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Sincronía Primavera 2002

Aproximación semiótica al cuento "El hombre", de Juan Rulfo


Claudia Macías Rodríguez
Universidad de Guadalajara

Los estudios de crítica semiótica tienen como finalidad la profundización en el relato como sistema de comunicación de c
arácter estético. Existen diversos modelos de análisis y crítica semiótica, y en la mayoría de ellos se pueden encontrar
tres niveles de estudio: nivel morfosintáctico, nivel semántico y nivel retórico.
En este acercamiento tomamos el modelo de análisis semiótico de José Romera Castillo, el cual comprende los nivel
es antes enunciados:
a)El morfosintáctico. Determina “cuántas unidades constituyen la macroestructura […] y cómo es que van articuladas entre
sí”.[1]
b)El semántico. Establece “las clases significativas que el texto literario encierra explícita o implícitamente”.[2]
c)El retórico. Estudia “todos los recursos (especialmente lingüísticos) utilizados por el creador para interrelacionarse
con el lector”.[3]
Un método de crítica como éste es idóneo para textos como El hombre, de El Llano en llamas de Juan Rulfo, en donde
el relato hace gala de experimentación estructural y significativa en todos sentidos. Sin embargo, en nuestro trabajo al
teraremos el orden de los niveles, ya que consideramos que el segundo nivel (que en la lógica del modelo de Romera Casti
llo puede estar en ese lugar por ser el nivel central) es el que nos ayuda a reflexionar en el texto desde una perspecti
va más propiamente crítica –hermenéutica- y por ello lo hemos dejado al final y como cierre del estudio.
Presentaremos, pues, un acercamiento semiótico en el que trataremos no de agotar todas las instancias, sino de mo
strar con mayor detenimiento aquellos apartados que resultan más prolíficos gracias a las bondades del método, ya que la
riqueza del texto es incuestionable.

Nivel morfosintáctico
El objeto de estudio del nivel morfosintáctico es la constitución de la estructura del relato, así como el tipo de relac
iones que existen entre los elementos que la constituyen. Comprende tres aspectos funcionales: las secuencias, las funci
ones y las acciones.
Primera categoría funcional: las secuencias
Las secuencias son las “agrupaciones de funciones, macroestructuras narrativas básicas que, aplicadas a las acciones y a
los acontecimientos, engrendran el relato”.[4] Las secuencias corresponden a la organización de la realidad del relato.
Pueden ser elementales y complejas. Las secuencias elementales están constituidas por la presentación, el nudo y el dese
nlace. Las secuencias complejas son las pequeñas estructuras que, relacionadas entre sí, forman las secuencias elemental
es.
En el relato de El hombre[5] se distinguen tres secuencias articuladas según el esquema siguiente:
(S = secuencia) S1 : El asesinato à S2 : La persecución àS3 : La denuncia
Cada una de las secuencias comprende aproximadamente diez momentos del texto. En la estructura discursiva, las dos
primeras secuencias aparecen simultáneamente, y la tercera secuencia se inicia antes de concluir la secuencia segunda. C
abe señalar que el discurso se abre con un momento de la segunda secuencia.
Incluimos el cuento completo dividido según los momentos que integran las tres secuencias. Las divisiones están ma
rcadas naturalmente en el relato por el cambio de contenido de los párrafos. El número arábigo indica el orden consecuti
vo de los fragmentos en el discurso. La letra mayúscula se refiere a los cuatro actores principales: H = hombre, P = per
seguidor, B = borreguero, L = licenciado.

EL HOMBRE
1-P Los pies del hombre se hundieron en la arena dejando una huella sin forma, como si fuera la pezuña de algún animal.
Treparon sobre las piedras, engarruñándose al sentir la inclinación de la subida; luego caminaron hacia arriba, buscando
el horizonte.
“Pies planos –dijo el que lo seguía-. Y un dedo de menos. Le falta el dedo godo en el pie izquierdo. No abundan fulano
s con estas señas. Así que será fácil.”
2-H La vereda subía, entre yerbas, llena de espinas y de malas mujeres. Parecía un camino de hormigas de tan angosta. Su
bía sin rodeos hacia el cielo. Se perdía allá y luego volvía a aparecer más lejos, bajo un cielo más lejano.
Los pies siguieron la vereda, sin desviarse. El hombre caminó apoyándose en los callos de sus talones, raspando las pi
edras con las uñas de sus pies, rasguñándose los brazos, deteniéndose en cada horizonte para medir su fin: “No el mío, s
ino el de él”, dijo. Y volvió la cabeza para ver quién había hablado.
Ni una gota de aire, sólo el eco de su ruido entre las ramas rotas. Desvanecido a fuerza de ir a tientas, calculando s
us pasos, aguantando hasta la respiración: “Voy a lo que voy”, volvió a decir. Y supo que era él el que hablaba.
3-P “Subió por aquí, rastrillando el monte –dijo el que lo perseguía-. Cortó las ramas con un machete. Se conoce que lo
arrastraba el ansia. Y el ansia deja huellas siempre. Eso lo perderá.”
4-H Comenzó a perder el ánimo cuando las horas se alargaron y detrás de un horizonte estaba otro y el cerro por donde su
bía no terminaba. Sacó el machete y cortó las ramas duras como raíces y tronchó la yerba desde la raíz. Mascó un gargajo
mugroso y lo arrojó a la tierra con coraje. Se chupó los dientes y volvió a escupir. El cielo estaba tranquilo allá arri
ba, quieto, trasluciendo sus nubes entre la silueta de los palos guajes, sin hojas. No era tiempo de hojas. Era ese tiem
po seco y roñoso de espinas y de espigas secas y silvestres. Golpeaba con ansia los matojos con el machete: “Se amellará
con este trabajito, más te vale dejar en paz las cosas.”
Oyó allá atrás su propia voz.
5-P “Lo señaló su propio coraje –dijo el perseguidor-. El ha dicho quién es, ahora sólo falta saber dónde está. Terminar
é de subir por donde subió, después bajaré por donde bajó, rastreándolo hasta cansarlo. Y donde yo me detenga, allí esta
rá. Se arrodillará y me pedirá perdón. Y yo le dejaré ir un balazo en la nuca… Eso sucederá cuando yo te encuentre.”

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6-H Llegó al final. Sólo el puro cielo, cenizo, medio quemado por la nublazón de la noche. La tierra se había caído para
el otro lado. Miró la casa enfrente de él, de la que salía el último humo del rescoldo. Se enterró en la tierra blanda,
recién removida. Tocó la puerta sin querer, con el mango de machete. Un perro llegó y le lamió las rodillas, otro más co
rrió a su alrededor moviendo la cola. Entonces empujó la puerta sólo cerrada a la noche.

7-P El que lo perseguía dijo: “Hizo un buen trabajo. Ni siquiera los despertó. Debió llegar a eso de la una, cuando el s
ueño es más pesado; cuando comienzan los sueños; después del ‘Descansen en paz’, cuando se suelta la vida en manos de la
noche y cuando el cansancio del cuerpo raspa las cuerdas de la desconfianza y las rompe.”
8-H “No debí matarlos a todos –dijo el hombre-. Al menos no a todos.” Eso fue lo que dijo.
La madrugada estaba gris, llena de aire frío. Bajó hacia el otro lado, resbalándose por el zacatal. Soltó el machete q
ue llevaba todavía apretado en la mano cuando el frío le entumeció las manos. Lo dejó allí. Lo vio brillar como un pedaz
o de culebra sin vida, entre las espigas secas.
El hombre bajó buscando el río, abriendo una nueva brecha entre el monte.
Muy abajo el río corre mullendo sus aguas entre sabinos florecidos; meciendo su espesa corriente en silencio. Camina y
da vueltas sobre sí mismo. Va y viene como una serpentina enroscada sobre la tierra verde. No hace ruido. Uno podría dor
mir allí, junto a él, y alguien oiría la respiración de uno, pero no la del río. La yedra baja desde los altos sabinos y
se hunde en el agua, junta sus manos y forma telarañas que el río no deshace en ningún tiempo.
El hombre encontró la línea del río por el color amarillo de los sabinos. No lo oía. Sólo lo veía retorcerse bajo las
sombras Vio venir las chachalacas. La tarde anterior se habían ido siguiendo el sol, volando en parvadas detrás de la lu
z. Ahora el sol estaba por salir y ellas regresaban de nuevo.
9-H Se persignó hasta tres veces. “Discúlpenme”, les dijo. Y comenzó su tarea. Cuando llegó al tercero, le salían chorre
tes de lágrimas. O tal vez era sudor. Cuesta trabajo matar. El cuero es correoso. Se defiende aunque se haga a la resign
ación. Y el machete estaba mellado: “Ustedes me han de perdonar”, volvió a decirles.

10-P “Se sentó en la arena de la playa –eso dijo el que lo perseguía-. Se sentó aquí y no se movió por un largo rato. Es
peró a que despejaran las nubes. Pero el sol no salió ese día, ni al siguiente. Me acuerdo. Fue el Domingo aquel en que
se me murió el recién nacido y fuimos a enterrarlo. No teníamos tristeza, sólo tengo memoria de que el cielo estaba gris
y de que las flores que llevamos estaban desteñidas y marchitas como si sintieran la falta del sol.
“El hombre ese se quedó aquí, esperando. Allí estaban sus huellas: el nido que hizo junto a los matorrales; el calor d
e su cuerpo abriendo un pozo en la tierra húmeda.”

11-H “No debí haberme salido de la vereda –pensó el hombre-. Por allá ya hubiera llegado. Pero es peligroso caminar por
donde todos caminan, sobre todo llevando este peso que yo llevo. Este peso se ha de ver por cualquier ojo que me mire; s
e ha de ver como si fuera una hinchazón rara. Yo así lo siento. Cuando sentí que me había cortado un dedo, la gente lo v
io y yo no, hasta después. Así ahora, aunque no quiera, tengo que tener alguna señal. Así lo siento, por el peso, o tal
vez el esfuerzo me cansó.” Luego añadió: “No debí matarlos a todos; me hubiera conformado con el que tenía que matar; pe
ro estaba oscuro y los bultos eran iguales… Después de todo, así de a muchos les costará menos el entierro.”
12-P “Te cansarás primero que yo. Llegaré a donde quieres llegar antes que tú estés allí –dijo el que iba detrás de él-.
Me sé de memoria tus intenciones, quién eres y de dónde eres y adónde vas. Llegaré antes que tú llegues.”

13-H “Este no es el lugar –dijo el hombre al ver el río-. Lo cruzaré aquí y luego más allá y quizá salga a la misma oril
la. Tengo que estar al otro lado, donde no me conocen, donde nunca he estado y nadie sabe de mí; luego caminaré derecho,
hasta llegar. De allí nadie me sacará nunca.”
Pasaron más parvadas de chachalacas, graznando con gritos que ensordecían.
“Caminaré más abajo. Aquí el río se hace un enredijo y puede devolverme a donde no quiero regresar.”
14-P “Nadie te hará daño nunca, hijo. Estoy aquí para protegerte. Por eso nací antes que tú y mis huesos se endurecieron
primero que los tuyos.”
Oía su voz, su propia voz, saliendo despacio de su boca. La sentía sonar como una cosa falsa y sin sentido.
¿Por qué habría dicho aquello? Ahora su hijo se estaría burlando de él. O tal vez no. “Tal vez esté lleno de rencor co
nmigo por haberlo dejado solo en nuestra última hora. Porque era también la mía; era únicamente la mía. El vino por mí.
No los buscaba a ustedes, simplemente era yo el final de su viaje, la cara que él soñaba ver muerta, restregada contra e
l lodo, pateada y pisoteada hasta la desfiguración. Igual que lo que yo hice con su hermano; pero lo hice cara a cara, J
osé Alcanca, frente a él y frente a ti, y tú nomás llorabas y temblabas de miedo. Desde entonces supe quién eras y cómo
vendrías a buscarme. Te esperé un mes, despierto de día y de noche, sabiendo que llegarías a rastras, escondido como una
mala víbora. Y llegaste tarde. Y yo también llegué tarde. Llegué detrás de ti. Me entretuvo el entierro del recién nacid
o. Ahora entiendo. Ahora entiendo por qué se me marchitaron las flores en la mano.”

15-H “No debí matarlos a todos –iba pensando el hombre-. No valía la pena echarme ese tercio tan pesado en mi espalda. L
os muertos pesan más que los vivos; lo aplastan a uno. Debía de haberlos tentaleado de uno por uno hasta dar con él; lo
hubiera conocido por el bigote; aunque estaba oscuro hubiera sabido dónde pegarle antes que se levantara… Después de tod
o, así estuvo mejor. Nadie los llorará y yo viviré en paz. La cosa es encontrar el paso para irme de aquí antes que me a
garre la noche.”
El hombre entró a la angostura de río por la tarde. El sol no había salido en todo el día, pero la luz se había bornea
do, volteando las sombras; por eso supo que era después del mediodía.

16-P “Estás atrapado –dijo el que iba detrás de él y que ahora estaba sentado a la orilla del río-. Te has metido en un
atolladero. Primero haciendo tu fechoría y ahora yendo hacia los cajores, hacia tu propio cajón. No tiene caso que te si
ga hasta allá. Tendrás que regresar en cuanto te veas encañonado. Te esperaré aquí. Aprovecharé el tiempo para medir la
puntería, para saber dónde te voy a colocar la bala. Tengo paciencia y tú no la tienes, así que ésa es mi ventaja. Tengo
mi corazón que resbala y da vueltas en su propia sangre, y el tuyo está desbaratado, revenido y lleno de pudrición. Esa
es también mi ventaja. Mañana estarás muerto, o tal vez pasado mañana o dentro de ocho días. No importa el tiempo. Tengo
paciencia.”

17-H El hombre vio que el río se encajonaba entre altas paredes y se detuvo. “Tendré que regresar”, dijo.
El río en estos lugares es ancho y hondo y no tropieza con ninguna piedra. Se resbala en un cauce como de aceite espes
o y sucio. Y de vez en cuando se traga alguna rama en sus remolinos, sorbiéndola sin que se oiga ningún quejido.
18-P “Hijo –dijo el que estaba sentado esperando-: no tiene caso que te diga que el que te mató está muerto desde ahora.
¿Acaso yo ganaré algo con eso? La cosa es que yo no estuve contigo. ¿De qué sirve explicar nada? No estaba contigo. Eso
es todo. Ni con ella. Ni con él. No estaba con nadie; porque el recién nacido no me dejó ninguna señal de recuerdo.”

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19-H El hombre recorrió un largo tramo río arriba.

20-H En la cabeza le rebotaban burbujas de sangre. “Creí que el primero iba a despertar a los demás con su estertor, por
eso me di prisa”. “Discúlpenme la apuración”, les dijo. Y después sintió que el gorgoreo aquel era igual al ronquido de
la gente dormida; por eso se puso tan en calma cuando salió a la noche de afuera, al frío de aquella noche nublada.

21-B/H Parecía venir huyendo. Traía una porción de lodo en las zancas, que ya ni se sabía cuál era el color de sus panta
lones.
Lo vi desde que se zambulló en el río. Apechugó el cuerpo y luego se dejó ir corriente abajo, sin manotear, como si ca
minara pisando en el fondo. Después rebasó la orilla y puso sus trapos a secar. Lo vi que temblaba de frío. Hacía aire y
estaba nublado.
Me estuve asomando desde el boquete de la cerca donde me tenía el patrón al encargo de sus borregos. Volvía y miraba a
aquel hombre sin que él se maliciara que alguien lo estaba espiando.
Se apalancó en sus brazos y se estuvo estirando y aflojando su humanidad, dejando orear el cuerpo para que se secara.
Luego se enjaretó la camisa y los pantalones agujerados. Vi que no traía machete ni ningún arma. Sólo la pura funda que
le colgaba de la cintura, huérfana.
Miró y remiró para todos lados y se fue. Y ya iba yo a enderezare para arriar mis borregos, cuando lo vi volver con la
misma traza de desorientado.
Se metió otra vez al río, en el brazo de en medio, de regreso.
“¿Qué trairá este hombre?”, me pregunté.
Y nada. Se echó de vuelta al río y la corriente se soltó zangoloteándolo como un reguilete, y hasta por poco y se ahog
a. Dio muchos manotazos y por fin no pudo pasar y salió allá abajo, echando buches de agua hasta desentriparse.
Volvió a hacer la operación de secarse en pelota y luego arrendó río arriba por el rumbo de donde había venido.

22-B/L Que me lo dieran ahorita. De saber lo que había hecho lo hubiera apachurrado a pedradas y ni siquiera me entraría
el remordimiento.
Ya lo decía yo que era un juilón. Con sólo verle la cara. Pero no soy adivino, señor licenciado. Sólo soy un cuidador
de borregos y hasta si usted quiere algo miedoso cuando da la ocasión. Aunque, como usted dice, lo pude muy bien agarrar
desprevenido y una pedrada bien dada en la cabeza lo hubiera dejado allí tieso. Usted ni quien se lo quite que tiene la
razón.
Eso que me cuenta de todas las muertes que debía y que acababa de efectuar, no me lo perdono. Me gusta matar matones,
créame usted. No es la costumbre; pero se ha de sentir sabroso ayudarle a Dios a acabar con esos hijos del mal.

23-B/H La cosa es que no todo quedó allí. Lo vi venir de nueva cuenta al día siguiente. Pero yo todavía no sabía nada. ¡
De haberlo sabido!
Lo vi venir más flaco que el día antes, con los huesos afuerita del pellejo, con la camisa rasgada. No creí que fuera
él, así estaba de desconocido.
Lo conocí por el arrastre de sus ojos: medio duros, como que lastimaban. Lo vi beber agua y luego hacer buches como qu
ien está enjuagándose la boca; pero lo que pasaba era que se había tragado un buen puño de ajolotes, porque el charco do
nde se puso a sorber era bajito y estaba plagado de ajolotes. Debía de tener hambre.
Le vi los ojos, que eran dos agujeros oscuros como de cueva. Se me arrimó y me dijo: “¿Son tuyas esas borregas?” Y yo
le dije que no. “Son de quien las parió”, eso le dije.
No le hizo gracia la cosa. Ni siquiera peló el diente. Se pegó a la más hobachona de mis borregas y con sus manos como
tenazas le agarró las patas y le sorbió el pezón. Hasta acá se oían los balidos del animal; pero é no la soltaba, seguía
chupe y chupe hasta que se hastió de mamar. Con decirle que tuve que echarle criolina en las ubres para que se le desinf
lamaran y no se le fueran a infestar los mordiscos que el hombre les había dado.

24-B/L ¿Dice usted que mató a toditita la familia de los Urquidi? De haberlo sabido lo atajo a puros leñazos.
Pero uno es ignorante. Uno vive remontado en el cerro, sin más trato que los borregos, y los borregos no saben de chis
mes.

25-B/H Y al otro día se volvió a aparecer. Al llegar yo, llegó él. Y hasta entramos en amistad.
Me contó que no era de por aquí, que era de un lugar muy lejos; pero que no podía andar ya porque le fallaban las pier
nas: “Camino y camino y no ando nada. Se me doblan las piernas de la debilidad. Y mi tierra está lejos, más allá de aque
llos cerros.” Me contó que se había pasado dos días sin comer más que puros yerbajos. Eso me dijo.

26-B/L ¿Dice usted que ni piedd le entró cuando mató a los familiares de los Urquidi? De haberlo sabido se habría quedad
o en juicio y con la boca abierta mientras estaba bebiéndose la leche de mis borregas.

27-B/H Pero no parecía malo. Me contaba de su mujer y de sus chamacos. Y de lo lejos que estaban de él. Se sorbía los mo
cos al acordarse de ellos.
Y estaba reflaco, como trasijado. Todavía ayer se comió un pedazo de animal que se había muerto del relámpago. Parte a
maneció comida de seguro por las hormigas arrieras y la parte que quedó él la tatemó en las brasas que yo prendía para c
alentarme las tortillas y le dio fin. Ruñó los huesos hasta dejarlos pelones.
“El animalito murió de enfermedad”, le dije yo.
Pero como si ni me oyera. Se lo tragó enterito. Tenía hambre.

28-B/L Pero dice usted que acabó con la vida de esa gente. De haberlo sabido. Lo que es ser ignorante y confiado. Yo no
soy más que borreguero y de ahi en más no sé nada. ¡Con decirle que se comía mis mismas tortillas y que las embarraba en
mi mismo plato!
¿De modo que ora que vengo a decirle lo que sé, yo salgo encubridor? Pos ora sí. ¿Y dice usted que me va a meter en la
cárcel por esconder a ese individuo? Ni que yo fuera el que mató a la familia esa. Yo sólo vengo a decirle que allí en u
n charco del río está un difunto. Y usted me alega que desde cuándo y cómo es y de qué modo es ese difunto. Y ora que yo
se lo digo, salgo encubridor. Pos ora sí.
Créame usted, señor licenciado, que de haber sabido quién era aquel hombre no me hubiera faltdo el modo de hacerlo per
dedizo. ¿Pero yo qué sabía? Yo no soy adivino.

29-B/H El sólo me pedía de comer y me platicaba de sus muchachos, chorreando lágrimas.


Y ahora se ha muerto. Yo creí que haba puesto a secar sus trapos entre las piedras del río; pero era él, enterito, el
que estaba allí boca abajo, con la cara metida en el agua. Primero creí que se había doblado al empinarse sobre el río y
no había podido ya enderezar la cabeza y que luego se había puesto a resollar agua, hasta que le vi la sangre coagulada
que le salía por la boca y la nuca repleta de agujeros como si lo hubieran taladrado.

30-B/L Yo no voy a averiguar eso. Sólo vengo a decirle lo que pasó, sin quitar ni poner nada. Soy borreguero y no sé de
otras cosas.

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Los treinta momentos del texto, según su pertenencia a las secuencias, se muestran en el esquema siguiente:

S1: El asesinato
2-H: El hombre rumbo a casa de los Urquidi
4-H: El hombre rumbo a casa de los Urquidi
6-H: El hombre llega a casa de los Urquidi
8-H: El hombre huyendo, abandona el machete asesino
9-H: El hombre inicia el asesinato de la familia Urquidi
11-H: El hombre huyendo
13-H: El hombre huyendo
15-H: El hombre huyendo
17-H: El hombre huyendo
19-H: El hombre huyendo
20-H: El hombre concluye el asesinato de la familia Urquidi

S2: La persecución
1- P: El perseguidor, el señor Urquidi, busca al hombre
3-P: El perseguidor busca al hombre
5-P: El perseguidor busca al hombre
7-P: El perseguidor calcula la hora del asesinato
10-P: El perseguidor busca al hombre
12-P: El perseguidor busca al hombre
14-P: El perseguidor asesinó al hermano del hombre
16-P: El perseguidor se sienta a esperar al hombre
18-P: El perseguidor se sienta a esperar al hombre

S3: La denuncia
21-B/H: El borreguero da información sobre el hombre
22-B/L: Soliloquio del borreguero con el licenciado
23-B/H: El borreguero da información sobre el hombre
24-B/L: Soliloquio del borreguero con el licenciado
25-B/H: El borreguero da información sobre el hombre
26-B/L: Soliloquio del borreguero con el licenciado
27-B/H: El borreguero da información sobre el hombre
28-B/L: El borreguero denuncia la muerte del hombre
29-B/H: El borreguero cuenta cómo encontró el cadáver del hombre
30-B/L: El borreguero se deslinda de toda responsabilidad

Segunda categoría funcional: las funciones


Según Barthes, la función es una unidad de sentido, “la función es, evidentemente, desde el punto de vista lingüístico,
una unidad de contenido: es ‘lo que quiere decir’ un enunciado lo que lo constituye en unidad formal y no la forma en qu
e está dicho”.[6] Las funciones presentan los contenidos de la realidad.
Las funciones comprenden dos grandes clases de unidades: funciones distribucionales y funciones integradoras. Las
primeras pueden ser funciones cardinales también llamadas núcleos, correspondientes a los nudos de relato, y funciones c
atálisis. Las funciones integradoras se dividen en funciones indicios y funciones información.
En El hombre, cada secuencia comprende las funciones núcleos que abren, continúan y cierran el proceso necesario p
ara que la historia continúe. A saber:

S1: El asesinato: F1= Fechoría por cometer: Matar a la familia Urquidi como venganza

F2 = Fechoría: El hombre va a la casa de los Urquidi para matarlos


F3 = Fechoría cometida: Asesina a la familia Urquidi, menos al padre

S2: La persecución: F1 = Fechoría por cometer: Matar al hombre como venganza


F2 = Fechoría: El señor Urquidi persigue al hombre
F3 = Fechoría cometida: Mata al hombre disparándole a la cabeza
S3: La denuncia: F1 = Hecho por vivir: Ser testigo de un asesinato
F2 = Proceso de vida: El borreguero conoce al hombre que será asesinado
F3 = Resultado vivido: Avisa de la muerte del hombre a la autoridad

Enclave de las secuencias:

S1: El asesinato: F1
F2
F3 à S2: La persecución: F1
F2 à S3: La denuncia: F1
F3 F2
F3
Las funciones catálisis son aquéllas de naturaleza complementaria que llenan los espacios de historia entre cada u
na de las funciones núcleo. Señalaremos solamente las funciones catálisis de la secuencia primera.

S1: El asesinato : Funciones catálisis


- El hombre va a buscar venganza por la muerte de su hermano.
- Llega a la casa mientras duermen.
- Mata a toda la familia por no poder distinguir al asesino de su hermano.
- Los mata con un machete que luego abandona.
- Huye al monte.

Las funciones indicios remiten a un carácter, a un sentimiento o a una filosofía. Las más importantes del relato son:

- “Igual que lo que yo hice con su hermano…”

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Significado: La venganza es el medio de hacerse justicia.

- “No debí matarlos a todos; me hubiera conformado con el que tenía que matar; pero estaba oscuro y los bultos eran igu
ales…Después de todo, así de a muchos les costará menos el entierro.”
Significado: El remordimiento del hombre no es sincero y revela su falta de principios morales.
- “Llegaré adonde quieres llegar antes que tú estés allí –dijo el que iba detrás de él.”
Significado: El hombre no conoce bien el terreno, a diferencia de su perseguidor.
- “Se persignó hasta tres veces. “Discúlpenme”, les dijo. Y comenzó su tarea.”
- “Me gusta matar matones, créame usted. No es la costumbre; pero se ha de sentir sabroso ayudarle a Dios a acabar con
esos hijos del mal.”
Significado: Tanto el hombre como el borreguero dan cuenta de un concepto equivocado de la religión, que bien podríamos
llamar fanatismo religioso.

- “¿De modo que ora que vengo a decirle lo que sé, yo salgo encubridor?”
Significado: Cuestionamiento a la justicia de las autoridades.

A través de las funciones información se sitúa al lector en el tiempo y en el espacio. Mediante ellas, en este relato
nos enteramos de que:
1. El hombre es un ser repulsivo. El hombre no vive en el mismo lugar que la familia asesinada. Se llama José Alcancía.
n Los pies del hombre dejan una huella “como si fuera la pezuña de algún animal…”
n El hombre “mascó un gargajo mugroso y lo arrojó a la tierra con coraje”
n El perseguidor dice: “Te esperé un mes […] sabiendo que llegarías a rastras como una mala víbora”
n El hombre “se había tragado un buen puño de ajolotes…”
n El hombre “se pegó a la más hobachona de mis borregas y con sus manos como tenazas le agarró las patas y le sorbió
el pezón”
n El hombre dice al borreguero: “Y mi tierra está lejos, más allá de aquellos cerros”
n Se llama José Alcancía, así lo nombra el perseguidor

2. El asesinato de la familia Urquidi ocurrió en una madrugada oscura.


n “Debió llegar a eso de la una, cuando el sueño es más pesado…”
n “Sólo el puro cielo, cenizo, medio quemado por la nublazón de la noche.”
n “La madrugada estaba gris, llena de aire frío”

3. El lugar de la acción es en el campo, cerca del monte en donde la vegetación es abrupta, a dos días de camino del río
.
n “La vereda subía, entre yerbas, llena de espinas y malas mujeres…”
n “Subió por aquí, rastrillando el monte…”
n Ya en el río, con el borreguero: “Me contó que se había pasado dos días sin comer más que puros yerbajos.”

Tercera categoría funcional: las acciones


Las acciones nos muestran qué hace el relato con la realidad, la lógica que maneja esas acciones y la naturaleza de los
actantes que las realizan.
Los actores de este relato son:
El hombre, José Alcancía
El perseguidor, el señor Urquidi
La familia Urquidi
El borreguero
El licenciado
El río
El papel actancial es el tipo de vinculación que relaciona los actores en las acciones: de deseo, de comunicación,
de participación. Los actores según los papeles actanciales que desarrollan en cada secuencia del relato son:

S1: El asesinato = Fuente – El hombre vs Destinatario – La familia Urquidi


Sujeto – El hombre vs Objeto – El asesinato por venganza
Ayudante – La ausencia del señor Urquidi
vs Opositor* – La ausencia del señor Urquidi

* La misma acción es Ayudante y Opositor. Gracias a la ausencia del señor Urquidi el hombre pudo matar a la familia. Y O
positor porque la misma ausencia del señor Urquidi hace que el Sujeto (el hombre) fracase en su Objeto de asesinarlo po
r venganza. Además, con ello se propicia el inicio de la segunda secuencia: la persecución.
S2: La persecución = Fuente – El perseguidor vs Destinatario – El hombre
Sujeto – El perseguidor vs Objeto – El asesinato por venganza
Ayudante – El río que se encajona

S3: La denuncia = Fuente – El borreguero vs Destinatario – El licenciado


Sujeto – El borreguero vs Objeto – La denuncia de un asesinato

Esquema de las acciones:


S1: El asesinato por à S2: El asesinato por à S3: La denuncia
deseo de venganza deseo de venganza ¿Deseo de justicia?

Lógica de las acciones:


S1: Crimen – huida à S2: Crimen – huida à S3: Denuncia – ¿justicia?

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Nivel retórico o pragmático

En este nivel se analizan los elementos formales concretos a través de los cuales nos llega el relato. Dentro de la prax
is retórica se distinguen tres categorías: el tiempo, la visión o el aspecto, y el modo.

Tiempo: Remite a la relación entre dos líneas temporales: la del discurso de la ficción y la del universo ficticio.

La duración
Asesinato de la familia Urquidi – una noche
Persecución – seis días, aproximadamente
Contacto del hombre con el borreguero – cuatro días
Denuncia – un día
Duración total del UNIVERSO de la ficción: Una semana, aproximadamente
Tiempo de lectura del texto, es decir, tiempo del DISCURSO de la ficción: diez minutos, aproximadamente.

El orden del tiempo


S1 y S2 – Tiempo retrospectivo – tres días
S3 – Tiempo retrospectivo – cuatro días
S3 – Tiempo actual – el día de la denuncia
El manejo del tiempo es sumamente interesante en este relato. Nos remite a un universo que en tan sólo una semana
puede generar y resolver una dinámica tan compleja como la que se presenta en el cuento. Dos series consecutivas de veng
anza en las cuales hay tres momentos que nos actualizan en tiempo y forma las acciones decisivas del relato: el asesinat
o del hermano de José Alcancía (10-P) y el asesinato de la familia Urquidi (9-H y 20-H). Estos dos últimos momentos de m
ayor importancia en términos del tiempo, ya que la acción está en tiempo presente y el lector es testigo del asesinato d
e los tres miembros de la familia Urquidi.
Y este Universo que comprende aproximadamente una semana (al igual que el tiempo de la Creación del mundo) el lect
or puede hacerlo suyo en tan solo diez minutos de lectura.
Visión o aspecto
A los diferentes tipos de percepción reconocibles en el relato, Todorov los llama ASPECTOS del relato. Adspectum: mirar,
del supino del verbo adspecere: mirar.
Los hechos narrados en el relato literario están contados desde un punto de vista determinado que adopta el creado
r o que éste pone en boca de alguno de los actantes-actores que integran la relación.
S1: Narrador ominisciente en tercera persona = visión por detrás
Once momentos de monólogo interior
S2: Narrador omnisciente en tercera persona = visión por detrás
Predominio de monólogo exterior en nueve momentos del relato

S3: Narrador equiescente en primera persona = visión con


Estilo directo, como soliloquio, en diez momentos del relato
No obstante la presencia de varios actores, el texto es un relato de silencios. El predominio ya sea del monólogo
interior o exterior como del soliloquio, hacen del texto una construcción silenciosa que habla por sus “rendijas”. Y el
tópico del silencio se acentúa más todavía por la ausencia de voz en el actor último del texto: el licenciado que nunca
habla.
Modos
Los modos establecen el grado de exactitud con el cual el discurso evoca su referente.

Lenguaje
S1: Lenguaje culto y cuidadoso del narrador
S2: Lenguaje culto y cuidadoso del narrador
S3: Lenguaje coloquial del borreguero
El lenguaje abunda en sustantivos. La adjetivación se logra con modificadores indirectos. Hay solamente dos adjeti
vos calificativos por cada diez sustantivos presentes en el texto, lo que demuestra un trabajo muy cuidadoso con el leng
uaje en términos de precisión de contenidos y de significación léxico-semántica.
Recursos estilísticos
Aliteración: Ret. Figura que, mediante la repetición de fonemas, sobre todo consonánticos, contribuye a la estructura o
expresividad del verso: “Mascó un gargajo mugroso y lo arrojó a la tierra con coraje”.
Conduplicación: Ret. Figura que se produce repitiendo al principio de una cláusula o miembro del período la última palab
ra del miembro o cláusula inmediatamente anterior: “Se conoce que lo arrastraba el ansia. Y el ansia deja huellas siempr
e.”
Reduplicación: Ret. Figura que consiste en repetir consecutivamente un mismo vocablo en una cláusula o miembro del perío
do: “Ahora entiendo. Ahora entiendo por qué se me marchitaron las flores…”
Apóstrofe: Ret. Figura que consiste en dirigir la palabra con vehemencia en segunda persona a una o varias, presentes o
ausentes, vivas o muertas, a seres abstractos o a cosas inanimadas, o en dirigírsela a sí mismo en iguales términos: “Hi
jo –dijo el que estaba sentado esperando-: no tiene caso que te diga que el que te mató está muerto desde ahora.”
Interrogación: Ret. Figura que consiste en interrogar, no para manifestar duda o pedir respuesta, sino para expresar ind
irectamente la afirmación, o dar más vigor y eficacia a lo que se dice: “Por qué habría dicho aquello?”; “¿Acaso ganaré
algo con eso? […] ¿De qué sirve explicar nada?”
Imagen: Ret. Representación viva y eficaz de una intuición o visión poética por medio del lenguaje: “…dejando una huella
sin forma, como sif uera la pezuña de algún animal”
Sinestesia: Ret. Tropo que consiste en unir dos imágenes o sensaciones procedentes de diferentes dominios sensoriales. P
.ej: Soledad sonora. Verde chillón: “Ni una gota de aire…”
Sinécdoque: Ret. Tropo que consiste en extender, restringir o alterar de algún modo la significación de las palabras, pa
ra designar un todo con el nombre de una de sus partes, o viceversa; un género con el de una especie, o al contrario; un
a cosa con el de la materia de que está formada, etc.: “Los pies siguieron la vereda…”
Metáfora: Ret. Tropo que consiste en trasladar el sentido recto de las voces a otro figurado, en virtud de una comparaci
ón tácita: “Tengo mi corazón que resbala y da vueltas en su propia sangre”

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Recursos tipográficos
- Letra redonda cuando habla el narrador.
- Letra redonda entrecomillada si hay monólogo exterior o diálogo directo.
- Letra cursiva entrecomillada cuando hay monólogo interior.

Nivel semántico

El aspecto semántico del relato es lo que el relato representa y evoca, los contenidos más o menos concretos que aporta.
Los aspectos semánticos del texto se refieren al carácter simbólico, referencial y pragmático y, con todo ello, a la vis
ión que la obra sustenta. Los podemos ver desde tres perspectivas interrelacionadas entre sí: la simbólica, la social y
la dialéctica.[7]
Lo simbólico
En el relato existe una serie de símbolos que, a la vez, puede actuar simbólicamente por el carácter connotativo del tex
to literario.
1. El hombre
l Es la personificación de la crueldad y el remordimiento.
l Aunque es un ser desalmado que no dudó en matar toda una familia en venganza, no logra evadirse de los remordimien
tos. En tres ocasiones repite: “No debí matarlos a todos…”, además de la constante retrospección al hecho y autoju
stificación.
l A pesar de estar en igualdad de condiciones (ambos asesinos) con el señor Urquidi, el hombre se nos presenta como
un ser degradado por el hecho de haber cometido el asesinato con alevosía y ventaja sobre seres inocentes. El seño
r Urquidi cuenta haber matado al hermano del hombre “cara a cara […] frente a él y frente a ti y tú nomás llorabas
y temblabas de miedo.”
l El perseguidor nos dice el nombre del hombre, José Alcancía, pero se menciona sólo una vez y nunca se le denomina
por su nombre, como signo de falta de identidad.
2. El señor Urquidi
l El perseguidor. También asesino y en primer término ya que, según nos informa el relato, él mató en primera instan
cia al hermano del hombre.
l Para vengar a su familia pretende hacer justicia por su propia mano, aunque no del todo convencido de que valdrá l
a pena hacerlo:
“Hijo –dijo el que estaba sentado esperando: no tiene caso que te diga que el que te mató está muerto desde ahora. ¿Acas
o ganaré algo con eso? La cosa es que no estuve contigo. ¿De qué sirve explicar nada? No estaba contigo. Eso es todo. Ni
con ella. Ni con él.”
l Sin embargo, no recurre a la justicia legal y realiza la venganza por mano propia.

3. El borreguero
l Es el testigo que no quiere comprometerse.
l El hecho de que su oficio sea precisamente el de borreguero tiene como connotación una actitud endeble que siempre
va a donde la mayoría; “la borregada”, manipulada por una instancia mayor que impone una idea y que la mayoría no
duda en acoger:
“Sólo soy un cuidador de borregos”;
“Pero uno es ignorante. Uno vive remontado en el cerro, sin más trato que los borregos, y los borregos no s
aben de chismes.”;
“Lo que es ser ignorante y confiado. Yo no soy más que borreguero y de ahi en más no sé nada”;
“Sólo vengo a decirle lo que pasó, sin quitar ni poner nada. Soy borreguero y no sé de otras cosas.”
l Aprueba la idea de la venganza, de la ejecución por mano propia:
“De saber lo que había hecho lo hubiera apachurrado a pedradas y ni siquiera me entraría el remordimiento.”
;
“me gusta matar matones, créame usted”;
“De haberlo sabido lo atajo a puros leñazos.”
l Pero la idea de aprobar la venganza constrasta visiblemente con su cobardía porque, al mismo tiempo que presume de
tener capacidad de matar a una persona, se reconoce como miedoso: “y hasta si usted quiere algo miedoso cuando da
la ocasión.”
4. El licenciado
l Permanece en silencio durante todo el relato.
l Nos enteramos de su presencia en el relato por medio del borreguero.
l Es el símbolo de la autoridad legal que permanece en silencio frente a esa realidad: la otra justicia que se ejerc
e en el pueblo.
Lo social
El relato El hombre nos presenta el concepto que se tiene en el medio rural acerca de la justicia. Además de la falta de
principios morales –venganzas encadenadas y fanatismo religioso- critica la justicia de las autoridades que tratan de in
culpar al denunciante para solucionar más fácilmente el caso y cerrarlo.
La sociedad vive una realidad de barbarie en donde lo agresivo de la naturaleza se pone en juego con la violencia soc
ial. Sin embargo, no es sólo un texto que se podría inscribir en la trayectoria hispanoamericana del cuento y la novela
“de la tierra” o “telúrica”, sino que en este cuento se retrata una realidad palpable que, en la dinámica histórica del
México de los años cincuenta, se podía comprobar.
Otro aspecto interesante desde el punto de vista social es la doble calificación que el texto propicia para los asesi
nos: uno es el hombre, José Alcancía, repulsivo, digno de ser ejecutado y perseguido hasta la muerte. El otro, el señor
Urquidi, que aun siendo el primer asesino y el generador de la dinámica de violencia del cuento, tiene el “apoyo” del na
rrador y se le presenta como el padre que “con justicia” ejecutará la venganza de familia asesinada. Y las autoridades s
e mantienen -y el texto las relega- al margen de toda ejecución.

Lo dialéctico
En este apartado se intenta interpretar la cosmovisión del escritor, bajo la propia visión del mundo del lector.
El cuento El hombre pretende que el lector entre en contacto con la realidad rural que muchas comunidades viven, toda
vía, hoy en día: individuos y familias enteras envueltos en círculos de venganzas ante la pasividad o incapacidad de las
autoridades para la impartición de la justicia legal. Comunidades que, en ese sentido, se mantienen al margen de todo pr

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ogreso y conservan su primitivismo en términos de relaciones sociales.
Hay una fuerte crítica a las autoridades. En el relato no tienen voz y, paradójicamente, sabemos de su presencia por
la voz de un humilde denunciante, que además goza de baja estima social: el borreguero quien “presta su voz” al licencia
do, representante de la autoridad legal. Este aspecto es de suma importancia para la dialéctica del cuento. La técnica t
radicional narrativa del siglo XIX, en la que la clase oprimida y los sectores sociales de más bajo nivel no tenían voz
en el relato, se revierte en este texto.
Si bien otros cuentos de Rulfo habían mostrado ya la audacia del escritor al dejar que los personajes del medio rural
, los campesinos y los desposeídos hablaran y se expresaran con su propio lenguaje, en este texto se llega al límite pue
s no sólo es el borreguero que habla como tal, sino que éste le presta su voz a la autoridad.
En Nos han dado la tierra tenemos el caso de campesinos que no tienen la posibilidad de expresar su inconformidad ant
e las autoridades que los despojan de sus tierras. Ahora tenemos a una autoridad en silencio, incapacitada para hablar p
or el texto mismo, como reflejo de su ineficiencia y del poco valor que la comunidad confería a su autoridad para resolv
er conflictos trascendentales, como lo eran las venganzas familiares.
La única voz que se oye directamente es la voz del borreguero, la voz de la DENUNCIA. En todos los otros momentos del
texto, el narrador –y un narrador con “visión por detrás” que sabe más que los personajes- es intermediario del pensamie
nto y de la palabra tanto del hombre como del perseguidor. Con ello podríamos extender el significado a todo el texto: e
s un texto de DENUNCIA.

Bibliografía citada
Barthes, Roland, “Introducción al análisis estructural de los relatos”, en Roland Barthes, A.J. Greimas, Umberto E
co, et. al., Análisis estructural del relato, 8a. ed., trad. Beatriz Dorriots. Premiá Editora, México, 1991.
Montes de Oca, Francisco. Teoría y técnica de la literatura. Porrúa, México, 1983.
Romera Castillo, José. El comentario semiótico de textos. Col. Temas, núm. 10, Madrid, 1980.
Rulfo, Juan, “El hombre”, en Juan Rulfo. Toda la obra, Claude Fell (coord.). UNESCO, Madrid, 1992, (Col. Archivos,
17).

[1] José Romera Castillo. El comentario semiótico de textos, Madrid, 1980, p. 56.
[2] Idem.
[3] Idem.
[4] Ibid., p. 57.
[5] Juan Rulfo, "El hombre", en Juan Rulfo. Toda la obra, Claude Fell (coord.). UNESCO, Madrid, 1992, (Col. Archivos, 17).
[6] Roland Barthes, “Introducción al análisis estructural de los relatos”, en Roland Barthes, A.J. Greimas, Umberto Eco, et. al., Análisis estructural del relato, 8a. ed., trad. Bea
triz Dorriots. Premiá Editora, México, 1991, p. 13.
[7] Cf. José Romera Castillo, op. cit., p. 84.

Sincronía Primavera 2002


Sincronía Pagina Principal

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