1.0. ¿Podemos justificar el vandalismo, la rebelión, la destrucción de bienes
comunales invocando este pasaje de las Escrituras? Decir que una autoridad deja de serlo en el momento en que no aplica la ley con justicia es desconocer la naturaleza humana y la razón de la autoridad. No existe autoridad sino de parte de Dios o como traduce la NVI «pues no hay autoridad que Dios no haya dispuesto». Y esto lo escribía el apóstol Pablo a una iglesia que se encontraba «allí donde Satanás tiene su trono» (NVI Ap. 2.13). En el mismo corazón de la imperial Roma. Esta no es una conjetura gratuita de quien esto escribe sino el testimonio de historiadores romanos de ese tiempo como de nuestro. Roma era una cloaca de excesos y vicios. Se vendían hombres, mujeres y niños como esclavos. La inmoralidad era una moneda de intercambio común. La corrupción llegaba a los estratos más altos de la sociedad. 2.0. Si embargo, en este clima hostil el apóstol nos llama a la sujeción a la autoridad civil. Debo adelantar que esta postura no es exclusiva de Pablo, sino que otros de los discípulos del Señor también hacen hincapié en este punto en sus cartas. En I Pedro 2.13-17 este apóstol también nos llama a la sujeción a la autoridad de los gobernantes. De hecho, el apóstol termina esa sección de su carta diciendo: «teman a Dios, respeten al rey». Y no debemos olvidar que el rey en ese momento de la historia era Nerón. Aun podemos ir más allá. Esta actitud hacia la autoridad continuo en la iglesia mucho después de la muerte de los apóstoles como lo podemos comprobar por las citas de Justino Mártir (Apología 1.17), Atenágoras (cap. 37), Tertuliano (Apología 30), y Arnobio (4.36), por citar solo unos cuantos ejemplos. 3.0. ¿Significa esto que los cristianos debemos dejar pasar por alto toda injusticia cometida por el estado? La respuesta es un rotundo: ¡No! El testimonio de toda la escritura es que los creyentes deben oponerse a la injusticia, pero deben hacerlo dentro del marco del señorío de Cristo, es decir, dentro del respeto, el amor al prójimo, el testimonio limpio y la proclamación de la verdad. Juan el Bautista condeno los excesos de Herodes (Mc 6.18), y nuestro Señor hizo otro tanto con Herodes como con los fariseos (Luc. 13.31,32; Mt. 23). A esto debemos añadir que el cristiano debe estar dispuesto a sufrir por la verdad. Su oposición debe ser tanto pasiva como activa. 4.0. Algunas consideraciones se hacen necesarias, aunque no podemos entrar en un análisis de las mismas de manera profunda. ¿La opresión de un gobierno tirano e injusto libera al cristiano del pago de impuestos? ¿Deben los cristianos recurrir al uso de las armas de fuego? ¿Debe un cristiano ir a la guerra? ¿Puede un cristiano fungir como un agente del deber y el orden (es decir, como un policía) y portar un arma de fuego? ¿Pueden los cristianos ser parte de un proceso de sublevación contra el estado? ¿Puede un cristiano fungir como un espía por el bien de su país? ¿Debe tomar parte en un atentado contra un poder político opresor? Viene a nuestra mente la vida de uno de los teólogos de siglo XX más reconocido, esto es, Dietrich Bonhoeffer (1906-1945, murió ahorcado por órdenes de Hitler), quien ayudo a los enemigos de Hitler en un complot contra el statu quo que imperaba en la Alemania nazi. 5.0. Respondiendo a la pregunta inicial de esta reflexión: el cristianismo jamás nos invita ni nos da pie para el vandalismo, la destrucción de bienes públicos ni la rebelión injustificada al gobierno. El cristiano, más que ningún otro ciudadano está llamado a la paz. La lucha por la verdad desde una plataforma de razonamiento y concordia. Su principal objetivo debe ser la justicia. Pero no podemos hacer justicia cuando la injusticia impregna el proceso por el cual queremos establecer la justicia. El vandalismo es injusto para nuestro pueblo, así como la destrucción de bienes públicos en nombre de la verdad y la rebelión no justificada a el estado. Tanto Martin Luther King como Mahatma Gandi nos han mostrado que el camino de la no violencia es capaz de cambiar el curso de la historia. Sí, es lento, doloroso y sangriento; puede llegar a tardar décadas en lograr su fin, pero sus resultados son permanentes como lo ha demostrado la larga historia de la iglesia. Con todo, esto no anula el hecho de que según nuestro pasaje, el ejercicio de la autoridad por el gobierno debe ser ejecutado dentro de un marco de justicia «porque no en vano llevan la espada», lo que tampoco anula el derecho de un pueblo a expresar su desacuerdo frente a una ley injusta, ello siempre dentro del respeto y el orden como debe ser propio de todo seguidor de Jesucristo.