Está en la página 1de 145

Detenerse para recuperar el gozo

Jesús fijaba ante cada ser humano toda su atención. No era sólo una
atención intelectual, sino una mirada de amor:
«Jesús lo miró con amor...» (Mc 10,21).

«Vio también que una echaba unos céntimos» (Lc 21,2).


Además, Jesús invitaba a sus discípulos a prestar atención, a contemplar las
cosas y la vida, a percibir el mensaje de la naturaleza:
«Mirad los pájaros... Mirad cómo crecen los lirios del campo» (Lc
12,24.27).

«Alzad los ojos y ved los campos» (In 4,35).


1. Perturbación que se cura
La perturbación básica que se cura con esta actitud es la ansiedad.
Es una forma muy común de nerviosismo, una prisa interior. La persona
puede aparecer serena por fuera, pero por dentro está acelerada. Siente
una necesidad urgente de resolver pronto todos los problemas, como
si todo fuera urgente o indispensable. Necesita terminar rápidamente
todo lo que tiene que hacer, sin dejar nada pendiente. Entonces, su
mente va siempre más adelante que su cuerpo. Cuando está haciendo
algo, piensa a su vez en lo que tendrá que realizar después. No se
detiene en nada con profundidad, no está con todo su ser en
ninguna tarea y en ninguna cosa. Su cuerpo está en una parte, su
mente en otra, sus deseos en otra. Por eso, la persona está
interiormente fragmentada y rota:
«Mucho antes de terminar lo que uno tiene entre manos, la mente corre
hacia las próximas tareas. Y es que una vez que se ha caído en la trampa
de la prisa, esta nos fustiga sin piedad creando un estado de ansiedad
perturbador. Es importante, sin embargo, saber distinguir la prisa, que es
un estado de zozobra, de una acción rápida y libre. Podemos, por
ejemplo, correr un maratón y disfrutar de una experiencia quenada tiene
que ver con la ansiedad y la angustia, simplemente porque disfrutamos
corriendo, y podemos, por el contrario, permanecer todo el día tumbados
en el sofá, físicamente inermes, pero angustiados por todas las cosas
que debemos hacer y no hacemos»'.
El que ha caído en las redes de la ansiedad tampoco dedica toda
su atención a las personas que trata. Las escucha pensando en lo
que quiere decir, en lo que debe responder, o en lo que tendrá que hacer
después. Así se priva de la riqueza de las relaciones sanas y
fraternas. Por esta misma ansiedad, no puede disfrutar plenamente de
ninguna tarea y de ninguna experiencia. Por ejemplo, cuando está
comiendo, su mente está en otra parte, y come rápidamente sin
disfrutar de la comida.
E. Borzús, Aprendiendo a vivir Manual contra el aburrimiento y la prisa,
Desclée de Brouwer, Bilbao 19975 , 77-78.

Esa ansiedad es un veneno, provoca una permanente tensión


psicológica que termina afectando al cuerpo. Porque el organismo no
puede resistir esa prisa permanente del sistema nervioso, y funciona

1
como un automóvil con el freno de mano puesto. Entonces se producen
determinadas enfermedades como alergias, problemas digestivos,
palpitaciones, además del desgaste y el cansancio del sistema
nervioso.
Aprender a detenernos no sólo nos libera de la ansiedad. Al ponernos en
profundo contacto con la realidad, nos abre perspectivas luminosas,
nos ofrece horizontes amplísimos y llenos de riqueza. Al mismo tiempo
la vida se simplifica, se libera de complicaciones, y deja de
embrollarse en vericuetos que no llevan a ninguna parte.

2. Síntesis

El hecho de detenerse ante la vida implica dos movi~ mientos de


toda la persona:

a) Contacto atento

Es el primer impulso de tomar contacto. Cuando uno logra interesarse


por algo o por alguien, sintoniza, y entonces se siente inclinado a
prestarle atención. Así concentra su interés mental sólo en esa cosa,
en esa tarea o en esa persona. Sólo esa realidad presente ocupa el
centro de la atención, como si no existiera nada más en la tierra.

b) Encuentro, fusión

Se da cuando uno logra detenerse plenamente, porque no interviene


sólo la atención mental. Entonces ese objeto o esa persona ocupa
todo nuestro interés afectivo por un instante. Ese instante, cuando
una sola realidad ocupa nuestra atención emocional, es un momento
vivido en plenitud, con todo nuestro ser unificado en una sola
dirección. Hemos alcanzado un verdadero encuentro, una fusión, una
unión perfecta, aunque sólo sea por un minuto.
No se trata necesariamente de una quietud física, porque esta
experiencia puede producirse también en medio del entusiasmo de
una actividad muy intensa. Esto sucede, por ejemplo, en un
orgasmo entre dos personas que se aman. Pero hay muchas otras
formas de unión que la mayoría de las personas experimentan pocas
veces en la vida. Si pudieran multiplicarlas gozarían de una existencia
mucho más plena.
Si quisiéramos resumir en dos frases las convicciones interiores que
hacen posible llegar a esa posesión perfecta, podríamos destacar las
siguientes:
a) «Nada es urgente ni absoluto»

Porque para poder detenerme en algo o en alguien, dedicándole por


un instante todas mis energías, mi interés, mi atención mental y
afectiva, tengo que apartar durante ese instante todo lo demás, de
modo que nada me distraiga y que todas mis energías se concentren

2
sólo en ese punto. De lo contrario, mis energías seguirán
desconcentradas, dispersas, y no podré experimentar el encuentro
pleno con esa realidad que tengo ante mí. Si hay alguna urgencia
que me llena de tensiones, no podré prestar una atención serena y
amorosa a esa persona o a esa cosa. Si hay otra tarea, otras
personas, otros proyectos que me parecen absolutos, estaré con mi
mente ansiosa lejos de este presente, y no podré detenerme en él.

b) «Todo es importante»

Porque cualquier cosa que me toque vivir es un desafío que Dios me


presenta. Esta es mi realidad ahora, y por lo tanto merece ser vivida
de lleno. Nada de lo que tenga que vivir debería parecerme
insignificante. Todo es importante si es lo que me toca vivir.
San Francisco de Asís experimentaba esto a fondo, porque a
cualquier cosa la llamaba «hermana», y así vivía un precioso amor
universal. Estaba siempre por entero donde debía estar. Gozaba
yendo donde tenía que ir. Aceptaba ser lo que debía ser.
La actitud de detenerse, a veces, se expresa en la capacidad de
apasionarse y de entusiasmarse con toda elalma y todas las fuerzas en
una tarea. Es vivir con total intensidad lo que hay que vivir, aunque
aparentemente sea poco importante.

3 Ejemplos
A
Una tarde de verano iba caminando por unos cerros, en un lugar
simple pero muy bonito. No disfrutaba del paisaje, de la brisa, del sol,
porque estaba inmerso en un sinfín de pensamientos, recuerdos,
escenas que iban y venían por la mente. Y así pasaba el tiempo, y se
me escapaba el placer de aquella tarde.
Hasta que escuché interiormente la llamada de Dios que me decía:
«No hables más. Deja que hable yo».
Creí comprender ese mensaje. Entendí que tenía que acallar esos
pensamientos inútiles que me distraían, y que debía escuchar lo que
Dios quería decirme. Entonces, cambié aquellos pensamientos por
otras reflexiones teológicas y espirituales sobre la presencia de Dios
en la naturaleza, y luego pasé a reflexionar sobre otras cuestiones.
Pero volví a escuchar insistentemente: «No hables más, deja que
hable yo».
Claro, no había callado, no había permitido que Dios hablara. Sólo
había cambiado unos pensamientos por otros, unas palabras por
otras, y no era capaz de disfrutar calladamente de aquella tarde.
Palabras, palabras...
Finalmente acepté que Dios me hablara. ¿De qué manera?
Simplemente dejé de alimentar los razonamientos, recuerdos y
proyectos que ocupaban mi mente. Comencé a prestar atención
serenamente sólo a los detalles del paisaje, empecé a percibir con
gozo sólo el calor del sol y permití al aire que me acariciara.
Contemplé agradecido los colores, las líneas, las formas, y escuché el
rumor del paisaje. Sin pensar en otras cosas.

3
Así cada piedra, cada hierba, cada nube, comenzaba a ser
inmensamente valiosa. Eran mi verdad, eran mi vida, eran mi
presente, eran el mensaje de Dios. En cada recodo del camino
Dios me hablaba, pero no con razonamientos o reflexiones. En cada
cosa, envolviéndome con los colores, las sensaciones y los sonidos,
Dios me amaba. Simplemente me hablaba de amor.
Aquella tarde terminé mi paseo agradecido, sintiéndome amado por
Dios. Esa era mi verdad más importante, era la palabra más bella
que Dios me quería decir.

Vivo en la periferia de una ciudad del interior de mi país, donde puedo


disfrutar del verde, del silencio y de la amplitud del cielo abierto.
Pero hace diez años comencé a viajar semanalmente para dar clases
dos días por semana a la inmensa ciudad de Buenos Aires. Al principio
sólo me interesaba mi tarea. No esperaba encontrar nada interesante
en aquella selva de cemento. Por eso, sólo iba al centro de la ciudad
cuando era indispensable. Sin embargo, un día, mientras caminaba,
me detuve a mirar los detalles de un edificio. Y me pareció bello.
Luego traté de repetir la experiencia mirando detenidamente una
casa vieja y gris, y al detenerme en ella también me pareció hermosa.
Así comencé a percibir que en realidad todo estaba bien, que cada
detalle era bello a su manera, por el solo hecho de existir, de estar allí.
Deteniéndome a contemplar las cosas, en lugar de aislarme en mi
carrera de pensamientos, todo me parecía agradable. Con el tiempo,
cada vez que salía a la calle, advertía las peculiaridades de cada lugar
ampliando la mirada, y cada avenida me parecía un mundo
maravilloso. Comprendí que en realidad ningún lugar es feo, que
cualquier paraje puede ser un hogar si uno se de tiene a
contemplarlo.

4. Prácticas para aprender a detenerse

Es necesario adquirir el hábito de detenerse. Nosotros nos movemos


por hábitos, y algo se convierte en hábito cuando lo hacemos
nuestro, cuando se hace carne, cuando se vuelve espontáneo.
Hay una serie de ejercicios que nos ayudan a liberarnos de la
ansiedad y nos llevan a tomar contacto con la realidad más amplia,
con la vida misma. Así nos permiten aumentar el gozo y mermar las
angustias.
La relajación es sumamente importante para vivir bien y con salud. Pero
algunas personas creen que la relajación es un estado de aburrimiento,
de inactividad o de adormecimiento, cuando en realidad es todo lo
contrario.
La persona verdaderamente relajada está más viva que cualquiera. La
relajación, en realidad, es un estado de atención plena y concentrada,
y por eso puede vivirse en medio de una actividad intensa,
permitiendo que la gocemos más todavía. Porque si estamos

4
verdaderamente relajados, todo nuestro ser se introduce en esa
actividad, viviéndola con serenidad y felicidad, sin tensiones dañinas
que desconcentran nuestras energías. De hecho, muchas personas
depresivas, que no tienen ganas de nada, en realidad viven todo lo
contrario de la relajación: su mente está acelerada, llena de
pensamientos superficiales que van y vienen, están poseídas por una
dispersión interior que las aísla de la vida y las debilita.
A continuación expondré sintéticamente las técnicas más eficaces
para liberarse de la tensión interna y del nerviosismo, de manera
que podamos concentrarnos de un modo sereno y gozoso en cada
cosa que vivamos, en cada instante y en cada regalo de la vida. No
me detendré a explicar los fundamentos de cada una de estas téc
nicas. Sólo explicaré sencillamente cómo realizarlas. Tampoco
presentaré todas las técnicas que existen, sino aquellas cuya
eficacia he comprobado en mí mismo y en otras personas para
debilitar la ansiedad.
Cada uno podrá descubrir cuál le ayuda más, pero posiblemente,
después de unos meses esa técnica ya no sea tan eficaz, y su estado
interior necesite otra de estas técnicas. Por eso es importante tener a
mano estas explicaciones breves y simples.
Cabe destacar que conocer un ejercicio y realizarlo una vez no
significa que ya recibamos todos sus beneficios. Para adquirir un
verdadero cambio ante la vida es necesaria una práctica frecuente y
sin vacaciones, aunque sea sólo cinco o diez minutos al día. Pero
para ello hay que comenzar tomando la decisión de practicarlo y de
hacerlo ya mismo.
Ahora nos detendremos en los ejercicios de relajación que sirven
sobre todo para dominar la ansiedad y habituarse a detenerse. En el
siguiente capítulo veremos otros ejercicios de relajación que son
más útiles para vencer las resistencias, y en el último capítulo los
que son más específicos para dejar los apegos. Vamos ahora
a«detenernos» para vivir la vida con más ganas:

Ejercicio de respiración 1: Los ejercicios de res


piración, hechos antes de cualquier actividad, nos permiten estar
mucho más concentrados y serenos en esa actividad, de manera que
podamos «vivirla». Pues si no, tendremos el cuerpo en un lugar, la
imaginación en otro, los afectos en otro, en una dispersión que nos
desgasta y no nos permite disfrutar de nada. Unos ejercicios de
respiración antes de comer nos ayudan a comer más despacio, a
disfrutar mejor de la comida y a digerirla

Claves para vivir en plenitud


Detenerse para recuperar el gozo
mejor. Unos ejercicios de respiración antes de un examen nos
ayudan a estar más concentrados y serenos. Antes de leer algo, nos
ayudan a penetrar con más gusto en lo que leemos. Antes de
encontrarnos con una persona, nos ayudan a prestarle más atención
y a ser más amables con ella. En este primer ejercicio que propongo

5
se trata de dedicar al menos cinco minutos en medio de nuestras
actividades sólo a tomar consciencia de la propia respiración,
procurando simplemente que se haga más lenta y profunda. Hay que
evitar distraerse con pensamientos de cualquier tipo, y detenerse
sólo a respirar, atentos a la respiración. No es luchar contra los
pensamientos y las imágenes que aparezcan. Simplemente se trata
de no entretenerse en la actividad mental y volver continuamente a
prestar atención sólo a la respi~ ración. Este y los demás ejercicios
de respiración se realizan sentados cómodamente, con la espalda
recta y los hombros flojos.

- Ejercicio de respiración II: Este ejercicio profun~ diza el anterior


tratando de mejorar la percepción. Se trata de tomar consciencia
también de la temperatura. Percibir el aire fresco que entra y el aire
caliente que sale. A algunas personas les ayuda más usar el oído, y
detenerse a escuchar el sonido de su respiración, como si fuera el
oleaje del mar.

- Ejercicio de respiración III: Ahora se trata de focalizar más la atención.


Por ejemplo, me concentro en las aletas de la nariz y siento el aire
que pasa por ellas; o me concentro en la parte alta de la cavidad
bucal, percibiendo el roce del aire.
Ejercicio de respiración N Con este ejercicio intentamos mejorar nuestra
respiración concentrándonos todavía más en ella, para hacerla más
profunda y lenta. Aquí la clave está en la exhalación. Se trata de
soltar todo el aire que podamos, contrayendo el estómago para que el
diafragma lo expulse completamente. Después de haber expulsado
todo el aire, nos detendremos unos siete segundos. De esa manera, la
inspiración siguiente será muy profunda, porque el cuerpo mismo
deseará más aire. Entonces, nos llenamos bien de aire a la altura del
estómago, sintiendo cómo el abdomen se amplía. Lo repetiremos siete
veces, pensando sólo en la respiración y sin prestar atención a
cualquier otro sentimiento, recuerdo o imagen.

Ejercicio de respiración V: Se puede respirar contando. A ciertas


personas esto les permite simplificar su actividad mental y
concentrarse. Se cuenta lentamente hasta siete mientras se inspira,
se cuenta hasta tres cuando se retiene el aire, se cuenta hasta diez
cuando se espira. Y cuando se ha expulsado todo el aire se cuenta
hasta tres antes de volver a inspirar.

Ejercicio de respiración VI: Con este ejercicio intentaremos mejorar


nuestra concentración en la respiración usando una imagen interna
para la inspiración y otra para la espiración. Cuando tomamos el aire
podemos imaginar una figura ovalada y cuando expulsamos el aire
podemos imaginar un círculo. Algunas personas se concentran mejor
si imaginan esa figura dentro de sí, a la altura del ombligo. Otros se
concentran mejor imaginando un número cero al inspirar y un número
uno al espirar, nombrándolo mentalmente. Otros se relajan y se
concentran más contando del 1 al 10 cuando expulsan

6
el aire, del uno al siete cuando se detienen, y del uno al siete cuando
vuelven a tomar aire. Pero siempre concentrados en la imagen de los
números, nombrándolos men~ talmente e imaginándolos.

- Ejercicio de respiración VII: Podemos también usar la imaginación y


la sensibilidad y percibir cómo, mientras tomamos aire, toda la zona
del estómago se llena de vida y de luz, y cómo al expulsar el aire, esa
vida y esa luz se derraman por todos los órganos del cuerpo, los
serenan, los calman, los sanan, los restauran.

Ejercicio de respiración VIII: Se puede acompañar la respiración con


algunas palabras que se dicen mentalmente y transmiten alguna
sensación. Al inspirar puedo decir «vida» y al espirar puedo decir
«paz». O al exhalar profundamente puedo sentir que expulso todo lo
que sea pesimismo o tristeza.

Ejercicio de respiración IX: Los colores tienen efectos sobre nuestra vida
interior, y se pueden incorporar a la respiración usando la
imaginación. Por ejemplo, para aumentar la sensación de serenidad,
se inspira en azul -dejando que el color penetre todo el organismo y
la interioridad- y se espira imaginando un vapor anaranjado que llena
todo el ambiente. Si se desea aumentar la alegría, se inspira en
anaranjado y se espira en azul. Para provocar una sensación de mayor
vitalidad se inspira en rojo y se espira en turquesa. Para despertar
deseos de trabajar y fomentar la creatividad se inspira en azul y se
espira en verde. Para valorarse a sí mismo y provocar una sensación
de dignidad y de autoestima se inspira en violeta y se espira en
amarillo. Se puede experimentar con otros
colores para descubrir cuáles nos convienen para vivir bien una
determinada situación. O simplemente, para lograr una sensación de
armonía y libertad, se utiliza el blanco, dejándose invadir
completamente por el color. Además de estos efectos deseados, la
concentración en los colores ayuda más todavía a detenerse, dejando a
un lado toda ansiedad y nerviosismo.

Ejercicio de respiración X: Cuando una persona


está demasiado ansiosa, quizá no pueda ni siquiera comenzar a
realizar estos ejercicios de respiración, porque su cuerpo se resiste, no
puede evitar mover las piernas y la cabeza, está perturbada por las
sensaciones molestas de su organismo. Entonces, puede ser útil
comenzar con el siguiente ejercicio: expulsar todo el aire que se
pueda, detenerse varios segundos y luego tomar todo el posible.
Finalmente, expulsar todo el aire de golpe, como en una gran
explosión, y es mejor todavía si lo hacemos gritando, abriendo la boca
todo lo que podamos y vaciándonos por completo. Después de
repetirlo varias veces, se puede pasar a los ejercicios de respiración
que vimos antes.

Ejercicio de respiración XI: Se trata de aprender a caminar disipando

7
los pensamientos persistentes, propios del estado de ansiedad. Para
ello, se camina deprisa, concentrándose sólo en el ejercicio de
caminar al mismo ritmo de la respiración. En lugar de una inhalación
continua, se realizan cuatro inhalaciones breves, una con cada paso
que se da. Inmediatamente se expulsa el aire con cuatro exhalaciones,
una con cada paso. Se respira de esta manera durante unos cinco
minutos. Luego se respira de manera normal, como uno se sienta
más cómodo, y a los cinco minutos se repite el ejercicio.
Ejercicio de respiración XII: Otro modo de respirar que ayuda a la
relajación y a la concentración es la respiración alterna. Se utiliza la
mano derecha, apoyando el dedo índice y el medio sobre la frente. Se
tapa el orificio derecho de la nariz con el pulgar, y se inspira sólo por el
orificio izquierdo. Se retiene brevemente el aire. Se abre el orificio
derecho, se tapa el izquierdo con el dedo anular, y se expulsa el aire
por el orificio derecho. Después de repetirlo varias veces se hace al
revés: inhalar por la derecha y exhalar por la izquierda.

Atención sucesiva: Este ejercicio suele ser ideal para completar la


relajación que no se alcanzó con los ejercicios de respiración.
Consiste en recorrer todo el cuerpo, prestando toda la atención a
un órgano por vez. Es importantísimo advertir que no se trata de
«pensar» en ese órgano, de imaginarlo o de visualizarlo. Se trata
precisamente de «sentirlo», de percibirlo median~ te la sensibilidad.
Es experimentar las sensaciones de cada órgano con tranquilidad,
sin juzgar si esas sensaciones son buenas o malas, pero procurando
que ese órgano se relaje, se distienda. Conviene hacerlo más o
menos en este orden: mandíbula, pómulos, garganta, nariz, ojos,
frente (y todos los pequeños músculos del rostro que podamos
percibir), cuero cabelludo, cuello y nuca, hombros. Se sigue con el
brazo derecho, la muñeca y la mano derechas; el brazo izquierdo, la
muñeca y la mano izquierdas. Luego se recorre la espalda. Siguen:
pecho, estómago, cintura, caderas, pelvis, nalgas, genitales, pierna
derecha, pierna izquierda, pie derecho, pie izquierdo. La clave está
en detenerse, sin prisa, en un solo lugar cada vez, sin estar con la
imaginación en otro órgano o en otra idea, hasta que sintamos
que en todo el cuerpo hay un mismo tono. No hay prisa alguna. En
cualquier punto del cuerpo deberíamos captar alguna sensación (peso,
calor, ardor, placer). Ninguna parte de la piel es insensible, aunque
se trate de sensaciones muy sutiles.
Finalmente, es importante tratar de captar la totalidad del organismo,
tomando consciencia del cuerpo entero y sintiéndolo durante un
largo rato.

Ejercicio de encuentro: Para aprender a detenernos es importante


hacer un ejercicio que ayude a percibir mejor las cosas y el
mundo. Concentrarnos en un solo objeto: un ladrillo, una fruta, una
pelota, una plan~ ta, etc. Y detenernos sólo a mirar sus detalles, sus
colores, pero sin pensar en nada. Sólo percibir esa realidad como si
fuera lo único importante del universo.

8
Percepción de detalles: Se pueden usar todos los sentidos: cerrar los
ojos, y detenerse a tocar, a percibir con el tacto la forma, la
temperatura, la textura del objeto, todos sus detalles; o a oler los
perfumes; o a escuchar un sonido. Una cosa por vez, pero sólo
percibiendo, sin pensar en nada más, como acariciando, rozando con
ternura.

Nombrar: Cuando la dispersión es muy grande, podemos comenzar


contemplando, uno a uno, los objetos que tenemos cerca, y
nombrándolos: «ventana, cortina, lápiz...». Luego, al contemplar cada
objeto, también se pueden nombrar sus colores, su forma, sus
detalles, sin distraerse pensando en otras cosas. También se pueden
nombrar, uno a uno y lentamente, los sonidos que se escuchen.

Autoconsciéncia corporal: Esto puede hacerse también con cada parte


del cuerpo tomando consciencia de que es parte del propio ser: mirar
cada dedo y decir: «Este dedo es mío»; mirar la punta de la nariz y
decir: «Esta nariz es mía». Lo mismo con cada rodilla, cada pie, etc.
Luego, mover un dedo y decir: «Estoy moviendo mi dedo»; mover los
hombros y decir: «Estoy moviendo mis hombros», «este movimiento es
mío», etc. En cuanto al tacto, lo que mejor podemos experimentar
es nuestro propio cuerpo. De hecho, cuando estamos tocando un
objeto, es importante tomar consciencia no sólo del objeto, sino
también de la mano y sus sensaciones al tocar ese objeto. Nuestra
fragmentación no viene sólo de perder contacto con el mundo
externo, sino también de perder contacto con nuestras sensaciones
y vivir el propio cuerpo como algo extraño.

Memoria: Otra manera es tomar un objeto, mirarlo bien, tocarlo


detenidamente, y luego cerrar los ojos tratando de recordar cada
detalle.

Vivir: Esta detención debería experimentarse en las distintas


actividades. Al comer, por ejemplo, detenerse sin prisa a masticar
lentamente y muchas veces cada bocado, percibiendo el sabor con
toda la atención. Además del sabor, se puede percibir detenidamente
la textura, la temperatura, el perfume de lo que se está comiendo.
También se puede mirar cada bocado antes de tomarlo: su color, sus
formas. Lo mismo al tomar un té o un café. Hay muchas otras cosas
en las que podemos detenernos y así vivir una maravillosa
experiencia: regar una planta percibiendo todas sus formas y detalles;
contemplar los árboles, tocarlos, abrazarlos; sentir que cada
cosa de la naturaleza es sagrada, porque es regalo de Dios; gozar
de la luz, del sol, de los diferentes colores; percibir el calor, la
caricia tibia del aire, o detenerse a percibir la brisa fresca, el cielo, el
infinito azul...
También es bueno detenerse a percibir la propia casa, el lugar
donde uno vive, con todos los detalles; cocinar sin prisa amando
las verduras y los distintos elementos que se utilicen, amando el agua,

9
amando la sartén; la lectura de una poesía, dejándose llevar por las
imágenes que describe; estar con un amigo, dialogar; trabajar, hacer
algo; despertar en otra persona una sonrisa; percibir la música, las
canciones tan diversas, los distintos ritmos, el timbre peculiar de una
voz; la relajación de los músculos o la intensidad de la gim~ nasia;
escribir, expresar el interior; las flores, sus perfumes y colores; la
simpatía de los animales y los variados misterios de la naturaleza;
tocar un instrumento; bailar; apreciar los lugares públicos, explorar un
parque, una plaza, un lago; apreciar la obra del ser humano: las casas,
los automóviles; mirar sin prisa fotografías de lugares bellos, como si
estuviéramos allí; dibujar libremente, modelar lentamente en arcilla;
limpiar, arreglar o modificar un lugar, amando cada objeto que
limpiamos o colocamos; percibir con calma el propio organismo
viviente: las manos, sentir la sangre que corre, los ojos, los pies.
Estas y muchas cosas más son maravillas que pueden hacernos
felices si sabemos detenernos, si nos dejamos cautivar por ellas, si
abandonamos todo esfuerzo inútil y nos dejamos llevar. No hace falta
más para ser feliz.
Algo que tiene un valor especial es sentir los pies en la tierra, caminar
percibiendo esa sensación de contacto y de seguridad:

Claves para vivir en plenitud


Detenerse para recuperar el gozo
«A través de tus pies, la tierra viva se comunica contigo y tú te comunicas
con ella. Ellos te librarán en muchas ocasiones de tu mente confusa y
atiborrada de ideas. Los pies son tu presente vivo. El aquí y ahora. Ese
presente que se te escapa, escurridizo como un pez, está en la experiencia
de tus pies. Ellos te dicen la verdad, que estás aquí. Su presencia sentida
(no imaginada) te recuerda amablemente que no te entretengas más con
las torturadoras ideas sobre el pasado ni con preocupaciones sobre el
futuro. Gracias a tus pies puedes hacerte más fuerte»z.
De hecho, cuando una persona está emotivamente alterada, es importante
que perciba el contacto con la tierra que la sostiene y da firmeza. En
momentos de gran ansiedad y nerviosismo, puede ser muy sano
acostarnos en el suelo y sentir el contacto con la tierra, o al menos
sentarnos y sentir el apoyo del respaldo de la silla, experimentando
que estamos firmes, sosteni~ dos, que no estamos volando perdidos en
la estratosfera.
Sonidos: No hay que olvidar los sonidos, como bien lo manifiesta
el siguiente texto:
«Con los años, los sentidos del maestro se habían enriquecido. Esto
sucedía por una razón muy convincente. Los hombres ya no escuchan
nada, salvo lo que esperan escuchar, como el teléfono, el ruido de unas
monedas, o una voz que aguardan oír con ansiedad. Así, no escuchan el
ruido de una flor que cae en el agua, las alas de una mosca, el viento
distante, el grito de una gaviota, el canto de un pájaro, el llanto de un
bebé, la risa de un hermano, la nieve cayendo y muchas otras cosas. El
maestro, en cambio, no esperaba escuchar nada. Simplemente oía todo, y
nada le causaba tensión. Sin duda, sus viejos tímpanos debían estar más

10
atro
2
Ib, 26.
fiados que los de un hombre de treinta años. Sin embargo, el maestro oía
más» 3.

También puede ser la repetición de un sonido o de una palabra, sin


detenernos en su sentido, sino solamente en el sonido que nos
envuelve, nos penetra.

Las tres listas: Si varios días seguidos nos sucede que no podemos
detenernos ni concentrarnos porque nos preocupan las cosas que
tendremos que hacer después, y tememos olvidar algo, entonces la
ansiedad está ganando la batalla. Lo mejor es detenernos un
instante y hacer tres listas de lo que tendríamos que hacer las
próximas dos semanas. En el primer papel escribimos las cosas
más importantes, urgentes, necesarias, aquellas que no pueden
olvidarse. En el segundo papel escribimos las cosas que serían
importantes, pero no son urgentes; pueden esperar unos días. En
la tercera lista escribimos las cosas que nos gustaría hacer, pero
que no son necesarias y pueden esperar más tiempo. Colocamos
las tres listas en el escritorio, una sobre otra, y encima de todas
la primera. Las cubrimos con un pisapapeles y nos dedicamos
inmediatamente a una sola cosa de la primera lista con toda la
atención y con todo nuestro ser. Esta capacidad de precisar
nuestros objetivos, de jerarquizar su importancia y de no
postergar las decisiones más importantes, nos permite
detenernos ante la vida sin complicaciones mentales.
- Consciencia de la ubicación: Tomar consciencia del lugar
donde estamos. Detenernos a contemplar la ha
' L. CnaaicaN, iKiai! Grito demolidor, Río de Janeiro 1998, 8-9.

bitación, después imaginar la casa entera, con todos sus detalles. Luego
elevarnos e imaginar la calle, detenidamente. Más tarde, sin prisa,
detenernos en los detalles del barrio y observarlo entero desde arriba. A
continaución la ciudad, la región, la provincia, el país de norte a sur,
el continente, el planeta, el cielo ilimitado, como si estuviéramos
saltando y danzando por todas partes. Finalmente, poco a poco,
volver a descender hasta llegar al lugar donde estamos. Sentir
gratitud por ser parte de este mundo inmenso y maravilloso, porque
este mundo nos ha recibido y nos ha ofrecido un lugar. Esta sensación de
arraigo ayuda a debilitar la ansiedad y nos permite estar agradecidos
donde estamos.

Gozar imaginando: Al igual que en el ejercicio anterior, algunas veces


(no habitualmente) puede usarse la imaginación para detenerse en algo
bello y así liberarse de algunas sensaciones amargas que han

11
quedado pegadas al alma. Por ejemplo: En una postura cómoda,
con los ojos cerrados, quizá antes de dormirnos, imaginamos un lugar
bello, tal vez un bosque de grandes árboles. Nos acercamos a un árbol
que nos guste, lo rodeamos con los brazos, lo apretamos con fuerza,
sentimos su perfume, experimentamos que nos llena de fuerza y de
paz. Luego caminamos, sintiendo la tierra bajo los pies, hasta que
nos detenemos en una cascada, respiramos profundo y escuchamos el
rumor del agua. Después entramos en una cueva tibia y perfumada,
nos dejamos invadir por la calidez del lugar, nos acostamos sobre la
tierra también tibia, tocamos la tierra con la palma de las manos
mientras seguimos escuchando el rumor de la cascada y sentimos
el aroma de los pinos. Luego seguimos caminando lentamente y nos en
contramos con el mar luminoso, hasta que cae la tarde y gozamos de la
calma, percibiendo el perfume del mar y la caricia de la brisa.
Estas imágenes bellas y agradables, aunque no sean reales, influyen
verdaderamente en el equilibrio psicofísico. Pero la clave está en
encontrar imágenes que despierten agrado, que hagan sonreír, que
dejen satisfecho el corazón. Si lo que se imagina es una relación sexual
que deja a la persona triste o insatisfecha, entonces sus efectos serán
dañinos, y no conviene dedicar ni un minuto más a esa imaginación. En
algunas ocasiones, es más conveniente imaginar espacios amplios,
azules y luminosos, que refrescan; en otras ocasiones conviene
imaginar espacios más cerrados, pequeños, de tonos verdes y con
poca luz, para relajarse más. Otras veces será necesario ampliar
nuestra perspectiva, imaginando el cielo inmenso, sin límites,
expandiéndonos en él hasta sentir un estado de totalidad y de infinitud.
Cada uno ha de encontrar lo que más le conviene de acuerdo a los
efectos que perciba en su interior. Veamos otro ejemplo:
«Imagínese un trozo de alga, de color verde oscuro brillante, frondosa,
flotando en lugares poco profundos. Bolsas de aire
la mantienen a flote y le permiten mecerse arriba y abajo. Mientras flota,
cambia de forma, arrastrada de aquí para allá
mientras las corrientes se arremolinan debajo de ella, tirando de ella,
torciéndola, estirándola... Ahora, imagínese a sí mismo como un trozo de
alga. Note lo flácido que siente su
cuerpo, sus brazos y piernas extendidos llevados suavemente hacia atrás
y hacia delante. Sienta la ola pasando debajo de
usted, elevándolo cuando se levanta y bajándolo cuando se hunde, pero
siempre manteniéndose a flote. Sienta su cuer
po cediendo al movimiento del agua»'.
° R. A. PAYNE, Técnicas de relajación: guía práctica, Paidotribo,
Barcelona
19963 , 236.
Claves para vivir en plenitud
Detenerse para recuperar el gozo
Estos y otros ejercicios tienen como finalidad el sacarnos de las
ideas fijas de nuestra mente, haciéndonos tomar contacto con el
propio cuerpo, con la vida, con la realidad externa. Así nos relajan,

12
nos liberan de la ansiedad o del nerviosismo por estar encerrados en
un problema o en una molestia. De este modo, pueden llegar a sanar
algunos desequilibrios psíquicos que hacen daño al organismo. Por
eso pueden ayudarnos a debilitar una enfermedad agravada por nuestra
tensión psicológica. Pero fundamentalmente, estos ejercicios nos
permiten percibir mejor todo lo bueno que nos rodea; nos ayudan
a«gustan> de la vida en medio de las dificultades, dolores o carencias.
Así nuestras molestias dejan de ser lo único que nos interesa y
pasan a ser sólo una parte de la vida que no nos impide «vivir».
Es bueno comenzar el día empleando cinco minutos en alguno de
estos ejercicios. Podría pensarse que no es necesario, si uno acaba
de descansar. Sin embargo, la ansiedad puede apoderarse de las
personas desde los primeros minutos de la jornada, y envenena la vida
des~ de el comienzo del día. Por eso, un ejercicio que nos relaje
desde el inicio nos permite comenzar el día con una actitud más
distendida y serena. Eso no significa que tengamos menos
vitalidad; todo lo contrario, ya que las personas ansiosas ni siquiera
se reponen adecuadamente durante el sueño, y se levantan con la
cabeza embotada. Entonces, unos ejercicios de respiración al
comienzo del día, ayudan a oxigenarse adecuadamente y a despejar
la mente. De ese modo, se vive mejor, con más atención en cada
cosa que se haga y por lo tanto con más intensidad.
5. Sugerencias varias
~hora desarrollaremos más ampliamente este tema, pre
~ , ntando todo tipo de sugerencias que nos ayuden a <<<letenernos»
de diversas maneras. También indicaremos ,le qué modo es posible
superar algunas dificultades que ,(, nos presenten en este camino.

Entregarse al momento

Los ejercicios que propusimos son sumamente útiles, pero no


lograremos practicarlos si primero no tomamos la decisión de
detenernos.
Cualquier cosa que nos interese conseguir requiere detenerse.
Curarnos de una enfermedad, superar un defecto, hacer una obra
valiosa. Todo lo que sea importante para nosotros requiere que nos
detengamos un poco. Por eso, esta actitud es indispensable.
Si logramos descubrir lo importante que es detenerse para vivir bien
y sanamente, entonces tomaremos la decisión de iniciar este
aprendizaje y ese será el comienzo de la restauración de nuestra vida
dañada.
Todos sabemos que masticar lentamente y muchas veces cada
bocado es una de las claves para la buena salud. Pero las personas
ansiosas se lo repiten a sí mismas una y otra vez y sin embargo
siguen comiendo deprisa. Sólo cuando enferman y les angustia su
enfermedad puede suceder que tomen la decisión de masticar más y
más lentamente.
La clave está en decidir «ahora» detenerme en este plato que tengo

13
delante, y masticar muchas veces cada bocado, percibiendo el sabor
de Io que como, degustan
Claves para vivir en plenitud
Detenerse para recuperar el gozo
do bien y advirtiendo los cambios del sabor mientras mastico; dejando los
cubiertos a un costado mientras saboreo un bocado y no volviendo a
tomarlos hasta que haya masticado bien y tragado el bocado
anterior. Si lo hago una vez, si lo hago esta vez, es posible que descubra
lo bueno que es y después vuelva a realizar lo. Algunas personas
lo han logrado colocando una pequeña nota al lado del plato de
comida, o en la copa, donde esté escrito algo así: «Mastican).
«Lentamente». «Sin prisa». «Disfrutar con calma».
La decisión de hacerlo «ahora», esta vez, puede ser el impulso
inicial para que luego lo repita y finalmente adquiera el hábito de
detenerme a masticar bien.
Después, es posible que aprenda a detenerme también en otras cosas de
la vida.
Disfrutemos de un valioso texto que nos muestra cómo la ansiedad se
convierte en un problema con el tiempo:

aA causa de una tremenda preocupación por el tiempo, no nos damos


cuenta de lo estupendos que somos, a pesar de nosotros mismos. El
radar de la consciencia es un foco de problemas. Siempre está a la
escucha de cualquier variación del medio que pueda resultarnos
desastrosa. Nuestra atención consciente está continuamente preocupada
con el tiempo y la planificación, con lo que ha sido y con lo que será.
Como su función es percibir problemas, se crea en nosotros la percepción
de que el hombre ha nacido para preocuparse. A causa de esa
preocupación con la atención consciente, ignoramos lo maravillosamente
que estamos aquí; cómo, durante la mayor parte del tiempo, nuestros
órganos físicos están en fantástica relación armónica, y cómo nuestro
cuerpo está en relación con el medio físico a través de toda clase de
respuestas inconscientes. Si fuéramos conscientes de todos los
procesos de ajuste que se dan espontánea y subconscientemente en
nuestro organismo, nos encontraríamos
en medio de una gran orquesta. Pero eso sólo sucede de vez en cuando.
La experiencia mística no es nada más que ha
cerse consciente de la verdadera relación física con el universo. Uno se
maravilla y conmociona con la percepción de
que lo fundamental y subyacente a cualquier otra cosa que suceda en el
mundo es un estado de increíble felicidad»'.
Cuando alguien adquiere una verdadera habilidad que le hace feliz
es porque ha dejado de preocuparse por lo que sucederá después,
por el éxito o el fracaso, por la mirada de los demás, el aplauso o los
sentimientos de los otros. También se olvida de lo que sucede
alrededor, ha renunciado a distraerse con otras cosas porque
sólo le interesa la expresión de su arte. El artista ha logrado estar
sólo en lo que hace, entregándose de lleno a lo que está
realizando.

14
Entonces el cantante, en lugar de cantar, es cantado por la
canción, el narrador es tomado por la historia o el poema que
recita, un deportista se deja atrapar fascinado por el mundo de
relaciones que se establece en el juego. Y entonces todo
sucede de modo natural, todo fluye, sin dolor ni miedo. Es ese
presente lo que cuenta, y nada más.
Cuando es así, la persona confía en ese dinamismo que se ha apoderado de
todo su ser y deja que todo suceda, que fluya, que corra. Vive un momento
sagrado porque acepta eso que Dios le está ofreciendo ahora.
Evidentemente, cuando uno ha logrado cierta destreza en una tarea,
esto se hace más fácil; pero también es cierto que la destreza será
mayor cuanto más nos liberemos del temor y de las
distracciones externas.
Nunca terminaremos de desarrollar una habilidad si no llega el
momento en que nos entreguemos completa
' A. Wnrrs, La vida como jueqo, I<airós, Barcelona 1991', 29-30.

Claves para vivir m plenitud


Detenerse para recuperar el gozo
mente a esa actividad porque sí, y nada más que porque sí. Es lo
que sucede en varias formas de lucha oriental, donde la persona
pierde el temor cuando da todo de sí, y al mismo tiempo puede dar
más de sí a medida que pierde el temor.
En esta «entrega» uno se olvida también del reloj, como si el tiempo no
pasara, y no interesara. Entonces no realiza las cosas
mecánicamente, pensando en otra cosa, sino que se encuentra,
toma contacto con lo que está haciendo y dejan de afectarlo las
locuras de la mente:
«A mayor atención, mayor captación del momento en toda su
gloria y desnudez, mayor aprendizaje existencial, mayor
compenetración desde la lucidez y no desde la mecanicidad.
Al estar atentos, permanecemos en la energía penetrativa del
observador, más inafectados, más claros, más fluidos. La
mecanicidad es muerte, oscuridad, división. La atención es vida,
claridad, integración»6 .
Las grandes obras, las genialidades del arte, las mejores creaciones
del hombre, han surgido en momentos receptivos, cuando alguien se
ha dejado tomar, se ha dejado poseer completamente por algo bello,
por algo noble, por algo sublime. En esos momentos, uno ama lo
que hace. Cualquiera puede ser feliz y fecundo si en todo momento
ama lo que está haciendo, y sólo eso.
Pero es un error creer que sólo es posible detenerse ante la pura y
bella naturaleza: el murmullo de un arroyo, los colores de un atardecer
en el lago, el azul de las montañas. Eso es sólo una parte de la
realidad.
Podemos detenernos y tomar contacto con cualquier cosa, incluso
con las calles de una ciudad, con los ladrillos, con las antenas. No
hay que contraponer la na
' R. A. CALLE, Serenar la mente, Edaf, Madrid 2000, 83-84.

15
ii ' ileza a la obra del hombre. Porque si existe en la tie^
i un ser que tiene una creatividad y una capacidad de
,>nstruir, significa que eso también es bueno. Y también iiia ciudad
desordenada y pobre tiene su secreta her~ nosura y su misterio que
atrapa, si aprendemos a detei iernos en ella, en sus detalles, en su
vida.
En esta atención que apacigua la mente entran todos os sentidos.
Cuantos más sentidos intervengan, menos posibilidades de
dispersión tendremos, más nos concentraremos en el momento
presente, y la experiencia que vivamos será más integradora e
intensa.

5.2. Ni forzado ni dormido


La auténtica actitud de «detenerse» es una combinación de precisión
y atención concentrada, con fluidez, libertad, elasticidad, dinamismo.
Se trata de prestar atención a algo tratando de captarlo lo más
perfectamente posible. También puede tratarse de captar un dolor
interno y de precisar exactamente cómo es, intentando penetrarlo a
fondo hasta localizarlo perfectamente y ponerle un nombre.
Pero esto no debería ser un esfuerzo violento, sino una experiencia
pacífica. En este intento, no interesa si aparecen distracciones, ideas,
sensaciones. Si aparecen, se las detecta con claridad, como quien las
observa desde fuera, y se las aparta dulcemente. Porque el objetivo
no es hacer un trabajo perfecto, sino entrar en un estado de
comunión, de contacto, de encuentro profundo con la vida. Y esas
sensaciones y pensamientos que se cruzan son parte de la vida que
fluye. Si uno se irrita con las distracciones o con los sentimientos
que lo distraen, no alcanzará la paz, y el corazón se alterará más
todavía. Veamos cómo lo decía un maestro místico del siglo XVIII:
«Hay que buscar esta paz con diligencia, pero sin afán excesivo. Será fruto
de la paciencia más que de numerosos esfuerzos. Si hicieras un esfuerzo
muy grande para adquirir este santo reposo, ese esfuerzo sería precisamente
lo que más te alejaría de él»'.
Todo puede ser disfrutado, consciente de cada paso. También
cuando aparto un pensamiento para que no me lleve a la superficie,
ese acto ha de vivirse serena y gozosamente. Es parte del camino de
liberación. En lugar de rechazar lo que se cruza, más bien estemos
atentos a todo lo que vamos sintiendo, a las señales que nos va
enviando el cuerpo.
La atención debe ser clara, pero dulce; ha de ser aguda, pero sin
juzgar, sin sacar conclusiones. No es algo que se fabrica, sino algo
que se vive, se descubre, se palpa con gozo, se siente.
Si uno advierte prisas psicológicas, debe ayudarse con la imaginación
o con la voz, y decirse a sí mismo susurrando con dulzura y mucho
cariño: «Calma, calma». En cambio, si uno se agrede a sí mismo por
ese nerviosismo, más incómodo e inquieto se pondrá.
Normalmente se requiere un cierto esfuerzo para evitar que el cuerpo

16
se desmorone, que los hombros caigan hacia delante, que la espalda
se arquee o que algún músculo se ponga rígido. La adecuada posición
del cuerpo debe mantenerse siempre, y es necesaria también para
que el encuentro con Dios sea vivido con respeto y atención:
,
Sentarse bien representa el primer momento inmediato a la oración y es
parte del estar. Aprender a sentarse bien es, en el fondo, un momento
ascético que requiere un calculado esfuerzo amoroso para una mejor
organización de nuestro diálogo corporal y mental con Dios»n.
' A. DE Lonneez, Práctica de la paz interior, Buenos Aires 1987, 7 .
También es necesario aceptar el entorno, para lo cual puede ser
importante prestarle atención un momento: percibir los objetos, los
colores, la temperatura, los olores. Aceptar todo, y luego detenerse
largamente en una sola cosa.
El budismo ofrece una enseñanza semejante cuando dice que la
meditación es una combinación justa de reposo y de tensión: el hilo
no debe estar demasiado tenso ni demasiado flojo. No se trata de una
relajación total, que nos lleva a dormirnos. Se trata de «soltarse»,
pero sin perder cierto control sobre la mente y el cuerpo.
Tampoco hay que obsesionarse por lograr una concentración total,
porque esa obsesión nos puede llevar a distraernos todavía más y a
confundir la oración con un ejercicio de control mental.
Hay que aceptar serenamente cierta dispersión, con el cariño y la
calma de la madre que cuida a su hijo amado y cada tanto tiene que
volver a traerlo cerca de sí, pero con ternura y delicadeza.
Actuando de este modo, si alguien nos interrumpe cuando estamos
en oración o concentrados en un trabajo, esa interrupción no nos
altera. Eso sucedería si la oración fuera una introspección, un puro
ejercicio de relajación, o un momento de descanso mental. En esas
situaciones sí nos perturba que nos interrumpan, porque estamos
demasiado «flojos» y no soportamos ninguna tensión ni exigencia
externa. Pero si la oración es un momento de actividad espiritual
donde estamos bien despiertos, plenamente presentes, y
conscientes del amor de Dios, entonces cuando alguien o algo nos
interrumpe podemos actuar o responder con normalidad, serenamente,
y luego volver a la oración sin dificultad. Por eso enseñaba san
Francisco de Sales que hay que tomar con sencillez los momentos
de oración: así como uno puede estar charlando con alguien, pero
puede interrumpir esa conversación para toser, escupir, etc., sin que
eso signifique olvidarse del otro ni arruinar el encuentro, lo mismo
sucede, y con mayor razón, cuando estamos en la presencia de Dios 9 .
n
N. CABALLERO, La ventana entornada, San Pablo, Madrid 1998, 41 .

5.3. Acallar las palabras


Cuando uno está ante una persona, un paisaje, un objeto o una tarea,
tiene que tratar de acallar el exceso de palabras que aparecen en su
interior. Cuando digo «palabras» me refiero a pensamientos, ideas,
recuerdos, razonamientos. Esas palabras mentales que van y vienen
nos trasladan a todas partes y no nos permiten fijar toda nuestra
atención en esa persona o en esa realidad que tenemos de frente.

17
Hay que lograr, poco a poco, que en la mente haya pocas palabras, o
una sola, que haya pocas ideas, pocas imágenes. Así estaremos
completamente disponibles para esa persona o para esa cosa que está
ante nuestros ojos.
Lo mismo hay que decir de la oración. Orar no es llenar a Dios de
palabras, sino depositar en él nuestra mirada atenta y amante. Si
hablamos con él sobre algo, lo haremosos de tal manera que sea Él el
más importante, el que más nos interesa en ese momento. Por eso
dice el evangelio: «Al rezar, no os convirtáis en charlatanes como los
paganos, que se imaginan que serán escuchados por su mucha
palabrería» (Mt 6,7). Lo que Dios quiere es que nuestra mente y
nuestro corazón se detengan serenamente en su presencia, y para eso
las muchas palabras suelen ser un obstáculo, una distracción
permanente, una evasión continua.
' Cf FRANCISCO DE SALES, Tratado del amor de Dios, VI, 10.
Jesús elogió a su amiga María, que simplemente se sentó a sus pies: «María
ha elegido la mejor parte» (Lc 10,42). Pero el Señor reprochó a Marta,
que hacía muchas cosas buenas, pero no se detenía a prestarle
atención.
Jesús nos podría decir «¡Marta, Marta!» no sólo cuan(lo nos desbocamos
en la fiebre de la actividad, sino también cuando nuestra mente está
tan llena de pensamientos desenfrenados que no podemos detenernos
gozosamente en su presencia.
A veces la mente está tan alocada que no hay ejercicios que puedan
serenarla. Entonces es necesario lograr al menos que nuestro yo más
profundo no se deje apabullar por esa palabrería interior, y que no se
identifique con esa mente superficial. Es útil decir: «Yo no soy esos
pensamientos»; «Yo soy más que esa multitud de palabras»; «Yo no soy
ese desorden mental»; «Yo no soy esa idea inútil»... De este modo, la
mente puede seguir dispersa, mientras el yo profundo se distancia de
ella sin dejarse perturbar, como si la mirara desde arriba, como un padre
paciente que contempla con ternura a su niña inquieta.
Pero hay algunos ejercicios que pueden hacerse en la oración para
frenar un poco esa palabrería que da vueltas y vueltas por la mente, y
que nos hace superficiales en la oración y en la vida. Propondré
como ejemplo la llamada oración «en lenguas». La Biblia nos habla de
esta especie de oración. ¿De qué se trata?
San Pablo explica que se trata de una forma de expresión que sirve
sólo para comunicarse con Dios, y no para comunicarse con los
demás, porque no pueden comprenderlo (cf I Cor 14,2). Pero además,
la misma persona que usa esta forma de expresarse no puede
comprender con su mente lo que dicen sus palabras (1 Cor 14,14).
Sin embargo, esta oración produce frutos, edifica realmente a la
persona (1 Cor 1 4,4), y en su espíritu es una verdadera oración,
aunque la mente no comprenda (cf 1 Cor 14,14).
¿Qué significa esto? Que a veces, cuando nos entregamos a la
oración, el Espíritu Santo puede regalarnos una experiencia de
profunda comunicación con Dios y de liberación interior: Nos permite
expresar lo que hay en lo profundo del corazón sin tener que usar
palabras comprensibles, sin necesidad de formar frases o buscar

18
palabras adecuadas. De hecho, es lo que sucede cuando suspiramos,
cuando lloramos, cuando gemimos, etc. A veces en los procesos
terapéuticos se produce una experiencia semejante, con efectos
notablemente liberadores. Veamos un ejemplo:
«Durante una sesión animé a Cindy a relajar un poco su mandíbula, de modo
que pudiera empezar a emitir sonidos en respuesta a una pieza de música...
Con mi estímulo, los sonidos de Cindy se iban haciendo más y más fuertes,
mientras seguía la música y se desinhibía cada vez más... La alenté a continuar
hasta que el sonido sonara lleno y se expresara desde lo más profundo de su
ser».
10
C. Br.nMocK, Las voces del cuerpo, Desclée de Brouwer, Bilbao 1999, 72-73.
Alguna vez es necesaria esta liberación de las cosas profundas del
corazón en la presencia de Dios, independientemente de las palabras
y de la mente. ¿Cómo se logra?
En primer lugar, pidiendo al Espíritu Santo que nos ayude a«gemir» en
nuestro interior (cf Rom 8,15); pero también intentando expresar lo que
hay dentro de nosotros con una melodía, con una sílaba repetida, con
un gemido audible, con una canción que poco a poco va perdiendo la
letra y se va convirtiendo en un tarareo. Dejando que una melodía
espontánea brote sin esfuerzo, con espontaneidad, sin controlarla
demasiado. Y sobre todo, cargando esos movimientos de nuestra voz
con aquellas cosas, agradables o dolorosas, que guardamos dentro,
con todo aquello que necesitamos expresar y nunca hemos logrado
manifestar del todo en la presencia de Dios.
La palabrería interior no sólo empobrece nuestra oración; también
empobrece toda nuestra vida, nos quita profundidad en todo lo que
experimentamos, pensamos o hacemos. El exceso de palabras
interiores nos mantiene en la superficie de las cosas, nos hace volar
como mariposas de una cosa a otra, de un pensamiento a otro, y no
nos deja entrar en la profundidad de nada.
Atendamos a la siguiente paradoja: el constante fluir de imágenes y
expresiones en nuestra mente, hace que en realidad no tengamos
muchas ideas grandes y profundas, porque desgraciadamente nos
hemos quedado con dos o tres ideas fijas que mueven toda nuestra
vida, mientras la mente está distraída en mil pensamientos
superficiales:

«La aparente diversidad de contenidos de la mente, en realidad corresponde


a unas pocas y sencillas categorías; pensamientos mezquinos, de temor, de
enfado, de deseo de planificación, recuerdos y cosas así. Actuamos de
determinado modo porque tenemos ciertos pensamientos que se han
convertido en algo habitual a lo largo de la vida, formas esquemáticas de
pensar y percibir...»".
Por eso, la persona que vive en una permanente dispersión
interior suele tener un espíritu muy pobre, una perspectiva muy
pequeña de la vida. Pero esa pobreza no simplifica la existencia,
porque las pocas ideas que dominan la vida son obsesivas y
cerradas. En cambio, cuando nos liberamos de la palabrería
interior y aprendemos a detenernos ante la vida, podemos captar
la realidad con más riqueza, descubrir muchas cosas bellas, entrar

19
poco a poco en una profundidad mucho mayor. Podemos captar mejor
la variedad del universo, con más amplitud y libertad.
Al repetir una sola palabra, nos liberamos de una multitud de
resonancias mentales y entramos en armonía con ese sonido, lo
que nos permite ampliar la consciencia, que ya no está atada a los
significados limitados de las palabras, y no se siente obligada a
esquematizar lo que vive:
«Las palabras normalmente se utilizan para transmitir información, pero
en muchos rituales religiosos, las palabras se usan musicalmente,
únicamente por el sonido. De esta manera uno puede liberarse a sí mismo
del encantamiento de las palabras»1 2 .
No es crear un vacío en la mente y anularla. En realidad lo que
sucede es que se trascienden los esquemas mentales superficiales y se
pasa a otro nivel de percepción más fluido, más amplio, más
libre, más abarcativo la mente toma contacto intuitivamente con
lo propio de la realidad, donde hay una íntima armonía en e1
pensamiento, las sensaciones y el mundo externo, donde no hay
división. Así, la mente vuelve a desarrollar su función originaria
y principal, que está al servicio de la armonía de la persona: «La
mente no debe ser dejada de lado, sino unida a un principio
intuitivo superior; naturalizada, vuelta a su función primordial» 1 3 .
" M. Mcl<nv-R FANNING, Técnicas de relajación diaria, Oniro, Barcelona 1998', 63.'2 A. WATTS, o.c.,
35-36.
Uno puede vaciarse de la palabrería y de los razonamientos
inútiles, pero «manteniendo sin embargo una actitud de amorosa
atención a Dios, de tal forma que 1wrmanezca, en la persona que
hace oración, un vacío susceptible de llenarse con la riqueza
divina»". Así se ataca la ansiedad en sus profundidades, porque
se simplifica la multiplicidad que dispersa a la persona.

5.4. Contra la ansiedad


La persona ansiosa quiere tenerlo todo, nunca le basta lo que
posee, nunca está conforme con lo que Dios le regala. Pero ya dice la
Biblia que «ningún hombre lo puede todo» (Si 17,30). Es una gran
sabiduría darse cuenta de eso.
Es cierto que hay que tener sueños y tratar de mejorar, pero
sabiendo que todo tiene un límite, que no somos todopoderosos ni
infinitos. Y lo más importante: que sepamos disfrutar de las
pequeñas cosas que tenemos ahora sin estar pensando en las que no
tenemos.
' L. [ZociiE, Tai Chi, Barcelona 1996, 8.
14
CONGREGACIÓN inRn iA DOMINA o r i n Fr, Carta sobre algunos aspectos de la meditación cristiana,
Ciudad del Vaticano 1989, 19.

Porque muchas veces, luchando por el futuro, nos perdemos el presente.


Nos puede suceder como al hombre rico que nos presenta el
evangelio en Lc 12,16-2 I: ese hombre tenía muchas riquezas, pero no
las disfrutaba porque estaba obsesionado por acumular. Al final,
cuando se sintió satisfecho con lo que tenía, le llegó la muerte y ya no
pudo disfrutarlo.

20
Tú dirás que no te interesa acumular dinero, pero quizá acumules
objetos, amistades, logros, obras que alimentan tu orgullo, o
cualquier otra cosa. Y en esa ansiedad por conseguir ciertas cosas,
no te detienes, no disfrutas de lo que posees ahora. Y la vida se te
va acabando sin vivirla. Por eso terminas debilitándote, llenándote de
angustias tontas.
La palabra de Dios te invita a detenerte en cada cosa, en cada
persona, en cada pequeño placer. Si lo hicieras, para ser feliz te
bastaría el aire, la luz, una flor, un té, una sonrisa, una tarea. Que
no te parezca poco si es regalo de Dios. Por eso dice la Biblia: «Hijo,
en la medida de lo posible, trátate bien» (Si 14,1 1); y también te invita
con ternura: «No te prives de un día feliz» (Si 14,14).
Pero como la mente está llena de proyectos y vive anticipándose a
las cosas, en esa multitud de pensamientos reina una gran confusión, y
nada se hace bien. Si no nos habituamos a posponer lo que pueda
hacerse después, tendremos mil cosas en la mente y no haremos
nada en plenitud.
En definitiva, ninguna técnica podrá liberarnos del desorden y la prisa si
no nos dejamos invadir por la paz del Señor y no amamos esa paz.
Porque hay personas que en el fondo prefieren la ansiedad, el
nerviosismo de miles de tareas. Quieren hacerlo todo porque creen
que eso es vivir. Pero no hacen nada con verdadera calidad, con un
sentido profundo, con verdadero gozo. Es como si vivieran escapando
de algo, quizá escapando de sí mismos en ese desorden. Por eso,
cuando se liberan de alguna dificultad, necesitan encontrar otra. En
realidad temen a la calma, y no valoran la paz. Confunden la paz con el
aburrimiento y la monotonía. Pero no advierten que no hay nada más
aburrido que la prisa permanente, porque así no pueden gozar de
ninguna tarea.
La verdadera paz es una agradable calma que nos mantiene fuertes
y saludables para poder disfrutar intensamente de todo lo que la vida
nos ofrece, incluso del trabajo. Es como llevar dentro del corazón un
inmenso lago de agua mansa y calma en medio de la actividad más
agitada. Dios es ese abismo de paz, pero al mismo tiempo lleno de
vida, de riqueza y de hermosura. Nada de monotonía o aburrimiento.
No olvidemos que la actividad más intensa es la del corazón. Un
corazón lleno de la vida de Dios se siente pleno, fuerte, entusiasta,
aunque esté en medio de un desierto. No necesita un permanente
bullicio o una actividad febril para sentirse vivo. Pero si tiene que
actuar lo hace con todas las ganas sin perder la calma. No está
adormecido. Está bien despierto y atento a la vida, pero domina
siempre la situación porque confía en el poder de Dios. No se hace
esclavo de sus planes; puede seleccionar las tareas y dejar para
después lo que puede esperar. Así, en su existencia reina un orden
lleno de vida.
La ansiedad nos convierte en personas superficiales, porque nos lleva a
pasar rápidamente de una cosa a otra, sin llegar a profundizar en nada.
El corazón ansioso no es capaz de detenerse en nada. No soporta la
quietud. Pero así no puede gustar del sabor más agradable de las
cosas.

21
El evangelio nos muestra a Jesús oculto durante treinta años en Nazaret
(Lc 2,51; 3,23), esperando el momento justo para comenzar su vida
pública que sólo duró tres años. Si él, teniendo tanto poder y
sabiduría, supo dedicarse a las cosas sencillas y cotidianas, entonces
no podemos pensar que todos nuestros proyectos son urgentes e
inaplazables. Podemos aprender de Jesús, imitando su vida en Nazaret,
donde no había prisas ni ansiedades.
La Virgen María, que estaba libre de todo pecado y vivía en la
armonía de la gracia, era capaz de detenerse en cada cosa. Cuenta el
evangelio que ella estaba atenta a todo lo que sucedía con su hijo
Jesús y meditaba esas cosas en su corazón (cf Lc 2,19). Ella no se
quedaba en la superficie, sino que rumiaba la vida, la saboreaba, la
penetraba con la luz preciosa del amor. Es más, el evangelio dice
después que ella conservaba «cuidadosamente» cada cosa en su
corazón (Lc 2,5 1).
Ella no manoseaba los dones de Dios, no tomaba a la ligera lo que
Dios le regalaba o le presentaba. La ansiedad no tenía poder en su
corazón o en su mente, y por eso no pasaba descuidadamente de
una cosa a otra, de una tarea a otra, de un lugar a otro. Todo tenía
su tiempo y su momento.
Por eso podemos pedirle a ella que ore al Señor para que podamos
vivir así nuestra existencia cotidiana, de manera que cada momento
sea sagrado y no estemos saltando precipitadamente de una cosa a
otra. Pidamos al Señor la gracia de ser delicadamente «cuidadosos»
con todo lo que él nos conceda vivir.
5.5. La santa inutilidad

Lamentablemente, nuestro mundo actual fomenta con desenfreno y -


cada vez más- el utilitarismo. Nos invita sólo a hacer cosas útiles, que
produzcan algo tangible. Y este mensaje ha calado tan profundamente
que nos parece natural y normal pensar así.
Es necesario desenmascarar ese falso esquema mental que nos dice
interiormente: «Si eso no tiene alguna utilidad no vale la pena, si eso
no te sirve para ser reconocido y aprobado no interesa».
Pero también es importante ejercitarse, intentando hacer algunas
cosas sólo por el gusto que nos brindan: tomar un libro y leerlo sólo
por el placer de leerlo; escribir un poema, pero no para mostrárselo a
otros y recibir elogios, sino por el solo placer de expresar lo que
tengo dentro.
Dicen que san Francisco se pasó una tarde construyendo una cestilla
de mimbre y luego la quemó ante Dios como ofrenda. ¿Acaso no es
esto un anticipo del cielo? Porque los que creemos en la vida eterna
sabemos que allá no tendremos que preocuparnos por producir nada, y
solamente gozaremos juntos. Lo mismo que en una fiesta, en un baile,
en una celebración. Eso es detenerse.
Qué hermoso es que nos pregunten para qué hacemos algo y
contestemos sencillamente: «Porque sí, porque me gusta». Quizá nadie
nos admire por esa respuesta, pero eso será una alianza con la
vida, un sí a la existencia sana que Dios quiere que vivamos. Al

22
escritor Adolfo Bioy Casares le preguntaron qué le gustaría que
dijeran de él después de su muerte, y él respondió: «Simplemente, que
me gustaba escribir». Esa es una santa libertad.

Estamos tan habituados a tener que producir algo, que nos resulta difícil
gozar de las cosas con receptividad, sin estar buscando algún
beneficio. Por ejemplo, escucho una poesía que me gusta, necesito
copiarla y guardarla, aunque después nunca más vuelva a leerla.
Raras veces me detendré verdaderamente sereno y relajado a disfrutar de
algo, a vivirlo plenamente, aceptando que después no quede nada
que pueda aferrar con mis manos, aceptando que se termine y sólo
me quede dentro el gozo de haberlo vivido, porque sí, porque fue
hermoso. Eso es detenerse.
Pero también está el gozo de aprender. No sólo de aprender «para»:
aprender para encontrar trabajo, aprender para conseguir un ascenso,
aprender para que me aumenten el sueldo, aprender para ser más
famoso, aprender para enseñar a otros... No. Aunque todo eso sea bueno,
hay un placer mayor y más sano: el de aprender sólo por amor a lo
que se aprende, el de aprender por amor a la verdad, por la verdad
misma que merece ser aprendida, por la belleza de lo que se
aprende, por el solo gusto de aprender y tomar contacto con algo
nuevo. Eso es detenerse.
Sólo gozar por el hecho de descubrir algo nuevo, algo que es real
aunque no tenga que ver con mis intereses, algo que es parte de la
riqueza que Dios creó y que yo no puedo dejar de admirar y
agradecer. Eso es detenerse.
No es pura indolencia o abulia. Al contrario. Hay momentos en que la
actividad se vive con un sentido tan profundo, que esa misma
actividad se convierte en una especie de descanso reparador. Vale la
pena que recordemos unas palabras de Gandhi, donde expresa el
profundo sentido que hallaba en todas las actividades, en una suerte
de contemplación activa: «Cuando uno mete la mano en una
palangana o enciende el fuego, cuando escribe interminables
columnas de cifras en una oficina, cuando lo queman los rayos del sol
medio hundido en el
barro de un arrozal, o hunde la pala en la tierra, si en ese momento no
vive plenamente, como si estuviera en un monasterio, entonces el
mundo no tendría salvación».
Pero cuando uno quiere sofocar alguna inquietud, entonces no puede
detenerse gratuitamente, está siempre ansioso, escapando quién sabe
de qué (culpabilidad, necesidad de ser reconocido, miedo a la
muerte, insatisfacciones afectivas). No se da cuenta de que su
liberación llegará cuando aprenda a detenerse. Entonces no será menos
eficaz. Todo lo contrario. Cuando alguien «trabaja sometido a la
tensión de creer que debe tener éxito y sobresalir a toda costa, dicha
tensión consume inútilmente gran parte de sus energías, como
sucedería con un automóvil al que se intentara hacer avanzar con los
frenos puestos»

5.6. Nada es pequeño. Todo es importante

23
Detenerte es la clave para alcanzar tu bienestar personal aun en
medio de muchas limitaciones. Para eso sería importante que
adquirieras la convicción de que cada momento es muy valioso. Este
instante es inmensamente valioso y exige tu entrega total.
Posiblemente, por soñar con algo muy grande que no puedes alcanzar,
has perdido la capacidad de valorar lo que vives, y todo te parece
pequeño, insuficiente, indigno de tus sueños, poca cosa.
' s L. Aucea, Ayudarse a sí mismo aún más, Sal Terrae, Santander 1998'', 86.

Ojalá pudieras convencerte de que esa idea falsa también es un veneno


que te debilita y te mata.
Libérate de la tentación de creer que este momento, esto que tienes
entre manos, es inútil o relativo. Todo lo contrario, es tu salvación.
Entrégate de lleno a lo que la vida te presenta: sea un pequeño
placer legítimo, un trabajo, el encuentro con una persona, la
posibilidad de ayudar a alguien, una tarea manual, un desafío que
tienes que afrontar, lo que sea. Vívelo a fondo, sin entretenerte
pensando en el futuro que deseas, en lo que la vida te ha negado y
quieres alcanzar, en lo que tienes que hacer después, en tus
tristezas y tus proyectos para resolverlos, en el tiempo que pasa y
tus prisas.
El hombre sabio no espera que se den todas las condiciones
adecuadas para sentirse bien, para vivir con profundidad y ser feliz, sino
que sabe vivir con hondura en cualquier situación. El que halló la
profundidad por obra del Espíritu vive esa profundidad en cualquier
circunstancia, no lleva una vida hecha de fragmentos que nunca se
unen.
Vive ahora, deteniendo tu mente y entregándote sólo a esto. Es tu
salvación, porque es tu respuesta a la invitación de Dios que te
llama a la vida presente, así como es, con las características que
tiene, con sus posibilidades, pequeñas o grandes.
Que lo que tengas entre manos sea pequeño, imperfecto o limitado,
no significa que no sirva para nada, que sea inútil o inservible.
Por ejemplo, que el amor de un amigo sea imperfecto o defectuoso,
no significa que sea falso ni que sea puro egoísmo. Es imperfecto,
pero es real. Eso que tienes entre manos, aunque sea imperfecto,
puede abrirte el camino para descubrir y gozar cosas mucho más
bellas y grandes cuando lleguen. Recuerda: si no vives esto que
tienes entre manos ahora, no serás capaz de descubrir, valorar y gozar
otras cosas mejores cuando la vida te las ofrezca. Nada te bastará.
Cuando estás disfrutando algo, o cuando has vivido un buen
momento y te alegres, puede suceder que escuches una especie de
voz interior que te dice: «No, no disfrutes. Eso es poca cosa. No
vale la pena gozar o agradecer esa tontería». Y entonces brota en tu
interior una sensación amarga que hace desaparecer la alegría llena
de gratitud que estabas sintiendo.
Por eso no te conviene escuchar esas sugerencias interiores. No
escuches esas voces negativas, deséchalas, no les dediques tiempo. Son

24
tus enemigas. Cuando aparezcan no les des importancia. Reacciona
a tiempo y repite algo así: «Sí. Este es un buen momento, y vale la
pena. No es la gloria celestial, pero está cargado de belleza. No es
perfecto, pero lleva una chispa de fuego divino en medio de la
miseria. Lo acepto y lo valoro. Gracias, Señor, gracias».

5.7. El placer sagrado

A veces no podemos gozar porque nos autocastigamos, porque nos


sentimos indignos. Quizá porque en la vida no recibimos el amor que
necesitábamos. Tal vez porque cometimos errores que tratamos de
ocultar, pero la culpa ha quedado dando vueltas en el inconsciente.
Entonces nos castigamos a nosotros mismos. No nos consideramos
dignos de gozar sino de sufrir. E inconscientemente alimentamos
enfermedades y sufrimientos. No podemos gozar, no podemos
detenernos a vivir.

Pero ante esta idea dañina tenemos que decirnos a nosotros mismos
con frecuencia: «¡Sí que soy digno! Pero no por mis méritos. Soy digno
de gozar y de ser feliz simplemente porque soy amado por Dios y
porque Él ama mi felicidad».
Veamos cómo aparece esta enseñanza en la Biblia.
Es santa voluntad divina que nosotros disfrutemos, ya que Él «nos
provee abundantemente de todas las cosas para que disfrutemos de
ellas» (1Tim 6,17). Y con qué ternura el Padre Dios nos dice en la Biblia:
«Hijo, en la medida de lo posible, trátate bien ...” (Si 14,11).
Si esa es la voluntad de Dios, entonces yo no iré contra esa santa
voluntad amargándome con mis escrúpulos y sentimientos de culpa o
de pequeñez. Él quiere que yo sea feliz, y por lo tanto le doy gloria
cuando disfruto de la vida.
No es un proyecto divino que yo tenga que sufrir. Su voluntad
directa es mi felicidad. El sufrimiento de sus criaturas es sólo una
permisión divina, no es una decisión directa. Y cuando lo permite, lo
usa como instrumento para producir algo bueno en mí, para
enseñarme a vivir mejor.
La noción bíblica de sabiduría -saber vivir- implica la capacidad de
vivir en plenitud cada instante, sin evadirnos en el pasado ni el futuro:
«Así que no os inquietéis por el día de mañana; que el mañana traerá su
inquietud. A cada día le bastan sus problemas» (Mt 6,34).
«Aleja la tristeza de tu corazón y aparta de tu carne el sufrimiento, porque la
mocedad y la juventud son vanidad. Y acuérdate de tu creador en los días de tu
juventud, antes que vengan los días malos y que lleguen los años de los que
tú dirás: "No encuentro placer en ellos"; antes que se oscurezca el sol y la
luz...» (Qo 11, 10; 12,1-2).
En este último texto, cabe precisar el significado exacto de de la
expresión hebrea hébel («vanidad»), que no tenía un sentido despectivo.
Adquirió este matiz en la traducción griega -pero sobre todo en la
traducción latina vanitas, de donde proviene la traducción española
«vanidad»-. Ese sentido despectivo fue reforzado por la

25
interpretación de Tomás de Kempis, que comienza su Imitación de Cristo
diciendo: «Vanidad de vanidades, todo es vanidad», y lo interpreta así:
«Esta es la suma sabiduría, tender al Reino celeste despreciando el
mundo».
Pero en realidad la expresión hebrea hébel no indicaba la negatividad
de las cosas terrenas ni invitaba a despreciarlas; sólo expresaba su
«fugacidad». Por eso podía usarse adecuadamente para hablar del
vapor o del humo, no porque fueran negativos, peligrosos o
indeseables, sino porque «pasan fugazmente». A eso se debe que, en
el último texto citado, el Eclesiastés diga que la juventud es hébel, y
exactamente por eso la invitación no es a despreciarla, sino más bien
a vivirla sin amarguras ni mal humor, a no desperdiciarla, a gozarla
con todo, pero sin pretender aferrarla. Precisamente, porque acepto
que no podré aferrarla, me detengo plenamente en ella mientras la
tengo.
El Eclesiastés se concentra en la valoración y en el gozo de lo que se
tiene entre manos, antes que se esfume, precisamente porque ese
momento de gozo es don divino, viene de las manos de Dios. Y ante
el Dios que se dona la primera respuesta no puede ser la renuncia,
sino la aceptación gozosa y agradecida de sus dones.
Pero la persona que actúa siempre proyectándose con la mente hacia
el futuro, que siempre hace algo pensando en lo que viene después,
difícilmente puede romper ese ritmo ansioso y vivir un espacio gratuito
y distendido. Eso le impide reconocer y disfrutar los dones de Dios en
el presente.
Por eso la obsesión por el futuro es rechazada por la sabiduría
bíblica: «Vosotros, los que decís: "Hoy o mañana iremos a tal ciudad,
y pasaremos allí el año, negociando y ganando dinero". Vosotros,
que no sabéis qué pasará mañana. ¿Qué es vuestra vida? ¡Sois humo
que aparece un instante y luego se disipa!» (Sant 4,13~14).
El Eclesiastés había desarrollado esta visión negativa basado en una
excesiva preocupación por prever y planificar el futuro (cf Qo 11,1-11),
porque de hecho «nadie sabe lo que sucederá» (Qo 8,7), «no conoce su
hora» (Qo 9,12). Por eso mismo se invita a no guardar la riqueza (cf Qo
5,12-14), ya que la tarea de atesorar para el futuro -en definitiva,
para los herederos- sin gozar del presente está reservada para el
pecador (cf Qo 2,26).
En este mismo sentido, es vista negativamente la fatiga ('ámál) en
cuanto se ordena a un bienestar futuro e impide vivir el presente:
«Más vale un puñado de descanso que dos puñados de fatiga» (Qo
4,6). Porque «de su trabajo no se puede llevar nada consigo» (Qo
5,14). Y ya decían los Proverbios que <da esperanza diferida hace
enfermar el corazón, el deseo satisfecho es un árbol de vida» (Prov
13,12).
También la búsqueda de la sabiduría o de la perfección puede
participar de esta tensión venenosa, y por eso dice el Eclesiastés
que no hay que destruirse pretendiendo ser demasiado justo o sabio
(cf Qo 7,16), ni dañar la salud estudiando en exceso (cf Qo 12,12).
La actitud de estar presente en el aquí y ahora indica una buena

26
integración entre lo corpóreo y lo mental, porque es el cuerpo el
que nos hace estar aquí y no en otra parte16 . La mente acelerada, que
nos lleva siempre mas a delante, que nos saca del presente para pensar
en el futuro, en lo que viene después, en lo que todavía no
alcanzamos, en lo que hay que hacer luego, enferma al cuerpo con esa
tensión. El cuerpo deja de ser «viviente» para convertirse en un
«objeto sobre el cual se habla y se lamenta». Ese cuerpo suele ser
olvidado y expuesto a tremendas tensiones, con lo cual es la vida
misma la que se olvida, y se nos escapa.
Esto suele ser consecuencia de un perfeccionismo que se expresa en un
desbordamiento activista; porque la mente acelerada arrastra al cuerpo
en su desenfrenada carrera hacia la «perfección futura» de una obra, y
así nos impide vivir con sereno gozo lo que hacemos y estar
plenamente donde estamos.
La invitación a vivir el momento presente está íntimamente ligada, en
los libros sapienciales de la Biblia, a una valoración de los pequeños
placeres terrenos que el instante nos ofrece. Pero, contrariamente a esta
orientación sapiencial, muchas personas religiosas viven el placer
como una imperfección, como algo que no da gloria a Dios. Es más,
lo sienten como una especie de «pecado permitido», como algo por
lo cual siempre tendrían que excusarse de alguna manera.
Sin embargo, en la Escritura no está presente esta dicotomía entre lo
espiritual y el placer. Más bien encontramos en la palabra de Dios una
profunda armonía.
' G. RoTH, Mapas al éx(asis, Buenos Aires 1992, 46 (existe edición en España: Mapas para el éxtasis, Urano,
Barcelona 1991 ).
" A. VeRcoTe, La cmasfitu(ion de I'égo dans Ie corps pulsiannel, en G. Fi-opivni_ (edJ, vimensrons de I'exister,
París 1994, 193.

Si Dios ama la felicidad del hombre, entonces también es una


respuesta, un culto a Dios, vivir un momento de felicidad. En este
sentido, el Eclesiastés invita: «Acuérdate de tu Creador en los días de tu
juventud, antes que vengan los días malos» (Qo 12,1). Acordarse del
Creador es simplemente vivir lo mejor posible la juventud como un don
generoso que viene de la mano de Dios.
Es detenerme ante las cosas y ante las personas. Pero si no tengo el
hábito de detenerme ante cada cosa tampoco sabré detenerme ante
las personas. Y si no lo hago ante las personas, tampoco lo haré ante
Dios. Estaré solo, dándoles vueltas a mis pensamientos, mis
problemas, mis recuerdos, mis sensaciones. Yo, yo, yo y mi mente.
Eso es el infierno. El cielo, lo sagrado, es salir de sí y detenerse.

5.8. Detenerse ante Dios


La oración comienza a ser una experiencia gozosa cuando somos
capaces de detenernos ante Dios, hasta que sólo Él sea el
importante, hasta que sea de verdad el único absoluto. Adorar es
estar sólo para él: «Señor, hoy tengo todo el tiempo del mundo.
Nada es urgente, nada es indispensable, nada es absoluto. Sólo Tú».
No hay plena relajación si no hay un encuentro personal con Dios

27
deteniéndose ante Él. Pero no como una energía, un bálsamo o un
poder cósmico, sino como Alguien a quien se puede amar y con
quien se puede dialogar, Alguien en quien uno puede sostener su vida
y entregarse en una respuesta amorosa.
Las demás técnicas de relajación pueden ser buenas y necesarias,
aunque en realidad no sanan ni relajan la identidad profunda de la
persona, porque sólo ayudan a experimentar una armonía psicofísica.
Pero el hombre es más que eso, porque en lo más íntimo de su alma hay
una necesidad de un gran encuentro de amor. Y para eso
nos basta una energía ni una armonía cósmica; hace falta Alguien.
Por eso podemos decir que, en el fondo, la verdadera oración es «un
éxodo del yo del hombre hacia el Tú de Dios», y no «un
espiritualismo intimista, incapaz de una apertura libre al Dios
trascendente»". Es más, el amor a Dios puede ser tan intenso y tan
ardiente que lleve al hombre a renunciar a toda comodidad y a
entregar la vida por Él en el martirio. Si muchos creyentes a lo largo de
la historia han sido capaces de dejarse torturar y matar con tal de no
negar su fe y su amor a Dios, fue porque han sido tocados en su
corazón por el fuego del amor divino. Por eso ellos no buscaron a
Dios en primer lugar para alcanzar un estado de bienestar
psicológico, sino para amarlo y dejarse amar por él en una sublime
amistad.
Hay momentos en que ninguna técnica nos ayuda a relajarnos.
Entonces, lo mejor es detenerse ante Dios. Suele decirse que para
poder orar, primero es necesario relajarse y armonizarse un poco.
Pero a veces sucede lo contrario, porque lo que más necesita el
corazón es encontrarse con Dios, y todo lo demás son distracciones
que no resuelven su necesidad más profunda. Todo lo que hace la
persona le grita que necesita de Dios, y que sólo ese encuentro
sagrado y personal podrá devolverle la paz.
" CoNCrzECncióN PARA LA DOCTRINA De LA FE, Caria sobre algunos aspectos de la nae ditación
cristiana, Ciudad del Vaticano 1989, 3.

Muchas veces es necesario simplemente hablar con Dios sobre lo que


nos pasa, sobre nuestro dolor y nuestro lamento más profundo, sobre lo
que realmente sentimos, y dejarlo todo en sus manos. Y otras veces,
nuestro amor herido necesita recomponerse en los brazos de Dios y
recibir su amor fuerte y sincero.
Pero detenerse en serio ante Dios también ayuda al bienestar de la
persona, a su armonización, porque responde a una necesidad honda del
corazón humano. El encuentro distendido con Dios nos libera de
muchas angustias. Veamos algunos ejemplos:
Cuando alguien se detiene a pensar en su infelicidad, en sus
fracasos, en las cosas que soñó y no logró, en sus insatisfacciones.
¿Para qué gastar el tiempo y las energías -en esos pensamientos? Lo
importante es que existe Él y es infinitamente feliz. Él es pura felicidad,
sin límites ni confines. Existe la felicidad perfecta, que es Él. Yo puedo
recibir gotas de esa felicidad, y estoy llamado a una felicidad
inmensa. Pero lo más importante es que Él es feliz, inmensa y

28
maravillosamente feliz, que en él hay un gozo ilimitado.
Una persona tiene problemas de amor, por distintos motivos: porque
cree que en la vida no ha recibido el amor que necesitaba, o porque
descubre su incapacidad de amar en serio a los demás por su
egoísmo. En el fondo está encerrada en su corazón mirando sus
carencias de amor. Por eso le conviene frenar esos pensamientos
inútiles, salir de sí y detenerse a contemplar el amor de Dios. Él sí es
amor, amor puro, sincero, infinito, amor sin límites. Él es amor. Eso es
importante. Si le parece que el amor en esta vida no existe, puede
pensar que sí existe, porque Dios es amor, y es maravilloso que así sea.
Una persona está preocupada por su imagen ante los demás, por sus
errores, sus incoherencias. Le duelen sus humillaciones públicas o
lo que los demás digan de su persona. O sufre porque se da
cuenta de sus imperfecciones. ¡Cómo no va a ser imperfecta si es
una criatura, si no es Dios! No pierda el tiempo mirándose a sí mismo.
Lo importante es que existe Él, el perfecto, el Santo. Deténte a
contemplarlo. Eso es lo importante, que él existe, y él verdaderamente
es el Santo.
Hay que lograr poco a poco que en nuestro corazón vayan
disminuyendo las quejas y vaya creciendo Dios, que Él sea el
importante, que cada vez sea más frecuente detenerse durante el día
a salir de nosotros mismos y contemplarlo a Él, y ser felices porque Él
existe, y es amor, es perfección, es felicidad ilimitada.
Pero se aprende a contemplar a Dios mejor todavía si uno sabe
disfrutar de las cosas hermosas de la vida. Esas cosas son un punto
de partida positivo. Por ejemplo:
Si uno aprende a disfrutar de la ducha, si es capaz de detenerse a
disfrutar el roce del agua caliente, y deja que su cuerpo se alivie con el
agua, entonces se detiene sin prisa a gozar de ese contacto. A partir
de esa experiencia, puede empezar a imaginarse a Dios como agua
viva, agua que sana, agua que alivia. Dios como fuente de vida,
manantial infinito. Y adorarle.
Si estoy escuchando música que me gusta, ¿por qué no puedo detenerme
un minuto a disfrutarla? Y mientras la escucho, puedo dejar poco a
poco que el ritmo y la armonía de la música me vayan embargando.
Así empiezo a imaginarme a Dios como una música infinita, que me
envuelve y me hace bailar por el universo. Y puedo adorarle.
Si estoy ante un paisaje, es bueno detenerme un rato, sin prisas.
Hay gente que pasa ante los paisajes como si estuviera mirando
fotos, y no se queda aunque sea unos minutos disfrutándolo
detenidamente. O las flores, o un árbol, o el cielo. Y deteniéndome,
poco a poco, puedo comenzar a contemplar a Dios como belleza
única, insuperable. Y adorar su hermosura.
Si me gusta una actividad, o la gimnasia, no conviene hacerla
pensando en otra cosa. Es mejor detenerse a disfrutar sólo eso, esa
intensidad, y poco a poco comenzar a contemplar a Dios como vida,
vida pura, intensa, infinita. Y así adorarle. También puedo imaginar
un lago o un río destellante, e imaginar a Dios como ese río límpido,
fuerte, sereno, luminoso. Y detenerme a adorarle.

29
Esto es posible porque Dios es la causa de todas las cosas, de todas
las experiencias. Él está en todo y todas las cosas buenas son un
reflejo de Dios. En toda experiencia agradable hay como un pequeño
anticipo del cielo. Podemos aprender de san Francisco de Asís, que
sabía gozar de Dios en cada cosa.
Esta adoración, esta contemplación, es una santa evasión que uno
puede realizar en medio de los problemas y que le permite sobrevivir
en paz en medio de las cosas duras y tristes, y también en la rutina.
En todos los momentos difíciles hay que encontrar un punto de partida
para poder contemplar a Dios y así salir de nosotros mismos.
Hay momentos duros para nuestro orgullo, para nuestro corazón,
momentos de cansancio o de tensión acumulada. Entonces es necesaria
esta santa elevación hacia Dios para no llenarse de amargura y que
enferme el alma.
Cuando la venenosa ansiedad nos amenaza, inmediatamente hay que
detenerse ante algo, ante cualquier cosa: un paisaje, una canción, un
perfume. Concentrarse sólo en una cosa, y con ese punto de partida
elevarse a contemplar a Dios, aunque sea un instante. Que por un
momento sólo Él sea el importante. Así puedo decir: «Señor, me pasa
esto, pero yo no soy el centro del universo infinito. Lo importante es
que existes Tú, amor puro, perfección total, paz infinita, alegría y
felicidad sin confines».
Y así vuelven la calma y las ganas de seguir viviendo.
5.9. Un lenguaje de amor
Para detenernos ante Dios puede ser muy útil hablarle en voz alta. No
en un sentido figurado o poético. Se trata lisa y llanamente de usar el
sentido del oído y escuchar la propia voz diciendo en pocas palabras
las cosas más profundas que podamos decirle.
Cuando un hombre y una mujer se aman, pero no confiesan su
amor, «su silencio significa que ese amor no ha alcanzado el punto de
autoentrega y autodonación. Es el amor que cada uno libre y
plenamente revela al otro, el que produce la situación radicalmente
nueva de enamorarse de Dios y da paso al desarrollo de sus
implicaciones para toda la vida... Lo que es cierto para el amor
entre un hombre y una mujer es cierto a su manera para el amor
entre Dios y el hombre».
" B. LONERGAN, Method in Theology, Londres 1972, 113 (Crad. esp., Método en teología, Sígueme, Salamanca
2001; ).

Escuchar la propia voz diciendo algo importante produce un efecto


peculiar. Nos compromete, nos convence, nos confirma en lo que
queremos y decidimos. Cuando le decimos algo a otra persona en voz
alta, al sacarlo de la intimidad escondida nuestras palabras nos atan.
Pero repetimos que hay que evitar la palabrería. Han de ser pocas
palabras, que signifiquen mucho para nosotros. Cuando llegamos a
decir a alguien en voz alta «te quiero», entonces la relación con esa
persona se hace más intensa, deja de ser pura imaginación y esa
persona comienza a formar parte real de nuestra vida.

30
Por ejemplo, podemos pensar y repensar en la posibilidad de
casarnos con alguien, pero cuando llegamos a decir en voz alta a esa
persona «quiero casarme contigo», es porque ha dejado de ser una
posibilidad y comienza a ser una realidad. No basta ni siquiera
decirlo por escrito. El hecho de decirlo en voz alta hace que la
decisión se haga más firme y segura.
Por eso es importante que algunas veces hablemos con Dios en voz
alta para decirle algunas cosas muy importantes: que lo amamos, que
le necesitamos, que queremos ofrecerle algo.
Puede suceder, por ejemplo, que en alguna situación de gran amargura
nos cueste hablar con Dios, entrar en su presencia. Por eso nos
distraemos. Pero si en esa angustia llegamos a decirle en voz alta:
«Señor, te necesito», es posible que esas palabras ayuden a abrir el
corazón para permitirle a Dios que nos devuelva la paz.
Y usar la voz también nos ayuda a tomar consciencia de la presencia
de Dios, porque nos concentra mejor en él, recoge nuestra atención
y nos orienta a un encuentro personal, íntimo, cercano, directo. Por
ejemplo, podemos decir en voz alta lo siguiente: «Señor, Jesús, yo
Sé que estás aquí conmigo. Aunque no te vea, estás aquí.
Aunque no lo sienta, estás con todo tu amor, me estás escuchando.
Abre mi corazón para que te reconozca, porque estás aquí, Señor,
estás aquí conmigo».
Si de verdad amamos a Dios, o al menos desearíamos amarlo, hay
que decirlo. Y sobre todo decírselo de manera que lo escuchemos y
descubramos así cuánto hay de verdad o de apariencia, para que al
menos dejemos que en esas palabras quede sólo la carga de verdad
que tengan, aunque sea pequeña. Basta que esa pequeña verdad sea
sentida como real para que nos motive a entregarnos más.
Hay también otras experiencias espirituales donde se usa la voz.
Podríamos mencionar el canto, que muchas veces es de gran ayuda para
entrar en la presencia de Dios, para ayudarnos a recoger nuestra
atención, nuestros afectos, nuestra sensibilidad, y penetrar en la presencia
de Dios con intensos deseos.
5.10. Detenerme en mi verdad

Las formas de meditación provenientes del budismo o del hinduismo a


veces nos parecen -en el Occidente intelectualizado- carentes de
contenido. Pero hay que reconocer que muchas veces la meditación
cristiana se reduce a una reflexión sobre determinadas verdades o a
una especie de examen de conciencia.
De este modo, la meditación se queda en la superficie de la mente y
no se produce un verdadero encuentro con uno mismo y menos con
Dios. La persona que vive distraída, haciendo o consumiendo cosas,
posiblemente siga distraída en la meditación, escapando de sí misma
en medio de reflexiones doctrinales, espirituales o morales. Toda esa
cáscara le permite escapar de su dolor más profundo, del grito
interior, de la desarmonía del corazón, de su propia verdad.
Por eso son valorables las formas de meditación de Oriente -tanto

31
cristianas como no cristianas-, donde la persona busca concentrarse
en lo esencial evitando distraerse en lo periférico.
En las tradiciones cristianas de Oriente, la oración del nombre de
Jesús o la contemplación de los iconos, por ejemplo, son reflejo de
esta saludable tendencia.
En el ámbito no cristiano, podemos decir que la meditación que
apunta a tomar clara consciencia de sí mismo y del yo real, con todo
su dolor y sus deseos, permite enfrentarse a sí mismo sin mentiras.
Y sabemos que cuando una persona deja de escapar de la
distracción, y acepta enfrentar su verdad, es posible que escuche en
su interior la voz silente de Dios.
También el dolor, el propio dolor interior, debe ser enfrentado,
hemos de detenernos ante ese dolor para que pierda poder en
nuestros corazones. De lo contrario, escapando de nosotros mismos,
sólo aumenta el aislamiento, porque presentamos a los demás sólo
una máscara. Para salir del aislamiento y ofrecer a los demás algo
real es necesaria la soledad:
«No sólo enterramos nuestros muertos como si todavía estuviesen vivos,
sino que enterramos también nuestras penas como si en realidad no
existiesen. Nos hemos acostumbrado tanto a ese estado de anestesia,
que nos da pánico cuando no hay nada ni nadie para distraernos. Si no
tenemos un proyecto que concluir, un amigo al que visitar, un libro que
leer, la televisión para ver o un disco que escuchar, o si nos encontramos
completamente solos con nosotros mismos, nos acercamos tanto a la
revelación de la soledad que está en la base de la condición humana y
tememos tanto experirnentar ese sentido de aislamiento que todo lo
invade, que hacemos cualquier cosa para volver a estar ocupados, con
tinuando el juego de hacer creer que, después de todo, todo marcha bien...
Buscando distraernos con personas y experiencias especiales no
tratamos de modo realista nuestra condición humana. Corremos el
riesgo de llegar a ser personas infelices, presas de muchos apetitos
insatisfechos, torturadas por deseos y expectativas que no podrán
realizarse nuncá»20 .
Sin embargo, no se puede negar que a veces las formas orientales de
meditación -cuando son mal orientadas- se quedan en los límites
del propio yo, y en ese caso el propio yo puede ser el peor
obstáculo que impida encontrarse con Dios. La persona se queda
encerrada en su inmanencia y no se abre al Tú de Dios.
Los cristianos, teniendo la riqueza de la palabra de Dios -que habla
directamente a cada uno de nosotros no podemos despreciar ese
luminoso regalo divino. No nos basta escuchar a Dios a través de la
naturaleza o de las sensaciones; porque la palabra de Dios no es
letra muerta, sino «viva y eficaz y más aguda que espada de dos
filos; ella penetra hasta la división del alma y del espíritu, de las
articulaciones y de la médula, y es capaz de juzgar los sentimientos
y los pensamientos» (Heb 4,12). Más allá de la comprensión mental
que tengamos de ella, si le permitimos que le hable a nuestra verdad y
nos liberamos de las máscaras, esa Palabra tiene el poder de sacar a
la luz nuestro yo real para que iniciemos un camino de liberación y
no nos estanquemos en la vida espiritual.

32
L0
H. J. M. NouwrN, Abriéndonos, Buenos Aires 1994, 22-23.

Cuando leemos la palabra de Dios, la clave para escuchar su mensaje


es detenernos. ¿Dónde hay que detenerse? Precisamente allí donde
acusamos su impacto, allí donde algo nos atrae, en esa frase que nos
molesta o nos perturba, en ese párrafo que queremos pasar de
largo. Allí hay que detenerse y llegar al fondo de lo que sentimos,
darle un nombre y enfrentarlo. No se trata de culparse o de
autoagredirse, sino de amarse sanamente reconociendo la propia
verdad, ya que «lo que sucede en la profundidad de nuestro ser es
digno de todo nuestro amor»". Por eso, allí donde la Palabra grita,
allí hay que detenerse hasta que el dolor y el miedo se mitiguen, se
armonicen, se calmen.
Cuando reconocemos algo de nosotros que nos hace daño o que no
responde a la voluntad de Dios, podemos descubrir también que no
queremos liberarnos. Entonces hay que detenerse también en esa
negativa al cambio, reconocerla a fondo hasta que descubramos su
tontería y ya no le demos tanta importancia.
Pero también podemos detenernos a decirle a Dios qué es eso que
nos hace daño y no queremos abandonar, para pedirle que Él
mismo derrame en nuestros corazones el deseo sincero, que Él
mismo nos haga ver y desear la necesidad de un cambio.
Esta capacidad de detenerse en la propia verdad es amarse a sí mismo,
porque es tomarse en serio, es no mentirse ni mentirle a Dios. Es
claridad. Es como esperar el amanecer con un pequeño fuego que
arde en medio de la noche espesa, y oír que una fuente sublime de
libertad quiere comenzar a manar y a correr «aunque es de noche».

` R. M. Riu<e, Letters lo a Young Poet, Nueva York 1954, 46-47.


La altísima paz de quien se detiene ante el pobre

Aprender a detenernos es también aprender a pararnos ante los


demás, amándolos, percibiendo su inmenso y sagrado valor. Ser
contemplativo es ser capaz de reconocer esa inmensa dignidad de todo
ser humano y apreciar los destellos de Dios en cada persona.
Un buen ejercicio, por ejemplo, es hablar con una persona percibiendo
con atención los detalles de su rostro de su voz.
Pero si sólo nos ejercitamos para detenernos ante lo que es
armonioso y bello según los esquemas de la sociedad consumista,
sólo seremos capaces de detenernos ante un cuerpo bello,
proporcionado, limpio y sano. Nos convertiremos en seres selectivos,
pretendiendo elegir a quién amar, y entonces seremos cada vez más
egoístas, ciegos e insatisfechos.
Así seremos absolutamente incapaces de detenernos ante los pobres
y de compartir con ellos nuestra vida. La sabiduría de la Biblia nos
enseña que de esa manera nos privaremos de la felicidad más
profunda, nos quedaremos en la superficie. Nos sentiremos místicos

33
cuando podamos detenernos ante la naturaleza o ante una música
relajante, pero en realidad nuestro interior seguirá alejado de la realidad,
incapaz de detenerse ante el mundo real. Ese engaño malsano queda
al descubierto si leemos algunos consejos bíblicos:
«Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos,
ni a tus parientes, ni a tus vecinos ricos; no sea que ellos te inviten a su vez y
ya quedas pagado. Cuando des un banquete, invita a los pobres, a los inválidos,
a los cojos, a los ciegos, entonces serás dichoso» (Lc 14,12-14).

«¡Entonces serás dichoso!», dice Jesús. ¿Qué misterioso secreto de


felicidad hay aquí? ¿Qué discreta y delicada luz nos quiere hacer
descubrir este consejo del Señor?
En otro texto bíblico se nos narra que Jesús se arrodilló a lavar los
pies de sus discípulos. Después de hacerlo, les pidió que aprendieran
a lavarse los pies unos a otros, y concluyó diciendo: «Si sabéis esto,
y lo ponéis en práctica, seréis dichosos» (Jn 13,17). Otra vez Jesús ofrece
un extraño secreto de felicidad: «¡Si lo ponéis en práctica seréis
dichosos!».
Ya en el Antiguo Testamento se encontraba esta misteriosa promesa.
El profeta Isaías invitaba a compartir el pan con el hambriento, a
recibir al pobre en la propia casa, a cubrir al desnudo; y luego
hablaba de las consecuencias de todo eso: «Entonces surgirá tu luz
como la aurora y tus heridas se curarán enseguida» (Is 58,8).
¿En qué manual de autoayuda aparecen estos curiosos secretos de
salud y de felicidad?
En realidad, estos textos bíblicos nos ayudan a desenmascarar las
falsas técnicas de felicidad que no alcanzan a sanar de verdad los
problemas del corazón. La intimidad del ser humano sólo madura en
el amor generoso y no es feliz mientras no aprende a amar en serio. Ni
siquiera el encuentro con Dios es suficiente si no llega a expresarse en
un encuentro generoso con los demás.
Las personas que han optado por «convivir» con los pobres y
discapacitados, que no sólo les dan alguna ayuda material, sino que
comparten con ellos sus vidas, nos enseñan este arte de detenerse
ante ellos para alcanzar la más honda alegría. Quiero mencionar
como ejemplo el testimonio de lean Vanier.
Él destaca cómo en este mundo competitivo, el que logra sobresalir
lo hace a menudo a costa de cauterizar su consciencia ante los males
ajenos, ignorando al otro y negando todo espacio al diferente. Así,
desarrolla mucho un aspecto de su existencia, pero atrofia sus valores
más profundos. Para sobresalir en la sociedad competitiva hay que
renunciar a considerar a los demás como una familia, y no hay que
perder tiempo con los que no nos sirven para alcanzar poder, prestigio
o satisfacción del yo superficial. También hay que renunciar a la amistad,
porque «ser amigo es hacerse vulnerable, dejar caer las máscaras y las
barreras para acoger al otro tal cual es, con su belleza, sus dones, sus
límites y sus sufrimientos». En el encuentro cariñoso, sobre todo
cuando el otro sufre o está discapacitado, no se trata de «ascender de
grado, volviéndose cada vez más eficaz y buscando un reconocimiento,
sino de descender, de perder mi tiempo»".

34
Pero es interesante escuchar el testimonio de Vanier cuando explica
cómo comenzó a nacer en él esa felicidad única que promete la
Biblia a quien es capaz de detenerse con amor ante los pobres y
sufrientes:
«Yo sentía que surgían en mí corrientes nuevas de ternura cuando, al tocar la
fragilidad y el sufrimiento de las personas con alguna deficiencia, recibía su
confianza. Las amaba y me sentía feliz con ellas. Despertaban una parte de
mi ser que, hasta ese momento, se encontraba poco desarrollado, atrofiado.
Me abrían la puerta de otro mundo, no el de la fuerza y el éxito, el poder y la
eficiencia, sino el del corazón, la vulnerabilidad y la comunión. Y esto era
nuevo para mí. Me conducían por un camino de curación y de unidad
interior»".
J. VaNiEa, Amar hasta el ex(remo, PPC, Madrid 1997, 25. ~' 1 b, 26.
Pero leamos también algún ejemplo más palpable de esta clase de
gozo superior, de esta forma de «detenerse» ante un pobre o un
discapacitado que provoca una feliz liberación:

«A veces Loic se sienta en mis rodillas. Pequeño, pobre, incapaz de hablar


a pesar de sus cuarenta años, está ahí, silencioso. Él me mira y yo le
miro. Estamos en comunión el uno con el otro... Con las personas que
sufren una deficiencia mental como Loic, vivimos esos momentos de
contemplación, llenos de silencio y de paz. Él me mira y yo le miro.
Momentos de curación que unifican el cuerpo y el espíritu. Al
identificarse con los pobres, Jesús recuerda que se identifica con el
pequeño que hay en cada uno de nosotros. Lo importante es estar
confiado, abierto, maravillado como un niño. Cada persona es sagrada,
sean cuales fuesen su deficiencia, su fragilidad, su cultura ... ».

Sin embargo, no se trata de un idilio, porque no siempre la relación con


los que sufren es una serena contemplación compartida. A veces
uno tiene que aprender a reconocer sus propias reacciones y debilidades
para evitar volver a encerrarse en el mundo interior, porque ese
«repliegue sobre uno mismo conduce a una asfixia del corazón»".
Pero el simple hecho de convertir el amor universal en un verdadero
ideal, en una pasión interior, ya nos libera de una falsa contemplación, o
de una paz aparente, porque nuestras fibras más íntimas están hechas
para el amor universal, para sentir que «todo ser humano es mi
hermano», para detenerse ante los demás.
Algunos se resistirán ante estas reflexiones, y preferirán refugiarse en
las fáciles recetas para aprender a relajarse y a meditar en la soledad.
Sin embargo, hay que convencerse de que muchas veces eso no es
más que un engañoso barniz.
Yo muchas veces me he desilusionado con algunas personas que
hablan mucho de la paz, y realizan todo tipo de prácticas para alcanzar
la paz interior, pero luego, cuando van a su trabajo o a su familia,
asumen actitudes autoritarias, intolerantes y vanidosas, como si los
demás no valieran nada. Eso indica claramente que su camino de
pacificación es falso, porque excluye a los pequeños como si fueran
un estorbo que no tiene derecho a ser amado.
Allí tendría que resonar la Biblia cuando dice que aunque «conozca

35
todos los misterios y toda la ciencia, y aunque tenga tanta fe que
traslade las montañas, si no tengo amor, no soy nada... El amor es
paciente, es servicial; el amor no tiene envidia, no es presumido ni
orgulloso» (1Cor 13,2.4).
Toda persona «espiritual» es capaz de «abajarse» como Jesús para
detenerse ante el otro, que es digno de todo su amor; para
reconocer lo bueno que hay en él, escucharlo, pedirle una opinión, y
ayudarlo sin sentirse superior. Por algo san Pablo hacía esta
exhortación: «Tened a los demás por superiores a vosotros mismos»
(Flp 2, 1 - 4). Y Jesús nos advertía que «el que se ensalce será
humillado» (Lc 14,11).
Es mejor un lento crecimiento en la armonía interior, pero que sea
real, y por lo tanto fraterno, antes que un bienestar falso y egoísta,
que esconde un infierno interior donde no hay lugar para los demás:
«Nuestro intento de atrapar un territorio interior es la esencia del ego
y es la fuente de la continua frustración ... ».
16 F. VARELA, The Ern6odieA MinA, Massachusetts 1991, 143.

Hay dentro de nosotros una llamada divina al amor universal, a


ensanchar el corazón y hacerlo disponible de manera que en él haya
espacio para todo ser viviente. Si lentamente aprendemos a
detenernos ante los pobres, discapacitados, sufrientes, feos y débiles,
podremos lograr ese ideal. Y entonces sí nos haremos capaces de las
más profundas alegrías, de la gran armonía y de la auténtica paz.

Oración

Dios mío, enséñame a detenerme. Quisiera vivir plenameni(, cada


momento, con todo mi corazón y toda mi mente en cada cosa que
me regales.
Mira esta ansiedad que me perturba y seréname, Señor, ayúdame a
descubrir que nada es urgente o indispensable.
Enséñame a entregarme con todo mi ser en cada cosa que tenga que hacer
o vivir sin dejar que mi mente vuele hacia el futuro. Aplaca mi
ansiedad, Señor. Dame la gracia de detenerme ante la vida que me
das.
Quiero proclamarte a ti como Señor de todo mi futuro y de todos
mis planes. Muéstrame lo bello que es depender de ti, dejando todo
en tus manos, y entregándome al momento presente. En ti seré fuerte,
sólo Tú eres Dios. Tú me protegerás y en ti todo estará seguro y
feliz. Aunque no se cumplan mis proyectos, Tú me ayudarás a
lograr lo que más necesito.
Señor, refrena esa loca carrera de pensamientos que hay en mi
mente. Pacifica mi mente, pacifica mi alma, pacifica mi cuerpo.
Enséñame a detenerme con toda mi atención en lo que me
concedas vivir. Tú amas mi felicidad. Ayúdame a disfrutar con todo
mi ser de cada regalo tuyo. No quiero despreciar las alegrías
simples de la vida por estar soñando con otras cosas que no tengo.
Dame la gracia de vivir el presente, y de descubrirte en cada persona y

36
en cada cosa, porque todo es importante si es un regalo de tu amor.
Señor, mi Dios, Tú eres armonía pura. En ti no hay aburrimiento ni
ansiedad. Tú eres vida intensa, pura y plena pero al mismo tiempo
eres una inmensa serenidad. Por eso, si Tú invadieras mi vida, mi
ansiedad se sanaría por completo.
Libérame, Señor, de todas las ataduras interiores que me llevan a la
inquietud interior, al activismo enfermizo y al desorden. Dios de paz,
armoniza mis pensamientos y mis energías para que pueda
detenerme y estar entero en cada cosa. Ordena mi vida para que
pueda vivir todo en tu presencia, con sencillez de corazón.
Señor Jesús, ahora quiero detenerme a contemplarte a ti, que eres el
modelo de toda perfección, y siempre fuiste un ser humano
completamente sano y armonioso. En ti no había lugar para las ansiedades.
Tu mente y tu sistema nervioso funcionaban con orden, con intensidad y
con calma al mismo tiempo. Pero sobre todo, estabas tan sometido a la
voluntad del Padre, que te entregabas por entero a cada cosa, sin querer
anticiparte a nada.
Por eso pudiste pasar treinta años, casi toda tu vida, trabajando como
carpintero en el silencio y la sencillez de Nazaret. Tú que tenías poder
para cambiarlo todo, sin embargo no tenías prisa, y aceptaste con
sencillez ese tiempo de trabajo oculto y simple en un pequeño pueblo.
Nada de ansiedad. Todo a su tiempo.
Tampoco fuiste ansioso con tus discípulos. Sabías que el crecimiento de
las personas lleva su tiempo, y respetabas pacientemente ese proceso.
Yo quiero contemplarte a ti, Señor Jesús, tan libre por dentro, tan
desprendido de tu tiempo. Te detenías largo rato con Nicodemo, con la
Samaritana. Podrías haberles dicho que estabas planeando cosas más
importantes. Sin embargo, en tu corazón desprendido no había lugar
para las ansiedades. Por eso les regalabas sinceramente ese tiempo de
atención y de amable diálogo.
Penetra en mí con tu gracia, Señor, para que pueda vivir como viviste tú.
Siendo Dios, fuiste capaz de esperar, de detenerte, de aguardar el
tiempo justo para cada cosa. Armoniza mi mente, Jesús, con la luz de tu
amor. Pasa tu mano y serena mi corazón, que se llena de ansiedades. Serena
también mi cuerpo, que a veces se enferma a causa de esa prisa interior.
Señor Jesús, quiero recordar también a tu Madre, que conservaba
cuidadosamente todas las cosas en su corazón. Enséñame a mirar así
cada momento de mi vida, cada experiencia que me regales, para que
pueda descubrir tu luz en cada cosa, para que pueda encontrar tu amor a
cada instante, para que no pase superficialmente por la vida. Jesús, no
quiero entregar mi mente y mi corazón a la ansiedad. Coloca en mi
corazón esa serena atención que había en el interior de tu Santísima
madre. Amén».
No resistirse para recuperar la paz
Es verdad que la palabra de Dios nos invita a ser generosos.
Pero también nos invita a que no estemos preocupados, tensos,
irritados. Al contrario, nos pide que nos ocupemos de las cosas sin
inquietarnos:
«No os inquietéis por cosa alguna» (Flp 4,6).

37
Jesús fue capaz de superar todas sus resistencias, y también el temor a la
muerte. Cuando estaba sufriendo el dolor y el fracaso de su pasión,
se dejó estar, completamente confiado, en los brazos de su
Padre:
«Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu» (Lc 23,46).

1. Perturbación que se cura

La perturbación básica es el temor defensivo, el miedo a desgastarse, a


ser absorbido y a sufrir. Es una sensación de debilidad frente a los
desafíos y agresiones, que nos lleva a llenarnos de tensiones ante
cualquier peligro o ante cualquier cosa que pueda quitarnos nuestras
seguridades.
Se cura cuando logramos «dejar de resistirnos» a la vida en
movimiento.
En realidad, muchas depresiones tienen que ver también con una
gran resistencia interior ante el mundo externo. La persona que se siente
frágil, con una baja autoestima, termina escapando de todo lo
externo, porque siente que ya no tiene fuerzas para enfrentarlo, ya no
lo soporta. Esto hace que se produzca un desarrollo enfermizo del
mundo de los pensamientos y que la persona pierda contacto con el
mundo externo, porque lo siente como su enemigo. Entonces se
enferma.
El que se resiste a algo y se siente frágil ante una agresión,
termina enfermándose, porque al sentirse indefenso, de alguna manera
se deja morir. Lo mismo sucede con el que se siente fracasado y
cree que no tiene fuerzas para comenzar algo nuevo. Le parece
que el mundo está en su contra. Entonces deja morir algún sector de
su existencia y como consecuencia aparece alguna enfermedad.
Podemos liberarnos de esas resistencias interiores a los desafíos
externos, y fortalecernos por dentro, si desarrollamos la capacidad de
«no resistirnos».
Si no queremos entrar en un proceso de deterioro tendremos que
aprender a dejar de resistirnos ante la vida, de manera que nuestro
corazón no se llene de enemigos: «Si tu vecino te desagrada, lo
transformas en un enemigo. El problema no está en él, sino en ti. Y
cuanto más lo resistas, más lo sentirás como enemigo (...). Si no te
gusta este día triste y oscuro, este día es tu enemigo. Si te molesta la
tos de quien está a tu lado, la voz de un vecino, la manera de caminar
de aquel, la mirada otro, este ruido, aquella temperatura, esta actitud,
aquella reacción..., tu alma acaba convirtiéndose en una ciudadela
rodeada de enemigos por todas partes»'.
' I. Lnr.rznrvncn, Del sufrimiento a la paz, San Pablo, Madrid 2001''', 45.

2. Síntesis
La actitud de «no resistirnos» implica dos movimientos de toda la
persona:

a) Compasión, aceptación

38
Es aprender a mirar a los demás de otra manera, desarrollando la
capacidad de ternura que todos llevamos dentro. Es el hábito de
buscar excusas a los errores ajenos, a sus defectos, a sus
equivocaciones. De esa manera, podremos decirles lo que
pensamos o sentimos, pero sin violencia interior, sin odio, sin
desprecios, y estaremos en paz con ellos.
Pero en el fondo de esta compasión con los demás hay algo más hondo,
una actitud de aceptación ante todas las cosas. Esto es propio de las
personas fuertes y seguras. Cuando el corazón se va haciendo fuerte,
firme y seguro, apoyado en el poder de Dios, entonces ninguna
cosa se siente como un enemigo. Aunque sea un peligro para
nosotros, y aunque tengamos que protegernos de un animal, de una
tormenta, de un acontecimiento, simplemente aceptaremos la
realidad como es, sin sentir que el mundo es nuestro enemigo, sino
aceptándolo. Podemos defendernos de los peligros externos con una
gran calma interior, sin odios, sin violencia en el corazón, sin creer
que todos son malos y que todo es malo.
Esta capacidad de aceptar las cosas tal cual son es el primer
movimiento que nos permite «no resistirnos» ante la realidad, aun en
medio de un trabajo duro, o aunque tengamos que ser astutos para que
no nos dañen.
La persona que ha desarrollado esta fortaleza interior no necesita
reducir su actividad sólo a tareas que requieren poco esfuerzo. Puede
trabajar con energía sin resistirse a ningún trabajo concreto. Se
entrega a él aceptándolo. Ninguna acción forzada hace bien.
Si nos aislamos del mundo y sentimos que todo es negativo, el mal está en
nosotros mismos. Porque la realidad es que el mundo es obra de un
Dios bueno, que está presente en todas partes, y que nos quiere
integrados en toda la realidad.
Sin esta primera mirada de aceptación y de compasión ante la
realidad, es imposible liberarse de las tensiones interiores, de la
resistencia que sentimos ante muchas cosas, de los nervios crispados
en una enfermiza actitud defensiva.

h) Integración

Pero para lograr plenamente esta actitud de «dejar de resistirse», este


don de vivir sin tensiones, de luchar con el alma plácida, no basta la
aceptación compasiva de lo que existe y de lo que sucede. Porque yo
podría aceptar a los demás, pero manteniéndolos a distancia; podría
sentir respeto y hasta compasión por ellos, pero considerándolos
extraños, ajenos a mis intereses: «Que ellos hagan su vida, yo los
respeto y los amo, pero hago mi vida». Si es así, no toleraré que
interrumpan mi soledad, que modifiquen mis planes, que me pidan
algo que no entraba en mis proyectos. Y cada vez que intenten
hacerlo aparecerá la crispación interior, la resistencia. Sólo volveré a
aceptarlos con calma cuando se alejen y respeten mi «legítima»
autonomía.
Pero la realidad no es así. El mundo no ha sido creado como una
suma de individualidades que pueden desarrollarse

39
independientemente. Sólo con el respeto, el mundo no puede
sostenerse. Es necesaria una permanente interacción, una comunicación,
un entramado de encuentros, dones y renuncias para el bien de todos.
Para el ser humano esto sólo es posible si alcanza el gozo de ser
«parte» de ese entramado de relaciones, si ama su propia misión de
aportarle algo al universo, si se siente agradecido por lo que recibe
del universo. El mundo no es algo externo a mí, no está separado
de mí. Es parte de mí y yo soy parte de él. Esa es la realidad.
Esto es más que aceptar y tener compasión de los demás. Aquí se
da el paso para integrarlo todo, para aceptar que todo sea parte de mi
vida, que nada sea extraño a mi existencia:
«Amor, abarcando imparcialmente a todos los seres sintíentes, y no sólo
aquellos que nos son útiles, agradables o amenos. Amor, abarcando a
todos los seres, sean de mente noble o de mente baja, buenos o malos.
Los nobles y buenos están incluidos porque el amor fluye hacia ellos
espontáneamente. Los de mente baja y rastrera son incluidos porque son
quienes más necesitan amor. Puede que la semilla de la bondad haya
muerto en muchos de ellos simplemente porque le faltó calor para
crecer, porque murió de frío en un mundo sin amor. Amor, abarcando a
todos los seres, sabiendo perfectamente que todos somos compañeros
en el camino (…) que todos estamos sometidos a la misma ley del
sufrimiento (…). Es la compasión quien levanta las pesadas trancas y
abre la puerta a la libertad, quien hace el corazón pequeño tan grande
como el mundo. La compasión arrastra consigo el letargo que nos deja
inertes, abrumados, que nos paraliza; y da alas a los que están
anclados a sí mismos»’.
‘ NvnNnPorvucn, Los cuatro estados sublimes, en R. A. CALLE, Serenar la mente,  d ad, Madrid 2000, 159-160.
Y si hay que luchar contra algún mal -una enfermedad o una catástrofe,
por ejemplo- lo haré porque creo que esa lucha es buena para el
universo, porque sé que yo y mis vecinos tenemos derecho a existir, y
porque amamos la vida
Dios nos ha regalado. Por eso podemos luchar con fuerza y
entusiasmo. No despreciamos nuestra vida. La amamos como parte de
la realidad que debe ser amada y sobre la cual tenemos una especial
responsabilidad. Así, sostenidos por el amor de Dios y confiando en su
poder, nos esforzamos por seguir viviendo y defendemos nuestros
derechos. No los defendemos por el deseo de destruir un enemigo,
sino por amor a lo que queremos defender, sin tensiones inútiles, sin
odios que no aportan nada.

Pero si quisiéramos resumir en dos frases las convicciones interiores


que hacen posible vivir intensamente y luchar, pero sin resistirse
interiormente ante algo o ante alguien, podemos elegir las siguientes:
a) «Nadie es culpable»

Porque las cosas y los animales no tienen libertad, sólo se dejan


llevar por sus inclinaciones naturales. Por eso no podemos pensar que
en ellos hay odio. Sólo hay un instinto de supervivencia. Son lo que
son, simplemente, aunque tenga que protegerme de ellos, y aunque
alguna vez tenga que hacerles daño para defenderme del peligro.

40
Y si se trata de seres humanos, el evangelio nos invita a no juzgar a
nadie (cf Lc 6,36-38). ¿Quién sabe por qué esa persona actúa así?
Yo no conozco su historia, yo no puedo ver su corazón. Y ante la
duda, lo mejor es pensar que no es culpable del mal que realiza. Así,
aunque veamos defectos exteriores, podemos considerar a los demás
como superiores a nosotros mismos (cf Flp 2,3). Eso hace posible tener
compasión de los que nos hacen daño. Son parte de la realidad y tienen
derecho a defender sus intereses, aunque puedan estar equivocados,
aunque no hagan lo correcto, o aunque estén enfermos y yo tenga
que defenderme de ellos.

b) «Nada podrá conmigo. Yo puedo con esto, porque Dios está


conmigo»
Como dice san Pablo, «nada podrá separarnos del amor que Dios nos ha
manifestado en Cristo Jesús» (Rom 8,39). Entonces podemos
desplegar todas nuestras energías para alcanzar la felicidad,
sabiendo que si algo o alguien cambia nuestros planes, el amor de Dios
se encargará de sacar de esto algo bueno. Finalmente, todo será para
mi bien. Esta convicción permite que el corazón no se me llene de
odio y de resistencias cuando algo o alguien modifica mis proyectos
o interfiere en mi camino. También esto, aunque yo ahora no vea
cómo, puede ser para mi bien. Puedo seguir adelante con plena
confianza. Con Dios yo puedo afrontarlo todo, y debo hacerlo.
Ejemplos

A
En primer lugar veamos algunos ejemplos de resistencias simples y
cotidianas- que aparecen cuando sentimos algo como una agresión a
nuestra persona.
A veces nos sentimos agredidos simplemente porque alguien se cruza
en nuestro camino; pero probablemente no tenga ninguna intención de
agredirnos. A mí me sucedía lo siguiente: cuando salía a pasear por un
camino de tierra, en la periferia de la ciudad, me sentía liberado, sereno
y feliz. Pero a veces pasaba un camión que no sólo me perturbaba con
su ruido y su presencia inmensa de metal, sino que me envolvía en
una tremenda nube de polvo. Cada vez que paseaba por ese
hermoso camino y sentía el ruido de un camión, sentía una molestia
en el estómago y se acababa mi sensación de paz. Por mi mente
perturbada se cruzaba la macabra idea de que el camionero era mi
enemigo, de que todos los camioneros se habían puesto de acuerdo
para pasar por allí y arruinar mi paseo. Es una tontería, pero así funciona
a veces nuestra psicología cuando nos dejamos dominar por algunos
esquemas mentales. Durante un tiempo pensé buscar otro lugar para
pasear, pero supuse que, si lo hacía, seguramente mi neurosis
encontraría algún otro enemigo. Porque advertí también que algunos
días mi mente tenía más amplitud y mi corazón era más compasivo.
Esos días, los camiones y el polvo me molestaban menos.
Finalmente acepté interiormente que nuestros problemas no son las
circunstancias que no podemos cambiar sino la manera como las

41
afrontamos. Entonces comencé a pensar que sin duda ni el camión ni el
camionero existían para agredirme. Luego pensé que el camión es
algo bello, una obra genial del ser humano, un instrumento de
trabajo y de comunicación. Ese camionero cumple una función
importante en la sociedad, y eso es maravilloso. En definitiva yo
también lo necesito para que lleguen a mi hogar algunos bienes. No
sólo tiene tanto derecho como yo a pasar por ese lugar público,
sino que es necesario y bueno que así sea.
Esto trataba de reconocer cada vez que escuchaba el ruido de un
camión que se acercaba. Al mismo tiempo, reconocía las tensiones
que amenazaban con endurecer mi cuerpo, y entonces hacía un gesto
físico de «aflojarme», de seguir caminando sin resistencias físicas. El
problema del polvo que podía afectar mis mucosas se resolvía
colocándome un pañuelo en la nariz durante unos minutos. Por otra
parte, si esa nube de polvo era una realidad de esta tierra que yo no
podía evitar, no tenía sentido resistirme contra ella. Hay personas
que pasan toda su vida en el desierto, rodeados de corrientes de aire
llenas de arena o de polvo. Todo pasa, pensaba, y seguía mi paseo
con calma, relajando los hombros y sonriendo por mi neurosis. Con el
tiempo, los camiones y yo nos reconciliamos.
Hace unos años me molestaba también el viento, hasta que intenté
recibirlo como una caricia, como un simpático juego de la naturaleza
con mi cuerpo, con mis pocos cabellos y con mi piel.
También me perturbaban tremendamente al calor y el sudor de mi
cuerpo, hasta que advertí que, desde mis esquemas mentales, había
exagerado el temor al calor y lo había declarado mi enemigo. Pero
un día intenté descubrir esa sensación como un signo de que estoy vivo. Y
empecé a sentir que el mismo sudor que corría por mi cuerpo, y esas
gotas que brotaban de mis poros calientes me estaban recordando que
estaba vivo, que Dios estaba regalando el don precioso de la vida
que bullía por mi cuerpo.

Ot ras resistencias se apoderan de nuestra sensibilidad cuando


consideramos algo o a alguien como un peligro para nosotros.
A veces he experimentado esta resistencia interior frente a posibles
causas de enfermedades. Esto me provocaba la tensión de soportar a
alguien cuando sentía que podría dañarme. Por ejemplo, si me
encontraba con una persona que estaba padeciendo un resfriado, o
algún mal que podría ser contagioso, el temor al contagio me llevaba a
sentirme muy molesto mientras esa persona estaba cerca. Entonces
aparecía una presión en el estómago, intentaba respirar menos, me
apartaba; pero en realidad esa tensión me exponía más todavía al
contagio, porque el estrés baja las defensas del organismo.
Finalmente descubrí que lo mejor era aceptar la situación, como
dejándome llevar, y esperar serenamente que ese momento pasara,
poniéndome en las manos de Dios y aceptando la realidad que me
tocaba vivir.
Pero también puede suceder que alguien sea un verdadero peligro

42
para mi vida, porque quiere realmente hacerme daño, quitarme la
fama o aprovecharse de mí a causa de la envidia que siente hacia mí o
por cualquier otro motivo. En ese caso, es muy importante tornarlo con
calma y no alimentar odios. Tendré que defenderme y protegerme con
astucia, pero sin dejarme invadir por el rencor ni entrar en un círculo
vicioso de violencia. Lo he logrado muchas veces pensando que esa
persona trata de dañarme sólo a causa de su instinto de
supervivencia, porque siente que yo soy un peligro para su vida;
porque por alguna razón siente que yo pongo en riesgo su felicidad
y sus sueños. Debido a heridas y temores de su corazón, esa persona
se siente disminuida si yo soy feliz o famoso, y necesita limitar mi
figura y mis logros para no sentirse tan pequeña y débil. Esta
manera de pensar me ayudó a relajarme, a no alimentar odios, a
comprender la debilidad ajena, y a evitar que el veneno del rencor y
la venganza se apoderasen de mi corazón.
C

Finalmente, algo nos llena de tensiones cuando lo vivimos como una


contradicción.
Cuando algo nos desagrada (un rostro, una música, el timbre de una
voz, un juego, etc.) es porque contradice nuestros esquemas mentales.
Pero esa realidad que me desagrada también tiene derecho a existir,
a ser parte de este universo. Yo tengo mis opciones por la belleza y
por la paz, pero, ¿qué es en realidad la belleza, qué es la paz? ¿Quién
lo sabe? Yo no soy Dios, y las cosas pueden ser distintas a como las
pienso y las siento.
Pero hay un consejo muy útil, que siempre me ha ayudado a reducir la
tensión interior cuando algo me desagrada. Se trata de prestar toda
mi atención precisamente a eso que me disgusta. Me sucedía, por
ejemplo, que una mujer que me visitaba frecuentemente me parecía
insoportable, porque tenía una nariz inmensa, llena de arrugas y con
un gran lunar con pelos. No aceptaba que ni siquiera se quitara esos
pelos. Cada vez que se acercaba a mí, significaba un gran sufrimiento
para mi sentido estético, y deseaba que escapase inmediatamente.
Pero puse en práctica aquel sano consejo, y en lugar de mirar hacia
otro sitio comencé a prestarle toda mi atención a la nariz, a sus
pequeños detalles. Así comencé a sentir que la nariz tenía tanto
derecho a existir como un sapo, una medusa, un cactus o un
hipopótamo. Simplemente era parte de la realidad. Eso me fue
calmando, fue debilitando cada vez más mis resistencias, hasta que
dejó de molestarme. Cuando esa mujer murió, fui al velatorio, la miré un
instante, y me despedí con ternura de aquella fantástica nariz.
También hay imprevistos, interrupciones, exigencias ajenas que
rompen nuestros esquemas. Pero descubrí que muchas veces
gastamos demasiadas energías -inútilmente- resistiéndonos,
lamentándonos, tratando de escapar y de evitarlo que no entra en
nuestros planes. La mayoría de las veces que nos negamos a algo que
nos piden, nos desgastaríamos menos si dijéramos que no, pero con
una sonrisa amable, o simplemente si aceptáramos ese desafío y
cambiáramos nuestros planes, dejándonos llevar por el fluir de la -vida.

43
Frecuentemente perdemos demasiado tiempo y fuerzas emotivas
buscando excusas y luego tratando de disculparnos con este o con
aquel, o discutiendo con quien nos pide algo. Y en realidad
perderíamos menos tiempo y energías -y no nos sentiríamos
culpables- si hiciéramos lo que nos piden, cuando está en nuestras
manos, o si dijéramos que no con dulzura y con seguridad interior
cuando reconocemos que no estamos obligados a hacerlo todo. Eso
es «dejar de resistirse».

4. Prácticas para dejar de resistirse


Los ejercicios de relajación que presentamos en el primer capítulo
son una ayuda para adquirir el hábito de detenerse. Ahora
presentamos otros ejercicios de relajación que son más útiles para
aliviar las tensiones y resistencias interiores frente a algo. Nos
detendremos más largamente en estos ejercicios, porque son muy
necesarios para vivir bien en el mundo de hoy, tan lleno de tensiones,
problemas y desafíos. En la presentación de estos ejercicios iremos
avanzando progresivamente hasta llegar a una experiencia
totalizadora, donde ya no haya enemigos, ni internos ni externos.
- Relajar el cuerpo
Retomamos algunos ejercicios de relajación útiles para aprender a
detenerse, pero dándoles otra perspectiva; y agregarnos otros más
específicos que nos ayuden a dejar de resistirnos.
Pueden ser útiles no sólo después de haber afrontado una situación
difícil, sino especialmente antes, para que los momentos duros no
nos angustien. Por ejemplo, antes de afrontar un examen, un diálogo
complicado, una operación, podemos hacer algunos ejercicios que
disminuyan nuestra resistencia interior ante lo que tendremos que
enfrentar y nos liberen de tensiones inútiles. Esto hace que lo que
tengamos que enfrentar nos dañe menos, no nos desgaste tanto, y
que podamos estar más lúcidos y ser dueños de la situación. Así
podremos experimentar quietud interior en medio del desafío más
intenso.
Por ejemplo, al inspirar me sereno. O al exhalar expulso todo rencor, toda
ira, todo nerviosismo, toda inquietud, toda resistencia. Al inspirar digo:
«Entra un aire de libertad», o me inundo de paz», o «todo está bien». Al
exhalar digo: «¿Para qué quiero esta tensión? ¡Lejos de mi vida!».

Si estoy demasiado tenso por una molestia en un órgano, imagino ese


órgano. Al inspirar digo dulcemente «calma», y al espirar digo «nada»,
como si el órgano desapareciera por completo. Hago lo mismo con mi
mente, intentando vaciarla de todo pensamiento, recuerdo o
razonamiento, y descanso en ese vacío reparador que purifica el
interior. Pero siempre con dulzura, cariñosamente, sin forzar.

Las órdenes firmes y directas suelen ser muy eficaces. Puede ser una
orden a todo el organismo o sólo a una parte. Por ejemplo, puedo
decirle a todo el organismo, con cariño pero con firmeza: «Suéltate»,
«aflójate», «no te resistas», «relájate», «libérate», «déjate llevar» (elegir
sólo una expresión). Y al mismo tiempo hago el gesto físico de

44
entregarme, de aflojarme de golpe todo entero, abandonando
inmediatamente toda violencia interior, toda resistencia, y
entregándome a la ley de la gravedad. Luego puedo dar órdenes a ese
órgano irritado y decirle repetidamente, pero lentamente y con
ternura, una misma palabra: «Tranquilízate», «sosiégate», «serénate»,
«cálmate», o «descansa». Siempre la misma palabra. Puedo recorrer todo
el cuerpo repitiendo a cada órgano la misma orden. Si persiste
alguna tensión en un órgano se puede usar la técnica de contar, y
ordenar a ese órgano que se relaje más con cada número que
pronuncie. Se comienza a contar muy lentamente de uno a diez, y
cada vez que se pronuncie un número se intenta relajarse más.
Todos tenemos algunas partes del cuerpo que se llenan más
fácilmente de tensiones (la garganta, los hombros, los labios, las
piernas). Detectando esas partes y relajándolas, todo el organismo se
serena, se «acomoda», y experimenta rápidamente un alivio.

Cuando el cuerpo está lleno de tensiones y los hombros están


levantados, la boca apretada, o estoy haciendo presión con los
dedos de los pies o con otra parte del cuerpo, además de las
órdenes que mencionamos, también ayuda intentar que cada parte
del cuerpo se deje caer por su peso. Que los hombros se bajen, que
todo tienda hacia abajo. Un axioma que nunca hay que olvidar es que
«el peso de todas las cosas cae de manera natural hacia abajo. El
único momento en que el cuerpo humano es diferente es cuando
está tenso»3 . También lo podemos hacer acostados, imaginando que
cada parte del cuerpo es de piedra o de mármol, o de hierro,
sintiendo cómo tiende hacia abajo; o imaginando que unos hilos
están tomando cada parte del cuerpo y tirando de ella hacia el
centro de la tierra. Sintiendo cada órgano pesado, los músculos se
aflojan, dejan de resistirse, se calman:
«Ordinariamente estamos resistiendo la fuerza de la gravedad, lo que
provoca un conflicto permanente: por una parte estamos
derrochando una energía preciosa en contrariar la fuerza de la
gravedad. Por otra parte, dificultamos la estabilidad y el equilibrio
de nuestro cuerpo. Cuando se contraría la fuerza de la gravedad
todo está levantado... Deja que tus hombros caigan, por su propio
peso. Siente que una fuerza notoria los llama hacia un centro de
gravedad y de armonía. Deja que tus hombros caigan. Observa
mentalmente, debajo de ti, muy lejos por debajo de ti, un punto
indefinido, lejano, hacia el que te hundes, arrastrando todo tu
cuerpo, en la experiencia saludable de un peso creciente y
beneficioso. Deja que todo se vaya y descienda ... ».
` I<. ToHEi, El libro del Ki, Edaf, Madrid 1992, 26.

Es útil decir interiormente una frase. Por ejemplo: «Mi espalda está
pesada»; «Mi pierna derecha está pesada», etc.

El calor afloja, ablanda. Por eso, después de sentir cada órgano


pesado, se puede recorrer una vez más cada órgano sintiéndolo
caliente, percibiendo con toda la atención su temperatura interna, y

45
dejando que con ese calor los músculos se distiendan. También aquí
ayuda utilizar una frase mientras se intenta percibir el calor interno:
«Mi pie derecho está caliente, mi pierna derecha está caliente», etc.
Así, los vasos sanguíneos pierden su tensión innecesaria, y la sangre
puede correr más libremente, oxigenando mejor todo el organismo.

- Según L. Mitchell, lo más importante es mover y relajar las


articulaciones y la piel, incluyendo caderas, rodillas, tobillos, frente y
cuero cabelludo, etc. Pero sobre todo, hay que realizar un «cambio
clave» que tiene que ver con las tensiones peculiares de cada
persona. Cada uno tiene que descubrir cómo tiende a reaccionar
físicamente cuando siente dolor, miedo, angustia, tristeza, rencor. Si
tiende a apretar la mandíbula y los labios, será fundamental que relaje
esa zona. Si tiende a apretar los puños, tendrá que estirar los dedos,
etc.
^ N. CABALLERO, La ventana entornada, San Pablo, Madrid 1998, 49, 51-52. s Cf L. MiTCHSLL, Relajación sin
esfuerzo, Urano, Barcelona 1989.

Algunas personas se relajan fácilmente, liberándose de las tensiones


acumuladas en el cuerpo, si imaginan una brocha gigante y blanda que
barre toda la superficie del cuerpo, por detrás y por delante. Primero
por partes: rostro, torso, brazos, piernas, pies. Luego el cuerpo
entero, de arriba hacia abajo'. También se puede sentir la relajación
como si fuera una onda continua que desciende por el cuerpo, y al ir
descendiendo van cediendo las tensiones de cada parte, hasta la
punta de los pies. Lo ideal es que la onda baje junto con cada
exhalación profunda.
Imagino a Jesús que se coloca frente a mí y coloca sus manos alrededor
de mi cabeza. Sostiene con suavidad y acaricia delicadamente. Siento su
calor. Tomo consciencia de todas las sensaciones que hay en mi
frente, en la parte superior y dentro de la cabeza. Siento cómo todo en
esa zona se relaja y se libera del estrés. Luego Jesús baja sus manos
y las coloca a ambos lados de la cara. Siento todas las sensaciones
de los músculos faciales, gozo percibiendo cómo todo se relaja, se
armoniza, se sana. Luego Jesús coloca sus manos en el cuello, luego en
los hombros, luego en cada brazo, luego en el tronco, y así poco a
poco, lentamente, hasta que llega a los pies.
` Cl` IC KERMANI, Relajación total: el entrenamiento autógeno, Robinbook, Barcelona 1993.
` -
' Cl ]. PrissT-l. SenoT r, Leading antenatal classes a practical guide, Oxford 1991.

- Contra el nerviosismo y la irritación

A veces estamos en un estado de tensión interior que no parece


calmarse con nada, porque sentimos, de un modo semiconsciente,
que hay algún peligro que puede dañarnos. Algunos ejercicios de
visualización pueden , ayudarnos a calmar esa agitación interior:

Sentarse y respirar profundamente varias veces. Luego imaginar que


se entra en un desierto llevando una tienda a hombros. Delante, una
densa oscuridad. Es una tormenta de arena que simboliza todos los

46
nerviosismos, miedos y tensiones que quieren apoderarse de alma. Esa
tormenta se está acercando. Entonces, a 1nedida que se aproxima,
obsérvate sacando la tienda de campaña. Desdóblala y móntala
correctamente, firmemente ajustada y enganchada. Entra en ella y
ciérrala herméticamente. Siéntate con calma mientras sientes que la
tormenta ya ha llegado. Escucha la arena sonar alrededor y sobre la
tienda con toda su furia. Cuando sepas que la tormenta de arena ha
pasado por completo, sal y siéntete liberado de todo nerviosismo y
temor. Abre los ojos. Estás libre.

Imagina tu nerviosismo y tus miedos como una inmensa roca. Mira


cómo el agua y el viento comienzan a deshacerla, carcomiéndola hasta
que no quede ni rastro.

Respira profundamente e imagina que estás en un lugar rodeado de


una preciosa luz azul. Esa luz penetra en tu interior con la
respiración y se instala en tu centro. Luego siente cómo esa luz
rodea todo tu cuerpo y comienza a penetrar por la punta de los
dedos de las manos y de los pies. Finalmente, mira cómo se une esa
luz exterior con la luz interior que estaba en tu centro. Así
desaparece el nerviosismo, invadido por la paz de esa luz azul.

Imagina que estás en una playa solitaria y serena, acompañado por toda
la grandeza cósmica. Comienza a amanecer y te sientes muy bien.
Hace calor. Miras el mar y percibes en su interior una huella de luz. Te
metes en el mar y nadas por la huella iluminada, cada vez más luminosa.
Azul o blanca. Finalmente, no sabes si estás nadando en el agua o en
la luz. Déjate llevar e ignora todo lo demás. Continúa todo el tiempo
que quieras. Sólo existe esa plenitud y nada puede perturbarla.
Luego, cuando abras los ojos, piensa que esa luz azul es lo que
llevas dentro".
También puede ayudarnos visualizar algo que se modifica, que se
transforma. Aquí se trata de usar la imaginación para encontrar una
sensación que nos relaje, porque esto varía de acuerdo a la
sensibilidad de cada uno. Algunos se relajan más con sonidos, otros
con perfumes, otros con colores, otros con sabores. Veamos algunos
ejemplos que pueden estimular nuestra creatividad:
Imaginar un cable muy tenso que se va aflojando.
Imaginar un ruido agudo, muy molesto, que se va suavizando, hasta
que se convierte en el murmullo de un arroyo, o en una melodía muy
agradable.
Imaginar un olor ácido, penetrante, insoportable, que se va
convirtiendo en el perfume de una rosa o en el aroma del pan recién
horneado.
8
Estos cuatro ejercicios han sido tomados, con adaptaciones, de la revista Salud alternativa 11 (Buenos Aires) 79, 93.
Imaginar que vas por un túnel oscuro, estrecho y frío, pero que
finalmente llegas a una pradera amplia, verde, soleada, y que penetras
en ella con una sensación de tibieza, suavidad y libertad.

-Esto es sólo una parte, no es todo

47
Cuando estoy resistiéndome ante algo que quisiera eliminar de mi vida,
pero que me molesta permanentemente, es bueno pensar en lo que no
tengo y en lo que sí tengo de manera que esa perturbación pierda
importancia.
No tengo: muchas cosas malas que otros están sufriendo. Suele ser útil
escribir una lista. Es realista imaginar por un momento los grandes
sufrimientos de mucha gente que yo no tengo que sobrellevar.
Entonces me pregunto: ¿Prefiero tolerar esta dificultad que tengo
ahora una humillación que soporto, un fracaso, una insatisfacción, un
problema físico) o acaso preferiría un problema peor (aquí puedo
imaginar varias cosas peores que yo no he tenido que afrontar)? Doy
gracias a Dios por los problemas que no tengo, y por los problemas
que tuve y ya no tengo.
Luego hago un repaso de todo lo que sí tengo, de muchas cosas que
la vida me regala, y que muchas personas desearían tener. También
es bueno escribir una lista, y dar gracias a Dios por todo eso, que ya
es mucho. Allí se pueden incluir momentos bellos y placeres del
pasado, porque de algún modo los llevamos dentro y nos han
enriquecido. Esa lista se puede conservar para tenerla a mano en los
momentos en que sea necesario alimentar el optimismo.
' Cf M. MdCav-P FANNING, Técnicas de relajación diaria, Oniro, B a r c e l o n a 1998`, 28-29.

Y teniendo en cuenta todos los males que no tengo y todas las cosas
buenas que tengo, decido vivir la vida así, como Dios me la regala,
disfrutándola y entregándome a ella aunque no sea perfecta. Así dejo
de resistirme ante esas cosas que me molestan, que son sólo una
parte de mi vida. Las acepto como una parte de la realidad.
Y si persiste una sensación física o anímica que me perturba, hay
una manera de reconocer que es sólo una parte: es distanciarse de
esa sensación, como mirándola desde fuera, y decir: «Yo no soy esa
sensación»; «Yo no soy ese dolor de vientre»; «Yo soy más que esa
desilusión»; «Yo soy más que ese sentimiento herido»...

- Tomar consciencia de lo que siento

Este es uno de los ejercicios fundamentales para debilitar las tensiones


interiores. Se trata de tomar clara consciencia de la molestia y la
resistencia que estoy sintiendo ante algo para que no me domine y
desaparezca. Pero esto debe entenderse correctamente para que sea
eficaz.
No es simplemente recordar un hecho molesto que sucedió y que
está haciéndome daño en mi interior. El solo recuerdo de un hecho
que me hizo sufrir puede alimentar más todavía el rencor o la
tristeza que ese hecho produjo en mí.
De lo que hay que tomar consciencia no es sólo de un hecho
sucedido, sino de lo que yo siento a causa de ese hecho. Es tomar
consciencia de esa tensión interior, de esa resistencia que hay en mi

48
alma, de esa molestia, de ese temor o de esa tristeza. No es tomar
consciencia de lo que me molesta, sino simplemente de la molestia
misma.
Es ver directamente y con lucidez lo que estoy sintiendo, para
descubrir su tontería y su inutilidad. Es percibir hasta el fondo lo que
estoy sintiendo y reconocer que no sirve para nada.
Al reconocer claramente esa sensación molesta y ponerle un nombre,
puedo descubrir sinceramente que no vale la pena alimentar ese
rechazo hacia tal persona, ese rencor por lo que me hicieron, ese
desprecio hacia la persona que hizo tal cosa, etc. O simplemente, no
tiene sentido que me sienta mal cada vez que escucho esa música, o
que esté triste cuando no hay sol.
Debo dejar que surja una renuncia a ese sentimiento dañino, debo
dejar que nazca un rechazo al odio, a la tristeza, a la desilusión. No
sirven para nada, no valen la pena.
Pero no es sano agredirse a sí mismo por estar sintiendo odio o
tristeza o desprecio, porque en ese caso se termina alimentando
otro odio y otra tristeza. Simplemente hay que contemplar, reconocer
lo que se está sintiendo, y descubrir que no es conveniente, que no
es necesario, que no tiene sentido, que es inútil. A partir de ahí uno
puede liberarse, y de aquel hecho que causaba odio o tristeza sólo
quedará un recuerdo sereno.
Vayamos ahora a unos ejemplos muy simples:

-Puedo percibir el roce del aire fresco en mi cara y sentir un


tremendo rechazo. En cambio, un esquimal tolera pacíficamente el
viento helado en su rostro sin inmutarse. Pero yo puedo tomar
consciencia, no del frío, sino de esa molestia mía ante el frío, de esa
reacción tremenda que se produce dentro de mí. Así puedo descubrir
que esa reacción negativa no vale la pena.
Antes me costaba mucho ducharme; me resistía porque sentía que el
agua era como una agresión a mi cuerpo y me parecía una pérdida inútil
de tiempo. Cuando tomé consciencia de esos sentimientos y reconocí su
tontería, aprendí a detenerme y a disfrutar de la ducha.

Lo mismo sucede cuando me siento herido porque me han criticado.


No se trata de detenerme a recordar esa crítica, o de ponerme a
pensar en las actitudes de la persona que me criticó. Se trata sólo de
percibir detenidamente la molestia que estoy sintiendo: mi
vanidad herida, el dolor de mi orgullo lesionado. Entonces descubro
que no tiene sentido conservar ese sentimiento tonto.
No basta decir: «Siento que no me tienen en cuenta». Eso sólo me
recuerda un hecho: que no me tienen en cuenta. Estamos hablando
de algo más; de precisar exactamente el sentimiento, el estado de
ánimo que se despierta en mí ante el hecho de que no me tienen en
cuenta: debilidad, rencor, deseos de venganza, etc. Es prestar
atención a ese sentimiento preciso que me hace daño y descubrir
qué tonto es gastar energías y desgastarme en esto.
¿Acaso es tan importante que tenga ese fracaso en mi historia?

49
Entonces, ¿vale la pena entristecerme por ese fracaso? ¿Acaso es tan
terrible que yo sienta ese dolor, que en mi sensibilidad exista esa
molestia?

En esta toma de consciencia se puede advertir una serie de


asociaciones negativas que son erróneas, pero que muchas veces
dominan la consciencia. Al tomar consciencia de esas asociaciones,
podemos ver que no tienen sentido y así se debilitan. Por ejemplo, si
me siento mal cuando alguien no se detiene a saludarme, puedo
asociar ese hecho con mis sentimientos de inferioridad, y entonces
creo que esa persona no me valora. Pero en realidad puede haber
muchas otras explicaciones: que esa persona tenga prisa, que
tenga que, resolver un problema, que esté distraída, que esté
tratando de recordar algo que ha olvidado, etc. Si yo descubro la
asociación falsa que hice, entonces mis sentimientos de inferioridad
no me dominarán; simplemente estarán allí, en su lugar, y dejaré de
resistirme tanto ante un hecho sin importancia. Pero aunque fuera
cierto que usa persona no me valora, ¿acaso es tan importante?
¿Tiene sentido que me angustie tanto?

- Veamos un último ejemplo de esta toma de consciencia tan


sanadora: cuando hay una dificultad a la que nos debemos enfrentar, o
cuando faltan algunos días para que tengamos que sostener una
entrevista difícil, es muy probable que nos inquietemos y recordemos
permanentemente ese trance que nos espera. Este temor, ese nudo en
la garganta, provocan un daño interior inútil. Es cierto que podemos
mitigarlo distrayéndonos con música, deporte, etc. Pero lo más útil es
detenerse a percibir a fondo y con la mayor exactitud eso que
estamos sintiendo: indignación, miedo al fracaso, vergüenza, o lo que
sea. Ese estado de ánimo es inútil. Al ponerle un nombre
reconocemos que es una tontería sentir eso, y que no sirve para nada.
Entonces, comienza a desvanecerse. A partir de ese inicio de liberación,
podemos hacer algún ejercicio de relajación y concentrarnos en hacer
algo que valga la pena y que nos prepare para esa situación que
tendremos que afrontar.

Vale la pena que leamos un texto de un monje cristiano de la Edad


media, en el que invitaba a prestar esta atención detenida a los enemigos
interiores que suelen apoderarse del alma en medio de la oración:
«Entro decidido con espíritu enojado y amargado en el edificio
oscuro de mi consciencia, para aclarar, por fin, de dónde provienen
estas tinieblas, esta sombra abominable que me separa de la luz de
mi corazón... Pero entonces me asalta una ola de pensamientos
totalmente indisciplinados, abigarrados y confusos, que el corazón
del hombre que los ha provocado no puede ni ordenar ni aclarar.
Mientras tanto, permanezco tenaz, firme, y me siento en una silla,
como si quisiera sentarme para juzgarlos. Les mando que se presenten
delante de mí uno a uno, para verles claramente la cara y advertir la
importancia que tiene cada uno de ellos, a fin de asignar también a cada
uno el puesto que le corresponde en mi casa» 10 .

50
- Dar espacio a lo bueno

El ejercicio anterior no debe ser malentendido. Se trata de tomar


consciencia de lo que sentimos para reconocer que no vale la pena
alimentar esos estados de ánimo negativos. Pero no consiste en
estar permanentemente atentos a nuestras insatisfacciones,
necesidades o dolores. Cuando un dolor persiste, y tenemos que convivir
con él, no conviene detenerse a menudo a tomar consciencia de él,
sino más bien aceptar que existe, no juzgarnos por lo que sentimos,
tomarlo como una parte de la propia vida, y prestar atención a otras
cosas.
~I GUILLERMO DE sAINT-TH16RRY, ML'dltGitIVL7L' Orationes 9: PL 180, 232-233.
En lugar de estar pensando permanentemente en lo desagradable, es
mejor llenar la mente y el corazón con lo bueno. Tampoco conviene
pensar mucho en los propios defectos, porque nos obsesiona y
muchas veces nos paraliza. Cuando llegamos a despreciarnos a
nosotros mismos, esto no nos da ninguna energía para cambiar.
Resistirnos contra nosotros mismos es también una tensión venenosa.
Tampoco se trata de resistir contra nuestros sentimientos negativos y
provocar una guerra interior. Es mejor llegar a percibir que esas
sensaciones son tontas o i nconvenientes, pero que en ellas hay una
energía valiosa que puede ser mejor encauzada.
Por ejemplo: La energía que he puesto en la inútil envidia que siento
hacia otra persona puede ser transformada en una sana admiración
hacia esa persona. Una admiración que me alegre por lo que Dios
siembra en los demás y me estimule a desarrollar otros dones que yo
tengo, que me mueva a sacar lo mejor de mí.
Cuando una tristeza me hace descubrir mi lado frágil, esto me puede
estimular a poner realmente mi apoyo en el amor de Dios y no
pretender que mis fuerzas sean infinitas.
Una desilusión amorosa me puede llevar a escuchar la llamada mística
que llevo dentro, o a dedicarme más a buscar la felicidad de los demás
y no tanto la realización de los propios planes.
Un fracaso me puede ayudar a reconocer que hay muchas cosas
que yo descuidaba por estar pendiente de un éxito, y cuando el fracaso
derrumba ese éxito soñado, muchas otras cosas pueden recuperar su
valor.
Cuando soy agredido y despreciado, puedo dar lugar a que la parte
más fuerte y sana de mi ser preste su auxilio a la parte más vulnerable,
que se siente agredida, para que los estímulos negativos no sean más
poderosos que el potencial positivo que llevo dentro. Y puedo
expresarlo con una frase como la siguiente: «Esas personas necesitan
hacerme sentir un inútil para compensar sus propias carencias. Los
comprendo. Pero no es cierto que sea un inútil. Tengo muchas otras
capacidades que puedo explotar, aunque esas personas no puedan
verlo».
Eso es dar un cauce a la energía insatisfecha para evitar que ande
vagando confusamente por nuestro interior, enfermándonos.
Por eso es bueno dedicar un tiempo a pensar en las virtudes que

51
podemos llegar a desarrollar, o recordar a menudo algunos modelos
que nos atraigan para vivir de otra manera.
Un ejercicio útil en este sentido es detenernos frecuentemente a
visualizar las cosas bellas, a imaginarlas de tal manera que despierten
agrado en nuestro interior. Sólo así podrán ocupar el lugar de los
sentimientos negativos, para que las agresiones externas no nos lleven
a encerrarnos en nuestro dolor.
Por ejemplo: Visualizo la belleza de la tolerancia, de la paz, de la
alegría o del servicio, como si fueran colores. Luego elijo uno de esos
valores y lo imagino como un color que entra en mí, que penetra
todas mis fibras, músculos y huesos. Luego me va inundando y
penetrando por entero, se apodera de mí hasta ocupar mis
pensamientos y deseos. Después me visualizo haciendo las cosas de
cada día pero penetrado por esa virtud, y me siento feliz por eso.
Finalmente, recuerdo las cosas que tengo que hacer a continuación y
me imagino haciéndolas con esa actitud que me ilumina. Sonrío, y
comienzo de esa manera a realizar mis tareas.
Este ejercicio me permite hacer un cambio interior importante:
aceptarme con mis límites, dejar de resistirme ante mis defectos e
imperfecciones, y enamorarme de algunos valores bellos que pueden
hacer de mi vida algo más hermoso.
Dejar de escapar y encontrar un sentido
Escapar permanentemente de algo o atormentarse por el miedo de
encontrarlo es la mejor manera de debilitarse y hacerse incapaz de
enfrentar los problemas cuando lleguen:

«Además de la huida, otra actitud perjudicial e inútil ante los objetos que
consideramos peligrosos consiste en atormentarse, en preocuparse tremenda y
obsesivamente y en no dejar de pensar en los peligros que nos amenazan.
Debemos darnos perfecta cuenta de que la inquietud no posee capacidad
mágica alguna para disminuir los peligros... Será mejor, por tanto -y ello
depende de ti-, que concentres deliberadamente tu pensamiento en otra cosa.
Notemos también que una sobredosis de ansiedad y de aprensión reduce tu
capacidad de afrontar eficazmente un peligro real. Una vez más, estarás
malgastando una parte de tus energías y aumentando tus posibilidades de ser
más duramente golpeado por un acontecimiento desafortunado»".
Pero hay formas sutiles de escapar de algo negativo, como cuando
pasamos por un lugar o por un objeto sin querer verlo.
" L. Aucerz, Ayudarse a sí mismo aún más, Sal Terrae, Santander 1998', 122.
Ya dijimos que podemos detenernos también en los edificios y en las
calles de una ciudad, y no sólo en la naturaleza. De hecho, muchas
veces nos resistimos ante una calle, una casa, un lugar. El desprecio
hace que no queramos mirar ese lugar donde estamos, o que nos
sintamos incómodos al tener que pasar por allí. La única manera de
liberarnos de esa tensión y de ese desagrado es precisamente dejar de
escapar, y detenernos un momento a percibir los detalles del lugar, sus
formas, sus contornos, sus colores, hasta que ese lugar nos resulte
familiar y amable.
Hay personas que toman con mucha serenidad las molestias
normales de la existencia. No se resisten ante la realidad, se dejan

52
llevar. Por eso sufren menos. No es que no se ocupen de resolver los
problemas, pero no se atan a un plan o a un resultado fijo. Saben y
aceptan que la vida es movimiento, dinamismo, cambio.
Esto nos recuerda que los esquemas mentales, la amplitud o la
cerrazón de nuestra mente, tienen algo que ver con nuestros
sufrimientos. Seguramente, si pudiéramos modificar algunos de
nuestros esquemas psicológicos, sufriríamos menos.
Si una persona nos parece hermosa o fea, depende mucho de los
esquemas internos, y por eso la mejor manera de debilitar el rechazo
que sentimos por la fealdad de alguien es precisamente enfrentarla,
dejar de escapar, y apreciar sus detalles, los colores, las formas.
Poco a poco uno va dejando de resistirse. Van cayendo los esquemas
mentales que nos decían que mirar a esa persona era malo.
Los ruidos, la gente que encontramos por la calle, las interrupciones,
son parte de la vida en movimiento, no son mis enemigos. Sólo se
convierten en enemigos si no estoy disponible, si me resisto a todo
cambio, si creo que sólo puedo disfrutar cuando hago lo que he
decidido o cuando logro lo que he soñado. Pero si estoy disponible, si
acepto que me saquen de lo que he proyectado y me abro a esa novedad
que la vida me ofrece, entonces puedo encontrar serenidad en eso que
no había previsto. ¿Por qué no?
Advirtamos cómo, en lo que estamos diciendo, se va perfilando una clave
para desarrollar esta actitud de no resistirse, de aflojar, de aceptar:
Reconocer de qué manera una cosa que me molesta tiene un lugar en
el universo, tiene un sentido, una función y una belleza misteriosa, algo
que ofrecerme.
Por otra parte, hace falta motivarse para no resistirse. Hay personas
que están siempre crispadas porque no quieren que los demás las
toquen, se alteran cuando otra persona las roza, se resisten a ser
tocadas. Eso produce una lucha interior permanente. Pero si fueran
capaces de respirar profundo, de sentir esos roces como una caricia
de la vida, recordando que somos todos de la misma carne, que la
persona que está a su lado es imagen de Dios con una inmensa
nobleza, quizá poco a poco dejarían de resistirse y terminaría ese
martirio inútil. Si no procuran desarrollar un sentimiento de empatía,
de fraternidad, de compasión, sufrirán cada vez más por un contacto
que es inevitable.
Además, frente a ciertas situaciones que no podemos controlar,
cosas que no pudimos prever u organizar con tiempo, novedades que
no nos encuentran preparados, nace un sentimiento interior de
inquietud o inseguridad, y hasta de miedo. Son cosas que «nos sacan de
los esquemas»: la entrevista con alguien, una reunión imprevista, un
nuevo grupo, una dificultad que no imaginábamos, una nueva misión
que nos encargan, etc. Allí nos encontramos con una resistencia
interior a lo desconocido, algo que no podemos saber cómo terminará.
Y en realidad Dios siempre quiere desestabilizarme, para que no me
quede anclado, para que no renuncie a la vida, para que no opte por la
muerte que es inmovilidad, comodidad, falsas seguridades que
terminarán asfixiándome y destruyendo mi vida espiritual. La vida es un
movimiento continuo, y hay que aceptarla así si queremos vivirla.

53
Asumiendo que siempre habrá cosas inciertas, podremos encontrar
«seguridad en la inseguridad».
Nos resistimos cuando Cristo nos invita a pasar a la otra orilla, y
más todavía, cuando aparece una tormenta en medio del mar. Pero él
sólo nos invita a pasar a la otra orilla. No nos dice que no
atravesaremos tormentas, pero nos asegura que juntos llegaremos a la
otra orilla.
Y Él me desestabiliza permanentemente, hasta que acepte depender
de Él y sólo de Él en la novedad permanente de su amistad, porque
Él quiere ser siempre nuevo en mi existencia.
En realidad, si Él es la Vida y la fuente de toda vida, entonces no
tendría que importarme que Él quite, lleve, cambie, pida, modifique.
Porque cualquier cosa es vida si está Él. El asunto es que nos abramos
a su gracia para aceptarlo como el Dios de la vida, del dinamismo,
de la novedad.
Conocerlo a Él es estar siempre en ruta, es vivir de conversión en
conversión, es un sí a la vida.
Tener un corazón abierto es también, como Abrahán, estar dispuesto
a un éxodo permanente, aunque viva siempre en el mismo lugar.
Porque a veces el desafío está precisamente en perseverar allí
donde se hace difícil, cuando aparece la rutina, y Dios nos llama a
encontrar la novedad y a crear cosas nuevas allí mismo, dejándonos
iluminar por la novedad de Dios en ese aparente desierto.
11
A. Mor.n, Tai Chi. Meditación en movimie n to , M é x i c o 1 9 9 7 , 9 4 .
Además, podemos orar de una manera que nos ayude a liberarnos de
esa resistencia que sentimos ante los desafíos de la vida. Veamos
los posibles pasos de esta oración:
Ponerme en la presencia de Dios y alabarlo porque El es vida, vida
pura, vida plena, vida que todo lo renueva, que siempre ofrece
novedades. Y pedirle la gracia de aceptar que Él me lance al mar de
la vida, con todas las novedades, cambios y desafíos que quiera
plantearme.
Pensar qué cosas, en este momento de mi existencia, me producen
temor, inquietud, inseguridad, cosas que no puedo preparar ni
planificar de antemano.

- Tratar de ver y de aceptar esas cosas como nuevas oportunidades


de vida, como ocasiones que usará el Señor para hacer algo bueno en
mi existencia, para regalarme una preciosa novedad, para
enriquecerme y hacer madurar algún aspecto escondido de mi ser.

Decirle al Señor que quiero confiar en Él, aunque parezca que Él


está dormido en medio de mi tormenta y de mis temores. Y decirle
que acepto su designio, esas inseguridades que estoy viviendo, para
que Él obre en mi debilidad y me regale vida nueva. Este acto de
aceptación es clave, es esencial. Porque sería una falsedad decirle a
Dios que le ofrezco una molestia si no estoy aceptando vivirla.
Ofrecer algo es aceptar tener que vivirlo, admitirlo como parte de la
propia vida. El instinto nos lleva a tratar de liberarnos inmediatamente

54
de una molestia. Pero cuando uno acepta sinceramente tener que
sufrir algo, y se lo ofrece a Dios como un acto de amor, entonces
dejará de resistirse ante esa molestia, la tomará serenamente como
parte de su vida y convivirá en paz con ella. Esto no es posible sin una
decisión expresada con claridad y sinceridad: «Señor, hoy acepto
vivir por un tiempo con este problema. Quiero estar en paz con él. Lo
acepto y te ofrezco las dificultades que esto me ocasiona, como un
acto de amor».

- Demorar la respuesta de mi ordenador

Es importante estar atento a esas situaciones que vivimos como una


agresión, y habituarnos a demorar nuestra respuesta ante esas
agresiones: pueden ser ruidos que nos molestan, gritos, palabras
hirientes.
Por ejemplo, si suena el teléfono y lo vivimos como una interrupción
desagradable, no es necesario que reaccionemos inmediatamente
para liberarnos de esa tensión. Detengamos la respuesta, respiremos
profundo, tomémoslo como un nuevo desafío para crecer, como un
acto de amor y de compasión, y sólo después de tres o cuatro
llamadas levantemos el auricular. Así el encuentro con el otro será
más amable y menos tenso.
Cada vez que estemos muy apresurados por alguna tarea y alguien
o algo nos detenga o nos interrumpa, podemos vivirlo como una
llamada a no perder la calma interior en medio de la actividad.
Sintámoslo como algo que nos está recordando qué es lo realmente
importante en nuestra vida.
Si cedo al rencor, al odio, a la violencia, ¿vale la pena todo lo que
hago, todo lo que busco? ¿No es mejor amar, aunque sea en esta
circunstancia adversa?
Pero siempre es necesario detener un momento nuestra reacción negativa
«observando» lo que pasa en nuestro interior y reconociéndolo como
resultado de un esquema mental (un «ordenador») que nos domina. Se
trata de imitarnos a ser como observadores externos de esa reacción y
del esquema mental que la provoca. Ese esquema mental no puede ser
modificado inmediatamente, pero ,al reconocerlo lo mantenemos bajo
control. Vale la pena transcribir una explicación muy clara de este
fenómeno:

«Imagina que te encuentras en una situación o con una persona que te


resulta desagradable y que ordinariamente tratas de evitar. Observa ahora
cómo tu ordenador entra instintivamente en funcionamiento e insiste
en que evites dicha situación o trates de modificarla. Si consigues
resistir y te niegas a modificar la situación, observa cómo el ordenador
se empeña en que experimentes irritación, ansiedad, culpabilidad o
cualquier otra emoción negativa. Sigue considerando esa situación (o
persona) desagradable hasta que caigas en cuenta de que no es ella la
que origina las emociones negativas (ella se limita a estar ahí y a
desempeñar su función bien o mal, acertada o equivocadamente: es lo
de menos). Es tu ordenador el que, gracias al programa, se empeña en

55
que reacciones con emociones negativas. Lo verás mejor si logras
comprender que hay personas que, con un programa diferente, y
frente a esa misma situación, persona o acontecimiento, reaccionan
con absoluta calma y hasta con gusto y contento. No aflojes hasta
haber captado esta realidad... Observa todo esto desde fuera, por así
decir, y comprueba el prodigioso cambio que se produce en ti»".
13
A. oE Mia.i.o, Uma llamada al amor: consciericia, libertarl, lidefidad, Sal Terrae, Santander 2002'° , 20-21.
Esta consciencia de los propios condicionamientos interiores es
clave para aprender a abandonar las resistencias y así vivir
serenamente en medio de cualquier situación. De lo contrario,
cualquier pequeña cosa que no funcione según mis cálculos interiores
me hará reaccionar mal, y cualquier persona que no responda a mis
gustos o criterios interiores despertará mis peores instintos.
¿Eso no es precisamente una esclavitud?
Debilitando esos esquemas cerrados, nuestra amplitud mental puede
crecer de tal modo que también un dolor o un hecho imprevisto
puede ser incorporado y aceptado serenamente como parte de la
vida, como un componente natural de nuestra existencia terrena.
Si estoy con una persona y de repente comienza a molestarme lo
que dice o lo que hace, y empiezo a replegarme en mi interior, o a
sentirme agredido, el secreto está en darme cuenta a tiempo y
hacerme algunas preguntas: ¿Qué estoy sintiendo? ¿Qué idea
maligna se está apoderando de mí? ¿Tiene sentido que me deje
dominar por esta reacción? ¿Qué esquema mental me está
dominando? Así evitamos que la ira nos arrastre.
El dolor y las molestias deben ser tocados, acariciados delicadamente,
para poder transformarlos en algo positivo.
Si algo te duele o te molesta, entonces despréndete de tu yo para que
ese dolor no te domine. Todo es relativo, todo se pasa. Deja que ese
dolor fluya, que cumpla su misión. No lo tomes como un enemigo,
no lo odies, no agredas esa parte de tu cuerpo que está sufriendo.
Sin embargo, en algunas ocasiones estos buenos consejos no
funcionan, porque las emociones se han apoderado con mucha
fuerza de la persona y eso disminuye su libertad para detenerse,
para reflexionar y tomar decisiones adecuadas. Si estamos
demasiado absorbidos por la ira, por una humillación, por un fracaso,
entonces no estaremos dispuestos a meditar, ni siquiera a relajarnos.
En ese caso podemos contarle a un amigo todo lo que sentimos,
poniéndole un nombre a nuestro estado de ánimo.
Si esto no disminuye nuestra perturbación, serán necesarios algunos
ejercicios para «cambiar de canal» y refrenar el empuje de la emotividad
desbordada 11 . Por ejemplo, gritar mentalmente con mucha fuerza
«¡Basta!». O usar la imaginación entreteniéndonos en proyectos
agradables, posibles planes para las vacaciones, recuerdos bellos.
También puede ayudar buscar una canción que nos agrade-, correr un
poco, leer algo interesante, contemplar un objeto agradable.
Finalmente, utilizar alguna frase que nos haga sentir que lo que ha
sucedido no es tan grave: «Esto, pasará como todo pasa»; «Tengo
todas las capacidades para resolver esto poco a poco»; «Tengo todavía

56
muchas posibilidades»; tengo derecho a no ser perfecto»; «Sucedió
lo que tenía que suceder, pero todo será mejor»; «Con el tiempo todo
se olvida».
También puede ayudar detenernos con un papel y un lápiz a planificar
algo nuevo, o a escribir una lista de posibilidades que podríamos
desarrollar en el futuro. Así evitaremos reaccionar de una forma
irracional y hacer o decir cosas de las que luego nos arrepentiremos.
En algunos casos puede ser conveniente ofrecer a la ira contenida
alguna vía de escape en privado, como patear algo, golpear una
almohada, gritar con fuerza, saltar, llorar. Pero esto ha de ser sólo un
recurso transitorio y nunca conviene agredirse a sí mismo o a otros
con insultos o menosprecios. En todo caso, si el insulto brota
inevitablemente, nunca hay que dirigirlo a las personas, sino derivarlo
al mal que se ha apoderado de esa persona, o a su error. Esta
distinción entre la persona misma, siempre sagrada, y sus males o
errores, impide que alimentemos el odio que nunca hace bien.
'^ M. McKnv-R FANNING, a.c., 94-95.
- Incorporar el movimiento
El que se resiste a algo enferma. Porque esa resistencia ante algo que no
podemos cambiar hace que nos sintamos demasiado frágiles, fracasados.
Y si esa resistencia interior se prolonga, nace la tristeza, la sensación
de un profundo desamparo. Entonces renunciamos a vivir en algún
sector de nuestra existencia. Por eso algún órgano del cuerpo se
debilita y deja de funcionar armoniosamente.
Además, las resistencias provocan innumerables tensiones en el
cuerpo: las más comunes son: levantar los hombros, presionar la
lengua contra la parte alta de la cavidad bucal o contra los dientes
incisivos superiores, contraer el estómago o los labios, tensar las
pantorrillas, etc.
Esta tensión física prolonga el estado anímico de tensión. Es un
círculo vicioso. Por eso, algunos ejercicios físicos son muy
importantes, ya que, si les prestamos toda nuestra atención, sirven al
mismo tiempo para descomprimir el organismo y para simplificar la
mente.
Pero estos ejercicios físicos pueden ser un engaño. Veamos: A veces
la misma oración y los ejercicios de relajación nos convierten en
enemigos de la vida. Porque vivimos esos espacios de soledad de tal
manera que luego nos resistimos a afrontar la vida, y salimos de la
soledad más irritables y sensibilizados que antes. Entonces todo nos
cae mal, porque nos aparta de esa calma que hemos saboreado. Esto
significa que la meditación y la relajación no han sido completas, o
han sido sólo una especie de adormecimiento. Porque estamos
divididos por dentro, partidos, fragmentados, sin unidad. Tenemos
instantes de serenidad pero nuestra vida no es serena. Tenemos
momentos de calma pero nuestra existencia cotidiana no está invadida
por la paz. Por eso son muy valiosos los ejercicios que nos ayudan a
relajarnos en el mismo movimiento, en medio de la acción, y así nos
permiten dejar de resistirnos a la vida.

57
La cuestión es poder estar como agua tranquila, serena, aunque por
todas partes haya tormenta; se trata de vivir intensamente lo que hay
que hacer, pero manteniendo la quietud interna. Las actividades
cotidianas pueden hacerse a la perfección, pero al mismo tiempo de
una manera espiritual, religiosa, como si estuviéramos desarrollando un
ritual sagrado.
Se logra una gran armonía cuando conseguimos introducir la relajación
en la actividad misma, porque así se eliminan las tensiones entre lo
interno y lo externo, entre la quietud y la actividad.
Un primer paso para alcanzar esta unidad sería dedicar un tiempo a
realizar alguna actividad muy pausadamente, con plena consciencia y
utilizando todos los sentidos, evitando toda prisa y gozándola con
todo nuestro ser.
Pero también pueden ayudarnos algunos ejercicios. A continuación
propongo algunas prácticas de movimiento que provocan una
verdadera relajación en la acción:

Percibir si tenemos los hombros levantados y la cabeza echada hacia


atrás. Llevar al centro la cabeza bajando la barbilla. Rotar los hombros
varias veces hacia delante y hacia atrás, y finalmente dejarlos caer todo
lo posible (hacia atrás) dándoles una orden: «Bajad, bajad, bajad».
Intentar caminar unos minutos con los hombros relajados, como
cuando uno suelta el freno de un automóvil y lo deja avanzar
libremente.

Rotar el cuello: Guiándolo hacia la derecha y hacia la izquierda. Después


tocando la oreja derecha con el hombro derecho (sin levantarlo) y luego la
oreja izquierda con el hombro izquierdo. Dos o tres veces. Siempre
manteniendo los hombros caídos hacia atrás y la barbilla
apuntando hacia abajo.
De pie, llevar las manos lenta y suavemente hacia atrás hasta que se
toquen, y luego dejarlas caer hacia delante por su propio peso.
Mientras tanto, se imagina un punto debajo del ombligo y se siente
el peso de ese lugar hacia abajo. Repetirlo varias veces.
Acostado boca arriba (sobre una superficie que no esté fría),
contraer y tensar todos los miembros del cuerpo, uno cada vez,
durante cinco segundos, y luego soltar y relajar. Al inspirar tensar y al
espirar aflojar. Por ejemplo, apretar y soltar los puños, los glúteos, la
punta de los pies, las pantorrillas; fruncir el ceño y soltarlo, levantar
las cejas y bajarlas, encoger los hombros y soltarlos.
- Arrodillarse y postrarse boca abajo, con los brazos estirados hacia
delante todo lo que se pueda. Después levantarse lentamente hasta
quedar nuevamente bien erguido.
Sentado, girar los tobillos y las muñecas. Después masajear los dedos
de las manos y de los pies.

A veces es bueno interrumpir el trabajo o la lectura con alguno de


estos ejercicios, sobre todo si llevamos una vida muy sedentaria.
Esto nos permite seguir amando el movimiento y no encerrarnos en un
ideal de pura quietud que nos atrofia y nos vuelve enemigos del

58
movimiento.

Relajarse estirando

Una mención particular merecen los estiramientos, por su especial efecto


relajante y armonizante, y porque suelen ser descuidados u olvidados
por las personas que hacen deporte, caminan o realizan cualquier
ejercicio físico. El estiramiento evita el acortamiento de los músculos
que se produce con el paso de los años, un acortamiento que puede
interpretarse como una tendencia de la persona a contraerse para
protegerse de los desafíos; como si fuera un modo de encerrarse en
uno mismo. Los estiramientos ayudan a mantener la amplitud, a
«aflojarse» ante la vida.
Pueden hacerse de manera ordinaria, en medio de las actividades de
cada día, evitando la comodidad y estirándose para alcanzar un
objeto, para masajear una parte del cuerpo, etc. Pero también es
bueno detenerse a realizar algunos ejercicios que ayuden a aumentar
el alcance de los movimientos del cuerpo:

Acostado: Comenzar por el brazo derecho y la pierna derecha y estirar


hacia abajo (en dirección a los pies de la cama) todo lo que se pueda.
Insistir hasta que sintamos que no podemos más. Luego aflojar y
hacer lo mismo del lado izquierdo. Levantar la cabeza, llevar ¡a barbilla
contra el pecho y presionar. Levantar una pierna estirándola todo lo
posible. Luego la otra. Lo mismo con los brazos. Levantar las
rodillas, estirar los brazos en cruz y luego bajar una rodilla hacia la
izquierda y simultáneamente la cabeza hacia la derecha todo lo que
se pueda. Después bajar la otra rodilla hacia la derecha y la cabeza
hacia la izquierda.
El siguiente ejercicio es sumamente eficaz para aliviar tensiones: De
pie, bien recto, levantar los brazos lentamente hacia arriba haciendo
un círculo, mientras se inspira. Colocar las palmas de las manos hacia
arriba, como sosteniendo el techo, y presionar hacia arriba lo más
alto posible. Luego bajar lentamente los brazos hasta los costados
mientras se espira. Cuando se ha soltado todo el aire, inclinarse
manteniendo las piernas rectas, intentando tocar el piso con las
manos. Después comenzar a erguirse. Sólo cuando se está erguido
comenzar a inspirar, y volver a elevar los brazos hacia el techo. Después
de repetir varias veces este ejercicio, se puede intentar tocar el
techo, primero con la punta de los dedos de la mano izquierda y
luego con la mano derecha, pero sin levantar los talones.
De pie, con una silla: Tomar el respaldo de la silla con la mano derecha,
levantar el pie izquierdo hacia atrás y tomar la punta del pie con la
otra mano. Mantenerse así varios segundos para favorecer el
estiramiento de los músculos de la pierna. Hacer lo mismo con el otro
lado del cuerpo. Luego, colocar la pierna derecha sobre una silla u otra
superficie alta y mantenerla unos segundos para favorecer el
estiramiento de los músculos traseros. Se puede favorecer flexionando

59
ligeramente la otra pierna. Después se hace lo mismo con la pierna
izquierda. Finalmente, apoyar la mano izquierda en el respaldo de la
silla, y dar una patada al aire con la pierna derecha. Hacer lo mismo con
el otro lado del cuerpo.
Sentado, con las piernas cruzadas, se levanta el brazo derecho, que
pasa por encima de la cabeza y bajando hacia el lado izquierdo, sin
levantar la pierna derecha. Mientras tanto, se apoya suavemente la
mano izquierda en el piso. Finalmente, se apoyan completamente las
palmas de las manos en el piso del lado izquierdo. Se permanece así
unos segundos, y luego se realizan los mismos movimientos hacia el
lado derecho, hasta apoyar las dos manos del lado derecho.
De pie, mover el torso hacia la derecha todo lo posible, manteniendo
las caderas fijas. Luego hacer lo mismo hacia la izquierda.
Mover un brazo de forma circular, luego hacerlo con el otro. Pero
hacerlo siempre con suavidad, sin sentimientos de agresión o de
violencia, y dejando aflorar una sonrisa.
-- La vida como danza sagrada
El Tai Chi es una verdadera riqueza, y sería de tontos despreciarlo.
Tiene la gran virtud de liberarnos del dualismo entre lo interno y lo
externo, entre la serenidad y la actividad. Precisamente porque
incorpora a la meditación el movimiento físico, que es parte de la vida.
Así permite una mejor armonización entre espiritualidad y acción, e
impide confundir la contemplación con la quietud. Ayuda a descubrir
que el movimiento físico no es un obstáculo, y que la clave está en
armonizar en la vida misma todas las dimensiones del hombre,
incluyendo el cuerpo, la actividad y el movimiento, en íntimo contacto
con la contemplación espiritual.

La meditación o la relajación en quietud no son suficientes, porque no


ayudan del todo a encontrar un modo sano de caminar, bailar, trabajar,
moverse o actuar. Por otra parte, la falta de actividad no responde a la
totalidad de la persona, que es un conjunto anímico-corpóreo. Hay una
dosis de esfuerzo físico que es necesaria para el buen funcionamiento del
organismo y de la psique.
Para dar un ejemplo, propongo la siguiente práctica: Después de hacer
algunos ejercicios de respiración, ponerse de pie, mover el pie
derecho hacia delante y mover serenamente el hombro y el brazo
derechos hacia la izquierda, siempre con movimientos circulares,
plásticos, fluidos. Luego hacer lo mismo con el brazo y el pie izquierdos
hacia la derecha. Repetirlo diez veces sin forzar el movimiento,
creando un ritmo personal y espontáneo. Cada uno tiene un ritmo
único que debe saber descubrir para dejarlo fluir con libertad.
Después, sonreír e introducir otros movimientos lentos del cuerpo,
incluyendo brazos, manos, hombros, piernas, pies, caderas. La
lentitud de los movimientos permite compenetrarse completamente
con cada instante del proceso y de sus detalles sutiles.
Manteniendo la cabeza hacia delante, se gira la cintura balanceando
los brazos hacia un lado y hacia el otro; luego se ladea suavemente
el cuerpo asentando el peso en un pie, y después en el otro.
Después se puede actuar como si se estuviera jugando con una gran

60
esfera, moviéndola con las palmas de las manos de un lado a otro,
desplazándose en distintas direcciones. La esfera se agranda, se
achica, se eleva, cambia de forma. Si los brazos se elevan, las
rodillas se flexionan hacia abajo.
Otros movimientos pueden ser imitaciones del vuelo de un ave,
montar un animal mover las manos como si fueran nubes, lanzar una
flecha, etc. Pero siempre sintiendo la conexión con el propio centro.
Ni los brazos ni las piernas ni los movimientos que hacemos son algo
independiente. Están ligados a la unidad personal y están en
permanente conexión con el propio centro, que es estable.
Siempre deben ser movimientos circulares, nunca abruptos ni
forzados. Por eso las rodillas normalmente están ligeramente
flexionadas, al igual que los codos, pero sin tensiones.
Es necesario dejarse llevar también físicamente, con receptividad,
como si tuviéramos dentro un río que nos impulsa dulcemente. No es
pasividad, sino recuperar nuestra espontaneidad natural, respetar y
obedecer los principios más profundos de la vida que Dios derrama en
nosotros y que nos supera. Esta receptividad no es abúlica, sino
creativa, porque al dejarnos llevar comienzan a despertarse todas las
capacidades reprimidas por los esquemas rígidos de la mente
controladora.
Es aprender a moverse y a trabajar como en un juego o en una danza,
en un movimiento lento pero constante, siempre con la misma
velocidad. Pero también firmemente arraigados en la tierra. Los pies
deben apoyarse con lentitud pero con firmeza y convicción. Si uno
avanza apoya primero el talón. Si retrocede apoya primero los dedos.
La cintura es un elemento clave y debe estar siempre relajada.
Cuando se mueven las manos debe moverse también la cintura, con
toda espontaneidad.
En todo movimiento se percibe que todo el ser está centrado,
arraigado, asentado en un centro firme y seguro, aunque ese centro
esté en movimiento: «Movilizas tu centro junto contigo. Aun cuando
estás moviéndote constantemente, mantienes esa quietud y esa
tranquilidad... Si vas junto con el movimiento, eventualmente este
describirá una curva y regresará a tu centro»'s. Uno se mueve y lleva
su seguridad consigo, está siempre seguro en su base en movimiento.
No se trata sólo de momentos especiales que reservamos para esta
práctica. También podemos jugar con los pies cuando estamos
caminando, percibiendo el contacto de los pies con el suelo, jugar
con el aire y con la luz, sintiéndonos acariciados cuando estamos en
la calle. Podemos entregarnos a una tarea como un guerrero oriental, que
vive de lleno esa guerra como un acto sagrado, donde se emplea con
todo su ser. Completamente despierto y alerta, pero con la mente vacía
de pensamientos inútiles y el corazón libre de odio, venganza, lamentos
o violencia. De este modo, esa guerra es también una danza que nos hace
participar de la danza cósmica.
Comer también se convierte en una realidad sagrada, donde se vive
con gratitud la comida como regalo de Dios y como resultado de un
largo proceso que Dios preparó para alimentarnos. Hay una larga
historia de vida y de muerte para que ese plato llegue a nosotros, y

61
por lo tanto, la comida no puede vivirse a la ligera y superficialmente. La
comida debe ser meditada, y cada pequeño paso merece toda nuestra
atención: oler, mirar, masticar y masticar, tragar, beber. Cada cosa que
se viva es una danza, un juego, un rito, y de este modo se vive todo con
una tremenda profundidad y una gran intensidad.
Vivir profundamente el movimiento produce una fantástica armonía, ya
que nos permite dejar de resistirnos a los cambios, dejar de
molestarnos ante las cosas que nos sacan de nuestra quietud exterior.
'' AL, HunNC, La esencia de( la¡ chi, Santiago de Chile 1995, 33.

Incorporar a los demás: La armonía fraterna

También es necesario incorporar a esta armonización personal nuestras


relaciones con los demás, ejercitándonos para vivir una verdadera
compasión que nos haga sentir íntimamente unidos a todos,
procurando su felicidad sin agredirlos ni dominarlos.
Si no lo logramos, nuestra meditación y todos nuestros ejercicios de
relajación nos harán sentir una falsa paz y nos aislarán más todavía de los
demás. Por lo tanto, los sentiremos siempre como agresores, enemigos
de nuestra paz, perturbadores. Entonces, viviremos tensos nuestras
relaciones con los demás, nos resistiremos ante ellos, no
soportaremos sus reclamos y molestias. Nuestro único deseo será
volver a nuestra burbuja de meditación y relajación.
No habrá verdadera armonía en nuestras vidas si no estamos
armonizados con la gente, reconciliados con los demás, si no
dejamos de resistirnos ante ellos, si no nos «aflojamos» en el trato
con los otros. Además, «cuando se da una ausencia de relaciones de
apoyo y el individuo es incapaz de compartir sus cargas, entonces
el individuo experimenta de lleno su impacto» 16 .
Existe un grave error en pensar que la vida se «carga» en la meditación
o en el encuentro con la naturaleza, y que se «descarga» en el trato
con los demás, en el servicio al otro, en el diálogo. La vida también se
carga de energía, se armoniza y se restaura en un sano encuentro con los
demás, con el corazón puesto en ellos. Porque estamos hechos para
el encuentro. Nuestras fibras más íntimas no fueron creadas para el
aislamiento. Las mejores energías de la persona no se activan cuando se
encierra en sí misma, sino cuando aprende a salir de si misma hacia
los demás.
Por eso es necesario incorporar, de alguna manera, a los demás en
nuestro camino espiritual y en nuestra búsqueda de paz interior. Si no
lo hacemos, jamás alcanzaremos la verdadera paz. Claramente enseña
la Biblia que «si alguno dice que ama a Dios y odia a su hermano es
un mentiroso» (1)n 4,20). También enseña la palabra de Dios que
«Satanás se disfraza de ángel de luz» (2Cor 1 1,14). Porque a veces
escondemos un profundo egoísmo bajo el manto de la espiritualidad
o del «bienestar espiritual». Pero eso no es más que un terrible
«egoísmo relajado».
El aislamiento no nos lleva a encontrarnos mejor a nosotros mismos; al
contrario, produce «una cierta desconexión con uno mismo, por
carecer de marcos de referencia, a partir de los cuales el sujeto puede

62
identificarse como persona con ideas y sentimientos propios y distintos de
los demás. La experiencia, por su parte, enseña que la carencia de tal
identificación repercute siempre de manera negativa en el equilibrio y
la salud mental del individuo»". Los que confunden la verdadera y sana
soledad con el aislamiento egoísta y autosuficiente «acaban por
atrofiar sus capacidades de expansión personal»".
` ). A. E3eaNav, Desarrollo de la armonía interior, Descléc de Brouwer, Bilbao 2000,24T ib, 248.

Hay personas que cometen el error de aislarse de los demás porque creen
que así estarán mejor espiritual y psíquicamente. No es así. Está
demostrado que un mundo de relaciones rico y variado, si se sabe vivir
bien, es mucho más sano que el aislamiento. Una conversación
distendida, respetuosa y abierta puede ser un buen remedio para algunos
problemas interiores. También el servicio a los demás, ayudar a otros,
procurar la felicidad de alguien, es una manera de distender algunos
pliegues del alma y de liberarse de muchas perturbaciones.
De hecho, las personas que están demasiado tiempo solas o sin hacer
nada llegan a experimentar un nerviosismo interno, acompañado de
molestias físicas, que ya no pueden calmar con ninguna técnica. Los
ejercicios de relajación, la música armonizante, los recursos que antes
les ayudaban a sentirse bien, ya no producen efecto. Eso sucede
porque una cuota de actividad, de relaciones, de desafíos y de entrega
a los demás, es realmente indispensable para una vida auténticamente
humana.
Pero, ¿qué ejercicios podemos realizar para lograr una armonización
con los demás y dejar de resistirnos ante ellos?
En realidad, todo lo que sugerimos antes para aprender a
detenernos, si lo aplicamos también en nuestra relación con los
demás, puede ser muy útil para reconciliarnos con la gente, para
dejar de ser enemigos del mundo. Los ejercicios de relajación en
movimiento que acabo de mencionar también ayudan a despejar la
mente, a relajarse un poco, y a vivir de otra manera, y eso influye en el
modo de tratar a los demás.
También es muy importante llevar a los demás a nuestros momentos
de oración, recordar sus rostros y pedir a Dios por ellos, dejándolos
en el corazón de Cristo.

En todo momento de meditación habría que incorporar un instante


para pedir a Dios por los demás, para contarle los problemas de otras
personas y pedirle que los ayude; dejarlos en sus manos, y rogarle
que también nos bendiga a nosotros para que de alguna manera
podamos ayudarlos y transmitirles paz y fortaleza. No hay que
engañarse pensando que vamos a alcanzar una especie de
iluminación y de perfección mística olvidándonos de los demás. Es
cierto que en un ejercicio de relajación o de oración no siempre
puedo estar pensando en los demás, y que es necesario relajarse y
reposar la mente para poder después ser más amables y serenos. Eso
es cierto. Pero otra cosa es que en nuestro tiempo de oración
apartemos permanentemente el recuerdo de los demás. En medio de

63
diversos ejercicios de relajación, concentración o meditación,
podemos dedicar breves espacios para pedir por los demás, para
recordarlos en la presencia de Dios, para tratar de imaginarios con
compasión y ternura. Con este ejercicio evitaremos separar nuestra
intimidad de la relación con los demás, y habrá más unidad en nuestra
vida. Esto sucederá sobre todo si intentamos relajarnos precisamente
mientras recordamos a los demás en la presencia de Dios, entregando
nuestras resistencias hacia ellos, y también abandonando la angustia,
con la seguridad de que Dios los ayudará y nos iluminará para poder
ayudarlos.
Si en la oración dedicamos tiempo a los demás, llegaremos a
experimentar que eso no le quita ningún valor y ninguna belleza a
nuestra oración. Y al demostrar un interés hacia los demás en la
oración, esto hará que, al salir de la oración, nos preocupen
sinceramente los demás y ya no escapemos de ellos.
Por eso, una manera de liberarnos del rechazo que sentimos hacia
alguna persona es dedicarle un instante en nuestra oración y rogar a
Dios por esa persona, imaginando que el Señor la toma en sus brazos y la
llena con su luz.
Otro ejercicio que nos ayuda a ensanchar el corazón y la mente es dar
gracias a Dios por las alegrías de los demás:
«En cualquier momento en el que un poco de felicidad alcance a los
seres, debes alegrarte de que al menos un rayo de dicha haya
atravesado las tinieblas de su vida y haya dispersado la niebla gris y
oscura que envuelve su corazón. Tu vida ganará en alegría al compartir la
felicidad de todos como si fuera tuya»".
Pero también es necesario un camino espiritual para crecer en la
paciencia, la compasión y el perdón. Veremos esto a continuación.

Paciencia y compasión
Los seres humanos frecuentemente nos sacan de nuestros planes,
nos interrumpen cuando estamos haciendo algo que nos gusta, nos
estorban cuando gozamos de un poco de tranquilidad, nos piden
cosas. Y si tenemos un falso ideal de felicidad, viviremos
considerando a los demás como enemigos, escaparemos de ellos, o
simplemente los soportaremos con una cuota de nerviosismo interior.
Esto no es ciertamente un ideal de felicidad, sino una enfermedad
interior, porque es imposible pensar en una verdadera felicidad
aislándonos de los demás, como es imposible ser completamente
independientes de la sociedad.
` NvnNnvoNiwa, Los cuatro estados sublimes, en R. A. CAILL, o.c., 162.

Nos necesitamos unos a otros, la vida humana ha sido creada para el


encuentro, para la fraternidad. Entonces, pretender que uno se va a
realizar escapando de los demás es un engaño. Ni siquiera los monjes
tienden al aislamiento, ya que el verdadero contemplativo lleva a los
demás en su interior, sufre con el dolor ajeno, eleva en la presencia de
Dios la vida de los demás, y ordinariamente tiene también una vida
comunitaria.

64
Un monje resentido, que busque a Dios para liberarse de las molestias
de los demás, no sería un místico, sino un terrible egoísta que usa a
Dios para disimular su incapacidad de amar. De la misma manera, una
persona que busca la felicidad en la relajación o en la meditación,
pero sin amar de verdad a los hermanos, se está engañando, porque
está atrofiando la llamada al encuentro que hay en lo profundo de su
ser. Por eso, todas sus prácticas para buscar bienestar no serán un
verdadero camino de liberación. Seguramente, aunque tenga una
alimentación perfecta, haga gimnasia, esté en contacto con la
naturaleza, y se relaje permanentemente, no se sentirá bien, y
posiblemente enfermará.
Las relaciones humanas abiertas y generosas son indispensables para
una vida sana. Pero la incapacidad de convivir nos convierte cada
vez más en enemigos de la vida real, alucinados en un mundo de
fantasía que nosotros mismos creamos, un mundo donde no hay lugar
para los diferentes y sólo existe nuestro propio yo y sus experiencias. En
definitiva, es un mundo de ensueño donde nos sentimos seguros, lejos
de los demás, que nos recuerdan nuestra debilidad.
Si hemos caído en ese engaño, cuando en alguna ocasión tratemos de
salir de ese mundillo, sólo buscaremos alguien que nos agrade, y
necesitaremos imperiosamente ser el centro de su atención. Muy bien lo
explica Nouwen:

«Prestar atención a nuestros semejantes no es precisamente fácil.


Tendemos a estar tan inseguros de nuestro propio valor, y en
consecuencia, tan necesitados de afirmación, que resulta muy difícil que
no solicitemos atención hacia nosotros, refiriéndonos a nuestras
experiencias, contando nuestros relatos o llevando el tema de
conversación hacia nuestro propio terreno... En cambio, prestar atención
a los demás con el deseo de hacer de ellos el centro y convertir sus
intereses en los nuestros es una verdadera forma de vaciarse uno mismo;
porque para poder recibir a los demás en nuestro espacio interior, hemos
de estar vacíos. Por eso es tan difícil escuchar. Significa desalojarnos a
nosotros mismos del centro de atención e invitar a los demás a ocupar
ese lugar. Por experiencia, sabemos lo curativa que puede resultar una
invitación así... Poco a poco los miedos se descongelan, las tensiones se
disuelven, las ansiedades se retiran, y descubrimos que llevamos en
nosotros algo en lo que podemos confiar y ofrecer como un regalo a los
demás».
Cuando uno está encerrado en su propio yo, necesita motivarse y
ejercitarse para desterrar ese vicio del aislamiento y adquirir actitudes
sinceramente compasivas. Es cierto que el amor sincero sólo es
posible si Dios toca el corazón con su gracia. Pero también es cierto
que es necesaria una cooperación de nuestra parte para que esa gracia
divina pueda transformar todas las dimensiones de la persona. Veamos
algunas motivaciones que nos ayudan a abrir el corazón, para que nos
«aflojemos» ante los demás, para que les permitamos que nos quiten
nuestro tiempo, que nos interrumpan, que nos pidan cosas, y no nos
llenemos de tensiones cuando alguien nos saque de nuestros
espacios personales:

65
" 0 H. 1. M. NouwEN, La compasión en la vida cotidiana, Buenos Aires 1996, 96.

Tratar de mirar a esa persona que me interrumpe y me impacienta


como alguien de altísimo valor: porque ha sido creado por Dios,
porque es imagen de Dios, porque está llamado a una felicidad
eterna, porque Dios tiene el proyecto de restaurarlo y liberarlo de
todos sus males, porque Dios ama su vida y tiene derecho a estar en
este mundo, porque Jesús derramó por él su preciosa sangre, porque
el Espíritu Santo actúa en todos los seres humanos y seguramente
hace cosas buenas también en su corazón, etc.
Reconocer que los seres humanos siempre valen más que las cosas,
que las tareas, que los proyectos. Cualquier proyecto mío puede ser
interrumpido si un ser humano me necesita, cualquier deseo mío
puede ser pospuesto si una persona me reclama un instante de
atención. Por eso, siempre será más noble intentar amar y relajarme
ante un ser humano, venciendo mis rechazos internos y prestándole
mi atención, que cualquier práctica para sentirme bien o cualquier
proyecto que me haga sentir dichoso. Un ser humano siempre tiene
derecho a ser atendido y amado gratuitamente, y a ser tratado con
cariño, aun cuando haya que decirle que no a alguna de sus
pretensiones.
Ayudar a otro es ayudarse a sí mismo, porque cuando me entrego a
otro se derrama en mí el poder de Dios que bendice mi vida. El
manantial que deja de dar agua desaparece. Por eso es un suicidio
levantar barreras, escapar de los demás, competir con ellos. Todas
esas barreras deben ser rotas para que yo pueda encontrarme a mí
mismo, hasta que sienta que los demás son «mi propia carne». Dice la
Biblia que el ayuno que Dios quiere es: «hospedar a los pobres sin
techo, vestir al que veas desnudo, y no eludir al que es tu propia
carne. Entonces surgirá tu luz como la aurora» ([s 58,7-8).

- Ya es mucho estar vivo, ya es un regalo inmenso gozar del don de


la vida, haber sido sacado de la nada. Por eso, nuestro tiempo y
nuestros planes no son algo absoluto. Dios tiene derecho a pedirme mi
tiempo para prestar atención a otro ser humano. Y siempre será mejor
encontrarme con un ser humano, y aprender a realizarme con los
demás, antes que no existir. Dios me ha regalado la vida para
compartirla, y en el encuentro con ese ser humano que ahora
interrumpe mis planes yo puedo realizarme como persona. Eso es
mejor que no existir.

Los grandes sabios de la historia, sobre todo Jesús, han sido seres
profundamente compasivos, incapaces de encerrarse en su pequeño
mundo. Por eso, si deseo alcanzar una mayor estatura humana, si
valoro el crecimiento y anhelo alcanzar verdadera sabiduría, es mejor
que me coloque en el camino de la compasión. Como Jesús, que a
veces necesitaba apartarse a orar en soledad (Mt 14,23), pero no podía

66
hacer oídos sordos al reclamo de la gente, y prefería abandonar su
recogimiento para auxiliar al pueblo sufriente (Mt 12,13). Cuando
ejercía su ministerio sanador, no lo hacía para cumplir un deber moral,
sino que verdaderamente se estremecía por dentro ante el dolor
ajeno, padecía con los demás sus penas y sufrimientos: tenía verdadera
«compasión» (Mt 9,36; Mc 8,2; Lc 7,13). Si eso sucedía en lesús, que
es modelo de todo ser humano, también es bueno que suceda en mi
vida. Si Jesús, que tenía muchas cosas importantes que
pensar y que hacer dejaba su soledad para atender a los demás, nadie que
quiera ser sabio puede renunciar a desarrollar la compasión. Dios, el
Padre, es compasivo, y nos invita a imitar esa compasión (Lc 6,36).
Participar de la vida divina es participar también de la compasión de
Dios y ser instrumentos para que esta llegue a los demás. Es
necesario pedir a Dios esta gracia y motivarse en la oración cada día
hasta enamorarse de este ideal de ser una sola cosa con los demás,
llenos de entrañable compasión ante los sufrimientos, los defectos y
los males de los otros. El verdadero sabio ya no siente a nadie como
extraño o enemigo, no se resiste crispado ante los reclamos del otro,
sino que lo comprende desde lo profundo del corazón. No lo juzga, no
huye de su dolor, sino que lo mira como mira a su propia carne, y lo
auxilia dentro de lo que sus posibilidades le permiten hacer. Pero nunca
siente que se aleja de Dios o de la paz interior al socorrer a un
hermano angustiado, porque sabe que está siendo instrumento del
amor de Dios que quiere hacerse presente en el dolor de sus
criaturas. En este servicio al prójimo, no pierde la calma, porque el
nerviosismo no le sirve ni a él ni a los demás, ni a Dios. Se mantiene
seguro y sereno, porque se sabe sostenido por el amor de Dios. Eso
es sabiduría. Por eso decía tan luminosamente san Buenaventura que
«hay cierta acción que, unida a la contemplación, no la impide, sino
que la hace más fácil, como las obras de misericordia y piedad.

- Siempre que alguien despierta rechazo o desagrado en mi interior, no


es bueno suponer que la persona tiene malas intenciones, porque eso
posiblemente será percibido y provocará una reacción negativa en esa
persona. eso alimenta un círculo vicioso. A veces, la persona que (,
acerca a mí tiene mala cara simplemente porque no durmió bien, o
porque tiene dificultades, pero no guarda malos sentimientos hacia mi
persona. A veces el tono de voz de alguien me hace suponer que me
odia, pero en realidad en el interior de esa persona no hay malicia ni
deseos de herirme o de aprovecharse de mí. Sólo hay dolor o angustia.
Por eso, mientras yo no tenga indicios claros, es mejor suponer que la
persona no tiene nada contra mí, que sus intenciones son buenas, y
que me respeta. Eso te evitará muchas tensiones inútiles.
BueNnvrNTUr•n, IV Sent., 37, I, 3, ad 6.
- Perdón

La compasión, cuando hemos sido lastimados o perjudicados, exige un


ejercicio de perdón. Cuando no logramos dar el paso liberador del
perdón, no habrá ejercicios ni técnicas que nos permitan sentirnos

67
realmente bien.
Puede ocurrir que una situación que hemos vivido nos ha entristecido
de tal manera que no podemos dejar de recordarla, y vienen a nuestra
mente las palabras que nos dijeron, el modo como alguien nos miró, la
sonrisa burlona de otro que nos lastimó con su ironía. Entonces
conviene detenerse en algún ejercicio que frene el pensamiento y
serene la mente. Está bien que tomemos consciencia de ese
residuo de resentimiento que se ha apoderado de nosotros, pero no
conviene detenerse mucho tiempo en esa amargura interior porque así
corremos el riesgo de alimentarla. Es mejor perdonar.
Pero si nuestro interior está demasiado alterado e irritado, antes de
intentar perdonar conviene distraerse un poco y relajarse. Lo que
produce un efecto inmediato es imaginarnos la parte posterior de nuestro
cerebro, como si estuviéramos mirando con nuestros ojos ese punto
interior que está dentro de nuestra cabeza:
«Advierte lo difícil que te resulta pensar, tener algún pensamiento,
mientras mantienes los ojos hacia atrás. Y que, cuando piensas,
inmediatamente se van hacia adelante. Los ojos hacia adelante
tienen que ver con el análisis y el dominio del mundo exterior. Los
ojos hacia dentro tienen que ver con la soledad, la paz y el
saludable repliegue de la ausencia que restaura el cerebro y
descansa la mente»".
Un ejercicio semejante es concentrarse en un punto interior entre las
cejas, ignorando los pensamientos y volviendo a concentrarse allí un
rato. Pero sin mover los ojos hacia ese punto ni hacer esfuerzos.
Siempre relajados y sueltos.
Luego podemos pasar a un ejercicio de respiración, a concentrarnos
en algún objeto, y finalmente a mugir. Después de mugir un rato con una
sonrisa, podemos visitar a un amigo que nos agrade mucho, comer
un trozo de chocolate, escuchar una canción que nos embargue, etc.
Cuando, después de unas horas, hayamos recuperado cierta armonía,
entonces sí podemos enfrentar lo que nos sucedió, e intentar quitarle
importancia, para llegar a dar el paso del perdón:
Una buena manera es tratar de buscar excusas a quienes nos hirieron
(pensando en sus sufrimientos, en su necesidad de ser reconocidos, en las
ideas que les inculcaron, etc). Es el sano ejercicio de intentar colocarse
en el lugar de los otros y procurar mirar las cosas desde su punto de
vista y sobre todo desde sus sentimientos. Es también ofrecerles el
«beneficio de la (luda», suponiendo que no hay en ellos malicia sino
debilidad, miedos, malas experiencias. Por eso la palabra (le Dios nos
pide que no juzguemos ni condenemos (Lc 6,36-38), y que
consideremos a los demás superiores a nosotros mismos (Flp 2,3).
Eso sólo es posible si buscamos alguna excusa a sus defectos visibles.
Entonces podemos mirarlos con el amor con que Dios los mira, y
decirles interiormente que los comprendemos, que los perdonamos y
que los abrazamos. Porque son parte del universo y tienen derecho a
estar aquí, como cualquier ser humano. Cuando nos habituamos a
reaccionar de esta manera comenzamos a mirar a los demás con una
inmensa compasión, como sintiendo que «nadie es culpable». Si
alguno lo fuera, sólo Dios puede saberlo.

68
11 N. CABALLGRO, O.C., 67.
Cuando no toleramos los defectos de alguien y nos molestan mucho
algunas actitudes fuera de lugar, suele ser útil recordar que esa
persona está llamada a la felicidad del cielo, y que, en el cielo, esa
persona será transformada, completamente purificada, sanada y
liberada de todos sus defectos y de todas sus miserias. E imaginar
a esa persona en la luz maravillosa del cielo, plenamente
transfigurada y embellecida. Eso es lo que quiere Dios para ese ser
humano, aunque ahora yo sólo vea lo que me perturba.

También es muy importante tomar consciencia de que lo que nos


molesta de esa persona, lo que no le perdonamos o no le toleramos,
es sólo una parte de su ser, no es todo su ser. Hay en él otras cosas
buenas, otras actitudes, otros valores. Siempre nos traiciona la
tentación de creer que una parte es el todo. Pero una parte es sólo una
parte, y esa persona es mucho más que lo que a mí me molesta.
Cada acto de auténtica compasión y de perdón abre el corazón para
poder encontrar más profundamente a Dios y así relajar el fondo más
profundo de nuestro ser. Sin esa apertura al prójimo, cualquier ejercicio
de relajación o de concentración sólo brindará un bienestar superficial o
aparente, y no llegará a sanar las perturbaciones más profundas de la
persona. Porque esos ejercicios no consiguen sacar a la persona de sí
misma. Los actos de amor al prójimo, lejos de distraernos del camino de
liberación, nos llevan a las mayores profundidades de la vida y nos
ponen en comunión con la esencia más honda del universo.
Jesús nos ha invitado a amar a los enemigos y a hacer el bien a
quienes nos odian, a bendecir a los que nos maldicen y a orar por los
que nos critican (Lc 6,27-28), a ser compasivos como el Padre Dios
(Lc 6,36). Si él nos pide eso, es porque verdaderamente es posible.
Y no sólo es posible, sino que es lo mejor para nosotros, para
nuestro bienestar, para nuestra salud, para nuestra maduración, para
nuestra libertad, para nuestra sabiduría. La cuestión es aceptar este
ideal del amor en contra de todo, asumir este sueño de reaccionar
siempre con amor, de «vencer el mal con el bien» (Rom 12,21). Es
cierto que siempre tendremos excusas para guardar rencor, para envidiar,
para criticar, para vengarnos, porque todos los seres humanos tienen
puntos débiles. Pero esas excusas sólo sirven para aumentar nuestra
enfermedad y nuestro sufrimiento interior. No hay que darles lugar, no
conviene jamás alimentarlas. Es muy liberador vaciarse de todas ellas.
Siempre es mejor reaccionar con amor, alimentar el cariño interior
hacia esa criatura limitada que me hizo daño, que me criticó o me
traicionó.
Comprende su debilidad y abrázalo con tu imaginación; acaricia su
espalda, como si fueras un instrumento de Jesús para calmar sus
heridas interiores. Ofrece amor en contra de todo. Que esa sea tu
espada, tu coraza, tu misil. A la larga eso será mucho más beneficioso
para ti y para el mundo. A la larga el amor siempre es el mejor camino.
Si asumes este ideal, «no te canses de hacer el bien» (Gál 6,9).
En algún momento, cuando te sientas en calma, imagina a esa persona

69
que te ha lastimado, diciéndole de frente palabras como estas: «Yo sé
que eres débil, que estás lleno de heridas en tu interior, que hay
muchas fuerzas negativas que quieren adueñarse de tu corazón. No
puedo culparte. Te quiero, y espero que la gracia de Dios te libere de
tus angustias más profundas y te devuelva la paz que necesitas. Te
quiero con el amor del Señor, que a mí también me ama y tiene
paciencia conmigo. Te dispenso de tener que pagar por lo que hiciste,
te declaro libre. Y espero que un día podamos convivir serenos y
felices».
Si nos motivamos adecuadamente, y nuestras palabras son sinceras, llegará
un momento en que podamos imaginar a esa persona y sonreírle.
Aunque recordemos sus debilidades, podremos mirarla con
compasión divina, y sonreírle mansamente.

-Incorporar lo que me desagrada o me desestabiliza

Sigamos ampliando nuestra mente y nuestro corazón, extendiendo


nuestra consciencia, rompiendo los límites estrechos de nuestro yo que
nos esclaviza.
El mismo dolor puede ser incorporado, porque sólo quien tiene
capacidad de sufrir tiene también una pro-funda capacidad de gozar.
Esto se debe a que quien asume y prueba el sufrimiento, sin escapar de él
permanentemente, adquiere una capacidad de «sintonizar» con la
realidad que lo hace más apto para gozar de lo bueno. Si anestesiamos
la capacidad de sufrir, reducimos la capacidad de gozar.
Pero hay que recordar que muchas veces sufrimos inútilmente por la
estrechez de nuestra consciencia, que es necesario ampliar.
Esta ampliación de la consciencia logra que dejemos de resistirnos
ante todo lo que no responde a nuestros esquemas y logremos
sonreírle a toda la realidad, incluyendo lo que se nos opone.
Lo haremos a través de una oración que nos obliga a ampliar la
mirada, a agrandar el corazón, para abarcar a todos los que no son
como nosotros, a los que tienen otras costumbres u otra cultura.
Pero para eso hemos de convencernos de una cosa: Dios está
presente en todos los lugares, y en todas partes siembra una belleza
diferente. En todas partes Él saca del corazón y de las manos de los
seres humanos una riqueza inagotable.
La clave de esta oración está en encontrarnos con algo nuevo, en
lograr, con la gracia de Dios, una mayor apertura.
Algunas personas son incapaces de disfrutar de algo a lo que no están
acostumbradas; prefieren comer siempre pollo, porque ya lo conocen,
pero tienen miedo de probar otra carne, porque creen que no les va a
gustar. Otros son capaces de admirar ciertos países, Estados Unidos,
por ejemplo, pero no saben descubrir la belleza particular de Bolivia, de
sus costumbres, de sus lugares. Cuando deja de resistirse, y acepta
enfrentar algo, comienza a descubrir cosas nuevas y se abren nuevas
posibilidades para su vida. Cuando nos resistimos a afrontar una
situación nueva nos empobrecemos; cuando despreciamos un tipo de

70
música seguramente no descubriremos alguno de los mensajes de la
vida. Cuando simplemente decidimos que la pintura es algo aburrido y nos
resistimos a contemplar un cuadro, nuestro mundo se queda encerrado
en sus reducidos límites y nos empequeñecemos. Pero cuando,
aceptamos que nuestra atención se deposite en ese cuadro que
rechazamos, seguramente se amplían los horizontes de nuestra
consciencia y nuestro contacto con la vida es más perfecto y
completo.
Esta oración que proponemos ahora apunta a liberarnos de los
prejuicios interiores que no nos permiten valorar y disfrutar ciertas
cosas, ciertas personas, ciertos lugares. Veamos:

Conviene comenzar con algo cercano que no me guste, porque quizá


en mi propia casa haya alguien «diferente». A él le gusta la música
tropical y yo escucho sólo música clásica; a él le gusta la ropa informal,
yo prefiero la elegante; él no come si no es carne, yo soy vegetariano.
También puedo elegir un lugar, un animal, una provincia, un oficio, una
casa que no me agrade, etc. Vemos que no se trata de intentar
contemplar a Dios a través de una belleza humana que puedo
descubrir fácilmente, sino de prestar atención a lo que me agrede, a
lo que yo siento espontáneamente como «diferente» de mí, como
ajeno a mis inclinaciones y a mi vida. El objetivo es lograr reconciliarme
con esa realidad que es parte de lo que Dios ha creado, y que refleja
algo de su hermosura. El efecto de esta oración será precisamente que
seamos más felices, aceptando serenamente que Dios haya creado
cosas tan diferentes. Evidentemente, tiene más posibilidades de ser
feliz el que no siente rechazos y es capaz de disfrutar de todo, y es
menos feliz el que tiene gustos muy limitados.
Es cierto que todas las cosas tienen defectos, nada es perfecto, pero
si sólo veo lo negro, el problema está en mí y en mis esquemas, no en
la realidad.
Una vez que he elegido una cosa, una persona o un lugar que me
desagrada, pido a Dios la gracia de ampliar mi corazón; pido la luz para
mirar eso como lo ve Él,
para que esa realidad entre también en mi mundo.
Me detengo simplemente a imaginar. Si es un rostro, por ejemplo,
imagino que lo estoy mirando detenidamente, que estoy apreciando
cada detalle, cada color, que me acerco y lo contemplo en todas sus
particularidades. Pero evito pensar en otra cosa, sólo miro. Dejo que
pase el tiempo mientras sigo contemplando ese rostro, ese lugar, esa
cosa, y comienzo a experimentar que poco a poco va llegando la
calma, que deja de molestarme, que empiezo a aceptar serenamente
eso que me desagradaba.
Con un poco de creatividad, trato de encontrarle un para qué a ese
lugar, a esa cosa molesta o a esa tarea que no me gusta. Trato de
descubrir para qué creó Dios a esa persona que me desagrada. Si
existe es porque para Dios es bueno que exista y que no
desaparezca. Trato de mirar con los ojos de Dios para encontrar el
sentido y la belleza de esa música, de ese animal, de ese
temperamento. Pero la clave está en detenerme en esa realidad, en

71
quedarme sólo allí, sin divagar, haciendo comparaciones o escapando
con mi mente.
Terminar con una oración de acción de gracias por la existencia de
esa realidad, porque es parte del universo, y por poder conocerla.

En la presencia de Alguien

La fe cristiana se dirige a un Dios personal, y eso debería marcar


nuestra manera de meditar y de buscar el bienestar. Como ya dijimos,
Dios es más que una energía que hace bien, es más que la vida del
mundo, es más que nuestro propio yo, porque es Alguien. Alguien que
puede conocer y amar, que decidió darme la vida y me invita a una
relación de amistad y de diálogo. Él es mucho más que una armonía
cósmica que puede mejorar mi existencia. Es Alguien que merece mi
adoración y la entrega de mi vida. Adorándole y entregándole mi vida
es posible alcanzar la felicidad y la verdadera paz. La meditación,
entonces, será mucho más que alcanzar un estado de relajación que
me ponga en comunión profunda con el universo. Será más bien un
diálogo y un trato de amistad con Él, que me ama infinitamente y me
invita a la unión perfecta con Él.
Cuando la oración es un trato personal y no sólo una relajación,
entonces será más fácil salir de ella, relacionarse con otras personas, y
ocuparse de los demás. Porque ya en la oración nos entrenamos en
esta «salida de nosotros mismos» cuando nos centramos en alguien
más, en Él.
Pero muchos cristianos viven un gran dualismo, una división interna en
sus corazones. Por un lado están las sensaciones de placer, la gimnasia,
la relajación, y por otro, completamente separada, está su relación
personal con Dios. Esa división interior no permite alcanzar la madurez
espiritual ni la paz más profunda.
Dios debe penetrarlo todo, y así su gracia nos hará más libres que
nunca. Él es el autor de la felicidad y de la paz, no su enemigo. Veamos
algunos ejercicios que podemos hacer para que nuestra meditación sea
un verdadero encuentro personal:
Vivir cualquier ejercicio de relajación, de respiración, o de
concentración, en la presencia de Dios. A esto pueden ayudar los
«mantras cristianos», o frases que podemos repetir en medio de los
ejercicios, dirigidas directamente a Dios o a)esús. Por ejemplo: «Te
amo Señor, te amo»; «Jesús, confío en ti, confío, confío»; «Señor,
estoy en tus brazos, en ti descanso»; «Gracias Dios, gracias Dios
mío»...
- Antes de hacer cualquier ejercicio, decirle a Jesús que le ofrecemos
ese tiempo, y pedirle que nos dé la gracia de vivirlo en su presencia.
Imaginar que él nos sostiene y nos baña con su luz.

Terminar todos los ejercicios que hagamos con un momento de


adoración, concentrándonos en el rostro de Jesús, o imaginando a
Dios como una inmensa luz, y decirle cosas como estas: «Te adoro
Señor, eres grande, maravilloso, inmenso. Alabado seas. Lleno de
gloria y de vida. Vestido de luz infinita. Te adoro. Confío en ti, quedo

72
en tus manos, dejo toda mi vida en tus manos». De este modo, los
ejercicios de relajación no se convierten en fin en sí mismos, ya que
se realizan «con el único fin de conseguir la preparación psicofísica
para una contemplación realmente cristiana»23 .

A veces nuestras preocupaciones no nos permiten serenarnos, sobre


todo cuando hay un problema importante que debemos resolver. Para
eso no hay nada mejor que la súplica. Decirle a Dios lo que nos preocupa,
contárselo, manifestarle lo que sentimos, y luego ofrecerle , , I
momento de meditación o de relajación que haremos ',in pensar en
otra cosa. Al dejar ese problema en las manos de Dios por un instante,
queda bajo la bendición divina, y podemos realmente liberarnos de esa
preocupación por un momento. Al mismo tiempo, esa súplica es un
culto a Dios, porque es reconocer que le necesitamos y que Él tiene
amor y poder para ayudarnos.
Congregación para la doctrina de la fe, Carta sobre algunos aspectos de la meditación cristiana, Ciudad del Vaticano 1989.

- Una forma sanadora de caminar y de trabajar


Este ejercicio quizá sea el más integrador de todos, el que nos
permite unir en una maravillosa armonía nuestra mente, nuestro
corazón, nuestro cuerpo, nuestros movimientos, nuestras
sensaciones, nuestra relación con la naturaleza, con los demás, con
Dios.
Se trata de salir a caminar sin prisa pero sin pausa, sin lentitud pero
sin forzar demasiado.
Caminar y procurar que se debiliten todas las resistencias del
cuerpo: soltar los hombros, aflojar los brazos y moverlos con
libertad, relajar los músculos del rostro (todos sus pequeños
músculos), las piernas, los glúteos, el pecho, la espalda, el
abdomen.
Flojo como una muñeca de trapo, pero seguro y firme. Durante un
tiempo, sentir el contacto de los pies con el suelo tomando
consciencia de cada paso. Luego disfrutar del aire que respiramos
y que acaricia el rostro. Mirar el camino, los árboles, el cielo.
Después volver a la sensación de los pies en contacto con la tierra,
etc.
Evitar todo pensamiento inútil, todo recuerdo, todo proyecto. Estar
sólo allí, en el camino. Si aparecen pensamientos y distracciones,
no luchar contra ellos; no odiarlos. Sólo apartarlos serenamente y
volver a ponernos en contacto con el caminar, sintiendo que todo es
maravilloso.
Luego, comenzar a nombrar serenamente a Jesús, tratando de
despertar un sentimiento de gratitud por estar vivo, por ser amado.
No hay por qué apartar a Jesús del placer de caminar. Él es el autor
de las cosas agradables y del placer que sentimos.
Podemos detenernos a mirar con cariño lo que aparece en nuestro
camino: las casas, los autos y demás cosas que son obra del ser
humano. No tenemos por qué separar de nuestro afecto lo que ha
sido hecho por el hombre, porque Dios también actúa a través de él,

73
y porque esas cosas son parte de la realidad. La naturaleza también
se manifiesta en la obra de las criaturas.
Si algo nos molesta, en lugar de rechazarlo es mejor incorporarlo,
mirarlo con cariño, percibir sus formas, sus colores. Siempre
caminando distendidos, sin tensiones.
Y si no nos gusta que alguien se cruce en nuestro camino, y nos
resistimos porque estamos aferrados a nuestra soledad silenciosa, no
alimentemos esa tensión. Recordemos que el mundo es de todos,
que los demás son obra de Dios, amados por Él, que este mundo no
es propiedad de uno solo y que hemos sido sacados de la nada y
colocados gratuitamente en esta tierra. Entonces dejemos aflorar una
sonrisa, sin permitir que vuelvan a aparecer tensiones en nuestros
hombros, en el abdomen o en cualquier parte del cuerpo. Hay que
seguir caminando y relajarse aceptando todo.
Si no conocemos a las personas que pasan, si no podemos saludarlas
o sonreírles, sí podemos pedir a Dios que las bendiga, que las haga
felices. Pero si las conocemos, dirigirles un saludo amable no nos hará
daño alguno no perjudicará nuestro sano ejercicio. Se trata de hacer
un lento proceso para incorporarlo todo, sin resistencias, hasta que
logremos caminar serenos y sonrientes sin que nos perturben las
interrupciones.
Si podemos estar solos un momento, y caminar gozando de la vida
en completa soledad, es bueno; pero si caminamos intentando asumir
e incorporar en nuestro corazón todo lo que rompa nuestra soledad,
es mejor todavía. Las dos cosas son saludables y beneficiosas, pero
resistirnos cuando algo perturba nuestra soledad no es saludable, sino
dañino.
Hay que lograr una plasticidad que nos permita adaptarnos a todo lo
que aparezca en el camino y aceptarlo amorosamente. Como el agua,
que en lugar de luchar violentamente contra lo que se le opone, se
adapta, fluye bordeando los obstáculos como acariciándolos,
cubriéndolos, amoldándose. Imaginemos un arroyo que tiene muchas
curvas porque se adapta al terreno sin dejar de avanzar. Algo así es
este modo de caminar relajados y felices, sin sentirnos enemigos de
nada. Eso sí es sumamente sano. Nos permite ser felices y mantener
la calma y la vitalidad en medio de cualquier circunstancia que
aparezca. Es tomar las cosas como vienen y saber volver a inventar
constantemente nuestra relación con la vida y con el mundo, como
jugando con los acontecimientos, con la realidad que nos desafía.
Los relatos del peregrino ruso nos muestran cómo este aprendió a
caminar así, con una gran amplitud. Lo consiguió orando con el
nombre de lesús, e incorporándolo en la respiración:

«Es la invocación continua y sin interrupción del nombre de Jesús


con los labios, el corazón y la inteligencia, con la experiencia de su
presencia en todo tiempo... Comienza a introducir en tu corazón
la oración de Jesús y a hacerla al mismo tiempo que la
respiración» .
Al aspirar el aire se dice o se piensa: «¡Señor Jesucristo!”.
Al expulsar el aire se dice o se piensa: «¡Ten piedad de mí!».

74
Al comienzo de esta práctica, el peregrino ruso escapaba de los demás
para no distraerse de esta experiencia mística. Era muy celoso de su
soledad, y evitaba comunicarse con los que encontraba en el
camino. Pero luego, cuando su aislamiento interior se fue abriendo
más y más a Jesús, dejó su soledad para convertirse en apertura
amante y compasiva hacia los demás y a todas las criaturas:
«Pasé todo el verano recitando la oración de Jesús, y me sentía
absolutamente tranquilo... Cuando me encontraba con la gente, me
parecía que eran todos tan amables como si fueran mi propia
familia... No solamente se iluminaba el interior de mi alma, sino que
el mundo exterior se me aparecía bajo un aspecto maravilloso, y
todo me llevaba a amar a Dios y a alabarlo: los hombres, los
árboles, las plantas, todo me resultaba familiar... Y admiraba la obra
maravillosa del cuerpo humano.
Vemos cómo esta oración, al sacarnos de nosotros mismos y
concentrarnos en Jesús, disminuye las tensiones y resistencias («me
sentía absolutamente tranquilo») y la presencia de los demás deja de
sentirse como una interrupción o una agresión («me parecía que eran
todos amables»). Además, la persona se vuelve más atenta al mundo
exterior y a su belleza («el mundo exterior se me aparecía bajo un aspecto
maravilloso») y nada es experimentado al margen de Dios («todo me
llevaba a amar a Dios y a alabarlo»). Al mismo tiempo, se restaura la
unidad de la persona, que ama y valora también propio cuerpo
(«admiraba la obra maravillosa del cuerpo humano»).
2
' ANÓNIMO, Relatos de un peregrino ruso, Buenos Aires 1990, 20, 93 (existe edición en España: «S(rannikn. El peregrino
ruso, Ed. de Espiritualidad, Madrid 1998"). ib, 25, 96.
Esta experiencia oriental es sumamente aleccionado porque nos
muestra que no todas las maneras de orar o de meditar nos vuelven
hoscos, retraídos, hipersensibles ante los demás. Cuando la oración
es verdaderamente «salir de sí hacia el Señor», nos lleva a salir de
nosotros mismos en toda circunstancia, y de esa manera ni los
demás ni el mundo externo nos parecen enemigos. Nada es una
«interrupción» y todo es una ocasión para amar serena y gozosamente.
La oración verdadera, que nos saca de nosotros mismos, termina con
todos los dualismos y tensiones inútiles.
Esto nos enseña que puede haber un modo de caminar donde
dejemos de sentir que los demás y las cosas son una interrupción.
La clave está en aprender a caminar amando, amando todo lo que se
presenta en el camino, incorporando todo al propio corazón. Todo lo
que existe es bueno, y el ser humano es obra de Dios «muy buena»
(Gén 1,31), agradable a sus ojos divinos. La oración sencilla que nos
hace experimentar que caminamos con Jesús y respiramos con él,
hace también que Jesús nos tome, y que él comience a mirar con
nuestros ojos y a amar con nuestros sentimientos.
Todo lo que hemos dicho sobre esta manera de caminar vale
también para los trabajos que hagamos, de manera que no sean sólo
una actividad que soportamos y que vivimos al margen de nuestra
espiritualidad. Todo se incorpora a nuestra experiencia espiritual y de
una forma serena y gozosa lo vivimos todo, sin resistencias

75
- Variedad
Sin embargo, no estamos diciendo que haya que descartar todas las
tensiones, o que debamos disminuir al mínimo las actividades más
intensas o«agresivas». Por ejemplo, caminar con energía acelerando
el paso todo lo posible, correr, trotar, hacer deportes competitivos,
actividades desafiantes. Tanto el organismo como la psique suelen
necesitar algunos momentos de mayor intensidad y de tensión para
que no se atrofien algunas capacidades de la persona.
Hay formas de tensión que pueden ser muy relajantes, como la que se
vive en ciertas formas de lucha. También se puede gozar
intensamente experimentando el esfuerzo de correr hasta cansarse,
sin vivir ese esfuerzo como un enemigo, sino como una invitación al
cuerpo para que desarrolle sus capacidades y no se debilite.
Cualquier trabajo, también los menos agradables, pueden realizarse con
una completa concentración, y así dejamos de resistirnos ante ese
trabajo, no nos sentimos agredidos por él y podemos experimentar
una energía intensa sin ansiedad.
Cuando uno tiene que conducir el automóvil en una calle con mucho
tráfico, rodeado de ruidos y agresiones, uno desearía tener la mente
en otra parte mientras el cuerpo está allí intentando conducir. Pero si
uno concentra su atención en esa acción de conducir y lo hace con
toda su consciencia, sin pensar en otra cosa, entonces el acto de
conducir en medio del caos se puede vivir sin violencia. Al llegar a
casa, puede disfrutar del descanso. De lo contrario, al llegar a casa
seguirá alterado y no descansará bien. También, cuando uno está ante
una situación que no puede controlar, en lugar de resistirse a esa
situación y enfadarse, puede aceptarla cambiando de aptitud y
preguntándose: «¿Para qué me puede servir este momento? ¿Qué puedo
aprender de esta experiencia? En qué puedo utilizar este tiempo?».
Uno puede imaginar a otra persona en la misma situación, y quizá
con un poco de sentido del humor logre reírse de sí mismo.
El mundo, la vida y el ser humano se sostienen de ambas maneras:
con la tensión y el reposo, con la relaación y los desafíos. Una vida
de permanente relajación, nos atrofia y termina haciéndonos infelices.
Puede derivar en depresiones, abulias y mutilaciones innecesarias de la
riqueza de la vida humana.
La clave está en alcanzar el equilibrio justo de acuerdo al
temperamento de cada persona, a sus características fisiológicas, a
su salud, etc. Pero siempre con la
convicción de que no hay un solo modo de mantenerse sano.
No se trata sólo de procurar en todo una sensación de relajación,
sino de combinar diversas manifestaciones de la vida que se
potencian la una a la otra. Por eso es necesario dialogar, reír, jugar,
cantar, trabajar con esfuerzo, viajar y experimentar cosas nuevas,
correr, atender un enfermo, etc.
Si permanecemos abiertos a las novedades de la vida misma, sin
resistirnos a nada, nos presentará los estímulos que vayamos necesitando
para preservarnos y crecer.
5. Sugerencias varias
Veremos ahora algunas motivaciones que nos estimulan a «dejar de

76
resistirnos». Pero también profundizaremos desde otras perspectivas
algunos de los ejercicios que acabamos de proponer.
5. 1. Todo el universo a mi favor
El universo es mi amigo, no es mi enemigo. Por eso, es un error
decir que el mundo está en mi contra.
Estamos en un mundo limitado, y hay muchas cosas necesarias, como
la tormenta o la lluvia, pero que pueden hacerme daño.
También puede ocurrir un accidente que me complique la vida.
Todo eso sucede porque Dios no está manejando los hilos del
mundo como si las cosas y las personas fueran marionetas.
Sin embargo, a pesar de todo lo malo que me pueda suceder, y
aunque algunas personas no me quieran, lo cierto es que todo el
universo tiende a buscar mi bien. Todo el mundo se orienta a que yo
alcance la plenitud y colme mis deseos más profundos: «Cuando
quieres algo, todo el universo conspira para que realices tu deseov2 ó.
Porque la criatura más amada por Dios es cada ser humano, y Dios
puso todo el universo al servicio de nuestra felicidad. Por eso, la
naturaleza «no quiere que ningún organismo se quede atascado en el
lodo; eso no aporta nada a la evolución, que siempre lucha para
ayudar a que todas las personas alcancen su máximo Potencial... La
naturaleza -o la vida en el sentido estricto de la palabra- no permite
que nos quedemos en el pantano mucho tiempo. Quiere que
sigamos adelante y desarrollemos nuestro potencia”.
20
I? CoELHO, El alquimista, Barcelona 1990, 82.
El mundo es mi amigo. Por eso es bueno detenerme en una
meditación a mirar al mundo como amigo y a «aflojarme» ante él. Si bien
una criatura puede atacarme alguna vez, el universo en su armonía
infinita busca sanarme, y otras criaturas me ofrecerán la curación y la
salida.
También las demás personas, cuando parece que me desprecian o me
desaprueban, en realidad esperan que yo saque lo mejor de mí, que
sane, que me libere de algo que afea mi vida. Cuando me rechazan, de
alguna forma me están diciendo que estoy hecho para algo más.
5.2. Palabras de confianza

Cuando estoy resistiéndome ante una cosa, cuando me lleno de


temores ante un peligro, cuando estoy perdiendo la paz por una
dificultad, es bueno poner un nombre a eso que me está pasando.
Por ejemplo, puedo preguntarme: «¿Cuál es mi temor frente a este
problema?».
Si me respondo que mi temor es no poder superar ese problema,
entonces me pregunto: «¿Podría vivir uno o dos años con este
problema? ¿Podría encontrar la manera de convivir un tiempo con
este problema?».
1' K. FiaNncnN, A la busca de nuestro genio interior, Desclée de Brouwer, Bilbao 2001, 38, 137.
Si tengo un mínimo de confianza en mí mismo, si poseo un poco de
creatividad, seguramente responderé que sí. ¿Cómo no voy a encontrar
la manera de vivir con esto? Y me repito: «Seguramente, con la
ayuda de Dios, podré sacar lo mejor de mí y superar esta dificultad.
No lo dudo. Todo pasa, y llegará un tiempo mejor».

77
Estas expresiones positivas, cuando se repiten, producen efecto en todo
nuestro ser, impulsándonos a sacar lo mejor de nosotros mismos; y
hasta el cuerpo puede reaccionar favorablemente. Negar esto sería
ignorar la importancia que tiene la palabra (aunque sólo sea una expresión
interna, mental) en la estructura del ser humano. Las palabras
repetidas configuran un verdadero sistema que termina provocando
reacciones en línea con lo que se expresa.
Y si reconozco que podría convivir un tiempo con ese problema,
entonces puedo vivir ahora mismo en paz con este problema, puedo
tratar de hacer muchas cosas con gusto y sonreír algunas veces
aunque tenga esta dificultad. Entonces me repito: «Yo puedo
convivir con este problema, puedo incorporarlo a mi vida y sacar
de él todo lo que puede enseñarme y ofrecerme».
Pero puede ocurrir que tenga en mi interior un temor que me perturba:
el temor de que ese problema, con el paso del tiempo, sea cada vez
más grande. Si así fuere, entonces cuando tenga más dificultades me
arrepentiré de no haber aprovechado mejor este tiempo en que el
problema no es tan grande. Por lo tanto, lo más sano para mí es
dejar de resistirme ante esa dificultad, e intentar ser feliz y hacer
cosas por la vida. Si mi existencia se complica en el futuro, entonces
tendré que inventar de nuevo mi manera de ser feliz y aprender a
hallar momentos de gozo en medio del dolor: «Yo podré reinventar mi
felicidad», me repito.
Además, cualquier cosa que me suceda, seguramente contendrá
alguna belleza y algún sentido profundo que podré descubrir a la luz
de Dios. De esto puedo estar seguro. Pero eso vendrá después. Ahora
me lanzo a vivir feliz este día así como estoy. Me digo: «Acepto,
Señor, este nuevo día. Me entrego con confianza».
Siempre es mejor encontrar respuestas positivas, inventar excusas
para ser felices. Ese optimismo es el mejor camino. Porque no hay
mejor manera de prepararse para el futuro que restarle peso al mismo
y vivir intensamente el presente. Viviendo bien el presente, me hago
fuerte para enfrentar cualquier tormenta en el futuro. Pero si me
lleno de angustia por el futuro y no vivo el presente, esto me
debilita y vacía. Entonces el futuro me encontrará mal preparado,
frágil y enfermo.
De hecho, otras personas viven bien en medio de muchas
dificultades, sin resistirse, y sin angustiarse por el futuro. Algunos
seres maravillosos viven siempre con una sonrisa y con optimismo, y
nadie advierte que tienen dolores, asuntos que resolver, dificultades,
peligros. Han dejado de resistirse, y simplemente enfrentan sus
dificultades como pueden. Me digo: «Si ellos pueden vivir así, ¿por qué
yo no?».
Es bueno aprender a reconocer cómo cada desafío, cada dolor, cada
perturbación que tengamos que soportar nos capacita para vivir
mejor. Los sufrimientos son procesos necesarios para ir gestando nuestro
verdadero ser, son como purificaciones que preparan un fruto
maduro y feliz para la eternidad. A medida que uno va aprendiendo a
vivir más profundamente a través de los distintos sufrimientos de la
vida, se prepara también a enfrentar con más fortaleza los problemas

78
futuros. Sin dificultades, en cambio, nos vamos acostumbrando al
bienestar, todo nos parece poco, dejamos de valorar con gratitud lo que
tenemos:
«Es a menudo el bosque oscuro el que nos hace hablar del campo
abierto. Frecuentemente la cárcel nos hace pensar en la libertad, el
hambre nos ayuda a apreciar la comida y la guerra nos proporciona
palabras para la paz. No es raro que nuestras visiones del futuro
nazcan de los sufrimientos del presente, y nuestra esperanza para
otros de nuestra propia desesperación... La paradoja radica claramente
en que la nueva vida nace de los dolores de la antigua»".
Suele producirse una tremenda resistencia interna cuando uno tiene
miedo a que pase algo que sabe que va a pasar. Y se dice por
dentro: «Que no pase, que no suceda»: quedar embarazada, por
ejemplo. El peor sufrimiento y el tremendo desgaste nervioso está en
esa resistencia que una mujer pone ante esa posibilidad. Pero se
libera cuando llega el momento en que se atreve a decir: «Y si eso sucede,
¿qué? ¿Acaso se va a hundir el mundo? ¿Acaso no podré afrontarlo?
Sí, me cambiará la vida. Pero, ¿acaso no puedo empezar a vivir de otra
manera, con un nuevo desafío? He pasado por otras dificultades.
¿Acaso no podré pasar por esta? Por supuesto que sí».
Entonces uno deja de resistirse a esa posibilidad y recupera la paz. Si
no, se desgasta y se enferma inútilmente por una idea fija:
«La obsesión, si se la dejara, dejaría también de apretar, con lo que
se esfumaría la angustia... Lo que se reprime y se trata de evitar,
contraataca y domina. La represión aumenta, pues, el poder de la
obsesión. Si se la dejara, iría perdiendo su fuerza y virulencia. Así,
pues, dejar consiste en aceptar que ocurra aquello que se teme»".
zri H. J. M. NouweN, Abriéndonos, Buenos Aires 1994, 15. 29
l. LARRANAGA, O.C„ 7H-%9.
Puede ser muy duro detenerse a imaginar qué pasaría si sucediera eso
que tanto tememos. Pero si tenemos el coraje de imaginarlo,
podemos descubrir que no es tan terrible ni insoportable como parece.
Y reconoceríamos que hay en nosotros una fuerza y una capacidad que
nos permitiría salir adelante también en esa circunstancia.
Ese reconocimiento, sobre todo si llegamos a expresarlo con palabras,
es tremendamente liberador.
Esto vale para cualquier cosa que nos moleste: un ruido, un error, un
desprecio. Puedo soportar cualquiera de esas molestias y puedo llegar a
convivir con cualquiera de esas contrariedades. Si me convenzo de
esto, y lo digo, nada podrá llenarme inútilmente de miedo.

5.3. Dejarse estar en los brazos del Padre

Jesús, el mismo Hijo de Dios, vivió en su propia carne lo que


supone el vértigo de tener que depender amorosamente sólo de
Dios.
Cuando uno se ha vuelto impotente, se ha dado cuenta de su debilidad
total y de sus límites, ha aceptado su necesidad de confiar en el
Padre, entonces se entrega a Él con una ternura inédita y total

79
docilidad, como Jesús en la cruz: «Padre, en tus manos encomiendo mi
espíritu» (Lc 23,46).
Jesús experimentó como nadie ese paso maravilloso e inexplicable de
la resistencia ante el sufrimiento («Si quieres, aleja de mí este cáliz») a
la entrega completamente dócil y confiada («Padre, en tus manos
encomiendo mi espíritu»). En su propia intimidad, cuando todo estaba
oscuro, tuvo que aceptar ese salto vertiginoso. Pero ese salto sólo
es posible si uno confía en el amor de otro.
Por su propia experiencia, Jesús nos comprende y está con nosotros para
que demos ese paso y gocemos, como él, del inmenso alivio que se
alcanza. Es el alivio del amor que puede regalarnos si nos acercamos
a él con el corazón: «Venid a mí todos los que estáis cansados y
oprimidos, y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que
soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso» (Mt 11,28-
29).
Acercándonos a Jesús, él nos enseña a ser mansos ante el Padre
Dios, a dejarnos tomar por sus brazos, a descansar sin miedo, sin
resistirnos, en su regazo.
Dejarte amar por el Padre como Jesús, es dejar a Dios que te ame
«como él quiera». Es dejarte amar también en medio del dolor o de
las dificultades, como el niño que siente alivio en los brazos
amorosos de su madre en medio de una enfermedad, o como la
mujer que descansa en los brazos de su amado después de haber
sufrido una agresión. Intenta entrar en oración, colocar en la presencia de
Dios lo que te hace sufrir, y dejarte amar por él allí, precisamente allí.

5.4. Conectar con las sensaciones del cuerpo

Ahora vamos a profundizar un poco más en el ejercicio que


propusimos antes para tomar consciencia de lo que sentimos.
Estamos descubriendo que el gran secreto para liberarse de los
sufrimientos inútiles consiste en «dejar de resistirse». Detectar y debilitar
esa resistencia interior que sientes ante tal cosa, tal persona, tal
actitud ajena. Si te sientes mal -lo cual está ligado a una sensación
física- pregúntate: «¿A qué me estoy resistiendo?».
Es necesario advertir que la mayoría de las veces que sufrimos no es
porque haya algo realmente grave y terrible que nos ataca, sino
porque hay algo «dentro de nosotros mismos» que proyectamos en
eso que nos molesta, y así aumentamos el sufrimiento y lo
alimentamos". Por eso habrá que preguntarse: «¿Qué hay en mí para
que esto me moleste tanto?».

Tememos que una situación de tensión afecte nuestra salud, y a


causa de esa obsesión mental enfermamos. Pero en realidad un
estado de tensión puede ser beneficioso, puede sacarnos de una
abulia que nos paralizaba, puede despertar un dinamismo que es
bueno para la salud mental y física. Porque vivir adormecidos, sin
estímulo alguno, termina provocando estados cercanos a la depresión,
que también provocan alteraciones en las funciones orgánicas. No
olvidemos que la angustia se vive tanto en el agotamiento como en el

80
aburrimiento, en el tedio o en la abulia, cuando las demandas de la
realidad son demasiado bajas.

Existe lo que se llama eustress, o «estrés positivo», que consiste en una


experiencia reconfortante de sentirse esforzado, cuando las
demandas externas nos estimulan a sacar a la luz nuestros recursos
internos reales. Porque «trabajar a niveles de estimulación que produzcan
una sensación de confort facilita no sólo la eficiencia en el rendimiento
del individuo, sino también su bienestar mental»".
30
G. G. JAMPOLSKY-P HoPKws-W N. Ti1ETroaD, Adiós a la culpa, Los libros del
comienzo, Madrid 1996, 47-48; cf G. KeLw, Psicología de los constructos personales,
P aidós, B arcelona 2001.
31
Cf T. LooKErz-O. GREGSON, Superar el estrés, Pirámide, Madrid 1998. 32 R. PAYNE, 0.C., 43.
De todos modos, no se trata de obsesionarse por vivir sin tensiones,
temiendo siempre que las tensiones nos hagan daño. Porque en ese
caso, lo que nos llena de nerviosismos dañinos es precisamente ese
miedo a las tensiones. En realidad, se trata de aceptar serenamente
nuestros estados psicológicos y fisiológicos sin luchar contra ellos. Y
esto implica prestar atención a esa tensión, reconocerla, aceptar que
se haga presente, no resistirse ante ella, y sentirla hasta el fondo.
Una vez reconocida y vivida conscientemente, se trata de pedirle
suavemente y con ternura que se vaya calmando. Cada estado
psicológico puede tener su función en nuestra vida, si le dejamos
cumplir su ciclo y desaparecer cuando no sea necesario.
Lo mismo nos puede suceder con el polvo, el viento o los ruidos.
Resistirse a ellos cuando están presentes no hace sino empeorar la
situación. Cuando es inevitable que aparezcan, lo mejor es aceptarlos
como parte de la realidad y recordar que muchas personas sobreviven
tolerando permanentemente eso que yo no acepto soportar.
Si enfocamos exactamente qué es lo que nos molesta del viento, qué es
lo que sentimos físicamente ante tal ruido, esa consciencia clara
puede lograr que comencemos a reírnos de nosotros mismos y no
suframos tanto por lo que sentimos.
A veces me imagino que alguien quiere agredirme. Pero puedo
preguntarme: «¿Realmente es así, o es una fantasía? Muchas veces
me he equivocado interpretando los sentimientos de los demás; también
puedo equivocarme ahora».
Otras veces es verdad que alguien quiere agredirme, criticarme, o
disminuir mi imagen pública. Pero lo hace simplemente por instinto de
supervivencia. Todos, en alguna medida, para no sufrir por sentirnos
menos que los otros, vivimos compitiendo, comparándonos, y eso nos
convierte en agresores. No es odio, es fragilidad. Pero si brota del
instinto de conservación que Dios ha puesto en todos los seres
vivientes, entonces, de alguna manera, «todo está bien».
Sin embargo, aunque lo descubra con mi mente, mi sensación negativa
sigue estando ahí, en alguna parte de mi cuerpo. Prestándole
atención a esa sensación, más que escapando de ella, puedo «sentir»
que no tiene sentido, que no sirve para nada, y comenzará a
debilitarse.
Sin embargo, hay que decir que esa sensación molesta no
desaparecerá hasta que nos haya dado la lección que la vida quería

81
darnos mediante ella. Si no escuchamos el mensaje profundo que nos
llega a través de esa sensación, la molestia no desaparecerá, sólo
se transformará".
Se trata entonces de «conocer y evaluar una situación o un problema
mediante la sensación orgánica, que es la que está regida por la
intuición o la sensación visceral, y no por el intelecto o la razón»3n . El
cuerpo mismo, con sus sensaciones, nos hace saber lo que funciona
mal dentro de nosotros, lo que estamos reprimiendo, lo que hemos
escondido sin resolverlo a fondo, lo que nos hace sentir inútiles o
indeseables, los errores que estamos cometiendo repetidamente, o lo
que debemos elegir de una vez por todas.
También nos puede hacer notar que hay una desproporción en nuestra
forma de vivir, porque estamos dando demasiado peso a ciertas cosas y
muy poco a otras que son importantes, porque tenemos áreas
sobrecargadas en nuestra vida mientras otras están casi atrofiadas.
S
' Cf C. ALLMnNV, Psicoterapia experiencial y Focusing. La aportación de E. T. GendIrn, Desclée de Brouwer, Bilbao
1991; E. T. Gervui.iN, El FocusiMq en psicoterapla. Manual del método experiencia¡, (yaidós, Barcelona 1999.
34
K. FIFNAGAN, o.C., 22.
El cuerpo emite señales que terminan convirtiéndose en una
sensación desagradable cuando no son escuchadas. Esas señales se
perciben utilizando los sentidos y dando un paseo detenido por todas las
partes del cuerpo, para ver qué sensaciones predominan, y
deteniéndose allí donde la llamada se hace más fuerte.
El yo y sus mecanismos de defensa intentarán que no escuchemos lo que
el cuerpo nos dice, y nos distraerá con razonamientos, pero seguirá
gritando. La clave está en prestar toda la atención a esa señal precisa que
está emitiendo mi cuerpo e intentar poco a poco darle un nombre,
preguntándome: «¿Qué hay en mí que no permite que me sienta
completamente bien ahora?».
Hasta que surja una palabra, una imagen, un recuerdo del pasado, una
figura simbólica. Esto permite tomar consciencia de algo que no está
resuelto y que debe ser enfrentado.
A veces esta claridad surge cuando alguien lee la palabra de Dios y
descubre que algo le molesta al leer ese texto, y se pregunta por
qué; o reconoce que está tratando de escapar de algo y se pregunta
qué es lo que trata de evitar y por qué.
Posiblemente aparezcan varias cosas, pero hay que ir descartando
aquellas con las que podamos convivir, aquello que podamos dejar
a un lado, hasta llegar a lo que necesariamente ha de ser resuelto
para que recuperemos la paz.
Cuando uno ha descubierto cuál es la situación principal que no está
bien, comienza a preguntarse: «¿Qué es lo peor de esta situación?».
Tarde o temprano aparecerá la respuesta, si se tiene paciencia.
Finalmente, se pasa a la pregunta más práctica: «¿Qué tendría que
suceder para que este problema se solucionara? ¿Qué puedo hacer
que esté a mi alcance? ¿Qué debe cambiar en mi estilo de vida?»j'.
Es algo que está dentro de nosotros, pero que nos hemos ocultado
por diversas razones. Pero es el cuerpo (la garganta, el estómago, la
espalda, etc.) el que nos dará la respuesta exacta si nos concentramos y
no permitimos que la mente nos distraiga o nos engañe.
La respuesta no es obvia, aunque puede ser bastante simple y

82
práctica. La cuestión es que al percibirlo y reconocerlo sinceramente,
se produce una sensación de alivio en el cuerpo. Es posible que nos
ilumine prestar atención a la postura del cuerpo, preguntándonos:
«¿Cómo está mi cuerpo en este momento?, ¿qué expresa esta
postura de mi cuerpo?, ¿cuáles son los mecanismos internos que
me llevan a adoptar esta postura?, ¿cómo los modifico?, ¿qué debo
pensar para adquirir espontáneamente una postura más adecuada?»
Todo este proceso debe hacerse con mucho cariño, sin juzgarse,
porque si damos lugar a los juicios, el yo inmediatamente nos llevará a
escapar del problema real. Es indispensable tenerse una cariñosa
compasión, un gran respeto, y, de alguna manera, mirar el problema
como si fuera ajeno, como si se tratara del problema de otra
persona, como si una parte de nosotros mirara con cariño otra parte
de nuestro ser. Al mirarla como «desde fuera» podemos percibirla
mejor y sin angustias".
js Ib, 66-68. S. KELEMAN, La experiencia somática, Desclée de Brouwer, Bilbao 1998',
24-34. Cl` C. Rocras, El proceso de convertirse en persona, P aidós, B arcelona 2 000; B. S. SiECEi-, Amor, mediana
milagrosa, E s p a s a - C a l p e , M a d r i d 1 9 9 8 .

Cuando sintamos que hemos descubierto el mensaje del cuerpo y


reconozcamos que nuestro mal viene de una ofensa que no hemos
perdonado, de una humillación que no aceptamos, de un modo de
vida que debemos modificar, entonces podremos admitir ese mensaje
y tomar una decisión.
Cuando lo hayamos hecho, podremos preguntarnos: «¿Aprendí y
acepté lo que esta molestia tenía que enseñarme?». Si es así,
entonces podremos decirle «adiós» a esa molestia, declarar que ya ha
cumplido su función en nuestra vida y que no la necesitamos. Por lo
tanto, podremos tener la tranquilidad de que todo pasará. No hay por
qué asustarse y podremos vencer esa perturbación.

5.5. El centro del mundo

Pero yo no puedo advertir y aceptar esto si me creo el centro del


universo. Si lo siento así, entonces viviré lleno de tensiones y
permanentemente miraré a las personas, los objetos y los
acontecimientos como enemigos. Esa tensión defensiva permanente
también acarreará problemas físicos, porque el cuerpo no soporta esa
resistencia permanente.
Por tanto, he de convencerme como sea de que soy sólo un pequeño
elemento del universo. Que el resto y todos los demás, criaturas de
Dios, tienen derecho a estar aquí y a ser como son. Si tengo ese
derecho, los demás también.
Tengo derecho a vivir según mis convicciones y los demás también.
Tengo derecho a equivocarme alguna vez, y ellos también.
Tengo derecho a ser feliz, y ellos también.
Si me percibo sólo como una «parte» pequeña de este universo
maravilloso, y no como el único importante, entonces podré intuir
que todo tiene sentido, todo tiene un porqué y un para qué. Por lo
tanto, aunque algunas cosas funcionen mal desde mi punto de vista,
sentiré que el conjunto está maravillosamente bien. Y ya que Dios

83
saca bien de los males, todo terminará bien.
Puede ayudarnos repetir algunas frases hasta que nos convenzamos
de que la vida es mucho más que el propio yo. Por ejemplo: «Todo
está bien. Más allá de mi pequeño yo, todo camina hacia una
hermosa solución. Seguramente la vida me traerá una hermosa
sorpresa. Todo es bello, maravilloso. Estoy bien, a pesar de todo soy
feliz, estoy fuerte, estoy seguro, estoy protegido. La vida es preciosa,
es magnífica. El mundo es un mar de hermosura, el universo es
estupendo y tiene mil maravillas para ofrecerme. Este día es hermoso,
y tiene un misterio especial que puedo descubrir».
Es muy sano tratar de quitarle importancia al propio yo, con sus
delirios de grandeza, su tendencia a creerse omnipotente, sus
intereses cerrados. Nunca conviene alimentar la egolatría
complaciéndose en los elogios ajenos, en los aplausos, en las
palabras aduladoras, porque nunca tendremos suficiente. Tampoco
conviene alimentar la tristeza cuando somos criticados o cuando no
se acepta nuestra opinión. No se trata de despreciarnos, sino de
reconocer que tenemos derecho a equivocarnos y a fallar algunas
veces.
Pero al mismo tiempo, para lograr achicar el yo, es necesario
enamorarse del universo amplísimo y variadísimo. Ampliar la mirada y
dejarnos cautivar por el funcionamiento de todo ese conjunto es
necesario para salir de los tontos límites del propio yo. Entonces,
no nos sentiremos agredidos por nada, simplemente lo dejaremos ser.
Para lograr esto puede ayudar ver películas y programas que muestran
las distintas culturas de la tierra, las costumbres de los animales, la
diversidad de los paisajes, etc.
Es muy aleccionador advertir cómo las personas que defienden algunas
especies en peligro de extinción (tiburones, ballenas, felinos, etc.) son
capaces de explicar y «disculpar» amablemente la agresividad y los
daños que puedan causar esos animales. En el sistema ecológico
adecuado, ellos son necesarios y cumplen una función, aunque desde
algún punto de vista sean dañinos. Estos ecologistas, aunque pueden
ser dañados por esos animales, no los sienten como enemigos o
agresores, no se llenan de odio ante sus reacciones inesperadas y
violentas. Los aman y los comprenden. Saben ver más allá de sus
propios peligros. Algo se puede aprender de esta actitud.
En mis esquemas, los demás y las cosas deberían ser y comportarse
de una determinada manera. Pero mi mente no es Dios. Todo
puede ser de otra manera, todo puede ser diferente al modo como
yo lo veo. Nada es absoluto. Tampoco los principios universales
pueden aplicarse siempre de la misma manera. Ya decía santo
Tomás de Aquino que la voluntad de Dios se hace cada vez más
confusa «cuanto más se desciende a las particularidades» 3I. Nadie puede
tener certeza de cómo deben ser las cosas. En las cosas particulares
nadie sabe con seguridad qué es mejor y cómo debe ser algo, porque
nadie puede ver la totalidad.
` Suma Teológica, MI, 19, 10.
Cuando alguien se convence de esto puede relajarse, aceptando que

84
algo no suceda como él lo ha pensado, y sintiéndose
maravillosamente solidario con todo lo que existe.
Cuando dejamos de creer que somos autónomos, que sólo podemos
ser felices si logramos defendernos de los demás, entonces
permitimos que se rompa nuestra cáscara protectora y comenzamos
a sentirnos parte de la trama preciosa de la vida, entramos en una
marcha esperanzada hacia la unidad, y nos integramos en una
misteriosa comunión que atrae y contagia. Sólo así descubrimos
quiénes somos en realidad y para qué vivimos:
«Esta es la cruz de la condición humana. Somos individuos autónomos, con
nuestro propio historial de cambios estructurales. Somos autoconscientes,
sabedores de nuestra identidad individual; y aun así, cuando buscamos el ser
independiente dentro de nuestro universo experiencial, somos incapaces
de hallar tal entidad. El origen de nuestro dilema reside en nuestra tendencia
a crear abstracciones de objetos separados... Para superar esta ansiedad
divisoria, es necesario desplazar nuestra atención conceptual de los
objetos a las relaciones. Sólo entonces podremos comprender que identidad,
individualidad y autonomía no significan separatividad e independencia...
Hemos extendido esta visión fragmentaria a nuestra sociedad humana... Y el
convencimiento de que todos estos fragmentos están realmente separados -en
nosotros mismos, en nuestro entorno y en nuestra sociedad- nos ha alienado
de la naturaleza y de nuestros semejantes, disminuyéndonos
lamentablemente. Para recuperar nuestra plena humanidad, debemos
recuperar nuestra experiencia de conectividad con la trama entera de la
vida...»39.
39 F. CAPRA, La trama de la vida, Anagrama, Barcelona 1998`, 304 -305.

5.6. Debilitar esa parte de mi totalidad

Y si hay algo que nos molesta y que por ahora no podemos cambiar,
también habrá que dejar de resistirse. Dejar que exista, que esté ahí
hasta que haga falta. Dejar simplemente que sea. Seguramente
cumple una función que yo no puedo descubrir. Es parte de la realidad
que me supera:
«Mi vida está llena de cosas bellas y buenas. Esta molestia es sólo una parte de
mi vida y no tiene por qué quitarle valor y gozo a las cosas buenas que tengo
entre manos, ni debe interferir en mi relación de amistad con Dios, que es
mucho más grande y valiosa que esta molestia. Yo no solamente puedo
sobrevivir con esto. Yo podría pasarme la vida con esto, y mi felicidad quedaría
intacta. Señor, libérame de obsesionarme por mi bienestar y ayúdame a
convivir con sabiduría con las dificultades, dolores y perturbaciones físicas o
espirituales de cada día».
Esta mentalidad sana, que debilita el peso que le damos a una
molestia, puede ayudar también a que, poco a poco, nuestra
sensación negativa vaya cediendo, evitando así un desequilibrio
psicofísico. Y mientras la molestia no se mitiga, podemos lograr al
menos que no nos impida disfrutar de algunas cosas que la vida nos
regala.
No vale la pena irritarse ni siquiera con una enfermedad. Es parte de la

85
vida, de la realidad. Simplemente permito que esté, que sea. Trataré
de curarme si está en mis manos, pero no la miraré con odio, no
descargaré mi ira contra mi cuerpo enfermo. Está sufriendo algo que es
parte de la vida, y mientras no logre curarlo, dejaré que esa
perturbación exista, y la dejo en paz cumpliendo su ciclo.
Intentar curarnos no es convertirnos en enemigos de esa realidad
que nos toca vivir, porque eso crea una resistencia interior que hace
que esa perturbación se convierta en una especie de monstruo que
nos está torturando, y entonces viviremos permanentemente
pensando en ese mal.
No es necesario que todo esté perfecto en mi vida, en mi cuerpo y
en mi entorno para que yo pueda disfrutar algo. Ese disfrute es
verdadero, es real, es benéfico para mi vida, aunque tenga que
convivir con algo desagradable. Esa molestia es sólo una parte.
No debo permitir que mi emotividad la agrande tanto como si fuera el
todo, como si fuera lo único de mi vida.
Pero la emotividad realiza ese proceso de totalización enfermiza
cuando yo me resisto y me lleno de tensiones frente a una molestia,
cuando me propongo tenerla completamente bajo mi dominio, cuando
le pongo plazos y esos plazos no se cumplen, cuando creo
encontrar una solución mágica y el problema continúa.
Mejor abandona todo eso. Deja de resistirte. Y haz lo que puedas
para ser más feliz, pero sabiendo que con las cosas buenas que la
vida te está regalando ya puedes ser feliz, aunque tengas algunas
dificultades.
Si no aprendes a ser feliz ahora, con esos problemas, no lo serás
nunca. Aflójate, no te resistas. Está bien que luches, que busques
soluciones, pero no te resistas.

5.7. Luchar sin violencia

Alimentar la tensión y la violencia interiores no sirve para nada. Es


alimentar un fuego que trae más problemas y además te destruye por
dentro. Siempre es mejor optar por la paz interior y decirle no a la
violencia. El amor siempre es buen camino.
Y habrá que dejar de resistirse también cuando una persona nos hable con
palabras hirientes u ofensivas. Es mejor dejar que hable, que diga lo que
quiera, y tomar sus palabras como una cosa más del universo, como
las estrellas, la arena, los millones de árboles. Dejar que existan,
dejar que sean. No resistirse ante esas palabras.
Si hay que luchar contra una injusticia, no hay nada mejor y más
provechoso que luchar sin nerviosismo, sin angustia, sin rencor ni sed de
venganza. De hecho, sabemos que ese es uno de los secretos de las
técnicas de lucha oriental: afrontar al enemigo con habilidad, sin
dejarse atrapar por sentimientos de rencor, de venganza, de angustia.
El que lo logra es mucho más eficaz en su lucha.
El creyente no defiende sus derechos por vanidad, por el orgullo herido,
por odio, por intolerancia, por egoísmo o por competencia. Defiende

86
sus derechos fundamentales porque Dios lo ama y ama su dignidad.
Entonces, percibe que no le agrada a Dios que él se deje pisotear
indignamente. Se defiende precisamente porque se sabe amado. Pero si
es así, puede luchar sin odios ni violencia. No necesita la venganza
ni la agresión, ya que no lucha para satisfacer sus necesidades
neuróticas y ególatras. Lucha desde el amor y la verdad, no desde
la vanidad y el rencor.
No se resigna a ser oprimido o destruido injustamente, porque sabe que
Dios le da el derecho de vivir en esta tierra y de vivir bien, desarrollando
sus capacidades. Pero no se desespera cuando no puede lograr algo,
porque ante la mirada amorosa de Dios sabe que Él es más
importante que sus logros.
También es necesario un poco de realismo para no desgastarse en
una lucha inútil, y habrá que preguntarse: «¿Puedo lograr algo bueno,
algo noble con esta lu
cha? ¿Vale la pena correr estos riesgos teniendo en cuenta lo que podría
conseguir? ¿Esta lucha me permitirá realmente vivir mejor sin destruir a
otros? ¿Realmente podré llevar adelante esta lucha sin arruinarme ni
envenenarme por dentro?».
Pero en definitiva, nos liberamos de la violencia innecesaria cuando
aceptamos ser los últimos, cuando alcanzamos la verdadera
humildad, cuando ya no necesitamos ser más que otros porque no
nos comparamos con nadie. No nos perturba que otro sea
aplaudido, que sea más admirado o tenido en cuenta. Trataremos
de ser lo más felices que podamos, porque Dios nos ama. Por la
dignidad que él nos ha dado lucharemos para desarrollar lo más
posible las capacidades que tenemos. Pero no sufriremos si otros
logran más que nosotros. Nuestra lucha no es contra nadie.
También, a veces, tendremos que luchar con algún defecto nuestro
que nos lleva a hacer daño a los demás, porque ciertamente no es
bello ni digno hacer daño a otros. Pero intentaremos cambiar ese
defecto sin odiarnos a nosotros mismos. Hemos de mirarnos como
Dios nos mira, con una infinita comprensión y cariño. Mirándonos con
amor, aceptaremos convivir con lo que por ahora no logramos
cambiar. No vale la pena irritarse, entristecerse o tratarse mal. La
violencia contra nosotros mismos no hace más que agregar un
nuevo mal al que ya tenemos y lo único que hará es quitarnos las
fuerzas.
5.8. Los proyectos que nos llenan de resistencias

Siempre aparecen desafíos que no estaban en nuestros planes.


Pretendimos tenerlo todo fríamente calculado y previsto, y nos
resistimos a que algo suceda de otra manera.
Pero nosotros en realidad nos confundimos muchas veces, nuestra
mente es limitada y no alcanzamos a ver lo que realmente nos
conviene. Sólo Dios sabe perfectamente lo que necesitamos. A
veces gastamos nuestras energías haciendo o planeando cosas que
luego no sirven para nada, o que no nos dan los resultados que
esperábamos.
Por eso es mejor entregarnos de lleno a lo que tengamos que hacer,

87
pensando sólo en eso, y encomendando el futuro o el día de mañana
en las manos del Señor. Así, dejaremos de resistirnos ante las
novedades, los imprevistos, los desafíos inesperados y los miedos se
debilitarán.
Es importante aceptar que somos caminantes, que la historia no es
algo fijo o inmutable, sino que estamos en un mundo en permanente
movimiento. Si nos resistimos a ese dinamismo, estaremos siempre
llenos de tensiones y enfermaremos físicamente: «Cuando insistimos
en ser siempre los mismos, nos deformamos... Mucha miseria
humana resulta de no formar parte del proceso de eliminar lo caduco o
reformar lo existentev 4 o
Hay que saber planificar y prevenir, es cierto, pero no pretender tenerlo
todo previsto y preparado, porque es una manera de rechazar los
cambios que la vida misma nos propone.
Que Dios sea el rey y el Señor de nuestro futuro, que Él guíe nuestra
vida, y todo estará a salvo, aunque muchas cosas nos sorprendan y no
nos encuentren prevenidos.
` S. KLLEMAN, O.C., 105.
Si me siento débil y humillado, no lograré hacerme grande y fuerte
por dentro sólo con mis planes y sacrificios, tratando sólo de
protegerme. La fuerza de Dios me hará firme y seguro, si de verdad
confío en Él, deposito en Él mi futuro y lo proclamo «Señor» de mi
vida.
De este modo, mi corazón y mi cuerpo se relajan, y cuando aparezca
un desafío, en lugar de resistirme con angustia, lo afrontaré con
serenidad, creatividad y firmeza, y también mi cuerpo se adaptará
admirablemente a ese desafío.
No se trata de renunciar a tener planes, de renunciar a la excelencia o
de no aprovechar los dones que uno ha recibido de Dios. Es bueno
aspirar a cosas grandes, pero no por terquedad, por vanidad personal,
por búsqueda de reconocimientos, o para compensar nuestros
sentimientos de inferioridad. Todo eso nos llena de tensiones, miedos
y resistencias interiores.
La única manera sana de buscar la excelencia y los grandes logros
es hacerlo por amor a Dios y por amor al mundo. Para regalar a Dios
algo bello que hemos hecho con las energías que nos ha dado, y
para ofrecer algo bello a la tierra que nos acoge y a la sociedad.
Sólo de esa manera seremos felices emprendiendo grandes
proyectos.
Pero si realmente emprendemos esos proyectos por amor, no
perderemos la alegría y la paz cuando no logremos todo lo que nos
propusimos, ni si descubrimos que el amor comienza a proponernos
otra cosa.
Porque en realidad, el mejor regalo que podemos ofrecer a Dios y al
mundo es un trabajo hecho con humildad y por amor. Ese es un
testimonio que deja mucha fuerza y mucha vida detrás de nosotros.
Eso, más que sus logros, es lo que nos queda de los grandes santos
y de los grandes héroes: «Lleva tus asuntos con paciencia y serás amado»
(Si 3,17). Y ese modo de buscar la grandeza nos libera de estar tensos
cuando algo no responde a nuestros proyectos.

88
El entusiasmo de una obra hecha por amor nos da mucha más
satisfacción que una obra hecha por vanidad y orgullo. Y el que
ama puede entusiasmarse con algo grande aunque deba ocupar el
último lugar. Por eso Jesús invitaba: «Cuando seas invitado, ponte en
el último puesto» (Lc 14,10), «como un niño» (Mc 10, 15).
Muchas personas que actúan buscando la gloria personal se resisten y
se irritan cuando alguien las interrumpe, les pide algo o las saca de
sus esquemas rígidos y de sus planes. Porque cuando los proyectos se
vuelven más importantes que el amor, no aceptamos el desafío
permanente de la vida.
Es necesario aceptar que la vida es así, llena de constantes desafíos para
nuestra capacidad de amar. Porque Dios no quiere que nos
detengamos mientras estemos en esta tierra. Hasta la muerte
seremos caminantes, y cada acontecimiento o cada persona que
nos saca de nuestros esquemas es una llamada a crecer en el amor, a
ampliar nuestra mente, a romper nuestras rigideces, a descubrir algo
nuevo, a ilusionarnos con algo más, a encontrar un nuevo camino, a seguir
siendo jóvenes de corazón.
Cuando algo nos interrumpe o nos saca de nuestra concentración
en un trabajo, o rompe nuestro esquema fijo, descubramos esa ira que
se despierta y no la dejemos avanzar. Mejor, levantemos la mirada
interior y preguntemos al Señor: «Señor, ¿qué quieres hacerme des~
cubrir con esta interrupción, dónde me quieres llevar con este
imprevisto, qué me quieres regalar a través de este
hecho inoportuno? Acepto este desafío, dame tu fuerza y tu luz para
saber vivirlo».
También, cuando algo nos sorprende y nos molesta, en lugar de
resistirnos con indignación, podemos ofrecer esa perturbación al
Señor. ¿Pero en el fondo qué significa ofrecerla?
Significa ante todo «aceptarla», no resistirnos ante ella, tomarla
como algo que debe suceder, aceptar que sea. Si es así, entonces
estaremos verdaderamente ofreciendo al Señor eso que nos
desinstala, que nos descoloca. Entonces sufriremos mucho menos y
evitaremos enfermarnos por la tensión interior.
Podemos ofrecer esa perturbación que nos sorprende simplemente
como un regalo de amor a Jesús, pidiendo por un ser querido,
rogando al Señor por lo que estábamos haciendo cuando fuimos
interrumpidos.
Cuando suceda algo que nos desagrade, pensemos simplemente que
sucedió lo que tenía que suceder. No intentemos cambiar algo que ya ha
sucedido. Una vez que ha sucedido, eso ya es parte de nuestra vida,
y no ganamos nada con resistirnos.
Y cuando estemos crispados, temiendo que algo suceda, que el
futuro nos sorprenda, pensemos que sucederá lo que tenga que
suceder.
No es un fatalismo. Se trata de ocuparse de las cosas con
creatividad y empeño, pero sabiendo que siempre habrá detalles
que escapan a nuestro control y que pueden cambiarlo todo. Los
acontecimientos imprevistos siempre pueden torcer nuestros
proyectos impecablemente preparados. Y Dios mismo puede tener

89
otro proyecto diferente para mí.
Hay que prever las cosas y ocuparse de ellas, pero también hay que
arrojarse al misterio de la vida que nos supera por todas partes, y dejar
que Dios nos lleve donde quiera, confiados en su amor que saca
bienes también de los males.
No se trata de entregarse a un caos fatal, a una fuerza oscura. Porque
existe un Dios de amor. La actitud más sana es hablar con Dios de lo
que nos preocupa y confiarnos en sus manos. Después, hacer todo lo
que podamos con entusiasmo, pero sin llenarnos de rencor y de
tristeza si las cosas salen de otra manera. Ese es el misterio de la vida que
no entra en nuestros planes limitados.

5.9. «Dios mío y todas las cosas»

Este famoso «suspiro» de san Francisco de Asís puede ser entendido de


dos maneras. Podríamos entender que Dios lo seducía de tal modo
que Él era todo para su corazón, de manera que las cosas de este
mundo ya no le interesaban. Pero en realidad eso no estaría de
acuerdo con la mirada de ternura que Francisco posaba sobre cada
criatura. No olvidemos que trataba con inmenso amor no sólo a los
seres humanos, sino también a las plantas, a las piedras, a todas las
criaturas, donde veía algo de la belleza de Dios.
Por eso, cuando Francisco decía «Dios mío y todas las cosas» (Deus
meus et omnia) estaba expresando la admiración de su corazón abierto
ante el misterio deslumbrante de Dios que se refleja en toda la
realidad, en cada cosa.
Por eso mismo Francisco no era un místico malhumorado que escapaba
del mundo, sino un hombre feliz, capaz de gozar inmensamente en el
encuentro con todas las criaturas, sus «hermanas». Cuando Francisco
alababa a Dios, en esa alabanza se hacía presente el mundo creado
por Él: «Te alabo, Señor, por el hermano sol, por la lluvia, por el
viento...». Y sabemos que esas criaturas a veces son molestas, sobre
todo para un peregrino, como Francisco. El sol quema, la lluvia
detiene al caminante, el viento cansa... Pero Francisco era capaz de
alabar a Dios no sólo por esas criaturas molestas, sino también por
una de las realidades más temidas de la existencia: la hermana muerte.
¿Qué tipo de oración nos sugiere esta frase de san Francisco: «Dios
mío y todas las cosas»?
Es precisamente la oración que mejor nos puede liberar del engaño en la
vida espiritual. Ya decía san Buenaventura que el hombre perfecto no sólo
debe descubrir a Dios en la intimidad, sino también en el mundo
exterior". Al no reconocer esto, muchas personas construyen una
espiritualidad falsa, como un castillo de naipes. Entonces, pasan
horas con los ojos en blanco, o hacen largas y apasionadas
alabanzas, o tienen tremendas emociones contemplativas, pero en la
vida cotidiana no se liberan de la tristeza profunda, o son hipersensibles
ante cualquier crítica o ante cualquier contrariedad, o son incapaces
de dialogar, o quieren dominar a los demás, etc.
¿Por qué sucede esto, si sabemos que el efecto propio de la oración de
alabanza es sacarnos de nuestro propio yo, del encierro de nuestro

90
egoísmo y de nuestras tonterías?
Sucede porque en esa alabanza separamos a Dios de nuestra vida, de
nuestro mundo concreto, y escapamos, nos evadimos de nuestra áspera
realidad.
^' Il Sent., 23, 2, 3.
Por eso, propongo una alabanza «con todas las cosas». No es un
ejercicio más, sino una actitud constante. En realidad, se trata de
ejemplos que pueden mostrar de qué maneras variadas se pueden
vencer todas las resistencias de la vida cotidiana:

Puedo recordar aquellas personas o cosas con las que tengo alguna
dificultad: con Juana soy impaciente, con algunas tareas me siento
mal, con mi rostro estoy incómodo porque no me gusta, con mi
futuro no estoy en paz porque creo que las cosas no van a andar
bien, a mis compañeros de trabajo les tengo envidia, etc.
Entonces contemplo la paciencia de Cristo con sus discípulos que no
entendían nada. Su paciencia en la Pasión, cuando era escupido,
insultado, flagelado, burlado. Lo adoro por esa inmensa paciencia. Él,
que era el Señor del universo, digno de toda adoración, no hacía
valer sus prerrogativas. Lo adoro, lo alabo por esa paciencia
suprema, e imagino que Él se apodera de mí, que vive en mí y es
capaz de tener paciencia con esa persona a quien yo no perdono
nada (a Juana).
Adoro a Dios por su Providencia, porque es capaz de sacar bien
también de las cosas malas, puede derramar una bendición en medio
de las situaciones que me hacen sufrir. Y entonces, también de este
trabajo que me desagrada, Él sacará algo bello, algo que valga la
pena aunque yo no vea nada (mis tareas). Le alabo por su poder
creador que actuó en mi cuerpo, que dio vida a todos mis órganos.
Me detengo ante el espejo a mirar mi cara que me desagrada (o a
mirar mis manos, mis pies, lo que sea), y dedico un tiempo a
acariciarla, a considerar atentamente sus pequeños detalles. Y adoro al
Señor porque hizo existir este rostro, porque lo ama, porque en su
sabiduría lo pensó y lo quiso así, y en este rostro derrama la vida
cada día (mi rostro). Le adoro porque Él es la roca firme, mi fortaleza, mi
liberador, y sólo en Él puede estar mi seguridad. Dejo en sus manos mi
miedo al futuro y a la vida, sabiendo que es la fuente de todo lo
bueno y que en Él hay salvación. Puedo recitar, por ejemplo, el
Salmo 91:

«Mi fortaleza y mi refugio eres, mi Dios, en quien confío... Aunque a


tu lado caigan mil y diez mil a tu derecha, a ti no te alcanzarán.
Eres mi fortaleza y mi refugio...».

Si siento envidia de mis compañeros de trabajo, puedo detenerme a


alabar al Señor por las cosas buenas que sembró en ellos,
admirarme por la belleza, las capacidades, los dones que puso en
sus vidas; adorarle por su misericordia divina que les concede éxitos,
alegrías, satisfacciones. No me importa si no recibo los honores que
quisiera, ya que todas mis capacidades y mis fuerzas no son mías,

91
sino de Él, y es Él quien merece el aplauso, no yo. Lo aplaudo por
lo que hace en ellos (mis compañeros).

Esta manera de adorar a Dios en relación con mi vida me lleva a la


aceptación de los demás, de la vida, de mis límites; y así esta
alabanza realmente me des-centra, me libera, me impulsa de verdad
a perderme en el amor de Dios sin resistirme a nada. Mi mundo y mi
alabanza se unen, y así puedo gritar como san Francisco: «¡Dios mío
y todas las cosas y, sin resistencias.

5.10. Una historia para mejorar el mundo

Nuestra fe cristiana es histórica. Es decir: se vive dentro de una historia


humana y no en el cielo. Pero algunas personas se resisten a vivir
en este mundo, y quisieran refugiarse en una especie de pequeño
cielo, escondidos y protegidos del mundo.
Si nuestra fe es auténtica, no pretendamos salir de esta tierra en
una especie de vuelo cósmico, evadiéndonos de todo compromiso,
tratando de liberarnos de todo lo que nos despierta resistencias. Eso
sería como volver al útero de nuestra madre y renunciar a la vida, al
crecimiento, a la felicidad verdadera.
Los hijos de Dios estamos llamados a amar profundamente a los
demás y a implicarnos de lleno en este mundo, en esta historia
humana, en la vida de la gente. Soñamos con aportar algo a la
felicidad de los demás y dejar este mundo mejor que como lo
hemos encontrado. Y el Dios de amor que encontramos en la
oración nos impulsa a introducirnos en el mundo para mejorarlo, nos
da una apasionante misión en esta tierra.
Cuando aceptamos eso, dejamos de resistirnos ante los reclamos del
mundo y de la gente, porque nos interesa construir algo mejor. Así lo
hicieron san Francisco de Asís, santa Catalina de Siena, Martin
Luther King, Mahatma Gandhi, y muchos otros que fueron felices y
rebosantes tratando de mejorar el mundo. Ninguno de ellos pretendió
evadirse a un pequeño paraíso de relajación, sino que se entregó
como instrumento de Dios para hacer el bien a mucha gente, con la
esperanza de que siempre algo puede cambiar. En este sentido, la
Iglesia ha hecho la siguiente advertencia, que tiene una tremenda
importancia:
«Auténticas prácticas de meditación provenientes del Oriente
cristiano y de las grandes religiones no cristianas, que ejercen un
atractivo sobre el hombre de hoy -dividido y desorientado-, pueden ser
un medio adecuado para ayudar a la persona que ora a estar
interiormente distendida delante de Dios, incluso en medio de las
solicitudes exteriores. Sin embargo, es preciso recordar que la unión
habitual con Dios (...) no se interrumpe necesariamente ni siquiera
cuando hay que dedicarse, según la voluntad de Dios, al trabajo y al
cuidado del prójimo... Efectivamente, la oración auténtica, como
sostienen los grandes maestros espirituales, suscita en los que la
practican una ardiente caridad que los empuja a colaborar en la
misión de la iglesia y en el servicio a los hermanos».

92
El ideal cristiano es inseparable de una afectuosa preocupación por la
felicidad de los demás. Ni siquiera la vida eterna puede pensarse como
una liberación, como si en el cielo nos liberáramos de tener que buscar el
bien de los demás. Eso sería una alienación, un falso bienestar que
en lugar de hacernos madurar nos atrofiaría.
42
CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE, O . C . , 28.
Vemos en Ap 6,9-11 que los mártires en el cielo interceden por los
que están sufriendo la injusticia en la tierra, solidarios con este mundo
en camino. Es la actitud que expresó santa Teresa de Lisieux, que
deseaba pasar su cielo «haciendo el bien en la tierra», y no le
interesaba tanto su gozo celestial, sino seguir participando en la salvación
del mundo:
«Siento que te seré mucho más útil en el cielo que sobre la
tierra... Cuento con no permanecer inactiva en el cielo, mi deseo
es continuar trabajando... Si dejo el campo de batalla no es con el
deseo egoísta de descansar; el pensamiento de la felicidad eterna
apenas logra estremecer mi corazón... Me atrae más la esperanza de
amarlo por fin como tanto he deseado y el pensar que podré hacerlo
amar por una multitud»

Por supuesto, ni san Francisco de Asís ni la Madre Teresa se


sintieron los salvadores del mundo, y sabían que no podían
cambiarlo todo. Dejaban el mundo en las manos de Dios, porque
se sentían pequeños y débiles. Pero ofrecían todo su ser para
hacer algo, y entonces hicieron mucho, porque su testimonio vale
mucho para nosotros.
Han sido luchadores, guerreros, pero para construir más que
para destruir. Han participado de la danza cósmica dejándose
llevar por la creatividad que Dios sembró en ellos para mejorar
el mundo. Por eso no se atrofiaron, por eso no se desgastó su alegría,
por eso alcanzaron la madurez y la plenitud.
Esta actitud de ofrecerse para construir un mundo mejor debería ser
asumida en la oración misma, para que la vida no esté al margen
de la oración. Esto se concreta cuando nos habituamos a conversar
con Dios sobre nuestros proyectos, a consultarle acerca de lo que
decidimos, a pedirle luz para descubrir cuáles son nuestras
capacidades, a preguntarle en qué debemos ocupar nuestras energías
para ser más eficientes, qué podemos hacer por los demás, qué
podemos dar.
" TERESA DE LisiEUx, C arta al P . R oulland (14 de julio de 1897).
No decidimos pensando sólo en nuestras necesidades o gustos. Le pedimos
a Dios generosidad para hacer lo que haga más felices a los demás.
En definitiva, ocupamos un espacio de nuestra meditación para
presentarle a Dios nuestras tareas, ofrecerle con amor nuestros
cansancios, y pedirle luz para el trabajo. Nos relajamos un
momento, pero no evitando recordar nuestras tareas; al contrario,
reconciliándonos con ellas, iluminándolas, aceptándolas,
a m ándolas.

5.11. No resistirse al crecimiento Místico

93
Somos un gusanito frágil que a veces se engaña creyéndose
poderoso, y cuanto más grande se cree, más se aleja del Padre,
más se destruye a sí mismo, más se enferma, más se degrada, más
miedos tiene, más considera a los demás como peligrosos.
Pero cuando ese gusanito se deja sostener por la misericordia
del Padre, entonces se hace fuerte por dentro, y su debilidad
alberga un tesoro sin medida: «Gusanillo de Jacob, yo vengo en tu
ayuda» (Is 41,14).
El día en que logremos vencer nuestras resistencias ante Dios,
nos entreguemos, renunciemos a nuestros rechazos y nos
confiemos en los brazos del Padre, alcanzaremos la paz que tanto
buscamos, todo será mucho más sereno y fuerte, empezaremos a
vivir el cielo en la tierra, aun en medio de problemas y
preocupaciones.
Para ello hay que reconocer cómo el amor de Dios es fuente de
vida, de gozo, de fiesta, de plenitud. Si leemos Sof 3,17, allí nos
encontramos con una imagen llamativa de Dios, que salta y baila
de alegría. Es un Dios que hace fiesta cuando vencemos nuestras
resistencias y nos dejamos salvar por él. Esto nos indica algo muy
profundo: por un misterio que no alcanzamos a entender, el Dios
perfectísimo, acto puro, ha querido necesitar de la criatura
humana. De manera que la relación de amor es verdaderamente
mutua. En la encarnación se ha hecho vulnerable, y por un misterio
que trasciende el tiempo y el espacio, el Jesús que sufría por el
abandono de los hombres se hace presente en nuestras vidas, es
herido por amor a nosotros, halla consuelo y gozo cuando nos
recupera.
Nuestro Dios, por una decisión libre que procede de su amor
perfecto, ha querido anhelar nuestra amistad y lamentarse por nuestro
rechazo: «¡Si tú quieres volver, es a mí a quien has de volver!» (Jer 4,1).
Jesús es el reflejo perfecto de esa opción por nosotros cuando
derrama lágrimas de amor frente a la ciudad de Jerusalén, clamando:
«Jerusalén, Jerusalén, cuántas veces he querido reunir a tus hijos como la
gallina reúne a sus polluelos debajo de las alas y no has querido» (Mt
23,37; cf Lc 19,41).
San Juan de la Cruz, gran místico y doctor de la iglesia, ha expresado
este misterio en el Cántico espiritual, presentando a Jesús como un
ciervo herido por tu amor, que te llama «paloma», y que se goza
cuando tu corazón se eleva de amor, cuando tu vida «vuela». Porque cada
vez que en tu vida hay un crecimiento, un avance, una maduración en
el camino cristiano, él es el ciervo herido y afiebrado, que «se
refresca» con tu amor.
«Vuélvete paloma, porque el ciervo herido por el valle se asoma, y
al aire de tu vuelo fresco toma».
°A
TO M ÁS D E AQ U IN O , 1 Sent., 30, 1, 2.
La experiencia de los místicos da testimonio de esta relación mutua
entre Dios y la criatura, donde Dios es realmente «alcanzado» como
término de nuestro amor".
Como ejemplo, podemos mencionar el caso de la beata Ángela de

94
Foligno, que tras sus más profundas experiencias místicas percibía
que Dios le decía algo así: «Dios está lleno de ti»". Porque Él, que
todo lo tiene y nada necesita, se adapta a nuestro modo de amar y
opta por dejarse tocar por nuestro amor, por dejarse amar
verdaderamente y elevar nuestra capacidad de amar a una dimensión
infinita.
Pero esto, tan alto, sólo puede ser obra suya, iniciativa suya,
impulso suyo que nosotros acogemos. En el fondo del corazón
humano sólo podemos ser receptivos -no pasivos- porque no somos
dioses, sino criaturas, porque el amor divino no se fabrica ni se
compra, sino que se recibe; y recibiéndolo vuelve a su origen último,
que es Dios mismo.
La clave está en invocar cada día su gracia para que abandonemos
toda resistencia a su amor. La más verdadera y profunda liberación
espiritual no depende de técnicas, porque es un don que debe ser
pedido y acogido con humildad y sencillez. Se trata simplemente
de no ponerle obstáculos, o en todo caso, de pedirle a Dios que nos
libere de esos obstáculos con su gracia, para avanzar en el camino
de la unión con Él.
Cuando el amor de Dios nos sana del miedo, se traduce en un nuevo
modo de estar con las demás, sin resistirnos ante ellos. Cuando
dejamos que el amor de Dios nos posea, podemos estar con serenidad
ante los fuertes y poderosos, y acercarnos con generosidad a los
débiles y limitados. ¿Por qué sucede esto en el fondo? Porque ya no
necesitamos utilizar nuestras energías para cuidarnos, para proteger
nuestras cosas, nuestra fama y nuestro tiempo. Lo que más
necesitamos es algo que no se rompe, que no se gasta, que no puede ser
usurpado, que no se puede ir de nuestras vidas. Y eso sólo puede ser el
amor y la amistad de Dios que nos sostiene, que nos llena de
confianza y nunca está en peligro, ni por la violencia del fuerte ni
por los reclamos del débil.
°5
ANGELA DE FOLIGNO, Libro espiritual, 20, 2.

5.12. Mi resistencia ante las miradas

La mirada de los demás nos inquieta. Cuando estamos pendientes


de cómo nos ven los demás, nos resistimos y nos llenamos de
tensiones cuando advertimos que la mirada de alguien no nos
aprueba.
Eso no se cura si no descubrimos que lo importante es la mirada
divina.
Pero a veces tenemos una imagen equivocada de Dios y no
reconocemos su amor. Escapamos de su mirada permanentemente
y cada vez que vamos a orar nos llenamos todavía más de una
resistencia que nos daña.
Por eso es mejor perder el miedo a Dios y dejar que nos mire con
ojos de ternura, paciencia y compasión. Si su mirada nos pide algo,
nunca nos obliga, y Él mismo nos dará la fuerza para hacerlo. Nunca
nos pedirá algo que nos dañe.
Tampoco desea que nos llenemos de ansiedad buscando la

95
perfección. Por eso dice la Biblia: «No quieras ser justo en demasía ni
seas sabio en exceso; ¿para qué destruirte?» (Qo 7,16). Dios quiere
que tratemos de crecer con empeño, pero con un corazón sereno y
sin angustias, con paciencia y calma, bajo su mirada de amor. Él sabe
esperar esos cambios profundos que se van logrando poco a poco.
Ante Dios no tengo que demostrar quién soy. Él conoce mis
capacidades y no se le escapa ninguna obra sincera que yo haga,
como no se le escapó la humilde ofrenda de la viuda pobre (Lc 21,2-
4). Por eso ha dicho que recompensará hasta un vaso de agua que
dé a otro (Mt 10,42). Cuando Jesús elogia a los benditos por todo lo
que hicieron por él, ellos se asombran, y le preguntan: «Señor,
¿cuándo te vimos hambriento y te alimentamos?» (Mt 25,37). Él los
miraba mejor que como ellos se miraban a sí mismos.
Dios está más atento que nosotros a todas las cosas buenas que
pueda haber en nuestra vida, porque nos ama, porque somos suyos.
Entonces, no tiene sentido escapar de su mirada, no hay nada que
temer, no vale la pena resistirse. Reconociendo esa mirada de amor,
trataré de ser mejor, pero sin ese odio a mí mismo que Él detesta.
Aprender a dejarse mirar serenamente por Dios, dejar de resistirse
ante su mirada, nos dará una gran seguridad. Esa seguridad nos
permitirá tolerar las miradas negativas de los demás sin resistirnos,
sin crisparnos por dentro, sin escapar tontamente los unos de los
otros.
Si soy amado y vivo iluminado bajo la tierna mirada del Señor, ¿qué
importa en el fondo cómo me ven los demás, o si opinan mal de mí?
Soy una pequeña, insignificante criatura, pero con el valor de ser
infinitamente amado por Dios y llamado a la amistad con Él.
Dios es infinitamente fuerte, y de él obtienen consistencia las cosas.
Por eso, cuanto más nos dejemos penetrar por su mirada, más nos
impregnamos de su fortaleza.
El problema está muchas veces en que nos llenamos de temores
porque nos sentimos muy frágiles y blandos por dentro, porque nos
parece que cualquier cosa nos puede derribar. Pero si recibimos la
fuerza de Dios y nos hacemos fuertes interiormente y sólidos, podemos
afrontarlo todo con seguridad, y no tememos la mirada de los otros.
Dios nos mira con más cariño, nos contempla con más compasión
y ternura, tiene más paciencia con nosotros que la que nos tenemos
a nosotros mismos. Por eso, si nos dejamos mirar por él, podemos
aprender a amarnos, a aceptarnos, a valorarnos y respetarnos: «Los
que miran hacia Él quedan radiantes y su rostro no se sonroja más»
(Sal 34,6).
Lo terrible para nosotros es escapar de esa mirada paciente,
generosa, sanadora, y que sólo nos interese la mirada del mundo y
nuestra propia mirada. Esas miradas sí son crueles, no tienen piedad
y tampoco tienen poder para sanarnos. Es mejor dejarnos mirar por
Dios. Es mejor «relajarnos» ante Él, entregándole todas nuestras
resistencias.
5.13. No resistirme a mí mismo. Llegar a mi centro

96
Hay una forma negativa y enfermiza de luchar contra Dios: cuando
levantamos barricadas para lograr que Él no se apodere de nuestra
autonomía, como si su presencia fuera a debilitar nuestra libertad y
nuestra vida.
Pero hay una dimensión, que es el centro de nuestro ser, donde
somos nosotros mismos con independencia de todo lo demás y de
todo lo que sucede fuera de nosotros o en nuestra superficie.
Cuando dejamos que esa dimensión ocupe el primer lugar, parece
como si por un instante se olvidara todo, se superara todo. Todo se
simplifica y llegamos a percibir el valor de nuestra identidad, la
identidad personal única e irrepetible que Dios ha regalado a cada
uno y que permanece aunque todo se termine.
En ese núcleo vital puede producirse el encuentro con Dios más
sincero, más libre y más alto, la adoración más generosa y humilde, el
reconocimiento más claro de que Él es el importante y vale más que
todo, por encima de todo y más allá de todo.
Ahí es posible una experiencia única de oración.
Cuando no somos capaces de llegar a ese núcleo de nosotros
mismos, nos atrapan mil temores, nerviosismos, angustias,
preocupaciones.
Y sabemos que ahí sólo Dios puede llegar, nadie más. Pero si no
queremos que Él actúe ahí, siempre habrá algo que clamará pidiendo
vida, y entonces escaparemos tratando de ocultar el clamor interior.
Pero ese núcleo profundo seguirá gritando de dolor y de vacío, y
nunca estaremos cómodos con nosotros mismos. Es lo que decía san
Agustín de su época mundana: «Era yo para mí mismo un lugar de
desdicha en el cual no soportaba permanecer»
Y además, en esta huida de Dios y de sí mismo, el hombre pierde
la consciencia de quién es él en realidad y cuál la finalidad de su
existencia. Se pierde en una función social, en la apariencia y la figura,
y deja de tener consciencia de sí mismo, de su yo real, ya no sabe
quién es. San Agustín lo expresaba muy bien cuando decía: «Me
convertí en un oscuro enigma para mí mismo»47 .
A0
AcusTíN nr HuPoNn, Confesioiies, IV 7. " Ib, IV 4.
Pero esto sucede en el fondo porque sólo Dios ve con plena claridad
quién soy yo, y Él es quien puede revelármelo en un encuentro íntimo,
si me atrevo a entrar con su amor en el núcleo de mi ser. Sin ese encuentro
conmigo mismo en Dios, mi identidad real permanecerá oscura para mí
mismo:
«Este yo abarca algo más que la mera diferenciación respecto de los
demás, algo más que el núcleo consciente de la persona, algo más que el
resultado de la historia de mi vida. El yo significa: Dios me llama por mi
nombre, un nombre inconfundible. Soy una palabra que Dios pronuncia
sólo en mi interior».
Es cierto que a veces tengo miedo a enfrentarme con los aspectos
negros de mi realidad, y no quiero atravesar esa oscuridad. Pero con
el amor de Dios puedo tomar clara consciencia de todo eso sin
juzgarme, sin odiarme, aceptándome así, simplemente, porque esa es mi
realidad que todavía no puedo cambiar.
Esta aceptación -que no es aprobación ni resignación- es el primer

97
paso para poder comenzar un camino de cambio. Porque odiándome
no tendré fuerzas ni ánimo como para creer en mis posibilidades.
Además, todo eso que me da miedo enfrentar todavía no es el núcleo más
íntimo de mi ser. En lo más hondo de mi ser sólo está todo lo bueno
y lo bello que Dios creó, todas las semillas de bondad y de luz que
Dios puso en mí y que claman por desarrollarse.
Ahí, en lo más íntimo, no están mis maldades, mis intenciones
torcidas, mis deseos depravados, sino el germen de algo
maravilloso, porque Dios no crea monstruos, crea preciosas
posibilidades. Ahí vive Dios. j
" A. GRUN, La oración como encuentro, Nareea, Madrid 1998 , 18.
Llegando a ese núcleo de nuestro ser y dejándonos iluminar por
Dios, es posible que comencemos a superar lo que nos da miedo y lo
que nos molesta de nosotros mismos, porque nos encontraremos con
una hermosa posibilidad que también es parte de nuestro ser real. Y
entonces le permitiremos a Dios que despierte con su gracia todo lo
bueno que Él mismo puso en nosotros. Veremos espontáneamente
que el cambio siempre es posible, que todo puede ser mejor.
6. Oración
«Dios mío, creador de todas las cosas, que amas todo lo que existe,
fortaléceme por dentro con tu infinito poder y con tu ternura divina.
Enséñame a depender serenamente de ti, para que pueda entregarte
todos mis controles. Quiero estar bien dispuesto para lo que Tú quieras y
como Tú quieras, para afrontar cualquier desafío e iniciar nuevas etapas.
Ayúdame a desprenderme de mis planes cuando la vida me los
modifique. Toca mi corazón para que confíe en tu protección amorosa.
Serás mi poderoso salvador en medio de toda dificultad, y sacarás bien
de cualquier mal que deba soportar.
Derrama en mí tu vida, intensa y armoniosa, para que no me resista al
cansancio, al desgaste, a los cambios, y para que no busque falsas
seguridades.
Enséñame a aceptar con serenidad y fortaleza los límites variados de
cada día y las cosas imprevistas. Libérame de toda resistencia interior
contra la realidad.
Regálame la gracia de comprender, perdonar y bendecir a los que me
ofenden y persiguen, alabándote por ellos, que son tuyos. Derrama en
mí un espíritu de profunda tolerancia y compasión.
Ayúdame a reconocer la inmensa dignidad de todas las personas, que
tienen derecho a ser parte de mi vida. Dame un amor generoso y
humilde, dispuesto a compartir la existencia con los demás, sin
resistirme ante sus reclamos.
Destruye toda desconfianza para que pueda descansar en tu presencia,
relajarme en tus brazos de Padre, sin pretender escapar de tu mirada de
amor.
Late conmigo, Señor, respira conmigo, camina conmigo, vive conmigo,
afronta conmigo los desafíos y las dificultades que ahora tengo que
resolver. Porque contigo todo acabará bien. Amén».
Soltar para recuperar la libertad
La palabra de Dios nos advierte que no seamos ingenuos, para que

98
no nos apoyemos en cosas que no son firmes, para que no nos
dejemos engañar poniendo nuestra esperanza en cosas que nos
esclavizan y que no pueden darnos lo que prometen. Es mejor soltar
esas cosas para estar verdaderamente firmes y seguros:

«Que no pongan su esperanza en las riquezas caducas» (1Tim 6,17).

También nos dice que no nos aferremos a los seres humanos como
si fueran nuestra salvación, porque si depositamos toda la confianza
en un ser humano terminaremos cayendo en el vacío. Es mejor soltar
las personas para poder respirar con libertad:

«Maldito el hombre que confía en el hombre» (Jer 17,5).

1. Perturbación que se cura


La perturbación básica es la obsesión por tener o retener algo.
Aquí se incluyen los esquemas mentales fijos, las manías,
obstinaciones y apegos que nos tienen anclados en el pasado o en un
proyecto que nos absorbe y nos desgasta.
Por ejemplo, si estamos obsesionados por nuestra apariencia,
tendremos que «soltar» la imagen social y la necesidad de
reconocimientos. Si no lo hacemos no seremos felices.
Dijimos que no podemos aprender a detenernos si estamos a la
defensiva, resistiéndonos ante el mundo externo. Pero no podemos
dejar de resistirnos, no podemos relajarnos, si estamos pendientes
del aprecio de los demás o de su aprobación; porque si es así, no
soportaremos el rechazo, la opinión diferente, la agresión, nada que
contradiga nuestra necesidad interior. Este es un modo de agredirse
a sí mismo convirtiéndose en esclavo de la opinión ajena:
«Otra forma de autodesprecio consiste en someternos sin condiciones a
las apreciaciones y juicios de los demás, sin tener en cuenta el precio que
ello puede suponer, lo que conduce con frecuencia a la negación y
destrucción de uno mismo y, a la postre, a exponerse al riesgo de
convertirse en víctima de sus posibles abusos. En este sentido, es
conveniente reconocer que frecuentemente reaccionamos con
exageración ante las críticas nimias de los demás, tomándolas
demasiado en serio y olvidándonos de las cosas importantes de la vida,
aquellas que tienen efectos profundos sobre nuestra vida a largo plazo. Al
proceder de este modo, caemos en la trampa de asentarnos de manera
sesgada y superficial en nuestra negatividad, regulando nuestra vida a
partir de los mensajes de los demás, muchas veces emitidos con escasa
consciencia de lo que dicen y que, por nuestra parte, abultamos
desproporcionadamente».
Por eso también hay que aprender a soltar, a soltar esa obsesión por
nuestra imagen, por el qué dirán, por los afectos ajenos, etc.
También hay que aprender a disfrutar sin apegarse a las cosas, a
desprenderse de los objetos. Hay que aprender a soltar el pasado, la
niñez o la adolescencia, las cosas que no pudieron ser, las personas
que ya no están y cualquier otra esclavitud que nos llene de
insatisfacciones.

99
Ciertamente, las tres actitudes (detenerse, dejar de resistirse, soltar)
se van aprendiendo simultáneamente, y la una alimenta a la otra. Pero
también es cierto que, de acuerdo a su temperamento, a su historia, o
a su situación actual, cada uno tendrá que comenzar por una u otra,
o poner el acento más en una que en las otras.
Ahora vamos a ejercitarnos para aprender a«soltar», y así cerraremos
este triángulo de salud y de felicidad.
' l. A. BeaNno, Uesanroflo de la armonía interior, Descléc de Brouwcr, Bilbao 2000, 222-223.

2. Síntesis

La actitud de «soltar» lo que nos esclaviza implica dos movimientos


de toda la persona:

a) Consciencia de la propia dignidad


Es reconocer con claridad mi dignidad inmensa, es descubrir que mi
ser es sagrado, que mi vida humana tiene un valor infinito. Dios, en
una decisión llena de amor de su voluntad, me regaló la existencia y
me dio un lugar en el universo. Además, soy imagen suya, en mí se
refleja su perfección infinita, y estoy llamado a algo grande, a la
felicidad sin límites de la eternidad. Por lo tanto, no puedo degradarme
arrastrándome detrás de algo que se termina, y no puedo renunciar a
vivir sólo porque algo se ha terminado. Yo estoy hecho para mucho
más, y no sería un buen ideal ponerle frenos a la obra que Dios
quiere realizar en mí.
Se trata de pasar a reconocer con sinceridad que esa entrega a
medias, y ese apego que no queremos soltar, nos impiden crecer en
un nivel más profundo de mística y de generosidad al que Dios nos
está llamando.
También se trata de reconocer que la vida que llevamos no responde
al precioso ideal de una civilización de amor, de una vida compartida,
entusiasta y fraterna.
Pero no es sólo reconocer; es también llegar a percibir el dolor de estar
cortándose las alas a sí mismo. Este dolor procede de una luminosa
consciencia de la propia dignidad, sin la cual la persona se expone a
vivir arrastrándose detrás de las cosas que desea poseer, detrás de
los afectos y placeres, dominada por los deseos insatisfechos y las
inclinaciones que la degradan y la envilecen.
b) Apertura a un nuevo valor
Aquí se trata de reconocer interiormente la belleza de la libertad. No
la libertad externa de poder moverse y hacer lo que uno quiere.
Hablamos de la libertad interior, que es mucho más valiosa.
Es la hermosura de un corazón abierto a la vida, flexible, que no está
atado a nada, y por eso está dispuesto a pasar siempre a una nueva
etapa, para vivirla con todo su ser sin quedarse anclado en el pasado.
Eso supone descubrir con creatividad cuál puede ser esa nueva
etapa, cuál es el valor que podemos buscar, para poder aceptar que
algo esté terminando.
Esta libertad interior es puro dinamismo, es estar siempre

100
avanzando hacia un nuevo estadio con una feliz apertura ante lo
nuevo:
«A veces nos preocupamos de no perder lo que hemos ganado.
Creemos tener una situación estable, un lugar seguro.
Pensamos que ya encontramos el lugar, y nos resistimos a lo
nuevo. Sin embargo, si no tenemos nada que proteger, nada a lo cual
quedarnos pegados, somos más receptivos. Nos relajamos mucho
más, dejamos que lo que ocurra a nuestro alrededor llegue a nosotros».
Para poder «soltar» algo que nos tiene atados, es indispensable
despertar este sueño, el deseo profundo de avanzar con libertad y
apertura, sabiendo que liberándonos de un apego nos hacemos
disponibles para el mundo entero. En cambio, si nos quedamos
encerrados en un apego, perdemos capacidad para gozar del resto del
mundo.
1 AL HunNC, La esencia del tai chi, Santiago de Chile 1995, 101.
Si no es percibida esa llamada del resto del mundo, la liberación se
hace muy difícil. Cuando sólo me interesan las seguridades que he
logrado y no tengo un sueño, alguna ilusión, un deseo que me atraiga,
entonces no podré soltar lo que no me gusta perder, aun cuando
sepa que me hace daño y me esclaviza.
Siempre que queremos liberarnos de algo, tenemos que encontrar
alguna novedad que nos estimule, el sueño de alcanzar algo mejor,
porque «es necesario que un motivo, para ser eficaz (...) aporte alguna
perspectiva nueva y la promesa de algo desconocido para su
conquista».
Porque cuando tomamos consciencia de nuestras vanidades, y
decidimos dejar de alimentarlas, puede suceder que de golpe nos
quedemos sin estímulos para trabajar, ya que lo único que nos
entusiasmaba era la posibilidad de satisfacer esa vanidad. Por eso
algunas personas, cuando renuncian a ciertas cosas, o perciben la
insensatez de sus motivaciones, pueden deprimirse un poco. Para que
ello no suceda, conviene pensar en algo bello que se pueda hacer, o
despertar algún pensamiento positivo. Por ejemplo, decirse a sí
mismo algo así:
«Esta energía que ya no desgastaré inútilmente buscando mi fama y los
aplausos ajenos, ahora se encauzará para producir algo hermoso. Algo
precioso brotará de este paso que he dado. Me dispongo a recibir la
novedad que la vida quiera regalarme. No será lo que yo programé, pero
será vida, será un camino nuevo».
Pero digamos que lo que mejor hace posible entregar lo que nos
esclaviza es experimentar el amor de Dios que todo lo supera.
Teniéndolo a Él nada es absolutamente indispensable. Con su
amistad, lo más profundo del corazón estará satisfecho. Por eso la
palabra de Dios nos exhorta: «Busca en el Señor tus delicias, y él te
dará lo que tu corazón desea» (Sal 37,4). Si nuestra relación con Dios
ha perdido vida y calor, es necesario invocar al Espíritu Santo, para que
con su gracia nos regale una nueva experiencia de Dios que colme
nuestra existencia e impida que nos convirtamos en esclavos de
cosas o de personas.
' M. BLONDEL, La acción, BAC, Madrid 1996, 142.

101
Si quisiéramos resumir en dos frases las convicciones interiores que
hacen posible llegar a esa liberación perfecta, podemos elegir las
siguientes:

a) «No quiero arrastrarme detrás de nada, no fui hecho para ser


esclavo»

Puede parecer crudo decir esto, porque a veces lo que tenemos que
soltar es un ser querido, o un ideal muy noble, y en nuestro
interior nos parece que el amor y la fidelidad nos exigen
permanecer atados a esa persona o a ese ideal.
Pero una cosa es la evocación cariñosa y algo nostálgica, o el sereno
y tierno recuerdo que nunca puede desaparecer si hemos amado a
alguien. Y otra cosa es una esclavitud interna, cuando a causa de ese
apego dejamos de vivir, dejamos de crecer, nos anulamos y
enfermamos, la vida pierde sentido. Ha pasado el tiempo y ya no somos
capaces de disfrutar y de crear. Entonces no le hacemos ningún
honor a ese ser querido que se fue, o a ese ideal que no pudimos
realizar, porque lo consideramos el causante de nuestra anulación. En
el fondo, lo declaramos culpable de habernos quitado la vida.
En cambio, el mejor honor que podemos hacerle es sacar energías de
ese cariño, y entregarnos de lleno en la nueva etapa que la vida nos
presenta, para producir algún fruto precioso.
En realidad, cuando no quiero renunciar a algo que se terminó,
más que esclavo de esa persona o de esa realidad, me he
convertido en esclavo de mi debilidad, de mis sentimientos y
necesidades interiores. Pero mi ser es infinitamente noble y
demasiado valioso como para que yo lo degrade y lo enferme a
causa de esos sentimientos y necesidades.
No se trata de no tener deseos ni placeres, todo lo contrario, se
trata de aceptar con gratitud todos los placeres que nos hagan
felices. Pero para ello es necesario liberarse de una búsqueda de
placer que nos hace infelices y limita nuestra capacidad de felicidad:
la codicia.
La clave para detectar este apego venenoso de la codicia está en
que si no tenemos lo que deseamos estamos tristes y débiles, y
cuando lo tenemos nos brinda un gozo muy pasajero, porque
enseguida brota el miedo de perderlo y comenzamos a arrastrarnos
detrás de él. En cambio, el corazón libre, que no se hace esclavo de
nada, disfruta lo que la vida le regala y se entrega a lo que es posible
alcanzar, pero «no codiciando nada, nada le fatiga... y nada le oprime,
porque está en el centro de su humildad».
° JUAN DE LA CRUZ, Subida del monte Carmelo, 1, 13, 13.

b) «Libre de todo peso y estructura mental puedo avanzar y volar»

Porque no estamos hechos para encerrarnos en algo, para


clausurarnos, para enquistarnos en una estructura o en una forma de
vida. Estamos hechos para un permanente desarrollo, hasta alcanzar

102
una profunda y sublime relación con Dios y una comunión cada vez
más bella y generosa con los demás. Aunque el cuerpo se debilita,
se desgasta y se enferma, el ser humano es más que la materia, y su
vida interna está llamada a un crecimiento incesante.
Si nuestras fibras más íntimas están hechas para el dinamismo, entonces
sólo seremos lo que tenemos que ser si permanecemos abiertos al
cambio, si estamos siempre dispuestos a terminar con algo para
empezar una nueva etapa.
Es como sentirse libres de todo peso en las espaldas, sin maletas en
las manos, y sin estorbos, para poder caminar con agilidad, disfrutar del
aire, avanzar y volar hacia un desarrollo sin fin. Este sueño es lo
mejor que podemos desear para nuestra vida, y si alguien nos ama
de verdad, seguramente deseará lo mismo para nosotros.
Por eso, soltar algo que nos obsesiona no es sólo quitarnos un peso
de encima y estar más tranquilo y cómodo. Es mucho más. Nos
lleva a una sensación bellísima de libertad interior, de amplitud, de
expansión y apertura a todo el universo.

3. Ejemplos
A
Más de una vez he vivido el dolor de renunciar a ciertas cosas: una
bella amistad, un trabajo, un lugar. Quizá desgasté muchas energías,
mucho tiempo y muchas ilusiones para conseguir algo que deseaba, y
cuando terminó sentí que quedaba con las manos vacías, a la
intemperie.
Más adelante reconocí que el sufrimiento era más profundo de lo que
yo creía: no quería renunciar al gozo que había vivido, porque no
quería sentirme culpable de haber gastado mucho tiempo y fuerzas en
algo pasajero, en algo que ya se acabó.
Por eso, luego descubrí que en realidad, si quería liberarme del
dolor, no debía culparme por lo vivido; sólo debía abrirme a una nueva
forma de felicidad. Simplemente debía aceptar lo vivido, como una
parte de mi existencia, pero «soltándolo», para aceptar la nueva forma
de vida que nacía.
Está muy bien que me haya alegrado cuando conseguí lo que me hizo
feliz. Aquel gozo y aquel entusiasmo fueron buenos para el alma y
para el cuerpo. Aquello fue útil en su momento y valió la pena. Tuvo
un sentido y un significado para mi vida. Pero eso no significa que deba
ser eterno. Y también vale lo contrario: pudo acabar, pero no
significa que no haya tenido un sentido en su momento.
Entonces acepté lo que Dios me pedía: «Ahora se trata simplemente
de liberar el corazón sin acumular el pasado en el interior, porque
Dios y la vida necesitan ese lugar disponible para la nueva vida que me
quieren regalar».
Cada vez que algo se acabó en mi vida, he repetido esa frase hasta
hacerla carne. Y puedo asegurar que siempre que hice esa entrega
sincera, ha comenzado a nacer algo bueno y bello, algo nuevo que
yo necesitaba para seguir creciendo.

103
B

Cuando cumplí cuarenta años hice una revisión de toda mi vida, de


los sueños que había cumplido y de los deseos que había podido
realizar. Entonces descubrí muchas cosas inútiles que había acumulado
y muchos sueños innecesarios que me entristecían.
De las cosas que había acumulado reconocí, por ejemplo: mucha
ropa, muchos papeles que no me servían, muchos libros de más,
fotografías, objetos, discos. Nada de eso era necesario. Y, sin
embargo, yo me había preocupado y había desgastado energías para
conseguir todas esas cosas.
Es más, muchas de esas cosas no me permitieron vivir el presente.
Por ejemplo, la preocupación por tomar buenas fotos no me permitió
detenerme a disfrutar de los paisajes. Y esas fotos quedaron
guardadas en un cajón y casi nunca me sirvieron para disfrutar un buen
momento.
Por eso ahora he renunciado a acumular fotografías y prefiero detenerme
ante los paisajes para guardarlos dentro. Hace varios años que viajo sin
la cámara de fotos. Y en lugar de preocuparme por conseguir discos o
grabaciones, prefiero guardar dentro de mí lo que puede regalarle a mi
espíritu cada melodía que escuche.
Y descubrí algo precioso: que ese es el secreto del arte. Para poder
crear cosas nuevas es necesario llenarse de estímulos interiores que
luego terminan produciendo algo bello. De lo contrario sólo somos
coleccionistas, pero no vivimos, y de nuestro vacío no puede surgir
ninguna creación sublime. Para ello hay que saber «soltar».
Aprender a soltar y renunciar a acumular es vivir mejor. Cuando
descubrí esto, comencé a regalar cosas. Al principio me costaba, hasta
que empecé a sentir el dulce hábito del desprendimiento, que pasó
a ser parte de mí y de mis placeres: Dar. Disfrutar de algo y regalarlo
cuando descubro que puede hacer feliz a alguien. No acumular
nada que no sea verdaderamente necesario para no terminar siendo
poseído por las cosas.
Y así, al cumplir cuarenta años, reconocí también que muchas cosas
que ahora me obsesiono por conseguir, en realidad no son
necesarias. Poseer algo no es indispensable para disfrutar.
He descubierto, por ejemplo, que mi sueño de comprar una casa en
la montaña no es necesario. Puedo sentir que la montaña es mía
cada vez que voy allí de vacaciones, sin la preocupación de mantener
una casa. Soy más libre sin esa casa.
Ahora guardo dentro de mí un paisaje sin tener que preocuparme por
hacer una fotografía. Conozco a alguien y disfruto de su presencia,
aunque luego nunca más pueda encontrarme con esa persona. Eso es
saber soltar
Puedo asegurar que hay una libertad interior que se adquiere con el
paso de los años, si uno es capaz de reconocer las obsesiones que lo
esclavizan inútilmente, y sabe soltarlas a tiempo.
4. Prácticas para aprender a soltar

104
- Reconocer el engaño de las cosas fugaces

Los orientales hablan de lo inútil de crear oleaje cuando no sopla el


viento: como cuando comemos desenfrenadamente o buscamos sexo
para llenar con comida o con sexo un vacío interior. Pero como la
comida y el sexo no están para eso, se produce una creciente
insatisfacción y una triste obsesión.
A la persona desbocada, obsesionada por un placer, por ejemplo, en
realidad ya no es el placer lo que la motiva, sino la curiosidad por lo
que no ha experimentado, la expectativa de lograr algo que todavía no
ha probado, olvidando que «ningún nombre lo puede todo» (Si 17,30).
Lo único infinito es su deseo, porque fue creado para el Infinito
divino. Las cosas, los cuerpos, los proyectos, no tienen esa dimensión
infinita, y por eso nunca son suficientes. Por algo el Evangelio nos invita
frecuentemente a desprendernos de todo. Es un modo de decirnos
que no nos dejemos engañar por las cosas de este mundo.
Sólo la curiosidad sostiene las obsesiones, porque en el fondo la
curiosidad es preguntarse: «¿Y si eso que yo no tengo pudiera
darme la paz y la plenitud que no consigo?». Entonces, luchará hasta
que consiga saberlo. Y volverá a defraudarse.
Es necesario convencerse de ese engaño, verlo con claridad,
afrontarlo, y entonces tomar la decisión de liberarse de esa mentira.
Cada vez que en nuestro interior se hace presente una sensación de
insatisfacción o de tristeza, tendremos que preguntarnos cuál es la
exigencia interior -inventada por nosotros mismos- que está causando
esa insatisfacción.
El primer remedio a las insatisfacciones es tomar consciencia clara
de lo que estoy sintiendo: vanidad porque me rechazaron, tristeza por
lo que quiero gozar y no puedo, rencor porque me han despreciado,
humillación porque pedí un afecto que me negaron, frustración
porque no logré lo que tanto deseaba.
Entonces me pregunto: «¿Vale la pena este sentimiento? ¿Es
importante y saludable que yo lo alimente? ¿No será mejor para mí
fomentar otro sentimiento que me brinde alegría, paz y libertad?».
De esta manera uno suelta la obsesión por su imagen, se libera de
su orgullo lastimado, suelta su vanidad tonta e inútil, o su afecto
insatisfecho, y se entrega con creatividad y entusiasmo a mejorar el
mundo para los demás.
En realidad, esta toma de consciencia es el ejercicio más importante
para aprender a soltar y liberarse de los apegos y las obsesiones por
poseer y dominar. Se trata de detenerse a contemplar esos procesos
mentales y los sufrimientos que proceden de esos apegos. No para
lamentarse, para juzgarse o despreciarse a sí mismo. Sólo para
descubrir lo que hay en nuestro interior y quitarle fuerzas:
«Si las sensaciones son contempladas como burbujas que se inflan y se
desinflan, su conexión con la avidez o la aversión será más y más debilitada,
hasta que finalmente se quiebre esa atadura. Mediante esta práctica, el apego a
gustos y disgustos será reducido y, mediante esta práctica, un espacio interior
será conquistado para conseguir el crecimiento de virtudes y emociones más

105
refinadas: para el amor benevolente y la compasión, para el contento, la
paciencia y la resistencia».
s N. MnNnTner.A, en NvANnPoNncv, La meditación sobre las sensaciones, Cedel, Barcelona 1986, 13-14.
Se trata sencillamente de percibir las sensaciones que nos atan, pero
sin dar lugar a un autocastigo, a la queja, o al orgullo herido, que no
nos sirven para liberarnos. Esa sería una introversión enfermiza que hay
que evitar. Aquí estamos hablando de una detención en nuestro
interior para reconocer serenamente lo que nos está dominando y
haciéndonos infelices, mientras nosotros creemos ingenuamente
que eso nos da vida.
Es tomar consciencia de mis apegos y de las cosas que estoy
perdiendo a causa de esos apegos; es advertir todo lo que la vida
me ofrece y no puedo disfrutar por culpa de ese apego; es
reconocer el tiempo y las energías preciosas que gasto en tristezas y
en lamentos interiores, cuando hay tanto que vivir.
Esta consciencia se vive como una liberación, como una feliz
claridad interior que nos devuelve la libertad. Es bello contemplar
cómo se desinflan nuestras esclavitudes al contemplarlas con valentía.
Esto implica tomar consciencia de todos los sentimientos que están
unidos a un apego: el miedo de perder algo, el temor de quedarme sin
lo que me obsesiona, una sensación de humillación o de baja
autoestima, etc.
Ese sentimiento debe ser reconocido tal cual es, en todos sus
detalles; debe ser contemplado como quien mira algo desde fuera,
hasta que uno perciba claramente lo inútil que es alimentar ese
sentimiento dañino. Entonces puede surgir la decisión libre de
renunciar a lo que nos entristece.
Uno puede ejercitarse para aprender a soltar rápidamente la vanidad,
por ejemplo, haciéndose preguntas: «¿Es tan importante que me
alaben o me critiquen? ¿Acaso soy el centro del universo? ¿Acaso no
pasará también esta humillación o este fracaso como han pasado
tantas otras cosas? ¿No es verdad que todo pasa?». Y puede repetir: «Esto
también pasará, esto también acabará, también a esto se lo llevará el
viento del tiempo, pasará, pasará».
Nos hemos puesto la exigencia de ser aplaudidos, de poseer tanto dinero,
de ser amados por tal persona, nos hemos apegado a ello y no
queremos soltar ese proyecto. Esa exigencia es la causa de nuestro
malestar. Pero no hay ninguna obligación de seguir alimentando esa
exigencia. Muchas personas son felices sin eso. Entonces podemos
imaginar nuestra vida feliz, serena y llena de fuerza sin esa exigencia
que nos trastorna. Y echarla lejos como si fuera una serpiente
venenosa.
Una cosa es tener lo necesario para vivir, y cuidarlo. Otra comenzar
a ser poseídos por el deseo de los objetos, del dinero, de los
títulos, y de todo lo que pueda ser acumulado. Eso es olvidar que el
verdadero placer es fugaz, y que con retener las cosas no logramos
ser más felices. Lo que nos hizo felices ya pasó:
«Se puede decir que la fugacidad es un distintivo de la espiritualidad.
Mucha gente piensa lo contrario: que lo espiritual es imperecedero. Pero

106
cuanto más tiende una cosa a ser permanente, más tiende a carecer de
vida... Somos reconocidos por el hecho de que nuestro rostro parece el
mismo de un día a otro, y la gente reconoce eso. Pero en realidad el
contenido del rostro, el agua, los carbonos, los elementos químicos y lo
que sea, están en continuo cambio... El cuerpo es en realidad muy
intangible. No podemos concretarlo, decae, y todos envejecemos. Si nos
aferramos al cuerpo nos frustraremos. Lo importante es que el mundo
material, el mundo de la naturaleza, es maravilloso mientras no tratemos
de apoyarnos en él, mientras no nos aferremos a él. Si no lo hacemos
podemos llegar a pasarlo muy bien».
' A. Wmrs, La vida corno juego, Kairás, Barcelona 19941 , 18-20.
Cuando uno no reconoce la fugacidad de las cosas y de los placeres,
pierde su dignidad y comienza a venderse y a arrastrarse detrás de
necesidades obsesivas.
Hay que reconocer ese engaño y soltar, simplemente soltar. Dejar ir,
dejar pasar.
Por no soltar las cosas fugaces, nos exponemos a una larga
infelicidad, porque «la tendencia a buscar de una forma compulsiva los
placeres pasajeros, es a menudo el origen de frustraciones duraderas y
considerables». Una persona, «al permanecer en los brazos de su
madre, habría conseguido un placer, pero este le habría impedido
desarrollarse lo suficiente como para llegar a moverse por sí mismo y
disfrutar de los placeres que proporcionan la independencia y la
autonomía físicas».

Propongo un ejercicio concreto:

Reconocer con claridad que algunas cosas me provocan tristeza


porque no son mías, porque no las poseo, porque no puedo
aferrarlas. Reconocer que el deseo insatisfecho enferma el corazón y
arruina la existencia. Me detengo a tomar consciencia de esas
insatisfacciones que no vale la pena alimentar. Hago una lista de esas
cosas que no son indispensables pero que pretenden adueñarse de mi
libertad. Reconozco que la vida se sostiene sobre todo con los
pequeños placeres que tengo entre las manos. Hago una lista de
esos placeres posibles y cotidianos, y doy gracias a Dios por ellos.
' L. AucEa, Ayudarse a sí mismo aúri iras, Sal Tcrrae, Santander 19985 , 28-29.

Cuando vemos algo bello que no es nuestro, lo mejor es sonreír, vivir ese
instante, agradecer que exista esa criatura bella, agradecer haberla visto,
y con esa sonrisa decirle adiós. Dejar que fluya, que pase, que siga su
curso, como una hoja arrastrada por la corriente, como arroyos
hundiéndose en el torbellino del supremo olvido. No vale la pena
aferrarse a algo que pasa, que se acaba, que desaparecerá como
desaparece todo. Y después de esta entrega podemos detenernos a
disfrutar lo que la vida nos regale: el cielo azul, la brisa, el verde, un té,
el encuentro con un amigo, el trabajo, etc.
También las cosas que podemos conservar deben «soltarse», porque el

107
placer que nos brindan ahora nunca es igual que antes: el gozo del
amor del noviazgo es pasajero, y debe dar lugar al gozo de la vida en
pareja, y más tarde debe dejar paso al gozo de un amor asentado,
fiel, realista. Lo mismo sucede con la amistad: si nos aferramos a las
experiencias pasadas, sufriremos terriblemente cuando ya no podamos
practicar deportes con nuestros amigos, cuando ya no tengan el rostro
juvenil de antes, etc. Hay que conservar sólo la esencia profunda de
las cosas y dar paso a una nueva forma de amistad diciéndole
«adiós» con una sonrisa a lo que ya pasó.
En ese adiós consciente hay que relajar el cuerpo, soltarse y caminar
ligero y liberado durante unos minutos, respirando profundo, mirando
al cielo y diciendo: «Es mejor la libertad. No estoy hecho para la
esclavitud».

- Relativizarse con humor

Cuando uno está pendiente de su yo y apegado a su imagen


social, a veces procura realizar grandes proyectos para sentirse
halagado por los demás. Ese es el peor manjar que podamos buscar.
El halago es un alimento
que cada vez nos vuelve más hambrientos y nos convierte en
enemigos de todo lo que se nos oponga. Peor todavía, nos hace
esclavos de esos enemigos, porque viviremos pendientes de ellos.
Leamos esta excelente explicación:
«Puedes empeorar las cosas poniéndote a buscar a otras personas que te
digan lo especial que eres para ellas e invirtiendo un montón de tiempo y
de energías en asegurarte que nunca van a cambiar esa imagen que tienen
de ti. ¡Qué forma de vivir tan agotadora! De pronto, el miedo hace acto
de presencia en tu vida; miedo a que se destruya tu imagen...
Siéntete halagado, y en ese momento habrás perdido tu libertad, porque
en adelante no dejarás de esforzarte por conseguir que no cambien de
opinión. Temerás cometer errores, ser tú mismo, hacer o decir cualquier
cosa que pueda dañar esa imagen... Si logras ver esto con claridad, te
desaparecerán las ganas de ser especial para nadie»1 .
Y lo más terrible sucede cuando alguien nos critica o nos
contradice, entonces sentimos que nos quitan esa buena imagen a la
que estábamos tan apegados.
Hay un ejercicio útil para los momentos en que uno se ha sentido
humillado o despreciado, y tiene la tentación de bajar los brazos o
de aislarse del mundo, aferrado a su yo dolorido, dominado por el
apego a la apariencia social. Es como emitir el sonido que hace un
animal, y repetirlo muchas veces. Por ejemplo, repetir «muuuu»,
como una vaca, y mirarse a uno mismo repitiendo el mugido. Al
hacerlo, hay que dejar que brote una sonrisa, por lo ridículo que nos
parece vernos mugiendo, y así soltamos nuestro yo, nuestra
apariencia, nuestra vanidad.
" A. DE MELLO, Una llamada al amor: consciencia, libertad, fidelidad, Sal Terrae, Santander 2002'`, 88-89.

108
Es importante dejar que brote esa sonrisa', y continuar repitiendo el mugido
con la sonrisa en los labios, hasta que sintamos que la herida de nuestro
orgullo está curada. Nada de expresiones serias en el rostro como si
fuéramos el centro del universo.
Cuando uno es capaz de salir de su centro sabiendo que el mundo
no está girando a su alrededor, entonces suelta su vanidad y sonríe,
porque puede percibir la bella armonía del cosmos, donde todo finalmente
termina bien. Así uno se libera de un peso terrible: la obligación de
ser el responsable del funcionamiento de todo el universo.
Esta sonrisa, aunque todavía no nos sintamos alegres, puede
inducirnos a aceptar la alegría y puede ayudarnos a relativizar la inútil
seriedad que provocan nuestras insatisfacciones y apegos`. Y mejor
todavía si logramos emitir una risa o una carcajada".
Podemos también croar como una rana, maullar, rebuznar (eso sería
muy bueno) o imitar el sonido de un grillo, etc.
Esto es libertad, porque es soltar el yo y su imagen ante los demás.
Cf
10
Cf C. IZARD, Human emotions, Nueva York 1977.
Cf E. HnTeieLo-J. CncioF`Po-l. RAPSON, Primitive emotiohal contagion, en M. S. CiArzK (ed.),
Emotion and social behaviour, Newbury Park (California) 1992.
" Cf P EKMAN, Expression and the nature of emotion, en K SeFisFEa-l? EMAN (eds.), Approaches
to emotion, Nueva Jersey 1984; J. VAN Hoovr, A cornparative approach to the phylogeny of
laughter and smiling, en R. HINDLE (ed.), Non-verbal cammunicafion, Cambridge 1972.

También puedo imaginar el infinito, la multitud de planetas y estrellas,


el fantástico universo ilimitado. Así me siento un pequeño punto en
ese espacio sin confines. Cierro los ojos y me alegro por tanta
grandeza. Y me pregunto: «¿Acaso es tan importante eso que tengo
que soltar? ¿Es tan importante que deba soltar eso? ¿El mundo debe estar
a mi servicio?».
Más que soltar una cosa externa, se trata en definitiva de soltar la
vanidad, la dependencia, el lamento, males que habitan en el interior y
que nosotros mismos alimentamos.
¿Cuánto vale un atardecer, un momento de diálogo amable con un
amigo, una fiesta distendida, el gozo de poder trabajar o de hacer
algo que me gusta, el contacto con la naturaleza? Ciertamente,
cualquiera de estas cosas vale más que la obsesión por ser aplaudido,
elogiado, admirado, aprobado. Entonces, no te pierdas este atardecer,
este amigo, este momento, a causa de la queja interior por no ser
alabado, aplaudido, reconocido, por el veneno de la competencia y
la vanidad que se han convertido en un lamento profundo. Echa fuera
ese lamento, decláralo tu enemigo, recházalo como dueño de tu alma,
suéltalo de una vez. Porque, «¿qué le vale al hombre ganar el mundo
entero si pierde su vida?» (Mt 16,26). Y sonríe descubriendo que lo
tonto es retener esa queja y lo bueno echarla fuera.
De este modo, uno puede quitarle importancia a su orgullo lastimado
y logra soltar su yo sobredimensionado.

- Ejercicio de soltar para valorar

Cuando tenemos excesivo temor de perder algo, en realidad no lo


estamos valorando; sólo nos estamos obsesionando con un tipo de
vida que queremos llevar como si fuera la única manera posible de vivir.

109
Pero el hecho es que muchas personas pueden vivir y ser felices aunque no
tengan ciertas cosas que nosotros no queremos perder de ninguna
manera. El miedo de perderlas en realidad hace que seamos más infelices
que otras personas que saben vivir sin esas cosas. Por lo tanto, hasta
podemos decir que sería mejor que no las tuviéramos.
Esto significa que cuando aprendemos a soltar algo, en
realidad aprendemos a disfrutarlo más. Por eso, soltar algo no
significa despreciarlo, o dejar de disfrutarlo. Al contrario, es aprender
a gozarlo mejor, con libertad.
Para entender esto, me parece importante transcribir un
ejercicio que proponía Anthony de Mello, en el que, después de
mostrar cómo podemos vivir sin ciertas cosas muy importantes, nos
invita a valorarlas más todavía mientras las tenemos:
«Imagino que me dicen que de aquí a seis meses estaré ciego.
Observo mi reacción ante esta noticia. Hago una lista de personas,
lugares, cosas que deseo ver de nuevo, para grabarlas bien en mi
memoria antes de que pierda la vista. ¿Qué sensaciones experimento
cuando trato de verlas en mi imaginación?
Evoco ahora un día normal de mi vida: levantarme,
desplazarme, comer... Y hago el propósito de que mi vida sea tan
fructífera y feliz como lo era antes de perder la vista, y veo lo que esto
significa para mí.
Las personas ciegas muchas veces llegan a ver cosas que se les
han pasado por alto cuando poseían la vista. Trato de ver esas cosas.
Para concluir este ejercicio, pienso en toda la riqueza que el don
de la vista me ha proporcionado: ¿Sería yo la persona que ahora soy si
nunca hubiera visto un amanecer, o la luna, o el esplendor de las flores,
o el rostro de la gente? Dejo que mi corazón evoque las escenas de
belleza con las que se ha gozado gracias a mis ojos... Y finalmente me
pregunto cómo voy a usar mis ojos».
A. DE MELLO, El manantial, Sal Terrae, Santander 19991 3 , 138-140.
Cuando nos angustia el temor de perder algo, no hay nada
peor que escapar de ese pensamiento. La angustia es una llamada a
ser más libres, a valorar más las cosas simples, a vivir con más
profundidad y menos apegos.
Cuando nos altera o nos entristece el temor de perder algo, lo
mejor es siempre afrontar ese temor, reconocerlo, y hacer el ejercicio
de imaginar nuestra vida sin eso que tanto tememos perder. Podemos
imaginarnos a nosotros mismos libres y felices, reinventando
nuestra felicidad sin eso que nos obsesiona. Así comprobamos con
nuestra imaginación que en realidad es mentira que no podamos
vivir sin eso. Es una mentira dañina y venenosa.
Este ejercicio puede provocarnos cierto vértigo, como si
tuviéramos que saltar sobre brasas ardientes. Pero es sumamente
liberador.

- Ejercicio de comparación positiva

Los cuerpos humanos tienen el poder superior de despertar

110
un deseo profundo que ninguna otra criatura puede provocar, pero
tienen la miseria de no poder saciar por sí mismos ese anhelo que
despiertan.
Porque ese deseo profundo e insaciable que habita en el
hombre radica en una dimensión de su ser que supera todo lo
material. Ese deseo vive en el fondo de su alma, donde hay un grito
de soledad que es un reclamo de infinito. Es la llamada al encuentro,
la invitación al amor.
Lo que pasa es que, a diferencia de los animales, al hombre
la naturaleza le puso algo más que un instinto sexual en su cuerpo.
También le puso en el alma la atracción amorosa hacia el otro.

El espíritu humano está incompleto en sí mismo, y siente toda la


vida la llamada a una unión total con otro. Por eso, sólo logra vivir la
experiencia que le prometen los cuerpos, si es capaz de unir el
deseo receptivo de su cuerpo a una liberación de su espíritu egoísta,
si logra abrirse sinceramente al otro.
Entonces, el inmenso deseo que le despiertan los cuerpos será la
metáfora de una llamada más sublime, y así le bastará sólo un abrazo,
una caricia, una mirada, una sonrisa, un diálogo afectuoso y sincero.
Porque sabrá que la respuesta, el alimento, el remedio, no es el
sexo desenfrenado, sino el encuentro. Si hay sexo, será ante todo
una manifestación, un símbolo, una expresión de algo más. No será la
desesperada satisfacción de una necesidad primaria.
Pero a veces alguno se equivoca, y cree que está viviendo una gran
pasión, un gran amor, sintiendo que hay en él una capacidad única de
amor, que nadie puede dar tanto como él, que nadie podría sufrir
tanto por amor como él. Pero en realidad, ese estado de
«enamoramiento» alocado sólo se explica porque dejó enfriar otros
entusiasmos, otros sueños, otros impulsos de la vida, otras
relaciones. Entonces, todo le parece desabrido en comparación con
ese «gran amor» hecho de fantasías.
Pero esa persona, así como sobredimensionó la pasión, podría
también haber exagerado otra dimensión de su vida a costa de las
demás. Hitler, por ejemplo, dejó que lo esclavizara la loca pasión por
el poder, porque el amor, la amistad, la fraternidad, la paz, la verdad, y
todos los demás valores se fueron apagando y muriendo, de manera
que su única pasión, el poder, se le hizo incontrolable y peligrosa.
¿Sabré darme cuenta a tiempo de que lo que adorno
con el nombre de «pasión» o de «gran amor», que me hace
insaciable e insatisfecho, no es más que una falta de armonía y de
salud interior en otras dimensiones de mi existencia?
¿Sabré descubrir que esa «pasión» sólo me hará bien y hará bien, si
trato de alimentar otros valores de la vida, otras cosas bellas, otros
entusiasmos? De ese modo, podré disfrutar de todo, sin tener que
arrastrarme miserablemente delante de nada que me haga perder mi
dignidad.
Dice la Biblia que «Dios ha hecho al hombre recto, y es él quien se
busca innumerables complicaciones» (Qo 7,29). Sin embargo, no
basta saberlo para poder cambiar. Por eso, veamos alguna manera

111
concreta de orar que nos permita recuperar la simplicidad, que nos
ayude a liberarnos de las esclavitudes que nos engañan.
La clave de esta oración es dejar que Dios nos haga ver la vida con
sus ojos. Porque nadie ve mejor que Él lo que nos conviene, nadie
conoce mejor que su Creador las verdaderas necesidades de la
naturaleza humana. Nosotros, ingenuamente, creemos que cuanto
menos esté presente Él, más libres somos, como si nuestra libertad
no fuera también una obra suya. En realidad, sin el impulso de su
Espíritu somos como una veleta, todo viento que llega nos mueve a
su antojo. En cambio, si dejamos que el Espíritu nos impulse, nuestra
vida se orienta firme y serenamente hacia su verdadera realización.
Sin su gracia nos creemos libres, pero en realidad somos esclavos de
miles de inclinaciones, apegos, esclavitudes, deseos, iras, egoísmos,
apetencias, envidias, que nos hacen sentir cada vez más tristes y
necesitados. Con su gracia, en cambio, somos libres para poder elegir
espontáneamente lo que nos hace bien.

Veamos ahora una propuesta de oración para alcanzar la simplicidad:


a) Detenerme un momento, serenamente, para tomar en serio mi
vida y reconocer que también dentro de mí existe ese inmenso deseo
insatisfecho. Reconocer que en el fondo de mi alma soy siempre
como «un ciervo sediento». Para tomar conciencia, recuerdo los
momentos en que estoy lleno de deseos, de inclinaciones que me
atraen con fuerza, pero también los momentos en que estoy triste o
decaído, porque descubro que nada de lo que tengo entre manos
satisface mis ansias más profundas. No me coloco ante esto como
un enemigo o un juez. Simplemente tomo consciencia de todo ello.
Trato de respirar profundo y abandono toda tensión, todo rechazo,
toda ira. Reconozco todo eso que se apodera de mí tantas veces,
como si estuviera mirando a un niño que juega y se ensucia con
barro.
b) En la presencia del Señor, hacer una lista de personas o de cosas
que a veces me engañan, y me hacen sentir que son el agua viva
que puede saciar esa sed interior. Este reconocimiento es muy
importante, porque desenmascarar «la burbuja ilusoria del deseo es la
base de todo» 13 .
c) Comenzar a «desprogramar el apego»14 , reconociendo el daño que
me hace: repetirme a mí mismo que esa esclavitud del apego no me
hará feliz ni sano, sino que retardará mi liberación, mi paz, mi madurez
espiritual, mi plenitud humana, mi armonía con el mundo, mi
fecundidad, etc. Reconocer que ese apego me detiene, me corta las
alas. Y puedo imaginarme a mí mismo como un cóndor con las alas
rotas, hecho para la maravilla de las alturas, pero arrastrándose por
el suelo. Sin embargo, no se trata de vivirlo con angustia, porque las
semillas que Dios colocó en mí todavía están ahí. Por eso decía san
Bernardo: «No ignores tu hermosura, a la que tanto daño haces con tu
fealdad»". Simplemente se trata de descubrir lo que uno está
descuidando, pero con serenidad y cariño, dejando que se despierte
la alegría de poder reconocer esa llamada y comenzar de nuevo. Aquí

112
interviene lo que algunos místicos llamaban «el don de lágrimas», que
es un llanto purificador muy distinto de la tristeza, de la angustia o
de los escrúpulos. Porque no brota de un odio a sí mismo, sino de
una clara consciencia de lo poco que se ha respondido al amor de
Dios, pero con la esperanza y la confianza que ese mismo amor
despierta en nosotros. Esas lágrimas son la expresión de la
humildad de quien se sabe amado y estimulado. San Pedro Damián,
por ejemplo, decía que estas lágrimas protegen de la dispersión y
hacen que el corazón se quede sereno en los brazos del Dios
amante, renunciando a la vanagloria". Ante el absoluto de Dios y la
sublimidad de la amistad que ofrece, si el hombre es capaz de percibir
tanta inmensidad, es inevitable que tome consciencia de sí mismo y
alguna vez broten las lágrimas". Así, en ese encuentro auténtico
consigo mismo y con el propio limite, es posible que el corazón deje
de dar tanta importancia a los apegos terrenos y comience a liberarse
de ellos. 2
" L. CENCU.i.o, Cómo no hacer el tonto por la vida, Desclée de Broimer, Bilbao 2000 , 166. 'n lb .
10
PL 183, 57I D. PEDRO DAMIÁN, De laude lacrimarum: PL 145, 307-314.
"A. GRÜN, Oración y aufoconocimiento, Verbo Divino, Estella 2001, 47-68.

d) Finalmente, hacer un trabajo positivo de comparación. Esto es muy


valioso, porque de hecho nosotros tenemos el vicio de la
comparación que nos perturba permanentemente. Por ejemplo,
conocemos un lugar, y ya lo estamos comparando con la idea que
teníamos antes, con lo que soñamos, y vemos que no es tan bello
como lo habíamos imaginado. Nos casamos, y luego nos
desilusionamos, porque comparamos el matrimonio con el sueño que
habíamos fabricado, y sentimos que nuestro sueño era mejor que la
realidad que nos encontramos. Los amigos que tenemos no nos dejan
satisfechos, porque nos habíamos hecho otra idea de lo que debería
ser la amistad. Vemos un precioso arroyo, pero nos parece sin valor
porque lo comparamos con el mar; luego vemos el mar, y en realidad
no nos parece tan grande comparado con la imagen que nos
habíamos hecho de él. Nosotros mismos nos comparamos con los
demás, y por eso estamos siempre compitiendo con los otros, o
llenos de insatisfacción por sentirnos menos que los demás.
Pero si un día tenemos un encuentro de amor con el Señor, o un
instante de amor sincero con un ser querido, o logramos ser
generosos por un momento, entonces sí probamos una satisfacción
interior que nos da vida. Por eso, la única manera de evitar las
comparaciones que nos complican y nos hacen daño es comparar
cada cosa que vivimos, cada persona, cada experiencia, con el Amor
perfecto, y así tomar consciencia de cómo nos engañamos
interiormente. Me refiero, por un lado, al amor del Señor, que nos
regala su amistad. Por otro, al maravilloso ideal del amor al prójimo
en contra de todo lo que se oponga a ese amor. También puedo
comparar el apego que me esclaviza con la entrega de Cristo en la
cruz, con la vida entregada de san Francisco de Asís o de la Madre
Teresa. Si yo comparo con esas cosas grandes lo que a mí me está
quitando la alegría, lo que me está esclavizando, entonces descubro
claramente que no vale la pena seguir atado a esa persona o a esa

113
cosa que está absorbiendo mis mejores fuerzas. Veamos ahora
algunos ejemplos concretos para aprender a hacer en la oración esta
comparación liberadora, de manera que todo se simplifique:

Comparo el arroyo no con el mar, sino con el amor del Señor.


Entonces el arroyo pasa a ser un signo maravilloso del amor de
Dios, que sencillamente, en ese hilo de agua que corre entre las
piedras, me dice: «Te quiero, eres mi alegría». Entonces el arroyo ya no
me parece insignificante ni necesito ver el mar para sentirme bien.
Comparo mi trabajo con el ideal del amor fraterno, que se plasmó, por
ejemplo, en la Madre Teresa de Calcuta. Y entonces no me preocupa
tanto si mi trabajo es agradable, si me da fama y poder, si es el
mejor trabajo, sino que empiezo a verlo como una oportunidad para
amar, como un instrumento que tengo para crear un mundo de
amor, como un desafío para entregarme cada día. A esa amistad que
me deja insatisfecho porque mi amigo me falla, la comparo con la vida
comunitaria que llevó Jesús, y veo cómo Jesús se entregó por los que
amaba, aun cuando le fallaron, lo abandonaron y lo desilusionaron.
Me comparo a mí mismo con el Señor y descubro que soy imagen
de Él, porque tengo una capacidad de conocer y de amar que no hay
en las plantas o en las piedras, y veo en eso una maravillosa invitación
al encuentro con Él y con los demás.

Comparo ese cuerpo que me seduce y me deja insatisfecho, con el


amor de Dios. Y comparando veo en esa atracción que siento un signo
del amor divino que me llama. Dios permite deslumbrarme con esa
criatura bella, pero me recuerda que Él tiene para ofrecerme una
belleza superior, la única que podrá saciarme, porque ese cuerpo que
Dios creó sólo es una gota, una chispa que refleja algo de esa Belleza
infinita que yo necesito y que Él quiere regalarme. O comparo ese
cuerpo con el ideal del amor fraterno, y dejo que esa atracción que
se despierta en mi piel me saque de mí mismo, me ayude a
comunicarme con los demás, me haga sensible a la belleza que hay
en todos: en un anciano, en un enfermo, en un pobre.

Finalmente, trato de relajar todo mi cuerpo, recuerdo los idealismos


que me han obsesionado, y sacudo las manos como
desprendiéndome de todos esos ideales falsos que me perturbaron.
Luego respiro profunda y lentamente varias veces, como llenándome de
esos ideales más realistas y posibles que pueden darme una auténtica
felicidad. Así, haciendo este trabajo de comparación positiva, en
lugar de quedar insatisfecho, recupero la calma, la simplicidad, la
armonía.

- Soltar los controles

Hay personas que viven como si tuviesen bajo control todo lo que
puede suceder. No advierten que eso es una tontería imposible, porque en
el universo hay innumerables detalles, una infinidad de variables, de
cosas imprevistas, millones de elementos que pueden cambiar las cosas

114
y terminar modificando la propia vida sin que nosotros podamos
descubrirlo anticipadamente.
Quisiéramos tener siempre la posibilidad de decidir lo que sucede,
pero esa posibilidad no existe, porque la vida nos supera por todas
partes.
Veamos algunos síntomas de actitudes enfermizas y egocéntricas
donde no queremos soltar los controles: Cuando nos obligamos a
lograr un éxito tras otro, sin pausas; cuando realizamos todo con
rapidez; cuando nos dejamos embargar por deseos y propósitos
demasiado grandes, que luego no podemos lograr; cuando estamos
siempre compitiendo con otros; cuando hacemos las cosas para
ser reconocidos y todos nuestros planes apuntan a lograr fama.
En estos casos, necesitamos tenerlo todo bajo control, todo tiene que
estar directamente relacionado con nuestros propósitos.
Pero no conviene aferrarse a poder elegir siempre, porque es
imposible. Se trata sólo de hacer lo posible sin angustiarse, y dejar que la
vida y las circunstancias inevitables nos elijan, dejar que ocurra lo
que tenga que ocurrir.
Algo nos parece malo, inconveniente, o lo sentimos como un
fracaso, porque no percibimos el sentido que tiene en la totalidad
del universo y en el todo de nuestra propia vida. Es mejor soltar esos
controles.
También hay que dejarle a Dios el control sobre los demás y no
pretender cambiar a las personas como si fuéramos sus dueños. Si
amamos a alguien lo primero es aceptarlo así como es y dejarlo libre
para pensar y actuar a su modo, con sus esquemas personales, con
inclinaciones y gustos diferentes. Cuantas menos expectativas
tengamos sobre los demás, cuanto menos pensemos en cómo deberían
comportarse, más abiertos estaremos a una relación auténtica con ellos.
De lo contrario, viviremos buscando marionetas que se dejen
manejar, o espejos donde podamos ver nuestros propios
pensamientos y nuestros propios gustos. Las personas sólo son
propiedad de Dios, que las ha creado libres. No están hechas para girar
a nuestro alrededor sometidas a nuestros controles.
Si nos obsesionamos por cambiar un mundo violento, nos haremos
tan intolerantes, que caeremos en la tentación de destruirlo;
caeremos precisamente en la violencia que queríamos combatir. Pero
lo mismo sucede si nos obsesionamos por cambiarnos a nosotros mismos
y comenzamos a odiarnos, esforzándonos sobrehumanamente por
cambiar algo que todavía no podemos modificar. En cambio,
cuando nos aceptamos cariñosamente tal como somos, nos sentimos
más fuertes para poder cambiar: «Resulta una interesante paradoja el
que cuando dejamos de hacer lo que no puede hacerse, nos
sentimos más felices y con más energía»'g. Por eso «en la actualidad
se dice en psiquiatría, o en la mayoría de las escuelas de psicoterapia,
que es importante aceptarse a uno mismo en lugar de estar en
conflicto»19 .
No conviene empecinarse en cambiar algo. Aunque lo deseemos, lo
mejor es empezar por aceptar que siga así. De ese modo, no se
gastarán en el futuro las energías presentes. Y se producirá el

115
mágico resultado: las energías estarán completamente disponibles para
vivir el hoy. Eso me permitirá vivir de lleno, aportar todo lo mío, y
así producir un dinamismo de cambio y perfeccionamiento verdadero.
'x A. WATTS, o. c., 33. ' 9 Ib, 34.
Esto vale para situaciones desagradables que llegan y que no podemos
evitar: «Perder el autobús es privilegio de cada uno. Pero resulta
mucho más divertido dejarse llevar por la danza, y saber que eso es
lo que nos sucede, en lugar de morirse por ese asunto. La vida es
algo que simplemente va sucediendo»20 . Es fluir sin esfuerzo como el
agua, o dejarse llevar por un río sin resistirse, es dejarse caer por el
peso de la gravedad, pero sin derrumbarnos, sino girando, como los
planetas alrededor del sol.
Esto no es un fatalismo, propio de algunas creencias. Creemos que
Dios tiene algo que ver con nuestra historia y puede cambiar las cosas.
Él ve todo y sabe lo que es mejor. Él ve el universo y mi vida
mucho mejor que yo mismo. Por eso, la clave está en confiar en sus
santas manos el futuro que me preocupa, y dejar que suceda lo que
no puedo evitar. Entonces, haré con gusto y con ganas lo que tenga
que hacer, pero sin apegarme con angustia a los resultados.
En el fondo, el gran paso en la vida espiritual consiste en llegar a
relajar lo más profundo del alma dándole a Dios el control de
mi vida. Es dejar que Él decida sobre el futuro, reconociendo que
nadie como Él sabe lo que me conviene, porque Él me hizo, y porque
sólo Él puede ver todo el arco de mi vida en la tierra. Yo normalmente
fabrico una máscara, me hago una idea de lo que debo ser para
poder sobrevivir, pero alguna vez tendré que dar el paso y aceptar
ser lo que Él tiene pensado sobre mí, lo que Él sabe que yo debo
ser. Si lo descubro, puedo entregarme con todo mi ser a una tarea o
a una experiencia, y luego puedo dar gracias y soltarla, olvidándome
de ella. Dios es libertad.
Pero si sigo construyendo un falso dios, al servicio de mi
tranquilidad, de mi vanidad o de mis esquemas mentales, cuando más
le necesite descubriré que estoy vacío, hueco, o que nada de lo que
llevo dentro me hace bien.
Descubriré que estoy lejos de la fuente de la vida, y veré que aquello
que llamaba «religión» era sólo mi vacío disfrazado de mística y de
espiritualidad. Porque me he convertido en un dios que pretende
controlarlo todo.
Veamos ahora cómo sería concretamente una oración para matar el
falso dios, la falsa religión que hemos construido al servicio de
nuestros proyectos y controles:

a) Ponerme en la presencia de Dios y reconocer que lo que imagino


o siento cuando pienso en Él es siempre una construcción mía, pero
que el verdadero Dios es mucho más que eso, mucho más bello,
mucho más fuerte, mucho más maravilloso.
b) Le pido con insistencia que derrame sobre mí su Espíritu y
purifique las falsas imágenes que pueda tener de Él.
c) Trato de salir de mis necesidades, de mis intereses, de mis

116
preocupaciones, e intento que sólo Él ocupe mi interés, que sólo Él
sea el objeto de mis deseos y que nada me distraiga, al menos por
un momento. Me ayudo con palabras como estas: «Sólo Tú, Señor,
sólo Tú eres grande, sólo Tú eres importante, sólo Tú mereces mi
adoración, sólo Tú. Te adoro, Dios mío, santificado seas, mi roca y mi
centro. Tú guías mi vida. Quedo en tus manos».
d) Trato de liberarme del temor, de ese miedo que tengo de
entregarle el control de mi vida y de que ya no pueda guiar mi
existencia. Poco a poco, voy diciéndole que renuncio a todos mis
planes, a todas mis seguridades, a todos los controles que quiero
tener sobre mis cosas, sobre mi vida, sobre los demás. Poco a poco
voy renunciando a tener un Dios a mi servicio, y voy entregándole
todos mis controles, hasta reposar sereno en sus brazos, sabiendo
que todo ha quedado en las mejores manos. Pase lo que pase, Él me
ayudará para que todo termine bien.

- Relal'ar la memoria
Puede suceder que la imaginación nos atormente con recuerdos que
vuelven y vuelven, y de esa manera no nos permita soltar algo, no nos
deje liberarnos del todo. Sea que recordemos a una persona a la que
estamos apegados y se convierte en una obsesión, sea que
recordemos un hecho negativo, una agresión recibida, una mala
experiencia.
A veces recuperamos la paz interior, pero de repente ese recuerdo
torna a dar vueltas y vueltas por nuestro interior y nos
obsesionamos. No podemos «soltar» ese recuerdo.
En este caso, por más que utilicemos ejercicios físicos y mentales
para relajarnos, nunca lo lograremos del todo, porque la memoria
nos atormenta. Veamos entonces algunos ejercicios para «relajar la
memoria»:
Lo primero es dejar de autolesionarnos, como si fuéramos culpables
de esos recuerdos que reaparecen. Es fundamental mantener la calma
ante esos recuerdos y contemplarlos como parte de la realidad, como
una piedra o una nube. Mirarlos desde fuera. Están allí, simplemente son.
Si es el recuerdo de una persona deseada, esos recuerdos no son la
persona, sólo son una fantasía que me lleva a exagerar el valor de
esa persona. Puedo vivir sin ella, y los recuerdos son como humo o
vapor, no tienen nada que ofrecerme. Si se trata de un recuerdo
negativo, esas imágenes que aparecen en mi mente no tienen el
poder para repetir esa historia o para devolverme lo que se fue. Hay
que dejar que esos recuerdos existan, lleguen y desaparezcan, como
existe la brisa que corre, o los pájaros que llegan y se van. Y
mantener la calma y el interés en lo que estábamos haciendo. Eso es más
real y verdadero que los recuerdos y las imágenes internas.

- En segundo lugar, podemos serenarnos si entregamos a Dios lo que


recordamos y no nos sentimos responsables de hacer algo con lo

117
que recordamos. Sólo lo dejamos en las manos de Dios para que lo
termine bien y estemos protegidos, para que lo que nos inquieta
quede bajo la bendición de Dios. Así ese recuerdo perderá peso y
dejará de obsesionarnos.

Podemos relajar la imaginación desenfrenada utilizando la misma


imaginación. Por ejemplo: Imaginamos bien esa escena y precisamos
qué es lo que nos molesta, imaginamos los rostros, los gestos
perturbadores, o bien a esa persona que nos obsesiona. Luego, con
la imaginación, colocamos esa escena o esa persona dentro de un
cuadro, y contemplamos cómo ese cuadro se aleja de nosotros, se va
elevando, las imágenes se van haciendo cada vez más pequeñas, hasta
que vemos sólo un punto en el cielo lejano. Finalmente, ese punto
explota, se ve una pequeña luz, y unas cenizas insignificantes caen y
son arrastradas por el viento.

Otra posibilidad es escribir qué tienen esos recuerdos que me hacen


tanto daño. Escribir detalladamente, expresar lo que hay en mi
corazón. Luego ponerlo en las manos de Dios y decirle que le
entregamos para siempre esa preocupación para que todo termine
como a Él le parezca mejor. Finalmente, se puede quemar ese papel y
decir «adiós», reunir las cenizas, arrojarlas al aire y volver a decir
«adiós».
Después de haber realizado estos ejercicios, es bueno hacer algo
agradable, comer algo sabroso, practicar gimnasia, bailar, o realizar
cualquier actividad placentera y estimulante, como un premio por
haber dado un paso para liberarse. De este modo, es posible
experimentar una cierta libertad interior, como la sensación de un poco de
aire fresco en el rostro en un día de calor.
También podemos premiarnos realizando unos ejercicios de respiración
e imaginarnos que estamos en un bote, bajo un suave sol,
acariciados por la brisa, en un mar inmenso y completamente calmo,
libres, desprendidos de todo, sin atarnos ni esclavizarnos a nada.
Simplemente disfrutando del hecho de estar vivos.

- Dejarse amar para poder soltar

Un ejercicio importante para aprender a soltar es amarse y dejarse amar.


Si no nos amamos a nosotros mismos y no nos dejamos amar por los
demás, por Dios y por la vida misma, nuestra única seguridad estará
en aferrarnos a ciertas cosas. Sintiéndonos indignos, necesitaremos
imperiosamente aferrarnos a algo o a alguien, y nos convertiremos en
seres dependientes, parásitos. Nadie se esclaviza tanto como el que
no se ama y no se deja amar.
Es más, la Biblia nos indica que el que no es capaz de amarse a sí
mismo y de gozar, porque se castiga a sí mismo, tampoco podrá
abrir verdaderamente el corazón a los demás y se aferrará a su
egoísmo: «El que es malo para sí, ¿para quién será bueno?; ni él

118
disfruta de sus bienes. Nadie es más necio que el avaro aun consigo
mismo... Si hace algo bueno, es por descuido» (Si 14,5~7).
Es imprescindible considerarnos dignos de ser amados y ser capaces
de dejarnos amar, disfrutando gratuitamente de lo que Dios nos
regale. Porque si no nos dejamos amar gratuitamente, sabiendo que
no tenemos que pagar por ello, tampoco seremos capaces de amar a
los demás y de hacerlos felices gratuitamente; siempre los
consideraremos indignos de nuestro amor. El amor a sí mismo es
condición necesaria para el amor a los demás, porque yo soy lo más
cercano a mí mismo, estoy confiado en primer lugar a mí mismo y
soy obra de Dios, digno de ser amado. Soy el primer instrumento
del cual dispone Dios en este momento para hacerme el bien.
Si no reconozco mi inmensa dignidad, no querré reconocer la
dignidad ajena, para no sentirme tan pequeño.
De esa manera, terminaré tristemente aferrado a algunas cosas que
me dan seguridad, me agarraré a esas cosas como esclavo, y no
querré soltarlas jamás.
Vemos así que el desprendimiento y el desapego que proponemos
de ninguna manera es un odio a sí mismo. Todo lo contrario. Es la
libertad para amar y dejarse amar por todos, es la libertad para dejarse
amar por Dios a
través de cualquier pequeña cosa, sin hacerse esclavo dr ninguna. Y
eso es amarse y valorarse en serio.
Para alcanzar la libertad del amor podemos intentar dejarnos amar por
Dios en la oración. Para ello nos ayuda meditar y repetir los textos
bíblicos donde Dios nos habla de su amor. Veamos algunos
ejemplos:

«Eres precioso a mis ojos, y yo te amo» (Is 43,4). Y repetir muchas


veces en voz alta: «Soy valioso. Soy muy valioso». Porque es verdad.
Para el Padre creador soy muy valioso, porque soy obra de sus
manos, soy su imagen, soy su hijo.
«Puede acaso una mujer olvidarse del niño que cría?... yo no me
olvidaría de ti. Mira, en la palma de mis manos te llevo grabado» (Is
49,15-16). Y puedo repetir: «Soy amado. Soy inmensamente amado».
Hasta que sienta que se va debilitando mi resistencia a ser amado.
«El Señor tu Dios está en medio de ti, ¡poderoso salvador! Con su
amor te dará nueva vida, gritará de alegría por ti» (Sof 3,17). Y puedo
repetir: «Tú me amas, me renuevas, te alegras conmigo». Otros
posibles textos: Jer 31,3; Os 11,1-9; Lc 15; Jn 15,15; Si 14,14.

De esta manera puedo reconocer, poco a poco, que yo tengo


derecho a estar en este mundo y a disfrutar de cada cosa que Dios
me regala. Que no necesito ser esclavo de nada ni de nadie para ser
feliz. Que no tiene sentido que me venda y me someta para que
alguien me ame. Soy amado, y hay muchas cosas de este mundo
que tengo derecho a disfrutar sin necesidad de atarme a algo o a
alguien.

119
Si me obsesioné y me engañé creyendo que sólo con el amor de esa
persona podría sentirme amado, es un engaño que me asfixia. Valgo
mucho y tengo derecho a disfrutar de la vida aunque esa persona me
ignore. No la necesito para tener algún valor. Tampoco necesito esa
casa o ese título para sentir que soy digno de ser amado y que soy
importante. Estoy por encima de todo eso. Mi gran dignidad está en ser
infinitamente amado por Dios.
Y Él me ama a través de la vida, a través de muchas cosas pequeñas,
a través de los gestos de cariño de muchas personas, que puedo
disfrutar.
5. Sugerencias varias

Las siguientes propuestas añaden nuevas motivaciones a las ya


presentadas en los ejercicios anteriores, o retoman algunas de las
indicaciones ya presentadas, pero ofreciendo nuevas perspectivas o
ulteriores aplicaciones que nos estimulen a«soltarn nuestras
esclavitudes.

5.1. Tú vales más. Eres sagrado


Soltar. Este es el tercer secreto de la felicidad para esta vida y la otra.
Soltar, ser libre, alcanzar la libertad de no estar atado a nada y de no ser
esclavo de nada. Ni de posesiones, ni de seguridades, ni de
costumbres.
No sólo hay que soltar cosas o personas, sino también proyectos
que no pudieron ser, estructuras mentales que nos condicionan, y
hasta la idea que tenemos de lo que es la felicidad (puedo ser feliz
«de otra manera»). También hay que saber soltar los tiempos y la
organización de la jornada. Sólo así es posible «relajar» de verdad las
resistencias y tensiones.
También hay que soltar los mecanismos que usamos para desplazar a
Dios. Refugios que nos permiten vivir al margen de Dios, como si así
pudiéramos ser más libres.
Es cierto que es bueno ser vulnerable. Es parte de nuestra
humanidad el necesitar a otro y el pedir ayuda; pero no es bueno
convertirse en un miserable esclavo.
Tienes una inmensa dignidad, no te vendas por poco, no te arrastres
indignamente. Eres imagen de Dios, Dios se refleja en ti, eres
infinitamente amado por Dios, eres su hijo y por ti el Hijo de Dios
derramó su sangre preciosísima. No te revuelques en la basura por un
objeto, por un placer, por un afecto.
Todo apego y obsesión por algo o por alguien te hace infeliz. Porque
«pretender un apego sin infelicidad es algo así como buscar agua que
no sea húmeda. Jamás alguien ha encontrado la fórmula para
conservar los objetos de los propios apegos sin lucha, sin
preocupación, sin temor, y sin caer, tarde o temprano, derrotado» 21 .
Por algo dice la Biblia: «Maldito el hombre que confía en el hombre,

120
que en el mortal se apoya... Es como tamarisco en la estepa» (Jer
17,5-6).
Deteniéndome a llorar las cosas grandes que no puedo conseguir,
estoy privando al mundo de algo grande que sí puede comenzar a
nacer, aunque yo no lo vea, a partir de mi apertura cotidiana y de
mi disponibilidad ante la vida.
Cuando aparecen síntomas de una esclavitud, de un apego, de algo
que no queremos soltar -una tristeza, una melancolía, un corazón
desganado- es bueno hablarlo con Jesús y decirle: «Bien. Lo vamos
a tomar en serio. Señor, ¿qué tengo que soltar? ¿A qué me estoy
aferrando? ¿Qué quieres desarmar o cambiar en mí? ¿Qué es lo que
yo no quiero permitir que toques? ¿Qué tengo que entregar para ser
fiel a mi dignidad?».
Puedo descubrirlo: el problema es que me cuesta aceptar el paso
del tiempo, o algunas cosas que ya no puedo hacer, o la posibilidad de
que mis hijos se vayan y que ya no pueda llevar el registro de sus
vidas, o que no logre comprar aquella casa, o que se muera mi
perro. ¿Qué es lo que no quiero soltar?
A veces son cosas que hace mucho tiempo se acabaron, pero que
no solté. Nostalgias. Y por recordar ese pasado no descubro las
maravillas que puedo iniciar ahora, algo distinto, algo nuevo que se
me ofrece. Otras veces son cosas que presiento que se están
terminando y esa agonía me amarga el alma.
Entonces puedo decirle a Dios: «Aquí estoy para empezar el camino.
Sé que es una llamada a la gloria, a crecer, a avanzar. Valgo más que esta
obsesión. Tú me quieres libre. Lo acepto. Es señal de que me estás
tomado en serio. Vamos juntos. Dame tu gracia para entregarte lo que
me esclaviza y para descubrir adónde me quieres llevar. Ayúdame a
ver lo hermoso de este cambio para que alcance la madurez a la que
estoy llamado».
En el fondo, se trata de eliminar las condiciones que ponemos
permanentemente para ser felices, lo que se expresa cuando usamos
la palabra «si». Por ejemplo: «Si tal persona me ama, entonces podré
ser feliz»; «Si me libero de este problema, entonces alcanzaré la
paz». Siempre hay una condición, porque siempre habrá algo que nos
falte o algo que nos moleste. Siempre nos apegamos a algo y nos
convencemos de que a causa de eso no podemos ser felices. De esa
manera, en el fondo, vendemos miserablemente nuestra felicidad.
Pero no tiene por qué ser así. Muchos pueden ser felices y sentirse
muy dignos con esa carencia y con ese problema, y con muchas
carencias y problemas más, porque su interior se ha desapegado y
se ha simplificado, porque advierten que la vida es sagrada y vale
más que lo que les falta o les preocupa. Por eso pueden «soltar» y
vivir muchos momentos de paz y de felicidad. No venden su felicidad.
Pero el peor «si» es cuando decimos esto: «Si consigo todos mis proyectos
seré feliz». Eso es imposible; Por lo tanto nunca podrás ser feliz, ya que
nadie puede lograr todos los proyectos que pueden aparecer en la
mente y en el corazón; sólo es posible lograr algunos, y siempre
parcialmente. Pero siempre será cierto que tu ser y tu vida valen más
que todo eso.

121
No significa que tengas que renunciar inmediatamente a todos tus
deseos, pero es clave que reconozcas que esos deseos son fuente
de mucho sufrimiento y de muchas insatisfacciones, y entonces
podrás preguntarte si vale la pena darles tanta importancia y permitirles
que arruinen tu vida. Si reconoces el mal que te causan, quizá te
dediques a vivir con más dignidad el presente y a entregarte a él.
Pero si te dejas dominar por los deseos y sigues poniendo condiciones
para ser feliz quedarán pocos, muy pocos momentos de felicidad y
de paz en tu vida. Entonces reducirás tu sagrada vida a un puñado
de instantes. Es tu elección.
5.2. Un mundo de sensaciones vendidas

Hemos sido creados por Dios con una inclinación a la felicidad, al amor y
a la perfección celestial. Y en el fondo, cuando nos obsesionamos
con algo, es porque pretendemos saciar con esto los deseos más
profundos, que sólo se sacian en el encuentro pleno y definitivo
con Dios. El deseo humano es insaciable, «porque no se trata de
cubrir necesidades reales con objetos reales, sino apetencias
oceánicas con objetos simbólicos».
Cuando nos obsesionamos con un amor o con una amistad,
estamos confundiendo ese amor con el amor divino, para el cual
estamos hechos. Por eso le pedimos cada vez más, pedimos a una
criatura lo que no nos puede dar, y no queremos dejarla:
«Se trata de un fenómeno desconcertante, este de la adicción, que
polariza irracionalmente las energías psíquicas de un sujeto en torno a
una nada, en detrimento de sus intereses más serios y más sólidos. Ello
es indicio de que el ser humano no es un ser viviente sólo práctico, sino
que además y con igual intensidad busca algo ideal o sobrehumano. El
objeto deseado, por modesto que en sí sea, es un símbolo de algo
superior... Y esto, cuanto más se consigue, más se desea, pues se
experimenta a la vez el gusto de obtenerlo y el disgusto de comprobar que
nunca basta»".
Pero vivimos en el mundo de la imagen mediática, de las sensaciones
vendidas, de la publicidad. Cuando los poderes económicos quieren
vender, acuden a todo tipo de recursos para que nos sintamos
necesitados y se nos haga indispensable poseer lo que ellos tienen
para vender.
La publicidad suele tocar nuestras necesidades de afecto, de placer, de
sexo, de poder, de reconocimiento social, de aprobación, etc. De ese
modo, escarbando en nuestras heridas, nos ofrece algún producto que
supuestamente resolverá nuestras necesidades profundas. Y aunque no
logre que compremos el producto, frecuentemente consigue exacerbar
nuestras necesidades ocultas y dejarnos insatisfechos, esclavos de lo
que no poseemos, tristes.
Ya hemos recordado que, frecuentemente, las necesidades insatisfechas se
depositan en el cuerpo humano, en el placer que puede brindar, en el
vértigo del sexo, en la íntima delicadeza o en el cariño que puede
expresar. Pero los cuerpos prometen mucho más de lo que pueden
dar, o en nuestra imaginación creemos encontrar en ellos algo que
no poseen. Por eso, suele suceder que un cuerpo atractivo, cuando

122
es poseído, deja de ser suficiente, ya no satisface, ya no basta.
Además, los gustos de las personas que se obsesionan con los
cuerpos suelen variar: en una época les atraen las rubias, en otra
época necesitan una morena, en un momento se exaltan ante un
cuerpo delicado y elegante, y en otra época desean un cuerpo
voluminoso y sensual. Y cuando alguien le pide a los cuerpos la
satisfacción de todas las necesidades interiores, termina utilizando a
los demás para después descartarlos como basura, o cayendo en
todo tipo de depravaciones para saciar lo que no puede ser
satisfecho de esa manera. La insatisfacción sigue estando allí, cada
vez más dolorosa.
Nuestra imaginación, además del engaño de la ropa, de los perfumes
y de la seducción, logra engañarnos de tal manera, que nos
convencemos íntimamente de que sólo un cuerpo determinado nos
podrá dar todo lo que necesitamos. Y corremos ingenuamente
detrás de esa fatal mentira. Es necesario desprenderse de ese
engaño, soltarlo, liberarse con coraje.
Por eso, cuando alguien me resulta cautivante hasta el punto de que
todos los demás se vuelven opacos a su lado, y sufro porque esa
persona no puede ser totalmente mía, he de reconocer que se trata
de un autoengaño más, de algo que he creado y agrandado con mi
imaginación y con el estímulo de películas, canciones, fantasías; es
algo que estoy creando para darle más pasión a mi vida o para poder
sobrevivir, pero que en realidad no es tan grande ni indispensable.
Para liberarse de la obsesión es necesario ampliar el
mundo de intereses, procurar entusiasmarse con algo, y tomar
contacto con personas interesantes que no me atraigan por su
cuerpo o por la satisfacción que puedan brindarme, sino por su
sabiduría, su entusiasmo, su capacidad de estimular al bien, a la
verdad, a la belleza. Al mismo tiempo, es importante estar atentos
para valorar y gozar todas las cosas simples que la vida ofrece y
cargarlas de la energía y de los sueños que depositamos tontamente
en lo que no tenemos.
Pero es imprescindible ser astutos, y reconocer las cosas concretas
que alimentan nuestros apegos. Si estamos apegados a una persona,
entonces las cosas que vemos, la música que escuchamos, una
película o una escena de la televisión, nos llevan a alimentar
todavía más esa necesidad obsesiva. Por ejemplo, si escuchamos una
canción romántica, todas las emociones que esa canción despierta
en nosotros se depositarán en la persona que deseamos.
Pero si somos astutos, podemos llegar a reconocer ese engaño y
descubrir que hay otro tipo de canciones, de imágenes y de recursos
variados que pueden ayudarnos a debilitar esa obsesión que se ha
apoderado de nosotros. Con creatividad e intuición podemos advertir
con más claridad los efectos que producen en nosotros las cosas que
vemos y que escuchamos, y orientarlas a nuestra felicidad real.
Por ejemplo, hay canciones que pueden motivarnos a ser generosos, a
ser libres, a adorar a Dios, a servir a los demás. Entonces, en algún
momento de nuestra vida quizá nos conviene no escuchar las
canciones románticas y escuchar más bien las canciones o melodías

123
que nos ayuden a pensar más en los demás, en Dios o en otras
cosas bellas de la vida.
Igualmente, si estamos obsesionados con un afecto, en lugar de ver
una película de amor, o de leer una novela romántica, nos conviene ver
películas o leer historias que nos ayuden a salir de nosotros
mismos para buscar el bien de los demás, y no tanto las que
alimenten nuestras necesidades insatisfechas.
Es importante estar atentos para saber aprovechar estos recursos
prácticos que puedan motivarnos para recuperar la libertad interior
que hemos perdido, y puedan ayudarnos a soltar lo que nos ha
obsesionado.

5.3. Soltar para poder amar en serio

Podemos buscar el éxito o la aprobación ajena para acariciar nuestro


yo necesitado. Pero también podemos tratar de ser fecundos y de
producir algo bueno con el deseo de hacer felices a los demás y de
mejorar el mundo. En este caso, nuestros esfuerzos no serán una
obsesión para conseguir una satisfacción, sino la generosidad de un
corazón libre. Sólo ese amor puede producir relaciones humanas
satisfactorias, donde nos fortalecemos unos a otros.
Pero hay que estar atentos a un posible equívoco: No es sano pasar de la
obsesión por hacer algo bien -cuando tenemos la posibilidad de ser
elogiados- a un desencanto relativista -que aparece cuando lo que
hacemos es rechazado o no es valorado-.
Al ser rechazados o criticados, tenemos la tentación de refugiarnos en
una falsa indiferencia, en la apatía, que en realidad es un orgullo
herido que escapa del dolor encerrándose en una cueva de
resentimiento.
Ese aislamiento siempre es dañino, ya que nuestro corazón ha sido
creado para la comunión, los vínculos, los lazos. Toda la realidad
subsiste por las múltiples relaciones que hay en el mundo. Por eso, hay
que ser capaces de unir una santa y libre indiferencia con el deseo de
hacer algo bello y aportar lo mejor de nosotros, más allá de los
resultados. Soltar los apegos y desprenderse de las esclavitudes no
significa perder el entusiasmo ni dejar de luchar por conseguir cosas
buenas y bellas.
Soltar es entregarse de lleno a una tarea con libertad interior, no por
las caricias que eso pueda aportar al orgullo. Lo hago porque
reconozco la dignidad que Dios me da y no quiero desperdiciar los
dones que el Dios de amor me ha regalado para mis hermanos. Lo
hago porque deseo responder a ese amor, y por eso soy capaz de
ilusionarme con algo nuevo para el bien de los demás.
Quien aprende a soltar el yo experimenta una fecunda libertad, y
entonces no abandona el servicio y la entrega a causa de las críticas
o rechazos que recibe. Su capacidad de ilusionarse y de entusiasmarse
está fundada en la realidad que quiere mejorar, no en su yo.
Además, si buscamos la aprobación de los demás a través de lo que
podamos producir o mostrar, las relaciones humanas serán siempre

124
compradas, dependientes de un producto externo, y no serán
satisfactorias. Serán una mezcla de amor y de odio. Cuando no recibimos
de los demás la aprobación y el reconocimiento que esperamos,
comenzamos a sentirlos como competidores y de alguna manera
deseamos que les vaya mal, rumiando nuestro rencor en la soledad, y
eso alienta la violencia.
O procuraremos cada vez más llamar la atención para que no nos
ignoren, y terminaremos molestándolos y arrastrándonos ante ellos,
reclamando que nos tengan en cuenta.
Así perderemos nuestra dignidad, como sucede siempre cuando no
aceptamos sostenernos en el amor de Dios que nos hace dignos.
Soltar los apegos que nos obsesionan es volver a casa, es dejar de
vagar sin sentido, es liberarse del desarraigo. Por eso, aprender a
soltar los apegos es un camino para liberarse del miedo al fracaso de
los que vivimos aferrados a cosas exteriores, a personas, a proyectos. Ese
miedo «revela una de nuestras condiciones más penosas y
profundas: la de no tener sentido de pertenencia, un sitio donde
sentirnos seguros, cuidados, protegidos y amados»".
La raíz de los apegos sólo se cura aceptándose a sí mismo en el
encuentro con el amor de Dios. Sólo ese amor incondicional otorga
una firme seguridad interior. De lo contrario, buscaremos siempre con
ansiedad y desesperación algo a que aferrarnos: la aprobación de los
demás, un pequeño grupo sectario, un éxito que nos haga sentir
importantes, un poder económico que despierte el respeto de los
otros o que nos permita ser autosuficientes y liberarnos de ellos, etc.
Cuando nos aferramos a algo de esta tierra, siempre nos habita el
temor de perder esa seguridad. Por eso, lo que nosotros podamos
lograr o producir «jamás podrá darnos el sentido de pertenencia que
tanto deseamos. Cuanto más producimos, más nos damos cuenta de
que el éxito y los resultados nunca nos pueden dar el sentido de estar
en un hogar»".
'° H. 1. M. NouwI-N, Si_qNOC de vida. Intimidad, fecundidad y éxtasis, PPC, Madrid 2001', 26. ` Ib, 61.
En cambio, cuando nos sabemos aceptados por Dios, amados
incondicionalmente, comprendidos y esperados con paciencia, eso
nos brinda la seguridad interna que necesitamos. Entonces dejamos
de mendigar seguridades y no necesitamos aferrarnos a cosas y a
personas. Al contrario, nos volvemos acogedores, generosos,
desinteresados:
«Los que han descendido al misterio profundo de sus corazones y han
hallado el hogar íntimo donde encuentran a su Señor, llegan al misterioso
descubrimiento de que la solidaridad es la otra cara de la moneda de la
intimidad. Se hacen conscientes de que la intimidad del hogar de Dios
incluye a todos. Empiezan a ver que el hogar que han encontrado en su
ser más íntimo es tan amplio que en él cabe toda la humanidad»26 .
Aquí descubrimos cómo la actitud de «soltar» está muy ligada a la
actitud de «detenerse». Porque cuando no me detengo ante Dios de
verdad y me dejo amar serenamente por Él, entonces sí puedo ser
libre soltando las falsas seguridades que me obsesionan y que he
endiosado.
Pero cuando tiendo a aferrarme a los demás, aprender a «soltarlos»

125
no es volverme indiferente, no es un aislamiento o un sentimiento de
autosuficiencia.
Al contrario, cuando verdaderamente nos detenemos ante Dios,
descansamos en él y nos dejamos sanar por su ternura, entonces
nuestra mirada se transfigura y podemos reconocer la nobleza del
prójimo, el reflejo divino que habita en él, esa santa dignidad de ser
amado por Dios que tiene todo ser humano, pero sin la necesidad de
poseerlo para nosotros ni de tenerlo al servicio de nuestra vanidad.
Esta convicción interna hace que nos gocemos en la felicidad y en el
éxito de los demás y que nos preocupen de verdad sus necesidades, su
dolor, su carencia. En nuestro interior nos decimos a nosotros mismos:
«No puede ser que alguien tan sagrado viva de esa manera y no sea feliz.
Tengo que ayudarlo».
Así vemos de qué manera, cuando aprendemos a soltar a los demás,
comenzamos a amarlos de verdad, y eso nos hace experimentar
nuestra mayor nobleza interior. Al mismo tiempo, cuando las
personas se sientan amadas por mí de esa manera, con desapego,
gratuidad y libertad, es posible que se atrevan a regalarme lo mejor
de su amistad.

5.4. Cuando las criaturas no quieren ser dioses

Es muy sano advertir que, cuando los demás o las cosas no nos dan
lo que les pedimos, no nos están despreciando. Más bien nos están
diciendo algo así: «Yo no soy Dios. Soy una criatura imperfecta. No
me pidas lo que yo no te puedo dar. Me asfixian tus reclamos,
porque siento que esperas de mí más de lo que yo puedo darte.
Estás hecho para Dios. Sólo él te podrá saciar. Yo no. Yo no soy
capaz de darte tanto».
Muchas veces dejamos de gozar de nuestra amistad con Jesús, porque
queremos que las cosas y las personas nos den lo que sólo él puede
dar. No queremos encontrar en él ese amor. Nos empeñamos en
encontrarlo en otros. Por eso ellos escapan de nosotros. No pueden
darnos tanto.
En cambio, el que aprende a soltar es más apreciado por los demás,
porque ellos se sienten libres con nosotros, descubren que no los
queremos esclavizar, exprimir, dominar, absorber. El que suelta los
demás, los deja en libertad, porque encuentra en Dios lo que
necesita. Hace feliz a los demás sin necesitar demasiadas respuestas.
Sólo pequeñas cosas le bastan: un momento de compañía, una
sonrisa, una broma.
Si nos habituamos a dar gracias a Dios por esas pequeñas experiencias de
amor y de encuentro, aprenderemos a valorarlas más y seremos
felices, sin necesidad de que los demás nos den mucho más.
Dando gracias, podemos poco a poco llegar a soltar los deseos
demasiado grandes, las esperanzas inmensas que hemos puesto en
nuestra relación con los demás.
De lo contrario, pretenderemos que las otras personas sacien lo que
sólo se serena en la soledad con Dios. Así, en lugar de soledad habrá un
aislamiento dolorido que nos llevará a mendigar a otro ser humano

126
un amor, un sentido y un placer que no puede darnos. Ahí nace la
asfixia de la posesividad, y ese será el fin de un amor o de una
amistad:
«Amistad y amor no pueden desarrollarse en forma de ansioso apego mutuo. Más
bien quieren un dulce espacio libre de sacudidas en que uno y otro puedan
moverse en ambas direcciones. Mientras el sentido del aislamiento nos una
en la esperanza de que juntos ya no estaremos más solos, nos haremos
daño mutuamente con nuestros deseos insatisfechos y poco realistas»".
Los vacíos profundos y las insatisfacciones afectivas no se sanan
cuando pretendemos saciarnos en los brazos de un ser humano o
en una compañía. Eso es pedirles demasiado. Sólo se sanan si
dejamos de centrarnos en nuestro vacío insatisfecho y tomamos más
contacto con la realidad. Entonces sí seremos capaces de amar con
libertad y encontraremos relaciones humanas satisfactorias y sanas.

5.5. Esa dañina ambición de gloria

Esta tendencia a otorgarle un peso divino y celestial a una cosa limitada


de la tierra no sucede sólo con los cuerpos o con los placeres
sexuales o afectivos, sino también cuando tenemos cualquier
«sueño»: el sueño de alcanzar éxito, de desarrollar nuestras
habilidades y capacidades, de mostrar quiénes somos y qué
podemos hacer. Porque esos «sueños» son la manifestación de una
profunda búsqueda de perfección que habita en nuestro corazón.
Estamos creados para una perfección que sólo alcanzaremos en el
cielo. Pero si nos empeñamos en alcanzarla en la tierra con una obra
o con una profesión, nos engañamos, y no queremos soltar ese ideal
vanidoso del éxito.
Por eso, en lugar de gozar de nuestra tarea entregándonos de lleno
y creativamente en ella, nos dañamos obsesionándonos por la gloria
personal.
Detrás del dolor que sentimos cuando somos criticados o cuando
alguien nos contradice, está siempre un falso sueño fracasado, un
ideal lastimado de grandeza, una imagen social que nos hicimos de
nosotros mismos comparándonos con otros personajes alabados. Por
eso la humildad es verdaderamente liberadora.
En medio del dolor del orgullo herido, para evitar replegarnos en
nosotros mismos y aislarnos, lo primero es rechazar, soltar esa
imagen que nos habíamos creado de nosotros mismos: ¡Fuera esa
imagen social! ¡Fuera ese ideal inútil! ¡Fuera ese sueño vano de
gloria mundana!
Pero hay que hacer un largo camino para liberarse de estas obsesiones del
ego. Lo principal es aceptar depender de Dios y dejar que Él sea el
Señor de nuestro futuro. Se trata de soltar nuestra necesidad de
controlarlo todo para alcanzar gloria. Porque en el fondo de las
insatisfacciones del orgullo hay un deseo de ser dioses, de hacer
todo lo que pueda otorgarnos prestigio, de experimentar la alabanza
del mundo, de tener nuestra imagen bajo control sin que nadie pueda
manchar nuestra gloria, de cuidar esa imagen que hemos construido

127
y hacerla crecer. El corazón se nos llena de inquietud y nerviosismo
cuando no lo logramos, cuando hemos acariciado un lugar en la
sociedad pero nunca termina de hacerse realidad. Nos aferramos
con uñas y dientes a ese sueño de gloria, aunque la vida nos esté
ofreciendo otras posibilidades mucho más bellas.
Son tus propios esquemas mentales los que le han dado un color
absoluto a tu imagen. Por eso, cuando somos criticados y nos
angustiamos buscando aplausos, es mejor decir: «Esos aplausos no
son Dios, no son absolutos. Tú, Señor, eres el único absoluto».
Cuando nos propusimos conquistar un afecto para sentirnos
importantes, y esa persona dio su amor a otro, en lugar de obsesionarnos
por desplazar al usurpador es mejor decir: «Señor, yo estoy hecho para
algo infinito, estoy hecho para ti. Ese amor que me obsesionó no
debe ser el centro de mi vida. No quiero arrastrarme detrás de nada
para sentirme grande, porque Tú eres el único absoluto».
Cuando en nuestro corazón colocamos nuestra figura en lugar de
Dios, la insatisfacción se apodera de nuestra vida interior. Pero
también cuando tenemos éxito, y logramos conseguir lo que nos
obsesiona, la angustia nos carcome, porque comenzamos a
preocuparnos por no perder esa buena imagen que hemos
conseguido.
No se trata de despreciar los reconocimientos y la gratitud de los
demás cuando logramos hacer algo bueno. Si amamos a los demás y
les damos importancia, no podremos despreciar su gratitud y sus
elogios. Para nosotros es importante haber hecho algo que brinde
una satisfacción a un ser querido y valorado. Por eso, cuando
recibimos un elogio o un reconocimiento, tendremos que disfrutarlo y
agradecerlo, pero sabiendo que se puede acabar, porque sólo Dios
es eterno. Él puede regalarnos la gracia del desprendimiento, para
poder «soltar» lo que se termina, sabiendo que lo único que nunca
se gasta es el amor de Dios.
El verdadero peligro está en «quedarse en sí mismo», encerrado en
los límites de las propias insatisfacciones y en las obsesiones del
orgullo. Hay que trascender todo eso y buscar a Dios. Sin despreciar
los éxitos que la vida nos concede, en la oración «hay que excluir lo
más posible aquellas cosas de este mundo que nos encadenan a
nuestro egoísmo» 28 , y por lo tanto nos entristecen y nos enferman.
Digamos también que el mundo es más grande que nuestra imagen,
la vida es más que el éxito. Eso es sólo una parte de este mundo
maravilloso que tiene infinitas cosas y miles de experiencias para
ofrecerme. Si me falta algo no me falta todo, siempre habrá otras
cosas que valgan la pena.
" CONGREGACION PARA LA DOCTRINA DE LA FE, Carta sobre algunos aspectos de la meditación cristiana, Ciudad del
Vaticano 1989, 19.
Nadie puede tenerlo todo. Si me falta la fama hay otras muchas
cosas que sí puedo disfrutar. Es indispensable aceptar, y decirlo en
voz alta, que algunas cosas ya no podrán ser parte de mi vida. Lo
saben muy bien las personas que han logrado liberarse del
alcoholismo o de la adicción a las drogas, y saben que para
mantener su libertad nunca más podrán tomar ni una gota de esa

128
sustancia que los esclavizó. Nunca más. Lo sabe también quien ha
optado por la virginidad o quien quiere ser fiel a su cónyuge.
En estos casos, la persona tiene que apartarse y decirse a sí misma
que eso no será parte de su vida jamás, y llorar, lamentarse, gritar,
hasta aceptarlo serenamente. Y si en su interior escucha algún
susurro que le dice que eso es posible, es mejor que lo apague
inmediatamente. Nunca es saludable alimentar promesas que no se
pueden cumplir, sobre todo si son sueños de gloria y de prestigio,
porque esas falsas promesas se convierten en una obsesión interior
permanente que se come nuestras energías y nos impide vivir miles
de cosas que nos regala la vida. Y lo más importante es que las
cosas más grandes y más bellas de la vida «siempre» son posibles.
De hecho, asumir que algunas cosas nunca podrán ser parte de la
propia vida -ser un gran atleta, ser un cantante famoso, etc.- no le
quita sabor y entusiasmo a la existencia si uno sabe aprovechar
tantas cosas que sí puede disfrutar. Muchas veces, la misma renuncia
a una obsesión nos hace capaces de disfrutar mucho más de todo lo
demás. Sucede, por ejemplo, que las personas que ya no pueden
utilizar sal en las comidas aprenden a percibir mucho mejor que
antes los variados sabores de los alimentos. Igualmente, una virginidad
bien vivida puede ser fuente de una gran riqueza de relaciones
humanas, donde se encaucen bellamente las energías afectivas de la
persona. Una persona sabia se mira a sí misma y se acepta «sin»
esas cosas que no pueden ser suyas, y acepta ser así con un corazón
agradecido. Porque no tener algunas cosas no significa no tener
nada.
Esto no es mediocridad. Al contrario, es valentía ante la vida real.
Porque es aceptar el propio ser, es dejar de escapar de uno mismo, y
comenzar vivir en plenitud la realidad personal irrepetible y posible,
no la fantasía que nos envenena y nos vuelve infecundos.
Por lo tanto, si he sido humillado, si he sido calumniado, si he
fracasado, entonces mi imagen en la sociedad estará para siempre
manchada, he de soltar mi sueño de reconocimientos y aceptar que
puedo vivir sin gloria y sin prestigio social. Hay en la vida muchas
otras cosas que valen la pena.

5.6. No es mía, y no tiene por qué ser mía

Ya hemos dicho que las insatisfacciones se diluyen cuando logramos


ampliar la mirada y ubicarnos como una «parte» del universo: «Yo no
soy el centro del universo, tampoco soy el todo; sólo soy una pequeña
parte». Profundicemos esta idea desde una perspectiva existencial.
Por ejemplo, yo puedo ver pasar una mujer muy bella, que despierta
cosquillas en todo mi cuerpo, y llenarme de dolor, lamentos y
melancolía porque esa mujer no me pertenece. Entonces, cuando ella
desaparece de mi vista, me siento como abandonado, ya no disfruto
de las cosas, me creo despreciado, indigno de ser amado, y me
agobia una serie de otras sensaciones negativas que se apoderan de
mi corazón, perdiendo mi alegría.
Pero puedo reaccionar rápidamente de otra manera.

129
Puedo alegrarme de que exista esa mujer y pensar que el solo hecho
de haberla visto ya es un regalo de Dios. Incluso gozarme de que esa
mujer exista, desaparezca de mi vista, sea libre, sea feliz, y pueda
hacer felices a otros. Porque amo este universo que Dios creó por
amor y puede alegrarme que esa criatura sea parte de este universo
querido.
Si dejo de existir, o si no puedo vivir en los Alpes, los Alpes siguen
teniendo sentido, y es muy bueno que xistan. Lo mismo digamos del
mar Caribe, de una hermosa comunidad donde no vivo, o de una
tarea agradable que no puedo hacer. Que otros lo tengan y sean
felices, es bueno. Que no sea mío no le quita sentido, y por eso
puedo alegrarme de que sea vivido por otros. Entonces ya no sufro
tanto por no poder poseerlo.
Por otra parte, a veces estamos en un lugar precioso, pero no nos
detenemos a disfrutarlo porque nos ponemos a imaginar lo bello
que sería comprar una casa allí, y comenzamos a imaginar cómo
podríamos hacer para adquirir un pedazo de tierra. Así
desaprovechamos una hermosa tarde que podríamos haber
disfrutado en ese lugar.
Por eso muchas veces, para poder detenernos a gozar, tenemos que
soltar, entregar muchos sueños inútiles que nos sacan del momento
presente. Aprender a soltar nos permite disfrutar de las cosas sin
necesidad de comprar o poseer algo.
Este es el «sentido estético» de la vida: gozar sin la enfermiza
necesidad de poseer. Es saber gozar con la vida del mundo, con la
alegría de los demás, que son de mi propia carne. Es asumir que no
podré vivir todas las maneras posibles de amar ni todos los placeres
posibles.

Sólo podré vivir algunos placeres y a mi modo. Pero puedo alegrarme de lo


que tengo, y también de que otros puedan tener lo que yo no tengo.
Así funciona el mundo, y es maravilloso.
Cuando se adquiere este sentido estético, uno deja de sentirse
agredido por la vida cuando no puede poseer algo. El siguiente poema
refleja lo que estamos diciendo:

«Estoy que muero de un áspero deseo, porque encontré una piel que
jamás habría imaginado.

Yo estaba allí, con mis planes pequeños, cuando todo se esfumó por un
instante ante el cruel resplandor de su figura.

Allí, en aquel mínimo trozo de este mundo, la vida me invitaba.


Cada célula inquieta de mi cuerpo luchaba estremecida por lograr el fino
privilegio de rozarla primero.

Existe, amigo, era verdad, existe.


¿Cómo te explico lo que me ardía dentro? Borbotones de sangre
enamorada en un volcán de besos reprimidos.

130
Con la mirada baja y una leve sonrisa pasó justo a mi lado.

Fue un raudal luminoso. Oleaje de un océano de fuego jugando con mi


arena.
Y me quedé allí, tan quieto, mirando aquellas piernas que se iban
lentamente.
Ya no había remedio.
Su cuerpo se borró entre el rojo encendido de un sol que se escapaba
Era verdad, amigo.
Existe esa loba preciosa de los sueños.
Pero se fue. No es nuestra».
Esta misma experiencia, en lugar de vivirse como una fuente de
lamento o de insatisfacción podría ser tomada como un
estímulo, como una llamada de la vida a ser más felices.
Muchas veces estamos solamente sobreviviendo como vegetales,
cuando algo bello se cruza en nuestro camino y nos recuerda que
existe la belleza, el amor, la felicidad. Y eso nos causa alegría.
Y volvemos a sentirnos vivos. Así lo experimentan de hecho
muchas personas sencillas.
Además, eso que nos cautivó, aunque no logremos poseerlo, nos puede
despertar para que estemos atentos, reconozcamos y gocemos todas las
pequeñas cosas que la vida nos regala. Otras veces, algo bello nos
estimula a ser mejores, a ser más sencillos, más delicados, más
amables, a crecer en la fraternidad y en el servicio, a sacar lo
mejor de nosotros mismos y de la vida.
Pero si es la tristeza la que se nos queda pegada al alma, es mejor
imaginar esa belleza, mirarla a los ojos, y decirle: «Eres bella, pero
he proyectado en ti mi vacío interior, y tú no mereces eso. No quiero
engañarme a mí mismo creyendo que eres indispensable. Te dejo en paz
y te permito que seas libre de mis necesidades. Te dejo seguir tu camino y
te deseo felicidad».

5.7. Lo que ya se fue y nunca regresará

No sólo quedamos pegados al pasado cuando no queremos perder lo que


hemos vivido. También nos quedamos pegados al pasado cuando se acabó,
o cuando no pudimos vivirlo plenamente, cuando algo no sucedió como
nosotros esperábamos.
Entonces nos preguntamos qué habría pasado si hubiéramos actuado de
otra manera, dicho otra cosa, hecho esto o aquello; e internamente nos
reprochamos a nosotros mismos por no haber aprovechado esa
oportunidad. De este modo, gastamos energías inútilmente en algo que ya
pasó, y nos apegamos a un pasado que no se puede modificar.
Pero es mejor aceptar esa experiencia tal como sucedió, sin lamentos, ni
culpas ni autorreproches. Nunca es conveniente desgastar energías en el
pasado. Es inútil, es un desperdiciar la vida, y además embota la mente y
atrofia las energías. Mi apego a ese pasado no logrará devolvérmelo. Ese
triste apego al pasado no me aporta nada, es completamente inservible.
Lo que ya sucedió simplemente se acepta. Lamentarse provoca un daño

131
mayor, porque agranda las heridas. Si nos hemos equivocado, en lugar de
lamentar hay que pedir perdón y acoger el perdón de Dios con confianza y
gratitud, y volver a empezar. Eso es lo que el Dios de amor espera de mí.
Alguien podría poner la siguiente observación: Revisando bien los errores e
imaginando de qué otra manera se debía haber actuado en aquella
circunstancia, podremos hacerlo mejor en el futuro. Pero eso es cierto
solamente en parte. Es verdad que podemos detenernos unos minutos a
reconocer lo que falló, lo que estuvo mal, y a imaginar cómo sería una
situación semejante vivida de una manera más adecuada. Pero el tiempo
dedicado a esas fantasías debe ser mínimo, para que no se conviertan en
una obsesión interminable.
Además, el pasado nunca se repite. La nueva situación que tengamos que
enfrentar seguramente será muy diferente: las personas no estarán en la
misma situación, con el mismo estado de ánimo, con las mismas
disposiciones, el clima será diferente, los desafíos serán nuevos. Y si
llevamos un esquema fijo, minuciosamente preparado de antemano,
probablemente volveremos a fracasar, porque no estaremos atentos para
percibir la realidad tal cual se presente, no podremos reconocer los
verdaderos desafíos de ese momento real.
Entonces, al pasado hay que mirarlo sólo como algo que ya sucedió y
nunca más se repetirá. Es mejor aceptarlo así, con sus logros y sus errores,
y dejarlo ir, como si se lo llevara una impetuosa corriente.
Sí podemos dedicar un momento de oración a mirarnos en el amor de Dios,
a perdonar nuestros errores y a reconciliarnos con nuestro pasado.
Seguramente Dios ha sacado algo bueno de allí, aquello es parte de mi
historia y algo me ha enseñado. Pero al mismo tiempo que uno intenta
perdonarse, ha de entregarle a Dios ese pasado y simplemente aceptarlo así.
Es parte de la propia vida que ya no puede ser modificada.
Simplemente fue, como fueron tantas historias de la humanidad. Pasó, y el
tiempo que pueda dedicar a recordarlo no servirá para cambiarlo. Hay que
aceptarlo así y dejar que fluya con la corriente del santo olvido.
Ahora lo que interesa es vivir el presente y entregarse a él con toda
la vida. Eso nos enriquecerá y nos preparará para enfrentar lo que
suceda. Pero para ello hay que «soltar» el pasado, desprenderse de
él, no pretender controlar lo que ya pasó, dejar correr lo que no se
puede detener.
Se trata de la actitud de «soltar»: dejar de aferrarse, dejar de poseer,
dejar de empecinarse en no perder algo, dejar de obsesionarse por
retener algo como si solamente en eso pudiéramos hallar la felicidad.
La sabiduría oriental suele expresar esto como «dejar de desear»,
porque en Oriente suele considerarse el deseo como la causa del
sufrimiento del hombre: cuanto más deseamos, más sufrimos,
cuanto más pequeños son nuestros deseos, menos sufrimos. Y muchas
veces, cuando algo se acabó, o cuando algo no pudo ser, seguimos
deseándolo como si pudiéramos resucitarlo, o como si pudiéramos
modificar el pasado.
De hecho, hay personas que tienen muchas cosas que a otros les
sobrarían para ser felices, y sin embargo viven envueltas en una
nube de amargura por algo que desean y no pueden lograr, porque
no pueden satisfacer su deseo.

132
Es cierto. Simplificar los deseos y no dejarse obsesionar por la sociedad
de consumo es una manera de liberarse de muchos sufrimientos.
Nos puede enseñar a gozar más de las cosas simples, a vivir con
poco, sin la amarga ansiedad de la avidez y la codicia.
Sin embargo, la sabiduría bíblica no se conforma con ese consejo, y
nos invita a disfrutar, a gozar de las cosas bellas de la vida como
signos del amor de Dios. Si Dios «nos provee abundantemente de
todas las cosas para que disfrutemos de ellas» (Mm 6,17), entonces
no se trata de desear lo que no tenemos, sino de gozar
intensamente de lo que sí tenemos.
Pero hay algo en común entre esta sabiduría de la Biblia y la
sabiduría de Oriente: que ambas nos invitan a «soltar», a no
aferrarnos a los placeres, a las cosas. Ambas nos piden que no
pretendamos retener lo que se acaba, lo que pasa, lo que ya fue, lo
que no puede ser eterno. Ambas nos invitan a ser libres ante las
cosas y las personas, y a ser capaces de abandonar lo que termina para
recibir lo que comienza. Si algo se acabó, «a otra cosa». Si algo
terminó, «adiós».
Cuando el Eclesiastés dice que «todo es vanidad», no está diciendo
que las cosas sean malas. Al contrario, nos invita a gozar de ellas
antes de que se acaben. Pero recordemos que la expresión «vanidad»,
en su sentido bíblico, significa «fugacidad»; quiere decir que los placeres
de este mundo son pasajeros, se acaban, y hay que gozarlos así,
como pasajeros, sabiendo de entrada que sólo pueden durar un
tiempo. El secreto está en disfrutarlos en plenitud, con todas las ganas,
pero sin aferrarlos, porque tenemos la clara consciencia de que sólo
durarán un tiempo limitado: «Aleja la tristeza de tu corazón y
aparta de tu carne el sufrimiento, porque la mocedad y la juventud
son vanidad. Y acuérdate de tu creador en los días de tu juventud,
antes que vengan los días malos y que lleguen los años de los que
tú dirás: "No encuentro placer en ellos"» (Qo 11, 10-12,1).
Después de vivir algo intensamente hay que soltar, hay que pasar a
otra cosa, como diciendo: «Sigamos, caminante, no nos detengamos
en las tumbas».
Y puede ser bueno, cuando Dios nos regala algo bello, decirle algo así
desde el primer momento: «Te agradezco, Señor, esto que me regalas.
Quiero disfrutarlo intensamente. Pero quiero gozarlo en tu presencia. Y
te lo entrego ya, para aceptar que se acabe cuando deba terminar».
Es mejor no hacer «monumentos de nuestras experiencias más
intensas, porque entonces las matamos, las volvemos inercia y
recuerdo fijo e inmutable; los monumentos deben reemplazarse por
momentos. Momento es lo que se mueve, el río en acción”29 .
También el amor matrimonial, que prometemos para toda la vida, es
pasajero, porque hay que reinventarlo cada día, porque el amor del
noviazgo no conserva toda la vida las mismas características de los
primeros tiempos, y está llamado a una transformación. Esto vale
para cualquier relación, cualquier trabajo, cualquier experiencia, y
también para las experiencias religiosas.
Hay que saber «soltar», dejar partir, y aceptar lo nuevo, para que las
cosas y las personas no nos hagan sufrir tanto cuando ya no pueden

133
darnos lo que antes nos daban. Y para abrirse a ese «algo más» que
la vida siempre ofrece.
Somos huéspedes en la tierra y en la vida, peregrinos que para
caminar necesitan estar ligeros de equipaje, sencillos, desprendidos.
Hay una manera práctica de liberarse de algo que ya ha terminado o
que no puede ser: Es ofrecerle a Dios un fracaso, una desilusión, el
dolor de algo que ya no tenemos. Y cuando hacemos una ofrenda de
corazón, Dios nos bendice y nos abre ampliamente las puertas para
vivir un futuro mejor. Pero para hacerle a Dios una ofrenda hay que
soltar eso que no pudo ser. Si no se suelta de verdad, si no hay una
verdadera renuncia, no es una ofrenda. Por ejemplo: Puedo comprar
una rosa a la Virgen y cada vez que recuerdo esa ofrenda me lamento
por el gasto que hice. Esto no es una ofrenda, porque a esa rosa no
la he soltado, la tengo agarrada en el alma. Lo mismo sucede cuando
ofrendamos el pasado: Si queda la tristeza en el alma es porque eso
no se ha soltado; por lo tanto no se le ha hecho esa ofrenda a Dios.
29
I. BnavWO, El significado del sufrimiento, Buenos Aires 2001, 30-31.
Cuando algo se termina puedes decir de labios para afuera que se lo
ofreces a Dios, pero en el corazón no lo sueltas.
Si Dios merece que le ofrendemos la vida en el martirio cuando es
necesario, también merece algo menos: que le ofrendemos lo que no
pudo ser y nos liberemos para siempre de ese pasado que nos ata.
La señal de que se ha hecho una ofrenda sincera es una sensación de
gran libertad, una experiencia de liberación interior, como respirar
aire fresco después de haber estado mucho tiempo encerrado.
¿Y si se trata de un hijo que murió, o de un ser amado que nos
abandonó? También en ese caso hay que decir «adiós». Con cariño,
con ternura, pero hay que decir «adiós» para no quedarse anclados en
un pasado. Si el pasado nos retiene, ese pasado es muerte. El hijo
que murió está en la plenitud de Dios o está siendo preparado para
esa plenitud. Déjalo libre. Él no quiere ser la causa de tu tristeza y de tu
ruina. Él espera que crezcas en el amor y en la felicidad para que un
día te reencuentres con él y compartas con él todo lo bello que has
hecho de ti. Ofrécelo a Dios y comienza a caminar. El ser querido
que te abandonó es un desafío para sacar lo mejor de ti y
ofrecérselo a los demás, para dejar de ser esclavo de esa persona y
demostrarte a ti mismo tu dignidad y tu capacidad de amar con
libertad. Ese será tu mejor homenaje para él. Ya no te culpes por lo que
no hiciste cuando los tenías a tu lado. Ese pasado ya no existe.
Existe lo que queda del camino.
Suelta lo que ya fue, suelta todo, y camina con libertad. No te pierdas lo
que queda del camino, porque no puede volver atrás. Mientras
caminas, el camino que ya recorriste ha desaparecido. No intentes
volver. Sólo se puede avanzar. Eso es fascinante, si te atreves.

5.8. Soltar un ideal de perfección

El Señor tampoco desea que nos obsesionemos buscando la


perfección. Por eso dice la Biblia: «No seas justo en demasía y no

134
seas sabio con exceso; ¿para qué destruirte?» (Qo 7,16).
Decidámonos también a «soltar” ese ideal de perfección que nos
obsesiona y nos enferma. Dios quiere que tratemos de crecer con
empeño, pero con un corazón sereno y sin angustias, con paciencia
y calma, bajo su mirada de amor. Él sabe esperar esos cambios
profundos que sólo se van logrando poco a poco.
El crecimiento bien planteado es también una manera positiva de
«soltar», porque es dejar libres las potencialidades que Dios ha
sembrado en nosotros. Es dejar correr y desarrollarse las cosas
buenas que hay en nosotros. Eso sucede cuando no nos aferramos a
esquemas, egoísmos, costumbres, comodidades y estructuras que
nos limitan y nos vuelven infecundos y estáticos.
Pero tú no tienes por qué ser perfecto en todo, ni hacerlo todo bien,
ni hacerlo todo ahora. Suelta ese falso ideal. Porque estás llamado a
ser feliz en lo que haces, no a destruirte haciendo cosas.
La base de todo cambio está en una serena aceptación de nosotros
mismos, que nos da la calma interior para descubrir los pequeños
pasos que podemos dar sin destruirnos. No conviene dar lugar a los
reproches interiores que terminan bloqueando todo posible
crecimiento. Porque no es cierto que si no cambias ese defecto no
sirves para nada.
Ese cambio puede ser importante, pero mientras no lo logres hay
muchas cosas bellas que puedes hacer.
Tampoco es cierto que nunca vas a cambiar. El cambio llegará en el
momento justo. Pero si te desprecias y te lastimas no te preparas
para recibirlo.
No alimentes lo que no te estimule. Lo que te convierta en un ser
amargado y estéril no vale la pena, aunque sea una doctrina moral
muy respetable.
En realidad, sabemos que la primera causa de que algunas personas
se destruyan cada vez más a sí mismas en vicios y malas acciones es
la falta de amor a sí mismos, la incapacidad para valorarse,
aceptarse y perdonarse de verdad. Por eso, cuando alguien nos
rechaza, nos defrauda o nos trata mal, esto suele despertar nuestros
peores monstruos interiores. Quizá culpemos a los demás o a la vida,
pero en el fondo es una máscara para ocultar lo peor: que nos
odiamos a nosotros mismos. En el fondo sentimos que si alguien nos
desprecia es porque somos despreciables, que si fracasamos es
porque somos inútiles o débiles. Aunque no lo reconozcamos
delante de los demás, es lo que sentimos en lo profundo del alma.
Cuando uno está resentido, lo que hace es autoagredirse, y,
comportándose mal, reafirma su odio a sí mismo. Por eso es tan
importante mirarse a sí mismos con el amor compasivo y paciente de
Dios, perdonarse, y liberarse de esos ideales de perfección que
provocan permanentes sentimientos de culpabilidad y de inferioridad.
Muchas personas, al no poder ser perfectas, optan por renunciar a
todo crecimiento, pero en el fondo viven despreciándose a sí mismas.
Por eso no se sienten dignas de disfrutar de nada y en lo profundo
del alma optan por una vida de sufrimiento.

135
5.9. Soltar un ideal de felicidad

Te hago una pregunta: ¿Has pensado que quizá tengas que liberarte
también de un tremendo peso que has cargado sobre tus espaldas: la
obligación de ser feliz? ¿No estarás obsesionado por la obligación
de no tener ningún sufrimiento?
Nadie te ha dicho que tienes la obligación de liberarte de todos los
sufrimientos. Puedes convivir con ellos. Y por el hecho de ser
creyente, tampoco tienes que sentirte obligado a demostrar que la fe
te libera de todos los problemas. Dios nunca ha dicho que creer en él y
amarlo produce una felicidad ilimitada en esta vida, o que su amor
nos evita todas las angustias y preocupaciones.
Trata de ser lo más feliz que puedas, pero sin obse~ sionarte por la
felicidad, porque ni siquiera el Señor te liberará de todas las angustias
de la vida.
A veces piensas así: «Cuando solucione esto voy a ser feliz». Pero
después te preocupa otra cosa y ya no te alcanza eso que pretendías.
Suelta ese ideal tonto de querer tenerlo todo resuelto. Suelta ese
ideal de vivir el cielo en la tierra. La tierra no es más que un camino
y en un camino hay de todo: gozo y penas, placeres y dolores,
éxitos y fracasos.
Por eso, recuerda lo que decía san Pablo: «Me alegro de mis flaquezas,
de los insultos, de las dificultades, de las persecuciones, de todo lo que
sufro por Cristo; pues cuando me siento débil, es cuando soy más
fuerte» (2Cor 12,10).
Fíjate: san Pablo no se complacía ni se gloriaba en un bienestar que
había alcanzado gracias a Cristo, ni en la fortaleza física, los éxitos, el
poder o los reconocimientos que pudo alcanzar gracias a su fe. Al
contrario, se gloriaba en las debilidades, privaciones y angustias que
vivía en unión con Cristo, porque así quedaba claro que era la fuerza del
Señor lo que lo sostenía. Todo pasaba a ser «basura, con tal de ganar
a Cristo» y «conocer la virtud de su resurrección» (Flp 3,8.10).
Por lo tanto, trata de vivir en paz, con sencillez y normalidad, pero sin
sentirte obligado a liberarte pronto de todo dolor y de toda angustia.
Vive sin pretender demostrar o demostrarte que ser creyente
resuelve todas las dificultades.
La felicidad es algo más que ese sentimiento sensible de bienestar
que experimentamos cuando todo funciona bien en nuestro cuerpo,
en nuestro trabajo, en nuestro mundo de relaciones, cuando hemos
realizado un sueño, etc. Eso es sólo una especie de euforia
emocional que suele durar muy poco tiempo. No es algo malo, y
hay que disfrutarlo sin culpa cuando lo tenemos. Pero si creemos que
eso es la felicidad, entonces viviremos escapando de cualquier
dificultad y también huiremos de la realidad para poder ser felices,
obsesionado por ese ideal de supuesta e imposible felicidad.
También escaparemos de las personas que sufren y nos aislaremos
de todo lo que nos recuerde límites. Y todo eso no sería más que un
egocentrismo que atrofia las múltiples maneras de ser felices que la vida

136
nos ofrece. Obrando así perderíamos la amplitud de la mente y del
corazón, y eso, a la larga, nos haría incapaces de ser felices. La
verdadera felicidad, en su sentido más profundo, amplio y estable, es
un estado de armonía y de seguridad interior que puede mantenerse
en medio de dificultades y dolores, porque se acepta todo como parte
del camino de la vida. Pero si uno se obsesiona con un «modo» de
felicidad, entonces se cierra a la vida y no puede ser feliz.
Cuando tengo una enfermedad o un dolor, no se trata de amar ese
dolor, pero sí de amarse a uno mismo con esa enfermedad o con
ese dolor. Muchas veces, cuando sufrimos, nos autoagredimos,
como si nos culpáramos inconscientemente por esa enfermedad o por
ese dolor. Por eso, cuando estamos enfermos durante mucho
tiempo, se nos baja la autoestima, nos sentimos poca cosa. Pero
podemos amarnos también con una enfermedad, un dolor o un
fracaso. Podemos amar ese órgano enfermo y tratarlo con
delicadeza, porque es una pequeña criatura inocente. En cualquier
situación en que nos encontremos debemos amarnos, porque
necesitamos amor, y nuestra existencia tiene sentido aunque sea
imperfecta. Dios espera que nos amemos, aunque estemos
limitados, porque si nos negamos a amarnos, tampoco él puede
hacernos experimentar su amor.
Entonces, hay que soltar el deber de alcanzar un bienestar total. Es
imposible y no tienes ninguna obligación de lograrlo. No dejas de
ser digno porque no logres esa felicidad total. Cuando uno se libera
de ese peso de tener que ser perfecto e ilimitado, entonces uno se
deja llevar, se entrega, fluye con la gozosa corriente de la vida,
aceptando los límites.
Así, se ocupa creativamente de resolver sus problemas, pero
sabiendo que no podrá liberarse de nuevos desafíos:
«La suprema paz consiste en no aferrarse a nada, ni siquiera a la paz sensible.
En la medida en que aún se conserva la afición a una paz perceptible, sólo se
tienen, cuando mucho, algunos frutos de ella que bien pronto se consumen.
Así, en modo alguno poseemos el germen y la raíz de aquella paz, que se
hallan en un querer absolutamente despojado»'0.

5.10. Soltar el dolorismo

Soltar es también desprenderse del dolorismo, del sufrimiento y de la


tristeza. Muchas veces esos estados de ánimo son una elección
nuestra. Sí. Son un modo de decirle a Dios: «Sólo quiero vivir como yo
lo decida. Sólo acepto vivir como lo había planeado».
Si fuéramos más realistas veríamos cuánta gente es feliz con los mismos
límites que nosotros tenemos, y cuántos desearían tener lo que
nosotros tenemos. Con eso les bastaría. Y podríamos preguntarnos:
«¿Quién soy yo que exijo tantas condiciones para poder estar alegre?».
Debe llegar el momento en que decida soltar la tristeza, abandonar la
queja inútil, desprenderme del lamento.
En el fondo se trata de entregar esa idea de felicidad que hemos
inventado para poder aceptar otra forma de felicidad que nosotros no

137
habíamos imaginado. Es soltar esa etapa que ya ha concluido para
encontrar la felicidad de otra manera, para volver a inventar la propia
vida.
30
A. DE LoMBez, Práctica de la paz in terior, B u e n o s A i r e s 1 9 8 7 , 9 - 1
Aprendiendo a soltar nuestra idea limitada de felicidad, podemos sacar
más vida de los desafíos que se nos presentan. Soltando el modo de vivir
que hemos lleva~ do hasta ahora, podemos crear con imaginación un
modo nuevo y mejor de vivir y de ser feliz. Así también podemos aceptar
que Jesús sea nuestro salvador en esta nueva circunstancia. De lo
contrario, viviremos aferrados a lo que se acabó y nos empeñaremos
en recuperarlo de alguna manera. Nuestro pasado se convertirá
en nuestro falso dios y viviremos aferrados a un ídolo.
De hecho, siempre que elegimos algo renunciamos a otras cosas. Si
elijo una profesión tengo que renunciar a otras; si elijo ir a un lugar
renuncio a visitar otros, porque no se puede estar en varios lugares al
mismo tiempo. Por eso, para poder vivir el presente es necesario soltar,
abandonar las posibilidades que no se dieron, y dejar de lamentarse
por lo que no pudo ser o por lo que ya pasó. Este es mi presente, lo
acepto, y renuncio a todo lo demás para poder vivirlo sin lamentos ni
suspiros.
5.11. Soltar los frutos

Es bueno entregarse al trabajo y tratar de disfrutar en medio de las


tareas. Pero a veces el ego nos lleva a estar demasiado pendientes de
los resultados del trabajo. Queremos ver rápidamente los frutos de
nuestro esfuerzo. Estamos haciendo algo y a la vez pensando en los
aplausos o felicitaciones que vamos a recibir, en el premio que vamos
a merecer por eso, o en el placer que sentiremos al ver el resultado
del trabajo. Así se nos escapa el placer de poder trabajar. Dice la
Biblia que para el hombre sabio «el objeto de su oración son los
trabajos de su oficio» (Si 38,34). El sabio es capaz de orar en medio
de su trabajo, puede vivir en la presencia de Dios mientras trabaja,
sin la obsesión por ver rápidamente los frutos de ese trabajo.
Sobre todo en las cosas que hacemos para Dios tenemos que
desprendernos de los frutos, de los resultados, de los éxitos. Dios
recogerá los frutos en su momento y para su gloria. Ya decía Jesús que
cuando terminamos una tarea tenemos que decir: «Somos siervos
inútiles; hemos hecho lo que debíamos hacer» (Lc 17,10).
Pero la persona que está obsesionada por el resultado vive pendiente del
fruto de sus trabajos y luego no lo disfruta mucho tiempo, porque
enseguida necesita lograr algo más. Por eso, a los que ponen la
confianza en sus esfuerzos, más que en el Señor, se les aplica la
profecía de Miqueas: «Sembrarás pero no segarás; pisarás la
aceituna, pero no te ungirás de aceite» (Miq 6,15).
La vanidad nos lleva a estar pendientes de los frutos, pero el amor nos
mueve a entregarnos al trabajo para cumplir una misión, dejando los
resultados en manos de Dios. Eso nos libera de todo nerviosismo
obsesivo.
Pero hay que reconocer también que muchas veces sufrimos porque

138
antes de obtener algo ya lo consideramos un hecho, ya lo tomamos como
una propiedad, ya lo damos por descontado. Cuando ese resultado no se
produce, sentimos que la vida nos ha quitado algo. Pero ¿quién dijo
que ese resultado se produciría necesariamente?
El problema es que nos aferramos a algo todavía antes de haberlo
conseguido. En cambio, si hacemos algo con entusiasmo y creatividad,
pero sin aferrarnos a un resultado, desprendiéndonos de los frutos,
disfrutaremos lo poco o mucho que consigamos y no sufriremos tanto si
no conseguimos el 100% de los resultados posibles. Porque no todo
depende de nosotros.
La clave está en advertir cuándo una ilusión o un proyecto comienza a
producir sufrimiento, y en reconocer cómo la mente está identificando esos
logros con la totalidad de la propia persona, o está identificando esos
logros con la vida misma. Así, es posible volver a colocar las cosas en
su lugar: «Mi persona es mucho más importante que estos resultados, la
vida es mucho más que estos logros».

5.12. Ir muriendo, ir naciendo

A veces, «experimentamos que en la vida hay algo más profundo,


debajo de la superficialidad de las cosas. Dentro de nosotros mismos,
en nuestra profundidad secreta, hay algo sublime que a veces, no
muchas, destella y produce acciones exquisitas y momentos
inundados de belleza. Ahí, en ese núcleo, habita Dios, y ahí está la
esencia del hombre como imagen de Dios. Ese núcleo es lo más
valioso de nuestra vida, y ese centro de pura vitalidad es
precisamente lo que se liberará en nuestra muerte. Desaparecerá
todo lo aparente, egoísta y vacío, y explotará ese manantial de vida
verdadera que llevamos dentro, oprimido y cubierto por tantas
preocupaciones vanas. Pero morir no es una elección fácil. Nos
resistimos a renunciar a toda esa cáscara de vanidad y
autosatisfacción que nos domina, porque creemos que ese es nuestro
verdadero yo, nos engañamos pensando que esa es nuestra
verdadera vida»".
Por eso el ego necesita distraernos con miles de co
31
V M. FERNÁNDEZ, Vivir en paz: del lamento a la libertad interior, San
Pablo, Madrid 2001, 144-145.
sas superficiales: «De hecho, el hombre está constaniemente atraído
por su ser esencial, pero el lazo existencial con su ego le impide seguir
esta llamada»".
Para liberarnos poco a poco de ese engaño y evitar que disminuya
cada vez más ese fuego oculto que llevamos dentro, es necesario que
vayamos muriendo ahora, que vayamos entregando lenta pero libremente
todo lo que es cáscara. Si comenzamos a hacerlo ya en esta vida, es
posible que anticipemos algo de esa explosión liberadora que
sucederá en nuestra muerte. Cuando aceptemos que hay que romper esa
envoltura de falsas seguridades, aceptaremos también las pequeñas muertes
cotidianas que eso exija, y al mismo tiempo estaremos asumiendo de
corazón la muerte del último instante. Las muertes son nacimientos".

139
Estamos hablando de la idea apasionada de alcanzar siempre un nuevo
estadio, un nuevo nivel de existencia. Alcanzar una nueva altura en la
vida, avanzar ascendiendo un poco más hacia una existencia más
auténtica: esa es la llamada a configurarnos plenamente con Cristo. Pero
esto supone siempre muertes, pasos que normalmente son
dolorosos.

Una muerte es cada paso que tengo que dar para llegar a ser lo que
estoy llamado a ser, para ir renaciendo, para responder al clamor
profundo de mi propia identidad.
'~ K. G. DüaKtir.iM, M é d i l e r , p o u r q u o i e t c o r n m e n t , P arís 1 9 7 8 , 2 4 .
" E. KüBLr_a-Ross, Preguntas y respuestas a la muerte de un ser querido, Buenos A ir e s 1 9 9 8 , 5 9 , 1 5 4 .

Para avanzar en la vida espiritual, en la felicidad, en la sabiduría,


siempre hace falta una muerte, que en definitiva es «soltar» algo. Y lo
ideal es entregar las cosas cuando todavía las tenemos, precisamente
cuando las estamos disfrutando, gozarlas aceptando que van a pasar,
así como todo pasa.
Este acto de «soltar» no es un gesto amargo, resignado,
melancólico. Es un gesto agradecido por lo que Dios nos ha
regalado. No se trata de odiar o de rechazar lo que vivimos. De esa
manera no nos liberaremos nunca, porque lo que odiamos se nos
pega en el alma. Más bien se trata de valorar lo que hemos vivido,
de encontrarle un sentido, de agradecerlo, y sólo así, amorosamente,
soltarlo y dejarlo ir.
Algunos seres humanos han vivido muy pocos años, otros han vivido
sólo unos minutos, otros están privados de muchas cosas que tengo,
otros no han podido disfrutar nunca algunas cosas que he tenido. Por
lo tanto, aunque las cosas se acaben, lo más adecuado es estar
agradecido por haberlas vivido, sabiendo que todo lo he recibido
como un regalo, y que podría no haberlo vivido nunca.
El acto de soltar lo que se acaba, aceptando que la vida cambie,
debe ser siempre agradecido, para que sea verdaderamente liberador.
Si no, quedará en el alma un disgusto reprimido, fuente venenosa de
tristezas y resentimientos.
Cuando advertimos que nuestra entrega es sólo apa~ rente, entonces
es necesario pedir a Dios, durante un tiempo, la gracia de liberarnos
de verdad.
Por más que luchemos, no podemos sustraernos a las secuelas del
paso del tiempo, a las muertes inevitables (murió la adolescencia,
juventud, algunas posibilidades, la lozanía del rostro, ciertas
capacidades físicas, etc). Las cosas tienen un fin, y esa es una
realidad que hay que tener en cuenta, no una ilusión o una fantasía.
Hay que contar con ello como parte de la realidad para planificar el
propio futuro. Hay que aprender a decir adiós, porque no es mentira que
un día habrá que despedirse de todo.
Sepamos dejar el lugar a otros. Que ellos amen, construyan, sueñen y
luchen con la fuerza que nosotros ya no tenemos. Aceptemos y
aprovechemos lo que ahora se nos está ofreciendo, para lo que
estamos preparados.
En Si 28,6 se nos invita a tener presente el fin, nuestro fin, para

140
descubrir así la tontería de ciertas preocupaciones que a veces nos
desgastan inútilmente. Por eso, cuando estamos sufriendo por algo,
puede ser útil imaginar que volamos hacia un futuro lejano -mucho
después de la propia muerte- y ver qué quedó de aquello que nos
afligía tanto y de nuestras preocupaciones. Pensemos en los celos, las
envidias, las nostalgias, el orgullo herido, etc.
Es muy liberador imaginar qué lugar ocuparé y los comentarios sobre
mi persona en los libros de historia del año 4000. O, más sencillo
todavía, imaginarme dentro de treinta años y preguntarme qué
importancia tendrán esas cosas que ahora me obsesionan. Y sonreír.
Tener presente el fin, de mi vida y de cada cosa de la vida, me
permite ir abrazando cada vez con más amor las cosas que valen la
pena y pueden perdurar por toda la eternidad, y no las que se
acaban. Por eso puedo decir: «Gloria a Dios cuando algo termina,
porque así estoy abierto a la novedad de la vida, no olvido que todo
es contingente y me aferro sólo a lo que pueda ser permanente.
Porque así no me resistiré a entrar en la plenitud, y aceptaré
libremente y con serenidad abandonar lo limitado».
El amor de Dios era real para ti cuando no habías sid() sacado de la
nada, y seguirá siendo real después ffi , ¡¿i muerte y de cada pequeña
muerte.
5.13. Soltar los paraísos lejanos

El paraíso está en ti y allí donde estás. No en otro lugar. No en otra


circunstancia. Si no lo encuentras ahora y allí donde estás, no lo
encontrarás nunca por más que busques.
Grandes buscadores místicos al final han vuelto a casa, o se han
quedado en un lugar sin necesidad de conocer nada más.
Dios te ha creado a su imagen, Él se refleja en ti. Por lo tanto,
precisamente en ti están las semillas de una delirante hermosura, de
miles de maravillas que ni siquiera imaginas. Todo lo externo es un
pálido reflejo y un signo de lo que Dios ha colocado en lo profundo
de tu ser. Pero por no soltar una obsesión no hallas ese paraíso que
está en ti.
Cuando sueñas con un lugar o con una persona maravillosa que
quisieras conocer, en realidad el único valor de eso es que te ayuda
a despertar el paraíso que habita dentro de ti y ahí donde estás.
Porque Dios ha puesto en ti su vida, su luz infinita, su amor. Pero es
un tesoro oculto y cubierto de tierra que no alcanzas a ver, porque
esperas encontrar algún día algo maravilloso que nunca llega.
Nada de este mundo podrá hacerte feliz, ninguna persona y ningún lugar
de esta tierra tiene el poder de concederte la felicidad.
No te engañes. No lo necesitas. Suelta ese sueño inútil que sólo
produce melancolía y que no te permite extraer lo mejor que tienes.
Ese apego es una mentira, es causa de sufrimientos, y te quita la
libertad interior de vivir cada momento. Te cierra la mente y el
corazón y te permite ver sólo una parte de la realidad.
En cambio, el día que encuentres tu paraíso interior, las cosas te
parecerán más bellas todavía, las disfrutarás más, porque descubrirás

141
en ellas reflejos de Dios.
Los grandes sabios pueden experimentar ese paraíso en un desierto,
en una cueva de la montaña, en un lugar aparentemente inhóspito.
No desean nada más. Eso ya es mucho para ser felices.
Porque al reconocer su paraíso interior se hacen más sensibles para
descubrir los detalles bellos de cualquier lugar, el secreto misterio de
cada espacio y de cada cosa. La realidad es su hogar, es su casa. La
realidad es lo que les basta.
De hecho, las cosas que nos obsesionan «no son las cosas reales y
objetivas que nos rodean, sino las cosas imaginadas,
emocionalizadas, fantaseadas y convertidas en objeto de deseo, de
un resto de deseo infantil»j 4.
Por eso, casi todos los viajes que hacemos nos defraudan un poco.
Ponemos en ellos demasiado paraíso. Esperamos encontrar en un
lugar que visitamos eso que deberíamos encontrar en lo profundo
de nuestro ser. Sólo allí podemos penetrar en el sentido más
profundo de la realidad. Por no entrar allí, nos quedamos en la
superficie, sintiéndonos vacíos, necesitando conocer algo, ansiando
encontrar algo que nos dé sentido, que nos salve.
Cuando vamos a algún lugar esperando hallar el paraíso deseado,
experimentamos que ese lugar bello no es el cielo que soñábamos
encontrar. Tiene que llegar (,l día liberador en que sueltes ese ingenuo
ideal de hallar el cielo en algún lugar, en una persona, en una tarea, en
una experiencia nueva.
Puede ser que lleguemos a creer que hemos encontrado ese paraíso en
alguna cosa, pero ese sentimiento durará poco, la ilusión se
desvanecerá y volveremos a estar insatisfechos. Les pedimos
demasiado a las cosas y a las personas, cuando en realidad lo
que más necesitamos, ese infinito, esa hermosura deseada, está
siempre, siempre, al alcance de nuestras manos. Está en cualquier
lugar, en cualquier circunstancia, en todas partes.
Para los ojos del sabio, la realidad es el mejor lugar. También en
medio de un tumulto, en un trabajo agotador, o rodeado de ruidos, vive el
altísimo silencio de Dios, porque ha hecho callar la voracidad, la
codicia, la vanidad, y por lo tanto ha silenciado los miedos y las
tristezas. Ha encontrado el paraíso.
6. Oración
«Dios mío, Tú eres el importante. Tú, el infinito, que todo lo sostienes con
tu gran poder. Si Tú te apartaras de mí, yo me esfumaría como el vapor.
Creo en ti, espero en ti, te amo.
Sólo Tú mereces la adoración del corazón humano y sólo ante ti debo
postrarme. Sólo Tú eres el Señor, glorioso, con una hermosura que ni
siquiera se puede imaginar.
Por eso, Señor, no permitas que yo adore cualquier cosa como si fuera un
dios, porque ningún ser y nada de este mundo vale tanto.
Enséñame a descubrir mi dignidad, porque soy infinitamente amado por ti,
para que no me arrastre detrás de cosas de este mundo ni me convierta en
esclavo de posesiones ni de afectos. No permitas que las obsesiones me

142
quiten la alegría. Sana mis sentimientos de insatisfacción para que alcance
una verdadera libertad interior. Y enséñame a gozar de las cosas buenas sin
necesidad de poseerlas o de aferrarme a ellas.
Te reconozco a ti como mi único dueño, el único Señor de mi vida. No
permitas que pierda la serenidad cuando algo se acabe; no dejes que me
llene de angustias por temor a perder algo. Sólo abandonándome a ti
podré sanar esas angustias, sabiendo que nada es absoluto. Sólo Tú.
Señor mío, dame un corazón humilde y libre, que no esté atado a las
vanidades, reconocimientos, aplausos. Dame un corazón simple que sea
capaz de darlo todo, pero dejándote a ti la gloria y el honor.
Derrama en mí tu gracia para que pueda vivir desprendido de los frutos de
mi esfuerzo, para que en mi trabajo busque sobre todo tu gloria, sin
obsesionarme esperando determinados resultados. Dame ese
desprendimiento Señor, libérame del orgullo, para que pueda trabajar
intensamente, pero con la santa paz y la inmensa felicidad de un corazón
desprendido.
Te entrego todos mis deseos, todos mis sueños, todas mis necesidades.
Colma mi interior insatisfecho como Tú quieras. Ya no quiero
empecinarme en lograr la felicidad a mi modo y prefiero confiar en tu
amor, que me dará lo que necesito de la manera más conveniente.
Te entrego, Señor, todo lo que tengo y todo lo que estoy viviendo. Te
doy gracias por lo que me estás regalando y lo disfruto con gozo. Pero te
lo entrego, para que acabe cuando tenga que acabar. Te proclamo a ti,
Jesús, como único Señor y dueño de todas mis cosas, de todo lo que
vivo, de todo lo que soy y de todo mi futuro. Amén».
Conclusión
Hemos terminado nuestro recorrido liberador, describiendo las
tres actitudes básicas que pueden permitirnos alcanzar una
forma de vida más sana y agradable.
Cada uno habrá podido reconocer sus puntos débiles y habrá advertido
cuáles son los ejercicios y las sugerencias que pueden ayudarle en este
momento de su vida. Pero lo importante es que haga un camino y que
comience ahora a transitarlo, sabiendo que es posible vivir mejor, mucho
mejor.
Sin embargo, quisiera destacar que las tres actitudes básicas
deben ser permanentemente ejercitadas. Sólo en la combinación
de las tres, la vida cotidiana puede alcanzar su armonía.
Se combinan como se alternan las caricias con la danza y el vuelo,
en un ciclo permanente de detención, adaptación y trascendencia.
Aprendiendo nuevamente a detenerse, a dejar de resistirse, a
soltar, y así sucesivamente, en un permanente alternarse de descensos,
de entregas y de subidas.
El movimiento de detenerse podría identificarse con la caricia, con
el toque, con el contacto atento.
El movimiento de dejar de resistirse puede relacionarse con la danza
o el juego, donde se encuentra la manera de superar los obstáculos de la
realidad sin violencia, sin agresión, como el agua que se adapta y sigue su
camino, jugando o danzando con lo que se le opone.
El movimiento liberador de soltar indica que ni en la caricia ni en la

143
danza nos apoderamos de algo. Cuando el apego comienza a reinar
en nosotros, amenazando con detenernos, entonces surge este movimiento.
Es como un salto que nos permite volar y volver a reconocer las
cosas desde arriba, en la libre armonía de la variedad y del
conjunto.
Pero este salto, este vuelo liberador, no es una huida del mundo,
y por eso se hace necesario volver a la caricia y a la danza.
Nuestra vida puede convertirse en una bellísima combinación de
caricias, de danza y de vuelo. Esa es la propuesta que he
querido ofrecer en esta obra.
WILBER K., La conciencia sin fronteras: aproximaciones de oriente y occidente al crecimiento
personal, Kairós, Barcelona
19981 .
índice

Presentación
Detenerse para recuperar el gozo

1. Perturbación que se cura


2. Síntesis
3. Ejemplos
4. Prácticas para aprender a detenerse
5. Sugerencias varias
5.1. Entregarse al momento
5.2. Ni forzado ni dormido
5.3. Acallar las palabras
5.4. Contra la ansiedad
5.5. La santa inutilidad
5.6. Nada es pequeño. Todo es importante ..
5.7. El placer sagrado
5.8. Detenerse ante Dios
5.9. Un lenguaje de amor
5.10. Detenerme en mi verdad
5.11. La altísima paz de quien se detiene ante el pobre
6. Oración
No resistirse para recuperar la paz
1. Perturbación que se cura
2. Síntesis
3. Ejemplos
4. Prácticas para dejar de resistirse
5. Sugerencias varias
5.1. Todo el universo a mi favor
5.2. Palabras de confianza
5.3. Dejarse estar en los brazos del Padre
5.4. Conectar con las sensaciones del cuerpo
5.5. El centro del mundo
5.6. Debilitar esa parte de mi totalidad
5.7. Luchar sin violencia
5.8. Los proyectos que nos llenan de resis~

144
5.9. «Dios mío y todas las cosas»
5.10. Una historia para mejorar el mundo
5.11. No resistirse al crecimiento místico
5.12. Mi resistencia ante las miradas
5.13. No resistirme a mí mismo. Llegar a mi centro
6. Oración
Soltar para recuperar la libertad

1. Perturbación que se cura


2. Síntesis
3. Ejemplos
4. Prácticas para aprender a soltar
5. Sugerencias varias
5.1. Tú vales más. Eres sagrado
5.2. Un mundo de sensaciones vendidas
5.3. Soltar para poder amar en serio
5.4. Cuando las criaturas no quieren ser
5.5. Esa dañina ambición de gloria
5.6. No es mía, y no tiene por qué ser mía ...
5.7. Lo que ya se fue y nunca regresará
5.8. Soltar un ideal de perfección
5.9. Soltar un ideal de felicidad
5.10. Soltar el dolorismo
5.11. Soltar los frutos
5.12. Ir muriendo, ir naciendo
5.13. Soltar los paraísos lejanos
6. Oración
Conclusión

145

También podría gustarte