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Judy Garland

Ochenta años después, Over The Rainbowes la canción más versionada de la historia. Es
parte de la banda sonora de la humanidad. Su melodía y su letra suenan trágicas a la vez que
optimistas y, por tanto, pueden acompañar tanto momentos tristes como momentos alegres. Su
metáfora sencilla e inmediata, fantasear con lo que hay más allá del arcoiris (un fenómeno
atmosférico científico que parece mágico, tan innegable como inalcanzable), conecta con
cualquier ser humano y por eso Over The Rainbow lleva décadas ocupando un espacio a medio
camino entre lo mitológico y lo visceral en la cultura pop.

Y además, Over The Rainbow condensa la existencia de su intérprete. Judy Garland la cantó
por primera vez a los 17 años en El mago de Oz y, a pesar de no ser su compositora, vería su
vida marcada por esa canción. Nadie ha escrito jamás sobre Garland sin recurrir a alguna estrofa
de Over The Rainbow: como se preguntaba Dorothy ("si los pájaros azules pueden volar más allá
del arcoiris, ¿por qué yo no puedo?"), la propia Garland exclamó en una ocasión "si soy una
leyenda, ¿por qué estoy tan sola?". Judy, una película sobre sus últimos años que
protagonizará Renée Zellweger, se propone responder a esa pregunta.

Como ha hecho Feud con Bette Davis y Joan Crawford, cabe esperar que Judy exponga la
crueldad del sistema de Hollywood con la ventaja que nos ofrece la información, la sensibilidad
y el sentido de la justicia del siglo XXI. Pero en los años 30, cuando una adolescente Frances
Ethel Gumm salió del capullo para mutar en Judy Garland, la sociedad carecía por completo de
esas tres cosas. Durante décadas, las divas del Hollywood clásico han sido idolatradas y
ridiculizadas como extravagantes criaturas consumidas por su arrogancia, déspotas con todos los
que las rodeaban y obsesionadas con una fama que solo les daba disgustos. Aquella primera
generación de estrellas pagaron con su vida (algunas literalmente) encabezar el escuadrón que
abrió fuego en una guerra inédita: ni conocían otra forma de vida ni entendían que, pasados los
30, el mundo las trataría como reliquias dantescas. Como Davis o Crawford, Judy Garland
murió sin comprender del todo por qué Hollywood (y, por extensión, su público) la había
abandonado.

Porque las divas caprichosas, déspotas y ególatras no nacen, sino que se hacen. Desde que firmó
un contrato de siete años en exclusiva con Metro-Golwdyn-Meyer (en aquella época los actores
eran definidos, sin la más mínima ironía y con mucho orgullo, como "propiedades" por parte de
los estudios), Judy Garland fue moldeada como "la chica de al lado". Convertida en la
compañera asexuada de Mickey Rooney, una cláusula de moralidad en su contrato le impedía
tener citas o acudir a fiestas. Desde los 13 años, Garland sufrió una dieta impuesta por la
Metro basada en sopa, lechuga, 80 cigarrillos diarios para reprimir su apetito, anfetaminas
para trabajar y barbitúricos para dormir. A los 14 años un ejecutivo la definió (con ella delante)
como "una pequeña cerda con coletas" mientras estudiaba cómo pulir su imagen, el presidente
del estudio Louis B. Meyer le llamaba cariñosamente "mi pequeña jorobada" y a los 15 años el
productor de The Broadway Melody of 1938 le recriminó que parecía un monstruo bailando.

Por eso cuando a los 16 años cantó Over The Rainbow conectó, tal y como definiría su biógrafa
Susie Boyt, con el sistema nervioso central de todos los espectadores. Porque su voz amarga y
visceral sonaba más a Edith Piaf que a la perfección ténica y lírica de las actrices de la época,
pero Hollywood se aseguró de que Frances Ethel Gumm nunca fuera consciente del talento
sobrenatural que Judy Garland tenía. La necesitaban insegura y dependiente. Así fue como
convirtieron a Judy Garland en un cliché de Hollywood: la estrella infeliz que, entre película y
película, solo buscaba el amor, la aceptación y la adulación.

A los 19 años se casó con David Rose, a los 20 se sometió a un aborto y a los 21 se
divorciaron. Dos años después se casó con Vicente Minelli, su director en Cita en Saint Louis,
con quien tuvo una hija (Liza). En 1947, con 25 años, sufrió una crisis nerviosa y fue internada
en un psiquiátrico donde intentó suicidarse rajándose las muñecas. Enferma por una adicción a
los somníferos, al alcohol y a la morfina (adicción, no olvidemos, inducida por el estudio durante
su adolescencia) y sometida a tratamientos de electroshock para superar la depresión, Garland
dio tumbos profesionales al llegar tarde o no llegar nunca a los rodajes y finalmente fue
despedida por la Metro-Goldwyn-Meyer mientras se recuperaba de su segundo intento de
suicidio (se rajó la garganta). "Lo único que veía delante de mí era más confusión" explicaría
años después la actriz "quería apagar las luces en mi pasado y también en mi futuro. Quería
herirme a mí misma y a todos los que me habían herido". Sin trabajo y arruinada, Judy
Garland recurrió a las giras de conciertos y los especiales radiofónicos: no había cumplido 30
años y ya era una vieja gloria.

Revigorizada por su éxito como artista de variedades folclórica, Garland regresó al cine con Ha
nacido una estrella. Todo el mundo estaba convencido de que ganaría el Oscar, hasta el punto de
que la habitación del hospital donde convalecía tras parir a su tercer hijo (con su tercer marido, el
productor Sid Luft) se atestó de fotógrafos y periodistas. Su derrota ante una mucho más dócil y
mucho más joven Grace Kelly, considerada una injusticia histórica de los Oscars, sonó a
bofetada por parte de una industria que la consideraba "una actriz difícil" cuya actitud histérica
había retrasado o cancelado docenas de rodajes. Garland solo rodaría tres películas más después
de Ha nacido una estrella.

Cuando en 1959, con 35 años, enfermó de hepatitis los médicos le dieron cinco años más de
vida. Judy Garland recibió esta noticia como "un gran alivio". "Dejé de sentir presión por
primera vez en toda mi vida" confesaría. El 23 de abril de 1961 Garland protagonizó la que sería
definida como "la más grandiosa noche en la historia del show business": su concierto en el
Carnegie Hall fue editado en disco, permaneció en el número 1 durante 13 semanas y ganó el
Grammy a Mejor álbum del año. El director Stanley Kramer describió la presencia de Garland
sobre aquel escenario como "una mujer que parecía decir 'aquí está mi corazón,
rompedlo'".

Pero estos triunfos, tan rutilantes como esporádicos, nunca fueron suficiente. Judy Garland vivió
sus últimos años (los cuales serán retratados por el biopic con Renée Zellweger) condenada al
ostracismo como el resto de actrices de su generación. Se mudó a Londres porque allí el público
la aplaudía con más fervor y, tras uno de sus últimos conciertos, un admirador la visitó en su
camerino y observó cómo Garland escuchaba la grabación de la actuación que acababa de
terminar. Cuando estallaron los aplausos en el gramófono, se puso a llorar repitiéndose delante
del espejo "eres una estrella, eres una estrella" y besando su reflejo. Una estampa trágica,
melodramática y esperpéntica que encaja con la existencia estereotipada de Garland durante sus
últimos años de vida: pasaba su tiempo libre cantando en bares gays de Inglaterra por 100
libras la noche. En 47 años, a Judy Garland le dio tiempo a ser una mujer, una actriz, una
estrella y un icono. Y cada vez que se transformaba en su siguiente rol, se vio obligada a dejar
atrás los anteriores.

El 27 de junio de 1969 Judy Garland murió por una sobredosis accidental de barbitúricos.
Como sucede con todos los mitos, diversas teorías rodearon su muerte (incluido el suicidio), pero
Ray Bolger, quien interpretó al espantapájaros en El mago de Oz, resumió que "sencillamente,
Judy se agotó". La cultura pop, experta en convertir las casualidades en canon histórico,
relacionó directamente su muerte con el nacimiento del Orgullo Gay (el 28 de junio): cuando los
policías entraron en Stonewall para efectuar una de sus rutinarias redadas violentas y vejatorias,
los clientes del bar se negaron a poner la otra mejilla y se enfrentaron a la autoridad opresiva
porque precisamente esa noche estaban de luto y solo querían que les dejasen escuchar a
Judy Garland en paz. Ella era un referente para la comunidad gay porque Dorothy, que ansiaba
salir de su pueblo de Kansas para adentrarse en un mundo technicolor lleno de lentejuelas,
aceptaba a sus amigos de Oz tal y como eran. La frase "¿eres amigo de Dorothy?" fue durante
décadas un método encubierto para preguntarle a otro hombre si era gay y ese arcoiris se
convertiría en el símbolo de la lucha por la igualdad. La propia Garland bromeó que imaginaba
su funeral como "un gran desfile de maricas cantando Over The Rainbow", una fantasía que
recuerda a la de Lola Flores pidiendo que los mariquitas caminasen los primeros detrás de su
féretro y que demuestra que lo más parecido que tenemos en España a las divas de Hollywood
son las folclóricas.

Y gracias a relatos como Feud o Judy, la existencia de aquellas mujeres quedará dignificada al
devolverlas a su condición de seres humanos, tras décadas de ser solo mitos analizados en tercera
persona. "Odio el sol" confesó Garland poco antes de morir, "durante 36 años me asomé a la
ventana cada mañana y ahí estaba, siempre igual. Y tampoco me gustan las piscinas. Pero me
quedé en Hollywood y no sé por qué, quizá porque creí que aquel era mi hogar. Quería creer, e
hice todo lo que pude por creer en ese arcoiris que soñaba con recorrer. Pero no pude. Qué
se le va a hacer".

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