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Érase una vez un sitio muy especial llamado El País de los Ponys.

En
el vivían muchos, muchos, muchos caballitos con diferentes colores.
Eran tan pequeños que por eso los llamaban Ponys en vez de
caballos.

Unos eran de color rosa con una larga cabellera de color violeta y
azul, otros eran amarillos con un flequillo simpático y coqueto de
color verde y rosa. Otros eran blancos con un pelo muy brillante con
los colores del arco iris. Lo único que tenían todos iguales eran sus
enormes ojos de color azul marino como el agua del mar.

Uno de los ponys se creía superior a los demás, pues era el único que
tenía el pelo del mismo color que sus ojos y sin más colores, sus
patas eran más altas y le gustaba mucho mandar a los demás.
Muchas veces somos lo que nos creemos y él se creía poderoso,
decidía porqué zonas era mejor que corrieran unos y porqué zonas
otros porque a él no le parecían todos los ponys iguales y nadie
protestaba sobre ello. Consideraba que aquellos que tenían muchos
colores no eran ponys fuertes y guapos y tenían que estar en una
zona más oscura del país, en la sombra.

Sin embargo, aquellos ponys que como él tenían el pelo de un color y


la piel de su cuerpo era brillante y fuerte podrían pasear por la zona
clara donde daba el sol y salía muchas veces el arcoíris.

Un día, el arcoíris se cansó de esa situación, muchos de los ponys de


colores eran sus amigos y desde que este pony había tomado el
mando no podía hablar con ellos porque nunca paseaban por la zona
donde salía el arcoíris y el sol. Decidió hablar con el sol y pedirle
ayuda. Las cosas tenían que cambiar en el país de los ponys para que
todos pudieran ser iguales y así darse cuenta que el color del pelo no
hace que uno sea mejor que otro. El sol escuchó atentamente y tuvo
una gran idea:

- ¿Qué te parece arcoíris si un día que yo genere mucho sol y calor


llamo a una nube traviesa para que llueva en la zona donde nuestro
pony se pasea de repente y tu apareces y le traspasas a su piel todos
tus colores? Que aparezca de repente como un pony arcoíris.

-¡Qué buena idea!


El arcoíris y el sol trazaron su plan y se lo contaron a una pequeña
nubecita juguetona. Esta decidió colaborar y un día por la tarde el sol
cerró sus ojos para poder soltar unos rayos intensos sobre la zona
clara del país de los ponys donde se paseaban los pony de piel
brillante y melena de un solo color, entre ellos nuestro pony mandón.
Los pequeños caballitos miraban hacia el cielo y envidiaban incluso a
los ponys que se encontraban en la zona oscura a la sombra.

Al poco la nubecita se hizo la despistada, apareció y soltó sus gotas


repentinas encima de nuestro pony, cuando se vió mojado no
entendía nada y menos entendió cuando el arcoíris le cruzó de un
lado a otro y empezó a sentir cómo sus patas cambiaban de color.
Intentaba moverse para volver a tener su piel azulada pero nada
pudo hacer. Cuando se dio cuenta tenía su pelo, su piel, sus patas
con los siete colores del arcoíris. El resto de ponys, en vez de
asustarse por lo ocurrido, empezaron a reírse de él e incluso muchos
de ellos le decían que ahora tendría que cumplir su propia norma y
vivir en lo oscuro. El pony se quedó parado y pensó en la situación.
Esta lección le sirvió para pensar cómo se sentían los ponys de
colores y que quizá no se había portado bien con ellos.

Cruzó tranquilo hacía la parte oscura y nadie lo reconocía al verlo


multicolor. Reunió a todos los que pudo, se presentó y explicó la
situación, les pidió perdón y les prometió que a partir de ahora en el
País de los Ponys nadie
sería discriminado y todos
podrían caminar, saltar,
correr donde quisieran.

El arcoíris y el sol que


oyeron decir eso al pony
saltaron de alegría y se
dieron un abrazo mágico.
El pony había aprendido la
lección y a partir de ahora
todos serían iguales y
disfrutarían de sus
diferencias.

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