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Imagen de la zona central de la Vía Láctea, con la región que rodea Sgr* A
brillando en rayos X (el borrón azul de la derecha). (Fuente)
Así que no, voz cursiva, un agujero negro central no es necesario para
mantener la cohesión de una galaxia. Ahora bien, los agujeros negros
súpermasivos pueden modificar la estructura de sus galaxias sin la
ayuda de la gravedad.
Por ejemplo, la radiación emitida por la materia mientras cae hacia el
agujero negro súpermasivo puede limitar la formación de estrellas de
una galaxia. Esto ocurre porque las estrellas se forman a partir del colapso
gravitatorio de grandes nubes de gas de frío pero, si el agujero negro central
está especialmente activo (que, a juzgar por los cuásares, suele ser el caso
cuando las galaxias son muy jóvenes), la radiación emitida puede calentar
esas nubes de gas, impidiendo que se condensen y formen estrellas. Una
prueba de esta influencia es que la fase de formación de estrellas dura más
tiempo en las galaxias que tienen agujeros negros menos masivos en su
centro.
Siguiendo la misma línea, la región extremadamente caliente que rodea un
agujero negro activo produce un “viento” que se esparce por toda la
galaxia, una corriente constante de partículas que se extiende en todas
las direcciones y que es capaz de dispersar las nubes de gas
interestelar, impidiendo que se condensen más estrellas en su interior.
El agujero negro de este cuásar (abajo, en rojo) está produciendo un viento
(en azul) que se extiende por la galaxia. (Fuente)
Un ejemplo más extremo de este efecto es el agujero negro central de la
galaxia M106, que emite dos intensos chorros de energía que atraviesan la
galaxia, calentando el material con el que entran en contacto y produciendo
dos “brazos” de gas muy caliente visible en las imágenes de rayos X. Este
fenómeno está empujando el gas del centro de la galaxia hacia la periferia y,
como resultado, los astrónomos estiman que en la región central de M106 se
están formando estrellas a un ritmo 10 veces menor que en la de la Vía
Láctea.
La galaxia M106, vista en varias longitudes de onda. (Fuente)
Otra correlación interesante que se ha encontrado es el hecho de que las
galaxias que contienen agujeros negros más pequeños en su centro
también tienen bulbos centrales (la región central de la galaxia donde
las estrellas están más apiñadas) menos extensos. De hecho, las galaxias
que no tienen un agujero negro súpermasivo en su centro, como parece ser el
caso de la galaxia del Triángulo, no tienen bulbo central en absoluto.
La galaxia M81 (arriba), con un agujero negro súpermasivo de 70 millones
de masas solares y la galaxia del Triángulo (abajo), sin agujero negro
central. (Fuentes: 1, 2)
¿Y qué efecto tiene sobre una galaxia eso de no tener bulbo central, además
de que no están tan bonitas sin él?
Pues que los bulbos centrales de las galaxias contienen una gran cantidad de
estrellas viejas que expelen material al espacio con frecuencia,
enriqueciendo el medio interestelar con elementos pesados, como los que
terminan dando lugar a los planetas rocosos. Además, las estrellas del bulbo
central tienen una mayor dispersión de velocidades en las galaxias con
agujeros negros más masivos, lo que significa que, cuanto mayor es el
agujero negro, más dispares son las velocidades de las estrellas individuales
respecto a la media.
En cualquier caso, aunque se han observado correlaciones entre el tamaño de
los agujeros negros súpermasivos y algunas propiedades de las galaxias, lo
cierto es que aún no se conocen las causas de algunas de ellas. Por ejemplo,
no se sabe con seguridad si el agujero negro central determina el tamaño del
bulbo central de la galaxia o si, por el contrario, es el mecanismo de
formación de un bulbo grande el que permite que exista un agujero negro
más masivo en su centro. O si los dos parámetros son el resultado de un
tercer mecanismo distinto, vaya.
En definitiva, el estudio de la relación entre las galaxias y los agujeros
negros súpermasivos es una tarea especialmente complicada porque requiere
estudiar galaxias tan lejanas que la luz que llega a nuestros telescopios fue
emitida cuando aún se estaban formando, un momento en el que sería más
fácil observar esas relaciones. El problema es que esa luz es muy débil
cuando por fin alcanza la Tierra y sus longitudes de onda han sido
alteradas por la expansión del espacio, así que es difícil estudiarla.
Por tanto, de momento no nos queda más remedio que vivir con el castigo de
no saber cómo se forman exactamente los agujeros negros súpermasivos ni
hasta qué punto influyen en la estructura de las galaxias.
Vaya, no sé si podré dormir esta noche…
Lo sé, voz cursiva, lo sé. Pero, si te consuela, aquí dejo algunas sugerencias
con las que podrás distraerte para no pensar en ello (guiño, guiño).