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Scheper Huges N Demografia Sin Numeros
Scheper Huges N Demografia Sin Numeros
Nancy Scheper-Hughes
Universidad de California, Berkeley
1
La versión original del artículo, de la cual se ha suprimido en la presente edición un apartado por indicación de la autora, fue
publicada como “Demography, Chicago, University of Chicago Press, 1997, págs. 201-222 (N. del campo)
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antropología como un “cuerpo de conocimientos acumulados, más que como una
disciplina obligada por su propio objeto de estudio a perfeccionar continuamente
sus contenidos al interrogar los presupuestos de acuerdo con los cuales opera”
(Evens, 1995, pág. 12).
En las situaciones del Tercer Mundo, hay muchísimas vidas y muertas que
contabilizar entre poblaciones de las que generalmente se piensa que no vale la
pena hacer ningún seguimiento. Pero investigaciones necesariamente empíricas
como ésta no tienen por qué ser empiristas, es decir, no tienen por qué entrañar
un compromiso filosófico con las nociones ilustradas de razón, objeto y verdad. El
trabajo empírico se puede guiar por intereses críticos e interpretativos sobre la
parcialidad inevitable de las verdades y sobre los diversos y contradictorios
significados que presentan los hechos y los acontecimientos en sus sentidos
existencial, cultural o político.
2
Favela, “chabola” en portugués; en plural puede aludir a barrios o ciudades enteras de chabolas (N. del t.).
3
La autora utiliza diversas palabras para dividir en subgrupos de edad al “colectivo infantil” estudiado: así habla de babies, que
en principio no caminan y se traduce por “bebés” de toddler, -niño que empieza a caminar, generalmente entre uno y dos años
y medio-, de infant- categoría muy vaga entre los bebés y los niños “propiamente dichos” que ha sido traducido a veces como
“niñito”, pero que, en ocasiones, la autora extiende para agrupar a los bebés (como en la expresión infant child mortality), si no
la usa para abarcar a todo el colectivo-, y de child, children –niño, niños”, con una característica indiferenciación de género
gramatical que señala la pubertad como límite de todo el colectivo-. De todas maneras, la utilización de la autora es bastante
vaga, por lo que en la traducción se ha intentado reflejar las distinciones sólo cuando eran significativas (N. del t.)
3
DEMOGRAFRIA SIN NUMEROS: CONTANDO ANGELES
Seguir la pista de los “bebés angel” en la zona de plantación del noreste brasileño
-el sector más pobre y tercermundista de una nación por lo demás perteneciente
al Primer Mundo, y que se jacta de ser la octava economía del mundo- es tarea
de proporciones tan enormes como los intentos de los trabajadores del censo
estadounidense por contar a la gente sin hogar, los homeless, de las ciudades
americanas. Buena parte del fenómeno se esconde al escrutinio público. La
referencia a una demografía sin números es, en primera instancia, descriptiva.
Como sabe todo el mundo que trabaja en el Tercer Mundo, las estadísticas
oficiales y los informes de investigación no son fiables. Se estima que cada año
mueren en brasil un millón de niños menores de cinco años (y más de la mitad de
éstos lo hacen en la empobrecida región del noreste). Pero las estadísticas
oficiales son, como mucho, una burda aproximación a un fenómeno sobre el que
prima la desinformación. El sistema nacional de estadísticas vitales de Brasil
funciona sólo desde 1974, aunque se pueden obtener cifras locales anteriores por
lo que respecta a los municipios de capitales de Estado y ciudades grandes. La
calidad de estos datos más antiguos es, naturalmente, muy variable.
Los demógrafos son bien conscientes de que los registros públicos –censos
oficiales, certificados de bautismo y nacimiento, registros de matrimonios y
divorcios, certificados de muerte y enterramientos- no son fuentes de información
puras, exactas u objetivas. Tampoco son neutrales políticamente, ni siquiera
científicamente los registros y archivos públicos, así como las inferencias
estadísticas basadas en ellos no son tanto espejos de las realidades como filtros
y representaciones colectivas de las mismas. En el mejor de los casos, los
registros y estadísticas públicas revelan el sistema particular de clasificación de
una sociedad, así como algunos de sus valores sociales básicos, a través de
aquello que se juzga lo suficientemente valioso como para contarlo y registrarlo.
Los censos y los registros públicos cuentan unas cosas mejor que otras. En el
noreste rural del Brasil, la muerte de un bebé marginado en una bidonville –una
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Bom Jesús de Mata es una ciudad de plantaciones de azúcar en el Estado nororiental de Pernambuco con una población de
aproximadamente 30.000 habitantes, es decir, un tamaño medio
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barriada de chabolas- es un hecho que apenas merece documentación alguna a
ojos de la mayoría. La economía moral de la salud pública y de los servicios
médicos en el noreste rural de Brasil es tal que dos tercios o más de esos niños
que mueren lo hacen sin diagnóstico ni evaluación ni testimonio médicos. El
espacio destinado a registrar la causa de la muerte del niño en el certificado de
defunción se deja simplemente en blanco, un cero manifiestamente semiótico que
representa la intrascendencia del estatus civil de los niños en Brasil. Incluso
cuando se recoge la causa de la muerte, la información suele ser descuidada,
inútil y carente de significado.
De las 881 muertes de niños y bebés recogidas en la oficina del registro civil de
Bom Jesús da Mata durante los tres años de muestra escogidos (1965, 1985 y
1987), sólo en 159 casos se especificaba la causa de la muerte. Y el 35% de
éstas exhibía el incontestable pero más bien inútil diagnóstico de “paro cardíaco”
o “paro respiratorio”.
Los niños morían, podemos suponer, de haber vivido. Otras causas de muerte
comúnmente listadas: “prematuro”, “debilidad”, “hambre”, “deshidratación”,
“muerte accidental” (incluyendo a veces descripciones más específicas como
“golpe en la cabeza” “caída”, “ahogado”, “envenenamiento”, y la mito-poética,
“sufrimiento infantil agudo”. Como no había seguimiento de ningún tipo, el Estado
parecía mostrar una desoladora falta de curiosidad sobre las causas “naturales” o
“accidentales” de las muertes de tanto bebés ángeles con “sufrimientos agudos”.
Para captar la realidad social de las muertes de bebés y niños y para destapar las
capas de significados subyacentes a las causas metafóricas de la muerte que
aparecen listadas en los certificados de defunción, se requería cruzar los datos
oficiales con la tradición oral. Esto significaba confiar en las memorias e informes
propios de las mujeres de las barriadas de chabolas en tanto que madres,
sanadoras tradicionales, figuras religiosas y comadronas. Esto significaba, en
primer lugar, dejar la oficina del registro civil para caminar a lo largo y ancho de
los pobres barrios, bidonvilles, y aldeas rurales del Brasil con el fin de seguir
embarazos, nacimientos y enfermedades –con sus tratamientos médicos y sus
curaciones culturales-, así como la muerte prematura de bebés y niños.
Significaba asistir a velatorios, ir de aquí para allá tras las procesiones funerarias
de bebés y niños, examinar tumbas viejas, nuevas y reutilizadas, y hablar con
todos aquellos involucrados en la producción, muerte y entierro de los <<bebés
ángeles>>.
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La autora utiliza a menudo la expresión folk, relacionada con folklore, sabiduría, conocimiento del pueblo”. Se ha traducido
como “popular”, ya que, aunque a veces esta traducción no es exacta, parece la más adecuada en el presente texto, que no entra
en las complejas relaciones entre las categorías folk, <<popular>>, <<tradicional>>... La traducción <<folklórico>>, se ha
descartado por estar muy connotada en castellano en un sentido distinto al utilizado por la autora (N. del t.).
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pequeñas cajas de zapatos de cartón y de papel crepé, las costureras locales que
cosían las mortajas de los bebés y las pequeñas albas blancas con sus fajas
azules para los niños más mayores, y los vendedores de puestos en el mercado
al aire libre que ofrecían los otros materiales rituales utilizados en los velatorios
de niños: velas blancas, ropas blancas y azules, estrellas de plata encoladas,
medias blancas, flores, etc. Lo que no saben estas personas, lo pueden saber los
taxistas que llevan a las madres y sus niños a los hospitales o que,
ocasionalmente, pueden transportar a un padre y a su hijo fallecido al cementerio
público. Lo que los taxistas no saben, lo sabrán con seguridad los sepultureros.
Su conocimiento frecuentemente rechazado o estigmatizado puede completar el
contexto social en el seno del cual se da la muerte del niño.
Soy pequeño, Tía, pero he aprendido unas pocas cosas. Esta al cuidado de la casa. Me
tocaba a mí encargarme de todo: la cocina, la limpieza, la compra. Podrías decir que yo
era la doña da casa [el ama de casa]. Eramos todo un manojo de criaturas y ahora sólo
quedamos tres de nosotros. Si yo no he muerto es porque yo soy el mayor y el responsable
de todos. Murieron de hambre y de gasto [debilidad derivada de una diarrea aguda]. Se
suponía que yo debía salir cada día para conseguir leche para los bebés... Cuando
enfermaban, era yo quien tenía que abrigarlos y llevarlos al hospital. Y cuando morían,
era yo quien iba a pedirle un ataúd al alcalde y era yo quien los disponía en la caja. Era yo
quien conseguía las flores y quien llamaba a otros niños para hacer una procesión al
cementerio.
6
La autora emplea la expresión siblings, tan cara a los antropológicos y que se suele aplicar a aquellos niños que comparten al
menos uno de los progenitores. (N. del t.)
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general informales- sus partos y las muertes de sus muchos hijos. La mujer
media del Alto do Cruzeiro se queda preñada 9,5 veces y da a luz ocho niños
vivos. Sospecho que estas cifras son una estimación por lo bajo, que olvida
algunos embarazos acabados en abortos, espontáneos o provocados, así como
algunos niños nacidos muertos. Esa mujer tipo experimenta 3,5 veces la muerte
de sus hijos. Este perfil se parece mucho al patrón clásico de la transición pre-
demográfica, una alta fertilidad obligada por una mortalidad infantil <<sin
domar>>.
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En el original inglés, holding (N. del t).
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En consecuencia, entre las madres de un bidonville brasileño y recurriendo a su
propia elección de matáforas, el pensamiento y las prácticas maternales
responderían a una posición metafísica distinta y bastante opuesta: <<dejar ir>>,
<<soltar>>, <<dejar marchar>>, <<dejar partir>>.8 Entre las mujeres
mayoritariamente católicas del Alto do Cruzeiro, <<dejar ir>> implica una actitud
fundamentalmente religiosa de calma y de resignación ante los sucesos que no
se pueden cambiar o superar con facilidad. Semejante salto al vacío implicaba
una fe una confianza que no les resultaba fácil alcanzar a muchas mujeres
pobres. Las mujeres se debatían para conformarse a las demandas que la
pobreza y la escasez imponían en la práctica y la experiencia de la sexualidad y
de la maternidad. La <santa indiferencia> frente a la terrible adversidad es un
apreciado, aunque esquivo, valor religioso. Los antropólogos laicos hacen un
flaco favor a la comprensión del fenómeno al reducirlo a <<fatalismo
campesino>>. Mientras tanto, los demógrafos, como los niños, piden demasiado
de las madres, particularmente cuando atribuyen el pensamiento y la práctica de
la maternidad a conceptos alienados de elección racional respecto a los niños y
de cálculo matemático de su valor.
8
La expresión utilizada por la autora es letting go <<dejar ir><, <<soltar><, <<dejar marchar>>, <<dejar partir>>; describe la
relación de la madre con el <<bebé ángel>> (objeto directo del uso verbal) por oposición a holding. La expresión se utiliza
también, a menudo, en forma pronominal (traducible por ><dejarse ir><); aunque la autora no la utiliza de esta manera,
también podrá describir adecuadamente el estado de pasividad que se autoimponen las madres para poder <<dejar ir>> al
<<bebé ángel>>, de tal manera que la traducción tal vez más exacta, del espíritu que no de la letra, resultaría ser: <<dejar(se>
ir>< (N. del t).
9
La palabra utilizada por la autora es triage, galicismo que, utilizado en lengua inglesa, designa la selección según criterios de
calidad, particularmente en situaciones de catástrofe como las batallas, donde se han de fijar prioridades en el orden y nivel de
atención a recibir por los heridos (N. del t.).
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una idea aceptable o significativa de la muerte. En un mundo donde reina una
enorme incertidumbre sobre la vida humana, las madres se pueden acercar a
cada nuevo embarazo con pena y horror. Si un niño muere joven –antes de haber
tenido una oportunidad de recibir un nombre, de ser bautizado o de expresar su
naturaleza individual-, su muerte se puede aceptar como un acontecimiento
desafortunado, pero no como una tragedia. Como dijo un padre de las chabolas
cuando una enfermera le dijo titubeante que no todo había ido bien en el parto de
su mujer. Pois menos um por meu poquinho de angu -<<Pues uno menos para
mis poquitas gachas>>- En el Alto do Cruzeiro, el amor de las madres crece poco
a poco, gradual y teme rosamente, aumentando en fuerza e intensidad una vez
que la madre percibe que el niño no es una visita ocasional al hogar, una mera
parada en su camino hacia el otro mundo, sino que quiere quedarse y entra en la
luta, en la lucha que es su vida.
Llegué a pensar sobre los bebés del Alto do Cruzeiro que eran
<<abandonados>>, a los que se <<renunciaba>> (es decir, que se ofrecían) y
<se dejaba de tener en cuenta>, en términos de chivo expiatorio y de sacrificio,
en el sentido trabajado por Regé Girard (1987), Girard erige su teoría de la
religión alrededor de la idea de violencia sacrificial y la necesidad de una víctima
consensuada o sustitutoria –el <<chivo expiatorio generador>>- cuyos
sufrimientos o muerte –como en el caso de Jesús- ayudan a resolver
insoportables tensiones, conflictos (sociales) y dificultades de todo tipo (1987,
pag. 74). Los bebés ángel del noreste del Brasil, cedidos y ofrecidos, se
sacrificaban de manera similar ante terribles conflictos sobre la supervivencia y la
penuria. Y justo así es, de hecho, como sus madres hablaban de ellos. La
siguiente reflexión teológica tuvo lugar en una reunión de una <<comunidad
eclesial de base>> de Alto do Cruzeiro en 1990:
<<¿Qué quiere decir que un bebé “tiene que” morir o que muere porque “quiere” morir?,
pregunté
Terezinha fue la primera en hablar: <<Significa que Dios se los lleva para salvarnos del
sufrimiento>>.
11
<<Lo que quiere decir>>, se inmiscuyó Zephinha, <<es que Dios conoce el futuro mejor que
tú o que yo. Podría ser que si el bebé viviera, causase mucho sufrimiento a la madre.
Podría acabar siendo un ladrón o un asesino o un cabo safado, un bueno para nada. Si
fue niña podría avergonzar a su familiar convirtiéndose en prostituta en la zona. Luego,
en lugar de todo esto, mueren como bebés y lo hacen para ahorrarnos grandes
sufrimientos, no para darnos dolor, sí hay muchas razones para alegrarse por la muerte
de un bebé>>
Luiza añadió <<bueno, yo sólo se que continúo pariendo y que los míos continúan
muriendo. Pero nunca abandonó la esperanza. Quizá los primeros nueve tenían que morir
para despejar el camino, para hacer sitio, de manera que los últimos cinco pudieran
vivir>>.
<<Yo misma >>, dijo Fátima, <<no tengo mucha esperanza en ésta><, refiriéndose a la
niña de entre uno y dos años, inquieta y enfermiza, que se encontraba sobre su regazo.
<<Si Dios la quiere, entonces, ¡estaré feliz por ella y feliz por mí! Estaría contenta de
tener un “corazoncito sagrado en el cielo”.
<<Pero ¿por qué querría Dios que los bebés sufrieran tanto al morir?, persistí
preguntando.
<<A mí no me preguntes>>, dijo Edite Cosmos. <<Hice todo para mantener a los míos
sanos y vivos, pero simplemente Dios no quería que los tuviese conmigo. Creo que El nos
envía estas muertes para castigarnos por los pecados del mundo. Y sin embargo, los
bebés no merecen realmente esto. Somos nosotros los pecadores, pero el castigo cae
sobre ellos.
<<Cállate, edite>> dijo otra, <<Murieron, como lo hizo Jesús para salvarnos del
sufrimiento. ¿No es así, hermana Juliana?
Pero la hermana Juliana –una nativa del seco sertao (interior) donde, según decía, los
bebés no morían como moscas, tal como les sucedía en la zona de plantaciones de
azúcar- no estaba segura de que las mujeres tuvieran razón en su pensamiento moral.
<<No pienso que Jesús quiere a todos vuestros bebes><, dijo, Creo que quiere que vivan,
Pero, después de todo, la hermana Juliana era una monja, y as mujeres de la bidonville no
le hacía mucho caso: ¿qué podía saber ella de bebés?
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LA MUERTE DE MERCEA: EL ESTUDIO DE CASO INDIVIDUAL
<<Los niños pequeños son como los pájaros>> dijo Biu una vez, <<hoy están
aquí, mañana se han ido. Para ellos da lo mismo estar vivos o muertos. No tienen
ese cierto apego a la vida de los niños más mayores>. De todas maneras,
Mercea ya había sobrevivido más de una docena de crisis médicas, con fiebres,
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dolencias respiratorias, violentas diarreas y vómitos que habían dejado exhausto
su frágil cuerpecito, habían retardado su capacidad de hablar y la habían llevado
cerca de la muerte. Cerca de la hamaca de Mercea, había una mesa de madera
con botellas de medicinas medio vacías, algunas de las cuales habían funcionado
durante algún tiempo, según Biu. Había antibióticos, cremas antisépticas para la
piel, remedios para la tos, analgésicos, tranquilizantes y pastillas para dormir.
Había incluso un estimulante del apetito, aunque a menudo no podían ofrecer a la
niña nada más que unas cucharadas de mingau –unas gachas espesas de arroz
o mandioca- durante todo el día, con sus veinticuatro horas. Ninguno de estos
tratamientos habían resuelto la principal dolencia de la niña, que Biu describía
como <<debilidad>> y <<nervios>> -un nervoso infantil-, y que dejó a su niña
incapaz de afrontar la luta. Biu decía que Mercea nunca habia mostrado un
verdadero gosto o jeito por la vida.
La crisis final de Mercea tuvo lugar los días antes del carnaval brasileño, cuando
muchas tiendas y servicios públicos están cerrados. El personal del hospital
estaba en huelga y el trabajo no se reanudaría hasta el miércoles de ceniza, Biu y
yo pensábamos unirnos a los huelguistas en la primera noche de carnaval, pero
Mercea continuaba teniendo una tos asfixiante. No podía respirar y su pequeño
pecho se sacudía rápidamente con cada esfuerzo. Su piel estaba seca como el
pergamino. Biu se las compuso para que su hija de dieciséis años cuidara a
Mercea. Los trabajadores del hospital se habían negado a atender a la niñita
durante los días que precedieron a su muerte; el farmacéutico local le vendió a su
madre varias medicinas para la tos; y cuando la pequeña Mercea estaba
agonizando, el chofer de la ambulancia municipal llegó demasiado tarde para ser
de alguna ayuda.
10
En inglés ORT, de Oral Rehydration Therapy. Se prefiere ORT a las siglas españolas TRO para evitar confusiones, ya que,
siendo un término bastante especializado, no se suele traducir.
11
En inglés, child survivial (N. del t.).
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La distribución de bolsitas de ORT no tiene en cuenta los suministros de agua
contaminada, ni anticipa los efectos de la percepción local de las sales como
poderosos alimentos medicinales para los niños, que requerirían, según esta
visión, un escaso suplemento nutritivo. Los bebés criados con ORT, como los
criados con papillas aguadas, morirán a menudo con ella. La ORT no sustituye la
leche de pecho, ni el agua limpia, ni la atención en el proceso de alimentar al
bebé, ni el cuidado médico adecuado, ni el alojamiento apropiado, ni los salarios
justos, ni la educación pública gratuita y universal, ni la igualdad de sexos. Y, sin
embargo, todos ellos son prerrequisitos para la supervivencia del niño.
Durante los años que observé a Biu y su familia, Mercea recibió ORT en varias
ocasiones. La llevaron a clínicas y la vacunaron contra las principales
enfermedades infecciosas. La trataron contra las lombrices, y la aparente
neumonía de la que murió en estado de aflicción aguda (el sufrimiento infantil
agudo listado en los certificados de defunción de la oficina del registro civil
empezaba a tener una cara humana), era quizá, tal como acabó por verlo Biu con
el tiempo, una bendición disfrazada. Para escapar del hambre y la enfermedad
crónicas, Mercea necesitaba mucho más de lo que posiblemente le podía ofrecer
cualquier componenda tecnológica. No se podía salvar al niño sin hacer
simultáneamente lo propio con su madre y sus hermanos. Y la salvación de Biu y
sus otros hijos dependía en parte de la del marido alienado, Oscar, cuyo estado
de humillación económica permanente le hacía correr avergozado de hogar en
hogar. La pobreza de Oscar lo convirtió en un padre promiscuo y en un marido
desastroso. La salvación de Oscar y de todos los demás nietos de los nietos de
los nietos de los esclavos de plantaciones en todo el mundo depende de una
reordenación de las relaciones Norte-Sur y de la economía capitalista global, por
ingenuo y poco intuitivo que esto pueda aparecer a finales del siglo XX.
¿Por qué se mantiene esta práctica irracional ante un fracaso tan gráfico? ¿Por
qué las mujeres pobres renunciaron tan fácilmente a la cría de pecho por los
comerciogénicos biberón y leche en polvo? ¿Cómo se convirtieron en
consumidoras de un producto que no necesitaban, que no podían pagar y que
contribuía tan directamente a la muerte de sus hijos? Estudios empíricos y
encuestas de investigación –incluyendo un estudio patrocinado por la OMS sobre
los patrones de alimentación infantil en nueve países (Gussler y Briessmesiter,
1980) –indicaban que la explicación más común que aducían las propias mujeres
para dejar la cría de pecho era la falta de leche. Este hallazgo condujo a muchas
argumentaciones sin fundamento sorbe la fragilidad biológica de la lactancia
materna como practica (incluyendo afirmaciones sobre la correlación de factores
como la altura, el peso, la grasa corpórea o diversos aspectos nutricionales con el
éxito de la cría de pecho). De hecho, la lactancia materna está protegida por
mecanisos de evolución biológica: incluso mujeres desnutridas y flacuchas –por
no mencionar a las mujeres famélicas- pueden dar de mamar adecuadamente a
un bebé. En cualquier caso, afirmar esto no debe dar a entender falta de empatía
alguna con los cuerpos tan a menudo nutricionalmente maltratados de cada una
de esas mujeres.
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Contra esta pequeña tradición y esta práctica menor de la antropología tradicional
humanística y comprometida, se despliegan las fuerzas poderosas, las armas de
maravillosa potencia y la alta tecnología de la investigación científica. En los años
sesenta, a través de grandes donaciones de fundaciones norteamericanas-
incluyendo la Fundación Ford o la MacArthur-, se introdujeron en Brasil los
métodos básicos cuantitativos de la demografía y la epidemiología. Estas
donaciones han establecido departamentos académicos y programas de
formación doctoral y postdoctoral que, a estas alturas, ya han producido una
tradición casi inexpugnable de positivismo científico. La demografía en particular
ha adquirido un enorme poder e influencia en la confección de políticas y
programas sociales y gubernamentales en Brasil, México, India y cualquier otro
lugar del llamado mundo <<en vías de desarrollo>>. Podríamos empezar por
interrogarnos sobre la historia política y económica particular que ha llevado al
dominio de semejantes enfoques y tradiciones de investigación, así como el
estatus actual de sus medidas de salud y bienestar <<objetivas>>, algo que ya
han hecho autores como Arjun Appadurai (1991) para la India colonial o David
Armstrong (1986) para la medicina de finales del siglo XIX en Gran Bretaña.
Hoy, estamos tan acostumbrados a pensar que sólo se puedan construir políticas
oficiales y gubernamentales a partir de datos duros –una acumulación de hechos
objetivos y neutrales, plasmados en cifras estadísticas y gráficos de flujos-, que
apenas podemos imaginar políticas y programas públicos serios que broten de
estudios de casos en profundidad o de análisis interpretativos y de
argumentaciones filosófico-morales. Pero, hasta muy recientemente en, Estados
Unidos y en cualquier otro lugar, se discutían las políticas y se tomaban las
decisiones al respecto apoyándose en argumentos históricos, éticos y filosóficos,
mientras que, de ser usados, los hechos, los números, las estadísticas y otras
medidas cuantitativas no eran más que evidencias que corroboraban los
procesos cualitativos mencionados, y no se esperaba, como tan a menudo se
hace actualmente, que las cantidades pronunciaran la última palabra.
12
La autora utiliza el término polity, muy empleado también en castellano por los antropólogos políticos, pese a no estar
reconocido por la Real Academia (N. del t.)
21
moral, las consideraciones éticas y el grado adecuado cultural de varios tipos de
intervenciones gubernamentales. Las recientes llamadas a la investigación y las
iniciativas estratégicas de la OMS, y de diversos gigantes de la financiación de la
investigación –como las ya mencionadas Fundaciones Ford y MacArthur- están
empezando a afirmar y promover los derechos reproductivos, los derechos de las
mujeres y cuestiones más amplias acerca de la equidad política y social (Martine,
1990; Ford Foundation, 1991; Scheper-Hughes y otros, 1991). Por ejemplo, entre
1992 y 1994, la oficina de la Fundación Ford en Río de Janeiro patrocinó un
programa de investigación sobre el sida aplicado críticamente “sida”, mujeres y
derechos reproductores” (Scheper-Hughes y otros, 1991). Este programa
intentaba descubrir maneras de llevar los temas reproductivos particulares de las
mujeres que tengan que ver con el SIDA a la educación de base y al programa de
prevención de la enfermedad, campos centrados casi exclusivamente hasta
entonces hasta entonces en la “alfabetización del condón” (Schper-Hughes, 1994;
Goldstein, 1994)13
13
Goldstein y yo tratamos de persuadir a activistas de base y trabajadores médicos de que los actuales programas de educación
sobre el SIDA –basados sobre presunciones falocéntricas y sobre naciones bastante universales sobre lo que llamo “ciudadanía
sexual básica”, eran incapaces de proteger a las mujeres pobres, así como a otros grupos sexualmente vulnerables. Las mujeres
pobres y otras “hembras clasificatorias” (por ejemplo, los/as “pasivo/as sexuales”, en el seno del dominio brasileño de
sexo/género, como los niños de la calle o los travestidos femeninos, carecían de falo y, consecuentemente, de la capacidad para
efectuar elecciones sexuales racionales, o del poder de controlar la autonomía transgresora de aquellos que sí lo tenían (véase
Scheper-Hughes, 994). Goldstein (1994) sugiere que la transmisión sexual del VIH giraba sobre este conocimiento hasta ahora
rechazado en el clima que domina el presente discurso de los activistas del SIDA, centrado en el macho y, exclusivamente en
el “sexo positivo”.
14
En otro lugar me extiendo más sobre esta cuestión, argumentando que la antropología médica aplicada críticamente- y sus
protagonistas, claro está- debe establecer una mayor distancia con los centros y las fuentes de la biomedicina y del “biopoder”,
asumiendo un rol de marginalidad voluntaria y la pobreza voluntaria debería venir a continuación. La antropología médica
puede proporcionar esa vocecita que llega desde las líneas de banda, desde los márgenes, a veces burlona, a menudo irónica,
pero siempre traviesa,... afligiendo a los que viven en el confort y dejando la antropología como la “ciencia difícil” (Scheper-
Hughes, 1990, pág. 195).
22
intereses económicos o políticos que se reflejan en el tipo de archivos que se
conservan? ¿Cómo se mantienen los archivos? ¿Qué acontecimientos se
rastrean? ¿Qué es lo que se considera que apenas vale la pena contar? Y ¿Qué
puede decirnos todo esto de la invisibilidad de ciertos grupos y clases de gentes,
mujeres y niños pequeños, en particular? Sólo un giro paradigmático hacia un
trabajo analítico teóricamente guiado y crítiamente interpretativo podrá abrir
nuevas áreas de conocimiento acerca de la relación entre la manera como vive la
gente y la manera como muere.
BIBLIOGRAFIA
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Program Paper on the Ford Foundation, junio de 1991.
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Standford University Press, 1987.
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23
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39 (7)1994, págs. 919-930
Scheper-Hughes, Nancy, “AIDS and the Social Body” Social Science and
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24
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Reproductive Health and AIDS in Brazil. Informe de Aseosres preparado para la
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UNICEF, State of the World’s children (James Grant, comp.), Oxford, Oxfor
University Press, 1983.
25