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Jacques Le Gorr, el especialista internacionalmente may eonoelila de esa votra Edad Medias que ha explorado en libros como La (tvyh cidn del Occidente medieval o En busca de ta Edad Media, pasando por Una historia def cuerpo en la Edad Media (con Nicolas Truong), 0 también el miximo representante de Ia Hamada cnueva historias, Goma demuestra en El orden de la memoria o el presente libro, "Teas lis ‘obras mencionadas han sido publicadas por Paidés. = ISBN 84-493-1812-2 8.2.01 4 4 7894491318 1224 | | ——= La historia vivida por la sociedad humana y el esfuerzo clentifico para describirla, para pensarla e interpretaria, son los dos polos entre lok que se compendian cl concepto mismo de historia, ambiguo y muta y la relacién entre pasado y presente. le, Este libro es una apasionada investigacién que une erudicién y relate, como es ya habitual en Jacques Le Goff, y que en sus diilogos con otras disciplinas de la filosofia a la sociologia, de la antropologia a la biologia— propone tanto una historia politica, econdmica y social, conv una historia de las representaciones, de las ideologias y de kas men, talidades, de lo imaginario y de lo simbélico: en pocas palabras, wna historia de la historia. «La paradoja de la ciencia histérica hey es que precisamente cuando bajo sus diversas formas (incluids la novela histérica) conoce una popularidad sin igual en las sociedades accidentales [...J, ahora [...| pasa por una crisis [...]: en su diflogo con las otras ciencias sociales, en cl considerable ensanchamiento de sus problemas, métodas, abjetos, se pregunta si no esta perdiéndose.» Del «Prefacion de Jacques Le Golf www paidos.com s ¢ g 2 5 ay iB: a g FI sony sopred F Jacques » Le Goff Pensar la historia Madernidad, presente, progreso Paidds Surcos 24 Pensar la historia SURCOS Titulos publicados: 1, S.P. Huntington, El choque de eivilizaciones 2, K. Armstrong, Historia de ferusalén 4+ M, Hardt-A, Nogei, Jmaperio 4- G. Ryle, El concepta de lo mental 5. W. Reich, Andlisis del cardcter 6A. z 3 - A. Comte-Spanville, Diccionario fitosdfico HH. Shanks (comp), Los manuscrits del Mar Muerto KR. Popper, EP mito del marco comin 9. T-Eagleton, ideologis 10. G, Deleuze, Légica del sentido 11, Tz, Todorey, Critica de le tien 12, H. Gardoer, Arte, mente y cerebro C.G. Hempel, La explicaciom cienifica Le Goff, Pensar la historia l. Arend, La condicién humana 16, H. Gardner, Inteligencias midriples Jacques Le Goff Pensar la historia Modernidad, presente, progreso Po Difusidn gratuita. W a 1 La fotocopia no mata = litre, =O D>, ol mercado si. & MM yyy p PAIDOS ‘Titulo original: Seorie ¢ meeroria Publicado en italiano por Giulio Einaudi Editore, Sip.A., Turin ‘Traduecién de Marta Vasalla Cubierea de Maria Eskenasi 2 edicn, 1991 ‘A reimpresion, 1997 1 edict en fa coleceiios Sarco, 2005 dan sigucoaamente prokibidas, sin I auvoricacin ese de lor eaves i cprten bein ntnes elec en ese epoca co pacts de esta obs por eualguice medio o procedimiento, comprendider la reprogeatiay ol tratamiento informatico, y la distibucién de ejemplares dd cla mediante alquiler © réstamosblics, © 1977, 1978, 1979, 1980, 1981 y 1982 by Giulio Binaudi Editore, Sip.A.. Turin, © dela traduccion, Marea Vasallo © 2005 de todas las ediciones en castellano, nes Pailés Thériea, 5.A., iano Cubi, 92 - 08021 Barcelona lanp://wewpaides.com ISBIN: 84-493-1812-2 Depésito legal: B-39.817/2005 Imprese en Litografia Rosés, S, A Energia, 11-27 - 08850 Gavs (Barcelona) Impresa en Esparia - Printed in Spain De sews IL SUMARIO Primera parte La HISTORIA 1. Paradojas y ambigiedades de la historia. . | 2. Lamentalidad histérica: los hombres y el pasado . 3. Los ilésofos de la historia 4. La historia como cienciat el oficio de 5. Historighoy. oe. eevee ee 125 Segunda parte PENSAR LA HISTORIA |. Antiguo/moderno. .. . . . . 147 a Una dupla occidental y dinblzaa . . 147 2. Laambigiedad de «antiguo» . . 2 150 3, Lo «modero» y lo «nuevo»; lo «moderna» yelsprogresom......... «152 4. Antiguo/maderno y Ia historia (sigios vexvinl). |. | 153 5. Antiguo/moderno y Ia historia (siglos any es) . 158 6. Los lugares del modernismo .. . + 168 7. Las condiciones histéricas de la conciencia del modernismo.... 0... eee eae 173 8. Ambigiiedad de lo moderno . . . am 8 «125 Pasado/presente.... 0. 04 sw vaswveieee WE 1, La oposicién pasado/presente en psicologia, |... . 179 z 2. Pasado/presente a la luz de la lingiiistiea. 3. Pasado/presente en el pensamiento salvaje, . . 4. . Reflexiones de cardcter general sabre pasado/presente en laconciencia historica . .. . « 5. Evolucién de la relacién enti re pasado y presente en el pensamiento europeo desde la antigiiedad griega hasta elsiglomx...... 6. El siglo xx entre el apremio del presente y el atractive del futuro. IIL Progreso/reaccié: . 1. Los comienzos de la idea de yen la Edad Media... . 2. Elnacimiento de Ia idea de p: del pasado, la histo sted Sa ra 3, Eltriunfo del progreso y ef nacimiento de la reaccién (1789-1930). . 4. La crisis del progreso ( hasta 1980) 5. Conslusin Bibliografi adamente - = 190 = 183 = 185 - 188 += 192 - 199 eet eter e tree «201 rrogreso (siglos xvi al xvin). 210 217 +222 + 235 + 239 PREFACIO Elconcepto de historia parece plantear hoy seis tipos de problemas: 1) ¢Qué relaciones hay entre la historia vivida, la historia «natu- ral», si no eobjetivay, de las sociedades humanas, y el esfuer- 20 cientifico por describir, pensar y explicar esta evolucion; la ciencia histrica? Esta divisidn permitié en particular la tencia de una disciplina ambigua: la filosofia de la historia, Desde comienzos del siglo, y especialmente en los tiltimos ‘veinte afios, se esti desarrollando una rama de Ja ciencia histé- rica que estudia su evolucién dentro del desarrollo histérico global: Ia historiograffa, o historia de Ia historia. 2) 2Qué relaciones tiene la historia con el tiempo, con la dura- ibn, se trate del tiempo anatural» y ciclico del clima y las es- taciones, o del tiempo vivido y naturalmente registrado por los individuos y soctedades? Por una parte, para domesticar al tiempo natural, las diferentes sociedades y culturas inventa- ron un instrimento fundamental, que también es un dato esencial de la historia: el calendario; por otra, hoy los historia- doves se interesan cada vez mas por las relaciones entre histo- tia y memoria. 3) La dialéctica de la historia parece sintetizarse en una oposi- cién —o didlogo— pasado/presente (y/o presente/pasado). Esca oposicién, por lo general, no es neutra, sino que sobreen- tiende o expresa un sistema de atribuciones de valores, como por ejemplo en los pares antiguo/moderno, progreso/reac- cidn. Desde la antigitedad al siglo xvnr se desarroll6 alrededor del concepto de decadencia una visién pesimista de la historia que vuelve a aparecer en algunas ideologias de la historia del siglo xx. En cambio, con las luces se afianzé tna visién opti- mista de Ia historia a partir de Ia idea de progreso, que todavia 9 hoy, a finales del siglo xx, pasa por una crisis. Entonces, jtie- ne sentido Ia historia2, thay un sentido de la historia? 4) La historia es incapaz de prever o predecir el furaro. ;Qué re- acién guarda entonces con la nueva «ciencia> de la futurolo- gf? En realidad, ln historia deja de ser cientifica cuando se trata del comienzo y el fin des historia del mundo y la humanidad. En cuanto al crigen, se inclina al miro: la edad de oro, las eda- des miticas, o bajo Ia apariencia cientifica la reciente teoria del big bang. En cuanto al fin, cede el puesto a la religién, y espe~ cialmente a las religiones de la salvacién que han construido un «saber de los fines dltimos» la Sani oa las uto- pias del progreso, la principal de las cuales es el marxismo, que yuxtapone una ideologia del sentido y del fin de Ia historia (el comunisma, la sociedad sin clases, al internacionalismo). Sin embargo, al nivel de la praxis de los historiadores se esta desa- rrollando una critica del concepto de orfgenes y la noci6n de génesis tiende a sustituir ala de origen. 5) Al contacto con otras ciencias sociales, ef historiador tiende hoy a distinguir duraciones histéricas diferentes. Hay un re- nacimiento del interés por el acontecimiento; sin embargo, se- duce sobre todo Ia perspectiva de la larga duraci6n. Esta Hevé a algunos historiadores, a través del uso de la nocién de estruc- tura, 0 a través del didlogo con la antropologia, a adelancar Ia hipetesis de la existencia de una historia, «casi inmévil». jPero puede existir una historia inmévil? zY cudles son las re~ Faciones de la historia con el estructuralismo (o los estructura- lismos)? No hay un més amplio movimiento de «rechazo de la historian? 6) Laiidea de la historia como historia del hombre ha sido susti- ruida por Ia idea de historia como historia de los hombres en sociedad. ;Pero existe, puede existir slo una historia del hombre? Ya se ha desarrollado una historia del clima, eno ha- bria que hacer también una historia de la naturaleza? 1, Desde su nacimiento en lus sociedades occidentales —naci- miento situado tradicionalmente en la antigiedad griega (Herodato, enel siglo ra.C,, seria, sino el primer historiador, al menos «el pa~ dre de la historia»), pero que se remonta a un pasado més lejano, en los imperios del Cercano, Medio y Extremo Oriente— la ciencia 10 histGrica se define em relacién con una realidad que no esté conserui- danni observada como en las mateméticas, las ciencias de la naturale- zani de la vida, sino sobre la cual «se investiga», se «atestigua». Este ¢s.¢l significado del término griego “iatopin y de su raiz indocuro- pea wid-, weid-, «ver». La historia empezé siendo un relato, el xcla- to de quien puede decir: «vi, sentiv. Este aspecto de la historia-re- lato, de la historia-testimenio, nunca dejé de exiscir en el desarrollo de la ciencia histérica. Paraddjicamente, asistimos hoy a la critica de este tipo de historia mediante la voluntad de sustituir la explicacién ala narraci6n, pero también al mismo tiempo al renacimiento de la historia-testimonio a través del «retorne del acontecimiento (No- ta) vinculado con los nuevos medios, con la aparicién de periodistas entre las historiadores y con el desarrollo de la shistoria inmediata». ‘Sin embargo, desde la antigtiedad, la ciencia histérica, al cecoger docwementos escritos y convertirlos en testimonios, supers el limite del medio sigla o el siglo alcanzado por los historiadores testigos oculares y auditivos y por la transmisiGn oral del pasado. La cons» titucién de bibliotecas y archivos suministré los materiales de la historia. Fueron elaborados métodos de eritica centifice que otor- gan a la historia uno de sus aspectos de ciencia en sentido técnica, a partir de los primeros e inciertos pasos del medioevo (Guenée), pero sobre todo de fines del siglo xvi! con Du Cange, Mabillon y los benedictinos de Saint-Maur, Muratori, ete. Sin embargo, no hay historia sin erudicién. Pero asi como en el siglo xx se hizo la critica de la nocién del hecho histérico, que no es un objeto dado puesto que resulta de Ia construccién de lo hist6rico, asf también se hace hoy la erftica de la nocién de documento, que no es un material bruto, objetivo ¢ inocente, sino que expresa el poder de la sociedad del pasado sobre la memoria y el futuro: el documento es monu- mento (Foucault y Le Goff). Al mismo tiempo se amplié al drea de los documentos, que la historia tradicional reducia a los textos y productos de la arqueologia, una arqueologia demasiado a menudo separada de la historia. Hoy los documentos legan a comprender Ia palabra, el gesto, Se constituyen archivos orales; se recogen eino- textos, El hecho mismo de archivar documentos ha sufrido una re- volucién con los ordenadores. La historia cuantitativa, desde la demograffa a la economia y 1a cultural, esté vinculada con los pro- geesos de los métodos estadisticos y la inform: ciencias sociales "1 El abismo existente entre la «realidad histérica» y la ciencia his t6rica permite a filésafos « historiadores proponer —desde la anti giiedad hasta hoy— sistemas de explicacién global de la historia (en el siglo xx, y con sentido sumamente diferente, podemos recordar a Spengler, Weber, Croce, Gramsci, Toynbee, Aron, ete.). La mayor parte de los historiadores manifiesta una desconfianza mas o menos marcada respecto de la filosoffa de la historia; pero a pesar de eso no se vuelven al positivismo, triunfante en la historiografia alemana (Ranke) o francesz (Langlois y Seignobos) a finales del siglo xx y comienzos del xx. Entre [a ideologia y el pragmatismo son sustenta~ dores de una historia-problema (Febvre). Para captar el desarrollo de Ja historia y conyertirle en objeto de tuna ciencia propiamente dicha, historiadores y fildsofas desde la an- tigiiedad se esforzaron por encontrar y definir las leyes de la historia. Los intentos més destacados y los que han sufrido un mayor fracaso son las antiguas teorias cristianas del providenciafismo (Bossuet) y el merxismo vulgar que, a pesar de que Marx no habla de leyes de Ia historia (como en cambio sf lo hace Lenin), se obstina en hacer del. muaterialismo historico una pseudociencia del determinismo histérico, cada dia mds desmentido por los hechos y por la reflexién historica. En compensaci6n, la posibilidad de la lectura racional a posterio ride la historia, el reconacimiento de ciertas regularidades en e cur- so dels historia (fundamento de un comparativismo de la historia de las diferentes sociedades y estructuras), [a elaboracion de modelos que exclayen Ia existencia de un modelo nico (el ensanchamiento de a historia al mundo en su conjunto, la influencia de la etnologia, Ja sensibilidad a las diferencias y el respeto por el otro van en exe sentido) permiten excluir que la historia vuelva a ser un mero relato. Las condiciones en que trabaja el historiader explican ademés por qué se plantea y se ha planteado siempre el problema de la obje- tvidad de lo histérico. La toma de conciencia de la construccién del. hecho histérico, de la no inocencia del documento, Ianzé una luz cruda sobre los procesos de manipulacién que se manifiestan « todos los niveles de la constitucién del saber hist6rico. Pero esta constata- cién no debe desembocar en un escepticismo de fondo a propésito de la objetividad histérica y en un abandono de la nocién de verdad en Ja historia; al contrario, los contimos progresos en el desenmas- caramiento y la denuncia de las mistificaciones y las falsificaciones dela hiscoria permiten ser relativamente optimistas al respecto. 2 Esto-no quica que el horizonte de objetividad, que debe ser el del historiador, no debe ocultar el hecho de que la historia también es una prictica social (Certeau), y que si se deben condenar las posicio- nes que en la linea de un marxismo vulgar o de un reaccionarismo mis vulgar todavia confunden ciencia histérica y compromise poli- tico, es legftimo observar que Ia lectura de Ia historia-del mundo se articula con una voluntad de transformarlo (por ejemplo en Ja tradi- cién revolucionaria marxista, pero también en otras perspectivas, como la de los herederos de Tocqueville y Weber, que asocian estre- chamente anilisis histérico y liberalismo politico). La critica de la nociGn del hecho histérico comporta ademis el reconocimiento de realidades historicas largamente descuidadas por los historiadores. Junto a la historia politica, a la historia econémica y social, ala historia cultural, nacié una historia de las representacio- nes. Esta asumié diferentes formas; historia de las concepciones glo- bales de la sociedad, o historia de las ideofogéas; historia de las es- tructuras mentales comunes a una categoria social, a una sociedad, a una época, o historia de las mentalidades; historia de las produiccio- nes del espfritu vinculadas no con el texto, las palabras, el gesto, sina con la imagen, o historia de lo imaginavio, que permite tratar el do~ cumento literatio y el artistico como documentos histéricos a titulo pleno, con la condicién de respetar su especificidad; historia de las conductas, las pricticas, los rituales, que remiten a una realidad es- condids, subyacente, o historia de lo simbético, que tal vez conduz- aun dia a una historia psicoanatitica, cuyas pruebas de status cien- tifico no parecen reunidas todavia. La ciencia histérica misma, en fin, con el desarrollo de la historiografia o historia de la historia, se plantes en una perspectiva histérica. "Todos estos nuevos sectores de Ia historia representan un noto~ rio enriquecimiento, siempre que se eviten dos errores: ante todo la subordinacién de la realidad de la historia de las representaciones a otras realidades, las tinicas a las que corresponderia un status de causas primeras (realidades materiales, econémicas) —renunciar, entonces, ala falsa problemética de Ia infraestructura y la superestruetura, Pero, ademds, no privilegiar las nuevas realidades, no otorgarles a su vez un rol exclusivo de motor de la historia, Una explicacion histé- rica eficaz tiene que recongcer Ia existencia de lo simbdlico en el seno de toda realidad histérica (incluida la econémica), pero tam- bién confrontar las representaciones histéricas con las realidades B que epresentany que dl hisioriador aendes uavés de virus docu- mentos y métodos: por ejemplo, confrontar la ideologia politica con la praxis y los acontecimientos politicos. ¥ toda historia debe ser una historia social. Por iltimo, el cardcter «tnico» delos acontecimientos histéricos, lanecesidad por parte del historiador de mezclar relato y explicacién hicieron de la historia un género literario, un arte al mismo tiempo jue una ciencia. Si esto ha sido cierto desde la antigiiedad hasta el si- glo xx, de Tueidides a Michelet, lo es menos en el siglo xx. El cre- iente tecnicismo de la ciencia histérica hizo més dificil al historia~ dor aparecer también como escritor. Pero siempre hay una escritura de ba historia, 2, El material fundamental de la historia ¢s el tiempo; la crono- logfa cumple una funcion esencial como hile conductory ciencia au- xiliar de la historia. El instrumento principal de la cronologfa es el calendario, que va mucho mis alla del ambito hist6rico, siendo ante todo ¢l marco temporal fundamental del funcionamiento de las so- ciedades, El calendario revela el esfuerzo realizado por las sociedades humanas para domesticar el tiempo natural, utilizar el movimiento natural de la Luna o el Sol, del ciclo de las estaciones, Ja alternancia del dia y la noche. Pero sus articulaciones mds efieaces —Ia hora y la semana—estin vinculadas con la cultura, no con la naturaleza. El ca- lendario es producto y expresion de la historia: esté vineulade con los odigenes mafticos y veligiosos de la humanidad (fiestas), con los pro- gresos tecnolégicas y cientificos (medida del tiempo}, con la evalu- cién econdmica, social y cultural (tiempo del trabajo y tiempo de la diversién). Lo cual pone de manifiesto el esfuerzo de las sociedades lamelsias pits erinidosthas el Geaapo ollico de la natardlesey Loe ile tos, el eterno retorno, en un tiempo lineal pautado por grupos de afios: lustro, olimpiada, siglo, era, etc, Con Ia historia estén intima- mnerite connate diy pro presue casoelilas x definikion doles pan: tos de partida cronolégicos (fundacién de Roma, era cristiana, hégi- ra, etc.) y Ia busqueda de una periodizacion, la creacién de unidades iguales, mensurables, de tiempo: dias de veinticuatro horas, siglo, etc. ‘Hoy la aplicaci6n a la historia de los datos dela filosofia, la cien- cia, la experiencia individual o colectiva tiende a introducir, junto estos cuadros mensurables del tiempo histérico, la nocién de dura- cién, de tiempos vividos, de tiempos milltiples y relativos, de tiem- 14 pos subjetivos y simbdlicos. El tiempo hisidricu encuentra, « un ni- vel muy sofisticado, el antiguo tiempo de la memoria, que atraviesa lahistoria y Ia alimenta. 3-4. La oposicién pasado/presente es esencial en a adquisicién dela conciencia del tiempo. Para el nifio , el mercada si. & CAPITULO 1 Casi todos estan persuadidos de que la historia no es una ciencia como las dems, para no hablar de quicnes consideran que no es una ciencia en absoluro, No es fécil hablar de historia, pero estas dificul tades del lenguaje Hevan al centro mismo de las ambigtiedades de In historia. En este capitulo vamos a esforzamos, al misma tiempo que cen- tramos la reflexi6n en Ia historia, en su duracién, por situar ala cien cia hist6rica misma en las periodizaciones de la historia, y no redu- cirlas a la visisn europea, occidental, aun cuando por ignorancia de quien escribe y del estado significative de la documentacién, habré que hablar sobre todo de la ciencia histérica europea. La palabra chistoria» (en todas las lenguas romances y en inglés) deriva del griego antiguo “ietopin, en dialecto jénico [Keuck, 1934]. Esta forma deriva de la vale indoeuropea wid-, weid- «vers. De donde el sénscrito vettes etestigo», y el griego ‘Lorup «testiga» en el sentido de «el que ve». Esta concepcién de la vista como fuente esen- cial de conocimiento llevaa laidea de que 'totup «el que ver es tam- bin el que sebe: ‘tetopewv, en griego antiguo, significa «tratar de sa- bers, «informarses. Asi que Iotopin significa «. Tal es el sentido con que Herodoa emplea el término al comienzo de sus Histarias, que son «indagaciones», «averiguaciones» [véase Benve- niste, 1969; Hartog, 1980]. Ver, de dénde saber, es un problema pri- mordial. Pero en las lenguas romance (y en las otras) «historia» dos, cuando no tres, conceptos diferentes. Significa: 1) la indaga sobre «las acciones realizadas por los hombres» (Heradoro) que se ‘ha esforzado por constituirse en ciencia, la ciencia histérica;. 2) el ob- jeto de la indagacién, lo que han realizado los hombres, Como dice Paul Veyne, «la historia es ora la sucesidn de acontecimientos, ora el relate de esa sucesiGn de acontecimientos+ [1968, pag, 423]. Pero a historia puede tener un tercer significado, precisamente el de «rela tor, Una historia es un relato que puede ser verdadero o falso, con una base de «realidad histérica», o meramente imaginario, y éste puede ser un relato shistéricor o bien una fabula, Elinglés elude esta likima confusién en tanto distingue history de story, «historia» de «relator. Las dems lenguas europeas se csfuerzan més o menos por evitar esta ambigiiedad. E1 italiano manifiesta la tendencia a designar sino la ciencia histérica, al menos los productos de esta ciencia con el término , Esta intersubjetividad esté constivuida por el juicio de los otros, y ante todo por el de los otros historiado- tes. Mommsen detecta tres modos de verificaci6n: a) ¢se utilizaron fuentes pertinentes y se tomé en cuenta el tiltimo estadio de la in vestigacién? b) zhasta qué punto estas juicios historicos se acercan una integracién éptima de todos los datos histéricos posibles?; c) los modelos explicitos o subyacentes de explicacién, zson rigurosos, coherentes no contradictorios? [1978, pig, 33]. También se podria encontrar ottos eriterios, pero la posibilidad de un amplio acuerdo de los especialistas sobre el valor de gran parte de toda obra histéri- cas la primera prueba de su «cientificidad» y la primera piedra de parangén de la objerividad histérica. Sia pesar de todo se pretende aplicar-a la historia fa maxima det gran periodista liberal Scott, «los hechos son sagrados, los juiicios son libres» [mencionada por Carr, 1961], hay que hacer dos adver~ teneias. La primera es que el campo de Ia opinidn en In historia es menos amplio de lo que cree el profano, si nos quedamos en el cam- 33 po de la historia cientifica (mas adelante vamos a hablar de la histo- tia de los diletantes, de los [sin Tierra) (the bad King John theory of bis- tory) en la obra de Isaiah Berlin Historical Inewitability (1954) [Carr, 1961], Esta concepcién, que desaparecié practicamente de la historia cientiica, sigue desafortunadamente vigente gracias a los divulgado- res y alos medios de comunicacién de masas, empezando por los editores. No confundo la explicacién vulgar de la historia como he- cha por individuos con el género biografico, que a pesar de sus erro- res y su mediocridad es uno de los principales géneros de la historia. ¥ produjo obras maestras de la historiograffa, como el Kaiser Frie- drich der Zweite de Ernst Rantorowicz [1927-1931], Cart tiene ra- zénen recordar lo que decfa Hegel de los grandes hombres: «Los i dividuos césmicos-histéricos son (..) los que quisieron y realizaron noun objeto de su fantasia o de su opinion, sino una realidad justa y necesaria: los que saben, por haber tenido la revelaci6n en su inti dad, lo que ya es fruto del ticmpo y de la necesidad» [Hegel, 1805+ 1851], A decir verdad, como bien dijo Michel de Certeau [1975], la es- pecialidad de la historia es lo particrilar, si, pero lo particular, como Jo demostré Elton [1967], es diferente a lo individual, y especifica tanto la atencién como la investigacién histérica no en tanto objeto pensado sino, por el contrario, en tanto limite de lo pensable. La tercera consectencia abusiva derivada de la funcién de lo par- ticular en Ja historia consistié en reducirla a una narracién, aun re- lato. Como recuerda Roland Barthes, Augustin Thierry fue uno de los partidarios, en apariencia de los mas ingenuos, de la creencia en las virtudes del relato histérico: «Se ha dicho que el objetivo del his- toriador era cantar, no probar; no sé, pero estoy seguro de que en la historia el mejor género de prueba, el mis capaz de afectar y con- vencer a los espiritus, el género que permite un minimo de desco: fianza y de duda es la narracién completa» (1840, ed. 1851, II, pa 227}, ¢Pero qué quiere deci completa? Se omite el hecho de que un relato, histérico 0 no, es una construccién que bajo una apariencia honesta y objetiva procede de una serie de elecciones no explicitas. Toda concepcién de la historia que la identifique con el relato me 37 parece inaceprable. Ee cierto que la sucesién que constituye Ia tela del material de la historia obliga a otorgar al relato un lugar que pa- rece sobre todo de orden pedagégico. Es simplemente la necesidad en historia de exponer el cSmo antes de investigar cl porqué lo que coloca al relato en la base de la légica del trabajo histrico. Asi que el relato no es una fase preliminar, aun cuando le exija al historiador un prolongado trabajo de preparacién. Pero este reconocimiento de luna retérica indispensable de Ia historia no debe llevar a la negacidn del carécter cientifico de la historia misma. En un libro fascinante, Hayden White [1973] consider la obra de los principales hiscoriadores del siglo xrx como tna pura forma retdrica, un discurso narrative en prosa. Para llegar a explicar, o més bien para lograr un «efecto de explicaciéa», los historiadores tienen que optar entre tres estrategias: explicacién mediante argumento for- mal, por enredo (emplotment) y por implicacién ideolégica. Dentro de ella hay cuatro modos de articulacién posibles para alcanzar el efecto de explicacién: para los argumentos esta el formalismo, el or- ganicismo, el mecanismo y el contextualismg; para los enredos, la novela, la comedia, la tragedia y la sdtira; para la implicacién ideolé~ gica, el anarquismo, el conservadurismo, el radicalismo y el liberalismo. La combinacin especifica de los modos de articulacién da como re- sultado el «estilo» historiografico de cada autor, Este estilo se logra con un acto esencialmente poético, para el cual Hayden White utili- za las categorfas aristotélicas de la metifora, la metonimia, la sin doque y ls fronia, Aplica este entramado a cuatro historiadores: Mix chelet, Ranke, Tocqueville y Burckhardt, y a cuatro filésofos de la historia: Hegel, Marx, Nieczsche y Croce. El resultado de esta investigacién es ante todo la constatacién. de que las obras de los principales filésofos de Ia historia del sigho 20x difieren de las de quienes les corresponden en el campo de la de Schweizer, la dela «es- catologia desmitificada» de Bultmann, la de la «escatologfa realizada» de Dodd, la de la «escatologia anticipada» de Cullman [véase Le Goff, J.: El order de la memoria, cap. II]. Volviendo al andlisis de Agustin, el historiador catdlico Henri-Irénée Marrou [1968] desarrollé ln idea de la ambigtiedad del tiempo dea historia: «Basta con avanzar tun poco en el andlisis para que aparezea Ia ambigtiedad radical del tiempo de la historia (...) Este tiempo vivido se revela de naturaleza mucho més compleja, ambivalente, ambigva de lo que convenia al optimismo de los modernos que (,.) no querfan ver en ello otra cosa que un sfactor de progreso» convirtiendo al devenir en un verdadero idolo (...) Todo lo que sucede al ser a través del devenir est necesa~ riamente destinado a la degradacién, @@opé, y a la muerte», Sobre la concepcién cfclica y la idea de decadencia véase ademas el capitulo III, parigrafo 3, de El orden de la memoria; mas adelante vamos a exponer un ejemplo de esta concepcién, la filosofia de la historia de Spengler. Sobre la idea de un fin de Ja historia que consiste en la perfec- cidn de este mundo, la ley mas coherente que se haya formulado es la del progeeso. Para el nacimiento, el triunfo y la eritiea de la no- cién del progreso remitimos al pardgrafo especificamnente dedicado al tema de las paginas 199 a 237 de este libro; aqui nos limitamos a algunas anotaciones sobre el progreso tecnoldgico [véase Gallie, 1963, pigs. 191-193]. Gordon Childe, después de afirmar que el trabajo del historiador consiste en encontrar un orden en el proceso de Ja historia humana [1983, pag. 5], y de sostener que en la historia no hay leyes sino «una suerte de order, tomé como ejemplo de este orden ala tecnologia. En su opinién, existe un progreso tecnolégico «desde Ia prehistoria a la edad del carbén» que consiste en una secuencia ordenada de acontecimientos histéricos. Pero Childe recuerda que en cada una de las fases el progreso técnico es «un producto social», y si tratamos de analizarlo desde ese punto de vista nos damos cuenta de que lo 44 que parecia incall cs irregular (erratic) y que, para explicar «estas irregularidades y fluctuaciones», hay que volverse a las instituciones sociales, econdmicas, politicas, juridicas, teoldgicas, mégicas, las costumbres y creencias que actuaron como estimnulos y frenos en sums, a toda la historia on su complejidad, «Pero, jes legitimo aislar el campo de la tecnologia y considerar que el resto de la historia ac- ttia sobre él sélo desde afuera? ¢La tecnologia no es un componente deun conjunto més amplio cuya parte no existe sino en virtud de la descomposicién mas o menos arbitraria del historiador?». Este problema fue planteado recientemente de modo relevante por Bertrand Gille [1978, pags. vur y sigs.]. Propone la nocién de sistema técnico, conjunto coherente de estructuras compatibles unas con otras. Estos sistemas técnico-historices revelan un «orden técni- co». Este «modo de aproximacién del fendmeno técnico> obliga a un diélogo con Jos especialistas de los demas sistemas: el cconomis- ta, el lingitista, el socidlogo, el politico, el jurista, el filésofo. De esta concepcidn se desprende la necesidad de una periodiza- cidn, desde el momento en que los sisternas técnicos se suceden unos a.otros y lo mas importante es comprender, si no explicar del todo, el paso de un sistema técnico al otro. Asi se plantea el problema del progreso técnico donde, por otra parte, Gille distingue entre eal pro- greso dela técnica» y el «progreso técnico», que se distingue a su vez por el ingreso de las invenciones en la vida industrial corriente. Gi- lle subraya ademas que «la dinsmica de los sistemas» asf eoncebida. otorga tun nuevo valor a las que se denominan, con una expresién al mismo tiempo vaga y ambigua, «tevaluciones industriales». Se plan- teaasi el problema que se considerara de modo més general como en el problema de la revolucién en la historia. Se le ha planteado ala his- toriografia tanto en el campo cultural (revolucién de la imprenta [véase McLuhan, 1962; Eisenstein, 1946], revoluciones cientificas [véase Kuhn, 1957]) coma en el historiografico [Fussner, 1962; véa- se Nadel, 1963], y en el politico (revoluciones inglesa de 1640, fran- cesa de 1789, rusa de 1917). Estos episodios y la nocién misma de la revolucién se constitu- yeron todavia recientemente en objeto de animadas controversias. Parece que Ja tendencia actual fuera, per una parte, plantear el pro- blema de correlacién con la problemética de Ia larga duracion [véase Vovelle, 1978] y, por otra, ver en las controversias alrededor dela» revolucién 0 «las» revoluciones un campo privilegiado de las reyo- 45 luciones idealdgieas preconcebidas y las opciones politicas del p sente. «Es uno de los terrenos mas “sensibles” de toda la historio- graffar (Chartier, 1978, pag. 497]. 2 En lo que me concierne, considero que no hay en la historia leyes comparables con las que se descubricron en el campo de las ciencias dela naturaleza—opinién ampliamente difundida hoy con el recha- z0 del historicismo y el marxismo vulgar y la desconfianza ante las filosoffas de la historla—. De todes modos, mucho depende del sig- nificado que se atribuyaa las palabras. Por ejemplo, hoy se recono- ce que Marx no formulé leyes generales de la historia, sino que con- ceptualizé el proceso histérico unificando teorfa (critica) y prictica (cevolucionaria) [Lichtheim, 1973]. Runciman dijo justamente que Ih historia, como lh sociologia y la antropologia, es «una consumi- dora, no una generadora de leyes» [1970, pig. 10]. Pero frente a las afirmaciones a menudo mds provocativas que convencidas de la irracionalidad de Ja historia, quien escribe esté conyencido de que el trabajo del historiador tiene como objetivo ha- cer inteligible el proceso histdrico, y que esta inteligibilidad condu- ceal reconocimiento de regitlaridad en la evolucién histérica. Es lo que reconocen los marxistas abiertos, aun cuando ticndan a hacer deslizar el término «regularidad» hacia el de «ley» [véase To- polski, 1973]. Hay que reconocer esas regularidades ante todo dentro de cada una de las series estucliadas por el historiador, que las vuelve inteligi- bles descubriendo en ellas una légica, un sistema, término preferible al de enredo, en la medida en que hace mas hincapié en el cardcter objetive que subjetivo de la operacién histérica. Después hay que reconocerlas entte series; de aqui la importancia del método compa- tativo en historia, Un proverbio dice: «Comparacién no es raz6n», pero el caracter cientifico de la historia reside tanto en la valoracién de las diferencias como en el de las semejanzas, mientras las ciencias de la naturaleza tratan de eliminar las diferencias. Claro que cl azar tiene un lugar en el proceso histérico-y no per- turba su regularidad, dado que precisamente el azar es un proceso constitutivo del proceso hiscérico y de su inteligibilidad. ‘Montesquieu declaré que «si una causa particular, como el resul- tado accidental de la batalla, llevs al Estado a la ruina(...) existia una causa de cardcter general que provocé la caida de ese Estado por cul- padeuna tinica batalla» [mencionado en Carr, 1961], y Marx escri- 46 bié en une carta: «La historia universal tendrfa un carécier verdude ramente mitico si excluyerael azar. Claro que su vez el azar se con vierte en parte del proceso general de desarrollo y esti compensado por otras formas de la causalidad. Pero la aceleraci6n y la demora dependen de estos “accidentes™, que inchuyen el caréeter “causal” de los individuos que estan a la cabeza de un movimiento en su fase ini- cial» [ibidena, pags. 108-109. Hace poco se intenté evaluar cientificamente la parte del azar en algunos episodios hist6ricos. Asi, Jorge Basadre [1973] estudio la se- tie de probabilidades en In emancipacién del Pera. Utilizé los traba- jos de Vendryés [1952] y de Bousquet [1967]. Este ultimo sostiene que el esfuerzo por matematizar al azar excluye tanto el providen- cialismo como la creencia en un determinismo universal, En su opi- nién, el azar no interviene ni en el progreso cientifico ni en la evolu- cién econémica, y se manifiesta como Ia tendencia a un equilibrio que no elimina el azar mismo, sino sus consecuencias. Las formas mis scficaces» del azar en Ia historia serfan el azar meteorolégico, el asesinaro, el nacimiento de los genios. Habiendo esbozado asi el problema de la regularidad y Ia racio- nalidad en la historia, quedan por considerar los problemas de la unidad y diversidad, la continuidad y Ia discontinuidad. Como estos problemas estin cn el centro mismo de Ia actual crisis de la historia, volveremos a ellos al fin de este capitulo. Nos limitaremos a decir que si el objetivo de la verdadera historia siempre fue el de ser una historia global y total —integral, perfecta, decian los grandes historiadores de finales del siglo xvi—n la medi- da en que se constituye en un cuerpo de disciplina cientifiea y esco- listies, debe eneauzarse en categorias que pragmiticamente la frac- cionan. Estas categorfas dependen de la evolucién histérica misma: la primera parte del siglo xx vio nacet la historia econémica y social, la segunda la historia de las mentalidades. Algunos, como Perelman [1969, pag. £3], privilegian las categorias periodolégicas, otros las categorias esquematicas, Cada una de ellas tiene su utilidad, su nece- sidad. Son instrumentos de trabajo y de exposicidn. No tienen nin- guna realidad objetiva, sustancial. Asi, la aspiracién de los historia~ dores a la totalidad histérica puede y debe cobrar formas diferentes, que evolucionan también con el tiempo. Bl cuadro puede estar cons- tituido por una realidad geogréfica o un concepto: as{, Fernand Brau- del, primero con el Mediterraneo en los tiempos de Felipe Il, des- 7 pués con Ia civilizacién material y cl enpitalismo, Jacques Le Goff y Pierre Toubert [1978] buscaron mostrar en el marco de la historia medieval c6mo el intento de una historia total hoy parece accesible, de modo pertinente, a través de los objetos globalizantes construi- dos por el historindor; por ejemplo el encastillemienco, Ia pobreza, la marginalidad, In idea de trabajo, ete. Quien escribe no eree que el método de las aproximaciones miiltiples —si no se alimenta en una ideologia ecléctica ya superada— sea perjudicial al trabajo del his- toriador. Tal vez le sea mis 0 menos impuesto por el estado de la documentacién, dado que cada tipo de fuerte exige un tratamiento diferente dentro de una problemética de conjunto. Estudiando el nacimiento del purgatorio, desde el siglo 1m al siglo x1v en Occiden- te, el autor se ha dirigido tanto a textos teolégicos como a relatos de visiones, a exempla, a-usos linirgicas, a practicas devotas; y recurri~ rfn‘a la iconografia si precisamente el purgatorio no hubiera estado largamente ausente de ella. Se analizaron alternativamente pensa- micntos individuales, mentalidades colectivas, al nivel de los pode- nivel de las masas. Pero teniendo siempre presente que sin. ismo ni fatalidad, con lentitud, pérdidas, vuelcos, la creen- cia en el purgatorio se habfa encarnado en el seno de un sistema, y que éste s6lo tenia sentido en relacién con su funcionarniento en una sociedad global [véase Le Goff, 1981]. Un estudio monogrifico limitndo en el espacio y en el tiempo puede ser un excelente trabajo histérieo si plantea un problema y se presta ala comparacién, si es llevado como un case study. Sélo pare- ce condenada la monograffa cerrada en sf misma, sin horizontes, que fue la hija predilecta de la historia positivista y que de ningiin modo ha muerto, En lo que hace a la continuidad y la discontinuidad, ya hemos ha- blado del concepto de revolucién. Es preciso insistir en el hecho de que el historiador tiene que respetar el tiempo que bajo diversas for- mass la tela de la historia, y que ala duracién de lo vivido tiene que hacer corresponder sus cuadros de explicacién cronolégica. Fechar sigue y seguird siendo una de las tareas y deberes fundamentales del historiador, pero ha de acompafiarse de otra manipulacién necesaria de ta duracién, para hacerla histéricamente coneebible: la perio zacién, Gordon Leff lo recordé con fucrs: pensable para toda forma de compre «La periodizacién es indis- n histérica» [1969, pag. 130], 48 agregando con bastante pertinendia: oLa periodicacién, como la his toria misma, ¢s un proceso emp{tico que delinea el historiador» [th dem, pag, 130), Cabe afiadir que no hay historia inmévil y que la toria no es tampoco el cambio puro, sino al estudio de los cambios significativos, La periodizacién es el instrumento principal de la in- teligibilidad de los cambios significativos. 2. La MENTALIDAD HISTORICA: LOS HOMMRES Y EL PASADO Ya proporcionamos algunos ejemplos del modo como los hom- bres construyen y reconstruyen su pasado. Mis generalmente, aho- ra interesa el lugar del pasado en las sociedades. Acogemos aqui la expresién «cultura histérica» empleada por Bernard Guenée [1980]. Con ese término Guenée designa varias cosas: por una parte el baga- je profesional de los historiadores, su biblioteca de obras histéricas; por otra, el piiblico y el audicorio de los historiadores, Hlay que aiia- dir Ia relacion que mantiene una sociedad en su psicologia colectiva con su pasado. La concepcién de quien eseribe no esta muy lejos de Jo que los anglosajones llaman historical mindedness, Los riesgos de esta reflexién son conocidos: considerar como unidad una realidad compleja y estructurada, si no en clases al menos en categorias s0- ciales diferentes por sus intereses y su cultura, suponer un «espiritu del tiempo» (Zeitgeist), esto es, un incansciente calectivo; se erata de peligrosas abstracciones. Sin embargo, las indagaciones y euestiona- tios empleados en las sociedades «desarrolladas» de hoy muestran que es posible acerearse al modo de sentir de la opinién piiblica de un pais respecto de su pasado y de otros fendmenos y problemas [véase Lecuir, 1981]. Dado que estas encuestas son imposibles de aplicar al pasado, nos esforzaremos por caracterizar —sin disimular ladosis de arbitrariedad y simplificacién que hay en la pregunta—la actitud dominante de cierto niimero de sociedades histdricas frente asu pasado y a la historia. Los intérprates de esta opinidn colectiva serin sobre todo los historiadores, que se esforzaran por distinguir entre lo que en ellos deriva de ideas personales y lo que proviene de Ja mentalidad comin. Quien escribe sabe bien que todavia confunde pasado ¢ historia en la memoria colectiva y, por consiguiente, tiene que afiadir alguna explicacién suplementaria que precise sus ideas sobre la historia. 49 La historia de Is historia debiera preocuparse no clo dela produc- cidn histérica profesional, sino de todo un conjunto de fenémenos que constituyen 1a eultura, o mejor dicho la mentalidad histdrica de una épeca, Un estudio de los manuales escolares de historia es uno de sus aspectos privilegiaclos, pero estos mantidles slo existen a partir del siglo xx. El estudio de la literarura y del arte puede ser esclarece- dor a propésito de esto. El lugar de Carlomagno en las chansons de geste, el nacimiento de la novela en el siglo xn, y el hecho de que este nacimiento se haya producido bajo la forma de Ja novela histérica (ar- gumento antiguo: véase el ntimero 238 de la Nowvelle Revne Francaise, «Le roman historique», 1972), la importancia de las obras histérieas en elteatro de Shakespeare [Driver, 1960], atestiguan el gusto de algunas sociedades histéricas por su pasado, En el marco de una reciente ex- posicidn de un gran pintor del siglo xv, Jean Fouquet, Nicole Reynaud mostré [1981] cémo, al lado def interés por la historia antigua, signa del Renacimiento (miniaturas de las Antiquités judalques, de la Histoi- re ancienne, del Tite-Live), Fouquet manifiesta un acentuado gusto por la historia moderna (Heures de Erienne Chevalier, Tapisserie de Tomisuy, Grandes Chroniques de France, etc.). Habria que afadir el estudio de los nombres, de las guias de peregrinos y turistas, los gra- bados, la literatura de divulgacion, los monumentos, ete. Mare Ferro [1977] mostré cémo ol cine afiadié: una nueva fuente capital para Ia his- toria, el filme, precisando por atra parte que el cine es «agente y fuen- tedela historia», Esto es verdad para el conjunto de los mediz, lo que basta para explicar cémo la relacién de los hombres con la historia dio- con la prensa de masas, el cine, la radio, la TV, un salto considerable. Este ensanchamiento de la nocién de historia (en el sentido de histo- riografia} es lo que Santo Mazzorino introdujo en su estudio II pensie- ro storico classico [1966]. Mazzarino busta preferentemente ls mentali- dad histérica en los elementos étnicos, religiosos, irracionales, en los mitos, en as fantasfas poéticas, en Its historias cosmogénicas, ete. De ello results una ntieva concepcion del historiador que Arnaldo Mo- migliano definié muy bien: «El historiador no es para Mazzarino esencialmente un profesional que busca la verdad sobre el pasado, sino més bien un adivino, un «profético» intérprete del pasado condicion: do por sus opiniones politicas, por su fe religiosa, por sus caracterist cas étnicas y por iltimo, aunque no exclusivamente, por la situaciéa social. Tada reevacacién poética o mitica o ttépica o fantistica del pa- sado reingresa en la historiografiae [1967, ed. 1969, pag. 61]. 50 TitiiMitnien eite cuss hay que dingule. Hl abjete dele hiitona de la historia es por cierto este sentido difuso del pasado que reco- noce en las producciones de lo imaginario una de las principales ex- presiones de la realidad histdrica, y especialmente su modo de reac- cionar frente a su pasado. Pere esta historia indirecta no es la historia de los historiadores, la tinica con vocacién cientifica. Digase lo mi mo dela memoria. Asi como el pasado no es Ia historia, sino su ob- jeto, la memoria no es a historia, sino al mismo tiempo uno de sus objetos y un nivel elemental de elaboracién histérica. La revista Dialectiques publicé (1980) un numero especial dedicado a las rela~ ciones entre Ja historia y la memoria: Sous d'histoire, la mémoire. El historiador inglés Ralph Samuel, uno de los principales iniciadores de los «History Workshop», de los que hablarcmas después, expo- ne consideraciones ambiguas bajo un titulo igualmente ambiguo: Déprofessionnaliser l'histoire [1980], Si con esto quiere decir que el recurso a la historia oral, a las autobiograffas, a la historia subjetiva, ensancha la base del trabajo cientifico, modifica la imagen del pasa- do, da la palabra alos olvidados de la historia, entonces tiene toda la faz6n, y subraya uno delos grandes progresos de la producci6n his- t6rica contemporanea, Si en cambio quiere poner en el mismo plano sproduccién autobiogrifica» y sproduccién profesionaln, cuando afiade que «la préctica profesional no constiruye ni un monopolio ni una garantia> [ibidem, pag. 16], entonces el peligro me parece digno de destacarse, lo que es cierto—y sobre esto volveremos—es que las fuentes tradicionales del historiador no son més «objetivas» —en todo caso n0 son mas «histéricas»—de lo que cree el historiador. La eritica de las fuentes tradicionales es insuficiente, pero el trabajo del historiador ha de ejercerse sobre unas y otras. Una ciencia histérica autogestionada no sélo seria un desastie sino que carecerfa de seati- do. Esto porque ka historia, aunque accedamos a ella slo aproxima- tivamente, es una ciencia y depende de un saber que se adquiere pro- fesionalmente. Cierto que la historia no ha aleanzado el grado de tecnicismo de las ciencias de la naturaleza o lavvida. ¥ no aspiro-a que lo alcance, para que pueda seguir siendo mas ficilmente comprensi- ble y también controlable para Ix mayor cantidad posible de gente. La historia —la nica entre las ciencias?— ya tiene la fortuna (0 Ia desdicha) de que los aficionados puedan hacerla dignamente. En efecto, necesita divulgadores, y los historiadores profesionales no siempre se dignan acceder a esta funcion esencial y digna, de la que SL se sientan incapaces; pero la eva de los nuevos medios de comunica— cién de masas multiplica la necesidad y las ocasiones de mediadores semiprofesionales. No es el caso de afiadir que a quien escribe le gus- ta leer novelas hist6ricas cuando estin bien eseritas y bien hechas, y que reconocea los autores la libertad de fantasia que les pertenece. Si en cambio, si se le pide opinidn al historiador, sefialar Ins libertades que se toman con a historia. Por qué no un sector literario de his- toria-ficcién donde, resp etando los datos de base de la historia—cos~ tumbres, instituciones, mentalidades—, se la pudiera recrear jugando sobre el azar y lo événementiel? Tendria el doble placer de la sor- ptesa y el respeto por lo que hay de mis importante en la historia. Por eso me gusté la novela de Jean d’Ormesson Le gloire de Pempi- ve, que reescribe con talento y saber Ja historia bizantina. No una in- triga que se destice por los intersticios de la historia —como Ivan- hoe, Los iiltimos dias de Pompeya, Quo vadis? Los tres mosqueteros, etc.— sino la invencién de un nuevo curso de los acontecimientos politicos a partir de las estructuras fundamentales de la sociedad, @Pero todos tienen que convertirse en historiadores? No se trata de darles el poder a los historiadores fuera de su territorio, es decir, el trabajo histérico y sus repercusiones en Ia sociedad global, espe- cialmente la ensefanza. Lo que hay que superar es el imperialismo de Ja historia en los campos de la ciencia y la politica. A principios del siglo xx la historia no contaba casi, El historicismo en sus diver- sas formas quiso hacer de ella el todo. La historia no tiene que regir alas dems ciencias, y menos ala sociedad. Pero lo mismo que el fi- sico, el matemitico, el bidlogo —y de otro modo los especialistas en ciencias humanas y sociales— el historiador debe eer escuchado en su especialidad que es una de las remas furidamentales del saber. Como las relaciones entre la memoria y Ia historia, asi también las relaciones entre pasado y presente no tienen que llevar a la con- fusién 6 al escepticismo. Ahora se sabe que el pasado depende par- cialmente del presente. Toda historia es contemporanea en Ia medi- da en que el pasado es captado desde el presente y responde a sus intereses. Esto no es sdlo inevitable, sino también legitimo. Como la historia es duracién, el pasado es al mismo tiempo pasado y presen re, Corresponde al historiador hacer un estudio «objetivo» del pasa~ do en su doble forma. Cierto, comprometido como esti en Ia histo- ria, no podré alcanzar una verdadera objetividad, pero no es posible ningin otro tipo de historia. E] historiador realizaré progresos en la 52 comprensin de la historia, eeforzindoze por ponerse en dizousién a 8{ mismo, precisamente como un observador cientffico tiene en Pita las modificeciones que cventualmente aportx al objeto en ob- Servacién. Se sabe, por ejemplo, que los progresos de la democracia inducen a buscar cada vez més el lugar de los que algunos consideran refractaria al tiempo y no susceptible de ser analizada y comprendi- da en términos histéricos: la India. Por. otra, el de Ins saciedades «prehistéricas» 0 «primitivase 54 La tesis ahistérica sobre la India fuc sostenida brillaneemente por Louis Dumont {1962}. Recuerda que Hegel y Marx consideraron fa historia de la India como un caso en si mismo, précticamente la pu- ieron fuera dela historia. Hegel juzgabaa la castas hindiies como el fundamento de una «diferenciacién indestructible»; Marx canside- taba que a diferencia del desarrollo occidental, la India se caract zaba por un [ibidem]. Pero estos escritos no tienen una funcién de memoria, sino una funcién ritual, sagrada, magica, Son medios de comunicaci6n con las poten- tias divinas. Se exponen «para que los dioses los observen» y asi se ‘yuelven eficaces, en un eterno presente. El documento no est hecho ara servir de prueba, sino para convertirse en objeto magico, en ta~ ismin. No es un producto destinado a los hombres, sino a los dio- ses. La fecha no tiene otra finalidad que la de indicar cl cardcter fas- 100 nefasto del tiempo de la produccién del documento: «No signa un momento, sino un aspect del tiempor [ibidem, pag. 40. Los anales no son documentos histéricos, sino escritos rituales, «lejos de implicar la nocién de un devenir humano, sefialan correspondencias vilidas para siempre» [bidem]. El Gran Escriba que los conserva no ¢6 un archivista, sino un sacerdote del tiempo simbdlico, que tam- bién se ocupa del calendario. En la época de los Han, el historiador de la corte es un mago, un astrénomo, que establece el calendario ‘con precisiGn. Sin embargo, la utilizacién por parte de los historiadores actuales de estos falsos archivos no es s6lo una astucia de la historia, que miutestra hasta qué punto el pasado es una creacién sya constante, Los documentos chinos revelan un sentido y una funcién diferente de la historia segin la civilizacion, y la evolucion de la historiografia chi- na, por ejemplo bajo los Sung, y su renovacién con el reino de Chien Lung —del que es testimonio la obra bastante original de Chang Hotieh-ch’eng— muestra que la cultura histérica china no fue inmé- vil [véase Gardner, 1958; Filscher, 1942]. El Islam favorecié en un principio un tipo de historia fuertemen- te-vinculado con Ia religi6n, y mas especialmente con la época de su fundador Mahoma y con el Corin. La historia arabe tiene como 61 cuna 2 Medina, y como motivacidn la reunién de recuerdos de los origenes destinados a convertirse en «depésito sagrado e intangi- ble». Con la conquista, Ia historia asume un doble cardcter: el de una historia del califato, de naturaleza analitica, y el de una historia uni- versal, cuyo gran ejemplo es la historia de at~Tabari y de al-Mas'di, escrita en drabe y de inspiracién chifta Miquel, 1968]. Sin embargo, en la gran coleccién de obras de las viejas culeuras (india, irani, grie~ ga) en Bagdad, en tiempo de los Abésidas, los historiadores griegos fueron olvidados. En los territorios de los zougitas y los ayyubitas Gitia, Palestina, Egipto), en el siglo xu, Ia historia domina la pro- duceién literaria, especialmente con Ia biografia. La historia florece también en la corte mongol, entre los mamelucos, bajo el dominio turco. Hablaremos aparte de la personalidad de Ibn Khaldiin (véase pag. 79). Si Ibn Khaldin domina con su genio a los historiadores y gedgrafos musulmanes de la baja Edad Media, su filosofia de la his- toria es fundamentalmente la de sus contemporancos, signada por la nostalgia de la unidad del Islam, por la obsesién de la decadencia. Sin embargo, la historia no ocupé nunea en el mundo musulman el puesto privilegiado que conquisté en Europa y Occidente, Perm: necié efuertemente centrada en el fenémeno de ka revelacién cord ca de su aventura en el curso de los siglos y los innumerables pro- blemas que plantea, hasta el punto de que hoy parece no abrirse sino condificultad, o aun con reticencia, a un tipo de estudios y de méto- dos histéricos inspirados'en Occidenter [Miquel, 1967, pag. 461]. Si para los hebreos fa historia cumplié un papel de factor esencial para ha identidad colectiva —funcidn que en el Islam cumple la religion—, para los drabes y musulmanes Ia historia fue sobre todo «nostalgia del pasado», el arte y In ciencia del lamento [véase Rosenthal, 1952 y los textos que presenta). Queda en pie el hecho de que el Islam tuvo otro sentido de la historia respecto de Occidente, no conocié los mismos desarrollos metodolégicos en historia, y el caso de bn Khaldin es especial [véase Spuler, 1955). El saber occidental considera que la historia surgid con los grie- gos, Esta vinculada con dos motivaciones principales. Una es de or- den émnico, se trata de distinguir a los griegos de los barbaros. A la concepcidn de Ia historia se une la idea de civilizacién. Herodoto tiene en cuenta a los libios, los egipcios y sobre todo a los chiftas y a los persas, y lanza sobre ellos una mirada de etndgrafo. Por ejemplo, los chifeas son némadas y el nomadismo es diffe de pensar. En el 62 centro de esta geohistoria esté In nocién de frontera: la civilizaciém esta de este lado, la barbarie del otro. chiftas que atravesaron la frontera y quisieron helenizarse —ci arse— fueron asesinados por los suyos, porque los dos mundos no pueden mezelarse. Los chiftas son sélo un espejo donde los griegos se ven invertides [Har- tog, 1980). 'El otro estimulo de ha historia griega es la politica vinculada con Jas estructuras sociales, Finley detecta que no hay historia en Grecia antes del siglo va.C, No hay anales comparables con los de los reyes de Asiria, no hay interés por parte de poetas y filésofos, no hay ar- chivos. Es la época de los mitos, fuera del tientpo, transmitidos oral- mente. Enel siglo v la memoria nace del interés de las familias nobles (y reales) y de los sacerdotes de los templos como los de Delfos, Eleusis y Delos. Por su parte, Santo Mazzarino considera que el pensamiento his- t6rico nacié en Atenas en los ambicates del orfismo, en el marco de tuna reacci6n democrética contra la antigua aristocracia, especial- mente la familia de los Alemeénidas, y que «la historiografia nacio dentro de una secta religiosa, en Atenas, y no entre los librepensa- dores de Jonia» [Momigliano, 1967, ed. 1969, pag. 63). «El orfismo habia ¢...) exaltado, a través de la figura de Filos, el ghenos por exce~ lencia adverso a los Alemednidas: el ghenos del que después nacié Temistocles, ¢] hombre de Ia flota ateniense (...) La revolucién ate- niense contra la parte conservadora de Ja antigua aristocracia de tie- rras partié por cierto hacia el 630 a.C. de las nuevas exigencias del mundo comercial y marino que dominaba la ciudad (...) La “profe- efa sobre el pasado” era el arma principal de la lucha politica» [Maz- zarino, 1966, 1, pags. 32-33]. La historia, arma politica. Esta motivacién, en fin, absorbe la cul- tura histdrica priega, dado que la oposicin a los birharos na es sino otro modo de exaltar la ciudad; elogio de la ciudad que sugiere por otra parte a los griegos la idea de cierto progreso téenico: «Bl orfis- mo, que dio el primer impulso al pensamiento histérico, habia “des- Rrabiorto® tambiti la idea elemade progreso técnico, al modo como laconcibieron los griegos. De los enanos de Ida, descubridores metalurgiao “arte (téchne) de Efesto”, ya habia hablado la poesia épi- cade espiritus mas o menos 6rficos (Ia Foronide)» [ibidem, pap, 240], ‘Asi, cuando desaparece la idea de la ciudad desaparece también ia conciencia de Ja historicidad. Los sofistas, conservando la idea del 6 progreto téeniea, rechazaron toda nocidn de progreso moral, redu- jecon el devenir hist6rico a la violencia individual, lo desmenuizaron en itn aglomerada de «anécdotas escabrosas». Es Ia afirmacién de una antihistoria que ya no considera el devenir como una historia, como una sucesién inteligible de acontecimientas, sino como un conjunto de actos contingentes, obra de individuos o de grupos ais- lados [Chatelet, 1962], La mentalidad histérica romana no se presenta muy diferente de Ja griega, que por otra parte la formé. Polibio, el griego que inicié a los romanos en el pensamiento histérieo, ve en el espfritu romano la dilatacién del espiritu de la ciudad, y frente a los bérbaros los histo- siadores romanos exaltarin [a civilizacién encamada por Roma, la misma que Salustio exalta frente a Yugurta, el africano que toms de Roma sélo los medios para combatirla; la misma que Livio ilustra frente a los pueblos salvajes de Italia y a los cartagineses, esos ex- tranjeros que trataron de reducir a los romanos a la esclavitud, como hicieron los persas con los griegos; que César encarna contra los ga~ los; que Técito parece abandonar en. su resentimiento antiimperial para admirar alos buenos salvajes bretones y germanos, a quienes ve en definitiva con los rasgos de los antiguos y virtuosos romanos de antes dela decadencia. La mentalidad histérica romana esta, en efec- to—como lo estard mas tarde la iskimica—, dominada por el lamen- to por los origenes, el mito de la virrud de los antiguos, la nostalgia de las coscumbres ancestrales, de mos maiorum. La identificacién de Ja historia con la civilizacién grecorromana solo esta amortiguada por la creencia en Ia declinacion, de la que Polibio hace una teoria fundada en la similitud entre las sociedades humanas y los indivi- duos. Las instiruciones se desarrollan, declinan y mueren como los individuos, porque ellas también estan sometidas a las «leyes de Ia naruraleza>s asi, también la grandeza romana moriré. De esta teoria se acordard Montesquieu, La leccida de la historia para los antiguos se.sintetiza en definitiva en una negacién de Ia historia. Lo que deja de positivo son los ejemplos de los antepasados, héroes y grandes hombres. Hay que combatir la decadencia reproduciendo indivi- dualmente las grandes gestas de los antepasados, repitiendo los mo- delos eternos del pasado. La historia, fuente de ejemplos, no est le- jos de Ia retérica, de las téenicas de persuasin. Recurre pues de buena gana a las arengas, a los discursos. Ammiano Mareellino, a f- nales del siglo ry, resume en su estilo barroco y con su gusto por lo 4 trigico y lo extravagants, los rasgos ezenciales de la mentalidad his- t6rica antigua, Este sirio idealiza el pasado, evoca la historia romana através de ejemplos literarios y tiene como Unico horizonte—aun- que haya viajado por gran parte del imperio, con excepeién de Bre- tafia, Espaiia y el norte de Ree al este de Egipto—a Roma acter- na [véase Momigliano, 1974. Se ha visto el cristianismo como una ruptura, una revolucién en Ja mentalidad histérica. Al dara ha historia eres puntos fijos Ia crea cidn, inicio absoluto de la historia; la encarnacién, inicio de la histo- fia cristiana y de la historia de la salvacidn; el juicio universal, el fin de la historia—, el cristianismo habria sustituido las concepciones antiguas de un tiempo circular por la nocién de un tiempo lineal, ha- brfa orientado a la historia y le habria otorgado ur sentido. Sensible alas fechas, trata de fechar Ia creacién, los principales puntos de re- ferencia del Antiguo Testamento, fecha con lk mayor precisién po- sible el nacimiento y la muerte de Jestis, Religion histdrica, anclada en la historia, el cristianismo habria impreso a Ia historia en Occi- dente un impulso decisive. Guy Lardreau y Georges Duby insistic- ron recientemente en el vinculo entre el cristianismo y el desarrollo de la historia en Occidente. Guy Lardreau recuerda fas palabras de Mare Bloch: «El cristianismo es una religién de historiadores», y afiadié: «Estoy convencido, sencillamente, de que hacemos histo: porque somos cristianos». A Jo cual Georges Duby responde: «Tie- nen raz6n, hay una manera cristiana de pensar, que es Ia historia, La ciencia historica no es acaso. occidental? ¢Qué es Ia historia en Ja China, en la India, en Africa negra? El Islam tuvo geégrafos admira- bles, :pero dénde estan sus historiadores?» [Duby y Lardrenu, 1980, pags. 138-139]. Fl eristianismo favoreci6 seguramente cierta propen- siGn a razonar en términos histéricos, caracteristicos de los hibitas de pensamiento occidental, pero la estrecha relacién entre el cristia- nismo y Ia historia parece haberse desvanecido. Atin més, estudios recientes muestran que no hay que reducir la mentalidad histética antigua —sobre todo griega—a la idea de un tiempo circular [Mo- migliano, 1966; Vidal-Naquet, 1960]. Por su parte, el cristianismo no puede reducirse a lz concepcién de un tiempo lineal: un tipo de tiempo circular, el tiempo livirgico, cumple en él un papel primor- dial. La supremacia de ese tiempo livirgico redujo al cristianismo 4 fechar solamente dias y meses, sin mencionar el afio, para integrar el acontecimiento en el calendario litirgico. Por otra parte, el tiempo 6 teleolégico, exextoldgico, no lleva necesariamante a una valorizacién de Ja historia. Se puede considerar que la salyacién tiene lugar tanto afuera de la historia, con su negacién, como a través y por la histo- ria. Las dos tendencias existieron y existen todavia en el cristianismo [véase también Le Goff, op. eit., cap. Il], $i Occidente otorgé a la historia una atencién especial, si desarrollé especialmente la menta- lidad histérica y atribuyé un lugar importante a la ciencia histérica fue en tanOnde la evalacléa soci! y-polltica: Bactanta| proves alga nos grupos sociales y politicos y los idedlogos de los sistemas politicos tuvieron interés en pensarse histéricamente y en imponerse marcos de pensamiento histérico, Como hemos visto, este interés apareci6 primero en el Oriente Medio y en Egipro, entre los hebreos y des- pués entre los griegos. Sélo en lx medida en. que fue la ideologia am- pliamente dominante en Occidente, el cristianismo asumié algunas formas de pensamiento histérico. En cuanto a otras civilizaciones, si parecen dar un lugar menor al espiriva histérico es por una parte porque se reserva el nombre de historia a concepciones occidentales, No se reconocen como tal otros modos de pensar la historia; y por ‘tra, porque las condiciones sociales y politicas que favoreciezon el desarrollo dela historia en Occidente no siempze se dieron fuera de él. ‘Queda en pie el hecho de que el cristianismo dio importantes ele- montos a la mentalidad histérica, aun fuera de la concepcién agusti- niana de la historia (véanse las pags. 78-79), que influyé mucho en la Edad Media y més tarde. También historiadores cristianos orientales tuvieron una importance influencia sobre la mentalidad histérica, no sdlo en Oriente sino también indirectamente en Occidente. Es el caso de Eusebio de Cesirea, de Sécrates el Escolastico, de Evagrio, de Sozomeno, de Teodoreto de Ciro. Creian en el libre albedrio (Eusebio y Sécrates eran también origenistas) y pensaban que el cie- go destino, el fetwm, no cumplia una funcién en la historia, a dife- rencia de lo que exeian los historiadores greeorromanos, Para ellos el mundo era gobernado por el Xbyol, o tazén divina (denominada también Providencia), que delineaba la estructura de toda la nattira~ lezay detoda la historia: «Asi que se podfa analizar Ia historia y con- siderar la Iégica interna en la concatenacién de sus acontecimientos» [Chesnut, 1978, pag. 244], Nutrido de cultura antigua, este huma- nismo histérico eristiano acogié la nocién dela forruna para explicar Jos «accidentes» de la historia. El cardcter fortuito de la vida huma- na se encontraba en la historia y daba origen a la idea de la rueda de 66 a fortuna, tan popular en el medioevo, y que introducia otro cle- mento circular en la concepcién de la historia. Los cristianos con- servaron ast dos ideas esenciales del pensamiento histérico pagano, pero transformindolas profundamente: la idea del emperador, pero segtin el modelo de Teodosio el Joven, fue la imagen de un empera- dor mitad guerrero y mitad monje; la idea de Roma, pero rechazan- do tanto Ia idea de la decadencia de Roma como la de Roma eterna, El tema de Roma se convirtié en Ja Edad Media tanto en el concep- to de un imperio romano sagrada al mismo tiempo cristiano y uni- versal [véase Falco, 1942], como en la utopfa de una Europa de los Uhimes Dias, los suefios milenaristas de un emperador del final de los tiempos. ‘Ademds, Occidente debe al pensamicnto histSrico cristiano dos ideas que tuvieron fortuna en la Edad Media: el marco, intercambia~ doa los judfos, de una crénica universal [véase Brincken, 1957; Kri- ger, 1976]; la idea de tipos privilegiados de historia: biblica [yéanse Historia scholastica de Pieiro Mangiadore, ¢ 1170] y eclesisstica, ‘Vamos a hablar ahora de algunos tipos de mentalidad y de pric- tica hist6rica vinculados con algunos intereses sociales y politicos en diversos perfodos de la historia accidental. A las dos grandes estructuras sociales y politicas de la Edad Me- dia, cl feudalismo y la ciudad, estin vinculados dos fendmenos de mentalidad histérica: las genealogias y la historingrafia urbana. A esto hay que afiadir—en la perspectiva de una historia nacional mo- indrquica— las crénicas reales, entre las cuales las més importantes des- pués del final del siglo x1r fueron las Grandes Chrontques de France, «en las que los franceses creyeron como en la Biblia» (Guenée, 1980, pay. 339], El interés que tienen las grandes familias de una sociedad por es- tablecer sus genealogias cuando las estructuras sociales y polfticas han alcanzado cierto estadio es cosa sabida. Ya las primeras Ifneas de la Biblia desarrollan Ja letania de las gencalogias de los patriarcas. En las sociedades Ilamadas «primitivase las genealogias suclen ser la pri- mera forma de historia, ef producto del momento en que la memo- ria muestea la tencencia a organizarse en series cronolégicas. Geor- ges Duby ha mostrado cémo en el sigloxt—y sobre todo en el xt los sefiores, grandes y pequefios, patrocinaron en Occidente, sobre todo en Francia, una abundante bibliografia genealégica «para exal- tarla reputacién de su linaje, mis precisamente para apoyar su estra- 67 tegin matrimonial y poder asi contraer alianzas mis ventajosas» [ébi- dem, pig, 64; véase también Duby, 1967]. Con mayor razén, las di- nastias reinantes hicieron establecer genealogias imaginarias o mani- puladas para afirmar su prestigio y su autoridad. Asi, los Capetos lograron en el siglo xm allarse con los Carolingios [Guenée, 1978]. Asi, el interés de los principes y nobles produjo una memoria orga- nizada alrededor de la descendencia de las grandes familias [véase Génicor, 1975]. La parentela diacrénica se convierte en un principio de organizacidn de la historia, Un caso particular es el del papado, que cuando se afirma la monarquia pontificia siente In necesidad de tener una historia suya, que evidentemente no puede ser dindstica, pero quiere distinguirse de la historia de la Iglesia [Paravicini-Ba- gliani, 1976], Por su parte, las ciudades, una vez constituidas en organismos politicos conscientes de su fuerza y su prestigio, también quisieron elevar ese prestigio exaltando su antigiiedad, la gloria de sus origenes y de sus fundadores, las gestas de sus antiguos hijos, los momentos ‘excepcionales en que fueron fayarecidas por la proteccién de Dios y Ia Virgen, de sus santos patrones. Algunas de estas historias cobra- ron un caricter oficial, auténtico, Asi, el 3 de abril de 1262, la crénica del notario Rolandino, lefda en publico en el claustro de San Urba- no de Padua ante los maestros y estudiantes de la universidad, asu- mi6 el caricter de verdadera historia de la ciudad y de la comunidad urbana [Amaldi, 1963, pigs, 85-107]. Florencia da lustre a su fundaci6n, atribuyéndola a Julio César (Rubinstein, 1942; Del Monte, 1950). Génova poseia una historia auréntiea desde el siglo vit [Balbi, 1974). Es natural que Lombardia, zona de importantes ciudades, conociera una historiogeaffa urbana floreciente (Martini, 1970], Es natural que Hingund ciudad de li Hdad Medi tenga mayor interés que Venacla por tu historia. Pero Is antohistoriogratia vetieclarna medieval pusé por muchas vicisitudes reveladoras. En primer lugar, se registra un nitido contraste con Ia historiograffa antigua, que refleja mas las di- visiones y luchas internas de la ciudad que la unidad y serenidad fi- nalmente conquistadas: «La historiografia (...) reflejar4 una realidad ‘en movimiento, las luchas y conquistas parciales que la signan, una o varias fuerzas que acttian en ella; y no con la serenidad satisfecha de quien contempla un proceso acabado» [Cracco, 1970, pags. 45-61]. Por otra parte, los anales del dux Andrea Dandolo a mediados del si- glo x1v conquistaron una fama tal que hicieron olvidar la historio- 8 graffa vencciana anterior [Fasoli, 1970, pags. 11-12]. Es el comienzo de la shistoriografia publica» o «historiografia comandada», que culmins a comienzos del siglo xvt con los diarios de Marin Sanudo el Joven. El Renacimiento es una gran época para la mentalidad histérica, Lo signan Ia idea de uns historia nueva, global, In historia perfecta, y los importantes progresos metodoldgicos de la critica histérica. A partir de sus ambiguas relaciones com la antigiedad (al mismo tiem- po modelo paralizante y pretexto inspirador}, la historia del huma- nismo y el Renacimiento asume una doble y contradictoria actitud ante la historia. Por una parte, el sentido de las diferencias y del pasado, de la re- latividad de las civilizacionss, pero también la buisqueda del hombre, de un humanismo y una ética donde parad6jicamente Is historia se vuslve magistra vitae, negéndose a si misma, proporcionando cjem~ plos y lecciones de validez. temporal [véase Landfester, 1972]. Na die mejor que Montaigne [1380-1592] supo expresar este punto am- biguo para la historia: «Los historiadores son los que mas me gustan: son agradables y ficiles(...) el hombre en general, a quien trato de conacer, aparece més vivo y completo que en cualquier otro lugar, la variedad y verdad de sus tendencias interiores a grandes rasgos y en detalle, Ia diversidad de los modos de su complexion y los ceciden- tes que lo amenazans. No es de extrafiar entonces que Montaigne declare que en el terreno de la historia «su hombre» es Plutarco, hoy considerado un moralista més bien que un historiador. Por otra parte, la historia se alia en este perfodo con el derecho, y ¢sta tendencia culmina con la obra del protestante Francois Bau- doin, diseipulo del gran jurists Dumoulin, De institntione historiae universae et eins cum jurisprudentia conjunctione (1561). El objetivo de esta alianza es la unidn de lo real con lo ideal, de las costumbres con Ia moralidad. Baudoin acompafard a los teéricos que suefian tuna historia «integral», pero la visi6n de la historia sigue siendo «uti- litaria» [Kelley, 1570]. Es dtl recordar aqu’ las repercusiones, en el siglo xvt y comit zo del xvm, de uno de los fenémenos mas importantes de este perio- do: el descubrimiento y colonizacién del Nuevo Mundo. Vamos a mencionar sélo dos ejemplos, uno referido a los colonizados y otro alos colonizadores. En un libro pionero, La vision des vaincus, Na- than Wachtel estuelié [1971] la reaccidn de la memoria indigena ala 6 conquista cspaiiola del Perd, Wachtel recuerda ante todo que la con- guista no afecta 2 una sociedad sin historia: «No se puede pensar en os malos genios en la historia; cada acontecimiento se produce en tun campo ya constituido, hecho de instituciones, costumbres, signi~ ficados y hucllas multiples, que resisten y al mismo tiempo propor- cionan asidero a Ia accién humana», El resultado de la conquista pa- rece ser por parte de los indigenas la pérdida de identidad. La muerte de los dioses y del indio, la destruccién de los idolos, constituyen para los indigenas un «trauma colectivo», nacién muy importante en la historia que, en opinién de quien escribe, debe ocupar un lugar entre las principales formas de discontinuidad histérica: los grandes acontecimientos—revoluciones, conquistas, derrotas— se viven como «traumas colectivos», A esta desestructuracién, los vencidos reaccio- nan inventando «una praxis de reestructuraciGn», cuya principal ex- presiGn es en este caso sla Danza de la Conquistar: se trata de una -«rcestructuracién bailada, a través de imagenes, porque las otras for~ mas de praxis fallan» [ibidera], Wachtel hace aqui una importante reflexién sobre la racionalidad hist6rica: «Cuando hablamos de una 6gica o de-una racionalidad de la historia eso no significa que pre- tendamos definir leyes matematicas, necesarias, vilidas para. socie- dad, como sila historia obedeciera a un determinismo natural; pero la combinaci6n de los factores que constituyen lo no cronistico del acontecimiento dibuja un paisaje original, diverso, sostenido por un conjunto de mecanismos y regularidades; en suma, una coherencia —de ln que los contemporineos no suclen ser conscientes— cuya restitucién resulta indispensable pars la comprensién del acanteci- miento» [ibidens], Esta concepcién permite entonces a Wachtel de- finir la conciencia historica de vencedores y vencidos: «La historia parece entonces racional s6lo alos vencedores, mientras que los wen- cidos la viven: como irracionalidad y alienacién» [ibidem]. Pero se pone de manifiesto una tiltima astucia de Ia historia: en el lugar de tuna verdadera historia, los vencidos se constiruyen una tradicién como «medio de rechazo». Ast, una historia lenta de los vencidos es tuna forma de oposicién, de resistencia, a lz historia ripida de los ven- cedores y, paraddjicamemte, «en la medida en que los restos de In an tigua civilizacién inca atravesaron los siglos para llegar a nuestros dias, cabe decir que también este tipo de revueltas, esta praxis impo- sible, en cierto sentido ha triunfados [ibidem]. Doble leccién para el historiador: por tina parte la tradici6n es historia; a menudo, aun cuan- 70 do eliga residuos de un pasado lejano, cs una construccién histérica relativamente reciente, reaccién a un traumatismo politico y cultural y mis a menudo a ambos a la vez; por otra, esta historia lenta, que se encuentra en la cultura «popular» es, en efecto, una especie de anti- historia en la medida en que se opone a la historia que ostentan y animan los dominadores. Bernadette Bucher, « través del estudio de la iconografia de la co- leccisin Les Grands Voyages, publicada e ilustrada por la familia De Bry entre 1590 y 1634, definié las relaciones que los occidentales es- tablecieron entre ia historia y el simbolismo ritual sobre cuya base han representado e interpretado la sociedad indigena que descubrie- ron. Transformaron sus ideas y sus valores de europeos y protestan- tes en las estructuras simbélicas de las imégenes de los indigenas. Ast es como las diferencias culturales entre indigenas y europcos —es- pecialmente en lo que atafe a costumbres culinarias— aparecen en un momento dado a De Bry scomo la sefal de que el indigena es re- chazado por Dios» (Bucher, 1977, pags. 227-228], La conclusién es que «las estructuras simbdlicas son obra de una combinatoria cn la cual la adaptacién al ambiente, 2 los acontecimientas, y por consi- Guiente Ja iniciativa humana, entran en juego constantemente por medio de una dialéctica entre estructura y acontecimiento» [ibidem, pags. 229-230], Asi, los curopcos del Renacimiento-rescatan el modo de proceder de Heradoto y hacen que los indigenas les tiendan wn espejo donde se reflejan ellos mismos. Asi, los encuentros de cult tas hacen nacer respuestas historiogrsficas diferentes ante el mismo acontecimiento. Queda en pie el hecho de que —a pesar de sus esfuerzos hacia una historia nueva, independiente, erudita— In historia del Renaci- miento depende estrechamente de los intereses sociales y politicos dominantes, en este caso del Estado, Desde el siglo xt al xv el pro- tagonista de la produccién historiogréfica habia sido en el ambiente seorial y monarquico el protegido de los grandes (Godofredo de Monmauth o Guillermo de Malmesbury dedican sus obras a Rober- to de Gloucester, los monjes de Saint-Denis trabajan para la gloria del rey de Francia, protector de su abadia, Froissart escribe para Fi- lippa de Hainaut, reina de Inglaterra, etc.), o bien, en los ambiros ur- banos, el cronista notario [Arnaldi, 1966]. Enun ambiente urbano, el historiador es miembro de la alta bur- guesia en el poder, como Leonardo Bruni, candiller de Florencia de 7

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