Fue una noche fría, la recuerdo bien. Al despertar me dirigí a la
ventana y aún se observaban los rastros de la tormenta de la noche que pasó. Las hojas verdes rotas y mojadas de los árboles eran bastantes a lo largo de la calle, de igual forma la presencia de charcos en varios puntos alrededor. Ni siquiera quise abrir la ventana.
Ese aspecto en el paisaje no tenía nada que ver con el sueño
que tuve ayer, pensé. Enseguida caí en cuenta de que esta mañana particularmente me sentía muy sereno, alegre y en paz.
—¡Qué extraño sueño!
Empecé a hacer memoria, fue un sueño importante, así lo creí.
Estaba en un jardín en un día perfecto, soleado, con todo y
fuente, pajarillos, flores y el cielo con nubes de formas extraordinarias y el paisaje se miraba más colorido, más bien artificial. Se escuchaba la voz de alguien tarareando una melodía que me parecía familiar pero que a la vez jamás había escuchado, sin embargo la comencé a tararear también. Me acerqué. Podía ver a la persona que cantaba. No lo recuerdo o la recuerdo: podría haber sido una ella o un él. Qué más da.
—¿Te la sabes, verdad, ya las has escuchado? —me preguntó.
—Supongo que sí, no estoy seguro. Es bonita —respondí.
—Así es la melodía más bella del mundo, ya la habrás
escuchado, tú la escribirás.
—¿Qué? ¿Cómo? Yo no sé nada de música ni de
instrumentos. —No importa, yo te la dictaré —dijo.
De repente me encontré sentado en un salón de clases
tomando apuntes de las notas que aquella persona, ella o él, me decía a la vez que repasábamos la melodía.
—Bien ya está.
En ese momento desperté y fui a la ventana como queriendo
encontrar allá afuera algo que me quitara de encima aquella fantasía que parecía tan real.
Tiempo después en mi escritorio encontré una hoja con notas
musicales escritas, pero no era un papel pautado: para mí más bien parecían garabatos en cualquier hoja.
A pesar de eso me di a la tarea de buscar quien pudiera
descifrarlos, así que busqué entre varios músicos a alguien que pudiera darle forma y sonido a aquellos símbolos que había escrito esa extraña noche producto de ese sueño o de mi fantasía.
—¿Qué es esto? —me preguntaban todos los maestros.
—Es la melodía más bella del mundo. Creo que me la ha
dictado un ángel.
Cada maestro la interpretó a su manera. Ninguna se parecía
entre ellas.
Pasó un tiempo y volví a tener un sueño similar en el que
escuchaba de nuevo al personaje tararear su melodía. Me acerqué.