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Cinco Caras de La Modernidad Modernismo Vanguardia Decadencia Kitsch Postmodernismo
Cinco Caras de La Modernidad Modernismo Vanguardia Decadencia Kitsch Postmodernismo
Cinco caras
de la lTIodernidad
Modernismo
Vanguardia
Decadencia
Kitsch
Posmodernismo
Traducción de
María Teresa Beguiristain
Diseiío de colección:
Rafael Celda y Joaquín Gallego
Impresión de cubierta:
(,rMicas Molina
Título original:
Fil'c Faccs of Modemitr. Modernism. A vallt-Garde.
Dccadcncc, Kitsch. I'ostmodemism
¡'rinte" iJl Sl'llill. Impreso en Lsp;ula por Mapesa. ('j Villahlino. JI'. FuenlabI ada.
Kitsch
Donde existe una vanguardia, generalmente, también encontramos
una retaguardia. Cosa cierta -(:()fl la entrada de la vanguardia-, aparecío
un segundo fenómeno cultural nuevo en el Occidente industrial: aquella
cosa a la que los alemanes dieron el maravilloso nombre de Kitsch ... Kitsch
es experiencia sustitutiva y falsa sensación. Lo kitsch cambia según cl esti-
lo, pero siempre permanece igual. Lo kitsch no pretende requerir nada de
sus clientes excepto su dinero -ni siquiera su tiempo--.
1. KITSCH Y MODERNIDAD
[221]
222 CINCO CARAS DE LA MODERNIDAD
Harold Ro,enbcrg. File FraditioJl oftile Jll'W, 2.' ell. (Ncw York: McGraw-Hill,
1",,,. p. 2«'. j
~
,0'
.~
KITSCI/ 223
con gran rapidez un (gran) número de comodidades imperfectas» u
objetos de arte. Tocqueville describe en 1830 uno de los caminos de
la modernidad, «la hipocresía del lujo»:
Cuando llegué a Nueva York por primera vez ... Me sorprendió percibir
a lo largo de la orilla. a cierta distancia de la ciudad. un número considera-
ble de pequeños palacios de mármol blanco. muchos de los cuales eran mo-
delos de la arquitectura antigua. Cuando fui al día siguiente a inspeccionar
más detenidamente los edificios que atrajeron particularmente mi aten-
ción. descubrí que sus pareces eran de ladrillo blanqueado y sus columnas
de madera pintada. Todo los edificios que había admirado la noche ante-
rior eran del mismo tipo ".
bría ilusión de que toda la cultura era reducible a las engañosas estra-
tegias de la moderna pseudocultura. Consumo por mor de la ostenta-
ción, pensó, es la característica distintiva incluso de las primeras
culturas, promovida por las castas de guerreros en las sociedades bár-
baras en las que todos los valores (incluyendo aquellos denominados
estéticos) eran simples símbolos y medios de diferenciación económi-
ca. A pesar de sus relaciones más complejas, pensó Veblen, la socie-
dad moderna ha preservado la característica básica de la «cultura
rapaz».
Con seguridad el arte e incluso la moderna comercialización de
pseudoarte no puede explicarse meramente por la búsqueda del sta-
tus. Aunque las auténticas experiencias estéticas fueran escasas,
hasta el punto de resultar estadísticamente irrelevantes, y aunque va-
rios factores sociales pueden ayudarlo o impedirlo, la necesidad de
arte y el deseo de prestigio son entidades psicológicas diferentes.
Esta distinción se puede verificar indirectamente por el hecho de
que, incluso el consumo de pseudoarte, no coincide con el consumo
con propósitos únicamente de ostentación. Los amantes de lo kitsch
pueden buscar el prestigio -{) la agradable ilusión de prestigi(}--
pero sus placeres no acaban ahí. Lo que constituye la esencia de lo
kitsch probablemente es su abierta indeterminación, su vago poder
«alucinógeno», su espuria ensoñación, su promesa de una fácil catar-
sis * . En muchos casos, igual que el auténtico arte al que imita, el
kitsch tiene poco que ver con el «consumo conspicuo» vebleniano.
Haciendo hincapié en la básica modernidad del kitsch, T. W. Adorno
correctamente observa que:
J
KITSCII 225
bría ilusión de que toda la cultura era reducible a las engañosas estra-
tegias de la moderna pseudocultura. Consumo por mor de la ostenta-
ción, pensó, es la característica distintiva incluso de las primeras
culturas, promovida por las castas de guerreros en las sociedades bár-
baras en las que todos los valores (incluyendo aquellos denominados
estéticos) eran simples símbolos y medios de diferenciación económi-
ca. A pesar de sus relaciones más complejas, pensó Veblen, la socie-
dad moderna ha preservado la característica básica de la «cultura.
rapaz».
Con seguridad el arte e incluso la moderna comercialización de
pseudoarte no puede explicarse meramente por la búsqueda del sta-
tus. Aunque las auténticas experiencias estéticas fueran escasas,
hasta el punto de resultar estadísticamente irrelevantes, y aunque va-
rios factores sociales pueden ayudarlo o impedirlo, la necesidad de
arte y el deseo de prestigio son entidades psicológicas diferentes.
Esta distinción se puede verificar indirectamente por el hecho de
que, incluso el consumo de pseudoarte, no coincide con el consumo
con propósitos únicamente de ostentación. Los amantes de lo kitsch
pueden buscar el prestigio -{) la agradable ilusión de prestigio--
pero sus placeres no acaban ahí. Lo que constituye la esencia de lo
kitsch probablemente es su abierta indeterminación, su vago poder
«alucinógeno», su espuria ensoñación, su promesa de una fácil catar-
sis * . En muchos casos, igual que el auténtico arte al que imita, el
kitsch tiene poco que ver con el ('consumo conspicuo» vebleniano.
Haciendo hincapié en la básica modernidad del kitsch, T. W. Adorno
correctamente observa que:
los cuadros estúpidos, los entrepaiios, los decorados, los trapccios para los acróbata"
las señales, los grabados populares, la literatura pasada de moda, el latín eclesiástico,
los libros erlÍticos mal escritos, las noveJas dc nuestras abuelas, los cuentos de hadas,
los pequeños libros para niños. las óperas antiguas, los refranes ridículos, las rimas
ingenuas.» (Complete Works. trad. Wallace Fowlie IChicago: The University 01' Chi-
cago Press, 1970]. p. 1(3).
7 Susan Sontag. Againstlnterprctations (New York: Dell, 1(69), p. 293.
Hilton Kramcr. «New Art 01' the 70's in Chicago: Visual Bluster and Camp Sen-
sibility». New York Times. 14 jul. 1974. Sección 2. p. 19.
KITSCH 227
" Ver «Hermann Broch e il prohlema del kitsch en Le idee correnti (Firenze: Va-
llecchi. 1968. pp. 47 ss.
1() Ihíd .. p. 48.
228 CINCO CARAS DE LA MODERNIDAD
punto de vista. y otra vez como el arte -{) para el caso antiarte-
lo kitsch se niega a prestarse incluso a una definición negativa, por-
que simplemente carece de un único concepto oponente preciso y
distinto.
La democracia, no sólo inculca un gusto por las letras entre las clases
mercantiles, sino que introduce un espíritu mercantil en la literatura ...
Entre las naciones aristocráticas nadie pucde esperar tener éxito sin gran-
des esfuerzos, y ... estos esfuerzos pueden conferir gran cantidad de fama,
pero nunca mucho dinero: mientras que entre las naciones democrúticas,
un escritor puede hacerse la ilusión de que obtendrá a un coste barato una
magra reputación y una gran fortuna 1".
y tangible de toda obra de arte ... Aun así, mientras el arte permanezca
como un sistema, el sistema se cierra; el sistema infinito se convierte en
sistema finito ... y este proceso constituye la precondición básica de toda
forma de kitsch, pero al mismo tiempo debe su existencia a la estructura
específica del romanticismo (esto es. al proceso por el cual lo mundano se
eleva al rango de lo eterno). Podemos decir que el romanticismo, sin ser
por ello kitsch en sí mismo, es la madre de lo kitsch y que hay momentos en
los cuales el hijo se parece tanto a la madre que uno no puede diferen-
ciarlos 17.
'" Ponencia en el Simposio «The Comparative Method: Sociology and the Study
of Literature». publicado en Ycurhuok uf COfll¡JlIraril'C (/1/(1 Gcneral Lirewlllrc 23
(1974): IR.
20 T. W. Adorno. Asthetische Theorie (Frankfurt/Main: Suhrkamp. 1970).
pp, 355 ss.
21 C.f, «Kulturindustrie. Aufklarunals Massenbetrug». en Max Hokherimer y
Theodor W, Adorno. Diu/ectik der AuJk/iirung (Frankfrut/Main; Fischer Verlag.
1969). pp. 12R-176. John Cumming ha traducido el libro al inglés como Diu/ectic of
Enlightenmellf (New York: Herder. 1972). Para una visión histórica completa de la
236 CINCO CARAS DE LA MODERNIDAD
Escuela de Francfort, ver el comprensivo y perceptivo libro de Martin Jay. The Dia-
lecticallmaKination: A SlOry oflhe Frankfurl School ami Ihe InslilUle of Social Rescar-
eh, /923-1950 (London: Heinemann Educational Books. 1973). Especialmente rele-
vante para la cuestión de la cultura de masas es el capítulo 6 del libro. «Aesthetic.
Theory and the Critique of Mass Culture». pp. 173-2IR.
22 Adorno. «On Popular Music». Sludies in Phi/osophv and Social Scicnce
(1941): 3R. Ideas similares las desarrolla Horkherimer en su ensayo «Art and Mass
Culture». originalmente publicado en el mismo ejemplar del Sludies. Horlheimer in-
siste en el contenido específicamente falso del arte púpular: "La oposición entre el
individuo y la sociedad. y entre la existencia privada y la social. que le dio seriedad al
pasatiempo del arte. se ha vuelto obsoleta. Los llamados entretenimientos. que han
tomado la herencia del arte. son hoy día sólo tónicos populares. como la natación o el
fútbol. La popularidad ya no tiene nada que ver con el contenido específico o la ver-
dad de los productos artísticos. En los países democráticos. la decisión final ya no de-
pende de los educados. sino de la industria del entretenimiento ... En cuanto a los paí-
ses totalitarios. la decisión final depende de quienes manejan la propaganda directa e
indirectamente. que por naturaleza es distinta a la verdad. La competencia del artista
en el mercado libre. una competencia en la que el éxito dependía de los educados. se
ha convertido en una carrera en favor de los futuros poderes ... ». Citado de M. Hork-
heimer. Critical7hmry. trad. M. J. O'Connell (New York: Herder & Herder. 1972).
pp.2R9-90.
KITSCH 237
26 Macdonald. p. 60.
27 Moles. pp. 2<)-36.
239
j
,~
KI7SCIf 241
2H Alvin Toffler, The Culture Consumers; A Study ajAr! and Ajfluence in Ameri-
ca, (New York: SI. Martin's Press, 19M), pp. 163 ss. El autor, cuyas explicaciones
pueden resumirse en la observación de que <do que es bueno para la General Motors
puede ser concebido como buen arte» (p. lOS), establece una directa relación entre
consumo cultural, la cualidad de los productos consumidos y la riqueza. Tomado sólo
en términos cuantitativos, el consumo cultural en los Estados Unidos, ni es sólo un
índice de riqueza, sino también, según el autor, de progreso cultural (el autor acepta la
noción de una «explosión cultural». Desde su ruda perspectiva económica, Toffler re-
chaza el punto de vista elitista de que la norma del gusto se ha deteriorado poco a poco
con el surgimiento de la cultura de masas, y argumenta que la «Cultura Elevada»
nunca ha sido más próspera que en nuestros días. Por supuesto, no se da cuenta de que
la Cultura Elevada puede ser explotada por el kitsch exactamente igual que como ex-
plota la cultura popular, y que hoy en día ambas están reguladas, en gran medida, por
las leyes de la producción en masa y la difusión masiva.
242 CINCO CARAS DE LA MODERNIDAD
'<1 Jenny Sharp, «It's New, It's Differcnt, It's Been here AII the Time», en Ark 41
(The }ournal of the Royal CoI/eRe or Art. London), 1967, pp. 25-25.
KnSCII 243
"1 Roger Fry, Visiáll y diseno, trad. Elcna Grau (Ed. Paidós Barcelona, ¡<)XX),
pp. 70-71.
KrtSCfI 245
" Dorfles, p. 31
246 CINCO CARAS DE LA MODERNIDAD
Mientras que la falsificación ilegal explota el gusto elitista por las ra- .1
rezas, un objeto kitsch insiste en su accesibilidad antielitista. El ca-jl,
rácter engañoso del kitsch no reside en lo que tenga en común con la '
falsificación real, sino en su pretensión de proporcionar al consumi- ,
dor esencialmente los mismos tipos y cualidades de belleza incorpo-
rados en originales únicos o raros e inaccesibles. El kitsch pretende
que cada una de sus potencialmente innumerables imitaciones, e imi-
taciones de imitaciones, contiene algo del valor estético de los esti-
los, las convenciones y las obras que abiertamente representa. El
kitsch ofrece belleza instantánea, sosteniendo que no hay una dife-
rencia sustancial entre ésta y el original, la belleza eterna.
Estilísticamente, el kitsch también puede ser definido en térmi-
nos de predecibilidad. El kitsch es, como señala Harold Rosenberg:
«a) arte que ha establecido reglas; b) arte que tiene una audiencia
predecible, unos efectos predecibles y unas recompensas predeci-
bles 32. Pero las convenciones artísticas y literarias cambian rápida-
mente, y la exitosa banalidad de ayer puede perder tanto el atractivo
como el significado ante los ojos de una gran audiencia para la que ha
sido construido. Esto conduce a la paradoja de que las viejas formas
de kitsch (como expresiones de mal gusto) puedan todavía disfrutar-
las, pero sólo los sofisticados: lo que originalmente quiso ser «popu-
lar» se convierte en diversión de los pocos. El viejo kitsch puede esti-
mular !a conciencia irónica del refinado o de quienes pretenden
serlo. Esta posiblemente es la explicación del intento de redimir el
atrozmente afectado y artificial kitsch de la belle époque en lo que se
llama camp en la América actual.
Con respecto a la literatura, podemos mencionar el interés en vie-
jas formas de escribir mal. Así, por ejemplo, en el ensayo ya mencio-
nado sobre los kitsch, Gilbert Highet profesa una gran admiración
(evidentemente irónica) por las gemas poéticas del poeta escocés del
siglo XIX. William McGonagall, a quien considera, citando del Times
Literary Supplement, el único mal poeta auténticamente memorable
de nuestro idioma». En la misma línea están las antologías de Wynd-
ham Lewis y Charles Lee, The Stuffed Owl: An Anthology of Bad
Verse (1930), que se limita, no obstante, a los que sus compiladores
denominan «buenos Malos Versos» :13. Un ejemplo más reciente del
32 Rosenberg. p. 266.
J3 The Stuffed Ow/ (London: Dent. 1(30) principalmente interl:sado por ejem-
plos de mala poesía que se pueden encontrar en poetas l:minentes. Los autores lo ex-
plican en el prefacio: «Hay malos Malos Versos y buenos Malos Versos ... un buen Mal
Verso es gramatical, esta construido de acuerdo con las Rúbricas. sus ritmos. rimas y
metro son impecables ... Un buen Mal Verso tiene una belleza misteriosa. suprema
comparable en sus accidentes a la belleza del buen Verso ... un Buen Mal Verso ... es
endemoniadamente placentero» (pp. VIII-X). Aunque los autores no utilizan el tér-
KITSCH 247
34 Walther Killy. DeUlscher Kitsch. Ein Vermeh mit Bei.l'pielen (Giittingen: Van-
denhoeck & Ruprecht, 1(2).
24R CINCO CARAS DE LA MODERNIDAD
JH Macdonald. p. 66.
N lile ('allec/ed L.I'say.l' af Le.,!ie Fied/er (Ncw York: Stein and Day. IlJ71).
vol. II. p. 404.
KITSCH 251
vaya discutir aquí hasta qué grado la unicidad explica el valor estéti-
co del cuadro o la escultura. Tampoco argumentaré acerca de la im-
perfecta cualidad de las reproducciones; podemos asumir que un día
se logrará la perfección o casi la perfección. Pero, aun entonces, per-
manecerá el problema de la legitimidad de las reproducciones a gran
escala. No obstante, el kitsch no es el resultado inmediato y automá-
tico del proceso de reproducción.
Para determinar si un objeto es kitsch hay que considerar siempre
el propósito y el contexto. En teoría, no debería haber nada kistch en
el uso de una reproducción o diapositiva incluso de la Mona Lisa, en
un estudio de historia del arte. Pero la misma imagen reproducida en
un plato, un mantel, una toalla o una funda de gafas será inequívoca-
mente kitsch. Un número de excelentes reproducciones del mismo
cuadro colocadas en línea en un escaparate tendrán un efecto kitsch
porque sugieren adquisitividad en cantidades comerciales. La mera
conciencia de la multiplicación industrial de un objeto de arte por ra-
zones puramente comerciales puede kitschificar su imagen.
Si reconocemos que el kitsch es el arte «normal» de nuestro tiem-
po, debemos reconocer que es el punto de partida de toda experien-
cia estética. Considérese el paraíso kitsch en el que está inmersa la
mayoría de los niños modernos. En la Disneylandia de la niñez, la
sensibilidad estética está casi enteramente absorbida bajo la catego-
ría comprensiva de lo mono. El gusto infantil por las cosas monas, en
sí mismo, no tiene nada que ver con lo kitsch, porque obviamente no
se le puede aplicar la «ley de inadecuación estética». No obstante, el
kitsch pronto explica este gusto, y no sólo con los niños, sino también
con numerosos adultos cuya comprensión del arte no ha ido mucho
más allá del nivel infantil. Si el kitsch conduce al infantilismo estéti-
co, será justo decir que también ofrece posibilidades pedagógicas, in-
cluyendo la importante concienciación de que existe una diferencia-
ción entre lo kitsch, o el pseudoarte, y el arte. ¿Por qué no podríamos
entonces aceptar la paradoja propuesta por Abraham Moles, es
decir, que el camino más simple y más natural del «buen gusto» pasa
por el mal gusto? Moles escribe específicamente:
40 Moles, p. 74.
.J
"
'1'
l
252 CINCO CARAS DE LA MODERNIDAD
~
41 Dorfles. p, tJ3,
42 Umberto Eco. <:n Apocalitlici e IflIegrati (Milano: Bompiani. 1(5). pp, tJ7-
132,
KITSCH 253
un camino hacia la pereza y la mera búsqueda del placer que se vuelve des-
honesta cuando se mantiene el pretexto de una respuesta estética ... Ya
que, tanto desde el artista, como desde el observador, el arte ... requiere
esfuerzo y seriedad; cuando esto no se hace, la actividad artística se con-
vierte en una huida de la realidad. Se puede convertir, no sólo en una refle-
xión falsa de la realidad, sino también en una apertura para el demonio.
Satán se puede presentar como un ángel de luz de un modo más sorpren-
dente, y con mucha más facilidad, en un símbolo artístico que en un con-
cepto científico 43.
~u sensibles, peu exercés, peu attentifs, paresseux, une absence complete de vie,
intelligence et de beauté» (p. 45).» Aunque no utiliza el término kitsch, Cingria es
'oblablemente el autor del primer estudio amplio sobre la materia. Su noción de «de-
ldencia» es perfectamente sinónima de kitsch, y la razón de la decadencia del arte
ligioso tal como la ve (razones morales tales como la pereza, el aburrimiento, la
entira, y razones históricas tales como la Reforma, la Revolución francesa y el surgi-
iento del secularismo, romanticismo e industrialismo) conducen a la inevitable con-
~sión de que lo que llama «decadencia» es un fenómeno específicamente moderno.
I relación entre modernidad y kitsch se confirma una vez m,ís. El libro de Cingria se
imprimió en 1930 con un prefacio de Paul Claudcl (Paris: L'Art Catholique).
254 CINCO CARAS DE LA MODERNIDAD