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Reseñas Vivir en la época del capitalismo artístico.

Gilles Lipovetsky, Jean Serroy

Vivir en la época del capitalismo artístico.


Gilles Lipovetsky, Jean Serroy
Publicado en 22 marzo, 2015 por Ana March en Reseñas

En Estados Unidos la industria del entretenimiento emplea ocho veces más personas que la
industria del automóvil. Las multinacionales del cine, la edición y la música, la industria del
espectáculo y los conglomerados multimedia se erigen como nuevos gigantes
transnacionales, manejando un volumen de venta escalofriante, su peso económico dentro del
mercado es inseparable de los movimientos de concentración e internacionalización, lo que
está creando mercados culturales en régimen de oligopolio[1]. Se estipula que su volumen de
venta es de 2.706 miles de millones de dólares, es decir, el 6,1 puntos del PIB mundial, y se
incrementa sin cesar. Triunfa el turismo cultural, se abren cada vez más museos, salas de
concierto, teatros, proliferan los sitios destinados al arte, así como la cantidad de personas y
profesiones vinculadas con el arte y las industrias culturales, que también se han multiplicado
vertiginosamente en los últimos decenios.
El sector muestra concentraciones sin precedentes de agentes y estructuras, las grandes
empresas se fusionan, se diversifican, y logran abarcar, mediante «estrategias de 360º» la
totalidad de la gestión. Los intereses económicos en juego son enormes. De modo paradójico,
la lógica de la concentración se aplica también a los fenómenos de superventas: cuanto más
aumenta la oferta más se concentra el éxito en una cantidad muy limitada de títulos y de
artistas. Los récord de audiencia y de ingresos, los disco de oro, los bestsellers, las
súperestrellas, ponen de manifiesto esta dinámica. Cuanto más elevada es la oferta de las
industrias culturales, más limitado es el número de éxitos que permite acarrear beneficios. Una
dinámica de extremos que deja fuera al resto de los implicados.
A su vez el mercado mundial de arte también incrementa su volumen de venta de modo
escandaloso. Las pujas millonarias se han multiplicado, los récord de las casas de subastas
se superan continuamente. Ya no es excepcional que la obra de un artista contemporáneo
supere en precio de mercado a las de los antiguos maestros clásicos. La fortuna de Damien
Hirst, por ejemplo, una de las súperestrellas del arte mundial, está entre las mayores de
Inglaterra. ‘Black Fire I’, de Barnett Newman, fue vendido en Christie’s por la friolera de
61.440.450 euros el año pasado. El aumento de la demanda es una de las razones que
explica este fenómeno, se ha incrementado el número de ricos, de coleccionistas de nuevo
cuño, sobre todo procedentes de Asia, Rusia y Oriente Medio, pero también se ha multiplicado
la de los especuladores y los fondos que ven en la plusvalía del arte una inversión segura.
La lógica financiera de la rentabilidad y los objetivos comerciales ha tomado el poder. El
espíritu del capitalismo ha subordinado al arte, hoy por hoy es el conformismo y no la
transgresión lo que lo caracteriza, la realidad de mercado ha logrado trocar las obras en meros
objetos de especulación, a los artistas, en estrellas, en marcas comerciales. Prolifera la
sensación de que el arte naufraga sobre naderías, lejos de los grandes discursos, de la
finalidad ontológica, triunfa la arbitrariedad individual, la “chuchería superflua”, la novedad por
la novedad, desligada de las grandes apuestas, del sentido profundo[2].
La creatividad artística está en auge, sí, pero su banalización parece consustancial a la
expansión. Desde que el arte penetrara la industria y la estetización de la mercancía
propiciara nuevos mecanismos de producción, la subordinación de la estética a lo económico
se ha convertido en la esencia de la era hipermoderna, su hibridación ha reconfigurado la
lógica, radicalizado e intensificado el espíritu del capitalismo… ¡Bienvenidos a la época del
capitalismo artístico, del homo aestéticus! Pero, ¿cómo comprender qué está pasando?
¿Cómo puede la estética estar propiciando una reestructuración tan amplia y profunda de la
ética y de la lógica económica? Para comprenderlo, vamos por pasos:

Allan Barnes
Breves nociones sobre estética
El ‘fenómeno estético’, o actividad estética, es uno de los rasgos característicos e inherentes
al ser humano. Desde los albores de la humanidad el trabajo de ‘estetización’ del mundo ha
sido el modo mediante el cual los individuos han llevado a cabo la humanización y la
socialización de los sentidos y los gustos[3]. Las diferentes operaciones sociales e
individuales, las dimensiones estéticas presentes en cada actividad, ya sea la forma en que
trabajamos, comemos, nos casamos, vestimos, el arte que desarrolla una determinada
sociedad, nos informa sobre los rasgos definitorios de la totalidad de la vida, el cosmos
estructural de representación de sentido de todo colectivo.
Baumgarten, padre de la estética como disciplina filosófica, definió la estética como el discurso
del cuerpo, de su sensación y percepción, el terreno en el cual el mundo choca contra
nuestras emociones, nuestra vida sensitiva: la inserción de lo material en lo espiritual. Por su
parte, el filósofo Max Horkeimer, miembro de la Escuela de Fráncfort, precisó que la estética
actúa como una forma de represión interna en la que el poder social se introduce más
profundamente en los mismos cuerpos de aquellos a los que sojuzga, operando así como una
modalidad sumamente efectiva de hegemonía política. La estética lo es todo menos una
dimensión inútil o periférica. Al no tener una existencia autónoma, la estructura ideológica de
la estética concentra los conceptos dominantes de una sociedad, es la experiencia material
dentro de la subjetividad, es el mundo de los sentimientos, los afectos y las sensaciones
ligados a las cosas.
Eagleton, inserto en el campo de la teoría cultural, mantenía que la estética es un terreno de
“materialismo primitivo” capaz de darnos un elocuente testimonio de los oscuros orígenes y de
la enigmática naturaleza del valor en una sociedad, e hizo hincapié en la capacidad
neutralizante de la estética, en cómo, si bien fomentaba el valor teórico de su objetivo, se
arriesgaba a vaciarlos de sus rasgos definitorios, de su especificidad o inefabilidad. Por lo que
el estudio de la estética, además de enseñarnos sobre lo que Kant desdeñosamente
denominó “el egoísmo del gusto”, puede decirnos mucho sobre nuestra sociedad. Y en este
empeño versa el último libro de dos de los pensadores más activos y fecundos del presente,
Gilles Lipovetsky y Jean Serroy: La estetización del mundo. Vivir en la época del capitalismo
artístico (Anagrama, 2015).

Diosa Inanna. Antigua imagen sumeria


Un poco de historia:
En la organización mágico religiosa que aglutinaba a los primeros sistemas colectivos, la
práctica estética estaba integrada no con finalidad embellecedora, sino con fines puramente
prácticos. Todas las sociedades han desarrollado a lo largo de la historia un trabajo de
estetización mediante el cual explicar la organización del cosmos, los mitos, las pautas a
seguir durante los momentos de vida importantes, eso que señalaba la esencia de la tribu. Así,
el nacimiento, la muerte, la iniciación sexual, la caza, el matrimonio, el trabajo, las formas de
hábitat, estaban sujetos a una “artistización”, a una ritualización tradicionalista y de leyes fijas
que integraba la producción de cantos, fetiches, adornos, esculturas, peinados, músicas,
danzas, juegos, fiestas, pinturas, etc. Rituales creados con la finalidad de alejar malos
espíritus, curar enfermedades, establecer alianza con los muertos, sin un sistema de valor
puramente artístico, pero mediante los cuales se singulariza una época y una sociedad
(Marcel Mauss). Esto constituye el primer movimiento estético de la humanidad.
Las primicias de la modernidad estética se dan, en un segundo movimiento, a finales de la
edad media y se prolonga hasta el siglo XVIII, cuando el artista se separa del concepto de
artesano, se emancipa del yugo de la iglesia, se afirma como genio-creador, comienza a firmar
sus obras y a deleitar a un público instruido y adinerado. El artista, emancipado de los
gremios, busca un margen de iniciativa a través de contactos con patrocinadores. Se da
entonces el primer paso hacia la autonomización del dominio artístico y estético del presente.
Consustancial a este período es el florecimiento de la vida cortesana, la aparición de la moda
y su recreo en la elegancia, los tratados de “buenas maneras”, la arquitectura, el urbanismo, el
diseño de jardines: todo encuentra una inspiración estética destinada a maravillar la mirada,
sujeto al refinamiento y la elegancia, a la búsqueda de la belleza y la armonía perseguida por
el arte. Comienza entonces la preponderancia propiamente estética del arte y del artista, del
fin estético en sí mismo. A partir del Renacimiento el poderoso proceso de estetización, el
arte, la belleza, los valores estéticos han adquirió un valor, una dignidad, una importancia
social tan grande, que el refinamiento si bien no estaba impulsado por lógicas económicas, sí
funcionaba como medio de afirmación social, un modo de señalar el rango, realzar el prestigio
de los poderosos.
El tercer gran movimiento histórico que reorganiza las relaciones entre sociedad y arte se da
en la edad moderna en Occidente, se expande durante los siglos XVIII Y XIX y coincide con el
desarrollo de un tramado artístico más complejo, más específico, en el cual el artista,
liberándose de la tutela de la iglesia, la aristocracia y luego del encargo burgués, impone el
arte como un sistema autónomo, poseedor de sus propias leyes, valores, y principios de
legitimidad, con sus medios de consagración y clasificación: academias, salones, teatros,
museos , editoriales, coleccionistas, marchantes, críticas, revistas, etc. Pero mientras que el
arte reclama orgulloso su soberanía, su desprecio por el dinero y el odio al mundo burgués,
adaptándose a las demandas del público y orientándose al beneficio, constituye un mundo
económico como los demás: nace el «arte comercial», y la producción y consagración de una
lógica paradójica. El antagonismo que se desarrolla entre el arte y lo comercial configura un
sistema polarizado de producción, circulación y consagración. El desarrollo de esta nueva
lógica se da ante la oposición radical de lo auténtico y lo kitsch, el arte elitista y el arte de
masas, la cultura y la industria, el arte y el entretenimiento, las vanguardias y las instituciones.
Esta reconfiguración trae consigo la alteración general de los valores.[4]
El arte se presenta como portador de una misión más elevada que nunca, se sitúa en la
jerarquía más alta de los valores, se produce una «sacralización del arte», la estética
reemplaza la religión y se sitúa como vía de acceso a las verdades más fundamentales de la
vida y el mundo: la libertad, la razón, el Bien, etc. “Mientras que en la estela del criticismo
kantiano la filosofía debe renunciar a desvelar lo Absoluto y la ciencia debe contentarse con
enunciar las leyes de la apariencia fenoménica de las cosas, se atribuye al arte el poder de
hacer conocer y contemplar la esencia misma del mundo. En adelante el arte estará por
encima de la sociedad.”[5]
Karl Lagerfeld y su diseño para Coca Cola
Capitalismo artístico:
Gilles Lipovetsky y Jean Serroy sostienen que se encuentra en marcha un cuarto movimiento
de estetización del mundo ahormado por una lógica de comercialización e individuación
extrema. Superada la fase de las grandes oposiciones reivindicativas: arte contra industria,
cultura contra comercio, creación contra entretenimiento, será en todas estas esferas, nos
dicen, donde se perciba una mayor creatividad. El arte contemporáneo, embarcado en un
largo proceso de «desdefinición», se infiltra en las industrias, en el comercio y en la vida
corriente. Las estrategias estéticas con fines comerciales penetran todos los sectores de la
industria de consumo propiciando una «inflación estética» que reconfigura el mercado. El
“capitalismo artístico” da lugar a una “era transestética”, en la que el arte, convertido en el
principal motor de la producción simbólica, multiplica las tendencias, los estilos, los
espectáculos, los lugares destinados al arte. Propiciando a gran escala, sueños, imágenes y
emociones, creando en masa productos cargados de seducción que promueven afectos y
sensibilidad y organizan, mediante el eclecticismo de estilos que se despliega él, un universo
heterogéneo y proliferante.
En ‘La estetización del mundo. Vivir en la época del capitalismo artístico’, Lipovetsky y Serroy
nos proponen un viaje al corazón del actual sistema de producción, distribución y consumo
capitalista, poniendo en relevancia cómo esta lógica del sistema, antaño universos paralelos,
hoy se encuentra impregnada, remodelada e indiscriminada por la estética. En cómo la
estética ha revolucionado la lógica productiva del sistema capitalista. Mediante un profundo y
pormenorizado estudio los autores señalan los límites y contradicciones que operan dentro
del “mercado transestético”, buscando a su vez una vía que promueva una vida estética más
rica, menos insignificante, menos formateada por el consumismo:
“El capitalismo artístico ha conseguido crear un entorno estético creciente, es verdad, al
mismo tiempo no deja de difundir normas de existencia de tipo estético (placer, emoción,
sueño, evasión, diversión). Pero el modelo estético de existencia volcado al consumo que
promueve dista mucho de ser sinónimo de vida bella, hasta tal punto es inseparable de la
adicción y la impaciencia, del sometimiento a los modelos comerciales, de una relación con el
tiempo y el mundo dominado por los imperativos de la rapidez, rendimiento y acumulación (…)
El capitalismo artístico aparece como un vehículo mayor de estetización del mundo y de la
vida. Pero salta a la vista que esta dinámica no es totalmente positiva, en lo concerniente tanto
a las creaciones como a las formas de consumo: la sociedad, el consumidor, el individuo
transestético no está a la altura del ideal de «vida bella» que podemos concebir.”
Pero la visión general que despliegan los autores, a pesar de reconocer una proletarización de
la sensibilidad estética, no es catastrofista. En la actualidad, la telebasura, la música mediocre,
el kitsch turístico, la edificación estandarizada, la comida basura, la reducción de los goces
carnales y sensualistas propiciados por el uso generalizado de las pantallas y las tecnologías
digitales, no son por sí mismas síntomas de un naufragio estético, nos dicen, hay otros
fenómenos que conducen a un diagnóstico más certero. El turismo cultural, la valoración de
los productos de procedencia local, la sensibilidad paisajística, el gusto por la decoración de
interiores, el culto al patrimonio, la frecuentación masiva a museos y exposiciones, la pasión
por la música y la fotografía, el éxito particular de los libros de arte, el interés que despierta la
gastronomía y el refinamiento culinario, son fenómenos que ilustran también el creciente lugar
que ocupan los apetitos estéticos en la sociedad hiperconsumista: “No vivimos en la
depauperización de la sensibilidad de lo bello, sino la democratización de las aspiraciones y
las experiencias estéticas.” Según los autores, el capitalismo artístico ha propiciado un
enriquecimiento de las expectativas estéticas de los individuos.

Tres fases del capitalismo artístico:


Lipovetsky y Serroy distinguen tres grandes períodos del capitalismo artístico, los cuales
encuentran su correspondencia en tres fases históricas del capitalismo de consumo. La
evolución de un movimiento general y creciente de estetización del sistema de producción,
distribución y consumo en la sociedad de masas, para estos autores, comienza en el primer
siglo del capitalismo y se extiende hasta la Segunda Guerra Mundial, con la llegada de los
grandes almacenes, la alta costura, la publicidad, el cine, la industria musical.
Una segunda fase estaría integrada por los “decenios gloriosos” de los años cincuenta hasta
los años ochenta, en la cual la “lógica artística”, la moda, el diseño, la publicidad y las
industrias culturales dilatan su fuerza económica y se expanden dentro de la superficie social,
aunque la estética se halle aún condicionada por las limitaciones que el modelo fordista de
empresa impone. Es durante el capitalismo de los últimos treinta años, de la mano de la
economía liberal, en los que, según los autores, se desarrolla la “hipertrofia de los mundos del
arte”; aparecen las multinacionales de la cultura, la universalización del sistema artístico,
caracterizado por una súper multiplicación de las estéticas, por la desregulación de las
antiguas oposiciones entre arte y economía, la industria, el comercio, la moda, el diseño, la
publicidad, sufren una hibridación. “Es el triunfo de de la dimensión transestética del
capitalismo artístico.”
El universo industrial y comercial, con el advenimiento de la lógica del entretenimiento, el arte
de masa y de las estéticas comerciales que se inauguran con el cine, la publicidad, la alta
costura, el diseño, los grandes almacenes, la moda, desencadena una dinámica de
producción y consumo estético a escala mayoritaria. Se inaugura la industria de la seducción,
el arte del consumo, un mundo de sueños empaquetado con la mercancía. “El universo
industrial y comercial ha sido el principal artesano de la estetización del mundo moderno y de
su expansión democrática.”
Las dimensiones estético-imaginario-emocionales comienzan entonces a ser explotadas
racionalmente y de manera generalizada. La expansión del capitalismo financiero se
desarrolla conjuntamente con una creciente preponderancia en los mercados de la
sensibilidad y el proceso de diseño, por un sistemático trabajo de estetización de los bienes,
los lugares comerciales, de integración generalizada del arte, el look, y de la sensibilidad
afectiva en el universo consumista. “Al crear un paisaje económico mundial caótico estilizando
el universo de lo cotidiano, el capitalismo no es tanto un ogro que devora a sus propios hijos
como un Jano de dos caras.”

Dos caras: lógica paradójica del capitalismo artístico


“Por decirlo suavemente, el capitalismo no tiene buena imagen” opinan Lipovetsky y Serroy.
Los aspectos devastadores de la economía liberal que enumeran son por todos conocidos:
crisis económicas y sociales profundas, aumento de las desigualdades, catástrofes
ecológicas, reducción de la protección social, aniquilamiento de las capacidades intelectuales
y morales, afectivas y estéticas de los individuos. Al no responder más que al ánimo de lucro,
sin honrar ningún principio superior: ni ético, ni cultural, ni ideológico, el capitalismo ofrece
para estos autores un aspecto nihilista, cuyas consecuencias no sólo se reducen al paro y la
precarización del trabajo, al drama humano y las desigualdades sociales, sino que, está
dando por consecuencia, “una desaparición de la vida armónica, la desaparición del encanto y
el gusto por la vida en sociedad.” La ecuación se resumiría del siguiente modo: Riqueza del
mundo= empobrecimiento de la vida; Triunfo del capital= liquidación del saber vivir; Imperio de
las finanzas= «proletarización» de los estilos de vida.

“El capitalismo aparece así como un sistema incompatible con una vida estética digna de este
nombre, con la armonía, la belleza, la satisfacción. La economía liberal destruye los elementos
poéticos de la vida social; produce en todo el planeta los mismos paisajes urbanos fríos,
monótonos y sin alma, imponen todas partes las mismas libertades de comercio,
homogeneizando los modelos de los centros comerciales, urbanizaciones, cadenas hoteleras,
redes varias, barrios residenciales, balnearios, aeropuertos; de este a oeste, de norte a sur, se
tiene la sensación de que estar aquí es como estar en cualquier otra parte. La industria crea
baratijas kitsch y no cesa de lanzar productos desechables, intercambiables, insignificantes; la
publicidad «contamina visualmente» los espacios públicos; los medios venden programas
dominados por la idiotez, la vulgaridad, el sexo, la violencia o, por decirlo de otro modo: tiempo
de cerebro humano disponible. Por construir megalópolis caóticas y asfixiantes, por poner en
peligro el ecosistema, por descafeinar las sensaciones, por condenar a las personas a vivir
como rebaños estandarizados en un mundo insípido, el modo de producción capitalista se
estigmatiza como barbarie moderna que empobrece la sensibilidad, como orden económico
responsable de la devastación del mundo: afea la tierra entera, volviéndola inhabitable desde
todos los puntos de vista. Este juicio es ampliamente compartido: la dimensión de la belleza se
reduce, la de la fealdad se extiende. El proceso desencadenado por la Revolución Industrial
prosigue inexorable: lo que se perfila, día tras día, es un mundo más desagradable.”
Pero, conforme se intensifica este modelo crece también la preocupación por una estética de
la calidad de vida. En el seno del universo capitalista se alza la exigencia de poder degustar
otras experiencias de sensoriedad plena. “No es tanto estética contra política, sino estética
contra estética: estética de una vida cualitativa y fructífera contra estética compulsiva del
consumo.” Por doquier se difunde el deseo de querer saborear la vida. La sociedad de la
hipervelocidad busca ampliar las posibilidades de una vida más sosegada y a la carta, medios
que permitan ampliar y diversificar los ritmos y modos de vida. Lo que está en marcha, según
los autores, es una diversificación/dualización de la propia ética estética de la
hipermodernidad, en la cual se distinguen dos movimientos: la fun morality, que promueve la
diversión y el consumo de masas, las actividades lúdicas que buscan la novedad por la
novedad, una ética estética kitsch que busca la felicidad dentro del reino de la inmediatez, la
facilidad, la heterogeneidad y la fragmentación consumista. Y otra modalidad ética que busca
experiencias y placeres más dóciles y selectivos, más refinados e infrecuentes, de calidad
sensitiva y emocional. Ambas tendencias no se desplazan una a otra, sino que están llamadas
a desarrollarse simultáneamente.

Colectivo artístico feminista Guerrilla Girls


Vida estética y valores morales
Si bien la sociedad transestética, marcada por el capitalismo artístico y el individualismo,
encuentra su ideal de vida en la ética estética dominante, sus principios no son hegemónicos,
los valores fundamentales que constituyen la vida moral y de orden democrático no han
desaparecido, opinan los autores. La sociedad se encuentra en confrontación con todo un
conjunto de valores con respecto a la salud, el trabajo, la eficacia, la educación, el respeto por
el entorno, las exigencias superiores de la moral y la justicia, entre otros. La vida social e
individual ha sufrido una erosión de las obligaciones morales, pero estas se han dado bajo el
consenso relacionado con los principios éticos y políticos de la modernidad. “Las protestas y
los compromisos éticos se multiplican, las muestras de solidaridad y los donativos a toda clase
de víctimas no han sido nunca tan elevados: los derechos humanos han tenido adhesión
general. El fenómeno es tanto más notable porque se manifiesta en una época en que
predominan los valores de goce individual.”
Los ideales del humanismo moral no se han evaporado, la amistad, la solidaridad, el valor del
amor, el altruismo, la ayuda mutua, no han perecido bajo el universalismo del mercado, el
valor de cambio y el reino hipertrofiado del consumo estetizado: “No hemos perdido el
espíritu, nos dicen los autores, la decadencia moral es un mito.” La conciencia moral despierta
fuertes debates en los medios, en los comités de ética, en las comisiones deontológicas. Las
polémicas no dejan de multiplicarse: el matrimonio gay, el derecho de los homosexuales a
adoptar niños, las madres de alquiler, la legalización de la droga, etc, producen por todos
lados intensos enfrentamientos de sistemas de valores, intensidad que expresa una dinámica
de pluralización y democratización del dominio ético. “Lo que creemos decadencia de los
valores es sobre todo signo de la avanzada de la destradicionalización y la secularización de
la esfera moral.”
Ahora bien, estas contradicciones interculturales de valor que dan lugar a cambios
permanentes al mismo tiempo que intensifican la dinámica de individuación, nos orienta a una
vida cada vez más reflexiva, conflictiva, problemática, en todas las dimensiones de la
existencia. Triunfa el ideal estético de una vida hecha de placeres, de sensaciones nuevas, y
al mismo tiempo respondemos a la creciente demanda de excelencia y eficacia, de movilidad y
vitalidad, de confianza en el éxito. “La ética estética hipermoderna se muestra impotente para
crear una existencia reconciliada y armoniosa: la soñamos orientada hacia la belleza, pero lo
está hacia la competencia.” Mientras que el presente se configura como el eje temporal
predominante, no deja de estar minado por inquietudes relativas al devenir del planeta, al
futuro colectivo e individual, amenazado por una economía de dimensión caótica. Es evidente,
dicen los autores, que la vida en la sociedad estética no se corresponde con las imágenes de
felicidad y belleza que el capitalismo artístico difunde diariamente en abundancia. Es un homo
aestheticus reflexivo, ansioso, esquizofrénico, el que domina la escena de las sociedades
hipermodernas. “Consumimos cada vez más belleza, pero nuestra vida no es más bella; ahí
radica el éxito y el fracaso profundo del capitalismo artístico.”
La ética de la autorrealización, la búsqueda de “la buena vida”, da legitimidad al capitalismo
artístico, pero, tal como se encuentra desarrollada dentro de la lógica de mercado estético, al
vincular este ideal al consumo, encuentra una satisfacción pobre y ambigüa. La vida buena y
bella pide la formulación de otros valores, otros fines que desbordan el consumo comercial. El
ideal perseguido, expresan los autores, no puede limitarse a aumentar de forma indefinida las
adquisiciones, a maximizar el consumo, y condenar al hombre a la insignificancia, sino que
implica la creación de uno mismo, la mejora del pensamiento, la no limitación del estilo de vida
a los ideales del mercado, el enriquecimiento de la personalidad.
Julija Jankelaityte
La exigencia de calidad como salida transversal:
Lipovetsky y Serroy opinan que no es cuestión de demonizar el capitalismo artístico, pues es
generador de emancipación individual, nos provee de placeres continuos nuevos y diferentes,
y sus logros estéticos no son secundarios. “La vida estetizada que hay que construir no puede
consistir en una salida utópica del sistema consumista: una perspectiva radical de este género
no es ni creíble ni es deseable.” El consumo es bueno como medio, detestable como fin. Por
ello los autores, reincidiendo en proclamas formuladas con anterioridad, vuelven a hacer
hincapié en la necesidad de reducir la importancia que el consumo tiene en nuestras vidas,
aumentar los placeres no comerciales, vivir ya no en función de la ostentación, sino de
autotransformación y el enriquecimiento personal.
Si queremos apoyar un modelo de existencia estética que no sea el que propone el mercado,
los autores plantean que lo hagamos desde la Escuela, la formación, la cultura humanística
clásica, que no ha perdido vigencia a pesar de la insignificancia que su oposición presenta al
mundo tal como es hoy y como lo será mañana. Pero, iniciarse en las artes no basta, Lo Bello
no es el bien, y el arte no es la condición ni de la moralidad, ni de la libertad política, ni de la
calidad de vida. “Mucho nos engañamos si creemos que la formación estética puede ser la vía
moderna hacia la salvación. No esperemos de la educación cultural ni estética una
transformación radical del mundo y menos aún una regeneración de las personas.”
La nueva dimensión aportada por la edad moderna en el transcurso de la historia del arte y de
las formas sensibles, ha aportado una dimensión, impulsando una sociedad, una cultura, un
individuo estético de cuño totalmente nuevo. Lo cotidiano se ha formateado por la operatividad
del arte, por la posibilidad de que todos puedan gozar de lo bello y de experiencias
emocionantes, pero la estetización de la economía, tal como está planteada, ha degradado la
cultura, la ha reducido a show comercial sin sustancia. Por ello es necesario impulsar a la
sociedad transestética a evolucionar, poner el freno a la fiebre del “cada vez más”, dejar de
pensar como recurso supremo los poderes emancipatorios de la “alta cultura”, que antaño
sirviera de referencia, sino plantearse una salida transversal. Esta salida se encuentra en
promover la exigencia de “calidad” a las artes de masas, a la vida cotidiana: “La modernidad
ha superado la prueba de la cantidad y la hipermodernidad debe superar la de la calidad en la
relación con las cosas, con la cultura, con el tiempo que se vive. La misión es tremenda. Pero
no es imposible.”
[1] Lipovetsky/Serroy, La estetización del mundo. Vivir en la época del capitalismo artístico.
[2] Ibíd
[3] Ibíd
[4] Ibíd
[5] Ibíd

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