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¿Para qué sirve un crítico?


por José Antonio Marina

JOSÉ ANTONIO MARINA | Publicado el 05/12/2002

La crítica es una tarea de distinción, de afirmación clara del no relativismo de los valores estéticos, y, por esta
razón, me parece que los críticos literarios son necesarios para aplaudir la calidad, liberarnos de los
cantamañanas, y enseñarnos a poner los puntos sobre las íes. ésta sería la función pedagógica del crítico
Cada día me interesa más la sociología del arte. Pintar, danzar, cantar, contar son actividades universales,
presentes en todas las culturas. Cada una de ellas da origen a una tradición, y acaba configurando un
“dominio autónomo de producción simbólica”. En el caso de la literatura, ese dominio está habitado por
muchos personajes e instituciones, además del escritor: el editor, el librero, los traductores, las academias de
autoridades, los premios literarios, los agentes, las revistas especializadas, las revistas culturales, los derechos
de propiedad intelectual, la publicidad, las cátedras, los libros de texto, los críticos. Todos ellos, con sus
intereses propios y sus capacidades, constituyen un tupido sistema cultural que, sobre todo desde el siglo XIX,
ha pretendido reforzar su autonomía.

En este populoso planeta de las letras, el crítico tiene al menos tres funciones. Llamaré a la primera función
de clarificar la experiencia. En este caso, su actividad va enfocada hacia el arte mismo. La literatura, vista
desde dentro, es una experiencia estética que se va desplegando, expandiendo, reinventándose continuamente
a través de los autores. Francisco Umbral hizo una bella descripción de esta vida del lenguaje en Un ser de
lejanías. La crítica es el momento reflexivo de la tradición literaria. Por eso, muchos escritores han sido
grandes críticos, como puso de manifiesto T. S. Eliot en su libro Función de la poesía y función de la crítica.
A este grupo pertenecen Eliot, Steiner, Bloom y Sartre, por ejemplo. No influyen directamente en los
creadores, porque son los creadores los que educan al crítico, pero hacen más consciente la tradición estética.

La segunda función del crítico es social, y ésta es la que despierta más recelo. Es uno de los canales que
ponen en relación el mundo literario con la sociedad. No es el único, ni siquiera el más poderoso. Por ejemplo,
una entrevista con un autor en las páginas de un periódico, en la que el periodista alaba la obra, tiene más
impacto que una crítica seria. El sistema de presentaciones de libros es otro de los procedimientos de enlace
que merecería un detallado análisis. Es una especie de garantía personal casi siempre muy poco de fiar, que
colabora al lanzamiento de una obra. No estaría de más que todo presentador se comprometiera realmente
con lo que presenta. Otro canal lo constituyen los premios literarios, en cuyos jurados suelen intervenir
críticos, y que no pasan por un buen momento. Por último, entra en juego la publicidad, en especial la
publicidad camuflada, cada vez más tentadora y fácil al estarse configurando grandes grupos multimedia. En
este complejo sistema, la función social del crítico le exige ser publicista, orientador, informador y evaluador

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de obras. Todo reunido, y, muchas veces, de forma confusa.

Hablo por experiencia. Durante cuatro años hice semanalmente crítica de libros en El Cultural. Blanca
Berasátegui me dejaba en completa libertad para elegir los libros, lo que me permitió darme cuenta de una
gran limitación. El acto que tiene más relevancia pública es el de seleccionar los libros de que se va a hablar.
El marco es más importante que el mensaje. Dos páginas de una crítica atroz son mejor crítica que el silencio.
Por eso, la sociología literaria debería investigar cuál es el procedimiento usado para seleccionar los libros.
Las publicaciones que quieren ser objetivas -como El Cultural- basan su imparcialidad en una suma de
probabilidades. Los críticos sugieren libros que consideran interesantes, los encargados de la sección de libros
repasan las novedades, se tiene en cuenta el autor, el prestigio de la editorial, el tema. los comentarios de
otros medios españoles o extranjeros. Nada de esto garantiza, por supuesto, que no se vaya a dejar fuera algún
libro importante, pero mi experiencia me dice que el procedimiento es aceptable. Los perjudicados pueden ser
los autores noveles que publican en pequeñas editoriales, pero este fallo puede corregirse fácilmente.

Queda una tercera función del crítico, que me parece ahora especialmente importante. Vivimos en el limbo de
las equivalencias. Cunde la idea de que es imposible justificar un criterio de evaluación. Se ha generalizado un
concepto perverso de democracia que defiende que las opiniones de todos sobre cualquier cosa son
equiparables. La democracia es una cosa más seria que este igualitarismo universal. Es el compromiso para
defender y conseguir la igualdad en los derechos fundamentales, y, a partir de ahí, valorar el mérito. La crítica
es una tarea de distinción, de afirmación clara del no relativismo de los valores estéticos, y, por esta razón, me
parece que los críticos literarios son necesarios para aplaudir la calidad, liberarnos de los cantamañanas, y
enseñarnos a poner los puntos sobre las íes. ésta sería la función pedagógica del crítico.

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