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(Extracto del libro La Dolorosa Libertad de Prensa; en Busca de la Ética
Perdida, por Ricardo Trotti)
En toda comunicación humana la mentira está inserta de alguna
forma. A veces mansa y necesaria como la omisión y otras terrible
como la ocultación, tergiversación O exageración, la mentira se transforma
en un elemento más de la corrupción que agrava la crisis moral
en la que vivimos.
Los medios de comunicación, integrantes de la sociedad, también
participan de la mendacidad, a veces involuntaria, porque sólo se hacen
eco de los mensajes sociales y, otras voluntaria, cuando sus intereses
particulares predominan sobre el interés general.
Aunque en las relaciones sociales las mentiras son un hábito, se
debe tener en cuenta que la mentira ‐‐como dice Luka Brajnovic tanto
como la calumnia, el atentado a la buena fama o el homicidio,
es un delito moral porque es contrario a la sana razón. Son ejemplos
claros de la violación de los derechos de la persona a la vida, a la
propiedad, a la fama y a la información veraz. Quien roba, mata,
difama o miente, comete injusticia contra unos miembros de la sociedad
y con ello atenta contra la convivencia social.
Buena fe y mala intención
Los periodistas reciben crítica por decir la verdad y, también, por
no ajustarse a ella. Los medios son criticados por las mentiras que se
hacen, a veces injustamente, porque sólo son portavoces de los mensajes
engañosos de los entrevistados, quienes abusan de la buena fe de
la prensa, manipulando a la opinión pública. Sucede a menudo que los
periodistas terminan siendo involuntariamente los hostiles o
desestabilizadores del sistema democrático, a través de la deformación
o exageración deliberada de las fuentes.
También es cierto que más allá del compromiso con la verdad, el
periodismo transgrede normas de convivencia, incurriendo en mentiras
que satisfacen apetencias e intereses personales.
Lee Brown en Responsabilidad Social de la Prensa dice que la
sinceridad, veracidad y exactitud son valores que hacen que el periodismo
valga la pena. Por cualquier consideración de buena fe un periodista
está obligado a ser veraz. No hay excusa por falta de sinceridad o
exactitud que esté dentro de su controlo falta para obtener dominio de
estas esenciales cualidades.
Generalmente en los temas económicos, con los rumores, suele
haber políticas conspirativas que se realizan por la prensa o a través
de ella. Por eso los códigos de deontología periodística condenan la
emisión de despachos falsos de noticias, ya sea que tengan como propósito
influenciar las cotizaciones de mercancía, elecciones o la venta
de valores. Alguna de la más grande publicidad del mundo no ha sido
más que un robo en forma de boletín de agentes de prensa poco
escrupulosos.
Se han hecho millones en el alza y baja de cotizaciones de bolsa causadas
por mentiras de los periódicos enviadas por los reporteros, dice Brown.
Se debe aclarar que en el periodismo, como en todas las demás
profesiones, se cometen errores. Por lo tanto, la falta a la verdad es,
a veces, involuntaria o, al menos, no es un atentado grave cuando la
mentira carece de intención. Sobre ello, González Bedoya explica que
un rigorista absoluto definiría a la mentira como la "no concordancia
del lenguaje con los hechos". Sin embargo, con esta concepción
desaparecería el humor, perderíamos a nuestros amigos y seriamos
insociables.
Es preciso, por tanto, para delimitar la noción de mentira, la distinción
entre mentiras blancas y negras, reservando la palabra mentira
para el estricto o formal abuso del lenguaje: "una declaración falsa
hecha con el propósito de engañar".
Credibilidad y sinceridad
Para el periodismo la ausencia de verdad es desastrosamente
contraproducente.
La consecuencia de la mentira es la falta de confianza...
de credibilidad. Si bien es cierto que las últimas encuestas dan a los
periodistas como la clase social de mayor prestigio por delante de los
politicos, sindicalistas y militares, cabe destacar que estos resultados
no deben tomarse al pie de la letra, ya que los comunicadores saben
también que su prestigio no se refiere a "la excelencia de la información",
sino simplemente a que el público ve en ellos a los dueños de
la imagen, como advertía una editorial de la revista "Criterio".
La información tendenciosa, con el agravante de la exageración
del periodismo sensacionalista, o la propaganda política deshonesta,
que no estimula la participación del ciudadano o lo educa políticamente
sino que lo masifica, son fines malos en sí mismos porque persiguen
dismínuir la libertad del destinatario. Por el contrario, también existe
el deber de ocultación siempre y cuando la información puede dañar
moralmente al público. Pero la ocultación en forma de una conjura o
conspiración de silencio por antipatía, discriminación, envidia, etc ... es un
grave delito ético, como dice Brajnovic en Deontología Periodística.
El código de ética periodística de EE.UU. dice que la buena fe
hacia el lector es la base del buen periodismo. Deben hacerse todos
los esfuerzos para garantizar que el contenido noticioso sea exacto,
esté libre de prejuicios y se ajuste al contexto y que las opiniones
estén presentadas de una forma equitativa. El fundamento de la ética
en el periodismo es la sinceridad. Es su actitud hacia la verdad lo que
distingue a un periodista ético de uno no ético. Naturalmente, no todos
los escritos pueden estar sin errores, pero siempre pueden estar
sin errores deliberados.
Más allá de los errores, en el periodismo existen mentiras y muy
grandes. Como la de Peter Wolter de la agencia Reuter. Wolter fue
detenido por la policía alemana en 1991, sospechoso de haber trabajado
para el servicio de espionaje de la ex‐Alemania Democrática.
Desarrollando trabajos periodísticos aprovechó para obtener documentos
secretos del servicio de contraespionaje de la ex‐Alemania Federal.
Este caso sirve para alertar que en el periodismo mundial, tanto como
en el nacional, a través de organismos de inteligencia estatales o no,
hay sujetos perniciosos que, infiltrados como mansas ovejas, hacen
indigna la labor profesional del periodismo.
Día a día se reconoce más el derecho del público a estar informado
y a conocer opiniones diferentes. Es un derecho que, si bien pertenece
a los ciudadanos en general, o sea al quinto poder, depende, en la
práctica, de la ética y la libertad de los periodistas.
Es aquí donde nace el dilema de la ética periodística, un recurso
de conciencia individual que no puede ser regulado por organismos
gremiales ni gubernamentales y que se pone a prueba en todo momento.
La ética y la libertad dependen una de otra. Albert Camus decía
que "cuando la prensa es libre, puede ser buena o mala, pero es indudable
que sin libertad, nunca podrá ser otra cosa que mala... Para la
prensa, como para el hombre, la libertad es la oportunidad de mejorar;
en la servidumbre está la seguridad de empeorar".
¿Quién controla?
Pero, ¿quién controla la ética en la prensa? En el seminario sobre
ética periodística, en Puerto Iguazú en 1989, el ex‐director
de "La Voz del Interior" Marcelo García Remonda, manifestó que
"la idea (de la ética) depende totalmente de la libertad personal. Es un
control que el individuo ejerce sobre sí mismo. Es personal; es ∙un
deber de toda persona a obedecer las leyes de la lógica de la razón".
John Merrill, doctor en Filosofía de la Universidad de Missouri,
solía explicar que "la ética periodística es la parte de la filosofía que
ayuda a los periodistas a determinar qué es lo correcto en su actividad
como tales; es principalmente una ciencia normativa de la conducta
voluntaria auto determinada. La ética tiene que ver con la auto legislación
y auto coerción".
En definitiva, la ética no es otra cosa que la libertad responsable
del periodista.
Corrupción informativa
El periodista, víctima o cómplice de todas las presiones del medio,
no siempre puede mantener la posición ética como informador.
Así, muchas veces, se llega al objetivo justificando los medios: trampear
a un entrevistado, cobrar el espacio, prestarse a publicar ilícitos que
no constan, ocultar las fuentes, inventar historias, plagiar trabajos y,
entre otros puntos, actuar con malevolencia haciendo de los intereses
creados el objetivo de la información.
En el seminario mencionado, el ex director de la revista "El Gráfico",
Ernesto Cherquis Bialo, dijo que "la ética no es una manera de
informar sino una actitud frente a la vida. Cada uno de nosotros sabe
sobre sus obligaciones y éstas viven y laten en la conciencia de cada
uno". Sentenció en su oportunidad, al referirse a la responsabilidad
social que le compete a la prensa, que "lo que amenaza a la libertad
y la democracia es la política sin ética. Pero la libertad y la democracia
también están severamente amenazadas por una información sin
ética".
En esos términos se advierte que las criticas más que constructivas
fueron siempre muy sonoras. Como la efectuada por la periodista
italiana Oriana Fallaci en julio de 1983, durante su visita a Buenos
Aires. Sostuvo ‐‐‐en aquella oportunidad‐ que "los periodistas argentinos
son cobardes frente a los militares".
Otra fue la del periodista inglés Robert Cox cuando .era director
del "Buenos Aires Herald", que se tuvo que ir del país por graves
amenazas. Dijo que "ese famoso dicho de que hay que cuidar la fuente
de trabajo es una infamia, Ie ha hecho muy mal a la prensa. Lo que
se debe defender es la razón por la que uno está trabajando. Escribir
u obviar cualquier cosa por cuidar el empleo, es cosa de cobardes".
En un editorial de ese diario (3‐05‐81) se decia sobre los periodistas
que "todavia hay muchos que en privado palmean con gusto las
espaldas de sus colegas, felicitándolos por defender los intereses de la
comunidad, pero se esconden de la luz de una admisión pública, cuando
deben tomar posición en las columnas de sus publicaciones".
Normas generales
Para muchos todavía la ética periodística es una gran nebulosa
que se cierne sobre la prensa. En cierta forma, la ética profesional
está regida por normas judiciales generales, por el criterio de los directores
de los medios y por el buen sentido y la formación humana y profesional
del periodista.
John Merrill decía que la ética tiene que brindarle al periodista
ciertas pautas básicas, mediante las cuales pueda juzgar si sus acciones
son buenas o malas, correctas o incorrectas, responsables o
irresponsables. Pero, a falta de reglas específicas, ya que el tema pasa
por una estricta filosofía popular o de vida, la prensa deberá regirse
por la libertad colectiva y la personal de los periodistas. Lo peor que
le puede pasar a un hombre de prensa es renunciar a su autonomía, a
su autenticidad, porque entonces se convierte nada más que en un
títere.