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Resumen de Articulación de Saberes II PDF
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2013
Indice
Unidad 1: Perspectiva de los derechos humanos, perspectiva de género ................................... 4
Si digo educar para los Derechos Humanos. Pérez Aguirre ...................................................... 4
Si digo educar ........................................................................................................................ 4
El principio sabiduría: un arte "gustoso" de la verdad .......................................................... 5
Los derechos humanos: ethos de la sociedad del mañana ................................................... 5
El principio sensibilidad: Pathos y Eros ................................................................................. 6
El principio hermenéutico: el «lugar» educativo .................................................................. 7
Disminuir la distancia entre el decir y el hacer ..................................................................... 8
El sistema interamericano de protección de derechos humanos. Rodriguez Rescia. ............ 10
Introducción ........................................................................................................................ 10
Antecedentes del sistema Interamericano ........................................................................ 10
Instrumentos Interamericanos más recientes referidos a los Derechos Humanos ............ 11
Los Órganos de Protección del Sistema .............................................................................. 12
El proceso contencioso........................................................................................................ 18
El procedimiento consultivo................................................................................................ 20
Las Medidas Provisionales................................................................................................... 21
El futuro del Sistema Interamericano ................................................................................ 21
Género, diferencia de sexo y diferencia sexual. Lamas .......................................................... 23
El fantasma de la biología ................................................................................................... 23
Diferencia sexual es más que diferencia biológica.............................................................. 23
El habitus o la subjetividad socializada ............................................................................... 25
Cuerpos sexuados y psiques sexualizadas........................................................................... 26
Género y diferencia sexual: de la cama al diván ................................................................. 27
Unidad 2: Derechos Humanos..................................................................................................... 29
Trauma, Duelo Reparación y Memoria. Lira ........................................................................... 29
Las demandas de las víctimas: Verdad, Justicia y Reparación ............................................ 29
Lo que hemos aprendido .................................................................................................... 30
Otros temas sobre los que podemos reflexionar ................................................................ 33
La memoria de experiencias políticas traumáticas ............................................................. 34
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Articulación de Saberes 2. Reglamentado. 2013
Estamos mal educados para los derechos humanos. Somos analfabetos porque nos
desnaturalizan los efectos del marco mental tecnológico actual sobre la educación a que
somos sometidos.
Bateson dijo que los supuestos en que se basa la enseñanza son obsoletos, y los enumeró de
la siguiente manera:
a) el dualismo cartesiano que separa “mente” y “materia”;
b) el fisicalismo extraño de las metáforas que utilizamos para describir y explicar los
fenómenos mentales: “poder”, “tensión”, “energía”, “fuerzas sociales”, etc.
c) nuestro supuesto antiestético, tomado del énfasis que Bacon, Locke y Newton hace
tiempo pusieron en las ciencias físicas, a saber, que todos los fenómenos (incluidos los
mentales) pueden y deben ser estudiados y valorados en términos cuantitativos.
La visión del mundo -la epistemología latente y parcialmente inconsciente que tales ideas en
conjunto generan es anticuada en tres maneras:
a) Pragmáticamente, está claro que estas premisas y sus corolarios llevan a la codicia, a
un monstruoso crecimiento excesivo, a la guerra, la tiranía y la contaminación. En este
sentido, nuestras premisas se demuestran a diario falsas y los educandos son poco
conscientes de esto.
b) Intelectualmente, las premisas son obsoletas en cuanto la teoría de sistemas, la
cibernética, la medicina holística, la ecología y la psicología de la Gestalt ofrecen,
demostrativamente, mejores medios de comprender el mundo de la biología y de la
conducta.
c) Como base para la religión, premisas como las que he mencionado se hicieron
claramente intolerables y, por tanto, obsoletas hace unos 100 años.
Si digo educar
Educar, educación, derechos humanos,... términos que manejamos con total soltura y a veces
hasta con temeridad, con poca responsabilidad. Pero no son unívocos (de un único significado)
sino equívocos.
Todos hablamos de educación, pero no todos le atribuimos el mismo contenido. Porque según
sea la idea que cada uno se haga del valor, de los DD.HH. y del fin de la existencia, tal será su
concepto de educación.
Educar es modificar actitudes y conductas. Es afectar los corazones, los estilos de vida, las
convicciones. Y es evidente que esto no puede hacerse sino desde las actitudes profundas del
propio educador (en el entendido de la "comunión" educador-educando en la vida cotidiana).
No podemos concebir el proceso educativo más que como una especie de empatía, de mímesis
de actitudes entre ambos sujetos. Entonces todos deben participar en este proceso: la madre y
el padre (aún desde antes de nacer los hijos). Pero también los abuelos, los vecinos, el cartero,
la peluquera, el mozo del bar...
Entonces educar es otra cosa, es justo al revés de lo que todos normalmente pensamos y
creemos. Educar no es "introducir" en la mente y el corazón de la persona (infantil o adulta)
unos contenidos, conceptos, conocimientos... sino justamente al revés.
Educar es el arte de hacer que aflore todo lo más hermoso, lo más valioso, lo más digno, lo
más humano que hay en el corazón de cada persona. Es posibilitar el despliegue de sus
talentos, de sus capacidades, sus dinamismos positivos más personales.
La educación prepara para la vida por la práctica de la misma vida. Por eso la educación nunca
puede concluir en un período determinado de la vida. Ella es por naturaleza un acto
permanente de amor y de coraje; es una especie de acto ginecológico, como la función de la
matrona o la partera; y es una práctica de la libertad humana dirigida hacia la fraternidad y la
persona en sociedad, a quien nunca se acepta como pre-determinada, sino que se busca
ayudar para que acceda a una vida más plena y humana por la solidaridad y el espíritu
fraternal.
Ese ethos es la base de toda ética. De aquí la importancia que adquiere la educación para los
derechos humanos como referente ético de la sociedad. Ellos deben ser el nuevo ethos, la
meta de la educación de toda sociedad que se precie de humana. Por su universalidad,
interdependencia e indivisibilidad, ellos son el referente ético más adecuado para las
sociedades actuales.
Desgraciadamente los derechos humanos no son el centro de la preparación que dan las
escuelas en nuestras sociedades. Las escuelas ahora cada vez más son centros de preparación
de los jóvenes para vencer en el mercado.
El ethos de la burguesía será el referente de todos los demás. Esas personas no tendrán
referentes en sí mismas, en el ethos de los derechos humanos, sino en la imagen que
proyectan los medios masivos dominados por las élites. De ahí la necesidad de poder consumir
para poder tener identidad. Su necesidad de consumo responde a la necesidad perversa de la
economía de mercado.
Se necesita un ethos común, una creación sólida de normas de conducta social y de valores
que trascienda lo puramente moralizante. Que llegue a ser asimilada por la espontaneidad y se
transforme en la normalidad de las relaciones sociales. Sólo desde allí surgirá una economía
humana y una seguridad adecuada para la sociedad sin distinción de los que tienen y los que
no, como hace el mercado actualmente. Sólo desde ese nuevo ethos surgirá la alternativa a los
referentes en vía de extinción, como son el de nación y el de trabajo. Ni la nación ni el trabajo
volverán ya a ocupar el rol ni a tener la importancia que tuvieron en la época de las antiguas
burguesías. Además ni la nación ni el trabajo fueron las raíces del ethos durante la casi
totalidad de la historia humana. La nación no tiene más de 200 años en la historia de la
humanidad, y la organización del trabajo, tal como lo conocemos ahora, no tiene más edad
que la nación.
Por eso será siempre un camino errado acercarse a (la educación para los DD.HH.) desde una
teoría o desde una doctrina. Se deberá partir de una experiencia, de un dolor ajeno sentido
como propio.
Del grito pasamos a la compasión. Una teoría, una doctrina, la misma Declaración Universal de
los DD.HH., difícilmente podrán ser origen y canal de una vocación sostenida y desinteresada
en favor de los derechos del sufriente y del oprimido. En la opción por los DD.HH. lo que pro-
voca (pro: adelante; vocare: llamar; es decir: lo que llama desde adelante, desde el horizonte)
a la movilización de nuestras energías amorosas, a la com-pasión, no es una teoría, ni la
reflexión, sino la capacidad de oír el grito del sufriente y tener la sensibilidad para responder a
él.
El primer movimiento pasa entonces por la sensibilidad, pesa en las entrañas, será una opción
y una vocación entrañable. Es necesario afirmar este principio de la sensibilidad, porque
venimos desde hace siglos embarazados de una triple influencia cultural que nos desvió de la
opción entrañable. El Helenismo, la Gnosis y el Maniqueísmo nos devaluaron la sensibilidad
porque buscaron liberarnos de lo sensible para acceder a la contemplación del eón Sofía (una
sustancia eterna y etérea). En los comienzos de nuestra cultura se puso como origen el Logos
griego, y en los albores de la modernidad, el cogito cartesiano. Pero hoy ya nadie podría
sostener que la razón lo explique y abarque todo. La razón ha dejado de ser el primero y el
último momento de la existencia humana. Nuestra existencia está abierta hacia arriba y hacia
abajo de la razón. Entre otras cosas porque existe lo a-racional y lo i-rracional. Abajo existe
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algo más antiguo, más profundo, más elemental y primitivo que la razón: la sensibilidad.
Podemos decir que la experiencia humana base es el sentimiento. No es primero el cogito,
ergo sum (pienso, luego existo)cartesiano, sino el sentio, ergo sum (siento, luego existo); no es
el Logos, sino el Pathos, la capacidad de ser afectado y de afectar: la afectividad...
Si en esta convicción reside la base ontológica de la psicología profunda (Freud, Jung, Adler y
sus discípulos) debería residir también la base ontológica de la educación. La estructura última
de la vida es el sentimiento reflejo y las expresiones que de ellos se derivan: el Eros, la pasión,
la ternura (una de las palabras más bellas de nuestro idioma), la solicitud, la compasión, el
amor... Es el sentimiento entendido correctamente y en toda su dimensión, no sólo como
moción de la psique, sino como «cualidad existencial», como estructuración óntica del ser
humano
Estamos afirmando algo que para el educador es fundamental, que en el origen no está la
razón, sino la pasión (Pathos y Eros). Y que la misma razón actúa movida, impulsada por el
Eros que la habita. El educador no puede ignorar que Pathos no es mera afectividad, no es
mera pasividad que se siente afectada por la existencia propia o ajena, sino que es
principalmente actividad, es un tomar la iniciativa de sentir e identificarse con esa realidad
sentida. Y el Eros no supone un mero sentir, sino un con-sentir. No es una mera pasión, sino
una compasión. No es un mero vivir, sino un con-vivir, simpatizar y entrar en comunión. Educar
es comulgar con el otro, hacerlo con entusiasmo, con ardor, con una creatividad que se
sorprende, se maravilla y se abre a lo fascinante de lo nuevo que surge en esa relación. El
educador no podrá olvidar que lo propio de la razón es dar claridad, ordenar y disciplinar la
dirección del Eros. Pero nunca está sobre él. La trampa en que cayó nuestra cultura es la de
haber cedido la primacía al Logos postergando el Eros, así desembocó en mil mutilaciones de la
creatividad y gestó mil formas represivas de vida (Paulo Freire). La consecuencia es que hoy se
sospecha del placer y del sentimiento, de las «razones» del corazón. Y entonces campea la
frialdad de la «lógica», la falta de entusiasmo por cultivar y defender la vida, campea el cálculo,
la muerte de la ternura. Esto es letal para el proceso educativo.
Esto es de capital importancia para educar en los DD.HH. Aún suponiendo la mejor intención,
la mejor buena voluntad y los mejores talentos intelectuales, hay lugares desde los que,
simplemente no se ve, no se siente la realidad que nos abre a los DD.HH., al amor y a la
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solidaridad. Porque nadie puede pretender mirar o sentir los problemas humanos, la violación
de los derechos y de la dignidad humana, el dolor y el sufrimiento de los otros, desde una
posición «neutra», absoluta, inmutable, cuya óptica garantizaría total imparcialidad y
objetividad. Entonces hay lugares, posiciones personales, desde los que simplemente no se
puede educar en DD.HH. La cosa es así de simple, y así de grave caer en la cuenta de ello y
sacar las consecuencias.
El lugar educativo es tan o más decisivo para la tarea que la calidad de los contenidos (DD.HH.,
valores, etc.) que quiero comunicar o contagiar. Urge pues, en la mayoría de los casos, una
ruptura epistemológica. La clave para entender esto se encuentra en la respuesta que cada
uno demos a la pregunta por el «desde dónde» educo y actúo, la pregunta por el lugar que
elijo para mirar el mundo o la realidad, para interpretar la historia y para ubicar mi práctica
educativa.
Para educar en DD.HH. es obligatorio adoptar el lugar social de la víctima. El punto de vista de
los satisfechos y los poderosos termina inevitablemente enmascarando la realidad para
justificarse. Nunca será posible educar para ser humanos desde la óptica del centro y el poder,
ni siquiera desde una pretendida neutralidad.
Educar en los DD.HH. será entonces un proceso de adquisición de una nueva identidad del
educador y del educando a través de una figura humana que encarna esos derechos de alguna
manera, a través de un ejemplo, de alguien que se planta ante el otro y su mera presencia es
un desafío permanente a ser más. Y no a ser más sabio, más artista, más ilustrado, sino más
humano. De aquí que la acción educativa será dialéctica, educador y educando se educarán
mutuamente. Los sentimientos de culpa y los auto-reproches en este campo no están ligados
primariamente a las transgresiones legales, al incumplimiento de metas intelectuales, artísticas
o de cualquier tipo, sino fundamentalmente a que nos mutilamos y nos disminuimos como
seres humanos; a que fracasamos como seres humanos.
No es concebible un acto educativo, por más neutro que lo podamos presentar, que no
implique la expresión profunda de nuestras actitudes y valores. La idea de justicia que
tengamos ha de ser coherente con la que tengamos de delito, de ley, de respeto, de varón y de
mujer, etc. Les quiero decir que el arte de suscitar una actitud en los otros es algo más que
añadirles nuestra propia opinión valorativa acerca de algo o de alguien. Hacer que otro asuma
una actitud nueva es conmoverlo amplia y profundamente.
Por eso sólo se logra desde un fenomenal acto de amor. De lo contrario es como chocar con un
muro... Educar es eso, es hacernos y convertir a los demás en vulnerables al amor. Transmitir
actitudes sólo se puede desde esa mutua vulnerabilidad, donde el amor se vive seriamente y
naturalmente. Porque será inútil decir que no miento; habrá simplemente que decir la verdad,
ser veraz; lo eficaz no será predicar la tolerancia, sino ser simplemente tolerante.
Obviamente, la Declaración Americana de los Derechos y Deberes del Hombre de 1948[9], que
sirve de marco para todo el sistema, cumple un papel importante para aquellos Estados
miembros que todavía no han ratificado la Convención Americana, pero también para los
Estados parte en ésta.
Sin embargo, los antecedentes del sistema interamericano de derechos humanos son de
mucho más data e inclusive, a veces ignoramos que constituyen precedentes vitales para el
sistema universal de protección de derechos humanos. Hablamos de la Declaración del Pueblo
de Virginia de 1776 y de la creación de la Corte Centroamericana de Justicia, primer tribunal
internacional regional, donde incluso se le reconocía participación directa a la persona (jus
standi), situación que aún no es reconocida para el caso de la Corte Interamericana de
Derechos Humanos.
El sistema interamericano tiene la peculiaridad de que sus antecedentes son los de más data
de los sistemas regionales con la excepción del europeo. Es a partir del Congreso Anfictiónico
de Panamá (1826) que se desencadena una serie de Congresos y Conferencias
Interamericanas en las que se desarrollan los principios del panamericanismo y los ideales
bolivarianos.
No es un órgano permanente, sino que se reúne varias veces al año, dependiendo del
presupuesto anual que le haya designado la OEA. Debido a la cantidad de trabajo, denuncias
que recibe (alrededor de 1000 peticiones individuales), visitas que debe hacer a los países para
la emisión de informes específicos, etc., sus recursos financieros y humanos nunca son los
adecuados para brindar un servicio idóneo para una competencia que abarca a 35 países de la
región, incluyendo a Cuba.
La génesis de la Comisión va de la mano con que la OEA no deseaba crear un órgano regional
que interfiriera con los asuntos internos de los Estados Miembros. Se pretendía originalmente
que realizara actividades de promoción y educación en derechos humanos a partir de la
realización de estudios, simposios, reuniones sobre asuntos generales, pero sin inmiscuirse en
la observancia de los derechos humanos en países específicos.
Sin embargo, la misma Comisión interpretó que se le había otorgado la función de velar por la
protección de los derechos humanos, defenderlos y promover su observancia. Era obvio que
para ello, las facultades que se le concedieron eran insuficientes para realizar esas funciones.
Así, la Comisión inició la realización de actividades no contempladas explícitamente en su
Estatuto pero consideraba que implícitamente eran necesarias para el mejor cumplimiento de
sus funciones. Precisamente, fue el sometimiento de numerosas quejas contra los gobiernos,
lo que estimuló a la Comisión a realizar una interpretación extensiva de su Estatuto.
La OEA no cuestionó esos procedimientos lo que implicó una aceptación tácita de su validez.
Bajo ese esquema, la principal función que tuvo la Comisión fue enfrentar el problema de las
violaciones masivas y sistemáticas de los derechos humanos (Somoza en Nicaragua,
Stroessner en Paraguay, eliminación de partidarios de Batista en Cuba en 1960) y no la de
investigar violaciones aisladas, que era como funcionaba el sistema europeo. Ello con el fin de
documentar la existencia de las violaciones y presionar para mejorar la situación general de los
derechos humanos en el país que se tratara. Para poder obtener efectos positivos, el
procedimiento se caracterizó por su flexibilidad para poder “tomar conocimiento” de las
denuncias de violaciones de derechos humanos, pedir informaciones al Gobierno y formularle
recomendaciones finales. A grandes rasgos, las características de ese proceso, antes de que
entrara en vigor la Convención Americana, eran las siguientes:
La solución para este desfase procesal fue agregar al Estatuto de la Comisión el artículo 9 para
conservar el procedimiento flexible, por una parte, y agregar el nuevo (cuasi-judicial) para
conocer de violaciones de ciertos derechos humanos establecidos como fundamentales en la
Resolución XXII (arts. I, II, III, IV, XVIII, XXV y XXVI de la Declaración Americana).
Derechos a proteger: El artículo 1.2 del Estatuto de la Comisión establece que “por derechos
humanos se entiende los consagrados en la Declaración Americana de Derechos y Deberes
del Hombre y en la Convención Americana sobre Derechos Humanos”. Algunos han tratado
de desvirtuar el carácter vinculante de los derechos contemplados en la Declaración
Americana y se le ha contrastado incluso con la Convención Americana, por ser esta un
tratado internacional propiamente dicho y aquella no. Lo cierto es que al haber sido adoptada
unánimemente por los Estados ligados a la Carta de la OEA, la Declaración tiene también un
irrefutable carácter vinculante, además de ser fuente de derecho internacional al ser invocada
constantemente por los Estados, tanto en foros internacionales como para informar la
creación de leyes nacionales.
Además, la Comisión Interamericana (al igual que la Corte Interamericana), tienen una
competencia ampliada para interpretar “otros tratados concernientes a la protección de los
derechos humanos en los Estados Americanos”. En su opinión consultiva OC-1/82, la Corte
Interamericana interpretó la frase “otros tratados” citada, de la siguiente manera: “la
competencia consultiva de la Corte puede ejercerse, en general, sobre toda disposición,
concerniente a la protección de los derechos humanos, de cualquier tratado internacional
aplicable en los Estados americanos, con independencia de que sea bilateral o multilateral,
de cuál sea su objeto principal o de que sean o puedan ser partes del mismo Estados ajenos al
sistema interamericano”.
Actualmente, las funciones y competencia de la Comisión son las más amplias que pueda tener
un órgano de promoción y protección de derechos humanos, especialmente porque puede
vigilar y promover los derechos humanos desde todas las ópticas posibles y no solo desde la
tramitación de casos concretos. Por ejemplo, puede realizar investigaciones sobre violaciones
flagrantes y sistemáticas. Por ello, debe tener el personal suficientemente capacitado para
vigilar los derechos humanos desde un punto de vista integral y no solo jurídico; puede hacer
recomendaciones a los Estados Americanos sobre políticas públicas en distintos temas sobre
derechos humanos (ausencia de políticas o falta de idoneidad de las existentes), promover
reformas legislativas para adecuar la legislación interna a los instrumentos interamericanos,
servir de observatorio regional de la situación de los derechos humanos, emitir informes
anuales y específicos, servir de órgano consultor de la OEA en materia de derechos humanos,
educar en la materia, redactar y dar seguimiento de proyectos de declaraciones y tratados
sobre derechos humanos, etc.
Pero quizás, una de las funciones que más tiempo y recursos le demandan es la tramitación de
peticiones o comunicaciones individuales, ya que el procedimiento interamericano exige que,
para que un caso pueda ser conocido por la Corte Interamericana, debe necesariamente pasar
antes por el procedimiento ante la Comisión dispuesto en la Convención Americana, el cual es
irrenunciable[24].
Funciones específicas
Le corresponde a la Comisión:
Otras funciones que tiene la Comisión son las referentes al examen de la situación general de
los derechos humanos en un Estado (Country Reports). Las características de este
procedimiento son:
Las partes del proceso ante la Comisión son: la persona peticionaria y el Estado o Estados
demandados.
En situaciones muy especiales –casos graves y urgentes- la Comisión puede realizar una
investigación, previo consentimiento del Estado demandado- tan solo con la presentación de
una petición o comunicación que reúna los requisitos formales de admisibilidad.
De esas etapas, la de admisibilidad es una de las más importantes porque refleja el sistema
más amplio de protección que existe, ya que la petición la puede plantear cualquier persona
o grupo de personas después de que se han agotado primero los recursos de la jurisdicción
interna. Cabe indicar que no en todos los casos deben agotarse los recursos internos. En
situaciones muy especiales, puede obviarse ese requisito; a saber:
Los otros dos requisitos de admisibilidad son: que una vez agotados los recursos internos, la
persona peticionaria debe presentar la denuncia dentro de los seis meses siguientes a su
agotamiento y que la materia objeto de la petición o comunicación no esté pendiente de otro
procedimiento de arreglo internacional.
Una vez que la Comisión hace un estudio de admisibilidad, emite un informe de admisibilidad
o de inadmisibilidad, según sea la situación. Si se declara la admisibilidad, la Comisión se puede
poner a disposición de las partes para que puedan discutir la posibilidad de llegar a una
solución amistosa.
Una vez declarada la admisibilidad y habiendo recibido informaciones del Estado demandado y
de la parte peticionaria, la Comisión inicia la etapa de investigación de los hechos mediante un
examen del asunto planteado, para cuyos efectos, todas las partes tendrán conocimiento de
las actuaciones procesales, las cuales le proporcionarán todas las facilidades necesarias.
Dentro de ese plazo de tres meses, si el Estado no acata sus recomendaciones, la Comisión
puede tomar las siguientes decisiones:
El 22 de noviembre de 1969 fue adoptada en San José de Costa Rica la Convención Americana
sobre Derechos Humanos, por la que se crea una Corte Interamericana de Derechos Humanos.
Se define como “una institución judicial autónoma que tiene por objeto la aplicación e
interpretación de la Convención Americana sobre Derechos Humanos”.
La Corte está compuesta por siete jueces de la nacionalidad de los Estados miembros de la
OEA, pero elegidos a título personal por mayoría absoluta de votos de los Estados Partes
en la Convención Americana, de una lista de candidatos propuestos por esos mismos Estados.
Son elegidos por seis años y podrás ser reelegidos una vez.
Una última diferencia entre ambas competencias se refiere al carácter jurídico de las
decisiones emitidas por el Tribunal. En el caso del ejercicio de la competencia contenciosa, los
tribunales internacionales emiten sentencias y resoluciones en las que determinan o no la
violación al derecho internacional que se denunció y que son vinculantes. En el caso del
ejercicio de la competencia consultiva, la Corte emite una opinión, la cual no tiene las
características de una sentencia ejecutable directamente a nivel interno. No obstante, ello
no quiere decir, en modo alguno, que las opiniones consultivas no tengan valor jurídico.
Por el contrario, la competencia consultiva cumple un papel fundamental en el proceso
interpretativo de la Convención Americana.
El proceso contencioso
En la Corte las partes son, la misma la Comisión Interamericana y los Estados demandados.
Actualmente se permite que, una vez admitida la demanda ante la Corte, las presuntas
víctimas, sus familiares o sus representantes tengan capacidad de actuar ante ese Tribunal y,
por lo tanto, constituirse como partes.
Las excepciones preliminares son “defensas procesales” que invocan los Estados demandados
que, de ser declaradas con lugar, no sería necesario discutir el fondo del asunto, ni demostrar
los hechos ni evacuar prueba porque los motivos de forma o de temporalidad objeto de las
excepciones darían término al proceso en favor del Estado. No existe una lista taxativa de
excepciones preliminares a invocar, sin embargo, a las que más acuden los Estados son las
referidas al no agotamiento de los recursos internos y caducidad de la demanda.
b) Fase de fondo
Se divide en una fase escrita y otra oral. La escrita se inicia con la presentación de la demanda
ante la Corte por parte de la Comisión o de un Estado parte, dentro de los tres meses
siguientes a la emisión del Informe del artículo 50 de la Convención Americana. Junto con la
demanda, debe aportarse toda la prueba documental y ofrecerse la testimonial y pericial
correspondiente, indicándose en cada caso, el objeto del testimonio o del peritaje.
Si la demanda cumple con todos los requisitos señalados por el artículo 33 del Reglamento de
la Corte, el Presidente autoriza su notificación formal al Estado demandado, al cual se le
concede un plazo de dos meses para contestarla. En su respuesta, el Estado debe cumplir con
los mismos requisitos exigidos para la Comisión en cuanto a la presentación de prueba
documental y ofrecimiento de la testimonial y pericial. En caso de que el Estado desee
presentar excepciones preliminares, deberá hacerlo en el mismo escrito de contestación.
Una vez que el Estado demandado contesta la demanda, las partes podrían solicitar al
Presidente la presentación de otros actos del procedimiento escrito, el cual los autorizará “si...
lo estima pertinente”.
Durante la fase oral y pública, la Corte escucha los testimonios y experticias relevantes en el
caso y, en último término, los alegatos finales que las partes en el proceso deseen someter a
su consideración.
Concluido el proceso oral, la Corte delibera en privado sobre el fondo del asunto y dicta
sentencia, la cual es definitiva e inapelable.
c) Fase de reparaciones
Daños materiales:
a. lucro cesante
En cuanto a la indemnización por lucro cesante, se ha entendido que equivale al monto de los
ingresos que las víctimas o sus sucesores recibirían a lo largo de su vida laboral si no hubiese
ocurrido la violación a sus derechos.
b. Daño Emergente:
Normalmente se entienden como los gastos efectuados por las víctimas o sus familiares con
motivo de sus gestiones para investigar y sancionar los hechos que vulneraron los derechos de
las víctimas.
c. Daños no patrimoniales:
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Dentro de esta categoría, se incluye en particular, la indemnización por daños morales por
medio de distintas formas de satisfacción:
Daño Moral: es quizás el daño que más se justifica resarcir, ya que, resulta evidente y propio
de la naturaleza humana, que toda persona sometida a las agresiones y vejámenes que
representan la violación de los derechos humanos, experimente un daño moral. Los criterios
para su estimación siempre los ha basado la Corte con base en el principio de equidad.
Satisfacción No Patrimonial: son medidas a cargo del Estado tales como la investigación de los
hechos relativos a la demanda, el castigo de los responsables de esos hechos o la
reivindicación de la memoria de las víctimas.
Nada impide que aun cuando se inicie esta etapa de reparaciones, las partes pueden llegar a
una solución amistosa por su cuenta, para lo cual la Corte deberá verificar que el acuerdo sea
justo.
Una vez que ha finalizado la etapa de presentación de escritos sobre reparaciones -lo que
podríamos denominar fase escrita- la Corte Interamericana, como práctica procesal, convoca a
una audiencia pública para que las partes evacuen sus pruebas testimoniales o periciales y
presenten verbalmente sus alegatos sobre las reparaciones.
El procedimiento consultivo
La Corte Interamericana está facultada por el artículo 64 de la Convención para emitir
consultas con referencia a la interpretación de la Convención o de otros tratados
concernientes a la protección de los derechos humanos en los Estados americanos. Su
competencia consultiva se extiende a la interpretación de un tratado siempre que esté
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En un proceso consultivo, además, la Corte generalmente invita a todos los Estados y órganos
legitimados para que presenten sus observaciones escritas sobre el asunto que ha de resolver.
Las medidas adoptadas por la Corte han revelado ser un instrumento de excepcional
importancia en la protección de eventual material probatorio ante la Corte y de la vida e
integridad personal de testigos en los procesos que ante ésta se desarrollan.
Ello permitió poner a prueba el estatus consultivo de las ONG´s ante la OEA a lo largo de un
ciclo de consultas mediante consorcios de agrupaciones nacionales y regionales que han
tenido un papel fundamental en todo el proceso, el cual se caracterizó por las siguientes
etapas impulsadas a partir de finales de 1998: la celebración de la semana de Derechos
Humanos en Costa Rica; la convocatoria y celebración del Trigésimo Aniversario de la
Convención Americana sobre Derechos Humanos, Cuadragésimo de la Comisión
Interamericana y Vigésimo Aniversario de la Corte Interamericana de Derechos Humanos,
actividad que fue considerada acto oficial del Sistema Interamericano de Derechos Humanos
en noviembre de 1999; realización de un diálogo informal de Cancilleres sobre el tema del
fortalecimiento del Sistema en que participaron las delegaciones de los veintiséis países
americanos y el Secretario General de la OEA, en la que se conformó un Grupo de Trabajo Ad-
Hoc que presentó luego, en febrero de 2000, un plan de acción para el fortalecimiento y
desarrollo del Sistema Interamericano de Derechos Humanos que incluía, entre otros,
dotación de presupuesto adecuado para los órganos del sistema y un proyecto de Protocolo a
la Convención Americana para otorgarle a las víctimas de violaciones de derechos humanos,
jus standi ante la Corte Interamericana. Como se sabe, este último paso todavía no ha sido
dado por la Asamblea General de la OEA.
Hoy, la responsabilidad final de asumir los retos de un fortalecimiento real del Sistema
Interamericano descansa en los órganos políticos de la OEA y, especialmente, en la Asamblea
General. La Comisión y la Corte ya hicieron lo propio modificando y armonizando sus
reglamentos permitiéndole capacidad de actuar a las víctimas ante la Corte, flexibilizando
criterios de envío de casos al Tribunal y reduciendo ostensiblemente los plazos durante las
distintas fases procesales ante la Comisión y la Corte.
Hay que analizar el género desde lo intercultural pero también desde lo “inconsciente”, el cual
juega un papel crucial.
El fantasma de la biología
Según Hawkesworth, aunque el concepto de género fue utilizado hace años para el
determinismo biológico, en la actualidad ha pasado a ser central en debates de historia,
lenguaje, arte, etc.
Señala además que también lleva a la confusión hablar de diferencias entre los sexos con
diferencial sexual. Este concepto de diferencia sexual es básico para entender como se
construye el género. Las feministas norteamericanas circunscriben la definición de diferencia
sexual a lo anatómico, o sea, una distinción en función del sexo.
Mujeres y hombres son producidos por el lenguaje, las prácticas y las representaciones
simbólicas dentro de formaciones sociales dadas, pero también por procesos inconscientes
vinculados a la simbolización de la diferencia sexual. Hay que comprender que esta diferencia
es una diferencia estructurante, a partir de donde se construyen, no solo los papeles, sino
también el imaginario de lo que significa ser mujer u hombre, por lo tanto, no puede ser
situada en el mismo nivel que el género.
La superficie del sujeto, o sea su envoltura, es simbolizada en dos ámbitos: psíquico y social. La
representación inconsciente del cuerpo necesariamente pasa por el imaginario e incorpora
elementos de lo simbólico. La representación social se arma a partir de lo simbólico y lo
cultural. La triada lacaniana de los tres registros de la realidad humana (simbólico, imaginario y
real) plantea un borromeo; no hay división clara entre lo biológico, lo psicológico y lo social.
Hawkesworth plantea de forma muy superficial la cuestión de la orientación seuxla, como si la
La construcción social de los deseos, discursos y prácticas entorno a la diferencia entre los
sexos apunta a una integridad de mente/cuerpo que cuesta concebir. El psicoanálisis supera la
concepción racionalista mente/cuerpo, concibe la diferencia sexual como cuerpo e
inconsciente. Para el psicoanálisis es imposible hacer el corte.
El psicoanálisis rebasa las dos perspectivas – la biológica (el sexo) y la sociológica (el género) –
con la que se pretende explicar las diferencias entre hombres y mujeres, pues plantea la
existencia de una realidad psíquica, muy distinta de una esencia biológica o de la marca de la
socialización. En la reflexión feminista se manifiestan dos escuelas: la americana que trabaja
con el género y las relaciones de objeto, y la lacaniana. La corriente norteamericana plantea
que las personas están configuradas por la historia de su propia infancia, las relaciones de su
pasado y del presente dentro de la familia y fuera de ella. Para ellas, la diferencia sexual se
reduce a las diferencias de sexo y su concepción de lo psíquico las lleva a considerar las
relaciones sociales de un modo muy simplista, como si el principio de igualdad fuera a
modificar el estatuto de lo psíquico.
Al criticar la definición patriarcal de lo femenino dentro del orden simbólico, las diversas
posiciones feministas reconocieron que las diferencias entre los sexos implican no solo
cuestiones anatómicas, sino también subjetividades. Los psicoanalistas norteamericanos
sustituyeron la categoría de diferencia sexual por género, el cual se conceptualizó como una
forma de referirse a los orígenes exclusivamente sociales de las identidades subjetivas de
hombres y mujeres, y con él se eludió el papel del inconsciente en un sistema total de
relaciones que incluye la subjetividad y la sexualidad. Las feministas influidas por el
psicoanálisis lacaniano consideran que la determinación sexual está en el inconsciente,
vinculada a un proceso imaginario, o sea, construido por cada sujeto. Por eso el sexo se asume
en el inconsciente de cada quien, independientemente de su anatomía.
La línea de Hawkesworth que ubica la diferencia sexual con el cuerpo y la reproducción retira
la concepción convencional de la distinción de cuerpo/mente en el uso de séxo/genero.
El feminismo anglosajón habla sobre género, sin embargo son pocas autoras que han
reflexionado sobre la diferencia sexual.
Judith Butler utiliza la jerga filosófica para avalar la propuesta feminista de distinguir el
comportamiento de género del cuerpo biológico que lo alberga. Dice por ejemplo, la de que el
género es algo que se hace, como un estilo corporal sólo en escasa medida voluntario, ya que
está arraigado profundamente en scripts culturales previos. Las coincidencias de esta
definición con el habitus son innegables. También esta definición del habitus está presente en
el debate de Hawkesworth. Cuando dice que la actitud natural se produce a través de la
repetición de palabras, actos y gestos; o que el peso puro de estas repeticiones lleva al actor a
creer en la "naturalidad" del cuerpo y de la heterosexualidad y a actuar con "los dictados de la
naturaleza".
Bordieu muestra como las diferencias entre los sexos están inmersas en un conjunto de
oposiciones que organizan todo el cosmos, la división de tareas y actividad y los papeles
sociales. Él explica que al estar construido sobre al diferencia anatómica, estas oposiciones
confluyen para sostenerse mutuamente, mientras que los esquemas de pensamiento las
registran como diferencias naturales, por lo tanto, no se puede tomar conciencia de la relación
de dominación que está en la base, y que aparece como consecuencia de un sistema de
relaciones independientes de la relación de poder.
Bourdieu advierte que el orden social masculino está tan profundamente arraigado que no
requiere justificación. Estas estructuras se traducen en "esquemas no pensados de
pensamiento", en habitus, mediante el mecanismo básico y universal de la oposición binaria,
en forma de pares: alto/bajo, grande/ pequeño, afuera/adentro, recto/torcido, etcétera. Estos
habitus son pro- ducto de la encarnación de la relación de poder, que lleva a conceptualizar la
relación dominante/dominado como natural.
Bourdieu enriquece la definición de habitus de Mauss y plantea que son "sistemas perdurables
y transponibles de esquemas de percepción, apreciación y acción, resultantes de la institución
de lo social en los cuerpos". Amplía el concepto clave de habitus, como una "subjetividad
socializada", y con él se refiere al conjunto de relaciones históricas "depositadas" en los
cuerpos individuales en forma de esquemas mentales y corporales de percepción, apreciación
y acción.
Al examinar cómo el género estructura la vida material y simbólica salta a la vista el papel
constitutivo que tiene para dicha simbolización la complementariedad reproductiva. Esta
complementariedad, recreada en el lenguaje y en el orden representacional, favorece una
conceptualización biologicista de la mujer y del hombre, de la feminidad y la masculinidad; y
formula una supuesta "naturalidad" de la heterosexualidad. Desde la lógica del género, la
relación entre los sexos aparece como complementaria, no sólo en el aspecto reproductivo,
sino en muchos otros: afectivo, económico, etc.
Para derrumbar concepciones biologicistas basta comprender que tener identidad de mujer,
posición psíquica de mujer, "sentirse" mujer y ser femenina, o sea, asumir los atributos que la
cultura asigna a las mujeres, no son procesos mecánicos, inherentes al hecho de tener cuerpo
de mujer. Contar con ciertos cromosomas o con matriz no lleva a asumir las prescripciones del
género y los atributos femeninos. Ni viceversa (en el caso de los hombres). Las
conceptualizaciones que vinculan cuerpo, género e identidad se estrellan contra la
multiplicidad de "identidades" que hoy en día observamos en mujeres y hombres.
Por eso, en la actualidad las interrogantes más acuciantes y provocativas que plantea trabajar
con los conceptos de género y de diferencia sexual están vinculadas con cuestiones relativas a
la identidad sexual: ya no se trata de analizar sólo la dominación masculina; ahora es preciso
reflexionar sobre la dominación de la ideología heterosexista, de las personas con prácticas
heterosexuales sobre las personas con prácticas homosexuales que no asumen los habitus
correspondientes a la prescripción de género en materia de sexualidad y afectividad. Y aunque
hay gran resistencia a reconocer variaciones en materia de subjetividades y deseos sexuales,
poco a poco gana terreno una concepción no esencialista de los seres humanos.
Esto remite a algo central: hoy el análisis del deseo sexual se vuelve un territorio privilegiado
de la interrogación sobre el sujeto.
Es patente la resistencia de Hawkesworth para concebir que el género existe también porque
hay un real del cuerpo.
Ante la regulación de los cuerpos por medios políticos y legales, mucho del discurso feminista
ha tomado como punta de lanza de su lucha el respeto a la diversidad (sobre todo en materia
de prácticas sexuales). Pero la manera en que se formulan muchas demandas y análisis, como
los relativos a la "preferencia sexual", reitera el voluntarismo feminista que ignora el papel del
inconsciente en la complejidad de la diferencia sexual.
Aunque Hawkesworth desee que el determinismo biológico se evite, la "actitud natural" sigue
atrincherada en su mente. Su dificultad para aceptar la condición paradójica de la diferencia
sexual resulta el síntoma incurable y compartido de muchas figuras del feminismo.
Por eso, quienes se han interesado por des construir los procesos sociales y culturales del
género deben también comprender las mediaciones psíquicas y profundizar en el análisis
sobre la construcción del sujeto. El desafío es lo que Mabel Piccini formuló como "cambiar los
términos de una realidad falocéntrica sin caer en los esquemas del falocentrismo". Esto
requiere esclarecer hasta dónde cuestiones consideradas problemas de la identidad sexual
tienen un origen en la cultura (que sólo legitima la heterosexualidad), o derivan de lo psíquico,
o son el resultado de la confluencia de ambos ámbitos. Se necesita incursionar en los
complejos terrenos de lo psíquico, sin perder clara conciencia de su estatuto tan distinto al
ámbito de lo social.
Las transiciones desde dictaduras o guerras civiles a regímenes democráticos suelen empezar
con países divididos y cargados de un pasado que sigue siendo presente para un gran número
de personas. Se invita a superar el pasado conflictivo, pero no todos pueden pueden dar vuelta
a la página. Se utilizan leyes de amnistía que buscan instalar el olvido jurídico y político sobre
las responsabilidades criminales ocurridas La proclamación del olvido no tiene en cuenta el
efecto del conflicto sobre las víctimas e impone, de diversas maneras, una resignación forzosa
ante los hechos consumados y a la impunidad subsecuente.
Se ha señalado que la reconciliación requiere hacerse cargo del pasado y reconocer y reparar a
las víctimas, pensar en condiciones de justicia y equidad como ejes de la construcción
democrática actual y futura. Emerge así una lucha de visiones que coexisten conflictivamente
en los espacios políticos de transición. La prolongación de la violencia por años o décadas
genera acostumbramiento. La denuncia constante contribuye a que los horrores se vuelvan
invisibles y que el trauma y el sufrimiento se transformen en un asunto privado de las víctimas.
Cuando las violaciones de Derechos Humanos se tratan políticamente como si no hubiesen
existido o como el costo necesario de la paz, es como si estas sociedades se convirtieran
metafóricamente en sociedades ciegas, sordas y mudas al dolor y al horror,
Un sector, casi siempre minoritario, reacciona moralmente con una fuerte indignación, pero en
casi todas las sociedades existe un sector importante que ha respaldado la represión y el
silencio.
El final del conflicto implica hacerse cargo de las tensiones surgidas de estas distintas visiones,
establecer el imperio de la ley y el reconocimiento de los derechos de todos, garantizando que
estos hechos no se repetirán.
Las víctimas han reclamado esclarecer lo que les ha ocurrido a ellas y a sus familiares exigiendo
la verdad. En las comisiones de la verdad al establecer los hechos sucedidos y los nombres de
las víctimas. La verdad judicial es particular y posibilita identificar las circunstancias en que
ocurrieron los hechos, las víctimas y los responsables en cada caso. La verdad que falta, casi
siempre, es la verdad de los sufrimientos, de los temores y sueños de las víctimas y la conexión
de sus vidas con la historia de violencia, del conflicto y de la resistencia en el país, permitiendo
identificar los significados que estas experiencias han tenido y tienen para ellas.
En la mayoría de los casos, los procesos judiciales han demorado décadas. En algunos casos, el
castigo a los responsables llega muy tarde. Otros han sido sentenciados como culpables, pero
insisten en haber salvado a la patria de sus enemigos. No obstante, y a pesar de todas esas
limitaciones, la justicia puede desempeñar un rol político pacificador e inhibir las venganzas y
la justicia por mano propia. Puede cumplir también un rol terapéutico al confirmar la
experiencia de las víctimas (que ha sido negada por décadas).
La no sanción de los crímenes es una forma de negación de que se trata de crímenes. Esa
situación parece forzar a las víctimas a asumir el daño experimentado, la exclusión y el abuso
como si no hubiese responsables. Cuando las autoridades se hacen cargo efectivamente de la
verdad y la reparación como política de Estado, las víctimas pueden recuperar su libertad
como ciudadanos, para dejar estas tareas en manos del Estado, de la sociedad civil, o
continuar activamente en ellas, si así lo deciden, pero sin la presión moral de tener que
desempeñar el rol de voceros incansables de la injusticia y el abuso de sus seres queridos y de
ellas mismas.
Por su parte, la doctrina de Derechos Humanos señala como estrategias principales de las
políticas de reparación asegurar formas de restauración, rehabilitación, compensación e
indemnización a las víctimas por los daños causados
La conceptualización acerca del contexto político iba unida a la discusión acerca del trauma y
las experiencias traumáticas que eran resultado de la violencia política. Las torturas, los
secuestros, desapariciones y asesinatos, el exilio, la relegación, los amedrentamientos y
allanamientos masivos eran entendidos como situaciones específicas potencialmente
traumáticas, que atentaban contra la vida y la identidad de las personas, afectando
negativamente su condición de miembros de una sociedad y su calidad de sujetos sociales
activos y participativos.
Es importante recordar que las violaciones de Derechos Humanos eran y son el resultado de
decisiones tomadas por agentes políticos, que se materializan en la acción de unos seres
humanos, que se transforman en victimarios, contra otros seres humanos, que se constituyen
en víctimas. Las consecuencias en las víctimas se diagnostican identificando los síntomas y las
alteraciones observados, que, aunque son semejantes a otras situaciones traumáticas, cobran
sentido para la víctima, en la medida en que se enmarcan y se comprenden en el contexto
político en el que ocurrieron, al mismo tiempo que se entienden en relación con el contexto de
la vida y proyectos de cada persona. De este modo, la situación puede ser experimentada de
formas muy diversas por un militante político, en comparación con una persona que no lo es,
pero también puede haber muchas diferencias, de acuerdo con la edad, la experiencia, las
creencias religiosas y la manera de ser de cada persona.
Definimos en esa época que el proceso terapéutico tenía como propósito trabajar en la
reparación de las repercusiones de la violencia política sobre personas dañadas y
traumatizadas que consultaban pidiendo ayuda en relación con lo que les estaba sucediendo.
Lo que se intentaba era restablecer la relación del sujeto con la realidad, buscando recuperar
su capacidad de vincularse con las personas y las cosas, de proyectar su quehacer y su futuro,
mediante un mejor conocimiento de sí mismo y de sus propios recursos, y también mediante
la ampliación de su conciencia respecto a la realidad que le tocaba vivir. Recuperar la salud
mental implicaba retomar el curso de la vida integrando el pasado participativo, enfrentar las
experiencias represivas con su horror y sus secuelas, y el presente con todas sus dificultades y
contradicciones.
La sintomatología era entendida como expresión de un conflicto vital actual en la lucha por
sobrevivir y procesar las consecuencias de la agresión sufrida; por tanto, se buscaba responder
a la pregunta “¿Por qué me ocurrió esto a mí?” en un contexto biográfico, político y
circunstancial muy específico.
La historia personal y la experiencia represiva estaban ligadas desde el inicio. Sin embargo,
poner fin al horror en la propia historia personal generaba deseos de olvido, que se
contradecían inevitablemente con la voluntad política de no olvidar, que suele ser expresión
de la resistencia de las víctimas. Esa tensión formaba parte del proceso.
Estas distinciones requieren ser especificadas según la naturaleza de cada situación. En los
casos de detenidos desaparecidos, cabe señalar que la pérdida era y es experimentada
inicialmente como una ausencia forzosa, una separación que se teme sea definitiva, pero que
se espera revertir con la aparición con vida del desaparecido.
La desconfianza erosionaba las relaciones sociales y diluía los esfuerzos políticos de unidad
para terminar con la dictadura y construir el proceso de transición a la democracia. El final del
régimen abría perspectivas de cambio, pero este último era, en muchos sentidos, una amenaza
a las adaptaciones y equilibrios logrados durante el conflicto, por desajustados que ellos
fueran. En cierta forma, el miedo operaba como motivación para la supervivencia y, a la vez, la
adaptación a la situación, inhibiendo los recursos, las capacidades y los esfuerzos para
cambiarla.
Otro aspecto relevante era lo que ocurría con los propios terapeutas. Las motivaciones para
involucrarse en esa tarea por parte de trabajadores sociales, psicólogos, terapeutas, abogados
y otros profesionales en los organismos de Derechos Humanos se fundaban en valores y en
opciones vinculadas a sus compromisos históricos y políticos. La no neutralidad ética frente a
la violencia y la violación de los derechos de las personas era un elemento distintivo del vínculo
terapéutico y de la actitud de los profesionales, subrayando la imposibilidad de asumir una
posición neutral frente a la represión política.
En este contexto específico, uno de los recursos desarrollados para enfrentar la angustia
generada por este trabajo fue el intento de sistematizar y conceptualizar la experiencia de
trabajo y denunciar lo que estaba sucediendo a las víctimas y a sus familias en instancias
sociales, académicas e internacionales.
Mediante las palabras, se dio un orden a la realidad aterrorizadora vivida por las víctimas y las
terapeutas, posibilitando el encauzamiento de las ansiedades y confusiones generadas por
este trabajo.
Sin embargo, se hacía referencia solamente a los pacientes. No se describían las dificultades de
las y los terapeutas. El impacto transferencial y contratransferencial de la violencia, la agresión
y la angustia que los pacientes llevaban a las sesiones estaba ausente.
Esta revisión breve y sintética de lo que aprendimos requiere mencionar, además, los aspectos
éticos incluidos en el trabajo terapéutico y psicosocial con víctimas de violaciones de Derechos
Humanos que es necesario explicitar.
La memoria de las víctimas es, en muchos casos, una memoria traumática, es decir, el
sufrimiento y el miedo permanecen vívidamente presentes sin que el transcurso del tiempo
altere ese recuerdo, pero simultáneamente sin que ese recuerdo pueda ser integrado en el
conjunto de la vida y de las relaciones sociales. La emocionalidad que tiñe esos recuerdos tiene
la intensidad producida por una o muchas experiencias percibidas como amenazadoras y con
riesgo de muerte, a las que se asocian pérdidas o temor a la pérdida de personas y de afectos y
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Articulación de Saberes 2. Reglamentado. 2013
relaciones significativos. Las evocaciones del pasado sintetizan y condensan esas experiencias,
cuyo sentido surge del sufrimiento y del dolor de las pérdidas, pero también de las resistencias
ante la represión y las amenazas y de las lealtades construidas con personas y grupos sociales
en estos procesos y en el curso de la vida.
El pasado ha sido fechado, recordado y conmemorado para no olvidar (a los muertos, lo vivido,
las pérdidas, el miedo…). Los sobrevivientes, los familiares de las víctimas y sus amigos y
personas cercanas declaran como postura ética (y política) no olvidar, invistiendo a la memoria
de una fuerza política y cultural que se asocia con frecuencia al recuerdo de las víctimas, a la
búsqueda de justicia, a la lucha por la paz, a la construcción y consolidación democráticas. La
resistencia contra el olvido basada en el vínculo personal con los muertos y desaparecidos
suele coexistir con una resistencia basada en la fidelidad y adhesión a sus creencias, ideas y
valores y proyectos políticos. Este vínculo se traduce en una lealtad profunda que suele ser el
motor de memorias militantes, que buscan trascender más allá de la represión y de la muerte.
En algunos casos, expresan una dimensión del proceso de elaboración del duelo de las
personas y familias, y, a veces, también surgen en los grupos políticos de los cuales formaron
parte, como una deuda moral con aquellos que murieron en la lucha. Esas memorias
mantienen el sentido de la causa por la que esas personas perdieron la vida y casi siempre
coinciden en afirmar que se requiere recordar para asegurar que nunca más vuelvan a ocurrir
tanta muerte, tanto dolor y miedo, tantas pérdidas.
pueda producir un cambio en las percepciones, en las conductas, en las emociones y, por
tanto, en las relaciones sociales de la comunidad en la que se produjo la violencia. Pareciera
existir la expectativa de que el conocimiento de la violencia represiva y sus consecuencias
generaría una reacción de indignación moral ante la crueldad, y que ése sería el motor de una
decisión política y moral de no repetir, de un nunca más, haciendo una analogía sugerente,
aunque a veces excesiva, con los procesos psíquicos individuales.
Esta visión se manifiesta principalmente en las acciones en relación con las víctimas, en la
búsqueda de los detenidos desaparecidos, en la conmemoración de su ausencia, en las
acciones públicas, hasta lograr identificar sus restos y conocer su destino final. Los procesos de
memoria surgidos desde los vínculos con las víctimas han existido a lo largo y ancho del
planeta; su persistencia en el tiempo surge desde la fuerza de su legitimidad afectiva y moral,
tanto en América Latina como en otras latitudes. Así ha ocurrido con los familiares de muertos
y desaparecidos durante de la Guerra Civil española y durante el franquismo, con familiares de
los desaparecidos de la antigua Yugoslavia o del estalinismo.
Cada víctima tiene derecho a que su historia y su padecimiento sean reconocidos como una
injusticia y como una violación a sus derechos; que la sociedad le otorgue una reparación que
incluya espacios de reflexión y elaboración en todos los niveles de contexto implicados, y que
la memoria política conserve su nombre y su historia como elementos indispensables para
sostener una memoria democrática que garantice el respeto y la dignidad de las personas en
todo momento y circunstancia, ahora y en el próximo futuro.
Cada país y cada comunidad humana son desafiados a construir la paz basada en la verdad de
lo sucedido y en el reconocimiento y reparación de las víctimas, dejando atrás las fórmulas
políticas que fundaron la paz en la impunidad de crímenes atroces, sembrando resentimientos
y favoreciendo el resurgimiento de los odios y las venganzas y la recreación de la violencia con
afanes justicieros, por ausencia de justicia.
Entendemos que el terapeuta siempre está atravesado por una ideología, ya que pertenece a
determinadas estructuras sociales y esto se expresa a través de sus interpretaciones e
intervenciones, siempre está presente su subjetividad. En este sentido, coincidimos con que el
concepto de confiabilidad se contrapone al de neutralidad. La confianza como sabemos es un
factor necesario en el mantenimiento de cualquier vínculo, pero en el trabajo con personas
que han sido perseguidas, torturadas, humilladas por el Estado, es imprescindible. El paciente
debe sentir un marco confiable para traer sus dolorosas vivencias, que han sido silenciadas,
sepultadas, a fin de poder metabolizarlas, de pensar lo impensable, de hacerlas representables
para integrarlas a su vida psíquica.
Cada individuo tiene sus modalidades personales de procesar o elaborar los traumatismos
vividos, de acuerdo a sus series complementarias, sus fantasías predominantes, su escenario
edípico. Sin embargo, en la población con la que trabajamos es imprescindible incluir en
nuestros abordajes la fuerte incidencia de los imaginarios y lo discursos sociales. A modo de
ejemplo, una ex – presa política en el curso de su tratamiento se reprocha reiteradamente por
considerarse una mala madre. Estos auto-reproches, aunque entendemos que pueden surgir
de un conflicto intrapsíquico, con la fuerte presión de un superyó muy severo, en una
personalidad con características obsesivas, también se vieron reforzados, por un estigma
social, que le transmitía que ella había abandonado a su hija por ser una subversiva.
En nuestro trabajo con la segunda generación (hijos de los afectados directos), consideramos
de fundamental importancia la función del terapeuta como proveedor de la memoria histórica.
Algunos jóvenes han sido más directamente perjudicados por las políticas de silencio y olvido.
No contaron dentro del núcleo familiar con personas que les pudieran transmitir
adecuadamente el contexto socio-histórico nacional e internacional, que les permitiera
comprender el sentido, el porqué, de la elección militante de sus padres. Como dijéramos en
un trabajo anterior “Hacer memoria es incluirse con otros en un tiempo y en un espacio dado,
en donde la peripecia individual, el acontecer de cada uno fue marcado por situaciones socio-
históricas, por acontecimientos donde lo político, lo económico, lo ideológico, lo cultural,
dejaron su impronta.”
Sobre la desaparición
La desaparición forzada de personas, junto con la tortura , la prisión prolongada y el exilio
fueron recursos utilizados durante la dictadura para llevar adelante una estrategia política,
sistemática y planificada, inspirada en la Doctrina de la Seguridad Nacional. La imposición del
terror fue penetrando todo el tejido social, los espacios colectivos, la vida cotidiana. Se
imponía el silencio, no había ámbitos para la denuncia ni instituciones que recogieran los
reclamos.
Los familiares portan consigo un duelo que se ha tornado muy difícil de elaborar. Sabemos
bien que para elaborar un duelo se requiere del conocimiento de los hechos que condujeron a
la muerte, del lugar donde se produjo y la identificación de los responsables, de la ubicación de
los restos y de los rituales funerarios.
El trabajo de duelo según Freud se efectúa bajo el examen de realidad que exige separarse del
objeto, porque éste ya no existe más. Frente a la pérdida de un ser querido se tiende en un
primer momento a la renegación de la percepción. Momento necesario para procesar un
doloroso saber que no se quiere saber. En los casos de desaparición de personas estos dos
elementos: el examen de la realidad y la renegación no están presentes. La condición de un
objeto vivo-muerto lleva a la incesante búsqueda, en la esperanza de encontrarlo con vida.
Mientras no exista un discurso oficial que revele la verdad de los hechos, el familiar se resiste a
imaginarse a su ser querido muerto. Situación que despierta en él intensos sentimientos de
culpa por sentir que lo abandona y lo desampara si no lo sigue buscando. Por eso entendemos
que el informe de la Comisión para la Paz, marcó un hito en aportar elementos de la realidad a
este fenómeno tan enigmático, aunque luego estas versiones en algunos casos se
contradijeron y esto generó mayor confusión.
Desde la clínica
De nuestra experiencia en Sersoc se desprende que hay otras personas que han podido
procesar estos daños y amortiguar sus efectos sin transitar por un proceso psicoterapéutico.
Para ello han influido diversos factores, la historia personal, las características de personalidad,
la conflictiva intrapsíquica, la integridad del yo, el sostén familiar y afectivo, las redes sociales,
las oportunidades laborales y educativas, la inclusión en distintos grupos de pertenencia.
las angustias que generan los aspectos fantasmáticos-mortíferos que representan al familiar
ausente.
Distorsión en los roles familiares. En muchas situaciones los hijos debieron ocupar el lugar de
sus padres alterando los procesos de individuación-discriminación. Esto produjo una
sobreadaptación, una pseudo-madurez, que muchas veces los limitó y los condicionó en el
desarrollo pleno de su personalidad. A su vez los abuelos ocuparon roles paternos, con las
dificultades inherentes al conflicto intergeneracional, los cuales más que producir la
confrontación necesaria para el crecimiento en la búsqueda de una identidad propia, produjo
conductas de sobreprotección. Con un entorno social adverso, marcado por desamparo,
persecución y miedo, a muchas madres, abuelas o quienes estuvieran a cargo del niño, les
resultaba muy difícil investir narcisísticamente al niño, adaptarse a sus necesidades, brindar un
cuidado lo “suficientemente bueno” como diría Winnicot, en las primeras etapas de desarrollo.
Cuidado que hace posible los procesos de interiorización en la constitución del psiquismo en el
contexto de una discriminada relación intersubjetiva.
Las secuelas han sido transgeneracionales. Coincidimos con Kaës y otros autores cuando
señalan que, los duelos derivados de situaciones traumáticas, cuando no son resueltos por una
generación, quedan pendientes de elaboración para las generaciones sucesivas. Con cierta
frecuencia hemos visto en la segunda generación que determinadas situaciones de la vida
cotidiana movilizan miedos exacerbados que estarían demostrando, como los impactos del
terror no metabolizados por la primera generación aparecen en la segunda como síntomas:
ataques de pánico, fobias, ideas recurrentes de que algo terrible les puede pasar a sus hijos o
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Articulación de Saberes 2. Reglamentado. 2013
que ellos puedan morir y dejar a sus hijos solos. El temor al abandono o a abandonar, a la
separación, a la muerte cobra una dimensión tal que está en el límite de lo elaborable, muchas
veces se hace necesario trabajar en forma interdisciplinaria con los psiquiatras o trabajadores
sociales de la institución.
A través de los procesos psicoterapéuticos con los hijos percibimos ciertos obstáculos en los
procesos identificatorios. La existencia de una marcada idealización paterna con el fin de llenar
el vacío dejado por la ausencia, la figura del desaparecido se convierte en héroe, las
características positivas se resaltan. Como consecuencia, surge un empobrecimiento del yo y
sentimientos de desvalorización, en tanto nunca se puede estar a la altura de sus padres. Por
otra parte, los afectos negativos, de reproche o abandono, se han depositado en el progenitor
vivo, lo que resulta un impedimento para tomarlo como modelo de identificación. En los hijos
cuyos padres desaparecieron en edades muy tempranas, a la ausencia real del padre, se le
suma la ausencia de recuerdos propios sobre el padre y en algunos casos, el vacío de la figura
del padre en el discurso de la madre. También la idealización del familiar ausente repercutió
en la vida de sus hermanos. La madre, abocada en la búsqueda incesante de su hijo,
necesitaba revalorizarlo narcisísticamente lo cual podría ir en desmedro de un adecuado
investimento libidinal hacia sus otros hijos. Estos no podían manifestar sus celos, su enojo,
porque implicaba agregar otros conflictos al drama familiar. Muchos de ellos, a lo largo de la
vida tuvieron dificultades para concretar o permitirse proyectos vitales, es como si llevaran
sobre sus espaldas una carga mortífera, que les impide lograr una vida más plena.
La falta de una figura jurídica para el fenómeno de la desaparición, y por lo tanto la falta de
documentación oficial que certificara su ausencia, fue un obstáculo real para que el núcleo
familiar pudiera disponer de los bienes materiales, de las transacciones familiares, así como
también la imposibilidad de inscribir a sus hijos con su apellido o tramitar un permiso de
menor. Este elemento contribuía a que se entorpecieran aún más los proyectos vitales
planteados en las familias.
Un efecto común en todos los familiares es que un aspecto sustancial de su identidad pasó a
estar marcada por ser “familiar de... o hijo/a de...”, lo cual fue vivido como un estigma social,
como algo que es muy difícil compartir por las diferentes reacciones que se generan en el otro.
El familiar pasa a ser portador de un pasado que no se quiere recordar o que no se puede
asimilar.
Para procesar los traumatismos no alcanza solamente con los abordajes clínicos, se hace
necesario un trabajo complementario entre el espacio privado y el espacio público, que
permita apuntalar una inscripción política y social del duelo. En los últimos meses
presenciamos dos acontecimientos políticos-sociales de suma importancia: la aparición de
restos óseos y sus velatorios y entierros. A partir de los cuales nos permitimos hacer algunas
reflexiones, en base a lo recogido en el ámbito clínico.
En este contexto comienza a surgir con mayor naturalidad preguntas y palabras que antes no
habían sido habilitadas desde lo macro social, por parte de los nietos, de los hijos, de los
amigos, de los conocidos. Un nieto de cuatro años, a quien su madre aún no le ha hablado
explícitamente sobre su abuelo desaparecido, la sorprende, al contarle que le va a poner a su
muñeco de peluche el nombre Juan, nombre del abuelo innombrado.
Por un lado, como terapeutas nos vimos confrontados con problemáticas nuevas y con la
preocupación de cómo sostenerlas adecuadamente. Esto nos condujo a generar más instancias
de interconsulta con colegas y otros profesionales. Se hizo necesario analizar los aspectos
contra-transferenciales para poder pensar con otros las nuevas estrategias de abordaje. Por
otro lado, los hechos que iban ocurriendo también a nosotros nos conmovían y nos
interpelaban como ciudadanos.
Los modelos, experiencias y contenidos culturales con que las personas cuentan para
alimentar y sostener su proceso identitario provienen de: las redes sociales, las tradiciones
culturales, los niveles de integración laboral y educativa así como las modalidades de ejercicio
de la ciudadanía y las políticas públicas.
Entendemos por redes sociales al entramando de relaciones de diversa naturaleza a través del
cual se producen diferentes intercambios e interacciones relativas a las necesidades humanas.
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Estas redes varían de un sujeto a otro, de un grupo a otro en su amplitud, riqueza, fortaleza,
diversidad, constituyendo parte de los "recursos" con que las personas cuentan para afrontar
las situaciones problemáticas propias de su existencia. Ellas aportan modelos y matrices
vinculares que sostienen los procesos identitarios a través de asignaciones, experiencias,
códigos que expresan al sujeto que él es alguien para los otros y que a su vez esos otros son
alguien para él.
En situaciones de crisis y ruptura de las tradiciones culturales los enunciados transmitidos por
las generaciones anteriores pierden fuerza. Incluso los adultos -encargados de transmitirlos- ya
no creen en ellos ni los toman en cuenta al orientar sus propias vidas.
A nivel de los sectores populares asistimos a una verdadera disolución de la "cultura obrera"
que durante todo el pasado siglo sostuvo imágenes, valores y modelos de vida que operaron
como sostén de procesos de construcción de identidades y como factor de fuerte inclusión
social.
Hoy ese "mundo del trabajo" ha cambiado y los barrios populares viven un proceso de
"desproletarización". Las fábricas y concentraciones de trabajadores son recuerdos del pasado.
Sus locales se ven "taperizados" devolviendo en su imagen la desvitalización y el deterioro, con
los cuales las comunidades suelen identificarse. Esto genera en los jóvenes la ausencia de lugar
social y de proyecto colectivo sobre el cual apoyar el propio.
Los cambios en el "mundo del trabajo" no solo han generado altas tasas de desocupación
abierta sino que dieron lugar a un proceso de desregulación y precarización.
Eduardo Velázquez |www.articulando.com.uy Página 45
Articulación de Saberes 2. Reglamentado. 2013
La imagen del trabajo asalariado, socialmente regulado, estable, sindicalizado y que operaba
como matriz y soporte en la construcción de identidades sociales y subjetividad tiende a
desaparecer de nuestra cultura.
Estimulan una actitud presentista, permite "vivir al día", ayudan a resolver lo inmediato pero
no habilitan la futurización.
Se desvanece así la imagen del trabajador como sujeto de derecho y actor colectivo pasando a
constituirse en un individuo aislado que actúa desde su necesidad perdiendo capacidad de
negociación y autoestima. La educación -especial mente la escuela- constitu ye un espacio
de especial relevancia en la producción de subjetividad. Tradicionalmente la escuela pública en
Uruguay fue un fuerte factor integrador.
En los últimos años hemos observado a nivel de la educación dos procesos complementarios
que tienden a revertir su potencial de integración social.
Por una parte la creciente segregación territorial que se viene operando, hace que el rango de
interacciones sociales de los niños (y sus padres) se reduzca. Los habitantes de las zonas se
caracterizan por cierta condición social mas o menos homogénea y las escuelas reflejan esto.
Por otra parte si bien el acceso a la educación primaria continua siendo casi universal no todos
los niños acceden con similar probabilidad de éxito o fracaso.
No obstante cuando sobre ellos recae la adjudicación de cierta "inutilidad social" quedan
también descalificados en el plano cívico y político (Castel R. 1995).
Esto nos lleva a afirmar que el proceso de exclusión incluye entre sus distintas formas de
desconexión del conjunto social una perdida (expropiación) de la cuota de poder que ha
caracterizado históricamente al trabajador y otras clases subalternas.
Políticas sociales y práctica social. Cuando los niveles de inclusión social comienzan a
deteriorarse y los sujetos no acceden a resolver sus necesidades en base a sus propios recursos
ingresamos en la "zona de vulnerabilidad". Se abre un nuevo espacio de prácticas y relaciones
sociales conformado por el entramado de organizaciones y efectores de políticas públicas
focalizadas.
Podríamos afirmar que las políticas sociales dirigidas a sectores de frágil integración a la
cultura hegemónica forman parte de verdaderas políticas de subjetividad. O sea: cursos de
acción predeterminados con intencionalidad, que apuntan a generar una situación futura
deseada y funcional a un proyecto social.
Aquí deseo remarcar un aspecto que considero medular en el planteo que estoy
desarrollando: tanto las políticas sociales como sus representantes y efectores -o sea
organizaciones, equipos, técnicos y otros agentes que sostienen acciones hacía o con sectores
o grupos sociales definidos como destinatarios de esas políticas- (mas directamente nosotros)
participamos activamente en la construcción de su subjetividad. Nuestras intervenciones
asignan a esas personas lugares y roles, interpretan y jerarquizan sus necesidades y proponen
metas en términos de un "deber ser" deseado o esperado desde una determinada perspectiva.
En este sentido resulta revelador el análisis del lenguaje utilizado. Este no es algo neutro.
Conforma operaciones discursivas, asigna significados a través de una dinámica de
adjudicación-asunción de diferentes lugares en el Universo simbólico de la sociedad que
involucra tanto a los operadores institucionales como a los destinatarios de las acciones y
programas.
Términos como: marginado, excluido, desviados, "de riesgo" vulnerable, usuario, paciente,
consumidor, sostienen discursos diferentes acerca del problema social básica. A través de su
análisis podemos develar una verdadera "disputa de significados" acerca del problema y el
lugar asignado a los sujetos que lo viven.
Por otra parte los operadores también reciben y asumen denominaciones con fuertes
connotaciones: educador, asistente, agente, voluntario, juez, fiscal, defensor....
La exclusión social
A partir de las ideas que venimos desarrollando proponemos pensar la exclusión como un
proceso interactivo de carácter acumulativo en el cual -a través de mecanismos de
adjudicación y asunción - se ubica a personas o grupos en lugares cargados de significados que
el conjunto social rechaza y no asume como propios. Esto lleva a una gradual disminución de lo
vínculos e intercambios con el resto de la sociedad restringiendo o negando el acceso a
espacios socialmente valorados.
Dicho proceso alcanza un punto de ruptura en el cuál las interacciones quedan limitadas a
aquellas que comparten su condición. De este modo el universo de significados, valores,
bienes culturales y modelos, así como las experiencias de vida de que los sujetos disponen
para la construcción de su subjetividad se ven empobrecidos y tienden a fijarlo en su condición
de excluido.
Algunas aclaraciones:
El proceso gradual y acumulativo que lleva a la exclusión puede atravesar más de una
generación. Por tanto existen sujetos que nacen en ese transito hacía la exclusión con muy
escasas posibilidades de revertir o aún detener ese proceso. Surge así la noción de
vulnerabilidad.
Autoestima. --->Las personas pertenecientes a estos sectores se caracterizan por una baja
autoestima. Esto puede pensarse como introyección de la imagen desvalorizada que les
devuelve la sociedad al ubicarlos en esos lugares de "supernumerarios", "excedentes",
"excluidos", desconociendo sus potencialidades.
En una cultura donde se predica que el éxito depende de las condiciones, actitudes e iniciativas
personales, el fracaso también queda planteado como una responsabilidad personal. Esto
genera vergüenza y puede considerarse como una "privatización de la culpa" en relación a la
propia pobreza.
Impulsividad - tendencia al acto. -->Se observa ausencia de mediatización entre afecto y acto.
Los sentimientos y afectos se expresan a través de la acción. Esto lleva a la predominancia de
un código comunicacional basado en el gesto y la acción en desmedro de la expresión verbal.
En este contexto no existe momento ni lugar para la expresión de afectos. Todo está marcado
por las necesidades inmediatas y la búsqueda de la sobrevivencia. Los aspectos humanos,
afectivos y la reflexión no tienen lugar en esa cotidianidad. (Giorgi 1988).
Manejo del tiempo.-->- La ausencia de proyecto (futuro) y de tradición (pasado) lleva a una
suerte de presentismo donde los horizontes temporales son estrechos. No hay futurización ni
referencia al pasado. Paradojalmente este "presentismo" lleva a la vivencia del tiempo como
algo que no pasa, que está allí detenido.
Modalidades vinculares. Los vínculos son inestables existiendo una dificultad de reconocer el
"lugar del otro". Esto puede asociarse a la ausencia de registro de la experiencia de ser
considerado por otros. Damos al otro el lugar que los otros nos dieron a nosotros en las
primeras experiencias constitutivas de nuestra personalidad.
Ajenidad de la sociedad y la política. ---> Los procesos sociales y políticos son percibidos como
algo ajeno a su mundo. No despiertan interés en la medida que se considera que su vida no va
a cambiar en función de dichos procesos. Esta percepción aparece asociada a la resistencia al
cambio, el refugio en la rutina cotidiana aún cuando ésta esté impregnada de frustración
y carencia.
Locus de control externo.---->, Este concepto desarrollado por autores como Martín Baró,
Seligman (1989) y M. Montero es básico para comprender la actitud de pasividad y resignación
que caracteriza a estos sectores. Se trata de la convicción intima de que su vida y su realidad
no esta en función de factores que él pueda controlar o sobre los que pueda incidir, sino de
procesos que se dan en un lugar (locus) externo a su esfera de acción. Es una variedad de
fatalismo que lleva al sometimiento y la renuncia al protagonismo del sujeto como agente
transformador de su entorno. Motiva la renuncia al protagonismo social y político.
En tanto el ser humano es un "animal cultural" y un ser gregario por excelencia no podemos
pensar que los excluidos quedan fuera del mundo de relación. En procura de satisfacer sus
necesidades ellos se incluyen en redes, grupos y espacios que operan "por fuera" de lo
socialmente aceptado. Se generan así los espacios de socialización en la exclusión
Los rasgos que pueden reconocerse como característicos de la subjetividad de las personas en
situación de exclusión son parte integrante de esa exclusión y constituyen aspectos a trabajar
en toda intervención que pretenda revertir esa situación.
Durante las últimas décadas del Siglo XX, surge y se consolida, en paralelo con el resto del
continente, la Psicología Comunitaria uruguaya, que comienza gradualmente a construirse
como subdisciplina, hasta adquirir una gradual identidad y densidad teórica. Nace con una
impronta ideológica y política vinculada al compromiso social, a la actividad militante e
identificada con las corrientes del pensamiento crítico latinoamericano.
Al comienzo del nuevo siglo, la región vive un conjunto de cambios sociales y políticos. La
propuesta neoliberal muestra su fracaso y en distintos países asumen gobiernos que, en
sentido amplio, podrían denominarse “progresistas. Introducen en sus políticas dos elementos
nuevos: por un lado, se proponen recuperar el lugar del Estado como organizador y regulador
de la vida social y, en consecuencia, dan un fuerte impulso a las políticas sociales. Y, por otro,
procuran evitar el retorno al Estado paternalista y benefactor, proponiendo un nuevo contrato
social basado en la corresponsabilidad. Para ello, estimulan la participación social en la
búsqueda e implementación de respuestas a las graves problemáticas de exclusión e inequidad
características de las sociedades pos neoliberales.
En el caso específico de las políticas de infancia, este desafío adquiere características propias
debido a tres causas. Primero, a la escasa acumulación de conocimientos y experiencias en
materia de infancia dentro de los desarrollos de la Psicología Comunitaria. En segundo lugar, a
causa de la naturalización del lugar de subordinación de los niños, radicalizada en las culturas
populares y, por último a causa del vaciamiento del concepto de participación infantil en
expresiones manipuladas por los adultos y a la dificultad de concebir formas de participación
que respeten las características y posibilidades de los diferentes grupos etarios.
La condición de indefensión y vulnerabilidad en que el ser humano llega al mundo hace que la
preservación de la vida necesite un extenso período de protección y dependencia respecto de
las figuras adultas. La cultura ha montado un conjunto de dispositivos, que varían según la
sociedad y el momento histórico, que suman, a la necesaria protección de la vida, la finalidad
de alinear a los nuevos miembros en los valores, imágenes y mandatos identificatorios propios
de la sociedad de la que son (o serán) miembros, proceso denominado de disciplinamiento.
El niño o niña queda posicionado así en el lugar de objeto de protección y disciplinamiento por
parte de una estructura que lo precede y se le impone.
La aprobación de la Convención de los Derechos del Niño por parte de las Naciones Unidas en
1989 introduce un nuevo paradigma, el paradigma de la protección integral, el interés superior
del niño como referencia en la resolución de conflictos que, ha sido recogido en los marcos
jurídicos, en el discurso técnico y en sectores importantes del sistema político. Pero este
paradigma aún dista mucho de impregnar las prácticas institucionales y la vida cotidiana que
se despliega tanto en ámbitos públicos como privados.
A pesar de los años transcurridos desde dicha aprobación, el lugar social que en nuestros
países se da a niños, niñas y adolescentes sigue siendo materia de disputa.
Son muchos los espacios sociales y las circunstancias en las que la “doctrina de la situación
irregular” emerge explícitamente o subyace a actitudes colectivas y encargos que se depositan
sobre las instituciones responsables de planificar y ejecutar las políticas de infancia y sus
operadores.
De este modo, hechos y actos aparentemente ingenuos, como la utilización del lenguaje
policial para referirse a los niños en situación de vulnerabilidad ( cronicas de prensa que dicen
“ la zona se ve amenazada por la presencia de niños en la calle”) o actos adjudicables a la falta
de criterio individual (por ejemplo, la directora de una escuela que llamó a la policía frente a la
conducta aparentemente inapropiada de un alumno) dan cuenta de que esa imagen del niño
desprotegido como amenaza sigue activa y motiva comportamientos individuales y colectivos
asociados más al miedo y a la supuesta autoprotección que a la solidaridad... Entre estos
últimos, resultan especialmente preocupantes los de aquellos actores sociales que pueden
considerarse formadores de opinión, es decir, los que forman parte de los medios de
comunicación, los políticos y los operadores jurídicos, entre otros.
Otro componente ineludible del escenario social que debemos tomar en cuenta al momento
de analizar las transformaciones y sus resistencias son los procesos sociales regresivos que
vivió la región en los años noventa.
Los veinte años que nos separan de la aprobación de la Convención han sido profundamente
regresivos en lo relativo a la distribución de la riqueza, la inclusión social y la calidad de vida de
la población. La precarización laboral y el debilitamiento de las estructuras familiares
contribuyeron a generar lo que denominamos “fragilización del mundo adulto”.
Esta fragilización del mundo adulto, unida al deterioro de la solidaridad y la claudicación de los
Estados como garantes de derechos llevó, en la década del noventa, a una crisis de protección
y cuidado que afectó principalmente a la niñez y la adolescencia.
Entre 1993 y 2003 el número de personas pobres se duplicó y se triplicó el de indigentes. Esto
supone que más del 50% de los niños nació y se socializó en condiciones de pobreza. Por su
parte, este proceso de infantilización e incremento de la pobreza comprometió aspectos
básicos, como la nutrición, y alcanzó niveles importantes de exclusión.
Por su parte, la infantilización de la pobreza se hace aún más visible al considerar la inequidad
intergeneracional en el acceso a la riqueza que, en nuestro país, alcanza guarismos llamativos.
Mientras que en la región los niños menores de 13 años suelen ser dos veces más pobres que
los adultos mayores, en Uruguay lo son nueve.
Si bien las políticas sociales desarrolladas desde 2005 han revertido estas tendencias, no
podemos desconocer los efectos diferidos que la pobreza de los primeros años de vida tiene
sobre fases posteriores del desarrollo, Aun cuando en términos cuantitativos la pobreza
parezca superada, los niños que en sus primeros años de vida interactuaron con un medio
pobre en estímulos, oportunidades de aprendizaje y acceso a modelos identificatorios, verán
inhibida su capacidad de explorar el mundo que los rodea, de interrogarse sobre él y, en última
instancia, de conocer y desarrollaran posibilidades diferenciales de aprendizaje.
En el combate a la pobreza el papel de los Estado es insustituible. De la comparación
internacional surge la importancia de la acción de los Estados a través de los impuestos, las
transferencias monetarias y la inversión en servicios educativos en la reducción de la pobreza
infantil. En este sentido, los diversos modelos de simulación de escenarios construidos por
especialistas en el tema permiten afirmar que, en los países industrializados, si el Estado no
interviniera la pobreza infantil sería significativamente mayor.
La noción de cohesión social hace referencia a la inclusión de los distintos grupos o personas
en el conjunto social e implica el sentimiento de pertenencia y el relacionamiento recíproco
como parte de un mismo colectivo. Ese sentimiento de pertenencia permite que una persona o
grupo reconozca a otro, pese a las diferencias, como uno de los suyos y, a su vez, que éste se
Por otro lado, una sociedad con alta cohesión social es aquella en la que los mecanismos de
protección hacen que nadie quede “librado” a su propia suerte.
Estar protegido es contar, desde el inicio de la vida, con un piso mínimo de derechos
garantizados para poder desarrollarse como persona. Sólo una sociedad que garantice esta
protección a todos sus miembros puede considerarse una sociedad de semejantes. La
construcción de la equidad requiere acciones firmes del Estado en la redistribución de la
riqueza y condiciones político-culturales que la legitimen y le den sustentabilidad en el
imaginario colectivo.
Los seres humanos son productores de significaciones que son esencialmente subjetivas. Son
los sujetos quienes producen significados que, a su vez, condicionan sus comportamientos
como seres sociales. Estos conjuntos de representaciones, imágenes y valores cristalizan y
condicionan la capacidad operativa de hombres y mujeres sobre el mundo que los rodea.
Estas raíces subjetivas de los fenómenos colectivos llevan a jerarquizar no sólo las condiciones
materiales objetivas de existencia, en tanto determinantes de las formas de vida y por tanto de
su calidad y grado de realización de derechos, sino también el sistema de representaciones
desde el cual se percibe y valora dicho grado de realización. El análisis crítico y la
transformación de este “sistema” resulta por tanto una dimensión ineludible en los procesos
de transformación social.
Esta postura teórico–conceptual abre el camino para la superación de las antinomias entre lo
individual y lo colectivo, entre lo objetivo y lo subjetivo, y entre lo material y lo simbólico–
cultural. Una consecuencia metodológica de este posicionamiento es la preocupación por los
efectos que las prácticas sociales tienen sobre la subjetividad individual y colectiva, y la
manera en que dichas formaciones subjetivas retornan sobre esas prácticas, promoviendo su
naturalización o su cuestionamiento tanto en el ámbito de las instituciones como de las
personas y sus colectivos.
Los llamados nuevos paradigmas de las ciencias sociales permiten pensar las problemáticas del
campo de la infancia respetando su complejidad y descartando soluciones simplistas.
Asimismo, reconocen la existencia de constelaciones causales que no sólo producen hechos
sino también las acciones, interacciones y retroacciones del entorno, incluyendo los
significados y afectos que se dan en torno a ellos y en función de los cuales los colectivos
actúan.
Este modelo teórico permite interrogarnos acerca de la forma en que las respuestas socio–
institucionales a los problemas los realimentan, los resignifican y, en cierta forma, los moldean
co-produciendo las características con que se presentan. Es por eso que, en el campo de la
infancia, las soluciones mecánicas, simplistas y basadas en el control social como idea rectora
son parte del problema y no posibles soluciones.
Existen políticas de subjetividad y subjetividad de las políticas, dado que las políticas sociales
producen subjetividades, es decir, moldean la experiencia social cotidiana, asignan lugares en
el universo simbólico de los colectivos, administran el acceso a modelos identificatorios y
pautan vínculos.
Los términos utilizados en políticas sociales para denominar a quienes ocupan los diferentes
lugares -beneficiarios o asistidos, operador, técnico, planificador, decisores, etc.- no son
ingenuos sino que dan cuenta de cómo se concibe el rol de cada uno, qué se espera de él y
qué grado de poder de decisión se le atribuye
Tradicionalmente, la construcción imaginaria de la “población objetivo” de las políticas
sociales, se realiza en torno a la carencia: son los que no tienen, no pueden, no son y, por eso,
tienen que ser protegidos y asistidos para satisfacer necesidades que no pueden resolver por sí
mismos como lo hacen las personas socialmente integradas.
La construcción y adjudicación de ese rol social genera dos efectos. La persona asistida tiende
a asumir el rol que le es adjudicado y esto deteriora su autoestima y favorece una postura
pasivo-dependiente en la que las posibilidades de resolver autónomamente sus problemas son
cada vez menores. Queda así fijado en el lugar del que demanda a otro (Estado/institución/
equipo) que es el que tiene que poder. De esta manera, se concreta la produccion de sujetos
tutelados.
Toda política pública incluye, en forma más o menos explicita, un conjunto de “ideas
centrales” que operan como “ejes” o coordenadas que definen un punto de vista sobre el
campo de problemáticas en cuestión. Algunas de las más relevantes son: la intencionalidad
histórico–política; la concepción del Estado y su papel ante la sociedad civil; el lugar que se
asigna a los sujetos, definidos como “población objetivo” (en nuestro caso niños y
adolescentes); la interpretación y jerarquización de las necesidades, derechos, obligaciones y
potencialidades de los sujetos Y, finalmente, la postura acerca de la responsabilidad que le
cabe al conjunto de la sociedad ante la situación-problema y las formas de contribuir a su
solución.
Por otro lado, Colocar la carencia en el desarrollo intelectual supone, considerar que, puesto
que el niño no completó su desarrollo intelectual, es incapaz de comprender. Se desconoce así
el principio de autonomía progresiva, que valora las capacidades cognitivas alcanzadas en cada
fase del desarrollo. Cuando se asume que el niño no puede comprender ni expresarse acerca
de problemas y preocupaciones “serias”, se genera una forma de presencia de los niños en
espacios y eventos adultos que podríamos denominar de “niño payaso”: canta, baila,
representa escenas y divierte a los adultos mediante una suerte de “ecolalia” en la que estos
últimos escuchan el eco de sus propias palabras en boca del niño. Se conforman así distintas
modalidades de participación decorativa.
Por último, la falta de disciplina da lugar al “niño transgresor” que, al carecer de normas y
valores, amenaza el orden social. Es el “menor” de la doctrina de la “situación irregular” que, a
diferencia del Emilio de Rousseau, no es un “niño natural” sino un menor de naturaleza
perversa que debe se controlado, excluido y separado para proteger al conjunto social. Al
respecto, si no se analizan las causas estructurales que producen estos procesos, esos niños
son percibidos como seres extraños, ajenos y de los que hay que protegerse y, en
consecuencia, se legitima la discriminación y se renuncia a la cohesión social.
Por otro lado, si bien la concepción del niño como sujeto de derecho, introducida por la
Convención de los Derechos del Niño, ha ganado espacio en lo académico y en lo político, está
lejos está de imponerse como referencia etica y cultural para el conjunto de la sociedad, Su
incidencia parece limitarse a ciertos espacios institucionales específicos y no siempre el
discurso de esas instituciones va acompañado por prácticas acordes En ese sentido, reconocer
el derecho de los niños a la participación, y permitirles ejercerla, habilita rupturas y
descentramientos que pueden modificar radicalmente las relaciones intergeneracionales en
nuestra cultura. Si bien el derecho a la vida, a la dignidad, a la salud, a la educación y a la
privacidad se reafirman y profundizan en la Convención, estas no constituyen modificaciones
esenciales en la normativa anterior ya que se trata de derechos consagrados desde tiempo
atras que no contradicen la idea del niño como bien jurídico a tutelar u objeto de protección.
Por su parte, la condición de sujeto de derecho aparece íntimamente asociada a los que
históricamente fueron considerados como derechos civiles y políticos: el derecho a la
información, a la opinión y a la participación. No puede pensarse un “sujeto de derecho” que
no sea “sujeto de enunciación” que pueda sostener su palabra y su opinión ante otros, incluso
ante adultos, y al cual que se le reconozca cierto grado de autonomía acorde al nivel de
desarrollo alcanzado cualquiera sea este.
Al respecto, es importante pensar acerca del eslogan con el que el Instituto del Niño y
Adolescente del Uruguay encabezó su Programa de Participación Infantil y Adolescente
edición 2008: “A participar también se aprende”. Cuando esta frase es devuelta y trabajada
con los adolescentes, rápidamente se apropian de ella y la enriquecen: “se aprende a que
nuestra opinión importa”; “a expresarse en forma para que te escuchen y te entiendan”; “que
los adultos no sientan que los estamos peleando y se abran”; “también aprendemos a
escuchar”; “a llevar lo que el grupo dijo y no lo que vos querés”; “a representar, hablar por lo
otros gurises” ; “hablar de a uno, escuchar y seguir en el tema para no salir con algo que no
tiene nada que ver”.
Dimensión política
La política, en sentido estricto, se refiere a la explicitación, análisis y redistribución de las
cuotas de poder que administran y ejercen los distintos actores sociales, en los múltiples
espacios familiares, comunitarios institucionales, y de la sociedad en su conjunto. Por eso, es
imprescindible en las estrategias de cambio incluir el análisis crítico de los sistemas
La idea de que los auténticos proyectos de promoción humana pasan por la participación,
entendida como el ejercicio del poder de decisión de los colectivos, ha sido una postura
característica de los sectores más avanzados en lo académico y en lo político. Esta forma de
concebir los procesos ha llevado a revisar las posturas pasivo-dependientes en las que se
coloca a niños, niñas y adolescentes, procurando una mayor simetría con el mundo adulto y
con el Estado promoviendo crecientes niveles de involucramiento y control sobre los proyectos
institucionales.
Esta revisión crítica del modelo estatal tradicional, supone una clara convergencia con la
Psicología Comunitaria y su historia. Al respecto, Montero (2003) dice:
Si se revisa el origen de esta subdisciplina en América Latina y en Estados Unidos y Canadá, se
verá que a pesar de que hay tendencias orientadas primordialmente hacia el asistencialismo,
siempre está presente una línea que centra la atención en la comunidad, en la organización de
sus miembros y en su desarrollo, insistiendo en la necesidad de la participación de las
personas, en el apoyo a sus cualidades positivas y en el fomento de sus capacidades, es decir,
en el fortalecimiento de esos individuos y grupos para que logren por sí mismos
transformaciones que mejoren su calidad de vida y su acceso a bienes y servicios de la
sociedad a la cual pertenecen.
Las llamadas políticas participativas asignan a los sujetos un rol activo como “sujetos de
derecho” favoreciendo la construcción de ciudadanía y el logro de autonomía. Asimismo,
consideran las necesidades humanas globalmente como necesidades esenciales (no básicas),
su grado de satisfacción determina la calidad de vida y su correlato jurídico–político son los
derechos humanos. Las políticas sociales así entendidas operan como procesos de restitución
de derechos y conllevan obligaciones que comportan una forma de inclusión de los sujetos en
el espacio social. Se proponen abrir espacios a la participación ciudadana, participación que,
por su parte, requiere sujetos que la asuman.
Es por eso que, si no incluyen procesos educativos tendientes a transformar esa subjetividad
característica de los sujetos tutelados, corren el riesgo de montar un escenario sin actores o -lo
que tal vez sea más peligroso- que esos espacios sean ocupados por otros sectores sociales, en
nombre de una supuesta representación de sus verdaderos destinatarios, generando nuevas
formas de “tutelaje” e intermediación y arrebatándoles nuevamente, a los grupos
subordinados, su posibilidad de ser sujetos de enunciación y productores de ciudadanía.
Por otra parte, implementar este tipo de políticas requiere estrategias de intervención que
fortalezcan a los sujetos y sus comunidades para romper el circuito de pobreza, revertir la
exclusión e iniciar un proceso de “restitución de derechos”. Dicha estrategia implica articular la
habilitación con la deconstrucción de las imágenes sociales funcionales al sometimiento que
operan tanto desde en el conjunto social como en el propio sujeto sometido y su entorno.
Esto nos lleva a introducirnos en el análisis de una aparente paradoja que atraviesa el diseño
de las políticas participativas: por un lado, el desarrollo autónomo requiere apoyo y protección
Esta postura de los Estados es claramente contrapuesta a los compromisos como garantes de
derechos que asumieron cuando firmaron t ratificaron la Convencion.
Por otra parte la filosofia de la Convencion cuestiona el poder discrecional del adulto ante el
niño quien, por su parte, comienza a ser reconocido en su autonomía y sus derechos. El lugar
del adulto autoritario entra en crisis, ante lo cual, muchos adoptan una postura claudicante y
de abandono. En la sociedad globalizada de los noventa, el niño se adultiza y el adulto, al
desresponsabilizarse, se infantiliza. Nada más contrapuesto a la filosofía de la Convención que
esta actitud abandonica y negligente. Entre los derechos allí consagrados se encuentran el
derecho a la educación, a apropiarse de la cultura a la que se pertenece en función de la
identidad cultural propia y a la protección. Por tanto, el adulto debe transmitir al niño valores,
modelos, formas de resolver las situaciones de vida. Es decir, el adulto interlocutor del “niño
sujeto de derecho” no es pasivo ni ausente sino alguien que sostiene, orienta, protege y
habilita niveles crecientes de autonomía, acordes a la fase de desarrollo en la que el niño se
encuentra. De su experiencia de vida y su capacidad para comunicarla emana su autoridad y
no ya de su superioridad física, ni del poder económico que tenga.
La auténtica protección es aquella que permite al niño crecer y desarrollar sus potencialidades,
porque la autonomía, la equidad y el posicionamiento del otro como sujeto de derecho son
acontecimientos sociales que implican redistribución de poder, cosa que no sucede en forma
espontánea sino que requiere de acciones claras y firmes por parte de los adultos, del Estado y
de los propios protagonistas de los procesos de fortalecimiento.
El proceso de restitución del derecho a tener derechos incluye varias dimensiones que se
articulan y entrecruzan: una dimensión metodológico–instrumental, una dimensión ética y una
dimensión política, atravesadas a su vez por relaciones vinculares en las que los operadores
sociales, sean personas, colectivos o instituciones, trabajan desde la implicación.
éxito de la intervención reside en acercar a los sujetos a las propias posturas y puntos de vista,
en lugar de procurar que logren una auténtica autonomía.
La noción de vínculo, introducida por Enrique Pichon- Rivière, hace referencia a una modalidad
de interacción que incluye a los actores singulares y sus mutuas representaciones sociales,
imágenes, experiencias, deseos y temores, de modo que en la singularidad del encuentro se
hacen presentes las historias personales y colectivas, con su correspondiente acumulación de
existentes sociohistóricos y psico–simbólicos (Giorgi, 1988).
Toda relación entre un adulto y un niño convoca un conjunto de imágenes que se interponen
entre las personas reales y concretas: en el adulto, la del niño que fue o deseaba ser, la de sus
hijos y la de los niños de su entorno y, en el niño, la de esos adultos con los que interactuó en
su historia previa, los padres o madres que tuvo, y los que hubiese deseado tener, y las de
muchos otros que se deben despejar si se busca establecer una relación con esas personas
reales y no con los propios fantasmas.
Por otra parte, la relación sinérgica entre distintos aspectos (condiciones materiales,
subjetividad, organización, criticidad y accionar colectivo) nos llevó lleva a incorporar la noción
de “punto crítico o de apalancamiento” –tomada de la física- que se refiere a aquellos
momentos del proceso en los que la acumulación en una dimensión permite pasar a otra en un
nivel superior del proceso.(Giorgi, 2001). Este concepto permite superar posturas dicotomicas
que tienden a pensar las dimensiones como prosesos paralelos y no interdependientes
atentando contra la integralidad de los procesos.
Atender las necesidades materiales habilita niveles de simbolización que permiten trabajar
sobre la autoestima y ésta, a su vez, facilita actitudes activas dentro de los colectivos,
De este modo, la exclusión -entendida como situación que compromete integralmente a las
personas- se desestructura en forma gradual a través de un proceso, también integral, que
desatrapa al sujeto. Es decir, le restituye sus derechos, su autopercepción, el reconocimiento
social como sujeto de derecho y sus capacidades críticas y organizativas para operar en el
espacio público desde su nuevo lugar.
Pese a que las distintas denominaciones que se pueden dar a este proceso (producción de
ciudadanía, fortalecimiento, inclusión, emancipación y restitución de derechos) encierran una
“disputa de significados”, todas condensan sentidos relativos a la redistribución de poder.
Cada época, cultura y lugar se caracteriza por un determinado “diagrama” que da cuenta de
las desigualdades en la distribución de los recursos materiales y simbólicos asociados a ciertas
diferencias de clase, etnia, género, edad o condición social. Modificar dicho diagrama es
siempre un acto político, si se entiende la política como un debate y una praxis en torno al
poder en términos de proyecto de transformación social y no como mera administración del
statu quo,a traves de la gestión eficiente de “lo que hay”.
Promover la participación no es sólo generar espacios, sino que requiere ciudadanos con la
formación y la conciencia necesarias para ocuparlos, profundizarlos y dar contenido a los
espacios públicos existentes. Formar estos ciudadanos es una tarea educativa, pero no sólo de
transmisión de contenidos curriculares sino de desarrollo de actitudes que trasciendan las
aulas para expresarse en los espacios de convivencia cotidiana, generando conciencia de que
la vida se construye entre todos. En síntesis, implica asumir una forma de pensar lo público
como de todos y ya no como algo ajeno o extraño. Por eso, “a participar también se aprende”.
Esta forma de concebir al destinatario de las políticas sociales requiere, a su vez, un nuevo
posicionamiento ético en la medida en que contradice la ética de la beneficencia en la que
“los operadores” –representantes del Estado y la cultura hegemónica- son portadores de
valores, a partir de los cuales se interpreta el bien y el mal, y se jerarquizan las necesidades,
marcando el rumbo de los procesos y sus medidas de éxitos y fracasos.
Ante un otro “sujeto de derecho” hay que sostener una “ética de la autonomía” ética
procesual, con énfasis en el carácter dialógico de los procesos. Esto es, respetar al otro como
portador de su una cultura y sus valores que, aun cuando entren en conflicto con los nuestros,
son también válidos.
Esto obliga a los operadores a mantener un equilibrio dinámico entre la contemplación acrítica
de valores funcionales al sometimiento y la imposición autoritaria de sus propios valores, algo
que no siempre resulta fácil porque, en la lente a través de la cual se percibe al diferente y en
el vínculo que se establece con él, siempre están presentes las experiencias previas, los
“encargos sociales” y las percepciones anticipadas del otro, en función de su edad, su género y
su condición social, que muchas veces llevan a contradicciones entre el discurso teórico y las
lógicas prácticas.
Cuando los operadores se proponen transformar los “tutelajes” y trabajar por una auténtica
restitución de derechos, es fundamental que realicen el análisis permanente de las resonancias
afectivas que se producen a partir de sus practicas, como anclaje en el compromiso personal,
que la “ética de la autonomía” (Giorgi, 2003) exige, el cual supone entrelazar lo ético lo
metodológico y lo político.
La experiencia acumulada por la Psicología Comunitaria desde la década del sesenta muestra
que no hay transformación sin conflictos. En este sentido, poner en marcha políticas sociales
desde el Estado, promoviendo la participación de los distintos actores implicados, supone
estar dispuestos a transitar múltiples conflictos. Por un lado, con el Estado, que se resiste a
que los niños y adolescentes opinen, cuestionen y exijan el respeto de sus derechos al mundo
adulto, que ve jaqueado su poder incondicional. También entre los adolescentes mismos, que
a veces prefieren evitar las responsabilidades que la propuesta encierra, con los portavoces de
tradiciones culturales que reclaman orden y control sobre las nuevas generaciones.
En este punto, lo metodológico se articula con lo ético y la autocrítica debe buscar las mentiras
que anidan en nuestra prácticas para explicitarlas, analizarlas y reencauzar los procesos.
Promover cambios implica procesar conflictos, esto es, enfrentar resistencias, asumir fracasos
y regresiones, manteniendo la convicción de que aquello que fue siempre de un modo puede
ser diferente y que, en ese proceso de cambio, los psicólogos comunitarios tienen mucho que
aprender y no poco que aportar.
Unidad 3: Género
El Género en la construcción de la Subjetividad. Allegue y Carril
La introducción del concepto de género en la medicina ha permitido hacer visible que tanto la
femineidad como la masculinidad dependen de factores psicosociales. No es la biología la que
determina el sentimiento de saberse niña o varón, sino la variedad de respuestas, siempre
dimórficas que cada cultura le da a la diferencia sexual. Toda sociedad y en cada momento
histórico, prescribe, proscribe y normativiza formatos de masculinidad y femineidad,
diferenciales para cada uno de los géneros.
Se entiende por género, la construcción socio cultural e histórica que cada sociedad realiza
sobre uno y otro sexo. La complejidad de la relación entre lo que es determinado por la
biología y aquello que es producto de la ideología, es denominado el sistema sexo / género.
Los Estudios de Género, tiene como objetivo es el estudio, a partir de la desigual ubicación de
mujeres y varones en la sociedad patriarcal, de cuáles han sido las condiciones socio históricas
de la producción de las subjetividades sexuadas, así como investigar las marcas que dicha
desigualdad, ha producido en la subjetividad de varones y mujeres. El género, como categoría
de análisis es siempre relacional, lo que permite analizar las relaciones entre los géneros, así
como la circulación de poder entre mujeres y varones. Pone de relieve, asimismo, las
variaciones históricas y culturales sobre las categorías femenino y masculino, haciendo visible
que aquello significado como “natural” o “esencial” de cada género, es en realidad producto
de la cultura.
Los Estudios de Género, desde una perspectiva multidisciplinaria, han creado un cuerpo de
conocimientos que da cuenta de las razones históricas, sociales, económicas, políticas,
simbólicas, que han dado fundamento a la desigualdad entre hombres y mujeres, y de qué
modo esta desigualdad se reproduce en el interior mismo del conocimiento científico. Los
Estudios de la Mujer primero, y posteriormente los Estudios de Género, han realizado al
interior de cada disciplina, una labor deconstructiva y reconstructiva de las condiciones de
producción, reproducción y transformación de sus nociones básicas.
Psicoanálisis e interdisciplina
Los Estudios de Género mostraron a los psicoanalistas que estuvieron abiertos a nuevos
conocimientos, la necesidad de incluir dentro de la teoría y la práctica, aquellas investigaciones
que iban más allá de sus propias fronteras disciplinarias. Se ha complejizado el campo de
conocimiento, abriendo nuevas interrogantes y marcando la posibilidad de nuevos desarrollos.
Los roles de género, le confieren a hombres y mujeres un lugar y una función en la sociedad.
Esa lugar social, determina a su vez un posicionamiento psíquico, que condiciona la estructura
psíquica de los/as sujetos. La rigidización de los estereotipos sexuales tiene consecuencias en
la salud mental de hombres y mujeres.
Mujer y salud mental es aún un campo en construcción, el capítulo varones y salud es casi
inexistente en la bibliografía actual y más aún en el ámbito de la Salud Mental.
Hay una “forma específica de enfermar”, ha conducido a una recategorización por género de
numerosos cuadros psicopatológicos. Así, se describen para el género femenino: estados
depresivos,(que se han descrito como los modos paradigmáticos de la expresión del malestar
femenino en este fin de siglo) restricciones fóbicas específicas, neurosis histéricas, neurosis del
ama de casa, síndrome de reinserción laboral, adicciones emocionales, trastornos de la
alimentación (anorexia, bulimia), trastornos reproductivos, crisis de la mediana edad.
Para el género masculino: sociopatías, impulsiones, violencia, adicciones a las drogas, neurosis
obsesiva, normopatías, trastornos psicosomáticos, accidentes.
Psicoanálisis y género
Para el psicoanálisis en sus corrientes mayoritarias y hegemónicas, identidad sexual e
identidad de género se yuxtaponen, se confunden. Masculinidad y femineidad siguen siendo
categorías que dependen en última instancia, más allá de algunas sofisticadas teorizaciones, de
la anatomía. Cuando los estudios de género ponen en visibilidad que masculinidad y
femineidad no son en realidad categorías esenciales, transhistóricas e inmutables y que éstas
son, en realidad, construcciones sociohistóricas, los psicoanalistas en general, no ven, no
escuchan, no hablan.
tanto teoría que da cuenta del campo del inconsciente, las hipótesis teóricas que permiten
explicar los procesos intrapsíquicos por los cuales el infante humano deviene sujeto psíquico y
adquiere su identidad sexuada.
Las fantasías que sostienen las prácticas sexuales son producto de complejos entramados que
no dan cuenta solamente de la ubicación del hombre y la mujer en la cultura. El género, está
presente desde el inicio del desarrollo, identidad construida en las relaciones intersubjetivas.
El fantasma de género es parte constitutiva de las fantasías sexuales, componente obligado del
fantasma del hijo/a que toda pareja de padres posee, despliega e implanta en el cuerpo y la
mente del recién nacido y que acompañará la relación con el mismo toda la vida. La
femineidad y la masculinidad, se constituyen en la intersubjetividad y en la interacción.
Los/as psicoanalistas que han trabajado con la categoría del género, han efectuado una
deconstrucción crítica de muchos de los postulados “fuertes” del psicoanálisis sobre todo en lo
referente a la sexualidad femenina. De esta manera, conceptos como la masculinidad inicial de
la niña, envidia del pene, universalidad del complejo de castración, maternidad como destino
último y esperado para el logro de una femineidad “normal”, han sido revisados y se han
propuesto nuevas explicaciones.
Consecuencias clínicas
Las corrientes dentro del psicoanálisis que consideran al género como herramientas de trabajo
y comprensión de la subjetividad, son absolutamente minoritarias.
Este estado de cosas, tiene una larga historia que comienza con la conflictiva relación entre el
feminismo y el psicoanálisis y que después continuará con el psicoanálisis y los estudios de
género. El feminismo y el psicoanálisis, son corrientes nacidas a fines del siglo XIX y a pesar de
los desencuentros han tenido puntos en común: inscribirse dentro del pensamiento crítico y
tener a la diferencia sexual como eje de sus estudios e investigaciones.
Esto remite a especificar, que el problema no son los rasgos particulares de los/as
psicoanalistas o de las instituciones, sino como sosteníamos, el pensar al psicoanálisis como
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una teoría completa. Hay un modo de producción teórica que impide pensar de otra manera,
por lo cual el trabajo de deconstrucción teórico – clínico se enfrenta a una verdad establecida,
a un gran relato difícil de mover.
En lo referido al género, las teorizaciones hechas sobre la naturalización del patriarcado y una
lógica binaria (que excluye y/o inferioriza las diferencias) tiene consecuencias políticas y
epistemológicas respectivamente. A nuestro entender, las consecuencias más graves son las
que aparecen en la clínica: hombres y mujeres no pueden ser escuchados en sus sufrimientos
de género.
Se deben ejercer e instituir los contenidos de las teorías aprendidas, pero con un horizonte
que no está regulado por la creencia de que todo sujeto con el cual se interviene sólo podrá
resolver lo que padece o sobrelleva si se convierte en sujeto de psicoterapia o psicoanálisis.
Los denominados problemas sociales forman parte de una construcción tanto simbólica cuanto
derivada de las intervenciones de distintos actores sociales y existe una compleja relación
entre producción de conocimientos y resolución de problemas sociales. La evidencia muestra
la distancia entre la producción de conocimientos y sus posibilidades de aplicación concreta.
No se trata entonces “del uso natural que los actores hacen del conocimiento relevante
adquirido mediante sus cursos en la universidad sino de que ciertos actores hacen un uso
específico y deliberado de sus conocimientos como modo de terciar en las controversias
públicas acerca de un problema que precisamente con estos medios retóricos se torna público.
Dicho de otro modo, no se trata ya de la ciencia –de las teorías aprendidas– sino que el
discurso que aplican los colegas desempeña un papel en la construcción de un problema
público”
Se produce entonces una acumulación semántica mediante grupos de estudio que repiten
crónicamente un lenguaje aprendido a partir de estos dispositivos sociales. Lenguaje puede ser
coloquial o hermético e impide escuchar otros discursos, sin reconocer el deterioro conceptual
que tales repeticiones y aplicaciones a ultranza de lo repetido arriesgan, en tanto cierran el
camino para un pensamiento crítico.
Esta acumulación reiterativa arriesga esconder la creatividad de los colegas y nos coloca de
frente a lo que actualmente se conoce como capitalismo cognitivo –que no tiene cosa alguna
que ver con la psicología cognitiva– y que está orientado hacia las teorías tradicionales
impuestas por los dispositivos sociales que rigieron y rigen nuestras universidades. Así como
actualmente esos dispositivos conducen a suponer que todo el mundo debe conducir sus vidas
desde las psicoterapias y el psicoanálisis, anteriormente, en tiempos de la creación de la
carrera, otros dispositivos dispusieron que l@s psicólog@s fuésemos auxiliares de la medicina.
Se privilegia un solo sentido: el consultorio privado.
Precisamos una estrategia para producir los propios dispositivos, es decir, incluirse como
productores de esfera pública. Recordemos que ella, a diferencia del concepto de espacio
público, incluye constitutivamente la información y la comunicación. Es un concepto más
amplio que incluye conexiones, imágenes, representaciones y semantizaciones propias de cada
cultura.
Estos análisis se han ocupado de develar y cuestionar las premisas biologistas, esencialistas y
universalistas con las que se han concebido estas diferencias, así como la lógica binaria y
jerárquica en las que se apoyan; de problematizar la exclusión, silenciamiento o tratamiento
sesgado de la condición de la mujer en los principales cuerpos de teoría y en la información
que "dice" de lo social; de explicar y proponer cambios respecto de los diversos dispositivos
sociales que participan en la construcción de una jerarquía entre los géneros en la que las
mujeres y lo femenino ocupan el lugar devaluado, discriminado, subordinado u omitido.
Los análisis basados en esta noción se concentraron insistentemente en explicar cómo los
sujetos adquieren y actúan los roles e identidades de género. Aunque no estuviera explícito,
este enfoque presuponía la existencia de una identidad personal o de un yo delimitado
originario, que a través del proceso de socialización, primero en la familia, y luego en los
distintos ámbitos sociales, adquiría las capacidades, motivaciones y prescripciones propias de
su identidad genérica adaptándose a las expectativas y mandatos culturales. En otros términos
afirmaba que la sociedad tiene un libreto que debe ser aprendido y que ese aprendizaje
garantiza la reproducción de un orden de género sin fisuras.
Otra característica central de esta primera fase fue el centramiento de los estudios de género
en la interpretación y denuncia de la condición discriminada o subordinada de la mujer,
negando o ignorando que en su sentido más cabal, género, alude a una relación de poder
social que involucra tanto a las mujeres y lo femenino, como a los varones y lo masculino.
Veamos entonces cuales son las principales líneas de debate, las tensiones en torno al género
que priman en los trabajos contemporáneos, que demuestran que no hay una teoría de
género sino varias.
En suma, en los últimos años el género ha dejado de ser una noción "llave" para explicar todos
los procesos y fenómenos relativos a la situación social de la mujer, una contraseña
inobjetable de la comunidad intelectual y política ligada al feminismo, para convertirse en el
centro de una controversia que de una u otra manera va construyendo una "genealogía
política de las ontologías del género", es decir, una deconstrucción de su apariencia sustantiva,
iluminando los procesos de naturalización que producen ese efecto.
Ahora bien, pese a sus diferencias, cualquiera de las posiciones antes esbozadas coinciden -hoy
por hoy- en admitir que el género no es una propiedad de los sujetos ni es un constructo fijo y
terminado, condenado a una perpetua repetición. Ello abre la fascinante posibilidad de
colocarnos frente a la "cuestión de género" desde una posición diferente a como lo hicimos
décadas atrás. Nos impulsa a detectar y explicar cómo los sujetos se en-generan en y a través
de una red compleja de discursos, prácticas e institucionalidades, históricamente situadas, que
le otorgan sentido y valor a la definición de sí mismos y de su realidad. Ello implica abrir el
interrogante acerca de qué, cómo y por qué invisten y negocian, en y a través de estos
dispositivos, posiciones y sentidos singulares.
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Esta línea de pensamiento nos conduce en primer lugar, a una reflexión sobre la noción de
sujeto y subjetividad tal y como está siendo tratada en los últimos años en el pensamiento
filosófico, social y, en particular, en la teoría feminista. Detenernos en esta cuestión nos parece
fundamental para clarificar no sólo nuestra producción teórica, sino también nuestras
prácticas.
Sin embargo, es necesario comenzar destacando que estamos lejos de disponer de una
definición única o inequívoca de ambos términos. Respecto de la noción de sujeto no pocas
veces se lo utiliza como sinónimo de individuo, otras de yo, persona, identidad, subjetividad;
cuando no de objeto de fuerzas y determinaciones históricas y sociales y/o agente o actor en
estas. Sin embargo estos términos no son equivalentes y antes bien, remiten a concepciones
teóricas no sólo diferentes, sino que en algunos casos directamente opuestas.
De ahí que podamos afirmar que la cuestión del sujeto se ha constituido en un "genuino
espacio de intensidad teórica"; en el que convergen y confrontan diversos discursos tributarios
de tradiciones intelectuales y disciplinarias notablemente disímiles.
La segunda etapa se iniciaría con Hegel, Marx y Freud llegando hasta Adorno, Foucault,
Deleuze, Guattari y Derrida. Se caracteriza por la deconstrucción sistemática de la noción de
sujeto metafísico, autónomo racional, origen de la palabra y de la acción, para colocar en su
lugar la idea de un sujeto descentrado y sujetado a las condiciones sociohistóricas e
inconscientes.
Según Vilar, en los últimos años también estaríamos asistiendo a una tercera etapa de
"reconstrucción y rehabilitación" de la subjetividad normativa de la mano de pensadores como
Rawls, Rorty y Taylor.
Más allá de sus diferencias, estos intentos parecen responder a una demanda de las
sociedades actuales por refundar una ética que rescate o cree un nuevo horizonte normativo
superador tanto del dogmatismo como del relativismo absoluto y justificador del
individualismo de las sociedades postavanzadas. Ello pareciera requerir la afirmación de alguna
clase de sujeto responsable de decisiones y capaz de transformaciones, sin que ello signifique
necesariamente retornar a la visión metafísica.
El que acordemos entonces que el sujeto sea construido no supone necesariamente que las
premisas desde las cuales entendemos cómo se produce esa construcción sean compartidas.
Incluso algunas autoras denuncian a la teoría feminista contemporánea de un "abuso del
construccionismo". Fuss, por ejemplo, alerta sobre el hecho de que en este construccionismo
tan generalizado en la teoría feminista en su crítica del esencialismo biologista, se deslicen,-
como en una suerte de "retorno de lo reprimido", y bajo otros disfraces -, posiciones
esencialistas, obviamente ya no de carácter biologista, pero sí de naturaleza social. Se refiere a
una noción sustancialista de la sociedad y la Historia ,en la que no se problematiza la idea de la
opresión universal de las mujeres, la diferencia hombre/mujer, y la visión de estos como
objetos estables ontológicamente y coherentes en sí mismos.
Aparentemente, la tensión esencialismo vs. constructivismo atraviesa las luchas de todos los
movimientos sociales que se fundamentan en una política de las identidades.
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En ese marco las posturas esencialistas pueden entenderse como momentos contestarios,
como forma de protesta ante las categorías socialmente impuestas a través de resaltar una
identidad "propia" como base de resistencia y valorización.
Paola Di Cori dice que la equivalencia entre uno y otro término es errónea y cuando esto
ocurre, en realidad suele encubrir por parte del autor un deslizamiento, quizás inadvertido, de
la idea de sujeto a la de persona, en el sentido de la afirmación de una individualidad plena,
concreta y autónoma; es decir, concebida más en términos de facultades mentales que de
posiciones en una trama discursiva.
Al igual que la noción de sujeto, la de subjetividad está cargada de una polisemia que no es
ajena a las intenciones generalmente no explicitadas de quienes la utilizan y que por lo demás
impide, por el momento, formular una definición omnicomprensiva "que reúna todas las
acepciones".
En algunos casos remite a una abstracción, pero en muchos otros su uso refiere a
características psicológicas o emocionales de las personas; una suerte de interioridad,
y/o una energía vital.
Según Ortega "No existe una definición precisa de subjetividad y quizás tampoco debiéramos
buscarla. Es una definición por hacerse, procesal y provisoria, esto es temporal, o sea tan
histórica como hipotética".
una interioridad recóndita, que podría emerger haciendo gala de autenticidad, y por qué no
pureza, si se le quitaran los velos distorsionantes que impone la cultura.
"Ninguno de nosotros vive sin referenciarse a una singularidad imaginaria a la que llamamos
nuestra identidad. Esa singularidad o individualidad corresponde al registro imaginario, -el
conjunto de imágenes identificaciones y narrativas que aparentan consolidar una naturaleza
distintiva del sujeto/ individuo. Como un "agente de bolsa" de esa formación imaginaria está el
yo, cuya función es asegurar una adaptación dialéctica a las presiones de la vida social que lo
han producido y a las que ayuda a producir".O como dice Rosa Montero, "Ignoro de que
sustancia extraordinaria está confeccionada la identidad, pero es un tejido discontinuo que
zurcimos a fuerza de voluntad y de memoria. La identidad no es más que el relato que nos
hacemos de nosotros mismos".
Pero una cosa es reconocer estos deseos y descifrar sus motivaciones y otra, sustancializarlo
como se ve en no pocas teorías psicológicas y filosóficas, suponiendo que cada uno tiene una
identidad, y aún más, afirmar que uno es eso que dice ser y no otra cosa.
En contraste con estas concepciones, algunos análisis postmodernos sugieran la opción por la
des-identidad o como propone Nelly Richard la "disidencia de identidad en el sentido del
cuestionamiento de la cultura masculina paterna por la subjetividad fluida y no codificada de
lo femenino".
Para otros autores como Ortega no es necesario renunciar a la identidad (se refiere en este
caso a las identidades colectivas y en especial a la identidad latinoamericana) pero sí subvertir
su codificación autoritaria, las imágenes unívocas de nación y ciudadanía, sin aceptar tampoco
caer en el relativismo extremo.
Este último planteo, es afín a algunas corrientes actuales dentro de la teoría feminista, quienes
ven con cierta sospecha que la filosofía y la teoría social declaren la muerte del sujeto y la
renuncia a toda forma de identidad, precisamente en el momento en que sectores
objetificados y silenciados durante siglos, como las mujeres, emergen en el escenario social
reclamando su palabra y actuando como sujetos políticos.
En todo caso, hay que convenir que estas controversias en torno al sujeto y en especial sobre
las características deseadas y rechazadas, actuales o potenciales del sujeto femenino y
feminista se despliega una riquísima producción de ideas que mantienen vibrante el debate
teórico. En ese marco, y como ya venimos anticipando, algunos grupos de intelectuales optan,
-por convicción teórica y/o táctica política-, por afirmar y revalorizan la especificidad de las
vivencias y experiencias de las mujeres, su diferencia radical de la identidad y cultura
masculina, su identidad colectiva como mujeres. Otras, por el contrario, insisten en denunciar
la alienación de la experiencia femenina en los espejos patriarcales, y preservar como meta
emancipatoria la búsqueda de la igualdad social como condición necesaria para el surgimiento
de una nueva diferencia.
En nuestro criterio, una cosa es la lucha política para reivindicar una identidad negada, o en
otras palabras asumir una política de la identidad, y otra cosa es que, en ese gesto se renuncie
a deconstruir la propia noción de identidad que moviliza esa acción, lo cual corre el riesgo de
establecer nuevos dogmatismos esencialistas.
En todo caso, la lucha de las mujeres por la "autodesignación", por la autonomía, pareciera
necesitar, al menos en estos tiempos, de una estrategia compleja; por un lado la crítica a las
nociones tradicionales y masculinas del sujeto en su versión moderna, ya que desde esa noción
ellas han sido definidas, como ya lo decía Simone de Beauvoir como el Otro; junto con el
develamiento y cambio de valor de algunos rasgos construidos como específicamente
femeninas que han sido ignoradas o devaluadas en la cultura patriarcal; pero también la
deconstrucción de todo esencialismo, sin que ello las haga caer en un descentramiento tan
radical que lleve a la impotencia y el individualismo.
Estamos hablando de una estrategia política que intenta evadir algunas opciones dilemáticas
que caracterizan el debate feminista contemporáneo y, en este sentido, nos sentimos cerca de
la línea ecléctica y pragmática que sugiere Nancy Fraser como un acto de rebeldía y afirmación
de autonomía vis à vis la "monogamia" teórica de muchas autoras contemporáneas y en
paralelo como un poderoso recordatorio de la necesidad de vincular la teoría con las
necesidades prácticas y estratégicas de las mujeres en cada contexto y momento.
Sólo podríamos concebir al sujeto como sujetado a una forma particular de dominación, a una
ideología o a uno o varios dispositivos de poder. Así pensado queda reducido a la pasividad, a
la repetición de un destino, sino ya de designio divino, sí pensado/armado por otros.
Llevando a un extremo esta argumentación se podría concluir que el "ser humano estando
cautivo en la trabas de la sujeción o atravesado por las formaciones sociales en las que habita,
no es nunca enteramente un sujeto".
Y sin embargo la historia nos demuestra que los sujetos resisten, resignifican y crean nuevas
representaciones y prácticas sociales vis á vis los diferentes órdenes discursivos y dispositivos
institucionales que a su vez los han constituido.
Hollway sostiene que en cada época histórica se ofrece a los sujetos una gama reducida, pero
gama al fin, de discursos y posiciones de género en cada discurso, por consiguiente los sujetos
invisten libidinalmente determinadas opciones, siendo este acto de investimiento una
expresión de su "libertad" personal. Ello explicaría la diversidad de estilos de vida femeninos y
masculinos en cada contexto histórico, así como ciertas condiciones subjetivas para la
transformación de prescripciones y estereotipos.
Pensarnos de esta manera supone una invitación o una obligación a actuar reconociendo la
imposibilidad de estar fuera de las relaciones de poder; pero aceptando también que las reglas
del juego pueden ser cambiadas mientras se juega con ellas, aunque el juego pueda estar a
favor de algunos jugadores y en contra de otros.
Tales son la búsqueda de la verdad, el desarrollo de una posición ética en torno a las
diferencias sociales que haga posible dar fundamento a términos como solidaridad y
responsabilidad; y la conformación del sentimiento de identidad.
Visto desde otro ángulo, este anhelo de subjetividad puede leerse como una reacción a las
profundas transformaciones de las identidades colectivas (nacionales o sectoriales), la ruptura
de las fronteras políticas, el surgimiento de nuevos sujetos sociales y nuevos conglomerados
supranacionales que han socavado los emblemas identitarios tradicionales, colocando a las
sociedades actuales ante alternativas dramáticas. Crear o recrear, desde la nostalgia y/o el
furor identidades sectarias, como se ve en el resurgimiento de los fundamentalismos; o
aprender a revertir la tentación de afirmar el "uno" bajo el modo de la exclusión del otro,
reconociendo en el sentimiento de identidad, como dice Mouffe, la multiplicidad de elementos
que lo constituyen, así como su contingencia e interdependencia.
En este sentido, es indudable que la vivencia de malestar social, guarda una estrecha relación
con las devastadoras restricciones en las oportunidades sociales impuestas por el modelo
económico hegemónico. Sin embargo sus amargo sabor alude también a otras fuentes; fluye
de la incapacidad de los sujetos de sostener un proyecto trascendente, condición esta
fundamental para "soportar la prima de malestar que cada época impone,...esperanza de
remediar los males presentes, la ilusión de una vida plena cuyo borde movible se corre
constantemente, los que posibilita que el camino a recorrer encuentra un modo de justificar su
recorrido".
Ante la impotencia de perfilar futuros posibles y estar compelidos por el vértigo de las
mutaciones culturales a descreer de modelos y valores del pasado, a los sujetos de este fin de
siglo aparentemente solo les quedaría el refugio en las estrategias de supervivencia; a
someterse a la tiranía del presente continuo, idealizar el pragmatismo y asumir un temple
paranoide frente a cualquier forma de esperanza, ilusión y entrega a ideales o metas
colectivas.
trampean con el carácter irreversible de un futuro deplorable, cuando antes lo hacían con la
idea de un futuro promisorio.
En algunos discursos religiosos y en ciertas ofertas de la cultura new age, resuenan estas
promesas seductoras. También nos parece reconocerlas en algunas posturas feministas
actuales. También es posible advertir el surgimiento de búsquedas estéticas y de prácticas
micropolíticas vertebradas en torno a la experimentación de nuevas formas de relación con la
alteridad, la ética, el saber y la memoria.
Estos recorridos necesitan construir, aceptar, disfrutar de una noción de subjetividad mucho
más fluida, más permeable a la "escucha" de las diversas voces que nos han interpelado en el
pasado y las que lo hacen hoy ; una subjetividad menos iracunda o aterrada respecto de su
paradójica condición de ¨ser ¨una trama de posiciones y referencias en transición permanente
.Esto no debería confundirse con una apelación voluntarista a desarrollar la remanida
"aceptación de la diversidad o del cambio", que, por lo común, termina expresándose en una
tolerancia condescendiente del "otro" (por supuesto externo a mí) y en un "aguantar" la
velocidad e incontrolabilidad del cambio, a condición de conservar imaginariamente la
expectativa de un puerto seguro y constante adonde llegar. Tampoco se trata de reivindicar
una fiesta contracultural que necesariamente termina siendo elitista, y por que no, funcional al
orden vigente.
Creemos que el desafío es generar experiencias políticas, educativas, que contribuyan a lo que
planteaba lúcidamente Connolly "convertir un antagonismo de identidad en un agonismo de
diferencia" desactivando el potencial de violencia que está inscripto en toda construcción de
un nosotros/ellos".
Desde donde hacerlo? En esa línea algunas respuestas, al menos en el plano simbólico, la
encontramos en lo que Mouffe llama "identidades nómades" y Braidotti "sujetos nomádicos",
es decir en un visión, quizás sería mejor hablar de una apuesta ,tanto en el plano teórico como
político a la emergencia de una nueva subjetividad resultante y garante de procesos
permanentes de desterritorialización de las codificaciones patriarcales , racistas, capitalistas,
etc. ; una subjetividad de fronteras porosas en relación a la alteridad , que al abrirse a las
diferencias que la han conformado se singulariza a través de procesos de mestizaje cultural.
Ello implica asumir como responsabilidad política el hábito del distanciamiento, objetivación y
problematización de la cadena de significados cristalizados, incluyendo aquellos que vamos
construyendo desde la propia práctica feminista; mantener la ¨chispa¨ de la subversión
creativa de las definiciones y normatizaciones de género , pero también la aceptación del
carácter siempre tentativo de toda normativación incluso la más "progresista", y finalmente la
afirmación de una ética de la esperanza como condición indispensable para relaciones
intersubjetivas sustentadas en la solidaridad, el interjuego de la diversidad y la unidad en la
acción.
Nos enfocamos en la construcción socio histórica de las masculinidades, y su relación con las
prácticas sexuales de mujeres y varones.
En los 80 surgen los primeros estudios sobre masculinidad. Los estudios de género señalarán
una lógica incluyente del análisis sobre la construcción cultural de las diferencias sexuales. Con
la confluencia de distintas disciplinas como las ciencias humanas y sociales se desarrollaron
teorías de género.
Hablar de lo masculino y femenino desde una perspectiva de género implica realizar una
primera afirmación: las culturas construyen los modos de ser mujer y ser varón. “no nace sino
que se hace”.
Los estudios de la mujer han sido necesarios para describir las necesidades y las consecuencias
de la dominación masculina en la mitad de la especie humana, pero insuficientes a la hora de
generar conocimiento acerca de las relaciones de los géneros.
Los estudios de género han contribuido a explicar muchos de los fenómenos que hacen a las
inquietudes entre hombres y mujeres. Se centran en la condición de la mujer desde esta
perspectiva, o los aspectos relacionales entre hombres y mujeres.
Los estudios sobre masculinidad se diferencian de los estudios de género por no contar con un
movimiento social paralelo, como sucedió con la mujer. Hay una diversidad de expresiones y
posicionamientos en este marco de estudios.
La encarnación del género es desde un principio, una encarnación social. La materialidad del
cuerpo masculino tiene importancia no como modelo de las masculinidades sociales, sino
como referente para la configuración de prácticas sociales que han sido definidas como
masculinidad.
Connell sostiene que las estructuras del órden de género que explican la encarnación social de
la masculinidad son cuatro:
a- Producción y división del trabajo
b- Poder
c- Catersis
d- Simbolización
Trabajo, violencia, sexualidad cobran sentido a través de un cuerpo vivido como herramienta
con capacidad de modificar, de dominar, de ejercer el poder sobre los otros.
Varios autores refieren a que existen diversas masculinidades, aunque todas remiten hacia un
modelo hegemónico. Creemos que ese modelo será el eje en torno al cual se definirán –por
identificación o rechazo- las masculinidades emergentes.
La violencia masculina es analizada en tres categorías: hacia sí mismo, hacia las mujeres y hacia
otros hombres. Los actos de violencia sexual y domestica son una demostración de la
necesidad de confirmación del ser varón, al mismo tiempo que prácticas de ejercicio de la
dominación. Esto es debido a que culturalmente la masculinidad es “frágil”. .
Vicente Marques dice que la nacer vemos 2 consignas: “ser varón es importante” y “debes
demostrarlo”.
Las prácticas sexuales desde este modelo hegemónico nos ofrece un sujeto activo en la
búsqueda de placer sexual y “descentrado” de las decisiones reproductivas. Como contraparte,
la mujer está centrada en su rol y función reproductiva, postergando la búsqueda de placer
sexual. Estas inequidades de género, apoyado en otras (clase, étnico) producen grandes
barreras en el agenciamiento y ejercicio de las mujeres y varones de los derechos sexuales y
reproductivos.
El desarrollo humano con perspectiva de género abre la posibilidad de trazar en la vida misma
aquello que se prefigura en el imaginario como el bienestar y la vida buena, ambos en sus
dimensiones personal y colectiva, para ello es preciso concretar aún más una particularidad de
la democracia alternativa: se trata de la democracia genérica.
Democracia genérica
La democracia genérica amplía la concepción misma de la democracia al centrarse en la
democracia entre los géneros e incluir en la cultura la necesidad inaplazable de construirla,
ampliarla y consolidarla. Las condiciones históricas de mujeres y hombres, el contenido
diferente y compartido de sus existencias, las relaciones entre los géneros y la problemática
vital resultante, son ámbitos de la democracia genérica. Al mismo tiempo son claves políticas
que conllevan necesariamente a remontar las concepciones y las prácticas de vida patriarcal
que, basadas en el dominio, generan diversas opresiones.
Los principios de la democracia genérica recorren caminos para conformar la igualdad entre
mujeres y hombres a partir del reconocimiento no inferiorizante de sus especificidades tanto
como de sus diferencias y sus semejanzas. Es un objetivo democrático impulsar los cambios
necesarios para arribar a la igualdad entre los géneros y a la formación de modos de vida
equitativos entre mujeres y hombres. Esos cambios se dan en diversos terrenos y esferas de la
vida social de la economía de la política y la cultura.
el discurso y las normas, lo que ya sucede parcialmente para algunas en la práctica social. Esto
implica que, al enfrentarse en el desarrollo las necesidades de las mujeres, se den paso para
asegurar su definición como sujetos políticos e impulsar el proceso genéricamente para
abarcar a más y más mujeres cada vez.
Tiene como sentido filosófico la libertad en plenitud para todas y todos. Se trata de contribuir
a construir modos de vida y concepciones del mundo y de la vida que no vuelvan a estar
basadas en la opresión de género y en ninguna otra forma de opresión.
Es evidente que las diversas esferas de la cultura son el espacio de hegemonía y de manera
simultánea de las transformaciones. Sin embargo, son muchas veces cotos cerrados
reproductores tradicionales y de control político. Los espacios culturales deben abrirse e
incorporar la discusión de todos los temas sustanciales de nuestro tiempo en condiciones de
equidad. Si la cultura circulante incorpora de esta manera las creaciones alternativas
desarrollas por los sujetos de esas opresiones y expresa los nuevos valores y una ética acorde,
es posible que se transforme en capital político para construir no sólo la democracia genérica.
Sino el paradigma alternativo del desarrollo humano.
En este camino, se requieren cambios jurídicos y una profunda reforma del estado para
desechar normas y prácticas sociales y políticas opresivas. De ahí la importancia que han dado
los movimientos confluentes en la causa de las mujeres a lograr cambios legislativos para
convertir sus derechos.
Las mujeres como género precisan además de ese marco jurídico para extender derechos
particulares de todas las mujeres.
Las mujeres han abierto espacios para ser siquiera escuchadas. El logro de acuerdos y
convenios se ha dado por la configuración en acto de las mujeres en sujeto político y se
concreta en pactos. El establecimiento de pactos con las mujeres y sobre asuntos promovidos
por las mujeres es una de las evidencias más fehacientes del desmontaje institucional de
normas y estructuras patriarcales. Y es además un principio de la real constitución de las
mujeres en pactantes. Sólo así ha sido posible en la segunda mitad del siglo la obtención de
derechos específicos, difícilmente reconocidos por una estructura normativa de una igualdad
arrasadora que, al surgir de la ruptura de los órdenes estatementarios, se consolidó sobre la
base ideológica de no reconocer derechos específicos porque se resquebrajaría el principio de
los mismos derechos para todos.
En ese contexto, las mujeres han contribuido a estructurar otro orden normativo: el que
reconoce derechos específicos de manera democrática. Desde luego formar parte
contradictoriamente de otros marcos de contenido adverso y opuesto. En diversas medidas y
de acuerdo con las condiciones concretas de sus mundos, se han ido concretando los
procedimientos y las garantías para la puesta en práctica de la democracia genérica. Con
lagunas, insuficiencias y gran trecho por caminar, la democracia genérica ha dejado de ser
utópica, está en proceso y modifica radicalmente el fin del segundo milenio.
Pertenecer a un género con derechos cambia radicalmente la vida. Impide daños y oprobios y
posibilita la interlocución de cada mujer con los otros y con las instituciones. Comprender que
un objetivo del desarrollo humano es transformar el marco jurídico vigente e incorporar el
corpus legal que convierta en preceptos obligatorios para todas las vías para lograr la igualdad
real entre los géneros. a partir del reconocimiento de la especificidad de cada género y de la
singularidad de cada persona que respeten las diferencias y busquen la equidad.
La ciudadanía y el empoderamiento
Debido a la opresión de género, las mujeres están en el centro de las disparidades, pero
también de las que resultan de su experiencia de la modernidad. Mujeres de condiciones
sociales diversas son de la exclusión moderna así como de beneficios de la modernidad. Con
todo, la modernidad es parte de su habitat sólo en algunos círculos y esferas particulares de su
existencia y, la más de las veces, de manera parcial.
Esa percepción se debe a que cotejan lo específico conocido masculino con lo que debería ser
inespecífico femenino, y además de su punto de partida, la comparación de sujetos desiguales,
como si realmente fueran iguales y por tanto homologables. Incluso entre ellas hay mujeres
modernas que, antes de vivir la igualdad real con los hombres o de resolver de manera
moderna la satisfacción de sus necesidades y sus relaciones personales, la han creído.
Constituida en perjuicios, la igualdad ideal las acompaña y les permite sentirse menos
disminuidas. Al mismo tiempo, les impiden construir la real igualdad.
Sin embargo, el espacio de la democracia es el espacio de los derechos. Reconocer ese hecho
conduce a plantear que las políticas neoliberales tienen en las mujeres un conglomerado de
recepción a las múltiples marginalidades que son el resultado de la baja de la producción, la
reducción de la planta laboral, la reducción de apoyos y recursos gubernamentales y estatales
a las capas de trabajadoras no tecnificadas. La virtual desaparición de los campos y esferas de
acción social del estado repercute directamente en el traslado al mundo privado de servicios
de cuidado y atención cotidiana, de salud y alimentación, que habían sido trasladados aunque
fuera parcialmente al ámbito público social y estatal, quienes deben reabsorber la carga de los
cuidados vitales directos son las mujeres que trabajan más y reciben menos.
ausencia de memoria histórica de género, la ignorancia acerca de las luchas, causas y logros de
las mujeres, la importancia de lo que otras mujeres han conquistado. Es dramático además
observar la alianza sexista de algunas mujeres con los hombres ante la posibilidad siquiera de
asumir algún compromiso con sus congéneres.
Todo ello configura una de las vías más graves de la desigualdad. Las mujeres no tienen
espacios suficientes, generalizados y reconocidos de alianza de género, ni mecanismos de
transmisión de la experiencia, de capacitación, ni de elaboración de su conciencia colectiva.
Casi cada organización y cada mujer se enfrentan en los espacios políticos desmarcadas de su
género por sobreidentificación con los hombres y los valores patriarcales o por
desidentificación de esos valores. Y se enfrentan en la competencia política con los hombres
que tienen instituciones, maneras de historizarse, capacidad pedagógica y formativa para
trasladar de unos a otros sus habilidades sociales y políticas.
No obstante, durante décadas cada vez más mujeres participan socialmente y reivindican
derechos políticos. Unas lo hacen a partir de una identidad de género tradicional y luchan
generalmente por derechos para los otros. Subsumidas en los otros, no se dan cuenta de que
en sus luchas no encontrarán solución a gran parte de la problemática que las hace luchar y
tiene una filología de género. Pero otras, desde su identidad de género moderna, lucha por sus
derechos de género y por transformar el orden social y la cultura. Entre estas últimas hay una
gama de definiciones ideológicas, políticas y de identidad: no todas se definen como
feministas, pero la referencia simbólica de esta crítica a la modernidad y de la búsqueda de su
ampliación son las feministas.
Las acciones realizadas para ocupar espacios y para crearlas ha caracterizado el interés en la
validación política de la participación de las mujeres. La lucha por participar de manera más
amplia en las organizaciones políticas que las discriminan personal y colectivamente por su
género, marca la participación de las mujeres en las organizaciones sociales, los partidos y las
asociaciones políticas y las iglesias.
La política, antes vedada por género a las mujeres y ubicada en una esfera externa a la
cotidianidad, se ha convertido en un ámbito de interés de las mujeres y además un espacio
simbólico y práctico necesario, imprescindible. Una de las necesidades vitales de cantidades
crecientes de mujeres es lograr la incursión en los ámbitos de toma de decisiones y de acceso a
los recursos financieros, de capacitación y puesta en práctica de políticas públicas para el
desarrollo.
Si las mujeres tienen un perfil bajo en la movilización civil y política, la participación individual
o grupal de algunas les permite, en efecto, ser pactantes parciales, temporales. Si cambian de
espacio deben volver a entretejer sus poderes y lograr el reconocimiento y la legitimidad de
pactantes. Representante de todas maneras a un género disminuido, dispar. La condición
política permanente de pactantes sólo se logra si es colectiva, si su soporte son las alianzas
entre las mujeres y con los hombres que apoyen este paradigma, y si su referencia simbólica -
social, de identidad y política- es el género, aunque pase por la acción de mujeres,
organizaciones y movimientos concretos. La particularidad de la diversidad requiere de la
universalidad de género. La condición de pactantes se sustenta en la ética feminista: ocupar
los espacios políticos desde el ubis de las mujeres, de cara a las mujeres e identificadas
positivamente como mujeres que acuerdan y pactan un paradigma: construcción de normas
de igualdad, equidad y justicia entre los géneros.
En este punto es fundamental reconocer la necesidad del pacto entre mujeres. La identidad
femenina no basta para lograr la actuación conjunta de las mujeres, Patriarcalmente la acción
pública de las mujeres es corporativa, se agrupa a las mujeres por ser mujeres y se les asigna
un valor y un simbólico público. En cambio, en la democracia genérica cada mujer es
convocada a individualizarse y a actuar descorporativizada, desde su propia especificidad con
sus propuestas. Es ahí donde las mujeres pueden dialogar para compartir una visión del
mundo radical como es el feminismo. Y, en todo caso, coincidir y disentir acerca de las
visiones, las ideas, los valores, los conocimientos y la historia feminista.
Es preciso comprender que el encuentro político entre las mujeres es complicado y es uno de
los hechos más importantes a lograr en la construcción de la democracia. Crear consenso a
esta concepción difícil de aceptar pasa por convencerse, tener experiencias, participar,
conocer, estudiar, analizar y actuar en un sinnúmero de hechos. La construcción de una
identidad positiva feminista entre las mujeres es uno de los objetivos de la democracia y es
imprescindible para que las mujeres hagan suya la causa, y puedan establecer los acuerdos
puntuales y las acciones concretas que las pueden concertar.
Tanto los intereses de las mujeres contemporáneas como sus posibilidades de participación
determinan una vivencia polarizada: tan arraigadas a local, su intervención local, comunitaria
es la más generalizada, pero también, en menor medida y con la visibilidad posible en esos
espacios, participan en las esferas nacionales e internacionales. En la participación local las
mujeres se han abierto más espacios, y ha adquirido el carácter de planificación política
intervenir en los poderes populares y civiles, así como en los gobiernos locales.
Cada ámbito de participación está marcado por su particular subcultura, sus códigos, sus
reglas, su sentido. Y así como hay tantas mujeres que nunca han tenido esa experiencia, hay
otras que acumulan múltiples formas de participación en diversos círculos. Con todo, esos
esfuerzos y el enorme gasto de energía vital, los poderes y los recursos que obtienen son
menores comparados con el costo personal al realizar una supe concentrada actividad
participativa. El desgaste y los conflictos son obvios si se reconoce que esas mujeres, además,
no resuelven su vida privada de manera moderna y presumiblemente tienen, aparte de su
trabajo o del estudio, la carga doméstica.
La pobreza de género referida con antelación, es parte de la asimetría en la participación y de
la inequidad que crea. Hacer política implica poseer recursos económicos, tiempo y libertad
para actuar. La mayoría de las mujeres participan desde la precariedad, invierten su tiempo
que no es excedente y en ocasiones sus escasos recursos: lo hacen además confrontadas
familiar y socialmente casi en escapatoria y, en este ámbito como en otros, subsidian de
múltiples formas a la actividad política en su conjunto.
De manera simultánea en los espacios públicos de norma y contrato, como son la escuela, el
trabajo, las organizaciones y las instituciones, las mujeres sincréticas de doble vida, en vez de
participar individualizadas, como se requeriría en espacios de ese tipo, se subsumen en los
otros. Aceptan jerarquías y mandatos como si fuera natural por ser mujeres. Su radicalidad, su
capacidad de contradecir y de crear alternativas, las concentran en luchar por los otros. Hacer
política sólo tiene sentido en el apoyo a los otros, quienes son preferencialmente de
identidades diferentes a la suya o que suponen en peores condiciones. Y, en este caso, se
prefiere la base al liderazgo. Mujeres en esa situación son fuerza de grupos, movimientos e
iglesias, son las fieles, las dirigidas.
Sin embargo, hay mujeres contemporáneas que han logrado enfrentar a favor suyo la escisión
vital y, al participar, al reconocerse en otras mujeres y al resignificar el conjunto de su vida,
han podido remediar las tensiones confrontadas. Su acción en el mundo pasa por ellas mismas
y su definición de identidad está centrada en su propia historia y en sus acciones en el mundo.
Cada vez más mujeres logran este tipo de cohesión interna derivada desde luego de tener
oportunidades vitales, posesión de un mayor capital cultural utilizado en primer término
parasí.
Es parte de la condición moderna de las mujeres el trabajo no como una actividad aleatoria
sino central, se espera que las mujeres trabajen, lo hagan bien y se desarrollen a través del
trabajo. Para muchas mujeres contemporáneas el trabajo es un área central de sus vidas y de
su autorrealización. Obtienen estatuto social, reconocimiento y valoración no sólo económica
sino social y simbólica. Eso les da poder para vivir.
Las modernas, son en diversa medida ilustradas y han desarrollado una avidez de saber y de
intervenir en los procesos de construcción de conocimientos. Las modernas son prácticas, es
decir, tienen habilidades sociales para desplazarse, intervenir en ámbitos diversificados de
acción; además son ciudadanas: tienen derechos en todos los ámbitos porque en primer
término los tienen por ser personas, mujeres. Se representan a sí misma y tienen
pensamientos, juicios y voz propia.
De todas maneras se espera que además cumplan con todo lo que tradicionalmente se asigna
a las mujeres tradicionales, pero modernizado. Se espera y se educa a las mujeres para
lograrlo: que emparejen, sean madres, se ocupen de su casa y su familia, pero en relaciones
respetuosas, sin manifestaciones de machismo. Y, aun cuando muchas de ella lo hacen así,
también en esa parte de sus vidas cuentan con algunos recursos modernos. Por ejemplo, en
torno a su sexualidad.
Las modernas aprenden a controlar su fecundidad y a desarrollar una voluntad sexual, es decir,
a ser capaces de intervenir en su sexualidad y no a vivir la sexualidad de manera inasible. La
maternidad abarca un espacio fundamental en ellas, pero son madres de menos criaturas. La
conyugalidad es un ámbito prioritario para muchas, y han muchas que no emparejan, otras
que hacen conyugalidades puntuales y cambian de cónyuge, sobre todo por dificultades para
lograr su desarrollo personal. En fin, la modernidad es compleja, contradictoria y conflictiva
sobre todo porque no es vivida de manera homogénea, pero permite a las mujeres acceder a
espacios, tener oportunidades y desarrollarse personalmente.
A pesar de todo, con las dificultades del sincretismo genérico, las mujeres van asumiendo la
participación política y enfrentan además enormes obstáculos sexistas y bloqueos
intencionados a su acción. Todavía mayoritariamente la política no está en el horizonte de
muchas mujeres.
Sin embargo, entre la mayoría de las mujeres excluidas por género y por sus otras condiciones
de identidad, prevalece la desorganización y la falta de participación, lo cual conduce a su
manipulación y a que sus derechos sean conculcados sin siquiera conocerlos.
El sentido contundente de frases emblemáticas como "no hay democracia sin nosotras” o
"luchamos por una democracia con cara de mujer", hacer ver que para las mujeres su
relevancia como sujetos sociales en variados ámbitos debe expresarse también en la
adquisición de poderes y derechos que son parte del capital social de la modernidad, del que
están excluidas,
Las mujeres necesitan poder además para, desde ahí, desarrollar poderes y derechos inéditos.
T. de Lauretis desarrolla el concepto de posicionalidad, el cual, de acuerdo con Cristina Molina,
permite articular un nosotras no basado en esencias, sino algo en común a las mujeres:
posicionalidad es el "...lugar o ubicación en un contexto histórico social desde donde la mujer
modela su experiencia -complejo de hábitos y disposiciones que nos generizan como mujeres-
y perfila su subjetividad... El concepto de posicionalidad señalaría, por un lado, el carácter
relacional y contextual de la identidad femenina — lo que prevendría de una caída en
esencialismo-, y, por otro, daría cuenta de una identidad común al sostener la lucha política.
pues la posicionalidad de base que comparten todas las mujeres es la de la falta de poder: la
mujer es una posición desde la cual la lucha política puede emerger. Ser mujer significa tomar
una posición dentro de un contexto histórico cambiante y ser capaz de escoger qué se hace
desde esa posición, y cómo alterar el contexto".
La lucha por la democracia es para las mujeres la lucha por incluirse y ser incluidas,
reconocerse y ser reconocidas con signos nuevos, y por transformar los contenidos
tradicionales de la democracia patriarcal y construir una democracia alternativa: la democracia
genérica es fundamental de la democracia vital. Y hacerlo desde su especificidad, desde su
discurso, desde su posicionamiento y desde sus intereses. La regla de la democracia es el
reparto y reconocimiento de poderes y recursos y oportunidades entre quienes, siendo
diferenciados social, económica y culturalmente, son homologados para pactar jurídica y
políticamente. Y, sin embargo, la exclusión política basada en el género es generalizada en el
mundo, aun en los países en que se reconocen más derechos a las mujeres.
La igualdad significa tener las mismas oportunidades. En este punto la igualdad es un piso a
partir del cual las mujeres pueden ser reconocidas como iguales y ser tratadas
normativamente como iguales no en el sentido de identidad sino en el sentido axiológico: cada
persona vale igual que cualquier otra persona.
Sin embargo, acceder a ese piso común implica igualdad en la convivencia, en la competencia y
en la participación, y requiere reconocer la desigualdad real y simbólica de las mujeres en
relación a los hombres y la inferiorización de las mujeres en relación con los jararquizados
hombres. En preciso también reconocer que la participación, la acción, el pensamiento. El
saber y todos los recursos que se utilizan e intercambian, son poderes, la mayoría de los cuales
son monopolizados por los hombres y las instituciones en detrimento de las mujeres.
Se trata del poderío de las mujeres conformado por un conjunto complejo de soportes,
recursos y condiciones vitales. El poderío de las mujeres es ser humanas y vivir en libertad.
Un orden que asegura su control y monopolio por parte de los hombres no cede. Por eso, la
construcción de poderío de las mujeres y su empoderamiento tiene la tesitura de una lucha
por esos poderes y con lleva enfrentar los conflictos que se generan en ésta.
El conjunto de desventajas de género hace necesario que para establecer la igualdad entre
mujeres y hombres sea imprescindible lograr la equidad; la equidad es el conjunto de procesos
de ajuste genérico compuesto por las acciones que reparan las lesiones de la desigualdad en
las mujeres producidas en la relación dominio-cautiverio que las determina en mayor o menor
medida. La más sintetizadora de estas lesiones es no ser sujeto político. La equidad supone,
también, las acciones para dotar a las mujeres de los instrumentos, recursos y mecanismos
necesarios para participar y hacerlo preparadas.
Afirmar que todo trato que tenga por resultado la desigualdad supone aceptar que cuando a
una mujer se la trata igual que al hombre, y ese trato la inferioriza, éste es discriminatorio aun
cuando el propósito haya sido la igualdad. Este es el fundamento del principio de equidad y la
acción afirmativa. Cuestiona además el contenido mismo de grupos vulnerables tan usado en
las Naciones Unidas para calificar a las mujeres y otras poblaciones discriminadas, en tanto
esta discriminación no resulta de su vulnerabilidad o de su debilidad, sino porque se les impide
acceder a recursos, servicios y condiciones que les podrían de partida en posición de iguales
con otros”
El poderío y la libertad
La radicalidad de la perspectiva de género feminista está en todos sus planteamientos pero
encuentra su dimensión en su contenido libertario. Otros enfoques aún llamados de género
pero que no son feministas buscan mejorar la situación de las mujeres. En cambio desde el
feminismo los fines son otros; se trata de crear las condiciones sociales para que las mujeres
sean sujetos históricos y lo sean por su particular manera de vivir, de ser y de existir: en
libertad.
La democracia, el desarrollo, no tienen sentido práctico para las mujeres si no es para construir
el poder vital de la libertad, Las luchas de las mujeres por eliminar la opresión no están
impulsadas por creencias ideológicas o por formalismo moderno. Se lucha por enfrentar la
opresión día a día y paso a paso para poder acceder sin limitaciones mutilantes al mundo.
Todas las mujeres de una u otra forma enfrentan todos los días solas y aisladas la opresión. Y
lo hacen de variadas formas, pero también enfrentan la opresión y construyen su
emancipación organizadas y con cierta direccionalidad cultural. El problema de la libertad en
este sentido es un problema del poder, tanto de la relación de las mujeres con el poder de
dominio de los hombres y las instituciones que las mantienen en precariedad vital como el
poder para vivir, el poder del sujeto.
En esta forma de reaccionar ante el poder no hay enfrentamiento con el poder, hay obediencia
y asunción, internalización de su moral y su legitimidad. Los poderes generados en este camino
por las mujeres son menores y siempre son subsidiarios de la relación con los otros, con el
poder patriarcal.
Otra forma de enfrentar el poder es la resistencia. Las mujeres descubren, inventan formas de
esistencia al discurso, al orden, a las relaciones y las prácticas del orden patriarcal. Se
defienden al resistir, algunos de sus comportamientos se caracterizan por la desobediencia
que no llega a ser civil por su carácter de aislamiento y silencio. Sin embargo, la desobediencia
de los mandatos es una de las manifestaciones más generalizadas como rechazo al orden, aun
cuando no se tenga conciencia de ello.
En la resistencia hay un nivel más profundo caracterizado por dejar de hacer los deberes de
género y, en ese aspecto, hay una gama enorme de hechos. Desde las pequeñas huelgas
domésticas, hasta las huelgas sexuales, maternas y otras más. Las mujeres no cumplen con
aspectos fundamentales de su condición de género, Y, por esa vía, algunas van encontrando
también caminos de realización y desarrollo. Cuántas mujeres han estudiado contra la
voluntad de padres, familias e instituciones en un desconocimiento del mandato de ignorancia,
por ejemplo.
En la vida personal de las mujeres modernas y contemporáneas se dan todas estas formas de
relación frente a la dominación de manera imbricada. En algunos ámbitos, en ciertas
circunstancias, en períodos de sus vidas o a lo largo de un día, predominan unas de ellas. Sin
embargo, los procesos de autoafirmación y empoderamiento conducen a la transgresión y el
trastrocamiento como disposiciones hegemónicas frente a la dominación.
De igual manera sucede a los movimiento s y organizaciones de mujeres. Pasan por fases con
acentos variados de estas formas de reacción política. En la concepción de la vida y la cultura
feministas, implica un hecho notable. Desde otro paradigma filosófico y cultural en su más
amplio sentido, las mujeres ocupan espacios, lucha por derechos que no son inherentes a ese
orden, y pactan para deconstruir el orden en el orden mismo. Y, al hacerlo, ir construyendo en
el mismo tiempo y en esos espacios, la concreción social paradigmática.
Ese conjunto de experiencias de las mujeres son el contenido de su libertad. Las mujeres
contemporáneas comparten una condición de género cuyas semejanzas son definitorias
aunque entre ellas no hay correspondencia. La libertad sintetiza las acciones deconstructivas
de la enajenación y la opresión genéricas, y la construcción de opciones y alternativas para
vivir, Por su particular situación vital, que hace a cada mujer específica, su libertad está
circunscrita a las circunstancias de su mundo que le son propias. Su pertenencia a un conjunto
de círculos particulares, su género y su ubicación en el horizonte histórico de la modernidad
delimitan lo que para cada una y para el género contienen la libertad.
En la dimensión primera, la de género, la libertad de las mujeres está condicionada por los ejes
y los ámbitos de la opresión y, por consiguiente, es ahí donde se construye y experimenta: La
sexualidad, el erotismo, la maternidad, la fecundidad. Por eso la propuesta política feminista
ha sintetizado en la conceptualización sobre los derechos sexuales y reproductivos, el
reconocimiento de sus necesidades, sus privaciones y sus aspiraciones en ese ámbito.
Construir o consolidar la libertad de las mujeres consiste en resolver los hitos fundamentales
de una sexualidad cosificadora, y transformarla en un espacio de construcción y
enriquecimiento de las mujeres como personas específicas, Si es en el terreno de la sexualidad
que se ha sedimentado la mujer como cuerpo-para-otros y de-otros, es en ese mismo espacio
en el que ha de darse otra significación simbólica y otro tratamiento práctico, existencial, al
cuerpo femenino y a la subjetividad de las mujeres que permita el desarrollo personal como
ser-para-sí.
Es preciso identificar la valoración del trabajo y las actividades de las mujeres como tales y
construir su valoración social. La libertad, en el mundo del hacer, se fundamenta en el
reconocimiento social de ese hacer, pero también en la posibilidad de discernir su contenido.
La libertad, en este sentido, consiste en apoyar y desplegar los conocimientos y las habilidades
intelectuales de las mujeres desde una perspectiva de equidad y de igualdad. Eso posibilita
resignificar y revalorar las aportaciones de cada mujer y de las .mujeres como género. La
reflexión, la investigación, la construcción de conocimientos y la invención utópica que han
hecho las mujeres desde el feminismo, con la perspectiva de género y otras perspectivas más,
son la más grande aportación de las mujeres como género a la historia. Lo son, asimismo, por
el significado que han tenido para las mujeres en su posibilidad de pensarse y comprender el
mundo, la historia, su presente y su futuro.
La cultura feminista es la más grande creación colectiva de las mujeres y el aporte de mayor
densidad cultural en la construcción de la libertad personal y de la libertad genérica. Sin una
propia cultura, las mujeres no estarían donde hoy se encuentran en pos de sus libertades y de
la libertad. Y esta contribución no es menor. Significa una alternativa constructiva para
mujeres y hombres sustentada en la ética de la equidad. la igualdad, la justicia y la libertad
más radical y diversa; al abarcar realidades de todos los mundos y del mundo, abarca la
historia y el porvenir.
El sentido de la vida cambia al trasformarse las reglas que conducen a la sexualidad patriarcal:
la heterosexualidad obligatoria, la castidad y la fidelidad compulsiva, la monogamia y la
conyugalidad como vía de acceso a los espacios sociales y a la jerarquía social. La pareja y la
familia son las instituciones de esta sexualidad que deben ser permutadas por normas y pactos
que conduzcan a eliminar la opresión de las mujeres y a establecer en el sitio del no-pacto los
principios de equidad, igualdad, justicia y convivencia democrática entre mujeres y hombres
circunscritos en normas del parentesco y la conyugalidad por demás enajenantes: basadas en
el dominio de los hombres sobre las mujeres en cautiverio.
La equidad consiste en que las mujeres sean educadas y tratadas como seres humanas con
derecho a la integralidad de su cuerpo y su persona, al respeto, a los cuidados a la obtención
de los bienes materiales y simbólicos necesarios para su desarrollo personal: el acceso al
capital humano debe ser un derecho humano de las mujeres.
La igualdad consiste en ser equivalentes mujeres y hombres en sus mutuas relaciones, igual
valoración implica la desjerarquización de las mujeres y hombres en las relaciones y la
eliminación de privilegios masculinos y de la servidumbre femenina.
Los principios fundamentales para transitar hacia el ser autónomo son la construcción de la
individualidad de cada mujer como una nueva característica de género y no como una
posibilidad aleatoria. La individualidad se basa en la autonomía frente a la subsunción de las
mujeres en los otros. Se expresa en la existencia propia, la posesión de un espacio material y
simbólico propio, el derecho a una identidad autolimitada y, desde luego, a la
autorrealización: a una biografía. La independencia es el presupuesto y el método para
construir la autonomía, frente a la dependencia vital que caracteriza la subsunción de las
mujeres.
Género es un término derivado del inglés (gender), que entre las personas
hispanoparlantes crea confusiones. En castellano género es un concepto taxonómico útil para
clasificar a qué especie, tipo o clase pertenece alguien o algo; como conjunto de personas
con un sexo común se habla de las mujeres y los hombres como género femenino y género
masculino. También se usa para referirse al modo a la manera de hacer algo, de ejecutar una
acción; igualmente se aplica en el comercio; para referirse a cualquier mercancía y, en
especial, de cualquier clase de tela (Moliner). En cambio, la significación anglosajona de
gender está únicamente referida a la diferencia de sexos. En inglés el género es “natural”, es
decir, responde al sexo de los seres vivos ya que los objetos no tienen gender, son “neutros”.
En otras lenguas como el castellano, el género es “gramatical” y a los objetos (sin sexo) se les
nombra como femeninos o masculinos. Dentro de la academia feminista se ha
reformulado el sentido de gender para aludir a lo cultural y así distinguirlo de lo biológico.
El género y la cultura
La nueva acepción de género se refiere al conjunto de prácticas, creencias, representaciones y
prescripciones sociales que surgen entre los integrantes de un grupo humano en función de
una simbolización de la diferencia anatómica entre hombres y mujeres (Lamas). Por esta
clasificación cultural se definen no sólo la división del trabajo, las prácticas rituales y el
ejercicio del poder, sino que se atribuyen características exclusivas a uno y otro sexo en
materia de moral, psicología y afectividad. La cultura marca a los sexos con el género y el
género marca la percepción de todo lo demás: lo social, lo político, lo religioso, lo cotidiano.
El género produce un imaginario social con una eficacia simbólica contundente y, al dar
lugar a concepciones sociales y culturales sobre la masculinidad y feminidad, es usado para
justificar la discriminación por sexo (sexismo) y por prácticas sexuales (homofobia). Al
sostenimiento del orden simbólico contribuyen hombres y mujeres, reproduciéndose y
reproduciéndolo. Los pa- peles cambian según el lugar o el momento pero, mujeres y
hombres por igual son los soportes de un sistema de reglamentaciones, prohibiciones y
opresiones recíprocas.
No registrar la existencia del inconsciente tiñó, además, la forma en que la reflexión feminista
imaginó a la mente como una página en blanco, sobre la cual la sociedad escribe un
“script” con papeles diferenciados para mujeres y hombres. Pensar al cuerpo como
mediador pasivo de estas prescripciones, y creer que con pura voluntad se cambia el
“script”, llevó a parte del feminismo a plantear como vía para resolver el conflicto entre
hombres y mujeres una especie de recondicionamiento social: una reeducación voluntarista y
bien intencionada para transformar los códigos patriarcales arbitrarios y opresivos, y
fomentar el aprendizaje de conductas y rasgos “políticamente correctos”.
Esta actitud de buenos propósitos fue cuestionada por las psicoanalistas feministas lacanianas,
en especial las inglesas Adams y Cowie, quienes hacían hincapié en la importancia del
inconsciente.
Esta diferencia de posiciones responde a una división dentro de las posturas teóricas del
pensamiento psicoanalítico. Aunque el psicoanálisis apuntala las dos perspectivas —la
biológica (el sexo) y la sociológica (el género)— con las que se pretende explicar las diferencias
entre hombres y mujeres; plantea la existencia de una realidad psíquica distinta a una esencia
biológica o a la marca implacable de la socialización. En la reflexión feminista se
manifiestan claramente dos escuelas psicoanalíticas: por un lado la escuela que trabaja
con el género y la teoría de las relaciones de objeto, y por el otro la escuela lacaniana, que usa
el concepto psicoanalítico de diferencia sexual.
lleva a considerar que en las relaciones sociales el principio de igualdad es capaz de modificar
el estatuto de lo psíquico.
Por otra parte, las psicoanalistas lacanianas fueron quienes insistieron en la necesidad de
utilizar la teoría psicoanalítica para abordar los problemas de la diferencia sexual.
Butler definió el género como “el resultado de un proceso mediante el cual las personas
recibimos significados culturales, pero también los innovamos”. Su trabajo levantó
expectativas al interrogar hasta dónde el género puede ser transformado a voluntad. En un
ensayo anterior de 1987, ya se había preguntado hasta dónde el género puede ser elegido.
Partiendo de la idea de que las personas no sólo somos construidas socialmente, sino que
en cierta medida nos construimos a nosotras mismas, Butler formuló que “elegir nuestro
género” significa interpretar las normas de género recibidas de tal forma que se les
reproduzca y organice de nueva cuenta. Butler lanzó la provocadora idea de que el género
es un proyecto para renovar la historia cultural en nuestros propios términos corpóreos.
Al conceptualizar el género como performance “como una actuación cuya condición coercitiva
y ficticia se presta a un acto subversivo” Butler se pregunta si la “naturalidad” se
constituye a través de actos culturales que producen reacciones en el cuerpo ¿ser
femenina es un hecho “natural” o un “performance” cultural? e indaga cuáles son las
categorías fundantes de la identidad: ¿el sexo, el género, el deseo sexual? Para responder,
propone analizar una serie de “prácticas paradójicas” que ocasionan la “resignificación
subversiva” del género y su “proliferación más allá de un marco binario”. Un acierto de su
parte es el atinado cuestionamiento al esencialismo presente en la búsqueda de “lo genuino”.
Marcel Mauss, quien trabajó el tema del cuerpo en los años treinta, señaló que: “El cuerpo es
el primer instrumento del hombre y el más natural, o más concretamente, sin hablar de
instrumentos, diremos que el objeto y medio técnico más normal del hombre es su cuerpo”.
En su ensayo de 1936 “Técnicas y movimientos corporales” planteó que: “La educación
fundamental de estas técnicas consiste en adaptar el cuerpo a sus usos”.
Él también analizó la división de las técnicas corporales según los sexos, y no simplemente la
división del trabajo entre los sexos, y afirmó que: Nos encontramos ante el montaje fisio-
psico-sociológico de una serie de actos, actos que son más o menos habituales y más o menos
viejos en la vida del hombre y en la historia de la sociedad.
También en ese texto propuso la utilización del término “habitus”, explicando que: lo digo en
latín, ya que la palabra traduce mucho mejor que ‘costumbre’, el ‘exis’,6 lo ‘adquirido’ y la
‘facultad’ de Aristóteles (que era un psicólogo). La palabra no recoge los habitos metafísicos,
esa misteriosa memoria, tema de grandes volúmenes o de cortas y famosas tesis. Estos
“habitus” varían no sólo con los individuos y sus limitaciones, sino sobre todo con las
sociedades, la educación, las reglas de urbanidad y la moda. Hay que hablar de técnicas, con la
consiguiente labor de la razón práctica colectiva e individual, allí donde normalmente se
habla del alma y de sus facultades de repetición.
Butler representa una ruptura con el discurso feminista sobre género, que durante los
ochenta había centrado su investigación en las consecuencias del género, dando pie a un
corpus de teorizaciones y postulados parciales preocupados casi exclusivamente por los
procesos de socialización. Así, por alejarse de la línea que privilegia lo social sin visualizar lo
psíquico, no logra evocar la complejidad de la adquisición de género por los cuerpos sexuados
en una cultura, asunto que Bourdieu explica mejor.
Bourdieu muestra cómo las diferencias entre los sexos están inmersas en el conjunto de
oposiciones que organizan todo el cosmos, la división de tareas y actividades, y los
papeles sociales. Él explica cómo al estar construidas sobre la diferencia anatómica, estas
oposiciones confluyen para sostenerse mutua, práctica y metafóricamente, al mismo tiempo
que los “esquemas de pensamiento” las registran como diferencias “naturales”; por lo cual
no se puede tomar conciencia fácilmente de la relación de dominación que está en la base, y
que aparece como consecuencia de un sistema de relaciones independientes de la relación de
poder.
Bourdieu analiza la realidad social concebida en “clave de género” y re- construye la manera
en que se simboliza la oposición hombre/mujer mediante articulaciones metafóricas e
institucionales, mostrando la forma en que opera la distinción sexual en todas las esferas de
la vida social y el orden representacional.
Bourdieu advierte que el orden social masculino está tan profundamente arraigado que no
requiere justificación: se impone así mismo como autoevidente, y se considera “natural”
gracias al acuerdo “casi perfecto e inmediato” que obtiene de estructuras sociales tales como
la organización social de espacio y tiempo y la división sexual del trabajo, y por otro
lado, de estructuras cognitivas inscritas en los cuerpos y en las mentes. Estas
estructuras cognitivas se traducen en “esquemas no pensados de pensamiento” en habitus,
mediante el mecanismo básico y universal de la oposición binaria, en forma de pares:
alto/bajo, grande/pequeño, afuera/adentro, recto/torcido, etcétera. Estos habitus son
producto de la encarnación de la relación de poder, que lleva a conceptualizar la relación
dominante/dominado como natural.
Bourdieu enriquece la definición de habitus de Mauss y plantea que son “sistemas perdurables
y transponibles de esquemas de percepción, apreciación y acción, resultantes de la institución
de lo social en los cuerpos”. También amplía el concepto clave de habitus, como una
“subjetividad socializada”, y con él se refiere al conjunto de relaciones históricas “depositadas”
en los cuerpos individuales en forma de esquemas mentales y corporales de percepción,
apreciación y acción. La cultura, el lenguaje, la crianza, inculcan en las personas ciertas
normas y valores profundamente tácitos, dados por “naturales”. El habitus reproduce estas
disposiciones estructuradas de manera no consciente, regulando y armonizando las acciones.
Bourdieu comparte con otros científicos sociales un manejo de conceptos que, aunque
surgieron en el psicoanálisis, tienen ya una acepción social en la teoría antropológica, como
inconsciente. Otorga credibilidad al psicoanálisis cuando, al hablar de la construcción social
del sexo, señala que las acciones: surten el efecto de construir, mediante una verdadera
acción psicosomática, las disposiciones y los esquemas que organizan las posturas y los
hábitos más incontrolados de la hexis corporal y las pulsiones más oscuras del inconsciente,
como las revela el psicoanálisis.
orden social funciona como una inmensa máquina simbólica fundada en la dominación
masculina”.
La identidad “social” de las personas como “mujeres” u “hombres” —la identidad de género—
y la identidad sexual — estructurada en el inconsciente— no son lo mismo. Sin embargo, se
suele subsumir una dentro de la otra; con menor frecuencia, se distinguen ambas cuando
entran en contradicción; por ejemplo, por los conflictos que surgen ante la existencia de
personas cuya identidad sexual no corresponde con su identidad de género: mujeres que
aman a mujeres y hombres que desean a hombres. La manera en que un sujeto sexuado
asume, inconsciente e imaginariamente, su diferencia de sexo es especialmente relevante
en la formación de su identidad sexual.
Al examinar cómo el género estructura la vida material y simbólica salta a la vista el papel
constitutivo que tiene para dicha simbolización la complementariedad reproductiva. Esta
complementariedad, recreada en el lenguaje y en el orden representacional, favorece
una conceptualización biologicista de la mujer y del hombre, de la feminidad y la
masculinidad, y formula una supuesta “naturalidad” de la heterosexualidad. Desde la lógica
del género la relación entre los sexos aparece como complementaria, no sólo en el
Encarar de manera crítica esta problemática conduce a revisar tanto los efectos consistentes
de la simbolización y el condicionamiento en los cuerpos de las personas, como las fugas,
resistencias y rupturas que los sujetos llevan a cabo frente a la imposición cultural del
género. Esto requiere de la exploración de la relación entre corporeidad, autoconciencia e
identidad.
imaginario social?, mientras que Lacan investiga el cuerpo simbó- lico en el imaginario del
sujeto.
Por eso en la actualidad las interrogantes más acuciantes y provocativas que plantea el
trabajar con los conceptos de género y de diferencia sexual están vinculadas a cuestiones
relativas a la identidad sexual: ya no se trata de analizar sólo la dominación masculina; ahora
es preciso reflexionar sobre la dominación de la ideología heterosexista, de las personas
heterosexuales sobre las personas homosexuales, las lesbianas y los gay, los transexuales,
los queer, es decir, de las personas que no asumen los habitus femeninos y masculinos
que corresponden a la prescripción de género en materia de sexualidad y afectividad. Y
aunque distintas culturas reconocen más que los dos cuerpos obvios (distinguen los intersexos
y diversos grados de hermafroditismo), hay gran resistencia a reconocer esa variación en
materia de subjetividades y deseos sexuales.
El análisis de los rasgos ostensibles del género, su apariencia y su actividad como performance,
representación, o habitus, rutinizado e integrado, apunta a algo básico: no obstante existen
cuerpos de mujer y de hombre, no hay esencia femenina ni masculina. El análisis de la
subjetividad de personas en cuerpo de mujer o de hombre conduce a reconocer algo similar:
no hay características psíquicas exclusivas de un sexo. Sin embargo, ¿cómo viven la
feminidad, me- diada por el cuerpo, ciertos hombres que se sienten mujeres y qué se
comportan con atributos “femeninos”, si carecen de la vivencia de los fenómenos que
simbólicamente se asocian a la feminidad, como la sangre menstrual? ¿Establece eso una
diferencia cualitativa con la vivencia de las mujeres?
Creo que la pregunta que subyace a estas dudas va más allá de interpretaciones, de
elaboraciones o de representaciones, ¿qué es lo real del cuerpo? Eso que no se puede
formular, para lo que no hay palabras, eso que se escapa, es lo que Lacan llama lo real.
No es posible hoy tratar temas como la existencia del Otro, o sea, no es posible hacer
antropología reflexiva, sin comprender el género y la diferencia sexual y sin abordar el
proceso de constitución de la identidad. La identidad de un sujeto no puede ser entendida a
menos que se perciba al género como un componente en interrelación compleja con otros
sistemas de identificación y jerarquía (Alcoff y Potter). El paradigma de que el sujeto no está
dado sino que es construido en sistemas de significado y representaciones culturales, re-
quiere ver que, a su vez, éstos están inscritos en jerarquías de poder.
Por eso, hoy en día un dilema epistemológico de las antropólogas feministas consiste
en dejar de pensar que toda la experiencia está sólo marcada por el género; sino
pensarla también marcada por la diferencia sexual, entendida no como anatomía sino
como subjetividad inconsciente. El sujeto es producido por las prácticas y representaciones
simbólicas dentro de formaciones sociales dadas, pero también por procesos
inconscientes vinculados a la vivencia y simbolización de la diferencia sexual. Es crucial
Aunque el ámbito psíquico requiere diferente abordaje que el ámbito social, el interés
compartido de la antropología y el psicoanálisis por los procesos de simbolización de los
seres humanos perfila una posible relación entre ambas disciplinas. Al menos desde la
antropología, para ir más allá de la descripción etnográfica e intentar comprender la
dinámica interna de la constitución del sujeto requiere un manejo básico de elementos
de la teoría psicoanalítica. Sin embargo, el uso de ciertos términos psicoanalíticos, pero a los
que cada disciplina otorga significados distintos, puede plagar de disonancias de interpretación
este supuesto manejo básico. Un ejemplo clásico es el uso distinto de lo simbólico.
Mientras que los antropólogos lo aplican a las construcciones culturales, el término simbólico
desde el psicoanálisis lacaniano es uno de los tres registros (imaginario, real y simbólico) que
hacen referencia a la ley del significante: la manera en que el ser humano está sometido a
una regulación simbólica. También el concepto de inconsciente tiene una aplicación
distinta en antropología. Otras dificultades son de corte ideológico, como la resistencia a
comprender la distinción que Freud introdujo entre instinto y pulsión, al diferenciar la función
natural del instinto y la vinculación de la pulsión con la representación. Pero pese a estas,
y otras divergencias, la coincidencia entre antropología y psicoanálisis por su interés en los
procesos de representación, en un caso en la cultura y en el otro en el imaginario del sujeto,
abre un fecundo campo para el diálogo.
Todavía hoy existen serias dificultades para integrar el saber psicoanalítico en las
concepciones teóricas ¡qué decir de las cotidianas! sobre las personas. Freud descubrió
que lo que percibimos no entra todo en la conciencia sino que buena parte permanece en el
inconsciente. Pero lo que percibimos inconscientemente actúa y deja su marca. Por ello
algunas experiencias corporales, que no necesariamente tienen una significación cultural fija,
cobran relevancia simbólica en relación con la feminidad y el ser mujer, y con la masculinidad
y el ser hombre. Algo especialmente rescatable del psicoanálisis es su radicalidad crítica, que
toma todo como materia de cuestionamiento, y muestra que no hay tema, ni persona, ni
pensamiento que no pueda ser revisado. Al poner en tela de juicio todas las “representaciones
Pero, además de las resistencias ante la teoría, hay un amplio número de cuestiones vitales
que no se quieren comprender. Bourdieu (1991) plantea que todas las personas tienen
cierto interés en no comprender, o en desconocer, los significados de la cultura en que
viven. Esa forma de ignorancia voluntaria, distinta al proceso de represión inconsciente,
hace que las personas no puedan entender cuestiones de su vida cotidiana. Esta forma
de desconocimiento “involuntario” es una parte sistemática del proceso de
mantenimiento y reproducción del orden social. Por eso, explorar la determinación
situacional y relacional de los seres humanos lleva a cuestionar los procesos de representación
y de producción de conocimiento, cruzados tanto por el género como por la estructuración
psíquica de los seres humanos.
El cuerpo es una bisagra que articula lo social y lo psíquico. Allí se encuen- tran sexualidad e
identidad, pulsión y cultura, carne e inconsciente. ¿Cómo investigar habitus seculares
producidos por instituciones de carácter patriar- cal en culturas con inconsciente
androcéntrico? Se requiere una labor constante de crítica para revisar los habitus que,
asumidos sin cuestionamiento, troquelan nuestras vidas y nutren los estereotipos de género
vigentes. Pero también se necesita distinguir en qué consiste la diferencia sexual. La
comprensión de esa bisagra psíquico-social permite una nueva lectura de las relaciones
sociales. Por eso, el desafío intelectual es intentar esclarecer los procesos psíquicos y
culturales mediante los cuales las personas nos convertimos en hombres y mu- jeres dentro
de un esquema que postula la complementariedad de los sexos y la normatividad de la
heterosexualidad.
La superficie del cuerpo, esa envoltura del sujeto, es simbolizada en los dos ámbitos: psíquico y
social. La representación inconsciente del cuerpo necesariamente pasa por la representación
imaginaria y simbólica. La representación social se arma a partir de lo simbólico y lo
cultural. La tríada lacaniana de simbólico, imaginario y real, viene a plantear que no hay
división entre lo biológico, lo psicológico y lo social: hay un nudo borromeo que es una
concepción estructural que diluye estas dicotomías.
Desde que las culturas y sociedades humanas han interactuado y se han comparado entre si, el
estado de las mujeres, niños y niñas, y los rituales del sexo, el matrimonio y la muerte han
ocupado un sitio especial en la comprensión intercultural.
El propósito de incluir esta defensa cultural es ser justos con el acusado mediante la
contextualización de sus acciones. Sin embargo, al ser justos con el acusado, se comente una
injusticia con las víctimas de esta misma cultura. Por ejemplo, una persona criada en una
cultura extranjera no debería ser hecha plenamente responsable de una conducta que viola la
legislación de otro país donde es juzgado, el argumento es que esta persona tal vez no tuvo la
oportunidad de aprender las leyes o costumbres del país donde es juzgado por sus actos, o
incluso si las conociera, ese país debería aceptar sus costumbres y sus leyes. La segunda
argumentación abre la puerta al relativismo cultural, pudiendo llevar a un total derrumbe de
las prácticas antidiscriminatorias del país.
Este tipo de prácticas ha llevado a mayor vulnerabilidad a quienes son los miembros más
débiles de esos grupos: mujeres y niños. Al aceptar la defensa cultural, los jueces confirmaron
la visión de estas otras culturas.
nación. La mayoría de las culturas son patriarcales, y las minorías son aún mucho más, cuando
exigen derechos, estos funcionan en detrimento de las mujeres y las encierran en estructuras
opresivas y no igualitarias.