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Isak Dinesen
1. El cine testimonio
El cine de los ochenta habría de hacerse cargo de esta exigencia. A partir de 1983, la
posibilidad de filmar “en democracia” permitió al cine argentino delinear una problemática
y una estética propia cuya principal característica -como no han dejado de señalar los
críticos que se han abocado al tema 1 - está dada por el compromiso con la historia reciente:
el estado de sitio, las violaciones a los derechos humanos, la “desaparición” de personas, la
represión, la censura, el exilio,...
El cine argentino de los años ochenta es por definición un cine político. Pero se trata de un
cine político que tras su aparente compromiso, no deja de provocar una cierta inquietud,
cuando no un abierto rechazo. Realizado en la urgencia del momento sin llegar a ser un
cine-urgente, persiguiendo la denuncia pero sin deslindar responsabilidades,
constituyéndose tanto en proyecto político como en fórmula comercial, pareciera cosechar
hoy tantos detractores como admiradores tuvo en otro momento, tantas críticas desde los
espacios cinéfilos y académicos como espectadores recauda cada vez que alguna de estas
viejas películas es proyectada por televisión2 .
Como afirma Gustavo Castagna -evidentemente entre los primeros- “el problema del cine
político en Argentina no tiene relación con el cine militante sino con la instalación de un
discurso de clase media, siempre dispuesto a atemperar el conflicto para transformarlo en
una página periodística sin riesgos con el fin de tranquilizar las buenas conciencias...” 3 . El
comentario de Castagna es acertado. Sin embargo cabría hacer algunas consideraciones en
defensa de esta pobre cinematografía bien intencionada.
En primer lugar, es necesario reconocer que, dentro del cine de ficción con trasfondo
histórico-político, la triviliazación y mercantilización del sufrimiento, el oportunismo
comercial y la intervención de intereses políticos, parecieran ser, hoy por hoy, más la
norma que la excepción, no sólo en Argentina.
1
King 1990, Foster 1992, Couselo 1992, España 1994.
2
Al proyectarse en televisión La noche de los lápices, concentró 4.000.000 de espectadores.
3
Gustavo Castagna, “Militantes de los 90” en Revista El amante, nº 59, enero de 1997.
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Changing Reels: Latin American Cinema against the odds
Por otro lado, si existe una continuidad para el proyecto del Nuevo Cine Latinoamericano,
quizás haya que comenzar buscándola en estas producciones y no contra ellas. Tal vez se
descubra con sorpresa que sólo están haciéndose eco de la demanda de Gabriel García
Márquez por películas que no sólo ganaran festivales sino que también fueran capaces de
generar una audiencia 4 . En este sentido, si bien es verdad que el discurso dominante en
esta cinematografía, es en gran medida un discurso apologético de la clase media, también
lo es que -e incluso por este motivo- las películas producidas alcanzaron una difusión
insospechada en relación a producciones más combativas o de un mayor compromiso
político. Como también es verdad que, aún con sus múltiples carencias, se trató y se trata
de un cine necesario. Que La Historia Oficial intenta justificar la ignorancia por parte de la
clase media es tan cierto como que por primera vez pone en la pantalla -aún con todas sus
deficiencias, insisto- el tema de los hijos de personas desaparecidas. Lo mismo podría
decirse de la mayor parte de los filmes producidos en los primeros años de democracia: La
noche de los lápices, Contar hasta diez, Sofía, En retirada, Los chicos de la guerra, entre
tantas otras películas, pueden en efecto servir para tranquilizar las conciencias de la clase
media asegurándoles que lo que sucedió, sucedió sin su participación o su responsabilidad,
pero a la vez exigen de esta misma audiencia que admitan que el horror ha tenido lugar.
Esta necesidad, creo, justifica a los filmes en cuestión. Es cierto que esta misma necesidad
lleva a un cine esquemático, de oposiciones maniqueas y respuestas fáciles a situaciones
que en los hechos resultan mucho más complejas. Pero es, probablemente, el único cine
posible en ese momento: un cine apresurado que no pretende analizar, explicar, entender,
sino solamente “contar”, poner las heridas de la Historia en una historia. Y es que el
principal propósito del cine de estos primeros años de democracia es tan sólo dar
testimonio de lo sucedido. Cine-testimonio, en el estricto sentido de la palabra: que se
presenta a sí mismo como “testimonio”, a la vez que demanda al espectador que asuma su
lugar como testigo, dando él también “testimonio” -con su presencia frente a la pantalla-
de los hechos que ocurrieron en el país durante la dictadura 5 .
El cine que hemos esquemáticamente descripto tiene una fuerte relación, como no podría
ser de otra manera, con el momento histórico de su producción. Como hemos insinuado, el
inicio de los ochenta significó en Argentina el auge del optimismo democrático. De pronto,
tras siete años de dictadura parecía que con la democracia todo era posible. Alfonsín lo
anunciaba durante los discursos de la campaña que finalmente lo llevaría a la presidencia:
“...con la democracia no sólo se vota, con la democracia se come, se cura y se educa”. Con
la democracia se podía, fundamentalmente, acabar con el terror, obtener justicia, dar a los
familiares y a la sociedad en general una explicación, acaso un lugar donde llorar a los
muertos. Una de las primeras acciones de gobierno fue la derogación de la llamada ley de
autoamnistía -sancionada por la dictadura como salvoconducto para resguardarse de
posibles causas por los abusos cometidos- y el procesamiento a militares que habían
participado en las acciones represivas. Casi inmediatamente, se creó la Comisión Nacional
4
Gabriel García Márquez, citado en John King, Magical Reels, pag. 74.
5
En otro trabajo he desarrollado cómo el cine de los primeros años postdictadura, construye esta posición
de testigo para el espectador a través de determinadas estrategias enunciativas y de representación,. Ver,
Triquell, Ximena, Entre el saber y el no saber, trabajo presentado en el IV Congreso de la Asociación
Internacional de Semiótica Visual, Sao Paulo, agosto 1996.
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A los primeros años de fervor democrático habría de seguir la crisis, en todos los sentidos:
crisis económica, institucional, política, social. Ante la presión de las Fuerzas Armadas,
Alfonsín promulgó en diciembre de 1986 la ley de Punto Final, por la cual se establecía un
plazo para la finalización de los procesos a militares, produciéndose de lo contrario la
caducidad de la causa. Sin embargo, esta ley no fue suficiente para aplacar la tensión en los
cuarteles, la que desembocó en diversas sublevaciones militares. Poco después de éstas,
una segunda disposición, la ley de Obediencia Debida (junio 1987), libraba de
responsabilidad a todos aquellos que hubieran actuado obedeciendo órdenes. A las crisis
militares hay que sumar las sucesivas crisis económicas, las que, con un proceso
hiperinflacionario que llegó a alcanzar el 196 % mensual, fueron seguidas de asaltos y
saqueos a supermercados.
En este conflictivo contexto, Alfonsín decidió anticipar las elecciones y finalmente entregó
el poder al presidente electo, Carlos Menem, el 8 de julio de 1989. El traspaso del mando
significaría un cambio fundamental en la historia política argentina. Apenas asumió,
Menem rompió con el peronismo “clásico” y con muchas de las propuestas hechas durante
su campaña. Con rápida aprobación del Congreso se sancionaron las leyes de Emergencia
Económica y de Reforma del Estado, que le otorgaron facultades extraordinarias y
permitieron poner en marcha un feroz proceso de privatizaciones de las empresas estatales
(teléfono, gas, luz, aerolíneas, ferrocarriles, subterráneos, etc.). El objetivo de las
privatizaciones fue reducir el déficit fiscal, pagar los compromisos de la deuda externa y
asegurar el ingreso de capitales extranjeros y el asentamiento en el país de empresas
multinacionales. Bajo el argumento de pacificación nacional, Menem resolvió por decreto
indultar entre otros (militares sublevados y jefes de agrupaciones terroristas) a los
máximos responsables de la dictadura, los únicos que aún permanecían detenidos.
Resulta evidente que en este contexto no hay ya espacio para un proyecto cinematográfico
como el que caracterizara los primeros años de democracia. Ante la integración del país al
capitalismo global, ya no cabe un proyecto de cine nacional. Ante el liberalismo
económico, ya no cabe un sistema de financiamiento estatal. Finalmente, ante la
impunidad, ya no cabe el testimonio o la denuncia. La Argentina de los años noventa abría
de ser una Argentina completamente diferente de la de la década anterior. Su cine,
también.
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Con escaso apoyo estatal y sin mecanismos de protección contra el caudal de producciones
provenientes de Hollywood 7 , la producción cinematográfica nacional disminuyó
notablemente. Los noventa se inician con la producción de tan sólo 9 filmes. Según cifras
de la Cinemateca Argentina en el periodo 1984-89 se habían producido 154 películas; en
los cinco años que van de 1990 a 1995 se registran sólo 64.
Otra alternativa frente al escaso apoyo estatal son las producciones por sistema de
cooperativas, las que comienzan a cobrar importancia a partir de finales de los ochenta.
Estas entran a veces también en sistemas de coproducción, gestándose así un sistema mixto
de resultados tan dispares como el anteriormente mencionado.
Pero, el efecto de las políticas neoliberales se deja sentir no sólo a nivel de los mecanismos
de producción. La necesidad constante de competir con las producciones de Hollywood y
las nuevas condiciones políticas, llevan a una modificación importante en relación a los
géneros cinematográficos predominantes. Así, si la década de los 80 puede definirse por el
interés en los géneros documentales, ya sea en el sentido estricto de cine documental o
como cine testimonial o político; en los 90 priman las comedias dramáticas, las biografías
heroizadas (género extensamente explotado en los orígenes del cine argentino) y las
películas de amor.
7
Un viejo problema del cine nacional son las cuotas de pantalla que nunca se respetan.
8
Alberto Ciria, Más allá de la pantalla: cine argentino, historia y política , Ed. de La Flor, 1995. pag.
196.
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Adolfo Aristarain, Lita Stantic y Jeanine Meerapfel 9 con los filmes Un lugar en el mundo
(1991, estrenada 1992), Un muro de silencio (1992, estrenada 1993) y Amigomío (1993,
estrenada 1994) dibujan esa grieta por la que, en la homogénea apatía del cine argentino de
la primera mitad de esta década, se insinúa la esperanza.
9
Resulta significativo que sea en esta línea de recuperación de la historia donde emergen dos de las tres
cineastas mujeres del periodo.
10
Como se sabe, para Metz, la “historia” se presenta a sí misma como “autoproducida” sin reconocer una
fuente. El “discurso” en cambio, reconoce y marca su fuente de enunciación. Christian Metz,
“History/Discourse: Note on Two Voyeurisms”, Edimburgh 76 Magazine, 1976.
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En Un muro de silencio, el marco narrativo está dado por la historia de Kate Benson
(Vanessa Redgrave), una directora inglesa que llega a Argentina con la intención de filmar
una película sobre la dictadura. A partir de este primer nivel de narración, se desarrollan
paralelamente otros dos: el de la película que está siendo filmada (“La Historia de Ana”); y
el de la historia de la persona sobre cuya vida se escribió el guión del filme (Silvia, nombre
real de Ana). La película se inicia en el centro de detención ilegal donde Silvia y su ex-
marido, ahora desaparecido, estuvieron secuestrados. Un intertítulo fija la ubicación
espacio-temporal: Buenos Aires 1990. En esta primera escena, Kate Benson pregunta al
autor del guión, “¿La gente sabía lo que estaba pasando por aquí?”, a lo que el escritor
responde “y los que no sabían, sospechaban”. En la escena final este diálogo se repite entre
Silvia y su hija, María Elisa, quien vivió de pequeña los sucesos narrados. La cámara
ofrece con su inmovilidad, un minuto de silencio, antes de la respuesta “Todos sabían”.
Amigomío se inicia y concluye con la imagen de Carlos junto a su hijo viendo viejas
películas caseras en las que se registra la llegada a Buenos Aires de sus padres, inmigrantes
alemanes, e imágenes de su mujer, antes de ser secuestrada por los militares. Entre ambas
escenas se nos presenta el recorrido que ha llevado a los dos protagonistas de Argentina a
Ecuador, mediatizadas por la conciencia de Carlos, personaje a través del cual se focaliza
la acción (se nos muestran lo que recuerda pero también lo que sueña o imagina).
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A nivel de personajes, el tiempo transcurrido de una década a otra, tiene como resultado un
dibujo más verosímil, y por ende más humano, de los personajes, los que ya no aparecen
tan claramente catalogados como buenos y malos. Así, Julio/Jaime, el personaje
desaparecido de Un muro de silencio se describe como un militante de izquierdas que a
partir de 1975 optó por la lucha armada. Lo mismo se insinúa de “la negra”, el personaje
desaparecido de Amigomío y, finalmente en Un lugar en el mundo, se menciona la
militancia de los protagonistas dentro del peronismo y sus diferencias con la agrupación
Montoneros. Tanto en Un muro de silencio, como en Amigomío, se plantea la falta de
apoyo de estas agrupaciones hacia las parejas de quien ha “desaparecido”: Silvia recibe un
mensaje que le anuncia que “no cayó bien que te soltaran” y a Carlos se le aconseja huir
para no comprometer a otros. Pero tampoco se trata de invertir la relación buenos-malos y
considerar ahora a los militares los salvadores de la patria. Lo que este cine, a diferencia
del de los 80, ha entendido es que no hace falta contraponer la pura inocencia al horror
promovido por la dictadura para condenar a éste último.
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Changing Reels: Latin American Cinema against the odds
En 1978, cuando la mayor parte de la población prefería creer que en Argentina todo
estaba “en orden” y que los reclamos de las organizaciones internacionales de Derechos
Humanos no eran más que mentiras para desprestigiar al país, un grupo de madres se
cubrió la cabeza con pañuelos blancos y salió a la plaza a mostrar las fotos de sus hijos
para dar testimonio de que éstos existían, de que en un país no se puede simplemente
“desaparecer”. En 1995, a 18 años del golpe, un grupo de hijos de aquellos hijos de las
fotos, cumplieron la mayoría de edad y salieron al espacio público a rescatar la
memoria, contra el olvido y el silencio. La agrupación H.I.J.O.S. (Hijos por la Identidad
y la Justicia contra el Olvido y el Silencio), recuperó el legado de aquellas madres. De
los 80 a los 90, se produce en Argentina un cambio fundamental del que el cine no
habría de ser sino un síntoma: de las madres a los hijos; del reclamo, a la memoria; del
testimonio, al testamento.
BIBLIOGRAFÍA