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TEXTOS DE LECTURA

MÓDULO II – COLONIAL

Segunda jornada del sábado 16 mayo, 2015

PEDRO ANTONIO ESCALANTE


Academia Salvadoreña de la Historia

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LOS TLAXCALTECAS CENTROAMERICANOS: EL SALVADOR Y HONDURAS 1

LA SOMBRA DE PEDRARIAS DÁVILA EN SAN SALVADOR. 14

CIUDAD VIEJA (1528-1545), LA VILLA DE SAN SALVADOR EN EL CONTEXTO


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HISTÓRICO DE LA PRIMERA MITAD DEL SIGLO XVI.

BREVES COMENTARIOS SOBRE EL SANTO OFICIO DE LA INQUISICIÓN EN LAS


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PROVINCIAS SALVADOREÑAS (siglos XVI-XIX)
PEDRO ANTONIO ESCALANTE
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LOS TLAXCALTECAS CENTROAMERICANOS: EL SALVADOR Y HONDURAS.

En junio del año 1524, Pedro de Alvarado y sus tropas cruzaron el río Paxaco y se internaron
por tierras hoy salvadoreñas en el afán de extender con nuevas conquistas la autoridad
mexicana de Hernán Cortés. Llegaba Alvarado desde las regiones guatemaltecas con un
ejército compuesto por cien jinetes españoles, ciento cincuenta infantes y más de cinco mil
indígenas auxiliares, según lo expresó en la más conocida referencia de su incursión por las
comarcas nahuas de los Izalcos y Cuzcatlán, la carta dirigida a Cortés desde Iximché-
Quauhtemallan el 28 de julio del mismo año (Alvarado 2000). La mayoría de los auxiliares
en esta incursión eran cakchiqueles del altiplano de Guatemala, pero también traía un
importante contingente de auxiliares tlaxcaltecas y mexicas que le acompañaban desde
México-Tenochtitlan, y que habían constituido su seguridad y el mejor apoyo en las
campañas bélicas.
Los cronistas y testigos de la partida de los auxiliares de su tierra han dado cifras diversas
en cuanto al número de hombres de armas de Tlaxcala. Es conocido el dato que apuntó
Bernal Díaz del Castillo, de.… sobre doscientos tlaxcaltecas y cholultecas y cien mexicanos
que iban sobresalientes (Díaz del Castillo 1982: 456). Sin embargo, otros variaron las
cantidades con un considerable aumento. La carta que dirigieron los tlaxcaltecas y auxiliares
a Carlos V, con fecha 15 de marzo de 1547, cuando se estaban diligenciando los reclamos de
los mexicanos de Guatemala, San Salvador y Comayagua, indica más de mil combatientes:
….dejamos desamparados a nuestros padres y madres, hijos y parientes, casas y haciendas y
tierras, para venir a conquistar la provincia de Guatemala, debajo del cargo y yugo pesado
del capitán y adelantado don Pedro de Alvarado y don Pedro de Portocarrero y Jorge de
Alvarado, donde nos desterramos más de doscientas leguas de nuestro natural mil hombres
y más combatientes (Archivo General de Indias, AGI, Audiencia de Guatemala 52 “Los
tlaxcaltecas y mexicanos de Guatemala a Carlos V, 1547”). Un español presente en los
sucesos de conquista, y muy cercano a Pedro Alvarado, como lo fue Pedro González Nájera,
en la Probanza de 1573, ya muy anciano, declaró que en conjunto los auxiliares eran siete
mil. No obstante, el número de doscientos tlaxcaltecas fue repetido por el cronista Fuentes y
Guzmán, así como lo consigna el guatemalteco Título de Otzoyá (Fuentes y Guzmán 1969: 81;
Recinos 1984: 88).
En lo referente a la ruta salvadoreña de conquista, ésta quedó plasmada en la versión de
Glasgow del Lienzo de Tlaxcala. Allí cada lugar y cada lucha tiene su propia estampa, con
una composición gráfica portadora de valiosa información, que ha permitido confirmar la
ruta de la conquista en El Salvador con sus numerosos combates, en los que sobresalieron
Acajutla y Tacuzcalco, y así llevar el camino de pólvora hasta Cuzcatlán, la población capital
de los nahua-pipiles, también nombre dado a su región, con la plena confirmación de los
datos de la II Carta de relación de Alvarado, asimismo con la reiteración de la presencia

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tlaxcalteca en esta primera incursión española al presente El Salvador y en los años


inmediatos posteriores.
El Lienzo de Tlaxcala, en la versión publicada en 1892 por Alfredo Chavero consta de
alrededor de ochenta estampas, pero la guardada en la Biblioteca Hunter, de la Universidad
de Glasgow, en Escocia (Gran Bretaña), tiene unas ciento cincuenta y seis y constituye una
valiosa variante del Lienzo tradicional tlaxcalteca, con la ruta alvaradiana por el istmo
centroamericano. Esta colección de estampas es el complemento pictográfico de la obra del
cronista Diego Muñoz Camargo “Descripción de la ciudad y provincia de Tlaxcala de la
Nueva España e Indias del Mar Océano para el buen gobierno y ennoblecimiento de ellas”,
redactada entre 1580 y1584, que formó parte de la Real Librería de Felipe II (Muñoz Camargo
1981).
Posteriormente a los sucesos de 1524, y después de la fundación de Santiago de
Guatemala en julio de 1524, al año siguiente, en 1525, surgió la primera villa de San Salvador,
en realidad un real de soldados donde se constituyó un ayuntamiento, sin ningún afán de
poblamiento. Se trató solamente de marcar jurisdicción ante el avance de la demarcación
nicaragüense que pretendía el entonces gobernador de Panamá, Pedrarias Dávila, pues
había sucedido que, meses después de la llegada en junio de 1524 de Alvarado y sus
tlaxcaltecas a Cuzcatlán, había arribado también allí un grupo armado al mando de
Hernando de Soto, procedente del recién fundado León de Nicaragua. Esto fue el detonante
para que con premura ordenara Alvarado el establecimiento del primer ayuntamiento de
San Salvador, porque era previsible la exigencia territorial de Pedrarias Dávila. Es muy
probable que el grupo fundador se haya reforzado con auxiliares tlaxcaltecas y mexicas,
aunque lo relacionado con el primero San Salvador no deja de constituir un eslabón con
muchas interrogantes en la historia salvadoreña, como sucede con las dudas sobre el
mismo capitán fundador, que algunos han identificado con Gonzalo de Alvarado, el
hermano del adelantado, pero que probablemente lo fue en realidad Diego de Alvarado, el
primo, el nombre que más se ha identificado con la naciente villa. Como alcalde ordinario
del prístino ayuntamiento de San Salvador se nombró a Diego Holguín. Esto ocurrió en
fecha no precisa, pero para el 6 mayo de 1525 ya existía esa efímera villa de San Salvador,
según consta en las primeras actas de cabildo del ayuntamiento de Santiago de Guatemala,
un proyecto jurisdiccional que no dejó de tener en vilo al clan familiar de los Alvarado en
Guatemala, porque todo se estaba haciendo a la sombra insistente y conflictiva de Pedrarias
Dávila (Cabildo 1991: 13). Al año siguiente, se había desvanecido la presencia edilicia en
tierras salvadoreñas, nada quedaba de la villa, solamente constaba en el papel.
En abril de 1528 San Salvador fue fundada de nuevo, pero ya formal y materialmente, con
pobladores y trazado urbano, según lo relata extensamente el cronista Antonio de Remesal
(Remesal 1988, II: 273-278). Diego de Alvarado la estableció no muy lejos del río Lempa, al
norte del conglomerado indígena de Cuzcatlán. La villa de San Salvador había representado
por un breve tiempo la avanzada más hacia el sur de la demarcación cortesiana de México,
antes de que Alvarado recibiera su propia gobernación en diciembre de 1527 y se

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independizara de la tutela de Cortés. No consta por ahora documentalmente que este San
Salvador de 1528, hoy el sitio arqueológico Ciudad Vieja, tuviera su propio sitio de auxiliares
mexicanos, pero según la común norma alvaradiana de tener siempre la protección
tlaxcalteca y mexica en las primeras fundaciones, lo más probable y seguro es que así haya
sido, además cuando el traslado de la villa no faltó pronto en el nuevo lugar de 1545, desde el
mismo comienzo, el importante barrio de auxiliares. San Salvador era en esos momentos
una villa de frontera, una débil línea fronteriza entre castellanos, disputada por los Alvarado
y Pedrarias, al grado de que en diciembre de 1529, desde León llegaron los españoles de
Nicaragua en una invasión al mando de Martín Estete, enviado personal de Pedrarias Dávila.
Después de los sucesos de esta fracasada expedición, Pedro de Alvarado ordenó la
inmediata fundación de otra villa, al este del río Lempa, en la región del cálido bajío oriental
que ya parecía estar en manos de Nicaragua y Pedrarias, y así se estableció muy pronto la
nueva villa de San Miguel de la Frontera en mayo de 1530, importante y estratégica avanzada
de Guatemala, donde se conoce desde su inicio el sitio de residencia del grupo de
tlaxcaltecas, en el lugar hoy llamado Mexicapa, inmediato al primer emplazamiento de la
villa oriental, el cual ocupó entre 1530 y 1586, previo a su traslado al lugar actual de la
moderna ciudad de San Miguel, solamente con una interrupción entre 1534 y 1535.
En 1533 tuvo lugar en la parte hoy salvadoreña del golfo de Fonseca la concentración de
barcos y hombres de armas de Pedro de Alvarado para su viaje al Perú, el cual era del
conocimiento público, a pesar de un pretendido disimulo por Alvarado. Frente a la caleta
del antiguo embarcadero de Amapala, la Amapala histórica, hoy Puerto Viejo, al sur del
actual San Carlos de La Unión, el adelantado reunió más de doce embarcaciones, mientras
luchaba personalmente contra indígenas insurrectos en los peñoles cercanos a San Miguel
de la Frontera. En enero de 1534 partió la expedición desde el puerto del Realejo de la
Posesión, en Nicaragua, hacia donde se trasladó la armada en los primeros días del año. En
la armada iban, además de gente de servicio, muchos indígenas hechos esclavos en el
oriente salvadoreño, tomados como prisioneros, lo mismo que de Nicaragua. Pero también
estaban en los barcos los amigos tlaxcaltecas, los infaltables compañeros que iban hacia un
nuevo destino, el Perú (Muñoz Camargo 1981: 229).
La aventura peruana de Alvarado fue un total fracaso. Todos los pertrechos, barcos,
armas y los caballos sobrevivientes fueron vendidos a Diego de Almagro, compañero de
conquistas de Francisco Pizarro. Y asimismo los miembros de la familia Alvarado que iban
con el adelantado quedaron en el Perú, con Almagro. Igual suerte tuvieron los indígenas,
naborías o esclavos que fueron asentados en los dos pueblos nahuas que se crearon en el
norte peruano, cerca de San Miguel de Piura, lo que fue confirmado por las declaraciones
de españoles en el juicio de residencia de Alvarado por el oídor mexicano Alonso
Maldonado (AGI, Justicia 295, número 4; Justicia 296, número 2, ramo 2, 1536-1540). Acaso
habrán quedado algunos tlaxcaltecas en Perú, pero por su voluntad, mas no habrán sido
escasos los que viajaron de regreso con Alvarado a Centro América, pues don Pedro había
viajado con su compañera sentimental, doña Luisa Tequilhuátzin Xicohténcatl, hija del

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señor de Tizatlán en Tlaxcala, y de la pequeña hija de ambos, doña Leonor de Alvarado.


Doña Luisa habrá siempre gozado de la protección de su propia gente, como un símbolo de
señorío e identidad.
Alvarado, recriminado y enjuiciado por la Corona por la absurda aventura peruana, antes
de realizar su segundo viaje a la corte, a congraciarse con las autoridades peninsulares,
efectuó un viaje fundador a las tierras hondureñas, gobernación provincial que había tenido
una convulsa sucesión de conquistas y conflictos de autoridad, diferentes a los sucesos en
las tierras alvaradianas de Guatemala y San Salvador. En junio de 1536 fundó Alvarado San
Pedro de Puerto de Caballos, hoy San Pedro Sula, y asimismo Alvarado envió a establecer la
villa de Gracias a Dios, a finales de 1536, probablemente por su sobrino Gonzalo de Alvarado
(no al hermano homónimo), aunque siempre se le ha atribuido la autoría a Juan de Chávez, y
aquí desde el principio existió el asentamiento de auxiliares que se llamará Mexicapa. En
cuanto a la ciudad de Santa María de la Concepción del Valle de Comayagua, que también
tendrá uno de los principales grupos mexicanos, la primera fundación fue el 8 de diciembre
de 1537, por Alonso de Cáceres, pero por orden del adelantado Francisco de Montejo,
gobernador de Honduras, quien también llegó acompañado de auxiliares mexicanos. Sin
embargo de los tlaxcaltecas y auxiliares mexicas de Montejo muy poco se conoce, o casi
nada.
Varios historiadores se han referido en sus escritos a estos auxiliares mexicanos, que
después de luchar a la par de los capitanes españoles hicieron su vida en nuevos
asentamientos, lejos del solar ancestral. La mayoría de trabajos de investigación se refieren a
los tlaxcaltecas y mexicas en Guatemala, en particular al gran conglomerado de Almolonga,
la urbe tlaxcalteca en la América Central. Escasos son los escritos sobre los tlaxcaltecas en
los asentamientos salvadoreños y hondureños, a pesar de haber sido el de San Salvador
muy numeroso, lo mismo que el de Comayagua. Los tlaxcaltecas y auxiliares nativos de
otros sitios como Xochimilco, Cholula, Huejotzingo, Texcoco, Quauhquechollan, llevados
por Pedro de Alvarado, Jorge de Alvarado, Pedro de Portocarrero, Francisco de Montejo y
otros, tuvieron en Santiago de Guatemala la mejor expresión de su futuro histórico en
tierras del reino, y sobre ellos es que mejor se conoce su destino, con circunstancias de vida
que fueron semejantes a las de sus coterráneos en los barrios mexicanos de El Salvador y
Honduras. Los varios barrios tuvieron problemas compartidos por iguales causas,
básicamente que se les cumplieran a cabalidad los ofrecimientos hechos en Tlaxcala a los
auxiliares, con la llamada “promesa de Cortés”, que se traducía en Centro América en
privilegios, en no pagar tributos y estar libres de todo compromiso de repartimiento en
encomienda, y aun que serían ellos mismo los que podrían gozar de las rentas de
poblaciones indígenas del lugar.
Además de menciones de cronistas, como Bernal Díaz del Castillo, Francisco Antonio de
Fuentes y Guzmán, Antonio de Ciudad Real, Domingo Juarros y otros, las fuentes primarias
de los archivos tienen dos básicos e ineludibles repositorios, el Archivo General de Centro
América, en la Ciudad de Guatemala, y la riqueza de los expedientes del Archivo General de

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Indias, en Sevilla, en donde se encuentran las cartas con peticiones hechas ante el Consejo
de Indias por los apoderados de los auxiliares y la extensa “Probanza de los indios
conquistadores de Guatemala y San Salvador”, comenzada a diligenciar en 1573, en la cual
no son solamente los tlaxcaltecas y auxiliares de Almolonga-Ciudad Vieja, en Guatemala, lo
que litigan, sino que lo hacen juntamente con los de San Salvador y Comayagua.
En los asentamientos centroamericanos la situación de los tlaxcaltecas fue diferente a la
que podían gozar en la metrópoli mexicana. Aunque siempre permanecieron en la real
Corona, nunca dados en encomienda a particulares, y sus prerrogativas de no ser
molestados con servicios obligatorios fue expreso en una real cédula de 20 de julio de 1532,
reiteradas luego en otra de 13 de septiembre de 1543 (Fuentes y Guzmán 1969, III: 224, 344).
Sin embargo, por las circunstancias de las ciudades, paulatinamente se fueron requiriendo
para trabajos públicos y pronto fueron sujetos del pago de algunos tributos. Desde
alrededor de 1547, los indígenas de Tlaxcala incentivaron el uso de recursos legales para que
se le confirmara la categoría de “indios conquistadores”, como se les llamaba, para exigir los
ofrecimientos de privilegios que se les había hecho antes de salir de México hacia el sur. El
segundo presidente de la Real Audiencia de los Confines, Alonso López de Cerrato, llegado
ese mismo año de 1547, fue uno de los protectores de los grupos tlaxcaltecas y mexicas.
Igualmente, en ese año, con fecha 15 de marzo, los auxiliares de Almolonga en Santiago de
Guatemala dirigieron su carta al emperador Carlos V, que comenzaba en nombre de los
tlaxcaltecas y mexicanos que allí residían, y en ella se hacía un relato de los padecimientos y
exigencias sufridas, con malos tratos y estar obligados a tributar. En la carta confirmaban los
trabajos para las armadas de Alvarado, tanto la de 1533, como la posterior de 1540, y pedían
gozar de las consideraciones ofrecidas y permanecer en la real Corona, como hombres
libres. Esta carta fue enviada a la Península por intermedio de su benefactor López de
Cerrato (AGI, Audiencia de Guatemala 52).
Por la confusión originada con otros indígenas asentados en las cercanías de Santiago de
Guatemala, inclusive con los antiguos esclavos, surgió el problema de hacer la plena
distinción entre quienes eran “indios conquistadores” y sus familias, para que se les
respetaran las prerrogativas. El problema fundamental eran los tributos y esto fue lo que
motivó el inicio por los tlaxcaltecas de varios expedientes ante los tribunales. Un motivo
discordante ventilado ante la real audiencia era que las autoridades para las excepciones de
tributo pretendían hacer la diferencia entre quienes eran los verdaderos conquistadores y
quienes sus descendientes, para los que consideraban que los méritos no eran los mismos y
la promesa original ya no les alcanzaba en el tiempo. Así la situación, los auxiliares
mexicanos se organizaron solidariamente entre los principales asentamientos y barrios, con
la representatividad de los de Santiago de Guatemala, Comayagua y San Salvador e iniciaron
querella judicial ante la Real Audiencia de Guatemala, No se podía permitir que los hijos de
los “indios conquistadores” sufrieran mella en los derechos heredados. Pero sucedió que
Guatemala en noviembre de 1564 trasladó la causa al Consejo de Indias, en España, no
obstante los trabajos de su propio litigante ante el tribunal, Juan de Salazar. Y ante esta

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actitud, los auxiliares decidieron acudir ante la Real Audiencia de México, la que se
pronunció por no conocer del asunto mientras estuviera pendiente la resolución del Conejo
de Indias. Con esto, tlaxcaltecas y mexicas concertaron una representatividad en España,
antes las autoridades peninsulares de la Corona, con un apoderado en Madrid, Juan de la
Peña.
Este representante realizó dilatadas gestiones a favor de los poderdantes y en marzo de
1572 fue notificado de una real provisión del día 16, por la cual se fijaba un plazo de dos años
para que los auxiliares mexicanos realizaran su propia probanza de méritos y servicios,
como instrumento legal probatorio de sus esfuerzos y auténticos sacrificios personales. Así
comenzó, en abril de 1573, la extraordinaria probanza de los tlaxcaltecas y mexicas de
Santiago de Guatemala, San Salvador y Comayagua. En las preguntas que se presentaron a
los deponentes, figuran una gran cantidad de nombres de hijos de auxiliares, con mención
de sus padres difuntos, los que llegaron con los capitanes de la conquista, e incluso están los
de unos cuantos sobrevivientes muy ancianos para que como testigos declararan sobre
conocerlos, así como sus orígenes y actividades meritorias. Más de cien nombres están en
estos extensos folios de gran valor testimonial e histórico guardados en el Archivo de
Sevilla. Las declaraciones de los numerosos comparecientes cuentan sobre la llegada de los
auxiliares, de sus luchas en Guatemala, San Salvador, Honduras y Chiapas, y de los
asentamientos que les fueron levantados en varias ciudades. Algunos de los hombres
originales que salieron del Anáhuac todavía vivían, con su acentuada ancianidad, como fue
el caso de Juan Pérez Tlapaltécatl, Diego Elías y Diego Galicia, a quienes se les tomó
declaración, y el primero en hacerlo que fue el anciano tlaxcalteca Antonio de Ceynos,
quien había participado en las conquistas de Chiapas, San Salvador, Comayagua, Gracias a
Dios y San Miguel, donde dijo que habían poblado y construido sus nuevas moradas (AGI,
Patronato 231, número 4, ramo 14, “Tratado de la ejecutoria de los indios mexicanos en
Guatemala, 1571”; Contratación 4802, “Probanza de los indios conquistadores de Guatemala
y San Salvador, 1573”).
Después de los incidentes y afanes legales de la Probanza, pasado los empeños de este
valioso testimonio onomástico de los tlaxcaltecas y mexicas guatemaltecos, salvadoreños y
hondureños, donde también declararon españoles amigos de los auxiliares, los indios
descendientes de los indios conquistadores quedaron libres de tributos. Pero con el paso
del tiempo y la actitud prepotente de las autoridades españolas se volvió a la situación
original de malestar y conflictos, con la cual habían luchado, y la distancia abismal entre los
méritos de los antepasados y las realidades de los nuevos tiempos se enraizó de manera
insalvable, sobre todo para los mexicanos que vivían fuera de Guatemala, porque incluso en
San Salvador y Comayagua no parece haberse observado en su momento el respeto a los
fueros obtenidos como sucedió con los guatemaltecos.
Los auxiliares de San Salvador estaban asentados en el populoso Barrio de los
Mexicanos desde 1545, año del traslado de la antigua villa de San Salvador a la nueva ciudad
en el valle de Zalcoatitlán. El Barrio de los Mexicanos se encontraba localizado a la entrada

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de la cabecera provincial, en el camino real de Guatemala y La Trinidad de Sonsonate. Por


ahora no hay documentación que compruebe el puntual privilegio de exención de tributos,
aunque la Probanza de 1573 tuvo como actores demandantes a los auxiliares de San
Salvador, al grado de que la copia de ella que se guarda en el Archivo General de Indias, en
Sevilla, es el traslado que pidieron los de San Salvador para hacer valer sus derechos.
En 1740, en el censo del alcalde mayor sansalvadoreño Manuel de Gálvez Corral los
habitantes de los Mexicanos eran doscientos trece indígenas. Según los informes de visita
de la diócesis, el arzobispo Pedro Cortés y Larraz al Mexicanos de San Salvador en 1769,
contabilizó trescientos cinco familias, con un total de un mil setecientos cuarenta y seis
miembros, pero muchas, dijo el mitrado, eran ya advenedizas. En 1807, ya integrado en la
Intendencia de San Salvador, el intendente Antonio Gutiérrez y Ulloa mencionó mil
ochocientos indígenas, de toda edad y sexo, según se especificó en el censo iniciado ese año
(Gálvez Corral 1936: 31; Cortés y Larraz 1958, I: 101; Gutiérrez y Ulloa, 1962: 18). En la iglesia de
Nuestra Señora de la Asunción del Barrio de los Mexicanos se guardaba una espada que los
tlaxcaltecas tenían como una reliquia de tiempos heroicos y la cual se decía era de Pedro de
Alvarado, quien se las había dejado como recuerdo. Los señores tlaxcaltecas del Barrio de
los Mexicanos desfilaban junto a las autoridades de la ciudad el día del paseo del pendón
real, el 6 de agosto, día de la Transfiguración, con la espada como insignia de su enjundia y
prosapia. En el censo de 1860, un informe de la alcaldía municipal del antiguo Barrio de los
Mexicanos, solamente ya conocido como Mexicanos, se decía que… los principales del
pueblo conservan idea, que el nombre de Mejicanos significa lugar de refugio en que se
situaron los tlaxcaltecas fugitivos de Méjico, comprobándolo los vestuarios que los antiguos
usaban, llenos de colores y alegorías bordadas, y el idioma que hablaban y que ahora han
olvidado es el náhuat (Gómez 1990: 311).
Situado al extremo oriente de la antigua gobernación de Guatemala, al este del río Lempa,
el barrio mexicano de San Miguel de la Frontera tuvo una corta vida. Establecido en 1530,
con la fundación de la villa por Luis de Moscoso, fue despoblado con el viaje de Alvarado al
Perú, y luego vuelto a organizarse al fundar de nuevo la villa Cristóbal de la Cueva en abril de
1535. El barrio tomó el nombre de Mexicapa, al igual que los asentamientos hondureños.
Con motivo del traslado de la ciudad a su nuevo emplazamiento en 1586, no consta que
partieran con la población las pocas familias de auxiliares que estaban en Mexicapa,
olvidados de cualquier privilegio de los de Guatemala y San Salvador. En el nuevo San
Miguel ya no habrá ningún Mexicapa y solamente permaneció con ese nombre al antiguo
de 1530 y 1535, que por 1686 sufrió el ataque de un grupo de piratas franceses, que habían
desembarcado al mando de un capitán Grogniet, que recorría la costas de la provincias de
San Salvador y Sonsonate (Vázquez 1944, IV: 61, 62). En 1740, el censo del alcalde mayor de
San Salvador, Manuel de Gálvez Corral, le dio a Mexicapa únicamente seis cabezas de
familia (Gálvez Corral, íbid. 31).
Cuando fue fundada la villa de La Trinidad, a orillas del río Cenzúnat, en mayo de 1553, en
tiempos del presidente de la real audiencia Alonso López de Cerrato, por el obispo

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Francisco Marroquín y el oidor Pedro Ramírez de Quiñónez, en las ubérrimas salvadoreñas


tierras de cacao de los Izalcos, gran enclave nahua-pipil, asimismo se le dotó de su
comunidad de auxiliares. Ese mismo año ocurrió en esta región izalqueña un principio de
levantamiento, que fue dominado por tropas al mando de Juan Vázquez de Coronado,
enviado desde San Salvador. La demarcación estaba incluida en el área de autoridad del
ayuntamiento de Santiago de Guatemala, no obstante existir desde hacía pocos años la
Alcaldía Mayor de Acajutla. Es probable que los tlaxcaltecas que se asentaron en el Barrio de
los Mexicanos de La Trinidad de Sonsonate hayan sido trasladados desde el enclave de San
Salvador. Este Mexicanos de Sonsonate fue llamado Santa Isabel de los Mexicanos, sin
embargo lo usual en los asentamientos tlaxcaltecas y mexicas de Centro América fue estar
bajo la advocación protectora de Nuestra Señora de la Asunción, por su identificación con la
orden de San Francisco.
En julio de 1586, el comisario franciscano Alonso Ponce de León, pasó por el Mexicanos
de La Trinidad, y el cronista Antonio de Ciudad Real, que le acompañaba expresó que
después del río Cenzúnat, estaba… el barrio de los mexicanos que ayudaron a los españoles
a la conquista de aquella tierra (Ciudad Real 1993: 248). En 1676 tenía veintisiete jefes de
familia, como tributarios, porque no consta ninguna prerrogativa de tributos para estos
auxiliares, excepto que en 1659 una real cédula de la audiencia pedía no hacerles agravio
alguno, ni molestia ni vejación (Barón Castro 1978: 219; Archivo General de Centro América,
AGCA, A1. 24, legajo 1562, expediente 10) Para 1689, según la enumeración de las doctrinas
de franciscanos en La Trinidad, tenía cincuenta y tres personas en confesión. En 1769, el
arzobispo Cortés y Larraz apuntó para Santa Isabel de los Mexicanos una población de
cientos sesenta y tres personas, integradas en cuarenta y una familias (Vázquez 1944, I: 233;
IV: 58; Cortés y Larraz 1998, I: 101). Posteriormente el asentamiento se agregó como un barrio
urbano más a La Trinidad de Sonsonate. Como símbolo de su prosapia de indios
conquistadores guardaban una lanza que decían los tlaxcaltecas que se las obsequió el
mismo Pedro de Alvarado (Gómez 1990: 218). La Trinidad de Sonsonate tuvo entre sus
festividades de los siglos españoles la tradición de la multitudinaria fiesta del Volcán en su
plaza de Armas, con la particularidad de ser los principales personajes Hernán Cortés y el
tlatoani azteca Moctezuma, con gran participación de la comunidad tlaxcalteca de San
Isabel de los Mexicanos. Igualmente, Sonsonate es una de las ciudades centroamericanas
donde se aprecia un espíritu histórico de comunidad cultural con Tlaxcala a través de la
presencia de la costumbre de las alfombras de flores y variados diseños en las celebraciones
de Semana Santa y días festivos especiales, que hoy se ha modificado sustancialmente en
los materiales usados para la confección y cromática, lo mismo que por su disposición
escenográfica, y que por igual se ha extendido a otras localidades salvadoreñas, como Izalco,
su inmediata matriz indígena, de pura cepa nahua.
Además de los asentamientos tlaxcaltecas en Guatemala y El Salvador, en Honduras
hubo principalmente dos, el de Comayagua y el de Gracias a Dios, ambos con el nombre de
Mexicapa. En Santa María de la Concepción del Valle de Comayagua, ciudad que recibió

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legalmente el nombre transitorio de Nueva Valladolid, tuvo gran importancia su


asentamiento de auxiliares, cuyos representantes y señores fueron nombrados en la
Probanza de 1573. Sin embargo después decayó en población y en 1586 ya solamente se
mencionaban quince vecinos en el barrio junto a Comayagua y luego trece a los tres años,
en 1589 (AGI, Audiencia de México 257). Gracias a Dios, establecido a finales de 1536, tuvo
entre 1544 y 1549 la sede de la Real Audiencia de Los Confines, trasladada a Santiago de
Guatemala, cuyo nombre tomó después, a partir de 1568, En 1587, el Mexicanos de Gracias a
Dios tenía ochenta y siete tributarios, pues no estuvieron exentos del pago de tributos
(Leyva 1991: 80). En 1684 ya se nombraba al barrio de auxiliares de Gracias como Mexicapa,
en el cobro del tributo de siete maravedís por tributario, destinados a la real cámara y gastos
de funcionarios, lo que sumó un tostón, al igual que en Mexicapa de Comayagua. En
realidad, tanto en Honduras como en el actual El Salvador, posiblemente los únicos que
quedaron exentos de tributo fueron las familias de señores y caciques. En 1809, el
gobernador hondureño Ramón de Anguiano, registró el número total de pobladores de
Mexicapa de Gracias en ciento setenta habitantes, de los cuales cuarenta y uno eran
tributarios (Enríquez Macías 1989: 163, 165; Leyva 1991: 80).
En Honduras el caso particular de persistencia tlaxcalteca lo constituye el pueblo de
Camasca, un puntual caso de reiteración de privilegios en el tiempo y con plena conciencia
del ancestro. En este pueblo, ciertas familias recibieron la categoría de caciques y
principales, como en los demás asentamientos de auxiliares, por provenir de antecesores de
alcurnia indígena, pero no se trató de un poblamiento especial para ellos, sino que
quedaron con mando y autoridad sobre los indígenas propios del lugar. Fue una comunidad
de aborígenes hondureños puestos bajo la tutela y responsabilidad de ciertas familias de
“indios conquistadores”, como una singular variante del repartimiento y de la encomienda.
En la Probanza de 1573, el testigo Diego López de Villanueva decía que Pedro de Alvarado
encomendó a cierto indio conquistador, llamado Juan Tlaxcalteca, un pueblo de indígenas
de la tierra, por los servicios prestados, mencionado como Ciminalá. Asimismo, en la carta
que los auxiliares dirigieron al emperador en 1547, se objetaba el no haberse cumplido con
el ofrecimiento de… dar a nuestros cabezas los principales repartimientos de indios (AGI,
Patronato 231, número 4, ramo 14; Audiencia de Guatemala 52).
Camasca ha sido traducido como un lugar consagrado al dios Camaxtli, y así, de aceptar
esta interpretación, se reitera plenamente que los señores de Camasca no podrían haber
sido más que tlaxcaltecas. Pero lo particular es que a pesar de ser ellos señores de Camasca,
la población aborigen sí se dio en encomienda a españoles. En 1544 estaba encomendado en
Francisco de Trejo (AGI, Justicia 299-A). Y, a los años, Camasca está por la mitad en Félix de
Trejo y Hernán Pérez (Leyva 1991: 64). Por 1586 tenía unos sesenta vecinos (AGI, Audiencia de
México 64). Incluso de Camasca se obtenía el servicio de indígenas tamemes para viajar a
San Salvador y San Miguel. Sin embargo, con el paso de los años, los descendientes de
señores tlaxcaltecas fueron obligados a tributar, lo que los obligó a iniciar su querella para
confirmar ancestro y privilegios. En 1672 los principales del pueblo, de directo ancestro de

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Tlaxcala, dirigieron una extensa carta a la Real Audiencia, confirmando sus antecedentes y
nombres de familias. Se decían descendientes de los originales señores tlaxcaltecas, que
habían tomado los nombres de Pedro de Portocarrero y Mendoza, y Juan Fasín de Mendoza.
A ellos se les dio rango de caciques y gobernadores, y sus herederos tratados como tales, sin
pago de tributos y demás obligaciones. Las familias tlaxcaltecas de Camasca lograron lo
pedido, siguieron gozando de exención de impuestos para sus propias familias. Aun el
obispo de Comayagua, Juan Antonio Merlo de la Fuente, que había tratado de cobrarles
incluso diezmo, por ser familias indígenas adineradas, no pudo lograrlo. El obispo Merlo de
la Fuente era tlaxcalteca, originario de Candelaria Teotlalpan, llegado a Comayagua como
obispo después de su consagración en Puebla, el 25 de septiembre de 1642. En 1791, un
informe del obispo fray Fernando Cadiñanos menciona el bienestar económico de
Camasca, donde existían dos mil quinientos setenta y uno feligreses, con tres iglesias en el
pueblo, una como parroquia, y se contaba con doce cofradías. Un dato de 1804 solamente
da los tributarios, ciento cuarenta y nueve, con familias de un total de un mil ciento treinta
y nueve personas (Leyva, 1991: 283).
Camasca había crecido en buena medida por el comercio con la ciudad de San Miguel en
la alcaldía mayor de San Salvador, luego intendencia en 1785. Los descendientes de los
Portocarrero-Fasín de Mendoza conservaron celosamente sus posiciones, y a finales del
siglo XVIII, los herederos de la estirpe tlaxcalteca se apellidaban Mendoza, Díaz, Mejía, Del
Cid, Tosta, Hernández, Laínez, Argueta. Pueden haber sido de la ascendencia de auxiliares
alvaradianos, pero también tratarse de indígenas tlaxcaltecas de Francisco de Montejo. Aun
se ha escrito que los pueblos hondureños de Piraera, Colomoncagua y Guarajambala,
también pueden haber tenido en sus orígenes la misma situación de repartimiento para
indígenas conquistadores mexicanos, como Camasca, aunque por ahora la investigación no
lo confirma (En Honduras el caso de Camasca fue extensamente estudiado por el
historiador Mario Felipe Martínez, en el “Cacicazgo de Camasca”, 1986).
Sobre Nicaragua, la única referencia que se tiene, por ahora, de tlaxcaltecas es una de las
estampas del conjunto pictográfico del Manuscrito de Glasgow, que representa una batalla
al pie del volcán de Masaya, con el nombre de Atlpopocayan. Este hecho bien pudo haber
ocurrido en dos ocasiones, cuando el levantamiento, en 1554, del español Juan Gaytán y su
facción, contra el que salieron tropas de varias ciudades, un hecho que está en la crónica del
cronista Juan de Pineda, que entonces residía en la villa de La Trinidad de Sonsonate, autor
de los “Avisos tocantes a la provincia de Guatemala” (Pineda 1982). También es probable que
se trate cuando la revuelta de los hermanos Contreras, después de la muerte del obispo fray
Antonio de Valdivieso, el 26 de febrero de 1550, cuando los hijos de Rodrigo de Contreras se
levantaron contra la Corona, y acudieron tropas leales a dominar la peligrosa revuelta, con
hechos de armas en Granada, ciudad inmediata al Atlpopocayan, o volcán de Masaya. En
estas guerras participaron indígenas de Tlaxcala, pero no hubo poblamiento alguno por
auxiliares en Nicaragua.

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Las fundaciones tlaxcaltecas en Centro América fueron una realidad en lugares donde sus
habitantes recibieron tierras y continuaron su vida, lejos del solar ancestral, en compañía de
los demás auxiliares reclutados por los españoles. Todos llamados genéricamente
“mexicanos”, entre los nahua-pipiles pudieron sentirse entre etnias de la misma raíz del
norte mesoamericano, con la misma lengua, aunque diferenciada por los siglos. Sin
embargo, estos tlaxcaltecas y sus compañeros, en el caso de El Salvador modificaron el
primitivo náhuat, que se usaba sin “tl” en su escritura y otras variantes, y lo pusieron más en
consonancia con el náhuatl moderno que en el siglo XVI se hablaba en el Anáhuac. El
destino de los auxiliares mexicanos en Centro América guarda muchas interrogantes. Pero
algo es seguro, que los tlaxcaltecas fueron tenidos muy alto, por encima de sus compañeros
y representaron por antonomasia a los indígenas amigos. Los tlaxcaltecas cumplieron su
cometido con hidalguía y pundonor, ofrecieron la mano a los españoles, y éstos, en cambio,
fuera de la metrópoli tlaxcalteca en México, tantas veces les brindaron a cambio un trato
áspero y brusco, nada cordial a sus descendientes, a quienes, sin embargo, España respetó
su palabra en lo básico, aunque se tratara de su mínima expresión como sucedió en los
asentamientos más alejados de la capital del reino de Guatemala.
La colaboración de Tlaxcala con España debe ser analizada según los sucesos históricos
del momento, cuando las circunstancias eran dramáticamente particulares y violentas, y así
juzgar con criterio objetivo y crítico, las causas y razones de la actuación de un pueblo en un
siglo trágico como pocos, que puso en la alianza con España la esperanza de su propia
supervivencia e identidad, en un futuro que se mostraba desconcertante y angustioso. Lo
que vino después no fue, en muchos casos, lo que se esperaba por ellos mismo, en
particular en esa Tlaxcala centroamericana, tan de acentos de angustiante heroicidad y
dramática lejanía. Pero definitivamente Tlaxcala sí cumplió su palabra, fue fiel al pacto de
amistad con honor y estoicismo, como el justo reflejo de una tierra esforzada y de un
pueblo dueño de toda dignidad y del mayor respeto en la historia.-

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LA SOMBRA DE PEDRARIAS DÁVILA EN SAN SALVADOR.


Los afanes de conquista.
Pedrarias Dávila fue el primer impulso conquistador en Centro América. Tuvo la primacía
en las exploraciones náuticas después de la muerte de Vasco Núñez de Balboa, así como
con su presencia en Panamá se realizó el viaje de Andrés Niño y Gil González Dávila, el cual
no obstante haber estado regido por capitulaciones firmadas con la Corona, había partido
desde la jurisdicción de Pedrarias y existía un principio de autoridad del gobernador de
Castilla del Oro. Una vez pasados los incidentes de 1523, después del regreso de Niño y
González, Pedrarias comenzó su propia expansión hacia las tierras descubiertas en
Nicaragua.
En su existencia, Pedrarias Dávila fue un prodigio humano del siglo XVI. Nacido alrededor
de 1440 en Segovia, de sobresaliente familia de judíos conversos, hijo del conde de
Puñonrostro, heredero de los merecimientos de sus mayores como miembro de una familia
bien asentada y con protagonismo, cercana a la familia real de los Trastámara castellanos, se
destacó como un aguerrido hombre de armas que estuvo presente en la toma y rendición
de Granada, el 2 de enero de 1492. Cuando llegó a Tierra Firme, en 1514, sobrepasaba los
sesenta años de edad. Su vida fue apasionante y apasionada, dotado de gran fuerza física y
energía personal, porque en esos siglos no cualquiera llegaba a los noventa años, como
sucedió con Pedrarias, quien murió en 1531 en León de Nicaragua, después de una
existencia agitada y agresiva, pues el “furor dómini”, como le llamó fray Bartolomé de las
Casas, o también conocido como “el gran justador”, o “el galán”, en una extraña alquimia
combinó esa grande y admirable energía con una fastuosidad de sentimientos deleznables
que lo han dejado en un particular sitial en la historia americana del siglo XVI. Sin embargo,
la memoria del “furor de Dios” es digna de algo distinto al generalizado y tantas veces
merecido rechazo de sus actuaciones, pues fue todo un personaje fuera de serie, a su
manera, como lo fueron tantos castellanos conquistadores, cuyas vidas corrieron por
cauces abruptos y sin justificación en sus vilezas para con los pueblos indígenas, aunque
sean en parte explicables por la época y las circunstancias. Pero en el caso de Pedrarias,
llegó a calar tan hondo en los desmanes que las opiniones sobre él en las crónicas y en la
investigación histórica han sido nefastas y condenables, tanto sus acciones horadaron los
sentimientos de humanidad, con actitudes siempre impregnadas de ese vaho mortífero de
las “infernarles monterías del Darién”, emanaciones cegadoras de tragedia que lo han
perseguido siempre y que no han permitido ver en él otra faceta con un poco más de
objetividad.
Pedrarias estaba sabedor en su nueva ciudad de Asunción de Panamá sobre la inminente
llegada de grupos armados a las comarcas centroamericanas, y pronto se aprestó a dilatar
sus horizontes panameños. Gil González Dávila, desde Santo Domingo estaba por volver
con intenciones de alcanzar de nuevo el Mar Dulce y seguir en la búsqueda de la
comunicación interoceánica, que sospechaba estar en el Gran lago. Acompañado de Andrés
Niño, tenía listos doscientos cincuenta infantes y setenta jinetes en La Española, según el

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contador Andrés de Cereceda le relató en España a Pedro Mártir de Anglería, que también
apuntó en su crónica la fecha de salida del grupo expedicionario: 15 de marzo de 1524 (Incer
Barquero, 2002: 117). En la carta de Gil González al arzobispo de Toledo, de 8 de marzo de
1524, le decía que tenía doscientos hombre y cincuenta caballos (Vega Bolaños, 1954, tomo I:
108). Además de los barcos que llevaba, González Dávila, al aproximarse a las costas
hondureñas, en las cercanías de la isla de Pinos, o Guanaja, tomó una carabela propiedad de
Juan Beltrán, originario de Moguer, que iba con vinos y ropas hacia el río Pánuco, en México,
donde había estado poblando el adelantado Francisco de Garay. De esta manera, la pequeña
armada antes de arribar a su destino de obligado tuvo que realizar un periplo hasta la isla de
Cozumel, donde desembarcaron esas gentes y bienes que iban al Pánuco, pero González se
quedó con el barco, lo que posteriormente motivaría contra él un expediente judicial
(Molina Argüello, 2000, tomo III: 457).
La autorización de este segundo viaje de Gil González había sido dada por la Real
Audiencia de Santo Domingo, con base en las instrucciones reales de abril de 1519, ya que
éstas especificaban la obligación de buscar el paso interoceánico y precisamente el
propósito de la expedición que ahora iniciaba era proseguir en su búsqueda por el Mar
Dulce, que había descubierto dos años antes, pero esta vez indagar por el lado de la región
que llamaban las Hibueras y cabo de Honduras, por donde creía podía desembocar el
desaguadero del lago, entre el cabo de Honduras y el de Gracias a Dios (Incer Barquero,
1999: 88, 89). Antes de zarpar de La Española ya se tenían informaciones en Santo Domingo
sobre una expedición al mando de Cristóbal de Olid, enviado por Hernán Cortés, y de cómo
estaba surta en La Habana, con pretensiones de llegar a Honduras. Asimismo se sabía que
las tropas de Pedro de Alvarado marchaban al sur desde México. Por lo cual se le ordenó a
González, por real provisión de fecha tardía, del 25 de febrero de 1525, que no se
entrometiera en los asuntos de los demás jefes de tropas de conquista que enfilaban hacia la
Centro América del noroeste y evitara enfrentamientos, porque era previsible que con tres
grupos convergentes pronto brotaría la lucha por los espacios de influencia y mando
(Molina Argüello, íbid. tomo IV: 247-249).
Gil González desembarcó en el punto del litoral donde surgió después Puerto de Caballos
(Puerto Caballos), amplia bahía que ya había sido descubierta en 1508 por los pilotos Juan
Yáñez Pinzón, Juan de Solís y Pedro de Ledesma, nombrada entonces como cabo y puerto
de Hibueras, o Higüeras. Por un suceso casual, la bahía tomó el nombre de Caballos, que le
dio el mismo González Dávila: ….e tomó puerto en la gobernación del Cabo de Honduras,
cuarenta leguas más al Occidente, en un puerto que él nombró puerto de Caballos, porque
después que él hubo desembarcado los que llevaba, se murió uno dellos, e hízolo enterrar
con mucho secreto, porque los indios no lo supiesen, ni viesen que los caballos eran
mortales (Oviedo, 1992, tomo III: 301, 365).
Pedrarias asimismo ya estaba en autos de todos los sucesos de México y enterado
también de que se había enviado por mar a Cristóbal de Olid con cinco barcos artillados, un
bergantín y trescientos sesenta soldados, desde los primeros días de 1524, para ir a la

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búsqueda del estrecho interoceánico, y que lo mismo por tierra avanzaba con un
considerable ejército Pedro de Alvarado por Oaxaca, Tehuantepec y Soconusco, hacia
Guatemala. Ambos capitanes eran de lo más destacado de Cortés. Cristóbal de Olid un
andaluz de Baeza, hombre de temperamento caballeroso, sin la agresividad de tantos…
valiente, así como a pie como a caballo, extremado varón, más no era para mandar, sino
para ser mandado (…) tenía muy buena presencia en el rostro (Díaz del Castillo, 1982, cap.
CLXV: 462). Pero una vida que pronto concluiría en Honduras, truncada por la anárquica
situación que se impuso por la confluencia de hombres de guerra y aventureros, que
convirtieron a las Hibueras en confuso lugar de exaltados rivales tras los mismos intereses,
el más significativo ese Mar Dulce con el espejismo del canal entre los océanos.
Pedro de Alvarado era otra cosa. Difería de Olid en cuanto a la violencia innata que
brotaba de aquél con mucha facilidad, y de la que pudo hacer aflictiva gala mientras el
destino le permitió una existencia plena e inquieta hasta que murió en 1541, con alrededor
de cincuenta y seis años, pues había nacido en Badajoz, por 1485. En comparación con
Pedrarias Dávila, Alvarado ha quedado en la historia en una diferente situación. Pedrarias
como un hombre vitriólico y de malas entrañas, mientras que el agraciado Alvarado, que
tampoco puede ser de ninguna forma eximido de crueldades y culpas, sin embargo
cubierto de efluvios casi legendarios, aumentados por el romanticismo con que
impregnaron su vida cronistas, historiadores y novelistas, y por ese sobrenombre que ha
exacerbado la imagen que se puede tener de él, el de Tonatiuh, el sol, que se le impuso en
Tlaxcala. Tenía… el rostro y la cara muy alegre y en el mirar muy amoroso (…) era muy suelto
y buen jinete, y sobre todo, ser franco y de buena conversación (Díaz del Castillo, íbid. cap.
CCVI: 641).
Alvarado es el conquistador por antonomasia de Guatemala y El Salvador, con todo el
bagaje épico de los esfuerzos de conquista y las usuales acentuadas ingratitudes que hizo
padecer a los aborígenes. Ciertamente fue un hombre exaltado y violento, pero no le
sucedió lo que a Pedrarias, quien rebasó la copa de un negro y abusivo comportamiento por
sus abultados defectos. Pedro de Alvarado fue un extremeño de familia hidalga de mediana
posición, que moldeó su vida en las Indias, con ambiciones, guerras y violencias en una
época de entusiasmos y tragedias. Nunca fue un cumplido y consciente gobernante, esto lo
dejó para otros, mientras para él todo eran nuevas expediciones y proyectos y desafiar los
horizontes americanos en una prolongada juventud de arrebatos. Su fuerte presencia y su
controvertido recuerdo, tantas veces de inusual armonía en voces discordantes,
impregnaron el primer capítulo del período español de las Indias del centro, junto con otros
altisonantes nombres del istmo, como el de Francisco de Montejo. Pero a pesar de una
conflictiva personalidad y de un comportamiento tantas veces execrable y censurable,
posiblemente no muchos de esos nombres –al hacer aparte las negruras del carácter de
Alvarado- despiertan un imaginario tan abundante y cromático y un contradictorio
sentimiento ancestral de respeto como el adelantado don Pedro.

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Ante la llegada de varias expediciones que pudieran coincidir en sus ambiciones para la
demarcación de jurisdicciones, y sobre todo en la búsqueda ansiosa de un estrecho entre
los mares, Pedrarias organizó su propia gente para ir a la región del Gran lago, con Francisco
Hernández de Córdoba como jefe y lugarteniente. Se constituyó una sociedad para el
propósito, formada por Pedrarias, el tesorero Alonso de la Puente, el contador Diego
Márquez, el licenciado Juan Rodríguez de Alarconcillo y el mismo Francisco Hernández,
formalizada en septiembre de 1523. Pedrarias participó con los tres barcos y el bergantín
que fueron de Andrés Niño y Gil González Dávila, junto con las jarcias y los caballos, además
de los esclavos negros que habían acompañado a los expedicionarios en el viaje de 1522.
Todo lo cual se había comprado en pública almoneda por dos mil pesos de oro (Guido
Martínez, 2005: 289; Arellano, 2002: 236). Con esto se proponía ganarle la partida a Gil
González, de quien tenía la certeza de que iba hacia Nicaragua por la ruta de las Hibueras.
Pedrarias aducía derechos sobre el territorio en base a los reconocimientos efectuados por
el Mar del Sur, en cuenta el de Castañeda y Ponce de León de 1519, aunque en realidad
Nicaragua estaba fuera de los límites de Castilla del Oro.
Partió Hernández desde Panamá en octubre de 1523, con más de doscientos hombres, en
los barcos de Andrés Niño. Iban con él figuras ya cinceladas en las temeridades de las selvas
y curtidas en las desastrosas monterías y cabalgadas del Darién, como Sebastián de
Benalcázar, futuro fundador de San Francisco de Quito y Popayán, y Hernando de Soto.
Desembarcaron Hernández y su gente en el golfo de Orotina, o de Nicoya, donde fundaron
la villa de Bruselas, la primera población española costarricense, cercana a la actual
Puntarenas. Luego se internaron por la misma ruta que utilizó González Dávila, en un
camino de combates y saqueos de los que lograron gran cantidad de oro. Los sucesos más
sobresalientes fueron la fundación de las dos primeras ciudades de Nicaragua, León y
Granada, la primera a orillas del lago Xolotlán, hoy León Viejo, y Granada a la vera del litoral
del Gran lago, el esperanzador e inmenso manto de agua dulce que alimentaba todas las
ambiciones. Las fechas de las dos fundaciones todavía no han logrado un acuerdo entre los
historiadores, pero habrán ocurrido en definitiva en la segunda mitad de 1524 (Arellano,
íbid. 237).
Una carta que Pedrarias Dávila remitió al emperador Carlos V en día no precisado, pero
en abril de 1525, es básica y fundamental para conocer lo acaecido durante la prolongada
estadía de Hernández de Córdoba en Nicaragua. La carta da la más valiosa información de
los sucesos desde la llegada del grupo expedicionario al golfo de Nicoya. Está la carta basada
en otra de Hernández que en ese abril le entregó Sebastián de Benalcázar a Pedrarias en
Panamá, y en ella avisaba de la fundación de Bruselas, de Granada y León, así como le
informaba al gobernador sobre los intentos de conocer la salida al mar Caribe del río
Desaguadero, y de cómo envió un bergantín que se llevó por piezas hasta el Gran lago, pero
que no pudo seguir adelante por los rápidos del cauce fluvial. Y, asimismo, la carta de
Pedrarias pone luz y claridad en sucesos más allá de Nicaragua, en Cuzcatlán, o Nequepio,
como le llamaban los españoles del sur, los nicaragüenses y los de Castilla del Oro. Esta carta

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de 1525 es piedra miliar y umbral para conocer y penetrar en los motivos inmediatos de la
primera fundación de San Salvador, tan rodeada de interrogantes y nebulosas. Aunque la
carta no tiene fecha de firma y conclusión, el mes de abril lo da a entender desde su inicio:
A diez de este mes de abril llegó aquí a esta Ciudad de Panamá un mensajero de poniente
que mi Teniente Francisco Hernández me envió, que se dice Sebastián de Benalcázar, que
se ha hallado en todo lo que se ha hecho al poniente, con el cual me escribió e hizo saber las
cosas siguientes (en Vega Bolaños, op.cit. 128).

Hernando de Soto y la primera fundación de San Salvador.


Sobre la primigenia villa de San Salvador con certeza solamente
se sabe que para el 6 de mayo de 1525 ya existía, que su alcalde ordinario era Diego Holguín
y que fue establecida por orden de Pedro de Alvarado, tal como él mismo lo expresó en
sesión del cabildo de Santiago de Guatemala de esa fecha, cuando la ciudad todavía se
encontraba asentada temporalmente en Olintepeque, o Xepau, cerca de Quetzaltenango, en
tierras quichés (Cabildo, 1991: 13). Mucho se ha especulado y escrito sobre esta primera villa,
pues mientras los sucesos de su establecimiento siguen siendo un enigma en la primera
historia salvadoreña de los años de contacto entre la cultura indígena y la europea, la
segunda villa, la de 1528, hoy Ciudad Vieja, en un pequeño valle al pie del cerro Tecomatepe,
sí está definitivamente reseñada y documentada con la relación del cronista dominico fray
Antonio de Remesal “Historia general de las Indias Occidentales y particular de la
gobernación de Chiapa y Guatemala”, donde escribió sobre los primeros días de la villa
después de su refundación por Diego de Alvarado, el 1 de abril de 1528 (Remesal, 1988, tomo
II: 273-278). Pero las preguntas que han rondado obsesivas sobre el San Salvador de 1525
todavía perduran, aunque se sepa que fue un miembro de la familia Alvarado quien ejecutó
el mandato en tierras de Cuzcatlán, antes de mayo de 1525: ¿cuándo, en qué fecha y cómo se
fundó?, ¿qué la motivó?, ¿en qué lugar y por quién?
Los historiadores Jorge Lardé Arthés, Jorge Lardé y Larín y Rodolfo Barón Castro han sido
quienes más han trabajado sobre el tema, y sus obras son parte de la historiografía clásica
de obligada consulta. Jorge Lardé escribió “Orígenes de San Salvador Cuzcatlán, hoy capital
de El Salvador”, con varias ediciones, desde 1925 hasta 1960. Jorge Lardé y Larín retomó la
tesis de su padre y la expuso en muchas de sus celebradas publicaciones, particularmente
en “El Salvador, descubrimiento, conquista y colonización”, conjunto de artículos sobre
temas de historia, publicado en 1983 y reeditado en 2000. Rodolfo Barón Castro publicó en
España la superlativa y no superada “Reseña histórica de la villa de San Salvador” en 1950, y
tuvo su segunda edición en 1996, con motivo de los cuatro siglos y medio del título de
ciudad (27 de septiembre de 1546). Los Lardé y Barón Castro han analizado todos los
pormenores y resquicios que pueden haberse dado con la primera fundación, así como las
hipótesis de alternativas de conformidad con los sucesos conocidos. La teoría de los Lardé
es que la primera fundación de San Salvador tuvo lugar “en o cerca” de la población de
Cuzcatlán, hoy Antiguo Cuzcatlán, municipalidad ya comprendida en el radio urbano de la

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capital salvadoreña, y que la orden de fundación la ejecutó Gonzalo de Alvarado, el


hermano de don Pedro. La base documental la sitúan en un manuscrito llamado “Crónica de
las conquistas de nuestro Señor Santiago en la provincia de Guatemala”, que consultó Jorge
Lardé (padre) –hoy extraviado-, atribuido a Gonzalo de Alvarado, pero aquí no el hermano
sino el homónimo primo. pero quien en su escrito sí se refería al hermano del adelantado, y
donde se leía que… en marzo de 1525 salieron de Santiago Gonzalo de Alvarado, Diego
Holguín, Francisco Díaz, Alonso de Oliveros y muchos otros españoles a conquistar y poblar
otras provincias de Guatemala (en Lardé y Larín, 1983:56). Barón Castro no participó de la
tesis de los Lardé sobre un San Salvador en la urbe indígena de Cuzcatlán, o cerca de ella. Su
opinión fue el de un sitio distinto. Pero cualquiera que haya sido lo sostenido por estos
historiadores, lo cierto es que fue una villa efímera que para 1526 ya no existía, ya fuera
abandonado por causa de las insurrecciones indígenas, o porque Alvarado llamó a su gente
de regreso a Guatemala.
En enero de 1526 Alvarado recibió una carta de Hernán Cortés, quien se encontraba en
Honduras a raíz de los dramáticos acontecimientos entre los capitanes enfrentados:
Cristóbal de Olid, Francisco de las Casas y Gil González Dávila. Le pedía ir a entrevistarse con
él y así don Pedro salió, ya cerca de la mitad del año, por la ruta de Cuzcatlán y la región
translempina hasta encontrarse en la parte de la Choluteca con un destacamento cortesiano
que volvía por tierra hacia México. Es dable suponer que el viaje fue iniciado antes de que la
temporada de lluvias fatalmente se impusiera. En algún lugar de la Choluteca, posiblemente
en el pueblo de Malalaca, se reunió Alvarado con Luis Marín, Bernal Díaz del Castillo y
otros, y asimismo llegaron ciertos hombres de Pedrarias Dávila, encabezados por Andrés de
Garavito y Francisco Compañón, quienes andaban en exploración por los afanes de partir
términos con los Alvarado y vislumbrar la manera de apoderarse de tierras que Pedrarias
consideraba suyas. Pedrarias estaba en Nicaragua, por haber acudido desde Panamá a poner
en orden a Hernández de Córdoba rebelado. Don Pedro envió a Gaspar Arias de Ávila a
entrevistarse en León con el gobernador panameño, sobre asuntos que no se conocen, pero
pueden haber sido relacionados con límites de jurisdicción, aunque Bernal Díaz del Castillo
dice que fueron sobre una propuesta de matrimonio: ...oí decir que era sobre casamientos,
porque el Gaspar Arias era un gran servidor de Pedro de Alvarado. Cuando don Pedro y los
suyos se volvieron a Guatemala, con los compañeros encontrados en Choluteca,
atravesaron con dificultad el río Lempa por haber comenzado las lluvias, la villa de San
Salvador había desaparecido y los indígenas de Cuzcatlán y otros lugares estaban en guerra
(Díaz del Castillo, op.cit. cap. CXCIII: 571, 572; Recinos, 1952: 116, 117). Es que, con mucha
certeza, San Salvador originalmente se había establecido por una necesidad urgente,
fundada la villa por alguna razón particular y circunstancial, y los imperantes sucesos de
guerra habían impedido establecer materialmente en el próximo futuro lo que en su origen
fue un campamento militar, un real dotado de cabildo, una guarnición de hombres de
armas con categoría de munícipes, como sucedió en tantas ciudades hispanoamericanas en
su primera génesis.

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Es sobre este primer San Salvador y sus misterios que la trascendental carta de Pedrarias
Dávila de 1525 pone luz en los motivos inmediatos de su creación, pues de lo que ocurría en
Guatemala en esos días pareciera que no era el mejor momento para que Alvarado se
separara de parte de sus tropas para enviarlas a una lejana fundación, a un Cuzcatlán
situado a gran distancia de la ciudad de Santiago de Guatemala en Olintepeque. Sin
embargo, según lo especifica la carta, algo especial había ocurrido en la ciudad indígena y en
la región cuzcatleca: un destacamento de españoles de Nicaragua había llegado a la
principal población nahua-pipil y esto había apurado la decisión de don Pedro de erigir
formalmente una villa y poner, así, raya de frontera y demarcación con Pedrarias, con
intención de irle ganando terreno donde el gobernador panameño pretendía extenderse.
Previo a lo anterior, había sucedido que estando Hernández de Córdoba en Nicaragua
decidió éste enviar hacia Honduras un grupo armado, más allá de los montes de la Segovia,
para ir en busca de Gil González Dávila, que sabían marchaba hacia el Mar del Sur desde la
población de San Gil de Buena Vista, que él mismo había establecido a orillas del golfo de
Amatique. Los de Hernández iban al mando de Gabriel de Rojas y se encontraron con la
gente de González en un lugar no definido, sin entablar ninguna lucha, sino solamente un
encararse las dos fuerzas antagónicas. Gil González le dijo a Rojas que nada tenía que hacer
en esos parajes, ni él, ni Pedrarias Dávila, y que se volviera donde Hernández (Oviedo, 1992,
tomo III: 302; Herrera y Tordesillas, en Incer Barquero, 2002: 187). Rojas prometió no volver,
pero al llegar a Nicaragua y enterado Hernández, éste se aprestó a enviar a un segundo
contingente en busca de quien consideraba un intruso. Esta tropa la puso al mando de
Hernando de Soto, quien fue el encargado de ir a buscar a González Dávila por el lado del
oriente salvadoreño, que los nahuas llamaban Popocatépet, o Popocatépetl (Barón Castro,
1950: 122, 126). No solamente se habrá tratado de una expedición para combatir y expulsar a
Gil González, sino marchar por esas tierras que Hernández consideraba área de influencia
de Pedrarias y extensión natural de su jurisdicción panameña, y así llegaron hasta donde se
sabía habían arribado las tropas de Pedro de Alvarado, a la región de Cuzcatlán, situada al
extremo sur de la demarcación de autoridad de Hernán Cortés, jurisdicción de conquista y
poblamiento que ahora iba desde el México central hasta Cuzcatlán, la más meridional
punta de lanza cortesiana.
La carta de 1525 de Pedrarias Dávila menciona a Cuzcatlán como Nequepio, y relata el
arribo allí de Hernando de Soto, enviado por Francisco Hernández de Córdoba desde León
de Nicaragua, cuando el destacamento iba tras los pasos de Gil González Dávila.
De esta Ciudad de León se fue descubriendo y pacificando hasta la grande Ciudad de
Nequepio que decían era Melaca, adonde había llegado Alvarado con su gente de Cortés, y
allí se vio donde tuvo el real que tuvo y se vieron algunas cosas de las que allí dejó, en
especial una lombarda e algún calzado, de allí se volvió la gente y estando aposentados en
una Ciudad que se dice Toreba, llegó Gil González con cierta gente de caballo y escopeteros
y ballesteros de pie al cuarto tercio de la noche diciendo San Gil, mueran los traidores, e al
ruido salió el dicho Capitán con la gente que tenía e pelearon sin saber quién era y murieron

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algunos caballos e caballeros, y en esto Gil González después de la gente y caballos muertos
dio grandes voces diciendo, ha señor Capitán paz, paz por el Emperador, y creyendo el
dicho Capitán Soto que la dicha paz era verdadera y no fingida retrujo los suyos, aunque le
fue dicho por sus compañeros que lo hacía Gil González con maña porque esperaba más
gente, todavía se desvió con su gente más que le vino, y como los tomó sobre paz, viendo la
ventaja de la gente que tenía tornó a pelear y tomóle ciento treinta mil pesos de oro de la
tierra bajo y ciertos despojos, como si fuera enemigos, y visto el dicho Gil González el yerro
que había hecho, y que no se podía sostener, desamparó su gente y dejó la bandera e
algunas alabardas e una silla de cadenas y otro repuesto y se fue con diez de caballo y con
veinte peones. Sobre lo cual me envió el dicho mi Teniente una probanza cerrada y sellada,
el traslado de la que le envío a V.M. signado e me queda el original por la mala tinta de que
vino escrita, por podría ser que yendo tanto camino cuando allá fuera no se pudiera leer (en
Vega Bolaños, íbid. 130; Incer Barquero, íbid. 177).
Esta carta, más que conocida y muy comentada por historiadores nicaragüenses, en
especial porque también comunicaba la fundación de Granada y León, pero, al contrario,
por los salvadoreños no del todo valorada, o demasiado poco, o nada, a pesar de que no
contesta las preguntas básicas sobre el primer San Salvador, sí clarifica los motivos y las
circunstancias por las cuales se habrá fundado la villa de 1525. La carta la han incluido en sus
obras Rodolfo Barón Castro y Jorge Lardé y Larín. El primero en una nota de la “Reseña
histórica de la villa de San Salvador” (Barón Castro, íbid. 90), y el segundo en “El Salvador,
descubrimiento, conquista y colonización (Lardé y Larín, íbid. 90). Pero Lardé prácticamente
la pasó por alto, negó el año y apuntó que no podía ser de antes de 1526, por lo de “Melaca”,
cuando Alvarado ese año viajó a la Choluteca, y que no era de 1525; razón por la cual situó el
viaje de Hernando de Soto nada más hasta esa región –Choluteca- y en un año, 1526, que no
correspondía a la realidad intrínseca de la misma carta y de los acontecimientos en ella
relatados.
En un análisis del contenido mismo de la carta, el año 1525 queda indefectible e
incuestionable, aceptado por los investigadores que la han consultado, además de la
confirmación de la autenticidad del documento, proveniente de la Colección Muñoz de la
Real Academia de la Historia, en Madrid, que fue localizado originalmente en el archivo de
Simancas (Valladolid) en 1783, por el famoso investigador Juan Bautista Muñoz, quien dejó
incompleta una “Historia del Nuevo Mundo”. El año 1525 de la carta es definitivo, lo
corroboran los sucesos que allí se relatan -además de lo arriba transcrito-, pues cuenta
Pedrarias la partida de Francisco Pizarro hacia el Perú en el primer viaje (1524-1525) y que se
esperaban noticias suyas, como efectivamente había sucedido su salida de Panamá en
noviembre de 1524. Si la carta fuera de 1526 no diría lo anterior, pues ya se tenían nuevas de
la expedición. Y está lo irrefutable para establecer el año: la fundación de León y Granada en
1524, así como Bruselas. Algo que jamás se esperaría para contarlo. Además, en 1525 todavía
estaba Pedrarias en buenos términos con Hernández de Córdoba, mientras que si fuera de
1526 ya la situación había cambiado y no sería en absoluto el mismo tenor de lo escrito, ya

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que desde finales de 1525 sabía Pedrarias del acercamiento de su subalterno con Hernán
Cortés y lo deseos de Hernández de independizarse de la autoridad panameña. Y lo mismo
confirma el año el hecho de que en 1526 ya había ocurrido la muerte de Cristóbal de Olid en
Naco, y resultaría absurdo en lo de perseguir a González Dávila en Honduras, pues éste ya se
había marchado hacia México con Francisco de las Casas. De manera que estos asideros
fundamentales que ofrece la carta son para situarla en definitiva en 1525 y de ninguna
manera en 1526.
Establecida sin ninguna duda que la carta de Pedrarias Dávila es de los primeros meses
de 1525, esto obliga a plantear lo que puede ser la definitiva realidad de lo sucedido en la
fundación original de San Salvador, relacionada directamente con la expedición de
Hernando de Soto y las noticias que de ella se habrán tenido en Santiago de Guatemala.
Así, pues, sucedido el primer encuentro en comarcas hondureñas de la gente de
Pedrarias con Gil González, el capitán Hernández desde León envió al grupo de Hernando
de Soto al occidente de Nicaragua para buscarlo e internarse por la Choluteca y el
Popocatépet, pues sabían que andaba en las inmediaciones del Mar del Sur. Estos españoles
nicaragüenses no solamente iban a caminar por el oriente translempino, sino llegar hasta la
“grande población de Nequepio”, o sea Cuzcatlán, lugar donde había arribado Pedro de
Alvarado en junio de 1524 y tenido su campamento, cuando la primera incursión al presente
El Salvador. Alvarado era en esos años un enviado de Hernán Cortés y aún no tenía su
nombramiento de gobernador de Guatemala. En Cuzcatlán-Nequepio Hernando de Soto se
encontró con despojos de las tropas alvaradianas, una lombarda y algún calzado
abandonados. Y solamente aquí, en Cuzcatlán población, es el lugar probable de tal suceso
porque los castellanos de Cortés no pasaron más allá, lo cual está plenamente comprobado
por la II Carta de relación del mismo Alvarado, de julio de 1524, desde Iximché, y por el
Lienzo de Tlaxcala, en su versión del Manuscrito de Glasgow. Es imposible considerar otro
sitio para encontrar esos restos de un considerable ejército si no es en la ciudad indígena de
Cuzcatlán-Nequepio, porque solamente una tropa de importancia podría haber tenido y
luego incluso prescindido de una pieza inservible de artillería, armas tan preciadas y
valiosas, como una lombarda, un cañón pequeño, y que buen trabajo costaba acarrearlas.
Además el deshacerse de ella es señal de un combate que arruinó ese artefacto de artillería,
puede indicar un descalabro de guerra e incluso una retirada con algo de urgencia, como
habrá ocurrido en un Cuzcatlán en rebeldía, alzado y abandonado, donde únicamente
encontraron los españoles padecimientos y apuros (Alvarado, 2000: 30, 31; Recinos, íbid.
93-95). Y no es posible, según todos los datos históricos y los indicios, pensar en algún
contingente separado que haya incursionado más allá, incluso después del río Lempa, pues
con la situación difícil que encontró en Cuzcatlán jamás Alvarado habría separado sus
tropas y mucho menos privarse de una lombarda, al ser parte de la escasa y valiosa pequeña
artillería que estaba al mando del artillero Diego de Usagre. No existe, hasta la fecha,
definitivamente ningún documento, crónica ni sospecha con el más leve fundamento

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histórico para llevar a las tropas cortesianas de Alvarado más allá de la población de
Cuzcatlán-Nequepio en la primera incursión de 1524.
De Hernando de Soto puede tenerse como un hecho cierto, con documental
comprobación, por la carta de 1525, de que llegó hasta Cuzcatlán-Nequepio, pero no se
tienen datos de su estadía en la población nahua-pipil, ni de cuánto tiempo duró, ni de
dónde estuvo el real o campamento, porque la entrada de Soto lo más seguro es que no fue
pacífica, sino en combate. Hernando de Soto era un joven de alrededor de veinticuatro
años, natural de Jerez de los Caballeros, en Extremadura, de acuerdo la opinión general,
pero según el Inca Garcilaso de la Vega, el cronista peruano, lo era de Villanueva de
Barcarrota, cercana a Jerez (De la Vega, 2002: 66, 448). Era hombre brusco, violento y
arrojado, ya curtido en el Darién de Pedrarias, empecinado en labrarse el mejor destino en
las Indias, como todos, y que observó siempre un comportamiento ambicioso. Su mejor
futuro lo tuvo después en el Perú, donde amasó gran fortuna y fue de los principales
protagonistas el incidente de Cajamarca, cuando se apoderaron los españoles de Francisco
Pizarro del inca Atahualpa, en una de las más famosas escenografías históricas de la
conquista de América, el 16 de noviembre de 1532. Luego de su regreso a España, Soto fue
nombrado adelantado y gobernador de la Florida y Cuba, y murió en su épica marcha por el
sur de los Estado Unidos, a orillas del río Mississippi, en el actual Estado de Arkansas, en
mayo de 1542. Una vida plena en términos de un conquistador español del siglo XVI.
Con una personalidad así, la entrada a Cuzcatlán no pudo haber sido en paz, y
seguramente Soto y los suyos establecieron su real en algún lugar un tanto alejado después
de lo que habrá ocurrido. De ese lugar del campamento marcharon hacia el río Lempa, lo
cruzaron y salieron de nuevo en busca de Gil González Dávila. Y estando en ese sitio que la
carta de 1525 menciona como “ciudad de Toreba”, en la madrugada, el “cuarto tercio de la
noche”, como dice la carta, Gil González cayó sobre los hombres de Soto y les mató a varios
caballos y soldados, por lo que el contingente nicaragüense tuvo que rendirse y Soto darse
por preso, así como entregarle el oro que llevaba, equivalente a ciento treinta mil pesos de
oro de baja ley, probablemente procedente en parte de la entrada en Cuzcatlán. González
Dávila detuvo la lucha y aceptó la petición de paz de Soto, y permitió que volviera a León,
donde Hernández de Córdoba, mientras González, con esa victoria pírrica que había tenido,
porque hasta tuvo que dejar algunos enseres, como una bandera, unas alabardas y una silla
de montar, se marchó con diez hombres de a caballo y veinte peones hacia el norte, a
encontrarse con quien equivocadamente suponía no ser un adversario de temer, sino más
bien un amigo: Cristóbal de Olid, ya establecido en Naco, en Honduras (Oviedo, íbid. 302;
Duncan, 1996: 80, 81).
Sobre esa “ciudad de Toreba” que menciona la carta de 1525, puede pensarse en una
población en algún lugar cerca del río Torola, que nace en el presente El Salvador y forma
límite con Honduras en parte de su cauce, antes de unirse al río Lempa (se han reportado en
sus cercanías sitios arqueológicos, aunque ninguno reconocido ni investigado). La similitud
de los nombres lo da a entender así, pues no hay otro parecido en el sur hondureño o en el

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oriente de El Salvador (es también la opinión de Incer Barquero, en 2002: 177). Además,
coincide con una posible ruta de Hernando de Soto, iniciada por la Choluteca y el
Popocatépet salvadoreño, luego Cuzcatlán-Nequepio, después de cruzar el Lempa, y
volverse en busca de Gil González por el sur de Honduras.
Todo esto pudo haber ocurrido a finales de 1524, o principios de 1525, según se
determine la fundación de León en Nicaragua, pues la carta de Pedrarias dice que de allí
salieron. En Guatemala se habrá sabido del arribo de los castellanos leoneses, porque por
cualquier medio las noticias llegaban, aunque tardaran, y habrá sido después del 8 de enero
porque en esa fecha el futuro alcalde sansalvadoreño, Diego Holguín, fue nombrado regidor
del ayuntamiento de Santiago. Después de esa fecha, no consta ningún acta de cabildo de
Santiago de Guatemala, hasta el 6 de mayo. Esto mueve a especular que nada se vislumbraba
en ese día 8 de enero, recién celebrada la liturgia religiosa de la Epifanía, que unos días más
y las circunstancias llevarían a Holguín a ser nombrado alcalde de una nueva villa (Cabildo,
íbid. 13). Pero en el ayuntamiento guatemalteco no consta haberse mencionado jamás a
Hernando de Soto en Cuzcatlán, pues Alvarado no habrá querido dejar constancia escrita de
lo que seguramente consideró un agravio al conocer la presencia en estas tierras de los
enviados de Pedrarias. La llegada de Hernando de Soto a Cuzcatlán-Nequepio habrá sido el
motivo y detonante para esa fundación apresurada de una villa en los horizontes del
Cuzcatlán nahua, porque lo de 1525 solamente pudo haberse tratado de una villa formal, sin
todavía afanes materiales de poblamiento ni de adecuación urbana, únicamente un real con
cabildo, sin vecinos, excepto los soldados como tales para darle vida a lo legalmente
constituido, y de entre ellos integrado el gobierno edilicio, pero sin todo lo indispensable
para colonizar, porque no había tiempo. Una villa que cuanto antes detuviera la expansión
de Pedrarias Dávila hacia el occidente de Panamá, y ya peligrosamente desde Nicaragua, y
que pusiera límite de demarcación, pero una villa sólo existente formalmente, como un
nuevo cabildo castellano en Indias, y que no llegó a materializarse con realidad urbana
probablemente por las circunstancias de alzamientos indígenas.
Para los primeros días de mayo de 1525 existía ya ese real con cabildo que fue el primer
San Salvador, y en cuanto al sitio de la villa, por los sucesos de ese entonces, y por los
antecedentes de Hernando de Soto, no puede considerarse factible una villa en la misma
población de Cuzcatlán, o muy cerca, pues después de la llegada de los leoneses la tierra
habrá estado muy convulsionada y alzada. Entonces se impondría un campamento militar
en otro sector, con una distancia prudente, y un San Salvador que tal vez pudo haber tenido
también su primer asentamiento efímero en el mismo sitio definitivo de la segunda villa de
1528, en las cercanías del pueblo aborigen de Suchitoto, en lo que después fue la hacienda
La Bemuda, y hoy se conoce como Ciudad Vieja, lugar donde la villa permaneció hasta su
autorizado formal traslado al sitio actual, en 1545, aunque el cambio haya llevado un tiempo
más, o se haya iniciado antes. Todo señala a que una villa de San Salvador a corta distancia
de Cuzcatlán, o en él mismo, es muy improbable por los sucesos acaecidos, y el

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campamento del cabildo de 1525 habrá quedado un tanto distante, levantado entre
indígenas no contendientes.
Lo de una villa en movilidad, y para la cual se ha mencionado el lugar llamado Los
Almendros, cerca de Suchitoto, si acaso esta tradición local tiene algún asidero histórico,
sería precisamente porque esa villa sólo alcanzó a ser un campamento militar, un real sin
pobladores, solamente con tropas pero legalmente constituido un ayuntamiento con
cabildo completo, la cual que se vio obligada a cambiar de sitio (Lardé, 1960: 403). Lo
particular es que estos hipotéticos sucesos de una villa que se presenta por unos meses
como errante -según ciertas opiniones-, se centran usualmente en los alrededores del
pueblo de Suchitoto y en las proximidades de La Bermuda y Ciudad Vieja, pero no en las
inmediaciones de Cuzcatlán. Incluso el investigador Tomás Fidias Jiménez formuló una
particular hipótesis de fundación en Las Delicias, un lugar también cercano a Suchitoto
(Fidias Jiménez, 1996: 83-84). Son propuestas siempre en los muy cercanos horizontes de La
Bermuda, el único sitio donde fehacientemente documentado y sin ninguna duda ha estado
San Salvador, asentado por Diego de Alvarado, antes de su presente ubicación después de
1545, autorizado el cambio por la Real Audiencia de Los Confines.
Esta villa de San Salvador estava poblada en mal sitio, por los vecinos della se pidió se les
diese licencia para mudalla, e vista una información que se dio por su parte de la utilidad
que se seguía e daño que rresultava del mal asiento, se les dio licencia para mudalla. Según
lo dijo la carta de los oidores al emperador, desde Gracias a Dios, el 20 de julio de 1545 (en
Vega Bolaños, íbid. 1956, tomo XI: 486).
El historiador Barón Castro ha llamado a este período oscuro de San Salvador el “eslabón
perdido”, porque mucho está en el campo de las hipótesis, las preguntas continúan vigentes
y solamente se sigue contando con el dato fehaciente de que la villa existía para el 6 de
mayo de 1525 y que Diego Holguín era alcalde ordinario, así como con una citada carta de
don Pedro a los oficiales reales que gobernaban México, por ausencia de Cortés, de 5 de
junio de 1525, desde Santiago de Guatemala en Olintepeque, donde reafirmaba que tenía
fundada la villa de San Salvador (Lardé y Larín, íbid. 58). Lo demás son teorías basadas en los
acontecimientos del momento, y aquí, con todo el derecho que puede brindar la
documentación, está la presencia de Hernando de Soto, como el hecho que puso en apuros
a Pedro de Alvarado para raudo mandar a fundar legalmente la villa en el territorio de
Cuzcatlán-Nequepio, antes de que volviera la gente de Pedrarias Dávila desde Nicaragua.
Después de 1525, por los sucesos conocidos del levantamiento general indígena, esa villa
de fundación pragmática y por las urgencias del momento quedó como el derecho
adquirido de Alvarado sobre esa región y un hecho consumado, aunque la villa solamente
estuviera en el papel de sus méritos, pero cierto e innegable, mas no en la realidad material
de una tierra rebelde. Cuando envió al grupo fundador de la villa matriz en los primeros
meses de 1525, Alvarado estaba recién llegado de la guerra de Lacandón y Puyumatán, de la
que tan poco se conoce y que se vio frustrada por la imposibilidad de pasar adelante a causa
de los ríos guatemaltecos. Asimismo estaba comprometido en una inmediata guerra contra

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los mames de Chinabjul, o Huehuetenango, y la posterior toma de Zakuleu, que dirigiría su


hermano Gonzalo, así como en la guerra de Mixco Viejo. Eran días de apuros, no obstante
haber recibido el refuerzo de un nuevo destacamento llegado de México (Recinos, íbid. 107,
108, 112, 113; Fuentes y Guzmán, 1969, libro I: 281-287).
Sobre el nombre del Alvarado directamente responsable de erigir legalmente la villa de
1525, la tesis Lardé es que se trató de Gonzalo, el hermano de don Pedro, en base a ese
documento mencionado, “Crónica de las conquistas de nuestro señor Santiago en la
provincia de Guatemala” –aunque el supuesto autor del documento dijeron ser el Gonzalo
primo-, pero ningún cronista menciona jamás a Gonzalo hermano del adelantado con
relación a San Salvador, y los demás investigadores del tema siempre le dan el
protagonismo a Diego de Alvarado, del mismo clan familiar alvaradiano –un sobrino-, el
verdadero conquistador de Cuzcatlán-Nequepio, el refundador de la villa, pues fue el
capitán jefe responsable de los meses de pacificación de la región cuzcatleca. Aunque no
exista constancia documental sobre que él haya precisamente sido también el de 1525, por
todo su inmediato involucramiento en Cuzcatlán y San Salvador, y la cantidad y calidad de
información que lo avala, bien puede opinarse con toda propiedad que él pudo asimismo
ser quien estableció la primera villa (Lardé y Larín, ibid, 56; Barón Castro, ibid, 27, 28).
Gran parte de las ciudades hispanoamericanas de la primera mitad del siglo XVI nacieron
originalmente como meros campamentos de tropa en las zonas donde era urgente poblar
por razones estratégicas, además de marcar jurisdicción de conquista y presencia. Muchas
permanecieron, otras se esfumaron por decisión de los jefes y autoridades por diversas
razones. Otras fueron trasladadas y volvieron a comenzar su vida efectiva en lugares más
propicios y en tiempos más sosegados, cuando el panorama se iba aclarando en los confines
de las Indias americanas. En el caso de Santiago de Guatemala, la futura capital del reino,
desde Iximché, donde fue fundada en el campamento contiguo a la capital cakchiquel el 25
de julio de 1524, tuvo que salir después de septiembre de 1524 hacia Xepau, u Olintepeque,
luego instalarse en Comalapa y permanecer allí un breve tiempo hasta el traslado a
Almolonga y el inicio del trazado urbano el 22 de noviembre de 1527, el día de Santa Cecilia.
La ciudad habrá tenido hasta entonces el aspecto de un extenso real de soldados, un gran
campamento pero con pobladores, familias y existencia intensa por ser el centro neurálgico
de los Alvarado y sus capitanes, además de construcciones de fortuna, aunque no
definitivas, y rodeado de población indígena local y de auxiliares mexicanos de Tlaxcala,
Xochimilco, Cholula, Huejotzingo, y otros lugares. Pero en sus capítulos de traslados nunca
desapareció temporalmente, sino siguió su curso errante según las circunstancias, con vida
continua y sin romperse los eslabones de la cadena política y administrativa de su
ayuntamiento. Diferente es el caso de San Salvador, distante de Santiago, una verdadera villa
de frontera en avanzada de peligros por las revueltas indígenas, la cual era difícil de proteger
y abastecer. La villa-campamento de San Salvador tuvo que vivir su fundación y abandono
en el lugar que haya sido, pero ya jurídicamente había estado erigida y aunque en suspenso

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PEDRO ANTONIO ESCALANTE
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su vida y continuidad material, el derecho por la creación legal de un cabildo y un puñado


de vecinos-hombres de tropa estaba ya plenamente afincado para Pedro de Alvarado.
Entre 1525 y 1528 mucho sucedió en estas tierras centroamericanas; la autoridad de
Pedrarias en Nicaragua había sufrido tropiezos y era una sombra de temer, la cual
solamente se había retirado por el momento. Tampoco los afanes de Gil González Dávila
habían persistido después de la muerte de Cristóbal de Olid, en Naco, Honduras, a
principios de 1525, y por lo tanto Alvarado, que había puesto límite de jurisdicción en las
comarcas cuzcatlecas, podía ya contar con que éstas eran de su autoridad. En ausencia de
don Pedro, y en su nombre, su hermano Jorge, mientras administraba Guatemala y las
tierras conquistadas, ordenó ir a levantar la villa definitiva de San Salvador en los inicios de
1528, en lo que desde tres años atrás consideraban ya tierras con derechos inalienables de
los Alvarado. Pero también en esos meses había surgido de nuevo la misma urgencia: desde
junio de 1527 Pedrarias Dávila había sido nombrado gobernador de Nicaragua y en marzo
de 1528 estaba ya en León. No quedaba más que volver a establecer con premura la villa de
San Salvador por el temor a los intentos expansionistas del viejo gobernador, y de esta
manera el 1º de abril de 1528 la fundó Diego de Alvarado por segunda vez, pero ahora con
poblamiento y trazado urbano, además de volver a dotarla de un cabildo, que fue lo único
que pudo tener de efectivo la villa primigenia y huidiza de 1525 (Remesal, íbid. 273-281).
De esta manera San Salvador emergió en sus dos momentos históricos por la misma
razón: ser una villa de frontera, no solamente con la posibilidad de enfrentar una eventual
rebeldía indígena, sino también con la expectativa de una invasión de los españoles
nicaragüenses y por la amenazante sombra de Pedrarias Dávila, primero como
consecuencia de la presencia en Cuzcatlán de Hernando de Soto, la segunda vez por el
ingente temor de tener a un desafiante Pedrarias Dávila físicamente ya tan cercano, lo cual
no había ocurrido la primera vez porque en 1525 Pedrarias estaba en Panamá. El nuevo
gobernador en León, sin embargo haría un postrer esfuerzo para llevar San Salvador a su
demarcación, pues no olvidaba que hasta allí había llegado en su nombre el capitán Soto,
enviado por Hernández de Córdoba: hasta la “gran ciudad de Nequepio”.
En el proceso de residencia contra Pedro de Alvarado por la Real Audiencia de México en
1529, a su regreso del primer viaje a la Península –publicado en 1847, en la Ciudad de
México- de los deponentes varios confirmaron que don Pedro tenía fundada la villa de San
Salvador y que estaba poblada, entre ellos Pedro González de Nájera, Guillén de Lasso y
Andrés de Rodas, al responder a la pegunta LIX del interrogatorio: Yten sy saben quel dicho
Pedro de Alvarado pobló en las dichas provincias una villa que se dize San Salvador y
después acá syempre ha estado poblada y en servicio de su majestad. Y después de
habérsele formulado lo cargos, Alvarado, por un escrito presentado en su nombre por Juan
de Ortega, expresó: Otrosy digo que viniendo de la dicha guerra de los chontales sabiendo
que ciertas provincias muy grandes e populosas más de trescientas leguas desta Cibdad
estavan reveladas contra su servicio yo fui como capitán a las conquistar e traer a su real
obidiencia e en ellas poblé una Cibdad que se dice Santiago con cierta gente española, e

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estando en la dicha Cibdad tuve noticias de otras tierras más adelante e fue a ellas e llegué a
tierra firme que se dize de Pedrarias e hize y poblé una villa que se dize San Salvador, la cual
está pacífica y poblada en servicio de vtra. mag. donde pasé muchos trabajos e necesydades
sosteniendo la dicha guerra e gente a mi costa y por excusar prolexidad no espreso otros
muchos servicios señalados que en la guarda e conquista destas partes e fecho a vtra. mag.
de dies años a esta parte en lo qual he gastado mucho tiempo ganándole muchas tierras y
señoríos, trayéndolas a su real servicio e muchos vasallos metiéndolos debaxo de su real
dominio, como lo están aora (Ramírez, 1931a: 387, 521, 527; 1931b: 257, 261)
En 1529 ya estaba establecida permanentemente la villa de San Salvador y Alvarado
conocedor en México de lo actuado por orden de su hermano Jorge, teniente de
gobernador en Santiago de Guatemala, y por eso se dice en lo arriba transcrito que “siempre
ha estado poblada”. Pero asimismo está obviando detalles de luchas y descalabros, ya que
debía presentar el mejor rostro de conquista y no referirse a los ásperos pormenores de una
villa que en sus inicios no tuvo continuidad física, pero que legalmente tenía asidero
jurídico y formal porque se había fundado desde 1525 aunque fuera solamlente como un
campamento militar. Y esto era lo importante.
Es muy de notar lo que apuntó Alvarado en su descargo: que ya estando fundado
Santiago de Guatemala supo de otras tierras más adelante, que fue a ellas y… llegué a tierra
firme que se dice de Pedrarias e hice y poblé una villa que se dice San Salvador… (Ramírez,
1931a: 387). Puede esto confirmar que don Pedro sabía ya que hasta Cuzcatlán-Nequepio
habían arribado las tropas nicaragüenses de Pedrarias Dávila cuando ordenó fundar la villa
en 1525, y que lo daba como una amenazante extensión de Castilla del Oro del gobernador
panameño. Y contra eso fue que actuó. Lo mismo puede expresarse de la carta del 5 de
junio de 1525, dirigida a los oficiales reales mexicanos, donde puntualmente escribió que… a
la raya de pedrarias tengo fundada la villa de san salvador (Lardé y Larín, íbid. 58).
………
Sumario. Después de la entrada de Pedro de Alvarado a la población de Cuzcatlán en
junio de 1524, y su pronta retirada, la próxima llegada a la cabecera nahua-pipil fue la de
Hernando de Soto y su tropa, desde León de Nicaragua, enviados por Francisco Hernández
de Córdoba, en nombre Pedrarias Dávila, gobernador de Castilla del Oro (Panamá) en la
sección americana que llamaban Tierra Firme, que también andaba a la búsqueda de Gil
González Dávila, por la amenaza que se cernía de éste alcanzar el Mar Dulce, que había
descubierto en 1522. Este hecho motivó la inmediata fundación de la villa de San Salvador,
entre enero y abril de ese año, porque ya existía el 6 de mayo, a fin de evitar la expansión de
Pedrarias por el istmo, por tierras sobre las que Alvarado ya consideraba tener un derecho
de conquista. La primera fundación de San Salvador no fue el caso de una villa con acopio
de pobladores, trazado y labores materiales, pues por las circunstancias fue una fundación
solamente formal con cabildo integrado por los soldados de la tropa fundadora, designados
como primeros vecinos, en un campamento militar, o real, donde se guardaron las normas
legales para darle vida a una villa, pero sin haberse realizado su inmediata ubicación física,

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PEDRO ANTONIO ESCALANTE
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ya que lo importante en esos momentos era marcar urgente raya de demarcación. El mismo
caso de tantas fundaciones tempranas del siglo XVI, levantadas según las normas usuales
españolas, pero que por razones particulares no alcanzaron permanencia, o fueron
suspendidas en su existencia hasta un nuevo establecimiento. Cualquier intención de
asentar San Salvador permanentemente habrá sido detenida por la realidad de revueltas
indígenas y el levantamiento general de 1526. La villa estable ocurrirá hasta en 1528 en el hoy
sitio arqueológico Ciudad Vieja, en un pequeño valle de la futura hacienda La Bermuda,
cercana a Suchitoto, y se desconoce dónde pudo haber estado el real de 1525, pero es
probable que en la misma Ciudad Vieja, o en algún lugar aledaño, pues es muy difícil
vislumbrar por las circunstancias históricas del momento un campamento militar en la
misma población de Cuzcatlán, hoy Antiguo Cuzcatlán, o muy próximo (como lo ha
sostenido la tesis de los historiadores Lardé). Eran tiempos de rebeliones y la cabecera
nahua habrá estado en la misma situación. Posteriormente, al conocerse el nombramiento
de Pedrarias como gobernador de Nicaragua y su llegada León, y estar la tierra un tanto
pacificada, Jorge de Alvarado tomó la decisión de volver a establecer la villa, con la premura
que imponía la presencia del gobernador en León de Nicaragua, y así, el 1º de abril de 1528
Diego de Alvarado la erigió al pie del cerro Tecomatepe, en Ciudad Vieja. Con la villa de San
Salvador se procuró poner límite de jurisdicción con Pedrarias Dávila, quien pretendía tener
derechos sobre Cuzcatlán, llamado Nequepio en Nicaragua y Panamá, pero una frontera
todavía no definitiva y final, pues el gobernador nicaragüense después de su arribo iba de
nuevo a cuestionarla y disputarla, pero esta vez por las armas, aunque con pretexto de un
afán de poblamiento del oriente translempino. Con base en la trascendental carta de abril
de 1525, de Pedrarias Dávila, desde Ciudad de Panamá, algunas interrogantes sobre los
primeros días de San Salvador y las causas de su fundación pueden considerarse con un
principio definitivo de respuestas.
……….
La guerra de Nequepio.
Pedrarias Dávila estaba desde marzo de 1528 ya como gobernador en propiedad de
Nicaragua, y cualquier apetencia de tierras fuera de su jurisdicción podía prosperar con su
presencia en León. Y aquí entraban en juego tanto Cuzcatlán-Nequepio como la banda
oriental translempina salvadoreña. Con astucia y decisión había ido apartando a
contrincantes y enemigos, como lo hizo tiempo atrás con Francisco Hernández de Córdoba,
que había entrado en comunicación con Hernán Cortés, mientras éste estaba en Honduras,
y sucumbido Hernández a la tentación de un intento de quedarse con la gobernación
nicaragüense y hacer a un lado a Pedrarias, en lo que tuvo que ver un enviado de la Real
Audiencia de Santo Domingo, el fiscal Pedro Moreno. Al verse alentado en su deseo,
Hernández, a finales de 1525 lo había hecho saber a los vecinos de León e inmediatamente
los opositores al proyecto surgieron dirigidos por el elegido alcalde mayor leonés, que era el
mismo Hernando de Soto, quien fue puesto preso por Hernández. La misma noche de su
detención, liberado por sus amigos encabezados por Francisco Compañón, partió Soto

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PEDRO ANTONIO ESCALANTE
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inmediatamente a Panamá a advertir a Pedrarias de lo que sucedía, adonde llegó en enero


de 1526.
El resultado inmediato de las furias de Pedrarias fue preparar tropas y salir él mismo
hacia Nicaragua, pero antes enviar, desde la isla de Chira, a un destacamento para apresar a
Hernández, al mando de Martín Estete, quien lo realizó con artimañas en la ciudad de
Granada. Luego, al arribar a mediados de 1526, Pedrarias lo mandó a degollar en la plaza de
León, con lo que se repitió lo de la desgraciada ejecución de Núñez de Balboa en Acla.
El capitán Francisco Hernández, teniente general del gobernador Pedrarias Dávila, y muy
acepto y querido, fue por su mandado a Nicaragua, donde se dio muy buena maña, y era
gentil e hábil poblador. Éste fundó las ciudades de León e Granada, con sendas fortalezas en
la costa de la gran laguna, e repartió e encomendó los indios a los pobladores cristianos;
estaba muy bien quisto comúnmente de todos los españoles, excepto de algunos capitanes,
que le enemistaron de tal manera con el gobernador Pedrarias, que fue desde Panamá a le
buscar, e le hizo un proceso a la soldadesca (que son otros términos apartados del estilo de
los juristas), e le hizo cortar la cabeza (…) e yo lo vi después que muchos le suspiraban e
loaban de buen poblador, e culpaban a sus émulos de maliciosos y envidiosos, e a Pedrarias
de inconstante e acelerado e mal juez. Perdone Dios a todos (Oviedo, íbid. 347).
A su regreso a Panamá, en febrero de 1527, Pedrarias tuvo que enfrentar la realidad de su
remoción como gobernador de Castilla del Oro y la presencia de uno nuevo, de lo que ya se
había enterado en Nicaragua. El personaje que apareció en la gobernación panameña fue
Pedro de los Ríos, llegado el 30 de julio de 1526 a Nombre de Dios. La Corona sabía desde
tiempos atrás de las exacciones de Pedrarias por múltiples denuncias llegadas a la Península,
en lo que el cronista Fernández de Oviedo tuvo gran protagonismo, y se había realizado el
nombramiento de Ríos por real provisión de octubre de 1525, con cargo de tomarle juicio de
residencia a Pedrarias (Molina Argüello, íbid. tomo III: 166-170).
Una anterior residencia a Pedrarias, realizada por el juez Juan Rodríguez de Alarconcillo,
fue una burla, al decir de Oviedo, y ahora el viejo “furor de Dios” tenía que vérselas con esta
nueva que realizaría el juez Juan de Salmerón, quien iba por alcalde mayor de Pedro de los
Ríos. Mientras se realizaba el proceso, Ríos hizo un viaje a Nicaragua, durante el primer
semestre de 1527, pero en León la situación se había alterado con la aparición de un
pretendiente a la gobernación: Diego López de Salcedo, nombrado gobernador de
Honduras por real provisión del 20 de noviembre de 1525, con el apoyo de la Real
Audiencia de Santo Domingo. López de Salcedo alegaba que el territorio de Nicaragua le
pertenecía y tenía partidarios en León, cuyo ayuntamiento lo reconoció como gobernador
en mayo de ese 1527, y ante lo cual Pedro de los Ríos se doblegó, lo aceptó y no le quedó
más que volver a Panamá (Molina Argüello, íbid. 199-202; Oviedo, íbid. 367). Durante la
época de López de Salcedo llegó a Nicaragua el cronista Gonzalo Fernández de Oviedo, su
pariente, que estuvo todo 1528 y partió en mayo de 1529 hacia Panamá, y quien dejó en su
“Historia general y natural de las Indias” muchos comentarios sobre la tierra nicaragüense,

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PEDRO ANTONIO ESCALANTE
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así como escribió sus destructoras opiniones sobre Pedrarias Dávila, fomentadas por esa
amistad del historiador con el gobernador Salcedo.
Pedrarias salió airoso de su residencia y logró ser nombrado en la nueva gobernación de
Nicaragua, que la Corona consideró no estar incorporada a Castilla del Oro y la dotó de vaga
demarcación y equívocos términos propios. En este nuevo cargo -un triunfo sobre sus
enemigos- tuvo mucha incidencia la actividad desplegada por la esposa de Pedrarias en
España, la admirable Isabel de Bobadilla, relacionada con la alta nobleza, como amiga que
fue de la reina Isabel la Católica. Y con la prontitud de una real cédula del 16 de marzo de
1527, y de una real provisión del 1º de junio de ese año, Pedrarias Dávila fue instaurado como
gobernador en la Nicaragua recién creada, pero sin todavía especificar sus límites (Molina
Argüello, íbid. tomo V: 193-199, Vega Bolaños, íbid. 200-235). En marzo de 1528 Pedrarias ya
había tomado posesión de su cargo y se encaró con López de Salcedo, al que después de un
inicial buen trato encerró en la cárcel por varios meses, en la fortaleza de León, con una
actitud que podía preludiar lo recién ocurrido con Hernández de Córdoba. Ni siquiera se le
permitió al dominico fray Diego Álvarez de Osorio, nombrado Protector de los Indios, y
luego primer obispo en 1531, comunicarse con él. Al fin, la víspera del día de Navidad lo
puso libre, y en enero de 1529 firmó Pedrarias con él un convenio sobre límites entre las dos
gobernaciones de Nicaragua y Honduras. Un punto álgido y de confrontación entre ambos
no solamente era el territorio adyacente a los grandes lagos, sino también el cuzcatleco
Nequepio, que los dos consideraban comprendidos en su demarcación (Castro Vega, 1996:
181). Los dos gobernadores acordaron saldar sus disputas con el pago de mil pesos de oro, a
favor de Pedrarias, y que Salcedo se marchara definitivamente –pronto moriría en
Honduras-.
El acuerdo de límites fijó borrosas y confusas fronteras entre los gobernadores, que
corrían desde el Puerto de Caballos hasta el golfo de Fonseca, con cien leguas al occidente
por la costa norte que incorporaría para si Nicaragua, así como otras cien por la costa del
Mar del Sur, además de lo que en adelante se pudiese ensanchar el territorio con nuevos
descubrimientos (Milla, 1963, tomo I: 307; Rubio Sánchez, 1977: 18). En un desorden de
redacción y confusa orientación de rumbos, propios de la naciente geografía americana, el
convenio fue firmado con mención en él de otro nombre que había tomado por un tiempo
el Puerto de Caballos: La Natividad, por la villa de la Natividad de Nuestra Señora, fundada
por Hernán Cortés en 1526, en la misma bahía de Caballos.
…..de León al puerto de la Natividad cien leguas de norte a sur, y de Chorotega, llamado
Fonseca por otro nombre, hasta Puerto Caballos setenta leguas de norte a sur, y cien leguas
por la costa del Mar del Norte, con una distancia igual por la costa del Mar del Sur, y
cualquiera otro descubrimiento que suceda (en Herrera y Tordesillas, citado por
Chamberlain, 1953: 23). Un gran territorio que dejaba prácticamente al futuro El Salvador
dentro de la Nicaragua de Pedrarias Dávila, y por consiguiente a la villa de San Salvador
vulnerable a sus afanes expansionistas.

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PEDRO ANTONIO ESCALANTE
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Con fecha 17 de marzo de 1529, Pedrarias y sus oficiales, en cuenta el nuevo alcalde
mayor, contador y teniente de gobernador, Francisco de Castañeda, como pronta y directa
consecuencia del acuerdo de límites de dos meses atrás con López de Salcedo, salieron a la
plaza de Armas de León a pregonar la expedición armada hacia Nequepio, la cual sería
encabezada por Diego Albítez. El pregonero fue Juan Martín de Talavera y como el
escribano que dio fe del acto actuó Bernardino de Valderrama (Guido Martínez, íbid. 131).
Por fin Pedrarias iniciaría la expansión querida hacia el occidente de su propio gobierno, y
en cierta manera reparar el ultraje que consideraba la inmediata presencia de los Alvarado
en el istmo.
Sepan todos los vecinos y moradores estantes y habitantes en esta ciudad de León y
Granada y provincias de Nicaragua, como el muy magnífico señor Pedrarias Dávila,
lugarteniente, capitán general y gobernador en estas dichas partes y provincias de Nicaragua
por su majestad, con acuerdo de los señores oficiales de su majestad que en estas partes
residen, viendo los trabajos que en servicio de su majestad han pasado todos los dichos
vecinos y moradores de estas dichas partes y lealtad con que han servido a su majestad, ha
acordado de enviar al capitán Diego Albítez a poblar los límites de esta gobernación, entre
Chorotega Manalaca y Nequepio, en la parte más rica y mejor y más abastecida y poblada de
más indios, para repartirles y poderles satisfacer en algo lo que han servido a su majestad,
por ende que todos los que quisieren ir a servir a su majestad en el dicho viaje con el dicho
capitán Diego Albítez se vayan a inscribir a la posada del dicho capitán, ante el escribano
que él nombrare para ello, hasta doscientos hombres de caballo y de pie, que han de ir para
que inscritos se provea lo necesario con mucha brevedad, antes que entren las aguas (en
Vega Bolaños, íbid. 507).
Francisco de Castañeda era otro protagonista que recién había hecho su entrada en el
teatro de los acontecimientos nicaragüenses, nombrado por real provisión del 29 de marzo
de 1527 (Molina Argüello, íbid. 222-224). Castañeda iría poco a poco cuestionando y
suplantando en autoridad al anciano y ya tullido Pedrarias, que para salir de su casa tenía
que ser llevado en silla de manos, pero siempre con el mismo temple. Castañeda, a los
pocos días de haberse pregonado la expedición, remitió carta al emperador con fecha 30 de
marzo, con información sobre el estado en que encontró la tierra y asimismo le
mencionaba la empresa que se preparaba con acentos de poblamiento y para hacer acopio
de lugares de minas.
…..yo hice información de testigos a donde podría ir un capitán e alguna gente de la que
aquí está sin tener qué hacer, que vuestra majestad fuere servido y ellos aprovechados, e
nueve testigos que tomé concluyeron como hombres de vista que anduvieron con Gil
González Dávila y otros capitanes calando esta tierra, que cincuenta leguas de aquí, entre
Chorotega Menalaca y Nequepio se podría hacer un pueblo de cristianos, hacia la sierra
donde creen que hay minas porque vieron algún oro en poder de indios y vieron muchos
pueblos muy poblados de indios y tierra fértil, la cual información yo presenté al
gobernador y oficiales de vuestra majestad, como aparece en el testimonio que aquí envío, y

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PEDRO ANTONIO ESCALANTE
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luego se proveyó que vayan doscientos hombres y por capitán de ellos Diego Albítez, que es
un capitán práctico, que ha servido en estas partes a vuestra majestad mucho tiempo, y
pueble entre Nequepio y Chorotega Menalaca, dentro de esta gobernación en lo mejor que
le pareciere do haya mejor disposición de minas, el cual está haciendo la gente para se
portar, plega a Dios suceda como todos deseamos, porque Dios nuestro señor e Vuestra
Majestad sean muy servidos (en Vega Bolaños, íbid. 482, 483).
La intención original que se expresa en la anterior carta era la de erigir una población de
españoles entre Chorotega Menalaca y Nequepio, lo cual la ubicaría a medio camino, o sea
en el oriente salvadoreño, pues era entre Cuzcatlán y Chorotega, o Choluteca, con este
nombre unido al de Menalaca, o Malalaca. Un nombre éste que se mostrará genérico para
buena parte de la sección translempina, con inclusión del Popocatépet y la Choluteca. No
era aparentemente la intención de Pedrarias el llegar hasta la villa de San Salvador, o no se
decía, pero la realidad en el próximo futuro se mostrará diferente y el río sería cruzado.
Un dato particular de la carta de Castañeda de 30 de marzo es mencionar la presencia de
nueve hombres que anduvieron con Gil González Dávila en esos parajes de Malalaca, y que
atestiguaron sobre la existencia de buenas tierras, muchos indígenas y de oro en las sierras,
lo que podría ser un principio de probabilidad para aceptar que González Dávila sí estuvo a
finales de 1524 en el oriente salvadoreño, antes de su encuentro con Hernando de Soto en
Toreba, además de aquella lejana posibilidad de un arribo al golfo de Fonseca en 1522-1523,
cuando marchó por tierra, separado de la expedición náutica de Andrés Niño. Al
mencionar la carta lo de poblar a cincuenta leguas de León, entre Nequepio y Chorotega
Menalaca (Malalaca), la indicación sugiere incluso un lugar cercano a los parajes donde se
fundará después San Miguel de la Frontera, y que los nueve testigos de Castañeda
aparentemente ya conocían (Guido Martínez, íbid. 131).
En León, pues, se organizaba la entrada del grupo armado a las tierras contiguas a la
jurisdicción de Pedro de Alvarado, quien por ese entonces se encontraba en México
encarando su proceso de residencia a la vuelta del viaje a España, donde por real provisión
del 18 de diciembre de 1527 se le había otorgado el nombramiento de gobernador y capitán
general de Guatemala y sus comarcas, así como se le había concedido la facultad de usar el
calificativo de “don” antes de su nombre. En Guatemala había dejado al mando a los alcaldes
ordinarios Pedro de Portocarrero y Hernán Carrillo. A su regreso a México, a principios de
julio de 1528, y después de haber enterrado a su primera esposa Francisca de la Cueva,
inhumada en Veracruz, la audiencia, presidida por Nuño de Guzmán, le había iniciado
proceso. Era mucha la buena fama de la que gozaba y la envidia que despertaba, y
demasiado el abundante lujo del que hacía gala, como para no hacer brotar acentuadas
malquerencias entre los oidores mexicanos, también enemigos de Hernán Cortés. Desde
México había enviado don Pedro poder a su hermano Jorge de Alvarado para que se hiciera
cargo de en su nombre de Guatemala como lugarteniente de gobernador, pero la audiencia
comisionó como juez de residencia y con nombramiento de capitán general a Francisco de

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Orduña, quien tomó posesión en agosto de 1529 del gobierno en Santiago, ya asentada en
Almolonga.
Mientras tanto los preparativos de invasión se llevaban a cabo en León, pero se había
declarado una abierta contienda entre Pedrarias y Castañeda, quien ya imponía su
desafiante presencia y autoridad de alcalde mayor. En una reunión del 2 de septiembre se
trató el tema de la empresa que estaba pregonada y en final organización para salir hacia el
occidente. En ella se contempló la conveniencia de enviar a pobladores sin oficio y carentes
de propiedad a poblar y vivir en esos difusos parajes, así como localizar nuevos sitios de
minería. Asistieron ambos personajes, además de otras autoridades leonesas, como el fraile
Álvarez Osorio, Protector de Indios, el tesorero Diego de la Tovilla, el factor y veedor Alonso
Peña de Valer, y aquí Pedrarias propuso que la dirigiera su fiel Martín Estete y ya no Diego
Albítez. Todos votaron a favor de la propuesta del gobernador, excepto el alcalde mayor
Castañeda, quien no consideraba oportuno realizar la expedición mientras no se agotaran
las minas que ya se trabajaban, y además no tenía una buena opinión de Estete y no
aceptaba que encabezara el contingente armado. El primer día de octubre siguiente, en otra
reunión, ya con la voluntad del gobernador aceptada y las tropas preparadas, se debatió el
asunto del fierro de marcar esclavos indígenas que se acordó se le entregara a Estete,
siempre con la oposición de Castañeda, quien no quiso asistir al cónclave. Para lo de la
entrega del fierro se volvió a hacer hincapié en que el viaje era hacia un lugar intermedio
entre Chorotega Menalaca y Nequepio, nada de San Salvador, y que por la lejanía era
preferible llevar dicho fierro en una caja pequeña, con tres llaves. La hueste de Estete se
preparaba no sin controversia con los mismos pobladores nicaragüenses, pues creó
problemas entre los vecinos por los indígenas libres que fueron forzados a integrarla,
arrebatándolos de los repartimientos y llevados en cadenas (Guido Martínez, íbid. 189-193).
De esta manera el viaje no comenzó con buenos presagios, hubo mucho disgusto entre sus
integrantes y la manifiesta oposición de Castañeda, así como la abierta contienda con otros
capitanes, tal Hernando de Soto.
En la demarcación alvaradiana, con la villa de San Salvador ya establecida definitivamente
por Diego de Alvarado en el valle de La Bermuda (Ciudad Vieja), su situación era la de
primera línea de vanguardia de la corriente conquistadora originalmente mexicana. Desde
la villa se habían integrado grupos en armas que fueron a luchar contra los alzamientos
indígenas que se sucedían, tal el conocido caso del peñol-fortaleza de Cinacantan, en las
cercanías del núcleo indígena de Tamanique, en la costa del océano, muy cerca del sector
del Rostro Fragoso, como lo llamó Andrés Niño en 1522; así como fueron a pacificar los
brotes rebeldes en Nahuizalco y Masáhuat, y una desconocida guerra de Guaymoco, que
citó el cronista Francisco Antonio de Fuentes y Guzmán (Fuentes y Guzmán, íbid. libro II:
108).
Asimismo se había realizado en la villa la inicial distribución de pueblos indígenas de
repartimiento a los habitantes, pero Jorge de Alvarado los hizo compartir por un tercio con
vecinos de Santiago de Guatemala, lo que ocasionó agudo malestar. Esto fue motivo para

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que los pobladores de San Salvador, que se sintieron defraudados, buscaran nuevas
secciones del territorio para establecer repartimientos, en el sistema de encomiendas, entre
los nativos que llamaban chontales (los no hablantes de náhuat), y de esta manera, en busca
de pueblos para ser repartidos y encomendados, atravesaron el río Lempa bajo las órdenes
de Diego de Alvarado, que comenzó a dar a los de San Salvador los pueblos del oriente
(Barón Castro, íbid. 120). Para julio de 1529, cuando los tributos de poblaciones indígenas
estaban ya dados a vecinos sansalvadoreños, aunque algunos lo fueran sólo formalmente y
en el papel, los Alvarado podían considerar que el Popocatépet estaba ya siendo puesto en
jurisdicción de Guatemala por las entradas realizadas y las faenas de pacificación. Pero
asimismo por entonces habían comenzado los alzamientos de esta parte translempina que
no se dejaba domeñar con facilidad, lo que se extendió a la época en que llegó Diego de
Rojas como justicia mayor y teniente de capitán general, enviado por Francisco de Orduña,
y quien para septiembre de 1529 ya estaba en funciones en San Salvador.
Rojas organizó una pequeña fuerza de alrededor de treinta hombres, de ellos quince de a
caballo, y atravesó en canoas el Lempa con dificultades, con los indígenas a la espera en la
otra orilla. Los aborígenes fueron a hacerse fuertes al peñol de Ucelutan, un sitio junto al
pueblo de Usulután, o cerca de él, probablemente en las cercanías del volcán, donde les
pusieron cerco. Y así, estando a la espera de desalojarlos, Rojas se enteró de que se acercaba
un gran ejército desde el oriente, por lo que salió a su encuentro con un grupo de
compañeros. Era Martín Estete que llegaba desde León con las tropas de Pedrarias Dávila.
El gobernador nicaragüense había ordenado la salida de su gente pero ya no con Diego
Albítez, sino como se habia acordado, bajo el mando de Estete, y partidos en los últimos días
de noviembre, pues con fecha 25 de ese mes, en otra carta al emperador, le comunicaba
que en vista de la necesidad de indígenas de repartimiento para sustentar a los vecinos de
León y Granada, había urgencia de continuar con las pacificaciones, pues de lo contrario los
españoles podían abandonar la gobernación e irse a lugares donde se sabía de minas y
abundantes tierras, por lo que… para que vuestra majestad fuese servido y estas partes se
pueblen, ennoblezcan y no se fuese la gente a otras, por las noticias que hay de minas de
oro y buenas tierras entre las provincias de Chorotega Malalaca y Nequepio, dentro de los
límites de esta gobernación que yo descubrí en nombre de vuestra majestad, envío al
capitán Martín Estete con cierta gente de caballos y de pie, que me pareció convenía poblar
un pueblo, el cual tiene hecha la gente y partirá de aquí en fin de este mes, placiendo a Dios,
al cual plazca se acierte como todos tenemos el deseo de servir a vuestra majestad y a los
indios de aquellas provincias vengan al verdadero conocimiento de nuestra santa fe católica
y obediencia de vuestra majestad y que estas partes sean remediadas (en Vega Bolaños, íbid.
285).
Ambas gobernaciones querían el oriente salvadoreño; Guatemala se iba apoderando de
él, mientras Nicaragua lo consideraba ya suyo por derechos provenientes de los
descubrimientos y exploraciones y por la capitulación firmada en enero de ese mismo año,
1529, entre Pedrarias Dávila y López de Salcedo. Las dos jurisdicciones, en proceso de

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ordenación territorial y de definir sus jurisdicciones, buscaban dilatarse y apoderarse de


nuevos grupos indígenas que por los repartimientos tributaran y prestaran servicios a los
vecinos de las ciudades, convertidos en encomenderos.
Según el tenor de la anterior carta de Pedrarias, y del ambiente de cuando se pregonó la
empresa en León, en marzo, y después lo informó Castañeda a la Corona, en realidad el
grupo, ahora al mando de Estete, no tenía abiertamente la intención de llegar hasta lo que
antes habían llamado la “gran ciudad de Nequepio”, o sea la población indígena de
Cuzcatlán y la región occidental, sino que lo que se buscaba era anexar en definitiva la parte
oriental salvadoreña, el Popocatépet, y poblar la región. Esto era lo que se había pregonado y
hecho público, pero al conocer a Pedrarias y sus tantas veces retorcidas intenciones, no
sería nada de extrañar que hubiera previamente ordenado a Estete el llegar hasta la villa de
San Salvador y tratar de incorporarla a Nicaragua, porque de otra manera es difícil pensar
que Estete se hubiera extralimitado en algo tan flagrante y peligroso como alcanzar la villa, a
menos que tuviera la plena aquiescencia de Pedrarias y a sabiendas del litigio que se iba a
entablar con Guatemala. Es que siempre habrá rondado en la mente del viejo gobernador el
hecho de haber estado Hernando de Soto en el corazón mismo de Cuzcatlán-Nequepio,
que ahora ya tenía como cabecera a la nueva villa castellana salvadoreña.
Diego de Rojas, en Usulután, que había logrado entablar pláticas con los sitiados
indígenas del cercano peñol, cuando supo de las tropas españolas que llegaban de la parte
del levante dejó a los soldados en el cerco del peñol y con acompañamiento de cuatro de a
caballo y de unos cuantos peones e indígenas de servicio fue a su encuentro, con el
resultado de haber sido Rojas tomado preso por Estete. Los vecinos de San Salvador se
enteraron de lo que sucedía por indígenas que llevaron la nueva. Los nicaragüenses
atravesaron el río Lempa y marcharon hacia la villa, donde probablemente estaban ya a
finales de diciembre de 1529. El alarmado ayuntamiento de la villa envió un emisario a
Santiago a dar cuenta de lo que sucedía; este enviado ha sido citado con el nombre de
Miguel Estal, también como Miguel González, y asimismo identificado como el mismo
encomendero Miguel Díaz Peñacorba (Cabildo, íbid. 147; Fuentes y Guzmán, íbid. 108; Lardé
y Larín, ibid, 92). Eran alcaldes ordinarios en San Salvador Antonio Docampo y Sancho de
Figueroa. La tardanza y pasmosa lentitud con que se va a ventilar el asunto de la invasión a la
villa en el ayuntamiento de Santiago –por lo menos según consta en las actas de cabildo de
la ciudad-, da en qué pensar sobre los verdaderos motivos que tuvo Orduña para no haber
actuado con la urgencia que el caso ameritaba.
Fue hasta en la sesión de cabildo del 12 de febrero de 1530 que en Guatemala se discutió
formalmente lo que sucedía en San Salvador, según las actas de cabildo que se conservan, y
que había llegado ese Miguel Estal con una carta del ayuntamiento de San Salvador, donde
se comunicaba la llegada de Estete, que tenía preso a Rojas y a otras diecisiete personas, y
que se proponía incorporar a la villa en la jurisdicción nicaragüense de Pedrarias. Por lo cual
los sansalvadoreños suplicaban se proveyese con urgencia cuanto antes. En esa fecha no se
sabía en Santiago exactamente en qué lugar se encontraba Estete y si había salido de la villa,

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PEDRO ANTONIO ESCALANTE
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y fue esta duda un pretexto para comenzar a atrasar el ingente expediente que tenían en sus
manos los alcaldes y regidores, pues lo que se acordó fue no enviar a ningún emisario con
carta de justicia ordenando su desalojo mientras Estete no remitiera provisión o cédula que
lo autorizara para permanecer en San Salvador y sus términos (Cabildo, íbid. 147). Sin
embargo se despachó a un emisario con carta de Orduña para entablar conversaciones con
el representante de Pedrarias Dávila.
En la sesión de cabildo del 28 de febrero el tema se trató de nuevo. Había regresado el
enviado con una carta de Estete y con la negativa de abandonar las tierras de Cuzcatlán-
Nequepio, por lo que Orduña pidió a los regidores hacer la consulta a la audiencia de
México para que ésta decidiese lo conveniente. En la reunión habían comparecido muchos
vecinos de Santiago, además de los alcaldes y oficiales, y la decisión fue esta vez más
enérgica por considerarse que la llegada de Estete era una intromisión en tierras que los
guatemaltecos habían conquistado y poblado desde hacía seis años, lo que retraía ese lapso
a 1524, año de la primera entrada de los Alvarado, por lo que Pedrarias no tenía ningún título
sobre ellas. Asimismo se opinó sobre la urgencia de que Orduña fuera a visitar
personalmente los límites de la demarcación de Guatemala:… que es hacia la parte de
Choluteca, los cuales términos llegan de aquel cabo del río grande que se dice de Lempa. E
si hallaren que algunos personas de hecho, e sin facultad de su majestad o de otra persona
que para ello tenga poder, les han derribado o hollado sus mojones e límites, o se los
quieren usurpar o tomar por fuerza, lo tornen a alzar, en meterles en la posición de los
dichos términos que aquí tienen tanto tiempo ha (Cabildo, íbid. 155). Es que para principios
de 1530 ya San Salvador se consideraba haber extendido sus términos plenamente hasta
más allá del Lempa, por las incursiones realizadas en el oriente, inicialmente al mando de
Diego de Alvarado, quien ese día de cabildo de Santiago de Guatemala allí estaba presente y
puede haber sido el mejor acicate para que el ayuntamiento al fin decidiera algo urgente
sobre la villa, de la que Diego era el fundador directo y el responsable de las primeras
entradas en el Popocatépet ultralempino.
En la misma reunión del día 28 se le pidió a Orduña que enviara a Gonzalo Dovalle,
alcalde ordinario de Santiago, a San Salvador. Orduña accedió al pedido e incluso manifestó
ir él mismo a expulsar a Estete junto con una bien pertrechada tropa, no solamente porque
se trataba de encarar al ejército de Pedrarias Dávila, sino porque en parajes no muy
distantes había en esos momentos una región en guerra, la de Esquipulas, Mita y de las
cercanía del lago de Güija, donde estaban combatiendo los españoles a las órdenes de Pedro
Amalín y Hernando de Chávez. Para juntar a la gente armada se ordenó dar un pregón para
llamar voluntarios. Pero el 2 de marzo, en una continuación de la sesión y acta del 28 de
febrero, el escribano Antón de Morales, apuntó que únicamente se había logrado reunir
alrededor de setenta hombres, por lo que Orduña expresó que así no iba, pues la gente de
Estete era mucho más numerosa y con ese número tan exiguo incluso peligraba que el
mismo capitán Estete llegara hasta Santiago de Guatemala. Acto seguido se le pidió el
parecer al alcalde Dovalle, quien contestó sobre San Salvador que… le duele la perdición (…)

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porque los vecinos de ella lo han trabajado e conquistado lo que tienen e posee (Cabildo,
íbid. 156). Que si se lo ordenaban estaba dispuesto a ir en persona, pero que como alcalde su
primer obligación era Santiago de Guatemala, por lo que pedía que el encargado de acudir a
San Salvador fuera Orduña, pero dejando resguardada la ciudad.
Al final de la reunión se acordó designar al capitán Francisco López para el mando de las
tropas que irían a San Salvador. Pero ahí quedó todo y la discusión continuó en la sesión de
cabildo del día siguiente, 3 de marzo. En ésta se dio lectura a una carta que había enviado
Estete, cuyo contenido extrañamente descalabró lo aprobado el día anterior, o sea por algún
motivo grave desistir de que fuera el capitán López con gente armada a San Salvador. El
tenor de esa misiva debe haber tenido suficientes argumentos de peso como para que el
medroso y desorientado ayuntamiento de Guatemala acordara no actuar de inmediato
contra los de Pedrarias, y que se consultara lo pertinente a la Real Audiencia de México y se
esperara lo que ella decidiera –se supo únicamente de una aparente actitud conciliadora de
Estete en la carta-. Sin embargo, el regidor Francisco de Castellanos fue del parecer que el
viaje de Orduña a San Salvador no debía detenerse, pues le constaba que las tierras por las
que había marchado Estete eran términos de San Salvador y la villa parte de la nueva
gobernación guatemalteca. Y también estaba el temor de que los mismos vecinos de la
población acabaran accediendo a reconocer la autoridad de Pedrarias Dávila. Pero la
opinión de Castellanos no hizo mella en la opinión general de los asistentes y del mismo
Orduña, y así el viaje hacia San Salvador se suspendió para mientras llegaba la contestación
de la audiencia mexicana, e incluso se decidió enviar a un emisario a México, para reiterarle
a la audiencia que proveyese y dictaminara el proceder. Además… caso que quisiese ir a
Cuscatán no había gente para llevar e dejar en guarda desta dicha ciudad (Cabildo, íbid. 158).
Es extraño y desconcertante la manera como se trató la invasión de Estete en Guatemala,
sorprende la manera como se le dio largas a lo que parecía ser tan urgente, así como la
actitud dilatoria y fría de los munícipes guatemaltecos, que, con una o dos excepciones,
actuaron con impavidez frente al peligro que tenían casi a sus puertas. Un movimiento de
fuerza de un Estete disgustado y con esa apatía guatemalteca hubiera entrado a la misma
Santiago, al pie del volcán de Agua. Se ha hecho énfasis en que Orduña no tenía en realidad
interés en conservarle incólume el territorio a Alvarado y que por ello no demostró ninguna
diligencia en esos días, y también el hecho de que sencillamente tuvo miedo de los
nicaragüenses, como lo dan a entender las actas de cabildo. Pero también está la
probabilidad de que en realidad el ayuntamiento de Guatemala haya tenido sus dudas sobre
los derechos de Alvarado sobre San Salvador y aceptado un principio de verdad en las
alegaciones de Pedrarias por medio de las cartas de Estete. Porque da mucho en qué pensar
que hasta se haya consultado a la audiencia en México, lo que no se habría llevado a cabo si
el derecho de Guatemala sobre San Salvador hubiera estado firme y carente de toda duda.
Es decir que el ayuntamiento de Santiago dudó de sus títulos sobre la villa ante lo aducido
por Estete en esas cartas cuyo contenido se desconoce y lo mejor, entonces, era que fuera

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dilucidado el asunto por oidores mexicanos. Hasta ahora no hay constancia de la respuesta
que éstos dieron, si es que acaso resolvieron.
Mientras tanto, en San Salvador el ayuntamiento se había opuesto tenazmente a
reconocer la autoridad de Pedrarias Dávila y a Estete no le quedó otro camino que retirarse
de la villa e irse a instalar con su gente en las goteras de la población, dos leguas al sur, cerca
del pueblo indígena de Perulapán, donde erigió la Ciudad de los Caballeros, así llamado el
asentamiento que nada más fue otro real con cabildo, como lo había sido San Salvador en
1525, ahora con un alter ego en esa efímera y fantasmal ciudad, pero que sí tuvo vida legal
(Lardé y Larín, íbid. 93; Juarros, 2000: 180). Por fin, en fecha no precisada, pero ese mes de
marzo, 1530, salió de Guatemala la tropa de Francisco López, compuesta de cien de a caballo
y un número parecido de peones. No fue Orduña con ellos, sino que quedó en Santiago, a
pesar de que varios autores así lo han escrito, y aun igual se creyó en su momento en León
de Nicaragua (Barón Castro, íbid. 161). López llegó con su tropa a San Salvador y se dirigió
hacia la inmediata Ciudad de los Caballeros que encontraron vacía, pues el campamento
había sido levantado y huido el ejército de Estete, pero llevándose a unos dos mil indígenas
como esclavos, producto de las entradas y razias en los pueblos cercanos a que se
dedicaron en el tiempo perdido por causa de los funcionarios guatemaltecos. Hasta había
ocurrido el ahorcamiento de un procurador nombrado para la población recién creada, de
entre los mismos nicaragüenses, que se le opuso al capitán de Pedrarias.
Los leoneses huyeron hacia el Popocatépet, después de salvar el Lempa, hasta que la
gente de Francisco López los localizó en un lugar no precisado, pero Estete prefirió huir con
un grupo de fieles mientras el resto permaneció a la espera de los guatemaltecos y
sansalvadoreños, prácticamente abandonados por su jefe. Al encontrarse y no haber ningún
combate, los de Pedrarias que así lo decidieron regresaron a Nicaragua, mientras unos
noventa optaron por cambiar de rumbo y marchar hacia Guatemala, donde llegaron en la
Pascua de Resurrección. Pero no tan solos marcharon hacia el oriente Martín Estete y los
suyos, porque llevaron consigo a cierto número de indígenas hechos esclavos y herrados,
no la cantidad que se dijo haber inicialmente tomado, pero sí varios que después
aparecieron en León donde se decía que provenían de la guerra de Nequepio.
Como resultado de esa guerra de Nequepio, está el caso de una indígena llamada Elvira, o
Elvirilla, cuzcatleca, un asunto mencionado en el expediente de la residencia que rindió el
alcalde mayor Francisco de Castañeda después de la muerte de Pedrarias, posteriormente a
la llegada del nuevo gobernador Rodrigo de Contreras en 1534 -casado con Ana de
Peñalosa, hija del difunto Pedrarias-. En la residencia de Castañeda, iniciada en León, en
enero de 1536, se encuentra el cargo que se le hizo sobre haber vendido, por cincuenta
pesos de oro, a esa indígena Elvira a Diego de Ayala, y la cual a su vez había obtenido
Castañeda de Francisco de Herrera: …yten si saben que una india que se decía Elvira que el
dicho licenciado castañeda vendió a diego de ayala, que era esclava de la guerra de
nequepio, y si saben que el dicho licenciado castañeda la compró de francisco de herrera,
criado del gobernador dávila y si saben que fue habida e tenida por tal esclava (Vega

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Bolaños, 1954, tomo IV: 274). Fueron varios los testigos que concurrieron a la residencia de
Castañeda, y en lo de Elvira se trataba de demostrar que no hubo tal venta, aunque como
esclava no había impedimento para ese tipo de contrato, a pesar de no estar herrada. El
tema de Elvira está asimismo en el expediente que se le siguió a Luís de Guevara, teniente de
Castañeda en Granada, iniciado en León, en marzo de 1538, pues también había sido suya, y
sobre ella todas las declaraciones confirmaron que era proveniente de la guerra de
Nequepio y que originalmente se le había dado a Hernando Hurtado, uno de los integrantes
del ejército invasor de 1529, donde también participó el mismo Guevara. Luego, la indígena
tuvo varios dueños hasta que llegó a Castañeda. Un deponente, Mateo Sánchez, afirmó que
había visto comerciar con los indígenas de Nequepio, tanto por ventas privadas como en
pública subasta:…que sabe y ha visto contratar en la tierra con las piezas de nequepio así
herradas como por herrar, así en almoneda como fuera de ella y que oyó decir que el dicho
gobernador pedrarias lo mandaba porque había venido cédula de su majestad (Vega
Bolaños, 1955, tomo V: 466).
La suerte de Elvira fue sólo una muestra del desgraciado destino de los indígenas que
Estete llevó consigo después del fracaso en Cuzcatlán, a lo cuales se les tuvo por
provenientes de la guerra de Nequepio. Fue parte de la exacerbada actividad esclavista que
se desató en Nicaragua, comercio en que tantos estuvieron involucrados, como Hernando
de Soto, Hernán Ponce de León, Estete y Castañeda, resultado del ejemplo que sentó el
mismo Pedrarias Dávila, como el mejor maestro desde los tiempos de las ordalías del
Darién, al grado que Fernández de Oviedo escribió en su “Historia” que durante sus
períodos de gobierno en Panamá y Nicaragua fueron dos millones de indígenas los que
redujo a ese estado, incluyendo los que se enviaron a otros lugares, como el Perú. Esto fue
definitivamente una exageración de Oviedo, que tanto gustaba de hacer gala de una dudosa
moral propia y fue de los más enconados enemigos de Pedrarias, pero lo cierto es que miles
sí sufrieron la obsesión esclavista que se desató en Panamá y Nicaragua por estos años: ….la
guerra e conversación de los cristianos y el tiempo han consumido e dado fin a las vidas de
los indios viejos e aun de los mozos, e la cobdicia de los jueces e gobernadores, e de otros
que han dádose mucha priesa a sacar indios con nombre de esclavos fuera de aquella de
aquella tierra, para los vender en Castilla del Oro e para otras partes (Oviedo, íbid. tomo IV:
385).
Con la guerra de Cuzcatlán-Nequepio terminaron las pretensiones de Pedrarias Dávila
sobre el territorio salvadoreño, aunque las autoridades de Nicaragua siguieron insistiendo
en una raya fronteriza en el río Lempa. Si Estete hubiera dejado de lado cualquier
pretensión sobre San Salvador, no obstante alguna orden confidencial de Pedrarias; si Estete
no hubiera dispuesto cruzar el río Lempa y solamente levantado una población en el
Popocatépet, esta villa habría tenido muchas probabilidades de sobrevivir a cualquier
embate de los Alvarado y marcar junto con el Lempa una permanente línea de
demarcación, que fue lo que siempre alegaron en Nicaragua en buena parte del siglo XVI. Y
aun con el intento fallido de la toma de San Salvador, no obstante su retiro de la villa, con la

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Ciudad de los Caballeros después del Lempa, y no antes del río, se habría asegurado tal
frontera entre las gobernaciones en el río. Pedrarias Dávila habría así cumplido con sus
deseos de incorporar el oriente salvadoreño a Nicaragua, a pesar de no haberlo podido
hacer con Cuzcatlán-Nequepio por todo el lío armado en San Salvador. Es con amplia
probabilidad que puede sostenerse que lo de llegar hasta la villa salvadoreña era la orden
expresa –en voz baja- dada por el viejo gobernador a su capitán, y no constituyó un abuso
de Estete, que fue servidor a ultranza de Pedrarias, aunque lo pregonado públicamente
hubiera sido diferente y sólo se decía que era poblar entre Malalaca y Nequepio.
En los pormenores de la residencia que se le siguió por Rodrigo de Contreras, sucesor de
Pedrarias en la gobernación de Nicaragua, a Francisco de Castañeda por su actuación como
alcalde mayor y gobernador interino (1536), está el dato del epílogo que tuvo Martín Estete al
llegar derrotado a Nicaragua, pues Castañeda lo puso preso por haber ahorcado al
procurador del cabildo nombrado para la Ciudad de los Caballeros, a lo cual se atrevió por
la enfermedad y ancianidad de Pedrarias, cuya autoridad Castañeda ya contrariaba y
contradecía: …el dicho licenciado Castañeda tuvo formas como prendió al dicho martin
estete diciendo que había ahorcado a un hombre cuando fue por capitán a poblar la villa de
san miguel sobre lo cual lo prendió (…) y lo soltó y desde allí adelante fueron muy grandes
amigos. En esta declaración de testigo se confirma que la voz pública de lo que estaba
enterada es que iban a poblar al Popocatépet, y si se mencionó expresamente a San Miguel
fue porque cuando el año de la anterior declaración ya existía la villa y se identificaba con lo
que Pedrarias quiso hacer en su oportunidad (Vega Bolaños, 1954, tomo IV: 190).
Pero también esta residencia tiene un dato muy curioso. Se menciona un poder que tenía
Martín Estete, dado por Pedrarias, relacionado con una propuesta matrimonial para Pedro
de Alvarado:… y supo que el gobernador le había dado un poder para contratar cierto
casamiento con el adelantado don pedro de alvarado (Vega Bolaños, ibid). Sobre esta
sugerencia de matrimonio solamente se puede inferir que Pedrarias le ofreciera la mano de
alguna de sus hijas al adelantado de Guatemala, probablemente la de Isabel de Bobadilla,
que luego casó con Hernando de Soto en 1536. Ya anteriormente, en 1526, cuando el
encuentro de Alvarado con soldados de Cortés en Choluteca, se mencionaron propuestas
de matrimonio y que don Pedro había enviado a Gaspar Arias de Ávila a entrevistarse con
Pedrarias, que estaba en León por lo de la rebeldía de Hernández de Córdoba (Díaz del
Castillo, íbid. 571). En 1529, año en que Estete supuestamente llevó ese poder para
matrimonio en su incursión a Cuzcatlán, Alvarado recientemente había enviudado de su
primera esposa, Francisca de la Cueva, y el astuto Pedrarias habrá estado plenamente
enterado de lo que había acaecido al llegar don Pedro a Veracruz. Podría ser que esa carta
de Estete al ayuntamiento de Guatemala, de contenido ignorado, razón por lo que se tardó
tanto en ventilar el urgente llamado de San Salvador cuando la invasión, haya tenido
mención de las proposiciones formuladas por Pedrarias, que proponía un arreglo de límites
con un convenio matrimonial y que don Pedro se convirtiera en yerno del mismo Pedrarias,
como lo era Rodrigo de Contreras, o como lo fue incluso, sólo formalmente, el mismo

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desventurado Vasco Núñez de Balboa, y lo llegó a ser Hernando de Soto, cuando el viejo y
adusto gobernador era ya difunto.
Para San Salvador el resultado fue no solamente quedar firme en la jurisdicción de
Alvarado –quien ya pronto volvería de México-, sino una difícil situación de indígenas
sublevados, de los que habían huido de las exacciones de Estete, alzamiento que se centró
en algunos pueblos y en la costa del Bálsamo, donde don Pedro tuvo que enviar a
combatirlos a Diego de Rojas y a Pedro de Portocarrero, lo que llegó a crear conflictos con el
cabildo de la villa (Juarros, ibid, 388).
El 6 de marzo de 1531, el crepuscular Pedrarias Dávila, el “furor de Dios”, extraordinario y
temible aun en su ocaso, murió en León de Nicaragua y fue enterrado en el convento de La
Merced. Martín Estete, aunque hizo buenas migas con Castañeda, después de su arresto al
volver de Cuzcatlán-Nequepio, se volvió comerciante de esclavos indígenas y ya Estete sólo
tenía en mente pasar al Perú, como tantos españoles nicaragüenses lo hicieron, por las
deslumbrantes noticias que llegaban del sur. Fernández de Oviedo dejó de él una acre
semblanza: El capitán Martín Estete, criado muy acepto de Pedrarias Dávila, hombre no tan
hábil en la milicia cuanto desdichado e flojo en la capitanía e cosas de la guerra, pero
despierto en otras astucias y cautelas (…) Al gobernador Diego López de Salcedo que le
honró e ayudó e favoreció, e le hizo su teniente, pagóle con tanta ingratitud que se le
amotinó e le puso en peligro de perder la vida. Después que murió Pedrarias, fuese al Perú,
donde fue muy rico; e al tiempo que más tuvo bienes y fortuna, fue a dar cuentas a la otra
vida, dejando a su mujer cargada de oro e plata e joyas (Oviedo, ibid, 348).
………..
Sumario. La guerra de Cuzcatlán-Nequepio fue la última empresa de guerra y conquista
ordenada por Pedrarias Dávila. Desde el viaje de Andrés Niño y Gil González Dávila, de 1522,
el entonces gobernador de Castilla del Oro, comenzó a maquinar la manera de extenderse a
esas tierras visitadas y apercibidas en sus costas, así como a oponerse a las empresas
conquistadoras de otros capitanes, que pudieran acercarse y reclamar las regiones
centroamericanas sobre las que Pedrarias consideraba ya tener un principio de derecho. El
tratado con López de Salcedo, de enero de 1529, ratificó lo que el ya nombrado gobernador
de Nicaragua pretendía: extenderse lo más posible por las comarcas del Mar del Sur, con
inclusión del oriente salvadoreño e inclusive la villa que originalmente se había fundado por
orden de Pedro de Alvarado, la de San Salvador, ya que aun antes de su primer y solamente
formal establecimiento a esos parajes había llegado Hernando de Soto en nombre de
Pedrarias. Este acuerdo de límites, no reconocido por la Corona, le dio el arma legal para
preparar la invasión del Popocatépet oriental salvadoreño, pero con probables
instrucciones puntuales y confidenciales para Martín Estete de llegar hasta la villa de San
Salvador (Ciudad Vieja) y tratar de anexarla a su autoridad con la aceptación del cabildo. La
lentitud con que el ayuntamiento de Santiago de Guatemala trató el asunto de la invasión de
Martín Estete y el llamado de ayuda de San Salvador mueve a pensar si los munícipes de la
capital acaso temían que Pedrarias tuviera también valederos derechos sobre el territorio

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disputado y que contradijera los de Alvarado, además de la particular mención de una


propuesta de alianza matrimonial con don Pedro. Lo cierto es que fue demasiado la
tardanza en acudir Francisco López con sus tropas, a pesar de saberse la animadversión de
Francisco de Orduña para con los Alvarado y que se había consultado al respecto a la
audiencia en la Ciudad de México. Pero acabó prevaleciendo por la fuerza la autoridad de
Santiago de Guatemala, además del hecho incontrovertible de que Pedro de Alvarado se
había adelantado a fundar la villa de San Salvador, primero en 1525 y luego su
restablecimiento material y definitivo por Diego de Alvarado en 1528. Martín Estete cometió
acaso una falta de visión al erigir la difusa Ciudad de los Caballeros en las inmediaciones de
San Salvador de La Bermuda y no más allá del río Lempa, donde probablemente habría sido
mucho más difícil expulsar a los castellanos de Nicaragua y la autoridad de León pudo haber
prevalecido, ya que el Lempa era el confín más fácil de definir y el que públicamente se
reclamaba, mientras el de San Salvador era más compendioso de mantener y defender. La
huida de Estete dejó en libertad a los vecinos de San Salvador de extenderse al Popocatépet
levantino, así como dilatar con firmeza la demarcación de la gobernación de Guatemala,
que ya de inmediato Alvarado, a su regreso de España y de los problemas judiciales en
México, iba a proceder a su realización, con la fundación de la villa de San Miguel de la
Frontera por Luís de Moscoso, siempre a la sombra de Pedrarias, a los muy pocos meses,
casi días, de la conclusión del último incidente guerrero en la vida del gran “furor de Dios”:
el empeño fracasado de apoderarse de la mayor parte del territorio hoy salvadoreño.
……….
III-LUIS DE MOSCOSO Y SAN MIGUEL DE LA FRONTERA.
Finalizada la guerra de Nequepio, libre la villa de San Salvador de los temores surgidos de
las luchas entre capitanes españoles, se impuso la expedición fundadora hacia el oriente
para detener el avance nicaragüense. Cuando volvieron los hombres de Francisco López a
Guatemala, ya Francisco de Orduña había abandonado la ciudad de Santiago ante la
inminente llegada de Pedro de Alvarado, quien se presentó al ayuntamiento el 11 de abril de
1530, separado de la jerarquía superior de Hernán Cortés, con su nombramiento de
gobernador. El nuevo gobierno tenía que consolidarse y extender su presencia por la banda
del Mar del Sur hasta el golfo de Fonseca, no obstante la autoridad de León sobre las islas. Lo
más urgente era fundar una villa en el Popocatépet y poner límite de jurisdicción con
Nicaragua. En San Salvador se habían realizado los nuevos nombramientos de alcaldes
ordinarios para ese año, los que recayeron en Gaspar de Cepeda y Antonio Docampo, así
como Alvarado había nombrado para la villa un nuevo teniente de gobernador, Luis de
Moscoso, sobrino de don Pedro, quien había viajado con él desde España, un hombre de
cerca de treinta años de edad, extremeño de Badajoz, quien llegó a San Salvador antes del 17
de junio, fecha de una reunión de cabildo en que compareció (Duncan, 1996, 193; Barón
Castro, 1950: 149).
Luis de Moscoso fue el fundador de San Miguel, con el agregado “de la Frontera” en su
nombre, para remarcar que estaba en región donde se partían términos con Pedrarias, así

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como con las autoridades de Honduras. Su nombre está documentalmente engarzado


como fundador de la villa levantina, aunque el geógrafo Juan López de Velasco, en la
“Geografía y descripción universal de las Indias” mencionó como tal al “capitán Avilés”, o sea
a Gaspar Avilés de Sotomayor (López de Velasco, 1971: 150). Una de las varias confirmaciones
para el mérito de Moscoso es la probanza de méritos del flamenco Luis Dubois, hecha en
Guatemala en mayo de 1557, y la de Luis Cerón, realizada en San Salvador en febrero de 1558
(Barón Castro, íbid. 149-151). Moscoso, con ciento veinte acompañantes, entre infantes y
hombres de a caballo, estableció la nueva villa cerca del pueblo indígena de Usulután,
región de alzamientos, que por entonces estaba en reposo bélico, y donde era necesaria una
presencia española y de indígenas auxiliares. El historiador Lardé y Larín, con toda
propiedad ha situado el primer San Miguel de la Frontera en las inmediaciones de la actual
ciudad de Santa Elena, junto al río y cantón Mexicapa, que constituyó en esos días el
primitivo asentamiento de indígenas tlaxcaltecas y mexicas, que Moscoso dejó a la villa, al
igual que en las demás primeras fundaciones, como Santiago de Guatemala y San Salvador.
La localización del lugar original de la villa ha quedado definido en la crónica de fray
Antonio de Ciudad Real sobre el viaje del provincial franciscano fray Alonso Ponce de León,
en 1586, por las provincias salvadoreñas: el “Tratado curioso y docto de las grandezas de
Nueva España. Relación breve y verdadera”. Además, la documentación existente corrobora
la situación geográfica de la villa original (Lardé y Larín, 1983: 96; 1975: 69).
Si bien prácticamente no puede haber duda alguna sobre el establecimiento prístino de
San Miguel en las proximidades de Usulután, de donde será trasladado al sitio actual por
1586, sí todavía es una incógnita el día y mes de 1530 que fue fundado legalmente. El
historiador Lardé y Larín primero estableció el 8 de mayo, día en que se celebra a san Miguel
Arcángel, pero luego dudó de tal fecha y dejó como probabilidad el mes de noviembre,
época de tradicionales festividades migueleñas, con la famosa feria comercial que se
celebró por siglos. El obstáculo para mantener la hipótesis del 8 de mayo, o un día cercano a
él, ha sido el muy corto tiempo transcurrido entre la llegada de Alvarado a Guatemala, los
trabajos de preparar una tropa en ese lapso y el dato de que Moscoso estaba en San
Salvador el 17 de junio, como consta en un acta de cabildo (Barón Castro, íbid. 149; Lardé y
Larín, 1957: 373). Por lo cual se trasladó la posibilidad para noviembre, tiempo en que el río
Lempa se salvaba con más facilidad por la finalización de la estación de lluvias.
Sin embargo, colocar la fecha fundacional en noviembre no deja de lesionar las
realidades históricas del momento, por los acontecimientos que se habían sucedido con la
invasión de Martín Estete y la necesidad ingente que había de cuanto antes entrar al
Popocatépet y fundar una villa. No es nada imposible –al contrario- que Alvarado, frente a
la gravedad de lo acaecido en San Salvador y sus comarcas, ante la cercanía inmediata de
Pedrarias, que pretendía seccionar el territorio, no solamente desde el Lempa, sino que
incluso osó hacerlo desde la misma villa castellana en Cuzcatlán, y asimismo haberse
enterado don Pedro de la actitud pusilánime de Orduña y de los munícipes guatemaltecos,

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hubiera ordenado la inmediata fundación de la población translempina y no estar a la


espera del cese de la época lluviosa y que el Lempa bajara su cauce fluvial.
Entre abril y los primeros días de mayo había tiempo suficiente en Guatemala para
organizar una tropa de urgencia, por los apuros de la efervescencia recién acaecida en San
Salvador y con provecho de la decepción reinante en León ante el fracaso de Estete. En el
caso de 1530, inclusive eran meses en que las lluvias todavía no estaban puestas en todo su
fragor y el Lempa aún no venía tan crecido. Y así Moscoso pudo haber llegado hasta el sitio,
establecer el real y proceder a las formalidades de fundación de San Miguel de la Frontera y
luego volverse hacia San Salvador, ya habiendo dejado un lugarteniente con la tropa
acampada, todo algo muy factible y probable. Y posiblemente ese lugarteniente pudo haber
sido Gaspar Avilés de Sotomayor, que López de Velasco indicó ser el fundador, y a quien el
historiador norteamericano Robert S. Chamberlain situó en San Miguel después del
refundación de 1535, como efectivamente lo era en tiempos de la visita de Francisco de
Montejo, gobernador de Honduras, en 1538 (Barón Castro, íbid. 151; Chamberlain, 1989: 22).
Considerar una espera de meses en San Salvador, desde junio hasta noviembre, no deja de
causar rechazo por el tiempo literalmente perdido, cuando los acontecimientos recién
sucedidos reclamaban la mayor diligencia para poner paro a sus consecuencias ulteriores y
la posibilidad de un pronto regreso de los nicaragüenses a la región “entre Nequepio y
Malalaca” que acariciaban para ellos. La nebulosa sobre la realidad de lo acontecido todavía
no puede ser disipada, pero el hecho indefectible es que en 1530 se estableció la villa de San
Miguel de la Frontera, ya sea en el mes mayo o en noviembre, lo más probable en un día del
primero.
Una situación similar se dio entre las dos primeras fundaciones salvadoreñas, San
Salvador en 1525 y San Miguel de la Frontera en 1530. Con la diferencia de que la villa en
territorio de Cuzcatlán no pasó a más, es decir que desapareció por las insurrecciones y
guerras del momento sin haber tenido tiempo para llegar a ser un núcleo urbano con
pobladores, viviendas y vida urbana; mientras que la villa del oriente, aunque se haya
tratado igualmente en un principio de un real con cabildo, sí pudo permanecer y acaso
hubo intentos de poblamiento, lo que no se conoce, pero sí tenía pobladores a finales de
1533, mientras que en San Salvador habrá que esperar 1528 para tenerlos permanentes.
En cuanto al sitio escogido para San Miguel, a pesar de encontrarse en las cercanías de un
foco rebelde, como el peñol de Ucelutan, tiene que haberse tratado de un lugar
suficientemente poblado, como lo habrán sido los alrededores de San Salvador de La
Bermuda, pues España como norma general no construyó en Centro América villas en
despoblados. Y sobre el sitio es dable hacerse la pregunta de ¿por qué allí y no en otro lugar?
Y cabe aquí la posibilidad de explicarse la interrogante por el hecho de que ese sitio tal vez
ya se conocía y estaba el antecedente de un anterior campamento militar. Y en esto habría
que remitirse a Hernando de Soto y Gil González Dávila en 1524, o principios de 1525, y a los
testigos en León cuando se preparaba la expedición de Estete –en esos días todavía
organizada bajo el mando de Albítez- que habían visitado estas regiones de con Gil

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González, según lo expresó Francisco de Castañeda en su carta a la corona de 30 de marzo


de 1529: ….yo hice información de testigos a donde podría ir un capitán e alguna gente de la
que aquí esta sin tener qué hacer (…) e nueve testigos que tomé concluyeron como hombres
de vista que anduvieron con Gil González y con otros capitanes calando esta tierra, que
cincuenta leguas de aquí, entre Chorotega Menalaca e Nequepio se podría hacer un pueblo
de cristianos (Vega Bolaños, 1954, tomo I: 482). Es factible que el lugar original de San Miguel
de la Frontera haya sido también un campamento de Gil González Dávila, antes de
encontrarse con Soto en Toreba (Torola), en 1524, y que lo que hizo Moscoso fue ubicar allí
la nueva villa porque ya había antecedente de anterior asiento de un real español. A esta
probabilidad abona el hecho de que los gobernantes hondureños insistirán más adelante en
la presencia de Gil González, hasta afirmar él fue el verdadero primer fundador de San
Miguel de la Frontera (Barón Castro, íbid. 63).
Y lo mismo podría preguntarse para San Salvador de La Bermuda, ¿por qué allí en 1528 y
posiblemente en 1525?, ¿no sería acaso, aunque no haya asidero documental, que también
ya era conocido el sitio porque allí estuvo el real de Hernando de Soto? Porque la llegada de
Soto en Cuzcatlán no abriga dudas, e incluso en las diligencias para elegir alcaldes y
regidores en 1530, en León, un testigo del expediente declaró sobre la actitud de Hernando
de Soto y Hernán Ponce de León al tratar de entorpecer los preparativos que se hacían en
1529 para ir a las tierras hoy salvadoreñas, “al hablar mucho mal sobre la tierra” , lo cual
solamente puede haber sido porque ya las conocían (Vega Bolaños, 1954, tomo II, 532).
Además, para San Miguel está el hecho de que a finales de 1529 Diego de Rojas, cuando
asediaba el peñol de Ucelutan tuvo que haber tenido un lugar de campamento y
posiblemente lo haya establecido en el sitio de la futuro villa, por lo que la tropa de 1530 lo
que hizo fue ratificar el uso que ya habían tenido esos parajes a orillas del río hoy llamado
Mexicapa y no pensar en escoger uno nuevo, sino el que ya tenía definida su ubicación, al
occidente del gran volcán humeante.
En 1531 -sin apunte de día-, en la carta al emperador donde el ayuntamiento de León
avisaba de la muerte de Pedrarias Dávila, el mismo cabildo expresaba también su desagrado
por el hecho consumado de haberse fundado San Miguel de la Frontera por orden de
Alvarado, así como le relataba el fracaso de la expedición de Martin Estete a San Salvador y
le contaba lo sucedido en la Ciudad de los Caballeros, cuando el capitán guatemalteco
Francisco López -y no Orduña, como dice la carta- le quitó la vara a los alcaldes nombrados
por Estete, lo cual causó “un gran alboroto” y se dividió la tropa de Pedrarias –la carta les
llama pobladores-, unos se fueron de regreso a Nicaragua, otros a Guatemala. La carta
ponía énfasis en Pedro de Alvarado y en su nueva villa de San Miguel y le pedía que retrajera
su gente al poniente, más allá del Lempa:… y han distraído la tierra que está deste cabo del
dicho río lempa, que es de esta gobernación, trayendo consigo muchos indios que les dan
de comer a la gente naturales de la tierra, la cual causa gran destrucción en ella de que dios
y vuestra majestad son muy deservidos, suplicamos a vuestra majestad mande que se
retraiga con su gente de ese cabo del río de lempa, y deje que se pueble y pacifique aquello

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desta gobernación, pues es della. Y expresa que no sólo han perturbado lo que parecía
legalmente correcto y formal como la Ciudad de los Caballeros, aunque quedara al
occidente del río, sino que han cruzado el Lempa, y hasta el nombre era ofensivo al llamarle
“de la Frontera”:… pedro de alvarado ha enviado gente y por su mandado se ha poblado un
pueblo al que puso por nombre san miguel de la frontera, como si estuviera en frontera de
moros o si fuéramos nosotros vasallos de otro rey y no de vuestra majestad. Por todo lo cual
pedían al monarca se definiera en definitiva los términos y límites de la gobernación
nicaragüense: desde el golfo de sanlúcar por la costa del sur hasta el río lempa inclusive
(Vega Bolaños, íbid. tomo III: 85, 92).
En la anterior carta también los munícipes de León expresaban el temor de que al faltar
Pedrarias Dávila el gobierno le fuera entregado a Pedro de Alvarado, que ya había avanzado
a discreción por regiones que se consideraban de Nicaragua. Por lo cual el cabildo leonés
expresamente rogaba a la Corona no darle la gobernación a Alvarado:… suplicamos a vuestra
majestad no provea al dicho pedro de alvarado de gobernador de esta provincia porque nos
han dicho que ha enviado a suplicar a vuestra majestad le provea de esta gobernación y no
conviene, así por lo dicho porque está enemistados los de esta gobernación con el dicho
adelantado y con él ellos y somos sujetos de diversas audiencias y por otras cosas que
cuando vuestra majestad nos lo mandare le diremos. Esto expresa de forma explícita que
don Pedro tuvo ambiciones sobre Nicaragua, o por lo menos fue el rumor que cundió y el
ayuntamiento de León ya temía su llegada, como un desquite por lo que se había tratado de
hacer con San Salvador, en particular con la guerra de Nequepio. Como lo dice la carta, en
esos años Guatemala y sus tierras estaban en jurisdicción de la Real Audiencia de México,
mientras que Nicaragua y Honduras estaban adscritas a la de Santo Domingo.
La imagen de un Alvarado triunfante a orillas del Xolotlán y del Mar Dulce fue para los
nicaragüenses una posibilidad de tajo rechazada por las antipatías de años entre el
conquistador de Guatemala y El Salvador y Pedrarias Dávila, cuyo espectro todavía rondaba
con necia presencia por los grandes lagos. Todavía en 1537, en carta a la Corona del 25 de
junio, Rodrigo de Contreras, que informaba sobre el juicio de residencia de Francisco de
Castañeda, así como sobre el viaje exploratorio por el río San Juan, o Desaguadero, y del
auxilio que se había enviado al Perú, por pedido de Francisco Pizarro, e igualmente con la
noticia de la muerte del obispo Diego Álvarez de Osorio, y de otros asuntos, se lamentaba en
ella sobre la presencia de los Alvarado en el oriente salvadoreño:… los términos de esta
provincia llegan hasta el río de lempa y el adelantado pedro de Alvarado pasó de esta otra
parte y pobló la villa de san miguel antes que yo viniese, y muchos repartimientos que
tenían los vecinos de esta ciudad los ha tomado y repartido a los vecinos de aquella villa
(Vega Bolaños, 1955, tomo V: 200).
En las cartas escritas después del fallecimiento de Pedrarias, las autoridades leonesas
estaban siempre implícitamente reconociendo que el difunto gobernador en realidad no
tenía derechos sobre Cuzcatlán-Nequepio, solamente hasta la marca del Lempa, que era la
línea fronteriza que seguían reclamando aun después de haberla cruzado los Alvarado.

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Además, en abono a la posición nicaragüense, estaba el hecho de que se habían otorgado


repartimientos de pueblos en el Popocatépet a vecinos de León, tal y como se había hecho
con las islas pobladas del golfo de Fonseca. Esto puede constatar que cuando Moscoso
fundó la primera villa migueleña en 1530 toda esa región había sido bastante visitada y no
constituían tierras vírgenes de presencia española, sino que ya había ocurrido una avanzada
de repartimientos, no sólo los concedidos a vecinos salvadoreños en 1529 sino a
nicaragüenses. Asimismo se conocían los yacimientos minerales de la Choluteca, y esta
sección geográfica, colindante de Guatemala y San Salvador con León de Nicaragua, estaba
en vías de ser parte integrante de los términos de San Miguel de la Frontera hasta la
fundación de la villa de Jerez de la Choluteca en 1542, y todo ser parte de la provincia de San
Salvador hasta la creación de la alcaldía mayor del Real de Minas de San Miguel de
Tegucigalpa, a fines del siglo XVI.
En el juicio de residencia de Rodrigo de Contreras por el oidor Diego de Herrera,
realizado en 1544, ya creada la Real Audiencia de Los Confines, está el caso de la acusación
que se le hizo a Contreras de haber despojado de sus indígenas encomendados en tierras de
San Miguel de la Frontera a un Juan Esteban, que había sido poblador de varios lugares,
como la desaparecida villa de Bruselas, en Costa Rica, luego en Trujillo y Naco, en Honduras,
y por último en San Miguel; la cual repartimiento le quitó Contreras por considerarse un
mal sujeto, pero antes del despoblamiento en 1533 de la villa matriz de 1530. Lo de notar es
que fue el nuevo gobernador de Nicaragua quien suspendió su derecho a ella, cuando Juan
Esteban estaba residiendo en León, y no alguna autoridad guatemalteca o de San Salvador, a
pesar de que la comarca ya estaba en la parte alvaradiana, un repartimiento que ya venía de
antes, probablemente desde Pedrarias (Vega Bolaños, ibid, tomo IX: 290).
El hecho que queda firme entre invasiones, entradas y reclamos es que el fundador de
San Miguel de la Frontera fue Luis de Moscoso, por orden inmediata de Pedro de Alvarado a
su vuelta a Santiago de Guatemala, en 1530, pasado el viaje a la Península y su proceso por la
audiencia mexicana. Moscoso era pariente cercano de don Pedro -su sobrino- y no
solamente se distinguió como un experimentado joven capitán, sino que fue protagonista
de trascendentes páginas en las crónicas de la dramática centuria dieciséis, pues ido en 1534
con su tío al Perú, allí tuvo protagonismo como un cercano amigo y compañero de
Hernando de Soto. Ambos volvieron a España con fama y fortuna y prepararon con
capitulaciones reales de 1537 la expedición de conquista de la Florida, Soto como
adelantado, capitán general y gobernador de Cuba, y Moscoso como acompañante suyo. Los
dos partieron a la gran empresa por el sur de los actuales Estados Unidos, en un viaje muy
comentado y rememorado por los escritores norteamericanos. Cuando Soto murió el 21 de
mayo de 1542, en Guachota, a orillas del río Mississippi, en Arkansas, antes de fallecer
nombró a Moscoso su lugarteniente y gobernador interino de Cuba, mientras la Corona
proveyera, y quedó al frente de los cerca de trescientos hombres que quedaban del
diezmado ejército, de originalmente unos seiscientos, que habían desembarcado en mayo
de 1539, en las proximidades de la bahía de Tampa, en Florida (Duncan, ibid, 242, 424).

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Le tocó a Moscoso comandar la vuelta a México desde Arkansas, después de haber


tratado inútilmente efectuarla por el rumbo de Texas y sus estériles soledades, con un
infructuoso recorrido de alrededor de quinientas leguas. Ante la imposibilidad decidieron
viajar por el golfo, volver al Mississippi y con canoas descender por el río, y así por mar
arribaron al Pánuco en septiembre de 1543, cuando todos daban por perdida a la tropa de
Hernando de Soto (Duncan, ibid, 425). Luis de Moscoso es un nombre distinguido en la
historia hispano-salvadoreña del siglo XVI, unido al del famoso Hernando de Soto, el
segundo capitán español que llegó a Cuzcatlán. Una muestra de que cualquier controversia
entre oficiales de Pedrarias y Alvarado podía desvanecerse ante las ambiciones de
conquista, riqueza y fama, tal y como sucedió también con el mismo Martín Estete, que
tanto dio que hablar, y que al fin de cuentas, como si nada hubiese sucedido, partió con don
Pedro al Perú en 1534, en compañía de varios de los Alvarado y de Luis de Moscoso.

……….
Sumario. A San Miguel le ocurrió lo mismo que a San Salvador en sus dos establecimientos,
la fundación original de 1525 y la nueva erección de 1528: los tres sucesos tuvieron que ver
con la sombra amenazante de Pedrarias Dávila. Con la villa oriental fue flagrante la urgencia
de ir a asentarla en la parte translempina que en León unilateralmente se había establecido
como confines de Nicaragua, y hacia donde avanzaban incluso pobladores. En ese 1530, más
parece viable haber sido la fundación de San Miguel de la Frontera en mayo y no en
noviembre, por Luis de Moscoso, ya que los graves sucesos vividos en San Salvador por la
llegada de las tropas de Martín Estete apuraban la fundación y no haber estado a la espera
de que terminaran las lluvias de la época. El lugar del primer San Miguel de la Frontera fue
cerca del pueblo de Usulután y próximo a una eminencia montañosa cercana llamada peñol
de Ucelutan, donde los indígenas habían estado alzados hacía pocos meses, a finales de
1529, y donde se repetirá la congregación de sublevados en el futuro. El sitio prístino lo
marca en el presente el inmediato asentamiento de los indígenas auxiliares, hoy Mexicapa.
San Miguel de la Frontera permanecerá en ese panorama usuluteco hasta su traslado a la
ubicación del presente por 1586, pero con un previo despoblamiento y abandono del solar
en 1533. Dos años durará este abandono de la villa matriz, hasta que fue de nuevo
establecida en 1535, como una secuencia de vida legal interrumpida de la villa, tal y como
sucedió con San Salvador, en su desaparición entre 1525 y 1526, y la nueva villa de 1528.
Sucesos que no suspendieron el derecho adquirido de Pedro de Alvarado a las comarcas y
términos de las dos villas, aunque para San Miguel permanecieron por varios años los
reclamos de las autoridades nicaragüenses, a las que se sumarán las de las hondureñas. En
estos sucesos no deja de presentarse con insistencia la imagen de Gil González Dávila en
1524, cuando andaba por el sur de Honduras y se supo que iba en busca del Mar del Sur, por
el Popocatépet, razón por cual se envió a Hernando de Soto en su búsqueda, además de ir
éste en avanzada hacia el Nequepio y alcanzar la misma población nahua-pipil de
Cuzcatlán. Y no es nada improbable que el sitio original de San Miguel de la Frontera haya

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sido ya conocido y así la villa no ubicada al azar, o solamente por la cercanía de los
indígenas de Usulután y pueblos vecinos, pues aflora inquietante la pregunta de si ¿acaso
estuvo allí el real de Gil González, un campamento de breves días, y luego lo ocupó Diego de
Rojas en 1529?
…….
IV-NEQUEPIO Y MALALACA
La historia salvadoreña ha estado siempre profundamente influenciada por Guatemala, y así
tenía que ser al haber dependido sus dos provincias históricas de la sede del reino y
gobernación, hasta que el régimen de intendencias le confirió a San Salvador un principio
de rostro autónomo, político y administrativo, mientras la alcaldía mayor de Sonsonate
quedaba en su permanente conexión guatemalteca hasta 1824. El siglo XVI ha sido por lo
mismo visto usualmente con óptica guatemalteca y con un definitivo entramado entre las
dos regiones en la conquista y colonización. En la primera mitad del XVI la figura de Pedro
de Alvarado, junto con su familia y allegados, es la imagen dominante en las páginas de la
historia. Por ello, los investigadores y escritores por lo usual han comentado los primeros
capítulos de los siglos de la monarquía hispánica en El Salvador con los vientos que
soplaban desde Santiago de Guatemala, mientras menor interés han despertado en los
historiadores los que venían del levante y sur, desde Nicaragua, así como desde el norte
hondureño.
Así, los nombres Cuzcatlán (Cuscatlán, Cozcatan) y Popocatépet (Popocatépetl), para
ambas partes del río Lempa son los que impusieron los nahua hablantes locales, la etnia que
fue llamada pipil, reforzada en su importancia por la presencia de los nahuas que llegaron
como auxiliares tlaxcaltecas, mexicas y de diversas localidades del Anáhuac, como Cholula,
Xochimilco, Huejotzingo, Quauhquechollan y otras, que trajeron su lengua náhuatl
mexicana. Estos auxiliares colaboraron activamente con los españoles y quedaron radicados
en varios asentamientos de Guatemala, El Salvador y Honduras. Ellos introdujeron variantes
en el náhuat-pipil vernáculo con el aporte de un idioma tan cercano y salido de la misma
originaria raíz y fragua étnica, escindida desde aproximadamente los años 900, con el inicio
de las emigraciones a Centro América, al grado de haberse considerado al náhuat-pipil
como un “mexicano corrupto”. Los nombres Cuzcatlán y Popocátepet, para las partes
occidental y oriental del río Lempa, provienen del náhuat-pipil en urdimbre con el náhuatl
mexicano, y son parte de la óptica guatemalteca y mexicana con que se ha considerado el
primer período de la historia de El Salvador español. Pero existieron otros dos nombres
antiguos para El Salvador, uno bastante precisado en su localización y otro que todavía tiene
una cierta connotación confusa. Ambos provinieron de Nicaragua y sus lenguas, porque
eran los nombres que allí daban a los horizontes de su propio occidente y los castellanos de
los grandes lagos así los usaron: Nequepio y Malalaca (Melaca, Menalaca). Dos nombres que
han sido casi olvidados y que no reflejan en el concepto común actual lo que habrán
significado en la primera historia de las provincias españolas.

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PEDRO ANTONIO ESCALANTE
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La comentada carta de Pedrarias Dávila de 1525, donde mencionó la expedición de


Hernando de Soto, incluyó esos nombres: De esta Ciudad de León se fue descubriendo y
pacificando hasta la grande Ciudad de Nequepio, que decían era Melaca, adonde había
llegado Alvarado con su gente de Cortés. Aquí se confirma que Nequepio era Cuzcatlán,
población y región, pero confundido con lo disperso de definir el área de Melaca (Malalaca).
Pero Nequepio sí está puntualmente ubicado en éste y en otros muchos documentos, como
en la carta de Pedrarias de 15 de enero de 1529, desde León: “Año de 1529. Relación dirigida
al Rey por Pedrarias Dávila de las tierras, costas y puertos que estaban descubiertos en la
Mar del Sur, desde la villa de Bruselas que estaba poblada en el Golfo de San Lúcar hasta
Nequepio, que por otro nombre también se llama Cuzcatan, distancia de 200 leguas” (Vega
Bolaños, 1954, tomo I: 446-448). Aquí Nequepio es Cuscatlán, con identificación fuera de
dudas y se dan por el gobernador las distancias apreciadas desde la villa de Bruselas hasta
Nequepio-Cuzcatlán (Cuzcatan), del cual dice… donde al presente estamos poblando, pues
Pedrarias tenía que insistir en sus pretendidos derechos sobre Nequepio, además de ya
estar cavilando sobre el envío de la expedición con Albítez primero, luego con Estete. Pero
todavía hay en lo escrito una confusión entre Malalaca y Nequepio, pues lo que estaba
viendo la llegada de pobladores desde Nicaragua en ese momento era esa Malalaca oriental.
Pedrarias anotó en la carta dicha, de enero de 1529, los límites que consideraba eran los de
su gobernación nicaragüense:
Desde la Villa de Bruselas que estaba poblada en el Golfo de San Lúcar, hasta los Cuchiras,
que son términos de la dicha villa, adonde se parte la Gobernación de Castilla del Oro, y
desta de Nicaragua, e sus Provincias, e desde los Cuchiras al Poniente por la Mar del Sur
hasta Nequepio, que por otro nombre se llama Cuzcatan, hay 200 leguas por la costa del
Sur, donde al presente estamos poblando, como parece por la figura que envío a V.M. que
hizo Pedro Miguel y Pedro Corzo, Pilotos, y otros hombres entendidos que lo han andado y
visto (…) Desde Juana-mostega hasta la Provincia de Nequepio, que es hasta donde está
descubierto y conquistado en nombre de Vuestra Mag., podrá haber 70 leguas, la mayor
parte dellos etá poblado de Yndios que no sirven puesto que como está dicho están
conquistados, e de paz, y para servir a esta Ciudad de León están lejos, y no se podría hacer
sin mucho trabajo y disminución dellos (…) Hay desde la Provincia de Nequepio, que está en
la costa del Sur, hasta la Mar del Norte a lo más cercano 70 leguas que sale al Golfo de las
Hibueras, como parecerá por la figura que envío a Vuestra Mag. (…) Lo que conviene al
Servicio de Dios e de Vuestra Mag. e bien e aumento destos Reynos, e paz e sosiego dellos,
es que Vuestra Mag. mande que estas 200 leguas de tierra por las costa del Sur, desde de los
dichos Cuchiras hasta Nequepio, e de Nequepio hasta el Golfo de las Higueras, que está en la
Mar del Norte, que es la derecha traviesa desde Nequepio que está en la Mar del Sur hasta el
Golfo de las Higueras que está en la Mar del Norte que hay de una mar a otra 70 leguas, y
desde el dicho Golfo de Higueras por la costa del Norte, hasta el Puerto del Camarón que
hay otras 200 leguas, y desde el Puerto del Camarón hasta los Cuchiras que están en la costa
del Sur, por su derecha traviesa hay 75 leguas, que toda la tierra que entra dentro destos

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límites e partición sea una Gobernación, y esta que V. Mag. la mande proveer a quien fuese
servido, por lo que Yo deseo es acertar en el Servicio de V. Mag. Fecha en la Ciudad de León
a 15 de Enero de 529. Pedrarias Dávila.
Asimismo, de 20 de enero de 1529, en una fecha muy cercana a la de la anterior misiva
de Pedrarias Dávila, está una carta del contador Andrés de Cereceda a Carlos V, sobre la
situación de Nicaragua, donde expresamente apuntó que Nequepio estaba a ochenta leguas
de León, y a cuarenta desde Guatemala, lo que es muy preciso para la población de
Cuzcatlán. También mencionó el acuerdo de límites entre Pedrarias y Diego López de
Salcedo, después de liberar a éste en ese enero, y el derecho que aducía el gobernador para
Nicaragua sobre el Nequepio por las conquistas y entradas efectuadas bajo Francisco
Hernández de Córdoba, y aquí por igual el viaje de Hernando de Soto a Cuzcatlán (Vega
Bolaños, íbid. 468; Guido Martínez, 2005: 130).
El cronista Gonzalo Fernández de Oviedo, por su parte, en su “Historia general y natural
de las Indias” mencionó a Nequepio como contiguo a Guatemala, y en una descripción del
litoral del Mar del Sur desde Panamá, después de tratar la situación del golfo de San Miguel,
como el primero descubierto por Vasco Núñez de Balboa, apuntó que… aquella costa
discurriendo al Poniente, se sigue lo que descubrió el comendador Gil González de Ávila; e
después vienen las provincias de Nicaragua e Chorotega, Malalaca, e Nequepio, e
Guatemala, y el golfo de Guazotán (Oviedo, 1992, tomo II: 253; tomo IV: 238). En Antonio de
Herrera y Tordesillas, en la “Historia general de los hechos de los Castellanos en las Islas y
Tierra Firme del Mar Océano”, en la década IV, asimismo está Nequepio como una
pretensión de poblamiento por Pedrarias, a cuarenta leguas de Guatemala, por la banda del
Mar del Sur (citado en Lardé y Larín, 1983: 89).
La identificación de Nequepio con Cuzcatlán es abundante y definitiva en la
documentación surgida desde Nicaragua, lo que se acrecentó con la invasión de Martín
Estete a tierras salvadoreñas en 1529. Lardé y Larín explica el significado del nombre
Nequepio como “país extraño”, en lengua mangue (Lardé y Larín, íbid. 90), un nombre que
no pudo haber provenido de México o Guatemala, desde el área maya y nahua, solamente
desde el oriente y sur nicaragüense, y que señala el occidente salvadoreño con un sinónimo
histórico de Cuzcatlán. El polígrafo Santiago I. Barberena también identificó plenamente
Nequepio con Cuzcatlán (Barberena, 1977, tomo I: 160).
A diferencia de Nequepio, lo de Malalaca, o Menalaca, o Melaca, sí puede prestarse a
confusión, porque está difuso el nombre por todo el oriente salvadoreño, con inclusión de
la región de Choluteca, que fue parte integrante de la alcaldía mayor de San Salvador hasta
finales del siglo XVI, y lo más frecuente es que el nombre Malalaca se encuentre unido con
Choluteca y Chorotega, por lo cual Juan López de Velasco en la “Geografía y descripción
universal de las Indias”, al referirse a la villa de Jerez de la Frontera asentó que en idioma
indígena la villa es Choluteca y Malalaco (López de Velasco, 1971: 151). Así también, Bernal
Díaz del Castillo, al mencionar la reunión de Pedro de Alvarado con los soldados de Cortés
en 1526, escribió que tuvo lugar en el pueblo de la Choluteca Malalaca (Díaz del Castillo,

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1982, cap. CXCIII: 571). En la carta de 1525, Pedrarias hace coincidir Melaca con Nequepio, y
es un singular caso en que se cofunden los nombres: …la grande Ciudad de Nequepio que
dicen es Melaca. Por su parte, Fernández de Oviedo escribió, cuando estaba describiendo
las costas que había recorrido Andrés Niño en 1522, tanto las que el cronista aceptaba como
de las que dudaba: Desde la dicha bahía de Fonseca hasta el golfete de Chorotega hay algo
más de veinte leguas. Hase de decir Chorotega Malalaco (Oviedo, íbid. tomo IV: 347).
En las variantes que puede haber al tratar de ubicar Malalaca, en las menciones está lo
permanente de ser aplicado por lo usual al oriente de la gobernación de Guatemala, en las
proximidades del golfo de Fonseca, ya sea como Choluteca Malalaca o junto con el nombre
Chorotega, nombre éste que está en las primicias de las crónicas después del
descubrimiento del golfete de Chorotega, dentro del gran golfo de Fonseca, por Andrés
Niño, el cual también tendrá el mismo golfo y que todavía subsiste. El nombre Choluteca
proviene del río caudaloso que baja de las tierras altas, a orillas del cual se fundó la villa de
San Miguel de Tegucigalpa y también a cuya vera se levantó la villa de Jerez de la Frontera,
en las planicies del golfo. Cuando se envió a Martín Estete a poblar una villa entre Nequepio
y Chorotega Malalaca, la mención de esa manera se estaba refiriendo, por los antecedentes
del acontecimiento, a un sitio intermedio entre dos extremos, o sea el Popocatépet,
comprendido entre el Cuzcatlán occidental, más allá del Lempa, y las comarcas de
Chorotega, el extremo oriental. Pero el nombre Malalaca no sólo estaba en la Choluteca, o
Chorotega, sino rondaba por toda la parte translempina, incluso en el corazón del
Popocatépet. Cuando se dio el restablecimiento de la villa de San Miguel de la Frontera, en
abril de 1535, por Cristóbal de la Cueva, en el acta de refundación, incluida en los papeles de
la residencia que le tomó el oidor de la audiencia de México, Alonso Maldonado, a De la
Cueva en 1536 y 1537, en Santiago de Guatemala, se dijo expresamente: …y viendo que así
conviene al servicio de Dios nuestro señor, asentaba y asentó y sitiaba y sitió en este dicho
valle, asiento viejo de la dicha villa de San Miguel de la Frontera, provincia que se dice de
malalaca…(Archivo General de Indias, AGI, Justicia 295, número 2, ramo 1). Lo que corrobora
que las áreas migueleñas anexas al volcán, y por la parte de Usulután, también eran
conocidas como Malalaca.
De esa manera, Malalaca fue probablemente un nombre aplicado a una parte
considerable entre el Lempa y las tierras de Choluteca, y no solamente privativo de esta
última sección. Pero no obstante lo genérico que pudo ser lo de Malalaca, sí tiene arraigo y
origen puntual en un pueblo indígena precisamente llamado Malalaca, que fue incluido
entre los pueblos tributarios de Nicaragua en las tasaciones por los oidores de la Real
Audiencia de los Confines, la conocida Tasación Cerrato, realizada desde San Salvador para
los pueblos nicaragüenses en los meses de noviembre y diciembre de 1548. En dicha
tasación está encomendado Malalaca en Cristóbal Maldonado, vecino leonés, con cincuenta
y cinco indígenas, y dice que es en términos de la jurisdicción de León. Entre las
obligaciones anuales de tributos, además de las fanegas de maíz y frijoles, cincuenta pares
de alpargatas, una docena de petates y otra de cántaros y setenta mantas de algodón, todo

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para ser entregado por mitades por San Juan y Navidad, y seis gallinas de Castilla dadas por
cada tributario cada seis meses, están setenta carguillas anuales de sal (diez carguillas hacían
una carga), lo que denota la proximidad del mar por la extracción de la sal, lo que fue
ancestral ocupación a orillas del golfo de Fonseca, pero no implica estar el pueblo en las
meras riberas de él, pero sí con mucha probabilidad estuvo a orillas del río Choluteca y así
surgió la identificación Choluteca-Malalaca (AGI, Audiencia de Guatemala 128; Vega Bolaños,
1956. tomo XI: 357).
Y antes de la Tasación Cerrato de 1548 ya había aparecido el pueblo de Malalaca en las
diligencias sobre el comercio de esclavos aborígenes de 1536, realizadas ante el gobernador
Francisco de Castañeda, en León, pueblo donde se reconcentraron los indígenas liberados y
luego enviados a sus islas, Meanguera y Conchagua (Vega Bolaños, 1955, tomo V, 374, 375).
Este pueblo de Malalaca pudo haber sido un antecedente poblado de la futura villa de Jerez
de la Frontera, en Choluteca, y razón por la cual siempre se repetía Choluteca-Malalaca, o
Chorotega-Malalaca. Un nombre que el historiador Lardé y Larín hizo derivar de las raíces
lencas “mana” y “laca”, con etimología que significa “sabana de las espinas”, o “planicie de las
tunas” (Lardé y Larín, íbid. 90).
En síntesis, en una acepción amplia de la naciente descripción geográfica
centroamericana, Malalaca, además de centrarse en la Choluteca (Chorotega) Malalaca, fue
también probablemente en general una acepción oriental y nicaragüense de lo que en la
historia salvadoreña se conoció como el Popocatépet. Y en cuanto a Nequepio, fue el
sinónimo levantino llegado de Panamá y de los grandes lagos para el occidente salvadoreño,
el Cuzcatlán de los nahuas.
Referente al nombre específico de Popocatépet (Popocatépetl), “cerro que humea”, fue el
antiguo nombre nahua del oriente salvadoreño, por el gran volcán humeante de San Miguel
(Barón Castro, 1950: 122, 123; Lardé y Larín, 1975: 139). Así se apuntó textualmente en el acta
de refundación de la villa migueleña de 1535: En el nombre de Dios, amén. Este valle que se
dice de Popocatépetl, donde diz que fue poblada una villa de españoles que se dijo y
nombró San Miguel, dos leguas del volcán que está en pie camino que va de la villa de San
Salvador a la ciudad de León (AGI, Justicia 295, número 2, ramo 1).
Pasados muchos años después de los sucesos más destacados del siglo XVI, comenzó a
usarse el nombre Chaparrastique para la misma región de Popocatépet, el cual proviene de
Bernal Díaz del Castillo, cuando el viaje de Alvarado a Choluteca en 1526, pero entonces
escribió Bernal sobre pueblos llamados los chaparrastiques pero después del río Lempa,
hacia la parte de Cuzcatlán y en la margen derecha (Díaz del Castillo, íbid.). Luego, el cronista
Fuentes y Guzmán trasladó esos pueblos a la margen izquierda y escribió que
Chaparrastique era la comarca de San Miguel, inclusive la misma ciudad (Fuentes y Guzmán,
1969, libro I: 123, 124). En la última gran crónica colonial, la de Domingo Juarros, el nombre
Chaparrastique es ya aceptado plenamente para toda la parte oriental salvadoreña (Juarros,
2000: 389, 390, 448). Así el nombre histórico Popocatépet, irremisiblemente fue sustituido
por el de Chaparrastique –como desapareció el de Malalaca-, e incluso aplicado para el

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volcán de San Miguel, por estar en consonancia con la gran cantidad de nombres lencas de
igual terminación (“tique”). El historiador Lardé y Larín le dio al apócrifo nombre -que ha
permanecido con la mayor presencia- una etimología proveniente de la lengua lenca, como
cerro helado” (Lardé y Larín, íbid. 120-128).

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CIUDAD VIEJA (1528-1545), LA VILLA DE SAN SALVADOR EN EL CONTEXTO HISTÓRICO


DE LA PRIMERA MITAD DEL SIGLO XVI.

San Salvador en Ciudad Vieja surgió del conflicto de demarcaciones de conquista y


poblamiento entre los españoles de México y Guatemala, y los de Nicaragua. Fue el
resultado de la lucha sórdida y a veces violenta de los capitanes castellanos que
convergieron hacia el Cuzcatlán de los nahuas, entonces la metrópoli aborigen y el nombre
genérico para aproximadamente el centro y occidente de El Salvador, el cual en el siglo XVI
desde Panamá y Nicaragua se conocía como Nequepio.
En los inicios de 1525, Pedro de Alvarado había ordenado fundar la villa de San Salvador
para oponerse a las pretensiones de Pedrarias Dávila, gobernador de Castilla del Oro, que se
fundamentaban en ser Cuzcatlán-Nequepio el lugar al cual había llegado a finales de 1524
un contingente de tropas en nombre del mismo Pedrarias, al mando de Hernando de Soto,
enviadas por Francisco Hernández de Córdoba desde el recién fundado León de Nicaragua,
a orillas del Xolotlán, hoy lago de Managua.
De entre los miembros del original grupo fundador de 1525, procedente de Santiago de
Guatemala, se nombraron los primeros vecinos de San Salvador y se eligió el cabildo, con
Diego Holguín como alcalde, que formalmente señalaba la jurisdicción en esos momentos
todavía cortesiana. Pero abandonado el solar inicial por los levantamientos indígenas y la
lejanía de Santiago en Olintepeque, hubo necesidad a los pocos años de volver a integrar el
ayuntamiento y proceder al trazado y poblamiento de la villa, máxime que Pedrarias Dávila
había sido nombrado gobernador de Nicaragua y que por marzo de 1528 el temible y
singular anciano de los grandes lagos ya se encontraba en León, desde donde podía invadir
ese Nequepio cuzcatleco, su obsesión por los derechos que aducía tener.
Así la situación, no había más que enviar de prisa un contingente que restableciera San
Salvador y procediera a levantar el enclave urbano. Era urgente sembrar en el suelo la
piedra miliar que señalara la ahora jurisdicción de don Pedro, que ya tenía la calidad de
gobernador de Guatemala y sus territorios. De tal manera que Jorge de Alvarado, en nombre
de su hermano, procesado en México por la primera audiencia novohispana, envió el
destacamento que el 1 de abril de 1528, en el pequeño valle al pie del cerro Tecomatepe,
realizó los actos civiles y religiosos de la toma de posesión del espacio territorial de la villa,
con autoridades y cabildo entero. Todos los pormenores de refundación constan en las
páginas del cronista dominico fray Antonio de Remesal (Historia general de las Indias
Occidentales y particular de la Gobernación de Chiapa y Guatemala, 1988, tomo II: 274-278).
Con buenos auspicios comenzó a vivir Ciudad Vieja en el lugar que según las
probabilidades fue el mismo de 1525, en un sitio protegido por barrancas y defensas
naturales, con suficiente agua y población indígena en las cercanías, donde se asentaron los
pobladores en las inmediaciones de la plaza y en chacras. La iglesia de la Trinidad, de la cual
solamente se conservan a la fecha un par de grandes piedras con motivos florales
gotizantes, no parece haber tenido fachada inmediata a la plaza de Armas, sino a cierta

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distancia, probablemente en una suave elevación, una variante de la clásica distribución


urbanística.
Cuando se estableció Ciudad Vieja, las normas de fundación fueron las de las instrucciones
dadas a Pedrarias Dávila en 1513, como gobernador de Castilla del Oro, en Tierra Firme, hoy
Panamá, así como las ordenanzas de 1523. Pero en esa villa temprana, a pesar del diseño en
cuadrícula iniciado en el continente hispano, todavía son de notar ciertas reminiscencias
medievales de la cultura territorial española de frontera, con una concepción defensiva, lo
que le dio a Ciudad Vieja un cierto aire de fortaleza, como una alcazaba protegida por
acentuadas barrancas de vaguadas y ríos, así como puestos de vigilancia y un aparente muro
de resguardo. Y dentro de esa aglomeración de casas y espacios verdes una población que
pareciera haber fácilmente rebasado las quinientas almas, entre hombres con calidad de
vecinos, sus hijos mestizos, criados españoles y esclavos negros. También probablemente
un muy reducido grupo de mujeres españolas que debían compartir la vida con las
concubinas aborígenes. Asimismo, como algo indispensable y muy particular de las
fundaciones alvaradianas, estaba el barrio de indígenas auxiliares, tlaxcaltecas y mexicas.
San Salvador se construyó con casonas grandes de tapia y ladrillos, con baldosas y tejas. No
se trataba de un panorama únicamente de techos pajizos, como lo ha demostrado la
investigación arqueológica.
Pero no faltaron los sobresaltos en su existencia de villa fronteriza. A finales de 1529
ocurrió la invasión de los castellanos de Nicaragua, que desató la llamada guerra de
Nequepio, suceso que tuvo origen en el último intento de Pedrarias Dávila de hacer valer
sus supuestos derechos en la margen derecha occidental del río Lempa, además de tratar de
consolidar los que consideraba eran innegables sobre la región más allá del Lempa, en el
bajío translempino, llamado entonces Popocatépet por los nahuas, y que difusa y
vagamente también los orientales llamaban Malalaca. En marzo de 1529 se había pregonado
en León esa expedición que pretendía desafiar a los Alvarado y sus tierras, quienes habían
comenzado a repartir encomiendas en el Popocatépet a pobladores de San Salvador. Las
fuerzas que caminaron desde León al mando de Martín Estete, cruzaron el Lempa y llegaron
a Ciudad Vieja a finales de 1529, donde estaba como teniente de gobernador Diego de Rojas,
que fue apresado en el peñol de Ucelutlán.
Se trató de un suceso de guerra entre españoles, un hecho particular que intriga por la
desidia con que los munícipes de Santiago de Guatemala trataron el asunto, pues pareciera
que dudaron seriamente si aquello era de Alvarado o en realidad pertenecía a la Nicaragua
de Pedrarias. Estaba de mando en Guatemala un enviado de la audiencia mexicana,
Francisco de Orduña, un enemigo de don Pedro, que dilató la intervención en la villa,
mientras se consultaba al tribunal de México. Al fin, en marzo de 1530 salió una fuerza hacia
San Salvador para expulsar a Estete, pero ya éste había abandonado Ciudad Vieja y huido
hacia León, con indígenas cautivos como esclavos, después de replegarse allende el Lempa.
Incluso había fundado en las cercanías de Ciudad Vieja la efímera Ciudad de los Caballeros,
que solamente duró una exhalación de días.

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Como resultado inmediato de la guerra de Nequepio, Pedro de Alvarado, que había


regresado a Guatemala, ordenó a su pariente Luís de Moscoso ir con tropas a establecer el
primer cabildo del oriente salvadoreño y fundar la villa de San Miguel de la Frontera, en
mayo del mismo 1530, para así tratar de zanjar la disputa territorial entre los dos grandes
capitanes de conquista. San Miguel fue establecido originalmente cerca del pueblo indígena
de Usulután, un lugar que parece haber sido ya conocido por los españoles porque allí
estaba Rojas cuando lo tomaron preso los de Pedrarias hacía unos meses y también acaso
fue el real de Gil González Dávila, pues no deja de rondar insistente la probabilidad de que
Gil González haya sido el primero en llegar al Popocatépet en 1524, cuando deambulaba por
Honduras en espera de realizar su obsesivo empeño, el de alcanzar los grandes lagos
nicaragüenses que él mismo había descubierto en 1523, en los días del viaje con Andrés
Niño.
En mayo de 1532, siendo teniente de capitán general Gómez de Alvarado, hermano de
don Pedro, por voz del pregonero del cabildo, Rodrigo Gómez, se publicó la comisión dada
al cura de la villa Antonio González Lozano, por requerimiento del clérigo Francisco
Marroquín, vicario de Santiago de Guatemala, a fin de levantar información sobre San
Salvador y sus términos, y sobre los pueblos dados en encomienda a los vecinos, con detalle
de habitantes, situación y productos, así como si había minas. El resultado fue la llamada
Relación Marroquín, donde se tomó declaración a cerca de sesenta encomenderos de la
villa, la que constituye uno de los primeros documentos de este tipo en la Centroamérica de
principios del siglo XVI.
Pero también en 1532, otro suceso puso en vilo la aparente tranquilidad de la villa.
Asimismo por pregón se anunció la preparación de la armada hacia las islas del Poniente del
gobernador don Pedro, para lo que se habían formalizado capitulaciones con la Corona. Un
destino con que Alvarado trataba de disimular su verdadero objetivo, que era el de navegar
hacia el sur, a disputar tierras con los españoles del Perú, y para la cual ya se estaban
construyendo numerosos barcos en Iztapa y en Nicoya. Por supuesto, al correrse la voz de
la meta peruana, muchos decidieron apuntarse para ir a las regiones que imaginaban
rebosantes de oro y riquezas. Esto causaría un traspiés en la consolidación de los centros
urbanos de la gobernación, pues como ejemplo extremo la naciente villa de San Miguel de
la Frontera fue abandonada por sus vecinos, para irse la mayor parte hacia el Perú. Los
barcos de Alvarado se reunieron en el golfo de Fonseca durante el año 1533, en el
embarcadero de Amapala, en la Amapala histórica salvadoreña que existió hasta la segunda
mitad del siglo XVIII, al sur del presente puerto de La Unión. Por todo fueron alrededor de
doce embarcaciones de diferentes tamaños, con el más grande llamado “San Cristóbal”, un
galeón de trescientas toneladas, que zarparon definitivamente del puerto del Realejo de la
Posesión en enero de 1534.
Toda la aventura fue un fracaso. Don Pedro tuvo que ceder en la venta de toda los
enseres, barcos y armas a Diego de Almagro por cien mil pesos de oro, y fue literalmente
expulsado de Perú por Francisco Pizarro, mientras la mayor parte de la tropa alvaradiana

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PEDRO ANTONIO ESCALANTE
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quedaba adscrita a Almagro. Muchos personajes de la conquista y colonización de


Nicaragua y del actual El Salvador, así como de Guatemala, siguieron su vida en el Perú,
algunos con mejor fortuna y más renombre. Un caso notable fue el de Diego de Alvarado, el
fundador de Ciudad Vieja y con suficiente probabilidad fundador también del primer San
Salvador de 1525. Diego fue un muy cercano compañero de armas de Almagro y uno de sus
más fieles seguidores. Incluso después de la ejecución de Almagro en Cuzco, en julio de
1538, Alvarado, uno de los dos apoderados que había nombrado el difunto, se dirigió hacia
España a querellar y acusar a Hernando Pizarro, el responsable de la muerte de Almagro,
por lo que se dijo que cuando murió prontamente Diego de Alvarado en 1540, lo fue por
haber sido envenenado por orden de los hermanos Pizarro.
También Gómez de Alvarado, quien había dejado su mando de teniente de gobernador
en San Salvador para irse en la expedición, tuvo su parte importante en las crónicas del sur,
porque acompañó a Almagro al reconocimiento del norte de Chile, comprendido en la
jurisdicción de Nueva Toledo que la Corona había otorgado a Almagro. Gómez de Alvarado
fue enviado con un grupo hacia la parte meridional, más allá del valle del Aconcagua, en
junio de 1536, en una fracasada jornada cerca de la actual ciudad chilena de Concepción. En
1550, Gómez de Alvarado, que sobrevivió a las guerras entre almagristas y pizarristas, y a la
guerra de los Encomenderos, era corregidor de la peruana villa de La Frontera de
Chachapoyas.
Hernando de Soto, aunque no fue vecino de la villa de San Salvador, sí tiene su nombre
relacionado con Cuzcatlán-Nequepio por haber llegado el segundo después de Alvarado.
Fue De Soto quien tal vez logró la mayor nombradía después de aventurarse por el Perú,
donde tanto se le mencionó por el famoso incidente de Cajamarca, cuando se hizo preso a
Atahualpa en noviembre de 1532. Hernando de Soto había llegado al sur procedente de
Nicaragua en 1531, y alcanzó un alto puesto entre los aventureros-conquistadores por su
célebre viaje por el sur de los actuales Estados Unidos, cuando ya era adelantado de La
Florida y gobernador de Cuba. Al morir De Soto a orillas del río Mississippi, en Guachoya, en
marzo de 1542, quien le siguió como capitán de los diezmados expedicionarios fue Luís de
Moscoso, el sobrino de Alvarado, el fundador de San Miguel de la Frontera, quien se había
unido a De Soto desde Perú y fue el que completó el viaje hasta llegar a México con los
sobrevivientes.
La Ciudad Vieja de San Salvador no vio regresar a los vecinos que habían marchado hacia
el sur, todos quedaron allá. El derrotado don Pedro, en agosto de 1534 volvió solitario a
Guatemala, con un puñado de acompañantes, en cuenta su compañera sentimental doña
Luisa Tequilhuátzin Xicoténcatl, y su pequeña hija Leonor, doña Leonor de Alvarado, quien
fue tal vez la única persona que despertó en don Pedro sentimientos muy diferentes de los
que se gastaba ante el común de los mortales.
La villa de San Miguel de la Frontera volvió a ser establecida por Cristóbal de la Cueva en
abril de 1535, enviado por Alvarado. Con esto ya estaba firme el enclave oriental de
Popocatépet en poder de Guatemala, pero vendría una época de levantamientos incesantes.

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De la Cueva, que quedó como teniente, desató la peor época del comercio esclavista en la
región migueleña y en el golfo de Fonseca, con la complicidad de muchos de los nuevos
vecinos, con el pretexto de esas rebeldías y guerras incesantes. Los barcos cargaban
esclavos con destino hacia Panamá y Perú, al igual como lo estaban haciendo españoles
mercaderes de Nicaragua.
A finales de 1536 comenzó el gran alzamiento de los indígenas lencas, iniciado en el
peñol de Cerquín, en el sur hondureño, y que conmocionó a todo el Popocatépet
salvadoreño, San Miguel de la Frontera fue asediado y casi destruido, defendido por los
vecinos y el nuevo teniente de la villa Gaspar Avilés de Sotomayor. Durante la revuelta,
desde Gracias a Dios, el gobernador de Honduras, Francisco de Montejo, envió a solicitar
ayuda a Santiago de Guatemala, así como a San Salvador. El gobernador guatemalteco,
entonces Alonso Maldonado, que había sustituido a Alvarado, en esa época en la Península,
se encontraba en esos días en Ciudad Vieja y se encargó de enviar el refuerzo pedido por los
castellanos de Honduras. Marcharon desde San Salvador hacia Gracias cerca de cien
indígenas tlaxcaltecas y mexicas asentados en el barrio de auxiliares de la villa, además de
numerosos nativos cargadores con bultos que contenían pólvora, arcabuces, balas, ballestas
con sus dardos, espadas, lanzas, escudos, piezas de armaduras. Esto demuestra la
importancia estratégica que ya tenía San Salvador y la existencia de un floreciente trabajo de
forjas y herreros, asimismo confirmado por la arqueología, porque lo remitido no era poca
cosa para el tiempo y las circunstancias de rebeldías frecuentes, pues lo enviado no habrán
sido solamente piezas de la armería de Ciudad Vieja, que buena falta hacían, sino que hubo
necesidad de fabricarlas en la villa.
San Salvador ocupaba nada más el pequeño valle de Ciudad Vieja, un emplazamiento
estrecho y con pocas posibilidades de desarrollo. Sin embargo era una población de ya
primera importancia en el camino real que unía a varias a fundaciones en la región, porque
además de Santiago de Guatemala estaban poblándose en el norte San Pedro de Puerto
Caballos, Gracias a Dios y Santa María de la Concepción del Valle de Comayagua, lo mismo
que el distante puerto de Trujillo en la costa Caribe. Y por el oriente era la importante ruta
hacia San Miguel de la Frontera, y hacia Granada, León y El Realejo de la Posesión, destinos
para los cuales lo usual era embarcarse en el pequeño enclave portuario de Amapala y
navegar hasta el estero Real y el estero del Viejo. Además, San Salvador era punto de
conjunción de tres obispados erigidos, los de Honduras, Nicaragua y Guatemala, lo mismo
que camino de frailes de órdenes mendicantes entre los conventos dominicos y
franciscanos de Santiago de Guatemala y León. Por octubre de 1536 Ciudad Vieja vio llegar a
fray Bartolomé de las Casas, quien se dirigía desde Nicaragua a Santiago, en compañía de los
religiosos dominicos Pedro de Angulo y Rodrigo de Ladrada. Por igual, el famoso
franciscano fray Toribio de Benavente, Motolinía, estuvo al menos dos veces en la villa,
aproximadamente a finales de 1528 y de 1544, en viajes hacia Nicaragua, y regresó por el
transitado camino real de San Salvador.

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PEDRO ANTONIO ESCALANTE
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Asimismo, desde Ciudad Vieja se alcanzaba en corto tiempo el Mar del Sur, donde en las
cercanías se encontraban las grandes explotaciones de cacao de Tecpan Izalco y su comarca
inmediata, en esos años en que era el pueblo más rico de la gobernación por el comercio
del grano base del chocolate, que se subía a los barcos mercantes que llevaban el preciado
cacao hacia Huatulco y Acapulco, desde la rada abierta de Acajutla, habilitada
aproximadamente por 1535. Algunos de esos barcos eran propiedad del Marquesado del
Valle, de Hernán Cortés.
En julio de 1541 murió el gobernador Alvarado en México, en Guadalajara, herido en la
refriega del peñol de Nochistlán. Iba en su última empresa, esta vez sin subterfugios dirigida
en un principio hacia las islas de las Especierías, las Molucas, pero que fue suspendida por
acuerdo con el virrey mexicano Antonio de Mendoza, para convertirse en dos grupos de
embarcaciones hacia destinos diferentes, con los subsiguientes descubrimientos de las islas
Filipinas por Ruy López de Villalobos y de la Alta California por Juan Rodríguez Cabrillo, en
1543. Los barcos de Alvarado habían salido de Acajutla y en buenos problemas se vio el
ayuntamiento de San Salvador por las exigencias del gobernador en cuanto a bastimentos
para la expedición. La armada de Acajutla fue hasta entonces la de mayor lucimiento en el
Mar del Sur, no solamente por los barcos engalanados y festivos, sino por quienes
participaron en ella.
Ciudad Vieja, después de la época alvaradiana vio pronto llegar su final. Francisco de la
Cueva en 1542 ordenó fundar la villa de la Choluteca, Jerez de la Frontera, por Juan de
Mendoza, a medio camino entre San Miguel y León, por ese entonces esa Choluteca
Malalaca tierras de Guatemala, pero solamente por poco tiempo, porque a finales del siglo
XVI se creó el Real de Minas de San Miguel de Heredia de Tegucigalpa y se le adjudicó la
villa de Jerez, por razón de las ricas minas que se habían descubierto.
Cuando la Real Audiencia de los Confines fue establecida en Gracias a Dios, Ciudad
Vieja, situada en el importante camino real entre la diminuta capital de la audiencia,
residencia de los oidores, y la ciudad más populosa como era Santiago, se vio carente de
atributos geográficos para responder a los nuevos tiempos y poder expandirse, por lo que
los vecinos habían iniciado la búsqueda de un nuevo asentamiento en el ubérrimo valle al
pie del gran volcán, cerca de la población principal del Cuzcatlán-Nequepio de Pedro de
Alvarado y de Hernando de Soto. Este valle del río Acelhuate era una atractiva extensión de
bosques, con cientos de fuentes de abundante aguas y riachuelos, con clima sano en tierra
caliente, feraz y dadivosa. La villa solicitó autorización para mudarse al lugar elegido y fue
concedido por los magistrados de la Real Audiencia, encabezada por el mismo Alonso
Maldonado, En julio de 1545, en carta dirigida a Carlos V por los oidores de Gracias a Dios,
informaban que habían otorgado permiso para la mudanza.
Un hecho que seguramente apuró la decisión de permitir el traslado de San Salvador fue
la llegada en mayo de 1544 del oidor de los Confines, Diego de Herrera, quien iba de Gracias
a Dios hacia León de Nicaragua para entablar juicio de residencia al gobernador Rodrigo de
Contreras. Habrá visto el abogado Herrera que el emplazamiento de la villa ya no estaba

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PEDRO ANTONIO ESCALANTE
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acorde al desarrollo urbano y a la realidad de las provincias y que ya no era cuestión de


mantener una villa que más parecía un burgo de la conquista, sin alientos para crecer.
Y así San Salvador se fue de Ciudad Vieja para construir la nueva villa en el valle que fray
Francisco Vázquez llamaría de Zalcoatitlán, a la que por real provisión de 26 de septiembre
de 1546 se le confirió el título de ciudad. Se trasladó también a los indígenas auxiliares, a los
tlaxcaltecas, a los mexicas, y posiblemente también hubo movimiento de población
autóctona para establecer un rosario de pueblos indígenas alrededor del nuevo enclave. Es
muy posible que quedaran habitantes por algún tiempo en la vieja villa, cuyos derruidos
testimonios fueron incluidos en la hacienda La Bermuda, tierras que fueron de Beatriz de
Vera, hija de Alonso López de Cerrato, segundo presidente de la Real Audiencia, y quien a su
vez fue casada con Juan de Mestanza Ribera, alcalde mayor de Sonsonate, amigo de Miguel
de Cervantes.
Esa Ciudad Vieja de silencios matizados por el bullicio histórico, es hoy una apasionante
y formidable cantera arqueológica, con la ventaja de que fue abandonada y nunca se
construyó encima. Hoy constituye un valioso ejemplo del más antiguo urbanismo
continental americano de los inicios del siglo XVI. Ciudad Vieja de La Bermuda es el crisol
germinal del actual El Salvador, en ese siglo heroico, dramático y apocalíptico en que a
golpes de espada se cinceló un destino omnipresente en la América indígena.

BIBLIOGRAFÍA BÁSICA.

Barón Castro, Rodolfo


Reseña histórica de la villa de San Salvador, Instituto de Cultura Hispánica, Madrid, 1950.
La población de El Salvador, Universidad Centroamericana José Simeón Cañas, San
Salvador, 1978.

Chamberlain, Robert S.
The conquest and colonization of Honduras (1502-1550), Carnegie Institution, Washington
D.C., 1953.

Erquicia, José Heriberto


“Investigaciones arqueológicas en Ciudad Vieja, la antigua villa de San Salvador”, en
Memoria de la Conferencia Internacional León Viejo y Ciudad Vieja en la etapa fundacional
de Centro América, León de Nicaragua, 2004.

Fowler, William; Gallardo, Roberto; Hamilton, Conrad, y otros


Investigaciones arqueológicas en Ciudad Vieja, Concultura, San Salvador, 2002.

Lardé y Larín, Jorge

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PEDRO ANTONIO ESCALANTE
Academia Salvadoreña de la Historia

El Salvador, descubrimiento, conquista y colonización, Academia Salvadoreña de la Historia,


San Salvador, 1983.

Remesal, fray Antonio de


Historia general de las Indias Occidentales y particular de la Gobernación de Chiapa y
Guatemala, Porrúa, Ciudad de México, dos tomos, 1988.

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Para el I Coloquio Salvadoreño de Religiosidad Popular, septiembre de 2013.


BREVES COMENTARIOS SOBRE EL SANTO OFICIO DE LA INQUISICIÓN EN LAS
PROVINCIAS SALVADOREÑAS (siglos XVI-XIX).

El Santo Oficio de la Inquisición ha sido motivo de extensos estudios e investigaciones en


los años recientes. Sin embargo continúa levantando las usuales y comprensibles opiniones
de repulsa, como lo fue en el pasado, cuando constituyó un dorado filón para alimentar la
leyenda negra con que se cubrió la historia de España y de las Indias americanas, al
presentar al Santo Oficio como el cuento de terror por excelencia, en épocas donde se hizo
aparecer a España como el epítome de la intolerancia religiosa, cuando indudablemente y
en definitiva eran los vientos huracanados que soplaban en todos los países europeos, en
unos más en otros menos, pero exacerbados en la Europa del Mediterráneo.
Se sigue hablando por muchos sobre la Inquisición sin saber realmente en qué consistió
y con la ignorancia de su trayectoria como tribunal, únicamente en base a sus aspectos más
negativos y condenables, los que ocultaron otras actividades. Sin embargo, aunque esos
otros campos de acción se den a conocer, obviamente son las oscuridades de la institución
las que han perdurado para el común de las personas y la opinión general.
Actualmente es difícil concebir la vida sin los modernos principios de libertad de
conciencia, libertad de pensamiento y de expresión así como el respeto de los derechos
humanos, y por supuesto que el Santo Oficio de la Inquisición choca contra estos principios
de cultura y civilización. Pero el pasado hay que observarlo e investigarlo de conformidad
con las circunstancias propias del momento histórico y no solo desmenuzarlo sin estudio ni
crítica objetiva, y condenar en todo y por todo, lisa y llanamente, una institución por el
abrupto contraste que exhibe con los valores sociales y morales de la modernidad.
Si esos valores del presente se aplican al pretérito sin el adecuado análisis y
conocimiento del pasado, jamás se podrá entender algo que es difícil concebir en nuestros
días, el hecho de que el Santo Oficio llegó a gozar de una cierta popularidad positiva en el
pueblo español, algo aceptado por muchos tratadistas serios, no panfletarios ni
superficiales, y que debe tenerse a la Inquisición como expresión de las organismos de
poder de su época, en definitiva como una manifestación de los prejuicios sociales y étnicos
de los tiempos y no tanto como una perversa expresión de la Iglesia –como muchos
solamente lo quieren ver-, aunque su piedra fundamental haya sido la intolerancia religiosa,
sobre todo en la lucha contra las herejías, la desviaciones del dogma romano y las
expresiones públicas de apostasía. El Santo Oficio fue un organismo represivo que llegó a
constituir una parte integrante de la vida corriente y común española y portuguesa, y a la
América hispánica llegó como puntal clave del extraordinario andamiaje político y de
gobierno de las provincias castellanas de Ultramar.
Hacer Inquisición era efectuar averiguación de sucesos que se consideraba lesionaban
gravemente la doctrina oficial de la Iglesia y al mismo Estado, el cual tenía en Europa
occidental un definitivo punto de apoyo en la organización eclesiástica. La primera

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PEDRO ANTONIO ESCALANTE
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Inquisición fue la medieval, que se realizó con legados papales y con las facultades
otorgadas a las órdenes mendicantes, como los dominicos. En un principio, el objetivo de
esa Inquisición medieval fueron las herejías, provenientes de un sentimiento religioso
cristiano de libre expresión, que surgió desde las primeras centurias de la Iglesia católica en
el seno de órdenes conventuales y en las comunidades populares; disidencias que con los
siglos seguirán expresándose en múltiples agrupaciones religiosas con singulares
enseñanzas cristianas.
En España, la situación era la de una tierra donde por siglos habían existido dos
religiones antagónicas, la cristiana y la musulmana, juntamente con una tercera con la que
coexistían, el judaísmo. Después de la convivencia entre las tres, con sus especiales
circunstancias, sus períodos convulsos y las antipatías que siempre afloraban, el asunto
religioso se volvió un tema político y de Estado con el proceso guerrero de extensión
geográfica de los reinos cristianos y las conquistas que se iban sucediendo en el territorio
del Islam andaluz.
La cada vez mayor presencia cristiana requirió unificar también esta diversidad religiosa
y prontamente surgió la necesaria igualdad entre ser español y ser cristiano católico, en
detrimento de la ley mosaica y del Corán. España fue más tolerante en un principio con los
musulmanes, pero con los judíos los odios fueron creciendo galopantemente, porque los
israelitas eran quienes habían estado siempre en la mira del recelo y el desprecio en la gran
mayoría de naciones europeas, por aquello de llamarles “deicidas” y no haber aceptado la
divinidad de Cristo, además por estar su vida en acentuado entramado con la sociedad
cristiana, a pesar de las antipatías y limitaciones de cohabitación que se les imponían. Hacia
los judíos se dirigían siempre los dardos envenenados de las sociedades cristianas, no
solamente la española, sino la alemana, la francesa, la inglesa. El estallido más grande en las
ciudades españolas contra los judíos se dio en 1391, y en adelante quedó instalado ya en
definitiva el sentimiento de repulsa contra la religión y contra la misma etnia hebrea.
Más adelante, en Europa la Reforma protestante y sus vertientes causaron el
rompimiento de la unidad católica entre los reinos y el desgarre fue motivo de un período
caótico en muchos países. España también se vio afectada por la Reforma, pero en un grado
infinitamente menor porque en la Península estaba ya plenamente instalada la forzosa
identidad entre español y católico, y la pública disidencia caía dentro de la categoría de un
delito penalizado que corrompía a la sociedad, fundamentada en una monarquía estricta y
ortodoxa.
En España, después de la expulsión general de los judíos en 1492, primero de los reinos
castellanos, luego de Aragón y Navarra, había surgido el fenómeno social de una gran
población conversa, ya considerable desde muchos años antes, pero aumentada por miles y
miles de familias judías que habían aceptado el bautismo ante la inminencia de la expulsión.
Para vigilar drásticamente el comportamiento público de estos conversos, y que no surgiera
una vuelta atrás a su vieja creencia y costumbres, fue autorizada la Inquisición como
institución político-religiosa y tribunal judicial de plena obediencia. El primer Tribunal del

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Santo Oficio se estableció en Sevilla, en 1480. Paulatinamente irían estableciéndose


tribunales en otras ciudades españolas. La sociedad tenía que ser vigilada y no aceptarse
desviaciones que supusieran herejías o la apostasía del cristianismo, una vez recibido con el
bautismo. En 1483, en las Cortes de Toledo fue creado el omnipotente Consejo de la
Suprema y General Inquisición.
Aunque no solamente los judíos conversos sospechosos de criptojudaísmo, o práctica
disimulada de la vieja religión, fueron objeto de los rigores del Tribunal, definitivamente
fueron éstos los que protagonizaron la inmensa mayoría de casos de enjuiciados por
motivos religiosos. Sin embargo, también soportaron los rigores del Santo Oficio los
llamados moriscos, o sea los musulmanes de ancestro árabe-magrebí que seguían
observando la ley islámica bajo apariencias cristianas. Los moriscos sufrieron la última
expulsión en 1609, pero también quedaron muchos en España y se confundieron con la
población común. En realidad la inmensa mayoría de los judíos conversos que
permanecieron en España, y sus descendientes no tendrán nada que ver con la Inquisición,
así como sucederá también con los moriscos y su descendencia. El porcentaje encausado
será muy bajo en comparación con el grueso de la población de ancestro judío o musulmán,
pero aquél muy notorio y comentado.
Hay que remarcar que la autoridad del Tribunal del Santo Oficio se dirigía a los
bautizados cristianos que se consideró habían renegado de su nueva fe y seguían
practicando la anterior, es decir la apostasía, un verdadero delito en la sociedad española de
esos tiempos, y se debe hacer énfasis en que en realidad el Santo Oficio no estaba dirigido a
quienes tenían otra religión, por lo menos legalmente no eran ellos el blanco de sus rigores.
Lo que se perseguía en principio era el pecado del apóstata, no la diversidad religiosa,
aunque esto varió según el tiempo y el lugar, pero se mantuvo como norma del Tribunal, a
pesar de las veleidades de los juzgadores y funcionarios jurisdiccionales y de las
trasgresiones del ordenamiento legal de la organización inquisitorial.
Gran parte de la realidad de España en el orden político y social de los siglos de la
monarquía universal pasó a las Indias americanas, con los matices y variaciones de la lejanía
y las realidades del nuevo mundo. Y así, indefectiblemente, llegó el Santo Oficio. Una real
cédula, incluida en la Recopilación de Leyes de Indias, de 1681, como ley XV del título XXVI,
libro IX, establecía que Ninguno nuevamente convertido a nuestra Santa Fe Católica de
moro, o judío, ni sus hijos, puedan pasar a las Indias sin expresa licencia nuestra
(Recopilación, 1973). Por esta disposición de 1522, solamente con autorización podrían pasar
al nuevo mundo los conversos de reciente fecha. Pero esto no fue óbice para que cientos,
aun miles, cruzaran el Atlántico en forma disimulada al no tener autorización.
Antes de la fundación de los tribunales americanos, igualmente como sucedió en la
Europa medieval, hubo una primera Inquisición llamada Inquisición monástica y episcopal,
por haber estado encargada a superiores de algunos conventos y a los obispos. Así hay que
distinguir necesariamente en los dos períodos inquisitoriales, pues no es lo mismo la
primera Inquisición que el campo de actividad que ocurrió con el ya formalmente

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establecido Tribunal del Santo Oficio con amplio poder jurisdiccional, con un área de
acción definida y de obligatoria obediencia. En la América española, en la primera
Inquisición fueron comprendidos los indígenas, pero luego excluidos de la competencia del
Tribunal del Santo Oficio.
En la amplia geografía de la Nueva España hubo muchos casos conocidos por sus
trágicas consecuencias en la primera Inquisición episcopal y monástica, porque todavía
estaban incluidos los indígenas. Tal es el caso del llamado auto de fe de Maní, ordenado por
fray Diego de Landa el 16 julio de 1562, donde fueron castigados un gran número de
indígenas yucatecos y se quemaron los lamentados códices mayas, veintisiete rollos con
figuras y pictogramas, además de haberse quebrado e incinerado miles de figuras religiosas.
En Santiago de Guatemala, en un suceso casi totalmente olvidado, un domingo de
Cuaresma, en año no precisado, 1552 ó 1553, tuvo lugar una ceremonia de expiación frente a
la catedral. Fueron echados al fuego objetos de culto prehispánico, así como muchos
indígenas sufrieron azotes con sus cabelleras cortadas, y se les colocaron sogas en el cuello
y capirotes cónicos sobre las cabezas en señal de castigo. Los indígenas penitenciados
fueron enviados a servir a los conventos. Muy pocos datos quedan de este evento expiatorio
realizado por el obispo Francisco Marroquín, al cual asistió la real audiencia en pleno.
Solamente consta en las mismas diligencias de descargo hechas por fray Diego de Landa, en
1563, después del escándalo de Maní, el cual por las consecuencias motivó la intervención
de las mismas autoridades civiles españolas (Scholes y Adams, 1938, II: 54-58, 183-190)
Felipe II estableció los primeros tribunales inquisitoriales en la América española. La
cédula de 25 de enero de 1569 creó el Tribunal de México y el Tribunal del Santo Oficio de
Lima, y más tarde, en 1610 se erigió el Tribunal de Cartagena de Indias. El Tribunal de Nueva
España fue definido en sus alcances jurisdiccionales por la real cédula de 16 de agosto de
1570, y se inauguró el 4 de noviembre de 1571 por el clérigo Pedro Moya de Contreras como
su presidente, con plena autoridad en los reinos de la Nueva España, tanto en el virreinato
como en el reino de Guatemala, con la consiguiente inclusión de las provincias
salvadoreñas. Con esto quedaba terminada la Inquisición monástica y la episcopal. El
Tribunal novohispano fue organizado con tres inquisidores , uno de ellos el presidente, y
con todo el aparato administrativo de secretarios, notarios, calificadores, consultores y
alguaciles, así como se nombraron comisarios en todas las ciudades y villas de españoles, en
cuenta las centroamericanas y en las salvadoreñas San Salvador, San Miguel y La Trinidad de
Sonsonate, y más adelante, después de 1635, en San Vicente de Austria, y en el siglo XVIII
aparecerá un comisario en el pueblo de Santa Ana Grande. En estas poblaciones con
comisarios surgió la calidad de Familiares del Santo Oficio, que por lo usual solamente
ostentaban ciertas familias de Santiago de Guatemala (Medina, 1987).
Ya que, a diferencia de la primitiva Inquisición americana, los indígenas fueron exentos
de la jurisdicción de los comisarios del Santo Oficio, solamente quedaron ellos
formalmente bajo la supervisión y dependencia de sus vicarios, párrocos y curas
diocesanos. Se consideró que los indígenas no tenían la instrucción suficiente y había que

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protegerlos “como a niños”. Como diferencia sustancial y definitiva con el inicial primer
período de la Inquisición monástica y la episcopal, con el Tribunal solamente serían objeto
de pesquisas cuando el caso estuviera entretejido con quienes sí eran sujetos de la
competencia del Santo Oficio institucionalizado: españoles, criollos, negros, ladinos,
mulatos y toda la variedad de castas.
En el nuevo continente hubo razones definitivas para la separación de los indígenas del
Tribunal. Una decisión tomada a pesar de que como potencia descubridora, conquistadora
y pobladora, por los derechos concedidos por las bulas papales España había adquirido el
compromiso obligatorio, irrenunciable y de la esencia misma de su trascendental
pertenencia al mundo católico romano, de evangelizar a los pobladores de esas novísimas
tierras e incorporarlos a la Iglesia romana, como un sagrado deber de civilización y de la
vocación ultraterrena de la Corona de Castilla.
Evangelizar era algo muy diferente a someter a los indígenas al entramado legal del Santo
Oficio, una institución tan alejada de la realidad nativa americana. La tarea evangelizadora
se mostró desde el principio como un inconmensurable desafío, por la amplia demografía
aborigen y por las destacadas y ricas expresiones de cultura propia que las naciones
indígenas mesoamericanas poseían en su bagaje de civilización, tradiciones y
manifestaciones religiosas. El reto fue afrontado en forma heroica por las órdenes
monásticas, como los dominicos, los franciscanos, los mercedarios, los agustinos y otras
varias -al actual El Salvador solamente llegaron las tres primeras, además de la orden de San
Juan de Dios-. Sin embargo, el trabajo de incorporar a los indígenas en los cauces religiosos
europeos fue evolucionando desde el entusiasmo del inicio, tomado como un desafío de
cruzada en tierra de infieles, hasta la aceptación forzosa de una realidad diferente a lo
propuesto.
La primera Inquisición, la de los monjes y de los obispos, con procedimientos de castigo
sobre todo aplicado a miembros de los familias de señores indígenas, se mostró muy dura
con ellos en los casos considerados como apostasía y la vuelta a la religión aborigen, como
una manera de lograr un ejemplo y reflujo de castigo en el pueblo llano, los macehuales.
Pero pronto se puso de manifiesto lo difícil que era la cristianización de las masas
aborígenes, bautizadas en forma multitudinaria, con solamente un levísimo barniz de
aprendizaje de la nueva religión, con su personalidad siempre inmersa en la gentilidad
prehispánica, en la magia de las fuerzas de la naturaleza, en la tradición del panteón
precolombino tan cercano en el tiempo y en los sentimientos de identidad de las etnias.
Forzar a los indígenas a ser cristianos de catecismo católico, sin más ni más, y borrar una
identidad cultural de siglos que bullía personalmente en todos y en lo colectivo de su vida y
sociedad, hubo de aceptarse que era una lucha fallida en la gran mayoría de los casos.
España trató por muchos medios de educar y enseñar la religión importada, pero lo que
parecía haber calado hondo en realidad estaba tantas veces entremezclado con una rebeldía
íntima de los pueblos indígenas, que buscaban consuelo en lo ultraterreno pero a su
manera, con las heredadas expresiones de comunicación con la deidad. Se construyeron

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iglesias para los indígenas, se les dio un arte religioso de excelencia con una expresiva
imaginería barroca de total embeleso, a la cual ellos acudían con fervor y cumplían con la
liturgia, pero digerida y aceptada según su propia matriz cultural que todavía rondaba el
politeísmo. Conceptos abstractos de la doctrina, en nada relacionados con los ritos y
costumbres ancestrales, siguieron siendo incomprensivos, como lo mismo era recitar
oraciones en una para ellos ininteligible jerigonza, como era el latín, que se repetían como
monótonas salmodias.
No era posible que los indígenas fueran sometidos al Tribunal del Santo Oficio, lo
contrario hubiera sido volver nugatorios todos los esfuerzos de los evangelizadores y de los
administradores eclesiásticos. El Santo Oficio, en el fundamental aspecto religioso, en
realidad tenía su campo de acción con las religiones reveladas, las monoteístas, y luchaba
contra la vuelta a dos de ellas, el judaísmo y el Islam, de los bautizados en el cristianismo,
con el castigo por la apostasía. El Tribunal no estaba dirigido a los politeístas de la gentilidad
americana, un campo totalmente diferente de las condiciones históricas surgidas en el
ambiente civilizador del Mediterráneo y sus vertientes culturales del norte de África, el
Cercano Oriente y Europa. Incluir a los indígenas americanos, en su particular situación,
habría sido sacar fuera de contexto al Tribunal y en cierta manera desfigurar sus objetivos
en los inamovibles dogmas de la religión. España fue la única potencia colonizadora que
sometió a un severo examen colectivo crítico su presencia y su actividad en el nuevo
mundo, y era obvio que el grupo original debía gozar de consideraciones especiales para
vivir, trabajar, producir, tributar y estar quieto en el vasallaje, incorporados a la sociedad
colonial española. De lo contrario se podría haber dado de nuevo el desastre ocurrido en las
islas del Caribe, donde los grupos aborígenes desde finales del siglo XVI quedaron
prácticamente extinguidos por malos tratos y exigencias de trabajo, además de las
enfermedades. La América española eran otros cielos, diferentes de los ibéricos.
Además había una razón definitiva y fundamental para no incorporar a los grupos nativos
en el Santo Oficio, pues habría significado contradecir abismalmente el espíritu
proteccionista de las Leyes de Indias. Todo el cuerpo legal estaba dirigido a la especial
consideración para con los indígenas, como seres necesitados de cuido y orden en su vida
en sociedad. En la vida práctica esto se convirtió tantas veces en disposiciones no
cumplidas, en letra muerta, pero formalmente el corpus legal de Indias buscaba proteger al
indígena.
Los indígenas se sumieron en su propio mundo de aculturación religiosa, con el sustrato
de la magia prehispánica y del llamado nahualismo, el universo de sus seres protectores de
la naturaleza, en urdimbre con el cristianismo romano, y encontraron refugio y consuelo en
sus propias organizaciones como las cofradías, lo que contó con la aceptación del clero
regular encargado de las doctrinas, así como del clero diocesano. Cuando se dio la visita del
arzobispo Pedro Cortés y Larraz, en finales de 1768 e inicios de 1769, a las provincias
salvadoreñas de la gobernación de Guatemala, los comentarios expresados en sus escritos
sobre la religiosidad de los indígenas reflejaron un desastre evangélico y el desconsuelo del

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mitrado ante la forzosa aceptación de lo que imperaba en las parroquias. La piedad popular
se había impuesto en sus particulares expresiones híbridas transculturadas y estaba
entronizado un definitivo mestizaje religioso (Cortés y Larraz, 1958).
Con lo firme excepción de los indígenas por razones comprensibles, pasada la
obligatoria publicación solemne de los edictos de fe para inaugurar las funciones del
Tribunal en cada una de las ciudades y villas de españoles, dirigidos a quienes sí serían
sujetos del Santo Oficio, los comisarios fueron los encargados de iniciar las actividades de
averiguación en sus demarcaciones cuando mediaba alguna denuncia. Así comenzó la
función inquisitorial en Centroamérica y en los ayuntamientos sansalvadoreños y
sonsonateco, con el sistema propio del Santo Oficio, en el cual las denuncias quedaban en el
anonimato para el encausado, lo cual se prestaba para abusos e injusticias, porque se usaron
para resentimientos, malquerencias, venganzas y confabulaciones. El procedimiento judicial
fue el mismo que el civil de la época, con el uso del tormento para obtener declaraciones y
confesiones (Medina, 1987).
Todos los expedientes de estas actuaciones judiciales debían ser remitidos en original a la
sede del Tribunal, en la Ciudad de México, por lo cual el archivo de Inquisición del antiguo
reino de Guatemala se encuentra en el Archivo General de la Nación mexicano. Hay allí una
gran riqueza de documentos atinentes al actual El Salvador, principalmente denuncias con
las primeras averiguaciones por los comisarios, además de unos cuantos juicios
completados, los cuales son básicamente tres vinculados íntimamente con La Trinidad de
Sonsonate. Los expedientes se relacionan con los varios campos de acción del Tribunal,
que no solamente trataba inobservancias y ofensas a la religión y el dogma cristiano
católico, sino lo que tenía que ver con la moralidad pública, expresiones de irreligiosidad,
blasfemias, prácticas de hechicería y suertes amatorias, curaciones mágicas, invocación de
seres maléficos y actitudes demoníacas. Asimismo ejerció la Inquisición la represión de los
escándalos en los conventos, los abusos y vicios del clero, las manifestaciones
sobrenaturales de videntes y las abundantes denuncias contra los llamados solicitantes en
confesión, o sea los curas que requerían favores sexuales de sus feligreses. Otro campo de
acción fue la inspección de libros en los barcos que los traían en sus fardos y estar atenta a
que no circularan entre la población letrada, así como expurgar alguna colección privada
que fuera denunciada por tenerlos.
El Tribunal del Santo Oficio de México, con jurisdicción en toda la Nueva España, tanto el
virreinato como el reino de Guatemala, comenzó a realizar los autos de fe públicos, grandes
ceremonias de expiación y castigo, con lectura de sentencias y una liturgia de circunstancia,
de exaltación y temores. Con una escenografía teatral, con ceremonial estricto y ampuloso,
en ambiente popular de plazas o en lugares cerrados, la Inquisición castigaba públicamente
a los condenados que iban a ser sujetos de una variedad de penas, desde las condenas leves
y abjuraciones hasta las sentencias a muerte, las cuales se ejecutarían por las autoridades
civiles en lugares señalados. El primer auto de fe público tuvo lugar el domingo 28 de
febrero de 1574, junto a la primitiva catedral mexicana, en la llamada plaza del Marqués, y así

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continuarían estas ceremonias públicas, con marcada disminución escenográfica con el


pasar de los siglos, y muchos autos de fe reducidos a solamente audiencias privadas
especiales en sitios privados. El final comenzó a asomar en la Inquisición mexicana y entró
en decadencia al transcurrir el siglo XVIII. También se dieron casos de ceremonias a manera
de autos de fe en poblados indígenas, pero fueron organizados únicamente como ejemplo
de expiación y castigo por los vicarios y curas párrocos en los pueblos, sin las implicaciones
legales del Tribunal y diferentes a la actividad del Santo Oficio, por lo de estar los indígenas
separados de su jurisdicción. Esto ocurrió en particular en México.
Por 1613 hubo un intento de establecer un propio tribunal en el istmo americano del
centro, con el argumento válido de la lejanía del de México. En 1738, los obispados de
Guatemala y de León de Nicaragua pidieron de nuevo un tribunal propio en Centroamérica,
siempre aduciendo la distancia entre la capital virreinal y las ciudades del reino
guatemalteco. Todavía en 1766, en irremisible decadencia de la Inquisición, se volvió a pedir
el tribunal para Santiago de Guatemala y sus gobernaciones provinciales, lo que fue
denegado por el Despacho Universal de Indias, en tiempos del rey Carlos III (Chinchilla,
1953).
Los expedientes de Inquisición y los juicios tienen un gran interés para el investigador de
historia. No se trata básicamente por los temas de religión, pues en realidad nada pueden
interesar en este aspecto, porque el contexto general de la autoridad y autoritarismo
eclesiástico es permanente y los dogmas fundamentales no cambian, sino que esos juicios
son un extraordinario reflejo de la vida y de la sociedad de su época, así como de las
creencias populares, el nivel intelectual de los protagonistas y los prejuicios colectivos. En
las provincias salvadoreñas, lo más destacado fue la Inquisición en la Alcaldía Mayor de
Sonsonate en el siglo XVI, con tres notables juicios que llegaron a su conclusión en el
Tribunal, con un “fascinante” dramatismo - si acaso es permitido tal adjetivo en las neblinas
inquisitoriales-. Uno fue comenzado por la Inquisición episcopal del obispo Bernardino de
Villalpando, los otros dos ordenados desde la sede virreinal.

En el marco de la confrontación del obispo Villalpando y las órdenes religiosas, surgió el


escandaloso caso del alcalde mayor de Sonsonate, Pedro Xuárez de Toledo, quien sufrió los
rigores del mitrado en una mezcla de averiguaciones y antipatías personales. Pedro Xuárez
de Toledo, un sevillano medio aventurero, medio truhán, hombre con educación y aficiones
cultas, llegó como alcalde mayor a la villa de La Trinidad en los primeros días de 1568, pero
cometió el error desde el inicio de enemistarse con los comerciantes y hacendados más
poderosos de la región izalqueña, donde el tráfico del cacao estaba en su máxima bonanza y
producía enormes ganancias al exportarse por el puerto de Acajutla. Se le acusó de
múltiples actividades disidentes y sediciosas contra la tranquilidad de los mercaderes y
contra la Iglesia, los cuales se expusieron ante el obispo Villalpando y así se logró
embarrarlo en asuntos privativos de la Inquisición episcopal. Además, el sevillano Xuárez de
Toledo cometió la imprudencia de apoyar públicamente a la orden de Santo Domingo y de

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promover su establecimiento en la villa de La Trinidad, lo cual fue tomado como una afrenta
a la autoridad episcopal. Mandado apresar, el acalde huyó y en la iglesia parroquial de la
villa fue públicamente excomulgado el 20 de enero de 1569 por el vicario Juan Núñez de
Villavicencio. Sin embargo, Xuárez de Toledo se presentó ante el obispo Villalpando, quien
lo puso preso en Santiago de Guatemala y lo remitió a México, para que decidiera el
arzobispo, como metropolitano. Pero en el camino huyó y fue a refugiarse al convento
dominico de la Ciudad de México, donde murió con la protección de los frailes a finales de
ese 1569 (Archivo General de la Nación de México, AGN, Inquisición, volumen 9, expediente
3, 1968, vol. 10, exp. 2, 1569-1570; vol. 12 y 13, 1568-1574; vol. 33, 1568; vol. 44, exp. 6, 1568; exp.
7, 1568; exp. 11, 1569; vol. 72, exp. 4, 1568; vol, 74, 7, 1572; vol. 75, exp. 11, 1572; exp. 36, 1572;
exp. 49, 1573; vol. 76, exp. 4, 1573; exp. 18, 1574; exp. 34, 1573; exp. 47, 1572; vol. 212, exp. 6,
1568; exp. 8A, 1570; exp. 11, 1572).
Lo interesante y particular en el caso de Xuárez de Toledo fue lo que aconteció después
de instaurado el Tribunal del Santo Oficio novohispano en 1571, pues sucedió que en el
primer auto de fe público, el de febrero de 1574, antes de la lectura de delitos y condenas, el
secretario del Tribunal leyó la rehabilitación de la memoria del alcalde sonsonateco; se trató
de la insólita aceptación de un órgano de poder de tal categoría de haberse cometido una
injusticia en el proceso de Xuárez de Toledo por la Inquisición episcopal. Se le declaró
exento de culpas y sus descendientes libres de toda infamia. Esto fue algo nada común de la
Inquisición en su historia y anales, tanto de España como de América, y son pocos los casos
en que en una ceremonia pública el Tribunal aceptó de viva voz el haberse cometido un
error, y sin embargo esto ocurrió con Pedro Xuárez de Toledo, alcalde mayor de La Trinidad
de Sonsonate, que en la villa tuvo la primera biblioteca documentada del siglo XVI en el
actual El Salvador y que tocaba vihuela en su casa frente a la plaza de Armas. A los años, un
pariente colateral de Xuárez de Toledo llegó también como alcalde mayor a Sonsonate, el
gran cronista Francisco Antonio de Fuentes y Guzmán, nieto de Rodrigo de Fuentes, sobrino
del reivindicado alcalde mayor.
En julio de 1574, el alcalde mayor de Sonsonate, Diego Galán –y quien por 1579 será el
primer alcalde mayor de San Salvador-, por delegación del comisario del Santo Oficio en
Santiago de Guatemala, Diego de Carvajal, detuvo en La Trinidad al barbero-cirujano Juan
Martínez, nombre adoptado por el irlandés William Corniels, contra el cual el Tribunal en
México expidió orden de ser tomado preso y remitido a la sede del Santo Oficio en la capital
virreinal. Corniels vivía con nombre supuesto, escondido de la Inquisición, después de
haber sido compañero de piratería de los ingleses John Hawkins y Francis Drake por el
Caribe y el Golfo de México, y fue uno de quienes quedaron en el noreste mexicano, en la
región del río Pánuco, después de la derrota de los británicos en Veracruz, en septiembre de
1568. Fue Corniels remitido por Acajutla en el barco “San Pedro” a Acapulco y se le procesó
en la Ciudad de México con todo la dureza que se le aplicaba a alguien considerado
apóstata, por haber nacido católico en Irlanda y haberse afiliado a la iglesia reformada
anglicana inglesa. El proceso de Corniels fue uno de los varios realizados contra los marinos

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de Hawkins, tema muy comentado en la historia de la Inquisición novohispana del siglo XVI,
y fue éste del irlandés de La Trinidad de Sonsonate el único de las provincias salvadoreñas
que terminó trágicamente en el quemadero de San Hipólito de la Ciudad de México, pues
Corniels compareció en el auto de fe del 6 de marzo de 1575, celebrado en la plaza de Santo
Domingo. Allí se le condenó a muerte, por lo que fue llevado al patíbulo, ahorcado y luego
su cadáver quemado. Dejó un hijo en Sonsonate (AGN, Inquisición, volumen 77, expediente
16, 1574; vol. 58, exp. 6, 1574).
El tercero de los destacados procesos inquisitoriales relacionados con las provincias
salvadoreñas en el siglo XVI, fue el del portugués Marco Antonio Rodrigues (con “s”, según el
uso portugués), comerciante judío de la aljama de la Ciudad de México, del grupo de las
famosas familias criptohebreas mexicanas de la segunda mitad de ese siglo, de las cuales la
más conocida fue la de los Carvajal. Originario de Covilha, en Portugal, Marco Antonio fue
tomado preso el 14 de mayo de 1596 por el comisario de la Inquisición en La Trinidad de
Sonsonate, el clérigo Miguel Muñoz y por el alguacil del Santo Oficio, también alcalde
ordinario de la villa, Andrés de Mendoza Escalante, en la hacienda del criollo Gaspar de
Cepeda, en el pueblo de Santiago Nahulingo. El portugués estaba en los preparativos
inmediatos para partir hacia México con una recua de mulas cargadas de mercaderías y
cacao. El proceso de Marco Antonio tiene muchos detalles de interés sobre la actividad
comercial y el tráfico mercantil marítimo con Acapulco y El Callao, en Perú. Y también trae
las primeras noticias sobre comerciantes judíos en comarcas de San Salvador y Sonsonate,
por la importancia de las tierras cacaoteras izalqueñas.
Marco Antonio había hecho varios viajes anteriores al reino guatemalteco y siempre se
encontraba en ellos a compañeros judíos comerciantes de México.
En 1592 encontró en Sonsonate a un Francisco Hernández, hermano del mercader judío
mexicano Jorge de Almeida. Después Marco Antonio se lo encontró en el pueblo de
Concepción Tecoluca, a medio camino entre San Salvador y San Miguel, lo mismo que otra
vez en San Nicolás Tonacatepeque, donde iba Hernández con un sobrino de nombre
Antonio Rodrigues. Asimismo otro hermano de Almeida, andaba por Sonsonate, con el
nombre de Francisco Rodrigues. Ya en 1596, antes de ser tomado por preso, Marco Antonio
se había encontrado con el judío Francisco Váez, quien estaba vendiendo ropa oriental
llegada de Filipinas en el galeón de Manila por pueblos salvadoreños. Este Váez también se
hacía llamar Antonio Ribero. El encuentro fue en San Pedro Coatepeque y luego volvieron a
verse en San Jerónimo Nejapa, donde lo observó muy enfermo y menesteroso. Todos eran
dependientes o criados de Jorge de Almeida, en la Ciudad de México.
Enviado a México en junio de ese 1596, por Acajutla, en el proceso ventilado en Tribunal,
Marco Antonio fue reconciliado y condenado a cárcel de por vida, por ser considerado
bautizado apóstata, con el régimen especial que la cárcel llevaba, como poder trabajar fuera
de ella en la ciudad, pero volver por las noches. Tuvo el portugués que comparecer en el
gran auto de fe público del 8 de diciembre de 1596, en la plaza de Armas de la sede virreinal.
Uno de los más grandes y multitudinarios que hubo en la historia de la Inquisición de Nueva

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España, donde se dio una relevancia especial a la condena de miembros de la comunidad


judía de México. Afortunadamente para los portugueses condenados a la cárcel Perpetua,
con el llamado Breve del Perdón, de agosto de 1605, negociado por el papa Clemente VIII
con el rey Felipe III, se logró la libertad de esos lusitanos de la prisión, aunque costó tiempo
la liberación de los reos de la Perpetua novohispana y que se obedecieran las reales cédulas
pertinentes por los inquisidores. Al fin, junto con otros presos salidos de la cárcel, Marco
Antonio tomó un barco en la flota de 1609, que partía hacia La Habana y luego a España,
donde se perdió su rastro (AGN, Inquisición, Colección Vicente Riva Palacio, tomo 16,
expediente 1, 1595-1596).
Estos son casos de Inquisición referentes a las provincias salvadoreñas que fueron
concluidos y cumplimentados en auto de fe por las autoridades del Santo Oficio. Son los
expedientes de Pedro Xuárez de Toledo, de la Inquisición episcopal pero con declaratoria
post mortem de inocencia en auto de fe; el de Corniels, el único que llegó a la máxima
condena en el quemadero de San Hipólito, y el de Marco Antonio, internado en la cárcel
Perpetua, pero liberado posteriormente. Son procesos que ponen de manifiesto la
importancia de la provincia de Sonsonate, particularmente durante el gran auge del cacao y
del tráfico marítimo libre del siglo XVI por el Mar del Sur. Los legajos están guardados en el
Archivo General de la Nación, en la Ciudad de México, juntamente con numerosos papeles
de Inquisición relacionados con el presente El Salvador, pero que en su gran número
solamente llegaron a ser denuncias y primeras diligencias de comisarios.
El archivo de Inquisición centroamericano en México tiene una rica colección
documental en particular de la actividad del Santo Oficio en Guatemala, Honduras y
Nicaragua, cuyas capitales de gobernación tenían comisarios de cierta jerarquía por ser
sedes de obispados Santiago de Guatemala, Comayagua y León. Se refieren todos ellos a los
múltiples campos en que actuaba la Inquisición, incluso los expedientes incoados contra
religiosos, curas y monjas. Particularmente, en Santiago de Guatemala es de gran interés el
proceso del mercedario fray Jerónimo Larios, de 1621, iniciado por el comisario Felipe Ruiz
del Corral. Es un legajo que tiene todos los ingredientes de las exaltaciones religiosas que
algunos religiosos hicieron gala en los conventos del reino. Hay declarantes que lo tuvieron
por un vidente a Larios, que decía tener visiones beatíficas, contemplar a la Virgen y a los
ángeles, mientras que la verdad fue la de un desquiciado mental, un anciano presa de
tentaciones carnales. El proceso de Jerónimo Larios es una destacada pieza de éxtasis y
contemplaciones beatíficas, de fantasmas y apariciones, de terrores nocturnos y espantos
infernales. En julio de 1621, el fraile mercedario fue remitido al Tribunal, y su proceso
terminó en la aceptación del viejo fraile de sus propias culpas, de haberse inventado toda
una parafernalia de visiones, entre angelicales y satánicas. Aceptó sus errores e inventos,
atormentado por una sexualidad reprimida y por las obsesiones demoníacas, a las cuales
atribuía sus errores y extravíos, y en la sentencia definitiva, pronunciada el 8 de julio de
1625, fue condenado a reclusión por cuatro años, pero luego cambiada a internamiento

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perpetuo en el convento mercedario de la Ciudad de México, por los pocos años que le
quedaban en el mundo (AGN, Inquisición, tomo 219, Guatemala I, 1621).
En el caso de la vidente salvadoreña Ana Guerra de Jesús, nacida en San Vicente de
Austria, en 1639, el Santo Oficio no tuvo ninguna intervención, o si acaso existió alguna
denuncia ante un comisario hasta ahora no se conoce algún documento que así lo atestigüe.
Ana Guerra de Jesús tuvo fama de vidente y santidad, protegida por la Compañía de Jesús,
en Santiago de Guatemala, en cuya iglesia fue enterrada en 1713, después de vivir por
muchos años en la capital del reino. Fue casada con Diego Hernández, también de San
Vicente, quien después de un matrimonio de maltratos se separaron y Hernández profesó
como dominico. La hija de ambos, Catarina de Jesús, también tuvo fama de vidente y de vida
ejemplar y murió en el beaterio de Santa Rosa, en Santiago de Guatemala en 1691. El jesuita
Antonio de Siria escribió su vida en un libro publicado en 1716, en Guatemala. Fue vuelto a
publicar en Santiago de Chile, en 1925, por cuenta del gobierno salvadoreño, pero el
recuerdo de Ana Guerra de Jesús ha sido prácticamente hecho a un lado por los
historiadores (Siria, 1925).
Las facultades del Santo Oficio de la Inquisición fueron tan extensas y poderosas que
incluso obispos y superiores de conventos no escaparon de las denuncias, tanto formuladas
por falta de cumplimiento adecuado de sus deberes, como por su comportamiento. Por
ejemplo, la Inquisición del comisario nicaragüense conoció en 1625 de una demanda contra
el obispo de León, fray Benito Balladano, presentado por abusos de autoridad. Y en
Guatemala, el mismo primer arzobispo fray Pedro Pardo de Figueroa, fue denunciado por
“escándalos y festividades profanas” en las ceremonias religiosas. El comendador del
convento mercedario de San Salvador, fray Juan Rincón, en 1768 fue encausado en
Guatemala por denuncia de ser solicitante (AGN, Inquisición, tomo 356, expediente 6, 1625;
tomo 885, 1744; tomo 611, expediente 5, 1768. Chinchilla, 1953: 128, 129).
Otro destacado proceso de hechicería y encantos infernales, incoado ante la Inquisición
episcopal, por denuncias, antes de la instauración del Tribunal del Santo Oficio, fue el de
Francisco del Valle Marroquín, quien fuera alcalde mayor de Acajutla y como tal asistió a la
fundación de La Trinidad de Sonsonate, en mayo de 1553. Del Valle Marroquín era sobrino
del mismo obispo Francisco Marroquín, pero fue denunciado por amancebamiento con
María de Ocampo, pacto con el demonio, herejías, supersticiones, brujería y proposiciones
apóstatas. El proceso se ventiló entre 1557 y 1578, remitido el expediente guatemalteco a
México en 1572, después de la apertura del Tribunal. La Ocampo fue la denunciante, y en su
demencia febril mencionó viajes por el aire y conversaciones con el demonio. Los enormes
legajos se sellaron con una abjuración leve de los dos de sus errores. Marroquín fue un
distinguido personaje en la historia del siglo XVI de las provincias salvadoreñas, le fue
encomendada por la Real Audiencia de los Confines la tarea de liberar esclavos indígenas en
la región de San Miguel. María de Ocampo acabó casándose con un vecino de San Salvador
(AGN, Inquisición, volumen 35, expediente 1, 1557-1571; vol. 40, exp. 10, 1557; vol. 41, exp. 10,
1557; vol. 72, exp. 28, 1571; vol. 84, exp. 4, 1578).

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La obligación de los comisarios era enviar todos los procesos y su documentación a la


sede del Tribunal, en Ciudad de México, y no dejar atrás copia alguna, pero varios
expedientes quedaron en Guatemala, proveniente del último período inquisitorial. En las
demás ciudades de comisariato de Inquisición nada permaneció, y lo que pudo haber
quedado fue destruido. De lo que se guarda en el Archivo General de la Nación mexicano,
de los comisarios salvadoreños se conocen denuncias y diligencias, así como
nombramientos en las ciudades, entre los siglos XVI y XVIII, hasta comienzos del XIX. De la
Inquisición monástica y episcopal también quedan algunos casos. Uno de éstos fue el
seguido en 1567 contra un vecino connotado del San Salvador ya en el valle de Zalcoatitlán,
Francisco Castellón, por expresiones despectivas de la devoción a la Virgen María. De ese
año son también las diligencias contra el vecino Martín de Rojas, por haber dicho que no
había infierno y que solamente tres almas se habían condenado, la de Caín, la del rico
avariento y la de Judas (AGN, Inquisición, expediente 4, 1567).
En San Salvador, en 1703 se levantó expediente por medio del fiscal contra Juan Pascual,
negro libre, por decir éste que tenía un sagrado becerro escondido, por lo que Pascual fue
relacionado con el delito de judaizar (AGN, Inquisición, tomo 722, expediente 9). También
en 1731, se procedió contra el negro Atanasio, o Florentino, por pacto con el demonio (AGN,
Inquisición, volumen 834, expediente 19). Ese año, el religioso fray Nicolás Pérez fue
investigado por haber pronunciado un sermón con elementos heréticos en San Salvador
(AGN, Inquisición, volumen 757, expediente 4). En 1732, el comisario sansalvadoreño
procedió contra la mulata María de la O, por usar polvos amatorios y prácticas de
hechicería, y el de San Miguel encausó al mestizo Faustino Berríos, por supersticiones, así
como al cura de Gotera, Bernabé Villalobos, por solicitante entre sus feligresas ( AGN,
Inquisición, volumen 836,, expediente 17; vol. 844, exp. 3). El comisario de San Salvador
procedió en 1738 contra la mulata Apolonia por los polvos de amor que se dijo distribuía
(AGN, Inquisición, volumen 866, expediente 4). En 1751 es denunciado otro solicitante de
pecados carnales, el religioso fray Pedro García, y el año siguiente, en San Miguel, por
bigamia es acusado Eugenio Rodríguez (AGN, Inquisición, volumen 941, expediente 23; vol.
1044). Y así siguieron muchas denuncias de variado contenido, incluso algunas contra
quienes se hacían pasar por sacerdotes y aun confesaban, como un caso en Quezaltepeque,
en 1770 (AGN, Inquisición, volumen 1182). Igualmente, entre los papeles de Inquisición
salvadoreñas están muchos trámites de nombramientos de comisarios (Salazar, 1971: 37-40).
A finales de los siglos españoles del nuevo mundo, ante la difusión en América del
pensamiento renovador inglés y sobre todo del reformista y revolucionario francés, se
incentivaron los expedientes contra los poseedores de libros prohibidos y de los escépticos
frente las enseñanzas de la Iglesia tradicional. Tal fue la denuncia en 1804 puesta por el
capitán Pedro de Campo y Arpa ante el comisario de La Trinidad de Sonsonate, contra el
francés Pedro Darrigol, apoderado de la Real Compañía de Filipinas, a quien se le escuchó
leer públicamente un capítulo del “Contrato Social” de Juan Jacobo Rousseau. Darrigol
también tenía una copia del “Catecismo natural de los ciudadanos”, pero esos ejemplares

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eran en realidad propiedad del alcalde mayor Martín Albores. Asimismo se le oyó decir a
Darrigol que el concepto del dogma de la Trinidad se había inspirado de los ídolos de tres
cabezas que existían en el oriente. Darrigol había llegado como capitán de la fragata “Santa
Potenciana”, o “Luconia”, que arribó en 1802 a Acajutla, procedente de Manila y Acapulco. El
alcalde mayor Albores soportó las denuncias por irreligiosidad y público amancebamiento.
Ambos, Darrigol y Albores abandonaron Sonsonate y partieron hacia Guatemala (Mérida,
1937).

Con el advenimiento de los movimientos autonomistas en Hispanoamérica, sobre todo


después de 1808, el Santo Oficio, que ya estaba en una etapa de definitivamente crepuscular
por el paso de los siglos, si no fuera por el aflictivo cuidado por la difusión de los nuevos
postulados filosóficos, políticos y económicos, adquirió de nuevo importancia por la
actividad insurgente en varias regiones. Son muy conocidos los procesos contra Miguel
Hidalgo y José María Morelos en México, donde campearon abrumadoramente los motivos
políticos en las condenas. En Guatemala hubo muchas denuncias ante el comisario de la
Nueva Guatemala de la Asunción, como la que se dio, en 1796, contra el oidor Jacobo de
Villaurrutia, el fundador de la Sociedad Amigos del País, y a los dos años, en 1798, las
denuncias alcanzaron a fray Antonio Liendo y Goicoechea y al mismo José Cecilio del Valle.
Cundía, en ese entonces, el temor por la actividad de la Masonería, un grupo defensor de
principios modernos, científicos y de libertades de opinión, que estaba desafiando los
fundamentos monárquicos y conservadores de la América española. La Masonería había
adquirido mucha importancia en todo el continente, producto de la exportación cultural de
la Norteamérica inglesa y de varios países europeos contrincantes de España, como
Inglaterra y Francia. Prácticamente la mayoría de los grandes protagonistas de los años
independentistas simpatizaban con la Masonería, o algunos eran miembros de diferentes
logias, incluso funcionarios españoles. El Santo Oficio dirigió hacia los masones y su
influencia sus ya herrumbrosas armas, pero pronto llegó el final de la institución.
La primera abolición del Tribuna del Santo Oficio ocurrió por decreto de 4 de diciembre
de 1804, del rey José I, monarca impuesto en España por el emperador francés Napoleón I.
Posteriormente se canceló el Tribunal el 22 de enero de 1813 por decreto de las Cortes
españolas reunidas en Cádiz, lo que causó júbilo en las provincias y reinos americanos,
celebrado el cierre con saqueos y asaltos a las oficinas del Tribunal. Pero el año siguiente,
1814, fue vuelto a establecer por la reacción absolutista del monarca Fernando VII, quien
regresó a España y se opuso al liberalismo gaditano, con la anulación de la Constitución de
1812. El Santo Oficio volvió a sus ya sórdidas pesquisas en las regiones que todavía no habían
instaurado su autonomía política, como el reino centroamericano. Será hasta en 1820
cuando se dará la finalización definitiva del Santo Oficio en los lugares de la América
española donde todavía funcionaba. Como curiosidad de otros tiempos, ningún cronista
colonial de la Real Audiencia de Guatemala se refirió en sus obras al Tribunal, excepto
Francisco Antonio de Fuentes y Guzmán en la “Recordación Florida”.

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La abolición del Santo Oficio en 1813 ocasionó que no se iniciaran causas de Inquisición
contra muchos insurgentes de la época, en cuenta los de San Salvador, como sucedió con
los actores de la desórdenes políticos de noviembre de 1811 y los de enero de 1814, a quienes
no se les abrió expediente con el Santo Oficio por estar clausurado. Para los primeros, un
factor disuasivo fue también la amnistía general que se dio en Guatemala por el capitán
general José de Bustamante y Guerra. En 1814 las pesquisas de jurisdicción civil contra los
autonomistas fueron llevadas por el Tribunal de Fidelidad en Guatemala, que funcionó
contra los responsables de los graves desórdenes políticos en San Salvador y otras
poblaciones de la intendencia.
Un último caso muy sonado de Inquisición en Guatemala, por pública actividad de
videncia sobrenatural y manifestaciones ultraterrenas, fue el de la monja María Teresa de la
Santísima Trinidad Aycinena, hija del marqués Juan Fermín de Aycinena, quien entró
profesa en el convento carmelita y en 1826 era priora de la casa religiosa del Carmelo en la
Nueva Guatemala. Sus expresiones de vidente y portadora de estigmas sangrantes se
iniciaron entre 1815 y 1817, cuando el Tribunal del Santo Oficio había sido restablecido y
ocasionó una pugna entre el arzobispo Ramón Casaus y Torres y el último comisario
guatemalteco del Santo Oficio, Bernardo Martínez. Después de la muerte de madre Teresa
Aycinena, el 29 de noviembre de 1841, su recuerdo todavía sigue permanente y respetado,
pues existe un grupo religioso conservador en Guatemala que pugna por la causa de su
beatificación ante la Santa Sede (Chinchilla, 1953; Estrada, 1973).
En España el Santo Oficio volvió a existir, tozudo y reincidente, entre 1826 y 1834, cuando
fue en definitiva cerrado por la regente María Cristina. El famoso escritor español Mariano
José de Larra, en su obra “Día de difuntos de 1836”, escribió un epitafio para el Tribunal: Aquí
yace la Inquisición, murió de vejez.
En El Salvador, en el ambiente rural antes se veían cruces de madera levantadas sobre un
pequeño pedestal y pintadas de verde en los encuentros de umbrosos y rústicos caminos,
acaso un recuerdo muy lejano y muy olvidado del símbolo del Tribunal del Santo Oficio, la
cruz verde, la cruz leñosa que reverdece y vuelve a tener vida.

BIBLIOGRAFÍA BÁSICA.

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“Ambiente ideológico e Inquisición”, en Historia General de Guatemala, 1995, III, Asociación
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Códice Sonsonate, 1992, Dirección de Publicaciones, Consejo Nacional para la Cultura y el
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-Salazar, Alberto Atilio


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Salvador.

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