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HISTORIA ARGENTINA CONTEMPORÁNEA

BLOQUE I
Unidad I: Etapa 1880-1916
Guía para la lectura y análisis del texto de Natalio Botana: El Orden Conservador, Buenos Aires, Sud-
americana, 1979. (Capítulo II, IV, V, VII y VIII)

3. La representación vista como una serie de actos mediante los cuales un actor político auto-
riza a otro a obrar en su nombre, trae consigo riesgos, y por lo tanto, prevenciones. ¿Qué formas
de prevenirlos establece Alberdi?
El principal riesgo de la democracia representativa, es el de la degeneración en tiranía o gobierno
despótico, que conduce a la corrupción. De esta manera, la primer forma para prevenir esto es a través
de una correcta división de poderes con un sistema de contrapesos al estilo madisoniano, que limite las
funciones de legislar, ejecutar y sancionar. Una segunda forma es impedir la reelección del presidente
de la Nación. Y una tercera forma era incorporar en los poderes legislativos y judicial estén integrados
tanto por funcionarios del poder central como de los poderes provinciales. Así, en el proceso legislativo,
la Cámara de Diputados representa a las provincias, en tanto que la de Senadores a la Nación federal;
en tanto que las sanciones, son dispensadas por tribunales provinciales y federales; todo ello ordenado
por una última instancia, la Corte Suprema de Justicia, a quien corresponde el control constitucional de
las leyes. (pp. 48 – 50)

4. Lee la siguiente frase “El pueblo es siempre la fuente de la cual deriva la legitimidad del go-
bernante”. En el texto se realiza un análisis sobre esa entidad llamada pueblo. Explica.
El pueblo es quien elige el gobernante, y por tanto es quien legitima su poder, según ciertas reglas
prescriptas legalmente. Sin embargo, el reconocimiento de la libertad política que faculta el ejercicio de
los derechos civiles de sufragar y de ser electo como representante, es lo que determina el “contorno”
del pueblo. Desde esta perspectiva, se entiende que la democracia puede caer en dos términos degene-
rativos: la extensión o universalización de la democracia a los mayores límites posibles (con el riesgo de
caer en la demagogia); y el otro extremo, la circunscripción de la democracia a unos pocos capacitados,
lo que podía decantar en oligarquía. Alberdi, teme menos en que el establishment1 sea el único elector y
gobierno, a que el sufragio se entregue a la ignorancia de la muchedumbre. Así, teniendo en cuenta que
la muchedumbre favorecerá al despotismo popular por mal uso de la libertad política, se les garantiza el
ejercicio de la libertad civil. (p. 51)

5. ¿Qué tipos de república federativa pueden verse, según Botana, en la fórmula que Alberdi
prescribe? Desarrolla.
Según Botana, existen dos tipos de república federativa: la república abierta y la república restrictiva.
La república abierta, regida por la libertad civil, con cabida para el ejercicio del derecho civil de todos
los ciudadanos, nacionales y extranjeros, haciendo uso de las garantías consignadas en el texto consti-
tucional. Esta es la república que el oficialismo presentará luego como la del progreso y la expansión.
Pero esta república es una contradicción, pues no controla los actos de gobierno. Es la república con
todos los derechos y obligaciones para “hacer”, pero no para “decidir”.
La república restrictiva es el pequeño núcleo político capacitado para hacer gobierno y ejercer control;
con pleno ejercicio de la libertad política. Está circunscripta a los ciudadanos que se controlan a sí mis-
mos y al entorno que los circunda. Son “hombres públicos”, habilitados para tomar el papel de elector y
de representante, que de esta manera, hacen propio el acto de gobernar como un valor próximo de su
conducta habitual.
La totalidad, sin embargo, estará dada en la fórmula alberdiana, por la república restrictiva más la re-
pública abierta, y mientras que en una los que participan, mediante el uso de la libertad política, delega-
rán de modo voluntario su capacidad potencial de mando, en la otra los habitantes afincados en un terri-
torio permanecerán dirigidos por un sistema de control impuesto desde afuera. (pp. 53 – 54).
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Entiéndese por tal al conjunto de personas que, dominando las principales variables económicas del país (monopolio del poder económico),
también detentan el poder político (monopolio del poder político).
6. ¿Cuál es el propósito que tienen las Juntas Electorales para el autor?
Para Botana, las Juntas Electorales tenían un doble propósito: por un lado “mediatizar” el ejercicio de
la soberanía popular, transfiriendo a un grupo de ciudadanos, escogidos al efecto, el derecho de elegir al
presidente; por el otro, mantener un delicado equilibrio entre nación y provincias, pues si bien los electo-
res serían elegidos del mismo modo que los diputados, debían, sin embargo, deliberar y elegir aislada-
mente en pequeñas juntas instaladas en la Capital Federal y en cada provincia.
La autoridad electoral es concedida a unos pocos ciudadanos dispuestos a obrar con estricta inde-
pendencia en un terreno tan riesgoso, y si hubiera que diseñar la clave de la bóveda de esta institución,
es muy probable que estaría perfilada por las nociones de autonomía y de elitismo, pues allí se asume
que la libertad para deliberar y decidir fructifica mejor en los círculos custodiados con celo de la dema-
gogia popular. (pp. 86 – 87).

7. ¿Qué es un Colegio Electoral? ¿El Colegio Electoral se forma para elegir qué cargo?
El Colegio Electoral era el conjunto de Juntas Electorales, que se elegían por cada distrito electoral
(uno por cada provincia, catorce en total, y uno por Capital Federal). El número que lo componía debía
ser el mismo que el de legisladores nacionales (diputados y senadores) y se elegían a lista completa; es
decir, que no existía ningún sistema que diera participación a las minorías2. Las Juntas Electorales,
constituidas en cada distrito electoral, votaban por presidente y vicepresidente de la Nación. En los pri-
meros tiempos, por papeletas separadas, pero luego de una modificación de la ley 140, se votaba la
fórmula presidente – vicepresidente.
La institución de las Juntas Electorales tenía un doble propósito: por un lado “mediatizar” el ejercicio
de la soberanía popular, transfiriendo a un grupo de ciudadanos, escogidos al efecto, el derecho a elegir
al presidente; por el otro, mantener el delicado equilibrio entre nación y provincias, pues si bien los elec-
tores serían elegidos del mismo modo que los diputados, debían deliberar y elegir aisladamente en pe-
queñas juntas que se instalarían en la Capital Federal y en cada provincia.
Los constituyentes norteamericanos, en los que se basó Alberdi para su obra, idearon esta institución
para “conceder la menor oportunidad al desorden y al tumulto” donde “la división del aislamiento que
resultarán, los expondrá (a los electores) mucho menos a vehemencias y agitaciones” y cuya composi-
ción, al no depender de “una entidad ya establecida”, excluye la participación de “todos aquellos cuya
situaciones los hagan sospechosos de un excesivo apego hacia el Presidente en funciones”. De acuerdo
con esta perspectiva, la autoridad electoral es concedida unos pocos ciudadanos dispuestos a obrar con
estricta independencia en un terreno tan riesgoso, y la clave de esta institución, es muy probable que
estaría perfilada por las nociones de autonomía y de elitismo, pues allí se asume que la libertad para
deliberar y decidir fructifica mejor en los círculos custodiados con celo de la demagogia popular.
Obsérvese la idea central que animaba a los fundadores: los electores son libres de elegir; no depen-
den de un mandato imperativo del pueblo para designar a uno u otro candidato y su cometido vale, pre-
cisamente, porque los ciudadanos le han otorgado ese derecho y esa libertad. No cabe duda que un
propósito de esta naturaleza está mejor adaptado al ejercicio electoral propio de una república restrictiva
donde son pocos los que participan en la vida política, porque prevalece un régimen censitaire del tipo
legislado. O bien, porque la misma práctica política impone severas condiciones de coacción o de mani-
pulación electoral. En la circunstancia de una república restrictiva cobra importancia el sistema de nego-
ciaciones, de recompensas y sanciones que se establece entre un puñado de notables naturalmente
habilitados para ejercer, como decía Alberdi, la libertad política, y una institución como las Juntas bien
pueden ser una de las instancias que mejor promoverían ese estilo electoral.
Una excepción fue la elección de 1904, regida por la ley 4161, o ley Joaquín V. González, que dividía
cada distrito electoral en tantas circunscripciones como legisladores tuviera. Cada circunscripción elegía
a dos electores, lo que daba la posibilidad de que, sin permitir la participación de las minorías en la cir-
cunscripción, al momento de conformar la Junta Electoral esta fuera más heterogénea.

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La lista que conformaba la totalidad de la Junta, era la que obtenía mayor cantidad de votos, aunque esto no representaba necesariamente la
mayoría. Así, existiendo cuatro partidos, podía darse el caso de los siguientes porcentajes: el Partido A= 35%; Partido B= 30%; Partido C= 25%
y Partido D= 10%. La totalidad de la Junta era asignada al Partido A, a pesar de que la mayoría (partidos B, C, y D) no tuvieran representación)
8. ¿Qué es la política del gran elector?
El sistema político de la República Conservadora tenía, desde el punto de vista de su dinámica de
funcionamiento institucional, una fórmula prescriptiva y una fórmula operativa. Si nos atenemos a lo
prescriptivo, el sistema se basaba en los principios filosóficos y jurídico-políticos del liberalismo: la legiti-
midad de los gobernantes se fundaba en la libre emisión del sufragio por parte de los ciudadanos. Pero
desde lo operativo, es decir, desde las formas concretas del “hacer de la política”, las múltiples formas
de corrupción electoral, desde la violencia comicial hasta el doble voto o el voto de difuntos, suprimían al
ciudadano como base de legitimidad del sistema político y convertían al presidente de la república en el
“Gran Elector”, ya que era este quien digitaba las candidaturas para cubrir los diversos cargos electivos y
se aseguraba que su digitación se convirtiese en realidad mediante la corrupción del sufragio.
Si hilamos más fino, nos encontramos con que la figura del “Gran Elector” coincide con la de “presi-
dente de la república” cuando Julio Argentino Roca desempeña el cargo de presidente; y cuando la pre-
sidencia es ejercida por otro político, el “Gran Elector” continúa siendo Roca, pero por fuera del vértice
del sistema institucional formal. Así lo vemos a Roca actuar entre bambalinas durante la Revolución de
1890 para apartar de la presidencia a Miguel Juárez Celman, a quien había prohijado en 1886. Lo vemos
vetar la candidatura de Roque Sáenz Peña en 1892, fabricando la de su padre, Luis Sáenz Peña, e im-
poniendo como presidente a José Evaristo Uriburu en 1895.
Al concluir su segunda presidencia, en 1904, Roca impuso como candidato a presidente a Manuel
Quintana, pero ya para entonces se estaban viviendo las postrimerías del roquismo y de la República
Conservadora: en el seno de esta había comenzado a abrirse paso un sector –donde se destacaban
Joaquín V. González e Indalecio Gómez, entre otros– que proponía una reforma del sistema electoral
para liberar al sufragio de las múltiples formas de su venalidad. El proceso concluyó en 1912 con la san-
ción de la ley Sáenz Peña, de sufragio universal, obligatorio y secreto.

9. Durante el periodo llamado de los gobiernos oligárquicos (1880-1916) explica cómo era el
sistema de elecciones. ¿Hubo alguna excepción?
Las elecciones se realizaban por voto plurinominal de lista completa, según la ley 140. Esto significa-
ba que quien votaba lo hacía por una lista completa de diputados, o de electores (los cuales a su vez,
emitirían su voto para votar por presidente y vicepresidente de la Nación). El voto era restringido (solo
los habilitados podían votar), facultativo (no eran obligatorio) y público (no era secreto, sino que se pro-
mulgaba a viva voz).
Previamente a realizarse la elección, se realizaba la inscripción de los interesados en sufragar en el
registro electoral. Este registro era evaluado por una junta calificadora conformada por el juez de paz (en
la zona urbana) y el comisario (en la campaña), y otros ciudadanos elegidos “a suerte”, quienes determi-
naban la idoneidad de los inscriptos. Con los electores habilitados, se conformaba el padrón electoral, y
se expedía una boleta calificadora, que debía ser presentado en el momento de la elección.
El día de la elección se colocaba una mesa en el portal del palacio municipal o en el atrio de la parro-
quia, en el que se disponía la autoridad municipal junto a otros dos vecinos para asentar los votos. Se
registraba por duplicado en actas el nombre y dirección del votante, y el partido por el cual votaba. El
voto se emitía oralmente, por el partido por el que se deseaba votar. En caso de presentarse el voto por
escrito, este debía ser leído a viva voz por el presidente de mesa.
Las elecciones duraban en principio tres días (luego se redujo a uno). El escrutinio, realizado por las
autoridades de mesa, era consignado en dos actas. Una de ellas, junto con el acta de votación quedaba
en el archivo municipal. Las otras dos actas eran remitidas a las legislaturas provinciales (o la mesa cen-
tral de la Capital Federal), que luego de realizar el recuento, proclamaba los diputados electos y la Junta
Electoral resultante.
Cuatro meses antes de la finalización del mandato presidencial se reunía el Colegio Electoral de cada
distrito. En cédulas separadas se votaba por presidente y por vicepresidente de la Nación (luego se vo-
taba por el binomio conjunto). Las legislaturas provinciales (y el Concejo Deliberante de la Capital Fede-
ral) realizaba el escrutinio y lo enviaba en sobre lacrado al Congreso. Al menos, un mes antes del re-
cambio, las dos cámaras efectuaban el escrutinio final, proclamando la fórmula ganadora. El sistema
preveía la necesidad de contar con la mayoría absoluta (más del 50%) de los votos de los electores para
proclamar la fórmula ganadora; pero en caso de no alcanzarse, el Congreso de la Nación determinaría
entre las dos fórmulas más votadas, quien sería el ganador, entre las dos fórmulas más votadas (por las
dos Cámaras, en Asamblea extraordinaria). Esta situación nunca se presentó.
En cuanto a la elección de senadores nacionales, cada distrito electoral elegía dos integrantes (inde-
pendientemente de la población que tuvieran). En Capital Federal, se elegía una Junta Electoral que los
designaba. La elección era a pluralidad simple de votos. El principal requisito excluyente (principio elitista
de la corporación), era tener una renta anual demostrada de 2 mil pesos fuertes.
La excepción la marcó la ley 4161 de 1902, conocida como Ley Joaquín V. González, la cual fue úni-
camente aplicada en las elecciones de 1904, ya que fue derogada en 1905. A esta ley se la conoce tam-
bién como ley de sufragio uninominal por circunscripciones. Si bien tuvo una existencia efímera, fue re-
tomada casi medio siglo más tarde como base de la Ley Subiza (N° 14.032).

10. ¿En qué consistía el sufragio uninominal por circunscripciones? ¿Por qué fracasó?
Por esta ley, cada distrito fue dividido en tantas circunscripciones como diputados tuviera (en total
120 circunscripciones). En los comicios, elegía a su diputado (por ello se lo denominaba uninominal) y a
dos electores para presidente y vicepresidente de la Nación. El sistema de lista completa se mantuvo
inalterable, para el segundo caso. Además, se le otorgaba el derecho a voto a los extranjeros mayores
de 22 años, con al menos dos años de residencia en el país, que fueran propietarios o ejercieran profe-
sión liberal. En la propuesta original el voto era secreto y obligatorio, pero para ser sancionada, se re-
formó manteniendo el sistema voluntario y público; pero también terminaba con la restricción por medio
de la calificación electoral, reemplazándolo por un padrón permanente basado en el padrón electoral.
Además se introdujo el voto en papel, como prueba física de la voluntad del voto. Ahora el fraude debía
evolucionar: ya no alcanzaba con cambiar actas, sino que había que hacer coincidir los votos físicos con
los consignados en estas listas.
Joaquín V. González, propone una transacción entre la rigidez política del pasado y la incertidumbre
del porvenir que no decrece. Para González el sistema uninominal es un retorno a la fuente misma de
sufragio: fomenta la formación de centros regionales, distribuye el ejercicio de fuerzas sociales y realiza
en forma práctica la forma federativa. Pero su preocupación es generar un reordenamiento de
la maquina gobernante que se basaba en el fraude y la lista incompleta. Repudia el comité y los meca-
nismos de mediación que distribuyen candidatos y acarrean votos a listas oficiales. Los agentes inter-
mediarios son un factor de distorsión que hace más opaca la relación entre representante y representa-
do impidiendo individualizar la voluntad personal.
El partido político deseable debería resultar de una asociación voluntaria de representantes locales
cuya legitimidad derivara de un cambio de las relaciones electorales, se anularían los agentes interme-
diarios. En la circunscripción se daría la participación directa, los representantes naturales desde este
punto podrían en el segundo umbral generar un vínculo asociativo que no refleje una organización artifi-
cial sino que habría un auténtico mandato. Sería un sistema en el cual la relación entre las partes se
imbrica de tal modo que una modificación en una cambia las otras. El proceso uninominal, la nacionali-
zación del registro, el voto secreto y la idea subyacente del papel del partido político alimenta la filosofía
pública.
Contraria y paradójicamente, J.V. González entendía que el motor del progreso nacional residía en
los avances producidos desde la sociedad, y dentro de esta entendía que los inmigrantes como grupo
social constituían una pieza fundamental en el esquema del progreso y de la incorporación de la Argen-
tina en el mundo. Por lo tanto, el proyecto González fue de tal amplitud que pensaba una incorporación
de los inmigrantes a través de una naturalización automática por el solo hecho de empadronarse en el
registro de las elecciones. Así, era tan elevado el nivel de ficción que González le confería a la igualdad
posibilitada mediante el ejercicio del derecho electivo, que el simple hecho de inscribirse en un padrón o
registro electoral servía como requisito suficiente para que el inmigrante accediera automáticamente a la
ciudadanía argentina. El ministro proponía la simplificación del trámite de naturalización de los extranje-
ros, toda vez que con el sólo acto de inscripción en el padrón electoral obtenían, no sólo el derecho a
votar sino también, la propia naturalización.
El idealismo gonzaliano duro poco. En las elecciones de 1904, llegó a la Cámara de Diputados el
primer legislador socialista de toda América: Alfredo B. Palacios, lo que espantó a los conservadores.
Además, el sistema fue siempre cuestionado por presuntamente inconstitucional (La Constitución Nacio-
nal especificaba que los distritos electorales debían ser uno por cada provincia, más otro por la Capital
Federal, por lo que las circunscripciones podían ser interpretadas como atentatorias al espíritu constitu-
cional). Otro de los motivos que precipitaron el fracaso de esta ley, fue la ruptura de relaciones entre el
presidente Roca y Pellegrini. El reformismo gonzaliano chocó con el reformismo de una nueva genera-
ción, que veía al sistema de la Generación del ’80 como ineficiente, desde la Crisis de 1890. En 1905, se
realiza una nueva revolución radical, que terminará de sellar la suerte del sistema uninominal. La des-
compresión social, no fue lograda, como tampoco la plena participación política de todas las fuerzas.
El presidente Quintana solicitó ante esto una reforma de la ley electoral, retornándose al sistema an-
terior. No obstante, algunos cambios menores permanecieron, como la inscripción obligatoria en el pa-
drón electoral y el voto por medio de una lista o boleta en papel blanco; impreso o manuscrito, doblada
en cuatro, conteniendo el nombre de las personas por quienes se votaba.

11. Explica cómo se eligen los representantes de cada una de las Cámaras que conforman el
Poder Legislativo de la Nación.
Alberdi combina dos sistemas de elecciones para el Congreso Nacional: según la importancia del
cargo: los diputados por elección directa, y los senadores por medio de las legislaturas provinciales (las
cuales eligen a sus dos senadores) y por Junta Electoral en el caso de la Capital Federal. De esta forma
se pretendía satisfacer la participación directa del electorado en las decisiones políticas, (con la elección
de los diputados), pero paralelamente otorga a las legislaturas provinciales la potestad de elegir los má-
ximos representantes de las provincia a nivel nacional. En síntesis: los diputados se elegían por medio
del sufragio directo, en proporción a la cantidad de habitantes del distrito electoral3, mientras que los
senadores eran elegidos invariablemente por distrito electoral en la misma cantidad.
El Senado de la Nación era el lugar de encuentro entre el poder nacional y el provincial, que podían
ser analizadas bajo tres perspectivas:
1. Preservación de la igualdad acordada en el Pacto Federal, independientemente de su dimensión y
población. Este es un instrumento de protección de las soberanías provinciales.
2. Es un sistema de nacionalización de los gobernantes locales, como medio de enlace federal entre
gobierno local y nacional. Dada esta importancia, la elección debía ser calificada, mediante el voto
indirecto.
3. Representa un efectivo instrumento de control por parte de las elites, sobre las tumultuosas y es-
quivas multitudes.
Si bien los tres umbrales son equivalentes en importancia, el tercero tendrá una gravitación mayor
sobre el papel del Senado en la separación de poderes del régimen republicano. Existen dos cuestiones
relacionadas con el régimen republicano: La función judicial del Senado, sobre los hombres públicos; y
por otro lado, ante la doble función del presidente como Jefe de Estado y Jefe de Gobierno, la responsa-
bilidad y el poder del primer mandatario era inmensa. Por ello, el Senado asumía funciones de Consejo
Ejecutivo, ejerciendo control junto con el presidente, del Poder Judicial, mediante la designación de los
miembros de la Corte Suprema y demás tribunales; designación y remoción conjunta de ministros pleni-
potenciarios; acuerdo de promoción de grados militares; propuesta de los obispos; y acuerdo para la
declaración del Estado de Sitio.

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La proporción fue cambiando con el crecimiento de la población: 1 cada 20 mil o fracción no menor de 10 mil, en 1853; 1 cada 33 mil y
fracción superior a 16.500 en 1898; 120 diputados en 1916 (cuando según el censo de 1914, debía ser de 227 integrantes); 158 diputados en la
elección de 1920 (se realiza la actualización prescripta para cada década, pero sin realizar censo, en base al divisor de 49 mil, sin reforma
constitucional); 1 cada 100 mil, o fracción no menor de 50 mil en 1949 (con un mínimo de 2 diputados por provincia), y se pasa de 15 a 23
distritos electorales; para las elecciones de 1958, se pasó al divisor de 85 mil, llegando a la cantidad de 193 diputados; en 1972, se llegó al
divisor de 135 mil, con piso de 3 diputados (agregados extra), con la excepción de Tierra del Fuego e Islas del Atlántico Sur, que mantiene el
piso de 2, alcanzando la cantidad de 243 miembros; finalmente en 1983, aún durante gobierno militar, se asignó un piso de 5 diputados, más 3
agregados extra (esto daba un piso de 2+3), y el resultante del divisor 161 mil, lo que daba por resultado 173 diputados, pero que con el bono
de 3, ascendía a 244 miembros. (REYNOSO, 2012. En http://www.scielo.org.ar/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S1851-96012012000100005 ).
12. Analiza cómo se mantenían en el poder los gobernadores. ¿Qué poder, según el texto, fun-
cionaba como bisagra para escalar en la carrera política?
Luego del análisis de los poderes nacionales, el gobierno provincial es el siguiente núcleo de análi-
sis, relacionado con la autonomía federal. Las opiniones de los historiadores estriban entre:
 Una hipótesis de la dependencia, donde los gobernadores se elegían por una colegialidad ampa-
rada por el secreto. La colegialidad era una negociación o acuerdo entre el gobernador saliente, el
senador de la provincia, y como mediador al presidente en ejercicio. En ocasiones, también habían
otras personalidades gravitando en la negociación. La hipótesis contiene el riesgo de minimizar en
exceso el papel de la provincia en la elección, manifestando un unitarismo encubierto.
 La hipótesis autonomista, le da, por el contrario, un poder impune a los gobernadores dentro de
sus provincias, con capacidad para asignar cargos públicos a su clientelismo personal, tras la re-
forma constitucional de 1860, que inhabilitaba al Senado para realizar juicio político a los goberna-
dores.
Ambas hipótesis se combinan: el gobernador manipula en su jurisdicción las elecciones del personal
político, reservándose para sí la banca en el Senado Nacional. Tanta manipulación hubiera sido reprimi-
da por el gobierno central, de no ser que existía una protección recíproca de ambas esferas de gobierno.
Sin el apoyo de los gobernadores, el poder presidencial carecía de sustento, pero sin el apoyo presiden-
cial, los gobernadores carecían de legitimidad en su accionar. Entre 1860 y 1880, los gobernadores te-
nían el poder de veto en la elección presidencial, pero a partir del ’80, pasarán a ser agentes del go-
bierno nacional. No obstante, en el análisis de los casos específicos, no se destaca un personalismo en
ninguna provincia, sobre todo teniendo en cuenta la posibilidad de reelección, presente en las constitu-
ciones provinciales.
Esta falta de afincamiento en el poder provincial se explica por dos razones: prohibición de la reelec-
ción consecutiva (por analogía con el cargo presidencial) y aspiración a cargos más cercanos al go-
bierno nacional, como el Senado, con una estabilidad relativa en el cargo mayor (nueve años). La go-
bernación representaba la culminación de una carrera política, o el trampolín para una proyección nacio-
nal. Sin embargo, el Senado parecía ser la frontera política de los gobernadores. Sólo dos gobernadores
llegaron a la presidencia. El resto de los presidentes conservadores, habían llegado a la política nacional
directamente, ya por ministerios, misiones diplomáticas, etc.
Así, el Senado era per se, la institución conservadora. Primeramente porque acogía a varios ex pre-
sidentes nacionales, y por otra parte, porque acogía a los gobernadores salientes, quienes se encarga-
ban de funcionar de nexo entre las necesidades provinciales con los recursos nacionales. De 143 sena-
dores electos entre 1880 y 1916, 62 habían sido ex gobernadores. El carácter aristocrático, se acentua-
ba con la posibilidad de reelección inmediata, llegando en ciertos casos a desempeñar la senatoria por
24 años. Según un cronista parlamentario, era “un juego de niños, pasar del senado a la gobernación, de
ida y de vuelta, trocando turnos unos con otros, turnándose un selecto grupo en la rotación de la banca
por la gobernación, y de ésta por aquella”.
Desde esta perspectiva, el autonomismo del pacto federal mantenía las autonomías provinciales. Es-
te juego hubiera sido perfecto, y hubiera llegado a controlar el poder nacional, salvo la aparición de un
instrumento de control nacional que ha tenido una extraña vigencia: las intervenciones federales.

13. El autor señala que a partir de 1880 se produce un cambio en la forma de utilizar las inter-
venciones federales. Identifica en qué consistió este cambio y si fue un medio muy utilizado por
este régimen.
Entre 1854 y 1880, existió una tirantez entre Buenos Aires y la Confederación con un poder central
que gobernaba desde esta provincia hegemónica. Las intervenciones legalizaban la marcha de los ejér-
citos hacia una provincia, imponiendo el particular orden que entendía el poder central, y la integridad
territorial. Los tres presidentes fundadores aplicaron la medida destinada a ser excepcional, para disipar
los resabios de la guerra civil.
A partir de 1880, más que para conservar la unidad política, las intervenciones estuvieron destinadas
a conservar el régimen. La primera diferencia era que aumentó la cantidad de intervenciones sanciona-
das por ley del Congreso, demostrando la importancia que toma en esta etapa el Poder Legislativo.
Desde Roca hasta V. de la Plaza, todos los presidentes hicieron intervenciones federales. En la pri-
mera década del período, la frecuencia fue baja (4 intervenciones en total). Subió entre las presidencias
de Pellegrini y L. Sáenz Peña, coincidiendo con el momento álgido de las revoluciones radicales. Entre
J. E. Uriburu y Quintana, comenzó el declive de las intervenciones. Figueroa Alcorta las aumentó, des-
cendiendo con R. Sáenz Peña, y repuntando levemente con V. de la Plaza. Catamarca fue la provincia
más intervenida (6 veces), contra la invicta Salta, nunca intervenida.
Por otra parte, el motivo de intervención por sedición se aplicó por tres circunstancias: divergencias
entre las autoridades locales, por conflicto de poderes (entre el Poder Ejecutivo y el Legislativo) o por
vicios en los actos electorales. Otro motivo fue la búsqueda de pretextos para proteger determinadas
provincias mediante la intervención. La mayor cantidad de intervenciones combinó la intervención de
oficio con el apoyo de los grupos opositores.
Los gobernadores ejercían un poder hegemónico, consolidado en el control de las Juntas, cuyo con-
trol les permitían alternar entre el afincamiento en el Poder Ejecutivo provincial y la representación sena-
torial. Sin embargo, esta situación no representaba la inexistencia de una oposición. Ésta, junto con el
poder nacional, entraba en acuerdo para el reemplazo del poder provincial constituido, cuando se volvía
contra los intereses del poder central, por medio de la intervención federal. Esta acción actuaba como
contrapeso del sistema: si el presidente necesitaba del apoyo de los gobernadores para lograr imponer
su fórmula en la Junta Electoral, los gobernadores no podían actuar independientemente del poder na-
cional, que contaba con el recurso de la intervención para tomar parte de la política interna provincial.
En las intervenciones, los presidentes buscaron que éstas fueran realizadas por ley del Congreso.
Por una parte, porque evitaban el compromiso de actuar en forma autoritaria y quedando al descubierto
en caso de hacerlo para anular la oposición en la provincia intervenida. Pero también, porque ningún
decreto tenía validez sin la firma del ministro a quien correspondiera entender sobre esa situación (en el
caso de las intervenciones, al ministro del Interior). Por ello, los ministros representaron un rol muy im-
portante en las medidas tomadas por el Poder Ejecutivo Nacional.

14. Investigar y analizar críticamente diferentes formas de fraude electoral (voto cantado, res-
tricción de votos, volcamiento de votos, repetición de votos, votos con documentos de identidad
de difuntos, entre otros), que existieron en el país durante el llamado Orden conservador (1880-
1916).
El voto cantado, parte misma del sistema electoral (el voto debía ser oral y público), servía efectiva-
mente a los efectos del fraude: los patrones llevaban a sus empleados a votar, indicándoles por quién
debían hacerlo. Si estos votaban por otro, debían sufrir importantes represalias, y lo más probable era
que el presidente de mesa consignara en el acta el voto por otro candidato.
La restricción de votos, que también se encontraba prescripto en la ley electoral, también era funcio-
nal al sistema de fraude. J. V. González decía en las discusiones parlamentarias por la ley del voto uni-
nominal por circunscripciones, que en Argentina nunca se había votado; y Pellegrini llegó a afirmar que
no hay voto más libre que el que se vende, porque responde a las leyes de la oferta y la demanda. Cier-
tamente, hasta 1912, la proporción de electores sobre la población total, escasamente sobrepasaba el
1%. La calificación del voto hacía que las juntas calificadoras realizaran un “tamiz de votantes”.
Otro método era el de “votación en masa”: los votantes concurrían en grupos a votar. De esa forma,
los métodos de fraude eran más disimulados, se amparaban en el “patoterismo” para coaccionar el voto
de quienes iban a votar individualmente (llegando a existir episodios bastante sangrientos), se buscaba a
los remisos a su domicilio y se decidía a los indecisos.
El volcado de padrones, o vaciado de registros, era una estrategia de fraude más elaborada. Se le
asignaba un voto a un ciudadano ausente, o presente, si se rompían boletas, de acuerdo con una deci-
sión previa acordada por la Junta Escrutadora. El sistema podía reforzarse, según las circunstancias,
con la repetición del voto, realizado por electores volantes o golondrinas, que sufragaban varias veces
en una misma mesa o en su defecto, en diferentes mesas de un mismo distrito.
Posteriormente, con la entrada en vigor de las libretas de inscripción, y luego con las libretas de en-
rolamiento, se procedía a la compra directa del voto y el otorgamiento de las libretas de muertos a votan-
tes, para duplicar los votos. Con la compra del voto, se otorgaban vales a los que votaban por el partido,
y se colocaban marcas en los documentos, para el mismo fin.
No obstante, este era el nivel básico de fraude. Luego estaban los distintos niveles, por corrupción del
balurdo y de otras actas. El balurdo era el conjunto de actas con las que se clausuraba el acto comicial.
En él se asentaban el recuento de votos y votantes, certificaban la cantidad al pie del acta y por último,
proclamaban en forma pública a los candidatos triunfantes. Estos documentos se enviaban a las Legisla-
turas o a las Juntas Escrutadoras Provinciales que hacían el escrutinio definitivo, consignaban las re-
nuncias y protestas acerca de las irregularidades y elevaban los resultados a la Cámara de Diputados
(cuando se trataba de la elección de sus miembros) o al Congreso Nacional si se tenía por objeto desig-
nar electores para Presidente y Vice.
Un primer nivel de fraude podía darse en la mesa: se podían agregar votantes a los padrones, se
rompían boletas, se fraguaban nuevos balurdos, etc. En un segundo nivel, los recuentos que se hacían
en las Legislaturas provinciales podían sufrir la misma corrupción: suplantación de actas, reemplazos,
enmiendas, etc4. En esta situación, tres posiciones eran claves: la de los jueces federales, aunque estos
estaban habilitados para conocer los casos de fraude a nivel nacional. En segundo lugar, de las fuerzas
militares, encargadas de custodiar, y de trasladar las urnas y las actas, como garantes de la seguridad.
En tercer lugar, la oficina de correos, que se encargaba de recibir y trasladar todo el material electoral.
En este proceso, y en connivencia entre estos tres agentes y el gobierno, se intercambiaban urnas, do-
cumentos, padrones, etc.

15. Interpreta esta portada de la Revista Caras y Caretas de 1899.


“Al sufragio esta máquina se aplica, y es de tal precisión su
mecanismo que todo lo que en ella se fabrica nos viene a resul-
tar siempre lo mismo.”

Esta sátira de Caras y Caretas, hace un paralelo en las condi-


ciones de la industrialización, donde las máquinas producen ob-
jetos idénticos, mediante la estandarización de sus procesos,
con los actos eleccionarios. Por esto es que a este sistema elec-
toral se lo denomina la máquina electoral.
Se pone en funcionamiento replicando los métodos fraudulen-
tos por los cuales el oficialismo volvía siempre a obtener la victo-
ria. Además, en esta imagen, el papel de Roca como “el gran
Elector” queda de manifiesto. El sistema era manejado por el
presidente de la Nación, pero en la práctica será Roca quien lo
haga, desde la presidencia o desde fuera de ella. Cuando Juárez Celman pretendió hacerlo
desde el Unicato; se precipitó su caída, que desde una participación directa o por omisión, Roca
tuvo gran responsabilidad. El manejo de esta máquina representó un mecanismo tan aceitado
que pronto comenzó a funcionar con una precisión notable.

4
En Salta se dio el caso de funcionarios que oficiaban de raspadores. Prolijamente raspaban el nombre del electo por el del
favorecido. A estos legisladores, Pelagio Luna los llama diputados por raspadura.

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