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El dictado de un ángel

Alejandro Paz

Fue una noche fría, la recuerdo bien. Al despertar me dirigí a la


ventana y aún se observaban los rastros de la tormenta de la
noche que pasó. Las hojas verdes rotas y mojadas de los
árboles eran bastantes a lo largo de la calle, de igual forma la
presencia de charcos en varios puntos alrededor. Ni siquiera
quise abrir la ventana.

Ese aspecto en el paisaje no tenía nada que ver con el sueño


que tuve ayer, pensé. Enseguida caí en cuenta de que esta
mañana particularmente me sentía muy sereno, alegre y en
paz.

—¡Qué extraño sueño!

Empecé a hacer memoria, fue un sueño importante, así lo creí.

Estaba en un jardín en un día perfecto, soleado, con todo y


fuente, pajarillos, flores y el cielo con nubes de formas
extraordinarias y el paisaje se miraba más colorido, más bien
artificial. Se escuchaba la voz de alguien tarareando una
melodía que me parecía familiar pero que a la vez jamás había
escuchado, sin embargo la comencé a tararear también. Me
acerqué. Podía ver a la persona que cantaba. No lo recuerdo o
la recuerdo: podría haber sido una ella o un él. Qué más da.

—¿Te la sabes, verdad, ya las has escuchado? —me preguntó.

—Supongo que sí, no estoy seguro. Es bonita —respondí.

—Así es la melodía más bella del mundo, ya la habrás


escuchado, tú la escribirás.

—¿Qué? ¿Cómo? Yo no sé nada de música ni de


instrumentos.
—No importa, yo te la dictaré —dijo.

De repente me encontré sentado en un salón de clases


tomando apuntes de las notas que aquella persona, ella o él,
me decía a la vez que repasábamos la melodía.

—Bien ya está.

En ese momento desperté y fui a la ventana como queriendo


encontrar allá afuera algo que me quitara de encima aquella
fantasía que parecía tan real.

Tiempo después en mi escritorio encontré una hoja con notas


musicales escritas, pero no era un papel pautado: para mí más
bien parecían garabatos en cualquier hoja.

A pesar de eso me di a la tarea de buscar quien pudiera


descifrarlos, así que busqué entre varios músicos a alguien que
pudiera darle forma y sonido a aquellos símbolos que había
escrito esa extraña noche producto de ese sueño o de mi
fantasía.

—¿Qué es esto? —me preguntaban todos los maestros.

—Es la melodía más bella del mundo. Creo que me la ha


dictado un ángel.

Cada maestro la interpretó a su manera. Ninguna se parecía


entre ellas.

Pasó un tiempo y volví a tener un sueño similar en el que


escuchaba de nuevo al personaje tararear su melodía. Me
acerqué.

—Realmente es hermosa tu melodía.

—Querrás decir la nuestra.


Desperté. Volví a olvidar cómo sonaba.

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