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Economia para Abogados y Estudiantes de Derecho (Martín Tetaz)
Economia para Abogados y Estudiantes de Derecho (Martín Tetaz)
Martín Tetaz
Agradecimientos
Deseo agradecer profundamente a la Doctora Noemí Mellado, Profesora Titular de la
Cátedra de Economía Política de la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales de la U.N.L.P.
y al Licenciado Daniel Solari, Profesor Titular de la Cátedra de Introducción a la Economía
de la Facultad de Ciencias Económicas de la misma Universidad, por haber leído,
comentado y sugerido algunas correcciones al borrador de este libro. También resultaron
muy importantes los aportes de los Abogados Leandro Delorenzo y Ernesto Tetaz. No
obstante lo invalorable de las contribuciones, conservo la absoluta responsabilidad sobre
todos los errores.
Prefacio
Vengo de una familia de estudiantes del Derecho; mi madre es Abogada y ha sido docente
universitaria por más de 40 años; mi padre Escribano. Elegí en cambio una carrera distinta,
porque me apasiona la economía.
A pesar de tener una experiencia docente de más de doce años; primero como ayudante
alumno, luego como ayudante diplomado y finalmente como adjunto, siempre ha sido un
extraordinario desafió el discutir cuestiones económicas con mi familia.
Cuando empecé a dar clases en la Facultad de Derecho la experiencia no fue distinta. El
estudiante de abogacía es, en promedio, bastante averso a cualquier tipo de tecnicismos
económicos, ni que hablar de la matemática más elemental o de los gráficos que
comúnmente inundan los pizarrones de los cursos introductorios en las Facultades de
Ciencias Económicas alrededor del mundo.
Por más que para hacer ciencia pueda ser muy útil, el estudiante de Derecho no quiere
modelos abstractos, quiere herramientas que lo ayuden a comprender la realidad, conceptos
que pueda poner en ejemplos simples.
Desgraciadamente existe la sensación (muy difundida también entre muchos economistas)
de que el Derecho y la economía no tienen nada que ver. Como resultado se tiene en
general a los cursos de economía como una materia más, que hay que pasar para obtener el
titulo, pero que no aporta mucho a la formación del futuro Abogado.
Sin embargo, la realidad dista mucho de ser así, y como podrá comprobar el lector de este
libro buena parte de la actividad profesional del Abogado está fuertemente influida por la
economía, y viceversa.
Mi experiencia con muchos amigos Abogados y estudiantes en camino de serlo es que fruto
de esta falsa disociación, luego de unos años de concluidos los cursos de economía, la
mayoría de los conceptos se olvidan y no se tiene una comprensión, si quiera general, de la
manera en que funciona un sistema económico y los efectos que es razonable esperar a
partir de los cambios de las distintas variables.
Creo que buena parte de esto se debe a que durante mucho tiempo no hemos reconocido las
particularidades del estudiante de las Leyes y hemos pretendido transmitir conceptos cual si
se tratara de estudiantes de económicas, que naturalmente tienen características muy
distintas.
El primer defecto, en este sentido, tal vez sea el de usar libros de texto pensados para
estudiantes de económicas.
“Economía para Abogados”, pretende justamente cambiar esa historia.
A tal fin he omitido expresamente las presentaciones matemáticas y graficas que plagan los
textos tradicionales.
Por el contrario he elegido un tono coloquial con distintos ejemplos y referencias de la vida
común, del día a día de cada uno.
El esquema del libro tampoco es irrelevante.
En la primera parte se plantea claramente la naturaleza del problema económico que
enfrentan todas las sociedades y muchas de las relaciones existentes entre la economía y el
Derecho.
Luego se dedica una parte importante a discutir el funcionamiento de los mercados y la
teoría de los precios, cuya comprensión resulta fundamental para entender la manera en que
operan las economías capitalistas.
A modo de articulación con los problemas más macro, se analizan los mercados
internacionales y los mercados de dinero, para dar paso luego a distintas teorías de
crecimiento y desarrollo y al estudio de las recesiones y el desempleo.
El libro termina con un capítulo de distribución del ingreso y pobreza y otro de economía
del sector público, que son temas cada vez más importantes en el estudio de la economía.
Como lectura opcional, aunque altamente recomendada, se agregan luego del final un
conjunto de preguntas (con las correspondientes respuestas) que pretende testear la correcta
comprensión de cada una de las bolillas por parte del alumno.
Finalmente, se agrega un resumido diccionario con los términos técnicos de economía que
es más común encontrar tanto en los libros como en los periódicos especializados de la
materia.
Se recomienda al lector el estudio en ese orden por cuanto los temas se van eslabonando y
muchos de los problemas que se plantean hacia el final solo pueden ser comprendidos
cabalmente una vez que se domina la lógica que rige el funcionamiento de las economías
de mercado.
Aunque pueden leerse los capítulos por separado, el riesgo que se corre es que su análisis
será indudablemente mucho más superficial ocasionando los problemas de comprensión
que este libro justamente trata de evitar.
Espero que el esfuerzo sirva para interesar al lector y acercar estas dos disciplinas que tanto
se necesitan.
Martín Tetaz
30 de enero del 2006
Balneario Enrico
Capítulo I
Escasez y elección
El aire que usted esta respirando en este momento, la luz del sol y el agua de lluvia son
todos bienes que, al menos por el momento, no presentan escasez y por lo tanto la
economía no se ocupa generalmente de ellos.
La gente es libre de respirar más fuerte o más despacio, de abrir sus ventanas para que los
bañe el sol o cerrarlas para disfrutar de su intimidad, de regar cuantas plantas quieran con el
agua de lluvia o simplemente juntarla para darle los usos más diversos.
Por desgracia, la mayoría de los bienes y servicios que utilizamos para cubrir nuestras
necesidades no están disponibles libremente como el aire, sino que, en un grado mayor o
menor, resultan escasos; es decir, no existen en cantidad suficiente como para que cada uno
tenga tanto como le plazca.
La prueba más evidente de esto recae en la escasez del propio tiempo (Becker, 1990).
Desde que la vida no es eterna y los días están condenados a durar 24 horas, las personas
deben elegir de qué manera utilizar el tiempo. No se puede mirar televisión y leer un cuento
simultáneamente del mismo modo que es imposible disfrutar de una cena con amigos en el
mismo instante en que se satisfacen instintos amorosos en la intimidad con una pareja.
Incluso en el esquema de la sociedad más primitiva es evidente que resulta complicado
perseguir una presa mientras se amamanta una cría o ir de pesca mientras se construye una
cabaña. Hay que elegir si se estudia por las mañanas o se dedican a trabajar; hay que optar
si se estudiará medicina o derecho. Guste o no, hay que elegir. Y el próximo sábado, habrá
que decirle que no a los amigos, o a la pareja, o a los hijos, o a este libro que hace tanto
queremos terminar, o a uno de los show más placenteros: el de las sabanas blancas.
Olvídese de las definiciones tradicionales de los libros de texto de la escuela secundaria; la
economía es la ciencia de la elección y como tal se encuentra presente cada vez que se
enfrenta una, ya sea de manera explícita o implícita.
El costo de oportunidad
Comprender lo anteriormente expuesto implica aceptar una de las verdades más dolorosas
con las que el ilusionado estudiante de economía tropieza tarde o temprano: toda vez que
hay un problema de tipo económico no existe la magia. Lamentablemente, elegir implica
dejar alternativas de lado y esto significa incurrir en un costo que se conoce con el nombre
de costo oportunidad.
Si se está frente a un problema en el que hay que efectuar una decisión entre distintas
posibilidades, pues el valor de aquella opción que se descarta cuando prioriza un curso de
acción, recibe aquel nombre y representa su costo de elegir.
Mañana sonará el despertador a las 7 de la mañana y usted enfrentará el dilema de
levantarse o seguir durmiendo; si prefiere lo primero, su costo de oportunidad será el de
haber perdido una preciosa hora de sueño; si se inclina por lo segundo, se arriesga a perder
su empleo o a desaprobar la materia que venía estudiando; lo uno o lo otro, según el caso,
representarán apropiadamente su costo de oportunidad.
Cuando logre levantarse tendrá que ver si desayuna con café o lo hace con té, si come
tostadas con manteca o las desplaza por sabrosas medialunas.
Mientras se viste seleccionará qué prendas ponerse dejando inexorablemente otras de lado.
En particular esto que puede parecer trivial un martes a las 7 de la mañana no lo es si usted
se está vistiendo para asistir a una importante entrevista laboral. O peor aún, a una de sus
primeras citas con alguien que le resulta muy interesante. Ponerse la corbata amarilla nos
impide estrenar el traje marrón, y elegir los zapatos italianos implica que no se pondrá los
clásicos mocasines que tanta comodidad le reportan.
Para ellas, ponerse la camisa negra significa no lucir el escote y animarse al vestido se
traducirá en una segura incomodidad toda vez que deba subir escaleras, alcanzar un libro,
trepar a un taxi o evitar la mirada indiscreta de ese compañero que nunca falta.
La vida continúa. A la hora del almuerzo, la única manera de resistirse al lomo con
champiñones que acaba de pedir el hombre de la mesa de al lado es pensar en su costo de
oportunidad versus la opción más light de la ensalada de costumbre. Por un lado el costo
del lomo será el de una difícil digestión que durante la tarde dificultará su nivel de
rendimiento; por otro lado la diferencia del costo monetario entre las dos alternativas
alimentarias también deberá sumarse al concepto de costo oportunidad, ya que de optar por
la comida más frugal, podremos disponer de más dinero para comprar otras cosas luego.
Volver a casa. En taxi, en subte, en micro… cuántas opciones. El taxi es probable que sea
la más cómoda y rápida, pero su costo de oportunidad debe ser considerado. El subte es
más barato y con el dinero que ahorramos podemos acceder a otros bienes, si derivamos
algún tipo de utilidad de conocer gente, pues qué mejor lugar que el subte.
Llegamos a casa. ¿Que hacemos? ¿Cocinamos o pedimos comida hecha? ¿Hacemos carnes
o pastas? Y en la tele, ¿qué miramos? ¿El partido, la película o el noticiero?
En fin, por donde quiera que se la mire, la vida está abrumadoramente llena de
circunstancias en las que es necesario optar entre alternativas excluyentes, de modo que
vivimos pagando costos de oportunidad.
Sin embargo, como muchos de ellos no están monetizados –no pasan por el mercado– no
nos damos cuenta de que todos ellos representan asignaciones de recursos a distintas
alternativas y que significan por ende procesos económicos. Uno de los mejores ejemplos
de esto es la falsa creencia de que el sistema de educación pública es gratuito, por el sólo
hecho de que no se paga una matrícula.
Pero, ¿no tiene acaso para la sociedad un valor enorme el tiempo que todas las personas que
participan del proceso educativo no dedican, por tanto, a otras actividades? Claro; se me
dirá que el tiempo del docente se asigna y compensa a través del mercado y vía el pago de
su salario, pero ¿qué hay del tiempo invertido por el alumno? ¿Acaso no tiene ningún
valor? Y no me refiero ya al valor como potencial productor en el mercado de trabajo, sino
al valor de su tiempo en sí, pase este por el mercado o no.
En efecto hay un extraordinario costo de oportunidades del tiempo que el alumno le dedica
al estudio y no a otra cosa, que bien podría ser un trabajo remunerado o uno que no pasa
por el mercado, como cuidar hermanos, cocinar, hacer las compras, limpiar, acompañar a
los padres, visitar a los abuelos, saludar a un amigo, besar a su pareja, etc. Este aparente
orden progresivo en que las anteriores actividades se van alejando de la esfera del mercado
revela una distancia que no es tal. ¿Acaso no hay personas que cobran por cuidar chicos,
otras que trabajan en una cocina, otras que manejan motos de envíos domiciliarios?
Tampoco está tan exento el comercio de emociones; ¿cuánto vale el beso de un abuelo, la
torta de mamá, un abrazo de papá, o el extraordinario amor que un hijo nos puede deparar?
En rigor todo esto no tiene precio.
Sin embargo, mientras muchas veces no valoramos de manera apropiada las emociones que
nuestros seres queridos nos hacen vivir día a día, no dudamos en pagar el precio de una
entrada para ver una película que nos vende una emoción completamente construida pero
que la creemos verdadera y que confirmarnos con una lágrima, un nudo en la garganta o un
sueño utópico.
Compramos un libro para ser parte de una historia, del mismo modo que cuando éramos
chicos no podíamos resistir la tentación de identificarnos con un personaje y soñarnos
participando de la trama. Pagamos para ir a un museo porque queremos comprender una
emoción, una sensación, un significado. Vivimos pagando emociones y de ahí el
extraordinario valor de las que perdemos toda vez que restamos tiempo al cultivo de las
relaciones con nuestros seres queridos.
Solo comprendiendo la forma en que las personas eligen y el verdadero costo de
oportunidad que enfrentan –que las más de las veces es no monetario– entenderemos cuan
alejado de la realidad es sostener que la educación es gratuita sólo por el hecho de no pagar
una matrícula. Nos daremos cuenta porqué la mayoría de nuestros compañeros de la
facultad o de nuestros colegas en la profesión no provienen precisamente de los sectores
más pobres de la sociedad.
Economía y Derecho
Estudiar economía es una excelente inversión para aprender a interpretar un cuerpo
normativo, no ya por la intención declarada de su letra, sino por los hechos jurídicos que
efectivamente produce.
En efecto, el estudio de las consecuencias económicas de una norma permite conocer hasta
qué punto ésta es apropiada a los objetivos que su cuerpo declarativo enumera.
Ya mostramos que cuando la Constitución dice que la educación es gratuita solo contempla
el no pago de aranceles, pero no garantiza de ninguna manera que ésta no sea costosa para
el alumno.
De la lectura de Sistema Económico y Rentístico de la Confederación Argentina, según su
Constitución de 1853, de Juan Bautista Alberdi, resulta evidente que nuestra Carta Magna
no es otra cosa que un proyecto económico, basado fuertemente en la teoría económica
clásica de Smith y Say.
Un ejemplo más concreto de las relaciones entre la economía y el derecho es el de la
legislación tributaria, en el que puede existir una diferencia muy grande entre la aparente
voluntad del legislador y el efecto económico final de la norma.
Es sabido que a nadie le gusta pagar impuestos, por lo que establecido el mismo por la ley,
el sujeto de derecho de la obligación hará cuanto este a su alcance por “endosarle” la carga
del tributo a otros. Si éste es un productor es probable que traslade parte de la carga a los
consumidores hacia adelante y si –por razones que quedarán más claras en los próximos
capítulos– no lograra hacerlo, intentará que sus empleados absorban el coste vía una
reducción de salarios, trasladando hacia atrás la carga.
Si el contribuyente de iure es un consumidor, este puede simplemente dejar de consumir el
bien gravado y sustituirlo por otro, con lo que el productor obtendrá un menor precio –neto
de impuesto– y terminará por tanto absorbiendo parte de la carga.
Solo de casualidad, el impacto económico final se corresponderá con el que surge de la
interpretación literal de la norma, y en todo caso el legislador deberá ser muy cuidadoso
para garantizar que la ley efectivamente cumpla con el propósito para el que es dictada.
Naturalmente esto no agota, ni mucho menos, la relación entre la economía y el derecho.
Comenzamos este trabajo diciendo que el aire y la luz eran bienes libres, no escasos y que
por ende la economía no se ocupaba de ellos. Pero qué sucede si una fábrica contamina el
aire o una construcción vecina le tapa la luz; lo que no era escaso comienza a serlo y en
todas las sociedades existen estructuras de derechos que en mayor o menor medida regulan
estas cuestiones.
Ahora bien, desde que los bienes antes libres se han tornado ahora escasos, la legislación en
la materia será una que vendrá a regular justamente la escasez y como la ha demostrado
Coase (1968) existen distintas formas de hacerlo, con más o menos eficiencia.
Y qué hay sobre las legislaciones que regulan la competencia empresaria, los derechos del
consumidor, la propiedad intelectual o las patentes, por nombrar solo algunos dominios.
Hace tiempo que toda una gama de desarrollos en teoría jurídica (Posner, 2000) se está
informando cada vez más de los efectos concretos que las distintas leyes. Sobre estas
cuestiones es probable que produzcan, tanto en niveles de producción como de consumo,
investigación, contaminación, etcétera.
Yendo aún a casos más concretos, uno de los hechos económicos que más trabajo ha dado a
abogados y jueces últimamente ha sido la resolución de controversias vinculadas a la
indisponibilidad de los depósitos decretada en diciembre del 2001, más conocida como
“corralito”.
Resulta imposible siquiera emitir opinión sobre una cuestión tan compleja como ésta sin
conocer la forma en que se crea el dinero bancario y funciona el mecanismo del
multiplicador monetario.
Lo mismo sucede en del derecho laboral. Resulta que la naturaleza de las relaciones entre
empleado y empleador son cruciales para determinar no solo niveles de productividad y
eficiencia de la economía sino que tienen impacto en las tasas de desempleo, decisiones de
inversión, de educación y por ende de crecimiento económico. De modo que lo que está en
discusión es mucho más que los derechos del trabajador.
Incluso la Ley de divorcio genera fuertes impactos económicos toda vez que al modificar el
costo de oportunidad de casarse –y de separarse también– impacta sobre las decisiones del
casamiento, natalidad e inversión en el hogar –y en la educación de los hijos–.
Si ya se aburrió de la enorme cantidad de relaciones presentadas espere que todavía no he
hablado del derecho penal. ¿Usted cree que un robo, un aborto, una violación, o un
asesinato no tienen nada que ver con la economía? Se equivoca.
Ana María Cerro y Osvaldo Meloni ganaron el Premio Arcor 1999 por su trabajo “Análisis
económico de las políticas de prevención y represión del delito en Argentina”. En dicho
trabajo señalaban que la gente incorpora consideraciones de costo-beneficio a la hora de
decidir hasta que punto involucrarse en actividades delictivas. John Donohue y Steven
Levitt publicaron en el 2001 un interesante artículo en el que usando modelos económicos
encuentran que la liberalización del aborto en varios estados de Estados Unidos fue un
factor decisivo en la reducción de las tasas de criminalidad 20 años después. También mi
amigo Leonardo Torres, presentó junto a María Laura Alzúa en las Jornadas de la AAEP
del 2004, un muy buen trabajo sobre los efectos de la interacción social en las tasas de
criminalidad, para distintas provincias de la Argentina. Todos estos desarrollos
naturalmente llaman la atención sobre los que escriben y administran las normas por que si
como dice nuestra Constitución Nacional “las cárceles no son para castigo, sino para
rehabilitación” habrá que tener en cuenta consideraciones económicas para lograr un
sistema que realmente reduzca al mínimo posible la comisión de delitos y maximice la
recuperación social del delincuente.
Las normas no son una cosa que las personas interpreten literalmente viéndose compelidas
a actuar en consecuencia. Por el contrario, toda vez que se genera un hecho jurídico
cambian los incentivos que la gente tiene en cuenta día a día para tomar sus decisiones.
De ahí la capital importancia de identificar correctamente los costos de oportunidad
operantes en cada decisión y analizar cuidadosamente la modificación o efectos que sobre
ellos las distintas normas, analizadas como completitud, tienen.
Finalmente, aunque no por ello menos importante, desde una perspectiva aún más global
cada vez se reconoce mayor relevancia a instituciones jurídicas, como los derechos de
propiedad o la forma en que se toman las decisiones públicas, en el éxito o fracaso
económico de los países.
Capítulo II
Sistemas económicos
Qué producir. Cómo hacerlo. Para quién
Cierre los ojos e imagine la escena. Es la quinta noche del cuarto mes de su año treinta y
tres. Más de dos mil personas se alternan entre las distintas salas de esparcimiento que
ofrece el crucero tan bien merecido luego de más de tres años sin vacaciones. Todavía
nadie, desde la sala de ruletas donde usted se encuentra, alcanza a percibir la tormenta que
lo cambiará todo.
Lo que sigue es una sucesión de pequeñas catástrofes convenientemente seguidas por olas
de gritos. Todo se desencadena en unos pocos segundos, pero por una extraña razón da la
sensación de que las cosas pasan en cámara lenta.
El barco se llena de agua lentamente y comienza a buscar el lecho del mar. La gente se
agarra de lo que puede. Las miles de cabezas titilan en el agua y los más afortunados
consiguen seguir haciéndolo hasta que la tierra gira lo suficiente como para que el sol se
deje ver, y con él una delgada línea que interrumpe la monotonía del horizonte opuesto
insinuando que, aunque lejos, existe una porción de espacio que el agua no ha logrado
cubrir.
Solo unos pocos lo consiguen y se desploman en el preciso instante en que sus pies tocan
tierra.
Por un buen tiempo el recuerdo del horror es lo suficientemente poderoso como para que
nadie pueda darse el lujo siquiera de llorar.
Con el paso de los días resulta evidente que la isla no está tan mal. Hay unas cuantas
especies frutales, cientos de aves y miles de peces que todos ven surfear aunque nadie tenga
idea de cómo pescar.
Por desgracia no son muchos los elementos del navío que, la ahora generosa corriente,
arrima a la costa y similar panorama desolador arrojan las diversas expediciones que de un
modo tosco, espontáneamente desorganizado, los distintos grupos llevan a cabo.
Por la noche del día menos contado alguien finalmente toma la iniciativa y reúne a los
distintos grupos en el único lugar de la isla que los insectos parecen no haber encontrado.
El menú inexorablemente vuelven a ser bananas que saben bastante más verdes y amargas
que las que acostumbramos a ver en la góndola. Para coronar la noche, hace un frío
importante, razón por la cual el inicio de la reunión se procastina en una suerte de concurso
sin reglas en el que todos buscan alzarse con la admiración conferida por haber sido el
primero en lograr encender un fuego salvador.
Ninguno lo logra y finalmente la reunión comienza en la forma de un intercambio de la
información que cada uno cree, puede resultar interesante.
En general no se presentan diferencias significativas en cuanto a la evaluación de la
disponibilidad de recursos que la isla ofrece, sumado a las potencialidades dadas por las
diversas habilidades y capacidades de los pocos sobrevivientes.
En cambio, las diferencias explotan a la hora de ordenar cuales son las prioridades y
organizar los recursos en consecuencia, lo cual pone en evidencia la imperiosa necesidad de
comenzar estableciendo la forma en que se saldarán las discrepancias; esto es: la tecnología
de toma de decisiones de esta flamante comunidad. Algunos creen que conviene dedicarse a
la pesca, otros a la recolección de frutos; están los que consideran que las mujeres deben
cuidar de los chicos, los que razonan que tienen que dedicarse a la confección de prendas,
aquellos que creen que no debería haber diferencias de roles por razones de género, etc.
Desde la construcción de las casas hasta el intento por comunicarse con el continente más
cercano o los esfuerzos por defenderse de potenciales depredadores, todo requiere tiempo y
recursos que no abundan y por ende las diferencias de opinión se hacen notar.
Allí donde las disidencias son pequeñas todos concuerdan que la votación por simple
mayoría es la mejor forma de resolver las preferencias no convergentes, pero cuando las
asimetrías en gustos y opiniones son demasiado marcadas el riesgo de que la pequeña
sociedad se fragmente es inversamente proporcional a la alternancia con que el mecanismo
electoral beneficia a unos y otros. Es sabido que cuando las reglas no están equitativamente
distribuidas y benefician siempre a los mismos, los perdedores tarde o temprano encuentran
en su propio interés el dejar de participar del juego.
No obstante lo interesante de esta cuestión, no es éste un libro de ciencia política por lo que
de momento supondremos que esta instancia ha sido sorteada y de alguna manera se ha
logrado cierta forma de organización.
Un resultado probable es la emergencia de un conjunto de líderes que, comenzando por
juntar toda la información relevante tanto respecto a recursos disponibles como a las
necesidades que la gente manifiesta tracen un plan que les permita que sus necesidades se
cubran lo más posible; ya sabemos por la definición del problema económico que nunca se
cubrirán todas las necesidades.
Es importante aquí que el lector tenga presente que aunque la mayor parte de los libros de
economía clasifican las necesidades en primarias y secundarias, ésta es una taxonomía con
límites difusos en la práctica.
Un alimento es considerado de primera necesidad, pero cualquiera convendrá conmigo que
no puede decirse que el caviar de Beluga o las tortas de chocolate lo sean, aunque nadie
puede negar que se trata de alimentos al fin.
Más patente se torna el punto cuando se compara la dieta de distintas culturas y se
encuentra que para muchos países asiáticos el alimento base (que consideraríamos de
primera necesidad) es el arroz; mientras que en países como el nuestro gozan del mismo
estatus las pastas e incluso las carnes.
Por otro lado un bronceador con protector solar difícilmente es clasificable como de
primera necesidad, aunque en el ejemplo de nuestra isla probablemente lo sea.
Me gustaría aquí presentar una definición un tanto más novedosa aunque a mi criterio más
apropiada. Creo que en todo caso existen necesidades muy básicas que tienen que ver con
la mera supervivencia de la especie en tanto animal que en última instancia somos, que tal
vez se corresponda con el tipo de bienes que disfrutaban nuestros antepasados hace unos
150.000 años atrás, cuando todavía no existía la cultura.
La antropología social ha dejado bien claro que el hombre es hombre desde que tiene
cultura, y por lo tanto todas las manifestaciones de la misma constituyen requisitos de
primera necesidad para la vida como tal. Sin embargo, las taxonomias clásicas no dudarían
en descartar esto de plano.
Por estas razones creo que la gran mayoría de los bienes son de una necesidad humana por
opuesta a la necesidad animal, y no tiene sentido insistir en ordenarlos de mayor a menor
grado de “necesidad” porque ello implica efectuar un juicio de valor que de ningún modo
puede ser absoluto sino que difiere de persona a persona y de comunidad a comunidad sin
que a priori nadie pueda decir qué es más o menos necesario para otra persona.
A título ejemplificador y volviendo a nuestra isla, supongamos que alguien cree que la
prioridad número uno, la actividad más necesaria a la que hay que dedicarle la mayor parte
del tiempo, es la caza y la pesca, mientras que otro de los sobrevivientes, un religioso
ortodoxo, está incluso dispuesto a comer raíces con tal de disponer buena parte de su
tiempo para rezar o realizar rituales espirituales.
Para quien no profesa ninguna religión ni cree en nada, a todas luces el tiempo dedicado a
actividades religiosas es un dispendio de recursos en actividades de naturaleza secundaria.
Pero sobre qué base se puede imponer la escala de valores de algunas personas, a los
demás; ¿con qué derecho?
Así las cosas y retomando el problema de nuestros líderes planificadores, habíamos
convenido que estos recabarían las preferencias de la gente e intentarían cubrirlas lo más
posible.
Las tecnologías de planificación suelen cumplir con su objetivo en una sucesión de
aproximaciones oportunamente corregidas en función de grado de acierto relativo del
conjunto de decisiones.
Puesto en otras palabras; en una primera etapa del proceso se producirán un conjunto de
bienes que se asignarán con algún criterio preestablecido (lo mismo para todos, o a cada
quien según la cantidad de horas de trabajo que puso, o bien como postulaba el marxismo, a
cada uno según sus necesidades)
Normalmente, este primer proceso generará excedentes y faltantes, es decir: sobrará de
algunos bienes y faltará de otros (o habrá más colas en la puerta de una fábrica que de otra)
En una comunidad relativamente pequeña como la de nuestro ejemplo, los planificadores
notarán rápidamente el desajuste y reasignaran los factores; concretamente, sacarán gente y
máquinas de la producción que genera sobrantes (o tiene pocos faltantes) y los pondrán a
trabajar en el sector donde se produjeron los mayores faltantes.
Si en cambio se trata ya de una población más grande y dispersa, entonces la comunicación
será más lenta y deberá existir alguna especie de ministerio o de dirección centralizada que
junte la información proveniente de las diversas fábricas de las distintas ciudades y
coordine los cambios en las decisiones de asignación de recursos al proceso productivo.
Algunos economistas planificadores como Oscar Lange (1970) han sostenido que
eventualmente este proceso puede converger a producir el mismo conjunto de bienes que se
logra con el mecanismo del mercado (cuya discusión presentamos en el próximo capítulo)
Esto sería cierto si no fuera porque (por desgracia para los planificadores aunque por suerte
para el resto de los mortales) las preferencias de la gente no están congeladas en el tiempo
sino que por el contrario cambian y de manera demasiado frecuente. Un ejemplo, un tanto
característico de esta inestabilidad es el de quien decidiendo la asignación de su tiempo
para el fin de semana jura y perjura que estudiará los cinco capítulos que le faltan pero
termina yéndose a jugar al fútbol con sus amigos o a ver una película con la novia.
El mencionado ejemplo puede parecer trivial, pero la vida está plagada de situaciones en las
que cambiamos nuestras preferencias, muchas de las veces de manera brusca; la ropa que
usamos, el corte de pelo, la gente que nos gusta, la comida o la dieta, e incluso muchas
veces la carrera que estudiamos.
En estas condiciones el método de planificación sufre los mismos problemas que aquel que
intenta darle a un blanco que se mueve aleatoriamente de un lado a otro, agravándose toda
vez que el ajuste en la dirección de los disparos es más lento a medida que la sociedad se
complejiza y agranda, porque cada vez cuesta más conseguir y coordinar toda la
información necesaria pero sobre todo porque nunca las preferencias de las personas fueron
tan volátiles como en los tiempos que corren (y sospecho que todavía lo serán más en los
que vienen)
Adicionalmente vale la pena notar que se requiere de una autoridad política muy importante
a los efectos de que los recursos se asignen con flexibilidad dentro del sistema.
Se necesitan decisiones centralizadas no solo sobre qué bienes consume cada persona, sino
también respecto de que carrera puede estudiar cada uno o que trabajo puede realizar,
cuanto se deberá ahorrar, etc.
De hecho uno de los embates más frecuentemente recibidos por los sistemas de
planificación tiene que ver, generalmente, con la característica no democrática de los
mismos.
A medida que la sociedad se torna más sofisticada y extensa resulta más difícil que una
estrategia de planificación colectivista pueda cumplir su cometido de manera satisfactoria.
Durante buena parte de la guerra fría y aún a pesar de lo antes dicho, los sistemas
colectivistas de planificación centralizada disputaron el espacio de las ideas con
aspiraciones de superioridad sobre los sistemas de mercado, aunque en los tiempos que
corren esa discusión parece haber sido saldada y la mayor parte de los países del mundo
tienen hoy economías de mercado. Incluso aquellos que todavía poseen un régimen
centralizado están permitiendo una ingerencia del capital privado y las leyes de mercado
que cada vez son más significativas.
Para entender por qué esto está sucediendo de esta forma es conveniente estudiar la
simplicidad y potencia con que los sistemas de mercado resuelven estos problemas.
Mercados imperfectos
Para que el sistema de precios haga su trabajo de manera correcta se necesita que nadie
tenga ningún tipo de exclusividad en ningún mercado.
Esta última afirmación resume el conjunto de condiciones que es usual encontrar en los
libros de texto básicos como condiciones necesarias para la existencia de un mercado de
competencia perfecta. Brevemente veremos por qué.
Una primera condición normalmente vinculada a estos mercados es que tiene que haber
muchos compradores y vendedores, de modo que ninguno pueda tener suficiente poder
como para determinar cuáles serán los precios del mercado en cuestión. En rigor hablar de
muchos es poco apropiado porque al no ser éste un concepto absoluto sólo dificulta la
comprensión de lo que se quiere transmitir y lo cierto es que no existe un número marque el
límite entre muchos y pocos. Hay montones de mercados con cientos de productores pero
donde algunos son muy grandes y por lo tanto fijan los precios que quieren y hay mercados
con sólo 5 o 10 vendedores que están en una permanente batalla disputándose los clientes y
buscando precios competitivos (por ejemplo; líneas aéreas, bebidas cola o compañías de
celulares).
Parece más correcto, en todo caso, hablar de tantos compradores y vendedores como sean
necesarios para que ninguno pueda imponer condiciones a los demás (dicho en términos de
nuestra definición; que ninguno tenga exclusividad de ningún tipo).
También suele pedirse en los libros de texto, que el mercado tenga libre entrada y salida de
compradores y vendedores, pero esto queda cumplido si garantizamos no exclusividad.
Otra característica deseable es que los productos sean homogéneos, porque es sabido que en
razones de calidad, de distancia o de marca, puede producirse exclusividad de un productor
en un submercado que a efectos del consumidor es un mercado cerrado.
El ejemplo más gráfico es el de los cigarrillos. Existen miles de productores pero por
razones de calidad distinta (la menor parte de las veces) o de marca (en la mayoría de los
casos), los consumidores manifiestan una absoluta fidelidad a un producto particular
(Marlboro, por ejemplo) de suerte tal que el productor goza de exclusividad porque
difícilmente el consumidor considere la compra de otra clase de cigarrillos.
En este caso, aunque todos los cigarrillos parecen iguales, difícilmente pueda hablarse de
un mercado homogéneo. En todo caso parecen existir varios submercados diferenciados por
la marca y con escasa competencia entre ellos.
De todos modos, aunque se cumpla la condición de homogeneidad de los productos que se
venden en un mercado, tal vez la característica más difícil de encontrar, para la que además
nuestra definición probablemente haya quedado corta, es que se espera que en estos
mercados exista información perfecta, cosa que difícilmente sucede en la realidad.
Imagínese por ejemplo si los restaurantes tuvieran que colocar un vidrio como pared que
separe el comedor de la cocina, de manera que los comensales presencien on line la
confección de sus platos; o si las hamburguesas y las salchichas vinieran con una foto de la
vaca de conserva con cuyos tumores hicieron el picadillo que las rellena.
Más divertido todavía; imagínese si hubiera información perfecta del pasado de todas las
personas y de lo que están haciendo en cada momento.
Recapitulando y volviendo a lo nuestro; para que los precios cumplan la función del
planificador y asignen los recursos de modo de lograr el máximo bienestar de la sociedad (o
puesto de otro modo, que se satisfagan la mayor cantidad de necesidades que sea posible),
se requiere que los mercados (que como veremos más adelante son los lugares en donde se
forman los precios) sean competitivos, de manera que ningún participante tenga
exclusividad ni en la determinación de las condiciones de las transacciones, ni en la
posesión de información privilegiada que en algún modo pudiera conferirle tal
exclusividad.
Por lo tanto, toda vez que alguna de las condiciones anteriores no se cumplen, se dice que
los mercados funcionan de manera ineficiente y los resultados que se logran en términos de
asignación de recursos para la satisfacción de necesidades son entonces subóptimos.
A partir de la incapacidad de los propios mercados para resolver estas ineficiencias
comienza a aparecer como necesaria la intervención del estado con el fin de corregir las
imperfecciones y lograr así una asignación óptima.
Como veremos en seguida, las regulaciones necesarias para resolver los mencionados
problemas están estrechamente vinculadas al derecho y de ahí que resulte tan crucial la
correcta comprensión del problema por parte de los abogados.
Cualquier libro de texto de economía nos dirá que, en condiciones de competencia perfecta,
los precios se determinan a partir del libre juego de la oferta y la demanda, donde se
entiende por “oferta” a las cantidades que los productores están dispuestos a producir y
vender para cada precio, y por “demanda” a las cantidades que los consumidores están
dispuestos a comprar a los distintos precios.
Así, naturalmente los productores producirán y venderán más cuanto más se les pague por
ello (Ley de la oferta), y los demandantes comprarán más si se les exigen precios más
baratos y viceversa (Ley de la demanda).
Adicionalmente, para que un precio sea de equilibrio, se necesita que demandantes y
oferentes se pongan de acuerdo en el mercado en el sentido de que para los precios
postulados las cantidades que se ofrecen (venden) tienen que ser iguales a las que se
demandan (compran). Resulta que esto sucede para un solo precio, que además no es
cualquiera. Si el precio que se está negociando en el mercado es inicialmente muy alto, lo
que sucederá es que los compradores demandarán muy poco (debido a la Ley de la
demanda), mientras que por el contrario los vendedores estarán muy contentos por los altos
precios y pretenderán vender mucho (por la Ley de la oferta). Recíprocamente, si los
precios iniciales fueran muy bajos, los vendedores se mostrarían ahora reticentes a entregar
mercaderías, mientras que abundarían los consumidores dispuestos a comprar el bien.
En el primero de los casos antes descriptos estamos en presencia de un exceso de oferta y
por lo tanto, puesto en términos de nuestra definición anterior, de un bien que resulta
relativamente poco escaso.
En el segundo caso se da la situación contraria (exceso de demanda) y hablamos entonces
de un bien que es relativamente muy escaso.
Ahora bien, como los precios representan la escasez relativa de los bienes, cuando hay un
exceso de oferta decimos que hay poca escasez y que por lo tanto los precios tienen que
bajar. Contrariamente, cuando estamos en presencia de un exceso de demanda decimos que
hay mucha escasez y que por lo tanto los precios deben subir.
Lógicamente, habrá un punto intermedio en el que las cantidades ofrecidas y demandadas,
para un precio dado, serán iguales, no existiendo entonces exceso ni de demanda ni de
oferta, por lo que ese será el precio resultante del libre juego de la oferta y la demanda (de
equilibrio) al que hacíamos referencia.
Las variables que influyen en las cantidades ofrecidas por los productores están
lógicamente vinculadas al proceso de maximización de beneficios empresarios antes
explicado, de modo que todo lo que afecta los ingresos y los costos de los productores,
influye en la oferta del bien.
Así, el precio del bien determina el monto de los ingresos por unidad vendida, y entonces es
lógico que a mayores precios, superiores serán los beneficios y más grande por ende la
cantidad de bienes que estarán dispuestos a colocar en el mercado los oferentes (viceversa
si el precio disminuye).
El precio de otros bienes que utilizan los mismos factores productivos, también es una
variable que influye en la oferta de un bien, por cuanto al aumentar se elevan los beneficios
del uso de los factores en aquellas actividades y por lo tanto es razonable pensar que se
retirarán factores de los sectores donde rinden menos, obteniéndose por tanto una menor
oferta de bienes.
Por el lado de los costos, es natural pensar que todo lo que haga subirlos tendrá como efecto
que los productores ganen menos y por lo tanto estén dispuestos a ofrecer una menor
cantidad para cada uno de los precios dados (viceversa si los costos disminuyen).
Recordará el lector, que tan importante como los factores era la forma de combinarlos, la
tecnología, por lo que es de esperar que los avances tecnológicos o la incorporación de
mejores tecnologías, permita a los productores ofrecer más bienes.
Adicionalmente, se necesitan recursos naturales para producir, de modo que a mayor
disponibilidad de aquellos, más producción y viceversa.
Finalmente y no por ello menos importante, las expectativas también juegan un rol
relevante toda vez que el proceso de producción y las transacciones de bienes finales en los
mercados suelen estar separados por períodos de tiempo mayores o menores, según el bien
del que se trate.
Esto cobra particular importancia en aquellos procesos de producción en los que es preciso
hundir un determinado stock de capital, que no puede recuperarse si las condiciones de
mercado cambian en el lapso de su depreciación.
Por el lado de los consumidores ya hemos dicho que la Ley de la demanda indicaba que a
mayor precio se demandarían menor cantidad de bienes y viceversa.
Además de los precios del bien en cuestión son sumamente relevantes también los precios
de los bienes relacionados.
En particular los precios de los bienes sustitutos, que son todos aquellos que en menor o
mayor medida cubren las mismas necesidades que el bien en cuestión, influyen de manera
muy importante (algunos ejemplos de bienes sustitutos son: carne y pollo, jugos y gaseosas,
libros y fotocopias, helados y ensaladas de frutas).
Así, si un bien que satisface más o menos las mismas necesidades se abarata (es menos
escaso) pues la gente aprovechará la rebaja y tenderá a pasarse al consumo del bien
sustituto.
La medida en que la gente se pasará o no al bien sustituto depende crucialmente de cuan
perfecta sea la sustitución, de cuan parecidos sean los bienes. En un extremo, si estamos en
presencia de dos bienes totalmente iguales, ante el menor cambio en el precio de uno de
ellos, automáticamente se pasaran al más barato.
En el otro extremo, si los bienes son sustitutos pobres, la gente reaccionaría levemente ante
el cambio de precio del otro bien.
Luego, a mayor grado de sustitución mayor será la sensibilidad de la demanda del bien ante
el cambio en el precio sustituto y viceversa.
Exactamente el efecto contrario produce el cambio en el precio de un bien cuya relación sea
de complementariedad, como puede ser el caso del café y el azúcar, la camisa y la corbata o
la nafta y el auto.
Si los bienes se necesitan los unos a los otros, entonces en este caso los cambios en la
demanda deben ir en el mismo sentido.
Otro candidato natural a determinar la demanda de un bien es el ingreso de los
consumidores, pero aquí hay que tener mucho cuidado. La enorme mayoría de los
estudiantes, aun luego de haber completado el curso de economía, se apresuran a
reflexionar que los aumentos en los ingresos producen incrementos en la demanda y
viceversa, siendo esto incorrecto.
En todo caso, existen muchos bienes, que llamaremos “normales” en los que efectivamente
los incrementos en los ingresos producen aumentos en la demanda, pero por otro lado hay
otro conjunto de bienes, denominados “inferiores” en los que se produce el efecto contrario.
Piense en bienes de baja calidad o poco deseables que cuando aumentan los ingresos son
rápidamente sustituídos por otros mejores (la margarina, el arroz, la polenta, etc.)
Pero no hemos concluido aun con la demanda. Incluso si usted fuera un millonario y le
ofrecieran un bien barato para el que no existieran siquiera sustitutos, esto no sería
suficiente para convencerlo de que lo demande.
Resulta fundamental saber si a usted le gusta o no el bien en cuestión; conocer sus
preferencias. Como estas además cambian, lógicamente los bienes que ganan en
preferencias verán su demanda incrementada y viceversa.
Por ultimo, también son muy importantes las expectativas. A uno puede encantarle la playa
y la vida en la naturaleza, pero si se espera un verano extremadamente lluvioso y frío,
difícilmente alguien demande una parcela en un camping de la costa.
En principio, los precios de los factores se determinan de la misma forma que los de los
bienes; esto es: los precios de los factores representan su escasez relativa.
Solo que en este caso se invierten generalmente los roles. Por ejemplo, en el mercado de
trabajo la oferta esta vez corre por cuenta de las familias que aportan su tiempo al proceso
productivo, al tiempo que las empresas ahora son las que demandan porque necesitan a los
trabajadores para producir los bienes.
Además existe una segunda diferencia, toda vez que las empresas no demandan a los
trabajadores por puro placer, sino porque los necesitan para producir los bienes que
satisfacen las necesidades de las familias. En este sentido decimos, siguiendo a Marshall
(1948), que la demanda de trabajo es “derivada” de la demanda del bien final.
Por esta razón todo lo que incremente el precio del bien que vende la firma en cuestión,
aumentará la demanda del factor para producirlo.
El segundo factor importante en la demanda de un factor es su productividad. Naturalmente
a mayor productividad, más gana el empresario contratando el factor y por ende más
demandará del mismo.
Sin embargo ya habíamos comentado que la productividad marginal del factor era
decreciente y por lo tanto aquí también encontramos que para que el empresario demande
más factores se necesita que su precio baje (porque a más cantidad de factor menor
productividad marginal).
Para evitar confusiones póngase el lector en el lugar de un empresario que tiene que decidir
la contratación de trabajadores. Para ello usted efectuará un simple análisis de costo-
beneficio comparando lo que le cuesta contratar al empleado nuevo (salario) con lo que
gana a partir de la contratación, que viene dado por el valor del incremento en la
producción que se logra con la incorporación del factor (valor del producto marginal). Toda
vez que el valor del producto marginal sea mayor que el salario, entonces convendrá al
empresario efectuar la contratación del factor.
Pero esto no durará mucho, porque sabemos que a medida que contrata trabajadores, por la
Ley de los rendimientos marginales decrecientes, estos agregarán cada vez menos a la
producción, de modo que para un salario dado, si al principio el valor del producto
marginal era mucho mayor que lo que se pagaba al trabajador, a medida que se continúa
con la contratación de personal esa diferencia desaparece y con ella el incentivo del
empresario para seguir contratando.
Entonces se contratará trabajadores hasta que el valor del producto marginal sea igual al
salario pagado. Equilibrio que (al menos en condiciones de competencia) garantizará que el
precio del factor, o sea el salario en nuestro ejemplo del factor trabajo, sea una señal de la
productividad del trabajador.
Por el lado de la oferta del factor, la gente trabaja a los efectos de conseguir una paga
(salario) que les permita acceder al consumo de bienes que se supone le reportan alguna
utilidad.
De modo que para decidir cuánto ofrecer, la gente también considera, por un lado el
sacrificio del trabajo (que se supone aumenta con las horas trabajadas) y por el otro lado los
beneficios de la remuneración.
De ahí que si se paga de acuerdo al valor de la productividad marginal, todos querrán
trabajar allí donde sean más productivos y los recursos se asignarán de la manera más
eficiente posible; porque si una empresa quiere contar con mis servicios tiene que pagarme
al menos lo mismo que puedo conseguir en otro empleo similar, y si por ejemplo, el nuevo
trabajo fuera más sacrificado o menos placentero, entonces tendrá que pagarme más.
Prácticamente lo mismo sucede en los mercados de capitales. Las empresas los demandarán
en función del valor de su producto marginal, mientras que la oferta de los mismos tiene
que ver con la decisión de ahorro de las familias, que para postergar el consumo exigirán
una remuneración que compense la molestia ocasionada por consumir mañana lo que
podría haber sido consumido hoy.
Las familias tienen una tasa de preferencia temporal o, puesto de otro modo, existe un
remuneración al ahorro que logra que las personas posterguen el consumo.
Naturalmente, ahorrar el primer peso no es demasiado costoso porque se supone que si
usted tiene 1.000 pesos de ingresos primero gasta en lo que más utilidad le da (lo que más
necesita) y paulatinamente los pesos adicionales de gasto irán cubriendo sus necesidades
cada vez menos importantes.
Entonces cuando usted gasta 999 pesos y ahorra un peso, ese último peso en última
instancia no le significará tanto sacrificio; pero si se le pide que ahorre 900 pesos en
cambio, el sacrificio es muy grande, de manera que, para lograr que usted ahorre más se le
deberá ofrecer cada vez una remuneración mayor, que en el caso del capital es el interés.
Luego, la tasa de interés resultante del libre juego de la oferta y la demanda se determina
del mismo modo que cualquier otro precio; es decir: de manera que no existan excesos ni
de oferta ni de demanda de ahorros. En ese punto además, la tasa de interés igualará a la
tasa de preferencia intertemporal de las familias.
La renta de la tierra
El precio de recursos, como por ejemplo el petróleo, también surge del juego de la oferta y
la demanda, aunque éste no es tan libre como el de otros mercados (por que los mayores
productores se colusionan) y además es un precio que se fija en mercados mundiales y por
tanto está sujeto a leyes económicas que se estudiarán en el capítulo de comercio
internacional. Solo digamos por el momento que cuando hablamos de recursos no
renovables cobra particular relevancia el concepto de expectativas antes mencionado.
Sucede que la escasez relativa de estos bienes aumenta con el tiempo, toda vez que no
aparecen sustitutos eficientes, por lo que muchos podrían pensar que resultaría conveniente
ahorrar estos recursos, o lo que es lo mismo, demandar grandes excedentes ahora y
almacenarlos.
Pero esto tiene un costo de oportunidad, dado que alternativamente podríamos sacar todo el
petróleo (por ejemplo) que fuera posible ahora, venderlo y poner la plata en un banco, con
lo que ganaríamos mucho dinero en concepto de intereses.
De ahí que si un cartel (grupo de productores que se han puesto de acuerdo) tratara de
aprovechar la valorización del recurso, acumulando y ahorrando (extrayendo y produciendo
poco), ello haría subir fuertemente los precios ahora y entonces le convendría aumentar la
producción para poder vender y aprovechar los precios altos, de suerte tal que el equilibrio
solo se logrará cuando la tasa de valorización del recurso sea igual a la tasa de interés que
puede obtenerse extrayéndolo hoy y colocando el dinero en el banco.
Aquí también es común que se hable de “renta de los recursos no renovables”, haciendo
referencia al concepto ricardiano de diferencias de productividad, pero aplicado al costo
diferencial de extracción de los recursos.
El precio de la tecnología
Ahora las cosas se ponen más interesantes, porque resulta que una vez que la tecnología ha
sido descubierta puede considerarse como un bien público.
Un bien público es aquel que puede ser provisto a muchas personas adicionales sin ningún
costo y que además tampoco resulta económicamente posible impedir el acceso al bien de
aquellos que no pagan (no confundir con el concepto jurídico de bien público, definido en
el Código Civil).
Una vez que una receta o una forma de hacer las cosas ha sido desarrollada cualquiera
puede copiarla sin el menor costo y resulta engorroso impedirlo.
Desde el punto de vista del corto plazo, es incluso deseable que esto sea así. Si por ejemplo,
producir una vacuna más para un potencial enfermo no sale nada, pues lo óptimo es no
cobrarla, que sea gratis. Por desgracia esto no es sostenible en el largo plazo, porque de no
existir incentivos monetarios nadie estaría dispuesto a invertir en investigación y desarrollo
de nuevas vacunas (nuevas tecnologías).
Se necesitan entonces instituciones que concilien las ventajas de corto con las desventajas
de largo plazo. Esas instituciones son los Derechos de propiedad intelectual que prohíben la
copia y dotan al productor de la tecnología en cuestión, de la exclusividad en la explotación
del descubrimiento por un período de tiempo, en el cual lo mejor que puede hacer el dueño
es cobrar un precio que maximice sus ingresos.
Dado que la demanda de tecnologías respeta la Ley de la demanda, si el productor cobra
precios más altos pierde demandantes, por lo que aumentará el precio toda vez que la
disminución proporcional de los demandantes sea menor que el aumento proporcional del
precio y viceversa.
Por desgracia, sin embargo, confeccionar una Ley de patentes no es un asunto fácil y el
legislador (muchas veces abogado) debe buscar conciliar el interés común de corto plazo
que desearía que la exclusividad dure lo menos posible, con el incentivo que es necesario
darle a los productores para que la inversión en tecnologías se mantenga en el largo plazo, y
con ello el bienestar de futuras generaciones.
En virtud de esto, es natural que el Estado cubra los problemas de incentivos, tomando a
cargo la producción de tecnologías, ya sea de manera directa (en universidades públicas) o
indirectamente, subsidiando a quienes investigan.
Si los precios fueran siempre los mismos a lo largo del tiempo, la economía probablemente
no existiría y todo lo que hemos desarrollado en las secciones anteriores carecería por
completo de valor.
Pero sucede que los precios cambian y lo hacen muy a menudo.
Desde el mismo momento en que se inscribió en la Facultad, consciente o
inconscientemente tiene que haber reparado en el hecho de que su salario estaría
determinado por la escasez relativa de lo que usted tuviera para ofrecer. Concretamente;
que lo que tenga para ofrecer sea más o menos escaso dependerá de cuantos como usted
haya (oferta) y de cuanto valga su formación para el cliente (demanda) y esa escasez puede
modificarse toda vez que lo haga lo uno o lo otro.
Cuando diseñe un contrato, los efectos reales que éste tenga no dependerán tanto de las
condiciones de los mercados al momento de la firma, como de la evolución de los mismos
mientras dure la relación contractual y por ende resulta crucial que usted comprenda qué es
lo que debería esperar a futuro.
Si trabaja para una compañía de seguros o un banco, si hace Derecho laboral o tributario, si
se dedica a daños o a sucesiones, si asesora políticos o tramita divorcios, usted dependerá
permanentemente de los mercados, de modo que resulta crucial comprender como se
mueven.
A tal efecto y prescindiendo lo más posible de tecnicismos diremos que el cambio en el
precio de un bien se produce siempre que cambie la escasez relativa del mismo.
El lector ya sabe a esta altura que un bien se torna más o menos escaso ya sea por que
cambia la demanda (más o menos gente lo quiere) o porque cambia la oferta (hay menos o
más del bien disponible). Además habiéndolo leído en la sección anterior del libro, también
sabemos cuáles son las variables que están detrás de la oferta y cuáles modifican y
determinan la demanda.
Sabiendo todo esto es fácil efectuar ejercicios de simulación. Por ejemplo, supongamos que
queremos saber qué sucederá en el mercado del café si aumenta el precio del arrendamiento
de los campos en los que se siembra. Sabemos que el costo de la tierra es importante para
determinar las decisiones de producción. Vimos que un aumento en los costos empresarios
disminuía los beneficios y sabemos entonces que los productores ofrecerán menos; o sea
que el café será ahora más escaso y por lo tanto el precio debe subir.
De manera que se venderá menos café pero a un precio más caro, por lo que no sabemos a
simple vista si los productores tendrán mayores o menores ingresos (o lo que es lo mismo si
los consumidores gastaran más o menos) y no lo sabemos porque necesitamos saber en que
proporción aumentan los precios y en que proporción cayeron las ventas. Bien podría darse
el caso de que la cantidad de café disponible haya caído muy poco, pero que la demanda
fuera muy sensible y entonces el aumento del precio haya sido muy grande.
De manera análoga pueden efectuarse todos los ejercicios de simulación que se desee. Por
ejemplo podemos preguntarnos que pasaría en el mismo mercado del café si una plaga
destruyera todos los cultivos de te.
En el mercado del té, al haber menos cultivos el producto seria más escaso y su precio
subiría. Luego como el té y el café son sustitutos, es plausible pensar que alguna gente que
antes desayunaba o merendaba con te ahora elegirá cambiarse y demandar café por lo que
el precio de este último subirá
En este caso, sin embargo, el aumento de la escasez viene por el lado de la demanda por lo
que se terminará vendiendo más café que antes y más caro, incrementando el ingreso de los
productores (y también el gasto de los consumidores de café).
Además aquí se ve claramente cómo los mercados están relacionados y de qué manera un
acontecimiento en uno de ellos tiene fuertes impactos en el otro.
Esta enseñanza es muy importante porque al estar relacionados, una medida que se tome
con la pretensión de afectar a uno solo aisladamente, de manera ineluctable se propagará a
muchos otros mercados.
Nótese además que los ajustes de precios son graduales, porque a medida que más gente
cambia el té por el café a la hora del desayuno, se relaja la escasez del té, amortiguándose la
suba de su precio. Y como el café esta aumentando, llega un momento en que ya no
conviene más pasarse y la situación se estabiliza nuevamente, con más gente tomando café,
menos ingiriendo té y con mayores precios para ambos bienes.
Ahora dediquemos un último ejemplo a los mercados de factores: supongamos que los
juzgados laborales de todo el país informatizan las causas con un nuevo software que
reduce sustancialmente el tiempo necesario para llegar a una sentencia firme y garantizar su
cumplimiento.
Semejante avance tecnológico disminuye sensiblemente los costos para litigar.
Claro, el lector me diría que no existe un mercado de sentencias, pero implícitamente sí que
lo hay.
La oferta esta constituida por el aparato jurídico y la demanda por las personas (físicas o
jurídicas) damnificadas.
Las personas que utilizan ese mercado pagan un precio, ya sea en honorarios de abogados,
costas impuestas en el proceso legal, o sobre todo en tiempo necesario para obtener la
sentencia.
Si los mercados de capitales fueran perfectos y uno pudiera conocer con certeza cuál será la
sentencia poco importaría que la justicia se tomase mucho tiempo para decidir, en tanto y
en cuanto los montos de las sentencias estén debidamente actualizados (tanto por inflación
como por intereses).
Pero como por desgracia dicha perfección no existe en la realidad, es sabido que el largo
tiempo que corre entre el daño y la sentencia muchas veces desalienta el litigio.
En este “mercado”, un avance tecnológico que acelera las sentencias, disminuye la escasez
relativa de las mismas y con ello su precio, por lo que es de esperar que se litigue más
frecuentemente.
Pero la cosa no queda ahí, por que más litigios implican más demanda de servicios
profesionales (abogados), por lo que aumenta la escasez relativa de los mismos y entonces
estos obtienen mayores remuneraciones.
Incluso más, si el avance tecnológico se da en el marco del Derecho laboral, entonces
dependiendo del grado de sustitución entre especializaciones, habrá más abogados
abocados a temas del trabajo y menos abocados a las otras ramas de la profesión, con lo que
los abogados que trabajen en otros campos también recibirán mayores remuneraciones.
El ejemplo podrá parecer un poco utópico al lector, pero hay muchos casos de avances
tecnológicos similares, toda vez que la modificación de una ley puede tener el efecto de
simplificar de manera importante todo el proceso judicial o desgraciadamente también, de
hacerlo más engorroso.
A lo largo de este libro hemos hablado de distintos problemas que tienen los mercados para
cumplir su cometido.
Muchas veces estos no funcionan de manera eficiente y los precios resultantes no reflejan
de manera precisa la escasez relativa de los bienes de la economía.
En otras oportunidades, aún cuando no existan problemas de eficiencia, los mercados
producen distribuciones de los ingresos que resultan demasiado desiguales para lo que la
sociedad está dispuesta a tolerar.
Finalmente, incluso en ausencia de los anteriores inconvenientes, de vez en cuando los
sistemas de mercado no funcionan de manera estable, dando lugar a fenómenos de
desempleo cíclico o procesos inflacionarios que alteran la potencia asignadora de los
precios.
A continuación nos ocuparemos de los asuntos de eficiencia y dejaremos para más adelante
los otros dos conjuntos de problemas.
Una primera preocupación de la que ya comentamos algo, reside en el hecho de que
algunos mercados no son lo suficientemente competitivos como para que los precios
resulten del libre juego de la oferta y la demanda. El caso paradigmático es el de los
monopolios, pero como ya hemos dicho hay muchos casos donde existe más de un
productor (oligopolio) y sin embargo algunos tienen demasiado poder e influyen en los
precios o las cantidades comercializadas (el mercado de combustibles es un buen ejemplo).
A diferencia del contexto competitivo donde nadie tenía poder suficiente para determinar
precios ni cantidades, aquí el monopolista puede y elige el precio (o la cantidad) de modo
de maximizar sus beneficios. Para ello, producirá unidades adicionales siempre que el
ingreso marginal (que es el cambio en el ingreso total a raíz de la última unidad producida),
sea mayor (en el equilibrio igual) al costo marginal (que es el cambio en el costo total a raíz
de la última unidad producida).
El problema del monopolista es que al enfrentarse a la demanda, toda vez que quiera vender
más unidades debe bajar los precios. Pero no solo debe bajar los precios de la última unidad
producida, sino el de todas las anteriores también, con lo que su ingreso marginal es lo que
gana por la última unidad producida, menos lo que pierde por bajarle el precio a todas las
anteriores.
Supongamos un productor de un espectáculo que desea maximizar sus beneficios. Podría
poner el precio de las entradas muy alto (cien pesos, por ejemplo) y vender unas pocas
localidades (mil localidades), obteniendo un ingreso total de cien mil pesos.
Alternativamente, si quisiera tener el espectáculo con mas espectadores debería bajar el
precio de las entradas (supongamos que puede conseguir quinientos espectadores más si
baja diez pesos el valor de las entradas), de manera que por un lado vende quinientas
localidades más a noventa pesos, lo que le reporta un ingreso adicional de cuarenta y cinco
mil pesos, pero por el otro lado debió bajar diez pesos a todas las entradas y entonces pierde
diez mil pesos (los diez pesos por las mil entradas que antes vendía a cien). De manera que
el ingreso marginal es de sólo treinta y cinco mil pesos en este ejemplo.
Como resultado de este desvío entre el ingreso medio (la demanda) y el ingreso marginal, el
monopolista producirá cantidades menores que las que se hubieran generado en un esquema
de competencia perfecta, estableciéndose por lo tanto un precio mayor en el mercado. Este
precio excesivo, a su turno, le reportará al monopolista beneficios extraordinarios.
Un caso interesante se daría si nuestro productor de espectáculos (el monopolista) pudiera
discriminar de algún modo, cobrando distintos precios según la voluntad de pago de los
consumidores.
Así, si un artista exclusivo ofrece un recital, de nuevo a modo de ejemplo, es plausible
pensar que los fans del músico estarán dispuestos a pagar un precio muy alto por asistir al
show. Si a consecuencia de ello el productor establece precios caros, pues solo asistirán los
más fanáticos, mientras que si baja los precios para atraer más público debería bajarlos para
todos y entonces se perdería de vender las entradas de los fans a valores altos.
Ahora bien, lo que observamos en la realidad es que para estar cerca del artista y tener una
posición de privilegio que permita apreciar mejor el recital, hay que pagar una entrada
usualmente mucho más cara que para ver el espectáculo desde una ubicación menos
favorable (típicamente el campo de la mitad para atrás). Es decir que el productor cuenta
con herramientas para segmentar el mercado y cobrar más a los que más valoran el show y
menos a los que de otro modo se quedarían afuera por no estar dispuestos a pagar un alto
precio.
En economía se denomina monopolio discriminador a esa estructura de mercado. Cuando
esta situación se presenta, el productor también obtiene beneficios extraordinarios (más
altos cuanto más perfecta sea su capacidad de discriminar), pero sin embargo, si la
discriminación es perfecta (si cada uno paga exactamente lo que valora el bien) las
cantidades producidas son las mismas que las que surgirían en un esquema de competencia
perfecta.
Por todas estas razones, la mayoría de los países tienen legislaciones específicas que buscan
evitar estas estructuras.
El corazón de una legislación antimonopolios son las normas que sancionan el abuso de
posición dominante en un mercado, porque como se mencionó, el mero hecho de que haya
pocos vendedores (o compradores) no les confiere a éstos poder de mercado, sino que
muchas veces la sola amenaza de potenciales entrantes funciona como un efectivo
disciplinador (cuando no, una guerra por porciones de mercado que, como mostró Bertrand
(1883), produce resultados competitivos). Concretamente, es necesario que el interesado
demuestre que el monopolio en cuestión le está ocasionando un perjuicio
Es decir, que podemos tener una estructura de mercado oligopólica (unos pocos
vendedores), por ejemplo, y que los precios se fijen de maneras distintas. A saber: puede
darse el caso de que los productores se colusionen (se pongan de acuerdo) y se comporten
como vimos que lo haría un monopolista maximizador de beneficios, pero también puede
pasar que no tengan una tecnología apropiada de compromiso (alguna forma de garantizar
que nadie abandonará el acuerdo en su propio beneficio). En este último caso, si hay
diferencias de tamaño (generalmente medido como la porción de mercado), entonces es
común que el líder fije precios comportándose como un monopolista que internaliza el
hecho de que los otros productores (que tienen una porción minoritaria del mercado) lo
seguirán. Por otro lado, si tienen diferencias de costos, entonces el productor más eficiente
puede fijar un precio ligeramente menor que el costo medio del competidor más importante
y quedarse de ese modo con el mercado. Finalmente, como mencionamos antes, también
puede darse el caso de que no existan diferencias significativas entre los distintos
productores y estos terminen compitiendo por porciones de mercado, de suerte tal que
resulta un equilibrio con precios tan competitivos como los de competencia perfecta.
No obstante lo dicho, los casos presentados no agotan ni mucho menos el espectro de
posibles soluciones en una estructura oligopólica. Probablemente, de hecho esta sea una de
las áreas más fecundas para la investigación económica.
De todos modos, cualquiera que sea la estructura de mercado imperfecta que estemos
considerando, lo difícil para el legislador, o para el Abogado que patrocina una acción
amparado en normas de defensa de la competencia, es justamente determinar qué
constituye abuso de posición dominante y cuales conductas no.
Una de las dificultades más grandes de esto reside en el hecho de que si bien un contexto
competitivo garantiza la existencia de un precio tal que no genere beneficios
extraordinarios a largo plazo, esto no es cierto para el corto plazo.
De hecho, justamente la fuerza asignadora de los mercados se basa en la existencia de
beneficios extraordinarios de corto plazo toda vez que un bien se torna más escaso y por
ende se requiere un aumento en su producción.
Luego, cuando otras firmas descubren los beneficios no normales e ingresan a estos
mercados, los precios caen por mayor oferta y los beneficios desaparecen regularizando la
situación.
O sea que más que probar la existencia de precios mayores que los costos marginales de
producción, lo que hay que comprobar es si hay o no barreras que imposibiliten el
surgimiento de competidores.
Es importante notar que en mercados poco desarrollados estas trabas pueden ser de diversa
índole. Por ejemplo, puede que no existan mercados de capitales desarrollados de manera
de proveer abundante financiamiento, o que las regulaciones gubernamentales dificulten
nuevos emprendimientos. También pueden existir restricciones logísticas o de acceso a
factores o recursos productivos altamente necesarios.
Incluso los gremios o grupos de interés pueden generar obstáculos.
En todos estos casos, lo ideal sería que la legislación estuviese orientada a remover las
trabas, pero como eso puede llevar un tiempo, tal vez en el corto plazo sea necesario tomar
medidas más directas (como por ejemplo un establecimiento de precios máximos)
Una tendencia bastante común, aunque errónea conceptualmente, es la administración de
sanciones pecuniarias en la forma de multas o impuestos a los beneficios.
Las multas o los impuestos a los beneficios no reducen los precios establecidos por el
monopolista (no aumentan las cantidades), salvo que se impongan por un monto mayor al
beneficio extraordinario logrado, en cuyo caso lo mejor que puede hacer el productor es
comportarse competitivamente.
Sucede sin embargo que difícilmente la autoridad reguladora cuente con información
perfecta que le permita descubrir el 100% de las irregularidades que se producen.
Como si esto fuera poco, además tampoco la Justicia funciona de manera tan perfecta y
eficiente como para que todos los abusos sean sancionados.
Por estas razones, aun cuando las multas fueren mayores que los beneficios extraordinarios
seguirá siendo conveniente para el monopolista producir comportamientos no legales.
Lamentablemente tampoco es fácil saber cuál es el precio máximo con el que hay que
regular un monopolio, porque el regulador pocas veces cuenta con información de la
estructura de costos del empresario.
Este último problema, sin embargo, puede sortearse satisfactoriamente cuando se trata de
un bien que es comerciable internacionalmente y cuyo precio se fija entonces en los
mercados mundiales. Aquí es fácil regular un monopolio estableciéndole un precio máximo
igual al negocio de oportunidad de exportar el bien; esto es: lo que puede obtener en los
mercados mundiales, menos los gastos necesarios para poner los bienes allí.
Para los bienes de difícil comercialización internacional (la mayoría de los servicios) una
alternativa puede ser comparar los precios de servicios similares en otras regiones de
características parecidas (se llama a esta práctica, competición por comparación).
Respecto a los monopolios que surgen de inventos o patentes de exclusividad vale lo
comentado oportunamente. Por desgracia aquí, es difícil conciliar la importancia de la
existencia de incentivos a la investigación y la innovación con el requisito de no abuso de
posición dominante (el caso Microsoft es un buen ejemplo).
Finalmente existe un tipo de exclusividad de mercado llamado monopolio natural, que
merece algunos comentarios.
Un monopolio natural se produce cuando en razones de costos medios decrecientes, resulta
más barato producir un bien o servicio de manera centralizada, en una sola empresa grande
que hacerlo por separado en varias instalaciones más pequeñas.
El típico caso es el de los servicios que se prestan en torno a una red, porque una vez que
ésta ha sido construida, el costo de agregar más usuarios es prácticamente despreciable y
por ende cuando se suman más consumidores el costo medio siempre cae. Ejemplo de esto
son los ferrocarriles, el agua corriente, el transporte de gas, de electricidad, etcétera.
En todos estos casos no tiene sentido promover la competencia, porque siempre la empresa
más grande tendrá menores costos y las más chicas no podrán competir, pero sobre todo
porque de hecho es más barato para la sociedad producir todo en una sola empresa grande
que hacerlo separadamente en unidades más pequeñas.
Esto no quiere decir que entonces el monopolista natural deba estar libre de hacer lo que le
plazca, porque en ese caso lo más probable es que cometa abuso de posición dominante,
estableciendo tarifas no competitivas.
Un problema para regular estos monopolios es que la tarifa competitiva requeriría fijar los
precios iguales a los costos marginales de producción, porque del resultado competitivo
surge que al consumidor hay que cobrarle lo que cuesta incorporar al último consumidor a
la provisión y esto es el costo marginal.
Esto es así, porque siempre que el costo marginal es menor que el precio (que muestra
cuánto valora el bien un consumidor), conviene producir una unidad adicional, mientras
que cuando los costos marginales son mayores que el precio, entonces conviene no producir
esa unidad.
Pero como el costo medio está cayendo, quiere decir que el costo marginal es menor que el
medio por lo que si se fija tal precio (igual al costo marginal), no estarán cubiertos los
costos medios y la empresa tendrá una pérdida.
Puesto en otras palabras, los monopolios naturales son empresas que cuando fijan precios
competitivos, resultan paradójicamente deficitarias.
A raíz de esto se sugieren dos alternativas: o bien se fijan precios iguales a los costos
medios y se acepta la consiguiente pérdida de eficiencia (que será más grande cuanto mayor
sea la elasticidad precio de la demanda, por el impacto que los precios más altos tienen en
las cantidades consumidas) o bien se acepta el precio competitivo y se subsidia a la
empresa por la diferencia entre el precio y el costo medio.
Si existiera un sistema impositivo que fuera neutral y por ende se pudiera recaudar el dinero
necesario para el subsidio de manera no distorsiva (sin que se pierdan recursos de la
economía), entonces seguramente sería mejor la segunda alternativa, pero toda vez que ello
es imposible en la práctica, entonces la primera de las opciones emerge como la más
conveniente y es tanto más deseable cuanto más distorsivo sea el sistema tributario (en el
margen) y cuanto más inelástica la demanda del bien o servicio en cuestión. La lógica es
bastante intuitiva porque si el sistema tributario es muy distorsivo se pierden muchos
recursos para juntar el dinero necesario para cubrir el subsidio de la empresa, mientras que
si la demanda del bien es inelástica no existen demasiadas pérdidas de bienestar a resultas
de establecer precios distintos a los costos marginales.
Claro que tampoco resulta fácil saber cuáles son los costos medios, e incluso aunque
pudieran monitorearse y garantizarle a la empresa que siempre los precios seguirán los
costos medios, puede que esto genere comportamientos ineficientes en la empresa, porque
no existen beneficios en esforzarse por hacer las cosas con el menor costo medio factible
(hay ineficiencias productivas). La habilidad del legislador estará en todo caso en
monitorear los costos medios con una regularidad tal que en el ínterin entre los chequeos la
empresa obtenga ganancias de introducir mejoras de eficiencia interna y la sociedad toda
pueda de esa manera ahorrar recursos.
Pongamos todo este conjunto de conceptos aparentemente difíciles en un ejemplo concreto.
Supongamos que hay que decidir el nivel de provisión de servicios de transporte por
ferrocarril (un típico monopolio natural). Como el costo más importante del servicio viene
dado por el esquema de trazado de la vía, el funcionamiento de la estación y el costo de la
locomotora, podemos pensar razonablemente en la existencia de costos medios
decrecientes, dado que el costo de sumar más pasajeros (agregar más vagones a la
formación) es relativamente despreciable comparado con el hecho de que al ser más
personas, ahora se dividen todos los costos fijos (que son la mayor parte) por más gente,
por lo que el costo medio de llevar cien pasajeros es mucho más alto que el de llevar
quinientos, y éste que el de llevar cinco mil y así sucesivamente.
Luego, si éste fuera un mercado de competencia perfecta, uno se preguntaría cuánto nos
cuesta ir subiendo personas al tren y simplemente las seguiría subiendo siempre que ese
costo marginal (el costo de subir una persona adicional) fuera menor que el precio que las
personas están dispuestas a pagar (que además ya sabemos por la Ley de la demanda, que
deberemos bajar el precio toda vez que queramos “tentar” a más personas para que suban al
tren).
Ahora bien, resulta que dijimos que el costo medio por pasajero caía a medida que
subíamos más personas al tren. Esto quiere decir que el costo marginal es menor al costo
medio (recuerde el lector que, por ejemplo, cuando el promedio de sus notas en la facultad
está bajando es porque la nota de las últimas materias dadas es menor que lo que era el
promedio anterior; es decir: que si su “nota media” baja, es porque su “nota marginal” es
menor que la nota promedio).
Entonces si se incorporan pasajeros siempre que el costo marginal sea menor que el precio
que están dispuestos a pagar por subir al tren, cuando se incorpore el último pasajero (aquel
cuya incorporación se da cuando el costo marginal es igual al precio pagado), el costo
marginal será menor que el costo medio.
Como el precio competitivo es igual al costo marginal, esto quiere decir que el precio será
menor que el costo medio. O sea que con la plata que se junte de la venta de todos los
pasajes no se podrá cubrir todos los costos asociados a la provisión del servicio de
transporte. Habrá un déficit operativo.
Una alternativa es que se cobre entonces un pasaje igual al valor del costo medio, de
manera que no se produzca déficit alguno, pero recuerde el lector que en ese caso el costo
marginal será menor que el precio, indicando que la sociedad podría proporcionarle
transporte a algunas personas más que están dispuestas a pagar un precio mayor que lo que
crecerían los costos a raíz de la provisión.
En economía, se considera “ineficiente” desde el punto de vista asignativo a una situación
como ésta, porque la sociedad tiene mucho para ganar permitiendo que más gente se sume
al transporte por ferrocarril.
Alternativamente se puede fijar un valor más bajo del pasaje (igual al costo marginal), pero
entonces habíamos visto que se produciría un déficit, por lo que será necesario cubrir ese
déficit con un subsidio gubernamental.
Sin embargo, también sabemos que el gobierno necesitará cobrar más impuestos para juntar
la plata para el subsidio, y lamentablemente eso no es gratis porque se incurre por un lado
en costos administrativos, y por el otro lado en otros costos de eficiencia asignativa, dado
que como veremos más adelante los impuestos cambian los precios relativos entre los
bienes y modifican artificialmente las señales de escasez de los mercados.
Resulta que en el primero de los casos (si ponemos el precio igual al costo medio), se
producía una distorsión asignativa, porque bajando el precio más gente podía utilizar el
servicio. La magnitud de la distorsión dependerá de cuanta gente se quede afuera por el
hecho de que la tarifa esté más alta. Por eso decíamos que si la demanda del servicio en
cuestión era inelástica (no cambiaba mucho la cantidad demandada por más que se
modificaran los precios) entonces no había muchos costos de eficiencia con esta medida,
pero si se daba el caso opuesto (si la demanda es elástica) entonces el hecho de poner la
tarifa más alta para cerrar el déficit dejaría mucha gente sin el servicio (aún cuando lo
valoraran más que su costo de provisión adicional).
En el segundo de los casos, como el gobierno necesitará juntar plata para el subsidio
cobrando impuestos, habrá que ver cuán costoso es (tanto administrativamente como
respecto a la asignación eficiente) el sistema tributario.
Dependiendo de estas dos cosas se podrá tomar la decisión que sea óptima, en términos de
producir la asignación más eficiente de recursos.
Problemas de información
Los mercados donde todos los participantes tienen pleno conocimiento de la información
relevante son verdaderamente difíciles de encontrar.
Por el contrario, la escasez de información parece ser la regla y entonces los precios se ven
dificultados de cumplir apropiadamente su trabajo.
Un extraordinario ejemplo de esto es la asimetría informática reinante en el Derecho, donde
por la especificidad de los conocimientos necesarios para ejercer la profesión, los
consumidores de servicios profesionales están en desventaja tanto a la hora de elegir
abogado como en la negociación de honorarios.
Puesto en términos de los requisitos que le exigíamos a un mercado competitivo,
claramente los servicios prestados por los abogados no pueden considerarse homogéneos y
por ende, los profesionales del Derecho gozan de una cierta exclusividad en el mercado.
Además como sucede cuando consulto a un médico, si no tengo conocimiento del Derecho
no sabré si el curso de acción que me propone el letrado que me patrocina es efectivamente
lo que más me conviene o hasta qué punto refleja lo que en verdad más le conviene a él
mismo.
Por ejemplo, supongamos que inicio un juicio laboral contra un ex empleador. La
sustanciación de todo el proceso hasta contar con una sentencia firme puede tardar de dos a
tres años, pero como hay instancias previas de conciliación eventualmente se puede llegar a
un acuerdo que evite el juicio. Si yo tuviera certeza de que mis probabilidades de ganar son
grandes puede convenirme llegar a las últimas consecuencias y no arreglar. Pero mi
abogado puede preferir un acuerdo rápido que le permita embolsar sus honorarios con
relativamente poco trabajo. Luego, el Abogado puede inducirme a aceptar el arreglo previo
sugiriéndome que el caso en verdad no es tan promisorio.
Cambiando la profesión, el médico que voy a consultar ante un problema de salud me
dispara una lluvia de tecnicismos que difícilmente entiendo; ¿cómo se, si se trata de un
buen doctor o solo de un buen actor?
Recientemente los medios masivos de comunicación se hicieron eco de una noticia
alarmante; “el número de partos efectuados por cesárea es el doble de lo clínicamente
necesario”. Claro, el médico no quiere perder el tiempo en un parto largo y como tiene
mejor información que el paciente puede recomendar el procedimiento aprovechándose de
esa asimetría informativa.
Este tipo de problemas informativos no se agotan en el derecho o la medicina. Aunque las
consecuencias son potencialmente menos graves, toda vez que usted tiene que llamar a un
técnico para que le arregle el televisor, la computadora, o cuando lleva el auto al mecánico,
se produce el mismo tipo de inconvenientes.
Es cierto que usted siempre puede pedir una segunda opinión y dejar al descubierto al
farsante, pero deambular por distintos especialistas tampoco resulta gratuito y la gente
termina siendo en mayor o menor medida cliente cautivo del técnico.
Por fortuna existen formas de reducir estas asimetrías. Una de ellas es el prestigio o la
recomendación por parte de amigos o conocidos.
También existen señales que despejan parte de la incertidumbre: a qué universidad fue el
profesional, qué cursos de capacitación hizo, qué experiencia laboral tiene, etcétera.
Adicionalmente, un rol muy importante como agentes de información lo constituyen las
firmas. Un estudio jurídico muchas veces trasciende una generación de abogados y por
ende la reputación resulta su principal activo, de manera que está en su propio interés
representar fielmente los intereses de sus clientes porque tiene mucho más que perder por
una mala praxis que un abogado particular que siempre puede mudarse a otra ciudad y
recomenzar.
Prácticamente lo mismo sucede con los hospitales o las clínicas que tienen entonces un
particular interés por monitorear la buena calidad de sus servicios profesionales.
Respecto al prestigio o recomendación por parte de terceros aquí emerge algo muy
interesante, porque resulta que la posesión de información relevante es también una forma
de capital; “capital social”.
Si usted tiene un a mala experiencia con un profesor de la facultad, lo primero que hace es
comentárselo a sus amigos, quienes a su vez en distintos espacios se encargan de
reproducirlo a otros conocidos. Es sabido que en ámbitos como los universitarios las
noticias corren muy rápido y en poco tiempo son vox populi.
Lo mismo sucede en otros ambientes. Si usted recibe un buen trato en un comercio nuevo,
lo comenta con sus conocidos (supongamos tres), quienes a su vez pasan la noticia a otros
tres amigos cada uno y así sucesivamente, de forma que en una tercera ronda de
comentarios se tienen 27 anoticiados, en una cuarta 81, luego 243, 729, 2189, 6.561, 19.683
y así sucesivamente.
En este sentido una red de capital social tiene dos dimensiones importantes que
generalmente se oponen, por un lado la red es más extensa cuanto más abierto el grupo de
influencia y cuantas más relaciones tiene cada uno, pero por el otro lado la red es más
potente cuanto más fuertes son las relaciones y más cerrado el grupo.
Resulta que todos vivimos inmersos en configuraciones de varias redes simultaneas de
relaciones que nos proveen de valiosa información y también permiten que nuestras
cualidades se conozcan. De ahí que sea tan importante la Universidad, no ya como
edificadora de capital humano (conocimientos) sino como formadora de capital social
(relaciones).
Limitaciones a la devaluación
Pareciera ser que hemos encontrado entonces la fórmula ideal para promover las
exportaciones e incrementar el comercio fructífero, pero como veremos esto tiene
limitaciones.
En primer lugar, nuestros productos ganan competitividad en los mercados mundiales
cuando producimos una devaluación de nuestra moneda (porque los costos de producción
están en pesos), pero esta ventaja está sujeta a que los demás países no hagan lo mismo. Si
todos los socios y rivales comerciales devalúan también, las ventajas desaparecen.
En segundo lugar, aún cuando los demás no nos copien, ninguna economía es
perfectamente flexible y cada devaluación produce un mayor o menor grado de inflación
que como veremos, suele ser un problema bastante grave.
En tercer lugar la devaluación produce redistribuciones de los ingresos porque altera la
remuneración de los factores en los distintos sectores y los perjudicados por el proceso
tendrán una tolerancia limitada.
Finalmente, y más importante aún (aunque todavía no lo hemos mencionado), para que un
gobierno logre producir una devaluación en un contexto de mercados libres, debe efectuar
una compra importante de dólares (que luego engrosarán las reservas si es que participa la
autoridad monetaria de la operación) y para ello debe contar con pesos excedentes; debe
tener superávit fiscal. Alternativamente puede endeudarse para conseguir los pesos, pero
ello también puede resultar problemático (aunque potencialmente podría contar con la renta
de los dólares, como contrapartida de los intereses a pagar por la deuda emitida). Puesto en
términos más simples, si el gobierno consigue los pesos con una operación de mercado
abierto (emite títulos públicos y los vende a las personas) y luego destina esos pesos a
comprar dólares, por un lado deberá pagar intereses por la deuda que contrajo emitiendo los
títulos, pero por el otro ganará intereses depositando los dólares en algún banco.
Patrimonialmente no cambia la posición del gobierno porque éste tienen un nuevo pasivo
(los títulos públicos) que se compensa con un nuevo activo (los dólares comprados), pero
las rentas de lo uno y lo otro pueden ser distintas.
Una nota sobre la relación entre el precio del dólar, el ahorro y el balance de
pagos
Más allá de cuál fuera la razón que justifica la existencia del comercio entre países, lo
cierto es que cuando éste está teniendo lugar, el mismo funciona como una manera
indirecta de producir bienes; el país que quiere producir y consumir un bien, puede ahora
obtenerlo en los mercados mundiales con las divisas que obtiene por haber producido otro
bien distinto, que le resultaba más fácil de fabricar.
De esta manera se establece una relación de igualdad entre exportaciones e importaciones
en el largo plazo, aunque esto no necesariamente tiene que ser así en el corto plazo.
En periodos relativamente acotados, es en efecto probable incurrir en un déficit comercial
(comprar más de lo que vendemos) tanto como en un superávit (exportaciones mayores a
las importaciones) del mismo modo que nadie nos prohíbe gastar más de lo que ganamos de
sueldo un mes (si conseguimos alguien que nos preste plata) o gastar menos (si queremos
ahorrar).
Pero aun en el corto plazo, estos desequilibrios deben financiarse de algún modo.
Así cuando uno mira el balance de pagos de un país (que es el documento contable donde
se registran todas las transacciones con el resto del mundo), encuentra que éste tiene
básicamente tres grandes subcuentas que están necesariamente relacionadas.
Por un lado está la cuenta corriente, que registra todas las transacciones de mercancías
(balance comercial) y de servicios (balance de servicios), incluyendo estos últimos, y esto
es muy importante, los servicios por la utilización de factores, porque además de vender y
comprar bienes y servicios convencionales también es perfectamente posible comprar y
vender el uso de trabajo, capital, etc. También se registran en la cuenta corriente las
transferencias, que son envíos o recepción de dinero sin ninguna contrapartida.
Por otro lado está la cuenta capital, que es la contracara de la cuenta corriente, ya que allí se
registra justamente los movimientos de ahorros con el resto del mundo. Típicamente esta
cuenta esta subdividida en cuentas de inversiones y de préstamos, y en cuentas de corto y
largo plazo.
Finalmente, las diferencias entre las cuentas corrientes y de capital son saldados con ajustes
de reservas internacionales.
Puesto en palabras más simples, si existe un déficit de cuenta corriente del balance de pagos
(porque se exporta menos de lo que se importa o porque se pagan muchos intereses por el
uso de capitales extranjeros, o muchos royalties, por ejemplo), como todas las transacciones
con el resto del mundo se hacen en moneda extranjera (típicamente dólares), uno tiene que
concluir que los dólares que se gastan en exceso tienen que haber salido de alguna parte.
De manera que existen dos posibilidades: o bien hay un superávit de cuenta capital
(ingresan más capitales de los que salen) o si esto no sucede (o el superávit no alcanza para
financiar todo el déficit de cuenta corriente) la diferencia tiene que ser cubierta usando las
reservas.
Aquí es donde las cosas se ponen interesantes, porque lo que estamos diciendo es que existe
una relación clara entre el resultado de cuenta corriente y el uso de ahorro externo; si hay
déficit de cuenta corriente y no se han usado las reservas para cubrirlo, entonces ha debido
préstamos plata el resto del mundo.
Por supuesto que la relación contraria es absolutamente válida. Si existe un superávit de
cuenta corriente, obtenemos más dólares que los que gastamos y a alguna parte deberán ir.
La primera posibilidad es que el excedente de dólares incremente nuestras reservas, pero si
ello no sucede, como el balance de pagos debe estar en equilibrio siempre, concluimos que
es porque le hemos prestado ahorros al resto del mundo (o sea que la cuenta capital
presenta un déficit).
Visto de este modo, queda claro que los déficit o superávit comerciales no debieran ser
malas ni buenas noticias, per se.
Un superávit comercial indica que le estamos prestando plata al exterior y un déficit se
corresponde con lo opuesto; nos prestan plata ellos.
Claro que uno puede pedir prestado simplemente porque quiere adelantar consumo (como
cuando compramos algo en cuotas), o porque tiene en mente un proyecto de inversión y
necesita financiamiento (el proyecto a su vez, puede resultar una buena inversión o un
completo error).
De manera similar, uno puede prestar para que otro adelante consumo o para financiar un
proyecto ajeno, lo cual también engendra sus riesgos.
De cualquier manera que sea, la plata que se pide habrá que devolverla del mismo modo
que algún día disfrutaremos de la que prestamos, y esto pone en evidencia que a largo plazo
el comercio internacional tiene que ser equilibrado, por lo que no se pueden correr déficit
eternos ni tiene sentido acumular superávit de por vida.
Más interesante aún; el precio que regula el equilibrio del balance de pagos es justamente el
de la moneda extranjera, porque toda vez que existan fuertes superávit comerciales o
grandes ingresos de capitales, habrá abundancia de divisas y su precio bajará.
Contrariamente cuando se corren déficit y escasea el financiamiento externo es natural que
el precio de la divisa suba indicando el aumento de su escasez relativa y dando señales a
importadores de que deben ahorrar y a exportadores para que aumenten sus ventas externas.
Por esta razón, en condiciones de no intervención no hay por qué preocuparse ante la
presencia de déficit comerciales. Por el contrario, estos indican que estamos recibiendo
ahorros del resto del mundo.
Luego si los ahorros se destinan a inversiones rentables o a financiar consumo en un
contexto de fuerte aumento de la productividad local, pues los dólares no escasearán y su
precio no se modificará demasiado.
Si, por el contrario, el ahorro externo no se usa apropiadamente, pues empezará a escasear,
subirá el precio de la divisa extranjera, y esa señal se ocupará del trabajo de corregir el
desequilibrio. Comprendido esto se hace más patente el enorme riesgo que se corre cuando
se regula el precio del dólar (tipo de cambio fijo o floración administrada) toda vez que se
priva a uno de los precios más importantes de la economía de hacer su trabajo.
Dicho sea de paso, si se revisa la historia del funcionamiento del sistema financiero
internacional, se encuentra que hay una relación interesante entre todo esto que estamos
comentando y el surgimiento de una institución altamente relevante para la suerte de
muchos países en vías de desarrollo: el Fondo Monetario Internacional.
En efecto, previo a la segunda guerra mundial funcionaba un esquema de intercambios
internacionales basado en el patrón oro. Si bien el sistema comenzó funcionando con tipos
de cambio fijos respecto del oro (Argentina de hecho tuvo convertibilidad al oro), en el
período que comienza con la crisis del ’30 y llega hasta la segunda guerra se comienza a
producir una escalada de devaluaciones entre países, todos buscando obtener ventajas
competitivas que incrementaran sus exportaciones y fueran fuente de crecimiento
económico.
Naturalmente, devaluar la moneda tiene sentido únicamente cuando uno o un grupo de
países lo hacen y obtienen por lo tanto una reducción de costos locales en términos de la
moneda de intercambio (el oro en este caso). Sin embargo, si todos los países involucrados
en el comercio devalúan simultáneamente, pues el efecto de la devaluación se anula (todos
los países reducen sus costos en moneda local y por lo tanto ninguno mejora respecto del
otro).
El principal resultado de esto es que al producirse una escalada de las devaluaciones
competitivas de los distintos países, se anulaban los efectos de unas con los de las otras,
quitándole poder al mecanismo de las devaluaciones.
Más aún, las continuas devaluaciones fueron erosionando la estabilidad del patrón oro
como sistema de intercambios, de modo similar a como la inflación deteriora el
funcionamiento del sistema de precios de una economía porque no permite que se refleje
correctamente la escasez relativa de productos.
Así, como consecuencia de las continuas devaluaciones, el comercio internacional que
había tenido su auge hasta los años 20, se reduce fuertemente hasta que se llega a un
esquema de economías muy cerradas y con pocos intercambios, sobre el final de la segunda
guerra mundial.
Por otro lado, este es exactamente el resultado que predice la teoría de los juegos (Shubik,
1996) a partir de un esquema analítico muy simple, denominado “dilema del prisionero”,
que se usa en ciencias sociales (y naturales también) para explicar el funcionamiento de los
procesos donde las partes no deciden aisladamente sino que interactúan, tomando en cuenta
las reacciones de las otras partes.
Brevemente y siguiendo el relato de Sher y Pinola (1985), el dilema tiene lugar en
circunstancias en las que se ha cometido un delito y dos sospechosos son detenidos y
llevados ante el Juez.
El Juez, que tiene razones para creer que los sospechosos cometieron efectivamente el
delito, los interroga por separado y les plantea: “Hay suficiente evidencia de que ustedes
han cometido el delito por el que hoy lo estoy interrogando, sin embargo estoy dispuesto a
tener una consideración con aquel de ustedes que confiese y testifique. Concretamente, si
usted testifica y su amigo se niega a hacerlo, pues lo dejo en libertad y le doy una sentencia
de veinte años a su cómplice. Si en cambio se niega pero su amigo confiesa, entonces él
gana su libertad y usted va preso por veinte años. Si los dos confiesan les corresponderán
diez años a cada uno. Finalmente si ninguno delata al otro, pues con los tiempos y la
burocracia de nuestro sistema penal puedo asegurarle que pasarán cinco años presos, de
todos modos.
¿Qué haría Usted en el lugar de los malhechores?
Básicamente existen dos posibilidades, pero usted no sabe a ciencia cierta cual de las dos
ocurrirá. Bien puede que su amigo se mantenga callado o también puede suceder que lo
delate.
Si usted supiera que su amigo lo va a delatar no le quepa duda que lo mejor que puede
hacer es “entregarlo” también (recuerde que de otro modo le cabe el doble de condena).
Si en cambio tuviera la certeza de que su colega no va a confesar el delito, resulta que
también le convendría delatarlo (de otro modo pasa cinco años adentro).
De manera que en cualquiera de los dos casos, lo mejor que usted puede hacer es siempre
confesar. Análogamente, como el juego es simétrico, resulta que su amigo también enfrenta
los mismos incentivos y es esperable por ende que termine cooperando con el Juez del
mismo modo que usted.
Sin embargo ese no es el mejor resultado al que conjuntamente podrían llegar. Si los
malhechores tuvieran alguna forma de ponerse de acuerdo y garantizarlo (una tecnología de
compromiso), pues queda claro que preferirían no delatarse (pasando cinco años cada uno)
a hacerlo (pasando 10 cada uno).
Una tecnología de compromiso de esas características, se encuentra en los códigos
mafiosos. Es sabido que es muy difícil que los mafiosos se delaten, porque las
consecuencias son mucho más trágicas que unos años de cárcel (tanto para el delincuente
como para su familia).
Otra tecnología parecida es la que emerge de los tratados internacionales toda vez que
existen tribunales que garantizan su cumplimiento (el Tribunal de La Haya por ejemplo).
En última instancia, observe el lector que el esquema del dilema del prisionero recién
descrito se asemeja bastante al diagnóstico que antes hicimos del sistema financiero
internacional y el problema de las devaluaciones competitivas.
Como a los prisioneros, a los países les convendría devaluar sin que los otros lo hagan. Y el
peor escenario de todos es el que surge si todos los países devalúan simultáneamente.
Por supuesto, estarían mejor si ninguno devaluara, pero el razonamiento de los hacedores
de política de los países corre análogo al dilema del prisionero. Ellos se dan cuenta que si
toman la iniciativa de no devaluar y sus vecinos sí lo hacen están en el peor de los mundos.
También saben que si sus vecinos no devaluaran existiría una excelente oportunidad de
obtener una ventaja competitiva haciéndolo.
Los dos razonamientos conducen a la devaluación como estrategia óptima y no resulta
entonces para nada extraño que el sistema de intercambios internacionales regido por el
patrón oro haya experimentado el mencionado colapso.
En ese contexto, era necesaria una tecnología de compromiso que permitiera que los países
frenen la escalada de devaluaciones competitivas, rompiendo la lógica del dilema del
prisionero. Emerge entonces el Fondo Monetario Internacional como entidad rectora del
sistema financiero internacional y como garante de la estabilidad del mismo. A tal efecto se
reemplaza el patrón oro por el dólar, y se establecen paridades fijas de las distintas monedas
respeto de la divisa estadounidense, siendo el FMI la institución que tenía la potestad de
autorizar o desestimar los movimientos de esas paridades (las devaluaciones). A su vez,
para resolver las crisis transitorias de balance de pagos (por alguna coyuntura desfavorable)
se diseña un mecanismo de derechos especiales de giro, que permiten a los países en
problemas obtener financiamiento del Fondo.
Es importante notar que el sistema de cambios fijos es una solución que también trae sus
problemas, porque cuando el ajuste del balance de pagos no se hace vía precio, la variable
de ajuste es el nivel de reservas, que son las responsables de cerrar las diferencias entre
cuenta corriente y cuenta capital.
Luego, cuando los cambios en las reservas son pequeños esto no ocasiona mayores
problemas, pero cuando los desajustes del balance de pagos son grandes, bruscos cambios
del nivel de reservas se hacen necesarios y esto generalmente suele ser traumático porque
las reservas no son eternas y a medida que disminuyen, pierde poder la autoridad
monetaria, lo que puede ocasionar un cambio brusco de la paridad (fuerte devaluación)
generando una crisis importante en toda la economía.
Sobre la relación entre los superávit del sector privado, gobierno y sector
externo
Una confusión muy común entre los estudiantes que recién se inician en los caminos de la
economía es la de pensar que un déficit de cuenta corriente del balance de pagos es solo
aceptable cuando la mayor parte de los bienes que se importan son bienes de capital (para
inversiones), pero no así cuando las importaciones están fuertemente influidas por bienes
de consumo final.
Sabemos, de la sección anterior, que un déficit de cuenta corriente del balance de pagos (sin
variaciones en el nivel de reservas) implica que existe un superávit en la cuenta capital, o
dicho de otro modo, que el resto del mundo nos está prestando parte de sus ahorros.
Ahora bien, resulta que las inversiones domésticas (que como veremos son fuente
determinante de nuestra tasa de crecimiento económico), deben ser financiadas con
recursos que no pueden destinarse simultáneamente al consumo corriente, sino que deben
ahorrarse.
Estos ahorros, a su vez, pueden ser recursos que el sector privado de la economía acepta no
consumir por el momento (ahorro privado), pueden provenir del sector público (superávit
fiscal), o bien llegar desde el sector externo (ahorro del resto del mundo).
Esto quiere decir que si por alguna razón el ahorro de las familias no resultara suficiente
para financiar toda la inversión del país, la diferencia necesariamente tiene que ser cubierta
o bien por ahorros públicos (superávit fiscal) o bien por plata que nos prestan del resto del
mundo (ahorros del sector externo).
Entonces uno puede pensar que si un país tiene déficit de cuenta corriente del balance de
pagos (sin variaciones de reservas), existe un superávit en la cuenta capital de dicho
balance, o puesto en otras palabras; nos están prestando plata del resto del mundo, por lo
que ese dinero puede estar financiando parte de las inversiones de la economía, o si ello no
fuera necesario, contribuyendo a financiar el déficit fiscal.
En términos aún más simples, si nos están prestando dinero desde el resto del mundo, esos
recursos tienen que estar yendo a alguna parte. O bien van hacia el sector privado de la
economía o, caso contrario, están siendo absorbidos por el sector público (aunque también
puede darse el caso de que vaya una parte de los recursos al sector privado y otra parte al
sector público).
Esto es sumamente importante porque implica que los tres sectores de la economía están
necesariamente relacionados y que por lo tanto no se puede analizar el problema del sector
externo aisladamente sin considerar de manera simultánea lo que está sucediendo con el
resultado fiscal del gobierno, el consumo de las familias y la inversión de las empresas.
Por ejemplo, cuando una economía que tenía fuertes déficit comerciales con el resto del
mundo (como Argentina en los ’90), pasa a experimentar grandes superávit (como
Argentina luego del 2001), quiere decir que esa economía que otrora recibía ahorros desde
el exterior, ahora no solo no los recibe más sino que presta su ahorro doméstico al resto del
mundo. Por lo tanto es evidente que o bien las inversiones domésticas se financian ahora
con un mayor ahorro doméstico (menor consumo de las familias), o con un mayor ahorro
fiscal, o si ninguna de esas dos cosas fuera posible, directamente la economía ya no puede
sostener los niveles de inversiones que venía experimentando cuando el ahorro del resto del
mundo abundaba.
El lector familiarizado con la experiencia económica Argentina de los últimos años,
comprende ahora que todo está relacionado. Se ve entonces claramente por qué cayó de
manera tan abrupta el nivel de inversión en Argentina a partir de la crisis del 2001/2002, y
por qué las tasas de inversión doméstica se mueven en el mismo sentido que los déficit de
cuenta corriente del balance de pagos.
Luego, no es tan preocupante el hecho de que el exceso de importaciones esté básicamente
constituido por bienes de consumo final, porque el hecho de que esos bienes se importen
hace que los recursos de nuestra economía puedan volcarse a aumentar las inversiones. O
dicho al revés, si esos bienes finales no se importaran, habría que producirlos
domésticamente y por lo tanto los recursos destinados a tal fin no se estarían usando para
producir bienes de capital (inversiones domésticas).
Naturalmente, si esos bienes no se importan, las familias tienen la alternativa de
directamente no consumirlos (no demandar la producción doméstica de los mismos), con lo
que quedan liberados los recursos necesarios para sostener las tasas de inversión deseadas.
Efectivamente, el ahorro del resto del mundo puede ser reemplazado por ahorro local (de
las familias), aunque por desgracia la experiencia Argentina es que no tenemos tasas de
ahorro doméstico suficientes como para financiar niveles de inversión compatibles con las
tasas de crecimiento que nuestra economía necesita para salir del subdesarrollo en que se
encuentra. Dependemos en buena medida de los ahorros provenientes del resto del mundo y
ello limita seriamente nuestra soberanía económica.
Capítulo VII
Los mercados de dinero
Es imposible saber con exactitud desde qué momento el hombre comenzó a intercambiar
bienes y servicios. Probablemente esto haya sucedido con los inicios de la cultura y por
ende del nacimiento del hombre como tal (hace unos cien o ciento cincuenta mil años).
Al principio los intercambios estaban “escondidos” en la apariencia de regalos, que se
distribuían hacia dentro de los miembros de una misma tribu, pero que debían respetar
principios elementales de correspondencia y equidad. Si uno recibía un regalo, luego debía
regalar algo también. Además la importancia del regalo debía estar en sintonía con el
recibido, para garantizar que los intercambios siguieran funcionando.
No obstante, el comercio fue siempre muy acotado y no fue sino hasta el nacimiento de las
economías urbanas que recibió un impulso extraordinario, porque hasta ese entonces las
economías eran de escala reducida y bastante autosuficientes de modo que los intercambios
estaban pautados culturalmente a partir de la planificación y dirección de los recursos de la
tribu o el feudo por parte de sus jefes o señores feudales. Ocasionalmente había comercio
cuando las tribus o aldeas se vinculaban y canjeaban algunos productos muy puntuales.
Luego, cuando las aldeas comienzan a transformarse en centros urbanos más desarrollados
y extensos emergen profesiones y oficios bastante específicos cuya subsistencia depende
fundamentalmente de la existencia de intercambios, por que una persona que se
especializaba en la producción de vasijas o herrajes, por ejemplo, no podía comérselos o
vestirse con ellos.
Inicialmente, los artesanos efectuaban trueques entregando su producción y recibiendo
alimentos, vestimentas y otros bienes a cambio.
Pero el sistema del trueque tiene un inconveniente fundamental. Para que el intercambio sea
exitoso se necesita encontrar una persona que quiera los bienes que otro produce y que
justo tenga los que aquel quiere.
A medida que la producción se diversifica y las poblaciones se extienden, lograr esto se
hace cada vez más difícil; imagínese por ejemplo, si la persona que se dedica a dar clases
de economía y le gustan los quesos y la cerveza negra, tuviera que manejarse con canjes.
Tendría que buscar alumnos cuyos padres produzcan esos bienes y si alguna otra persona
quiere tomar las clases necesitaría intercambiar algo que le interese a aquellos productores,
para hacerse de los quesos y las cervezas que al docente le importan.
En ese contexto de intercambios –que se hacen cada vez más complejos– nace entonces el
dinero como un bien, denominador común, que puede ser usado como medio de pago por
todos.
Típicamente un bien que todos aceptarían sería algún tipo de metal precioso de fácil
transporte y conservación y de reconocido valor, pero a lo largo del tiempo se han utilizado
desde especias hasta cabezas de ganado como medios de pago para agilizar los
intercambios, por ejemplo en su momento se utilizó la sal como medio de pago y
probablemente debido a eso llamamos “salario” a los pagos recibidos por el trabajo.
No obstante, la batalla fue ganada por los metales preciosos debido no tanto a su
practicidad y efectividad como medio de pago, sino porque por ser bienes deseados de
producción limitada, además garantizaban la conservación del valor.
De todos modos, los problemas seguían, porque para que estas formas de dinero pudieran
funcionar como unidad de cuenta, los participantes de un intercambio debían ponerse de
acuerdo en los “pesos” de metales que se intercambiarían por los distintos bienes para lo
que además del oro y la plata debían contar con una balanza y llevarla consigo
permanentemente.
A partir de esto aparece la necesidad de que algún “árbitro” o alguna autoridad, zanje las
disputas y certifique el peso de los metales; nace entonces la acuñación de monedas por
parte del Estado.
Note el lector que aunque muchos teóricos fechan este proceso en torno a la edad media,
hay abundante cantidad de monedas acuñadas por el Imperio Romano hace cerca de 2.500
años.
La responsabilidad de un juez tan poderoso como el Estado en el control y garantía de la
moneda, abre luego el surgimiento del dinero fiduciario cuando la autoridad monetaria
emite un documento (papel moneda) de mucha más fácil circulación, transporte y
almacenamiento, que garantiza su convertibilidad y reemplazo por el verdadero metal
precioso que descansa en alguna bóveda.
Y es aquí donde emerge el dinero como verdadera institución, como sistema de
representación, como Derecho. Imagine el lector que nuestro planeta fuera observado a la
distancia, por habitantes de un planeta lejano. La siguiente conversación (extraída con
modificaciones, de Pinker, 2000) podría tener lugar entre el jefe de la misión y el
Presidente (o autoridad máxima) de aquella civilización.
• Presidente: ...”¿y usted me dice que esta gente trabaja para otra persona
durante 30 días al mes, 8 horas al día, y luego se conforma con recibir unos
pocos papelitos pintados de distintos colores?”
• Jefe de la misión: “no sólo eso sino que luego la gente se encuentra con otros
que le dan alimentos, vestimenta y hasta electrodomésticos a cambio de esos
simples papelitos de colores”.
• Presidente: “tiene que haber algún error... usted me ha dicho que incluso hay
gente que ofrece su cuerpo, mata a otra persona o engaña a un familiar por
esos papelitos de colores... esto no es posible”
No, en realidad no hay ningún error. El dinero que nosotros usamos hoy en día hace mucho
que no representa ningún metal precioso. La moneda fiduciaria es una institución, una
promesa. Usted cree hoy que el papelito vale algo porque tiene la certeza de que tantos
otros lo creerán mañana.
Sólo cuando comprendemos esto nos damos cuenta de la tremenda potencia y al mismo
tiempo extrema delicadeza del sistema monetario, como contrato de confianza entre los
integrantes de una sociedad. Basta que unos pocos desconfíen y no lo acepten para que el
sistema corra profundos riesgos.
que finalmente los bancos dejan de tener nuevos depósitos, lo cual sucede porque con cada
Evaluación de proyectos
Otro rol fundamental del precio resultante del mercado de dinero, la tasa de interés, es en la
evaluación de proyectos de inversión.
Un proyecto de inversión implica desprenderse de una cantidad de dinero en un momento
(generalmente en el inicio del proyecto) con la expectativa de recibir una serie de
beneficios a futuro.
Sucede que la regla numero uno de finanzas es que “un peso hoy vale más que un peso
mañana” como fácilmente comprenderá cualquier persona a la que le posterguen una
semana la fecha de pago en el trabajo.
Debido a esto no se puede comparar el dinero invertido al inicio del proyecto con el que se
recibe como beneficio luego, porque el primero vale más que el segundo.
Una forma fácil de entender esto es pensar en la alternativa que tiene el inversor.
En vez de poner el dinero en el proyecto, puede colocar el dinero en un depósito bancario
(de similar riesgo) y a futuro recuperar el dinero, más los intereses.
Así que como mínimo, el inversor le va a pedir al proyecto que éste le de tantas ganancias,
como las que le promete la alternativa de similar riesgo que tiene ante sí (el depósito
bancario, por ejemplo).
Esto quiere decir que el total de los beneficios que espera a futuro tiene que ser mayor que
la inversión que hace hoy. Además tiene que ser mucho mayor cuanto más alta es la tasa de
interés (porque podría ganar más en el banco) o cuanto más tiempo tenga que esperar para
recibir los beneficios (un peso hoy vale más que un peso mañana).
Ahora bien, si el dinero vale más hoy que dentro de un año, por ejemplo, para comparar un
monto de dinero que un proyecto ofrece dentro de un año con lo que se requiere como
inversión hoy, hay que descontarle al monto futuro el equivalente al valor del interés
durante ese año.
De esta manera se obtiene el “valor presente” del monto de beneficios futuros que es lo que
se utiliza como referencia para evaluar un proyecto.
Por ejemplo, supongamos que se desea comprar acciones de una compañía. Las acciones
dan derecho a percibir dividendos cada vez que la empresa tenga ganancias (y las
distribuya), de manera que para saber si conviene comprar la acción hay que comparar lo
que se paga hoy por la misma, con los beneficios que se calcula que se obtendrán a futuro, a
partir de la ganancia de la empresa.
Para poder hacer la comparación es necesario expresar los beneficios futuros a valor
presente; esto es: descontar el interés por el tiempo transcurrido entre el día de hoy y el día
en que se reciben los dividendos.
Obviamente que cuanto más alto sea el interés y cuanto más tiempo haya que esperar los
beneficios, menos queda a valor presente (porque el descuento es mayor) y esta es la razón
por la que es común que los mercados de acciones (o bonos) bajen siempre que sube la tasa
de interés en el mercado de dinero (y viceversa).
Se podrá notar que si el gobierno puede hacer bajar la tasa de interés (con políticas
monetarias expansivas) todos los proyectos de inversión son ahora más rentables (porque
los beneficios futuros se descuentan por una tasa más baja) y entonces aumenta la inversión
y se expande la economía.
El futuro abogado debe comprender cabalmente el concepto de valor presente de un flujo
de fondos, por cuanto es muy común que deba actualizar valores en una demanda, por
ejemplo.
Supongamos que una persona gana la concesión para la explotación de un yacimiento
petrolero o cualquier otro emprendimiento, durante 20 años. Dadas las características del
proyecto y los retornos que se han obtenido con emprendimientos similares, el productor
estima que obtendrá una ganancia de un millón de dólares por año, durante los veinte años
que dura la concesión. Sin embargo, el responsable de otorgar la concesión le informa al
productor que se ha decidido anular unilateralmente la concesión cuando aún restan 18 años
de contrato.
Cuánto debe reclamar el abogado para indemnizar al productor damnificado.
Es claro que no pueden reclamarse 18 millones, por cuanto de haber continuado con el
emprendimiento de acuerdo a las condiciones contractuales, el productor habría tenido que
esperar 18 años para finalmente haber acumulado ese monto.
Como indemnizar quiere decir “dejar igual”, el abogado debe reclamar un monto que sea
equivalente al valor presente de esos dieciocho millones; es decir: el millón del primer año
restándole un año de intereses, más el millón del segundo año restándole dos años de
intereses, mas el millón del tercer año restándoles tres años de intereses (compuestos) y así
sucesivamente.
Otro ejemplo opuesto sería el caso de una persona que recurre a un abogado porque un
tercero mantiene con él una deuda de un millón de pesos, por ejemplo, desde hace tres
años.
Para indemnizar a su cliente, no alcanza con que el abogado reclame solo el millón
adeudado. Debe además pedir los intereses que su cliente habría ganado de haber contado
con el dinero que le correspondía en tiempo y forma; es decir: tres años de intereses
compuestos.
ocasionar inflación toda vez que al cambiar la escasez relativa de los bienes de la economía
(por alguna razón exógena), los que ahora son menos abundantes suben de precio pero los
menos escasos no bajan de precio y suben los que sí los son, el promedio de precios de la
economía tiende a subir, y la magnitud de la suba es tanto mayor cuanto más rígidos a la
baja sean los precios de los bienes que ahora son menos escasos.
sostenido en el consumo (como sucede en las fases expansivas de los ciclos económicos) y
botella en el aparato productivo toda vez que éste no logra aumentar la producción para
En rigor también es importante la relación que existe entre el consumo y la inversión por
que si se considera el caso de China, que viene creciendo a altas tasas hace muchos años, se
encuentra que difícilmente esto produzca inflación dado que allí la inversión es incluso más
representa cerca de tres veces el tamaño de la inversión de la economía por lo que cuando
se producen fuertes crecimientos del consumo el aparato productivo debe hacer un esfuerzo
(y bienes culturales), están sujetos a los cambios en los términos de intercambio (que es el
precio de las exportaciones, respecto del de las importaciones), que siguen una tendencia
secular de deterioro porque toda vez que valen más en el mundo los bienes que importamos
y menos lo que exportamos. Luego, estos cambios se transfieren a los precios locales
la escasa diversificación productiva hace que el país en cuestión sea muy vulnerable a
cambios exógenos en los precios de los insumos productivos. Así, un aumento importante
en los combustibles por ejemplo, si estos son usados de manera intensiva por un amplio
En cuarto lugar, toda vez que se producen shocks (como una devaluación, un aumento
fuerte en el precio de un insumo productivo, una sequía, etc.) se modifican los precios
producen pujas distributivas que ocasionan inflación. Al principio un sindicato (del sector
industrial, por ejemplo) logra un aumento salarial que los empresarios trasladan a los
precios pero entonces los trabajadores del sector servicios (por ejemplo) que ven reducida
su capacidad adquisitiva (dado que aumentaron los precios de los bienes industriales),
presionan hasta obtener su correspondiente aumento y así se produce una cadena de pujas
que no haya asimetrías de poder importante, porque si un gremio es mucho más poderoso
que el resto y obtiene un aumento, lo más probable es que no se produzca ninguna puja
posterior.
Políticas anti-inflacionarias
Como es lógico, buena parte de la solución de un problema inflacionario reside en la
Cuando un episodio inflacionario comienza, muchas veces resultan claras sus causas y por
Así, si hubo un déficit fiscal fuerte financiado con emisión monetaria, pues convendrá
pública o una mayor recaudación de impuestos). También puede generase ahorro público
vía una reducción de gastos, y con ello recuperar los pesos antes emitidos.
Si por el contrario el problema es estructural dependerá de que tipo de problema es. Si tan
solo se trata de inflexibilidad en los precios para ajustar a la baja, pues pueden desregularse
contratos e introducir tecnologías flexibles (cambios en las leyes laborales, en los contratos
favoreciendo importaciones.
Por desgracia, este tipo de casos puros o “de pizarrón” difícilmente ocurren de esa manera y
por el contrario lo que se tiene son escenarios en los que se producen combinaciones de
genera una clara puja distributiva que aumenta nuevamente los pecios. A su turno, los que
firman contratos comienzan a incluir cláusulas de ajuste por inflación y entonces generan
aumentos inerciales que se causan a ellos mismos y nunca paran. Y así sucesivamente se
Cuando esto sucede se requiere una combinación de políticas para frenarlo, que incluyen la
Lamentablemente, tanto las políticas monetarias restrictivas como los controles de precios y
la apertura indiscriminadas son medidas altamente recesivas que generan menores niveles
de producción por lo que muchas veces hay que aceptar la existencia de una relación
inversa entre inflación y desempleo (a más inflación menos desempleo y viceversa) que se
Así el hacedor de políticas públicas se enfrenta a la difícil tarea de elegir entre dos males, la
combinación que sea menos nociva para la economía (muchas veces la políticamente más
sostenible).
Capítulo VIII
El título de este capítulo es un tanto tramposo porque mezcla dos conceptos que sugieren
produce un país.
Siguiendo a Pigou (1969), esto en rigor es un tanto complicado, porque a lo largo del
tiempo los países producen distintas cosas y como es sabido no se pueden sumar vacas y
bicicletas o autos y galletitas, por lo que es necesario expresar las cosas en su valor
De este modo, cuando hablamos del producto bruto de un país, en realidad hacemos
referencia a la sumatoria de los valores monetarios de los bienes finales que se producen en
una economía a lo largo de un año (en el caso de la producción del gobierno por la que no
Luego, para calcular el crecimiento se comparan los valores del producto de distintos años.
Ocurre sin embargo que los precios de los bienes cambian y también se modifica el
promedio de los precios de la economía, con lo que para que la comparación entre dos años
sea válida es necesario considerar solo aumentos en cantidades, filtrando los incrementos
y por ende al no tener éstos precios no es posible computarlos en el cálculo del producto y
entonces la medida que se obtiene resulta una aproximación imperfecta de la manera en que
Otra manera de calcular el producto bruto de la economía (que arroja el mismo resultado)
de valor por parte de distintos factores que participan del proceso productivo, su nivel
estará dado por la sumatoria de las remuneraciones pagadas (devengadas, en rigor) a los
factores productivos.
Aquí se ven más claras las paradojas que puede arrojar la imperfección del método.
Cuando compramos comida afuera o llamamos a alguien para que haga la limpieza de
nuestra casa, por ejemplo, pagamos un precio que incluye el salario del que hace el trabajo,
dejaremos de pagar ese salario y por el modo en que computamos el producto bruto, habrá
una caída del mismo. Sin embargo, posiblemente nuestro bienestar haya aumentado.
Otro problema emerge claramente aquí. Resulta que en nuestro país hay factores de
produce en Argentina? o ¿lo que es hecho por argentinos? En el primer caso estaremos
importante que el lector comprenda esta diferencia para no dejarse engañar por manejos
preguntándose qué hacen los poseedores de los factores con los ingresos generados por el
uso de los mismos en el proceso productivo. Estos pueden dedicar los ingresos a consumo o
internacional. De este modo se obtiene el mismo resultado que en los casos anteriores,
En particular, respecto a las inversiones sabemos que una parte de las mismas
normalmente está destinada a reponer el stock del capital que ha sido gastado en la
generación del producto, por lo que si descontamos ese monto (que se denomina
tiempo.
Para preguntarse sobre las causas que generan este crecimiento, basta recordar lo aprendido
la forma en que los combinemos (tecnología), de manera que suponiendo plena utilización
de factores y tecnología (luego discutiremos que pasa cuando se relaja este supuesto) queda
bastante claro que para que un país crezca, o bien necesita incrementar su dotación de
de obra, porque entonces habrá más personas para repartir ese producto. Por esta razón
generalmente nos importa ver qué pasa con el crecimiento del producto per cápita y no con
el total agregado, aunque es cierto que se puede aumentar el producto per cápita
aumentando las horas que trabaja la gente (pero hasta un cierto punto).
ganar superficies al agua o colonizar planetas nuevos, y además se supone que las
Queda entonces mejorar la tecnología y aumentar el stock de capital, ya sea éste físico,
humano o social (para simplificar suponemos la capacidad empresaria como una forma de
capital humano).
Por desgracia para lograr esto se precisa financiamiento, porque no se pueden destinar los
dependencia del país, tiene el problema de ser muy volátil y por lo tanto es difícil utilizarlo
El problema es que Argentina tiene tasas de ahorro interno extremadamente bajas para
doméstico. Hay muchos economistas que creen que la causalidad va en sentido contrario y
para empezar).
De cualquier modo que sea, difícilmente la gente incremente espontáneamente sus niveles
Pero la cosa no queda ahí, porque una vez producido el ahorro es necesario invertirlo
capitales garantiza eso, existen serios problemas para el buen funcionamiento de los
mercados en lo que refiere a desarrollos tecnológicos, y por ende debe existir aquí también
un plan.
Finalmente, hemos supuesto que los factores se asignaban de manera eficiente, pero
estrategias de desarrollo de los sectores productivos que generen valor agregado en bienes y
servicios de alta demanda internacional actual y futura, para que la mejora de los términos
hoy en día (y todo parece indicar que la tendencia continuará) los precios internacionales no
favorecen tanto a la industria, sino a los servicios exportables y a los derechos de propiedad
intelectual.
distribución de los ingresos, por lo que estos también son sin duda elementos a tener en
cuenta.
Hacia fines de la década del veinte, una crisis bancaria en los Estados Unidos minó la
confianza de los ahorristas y se propagó luego a los mercados de acciones y más tarde a
toda la economía ocasionando la crisis económica más grande de ese país en su historia,
con consecuencias que se extendieron más allá de sus fronteras repercutiendo fuertemente
El aparato teórico de los clásicos, no contaba con las herramientas apropiadas para resolver
En particular, los clásicos suponían que como primera medida debían equilibrarse los
los mismos; lo que determinaba entonces las cantidades producidas por la economía una
vez que los factores entraban, por ejemplo, en las funciones de producción de las firmas.
Corresponde a otro economista clásico, el haber formulado la ley, que además de llevar su
nombre garantizaría la estabilidad del sistema económico; la Ley de Say establece que
“toda oferta genera su propia demanda” con lo que una vez determinado el nivel de
producción de las firmas (la oferta), eso tiene que igualarse con la demanda de las familias.
En el pensamiento económico clásico entonces, si existe una crisis económica, con bajas en
los niveles de producción y desempleo alto, quiere decir que los factores no están siendo
plenamente utilizados (hay un exceso de oferta, tanto de trabajo como de capital) y por
ende los precios de los mismos deberían bajar para que se incremente su uso (y desaparezca
el excedente). Luego, más uso de trabajo y capital (por el menor precio) implica más
Sin embargo el problema era otro, y para tranquilidad del mundo capitalista, el economista
inglés John Maynard Keynes (1992) desarrolló una nueva teoría que marca el inicio de la
macroeconomía moderna y da cuenta de las crisis de corto plazo, como la de los años 30.
planteaba Say.
Para Keynes era la demanda agregada de la economía la que determinaba el nivel de
producción, lo que luego a su turno definía la cantidad de recursos que las firmas
Pero Keynes no hablaba de incertidumbre para referirse a una situación cuyo resultado final
no se conocía pero podría haber sido estimado en función de alguna regla de probabilidad.
refería a la falta absoluta del más mínimo indicio de información que permitiera calcular
Simplemente, la situación económica era tal que los agentes no tenían la menor idea de lo
que podían esperar a futuro y por lo tanto los consumidores no se animaban a gastar y
ahorraban (motivo precaución) mientras que los inversores no tenían seguridad para
invertir, porque la variable relevante para decidir inversiones; la eficiencia marginal del
capital (que es la relación entre el valor probable de los flujos de fondos que promete una
bajo ninguna base cierta. Dicho de otro modo; si no se sabe (ni puede estimarse de ninguna
manera) cual será el nivel de demanda futura de la economía, pues resulta muy difícil saber
cual va a ser el flujo de beneficios futuros que promete un proyecto de inversión, porque
aunque se sepa qué productividad marginal tiene una determinada maquinaria nueva, por
vuelva a consumir y los inversores tengan alguna base de cálculo de la eficiencia marginal
del capital.
inversor, a los efectos de mostrarle al sector privado que existía cierta seguridad y
una magnitud aún mayor que su propio gasto por que existe un proceso “multiplicador”
toda vez que una nueva obra pública, por ejemplo, contrata gente y recursos que luego
gastan sus remuneraciones en otros sectores que ahora se ven indirectamente beneficiados
por la obra. Así; si por ejemplo, los obreros que hacen un puente se compran ropa y comida
turno también obtienen un ingreso nuevo, y así sucesivamente cuanto más gasta cada uno
de su nuevo ingreso (propensión marginal a consumir) más se multiplica el gasto inicial del
más empleados se contratan para hacer frente a los aumentos de la producción, con lo que
se supera la recesión.
Debe mantenerse en mente, de todos modos, que el descubrimiento de Keynes tiene lugar
bienestar y por lo tanto mucho más chico que el que actualmente conocemos, por lo que el
eje del planteo estaba básicamente en el efecto de despejar la incertidumbre, que se lograba
con el gasto público, y no tanto en su impacto directo (e indirecto, vía multiplicador) sobre
la demanda agregada.
La paradoja del ahorro. Corto versus el largo plazo
Por un lado se dijo que para crecer había que aumentar al ahorro de manera de liberar
recursos para la inversión y desarrollos tecnológicos. Pero acabamos de ver que justamente
gastar más (ahorrar menos por lo tanto). Veíamos que cuanto mayor era la propensión
marginal a consumir (menor por lo tanto la proporción marginal a ahorrar) más se expandía
durante los años 30, porque los primeros lógicamente creían que para salir de la crisis había
que ahorrar más y eso era “nafta para apagar un incendio” en la visión keynesiana. Sin
embargo no existe tal contradicción, porque lo que sucede es que si bien los países tienen
una tendencia de crecimiento de largo plazo que naturalmente depende de sus dotaciones
factoriales y tecnológicas, están también sujetos a fluctuaciones de corto plazo por razones
O sea que en el corto plazo puede existir una diferencia entre el “producto potencial” de la
economía (que es el que se lograría con plena utilización de los recursos, de la manera más
eficiente).
de auge, luego recesiones y finalmente depresiones, hasta que el ciclo se restablece con una
nueva expansión.
Así es perfectamente posible que un país que está sobre una tendencia de largo plazo de
promedio de largo plazo pero distribuir ese ahorro a lo largo del ciclo de manera de ahorrar
menos en las recesiones y más en las expansiones, con lo que se suaviza el ciclo
económico, tal y como postulan los keynesianos, y se respeta un incremento del ahorro
población.
Por supuesto que el nivel del producto es importante, porque es muy difícil proporcionar
Sin embargo, este producto puede estar muy mal distribuido, como sucede en muchas
naciones retrógradas de gran riqueza pero donde una escueta clase dominante coexiste con
estos son los dos elementos que junto con el acceso a bienes, tiene en cuenta Naciones
servicios que hayan pasado por una larga cadena de agregación de valor y porque de esto
también depende que el país en cuestión logre (o no), una mayor independencia económica
respecto a la volatilidad de los precios internacionales y una mayor solidez de sus términos
de intercambio.
Ya habíamos visto que para los clásicos, en cambio, no existía la noción de desarrollo, sino
Algunos teóricos neoliberales, (ver Rostow, 1959) reconocen el concepto de desarrollo pero
sostienen que el subdesarrollo es tan solo una etapa inicial en un proceso de desarrollo
bastante lineal, por semejanza a lo que sucede con el desarrollo del cuerpo de las plantas o
subdesarrollo de otro.
Para Rostow, los países comenzaban su desarrollos desde una primera etapa llamada de
actividad agropecuaria e inversiones en infraestructura básica que sientan las bases para el
productividad y por ende del ingreso de la población. Finalmente se da una quinta etapa de
sofisticación.
Por último, las teorías neoclásicas más recientes del desarrollo, en realidad vuelven a
Sobre el desempleo
A partir de lo descrito en capítulo anterior es evidente que en los distintos períodos del ciclo
descendentes, por lo que en los periodos recesivos al expulsarse mano de obra, se produce
desempleo coyuntural.
Pero no todo desempleo es por razones cíclicas, e incluso puede darse el caso
Esto último puede suceder porque en realidad el desempleo no es otra cosa que un exceso
de oferta en el mercado de trabajo. Así, por más que la demanda de trabajadores por parte
de las empresas esté creciendo, bien puede suceder que la oferta por parte de la familia
Para entender mejor esto pensemos que se denomina “desempleado” a toda persona que,
puede aumentar tanto porque haya menos empleos disponibles, como por un aumento de la
cantidad de gente que ahora está buscando (incluso aunque los empleos disponibles hayan
aumentado).
Pero habíamos hablado de que podían existir otras formas de desempleo (simultáneamente,
o no). En este sentido, y más allá de la fase del ciclo en la que se encuentra la economía,
puede presentarse desempleo estructural que es cuando por razones de la tecnología que se
está utilizando o por la naturaleza del proceso productivo que tiene lugar, un porcentaje de
En primer lugar, porque dichos cambios aumentan la productividad y por lo tanto los
ingresos de la gente, con lo que al menos parte de ese ingreso se traduce en mayor demanda
Claro que el tipo de empleo nuevo que se creará, tiene que ver con el tipo de bienes que
Así, si los nuevos bienes que se demandan tienen un proceso de producción intensivo en
capital) sobre el desempleo. Pero si la elasticidad ingreso de los bienes que efectivamente
generan mucho empleo es baja, pues entonces no existirían demasiadas esperanzas en este
sentido.
Adicionalmente en la realidad existen distintos mercados de trabajo en función del nivel de
Si esto sucede, entonces el desempleo estructural se generará toda vez que los bienes con
elasticidad de ingresos alta (aquellos cuya demanda crecerá a raíz de los incrementos en
productividad) no sean intensivos en esa mano de obra no calificada que expulsa el proceso
de tecnificación.
En segundo lugar, cuando las incorporaciones de capital y tecnología mejoran los salarios
(por aumento de productividad) esto tiene dos efectos en los mercados de factores; por un
lado ahora como cuando se paga mejor el tiempo de los trabajadores estos tienden a trabajar
más (efecto sustitución) y por otro lado al recibir mayores salarios necesitan trabajar menos
para comprarse los mismos bienes que antes (efecto ingreso). Cuando el efecto sustitución
es más grande que el efecto ingreso los incrementos salariales, aumenta el tiempo que la
gente quiere trabajar (aumenta la oferta laboral) y el desempleo en todo caso tiende a
aumentar. En caso contrario la gente tiende a trabajar menos cuando los salarios son más
empleo).
Esto resulta muy relevante cuando se analiza el impacto de las incorporaciones tecnologías
mientras que el efecto ingreso lo es para niveles más altos, por lo que es perfectamente
probable que los cambios tecnológicos produzcan desempleo en países menos
revirtiendo.
De esta manera, la industria del turismo, el agro, la industria del pulóver, el negocio del
espectáculo y otras tantas actividades, tienen demandas que son distintas en las diferentes
De forma natural entonces, en todos esos sectores se produce desempleo en temporada baja
(y muchas veces no se puede conseguir quien haga los trabajos en el periodo de bonanza).
Aunque esto no acaba aquí, porque incluso cuando no tengamos desempleo estacional, ni
Eso sucede porque al haber millones de personas trabajando, todos los días hay montones
de empleados que se pelean con sus jefes, se cansan del puesto, o simplemente deciden
Incluso aunque puede que no pasen mucho tiempo entre un empleo y otro, desde que no
existe información perfecta disponible, es natural que las personas permanezcan días o
semanas buscando información sobre todas las alternativas disponibles para tomar la mejor
“desempleo friccional”.
monopolios
Finalmente, otro tipo de desempleo que tiene que ver con características estructurales es el
las fuerzas que negocian tienen una posición dominante y abusan de ella.
Sabemos que cuando existe un exceso de oferta en un mercado, la señal de escasez, o sea el
En los mercados de trabajo, en cambio, esto puede ser un tanto complicado. En primer
lugar porque cuando existe un sindicato fuerte, éste puede no tener los incentivos para
aceptar salarios de mercado, dado que después de todo, los votos del sindicato provienen de
los empleados y los desocupados no votan, por lo que el gremio puede pedir siempre
salarios mayores sin importar que esto ocasione menor personal contratado. Además,
tampoco debemos olvidar que los sindicatos se financian con un porcentaje del sueldo de
convenirle al gremio que las firmas tengan más empleados si para ello deben aceptar
En segundo lugar, si las empresas que contratan la mayoría del trabajo son unas pocas,
de contratación), esto puede ocasionar salarios más bajos que la productividad marginal de
los trabajadores.
recesión de corto plazo, lo ideal sería que la política pública aborde el problema de fondo,
amortiguando los ciclos económicos con políticas fiscales contra cíclicas (gastar más en las
de un ahorro por previsión de desempleo, por el que la gente aporta a una cuenta durante
los años buenos del ciclo y recibe pagos mensuales en los años de recesión. Si nunca pierde
firmas que les permitan “prestarse” personal según la época del año.
Para los casos de desempleo friccionan son altamente recomendables todas las estrategias
que apuntan a proveer mayor información al mercado tanto de oportunidades como del
Por último, en lo que respecta al desempleo estructural, por desgracia aquí las respuestas
Como primera medida es evidente que buena parte de la solución pasa por asegurar
exportaciones de esos bienes), aunque sabemos que la mejor estrategia a largo plazo es
capacitar a la gente para que las cosas que exportamos sean las más valiosas mundialmente
En tercer lugar, si lo que sucede es que las personas desean trabajar más horas porque han
sustitución mayor que el efecto ingreso), puede convenir racionar las horas disponibles, no
permitiendo que nadie trabaje más de 8 horas, por ejemplo. Luego las horas restadas a los
que trabajaban mucho pueden ser otorgadas a los que no tenían empleo, aunque esto es
sumamente peligroso si el mercado laboral está segmentado y los que trabajan demasiadas
horas poseen distintas calificaciones que los que están desempleados, porque si éste fuera el
trabajo es evidente que resulta necesario introducir competencia en los dos lados del
esto es más fácil decirlo que hacerlo y en todo caso parece más probable que en el ínterin
sea necesaria una regulación simuladora de competencia por parte del Ministerio de
Trabajo.
Capitulo IX
Ya habíamos mencionado que los mercados, si bien pueden lograr asignaciones eficientes
de los recursos de la economía muchas veces producen distribuciones de los ingresos que
no son “deseables” por que concentran muchos recursos en pocas manos, lo cual más allá
sienten que no tienen posibilidades de acceder a una situación mejor y deciden no respetar
Parece interesante aquí recordar los dos principios de justicia Rawlsianos. Para Rawls
(1999) una desigualdad era aceptable si estaba basada en oportunidades que habían estado
abiertas a todos por igual, o si a pesar de ampliar las diferencias, se mejoraba el bienestar
Y esto suena bastante razonable porque este tipo de desigualdades parece no poner en
riesgo el sistema, toda vez que garantiza que todos tengan oportunidades o que en última
Esto es importante porque cuando se estudia la distribución de los ingresos, se observan las
diferencias de éstos (unos ganan más y otros menos), no las desigualdades, y lo uno puede
En particular, si una persona trabaja más que otra, o hace tareas menos satisfactorias,
ganará más que alguien que en todo lo demás es igual que él y eso no tiene nada de
desigual.
Más generalmente, un trato desigual es aquel que discrimina entre dos personas que están
Por ejemplo, todos somos humanos, y por ende los Derechos Humanos deben ser iguales
para todos. No pueden existir Derechos Humanos de la mujer y otros del hombre, por la
simple razón de que la diferencia de sexo no hace a la especie; no convierte a uno en más o
Pero respecto a los Derechos de ciudadanía, por ejemplo, no creo que nadie en su sano
juicio conciba que deban ser iguales para un adulto que para un niño porque en la
Por esta razón es que el análisis que haremos simplemente se centrará en estudiar por qué
algunos ganan más que otros, dejando para el lector la consideración de hasta qué punto
Como primera medida digamos que como el ingreso nacional puede descomponerse en la
remuneración de los factores productivos, existirá una diferencia en los ingresos dada por la
Este enfoque está muy difundido en la sociología clásica desarrollada básicamente a partir
En los tiempos que corren, en cambio, es muy difícil hablar de los “asalariados” ya que el
También es bastante complicado hablar de “capitalistas”. Por ejemplo, mientras que hace
40 años la relación de capital físico a capital humano era de 5 a 1 en Argentina, hoy esa
vez más importante el capital social, que incluso es de difícil apropiación individual.
Además, con el desarrollo del mercado de capitales y el auge de los sistemas de retiro de
los mismos asalariados difieren muchísimo, no es lo mismo ser peón de un campo (con baja
Ni siquiera el concepto “terratenientes” tiene hoy demasiado valor teórico porque a medida
que aumenta el desarrollo de los países la tierra es el factor de producción que más
retrocede en la proporción del ingreso que representa y además hoy en día es mucho más
sociológico tenía plena vigencia era muy relevante analizar la estructura de la distribución
que pujaban por obtener una mayor apropiación de la renta generada conjuntamente.
Por supuesto que tampoco hoy las remuneraciones factoriales reflejan ciento por ciento las
productividades, pero las razones por las que difieren son más complejas y tienen más que
importancia cada vez más creciente del capital social, que con pujas de clases explicadas en
términos clásicos.
Acumulamos capital físico privándonos de cosas que nos darían satisfacción e invirtiendo
Como no somos la primera generación que habita la tierra también heredamos parte de los
factores de nuestros familiares; entre ellos la tierra que hace 515 años que no se “fabrica”
más, capital físico en abundancia y sobre todo algo que hace muchísima diferencia, el
conjunto de relaciones en el que ellos han estado o están aún inmersos: el capital social.
Pero eso no es todo, resulta que tanto para el desarrollo de la inteligencia de las personas
padres y familiares más o menos directos que nos dedican tiempo y atención, cuando niños.
humano en la generación de la renta (que por otro lado, es cada vez mayor)
Además es evidente que esta cuestión está estrechamente vinculada a razones demográficas
básicas como la cantidad de hijos que tienen las familias o la naturaleza de las parejas que
se forman. Lo primero, porque a menor cantidad de hijos más tiempo y por ende más
capital humano para cada hijo, pero sobre todo porque en la transmisión de capital físico y
desigualdades futuras muy grande. Si por ejemplo se produce una desigualdad inicial en la
distribución de los factores de producción y las familias favorecidas tienen menos hijos que
las desfavorecidas, pues la desigualdad inicial se reproduce y amplifica con el paso de las
Contrariamente, si siempre los más formados se casan entre ellos y los menos educados
distribución del ingreso, porque cambia los incentivos tanto de selección de pareja como en
aquellos factores, materia que desgraciadamente trasciende los objetivos de este libro por
razones de espacio y de la propia ignorancia del autor. Solo diremos sobre el particular que
generación de la renta, la tierra emerge como el más preponderante de todos (hace unos
150 años) por lo que quien quiera investigar los rastros más lejanos de las diferencias en los
ingresos deberá analizar de qué manera se apropiaron y distribuyeron las superficies
expropiadas a los indios, teniendo especial importancia aquí no sólo los pagos y
distribuciones de superficies por las campañas al desierto, sino también la naturaleza de los
contratos por los que se arrendaban o vendían las tierras fiscales en la Buenos Aires del
Luego, no sólo resultan relevantes las diferencias en la cantidad de factores que poseen las
Ya aprendimos que los precios dependen de la escasez relativa, que a su vez depende
también de la demanda de bienes, en el caso de los factores, por que debe recordar el lector
que habíamos dicho que en estos mercados la demanda era derivada (de la demanda del
bien final que producía la firma) por lo que no sólo importaba la productividad marginal del
factor sino también el precio al que podía venderse el bien para cuya producción había sido
contratado.
Además, a medida que la economía se globaliza los precios de los bienes se fijan cada vez
con una mayor influencia de los mercados internacionales, lo que sin duda afecta a la
Por el lado de los servicios, la mayoría presentan elasticidades ingreso mayores a la unidad
y por lo tanto a medida que los países crecen, la importancia del sector servicios aumenta
(el precio de los mismos también, porque, a diferencia de los bienes que tienen su precio
anclado por los valores internacionales, en el caso de los servicios éstos en general no
tienen competencia del exterior). Entonces los factores asignados en ese sector de la
entonces los trabajadores no pueden ir a la actividad que paga mejor igualando de ese modo
Finalmente, tanto las regulaciones que afectan la productividad de los factores como las
intervenciones que modifican los precios de los bienes (por ejemplo la apertura comercial o
ingresos.
La observación que, en todo caso, parece más relevante es comparar el ingreso de que
disponen cada uno de los hogares, que en última instancia es la unidad de consumo de la
economía. Para entender el por qué del análisis a nivel del hogar, piénsese que si un
matrimonio se considerara por separado, como puede darse el caso de que el trabajo de la
mujer no pase por el mercado (suponiendo que es ama de casa) y los niños no reciben
ingresos, sólo el hombre figuraría con ingresos positivos. En ese contexto, en un hogar tipo
de cuatro personas por ejemplo, tres de ellos figurarían con ingresos iguales a cero y sólo el
jefe de hogar tendría ingresos positivos, lo que haría difícil las comparaciones porque no es
lo mismo ganar un sueldo cuando se es soltero y se vive solo, que cuando con el mismo
sueldo hay que pagar los gastos de un hogar conyugal con cinco hijos.
Entonces es más relevante sumar los ingresos de todo el hogar y dividir el monto por la
cantidad de miembros de la misma, a efectos de obtener una idea del ingreso personal.
Además habrá que considerar distinto a niños y grandes por que el nivel de gastos de unos
De este modo se obtiene el ingreso personal y luego es muy fácil ordenar a todas las
personas, desde el que tiene menos ingresos al que tiene más, de manera que se puede
separar a la gente en grupos (deciles del 10% de la población cada uno o quintiles del 20%)
y hacer comparaciones de cuánto gana, por ejemplo, el 10% más rico respecto al 10% más
pobre.
Más rigurosamente el indicador que normalmente se utiliza en la literatura para evaluar una
distribución dada de los ingresos, se conoce con el nombre de “coeficiente de Gini”. Este
coeficiente, que toma valores entre 0 y 1, indica cuan despareja es la distribución de los
ingresos de los distintos grupos (quintiles, deciles o percentiles) de modo que si ésta es
A partir de esto, la distribución personal depende de los ingresos que posea cada hogar (que
a su vez es función de los factores con que cuentan y la remuneración de los mismos) y de
lo hogares de bajos ingresos aumentan de tamaño mientras que los de altos ingresos se
también influye mucho la estructura hacia adentro del hogar, esto es: si trabaja la mujer, si
Distribución y pobreza
Más allá de los problemas que plantea una distribución desigual, tal vez resulte aún de
mayor importancia preguntarse por el bienestar de los que están peor, porque como sugería
el segundo principio de justicia de Rawls, bien podría darse el caso de que empeore la
distribución del ingreso, pero a la vez mejore la situación de los que están peor, como
sucede muchas veces que los países experimenten altas tasas de crecimiento de su
Claro que hablar de pobreza puede resultar arbitrario porque hay que definir qué se
Aquí hay al menos dos criterios: algunos países, entre ellos Argentina, calculan el costo de
una canasta básica de bienes y servicios para una familia tipo, y denominan pobres a todos
los hogares que no cuentan con ingresos suficientes como para comprar esa canasta. Se dice
En otros países la medida es más relativa; se calcula cuánto gana el que está en la mitad de
la distribución del ingreso y todos los que tienen ingresos menores a un porcentaje de ese
la gente tiene sus necesidades básicas satisfechas. Así el “índice de necesidades básicas
Una limitación importante de éstos análisis es que establecen un límite entre lo que se
caso de un país en el que un porcentaje de la gente tiene ingresos apenas menores a los
necesarios para comprar la canasta de bienes y servicios (para no ser pobre), que otro país
con un porcentaje ligeramente menor de gente debajo de la línea de pobreza, pero donde
esa gente es extremadamente pobre y no tiene si quiera para comprar la mitad de la canasta.
En términos de la definición estricta de pobreza (el porcentaje que está debajo de la línea),
el primero de los países figuraría con mayor pobreza que el segundo de ellos, aunque la
personal (porque no es lo mismo ser clase baja en Noruega o Dinamarca que en Guatemala
o Surinam), en cambio, en prácticamente todos los estudios que se hacen se encuentra que
las personas que viven debajo de la línea de pobreza (cualquiera que sea el país
enseñanza generalmente presentan rendimientos por debajo del promedio, lo que además de
Por último, una manera de complementar el análisis a partir de los niveles de pobreza, es el
“indigente” a un hogar que no sólo no cuenta con ingresos necesarios para comprar una
canasta básica de bienes y servicios, sino que ni siquiera le alcanza para adquirir una
canasta sólo conformada por bienes. Puede decirse entonces que si consideramos que
aquellos hogares que no cuentan con ingresos necesarios para comprar la canasta básica de
bienes y servicios viven en condiciones infrahumanas, los que ni siquiera pueden comprar
inventado la palabra).
Capitulo X
La economía del Sector Público; bienes públicos, bienes preferentes,
imperfecciones de mercado e impuestos
El lector que ha leído los capítulos anteriores de éste libro sabe que los bienes públicos (y
aquí incluimos las externalidades) por el hecho de que no admiten el principio de exclusión,
no pueden ser asignados eficientemente por medio de los mercados. También sabe que
muchos mercados presentan imperfecciones y requieren por ende algún tipo de regulación.
En adición a estos bienes, existen otros (bienes preferentes) que por alguna razón pueden
ser considerados deseables por la sociedad (a través de sus sistemas de votación) y por lo
tanto también suelen ser provistos por el Estado o subsidiados. Algunos ejemplos pueden
ser; los programas alimenticios, de viviendas, las estrategias de redistribución de ingresos,
etc. A estas obligaciones del Estado se suman su rol en materia de seguridad y justicia
(incluidas las instituciones del Derecho) y su función estabilizadora de precios de la
economía como del ciclo económico.
Por si esto fuera poco, algunos creen que el Estado debe tener un rol más amplio,
incluyendo la producción de bienes privados, geopolíticamente estratégicos, o que tienen
que ver con la concentración de recursos naturales y el desarrollo sustentable.
En todos estos casos, aunque los precios pueden tener influencia en las decisiones que se
toman, éstas se basan en otros criterios que no tienen que ver, como en el mercado, con la
obtención de la mayor ganancia posible.
De hecho, las decisiones son tomadas a partir de un complejo entramado institucional que
normativamente se basa en la Constitución y las Leyes, pero que en términos positivos la
trasciende completamente habida cuenta de la importancia de los distintos grupos de poder
y máxime teniendo en cuenta que las personas no votan con información perfecta ni los
dirigentes son necesariamente apasionados defensores del bien común. Como quiera que
sea la cosa, lo importante aquí es resaltar que a diferencia del mercado, donde las
decisiones se toman con votos monetarios, las decisiones públicas se toman en base a un
sistema de gobierno representativo, en el que la gente elige a sus representantes votando.
En un esquema ideal, la gente vota en función de las plataformas de los partidos políticos
que llevan como candidatos a los futuros representantes, quienes una vez en el cargo
cumplen con el programa o son removidos de la oficina en la próxima elección.
Por desgracia no tenemos espacio aquí para desarrollar una teoría del Estado
(probablemente tampoco los conocimientos necesarios) de manera que solo diremos al
respecto un par de cosas.
En primer lugar, el problema de información es del estilo del de “principal agente” que ya
hemos descrito y también plaga muchos mercados.
Recordará el lector que en los problemas de principal-agente lo mejor que se podía hacer no
era justamente redactar un contrato diciéndole al agente lo bien que debía portarse, sino
firmar cláusulas que contengan incentivos para que lo que más le termine conviniendo al
propio agente sea lo que en última instancia más nos conviene a nosotros (los principales).
Además había que garantizar que bajo esas condiciones, al agente en cuestión
efectivamente le conviniera participar (firmar el contrato).
Esto significa que las personas normalmente hacen lo que más les conviene dadas las
posibilidades y sus propias escalas valorativas, por lo que no deberíamos esperar
comportamientos distintos en los funcionarios públicos. De manera que o bien se diseñan
instituciones que contemplen incentivos para lograr los comportamientos que se desean, o
bien se aceptan las consecuencias.
En segundo lugar, por suerte estamos acostumbrados a que la Democracia es la mejor
manera de resolver las decisiones sociales del mismo modo que los mercados son los
mejores asignadores de los recursos privados, pero así como éstos están plagados de
problemas e imperfecciones, tampoco hay que creer que la democracia está exenta de ellos.
En particular, la base del sistema es que las decisiones se toman por mayoría. Cuando la
gente no es muy distinta en sus capacidades y preferencias esto funciona muy bien pero
cuando existen asimetrías importantes, la imposición de una mayoría, a una minoría, puede
resultar un tanto chocante.
Finalmente, cuando los mercados funcionaban de manera eficiente habíamos visto que
podía lograrse una asignación de recursos óptima, en el sentido de que cubríamos lo más
posible las necesidades de la comunidad con los escasos recursos que teníamos.
Cuando la Democracia funciona de la misma manera puede decirse que se logra el mayor
bienestar común posible.
Sin embargo, por desgracia, ambos planteos descansan en la construcción de un constructo
teórico que tiene complicaciones.
En efecto cuando uno habla del “bienestar de la comunidad” o del “bien común” no existe
en rigor tal cosa como la comunidad. Lo que existe en todo caso son personas que están
agrupadas en torno a una geografía o Nación determinada.
Sucede que como las personas son distintas, en verdad no hay patrón para agruparlas, del
mismo modo que uno no puede sumar peras con manzanas, y si bien es importante hablar
de la sociedad y de la gente, no puede perderse de vista que las decisiones (públicas o
privadas) en última instancia afectan personas concretas y no lo hacen necesariamente de la
misma manera.
Una vez que esto se ha tenido en cuenta, puede decirse que en el caso de los bienes
provistos por el Estado debería guardarse algún tipo de relación entre los beneficios que de
ellos deriva la gente y los costos asociados a su producción.
El principio general de provisión de bienes públicos (o con externalidades) es que deben
sumarse los beneficios que de una unidad adicional de ellos derivan las personas (en
oposición al beneficio que derivan de unidades adicionales del resto de los bienes) y
cotejarlos con los costos sociales (que se miden por el valor de los bienes que hay que
sacrificar para producir la unidad de bien público en cuestión). Este resultado se conoce con
el nombre de “regla de Samuelson” y supone que toda vez que la sumatoria de los
beneficios excede a los costos sociales corresponde proveer la unidad del bien en cuestión
(caso contrario no hacerlo).
Pensemos en el caso de la provisión de justicia, por ejemplo. Razones de eficacia
probablemente justificarían inversiones mayores en el sistema judicial (más jueces, más
personal y mejor pago, mejor tecnología, etc.) pero esos recursos no son gratuitos sino que
implican menos bienes privados disponibles para la sociedad (o menos escuelas y
hospitales).
Más aún, permítaseme utilizar un ejemplo más duro y doloroso; el de la salud pública.
Todo el mundo acordará que hay que hacer el máximo esfuerzo posible por salvar una vida
en un hospital, pero desgraciadamente esto también debe tener un límite. Los recursos que
una sociedad está usando para salvar una persona no puede utilizarlos para curar a otra
simultáneamente. Tanto la tecnología como las camas hospitalarias, medicina y el tiempo
de los doctores, son recursos escasos.
Esto tiene particular importancia cuando hay que tomar decisiones públicas, como por
ejemplo la sanción o no, de una Ley de eutanasia. Por duro que suene, los recursos
destinados a mantener con vida a alguien que ha sufrido muerte cerebral, por ejemplo, y
tiene escasísimas posibilidades de recuperación (por no decir nulas), no podrán ser usados
simultáneamente para salvar tantas otras vidas en las que hay mayores probabilidades de
éxito
Lo mismo sucede cuando hay que hacer una ruta, construir un aula o diseñar una cárcel. La
provisión óptima de cada uno de ellos debería hacerse de modo de lograr el máximo
bienestar posible y ello se logra aplicando la regla de Samuelson para bienes públicos y
consideraciones de costos de oportunidad, versus beneficios individualmente analizados en
el caso de los bienes privados.
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Preguntas de repaso
a) la educación pública;
b) la salud pública;
c) la recolección de residuos;
d) un baño en el mar;
e) una prendar de vestir;
f) una comida;
g) el aire;
h) la luz del sol.
Respuestas:
1. Bienes económicos: a, b, c, e, f
bienes libres: d, g, h
2. Costo de oportunidad social: tiempo de los profesores (salario) más
tiempo de los alumnos (salario perdido) más utilización alternativa del capital (tasa de
interés) más utilización alternativa de la tierra de los edificios educacionales (renta).
costo de oportunidad privado: tiempo del alumno (salario perdido) más materiales más
libros más transporte.
3. Si no hay diferencias de eficiencia, si. Para el estudiante particular
no.
4. Si se va a la costa pierde el salario del estudio jurídico. Además
gasta $500 más que de costumbre, por lo tanto su costo de oportunidad es de $1200.
5. Beneficios: Derechos laborales por matrimonio, menos impuestos,
beneficios en la división de los bienes gananciales, si es que se divorcia y usted era menos
productivo que su pareja. Herencias probables,...(entre otros)
Costos: si se divorcia y usted era más productivo que su pareja, perderá en la división de los
bienes gananciales, además deberá gastar tiempo y recursos en el juicio de divorcio si es
que se quiere volver a casar....(entre otros)
Preguntas capítulo II
1. ¿Cuáles son las tres preguntas que todo sistema económico debe
responder?
2. Si los recursos crecen llegará el día en que no haya más necesidades
insatisfechas. Comente.
3. ¿Qué problemas limitan seriamente el funcionamiento de los
sistemas colectivistas de planificación centralizada?
4. En las economías de mercado el motivo que moviliza a los
participantes es básicamente la obtención de la ganancia o la maximización de la utilidad.
¿Qué móviles puede reconocer en los sistemas de planificación centralizada?
Respuestas:
Respuestas:
Respuestas:
Respuestas:
1. ¿Por qué razones pueden diferir los precios de los bienes transables
internacionalmente, en los mercados locales respecto a los que rigen en los mercados
mundiales?
2. ¿Por qué comercian los países?
3. ¿Por qué puede ser conveniente proteger algunos mercados locales?
4. ¿Qué relación hay entre los términos de intercambio y las teorías de
comercio estructuralistas (centro-periferia)?
5. ¿Qué sostiene la equivalencia de Lerner?
6. ¿Por qué una devaluación que cambie fuertemente el tipo de cambio
nominal puede no tener tanto efecto en el tipo de cambio real?
7. Un país puede experimentar simultáneamente un superávit de cuenta
corriente del balance de pagos y una caída de sus reservas de moneda extranjera. ¿Cómo es
esto posible?
Respuestas:
Respuestas:
Respuestas:
Respuestas:
Respuestas:
Capítulo II
Sistemas económicos. Qué producir. Cómo hacerlo. Para quién
Capítulo III
Las economías de mercado
Capítulo IV
¿Cómo se determinan los precios de los bienes y los factores?
Capítulo V
Mercados, imperfecciones y derecho
Capítulo VI
Comercio internacional. El precio de los bienes mundiales
Capítulo VII
Capítulo VIII
El crecimiento económico y las recesiones
Capítulo IX
La distribución de los ingresos de la economía
Capítulo X
La economía del Sector Público; bienes públicos, bienes preferentes, imperfecciones del
mercado e impuestos
Preguntas de Repaso