancadilla, pero de repente estoy tumbada en el piso, con mis libros y
documentos dispersos.

—¡Lali!

Lo escucho decir mi nombre y volteo mi cabeza para verlo salir por la


entrada. Me levanto, dejando mis libros y papeles donde están. Tomarse el
tiempo de reunirlos sólo le dará la oportunidad de alcanzarme. De todos
modos corro más rápido sin llevarlos como obstáculos, ignorando las risas
burlonas de atrás, sin saber si la suya forma parte de ellas.

No paro de correr hasta que me encuentro a mitad de camino, hasta que


mis pulmones están gritando y tengo una punzada en el costado, que me
obliga a parar. Me inclino, con las manos en las rodillas tratando de
recuperar el aliento. Sólo entonces me doy cuenta que estoy llorando. Me
pongo de pie, con mis manos en las mejillas, sintiendo la humedad que
hay allí. ¡Ay!

Bajo mis manos, notando que están raspadas y sangrado, salpicadas con
pequeños trozos de piedras y cemento por la caída. Eso detiene mis
lágrimas.

—¡Idiota! —Me maldigo a mí misma. Afortunadamente, estoy cerca de un


riachuelo que corre por el lado de la carretera. Doy un paso y casi caigo de
nuevo, mis rodillas están temblando, la adrenalina ya no me arrastra. Miro
hacia abajo y veo que la pierna izquierda de mi pantalón está a punto de
rasgarse.
—¡Fantástico! —murmuro. Enrollo la tela del pantalón de mi pierna
derecha hasta encima de la rodilla. No está rasguñada, hay una marca de
color rojizo lo que significa que mañana tendré un moretón. Levanto la
pierna del pantalón y puedo ver que esta rodilla se encuentra en la misma
condición, sólo que hace falta una rodaja de piel justo debajo de la rótula,
de donde brota una pequeña cantidad de sangre.

Cojeo por el camino hasta encontrar una parte de la orilla que se vea lo
suficientemente segura para bajar al agua. Me deslizo por un lado de la
orilla para alcanzar la corriente del río, las rodillas me gritan en señal de
protesta. Me siento sobre una roca plana y me inclino hacia adelante para
limpiar mis manos. Las lavo de la mejor manera que puedo, tratando de
sacar las piedrecillas, fregando la sangre de mis palmas. Salpico agua en
mi cara, ahogando las lágrimas en el agua fría.

Un coche conduce lentamente por detrás de mí, tan despacio que no me


habría percatado de él si no fuera porque oigo los frenos, el coche de la
patrulla de seguridad se detiene justamente adelante de mí. Miro la
corriente y la orilla del otro lado, medito cuán difícil podría ser huir.

—¡Ahí estás! —Me congelo, me sorprende que él se encuentre aquí—. Te he


estado buscando por todas partes.

Fuerzo a mis piernas a entrar en acción, ignorando el dolor de mis rodillas


al estar de pie. Avanzo lentamente por la orilla del río hacia el camino,
pretendiendo que no me duele para nada. Tengo que usar mis manos para
ayudarme a subir la ladera escarpada, moliendo la tierra que vuelve
negras mis manos recién limpias. Cuando llego a la cima él me alcanza,
pero me hago a un lado, alejándome rápidamente, tratando de no cojear,
fracasando miserablemente.

—Por favor, Lali, ¿puedes sólo detenerte por un minuto? Espera, ¿te has
herido? —Casi suena genuino. Gruño en silencio—. Lali, por favor,
detente, quiero hablar contigo, para pedirte que...

Me giro hacia él.

—¡Qué! —exijo enojada—. ¿Qué quieres de mí?

Cojeo, doy otro paso hacia donde se encuentra con su boca abierta, por mi
arrebato.

—Has estado fuera durante tantos años... ¿por qué ahora? ¿Por qué no me
dejas en paz? ¡Por qué tienes que ser igual que ellos, pero peor porque
antes eras mejor! —Estoy gritando ahora. Empujo la sólida pared de su
pecho con ambas manos, dejándola cubierta de lodo y manchas de sangre.

—¡Vete! —le ordeno, mientras las lágrimas comienzan a caer.

Él está mirándome, con una extraña expresión en sus ojos de nuevo. Me


hace enfurecer y con un grito golpeo mis manos contra su pecho de nuevo.
Las atrapa y las sostiene firmemente cuando trato de liberarlas, y luego de
repente sus brazos están alrededor de mí, apretándome contra él mientras
sollozo. Sin pensarlo, sujeto la pechera de su camisa con mis puños, que
se encuentran atrapados entre nosotros mientras él me sostiene. Sus
manos calman mi espalda, su barbilla está apoyada suavemente en la
parte superior de mi cabeza.

La sensación de brazos alrededor de mí, en consuelo y no con restricción o


intención de hacer daño, me deshace. Lloro por todos esos años de burlas
y bromas recibidas de manos de mis compañeros. Por haber nacido de
padres que odio, por un descuido. Lloro por el hecho de que un buen
chico, se ha unido al juego. Y eso me hace pensar que no hay esperanza de
encontrar algo bueno en nadie, lo cual sólo me hace llorar aún más.

Gradualmente comienzo a darme cuenta en dónde estoy y en el pecho de


quien estoy enterrado mis mortificaciones. Aun así, me quedo por un
segundo más, para deleitarme con la sensación de estar sujeta a alguien, y
cómo es ser tocada con ternura, incluso si no es real.

Lo empujo lejos y afloja su agarre pero mantiene sus manos sobre mis
hombros. Agacha su cabeza para mirarme a la cara y la vergüenza se eleva
por mis mejillas. Mantengo mis ojos bajos, esperando no ver su expresión,
que probablemente es de repugnancia.

—Espera un segundo —dice Peter, dejándome ir, corriendo hacia su


coche. De inmediato se pierde la presión y el calor de sus manos. Seguro
que él se marchará ahora. De pronto, él está empujando un pañuelo hacia
mí. Lo tomo con cautela, todavía no estoy segura de sus motivos. Lo uso
para limpiar mi cara y nariz, agradeciéndole en un susurro.
Veo, horrorizada, el lío que he hecho en su camisa con mis manos. Señalo
con la cabeza hacia ella.

—Lo siento —admito, segura de que esta historia va a estar dando vueltas
mañana.

Él sonríe, y el latido de mi corazón se detiene por un momento antes de


sufrir entrecortados bandazos. La sonrisa luce realmente genuina.

—No importa —dice, con bondad en su voz, dejándome un poco


desconcertada. Luego mira hacia abajo y ve las manchas de sangre. Él me
mira horrorizado—. Estás herida —acusa.

Aprieto en puños mis manos y me encojo de hombros, dando un paso


hacia atrás en caso de que él esté enojado ahora que ha visto arruinada su
camisa.

—Estoy bien.

Y lo estoy, en comparación con algunas de las otras lesiones que he tenido


en mi vida. Él da un paso adelante, tirando mis manos hacia él,
suavemente desenrollando mis puños, ignorando que me retuerzo por su
toque.

—Vamos —me dice, llevándome suavemente de vuelta a la pendiente. Es


mucho más fácil descender con él estabilizándome, aunque sin duda más
aterrador. Todavía no sé lo que quiere de mí.

Me vuelve a sentar en la roca en la que había estado antes, entonces


desgarra una tira de su camisa. Jadeo sorprendida, y él sonríe
encogiéndose de hombros, provocando que mi corazón se acelere de nuevo.
Sumerge la tira de tela en el agua, y comienza a limpiar mis manos con
ella. A pesar de que es sorprendentemente amable, esto pica y aspiro
hondo a través de mis dientes.

—Lo siento —dice, inclinándose para soplar suavemente en mis manos.


Alivia el ardor allí, pero provoca un ardor que comienza en la boca de mi
estómago, que es muy diferente a todo los que he experimentado antes.
Continúa limpiando y soplando mis dos manos, hasta que siento como si
estuviera en llamas. Creo que hasta gimo porque de repente me mira, con
ojos ilegibles. Agacho la cabeza con vergüenza. Luego, limpia mi rodilla,
que todavía está expuesta por mi pantalón enrollado.

El desgarra dos tiras frescas de la parte trasera de su camiseta, ya que


están limpias, y las utiliza para vendarme las manos, haciendo nudos
como un profesional. Cuando levanto la ceja por los nudos, sonríe otra vez
y dice: —Águila Scout. Insignia de mérito por primeros auxilios; son
necesarios, ya sabes.

Miro a mis manos, limpias y vendadas, y luego vuelvo a mirar a Peter.

—¿Por qué eres bueno conmigo? —pregunto, desconcertada por su


atención.

Su perplejidad hace juego con la mía cuando él dice: —No lo sé realmente.

Mi corazón se hunde por su respuesta. Tiene que verlo en mi cara, porque


levanta sus manos, con las palmas hacia mí.

—Eso no sonó bien. —Se pone de pie, caminando lejos, pasándose la mano
por el cabello, haciendo se desordene otra vez—. Cuando estábamos en la
primaria, éramos amigos ¿no? —Se vuelve, me mira, pero no espera una
respuesta—. Realmente no puedo explicarlo, pero siempre me sentí, no sé,
protector hacia ti.

Me echa un vistazo para ver que pienso de eso. Entonces sólo se sienta, yo
lo miro con recelo, él continúa: —Cuando nos mudamos, te extrañé —dice
esto con total naturalidad, como si me estuviera diciendo que el cielo es
azul, pero sus palabras me sacuden. ¿Alguien extrañándome? No
cualquiera, sino ¿él?—. Pensé en ti a veces. Me preguntaba qué estabas
haciendo, si todavía estabas aquí. Luego me enteré que nos mudaríamos
de nuevo. Tenía la esperanza de que todavía estuvieras, y que conseguiría
verte.

No podría estar más sorprendida incluso si él hubiera dicho que cruzó a


nado el océano. La única cosa o pensamiento que alguien había tenido
sobre mí eran acerca de cómo herirme o humillarme, compañeros y padres
por igual. Tener a alguien que piense de otra forma sobre mí,
extrañándome, está más allá de lo imaginable. Lo estudio, tratando de
decidir si se está burlando, utilizándome para una broma elaborada, pero
honestamente, él parece sincero.

—Entonces te vi el primer día y corriste lejos, y he estado tratando de


hablar contigo desde entonces. Pero no pareces muy abierta a la
conversación —dice con cierta ironía. Me mira, esperando a que le diga
algo. Suspiro.

—Las cosas cambian —le digo. Ladea la cabeza, tratando de entender lo


que quiero decir—. La vida aquí no es lo mismo. Yo no soy la misma.

Asiente con la cabeza, aceptando esto. Él viene y se pone en cuclillas


delante de mí.

—Sí, eres mucho más alta —dice muy serio. Levanto la vista hacia él, y veo
su boca torcerse, entonces levanta su vista a través de sus pestañas y veo
el brillo. No puedo evitarlo, me río. Esto trae una sonrisa a su rostro y me
apresuro a taparme la boca para detener el sonido. Su sonrisa se cae, y se
estira para alcanzar tirar de mi mano.

—No debes hacer eso. Me había olvidado de la gran sonrisa que tienes.

Giro lejos de él, las lágrimas amenazan de nuevo.

—No deberías decir cosas así —murmuro, bajando mis pantalones, un


gesto no exento de dolor.

—¿Sí? ¿Por qué no? —Suena verdaderamente curioso.

—No puedes decir que no has notado cómo son las cosas en la escuela.
Soy la perdedora favorita de todos. No hay nadie más divertido para
molestar que yo. —Él está en silencio durante un largo tiempo, finalmente
me vuelvo hacia él, y veo la ira en su rostro una vez más, apretando su
mandíbula. Estoy sorprendida, preocupada de que esté enojado conmigo.
Echo un vistazo otra vez hacia la orilla del otro lado de la corriente,
preguntándome si puedo correr con las rodillas tan adoloridas. Sé que
puedo, por supuesto que puedo. He tenido que moverme muchas otras
veces con dolores peor que este.

—Sí, me he dado cuenta. Eso realmente me hace enojar.


Callo una risa ahogada por eso. ¿Él está enojado por eso? Sacudo la
cabeza.

—Quiero ser tu amigo —dice, y mi estómago se aprieta.

—No puedes ser mi amigo. Nadie puede ser mi amigo. Es un suicidio


social.

Él extiende su mano y acaricia con el dedo suavemente sobre la venda


anudada en mi mano, dejando un improbable rastro de fuego.

—Puedo decir honestamente que, incluso si eso es verdad, no me importa.

Dejo escapar un gemido frustrado.

—Por supuesto que te importa. Todo el mundo se preocupa. ¿Quieres ser


tratado como yo? Confía en mí cuando te digo que no.

—Créeme cuando te digo que no me importa. Creo que te das a ti misma y


algunas otras estas personas también, poco crédito. Además, si eres tan
impopular, ¿a quién le importa?

—Hablas como alguien que nunca ha vivido en mis zapatos. —Miro hacia
el este, observando las montañas escarpadas.

Está en silencio durante un minuto, con la cabeza gacha.

—Tienes razón. No he estado allí. No estoy pidiendo un sacrificio para


cualquiera de nosotros. Sólo estoy pidiendo una oportunidad de ser tu
amigo. —Él vuelve su mirada hacia mí, obligándome a mirarlo a los ojos.

—¿Por qué? —pregunto, en apenas un susurro—. Tú no me conoces, ya


no.

Sonríe, y siento que mi determinación se debilita.

—Sí, pero me gustaría hacerlo.

Sacudo la cabeza y hago una mueca.


—No sabes lo que estás pidiendo.

—No estoy pidiendo nada. No voy a esperar más de lo que quieras dar. Más
que nada, que no me ignores durante fotografía. —Las esquinas de mi
boca se aflojan un poco por eso—. Me estaba preguntando cómo ibas a
hacer eso cuando fuéramos socios en el laboratorio.

Sonríe de oreja a oreja. Lo miro dubitativa.

—No sé nada acerca de la cosa de ser amigos, aunque...

—Sí, puede que tengas razón. Es posible que no te agrade mucho cuando
me conozcas —bromea.

Como si hubiera oportunidad.

—O yo —le devuelvo con seriedad.

—Eso lo dudo. —Él está sonriendo, pero su voz es solemne—. Pero no


vamos a saberlo si no le damos una oportunidad, ¿verdad?

Hay mil razones de por qué no debo hacerlo, pero él me aprieta el brazo en
señal de súplica, tanto como es posible hacerlo con alguien que realmente
es un amigo. Los argumentos mueren en mis labios.

—Es tu funeral —murmuro con insolencia.

Se ríe, y luego tiende su mano hacia mí. —¿Amigos?

Me quedo mirando su mano tendida, antes de finalmente colocar mi mano


en la suya. Él aprieta suavemente, con cuidado la herida, luego se levanta,
llevándome con él.

—Vamos, amiga, te llevaré a casa.

—¡No! —Me mira, sorprendido por mi exaltado rechazo, pero no puedo


dejar que me lleve a casa—. Quiero decir, está bien, me gusta caminar.
Camino a casa cada día.
—De acuerdo. —Acepta esto sin argumento. Cuando empiezo a subir la
colina, mis rodillas lastimadas han estado en una posición un tiempo
suficientemente largo para endurecerse, me traicionan y me lamento
involuntariamente.

—¿Qué? —Su preocupación es inmediata, mientras me mira.

—Nada, estoy bien. Creo que me lesioné la rodilla un poco. —Trato de


estabilizarme, con la intención de mirar la tierra de abajo y caminar como
si no fuese nada malo. Mi cuerpo, nunca mi aliado, tiene otras ideas y dos
pasos cojeados me delatan.

—Correcto, basta con el martirio —dice, tomándome en sus brazos como si


fuera una niña pequeña. Sorprendida, envuelvo mis brazos alrededor de
su cuello para sujetarme, giro mi cabeza, avergonzada. Camina con
facilidad por la colina, y no me baja hasta llegar a su coche. Me pone en el
piso, abre la puerta, moviendo un montón de libros para que yo pueda
subirme.

—Estos son los tuyos —dice, y me entrega la pila—. Los dejaste fuera de la
escuela hoy.

No se hace referencia al hecho de que la razón por la que tenía herida la


piel de mis manos y mis rodillas, fuera porque había estado huyendo de él.

—Gracias —murmuro.

Él cierra la puerta, caminando alrededor del coche para subirse en el lado


del conductor. Esto se siente surrealista, yo viajando en un coche junto a
un chico, casi como si fuera normal. Lo dirijo hasta cerca de una cuadra
de mi casa.

—Detente aquí, voy a caminar ahora.

Se vuelve a mirarme, con un argumento listo, pero algo que ve en mi cara


lo detiene. Él asiente con la cabeza, se detiene.

—¿Estás segura de que estarás bien? —pregunta.


—Sí, voy a estar bien.

—Muy bien. Un momento —dice, cuando giro la manija de la puerta. Él


salta hacia fuera, corriendo alrededor del coche para abrir la puerta.
Pretendo que mis rodillas no están temblando, y él finge no darse cuenta
de cómo me apresuro en salir.

—Sabes, eres un poco alto, también —le digo, sorprendida por mi


atrevimiento.

Se ríe cuando vuelve a entrar, me da un saludo, da media vuelta y se va.

Veo cómo se va.

Cuando cojeo por la puerta principal, veo en seguida que mi madre está
dormida, roncando en un sueño, inducido por fármacos. Por primera vez
me quedo en silencio junto a ella, no es que ella no esté durmiendo pero
olvido mis tareas por el momento, subiendo las escaleras. Entro en el
cuarto de baño, cerrando la puerta detrás de mí. Con un poco de miedo,
me acerco al espejo.

El espejo se ha convertido en mi enemigo durante los últimos años, sólo lo


requiero cuando tengo que tratar de cubrir un cardenal o un ojo negro.
Ahora me miro en él, tiro mi largo cabello castaño oscuro frente a mi cara, y
trato de ver lo que Peter puede ver cuando me mira.

Nada demasiado especial, pienso. Con un dedo, trazo mi suave piel


benditamente libre de acné, cutis sin manchas, nariz recta, cejas ni
demasiado espesas ni finas, una boca normal, mentón marcado. Supongo
que mis ojos son mi mejor característica, amplios y con un contorno de
oscuras pestañas. Son de color marron, con anillos de oro.

Sacudo la cabeza y dejo que mi pelo caiga en su lugar. Nada atractiva,


extraordinariamente simple, pero él todavía quiere ser mi amigo. Muy bien,
entonces.

Por primera vez en mi vida, el día de escuela de mañana es algo que espero
con interés. En realidad, creo que no puedo esperar a que llegue.
Capítulo 5

S
in embargo, mientras amanece, me encuentro hecha nudos. ¿La
tarde anterior realmente sucedió, o sólo lo he soñado? Porque no
puedo imaginar a alguien que pudiera salirse de su camino para ser
mi amigo, menos aún a Peter. Me despierto temprano con entusiasmo,
pero poco a poco mis dudas lo desaparecen y me encuentro arrastrando
los pies, para no irme hasta el último minuto posible.

Una vez en la escuela caigo de nuevo en mi viejo patrón de evitar los


lugares donde podría estar. No estoy segura de qué voy a hacer si lo veo y
él me ignora, o peor, se ríe de mí.

Pero la hora del almuerzo llega, estoy tirante con tensión. Camino en el
comedor, con la cabeza hacia abajo, hago fila para conseguir mi almuerzo,
y luego camino en dirección a mi rincón de siempre.

Y me detengo en seco cuando lo veo sentado en la misma mesa,


mirándome, con una sonrisa. Al menos, creo que me está sonriendo,
porque un vistazo detrás de mí no revela a nadie más mirando en su
dirección.

Mientras me acerco, aun dudando, se levanta de su silla. Me detengo de


nuevo, congelada, tensa, esperando por... ¿qué? ¿Para qué haga volar la
bandeja de mis manos? ¿Por la broma a costa mía? ¿Por su risa burlona?

Camina hacia mí, con una mirada interrogante en sus ojos, la sonrisa en
sus labios titubeando un poco. Se pasa los dedos por su cabello, y se
detiene cuando está en frente de mí.

—Hola —dice.

El sonido causa que me crispe nerviosamente, y rápidamente doy un


vistazo alrededor para ver si alguien ha escuchado. Él todavía tiene la
oportunidad de retroceder. Da un paso más y levanta su mano hacia mí.
Doy un paso hacia atrás, lista para esquivar si empuja mi bandeja hacia
arriba. Detiene el movimiento, con el color drenándose de su rostro. Me
mira fijamente, y siento mis mejillas sonrojándose con disgusto.

—Déjame llevar esto por ti —dice, en voz baja, tomando mi bandeja. Estoy
reacia a liberar mi agarre, habiendo perdido más de una comida en el
pasado con ésta simple táctica. Sin querer en entrar en un tira y afloja, la
dejo ir. Para mi sorpresa, él simplemente se da la vuelta y la coloca en la
mesa al lado de la suya, entonces tira de una silla. Miro a la silla, y luego a
él de nuevo. Otra táctica de la que he sido víctima antes, con la silla siendo
retirada debajo mientras me siento.

Peter simplemente espera.

Con algunas reservas, me pongo delante, sujetando el borde de la silla


mientras me siento para evitar que la retire, pero no siento un tirón hacia
atrás. Es un poco incómodo estar sentado en una mesa, y miro con
añoranza a mi usual lugar en el suelo. Me siento muy expuesta. Peter se
sienta a mi lado, su tamaño y presencia me dan refugio, ofreciéndome
cierto sentido de seguridad, falso o no, lo encuentro reconfortante.

—¿Cómo estás hoy? —pregunta inesperadamente, y bajo la rebanada de


pizza que estaba a punto de morder.

Me encojo de hombros.

—Bien, supongo.

—Me refiero a tus manos y rodillas —dice sonriendo.

—¡Oh! —Miro hacia abajo a mis manos, y de pronto sus grandes manos
están ahí, sosteniendo mis manos con las suyas. Su tacto quema a través
desde el punto de contacto, dirigiéndose hacia mi estómago. He tenido más
contacto humano en las últimas 24 horas de lo que he tenido durante
tanto tiempo como puedo recordar, excluyendo el del tipo violento, por
supuesto, y ha sido todo de parte de él.

Examina mis manos cuidadosamente, como si estuviera a punto de darme


un diagnóstico. Frota la yema de sus pulgares suavemente sobre las
costras de los arañazos, y me estremezco involuntariamente.

—Lucen mejor, limpias, no infectadas. —Me mira y sonríe de nuevo. Mi


corazón golpea y retiro mis manos. No parece ofendido y su sonrisa nunca
vacila—. No estás cojeando tanto, tampoco. —Esto me sorprende, pensaba
que no estaba cojeando en absoluto—. ¿Llegaste hoy caminando a la
escuela?

Asiento con la cabeza, con mi lengua aún atada.

Sacude su cabeza.

—¿Perdiste el autobús?

—No, nunca viajo en el autobús. Siempre camino.

—Es más saludable, ¿eh?

Casi me rio de sus palabras.

—Sí —¡Más saludable con la menor posibilidad de recibir una paliza!

—Entonces lo recuperas todo comiendo esa basura grasosa. —Bromea,


indicando mi pizza. Para él, es basura grasienta, para mí, probablemente
la única comida que conseguiré hoy, por lo tanto, es deliciosa. No puedo
decirle eso, por supuesto, así que me encojo de hombros y la recojo de
nuevo, tomando una gran mordida.

Entonces me doy cuenta de los otros en la mesa. Son los "perdedores" y


están mirándome, con las bocas abiertas, más impactados de lo que
estarían si a Peter le hubiera brotado una segunda cabeza y empezara a
hablar en lenguas. Rápidamente miro hacia abajo, tratando de ignorarlos
mientras como, pero estoy súper consciente de las miradas de todos
modos.

Como si no fuera lo suficientemente malo, pronto los dos amigos de Peter


llegan, dejando caer sus bandejas y chocando los cinco ruidosamente.
Miran en mi dirección, pero creo que tal vez parecen menos sorprendidos
de verme aquí que los otros "perdedores".
—¿Conoces a Ian y a Kaden? —me pregunta, y sólo los miro mientras
ambos levantan su mentón hacia mí, en señal de saludo. Pronto otros tres
chicos llegan y se sientan, Peter de nuevo haciendo las presentaciones,
como si no hubiese estado asistiendo a la escuela con estos chicos desde
hace varios años.

Con ellos, viene un montón de ruido y conversaciones, y me alegro de


hundirme en la oscuridad, y como rápidamente. Peter sigue mirando
hacia mí, como asegurándose que sepa que estoy incluida en la
conversación, pero sin tratar de atraerme, por lo cual estoy agradecida.

La hora del almuerzo pasa demasiado lento, y a la vez, demasiado rápida.

Después del almuerzo, tengo dos clases más antes de fotografía. Me muevo
entre clases, pero estoy contando los minutos hasta que llegue fotografía.
Llego más temprano de lo habitual, trato de no quedarme viendo la puerta,
buscando por el familiar, castaño oscuro, cabello en punta al llegar. Cuando
veo su silueta en la puerta. Mi pulso se acelera. Mientras se sienta a mi
lado con su saludo habitual, puedo decir que lo sorprendo cuando lo miro
con una sonrisa tímida y le contesto un "hola" de regreso.

La clase comienza y ya no hay oportunidades para conversar, pero siento


una especie de satisfacción reconfortante al estar sentada aquí junto a él.
Hoy es el último día de tomar apuntes, y el lunes empezaremos el
laboratorio. Espero con ansias a que llegue el momento, así tendré una
excusa para interactuar con él, y temer al mismo tiempo.

Tan pronto como suenan las campanas, comienzo a apilar mis libros, no
tengo tanta prisa como he tenido antes, pero todavía necesito salir de la
escuela antes de que la mayoría de los estudiantes lo hagan, e incremente
mi oportunidad de ser dejada en paz.

—¿Necesitas que te lleve a casa? —Sus palabras detienen mis


movimientos. Pienso en cómo me había sentido estar sentada junto a él en
su coche. Luego pienso en las miradas y el qué dirán que causará, sin
mencionar cuán temprano llegaré a casa.

—No gracias, voy a caminar.


—¿Con tus rodillas? —dice escéptico—. Vamos, está en mi camino. —Sigo
dudando, preocupada por la idea de caminar por el pasillo al lado de
Peter, con todos observando, preguntándome si debería sugerir reunirme
con él en su coche, sabiendo que en realidad nunca aparecería.

Toma mis dudas como rendición, y toma mis libros, apilándolos con los de
él mientras se pone de pie.

—Prometo no morder —bromea con esa sonrisa encantadora. Sin eso,


podría haber dicho que no, pero estoy tristemente impotente en contra a lo
que le hace a mi corazón. Con la cabeza hacia abajo, salgo del salón de
clases junto a él.

Una vez que estamos en el pasillo, reduzco la velocidad de mis pasos un


poco, caminando sólo ligeramente detrás de él. Parece demasiado
descarado el caminar a su lado. Él retrasa sus pasos también para
coincidir con los míos, manteniéndome a su lado. Trato de reducir la
velocidad un poco más, pero él también lo hace. Finalmente, cuando
apenas y nos estamos moviendo, me doy cuenda de lo ridículo de eso y
comienzo a caminar a un ritmo normal. Intento, sin éxito, ignorar las
miradas y los susurros que se nos presentan, ya que es obvio que estamos
caminando juntos desde que Peter me sostiene del codo de vez en cuando
para guiarme a través de la multitud.

Me siento agradecida cuando llegamos al coche. Él abre la puerta para mí,


entregándome mis libros antes de cerrarla. A medida que salimos del
estacionamiento, soy consciente de nuevo de las miradas incrédulas y los
estudiantes apuntando hacia nosotros. Peter es ajeno a todo esto.

—Así que, ¿no tienes grandes planes para éste fin de semana? —me
pregunta, poniendo atención al camino mientras navega entre el laberinto
de conductores adolescentes que siguen saliendo del estacionamiento para
unirse al tráfico.

Veamos, limpiar la casa, hacer lavandería, cocinar alimentos que no me


serán permitidos comer, y tal vez una paliza o dos. Y oh si, balancearme en
columpio de niños como un medio de escape.

—No, no realmente, ¿y tú?


—Nada del otro mundo. Estoy seguro que mi mamá tiene una lista de
tareas para mí —dice con rencor alegre en su voz y una sonrisa en sus
labios. Me pregunto por esas tareas, ciertamente no son nada comparadas
con las mías—. Pensaba en poder ir al partido de futbol esta noche, ¿Vas a
ir?

¿Al partido de futbol? Tengo que pensarlo por un minuto. Ah, sí, debe
referirse al partido de futbol de la preparatoria. Apenas estoy al tanto de
las actividades extracurriculares, desde que no son para mí. No importa a
qué juego se esté refiriendo, no voy a ir.

—No.

—¿Quieres ir... conmigo, quiero decir?

Lo miro, asombrada. ¿Está pidiéndome una cita? No, me río


silenciosamente de mi misma, por supuesto que no. Sólo está tratando de
ser amable, de ser un amigo. Mi silencio lo impulsa a hablar de nuevo.

—Podría venir a recogerte. Sabes que no quiero que camines con esas
rodillas adoloridas por unos días —bromea, sonriéndome.

—No, no puedo. —No hay sonrisa de respuesta en mi rostro, incluso


escucho la silenciosa desesperación en mi voz.

—Oh, vamos, podría ser divertido y...

—¡No! He dicho que no. Sólo... sólo no puedo ¿está bien? —Él se queda en
silencio después de mi arrebato.

—¿Está todo bien? —Su voz está llena de preocupación.

Permanezco con mi cabeza de lado, sin responderle, no confiando en mi


voz porque lo puedo imaginar, imaginarme sentada junto a él en las
gradas, bebiendo un refresco, casi siendo una adolescente normal. Siento
su mirada en mí, aunque no me presiona.

Se detiene en el lugar en que me había dejado el día anterior y estoy a


punto de saltar del coche, sin esperar a que abriera mi puerta, cerrándola
de golpe detrás de mí, corriendo a casa, e ignorando a mis rodillas
gritando.
Capítulo 6

E
ste es el fin de semana más deprimente que he tenido, y he tenido
un montón de ellos como para medir sus contras. Antes todo se
trataba sobre lo que estaba esperándome en casa, ahora pienso
que existen cosas fuera de ella que pueden haber estado esperando por mí
durante todo este tiempo.

Hace una semana, no habría siquiera pensado en ello, pero ahora sí. Me lo
puedo imaginar y todo es por culpa de Peter; me trató como si yo fuera
igual que todas las otras chicas cuando me preguntó. No sé nada de
fútbol, no sé si es algo que me gustaría o que odiaría, de modo que no ha
capturado mi imaginación. Solo sería estar allí, entre mis compañeros,
sentada al lado de Peter.

Ni siquiera se me ocurre preocuparme sobre las burlas o la humillación


que podría sufrir al aparecer en un evento social donde hay incluso menos
supervisión que en la escuela, porque de alguna manera sé que si estoy
con él, nadie me molestará.

Mamá está particularmente furiosa este fin de semana, probablemente,


porque el viernes fue el día de pago de papá. Todavía no ha llegado a casa
del trabajo, desde la noche del sábado, lo que significa que no habrá
mucho dinero cuando regrese a casa, si es que aún le queda, porque
seguramente se ha bebido la mayor parte. Esto significa que en la cima de
mi miseria me pierdo al pensar en Peter y en el partido, también tengo
añadida diversión, lo que ayuda a mi objetivo.

Los platos no son lavados y estoy lo suficiente callada como para provocar
contusiones de huellas dactilares en mi brazo; causando que las partículas
de polvo que vuelan en el aire me distraigan del puñetazo en el pecho que
me deja sin aliento. Finalmente, el domingo ella se pone a gritar en mi cara
porque me había comido uno de sus barritas de dulces (lo que en realidad
por primera vez es verdad, aunque en mi defensa no había comido nada
más en todo el fin de semana y me había sentido mareada por haber sido
obligada a permanecer en una esquina durante tres horas seguidas) ella
acerca su cinturón y lo sostiene por delante de mí mis ojos, golpeándome
en el suelo. Antes de que pueda llegar más lejos al hacerme daño, se oye el
coche de mi padre en la entrada.

—Ve a limpiar. Mira el desastre que has hecho —me dice rápidamente.

Estoy bien al tanto del juego de ocultar el abuso a tu padre. No porque él


se preocupe por mí, sino porque simplemente le da más excusas para
golpearla a ella. A este particular caballo regalado no se le miran los
dientes. Me apresuro a subir las escaleras, lavo mi cara, veo que ya el color
púrpura está rodeando mi ojo. Le he oído entrar, ella lo incrimina y
empiezan a gritar. Me meto en mi habitación, abro la ventana y salgo en
busca del refugio de mi columpio.

***

El lunes por la mañana, me levanto temprano, tomo una ducha rápida y


me visto. Establezco la mejor marca personal en estar preparada para
salir, corro por mi calle y doy vuelta a la esquina, donde mis pies se auto-
detienen.

Peter está en el puesto de la parada, apoyado en el capó de su coche, con


sus piernas dobladas en los tobillos, los brazos cruzados y la cabeza
gacha, con la mayor relajación del mundo, como si estuviera en una larga
espera, tal como si estuviera sintiéndome observarlo, aunque, de pronto
levanta la vista. Cuando me ve, una lenta sonrisa divide su cara; sin prisa
descruza sus tobillos y se acerca a mí.

—Hola —me dice, naturalmente, como si se tratara de una normal


ocurrencia para él, estar sentado aquí.

—¿Qué estás haciendo aquí? —pregunto sospechosamente.

Se ríe.
—Buenos días a ti también.

Sonrío encogiéndome de hombros, avergonzada por ser tan grosera.

—Buenos días.

Lo miro por un momento, y luego vuelvo a preguntar: —¿Qué estás


haciendo aquí?

Agita su mano para indicar el coche.

—Pensé que te gustaría dar un paseo.

Cambio de inquietud.

—¿No has pensado que tal vez camino porque me gusta hacerlo? —
pregunto, un poco a la defensiva.

Él está sorprendido por eso.

—¿En serio? —Está desconcertado—. ¿Te gusta caminar desde tan lejos
hasta la escuela dos veces al día, todos los días?

Miro lejos, y luego doy una verdad a medias.

—Sí.

Me gusta caminar la mayoría de las veces, pero sólo porque la otra


alternativa es muy poco atractiva. Algunos días es aburrido, y algunas
veces mi cuerpo maltratado lo hace difícil, pero también me da tiempo
para mí misma, tiempo para pensar, para ver, para sentir y oler el mundo
sin que nadie me moleste.

—¡Huh! —Resopla, sorprendido y un poco desalentado—. Bueno, pensé


que tal vez tus rodillas...

—Se sienten mejor ahora.


—¡Ah! —Parece desconcertado. Las esquinas de mi boca se levantan
ligeramente por su aspecto de niño pequeño y tomo misericordia de él.

–—Fue una oferta muy agradable, sin embargo. Te lo agradezco.

Todavía luce un pequeño puchero, y puedo recordar al niño que había sido
en nuestros primeros años en la escuela primaria.

De pronto se ilumina y me mira.

—Tal vez puedo caminar contigo hoy. Voy a dejar mi coche aquí, y lo
recogeré después de la escuela.

Frunzo mis cejas.

—Pero, ¿cómo vas a volver aquí para recogerlo?

—Puedo caminar de nuevo... contigo... ya sabes, si te parece bien... —Su


voz se desvanece y de golpe me doy cuenta que se siente inseguro de sí
mismo.

—De acuerdo.

Mi silenciosa respuesta lo sorprende, y me sorprende, también, si soy


honesta.

Me mira por un momento, meditando sobre si estoy aceptando por querer


hacerlo o si tan sólo me siento presionada. Todo lo que ve en mi cara le
satisface, y asiente.

—Está bien. Déjame tomar mis libros y cerrar el seguro. —Él hace eso,
corriendo de vuelta a mi lado—. ¿Tienes una ruta especial que tomes?

Asiento con la cabeza, muy seria.

—Sí, me gusta tomar la que me lleve hasta allá.

Me mira por un minuto. No puedo mantener mi sonrisa oculta. Se echa a


reír.
—Sí, creo que sería una buena idea.

Toma los libros de mis brazos, alzando los hombros.

—Mi mamá me mataría si pensará que no soy un absoluto caballero a


cada segundo.

Bueno, eso explica lo de él abriendo la puerta del coche por mí.

Se acerca con zancada más largas que las mías mientras caminamos. Mira
a un lado de mí, abriendo la boca para decir algo. Las palabras nunca
llegan. Se detiene abruptamente y me detengo con él por la mirada
alarmada de su rostro. Observo detrás de mí para ver qué es lo que le
preocupa. ¿Alguien lo ha visto caminar conmigo? Echando un vistazo atrás
de él, noto que es a mí a quien está mirando.

—¿Qué? —pregunto.

Extiende una mano, poniéndola suavemente sobre mi mejilla, rozando


ligeramente con su pulgar justo encima de mi pómulo.

—Tienes un ojo negro.

Me agito lejos de su toque, utilizando mi mano para sustituir la suya,


cubriendo un lado de mi cara, utilizando mí cabello como un velo entre
nosotros, cayendo por mi rostro. Me había olvidado por completo de ello.
Lo había cubierto con un corrector antes, aunque al parecer no había
hecho un muy buen trabajo con eso.

—¿Qué pasó? —Oigo la angustia en su voz.

—Solo se trata de mi torpeza habitual. —Le miento—. Me caí y choqué


contra el marco de la puerta.

La mentira transita fácilmente de mi boca, después de haberla dicho


muchas veces antes. Él extiende su mano y tira de la mía, tornando mi
cara hacia él, examinándome con el mismo cuidado y concentración que
utilizó antes, cuando examinaba mis manos raspadas. Luce escéptico ante
mi historia, pero no me hace más preguntas.
—Necesitas ser más cuidadosa —reprende con suavidad—. ¿Te duele?

Su toque familiar está haciendo cosas raras en mi cabeza, por lo que es


difícil pensar, entonces me alejo de nuevo y continúo caminando.

—No. Me había olvidado de ello hasta que lo mencionaste.

Da un paso rápido para alcanzarme. Puedo sentir su mirada en mi cara, y


a mis mejillas calentarse. Él está en silencio.

—¿Luce tan mal? —le pregunto cuando el silencio se prolonga. Él no dice


nada durante tanto tiempo que finalmente me arriesgo a mirarlo. Me mira
con una atención intensa. Suspira.

—No, en realidad no es tan fácil de ver.

—Tú lo has visto —le acuso.

—Soy muy observador, probablemente más de lo normal.

Caminamos en silencio durante unos minutos.

—¿Has pensado alguna vez en convertirte en médico? —pregunto.

Se sacude con sorpresa.

—¿Qué te hace preguntar eso?

—No lo sé, es sólo que pareces una especie de doctorcito, tú sabes, como
hoy con mi ojo y la semana pasada cuando estabas limpiando mis manos.
Luces muy preocupado por las lesiones.

Sonríe. —En realidad, he pensado en eso. He pensado un montón sobre


ello. Basta con que he planeado mis estudios para dirigirme a esa
dirección. Mi papá es un veterinario, por lo que he pasado la mayor parte
de mi vida viéndolo sanar animales, de todos modos. Siempre quise ser
como él, ser veterinario, ¿sabes? Pero a pesar de que me gustan mucho la
mayoría de los animales, no soy un apasionado de ellos como él lo es, así
que pensé que tal vez sería mejor probar con la gente.
Trato de imaginar cómo sería tener un papá al cual tú admires tanto que
desees seguir sus pasos.

—Recuerdo un poco a tu mamá —le digo—. Ella siempre iba de excursión,


y me acuerdo de su salón para fiestas y cosas.

—Sí, ella es una buena madre. Es una buena cosa que tengo hermanas
menores, porque se vuelve loca gastando su tiempo con los niños
pequeños.

Mi garganta se aprisiona. Recuerdo vagamente a mi propia madre ser una


vez de esa manera. Que niña más horrible debo haber sido para haber
matado esa clase de preocupación. Me aclaro la garganta, apartando
aquellos pensamientos.

—Recuerdo a una hermana, tu mamá siempre la llevaba en coche. ¿Tienes


más ahora?

—Esa fue mi hermana pequeña. Ella ahora tiene diez. Tengo otra hermana
que tiene trece. Tal vez no la recuerdas porque estaba en una escuela
diferente. Y tengo una hermana pequeña que tiene tres, fue una especie de
―oops‖. Bastante embarazoso para un chico de quince años, tener a una
madre embarazada. Pero, ¿qué puedes hacer? Además, es una niña muy
linda.

—¿Sin hermanos?

—No —Él se ríe—. Mi papá dice que él y yo vivimos en un océano de


estrógeno, lo cual no es tan malo ahora, pero espera a que todas ellas
hayan llegado a la pubertad.

Me río. Me mira, avergonzado por haber dicho eso, por lo que mira hacia
otro lado.

—¿Qué hay de ti? —pregunta—. ¿Algunos hermanos o hermanas?

—No —digo, pensando como siempre en el hermano pequeño que debería


haber tenido, en el pequeño niño cuya muerte destruyó a mi madre.
Todavía tengo recuerdos de la vida cuando era buena. Eso es tanto una
bendición como una maldición, como dice el refrán. Una bendición porque
en los tiempos más oscuros es a lo que me aferro, a lo que me gustaría
tener e imagino lo que mi vida es.

A veces eso es todo lo que me mantiene aguantando.

La maldición es que los recuerdos hacen que mi vida ahora parezca mucho
más sombría, porque hubo un tiempo cuando la vida era luz. La oscuridad
comenzó el día que mi padre perdió su trabajo, pero en realidad, las
personas pierden sus puestos de trabajo todos los días. ¿Por qué había
sido tan traumático para mi padre? Esa es una pregunta que nunca podré
responder.

Al principio, mi madre embarazada me protegió de la peor parte de la furia


de mi padre.

Ella era la calma en la tormenta. Cuando oíamos su coche que venía por el
camino, ella me alentaba a jugar en mi nuevo columpio. Fue allí donde
encontré mi escape. Con el viento soplando a través de mi pelo, el cielo
azul y la hierba verde debajo, me encontré volando. Imaginaba que era un
pájaro, y que si alcanzaba elevarme lo suficientemente alto, podía dejar de
lado todas a estas cadenas y volar lejos de los gritos, de los sonidos que
negaba a mi cerebro a procesar, pero que siempre dieron lugar a un ojo
negro o a un corte en el labio de mi madre.

Cuando se puso de parto prematuro después de una pelea particularmente


violenta unos pocos días antes de Halloween, yo estaba fuera tratando de
llegar a ese vuelo mágico. Había oído a mi padre dar un portazo a la puerta
principal y al coche, cuando la oí gritar dolorosamente, angustiada en
busca de ayuda.

Corrí al el interior y vi el charco de sangre debajo de ella en el piso, donde


estaba de pie, sosteniendo su vientre, redondeándolo y jadeando de dolor.

Aproximadamente un mes antes vi a unos aterrados hombres ver que


había llegado el día y tomar su coche. Yo no podía haber manejado de
todas formas, ya que sólo tenía nueve años y era pequeña para mi edad.
El no tener teléfono también disminuye las opciones. Estaba expresamente
prohibido ir por los vecinos en absoluto. Cuando ella cayó al suelo y no
podía despertarla, me desesperé. Rompí la regla y corrí hacia la casa de al
lado.

El vecino llamó al 911, pero al parecer, allí fue donde terminó su ayuda. Ni
siquiera me acompañó a la casa para ver si podía ayudar a mi madre, e
incluso a esa temprana edad pude entender su renuencia a involucrarse. A
mí misma me hubiera encantado no involucrarme con mi familia.

Pronto llegó una ambulancia para llevársela. Nadie parecía demasiado


preocupado de que una niña de nueve años de edad se quedara sola en la
casa con un gran charco de sangre estropeando las baldosas del piso de la
cocina. Tenía miedo de que mi padre llegara a casa y viera el desorden, por
lo que encontré algunas toallas y limpié lo mejor que pude. Nunca había
utilizado la lavadora, pero había visto a mi madre hacerlo, así que traté de
imitar lo que recordaba y coloqué las toallas empapadas de color rojo en el
interior, el vertedero parecía tener la cantidad correcta de jabón, y giré el
dial hasta que el flujo de agua comenzó.

Entonces fregué el piso y guardé el cubo en el armario, luego terminé de


limpiar, puliendo alrededor de los bordes de las baldosas, inclusive donde
la sangre del charco se había comenzado a secar en una línea dura, hasta
que no pude ver restos de la sangre en el piso. Mi padre no volvió a casa
esa noche. De alguna manera había recibido la noticia y fue al hospital. Me
quedé sola en casa.

Ella no volvió a casa al día siguiente, o bien, cuando mi padre llegó a casa
para brevemente decirme que ella lo haría al día siguiente. Me sorprendió
que en realidad pareciera un poco triste y algo más ¿culpable? cuando
regresó. Trajo una bolsa con una hamburguesa, unas patatas fritas, y un
refresco para mí; un raro gesto que no había obtenido desde el día antes
de él perdiera su trabajo. Se fue y asumí que iba a pasar la noche sola otra
vez.

Sin embargo, me desperté en la oscuridad de la noche cuando llegó.


Entonces me encogí bajo las sábanas, con miedo, sin la protección de mi
madre. Sus pasos se detuvieron frente a mi puerta, y el hielo se arrastró
sobre mi piel, congelando mi cuerpo inmóvil, incluso mi respiración.
Finalmente, se tropezó, y solté un suspiro de alivio. Temblaba como un
árbol en invierno, incapaz de controlar el miedo residual, las lágrimas
corrían por mis mejillas en silencio. El sueño tardó un largo tiempo en
llegar.

Él fue al hospital al día siguiente para traer a mi madre a casa. Cuando


llegó, su estómago estaba extrañamente plano, y no traía un bebé. Estaba
tan feliz de que estuviera en la casa que me lancé contra ella, envolviendo
mis brazos alrededor de su cintura. Pero no me devolvió el abrazo, ni
siquiera parecía darse cuenta de que estaba ahí.

—¡Detente! —ordenó mi padre más o menos, una frase que mis padres
empezaron a usar muy a menudo conmigo. Dejé caer mis brazos, mirando
hacia arriba con una pregunta. Ella ni siquiera me miró, y me di cuenta de
lo triste que parecía estar, las comisuras de sus labios estaban
profundamente marcadas, tenía los ojos rojos e hinchados. Entró en la
casa y se acostó en el sofá, dándonos la espalda, tirando de la manta que
colgaba en la parte posterior del respaldo sobre sí misma, cubriéndose la
cabeza.

—¿Mami? —pregunté, llamándola por el nombre que no había utilizado en


mucho tiempo.

Me ignoró y luego escuché los suaves sollozos procedentes de debajo de la


manta. Miré a mi padre, con un tono acusador, que parecía justo ya que
había sido el causante de todas sus lágrimas en los últimos meses.

Me miró y vi revolotear la culpa rápidamente a través de su rostro, luego


miró hacia otro lado y la reemplazó con su habitual ceño fruncido.

—Tu mamá perdió al bebé —me dijo.

¿Lo perdió? ¿No deberíamos estar buscándolo? Él debe haber visto la


confusión en mi cara, porque aclaró: —El bebé murió. Tu madre estará
triste por un tiempo como para salir a la calle y dejarla sola.

Estaba aturdida. ¿El bebé había muerto? ¿Cómo sucedió eso? Me miró
brevemente de nuevo, vio las preguntas en mi rostro y se alejó.
—Me voy —dijo por encima de su hombro mientras empujaba la puerta
principal. Me quedé detrás de él, con las lágrimas pinchando en mis ojos.

Volví la vista hacia el bulto acurrucado en el sofá que se estaba moviendo


en silencio e hice lo que me habían dicho; cuando salí a la calle mi fiel
amigo el columpio esperaba para llevarme lejos.

—Hija única, ¿eh? Apuesto a que has sido mimada. —El comentario de
Peter me regresa de los amargos recuerdos mientras caminamos. Se me
escapa una sonrisa cínica por su comentario.

—Soy lo más alejado que podría haber de malcriada. —Me mira fijamente.

—¿Cómo estuvo el juego? —Dejo escapar, pero es lo primero que se me


ocurre para cambiar de tema. Me mira por unos momentos más, aunque
miro la acera, como si él pudiera leer mi mente y ver la verdad.

—Estuvo bien, supongo. Típico, montones de gritos y chicos no viendo el


partido en absoluto. Es más social que otra cosa. Dudo que más de unos
pocos supieran decirte la diferencia entre un touchdown y un gol de
campo.

Siento el color de la mortificación en mis mejillas, preguntándome si él


sabe algo que no sé.

—Creo que la mayoría de los chicos van a ver a las porristas, y la mayoría
de las chicas van a ver a los jugadores de fútbol. —No tiene idea de lo
grande que todo el asunto suena para mí—. Y hemos perdido de todos
modos. La semana que viene debe ser mejor, sin embargo. Jugamos contra
Jefferson.

La preparatoria Jefferson es el más grande rival de nuestra escuela,


aunque nunca pude entender por qué es el rival más grande que cualquier
otra escuela.

—Deberías venir.
Detecta la negativa que estoy a punto de emitir, se apresura a
sobresaltarse.

—Antes de decir que no, sólo prométeme pensar en ello. Si se trata de un


problema con tus padres porque no quieren que vayas con un chico,
podríamos encontrarnos allí. Me aseguraré de que haya chicas con
nosotros, así no tienes que mentir. Incluso puedo conseguir a alguien que
venga recogerte, una chica, quiero decir. No tiene que ser como una cita ni
nada, si eso es un problema. Sólo amigos, sólo por diversión. —Levanta
sus manos en súplica.

—¿Pensarás en ello? ¿Por favor?

No quiero discutir, o tratar de inventar una excusa, por lo que sólo muevo
mi cabeza, sabiendo que tendré que decirle que no, el viernes por la tarde.
Él sonríe triunfante, y me siento mal pensando en que tendré que quitarle
la victoria adelantada. Tengo que admitir que, el resto de la semana,
fantaseo con ello. Me imagino diciéndole que sí, sintiendo cómo sería estar
sentado allí como todos los demás, tomando algo que todos dan por
sentado, siendo normal.
Capítulo 7

É
l no menciona el partido de futbol por el resto de la semana. Parte de
mi espera que se haya olvidado acerca de eso y no me pregunte de
nuevo, obligándome a decirle que no, si lo hace.

Una gran parte de mi está consternada al pensar que lo ha olvidado, o que


lamenta haberme preguntado, y por eso no me preguntará de nuevo.
Me lleva a casa el viernes. Cada día ha venido por mí en la mañana.
Algunas veces vamos en su coche, otras veces vamos caminando. Me gusta
más caminar porque toma más tiempo para llegar a la escuela. A solas con
él puedo ser yo misma y hablar libremente, o tan libremente como puedo
para alguien que está llena de secretos.

Estoy tensa el viernes, llena de temor sobre si me preguntará o no. No dice


nada acerca de eso en todo el camino a casa, agradezco que conducir no
tome tanto tiempo. Así que con ambos, alivio y decepción digo adiós tan
pronto como él abre mi puerta y salgo del coche.

—Espera —dice, tomando mi antebrazo suavemente—. ¿Pensaste acerca


del partido? ¿Vendrás?

No puedo. Esas son las palabras en mi cabeza, las que intento decir. En
cambio me escucho decir.

—Está bien.

¿Qué?

Su rostro hace eco al aturdimiento en mi cabeza, pero se recupera


rápidamente.

—Genial. Debería recogerte a tu casa o...


—Nos encontraremos aquí. —Sin estar segura de cómo voy a lograr eso. Mi
garganta se cierra con miedo.

—Está bien. ¿Qué tal a las 6:30?

Asiento con la cabeza, sin confiarme en si es que puedo hablar, camino


lejos rápidamente en lugar de esperar mientras se aleja como usualmente
hago. Me apresuro a casa, queriendo terminar mis tareas tan rápida y
eficientemente como sea posible para evitar la ira de mamá. Siento como si
fuera a vomitar la tensión que se apodera de mí desde la parte superior de
mi cabeza hasta la punta de los dedos de mis pies. Estoy orando por algo
parecido a un milagro para sacar esto adelante. Cuando llego a casa,
encuentro a mamá en la ducha. Esto me confunde, ya que ella nunca se
ducha por las tardes. Es raro cuando se ducha por las mañanas, pero
nunca lo hace por la tarde.

Estoy en la cocina, insegura sobre qué hacer con respecto a esto.

—¿Lali? —me llama unos minutos después desde su habitación.

Al menos me está llamando "Lali" en lugar de "Mariana". Cuando me


llama por mi nombre completo, nunca termina bien. Con miedo, me acerco
a su puerta. Toco suavemente, y me llama para entrar. Miro fijamente la
puerta con terror. Nunca se me ha permitido incluso acercarme a su
habitación, menos aún entrar en ella. Mi mano está en el pomo de la
puerta, temerosa de darle vuelta, temerosa de no hacerlo.

—Lali, entra —ordena.

Abro la puerta, pero me quedo en el umbral.

—Ahí estás. —Está de pie en frente de su armario vestida sólo en ropa


interior y sujetador. Miro alrededor, preguntándome si di un paso dentro
de alguna retorcida versión del mundo real.

—Necesito tu ayuda. Tengo que estar lista para ir a cenar —dice como si se
tratara de una petición habitual.

—¿Cenar? —Mi voz es un susurro estrangulado.


—Sí, a cenar. —Idiota, es claramente el resto no hablado de la oración—.
¿Sabes lo que es, verdad? La comida que ingieres en la noche, después del
almuerzo, antes de irte a dormir. —Su voz es burlona.

He escuchado sobre eso, sí, sólo que usualmente no consigo tenerla.


Imagino las consecuencias de decir esa oración en voz alta. En cambio, le
digo: —¿Qué puedo hacer para ayudar?

—El jefe de tu papá está teniendo alguna fiesta lujosa en que las esposas
tienen la obligación de presentarse. Tienes que ayudarme a vestirme y
arreglar mi cabello.

Me pregunto si está hablando de repente en un idioma extranjero, porque


sus palabras no tienen sentido para mí. Cuando sólo me quedo parada
ahí, me da una sucia mirada.

—No sólo te quedes ahí parada como una imbécil. Entra.

Entro con vacilación dentro del reino prohibido, tratando de no mirar a mí


alrededor, a pesar de que no puedo evitarlo de alguna manera. Hay ropa
sucia y un desorden de papeles en la habitación. Bueno, pienso, si no
dejas entrar a Cenicienta dentro del castillo, ella no puede limpiar por ti.

Se pone una blusa de botones con una falda cruzada, que le ayudo a atar.
Se sienta mientras uso la secadora para secar su cabello. Quiere que le
ponga rodillos calientes por ella, pero el contacto cercano me hace un
manojo de nervios, y sigo dejándolos caer. Finalmente golpea con fuerza
mis manos lejos de ella.

—Eres inútil —me dice—. Ve a... limpiar la cocina o algo. Trata de hacer
algo útil.

No espero a ver si cambia de opinión, habiéndome dado este alivio. Voy a


hacer lo que me ordena, limpio rápido pero a fondo para que no sea capaz
de encontrar ningún fallo de inmediato.

Cuando mi padre se detiene en la entrada, mi estómago comienza a


convulsionar de nuevo. No ha estado en casa temprano por tanto tiempo
como puedo recordar. La mayoría del tiempo se siente como si nadie más
viviera aquí más que mi madre y yo.

Entra, dándome una mirada pero ignorándome completamente como si


fuera invisible. Escucho la ducha de nuevo y unos minutos después
ambos salen de su habitación, luciendo para todo el mundo como
cualquier otra pareja de casados saliendo a cenar. Estoy segura de que mi
boca está colgando abierta.

—Termina tus tareas, después ve a la cama. —Es toda la instrucción de


información que consigo mientras caminan hacia la puerta principal.
Camino en la sala de estar, observándolos a través de la ventana mientras
se suben al apaleado coche viejo de papá y salen de la entrada. No es
hasta que se alejan que me doy cuenta de lo que esto significa. Voy a ir a
un partido de futbol.

***

Termino mis tareas en tiempo record. No hay mucho que pueda hacer
acerca de mí, además de cepillar mi cabello, y ponerme la camisa menos
arruinada de las cinco que tengo. Tengo miedo de que ellos regresen
temprano y me detengan, corro calle abajo y doy vuelta en la esquina, y
casi caigo sobre Peter.

Él me atrapa por los brazos, tomando el peso de ambos contra un poste de


teléfono, arreglándoselas para evitar caer en la acera. Vergüenza fluye por
mí mientras me aleja de él.

—¿Estás apurada? —me pregunta con una sonrisa.

—Lo siento, no pensé que estarías aquí todavía.

Confusión revolotea a través de sus rasgos.

—¿Entonces por qué la prisa? ¿Tratabas de llegar e irte antes de que


llegara?
Estoy sorprendida por la manera en que su mente trabaja, que pudiera
pensar que trataría de evitarlo, sacudo mi cabeza.

—Por supuesto que no. Aunque hubiera sido lindo ser la primera aquí. No
importa cuán temprano salga de casa, siempre me vences aquí. —No es
una mentira, sólo una verdad diferente.

Él se ríe. —Lo siento. Debe parecer que soy algún extraño acosador o algo,
aquí sentado esperando que llegues.

Me encojo de hombros.

—No me importa. Es agradable de alguna manera tener a alguien


esperándome.

Él ladea su cabeza, con sus intensos ojos verdes.

—Bueno, aquellos que no están esperando por ti no saben lo que se están


perdiendo.

Mi aliento se atora en mi garganta. Casi suena como si él estuviera


coqueteando. Sacudo la cabeza y doy —casi— una silenciosa carcajada; es
una tontería. Está sólo siendo caballeroso como siempre le ha enseñado su
madre, de la misma forma en que lleva mis libros o mi bandeja, o saca una
silla para mí en el almuerzo, cuando abre mi puerta del coche. Su mirada
fija no se ha suavizado, observándome como si esperara algo, una
respuesta o una reacción. No tengo ninguna porque no sé cómo responder
a ésta clase de bromas.

—Así que —le digo, barriendo mi mano hacia el coche—. ¿Vas a abrir mi
puerta o tengo que hacerlo yo misma y decirle a tu mamá?

Se ríe, rompiendo el hechizo, caminando hacia el coche. Abre la puerta,


haciendo un arco con un ademán y barriendo su mano a través del coche.
Le sonrío tímidamente mientras lo paso.

Llegamos a la preparatoria antes de que el partido comience, pero el


estacionamiento está ya repleto de estudiantes. Hay estudiantes no sólo de
nuestra escuela, sino también de Jefferson. Hay un montón de burlas de
buen humor sucediendo, pero los oficiales de policía caminando alrededor
dan la impresión de que se podría volver algo más. Peter da la vuelta y
abre mi puerta, por supuesto, saludando algunos de sus amigos.
Reconozco a unos cuantos que se sientan con nosotros en el almuerzo, y
les saludo de regreso, sorprendida, cuando me gritan ¨hola¨.

Nos dirigimos hacia la entrada del campo. Veo a un par de chicas que
están en el Equipo de Espíritu sentadas en una mesa, checando las
identificaciones de los estudiantes o tomando el dinero de los boletos.
Ambas se quedan boquiabiertas cuando me ven caminando hacia la mesa.
Sus ojos casi saltan fuera de sus cabezas cuando Peter toma mi mano,
entrelazando sus dedos con los míos y tirando de mí hacia él, haciendo
obvio que estoy con él.

—Hey Celia, Amber. ¿Cómo les va? —dice Peter. Podía haber sonreído
cuando veo a Celia alcanzar dos boletos y dárselos a Peter sin preguntarle
por su identificación de estudiantes, sus ojos saltando de ida y vuelta
entre nosotros, excepto que estoy comenzando a sentir que esto es un
error; debí haberme quedado al margen como siempre hago. Un pozo frío
se forma en mi estómago.

Peter no deja ir mi mano, manteniéndome firmemente a su lado mientras


entramos por la compuerta, dándole sus boletos a otra chica del Equipo de
Espíritu que abre la boca ampliamente como las primeras dos. Él sólo se
mantiene sonriendo, saludando a todos, actuando como si no hubiera
nada inusual el estar ahí con la perdedora más grande de la escuela.

Hay un sentimiento de alto entusiasmo dentro del estadio, los estudiantes


dando vueltas por todas partes. Estudiantes, padres y profesores de la
escuela, todos vestidos con los colores de su propia escuela, dependiendo
de cuál equipo estén aquí para apoyar. Incluso Peter está vistiendo los
colores de nuestra escuela. Miro abajo hacia mi camiseta amarilla que no
representa a ninguno de los dos. Apropiada de alguna manera; una isla en
mi misma.

Estoy muy consciente de su mano presionada contra la mía. Sé que esto


no es una cita, sólo somos amigos pasando el rato. Sabiendo esto no
cambia la velocidad de mi corazón, no he tenido mi mano sostenida
desde... bueno, desde que sostuve las manos con Peter en sexto grado.
Caminamos hacia las gradas, llenas de una retorcida masa de humanidad
sobreexcitada y estoy doblemente agradecida que me sostenga, porque
hubiera sido cosa fácil perderse entre toda esas personas.

Él tira de mí detrás de él hasta las gradas, al lugar dónde parece haber un


camino, y nos encuentra asientos entre un grupo de chicos que conozco
por nombre, de los cuales varios me han torturado en un momento u otro
en el pasado. Choca los cinco a los chicos, diciendo ¨hola¨ a las chicas, y
yo permanezco de pie detrás de él, mientras deseo que un gran hoyo se
abra debajo y me trague. Mantengo mi cabeza baja, incluso cuando Peter
me lleva delante de él, dejando ir mi mano y poniendo ambas manos sobre
mis hombros.

—¿Todos ustedes conocen a Lali, verdad? —pregunta con un animado y


positivo tono, avergonzándolos al reconocerme y diciendo ¨hola¨. Les doy
una ojeada a cada rostro, asintiendo ligeramente en respuesta, viendo que
están claramente incómodos como lo estoy yo, conociendo la historia entre
nosotros, sólo Peter la desconoce.

A pesar de que no parece que haya espacio para otra persona donde nos
encontramos, Ian y Kaden, nuestros compañeros de almuerzo, se abren
paso y comienzan a bromear ruidosamente y ríen con Peter y los otros ahí
de pie. Estoy agradecida por su exuberancia ya que toma la nerviosa
atención de mí.

Los equipos de futbol hacen su camino hacia el campo y la multitud crece


desenfrenada. A pesar de mi ansiedad, me siento atrapada en la emoción.
No voy tan lejos como para gritar y chillar como los otros, pero me
encuentro a mí misma sonriendo. Peter silba con fuerza junto a mí, y me
lanza una sonrisa pícara que me hace reír. Incluso aquellos que nos
rodean parecen haber llegado a un acuerdo con mi presencia y ya no me
lanzan miradas de reojo, ignorándome ahora para unirse a los aplausos.

Hay una moneda en el aire, aunque sólo podría decir que estaba a nuestro
favor por los aplausos que estallaron a mí alrededor. Después de eso, los
equipos se alinean en los extremos opuestos del campo y alguien del otro
equipo patea la pelota hacia nuestro equipo. Para mi sorpresa, todos están
corriendo hacia él, cuando de pronto se arrodilla. Estoy confundida, mi
limitado conocimiento por lo menos sé que se supone que hay tecleos
envueltos.

Peter escoge ese momento para mirarme, y al ver la mirada confundida en


mi rostro, se inclina. Gritando para hacerse oír entre la multitud, me
pregunta: —¿Has visto alguna vez un partido de futbol antes?

Sacudo mi cabeza.

—¿Visto uno en la TV?

Sacudo mi cabeza de nuevo.

—¿Sabes algo al respecto?

—Pensé que lo hacía. Pensé que se suponían tenían que teclearse unos a
otros.

—La mayor parte es cierto.

—¿Entonces por qué todos se detuvieron?

Así que me explica, y me explica cada jugada después de eso. Escucho


atentamente, determinada a aprender. Es difícil concentrarse porque el
ruido que nos rodea hace que sea difícil de escuchar, así que envuelve su
brazo alrededor de mi hombro con cada explicación, tirando de mi más
cerca para poder escuchar mejor. Crea un pequeño capullo privado, y
puedo mirarlo, con los ojos fijos en los de él sin un significado más que el
de estar escuchando. No para él, de todos modos, pero mucho más para
mí.

Después de un rato, deja de quitar su brazo entre explicaciones, dejándolo


descansar en mi hombro. Cuando ha pasado un poco de tiempo, él dice: —
Vamos. —Tomando mi mano y tirando de mí por las escaleras, esta vez
para caminar por la acera en la parte superior de las gradas.

—¿Ha terminado ya el partido?

—No, es casi el medio tiempo. Pero si no llegamos a un puesto de comida


ahora, vamos a tener que esperar en una larga fila.
Cuando llegamos al puesto de comida, la línea es de una docena de
personas de largo, y me pregunto lo que él considera una larga fila. Oigo
un silbato, entonces ambos equipos corren fuera del campo y supongo que
eso significa que el medio tiempo ha llegado. La línea detrás de nosotros ha
crecido, serpenteando hasta que puedo ver a lo que él se refería.

Justo antes de llegar a la parte delantera de la línea, Peter se vuelve hacia


mí y me pregunta qué me gustaría. El pánico me congela por un momento.
No he traído nada de dinero. No tengo nada si hubiera querido traer.
Simplemente sacudo la cabeza.

—¿No quieres nada? —Él está genuinamente desconcertado.

—No, estoy bien. Yo... comí antes. —Una vez más, no es exactamente una
mentira ya que había comido el almuerzo, en la escuela.

—Vamos, no puedes estar en un partido sin un perrito caliente. Es una


tradición.

—No, en serio, estoy bien.

Es nuestro turno, así que él se adelanta y ordena mientras miro a mí


alrededor, fingiendo que mi vacío estómago no está gruñendo con los
olores. No puedo dejar de notar las miradas que recibo de los que están en
la fila que asisten a nuestra escuela. La misma mirada que he visto en
otros rostros durante toda la noche. Los ignoro, no queriendo arruinar mi
noche.

Peter se da la vuelta y me entrega un refresco y un perrito caliente,


empujándolos en mis manos antes de que pueda negarme, dándose la
vuelta hacia la chica en el puesto para tomar un par para él mismo.

—No, dije que estaba...

—Lo sé, pero ya que éste es tu primer partido, no quiero ser acusado de no
darte la experiencia completa. —Su sonrisa me desarma.

—Está bien. Gracias.


Inclina su cabeza hacia abajo, hacia mí, con sus ojos negros como la
noche, y mi respiración se detiene.

—De nada —dice, con una sonrisa en su voz.

Nos acercamos a una mesa repleta de condimentos, la mayoría de los


cuales se han derramado. Ponemos salsa de tomate a nuestros perritos
calientes, mostaza y condimentos, y nos los comemos, derramando
condimentos en el ya salpicado suelo. Es la mejor comida que he comido.

Hacemos nuestro camino de regreso a las gradas al mismo tiempo en que


los equipos regresan al campo. Hay más aplausos, aunque no tan
entusiastas como cuando el juego comenzó. Peter está de pie junto a mí,
sólo de vez en cuando tiene que explicar las jugadas o reglas del juego.
Pero no está de pie con su brazo a mi alrededor, para mi decepción, pienso
con más claridad y me doy cuenta de cosas que no había notado antes.

No hay mucha gente prestando atención al partido. La mayoría de los que


lo están viendo son los padres. Todos los demás están dando vueltas,
hablando y riendo, sólo regresando al juego cuando una buena tecleada es
hecha, o cuando puntos son anotados.

Mientras estoy observando a mí alrededor es cuando la veo. Eugenia se


encuentra un par de filas por encima de mí y una sección lejos. Me está
mirando fijamente. La ferocidad de su mirada me aturde. Nunca vacila,
aun cuando sus amigos hablan animadamente con ella. Debe de haber
estado observándome desde hace algún tiempo porque ninguno de ellos
siquiera parece darse cuenta de su concentración, o buscan lo que ella
está mirando.

Me giro rápidamente hacia adelante, con los ojos en el partido, pero con mi
mente en ella. No estoy segura de por qué me odia tanto. He intentado tan
duro permanecer fuera de su camino y no irritarla más de lo necesario. Al
parecer, mi presencia en el partido de futbol es suficiente para reavivar su
odio en su totalidad. Trato de seguir el partido, pero ahora es como si
pudiera sentir sus ojos en mí. Miro rápidamente hacia atrás y confirmo
que todavía sigue mirando. Después de algunos vistazos, Peter me mira, y
luego detrás de mí para ver lo que estoy viendo, y luego de nuevo a mí.
—¿Todo bien? —me pregunta.

Miro hacia atrás y veo que está de repente, atentamente interesada en la


conversación a su alrededor. Mis ojos se estrechan en sospecha.

Sonrío a Peter. —Sí, todo está bien.

Él me sonríe de regreso. Nuestro equipo anota un touchdown y su


atención se dirige de nuevo al campo, silbando y aplaudiendo. Doy un
rápido vistazo hacia atrás y veo que ella está de nuevo mirándome
ferozmente. Suspiro. Sería bueno tener sólo un día fácil en mi vida.

***

Nuestro equipo acaba de ganar en un muy emocionante gol de campo de


desempate. El pateador es alzado sobre los hombros de sus compañeros y
llevado sobre el campo de esa manera, las porristas están saltando arriba
y abajo, las personas chocando los cinco y gritando, y todo eso se aleja
cuando Peter tira de mí en un improvisado abrazo de celebración,
levantando mis pies del suelo mientras me sostiene. Rodeo mis brazos
alrededor de su cuello por seguridad por la repentina sensación de
ingravidez. La sensación de su sólido cálido cuerpo presionado
estrechamente contra el mío es diferente a todo lo que he experimentado
antes. Es simplemente un abrazo de oso para él, pero en ese momento, sé
que cualesquiera que sean las consecuencias a las que me enfrentaré si mi
ausencia es descubierta, valdrán la pena por este momento.

Toma algo de tiempo para hacer nuestro camino hacia abajo desde las
gradas con todas las celebraciones. En un momento la mano de Peter es
arrancada de la mía por la marea, así que me arropa bajo su brazo,
sosteniéndome firmemente contra su costado.

Después de un minuto o dos de tratar de averiguar qué hacer con mi mano


que está torpemente atrapada entre nosotros, la envuelvo suavemente
contra su cintura. Una vez que salimos de la multitud, debería haberme
liberado, pero en cambio conserva su agarre. Llegamos a su coche y cede
su agarre para sacar las llaves de su bolsillo.

La pérdida de su calor y el frío aire nocturno de otoño me hacen temblar.

—¿Tienes frío? —me pregunta.

Me rodeo con mis brazos.

—Un poco, pero sobreviviré.

—Aquí, tengo una chaqueta... —Abre el baúl, sacando una sudadera con
una cremallera frontal. Empujo mis brazos dentro de la chaqueta
demasiado grande. Alcanza la cremallera y la cierra, y luego frota sus
manos arriba y abajo sobre mis brazos.

—¿Mejor?

—Sí, gracias. ¿Qué hay de ti, sin embargo?

—Difícilmente atrapo un resfriado. Mi mamá dice que mi papá y yo fuimos


hechos en hornos.

Él abre la puerta del coche, la cierra detrás de mí, y corre a su lado.


Arranca el coche, tomando algo de tiempo para encender la calefacción.

—¿Te gustó el partido? —pregunta mientras tratamos de salir del


estacionamiento, que todavía está repleto de chicos sentados en sus
coches, parpadeando sus luces y tocando sus bocinas.

—Sí, realmente me gustó.

—Lo captaste con bastante rapidez. Mi papá ve el futbol en la TV todo el


tiempo, pero después de todos estos años mi mamá aún no tiene idea de
cómo funciona. —Esta queja la da con la misma divertida frustración que
he escuchado antes cuando habla de ella. Me pregunto cómo sería tener
una mamá digna de tal amor. Incluso más, me pregunto cómo sería ser el
receptor de tal emoción de Peter.

—Fue muy divertido. Estoy contenta de haber venido. Gracias por


invitarme.

Se inclina a través del asiento y aprieta mi mano que se encuentra en mi


regazo, y sigue sosteniéndola por el resto del camino a casa. Se detiene en
el lugar de siempre, lo que inician las mariposas en mi estómago por lo
que voy a encontrar en casa. Si he tenido suerte, ellos aún no estarán en
casa. Sí, claro, ¿desde cuándo he tenido ese tipo de suerte?

Desde que él entró a tu vida, otra voz responde, sorprendiéndome con su


veracidad.

—Esta es tu parada del autobús —dice mientras abre mi puerta. Salgo,


empezando a quitarme la chaqueta para regresársela. Su mano en la mía
detiene la acción.

—Consérvala. Puedes dármela después.

—¿No tendrás frío? —pregunto.

—Horno interno, ¿recuerdas?

—Está bien, entonces, te la llevaré el lunes.

—Escucha, me preguntaba si podrías querer ir a hacer algo mañana.

Por supuesto que quiero, más de lo que alguna vez he querido algo en mi
vida. Esa no es mi realidad, sin embargo, tener lo que quiero.

—Lo siento, me gustaría poder, pero no puedo.

La decepción se refleja en sus ojos. Él asiente con la cabeza.

—¿Estás segura que no puedo llevarte a casa? Está oscuro aquí afuera.

Si supiera que el peligro no está aquí en la oscuridad, sino en la


"seguridad" de mi casa.

—No, estaré bien. Gracias de nuevo. No había tenido tanta diversión en


tanto tiempo como puedo recordar.
Él sonríe, tira de mí en un rápido abrazo que da testimonio de su horno
interior, liberándome antes de que pueda reaccionar lo suficiente como
para poder levantar mis brazos para devolverle el gesto.

—Te veo el lunes en la mañana entonces.

—Está bien. Nos vemos luego.

Lo veo marcharse, y luego camino hacia mi casa a oscuras. El coche no


está en el camino de entrada, pero todas las luces apagadas son una
buena señal. Me escabullo a la parte trasera y trepo hasta mi ventana, que
había dejado desbloqueada antes de irme. Subo tranquilamente, de mala
gana quitándome su chaqueta, lista para irme a la cama.

Saco las sábanas, moviendo las almohadas que había colocado en mi cama
para que lucieran como si estuviera ya en la cama. Las posibilidades de
que uno de los dos en realidad viniera a verme eran escasas, pero es mejor
estar preparada para todo, lo he aprendido. Justo antes de caer en la
cama, tiro de la chaqueta fuera de la silla, cerrando la cremallera hacia
arriba con fuerza. Trepo a la cama, acurrucando la chaqueta cerca de mí.
Huele como él, pienso, mientras tomo una respiración profunda en los
pliegues del material. Vuelvo a vivir la noche, empujando fuera de mi
cabeza las partes malas, especialmente a Eugenia, reviviendo lentamente
cada momento en el encuentro mi mano en la de él, o a mí en sus brazos.
Con un contento, feliz suspiro, me deslizo en el sueño.
Capítulo 8

S i puede haber tal cosa como un fin de semana tranquilo en mi casa,


es este. Independientemente, de lo que fue la noche del viernes para
mis padres, esto de algún modo proporcionó una pequeña dosis de
felicidad a mi mamá. No es que ella se haya transformado inmediatamente
en una especie de madre amorosa, pero las humillaciones son pocas, las
quejas acerca de mi trabajo casi no existen, y no he recibido ni un pellizco
o manotazo.

No puedo dejar de pensar en Peter. La mañana del lunes no puede llegar


lo suficientemente rápido, no importa cuán inusualmente tranquilo esté
siendo el fin de semana. Me pregunto dónde está, qué está haciendo. Me
pregunto con quién está, y estoy celosa de cualquiera que este con él, no
importa quién sea.

Nunca hubiera imaginado que la escuela fuera algo para anticipar, pero
aquí estoy de nuevo, corriendo para alistarme y salir por la puerta. Sólo
desearía tener algo de ropa que no se viera como el elemento obvio de
segunda mano que es. Más que nada poseo camisetas y sudaderas sin
forma, ropa anónima. Por primera vez, desearía algo más femenino.

Corro hacia la esquina, y luego camino lentamente en caso de que Peter


ya esté allí. Lo está. Sonrío, preguntándome cuan temprano tendría que
aparecer por aquí para ganarle. Estoy usando su chaqueta en el aire frío
de la mañana, habiéndola tenido primero escondida bajo mis libros
cuando salí de la casa. Podría simplemente haberla cargado, pero quería
sentirla en mí una vez más.

—Hola —me llama.

—Hola —le respondo, con timidez, avergonzada, ahora, que estoy usando
la chaqueta.
Acomodo mis libros y comienzo a desabrocharla.

—Gracias por prestarme esto —empiezo.

Envuelve su mano alrededor de las mías, deteniéndome.

—Consérvala. —Mi mano fría es calentada por la suya.

—No puedo...

—Hace frío aquí afuera. —Aprieta mis manos—. Puedo decir que tienes
frío. Además, tengo muchas más.

—Está bien, te la devolveré después de la escuela. Estoy segura de que


estará más caluroso entonces.

Mientras viajamos en la cálida comodidad de su coche, él extiende su


mano.

—Aquí, dame tu mano y la calentaré.

Cautelosamente coloco mi mano en la suya, pensando que esto se siente


un poco demasiado como simplemente estar tomados de la mano, algo que
nunca he hecho con nadie más. Entonces decido que estoy sobre-
analizando todo este asunto. Claramente, él sólo está tratando de ayudar,
y estoy muy agradecida por el bien de mi fría mano, de todos modos.

—Quería decirte qué... quiero decir, lo que quería decir era… —Su voz es
extrañamente insegura, vulnerable. Se aclara la garganta, y luego
comienza ese movimiento completamente distractor, el frotar
minuciosamente su pulgar sobre mi palma.

—Me divertí mucho contigo la noche del viernes.

—Yo también.

Abre su boca, la cierra de nuevo, aprieta la mandíbula una vez antes de


decir: —Me preguntaba si estarías dispuesta a darme tu número de
teléfono para que yo pueda, ya sabes, llamarte alguna vez.
Me pregunto si es normal que sea una cosa tan importante tener el
número de teléfono de alguien. Sin haber tenido jamás un teléfono, o un
amigo, no tengo idea.

—Estaría encantada de dártelo si pudiera.

Me da un vistazo, frunciendo el ceño con esa encantadora mirada


desconcertada que a veces tiene.

—¿No te permiten dar tu número?

Agacho mi cabeza, ahora avergonzada.

—No tenemos teléfono.

—Oh —Eso lo frustra. Está en silencio durante un minuto—. Bueno, eso


apesta.

No puedo evitarlo. Me echo a reír. ¿Eso apesta para él? ¿Cómo piensa que
es para mí? Aunque, es cierto, no me haría mucha falta ya que no hay
nadie a quien quiera llamar y mucho menos alguien que quiera llamarme.

Sonríe a mi risa. —El sábado y el domingo fueron días largos. Tenía


muchas ganas de hablar contigo.

Estoy sorprendida de cómo sus pensamientos se hacen eco de los míos,


pero aún más sorprendida de que él haya siquiera pensado en mí después
del partido. Sorprendida de que el oírle decir eso me haga entrar tanto en
calor.

—Para mí también fueron largos —le digo.

—¿Crees que podrías ser capaz de salir de nuevo este fin de semana?

—¿Cuándo? —Me escucho preguntando, sabiendo que es completamente


imposible.

—Bueno, sería bueno si pudieras el sábado. Mi mamá es famosa en...


bueno, más o menos en cada festividad. Pero ya que Halloween está casi
aquí, ella tiene prevista su gran cena anual de Halloween para este
sábado.

—¿Quieres que yo vaya a la cena de tu mamá? —Estoy sorprendida.

—No es una gran cosa, ni nada —se apresura a decirme—. Ella tiene esta
gran cena festiva la mayoría de los días de fiesta antes de las vacaciones
reales. Una especie de tradición, pero en cierto modo divertida también,
supongo. Sólo pensé que podría gustarte.

—¿Quién estaría allí? —pregunto.

—Sólo mi familia.

Me siento un poco mareada con la idea de estar allí con una familia
funcional, o donde sea en realidad. No he tenido mucha experiencia en
todo lo que tiene que ver con las familias normales.

—¿Pero tu mamá no se enfadaría si me llevaras tú cena familiar?

—En realidad, ella te invitó.

—Pero... ella ni siquiera me conoce.

—Le he contado sobre ti y le gustaría llegar a conocerte.

El pánico me inunda. ¿Por qué iba a querer conocerme a mí?

Leyendo mi mente, dice: —A ella le gusta conocer a todos mis amigos.

—Oh. —El miedo disminuye un poco. Eso tiene sentido, supongo. Esa es
probablemente la forma normal de operar de la mayoría de las mamás.

—Pensé en decírtelo ahora y entonces puedes tener la semana para pensar


en ello de nuevo. Me parece que tienes mejor suerte en conseguir venir de
esta manera.

Me río. —De acuerdo, pensaré en ello —prometo, ya decepcionada de que


no hay ninguna forma en que mi suerte se mantenga durante otro fin de
semana, permitiéndome decir que sí.
Probablemente le habría dicho que no, a excepción de un incidente que
ocurre el viernes.

Después de almuerzo voy caminando a mi clase de matemáticas, sin


prestar atención a lo que me rodea. Dado que Peter y yo nos hemos
convertido en una especie de amigos, los demás estudiantes parecen haber
perdido la mayor parte de su pasión por intimidarme. No estoy segura de
la razón de ello, pero no voy a llamar la atención preguntándolo. De
ninguna manera estoy llena de confianza al caminar por los pasillos,
continúo manteniendo mis ojos en el suelo, pero tal vez no tan vigilante
como antes.

Es por eso que no veo a Eugenia. Mientras paso por el baño chicas, de
repente soy empujada hacia adentro, cayendo a medida que mis libros se
arrastran por el suelo. Miro hacia arriba para ver qué ocurre y veo a
Eugenia con dos de sus seguidoras de pie, bloqueando la salida. Una de
ellas se mantenía mirando el pasillo, custodiando que nadie tratara de
entrar.

Ha pasado mucho tiempo desde que alguien me ha hecho algo, así que en
lugar de acobardarme como lo hago usualmente, me pongo de pie, con la
intención de enfrentarme a ella. Algo en su cara me detiene.

Sus ojos se estrechan, su boca se aprieta. Luce más que enojada. Se ve


justo como mi mamá lo hace antes de infligir algún tipo de violencia en mí.
Ella ve mi vacilación y comienza a moverse lentamente hacia mí, como un
depredador arrinconando a su presa.

Tomo un paso involuntario hacia atrás, y veo sus ojos ensanchándose con
el placer de eso.

—Tengo una pregunta para ti —dice casualmente, pero puedo escuchar la


amenaza en su voz.

Me trago el nudo en mi garganta, todos esos sentimientos de miedo y


humillación que casi había olvidado pero que recientemente regresan con
toda su fuerza.
Ella sigue caminando lentamente, examinando sus uñas.

—Simplemente me estaba preguntando... —Sus ojos se disparan hacia los


míos, y estoy sorprendida por la potencia del odio que leo en ellos—. Sólo
¿quién te crees que eres?

No estaba esperando eso. Mi rostro debe reflejar mi confusión porque de


repente da pasos hacia mí, con la cara justo arriba de la mía.

—¿Crees que eres tan genial que mereces a alguien como Peter Lanzani?
—Cuando no le respondo, su ira estalla. Con un medio grito, medio
gruñido me da un puñetazo en la cara, golpeándome de nuevo en el piso.

—¡Eres una perdedora! —me grita —Él es demasiado bueno para ti. ¡Déjalo
en paz! —Ella se aleja, suponiendo que la voy a obedecer. Yo tengo mejor
criterio, sé dejar las cosas como estaban.

Pero algo ha cambiado en mí, muy ligeramente, y antes de poder


considerar las consecuencias, abro mi boca.

—Él es mi amigo. —Mi voz es débil, pero ella la escucha con claridad.

Ella se gira hacia mí.

—¿Qué? —dice a gritos.

Me siento, limpiando la sangre que brota del corte de mi labio con mi


pulgar.

—Dije que él es mi amigo —mi voz es más segura ahora.

Con otro grito frustrado ella salta sobre mí, a horcajadas, golpeando mi
cabeza contra las frías baldosas. Entonces ella me golpea dos veces más
con una buena medida antes de que pueda recuperarme lo suficiente como
para tratar de detenerla.

Se inclina sobre mí y habla con los dientes apretados, salpicando saliva en


mi cara.
—¿En qué mundo comienzas a creer que él podría ser tu amigo, y mucho
menos quererte? He visto la forma en que se miran el uno al otro. Es
repugnante. Te digo ahora mismo que no voy a dejarlo ser. Soy la única
suficientemente buena para él, y lo tendré cuando dejes de... engañarlo, o
lo que sea que hagas para que él te desee. ¡Si tengo que decírtelo una vez
más, te vas a arrepentir!

Ella golpea mi cabeza de nuevo, luego se levanta de mí. Después de una


patada en mi estómago, para asegurarse de que el mensaje quede claro, da
zancas hacia fuera del baño. Levanto la cabeza para verla irse. Las otras
dos chicas que están con ella dirigen sus miradas hacia mí, y juro que
lucen casi como disculpándose.

Gimo y poso mi cabeza hacia atrás por un minuto. Oigo el timbre y gimo
de nuevo. Poco a poco ruedo hacia un lado y me empujo a mí misma para
estar en una posición sentada. La habitación se balancea y cierro los ojos
en contra de la sensación. Cuando se detiene, agarro el borde del
lavamanos y me levanto.

Me miro en el espejo, veo la sangre secándose en mi cara, en la esquina de


mi boca, que ya está inflamada. Abro el grifo del agua, y limpio con
cuidado la sangre, enjuagando mi boca con un poco de agua. Toco la parte
de atrás de mi cabeza que está palpitando, me estremezco de dolor cuando
mis dedos rozan el nudo que ya se está formando allí.

Podría haber llorado entonces, ya que mi débil sentido de la seguridad


acababa de ser destrozado, excepto por algo que ella me dijo. Algo que
canta a través de mi sangre y causa que mis terminaciones nerviosas
sientan un hormigueo.

He visto la forma en que se miran el uno al otro, dijo ella, y las posibilidades
que acompañan a esas palabras traen una sonrisa a mi cara.

Para cuando llega fotografía, mi labio esta hinchado, pero no puedo evitar
conservar la amplia sonrisa en mi cara. Peter me mira con espanto.

—¿Qué pasó? —exige con enojo. Estoy empezando a entender que su ira
no se dirige hacia mí, sino más bien hacia quien sea que me hizo daño, por
lo tanto no estoy tan alarmada por esto.
—No importa —le digo con alegría.

Puedo ver su ira vacilando, en guerra con otra cosa.

—¿Estás contenta de que alguien te lastime? —Está incrédulo.

Sacudo la cabeza.

—Entonces, ¿qué pasa con la gran sonrisa?

—Estoy contenta porque puedo decir que sí.

—¿Sí? —Luce perdido.

—Sí, tengo que decir que sí, a ti. Para el sábado. Si tú aún quieres que
vaya.

Una sonrisa lucha por acabar con el ceño fruncido de su cara, sus ojos
continúan mostrando su confusión.

—¿Tenías que recibir una paliza para decir que sí?

Me encojo de hombros, con mi sonrisa que nunca vacila.

—Qué lío —murmura.

El Sr. Hurley se levanta para comenzar con la clase, mientras que Peter
se inclina hacia mí.

—Entonces, ¿qué aspecto tiene el otro tipo? —bromea, y doy un suspiro de


alivio porque va a dejarlo ir.
Capítulo 9

E
l sábado, Peter me recoge en nuestro lugar a las seis. Me aseguré
de haber hecho todas mis tareas muy bien y rápidamente. Seguía
tratando de encontrar la manera de escabullirme cuando mis
padres comenzaron a pelear, dándome la oportunidad para escapar. Había
ido por las escaleras como si me dirigiera a mi habitación, como sabía que
esperaban que hiciera, luego me puse la chaqueta de Peter —la cual
seguía insistiendo que conservara por otro día cada vez que trataba de
regresársela— y trepé por la ventana. Corro todo el camino hasta nuestro
lugar de encuentro, manteniéndome en las sombras en caso de que me
vean en el atardecer.

Llego justo cuando él está poniendo el freno. No espero a que salga y abra
mi puerta, sólo la abro y salto dentro.

—¡Oye! —se queja.

—¡Vámonos! —le ordeno, deslizándome hacia abajo en el asiento mientras


cierro la puerta detrás de mí.

—¿Alguien está persiguiéndote? —Su cuerpo está tenso con alarma.

—Todavía no. Sólo vámonos.

Él no me pregunta de nuevo, sólo pisa el acelerador y se aleja de la acera.


Cuando siento que el coche ha dado una vuelta en U, me asomo sobre la
parte de atrás de mi asiento. No veo a mis padres o a su coche. Con un
suspiro de alivio, me siento completamente erguida y le sonrío.

Él está mirándome raro.

—Ésta tiene que ser la manera más extraña en que alguna vez he recogido
a alguien.
—Lo siento. —Sé que no suena como que lo lamento, estoy eufórica. ¡Me
he escapado!

Viajamos por casi tres cuadras, entonces giramos hacia la izquierda y


avanzamos otras dos cuadras. Él gira a la izquierda de nuevo por una calle
lateral y llega a la entrada de una casa de tres pisos. Estaciona el coche y
lo apaga.

—Ni se te ocurra tocar la manija de esa puerta —me advierte.

No tenía la necesidad de preocuparse, no creo que pueda siquiera


moverme aún si mi vida dependiera de ello.

Estoy mirando por la ventana del coche con consternación a la gran casa
de ladrillos rojos que se levanta delante de mí. Es enorme. Conozco a
personas que viven en casas como estas, personas como Eugenia. Personas
que visten pantalones que cuestan más de lo que cuesta mi guardarropa
entero. Personas que conducen coches caros y beben vinos costosos y que
escupen en las familias pobres como la mía.

Peter abre mi puerta. Después de un minuto, se inclina hacia abajo y me


mira con atención.

—¿Quieres entrar, o debería traerte tu cena aquí afuera? —él bromea.

Estoy agradecida que esté lo suficientemente oscuro para que no pueda


leer la alarma en mi rostro o ver las lágrimas que brillan en mis ojos. Salgo
del coche, manteniendo mis ojos bajos.

—¿Vives aquí? —pregunto y espero que no pueda escuchar el temblor en


mi voz.

—Siiiiiiii —Viene su interminable respuesta, vacilante, que termina


sonando como si fuera una pregunta.

Miro el cuidado césped con sus flores ordenadas y la iluminación del


jardín, y siento mi estómago hundirse. Hay cemento de color y con
grabados cubriendo la ancha entrada bajo mis pies, un garaje para cuatro
coches más adelante en el camino con puertas personalizadas, obviamente
caras. Un edificio bastante grande, está detrás de la casa.

Probablemente un establo, pienso cínicamente.

Debería haberlo sabido. Él me había dicho que su padre era un


veterinario, debería haber sabido que tenía dinero, pero él es tan agradable
que nunca lo había imaginado. Lo miro ahora y parece tan obvio. Sus
ropas son claramente mejores que el promedio, sus zapatos del tipo caro,
incluso la manera en que se sostiene con una confianza sin pretensiones
gritando dinero. La chaqueta de él que ahora uso es gruesa, y de buena
calidad. Me siento enferma por mi estupidez. Eugenia tenía razón, no tengo
un sitio con él, ni siquiera como amigo.

—Debería ir a casa —le digo, mis palabras saturadas con desaliento.

Él pone mis manos en las suyas.

—Lali, ¿he hecho algo malo? ¿Cuál es el problema?

—Eres rico —lo acuso.

—En realidad no, no lo soy. Mi padre es rico, yo soy pobre y estoy viviendo
de su buena voluntad —bromea, con una sonrisa insegura en su rostro.
Eso es algo que sólo alguien criado con una gran cantidad de dinero puede
decir, me quejo conmigo misma.

Miro hacia abajo y veo mis desgastados zapatos al lado de los suyos
elegantes y limpios.

—No pertenezco aquí.

Él se ríe y me abraza.

—Por supuesto que sí. Escucha, mi familia te va a amar, justo como... —


Se detiene a mitad de la frase, al darse cuenta de la expresión en mi
rostro—. Por favor, mi mamá está realmente entusiasmada con esto. Yo
también lo estoy.
Mi decisión se desmorona ante su tono de súplica. Le dejo tirar de mí
hacia adelante, sintiéndome como Daniel siendo llevado al foso de los
leones. Bueno, pienso, sólo me quedaré hasta el final de la cena y entonces
haré mi escape. Puedo sobrevivir al snobismo y el desdén que seguramente
tendrán para mí durante tanto tiempo, por Peter.

Él sigue sosteniendo mi mano mientras avanzamos a través de la lujosa


puerta frontal, a un vestíbulo que es como las imágenes que he visto de
grandes hoteles, suelo de mármol, una escalera curva con escalones de
madera, una mesa de madera oscura al lado de una pared perfectamente
pintada con un gran jarrón con un arreglo de flores. A la izquierda hay
una sala de estar con muebles que lucen formales e incómodos. A la
derecha, hay un comedor con una larga mesa, rodeada de pesadas sillas.

Mi estómago se aprieta más si eso es posible.

Caminamos por un corto pasillo hacia la parte posterior de la casa, y


puedo escuchar a gente riendo y hablando. A medida que avanzamos a
través del arco del salón familiar, la casa cambia. Ésta habitación está
llena de cómodos, y mullidos muebles, del tipo diseñado para subir tus
pies en ellos.

Hay un gran televisor, en el que se muestra un dibujo animado de


Halloween. En frente de la TV se encuentra una pequeña niña con un
escaso cabello rubio, con un libro abierto en su regazo al que mira con
absoluta concentración, ignorando el ruido a su alrededor.

El salón familiar da a la cocina, de la que vienen fuertes olores que me


hacen agua la boca, huele a comodidad. Hay cuatro personas en la cocina,
los que hacen todo el ruido, pareciendo estar tropezando el uno con el otro
por su proximidad.

Estoy de pie por un momento, asimilándolo todo. No es la escena


silenciosa de música de elevador que me había imaginado un momento
antes. Es la escena que sueño a veces, sobre cómo debería de ser una
familia. La pequeña niña se voltea y nos ve de pie ahí.

—¡Peter! —grita, luchando para ponerse de pie, escalando y saltando


sobre la espalda de uno de los sofás. Corre y salta hacia Peter. Él la
atrapa y ella envuelve sus brazos alrededor de su cuello.
—Sabes, te vi hace sólo diez minutos —le dice haciéndole cosquillas en las
costillas lo que la envía a un ataque de risa. Él le planta un beso en la
mejilla. Sus ruidos han atrapado la atención del resto de la familia, y todos
vienen a donde estamos parados.

Él cambia de posición a la pequeña niña y la sostiene con un brazo, y


coloca el otro alrededor de mis hombros.

—Estos son mis padres, Nico y Emi, y mis hermanas Alai y Luz. Y
ésta de aquí —dice, levantando a la pequeña niña con su brazo—, es
Allegra—. Me sonríe.

—Todos, ésta es Lali.

Su padre se acerca y estrecha mi mano. Él luce muy parecido a Peter,


sólo que con líneas de expresión alrededor de sus ojos cuando ríe, y un
poco de gris esparcido por su cabello, qué luce plano en lugar de punta
como el de Peter, y es tal vez una pulgada más bajo que Peter.

—Es bueno conocerte finalmente —me dice.

Su madre da un paso adelante y en lugar de darme la mano me da un


abrazo, liberándome rápidamente antes de que tenga la oportunidad de
responderle o estar desconcertada. Aunque se mantiene con sus manos en
mis hombros, sonriéndole a mi rostro.

—Todo lo que escuchamos es acerca de Lali, Lali, Lali, así que no puedo
comenzar a decirte cuándo me alegra conocerte y ver que eres una chica
real.

Mi boca cae abierta ante esto, y el padre de Peter la aleja con una sonrisa.

—Está bien, cariño, es suficiente de avergonzar a esta chica por ahora.

—Mi turno, mi turno —dice Luz, quien tiene diez. También me da un


abrazo.
Alai la empuja fuera del camino. Sé que esta es la hermana que tiene
trece años, pero luce como de dieciséis. Es tan alta como yo, es
absolutamente hermosa, y me siento intimidada por ella de inmediato.

—Lamento que todos ellos sean un grupo de tontos —dice ella. No hay
malicia detrás de sus palabras, sin embargo. Pone su brazo alrededor de
mis hombros, empujando a Peter y maniobrando conmigo lejos de la
habitación.

Allegra se apresura fuera de los brazos de Peter y regresa a su libro


junto al televisor. Él nos alcanza y me dice: —Déjame disculparme ahora
por esta de aquí —y empuja con el pulgar a Alai, quien me mira y rueda
los ojos.

—Lo que sea —dice sarcásticamente, y con el mismo tono dice—: Linda
chaqueta.

—No es mía. Es de Peter.

—Huh —me mira—. Realmente debes gustarle, porque si pido prestado


algo de él, se enfurece. Tienes un cabello realmente impresionante.

Me sacudo ligeramente ante el repentino cambio de tema. Alcanzo a tocar


mi ordinario cabello.

—¿Puedo tocarlo? —me pregunta, y entonces lo hace sin esperar por


aprobación—. Es como pensaba. Es tan suave. Luce como el de los
comerciales, ya sabes, para el champú o lo que sea, dónde ellas siempre
tienen este perfecto, brillante y lustroso cabello que sabes que solo está de
esa manera porque alguien se lo cepilló por horas. ¡Debes cepillártelo
bastante! Me encantaría poner mis manos sobre él, ver cómo luce rizado.

—Alai —le advierte la señora Lanzani—. Lali no es un de tus conejillos


de indias para cambios de imagen. Trata de contenerte a ti misma.

—Claro, mamá, lo que sea. —Estoy sorprendida por el tono sarcástico que
usa con su madre, con el que sólo se gana una mirada irónica en lugar de
un golpe o una patada.

La señora Lanzani se acerca a donde estamos.


—¿Puedo tomar tu chaqueta? —me pregunta cortésmente, dándole a
Peter una mirada fija.

—Oh, lo siento —él dice, no estoy muy segura de si es que su disculpa es


por mi o por ella—. Es sólo que me he acostumbrado a verla en ti.

La desabrocho, y trato de no mostrar mi sorpresa cuando me ayuda a


quitármela. He visto lo caballeroso en películas antiguas donde los
hombres siempre hacían cosas como esta por las mujeres, pero no en la
vida real, mucho menos ser el destinatario de ésta.

Una mesa informal se encuentra al lado de un rincón, ya dispuesta y


decorada con una gran cantidad de decoraciones de otoño y de Halloween.
Incluso los platos tienen las formas y colores de las hojas de otoño. Luce
como algo salido de una revista, justo como la parte delantera de la casa.

—La mesa luce genial —le digo a la señora Lanzani.

Alai irradia orgullo.

—Yo lo hice. Mi mamá me dijo que podía ayudar una vez que fuera
adolescente, y este año tengo trece, oficialmente una adolescente, así que
me dejó hacerlo por mí misma.

—No deberías animarla —me dice Peter—, ella no necesita ninguna ayuda
con su ego. —Esto lo dice con una sonrisa indulgente hacia ella.

—Espero que te guste la calabaza —me dice ella.

—No lo sé —digo—, nunca la he probado.

—¿En serio? ¿Quién no ha probado la calabaza? —pregunta con su nariz


arrugada—. Oh bueno, te va a gustar. Nadie hace sopa de calabaza como
mi mamá.

—Si no te gusta, cariño, sólo dime y conseguiremos algo más —dice la


señora Lanzani.
Pronto estamos sentados a la mesa, después de un pequeño alboroto de
Allegra quien quería terminar su libro. Una promesa de Peter de leerle
una historia después, antes de dormir, lo resuelve. Es obvio que ella y
Peter están locos el uno por el otro, mientras ella insiste en sentarse a su
lado.

Me siento al otro lado de él, mirando alrededor a ellos, todos sonrientes y


risueños y hablando por encima del otro en una especie de caos
organizado, y siento que el mundo cambia de nuevo. No sabía que este tipo
de familia realmente existía. Veo la forma en que sus padres se miran
entre sí, con un profundo entendimiento y seguridad en su amor el uno
por el otro. Sus hermanas pelean un poco, pero es obvio que hay amor,
tanto entre ellas, como para Peter. Y me incluyen como si perteneciera.

Todos ellos aceptan la sopa de calabaza servida en calabazas huecas, los


rollos hechos en casa en un cesto de mimbre forrada con una servilleta de
tela, la calabaza con sal, la atmósfera completa, cosas como esas, para mí,
son como un cuento de hadas. Cuando la madre de Peter se levanta para
ir a la cocina a recuperar las galletas de calabaza que hizo para el postre,
mis ojos la siguen. Mientras desaparece a través de la puerta abierta, mis
ojos se detienen sobre Peter, quien está mirándome de cerca. Veo sus ojos
oscurecerse como lo hacen cada vez que siente algo fuerte sobre algo.
Parece leer algo en mi rostro, pero no pregunta, simplemente busca debajo
de la mesa y alcanza mi mano, dándome un anclaje seguro al que
aferrarme.

Después de la cena, la señora Lanzani no me permite ayudarle a limpiar


porque soy la invitada, no importa cuán persistente soy.

—Llévala a ver la clínica —le dice a Peter.

No estoy segura de lo que es la clínica, pero estoy de acuerdo con estar a


solas con Peter, así que felizmente me pongo en marcha. Él toma su
chaqueta para que me la ponga. Salimos a través de un par de
impresionantes puertas francesas a una terraza que es más grande que mi
habitación. Cruzamos una extensión de césped qué aún está verde, a
pesar del hecho de que debería estar en hibernación. Él toma mi mano y
me lleva hacia el gran edificio que había visto antes.
Resulta que no estaba tan equivocada cuando pensé que era un establo,
pero sin caballos desde que su padre no se especializa en animales de gran
tamaño, como Peter me explica, pero es la clínica donde trata a los
animales. Él abre la puerta y enciende las luces fluorescentes, revelando
una limpia y estéril habitación que, me dice, es la sala de operaciones. Me
guía hacia adentro, mostrándome las habitaciones de tratamiento
individual, la sala de recuperación, y la sala de espera que tiene grandes
ventanas con vista hacia el lado opuesto del edificio desde la casa. Puedo
ver el parqueadero y me doy cuenta que es accesible desde la carretera
principal.

—¿Tu papá trabaja en casa? —pregunto.

—Más o menos, sí.

—¿Tu mamá está de acuerdo con eso? —le pregunto, pensando en qué
tanto mi propia madre odia cuando mi padre está en casa. Cuando él está
en casa todo lo que hacen es pelear, de todos modos.

Se ríe. —Extraño, ¿no? Mis padres siguen vergonzosamente enamorados.


Ella pasa la mayor parte de su tiempo aquí cuando él está trabajando.

Estamos de pie en el umbral que separa la sala de espera del resto de la


clínica, miro a mi alrededor a la cómoda sala de espera, que es más
acogedora que mi propia casa, y siento lágrimas picando en mis ojos, ante
las evidentes diferencias entre mi vida y la de él.

—No te merezco —le susurro, inmediatamente enrojeciendo con vergüenza


al haber expresado en voz alta el pensamiento.

—No tienes ninguna idea de cómo me siento por ti, ¿verdad? —me
pregunta.

Levanto la vista hacia él. Está de pie con ambas manos enterradas en sus
bolsillos delanteros, con los hombros ligeramente encorvados hacia
adelante, apoyándose contra el marco de la puerta, del lado opuesto en el
que estoy. No habíamos encendido las luces de la sala de espera, la única
luz proviene de las farolas de la calle brillando a través de las ventanas, y
de una enorme pecera que brilla en un rincón. Las luces del pasillo detrás
de nosotros resplandecen brillantemente, sombreando su rostro en la
oscuridad, así que no puedo leer su expresión.

Sacudo mi cabeza.

Ladea su cabeza.

—¿Has tenido alguna vez un novio?

Me ahogo una carcajada. —Difícilmente. Has visto... bueno, has visto cómo
es en la escuela. No tengo ni siquiera un amigo.

—Lo tienes ahora —dice en voz baja.

—No sé por qué lo quieres ser, pero eres mi amigo. Mi único amigo. Mi
mejor amigo.

Se ríe suavemente.

—Me alegro por eso. —Su tono es bajo y ronco con una concentración que
no le he oído usar antes. Lentamente, se inclina hacia mí, acercando su
rostro al mío. Se detiene a unos centímetros de mi rostro—. Pero he estado
tratando muy duro para ser algo más.

Mi respiración se atrapa en mi garganta ante su cercanía.

—¿Alguna vez has sido besada? —me susurra, con una sonrisa.

Sólo por ti, pienso. Si él no lo recuerda, no voy a tocar el tema. Sacudo mi


cabeza, agachándome un poco con incomodidad.

Me besa entonces, sus labios son cálidos y suaves sobre los míos. Estoy
aturdida, mis ojos abiertos mirando fijamente a los suyos cerrados. Lo
beso de regreso, instintivamente, inocentemente, inundada en la sensación
de sentir. No hay movimiento en la habitación, sin sonidos más que el de
nuestra respiración, mi corazón latiendo en mis oídos. Él no está
tocándome en ninguna parte, sólo con sus labios en los míos.

Es el mejor momento de mi vida, incluso mejor que el de columpiarme.


—Ew, asqueroso —Alai viene detrás de nosotros, no la escuchamos
acercarse, o al menos, no la escuché sobre el zumbido en mis oídos. Me
alejo instintivamente, pero Peter me presiona más cerca, trayendo una de
sus manos a la parte de atrás de mi cuello, atrapándome. No quita su boca
de la mía, a pesar de que abre sus ojos para encontrarme mirándolo
fijamente. Siente la tensión en mí, y susurra—: relájate—, contra mi boca.
Levanta su mano izquierda y le da a Alai un ligero empujón hacia atrás.

—¡Oye! —ella grita.

—Vete —él gruñe, con su boca aún presionada con la mía. Cierra la
puerta, encerrándonos dentro de la oscura sala de espera. Sonrío contra
su boca, y él la encuentra con su propia sonrisa, alejándome suavemente.
Miro hacia abajo, renuente a encontrar su mirada en las intensas
emociones de las consecuencias del beso. Fue más de lo que podría haber
soñado, incluso más maravilloso que cuando toma mi mano. No creo que
nada pudiera ser mejor que eso, el simple contacto humano que no he
experimentado desde que era joven.

Él trae sus dos manos hacia arriba, apoyándolas en ambos lados de mi


cuello, con sus pulgares rozando suavemente mis mejillas, obligándome a
levantar la mirada. La sonrisa cae de su rostro mientras lleva su boca de
nuevo a la mía. Ésta vez, cierro mis ojos, dejando que las sensaciones
fluyan a través de mí.
Capítulo 10

— Entonces, el miércoles es Halloween —dice Peter mientras


caminamos a la escuela la mañana del lunes. Estamos
disfrutando de unas temperaturas altas tardías este año, el
aire es frío en las mañanas y las tardes, pero a veinticinco grados
centígrados durante el día. Así que hemos decidido caminar a la escuela
todos los días hasta que ya no se pueda. Él me toma la mano al caminar,
cargando mis pocos libros en su otro brazo.

—Sí, lo sé.

Mira hacia abajo a los libros en su brazo. —¿No tienes un casillero?

Su cambio de tema me hace reír. A veces, las conversaciones con Peter


son tan esquizofrénicas como las conversaciones con su hermana, Alai.

—No, no he tenido un casillero por hace años. —No voy a decirle sobre lo
pronto que descubrí que los casilleros no son más que un instrumento de
tortura. Ya era bastante malo encontrar todo tipo de basura repugnante
que dejaban allí y que tenía que limpiar, o encontrar un libro de texto
destruido que no podía permitirme el lujo reemplazar sino que también
estaban las visitas acompañadas hacia la oficina del director, donde sólo
mis genuinas lágrimas me libraban de eso. El colmo fue cuando me
empujaron y encerraron en él; decidí que era mi señal para no pasar cerca
de uno de nuevo. Desde entonces cargo todo hacia y desde la escuela.

—Puedes compartir el mío —dice.

Me lo imagino abriendo su casillero para encontrarse con un sándwich con


moho y manchas en sus cosas, y niego con mi cabeza.

—Esto está bien. No me importa llevarlos.


—Especialmente porque tú no los llevas —dice, elevándolos alto como
sugerencia. Siento a mis mejillas enrojecerse.

—No tienes que llevarlos por mí, ya sabes —murmuro.

Se ríe y se inclina para darme un beso rápido, sorprendiéndome y


sofocándome al mismo tiempo.

—Realmente tienes que aprender a no tomar todo tan en serio.

—Lo dice alguien que viene de la familia que se ríe todo el tiempo.

—Ellos solamente ponían una fachada para ti.

Yo lo miro, levantando mis cejas con ironía.

—Está bien, así que, ellos son irritantemente alegres —dice—. Les has
gustado. Especialmente a Alai. Ella realmente quiere que regreses para
que pueda jugar con tu cabello.

Me río. —A mi realmente me gustaron, también. Y simplemente podría


hacerle una visita alguna vez y dejarle hacer eso.

—No sabes lo que estás diciendo —me advierte burlonamente—. He visto el


daño que ella puede hacer. ¡Me lo ha hecho a mí!

—¿Qué? ¿Te ha peinado? Tú cabello parece demasiado corto para eso.

—¿Por qué crees que me lo corte de esta manera? Antes solía ser más
largo.

—¿Ella tiene fotos de eso? —le pregunto riendo, entonces la mirada de


dolor que me dispara me dice, sí, las tiene.

—Así que sobre Halloween. ¿Estarás haciendo alguna cosa?

Sí, pienso, lo usual; fabricando un cartel para la puerta que diga "no hay
dulces", de modo que ya no me echen la culpa los niños llamando a la
puerta, esperando por los dulces que no tenemos. Entonces me levantaré
muy temprano a la mañana siguiente para limpiar los huevos y las
calabazas que van a ser lanzados a la casa debido a la señal, antes de que
ella los vea.

—Porque hay un grupo de chicos que irán al laberinto del maíz, y pensé
que sería divertido —continúa.

—Oh, bueno, sí. —Siento una envidia punzante, ya que él se divertirá sin
mí. Sé que él tiene una vida, que no hiberna en su habitación cuando no
está conmigo, pero no he pensado conscientemente en ello—. Suena
divertido. ¿Con quién iras?

Me mira, sacudiendo su cabeza.

—No, Lali, estoy preguntando porque quiero que nosotros vayamos juntos.

—Oh. —Me siento tanto estúpida como exaltada por mi mala


interpretación. Por supuesto, no puedo ir, no hay manera.

—Claro, creo que podría hacer eso —le digo.

—Genial. —Aprieta mi mano y se inclina para besarme de nuevo. Podría


realmente acostumbrarme a esto, pienso.

—¿Tienes un disfraz?

Pongo mala cara.

—No. —Y no hay manera de conseguir uno, tampoco.

—Eso está bien. Tienes casi el mismo tamaño que mi hermana. Piensa en
lo emocionada que estaría si le permites que te de uno. Probablemente la
harías muy feliz si la dejas que te vista.

Me río de eso, con ganas de negarlo, pero sabiendo que probablemente sea
la verdad.

Cuando llegamos a vislumbrar la escuela, saco mi mano de la de Peter. Él


me mira interrogante.
—Ya es bastante malo para ti que seamos amigos. Podría ser realmente
malo si la gente piensa que... —No puedo decir las palabras, no estoy
segura cuales son realmente. Sus ojos están fríos y tormentosos, mientras
aprieta su mandíbula. Levanto el brazo y deslizo mi mano a lo largo de su
tenso músculo, deleitándome con el hecho de que pueda hacer esto y no
provoco que se encoja de repugnancia.

—¿Por favor? —pregunto, pensando que Eugenia no es la única que puede


querer hacerme daño si lo ven tomando mi mano o, peor aún, besándome.
Él coloca su mano sobre la mía, manteniéndola apretada contra su cara,
sus ojos suavizándose.

—¿Cómo puedo decirte que no? —pregunta—. Bien, voy a mantener mi


distancia. Por ahora. —Puntualiza.

—Gracias —le digo, vacilante, luego me pongo de puntillas para besarlo.


Gruñe contra mi boca, y salto un poco, preguntándome si es el rechazo por
mi atrevimiento, pero él está sonriéndome.

—¿Por qué fue eso? —pregunto, tratando de mantener el nerviosismo fuera


de mi voz.

—Debo estar demente por aceptar esto.

***

El miércoles es un día de locos en la escuela. Los chicos tienen derecho a


usar disfraces, siempre y cuando sean "de buen gusto" y no impliquen
máscaras. Está lloviznando un poco cuando entramos al parqueadero, un
grupo de chicas caminan vestidas de enfermeras, brujas y novias cadáver,
pero sin lucir realmente como lo que se supone que son.

Peter las ve pasar, entonces me mira, con las cejas arqueadas.

—¿Cuándo exactamente se convirtió Halloween en una excusa para


vestirse como una puta? —pregunta.
—¿Me estás diciendo que no te gusta?

Él da un leve gruñido y luego dice: —Si Alai intenta poner algo como eso
en ti, voy a pegarle un tiro.

Trato de imaginarme vestida de esa manera, caminando con confianza, y


casi me asfixio con la imagen. Me giro tirar de la manilla de la puerta y
abrirla, sabiendo que él va a protestar, pero en lugar de eso toma mi
mano.

—Oye, necesito decirte algo.

Me doy la vuelta. —Está bien.

—Esta noche, cuando vayamos al laberinto del maíz, voy a tomar tu mano,
y probablemente te bese también. —Su mandíbula sobresale tercamente,
retándome a discutir.

—Oh... um, está bien —le digo con una sonrisa, disfrutando la mirada
sorprendida en su rostro—. Nos vemos en el almuerzo.

***

Cuando él me deja después de la escuela, sin embargo, siento los


familiares calambres comenzando en mi estómago. He estado presionando
mi suerte las dos veces anteriores, cuando había escapado. Sin embargo,
esta es una noche de semana, lo que significa que mi padre no estará en
casa para pelear, y no habrá ninguna cena milagrosa.

Peter me deja salir, tirando de mí cerca de él para besarme


profundamente, y durante unos minutos, mi dilema desaparece del
pensamiento consciente. Este beso es, sin duda, el más intenso de todos
los que me ha dado.

—Así que, ¿te recojo a las seis? —pregunta Peter, riéndose de la mirada
desenfocada de mis ojos.
—¿Qué? Oh, sí, seguro.

Me besa de nuevo, y luego comienza a caminar hacia su lado del coche. La


pérdida de su calidez me devuelve al mundo.

—Espera, Peter... —Tengo la intención de decirle que no puedo ir, pero


está caminando de vuelta hacia mí, con una mirada de extraña intención
en su rostro, los ojos verdes. Su mirada me calla, su mano está
deslizándose por el lado de mi cuello para levantar mi cabeza para
besarme. Retrocede, mirándome a los ojos.

—Esta es la primera vez que has dicho mi nombre.

—¿Esta... esta es? —Es difícil pensar con claridad cuando él me mira así.

Una de las esquinas de su boca se eleva en una sonrisa, y su mirada fija


cae a mi boca, siguiendo el camino de su dedo pulgar que roza ligeramente
mi labio inferior.

—Me gusta la forma que suena en tus labios.

—Ah —respiro, mientras se inclina para reemplazar el dedo pulgar con su


boca. Cuando por fin da un paso atrás, mis rodillas están débiles. No sabía
que eso fuera realmente posible, pensaba que sólo era algo que ocurría en
las novelas o en las películas.

—Si no me voy ahora... —No termina. Toma una respiración profunda—.


Bueno, ya me voy. Te veré pronto.

Lo veo caminar lejos, subiendo a su coche y dando la vuelta para regresar


a casa. Lo veo hasta que esta fuera vista, y no es hasta que se ha ido que
me doy cuenta que no había terminado lo que comencé a decirle. Y, por
supuesto, no tengo forma de llamarlo. Con pánico en mi corazón, sé lo
enfadado que va a estar cuando no me presente.

Entro por la puerta, viendo a mi madre dormida en el sofá. Me paro y la


veo por un minuto, comparándola con la señora Lanzani. Me pregunto
cómo habrían sido las cosas si no hubieran ido mal, si mi hermano
pequeño hubiera vivido, si ella hubiera sido más como ella.
Pongo mis libros lejos, haciendo mis tareas sin mucho entusiasmo, y
tratando de estar en silencio como generalmente hago cuando está
dormida. No hay nada que cambie mi destino hoy, entonces ¿por qué
intentarlo?

—¿Salva? —La oigo llamar, y me pregunto brevemente por qué iba a llamar
a mi padre con preocupación en su voz.

—No, mamá, soy yo.

Silencio, entonces ella me llama para que vaya. Está arrastrando las
palabras, por lo que sé que ha estado tomando muchas de sus pastillas de
nuevo. Entro y me paro junto a ella, esperando.

—¿Cómo estuvo la escuela? —pregunta. La miro, con la boca abierta. No


he oído esas palabras durante años… si alguna vez lo hice.

Chasquea la lengua hacia mí con disgusto.

—Cierra la boca, te ves como una imbécil.

Casi sonrío; eso es más como ella.

—Estuvo bien —le respondo, y de repente una idea viene a mí—. Pero
necesito ir a la biblioteca a estudiar esta noche. Odio mentir, incluso a
ella, pero estoy dispuesta a hacerlo para ir a ver a Peter.

—¿Por qué no puedes estudiar aquí? —Sus palabras son confusas


mientras alcanza con ojos medio cerrados su vaso de agua y una botella de
píldoras—. Te necesito.

—Necesito usar el Internet. No voy a estar fuera por mucho tiempo. Haré
tú cena primero. —Trato de mantener la desesperación fuera de mi voz.

Ella me despide lejos mientras inclina el vaso hasta arriba para tragar su
píldora. Hago mi escape hacia la cocina, sacando los artículos que necesito
para hacer su cena. Por una vez, ni siquiera estoy celosa de su comida, no
trato de robar a hurtadillas nada de eso.
Cuando termino, ella está recostada en el sofá, con los ojos entrecerrados.
Le llevo un plato de comida y lo pongo sobre la mesa a su lado.

—Ahora me voy. —Ella mira hacia arriba, con sus ojos vagando
perezosamente—. Estaré de vuelta tan pronto como pueda —le digo,
corriendo por la puerta antes de que me pueda detener. Es demasiado
pronto para que Peter este esperando por mí, y no tengo ningún deseo de
estar en la calle donde cualquiera podría verme. Decido que caminar a su
casa es un mejor plan.

Hay un prado cubierto de vegetación que forma un acceso directo entre


nuestras casas. No se ha desarrollado todavía, porque está lleno de largos
álamos temblones y pinos, rodeando un pequeño estanque de agua donde
la manada de gansos se reúne cada verano. Eso hace que el área esté
protegida, pero también desatendida. He estado en el bosque muchas
veces antes, porque es un buen escondite.

Camino a través de él, por lo que mi camino a la calle de Peter dura


menos de quince minutos. Me acerco a su casa, entonces llego a la entrada
y veo que su coche no está aquí. Me detengo, frustrada en mi intención. No
estoy segura de qué hacer. Supongo que podría ir a esperar entre los
árboles hasta que vea a su coche volver por la calle.

Alai toma la decisión por mí cuando ella sale por la puerta principal y
me ve allí.

—Lali, ¡hola! —dice ella, corriendo por el camino y lazándose a mí con un


abrazo. Siento esa misma intimidación y me pregunto cómo puedo estar
tan perturbada por una niña de trece años.

—Peter me dijo que ibas a venir otra vez. ¿Dijo que necesitabas un
disfraz? Tengo de todos los tipos. Además, puedo hacer algo con tu pelo si
tú quieres. Ustedes chicos irán al laberinto del maíz, ¿verdad? Puede ser
que allí este frío. ¿Has traído una chaqueta? No importa, vamos a crear un
traje que te mantendrá caliente—. Este discurso interrumpido no se
detiene hasta que ella engancha sus brazos en los míos y prácticamente
me arrastra hasta la casa.

—¿Peter no está en casa todavía? —pregunto.


—No, fue en busca de un disfraz. ¿No te llamó?

—Nosotros no tenemos un teléfono —admito.

—Qué pena —dice, como si no fuera en lo absoluto vergonzoso—. Bueno,


yo llamaré y le diré que ya estás aquí. No voy a decirle qué disfraz te
estamos poniendo. Eso va a ser una sorpresa.

Cuando ella lo llama desde su teléfono celular en frente de las escaleras,


está en silencio mientras él habla, girando sus ojos hacia mí. —Bueno,
está bien —suspira, frustrada.

—Dice que ellos están haciendo esta cosa del tema medieval en el laberinto
del maíz, y se le ocurrió saber si tengo un traje que sirva para eso. No
puedo esperar a ver lo que él está usando, probablemente, unas medias o
algo horrible como eso, cuando yo pude fácilmente haberle hecho algo
genial —refunfuña. Inmediatamente, ella se alegra—. Pero tú lucirás muy
genial, sin embargo. Y puedo poner perlillas en tu cabello.

Trato de imaginarme con perlas en el cabello, imaginando largas hileras de


trenzas que terminan en esferas de plástico de colores brillantes, y puedo
ver lo ridículo que sería. Hay chicas que probablemente podrían llevar esa
apariencia, no soy una de ellas.

Ella me conduce a la parte del exhibidor de la casa, pasando por la parte


hogareña que prefiero. La señora Lanzani está sentada en el sofá con
Allegra abrazada en su regazo, mirando a Elmo hablar de los colores.
Siento una punzada de nostalgia cuando la veo acariciar distraídamente el
cabello de Allegra. Ella levanta la vista cuando entramos y se levanta,
tomando a Allegra con ella.

—Bueno, hola, Lali. —Su tono es cálido y acogedor; avanza con un abrazo
que abarca a Allegra y a mí, quien todavía está en sus brazos. No estoy
segura de que me acostumbraré a esto alguna vez; cómo ellos se abrazan
unos a otros y mí, una total desconocida, como si fuera la cosa más
natural del mundo.

—Hola, señora Lanzani. Hola, Allegra.


Allegra me saluda con timidez, metiendo su cabeza en el cuello de su
madre, pero manteniendo sus ojos y sonrisa en mí. Ella es una pequeña
cosa linda, con ojos verdes que son como los de Peter.

—¿Puedo pedirte un favor, Lali? Me gustaría que me llames Emi. La


señora Lanzani es mi suegra.

—Claro, está bien.

—¿Adivina qué, mamá? —El entusiasmo de Alai es palpable—. Lali va a


tomar prestado uno de mis disfraces. Y conseguí peinarla.

—¿Ah, sí? ¿Y Lali está de acuerdo con permitirte peinarla, o acabas de


asumir eso de ella? —Emi me mira con una pregunta risueña.

—Bueno... —Alai se apaga un poco.

—Está bien —salto en su defensa, sin querer meterla en problemas—. No


me importa. —Eso es sólo otra mentira a medias.

—Muy bien, así que ustedes chicas diviértanse. Si se pone demasiado


agresiva, Lali, sólo necesitas decirle que retroceda —dice ella con
brusquedad, acompañando las palabras con un cariñoso despeine al
cabello de Alai—. Sus intenciones son buenas; ella simplemente se pone
un poco... entusiasta.

Alai gira sus ojos hacia mí, entonces agarra mi mano y me arrastra a un
segundo conjunto de escaleras en la sala familiar. Ella está hablando
animadamente todo el tiempo en el que estamos caminando, lo cual es
bueno porque estoy sin palabras. El segundo piso es más hogareño que
formal, pero es grande. Hay varios cuartos en un pasillo con forma de L,
pero la mayoría de las puertas están cerradas, así que no sé qué tipo de
habitaciones son.

La habitación de Alai es increíble. El piso tiene una alfombra gruesa de


color rosado, la cama está cubierta por un edredón de parches blancos y
rosados, que está perfectamente creado, y cubierta con una variedad de
almohadas rosadas, blancas y verdes. Hay un toldo atado con cuerdas de
perlas en el dosel que cuelga desde el techo para rodear parte de la cama.
Es definitivamente, una habitación de chica femenina, pero la cosa más
sorprendente son las paredes.

En lugar de carteles de las últimas bandas o estrellas de cine, está


cubierta de fotografías de moda recortadas de revistas, y dibujos a mano
que también parecen haber salido de los recortes de las revistas, están
muy bien dibujados. Miro un grupo de ellas, cuando el nombre en la
esquina inferior derecha llama mi atención.

Me giro para mirar a Alai, quien se encuentra en su clóset que es casi


tan grande como mi cuarto.

—¿Tú dibujaste estas? —pregunto.

Ella se inclina alrededor del marco de la puerta, mirando los dibujos.

—Sí. Esos son mis originales. Algún día serán ropa real, quiero decir, ropa
que otras personas puedan usar.

—¿Tú has hecho estos? ¿No son copias?

Ella entra completamente en la habitación, cargando una pila de material


de color rojo oscuro.

—No. Voy a ser una diseñadora de moda algún día. Sólo estoy probando
ahora mismo. Yo los dibujo y mi mamá me compra el material y me ayuda
a hacer un patrón y a coser algunos de ellos. A veces los usa en sí misma.

Yo los miro. Tan inconsciente como soy acerca de la moda, puedo decir
que son buenos.

—Estos son realmente geniales. Creo que ya eres una diseñadora de moda.

Alai resplandece por el elogio.

—Gracias, pero todavía tengo mucho que aprender. Voy a ir a la


universidad para aprender más sobre la moda, pero también para
aprender cómo ser una mujer de negocios, porque quiero dirigir mi propio
lugar.
Me pregunto cómo sería ser tan joven y estar tan segura del futuro, no sólo
con un plan en marcha, sino también con un talento que te respalde.
Estoy a punto de graduarme y no tengo idea de lo que voy a hacer. Qué
deprimente.

—De todos modos, me alegro que te gusten, porque este es uno que hice —
dice, sosteniendo la pila de material en lo alto, revelando que es un vestido
elaborado—. Este es el traje del que te hablé. Funcionará bien, creo,
porque luce un poco de aspecto medieval y es pesado por lo que te
mantendrá caliente. Y, ¡oh! —Ella lanza el vestido sobre la cama y corre de
vuelta al armario. Regresa cargando un montón de material negro—. Esta
capa luciría realmente genial con esto, en caso de que sea demasiado frío
sin un abrigo.

—Esto es realmente amable de tu parte —le digo. Me acerco a la cama,


pasando la mano por el rico terciopelo rubí—. Sin embargo no creo que
deba llevar esto al laberinto del maíz. Probablemente se va a ensuciar y
podría llegar a romperlo o algo así.

Ella sacude la mano. —No hay problema. Puedo arreglarlo. Aquí, ven
siéntate. —Indica una silla frente a un hermoso tocador con un triple
espejo. El borde posterior del tocador está muy bien organizado y tiene
una increíble variedad de maquillaje y productos para el cabello. Tomo
asiento obedientemente y comienza cepillarme el pelo.

—Lo que yo no daría por tener tu pelo. Tienes tanta suerte.

Me miro en el espejo, tratando de ver lo que ella ve y que yo no. Mi cabello


crece tan recto que sólo lo lavo, peino y lo dejo secar al aire. Ni siquiera
tengo un secador de pelo o tenazas. Tal vez todos esos años de no haberle
hecho nada rudo a mi pelo lo ayude a verse saludable. Para mí, sólo se ve
castaño y lacio, cayéndome hasta la mitad de mi espalda.

—Tengo una idea. Si no te gusta lo podemos desarmar y hacer algo


diferente, ¿de acuerdo?

En realidad, se siente bien tener a alguien cepillando mi cabello. Incluso


cuando ella está gentilmente tirando y recogiendo pedazos, se siente bien.
Cierro los ojos y pretendo que soy una chica normal, sentada en su
tocador, con su madre o hermana arreglándole el cabello.
Trato de recordar si mi madre alguna vez ha peinado. Ella debió hacerlo
cuando yo era una niña, pero no puedo traer un simple recuerdo de eso.
En lugar de sentirme triste, como suelo hacerlo, siento una pequeña
chispa de ira.

—Aquí ¿cómo está esto? —Alai pregunta. Abro los ojos y sólo puedo
mirar. Ella ha envuelto la parte delantera de mi cabello en una especie de
diadema natural, entrelazada con collares de perlas rojas que lucen
llamativas contra mi cabello castaño. La parte trasera cae en suaves rizos. El
miedo se hunde a través de mí, no puedo salir así. Me siento expuesta, con
mi escudo apartado. No puedo decepcionar a Alai, sin embargo. Ella se
ve muy satisfecha de sí misma.

—Se ve bien —le digo, con mi voz vacilando. Pero en su juventud, no se da


cuenta.

—Genial, ¿quieres un poco de maquillaje? —Antes de que pueda ordenar


mis pensamientos horrorizados para decirle que no, ella responde—: No,
creo que estas muy bonita sin él. No lo necesitas.

¿Bonita? No lo creo.

—Bueno, vamos a ponerte el vestido y veremos cómo luce todo. —Ella mira
el reloj de la mesita—. Justo a tiempo, también.

Ella sale mientras me desnudo y me pongo el vestido, pero tiene una larga
hilera de ganchos en la espalda a los que no puedo llegar, por lo que tiene
que ayudarme a hacer eso. Estoy consciente cuando ella está haciendo
esto ya que nunca nadie me ha visto en ningún estado de desnudez. Pero
para ella de hecho es tan normal que no puedo sentirme tan avergonzada.
Una vez que están todos enganchados, ajusta los lazos en la parte
delantera con cordones, tirando el terciopelo alrededor de la seda blanca
de debajo, dejando sólo una pequeña muestra, para que se ajuste a la
perfección.

—¡Perfecto! —anuncia—. Mira—. Me gira hacia un espejo cheval de cuerpo


completo que está en la esquina. Tengo que admitir, que me veo diferente,
como alguien que ha salido de un tiempo pasado. El vestido también tiene
encaje en las mangas, que exponen el panel de seda blanca que ha cosido
por debajo. El cuerpo del vestido es ajustado y la falda está lisa, el panel
blanco de seda se repite en la parte delantera de la falda. Es un increíble
vestido, que transformaría a cualquier persona que lo llevara.

—Esto es fenomenal —le digo, envolviendo un brazo por sus hombros. Es


sólo medio abrazo, aunque es mucho más de lo que podría haber pensado
que era capaz hacer hace unas semanas. Me sonríe.

—Te ves muy bien. Ahora, espera aquí. Quiero ver si Peter aún no está en
casa para que puedas hacer una entrada.

Ella no espera por una respuesta, sale corriendo de la habitación y cierra


la puerta detrás de ella. Me siento nerviosa esperando, hasta que oigo que
sus pasos se acercan por el pasillo.

—Bueno, él está aquí, pero tenemos que esperar unos minutos, mientras
mamá trae la cámara.

—¿Cámara? —chillo.

—Oh, sí, acostúmbrate a ella. Si vas a ser la novia de Peter, cuenta con
que te tomen una foto para, como, cada evento imaginable. Mi mamá es la
reina de tomar fotografías.

Apenas escucho la última parte, porque mi mente está atrapada en la otra


palabra que ella dijo, la misma que Eugenia utilizo.

—¿Tú crees que soy novia de Peter? —pregunto.

—Bueno, ¡duh! Los vi chicos, besándose ¿recuerdas?

La conmoción en mi cara poco a poco da paso a una sonrisa. Novia. ¡Soy la


novia de alguien! No sólo de alguien, la novia de Peter. Al menos, eso es lo
que piensa su hermana. Ella probablemente sabe más acerca de estas
cosas que yo.

No sé lo que piensa Peter, tal vez que sólo somos amigos, pero tal vez no.
Tal vez él también piensa en mí como su novia. El pensamiento envía un
rayo de luz a través de mí.
Alai me lleva fuera de su habitación, esta vez en la dirección opuesta,
hacia las escaleras en la parte delantera de la casa.

—Muy bien todo el mundo, prepárense. Aquí viene.

Todavía estoy sonriendo, pero mi boca se abre cuando comienzo a bajar


por las escaleras y veo a Peter. Tiene puesta una camisa blanca suelta,
con cordones en la parte delantera y una especie de pantalón negro metido
en las botas. Es la mejor interpretación libre de un traje medieval, pero eso
no importa, porque se ve increíble. Como un héroe o un caballero salido de
un tiempo lejano, esperando en la parte baja de las escaleras por mí.

—Oh, querida, te ves como una princesa —suspira Emi. Echo un vistazo
hacia ella y toma una foto. Mis ojos se dirigen de nuevo a Peter. Él está
mirando hacia mí, la expresión de su rostro es intensamente poderosa.
Cuando miro de nuevo hacia él, lentamente sonríe, derritiendo mis rodillas
de nuevo.

Emi se mantiene tomando fotografías mientras camino hacia abajo, y


cuando pongo una mano en la estirada de Peter, ella toma una foto.
Vuelve la cámara hacia mí para mostrarme la última foto. Estoy mirando a
Peter, mientras que él mira a mí, los dos con media sonrisa en nuestras
caras, mirándonos como si sintiéramos que somos las dos últimas
personas sobre la tierra.

Peter sonríe a la foto, luego se inclina para besarme. Antes de que pueda,
Luz habla.

—¿Tú hiciste este, Alai?

—Sip.

—Wow, se ve muy bien en ella.

—Bonita —se hace eco Allegra.

Les sonrío a todos ellos.

—Vale, vale, de pie uno al lado del otro, así puedo tomar la foto. Ponte la
chaqueta, Peter.
Su chaqueta resulta ser de terciopelo negro y oro con mangas rajadas. No
creo que pueda lucir mejor de lo que está, pero luego se pone la chaqueta.
Él se acerca, envolviendo sus brazos alrededor de mi cintura y tirando de
mí contra su lado, sin quitar aún su mirada fija de mí. Emi toma
algunas fotografías más, seguidas de una ronda de abrazos para mí y
Peter.

Todos ellos nos siguen hasta el auto para despedirnos cuando nos
alejamos. Peter me sonríe desaprobadoramente cuando agita su mano
hacia ellas. Cuando hemos conducido hacia arriba por la calle y da vuelta
a la esquina, de repente se acerca a un lado de la calle, estacionando el
coche. Sin decir una palabra, se inclina sobre mí, acerca mi cara a la suya
y me besa profundamente.

Después de unos minutos, se aleja y sonríe.

—Hola —dice. Yo me río.

—Hola.

—Te ves muy bien —dice, sus ojos examinándome ligeramente, tocando mí
cabello primero con sus ojos, y luego suavemente con la mano—. Voy a
tener que hacer algo realmente grande para agradecerle a la pequeña
mequetrefe.

—No luces tan mal tampoco —le digo.

Me besa de nuevo, y pierdo un poco de la culpa por haber mentido para


estar con él.
Capítulo 11

E
n el laberinto de maíz, nos encontramos con Ian y Kaden, y otro de
nuestros compañeros de almuerzo, Brock, todos con sus
respectivas citas. Sus citas están vestidas predeciblemente con una
versión de prostituta de diferentes cosas, y todas se están congelando. Los
chicos están vestidos de vampiro, hombre lobo y un doctor de todas las
cosas. Las chicas hacen "ooh" y "ahh" acerca de mi vestido, el cual Peter
les informa que su hermana diseñó. Pero aún mientras admiran mi
vestido, me miran de reojo, y a Peter con deseo.

—Está bien, aquí está el plan —dice Ian—. Todos tenemos que resolver
todas las pistas en el laberinto. Hay treinta pistas numeradas que tienen
que encontrar. Cada mensaje tiene un sello para su papel. —Le da a cada
pareja un pequeño pedazo de papel, numerado del uno al treinta—. Todos
los perdedores tienen que comprar helado para los ganadores. Sin
engaños, conozco al tipo que trabaja en la boletería y confesará si alguien
consigue respuestas de él.

—Ustedes dos comienzan con el número uno —dice, señalando a Brock—.


Ustedes dos con el número quince y van hacia atrás —le indica a Kaden—.
Peter, tu comienzas con el número quince y vas hacia adelante con los
números, y nosotros comenzaremos del treinta hacia atrás. La primera
pareja en salir con todas las respuestas gana. —Estoy completamente
confundida, pero nadie más lo está, así que pretendo que entiendo
también.

Peter toma la capa que sostiene sobre su brazo, y la coloca sobre mis
hombros mientras nos dirigimos hacia el laberinto. Mantiene su brazo
alrededor de mis hombros una vez que estamos en el lugar. Escucho a la
chica que está caminando con nosotros dar un suspiro, y le doy un vistazo
para verla mirando a Peter con anhelo. Miro a Peter y por primera vez
siento un cosquilleo de miedo en mi garganta.
Por alguna razón él ha escogido ser mi amigo, y a pesar de que le gusta
besarme y tocarme, no ha dicho que seamos nada más que eso. No tengo
derechos sobre él, podría estar besando a otras chicas también. Hielo se
dispara por mi espalda ante la imagen que el pensamiento trae a mi
mente. Por otro lado, podría cansarse de mí y alejarse sin mirar atrás. Mi
estómago se tambalea.

Peter me mira, me había agarrado mi estómago sin pensar.

—¿Estás bien? —me pregunta.

Asiento con la cabeza, envolviendo mi brazo alrededor de su cintura. Sólo


en caso de que empiece a preguntarse por qué está perdiendo el tiempo
conmigo, decido que es mejor hacer lo más pueda con el tiempo que tenga.

Encontramos el marcador quince, y tomamos el papel y el lápiz que nos


dieron cuando entramos, y escribimos la respuesta a la primera pista. La
otra pareja se dirige a la derecha para encontrar el siguiente marcador y
nosotros nos dirigimos a la izquierda.

Estamos en la búsqueda del siguiente marcador, estoy estudiando el mapa


en la penumbra cuando me doy cuenta que Peter ya no está conmigo. Me
detengo, girando en un círculo completo.

—¿Peter?

¿A dónde se fue? Siento un indicio de miedo, ¿me ha abandonado? ¿Es


ésta la broma que he estado esperando que hiciera? Es elaborada, tengo
que reconocerle eso. Lágrimas pinchan debajo de mis párpados, pero me
muerdo el labio para detenerlas. No le daré eso.

Entonces su mano sale disparada de un grupo de tallos y me toma del


brazo, tirando de mí dentro de un refugio privado creado por el maíz.

—Peter, ¿qu..?

Entonces su boca está sobre la mía, cortando mis palabras y mis


pensamientos coherentes. Envuelve sus brazos alrededor de mi cintura
bajo la capa. Pongo mis brazos en sus hombros, arrastrando los bordes de
la capa con ellas, formando un capullo que nos rodea.
Se aleja, levantando una mano y usando su pulgar para enjugar una
lágrima que se escapó y corre por mi mejilla.

—¿Te hice daño? —me pregunta, preocupado.

Sacudo mi cabeza.

—Te hice llorar, sin embargo.

—No, sólo me asustaste un poco.

—Lo siento. —Su disculpa está llena de remordimiento.

Sacudo mi cabeza de nuevo.

—No importa.

—Por supuesto que importa, nunca haría algo a propósito que te haga
llorar.

Temerosa de que sus palabras me hagan llorar más, inclino mi cabeza por
otro beso, lo cual lo complace. Estamos protegidos por los tallos de maíz,
pero todavía podemos escuchar a los otros pasando junto a nosotros,
riendo y hablando.

—Vamos, es mejor que sigamos.

De mala gana, dejamos el refugio y continuamos nuestro camino. Esta vez


mantengo mi mano firmemente en la de Peter así no puede desaparecer
de nuevo. Hacemos paradas ocasionales en varios huecos privados en los
tallos cada vez que encontramos uno, lo que hace más difícil el resolver las
pistas con mis pensamientos todos confusos. Por lo demás, las paradas
hacen que sea difícil incluso que me preocupe sobre resolver los enigmas,
con helado gratis o no.

A medida que nos acercamos al marcador treinta, sin embargo, empiezo a


notar algunos ruidos molestos. Crujidos y gemidos, algo que suena como
una motosierra, pero lo peor son los gritos. Miro a Peter, y no parece
darse cuenta de nada, así que decido que tal vez es mi imaginación.
Cuando escucho otro grito y salto acercándome a Peter, el mira hacia a
mí y me sonríe. Trato de devolverle la sonrisa, pero mi corazón está
latiendo fuertemente. Caminamos a través de un arco y nos encontramos
en una zona brumosa, casi a oscuras. Los crujidos y gemidos son más
fuertes ahora, caminamos alrededor de una esquina donde hay una chica
que yace en una mesa, gritando por ayuda, mientras un hombre con un
salvaje cabello gris y un delantal manchado de sangre está por encima de
ella con un cuchillo goteando rojo, a punto de cortar su sangrante
abdomen.

Mis pies se congelan en su lugar. Miro a Peter con pánico y veo para mi
sorpresa, que él está mirándolos con una sonrisa. Justo en ese momento
una persona con una máscara blanca y un traje azul salta a la vista con la
motosierra que había escuchado antes.

Me estremezco en contra de Peter, lista para escapar, con pánico llenando


mi cabeza. Él mira hacia mí con una risa, sosteniéndome firmemente en
mi lugar. ¿Peter quiere matarme? Pienso con terror. ¿Es esto de lo que se
trata? Entonces su rostro cambia de una risa a un pánico que casi refleja
el mío propio.

—¿Estás bien? —pregunta.

No puedo responder. Siento como si toda la sangre hubiese sido drenada


hasta mis pies y no podría moverme aunque mi vida dependiera de ello, lo
que hace cuando el chico con el cuchillo se acerca hacia nosotros. Peter
toma mis hombros y me sacude un poco.

—¡Lali!

Y entonces él está recogiéndome en sus brazos, regresando por el camino


por el que habíamos venido, todo el camino hasta la entrada hasta que
estamos en el parqueadero. Se sienta en un fardo de heno conmigo en su
regazo.

—¿Ella está bien? —Escucho a alguien preguntar.

—Consíganle algo de agua —dice alguien más.


Nunca quito mis ojos del rostro de Peter, que está alarmado, y él tampoco
quita sus ojos de mi rostro, incluso cuando alguien le da un vaso de agua
que presiona en mis labios.

Atraigo su cabeza, colocando mi boca al lado de su oído.

—Tienes que conseguir a alguien que ayude a esa chica —le susurro
urgentemente.

Él se tira hacia atrás para mirarme. —¿Qué chica?

—¡Tú la viste, ese hombre estaba haciéndole daño!

—¿Qué? Te refieres a… —se interrumpe, dejando escapar una risa de


alivio. Me acerca a él y me abraza con fuerza.

—No, Peter, tienes que...

—No es real —dice con voz baja así nadie más puede oír.

—¿Qué?

—No es real, Lali. Es falso. ¿No has estado alguna vez en una casa
embrujada antes?

Sacudo mi cabeza lentamente, dándome cuenta de lo que me está


diciendo.

—Quieres decir... ¿Ellos simplemente están...?

—Sólo fingiendo, Lali. No es real. ¿Pensaste...?

A medida que sus palabras penetran en mí, mi rostro se enciende con


mortificación.

—¿No es... real?

Él sonríe, con alivio evidente en su rostro. Miro a un lado, viendo una


multitud ahí, curiosa, con expresiones preocupadas en sus rostros. Peter
sigue mi mirada.
—Hey, ¿chicos, pueden retroceder un poco? Sólo necesita algo de aire —
dice en voz alta.

—¿Ella está bien? —alguien pregunta.

Me mira de nuevo, y me alegro de no ver ninguna burla en su rostro.

—Sí, sólo se puso algo enferma, un poco débil.

—Asustada, ¿eh? —Uno de los trabajadores pregunta—. Conseguimos al


menos uno esta noche.

Entierro mi rostro en la pechera de Peter, y él me abraza fuertemente.


Todos pierden el interés cuando ven que nada emocionante está
sucediendo, y eventualmente se van.

—Estoy tan avergonzada —le murmuro.

Él se ríe suavemente.

—¡Me has dado un susto de muerte! —Yo sólo me escondo más profundo—
. ¿Realmente no has estado alguna vez en una casa embrujada o algo por
el estilo antes?

—No.

—Lo siento. Si hubiera sabido te habría advertido. Sólo puedo imaginarme


como debe haber lucido...

Veo de nuevo la imagen y me estremezco.

—Sabes que harás a esos actores felices, ¿verdad?

Me asomo hacia él. —¿Por qué?

—Es para lo que trabajan, para asustar a la gente. La tuya fue


probablemente la mejor reacción que han tenido en toda la noche.

—¿Se supone que eso me hará sentir mejor?


Se encoge de hombros.

—Piensa en ello como un acto de caridad.

Me incorporo un poco más, mirándolo inquisitivamente, con una sonrisa


irónica en su lugar.

—Seguro —dice—. No consiguen nada de salario trabajando aquí, su única


recompensa está en las reacciones que reciben de la gente. Así que les has
dado lo que querían. Algo de caridad.

—Eso es retorcido —le digo, sonriendo.

—Hago lo que puedo. —Me devuelve la sonrisa—. ¿Quieres ir a casa, o


deberíamos esperar y tomar un helado con los demás?

—Esperemos.

Pasa algo de tiempo antes de que los demás regresen. Me muevo para
sentarme al lado de Peter en el fardo de heno, y nos sentamos a hablar,
esperando.

—Así que, ¿por qué no juegas futbol? —le pregunto.

Me mira, sorprendido por la pregunta.

—Quiero decir, eres grande, fuerte como el resto de los demás.

Se encoge de hombros. —Me perdí las pruebas. Ya las habían hecho


cuando nos mudamos de regreso.

—¿Has jugado antes?

—Un poco —dice, y me da la impresión que fue más que un poco. Me


alegro de que no juegue, de lo contrario, estaría probablemente saliendo
con una porrista y no pasando el rato conmigo.

Es obvio que perdimos ya que ni siquiera terminamos, pero todos regresan


riendo y sin aliento por correr del tipo de la motosierra. Me alegro de ver
que su miedo es normal, aunque sospecho que su miedo es simulado, en
lugar de real como el mío había sido.

Vamos a la heladería Ice Castle Ice Cream Parlor. Es divertido pretender


ser normal, a pesar de que no hablo mucho, en su mayoría sólo me siento
en silencio y observo. Tengo que mirar a la cita de Brock observar a Peter,
pero también tengo la alegría de ser el centro de su atención hasta tal
punto que al final de la noche, ella está alternativamente, haciendo
pucheros y lanzándome dagas con los ojos.

Cuando finalmente Peter me deja, es mucho más tarde de lo que había


planeado, y camino a casa con un temor familiar. Me cuelo por la ventana
de mi habitación, sin saber si mi mamá está dormida o despierta, puesto
que vi el resplandor del televisor a través de la ventana. Decido que mi
historia es que ella había estado durmiendo cuando regrese a casa, lo que
era enteramente viable, y por eso me tuve que ir a la cama. Probablemente
conseguiré un golpe o dos, o tal vez un insulto, pero no tendrá muchas
pruebas de lo contrario, y no será capaz de recordar claramente si me
había visto llegar o no.

Supongo que hay una ventaja en tener una mamá limitada por las drogas.
Capítulo 12

D
esde esa noche, Peter ha tachado mi decisión de no dejar que
nadie nos vea juntos. Siempre me toma de la mano o tiene su
brazo alrededor de mí, caminando conmigo a clases y besándome
cuando me dejo. Y ya no me interesa tratar de conseguir que se detenga,
no importa la amenaza de Eugenia.

La mayoría de los fines de semana soy capaz de salir una noche para ver a
Peter, y algunas veces durante la semana también. En casa, soy más allá
de irreprochable o tanto como sea posible, a pesar de que ella se las
arregla para encontrar errores; pero desde su cita a cenar con mi papá, ha
habido un ligero cambio en ella.

De ninguna manera es ideal, pero a veces lo intenta un poco,


preguntándome por la escuela o incluso permitiéndome algo de cenar. Ella
y mi papá no están discutiendo mucho, no le he visto un moretón o el
labio hinchado desde la cita que tuvieron para cenar.

Octubre rueda a noviembre, y la nieve empieza a caer. En un primer


momento, sólo dura un día o dos y luego se funde, pero una semana antes
de Acción de Gracias una fuerte nevada que cae parece decidida a
quedarse por un tiempo.

A causa de lo feliz que estoy con Peter en mi vida, y por el ambiente más
calmado en casa, estoy un poco contenta y llena de esperanza,
esperanzada de que podría haber una oportunidad de que nosotros nos
convirtamos en una verdadera familia, tal vez no tan buena como la de los
Lanzani, pero por lo menos en una sombra de ellos.

Decido hacer para nosotros la tradicional cena de Acción de Gracias.

Por lo general Acción de Gracias pasa desapercibida como la mayoría de


las otras festividades. En el pasado, patéticamente merodeaba por las
calles para ver a las familias reunidas en sus hogares. No este año. Este
año estoy decidida que nuestra familia sea de las que tienen una comida
feliz, riendo juntos. Tal vez la parte de riendo y feliz no van a suceder, pero
me conformo con juntos.

Conozco un lugar donde puedo ir a buscar comida proporcionada por el


banco de alimentos. He estado allí varias veces previas a nuestra
desesperación, cuando seriamente no había nada de comida en las
alacenas de casa, ni dinero para comprar nada. Por supuesto, tengo que
decirle a mi madre que el dinero proviene del que coloca en el fondo de los
enlatados lastimosamente delgados.

Ella odia la caridad.

Ellos me proveen de un pavo pequeño, de algunas patatas y de aderezo,


algunos fideos, dos latas de verduras y una lata de jalea de arándano, todo
esto está expirado, pero por lo menos aún es comestible.

No es la preparación elaborada de la cual estoy segura van tener en casa


de Peter, pero esto tendrá que bastar. Es mejor de lo que solemos tener.

La mañana de Acción de Gracias me levanto temprano para iniciar la


cocción del pavo. Sigo las instrucciones de la caja y relleno el pavo.
Después se cocina un par de horas, y la casa se llena con el delicioso
aroma, me adentro a la cocina para empezar a pelar las patatas.

A las cuatro en punto el mini-festín está preparado. He alistado la mesa


para tres tan elegante como puedo hacerlo con lo que tenemos, e incluyo
unas cuantas hojas que he encontrado a finales de otoño bajo el alero del
porche trasero, y las cuales milagrosamente no están completamente
secas.

Tengo que decir, estoy bastante orgullosa de mí misma, no es para nada


como la mesa de Alai, pero no está mal.

Mi padre regresa a casa muy tarde en la anoche, y le escucho entrar a la


ducha veinte minutos después. Me siento en la mesa, esperando a que
baje las escaleras, luego iré a la sala y los llevaré a mi sorpresa.
Oigo sus pasos en la escalera, y casi de inmediato mi madre comienza a
recriminarle acerca de haber estado fuera toda la noche.

Él empieza a gritar y a los pocos minutos la pelea se extiende a una de


gritos. Me siento en la mesa de la cocina, con las manos sobre mis oídos
en vano, las lágrimas corren por mi rostro mientras se desmorona mi plan.
Entonces escucho el revelador sonido del puño en la mandíbula, el sonido
que mejor conozco de la mayoría de otros sonidos, entonces su coche
arranca rápidamente y se aleja.

No me muevo, mirando lo que he hecho. Qué idiota soy.

—¿Qué diablos es esto?

Miro a mi madre, descomunal en la puerta. Su rostro está llenó de ira por


encima del hinchazón de su mandíbula.

—Es Acción de Gracias —le digo sin convicción.

—¿De dónde salió todo esto? —grita ella.

—Lo conseguí —murmuro, con el miedo ensartando su camino a través de


mis venas. Ella da un paso hacia la mesa, mira el pavo perfectamente
cocinado, tendido en el plato, a la espera de ser cortado.

—¿Me has robado otra vez, o es de la caridad? —Su voz es baja, pero aún
más alarmante que sus gritos. Palidezco. ¿Ella sabe que le he robado? No
puedo responder, congelada en mi terror.

Ella toca el pavo, y entonces con un movimiento rápido lo recoge, con


placa y todo, y lo lanza a mi cabeza. Me agacho demasiado tarde, el pesado
plato de vidrio se rompe sobre mi ceja. Inmediatamente comienza a
derramarse la sangre producto del corte que deja en mi cara. Me zambullo
hacia los lados de la silla, inclinándome en el lugar donde caigo.

Avanza, se acerca dándome patadas en las costillas. Trato de protegerme a


mí misma, pero esto sólo la enfurece más, y los golpes se vuelven más
frecuentes y duros. Esto no es suficiente para expresar su enojo, por lo
que recoge la silla. Ella se dobla hacia mí, y me recubro con mi brazo en
precipitada defensa. Siento la mi presión en mi muñeca cuando los ejes de
la madera se rompen.

Con un grito de rabia, ella se agacha y recoge mi camisa con un puño,


tirándome hacia arriba en una posición semi-sentada, y con el otro me
golpea en la cara. Con un sólo brazo bueno para protección ahora, ella
tiene la ventaja. Se vuelve y comienzan a llover los golpes sobre mi cara y
gritando me da patadas en las costillas.

Siento cuando comienza a cansarse, lo que es cosa buena ya que mi


conciencia se desvanece.

Pero ella no ha terminado. Me libera y caigo de nuevo al piso. Entonces


ella está sobre mí, a caballo, con las dos manos alrededor de mi garganta
mientras corta mis vías respiratorias. Grita de nuevo, pero no puedo
escuchar sus palabras por encima del zumbido en mis oídos. El mundo se
desvanece en los bordes, y la última cosa que veo es su cara, contraída y
púrpura por la rabia antes de que la oscuridad felizmente me encuentre.
Mi último pensamiento antes de ceder a la atractiva oscuridad es: esta vez,
me matará.

***

Cuando regreso, todavía estoy tirada en el piso de la cocina donde ella me


dejó. Estoy acostada en algo pegajoso. ¿El jugo del pavo?

Ruedo a un lado, gritando por el dolor en mis costillas, me detengo y jadeo


un doloroso aliento. Me concentro en mi respiración, manteniéndola bajo
control, sabiendo por experiencia que esta es la única manera de aliviar un
poco el dolor. Me empujo hacia arriba con el brazo bueno, apoyándome
contra la pared y tomo respiraciones lentas y profundas cuando el mundo
comienza a girar de nuevo. Me siento un poco mejor, miro al suelo y me
doy cuenta con rigidez que había estado recostada encima de mi propia
sangre. La náusea rueda a través de mí.

Uso el borde de la mesa para impulsarme con mi brazo para pararme


sobre mis rodillas, luego a mis pies, luchando contra la nueva ronda de
náuseas y de mareos que vienen con eso. Miro a la mesa, está justo como
la había dejado, menos el pavo. Ella está allí sentada con desdén,
burlándose de mis esfuerzos. Me levanto insegura, tratando de recobrar el
suficiente aliento para llegar arriba y limpiarme. Cuando finalmente me
muevo, voy instantáneamente hacia la puerta de atrás.

Miro a mi columpio colgado, balanceándose suavemente en la fría brisa y


tomo una decisión.

Salgo de mi casa, moviéndome lentamente y con cuidado hacia el frente.


No sé si ella será capaz de verme, pero no voy a darle la oportunidad. Una
vez que estoy en la calle, sin ser detectada por ella o por cualquiera de los
vecinos, atravieso el campo y finalmente, hago mi camino a través de los
árboles hacia otro lado.

Caigo varias veces, cada vez toma más tiempo que el anterior volverme a
levantar. Sé lo que tengo que hacer, tengo que llegar a él.

Su cara me hace seguir adelante, tirándome fuera de la nieve cada vez que
me caigo y mancho de rojo la intachable nieve blanca.

Finalmente llego a su casa, sin saber cuánto tiempo ha pasado. Está


empezando oscurecer, así que calculo que ha sido bastante tiempo.

¿Y ahora qué?, me pregunto. Cojeo por encima del paseo, pero en vez de ir
a la puerta de la calle, hago mi camino por alrededor de la casa y colapso
de nuevo cerca de la clínica. Trato de levantarme, pero no soy capaz de
subir. Me doy por vencida. Me quedo allí en la nieve no sé por cuánto
tiempo, entonces ocurre un milagro.

—Peter, la cereza y el pastel de manzana están en el estante superior,


pero la crema de plátano y calabaza en el fondo, por lo que no te olvides de
ellos —escucho decir a Emi cuando la puerta de atrás se abre; luz y
calor se extienden desde su casa.

—Está bien, mamá —le dice Peter de vuelta, saliendo a la terraza y


dejando cerrarse la puerta detrás de él—, como si no fuera donde están
cada año —dice refunfuñando para sí mismo mientras camina, cerrando la
cremallera de su chaqueta—, no lo he olvidado todavía, ¿verdad?
Claramente ha sido enviado a buscar unos pasteles de fuera, en la clínica.
Sus quejas continúan.

—Los almacenas aquí cada año. No es, como una sorpresa, ni nada.

No me ve tumbada, porque tiene la intención de cumplir con su propósito


y salir rápidamente del frío.

—Peter —le llamo débilmente, levantando mi mano. Se detiene y ve hacia


donde estoy, no me reconoce debajo de mi cara hinchada y ensangrentada.
Se acerca con cautela, no demasiado cerca.

—¿Quién anda ahí? —dice.

—Peter —digo otra vez, y veo el cambio en su rostro cuando escucha mi


voz.

—¿Qué pasó? ¿Cómo te hiciste...? no puedo... Tengo que traer a mi papá


—dice frenéticamente.

—¡No! —Se necesita toda mi fuerza de voluntad para utilizar mi voz con la
fuerza suficiente para detenerlo en su carrera. Caigo de nuevo a la nieve—.
Promete... —Hago un ruido áspero, mi respiración se transforma en algo
dolorosamente veloz, pero es importante conseguir su palabra—. Nada de
policías... sin padres... prométemelo.

—Está bien, está bien. —Cada promesa viene acompañada de una


respiración jadeante, y con sorpresa me doy cuenta que está llorando.

—Ayúdame —le ruego.

—¿Cómo? —está angustiado.

—Ayúdame a... levantarme. —Él se inclina hacia abajo y gentilmente me


hace rodar sobre la espalda. Yo grito de dolor.

—Lo siento —gime él.

—No lo... sientas.


Desliza un brazo detrás de mi espalda y otro debajo de mis rodillas,
levantándose lentamente y con cuidado, sosteniéndome con seguridad en
sus brazos.

—Tengo... frío —digo.

—Bueno, te voy a llevar adentro.

—No... No a la casa… tú lo prometiste.

Él asiente con la cabeza tristemente, con las lágrimas aun corriendo por
sus mejillas.

Me carga hasta el interior de la clínica. Está destinada para los animales,


pero la cama en la sala de exámenes tiene el justo del tamaño para que
quepa en ella, con mis tobillos colgando sobre el final. Me deja caer,
cuidadosamente colocando mis brazos sobre mi vientre; bruscamente da
una sacudida ya que lloro cuando mueve mi evidente brazo roto.

—Espera aquí, voy a conseguir algunas mantas.

Trato de sonreír, aunque es probable que parezca una espantosa mueca


producto de la hinchazón y la sangre.

—No... Voy..., a ningún lugar.

Él me da un medio-sollozo, media-risa por eso, inclinándose para darme


un suave beso en la frente. Él se va, sólo ha pasado medio minuto cuando
regresa, con una pila de mantas. Ninguna de ellas es lo suficientemente
larga como para cubrirme, así que las amontona por mi cuerpo.

—¿Qué pasó? —pregunta de nuevo.

Sacudo la cabeza, no queriendo decirle por el momento. La puerta se abre


detrás de él.

—Peter, tu madre me envió a ver... —Su padre se desvanece cuando me


ve acostada. Peter salta y se pone a la defensiva al frente de mí.
—¿Qué en el mundo....? ¿Qué está pasando Peter? Eso es... Lali, ¿eres
tú?

Cierro los ojos.

—La encontré, papá, justo ahora, afuera de la clínica.

Su padre se acerca y se mueve con impaciencia a Peter fuera del camino.


Echa un vistazo a mi cara, y luego tira de la manta hacia abajo. Echa una
mirada a mi muñeca recostada en mi pecho y toma un aliento con los
dientes apretados. Comienzo a temblar y tira de nuevo las mantas sobre
mí.

—Llama al 911 —ordena a Peter. Se aparta y comienza a abrir las puertas


del armario.

—No. —Agarro el brazo de Peter con la mano buena—. No, lo prometiste.


Por favor, lo prometiste.

El Dr. Lanzani se vuelve ante eso, levantando las cejas a Peter quien
sacude la cabeza.

—No, papá, le prometí que no haría eso.

Dr. Lanzani me mira, suspira y por último, toma una decisión.

—Está bien, pero por lo menos hay que llamar a sus padres.

—¡No! —Mi protesta es aún más exaltada. ¡Eso es peor! Me esfuerzo por
incorporarme, jalando contra el brazo de Peter para apoyarme—. No...
No... Me voy.... Por favor, no.

—Papá... —La suplica de Peter coincide con la mía.

El Dr. Lanzani está inmediatamente a mi lado, con sus manos tratando de


evitar que me levante.

—Lali, cálmate. No voy a llamar a nadie, ¿de acuerdo? Cálmate antes de


que te lastimes más.
Vuelvo a caer sobre la camilla, las costillas gritando en agonía, tratando de
coger un aliento mientras las lágrimas corren por mi rostro. Peter se
inclina hacia abajo, poniendo su frente contra la mía, la agonía en sus ojos
verdes brillando con lágrimas.

El Dr. Lanzani vuelve a suspirar.

—Soy un veterinario, Lali, no un doctor. No sé si te puedo ayudar.

—No ayudar..., sólo descansar.

—No creo que eso te ayude ahora. Obviamente tienes una muñeca rota y
necesitas puntos de sutura. Y eso es sólo lo que puedo ver. Es posible que
haya daños internos. No te puedo dejar sin tratar.

Me estiro y agarro su mano. Él tiene que entender urgentemente la


importancia de esto.

—No policías... sin padres... o ella me va a matar. —Mi voz está ronca por
la asfixia, pero él entiende lo bastante claro. Si no me viera tan mal, no me
hubiera creído, pero mis heridas hacen a mi demanda absolutamente
legítima.

Aprieta la mandíbula, algo que yo he visto hacer a Peter en innumerables


ocasiones cuando está molesto.

—Está bien. —Suena resignado a regañadientes—. Haré lo que pueda para


ayudarte.

Me relajo con sus palabras y dejo ir su mano.

—Voy a tener que decirle a tu madre —le dice a Peter—. Ella se


preguntará qué está tomando tanto tiempo y es mejor si sabe ahora en
lugar de cuando envíe a una de las chicas aquí para que nos encuentren.

Me mira por aprobación. No quiero ser la causa de angustia para


cualquiera de sus hermanas, así que no tengo más remedio que asentir
con mi consentimiento. Instruye a Peter para que mantenga una gasa
contra el corte en mi frente y mientras tanto él regresa a la casa para
decirle a Emi.
Peter saca un taburete rodante y se sienta a mi lado, alisando el pelo
hacia atrás, sosteniendo suavemente la gasa sobre la herida que sangra.
Sus lágrimas han cesado, pero la expresión de su rostro se alterna entre la
pena y la ira. Él no habla, y finalmente, dejo a mis ojos vagar cerrados. No
estoy durmiendo, pero si reposando, tranquila y segura por el momento, el
dolor en fondo zumbando contra mi alivio, aunque siga tendida
tranquilamente.

Muy pronto el Dr. Lanzani vuelve con algunas mantas limpias. Emi les
había dicho a todos que había una emergencia, y ya que eso no es poco
común, no hicieron preguntas. Él saca un kit de sutura y se pone a
trabajar en mi lesión, después de asegurarse de que sé que no es un
doctor, y de que esto probable deje una enorme marca.

Me cose con rapidez, entonces Peter consigue algunos paños húmedos


para limpiar mi cara. Decide que para corte en el labio no se necesitan
puntos de sutura, pero que definitivamente necesito radiografías. Peter
me levanta con cuidado, aunque esto todavía me causa dolor, y me lleva a
la sala de rayos-x. Me pone sobre la mesa, y no se aleja mientras que el
Dr. Lanzani toma las fotos, teniendo que tomar más de las habituales
porque las películas de rayos X no son tan grandes como son necesarias.

Él me dice que tengo tres costillas rotas y dos astilladas. Mi muñeca está
rota, pero es simple, aunque muy doloroso para que él la fije. Lo hace, y
los veo a él y a Peter hacer muecas de dolor. Tan pronto como ha
terminado, mi brazo se siente mejor. Las radiografías otra vez, ahora a las
férulas, y explica que se necesitan un par de días para que la hinchazón
baje antes de moldearlas.

Envía a Peter a la casa para conseguir ayuda de Emi para envolver mis
costillas, ya que se requiere remover mi ropa, y quiere proteger mi pudor.
Cuando ella viene y me ve, jadea y de inmediato comienza a llorar, pero se
pone en marcha de igual manera. Esta es una mujer que llora por las
lesiones que han sido causadas por culpa de mi propia madre. Con ellos
dos, muy pronto estoy vendada y envuelta en una de las colchas.

El Dr. Lanzani dice que estar tendida en la nieve fría probablemente había
ayudado a mis lesiones. Había sido como estar tendida sobre una gran
bolsa de hielo.
—Ella no puede ir a casa. —El Dr. Lanzani le dice a Emi de modo
significativo, y aunque veo la curiosidad en su rostro, ella mantiene a sus
preguntas en su interior, ordenándole a Peter que me cargue a la casa y
me ponga en la habitación de invitados.

—Voy a distraer a los demás por el momento para que puedan ir de forma
privada. Llévala a través de la puerta principal.

Peter nuevamente me levanta, me tira estrechándome contra él sin


hacerme daño, poniéndome bajo su mentón, acariciando su mandíbula
contra de mi pelo. Él me lleva a una habitación que está justo al lado de la
puerta de entrada y detrás de la sala de estar formal, otra habitación que
no había notado antes.

Peter y su padre me recuestan con cuidado sobre la cama. El Dr. Lanzani


revisa mí temperatura, la cual todavía está un poco baja, y apila unas
cuantas mantas de más sobre mí, ayudándome a tragar una pastilla para
el dolor.

—Vamos, Peter. Volvamos con la familia y dejemos reposar a Lali.

—No la voy a abandonar —dice Peter, con sus ojos en los míos.

El Dr. Lanzani vuelve a suspirar.

—Por alguna razón sabía que ibas a decir eso. Está bien, pero déjala
dormir. Ella necesita más que nada dormir en este momento.

Peter asiente con la cabeza, acercando una silla junto a la cama, y


metiendo su brazo por debajo de las mantas para sostener mi mano
buena.

—Vas a estar bien, Lali —dice, y suena como una orden.

Quiero asegurárselo, darle las gracias, pero ya mis ojos se están cerrando
a la distancia. Nunca he estado tan cansada en mi vida.
***

Cuando abro los ojos otra vez, la habitación está oscura. Por un momento
no sé dónde estoy, pero cuando trato de mover mi cuerpo lo recuerdo de
inmediato. Los eventos del día vienen corriendo hacia mí, y gruño de dolor.

—¿Lali? —Peter está inmediatamente a mi lado con sus suaves manos


sosteniendo mi cabeza.

—Peter —susurro, y es todo lo que garganta puede manejar.

Él se acerca y se enciende la lámpara de noche, y lo veo estremecerse ante


la visión de mi rostro. Humillada, volteo la cara. Él agarra mi barbilla
ligeramente y me torna de nuevo hacia él. Se inclina y me besa
suavemente en la esquina de mi boca en buen estado.

—¿Quién te hizo esto? —Su propia voz está dañada.

Sacudo la cabeza, con las lágrimas cayendo por las comisuras de mis ojos.

—Yo no soy una persona violenta, en su mayoría, pero felizmente mataría


a quien te hizo esto. —Mis ojos se abren por esto. Él está absolutamente
serio—. ¿Fue Frank?

Tengo que pensar por un minuto a qué se refiere, recordando que fue él
quien había logrado que Frank dejara de intimidarme en el almuerzo.

—No. —Mi respuesta sale con una voz ronca.

—Entonces, ¿quién? —pregunta. No puedo decirle.

Soy salvada de tener que responderle cuando el Dr. Lanzani y Emi


entran a la habitación. Habían visto a todos sus clientes fuera y habían
dejado a Alai a cargo de las dos niñas más jóvenes.

Emi se apresura a mi lado, susurrando y calmando, algo que sólo una


madre de verdad sabe hacer. El Dr. Lanzani me está mirando
atentamente, como si estuviera decidiendo algo en su cabeza.
—Está bien, ustedes dos, tengo que examinar Lali. Déjennos solos por
unos minutos.

—Papá, yo no… —El Dr. Lanzani pone la mano sobre el hombro de Peter,
interrumpiéndolo.

—Peter, es sólo por unos pocos minutos. Ve a ducharte, luego puedes


volver y quedarte con ella esta noche.

Peter está renuente, pero asiente con la cabeza en acuerdo. Me besa de


nuevo y se va.

—Emi, ¿ella podría necesitar algún paquete de hielo y tal vez un poco de
caldo?

Emi cabecea, con lágrimas en los ojos mientras me mira. Y luego hace
una cosa increíble, ella se inclina y besa mi frente. Es el más fuerte afecto
maternal que he recibido en un largo tiempo y que puedo recordar.

Cuando estamos solos, el Dr. Lanzani revisa mi muñeca y la unión de mis


costillas, tomando mi temperatura de nuevo y observa los puntos de
sutura. Siento que él sólo es quisquilloso, hallando algo que hacer. Por
último, suspira y se sienta en la silla de Peter.

—¿Supongo que no me vas a contar lo que ocurrió? —Él me mira, pero


puedo ver en su cara que ya conoce la respuesta, incluso antes de yo
sacuda la cabeza.

—Soy mejor cuidando a los animales que a las personas pero, por
supuesto, puedo leer una radiografía. —Él mira hacia mí, sosteniendo mi
mirada con aquellos ojos tan parecidos a los de Peter—. Había un montón
de viejas lesiones, sanadas. Esta no es la primera vez que te han hecho
daño.

Mis ojos caen.

—Hay una razón por la que no quieres ir a casa.

Yo no contesto.
Se aclara la garganta. —¿Peter lo sabe?

Yo podría preguntarle de lo que está hablando, pretender que nada malo


está pasando en casa, pero la verdad cuelga en el aire entre nosotros.

—No.

—Hay gente que puede ayudarle, lugares a los que se pueden ir...

Me encuentro con su mirada otra vez.

—Dr. Lanzani, tengo diecisiete años, casi dieciocho años. ¿Qué sucede, el
estado me pone en una casa de acogida? ¿Quién toma a una de diecisiete
años? —Mi garganta herida empuja las palabras—. Alguien que está en
busca de dinero, tal vez. O, no lo sé, alguien que quiere sacar de todo eso.
Aquellos que quieren una familia adoptan bebés. ¿Cree que las cosas
serían diferentes para mí en otro lugar? Al menos aquí sé qué esperar.

Su cabeza cae entre sus manos mientras reconoce la verdad de mis


palabras.

—No me gusta esto —dice entre dientes, probablemente no queriendo


decirlo para que yo no lo escuche. Entonces él me mira de nuevo.

—Estás muy mal herida. ¿Ha sido tan mal antes?

Pienso en las otras veces he sido golpeada, pero tengo que admitir que esta
ha sido la peor. Sacudo la cabeza.

—¿Qué pasa si se pone peor? Peor podría significar muerte.

Sé eso. Recuerdo haber pensado claramente que me iba a matar en ese


momento. No lo hizo, sin embargo. Algo la había detenido.

¿Se detendría la próxima vez?

—Puedo intentar ayudarte.


—No. —Tengo la garganta en fuego, hablando dolorosamente. Es
imperativo hacerle entender—. Yo no podría vivir con ella si sabe de Peter.
No podría soportarlo si él se compadeciera de mí. Él es mi amigo. Eso
cambiaría si él lo supiera.

El Dr. Lanzani niega con su cabeza.

—No le estás dando suficiente crédito.

—Por favor —le ruego.

—Esto no se trata de Peter, o sobre lo que piensa. Se trata de ti.

—Correcto. Y yo le estoy pidiendo dejarlo. Si esto hace que sea difícil para
usted, legalmente, quiero decir, me marcharé. Encontraré otro lugar para
ir por unos días.

Él no responde, pregunta en cambio: —¿Qué pasará si no te presentas en


casa durante unos días?

Miro por la ventana, como si las respuestas estuvieran ahí, en las


estrellas.

—Ella no va a llamar a la policía. No los quiere investigando.


Probablemente se pregunta si me mató —susurro, recordando el charco de
sangre en el piso de la cocina a los pies de mi fallida cena de Acción de
Gracias.

El Dr. Lanzani se sacude por la sorpresa, ya sea por yo admitirlo, o por el


hecho de que dije ella en lugar de él, no sé. Resopla un aire lleno de
incómoda resignación.

—De acuerdo, bien, necesitas descansar durante unos días. Las costillas
rotas pueden ser peligrosas, y si te pinchan un pulmón tendrías que ir al
hospital para vivir.

—Me quedaré —prometo.

Camina hacia la puerta, tomando una respiración sin voltearse hacia mí,
gira la perrilla.
—Ella debería estar en prisión por esto.
Capítulo 13

D
ebido a las vacaciones de otoño, no tenemos que regresar a la
escuela hasta el miércoles siguiente a Acción de Gracias. Me paso
esos días recuperándome en la casa de los Lanzani. Les han
permitido a las chicas entrar a donde estoy, y les han dicho que estuve en
un accidente. No me preguntan por qué estoy quedándome en su casa en
lugar de en la mía propia. Ellas sólo están felices de tenerme ahí.

Después de un par de días, me es permitido levantarme un poco, y pasar


tiempo con ellos en el área de la habitación familiar, comiendo sándwiches
de sobras de pavo, que son mucho mejores que los sándwiches que tienen
en la escuela. Toda la familia ha tomado la iniciativa para tratar de
superarse unos a otros como mi cuidador. Se ha convertido en una especie
de juego para ellos, ver quién puede hacer más por mí.

Sobre todo, me deleito en estar cerca de Peter, todo el día, todos los días.
Trato de hacer que se tome un descanso de mí, pero no quiere escuchar
hablar de eso. Excepto cuando va a tomarse una ducha él está conmigo,
incluso cuando es de noche, duerme en la silla junto a mí.

El Dr. Lanzani enyesa mi muñeca, y me permite tener mis costillas sin


vendar temporalmente para tomar un baño. Incluso me proporcionan una
silla de plástico para sentarme en la ducha.

Podría haber vivido en este mundo de fantasía para siempre, pero


inexorablemente, llega el martes. El regreso a clases es mañana, y no
puedo darme el lujo de perdérmelo y que toda la atención caiga sobre mí.

—Quédate una noche más —implora Peter—. Te llevaré a casa mañana


después de la escuela.

Así que me quedo. Sólo tengo mi ropa rota y ensangrentada que había sido
tomada el primer día, y tirada a la basura, supongo, y sólo he estado
vistiendo un par de pijamas de Alai. Ella me trae un par de pantalones y
un top prestado para vestir mañana en la escuela, ya que es improbable
que seamos de la misma talla. Estas son las mejores ropas que he vestido,
pero de una manera muy femenina y vanidosa, me alegro de que Peter
pueda verme al menos una vez en algo que no es deforme y feo.

Me despierto a la mañana siguiente, vendando mis costillas más fuerte, no


es una tarea fácil con una muñeca enyesada. Todavía estoy muy adolorida,
pero sé que puedo lograrlo. Me miro en el espejo, mi rostro está manchado
con moretones púrpura y amarillo. Aunque la mayor parte de la hinchazón
ha bajado. Mi labio está sólo un poco hinchado, el mayor inconveniente de
eso es que me duele cuando Peter me besa, por lo que lo ha hecho muy
poco.

Conducimos hacia la escuela en una nevada ligera. Peter me ha dado su


abrigo en contra de mis protestas, ya que su chaqueta se encuentra
todavía en mi casa. Estoy feliz que él insistiera, porque su chaqueta ha
perdido su aroma hace tiempo, pero su abrigo está lleno de él.

Él se encuentra ya corriendo la voz entre algunos de sus amigos sobre mi


―accidente automovilístico‖, sabiendo que su palabra llegará a toda la
escuela. Sigue frustrado conmigo porque no le diré exactamente qué pasó.

Encuentro que mi ―accidente‖ me hace receptora de cierta simpatía,


probablemente más por la forma en que mi rostro luce que nada. No sólo
nadie intenta hacerme daño o hacer que tropiece, en realidad ellos
sostienen la puerta para mí y me ayudan a cargar mis libros, los que
afortunadamente son dejados con Peter, cuando no estoy con él. Sobre
todo, esto es llevado a cabo por los amigos de Peter, con los que estoy
agradecida cuando me encuentro con Eugenia en los pasillos y veo no sólo
su falta de simpatía en sus ojos, sino también su ira.

Después de la escuela Peter discute conmigo, tratando de conseguir que


regrese a su casa. Sólo quiero hacer esto, tomar el camino fácil y
esconderme tanto como pueda. Él hace que sea mucho más difícil cuando
me mira con súplica desesperada en las oscuras profundidades de sus
ojos. No sé qué es lo que sabe, pero creo que tal vez sospecha la verdad, o
algo cercano a ella.

Finalmente, cede cuando sostengo mi razón.


—Al menos déjame llevarte a tu casa. No deberías estar caminando tan
pronto.

Así comienza una nueva discusión, pero encuentro a Peter tan terco como
lo soy yo. Nos comprometemos a que no me dejará enfrente de mi casa,
sino en frente de la casa de al lado, y que él me dejará hacer sola mi
camino a casa. Me ayuda a salir del coche, tirando de mí cerca para un
suave abrazo, dejando besos en mi rostro y ligeramente en mi boca.
Presiona algo en mi mano y miro hacia abajo para ver un teléfono celular
ahí.

—No —protesto, mi voz sigue estando un poco áspera.

—No es de parte mía. Es de papá. —Cuando empiezo a devolverlo,


envuelve su mano alrededor de la mía, atrapando el teléfono ahí—.
Pertenecía a uno de sus empleados que ya no trabaja para él. Mi papá
paga cada mes para que esté en un cajón. Le preocupa que no tengas un
teléfono. Es un préstamo. Tómalo.

—No puedo...

—Por favor. Por mí. Tiene todos nuestros números de teléfono


programados en él. Todo lo que tienes que hacer es llamar y vendré, estaré
aquí antes de que termines de marcar.

—Peter...

—Es sólo un préstamo. —Él ve mi duda—. Si no lo tomas, lo tiraré de


vuelta en mi coche ahora mismo y te mantendré de rehén en mi casa hasta
que estés de acuerdo.

Le sonrío. —¿Dónde está la amenaza en eso?

Él se ríe, besándome suavemente.

—Por favor, tómalo. Mi mamá no me dejará regresar a la casa si no lo


haces.

Me rindo.
—Bueno, no podemos permitir eso, ¿verdad?

Él me muestra cómo usar el teléfono, ya que nunca he tenido uno para mí


misma. Él tiene, por supuesto, programado el suyo como la primera
marcación rápida. Me besa de nuevo, y me sostiene firmemente. Me relajo
en él, temiendo ya el momento de irme hasta que pueda verlo de nuevo.

—Te extrañaré esta noche —le digo.

Él mira hacia mí.

—Llámame antes de ir a la cama.

—Está bien. —Me libera y me dirijo hacia mi casa, atemorizada de entrar,


pero sabiendo que es tiempo de hacerlo. Él espera hasta que he llegado a
mi puerta antes de alejarse y volver a entrar a su coche.

Mamá está sentada en el sofá, pero en lugar de estar medio dormida o


viendo la TV, está sentada, con la cabeza entre las manos, y los brazos
apoyados en las rodillas. Levanta la vista mientras cierro la puerta detrás
de mí. El alivio inunda su rostro al verme ahí. Me acerco para ponerme de
pie ante ella y sus ojos me dan una ojeada, observando el yeso en mi
brazo, y mi frente cosida antes de detenerse en mi mirada. La sostiene por
un minuto, luego mira hacia otro lado.

—Yo estaba... pensé... no sabía dónde estabas —tartamudea, y si no


supiera mejor, podría creer que hay preocupación en su voz.

—Quieres decir, que no sabías si estaba viva o no —le digo, con miedo
girando a través de mi estómago al pensar en lo que podría hacerme por
hablarle de esa manera. Me mira de nuevo y su rostro se retuerce con
culpa. Siento un momento de compasión por ella, pero que desaparece
cuando tomo una respiración profunda y mis costillas se estremecen en
protesta.

—Estoy viva y estoy de regreso, y necesito descansar para recuperarme


completamente.
Me muevo más allá de ella hacia las escaleras, mirando hacia la cocina.
Ella ha limpiado el desorden, tallado la pared y el suelo de modo que no
permanezcan evidencias. Es mucho para su preocupación por mí,
personalmente, me parece que estaba más preocupada acerca si podría ser
atrapada. Doy un paso en las escaleras, y me vuelvo para enfrentarla de
nuevo, con mi corazón palpitando. Ella me observa de cerca.

—No puedes hacerme esto de nuevo. No puedes hacerme daño nunca más.
—Ella no dice nada, así que me doy la vuelta y subo por las escaleras. En
mi habitación, me acuesto en mi cama, mareada por el esfuerzo que me
tomó enfrentarme a ella.

Una sonrisa cruza por mi rostro.

***

Un nuevo tipo de vida comienza de nuevo. Porque es mi muñeca derecha


la que está rota, así que requiero ayuda para hacer mi tarea, tanto en la
escuela —para lo que curiosamente hay un montón de voluntarios, de
nuevo en su mayoría amigos de Peter, pero también varios de los
―perdedores‖ que comparten nuestra mesa del almuerzo— como con mi
tarea después de la escuela. Le digo esto a mi madre, sorprendida cuando
no discute. Así que después de la escuela, voy a casa con Peter y me
quedo en la tarde y hasta la noche cada día.

Emi parece feliz con esto, y se asegura de que tengo la cena cada noche
antes de irme. Me recupero rápidamente, probablemente porque mi cuerpo
está recibiendo más alimentación de la que nunca he tenido. Me encuentro
a mí misma encajando en una familia, y me gusta cómo se siente.

Alai se asegura de mostrarme un montón de embarazosas fotos de


Peter, especialmente de unas en las que está peinando su cabello cuando
éste era más largo. Le soborno para ver esas dejándole peinar el mío. Me
muestra una foto de los miembros de la familia, incluido el abuelo Peter
por el que Peter fue nombrado, y eso trae un claro de recuerdo de Peter
cuando era niño.
El primer día de escuela, él había anunciado su nombre enfrente de la
clase, diciéndole a todos que había sido nombrado por su abuelo Peter, y
por los próximos años, cada vez que se presentaba a alguien nuevo,
repetía la misma historia. Por el tiempo en que estuvimos en cuarto grado,
todos estábamos muy conscientes de dónde había salido su nombre.

Me río ante el recuerdo y les cuento a sus hermanas acerca de eso,


quienes lo encuentran como algo genial para burlarse de él. Empiezan a
llamarlo ―Peter-quien-fue-nombrado-por-su-abuelo‖ como un nombre
largo.

Cada noche cuando regreso a casa, limpio la cocina y la sala de estar,


aunque no es tan difícil como antes, porque mamá está haciendo algo de
esfuerzo en eso también. Limpio mi baño mientras me preparo para ir a la
cama, entonces llamo a Peter tan pronto como estoy en la cama, y
hablamos hasta que uno de los dos o ambos se queda dormido.

A medida que el clima se vuelve más frío, algunas veces bajando por
debajo de cero grados por la noche y lucha por levantar a la mitad de
adolescentes durante el día, Peter comienza a recogerme y dejarme
enfrente de mi casa. Ignora mis protestas de que he estado caminando en
un clima como éste por años, y cuando no parece haber ninguna queja de
mamá, dejo de objetar.

Una noche, estamos solos en su casa. Estamos sentados en el piso de la


sala de estar, haciendo la tarea de matemáticas. Este es mi lugar favorito
para estar por todas las decoraciones navideñas. Una mezcla de adornos,
hechos por los chicos Lanzani a lo largo de los años, que engalanan el
enorme árbol de Navidad, junto a los que fueron comprados en la tienda
que fueron escogidos por los chicos. Cada uno está cuidadosamente
marcado con su nombre y el año en que fue hecho el adorno o cuándo fue
adquirido. De alguna manera, Emi ha logrado que luzca elegante y
acogedor a la vez.

El Dr. Lanzani me dijo que necesitaba llevar el yeso hasta Año Nuevo, así
que sigo sin poder escribir. Aunque no hemos aventajado mucho, ya que
Peter se mantiene distrayéndome por besarme, pues la hinchazón de mi
labio se ha ido ya no duele más. Además de que, prefiero besarlo que a las
matemáticas, así que no estoy realmente protestando mucho.
—Quiero pedirte un favor —me dice entre besos. Está mirando mi boca,
con sus largas y gruesas pestañas ocultando sus ojos, así que lo estoy
teniendo difícil para pensar con claridad.

—Cualquier cosa —respiro, besándolo de nuevo. Él sonríe, luego mira a


mis ojos, su mirada con oscura intención.

—Quiero que me digas algo.

—Está bien —estoy de acuerdo, dispuesta a decirle cualquier cosa.

Levanta la mano, cepillando su pulgar a través de la cicatriz


desvaneciéndose por encima de mi frente, siguiendo el movimiento con sus
ojos. La laceración corre a lo largo de la línea de mi ceja, así que no es muy
notable ahora que los puntos han sido removidos, y será eventualmente,
casi imperceptible.

Sus ojos regresan a los míos, y en voz baja, de manera poco ceremoniosa,
dice: —Quiero que me digas quién te hizo esto.

Me congelo bajo su toque. Su mirada no vacila. Bajo los ojos y me siento,


alejándome de él.

—No me pidas eso —mi propia voz es baja.

—¿No confías en mí? —pregunta. Me vuelvo hacia él, sorprendida.

Él está mirando hacia abajo, dibujando patrones en el suelo.

—Por supuesto que confío en ti, Peter. Yo te a... —Me detengo a mí


misma, pero sus ojos llegan a los míos, manteniendo su cuerpo inmóvil.
Pienso en las palabras que casi había dicho, palabras que no pueden ser
dichas en voz alta. Así que le digo la siguiente verdad. Bajo los ojos, tomo
una respiración, luego lo miro fijamente de nuevo—. Quiero decir, eres mi
mejor amigo. Confío en ti más que en cualquier otro. Estoy pidiendo que
confíes en mí cuando digo que no puedo decirte.

Sigue sin mover un músculo, observándome, esperando.


Cuando no digo nada más, libera su respiración, mirando a otro lado.
Finalmente, asiente con la cabeza.

—Puedo aceptar eso. —Se mueve entonces, arrodillándose, tirando de mí


sobre mis propias rodillas hacia sus brazos—. No me gusta, pero puedo
aceptarlo. —Mantiene un brazo alrededor de mi cintura, atrayendo la otra
para descansar a un lado de mi cuello, con un pulgar trazando mi
mandíbula—. ¿Aunque, puedo preguntarte algo más?

Con un poco más de cuidado ahora, asiento con la cabeza.

—¿Eso es todo lo que somos? ¿Amigos?

—Uh... —mis pensamientos se dispersan de nuevo.

—Porque pensaba que éramos algo más. —Él baja la cabeza hacia la mía.
Cuando sus ojos están a sólo centímetros de los míos, me pregunta—.
¿Cuántos amigos hacen esto? —Entonces su boca está en la mía.

Calor fluye a través de mí como siempre lo hace cuando estamos así de


cerca, como si estuviera en llamas. Esta noche es más intensa ante el
hecho de que he estado a punto de revelarle mi amor por él. Había estado
a punto de decírselo antes, y creo que él lo sabe. Tan pronto como pensé
en las palabras, supe que era verdad, que siempre será verdad. Aunque no
puedo decirle ese pensamiento, sabiendo que lo que tenemos es sólo por
ahora, que tan pronto como nos graduemos él se irá lejos a la universidad.
Para el momento que él regrese, su vida habrá avanzado, probablemente
con alguien más. Celos brotan a través de mí.

Escuchamos la puerta del garaje abrirse, y nos separamos mientras la


puerta se abre, dispersando a la familia dentro. Todos ellos llegan
corriendo para besar a Peter y abrazarme, incluso sus padres. Con ellos
aquí, el ambiente es animado y vívido, la intimidad se ha ido. Pero aun así,
mientras hacemos nuestros trabajos, Peter mantiene su mano
entrelazada con la mía, con su pulgar trazando el dorso de mi mano,
convirtiendo mis pensamientos en puré. Es sólo cuando mira hacia mí por
debajo de sus pestañas con una sonrisa secreta, que me doy cuenta de
que sabe exactamente lo que me está haciendo. Pienso en alejar mi mano
para limpiar la presunción de su rostro, pero entonces estaré sin su tacto.
No soy lo suficientemente tonta para torturarme a mí misma sólo para
demostrar un punto.

Más tarde, mientras nos vamos para que Peter me lleve a casa, Emi
camina con nosotros a la puerta.

—¿Te dijo Peter que nos vamos a Florida para las vacaciones? —pregunta
ella.

Mis ojos vuelan hacia Peter. ¿Se irá? Mi horror debe mostrarse en mi
rostro, porque él responde por mí.

—No, mamá, aún no le he dicho.

—Oh —la respuesta de Emi es casual, como si me acabara de decir que


estaré pasando dos semanas en miseria. Peter aprieta mi mano.

—Bueno, de hecho, sé que es Navidad, que son en realidad vacaciones en


familia... —Hah, pienso, no de donde yo vengo, es sólo un día más—, pero
realmente nos gustaría que vinieras con nosotros, si crees que estaría bien
con tus padres.

La miro, asombrada. ¿Quieren que vaya con ellos en sus vacaciones


familiares?

—Los padres de Nico viven allí, así que iremos hacia abajo a pasar un
tiempo con ellos.

—¿Quieren que vaya con ustedes? —No estoy segura si la he escuchado


bien.

—Bueno, sé que es un poco extraño, preguntarle a tus padres si puedes ir


a un viaje con la familia de tu novio...

Miro a Peter ante la palabra novio, y él simplemente me sonríe


arrogantemente, con una ceja levantada, retándome a disputarle el uso de
la palabra.

—No es tanto como que... —comienzo, con cada fibra de mi ser queriendo
gritar que sí—. La Navidad no es una gran celebración en nuestra casa...
—El eufemismo del año—. Es más, um... —Estoy avergonzada al tener que
decirle que no hay forma posible de que me lo pueda permitir. Ella
espera—. No es que no me gustaría, me encantaría, pero... uh...

—Piensa en ello —dice ella, dándose cuenta de mi malestar y dejándome


dándome un respiro—. Habla con tus padres y hazle saber a Peter. Nos
encantaría que vinieras con nosotros.

No tiene idea cuán tortuosas son sus palabras. Daría mi brazo sano
izquierdo para ir, y el brazo roto también, pero ya que no conozco un lugar
donde vender mis brazos, sé que es sólo una fantasía.

Conducimos a casa en su mayoría en silencio. Cuando nos detenemos en


frente de mi casa, él apaga el motor del coche y se vuelve hacia mí.

—No puedo creer que no me dijiste que te ibas —le digo.

—Mamá quería pedirte que vinieras ella misma, y habría sido una tortura
para mi decirte que me iba y no ser capaz de pedirte que vinieras. Si no
puedes ir, voy a organizar un motín y me quedaré en casa.

—¿Y perderte al abuelo Peter? —Estoy bromeando, pero puedo ver la


decepción que pasa a través de su rostro ante la idea.

—No puedo ir, Peter.

Su mandíbula se aprieta, pero su voz es resignada.

—Tus padres no te dejarían, ¿verdad?

Trato de imaginarme incluso preguntándole a mis padres, pero no puedo


imaginarme siquiera llegar a ese punto.

—No, no es eso. Es... bueno, mira. —Barro mi mano hacia mi pequeña


casa en ruinas en mí resumido vecindario. Él mira, entonces me mira a
mí, con el ceño fruncido en confusión.

—¿Y?
—Peter, mira mi ropa. —Él lo hace—. Si pudieran permitirse el lujo de
mandarme a Florida para Navidad, podrían darse el lujo de comprarme al
menos un vestuario que no fuera de segunda mano —le digo, avergonzada
de admitir esto.

El rostro de Peter se aclara.

—¿Ese es el impedimento? ¿Dinero?

—Hablas como alguien que tiene de sobra —refunfuño.

—Lali, cuando mi mamá te pidió que vinieras, sabía que no podrías


pagarlo.

—Entonces, ¿por qué...? —Mis pensamientos inmediatamente se vuelven a


preguntar por qué haría ella algo tan cruel, haciéndome bromas como esa.

—Tienen la intención de pagar por ti.

—¡No! Peter, no. No puedo aceptar eso. No soy un caso de caridad. —


Miento, sabiendo que eso es exactamente lo que soy.

—Lali, cariño —mi corazón da un vuelco ante la ternura, la primera de


sus labios— no se ofrecerían si no quisieran. Mi familia entera está loca
por ti. Es vergonzoso de admitir, pero sabes que pueden darse el lujo.

—Eso no significa que prefiera tomarlo.

—¿Dejarás que tu orgullo te impida pasar las vacaciones conmigo y mi


familia? —Sé que está tratando de hacer cualquier tacto, incluso la
vergüenza, para que cambie de opinión. El problema es, que está
funcionando un poco.

—No hagas eso.

—¿Qué? —Él tiene genuina curiosidad.

—No lo hagas parecer como si mi orgullo estuviera evitando esto de ser


una realidad. Es una cuestión de correcto e incorrecto. Y es incorrecto
dejar que alguien gaste tanto en mí.
—No es tanto. No cambiará el costo del lugar en el que nos quedaremos, o
la mayoría de las comidas que comeremos allí, ya que estaremos comiendo
sobre todo en la casa de la playa que estemos alquilando. Es algo que ellos
realmente quieren hacer. Romperás el corazón de mamá si dices que no. —
Está empezando a sonar como una dolorosa posibilidad, dolorosa porque
no es posible, ¿verdad?

Entonces él dice lo que logra agrietarme un poco.

—Romperás mi corazón si no vienes.

Suspiro. —Estoy bastante segura que ella no me dejará ir de todos modos


—le digo, señalando con mi pulgar hacia mi casa.

Su sonrisa repentina es brillante y victoriosa.

—¿Pero preguntarás? —Está triunfante.

No puedo permanecer fuerte ante la presencia de su alegría.

—Preguntaré.

—¡Sí! —Dispara un puño en el aire como si justo hubiese anotado un


touchdown. Me besa con entusiasmo—. ¿Cuándo?

—¿Cuándo qué? —pregunto.

—¿Cuándo preguntarás?

—Oh. Uh, no lo sé. Cuando sea el momento adecuado, supongo.

Su ánimo se desinfla sólo un poco.

—Está bien. Pero no esperes demasiado tiempo. Es en tan sólo dos


semanas.

***
El siguiente sábado me levanto temprano y me pongo a limpiar la casa en
silencio, pero a fondo. He estado tomando ventaja de la culpa de mamá y
flojeando en mis tareas de sirvienta. Hoy necesito ser agradable porque le
preguntaré sobre lo de Florida.

Limpio, friego y organizo, y me aseguro de que cuando la escuche


levantarse le espere un agradable almuerzo. Estoy tranquila, quedándome
lejos de su camino, pero disponible por si es que me necesita.

Para el momento en que su cena está cocinada, servida y todo limpio,


estoy exhausta. Realmente quiero estar con Peter.

Entro en la sala de estar, donde está sentada mirando una vieja revista,
probablemente robada de su última visita al doctor en búsqueda de
drogas. Me siento junto a ella, y me mira con una expresión cautelosa.

—Mamá, me preguntaba si podría hablar contigo.

Ella deja la revista de lado, primero, y vuelve su atención hacia mí.

—Tengo algo que preguntarte. —Trago nerviosamente.

Estira su mano hacia mí, y me estremezco lejos instintivamente. Se


detiene abruptamente, con su mano congelada en el aire entre nosotras.
Algo como tristeza ensombrece sus ojos. Sostiene ahí la mano hasta que el
pánico deja mi rostro y me siento derecha nerviosamente. Toca mi mejilla
con amabilidad.

—No he sido demasiado buena madre para ti ¿verdad?

Estoy segura de que mi boca cae abierta, pero no voy a estar de acuerdo
con ella y alterarla.

—Lo siento por eso. Me gustaría que pudiéramos regresar el tiempo... —


Mira hacia otro lado, dejando caer su mano—. ¿Qué querías preguntar?

Tomo un respiro.
—Tengo un amigo. —Casi sonrío ante la palabra, pensando en el rostro de
Peter cuando le llamé amigo—. Y la familia de mi amigo me invitó a ir a
un viaje con ellos durante las vacaciones escolares.

—¿Se aproximan tus vacaciones escolares?

—Sí, mamá, para Navidad.

—Oh.

Aguanto la respiración. No ha dicho que no aún, y tampoco se ha


enfadado.

—¿Quieres irte lejos en Navidad? —Me mira, sorprendida.

Asiento con la cabeza.

Ella deja escapar un suspiro.

—Pero, ¿qué voy a hacer sin ti aquí?

—Son sólo dos semanas. Entonces estaré en casa de nuevo.

Sacude la cabeza, y siento una decepción punzante.

—Bueno, supongo que es lo menos que puedo darte ahora.

La miro fijamente. ¿Está diciendo...? Ella me mira.

—¿Puedo ir? —Me atrevo a preguntar.

—Supongo. —Suspira.

Una amplia sonrisa divide mi rostro.

Me siento como si me estuviera elevando sobre el suelo, más alto de lo que


he podido hacer en mi columpio. Me pongo de pie, controlando mi reacción
para que no tenga razones para arrepentirse. En un arrebato, me inclino y
beso su mejilla.
—Gracias —le digo. Me apresuro a subir las escaleras a mi habitación,
encerrándome antes de caer en mi cama en éxtasis, riendo ante mi buena
suerte. Es mucho más de lo que podría haber esperado.

Esa noche sueño.

El cielo está gris y nublado. Me apresuro a salir a balancearme a primera


hora de la mañana, mi primera vez después de que lo entregaron y fue
cimentado por los hombres grandes de la entrega. Es el momento más
tranquilo del día; no hay gritos todavía. Sé que habrá un montón de gritos
hoy, porque papá ha vuelto a casa realmente tarde de nuevo ayer por la
noche, tropezando y maldiciendo en voz alta mientras se golpeaba contra
las paredes.

El maldecir y tropezar había comenzado dos días antes cuando papá llegó a
casa temprano de trabajar, anunciando que había perdido su trabajo. Olía a
bebido, y arrastraba todas las palabras.

Nunca ha habido ninguna maldición en nuestra casa, y papá nunca había


bebido antes. Sólo sabía que estaba borracho porque mamá lo había
llamado así el primer día. Había salido furioso de la casa, golpeando la
puerta y fue entonces cuando sus lágrimas habían comenzado. Esa noche,
cuando llegó a casa, los gritos comenzaron. Continuaron hasta la siguiente
tarde, cuando él finalmente salió a trompicones de la cama, y fue seguido
por otro portazo cuando salió furioso, entonces hubo más gritos esa noche
cuando regresó a casa borracho de nuevo.

Sé que será lo mismo hoy porque hay un nuevo patrón que se está formando
en nuestra familia.

Mamá está llorando mucho. Tiene una nueva y cansada expresión alrededor
de su boca que no he visto antes. Estoy asustada. No me gusta. Me hace
sentir vulnerable. Así que me quedo en mi cuarto, escondida, sólo saliendo
cuando mamá viene a buscarme para el almuerzo o la cena.

En este, el tercer día, sé que el cemento está seco, y quiero columpiarme. Así
que lo hago, sin pedir permiso primero. Me agarro de las cadenas a ambos
lados a medio balanceo y me impulso con mis pies. Al comenzar a
columpiarme, siento mi mundo enderezándose un poco. A pesar de que soy
una chica joven, puedo reconocer la normalidad de la actividad, un niño
fuera en su columpio, sin gritos procedentes de su casa.

Mientras me empujo más alto, siento una opresión en mi abdomen con cada
gota que cae hacia la tierra. Pronto, estoy bastante alto, casi lo
suficientemente alto para ver el patio del vecino.

No sé cuánto tiempo he estado columpiándome cuando escucho a papá


llamar a mamá. Ella responde con su grito, y entonces ambos empiezan a
discutir en serio, sus voces volviéndose cada vez más fuertes.

Me columpio más alto.

El viento silba en mis oídos, empañando el sonido de algo más, así que me
empujo más alto. No me bajo del columpio cuando papá comienza a llamarle
por nombres con los que definitivamente lavarían mi boca por decirlos. No
me bajo cuando ella le grita de regreso. No me bajo cuando escucho el
sonido de algo que suena como alguien siendo golpeado en la mejilla, o
cuando el llanto lastimero comienza, o cuando papá golpea la puerta
principal, y sus neumáticos chillando mientras acelera. Ni siquiera me bajo
cuando vuelve la tranquilidad, y el tiempo pasa y mi estómago gruñe con
hambre.

Me imagino que el balanceo tiene que ser algo bueno, seca las lágrimas que
nadie más hará. Entonces, el sueño familiar, un recuerdo real, cambia. Sigo
balanceándome, pero no estoy sola. Peter está junto a mí, sosteniendo mi
mano. En lugar de los aterradores ruidos viniendo de mi casa, escucho
risas. De repente, el resto de la familia de Peter sale de la puerta de atrás
para unirse a nosotros.

Ellos son la fuente de la risa. Lo más sorprendente de todo, es que son


seguidos por mis propios padres, no como son ahora, sino como habían sido
antes. Jóvenes y felices, sonriendo el uno al otro y sonriéndome a mí.

Me sacudo despierta, siento las lágrimas deslizándose por mis mejillas.


Sonrío ante el nuevo giro de mi sueño, pero mi sonrisa se desvanece
cuando me doy cuenta de cuán imposible es. Mis lágrimas se convierten
en un torrente de autocompasión mientras entierro el rostro en mi
almohada, rezando por un sueño sin sueños que me lleve lejos.
Espero hasta que estoy en la casa de Peter en la cena del domingo para
darle la noticia. Les digo a todos en la cena, y estoy gratamente
sorprendida por su respuesta. Emi aplaude, Allegra chilla, y Alai y
Luz saltan con júbilo, rodeando la mesa para abrazarme con alegría. El
Dr. Lanzani se extiende a través de la mesa para apretar mi mano. La
mejor reacción es de Peter. Él no dice nada, sólo inclina la mandíbula
contra su puño. Pero su rostro está iluminado con felicidad, la sonrisa en
su rostro y la mirada en sus ojos son sólo para mí, con satisfacción
irradiando de él.
Capítulo 14

L
lego a casa del colegio un día antes del que tenemos programado
para salir y encuentro una vieja maleta sobre mi cama. La abro y
dentro hay un billete de cien dólares, clavado en una nota que
simplemente dice: ―Feliz Navidad‖. Sé lo que les costó, y siento las lágrimas
comenzando a salir por la bondad detrás de esto.

No me toma mucho tiempo empacar, ya que realmente no poseo mucha


ropa, arrojando mis artículos personales en bolsas de supermercado y
poniéndolas dentro de la maleta. Tengo un traje de baño viejo, ya que lo
había requerido el año anterior para la clase de gimnasia, así que lo tiro
dentro también, sin saber si lo voy a necesitar o no.

Por último, guardo mi andrajosa pijama, con la esperanza de que Peter no


tenga ocasión de alguna vez verme con ella. Le digo a Peter que
probablemente me quede en casa esta noche, ya que me iré por tanto
tiempo. Me aterroriza, sin embargo, que ella pueda entrar y llevarse esto
lejos de mí en el último minuto. Sé que su familia ha preparado esto por
ellos mismos y probablemente no me necesitan con los pies allí, así que no
importa lo mucho que quiero estar con él, me quedo en casa.

Veo como el dinero se hunde en el bolsillo, y de repente, decido hacer algo.


Necesito ayuda sin embargo. Llamo a Peter y le pregunto si me puede
ayudar. Cojo el dinero que habían dejado en la maleta y bajo al primer
piso, sin ninguna prisa salgo por la puerta principal.

Él me lleva primero al centro comercial. Le obligo hacer la promesa de que


me esperara en el coche para que no sea capaz de ver lo que estoy
haciendo. Voy a uno de los quioscos que venden chucherías y elijo un
adorno de plata para mis padres. Recojo algunas otras cosas para Peter y
su familia, y un rollo de papel de regalo con tema de Navidad.
En una tienda de descuento puedo comprar un pequeño árbol de Navidad
de plástico pre-decorado para poner en la sobre mesa. No es para nada
como el gran pino de Emi que está cubriendo con cosas bellas, pero es
más de lo que comúnmente tenemos; que es ningún árbol en lo absoluto.

Debo esperar a que mis padres estén en la cama antes de bajar las
escaleras para fijar el árbol arriba de la mesa, por debajo coloco el regalo
envuelto. Vuelvo a la cama y duermo a ratos hasta que mi alarma suena a
las cinco a.m. Rápidamente me visto, cojo mi maleta y corro por las
escaleras para encontrarme con Peter, quien ya me esperaba en la
oscuridad previa al amanecer.

Él me conduce de regreso a su casa, donde transferimos mi maleta al


maletero ya repleto del VUD1 de su familia. Nos dirigimos hacia el
aeropuerto, mientras las mariposas revolotean en mi estómago al pensar
en mi primer vuelo. Allegra está cansada, después de haber sido sacada
de la cama tan temprano, y realmente no carga la emoción del viaje. Ella
insiste en que Peter la lleve y no deja que nadie la toque. Entonces él la
lleva en un brazo, y mantiene el otro alrededor de mí.

El vuelo es increíble. ¿Cuántas veces he estado en mi columpio,


empujándome lo más alto que puedo para tratar de conseguir la sensación
de volar? Ahora estoy aquí, realmente haciéndolo. Peter me deja tener el
asiento de la ventana y entonces puedo mirar hacia fuera. Mantengo mi
mano sujeta a la de Peter, pero mis ojos fuera, mirando el sol que
comienza a elevarse cuando salimos, sorprendida al ver las nubes debajo
de mí. Incluso si aterrizáramos, o hubieran girado y regresado a casa, me
habría sentido feliz.

Nos quedaremos en una pequeña casa, blanca, no muy lejana al


aeropuerto. Nos detenemos en el garaje, y descargamos el equipaje desde
la furgoneta de alquiler. Hay un olor en el aire al que no acabo de
acostumbrarme, pero me gusta. Que huele a limpio y a una clase de sal.

Entramos en la casa, bajando un corto pasillo para entrar en una gran


sala de estar. Mis pies patinan al detenerse y mi maleta cae de mi mano,
creando un fuerte eco sobre el suelo.

VUD: Vehículo utilitario deportivo.


1
Peter deja caer su propia bolsa y baja a Allegra, corriendo a mi lado,
con una mirada de alarma en el rostro.

—Lali, ¿qué está mal?

Sigue mi vista. Estoy mirando fijamente a la parte de atrás de la casa, que


está compuesta enteramente de ventanas de vidrio que van del techo hasta
el suelo. Pero no son las extraordinarias ventanas lo que ha provocado mi
reacción. Es la vista más allá de ellas.

—¿Ese es el océano? —pregunto, maravillada.

—Bueno, sí. ¿No lo has visto antes?

—No.

—Llévala a que lo vea de cerca, Peter —dice Emi desde otro cuarto.

Peter me sonríe, toma mi mano y me conduce a través de la puerta de


cristal. Hay una terraza en la pared posterior de la casa, con tres escalones
en la arena.

—Espera —dice él, poniéndose de rodillas para subir las piernas de mi


pantalón y jala mis zapatos—. Tienes que quitarte los zapatos para obtener
la experiencia completa.

Pisando la cubierta me doy cuenta de que lo que había olido en el garaje es


un poco más fuerte aquí, y está acompañado por los rítmicos sonidos de
las olas golpeando la orilla y por los graznidos de las aves de arriba.

Después de que Peter se quita sus propios zapatos, y se arremanga los


pantalones, bajamos a la costa, aplastando la arena entre los dedos de
nuestros pies, con el agua tibia por arriba, fría por debajo.

El agua azul viene corriendo con una ola, lavando por encima de mis pies.
Grito cuando el agua fría me golpea, saltando lejos de Peter corro hasta
encima de la marca de agua. Vuelvo para verlo de pie con el agua hasta los
tobillos. Él sonríe abiertamente de oreja a oreja. El océano crea un amplio
y hermoso telón de fondo, retrocediendo detrás de él.
—Ven aquí —llama él.

—¡Está fría! —exclamo.

—Vamos, cobarde —se burla. El agua ya está de vuelta en la costa y ahora


él tiene sus pies hundidos en la arena mojada. Camino regresando hacia
él, preparada y a punto de correr cuando eso regrese.

Me agarra la mano y me impulsa más cerca del agua.

—¡No! —lloriqueo, manteniéndome firme cuando él me tira hacia el mar.


Se ríe y me acapara en sus brazos, caminando a propósito ya que el agua
se precipita de nuevo hacia nosotros.

—Suéltame —grito, sin dejar de reír.

En lugar de contestar, me tira más cerca de él, plantando su boca


firmemente en la mía. Todas mis protestas han sido olvidadas por el calor
de sus labios. Poco a poco libera mis piernas, dejando que me deslice a lo
largo de su cuerpo, al igual que los remolinos de agua alrededor de
nuestros tobillos. Mis pies tocan el agua, y comienzo a alejarme, pero él me
sostiene apretada, profundizando el beso.

Es una asombrosa sensación, el calor inundándose a través de mi cuerpo,


la frialdad en los pies de hielo, chocando con el fuego. Mis ojos se abren en
―pop‖ por la sorpresa y veo que me observaba con atención. Esa mirada es
suficiente para apagar con hielo las llamas y lucho por soltarme,
disfrutando yo misma cuando el océano retrocede.

Pasado unos pocos minutos, disminuye la fuerza de su brazo, pero no


renuncia a su dominio sobre mí. El agua regresa una vez más, girando
alrededor de nuestros tobillos, y miro hacia abajo, sorprendida.

—Ya no se siente fría.

—Sí, sólo toma unos minutos para que tu cuerpo se acostumbre a ella. —
Examina mi expresión, entonces, sonríe con picardía.

—¿Quieres entrar? —pregunta.


Amplío mis propios ojos con asombro.

—¿Ahora?

—Ahora —confirma.

—Pero... estamos vestidos.

—¿Y…? —se encoje de hombros.

—¿Qué pasa con mi brazo? —Lo levanto, indicándole la fractura de


muñeca que no está enyesada porque el Dr. Lanzani lo removió,
remplazándolo con una férula, ya que esta se puede retirar en la ducha,
pero no por mucho tiempo ―y probablemente no para jugar en el océano‖.

—Cuando salgamos de ella, te lo quitaremos y lo secaré por ti. —Miro el


agua, luego a él con una sonrisa.

—De acuerdo.

Luce un poco sorprendido por mi respuesta, pero no hace comentarios al


respecto, sólo se voltea, manteniendo su brazo sobre mi hombro mientras
caminamos hasta el punto donde el agua ha retrocedido.

En la primera ola me obligo a respirar cuando el agua fría llega hasta mis
rodillas, y casi caigo cuando comienza a retirarse de nuevo, la arena
retrocede contra mis tobillos y trata de succionar mis pies. ¡Es poderoso!
Peter mantiene su firme agarre, riéndose conmigo.

Seguimos caminando hasta que hemos pasado donde las olas están
rompiendo, Peter ahora sostiene mi mano y me enseña cómo saltar
cuando las olas vienen, por encima de la cresta para que no nos empujen
de nuevo hacia la orilla. Entonces estamos con el agua hasta el pecho,
saltando cuando las olas rompen sobre nosotros. Peter se gira,
envolviendo sus brazos alrededor de mi cintura y trayéndome cerca. Rodeo
mis brazos alrededor de sus hombros, Peter me levanta como si no pasara
nada en el agua y me sostiene sujeta contra él, manteniendo mi cabeza al
nivel de la suya.
Me besa de nuevo con gusto a sal y frío en sus labios. Rio cuando una
gran ola viene desapercibida y rompe sobre nuestras cabezas, chochando
en nuestros pies y separándonos.

Peter agarra mi mano antes de que yo recupere el equilibrio, tirándome


hacia él, sonriendo.

—Me alegra que hayas venido —dice.

—Yo, también — le sonrío.

—Te amo —dice. Lo miro, asombrada. Antes de que pueda comenzar a


procesar por completo sus palabras, una nueva ola lava nuestras cabezas,
apartándonos. En esta ocasión, Peter logra mantener el agarre de mi
mano.

—¿Quieres probar algo divertido? —pregunta.

—Claro —digo tímidamente, mi mente sigue dando vueltas por sus


palabras, ahora preguntándose si lo he escuchado correctamente.

Cuando me había atrevido a soñar con él, había imaginado que toda esta
declaración de amor entre nosotros vendría con... no sé, velas y violines,
supongo… pero no siendo expulsados por casualidad del océano.

Tengo que tener mal oído.

—Cuando la próxima gran ola llegue, levanta tus pies y deja que te lleve a
la orilla. —Levanto mis cejas dudando y se ríe de mí—. Va a ser divertido,
te lo prometo. No voy a dejarte ir. —Sus palabras tienen un tono serio, y
ladeo un poco la cabeza. Él se vuelve a mirar hacia las olas, y yo sigo su
mirada.

—No es ésta —pronuncia—. Necesita ser la correcta.

—Y, ¿cómo decidir cuál es la ―correcta‖? —pregunto, mirando a su perfil.

—Sólo lo sabes —dice, volviendo su oscura mirada de nuevo a mí, con


significado profundo en sus palabras una vez más, un significado que creo
que entiendo pero tengo miedo de esperar a que sea cierto. Él mira hacia
atrás, al mar y entonces me sonríe.

—Esta —dice. Me mira y veo a una ola más grande que todas las otras
avanzando hacia nosotros. Lo miro de nuevo y él debe ver el pánico en mi
cara, porque se inclina un poco para acercarse, y deja un beso salado en
mis labios.

—Confía en mí. —Insiste humilde.

Asiento con la cabeza.

Nos volteamos con la cara a la costa.

—Cuando yo diga ¡Ahora!, das un salto y dejas que el agua te recoja.


Mantén los pies en alto.

Trago fuerte, agarrándome a sus manos bajo el agua. El agua comienza a


formar más profunda la ola.

—¡Ahora! —grita, y yo salto. El agua nos atrapa y nos impulsa hasta la


cumbre de la ola, tirándonos inexorablemente hacia adelante.

Esto se siente como estar volando en el agua, pienso; me rio y consigo un


bocado de mar. Peter está más adelante que yo, pero aun así me toma la
mano. La ola nos lanza a la orilla, con las rodillas raspando en el fondo.
Casi de inmediato comienza a tirarnos de vuelta con ella, y por un
momento siento pánico por el poder de la atracción del tirón. Peter ha
ganado sus pies y se vuelve para agarrarme el otro brazo por encima de la
férula, arrastrándome torpemente con él.

—¡Eso fue divertido! —pronuncio las palabras antes de darme cuenta de lo


infantiles que suenan.

Peter sólo se ríe, besándome rápidamente. Me estremezco y me atrae


contra él. Su piel esta fría, pero todavía puedo sentir el calor de su ―horno
interno‖ por debajo de la superficie.

—Hace un poco de frío cuando estás fuera del agua, ¿eh? —pregunta.
Eso no es exactamente por lo que me estremecí, pienso, pero entonces mi
cuerpo se fragmenta en una piel de gallina, desmintiendo cualquier tipo de
protesta que pudiera inventar.

—Vamos a volver, conseguir algo para cambiarnos y ayudar a desempacar.

Me volteo y miro con nostalgia hacia el agua, y él sonríe.

—Vamos a tener mucho tiempo para surf corporal2 —me dice—. De todos
modos es menos restrictivo y no tan frío cuando sales, si estás con un traje
de baño.

Caminamos fuera de la playa, en una forma más tranquila de cuando


habíamos bajado hacia el agua. La casa en la playa tiene una cabaña de
ducha por detrás de ella. Hay dos toallas y dos gruesas batas de baño que
nos esperan en la banca del interior.

—Mi mamá. —Peter sonríe—. Probablemente sabía que no serías capaz de


resistirte a entrar. Sigue adelante, escoge una ducha y toma una bata,
luego puedes entrar a la casa y vestirte.

Entro, cerrando la puerta detrás de mí. Es un poco extraña la ducha, aquí.


Se siente como que estoy afuera, incluso aunque sea estructura cerrada,
me siento vulnerable una vez que no tengo ropa. No puedo creer la
cantidad de arena mojada que hay dentro de mi ropa y que sigue pegada a
mi cuerpo.

Me ducho rápidamente, lavando la arena de mi pelo, sorprendida por la


cantidad que sale y que forma remolinos en el desagüe. Me envuelvo en la
bata que es lujosa y suave.

Abro la puerta con timidez, sintiéndome expuesta otra vez, a pesar de que
la bata me cubre desde el cuello hasta media pantorrilla, y a mis dedos.

Peter se vuelve hacia mí, con los ojos ampliándose sobre mí; una
intensidad enciende sus ojos cuando ellos regresan a los míos.

Surf corporal: Body surfing.


2
—Lali, solo deja tu ropa en aquella pileta —dice Emi desde la puerta de
atrás. Peter y yo brincamos con el sonido de su voz, y la cara de Peter
está extrañamente enrojecida por la culpa. Miro a Emi que se encuentra
apuntando hacia una pileta que cuelga a un lado de la cabaña. La dejo, un
poco avergonzada de tener que poner mi ropa interior allí.

—Más tarde volvemos a salir y enjuagaremos el agua del mar de ellas —


explica Peter. Me mira por un momento más, luego se da vuelta y entra
en la cabaña murmurándose a sí mismo—: Hombre, yo necesito una
ducha, una muy fría, creo.

Qué cosa tan rara para decir, pienso, mientras sigo a Emi al interior de
la casa.

—Compartirás la habitación con Alai y Luz, si eso está bien —me dice
Emi.

Como si tuviera razones para quejarme si no me gustara esto, pero no


tengo quejas de todos modos. Estoy bastante encariñada a las dos.

—Eso está muy bien. Y gracias, Emi, por haberme traído. —Ella se da
vuelta y me abraza. Esta vez no es tan sorprendente o inesperado, y me las
arreglo para abrazar su espalda antes de que me suelte.

—De nada, cariño. Estoy muy contenta de que fueras capaz de venir. —
Ella me libera—. ¿Te gustó el mar?

Me río.

—Sí, fue increíble. Peter me enseñó a surfear con el cuerpo. Espero que
esté bien que volviéramos con nuestra ropa mojada.

Ella sonríe con indulgencia.

—Para eso es que las lavadoras y secadoras fueron creadas.

Pienso en mi madre, y a lo que sería su reacción bajo estas mismas


circunstancias, y tiemblo. Oh, bueno, no tengo que preocuparme de él o ella
durante estas dos semanas gloriosas. Sonrío con placer por el pensamiento
cuando entro en mi habitación compartida designada, donde soy recibida
con gran alegría por las hermanas de Peter, como si me hubiera ido por
una semana, en lugar de por media hora.

Ah, sí, pienso, ¡esta va a ser una gran Navidad!


Capítulo 15

A
l día siguiente, vamos a visitar al famoso abuelo Peter. Él y su
esposa, la abuela June viven en un bosque, lo que me sorprende,
porque no creí que hubiera ningún bosque en Florida. Viven en una
pequeña cabaña a la orilla de un río. El abuelo Peter no se parece mucho
a Peter y a su padre, excepto por los ojos, que son casi exactamente los
mismos que los de Peter.

El abuelo Peter y la abuela June pasan algún tiempo abrazando y


besando a los miembros de la familia mientras me paro detrás de ellos y
los observo. El abuelo Peter saca algunas grandes monedas de plata de su
bolsillo y le da una a cada uno de los chicos, incluyendo a Peter.
Entonces él me ve de pie ahí y se acerca con una gran sonrisa.

—Tú debes de ser Lali. He oído hablar mucho de ti.

Él me abraza, algo que ya no me sorprende viniendo de alguien de ésta


familia. Desliza una moneda en mi mano también. La abuela June me
abraza, entonces el abuelo Peter desliza mi mano en su brazo.

—Vamos a caminar —dice él.

—Peter, deja a la chica en paz. Ella apenas y te conoce —lo regaña la


abuela June.

—Sólo quiero caminar con ella, conocerla un poco más —dice,


conduciéndome hacia la puerta trasera.

—No me importa —le digo a mi Peter, quien está observando con clara
intención de intervenir si quiero que lo haga.

—June, cariño ¿por qué no les consigues algo que comer a los chicos
mientras Lali y yo hablamos?
No espera por una respuesta, sólo me lleva por la puerta trasera,
cerrándola firmemente detrás de él, una clara indicación para que no
seamos seguidos. Me conduce hacia abajo a un camino que corre a lo largo
del río.

—Así que tú eres la novia de Peter, ¿eh? —me pregunta, sonriendo con
picardía.

Me encojo de hombros. —Supongo que sí.

—¿Supones? ¿No lo sabes?

—No ha habido realmente ninguna… —busco por una palabra—,


declaración formal de parte de cualquiera de los dos. —Aun cuando digo
esto, recuerdo las palabras de Peter el día anterior mientras jugábamos
en el océano. Te amo. Al menos, eso es lo que pensé haber oído.

—Huh. —Él se pierde en sus pensamientos—. Extraño —finalmente


declara.

—¿Qué es extraño?

—Hablo con Peter varias veces por semana —me dice, algo que no sabía—
. Y todo lo que ese chico habla es sobre ti. Creo que puedo decir con
certeza que ese niño está patas arriba por ti.

Agacho la cabeza, avergonzada, pero también extremadamente satisfecha


por sus palabras.

—Bueno —murmuro—, el sentimiento es totalmente mutuo.

El abuelo Peter se ríe, dirigiéndome a una banca que se encuentra frente


al río.

—Sentémonos aquí un rato.

—Es realmente hermoso aquí —le digo, admirando la frondosa arboleda de


pinos verdes gruesos y profundos que nos rodean. El agua clara
borboteando.
—Lo es ¿verdad? —June y yo hemos vivido aquí, oh, creo que serían cerca
de diez años ahora, y tenemos la intención de morir aquí.

Asiento con la cabeza. —Puedo ver por qué. Me gustaría morir aquí,
también.

Me mira, y me doy cuenta de lo que dije, y cuán estúpido sonó. Mis


mejillas se vuelven rosas con disgusto.

—Lo que quise decir, sí fuera a morir, éste sería el lugar ideal para hacerlo.

El abuelo Peter se ríe.

—Bueno, esperemos que no tengas que preocuparte por eso durante algún
tiempo. —Observa mi muñeca entablillada—. ¿Qué te pasó aquí?

Mi estómago se contrae por la pregunta. Me encuentro no queriendo


mentirle a éste hombre, pero tampoco quiero admitir la verdad. Lucho con
mi respuesta, mientras él espera pacientemente, observando al río fluir.
Tal vez es la influencia tranquilizadora del río, o la manera en que él
inspira confianza con su presencia, o simplemente el hecho de que sus
ojos son tan parecidos a los de mi Peter, pero me encuentro a dejando
escapar la verdad.

—Mi madre lo hizo. —Tan pronto como las palabras están fuera, quiero
retirarlas, pero en lugar de jadear con sorpresa o mirarme con censura, él
simplemente asiente con la cabeza, manteniendo sus ojos en el río.

—Me han dicho que soy un muy buen oyente. —Ahora se gira hacia mí—.
También soy muy bueno guardando secretos.

Y así, me encuentro contándole todo.

—Cuando era joven, mi vida era bastante normal, creo. No tengo ningún
recuerdo malo o traumático de todos modos. Entonces, cuando tenía
nueve años, mi papá perdió su trabajo. No sé por qué eso debió haber sido
un gran problema, ya que él ahora tiene un año en su trabajo. Pero cambió
todo.
Le cuento cómo mi madre había cambiado después de perder el bebé, toda
la historia hasta la última paliza, dejando fuera los peores detalles o la
frecuencia, y la severidad de los golpes, pero creo que él llena los espacios
en blanco de todos modos. Observa el río, sin comentarlo o interrumpirme.
En algún punto de mi historia, se acerca y gentilmente sostiene mi mano.

Su desgastada, arrugada, y callosa mano sobre la mía tiene un efecto


calmante, y en lugar de contar la historia con lágrimas o enojo,
simplemente declaro los hechos. Cuando termino, le da un apretón a mi
mano y luego la libera.

—¿Peter sabe sobre esto?

Sacudo la cabeza. —No. Creo que podría sospechar un poco, pero


realmente no puede imaginarlo, viniendo de la familia de la que viene.

—No. No creo que pueda. ¿Mi hijo lo sabe?

—Él sabe algo. Fue quien me curó después de la última… vez. Vio algunas
viejas heridas en mis radiografías y me preguntó.

—Él es un buen chico.

Sonrió ante su descripción del Dr. Lanzani como un chico. Puedo


difícilmente pensar en Peter como un chico, y mucho menos en su padre.

—Sí, lo es. —Estoy de acuerdo—. Ellos son buenas personas. Se han


convertido en mi ideal de lo que debería ser una familia. Nunca imaginé
que hubiera familias reales allá afuera como esta, aquí todos son tan
agradables, y se aman tanto el uno al otro.

—Mi hijo hizo bien al escoger a Emi como su esposa. Ella me recuerda
mucho a mi June.

Me mira de lado a lado.

—Parece que Peter tiene la misma tendencia para escoger una buena
chica para amar.

Sonrío, conmovida por su cumplido.


—No deberías volver a casa —me dice, muy seriamente—. Parece que se
está volviendo peor. ¿Qué pasará la próxima vez?

Trago. He tenido esos mismos pensamientos, muchas veces.

—Ella parece estar mejorando ahora. Ha sido buena conmigo desde la


última vez, y me permitió venir aquí. Incluso me dio un poco de dinero, lo
que fue un gran sacrificio para ella.

—¿Sabe que viniste con Peter?

—No. —Miro hacia otro lado, sintiéndome culpable—. Ella ni siquiera


conoce a Peter. Sólo le dije que iría con un amigo, lo que no fue una
mentira. Peter es mi mejor amigo.

Escuchamos hojas crujir contra el suelo detrás de nosotros y nos damos la


vuelta para ver a Peter venir hacia nosotros. Miro al abuelo Peter, con
estrés intensificando mis ojos, ante el pensamiento de que él dirá mi
secreto. Me mira y sacude la cabeza, indicando su confidencialidad.

—Ahí están ustedes dos —dice Peter, mirando a su abuelo con una
cariñosa sonrisa, y luego volviendo su mirada hacia a mí, con
preocupación en su expresión. Le sonrío y se relaja visiblemente.

—Sólo estamos aquí sentados, admirando el río —le dice el abuelo Peter—
. Quería asegurarme que esta chica era lo suficientemente buena para ti.
—Su tono es ligero y con burla, pero tengo la sensación de que es un poco
serio acerca de eso.

—¿Y? —pregunta Peter, sonriendo. Miro hacia el abuelo Peter, también


esperando su respuesta.

—¡Y creo ahora que tengo que preguntarme si eres lo suficientemente


bueno para ella! —Ambos ríen y sacudo la cabeza hacia ellos.

—Bueno —dice Peter—. Si no lo soy, trataré muy duro para hacerme


digno. —Peter llega hacia nosotros y se inclina para tirar de mi mano en
la suya.
El abuelo Peter se pone de pie, y me apresuro a hacer lo mismo. Me da
unas palmadas en el hombro, manteniéndome en mi lugar.

—Creo que lo harás bien —le dice a Peter.

—¿Y qué piensas del abuelo? —me pregunta Peter.

—Creo que sé de dónde sacaste tu encanto.

El abuelo estalla en risas ante eso.

—Buena respuesta —me dice. Entonces mira a Peter—. Regresaré a la


casa. Ustedes dos regresen cuando estén listos.

Peter se sienta a mi lado en la banca donde su abuelo había estado y


estira su brazo alrededor de mi hombro. Felizmente me inclino hacia él,
envolviendo mi brazo alrededor de su cintura. Nos sentamos ahí durante
algún tiempo, observando el río en un cómodo silencio.

***

Mi estancia en Florida rejuvenece mi alma. No estoy obligada a hacer


cualquier cosa bajo una amenaza de violencia, no hay nadie torturándome
o burlándose de mí de ninguna manera sino en una manera amorosa.

La familia de Peter me lleva a un parque de diversiones, y estoy tan


emocionada como Allegra por todos los personajes y paseos. Alai y
Luz tratan de aparentar indiferencia, pero pronto abandonan todas las
pretensiones y se vuelven tan entusiasmadas como yo lo estoy acerca de
todo.

Peter me lleva a las montañas rusas que hacen caer mi estómago con
emocionante miedo, y los paseos me sorprenden con la creatividad de cada
uno. Lo mejor de todo, me lleva a un enorme columpio que nos levanta
hacia el cielo y, cuando Peter tira de una cuerda, nos deja caer a 150 pies
hacia la tierra a una velocidad que me tiene riendo y llorando al mismo
tiempo. Me lleva tan alto como he tratado de ir en mi propio columpio, lo
que no he sido capaz de hacer, ya que no tiene la altura de éste.

Es estimulante.

Comemos palomitas de maíz y manzanas acarameladas, y algodón de


azúcar hasta que nos enfermamos. Emi toma cientos de fotografías.

Vamos hacia los pantanos en un bote de aire y vemos verdaderos


cocodrilos vivos, después vamos a comer en un restaurante a la orilla del
pantano y comemos ―mordidas de caimán‖, lo que para mí horror son de
cocodrilo real. Vamos al teatro y vemos una película, también la primera
vez para mí.

Pasamos muchos días con el abuelo Peter y la abuela June, algunas veces
en su casa, algunas en la casa de la playa. Esos son mis momentos
favoritos, rodeada por ésta amorosa familia donde siempre hay risas.
Comemos filetes de barbacoa y hamburguesas, lo que nunca he hecho
antes. El Dr. Lanzani se ríe ante mi insistencia de verlo hacerlas para
ahora poder aprender.

Siempre ayudo a Emi en la cocina si estoy allí, a pesar de que protesta


que soy un invitado. Una noche después de un ajetreado día, Alai, Luz y
yo la echamos de la cocina y las tres hacemos un pequeño festín para la
familia. Todos mis años de crear comidas de lo que estuviese disponible
me son de ayuda. Ponemos la mesa formal, Alai haciéndose cargo de eso
y mostrándome cómo colocar correctamente los utensilios. Tengo que
retroceder a los recuerdos de la última vez que intente tal cosa, mi
estómago se contrae con nervios cuando dejamos a la familia entrar. Pero
la encantada reacción de Emi y la apreciación del resto de la familia,
barren lejos ese recuerdo y es reemplazado con este nuevo, buen recuerdo.

La Nochebuena y el día de Navidad las pasamos con el abuelo Peter y la


abuela June. Después de una deliciosa cena de víspera de Navidad, hecha
por la abuela June, Peter me lleva hacia la banca cerca del río para poder
intercambiar regalos. Él insiste en abrir primero el mío.

Ahora que es tiempo de abrirlo, me siento dudosa al respecto. No había


costado mucho. En el momento en que lo compré, había querido algo que
le dijera cómo me sentía por él, pero ahora estoy insegura de sus palabras
aquel día en el océano, estoy un poco asustada de que piense que es un
poco precipitado.

Desenvuelve el regalo, abriendo la caja para revelar un pequeño cuadro de


cristal con un corazón grabado con láser en el centro de él.

—No es mucho, lo sé. Es sólo que… quería… significa… —Mi voz


desvaneciéndome poco a poco, sin saber qué decirle.

Me mira, y veo algo como esperanza en sus ojos.

—¿Por qué me diste esto? —me pregunta en voz baja, no demandando,


sólo queriendo saber qué significa.

Suspiro y aparto la mirada, avergonzada.

—Porque quería que supieras cómo me siento por ti.

Levanta mi barbilla hasta que mis ojos encuentran los de él.

—¿Y cómo te sientes acerca de mí, Lali? Además de ser tú mejor amigo. —
rectifica rápidamente.

Trago con fuerza, mirando hacia abajo, con miedo a pronunciar las
palabras ahora. Entonces me decido a decirle de todos modos, y espero
que no piense que soy una chica tonta. Lo miro directamente a los ojos y
respiro.

—Tú sabes… que te amo —le digo.

Él sonríe, una sonrisa que ilumina su rostro, tirando de mí en sus brazos


y besándome profundamente.

—¡Por fin! —exclama.

—¿Por fin? —hago eco.

—Estaba empezando a preguntarme, Lali. Ha pasado casi una semana


desde que te dije que te amaba, y no habías dicho nada. Estaba
empezando a preocuparme de que no lo hicieras, y me he estado
preguntando qué podría hacer para hacer que me amaras.

—¿Quieres que te ame? —le pregunto, aturdida.

—Lali, te he amado durante años. Quiero decir, sé que a los doce años no
sabes lo que es el amor, así que supongo que debería decir, que realmente
me has gustado por años. Pero cuando te vi este año, lo supe. Supe que
deberíamos estar juntos. Sólo no sabía lo difícil que iba a ser el conseguir
incluso que yo te gustara. Así que, sí, por supuesto, quiero que me ames.

Sonrío.

—Bueno, te amo. Más de lo que pensé que podría, más de lo que debería.
Pero no me importa. No me importa si molesta a otras personas, o si no te
merezco y no me importa si no te gusta porque te amo y te amaré por
siempre, no importa qué.

Peter se ríe ante mi discurso, besándome de nuevo.

—Está bien, dame mi regalo ahora —le demando en tono de broma cuando
recupero el aliento.

Me compró una cadena de plata con un corazón abierto colgando de ella.

—La misma teoría detrás de mí regalo —me dice, encogiéndose de


hombros. Lo beso—. Pensé en darte una chaqueta —sonríe con ironía—,
pero me gusta verte en la mía.

—Gracias. Es el mejor regalo que he recibido.

Más tarde, Emi nos pide a Peter y a mi ayudar a Santa y arreglar los
regalos de las chicas. No he tenido una mañana de Navidad desde que era
niña. Había olvidado lo divertido que puede ser, toda la emoción y la
anticipación.

La mañana de Navidad comienza temprano con gritos entusiasmados de


Allegra. La observo a ella y las otras dos chicas mientras rasgan
emocionadas sus regalos. Alai está consciente de quién es Santa en
realidad, por supuesto, pero sigue con el juego por el bien de sus dos
hermanas menores.

Después de que ellas terminan, Alai excava bajo el árbol, sacando los
regalos de la familia y ahí, estoy sorprendida y un poco autoconsciente
cuando me entregan regalos de cada miembro de la familia, incluyendo al
abuelo Peter y a la abuela June.

Me alegro de haber tomado tiempo antes de conseguirle a cada uno un


pequeño regalo, que había colocado debajo del árbol la noche anterior.
Había conseguido los regalos del abuelo Peter y la abuela June en el
pequeño mercado en la playa unos días antes.

Estoy abrumada por el amor y la aceptación que siento, y estoy agradecida


por todos sus regalos. Toco el corazón de plata colgando de la cadena
alrededor de mi cuello, y sé que el mejor regalo de cualquiera de ellos, es el
de Peter.

***

La víspera de Año Nuevo es un día que recordaré siempre. Antes de que el


anochecer caiga, arrastramos mantas y sillas hacia la playa a la orilla del
agua. Transportamos enfriadores y contenedores de comida y bebidas.
Luego cargamos con paquetes de madera, y un equipo de música con una
pila de CD’s, que tocamos todo el tiempo en que estamos aquí afuera. Las
baterías incluso se agotan hasta el punto en que tienen que ser
reemplazadas.

Encendemos una fogata y asamos perritos calientes en palitos. Emi


hace ensaladas de papa y macarrones que comemos con los perritos
calientes.

Después hacemos algunos malvaviscos. Nunca he comido malvaviscos


tostados, que son como el cielo mismo. Pero cuando Peter hace que haga
―ah‖ y levanta uno para que tome un bocado, me derrito con placer.
Hay fuegos artificiales sobre el océano a la medianoche, iluminando el cielo
y el agua con brillantes colores, son mejor de los que había visto desde mi
columpio el pasado 4 de Julio desde casa, en especial desde que los veo
envuelta en los brazo de Peter.

Después de los fuegos artificiales, el Dr. Lanzani se pone de pie para


bailar con Alai y Luz. Allegra se ha quedado dormirá en los brazos de
Emi. Me siento en un tronco, con Peter sentado frente a mí, sus manos
sosteniendo mis brazos, que están envueltos a su alrededor, con mi
barbilla apoyada en su cabeza.

Observo al Dr. Lanzani, el hombre que tuvo tanta compasión y me ayudó


y cuidó de mí cuando yo era una virtual desconocida, quien me ofreció su
ayuda y guardó mi secreto. Es él quien desearía que fuera mi padre, un
hombre que arremanga sus pantalones y baila en la arena con sus hijas,
aún si piensa que podría lucir tonto.

Miro a Alai, la chica con un excelente sentido de la moda y un inmenso


talento que ha hecho amistad conmigo y no le ha dado importancia a
nuestra diferencia de edades. Y Luz, la niña tímida que a veces viene a mi
lado y desliza su mano en la mía con timidez, o que se sienta junto a mí,
contenta de sentarse en silencio.

Me volteo hacia Emi, observándola frotar ligeramente su barbilla sobre


la cabeza de Allegra, mirando a su esposo e hijas con amor brillando en
sus ojos. La mujer que ha criado a mi Peter con obsesionarse en ser un
caballero todo el tiempo, sólo para no decepcionarla.

El abuelo Peter y la abuela June están sentados juntos en un sofá


plegable de dos plazas. Ellos también me aceptaron y me aman
incondicionalmente; especialmente el abuelo Peter, quien sabe todo sobre
el horror que es mi vida y lo mantiene para sí mismo, y que no me ha
tratado de una manera diferente por eso.

Aprieto a Peter, quien se vuelve para sonreírme antes de volver a ver a sus
hermanas. Él me ha dado a estas personas que he llegado a amar con
tanta fuerza. Siento una paz y una alegría que no creo ser capaz de volver
a sentir, pero sé que siempre tendré éste recuerdo.
Capítulo 16

V
olamos a casa el sábado por la noche, así que vamos a tener un día
para relajarnos antes de regresar a la escuela el lunes por la
mañana. Estoy reacia a regresar a mi casa, sintiendo la familiar
sensación de ansiedad en mi vientre cuando el avión aterriza.

Primero vamos a casa de Peter, donde transferimos mi maleta y la bolsa


extra que tuve que conseguir para traer a casa todos los regalos y
recuerdos que he recibido, al automóvil de Peter. Incluso he traído para la
casa de mis padres una botella llena de arena y algunas conchas marinas
cuidadosamente seleccionadas de la playa. Recibo abrazos de todos, y me
hacen prometer que voy a pasar más tiempo en su casa, ya que me
echarán de menos, esta va a ser una promesa difícil de cumplir puesto que
ya paso la mayor parte de mi tiempo aquí.

Peter me abre la puerta y mientras subo, coloco una mano en el bolsillo


de mi chaqueta y siento a aquel otro secreto, que ahora mantenemos el
abuelo de Peter y yo.

La culpa me inunda cuando mis dedos tocan sobre el paquete, relleno de


diez billetes de cien dólares. Insistió en que lo utilizara en algo que él
llamó, un "fondo de emergencia."

—No tienes que usarlo. Pero me sentiría mucho mejor si supiera que lo
tienes, de modo que si necesitas un escape, rápido, tienes una opción —
me dijo.

Discutí, pero él había insistido, y de alguna manera me encontré a mí


misma abordando el avión con el dinero en mi bolsillo. Tengo la intención
de enterrarlo en lo profundo de un cajón y cuando me mude de mi casa,
voy a enviárselo de nuevo a él.

Peter conduce a mi casa, el viaje es muy corto. Estaciona y me ayuda a


descargar mi equipaje, y luego me trae a sus brazos, que son cálidos en
contra el frío aire de la noche.

—¿Cómo voy soportar no verte todo el día, todos los días? —pregunta,
abrazándome.

No respondo, esperando llorar al pensar en el regreso a mi triste vida,


sabiendo que tengo que esperar hasta la mañana del lunes para volver a
verlo de nuevo.

—¿Estás segura de que no puedo ayudarte a llevar tus cosas a dentro? —


Hemos tenido esta discusión muchas veces antes, y puedo escuchar en su
voz que él ya conoce la respuesta—. Realmente debo conocer a tus padres.
Al parecer, está mal visto escondernos de ellos.

—Peter, es complicado. Ya lo sabes. Llegará el día cuando se puedan


conocer —le digo, teniendo un difícil instante imaginando cuando ese día
podría llegar a ser—. Pero no todavía. Por favor.

Suspira, entregándome las maletas. Me besa, luego sube al coche y se va.


Siento al frío filtrarse por mi piel al perder su contacto, y con mucho miedo
y a su vez con una pequeña esperanza, regreso a mi casa. Me pregunto
cuáles son las posibilidades de que su buen humor se haya prolongado.

El coche de mi padre no se encuentra aparcado en la entrada, nada


inusual para un sábado por la noche. Arrastro el equipaje por las escaleras
del frente. Saco el sobre de dinero de mi bolsillo y lo introduzco en uno de
la maleta antes de abrir la puerta. Tengo que tirar una de mis bolsas al
mismo el tiempo que mantengo la puerta abierta, y luego regreso por la
otra. Sin embargo, antes de que pueda recuperar la segunda, escucho mi
nombre.

—¡Mariana! ¿Eres tú?

Mi corazón se hunde como una piedra. Conozco ese tono demasiado bien.
Toda una vida de entrenamiento para obedecer me torna hacia ella,
dejando a mi segunda bolsa sobre el porche. Veo de inmediato que sus
ojos están entreabiertos y vidriosos, tiene las pupilas dilatadas. Quiero
caminar y alejarme, pero mis pies me acercan a ella, aparentemente por
voluntad propia. Ella se sienta en el sofá iluminado por la débil luz de la
lámpara.

—¿Dónde demonios has estado? —exige, terriblemente calmada.

—Yo... me fui a Florida, ¿recuerdas?

Veo un destello de recuerdo en sus ojos, pero ella lo aparata lejos, absorta
en su ira.

—¿Quién dijo que podías hacer eso?

Tú, pienso, pero no me atrevo a decirlo en voz alta, bien entrenada en mis
respuestas. Es entonces cuando me doy cuenta que la casa es un
desastre.

Basura esparcida en el piso; los viejos platos de alimentos están sobre la


mesa y el piso. Esto huele como a algo que probablemente ha estado así
durante todo el tiempo me he ido.

Ella sigue el recorrido de mis ojos, y sus ojos destellan con la respuesta.

—¿Ves este desastre? —Su voz ahora es cada vez más alta, sus palabras
vienen más rápido—. Haz hecho todo este lío, luego nos dejas para ir a
unas vacaciones —escupe la palabra—, ¡dejándome esto aquí para que yo
lo limpie!

Porque todavía estoy mirando a mí alrededor con repulsión, ya imaginando


las horas de duro trabajo que esto va a tomar para ser limpiando, casi no
veo su siguiente movimiento. Con un paso rápido que no sabía que ella era
capaz de hacer, se levanta del sofá, con un bate de béisbol metálico en la
mano, balanceándolo hacia mi cabeza.

Lanzo mi brazo nuevamente sin férula para protegerme por instinto. El


bate se estrella en mi brazo debilitado, continuando su arco para golpear
contra el costado de mi cabeza. Me caigo al suelo, el dolor de mi brazo roto
es lo único que me mantiene consciente y suspiro. El instinto de
supervivencia ha luchado en mis rodillas para alejarme de ella y balancea
el bate de nuevo, el duro metal golpea contundentemente mi espina dorsal
y envía dolor al instante en que se ponen en contacto, robando mi
respiración.

Estoy en el suelo de nuevo, rodando lejos cuando el bate vuelve a bajar,


esta vez errando en mi cabeza por unos centímetros. Esto le enfurece y
suelta un aullido animal que me asusta más que cualquier otro grito que
ella haya hecho nunca antes.

El muro está a mi lado y empujo jadeando contra él, utilizando como


palanca con el brazo bueno para esforzarme estar en una posición de pie
cuando el bate viene a toda velocidad, esta vez haciendo contacto violento
contra mi estómago. Me tuerzo de forma involuntaria y ella lo batea de
nuevo, implantándolo a través de mi espalda. Esto me impulsa hacia
adelante. Es el final de la mesa cuando la rompo por mí caída, chocando
con la lámpara en el suelo, haciendo estallar la bombilla de la luz, lo que
nos deja en la oscuridad impenetrable. La única luz que brilla a través de
la ventana es el farol de la calle. Ruedo por sobre la mesa hasta sofá,
usando esto como una barrera temporal para conseguir ponerme de pie.

Ella batea hacia mi cara, provocándome en la mejilla un dolor que mece el


mundo y me lleva temporalmente fuera de foco. Lucho para mantenerme
consciente mientras la miro, veo su rostro contraído por una horrible
rabia, y sé que ella me va a matar si no me escapo. Una imagen con
destellos de Peter viene a mi cabeza y con ella encuentro una reserva de
fuerza sacada de algún lugar en mi interior. Tropiezo hasta la cocina, pero
ella se anticipa y viene acercándose a la cocina desde el otro lado,
golpeándome con la puerta.

Se balancea el bate de nuevo y mi mano buena intuitivamente surge en


defensa. El extremo del bate golpea en mi palma y cierro la mano alrededor
del palo, con la mano lesionada llegando a prestar la fuerza de mi agarre.
Antes de que tenga tiempo para pensar, actúa el instinto de supervivencia,
lo empujo hacia ella, empujándola en el pecho con la fuerza suficiente para
impulsarla hacia atrás. Ella no esperaba esto por lo que no estaba
preparada. La fuerza le envía tambaleándose hacia atrás. Sin tiempo para
tratar de amortiguar su caída y sin soltar el palo, yo lo suelto, ella cae al
suelo de baldosas. Escucho a su cabeza golpearse con una resonancia
asquerosamente fuerte.

La fuerza también me envía tropezando hacia atrás, y aterrizo sobre mi


espalda maltratad con un aplastante dolor que me deja sin aliento, ambas
quedamos a poco distancia. Me quedo quieta, sin aliento, sabiendo que
tengo que moverme antes de que ella se levante de nuevo.

Dolorosamente, ruedo sobre mi vientre y comienzo a impulsarme con los


pies, incapaz de levantarme, arrastrándome mientras el mundo gira a mí
alrededor. Tengo que salir. Puedo sentir la sangre acumulándose por
debajo de mí, manchando con cada empuje hacia adelante. Sólo me muevo
unos metros antes de no poder más.

Mi cabeza está tambaleándose, la conciencia apenas se sostiene en una


cosa. Finalmente me quedo quieta, esperando a que ella regrese, para
terminar lo que empezó.

Peter.

Su nombre corre por mi cabeza, recuerdos y pensamientos


incoherentemente mezclados. No estoy segura de cuánto tiempo he estado
aquí, dolorosamente tratando de respirar, antes de que me dé cuenta de
que no he oído ningún movimiento.

Oh, por favor, —rezo—, déjala estar inconsciente.

En el pensamiento de que aún puedo escapar, me impulsa a mí misma


delante de nuevo, pero el esfuerzo y el dolor causan que sala gire
peligrosamente, así que me detengo.

Peter, pienso otra vez, y como si mi pensamiento le convocara, el teléfono


celular prestado en mi bolsillo delantero comienza a sonar. Me las arreglo
para levantar dolorosamente mi cadera, lo suficiente como para meter la
mano y tirar de él, mis dedos con sangre deslizándose lejos la primera vez.

Finalmente logro menearlo hacia fuera, empujándolo por el suelo cerca de


mi cara, sabiendo sin mirar que es él. Lo abro y trato de decir su nombre.

—Hey, Lali, sé que dijiste que no llamara todavía, pero no podía esperar.
Quería hablar contigo ahora. —Escucho su voz por el altavoz. Tomo una
respiración entrecortada.

—Peter —esto sale en un susurro.


—¿Lali? ¿Estás ahí?

Por favor, por favor, ruego en silencio.

—¿Hola? ¿Lali?

—Peter —jadeo de nuevo. Esta vez me oye, y por las irregulares palabras
se entera de que hay algo mal.

—¿Lali? ¿Qué pasa? —Hay un ligero tono de pánico en su voz.

—Policía... llama… policía. —Mi voz está blanda y rota.

—¡Lali! La, espera.

Puedo escuchar a Peter hablando frenéticamente a su padre, quien


inmediatamente adivina lo que ha sucedido. Él toma el teléfono de Peter.

—¡Lali? ¿Estás todavía en tu casa? —Su voz es calmada y autoritaria.

—Ayuda... me —le susurro.

—Marca a la policía en el teléfono, Peter y dales la dirección de Lali —


puedo oírle decir a Peter.

—Lali, ¿estás herida? —dice en el teléfono para mí, su voz está


preocupada pero es fuerte.

—Ayúdame —le susurro de nuevo.

—Lali, la ayuda está en camino. Trata de entrar en un armario o en algún


lugar seguro, si puedes.

Puedo notar que comienza a preocuparse por el arrastre en sus palabras.


Sus palabras se están desvaneciendo. Quiero decirle a Peter que lo amo,
que lo voy a extrañar. Porque me estoy muriendo… lo siento. Pero no hay
ninguna palabra al alcance. Una oscuridad suave y cálida me envuelve y
me entrego a ella.
Capítulo 17
Traducido por Makilith Vivaldi
Corregido por Curitiba

H
ay blanco por todo alrededor mientras parpadeo lentamente
abriendo mis ojos. Bueno, pienso confusamente, todos hablan
sobre una luz blanca. También hay un sonido constante, y un
silbido rítmico de aire con un sonido de clic. Algo está tirando
pesadamente de un lado de mi boca, y me siento aprisionada, como si no
me pudiera mover si lo intentara.

—Bueno, bueno, mira quien finalmente despertó.

Una mujer entra en mi visión con un rostro amable, y estoy sorprendida


que los ángeles se vistan como… ¿enfermeras? Trato de hablar y soy
incapaz de formar palabras, sólo hago sonidos en mi garganta.

—No serás capaz de hablar, cariño. Tienes un tubo bajando por tu


garganta que te ayuda a respirar.

¿Tengo que respirar en el cielo? Muevo un brazo y siento dolor


disparándose hasta mi hombro. Me estremezco, comenzando a sospechar
que no estoy en el cielo en absoluto, lo que significa o que estoy en el
infierno, o no estoy muerta, ninguna de las dos es una perspectiva
agradable.

—Puedo darte algo para el dolor si lo deseas —me dice—. Pero


probablemente te hará dormir de nuevo, y hay alguien aquí que quiere
verte.

Ella mira significativamente a mi otro lado, y giro mi cabeza ligeramente.


Ahí está Peter, sentado en una silla que luce incómoda en un rincón,
durmiendo. Su rostro está sin afeitar, en varios días ha crecido su bigote,
haciéndolo lucir más viejo. Me doy cuenta de que nunca lo he visto de
ninguna manera sino bien afeitado.

Lágrimas se forman y corren por las esquinas de mis ojos ante la vista de
él ahí. Miro de nuevo a la enfermera, quien luce preocupada de que tenga
tanto dolor, pero ve algo más en mi rostro y sonríe.

—No se ha movido en todo el tiempo que has estado aquí. Ha sido todo lo
que pudimos hacer para conseguir que saliera de la habitación mientras
hacíamos lo que necesitábamos hacer. Incluso entonces, él sólo fue hasta
afuera de la puerta. Un chico muy devoto el que tienes ahí.

Ella camina a través de la habitación, la que ahora reconozco como una


habitación de hospital que está inexplicablemente llena con flores. Lo
sacude gentilmente en el hombro, llamándolo por su nombre.

—Peter, hay algo que deberías ver.

Peter se endereza rápidamente, con el cuerpo tenso como si estuviera


esperando algo malo, sus ojos inmediatamente vuelan hacia mí. Lo miro de
regreso, y la confusión pasa a través de su rostro mientras ve mis ojos,
después con incredulidad. Mira a la enfermera, y ella asiente con la
cabeza. Sus ojos regresan a los míos mientras se pone de pie. Lentamente
camina hacia mí, como si temiera que cualquier movimiento rápido
cambiará lo que piensa que está viendo.

Él se acerca, sus propios ojos brillando con lágrimas mientras acerca un


dedo, atrapando mis lágrimas con su dedo. Frota su pulgar y su dedo
como si quisiera asegurarse que las lágrimas son reales.

—¿Lali? —pregunta mi nombre. Su mano acaricia mi mejilla y me inclino


hacia ella. Él se inclina hacia mí, poniendo su frente contra la mía, sus
ojos a centímetros de los míos.

—Lali —él respira, con alivio evidente en su voz. Cierra sus ojos y traga
con fuerza—. Por favor, recupérate —susurra, abriendo sus ojos para
mirar dentro de los míos, y ahí veo amor mezclado con alivio, y algo más,
también. ¿Culpa?

—Iré a llamar al doctor, a hacerle saber que estás despierta —dice la


enfermera. Ambos la escuchamos pero ninguno de los dos mira hacia otro
lado, absortos el uno en el otro.

—No pensé… pensé que nunca podrías despertar, Lali. —Él traga,
parpadeando mientras alcanza a ciegas mi mano con su mano libre,
envolviéndola en la suya, suavemente—. Me hubiera muerto.

Trato de sacudir la cabeza furiosamente ante el pensamiento de Peter


muerto, pero impedida por el tubo en mi garganta. No puedo comenzar a
imaginarlo muerto, al hermoso, vibrante, amable, cariñoso, y muy vivo
Peter.

La enfermera vuelve a entrar en la habitación, seguido por un terapeuta


respiratorio, y el doctor que iba a venir a verme de todos modos. Peter se
pone de pie, retrocediendo un poco, pero aun sosteniendo mi mano.

—Nos has dado un buen susto, jovencita —dice el doctor. No lo conozco,


nunca lo he visto antes, y me pregunto si él es tan buen doctor como el Dr.
Lanzani, aunque probablemente no le gustaría ser comparado con un
veterinario.

—Vamos a tratar de sacar ese tubo de tu garganta, ¿eh?

Asiento con la cabeza, queriendo hablar con Peter.

—Lo vamos a sacar, pero has estado dependiendo de el por un tiempo, así
que podría ser difícil para tu cuerpo respirar por sí mismo. Tal vez
tengamos que ponerlo de nuevo —me advierte.

Él y la enfermera dan un paso hacia adelante, obligando a Peter a


retroceder. Se mueve al final de la cama, donde puede verme. Ellos tiran
del tubo hacia afuera, y toso con arcadas ante la sensación. El terapeuta
respiratorio se acerca y coloca una máscara sobre mi rostro, bombeando
una cosa bulbosa en el otro extremo, forzando aire a mis pulmones. Por un
momento siento como si me estuviera ahogando, entonces los instintos de
mi cuerpo entran en juego, y mis pulmones dan un pequeño respiro por su
cuenta, después otro y otro.

Las tres personas del personal médico sonríen con alegría, luciendo como
padres orgullosos. Una cánula es colocada en mi nariz y el oxígeno
comienza a fluir.

—Peter. —Mi voz sale gruesa y áspera, apenas en un susurro. Peter


sonríe con su amplia sonrisa que amo tanto.
—Va a tomar unos días para que tu voz funcione bien —me dice la
enfermera.

Peter vuelve a mi lado, inclinándose para besarme suavemente en mis


labios puestos en libertad.

—Te amo —gesticulo.

—Te amo tanto —me contesta.

***

Es una lenta y dolorosa recuperación para llegar al punto en que puedo


salir de la cama. Tengo terapeutas físico y respiratorio todos los días. Soy
informada que uno de mis pulmones ha sido perforado por una costilla
rota y el otro colapsó cuando se llenó con líquido.

Mi cuerpo está débil por falta de uso, por lo que la terapia física es más
difícil, especialmente porque aún tengo muchos huesos rotos.

Han sido dos semanas desde el ataque hasta cuando desperté del coma.
Hay tomografías y pruebas realizadas por un terapista ocupacional que
determinan que no hay daños cerebrales obvios.

Peter nunca se va de mi lado.

Sus hermanas, Alai y Luz han venido a visitarme, Emi y Alai lloran
cuando me ven. Alai promete hacerme un traje especial para vestir
cuando salga del hospital, y Luz silenciosamente desliza un trébol de
cuatro hojas en mi mano. Emi me dice después, que ella lo había
encontrado hace un año y lo había estado manteniendo para la suerte.
Estoy conmovida de que quiera que yo lo tenga; necesito toda la suerte que
pueda conseguir. Veo la manera en que Emi mira a Peter, con
preocupación grabada en su rostro.

—Peter. —Mi voz es áspera aún, pero él se apresura a venir a mi lado


cuando lo llamo—. Ve a casa, Peter. Toma una verdadera ducha y
aféitate. —Levanto mi mano, sin poco esfuerzo, frotándola contra su
mejilla áspera—. Consigue una buena noche de sueño en tu propia cama.
No me iré a ninguna parte, estaré aquí por la mañana.

Emi une su voz con la mía.

—Ve, cariño, yo me quedaré aquí.

Él parece a punto de protestar, pero entonces asiente con la cabeza con


cansancio. Puedo ver lo que le cuesta el estar aquí todo el tiempo. Está de
acuerdo en tomar una ducha y afeitarse, pero insiste en volver más tarde
esta noche.

***

Una semana más tarde me estoy volviendo loca. Quiero un poco de


privacidad de todos los doctores, enfermeras y terapeutas que están
constantemente en mi habitación. También tengo miedo porque no puedo
ir a casa.

No he preguntado aún sobre mi madre. Ni ella, ni mi padre, han venido a


verme. Ha llegado al punto donde no saber es peor que preguntar, así que
cuando Peter y yo tenemos raramente unos cuantos minutos a solas, en
lo profundo de la noche mientras se sienta en su silla y trata de ponerse
cómodo al lado de mi cama, pregunto.

—¿Qué pasó con mi madre, Peter?

Se queda inmóvil donde está sentado, mirando hacia abajo a sus pies.
Finalmente exhala una fuerte respiración y me mira.

—No estoy seguro que esté en posición de decírtelo, Lali.

Me río con desprecio.

—Eres el único que debería decirme, Peter.


Él no dice nada.

—¿Estás enojado conmigo, Peter? Por no decírtelo, quiero decir.

Él me mira, confundido.

—¿Por no decirme qué?

—Acerca de… ella. Tú sabes, por no decirte lo que estaba pasando en mi


casa.

Él se acerca y toma mi mano, presionándola con su boca.

—Por supuesto que no.

Levanto la mirada hacia él.

—¿No en absoluto? —pregunto.

Se encoge de hombros y sonríe tristemente.

—Tal vez un poco, porque pude haber ayudado, tal vez. Porque esperaba
que confiaras en mí lo suficiente para saber que podrías decirme todo.

—Confío en ti, Peter, más que en nadie más. No era eso en absoluto.

—¿Qué era entonces?

—No podría haber soportado si me tuvieras lástima. Sabía que lo hacías


un poco, a causa de los chicos de la escuela. Pero si hubieras sabido de
ella, me habría preguntado siempre si realmente me amabas, o si era sólo
simpatía.

—¿Cómo podrías preguntarte eso? ¿No sabes cuánto te amo?

Le sonrío. —Es un poco difícil de entender, porque si hay una cosa que sé,
es que no te merezco.
—No digas eso. —Él luce dolido por mis palabras—. Yo no te merezco,
especialmente ahora. —Las dos últimas palabras las murmura en voz baja.

—¿Qué quieres decir con ―especialmente ahora?

Su rostro está angustiado mientras aprieta mi mano.

—Esto es mi culpa —él dice, su mano barriendo a lo largo de mi cuerpo,


que ha sido liberado en su mayor parte de varios tubos y correas.

—¿Qué? Peter, ¿con qué extensión de tu imaginación crees que esto es


culpa tuya?

—Porque yo te llevé a tu casa. Tuve la sensación de que necesitaba ir


contigo, pero te dejé que me convencieras. Si hubiera ido… —se quiebra,
atormentado.

—Peter, mírame —le digo, esperando hasta que sus ojos encuentren los
míos—. Si no hubiera sido entonces, hubiera sido después, después de
que te hubieses ido. O al día siguiente. O la semana próxima. No es culpa
tuya, y por primera vez en mi vida, sé que tampoco fue mía. No te dejaré
culparte a ti mismo. Además de eso, se acabó. No la dejaré tocarme de
nuevo.

Él mira hacia otro lado ante mis palabras.

—En Acción de Gracias ¿fue ella? —me pregunta.

—Sí.

—¿Y todas las otras veces, cuando tenías un ojo negro, u otras marcas?

—Sí.

—Debería haberlo sabido, debería haberlo adivinado —dice


miserablemente.

—No deberías, Peter. Era buena en el juego de esconderse.


Él no luce muy convencido por eso.

—¿Está ella en la cárcel? —pregunto.

Él no contesta, conteniendo la respiración con temor, y sé que ella no lo


está.

—Si ella no está en la cárcel donde debería de estar, si ella sigue en casa,
tengo que encontrar otro lugar donde ir. No puedo volver allí.

Si es posible, Peter luce aún peor que antes.

—¿Qué pasa Peter? —Estoy comenzando a sentirme asustada ahora ante


la expresión de su rostro—. ¿Está en mi casa?

Peter sacude su cabeza, y me siento un poco aliviada. Pero sigue luciendo


miserable. Ahora estoy asustada y confundida.

—¿Peter?

—Lali, hay algo que necesitas saber. Acerca de tu madre. —Da un respiro
resignado—. Lali, ella está muerta.
Capítulo 18
Traducido por Javy
Corregido por Curitiba

E
se día me convertí en una asesina. Ella murió como consecuencia
de golpearse la cabeza contra las baldosas del suelo, una rara pero
frecuente lesión mortal en la que el cerebro se separa de su tronco
cerebral. Ella había muerto de inmediato, no habría habido ninguna
posibilidad de salvarla aún si alguien hubiera estado allí para intentarlo.

Esto explica la única cosa que me he estado preguntando, ¿por qué mi


padre no ha venido al hospital para verme?

Él debe odiarme, pienso.

La policía quiere hablar conmigo tan pronto como los médicos sienten que
sea capaz de hacerlo; la única cosa que los mantiene lejos de hacerlo hasta
ahora, es el hecho de que he estado inconsciente de su muerte.

Con el conocimiento de su muerte decaigo, adormecida, y llevan un


psiquiatra para que me hable. La única condición de esto es permitirle a
un psicólogo policial escuchar las sesiones.

Realmente no quiero hablar de eso, sin embargo.

Le cuento a la policía todo lo que recuerdo, pero no quiero compartirlo con


un psiquiatra. No quiero compartirlo con nadie. Peter intenta hacerme
hablar sobre ello, pero no puedo ni siquiera mirarlo. No puedo imaginar
que él quiera estar con una asesina; ¿cómo podrá volver alguna vez a
mirarme de la misma manera que antes?

Me han dicho que habrá una investigación, que siempre se produce


cuando hay una muerte violenta, pero se va a esperar hasta que salga del
hospital y me sienta más fuerte.

Continuo mejorando físicamente, eventualmente llego a un punto donde ya


no estoy conectada a ninguna máquina, ni tengo tubos dentro de mí.
También sigo con mi terapia física hasta que puedo caminar en su
mayoría, sin ayuda. Los médicos deciden que puedo ir a casa y continuar
con mi tratamiento de forma ambulatoria. Esto me trae a un nuevo
temor… ¿Dónde voy a ir cuando salga del hospital?

Peter, Emi, e incluso el Dr. Lanzani tratan de convencerme de que


vaya a casa de ellos, pero me niego rotundamente. No les voy a hacer eso a
ellos, llevar a una asesina en su casa, con ellos, con Alai, Luz y
Allegra. El día antes de ser puesta de alta, mi padre viene a visitarme.
Acabo de terminar la terapia física y estoy cansada, dispuesta a dormir por
un rato, cuando entra. Peter está sentado en su silla, haciendo los
deberes que Emi ha comenzado a traerle de la escuela. Ellos están
siendo más indulgentes conmigo, esperando hasta que haya sido dada de
alta del hospital antes de enviar a un maestro con mi propia tarea.

Peter levanta la vista cuando él entra, y se levanta.

—Hola, señor Esposito —le dice a mi padre.

—Hola Peter —responde mi padre. Los miro a los dos, aturdida. ¿Cuándo
se conocieron?

Peter se acerca a mí, inclinándose para darme un beso.

—Voy a ir a la cafetería para conseguir una bebida. Vuelvo en un rato —


me dice. Agarro su mano, implorándole con los ojos que se quede. Él sólo
me aprieta la mano, tratando de tranquilizarme, antes de volverse para
salir. Lo veo irse, presa del pánico por quedarme sola con este hombre que
es mi padre, pero que me es más extraño de lo que es, incluso el doctor o
las enfermeras que cuidan de mí.

Se detiene en la puerta, parece tan reacio como yo a dejar de ver como


Peter se aleja. Lleva puesta una gorra de béisbol la cual se quita,
torciéndola entre sus manos. Puedo ver que ha hecho un esfuerzo para
estar presentable, vistiendo una camisa abotonada un poco arrugada, pero
limpia y está recién afeitado, lo puedo decir ya que tiene pegado un pedazo
de papel en su barbilla.

Lo estudio, y me doy cuenta de que en algún momento en estos últimos


diez años él ha envejecido. Lo recuerdo tan joven y guapo, pero ahora se ve
viejo y harapiento, con su pelo rayado gris, arrugas en su rostro y pesadas
bolsas bajo sus ojos. Se aclara la garganta y da un paso más cerca.

—Te ves mejor —dice.

—¿Has estado aquí antes? —pregunto, sorprendida.

—Vine al principio, pero entonces no parecía que fueras a despertar y... —


Se desvanece, levantando una mano como si esto explicara su ausencia.

—He estado despierta durante casi dos semanas. —Él mira hacia otro
lado, con aire de culpabilidad.

—Yo lo sé — dice—. Nico… el Dr. Lanzani, llegó el día en que quisiste


saber de mí. Se ofreció a traerme, pero no quería enfrentarte.

La culpa casi me ahoga por sus propias palabras. Por supuesto, él no


quiere mirarme a la cara, porque yo mate a su esposa. Asiento con la
cabeza, con las lágrimas pinchando mis ojos al mirar hacia otro lado. Él da
un paso más cerca.

—La cosa es que... te he fallado, Lali. —Yo le miro, asombrada por sus
palabras. ¿Él me ha fallado? Sacude la cabeza, dando un paso más cerca y
puedo ver que está luchando con sus propias emociones.

—Yo podría pararme aquí y decir que no lo sabía, pero... —Libera una
respiración pesada, e incluso desde donde yo estoy puedo oler el alcohol;
no fuerte, pero allí sin embargo—. Creo que lo hacía. Supongo que sé que
lo hice. Pero no sabía que era tan malo.

Me mira para medir mi reacción. Estoy boquiabierta. ¿Está diciendo que él


sabía de los abusos? ¿Que lo ha sabido todo este tiempo?

—Yo no sabía ella te lastimaba tanto. —Un sollozo se le escapa, aspira y da


un paso atrás—. Te juro que no lo sabía.

—Yo la maté —le digo, deseando que me odie.

—Lo sé. Fue en defensa propia, ¿verdad? Creo que ella no se habría
detenido. Si te hubieras visto a ti misma. —Él se aleja del recuerdo y
arruga la cara. Me aparto, no estoy segura de cómo hacerle frente a este
extraño que de repente está dando algunos indicios mezclados con señales
paternales.

—Me dijeron que podría haber un juicio —le digo. Él asiente con la cabeza,
moviéndose un paso más para quedar a sólo unos pocos metros de mi
cama.

—Ellos dijeron que puedes venir a casa mañana —cambia abruptamente


de tema.

—¿Puedo? —le pregunto, y él me mira interrogante—. Quiero decir ¿puedo


volver a casa?

La comprensión es clara en su rostro, y entonces su boca se tuerce hacia


abajo.

—Por supuesto que puedes. Es tu casa. ¿Dónde más podrías ir?

Pienso en la casa de Peter, en la vida, las risas y la luz que están ahí, el
amor, el cuidado y la comodidad que sé que voy a obtener si voy allí.
Pienso en mi propia casa, oscura, triste y sin vida en comparación.

Ahí es donde yo pertenezco.

—¿Quieres venir a recogerme, o ...? —Él mira hacia otro lado, culpable de
nuevo.

—Yo he venido en esta noche para firmar los papeles. Me dijeron que
podías marcharte a casa con Peter.

Siento un nudo en mi garganta. Entonces, no ha venido a verme después


de todo, acaba de llegar para firmar los papeles, empujando la
responsabilidad a otra persona. Las cosas vuelven a la normalidad, al
menos en lo que le concierne.

Peter regresa entonces y la tensión de la habitación se aleja con su


presencia. Está cargando su bebida, sus ojos están sobre mí determinando
si estoy molesta o no. Lo estoy, pero trato de no demostrarlo.
—Entonces, supongo que me voy ahora —dice mi padre—. ¿La vas a llevar
a casa mañana entonces, Peter?

—Por supuesto. Me quedaré con ella hasta que llegues a casa. Creo que mi
mamá tiene la intención de llevar algo de comer, otra vez.

Mi padre asiente con la cabeza.

—Eso es amable de su parte. Dile que le di las gracias.

—Claro que sí, Sr. Esposito —dice Peter, nunca dejando de ser caballeroso
y cortés, pero yo lo conozco muy bien como para escuchar la tensión bajo
la superficie.

—Bueno, adiós entonces —le dice a Peter, mira hacia mí con un gesto y
se marcha. Déjanos a los dos mirando cómo se va.

—No me dijiste que él había estado aquí —le digo.

—Tú no preguntaste. —Le lanzo una mirada condenatoria y él se encoge


de hombros, bebiendo su bebida y poniéndola sobre la mesa de al lado de
mi cama. Se sienta sobre el borde de mi cama, acariciando hacia arriba y
hacia abajo mi brazo con su mano.

—Pensé que eso te molestaría. No estaba seguro si él era parte... —Hace


una mueca dolorosa, entonces fuerza las palabra entre sus dientes—... del
abuso al que estabas siendo sometida.

Jadeo.

—¿Tú pensabas que él también estaba abusando de mí, pero aun así me
dejas a solas con él?

—No, no pienso eso, ya no. Pero para ser honesto, estuve fuera de tu
habitación todo el tiempo, observando. —Él sonríe con encantadora
culpa—. Pregunté por una máquina de dulces, y agarre una bebida.

Yo sonrío, entonces recuerdo sus palabras.


—¿Por qué no lo piensas más? ¿Que él era parte de esto? —pregunto.

—Porque he visto su cara cuando él estaba aquí. Lloraba mucho y parecía


muy culpable, pero no del tipo de culpa de alguien que fue capaz de
hacerte esto. —Levanta la mirada hacia mí—. ¿Me equivoco?

—No.

—Pero tampoco evitaba que sucediera, ¿verdad? —Su voz es baja, con
furia controlada.

—No. —Mis ojos se llenan de lágrimas nuevamente y los seco mientras


distancio mi enojo.

—Pude haber… pude haber encontrado una manera de detenerlo. —Sus


ojos están clavados en los míos, con clara intención a medida que habla—.
Si lo hubiera sabido.... —Mira hacia abajo—. Debería haberlo sabido.
Debería haber visto…

—No —le digo fríamente—. No hagas esto. No hagas de esto algo que te
haga ser el culpable. No es lo que es.

Mira hacia de vuelta hacia mí, con tormento en cada línea de su cara.

—No puedo dejar de pensar en eso. No puedo dejar de imaginar lo que


debe haber sido para ti, todos los días. Durante todo ese tiempo pensé que
no querías que fuera a tu casa porque estabas avergonzada de ella, o de
tus padres, o incluso de mí. Nunca se me ocurrió que pudiera ser esto.

—Peter... —las lágrimas corren por mis mejillas.

—Cuando fuiste a mi casa en Acción de Gracias... pensé... en alguien


más... pero no creí que fuera tu madre.

Su cabeza cae al lado de mi brazo en la cama.

—Peter. —Tiro de su cara hacia arriba—. Por supuesto que no lo podías


imaginar. Mira a tu madre. —Flashes de culpa atraviesas sus ojos otra vez.
—¡No! —le digo—. No te vas a sentir culpable por tener una gran familia.

—Pero te he llevado a mi casa, agitándola frente tu cara mientras todo este


tiempo tenías que volver a tú casa para enfrentar... eso.

—Sí y gracias por hacer eso —le digo sinceramente. Sus ojos se abren poco
a poco por palabras—. Yo no sabía que una familia podía ser así. Me
llevaste y me mostraste la forma en que se supone que son. Y toda tu
familia... me mostraron el amor y la bondad, sin importar si lo merecía o
no. Los amo, Peter.

Él me atrae a sus brazos, su cuerpo está temblando por la fuerza de sus


emociones a medida que procesa mis palabras y trata de dejar a un lado
su propia culpa.

—¿Vas a estar bien volviendo allá? —pregunta en mi pelo—. Porque sabes


que puedes y debes venir a mi casa.

Lo abrazo con más fuerza, sin querer que él vea la mentira en mi cara.

—Todo va a estar bien. Yo quiero ir a casa. —Obligo a mi voz a que suene


segura.

Libera una respiración ruidosa.

—Está bien, pero el plan va a ser que yo esté allí todo el tiempo, hasta que
te hartes de mí.

Lo empujo para sonreírle.

—Eso no va a suceder. De ninguna manera podría hartarme de ti.


Capítulo 19

P
eter me lleva a casa por la mañana. Me alegro de que no haya
nadie allí más que él y yo. Esperaba que hubiera cambiado de
alguna manera, a un aspecto diferente. Pero es la misma casa de
siempre, con el sofá y una pequeña televisión en el mismo lugar, el piso de
madera continua desgastado y estropeado, la cocina sigue siendo pequeña
y sencilla. La única diferencia física es que falta la lámpara.

Es desde un diferente panorama donde comienzo a temblar. Miro a la


pared donde caí por el primer golpe del bate, e imagino que se puede ver el
contorno de mi cuerpo allí; el lugar en el piso de madera por donde me
arrastré, imaginando que aún se pueden ver las débiles rayas de sangre
que arrastraba conmigo; el suelo de baldosas en la cocina, donde imagino
ver el contorno circular de su cabeza; el lugar en que le quité la vida por la
fuerza de mi agarre.

Me estremezco y volteo mi rostro al hombro de Peter, y sus brazos suben


a mí alrededor para darme seguridad. Tomo una profunda respiración,
forzándome en mi mente a resistir. Sé que si le doy la más mínima
provocación él apartará sus brazos y me llevará a su casa. Combato con el
deseo en mi pensamiento, entonces mentalmente sacudo mi cabeza para
despojarla de ese anhelo.

Pronto vendrá Emi con Allegra para ayudarme a instalarme. Las otras
chicas están en la escuela pero ella me prometió traerlas a verme más
tarde. Quiero verlas, pero me da vergüenza hacerlas ver mi casa; esto es
un lugar tan deprimente en comparación con su hermosa casa, brillante.
Pero pienso que tal vez está bien; tal vez deberían verme en mi mundo real
para que puedan entender lo mucho que no pertenezco a ellos. Me siento
en el sofá —en el extremo opuesto del lugar de ella — volteada hacia
Peter, quién se sienta a mi lado. Esto me ha agotado, viajar a casa, y
pronto estoy dormida.
Cuando despierto, estoy tumbada en el sofá con una almohada bajo mi
cabeza y una manta cubriéndome. Puedo oír a Peter en la cocina,
hablando con Emi, y a los sonidos de la preparación de comida.
Entonces oigo la voz de mi padre, y me tenso.

—Esa me parece una excelente manera de continuar. La facultad de


medicina tiene que ser bastante cara, ¿eh? —lo oigo preguntar.

—Sí, pero ya tengo en fila algunas becas para ayudar con eso —dice
Peter.

—¿Vas a ir a una universidad de por aquí?

—Peter ha solicitado y ha sido aceptado en varias —informa Emi con


orgullo—. Él siempre esperaba ir a la universidad, así que imagino que no
lo tendré al alrededor mucho más tiempo.

Casi puedo oír el encogimiento de hombros en la voz de Peter cuando él


responde.

—Puede ser que espere un tiempo, y que vaya a una universidad de aquí.

—¿Ah, sí? —Puedo oír la sorpresa en la voz de Emi—. No sabía que


habías siquiera pensado en eso. Oh, perdón —dice mientras su teléfono
celular suena.

Hay un silencio en la cocina a excepción de sus respuestas.

—Era Nico —les dice—, él y las niñas acaban de salir de casa por lo que
estarán aquí muy pronto. Espero que no te importe que nos encarguemos
de tu casa, Salva.

¿Salva?

Trato de imaginar a mi padre como una persona, con un nombre, y no sólo


como mi padre.

No puedo hacerlo, pero no me sorprende que Emi pueda.


—Estoy agradecido con ustedes. Han sido una gran ayuda para mí y...
para mi hija.

Que asombrosa conversación. En serio... ¿Mi hija?

—Bueno, todos la queremos. Ella es una buena chica.

Suena el timbre y Peter entra en la sala de estar para abrir la puerta.


Automáticamente mira hacia donde estoy, deteniéndose en seco cuando
me ve con los ojos abiertos.

—Hey, estás despierta —dice, cambiando de rumbo y llega hasta mí.


Emi debe haberlo oído, porque lo sigue justo detrás, continúa para abrir
la puerta y deja entrar al Dr. Lanzani y a las dos niñas. Me pregunto
brevemente donde está Allegra, y entonces me encuentro sin palabras
cuando mi padre entra un momento después a la sala, cargándola.

Peter me ayuda a levantarme para que pueda abrazar a las chicas. Y solo
con eso, mi propia casa se llena con el amor y las risas que había creído
sólo eran posibles tener en la de Peter. No hay suficiente espacio para que
todos se sientan alrededor de nuestra pequeña mesa de la cocina con tres
sillas —la cuarta se había estrellado contra mí en Acción de Gracias y
nunca fue repuesta— así que Emi decide que todos deben sentarse en la
sala de estar, equilibrando las bandejas cargadas con comida en las
rodillas. Peter lleva las tres sillas a la sala, apenas en el perímetro, luego
estaca su lugar en el suelo junto a mis rodillas, sabiendo que si lo deja va
a ser tomado por una de sus hermanas.

Mucho más tarde, después de que todo se ha limpiado y todos los de


Lanzani se han ido, a excepción de Peter, mi padre dice buenas noches,
es la primera vez que recuerdo que él haga eso.

—¿Cuándo regresas de nuevo a la escuela? —le pregunto a Peter.


Habíamos discutido sobre que necesitaba estar en la escuela en lugar de
sentarse en el hospital todo el día, pero finalmente habíamos acordado,
que una vez yo estuviera en casa, él iba a volver. Emi y el Dr. Lanzani
firmemente habían estado de mi lado en eso.

—Mañana —suena apagado.


—Deberías ir a casa, entonces. Ir a la cama.

Se vuelve hacia mí.

—Podría quedarme aquí, y solamente irme en la mañana.

—Peter... —Mi voz tiene una advertencia.

—No estoy diciendo que faltaré a la escuela. Estoy diciendo… —Pongo mis
dedos en su boca.

—Vete a casa, Peter. Ve a dormir. Regresa luego de la escuela.

Me mira durante un largo momento, y finalmente asiente con la cabeza,


presionando mi mano con más fuerza en su boca, para un beso.

—Está bien, pero tienes el teléfono celular. ¿Prometes llamar si


necesitas cualquier cosa?

Levanto mi mano derecha: —Lo prometo.

Pasa algún tiempo besándome por las buenas noches, lo que no me


importa en absoluto —de hecho, más bien lo disfruto— aunque sé que sólo
se está estancando.

Él insiste en ayudarme a subir a mi habitación, pero no lo dejo entrar.


Hago que me deje en la puerta de mi habitación, espero hasta que haya
caminado por las escaleras, apagando las luces a medida que avanza, y lo
escucho cerrar la puerta frontal. Entro en mi habitación, pequeña y
sencilla, pero organizada y limpia. Ahora se siente mucho menos como mi
casa que antes. Me acuesto, tirando las cubiertas sobre mí, las lágrimas
caen para empapar la almohada debajo de mi cabeza.

***

Tres días después la policía viene por el cargo formal de la muerte de mi


madre, y me leen mis derechos legales. Estoy agradecida de que sea
durante el día, ya que mi padre sigue en el trabajo y Peter en la escuela.
Emi está aquí, como lo hace casi todos los días, de pie pálida y
temblorosa, mientras que el oficial cumple con su deber de mala gana. Es
humillante tener a Emi como testigo, pero por el contrario, también
estoy contenta de tener su apoyo.

—Debido a las circunstancias atenuantes de sus problemas de salud, el


juez ha acordado que una vez que te llevemos a la estación para ser
procesada, inmediatamente se te ponga en libertad bajo palabra. Tendrás
una audiencia dentro de la próxima semana más o menos, y en cuyo
momento se le designará a un abogado.

Mi mente se tambalea con las palabras. Lo que había sido sólo la


sensación de ser una asesina de repente se ha convertido en realidad. No
me esposan, pero me exigen viajar en la parte posterior de la patrulla
hasta la estación. Emi nos sigue detrás con su coche, deteniéndose para
dejar a Allegra con uno de sus vecinos. Así que cuando llegamos a la
estación, me siento realmente sola.

Los oficiales son un tanto amables conmigo, teniendo cuidado con mis
lesiones cuando toman mis huellas dactilares y me fotografían. Tengo que
llenar unos papeles, tratando de no notar las miradas que recibo de
muchos de los demás funcionarios, miradas llenas de piedad. Cuando
termino, me llevan a una sala de espera donde Emi aguarda por mí.
Puedo ver que ha estado llorando y el remordimiento se apodera de mí,
estoy exponiendo a ella y a su familia a todo esto, sólo porque ellos me han
demostrado bondad.

En el momento en que regresamos a casa, estoy agotada, física y


emocionalmente.

Me acuesto en el sofá y duermo sólidamente, sin despertar hasta el


anochecer. Puedo oír a Peter y a mi padre en la cocina, hablando en voz
baja. No puedo distinguir sus palabras, pero sólo escuchar la voz de Peter
me consuela. Me levanto y entro en la cocina.

Ambos lucen culpables cuando entro, obviamente, deben haber estado


hablando de mí. Mi padre se ve extrañamente avergonzado y Peter
furioso. Cuando me ve, trata de arreglar su rostro con una agradable
expresión, pero no funciona, provoca que se vea con estreñimiento, lo que
casi me hace reír… excepto que me pregunto, qué le hizo estar tan furioso
para empezar.

Se levanta y viene a mí, envolviéndome en sus brazos.

—Era hora de que despertaras —bromea, tratando de disimular el enojo en


su voz, y fallando miserablemente.

—¿Qué está pasando? —pregunto sospechosamente. Da un paso atrás,


mirando hacia mi padre.

—Hemos oído hablar de hoy —dice mi padre.

—Oh. —Mi rostro se oscurece por la vergüenza. Peter me abraza contra


su lado.

—Lo siento por no estar aquí —dice.

—No importa. No fue tan malo. —Y aparte de la humillación de ello, en


realidad no lo fue.

Mi padre de repente se levanta.

—Voy a salir por un rato. —Sé lo que eso significa, pero puedo decir que
Peter no tiene ni idea, sólo que parece irritado porque se vaya cuando he
pasado por algo tan horrible durante el día.

Siento mi corazón hundirse, porque mi padre ha estado sobrio durante los


últimos días en que he estado en casa, y "salir" siempre significa que
regresará a casa borracho.

Peter me hace relatarle cada segundo de mi tiempo en la estación, varias


veces hasta que yo finalmente me niego a contárselo de nuevo. Me calienta
un poco de sopa que Emi había traído antes, junto con un poco de pan
hecho en casa. Entonces él me abraza mientras vemos una película en la
antigua televisión y en la cual no puedo concentrarme. Mi mente da
vueltas por los sucesos del día y de lo que podrían significar para mí, pero
aún más en lo que podrían significar para Peter.
Más tarde, mientras estoy en la cama, escucho a mi padre llegar a casa;
escucho los reveladores sonidos de que está tropezando por las escaleras.
Me quedo congelada cuando sus pasos llegan por el pasillo y se detienen
en frente de mi puerta. Mi estómago se aprieta con un miedo que he
conocido muy bien a lo largo de mi vida, pero que había esperado no tener
que volver a sentir.

Aguanto la respiración, observando la manija de la puerta tan atentamente


que comienzo a imaginar que gira cuando no lo hace. Asustada, mi
temperatura se eleva y aún más cuando tiro todas mis mantas más arriba,
sobre mis mejillas, dejando sólo los ojos fuera, como si me volviera
invisible de esta manera.

Finalmente, después de lo que parece una eternidad, se vuelve y tropieza


de nuevo hacia su habitación.

***

Diez días pasan antes de la comparecencia. Me encuentro en la puerta con


un hombre preocupado y agitado que dice ser mi abogado. Lleva puesto un
traje de pana marrón, tiene el pelo castaño y rizado que luce tan pálido
como él lo hace, y gafas redondas. Él está haciendo malabares en una
carpeta atestada al azar con papeles, camina de prisa hacia la sala como si
estuviera en una carrera, sin detenerse a esperar o a ver si incluso lo he
seguido. Miro a Peter, quién me sostiene la mano como apoyo, luego se
encoge de hombros y le sigue. Peter se ve tan angustiado como yo me
siento.

Mi padre se sienta a mi lado, luciendo incómodo con un traje arrugado


demasiado grande, tirando el cuello como si se le asfixiara.

Mi caso es nombrado y hay un montón de largas palabras legales brotando


de parte del fiscal, mi abogado y luego el juez. Estoy tratando de seguir
adelante, realmente sólo entendiendo el "inocente" y "autodefensa", pero
entonces el juez golpea su martillo y de repente mi abogado está corriendo
de nuevo por el pasillo hacia el vestíbulo, con un gesto para que lo siga.
Le sigo, con Peter justo detrás de mí.

—Muy bien, así que fue como se esperaba —dice el abogado, haciendo una
pausa. Incluso en su inmovilidad relativa, él emite la sensación de estar en
movimiento—. Eres libre de irte, sin ninguna fianza. La fecha del juicio
será fijada. Tan pronto como pueda conocerla, te la haré saber. —Cava en
el bolsillo de su chaqueta y saca una tarjeta de presentación ligeramente
arrugada—. Aquí está mi tarjeta en caso de tener preguntas. Voy a hablar
contigo pronto.

Y entonces se ha ido.

Miro a Peter; que da un sonido estrangulado, algo entre un sollozo y una


risa.

—¿Qué fue eso?

La cara de Peter se tensa con rigidez y sus ojos siguen al hombre que
prácticamente está corriendo por el pasillo. Sus ojos vuelven a los míos y
puedo ver la mirada agonizante allí. No me gusta ser la causa de esa
expresión natural en su rostro.

—Todo irá bien —me dice, pero suena más como si estuviera tratando de
convencerse a sí mismo.

Una semana más tarde otro hombre viene a mi puerta. Es alto, de cabello
oscuro y peinado, usando un aparentemente costoso traje de rayas.

—¿Lali Esposito? —pregunta, cuando abro la puerta.

—¿Sí?

El tiende una mano. —Mi nombre es Rufus Caín. Se me ha dado tú caso


para tratarlo.

Cuando sólo me quedo parada ahí, dice:

—Yo soy tu nuevo abogado.


—¿Siempre hacen visitas a domicilio? —le pregunto, desconfiando de él.

—No siempre. No. Pero a veces sí. Sabía que tú has sido herida por lo que
no quise que fueras a mi oficina.

Estoy sola en casa. He hecho que Emi reduzca la cantidad de tiempo


que gasta en mi casa, esperando a que ahora que estoy en condiciones de
moverme un poco, sea más fácil. Ella sólo viene tres veces por semana, por
las tardes, lo que es todavía demasiado seguido, pienso yo. Es la menor
cantidad de tiempo que pude conseguir a que se comprometiera.

Peter regresa por la calle justo en este momento. No puedo verlo, pero he
aprendido a escuchar el sonido de su motor tan bien que ahora puedo
diferenciarlo sobre todos los demás. Rufus Caín se voltea al sonido del
coche que se detiene en frente de mi casa. Mira junto conmigo cómo Peter
sale de su coche; estoy agradecida por los anchos hombros de Peter y la
altura que pueden llegar a ser intimidantes.

—¿Un amigo tuyo? —pregunta Rufus Caín.

—Sí.

—¿Te molesta hablar delante de él o hago una cita para regresar cuando él
no esté aquí?

—No —sacudo la cabeza—. Él lo sabe todo. Lo quiero aquí.

Peter llega hasta el porche, mirando con recelo al abogado. Pero Rufus se
presenta y puedo ver a Peter relajarse. Tengo que admitir que, este
hombre le inspira más confianza que el abogado anterior. Él entra y nos
sentamos a la mesa de la cocina, Rufus saca una libreta y un lápiz, así
como una grabadora.

—Esto es para estar seguro de que mis notas sean correctas después —
dice, indicando la grabadora.

Repasamos algunos datos básicos: mi nombre, los nombres de mis padres,


y mi fecha de nacimiento. Peter se sacude en sorpresa cuando se entera
de eso; yo nunca le he dicho mi cumpleaños. Es, de hecho, sólo en unos
días, el 23 de febrero.

—Bueno, no estoy seguro de lo mucho que entiendes la lectura de cargos,


—comienza—. Eso fue sólo una formalidad para que puedas entrar a una
declaración, la que fue… —Hojea unos papeles, asegurándose de que está
en lo correcto—… inocente por razones de defensa personal. Muy bien.
Bien. Eso está bien por ahora. En realidad, no estoy seguro de qué tan
agresivo es el fiscal que tendrá tu caso. Ha sido acusada de homicidio
involuntario. —Siento al mundo inclinarse cuando él dice las palabras—.
Pero quiero que se retiren las acusaciones. Esto es para lo que vine. —
Peter se acerca y me toma la mano. Yo envuelvo mi mano entre las suyas,
entrelazando los dedos y sosteniendo con fuerza––. Sé que esto va a ser
difícil, pero necesitamos ir sobre todo lo que pasó esa noche, con tanto
detalle como puedas recordar. Luego tenemos que volver a los delitos
cometidos en el pasado por tu madre en ti.

No quiero que Peter escuche esto, que sepa toda la profundidad de mi


vergüenza y humillación, pero por alguna razón no puedo encontrar el
valor para dejarlo ir. Así que le digo a mi abogado todo de nuevo, mientras
él registra los expedientes de mi indignidad, y Peter se sienta a mi lado,
inmóvil como una estatua, excepto por el leve temblor que lo sacude al
escuchar el horror que ha sido mi vida.
Capítulo 20

— Llegué a casa de Florida, de unas vacaciones que había


tomado con los Lanzani —comienzo.

—¿Supongo que se te dio permiso para ir? —pregunta Rufus sin mirarme,
escribiendo en su bloc de notas amarillo.

—Por supuesto. Realmente no creí que ella diría que sí, en realidad ni
siquiera planeaba preguntarlo. —Disparo una mirada de disculpa a Peter,
pero él no está mirando hacia mí.

—Ella de hecho, estaba siendo agradable y eso era algo raro. Creo que se
sentía culpable por lo duro que me había golpeado en acción de gracias —
Rufus hecha in vistazo, pero no me interrumpe, volviendo a su toma de
notas—. Hasta aquella última noche. —Me estanco, aclaro mi garganta y
continúo—: Bueno, hasta entonces, la peor vez en que ella me había
herido, había sido en acción de gracias. Creo que sabía que había ido
demasiado lejos.

—Larga historia resumida, dijo que sí. Tal vez porque se sentía culpable.
Así que me fui. Creo que mientras yo no estaba, tomó las suficientes
píldoras como para olvidar dónde yo estaba.

—¿Píldoras? —interrumpe Rufus.

—Um, sí, ella tenía un problema con las píldoras.

—¿Qué quieres decir con ―problema‖?

Me niego a mirar a Peter cuando confieso esta nueva humillación en


frente de él.
—Ella tomaba muchas. Demasiadas. Era la única manera que ella tenía
para sobrellevar la situación.

—¿Estas eran píldoras prescriptas, o...? —Él no dice de las palabras,


dejando la pregunta en el aire.

—Prescriptas, por lo que yo sé. Por lo menos, estaban siempre en botellas


de prescripción.

Rufus garabatea con locura. Espero.

—Bueno, entonces ella estaba enojada porque tú habías estado ausente.

—Sí, pero... —Me apago, recordando—. Ella vino a mí casi inmediatamente


con el bate.

Peter se estremece y Rufus levanta la cabeza de nuevo.

—¿Ella tenía el bate con ella? ¿Y esto era inusual?

—Sí, quiero decir, yo ni siquiera estoy segura de donde vino. De algún


lugar en el garaje, supongo. Pero antes siempre, si ella me golpeaba con
algo, era con un arma convincente, ¿sabes? Como una silla, o una escoba
o algo que le fuera muy práctico.

Peter se estremece, y una vez más el pensamiento de que debería decirle


que se fuera, revolotea en mi cabeza. Sólo que soy lo suficientemente
egoísta como para ignorar el pensamiento.

—Así que eso fue raro, diferente, supongo. No recuerdo muchos detalles,
sólo que ella venía a mí una y otra vez con el bate. Honestamente pensé
que estaba tratando de matarme.

Peter me aprieta la mano más fuerte.

—Agarré el bate una vez cuando ella se me acercó con él, y la empujé. Se
cayó. La oí golpearse la cabeza. —Trago fuerte, consciente de que ese debe
haber sido el momento de su muerte. Recuerdo el miedo enfermizo que me
había ahogado, tratando de alejarme antes de que ella pudiera levantarse y
terminar lo que había empezado. Tomo una respiración profunda—.
Estaba en el suelo, llamando a Peter, y eso es todo lo que recuerdo —
Libero un solo aliento—: Eso y el rastro de sangre, que dejaba al escapar.

—Está bien, Lali, eso está bien. —Rufus se extiende, como si fuera a
tomar mi mano, pero se aleja y se aclara la garganta—. Sé que esto no es
fácil, pero tenemos que hablar de los abusos del pasado. ¿Recuerdas
cuando comenzó?

—Cuando murió mi hermano —le digo. Él me mira sorprendido.

—¿Tú tenías un hermano?

—Más o menos, supongo. Mi mamá estaba embarazada, y sabíamos que


era un niño. Pero ella y mi papá tuvieron una pelea y perdió al bebé. Yo
tenía nueve años. —Miro a Peter, rogándole por... ¿qué? No lo sé—. No
siempre fue así. Hubo un tiempo en que éramos una familia normal,
cuando me amaban. Pero mi papá... él perdió su trabajo, y todo cambió.
Empezó a beber, pero ella aún trataba de protegerme. Ella me quiso. Pero
cuando fue al hospital y regresó a casa sola, también cambió. Creo que
debo haber sido un recordatorio muy fuerte de lo que había perdido. Yo fui
la que la encontró y la que consiguió ayuda. Tal vez no fui lo
suficientemente rápida, o esperé demasiado tiempo. No sé... tal vez fue mi
culpa.

—No, Lali, no —murmura Peter.

—Ella empezó a tomar píldoras, para olvidar, supongo. Y entonces se


enojó, y la furia la deposito en mí.

Estamos en silencio, quitamente en la habitación. Peter me mira, con los


ojos humedecidos por la angustia, la boca apretada, la mandíbula
apretada. No puedo soportar verlo, así que miro de vuelta a mi nuevo
abogado. De pronto él está buscando de algo en su maletín, con un
sospechoso sonido de aclararse la garganta. Finalmente, levanta su
mirada, y yo pretendo no ver la piedad que brilla en sus ojos. Si hay una
cosa que odio, es la lástima.

—¿Puedes, eh... puedes dar algunos ejemplos concretos de algunos de los


abusos?
Me río, pero el sonido no tiene sentido de humor. Mis dedos comienzan a
entumecerse por la fuerza de agarre de Peter.

—¿Además de privarme de la comida, a veces durante días y días? —Le


pregunto, mordazmente—. ¿O se refiere a estar obligada a estar de pie en
una esquina durante horas y horas? O el siempre clásico castigo donde me
obligaba a sentarme en el armario durante unos días, sabiendo que
cuando me dejara salir igual sería golpeada, porque es imposible pasar
tanto tiempo sin ir al baño. Además, no creo que sea normal ser golpeada,
pellizcada, abofeteada o que te den patadas por respirar de forma
incorrecta.

En la agitación, me lanzo hacia atrás, alzándome de pie, con el mismo


movimiento libero mi mano de Peter. Me giro y doy unos pocos pasos,
cruzándome de los brazos para protegerme. He tenido mis recuerdos en
privado durante tanto tiempo, que se siente como casi una traición
dejarlos salir.

¿Pero una traición a quién?

—¿Tu padre te ha maltratado también? —La pregunta de Rufus es casi


demasiado suave para ser escuchada.

—No —digo, esperando que no haya notado mi vacilación.

—¿Tu padre fue consciente de los abusos?

—Él probablemente lo sospechaba. —Mi voz es casi tan baja como la


suya—. Sin embargo, ella era bastante buena para ocultarlos. Y era tan
rara la vez que él venía aquí, en su mayoría sólo para dormir, que
probablemente era bastante fácil para él ignorarlo.

—¿Y tú sientes que el abuso ha incrementado con el tiempo?

—Ella era lo bastante consistente después de un par de años cuando se


enteró de lo mucho que podía salirse con la suya. Pero en el último año, sí,
fue empeorando. Creo que después de Acción de Gracias, supo que había
cruzado la línea. Estuvo apagada por un tiempo, hasta que llegué a casa
de Florida.
—¿Hubo cierta vez alguna visita al hospital?

—Seguro, unas pocas. Pero nunca tantas para que se causaran sospechas,
y ninguna en absoluto en los últimos años. Creo que la única razón por la
que alguna vez me llevó antes fue porque sabía que yo iba a obtener una
receta de pastillas contra el dolor. Por supuesto, nunca me permitió tomar
las píldoras.

Finalmente, Rufus suspira y se inclina hacia delante, tirando una carpeta


fuera de su cartera. Regreso a sentarme a un lado del congelado y quieto
Peter.

—Voy a escribir su declaración y la presentaré a la fiscalía —dice mientras


abre la carpeta en la mesa entre nosotros—. También voy a adjuntar estas
fotos, las cuales te fueron tomadas en el hospital.

Desliza la carpeta sobre la mesa, dándole vuelta hacia mí cara cuando él


dice eso. Miro hacia abajo y veo una foto de algo hinchado y morado. Estoy
confundida, entonces me acerco a mirar y me doy cuenta de que soy yo.
Paso a través de foto tras foto mía, enferma y sorprendida porque había
estado muy irreconocible.

En el momento en que había despertado del coma, y había sido capaz de


levantarme y acercarme a un espejo, la mayoría de la hinchazón había
disminuido y los moretones habían comenzado a descolorarse a un
púrpura suave, rodeado de verde y amarillo.

Hay fotos de mí acostada en la cama después de haber estado vendada,


con los monitores y tubos unidos a mí. Me veo como una versión de una
película en que alguien que ha estado involucrada en un accidente
horrible, donde el artista de maquillaje se ha ido un poco por la borda con
el dramatismo. Echo un vistazo a Peter de nuevo y veo que él está
mirando hacia el otro lado de la mesa, negándose a mirar las fotos. Con
horror, me doy cuenta de que ya lo había hecho, él me había visto así.

—¿Tenemos que mostrar esto en público? —pregunto en voz baja, abatida.

—Son nuestro mejor apoyo de la teoría de la autodefensa. Nadie puede


mirarlas y no saber que estabas en medio de una lucha por tu vida.
Una lágrima rueda por mi mejilla, y distraídamente la alejo. Rufus se
aclara la garganta.

—Lali, es por tu vida por lo que estamos luchando ahora. Me habían


dicho que había un poco de abuso anterior... —Se aclara la garganta de
nuevo y tengo la clara sensación de que está luchando un poco de emoción
por su cuenta—. Pero después de lo que me has dicho, bueno, es criminal
la forma en que te han tratado. Este es uno de los peores casos de abuso
que he tratado. Tú eres la víctima aquí y debemos hacer que el juez lo vea.

Luce incómodo, moviéndose en su silla.

—Necesito hacerte una pregunta que merece una respuesta honesta, Lali
—Asiento—. ¿Estás absolutamente segura de que nunca ha habido un
abuso de parte de tu padre?

Pienso en la única vez que me ha golpeado, y acerca de cómo volvió ese


abuso hacia mi madre. Yo la había visto de vez en cuando con su propio
ojo negro o el labio hinchado. Pienso sobre sus pasos fuera de mi puerta y
cómo ahora duermo con una silla encajada en la manija de mi puerta.
Luego pienso en lo que podría pasar si él fuera arrestado por la única vez
que me golpeo: ¿Provocaría esto la chispa en su ira, y luego la volcaría
sobre mí, ahora que ella ya no está aquí para que él deposite su
frustración? No lo sé con certeza, pero sí sé que no quiero averiguarlo.

—No —le digo—. Nunca.

Peter se relaja una fracción a mi lado y comprendo que él se había puesto


rígido por la tensión, esperando mi respuesta.

—Está bien, sólo una cosa más. ¿Tú, con alguna premeditación o
intención, planificaste matar a tu madre esa noche?

—¡Por supuesto que no! —Exploto, molesta, que incluso preguntara una
cosa así.

Levanta una mano.

—Está bien, sé que no lo hiciste. Pero es probable que se formule esa


misma pregunta.
Se extiende a través de la mesa, recoge las fotos y gira la carpeta de nuevo
a sí mismo, guardándola de nuevo en el maletín.

—Muy bien, esto es todo entonces. Te dejaré saber para cuándo se espera
tu juicio. —Desliza una tarjeta sobre la mesa para mí—. Mi oficina y
números de teléfonos celulares están allí. Llámame en cualquier momento
si tienes preguntas, inquietudes, o simplemente tienes algo más que decir.

Miro a la tarjeta, está impresa en un caro papel, con letras de oro


levantadas, y me pregunto cómo un defensor público puede darse ese lujo.
Se levanta y me da la mano, de modo extrañamente formal después de lo
que acabo de compartir con él. También la estrecha con Peter, luego se
va.

Tan pronto como él se ha ido, hay un rígido silencio entre Peter y yo.

—¿Cómo estuvo la escuela? —le pregunto finalmente, cualquier cosa para


romper el extraño hechizo. Él no responde, sólo se vuelve hacia mí y abre
sus brazos. Con mucho gusto entro en ellos, aunque estoy sorprendida por
el gesto. Él sólo me sostiene, frotando sus manos ligeramente hacia arriba
y abajo en mi espalda por entre el abrazo, tranquilizadoramente me
aprieta.

—No tenía ni idea —dice finalmente.

—Lo sé. Nadie la tenía.

—¿Por qué mantenerlo en secreto? —pregunta, torturado—. ¿Por qué no


pediste ayuda?

Sacudo mi cabeza.

—Es complicado. Yo era muy joven cuando empezó todo, y no sabía a


dónde acudir para obtener ayuda. No tenía amigos, y ningún adulto que
me diera suficiente confianza. En el momento en que pensé pedir ayuda,
estaba avergonzada de no haberlo hecho en mucho tiempo. Pensé que ella
debía tener una buena razón para hacerlo, debía haber algo realmente mal
conmigo, o mal en mí, para hacer que me odiara tanto.
Peter aprieta sus brazos.

—Lo siento —dice, con sinceridad en cada línea de su cuerpo y en su


timbre de su voz—. Siento mucho que tuvieras que pasar por todo eso
sola. Lo siento por todo lo que estás pasando ahora. Pero te prometo una
cosa —Él se inclina hacia atrás, tomando mi rostro entre sus manos y
mirándome fijamente a los ojos—. Nunca estarás sola de nuevo.
Capítulo 21

L
a fecha de mi juicio ha sido fijada para finales de Mayo, justo antes
de la graduación, lo que significa que tengo más tiempo para
recuperarme, pero significa también que tengo que pretender vivir de
nuevo, actuar como si tuviera una vida que continuará más allá de Mayo.

Estoy sufriendo de algunos dolores de cabeza muy intensos, los que me


han dicho que eventualmente mitigarán, pero me hacen el trabajo de la
escuela más difícil. Así que por ahora sigo excusada de asistir a la escuela
y de la mayor parte de mi tarea. Recuerdo que no hace mucho tiempo,
cuando hubiera dado casi cualquier cosa para ser excusada de la escuela,
ahora daría casi lo mismo por poder ir a la escuela.

Extraño mis paseos por la mañana con Peter, sentarme a su lado en el


almuerzo y en fotografía. Él sigue viniendo tan pronto como termina la
escuela, ahora sólo vamos a su casa hasta las diez u once cada noche
cuando me trae de regreso a mi casa. Odio mi casa, porque mi padre ha
vuelto a sus viejas costumbres, quedarse fuera bebiendo a la mitad de la
noche y yo preocupada que él esté ahí cuando Peter me deje. No le he
dicho sobre la bebida y no quiero que lo presencie.

Para mi cumpleaños, Emi planeó una fiesta, invitando a mi padre a


venir a la casa Lanzani para la cena. Él viene, con los ojos inyectados en
sangre y luciendo ojeroso, pero sobrio. Incluso me trae un regalo. Me doy
cuenta tristemente que es el primer regalo que he recibido de él desde mi
columpio hace tantos años.

Emi y yo hablamos hace unos cuantos días sobre cómo le ayuda


durante momentos de estrés el escribir cosas, por lo que Emi y el Dr.
Lanzani me dan un diario y un conjunto de plumas para mi cumpleaños.
Luz me da una fotografía enmarcada de mí con todo el clan Lanzani
tomada en Florida. Allegra me da uno de sus libros, esos son su más
preciadas posesiones.
Alai está casi saltando de su asiento mientras abro su regalo, el que me
hizo guardar hasta al último (excepto por el de Peter, quien una vez más,
me hace esperar hasta que estemos a solas después). Por el tamaño y el
peso de la caja, sé que es ropa, pero cuando la abro, estoy sorprendida.

En la caja yace un vestido blanco hecho del material más sedoso que
jamás he sentido. Lo saco y veo que es un vestido, una toga realmente. El
corpiño es sin mangas, con un intrincado patrón tejido del material,
cubierto con una capa de plata pura que cae por la parte posterior del
vestido, formando una capa. La falda flamea desde la cintura, de nuevo
cubierta con un material puro.

—Alai, es hermoso —le digo.

—Es para que lo lleves al baile de graduación —dice con una amplia
sonrisa.

—¿Baile de graduación? —La miro. Ella está radiante, y no tengo el


corazón para decirle que no hay manera en que vaya al baile. Así que sólo
la abrazo y le digo que la quiero, lo que en realidad hago.

—Puedes probártelo para mí después, cuando ya no tengas tu yeso puesto.


También, cuando Peter no esté alrededor. No quiero que te vea en el antes
de la gran noche.

No le respondo, sólo trato de sonreírle. Debo lucir extraña porque Peter


ladea su cabeza hacia mí inquisitivamente, pero no dice nada.

Emi trae un pastel que ella misma hizo, y que las tres niñas ayudaron a
decorar. Es de tres niveles de altura y dejo a cada chica decorar una capa.
La capa inferior es claramente de Alai, es muy brillante y cubierta con
remolinos intrincados y flores rosas y púrpuras.

Luz tomó la capa de en medio y en su propio estilo tranquilo sólo puso


unas cuantas decoraciones, bellas en su simplicidad. Allegra hizo la
capa superior, que está amontonada con todos los colores del glaseado,
desordenado y colorido, con una gran vela que sobresale de la parte
superior.
Es el pastel más hermoso que he visto nunca.

Ellos cantan para mí, también por primera vez durante tanto tiempo como
puedo recordar, entonces comemos el pastel y helado hecho en casa. Mi
padre se marcha poco después de eso. Tan pronto como el desorden es
limpiado, Emi se asegura que todos tengan una misión o tarea que les
lleve a otra parte de la casa, dejándonos a Peter y a mí, solos. Hay un
fuego ardiendo en la chimenea, y Peter saca su enorme saco de frijol y lo
pone en frente para que nos sentemos juntos.

—¿Quieres tu regalo? —bromea.

—Este es mi regalo, estar aquí a solas contigo —digo.

—Aunque fue gracias a mi mamá.

—Lo sé. Tendré que agradecerle por eso.

Peter cava en su bolsillo y saca una pequeña caja. La última caja pequeña
que él me dio había sido mi collar en Navidad, el que tengo puesto
siempre. Así que estoy emocionada por abrirlo y ver que me da ahora.

Mi corazón se detiene cuando veo lo que hay dentro.

—Sé que esto no es muy romántico —dice con una sonrisa—, y no es


realmente como me gustaría hacerlo, pero… —Se encoge de hombros,
dándose la vuelta para estar de frente a mí—. Te amo, Lali. Sé que somos
realmente jóvenes, pero sé que quiero pasar mi vida contigo. No quiero
perder el tiempo. Quiero estar contigo cada día, despertar a tu lado cada
mañana. Quiero casarme contigo, Lali.

Miro desde su rostro al anillo situado en la caja. Es simple, con un


solitario corte cuadrado con una banda de plata lisa. Es perfecto. Miro de
regreso a él, veo la esperanza en sus ojos.

—Peter… somos demasiado jóvenes, todavía estamos en la preparatoria.

—Sé eso, Lali. Sé lo que la gente pensará que nos casemos justo después
de graduarnos, pero no me importa. Nunca voy a querer a nadie más, sólo
a ti.
—Peter, no puedo. No podemos. Hay tantas cosas…

Él me interrumpe, presionando su boca en la mía.

—No digas que no —susurra contra mi boca—. Di tal vez. Por favor.

Pero estoy sacudiendo mi cabeza. Peter se irá a la Universidad. Por


mucho que odie la idea de eso, que le tema con horror y temor, lo he
sabido todo el tiempo. Ese es su destino. Soy realista acerca de su futuro,
lo que significa por lo menos ocho y doce años de escuela, o más, para
cumplir su sueño de convertirse en un doctor, y eso no va a pasar si él
está ensillado con una esposa, especialmente una que viene con mi tipo de
equipaje. Sin mencionar de forma realista, que yo podría estar en la cárcel
pronto.

—No puedo. —Mi corazón se está rompiendo, las odiadas lágrimas


llegando de nuevo.

—Tú puedes —contrarresta—. Podemos. Me amas ¿cierto?

Toco su rostro.

—Sabes que sí.

—Entonces, ¿cuál es el problema?

—Peter, el camino de tu vida fue establecido mucho antes de que yo


llegara. Sería un error que cambiara sólo por mí.

—Nada va a cambiar. Excepto para mejorar, porque soy mejor cuando


estoy contigo.

—Peter, yo…

—Tal vez —me interrumpe—. Todo lo que estoy pidiendo es un tal vez.
Dime que pensarás sobre ello, dame una oportunidad para convencerte.

Yo sé que lo justo, lo correcto es decir que no, terminar con esto aquí antes
de que pueda lastimarlo aún más. No hay ni siquiera una remota
posibilidad de un futuro entre nosotros. También estoy consciente de que
Peter es un protector, y esto es nada más que su manera de tratar de
protegerme.

Sin embargo, soy débil y no puedo imaginar el tratar seguir adelante a


través de los próximos meses, sola, sin él a mi lado. Soy lo suficientemente
egoísta para seguir con él por tanto tiempo, por cada segundo que pueda
me aferraré a él, estaré con él. Imagino el dolor desgarrador de estar sin él,
y me siento enferma de pensar en eso, así que lo pospondré por tanto
como pueda, aún si el costo de alentarlo, sea el ser deshonesta.

—Está bien, tal vez —digo, aplastando la culpa que me consume ante la
mirada de felicidad en su rostro, sabiendo que mi verdadera respuesta sólo
puede ser no. Empujo la caja de nuevo a su mano—. Pero tienes que
guardar esto.

—¿No quieres usar mi anillo? —me pregunta mientras mira hacia abajo a
la caja, con dolor en su voz.

Si sólo supiera cuánto quería hacerlo.

—Peter, hay tantas cosas pasando en estos momentos. Es sólo que parece
como una complicación más, explicar el anillo. ¿No puede ser simplemente
nuestro secreto?

Él asiente con la cabeza, pero luego me mira burlonamente.

—De alguna manera quería que lo usaras, así todos sabrían que eres mía.

Sonrío débilmente.

—¿Quién no sabe eso? Tendrían que ser totalmente ciegos para no


saberlo.

Él pone la caja de nuevo dentro de su bolsillo.

—¿Qué se supone que te daré para tu cumpleaños, entonces? —pregunta,


malhumorado.
Mi corazón está retorciéndose violentamente en mi pecho, pero empujo la
sensación lejos con práctica nacida de años de esconder la realidad.

—Puedo pensar en algo —le digo, en voz baja, tirando de su rostro al mío,
escondiendo el dolor detrás de mi amor por Peter.
Capítulo 22

C ontinúo con mi terapia física dos veces a la semana, a la que


Emi usualmente me lleva. Conseguí mi licencia de conducir
cuando tenía dieciséis años y había tomado la educación de
conductores a través de la escuela, pero como no había manejado desde
que obtuve la licencia, no estoy segura siquiera de recordar cómo hacerlo.
Peter se ofrece a dejar su coche conmigo, así puedo conducir después de
que me quiten mi yeso, pero no quiero decirle que probablemente ya no
sepa cómo conducir, así que sólo le digo que no quiero usar su coche.

La administración de la escuela ha decidido que en base a mi periodo de


recuperación y mi próximo juicio, puedo tomar clases especiales, seguidas
de tomar pruebas para determinar mi elegibilidad para graduarme con el
resto de mis compañeros de clase. Nadie dice en voz alta lo que todos
estamos pensando, que podría estar en la cárcel para el momento en que
la graduación llegue y no asistiré a la graduación en absoluto.

El baile de graduación se avecina y Peter trata de convencerme de ir. No


puede entender que he tenido pesadillas acerca de esa clase de funciones
de la escuela durante los últimos años.

Cometí el error de asistir a un baile en la secundaria. Fue al comienzo de


mi séptimo grado, cuando la tortura por mis compañeros dirigida por
Eugenia acababa de comenzar y se encontraba todavía en su etapa menos
brutal. Fue escoltada por algunos de los profesores y unos cuantos padres,
y sin embargo, Eugenia se las arregló para hacerlo un día horrible para mí.

Había robado el dinero suficiente a mis padres para comprarme un


―nuevo‖ conjunto en la tienda de segunda mano. Compré un par realmente
lindo de pantalones Capri y un suéter de cachemira color rosa. Pasé algún
tiempo extra haciendo mi cabello en rizos y me había incluso colado dentro
de la habitación de mi madre para usar un poco de su maquillaje.
Eugenia obviamente pasó algún tiempo pensando en cómo humillarme.
Convenció a Brad Salvason, uno de los más lindos y populares chicos en la
escuela para ayudarla, así como algunos otros chicos, chicos y chicas.
Había tenido un pequeño enamoramiento con Brad, como lo tenía el
noventa por ciento de las chicas que iban a esa escuela. No sólo era lindo,
era un estudiante de octavo grado. Por supuesto, Eugenia era la chica más
bonita de la escuela, así que estoy segura que no tomó mucho para
conseguir la ayuda de Brad.

El baile iba bastante bien, con un montón de chicos bailando. Yo, por
supuesto, estaba sentada sola en las gradas en el sobre climatizado,
gimnasio lleno de sudor. Quería bailar pero no tenía las agallas para
preguntarle a alguien, ni para bailar por mí misma como muchas de las
chicas hacían. Entonces Brad se acercó a mí.

Él me invitó a bailar y sentí una oleada de alegría, Brad Salvason me


escogió a mí. Por un minuto sentí un sentido de justicia, esto le mostraría
a Eugenia y a todas las otras chicas. Lo seguí a la pista de baile llena de
gente. Era una canción rápida y había chicos por todo el lugar, chocando
uno con otros, así que no se me ocurrió pensar que había algo extraño
sucediendo.

Brad sonreía por encima de mi hombro de vez en cuando y fui lo


suficientemente estúpida para pensar que estaba orgulloso de estar
bailando conmigo, que él sonreía a sus amigos. Pero pronto me di cuenta
de las risas detrás de mí, y la gente apuntando y susurrando detrás de sus
manos el uno al otro, la risa difundiéndose y volviéndose más fuerte. Miré
detrás de mí y no vi nada que fuera divertido.

Entonces vi a la señora Cowan, la entrenadora del gimnasio,


apresurándose hacia mí.

Ella me apartó de Brad, y me llevó rápidamente hacia las puertas que


conducían a los vestuarios. Me aparté, preguntándole a dónde me llevaba.
No había hecho nada malo ¿o sí?

—Entremos en los vestuarios y hablaremos ahí. —dijo con urgencia. Miré


detrás de mí y vi a todos ahora riendo y señalando en mi dirección. Vi a
Brad, con su brazo alrededor de Eugenia, también riendo, y a Eugenia
sonriéndome como el gato Cheshire. Una vez en el vestidor de chicas, la
Sra. Cowan me llevó hacia los baños.

—¿Qué está pasando? —Le pregunté, comenzando a sentir un poco de


miedo.

—Cariño, odio decirte esto, pero parece ser que tu periodo ha comenzado.

—¿Qué? —Estaba aturdida, ya que mi período había terminado la semana


anterior.

—¿Traes una toalla femenina contigo?

—No, no tengo. —Mi estómago empezó a doler con temor.

La Sra. Cowan se apresuró a entrar en la oficina de la secundaria y


regresó, presionando el bulto blanco en mi mano. Entré en la cabina del
baño con temor ¿Podría mi periodo haber comenzado de nuevo tan pronto?

Cuando llegué ahí, era obvio que la sangre estaba sólo en el exterior de mis
pantalones, y de ninguna manera provenía de mí.

Lo primero que pensé fue que alguien estaba herido y se había desangrado
en mí. Extendí la mano para abrir la puerta para informar a la Sra.
Cowan, pero entonces mi mente tardíamente comenzó a procesar
información, la cantidad de sangre en mí tenía que haber venido de
alguien gravemente herido. Incluso si hubiera sido de mi periodo, no
podría haber sangrado tan profusamente con tanta rapidez.

Entonces recordé las sonrisas de Brad por encima de mi hombro, todos los
chicos chocando contra mí, una sensación de humedad en mi espalda que
pensé que era tal vez sólo el sudor por el calor. Sobretodo recordé la
sonrisa de Eugenia. Fue entonces cuando supe que ella había hecho esto.
No estaba segura si la sangre era real o algo que había preparado, pero
realmente no importaba.

Era la humillación la que importaba, ella había querido humillarme y se


había asegurado de que se llevara a cabo.
Nunca he olvidado la completa mortificación por las risas, seguidas
cuando regresé a la escuela al día siguiente y teniendo chicos señalando y
riéndose, aventándome toallas femeninas y tampones mientras caminaba
por los pasillos, hacia mi casillero que estaba cubierto con toallas
femeninas en el exterior.

Había jurado entonces que nunca me pondría en la posición de ser


degradada así de nuevo, por lo que he evitado todas las actividades
extracurriculares de la escuela, especialmente los bailes. No puedo ni
siquiera pensar en ir a un baile sin recordar ese día y revivirlo.

No es una historia que esté dispuesta a compartir con Peter,


especialmente por todo el conocimiento que tiene ahora acerca del resto de
mi vida. Sé que probablemente ha escuchado alguna de las historias sobre
mí de sus amigos, pero sólo una chica puede entender la completa
humillación de esta en especial, así que dudo que ninguno de los chicos
realmente lo recuerde.

Por lo que no le diré la verdadera razón y no tengo una realmente buena


excusa para no ir que no sea sólo decir que no quiero, él sigue
preguntándome, tratando de convencerme.

—Será nuestro único baile de graduación, tenemos que ir —me dice. Le


digo que él debería ir, con alguien más. No tiene idea de cuánto me cuesta
decirle que lleve a alguien más, con los celos comiéndome, pero él se niega
de todos modos, tanto para mi alivio y disgusto.

—Mi mamá estará decepcionada si no toma fotografías de nosotros para su


libro de recuerdos —me dice, y sé que ella podría estar un poco
decepcionada, pero también creo que parte de Emi siente
instintivamente por qué no quiero ir por lo que nunca presionaría.

—Alai estará devastada si no usas su vestido —dice, y tengo que admitir


que ese es uno de los argumentos que casi influye en mí. No quiero que
ella piense que no me gusta su vestido. Luego pienso en su hermosa
creación arruinada por alguna broma, y mi decisión se fortalece.

—Real, realmente quiero ir contigo, y estar contigo esa noche— me dice, y


al final llegamos a un compromiso.
Dejaré que Alai me vista con el vestido que hizo para mí, y hará mi
cabello, pero Peter me llevará a algún otro lugar, lejos de cualquiera en
que el resto de los chicos de la escuela pueda estar. Peter parece feliz con
ese compromiso, y pronto está tramando algo secreto para esa noche que
no me dirá. Le hemos dicho a Alai que vamos a ir al baile de graduación
y eso la hace tan feliz que me siento culpable por el engaño, pero no lo
suficientemente culpable para rendirme.

***

Cada día tengo o tutoría o terapia física, y soy completamente dependiente


de Peter y su familia. Mi padre ha regresado a sus viejas costumbres, rara
vez volviendo a casa del trabajo hasta que ha pasado varias horas en el bar
bebiendo. Trato de esconder eso de Peter y Emi en especial, pero
puesto que son ellos dos quienes pasan más tiempo en mí casa o
llevándome a algún lugar, pronto se hace muy evidente.

Una noche, Peter me trae a casa, y me acompaña dentro como siempre.


Nos estamos diciendo buenas noches cuando mi padre regresa a casa, un
poco más temprano de lo usual. Se tambalea dentro, casi cayendo
mientras nos pasa. Peter lo atrapa.

—Whoa, Sr. Esposito, ¿está bien? —pregunta, arrastrando a mi padre en


una posición vertical.

—Peter, eres un buen chico —dice, arrastrando las palabras, palmeando


descuidadamente a Peter en la mejilla. Peter me mira y siento mis
mejillas ardiendo con vergüenza.

—Él está bien, sólo necesita ir a la cama —murmuro, abrazando mis


brazos a mí alrededor, preguntándome si el piso se abrirá para poder
desaparecer en el interior.

—¿Esto sucede a menudo? —pregunta Peter, aun estabilizando a mi


padre, quien está ahora cantando una obscena canción que hace mi rostro
arda más brillantemente.
Me encojo de hombros, no queriendo mentir, pero no queriendo admitirlo
tampoco.

—¿Estás segura aquí? —pregunta Peter, una pregunta razonable


considerando lo que sabe acerca de cómo ha sido mi vida, pero sigo
mortificada de que él tenga siquiera pensar en hacerla.

—Por supuesto que lo está —interviene mi padre, interrumpiéndose en


medio de su canción, una pequeña bendición, y trata de ponerse de pie un
poco más alto—. Cierro las puertas con llave yo mismo.

Ruedo mis ojos. Obviamente eso no es a lo que Peter se refiere.

—Sí, lo estoy —le digo. Peter me mira dudosamente, pero luego acepta lo
que digo como la verdad.

—Está bien. —Sostiene de nuevo a mi padre, quien se está inclinando


peligrosamente—. Sr. Esposito, vamos a llevarlo a su cama.

—Oh, Peter, no. —Doy un paso adelante, con la mano extendida,


horrorizada ante la idea de Peter teniendo que ayudarlo de esa manera.

—Puedo hacerlo.

—¿En serio? —Suena dudoso, mirando mi yeso significativamente.

—Claro. —Trato de sonar seguirá, pero fallo. Nunca le he ayudado a ir a la


cama antes.

—Espera aquí —dice Peter—. Volveré.

Observo, consternada, como Peter medio lo arrastra por las escaleras,


escuchando atentamente para ver si Peter va a necesitar ayuda. Al poco
tiempo, él vuelve a bajar las escaleras.

—Está desvestido y en la cama —me dice con indiferencia, mi vergüenza al


haberlo tenido no sólo como testigo de esto, sino también como realmente
parte de esto, retuerce mi estómago—. Creo que él estará bien.

—Peter, lo siento mucho.


—¿Por qué? No lo llevaste afuera y derramaste bebidas por su garganta.

No puedo decir nada, mi garganta está atascada con palabras de disculpa.


Él ve la expresión en mi rostro, y tira de mí cerca.

—Lali, ¿por qué no me dijiste que esto era un problema de nuevo?

Sacudo mi cabeza contra su pecho, aún incapaz de hablar.

—No deberías estar aquí. —Frunce el ceño.

—Tengo que estar. Ésta es mi casa. —Estoy a punto de ahogarme con la


palabra, comparando automáticamente mí casa con la de él.

—Estoy preocupado por ti.

—Lo sé. —Tomo una profunda respiración y lo miro—. Pero prometo que
está bien. Él no me lastima. Sólo no vuelve mucho a casa, y a veces
cuando lo hace, está así —digo, mirando hacia las escaleras.

—No me gusta dejarte aquí de esta manera. —Su voz es urgente con
preocupación. Lo abrazo.

—Todo estará bien —le prometo, sin estar segura en absoluto de que nada
estará bien nunca más.
Capítulo 23

E
l día del baile de graduación inexorablemente llega. Hace tiempo
que me han quitado mi yeso y la mayor parte de mi cojera, y estoy
luciendo unas cuantas cicatrices nuevas, pero nada tan extremo
que indique lo que ocurrió cuatro meses atrás que cambió mi vida tan
drásticamente.

Alai está encantada de que estaré usando su vestido para el baile, y


siento un poco de culpa por mi falta de honestidad, pero por mucho que la
quiera, aún no voy a ceder en este caso.

La dejo arreglar mi cabello en largos rizos, un proceso que lleva casi dos
horas porque ella insiste que cada rizo debe ser simplemente perfecto.
Habla todo el tiempo, contándome los últimos chismes de ella y sus
amigos. No puedo evitar comparar su increíblemente emocionante
experiencia en la escuela secundaria, con la que había sido mi propia
horrible experiencia aterradora.

Incluso le dejo poner un poco de rímel y brillo de labios en mí, ella insiste
en que los necesito para las fotos. Me promete hacer las fotos tan pronto
como lleguemos antes de que Peter pueda ―besar y quitar el brillo de
labios‖, mientras lo dice con un tono de disgusto, y mi rostro arde con
vergüenza. Previamente ha hecho una promesa con Peter que él no me
besará hasta después de las fotos. Mi culpa se amontona cuando me
pregunto cómo le explicaré por qué no hay ninguna foto.

Posiciona a todos al pie de las escaleras en el pasillo de la entrada, el área


de la casa que menos me gusta, antes de dejarme salir, insiste en que
haga una aparición, una vez más, bajando las escaleras cuando todos
están ahí, Emi con cámara en mano. Alai se encuentra en la parte
superior de las escaleras para poder observar las reacciones de todos.
Estoy aprendiendo que tiene un talento para lo dramático, y yo soy su
conejillo de indias preferido.

No veo las reacciones de todos, porque una vez que llego a la parte
superior de las escaleras, mis ojos van infaliblemente a Peter, y no creo
que pudiera mirar a otro lado aún si mi vida dependiera de ello.

Él está al pie de las escaleras, luciendo más alto, más ancho y más
hermoso de lo que lo he visto en su esmoquin negro. Ha peinado su cabello
hacia abajo, pero no pasará mucho tiempo antes de que
inconscientemente pase sus dedos por él y esté de punta de nuevo. Sonrío
y casi rio cuando lo hace en ese momento, mi corazón derritiéndose ante la
familiar vista.

Sus ojos lentamente descienden a lo largo del vestido, luego suben de


nuevo y una lenta sonrisa cruza su rostro. Llego al pie de las escaleras, y
él alcanza mi mano, inclinándose para besarme atraído como un imán al
acero, incapaz de evitar la atracción hacia el otro.

—¡Peter, lo prometiste! —Nos llega el grito de Alai mientras se apresura


a bajar las escaleras.

—Oh, lo siento —murmura Peter, alejándose. Pero la sonrisa en su rostro


y la mirada en sus ojos dice que no lo siente en absoluto. Le devuelvo la
sonrisa.

—Aquí —dice Alai, armada con el brillo de labios, como si hubiera


esperado que Peter rompiera su palabra. Lo vuelve a aplicar, todos riendo
ante su ira—. Puedes besarla todo lo que tú quieras después, Peter, pero
no ―hasta después de las fotos‖.

Peter levanta sus manos en señal de rendición, con sus ojos aún pegados
a los míos.

—Está bien, está bien, lo prometo esta vez de verdad. Sólo lo olvidé por un
minuto.

—Eww —Alai y Luz gimen juntas.


—Está bien, ustedes dos, por aquí —dice Emi, posicionándonos, antes
de ordenar a Peter que se limpie mi brillo de sus labios. Las fotografías se
toman, todos diciéndonos cuán bien lucimos y dándonos un abrazo, antes
de irnos. Nos subimos al coche de Peter y me giro hacia él.

—¿Cuánto tiempo piensas que necesitamos ocuparnos antes de que sea


seguro regresar?

—No te preocupes, estaremos fuera el tiempo suficiente.

—¿Qué es lo que tienes bajo la manga? —pregunto sospechosamente.

Él se ríe y se inclina para besarme, alejándose antes de que sus labios


toquen los míos.

—Oops, casi rompo mi promesa de nuevo.

—No importa ¿verdad? No habrá ninguna foto.

Se encoge de hombros.

—Tal vez.

Lo miro aprehensivamente.

—Peter, lo prometiste. Sin baile.

—No te preocupes —me repite—. No romperé mi promesa contigo. Pero


necesito que cierres tus ojos, y no los abras hasta que yo te diga.

—Peter… —le advierto.

Él se acerca y aprieta mi mano.

—Confía en mí —dice, y porque confío en él, más de cualquiera que


conozco, cierro mis ojos.

Después de unos minutos siento el coche salirse de la carretera hacia un


camino de tierra. No conducimos mucho antes de que él se detenga y
apaga el motor.
—¿Ojos cerrados? —pregunta.

—Sí —contesto, curiosa ahora.

—Está bien, quédate aquí. —Él abre su puerta, sale y la cierra de golpe.
Unos segundos después mi puerta se abre y me ayuda a salir.

—Mantenlos cerrados hasta que yo diga —advierte—. El suelo está lleno de


baches, pero no te dejaré caer.

Me lleva a través del terreno desigual y puedo sentir la luz cambiando un


poco detrás de mis párpados, volviéndose más brillante, pero no tanto
como si estuviéramos en el interior de una casa.

—Está bien —dice—. Puedes abrirlos.

Abro mis ojos. Delante de mí está la escena sacada de una película.

Peter me ha traído al claro en un pequeño bosque que se interpone entre


nuestras casas. Ha hecho una fogata, la fuente de la luz, y ha traído una
mesa para dos, con velas y servilletas dobladas. Hay incluso luces claras
de Navidad parpadeando en los árboles. Él se aleja y pulsa un botón del
equipo de música, comienza la música, la misma que podría estarse
escuchando en el baile de la graduación ahora mismo.

Me mira sonriendo, pero puedo leer la incertidumbre en su rostro,


inseguro de mi reacción. Me acerco a él, alcanzándolo para entrelazar mis
brazos alrededor de su cuello y tiro de él para besarlo.

—¡Me hiciste mi propio baile de graduación! —exclamo—. Es increíble.


Eres increíble.

—Alai va a estar realmente molesta —dice con una sonrisa, besándome


de nuevo, haciendo desaparecer el brillo de labios.

—¿Qué es lo que ibas a hacer? ¿Tomar una foto de nosotros en los árboles
y decirle que el tema era del bosque? —bromeo.
—Aún mejor —dice, llevándome al escenario medio escondido entre los
árboles que no había visto antes. Acciona un interruptor y una luz
brillante de fotógrafo se enciende, iluminando como si estuviéramos dentro
de una casa.

—¿Cómo en el mundo…?

—Amber, la novia de Corey pintó el telón de fondo para el baile, así que le
pedí que hiciera otro para mí

—¿Cómo conseguiste electricidad en medio de todos estos árboles? —


pregunto, mirando la luz brillante.

—Hay un generador colina abajo —dice, señalando.

—Inteligente —murmuro.

—Y de esta manera, Alai nunca sabrá que estuvimos en cualquier lugar


más que en el baile de graduación.

—Oh, no. —Río, colocando mis dedos sobre mis labios sin brillo. Peter
sonríe, metiendo su mano en su bolsillo y sacando un tubo de brillo de
labios.

—Ella nos conoce muy bien —dice—. Así que lo puso en mi bolsillo antes
de salir.

—Entonces tomemos la foto para no tener que preocuparnos por eso —me
río—. ¿Pero quién va a tomar nuestra foto?

—Apuesto a que uno de nuestros camareros lo hará —dice astutamente.

—¿Camareros? —pregunto, con el ceño fruncido en confusión. Escucho


otro coche subiendo la colina y él sonríe.

—Ahí están —dice. Emi y el Dr. Lanzani llegan al claro, vestidos con
pantalones vaqueros y camisas blancas y un delantal. Me río ante la vista.
Emi toma nuestra foto, y luego limpio mi brillo, agradecida de tener mis
labios libres de nuevo. Emi y Peter habían pasado el día haciéndonos
una comida, que estaba guardada en la camioneta del Dr. Lanzani y que
ahora nos sirven a la luz de las velas de la mesa.

Cuando terminamos de comer, limpian todos los alimentos y los platos,


pero dejan la mesa puesta para nosotros. También nos dejan una caja con
todos los elementos necesarios para hacer s’mores3 en ella, y algunas sillas
de playa alrededor de la fogata. Emi le dice a Peter que deje todo y ellos
volverán después a limpiarlo. Entonces nos dejan solos.

—¿Quieres bailar? —me pregunta Peter.

—No sé realmente cómo hacerlo —le digo.

—Yo tampoco. Improvisemos juntos.

—Está bien. —Sonrío y él me lleva cerca de la fogata, envolviendo sus


brazos a mí alrededor y atrayéndome cerca para un baile lento, a pesar de
que la música no es lenta en absoluto.

—Luces realmente hermosa esta noche —me dice.

—Es un gran vestido este que Alai hizo —concuerdo.

—Sí, el vestido es lindo, también, pero me refiero a ti. —Coloca su mano a


lo largo de mi rostro, acariciando mi mejilla con su pulgar—. Pero
entonces, siempre luces hermosa para mí.

Y entonces está besándome mientras nos movemos con nuestra propia


música.

—¿Estás segura que no te importa esto? ¿No salir en público cuando estás
vestida así? La mayoría de las chicas les gustaría ser vistas.

—Tal vez no te hayas dado cuenta, no soy como la mayoría de las chicas.

—Me he dado cuenta. Es eso lo que me gusta de ti.

—¿Sí?

3 S’mores: Es un tipo de galleta con malvavisco tostado y chocolate.


—Sí. No juegas, me haces suponer lo que quieres, o lo que estás pensando.
No temes ensuciarte, no te preocupas si tu cabello luce bien, o te enojas
por tener tu baile de graduación en el bosque.

—Oh. —No estoy segura de si eso es algo bueno o no—. ¿Debería


preocuparme por esas cosas?

—No —Se ríe—. Por favor, no. Te amo de la manera en que eres.

Inclino mi cabeza contra su pecho, contenta de estar aquí, de esta manera.


Incluso si pronto nos separaremos, la realidad trata de invadir, pero la
alejo. Al menos por esta noche, no voy a pensar en otra cosa más que estar
aquí, con Peter, y sintiéndome feliz.

Escucho otro coche subiendo la colina y siento a Peter tensarse, pero


asumiendo que son sólo Emi y el Dr. Lanzani regresando, lo ignoro.

—Hey, Peter, no nos dijiste que aquí era donde estaba la fiesta —llama
una voz, y siento mi alegría hacerse añicos.

Me doy la vuelta y veo a Corey, Brock y Kaden con sus citas viniendo de
entre los árboles. Me relajo de nuevo, esos chicos están bien, aunque
hubiera preferido estar a solas con Peter.

Y entonces veo a Eugenia. Ella está con Ian, quien acaba de salir de la
oscuridad. Me congelo con horror, mis entrañas convirtiéndose en miedo
líquido ante la vista, con los pensamientos de mi último baile con ella,
precipitándose de regreso. Este es casi un duplicado de mi último baile, de
mí estando con el más lindo y popular chico de la escuela, con el hecho de
que he usado descaradamente maquillaje, rizado mi cabello, y estoy
vestida de blanco.

Peter siente el cambio en mí y mira hacia abajo, con confusión en sus


ojos mientras busca mi pálido rostro. Por un segundo, siento un agudo y
aplastante dolor en mi corazón al pensar que Peter podría ser parte de la
crueldad de Eugenia, que él podría haber planeado todo esto para
lastimarme. Aun cuando mi cuerpo reacciona ante este daño, alejándome
de Peter, mi mente ya lo está rechazando. Confío en él.
—¿Estás bien? —me pregunta, apretando su agarre en mi cintura. Lo dejo
tirar de mí, presionándome más cerca mientras asiento con la cabeza—.
No sé cómo nos encontraron, no le dije a nadie… —Entonces su rostro
cae—. Debe haber sido Amber. Ella vino aquí hoy para poner el telón de
fondo. Haré que se vayan. —Comienza a alejarse de mí y me sostengo más
fuerte. Sé que Peter ya pasa demasiado tiempo conmigo y no lo suficiente
con sus amigos, y no quiero ser más la causa de eso.

—No, está bien —le digo. Trato de sonreír, pero sé que no parezco sincera
cuando la expresión de su rostro se oscurece.

—Haré que se vayan —dice, ásperamente.

—No, déjales quedarse. —Evitando que se aleje de nuevo—. Por favor, por
mí.

Él me mira extrañamente, y puedo decir que quiere negarse, pero no lo


hace, asintiendo con la cabeza en cambio. Los chicos se acercan,
estrechándole la mano y golpeándolo en la espalda, cada uno de ellos
diciéndome ―hola‖ y que luzco ―bien‖. Las chicas también dicen hola, pero
aún un poco inseguras de mí, quedándose atrás en su propio círculo.

Sólo Eugenia se mantiene apartada, sola. Ella luce extrañamente incómoda,


mirando hacia mí y luego hacia la tierra. Parece incluso más inquieta que
yo.

Huh.

Decido que sólo me quedaré cerca de Peter, con la certeza de que no


permitirá que nada malo me suceda. Los otros deciden que necesitan
tomar fotos de sólo los chicos, lo que me deja de pie al lado de Amber
mientras toma las fotos. Me siento expuesta y vulnerable.

Eugenia toma la oportunidad para caminar hacia mí, e instintivamente me


encojo de miedo. Ella ve esto y su rostro cae con consternación.

—¿Puedo hablar contigo? —me pregunta, vacilante.

La miro, y miro de vuelta a donde Peter se encuentra con sus amigos,


riendo mientras bromean alrededor por la cámara. Realmente no hay una
manera para llamarlo sin parecer una completa cobarde. Considero
llamarlo de todos modos.

—Prometo que no voy a hacer nada. —Da unos pasos hacia atrás, lejos de
mí—. Mira, estaré de pie aquí. Sólo quiero decirte algo, entonces me iré. No
debería siquiera haber venido, pero Ian quería parar, y no sabía que aquí
era donde Peter y tú estarían.

Guardo silencio, con desconfianza aumentando desenfrenadamente por


mis venas.

—Sé que no tienes razones para creerme —dice— y no te culpo por


odiarme. He hecho cosas realmente horribles —Su voz se levanta y mira
hacia otro lado, con culpa inundando su rostro—. Realmente horribles —
reitera—. Y me gustaría poder retirarlas, pero no puedo. Realmente lo
siento, pero eso no cambia las cosas ¿verdad? —Me mira, pero no creo que
esté esperando una respuesta, y probablemente no podría darle una de
todos modos, estoy tan aturdida por este extraño discurso.

—He sido tan horrible contigo. Fuimos amigas una vez ¿recuerdas? —Me
mira de nuevo, ahora queriendo una respuesta—. Fui tan estúpida,
mezquina, celosa y cruel, y no tengo ninguna excusa. Escuché acerca de ti,
tú sabes —mira hacia otro lado, luciendo avergonzada—, de tu mamá y
todo, y todo lo que pude pensar es que necesitabas un amigo. Y cuando lo
necesitaste yo me aseguraba que no tuvieras uno, que no tuvieras a nadie
con el que pudieras contar. Y realmente, realmente lo siento, más de lo que
alguna vez sabrás. Me gustaría poder hacer las paces contigo. Me siento
muy mal, pero supongo que probablemente no tan mal como te he hecho
sentir en todos estos años.

No puedo hablar, preguntándome qué es lo que hay detrás de ésta


increíble confesión. Estoy esperando por una serie de golpes, o siquiera el
golpe, o la broma que me cause humillación, o lo que sea que haya
planeado.

—Sólo quería que supieras que lo siento. —Me mira de nuevo—. Dile a Ian
que me fui a casa, ¿está bien? —Se da la vuelta para irse. Miro de regreso
a Peter y decido tomar la oportunidad.
—Eugenia —la llamo. Se detiene y se vuelve hacia mí—. No te vayas —le
digo.

—¿Qué?

—Quédate. —Me encojo de hombros y hago una vaga seña hacia el fuego—
. Vamos a hacer s’mores.

Ella me mira inquisitivamente, dando un paso vacilante hacia mí.

—¿Estás segura?

No lo estoy, pero asiento con la cabeza de todos modos.

—¿Alguna vez has probado un s’more?

Ella sonríe vacilante.

—Sí, son bastante buenos.

—Son realmente buenos. Deberías quedarte.

Ella camina de regreso hacia mí, deteniéndose a unos pies de distancia.

—Esta es tu noche —dice—. No quiero arruinarla.

—Entonces no lo hagas —le digo—. Quédate y prueba un s’more.

—Está bien. —Acepta con una pequeña sonrisa. Le devuelvo la sonrisa, mi


insegura sonrisa haciendo juego con la de ella. Pareciera que hemos
llegado a una especie de tregua, al menos por esta noche. Puedo vivir con
eso.
Capítulo 24

L
a fecha de mi juicio es una semana antes de la graduación. Pido
prestado uno de los vestidos de Alai, de un modesto, humilde,
color azul cielo. Es más lindo que cualquiera de los que tengo —a
pesar de que la poca ropa que tengo en mi armario parece estar
multiplicándose— de alguna manera produciendo ropas más bonitas que
mis ropas de segunda mano. Alai dice que estaba a punto de tirarlas de
todos modos.

Soy una masa de nervios, esperando no tener que ir a prisión por algo que
ha sido completamente sin intención, y al mismo tiempo creyendo
absolutamente que merezco ser castigada por causar la muerte de mi
madre.

Mi padre se ha tomado el día libre en el trabajo, y se las ha arreglado para


estar sobrio y con los ojos claros mientras me conduce al palacio de
justicia. Está muy callado, y sé que está tan nervioso como lo estoy yo,
aunque no sé por qué. Su vida realmente no cambiará tanto si estoy en
casa o en prisión.

Rufus se encuentra conmigo en el juzgado, tranquilo y relajado, un


completo contraste de mi experiencia con mi primer abogado. Caminamos
hacia el interior, y veo a Peter esperando por mí, sentado en la fila detrás
de donde me sentaré, con Emi y el Dr. Lanzani a su lado. Estira su
brazo cuando paso y toca mi mano, lo que casi me deshace. Quiero entrar
en el refugio protector de sus brazos y esconderme ahí.

Me muevo en mi asiento en la mesa de la defensa, mirando hacia él.


Detrás de él veo como Eugenia entra y se sienta en la fila de atrás. Me
sonríe tímidamente. Sigo estando insegura de sus motivos, no estoy segura
si está aquí para apoyarme o para regodearse.
Desde la noche de la fiesta de graduación, ha estado ligeramente amable
conmigo en la escuela. Es un poco incómodo entre nosotras por todas las
previas enemistades. No estoy segura que ninguna de nosotras esté muy
segura de qué hacer con esta tregua.

La jueza es anunciada y la mujer entra, quien es la que decidirá mi futuro.


Es de avanzada edad, profesional, con el rostro ilegible. Ni siquiera mira
hacia mí mientras toma asiento. El tribunal es llamado a orden, con mi
caso anunciado y el fiscal levanta una mano, haciendo un anuncio que no
había esperado.

—Su señoría, en luz a la evidencia, y los testimonios que nos han sido
proporcionados por la defensa, y los informes presentados por los oficiales
de la policía en la escena, así como el reporte del forense, la gente pide
desechar el caso contra Mariana Esposito en este momento.

—¿Asumo que la defensa no tiene nada en contra de esto? —pregunta la


jueza, sonando aburrida, como si no hubiera esperado menos. Mira a
Rufus sobre el borde de sus lentes.

—No, su Señoría. —No suena tan aturdido como yo me siento, sin


embargo, puedo escuchar el alivio en su voz.

—Bien. —Se quita sus lentes y vuelve su mirada hacia mí—. Señorita
Esposito, he revisado su caso, y no veo ninguna culpa de su parte aquí. Lo
lamento por el trauma que ha sufrido. El sistema le falló; debería haber
estado mejor protegida. Creo que el Estado le debe una disculpa por eso.

—Caso cerrado. —Su tono se ha mantenido incluso a través de este


discurso, así que cuando golpea con el mazo, miro a Rufus, confundida. Él
está sonriendo al fiscal, estrechando su mano y agradeciéndole. Miro de
nuevo hacia Peter, que está sentado detrás de mí. Luce vacilantemente
esperanzado. La jueza se levanta junto con el resto de nosotros y sale de la
habitación. Esta vez ella me mira y una ligera sonrisa aparece en su boca.

Miro de nuevo a Rufus.

—¿Qué acaba de pasar? —le pregunto.

—Creo que se podría decir que ganamos. Los cargos han sido retirados.
—¿Retirados? ¿Para siempre?

Se ríe. —Para siempre. Leyeron tu declaración, vieron tus fotos. Sabían


que no había caso; no hubo nunca ninguna mala intención, sólo defensa
propia. Habría estado sorprendido si hubieran seguido con este asunto.

—¿Así que eso es todo?

—Es todo. Puedes salir de aquí libre y limpia. Ni tienes siquiera que pensar
acerca de esto de nuevo. —Cambia de postura incómodamente cuando se
da cuenta de cómo suenan sus palabras; ¿cómo le dices a alguien que
olvide que su madre está muerta por su propia mano, ya sea intencional o
no?—. Quiero decir, legalmente ya no tienes que preocuparte por esto.

Peter lo entiende antes que yo. Da un grito de alegría y me levanta en sus


brazos, justo sobre el divisor de madera, y me hace dar vueltas. Planta un
beso en mis aturdidos labios, y luego me baja para que Emi y el Dr.
Lanzani me abracen.

Mi padre se acerca, con su traje un poco arrugado y se pone de pie delante


de mí, moviéndose nerviosamente. No estoy segura de qué decirle. No
hemos hablado en absoluto de lo que pasó, y no estoy segura de cómo se
siente acerca del hecho de que su esposa esté muerta por mi causa, y me
acaben de dar una tarjeta de salir-libre-de-la-cárcel.

Sus ojos se mueven ansiosamente entre todos nosotros, incluyendo a


Rufus, a quien Peter tardíamente presenta a mi padre. Se dan la mano,
mi padre sintiéndose incómodo por su extraño papel aquí, había sido
requerido que estuviera aquí porque había tenido diecisiete en el momento
del incidente, pero ahora ya no es necesario.

Frota mi brazo con torpeza.

—Te veo en casa, entonces —dice, tras palmearme el brazo. Me inclino


abruptamente hacia él y lo abrazo. Se sorprende por el movimiento
inesperado, sus brazos subiendo espontáneamente para tomar mi cintura.

—Gracias, papá, por estar aquí. —Quiero que sepa que aprecio su
esfuerzo.
Asiente con la cabeza, luego se da la vuelta para irse, asumiendo,
supongo, que llegaré a casa con los Lanzani. Nico, Emi y Rufus lo
siguen, Emi enroscando su brazo alrededor del de mi padre. Lo veo
alejarse y mis ojos se posan en Eugenia, aún sentada en el fondo de la sala.

—Ya vuelvo —le digo a Peter.

Me dirijo hacia la parte trasera de la sala, Eugenia se pone de pie mientras


me acerco.

—Yo… espero que esté bien que me encuentre aquí —dice.

—¿Por qué estás aquí? —pregunto, realmente curiosa.

Mira hacia abajo, y después a más allá de mí, buscando las palabras.
Finalmente sus ojos vuelven a los míos.

—Por un montón de culpa, supongo.

Estoy sorprendida ante su honesta respuesta.

—Quiero decir, no puedo dejar de pensar acerca de todo… sobre todo a


principios de este año, cuando yo… en el baño de la escuela… —Mi mente
retrocede de nuevo a ella arrinconándome y golpeando mi cabeza contra el
suelo. Podría haberle dicho que su paliza fue de principiantes comparada
con las que había sido criada, pero de repente parece no tener
importancia.

Se estremece al recordar.

—No puedo evitarlo, todo este tiempo estuviste sufriendo tanto, y yo me


sumé a eso.

—Eugenia. —Toco su brazo, y ella se marchita miserablemente debajo mi


contacto—. Se ha terminado. No se puede deshacer. Te perdono.

—¿Cómo puedes perdonarme? —grita miserablemente—. ¿Cómo puedo


hacerlo yo?
—Puedes porque yo puedo hacerlo —le digo. De repente tengo una idea—.
Haré un trato contigo.

Me mira con curiosidad.

—Podría necesitar un favor algún día de estos, y necesitaré… un amigo…


puedo pedírtelo a ti.

—Cualquier cosa. —La frase es una ráfaga de aire—. Haré cualquier cosa
para que puedas saber cuánto lo siento.

Asiento. —Gracias por venir.

Se encoge de hombros.

—Quería hacerlo. Además, todos en la escuela están esperando para


escuchar. Les dije que vendría, así que soy una clase de portadora
designada.

Siento algo del flujo de enfermedad fluyendo a través de mí; los lobos están
de nuevo a la espera para escuchar acerca de la humillación de la oveja.
Mis sentimientos deben haberse mostrado en mi rostro, porque se
apresura a corregirme.

—Es porque se preocupan. Estarán felices por ti.

—Felices. —La palabra es amarga en mi lengua. ¿Felices de haberme


librado de algo que hice?

Peter llega hacia mí por detrás, y desliza sus brazos alrededor de mi


cintura.

—¿Está todo bien? —pregunta, y puedo oír en su tono de voz que sabe al
menos un poco de la historia de Eugenia con respecto a mí.

—Sí —le digo, sonriéndole.

—Supongo que debería irme ahora —dice. Miro de nuevo hacia ella,
deslizando mis manos a lo largo de los brazos de Peter ausentemente,
pero con absoluta consciencia.
—Gracias, Eugenia.

Me sonríe, dándose la vuelta para irse. Peter me da la vuelta en sus


brazos, y mis manos se deslizan alrededor de su cuello.

—¿Qué fue todo eso? —pregunta.

—No importa —le digo, apoyándome en él, mientras los acontecimientos


del día me alcanzan y siento la enormidad de lo que ha sucedido se lanza
sobre mí—. Tengo que salir de aquí.

Salimos por el pasillo donde sus padres están hablando con Rufus y algo
acerca de eso me parece extraño, aunque no puedo entender bien qué es.
Peter les saluda, y se acercan a nosotros, seguidos por Rufus.

—Gracias —le digo—, por todo.

—Espero nunca tener que volver a verte, al menos profesionalmente —


dice—. Nos vemos después, Nico, Emi.

—Gracias Rufus —dice el Dr. Lanzani, palmeándolo en la espalda como si


fuera un amigo.

—¿Por qué no vienes a la casa después para cenar? —pregunta Emi,


volviéndose hacia mí—. Trae a tu padre, también.

—Gracias, Emi. Hablaré con él, para ver si está disponible. —La
respuesta es automática, distraída mientras observo a mi abogado salir de
la habitación, y luego me vuelvo hacia los Lanzani.

—¿Lo conocen? —le pregunto al Dr. Lanzani.

—Sí, él trae a sus perros conmigo. —Pero incluso cuando lo dice, cambia
de posición nerviosamente.

—Que coincidencia ¿eh? —pregunto sospechosamente.

El Dr. Lanzani se encoge de hombros.


—Es un viejo amigo. Me debía un favor, Lali. No costó nada.

Miro a Emi, su rostro traicionándola con conocimiento, y luego miro a


Peter.

—¿Lo sabías?

Asiente con cautela, esperando por la explosión que parece temer que
aparezca, entonces se prepara, levantando sus manos hacia mí.

—No lo sabía al principio. Sólo después de que fuera a tu casa ese día, y
fui a casa para decirle a mis padres.

—¿Por qué no me dijiste?

—Porque tienes un problema para aceptar ayuda, y sabía que te enojarías.

Quiero discutir, pero sé que tiene razón. Así que miro al Dr. Lanzani en su
lugar.

—¿Realmente no costó nada?

—No. —Su mirada es franca y honesta—. Los abogados tienen que hacer
ciertas cantidades de trabajo gratuito cada año. Así que lo llamé. —Mira a
Peter—. Peter me contó acerca de tu primer abogado. Lali, sólo
queríamos ayudar.

Suspiro. Supongo que puedo vivir con su ayuda, siempre y cuando no les
haya costado nada.

—Está bien, gracias entonces. Realmente lo aprecio. —Abrazo a los


Lanzani, luego envuelvo mis brazos alrededor de Peter, transmitiéndole el
mensaje de que no estoy enojada con él. Él me corresponde al abrazo, la
tensión abandonando su cuerpo.

***
—¿A dónde quieres ir? —me pregunta Peter, después de llevarme a mi
casa a cambiarme a unos vaqueros y una camiseta, que pertenecían a
Alai. Es un día hermoso, con un cielo azul y un sol brillante.

—Vamos a columpiarnos —le digo, una fantasía que he estado


alimentando desde hace algún tiempo.

Me sigue a la parte de atrás, y por primera vez en mi vida, no me siento en


mi amado columpio a solas. Peter se sienta a mi lado, tomando mi mano
entre las cadenas mientras nos balanceamos suavemente hacia atrás y
adelante.

—Apuesto a que puedo ir más alto que tú —lo desafío en broma, liberando
su mano y empujándome hacia atrás con mis pies, riendo mientras me
impulso más y más alto, con Peter a mi lado, con su inexperiencia
haciéndolo balancearse lentamente a pesar de sus largas piernas.

Me doy impulso, observando el patrón familiar de césped, la cerca, el patio


del vecino, la copa de los árboles, y finalmente el cielo, de un azul
profundo y un blanco brillante con sus redondas nubes esponjosas como
montones de crema batida colocadas ahí, y después el patrón en reversa, y
de nuevo hacia adelante, Peter pasando a través de mi visión periférica
mientras se columpia a mi lado. Me estoy riendo, y de repente estoy
llorando, poco a poco al principio, con lágrimas corriendo lentamente por
mis mejillas mientras la risa disminuye. Los recuerdos inundan mi mente
y mi alma, comenzando con el primer día que puse mis ojos en este
columpio, viajando a través de la desintegración de mi infancia, y la
pérdida de una vida normal a mano de mis padres; a través de la forzada
servidumbre, el hambre y la tortura; a través de las palizas a manos de la
mujer que debería haberme amado más que nadie, y cuya muerte fue mi
culpa.

Mis lágrimas se convierten en grandes sollozos y Peter ha dejado de


columpiarse, diciendo mi nombre mientras intenta de detener mi
columpio, para atraparme entre mis arcos de vuelo. Se pone de pie detrás
de mí, esperando mientras sigo balanceándome y envuelve sus brazos
alrededor de mi cintura con fuerza, deteniendo mi avance, lanzándonos
hacia adelante con el impulso. Se inclina hacia atrás y me dejo ser tirada
del columpio.
Caigo al suelo contraída en una rueda, y él viene conmigo, enroscando su
cuerpo alrededor de mí por detrás, sus rodillas contra mis costados, sus
brazos aprisionados fuertemente sobre mí, mientras sostiene el golpe, el
peso, balanceándome mientras caemos juntos en la tierra, y me lamento y
gimoteo, derramando mi dolor de una manera que no me había permitido
desde que desperté por primera vez en el hospital.

Cuando mi llanto se suaviza en gemidos, me gira hacia su costado y tira


mi rostro contra su hombro. Envuelvo mis brazos alrededor de sus
costillas, agradecida por su sólida fuerza. Estoy ahora temblando, una
reacción tardía, y su calor me rodea.

—Yo la maté —gimo.

—Cariño, fue un accidente. —Su voz es persuasiva, llena de emoción.

Niego con mi cabeza.

—No importa. Es mi culpa.

—La, estabas tratando de escapar. Ella te hubiera matado… —Su voz


queda atrapada y se detiene.

Me aprieto más fuerte contra él.

—Tal vez —le concedo—. Pero tal vez no. No le di la oportunidad de verlo
venir. —Tomo una inhalación, entonces le digo una cosa que no le he
dicho nunca a nadie más—. Lo deseé, Peter. Más veces de las que puedo
contar. Incluso rogaba porque sucediera. ¿Qué clase de persona reza por
la muerte de su madre? ¿Y si no fue un accidente… y qué si
inconscientemente sabía lo que estaba haciendo?

—Lali, mírame. —Toma mi rostro con una mano hacia el de él, su otra
mano aun sosteniéndome con fuerza—. No te hagas esto a ti misma. Yo te
vi. ¡Casi mueres! Un golpe más y ella te habría… —Su rostro es terrible al
recordar, devastado con el pensamiento de eso. Sus desolados ojos
sostienen los míos, oscuros con sentimiento.

—Lali, cariño, sólo la empujaste. Fue un maldito accidente. ¿Me oyes? ¡Un
accidente! Pudo simplemente haber quedado inconsciente. O incluso no
haberse lastimado en absoluto, e ir por ti de nuevo. No fue la culpa de
nadie que se golpeara la cabeza en la manera en que lo hizo, especialmente
no fue tu culpa. Fue la de ella por ponerte en posición de tener que
defenderte en primer lugar. —Su tono es urgente, pidiéndome que
entienda.

—Ni siquiera pude ir a su funeral —susurro.

—Ella era un monstruo —dice.

—Era mi madre.

Asiente con la cabeza, tratando de entender, incapaz de hacerlo en su


propio mundo brillante lleno de amor. Me abraza más cerca de nuevo.

—Lo sé, Lali. —Nos mecemos en silencio durante unos minutos, lágrimas
aun corriendo silenciosamente por mi rostro, con mi garganta adolorida
con la tensión residual.

—La quería —le susurro.

—Tienes que dejarla ir —dice en voz baja. Sé que tiene razón, pero no
tengo idea de cómo alguna vez haré eso.
Capítulo 25

E
l día de la graduación llega, y ya que he pasado todas las pruebas
—y no estoy en la cárcel— tengo permitido graduarme con todos
los demás. Estoy preocupada por aparecer en público, ya que los
periódicos locales se han apoderado de mi historia y la han hecho circular
de forma sensacionalista no completamente precisa pero que sí se acerca
bastante a la verdad. No estoy muy segura de la reacción que espero de
mis compañeros, la mayoría de los cuales con los que he asistido a la
escuela durante los últimos doce años.

Mi padre realmente se las arregla para mantenerse sobrio una vez más, y
nos lleva a la escuela en su coche, el que tengo que admitir estoy
sorprendida que todavía funcione. Supongo que tiene mucho que ver con
el hecho de que siempre ha trabajado como mecánico —aunque para
muchas empresas con el paso de los años— y se las arregla para que siga
funcionando. El interior del coche está sucio, como si no hubiese sido
limpiado en años, y está lleno de botellas vacías. Me pregunto cómo ha
vivido todos estos años sin tener que abrazarse a un árbol en una
confusión mental por el alcohol, o evitar hacerle daño a nadie más.

Nos encontramos con Peter y su familia en el auditorio donde la


graduación se llevará a cabo. Mi padre va a sentarse con ellos, mientras
Peter y yo pasamos a nuestros asientos. Trato de fingir que no me doy
cuenta de las ojeadas y miradas fijas que estoy recibiendo, los susurros
detrás de las manos.

Los amigos de Peter vienen a saludarme, al igual que sus novias, quienes
lucen más incómodas a mí alrededor de lo habitual. Entonces Eugenia
viene a mi lado, sentándose en la fila junto a mí, con una sonrisa. Tengo
que admitir que me sigue poniendo nerviosa tenerla tan cerca, pero ella
sigue siendo la que tiene la más agradable presencia de todas las chicas.
Nos alineamos, nos sentamos en los asientos y escuchamos los largos y
aburridos discursos que acompañan a la graduación. Entonces, fila por
fila nos ponemos de pie y caminamos hacia el podio a recibir nuestros
diplomas. Nos fueron dadas instrucciones por adelantado, subir desde
lados opuestos, tomar nuestro diploma, estrechar la mano a los
administradores mientras caminamos hacia el centro del escenario, y
después salir del podio.

Cuando llega mi turno, y mi nombre es anunciado, llega un puñado de


aplausos detrás de mí. Esto rápidamente se convierte en una estruendosa
ronda de aplausos y echo un vistazo alrededor para ver lo que está
causando la conmoción.

Todo el mundo está mirándome, ya sea sonriendo o con lágrimas


deslizándose por sus rostros, o ambas cosas. Incluso la administración y
los oradores en el escenario se han detenido y se han unido. ¿Me están
animando a mí? Busco a Peter, pero se encuentra en el lado opuesto de la
pista, demasiado lejos para contactarlo. Él está tocándome de todos
modos, sus ojos ardiendo intensamente en los míos, con una sonrisa de
amor y reconocimiento en su rostro.

Eugenia está de pie detrás de mí, y me acerco a ciegas a ella, por cualquier
cosa real y sólida en este extraño mundo. Ve mi necesidad y da un paso
adelante para tomar mi mano, dándome apoyo en cara a este abrumador
suceso. Continúo subiendo al podio, liberando la mano de Eugenia
mientras encuentro la línea de recepción, recibiendo abrazos en lugar del
tradicional apretón de manos, incluso de aquellos que no se supone deben
estar de este lado del escenario se acercan. Peter ha llegado a mi lado, y
se reúne conmigo en el centro, tomando mi mano y besándome en la sien,
encaminándome a bajar por las escaleras.

Se necesita algo de tiempo para que los aplausos se apaguen después de


haber regresado a mi asiento, dejando ir a Peter a regañadientes. En este
momento estoy totalmente avergonzada. Supongo que es mi repentina
celebridad la que ha conseguido esta reacción.

Más tarde me dicen que es respeto por mi valor, y por sobrevivir ante tales
posibilidades. Esto no suena del todo bien para mí, ¿qué opción tenía sino
sobrevivir? No me considero valiente en absoluto. El valor me parece una
palabra honorable, y matar a tu propia madre es cualquier cosa menos
honorable.

Vamos a cenar con los Lanzani para celebrar el dudoso honor de lograr
graduarse de la secundaria. Incluso mi padre, quien está muy inquieto
tratando muy duro en ser como un padre, viene. Es una noche de emoción
y risas en su mayoría, pero por dentro siento un profundo temor, porque
sé que cada día me llevará más cerca al momento en que tendré que estar
sin Peter.

—¿Quieres volver a mi casa por un rato? —me pregunta Peter más tarde,
mientras nos detenemos frente a mi casa, mi padre saltando fuera de la
camioneta. Lo veo salir y sacudo mi cabeza.

—Creo que necesito hablar con mi padre. Las cosas han estado extrañas
entre nosotros, y es tiempo de hablar de eso. —Eso se trata de la muerte
de mi madre, su esposa, por mi culpa. Peter no discute, entendiendo
instintivamente lo que más necesito, como siempre hace.

Sigo a mi padre hacia el interior, observando mientras se para


nerviosamente cerca de la ventana del frente, obviamente queriendo
escapar. Reconozco ese sentimiento muy bien, pero por una vez tendrá
que ignorarlo por mí, su hija.

—Papá, tengo que hablar contigo.

Me mira, con temor en cada línea de su rostro.

—Estaba a punto de salir —dice.

—Lo sé. Pero te necesito ahora. Sólo por un momento.

—Está bien —me concede, pero no está contento acerca de esto. Entramos
a la cocina y se sienta en la mesa. Lleno un vaso con agua para mí y uno
con refresco para él, descartando la cerveza. Lo necesito sobrio por un
poco más.

—¿Me culpas? —le pregunto, tan pronto como tomo asiento.

Está sorprendido. —¿Culparte de qué? —pregunta.


—Por… mamá. Por… matarla.

Su mandíbula cae. Esto obviamente no es lo que esperaba.

—No, Lali, por supuesto que no. Sé lo que pasó. Tú no la mataste, no


realmente.

—Lo hice. Está muerta por mí causa. Era tu esposa y ahora se ha ido por
mí culpa.

Se estira a través de la mesa y cubre mi mano con la suya, un inesperado


gesto paternal.

—Lali, sabes cómo estaban las cosas. Eres una chica inteligente, viste lo
que pasó entre nosotros. Ella no había sido realmente mi… esposa por un
largo tiempo. —Mira hacia un lado culpablemente—. No es que la culpe
por eso, tampoco. Hay mucha culpa de mi parte. Pienso en eso a veces, me
pregunto cómo es que las cosas se volvieron tan mal. —Me mira, sus ojos
plagados de remordimiento—. Es en mayor parte mi culpa, por la manera
en que las cosas fueron entre ella y yo. No estuve ahí cuando me necesitó,
y vi cómo se convertía, cuán importantes se volvieron las drogas. Lo sabía,
y lo ignoré. —Me mira—. Vi cómo era contigo.

—¿Por qué? —pregunto, torturada—. ¿Por qué era así conmigo? ¿Era yo
tan horrible, no era digna de ser amada? ¿Por qué me odiaba?

Niega con su cabeza y suspira, un largo y decisivo suspiro, como si hiciera


una elección.

—Hay algo que deberías saber, Lali. Algo que probablemente merecías
saber hace mucho tiempo. —Se pone de pie—. Espera aquí, tengo algo que
deberías ver.

Sube por las escaleras con una mirada de añoranza hacia la puerta
principal. Puedo escucharlo hurgar, y finalmente regresa, trayendo una
hoja de papel con él. Se sienta frente a mí, mirando hacia abajo al papel
como si estuviera decidiendo si era bueno o malo enseñármelo, pero luego
la deja en la mesa y la empuja hacia mí, sin encontrarse con mi mirada.
Miro hacia abajo. Certificado de Adopción está garabateado en la parte
superior de la hoja. Mis cejas se fruncen en confusión. ¿Mi madre era
adoptada? ¿Qué tiene esto que ver conmigo? Entonces continúo leyendo,
viendo la fecha del nacimiento del bebé, y el nombre de los padres
adoptivos, y mi corazón se detiene. Miro a mi padre, quien me está
mirando dolorosamente.

—¿Fui adoptada? —Mi voz sale en un chillido.

—Sí.

—Pero, no lo entiendo. Ella estaba embarazada, cuando… la recuerdo a


ella estando embarazada cuando yo era joven. Tengo una foto de ella.

Él asiente tristemente.

—Lo estaba. Eso fue un accidente. Habíamos tratado de evitar el


embarazo.

—¿Por qué? —Ahora entiendo aún menos que antes.

—Hay toda una historia de enfermedades mentales del lado de tu madre, y


problemas de adicción del mío. Decidimos que no queríamos transmitir
esos genes. Así que te adoptamos.

—¿Es por eso que me odiaba? ¿Por qué no era su hija?

—No, Lali, en absoluto. Ella te amaba. Sé que ahora es difícil de creer,


pero tenías que haberla visto cuando te trajo a casa. Te adoraba. Pasaba
todo su tiempo jugando contigo y cuidando de ti. Incluso cuando nos
enteramos que estaba embarazada, y hablaba sobre el aborto, lo que no
pudo hacer al final, todavía te amaba. Como si fueras su propia carne y
sangre. Y entonces perdió al bebé. —Se le quiebra la voz, perdido en la
miseria de ese recuerdo—. Ninguno de los dos lidiamos bien con eso.
Supongo que ambos habíamos estado esperando por el bebé más de lo que
sabíamos. Algo le pasó entonces, como si algún interruptor se hubiera
apagado. Ella tomaba pastillas para el dolor por el aborto involuntario,
seguidas de pastillas para la depresión cuando no podía con la pena. —Me
mira—. Había estado tomando pastillas para su tipo de sicosis antes de
casarnos, pero a medida que se volvía adicta a las demás pastillas, dejó de
tomar esas. Me gustaría tener una excusa de por qué hizo las cosas que
hizo, pero al final todo se reduce a eso. Había empezado a tomar sus
pastillas de nuevo cerca del día de Acción de Gracias, pero entonces se
detuvo cuando te fuiste en Navidad. Me avergüenza decir que estaba tan
confinado en mí y en mis propios problemas que ignoré los de ella. Y los
tuyos. No quería lidiar con nada de eso. Y fue por eso que pasaste años
siendo lastimada, y hemos terminado aquí, de esta manera.

Sólo puedo mirarlo fijamente, sorprendida. Toda mi vida se había basado


en mentiras y egoísmo.

—¿Alrededor de Acción de Gracias? —pregunto en voz baja. Puedo adivinar


exactamente lo que hizo que tomara sus pastillas de nuevo en ese
momento… ella casi me había matado. Siento una chispa de ira
encenderse—. ¿Sabes por qué?

Niega con su cabeza, mirándome con recelo ante mi tono.

—Me lastimó. Gravemente. Me fui por casi una semana mientras los
Lanzani cuidaron de mí hasta que sanara. ¿Incluso estuviste al tanto de
eso, papá? —escupo su nombre sarcásticamente.

—Lali… —comienza, pero lo interrumpo.

—Elegiste adoptarme —le acuso, con la voz llena de veneno—. Tenías una
responsabilidad conmigo. Ambos la tenían. ¿Y tú excusa es que no querías
lidiar con eso? —Me pongo de pie furiosamente, y él mira al suelo, con
miseria en cada línea de su cuerpo. Alejo cualquier sentimiento de
compasión en mí al verlo.

—¡Eres un inútil borracho autocompasivo, y no soy tu hija! —Mi voz se


eleva, emociones y pensamientos arremolinándose en un turbio caos en mi
cabeza. Quiero expresar todos ellos, pero no puedo encontrar un lugar
para iniciar en la violenta tormenta que es mi mente. Parece haber un solo
lugar con el que comenzar.

—¡Me voy! —exclamo, tomando una repentina decisión, las palabras


encontrando su camino hacia la superficie por su propia voluntad. Pero
mientras la digo, siento lo correcta que es mi decisión—. Me iré dentro de
unos días, y podrás vivir el resto de tu miserable y solitaria vida de la
manera que elijas. Espero que la pases pensando en mí, cada día, y sepas
que tú hiciste esto. Tuviste el poder para detenerlo, pero no quisiste lidiar
con esto. ¡Así que ahora trata con lo que te queda!

Tomo el certificado en mi puño, llevándolo conmigo mientras salgo de la


habitación y subo por las escaleras. Golpeo la puerta y me quedo de pie
dentro de mi habitación que ha sido tanto mi cárcel como mi santuario
durante tantos años. No siento nada. Nada excepto ardiente cólera ante la
vida que me ha sido designada. Atasco la silla debajo de la manija de la
puerta.

Unos minutos más tarde escucho cerrarse la puerta delantera, y el motor


del coche encenderse en el camino de entrada. Abro mi puerta,
escuchando el silencio. De pronto me siento presa de un intenso deseo de
estar fuera de este lugar. Vuelvo a mi habitación, bajando la vieja maleta
de la parte superior de mi armario y furiosamente empujo mis pocas
posesionas en ella, sintiendo más ira creciendo ante lo poco que tengo
para mostrar en los años de abuso que he sufrido en esta casa.

Saco el teléfono que aún tengo del Dr. Lanzani, y llamo por información.
Marco un nuevo número para llamar por el favor que esperaba que fuera
algo totalmente diferente cuando se lo pedí. Me siento aliviada cuando
Eugenia contesta.

—Soy Lali —le digo—, necesito ese favor ahora.


Capítulo 26

L
e pregunto a Eugenia si puedo quedarme con ella durante unos días,
en lo que ella y sus padres de buena gana estuvieron de acuerdo. Al
igual que yo, Eugenia es hija única, y les contó a sus padres acerca
de mí y cómo me trato durante estos últimos años en un ataque de
arrepentimiento. Estuvieron horrorizados y entristecidos por su
comportamiento, y se alegraron de que hubiera tratado de hacer las paces
conmigo, así que estaban más que dispuestos a dejar quedarme. Tienen
una habitación libre, que comparte un baño con Eugenia, que me dejan
usar.

Es un poco incómodo al principio, pero estar en un lugar cerrado crea una


especie de intimidad forzada, y pronto Eugenia y yo nos convertimos en
algo así como amigas. Detrás de la fachada que pone en la escuela está
alguien que es realmente una buena persona.

—¿Por qué? —le pregunto una noche mientras nos sentamos en el suelo
de su habitación, mirando antiguas fotos de su familia, algo que nunca he
tenido, excepto la foto del día en que entregaron mi columpio—. ¿Por qué
me odiabas tanto?

Muerde un lado de su pulgar durante largos segundos, sin mirarme.


Finalmente, se encoge de hombros.

—Es increíblemente estúpido cuando pienso en eso ahora. —Levanta la


mirada, y puedo ver la vergüenza en su rostro—. ¿Recuerdas que éramos
amigas? —Asiento con la cabeza—. Pero comenzaste a volverte un poco
extraña. —Mira hacia debajo de nuevo.

—Supongo que ahora entiendo por qué. Pero no lo hice en ese entonces. —
Me mira de nuevo, toma un respiro y me dice.
—A pesar de que te volviste extraña, y realmente callada, eras tan bonita.
Estaba celosa porque quería ser la más bonita. Supongo que eso es
bastante egoísta, pero… —Se encoge de hombros de nuevo.

—De todos modos, siempre había pensado que Peter era el chico más
lindo en la escuela, y en algún momento decidí que si él era el más lindo, y
yo la más bonita, deberíamos estar juntos. Como una súper pareja. Una
vez que decidí eso, comencé a notar la manera en que te miraba. Él
siempre se desviaba de su camino para ser amable contigo. Entonces vi el
regalo de San Valentín que te dio.

Recuerdo ese día —y el regalo— claramente, por supuesto. Creo incluso


que aún lo tengo en alguna parte.

—¿Me odiabas por un regalo de San Valentín? —le pregunto.

—Algo así —aclara—. Eso era sólo una parte de eso. Después de eso,
ustedes dos siempre estaban juntos, tomados de la mano. Pero ya que
había decidido que él debería estar conmigo, volví mi ira contra ti. Como
dije, fue egoísta… y mezquino.

—Pero él se fue el año siguiente.

Eugenia se estremece al oír mis palabras, retorciendo sus manos


culpablemente.

—Para ese entonces, creo que odiarte era casi una costumbre. Regresaste
a la escuela ese año más bonita que nunca… —Hago un sonido ahogado y
ella se detiene, mirándome con dolor culpable en sus ojos. Ladea su
cabeza.

—Realmente no te ves a ti misma con claridad. —Su mirada cae y sus


mejillas se oscurecen—. Pero supongo que es mi culpa también, ¿Cierto?
Me aseguré de que nunca te vieras a ti misma de la manera en que los
chicos lo hicieron el primer día de clases.

—Euge, ningún chico me miraba. Era delgada y estaba vestida con ropa de
segunda mano. Ellos no podían quitar sus ojos de ti.

Me sonríe, tristemente.
—Te notaron, Lali. Así que me aseguré que la atención que estabas
recibiendo rápidamente se convirtiera en negativa. Nunca te opusiste, no
contra mí, ni contra cualquier persona. Era tan fácil… —Su voz se
desvanece, escuchando sus propias palabras. Cuando me mira de nuevo,
tiene lágrimas en sus ojos.

—No tenía idea por lo que estabas pasando, Lali. Esa no es excusa, pero
hace lo que hice cien mil veces peor. Ya era bastante malo, que sea capaz
de tanta crueldad, que pude hacer la vida de alguien tan miserable.
Entonces al saber lo que estabas sufriendo… —De repente se acerca,
tomando mis manos.

—Deberías despreciarme, Lali. No soy digna de nada de ti excepto tu


aborrecimiento. Soy una persona horrible. E incluso sabiendo eso, quiero
que me perdones. Por favor, perdóname, Lali.

Aprieto sus manos mientras las lágrimas se deslizan por sus mejillas,
aquellas perfectas e impecables mejillas por las que me pasé tantos años
estando celosa.

—Fuiste bastante horrible —le digo. Eugenia asiente con la cabeza en


acuerdo—. ¿Por qué viniste a mí, el día del baile de la graduación y
actuaste tan amable?

—Te vi cuando regresaste a la escuela, y no sabía quién te había lastimado


tanto, pero de pronto vi lo que te había estado haciendo con una claridad
que no había tenido antes. Me sentí mal que hubieses sido lastimada, lo
que era bastante extraño para mí, sentirme mal por ti de esa manera.

—Así que se lo confesé a mi mamá, quien estaba horrorizada de que su


hija pudiera ser tan mezquina. Me dijo que la única manera de hacer las
paces contigo era ser tu amiga. Sólo que no sabía cómo hacer eso. —
Aprieta mis manos—. Sé que no hay manera posible de poder hacer las
paces contigo. Lo siento por todo, Lali. Por lo que tu mamá te hizo, por lo
que yo te hice, por lo que los otros te hicieron por mi culpa.

—No lo sientas.

Se echa hacia atrás, sorprendida ante mis palabras.


—Odio la lástima —le digo—. Aunque, me vendría bien un amigo.

—Si me lo permites, Lali, seré tu amiga. Pasaré el resto de mi vida


tratando de hacer las paces contigo.

Me río y finalmente sonríe un poco.

—Suena bastante melodramático, ¿eh?

—Como una telenovela —le digo.

—Tienes a Peter, también.

Mi sonrisa se tambalea y retiro mis manos de las de ella.

—Tengo a Peter —murmuro, dándome la vuelta.

—Me alegro, Lali. Me alegro de que lo tengas, que él pueda ver lo que el
resto de nosotros estábamos demasiado ciegos para ver.

—Sí —concuerdo—. También me alegro de tenerlo.

No le digo que no lo tendré durante mucho más tiempo, y no la miro a los


ojos, temerosa de que vea el dolor y el terror que me causa la idea de
perderlo.

***

La casa de Eugenia está más lejos a la casa de Peter, pero con el clima
volviéndose más cálido comienzo a caminar la distancia, y luego Peter me
lleva de regreso en el coche por la noche. Puedo decir que realmente no
entiende por qué estoy tan enojada con mi padre, aunque creo que Emi
y el Dr. Lanzani son un poco más comprensivos.

He estado pensando mucho acerca de Peter, tratando de encontrar una


manera en que seamos capaces de permanecer juntos. Sé que se irá a la
universidad, pero no tengo nada que me ate a donde estoy. Lo puedo
seguir, tal vez, si trabajo muy duro y ahorro un poco de dinero. O puedo
esperar por él. Esperaré por él por siempre si tengo que hacerlo.

La idea de estar sin él, me petrifica permanentemente.

Es cuando estoy caminando a la casa de Peter, que escucho la


conversación que cambia mis esperanzas.

Peter está sentado en el patio de su casa con su padre. No es mi intención


escuchar a escondidas, pero al final me alegro de hacerlo.

—Peter, no seas insensato —dice el Dr. Lanzani.

—Papá, sé lo que estoy haciendo.

—No, no creo que lo hagas. Hijo, sé que la amas, ¿pero renunciarás a tu


futuro por ella?

Me congelo, sabiendo instintivamente que están hablando de mí.

—Sí, lo haré, daría cualquier cosa por ella.

—Y terminarán enojados y amargados a causa de eso. Entonces la odiarás,


y ella no se merece eso.

—Eso no va a pasar —argumenta Peter, pero no suena tan seguro ahora.

—No creo que vaya a suceder, pero lo he visto pasar un montón de veces.
Has tenido trazada tu carrera universitaria por tanto tiempo como puedo
recordar. No puedes simplemente renunciar.

—No estoy renunciando. Sólo la estoy… cambiando.

—Hijo, has trabajado muy duro durante un largo tiempo para llegar a este
punto. ¿Cómo siquiera puedes pensar en eso?

—Porque no me puedo imaginar estar sin Lali. Me necesita. Y no puedo


lastimarla de esa manera, dejándola aquí sola.
Huyo de ahí entonces, sin querer escuchar más. Sabía que se iría, por
supuesto que lo sabía. A pesar de que ahora que lo pienso, sé que siempre
pensé que habría una manera de evadirlo, al igual que todas las veces que
me las arreglé para salir de mi casa para estar con él cuando parecía
imposible. Porque no me puedo imaginar estando sin él. Ahora puedo ver
que sabe cuánto dependo de él, que está dispuesto a cambiar su vida, a
renunciar a sus sueños por mí, una don nadie.

Una asesina.

Y sé que el Dr. Lanzani tiene razón, que me odiará por eso al final. Trato
de imaginar a Peter mirándome con odio y repugnancia, y me pone
físicamente enferma el ver esa imagen.

Corro hacia el bosque, el bosque que había sido una vez el lugar de su
baile de graduación para mí, una dura prueba de cuán lejos llegaría para
tratar de complacerme, al igual como lo había hecho cuando renunció a su
baile para darme el mío propio.

Me siento en el suelo sobre las hojas húmedas. Sé lo que tengo que hacer.
Tengo que destruirme para salvarlo. Mi inclino, vomitando sobre el suelo
húmedo la enfermedad que se apodera de mi estómago de sólo pensarlo.

Me levanto y camino de regreso hacia su casa. Tengo que hacerlo ahora


antes de perder el valor.

Peter está ahora sentado solo en el patio trasero, encorvado sobre una
silla del jardín, sumido en sus pensamientos. Abro el cerrojo de la puerta,
y se sienta derecho ante el sonido.

—Hey —dice, sonriendo, feliz de verme, lo que rompe mi corazón. Se


levanta y se acerca, tomándome en sus brazos y besándome. Me relajo en
él, saboreando la sensación, con cualquier excusa para posponer lo que
tengo que hacer, queriendo un último momento para ser sostenida por él.

—Tus pantalones están húmedos. —Observa.

—Oh, sí… Me detuve en los árboles y me senté por un rato, pensando.

Ladea su cabeza, dándome una extraña mirada.


—¿Pensando? ¿Acerca de algo importante?

—En realidad sí. Algo de lo que tengo que hablar contigo.

—Está bien. —Toma mi mano y me lleva a las sillas del jardín. Me siento
frente a él, sin saber por dónde comenzar, no queriendo hacer esto.

—¿Está todo bien? ¿Hay algún problema en la casa de Eugenia? ¿O con tu


papá?

—No, no hay ningún problema con Eugenia o con mí… papá. Eugenia y sus
padres han sido geniales, realmente geniales.

—Siempre puedes quedarte aquí, ya sabes.

Mi corazón se contrae dolorosamente. Con cada fibra de mi ser queriendo


hacer eso, ceder, quedarme dentro de ésta cálida casa, estar rodeada por
el amor de esta familia. Para estar con Peter. Por encima de todo, para
estar con Peter.

—Peter, la cosa es… que ya no puedo verte más. —Me pongo de pie,
dándome la vuelta, no queriendo que vea lo que me cuesta decir las
palabras, temerosa de que si lo miro, las retiraré.

—¿Qué? —Está incrédulo—. ¿Qué quieres decir?

—Me refiero a que es momento para nosotros de crecer, para comenzar a


vivir por nuestros futuros. Y no veo un futuro de nosotros juntos.

—¿De qué estás hablando? —Se pone de pie, y uso todos mis años de
práctica de aprender a poner mi rostro en blanco frente a la furia de mi
madre cuando lo enfrento.

—Peter, vivimos diferentes vidas, en mundos completamente diferentes.


Nuestros futuros serán totalmente diferentes. Tú tendrás éxito en
cualquier cosa que hagas, ya sea si te conviertes en un doctor o no. Fuiste
criado para hacer eso. Yo fui criada sólo para sobrevivir, para vestir
prendas desgastadas, para conducir coches de mierda y vivir en casas
deterioradas. Ese es mi futuro.
—Eso no es cierto, no conmigo. No dejaré que esa sea la manera en que
tengas que vivir.

—Pero esa es la diferencia entre nosotros, Peter. No me importa eso. No


aspiro a ser algo que no soy. Y tú, nunca podrías vivir de la manera en que
yo lo hago.

—¿Me estás diciendo que no podemos estar juntos porque no soy pobre?
—Suena enojado ahora, con dolor debajo de sus palabras—. Puedo vivir
de esa manera, siempre y cuando sea contigo. Lo haré, si eso es lo que
quieres. —Pero sus palabras no son ciertas, él lo sabe y yo lo sé.

—Tú irás a la Universidad, yo tendré suerte si consigo un trabajo


cocinando hamburguesas. Necesitas una esposa que pueda encajar en tu
mundo, que no tenga un pasado como el mío, alguien cuyos padres no
sean unos borrachos y drogadictos, y locos de atar. Una esposa que no
haya sido acusada de asesinar a su madre. Imagina tratar de explicar eso
a otros colegas médicos, o a tus pacientes cuando estés tratando de ejercer
una práctica.

Los ojos de Peter están oscuros con negación, su rostro devastado. Está
negando con la cabeza, y necesito todo lo que tengo para no poner mis
brazos a su alrededor y tratar de aliviar el dolor de sus ojos.

—No importa. —Está implorando ahora—. No me importa lo que piensen.

—Pero a mí sí, Peter. —Eso lo detiene—. Porque sería a mí a quienes


despreciarían, a mí a quien excluirían de sus vidas, sería yo la que fuera tu
vergüenza, la que saldría lastimada por eso. —Me alejo de él, porque
honestamente, no me importa una pizca lo que cualquiera piense de mí, lo
que cualquiera pueda pensar en el futuro, pero si esto es lo que se
necesita para que Peter me deje ir, entonces lo usaré.

—No hagas esto, Lali. Por favor.

Su voz suena rota y estremece lo más profundo de mi alma. No quiero, oh,


no quiero hacerlo. Pero las palabras de su padre suenan de nuevo en mis
oídos. No le permitiré arruinar su vida por mí, apenas y valgo la pena. Si
no fui digna del amor de ninguno de mis padres biológicos o adoptivos,
entonces realmente no soy digna del amor de alguien tan puro como
Peter.

Saco el teléfono de mi bolsillo, apretándolo, como si imprimiera la


sensación de él en mi palma me permita de alguna manera mantener a
Peter cerca. Lo dejo en la mesa.

—La, por favor, por favor no hagas esto. Quiero estar contigo. Quiero
casarme contigo. —Da un paso adelante y me gira hacia él, con sus manos
apretadas alrededor de mis antebrazos. Cierro mis ojos ante la intensidad
de su mirada, contra de mi abrumador deseo de ceder ante él, de ser
egoísta y tomar lo que me ofrece. Pero detrás de mis ojos cerrados, veo de
nuevo la imagen de él mirándome con odio y mi decisión se vuelve más
fuerte.

—No duraría Peter. Lo sabes.

—Lali, te amo —dice, con anhelo en sus palabras.

—Te amo también. —Me esfuerzo por mantener mi voz clara, para
suprimir la emoción que exige ser liberada con las palabras—. Siempre te
amaré. Has sido mi mejor amigo. Nunca olvidaré todo lo que has hecho por
mí. No tienes idea de lo mucho que significa. Pero ahora es tiempo para mí
de seguir adelante.

—No —gime, presionando su frente contra la mía. Me acerco, poniendo mi


mano contra su mejilla, permitiéndome esta última indulgencia.

—Adiós, Peter —le digo, retrocediendo, apresurándome a través de la


puerta, corriendo una vez que estoy lejos de la casa, corriendo a ciegas,
con lágrimas inundando mis ojos, sin detenerme hasta que no puedo
correr más.
Capítulo 27

T
ermino quedándome con Eugenia durante todo el verano. Cada vez
que trato de irme, Eugenia o sus padres me convencen de quedarme
sólo un poco más, hasta que eventualmente dejo de sacar el tema.
Simplemente parece más sencillo quedarme.

Cuando regreso a casa después de romper con Peter, y le digo a Eugenia


de eso, ella se sienta a mi lado mientras lloro.

—No puedo hacer esto —le digo.

—Entonces no lo hagas —dice ella—. Vuelve con él.

Se queda cerca de mí mientras paso a través de la depresión,


arrastrándome fuera de la cama en los días en que no quiero levantarme.

—Vamos, Lali, vamos a tomar un helado —dice.

—No quiero comer helado de nuevo —digo quejándome.

—Entonces vayamos por una taza de cianuro. Escuché que sirven el mejor
cianuro al oeste de las Montañas Rocosas en Joe’s.

También me dice que soy una idiota, que si ella hubiera tenido a alguien
que la amara de la manera en que Peter me ama, haría cualquier cosa
para conservarlo, no para alejarlo.

Ella no puede ver la imagen en mi cabeza, sin embargo, aquella en la que


Peter me odia por destruir su sueño, en la que estar casado con una
asesina ha destrozado su perfecta vida.

Encuentro trabajo en el hogar de ancianos, cuidando de pacientes con


Alzheimer, aprendiendo de la paciencia y el amor por la gente que está
sufriendo algo mucho peor que yo, personas que no se preocupan por mi
repentina celebridad local y no me hacen preguntas al respecto.

Aplico para varias solicitudes de becas, y recibo lo suficiente para tomar


un curso completo de clases en el colegio comunitario, incluso lo suficiente
para cubrir los costos de los libros. Eugenia también asistirá, aunque sólo
tenemos dos clases juntas.

Voy al banco con el dinero del abuelo de Peter y lo convierto en una orden
de dinero, que luego le envío por correo. Me es devuelto una semana
después. Lo mando por correo de nuevo, con una carta esta vez, diciéndole
que ya no estoy con Peter y ya no necesito un ―fondo de emergencia‖. Es
devuelto otra vez, esta vez con un giro nuevo de dos mil dólares, con su
propia carta.

Querida Lali,

Estoy al tanto de tu equivocado rompimiento con mi nieto, pero aún mantengo la


esperanza de que te des cuenta de la estupidez de eso y regreses con él. Mientras tanto,
este dinero es mío para hacer lo que yo quiera, y quiero que tú lo tengas. Estoy feliz de que
ya no necesites dinero de emergencia, así que gástalo en ti misma. Te lo mereces.

Regrésamelo y te lo devolveré con el doble de su valor y seguiré haciéndolo, siempre y


cuando sigas devolviéndomelo. ¿Quieres ser la responsable de la extinción de los ahorros de
vida de un anciano?

Con amor, el abuelo Peter.

La carta me hace reír y llorar. Echo de menos al abuelo Peter, más aun
sabiendo que nunca lo volveré a ver. Pero sé que habla en serio, así que
me quedo con el dinero, esta vez enviándole una carta de agradecimiento
por su donación a la Fondo de la Nueva Vida de Lali Esposito.

—Así que, escuché que no conduces —el papá de Eugenia, Tom, me dice
durante la cena una noche.
Miro a Eugenia, quien me ignora intencionadamente mientras sirve patatas
en su plato. Me vuelvo hacia Tom.

—Eso sólo un poco cierto. Tengo una licencia de conducir; sólo no he


tenido tanto como una oportunidad para conducir, así que no estoy segura
si puedo hacerlo o no.

—Bueno, entonces, vamos.

Él se pone de pie, y yo miro alrededor, confundida. Eugenia sólo se encoge


de hombros, llevando con un bocado de patatas a su boca, para cubrir una
sonrisa, sospecho. Jill, la mamá de Eugenia, sólo sonríe y asiente con la
cabeza para que siga a su esposo.

Nos dirigimos al garaje, y Tom me tira las llaves de su pequeño SUV


mientras sube al asiento del pasajero. Tomo un respiro, subiendo en el
lado opuesto.

Y sólo me quedo sentada.

Después de un largo momento en silencio, Tom me mira.

—¿Y bien? —pregunta.

Me vuelvo hacia él.

—Esto es realmente lindo, pero…

—¿Pero?

—Parece tonto. Ni siquiera poseo un coche.

—No es gran cosa —dice—. Serás el conductor oficial de la familia de aquí


en adelante, hasta que consigas tu propio coche.

—No voy a tener dinero para un coch… —me interrumpo mientras un


pensamiento surge en mi cabeza. Lo miro con una sonrisa.

—¿Y ahora qué? —dice, devolviéndome la sonrisa.


—¿Conoce algún buen concesionario de autos usados? —le pregunto,
metiendo la llave en el encendido.

***

La familia de Eugenia es tan diferente a la de los Lanzani, no son tan


ruidosos y exuberantes, con abrazos dados escasamente, pero aun así,
muy por encima de las que he conocido. Sus padres son tranquilos,
estables y cálidos, me dieron la bienvenida dentro de la familia desde el
principio, como si ya perteneciera a ella pero sólo acabara de aparecer. Se
aman claramente el uno al otro, sólo no lo muestran al público como lo
hacen Emi y el Dr. Lanzani.

Estoy tejida en el tapiz de su familia hasta tal punto que incluso me dan
algunas tareas para hacer junto con Eugenia. Cuando el verano está
llegando a su fin y comienzo a hablar acerca de mudarme de nuevo, me
ignoran, sin hacer un gran alboroto y me encuentro a mí misma
quedándome, de nuevo.

Resulta que Tom tiene un amigo que es dueño de una concesionaria de


autos y me ayuda a encontrar un buen auto usado a un bajo precio, una
vez que lo pago por él, me siento de alguna manera culpable por usar el
dinero del abuelo Peter.

El dolor de perder a Peter nunca se alivia; sólo aprendo a vivir con él.
Evito los lugares en la ciudad en los que sé que él podría estar. Eugenia
trata de decirme las cosas que oye hablar acerca de él, pero tapo mis oídos
infantilmente, su nombre es demasiado doloroso para siquiera escucharlo.
No quiero saber lo que está haciendo, aun cuando añoro la visión de su
rostro, el tacto de su mano, el beso de sus labios, tanto que lloro cada
noche al dormir.

Entonces sucede, la única cosa que me temía.

Estoy conduciendo a casa del trabajo, y mientras me detengo en una señal


de alto, veo un auto desgarradoramente familiar viniendo del otro lado.
Rápidamente me cambio al otro lado del camino, esquivando, mirando por
encima del volante. Mi corazón late con fuerza, mis manos sudan. Mi
reacción es completamente visceral, y me siento rompiéndome en pedazos
mientras estoy sentada y observo, esperando y temiendo.

Es Emi.

Doy un suspiro de alivio, y comienzo a temblar después del shock. No es


quien yo pensaba, pero era casi tan malo como si lo fuera. Ondas de
anhelo se estrellan contra mí, y por un momento de locura, considero en
girar con mi auto y seguirla. Entonces me burlo de mí misma.

—¡Está bien, Lali, contrólate! —me ordeno.

Trato de imaginar lo que hubiera ocurrido si hubiese sido Peter el del


auto y el dolor que me baña es abrumador. Creo que si viera a Peter en
algún lugar probablemente tendría un ataque al corazón y la reacción
actual en mi cuerpo es una indicación. Por lo menos en ese mismo
momento se vendrían abajo los progresos que he logrado aprender
respecto a tratar de vivir sin él, no importa cuán pequeño sea ese progreso.
Me magino levantándome de la cama, e intentando tener una vida, es
mejor que nada.

He conocido a unas cuantas personas nuevas en las clases de la


Universidad, aunque sigo luchando con los problemas de confianza y creer
en alguien que quiera conocerme sin malas intenciones. Estoy viendo a un
psiquiatra de nuevo, ante la insistencia de los padres de Eugenia, que están
preocupados por mi profunda depresión después de lo de Peter. Después
de haber visto y sentido el resultado de la depresión no tratada de primera
mano por mi madre, estoy de acuerdo.

No necesito pastillas, me niego a tomarlas, como una cuestión de hechos,


sólo necesito a alguien que me ayude a superarme a través de todo esto.
Me está ayudando a aprender a confiar, a creer en mí misma, y a hacerle
frente al estar sin Peter. Sigue animándome a que tenga citas, pero sé que
eso no va a suceder durante un largo tiempo, si es que vuelve a ocurrir.
Capítulo 28

M
i psiquiatra me anima a hacer las paces con mi padre. Descubrí
que mis padres biológicos son unos desconocidos, ya que dejaron
en las escaleras de un hospital… en realidad, no es tan
romántico como suena. Así que decido tratar de verlo.

Me detengo irónicamente delante de la casa de al lado de la casa en donde


crecí, en el lugar donde había hecho una vez que Peter me dejara para
evitar ser vistos.

Mi padre está en casa; extraño, ya que es la mitad de la tarde de un


sábado. Él tiene la cabeza apoyada debajo del capo abierto de su viejo
coche. Es una cosa normal pero peculiar que lo haga, algo que no recuerdo
haberlo visto haciendo antes. Lo observo por unos minutos, buscando la
ira en mi interior. Hay un pequeño estruendo en lo más profundo de mi
estómago, pero la mayoría se ha ido. Salgo de mi coche, y él salta con
el sonido de la puerta de mi coche al cerrarse, golpea su cabeza contra el
capó abierto, maldiciendo mientras se frota en el punto del golpe. Su
mirada cae sobre mí y sus manos aún continúan frotándose cuando con
incredulidad ve que me acerco.

—Hola —le digo, cuando llego al otro lado del coche en el que está.

—Hola —repite, su voz refleja su desconcierto. Coge un trapo tendido


sobre el parachoque y se limpia las manos.

—Problemas con el coche, ¿eh? —le digo. Él mira hacia abajo al motor
como si pudiera haber algo ahí para explicar mi presencia.

—Sí, sigo pensando que voy a mantener esto por unos cuantos años más,
pero esto tiene sus propias ideas. —Yo asiento y él mira más allá de mí,
hacia donde mi coche se encuentra—. ¿Es tuyo? —pregunta.
—Sí, lo tengo hace un mes.

—Funciona bien, ¿eh? —Me encojo de hombros.

—Eso parece.

—Si alguna vez necesitas que lo miren, yo puedo... —Su voz se desvanece,
me mira indeciso.

—Está bien, podría traerlo en algún momento. —Mi respuesta le


sorprende. Está en silencio durante un minuto, mirándome, cambiando de
posición nerviosamente.

—¿Quieres entrar, tomar un refresco o algo así? —pregunta, pero suena


como si se esperara un no.

—Seguro. —Una vez más, levanta las cejas en estado de shock por mi
respuesta.

Lo sigo, sentándome en la mesa mientras se lava las manos en el


fregadero. Aprovecho la oportunidad para mirar alrededor. Voy a ser
honesta, esperaba que el lugar estuviera en completo desorden, los platos
amontonados en el fregadero, el suelo manchado. Esta limpio y
organizado. Cuando él abre la nevera para tomar unos refrescos, está lleno
de alimentos y lo más inusual de todo, no hay cerveza u otra clase de
alcohol que pueda ver. Cuando se sienta frente a mí realmente lo miro por
primera vez.

—Te ves bien —le digo, y es verdad.

Sus ojos están claros. Su rostro está ansioso porque yo estoy aquí, pero en
el fondo está relajado, sin nervios o espasmos nerviosos. Su nariz está
rayada de cicatrices producidas por vasos rotos, que indican el
alcoholismo, pero no son de color rojo.

—Gracias. Tú también. —Toma un sorbo de su refresco, observándome.

—Un montón de mis recuerdos están relacionados en esta mesa —le digo,
recorriendo con mis manos a través de la superficie limpia y desgastado.
—Aunque no todos ellos buenos, ¿eh?

Lo miro, recuerdo mi última vez aquí, cuando me enteré de que había sido
adoptada, el momento de la cena de Acción de Gracias, todas las comidas
que se sirvieron, pero que fueron no comidas por mí. Entonces pienso en
las veces que me senté aquí con Peter o con Emi. E incluso algunos de
esos momentos con mi padre allí.

—No todos ellos malos, tampoco —le digo. Se aclara la garganta, cruzando
sus manos alrededor de su lata de refresco.

—Lali, hay algo que quiero decirte, si está bien. —Sus ojos están sobre la
mesa.

—Claro. —Me pregunto qué otra revelación que puede darme, y si esta va a
explotar mi mundo de nuevo.

—Soy un alcohólico —dice de manera casual lo que causa que mi boca se


abra un poco—. No es que no tú no lo supieras. No es que yo no lo
supiera. Pero no podía admitirlo antes. Ahora puedo. —Él me mira—. He
estado yendo a AA4, para obtener ayuda.

—Eso es bueno —le digo, y realmente lo creo.

—Debería haberlo hecho hace años, sin embargo. Antes de que nacieras,
antes de que tu mamá y yo nos casáramos, estaba teniendo problemas con
la bebida y había recibido ayuda entonces, aunque no duró mucho. Me iba
bien hasta que me quedé sin trabajo. Lo que no debería haber sido tan
malo, pero tenía miedo, ella estaba embarazada del bebé que no
deberíamos haber tenido, ya que teníamos que ser responsable de esta
casa y de su hipoteca, facturas de otras cosas. Y en lugar de tratar con
todo, me dirigí a alcohol para calmar el estrés.

—Sé que ahora no importa, con todo lo que ha sucedido, pero es


importante para mí que entiendas que la mayor parte de los últimos diez
años han sido una niebla borracha para mí. —Levanta las manos como si
protestara—. No es una excusa para lo que he hecho. O por lo que no he

4 AA: Alcohólicos Anónimos.


hecho. O por cualquier cosa que permití que te ocurriera. Asumo la
responsabilidad absoluta de ello. Yo era tu padre, y no siempre actúe como
tal. Pero Lali, yo siempre te he amado. Hice un trabajo muy pobre al
demostrarlo, pero lo hice.

—¿Por qué ahora? —pregunto, curiosa—. ¿Ocurrió algo para que


decidieras conseguir ayuda?

—Tú. —responde, como si debiera haber sido obvio—. La última vez que
estuviste aquí. Estabas tan enojada. Y me di cuenta que eso era culpa mía.
—Sonríe con tristeza—. Cuando llegué a casa y no estabas aquí, y no
regresaste, supe que había destruido mi vida y alejado de mí la única cosa
buena que tenía.

—Pero no fuiste a buscarme.

—No. —Él sacude la cabeza—. Me di cuenta que me odiabas, y con buena


razón. No tenía derecho a pedirte que me perdonaras. Pero sabía de ti.

—¿En serio?

—Me tomó algún tiempo para lograr la sobriedad. Cuando lo hice


realmente me di cuenta de lo que había perdido. Así que pregunté por los
alrededores. Supe dónde estabas viviendo y arrinconé a Tom Suarez en la
ferretería. Tomó algún tiempo y varias conversaciones con él para
convencerlo de que mi preocupación era genuina y que no buscaba hacerte
daño antes de que él me dijera algo. —Agita su mano hacia la pared junto
a la abertura entre la cocina y sala de estar, y veo un teléfono blanco
colgado en la pared.

—Finalmente conseguí un teléfono. Me mantengo sobrio, de forma que


puedo mantener mi trabajo, por lo que puedo pagar una factura de
teléfono, así que puedo hablar con Tom acerca de ti. —Sacude la cabeza—.
Patético, ¿no?

—No, no es patético. Es responsable. Paternal. —Sus ojos parpadean con


algo parecido a la esperanza y la ira restante que está en mi corazón se
derrite. Saco una libreta y un bolígrafo de mi bolso, garabateo un número
en ella, pasándoselo a él—. Mi número de móvil —le digo—. Me puedes
llamar directamente ahora y te diré lo que está pasando.
—¿Te puedo llamar?

—Seguro. —Él está mirando el papel, frotando el dedo ligeramente sobre la


tinta—. ¿Crees que algún día puedes permitir intentar ser tu papá otra
vez? —pregunta en voz baja.

—Eso me gustaría. —Cubro su mano con la mía. Él se inclina y me besa


los nudillos—. ¿Me puedo quedar para la cena? Podría cocinar para
nosotros —le digo.

—Puedes quedarte, pero yo cocino. Me he vuelto muy hábil con la parrilla


de atrás. Me gustaría mostrárselo a otra persona aparte de mí, por una
vez.

Yo me río. —Trato hecho.

***

Desde ese día he hablado con él por teléfono casi a diario. Voy a su casa
un par de veces a la semana para cenar con él. Sobrio es un hombre
nuevo, está muy lejos de la extraña embriaguez que había conocido antes.
Él me preguntó una vez por Peter porque el papá de Eugenia le había
dicho que había roto con él, pero lo interrumpí, negándome a hablar de
ello, y a diferencia de Eugenia él no vuelve a preguntar. A veces, sin
embargo, veo que me observaba con una mirada triste, con confusión en
sus ojos y sé que quiere preguntar, quiere saber lo que nos podría haber
conducido a terminar, pero él no lo pregunta.

El verano se desvanece y circula el otoño, las montañas cambian de verde


a rojo, como el cambio de las hojas, y finalmente a blanco en cuanto llega
el invierno y cae la nieve. Mi vida es una vida media, pero aun así es más
de lo que había sido antes de Peter.

Voy a la escuela y lo hago bien, ya no siento la necesidad de mantenerme


desapercibida con calificaciones mediocres. Voy a trabajar y no tengo que
fingir ser cualquier cosa, porque la mayoría de los pacientes tienen
problemas para recordarme de todos modos de vez en cuando. Voy al cine
con Eugenia, y veo la televisión con sus padres. Paso tiempo con mi padre,
incluso asisto a algunas de sus reuniones de AA con él. Veo a mi
psiquiatra y trabaja en mi culpa y la falta de autoestima tanto como sea
posible. Sonrío y río cuando se supone que debo hacerlo.

Pretendo que no soy muy consciente de que ya se ha ido, a donde sea que
su destino lo haya llevado. Justo antes de Navidad regreso a casa con mi
padre. Estoy decidida a mantener una cara feliz por él, para ayudarle a
mantenerse sobrio y a no hundirlo con mi dolor. Por la noche todavía lloro
y sueño con Peter; le echo de menos con una dolorosa soledad que
amenaza con abrumar a todo lo demás en mi vida.
Capítulo 29

L
a primavera llega temprano. La nieve y el hielo se derriten con
rapidez, las flores de primavera florecen cuando no deberían hacerlo.
Sigo avanzando tanto como me sea posible, así que estoy contenta
por las flores, sobre todo cuando estoy en el campus, porque son tan
hermosas. Se sienten como una nueva vida, nuevos comienzos. Me gusta
caminar de edificio en edificio para ir a clases, con el cálido sol en mi
espalda. Me pongo la chaqueta de Peter, que me quedé, decidiendo que
este pequeño trozo de auto-tortura vale la pena con tal de sentirme más
cerca de él.

Cuando escucho mi nombre ser llamado una tarde de primavera por una
voz más familiar que la mía, decido que es el poder de la ilusión, ya que
estoy vistiendo su chaqueta. Doy vuelta de todos modos, instruyendo a mi
sonrisa para no mostrar lo mucho que deseo que esa voz pertenezca
realmente a él, esperando ver a uno de mis compañeros de clase allí.

Mi sonrisa se cae, mis brazos flojean con mis libros, los cuales se
dispersan por el suelo cuando mis ojos se aterrizan sobre él. Él está aquí,
realmente aquí, de pie a tres metros de mí. Él se acerca más, con una
sonrisa irónica cruzando su rostro cuando toma los libros esparcidos. Mi
corazón se retuerce dolorosamente por la expresión familiar, mis manos se
encrespan en puños, enterrándome las uñas para impedirme gritar de
dolor.

—Todavía no eres buena cargando los libros ¿eh? —pregunta, su mirada


se fija en mi cara. Casi soy atropellada por el dolor que veo reflejado en sus
ojos. Me acuclillo, recogiendo mis libros hasta que me doy una
oportunidad de reagruparlos. Cualquier posibilidad de eso se pierde
cuando se acerca aún más, sus zapatos están junto a mí ahora. Poco a
poco me pongo de pie, respirando, con ganas de salir corriendo, pero lo
enfrento de todos modos.

—¿Por qué estás aquí? —Tengo la intención de suene como algo que me
tiene sin cuidado, remoto. En cambio las palabras suenan casi sin aliento,
con un dolor que subyace en cada sílaba.

—Realmente no lo sé —dice, sus palabras repitiendo la respuesta de la


primera vez que hablé con él, cuando le pregunté por qué quería ser mi
amigo.

—Deberías irte. —Ordeno a mis pies voltearse y caminar lejos, pero


desobedecen, fijos en su lugar.

—No puedo, Lali. —El sonido de mi nombre en sus labios es como un


golpe físico. Me mezo un poco hacia atrás por el impacto—. No hasta que
te diga lo que he venido a decir.

—Dilo entonces —murmuro entre dientes, esperando que este momento


termine ahora porque no creo de que sea capaz aguantar por mucho más,
pero también queriendo alargarlo, de forma que pueda emborracharme con
la visión de él, que en realidad es mucho mejor de lo que es en mis sueños.

—Creo que es hora de que dejes de ser una mártir. —Sus palabras salen
duramente, con tensión en su mandíbula. Pasa sus dedos por su pelo; el
gesto es tan encantadoramente familiar que me duele. Da un paso más
cerca—. ¿Cuánto tiempo más tenemos que sufrir, aparte de hasta el
momento en que tú sentido de justicia se cumpla?

—¿Qué? —jadeo—. ¿Crees que esto es alguna especie de masoquismo, o


auto castigo?

—Si no, entonces ¿qué? —Su voz se eleva, y algunos estudiantes cercanos
miran en nuestra dirección.

—Esto no puede funcionar, Peter. Te lo dije…

—¡Tú me dijiste un montón de mierda! He pensado en todo lo que dijiste,


un centenar de veces al día, todos los días, y no tiene ningún sentido. Lo
único que tiene sentido es que piensas que no eres lo suficientemente
buena para mí, piensas que no me mereces. Tú crees que tienes que hacer
un auto sacrificio para finalmente hacer felices a todos.
Eso da tan cerca de la realidad que el dolor se vierte sobre mí. A su vez yo
convierto ese dolor en rabia.

—Bastante arrogante, Peter. Pareciera que si pensaras que tú eres


demasiado bueno para mí.

—No trates de voltear mis palabras, Lali.

—Tú estabas conmigo sólo porque me compadeciste. Yo sólo era una pobre
criatura que rescataste.

—¡No! —Su negación es vehemente—. Al principio no. Y luego, bueno, tal


vez un poco. —Estoy asombrada de que admita eso—. Pero no después de
eso. ¡Tú, Lali, me enamoré de ti! Con tú fuerza y coraje, con tú ingenuidad
e inocencia, con tú sentido del humor no instruido. Con tú lealtad y cómo
de buena gana me diste tu amor y confianza.

—No es exactamente halagador, Peter. —Lo repaso, tratando de encontrar


una parte en su discurso que no sea como un canto a través de mi
corazón, tratando de mantener mi ira. Finalmente encuentro una sola
palabra—. ¡Fiel! Como un buen perro.

—Estas volteando mis palabras de nuevo, Lali —gruñe. Su cara está a


sólo unos centímetros de la mía, cuando nos gritamos el uno al otro, tan
cerca que si yo me inclinara unos pocos centímetros más, nuestros labios
se tocarían.

Noto el momento en que Peter se da cuenta de lo mismo, cuando su


rostro cambia de la ira a la intensidad, cuando empieza a avanzar.
Canalizo cada onza de autocontrol y fuerza de voluntad que tengo en mí
para tirarme hacia atrás y tomar un paso de distancia de él. Su mandíbula
se tensa.

—Esto es una estupidez, Lali. Te amo. Quiero estar contigo. Hoy, mañana
y siempre. Y sé que me amas. Dime que estoy equivocado acerca de ti,
acerca del por qué me has dejado. Dime que no me amas.

Sé que debería abrir la boca y decir las palabras, decir una mentira, y
entonces él podrá seguir adelante. Abro la boca. No sale nada, así que me
obligo a cerrarla.

—Llevas mi chaqueta —la acusación está empapada con miseria. La ajusto


más a mi alrededor, en respuesta, mi garganta se obstruye por las
lágrimas.

—Así que éste es el trato —dice, cuando me quedo callada, aclarándose su


garganta y empezando de cero. Él se acerca a mí, luego se detiene a sí
mismo, su mano cae inútilmente a un lado—. Estoy viviendo en casa, iré a
la escuela aquí, a la universidad, lo que estaré haciendo durante los
próximos tres años. Y después de eso no sé dónde estaré, pero en donde
sea que eso sea, sé que quiero estar allí contigo. No quiero ir sin ti, pero lo
haré. Y luego volveré por ti. Si tengo que esperar un día o veinte años,
esperaré por ti. Así que cuando decidas que hacer con esto… —Su voz se
apaga buscando la palabra correcta. Aparentemente no encontrándola,
continúa—: En cuanto nos hayas castigado lo suficiente, vendrás a mí.
Porque esto es a lo que me has reducido, un hombre que va a vivir una
vida patéticamente vacía, sólo esperando por ti. —Me mira fijamente
durante un poco más que un segundo eterno, mientras hay un remolino
de mil pensamientos en mi cabeza, cada uno luchando por salir, sin tener
éxito. Finalmente, se voltea y comienza a alejarse, haciendo caso omiso de
las lágrimas corren por mis mejillas. Hace una pausa, y murmura un—:
Estoy torturado, Lali. —Antes de continuar alejándose de mí.

—Peter. —Su nombre sale antes de que pueda detenerme, antes de que
sepa qué intento decirle. Él se detiene, se congela, y luego lentamente se
vuelve hacia mí. Su rostro está plagado de miseria, el dolor brilla en sus
ojos, cada línea de su cuerpo refleja desesperación. Y me doy cuenta de
que todo eso se debe a mí. Lo amo más de lo que se pensaba que fuera
posible amar a alguien, y aquí estoy, causándole tanto dolor, cuando todo
lo que quería era que él fuera feliz. Con eso, mi decisión está tomada. Me
seco las lágrimas, cuadrando mis hombros.

—Quiero contarte una historia —le digo—. Se trata de una chica, que se
enamoró de un chico. Pero ella no creía que fuera digna del amor de ese
chico, o del amor de nadie. Ella pensó que tenía que alejarlo para él
pudiera ser feliz. —Veo que la comprensión lentamente cruza su rostro,
aunque todavía atenuada por la idea de que podría no estar diciendo lo
que él quiere. Empiezo a caminar lentamente hacia él—. Ella era una
niña tonta, miserable y solitaria, lloraba hasta dormirse todas las noches
porque lo extrañaba mucho. Pero eso no importaba, lo importante era que
él estaba mejor sin ella. —Sacude su cabeza, abriendo la boca para
protestar, pero estoy delante de él, y coloco mi dedo ligeramente sobre sus
labios para detenerlo. Calor, y un sentimiento de exactitud, fluye a través
de mí por el contacto, estando casi a punto de descarrilar mi tren
de pensamiento—. Pero un día él vino a ella, y ella pudo ver que él estaba
herido y que ella había provocado con eso —mi mano acuna su mejilla—
que le había hecho daño aun cuando ella preferiría morir mil veces
lentamente, con agonizantes muertes, antes que causarle a él un sólo
segundo de dolor. Y se dio cuenta de que quizá se había equivocado. —Su
mano se acerca, capturando la mía, presionando la palma de mi mano
contra sus labios—. Ella entendió que tal vez ella sí podría hacerlo feliz y
se cuestionó, si ella le preguntara de forma realmente agradable, si él
podría perdonarla y darle otra oportunidad. Que tal vez él podría permitirle
pasar el resto de su vida demostrándole cuanto lo lamenta y lo mucho que
lo ama. —Su mano libre se acerca a mi mejilla, ahuecando mi mandíbula.

—He escuchado esta historia —dice sonriendo.

—¿Ah, sí? —le pregunto, perdiéndome en sus ojos verdes que ahora
están brillando con alegría—. ¿Cómo termina?

—No termina —dice, arrastrándome cerca—. Se inicia, de esta manera.

Cuando su boca baja hacia la mía, mi corazón palpita libre con la carga y
se eleva. Estoy de vuelta a donde pertenezco.
Epílogo

Peter

D
eslizo mi mano debajo de la mesa, pasando mis dedos
suavemente, lentamente por su brazo hasta que nuestras manos
se encuentran. Inmediatamente ella voltea su mano, enredando
sus dedos con los míos. Es realmente conveniente que yo sea zurdo y ella
diestra, porque así puedo tomar su mano cuando quiero y sin interrumpir
su meticulosa toma de notas.

Ella no mira en mi dirección, manteniendo resueltamente sus ojos hacia el


frente de la sala, aparentemente escuchando cada palabra que el profesor
suelta. Sin embargo, la conozco muy bien. Las comisuras de su boca se
levantan, y el suspiro más ligero escapa de sus labios.

Voy a recibir un beso después de clases.

Siempre supe que Lali era terca; pero no me había dado cuenta de cuánto
podía llegar a serlo hasta que decidí cómo nuestras vidas deberían
continuar.

Resultó ser que Lali tenía sus propias ideas.

Se quedó en la universidad comunitaria por un año adicional completo,


mientras yo asistía a la universidad. Sin importar lo mucho que la lisonjeé,
la amenacé o le supliqué, ella hizo lo que quería. Fue una tortura, con
nuestros horarios tan repletos, el verla tan poco.

El año pasado se trasladó a la universidad, y aunque esta es la única clase


que tenemos juntos este año, arreglamos nuestros horarios de manera que
podamos estar juntos en la escuela al mismo tiempo todo lo posible, y por
lo tanto ocurría lo mismo en casa.

Lali vive con su padre, al cual se ha apegado mucho. Salva ha hecho que
su vida gire completamente alrededor de Lali… un sentimiento con el que
empatizo totalmente. Finalmente está siendo el padre que le negó durante
tantos años.

Ella se niega a casarse conmigo.

Dice que no se casara conmigo hasta que termine sus estudios y pueda
apoyarme mientras voy a la escuela de medicina. Está a menos de un
semestre de conseguir su título de enseñanza.

Quiere enseñar al cuarto grado, dice, porque para ella, ese fue el momento
en que ella necesitó que alguien viera que su vida en casa se estaba
deteriorando. Ella quiere estar en la posición de hacer eso por alguien más
si es necesario.

Mi compasiva, valiente Lali, sería la persona indicada para hacer eso.

Miro fijamente a Lali, obligándola a mirar en mi dirección. Ella baja la


mirada hacia el papel donde está tomando notas, deslizando sus ojos
hacia un lado para echarme un vistazo bajo sus largas, oscuras pestañas.

—Te amo. —Formulo silenciosamente con los labios, frotando mi pulgar


por la palma de su mano que descansa en su regazo. Ella sonríe
abiertamente hacia mí.

—Yo también. —Es la respuesta de sus labios.

De manera ausente, paso mi mano por mi pelo, desarreglándolo, y su


mirada se derrite. Me rio silenciosamente. Nunca dejan de sorprenderme
las cosas que ella ama de mí. Me ha dicho en repetidas ocasiones que
considera ese hábito ―adorable‖. No estoy seguro de cómo me siento acerca
de eso… no suena muy varonil ser ―adorable‖. Pero luego ella me mira de
esa manera cuando lo hago y de repente, ya no me importa ser adorable.

No sé exactamente cuántas veces me le he declarado. Muchas. Pero va a


tener que decir que sí pronto. No sólo porque ya no puedo esperar más —
aunque eso es muy cierto.

Esta vez tengo un as en el bolsillo. Fui aceptado en pre-medicina en


Maine, que está casi a 4.023 kilómetros de distancia, y no voy a irme sin
ella. Dirá que sí porque la única manera de que vaya conmigo, es si
tenemos nuestra unión legalizada. Ella es muy firme en eso, no vivir juntos
mientras no estemos casados. Parte de esto es por sus valores personales,
otra parte, creo yo, es porque tiene miedo de que la deje. Ella no sabe que
nunca me iré, y si ella va, la seguiré hasta los confines de la tierra.

Oh, va a protestar. Me dirá que no es lo suficientemente buena para ser la


esposa de un doctor, que mis colegas la van a rechazar. Está equivocada.

Lali nunca ha sido capaz de verse a sí misma como realmente es. Una
llamarada de ira me atraviesa cuando pienso en lo que le hicieron, en por
qué tiene una visión tan pobre de ella misma. La aplaco; ella me enseñó
sobre el perdón, sobre dejar ir, así que estoy trabajando en eso.

Lo que ella no sabe es lo que yo veo. Si alguien trata de menospreciarla, de


hacerla sentir inferior a ellos, ella los arrasará con su tranquila dignidad.
Ya no es el ratoncillo encogido que solía ser.

La miro una vez más, veo la curva de su boca mientras empuja su hombro
contra el mío.

―Deja de mirarme‖ dice el gesto. Lo bueno sobre los gestos es lo fácil que es
pasarlos por alto. Ella me mira y lo veo, ese destello de orgullo y confianza
que aparece cuando ella no está luchando por ocultarlo.

Ellos no estarían pensando que ella no es lo suficientemente buena para


mí; ellos se estarían preguntando por qué está ella conmigo.

—Eso es todo por hoy —anuncia el profesor, y rápidamente lanzo mis


libros en mi mochila mientras Lali organiza lentamente los suyos por
tamaño en la mochila que le compré.

Impaciente, empujo sus libros por el borde de la mesa dentro de la


mochila, arrastrándola conmigo en medio de sus protestas, apurándola a
salir de la habitación.
—Peter, ¿qué…

Corto sus palabras con mi boca mientras la empujo a un rincón cercano,


necesitando tenerla en mis brazos. Ella responde inmediatamente, fuego
encontrando al fuego.

—¿Por qué fue eso? —pregunta sin aliento cuando la dejo tomar un poco
de aire.

—¿Importa? —bromeo.

—Nop. —Ella sonríe, tirando de mí hacia abajo para otro beso.

Sip, definitivamente voy a tener que presionar para realizar esa boda… y
pronto. No puedo imaginar nada mejor, nada que quiera más, o nada que
alguna vez llegue a desear más que tenerla en mis brazos.

Para siempre.

Fin

Autora: Cindy C Bennett


Adaptado por: Amor Laliter
http://yoamoalosteenangels.blogspot.com/

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