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JEAN PIAGET

INTRODUCCION A LA
EPISTEMOLOGIA
GENETICA
1. El pensamiento matemático

Prólogo de
Em ilia Ferreiro y Rolando García

PAIDOS . Buenos Aires


Titule del.origiñatfr airees
I N T R O D Ü C T I O N 4 L ’É P IS T É M O L O G IE
GÉN E T I Q U E

I. La pensée mathématique

Publicado por
PRESSES U N IV E R S IT A IR E S D E FRA NGE
© Presses Tj ni ver.sitaires de F rance

Versión castellana de
M A R IA T E R E S A C E V A SC O
V IC T O R FIS C H M A N

251 edición, Í978

I M P R E S O E N LA A R G E N T I N A
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D efensa 599, le r. piso - Buenos Aires

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IN D IC E

P re se n ta c ió n de la e d ic ió n c a s t e l l a n a , p o r Em ilia Ferreiro y Rolando


García ................................................................................................................................. 9

P r e f a c io .......................................................................................................................................................................................... 25

In tro d u c c ió n . O b je to y m é to d o s de la e p is te m o lo g ía g e n é t i c a ...................... 27

1. La epistemología genética considerada como una c ie n c ia ..................... 27


2. El método genético en ep istem ología.................................................................. 31
3. La epistemología psicológica de Enriques ...................................................... 36
4. Las diversas interpretaciones epistemológicas y el análisis genético . . 41
5 . Desarrollo m ental y permanencia n o r m a tiv a ............................................... .. 48
6. Equilibrio y “límite” . El círculo de las ciencias y las dos direcciones
del pensamiento científico .................................................................................. 52
7. Epistemología genética restringida y generalizada ................ .................. 57

P r im e r a p a r t e

EL PEN SA M IEN TO M ATEM ATICO-

C a p ítu lo 1: L a c o n s t r u c c i ó n o p e r a c i o n a l d e l n ú m e r o ............. .......................... 67


1. Las teorías empiristas del mundo. A. La explicación del número car­
dinal por la “experiencia mental” ............................................................. 68
2. Las teorías empíricas del número. B. La explicación del número ordinal
por la experiencia interior de los estados de conciencia (Helmholtz) 75
3. Cualidad y cantidad. Los “agrupamientos” específicos de las opera­
ciones elementales ..................................................................................................... 81
4. La reducción del número cardinal a las clases lógicas y del número
ordinal a las relaciones asimétricas ........................................................... 91
5. La intuición racional del número ...................................................................... 95
6. Clases, relaciones y números .............................................................................. .. 98
7. La axiomática del número entero .......................... ........................................... 105
8. El número negativo y el cero .............................................................................. 109
9. El número fraccionario y el número irracional ............................................... 114
10. Los números complejos, los cuaterniones y los op erad ores................... .. 118
11. Lo infinito y el carácter operatorio del n ú m e r o ............................................ 123
12. Conclusión: el problema epistemológico del número ................................. 127

C a p ítu lo 2: L a c o n s t r u c c i ó n o p e r a t o r i a d e l e s p a c i o ................................................. 138


1. Clasificación de las interpretaciones epistemológicas del e sp a c io ............ 140
2. El espacio perceptual. A. El “innatismo” y el “empirismo”. Herencia
y sensación ......................................................................................... ......................... 146
3. El espacio perceptual. B. La interpretación “guestáltica” de las formas
geométricas ................... ; ............................................................................................ 156
4. El espacio perceptüal. C. La “actividad perceptüal” y Ja epistemología
genética de la percepción ................................................................................... 163
5. El espacio sensoriomotor. Las interpretaciones de H. Poincaré acerca
del carácter “a priori” del concepto de grupo y la propiedad conven­
cional del espacio euclidiano de tres dimensiones ....................................... 172
6. El punto de vista de D. Hilbert y el problema de la “intuición”
geométrica ................................................................................. ...................... 183
7. La intuición imaginada y las operaciones espaciales concretas de ca­
rácter “intensivo” .................................................... ............................................ 189
8. La constitución de la medición y la matematización del espacio por
cuantificación extensiva y métrica ................................................................. 200
9. Las operaciones formales y la geometría axiom ática.................................. 204
10. La generalización geométrica y el orden de sucesión de los descubri­
mientos históricos ................................................................................................. 215
11. La epistemología geométrica de F. Gonseth ............................................... 220
12. Conclusión: El espacio, el número y la experiencia: ia interpretación
de L. B runschvicg................................................................................................. 231

C a p ítu lo3: E l c o n o c i m i e n t o m a t e m á t i c o y l a r e a l i d a d ....................................... 242


1. La toma de conciencia histórica de Jas operaciones. A. La matemática
griega ........................................................................................................................ 242
2. La toma de conciencia histórica de las operaciones. B. La matemática
moderna ................................................................................................................... 249
3. El razonamiento matemático. A. De Poincaré a G o b lo t......................... 255
4. El razonamiento matemático. B. La interpretaciónde Emile Meyerson 261
5. La interpretación logística del razonamiento m atem ático......................... 271
6. Las tesis de J. Cavaillés y de A. L a u tm a n .................................................... 288
7. Conclusiones: La naturaleza de los entes y de las operaciones maté-
máticas . , ................................................................................................................ 295
La extraordinaria difusión que ha tenido la obra de Piaget en los
últimos años ha quedado circunscripta, en forma casi exclusiva, al dominio
de los psicólogos y al de los pedagogos. En ambos campos los aportes de
la psicología genética han revolucionado las concepciones clásicas sobre la
inteligencia y los procesos de aprendizaje.
Sin embargo, es en el ca m p o ’de la epistemología donde deben buscarse
los fundam entos de la obra piagetiana. Piaget es,?ante todo, un episte-
mólogo. Su interés no reside en el desarrollo de la psicología ni' en sus
aplicaciones a la pedagogía: su interés está centrado én los mecanismos
de producción de conocimientos y es en virtud del modo particular de
plantear ciertos interrogantes epistemológicos que Piaget es conducido
necesariamente al desarrollo de una teoría psicológica, dada la insuficiencia
c]f- la psicología que encuentra “a disposición” . Es solamente desde la
perspectiva que ofrece su teoría del conocimiento que se torna posible
descubrir la significación global de su obra y su fuerza explicativa.
Lam entablem ente, la epistemología genética es poco y m al conocida
(no sólo en nuestro m edio). U n análisis de las características diferenciales
de esta posición epistemológica clarificará al mismo tiempo las razones de
esta situación.

A) El núcleo central de las dificultades con las cuales se tropieza p ara


llegar a una interpretación correcta de la teoría de Piaget reside, sirr duda,
en el rol particu lar que juegan en ella tanto la psicología como la lógica.
La relación de la psicología con la epistemología h a sido considerada
de m anera muy diversa en la historia de la filosofía. En general, la perti­
nencia de argum entos psicológicos, p ara fundam entar aserciones de carácter
epistemológico, ofrece serias reservas excepto en el caso de aquellos que sus­
tentan posiciones que caen en el “psicologismo” .
L a reacción contra el psicologismo condujo, en gran m edida, a ignorar
la psicología como instrum ento p ara el análisis de problemas específicos de
toda teoría del conocimiento. Ignorar la psicología no significa, sin embargo,
prescindir de ella. No m encionarla, tampoco significa no utilizarla. U n
ejercicio interesante, y de resultados muy sorprendentes, consiste en dedi­
carse al análisis de las presuposiciones de carácter psicológico que están
implícitas — o que se enuncian sin justificación— en las teorías del conoci­
m iento que están en boga. Lo que más sorprende en tales circunstancias
es la superficialidad con la cual se m anejan, en este terreno, au n aquellos
epistemólogos que en cualquier otra disciplina exigen la aplicación de un
riguroso método científico p ara fundam entar cada aserción. E sta situación
tiene dos raíces muy evidentes que el propio Piaget h a puesto de manifiesto
en numerosas ocasiones. L a prim era de ellas — muy justificable— es el
estado de inm adurez que ha caracterizado a la psicología experim ental como
disciplina científica, tan to por la unilateralidad de sus métodos como por
la esterilidad de sus resultados. L a segunda — mucho menos justificable—
reside en lo que podríam os llam ar “la ingenua aceptación de la introspección
como m étodo” (o, aun, como el m étodo), lo cual permite a cada uno
convencerse de que sus “reflexiones” sobre la naturaleza de los mecanismos
psicológicos que actúan en los procesos cognoscitivos no son susceptibles de
verificación experim ental, ni tam poco lo requieren. L a psicología, como
lo señala Piaget, tiene u n triste privilegio: es la ciencia en la que todos se
creen con competencia p a ra hablar.
E n los casos en que se reconoce que la psicología juega un rol im por­
tante en el análisis de los problem as epistemológicos, su lugar suele redu­
cirse al de u n dominio m uy restringido cuya definición y justificación queda,
también, en el campo de la reflexión o especulación filosófica. U n ejemplo
característico lo encontramos en B ertrand Russell. E n su últim a obra de
carácter filosófico 1 reitera las dos cuestiones básicas con respecto al conoci­
miento hum ano: “ ¿Q ué es lo que conocemos?” y “ ¿Cómo es que lo cono­
cemos?” Asigna a la ciencia — o, m ejor dicho, a las diversas ciencias—
la responsabilidad de responder a la prim era pregunta. Con respecto a la
segunda, Russell va a conceder a la psicología el m érito de ser “la más
im portante de las ciencias”, basándose fundam entalm ente en que “toda la
m ateria prim a de nuestro conocimiento consiste en eventos mentales en
la vida de personas separadas. E n esta región, por consiguiente, la psico­
logía es suprem a” (pág. 166). Curiosamente, Russell declara “suprem a” a
la psicología, pero no se pregunta si su afirm ación precedente acerca de
“la m ateria prim a de nuestro conocimiento” es aceptable para ella.
E n la misma obra Russell establece u n a distinción entre “ creencias”
(recordemos que para Russell “conocimiento” es “u na subclase de creencias
verdaderas” ) y declara que aquellas creencias que no pueden sustentarse
en ninguna otra razón son las que tienen mayor im portancia p ara lá teoría
del conocimiento, puesto que ellas constituyen “el mínimo indispensable de
premisas p ara nuestro conocimiento de cuestiones de hecho”. A tales creen­
cias las llam a “datos” y las define a s í: “Aquellas cuestiones de hecho acerca
de las cuales, independientem ente de Xa inferencia, tenernos derecho a sen­
tirnos muy cercanam ente en lo cierto” (pág. i 71, 1a. bastardilla es nuestra).
N uevam ente aquí tenemos que afirm ar que, curiosamente, después de ha-

1 Human knowledge, its scope and limits. Nueva Yorlc, Simón and Schuster,
1948, págs. 52-53. FHay versión castellana: El conocimiento humano. Madrid, Taurus.
1966.]
berle otorgado el cetro a la psicología para decidir acerca de estos problem as,
Russell hace estas afirmaciones sin preguntarse si ellas resisten a la investi­
gación en dicha disciplina. L a razón últim a por la cual procede así reside,
quizá, en que p a ra él como p a ra todo el empirismo lógico y posiciones
afines, “psicología” designa siempre alguna form a de conductismo que
aceptan sin cuestionar. Pero, ya en la época en que Russell escribió esta
obra, la psicología genética había acum ulado suficiente evidencia experi­
m ental como p a ra invalidar las aseveraciones arriba citadas.
Con respecto a las relaciones entre lógica y psicología, Piaget h a sido
acusado frecuentem ente por los lógicos de hacer “psicologismo” , en tanto
que h a sido acusado po r los psicólogos de caer en el “logicismo” . E n lo que
respecta a la acusación de “psicologismo” es preciso recordar lo siguiente:
los “ objetos” de los cuales se ocupa la lógica son las proposiciones, las clases,
las relaciones, las funciones. Ellos son introducidos p o r definición o por
postulados. Además, se construyen con ellos sistemas formales en los cuales
se introducen reglas de deducción. Pero la lógica no crea, todo esto de la 'do­
nada, sino que lo tom a de las estructuras operatorias del sujeto. U n a parte
considerable de la obra experim ental y teórica de Piaget h a consistido en
poner de manifiesto cuáles son esas estructuras y cuál es su origen. Estu­
diarlas desde el p u n to de vista psicogenético no es hacer psicologismo. Las
relaciones entre am bas disciplinas están sintetizadas en esta afirm ación:
“L a lógica es u n a axiom ática de la razón de la cual la psicología de la
inteligencia es la ciencia experim ental correspondiente ” .2
B) Hemos citado más arriba a B ertrand Russell en su form ulación
de las dos cuestiones básicas de toda teoría del conocimiento: “¿ Q u é es lo
que conocemos?” y “ ¿C óm o es que lo conocemos?” Piaget va a form ular
u n a pregunta, au n m ás básica, por medio de la cual v a a poder proponer una
respuesta a las dos anteriores. D icha pregunta es: “ ¿Cóm o pasa u n sujeto
de un estado de m enor conocimiento, a un estado de m ayor conocimiento?”
H ay numerosos ejemplos, en la historia de la ciencia, de extraordinarios
progresos logrados con u n a m odificación ral la form ulación de las cuestiones
básicas. U n “¿ Q ué es. . . ?” que aparece como preg u n ta de tipo metafísico,
referida a “esencias” — ¡y m uchas veces lo es!— es reemplazado por un
“¿Cóm o es que. . . ?” o un “ ¿E n qué condiciones se d a. . . ?” U n ejemplo
trivial está dado por las llam adas definiciones “por abstracción” . Para
definir “forma de u n a figura” no partirem os_de la pregunta “ ¿Q u é es
form a?”, sino “ ¿C uándo dos figuras tienen la m ism a form a?” Es a p artir
de allí y de las propiedades de la semejanza de figuras que arribam os a la
definición de “form a” . N o hay en ello círculo vicioso, ya que “tener
la m isma forma” es u n a expresión que se puede definir sin presuponer la
definición de form a.
Cuando Piaget reemplaza, como pregunta básica, “ ¿Q ué es conoci­
m iento?” o “ ¿Q u é es lo que conocemos? por “ ¿Cóm o se pasa de u n estado
de m enor conocimiento a otro de mayor conocimiento?”, la situación es

2 La psychologie de Vintelligence. París, A. Colín, 1946, pág. 34. [Hay versión


castellana: Psicología de la inteligencia. Buenos Aires, Siglo Veinte, 1966.]
análoga, pero con una diferencia fundam ental: no va a in te n ta r definir
las expresiones “estado de conocimiento” y “estado de mayor conocim iento” ,
sino que las tom a del contexto social y las acepta tal como son aceptadas
por una com unidad social dada en un momento dado. No hay aquí ai
círculo vicioso, ni petición de principio. Hay, obviamente, u n punto de\j,
partida m etodológico, que consiste en la aceptación del concepto de conoci­
m iento que surge de la práctica social. Pero esta posición v a a im plicar
la eliminación de todo punto de partida epistemológico. Esto puede verse
fácilm ente por las consideraciones siguientes.
Partim os de u n nivel de conocimiento de un sujeto, en u n m om ento
dado t0, en cual, desde el punto de vista de un observador externo — es
decir, de u n sujeto de otro nivel— , no es capaz de resolver ciertos problemas,
o contestar ciertas cuestiones, o m anejar adecuadam ente ciertas situaciones.
Después de cierto intervalo de tiempo, llega un momento, ti, en el cual
ese mismo sujeto resuelve fácilmente aquello que antes no podía.
El estudio de los mecanismos en juego que perm iten el pasaje del
“no poder” al “poder t^arer” constituye, como hemos dicho, la cuestión
básica que Piaget se plantea. En un mismo individuo, podríam os p la n ­
tearnos el pasaje sucesivo a nuevos niveles de conocimiento, en momentos
sucesivos t-2 , Í3, . . . £„, aunque no podemos investigar en ese individuo
cómo llegó al nivel identificado en el instante í„, a p artir de niveles an te­
riores. Pero el problem a así planteado es artificial.
El resultado de los trabajos experimentales centrados particularm ente
en el período que cubre la infancia y la adolescencia, m uestra sorprendentes
regularidades en el comportamiento de los sujetos que perm iten clasificarlos
en grupos que corresponden aproxim adam ente — aunque a veces con des­
viaciones notables— a grupos clasificados por edades. El estudio de cómo
llegó al estado de conocimiento que tenía en el momento í„ el individuo
hipotético del cual partimos, se puede transferir al estudio de grupos de
sujetos que estén en un nivel inferior. Podemos pues rem ontarnos hacia
atrás en la edad de los sujetos, hasta el momento mismo de nacer, y aun
antes, hundiéndonos en lo biológico.
Subrayemos que este estudio es experimental, que corresponde al campo
de la psicología genética y que se enlaza en un m om ento dado con la
biología. Piaget, como epistemólogo, va luego a sacar conclusiones p ara
la teoría del conocimiento. Dichas conclusiones perm iten invalidar, o
refutar, ciertas concepciones epistemológicas sustentadas por otras escuelas
filcsóficas. Pero van a perm itir, tam bién, form ular hipótesis y construir
un?, teoría que sea compatible con todos los resultados experim entales y
que perm ita interpretarlos y explicarlos dentro de un m arco conceptual
adecuado.
Hay, sin embargo, una aclaración im portante que form ular con res­
pecto a lo enunciado anteriorm ente: cuando hablamos del pasaje de un
“nc poder” a u n “poder hacer” estamos adoptando el p u n to de vista de
un observador externo. Pero si adoptam os el punto de vista del sujeto, ese
“no ped er” se transform a en un modo particular de “poder hacer” , ese
“no com prender” se transforma en un modo particular de com prender. Y
si el observador externo no se lim ita a aplicar sus propias norm as lógicas
p ara evaluar el com portam iento del sujeto, no puede d ejar de reconocer
que ese sujeto aplica ciertas norm as en un nivel y aplicará otras en el nivel
siguiente, modificando sin cesar sus propias normas hasta alcanzar el
nivel que el observador externo considera como nivel de “razonamiento
lógico” . El psicólogo está enfrentado con un hecho: hay un sujeto que
utiliza ciertas normas, esas norm as evolucionarán según una progresión
regular. Su tarea es explicar el origen de esas norm as (aceptadas, impuestas,
construidas, etc.) y las razones de su evolución. Pero el psicólogo no
prescribe norm a alguna en nom bre de la psicología, ni se ocupa en deter­
m inar la validez de dichas norm as, sino que las acepta en tanto hechos,
evitando cuidadosam ente desnaturalizar el carácter de necesidad qu e tienen
p ara el sujeto.
C) L a originalidad de Piaget va a consistir en introducir la verifica­
ción experim ental dentro mismo de la epistemología, como u n método más.
E n efecto, aunque Piaget haya construido una psicología p ara d a r sustento
experim ental a sus afirmaciones epistemológicas, el recurso a la psicología
no se agota en la referencia a los resultados de o tra ciencia, independiente
de la epistemología. Es cierto que la caracterización del sujeto cognoscente
no podrá hacerse ignorando la psicología, tanto como la caracterización del
objeto de conocimiento no podrá hacerse ignorando lo que es ese objeto
p ara las distintas ciencias experim entales (física, química, biología, etc.).
L a epistemología genética pretende ser ciencia y proceder, en consecuencia,
como las demás ciencias, form ulando preguntas verificables. Los procedi­
mientos de verificación serán en función de la pregunta, y la verificación
em pírica se im pondrá reiteradam ente para conocer la génesis real de ciertas
nociones, procesos de inferencia, formas de razonam iento elementales, etc.
Piaget planteará así tres métodos com plem entarios a utilizar en episte­
mología genética: el análisis form alizante (problem as de estructura formal
de los conocimientos y validez de esos sistemas) ; el análisis psicogenético
(problemas de hecho y no de validez form al referidos a la caracterización
de los estados de conocimiento en distintos niveles sucesivos y a los m eca­
nismos de pasaje entre uno y otro) ; método histórico-crítico (reconstitución
de la historia de la ciencia en tanto análisis de los procesos conducentes de
un nivel de conocimiento a o tr o ) .
D ) L a posibilidad de com patibilizar las tres metodologías plan tea u n a
serie de problem as: las relaciones entre el análisis form alizante y el m é­
todo psicogenético rem iten las relaciones entre lógica y psicología a las que
ya nos hemos referido. Pero las relaciones entre el método psicogenético y
el histórico-crítico han dado lugar tam bién a equívocos sistemáticos: Piaget
no pretende explicar la ontogénesis a p artir de la soc.iogénesis del conoci­
miento, ni a la inversa; tam poco pretende sugerir que la ontogénesis reca­
pitula la sociogénesis. ¿C óm o se explican entonces las referencias cruzadas,
tan frecuentes en sus obras epistemológicas, donde se confrontan datos
relativos a la ontogénesis del conocimiento con datos relativos a la historia
de la ciencia? Lo que interesa a Piaget es, como señalaremos más adelante,
encontrar un modelo general explicativo del pasaje de un estado de m enor
conocimiento a otro de mayor conocim iento; las com paraciones entre ambos
tipos' de génesis ap u n tan a T í consideración de los mecanismos generales de
organización, desequilibración y reequilibración. Por o tra parte, la legiti­
m idad de la com paración está sustentada en la dem ostración de una
continuidad entre el conocimiento “n a tu ra l” o precientífico y el conoci­
m iento científico. Finalm ente, es preciso recordar que el m étodo psico-
genético no es privilegiado de entrada, sino que recurrir a él está justificado
por la im posibilidad de controlar experim entalm ente las afirmaciones rela­
tivas a la historia de la ciencia y po r la imposibilidad de rem ontarse hasta
los estados iniciales que precedieron a la ciencia constituida.
“R econstituir ^el desarrollo de un sistema de operaciones o de expe-
riencias es, ante todo, establecer su historia, y los métodos histórico-críticos
y sociogenéticos bastarían p ara alcanzar los fines epistemológicos perseguidos
si pudieran ser completos, es decir, rem ontarse más allá de la historia misma
de las ciencias hasta el origen colectivo de las nociones, o sea hasta su socio-
génesis prehistórica. Porque esto es imposible ya que las nociones científicas
han sido inicialm ente extraídas de las del sentido com ún, y que la prehistoria
de estas nociones espontáneas y comunes puede q uedar siéndonos desco­
nocida p a ra siem pre; es por esto, pues, que es conveniente com pletar el
m étodo histórico-crítico con los métodos psicogenéticos ” .8
E) Y a hemos insistido sobre el modo de plantear las relaciones entre
epistemología y psicología. ( “L a epistemología genética consiste simple­
m ente en tom ar en serio los aportes de la psicología en lu g ar de contentarse
con recursos implícitos o especulativos, como ocurre con la mayor parte de
las epistemologías” , señala con hum or el mismo Piaget.) Por supuesto que
ese planteo es resistido en la m edida en que se contrapone a otras concep­
ciones epistemológicas, pero la resistencia hubiese sido m enor si Piaget
hubiera recurrido a la psicología experim ental clásica, cuyo objeto es saber
cómo funciona el sujeto adulto. L a idea estrictam ente escandalosa de
Piaget consiste en justificar que el sujeto que interesa a la epistemología
es el sujeto en desarrollo, que la investigación sobre el modo de adquisición
desconocim ientos de u n lactante es pertinente para la resolución de pro­
blemas tradicíonalm ente reservados a la especulación filo s ó fic a .E s útil
recordar que la objeción principa] que encuentra Piaget a su idea de
creación de u n Centro Internacional de Epistemología G enética es precisa­
m ente ésta: ¿cómo puede pretender abordar problem as epistemológicos
vinculados con el conocimiento científico interrogando a los chicos que no
saben nada de n ad a o que a lo sumo repetirán lo que hayan escuchado
decir a los adultos? Prácticam ente en estos términos se expresa W heaver
sin sospechar que su pregunta contiene una afirm ación de hecho que es
preciso validar em píricam ente. W heaver, que.seguram ente no se atreve a
opinar de física o quím ica sin inform ación suficiente, expresa en términos
muy claros la concepción general que refleja un prejuicio adulto acerca de

3 “Les méthodes de l’épistémologie” en J. Piaget (comp.) : Logique et con-


naissance identifiqúe. París, Gallimard, Enciclopédie de la Pléíade, 1967, págs. 105-
106. [Hay versión castellana: Naturaleza y métodos d e ja epistemología, Buenos Aires,
Proteo, 1970.]
la niñez: ausencia de saber o simple reflejo-copia-del saber.ajeno,.. Y, si
fuera realm ente así, es claro que el recurso a la psicogénesis no aportaría
g ran cosa a la investigación epistemológica. Pero cuando Piaget escribe
esta obra, que le servirá de “carta de presentación” p ara su proyecto larg a­
m ente acariciado de u n Centro Internacional de Epistemología Genética,
tiene detrás suyo unos treinta años de investigación sobre el pensamiento
infantil cuyos resultados le perm iten afirm ar que, desde los niveles más
elementales del desarrollo, el conocimiento no es jam ás copia pasiva de la
realidad externa, pálido reflejo de la transm isión social, sino creación
continua, asim ilaeión^transform adora. Esos trein ta años de investigación
psicológica no están destinados a darnos u n “catálogo” de conductas carac­
terísticas de cada edad; el niño no le interesa p o r sí mismo sino en tanto
predecesor (y padre) del adulto; es un planteo epistemológico y no psico­
lógico el que lleva a Piaget a investigar la form ación de las categorías
espaciotemporales, J a com prensión de las relaciones causales, el principio
de identidad, la transitividad de las relaciones, etcétera,

II

N o es éste el lugar de h acer u n a presentación resum ida de la teoría


epistemológica elaborada por Piaget. Sin em bargo creemos que podría ser
. útil señalar ciertos conceptos claves que perm iten ubicarla y diferenciarla
netam ente dentro del cam po de las teorías epistemológicas contem poráneas.
1) L a concepción básica más original de esta teoría epistemológica
consiste en afirm ar que la acción es constitutiva de todo conocimiento. El
conocimiento es dependiente '3 e~ láS caÓ rT y " la acción es p ro ductora de
conocimiento. Esta prim acía de la acción se sustentará genéticam ente a
p a rtir del análisis de las conductas m ás elementales del recién nacido. El
sujeto no conoce más propiedades de las cosas que aquellas que su acción
le perm ite conocer. El m undo, del lactante no se com pondría de objetos
tales como nosotros podríam os describirlos, sino que. se com pondría de cosas
chupables, agarrables, mirables, escuchabies, etc. “Cosas” que todavía no
son objetos del m undo físico, sino impresiones sensoriales complejas, im po­
sibles de ser atribuidas con precisión al m undo externo o al m undo interno.
P aulatinam ente se irá produciendo un doble, movim iento de integración
del sujeto y del objeto: en la m edida en que el sujeto coordine sus acciones
com enzará a d ar u n id a d al objeto con el que interactúa (por ej.¿ en la
m edida en que la coordinación de los esquemas le p erm ita llevar al cam po
visual lo que la mano agarra, las cualidades de m irable y agarrable serán
atribuidas al mismo objeto). L a com pleji/ación del objeto es entonces
correlativa con la com plejización y organización del sujeto; solamente la
coordinación de los esquemas de acción perm itirá dar unidad a los objetos,
a través de la unidad de la acción .4

Véase La naissance de l’intelligence ches l’enfant. Neuchátel, Delachaux &


Niestlé, 4’ ed., 1963. [Hay versión castellana: El nacimiento de la inteligencia en
el niño, Madrid, Aguilar, 1969.]
E n la acción elemental todavía no puede hablarse, en sentido estricto,
ni de un sujeto ni de un objeto. P oner en el p unto de p artid a la acción es,
por un lado, sustituir las opciones clásicas (prim acía del sujeto en el
idealismo o del objeto en el empirismo) con un nuevo enfoque: la prim acía
es la del vínculo práctico, de la interacción efectiva, de la acción objetiva.
Pero, por otro lado, es adoptar una perspectiva constructivista que dé
cuenta de la constitución del sujeto en tanto sujeto cognoscente y del
objeto en tan to objeto de conocimiento.
Por m edio de la acción los objetos serán incorporados por el sujeto
a esas categorías: serán asimilados a los esquemas de acción. La noción
de esquem a expresa “el conjunto estructurado de los caracteres generali-
zables de la acción, es decir de aquellos que perm iten repetir la misma acción
o aplicarla a nuevos contenidos ” .5 El concepto de asimilación sustituirá al
térm ino clásico de asociación, pero 110 se tra ta de u n m ero cambio de
palabras: hablar el lenguaje de ¡a asimilación en lugar del lenguaje de la
asociación involucra adoptar el p u n to de vista clel sujeto p ara describir
el objeto con el que interactúa y, fundam entalm ente, rescatar la noción de
significación, apartándose del mecanicismo sin caer en la metafísica idealista.
“C ualquier conocimiento com porta siempre y necesariam ente un factor
fundam ental de asimilación que es el único que confiere u n a significación
a lo que es percibido o concebido ” .8 L a asimilación, entonces, confiere
significados al hecho externo, y es transform adora del objeto a través de
esa incorporación de significaciones. Pero, a su vez, el objeto exigirá m odi­
ficaciones del esquema asimilador, en virtu d de sus propias características
objetivas que actuarán como un obstáculo a la asimilación com pleta. D e
esta m an era el objeto es m odificado por el sujeto, pero éste es obligado a
m odificarse por aquél.
Las consecuencias epistemológicas de este' planteo son de prim era
im portancia. Por una parte, perm ite superar la dicotom ía entre pensam iento
y acción. T al como lo señala P iaget en esta obra “ todas las teorías no-
genéticas conciben al pensamiento como anterior a la acción y a ésta como
una aplicación de aquél” .
Por o tra parte, Piaget se ubica sin pretenderlo en directa continuación
de la línea epistemológica del m aterialism o dialéctico, que precisam ente
tra ta de superar esa dicotomía entre conocimiento y acción a través de la
ncción de praxis. Sin embargo en los textos de Lenin (particularm ente en
M aterialism o y empiriocriticismo) resulta evidente la preem inencia del dato
sensorial (percepciones y representaciones como imágenes de las cosas del
m undo externo) apareciendo la praxis como verificadora de un conoci­
m iento obtenido de otra m anera (verificación de esas imágenes obtenidas
vía sensorial) y no como constitutiva de todo conocimiento.
El poner a la acción como única fuente de conocimiento le perm ite a
Piaget resolver de una m anera extrem adam ente origina] el problem a del

Études d’épisíémologie génétique, vol. X IV , pág. 251.


0 Biologie et connaissance. París, Gallimard, 1967, pág. 14. [Hay versión cas­
tellana: Biología y conocimiento, Buenos Aires, Siglo X X I, 1970.]
erigen del conocimiento lógico-m atem ático. A este problem a dedica Piaget
buena p arte del prim er volum en de esa Introducción. Luego de su polé­
m ica con Beth ambos publicarán juntos el volumen xiv de los Études
d’épistémologie génétique ,7 o b r a ' esencial p ara p rofundizar el tema. No
obstante, en estos últimos años Piaget ha vuelto sobre el punto, con un
análisis m ás profundo del m ecanism o de construcción de los conceptos
lógico-matemáticos: la abstracción reflexiva. A este tem a está dedicada
u n a de las obras de Piaget en preparación.
2) El rechazo de toda oposición radical entre experiencia y deducción,
entre registro e interpretación, entre constatación e inferencia.
. En ningún nivel del conocim iento empírico hay u n a frontera delimi-
table y n eta entre las propiedades del objeto asimilado y las estructuras del
sujeto asimilante. P ara conocer, el sujeto debe poseer ciertas estructuras
asimiladoras que funcionan como órganos de conocimiento. (L a analogía
con les órganos que garantizan el funcionam iento biológico será algo más
que u n a analogía: en ese símil está contenida una hipótesis muy específica
acerca de las relaciones entre lo biológico y lo psicológico, entre 1a. ad a p ta­
ción orgánica y la in te le c tu a l). Pero esas estructuras asimiladoras no
preexisten a la acción sino que se constituyen en virtu d de los requerim ientos
de la acción. E ntre la estructuración que interviene en la experiencia y
la estructuración de las construcciones deductivas hay, desde el punto de
vista del funcionam iento, sólo u n a diferencia de grado: así como la expe­
riencia consiste en actu ar sobre los objetos, las operaciones deductivas con­
sisten en acciones interiorizadas y coordinadas.
3) Esto replantea en térm inos bien específicos el problem a de la posi­
bilidad de u n conocimiento objetivo.
P ara Piaget el objeto “es u n lím ite al cual nos aproxim amos sin
alcanzarlo jam ás” . Pero, ¿cómo es posible aproxim arse a ese límite, lo cual
supone u n a objetivización progresiva del conocimiento? Por lo que hemos
visto antes, resulta claro que. la objetividad no está garan tizad a en el p unto
de partida, no coincide con el contacto perceptivo directo puesto que no
hay registro pasivo de los hechos, y m al podría coincidir con un a p a rta ­
m iento del sujeto. E n la concepción epistemológica sustentada por Piaget,
u n increm ento de objetividad será dependiente de un increm ento de acti­
vidad por. p arte del sujeto. El pensam iento es en sus comienzos deform ante
porque se basa en la consideración aislada de ciertas relaciones privilegiadas.
El progreso en el desarrollo del pensam iento consistirá en coordinar progre­
sivam ente puntos de vista diferentes, relaciones antes inconexas, en m u lti­
plicar las puestas en relación; en u n a palabra, en integrar sistemas parciales
en estructuras de conjunto. L a objetividad aparece así indisolublemente
ligada a un increm ento de actividad organizadora por p a rte del sujeto.
Piaget va a indicar explícitam ente que el objetivo de cada ciencia es
“la conquista del objeto”, u n objeto que existe independientem ente de ella,

7 E. W. Beth y J. Piaget: Epistémologie mathématique et psychologie. París,


p.u.F., 1961. [Hay versión castellana: Relaciones entre la lógica formal y el pensa­
miento real. Madrid, Ciencia Nueva, 1968.]
aunque “se m odifica a m edida que tiene iugar esa conquista, pero prove­
yendo los índices de u n a creciente aproxim ación ” .8
V ale la pena recordar la anécdota acerca del diálogo que m antiene
Piaget con K edrov y R ubinstein en la A cadem ia de Ciencias de la u.R.s.s.,
p a ra com prender la distancia que separa a Piaget de u n a posición idealista."
K edrov le preg u n ta: “ ¿C ree usted que el objeto existe antes del conoci­
m iento?” P iaget responde: “E n tanto psicólogo no lo sé, porque sólo
conozco el objeto actuando sobre él, y no puedo afirm ar n ad a acerca de
él antes de esta acción” . R ubinstein reíorm ula la p reg u n ta: “ P ara nosotros
el objeto es u n a parte del m undo. ¿C ree usted que el m undo existe antes
del conocim iento?” Piaget responde entonces: “Ese es o tro problem a. P ara
ac tu a r sobre el objeto me es necesario un organism o y este organismo
tam bién form a p arte del m undo. Creo entonces, evidentem ente, que el
m u ndo existe antes del conocim iento, pero nosotros no lo recortam os en
objetos particulares, sino en el curso de nuestras acciones y por interacciones
en tre el organism o y el m edio” .
4) U n a de las ideas centrales de la epistemología genética es la si­
guiente: tanto la naturaleza com o la validez de los conocimientos dependen
de su m odo de form ación. Se ob jetará que se confunden aquí dos problem as
bien diferentes: el de la validez (problem a norm ativo) con el proceso de
form ación de conocimientos (problem a em pírico). Sin em bargo no es así,
y m erece citarse por su claridad un párrafo del “Prefacio a la segunda
edición” en francés de esta m ism a Introducción, redactado p o r Piaget en
1972:
“Esa objeción supone, en efecto, la existencia de tres elementos o de
tres personajes diferentes en el análisis de todo acto de conocim iento:
1 ) el sujeto de este conocim iento, que razona a su m anera según su nivel,
su grado de inform ación, etc.; 2 ) el historiador, el sociólogo o el psicólogo,
q ue estudia el proceso que condujo al sujeto a su estado de conocimiento
actual, y 3) el epistemólogo, que evalúa este conocimiento de los sujetos a la
luz de norm as que este tercer personaje se encarga de proveer en nom bre
d e u n a filosofía determ inada. Pero lo que no se llega a hacer com prender
a ciertos filósofos adversarios de la epistemología genética es que el actor
n 9 2 (el psicólogo, etc.)n o in te n ta en absoluto ju g a r el rol del actor n 9 3
(el norm ativ ista), sino solam ente devolver su valo r al actor n 9 1 (el sujeto
de conocim iento). Esto conduce evidentem ente a la consecuencia molesta
d e hacer inútil al actor n" 3, pero en beneficio del sujeto mismo y no del
actor n 9 2 que se lim ita a describir cómo ese sujeto activo y responsable
llegó por sus propios medios a resolver sus propios problem as” .
“E n efecto, cuando se nos dice que el proceso form ativo no es expli­
cativo ni podría constituir u n a fuente suficiente de evaluación norm ativa,
se olvidan deliberadam ente tres hechos esenciales. Se olvida en prim er

s “Les courants de l ’épistémologie scientifique contemporaine” en J. Piaget


(comp.) : Logique et connaissance scientifique (op. cit.}, pág. 1260. [De esta parte
de la obra no hay traducción.]
Sagesse et illusions de la philosophie. París, p . u . f . , 1965, p á g s . 274-275. [Hay
versión castellana: Sabiduría e ilusiones de la filosofía. Barcelona, Península, 1970.]
lugar que el proceso no es o tra cosa que el desarrollo de actividades de un
“ sujeto” , es decir de actividades creadoras de normas, y que no se tra ta
de u n a sucesión psicológica cualquiera de simples estados de conciencia.
Se descuida, en segundo lugar, el hecho fundam en tal de que el sujeto se
basta a sí mismo en la elaboración de sus norm as: ya se trate de un bebe
de diez meses que descubre la p erm anencia de los objetos o de Einstein
en persona que construye sus teorías, el sujeto no tiene necesidad ni del
filósofo (personaje n 9 3) ni del psicólogo (acto r n 9 2) p ara ayudarlo a
razonar, ya que él se basta a sí mismo (en tanto individuo o sujeto socia­
lizado en grados diversos o en tan to sujeto colectivo) y corrige solo sus
errores. Pero, en tercer lugar, se olvida tam bién que, aun q u e el sujeto es
norm ativam ente autónom o, h a necesitado de u n desarrollo p ara llegar
h asta allí, porque no ha cesado de m odificar sus propias norm as y consti­
tuye entonces la resultante de ese proceso. E l problem a reside en el hecho
de que el sujeto no conoce sino u n a ínfim a p a rte de ese proceso y es por ello
que es necesario u n análisis exterior a él p a ra reconstituirlo. D e esto se
concluye que el actor n 9 2 es necesario, pero no en tanto prescriptor de
norm as sino exclusivam ente en tanto in te n ta describir y explicar lo que
los sujetos h an hecho en su autonom ía norm ativa radical de constructores
enfrentados con los objetos y con la realidad entera” .
5) El últim o p unto que deseamos m encionar es el de la concepción
dialéctica que subyace en toda la o bra piagetiana.
A la p regunta “ ¿C óm o se llega a la situación de «tom ar conoci­
m iento» dé u n dato provisto por la experiencia?” se p o d ría responder,
d entro del m arco de la epistem ología genética, diciendo: m ediante u n a
interacción entre el sujeto y el objeto de conocim iento. Así form ulada, la
respuesta no es nueva, pero tam poco es respuesta. Sim plem ente se lim ita
a enunciar que dicho “acto de conocim iento” constituye u n ejem plo de
interacción, pero sin explicar en qué consiste dicha interacción. Tam poco
aclara n ad a el agregar que se tr a ta de u n a interacción dialéctica, por cuanto
el hecho mismo de que la tom a del conocim iento surja de u n a interacción
entre el sujeto y el objeto significa lo mismo que decir que la interacción
es dialéctica. L a supuesta respuesta no hace sino explicitar u n poco m ás la
naturaleza del problem a, pero n o lo resuelve.
L a novedad de la respuesta piagetiana consiste en h ab e r elaborado,
en detalle, u n a explicación acerca de lo que significa la interacción entre el
sujeto y el objeto, haber propuesto u n m ecanism o p a ra explicar en qué
consiste y haber acum ulado u n im presionante m aterial de carácter experi­
m ental p a ra sostener su teoría.
P ara com prender la naturaleza dialéctica de la teoría de P iaget debemos
retornar a la im agen previam ente utilizada de pasajes sucesivos de un
“estado de conocim iento” . en u n m om ento d ato t0, al estado en momentos
posteriores íi, t2, etc. Así form ulado el problem a d aría la impresión falsa
de u n a evolución lineal del pensam iento. Pero el hecho fundam ental que
surge del análisis genético es que la m arch a no es lineal sino qu e constituye
u n com plejo proceso de estructuraciones sucesivas a través de u n a jerarq u ía
de niveles bien definidos. N o se tra ta — afirm a Piaget— de “ cortes arb i­
trarios en el seno de u n proceso continuo o puram ente aditivo” ( . . . ) “las
estructuras adquiridas en u n nivel dan lugar a una reconstrucción antes
cíe que estas estructuras reconstruidas puedan ser integradas en las nuevas
estructuras elaboradas sobre los niveles ulteriores” .
C ad a uno de los niveles constituye un estado de equilibrio dinámico,
a la m a n era de los estados de equilibrio (situaciones “ estacionarias” ) de un
sistema term odinám ico .10 P iaget llam a equilibración a dicho equilibrio
dinám ico p a ra diferenciarlo del equilibrio estático de u n sistema mecánico.
E n la m edida en que el desarrollo del conocimiento es concebido como
un a sucesión de estados de equilibración, está claro que deberán en trar en
juego mecanismos de de se quúibración de cada nivel y de reequdibración
en los nuevos niveles que se van alcanzando. T oda epistemología que intente
in te rp re tar el desarrollo y la naturaleza de los procesos cognoscitivos deberá
explicar en qué consisten dichos mecanismos.
P ara aclarar la posición de Piaget a este respecto debemos remitirnos
a trabajos realizados en el C entro Internacional de Epistem ología G enética
d u ran te los últimos años, y que aún no han sido publicados.
Se van a distinguir tres form as de equilibrio:

(i) E ntre los esquemas de asimilación y los objetos a los cuales dichos
esquemas deben acom odarse (que es, tam bién, un equilibrio entre
form a y c o n ten id o ).
(ii) E ntre los subsistemas que luego se integran en u n sistema.
(iii) E ntre las diferenciaciones (que consisten en introducir, en un a
totalidad, negaciones parciales, generadoras de subsistemas, pero
m anteniendo los caracteres positivos de la to talid ad ) y las integra­
ciones (que consisten en reunir, en una totalidad, sistemas que
eran independientes o que eran considerados como tales).
El tercer tipo de equilibración, a cuyo análisis teórico y experim ental
llega Piaget sólo en años recientes, adquirirá u n a im portancia excepcional
en su teoría. En él hace reposar la solución del problem a que considera
ccm o “el m ás misterioso” de todos los problemas epistemológicos: la pro­
ducción de nuevos conocimientos.
Pero aun una descripción de las tres formas de equilibrio no constituye
un a explicación del proceso. E sta exige explicitar los mecanismos en juego.
A quí surgen dos nociones que son utilizadas con h arta frecuencia
en las explicaciones de tipo epistemológico, sin que se h ayan hecho muchos
esfuerzos por aclarar su significado ni, mucho menos, p o r desentrañar los
mecanismos que ponen en juego. Dichas nociones son: abstracción y
generalización. Piaget las usa con sentido bien específico en la presente obra,
pero el papel fundam ental que juegan en su teoría sólo se pondrá clara­

10 Un ejemplo trivial lo ofrecen los “cúmulus de buen tiempo’’ que son esas
nubes blancas, aisladas, en forma de torre, que suelen observarse en las tardes soleadas
de verano. Parecen objetos inmóviles, pero la proyección cinematográfica de foto­
grafías tomadas a intervalos regulares de tiempo muestra que se trata de un sistema
muy activo en permanente disipación y recomposición, Todo organismo viviente es
un ejemplo de tal “equilibrio” .
m ente de manifiesto en trabajos m ucho más recientes. D icho papel no es
otro que el de la construcción de nuevas estructuras en los procesos de
reequilibración.
Las desequilibraciones de cada una de estas tres formas de equilibrio
responden a mecanismos específicos. E n el prim er caso, por ejemplo, todo
esquema asimilador encuentra, tarde o tem prano, u n obstáculo o pertur­
bación (definido como el objeto que resiste a la asimilación) ; frente a esa
perturbación se ponen en m a rc h a mecanismos de regulación que tratan de
compensar la perturbación. L a com pensación es com pensadora con respecto
a la perturbación pero es form adora con respecto al esquema. R a ra vez, sin
em bargo, la com pensación es com pleta de inm ediato, y un a compensación
incom pleta da lugar al surgim iento de contradicciones.
Desde un punto de vista m uy general, P iaget m ostrará que en los tres
casos las desadaptaciones, los conflictos, las oposiciones, que desequilibran
cada nivel de estructuración y que h abrán de traducirse en contradicciones,
responden a u n único factor que él denom ina “la com pensación incom pleta
entre afirmaciones y negaciones” .
Este tratam iento de la contradicción, al que dedica un a obra que está
en estos m omentos en curso de impresión, traduce quizás m ejor que ninguna
otra el pensam iento dialéctico de Piaget. E n él, como en Hegel y en M arx,
la dialéctica aparece bajo dos form as distintas:

(i) Com o una situación de interacción, en la cual se m antienen los


térm inos en oposición, en u n condicionam iento recíproco que hace
que ninguno de ellos pueda ser definido o ser considerado inde­
pendientem ente del o tr o .
(ii) Com o una situación en la cual uno de ios dos térm inos en opo­
sición niega (parcialm ente) el otro, dando lugar a u n tercer té r­
mino o elemento que subsume (parcialm ente) a los anteriores en
una síntesis.

Las dos formas de la dialéctica — como acción recíproca y como síntesis


de los elementos en contradicción— aparecen claram ente en la teoría
piagetiana de la equilibración: la prim era de ellas, en las interacciones
propias de cada form a de equilibrio; la segunda, en la superación de las
contradicciones para d a r lu g a r a nuevos niveles de estructuración.

III

Piaget publica esta Intro d u ctio n a Vépistemologie génétique en 1950,


y cinco años m ás tarde logrará hacer realidad u n proyecto largam ente acari­
ciado : la creación del C entro Internacional de Epistemología Genética. L a
concepción epistemológica de Piaget exige el trab ajo en com ún de cientí­
ficos provenientes de distintas disciplinas: lógicos, m atem áticos, historia­
dores de la ciencia, biólogos, especialistas en cibernética, psicólogos, físicos
(p ara no citar sino las especialidades que h a n estado efectivamente repre­
sentadas en los años de funcionam iento del C e n tro ). Los únicos ausentes
son los filósofos especulativos (aquellos definidos p o r el lógico Grize, con
razón y agudeza, de la siguiente m an era: “U n filósofo es aquel que habla
con au to rid ad de aquellos que tienen la reputación de ser filósofos” ). Acerca
de su concepción sobre los filósofos y la filosofía P iag et se explaya la rg a­
m ente en u n libro singular: Sabiduría e ilusiones de la filosofía, al que
rem itim os al lector. Se tra ta de u n libro aparte en la obra piag etian a en
razón de su estilo: contrariam ente a lo que ocurre en el resto de siis obras,
Piaget se explaya aquí librem ente, m ezclando confesiones autobiográficas y
anécdotas en u n texto polémico donde los dardos y el h u m o r altern an con
el análisis riguroso.
Los resultados de los trabajos del C entro In tern acio n al de E piste­
m ología G enética (que m antiene desde su creación la tradición d e un
Simposium an u al en el que se presentan y discuten los resultados de cada
año de labor) com enzaron a publicarse en 1957 en u n a colección in titu lad a
“Estudios de Epistem ología G enética” (editada por Prfesses U n iversi ¡.aires
de F ra n c e ), colección que ya cu en ta con trein ta volúm enes publicados.
N inguno de ellos está firm ado exclusivam ente por Piaget, que h a querido
stsí m a rc ar claram ente el carácter interdisciplinario d e la obra del C entro.
Los seis últim os volúmenes están dedicados a problem as centrales de la
epistem ología de la física, que constituyen u n com plem ento indispensable
al tom o ii de esta Introducción, en tan to que los prim eros volúmenes d e la
colección están dedicados fundam entalm ente a problem as vinculados con
la epistem ología del conocim iento lógico-m atem ático (abordados en el
tom o i de esta In tro d u c c ió n ).
A quí es útil hacer la siguiente observación: cu an d o Piaget escribe
el tom o i de esta Introducción, tiene ya suficientes datos experim entales
sobre la génesis de las estructuras lógicas elementales que le p erm iten dar
el sustento em pírico genético a la posición adop tad a (p a ra entonces ya han
sido realizados sus descubrim ientos fundam entales acerca de la construcción
progresiva de las nociones elementales de conservación: invariancia n u m é­
rica, sustancia, longitudes, perm anencia del objeto, e tc .). P ara la m ism a
época, el sustento em pírico genético relativo al tom o u (El pensam iento
físico) se reducía a la génesis de nociones de tiem po, m ovim iento y velo­
cidad, a las nociones de conservación de peso y volum en y a datos obtenidos
en sus prim eras investigaciones sobre la causalidad física con u n a técnica
puram ente verbal, posteriorm ente descartada. Los últim os años de trab ajo
del C entro Internacional de Epistem ología G enética perm iten ap o rta r la
m asa de datos experim entales relativos a la génesis psicológica que faltab an
entonces, y contribuyen a reelaborar la noción de causalidad y las explica­
ciones causales. Finalm ente, el tom o ni es producto de u n a reflexión
sistemática sobre la biología, la psicología y la sociología. E sta reflexión
está guiada po r el m étodo histórico-crítico pero no es com pletada p o r n in ­
guno de los otros dos métodos. E n particular, tan to en el m om ento de
escribir su Introducción com o en el presente, no hay datos experim entales
que p erm itan sustentar u n a epistemología de la biología o de las ciencias
hum anas. E l lu g ar de este tercer tom o (exceptuadas las conclusiones gene­
rales con las que culm ina la obra) es, pues, m uy p articu la r puesto que aú n
no hay u n a epistemología genética de las ciencias hum anas. P or otra p arte,
Piaget mismo h a reelaborado el contenido de este tercer volum en en dos
obras recientes: Biologie et connaissance 11 y u n a colección de tres ensayos
publicados b ajo el titulo Epistém ologie des sciences de ¡’homrne. [Episte­
mología de las ciencias del hom bre ].12 D e estas dos obras, la prim era es
sin d u d a la m ás im portante: allí P iaget retom a el proyecto original de sus
años de adolescencia (construir u n a epistem ología biológica) desde la pers­
pectiva que le d an m ás de cu a ren ta años de dedicación al tem a, y descubre
en la biología de vanguardia, y m uy particularm ente en las ideas de
W addington, el p u n to de unión necesario con su concepción epistemológica.
Es precisam ente ese ensayo, excepcionalm ente rico en ideas nuevas, de una
originalidad indiscutible, el que se cierra con este p árrafo : “L a obra que
se acaba de leer tiene todo tipo de defectos, de los cuales u n o predom ina:
nada de lo que allí se dice está probado, y todo lo que se sugiere no son
sino interpretaciones que se apoyan sobre los hechos, pero que van más
allá de ellos sin cesar. Sin em bargo hemos escrito este ensayo p orque el
tipo de colaboración entre biólogos, psicólogos y epistemólogos que tales
pruebas supondrían, es prácticam ente inexistente y es altam en te deseable.
U na epistemología científica sólo es posible p o r u n trab ajo interdisciplinario
y esta cooperación es aún dem asido escasa p a ra responder a los problem as
que se p la n tea n ” .
Es en ese sentido que, a pesar de lo que podría hacer suponer el tercer
tomo de esta Introducción, es preciso señalar que la epistem ología genética
de las ciencias hum anas y de la biología no está elaborada. Este tercer
volumen (conjuntam ente con las obras posteriores que lo continúan) cons­
tituye u n m arco general, u n a prim era aproxim ación al problem a y una
incitación al trab ajo interdisciplinario que perm itiría crear las condiciones
de producción de esa epistemología. L a obra de Piaget no se cierra sobre
sí misma, sino que abre nuevos cam pos p a ra la investigación epistemológica.

E m il ia F e r r e ir o

R olando G a r c ía

11 Op. cit. Véase además otra obra, posterior: Adaptation vítale et psychologie
de l’intelligence. París, Hermann, 1974 .
12 Epistémologie des sciences de l’homme. París, Gallimard, 1970.
P R E F A C IO

El hecho de que un psicólogo que ha consagrado cerca de quince obras


al desarrollo de la inteligencia en el niño escriba una Epistemología necesita
algunas explicaciones a las que, por otra parte, resulta difícil dar una form a
que no sea la de una confesión.
E n la época en que estudiábamos zoología, un doble interés hacia los
problemas de variación y adaptación y hacia las cuestiones lógicas y episte­
mológicas nos hizo soñar con la posibilidad de construir una epistemología
biológica fundada exclusivam ente en la idea del desarrollo. En aquella
época se im ponía recurrir a la psicología concreta y, ante todo, a esa
embriología de la razón que es el estudio de la inteligencia en el niño. Nos
iniciamos entonces con algunas investigaciones previas acerca de la lógica
del niño, a las cuales teníamos pensado consagrar a lo sumo unos cinco
años. Estos trabajos preliminares nos ocuparon durante treinta años y aún
no están term inados. . .
Si bien tuvim os cuidado en no establecer generalizaciones demasiado
rápidas, en cuanto a la constitución de esta epistemología genética cuyos
lineamientos intentam os fijar hoy, jamás perdimos de vista tal objetivo.
Nos esforzamos, especialmente, en conservar un contacto suficiente con
la propia historia dé las ciencias. Como afirmaba' P. Janet, los cursos
existen para que aparezcan en ellos aquellas cosas de las que aún no estamos
seguros: el liberalismo intelectual de la facultad de Ciencias Generales de
Ginebra y de E. Claparéde que, en aquel entonces, enseñaba psicología
experim ental, nos perm itió ocupar durante más de diez años una cátedra
de historia del pensam iento científico. La presente obra es el resultado de
una comparación, a la que nos consagramos constantem ente, entre la psico­
génesis de las operaciones intelectuales y su desenvolvim iento histórico.
Agradecemos ante todo a nuestros colegas de la facultad. M uchos
problemas nos hubiera planteado m antener este proyecto sin las conversa­
ciones continuas con representantes de las ciencias exactas que comprendían
el punto de vista del psicólogo. Pensamos en particular en Ch.-Eug. Guye
y luego en R . W avre, ]. W eiglé y E. Stuckelberg, E. G uyénot, L. Féraud,
A , A m m ann, y tam bién en M . Chavannes, asistente de matemática.
Falta aún decir algo más en cuanto a la composición de esta obra.
Siem pre nos encontram os atrapados entre dos escollos. Como escribíamos
para los epistemólogos, no podíamos dar por supuesto que hubieran leído
detalladam ente nuestras investigaciones acerca de la psicología de la inteli­
gencia infantil y, por lo tanto, teníam os que resumir en cada p u n to lo
esencial para asegurar la conexión con la discusión propiam ente epistem o­
lógica. Sin embargo, por otra parte, como se trata de una obra que tam bién
se dirige a los psicólogos, había que evitar las ¡recuentes repeticiones de los
datos empíricos. Por lo tanto, intentam os m antenernos en un térm ino
medio, como cuando se navega entre Caribdis y Escila, recurriendo entonces
en particular al texto resumido y señalando los diversos puntos de refe­
rencias. Se nos ha planteado el m ism o problem a con respecto a las regiones
lim ítrofes entre la presente obra y el T ra ta d o de Lógica que publicam os en
otra parte 1 donde se encuentran los desarrollos logísticos que no podem os
exponer aquí.
E n cuanto al plan de este ensayo, el presente tom o I, reservado al
pensam iento m atem ático, será seguido por un tomo I I sobre el pensamiento
físico y por un tom o I I I donde se exam inarán las principales form as del
pensamiento científico en biología, psicología y sociología.

J-P-

1 Colín, 1949.
INTRODUCCION

O B JE T O Y M E T O D O S D E LA E P IS T E M O L O G IA G E N E T IC A

Ya hace m ucho tiem po que la psicología experim ental, la sociología


y la logística, o lógica algebraica, p ara h ab lar únicam ente de las disciplinas
que han proporcionado la m ayor can tid ad de trabajos colectivos, se han
constituido com o ciencias distintas, independientes de los análisis globales
de la filosofía. Quisiéram os exam inar en qué condiciones p odría suceder
lo mismo con la epistem ología genética, o teoría del conocimiento científico
fundada en el análisis del desarrollo de este conocimiento. Se tra ta de
investigar si es posible aislar el objeto de esta disciplina y constituir m étodos
específicos adecuados p a ra encontrar u n a solución a sus problem as p a r­
ticulares.

1. L a e p i s t e m o l o g í a g e n é t i c a c o n s i d e r a d a c o m o u n a c i e n c i a . El
objeto de la filosofía es la totalidad de lo real, de la realidad exterior y del
espíritu y de las relaciones entre ambos. Lo ab arca todo pero sólo cuenta
como método propio con el análisis reflexivo. Además, como tiene que
exam inar la totalidad de la realidad, los sistemas que construye engloban
necesariam ente tanto la evaluación como la verificación, y presentan tarde
o tem prano oposiciones irreductibles resultantes de la diversidad de los
valores que se le proponen a la conciencia hum an a. D e donde se explica
la heterogeneidad de las grandes corrientes tradicionales que vuelven a
aparecer periódicam ente a lo largo de la historia de la metafísica.
Por el contrario, el objeto de u n a ciencia es lim itado y sólo se in au g u ra
como disciplina científica cuando alcanza esta delimitación. Persigue la
solución de problem as particulares y construye entonces uno o varios m é­
todos específicos que perm iten reunir nuevos hechos y coordinar las in ter­
pretaciones en el interior del sector de investigación que previam ente ha
circunscripto. Las filosofías se enfrentan con las inevitables divergencias
de evaluación que separan entre sí las concepciones globales que se refieren
sim ultáneam ente a la- v id a interior y al universo; en cambio, un a ciencia
alcanza u n acuerdo relativo de los diversos puntos de vista, pero sólo lo
alcanza en la m edida en que solicita este acuerdo p a ra la solución de
problem as restringidos y m ediante el em pleo de métodos tam bién bien
definidos.
Si bien no existe fro n tera absoluta entre la filosofía y las ciencias, se
tra ta sin embargo de dos enfoques muy diferentes. No hay frontera absoluta
entre ellas, porque u n a se refiere a la totalidad y la otra a los aspectos
particulares de lo real. Por lo tanto, nun ca puede decidirse a. priori si
u n problem a es de naturaleza científica o filosófica. En la práctica, y
a posteriori, se com prueba que respecto de algunos puntos es posible lograr
cierto acuerdo (por ejem plo, el cálculo de la probabilidad de u n fenómeno,
las leyes de la herencia o la estructura de una percepción), m ientras que
respecto de otros puntos este acuerdo resulta difícil (por ejemplo, la libertad
h u m a n a ). Se dirá, pues, que los prim eros presentan u n carácter científico
y los segundos son de orden filosófico, pero con ello sim plem ente se quiere
decir que se ha conseguido aislar los primeros problem as de tal modo que
su solución no cuestione al conjunto, m ientras que los segundos son soli­
darios de u n a sucesión indefinida de cuestiones previas que necesitan u n a
to m a de posición en cuanto a la totalidad de lo real. Se tra ta de u n a
situación de hecho y sucede a m enudo que u n problem a considerado
tradicionalm ente como filosófico se convierte en científico gracias a u n a
nueva delimitación. Así sucedió con la m ayor p arte de los problem as psico­
lógicos: hoy pueden estudiarse las de la percepción y el desarrollo de
la inteligencia, sin tener la obligación» de tom ar p artid o alguno en cuanto
a la naturaleza del “alm a” . ,
Sin embargo, si bien 110 hay frontera fija alguna entre las cuestiones
filosóficas y las científicas, se las aborda de m an era esencialm ente distinta.
E n el segundo caso, hay que esforzarse en abstraer del conjunto otros p ro ­
blem as; en cambio, en el prim er caso, hay que relacionar todo con todo,
sin que se sienta el deseo — ni siquiera el derecho— de practicar este tipo de
cortes. Casi podría decirse, sin m alicia alguna, que el filósofo es un teórico 1
que está obligado a ocuparse y a hablar de todo al mismo tiem p o ; en Ul
cam bio, el hom bre de ciencia se restringe a seriar las cuestiones y se d a así \
el tiempo necesario p ara encontrar u n m étodo p articu lar p a ra cada u n a H
de ellas.
Y aquí reside el nudo del problem a. C uando u n a disciplina como la
psicología experim ental se separa de la filosofía p ara erigirse como ciencia
autónom a, esta decisión tom ada por sus representantes no equivale al o tor­
gam iento, en un m om ento dado, de una licencia de seriedad o valor
superior. Sim plem ente consiste en renunciar a ciertas discusiones que crean
divisiones y en comprometerse, por convención o gentlem an’s agreement
a hablar únicam ente de las cuestiones que pueden abordarse m ediante el
empleo exclusivo de ciertos métodos comunes o comunicables. Por lo tanto, ts
en la constitución de u n a ciencia hay u n necesario renunciam iento, u n a
determ inación de no mezclar más, en la exposición tan objetiva como
posible de los resultados que se alcanzan o las explicaciones que se persiguen,
aquellas preocupaciones, que quizá sean muy im portantes p ara uno, pero
que se aceptan dejar fuera de las fronteras trazadas. Y se obtiene así un
acuerdo, incluso en el cam po de la psicología experim ental, p o r ejemplo,
donde un problem a de percepción habrá de tener iguales soluciones en
M oscú, Lovaina o Chicago, independientem ente de las filosofías muy dife­
rentes de los investigadores que aplican métodos análogos de laboratorio.
Estos renunciam ientos pueden aparecer, a lo largo de la constitución
de u n a ciencia, como em pobrecim ientos; sin em bargo, siempre gracias a
estas delimitaciones ha progresado el saber hum ano. T o d a la historia del
pensam iento científico, la m atem ática, la astronom ía y la física experi­
m ental — incluso la psicología m o d e rn a — es la historia de u n a progresiva
escisión entre las ciencias particulares y la filosofía. Sin embargo, la filosofía
h a encontrado a su vez sus renovaciones m ás fecundas en la reflexión acerca
de los progresos realizados por las ciencias: Platón, Descartes, Leibnitz y
K an t constituyen los mejores testimonios de esta situación.
A hora bien, el problem a de la delim itación se le plantea hoy a la
epistemología misma, delim itación respecto de las síntesis filosóficas totales,
por u n a parte, en función del progreso de algunos de sus métodos p articu ­
lares y, por la otra, en función de la actual crisis de las relaciones entre las
ciencias y la filosofía.
Si la diferenciación creciente de las disciplinas particulares tuvo p ara
la ciencia los felices resultados que todos conocemos, culminó m o m en tán ea­
m ente en la catastrófica consecuencia para la filosofía de d ejar creer a
g ran cantidad de eminentes personas, que ya no pueden seguir d etallad a­
m ente los trabajos especializados, que la reflexión filosófica constituye un a
especialidad más como cualquier otra. En las grandes épocas, eran los
mismos hombres que trab ajab an en la investigación cotidiana de su ciencia
y que, en ciertos momentos, creaban las síntesis que h an m arcado las etapas
esenciales de la historia de la filosofía; en cambio, hoy se cree que en las
facultades universitarias desprovistas de laboratorios y enseñanza m a te ­
m ática, uno puede prepararse como filósofo, es decir, realizar síntesis sin
previo trabajo especializado, o más precisam ente h acer síntesis como si se
tratase de una especialización legítima. Descartes, cuyo nombre nos evoca
tanto a la filosofía como a la geom etría analítica, aconsejaba entregarse a
la reflexión filosófica únicam ente u n día por mes y dedicar los otros días
a la experiencia o al cálculo. A hora bien, hoy se tolera que se escriban libros
de filosofía sin ni siquiera haber contribuido de algún modo al progreso de
las ciencias, aunque sólo fuese m ediante modestos descubrimientos efec­
tuados para una tesis de doctorado y en u n a cualquiera de las disciplinas
científicas.
El resultado más corriente de este tipo de división del trabajo — entre
aquellos que hacen profesión de ocuparse de las cuestiones particulares y
aquellos que creen poder consagrarse de en trad a a la m editación acerca del
conjunto de lo real— concuerda con la lógica de las cosas. Por una parte,
nos encontram os con filósofos que hablan de ornui re scibili como si fuera
posible alcanzar toda verdad por la simple “reflexión” : por ejemplo, juzgar
acerca de la percepción sin haber m edido nunca un um bral diferencial en
u n laboratorio, o bien discutir los resultados de las ciencias exactas sin
conocer a través de la experiencia personal alguna técnica de precisión.
Sin embargo, la historia nos dem uestra bastante claram ente que la discusión
del trabajo de los otros sólo resulta fecunda cuando se ha proporcionado,
aunque sea en un punto restringido, u n esfuerzo efectivo análogo. Causa
pesar observar cómo a m enudo se desaprovecha el talento de tantos espíritus
profundos, e ingeniosos, tanto más en la m edida en que esas energías no se
distribuyen m ejor entre la investigación de los hechos y el análisis p ro p ia­
m ente reflexivo, por la organización universitaria resultante del divorcio
entre las ciencias y la filosofía. Si los filósofos hubiesen contribuido m ás
al desarrollo de la psicología experim ental, en sus aspectos más am plios y
diversos, el conocim iento del espíritu hum ano se hubiera m ultiplicado;
ahora bien, la pérd id a del contacto con los laboratorios científicos conduce
a los analistas m ás dotados a pensar que los hechos m entales pueden estu­
diarse sin ab an d o n ar la biblioteca o la m esa de trabajo.
Por otra p arte y de acuerdo con la tradición secular de la filosofía
resultante de la reflexión acerca de las ciencias, u n a cantidad siempre
creciente de científicos especializados proporcionan los m ateriales de la
epistemología contem poránea. Salvo una élite de filósofos que reaccionaron
con el vigor que todos conocemos contra la simple especulación y se iniciaron
en el cam ino de lftó/ ciencias, los m atem áticos, los físicos y los biólogos son
quienes hoy alim entan a m enudo las más fecundas discusiones acerca de la
naturaleza del pensam iento científico y del pensam iento a secas. A un más,
no confiados en el socorro que podían obtener de la filosofía académ ica,
delim itaron, en el interior de un cam po hasta entonces com ún a la episte­
m ología filosófica y a las partes m ás generales de las ciencias, terrenos
especiales de discusiones e investigación: por ejem plo el problem a del
fundam ento de la m atem ática.
Entonces en m uchos medios surge la siguiente p reg u n ta: ¿la epistem o­
logía es necesariam ente solidaria de u n a filosofía global, o se puede con­
seguir, en la m edida en que con ello se obtenga cierta ventaja, aislar los
problem as epistemológicos en form a tal que se contribuya a su solución
independientem ente de las posiciones metafísicas clásicas?
T oda filosofía presupone u n a epistemología, no hay d uda alguna de
que así sea: p a ra ab arcar sim ultáneam ente el espíritu y el universo, es
necesario fijar previam ente cómo se relaciona uno de los térm inos con
el otro y este problem a constituye el objeto tradicional de la teoría del
conocimiento. Sin em bargo, la recíproca no es verdadera, salvo si uno
decide instalarse de en trad a en el conocim iento en general o en el conoci­
m iento en sí; esta form a de p la n tea r el problem a la aceptamos sin pesar,
e im plica a la vez u n a filosofía del espíritu que conoce y una filosofía de
la realidad que quiere conocerse.
Lo característico de las ciencias particulares consiste precisam ente en
no abordar nun ca de frente las cuestiones que resultan demasiado ricas
en implicaciones y en disociar las dificultades de tal m anera que se las pueda
ordenar. U n a epistemología que se preocupe por ser científica, se cuidará
m uy bien de no p reg u n ta r de en tra d a qué es el conocimiento, así como la
geom etría evita decidir previam ente qué es el espacio, la física rechaza
investigar desde el principio qué es la m ateria, e incluso como la psicología
renuncia a tom ar partido, al comienzo, acerca de la naturaleza del espíritu.
E n efecto, p a ra las ciencias, no hay u n conocimiento en general y ni
siquiera un conocim iento científico a secas. • Existen múltiples formas de
conocimiento, y ca d a u n a presenta una cantidad indefinida de problem as
particulares. Incluso respecto de los grandes tipos de conocimientos cientí­
ficos especializados, sería m uy quim érico hoy preten d er obtener u n a opinión
única acerca de qué es, por ejemplo, el conocim iento m atem ático o incluso
físico, o biológico, considerados cada uno en bloque.
E n cambio, cuando se analiza u n descubrim iento circunscripto cuya
historia puede delinearse, o una idea distinta cuyo desarrollo puede recons­
tituirse, es posible que se logre u n a suficiente convergencia de los diversos
puntos de vista en cuanto a la discusión de problem as que se plantean del
siguiente m odo: ¿cóm o h a operado el pensam iento científico presente en
los casos analizados (y considerados con u n a delim itación determ inada)
el tránsito de u n estado de m enor conocim iento a u n estado de conocimiento _
que se estima superior?
E n otras palabras, si bien la n aturaleza del conocimiento científico en
general es un problem a aú n filosófico porque necesariam ente se relaciona
con todos los problem as globales, resulta posible sin d uda situarse in medias
res y delim itar una serie de problem as concretos y particulares que se enun­
cian en form a p lural: ¿cóm o se increm entan los conocimientos? E n este
caso, la teoría de los mecanismos com unes a estos diversos incrementos,
estudiados inductivam ente como hechos em píricos que se sum an con otros
hechos, constituirá u n a disciplina que se esforzará estableciendo diferencia­
ciones sucesivas, en convertirse en científica.
A hora bien, si tal es el objeto de la epistem ología. genética, resulta
fácil com probar lo adelan tad a que se en cu en tra esta investigación, gracias
a u n a cantidad considerable de trabajos especializados, pero al mismo
tiempo se com probará lo frecuente que es, en la discusión de las cuestiones
así form uladas, retornar, po r u n a suerte de deslizamiento involuntario,
a las tesis dem asiado generales de la epistem ología clásica. Se han de evitar
dos, peligros: las m onografías históricas y psicológicas sin vínculo suficiente
entre sí, y el retorno a la filosofía del conocim iento; estos peligros sólo
p odrán evitarse m ediante la utilización de u n m étodo estricto.

2. E l m é t o d o g e n é t i c o e n e p i s t e m o l o g í a . D eterm inar cómo se in­


crem entan los conocimientos im plica que se adopte como m étodo el consi­
d erar todo conocim iento bajo el ángulo de su desarrollo en el tiempo, es
decir, como u n proceso continuo cuyo com ienzo o cuya finalización no
puede alcanzarse nunca. E n otras palabras, todo conocimiento debe enfo­
carse siempre, m etodológicam ente com o siendo relativo a un estado anterior
de m enor conocimiento, y como susceptible de constitutirse a su vez en el
estado anterior respecto de un conocim iento m ás profundo. Incluso una
v erdad llam ada eterna, como 2 2 = 4-, pued e interpretarse como u n a eta­
p a genética porque, p o r u n a parte, se tra ta de un conocim iento que no todo
sujeto pensante posee y conviene, en consecuencia, estudiar su form ación
a p a rtir de conocim ientos menores y, por o tra p arte, au n cuando sea defi­
nitiva (e independientem ente de su prop ied ad de conocimiento “real” o
de “sintaxis lógica”, de convención, etc.), este conocimiento es suscep­
tible de progresos ulteriores, que se insertan en sistemas operatorios cada
vez m ás ricos y m ejor form alizados: se intercala así u n desarrollo extrema-
dam ente com pleto entre la com probación empírica, realizada con un
ábaco, de que 2 + 2 = 4 , o tam bién entre la concepción pitagórica de la
misma verdad, y aquello en lo que ella se ha convertido, por ejemplo,
en los Principia m athem atica de Russell y W hitehead.
En ctros térm inos, el método genético equivale a estudiar los conoci­
mientos en función de su construcción real, o psicológica, y en considerar
tcdo conocimiento como siendo relativo a cierto nivel del m ecanism o de
esta construcción. A hora bien y contrariam ente a una opinión m uy d ifu n ­
dida, intentarem os m cstrar que este método no prejuzga en cu an to a los
resultados que alcanza, y que incluso es el único que presenta la g aran tía
de esta no presuposición, siempre y cuando lleve el punto de vista genético
hasta sus últim as consecuencias. Por lo general prevalece la opinión con­
traria, es decir que los epistemólogos sospechan a menudo que las conside­
raciones psiccgenétic.as conducen necesariam ente a cierta clase de em pi­
rismo, cuando en realidad podría suceder también que culminen en conclu­
siones apricristas, e incluso platónicas si así lo decidieran los hechos. Sin
embargo, la razón de este prejuicio contra el método genético es el resultado
del hecho de que algunas teorías célebres en la historia de las ideas — desde
el evolucionismo de Spencer a las teorías más recientes de F. Enriques,
por ejemplo— h an perm anecido en realidad a m itad de cam ino en la
aplicación del m étodo genético.
Antes de exam inar las condiciones de objetividad del m étodo, in ten ­
temos describirlo. Si ios m últiples conocimientos que corresponden a las
diversas ram as de la actividad científica son relativos a las construcciones
vivas que deben estudiarse separadam ente en su misma diversidad, y luego
com pararse entre sí después de haberlas analizado, hay que o rien tar esta
doblé búsqueda acostum brándose a pensar no sólo psicológicamente sino
tam bién, y de algún modo, biológicamente.
Desde este p u n to de vista, todo conocimiento implica u n a estructura
y u n funcicnam iento. El estudio de una estructura m ental constituye un a
form a de anato m ía y la com paración de las diversas estructuras puede
asimilarse a algo asi como u n a anatom ía com parada. El análisis del funcio­
nam iento corresponde, por otra parte, a un a especie de fisiología y, en caso
de funcionam ientos comunes, a u n tipo de fisiología general. Sin em bargo,
antes de p en etrar en la fisiología general del espíritu, se presenta como tarea
inm ediata la anatom ía com parada de las estructuras mentales.

A hcra bien, ¿ cómo efectúa la anatom ía com parada las determ inaciones
de los planes comunes de la organización, las “homologías” o parentescos
genéticos de estructura, etc.? H ay dos métodos distintos que la orientan
constantem ente y que pueden combinarse entre sí. El prim ero consiste en
seguir la filiación de las estructuras cuando su continuidad aparece de m odo
visible en los tipcs adultos: así los miembros anteriores de los vertebrados
pueden com pararse de una clase a otra, desde las aletas anteriores de los
pescados hasta las alas de los pájaros y .las patas delanteras de los m am í­
feros. C uando hay discontinuidad relativa, el “principio de las conexiones”
de Geoffroy Saint-H ilaire perm ite deterrninar los órganos homólogos en
función de sus relaciones con los órganos vecinos. Pero estos métodos,
fundados en el exam en de las estructuras ya completas, están lejos de ser
suficientes p a ra colm ar las necesidades de la com paración sistemática,
porque hay filiaciones que escapan com pletam ente al análisis por una
carencia dem asiado grande de continuidad visible. En este caso, se impone
necesariam ente un segundo m étodo: se trata del método “embriológico”
que consiste en extender la com paración a los estadios más elementales del
desarrollo ontogenético. Así, algunos crustáceos cirrópodos fijos, como los
anafites y los balanos fueron du ran te m ucho tiempo considerados como
moluscos, con lo cual toda determ inación de las homologías resultaba
errónea: bastó descubrir que pasan en estado larval por la form a “nauplio” ,
sem ejante a u n pequeño crustáceo libre, p ara relacionarlos con su verdadera
filiación y restablecer las filiaciones y homologías naturales. Sólo el exam en
del desarrollo em brionario perm ite, por o tra parte, determ inar el origen
mescdérmic.o o endodérm ieo de un órgano. Se pudieron determ inar poco
r. poco ciertos parentescos poco visibles, como los que unen varios pequeños
huesos del oído de los m am íferos con el arco hioideo de los peces, gracias
al examen del desarrollo.

A hora bien, p ara com parar entre sí diversas estructuras m entales, como
sería el caso de las de los m últiples conceptos empleados en el pensam iento
científico, es necesario pensar en m étodos análogos, por más em inente que
sea la dignidad de las estructuras intelectuales en oposición a las formas
anatóm icas de los crustáceos y los moluscos: en efecto, en ambos casos se
tra ta de organizaciones vivas y en evolución.
Si seguimos, por u n a parte, el desarrollo de las ideas que se han
em pleado en u n a ciencia a lo largo de su historia, resulta fácil establecer
algunas filiaciones po r continuidad directa, o por la determ inación del
sistema de “conexiones” presentes. Puede reconstituirse así fácilm ente la
historia del concepto' de núm ero a p a rtir de los enteros positivos y después
de los núm eros fraccionarios, los núm eros negativos hasta las generaliza­
ciones siempre más profundas resultantes de las operaciones iniciales. Será
relativam ente fácil, adem ás, com parar entre sí las diversas form as de m edi­
ción — del espacio, el tiempo, las m últiples cantidades físicas, etc.—
y volver a encontrar en sus desenvolvimientos históricos respectivos algunas
conexiones relativam ente estables, como el establecimiento de relaciones
entre objetos o movimientos postulados como invariantes y esquemas n u ­
méricos o em parentados con el núm ero. Estas m últiples com paraciones,
am pliadas en diversas escalas, caracterizan u n prim er método propio de la
epistemología genética bien conocido en form a algo am plia y que requeriría
quizás aún cierta sistem atización: se trata- del método “histórico-crítico”
em pleado con el éxito por todos conocido por toda un a pléyade de historia­
dores del pensam iento científico y famosos epistemólogos.
Sin em bargo, el método histórico-crítico no basta p ara todo. Lim itado
al campo de la historia de las ciencias, se refiere a las nociones construidas y
em pleadas por un pensam iento ya constituido: el de los científicos consi­
derados desde la perspectiva de su filiación social. Las formas de pensa­
m iento accesibles al m étodo histórico-crítico ya están m uy elaboradas y
más o menos profundam ente insertas en el juego de las interacciones propias
a la cooperación científica. E l inmenso servicio que b rin d a este m étodo
es el de vincular el presente con un pasado colm ado de riquezas a m enudo
olvidadas, que lo esclarece y en p arte explica gracias al examen de los
estadios sucesivos del desarrollo de u n pensam iento colectivo. Sin em bargo,
se tra ta siempre de la acción de pensamientos evolucionados respecto de
otros que se encuentran en evolución y no todavía de la génesis como tal
del conocimiento.
Por. ello, es necesario añ a d ir a este prim er m étodo que corresponde
al de las filiaciones directas y las conexiones específicas de la anatom ía com ­
p arada, u n segundo m étodo cuya función será la de constituir un a em brio­
logía m ental. Retom em os en este sentido la historia del concepto de
núm ero. D e por sí esta historia es rica en enseñanzas singularm ente reve-
laderas: cóm o se introduce el núm ero irracional p a ra im itar el continuo
espacial, cóm o surgieron los núm eros im aginarios a p a rtir de u n a extensión
generalizadora de las operaciones, cómo el transfinito pone de manifiesto
ciertos tipos de correspondencia “refleja ” 2 sem ejantes a las correspon­
dencias lógicas, etc. Sin em bargo, difícilmente se obtendrá, únicam ente a
partir de esta histeria, u n a respuesta unívoca a la cuestión epistemológica
central de saber si existe una intuición prim itiva del n úm ero entero, irred u c­
tible a la lógica, o si el núm ero es el resultado de operaciones más simples.
L a razón de este fracaso de la investigación histórico-crítica se encuentra
seguram ente en el hecho de que la estructura m ental de aquellos que
teorizan acerca del núm ero es una estructura ad u lta, que se rem onta de
C antor o K ronecker a Pitágoras mismo, m ientras que la idea de cantidad
apareció en ellos previam ente a toda reflexión científica: por lo tanto, lo
que hay que conocer es el estado larvario de la cantidad, es decir el estadio
“nauplic” que explica al anafite adulto, y vemos que no resulta demasiado
irreverente reclam ar aquí la intervención de u n a em briología intelectual
por analogía con los m étodos de la anatom ía com parada.
A hora bien, esta em briología m ental existe y precisam ente son los
m atem áticos quienes adivinaron m ejor y casi se anticiparon a su posible
utilización. cuando, por ejemplo, echaron los cimientos de u n a epistemo­
logía genética en el cam po de la geom etría. Todos recu erd an cómo P oin­
caré buscaba la génesis del espacio en la coordinación de los movimientos
del cuerpo, en la distinción de los cambios de posición y los cambios de
estados, etc., es decir, a través de m uchas hipótesis que sólo pueden veri­
ficarse en el análisis del desarrollo m ental del niño y adem ás en su prim era
época de vida. A hora bien, el m étodo puede generalizarse y se tra ta entonces
de la construcción de todos los conceptos esenciales, o categorías del pensa­
m iento cuya génesis puede trazarse nuevam ente en el transcurso de la
evolución intelectual del sujeto, acaecida desde su nacim iento y el m om ento
en que p enetra en la edad ad u lta: esta em briología de la razón puede
desem peñar, respecto de una epistemología genética, el mismo papel que

2 Es decir tales que el todo corresponde a la parte.


la em briología del organism o respecto de la anato m ía com parada o las
teorías de la evolución.
Es cierto que el desarrollo del niño siempre se h alla bajo la influencia
del medio social que no sólo desem peña un papel de acelerador, sino que
transm ite además u n a m ultitu d de ideas que tienen p o r su p arte una
historia colectiva. E n la m edida en que el sujeto en form ación recibe asi
la herencia social de un pasado form ado por las generaciones adultas an te­
riores, resulta claro que el m étodo histórico-crítico, prolongado en método
scciológico-crítico, retom e entonces el control del m étodo psicogenético.
Pero ya no resulta ta n claro que, aun cuando reciba ideas ya totalm ente
form adas po r el m edio social, el pequeño niño las transform e y asimile a
sus estructuras m entales sucesivas, del mismo m odo que asimila el medio
form ado por las cosas que lo rodean: estas form as de asim ilación y su
sucesión constituyen entonces un dato que la sociología y la historia no
consiguen explicar, y es en el estudio de estos fenóm enos que el m étodo
psicogenético controla a su vez al m étodo histórico-crítico.
En sum a, el m étodo com pleto de la epistemología genética se constituye
por la colaboración íntim a entre los métodos histórico-crítico y psicogenético
en virtu d del siguiente principio, sin du d a com ún al estudio de todos los
desarrollos orgánicos: la n aturaleza de una realidad viva no sólo se pone
de m anifiesto en sus estadios iniciales o en sus estadios finales, sino, en el
proceso de sus transform aciones. Los estadios iniciales, en efecto, sólo
adquieren significación en función del estado de equilibrio hacia el que
tienden, y, a su vez, el equilibrio logrado sólo pu ed e com prenderse en
función de las construcciones sucesivas que perm itieron su aparición. Én
el caso de u n a idea o u n conjunto de operaciones intelectuales, resulta
entonces que no sólo im p o rta el p unto de p artid a, p o r o tra p arte siempre
inaccesible a título de prim er p unto de salida, y el equilibrio final, del
que tam poco se sabe n u n ca si es realm ente final: lo im portante es la ley
de construcción, es decir el sistema operatorio en su constitución progresiva.
A hora bien, el m étodo psicogenético es el único que proporciona el conoci­
m iento de las etapas elem entales de esta constitución progresiva, au n '
cuando jam ás alcance la p rim era; en cambio, el m étodo histórico-crítico
es el único que proporciona el conocimiento de las etapas, a veces in te r­
m edias pero en todo caso superiores, aun cuando nu n ca posea la ú ltim a:
p or lo tanto, sólo m ediante u n a especie de juego de lanzadera entre la
génesis y el equilibrio final (los térm inos génesis y fin sim plem ente son
relativos entre sí y no se los presenta en sentido absoluto) puede tenerse
la esperanza de alcanzar el secreto de la construcción de los conocimientos,
es decir, de la elaboración del pensam iento científico.
Sin em bargo, ¿no prejuzga acaso este m étodo acerca de los resultados
epistemológicos a los que conduce? Esto es lo que conviene exam inar ahora,
a través de la discusión de u n a epistemología reciente basada ella tam bién,
en la psicología (p u n to 3) y luego abordar de fren te el problem a en su.
generalidad (punto 4 ).
3. L a _ e p i s t e m o l o g í a p s i c o l ó g i c a d e E n r i q u e s . Y a existen intentos
sem ejantes a éste cuyo program a acabam os de form ular y que permiten,
en consecuencia, formarse ya alguna idea acerca de los éxitos y también
acerca de las dificultades de este tipo de empresa. Exitos y dificultades
son reales, pero de todas las dificultades queremos analizar d e en trad a u n a :
el m étodo, m anipuleado de determ inado modo, parece desem bocar fatal­
m ente si no en consecuencias empiristas, sí, al menos, en cierto realismo
de la experiéncia o en u n positivismo cerrado sobre sí mismo. A hora bien,
el ejem plo de una teoría elaborada por u n m atem ático de gran fam a
— F. Enriques— muestra que estas limitaciones son el resultado exclusivo
de u n a psicología demasiado estrecha y, sin d uda alguna, in flu id a por u na
previa epistemología.
Com o escribía F. Enriques en 1914: “Vemos desarrollarse u n a teoría
del conocim iento científico que tiende a constituirse sobre u n a base sólida,
como p a rte de la ciencia mism a.” (Conceptos ,3 pág. 3 ), y, en efecto, el
objetivo esencial que se propone alcanzar este autor es construir una epistej
m ología inferior a las ciencias como tales y que no tom e proposición ni
m edio de investigación algunos fuera de las ciencias particulares. Este
m étodo lo guía, en consecuencia, a p a rtir de la génesis psicológica:
“pareciera que cada vez más se elim ina lo arbitrario ,en la construcción
científica de la génesis de los conceptos científicos, considerados no en su
posibilidad lógica, sino en su desarrollo real” (ibíd., pág. 4 ) . A hora bien,
el estudio de este desarrollo real perm ite dejar de lado “u n a concepción
hoy anticuada, según la cual el científico se lim itaría a registrar pasivam ente
los datos de la experiencia” (pág. 4 ). Por el contrario, “m e consagré
esencialm ente a reconocer la función propia del espíritu creador de la
ciencia” (pág. 3 ). Por lo tanto, Enriques ha abordado la experiencia, por
u n a parte, p ero también la actividad del sujeto: “El im pulso de la expe­
riencia com binado con la naturaleza del espíritu hum ano, parece explicar
en sus rasgos generales el desenvolvimiento de la ciencia” (pág. 4 ) ; “el
análisis que he em prendido me persuade de que en todas p artes se encuentra
presente u n desarrollo psicológico cuyas razones íntim as se relacionan con
la estructura m ism a del espíritu hum ano” (pág. 4 ).
Vemos 'q u e el program a de F. Enriques es idéntico al que nos inspira
aquí. Sin em bargo, este program a, que el célebre m atem ático creyó cum plir
a comienzos d e este siglo m ediante las conscientes aplicaciones que pro­
porcionó en todos los dominios esenciales — de la lógica y el análisis a la
geom etría, la mecánica, la term odinám ica, la óptica, el electrom agnetism o
e incluso la biología— debe ser retom ado hoy en su casi totalidad. ¿ Estamos
entonces ante el fracaso de la epistemología genética? M u y p o r el con­
trario ; se tra ta del signo de un esfuerzo propiam ente científico, puesto que
las conclusiones que se obtuvieron han de revisarse constantem ente, y han
de beneficiarse al mismo tiempo con las investigaciones precedentes y puesto

* F. Enriques: Les concepts ¡ondamentaux de'la Science. Trad, Rougier. París.


Flammarion.
que los nuevos análisis pueden incorporar cierta adquisición a través de la
reinterpretación de los resultados anteriores.
A hora bien, la necesidad de esta revisión es el resultado, no sólo d e
los desarrollos imprevistos de la m ism a ciencia (como, por ejemplo, la
m icrofísica) sino tam bién y, en particular, de los progresos de la psicología
experim ental. El sistema de Enriques, fundado en su casi totalidad, en los
conceptos de sensación, asociación de ideas y abstracción a p artir de
las cualidades sensibles, culm ina fatalm ente en u n a visión de las cosas
de algún modo estática y cerrada sobre sí misma, de donde la im presión
g enerada de estar ante un m étodo que prejuzga en p arte sus propios
resultados. Sin em bargo, si volvemos a situar estos mismos conceptos de
sensación y asociación en el m arco de la psicología contem poránea, que
niega la existencia m ental de las sensaciones y sólo reconoce las percep­
ciones organizadas, que cuestiona la existencia de las asociaciones simples
y, en particular, que reduce los estados de conciencia a su situación relativa
respecto de las acciones y conductas de conjunto, y retom am os sobre estas
huevas bases el problem a de la abstracción, la psicogénesis de los conceptos
científicos aparecerá bajo u n a luz muy diferente.

Demos un prim er ejem plo, sobre el que volveremos m ás extensam ente


acerca de los conceptos de la m ecánica (vol. I I, cap. I ) . Sabemos q ue
la fuerza se define a m enudo como “la causa de la aceleración” , de donde la
tendencia de algunos físicos a concebir la aceleración como constituyendo
de por sí el hecho positivo, y el concepto de fuerza corno redundante y
confuso. Enriques responde (Conceptos, pág. 114) que esta concepción
que se apoya en “sensaciones m usculares de esfuerzo y presión” representa,
por el contrario, u n “hecho físico” auténtico: “L a fuerza no tiene n ad a
de misterioso o metafísico, no más que el m ovim iento o cualquier otro
fenóm eno cuya definición real se reduce siempre, en últim a instancia, a
un grupo de sensaciones que se producen en ciertas condiciones v o lu n taria­
m ente provocadas” . D esgraciadam ente la “sensación de esfuerzo” es consi­
derad a hoy por m uchos psicólogos (P. Janet, luego de Baldwin, etc.) com o
el simple índice de una acción, que precisam ente constituye una conducta
(o regulación) de aceleración de los propios movim ientos. De este m odo
se concibe la causa física a través de una idea, cuya principal justificación
consiste en el hecho de que corresponde a una “sensación” , la cual no
constituye a su vez sino la señal de una aceleración in ten cio n al. . .
Vemos adonde corre el riesgo de conducirnos un sistema de in terp reta­
ción que tome como p unto de p artida la “sensación” , concebida como
fundam ento del conocimiento. E n su hernioso libro La sensación, guia, de
la vida (1945) que resume teda su obra abundante y precisa. H. Piéron
afirm a que la sensación sólo es, en todos los campos, u n índice o un a se ñ al:
“las sensaciones constituyen símbolos biológicos de las fuerzas exteriores que
ac tú a n sobre el organismo, pero que no pueden tener más semejanzas con
estas fuerzas que las existentes entre estas sensaciones y las palabras que las
designan en el sistema simbólico del lenguaje” (págs. 412-13). “Las ecu a­
ciones relativistas que, en espacios de n dimensiones donde el tiempo se
en cuentra integrado, simbolizan cadenas de acontecim ientos, son m ás v erd a­
deras que nuestras percepciones directas. . . ” (pág. 413).

E l p unto de p a rtid a de una epistemología genética ad a p ta d a a los


conocimientos psicológicos actuales ya no será entonces la sensación, ni
la abstracción esquem atizante a p a rtir de las cualidades sensibles, sino
que consistirá en considerar la acción en su totalidad, siendo los índices
sensoriales únicam ente uno tic sus aspectos: a p a rtir de la acción procede
el pensam iento en su m ecanism o esencial — el sistema de las operaciones
lógicas y m atem áticas— y, por lo tan to , eí análisis de las acciones elemen- (
tales y su interiorización o m entalización progresivas h ab rá de revelarnos \
el secreto de la génesis de estos conceptos.

V eam os otro ejem plo: en el terreno del espacio, Enriques se enfrenta,


a propósito de la coordinación entre las sensaciones y los movimientos
condicionados por las condiciones anátomo-fisiológicas, con “la pretensión
de algunos filósofos neokantianos que ven el reflejo de estas condiciones
estructurales. . . en algunos aspectos a priori de la intuición espacial, de
modo ta l que c o n ü e ferr’á la geom etría sus postulados desde el m om ento
en q u e los conceptos fundam entales h a n sido proporcionados p o r las sensa­
ciones” (pág. 4 4 ). Sin em bargo, p o r m ás simplistas que parezcan hoy las
explicaciones atacadas — de W . W u n d t y de E. G. H eym ans— , no por ello
es m enos cierto que la idea de E nriques He considerar las sensaciones gene­
rales d e carácter táctil-m uscular com o la fuente de los conceptos topo-
lógicos, las sensaciones visuales como la fuente de las nociones proyectivas
y las sensaciones táctiles como la fuente de las nociones euclidianas, requiere
ella tam bién u n com plem ento en el sentido de las condiciones mismas de
la coordinación: por ejemplo, ¿cóm o puede surgir la idea fu n d am en tal del
orden únicam ente de la sensación, si no existiera la posibilidad de coordinar
nuestros movim ientos, aunque más no fu era percibiendo sucesivamente los
elementos de u n a sucesión lineal en u n mismo sentido? Por otra p arte,
una sucesión de percepciones no equivale en absoluto a la percepción
de u n a sucesión, ya que ésta supone u n acto propiam ente dicho. N ueva­
m ente aquí, la sensación es el índice de u n a asimilación m ental del objeto
s. un esquem a de acción y, en consecuencia, conviene rem ontarse a esta
asimilación y a este esquematism o de la acción si quiere captarse el m eca­
nismo psicogenético sin deform arlo po r un realismo impuesto, p o r así decir,
de antem ano.

V em os en qué sentido u n a psicología m ás funcional que la de Enriques


puede conducir a u n a epistemología cuyos resultados no están implicados
en el m étodo genético mismo. En p articu la r en el campo de la abstracción
y la lógica en general es donde se produce esta diferencia entre la posición
psicológica de los problem as epistemológicos a comienzos de este siglo y
actualm ente. E n la prim era parte de su gran obra, Los problem as de la
ciencia y la lógica, Enriques m uestra en qué sentido “la lógica puede consi­
derarse cómo Torm ando parte de la psicología” (pág. 1 5 9 ): “las definí-
ciones y deducciones, que form an el desarrollo de toda teoría deben conce­
birse, según nuestro p u n to de vista, corno operaciones psicológicas; designa­
remos estas últim as en su conjunto con la expresión proceso lógico. Se
p lan tea entonces el problem a de explicar psicológicamente el proceso
lógico” (pág. 177). N o p o d ría enunciarse de m ejo r fo rm a la cuestión que
pensam os sigue ocupando el centro de la epistem ología genética actual. Sin
em bargo, ¿por qué no la resolvió E nriques? P orque su solución, al mismo
tiem po que se acerca constantem ente a ideas descubiertas posteriorm ente,
sigue estando en realidad alejad a todavía de u n a génesis real.

E n efecto, ¿en qué consisten p ara él las operaciones psicológicas que


form an la lógica? “Las asociaciones y disociaciones psicológicas que caen
en el dom inio de la conciencia clara y la voluntad form an las operaciones
lógicas fundam entales y perm iten crear nuevos objetos del pensam iento
distintos de los dados” (pág. 178). Sin duda, pero antes de conseguir
asociar y disociar clara y voluntariam ente, se tra ta justam ente de construir
este p o d e r: ah o ra bien, E nriques parece creer qu e u n a vez dados los objetos
gracias a la sensación, las “asociaciones” y “disociaciones” psicológicas
aparecen sin m ás y perm iten ordenarlos en series, reunirlos en clases,
construir correspondencias, invertir el orden, etc. (pág. 178). Pero p ara
ello señala u n a condición: que estos objetos satisfagan “en ciertas condi­
ciones de invariabilidad que luego veremos expresadas p o r los principios
lógicos” (pág. 179). E n efecto, “en su conju n to los principios confieren a
los objetos del pensam iento u n a realidad psicológica independiente del
tiem po y form an así las prem isas de u n a lógica simbólica cuyo fin consis­
tiría en representar com o u n conjunto de relaciones actuales el proceso
genético de las operaciones lógicas” (pág. 188). Sin em bargo, “p ara que
la representación sea adecuada, será necesario que los axiomas que expresan
las leyes de las asociaciones lógicas encuentren su equivalente en la realidad”
(pág. 211). A hora bien, “b ajo la condición de invariabilidad expresada
por los principios lógicos, los conjuntos de objetos satisfacen las propie­
dades enunciadas por los axiom as” (pág. 2 1 2 ) ; la lógica constituiría así,
adem ás del sistema de las asociaciones y disociaciones psicológicas, lo que
Gonseth llam ará más ta rd e u n a “física de cualquier objeto”. Asimismo,
“la suposición fundam ental de la aritm ética, antes de recurrir a u n a
realidad física, puede apoyarse en u n a realidad psicológica, es decir, en el
hecho de que algunos actos del pensam iento pueden repetirse indefinida­
m ente subordinándose a determ inaciones generales, de modo tal que se
construyan series que satisfagan las condiciones (expresadas por los axiomas
de P eano p ara la num eración) , . . po r el principio de inducción m ate­
m ática entendido como u n a propiedad fun d a m en ta l de las series psico­
lógicam ente construidas” (pág. 196).
P ara term inar, señalemos que Enriques tam bién percibió el problem a
biológico que presenta la existencia de la lógica y la m atem ática, corres­
pondiendo el em pirismo a las teorías “epigenéticas” (lamarckismo, etc.)
y el apriorism o al preform ism o. Enriques se orienta él mismo hacia el
epigenetismo y explica las asociaciones y disociaciones psicológicas fu n d a­
m entales — fuentes de la lógica y la aritm ética— p o r los procesos de las
vías nerviosas y la constancia de las vías de asociación (pág. 248).

Sin e n tra r a detallar estas diversas tesis, resulta sin em bargo im portante
m ostrar en qué sentido no com prom eten para n ad a el porvenir de la episte­
mología genética, ni resultan suficientes p ara solidarizar, de una vez por
tedas, la explicación psicológica o biológica con las interpretaciones empi-
ristas del conocimiento. El gran problem a de to d a epistemología, pero
principalm ente de toda epistemología genética, consiste en efecto en com­
prender cóm o logra construir el espíritu las relaciones necesarias, que
aparecen como siendo “independientes del tiem po” , si los instrumentos
del pensam iento sólo son operaciones psicológicas sujetas a evolución y
que van constituyéndose en el tiempo. A hora bien, una simple psicología
de las sensaciones y las asociaciones es incapaz a tal p u n to de d a r cuenta de
este pasaje que Enriques se ve obligado, para estabilizar las “asociaciones”
y “disociaciones” destinadas sin em bargo a explicarlo todo, a recurrir a
la ayuda de una apelación a los principios de la lógica, los únicos capaces
de hacer que los objetos del pensamiento se vuélvan “invariables” . Sin
em bargo, según una interpretación psicológica, los principios lógicos de­
berían tam bién ser objetos de explicación, en vez de surgir bruscam ente
ex m achina, y su acción estabilizadora constituye como tal un problema
esencial del funcionam iento m ental que no puede resolverse con la simple
com probación del hecho. Precisamente respecto de este punto una psico­
logía de la acción m uestra m uchas ventajas sobre una psicología de la
sensación: la ley fundam ental que parece regir la m entalización progresiva
de la acción es, en efecto, la del pasaje de la irreversibilidad a la reversi­
bilidad, en otras palabras de la m archa hacia un equilibrio progresivo
definido po r esta últim a. En cambio, los hábitos y las percepciones elemen­
tales tienen esencialmente un sentido único, la inteligencia sensoriomotriz
(o preverbal) ya descubre las conductas ele rodeo v retom o que anuncian
en parte la asociatividad y la reversibilidad de las operaciones. En el plano
de las acciones interiorizadas en representaciones intuitivas, el niño co­
m ienza nuevam ente por no saber invertir las concepciones imaginadas, a
través de las cuales p ien sa; en cambio, las articulaciones progresivas de
ls intuición generan luego una reversibilidad creciente que, alrededor de los
7-8 años, culm ina en las prim eras operaciones lógicas concretas: aquellas
que consisten, en efecto, en las acciones de reunir, seriar, etc., que se han
vuelto reversibles en el transcurso de una larga evolución. Sin embargo, esta
evolución sóle culm inará alrededor de los 11-12 años, cuando las acciones
que se han hecho reversibles, puedan traducirse en form a de proposiciones,
es decir, como operaciones puram ente simbólicas. Entonces, y solamente
entonces, \ gracias a la reversibilidad operatoria por fin generalizada, el
pensam iento se liberará de la irreversibilidad de los acontecimiento.) tem ­
porales. Pero ella sólo puede explicarse a condición de reem plazar el
lenguaje de las asociaciones entre sensaciones por el ele las acciones y
operaciones' reversibles.
Aclarado, esto, la cuestión epistemológica central que presenta el hecho
de recurrir a la psicología es, sin duda alguna, la de la génesis de las o p era­
ciones, incluidas su estabilización lógica, fuente y no efecto de los principios
formales. Pero esta génesis, que es a la vez función de la actividad del
sujeto y de la experiencia, presenta problem as de diversa com plejidad
que si se tra ta ra de simples asociaciones de ideas, precisam ente porque la
reversibilidad operatoria no puede abstraerse sin más de los datos sensibles
c experimentales, pccas veces revertibles (renversables) y siempre irrever­
sibles hablando con propiedad (según el vocabulario utilizado por P.
D uh em ). El resultado de las investigaciones psicológicas sigue en este
sentido enteram ente “abierto” y puede culm inar — según que predom inen
los hechos de m aduración endógena, de adquisición en función del m edio
o de construcción regulada por leyes de equilibrio— tanto en soluciones
apricristas como en soluciones em piristas, o en un relativismo que torne
indisociable la parte del sujeto y la del objeto en la elaboración de los
conocimientos.
A un más, el problem a psicológico así planteado por el desarrollo
operatorio del pensam iento descansa, en definitiva, en un conjunto de
cuestiones biológicas sin duda más com plejas que las que F. Enriques tuvo
el m érito de entrever el alcance que les correspondía. En efecto, no hay
duda de que si no es exclusivamente por abstracción a p artir de los datos
exteriores cómo aum enta el conocim iento, y en p articular en el cam po de las
operaciones lógicas y m atem áticas, entonces es necesario prever la existencia
de u n a abstracción a p a rtir de las coordinaciones internas: ello no significa
necesariam ente que las operaciones estén preform adas por u n a form a in n ata,
sino que puede interpretarse en el sentido de u na abstracción progresiva
de elementos tom ados en parte de un funcionam iento hereditario y reagru-
pados gracias a nuevas composiciones constructivas. Sea cual fuere la
pcsible diversidad de estas soluciones, el problem a psic.ogenético del conoci­
m iento penetra entonces hasta los mecanismos de la adaptación biológica:
ahora bien, se sabe hasta qué punto esta cuestión perm anece tam bién
“abierta” y actualm ente todas las interpretaciones entre el preform ismo,
el mutacionismo, la em ergencia, el neolamarckism o, etc., tienen su rep re­
sentación. E n resumen, ya se form ule el problem a del conocimiento en
térm inos biológicos de relaciones entre el organismo y el medio, o bien
en términos psicológicos de relaciones entre la actividad operatoria del
sujete y la, experiencia, teneriios menos soluciones en 1949 que en 1906 y
ello m uestra cuán poco prejuzgan los m étodos genéticos acerca de sus pro­
pios resultados. /

4. L as d iv e r s a s in te r p r e ta c io n e s e p is te m o ló g ic a s y e l a n á lis is
Sin em bargo, cabe pensar que el método genético prejuzga al
g e n é tic o .
menos respecto de uno de los puntos de las soluciones epistemológicas que
pretende descubrir: la presuposición de que existe u n a génesis. A hora
bien, para el platonism o, el idealismo apriorista y la fenomenología, no
hay génesis real, en el sentido de que la naturaleza de los instrum entos de
conocimiento es diferente de su desarrollo psicológico. Por el contrario,
nosotros vamos a in te n ta r m ostrar que, incluso ante las soluciones más
radicalm ente antigenéticas, el m étodo genético — en tanto m étodo— no
presupone en absoluto lo bien o m al fun d ad o de estas soluciones y, p o r el
contrario, podría servir p ara verificarlas, adm itiendo que ellas se adecúen
a los hechos.
E n este sentido, intentem os clasificar las posibles soluciones epistemo­
lógicas, de m odo tal que se perciba que cada una, no sólo no resulta
^contradictoria con el em pleo de u n m étodo genético de investigación, sino
que adem ás se la p o d ría verificar m ediante este método en la m edida
en que sólo se propone establecer la m a n era en que se in crem en tan los
conocimientos.
E n prim er lugar, es necesario distinguir las hipótesis qu e consideran
los conocimientos como alcanzando verdades perm anentes, independientes
de to da construcción, y aquellas que hacen del conocimiento u n a construc-
tion progresiva de lo verdadero. E ntre las prim eras, puede ponerse el acento
sobre el objeto, ca p tad o por el sujeto como proveniente desde el exte­
rior y sin actividad p ropia de este sujeto: las ideas existen en sí mismas,
como universales que subsisten de modo trascendente o inm anente a las
cosas (platonism o o realismo aristotélico). El acento puede, p o r el con­
trario, colocarse en el sujeto, que proyecta entonces sus m arcos a priori
sobre la re a lid a d : po r lo tanto, esta realidad no es n u n ca totalm ente exterior
a la actividad subjetiva, de donde las form as diversas del idealismo en
función de las m últiples combinaciones posibles entre esta in terio rid ad y
exterioridad. E n tercer lugar, sujeto y objeto pueden concebirse como
indisociables, lo verdadero se aprehende directam ente por u n a intuición
(racional o no y en diversos grados) que se ejerce sobre estas estructuras
inm ediatas e indiferenciadas: éste es el principio de la fenomenología. E n
cuanto a las concepciones según las cuales el conocimiento efectivam ente
se construye, se en cu en tra igualm ente la prim acía del objeto qu e se im prim e
sobre u n sujeto pasivo (em pirism o), la prim acía del sujeto que m odela lo
real en función de su actividad (pragm atism o o convencionalismo según
que esta actividad englobe necesidades variádas o se limite a la p u ra cons­
trucción intelectual) y la relación indisociable entre los dos (relativism o) :

Soluciones Soluciones
no genéticas genéticas
Prim acía del objeto .......................... Realism o Empirism o
P rim acía del sujeto ........................... Apriorismo Pragm atism o y
convencionalismo
Indisociación entre sujeto y objeto . Fenom enología Relativismo

Observemos ahora que cada una de estas seis soluciones, consideradas


en bloque, incluidas aquellas que llamamos genéticas, no pueden pretender
constituirse como o tra cosa que no sea u n a solución límite, legítima al
térm ino (quizás inaccesible) de las investigaciones, pero que necesita un
cierto tem peram ento en cuanto a las cuéstiones particulares. C uando uno
se pregunta, ju n to con la epistemología metafísica,' qué es el conocimiento
en sí mismo, o la relación entre un sujeto ■dado u n a vez por todas y un
objeto (real o representado) igualm ente definitivo, entonces el apriorismo,
el empirismo, etc., adquieren u n a significación detenida y masiva. Si el
problem a consiste en averiguar cómo se increm entan los conocimientos,
es necesario po r el contrario distinguir las interpretaciones relativas a las
adquisiciones noéticas particulares y las mismas interpretaciones generali­
zadas p a ra el increm ento de todos los conocimientos. Desde el prim ero de
estos dos puntos de vista — el de la epistemología genética en sus investiga­
ciones sucesivas y en su m étodo— , las soluciones llam adas genéticas no se
im ponen de antem ano más que las otras: en tan to im plican un pasaje son,
en efecto, tan prem aturas como las soluciones no genéticas; por o tra parte,
en lo que atañ e a la adquisición o increm ento de los conocimientos p articu­
lares, cada u n a de las seis soluciones p odría ser verdadera en tal. o. cual
sector delim itado (p o r ejemplo, el platonism o p a ra el conocim iento m ate­
m ático; el em pirism o p ara el conocim iento biológico, etc.). Desde el
segundo p u n to de vista —el de las conclusiones generales de la episte­
mología genética (suponiendo que logre u n acuerdo suficiente sobre el
conjunto de los conocimientos estudiados)— , las hipótesis no genéticas
siguen siendo a fortiori tan legítim as como las otras y no pueden eliminarse
de antem ano porque se contradigan con el m étodo genético de investigación.

Así, pretendem os que el m étodo genético de investigación propio de u na


epistemología que quiera seguir siendo científica puede conducir a una
cualquiera de estas soluciones sin prejuzgar respecto de una de ellas en
detrim ento de las otras. El desarrollo m ental del sujeto y el desarrollo
histórico de las ciencias constituyen, en efecto, datos reales y cad a una de
las grandes soluciones de la epistem ología filosófica se ve en la obligación
de acom odarse a ellos y, en consecuencia, esa epistemología no puede
considerar de antem ano que estos datos son contradictorios con ella. A hora
bien, el m étodo genético se lim ita a estudiar estos datos empíricos en tanto
procesos de increm ento de los conocimientos. Los dos únicos problem as
en cuestión consisten en saber en qué consiste este aum ento de conocimiento
y qué puede extraerse de él respecto de la n atu raleza misma de este conoci-
m into. E n cuanto al prim er punto, no puede dudarse acerca de la existencia
de u n desarrollo de los conocimientos, reconocido p o r todos, pero sigue en
pie el saber en qué consiste el m ecanism o íntim o del desarrollo de este
increm ento. E n cuanto al segundo punto, convergen en él todas las posibles
objeciones: ¿ revela este m ecanism o de aum ento la naturaleza de los conoci­
m ientos mismos? E l método genético postula, en este sentido, por una
parte, que el m ecanism o del desarrollo nos inform a, en tan to pasaje de un
m enor a u n m ayor conocim iento, acerca de la estructura de los cono­
cimientos sucesivos y, po r la otra, que esta enseñanza, sin prejuzgar acerca
de la naturaleza últim a del conocim iento en general, p rep ara sin embargo
la solución de esta cuestión lím ite (au n cuando esta solución consista en
reconocer en el cam ino que este lím ite no puede alcanzarse n u n c a ) . A hora
bien, la única m an era de justificar estos dos postulados consiste precisa­
m ente en m ostrar cóm o cada u n a de las seis soluciones precedentes puede
confirm arse o refutarse a través de los hechos empíricos de desarrollo.
En prim er lugar, no hay nada que excluya u n a solución tal como la
del platonismo c el realismo de los universales: incluso puede decirse, sin
caer en p aradoja alguna, que. únicam ente en función de un desarrollo una
idea puede presentarse como subsistiendo en sí misma, independientem ente
de este desarrollo. C uando u n m atem ático afirm a — como lo hace H er-
mite— la existencia, exterior a sí mismo, de seres abstractos como las fu n ­
ciones c los núm eros, es fácil responder que esta creencia en la autonom ía
de estos seres no im plica adición alguna de propiedad, salvo a título
subjetivo y que ellos conservarían todas sus propiedades m atem áticas si
se interpretara su existencia de otra m anera. Sin em bargo si, al estudiar el
problem a del descubrim iento o la invención ,4 se consigue dem ostrar que
después de u n a serie de aproxim aciones que testim onian la actividad crea-
dore, del sujeto, éste descubre, por u n a intuición directa e independiente
de las construcciones anteriores, una realidad sin historia, resulta claro que
la creencia, en las ideas “subsistentes" encontrará entonces u n a singular
confirmación. Pero, vemos de entrada que esta verificación deberá ser a
1? vez psicológica e h istó rica: psicológica, dem ostrando la existencia de u n a
intuición racional que consiga contem plar sin construir; e histórica, verifi­
cando el éxito creciente de esta contem plación, y no su debilitam iento a
partir de un estadio determ inado de creencia com ún. A hora bien, volve­
remos a encontrar precisam ente estos dos problem as, uno a propósito de
las relaciones entre la “intuición racional” y la inteligencia operatoria y,
el otro, a propósito de los trabajos de P. Boutroux acerca de la historia
de las actitudes intelectuales sucesivas de los m atem áticos (actitudes de las
cuales veremos la relación que m antienen con la conciencia de las opera­
ciones) .
En cuanto al apriorism o, es evidente que si fuera verdadero, el estudio
genético descubriría su buen fundam ento sin salir del desarrollo como tal.
En efecto, se reconocería u n marco a priori sin dificultad alguna por el
hecho de que no se construiría en relación con la experiencia, sino que
se im pondría en función de u n a m aduración in tern a progresiva. Además,
a esta m aduración psiccbiológica revelada p o r el análisis del com porta­
miento correspondería, desde el punto de vista m ental, una tom a de con­
ciencia brusca o gradual, que procedería po r reflexión del pensam iento
sobre su propio mecanismo.
E n cambio, pareciera que la fenomenología opone a la epistemología
genética una serie de objeciones más radicales, ya que si bien el apriorism o
kantiano ignora la construcción psicológica, adm ite en cambio u n a construc:
ción previa a toda experiencia (y acabamos de ver que esta construcción m a­
nifestaría claram ente su existencia durante el desarrollo). A hora bien, la
fenomenología cuestiona esta construcción a priori y la reemplaza por un a
intuición racional de las esencias, sin dualism o alguno entre el sujeto que
contem pla y el objeto exterior, sino con una indiferenciacíón radical entre
ambes términos fundidos en la misma tom a de. posesión inm ediata. Por lo
tanto, importa m ostrar más detalladam ente, en cuanto a este tercer grupo

4 Véase R. Wavre: L’iviagination du réel, Neuchatel. Col!. Étrc et penser. 1948,


de soluciones, que el em pleo del método genético no im plica p ara nada su
previa refutación y, por el contrario, las confirm aría si ello fuera necesario.
L a prim era tesis esencial de la fenomenología es aquella desarrollada
por Husserl en sus L o gis che U ntersuchungen: la verdad es de orden n o r­
m ativo y no proviene de la simple com probación de los hechos. El error
del “psicologismo” consiste, por el contrario, en proceder indebidam ente del
hecho a la norm a, m ientras que la norm a, en tanto obligación indepen­
diente de sus realizaciones, sólo puede provenir de sí misma. Por otra parte,
esta afirm ación no es específica de la fenomenología, se la encuentra en
todos aquellos casos en que un “norm a ti vismo” se opone a u n a ciencia
“n atu ra l”, y los conflictos de la lógica y la psicología son, en este sentido,
paralelos a los del “derecho puro” y la sociología, etc. Sin embargo, lejos
de constituir un obstáculo al em pleo de los métodos de la epistemología
genética, la existencia de las norm as presenta, por el contrario, problem as
de gran im portancia desde el punto de vista del desarrollo. Es necesario
distinguir aquí dos problem as: el de las relaciones entre la norm a y el
hecho, y el de la génesis de las normas. Sobre el prim er punto, es fácil
entenderse. U n a norm a es una obligación, y es claro que no se obtiene u ñ a
obligación a p a rtir de u n a com probación. Sin embargo, m ientras que la
conciencia que encarn a la norm a (la conciencia del lógico, la conciencia de!
hom bre de ciencia, etc.) legisla o aplica la norm a, y no habla, por lo tanto,
el lenguaje de los hechos sino el de la verdad norm ativa, el genético, que se
atiene a les hechos empíricos que todos pueden controlar, com prueba, sin
tem ar partido alguno en pro o en contra de esta norm a, la m arca que
im pone sobre la conciencia que la encarna. Desde este punto de vista,
1?. norm a tam bién es u n hecho, es decir que su carácter norm ativo se traduce
en u n a existencia experim entalm ente com probable, en los sentimientos de
obligación u otres estados de conciencia sui generis: implicaciones sentidas
como necesarias, etc. U n gran jurista, Pétrajitsky, propuso la excelente
expresión de “hechos norm ativos” para designar precisam ente estos hechos
empíricos que perm iten com probar que ta l sujeto se considera obligado p o r
una norm a (sea cual fuere la validez de ella desde el p u n to de vista del
cb servador). Por lo tanto, puede describirse en térm ino de hechos norm a­
tivos tedo el sistema de las normas, y si la tesis de la Logische Unter-
suchungen es v erdadera seguro que se la puede verificar m ediante una
honesta investigación genética: ello no significa que el genético vaya en ­
tonces a legislar en lugar del lógico o de las conciencias que encarnan las
normas, sino que describirá, en el lenguaje de los hechos, lo que com prueba
en el com portam iento (interno o externo) inspirado p o r la creencia en
estas normas. A parece entonces el segundo p u n to : la génesis de las normas.
Sin em bargo, aquí nuevam ente, si la tesis fenomenológica es verdadera
no la puede contradecir el estudio del desarrollo. Ahora bien, este estudio
no m uestra jam ás, en efecto, que una obligación derive de u n a com pro­
bación, pero, sin em bargo, nos coloca en presencia de u n a evolución de
las n o rm as: las del niño no pueden identificarse sin más con las del adulto,
así ccm o tam poco las norm as del “prim itivo” se reducen a p rio ri a las
del lógico fenomenólogo, El desarrollo de las¡norm as presenta pues un
problem a que h u n d e sus raíces en las fuentes de la acción y las relaciones
elementales entre la conciencia y el organismo. P o r lo tanto, colocar el
estudio de los hechos norm ativos en el terreno del desarrollo de las opera­
ciones, no equivale a excluir de antem ano la solución fenom enológica; y
el análisis de las relaciones entre la conciencia y el organism o no conducirá
precisam ente al reconocim iento de que, disociada de sus concom itantes
fisiológicos, la conciencia constituya, ta rd e o tem prano, sistemas de im plica­
ciones cuya necesidad se distinga esencialm ente de las relaciones de
causalidad propias de la explicación de los hechos m ateriales.
Sin embargo, hay m ás en la fenom enología y en los “existencialismos”
que de ella provienen que esta simple afirm ación norm ativista. E stá la
idea de un conocim iento a la vez apriorista e intuítivista (en oposición a
la construcción k an tian a ) de estructuras puras destinadas a caracterizar los
diversos tipos de seres posibles. E l objeto propio de la epistemología feno­
menológica es, según Husserl, captar “ad onde quiere llegar el pensam iento” ,
es decir cuáles son sus “intenciones” independientem ente de sus realiza­
ciones. E n este segundo p u n to es cuando los datos genéticos parecen ser
m ás irreductibles a la realidad existencial, cuya “reducción” fenom eno­
lógica se adjudica el aprehender los caracteres po r interm edio únicam ente
de la intuición reflexiva. Pero, aquí nuevam ente, im p o rta in tro d u cir las
distinciones de diversos puntos de vista. En tan to filosofía sistemática y
cerrada, que preten d e alcanzar el conocim iento en sí mismo, la fenom e­
nología perm anece por supuesto fuera de los m arcos de la epistemología
genética que consiste, ante todo, en un m étodo de investigación. Pero el
estudio psicogenético e histórico del m odo en que se increm entan los conoci­
m ientos no excluye en absoluto la culm inación eventual en una solución
fenomenológica. Sucede así que lo esencial de muchos procesos genéticos
consiste en u n a orientación dirigida h ac ia ciertos estados de equilibrio:
por lo tanto, no se excluye previam ente q u e la “intención” de Husserl p u ed a
encontrar alguna confirm ación en el estudio de estas direcciones genéticas,
au nque estas dos clases de conceptos no presenten en su p u n to de p artid a
relación sem ejante alguna. Este punto de unión podría, en este sentido,
ser el siguiente. H usserl concibe las “estructuras” com o sistemas de puras
posibilidades, anteriores a toda realización y descubiertas p o r la conciencia
gracias a “actos” o intuiciones vividas d u ran te la reflexión. Pero, p o r más
m etafísica que esta concepción sea, no está desprovista de to d a relación
con los problem as que encuentra el análisis genético respecto del desarrollo
ni, en particular, con los que encuentra el análisis histórico respecto de las
relaciones entre la m atem ática y la física. Husserl soñó, en efecto, después
de Descartes, en u n a mathesis universalis que se referiría a todas las posibles
“ estructuras” y no sólo a la m atem ática. A hora bien, el problem a de las
relaciones entre lo posible y lo real, no se reduce solamente, desde el punto
de vista genético, a la cuestión de las relaciones entre la deducción y la
experiencia, cuestión que dom ina ya po r sí sola g ran p arte de la historia
del pensam iento científico. Se encuentra en todas partes donde se p lan tea
u n problem a de equilibrio, im plicando este equilibrio la consideración de]
conjunto de las posibles transform aciones (rom o los “trabajos virtuales”
del famoso principio m ecánico) y no sólo las condiciones realizadas. Así,
el desarrollo em briológico aparece hoy como u n a elección den tro de un
conjunto de form as potenciales m ucho m ás ricas que las form as producidas
realm ente. Asimismo todo equilibrio m ental (perceptual, operatorio, etc.)
se apoya sobre u n juego de posibilidades que supera cada vez más, d u ran te
el desarrollo intelectual, las acciones o m ovim ientos reales. Por lo tanto,
no se excluye que, algún día, los problem as genéticos de equilibrio se reúnan
con las intuiciones de Husserl, lo cual no significa natu ralm en te qu e real­
m ente así h a de suceder.
Por otra parte, la fenom enología h a generado u n a psicología experi­
m ental, una in terpretación que todos conocemos acerca del desarrollo: la
de la “teoría de la G estalt”, que reem plaza el concepto de construcción de
las estructuras por el concepto de u n a abstracción progresiva de “form as”
concebidas com o dadas a la vez en el espíritu y en lo real. E sta concepción
puede am pliarse a la epistem ología en su totalidad y prueba así, p o r sí
sola, que la fenom enología, si es verdadera, debe poder reconocerse com o
verdadera a través del exam en de la génesis.
E n cuanto a las interpretaciones del conocim iento que consisten en
pensar el pensam iento como u n a construcción progresiva de lo verdadero,
resulta evidente que el estudio genético p u ed a servirle com o piedra de
toque: efectivamente, el em pirismo, el pragm atism o o el relativism o (por
ejemplo, el relativism o brunschvicgiano) siem pre se apoyaron en el estudio
psicogenético o histórico-crítico p a ra justificar sus tesis. Sin em bargo en
estos casos y nuevam ente, se tra ta de doctrinas límites respecto de las cuales
la epistemología genética no puede pronunciarse de antem ano, sean cuales
fueren las convergencias obtenidas en algunos de sus puntos: Esto es lo que
hem os exam inado detalladam ente en el p unto 3 a propósito del m oderado
empirismo de F. Enriques.
E n efecto, así como las soluciones no genéticas, las interpretaciones del
conocimiento que se basan en su desarrollo presentan, pero de m odo m ucho
m ás agudo, el problem a de las relaciones entre las norm as y el desarrollo.
Las soluciones no genéticas p arte n de la hipótesis de que la v erdad se apoya
en norm as perm anentes que pueden localizarse en la realidad, en las estruc­
turas a priori del sujeto o en sus intuiciones inm ediatas y vividas. El
desarrollo m ental o histórico, tal como lo describe la epistemología genética,
será concebido entonces p o r las teorías no genéticas como la actualización
de u n a v irtualidad d eterm inada de antem ano por estas mismas norm as;
el análisis de las transform aciones m entales o históricas del saber term in ará
por establecer si esta hipótesis es exacta, así como acabamos de com pro­
barlo. Pero si el estudio del increm ento de los conocimientos confirm a un a
de las tres soluciones genéticas, es decir, atribuye este aum ento a la presión de
las cosas, a las felices convenciones del sujeto o a las interacciones entre
sujeto y objeto, ¿cóm o conseguirá este análisis del desarrollo pro ced er del
hecho a la n o rm a y más precisam ente del desarrollo que caracteriza la
construcción de los conceptos a la inm utabilidad de -las conexiones lógicas?
El problem a ya no consistirá entonces en enco n trar la norm a fija en el
interior de la evolución, sino en generar la n o rm a m ediante los datos móviles
del desarrollo. A hora bien, esta posición del problem a, por m ás quim érica
que pu ed a parecer, no por ello d eja de corresponder al aspecto cotidiano
de la ciencia contem poránea: nunca el contenido de los conceptos h a sido
más móvil que actualm ente y, sin embargo, nunca se h a renunciado a
encontrar un fundam ento lógico y deductivo de estos mismos conceptos.
El problem a de la unión entre el desarrollo m ental y la norm a perm anente,
o entre la exigencia de revisión continua y la necesidad — artificial o
realm ente fundada— de apoyarse en alguna estabilidad norm ativa se
encuentra pues en el centro del método específico de la epistemología
genética.

5. D e s a r r o l l o m e n t a l y p e r m a n e n c ia n o r m a tiv a . Las relaciones


entre el hecho psicológico del desarrollo y la norm a lógica intem poral
están dom inadas por dos problem as que las teorías no genéticas y genéticas,
precedentem ente mencionadas, resuelven en sentidos opuestos: el de la
acción y el pensam iento y el de lo real y lo posible.
T odas las teorías no genéticas (y, por o tra p arte, situación curiosa,
tam bién algunas teorías genéticas como las formas clásicas del em pirismo,
etc.) conciben el pensam iento como siendo anterior a la acción v a la
acción como u n a aplicación del pensamiento. D e ahí que, la m ayor p arte
de las teorías metafísicas del conocimiento, presenten una concepción p u ­
ram ente contem plativa de las norm as, apoyadas en u n a verdad divina,
trascendental o inm ediatam ente intuitiva. E sta interpretación contem pla­
tiva de la norm a se encuentra, por o tra parte, en m uchas corrientes episte­
mológicas que, sustituyendo las diversas formas de realismo por u n n o m i­
nalism o sintáctico, Jio prestan cuidado suficiente al carácter activo del
lenguaje, que consiste en establecer correspondencias entre las operaciones
de los diversos sujetos antes de poder enunciar verdades incondicionalm ente
válidas. D esde el p u n to de vista del análisis genético, por el contrario, la
acción precede al pensamiento y el pensam iento consiste en una com po­
sición siem pre más rica y coherente de las operaciones que prolongan las
acciones interiorizándolas. D esdi este punto de vista, las norm as de v erdad
expresan pues, en prim er lugar, la eficacia de las acciones, individuales
y socializadas, p a ra luego traducir la de las operaciones y sólo p o r últim o
la coherencia del pensam iento formal. Sin prejuzgar acerca del carácter.
— contem plativo u optratorio— de las normas que han alcanzado sus form as
superiores de equilibrio, el método genético escapa así, desde el comienzo,
a que se le reproche el ignorar lo norm ativo, puesto que desde la acción
efectiva a las operaciones más formalizadas, sigue paso a paso la constitu­
ción de norm as constantem ente renovadas.
Sin em bargo, la relación entre acción y pensam iento sólo representa
uno de los aspectos de un conflicto mucho m ás profundo que opone lo
genético a lo no genético y que interesa más directam ente p ara las rela­
ciones del desarrollo tem poral y la lógica intem poral. E n efecto, el carácter
esencial de las teorías no genéticas consiste sin duda en explicar lo real
— el conocimiento o la operación reales— m ediante u n posible que le sería
anterior. Así, el realismo de los . universales es solidario, en Aristóteles,
con la concepción fundam ental del pasaje de la potencia al acto. P o r su
p arte el apriorism o supone la preform ación del conocimiento real en un
sistema predeterm inado de esquemas virtuales. L a fenomenología de Husserl
subordina este mismo conocimiento actual a la intuición de las posibles
“intenciones” . E n resumen, la actitud antigenética equivale siempre a
situar una virtualidad preform adora en el p u n to de p a rtid a del conoci­
m iento actual. A hora bien, lo específico del m étodo genético consiste, por
el contrario, en considerar lo virtual, o lo posible, como un a continua
creación perseguida por la acción actual y . r e a l: toda nueva acción, al
mismo tiem po que realiza u n a de las posibilidades generadas p o r las
acciones precedentes, inaugura a su vez un conjunto de posibilidades, hasta
entonces inconcebibles. Entonces, la solución al problem a central de la
norm a intem poral y el devenir genético debe buscarse en la relación entre
lo real causal y las posibilidades que él inaugura, relacionadas entre sí
p or u n vínculo de virtualidad siempre más próxim o a la im plicación lógica.
E n efecto, toda acción form adora de u n a operación genera a través
de su ejecución dos clases de virtualidades, es decir que “com prom ete” la
actividad del sujeto e inaugura así dos categorías de nuevas posibilidades:
po r u n a p arte, la posibilidad de repetición efectiva, o de reproducción en
el pensam iento acom pañada entonces por u n a determ inación de los carac­
teres hasta entonces implícitos de la acción; por la otra, la posibilidad de
nuevas composiciones, virtualm ente provocadas por la ejecución de la acción
inicial. P or ejemplo, tomemos u n a acción que consiste en u n desplaza­
m iento de A a B, concebida sim plem ente en su form a prim itiva com o un
m ovim iento orientado hacia B. Esta acción genera, en prim er lugar, la
posibilidad de u n a reproducción m aterial o m ental; se añadirá, tard e o
tem prano en este caso, el descubrim iento del hecho de que al dirigirse
hacia B el móvil se aleja de A ; etc. D e donde aparece u n segundo conjunto
de virtualidades: ej desplazam iento AB puede invertirse en un desplaza­
m iento BA, que se acerca a A y se aleja de B; asimismo los desplazamientos
AB y BA pueden virtualm ente com ponerse en u n desplazamiento nulo que
consiste en perm anecer en A ; etc. E n resum en, la acción inicial genera,
p o r el solo hecho de su realización, dos clases de posibilidades, es decir, de
operaciones virtuales: unas consisten en poder repetir la acción ejecutada,
descubriendo a qué conducía en su p rim era realización; las otras consisten
en prolongarla a través de nuevas acciones nacidas de la inversión o la
composición de esta acción con otras acciones.
C ad a acción real, al mismo tiem po que constituye la actualización
de posibilidades abiertas por anteriores acciones, inaugura pues posibilidades
m ás am plias. R esulta que, por u n a razón de método, el análisis genético
debe subordinar lo posible a lo real y no a la inversa. No puede postular
lo virtual p a ra explicar lo real antes de estar obligado a hacerlo porque
se ha descubierto, en el pensam iento del m ismo sujeto, algún procedim iento
reflexivo que sitúa efectivam ente lo real actual en un sistema de posibi­
lidades reconstituidas. E n cam bio tiene la obligación de explicar lo virtual
por lo real siempre que u n a nueva acción inaugura, p o r su ejecución,
nuevas posibilidades y genera así u n sistema de operaciones virtuales.
A hora bien, si la acción efectiva es u n a realidad en desarrollo y
constituye entonces u n proceso genético o causal, el m undo de las posibi­
lidades inauguradas constantem ente po r la acción ofrece, en cambio, ese
notable carácter de ser intem poral y corresponder esencialm ente al orden
de la im plicación lógica. M ás generalm ente, la diferencia entre lo posible
y lo real se asem eja a la diferencia que separa las relaciones lógico-
m atem áticas del desarrollo psicológico y físico: el problem a de las rela­
ciones entre la génesis histórica o m ental y la verdad lógica, en su p erm a­
nencia norm ativa, es esencialm ente el resultado de las conexiones que se
establecerán entre lo virtual y lo actual. Puesto que el universo lógico
constituye el dom inio de lo posible y la génesis expresa el desarrollo real,
toda la cuestión de saber si el proceso genético refleja norm as previas,
o si perm ite explicar la constitución de las norm as, se reduce entonces al
problem a de la actualización de lo virtual o de la creación de las posibi­
lidades abiertas po r la acción rea!.
V uelven a aparecer aquí necesariam ente las nociones de equilibrio,
lugar de la unión específica entre lo posible y lo real, y el concepto de
reversibilidad, o pasaje sui generis del desarrollo físico o m ental al intem ­
poral lógico.

Se dice que u n sistema m ecánico se encuentra en equilibrio, cuando el


conjunto de los trabajos virtuales com patibles con las relaciones presentes
(por lo tanto, los desplazam ientos de las fuerzas están determ inados por
la estructura del sistema considerado) constituye u n producto de com po­
sición cuyo valor es nulo, es decir, con com pensación exacta de los 4-
y Ies — . D ecir que u n sistema real se encuentra en equilibrio equivale
así a concebir u n a composición entre los movim ientos o trabajos virtuales:
h ab lar de equilibrio implica, p o r lo tanto, insertar lo real en un conjunto
de transform aciones, sim plem ente posibles. Sin em bargo y recíprocam ente,
estas posibilidades están a su vez determ inadas p o r los “vínculos” del
sistema, es decir por lo real. A hora bien, la situación es sem ejante en
cualquier proceso genético que interese* a la constitución de un sistema
de operaciones intelectuales. T o d a acción inaugura, como acabamos de
ver, u n a serie de nuevas posibilidades. -La acción culm inará pues en la
constitución de un estado de equilibrio, es decir generará u n sistema de
relaciones estables cuando el conjunto de las operaciones virtuales se com­
pense exactam ente: el equilibrio se definirá así por la reversibilidad, cuya
significación psicológica es la posibilidad de invertir las acciones ejecutadas.
Aquí, nuevam ente, lo real y lo posible son interdependientes en cada estado
de equilibrio.
T odo el estudio del desarrollo m ental m uestra la im portancia de este
m ecanism o de equilibrio, caracterizado po r la creciente reversibilidad de
las acciones. E n tanto u n a acción se realice en fo rm a aislada y sin total
reversibilidad, las relaciones p o r ella construidás no se encuentran en
equilibrio, lo cual se pene de m anifiesto por la ausencia de conservación
racional. Por ejemplo, al reunir u n conjunto de objetos A con otro
conjunto A’ p ara constituir el todo B. un niño pequeño em pezará por no
com prender la conservación de las partes A y A ’, y tam poco la del todo B
(pensará así que hay m ás — o menos— en el todo que en la suma de las
partes separadas, etc.). P or el contrario, cuando la acción ejecutada
(A -j- A ’ = B) aparece ju n to con la conciencia de todas las operaciones
virtuales (por ejem plo, reuniendo A con A’, se desprende A de otro
todo: Z —-A, etc.), y esencialm ente de las operaciones inversas posibles
(B — A = A’; B — A’ — A ; — A — A ’ = — B ), el sistema de las com po­
siciones virtuales culm inará en u n estado de equilibrio, que pued e recono­
cerse por la conservación necesaria de las partes y las totalidades jerárquicas
(necesidad ló g ic a). El tránsito de la acción real a la conciencia de las
posibles acciones constituye entonces la condición necesaria p a ra la cons­
trucción de u n sistema operatorio que culm inará cuando se alcance la
composición reversible. Así, todo proceso genético tiende h acia un estado
de equilibrio móvil en el que intervienen los vínculos reales y las o p era­
ciones posibles en u n a totalidad indisociabie. .

A hora bien, esta interdependencia entre lo real y lo posible, caracte­


rística de cada estado de equilibrio, b asta p a r a explicar la unión en tre
el desarrollo m ental y la perm anencia lógica y norm ativa. En efecto,
resulta claro que si las acciones reales están unidas entre sí p o r uri deter-
minismo causal y tem poral, las transform aciones simplemente posibles, o las
operaciones virtuales, son intem porales y no corresponden entonces al o rden
de la im plicación lógica. R eu n ir A con A ’ en la form a A -f~ A’ = B o
disociar A de B en la form a B — A — A ’ son dos acciones que pueden
ejecutarse realm ente a condición de que sean sucesivas; pero com poner
-f- A — A = O , es reu n ir en u n solo todo v irtu a l estas operaciones sucesivas
y, en consecuencia, p en e trar en lo intem poral. L a reversibilidad, que tran s­
form a las acciones en operaciones, presenta así el carácter específico de la
inteligencia e ignorado p o r la acción real, de rem o n tar el curso del tiem po
y liberarse de él p a ra alcanzar la im plicación lógica pu ra. R esulta entonces
que, cuanto m ás extiende la acción real el círculo de las operaciones posibles
más densa es la red de relaciones virtuales obtenidas — es decir las relaciones
lógicas— que ella va form ando p a ra insertarse allí cada vez más p ro ­
fundam ente.
T a n to el estudio de las relaciones entre la acción y el pensam iento
como el estudio de las conexiones entre lo real y lo posible conducen pues
a concluir que resulta vano oponer a priori lo genético y lo lógico (en
tanto n o rm ativ o ). T odo proceso genético culm ina en u n equilibrio qu e
se encuentra con lo norm ativo, p o r el hecho de que la reversibilidad
creciente de las acciones tem porales corresponde a las operaciones directas
e inversas que caracterizan los vínculos lógicos fundam entales (afirm ación o
negación, etc.). Al fin de cuenta, ya sea que lo lógico funde lo genético p o r ­
que lo posible precede a lo real o que lo genético se realiza en lo lógico
porque el equilibrio de las acciones reales constituye un a organización de
las operaciones virtuales, el análisis genético se encuentra, en ambos casos
y tarde o tem prano, con lo intem poral lógico y norm ativo, sin prejuzgar
acerca de su posición efectiva en la constitución y el conocimiento. E n
una palabra, siempre hay, genéticam ente, tendencia al equilibrio, equilibrio
que introduce lo posible en el seno de lo real: las norm as se relacionan
entonces con la eficacia de los sistemas de conjunto que abarcan todo lo
posible, aunque estos sistemas hayan surgido de la acción concreta sobre
lo real (o porque son reales).

6. E q u ilib r io y “lím ite ” . El c ír c u lo de la s c ie n c ia s y la s dos


d ir e c c io n e s d el p e n sa m ie n to Si suponemos, como acabamos
c ie n tífic o .
de adm itir, que toda serie genética tiende hacia ciertos estados de equilibrio
que realizan la unión entre lo real tem poral y lo lógico intem poral, aparece
entonces un nuevo problem a p ara el m étodo genético: ¿puede considerarse
que todo increm ento de los conocimientos en la historia de las ciencias,
o en el desarrollo psicológico, tiende hacia un “lím ite” ? Y adm itiendo
que así sea p ara ciertas series particulares y bien circunscriptas, ¿es posible
concebir, tom ando como punto de p artid a la confrontación de una cantidad
suficiente de series semejantes, la verificación de u n a hipótesis epistemo­
lógica general que se refiera al conocimiento en su conjunto (o, por
supuesto, de varias hipótesis com plem entarias en caso de pluralismo de las
estructuras) ?
E l problem a es entonces el siguiente: ¿cómo in teg rar en u n a o en
varias grandes series el estudio de los incrementos particulares de conoci­
mientos, analizados en principio en form a aislada? Y en particular ¿cómo
concebir el estudio de la convergencia de estas series hasta poder hablar
de un pasaje en el límite? M ientras se trate de un sector parcial de conoci­
mientos, como por ejemplo un concepto o un sistema circunscripto de
operaciones, se adm itirá sin dificultad alg u n a que es posible determ inar
qué le corresponde a la deducción lógica, a las diversas formas de repre­
sentación intuitiva, a la experiencia en sus diferentes aspectos, a la acción
y la percepción, etc. Sin em bargo, aun cuando se acum ule gran cantidad
de análisis semejantes, ¿cóm o extraer a p artir de ellos una enseñanza
general sin caer nuevamente en u n a sim ple especulación filosófica, tanto
más te n tad o ra en la m edida en que preten d e instalarse directam ente en el
conocim iento en sí y economizarse el estudio previo e inductivo de los
increm entos particulares de los diversos conocimientos?
El análisis del desarrollo de un concepto permite generalm ente la deter­
m inación de etapas sucesivas de construcción y la sucesión misma de estos
estadios constituye un prim er tipo de series, cuya ley de form ación puede
determ inarse. Así, en el caso de m uchos conceptos m atem áticos y físicos,
ve puede observar un proceso psicogenético de desarrollo, que vuelve a
encontrarse a grandes líneas en el plano histórico, que se ordena en etapas
entre la acción elemental y luego la intuición perceptüal o imaginada, en
el p u n to de partida, y un sistema definido d e operaciones concretas suscep­
tibles a posteriori de diversas axiom atizaciones: la ley de sucesión se
caracteriza entonces, acabam os de ver, por encaminarse hacia u n estado
de equilibrio reversible a p artir de un estado inicial de irreversibilidad
y no composición. En este caso, puede hablarse, sin m etáfora alguna, de
una serie genética v de su convergencia hacia cierto límite, definida por
una foim a de equilibrio, es decir, por un cierto modo de composición
del conjunto.
No obstante, se tra ta siempre en este caso de un límite parcial y, en
consecuencia, provisorio, o relativo al corte m omentáneo de un sector
especial de conocimiento. Sin duda, la evolución que así alcanza el análisis
genético, en el seno de este sector, pone de manifiesto un a transform ación
de los instrum entos intelectuales del sujeto y, correlativam ente con esta
construcción de nuevos instrum entos, una transform ación de la m isma
experiencia, es decir, de la realidad tal como aparece en el sujeto. Pero
resulta claro que estas transform aciones solidarias del pensam iento y lo
real aparente (es decir, relativo a un nivel determ inado de este, pensa­
m ien to ), por más interesantes que sean en cuanto al mecanismo del
increm ento de los conocimientos, no pueden d ar lugar a una fórm ula que
p u e d a generalizarse sin más, porque la fórm ula que ten d rá que. expresarlas
será a su vez relativa al sistema de referencias adoptado por el observador,
es decir, por el psicólogo o el historiador que estudia estas transform aciones
desde afuera apoyándose en sus propios conocimientos.
A quí nos encontram os con el nudo del problem a del pasaje entre los
límites parciales que corresponden a los procesos evolutivos particulares de
los conocimientos respectivos y el lím ite general que constituiría la d eter­
m inación del conocim iento en su totalidad con la elección de una o varias
de las hipótesis globales clasificadas en el punto 4. E n efecto, el genético o
el historiador estudia u n a serie de estadios A, B, G . . . X, y establece su
ley de evolución y lím ite eventual. Pero, p ara hacerlo, tiene que elegir un
sistema de referencias que estará constituido por lo real tal como se da
en el estado de los conocimientos científicos considerados en el m om ento
de su análisis, y por los instrum entos racionales tal como se dan en el
estado de elaboración de la lógica y la m atem ática en este mismo m o­
m ento de la historia. A hora bien, tam bién este' sistema de referencia es
ca m b ia n te. . .
Entonces el psicólogo puede estudiar la form ación de algunos con­
ceptos y extraer, a p a rtir de este estudio, leyes de construcción que nos
inform en acerca del m ecanism o del increm ento de este tipo de conoci­
mientos. Pero la psicología m ism a es un conocimiento en evolución y p ara
establecer las leyes de form ación de los conocimientos particulares se apoya
sobre un sistema de referencia constituido por el conjunto de las otras
ciencias, de la m atem ática a la biología. Por ello, si bien consigue seguir
ciertos procesos epistemológicos restringidos hasta sus límites respectivos, no
puede alcanzar sin m ás ese lím ite general que constituiría al conocim iento
en su conjunto, puesto que ella form a p arte de este últim o y no ocupa un
puesto de observación externo. M enos aú n podría pretender a ello en la
m edida en que adm ite, po r razón de m étodo, la evolución posible de todos
los conocimientos y, p o r lo tanto, la m ovilidad indefinida del sistema de
referencia en el que se sustenta.
¿Cóm o superar las fronteras que así le im pone el análisis genético por
los sistemas de referencias que necesariamente, requiere y cómo alcanzar
leyes de construcción no especiales a ciertos sectores delimitados y que
p o d rían generalizarse poco a poco a todos los conocimk tos teniendo así
com o límite al Conocim iento científico en sí mismo? Si e; análisis genético
se apoya necesariam ente en u n sistema de referencia form ado por las
ciencias tal como están constituidas en el m om ento considerado, n atu ra l­
m ente este sistema de referencia es el que ha de ser explicado a su vez
p a ra generalizar la explicación genética al conocimiento en su totalidad.
Sin embargo, nos encontram os entonces ante la siguiente alternativa:
o bien el análisis genético no consigue explicar su propio sistema de
referencia y entonces fracasará en cuanto a la constitución de u n a episte­
m ología general, o bien logrará hacerlo pero al precio de u n caer en u n
evidente círculo, puesto que, en este caso, el análisis genético se apoyará
sobre u n sistema de referencias que a su vez dependerá de él.
A hora bien, fieles a las enseñanzas que im plica el desarrollo del pensa­
m iento científico, esta segunda solución es la que debemos adoptar, p o r el
solo hecho de que el conjunto de las investigaciones contem poráneas no
están precisam ente en cam ino de caer en este círculo. Este círculo, p o r
m ás real que sea, no p o r ello es u n círculo vicioso o, al menos, son las c&sas
m ism as que lo im ponen. E n efecto, sólo constituye u n caso p articular del
círculo del sujeto y el objeto, círculo inevitable no sólo p ara todo conoci­
m iento, sino incluso p a ra toda teoría del conocimiento. El conocimiento
se apoya en u n objeto fuera del cual no sería afectado el sujeto (desde el
interior o desde el exterior) y, por lo tanto, este sujeto no po d ría conocerse
a sí mismo puesto que carece de toda actividad; pero este objeto sólo puede
conocerse a través del sujeto, si no, sería inexistente p a ra él. H oeffding
insistió con claridad sobre este círculo inicial, según el cual el sujeto sólo
se conoce por interm edio del objeto y sólo conoce el objeto respecto de su
actividad como sujeto. Asimismo, toda teoría del conocimiento, p ara ex­
plicar cómo el objeto afecta al sujeto (se lo conciba como realidad exterior,
o como pura representación o “presentación” a secas), debe, por su parte,
p la n tea r este sujeto y este objeto reunidos y constituyendo el objeto de su
pro p ia búsqueda, entonces el nuevo sujeto se constituye como el teórico
del conocim iento: pero este teórico sólo logra conocer a su objeto (por lo
tanto, la relación constituida p o r el conocim iento) por m edio de su propio
pensam iento (es decir, de su propio conocim iento) que sólo puede reconocer
a su vez por la reflexión sobre este objeto. P ara escapar a esta dificultad,
se coloca in medias res y recurre así a ciertos inform es previos acerca de
los sujetos y objetos reunidos que estudia como objeto, pero sin em bargo,
ta rd e o tem prano, deberá reintegrar estas presuposiciones en su propia
explicación y entonces el círculo aparecerá nuevam ente.
Sin embargo, si bien este círculo resulta inevitable, es susceptible de
sucesivas ampliaciones, com parable en ello a ciertos círculos bien conocidos
en el cam po de la ciencia, como por ejem plo el de la m edición del tiempo.
P ara m edir el tiem po es necesario, en efecto, tener relojes que utilicen
movim ientos isócronos que sirvan como patrón, pero la medición de este
isocronismo requiere a su vez la m edición de otros movim ientos del universo
que sirvan p ara cronom etrar, etc. Entonces puede extenderse al infinito
la cadena sin salirse del círculo, pero cuanto más se lo am plía más las
convergencias observadas en esta creciente coherencia perm iten tener la
seguridad de que el circulo no es vicioso. T o d a epistemología supone a
su vez u n círculo; entonces, cuando ella se extienda hasta ab a rcar al con­
ju n to de las disciplinas que sirven como referencia al análisis genético,
y a este análisis mismo, la extensión de este círculo será la g ara n tía de u n a
mayor coherencia interna que la que tendría en el caso de los sistemas
filosóficos particulares.
E n efecto, resulta claro que cuando se plantea el problem a de la
epistemología en el terreno del desarrollo del pensam iento y las ciencias
particulares, el círculo del conocimiento, o del sujeto y el objeto, debe
concebirse entonces como la estructura fundam ental del sistema de las
ciencias. Es cierto que es habitual concebir las relaciones de las ciencias
entre sí como u n a sucesión rectilínea; así la m atem ática, la física (en su
sentido am plio), la biología y las ciencias psicosociales se sucederían
de acuerdo a u n principio de je ra rq u ía com o el de la fam osa serie de
com plejidad creciente y generalidad decreciente propuesta por Augusto
Comte. A parecen entonces dos preguntas. E n prim er lugar, ¿sobre qué s e 7
basa la m atem ática? Por supuesto que sobre n ad a que no sea ella misma.-
Pero si bien esto puede resultar claro desde un punto de vista m etafísico
o bien estrecham ente axiom ático, dejá de ser satisfactorio desde el m om ento
en que se buscan las condiciones que hacen que una axiom ática sea posible.
Entonces se h a de recurrir necesariam ente a las leyes del espíritu hum ano,
recurso explícito (H . Poincaré, L. Brunschvicg, etc.), o im plícito a la
psicología. E n segundo lugar, y en el otro extremo de la serie, ¿a qué
conducen las investigaciones de la psicología genética? Precisamente, a
explicarnos cóm o se construyen las intuiciones y los conceptos de espacio,
núm ero, orden, etc., es decir, las operaciones lógicas y m atem áticas. Apenas
se ab andona el p u n to de vista norm ativo o axiomático puro, la serie lineal
de los conocim ientos se vuelve en realidad circular, p o rq u e la línea que
sigue y que inicialm ente es u n a recta, se cierra luego sobre, sí misma
lentam ente.
A hora bien, el círculo epistemológico expuesto anterio rm en te no es
sino la expresión de ese círculo de las ciencias, y en este sentido no sólo
corresponde a la naturaleza de las cosas, sino que adem ás resulta muy
interesante estudiarlo en sí mismo. P ara explicar la form ación de los cono­
cimientos, la psicología se ve obligada a apoyarse en un sistema de referen­
cia, constituido p o r los conocim ientos actuales propios d e las otras ciencias;
sin em bargo y por otra p arte, pretende d ar cuenta, tarde o tem prano, de
este sistema de referencia como tal, puesto que — como los otros— está
form ado de conocimientos sólo que situados a la vanguardia de la investi­
gación científica y no en el pasado o en la raíz de esta m ism a investigación.
Vemos pues que este círculo genético traduce precisam ente el círculo cons­
tituido por la filiación efectiva de las categorías del pensam iento científico:
las explicaciones de la psicología se refieren, ta rd e o tem prano, a las de la
biología; éstas se apoyan a su vez en las de la físico-química; las explica­
ciones físicas se apoyan en la m atem ática, y la m atem ática y la lógica
sólo pueden fundarse en las leyes del espíritu que son el objeto de la
psicología. Además, puede observarse que el cierre del círculo im plica
ia prolongación de la psicología o de la psicosociología en epistemología
genética: la m atem ática no se apoya, en efecto, directam ente sobre la
psicología como tal, afirm ación que resultaría absurda y equivaldría a hacer
descansar la validez de los axiomas sobre la descripción em pírica de los
estados mentales, es decir fu n d a r la necesidad operatoria sobre las com pro­
baciones empíricas. L a m atem ática se sustenta en un conjunto de op era­
ciones constitutivas, sim plem ente percibidas por la conciencia ingenua pero
analizadas sistemáticam ente po r la reflexión crítica llam ada “teoría del
fundam ento de la m atem ática” . A hora bien, esta teoría, ya de carácter •
epistemológico al mismo tiem po que integrada en los m arcos de la ciencia,
se apoya en la psicología. Sin embargo, pueden axiomatizarse directam ente
las operaciones constitutivas del pensam iento en form a lógica, y ello p roduce
entonces la ilusión de un comienzo prim ero cuando al fin de cuenta corres­
ponde a la axiom atización de uno de ios objetos de la psicología, es decir
las operaciones intelectuales mismas, con lo cual no se rom pe tam poco con
el círculo genético. A p a rtir de entonces, para explicar la génesis de los
conocimientos, la psicología tiene que referirse a la realidad exterior, tal
como la conocen las ciencias biológicas y físicas y tam bién a las reglas de
la lógica y la m a tem ática; a su vez este doble sistema de referencia se
apoya en definitiva en las realidades intelectuales que sirven p a ra cons­
truirlo y que la psicología pretende estudiar genéticam ente: constituye por
lo tanto, él tam bién, el producto de una génesis o u na construcción continua
y dinám ica, cuya característica específica consiste en form ar un círculo
que se extiende constantem ente abarcando entre sus elementos a la psico­
logía misma.
L a hipótesis de trabajo que hemos de extraer a p a rtir de estas refle­
xiones previas supera pues u n a simple metodología del análisis genético e
histórico y puede servir como punto de p artid a p ara la epistemología
genética en su totalidad. E sta hipótesis equivale a suponer que el pensa­
m iento científico está constantem ente com prom etido en dos direcciones
sim ultáneas y com plem entarias resultantes del círculo fundam ental del
sujeto y el objeto. A través de la m atem ática y la psicología la ciencia
asimila lo real a los marcos del espíritu hum ano y sigue así u n a dirección
idealista. E n efecto, po r u n a parte, la m atem ática asimila los datos
sensibles a esquemas espaciales y numéricos y somete así la m ateria a un
sistema de operaciones siem pre más complejas y coherentes que perm iten
que la deducción domine la experiencia e incluso la explique. P or otra
parte, la psicología analiza las operaciones y de ellas separa aquello q u e .
corresponde a la actividad del sujeto y que perm anece irreductible a u n a
simple sumisión a los datos de la realidad exterior. Si ésta es u n a de las
dos direcciones constantes del pensam iento científico, la otra no resulta
menos clara: a través de la física y la biología, la ciencia obedece a u n a
tendencia realista, que subordina el espíritu a la realidad. L a biología
m uestra así las conexiones de la percepción, la m otricidad y la inteligencia
m ism a con las estructuras del organismo,, mientras que la físico-química
inserta este organismo en u n m undo de realidades m ateriales siempre más
alejado de los estados de conciencia inm ediatos y, por su parte, concentra
el conocimiento sobre el objeto.
Según se recorra el círculo de las ciencias en un sentido o en otro,
se reduce el objeto al sujeto o el sujeto al objeto. R esulta así que la ciencia
no es ni puram ente realista ni puram ente idealista, sino que se orienta en
am bas direcciones al mismo ‘tiempo, sin que sea posible anticipar, con
legitim idad, el estado final de este proceso. A hora bien, sería necesario
conocer este estado final p ara contar con u n a epistemología definitiva o
cerrada, y ya no lim itada a las adquisiciones restringidas y progresivas,
ccmo sucede con la epistemología genética que sigue siendo pues esencial­
m ente “ab ierta” . Precisam ente habría que cerrar el círculo de las disci­
plinas científicas. A hora bien, este círculo nunca se clausura en realidad
com pletam ente, porque cada sistema de conocimiento que lo com pone se
halla en m ovim iento y entonces constantem ente hay un desajuste entre
un progreso efectuado en una de las direcciones y un progreso efectuado en
la otra, de m odo tal que el proceso en su totalidad podría ser concebido
como una especie de espiral. Las leyes de esta construcción circular global
constituyen el “lím ite” general de los desarrollos particulares estudiados por
la epistemología genética.
E n resumen, vem os cuál es la doble tarea de la epistemología genética.
E n el punto de p artid a, se confunde con cierto aspecto de la psicología del
desarrollo intelectual: intenta explicar la form ación de los conocimientos
particulares y resolver así el problem a de saber cómo se increm entan los
conocimientos delimitados. M ientras se m antenga en el terreno psico-
genético necesita, com o la psicología, u n sistema de referencia constituido
por los conocim ientos científicos adm itidos en ese determ inado momento.
Sin em bargo, en la m edida en que el análisis psicogenético se prolongue
en análisis histórico-critico, el sistema de referencia — hasta entonces perci­
bido como fijo— e n tra a su vez en movim iento y la investigación psico-
genética se presenta entonces como un simple eslabón de una cadena que
tiende a cerrarse sobre sí misma. El estudio de las prim eras vueltas de la
espiral descriptas p o r este proceso es la resultante del análisis histórico-
crítico; pero, a m edida que nos acercamos al estado actual de los conoci­
mientos, la investigación epistemológica — entendida siempre en su aspecto
estrictam ente genético— tiende a confundirse con el análisis de las rela­
ciones que poco a poco se anulan entre las ciencias: despejando el
carácter cíclico de estas relaciones, la epistemología genética contribuye
así, al fin de cuenta, a poner de m anifiesto las profundas razones del círculo
del sujeto y el objeto, círculo indefinidam ente extendido por la investigación
científica m ism a y que, una vez cerrado en el lím ite — pero en un límite
quizás imposible de ser alcanzado-— entregaría el secreto del conocimiento
hum ano.

7. E p is t e m o lo g ía g e n é t ic a r e s t r in g id a y g e n e r a liz a d a . L lam are­


mos epistemología genética restringida a to d a investigación psicogenética o
histórico-crítica sobre las diversas form as de increm ento de los conoci­
mientos, en la m edida en que se apoya sobre un sistema de referencia
constituido por el estado del saber adm itido en el m om ento considerado.
Por el contrario, hablarem os de epistemología genética generalizada cuando
el sistema de referencia se halla englobado en el proceso genético o histórico
que se trata de estudiar. El problem a consiste entonces en encontrar un
m étodo que sea a la vez genético e histórico-crítico, es decir que proporcione
criterios objetivos a la investigación que perm itan resistir con alguna eficacia
el peligro de construir nuevas metafísicas del conocimiento.
A hora bien, englobar los conocimientos actuales de la ciencia en el
proceso genético equivale, no sólo a considerar toda verdad — au n aquellas
hoy adm itidas— como relativas a un nivel determ inado del pensam iento
en desarrollo (incluidas las verdades lógicas fu n d am en tales), sino además
a no prejuzgar en absoluto en cuanto a las relaciones entre el sujeto y el
objeto. Desde el p unto de vista de la epistemología restringida, el problem a
no resulta tan agudo, ya que la actividad del sujeto y la construcción de su
representación de las cosas se estudian en relación con u n a realidad que
se supone externa, objetiva y estable: lo real ta l como lo analiza la ciencia
actual. Sin embargo, desde el p u n to de vista de u n a epistemología genética
generalizada ya no existe u n a realidad dotada d e estos atributos. Así como
la estructura del sujeto que conoce h a evolucionado constantem ente a lo
largo de su construcción psicológica, así sigue ab ierta la cuestión de saber
si seguirá desarrollándose sin lím ite alg u n o ; por o tra p arte, el aspecto de la
realidad que se supone externa h a cam biado constantem ente du ran te esta
evolución, lo cual significa que algunos de sus caracteres pretendidam ente
objetivos eran en realidad subjetivos; lo real pu ed e seguir transform ándose
p ara las ulteriores formas de pensam iento y esta cuestión debe perm anecer
tam bién abierta. Vemos que no hay form a alguna de resolver con seguridad
el problem a de las fronteras entre el sujeto y el objeto apenas se ab an ­
dona el sistema de referencia sobre el que se apoya la epistemología genética
restringida.
Sin embargo, una investigación epistemológica tan radicalm ente rela­
tivista en su m étodo como es este análisis genético generalizado se ve forzada
a. seguir hablando de sujeto y objeto, ya que estos dos polos del conocimiento
se encuentran incluso en las posiciones idealistas o realistas m ás extremas
que puedan encontrarse en el cuadro de las posibilidades previstas en el
punto 4: p ara el apriorism o llevado hasta el idealismo más radical, siempre
quedan objetos en tanto datos de conciencia imprevisibles, comprobados
interiorm ente pero que no pueden deducirse como otros contenidos rep re­
sentativos ; y p ara el empirismo m ás m aterialista, el organism o sigue reaccio­
nando de modo siempre m ás com plejo a los estímulos externos, lo cual
constituye propiam ente la actividad de u n sujeto. Por lo tanto, en todas'
las concepciones subsiste el problem a de determ inar las relaciones entre el
sujeto y el objeto. Pero ¿ cómo proceder genéticam ente en ausencia de todo
sistema de referencia, es decir, con u n método que se restrinja a perm anecer
totalm ente “abierto” ?
A hora bien, así como las leyes de construcción particulares a los diver­
sos conocimientos constituyen el objeto de .estudio propio de la epistemo­
logía genética restringida, así las direcciones o “vecciones” (“vections” )
inherentes a la m archa m ism a de las ciencias, considerada cada u n a en su
conjunto, proporcionan a la epistem ología genética generalizada su especí­
fico dom inio de investigación. Si, p o r ejem plo, puede concebirse a título
de hipótesis el progreso de los conocimientos científicos como describiendo
u na especie de espiral o proceso cíclico, u n a de cuyas direcciones se carac­
teriza por u n a reducción g rad u al del objeto al sujeto y la o tra por la
reducción inversa o com plem entaria, queda aú n po r verificar la existencia
de estas direcciones a través del análisis global del movim iento cognitivo.
P or m ás provisorias y relativas a nuestra estructura m en tal actual qu e
sean las verdades que hoy obtienen nuestra adhesión, sigue siendo siempre
cierto que, a falta de anticipación del porvenir o a falta de seguridad en
cuanto a él, podem os com parar este nivel actu al con los precedentes y
aislar la orientación que caracteriza al conjunto del desarrollo conocido.
Esta determ inación de las leyes generales de la evolución sólo constituye
un a generalización del m étodo específico de la epistemología genética
restringida, pero esta generalización proporciona el p u n to de apoyo d el
que se carecía con el abandono del sistema de referencia que em pleaba el
m étodo restringido. Por lo ta n to , esta generalización, o investigación de las
leyes de construcción de conjunto, perm ite entrever el pasaje en el lím ite,
pasaje que la epistemología genética constituye en su objetivo últim o y ello
sin com eter infidelidad alguna a los m étodos psicogenético e histórico-
crítico, puesto que este últim o problem a prolonga sin m ás las cuestiones
“restringidas” .
Sin em bargo, la cuestión de las direcciones de conjunto o las vecciones
presenta no obstante muchos obstáculos y su estudio presupone, al menos,
dos clases de precauciones, relativas po r o tra p arte a u n solo y mismo
constante escollo. A ndré L alande, del que conocemos la profundidad con
que h a caracterizado la u tilid ad de esta investigación de las vecciones,
procedía históricam ente y com enzaba in m edias res en oposición a las
reconstrucciones ab initió; sin em bargo aten u ab a el relativismo genético qu e
parece presuponer esta investigación distinguiendo una “razón constituida”
siempre en evolución y u n a “razón constituyente” que sería la guía del
movim iento evolutivo. En su pensam iento, la razón constituyente se reducía,
por o tra parte, a la identificación grad u al de lo diverso; en cambio, la
razón constituida estaba form ada po r los principios m últiples que h an
m arcado, a lo largo de la historia, los progresos de la identificación misma.
R esulta claro de por sí que éste p o d ría ser el resultado de los análisis
genéticos, tanto más en la m ed id a en que Em ile Meyerson ha encontrado,
por su cuenta, la m ism a identificación en cada etapa del conocimiento
científico. Sin embargo, sería peligroso, y por razones de método, distinguir
por principio una razón constituida — som etida a la evolución dirigida
cuya vección se intenta estudiar— y u n a razón constituyente sustraída p>or
así decir de antem ano a toda transform ación.
L a p rim era precaución que debemos tom ar, desde el p unto de vista de
u n a epistemología genética generalizada, consiste pues en no lim itar previa­
m ente la posible evolución presentando la dirección p ropia a la evolución
intelectual como el resultado de la presencia — desde el comienzo— de u n
factor a priori que se la im prim iría. Repitamos, la existencia de este factor
puede m uy bien confirm arse a través de la investigación genética, y en
absoluto se lo debe excluir como hipótesis o posibilidad, m uy por el con­
trario. Sin embargo, no se encuentra implicado en el m étodo como tal,
e incluso cuando cierta cantidad de hechos p arece im poner u n dualismo
relativo entre una razón constituida y u n a razón constituyente (por ejemplo,
entre los principios particulares de las ciencias y los de la lógica en ge­
neral, e tc .), podría m uy bien suceder tam bién que am bas estén arrastradas,
pero a velocidades diferentes, en la corriente de la continua construcción
del saber.
Surge entonces la segunda precaución que se h a de tom ar. El descubri­
m iento eventual de u n a ley de evolución en el dom inio del pensamiento
científico sólo puede valer hasta cierto nivel alcanzado p o r él actualm ente.
L a interpolación retrospectiva es peligrosa, pero la extrapolación respecto
del porvenir es resueltam ente ilegítima, salvo en la form a de simple proba­
bilidad indeterm inable. Desde este p unto de vista, la teoría del conoci­
m iento de León Brunschvicg — modelo de epistemología “ ab ierta”— llevaba
su prudencia hasta el extremo de no hablar de evolución dirigida y com­
p ro b ar simplemente las crisis y los cambios de orientación en el transcurso
de la sucesión histórica. Hemos enunciado anteriorm ente — en un estudio
crítico a uno de las hermosas obras de este m a e s tro 0— la posibilidad
de conciliar su m étodo con la investigación de u n a dirección o u n a “orto­
génesis” , como dicen los biólogos. A lo cual respondió: “ortogénesis si se
quiere, pero a condición de que sólo se la conozca a posteriori” . No podemos
d ejar de aceptar este consejo, pero con ello no es suficiente.
N uestras dos reglas serán entonces las siguientes: ni m étodo a priori,
ni anticipaciones. Sin embargo, según la hipótesis de la existencia de un
círculo en las disciplinas positivas, es decir, p o r lo menos dos direcciones
del pensam iento científico, quizá resulte menos intensa la tentación de una
anticipación arbitraria puesto que las interpretaciones realistas e idealistas
de la ciencia se presentarán más com o posiciones com plem entarias que
como debiendo una obtener la suprem acía g rad u al sobre la otra. ¿En
qué consiste entonces la fecundidad de esta hipótesis? y ¿a qué equivale,
en particular, el intento de determ inar los “lím ites” propios de las series
convergentes que se estudiarán así?
L a hipótesis contraria a la del orden cíclico de las ciencias está repre­
sentada en el estado actual de los trabajos epistemológicos, ante todo por
las ideas provenientes de la lógica tal como la com prendió el “Círculo de
V iena” , y que dieron lugar a una corriente que conoció u n real éxito con
el nom bre de movimiento por la “U n id ad de la C iencia” . Se tra ta esencial­
m ente de un esfuerzo p ara obtener la axiomatización sistem ática de las
ciencias, aplicada tanto a los principios de las ciencias experim entales como
?. las teorías propias de las ciencias deductivas. L a im agen de las ciencias
resultante es naturalm ente la de u n orden lineal, que sigue las etapas de

“L’expérience humaine et la causalité physique selon L. Brunschvicg”, Journ.


de Psychol., 1923.
esta logicalización: lógica, m atem ática, física, química, biología, psicología
y sociología. L a estructura de las ciencias escaparía, p o r otra p arte, a todo
intento de explicación genética, puesto que un sistema de proposiciones
intem porales sustituye así necesariam ente al sistema de las ideas en evolu­
ción. A hora bien, por m ás interesante que sea tal intento — con el cual
estaremos de acuerdo en el análisis de m uchos puntos, em pezando p o r el
método extraño a toda m etafísica— nos parece que subsiste u n a dificultad
im portante que, por o tra parte, es m ás el resultado de la • concepción
“tautológica” que los partidarios de este m ovim iento tienen en Cuanto a
las verdades lógicas y m atem áticas que el resultado de sus hipótesis res­
tantes. Porque este esfuerzo p a ra culm inar en la “U n id ad de la Ciencia”
condujo, al fin de cuenta, a u n a dualidad fundam ental: por u n a parte, se
reconocen las verdades em píricas, cuva com probación proviene siempre,
tarde o tem prano, de u n control activo y perceptüal por p arte del sujeto;
pero, p e r otra parte, las proposiciones lógico-m atem áticas, concebidas como
un simple lenguaje o u n a “sintaxis lógica” subsisten independientem ente
de toda experiencia y constituyen así como una especie de m undo aparte.
El prim er problem a que plantea este dualism o radical propio de la episte­
mología “u n itaria” consiste entonces en saber cómo las verdades empíricas
van a relacionarse entre sí o, com o dice Ph. Frank, “coordinarse” con. las
proposiciones sintácticas destinadas a expresarlas; los autores unitaristas
abordaron este problem a con gran sutileza. Pero subsiste u n segundo
problem a: tam bién se tra ta de la “coordinación” de las conexiones lógicas
o lógico-matemáticas con las operaciones mentales efectivas del sujeto que
las em plea, ya que una “sintaxis” — por m ás “lógica” que sea— presupone
un sujeto capaz de em plearla, y todo lenguaje —p o r más m atem ático que
sea— im plica no sólo individuos de carne y hueso aptos p ara hablar, sino
además una sociedad que lo ha engendrado. Entonces, resulta claro que el
círculo de las ciencias vuelve a aparecer, aunque levemente transform ado:
las verdades empíricas se asim ilan poco a poco a las proposiciones sintác­
ticas, pero éstas se sustentan en operaciones intelectuales que em anan de
un sujeto que form a p arte de la realidad empírica.
A hora bien, si tal es el caso, se perciben cuáles son. las tareas inm e­
diatas de u n a epistemología genética y la posible fecundidad de sus hipótesis
prim eras: la prim era ta re a consiste en reconciliar — si así puede decirse—
la lógica y la psicología; la lógica conduce a las axiomatizaciones intem po­
rales cuya im portancia señaló la corriente de ideas recientem ente m encio­
nada, y la psicología conduce al estudio de las operaciones efectivas que
constituyen la ciencia y la lógica m isma en su desarrollo. Los dos polos
del conocimiento son, sin duda alguna (y es así, sean cuales fueren las
interpretaciones, incluidas las de la epistemología “un itaria” ), la necesidad
propia de las implicaciones — que tienden a sustraerse al tiem po— y la
sucesión regular de los hechos en el tiem po. Ahora bien, hoy estamos bien
equipados p ara el análisis de las implicaciones lógico-matemáticas, y toda
la axiom ática contem poránea constituye en este sentido un instrum ento ya
muy eficaz. Por otra parte, estamos bastante adelantados en la tarea de
establecer u n a conexión entre los hechos físicos y las implicaciones lógico-
m atem áticas. E n com paración con estos dos conjuntos im ponentes de
adquisiciones, hay dos lagunas que nos im piden progresar en la constitución
de u n a epistem ología científica que obtenga todos los sufragios: el pasaje de
lo físico a lo biológico, pasaje sobre el que m uchos físicos y los m ás grandes
biólogos concentran actualm ente sus esfuerzos sin conseguir aú n disipar las
oscuridades provenientes de este problem a capital, y el vínculo entre
los dominios psicofisiológicos o m ental y lógico-m atem ático, sobre el que
entrevem os las posibles relaciones entre la acción tem poral o irreversible
y las operaciones reversibles, fuentes de implicaciones intem porales; sin
em bargo, respecto de este punto, n o hemos aún superado el nivel de las
percepciones prelim inares y globales. E sta doble laguna de nuestro saber
no excluye sin em bargo en absoluto que se prosiga la g ran o bra colectiva
de la epistem ología científica colocándonos resueltam ente en el terreno
genético: por el contrario, sobre este terreno, y únicam ente sobre este
terreno, se evitarán las sorpresas reservadas a aquellos que olvidan la im por­
tancia epistemológica fundam ental de los factores biológicos y psicológicos,
y se contribuirá al mismo tiem po a la com prensión de estos factores y a su
inserción en el sistema de conjunto constituido p o r la teoría del conoci­
miento científico.
Prim era parte

L a posibilidad de u n a ciencia m atem ática a la vez rigurosam ente deduc­


tiva y que se adapte exactam ente a la experiencia h a constituido desde
siem pre el problem a central de la epistemología. L a cuestión es más p ertu r­
b adora aún desde el p unto de vista genético.
E n efecto, por u n a p arte la m atem ática concuerda con la realidad
física de m odo m uy detallado. N unca sucede que el físico — p o r múltiples
y diversas que sean las estructuras o las relaciones que descubre en el
m u n d o m aterial— encuentre u n a estructura que no p u ed a expresarse con
precisión en el lenguaje m atem ático, como si existiera u n a suerte de
arm o n ía preestablecida entre todos los aspectos del universo físico y los
m arcos abstractos de la geom etría y el análisis. Sin em bargo, hay algo más
a ú n : sucede que este acuerdo se realiza no sólo en el m om ento del des­
cubrim iento de u n a ley física, o a posteriori, sino que los esquemas m ate­
m áticos anticipan, con años de distancia, el contenido experim ental que
luego se insertará en ellos. Las form as geom étricas y analíticas pueden
elaborarse sin preocupación alguna p o r la realidad. Sin em bargo, en la
m ed id a en que son deductivam ente coherentes, se tiene la seguridad, no
sólo de que la experiencia jam ás p o d rá cuestionarlas, sino adem ás — y éste
es el p u n to paradójico— que la experiencia las llenará en p arte, ta rd e o
tem prano, y se a d a p ta rá perfectam ente a ellas. El ejem plo m ás hermoso
de esta inserción de lo real en los m arcos preparados por la deducción
m atem ática es sin d u d a el de la geom etría riem aniana. Estam os ante una
construcción libre y audaz, llevada a cabo al m argen de la geom etría
clásica, e incluso contradiciendo ese famoso postulado de Euclides que,
p o r carecer de dem ostración, se h a considerado como im puesto p o r la
observación directa. Así son estas libres creaciones del espíritu m atem ático,
no preocupadas en absoluto po r lo real. A hora bien, más de medio siglo
después de este desafío a la realidad física, sucede que la física misma
llega a considerar a la geom etría riem aniana como m ás apta p ara explicar
los fenómenos de gravedad que la geom etría euclidiana; la teoría de la
relatividad em plea sin m ás el m arco así preparado y la experiencia otorga
la razón a este trazo genial. O tro ejemplo, relacionado con el mismo
período de renovación de la física: en 1900, Ricci y Lévi-Civita, deseosos
de encontrar la form a de las ecuaciones diferenciales independientem ente de
los sistemas de coordenadas, crean el “cálculo diferencial absoluto” ; ahora
bien, este esquema, puro trabajo de lujo de m atem áticos embriagados de
rigor, se convierte, algunos años más tarde, en el instrum ento esencial que
em plea A. Einstein, ya que sin el cálculo tensorial la relatividad no hubiera
contado con su técnica específica. U n ejemplo clásico de las mismas
anticipaciones lo encontram os en los números “im aginarios” : nacidos de
una simple generalización de las operaciones aritm éticas (su solo nombre
basta para indicar la “intención del legislador” en cu an to a ellos) desem­
peñaron sin em bargo u n papel cada vez más im p o rtan te en la geometría,
la m ecánica y la teoría de las variables com plejas; en consecuencia, en todo
análisis con sus aplicaciones múltiples. Por últim o, no sería difícil acum ular
los ejemplos en el dom inio de la microfísica actu al q ue emplea los más
diversos esquemas m atem áticos preexistentes, desde el cálculo de las m a­
trices (donde vuelve a encontrarse la presencia de los núm eros imaginarios)
hasta los “espacios abstractos” , cuya tom a de contacto con lo real experi­
m ental constituye quizás u n a de las paradojas más curiosas de la investi­
gación contem poránea.
A hora bien, al mismo tiempo que siempre corresponde a algún sector
de la realidad física, la m atem ática la supera constantem ente p o r sus
generalizaciones. Y en particular ya no se basa de ningún modo — a partir
de cierto grado de su desarrollo— en la experiencia mism a. Sin duda, en el
p unto de p artid a, el niño tiene necesidad de u n control empírico para
estar seguro de que 1 -|~ 4 = 2 -|- 3, así como los egipcios descubrieron,
a través de la medición, los lineamientos de la geom etría euclidiana. Sin
em bargo, a p a rtir de los 11 a 12 años en el niño y a p a rtir de los griegos
en la historia, el rigor de la deducción m atem ática se ha elevado por
encim a de la com probación experimental. L a experiencia puede ser la
ocasión de la aparición de nuevos problem as y efectivam ente lo es constan­
temente, orientando así a veces al m atem ático en direcciones hacia las
cuales lo h ab rían conducido de en trad a sus intereses. Sin embargo, los
m atem áticos no recurren n u n c a . a la experiencia del mismo m odo que
lo hace la física (com o criterio de v erd a d ). U n a proposición m atem ática
es verdadera en la m edida en que racionalm ente se la h a demostrado y no
porque concuerde con la realidad externa: éste es un p unto sobre el que
todo el m undo está de acuerdo.
, ¿Cómo explicar entonces este poder misterioso de operaciones que
parecen surgir de acciones que se refieren a la experiencia más cercana
pero que, al coordinarse entre sí, se alejan de la realidad empírica en un
movim iento cada vez más acelerado hasta dom inarla, anticipársele e
incluso desinteresarse soberbiamente de las confirm aciones que ella les
ofrece en los terrenos limitados de lo actual y lo finito? En efecto, por
.una parte, la m atem ática elemental parece ser el resultado de algunas
acciones entre otras: desplazamiento, reuniones o disociaciones, superposi­
ciones, correspondencias. Por el contrario, el reino de la m atem ática supe­
rior constituye un m undo de transformaciones operatorias que desborda por
todas partes las fronteras de la experiencia real o efectivamente realizable.
E n consecuencia, en un comienzo el universo real parece infinitam ente
m ás rico que el de las operaciones nacientes, pero d u ran te el desarrollo se
invierten las posiciones y las operaciones deductivas son las que van más
allá de las transform aciones realm ente observables.
Surgen entonces los dos problem as fundam entales planteados p o r el
desarrollo de las operaciones m atem áticas. El prim ero consiste en el
acuerdo perm anente de las operaciones deductivas y la realidad física:
como estas operaciones son originariam ente acciones que tienen éxito, el
acuerdo parece no presentar m isterio alguno (apariencia que, por otra
parte, requiere más discusión) ; | pero estas mismas operaciones se con­
vierten luego en acciones simbólicas interiores y más ricas que las transfor­
maciones experim entales; ¿cóm o concuerdan entonces con estas últim as?
A hora bien, este prim er problem a im plica un segundo: el de la fecundidad
del razonam iento m atem ático. E n efecto, en la m edida en que el m undo de
Tas construcciones geom étricas y analíticas va m ás allá del m undo real, al
mismo tiempo que en p arte concuerda con él, se tra ta de com prender no
sólo esta correspondencia sino adem ás esta superación. Desde este p unto
de vista, el razonam iento m atem ático se presenta como u n a especie de
creación (salvo, por supuesto, que se adm itan otras soluciones, tales las
platónicas, etc., si el estudio del desarrollo nos condujera a este resu ltad o ).
P artiendo de algunos axiom as tan poco numerosos y ta n pobres como sea
posible en cuanto a su contenido y de algunas definiciones, el m atem ático
elabora, m ediante operaciones constructivas, este inmenso universo de rela­
ciones que constituyen los seres llam ados abstractos. El razonam iento
m atem ático parece ser entonces constructivo, ya se nos revele esta apariencia
com o falsa o correcta en el transcurso del análisis genético: en todos los
otros dominios de la ciencia, la deducción p u ra sólo produce quimeras y
el progreso de los conocimientos supone un recurso continuo a la observa­
ción y la experiencia, en cambio, la deducción m atem ática es indefinida­
m ente productora. f¿Cóm o explicar esta construcción independientem ente
de que sea lógicam ente real o que sólo corresponda a u n a ilusión psicológica?
Nos enfrentam os aqui „con dos problem as clásicos que nos gustaría
exam inar en esta prim era parte, pero exclusivam ente desde una perspectiva
genética e histórico-crítica. E n efecto, señalemos que, independientem ente
de toda filosofía y del hecho de que estos grandes problem as hayan inspirado
a todas las epistemologías m etafísicas desde P latón a Descartes y desde
K a n t a Husserl, los dos problem as — el acuerdo de la m a tem á tica ron
la experiencia v la construcción de las operaciones m atem áticas— se im po­
nen tam bién a la epistemología genética, aun la más restringida, porque ya se
im ponen a la psicología de la inteligencia e incluso a la fisiología de la per­
cepción. Vj^£_pu£de_crangrenderse_ el desarrollo de la inteligencia en el
niño y tam poco la organización de las estructuras perceptuales si no se tom a
alguna posición respecto de la form ación del núm ero y del espacio. A hora
bien, el análisis de esta form acióiT cóñdücé ne¿esarianieñtej o b ie n 'a situar
el núm ero y el espacio"~en las cosas rmsmas~^ |d o n d e las encontraría Ja-
percepción y de donde las extraería la inteligencia-!-, o a buscar su secreto
en cierta relación entre las cosas y la acción, o "Bien en la estructura del
sujeto que piensa y percibe. E n todos estos casos, se plantea el problem a
de la concordancia entre la m atem ática y lo real y sería ta n im prudente
resolverlo al nivel de la operación naciente, sin observar m ás p ro fu n d a­
m ente en qué se convierten las operaciones una vez que se h an constituido,
como lim itar el análisis al exam en de los estadios superiores sin ocuparse
en absoluto p o r el p unto de partida.
LA- CONSTRUCCION O P E R A C IO N AL
" D E L 'N U M E R O .

H ay pocas ideas que sean ta n claras, y . distintas r.omo la del número


entero, y pocas operaciones cuyos resultados sean ta n evidentes como las de
la aritm ética elem ental: ciencia al alcance de los niños, ciencia cuya
validez nadie discute y cuyas verdades iniciales se h an enriquecido constan­
tem ente, sin nu n ca quebrantarse p o r ello. . . Y, sin embargo, si com pa­
ram os la proposición “ 1 -f- 1 = 2”, cuyos térm inos son transparentes, con
esta otra proposición: “los organism os surgen de un huevo, crecen, enveje­
cen y m ueren”, donde cada térm ino presenta m uchas oscuridades, com­
probarem os que la sim plicidad del problem a epistemológico planteado por
estos dos tipos de verdades es, por así decir, inversam ente proporcional a
la claridad de las ideas. E n efecto, todos estarán de acuerdo en considerar
que la segunda proposición tiene u n origen .empírico, e incluso si un
filósofo pretendiera deducir a priori los conceptos de huevo, crecimiento,
envejecim iento y m uerte a p artir del concepto de organism o vivo, hubiera
comenzado por aprender que estos fenóm enos existen partiendo de la
simple observación (situación a la que siem pre se encuentra reducido el
biólogo, con algunas experiencias de m á s). Por el contrario, la significación
epistemológica del núm ero dio lugar a las m ás ‘d iversas hipótesis y además
muy contradictorias entre sí, hasta ta i p u n to que resulta ya m uy difícil,
distinguir y ordenar los problem as. L a proposición “ i 4- 1 = 2” ¿es una
verdad, u n a convención o un enunciado tautológico? En prim er lugar,
¿esta relación se nos im pone en función de la experiencia? y ¿en función
de qué experiencia? ¿Se tra ta de una relación construida a priori, o
tam bién de un objeto de intuición inm ediata, y entonces de qué tipo?
El número, ¿constituye un p rim er concepto, o es u n a síntesis de operaciones
sim plem ente lógicas? ~
Así como la verdad técnica de la aritm ética está fu era de to d a discu­
sión, así la cuestión de saber qué es el núm ero pone de manifiesto la
sorprendente incapacidad del pensam iento p a ra cap tar sin más cuál es el
carácter de ciertos instrum entos que, sin em bargo, cree com prender total­
m ente y que em plea en casi todos sus actos.
Este contraste entre la evidencia instrum ental del núm ero y lo caótico
de las teorías epistemológicas construidas po r la m atem ática p ara explicarlo
muestra, de p o r sí, la necesidad de una investigación genética: el descono­
cimiento del pensam iento respecto de los engranajes esenciales de su propio
mecanismo es, en efecto, el índice psicológico de su carácter elem ental y,
en consecuencia, de la antigüedad del nivel de form ación al que es
necesario rem ontar p ara poder alcanzarlos.

1. L as te o r ía s e m p ir is ta s A. L a e x p l i c a c i ó n
d el m undo. d el
NÚM ER9 c a r d i n a l p o r l a Sabemos que los n om ­
“e x p e r ie n c ia m e n ta l” .
bres de K ronecker y H elm holtz quedaron asociados a una interpretación
psicológica del núm ero. E n particular Helm holtz, en sus m últiples cuali­
dades de fisiólogo y psicólogo de las percepciones, p o r una p arte, y, por
la otra, de físico y m a tem ático, no vaciló en sostener que la construcción
del número p uro (en oposición a los núm eros aplicados a la m edición)
se sustenta en “realidades puram ente psicológicas” . Volveremos en el
punto 2 sobre esta concepción del núm ero ordinal basado - en la sucesión
de los estados de conciencia. Insistiendo más sobre la experiencia externa
que sobre la experiencia interna, M ach y R ignano interpretaron, p o r otra
parte, la form ación del núm ero enTunHón*de" u ña experim entación aplicada
m entalm ente a la realidad. L a “experiencia m ental” , nos dice M ach ,1
consiste en “im aginar” a través del pensam iento “la variación de los hechos”
(pág. 200). Casi puede afirmarse entonces, con su traductor, que es la
“ imitación m ental de u n hecho” (pág. 3 ). Al menos, “la n aturaleza de
la experiencia anteriorm ente adquirida perm ite el éxito de u n a experim en­
tación m ental” (pág. 206). A p a rtir de entonces, si el concepto de núm ero
se construye gracias a las experiencias reales de reunión y distinción, de
ordenam iento y correspondencia (pág. 317), bastará luego recordar, en la
experiencia m ental, los conjuntos de diversos órdenes así formados y m ani-
pulearlos en la im aginación p ara generar las operaciones de la aritm ética.
E l cálculo no es sino u n a prolongación, por el pensam iento, de la n u m era-
ción efectiva, un “medio indirecto de contar” (pág. 320). E. R ig n a n o 2
y luego el psiquiatra Ph. C h a slin 3 retom aron y desarrollaron am pliam ente
esta explicación de las operaciones m atem áticas por la experiencia m ental.
E l razonamiento, dice E. Rignano, “no es otra cosa sino una sucesión de
operaciones o experiencias pensadas” , lo cual parece subrayar aun m ás la
dimensión de actividad específica de la construcción operatoria, pero luego
se coloca el acento nuevam ente en la experiencia anterior de las cosas
mismas, reanim ada por el recuerdo y controlada por la simple atención.
U nicam ente C haslin parece orientarse hacia la interpretación propiam ente

1 E. Mach: La connaissance et l’erreur. Trad. Dufour. París, Flammarion,


1917. - ............ - ..................-......
2 E. Rignano: La psychologie du raisonnement. Paris, Alean, y Scientia xm -xx,
1913-1916. THay versión castellana: Psicología del razonamiento. Madrid, Espasa-
Calpe, 1960.]
3 E k.C h aslin: Essai sur le mécanisme psychologique des opérations de la jn a th i-
matique puré. París, 1926.
operatoria, caracterizando las propiedades del objeto aritm ético p o r las
operaciones que sobre él pueden efectuarse.
No resulta inútil pues abordar el exam en de. la génesis del núm ero
con la discusión de esta concepción acerca de la experiencia m ental, de
modo tal que se pueda disipar el equívoco fundam ental que ha quedado
asociado con su interpretación. Desde el p u n to de vista de la descripción
m isma de los hechos, n o hay n a d a que objetar al empleo de esta expresión:
por el contrarío, expresa muy bien la observación general de q u e toda
-experiencia m aterialm ente ejecutada es susceptible de ser luego interiorizada
en u n a experiencia im aginada y, lo que es au n más im portante, que todo
pensam iento — por m ás abstracto que sea— descansa sobre esta m entaliza-
ción de las acciones y experiencias posibles. Pero, esta com probación
psicológica no conduce necesariam ente al em pirismo epistemológico, no
más (ni menos) que la com probación del papel histórico de la experiencia
en el desarrollo de las ciencias: en efecto, así como hay que preguntarse,
en cada dominio^ delim itado, en qué consiste la experiencia, v cuáles son, en
su constitución, las partes respectivas que corresponden a la actividad del
sujeto y a los datos objetivos, así toda Jjexperiencia.. mentaJ’l.presenJ&jel
mismo conjunto de problem as epistemológicos en vez de resolverlos por
-su sola presencia.
D esde este punto de vista, se im pone u n a prim era distinción. Epis­
temológicam ente, algunas experiencias m entales ( I) consisten simplemente
en im aginar u n a realid ad exterior al sujeto, como cuando Galileo inten­
taba representarse el increm ento de velocidad anteriorm ente a toda experi­
m entación efectiva.4 O tras, .experiencias .m entales ( I I ) equivalen, por. el
contrario, a im aginar no sim plem ente “las variaciones de los hechos”
— como dice M ach— snw J a s acciones,._de|.sujeto que hace v ariar los
hechos, lo cual no es en absoluto lo mismo. En efecto, en el caso de la
acción del sujeto poco im porta que la transform ación se produzca m ate­
rialm ente o “en pensam iento” : siempre se tra ta de u na actividad de las
cosas mismas, se tra ta de una variación exterior, aunque se la conciba
Interiorm ente. Q ue la. suma 1 -f- 1 = 2 se realice a través de acciones
m ateriales, o simbólicamente, con la intervención de objetos físicos, o de
modo totalm ente “abstracto”, el hecho esencial es que el sujeto .reúne dos,
unidades, es decir que actúa: aun cuando esta acción sea exterior se halla
determ inada p o r un mecanismo interno propio de la actividad del sujeto.
Por lo tan to n o es m ás que un juego de palabras confundir las “variaciones
de los hechos” exteriores representados interiorm ente y la im aginación de
posibles acciones que, ya en su form a exterior, m anifiestan la actividad
interna del sujeto. A hora bien, M ach y R ignano pasan sin. cesar de. uno
de^ estos sentidos al otro, y ello les perm ite concluir sin más desde la
existencia psicológica de las experiencias m entales al empirismo episte­
mológico.
Interviene luego u n a segunda ..distinQÓa, desde unjDunto de vista sobre
todo psicológica, pero que tiene su im portancia epistemológica. Se podría

4 Véase Koyré; Études galiléennes. Hermann, 1939, (por ejemplo, pág. 242).
objetar a la posición anterior que el sujeto, al ac tu a r sobre lo j ' e ^ sj
lim ita a insertar en él u n a variación entre otras, c u v ° s resultados leerá
*3e3e_ afuera (au n cuando las imagine a través de u n a “com probación
rnentaF*) : entonces se tendría la justificación de la hipótesis em pirista.
Pues bien, la distinción que acabam os de propo n er ah o ra parece conducir,
en u n prim er lugar, a esta conclusión. E n el caso en que la “experiencia
m ental" equivale a im aginar las acciones mismas del sujeto ( I I ) , es nece­
sario, en efecto, distinguir además la im aginación de acciones m al diferen­
ciadas — no suficientem ente coordinadas éntre sí y obligadas, en conse­
cuencia, a apoyarse en la realidad exterior p ara culm inar en la previsión
de sus resultados, ( I I A ) — y la im aginación de operaciones propiam ente
dichas, es decir (según la definición qu,e adoptarem o s), de acciones que se
han hecho reversibles y suficientem ente coordinadas como p a ra d ar lugar a
composiciones susceptibles de anticipaciones precisas ( I I B ). Con esto nos
acercamos a la génesis del núm ero, ya que las acciones constitutivas de las
operaciones num éricas com ienzan por presentar el prim ero de estos dos
tipos (en la form a de experiencias m ateriales y luego de experiencias m en­
tales I I A ) antes de alcanzar, el segundo ( I I B ).
Tom em os como ejemplo las experiencias, efectivas o mentales, de
establecimiento de correspondencias en las que insisten M ach y R ignano,
e intentem os analizarlas en su origen infantil, desde el p u n to de vista de
las dos distinciones que acabam os de introducir.

Supongamos que dam os a, u n niño seis fichas rojas alineadas y que


le pedim os que encuentre otras tantas fichas azules, d entro de un conjunto
m ayor que se pone a su disposición 5: el niño coloca en fila seis fichas
azules, tom ándolas de a u n a y colocando ca d a u n a frente a su correspon­
diente ficha ro ja ; pero si se separan un poco los elementos de u n a de las
dos líneas, el. niño de 5 a 6 años estima entonces, a m enudo, que ya no hay
equivalencia entre los dos conjuntos ( “hay m ás fichas rojas” , etc.) porque,
en este caso, ya no hay correspondencia visual regular y porque el espacio
ocupado po r u n a de las filas es m ayor que el ocupado por la otra. ¿E stará
al menos seguro, cuando se vuelvan a colocar las. dos hileras de igual modo,
que las fichas corresponderán nuevam ente a otros tantos elementos colo­
cados en frente? Los niños más pequeños ni siquiera están seguros de ello
(por ejemplo, seis huevos que se sacan de seis hueveras y se colocan en
m ontón no volverán a encontrar con seguridad su recipiente cuando se los
vuelve a ordenar, como si su cantidad hubiera variado p o r el solo hecho
de que se han producido cambios en la disposición es p acial); en cambio
otros niños presentan como probable el retorno a la correspondencia tér­
mino a térm ino, sin po r ello deducir que las fichas distanciadas corres­
ponden biunívocam ente a las fichas más apretadas.

5 Para el detalle del experimento y los resultados obtenidos, véase Piaget y


Szeminska: La genése du nombre chez Venjant. Delachaux et Niestlé, 1940, cap. m.
[Hay versión castellana: La génesis del número en-el niño. Buenos Aires, Guadalupe,
1967.] ------ ■' .......
E n estos prim eros ejemplos hay toda u n a gam a de experiencias, efec­
tivas o “en pensam iento” , cuya variedad confirm a dé en trad a la com plejidad
diI~píoBlem a de la experim entación m ental y la necesidad de las distin­
ciones que acabam os de introducir. E n prim er lugar, cuando p ara obtener
dos colecciones equivalentes, el sujeto im agina dos series q u e se corresponden
ó pticam ente (cada térm ino colocado frente al térm ino correspondiente),
¿no podem os decir que el razonam iento sim plem ente im itajo ^ rea l, puesto
que lit experiencia m ental consiste en “im aginar la variación de los hechos”
(tipo 1) ? R espondam os, en prim er lugar, que si así fu era ya tendríam os
una prueba de que la im itación de los hechos exteriores no basta para
producir el núm ero, puesto que la configuración perceptüal de las dos
hileras que se corresponden ópticam ente no produce u n a equivalencia per­
m anente entre los dos conjuntos ni tampoco u n a conservación de cada
conjunto cuando se m odifica la figura intuitiva. E n este sentido, el caso
de los niños que creen en u n retom o posible a la configuración inicial es
p articularm ente significativo: im aginan m entalm ente ese retorno sin de­
ducir de él la equivalencia de la fila espaciada y la fila más com pacta. Por
lo tanto, en el establecim iento de correspondencia hay algo más que la
im aginación o la percepción directa de esta correspondencia totalm ente
construida: hay u n a sucesión de acciones inherentes al sujeto. Así, podemos
com probar que estas experiencias del niño pertenecen a la segunda de las
categorías distinguidas al com ienzo (tipo I I ) : su experiencia, real o m ental,
consiste en leer el resultado de las acciones del sujeto, y no directam ente
la variación de los hechos.
Interviene entonces la segunda distinción: estas acciones, m ateriales
o im aginadas, no provocan aú n u n a composición deductiva exacta, puesto
que no culm inan en la conservación de los conjuntos m anipuleados. Por
lo tanto, el niño necesita efectivam ente de la experiencia p a ra asegurarse la
posibilidad de u n retorno a la configuración inicial, o p a ra com prender
el pasaje de una configuración a otra. Perm anece así en el prim ero de los
dos tipos distinguidos en la segunda categoría de experiencias m entales
( I I A ). ¿C óm o p asará desde ahí al segundo tipo ( I I B ) ? y ¿en qué
consiste el tipo de experiencias a las que se entrega? Exam inem os en
p rim er lugar los hech o s: a u n nivel superior al precedente, es decir, alrededor
de los 7 años, el niño sabrá im aginar, sin necesidad de experiencia real
alguna, que toda m odificación espacial o perceptüal de u n a de las dos
filas de fichas d ejará invariante la equivalencia 6 = 6; esta equivalencia se
fu n d ará entonces en u n a correspondencia biunívoca que, a p a rtir de
entonces, se concebirá independientem ente de la correspondencia ó p tic a;
además, considerará como evidente y sustentada en un a necesidad racional
la conservación de cada conjunto a lo largo de los posibles desplazamientos
de sus elementos. Incluso h a rá de esta equivalencia constante y de esta
conservación u n a suerte de v erdad a priori, pero este a priori — com o todos
aquellos que hemos de seguir encontrando— aparece al térm ino y no al
p unto de p artid a del proceso genético, y caracteriza p o r lo tanto la fase
de su equilibrio final y en absoluto de formación. ¿Debemos entonces
adm itir sim plem ente que, habiendo aprendido a través de u n a sucesión de
experiencias, la posibilidad de volver a encontrar siempre la m ism a corres­
pondencia, el sujeto se limita a im aginar m entalm ente estas experiencias
hasta considerar su resultado como necesario? Estos hechos ¿nos h arán
rem ontar, desde la experiencia m ental de M ach y R ignano, al empirismo
de H um e y a su asimilación de la necesidad únicam ente con los productos
del hábito?
El desarrollo de la acción, caracterizado por la sucesión de las dos fases
( I I A y I I B) que acabamos de recordar, es más com plejo que u n simple
pasaje de experiencias materiales y vacilantes a u n a experiencia interio­
rizada en la imaginación. Si la idea de experiencia m en tal conserva todo
su valor p a r a las fases iniciales I I A, es decir, cuando el sujeto se lim ita a
representarse de m odo intuitivo algunas acciones posibles, se convierte en
simplista e ineficaz cuando expresa la capacidad de ejecu tar m entalm ente
un conjunto definido de operaciones ( I I B) : en este últim o caso, en efecto,
la experiencia m ental proviene de estas operaciones, o se apoya en ellas,
pero no las explica. U na diferencia m ucho más im p o rtan te que la im agi­
nación de las posibles acciones opone, en efecto, la fase de 5-6 años y la
fase de 6-7 años en las precedentes experiencias: las acciones específicas
de la prim era fase ( H A ) están aún.insuficientem ente coordinadas entre sí,
y el sujeto, po r carecer de esta coordinación com pleta, se ve obligado a
apoyarse constantem ente en la im aginación de su resultado, o incluso en
la percepción. E n particular, estas acciones no son aún reversibles en abso­
luto, y cuando el sujeto adm ite un retorno a la configuración inicial, sólo
se tra ta de u n posible retorno em pírico al punto de p a rtid a y todavía no
de u n a operación inversa concebida como necesaria. P or el contrario, en la
segunda fase ( I I B ), se considera que cada acción puede invertirse, y esta
reversibilidad es la qué produce el sentimiento de la necesidad de la
conservación de los conjuntos y sus equivalencias. A hora bien, sería absurdo
ver en J a reversibilidad un producto de la im aginación, la percepción, y más
aún del háb ito : u n a imagen sucede a otra, o un a percepción a otra, según
u n flujo irreversible, aún muy visible precisam ente en el curso d e la prim era
de nuestras dos fases, e invertir u n hábito consiste en ad q u irir un nuevo
hábito. E n efecto, aun percibiendo o im aginando las configuraciones suce­
sivas en u n orden invertido o en su retorno, el niño no deduce de ahí en
absoluto, d u ran te esta prim era fase I I A, la reversibilidad de las relaciones,
porque precisam ente carece del establecimiento de relaciones reversibles,
es decir, d e inversión de las acciones como tales. Por lo ta n to , en la coordi­
nación m ism a de las acciones, es decir, en su composición progresiva, debe
buscarse el tránsito de la acción em pírica a la operación reversible y no en
la simple interiorización de la prim era en form a de “experiencia m ental” .
Si éste es el caso, percibimos entonces en qué consiste la experiencia
propia de la p rim era fase ( II A) y que precede a la coordinación operatoria.
Como volveremos a ver en todas las situaciones en que u n concepto m ate­
mático se halla preparado por un sistema de acciones, se tra ta m ucho más
de experiencias que el sujeto realiza sobre sus propios actos que de experi­
m entación sobre los objetos como tales. Cuando establece la correspon­
dencia de las fic ta s azules con las rojas, estos cuerpos físicos no desempeñan,
en efecto, papel alguno en tan to físicos, sino en tanto instrum entos — y casi
p odría decirse en tanto alim entos— p a ra la acción m ism a: se los asimila
a ellos al esquem a de esta acción, m ucho m ás de lo que la acción se
acom oda '“a ellos como si se tratase de estudiar su color, su resistencia o
su peso. C um plen pues con u n a función apreciable en tan to las acciones
se encuentran relativam ente incoordiiiadas; pero, con los progresos de esta
coordinación, su im portancia se desvanece y se los p odrá reem plazar por
elementos cada vez más simbólicos. E n consecuencia, es necesario distinguir
cuidadosam ente esta clase de experiencia funcional que se ejerce sobre
“objetos cualesquiera” (en el sentido en que G onseth caracterizó u n o de
los aspectos de la lógica) de la experiencia m aterial que se ejerce sobre
las propiedades físicas de los objetos particulares.
Por lo tanto, a p artir de estas pocas observaciones prelim inares puede
concluirse que el núm ero no puede explicarse por la simple concepción
de “experiencias m entales” en general. Si se distingue entre ellas las que
vuelven a esbozar las “variaciones de los hechos” ( I) y aquellas que repro­
ducen en el pensam iento las acciones como tales ( I I ) , el núm ero deriva
de estas ú ltim as; pero el verdadero problem a consiste entonces en com ­
prender el pasaje de la acción a la operación. El hecho prim ero, desde el
p unto de vista genético (y ello es verdadero p ara el espacio — e incluso, en
parte, p ara el tiempo— como p ara el núm ero) no es la tom a de conciencia
de la actividad propia, sino esta actividad en tanto organización progresiva ,
y m odificación del objeto por el sujeto. E n el caso del núm ero —com o
en el caso de los conceptos lógicos y espaciales que se constituyen en estrecha
relación con él— , estas acciones elem entales consisten, en p rim er lugar en
reunir o separar, en ordenar o en cam biar el orden, e tc.; en resumen,
en construir o en deshacer conjuntos determinados. Se tra ta entonces de
descubrir los caracteres epistemológicos de estas acciones iniciales que se
encuentran aún muy.-aIejaHas~9é"la operación racional y de c a p ta r el proceso
que conduce a estas últim as:

1° U n a acción siempre es solidaria de acciones anteriores, y lo es de


m anera gradual hasta los reflejos iniciales y los montajes_..hereditarios.
(que tienen a su vez una historia biológica que regresa al in fin ito ). T o d a
acción consiste pues, en prim er lugar, en asimilar el objeto, sobre el que
ella se ejerce, a u n esquema de asimilación constituido p o r las acciones
anteriores en su continuidad con el acto actual.8 Existe así un esquema
de reunir, separar, etc., y la acción es, en prim er lugar, asimilación^del^
objeto a estos esquemas, de m odo sem ejante a como el juicio asim ila el
objeto a conceptos, es decir a esquem as operatorios. Por lo tanto, la acción
es necesariam ente relativa a u n sujeto que actúa, asi como el pensam iento es
relativo a u n sujeto que piensa. Sin em bargo y p o r o tra p arte, la acción
es tam bién relativa a su objeto, es decir que en cad a nueva situación el

8 Véase para el detalle nuestra obra sobre La naissance de l’intelligence chez


l’enfant. Delachaux et Niestlé. [Hay versión castellana: El nacimiento de la inteli­
gencia en el niño. Madrid, Aguilar, 1969.]
esquem a de la acción se diferencia por el objeto al cual se aplica y esta
m odificación puede ser adem ás m om entánea y ocasional o constante. D ire­
m os así que la acción es, en segundo lugar, acomodación al objeto, es decir,
relativa a su objeto y no sólo al sujeto. A hora bien, esta asimilación y
esta acomodación son indisociables entre sí, y no se puede concebir u n a
acción que no presente estos dos polos; pero puede existir entre am bas,
tendencias así polarizadas diversas form as de equilibrio. E n el punto de
p artid a, este equilibrio es inestable porque la asim ilación es conservadora ;
en cambio, la acom odación expresa las' modificaciones cuya continua ren o ­
vación por parte del objeto debe padecer el sujeto.

29 C uando se pasa luego de la acción sensoriomotriz a la acción in te­


riorizada constituida p o r la representación intuitiva, el equilibrio entre
asim ilación y acom odación tiende a estabilizarse por el efecto de los siguien­
tes factores. Por el juego de las significaciones evocadas m entalm ente, la
asim ilación deja de ser inm ediata y supera la acción del mom ento y se
extiende a mayores distancias espacio-temporales, es decir que se prolonga
á través de los juicios. Por más com pleja que sea la filiación psicológica
de la asimilación representativa respecto de la de la acción, la continuidad
epistemológica resulta así evidente. E n cuanto a la acom odación, tam bién
se interioriza, pero en form a de significantes im aginados : la im agen m ental,
símbolo del objeto, es la resultante de u n a especie de im itación interior
que, como la im itación misma, prolonga la acom odación.7 Esta doble
interiorización hace pues posible u n equilibrio m ás extenso y m ás duradero
entre la asimilación y la acom odación, pero im perfecto aún, puesto que
estas dos tendencias siguen orientándose en direcciones divergentes: un a
de conservación y la o tra de cambio. No por ello el pensam iento intuitivo
y las experiencias m entales elementales dejan de constituir sistemas cada
vez m ejor articulados de acciones realizadas en pensam iento, im aginando,
p o r u n a parte, la realidad percibida (acom odación im itativa) y asim ilán­
dola, por la otra, a sus esquemas interiorizados. Sin em bargo, M ach y
R ignano, sólo insistieron sobre el elemento de acom odación a lo real -—lo
cual explica su empirismo— sin ver que necesariam ente esa acom odación
viene acom pañada de u n a asim ilación a los esquemas de acción, es decir,
a u n a actividad po r p arte del sujeto (p o r más que aú n no sea de carácter
operatorio).

V 3? : En tercer lugar, aparece la operación concreta. L a operación es


tam bién — y siem pre lo será— u n a acción, ya sea efectiva como en ( 1 ),
o m ental como en ( 2) . Sin em bargo, presenta dos clases de novedades, por
o tra parte solidarias respecto de las acciones precedentes. E n prim er lugar, es
reversible; en cam bio, la acción inicial es irreversible. T o d a la psicología del
ñiño m uestra cuán le n ta es esta conquista de la reversibilidad, hasta el m o-

7 Véase nuestra obra acerca de La formation du symbole chez l’enfant. Dela-


chaux et Niestlé, 1945. [Hay versión castellana: La formación del símbolo en el niño,
México, Fondo de Cultura, 1962.]
m entó en que sea necesario concebir el vínculo de la acción inversa con la
d irecta: invertir un orden, separar en oposición a reunir, etc. Se presenta
entonces el segundo carácter de la o peración: nunca se tra ta de u na acción
única, sino de acciones coordinadas con otras acciones y esta composición
entre acciones sucesivas se torna coherente por su m ism a reversibilidad. En
electo, esta reversibilidad y esta coordinación no. son o tra cosa que la
expresión del equilibrio, por fin alcanzado, entre la asim ilación y la acomo­
dación : coordinar las acciones de m odo reversible es poder acom odar
sim ultáneam ente los esquemas a todas las transform aciones y asimilar cada
transform ación con cada u n a de las restantes po r interm edio del esquema
de las acciones que las provocan. Sin em bargo, las prim eras operaciones
siguen siendo concretas porque están aún relacionadas con m anipuleos
efectivos o mentales.

í 4 ’ 'Por últim o, al térm ino de la organización de las operaciones con­


cretas,"se hacen posibles las operaciones abstractas o formales, cuyo carácter
consiste en descansar sobre puras asunciones y ya no sobre realidades mani-
puleables: en efecto, estas nuevas operaciones se realizan sobre proposi­
ciones que describen las operaciones concretas y ya no sobre los ob jetos de
estas operaciones. Se constituye así finalm ente un a lógica de las proposi­
ciones, susceptible de aplicarse a varios sistemas operatorios a la vez. R esulta
claro que, psicológicamente, cada proposición constituye adem ás una acción
que puede coordinarse y que es reversible, pero p u ram en te simbólica e
hipotética. D e este modo, se com pleta la continuidad d e s d e ja acción inicial
al sistema de las proposiciones Hipotético-deductivas.
Volvam os al núm ero, entero y observaremos que es ilusorio querer
explicarlo m ediante experiencias, incluso m entales, interpretadas em pírica­
m ente. Sin d u d a alguna es la expresión de acciones, pero estas acciones
son, desde el comienzo, asim ilación del objeto al sujeto tan to como acomo­
dación del sujeto al objeto. Entonces no se po d rán explicar las operaciones
finales — que constituyen el núm ero— si no se recurre a esta actividad
asim iladora; incluso será necesario, p a ra restituir a las operaciones num é­
ricas la propiedad de composición reversible, seguir etapa por etapa el
equilibrio progresivo que se establece entre la asimilación y la acomodación
cada vez m ejor diferenciadas. L a experiencia que interviene du ran te los
prim eros estadios de este desarrollo no h ab la pues, cuando se la interpreta
desde el p unto de vista psicológico, en favor del empirismo, sino en favor
de u n a actividad operatoria (lo cual no es en absoluto lo mismo) ; esta
actividad operatoria se anuncia desde las formas activas e intuitivas más
prim itivas deí núm ero y sólo se realiza plenam ente en los sistemas de
operaciones, en prim er lugar, concretas y luego formales y susceptibles
de ser axiomatizadas.

2. L a s t e o r ía s e m p ír ic a s del núm ero . B. L a e x p l ic a c ió n del

N Ú M E R O O R D IN A L PO R LA E X P E R IE N C IA IN T E R IO R DE L O S E S T A D O S D E C O N ­
C IEN C IA ( H e l m h o l t z ) . L a critica que acabam os de hacer acerca de la
explicación del núm ero po r la experiencia m ental culm ina en el siguiente
resultado: el núm ero no es abstraído de los objetos o la realidad de la
experiencia, sino de las acciones mismas que intervienen en la experiencia
(electiva o m ental) y la to rn an posible. ¿N o afirm am os con ello que el
núm ero tiene un origen empírico, pero interno y ya no externo? Y la abs­
tracción a p a rtir de las acciones "¿ So tiene las mismas propiedades que
la abstracción a p a rtir de los objetos, con la única diferencia de que el
objeto de experiencia, a p a rtir del cual se extraen por abstracción los
elementos del núm ero, sería el sujeto mismo, directam ente consciente de
su propia realidad em pírica? L a discusión de la teoría de H elm holtz nos
proporcionará la doble ocasión de exam inar la idea epistemológica de
experiencia interior — en sus relaciones con el punto de vista de las opera-
ciBtíés— y distinguir los dos tipos de abstracciones en cuanto a su m eca­
nismo operatorio. , ______ ________ l
Sabemos que, en su pequeño tratad o ,Contar y m edir, H elm holtz
intentó m ostrar que el punto de p artid a del núm ero se sitúa en la intuición
m nésica del orden de sucesión tem poral de nuestros estados de conciencia:
“contar es u n procedim iento que descansa en nuestra facultad de recordar
el orden de sucesión de nuestros estados de conciencia ” .8 E n otros términos,
los estados de conciencia que se suceden en el tiem po según u n desarrollo
irreversible constituyen, de por sí, u n a serie cuya “in tu ición in tern a” es
proporcionada por la m em oria. Basta entonces “num erar’’',"'mediante un
procedim iento verbal convencional, los térm inos de esta serie p ara obtener
una sucesión de “núm eros de o rd en ” que perm iten definir la sum a ordinal
po r su simple sucesión y la igualdad de los dos números ordinales. Basada
en el em pirism o de la experiencia interna, la concepción de H elm holtz se
duplica pues con u n a especie de convencionalismo en cuanto a cómo
se traduce la serie tem poral en u n a sucesión de “signos” vinculados a
través de u n a operación que les otorga el valor de unidades (ordinales)
homogéneas.
D eben analizarse entonces tres aspectos de la teoría de H d m h o ltz:
la hipótesis según la cual la form a inicial del núm ero es ordinal, el conven­
cionalismo de la num eración y el empirismo de las fuentes.
R esulta inútil insistir desde ahora sobre la precariedad de las teorías
ordinales. Por u n a parte, L. Brunschvicg mostró de modo decisivo 9 que,
en ^ lo _ fin ito , la ordinación supone la ca rd in ac ió n . y viceversa: si las
unidades sucesivas son rigurosam ente homogéneas, sólo puede distinguirse
su orden de sucesión cuando se las refiere a los conjuntos form ados por
esta m ism a sucesión (1 -|—1 -}— 1 no difiere, por ejemplo, de 1 + 1 si no
es porque hay dos núm eros enum erados antes del últim o en vez de uno
so lo ); inversam ente, los conjuntos cardinales no pueden evaluarse salvo que
se los ordene, si es que se quiere tener la certeza de no h ab er contado dos
veces el mismo térm ino. Por o tra parte, la génesis psicológica del núm ero
en el niño, confirm a de modo sorprendente esta interdependencia de los dos
aspectos — ordinal y cardinal— m ostrando que el núm ero presupone la

8 Traducido y citado por A. Spaier: La perisée et la quantité, pág. 84.


8 L. Brunschvicg: Les étapes de la philosophie mathématique. París, p u f .
fusión d e ja s operaciones de encaje y clases (aspecto cardinal) y la seriación
(aspecto o rd in a l). Exam inarem os este aspecto en el punto 6 . Por lo tanto,
porque carecía de un análisis genético de las operaciones espontáneas,
H elm holtz se lim itó a insistir sobre el aspecto ordinal, a través de una
reconstitución psicológica artificial.
E n cuanto al convencionalismo de H elm holtz — como se lo h a llam ado
a m enudo— es la resultante de la m ism a causa. P ara colm ar el abismo
que separa la sucesión cualitativa de los estados de conciencia, con o sin
m em oria, de la sucesión de los núm eros enteros, era necesario en efecto
intercalar u n conjunto de operaciones: como H elm holtz no investigó gené­
ticam ente las que se desarrollan en el niño cuando construye el concepto
de núm ero, reem plazó estas operaciones espontáneas por u n conjunto de
operaciones convencionales de los signos de la num eración.
Al fin de cuentas, las dificultades de la teoría de H elm holtz son el
resultado del p u n to de p artid a que h a elegido, es decir, de su hipótesis
según la cual el núm ero puede extraerse de la experiencia interior. A hora
bien, este error es tanto m ás significativo en la m edida que h a quedado
asociado con u n nom bre célebre y que la ilusión de un parentesco genético
directo entre el núm ero y el tiem po fue com partida por cierta cantidad
de otros grandes pensadores, em pezando por K a n t y term inando por
Brouwer.

L a hipótesis, sugerida por el hecho de que jel tiempo, a.sí como el


núm ero, constituye una serie lineal, sedujo sin duda a estos autores porque
al fund am en tar el núm ero sobre el tiem po se creía otorgarle así u n a base
más sólida, puesto que la duración interior parece ser objeto de u na
intuición m ucho m ás directa que el conocimiento del espacio o de un
orden de sucesión simplemente espacial. A hora bien, por u n a parte, no
hay n ad a que pruebe que la intuición de la duración, in tern a sea más
prim itiva que la del tiempo físico, ya que el bebé observa m uy probable­
m ente la anterioridad de los medios sobre los fines (por ejemplo, tira r de
una frazada p a ra alcanzar el objeto colocado encim a de ella) m ucho antes
que la sucesión de sus estados de conciencia, puesto que carecejfejgxejpaQlis,
de evocación. Por otra p arte, la m em oria es m o tto “m ás u ñ a reconstrucción
"activa^' y 'e n p arte operatoria, que un registro autom ático y en p articular
autom áticam ente ordenado: p ara ordenar nuestros recuerdos nosotros mis­
mos estamos obligados a colocar este orden. L a intuición de la duración^
no conduce pues a una concepción distinta del orden tem poral salvo en
la m edida en que superpongan a esta intuición operaciones de seriación
propiam ente dichas (vol. I I , cap. I, p unto 3 ). L a construcción de la suce­
sión tem poral sólo culm ina, aun en el niño, después de la construcción de
las operaciones numéricas, o en todo caso al mismo tiem po, pero nunca
antes .10
E n resumen, al querer extraer de la experiencia in terio r el núm ero

10 Véase, para la demostración, nuestra obra acerca de Le développement de


la notion de temps chez l’enfant. París, p u f , 1946.
ordinal, o incluso sim plem ente la idea de sucesión ordenada, nos enfren­
tam os exactam ente con la m ism a dificultad que cu an d o querem os extraerlos
de la experiencia externa: la operación de la seriaciór cualitativa y
a fortiori la de la num eración ordinal no están dadas en la experiencia,
ni in tern a ni externa. Estas operaciones se sum an a la experiencia, así
com o u n a acción se aplica a objetos, sean éstos objetos del recuerdo o de
la conciencia actual, pero si bien estructuran la experiencia directa no
p o r ello derivan de ella así sin más.
¿ D e dónde proviene entonces u n a operación com o aquella que consiste
en seriar objetos m ateriales o acontecim ientos recordados, si no es de cierto
tipo de experiencia interna? Sin em bargo, precisam ente aquí la psicología
d e - la conducta, ~o de la acción, h a renovado la de la conciencia. La
operación deriva de la acción, pero la acción es u n a realidad más p rofunda
que la experiencia interior qüe^esT susceptible de generar, ya que esta
experiencia siem pre es una tom a de conciencia m ás o m enos inadecuada
de la acción como tal. Por lo tanto, no hay que recu rrir a la experiencia
interior — a ningún estadio de su desarrollo— sino a ese desarrollo mismo
de las acciones y, en particular, al pasaje gradual de la acción m entalizada
a las operaciones.
A hora bien, p ara retom ar el ejemplo de Helm holtz, es perfectam ente
legítim o asem ejar laT íonsirucción de u n a sucesión ordenada (u n a vez reco­
nocido el carácter operatorio de esta construcción en oposición a los carac­
teres vividos o sim plem ente representados), con Jas conductas con las cuales
o rdenamos nuestros recuerdos Cuna vez reconocido tam bién el carácter
activo de la m em oria que se asem eja a la reconstitución del pasado por
p a rte del historiador, o a lo que P. Ja n e t ha llam ado la “conducta del
relato” ). Sin em bargo, p ara extraer u n a operación de carácter relativa­
m ente superior (la seriación operatoria sólo aparece en el niño alrededor
de los 7 años) a p artir de u n a conducta algo inferior (la m em oria de
evocación se inicia sin duda con el lenguaje), es necesario recu rrir a un a
abstracción sui geneiis. que es precisam ente la abstracción a p a rtir de las
acciones, opuesta a la abstracción a p a rtir de los objetos, según la distinción
qúe anunciábam os al comienzo de este p u n to 3. Así, la construcción de u n a
sucesión ordenada es u n a operación que puede ab straer sus componentes,
no sólo de la m em oria, sino tam bién del orden d e los movim ientos en un a
sucesión de gestos, etc.; en resumen, de todo o rden que intervenga en
conductas inferiores. Pero se tra ta de u n a abstracción cuyo mecanismo
en necesario precisar. ~ “"
L a equivocación de las explicaciones p o r la experiencia interior consiste
en creer que se puede abstraer u n carácter tom ado cíe u n a intuición o una
percepción interna (por ejemplo, una intuición de duración o u na sensación
cinestésica) p ara insertarla directam ente en u n a conducta superior, tal
com o una operación, a la m an era como se abstrae de la experiencia
exterior una cualidad cualquiera, por ejemplo la b lancura de diferentes
objetos, p ara construir una clase general: la de los objetos blancos. A hora
bien, en realidad se tra ta de dos formas de abstracción m uy diferentes y es
im portante insistir en ello desde el comienzo de esta obra, porque este
problem a h a de encontrarse nuevam ente en todos los problem as epistemo­
lógicos particulares (los del espacio, el tiempo, la fuerza, etc.), y este
desconocimiento parece ser el culpable del hecho de que se hayan falseado
ciejta cantidad de teorías fundadas en consideraciones psicogenéticas como
por ejemplo la de F. Enriques (Introducción, p u n to 3 ).

Recordem os las principales etapas distinguidas en el punto 1 y que


conducen de la acción a la op eració n : acción sensoriomotriz, pensam iento
intuitivo, operaciones concretas y operaciones formales. E n el caso de la
construcción de una sucesión ordenada, pueden designarse en ca d a uno
de estos estadios conductas que p rep a ra n o culm inan esta construcción.
E n el nivel sensoriomotor ya existen así ciertos esquemas de sucesión práctica
(por ejemplo, ejecutar un m ovim iento antes que otro y siempre en el mismo
o rd en ). E n el plano de la intuición im aginada se en cu en tran otros (por
ejemplo, el orden de ciertos recuerdos), en el plano de las operaciones
concretas tam bién (p o r ejem plo, ord en ar objetos por sus alturas o pesos).
Por últim o, existen esquemas de sucesión formales (por ejemplo, ordenar
una sucesión de elementos a b stra c to s). C ad a u n o de estos estadios se
caracteriza además, com o hemos visto en el p u n to 1, p o r un equilibrio
superior al del precedente, por u n a m ayor reversibilidad y por composi­
ciones cada vez más generales. R esulta pues evidente que cada tipo de
esquem a tom a del tip o anterior algunos elementos,, así generalizados, por
ejem plo y precisam ente cierta form a de sucesión. Este préstam o constituye
la abstracción a p a rtir de la acción, y vemos que es real si se tiene cuidado
éñ 'se g u irlo de m anera progresiva y no saltando directam ente desde las
conductas elementales a los niveles superiores. ¿E n qué difiere entonces
esta abstracción de la abstracción de las cualidades de los objetos que
interviene en la construcción de u n concepto a p a rtir de la experiencia
externa?

L a diferencia esencial es que, en el caso de la experiencia externa,


la cualidad abstracta del objeto ya se reconoce en el objeto, en su misma
form a, anteriorm ente a su abstracción: la abstracción de la blancura, por
ejemplo, culm ina en el nuevo resultado de perm itir la com paración entre
varios objetos diferentes (por ejem plo, en la constitución de u n a especie
quím ica o biológica), pero esta b lancura era ya reconocida como tal en
cada uno de estos objetos antes de realizar esta abstracción. H ablam os
naturalm ente de una cualidad física, es decir, im puesta al sujeto por la
percepción de los objetos mismos, y no de u n carácter añadido a los objetos
por I n acción que se ejerce sobre esá~~cüalidád, por ejemplo la constitución
d e j a l núm ero. A hora bien, en oposición a esta abstracción de las cualidades
físicas, la abstracción de u n carácter m ental que califique este esquem a de
acción está destinada a hacer que este carácter entre en u n esquema más
com plejo (y no en u n simple concepto descriptivo de la e x p m e n c ja Jn te -
rior) ; se trataTdé u n a abstracción reflexionante, es d ecir que transform a la
conducta diferenciándola y, en consecuencia, añade algo a la cualidad
aislada de este modo po r la abstracción. P or ejemplo, la sucesión práctica
— presente en una conducta sensoriomotriz— no necesariam ente es el
objeto de u n a tom a de conciencia por parte del sujeto al nivel considerado:
abstraería de su contexto de acción la transform ará, en consecuencia, en
una sucesión representada, y ya no simplemente vivida, lo cual supone
la construcción de un nuevo esquema que pertenece a u n nivel superior
(ai nivel del pensamiento intuitivo si se trata, p o r ejem plo, de un a recons­
trucción mnésica de esta sucesión). U na nueva abstracción la transform ará
en operación propiam ente dicha, si se trata de u n a sucesión que puede,
invertirse o reproducirse a voluntad (y no solam ente en ciertos contextos
representativos de c o n ju n to ), etc. Asimismo la abstracción de u na sucesión
construida por operaciones concretas en una sucesión form al supone un a
reconstrucción de esta sucesión bajo la form a de proposiciones. Por ello,
esta sucesión de abstracciones (con pasaje de lo sensoriom otor a lo intuitivo,
y desde allí a las operaciones concretas más form ales) se escalona entre
los 1 . v 12 años, o sea d u ran te toda la duración del desarrollo mental.
E n resumen, la abstracción a partir de la acción necesariam ente es
constructiva porque es reflexionante. No conduce a u n a generalización
sim ple com o la abstracción de las cualidades físicas cuando está destinada
únicam ente a la construcción de una clase general o u na relación genera­
lizada (de una ley com probada) : es constructiva en ta n to se relaciona
con la elaboración de u n a nueva acción de tipo superior a aquella a p artir
de la cual se ha abstraído el carácter considerado. Por lo tan to es, en su
esencia, diferenciación y culm ina en una generalización que es un a nueva
com posición, preoperatoria y operatoria, puesto que se tra ta de un nuevo
esquema- elaborado por medio de los elementos tom ados a los esquemas
anteriores p o r diferenciación, y de un esquema más móvil y más reversible,
en consecuencia, m as equilibrado.”
A través de estas observaciones, vemos en qué sentido un a explicación
psicogenética no puede reducirse a un simple recurso a la experiencia
interior. P or no haber percibido el papel de las operaciones reales que
conducen a la seriación, y desde ahí a la construcción efectiva del número,
H elm holtz tuvo que rem ediar las lagunas de su em pirism o interno recu­
rriendo a operaciones hipotéticas, interesantes desde el p u n to de vista
axiom ático pero extrañas a la explicación genética; puesto que la recons­
titución verdadera del núm ero supondría que las operaciones a las que se
recurre fuesen las del sujeto actuante. A hora bien, ellas existen y bastan
p ara m ostrar que el sujeto construye activamente los conceptos y que ellos
no aparecen totalmente dados en su conciencia. L a experiencia interior
sólo seria la fuente real de los conocimientos si se form ulara la hipótesis
de conceptos preformados, dados de modo innato y de los cuales el sujeto
adquiriría directam ente conciencia en un m om ento determ inado de su
desarrollo. Ahora bien, acabamos de com probar que cuando el sujeto

11 Por supuesto, estas abstracciones pueden existir también en el dominio físico,


pero referidas a las transformaciones de los objetos y no únicamente a sus cualidades.
Sólo que se trata entonces de generalizaciones por composición matemática, es decir,
precisamente por asimilación a las generalizaciones operatorias provenientes de las
acciones mentales de! sujeto.
abstrae, a través de u n a tom a de conciencia reflexionante, alg ú n elemento
a p a rtir de sus conductas anteriores (incluidos sus reflejos hereditarios),
esta reflexión es constructiva y no se contenta con trasponer de un plano
a otro esquemas totalm ente elaborados, sino que los extiende reconstruyén­
dolos por su mismo descubrim iento. L a abstracción a p a rtir de la acción
constituye pues la fuente de nuevas acciones, cuya culm inación está consti­
tu id a por las operaciones mismas. A hora debemos estudiar este pasaje de
la apción a la operación.

i 3. C u a l id a d y c a n t id a d . L os “a g r u p a m ie n t o s ” e s p e c íf ic o s de las

o p e r a c io n e s E n su estudio dem asiado breve acerca de “la


elem entales.

fabricación del núm ero ,12 H . D elacroix escribió — pero sin sostener sin
em bargo que el núm ero era una p u ra cualidad— : “el núm ero está form ado
p o r elementos exclusivamente _cualitativos, y toda su m ateria es cualidad”
(pág. 141). E n cambio, Alb. Spaier llegó a a firm a rls que el “núm ero
es u n QQDcgptocualitativo” (pág. 125) y concebir la cantidad misma como
“el resultado de la m edición” (pág. 3 3 ) , es decir, como la. ..“c u a lid a d ..
m edida” (pág. . 3 3 ) , siendo la medición, por otra parte, la aplicación del
núm ero a la cu a lid a d . . . Se gira así dentro de u n círculo ya qu e la
cantidad es la cualidad m edida gracias a la cualidad m ism a. En cuanto
a los m atem áticos oponen,” como 'la B é m o sp lo s 'conceptos numéricos y
m étricos a los conceptos cualitativos y distinguen, en p articular, la geom etría
cualitativa de la geom etría m étrica. Sin embargo, se plan tea el problem a
de saber si este cualitativo m atem ático tiene las mismas propiedades que lo
cualitativo sim plem ente lógico.
Por lo tanto, n ad a m ás equívoco en la term inología corriente que los
térm inos de cualidad. y., cantidad, y las exageraciones de Spaier m uestran
h asta dónde pueden conducir estas anfibologías. puesto que el núm ero
m ismo — del cual se estará de acuerdo sin em bargo en considerar que
constituye la cantidad por excelencia— term ina p o r ser concebido como
u n a p u ra cualidad. Por ello nos parece indispensable, p a ra analizar la
significación epistemológica del núm ero, com enzar p o r encontrar algunos^
criterios de delim itación.
E n realidad, la cualidad y la cantidad son inseparables, y ello tanto
desde el p u n to de vista genético como desde el p unto de vista del análisis
lógico o axiomático. Por o Ira parte, los mismos argum entos que culm inan
en la suposición de que todo es cualidad podrían conducir a la afirm ación
de la generalidad de la cantidad, ya que si se consigue extraer sin m ás la
cantidad de la cualidad, evidentem ente es porque ella está contenida allí
desde el comienzo. U nicam ente la imprecisión de un lenguaje filosófico
^suficientem ente form alizado consigue oscurecer este hecho evidente ; en
cambio, los m étodos genéticos o lógicos deben perm itir am bos las caracte-
rizaciones~néceianás. ~~

12 Dumas: Traite de jtsychologie, t. v, 1936, 2“ ed. [Hay versión castellana:


Tratadó~de 'psicología. Buenos Sures, Kapelusz, 1962.]
13 A. Spaier: La pensée et la quantité. París, p u f .
Pero afirm ar que la cualidad y la cantidad son indisociables no signi­
fica. en absoluto que sean idénticas: sim plem ente son tan prim itivas un a
como la otra, desde el punto de vista genético y culm inan, en su estado de
equilibrio operatorio, en una form a de solidaridad tal que no podría defi­
nirse una sin recurrir a ía otra.
Desde el punto de vista genético, am bas son prim itiv as. porque, desde
la acción sensoriomotriz, se presentan de modo interdependiente. Por
ejemplo, reunir objetos semejantes es u n a acción que consiste en in troducir
cierta cualificación (asim ilación por sem ejanza), pero reu n ir _má&_p„inenp7s,
es u n a cuantificación de esta acción: en un esquema de.asimilación sensorio-
m otriz ya pueden distinguirse pues u n a extensión que im plica la cantidad,
y una com prensión que se apoya en la cualidad. Asimismo, sacudir u n
objeto, es u n a acción que se caracteriza por cierta cualidad, pero podem os
sacudirlo en m ayor o m enor grado ( m ás o menos rápidam ente, m ás o
menos intensam ente, etc.), y estas diversas intensidades de la acción consti­
tuyen cantidades inherentes a las relaciones asimétricas^ Se responderá que
dos acciones distintas por sus intensidades son cualidades diferentes: acepté-
..moslo, pero la_ relación de estas cualidades entre sí es precisam ente u n a
cantidad. '
Por lo tanto, podem os suponer que existe, entre la cualidad y la
cantidad, u n a relación de_d_ependencia m u tu a sem ejante a la que corres­
ponde a la com prensión y la extensión, de los conceptos lógicos. E n efecto,
es imposible concebir la comprensión de un concepto sin referirse a los
términos que constituyen el soporte de los caracteres que definen esta com ­
prensión; ah o ra bien, estos térm inos no son otros sino l a ...extensión--del-,
concepto en cuestión. Sin em bargo e inversam ente, es imposible delim itar
esta extensión sin hacer referencia a los caracteres de los térm inos que
abarca, es decir, sin apoyarse en la com prensión. A hora bien, esta indiso-
ciable solidaridad entre la com prensión v la extensión de los conceptos
interesa tanto más directam ente a las relaciones entre lo cualitativo y lo
cuantitativo, en la m edida en que las form as más elementales de la cualidad
y la. cantidad se confunden precisam ente con la com prensión v extensión
lógicas..
E n efecto, pueden caracterizarse del siguiente modo la cualidad y la
cantidad, según que uno se coloque desde el punto de vista de las clases
o las relaciones. E n lo que se refiere a las clases, resulta claro que la
cualidad corresponde a la com prensión deF concepto y la can tid ad a su
extensión. El sistema de los encajes que determ inan las ciases en su exten­
sión constituye pues esencialm ente ja n sistema cuantitativo, en oposición
?. los atributos o los predicados (es decir, a las propiedades que no se refieren
al “todo” o a “algún” objeto) que enuncian las cualidades así cuantificadas.
En cuanto a j a s relaciones (en otra parte hemos m ostrado 14 que todos los
predicados en comprensión constituyen j i n d ud a relaciones, au n cuando
se los enuncie en form a absoluta y se los atribuya a. u n solo objeto [* es
“blanco” significa por ejemplo que tiene “el mismo color que” los objetos

'■* Traité de logiqve, puntos 4-5.


y y z \) , hay que distinguir igualm ente su extensión y su comprensión. A hora
bien, la extensión de una relación, es decir, los términos que ella relaciona
(dominio, codom inio o cam po) no es otra cosa sino una _cja.se, ordenada
o no; independientem ente de su orden eventual que corresponde (en tanto
orden) a j a com prensión; esta clase caracteriza pues nuevam ente u n a can­
tidad que puede definirse por su extensión. E n cuanto a la com prensión
de la relación, hay que distinguir dos casos: Ja s relaciones sim étricas y las
relaciones asim étricas. Las relacionesSim étricas expresan u n a equivalencia
(por ejemplo A es “tan blanco como” B ), u n a semejanza (p o r ejem plo A
es “análogo” a B ), o u n a diferencia no o rdenada (por ejem plo A “difiere”
de B ). Las relaciones simétricas traducen pues la com ún pertenencia a una
m ism a clase (de térm inos sem ejantes), o u n a “alteridad” , o la no perte­
nencia a la m ism a clase (A es de o tra clase que B ). En ambos casos, las
extensiones de estas clases determ inan cantidades; en cambio, la cualidad
corresponde a com prensión ue la relación_conio tal (sem ejanza o dife­
rencia sim étric a). E n cuanto a las relaciones^ asimétricas, expresan las
diferencias ordenadas, bivalentes (A come a B ), trivalentes" (exterior, inte­
rior o sobre la fro n te ra), o plurivalentes (A es más pequeño que B, B es
m ás pequeño que C, etc.). Su cualidad se constituye pues nuevam ente por
la com prensión de la relación (por ejemplo, ancho, rojo, virtuoso, etc.)
y su cantidad p o r la extensión de la clase correspondiente o rdenada. Sin
embargo, en el caso de las relaciones m ultivalentes, se p odría decir que la
cantidad está tam bién determ inada por la diferencia, puesto que estas rela­
ciones im plican lo “más” y lo "m enos” ( “m ás” o “menos” ancho, rojo,
virtuoso, etc.). Sin em bargo, hay que distinguir dos cosas. D ecir que A
es “m ás” (ancho, rojo, etc.) que B cx¡ i i d diferencia de cualidad,
en la m edida en que el “m ás” y el menos ' se refieren a u n atrib u to en
com prensión. Sólo cuando uno se renere a la sucesión (o seriación) en
extensión interviene, la cantidad, en tanto intervalo (o segmento) más o
menos grande entre O y A, O y B, O y C, o entre A y B, A y C, etc.
Así la can tid ad expresada po r las diferencias ordenadas de las relaciones
asimétricas m ultivalentes se relaciona con la que traduce la extensión de
las clase s......................
E n efecto, por una parte, las desigualdades de extensión entre clases
(como las relaciones de inclusión en el caso de las clases encajadas) son
relaciones asimétricas, entre otras, y las diferencias de extensión están así
com prendidas en las relaciones de diferencia ordenada en general; por la
otra, si se ordenan elementos según u n a sucesión de iguales relaciones
asimétricas m ultivalentes, h ab rá tantos m ás térm inos intercalares entre dos
elementos dados cuanto m ayor sea la diferencia entre estos últimos, lo cual
reduce recíprocam ente los intervalos o segmentos, que expresan las diferen­
cias, a relaciones de extensión (es decir al “cam po” más o menos extenso
de las relaciones consideradas) ,15 '

*®/Por ejemplo, si A es menos rojo que B; si B es menos rojo que G y si C es


menoj roja que D, entonces hay más diferencia entre A y D que entre A y C; o
entre A y C que entre A y B; en consecuencia, la clase ABCD tiene más extensión
que la clase ABC, y ésta más extensión que la clase AB.
Com probam os ahora que las relaciones de extensión ( o diferencia orde­
nada) pueden presentarse en tres formas distintas; u n a caracteriza a la
simple lógica de las clases y Íág’íélacídñes, ylás'clos restantes a la m atem ática.
Se trata de tres form as que corresponden a lo que habitualm ente se designa
con los vocablos imprecisos de relaciones “cualitativas” o “cuantitativas”,
cuando en realidad se tra ta de tres formas distintas d e cantidad, pero que
consisten las tres en relaciones de extensión entre conjuntos de términos
calificados.
1. /Supongamos, p ara precisar las ideas, dos clases A y B definidas
por lá sola cualidad de los elementos que reúnen y tales que todos los
individuos de A form en también parte de B, pero sin q ue la recíproca sea
verdadera (por ejem plo todos los m am íferos A son vertebrados B. pero
todos los vertebrados B no son mamíferos A ). E sta relación de inclusión,
de parte a todo, constituye por su transitividad el fundam ento del silogismo
cualitativo, ya que si todos los B son C, entonces todos los A tam bién
son C. Com probamos además que como 110 todos los B son A, y no todos
los C son B, existe entonces una clase A ’, com plem entaria de A, en B,
tal que A’ = B — A (por ejemplo, A’ = los vertebrados, B no m am í­
feros A) y una clase B’, com plem entaria de B en C, tal que B’ = C — B
(por ejemplo, si C = los animales, entonces B’ = los animales no verte­
brados), etcétera.
Aclarado esto, podem os definir, gracias a estas simples relaciones de
extensión, una prim era form a de cantidad o m ag n itu d que llamaremos
según la^ terminología kantiana la cantidad intensiva}* Diremos que una
relación cuantitativa es de orden intensivo si solam ente sabemos que el
todo es más grande que la parte B > A o C > B, etc., pero sin poder
determinar si una de las partes del todo, p o r ejem plo A, es más grande,
más pequeña o igual en relación con la p arte co m plem entaria. A’. En
efecto, los juicios “todos los A son B” pero “todos los B no son A” siguen
siendo verdaderos sean cuales fueren las cantidades de individuos presentes
eri A y en A’: si sólo existe un A y un núm ero ta n grande como se quiera de
A’, o al revés, siempre se seguirá teniendo A < B, independientem ente
de las relaciones entre A y A’. Sucede lo mismo entre B y B’ respecto de
B < C. Por ello, la lógica de las clases sólo conoce las cantidades: uno ,17
todos, algunos y ninguno ( “un A es algún B” , “todos los A son algunos B”
y “ningún A es algún A ’).
“Sucede exactamente lo mismo con las relaciones asimétricas cuando
se las define únicam ente por las cualidades de los términos seriados y
expresan así, como se ha visto, su diferancia de cualidad. Sea por ejemplo,
la relación a — “A es más liviano que B”, y la relación a’ definida por

íe Concepto que Spaier declara “confuso” {loe. clt., pág. 15) porque él mismo
confunde todas las formas de cantidad y pretende “medir” todas las cualidades,
incluidas las sensaciones y le reprocha a Fechner el no haberse atrevido a medir
estas sensaciones como no fuera indirectamente (pág. 1 5 ) .
17 “Uno” en el sentido de la identidad, es decir, de la clase cuyos elementos son
idénticos ( = clase singular).
“B es más liviano que C ” . D e estas dos relaciones a y a , puede extraerse
la relación b ( = A es más liviano que C) reuniendo a y a’ bajo la form a
serial a -)- a’ = b (así como puede proseguirse la serie p o r medio de la
relación 6 ’ = “C es m ás liviano que D ” , de donde b b’ = c, y la rela­
ción c significa entonces ‘‘A es más liviano que D ” , e tc .). Pero entonces
sirñplemente sabemos que existe una mayor diferencia de peso entre A y C
q ue entre A y B, o que entre B y C, o sea 6 > a y 6 > a’. En cambio,
no se puede determ inar si existe u n a tnayor diferencia entre A y B que
entre B y C : no se sabe, por lo tanto, nada acerca de las relaciones entre
las relaciones parciales a y a’ y sólo se conoce la relación entre u n a relación
parcial a o a ’ y la relación total b (o c, etc.) en la cual está en cajad a .18
II. . Supongam os ahora que se introduzca u n a nueva relación cu an ti­
tativa entre las partes com plem entarias de u n mismo todo, en tre las clases
A y A’ p ara la clase B, o entre las relaciones a y a' p a ra la relación b. Esta
especificación de las relaciones de extensión entre las partes m arca el
pasaje de la cantidad intensiva a la cantidad extensiva, es decir, de la
lógica de las clases y las relaciones cualitativas a la matemática, p ro p ia­
m ente dicha. E sta cantidad extensiva puede presentarse bajo dos aspectos,
uno métrico y el otro no métrico. H ay que com prender bien la presencia
de estas dos posibilidades ya que ellas corresponden precisam ente a la
distinción que establece la m atem ática entre lo que llam an el dominio
num érico o “m étrico” y el dom inio “cualitativo” ; la geom etría llam ada
“cualitativa” es de carácter “extensivo” y no sim plem ente “intensivo” , pero
sigue siendo extraña a la m étrica, es decir, a la introducción del número.
Tomemos por ejemplo u n a sucesión de intervalos encajados que con­
vergen hacia u n punto lím ite; cada uno de estos intervalos es entonces
mas~peqúeño que el precedente. E n el lenguaje de la teoría de los con­
juntos, se d irá que u n intervalo contiene “ casi todos” los elementos de
u n conjunto cuando los com prende “todos excepto u n co n junto levemente
representado” (o tam bién “todos excepto u n a cantidad fin ita” ) . La sucesión
de los intervalos convergentes constituye pues un a sucesión de relaciones
“casi todos” . A hora bien, vemos inm ediatam ente que la relación “casi
todos”, que no necesita la intervención de la enum eración, puede sin
em bargó reducirse a la simple cantidad intensiv a: si A contiene “casi todos”
los elementos de B, sabemos entonces, no sólo que A < B, sino adem ás
que A > A’ (si B = A — A’) . Incluso en el lenguaje corriente, si decimos
p o r ejemplo que “casi todos los mamíferos (A ) son terrestres (B) ” , intro­
ducimos m ás que u n a relación lógica y je cu rrim o s a u n a cuantificación
ya m a tem ática; la lógica p u ra se lim ita a decidir entre “todos” y ‘^algunos” ,
pero no tiene n ad a que hacer con esa relación interm edia, la cual cons­
tituye en realidad u n a fracción, — pero de carácter indeterm inado (incluida
entre > 1 /2 y < 1 / 1 ) — y, por lo tanto, extensiva.

18 Ahora bien, como la relación “A es más liviano que B” puede a su vez


subdividirse, con la introducción de nuevos términos entre A y B, en relaciones de
orden inferior qué presentan los mismos caracteres de composición, tiene un carácter
intensivo: lo “más” que interviene en la relación “más liviano” es pues una cantidad
intensiva en ausencia de nuevas especificaciones.
Asimismo las relaciones llam adas cualitativas que se em plean en la
geom etría proyectiva, en la geom etría afín y en la geometría de las simi­
litudes (cuando las relaciones sin arm onía, las afinidades, las proporcio­
nes, etc., se construyen según métodos puram ente gráficos jin expresión
m étrica alguna) corresponden a la ca n tid ad extensiva, aunque no m étrica,
ya que las partes de un mismo todo se com paran siempre entre sí y no
sim plem ente en relación con este todo, como sucede en la lógica. P or
ejem plo, la dism inución de la distancia que separa dos lineas que se pierden
en el infinito, es regular y no se presenta de cualquier m odo: si designamos
con los símbolos A, B, C, etc., las paralelas que m arcan la distancia
creciente entre las líneas que se pierden en el infinito a p artir del punto
en que se reúnen en el horizonte, no sólo tenemos u n a seriación intensiva
A < B < C < D . . . etc., sino tam bién u n a relación entre las diferencias
m ism as: A’ (c= B — A ) , B’ ( = C — B ) , C ’ ( = D — C ) , etc., de tal m odo
que las relaciones entre A*, IV. CT, etc., y A, B, G, etc., se iijantiencn
constantes. Esta invariancia — im plicada en la construcción gráfica in d e­
pendientem ente de toda m é tric a -- aparece, por ejemplo, en cierta edad
en el dibujo con perspectiva de los niños y testim onia ya, de por sí, la
aparición de cierta cuantificación extensiva .10
III. Por últim o, hablarem os de cantidad numérica o métrica cuando
en ü n todo B, las partes com plem entarias A y A’ puedan reducirse a u n a
' unijdad común. Sí por ejem plo A pued e considerarse como equivalente
á A’ luego de u n a operación de correspondencia biunívoca, de sustitución,
de congruencia, etc., entonces a partir de esta nueva relación, que escri­
bimos p i r a sim plificar A = A ’, puede extraerse la igualdad B = 2 A, lo
cual equivale a com poner el todo B con la suma de unidades'de orden A.
L a cantidad num érica o m étrica debe concebirse entonces como u n caso
particular de la cantidad extensiva; sin embargo estas dos subespecies son
las que se oponen entre sí en la m atem ática con el nom bre de cualitativo
y m étrico.
A clarado esto, podem os pues adm itir que la cualidad siempre es inse­
parable de la cantidad y recíprocam ente: en lógica, las cualidades se
relacionan entre sí po r relaciones de cantidad intensiva; en cambio, en
m atem ática, todas estas relaciones son extensivas, ya sean m étricas o no
métricas.
A hora bien, estas distinciones elementales tienen gran im portancia en
cuanto al mecanismo de las operaciones generales del pensam iento y,
en particular, en cuanto a su desarrollo genético. Resulta claro, en efecto,
que las cantidades intensivas correlativas de la cualidad lógica son más
simples que las relaciones de carácter extensivo y métrico, puesto que sólo
conocen las relaciones cuantitativas de parte a todo y aún nó las de las
partes entre sí. P or lo tanto, sobre la construcción de estas prim eras rela­
ciones se concentrará todo el esfuerzo del pensam iento en form ación; en
cambio, u n a vez elaboradas, estas relaciones se prolongarán sin dificultad

19 Véase para más detalles Piaget e Inhelder: La représentation de l’espace


chez l’enfant. París p u f , 1947, cap. v i .
alguna po r u n a generalización de los esquemas constituidos. Asimismo,
desde el p u n to de vista de la je rarq u ía de las ciencias, hay dominios que
no superan el nivel de la cuantificación intensiva — por ejem plo, las
clasificaciones botánicas y zoológicas— . Por lo tanto, es esencial, para
situar la génesis del núm ero respecto de las operaciones lógicas efectivas,
conservar presentes en la m ente estas distinciones que corresponden a
diferentes etapas genéticas.
E n efecto, ¿cuáles son las operaciones elementales^ de reunión y sep ara -
ción com patibles con una cuantificación sim plem ente intensiva? Presentan
dos caracteres limitativos, notables desde el p u n to de vista de la psicología
del pensam iento, pero bien aptos p a ra sorprender a la m atem ática habi­
tuada a u n a m ovilidad generalizadora m ucho m ás extensa:

\ l “ :Las composiciones operatorias específicas ele la cantidad intensiva


sólo pueden ser dicotóm icas: si solam ente sabemos que todos los A son B
sin que sea verdadera la recíproca, entonces los B son A o bien no A (A’),
lo cual constituye u n a prim era dicotom ía; si solam ente sabemos que todos
los B son C, sin que sea verdadera la recíproca, entonces los C son B o
no B (B’) ; etc. D e donde los encajes de clases A -|- A’ — B; B -j- B’= C ;
C 4~ C ’ = D ; etc., que proceden de u n a sucesión de distinciones dico-
tómicas, como por ejem plo las de los cuadros sinópticos p o r m edio de los
cuales se determ ina el lugar de una p la n ta en u n a clasificación botánica.
A hora bien, la lógica naciente funciona en efecto de este m odo: sólo
construye clases (o relaciones sim étricas) gracias a la presencia o ausencia
de u n a cualidad, y sólo elabora relaciones asim étricas en términos de más
y menos, sin unidades ni establecim iento de relaciones entre las partes
como tales. Y a se trate de semejanzas (clases o relaciones sim étricas) o
de diferencias (relaciones asim étricas), la lógica elem ental procede pues
a través de distinciones dicotómicas, expresiones de las simples com para­
ciones cuantitativas •de p arte a todo y no de p arte a parte.

2° Las reuniones de las clases entre sí (A A ’ = B) — o de ias


relaciones entre sí (a a’ = b ) — sólo pueden efectuarse de m anera
progresiva o en form a contigua, puesto que cada clase — o cad a rela­
ción— se h alla encajada en aquellas que la incluyen sin que se la pueda
com binar librem ente con otras dejando de lado estos encajes. Así, p ara
establecer la relación de parentesco entre u n individuo y otro en u n sistema
de relaciones genealógicas, hay que rem ontarse a sus antepasados comunes
y com binar todas las relaciones resultantes. Asimismo, en un sistema de
clases botánicas o zoológicas como A -j- A’ = B y B 4" B’ - - C s° i°
se puede reunir A y B’ en la form a A -j- B’ = C — A’; en cam bio se
puede sum ar cualquier núm ero con cualquier otro sin preocuparse en
form a alguna por sus encajes .20

20 Acerca de estas limitaciones de la composición de las clases, véase F. Gonseth


y Piaget: Groupements, groupes et lattices, Arch. de Psychol., xxxi. 1946, y Piaget:
Traite de logiaue. Colin. D u n t o lf)_ núm. m.
No obstante, una vez adm itidas estas dos lim itaciones — constituidas
po r la partición dicotómica y las contigüidades— las operaciones de la
lógica cualitativa, de cuantificación únicam ente intensiva, pueden generar
composiciones precisas, estructuras cuyo desarrollo genético resulta relati­
vam ente fácil de ser estudiado en el niño a p a rtir de las acciones interio­
rizadas por el pensam iento intuitivo. H em os llam ado a estas estructuras
agrupamientos - 1 porque son a la vez sem ejantes a los ‘‘grupos” matem áticos
elementales (que psicológicamente derivan de ellas) y muy diferentes por
t de estas limitaciones resultante;; de la dicotom ía y la contigüidad,
b ú a “agrupación” se caracteriza por las siguientes cinco propiedades:

1" Dos operaciones del conjunto constituyen p e r su reunión u n a nueva


operación del conjunto. Por ejemplo (A -f- A’ = B ) + (B + B’ — C)
(A -j- A1 + B’ = C ). Esta fusión de dos operaciones en u n a sola que, en
prim er lugar, parece no enseñarnos n ad a nuevo, constituye sin em bargo
el fundam ento de la transítividad característica de las inclusiones: (A =
B — A’) -j- (B = C — B’) = (A = C — B’ — A ’) o, por abreviación “T o ­
dos los A son B ; todos los B son C, entonces todos los A son C” , es decir
A < B; B < C, por lo tanto, A < C. E sta transitividad es de por sí la
expresión de la coordinación psicológica de las operaciones.
2? C ada operación puede invertirse. Por ejemplo, (A -f- A.’ = B)
corresponde a u n a inversa, y sólo a u n a : (— A — A ’ = — B ), de donde
puede extraerse B — A’ = A o B — A = A’. E sta es la expresión de una
realidad psicológica fundam ental: la reversibilidad de las operaciones que
se opone a la irreversibilidad de la acción inm ediata.
3" Tres operaciones distintas ,22 com puestas en tre sí, son asociativas:
(A A’) . -f- B’ = A (A’ B’) . E sta asociatividad expresa la posibi­
lidad psicológica de obtener el mismo resultado m ediante dos caminos
diferentes (en este caso particular, Ja clase C se obtiene tanto de u n a de
estas sucesiones como, de la o tr a ) .
4? L a composición de toda operación con su inversa culm ina en una
“operación idéntica general” que equivale a la ausencia de operación:
(A - f A’) + (— A — A’) = O," de donde X - f O = X.
5° Por últim o, toda operación com puesta consigo misma o con las
operaciones que la-incluyen m antiene constantes a estas últim as ( “opera­
ciones idénticas especiales” ) : A -f- A = A de donde A + B = B. Esto es
lo que los lógicos llam an la_ tautología, en oposición a la iteración de las
unidades num éricas: A -f- A = 2A.

Se com prueba de este modo que un “agrupam iento” constituye el con­


ju n to de relaciones “intensivas” de parte a todo (por encajes contiguos
de las partes com plem entarias en totalidades sucesivas de diversos órdenes) :

2t Véase nuestro Traite de logique. Colín, cap. n, n i y vi.


23 Distintas en oposición a las que se repiten, es decir, a las tautologías
(véase 5), cuya composición asociativa supone que tengan el mismo valor en ambps
miembros de la ecuación.
los encajes de p arte a todo constituyen, en este caso, las composiciones
progresivas del sistema, en cambio, las com plem entaridades progresivas
dicotómicas (y la contigüidad resultante de ella) aseguran su reversibilidad.
A hora bien, el “agrupam iento” se asemeja, en prim er lugar, a otra estruc­
tura: la de las “redes” o “ reticulados” que constituye una de las únicas
formas de conjunto em pleadas en la m atem ática y susceptible de aplicarse
a cantidades exclusivam ente intensivas .23 Sin em bargo, los reticulados no
bastan p ara expresar en un solo sistema todas la operaciones de la lógica,
ya qüe sólo incluyen u n a reversibilidad debilitada. Por el contrario, las
limitaciones propias de la dicotom ía y la contigüidad aseguran al agru p a­
miento una to tal reversibilidad, que traduce las operaciones lógicas fu n d a­
m e n tales34: A - J - A ’ = B y B — A’ = A (o p v p ’ = q y q ■p ’ = p) ■
Por otra parte, basta renunciar a las tautologías A - j - A —. A o A - ) - B = B
p ara estar únicam ente en presencia de operaciones realizadas con partes
disyuntas: volvemos a encontrar entonces el grupo de las adiciones disyun­
tivas característico del álgebra de Boole.2'' El “agrupam iento” constituye,
en consecuencia, una estructura interm edia entre las redes y los grupos:
se trata de u n a red reversible.
*“ ~ É Í pasaje del “agrupam iento” de carácter simplemente lógico a los
“grupos” que corresponden a la cuantificación m atem ática, m arca pues
una etapa decisiva en la constitución de la can tid ad : en efecto, al pro­
ceder desde las solas relaciones de p arte a todo al establecimiento de
relaciones generales de las partes entre sí, se lleva a cabo esa generalización
de lo intensivo a lo extensivo y lo m étrico.
Puede afirm arse entonces que el “agrupam iento” constituye la prim era
etapa del cam ino que conduce a los grupos y, en particular, al de los
números enteres (etapa en la cual, por otra parte, se'han detenido muchas
disciplinas, p o r ejemplo, p arte de la zoología y la botánica dedicadas a
la clasificación sistem ática). Sin em bargo, por más elemental que sea !a
estructura del “agrupam iento” expresión de la cantidad intensiva y las
composiciones fundam entales de la lógica cualitativa, no hay que creer
que por ello se halla presente desde el comienzo mismo de la evolución
mental. Por el contrario, resuita m uy significativo, desde el p u n to de vista
de la epistemología genética, com probar que el niño adquiere las rela­
ciones más simples de p a rte a todo a través de. u n a construcción laboriosa,
que comienza con acciones irreversibles, sondeos y experiencias del sujeto
con sus propios actos, p a ra alcanzar sólo m ás tardíam ente el rango de
operaciones reversibles.

23 Una red es un sistema semiordenado tal que dos de sus elementos cuales­
quiera tengan un límite superior y un límite inferior unívocamente determinados. El
límite superior es el menor mayorante, por ejemplo la clase común más pequeña que
incluye a las clases analizadas. El límite inferior es el mayor minorante, por ejemplo
la parte común a las dos clases en cuestión.
24 Véase nuestro Traite de logique, punto 39.
23 Ibíd., punto 10, núm. 1.
E n este sentido, u n experimento típico consiste en presentar a los
niños u n a colección B (por ejemplo, cuentas de m aderas) form ada por
dos partes com plem entarias, una A caracterizada por u n color (por ejemplo,
cuentas m arrones) y que constituye la. casi totalidad del conjunto B, y
la otra A’ caracterizada por otro color y constituida solamente p o r dos
o tres cuentas (por ejemplo, dos cuentas b la n c a s). E l problem a consiste
sim plem ente en saber si hay m ás A o B en el conjunto (por lo ta n to si
hay más cuentas m arrones A que cuentas de m ad era B; todas las cuentas
son visibles sim ultáneam ente y el niño sabe controlar y form ular qu e todas
estas cuentas, A y A’, son “de m adera” p o r lo tan to son B ). A hora bien,
los sujetos dé 5 a 6 años m uestran el siguiente tipo de reacciones: saben
describir aparte m uy bien las cualidades del todo B ( “son todas de m a d e ra ” )
y tam bién aparte las cualidades de las partes A y A’ (“hay muchas m a rro ­
nes y sólo hay dos blancas” ) , pero no p ueden pensar sim ultáneam ente el
todo B y la parte A y deducir que A < B. Porque el pensan liento intuitivo
se apoya en la percepción y entonces es irreversible: si se concentra la
atención en las cualidades comunes a A v A’, el todo B se presenta como
indivisible, y el sujeto se olvida de las p arte s; si, p o r el contrario, el sujeto
piensa en la parte A y en sus cualidades propias, se rom pe el todo B
y, en presencia de la parte A, sólo qued a la o tra p arte A’. E l niño
deducirá entonces el hecho absurdo de que A > B porque delega a la
parte A ’ las cualidades del todo destruido B ( “hay m ás cuentas m arrones
que cuentas de m ad era — dirá por ejemplo el niño— porque sólo h ay dos
cuentas blancas” ) . P or lo tanto, no llega a establecer la relación intensiva
A < B porque no dom ina las operaciones inversas A = B — A’ y A’ =
B — Aj que son las únicas que conducen a la conservación del todo B. Por
el contrario, los sujetos de 7-8 años deducen sin dificultad que B > A,
porque conciben al todo B como invariante sean cuales fueren las com po­
siciones directas o inversas, y porque ya no piensan con imágenes o configu­
raciones sem iperceptuales sino con operaciones reversibles .-'5
D e una m anera general, el criterio psicológico de la constitución de
un “ agrupam iento” es el descubrimiento de la conservación de las totali­
dades, independientem ente de la disposición de las partes. Por ejem plo,
en los experimentos de correspondencia biunívoca (entre fichas rojas y
azules) descriptos en el p unto 1, los niños ni siquiera poseen la conserva­
ción de cada conjunto considerado por separado (lo cual constituye, por
otra parte, el equivalente de lo que acabam os de recordar a propósito
de la no conservación del conjunto de las cuentas B) ; en cambio, los
sujetos de 7 años llegan a establecer esta conservación: ah o ra bien, obtienen
precisam ente este resultado gracias a las composiciones a la vez reversibles
y asociativas a través de las cuales se produce la identidad de cada ele­
m ento y la de la totalidad como tal. E l sentim iento de la necesidad de

1 Para más detalles, véase Piaget y Szeminska: La genése du nombre chez


l’enfant. Delachaux et Niestlé, 1940, cap. vti (véase nota 5 ). Debe señalarse que la
relación entre las partes A > A’ que intervienen en esta experiencia está dada percep-
tualmente y no constituye una cuantificación extensiva de carácter operatorio.
esta invariancia del todo constituye, en este caso como en muchos otros
semejantes, el índice psicológico de la realización acabada de un agru-
pam iento operatorio -a- p a rtir de acciones iniciahnente irreversibles y no
componibles entre sí.27

I. L a R E D U C C IÓ N D E L N Ú M E R O CAR D IN A L A L A S C L A S E S LOGICAS Y DEL,


núm ero a l a s r e l a c io n e s a s im é t r ic a s .
o r d in a l Las distinciones intro­
ducidas en el p u n to precedente facilitarán el exam en genético de los célebres
intentos de Frege, y luego de Russell y W hitehead, p a ra reducir el núm ero
a las operaciones sim plem ente lógicas. Estos intentos fueron ya aprobados
por casi todos los lógicos y po r muchos m atem áticos, porque la reducción
del núm ero a la lógica se presenta, en prim er instancia, corno la solución
m ás natural, u n a vez que se h a reconocido la inoperancia de las explica­
ciones em piristas del núm ero. Sin em bargo, esta reducción provocó la
desconfianza de algunos célebres m atem áticos, entre los que debem os m en­
cionar en prim er lugar a Poincaré, y epistemólogos, encabezados por L.
Brunschvicg. P or lo tanto, el problem a consiste ah o ra en determ inar si^
los procesos form adores del núm ero son o no los mismos que aquellos
de los cuales derivan las clases y las relaciones. E n este sentido fue nece­
sario distinguir los diferentes tipos de totalidades operatorias examinados
en el punto 3, ya que sólo el exam en de su desenvolvimiento genético
perm ite decidir por la experiencia el problem a planteado p o r los lógicos
y que acabamos de m encionar.
Es cierto que la verdad lógica esjde carácter axiom ático y no experi­
m ental y que, p o r lo tanto, puede concebirse u n a filiación deductiva entre
el núm ero y la lógica, au n cuando la experiencia desm ienta la filiación
real. Pero si las operaciones reales siguieran siendo refractarias a esta
reducción, entonces sería interesante trad u c ir en u n esquem a lógico estas
operaciones u n a vez que h an alcanzado el estado de equilibrio y confron­
tarlo luego con el esquem a de R u ssell. A hora bien, la experiencia que
hemos realizado 2S nos h a conducido a reconocer u n paralelism o en tre las
cuestiones genéticas y las cuestiones lógicas más que un conflicto entre
ambos métodos. Por ello nos gustaría exponer aquí brevem ente este doble
aspecto del problem a.
Todos conocen la teoría de Russell: dos clases, consideradas en su
extensión, generan u n a m ism a “cíase de clases” si puede establecerse una
correspondencia biunívoca entre los individuos que las com ponen, y esta
clase de clases constituye precisam ente u n núm ero card in al; el núm ero 1
es la clase de las clases singulares, el núm ero 2 la clase de los dúos, el
núm ero 3 la de los trios, etc. etc. A hora bien, la correspondencia
biunívoca sólo se sustenta en la identidad lógica: “»v corresponde biunívo-
cam ente a y” significa que si x corresponde tam bién a / , entonces y’ es

Para las relaciones entre los conceptos de conservación y laagrupación,


véase Piaget e Inhelder, Le développement Jíes quantités chez Venjant. Delachaux
et Niestlé, 1941, cap. i-m~y Piaget y Szeminska, loe. cít., cap. i-lv.
28 Véase nuestro Traite de logique. Colín, cap. u-iv,
idéntico a. y, y que si y corresponde tam bién a x , entonces x ’ es idéntico
r. x. A p a rtir de entonces, la construcción de la clase de las clases equi­
valentes, que constituye al núm ero, sólo requiere operaciones p uram ente
lógicas. En cuanto .al número. prdmal consiste, a su vez, en u n a clase de
relaciones asim étricas “semejantes” , es decir, nuevam ente el p roducto de u n a
correspondencia biunívoca, pero entre relaciones.
E sta concepción dio lugar a dos tipos de objeciones: u n o la acusa
de círculo vicioso porque el núm ero ya estaría presente en la idea de los
objetos singulares puestos en correspondencia de u n a clase a o tra, y el: otro,
insiste en las diferencias {uncigngfe de la clase lógica y el núm ero.
t i . Poincaré (seguido por P. Boutroux, etc.) insistió en p articu lar
en el prim er p u n to y adm itió que, en la expresión “u n ” hom bre, etc.,
el objeto individual o la clase singular ya implica la presencia del núm ero 1 .
A lo cual Q.outurat respondió que el “ uno” lógico no im plica el n ú ­
mero 1 sino sim plem ente la identidad: u n a clase A es singular si en las
proposiciones “x es u n A ”, “y es u n A” , etc., hay identidad entre x e y.
Asimismo los térm inos “algunos”, “todos” y “ninguno” no im plican la
intervención de los números, sino simplemente la pertenencia o no p erte­
nencia de los individuos a la clase.
E sta prim era discusión no tiene salida si nos m antenem os en el p u n to
de vista atomístico de la lógica clásica, que cree poder considerar u n a
proposición aparte, una clase o u n a relación en form a aislada, etc. Para,
este atomismo, es claro que la expresión “un... hom bre” puede significar a
veces u n a unidad num érica o algún objeto calificado cuyas propiedades
le im piden ser idéntico a cualquier otro, lo cual le otorga el valo r lógico de
elem ento único de u n a clase singular. T an to Russell, cuando razona con
identidades y clases aisladas, como sus adversarios, cuando lo siguen en
este terreno a fin de obtener el recurso implícito a números aislados, se
com prom eten entonces en la dirección de un atomismo arti.fi.eiaL que
perm ite justificar tam bién las tesis contrarias, sin criterio definitivo alguno,
ya que la identidad pertenece tanto a la m atem ática como a la lógica
“intensiva” .
L o esencial de la explicación de Russell corresponde a ta l p u n to a
este atomism o que en ella los núm eros se engendran cada uno de p o r sí,
gracias a la intervención de clases independientes entre sí^ (com o clases
de clasesJ 7 ~y_no p o r una ley de construcción que im plique la progresión
o, i,.3 j r y ; ...... ...................................._
A hora bien, únicam ente la estructura de conjunto de la totalidad
operatoria en la que se insertan los elementos perm ite distinguir cuál es
su especificidad, ya sea lógica (cantidad intensiva) o m atem ática (cantidad
extensiva o n u m é rica). El térm ino “un hombre^’ se refiere al núm ero 1
sí es u n elemento de operaciones que lo com paran con “dos hom bres”
o “n hom bres” , porque entonces “un” desem peña el papel de unidad,,
reiterable; pero el mismo térm ino es independiente del núm ero si p ertene-
ce a u n sistema operatorio que sólo se refiere a las relaciones de individué,
a clase, o de clases parciales a clases totales. Por lo tanto, resulta evidente
que es el “agrupam iento”, o “el grupo”, de las operaciones en juego la
d eterm inante y^JK) ei carácter de los elementos de p o r sí, carácter que,
s í se las considera en form a aislada, es, hablando rigurosam ente, indeter­
m inable.
Surge entonces el segundo tipo de objeciones, dirigidas a la teoría de
B,usseü: aquellas que oponen eí p apel funcional de las ciases al de ¡os nú­
meros, L a función de la clase es identificar — como dice L. Bjrunschyicg:—
y la del núm ero diversificar; se tra ta entonces de funciones fu n d am en tal­
m ente heterogéneas. Sin em bargo, tanto p a ra este argum ento como para
el anterior el sistema operatorio de conjunto será el que necesariam ente
determ ine las significaciones funcionales y no los elementos de p o r sí.
Entonces el problem a se plantea del siguiente m odo: cuando Russell
nos habla de “clase de clases equivalentes” , la operación de correspon­
dencia biunívoca por medio de la cual se construye esta equivalencia ¿ sigue
siendo sim plem ente lógica, es decir que sólo proviene de la cantidad
intensiva que interviene en la form ación de las clases cualitativam ente
definidas, o bien introduce im plícitam ente el número, no como núm ero
aislado adherido a la clase considerada, sino en la m edida en que esta
operación de correspondencia biunívoca presenta ya el carácter de ser
extensiva y supera) ipso {acto el terreno de la lógica de las clases calificadas?
Nos parece que aquí no sirve p ara n a d a dem ostrar que la corres­
pondencia biunívoca descansa en la p u ra identidad. A un cuando asi fuera
(quedaría, por o tra parte, tener que dem ostrar que la relación de corres­
pondencia no supera el m arco de las equivalencias lógicas), éste no es eí
problem a, ya que u n a identidad puede surgir de las operaciones propias
de u n “grupo” m atem ático (por ejem plo, 1 X 1 — 1 o 1 : 1 — 1 , y en
general toda “operación idéntica” ) o bien de las operaciones que caracte­
rizan a un “agrupam iento” lógico (intensivo). Eí verdadero^_probíerna
consiste en saber si la correspondencia biunívoca como tal, es decir, como
conjunto de operaciones, es específica de u n a agrupación o de un grupo.
E n eí prim er caso, l a reducción de Russell sería eficaz, puesto que el
núm ero provendría entonces de puras clases relacionadas entre sí única­
m ente por u n “agrupam iento” de clases. E n el segundo caso, esta reducción
aparecería como viciada, porque introduce en las clases un sistema ope­
ratorio ya num érico p ara extraer luego de él dem asiado fácilm ente el
núm ero.
A hora bien, tanto el exam en genético del desarrollo^como^_el_del..pensa­
m iento científico en sus diversas m anifestaciones y a diferentes niveles
proporcionan u n a respuesta decisiva. Existen, en realidad, dos clases muy
distintas de correspondencia biunívocas: u n a “cualitativa”_p_lógica (por
lo tanto, de carácter “intensivo” pu ro ) y la otra “cualquiera’’ o m ate;
jrnática_. Pero Russell no aplica la p rim era de estas dos operaciones en su
dem ostración, sin d u d a alguna aplica la segunda, de ah í el m alestar que.
su reducción produce. H ay en ella u n círculo puesto que, en este caso
no es a la clase en sí a la que logra reducir el núm ero cardinal, sino a la
cíase cuantificada previam ente m ediante u n a operación de carácter va
numérico.
E n efecto, existe una correspondencia biunívoca de carácter simple­
m ente lógico, es decir que los elementos se corresponden uno a uno en
virtud de sus cualidades diferenciales y no como unidades cualesquiera.
Esta operación de correspondencia cualitativa es la que caracteriza las
“homologías” de la anatom ía com parada, por ejemplo cuando u n a pieza
del esqueleto de u n a clase zoológica se pone en correspondencia con la
pieza homologa del esqueleto de otra clase. Sin em bargo, el em pleo de-
esta operación es m ucho m ás general: interviene, p o r ejemplo, cuando se
analizan las semejanzas entre dos objetos y p ara ello se hace corresponder
un a p arte de uno con u n a p arte sem ejante del otro. Desde el p u n to de
vista genético, la correspondencia biunívoca cualitativa es precoz: se p re­
p ara intuitivam ente a partir d eljd ib u jo e incluso desde la aparición de
la im itación y se hace operatoria alrededor de los 7 años con las com para­
ciones sistemáticas (basadas en las operaciones de m ultiplicación lógica).
M uy diferente es..la .correspondencia biunívoca “cualquiera” puesto
que no se lim ita a determ inar las correspondencias en función de las
semejanzas cualitativas, sino que se asocia un elemento cualquiera de uno
de los conjuntos con uno de los elementos — tam bién cualquiera— del
otro conjunto (con la única condición de contar una sola vez este elem en to ).
Así, cuando Russell construye el núm ero 12 y hace corresponder uno a uno
los apóstoles de Jesucristo con los mariscales de Napoleón, el apóstol Pedro
no es asociado con el m ariscal Ney en virtud de sus cualidades comunes
(como cuando un biólogo pone en correspondencia los pelos de los m am í­
feros con las plum as de los pájaros) sino simplemente en tanto uno cons­
tituye u n a u nidad cualquiera del prim er conjunto y el otro un a unidad,
tam bién cualquiera, del segundo.
Vemos pues que la correspondencia biunívoca cualitativa no proviene
del cam po de la lógica de las clases y la cantidad intensiva. Constituye
incluso un “agrupam iento” bien determ inado, el de la multiplicación
biunívoca de las clases. V eam os a continuación un ejem plo de ella:

Si Bi = A i -f- A’j y si B 2 = A 2 + A ’2 la m ultiplicación Bi X B 2


da:

Br X B2 = (A i + A’,) X (Ao + A’o) = { a ’j A , + A ’t \ ’, } = Bl 02

es decir, un cuadro de doble entrada en el cual hay correspondencia


térm ino a térm ino entre los elementes de las dos hileras, horizontales
o verticales 29: Ai A 2 corresponde así a A ’i A 2 por interm edio de la cualidad
com ún A 2 y Ai A ’2 a A’j A ’2 por interm edio de A’o; o tam bién A i A 2
corresponde a A iA ’2 por interm edio de A i y Á’iA 2 a A \ A ’2 por
interm edio de A’2.
Por lo tanto, la correspondencia cualitativa no im plica p ara nada
la intervención del núm ero entero, sino simplemente la de cualidades
comunes y clases definidas m ediante estas últimas (las clases singulares
no suponen o tra cosa que el “uno” lógico, es decir, la singularidad cuali­
tativ a). Por el contrario, la correspondencia biunívoca cualquiera es una

- 9 Véase nuestro Traite de logique. punto 15.


operación extensiva: po r el solo hecho de que elim ina por abstracción
las cualidades propias de los elementos considerados y los transform a en
unidades numéricas.
Si Russell hubiera podido em plear la correspondencia biunívoca cuali­
tativa p a ra construir sus clases de clases, hubiera evitado caer en el círculo
vicioso. Pero las clases de clases que se sustentan en la correspondencia.,
cualitativa no son precisam ente núm eros. Son clases de clases puram ente
lógicas, de carácter.m ultiplicativo, (por ejemplo, la clase de todos los esque­
letos de los vertebrados, o la clase B jB a ). Al utilizar la correspondencia
biunívoca cualquiera p ara operar su reducción, Russell introduce p o r el
contrario y en los hechos mismos, el concepto de u n id ad en las clases que
pene en correspondencia, y entonces no es sorprendente que las clases
así construidas constituyan n úm eros: en efecto, ya no son simples clases lógi­
cas, desde el m om ento en que se ponen en correspondencia elementos
cualesquiera, sino coniuntos de unidades, es decir, clases numéricas;.
E n cuanto al num ero ordinal concebido como u n a clase de relaciones
“semejantes , la dificultad que se presenta es la m ism a pero transpuesta
en térm inos de relaciones. ¿Q u e es la “sim ilitud” que aquí interviene?
¿Se tra ta de u n a sim ilitud sim plem ente cualitativa, de tal modo que las
relaciones asimétricas que vinculan los objetos seriados sean las mismas
en las dos series correspondientes, sin que cada relación parcial cuente,
como u n a unidad y, en consecuencia, sin que los objetos seriados se dis­
tingan solam ente por su núm ero de orden? O bien se trata de una
sim ilitud generalizada y en consecuencia, nuevam ente “cualquiera” , que
hace abstracción del contenido cualitativo de las relaciones v sólo conserva
la* sucesión como tal, es decir, los núm eros de orden de los objetos y jos
de las relaciones que los unen sucesivamente? É n el prim er caso, la simi-
litud^cpnstituye ..un “agrupam iento” intensivo (el de las m ultiplicaciones
biunívocas de relaciones asim étricas) E n el segundo caso, por el con­
trario, genera una sucesión m atem ática de orden puro_ que va im plica en
, consecuencia la idea de núm ero ordinal.
Russell, al no establecer en su doble reducción estas distinciones gené-
ticas que conducen a una distinción correlativa en la lógica entre las
operaciones como tales, y j i o solamente entre las clases y las relaciones
aisladas, se encierra así en dos círculos viciosos.

5., L a i n t u i c i ó n r a c i o n a l d e l n ú m e r o . Como el núm ero no puede


reducirse sin más a la lógica de las clases o a la de las relaciones, ¿hay que
concebirlo entonces como el p roducto de u n a intuición racional, irred u c­
tible a las operaciones lógicas? Este es el punto de vista que sostienen
muchos m atem áticos, y p o r otra parte p o r motivos bastante diferentes
que se explayan entre la intuición de la esencia estática del jiú m ero y la
intuición operatoria. Veamos ahora únicam ente esta últim a. H. Poincaré,
por m ás convencionalista que haya sido en cuanto al detalle de la construc­
ción de las diversas formas de núm ero (así como en la cuestión de las

30 Véase Traite de logique, punto 21.


relaciones entre los diversos espacios) ad m ite que el núm ero entero se
apoya en una especie de intuición^ a la vez operatoria y a priori, de la
razón (como la idea del grupo de los desplazamientos respecto del espacio) ;
esta intuición se traduce en el razonam iento m atem ático por excelencia:
el razonam iento por recurrencia. P ara Brouw er — que renovó el intuicio-
nism o de Poincíre'"y"lo'"opuscPal form alism o lógico en el detalle de los
mismos razonamientos constructivos (negación del principio del tercero
excluido p ara los conjuntos infinitos)— el carácter esencial de un a entidad
m atem ática radica, no sim plem ente en el hecho de estar exenta de toda
co ntradicción (lo cual p ara este au to r no es suficiente p ara asegurar su
existencia), sino en el. hecho de que efectivam ente se lo puede construir.
E l dom inio de la intuición racional deberá extenderse así del a priori a
la libre construcción operatoria, pero el carácter com ún de sus diversas
interpretaciones sigue siendo la discontinuidad entre lo intuitivo y la simple
lógica.
A hora bien, a pesar de la autoridad de estos grandes científicos, nos
es difícil seguirlos en el terreno de la intuición del núm ero, porque no
podem os conciliar con los hechos genéticos — es decir, con lo que sabemos
acerca de la form ación de las operaciones— , la hipótesis de la irreducti-
bilidad del núm ero a las operaciones lógicas. E ntre la reducción insufi­
cientem ente operatoria de Russell y la intuición directa de Poincaré y
Brouw er, puede existir este tertium .
E n efecto, ¿cómo caracteriza Poincaré la intuición del núm ero puro?
N o po r la intuición de núm eros dados, sino por la de un núm ero “cual­
q u iera” : se trata de la “facultad de concebir que u n a unidad puede
agregarse a un conjunto de u n id a d e s31” . Por lo tanto, se trata no de la
intuición de una form a acabada, sino de un poder del espíritu, de ese
p oder que se encuentra en la base de la recurrencia. Pero de dos cosas una.
O bien el térm ino intuición no añade n ad a a la operación m ism a: desde
este p unto de vista, no toda operación que se repite implica la intuición
de la unidad, y se trata de explicar la construcción de esta unidad en el
caso de las operaciones num éricas. O bien las operaciones numéricas
progeden de una intuición que las opone desde el comienzo a las operaciones
lógicas, precisam ente porque contiene de antem ano la noción de unidad;
es en esta segunda interpretación donde aparece la dificultad genética.

E n este sentido hay un resultado extrem adam ente sorprendente de las


investigaciones acerca de la génesis de los conceptos m atem áticos en el
niño y que nos parece adecuado p ara hacer un a revisión de las relaciones
establecidas habitualm ente entre la lógica y la in tu ició n :, todos los conceptos
de carácter extensivo y m étrico (en el sentido definido en el punto 3 ),
com o la m edición, las proporciones, etc., en geometría, y el núm ero mismo,
sólo se constituyen en su form a operatoria cuando pueden apoyarse en
“agrupam ientos” lógicos de carácter intensivo. Estos agrupam ientos inten­
sivos no necesariamente preceden en el tiem po a su cuantificación extensiva,

31 Science et hypothese, pág. 37.


ya que esta cuantificación puede efectuarse inm editam ente después de la
constitución de aquellos agrupam ientos, o bien am bas construcciones,
intensiva y extensiva, pueden incluso apoyarse u n a sobre la otra. E n el
caso de la medición, en el cam po de la geom etría, la transitividad intensiva
precede ciertam ente y de m odo evidente a la cuantificación extensiva y
m étrica: el sujeto tiene que hab er com prendido que B puede servir de
m edida com ún a A y C según el esquem a (A = B; B n= C por lo tanto
A = C) p a ra que sea capaz de reducir los térm inos com parados a unidades
comunes. Sin embargo, en el caso del núm ero, no existe en prim er lugar
u n estadio prenum érico ya caracterizado po r estructuras lógicas y luego un
estadio num érico. Sin em bargo, la construcción de la sucesión de los
núm eros sólo es posible a cierto nivel (alrededor de los 6-7 años) porque
se apoya en la com prensión de las estructuras lógicas, cuya elaboración
insuficiente en los niveles anteriores re ta rd a la iteración de la unidad.
L a interdependencia entre la lógica y lo num érico es la resultante
de u n factor en el que poco pensaron los partidarios de la intuición del
núm ero p u ro : se tra ta del concepto de conservación de los conjuntos
como totalidades, ya sean lógicas o numéricas, que no se presenta en
absoluto como siendo necesario en el p u n to de p artid a del pensam iento
intuitivo y de que esta conservación debe construirse pues operatdriam ente.
A hora bien, el “agrupam iento” desem peña precisam ente u n papel indis­
pensable en esta construcción. E n efecto, sucede qu e antes de los 6-7 años-—
es decir, a la edad en que el niño ya conoce a través del lenguaje u n a serie
de conceptos pero no sabe aú n agruparlos lógicam ente p o r composiciones
reversibles y a la edad en que conoce tam bién los prim eros nom bres de
los núm ero pero los adjudica sim plem ente a figuras perceptuales (un
objeto, dos objetos, tres objetos, e tc .)— el niño no puede realizar aún
conservación de las clases lógicas (del tipo A < B) ni tam poco de los
conjuntos numéricos, au n cuando consiga efectuar espontáneam ente una
correspondencia térm ino a térm ino de carácter visual entre los elementos
de estos conjuntos. H em os hecho referencia a estos hechos en el p u n to 1
(respecto de la carencia de equivalencia constante en tre las colecciones
correspondientes) y al final deT p unto 3 ^respecto del encaje de la p arte A
en el todo B) ; por lo tanto, resulta inútil volver aquí sobre el tem a. Sin
em bargo, debemos ahora averiguar cómo procede el sujeto desde la no_
conservación a la conservación de la colección to ta l

A hora bien, el análisis genético proporciona p ara este p u n to una


respuesta decisiva: el pasaje de las configuraciones perceptuales o im agi­
nadas, desprovistas de conservación, a las colecciones lógico-aritméticas
con conservación necesaria es la resultante de la reversibilidad progresiva
de las acciones de reunir y seriar, y desemboca sim ultáneam ente en los
“agrupam ientos” del encaje de las clases y la seriación de las relaciones
asimétricas, así como en el Agrupo” que caracteriza a la sucesión de los
núm eros enteros. L a “facultad de concebir que una u nidad puede agregarse,
a_un conjunto de u n id ades” , que Poincaré señala como siendo lo específico
de la intuición del núm ero puro, supone entonces la “facultad” de concebir
conjuntos invariantes encajados unos en otros, y la “facultad” de ordenar
desde el comienzo los elementos “agregados” : indisociable del “ag ru p a­
m iento” de las clases y del de las relaciones asimétricas, la sucesión de los
núm eros no puede beneficiarse entonces con el privilegio de u n a prim era
intuición, y la construcción del concepto de u n id ad presenta u n problem a
que, en consecuencia, no puede resolverse sim plem ente recurriendo a esta
intuición.
Q ue la sucesión de los núm eros — u n a vez construida— produzca una
intuición- racional de algún m odo resultante, y no previa, en el sentido
de que el núm ero es aprehendido directam ente p o r el espíritu sin pasar
por interm edio' de razonam ientos discursivos o “lógicos”, es u n problem a
radicalm ente diferente.
No nos cabe d u d a alguna acerca de esta intuición final, pero en el
sentido de que se habla —ju n to con Poincaré— de la intuición del jugador
de ajedrez que juega u n a p a rtid a : concentrado instantáneo de innum era­
bles razonam ientos anteriores (y olvidados), esta intuición final no es_
más que la expresión de la com prensión inteligente — como observaba
L. Brunschvicg— y de ningún m odo nos inform a en cuanto a su propia
construcción.
E n resumen, no se puede oponer la intuición del núm ero puro, que
caracterizaría la sucesión de los enteros, y la construcción artificial o
convencional de los núm eros generalizados (fraccionarios, etc.). _La cons­
trucción de la unidad presenta exactam ente las mismas propiedades, salvo
los diversos grados de com plejidad, que la de los núm eros que no p erte­
necen a la sucesión de los enteros^fraccionarios, imaginarios, e tc .), lo cual
supone entonces la extensión de la noción de intuición racional a estos
productos derivados, o bien la extensión de la idea de convención a la
explicación de la m ism a unidad. Por lo tanto, en el poder operatorio
en general del espíritu, en sus form as lógicas como aritm éticas, es donde
reside el misterio; misterio que el convencionalismo no puede eludir cuando
se enfrenta con sus construcciones más alejadas de la acción concreta, ni
que tam poco puede explicar eH ntuicionism o.apriorista sim plem ente recor­
tando, en el conjunto de las operaciones lógico-aritméticas, aquellas que
tienen que ver con el núm ero entero, en oposición con las. clases y las rela­
ciones lógicas. En cuanto a Brouw er-que convierte la construcción opera­
toria en una realidad que supera lo no contradictorio de carácter lógico,
olvida que, junto al juego form al de las proposiciones com binadas en un a
axiomática, la lógica viva requiere ese carácter operatorio y que la no
contradicción efectiva se funda en la reversibilidad inherente a las opera­
ciones constructivas de las clases y las relaciones al mismo tiempo que de
los números.

6 . C l a s e s , r e l a c i o n e s y n ú m e r o s . El proceso ^genético durante el


cual se elaboran los agrupam ientos de clases y relaciones asimétricas, así
ccmo í el grupo de los núm eros enteros, es un testim onio de la estrecha
interdependencia entre estas tres construcciones. Este es el hecho cuya
signñjLuuuu epistemológica h a de analizarse. Desde u n cierto p unto de
vista, se puede expresar este fenóm eno tanto diciendo que las clases lógicas
y las relaciones asimétricas son las resultantes de un a disociación de las
operaciones im plicadas en el núm ero como presentando a este número
como u n a síntesis de las clases y las relaciones lógicas reunidas en una
sola totalidad operatoria. E n la m edida en que hay reducción, ella es
recíproca, en virtud de un m ecanism o genético del cual volveremos a
encontrar m uchos otros ejemplos.

A p a rtir de lás acciones m ás elementales ejercidas sobre la realidad,


la percepción distingue u n a p luralidad indeterm in ad a de elementos vincu­
lados por semejanzas y diferencias. D icho de otro modo, desde el punto de
partida, cualidad y cantidad se hallan indisolublem ente unidas, y la canti­
dad sim plem ente expresa las reácciones de extensión en tre los términos
calificados por sus semejanzas o diferencias. A través de la combinación
de estas acciones iniciales de reunión y separación, las operaciones intelec­
tuales construirán sim ultáneam ente las clases agrupando los objetos por
sus sem ejanzas m ás o m enos generales o especiales, las relaciones asimétricas
agrupando los mismos óbjetos po r sus diferencias ordenadas, y los números
agrupando los objetos en tan to son a la vez equivalentes y distintos. Sin
em bargo, hay que com prender bien que al comienzo de esta evolución, 110
puede haber aún clases en sentido estricto, relaciones asim étricas transi­
tivas o núm eros: los agrupam ientos lógicos y los grupos num éricos aparecen,
por el contrario, como u n a form a del equilibrio final de un proceso
continuo caracterizado po r sus coordinaciones y su reversibilidad progre­
sivas. E n el punto de p artid a sólo están dadas las relaciones perceptuales
relacionadas con la actividad motriz, es decir, relaciones que no se com­
ponen entre sí, ni desde ei p unto de vista lógico ni desde el punto de
vista aritm ético, porque son intransitivas, irreversibles, no asociativas, e
incluso están desprovistas de esa identidad elem ental que es la única que
p odría garantizar jm invariancia en el seno de las composiciones posibles.3-
En cuanto a su extensión — es decir, a los conjuntos form ados por los
elementos calificados, en oposición a las cualidades mismas— esas relaciones
sólo se distinguen en el interior del cam po perceptual m om entáneo, pero
ni siquiera constituyen de e n tra d a “objetos” en el sentido de elementos
que se conservarían fuera de este cam po. A un más, la relación funda­
m ental que define la can tid ad intensiva propia de las coordinaciones
— a saber, que la parte es m enor que el todo— ni siquiera es perm anente
en el plano perceptual, P or ejemplo, en el estudio de las ilusiones de peso,
se puede presentar al sujeto u n a b a rra de m e tal A que se coloca luego y
enseguida sobre u n a caja vacía de m adera A ’ de iguales dimensiones:
el todo B, form ado por la reunión de A -|- A’ parece ser entonces más
liviano que la p arte A aislada (así sucede incluso con el adulto y con
profesores de psicología que sin em bargo conocen la teoría de esta ilusión).
L a prim era etap a de la construcción que, a p a rtir de este flujo irrever­

32 Véase el cap. 2, punto 4. Véase también nuestra Psychologie de l’intelli-


gence. Coll. A. Colín, cap. in. •
sible de cualidades y cantidades aún no trab ajad as conceptualm ente ,33
v a a conducir sim ultáneam ente a las clases, las relaciones y los números,
consiste en coordinar las acciones entre sí en fo rm a de “esquemas” prác­
ticos, especies de preconceptos sensoriomotores, caracterizados por la posi­
bilidad de repetir la m ism a acción en presencia de los mismos objetos,
o de generalizarla en presencia de otros objetos análogos. .Estos esquemas
elementales, al producir la solidificación de les objetos físicos, son los que
constituyen las relaciones de semejanza, diferencia y la cuantificación
inicial, en los que puede buscarse la fuente de las futuras estructuras
lógicas y numéricas. Sin embargo, es necesario com prender que si bien
las acciones asi esquem atizadas equivalen ya, en su form a más general,
a la reunión o separación de los objetos distinguidos y conservados, gracias
R ellas, en función de los diversos objetivos cualitativos abordados, a su
vez estas reuniones y disociaciones, así como las figuras prenum éricas que
constituyen, se apoyan en un poder coordinador cuyos esquemas ponen de
m anifiesto las estructuras sucesivas, pero cuyo funcionam iento se rem onta
hasta los montajes hereditarios cuyas raíces son desconocidas. Por lo tanto,
desde el punto de vista genético, no hay nun ca u n hecho prim ero sino
u n a sucesión de etapas cuya ley de sucesión y cuyo m ecanism o de pasaje
de u n a a otra son los únicos accesibles al análisis. Pero esta sucesión y
estos pasajes sen. suficientes p ara inform am os acerca de la interdependencia
final de las clases, las relaciones y-los números, puesto que el proceso entero
tiende hacia un estado de equilibrio que se alcanza alrededor de los 7 años
de desarrollo.
C on la representación verbal e im aginada, las mismas acciones se
in teriorizan en conceptos intuitivos, en prim er lu g ar preoperatorios; pero
sus reuniones y separaciones que a p a rtir de entonces efectúa y coordina
el pensam iento — tan to y m ás que las realizadas por los movimientos
m ateriales— conducirán durante las nuevas, etapas a las agrupaciones y
a los grupos propiam ente operatorios. Sin em bargo, se requieren todavía
algunos años de elaboración entre este inicio de m entalización de la acción
y el acceso al nivel de las operaciones concretas, p orque la acción interio­
rizada en pensamiento, así como las acciones m ateriales del nivel precedente,
sigue siendo durante m ucho tiem po irreversible antes de prestarse a todas
las composiciones. E n el plano sensoriomotor, únicam ente el sistema privi­
legiado de los desplazamientos había alcanzado cierta reversibilidad que
conducía a la perm anencia del objeto práctico, es decir, a la posibilidad
de retornos empíricos; en cambio, las otras form as de acción perm anecían
polarizadas en un sentido único, el de su finalidad. E n el proceso de
interiorización de las acciones en representaciones, esta irreversibilidad
relativa aú n dom ina du ran te m ucho tiem po todas las coordinaciones m en­
tales que se yuxtaponen a las coordinaciones prácticas, porque los objetos

33 Spaier, en ¡a Pensée concréte atribuye, es cierto, una estructura conceptual


?, los datos preceptúales mismos. Pero los criterios empleados para saber si hay o no
concepto (denotación, etc.) no pueden dejar de carecer de precisión en tanto uno
no se refiera a un sistema definido de conjunto, tal como los diferentes “agrupa­
mientos”.
d e pensam iento son siempre m ás numerosos y porque las distancias espacio-
tem porales que los separa del sujeto aum entan proporcionalm ente. El
resultado de esta irreversibilidad es el fenóm eno m uy general que caracteriza
al pensam iento prelógico de 2 a 7 años: la no conservación de los conjuntos
resultante de las dificultades de la reunión y la separación m entales de
los objetos en form a reversible. Esta__np conservación — que ya hemos
m encionado en el p unto 5— constituye así el equivalente (con un desajuste
dé la acción al pensam iento y, en consecuencia, del establecimiento de
las relaciones prácticas al de las relaciones m entales), de la no conser­
vación de los objetos en el plano de la acción inicial. Sólo cuando las
reuniones y separaciones se hayan extendido a todos los objetos del pensa­
m iento, a título de form as m ás generales de la asimilación y la acom oda­
ción m entales, el equilibrio alcanzado por estas dos funciones asegurará
la reversibilidad: las operaciones reversibles constituyen así el estado de
equilibrio móvil hacia el cual tienden todas las coordinaciones del pensa­
m iento, en la m edida en que éstas superan la sim ple intuición im aginada
y se organizan en articulaciones siempre más ágiles. E l pensam iento
intuitivo, que m arca los comienzos de la representación, no es sino la
evocación po r la palab ra y la imagen de las diversas acciones reales, pero
en u n a form a aún casi m aterial y, en consecuencia, irreversible. Las opera­
ciones, por el contrario, son las mismas acciones pero coordinadas entre -
si por el pensam iento, desenvueltas en los dos sentidos y com binadas en
todas las composiciones posibles, porque se las h a generalizado a todos
los objetos y ya no sim plem ente, como sucede en la intuición im aginada,
a aquellos sobre los que se ejerce la acción m aterial.

U n a vez recordado esto, com prendem os cómo las_reuniones y separa-


ciones m entales de los objetos, a m edida que acceden al estado de opera­
ciones reversibles y susceptibles dé com ponerse entre sí, generarán de modo
forzosam ente interdependiente las clases, las relaciones asimétricas lo£
números, que actu arán a la vez sobre las cualidades como tales y sobre
sus relaciones cuantitativas s4:
P E n prim er lugar, se pueden reunir los objetos p o r sus semejanzas
o separarlos por la ausencia de estas m ism as semejanzas, de donde surge
entonces la form ación de las clases encajadas A, B, C, etc..; por semejanzas
cada vez .más generales, o clases B — Á = A’ ; C — B = B’, etc.: p o r
ausencia de semejanzas especiales. Este constituye el principio del “agru p a­
m iento” aditivo del encaje~He~las clases que hemos tom ado como ejemplo
en el punto 3. Llevando la clasificación a sus últimos extremos, se ten d rá
u n a clase singular A, cuyo único individuo posee el carácter (A) y u n a
clase singular A’, cuyo único individuo no posee el carácter (A ), pero
posee con A el carácter com ún (B) : de donde la clase B = A -f~ A ’.
Si el individuo de la clase singular B’ carece de este carácter (B ), pero
los B y B’ tienen en com ún el carácter (C ), se ten d rá la clase C = B -f- B’

3'4 Para lo que sigue, véase, nuestro Traite de logique, punto 26; y nuestra
obra: La genése du nombre chez l'enfant. Delachaux et Niestlé, 1940. Véase nota 5.
o C = A A’ -j- B’. Y así seguido. Desde este p unto de vista totalm ente
cualitativo, A_ y A.’ son pues equivalentes, (es decir, recíprocam ente susti-
tuibies) entre sí en B; A, A’ y i i ’ son equivalentes o sustituibles en C, etc.
Sin em bargo, A no es el equivalente de A’ en A, ni en A’ ; y B’ no es
equivalente o sustituible a A, ni a A’ en B, etc. Por lo tanto, estas
equivalencias cualitativas, o semejanzas cada vez más generales, son las
que constituyen en efecto el principio de la reunión, y la ausencia de
cualidades comunes de diversos órdenes cad a vez más especiales que
constituye el principio de la separación de las clases.
Lo propio del nivel intuitivo preoperatorio es que el niño sólo puede
realizar algunas de estas reuniones, y adem ás sin reversibilidad alguna
(véase final del p unto 3 ) ; en cam bio, las operaciones concretas m arcan
la generalización de estos encajes simples.
2- Tom em os ah o ra un co n ju n to de elementos A, A’, B’ etc. (que
no distinguiremos por el m om ento de sus clases singulares) que tienen
u n a m isma cualidad, pero en diversos grados de intensidad creciente
(cada vez m ás pesados, o grandes, etc.). Entonces podemos seriarlos en
función de estas diferencias. O btenem os entonces un a prim era diferencia
a entre O y A, u n a diferencia a’ entre A y A’, un a diferencia b’ entre
A’ y B’, etc. De donde la agrupación (aditiva) de la seríación de las
relaciones asim étricas: a -f- a’ = b ; b -j- b’ = c, etc., cuya operación inversa
es la adición de una relación conversa, -f- ( — a ), lo cual equivale a la
sustracción — a.
Esta agrupación, que se trad u ce en operaciones concretas a través de
la conducta elem ental de la construcción de u n a hilera de elementos
ordenados, sólo es accesible d esp u és' de la aparición del encaje de las
clases: los niños pequeños no logran ordenar m agnitudes crecientes si no
lo hacen p o r pares o p o r pequeñas series empíricas, sin composición tran ­
sitiva ni reversible.
Pero cuando se alcanza este agrupam iento (alrededor de los 6-7 años
como el caso del encaje de las clases) se com prueba que, si bien es análoga
a la precedente, sin em bargo no es idéntica a ella desde el p u n to de vista
de las operaciones en juego. E n efecto, si se serian A y A’ en el orden
A —» A’, se lo hace en tanto son diferentes uno del otro; en cambio, se
los reúne en una m ism a clase A -j- A ’ = B, en tanto son semejantes. La
adición a -j- a’ = b no es co n m u tativ a; en cambio, la adición A -j- A’ r r B
puede hacerse tam bién en el o rden A ’ -f- A = B.85 E n resumen, como
el agrupam iento de las clases se fu n d a en la semejanza de los elementos no
im plica orden alguno en cuanto a la clasificación de las clases singulares
A, A’, B’, etc., en cada una de las totalidades B, C, D, etc., sino solamente
en cuanto al encaje de las clases de extensión creciente A, B, G, D, etc.
El agrupam iento de las relaciones asimétricas se basa en la diferencia pro­
gresiva de los elementos e im plica, por el contrario, un orden necesario
una vez que se ha elegido la cualidad que servirá como principio de
seriación (peso, etc.).
:ír' Lo cual equivale a decir que a no es equivalente o sustituible a a’ en b ;
en cambio, A es sustituible a A’ y recíprocamente porque ambos son equivalentes en B.
Desde este punto de vista, los dos agrupam ientos no pueden funcionar
sim ultáneam ente con los mismos objetos: o bien los objetos se clasifican
por sus diversas semejanzas parciales, -o bien se los ordena por un a sola
cualidad a la vez, pero se los pu ed e agrupar sim ultáneam ente, en función
de sus semejanzas y sus diferencias crecientes. Los dos agrupam ientos son
pues “com plem entarios” : si se agru p an los objetos por sus cualidades, o
bien se elige una en función de la cual serán todos diferentes entre sí
(relaciones asimétricas y seriación) o bien se clasifican en función de
la je rarq u ía de las equivalencias cada vez más generales (relaciones simé­
tricas y encaje de las clases), pero no se pueden efectuar los dos agrupa-
^mieriixis, m ediante las mismas operaciones.
3?Jj¡ E n qué consiste entonces el núm ero? E n transform ar los elemen-
iuj ¿ S a n id a d e s, es decir, en no encajar sim plem ente estos térm inos A y A’
en B, etc., o las relaciones a y a’ en b, etc., en virtud de las semejanzas o
diferencias cualitativas percibidas, sino en darse el derecho de sustituir A
p o r A ’, B’, etc., o a por a’, b \ etc., en el seno de cualquier clase o relación
parciales o totales. A hora bien, el establecim iento de esta relación de las
partes mismas entre sí equivale precisam ente a fundir en un solo todo
el principio de la seriación de las diferencias y el de la jerarquía de las
equivalencias, puesto que entonces los elementos A. A’. B \ etc., se hacen
sim ultáneam ente sustituibles sin restricción alguna y seriables tam bién sm
restricción alguna, es decir que se los transform a en unidades a la vez
equivalentes y distintas. Pero esta fusión operatoria sólo es p o sib le. al
precio de u n a abstracción fundam ental, que aparece- únicam ente _en., el
terreno de los agrupam ientos cualitativos (donde los elementos se encajan
y serian u n a vez por todas en función de sus cualidades) : haciendo
abstracción de las cualidades diferenciales mismas. E n efecto, suprim am os
estas últimas, lo cual equivale a decir que generalizarem os la equivalencia
entre los elem entos singulares a p a rtir de entonces privados de sus cuali­
dades: los elementos A, A \ B’, etc., se h ará n así sustituibles entre sí en el
seno de cualquier clase, incluso en la de A, A ’, etc., y ya no solamente
en el seno de las clases generales. \ Sin em bargo y ai mismo tiem po, conser-
vemos el derecho de seriar estos elem entos^lo cual e x p u e s to que se han
Eécho" equivalentes) la única form a de seguir "distinguiéndolos. Pero, ya
que eliminamos las cualidades distintivas, seriémoslos en el orden más
general, generalizando así el principio de la diferencia así como acabam os
de generalizar el principio de la sem ejanza (o equivalencia) : sucederá
entonces que todos los órdenes posibles serán semejantes entre sí, porque,
en las sucesiones A, A’, B’ . . . o A ’, A, B’ . . . o B’ A, A ’, etc., siempre
hay un térm ino que no tiene antecedente, u n térm ino que sucede al que
acabam os de definir, etc. Esto es lo que llamaremos un orden “yicariante’*.
A clarado este punto, vemos que el n úm ero no es sino u n a colección de
elementos que se han hecho todos equivalentes por semejanza generalizada
yT"13n~~émbargo. se han m antenido todos distintos gracias a un orden
yicariante o diferencia geñeraTizáda. Todos estos elementos constituyen,
en efecto, u n a unidad a la vez cardinal (puesto que A = 1; A -j- A’ =
2 A; A A ’ - f B’ = 3 A, etc.) y ordinal (puesto que siempre hay un
primer elemento, sea cual fuere el orden elegido, siendo este prim er
elemento aquel que no tiene precedente y luego un segundo elemento que
es el sucesor del prim ero, etc.).
El grupo aditivo de los números enteros es pues el producto de un a
fusión operatoria entre los agrupam ientos cualitativos de las clases y las
relaciones asimétricas, pero po r abstracción de las cualidades diferenciales
sobre las que sé basan estos agrupam ientos. El núm ero es así com plem en­
tario respecto de las clases y las relaciones asim étricas, como las clases y las
relaciones asimétricas lo son entre sí: en efecto, o bien se tienen en cuenta
las cualidades diferenciales y sólo se puede clasificar en función de las
equivalencias cualitativas cada vez más generales o seriar según las dife­
rencias cualitativas; o bien se hace abstracción de las cualidades diferen­
ciales y sólo se puede clasificar y seriar a la vez, ya que si no se las ordena
en serie no hay elementos distintos, y si no se las clasifica no se las puede
reunir como equivalentes. A hora bien, clasificar y seriar al mismo tiem po
es, ni m ás ni menos, enum erar.
E n realidad, sucede así en todos los niveles de la génesis real de los
números. E n la m edida en que las correspondencias cualitativas intuitivas
se transform an en correspondencias biunívocas “cualesquiera” (véase el
punto 4) surge el n ú m e ro ; ah o ra bien, esta transform ación supone a la vez
el encaje de las colecciones de extensión creciente, es decir, el agrupam iento
aditivo de las clases y la seriación de los elementos, esto es, el ag ru p a­
miento aditivo de las relaciones asimétricas.
Por otra parte, esta construcción explica, en el hecho mismo, p o r qué
los conceptos ordinales y cardinales del núm ero son necesariam ente soli­
darios en lo finito, como lo h a mostrado de m an era decisiva L. Brunschvicg.
Porque, genéticam ente, si el núm ero está form ado a la vez por clases y
relaciones asimétricas, cada uno de estos dos com ponentes sólo puede
engendrar la form a correspondiente del núm ero (cardinal p a ra la clase y
ordinal p a ra la seriación) apoyándose en el otro. Volveremos, p o r o tra
parte, a encontrar u n poco m ás adelante este problem a (en el punto 7 ).
P ara concluir, el núm ero no se reduce a los seres lógicos, conside­
rados como “agrupam ientos” que pueden aislarse, puesto que les es com ple­
m entario y expresa su fusión operatoria en u n a sola totalidad no realizable
en el plano cualitativo. Los seres lógicos no se reducen tam poco al
número, puesto que son la resultante de la disociación de sus com ponentes
cardinal (encaje) y ordinal (seriación), con recurso a las cualidades
diferenciales. Sin em bargo, las clases, las relaciones asimétricas y los n u s le ­
ros form an, los tres, u n sistema operatorio coherente, a la vez único p o r
sus mecanismos y diferenciado por las tres posibilidades de coordinación
de las semejanzas, las diferencias o am bas al mismo tiem po. El proceso de
ccnstrucción así descripto representa pues u n a tercera solución, a la vez
distinta de la reducción de Russell y de la irreductibilidad p o stu lad a p o r el
intuicionismo del núm ero entero. Esta tercera solución presenta el interés
de ser sim ultáneam ente u n a reducción del núm ero a las operaciones lógicas
abordadas como totalidades com plem entarias (puesto que el núm ero está
exclusivamente com puesto de clases y relaciones asim étricas sim plem ente
agrupadas en form a nueva por la fusión de sus “agrupam ientos” respectivos)
y u n a reducción de la lógica al núm ero (puesto que los “agrupam ientos”
de las clases y las relaciones pueden asimilarse a “grupos” cuya movi­
lidad se lim ita en provecho de la contigüidad y la dicotom ía: véase el
p unto 3 ). A hora bien, esta reducción m utua, por asimilación recíproca,
se adecúa precisam ente al modelo de todas las reducciones conocidas entre
dominios semejantes. A lo largo de esta obra tendrem os m uchas veces la
ocasión de exam inar este problem a.

7. L a a x i o m á t i c a d e l n ú m e r o e n t e r o . H em os com probado hasta


ahora la existencia de dos clases de círculos genéticos. Por u n a p arte, el
núm ero entero supone las operaciones lógicas referidas a las clases y las
relaciones asimétricas cualitativas, pero estas operaciones lógicas suponen
a su vez u n a cuantificación prenum érica, bajo la form a de las cantidades
intensivas “uno” , “ninguno” , “algunos” y “todos” , qu e se convertirán en
num éricas apenas se las separe de las cualidades diferenciales. Por otra
parte, el núm ero cardinal supone u n a ordenación de las unidades necesaria
p ara su diferenciación, m ientras que el núm ero ordinal supone la coligación
de los térm inos ordenados, sin lo cual n -)■- 1 no po d ría ser distinguido de n.
A hora bien, estos círculos no m olestan en absoluto a los axiom áticos que
consiguen reconstruir en form a de teorías coherentes y lineales — es decir
exentas de contradicciones y círculos viciosos— las diversas estructuras
num éricas, como si ellas subsistiesen en cierto tipo de absoluto u n a vez que
se h an form ulados los axiomas, las definiciones y los términos indefinibles
del p u n to de partida. Por lo tanto, nos parece indispensable exam inar,
con u n ejemplo particular, cómo puede efectuarse la unión entre el análisis
axiom ático y el análisis genético, problem a que vuelve a encontrarse
constantem ente y en las form as m ás variadas en la epistem ología psicológica.
Si nos limitarnos al núm ero entero, veremos qu e existe respecto de él
gran cantidad de axiom áticas: las de H ilbert, Padoa, L andau, etc. R ecor­
demos sim plem ente los cinco célebres axiomas de Peano, que b astan p ara
generar toda la num eración u n a vez que se adm iten los tres conceptos
fundam entales: el cero, el n (un núm ero cu alq u iera), y el sucesor (la
ley fundam ental que perm ite pasar de u n núm ero a su sucesor) :
( 1 ) 0 es u n n ú m e ro ; ( 2 ) el sucesor de un núm ero es también un n ú m e ro ;
(3) dos números nun ca tienen el mismo sucesor (o : si los sucesores de
dos núm eros son idénticos entonces estos núm eros son idénticos entre s í ) ;
(4) el sucesor de u n núm ero no puede ser 0 ; (5) si una clase contiene 0
y un núm ero cualquiera n, y si el sucesor de n tam bién form a p arte de
ella, entonces esta clase contiene todos los núm eros (principio de inducción
co m p leta).
El problem a que conviene p lantear es entonces el de la determ inación
de las relaciones entre esta axiom ática y los análisis genéticos que preceden,
tanto en lo referente a las semejanzas como a las oposiciones y ta n to res­
pecto del método com o en cuanto a sus resultados.
Se impone, ante todo, u n a prim era sem ejanza y sean cuales fueren
las diferencias entre ambos m étodos: ni el análisis axiomático ni el análisis
genético p u ed en rem ontarse a un p u n to de p artid a absoluto; ambos están
condenados a u n a regressio ad in fm itu m sí quieren dejar d e lado los datos
— datos indem ostrables o indefinibles en el caso de los axiom as y los tér­
minos axiom áticos inaugurales, y datos inexplicables en el caso de la psico­
génesis— . E n electo, en lo que se refiere a la regresión genética, es posible
m ostrar cóm o las operaciones num éricas están preparadas pór las opera­
ciones de clases y relaciones, y cómo éstas constituyen el “ag rupam iento’', por
composición reversible, de acciones que encuen tran sus raíces en las coordi­
naciones sensoriomotrices. Sin em bargo, afirm ar que estas coordinaciones
son el resultado de las coordinaciones orgánicas, equivale a no decir n ad a
preciso en cuanto a la explicación del núm ero y rem ontarse más allá nos
conduce a u n total desconocido: por lo tanto, la explicación se referirá
sólo a los estadios superiores y u n a vez dados aquellos elementos que la
hacen posible.
A hora bien, paralelam ente a esta detención forzada del análisis regre­
sivo, la axiom ática se da como p unto de p artid a definiciones y axiomas,
pero nu n ca puede definirlo todo, ni estar segura de haber alcanzado los
axiomas m ás simples, analizados aisladam ente, ni los más coherentes. Por
lo tanto, no sólo en el punto de p artid a sino tam bién en la organización
previa de los conceptos utilizados p ara poner en funcionam iento la cons­
trucción axiom ática, volverán a encontrarse los círculos.
En p rim er lugar, en lo que se refiere a las definiciones todos sabemos
que no pueden definirse todos los térm inos que intervienen en un sistema
abstracto, puesto que sólo se define u n térm ino m ediante otros términos.
Los térm inos em pleados constituyen pues un círculo, y sólo se evita este
círculo, desde el p unto de vista form al, repartiendo siempre los térm inos
en definibles e indefinibles. A hora bien, resulta claro qu e un térm ino
nunca es de po r sí definible o indefinible, sino que solamente lo es respecto
del sistema adoptado. Por lo tanto, siem pre se goza de la libertad de elegir
los indefinibles y las definiciones (es decir, los términos que se deciden
definir y la m anera como se los d e fin irá ); pero siempre hay térm inos
indefinibles y son tan im portantes com o los términos definidos, ya que
pueden contener u n a sucesión inagotable de implicaciones operatorias. La
regla del juego (al m ism o tiem po que el arte de la axiom ática) consiste
precisam ente en utilizar, en la construcción form al, los térm inos definidos
ateniéndose únicam ente a la form a en que fueron definidos y reduciendo
los indefinibles a u n m ínim o posible, sin tener que buscar, en conse­
cuencia, qué es lo que ellos encubren. Esto perm itirá sobre todo atenerse
a los térm inos ordinales (o cardinales) que uno desee introducir explícita­
mente, haciendo abstracción de los otros aspectos del núm ero, y la regla
del juego prohíbe po r supuesto que vuelva a introducirse en el cam ino
lo que al comienzo h a sido separado. Sin em bargo, desde u n p u n to de
vista epistemológico, y no sólo desde un p u n to de vista de la técnica form al,
la cuestión consiste entonces en saber si estos términos, que se han dejado
de lado previam ente, realm ente pudieran ser descartados o si están siempre
presentes (y, en consecuencia, operando) en los términos- indefinibles. En
otras palabras, la axiom ática se restringe, y debe restringirse, a sus “definí-
ciones nom inales” , pero la epistemología está obligada a descubrir las ideas
u operaciones reales que perm itieron que ellas fueran form uladas.
' ' f ’E n este sentido, la axiom ática del núm ero entero de Peano es muy
instructiva por la elección de sus tres conceptos fundam entales. E n efecto,
¿ qué es la idea de sucesor? Se la puede reducir a un m ínim o, sim plem ente
como la expresión de la ley que “crea los núm eros unos después de los
otros ” 36 y cuya aplicación h ab rá de simbolizarse con el signo Sin
embargo, aun adm itiendo que la construcción se refiera a simples núm eros
y que el signo -(- conserve un sentido p uram en te ordinal, nos p reg u n ta­
remos — puesto que se tra ta de descubrir la significación epistemológica
de esta construcción— ¿en qué consiste la sucesión de dos núm eros y
cómo puede distinguirse el núm ero n -f- 1 del núm ero n ? A hora bien,
definir el concepto de sucesión (aun en el caso de dos núm eros) habrá
de com prom eter evidentem ente toda la lógica de las relaciones asim étricas
y h ará intervenir rápidam ente térm inos indefinibles de carácter p ro p ia­
m ente operatorio, cuyo poder p ara construir u n orden será resultado de
la inteligencia (o la acción). E n cuanto al empleo de la operación - j- ,
que engendra la sucesión (1 núm ero) -f- (1 núm ero) (1 núm ero) . . .
y que trad u cirá precisam ente los térm inos indefinibles presentes en la idea
de “sucesor” , siem pre estará som etida a la siguiente condición: o bien
un núm ero cualquiera no se distingue del an terio r salvo porque existe un
núm ero cardinal de núm eros ya escritos antes que él, o bien cada núm ero
está afectado po r u n signo distintivo (nom bre, etc.) p articu lar. Sin
em bargo, estos signos distintivos no pueden definirse si no es distinguiendo
el núm ero n -f- 1 del núm ero n, por el hecho de que n -j- 1 incluye ya
un núm ero cardinal n de núm eros anteriores-, m ientras que el núm ero n
sólo incluye n — 1. ¿Se dirá entonces que es inútil contar (cardinalm ente)
los núm eros puesto que su sucesión ordinal resulta suficiente de p o r sí y
sólo se sustenta en' la ausencia de antecedente p a ra el prim er núm ero
y la sucesión de los antecedentes p ara los siguientes? Pero precisam ente la
ausencia de antecedente ordinal significa u n a clase n u la o un núm ero
cardinal nulo sin antecedentes y la sucesión ordinal de los antecedentes
ulteriores supone u n núm ero cardinal de actos a los que h ay que recu rrir
necesariam ente p a ra distinguirlos unos de los otros: co n trariam en te a un a
seriación sim plem ente lógica, en la que los térm inos se distinguen p o r sus
cualidades intrínsecas (por ejem plo A < B < C, etc.), sin que sea nece­
sario contarlos p a ra diferenciarlos, los núm eros puros de orden no pueden,
en efecto, diferir unos de otros sino por el n ú m ero cardinal de los antece­
dentes de cada uno. Si queremos explicitar todo lo necesario, direm os que
la operación num érica -|- im plica pues un trasfondo de cardinación pre­
sente tras la ordinación: esta cardinación interviene p o r otra p a rte de
m odo explícito en la proposición (5 ), donde se tra ta de la “clase” de los
números, f Por lo tanto, si llegamos a las últim as consecuencias, el n ú m ero
h abrá de reducirse a u n a síntesis de clases y relaciones asim étricas tanto
axiom ática como genéticamente."' Sm em bargo, el axiom ático se reserva

3S Gonseth: Fondement des mathématiques, pág. 206.


precisam ente el derecho de no llegar a las últim as instancias, de no
expíicitar todo, en lo que se refiere a los térm inos indefinibles y a la utiliza­
ción delim itada de las operaciones introducidas, lo cual no le im pide luego
ser más exigente en cuanto al cuerpo mismo de la construcción form al
elaborada m ediante ellos.
Exam inem os ah o ra los axiomas mismos. P ara la axiom ática, se tra ta
de saber si son sim ples y coherentes, es decir, por u n a p arte, independientes
entre sí y, p o r la otra, no contradictorios entre sí. G onseth m ostró clara­
m ente 37 cóm o la axiom ática se las ingenia p ara cum plir con estas dos
exigencias en form a solidaria ya que “la independencia y la coherencia
de un sistema sólo pueden ser tratadas sim ultáneam ente” (pág. 207). P ara
averiguar si un axiom a en juego es independiente se “construyen” sucesiva­
m ente axiom áticas que dejan de lado este axiom a, ya que estas construc­
ciones pueden desembocar en resultados contrarios al axiom a dejado de
lado (pág. 37). Sin embargo, únicam ente así, de m odo indirecto, puede
asegurarse la coherencia, ya que no puede m ostrarse directam ente la no
contradicción de u n axioma ni la de dos axiomas uno respecto del otro.
P ara dem ostrar la n o contradicción de un axiom a aislado, h ab ría que d e­
m ostrar antes la no contradicción de la lógica m ism a: vemos entonces cómo
vuelve a aparecer el círculo fundam ental com ún a los análisis genéticos y
axiomáticos puesto que, para dem ostrar ja no contradicción de la lógica,
es necesario em plear forzosamente esta últim a. E n cuanto a la no co n tra­
dicción de los axiom as entre sí, sólo se verifica a través del exam en de sus
resultados, ya que — querer dem ostrarla directam ente— supondría rem on­
tarse a todas las verdades previas que im plican, lo cual vuelve a conducim os
a la no contradicción de la lógica misma. Los innum erables elementos
implícitos en u n a axiom ática se apoyan pues m u tu am en te en un círculo
sin fin, y ú n icam ente el empleo de los axiomas elegidos com o puntos de
partida convencional de la construcción puede tran sfo rm ar este círculo en
una sucesión lineal.
L a conclusión a la que nos conducen estas observaciones es que la
XQnsjracción axiom ática es más paralela a la construcción genética de
lo que a p a ren ta serlo, aunque la axiom atización rearticule librem ente a la
segunda. L a razón es que si bien se elaboran las diferentes axiomáticas
posibles de m odo autónomo, algunas conexiones fundam entales son com u­
nes a todas ellas porque traducen precisam ente los círculos genéticos. ¿E n
qué consisten estas conexiones? Conviene aquí in tro d u cir u n a distinción
esencial. E n u n a axiom ática interviene, p o r un a p arte, u n conjunto de
implicaciones explícitas —las implicaciones entre proposiciones— determ i­
nadas por las definiciones del punto de p artid a. Sin em bargo intervienen,
por o tra p arte y com o acabamos de ver, relaciones im plicitas, en particular,
entre las operaciones y los términos indefinibles. A hora bien, en vez de
constituir sim plem ente implicaciones entre proposiciones, estos vínculos
representan implicaciones entre operaciones: ..por ejem plo, la operación -f-
im plica a la vez las operaciones de orcien y de recopilación, si se tra ta

87 F. Gonseth: Les fondemeuts des mathématiques. Paris, 1926.


de adicionar unidades homogéneas, etc. E n consecuencia, estas im plica­
ciones entre operaciones constituyen el correlato de lo que, genéticam ente,
es la abstracción sui generis a p a rtir de las acciones u operaciones ante­
riores, descripta en el punto 2 , y de este m odo se apoyan en la generalización
p o r composición operatoria y no por simple encaje de las proposiciones
particulares en aquellas que ellas im plican. Por esto, los análisis axiomáticos
y genéticos son en realidad com plem entarios y no divergentes. E n efecto,
u n a axiom ática no se refiere directam ente a las operaciones mismas, sino
a proposiciones que expresan sus resultados. P or lo tanto, el axiomático
sólo se enfrenta con las im plicaciones entre estas proposiciones y no con las
conexiones previas entre las operaciones, conexiones de las que sólo conserva
u n m ínim o indispensable p a ra cada construcción particular. P or el con­
trario, el genético se interesa en estas implicaciones entre operaciones y,
en este sentido, los dos tipos de investigaciones son com plem entarias: un a
se refiere a los vínculos previos o implícitos, sin d u d a inagotables, y la otra
a su explicitación form al, sin d u d a siempre parcial. Q ue entre estas dos
actitudes — operativa y form alista— hay u n a posible convergencia, lo
testim onia constantem ente la historia; pero ella m uestra tam bién, y en
igual grado, que hay u n a divergencia ap arente como hemos de exam inar
ah o ra m ediante ejemplos con los núm eros derivados de. los enteros positivos
y em pezando p o r el núm ero negativo.

8. E l n ú m e r o n e g a t i v o y e l c e r o . L a com paración de la historia


de los núm eros negativos y la de los enteros positivos resulta singularm ente
instructiva. Desde el punto de vista operatorio, nada parece m ás simple
que añadir o quitar, en el pensam iento, un prim er conjunto a u n segundo,
au n q u e éste sea m om entánea o definitivam ente el más pequeño de los dos;
el carácter reversible de las operaciones de adición y sustracción parece
im plicar sin m ás la necesidad de com pletar la sucesión directa de los
núm eros enteros positivos por la sucesión inversa de los enteros negativos,
siendo éstos la resultante de la sustracción ?i2 — n x si nx > « 2 - L a signifi­
cación de estas operaciones resulta incluso ta n general que no aparece
com o específica del núm ero y se encuentra ya presente en las reuniones y
separaciones de las clases cualitativas. C uando el lenguaje corriente dice
“Todos los m am íferos salvo (excepto, fu era de, etc.) los cetáceos tienen
p atas” , expresa la operación B ( = los m am íferos) — A ( = los cetáceos)
= A ’ ( = los mamíferos que no son cetáceo s). La clase de los cetáceos
quedará entonces afectada po r u n signo de sustracción (— A ) en la
transcripción algebraica de esta frase. Si se construye ahora la clase de los
vertebrados sin patas, se d irá inversam ente “Todos los m am íferos están
excluidos de ella, salvo los cetáceos”, lo cual se escribirá — (B — A) =
— A ’ o tam bién -(-A — B = — A’, es decir, que la inversión de los signos
de la ecuación lógica B — A = A ’ culm inará en el concepto de u n a clase
negativa — resultante de la exclusión (sustracción) de un todo — B
m ayor que la parte conservada -j- A. E n cu an to a las operaciones num é­
ricas espontáneas, com prendim os todos desde siempre, desde su aplicación
a los intercam bios económicos, o a los cam inos recorridos, que al com­
p ra r m ás de lo que se h a pagado se contrae un a deuda, y que al retroceder
m ás de lo que se h a adelantado se hace en sum a u n a m arch a hacia atrás
lo cual constituye propiam ente un empleo, en la acción misma, del núm ero
negativo, ¿Cóm o explicar entonces este hecho extraordinario de que los
núm eros negativos sólo hayan sido reconocidos en la m atem ática con la
aritm ética de Diofantes, y, sobre todo, con los comienzos del álgebra y
hayan perm anecido extraños al pensam iento com ún de los griegos? Porque,
independientem ente de toda axiomática, corresponden las dos actitudes
— operatoria y form al— a dos etapas bien distintas en la construcción
operatoria m ism a: f la de las operaciones concretas — que consisten ea
coordinar entre sí las acciones m entalizadas— y _la_ d e ja s o p e r a c io n e s
form ales — que consisten en reflexionarlas bajo la form a de operaciones
simbólicas n hiprLtéjjr.o-dediirtiva.s y traducirlas en proposiciones— . í El
hecho de que el núm ero negativo prolonga directam ente el num ero positivo
en la prim era etapa no im plica forzosam ente la consecuencia de que el
m atem ático que in te n ta form alizar las propiedades del núm ero tome con­
ciencia tan rápidam ente de los números negativos como de los núm eros
positivos, ya que la reflexión sobre las operaciones concretas invertirá el
sentido de la orientación y p a rtirá de su resultado antes de alcanzar su
m ecanism o (lo que precisam ente hemos analizado en el p u n to 7 a p ro ­
pósito de la axiom ática del núm ero e n te ro ). Por ello el resultado más
simple de las operaciones concretas, es decir el núm ero positivo, produce
u n a tom a de conciencia muy anterior al núm ero negativo, vinculado al
desarrollo del m ecanism o operatorio como tal.
Sin em bargo hay algo más. A consecuencia de esta m ism a dificultad
de la tom a de conciencia de las operaciones en su mecanismo íntim o
(sobre la cual volveremos en su form a general en el capítulo 3 ), el núm ero
negativo, u n a vez form ado, puede provocar dudas en cuanto a su valor
de conocimiento por causa del realismo del núm ero entero y porque no se
puede concebir que el núm ero positivo sea de carácter operatorio.
Así J. D ’A lem bert, de quien M. M ü ller expuso la filosofía en un
libro fascinante,38 pensó que la concepción de núm ero negativo resultaba
escura, a pesar de los modelos económicos (deudas) o geométricos (inver­
sión de dirección, etc.) que justifican su em pleo en la práctica. Vale la
pena exam inar los argum entos del autor del célebre principio mecánico
que lleva su nom bre. Sostuvo que el álgebra es evidente de por sí, o
al menos debería serlo, en la m edida en q u e generaliza las prim eras ideas
basadas en la sensación. Desde este p u n to de vista, la concepción de
núm ero positivo tom a su valor por el hecho de que se lo abstrae a p artir
de conjuntos concretos y de que se relaciona con ellos p o r el solo interm edia­
rio de la designación simbólica. A hora bien, el núm ero negativo no puede
abstraerse de n ad a sensible, puesto que corresponde a algo inexistente: si
se refiere a esta ausencia, ya no es del m ism o m odo en que el núm ero
positivo reúne los térm inos de este conjunto presente, lo es respecto de u n a
expectativa del sujeto. E n otras observaciones, m encionadas p o r M . M üller,

38 M. Müller: Essai sur la philosophie de Jean d ’Alembert. Payot. 1926.


y donde D ’A lem bert parece haber cam biado de opinión, se dice de los
núm eros negativos que son “tan reales com o los positivos y sólo difieren
p o r el sfgriñ~rñlñr.adn delante de ellos” , pero “ese signo sirve solamente
p a ra m odificar y corregir u n a falsa suposición” (pág. 83). Ello equivale
n u evam ente a afirm ar que el núm ero negativo difiere de los positivos
respecto de la expectativa del s u ie to T 5esc.ubrimiento de u n a ausencia en
el lugar de la presencia), sin por ello corresponder como los positivos a
ufla realidad sensible, designada por la. .lengua m atem ática. 1
Estas oscilaciones del gran D ’A lem bert son singularm ente instructivas
en cuanto a la naturaleza activa .y_.no estática del núm ero negativo y el
n úm ero entero en g e n e r a l^ J n efecto1, resulta claro que si se concibe que
todos los conceptos m a temáticos .derívaíTjle..JiL -^& :K..epcións_ el núm ero
negativo no~p¡Ie3e~justificarse puesto que corresponde a u n a ausencia de
percepción o, menos aún, que no hay grados en las percepciones nulas.
Sin em bargo, lo sorprendente es que esta contradicción entre la in te rp re­
tación sensualista del conocim iento y la realidad m atem ática n o haya
conducido a u n a m ente ta n orientada hacia lo concreto como D’A lembert
a rom per con las consideraciones m ecánicas y com p ren d er que la propiedad
esencial d el núm ero no es estática y p ercep tu al, sin o dinám ica y vinculada
a la acción misma, interiorizaclá'eri operaciones. D esde este punto d e vista,
él núm ero negativo puede com pararse con el núm ero positivo: es la res'ul-
tante de la m ism a acción, en el sentido m ás estricto del término, pero
sim plem ente orientado en sentido inverso. A ñad ir u n a u nidad constituye
así el núm ero positivo 1, de la m ism a m an era que qu itarla constituye el
núm ero negativo — 1. Es cierto que q u ita r — l a un a colección ya
form ada (por ejem plo 5 — 1) parece no conferir a — 1 la cualidad de
núm ero negativo, sino que solam ente parece ser la aplicación al núm ero 1
de la operación de sustracción; en cam bio, qu itar — l a una colección
nula parece constituir u n a acción imposible, o p u ram en te im aginativa
r(com o se llam ará m ás tarde “núm ero im aginario” a la extracción de la
raíz \ / - 1 ) . Sin em bargo, lo propio de las operaciones mentales es pro­
lo n g a r la acción real, es decir actual 'y m aterial, éh acciones futuras ó"
pasadas-, sim plem ente posibles, o incluso imposibles de realizarse en los
hechcsT e s ta s operaciones no dejan p o r ello de ser acciones puesto que
q u ita r — 1 a 0 — lo cual constituye el comienzo de los números negativos
en el sentido estricto del térm ino— consiste en com prom eterse a quitar
— 1 apenas la colección actualm ente nula, es decir, d ad a como un marco
sin contenido, se llene con un contenido positivo. P or ejemplo, sucede así
con el cálculo de los valores económicos realizados todos los días an te una
bolsa c u n cofre vacíos.
A un más, dado que el núm ero negativo es la resultante de las m ism as
acciones que el núm ero positivo, pero orientadas en sentido inverso, se
sigue que el pasaje de estos actos (agregar o q u itar) a los aspectos espa­
ciales y cinemáticos de la acción se realiza sin la intervención de nuevas
convenciones, que confieren así u n aspecto positivo y negativo, n o sólo a
los núm eros como tales, sino a las unidades de la m étrica lineal. .Nada
más simple, por ejem plo, que com poner distancias según que los movi­
m ientos se orienten en sentido directo o inverso. Y au n antes de la com­
prensión de estos conceptos, el niño consigue in v ertir un orden lineal ABC
en u n a sucesión CBA, lo cual corresponde nuevam ente a las operacio­
nes + y — . <r
Sin em bargo, la m ejor p ru eb a del carácter espontáneo de la construc­
ción que se encuentra en la fuente de los núm eros negativos y del hecho
de que esta construcción se relacipna jco.n.la acción. en_aposición- a la
| percepción, es la intervención necesaria de, ia .ü e g la de-los. signos” (— ) por
(— ) da ( -)-), en el m om ento en que se equilibran las operaciones con­
cretas (7 a 8 años), y luego en la lógica corriente de las proposiciones,
es decir, en ambos casos, m ucho antes que la form ule el álgebra de los
núm eros negativos. E n cuanto a las operaciones concretas, basta por
ejem plo presentar a los niños tres elementos ABC fijos sobre un a varilla
rígida p a ra que, una vez que h a n com prendido que un a rotación de 180
grados de esta varilla (detrás de u n a pantalla) invierte el orden en CBA,
los sujetos p uedan — alrededor de los 7 a 8 años— prever que dos ro ta­
ciones sucesivas de 180 grados h abrán de reestablecer el orden directo
ABC. L a inversión del orden es la operación n eg a tiv a; el niño com prende
entonces por sí mismo que dos inversiones conducen nuevam ente al orden
p o s itiv o ^ esto es lo que propiam ente representa la operación (— ) X (— )
= ( + )>22) A hora bien, en el plan o de la lógica de las proposiciones, esta
regla vuelve a encontrarse en su form a prenum érica en el cálculo de la
doble negación ( regla de M o rg a n ) : “es falso que sea falso = es verdadero”,
o bien “lo contrario de lo contrario’r son, por ejem plo, relaciones que todo
sujeto norm al com prende a p a rtir del nivel de las operaciones formales. —

A hora bien, estos hechos no sólo prueban con to d a evidencia el carácter


activo y no perceptüal del núm ero negativo, sino que adem ás verifican
incluso la hipótesis de carácter tam bién operatorio del núm ero positivo. En
efecto, sería inadmisible atrib u ir a la percepción de colecciones de objetos
el origen de los números positivos, es decir, considerarlos como “abstraídos”
a p a rtir de estos objetos, puesto que la ausencia de esta percepción no
constituye u n im pedim ento p a ra la formación de los números negativos. Sin
duda, esta percepción de las colecciones num eradas desem peña u n papel
en cuanto a la facilidad intuitiva de la acción y, en consecuencia, en
cuanto a la tom a de conciencia del núm ero positivo y, en este sentido,
podemos estar de acuerdo con d ’Alembert, pero las facilidades intuitivas
no se confunden con las coordinaciones de la acción y la tom a de conciencia
no es la construcción puesto que a veces invierte su orden genético. El
descubrim iento histórico tardío del núm ero negativo respecto de la utiliza­
ción ta n prim itiva, no sólo del núm ero positivo, sino adem ás de las opera­
ciones inversas que constituyen, en la acción, el equivalente anticipado de
los números negativos, no confirm a pues en absoluto el empirismo, o el
“sensualismo” : conduce sim plem ente a disociar, desde el p unto de vista

39 Véase Piaget: Les notions de mouvemeiit y de vitesse chez l’enfant. París,


puf, 1946, cap. i.
del desenvolvimiento de la historia de las ideas y desde el de la construcción
psicogenética, el papel respectivo de los factores de representación y
coordinación presentes en la acción operativa, así como su tom a de con­
ciencia o su form ulación reflexionada. Sin duda, se po d ría sostener sim ple­
m ente que el núm ero positivo apareció m ucho antes que el n ú m ero negativo
porque es m ás fácil generalizar u n a operación directa que su inversa. Sin
em bargo, esta explicación sigue siendo equívoca, porque no h ay operación
que sea en sí m ism a inversa: por ejemplo, sería legítimo considerar q u e la
separación o sustracción son la operación directa y la reunión o adición
su inversa, y así sucede en efecto en u n universo rigurosam ente continuo.
Si se em plea el lenguaje contrario y si la sucesión histórica de los descubri­
m ientos reflexivos se inauguró con el del núm ero positivo, es p orque la
tom a de conciencia del m ecanism o de las acciones procede de la periferia
al centro y comienza por concentrarse en los objetos sobre los que se ejerce
la acción m ás que en sus diversas fases: por lo tanto, resulta más fácil,
en el dom inio de lo discontinúo, razonar acerca de los objetos reunidos
que sobre el acto mismo de la reunión, y así se explica la prim acía del
núm ero positivo puesto que esta representación periférica que facilita la
tom a de conciencia n o está presente en las colecciones separadas o negativas.
E n resum en, más aún que el núm ero positivo, el núm ero negativo da
testim onio de la propiedad operatoria del n ú m e ro : no se puede abstraer
de los objetos su p ropia exclusión, corno uno se im agina — si sólo se tiene
en cuenta el resultado exterior de la acción de reunir— que puede extraerse
de las colecciones ya constituidas su pluralidad positiva. El núm ero nega­
tivo aparece pues como el modelo de la abstracción a p a rtir de la acción
y no del objeto, y esta conclusión confirm a lo que ya nos enseñaron los
enteros positivos. Sin em bargo, m ás aún que el núm ero negativo, h ay un
núm ero que, de por sí, hubiera podido servirnos como criterio decisivo:
se tra ta del núm ero cero, que proporciona el prototipo a la vez de una
tom a de conciencia tardía y de u n a imposible abstracción a p a rtir del
objeto. E n efecto, constituye uno de los grandes descubrimientos d e la
historia de la m a tem ática haber convertido al cero en un núm ero, ya que
si el cero lógico ( “ninguno” ) es, sin duda alguna, ta n viejo, como el-lenguaje
mismo (y quizás incluso el “no” h a precedido siempre al “sí” ) , fue necesario
vencer las mismas dificultades p a ra poder tom ar conciencia del cero arit­
m ético que en el caso del núm ero negativo. A hora bien, la causa de estas
dificultades aparece aquí m uy claram e n te: si la tom a de conciencia se
rem onta de la periferia al centro, la últim a de sus etapas consistirá segura­
m ente en observar que una ausencia de operación sigue siendo un a opera­
ción. E n tan to se h a buscado el núm ero en el objeto, la sucesión d e los
núm eros comenzó, en consecuencia, por 1. T ran sfo rm ar al cero en el
prim ero de los núm eros consiste, po r el contrario, en ren u n ciar a abstraer
estos núm eros a p a rtir del objeto (el cero lógico basta p a ra expresar su
ausencia) y extraerlos únicam ente a p a rtir de las operaciones; y toda
operación aditiva com puesta con su inversa culm ina entonces en esta opera­
ción fundam ental que es la ausencia de toda operación, es decir, la “opera­
ción idéntica” 0.
N Ú M E R O FR ACCIONARIO Y EL N U M E R O IRR A CIO N A L. Como e l
núm ero negativo, el núm ero fraccionario presenta el problem a de las rela­
ciones entre la acción operatoria y la representación perceptüal y, en
consecuencia, entre las dos clases de abstracciones, a p a rtir de la acción o
a partir del objeto mismo. Si bien h a aparecido m ás tard e que el núm ero
entero positivo, el núm ero fraccionario tam bién vio favorecida su form ación
por consideraciones perceptuales fundadas, en este caso, en el fracciona­
miento de los objetos continuos y los conjuntos discontinuos. E n efecto, la
im portancia de la repartición fue decisiva p a ra su descubrim iento y la
preponderancia atribuida a m enudo a la partición de los objetos continuos
—po r ejemplo u n campo o u n a torta— h a conducido a algunos autores a
atribuir al núm ero fraccionario u n origen más espacial que p uram ente
aritm ético, y (lo cual no es en absoluto lo m ism o) m ás perceptüal que
operatorio. Se tra ta pues de exam inar cómo la consideración de la relación
entre las partes en el interior de un mismo todo h a im puesto el concepto
de núm ero fraccionario: ¿es en virtud de coordinaciones operacionales a n á ­
logas a las que acabamos de ver obrar en la construcción del núm ero entero
positivo o negativo? o bien ¿ la intervención de la percepción y la represen­
tación intuitiva aparece, en este caso, como siendo necesaria en u n sentido
que im plica la abstracción a p a rtir del objeto?
E n u n interesante fragm ento de sus Etapas, L. Brunschvicg se opone
al esfuerzo realizado por R iquier p a ra justificar la independencia de los
fundam entos aritméticos del núm ero fraccionario respecto de las conside­
raciones físico-aritméticas: “ P ara nosotros, la aritm ética de los números
enteros ya es u n a disciplina físico-aritmética, y ello le otorga su valor de
ciencia.- A p a rtir de entonces, si queremos conservar este valor, debemos
m antener en el dominio de las fracciones el mismo orden de conexión que
en el dominio de los núm eros enteros, y concebir que a las transform aciones
m entales efectuadas sobre las expresiones fraccionarias corresponden las
transformaciones efectuadas sobre las cosas” .40 . R esulta claro que si se
entiende por “físico-aritm éticas” l&s operaciones susceptibles de “efectuar
transformaciones sobre las cosas” , nos adherim os a la doble tesis de
Brunschvicg acerca de la continuidad entre el núm ero entero y el núm ero
fraccionario y el carácter operatorio de este tipo de números. Pero no
hay porque deducir a p a rtir de ahí que los núm eros fraccionarios se
abstraen de los objetos físicos — puesto que consisten en acciones y opera­
ciones ejercidas sobre estos objetos y, po r lo tanto, se los extrae del m eca­
nismo de la acción— ni tam poco que la experiencia física es semejante a
la operación m atem ática. P or más insensibles que sean las transiciones
entre las dos clases de conocimientos, la experiencia física se inicia cuando
—además de las operaciones extraídas de la coordinación general de
las acciones— interviene u n a abstracción a p a rtir del objeto mismo:
el conocimiento físico supone, en efecto, un conjunto de acciones espe­
ciales, que ya no se lim itan a reunir o separar, en h acer corresponder
por asociaciones o en dividir, etc., es decir, en utilizar los aspectos más

i0 L. Brunschvicg: Les étapes de la pjiilosophie niathématique, 2* ed., pág. 492.


generales y la coordinación m ism a de las acciones, sino que se refieren
a las cualidades particulares (velocidad, tiem po, fuerza, etc.) que dis­
tinguen a los objetos como tales. Desde este p u n to de vista, resulta
evidente que el núm ero fraccionario sigue siendo, como el núm ero entero,
relativo a la coordinación operatoria y no hace intervenir p a ra n ad a estas
acciones especiales.
N o por ello es m enos cierto que, en el caso de los núm eros fraccionarios
así como en el caso de los enteros positivos y negativos, la tom a de con­
ciencia que h a condicionado la evolución histórica del concepto se concentró,
en prim er lugar, en las representaciones perceptuales o im aginadas antes de
descubrir el elem ento propiam ente activo .y operatorio que constituye el
verdadero m otor de esta generalización del núm ero. P o r ello, se h a atribuido
tan a m enudo el origen de los núm eros fraccionarios, por u n a parte, a la
experiencia física del fraccionam iento (opuesta a la acción de rep artir)
y, por la otra, a consideraciones num éricas: de donde ia hipótesis acerca
d e que el núm ero fraccionario es la resultante de preocupaciones espaciales
m ás que numéricas.

El argum ento m ás frecuentem ente em pleado, en favor del origen


espacial de las fracciones, es que la u nidad num érica es indivisible y que
sólo las unidades m étricas son divisibles en tanto la m edición se aplica al
continuo espacial y al de los objetos físicos. A hora bien, esta cuestión de
la divisibilidad de la u n id a d plan tea precisam ente u n problem a genético
interesante en cuanto a las relaciones de la m edición espacial y del núm ero
y que dom ina, en consecuencia, la problem ática del origen del núm ero
fraccionario. E n efecto, como volveremos a verlo en el capítulo 2, sucede
que la m edición presenta un m odo de form ación estrictam ente com parable
al del núm ero, y ese paralelism o constituye por o tra p arte de por sí un
argum ento de peso en favor de la interpretación defendida en el p u n to 6.
Todos estarán de acuerdo en adm itir que la constitución de la unidad
m étrica es la resultante de u n a síntesis operatoria entre la partición y el
desplazam iento: m edir u n todo m ediante u n a de sus partes consiste en
desplazar sucesivamente sobre las otras la p arte elegida corno unidad, de
tal modo que se asegure u n a sucesión de igualaciones p o r congruencia, y
se reduzca así el todo m edido a u n m últiplo de la unidad reiterada. A hora
bien, se percibe de inm ediato que la partición representa, en el terreno de
las cantidades continuas, el equivalente de la adición de los elem entos
en el dom inio de las clases encajadas, y que el desplazam iento sucesivo
equivale por su p arte a la seriación en el dom inio de las relaciones asimé­
tricas, E n efecto, así com o pueden reunirse, de modo contiguo y dicotómico,
objetos discontinuos en clases y estas clases elem entales en clases de orden
superior, etc., según la estructura de los “agrupam ientos” cualitativos
(o “intensivos” ) descriptos en los puntos 3 y 6, así se p ueden adicionar
entre sí los elementos finitos de u n continuo obtenidos por simple partición
(por ejem plo los segmentos de u n a re c ta ), y constituir pares contiguos
que se encajan cualitativam ente según la m ism a estru ctu ra (A -f- A ’ = B;
B -j- B’ = C, etc.). Y a sean encajes de clases elem entales en clases de
rango progresivo, o bien reuniones de partes contiguas en totalidades
de orden creciente, se tra ta de dos clases de operaciones semejantes y que
aparecen, en el niño, al mismo nivel genético. L a ú n ica diferencia es
que el producto de la prim era de estas dos operaciones es u n a clase de
elementos discontinuos y el producto de la segunda es u n objeto sin
interrupción; entonces el entorno reem plaza a la sem ejanza que constituye
el principio d e formación de las clases: puede llam arse “lógico” al prim er
conj unto de operaciones que tom an al objeto com o p u n to de partida y
culm inan en la clase, e “infralógico” al segundo tipo que culm ina en la
construcción del objeto como p unto de llegada y procede de sus elementos
o partes. Asimismo, la seriación de las relaciones asim étricas constituye u n
“agru p am ien to ” de operaciones lógicas, que conserva el orden (directo o
inverso) en tre los elementos seriados, m ientras que el desplazamiento
aparece genéticam ente como siendo, en prim er lugar (es decir anterior­
m ente a to d a m edición), un cambio de orden o em plazam iento, es decir,
una operación infralógica constitutiva de un nuevo orden. A bordado bajo
este ángulo cualitativo, el sistema de los desplazam ientos tal como lo
construye el niño que no puede aú n realizar m edición alguna, constituye
entonces, él tam bién en prim er lugar, una simple agrupación cualitativa.
A hora bien, a l utilizar al mismo tiempo la partición y el desplazamiento,
el sujeto conseguirá igualar (por congruencias concretas) u n a p arte d ad a
con las otras partes de un mismo todo y reducir así el todo a u n múltiplo
de la u nidad elegida, exactam ente del mismo m odo com o obtiene el número
por fusión del encaje de las clases con la seriación de las relaciones asimé­
tricas : la m edición aparece entonces genéticam ente de la m ism a m anera
que el núm ero, y las dos construcciones son sem ejantes en todos sus aspectos
salvo uno: u n a es de carácter lógico-aritmético y la o tra infralógico.

¿ E n qué se convierten entonces las cuestiones de la divisibilidad de la


unidad y del origen de los núm eros fraccionarios? E l análisis genético p ro ­
porciona, en este sentido, tres clases de resultados. E n prim er lugar, no es
cierto que el concepto de fracción se descubra en el terreno infralógico de
los objetos continuos antes de que se lo descubra en el de los conjuntos
discontinuos de carácter lógico-aritm ético; estas dos clases de fracciones
se construyen sin duda sim ultáneam ente. En efecto, al nivel de las opera­
ciones concretas, la unidad sigue siendo relativa a la realidad enum erada
o m edida, de tal modo que en presencia de algunas bolitas o fichas, puede
concebirse la unidad tanto como la colección m ism a (el “m o n tó n ”, etc.)
o com o el objeto individual: el niño concebirá entonces ta n fácilmente las
fracciones simples de la m itad ( 1 / 2 ) , el cuarto o incluso el tercio si decide
dividir la colección en dos m itades, en cuatro cuartos, etc., como si se tratase
de las dos m itades o los cuatro cuartos de u n a torta. Y si logra de por sí
en ambos casos com prender fácilm ente estas fracciones a cierto nivel de
desarrollo, las dificultades serán las mismas en los niveles anteriores y te n ­
derán (tam bién en ambos casos) a una incom prensión de las relaciones
entre la p a rte fraccionada y las otras, así como entre ella y el todo:
“la m itad de la m itad” provocará por ejemplo las mismas oscilaciones
iniciales en el caso de la torta que en el caso de la colección que se h ab rá
de repartir, porque se carece de u n esquem a de encajes y com paraciones
entre las partes mismas.
E n segundo lugar, aun en los casos en que la noción de fracción
aparece en el terreno de los objetos continuos y del espacio antes de
aplicarse a las colecciones num éricas, el estrecho isomorfismo entre las
operaciones iníralógicas y las operaciones lógico-aritméticas, por lo tan to
entre la form ación de la m edición y la del núm ero, suprim e to d a oposición
epistemológica entre la fracción m étrica y la fracción n u m é rica: am bas
suponen el m ism o pasaje entre la acción, acom pañada de intuición p e r­
ceptual, y la operación reversible concreta y, en ambos casos, la relación
expresada po r el fraccionam iento sólo es u n a generalización de las o p era­
ciones que conform an el núm ero (ya se presente el núm ero como u nidad
m étrica o como unidad sim p le).
E n tercer lugar, toda diferencia entre las operaciones iníralógicas y
lógico-aritm éticas desaparece en el plano form al, y las dos clases de op era­
ciones se traducen entonces en form a de proposiciones y las relaciones de
partición, desplazam iento y m edición se reducen, en el hecho m ism o, a
relaciones lógicas o lógico-m atem áticas como las restantes. E n realidad,
se puso de manifiesto, en el plano form al, la hom ogeneidad com pleta del
núm ero fraccionario y el núm ero entero a través de la teoría de los pares
desarrollada por W eierstrass y am pliada a los núm eros complejos por
H án k e l: en este esquema, todo núm ero puede representarse p o r u n p a r y
ya no existe distinción alguna entre los núm eros fraccionarios y las otras
categorías de números.
El descubrim iento del núm ero irracional planteó, en u n a form a nueva,
el problem a de la oposición ap aren te y el isomorfismo real entre las op era­
ciones aritm éticas y las operaciones geométricas. E l descubrim iento de
esos núm eros — resultado del desarrollo, generalm ente atrib u id o a Teodoro
de C irena, de las raíces de enteros que no son potencias perfectas, o bien
de la com probación de la inconm ensurabilidad de la relación entre el lado
y la diagonal de los cuadrados (en u n cuadrado de lado 1, p o r ejem plo, la
diagonal es en virtu d del teorem a de Pitágoras y 2 que es inconm en­
su rable)— estuvo, como todos sabemos, en el p u n to de p artid a de la
crisis del pitagorismo. H ubo que proclam arse el divorcio entre las rela­
ciones num éricas simples y las relaciones espaciales elem entales: la conti­
nuidad de esas relaciones espaciales parecía ser irreductible a los núm eros
enteros, así como a las fracciones “racionales” —este térm ino señala bas­
ta n te bien el juicio de valor en nom bre del cual se considera que ú n ica­
m ente ciertas relaciones agotan la p ropiedad del núm ero— . L a crisis sólo
culm inó, en realidad, con el análisis infinitesimal, en prim er lugar, y, en
particular, con la doble construcción —geom étrica y aritm ética— de lo
continuo. Por u n a parte, W eierstrass proporcionó sim ultáneam ente la
expresión del continuo geom étrico y la dem ostración de que los núm eros
racionales no pueden corresponder térm ino a térm ino al conjunto de los
núm eros reales, porque los primeros- son insuficientes p ara lle n ar el intervalo
entre dos núm eros cualesquiera. P or otra parte, D edekind y C an to r anali­
zaron el continuo geom étrico m ediante el método de los cortes y los encajes
convergentes, y definían en cam bio paralelam ente los núm eros irraciona­
les, el prim ero m ediante cortes análogos y el segundo m ediante las series
cuyos límites son estos núm eros irracionales. Por o tra p arte, sabemos que
los números irracionales tienen m últiples propiedades: unos son “algebrai­
cos” , otros son “trascendentes” , como los números -x y e, cuya significa­
ción geom étrica conocemos y que no son las raíces de ecuación algebraica
finita alguna (por ello, corresponden a los casos previstos p o r Abel y Calois
según los cuales las raíces de u n a ecuación entera no son la resultante de
simples combinaciones alg eb raicas). E n consecuencia, se acepta concluir
que — aun cuando los núm eros irracionales hayan podido ser la resultante
de consideraciones geom étricas y, en particular, cuando se ha construido
el continuo aritm ético, posible gracias a ellos, p ara que pueda coincidir
con el continuo espacial—■ los números irracionales corresponden a un a
construcción autónom a. Constituyen entonces el punto de unión entre las
operaciones que, genéticam ente, provieneh de ios dos dominios paralelos
de lo infralógico y lo lógico-aritm ético e incluso a través de esta función
dan u n testimonio del isomorfismo de las construcciones numéricas y las
construcciones espaciales.
E n resumen, como los núm eros fraccionarios, los núm eros irracionales
verifican en realidad la independencia y el paralelismo entre las operaciones
aritm éticas y geométricas, au n cuando este paralelism o se presente al
comienzo como ausente en el caso de los segundos, m ientras que surge
de entrada en el caso de los prim eros (y aunque en am bos casos se hay an
podido encontrar objeciones a esta in d epen d en cia). D esde el punto de
vista genético, este mismo equilibrio alcanzado por dos sistemas operacio-
nales, independientem ente de las circunstancias que dieron lugar a los
descubrimientos o que m otivaron las tom as de conciencia, m uestra de m odo
suficiente hasta qué p u n to la coordinación operacional se libera de los
objetos a los que se refiere en el p u n to de partida, porque es la resultante
de las acciones del sujeto en oposición a los datos perceptuales o las in tu i­
ciones imaginadas.

10. Los N Ú M E R O S C O M P L E J O S , L O S C U A T E R N IO N E S Y L O S O PE R A D O R ES.


Con la construcción de los núm eros imaginarios o complejos, contraria­
m ente al caso de los núm eros negativos, fraccionarios e irracionales, ya
conocido desde la antigüedad, abordam os un a generalización del núm ero
que, de entrada, adquirió u n a form a operacional, sin intervención inicial
de las contingencias sensibles o incluso geométricas. El problem a consiste
entonces en precisar el sentido de estas puras operaciones: ¿h an p erm a­
necido en el estado de simple simbolismo formal, o bien se reúnen, pero esta
vez a posteriori y en consecuencia de m odo imprevisible al comienzo, con
las consideraciones geométricas o incluso físicas?
El concepto de núm ero im aginario y '- l — aplicación de la operación
de extracción de raíz cuadrada a los números negativos (generalización
im puesta entre otros motivos p o r la solución’ de las ecuaciones de segundo
g ra d o )— proporciona el modelo de una “experiencia m ental” ap aren te­
m ente sin objeto alguno, puesto que no existe cuadrado negativo, o puesto
que el núm ero negativo no es u n objeto excluido o sustraído del dominio
de experiencia considerada. L a experiencia m ental, a la que recurren los
em piristas como prueba de la sumisión del espíritu a lo real, es en efecto
aquí lo mismo que hemos visto en el casó de la construcción del núm ero
entero: la reproducción m ental de u n a acción o ú n a operación, indepen­
diente de los caracteres del objeto al que se refiere, y no la reproducción
d e u n a realidad independiente del acto, puesto que precisam ente el núm ero
im aginario com enzó sólo por constituir el esquem a de u n a operación sin
objeto. Por cierto, este esquema constituye la prolongación, ’ en lo virtual,
de operaciones que en su origen son reales, pero ¿cóm o un a acción, real en
su p unto de p artid a, como lo es la extracción de la raíz (caso p articular
de la división) puede prolongarse sin objeto de aplicación alguno, si desde
este mismo comienzo la operación sólo consiste en algo yuxtapuesto al
objeto y no extraído o abstraído de ios objetos? ¿y si entonces el esquema
operatorio fu era un esquem a de asimilación (siendo ésta por definición una
adjunción al objeto) y no u n a simple acom odación? C uando la física
aplica a otra escala (m ayor, o m ás p eq u e ñ a), los conceptos resultantes de
u n a abstracción de las cualidades observadas en nuestra escala, esta ex tra­
polación ilegítim a conduce a to d a clase de dificultades (tiem po absoluto
que puede aplicarse a grandes velocidades, concepto de corpúsculos p er­
m anentes no aplicable a la escala microfísica, etc.) : precisam ente se trata
entonces de abstracciones a p a rtir del objeto que no p ueden utilizarse fuera
de su contexto de observación. Si la extracción de la raíz cu ad rad a es la
resultante de u n a abstracción del mismo tipo que la de u n a cualidad física
extraída de la experiencia, su empleo se convierte sim plem ente en un
absurdo cuando se va más allá de los límites de lo real. Como genera­
lización de u n a acción que añade sus efectos al objeto y que, en conse­
cuencia, puede dejarlo de lado, el símbolo \ / - l es, en cam bio, totalm ente
inteligible, así com o lo es el símbolo -|~ 1. Por más “im aginario” que sea
el núm ero i = \ / -1, que efectivam ente no proporciona solución real alguna
en tanto raíz de u n a ecuación, significa que i~ = — 1. “Sin duda, no es
contradictorio hacer que esta proposición se apoye en u n a convención
arb itraria. Sin em bargo, quedaría aú n por explicar, como señala p ro fu n ­
dam ente L. Brunschvicg, cómo la can tid ad — 1, resultante del producto
de los dos símbolos (i X ¿), pudo identificarse con ¡a can tid ad — 1 que,
p a ra nosotros, es el resultado n atu ra l y verdadero de u n a operación como
1 — 2, sin que esta identificación haya com prom etido el equilibrio y la
hom ogeneidad del sistema de la ciencia” (Etapas, pág. 543). A hora bien,
W eierstrass y D edekínd m ostraron que la existencia de los núm eros com ­
plejos es necesaria p a ra que el álgebra alcance toda su extensión; en
cam bio, Gauss los introdujo en la teoría de los números. Se constituyó así
u n álgebra de los núm eros com plejos, de form a (a + bi) que conserva
las leyes de ccnm utatividad y com pleta necesariam ente al álgebra ordinaria.
Sucede algo sorprendente: esta operación sin objeto en su punto de
p artid a, el núm ero im aginario, no sólo se incorporó de m odo más estrecho
al sistema de las operaciones aritm éticas v algebraicas referidas a los con­
juntos de objetos, sino tam bién adquirió una significación geométrica que
interviene en el interior de las operaciones que conform an al objeto mismo
puesto que la estructura del objeto es, en prim er lugar, espacial. M ás
allá de la geometría, intervino incluso, a través del cálculo de vectores y
cuaterniones en la construcción de los “operadores”, cuyo empleo se
generalizó luego y se reveló como fundam ental p ara la física moderna.
P or lo tanto, puede decirse que lo “im aginario” se h a reunido con le real,
com o si un sistema de operaciones realizadas sin objeto alguno hubiera
constituido un esquema operatorio susceptible de aplicarse ulteriorm ente
a las particularidades de los objetos ignoradas p o r las operaciones reales,
iniciales.

E l principio de la geom etría analítica consiste, todos lo hemos ap ren ­


dido en la escuela, en expresar m ediante núm eros positivos las distancias
trasladadas a lo largo de u n a recta fija en uno de los dos sentidos de
orientación, y en expresar m ediante números negativos las distancias tras­
ladadas en sentido contrarío. Lo esencial de la representación geométrica
del carácter positivo o negativo de los números consiste pues en que traduce
el núm ero en form a de direcciones; y los números, independientem ente de
sus signos, representan longitudes. A hora bien, a fines del siglo xvn Wallis
ya h ab ía propuesto que se representasen las raíces imposibles o “fingidas”
— como se decía en aquel entonces— , de una ecuación cu ad rática pasando
fuera de la recta sobre la que se hubieran trasladado los valores de estas
raíces si ellas hubieran sido reales. Resulta entonces que, p ara dos ejes
rectangulares, las cantidades se suceden durante u n a rotación en el sentido
positivo (opuesto al de las agujas de un reloj) en la serie; 1; V - l !
—■1; —■V '!■ “E n esta serie — dice P. G. T a i t 41 (u n alumno de
H a m ilto n ) —• cada uno de los términos es deducido a p a rtir del precedente
al m ultiplicar este últim o por el facto r V - l . Tenem os así el derecho de
concluir que \ / - l es un operador, cuya aplicación opera de m an era análoga
a la de u n a manivela que h aría girar u n ángulo de 90 grados en el sentido
positivo; todo segmento de recta pasa entonces por el origen y debe moverse
en el plano x y” (pág. 2 ). Se com prueba con sorpresa que la operación
sin objeto, específica del símbolo de las raíces im aginarias, u n a vez repre­
sentada én términos de cantidades situadas “fu era” de u n a recta dada,
se puede asimilar a la acción de u n a manivela que h aría g irar esta recta.
Desde el punto de vista genético, la operación inicial, v acía de todo conte­
nido, casi podría com pararse con esos esbozos em brionarios que culminan
antes de término en la form ación de u n órgano, que sólo en tra rá en funcio­
nam iento mucho más tarde, a lo largo de la vida de un ser organizado.
H ay algo más. Después de los trabajos de M oivre, A rgand, 'Warren
y Servois, H am ilton consiguió generalizar el uso geom étrico de la expre-

41 P. G. Tait: Traite élémentaire des quaterñions. Trad. Plarr. París, Gauthier-


Villars, 1882.
sióñ'' V " 1• M ientras sus predecesores eligen una dirección particular del
espacio p a ra representar las cantidades reales y llam an im aginarias a las
direcciones orientadas fuera de la prim era, H am ilton consigue to rn ar im agi­
narias “todas las direcciones sin excepción alguna” (T a it, loe. cit.. pág. 7 ),
lo cual equivale a volver geom étricam ente homogéneas estas direcciones y
perm ite constituir u n m étodo de cálculo independiente de los ejes de las
coordenadas. Se tra ta del cálculo de los cuaterniones, que equivale a
m ultiplicar dos birradiales (o relaciones entre dos vectores que tienen un
origen com ún), y que se aplica así sobre un conjunto de cuatro términos,
uno real y tres imaginarios (Q = Qo + Q i ¿i + Qa ia + Q 3 Í3) ■ U n
vector es un símbolo que representa u n a recta de cierta longitud y cierta
dirección (lo cual im plica entonces tres n ú m ero s), uno de los dos vectores
paralelos puede considerarse como m últiplo del otro p o r u n factor numérico
(la relación entre sus longitudes con . signo -j- ó — según que tengan o no
el mismo se n tid o ); si no son paralelos, el m ultiplicador necesario p ara
o perar el cam bio de uno a otro depende entonces de cuatro números. Este
cálculo de los cuaterniones, seguido por el cálculo de la extensión de
G rassm ann, presenta, como este últim o, el carácter sorprendente de liberarse
de la regla de conm utatividad propia de la m ultiplicación ordinaria (puesto
que la adición esférica no es conm utativa, tam poco puede serlo la m u lti­
plicación de los b irrad iales). Constituyen así una nueva álgebra más com pli­
cada que la de los números complejos.

A hora bien, tanto este fenóm eno de no conm utatividad de estas formas
de cálculo, como el carácter de operadores específico de los cuaterniones
y de m uchas otras estructuras cuya construcción fue posterior a ellos,
ejercieron una im portante influencia sobre el desarrollo de la física, puesto
que hoy las álgebras no conm utativas se em plean en microfísica y los
operadores y m atrices desem peñan u n papel considerable en la expresión
de las leyes cuánticas (véase capítulo 7, en el p u n to 4 ). L a microfísica
contem poránea se alim entó entonces en las estructuras operatorias cons­
truidas desde hacía ya m ucho tiempo, y de ellas tomó un conjunto de
conceptos preparados por los m atem áticos y cuya génesis, contem poránea
de la teoría de los grupos, m ucho le debe a las álgebras generalizadas por
la influencia de los núm eros complejos. Sin embargo, el núm ero im aginario
no sólo interviene en los operadores microfísicos: está presente en cualquier
transform ación que im plique un juego de vectores. . Por ejemplo, la
descripción de u n a corriente alternada po r la proyección d e . las fases
sucesivas recurre hábitualm ente al em pleo de los números complejos.
G eneralm ente estos números complejos se em plean apenas hay que señalar
el vínculo entre elementos cuando uno de ellos perm anece en el exterior
del sistema form ado por los otros y al mismo tiempo ejerce un a influencia
sobre él.
Este destino geométrico y luego propiam ente físico de u n a operación
prim itivam ente sin objeto alguno pero que adquiere luego el sentido de
un operador vinculado a las direcciones del espacio y las rotaciones y
luego interviene por últim o en el seno de los operadores más esenciales
que em plea la física contem poránea, esclarece de m odo más significativo
el papel de las operaciones en la construcción del núm ero en general.
C ontrariam ente al caso de los núm eros enteros positivos y los números
fraccionarios — donde la acción de reunir o dividir parece sugerida por la
realidad sensible que constantem ente im ita, p o r sus uniones o sus fraccio­
nam ientos, la operación h um ana correspondiente—, el núm ero im aginario
surgió sin sugerencia alguna de la experiencia perceptüal. Sin embargo,
m ientras la sucesión de los núm eros enteros cada vez m ás grandes o de las
tracciones cada vez más pequeñas se aleja siempre más de lo real inm ediato
en las direcciones x ó 0 — lo cual no im pide, p o r otra p a rte y en absoluto,
que sirvan como instrum entos de adaptació n a la experiencia física— ,
el núm ero im aginario adquiere este papel de instrum ento adaptativo sin
conexión ap arente alguna con las circunstancias que m otivaron su cons­
trucción. ¿ C uál es pues la v erdadera conexión entre esta operación \ / -1
y lo real, disim ulada bajo la ap aren te ausencia de relación?
R esulta claro que la operación de extracción de la raíz cu ad rad a de
una u n id ad negativa es incom prensible como acción aislada, puesto que
se tra ta de u n a acción imposible de ser ejecutada m aterialm ente: esta
operación sólo tiene entonces significación en función d e la totalidad de
las operaciones num éricas, lo cual equivale a decir que es el resultado
de la coordinación de las acciones entre sí y que no constituye u n a acción
que pu ed a aislarse. A hora bien, es en esta coordinación donde precisa­
m ente h ay que buscar el secreto de la adaptación de las operaciones m ate­
m áticas a lo real. ¿Cóm o explicar que u n a operación inventada de algún
modo p a ra la sim etría (del mismo m odo que las falsas ventanas añadidas
en los lugares donde se esperan las verdaderas) se reú n a en un momento
dado con el cálculo geom étrico e incluso con la física? Si este encuentro
producido a posteriori debe explicarse p o r el hecho de que la división siendo
la extracción de la raíz cu adrada sólo u n caso p articular de ella, nació a
p artir de la experiencia física, ello equivale entonces a afirm ar que la
adaptación que se adquiere cuando se divide un cam po o u na torta
es lo suficientem ente precisa com o p a ra que las reglas, extraídas a p a rtir
de -esta acción, se adapten de antem ano al cálculo de los vectores y los
operadores, au n en los casos en que ya no se puedan asignar trayectorias,
ni haya objetos perm anentes como en el campo de la microfísica. Por el
contrario, afirm ar que el encuentro entre lo real y los núm eros imaginarios
(encuentro que se produce m ucho después de la construcción de estos
últimos) tiene la m ism a propiedad que la convergencia inm ediata de los
números enteros positivos con las realidades elementales — porque ambos
se preocupan por la concordancia entre la coordinación de conjunto de las
operaciones y las transform aciones físicas fundam entales— consiste simple­
m ente en suponer que las estructuras de composición reversible alcanzadas
por los agrupam ientos y los grupos de operación expresan a la vez las leyes
más generales de la coordinación de las acciones del sujeto y las in ter­
acciones m ás directas entre el sujeto y lo real. Se debe concebir que tanto
esta coordinación como estas interacciones, al mismo tiem po que se dife­
rencian en el transcurso de la experiencia, no provienen de la experiencia
externa, porque son las únicas que la hacen posible, sino que surgen de las
condiciones mismas de la organización psicobiológica.
L a reflexión acerca de los im aginarios conduce pues a una verificación
privilegiada de la interpretación operatoria del núm ero, no sólo porque
este tipo de núm ero se vincula con la coordinación de conjunto del sistema,
sino tam bién porque culm ina en el descubrim iento del carácter propio de
los esquemas de operaciones alejadas de la realidad concreta: el carácter
de “operadores” . E n este sentido, necesariam ente tenemos que p reg u n ­
tarnos a p artir de qué m om ento los núm eros constituyen operadores. Es
claro que ello se produce no solam ente m ás allá de cierta capacidad p a ra
expresar algunas transform aciones geom étricas o físicas, ya que el cálculo
de los operadores y las m atrices tiene u n em pleo c.uya generalidad supera
s. la geom etría y, en particular, a la física. Puede sostenerse incluso que si,
técnicam ente, el térm ino operador debe conservarse p a ra los sistemas de
operaciones de grados superiores — es decir, p ara los esquemas que p erm iten
operar abstractam ente sobre u n conjunto de operaciones subordinadas— ,
en realidad el papel de operador puede atribuirse a las operaciones n u m é­
ricas más elementales. M ás precisam ente, todo núm ero puede ser consi­
derado como el resultado estático de una operación o como el operador
en su dinam ism o form ador: p o r ejem plo en la expresión n ~f- 1 ya pu ed e
considerarse a n como u n núm ero estáticam ente dado y a -)•- 1 como el
operador que transform a a n en su sucesor. D e modo general, sólo existe
pues u n a diferencia de grado o de com plejidad entre las operaciones
elementales y los operadores, pero las prim eras se han hecho ta n au to m á­
ticas que h an perdido su apariencia activa. P or lo tanto, sólo en el caso
de los operadores de orden superior, es decir, suficientem ente abstractos
como p a ra que la diferencia entre lo dado y la transform ación operatoria
sea sensible en cada instante, es que este concepto central adquiere su v erd a­
dera significación. S in 'e m b a rg o y desde el p u n to de vista genético, no
hace sino confirm ar el carácter esencialm ente operatorio del núm ero, ca­
rácter que pone de m anifiesto desde ia fusión de los encajes de clases y
las sucesiones de relaciones asim étricas que, a través d e su síntesis, generan
el núm ero entero.

11. L o IN F IN IT O Y E L CARACTER OPERA TO R IO DEL N U M E R O . El proble­


ma del infinito, actual siempre opuso dei m odo más radical las in terp re­
taciones realistas y las interpretaciones operatorias del núm ero. No porque
resulte contradictorio concebir u n realism o de lo finito, como h a sucedido
desde Pitágoras a R enouvier; pero, querer situar un infinito actual en el
mundo, de lo real o bien de las ideas, a la m an era en que el realismo
concibe los números finitos, presentó, to d a vez que se ha planteado el
problem a a lo largo de la historia, u n a serie de dificultades siempre seme­
jantes. A hora bien, sólo pueden ser evitadas recurriendo, de modo im plícito
o explícito, al dinam ism o intelectual de las operaciones, único soporte
legítimo de las diversas formas de infinito, porque sustituye la realización
actual por la virtualidad de un desenvolvimiento ilim itado. .
Sabemos cóm o la utilización de las seríes indefinidam ente decrecientes
por el cálculo infinitesim al planteó el problem a del infinito a lo largo de
ios siglos xvii y xviii. U na serie como 1/2 -f- 1 /4 -)- 1 /8 -j-• ■• que tiende
a igualar la unidad, ¿ alcanza acaso en algún m om ento esta ig u ald ad . . .
= 1, puesto que por ser infinita, es propiam ente inagotable? .Razonando
acerca de lo real “operado” y no sobre las operaciones, Zenón tuvo razón
en declarar que la Hecha no alcanzaría jam ás su m eta, ya que cuando se
quiere recortar efectivam ente una distancia según un a serie, hay que co n tar
con to d a la eternidad. Sin em bargo, lo propio de u n a operación intelectual,
com o la división por la m itad, radica en poder prolongar las operaciones
reales iniciales con operaciones virtuales, cuya validez es el resultado de
su posible composición y únicam ente de ella: p o r lo tanto, es legítimo
reu n ir en un solo acto global la composición del conjunto de estas op era­
ciones, repetidas indefinidam ente, y concluir en la igualdad 1/2 -j- 1 /4
-j- 1 / 8 . = 1. Pero, ¿dónde h a de situarse entonces lo infinitam ente
pequeño ? ¿Se puede asignar a la fracción 1¡n cierto valor estático porque
constituye el últim o elemento antes del 0, es decir, el más pequeño que
hay que agregar a la serie p ara que ésta sea igual a l ? D icho de otro
m odo, ¿existe u n infinito pequeño actual? Es claro que esta hipótesis es
contradictoria, en la concepción operatoria del núm ero, ya que si se
tra ta de construir este infinito pequeño actual m ediante u n a operación
tam bién actual, po r lo tanto ejecutada como operación distinta de las
anteriores, nunca se lo alcanzará; y si se tra ta de contentarse con u n a
operación virtual, es decir, precisam ente con esas operaciones que es
legítim o reunir en u n todo p ara que la serie sea igual a 1, lo infinita­
m ente pequeño tam bién es virtual: ahora bien, ello significa — hablando
con propiedad— que no es legítim o extraer de la sucesión 1/2 •-(- ■1/4
1/8 - j - . .. = 1 esa operación virtual, ya que su validez sólo es el resultado
de la composición de la sucesión y puesto que, al querer actualizar uno de
los elementos de la serie, uno se ve obligado a h acer lo mismo con los
otros, lo cual nos conduce a una sucesión sin fin. Lo infinitam ente pequeño
no puede aislarse en form a actual salvo apoyándose en un a creencia realista
o extraoperatoria, obligada además a com pletar la realidad física, siempre
finita, con la realidad de números ideales que subsistirían de por sí. L a
arbitrariedad de esta hipótesis hizo que, en prim er lugar, se justificara el
cálculo infinitesimal m ediante el argum ento p ragm atista de su éxito, p ero
la necesidad de esta justificación revela con te d a seguridad un frustrado
realismo, com parable al de d ’A lem bert cuando buscaba una realidad que
correspondiera al núm ero negativo. E n realidad, la idea de diferencial,
que sustituye la relación de las cantidades finitas D x /D y por la relación
d x j d y nunca hace intervenir lo infinitam ente pequeño como valor estático
o actual, sino únicam ente la relación entre dos cantidades decrecientes
indefinidam ente. P o r lo tanto, sólo hay una m anera de evitar los callejones
sin salida a donde nos conduce el realismo de lo infinitam ente pequeño: co n ­
siderar con Leibniz — m agníficam ente interpretado p o r L. Brunschvicg—
al infinito como la expresión del dinamism o mismo de la construcción
operatoria.
. Este problem a volvió a aparecer con el análisis de las funciones indefi­
nidam ente crecientes, es decir, en el terreno de lo infinitam ente grande.
E n estas investigaciones acerca de la “teoría general” de las funciones, que
se oponen a la reducción del análisis en el esquema del núm ero entero,
Dubois-Reym ond intentó descubrir las condiciones comunes de convergencia
y divergencia de diversas operaciones infinitas. Al estudiar las diferentes
velocidades de crecimiento, term ina en un “cálculo infinitarlo” que define
series de tipos crecientes u órdenes progresivas de infinito. Sin embargo,
nuevam ente aquí surge el problem a operatorio: la escala de las funciones
¿alcanza uno o varios infinitos actuales, que trascenderían las operaciones
mismas que perm iten alcanzarlas, o sólo se aplica a las operaciones como
tales?
Precisam ente, procediendo de la operación a sus resultados, G. C antor
fundó u n cálculo del “transfinito” sobre la consideración de las relaciones
d e correspondencia entre conjuntos. Así, el conjunto de los números enteros
corresponde de m odo biunívoco al de sus cuadrados, o al conjunto de los
números pares, etc. El conjunto de todos estos conjuntos será pues la
clase de los conjuntos enum erables. A hora bien, esta clase no corresponde
al conjunto de los núm eros reales ( racionales e irracionales) que es pues
u n a potencia superior, o potencia de lo continuo. A dm itido esto, la
sucesión de los números enteros es infinita, es decir que es imposible
asignarle u n fin, y absurdo buscar, en el interior mismo de este conjunto,
un núm ero infinito actual que constituiría el últim o de la serie. En
cambio, se puede asignar a esta sucesión u n lím ite que p o r definición será
exterior a la serie y a p a rtir de la cual com enzará u n a nueva sucesión:
este prim er “ordinal infinito” o> será pues el prim er núm ero que seguirá
a la serie de los núm eros enteros sin pertenecerle. G racias a la repetición
m ism a de este procedim iento, se obtendrán entonces los transfinitos co -|- 1;
co
03 CO
co -f- 2. . . ; co-j-n; 2co; 2 c o 1; 2co-f-2. . .; 3co. . . ; neo; co ; (ü ; etc.
Estos ordinales transfinitos constituyen así órdenes. En cuanto a los cardi­
nales transfinitos, el prim ero es la clase de los conjuntos enum erables N 0.
O tro cardinal transfinito notable es la clase de todas las clases que puede
extraerse de N 0 por com binación de sus elementos, etc.
Sin em bargo, el gran interés de esta realización del infinito, que
trasciende así sin cesar las operaciones constructivas p a ra alcanzar u n a
sucesión de infinitos actuales encajados unos en los otros, es culm inar de
hecho en u n debilitam iento del carácter específicamente num érico de la
construcción y m arcar u n retorno parcial a los componentes lógicos del
número. E n efecto, los cardinales transfinitos ya no obedecen a la ley
aritm ética de iteración sino a las reglas de tautología y absorción:
N 0 -)- N 0 = N 0 y N 0 X N 0 = N 0. Ello se com prende de p o r sí, puesto que
estos núm eros ya no son a la vez cardinales y ordinales, como los núm eros
finitos, sino que la cardinación está disociada de la ordinación: el conjunto
de todos los conjuntos enum erables es, en realidad, un a clase lógica fo r­
m ada po r “ todas” las subclases num erables, o sea u n a clase cualitativa
surgida de u n a simple reunión lógica de las subclases que tienen la pro­
piedad com ún de ser num erables. Por io tanto, no se tra ta de un núm ero
engendrado por una ley de form ación análoga a la que perm ite constituir,
poi ejemplo, la sucesión de les números enteros. En efecto, la correspon­
dencia biunívoca que relaciona cada elem ento individual de las subclases
com ponentes con un elem ento determ inado de u n a de las otras subclases
(por ejemplo, cada entero a su cuadrado, etc.) es u n a correspondencia
“reflexiva’’, es decir que perm ite igualar el todo a la p arte (p o r ejemplo,
d conjunto de los núm eros enteros al conjunto de sus cuadrados, los cuales
íólo constituyen una parte del prim er conjunto) ; ahora bien, esta corres­
pondencia no culm ina en u n a equivalencia aditiv a entre el todo y la parte,
sino en una equivalencia m ultiplicativa, com parable a la d e las clases
multiplicadas entre sí con el esquem a lógico de un cuadro de doble en trad a:
Por ejemplo, sean las dos sucesiones:

1 2 3 4 5 6 7 8 9 10. . .
1 4 9 16 25 36 49 64 81 100...

Resulta claro que, p a ra u n núm ero finito n de elementos, la segunda


sucesión no puede considerarse como u n a p arte de la prim era, ya que los
cuadrados superan la. sucesión de los enteros que les corresponden: así
entre los diez primeros cuadrados, únicam ente los tres más pequeños (1,
4 y 9) form an parte de los diez prim eros núm eros enteros, los otros cu a­
drados superan este conjunto (1 . . . 10). D ecir que el conjunto de los
cuadrados es una p arte del conjunto de los números enteros, im plica
entonces colocarse desde el p unto de vista de lo infinito, ya que en lo
finito, cuanto mayor sea el núm ero más superará el cuadrado n * la suce­
sión 1 . : . n. Entonces, en esta proposición de que el conjunto de los
cuadrados es a la vez u n a p arte (un subconjunto) del de los enteros y un a
p arte equivalente al todo, el sentido de las palabras “equivalente” y “p a rte ”
debe precisarse del siguiente modo. En prim er lugar, no se tra ta sino
de una equivalencia análoga a la de los dos conjuntos finitos que presentan
1?, misma cantidad de elementos, puesto que no puede intervenir la misma
“cantidad” perteneciente a la sucesión l . . . n: se tra ta de “todos” los
enteros y de “todos” los cuadrados, es decir, de dos clases inagotables,
enumerables pero nunca en um eradas:, su equivalencia significa pues simple­
m ente que estas dos clases se corresponden térm ino a térm ino porque sus
elementos presentan la m ism a cualidad de ser “enum erables” , es decir,
de constituir dos series de form a 1 . . . n (cada cuadrado es contado como
una unidad) ; en segundo lugar, la relación de parte a todo entre la serie
de los cuadrados y la de los números enteros significa que la serie de los
cuadrados l 2, 22 .. . n- no es la única que goza de esta propiedad, y que
muchas otras series tam bién son enum erables en u na form a 1 . . . n. Sucede
así que la serie de los enteros figura dos veces en el razonam iento, una
vez como u n a de las series o subclases com paradas a las otras (a la de los
cuadrados, a la de los núm eros pares, etc., en resumen a todas las subclases
enum erables), y la otra como expresión del carácter común al conjunto
de todas estas series, es decir, el carácter de la clase total de todas estas
subclases. T a n to la equivalencia entre la p arte y el todo como esa relación
m ism a de p arte y todo son pues de carácter m ultiplicativo (en el sentido
de la m ultiplicación lógica) y, en consecuencia, son com parables a las
correspondencias y particiones que intervienen en el esquema m ultiplicativo
de los cuadros lógicos de doble en trad a (por ejemplo, las clases form adas
respectivam ente por las piezas del esqueleto de los m am íferos corresponden
térm ino a térm ino con las clases form adas respectivam ente p o r las piezas
del esqueleto de los rum iantes, etc., siendo esta correspondencia lógica a
su vez “reflexiva” p orque es m u ltip lic ativ a).1- E n cuanto a los ordinaies
transfinitos, sólo son “tipos de orden” , es decir, sistemas m ultiplicativos de
relaciones asimétricas, así como los cardinales transfinitos son clases: de ahí
que a u n mismo cardinal transfinito corresponda un a infinidad de ordinales,
ya que pueden ordenarse de infinitas m aneras los elementos de un a m ism a
clase infinita.
E n resumen, los núm eros transfinitos de C an to r disocian entre sí las
dos estructuras fundam entales de la clase lógica y la relación asim étrica,
que se fusionan en u n solo todo en la construcción de los núm eros enteros
finitos. Por ello, si la serie de los ordinales finitos corresponde hiuitívoca*-
m ente a la de los cardinales finitos, siendo todo núm ero entero necesaria­
m ente cardinal y ordinal a la vez en el terreno de lo finito, esta correspon­
dencia term ina en el dominio de lo transfinito. A hora bien, como esta
disociación transfinita, entre los dos aspectos ordinal y cardinal del núm ero
entero, culm ina en u n retorno a los esquemas operatorios separados de la
relación asim étrica y la clase lógica, constituye la m ejor confirm ación
de la interpretación operatoria defendida en el p u n to 6 respecto de la
génesis del núm ero entero finito. E n efecto, basta qu e se pase, de la ley
de form ación de los núm eros finitos que constituye la serie ilim itada 1 . . . n.
a la consideración transfinita de su conjunto total, p ara que la clase así.
construida a través de “todos” estos núm eros se disocie ipso facto de las
relaciones asim étricas que h an servido a su construcción sucesiva: la
iteración de la u nidad -f- 1 es pues, entonces, el producto com binado del
encaje de las clases y la seriación de las relaciones' asim étricas puesto que,
si se' separa uno de estos dos com ponentes del otro, los cardinales ya no se
iteran más y dejan de corresponder biunívocam ente a los ordinales.

12. C o n c l u s i ó n : e l p r o b l e m a e p i s t e m o l ó g i c o d e l n ú m e r o . D esde
las acciones m ás elementales que perm iten al niño o al prim itivo en u m erar
las pequeñas colecciones hasta las generalizaciones negativas, com plejas y
transfinitas del núm ero, que parecen no presentar relación alguna con estas
acciones concretas, se encuentra de hecho un mismo m ecanism o operatorio
que se desarrolla en función de su lógica in terna del m odo m ás continuo
y m ejor equilibrado, a pesar de su apariencia a m enudo irregular resultante
de las dificultades de la tom a de conciencia.

42 Véase nuestro Traite de logique, punto 21.


Porque, desde las acciones iniciales, la relación entre el sujeto y los
objetos es un testimonio de un fenómeno m ucho más com plicado de lo que
d ejan suponer las interpretaciones empiristas, aprioristas o convenciona-
listas com entes. P or lo tanto, volvamos a p artir de la fuente p a ra vincu­
larla enseguida con las orientaciones observables en el equilibrio móvil
final.
L a acción de enum erar no puede estar determ inada únicam ente por
los objetos, puesto que ella los estructura en función de un esquem a o p era­
torio, que es asimilación de las cosas al doble acto de reu n ir y ordenar,
y puesto que asim ilar significa agregar a los objetos caracteres nuevos que
no estaban incluidos anteriorm ente a la acción del su jeto : así, la reunión
elem ental 1 — j—1 = 2 añade a cada uno de los objetos contados como
unidades 1, 1, la nueva propiedad de constituir u n todo 2. Sin em bargo,
¿ estas acciones surgen únicam ente del sujeto o presuponen u n a acom o­
dación a los objetos y, en este caso, qué tipo de acom odación? P ara
resolver este problem a epistemológico de las relaciones entre la construc­
ción asim iladora y la experiencia posible conviene llevar a cabo al mismo
tiem po el análisis psicológico de las raíces y el exam en del desenvolvimiento
histórico de las generalizaciones del núm ero.
Desde el p unto de vista psicológico, deben distinguirse dos cuestiones
m uy diferentes, dem asiado a m enudo confu n d id as: la de saber si la expe­
riencia es necesaria para que se organicen las acciones u operaciones de
clases, de seriar y num erar, y la de determ inar cuál es el papel del objeto
en esta eventual experiencia.
Cabe pensar que concuerda con todos los datos conocidos el hecho
de que la experiencia sea indispensable al niño (y al prim itivo) p ara
descubrir las relaciones aritméticas elementales. El hecho de que 2 + 2
dé siempre 4 (y nunca 3 ó 5) no resulta de por sí evidente p ara un niño,
independientem ente de toda definición nom inal y convencional, antes de
que haya com prendido que 4 — 2 = 2 y que 4 /2 = 2, es decir, antes
de que sus acciones se hayan organizado en operaciones reversibles. El
descubrim iento em pírico de que 10 pedregullos contados en cierto orden
dan tam bién 10 cuando se los cuenta en un orden diferente, le causó,
cuando era niño, gran sorpresa a uno de nuestros amigos m atem áticos,
bien conocido por sus trabajos epistemológicos, quien incluso hace rem ontar
a esta precoz experiencia su interés por el núm ero. A hora bien, esta verdad
de la similitud entre los diversos órdenes posibles en la num eración de los
elementos de u n a colección sólo se vuelve deductiva en función de la rever­
sibilidad (reversibilidad de la seriación lógica o de la ordenación m ism a).
Por lo tanto, existe una fase intuitiva y preoperatoria del pensam iento,
du ran te la cual es necesaria la experiencia p ara el descubrim iento y la
verificación de las verdades aritméticas, y u n a fase operatoria a p artir
de la cual la deducción comienza a bastarse a sí misma.
Sin em bargo, el hecho de que la experiencia sea psicológicam ente
indispensable p a r » la construcción del núm ero, no prueba en absoluto que
se extraiga el núm ero a p artir de los objetos, en la form a que sea, ya que
u n a cosa es ac tu a r empíricamente y otra abstraer un a relación a p a rtir de
los objetos: la relación establecida entre los objetos puede haber sido
agregada po r la acción, aun cuando ésta se inaugure con u n a etapa de
tanteo experim ental. E n otros térm inos, u n sujeto que ac tú a de m odo
em pírico puede utilizar los objetos como simples soportes, u ocasiones,
p a ra la acción, pero en realidad experim entar consigo mismo, es decir,
con la coordinación de sus propias acciones m ás que con los objetos sobre
los que ellas se apoyan.
A hora bien, ¿cuál es el papel de los objetos A, B, C . . . J, cuando el
sujeto, después de haber enum erado A, B . . . J = 10, descubre que en
otro orden, como J, I, H , G . . . A, la sucesión sigue siendo igual a 10 ?
E n prim er lugar, es evidente que este papel es m uy diferente si se tra ta de
seriar diez colores o diez pesos, ya que, en este caso, las cualidades mismas
de los objetos son las que intervienen en la seriación. E n cambio, en la
simple enum eración, el objeto es absolutam ente cualquiera, porque sus
cualidades particulares no entran en juego ya que sólo en tra en cuestión
el orden m ism o de la enum eración. Es cierto que cuando se tra ta de
sólidos discretos, la enum eración resulta más fácil, pero tam bién pueden
concebirse diez elementos recortados en un sólido continuo, o incluso en
un líquido o u n gas: en este caso la localización es más difícil y la expe­
riencia sólo culm inará m ucho más tardíam ente, pero la acción de enum erar
seguirá siendo posible, al menos en el interior de algunos cam pos percep-
tüales m om entáneos. E n resumen, en este tipo de experiencia, el objeto
sólo desempeña el papel de soporte de la acción. Propiam ente hablando
sólo es un indicador: podría realizarse la experiencia con núm eros, es decir,
con puros signos o símbolos de objetos; sin em bargo se realiza con objetos
reales, pero que p a ra el sujeto sólo tienen el valor de índices perceptuales
de sus propias acciones de contar y no son elementos del núm ero.
A unque experim ental en su fuente intuitiva, el núm ero se añ ad e a
los objetos y en absoluto es extraído a p artir de ellos. Se encuentra en su
totalidad en el esquema de asim ilación operatoria. No p o r ello deja
de ser menos real la acom odación, pero no es específica respecto de las
cualidades distintivas de los objetos considerados: equivale sim plem ente
— p ara toda colección de objetos discretos y objetos cualesquiera separados
artificialm ente (en acto o en pensam iento)— a que la acción em pírica
y la operación reversible desem bocarán en combinaciones adecuadas a
los objetos. Así, en el ejemplo analizado, diez objetos contados en cierto
o rden seguirán siendo diez en u n orden diferente, ya que los objetos en
tanto tales no invalidan la coordinación de las acciones. Por lo tanto,
hay equilibrio perm anente entre la asim ilación de los objetos al esquema
operatorio y la acom odación de este esquem a a objetos cualesquiera, pero
no hay nada, en la estructura definitiva del esquema considerado, que
haya sido “abstraído” del objeto; én efecto, p a ra poder abstraer el núm ero
de las colecciones de objetos sería necesario poder clasificarlos y ordenarlos,
que son acciones del sujeto ejercidas sobre estas colecciones: ahora bien,
el esquema del núm ero se reduce precisam ente a estas solas acciones de
clasificar y ordenar, sim plem ente agrupadas de m anera diferente.
E n cuanto a la “experiencia interior” hemos visto (punto 2) que
tam poco puede obtenerse el núm ero a partir de ella, del mismo modo que
M am e de B iran creía p o d er extraer una causalidad totalm ente d ad a a
p artir de la lectura de los estados de conciencia relacionados con la propia
acción. N i la seriación, ni la clasificación, ni el núm ero están dados sin
m ás en la conciencia in te r n a : son la resultante de la coordinación de las
acciones sucesivas, es decir, de su agrupam iento, y estos agrupam ientos se
aplican tanto a .los datos de la experiencia in te rn a como a los de la expe­
riencia externa, y no son m ás la resultante de las prim eras que de las
segundas, puesto que se tra ta de acciones que se ejercen sobre ellas y no
de intuiciones prim eras. E n resumen, si se reem plaza la coordinación de
las acciones po r la de los pensamientos, esta coordinación sigue siendo u n a
actividad y lo que im porta no es su repercusión sobre la conciencia: es el
carácter activo de esta coordinación, condición previa de toda experiencia
y fuente de transform aciones que enriquecen tan to los objetos de la expe­
riencia in tern a como los de la realidad externa.
Este carácter p articu lar de las acciones y operaciones que intervienen
en la m atem ática (en prim er lugar, em píricas, y luego deductivas, pero en
ambos casos independientes de los objetos), explica el hecho de que
estes actos y sus composiciones pueden repetirse y generalizarse indefini­
dam ente. Y a psicológicam ente com probamos que, apenas superado el nivel
de las operaciones concretas y desde el m om ento en que los mecanismos
formales prolongan la acción posible, la serie de los números accesibles
al niño de 11-12 años desborda toda percepción e incluso toda represenr
tación particulares y se com prom ete en la dirección de la p u ra construcción.
Por ejemplo, decir que “ nun ca se llegará al final de los núm eros” , según
la expresión de uno de nuestros sujetos de 11 años, es descubrir el poder
infinito de iteración de la operación 1, com parado con un esquema
finito y que puede representarse como el de u n núm ero dado, susceptible
de reunir efectivam ente los térm inos de una colección concreta de objetos.
D icho de otro modo, el núm ero consiste exclusivam ente en u n sistema de
acciones u operaciones que se ejercen sobre los objetos, pero que no depen­
den de las propiedades particulares de estos objetos y la construcción del
núm ero puede proseguir indefinidam ente m ás allá de los límites de la
percepción e incluso m ás allá de la representación im aginada de las colec­
ciones form adas por estos objetos, es decir, m ucho más allá de las fronteras
del objeto. El empleo de las diversas form as de infinito, indispensables
p ara el teórico del núm ero corno p ara el analista y el geóm etra, no es
sino'" el testimonio cotidiano de esta liberación de los seres numéricos
respecto del objeto, puesto que el objeto de experiencia es necesariam ente
finito.
E n cuanto a las generalizaciones del núm ero en la dirección de lo
negativo, lo imaginario, etc., hemos visto hasta qué punto es más paradójico
aún su carácter psicológico de operaciones realizadas con los objetos con
u n a precisión cada vez m e jo r diferenciada, pero sin que se p u ed a concebir
de qué modo se los hubiera podido extraer a- p artir de ellos. A hora bien,
las soluciones habituales de la cuestión de su adecuación a la realidad
física difícilm ente expliquen este doble carácter. Las soluciones aprioristas,
según las cuales el núm ero es u n a estructura de origen interno al espíritu
(o u n lenguaje convencional p o r él elaborado) e im puesta a la realidad
externa, no explican por qué el núm ero converge con esta realidad. E n
cuanto a las soluciones em píricas que pretenden, a pesar de todo, extraer
directam ente el núm ero a p a rtir de la experiencia, no explican su fecun­
didad y tam poco su necesidad. Por el contrario, afirm ar que el núm ero
deriva de las operaciones o de las acciones ejercidas por el sujeto sobre
los objetos sin por ello provenir de estos objetos, perm ite concebir los dife­
rentes tipos de núm ero como el resultado de coordinaciones progresivas y
se evita pensar que el núm ero está dado de en tra d a enteram ente en el
espíritu o las cosas. A unque la fuente de las coordinaciones deba buscarse
en la actividad del sujeto, las diversas form as de núm ero no se encuentran
ya preform adas en el sujeto, sino que. constituyen los estados finales y
necesarios del equilibrio de coordinaciones que se inician desde la organi­
zación de los esquemas sensoriomotores y perceptuales. A hora bien, m ás
allá del funcionam iento de estos esquemas psicológicos iniciales, estas
coordinaciones se rem ontan h asta las coordinaciones biológicas elementales.
E n este caso, la adecuación del núm ero a lo real no puede explicarse por
la presión exterior que la realidad ejercería sobre u n espíritu acabado, ni
por u n a preform ación in tern a de este espíritu considerada en “acto'’ o en
“potencia” , sino precisam ente p o r el hecho de que los mecanismos construc­
tivos que presiden el desarrollo del espíritu h u n d en sus raíces en la organi­
zación vital y, en consecuencia, en la realidad física. Por lo tanto, sólo p o r
interm edio del organismo y sus mecanismos íntim os, y no p o r la influencia
de presiones directas del m edio externo, se com prende la adecuación de
las operaciones lógico-aritm éticas a las cosas. D icho de otro modo, hay
que buscar en las coordinaciones psicobiológicas que hacen posible la
acción — en oposición a lo que los filósofos consideran como estructuras
a priori del pensam iento— el secreto de la u nió n entre las construcciones
intelectuales fundam entales (agrupam ientos lógicos y agrupam ientos arit­
méticos) y lo real, y no en la experiencia externa — ni siquiera en la
interna— actual.43
Las dos dificultades principales de esta solución consisten en explicar
cómo la construcción gradual resultante de la actividad del sujeto desem­
boca en organizaciones finales necesarias sin que estén preform adas en el

43 Observemos de entrada que esta solución no tiene nada de “realista” , ni


sobre todo de materialista, en el sentido dogmático del término, ya que, al mismo
.tiempo que la psicología se esfuerza por reducir el número a las coordinaciones de
la inteligencia y la biología intenta reducir estas coordinaciones a las coordinaciones
orgánicas y la organización vital misma a las leyes físico-químicas, la matemática
vuelve a traer las realidades físicas dentro de los marcos del espíritu. Por lo tanto,
siempre hay un círculo entre el sujeto y el objeto; pero, en el caso de la matemática,
este círculo, en vez de abarcar solamente la experiencia externa, se dilata hasta
abarcar el círculo de las ciencias en su conjunto. Este círculo de las ciencias es el
objeto de estudio de esta obra en su totalidad, y no corresponde que se lo desarrolle
aquí. Sólo convenía observar que la unión del espíritu y lo real asegurada por el
intermedio de las coordinaciones psicobiológicas sólo describe la mitad de este círculo
y la otra mitad del camino consiste en vincular inversamente lo real con el espíritu
por intermedio de la física y la matemática.
espíritu o el organismo, y cómo esta m ism a construcción se diferencia en
estructuras m últiples, de algún m odo p read ap tad as al objeto, al mismo
tiem po que provienen de coordinaciones iniciales m uy simples y poco
numerosas. E n este sentido 110 puede rom perse la solidaridad entre las
form as superiores del número y sus form as elementales. K ronecker atribuía
a Dios la creación de los enteros positivos y todo lo dem ás a la fabricación
hum ana. El lenguaje tradicional expresa lo mismo cuando llam a números
“naturales” a 'a sucesión de los enteros positivos como si los otros números
fuesen artificiales. E n realidad, no existe oposición alguna entre los proce­
dim ientos operatorios que generan el núm ero entero y las operaciones
generalizadas que generan las estructuras num éricas ulteriores. P or el
contrario, únicam ente estas form as generalizadas del núm ero son las que
hacen explícitas las particularidades m entales que perm anecen en form a
im plícita en la construcción de los núm eros iniciales: tanto los números
iniciales com o los números superiores derivan de u n solo y mismo m eca­
nismo operatorio, cuyas manifestaciones sucesivas no son sino las fases de
una gradual coordinación. Surgen entonces los dos problem as que acaba­
mos de m encionar: ¿por qué culm ina esta coordinación en estructuras
necesarias? y ¿cóm o explicar su fecundidad, si sus raíces sólo se h unden en
las coordinaciones psicobiológicas elementales? D icho tam bién en otros
términos, ¿cóm o conciliar la necesidad final de las construcciones num é­
ricas con la ausencia de preform ación, y su m ultiplicidad a la vez creadora
y p rea d ap ta tiv a con la pobreza de sus fuentes?
El problem a de la necesidad final de las estructuras num éricas es el
más simple de resolver. A la necesidad d ad a de antem ano en form a de
estructuras a priori, el punto de vista genético perm ite, en efecto, oponer
la necesidad term inal característica de los estados de equilibrio operatorio
móvil y reversible, hacia los que tiende el desarrollo de las acciones consi­
deradas, y sin que por ello intervenga desde el comienzo la fo rm a de este
equilibrio. E n este sentid o, la in terpretación por la cual el n úm ero entero
es el producto de una fusión entré las operaciones que utiliza la lógica
cualitativa en estado de agrupam ientos aislados (encajes de las clases y
seriación de las relaciones asim étricas) perm ite concebir a la vez el carácter
de necesidad racional, revestido por la síntesis final, y la continuidad que
une esta síntesis term inal con las coordinaciones m ás elementales y menos
formales. E n efecto, por una parte, los agrupam ientos lógicos no son sino
el resultado interiorizado y equilibrado de las coordinaciones entre acciones;
coordinaciones, que, desde sus form as m ás humildes, m uestran ya la p re­
sencia de relaciones entre movim ientos sucesivos, retornos y rodeos que
conducirán a la composición, la reversibilidad y la asociatividad opera­
torias. P or lo tanto, la lógica está contenida en germ en desde los esquemas
de la actividad sensoriomotriz y perceptüal al mismo tiem po que sólo
constituye la form a final de equilibrio de estas coordinaciones presentes
desde el comienzo.44 Por otra parte, desde las form as más básicas de la
4+ Véase nuestra obra acerca de La psychologie de l’intelligence. Colín, 1946.
THay versión castellana: Psicología de la -inteligencia, Buenos Aires. Siglo Veinte,
1966.]
actividad m ental, se observa u n a especie de enum eración intuitiva y p e r­
ceptual que anuncia ya las coordinaciones ulteriores entre la clasificación
y ia seriación y que ya es el resultado de coordinaciones elementales entre
simples esquemas clasificatorios y de ordenación de carácter m otor. Así,
O tto K óhler pudo dem ostrar la discrim inación de conjuntos de 2 a 6
objetos en los pájaros y tam bién pudo entren ar algunas gallinas p ara
que picotearan el segundo grano de u n a fila de diez elementos. Estos
números intuitivos o figúrales son ios que están presentes en. el niño
pequeño anteriorm ente a la construcción de la sucesión operatoria de los
enteros. E n consecuencia y nuevam ente aquí, resulta fácil explicar el
pasaje de las coordinaciones elementales no racionales a las formas nece­
sarias finales, por un proceso de progresivo equilibrio, que localiza la
necesidad al final del proceso sin que sea necesario recu rrir a u n a prefor­
mación estru c tu ral: la articulación progresiva de las configuraciones activas
e intuitivas y la reversibilidad que de ella resulta son suficientes, al fin de
cuentas, p ara esta explicación sin la intervención de algún a priori.
E n cuanto a la fecundidad creciente del concepto de núm ero, com ­
parado con la pobreza de sus fuentes, el carácter sorprendente de esta
evolución radica en que, al proceder de las acciones de reu n ir y ordenar
sim ultáneam ente que el sujeto ejerce, directam ente sobre los objetos, el
núm ero se orienta a la vez en dos direcciones divergentes y co m plem entarias:
por u n a parte, se aleja cada vez m ás de la acción experim ental del sujeto
p ara com prom eterse en composiciones operatorias sin relación alguna con
esta acción inm ediata (lo infinito, lo im aginario, etc.) : pero, por o tra
parte, sólo se aleja de la apariencia em pírica de los objetos p a ra m ejor
alcanzar, al fin de cuentas, el mecanismo de sus transform aciones íntim as
(por ejem plo, la aplicación del infinito al cálculo de las variaciones continuas
o del im aginario al cálculo de los vecto res).
A hora bien, esta doble evolución, p o r u n a p arte p o r interiorización
de las acciones del sujeto y por la otra p o r penetración dentro de las
modificaciones posibles del objeto, no se produjo de m odo regular, ni en
uno de estos dos aspectos ni en el otro. En lo que se refiere a la
interiorización de las operaciones, únicam ente a través de un a deducción
simple y rectilínea se realizaron los progresos en la construcción y la teoría
de los núm eros: frecuentem ente a través de descubrimientos fortuitos y
oscilantes, como si hubiera un sistema de leyes objetivas que. poco a poco
se im pusiera al espíritu, pero descubiertas desde adentro y no como reali­
dades externas. M uchos misterios escapan aú n , por o tra p arte, a esta inves­
tigación a la vez oscilante y constructiva, como por ejem plo la ley de
sucesión de los primeros números. E n cuanto a la adaptación del núm ero
al objeto, hemos visto hasta qué punto se asem eja poco a una sumisión
gradual del espíritu a la experiencia física, sino que, por el contrario, se
trata constantem ente del encuentro a pcsteriori entre esquemas preparados
previam ente durante m ucho tiem po y las situaciones qu e perm iten su
im prevista utilización. Por lo tanto, si la construcción del núm ero m arca
una doble liberación, respecto de la acción directa del sujeto y respecto
de las estructuras inm ediatas de los objetos, y un doble desarrollo en la
dirección de las coordinaciones internas de u no y las transform aciones
íntim as de los otros, esta doble evolución se presenta a la vez como
oscilante, en el prim er caso, y anticipadora en el segundo; es decir que,
en ambos casos, el sujeto tom a poco a poco conciencia de un elemento, ya
sea de coordinación propia o bien de convergencia con lo real, que supera
su actividad constructiva actu al y la condiciona.
E n otros térm inos, esta doble liberación se realiza tanto" en provecho
de un sujeto unlversalizado com o de u n objeto generalizado: el m ilagro
del núm ero reside, en efecto, en el hecho de que a l alejarse cada vez m ás de
la acción elem ental que lo engendra, no por ello p en e tra en el m undo de las
quim eras como h a sucedido con todos los conceptos físicos que fueron
más allá de su contexto inicial de acción experim ental y se generalizaron
sin restricción, sino qué concuerda cada vez m ás con las operaciones del
espíritu a m edida que se desarrolla y se ad ap ta ca d a vez m ejor al universo
a través de sus aparentes m odificaciones. A hora bien, el interés epistem o­
lógico excepcional de esta concordancia interna y esta adecuación externa
radica en el hecho de que, no obstante, parece ser que am bas proceden
integralm ente, a pesar de los choques y obstáculos de su desarrollo psico­
lógico e histórico, de una interacción presente en su totalidad en la acción
elem ental del sujeto ejercida sobre los objetos.
Entonces, ¿cóm o explicar que simples acciones — como las acciones
de seriar y clasificar— p u ed a n desembocar a la vez en este prodigio de
construcción coherente y adecuación precisa sin atribuirles de antem ano
-—a través de u n preform ism o análogo al de la em briología respecto
de los óvulos y de los espermatozoides— todo aquello que el desarrollo
ulterior del m undo pone poco a poco de m anifiesto, o sin atrib u ir este
desarrollo a factores externos con respecto a esta» acciones iniciales?
L a clave del misterio nos parece residir, en p rim er lugar, en el hecho
de que el núm ero no procede de acciones particulares, es decir, de u n tipo
especial de acciones entre otras, sino que expresa — en un a form a a la
vez m entalizada (es decir interiorizada) y que h a alcanzado el estado
de equilibrio móvil— la co ordinación. misma de las acciones. R eu n ir y
ordenar no son, en efecto, acciones particulares que p uedan com pararse
con las acciones de pesar, em pujar, levantar, etc.; son acciones que se
coordinan entre sí porque traducen desde el comienzo u n a exigencia
de coordinación, es decir, porque son las resultantes de la coordinación de
todas las restantes acciones. Q ue estas coordinaciones necesiten al co­
mienzo de los objetos p ara ejercerse y aplicarse, no presupone en absoluto
que su estructura provenga del objeto como ta l: por el contrario, cons­
truyen estas estructuras a m edida que se desarrolla su funcionam iento,
em pezando por los ritmos orgánicos y psicobiológicos, continuando por
las regulaciones perceptuales y luego intuitivas y term inando por las opera­
ciones lógico-aritm éticas: térm ino concreto final de este proceso de equi­
librio (y punto de p artid a de las posteriores form alizaciones), pero q ue
culm ina en u n proceso de coordinación que se h a iniciado con la organi­
zación y la asimilación psicobiológica. Por lo tanto, el núm ero, ju n to
con las operaciones lógicas que supone y cuya síntesis realiza, es la form a
más esencial y más central de la asimilación intelectual, en tanto ella
prolonga, p o r in term edio de las form as intuitivas y sensoriomotrices, la
asimilación psicobiológica. D e ahi surge su posibilidad de liberación
respecto de la acción directa y lo real inm ediato, sin p o r ello afectar la
perm anencia de su adecuación con todas las operaciones del espíritu ni con
todas las transform aciones de lo real. P orque la acom odación específica
de esta fo rm a general de asim ilación sólo puede ser u n a acom odación a la
vez anticipadora, en tanto resultante de las cualidades diferenciadas de
los objetos, y perm anente u n a vez realizada, puesto que las coordinaciones
de las acciones siempre concordarán con lo real si estas coordinaciones no
expresan el resultado de experiencias particulares, sino la posibilidad misma
de la experiencia, es decir de la acción sobre u n objeto cualquiera. L a
construcción del núm ero m a rc a así, en sum a, el pro to tip o de esta asimila­
ción de lo real al espíritu que realizan todas las clases de m atem ática y
que consiste en insertar las transform aciones de lo real en las coordinaciones
de las acciones, efectivas o posibles, del sujeto que ac tú a sobre esta realidad.
E n segundo lugar, si las operaciones lógico-aritm éticas son el resultado
de la coordinación de las acciones, y no de su detalle especializado, la
creciente m ultiplicidad de las estructuras num éricas, concebidas como
estructuras m entales tardías y no a priori, corresponde entonces a un modo
de construcción, p a ra el cual la explicación genética cu e n ta con u n a tercera
posición — ta n alejada del preform ism o como del recurso a los factores
empíricos— : la coordinación de las acciones no contiene de antem ano a
la lógica y tam poco al núm ero, pero como las operaciones lógico-aritméticas
son el producto de abstracciones a p a rtir de la acción y no del objeto, esta
coordinación proporciona los elem entos de- estas posibles diferenciaciones.
E n efecto, la abstracción y la generalización en relación con las acciones son,
lo hemos visto (punto 2 ), a la vez construidas y reflexivas, en oposición
a la abstracción y la generalización en relación con los objetos. E n otros
términos, si abstraem os y generalizam os caracteres del objeto, sólo obte­
nemos, al fin de cuentas, lo que al comienzo se h a tom ado, salvo que se
añ a d an caracteres operatorios provenientes de la activ id ad del sujeto. Si
el núm ero y la lógica sólo fueran esquem atizaciones del objeto, no
se com prendería entonces cómo lo superan tan librem ente como lo hacen
los esquemas lógico-aritméticos. P or el contrario, u n a vez adm itida esta
especie de a priori funcional (funcional y no- estructural, es decir que no
contiene estructura a priori alguna) que es la coordinación de las acciones
del sujeto (p o r o tra p arte suprim ir esta coordinación equivaldría a con­
vertir al organism o en u n a tab la rasa respecto de las acciones del medio,
lo cual contradice todo lo que nos h a enseñado la biología), las opera­
ciones lógicas y num éricas se construyen a la vez por abstracción a p artir
de la organización sensoriomotriz y po r composiciones generalizadoras de
los caracteres así abstraídos, composiciones cada vez m ás dinámicas y
reversibles porque ca d a vez m ejor equilibradas.
E n efecto, los esquemas sensoriomotores provenientes de la repetición
activa de las conductas y que constituyen, en el terreno de la percepción
y el hábito motor, la más simple asim ilación m ental de lo real p o r p arte
del sujeto, provienen a su vez de una prim era abstracción á p artir de los
ciclos reflejos y orgánicos, que consiste e n . extraer de ellos su capacidad
de repetición y extensión generalizadora. Los esquemas sensoriomotores
culm inan, po r su parte, en u n a especie de lógica de la acción, cuya
coherencia p a rtic u la r consiste por ejemplo en no cum plir, al mismo tiempo
que él, un acto contrario a la m eta perseguida por otro, y en aplicar el
mismo esquem a de acción a circunstancias análogas aunque nuevas,
a o rdenar los m edios y los fines, etc. A hora bien, la construcción de esta
lógica sensoriom otriz se apoya en las coordinaciones precedentes p o r la
abstracción de su poder de establecimiento de sucesión o clasificación
prácticas (discrim inaciones de reconocimiento y generalizaciones p o r trans­
feren cia). -E l pensam iento intuitivo tom a luego de los esquemas sensorio-
motores, a través de nuevas abstracciones, su poder de asim ilar lo real con
el doble m ecanism o de la sucesión y la clasificación, pero traduciéndolos
en form a de representaciones, es decir, acciones interiorizadas susceptibles de
anticipaciones y reconstituciones m ás profundas y m ejor articuladas. Las
operaciones concretas abstraen del pensam iento intuitivo estas articulaciones,
pero las generalizan en form a móvil y reversible. P or últim o, las opera­
ciones form ales abstraen estas operaciones de su contexto lim itado para
traducirlas en proposiciones independientes de toda acción concreta. Así,
las operaciones lógicas y num éricas se construyen p o r etapas, y al mismo
tiem po, se sustentan en todos los niveles en los elementos abstraídos de las
coordinaciones del nivel anterior. D e este modo, las estructuras lógico-
aritm éticas h u n d en sus raíces en las coordinaciones m ás elementales sin
por ello estar preform adas y se elaboran en u n doble proceso de abstracción
reflexiva (diferenciaciones) y generalizaciones que consisten en nuevas
composiciones que integran los elementos de las estructuras precedentes.
E n tercer lugar, lo propio de esta estructuración p o r etapas — con
diferenciaciones e integraciones correlativas en c a d a 'u n a de ellas— es
constituir, no sólo un enriquecim iento y una mayor agilidad gradual de
las form as sucesivas de coordinación, sino además, y hasta cierto punto,
u n a repetición am pliada de los mismos procesos form adores de un a etapa
a la otra, con desajustes en el tiempo. E n efecto, en la etap a sensoriomotriz
se ven perfilarse — pero como estados esquemáticos poco diferenciados—
las mismas form as de organización que más tarde se desplegarán extensa­
m ente en la e tap a operatoria. Así, los esquemas sensoriomotores son el
equivalente funcional de. las clases (aplicación de u n mismo • esquema a
m últiples situaciones), las relaciones (relaciones.de diferencias o seme­
janzas utilizadas en la acción) e incluso de cierta cuantificación prenum é-
rica por la acción com binada de la semejanza y el orden (repeticiones
acum ulativas, por ejemplo con la im itación diversa según se trate de
reproducir 1-2 veces ó 4-5 veces el mismo m ovim iento). Al descender
de la etap a sensoriomotriz a la etapa instintiva vuelven a encontrarse, en
form as au n más elementales y rígidas, procesos análogos, y así seguido,
en u n a continuidad funcional com pleta entre lo orgánico y lo mental.
Por ello, el núm ero — producto de la coordinación de acciones y no
de acciones particulares— produce abstracciones reflexivas sobre las que
se apoyan las composiciones en cada nueva etap a sin discontinuidad
funcional con las más lejanas 'y se relaciona a la vez con las actividades
más fundam entales del sujeto, sin estar por ello contenido de antem ano
en las coordinaciones del p unto de p artid a y constantem ente relacionado
con lo real a través de estas coordinaciones, sin p o r ello ser resultante de
una abstracción de los objetos como tales.
LA CONSTRUCCION OPERATORIA
DEL ESPACIO

D u ra n te estos últimos años, cuanto m ás profundo fue el análisis m a te­


m ático de las relaciones entre el núm ero y el espacio, más se hizo evidente
el paralelism o existente entre estas dos clases de realidades. Esta conver­
gencia resulta tanto más sorprendente en la m edida en que d u ran te m ucho
tiem po estuvo de m odo considerar el núm ero como representativo de la
m atem ática pura, porque es exclusivam ente intelectual, y el espacio como
el prim er dom inio correspondiente a la m atem ática aplicada, porque es de
carácter sensible o perceptual. E sta oposición h a desaparecido totalm ente,
p ero los motivos de su elim inación son particularm ente instructivos p ara la
epistemología genética.
Con los trabajos de Weierstrass, G. C antor y D edekind, ya se había
puesto de m anifiesto u n a posible traducción entre el continuo geométrico
y lo que se ha llam ado el continuo analítico o conjunto de los núm eros
reales (racionales e irracionales). L a “potencia del continuo” es, en el
lenguaje de la teoría de los conjuntos, la característica num érica equiva­
lente a las propiedades del continuo espacial. P or ejemplo, C an to r d e­
term ina po r u n a m ism a construcción de series convergentes los puntos de
acum ulación que com ponen el continuo geométrico (se concibe cada uno
d e estos puntos com o el lím ite de u n a serie de intervalos encajados) y los
núm eros irracionales que llenan los blancos presentes entre los números
racionales.
Por o tra parte, los progresos de la topología se orientaron en muchos
puntos hacia el encuentro con el núm ero. Así, el estudio topológico de los
poliedros culm ina en una topología com binatoria y algebraica que casi ya
n o difiere de un álgebra p u ra ; algunos grupos discretos y conm utativos
— desarrollados recientem ente po r P ontrjagin— realizan u n a síntesis ta n
estrecha entre lo topológico y lo algebraico que sus elementos pueden
analizarse como m ateria de cálculo algebraico o como puntos vinculados
p or un principio de vecindad. P or su parte, la teoría de los espacios
abstractos perm ite hablar en lenguaje espacial de conjuntos cualesquiera
a condición de determ inar u n a ley de vecindad, pero ella puede alejarse
m ucho de las concepciones ordinarias vinculadas con este vocablo: p o r
ejem plo “el espacio de los núm eros racionales” ,1 etc. R ecíprocam ente, la
teoría de los conjuntos h ab la de conjuntos abiertos y conjuntos cerrados,
de fronteras, de exterioridad o interioridad, etc., en sentidos indiferente­
m ente geométricos o abstractos. Finalm ente, po r u n a elección convencional
se decide, en algunas regiones lim ítrofes, si se ad o p tará el p u n to de vista
de la vecindad espacial- o el lenguaje analítico de los conjuntos o los
números.
Así, u n joven m atem ático — B. E ckm ann— consideró recientem ente
el dualism o del núm ero y el espacio como el ejem plo, no de u n a dualidad
estática que opone dos propiedades cualitativam ente distintas, sino como
un a dualidad “com plem entaria” en el sentido de la microfísica, es decir,
precisam ente como dualidad de puntos de vista respecto de dos aspectos
igualm ente necesarios de la m ism a realidad.2
A hora bien, desde el p u n to de vista psicológico se p odría pensar a
prim era vista en u n a oposición esencial entre el espacio fu n d ad o en las
percepciones y la m otricidad m ás elem entales y el núm ero, producto d e
operaciones tardías y rápidam ente formalizables. Este contraste aparen te
resulta incluso ta n engañador que, p o r ejem plo, K ant- pensaba el espacio
y el tiem po como form as a priori de la sensibilidad, m ientras que reservaba
p a ra el núm ero el papel de esquem a de unión entre el tiem po y el
entendim iento.
Sin embargo, confirm ando lo que acabam os de entrever de las opera­
ciones lógico-aritméticas, que h u n d en sus raíces en las coordinaciones m ás
prim itivas de la acción, vam os a com probar que la construcción genética
del espacio es, en realidad, exactam ente paralela a la del núm ero, en
los diferentes planos, perceptual, sensoriomotor, intuitivo y operatorio,
con la única diferencia de que el esquem atism o lógico-aritm ético procede
de la acción con elementos discontinuos de lo real y el esquematism o
espacial de la acción con elem entos continuos (ambos esquematismos se
reúnen luego de m odo ca d a vez m ás estrech o ). E n efecto, si se tiene
el cuidado de estudiar la percepción en el niño y no sólo en el ad u lto (donde
padece po r reacción toda clase de influencias provenientes de la inteligencia
op erato ria), se observa que los mecanismos perceptuales tam poco consiguen
construir', de por sí, un espacio coherente, como tam poco culm inan en la
construcción de las clases, las relaciones lógicas y los núm eros. Y si
seguimos de cerca la construcción del espacio en el pensam iento intuitivo
y en el plano de las operaciones concretas anteriorm ente al desarrollo del
pensam iento form al, observamos que esta construcción corresponde paso a
paso a la de las operaciones lógico-aritm éticas, con la única diferencia
de que se tra ta de operaciones infralógicas que se refieren a la elabora­
ción del objeto, o de los objetos de diversos órdenes, y no de operaciones
lógicas o num éricas referidas a los diversos modos de reunión d e objetos
discontinuos (en clases, relaciones seriadas o n ú m e ro s).

1 Véase Kuratowski: Topologie.


2 B. Eckmann: Topololgie und algebra. Vierteljahrschriít d, Naturf,, ges,,
Zurich, 1944, pág, 26,
Los datos de la construcción genética convergen pues, en vez de
divergir, con los resultados de la construcción teórica y la correspondencia
es hasta tal p unto exacta que — contrariam ente a las opiniones corrientes
acerca de la estructura m étrica euclidiana del espacio original— las rela­
ciones topológicas son las prim eras en organizarse, de donde surge el p arale­
lismo en tre los encajes espaciales (así como las relaciones de orden o
em plazam iento) y las clasificaciones (así como las seriaciones) lógicas.

1. C l a s if ic a c ió n de las in t e r p r e t a c io n e s e p is t e m o l ó g ic a s del

e s p a c ioL a construcción del espacio es solidaria, no sólo de todo el


.
desarrollo m en tal de cada u n a de estas etapas, sino adem ás de to d a la
evolución biológica hasta, e incluidos, los procesos elementales de la m orfo­
génesis vital. E n el extremo superior de este desarrollo, el espacio se genera
por las operaciones deductivas de la geometría. Pero estas operaciones
form alizadas están precedidas por operaciones concretas que h u n d en sus
raíces en intuiciones diversam ente articuladas. Estas intuiciones proceden
de un espacio sensoriomotor y perceptüal que se sustenta en u n espacio
postural y reflejo, “actuado” antes de ser percibido o concebido. Sin
em bargo, todo instinto anim al supone ya una geom etría (véanse las figuras
regulares de las células de u n a colm ena o de u n a tela de a r a ñ a ) , y toda
la morfogénesis (que en p arte prolonga el instinto) es u n a creación con­
tinua de “form as” elaboradas en conexión con el medio; Por . lo tanto, es
evidente que surgen los mismos problemas epistemológicos a propósito
de ca d a u n a de estas etapas, y adem ás con la m ism a posible diversidad de
soluciones. Existen en p articular tantas diferencias entre las diversas in ter­
pretaciones de la percepción espacial — por lo tan to entre las epistemologías
que consideran el espacio como u n a “form a de la sensibilidad”— como
entre las m últiples teorías acerca de la deducción geom étrica, abordada
como actividad del intelecto.
L a historia misma de las explicaciones del espacio resulta de por sí
extrem adam ente significativa desde este punto de vista. E n efecto, puede
decirse que la" interpretación de la geom etría m oderna h a evolucionado,
en grandes rasgos, desde u n a concepción que pone todo el acento en la
propiedad perceptüal o “sensible” del espacio, hasta u n a concepción que
reduce la. geom etría a u n a especie de lógica: ahora bien, en ca d a uno de
estos extremos vuelven a encontrarse las mismas oscilaciones entre las
formas' innatas y las formas empiristas, y el mismo esfuerzo p o r escapar a
estas dos exageraciones contrarias y encontrar relaciones de interdepen­
dencia entre el sujeto y el objeto.
Descartes, al apoyarse en su descubrimiento de la geom etría analítica,
adm ite u n a suerte de paralelismo entre el álgebra y la geom etría, tal que,
a las figuras constituidas por las curvas corresponden las ecuaciones
del cálculo algebraico y recíprocam ente; pero este paralelism o que se
sustenta en el dualismo metafísíco entre la - extensión y el pensam iento
no conduce, en su sistema, a u n a unidad real de la construcción operatoria
y la intuición espacial. Con K an t, se acentúa -el dualismo entre el espacio
concebido (com o el tiem po) como forma a priori de la “sensibilidad”
y el entendim iento lógico, apareciendo entre ellos el esquem atism o del
núm ero que, por o tra parte, se basa en el desenvolvimiento tem poral y no
en la extensión. D u ran te casi todo el siglo x ix , la interp retació n del
espacio se centraliza en el contacto perceptual entre el sujeto y. el objeto
físico, y oscila entre, por u n a parte, el “innatism o” o apriorism o y, por
la otra, diversas form as de “em pirism o” o g e n e tis m o p e r o sieifipre está
presente como un trasfondo la idea de una oposición en tre el carácter
sensible o intuitivo de la extensión y el aspecto lógico o com binatorio del
análisis y el álgebra. E n cambio, tam bién duran te el siglo x ix , se p rep arab a
ya la crisis de la geom etría de donde surgieron, en el período contem po­
ráneo, las interpretaciones del espacio que tienden a desprenderlo de la
intuición perceptual o en imágenes, p ara concebirlo en función de un a
construcción deductiva que ya no se aplica sim plem ente a posteriori a
formas dadas previam ente por la sensibilidad, sino que realm ente las genera
(en todas sus partes o gracias a u n a generalización que interviene apenas
se produce el contacto sensoriomotor con el objeto físico).
Gomo todos sabemos, esta crisis fue el resultado de la gradual elabo­
ración de las geometrías no euclidianas, que pusieron de m anifiesto la
existencia de u na p luralidad de modelos, entre los cuales sólo uno corres­
ponde directam ente a nuestra m a n era de percibir el espacio próxim o y
práctico. Y la realización acab ad a de las controversias nacidas a p artir
de este descubrim iento fundam ental estuvo m arcad a p o r dos aconteci­
mientos decisivos que liberaron la interpretación del espacio de la intuición
sensible: la teoría de la relatividad y el empleo del método axiom ático. En
efecto, por u n a parte, la m ecánica einsteiniana mostró que el espacio del
m undo físico deja de ser euclidiano a cierta escala y cuando se h a n su­
perado ciertas velocidades, p rueba que el espacio de nuestra percepción
se relaciona con condiciones lim itativas que elim inan su valor -de m arco
a priori o expresión adecuada del objeto en general. Por otra p arte, la
libre construcción deductiva de u n conjunto indefinido de modelos espa­
ciales probó sim étricam ente que el espacio intuitivo resulta tam bién inade­
cuado p ara agotar la actividad operatoria espacializante del sujeto y los
caracteres del objeto espacializado.
Si queremos clasificar las diferentes posibles interpretaciones del espa­
cio, nos encontram os en prim er lugar ante u n a heterogeneidad de planos,
según se ponga todo el acento en la explicación del espacio perceptual o
en la del espacio construido deductivam ente. D esgraciadam ente el papel
que se atribuye a la intuición sensible o a la deducción tam bién varían,
de m odo considerable, en los . diversos períodos de la historia analizada
cuya esquema acabam os de recordar. Entonces el problem a interesante
no consiste en despejar la oposición entre u n a teoría de la percepción
espacial y u n a teoría de la deducción geométrica, sino en encontrar, en
cada uno de los planos que exploraron las diversas epistemologías, en el
transcurso del tiempo, las mismas divergencias o las mismas convergencias,
expresadas a veces, en térm inos de sensibilidad y otras en térm inos de
construcción lógica. A hora bien, estas com paraciones son tanto m ás suge-
rentes en la m edida en que las etapas, estudiadas respectivam ente en la
sucesión histórica de las doctrinas, corresponden a estadios, todos reales
y actuales, del desarrollo psicológico del espacio. En efecto, no es falso
adm itir con K a n t que el espacio es u n a form a de la sensibilidad: existe,
110 hay desacuerdo sobre este punto, u n espacio perceptual qu e de p o r sí
plantea todos los problemas epistemológicos; se tra ta solam ente de saber
si este espacio perceptual p u ed e d a r cuenta del espacio de la geom etría
m oderna, y en este punto la historia m ism a resulta suficiente p a ra reesta-
blecer las posiciones adecuadas. Existe tam bién u n espacio orgánico, u n
espacio postural, un espacio sensoriomotor, u n espacio de la intuición en
imágenes, u n espacio de las operaciones concretas, u n espacio de las opera­
ciones formales y u n espacio axiomático. Lo esencial rad ica pues en no
confrontar así no m ás las teorías que se refieren a uno de estos planos, sino
en poner de manifiesto, respecto de cada uno o respecto de los principales,
las posibles variaciones de la interpretación epistemológica.
E n este sentido, las principales doctrinas — históricas o actuales— se
refieren a las fuentes intuitivas, a la elaboración deductiva, o bien a am bas
al mismo tiem po. Por lo ta n to , conviene orientar nu estra clasificación
esencialm ente en función de estas posiciones extremas. A h o ra bien, ya se
trate de percepción o m otricidad elementales, o bien de construcción
intelectual, en ambos casos vuelve a encontrarse el cuadro de posibles
com binaciones entre la recurrencia a factores internos y factores externos;
com binaciones cuyo núm ero es lim itado pero susceptible de presentar todas
las gradaciones interm edias posibles.
P ara cada plano existe u n a oposición esencial que separa, en prim er
lugar, las teorías que conciben el espacio, perceptual o conceptual, como
u n a realidad d ad a ya enteram ente constituida, sin porvenir ni construcción
alguna, y las que lo in te rp re tan como u n sistema de relaciones que se
elaboran progresivamente. L lam arem os a estas dos clases respectivam ente
teorías no genéticas e interpretaciones genéticas. Así, el espacio absoluto
de N ew ton y Clarke, concebido como u n sensorium Dei, o el espacio de
K an t, form a a priori de la sensibilidad trascendental del hom bre (es decir
sensorium hom inis), son modelos de concepciones no genéticas; en cam bio,
el espacio concebido — por Poincaré, Brunschvicg o Enriques— como u na
coordinación progresiva de los movim ientos y las acciones y luego de las
relaciones intelectuales, cualitativas o m étricas, es un a realid ad esencial­
m ente genética.
Sin em bargo, hay otra oposición que recorta la precedente: puede
pensarse que la realidad externa im pone el espacio de la geom etría, es
decir que hay u n espacio físico que existe independientem ente de nosotros
en u n m undo de objetos del cual constituye la red o el continente, o bien
se lo puede interp retar como u n a form a de las percepciones o el intelecto
del sujeto, im puesta a los fenóm enos objetivos a p artir del contacto p e r­
ceptual m ás elemental, o a m edida que se realiza su interpretación racional.
Así, entre los puntos de vista no genéticos, el de N ewton es esencialmente
realista, m ientras que el de K a n t se apoya en u n a elaboración endógena:
del mismo modo, entre los puntos de vista genéticos, el de Enriques se
apoya en el dato' físico interpretado de m odo em pirista y el d e Brunschvicg
en la actividad del sujeto.
A p a rtir de lo anteriorm ente expuesto, surge entonces u n cuadro de
doble entrada. U n a de sus dimensiones es la distinción dicotóm ica entre
las teorías no genéticas y genéticas. Las teorías genéticas son susceptibles
d e diversos grados, pero no puede concebirse u n p u n to de vista desde el
cual se niegue la oposición entre lo genético y lo no genético, puesto que
si se quiere suprim ir esta oposición se culm in ará en la negación de la
génesis misma. L a otra dim ensión del cuadro com prende, p o r el contrario,
tres posibilidades: las interpretaciones basadas en el objeto, en el sujeto,
o, entre ellas^' aquellas que niegan todo dualism o radical entre los factores
endógenos y exógenos y los conciben, ya sea como fundidos en un solo todo
desde el comienzo (puntos de vista no genéticos), o como relacionados por
un sistema de interacciones indisociables (puntos de vista genéticos).
Se obtienen así seis posibilidades principales; en ellas podem os reconocer
las seis posiciones epistemológicas generales descriptas en el p u n to 4 de la
Introducción, pero aplicadas ahora al problem a especial del espacio.
E n el plano del espacio perceptüal y sensoriomotor, las soluciones no
genéticas y las soluciones genéticas llevaron du ran te m ucho tiem po, por
una parte, el nom bre de apriorism o e “innatism o” y, p o r la otra, de
“empirismo” . Sin em bargo, deben distinguirse muchos matices en cada
una de estas dos clases y en estas últimas décadas se ad o p taro n nuevas
actitudes que no pueden reducirse a este cuadro clásico. E l térm ino
“innatism o” , en p articular, recubre en realidad (al menos desde el punto
de vista epistemológico) dos soluciones distintas: la que hace de la percep­
ción espacial una “facultad” in n a ta que aprehende directam ente desde
afuera u n espacio ya enteram ente construido en el m u n d o exterior; y
aquella que reduce la percepción del espacio a u n a conciencia de nuestra
p ropia organización, que asim ila los datos externos a su estructura interna.
U nicam ente esta últim a form a de innatism o pu ed e com pararse con el
apriorism o kantiano, siendo su traducción psicológica y fisiológica; en
cam bio, la prim era form a de innatism o conduce a un realism o epistemo­
lógico. E n tercer lugar, en estos últim os años surgió u n a teoría no genética
del espacio perceptüal que lleva el nom bre de “teoría de la form a”
(vinculada con la epistemología fenom enológica) y que adm ite un a
organización espacial que abarca en u n a sola totalidad los factores internos
y los factores externos. E n cuanto a las teorías que d u ran te m ucho tiempo
se llam aron “em piristas” , hay que distinguir tam bién dos tipos m uy dife­
rentes, incluso ta n distintos entre sí que conducen a u n a clara oposición
epistem ológica: en efecto, si bien am bas son genéticas, únicam ente la
prim era es “em pirista” desde el punto de vista del conocimiento, en
cam bio la segunda conduce al reconocim iento de la existencia de una
interacción relativista entre el sujeto y el objeto. L a p rim era fu n d a al
espacio en las “sensaciones” asociadas entre sí, y la segunda lo sustenta
en la acción (a p a rtir de la m otricidad y la actividad sensoriomotriz y
p e rc e p tü a l). Además, se intercala entre estas teorías el p u n to de vista
— desconocido en el siglo xix— del convencionalismo, que Poincaré
in tentó fundar a p a rtir de un análisis que tam bién se rem ontaba hasta la
coordinación sensoriomotriz.
E n resumen, las teorías genéticas del espacio perceptual conducen a
u n a prim acía del objeto (empirismo propiam ente d ic h o ), a un a prim acía
del sujeto (convencionalism o), o bien a u n a interacción entre ambos (rela­
tivismo de la acción). Estos tres puntos de vista corresponden así, térm ino
a térm ino, con las soluciones no genéticas: p rim acía del objeto (innatismo
realista), prim acía del sujeto (apriorism o), e interacción (fenomenología
de la “forma” ). Esta correspondencia resulta incluso ta n evidente que se
la vuelve a encontrar en muchos grados interm edios entre los dos extremos
de cada par: por ejemplo, la teoría de W u n d t se encuentra a m itad de
cam ino entre el innatism o de H ering y el em pirism o de H elm holtz; el con­
vencionalismo de Poincaré se apoya en u n a in terpretación sensoriomotriz
de los “grupos de desplazamientos” que no está alejada del innatism o
apriorista; por últim o, desde la “teoría de la fo rm a” h asta la del espacio
activo y m otor pueden concebirse todas las transiciones que unen u na
interpretación estática al dinamismo de la acción.
E n cuanto a las interpretaciones del espacio deductivo y, en particular,
de las diversas formas de la geom etría axiom ática, se vuelven a encontrar
las mismas seis posibilidades pero con u n a transposición im portante de los
térm inos presentes. E n el caso del espacio perceptual, el sujeto es el yo
que percibe y el objeto está constituido por las form as o las figuras de los
cuerpos; en cambio, en el caso del espacio deductivo — y, en particular,
de esta deducción depurada que caracteriza a la axiom ática contem po­
rá n e a — , el sujeto está representado por la actividad deductiva form ali­
zada, siendo entonces el objeto todo aquello que se considera como exterior
a esta actividad form al (o, según los puntos de vista, en interacción con
e lla ), es decir que es espacio “intuitivo” como dice el geómetra, ya se
conciba esta realidad intuitiva como la expresión d e u n a experiencia física
posible, o sim plem ente como un dato externo a la deducción axiomatizada.
D e donde surgen las seis combinaciones siguientes.
E n prim er lugar, cabe distinguir las concepciones no genéticas de la
axiom ática geom étrica — es decir, aquellas que consideran las proposiciones
de la geometría deductiva como teniendo u n a consistencia perm anente,
independientem ente de su descubrimiento histórico y de las operaciones
psicológicas presentes en su elaboración— y las concepciones genéticas
— según las cuales la axiom ática m ism a se h alla en constante transform a­
ción y no se la puede independizar de su propia construcción m ental— .
Entre las concepciones no genéticas, se en cu en tra la prim acía del
objeto, la del sujeto y la interacción entre ambos. E l objeto y el sujeto
se definen del m odo que acabamos de señalar. El realismo del objeto
consistirá, en el caso del pensamiento axiom ático, en considerar los p rin ­
cipios. admitidos como' axiomas, o las proposiciones construidas m ediante
ellos, como la expresión de una facultad que apreh en d e directam ente seres
(de' razón o experimentales) exteriores a ella. Así, p a ra los griegos, los
axiomas, considerados como verdades evidentes, traducen la existencia
de formas exteriores a nosotros. Según Russell expresan a priori, pero de
m odo analítico (y sin construcción sintética inherente al sujeto), la posibi­
lidad de la experiencia y se h allan en u n a situación com parable a la de los
conceptos lógicos en tanto conocimiento inm ediato de los universales 3, etc.
Las concepciones caracterizadas por la prim acía del sujeto consistirán, por el
contrario, en adm itir u n a construcción axiom ática (por lo tanto, depu rad a
de toda intuición) que se bastará a sí m ism a y no corresponderá a lo real
(intuitivo o experim ental) salvo como m arco necesario, com ún al espíritu
y a las cosas. Así, D. H ilbert, én un interesante artículo acerca de las
relaciones entre la lógica y la realidad, considera que los axiomas de orden
y congruencia se aplican a lo real (por ejem plo, a las leyes de la herencia
o biología), no porque se los extraiga de las cosas, sino porque provienen
de lo que él llam a u n a especie de “arm onía preestablecida” , es decir, u n a
preform ación sintética a priori que condiciona a la vez al espíritu que
piensa y a lo real pensado po r él.4 P or últim o, el punto de vista de la
indisociación entre el espíritu y las cosas está representado p o r las in terp re­
taciones fenomenológicas que ven en la construcción geom étrica la expre­
sión de intuiciones racionales de diversos órdenes, escalonadas entre la
intuición vulgar y lo que M . W inther h a llam ado tan acertadam ente el
conocim iento “transintuitivo” .
En cuanto a las interpretaciones genéticas, se encuentran tres posibi­
lidades: la prim acía del objeto, la prim acía del sujeto y la interacción entre
ambos. E l prim ero de estos tres puntos de vista está representado por
aquellos autores que explican la construcción de las axiomáticas p o r un a
abstracción progresiva a p a rtir'd e los datos sensibles y la experiencia física.
Enriques inauguró esta vía en' el campo de la filosofía geom étrica y Gonseth
desarrolló u n a teoría del esquematism o que exam inarem os más adelante ,
(en el p u n to 11) ; según él, el “esquem a” que. caracteriza el arm azón de las
axiom áticas es sim ultáneam ente la expresión de las conductas del sujeto
y la visión sim plificada o “sum aria” de los caracteres del objeto, pero con
u n a tendencia a la acentuación de este segundo aspecto. L a prim acía del
sujeto se afirm a, po r el contrario, en las teorías convencionalistas — la más
decisiva es la de H . Poincaré— y que vuelven a encontrarse en p arte
en algunas de las concepciones de la epistem ología nom inalista del círculo
de V iena, cuya concepción de convención. adquiere entonces la fo rm a d e l.
“lenguaje” lógico o “tautológico” . Por últim o, la interacción entre el sujeto
y el objeto constituye la idea central de las interpretaciones operatorias
de la deducción espacial o geom étrica, interpretaciones que vuelven a
encontrarse en p arte en Enriques y, en particu lar, en G onseth (a pesar
del acento que am bos ponen en el objeto m ás que en la acción) y que
hemos de desarrollar en la segunda p arte de este capítulo.
A hora, lo im portante, ya que hem os clasificado estos diversos puntos

3 B. Russell: An essay on the foundations of geometry. Cambridge, 1897, y


“Sur les axiomes de la géométrie”, Reu. Mét. Mor., 1899, pág. 687: “Lo que puede
descubrirse por medio de una operación debe existir independientemente de esta
operación: América existía antes de Cristóbal Colón” ,
4 D. Hilbert: “La connaissance de la nature et la ique”. Trad. M. Müller.
Enseignement math., t. xxx, págs. 22-23, en particular, pígs, 27-30.
de vista, es exam inar sucesivamente (y sin confundirlos) los problem as del
espacio perceptüal o sensoriomotor y los problem as de lo que hemos de
llam ar el espacio operatorio, confrontando los principales tipos de hipótesis
distinguidos h ace un instante con los datos psicogenéticos actualm ente
conocidos.

2. El e s p a c io perceptüal . A. E l “in n a t is m o ” y el “em p ir is m o ”.


H e r e n c ia y E n el m undo externo percibim os formas, suce­
s e n s a c ió n .
siones ordenadas, proyecciones, similitudes, distancias (en p articular, en
profundidad) m agnitudes bi o tridim ensionales, etc. Cabe pensar en ­
tonces que el espacio se da a través de la percepción del objeto percibido
y, en prim er lugar, nada parece más evidente que la tesis em pirista según
la cual basta disociar estos caracteres espaciales de las otras cualidades de la
realidad sensible p ara obtener, por abstracción, un espacio a la vez expe­
rim ental e intuitivo (en tanto la im agen prolonga la sensación). Y, sin
em bargo, en el terreno mismo de la crítica filosófica, el análisis reflexivo
de Berkeley, en su famoso “Ensayo sobre una nueva teoría de la visión” ya
dem uestra que ño se “ve” directam ente el espacio y tam poco los objetos
en el espacio. D espués que el pensam iento de H um e term inó p o r disolver
el soporte sustancial del espacio exterior, K a n t invirtió la relación inicial
establecida p o r el empirismo, entre el sujeto que percibe y las cosas,
situando el espacio en la sensibilidad a priori del sujeto.

Este conflicto entre el empirismo y el apriorism o filosófico ¿puede


acaso resolverse en el terreno de la psicología genética? Por cierto, esta
psicología sólo alcanza las percepciones espaciales en situaciones en las que
el sujeto se encuentra en relación con u n a experiencia, y el exam en de
estas percepciones sólo puede realizarse en un orden cualquiera de su­
cesión; de ahí surge la apariencia de un prejuicio en favor 4de la expe­
riencia y la génesis progresiva. Sin em bargo, no se trata sino de u n a
apariencia. Si el espacio constituye u n a form k a priori que preexiste a la
práctica de nuestros órganos sensoriales y a todo contacto m otor — per-
ceptual o intelectual— entre el sujeto y las cosas, ello sólo puede reconocerse
no obstante en el m om ento en que se produce esta p ráctica y este contacto.
Los biólogos están acostum brados a razonar con ciertas variaciones que
sólo se producen en u n m edio determ inado, pero sin em bargo tienen como
causa la actualización de u n . carácter endógeno latente, y n ad a im pide
recurrir a una explicación sem ejante en u n plano p u ram en te m ental p ara
d ar cuenta de las organizaciones perceptuales qu e.la experiencia no im pone
al sujeto, sino que, por el contrario, em anan únicam ente de él. Es cierto
que todo recurso a la herencia no hace sino colocar m ás atrás el problem a
epistemológico, y que este problem a debería plantearse desde el prim er
contacto perceptüal entre los organismos ancestrales y el m edio percibido.
Pero, a falta de certeza, el análisis psicobiológico podría, sin embargo,
proporcionar u n a prueba inductiva de alto grado de probabilidad en favor
del apriorismo, si él fuera verdadero. Por el. contrario, si las mismas expe­
riencias repetidas provocan en sujetos de diferente edad m ental (o m ejor
aú n en estadios sucesivos de desarrollo del m ism o sujeto) reacciones per-
ceptuales que ponen de m anifiesto organizaciones espaciales m uy diferentes,
el apriorism o saldría debilitado de esta prueba. E incluso si se form ulara
entonces la hipótesis de u n a m aduración endógena de las estructuras
a priori, p odría seguirse pensando en la disociación de los factores internos
y externos, así como en la de la m aduración y la práctica, puesto q u e ella
corresponde a u n a de las tareas actuales de la psicología genética.
Por lo tanto y con todo derecho, Jo h an n es M üller, H elm holtz, H ering,
K u n d t, Panum , W u n d t y m uchos otros, llevaron la cuestión del empirismo
y el apriorism o al terreno de la psicofisiología, y algunas variedades del
“innatism o” fueron consideradas como traducciones fisiológicas o psico­
lógicas de la tesis k antiana que afirm a la existencia de u n a “form a” de
sensibilidad trascendental. E n efecto, K a n t n o h a negado n u n ca qu e el
espacio genere u n a tom a de conciencia solam ente cuando se produce
la experiencia: sim plem ente afirm ó que esta experiencia no explica ai
espacio, sino que provoca u n a actualización de form as virtuales anteriores
a ella (el razonam iento es susceptible de repetirse en el plano del sensorium
an cestral). Ciertos tipos de teoría innatistas afirm an lo mismo pero, como
hemos visto en el p u n to 1, no todas ellas son idénticas entre sí desde este
p u nto de vista, puesto que atrib u ir a la retin a — con Jo h . M ü ller y
H ering— u n poder innato p a ra percibir las distancias y las dimensiones
puede ser tom ado en u n sentido kantiano o, p o r el contrario, puede rem itirse
a la hipótesis de u n a fa c u lta d . hereditaria, que perm ite leer de modo
inm ediato (sin p ráctica n i experiencia algunas) los datos del m undo físico
exterior. El gran adversario de las teorías innatistas, H elm holtz, dice en
efecto “que ellas atribuyen la localización de las im presiones en el cam po
visual a u n a disposición in n ata, ya sea p o rq u e el alm a tiene un conoci­
m iento directo de las dimensiones de la retina, o bien p o rq u e la excitación
de fibras nerviosas determ inadas da lugar a ciertas representaciones de
espacio a través de un m ecanism o preestablecido” .3 H elm holtz considera
como “u n a extensión de la opinión de K a n t” la teoría de Joh. M üller,
de quien cita este sorprendente texto: “no pued e existir sensación alguna
fu e ra de la idea de espacio y tiem po. Pero en cuanto a aquello qu e llena
el espacio, sólo nos sentimos a nosotros m ism os en el espacio, cuando
hablam os de sensación o sentido; el juicio nos perm ite distinguir, en el
espacio objetivam ente lleno, solam ente las p a rte s de nosotros mismos que
están en estado de afección, sensación aco m pañ ad a de la conciencia de
causa externa de la excitación. E n cada cam po visual, la retina ve su
p ropia extensión en el estado de afección” , etc.6 Sin em bargo, p a ra otros
fisiólogos — y, en particular, en H ering, cuando sustituye la tesis global
de su predecesor por u n análisis detallado de las regulaciones fisiológicas
presentes en estos mecanismos “innatos”— la percepción del espacio se

5 H. Helmholtz: Optique physiologique. Trad. Javal y Klein. París, Masson,


1867, pág. 1010.
6 Trad. de J. Müller: Zur. vergleichenden Physiologie des Gesichtssinns, pág. 54.
convierte sim plem ente en una facultad de aprehender directam ente los
datos externos.
A hora bien, e independientem ente de estos diversos matices aprio-
ristas 0 realistas, el innatism o tuvo que enfrentarse con un retorno ofensivo
del empirismo, que sostiene la necesidad de la experiencia, y en p a rtic u ­
lar del ejercicio m otor (movimientos de los ojos para las percepciones
visuales, etc.), p ara la construcción del espacio perceptual. Sin em bargo,
el “em pirismo” mismo se ha presentado, desde el punto de vista episte­
mológico, en las formas más diversas y a m enudo muy alejadas d e las .que
corresponden a este térm ino en el cam po de la teoría del conocimiento en
sentido estricto. E n efecto, recurrir a la experiencia y la m otricidad puede
conducir a u n a interpretación basada exclusivamente en las sensaciones
(visuales, táctiles, etc., o motrices, es decir, kinestésicas) así como a sus
asociaciones, pasivam ente sufridas;, nos encontram os entonces en la línea
clásica del empirismo. Sin em bargo, con los “signos locales” de Lotze,
los “signos locales com plejos” de W undt, y en particular con los signos
locales interpretados de entrada m ediante razonamientos inconscientes,
como en H elm holtz, nos alejamos cada vez más del empirismo epistem o­
lógico. G uando H elm holtz escribe que “las' sensaciones son, p ara nuestra
conciencia, signos cuya interpretación corresponde a nuestra inteligencia” ,7
y que considera cada percepción espacial como solidaria de toda la expe­
riencia anterior del sujeto constantem ente interpretada con la ayuda de
la m otricidad, “la repetición singular de la asociación de dos representa­
ciones” se nos im pone entonces “con ta n ta más intensidad y necesidad
cuanto más a m enudo se nos ofrece” 8 se convierte en un a fórm ula que, al
mismo tiem po que conserva su form a clásicam ente asociacionista, deja
entrever m uchos otros desarrollos diferentes de los del empirismo. E n cuanto
a 'W undt — que afirm a no ser apriorista ni empirista, pero que H elm holtz
clasifica entre los em piristas— sabemos que recurre, en lugar de los “razo­
namientos inconscientes” del gran fisiólogo, a una síntesis o fusión ( V e r -
schmelzung) de las sensaciones, unas retinianas (pero sin localización
innata y sencillam ente indicadoras de la existencia de posiciones distintas)
y las otras relativas a la rotación del ojo.9 W u n d t considera que esta fusión,
anterior a la tom a de conciencia, im plica u n a “génesis” del espacio, apoyada
en procesos sensoriomotores complejos: u n a base hereditaria sensorial, pero
carente de significación espacial de los elementos como tales, y un a síntesis
construida en relación con el ejercicio m otor, pero preconsciente. Vemos
que el “em pirism o” de W undt, así como el de Helmholtz, deja u n m argen
bastante am plio de posibles interpretaciones epistemológicas.

H ay dos problem as fundam entales que, pensamos, plantean frecuentes


conflictos históricos entre el “innatism o” y el “empirismo” : el de la herencia
de los m arcos perceptuales y el de la significación epistemológica de la

. 7 Optique physiol. Trad. mencionada,, pág. 1001.


8 Ibíd., pág. 1002.
9 W. Wundt: Grundzüge der Physiologischen Psychologie. Leipzig, Kroner.
“sensación” . Estos dos problem as, por otra parte, son solidarios entre sí.
Respecto del prim er punto, hay que distinguir adem ás dos cuestiones:
la de la génesis biológica de las formas hereditarias y la de las relaciones
entre las estructuras innatas eventuales y el conocim iento actual del sujeto
individual (conocim iento tal como se m anifiesta en el transcurso de la
psicogénesis). L a discusión de esta segunda cuestión nos conduce al
problem a del papel epistemológico de la sensación.
R ecurrir a la herencia presenta pues dos clases de cuestiones muy
diferentes. A hora bien, desde el p unto de vista epistemológico y en cuanto
a la form ación de las estructuras hereditarias, atrib u ir a ciertas estructuras
la cualidad de transm itirse hereditariam ente no significa prácticam ente
n a d a : sim plem ente se desplaza el problem a y todos los problemas vuelven
a encontrarse entonces en el terreno de lo biológico. Si la retin a tiene el
poder innato — como quería Joh. M üller— de percibir las distancias por
ú n a especie de tom a de conciencia directa de las imágenes que se im prim en
en ellas,10 y si toda im presión retiniana im plica — como agregaba H ering—
u na sensación de altura, anchura e incluso profu n d id ad (por u n a com bi­
nación de puntos correspondientes de u n a retina a o tra, que proporcionan
de a dos la m ism a localización y son llam ados “idénticos” ), p a ra decidir la
significación epistem ológica de estas facultades innatas, se tra ta entonces
de averiguar cómo se h a form ado la retina en el transcurso de la serie
anim al que culm ina en el hombre. Si por azar la solución lam arckiana que
propone u n a lenta adquisición de los órganos en función del hábito y las
presiones del m edio fu era verdadera, la conjunción de la hipótesis de la
herencia de lo adquirido con el innatism o espacial desembocaría en defi­
n itiva en u n a justificación del empirismo epistemológico, au n cuando el
espacio; inn ato en el hom bre, se im pusiera a p r io ri. en el sujeto. Pero
cuando el innatism o se apoya en una preform ación biológica o en una
m utación, sustentada en explicaciones puram ente endógenas, de las v aria­
ciones hereditarias, el recurso al innatism o im plica la negación de las
interpretaciones em piristas en el sentido epistemológico. Lo que acabam os
de afirm ar p a ra la retin a se aplica naturalm en te a cualquier otro órgano
que intervenga en la construcción del espacio, por ejemplo, ios músculos
del ojo — cuyos m ovim ientos intervienen, según Lotze, H elm holtz y W undt,
en la estim ación de las distancias (y que, según Lotze, están controlados
por reflejos q u e ’ se relacionan hereditariam ente con los signos locales)
o los órganos de equilibrio mencionados luego por Gyon, etc.
E n resum en, si se vincula la génesis del espacio con la estructura
innata de u n órgano, sea cual fuere, o del organism o en su totalidad, el
problem a epistemológico, en vez de situarse en térm inos de relaciones entre
la actividad del sujeto y los objetos dados en la experiencia, debe situarse
entonces en el terreno de las relaciones entre la actividad orgánica o morfo-
genética y el m edio am biente. A hora bien, como veremos m ás d etallad a­

10 “j Hering y A. Kundt llegaron a admitir que el alma veía directamente


las distancias de dos puntos retinianos, no en función del arco retiniano, sino en
función de la cuerda.” Helmholtz: loe. cit., pág. 1011.
m ente a propósito de la epistemología biológica, este desplazam iento de
los problem as no los hace desaparecer n i tam poco los aten ú a en absoluto,
y surgen las mismas soluciones (las seis combinaciones enum eradas en el
punto 1 de este capítulo 2, o en el p u n to 4 del capítulo 1) en el dominio
de las interpretaciones de la evolución y la variación orgánicas. P or más
atrás que nos rem ontem os, y au n si nos colocamos en el p unto de vista
totalm ente hipotético del prim er cuerpo vivo microscópico diferenciado
de la realidad fisicoquímica que entonces le. sirve como medio, siempre
puede concebirse que este m edio se im prim e sobre él a través de las
presiones exteriores m encionadas por el em pirism o; pero tam bién puede
considerarse que este ser vivo impone a los otros cuerpos sus estructuras
endógenas, generadas p o r un m ecanism o que h a regulado su form ación
(y que en este caso sería la resultante de relaciones necesarias, que desem­
peñan u n papel de a priori en relación con los intercam bios ulteriores) ;
por últim o, puede reunirse este organism o naciente y su medio, en u n .solo
sistema de interacciones que expliquen su evolución después de h aber dado
cuenta de su m ism a génesis. R ecurrir a la herencia im plica pues p u ra y
sim plem ente rem itir el problem a epistemológico a la biología y no es en
absoluto u n a solución de este problem a.
Si recurrir a la herencia retrotrae las soluciones m ás que adelantarlas,
en cam bio hay un segundo problem a respecto del cual la psicología genética
puede proporcionarnos ya algunas enseñanzas, sin p o r ello esperar que se
resuelva el problem a biológico de la évolución y la organogénesis: se trata
de saber cómo u n a estructura espacial hered itaria se im pone a la percepción
o la inteligencia del sujeto. Este segundo problem a, que más atrás hemos
distinguido del problem a de la herencia m ism a es, en efecto, m uy diferente
y en ciertos sentidos ta n im portante p a ra la epistemología como lo sería la
solución del problem a de la herencia biológica: se trata de la ontogénesis,
opuesta a la filogénesis y al mismo tiem po, como sabemos, en p arte solidaria
de esta últim a.
E n este p u n to el conflicto entre el “innatism o” y el “em pirismo”
resulta de lo más instructivo cuando se lo exam ina retrospectivam ente y
cuando se com para la posición actual de los problem as. Si leemos a
Joh. Mül'ler, H ering o a los innatistas m ás recientes — S tum pf o D u n an — ,
cabe pensar que el sector hereditario de la .percepción espacial tiene la
propiedad de explicar el espacio en su totalidad, como si este nivel de las
estructuras innatas constituyese la base, am plia y sólida, de un a especie
de pirám ide cuyos escalones dism inuirían en dimensión e im portancia a
m edida que uno se eleva hasta un extrem o superior exiguo y frágil que
correspondería al espacio conceptual o deductivo. Así, las distancias
—concebidas según Joh. M üller y H ering como relaciones retinianas here­
ditarias y ya organizadas en los tres ejes de coordenadas del espacio
euclidiano— serían el fundam ento de to d a percepción ulterior y de toda
construcción racional de las longitudes, etc. A hora bien, el cuadro que
nos sugiere el estado actual de los conocimientos psicogenéticos, en el
dominio del espacio, es exactam ente el inverso. Suponiendo que pueda
adm itirse u n a percepción hereditaria de las distancias en las tres dim en-
siones (formulemos por u n instante esta hipótesis) sólo se trataría d e un
sector lim itado del espacio próxim o: sobre este pequeño escalón inicial,
h ab ría entonces que colocar u n escalón m ás am plio correspondiente a las
distancias conquistadas en el transcurso de la actividad sensoriomotriz, y
luego de este escalón v en d ría otro aú n m ás im portante constituido por
la representación in tu itiv a de las distancias, etc. E n resumen, se obtendría
así una pirám ite invertida, que se apoyaría en su vértice y se am pliaría
a 'm e d id a que aum ente su altura, es decir, con los niveles de desarrollo cada
vez más alejados de lo dad o hereditariam ente. M ás precisam ente, sería
necesario recurrir a u n a especie de espiral con círculos cada vez m ás amplios,
que se integrarían a los anteriores y cuyo p unto de p artid a sólo m an ten d ría
u n contacto con las estructuras orgánicas innatas.

Exam inemos u n ejem plo perteneciente a un dom inio donde el p ap el


uc la herencia es m ucho m ás seguro que en el caso de ias distancias entre
signos locales retinianos. Existe u n a organización postural que co n tro la las
posiciones del propio cuerpo: sea cual fuere el mecanismo hereditario,
podem os — incluso desde m uy tem prano— colocarnos en posición re c ta o
vertical, y 'e n posición acostada u horizontal. M ucho antes de saber
cam inar, el bebé sabe sostener su torso o su cabeza en posición erg u id a y
esta postura equilibrada se distingue de u n a serie de otras posibles posturas.
Por lo tanto, con todo derecho puede hablarse de un espacio postural
p ara designar el conjunto de las coordinaciones entre los m ovim ientos y
las posiciones que caracterizan esta form a de actividad orgánica (que
desem peña incluso, como lo h a m ostrado W allon, u n papel im p o rtan te
en los comienzos de la v id a m ental) y, desde este p u n to de vísta, el cono­
cim iento práctico de la vertical y la horizontal puede considerarse como
siendo hereditario. Por el hecho de que se adm ita que u n a conducta
in n ata im plica estas dos relaciones, ¿será necesario acaso deducir que se
en contrarán en todos los otros niveles de la conducta, y qu e u n niño
pequeño sabrá percibir los objetos y luego im aginarlos por m edio d e la
representación intuitiva, y por últim o com binar operaciones en función
de estas mismas relaciones de verticalidad y horizontalidad? D icho de otro
modo, la postura erecta hered itaria ¿im plica acaso la existencia de u n a '
percepción in n ata de la vertical y luego u n a intuición in n a ta y, p o r últim o
u n a “idea innata” de esta vertical? L a observación m uestra que en absoluto
es así. P or más que el niño pued a m antenerse p a ra d o a p a rtir de la
segunda m itad del prim er año, y acostado desde su nacim iento, h a b rá que
esperar hasta los 7-8 años, y m ás aún, pai'a que pu ed a representarse in tu iti­
vam ente las verticales y las horizontales y, sobre todo, p a ra que las coordine
entre sí en u n sistema operatorio de referencias: cuando se solicita al niño
que, por ejemplo, dibuje chim eneas verticales sobre u n techo, postes verti­
cales sobre la pendiente de u n a colina, el nivel horizontal del agua en un
recipiente inclinado, etc. (o que sim plem ente coloque cartones que rep re­
sentan estos objetos, sin ten er que dibujarlo s), se observa qu e no puede
establecer relación alguna entre los objetos en función de los elementos
de referencia dados perceptualm ente (la mesa, el soporte del recipiente,
las paredes de la pieza, etc.). Su espacio intuitivo aú n no está estructurado
en función de los ejes de coordenadas proporcionados por los objetos
verticales y horizontales.11 Aun más, cuando se exam ina la percepción de
las inclinaciones — entre los 5 ’y 7 años— , vuelve a encontrarse u n defecto
sem ejante de estructuración de conjunto (véase más adelante el p u n to 3 ).
El conocimiento práctico de sus propias posturas verticales u horizontales
no produce de en tra d a las estructuras perceptuales, intuitivas u operatorias
que podrían esperarse.

Todo sucede como si existieran muchos niveles sucesivos de actividad,


relativam ente independientes en el sentido de que, en cada uno, es necesaria
u n a nueva reconstrucción que tom a elementos de los niveles precedentes,
pero los in teg ra en u n a totalidad no determ inada por ellos: los elementos
hereditarios iniciales están pues lejos de constituir intuiciones o conceptos
innatos válidos p a ra todos los niveles; p o r el contrario, sólo culm inan en
estructuras ya arm adas en el nivel específico y lim itado que sirve, no como
base estática, sino — p o r así decirlo— como tram polín o p latafo rm a de
lanzam iento p a ra el conjunto de las ulteriores construcciones. Por lo tanto,
si, retornan do a las hipótesis innatistas que se refieren a las distancias en
las tres dimensiones, se afirma que la retina es el asiento de u n a estim ación
innata de las longitudes, ello no significa en absoluto que ese núcleo p er­
ceptual hereditario sea capaz de determ inar de p o r sí la construcción de
todas las percepciones y todas las intuiciones ulteriores de la distancia. Ello
significa a lo sumo que el recién nacido logrará de en trad a distinguir
algunas m agnitudes bien diferentes, pero sin p rejuzgar acerca de un
desarrollo ulterior de las percepciones ni, en p articular, de la construcción
intuitiva y luego operatoria de los coníeptos de m agnitudes elaborados
sólo m ucho m ás adelante: de ningún m odo puede considerarse que estas
m agnitudes son u n sistema de conceptos innatos, por el solo hecho de que
se establece la existencia de un núcleo perceptual hereditario, relativo a
cierta escala de espacio próximo.
A dm itir que cada uno de estos niveles del desarrollo com prendido entre
las prim eras percepciones posnatales y las construcciones form ales que
culm inan alrededor de los' 11-12 años, está desencadenado sucesivamente
por la activación de alguna función hereditaria, constituye p o r supuesto
un problem a totalm ente distinto, ya que es evidente que si la capacidad
de form ar intuiciones o conceptos formales, etc., se relaciona con ciertos
funcionam ientos nerviosos heredados, ello no significa p a ra n ad a que el
detalle de estas imágenes o estos conceptos sea innato. L a hipótesis del
innatism o sólo puede defenderse en lo referente a las percepciones y los
movimientos elementales, pero — como acabam os de ver-— estos elementos
no pueden soportar de por sí todo el peso de las construcciones ulteriores:
constituyen u n tram polín inicial y no el nivel cuya estructura determ inaría
de antem ano la estructura de todos los niveles ulteriores.

11 Véase Piaget e Inhelder: La refirésentation de l’espace chez l’enfant,


cap. xiii.
Desembocamos así en el segundo gran problem a epistemológico p la n ­
teado por el conflicto histórico entre el empirismo y el innatism o: el de
la significación de la “sensación” . C uando hoy vuelven a leerse los famosos
debates de H elm holtz, H ering, etc., no puede dejar de sorprender el papel
que atribuyen a las sensaciones elementales, ya se trate de sensaciones
visuales consideradas como puram ente retinianas, o de su com binación con
sensaciones cinestésicas variadas. Si p a ra los partidarios del innatism o, las
sensaciones que tienen u n a estructura hereditaria controlan toda la consti­
tución del espacio, p ara los “em piristas”, el espacio sensoriomotor parece
contener — él tam bién— en su interior (u n a vez construido con ayuda
de la experiencia) todo el espacio conceptual ulterior, considerado como
u n a sim ple “abstracción” a p a rtir del espacio sensible. En otros térm inos,
incluso aquellos autores que, como Lotze, H elm holtz y W undt, reaccionan
co ntra la prim acía atribuida de m odo ilegítim o a la sensación visual y
conceden un lugar a la actividad en la construcción del espacio, lim itan
esta actividad a u n dominio aú n extrem adam ente restringido (el de los
movim ientos oculares p ara el espacio visual, etc.), como si las acciones y
los desplazam ientos del cuerpo en su totalidad no debieran considerarse en
su totalidad, según m ás adelante sostendrá H . Poincaré.
E l innatism o puro tiene que ver, en H ering, con lo que podría.llam arse
u n a teoría de la sensación-copia; las sensaciones que afectan a la retina
te n d rían el poder, por su organización innata, de trad u cir directam ente las
diversas clases de extensiones externas (las sensaciones correspondientes a
las dos retinas se confundirían entonces en u n a so la ). La retina poseería
u n a facultad que innatam ente daría lugar a un a tom a de conciencia
d irecta de su propia extensión; este innatism o se duplica así en una
especie de realismo de la sensación, que no se distingue del realismo carac­
terístico del sensualismo sino por ej agregado de un a concepción de arm onía
preestablecida entre la facultad hereditaria de percibir el espacio y la
realidad percibida.
H elm holtz tuvo el m érito de oponer a este realismo de la sensación-
copia, u n a concepción de las sensaciones-signos ( “signos cuya interpretación
corresponde a nuestra inteligencia” ). Sí, pero ¿signos de qué y signos
utilizados p ara qué? Q uien dice signo, dice que se asim ila la cosa signifi­
cada a un esquem a de acción cualquiera: ¿de qué actividad se trata
entonces en el caso de los “signos locales” o, de m odo general, de las
sensaciones espaciales consideradas como signos?
E n u n texto extrem adam ente sugerente, J. J. A m pére otorga a su
padre, el gran físico A. M . Ampére, la siguiente opinión:

“Por parte representativa de u n a sensación (opuesta a la «parte afec­


tiva»), no hay que com prender, la representación de un objeto externo, ni
siquiera la de sus cualidades; ya que la sensación, hablando estrictam ente,
no representa n a d a ; nace en nosotros en ocasión de u n a causa que nos
es externa; pero esta causa — que es cierta disposición de las moléculas
m ateriales— no puede asemejarse a u n a impresión recibida por nuestra
alm a, así como tam poco u n a cam pana se asem eja a un sonido. L a filosofía
m oderna rechazó con razón estas pretendidas imágenes de las cosas que
so desprenderían de ellas p ara im presionar nuestros sentidos y ap o rtar a
nuestra alm a esas semejanzas con los objetos que Lucrecio llam aba simu*
lacres o «m em branas». N uestras sensaciones no representan pues las
causas de nuestras sensaciones como imágenes de estas causas; las rep re­
sentan como signos de su acción” .
“C onfundir el signo y la cosa significada es uno de los errores más
frecuentes del hom bre que no reflexiona. Como decía m i p a d r e : «El cam ­
pesino no puede concebir que el nom bre, que es un signo, no sea inherente
a la cosa significada, y que el hierro no se llam e necesariam ente hierro».
Así, transform am os nuestras sensaciones en signos de la presencia de los
seres que las producen, y ‘a m enudo no las distinguimos de estos seres.”

Sin em bargo, p a ra Am pére como p ara M aine de Biran, toda actividad


susceptible de utilizar estos signos se reduce a u n esfuerzo voluntario del
“yo”, con el doble realismo del sujeto sentido como causa inm ediata y
del objeto como resistente. D e donde surgen los conceptos de u n a “tran s­
ferencia” de la “causalidad interior” sobre las cosas y u n a “ transferencia
análoga” de la “yuxtaposición continua” de nuestras sensaciones visuales o
táctiles sobre los cuerpos, que generan así el “espacio real” en analogía con
la “extensión fenom énica” .18 Pensamos que la actividad que se encuentra
en la fuente de la construcción del espacio es m ucho m ás p ro fu n d a:
consiste en movim ientos cuyas coordinaciones, inconscientes y autom áticas,
en prim er lugar y luego intencionales, se apoyan seguram ente en los “signos”
constituidos por los datos sensibles, pero de m odo tal que incorpore los
objetos significados en u n a red siempre más com pleja que perm ite seguirlos
y volver a encontrarlos.
A hora bién, en este punto se pone de m anifiesto la insuficiencia de
las prim eras teorías “em piristas” — por más exactos que sean los hechos
en los cuales se fu n d ab an — en el dominio dem asiado restringido d e la
m otricidad que ellas h an abordado. Según Lotze, la im presión sobre un
punto dado de la retin a provoca u n m ovim iento reflejo de dirección d eter­
m inada, destinado a centrar la im agen en -la zona central de visión c la ra :
estos movimientos elementales, asociados a los diversos puntos de la retina,
conducirían a que se les atribuyera u n a función de “signo local” , de donde
la construcción de u n a intuición general del espacio. Asimismo — según
H elm holtz— , los “sentimientos de inervación” vinculados con el funciona­
m iento de los nervios oculares perm itirían establecer las posiciones de los
objetos respecto del cuerpo, por los desplazamientos que estas inervaciones
im prim en a las im ágenes.14 Según W undt, lo hemos visto, h a b ría “fusión”
— anterior a la conciencia— entre las sensaciones retinianas y las vinculadas
con la rotación del ojo, y las percepciones elementales provenientes de

12. Philosophie des deux Ampére, publicado por J. Barthélemy Saint-Hilaire,


París, Didier, 1866, 2“ ed., pág. 34.
13 Ibíd., pág. 82.
14 Optique physiol., pág. 1005.
esta síntesis constituirían los “signos locales com plejos” en los que cree este
autor. Ebbinghaus, innatista en cuanto a las dimensiones d e la a ltu ra y
el ancho, recurre a construcciones análogas p ara la p rofundidad, etcétera.
Sin em bargo, p o r m ás exacta que sea la idea de u n a conexión necesaria
entre los datos retinianos y los m ovim ientos del ojo, deben señalarse dos
reservas fundam entales ante u n a explicación de la génesis del espacio que
se apoye esencialm ente en estos mecanismos parciales, y estas reservas son
las que conducen a u n a m ayor precisión del problem a epistemológico que
esta génesis plantea.

L a p rim era es que, d u ran te el período en que se construye del m odo


m ás activo el espacio sensoriomotor, es decir, d u ran te el prim er añ o de
vida la visión es solidaria de u n a actividad de conjunto de la cual sólo
constituye u n elemento restringido. U n ciudadano, que nunca había visto
de cerca los Alpes, p reg u n tab a u n día, m ientras m irab a una m o n tañ a en
form a de pirám ide bastantes regular y muy poco p u nteaguda, cómo los
turistas que volvían de allí hab ían podido encontrar u n lugar en la cima,
e incluso cómo podía u n solo individuo sentarse en ella sin pincharse
enojosam ente el trasero. P or el contrario cualquier persona que haya
escalado alguna vez u n a m o n ta ñ a percibe de otro m odo las m ontañas que
el sujeto p a ra el cual estos objetos no corresponden a esquem a de conducta
p articu lar alguno. Es evidente que en el caso del bebé sucede forzosamente
lo m ism o: los m arcos de referencias visuales que lo rodean no constituyen
en absoluto u n espacio antes de que las figuras percibidas se hayan trans­
form ado en objetos de acciones y antes de que se haya constituido entre
estos objetos un sistema de coordinaciones prácticas. P orque u n solo cam po
p erceptüal n o es suficiente p a ra determ inar un espacio, puesto que el
espacio constituye el tránsito posible de u n cam po a otro. E n cuanto a las
percepciones visuales particulares — como por ejem plo las de un juguete,
u n a lá m p ara o un rostro— sólo u n a sucesión de acciones de m anipulación,
desplazam iento, etc., les p erm itirán organizarse espacialm ente: nuevam ente
aq u í el espacio es no sólo la resultante de percepciones m om entáneas, sino
en p articu lar de la posible coordinación de las percepciones sucesivas, y
esta coordinación no sólo está asegurada po r los movimientos de los
músculos del ojo, sino p o r la actividad en su totalid ad . Por cierto, en el
plano de la percepción, ya existe ú n a actividad perceptüal que consiste
en dirigir las m iradas, com parar, analizar, etc. (volveremos sobre el tem a en
el punto 4 ) , pero la constitución del espacio está lejos de depender
únicam ente de ella y supone u n a relación con el conjunto de las acciones
restantes.
Surge entonces la segunda reserva. Si la inversión de objeto es nece­
saria p a ra asegurarle u n a form a constante en las tres dimensiones, si los
desplazam iento en torno a u n objeto fijo son indispensables p ara alcanzar
u n a coordinación de las perspectivas que genera, si los movimientos de la
m ira d a son la condición de la evaluación de u n a longitud, etc., ¿cóm o
h a b rá entonces que caracterizar la función epistém ica esencial del m ovi­
m iento, o m ás precisam ente de la acción sensoriomotriz? E n este sentido
lo que constituye el instrum ento de conocim iento m ás im portante ¿es la
“sensación” anestésica, la im presión m uscular, el “sentim iento de iner­
vación” (si es que existe), etc.? Si la sensación es u n “signo” es evidente
que no. L a “sensación” motriz sólo es u n índice, como lo es la “sensación”
visual, etc., y reducir el movim iento a sus índices sensoriales equivale a
elim inar su verdadero valor de conocim iento, en provecho de la señal a
través de la cual se m anifiesta su presencia o su producción.

L o esencial de la actividad sensoriom otriz debe buscarse pues en los


“esquem as” de conjunto, que constituyen el anuncio de lo que más tarde
serán las operaciones del pensam iento, en oposición a las representaciones
im aginadas o simbólicas. Aun cuando lá tom a de conciencia de la acción
sólo proceda a partir de su resultado y rem onte luego en contrasentido su
curso natural, el esquema dé esta acción explica este resultado y constituye
así el elem ento operante del saber, en oposición a los puntos de referencia
constituidos por las señales. Por lo tanto, se tra ta en resum en de encontrar
u n a teoría de la percepción y la actividad perceptual que evite a la vez
reducir, por u n a parte, el objeto sobre el que se realiza la acción a sus
índices sensoriales y, por la otra, la actividad sensoriomotriz que se ejerce
sobre él únicam ente a las sensaciones internas que ponen de manifiesto
s u ' existencia.

3. El e s p a c io . B. L a i n t e r p r e t a c i ó n . “ g u e s t a l t i c a
perceptual ”
de las form as D u ra n te todo d siglo xix, los autores de
g e o m é t r ic a s .

trabajos experimentales cuyas tesis acabam os de analizar creyeron en la


existencia de “sensaciones” que podían aislarse (al menos teóricam ente),
ad a p ta ra n una posición “innatista” o “em pirista” . A dem ás todos estu­
vieron de acuerdo, p ara la interpretación del espacio visual, en otorgar
u n a im portancia privilegiada a las imágenes retin ian as; los innatistas puros,
como Joh. .M üller y H ering llegaron incluso a adjudicar a la retina una
conciencia de su propia extensión, como si la percepción del espacio con­
sistiera en una lectura directa, sobre la im agen retiniana, de las distancias,
las direcciones y las formas. Por el contrario, la teoría de las percepciones
espaciales desarrollada por la psicología de la form a (o de la “G estalt” )
se inicia por u n a doble negación de la existencia de las sensaciones aisladas
y el privilegio atribuido a la retina. Por o tra parte, esta psicología renovó
el problem a de la percepción planteándolo en términos que implican una
epistemología im plícita, cuyo interés es evidente. Por lo tan to , vale la pena
detenerse en ella de modo especial y precisar, en ocasión de su examen
crítico, las posiciones de la epistemología genética respecto de la percepción
espacial en general.

Sabemos muy bien que, desde el p u n to de vista de la psicología de la


form a, u n a percepción no se com pone de elementos dados previamente
(que corresponderían a las “sensaciones” del asociacionismo atom ístico),
sino que constituye de entrada u n a estructu ra total, porque es solidaria del
equilibrio del cam po perceptual que se halla com prom etido en su totalidad.
A un la percepción de u n solo p u n to aislado constituye esta estructura de
conjunto, ya que ese punto es una “figura” que se destaca sobre un “fondo”
percibido como un plano o un espacio de tres dimensiones. A hora bien,
estas estructuras totales o “G estalten”, que caracterizan p o r lo tanto la
to talidad de cada cam po perceptual y toda figura p articu lar percibida
en el interior de un cam po, están organizadas según leyes cuya esencia es
geom étrica: orden, simetría, regularidad, proporciones, etc. L a teoría
de la form a proporciona así u n a nueva concepción de la geom etría per­
ceptual presente desde el punto de p artid a de la vida m ental, pero que
no se vincula con u n a hipótesis innatista y abarca la m otricidad pero sin
recurrir a la experiencia em pirista. E n efecto, las estructuras espaciales de
conjunto que. controlan toda percepción visual, serían el resultado de un
equilibrio, que se establece en cada caso y de modo casi instantáneo, entre
los objetos-percibidos — los rayos luminosos que de ellos em anan y afectan
luego a la retina— y las corrientes nerviosas que ellos p ro v o can -, la retina
ya no es sino uno de los eslabones de este circuito total, y las “form as”
percibidas, lejos de confundirse con las imágenes retinianas, serán la
resultante de la estructura de este todo indisociable, u na vez que se ha
alcanzado el equilibrio. . L a teoría de la form a, que escapa sim ultá­
neam ente al apriorism o y al empirismo, culm ina entonces en una, fenome­
nología del espacio, apoyada en u n conjunto im presionante de trabajos
experim entales.
E n este sentido, es necesario distinguir cuidadosam ente los hechos
m encionados y las interpretaciones de estos hechos. Desde el punto de vista
de los hechos, el descubrimiento esencial de los psicólogos- “guestaltistas”
es la ley de “pregnancia” que expresa que toda estructuración se realiza
según las “m ejores” formas, es decir, según las form as m á í equilibradas y
más simples posibles. A hora bien, estas “buenas form as” cuyo estudio fue
llevado m uy lejos en el dom inio de las estructuraciones perceptuales se
hallan determ inadas jaor u n conjunto de criterios espaciales, esencialmente
euclidianos. Sucede así que entre las diferentes m aneras, lógicamente
equivalentes, de vincular entre sí, m ediante líneas virtuales, elementos dis­
continuos que se presentan sim ultáneam ente, la percepción construye sus
figuras en función de la “proxim idad” de los puntos considerados (esta
idea de proxim idad, fundam ental p ara el espacio perceptual, es pensada
por casi todos los guestaltistas en el sentido de las distancias euclidianas
relativas y no de la “vecindad” topo ló g ica). Asimismo, las figuras simé­
tricas se im pondrán m ás fácilm ente que las asimétricas, las figuras con
relaciones m étricas simples m ás fácilm ente que las irregulares, las propor­
cionadas más que las desproporcionadas, etc. Se sigue de ello que las
percepciones m ás prim itivas serán susceptibles de aprehender las figuras
euclidianas elementales — los círculos, cuadrados, rectángulos, etc.— , perci­
bidas directam ente como form as de conjuntos y no como composiciones
que se realizan progresivam ente a p a rtir de sensaciones previas aisladas.
U n p unto im portante, que vale la pena señalar en este sentido, es la
existencia, en animales de diversos niveles (mam íferos, pájaros e incluso
en los insectos), de u n reconocim iento de estas figuras geométricas, con
“abstracción” m ás o menos p ro fu n d a de las form as de u n conjunto dado,
según el grado de desarrollo de la especie anim al analizada.
Por o tra parte, todo objeto percibido en perspectiva o en profundidad
se percibe según ciertas estructuraciones generales, como la constancia de
las formas (por ejemplo, u n a ru ta de auto percibida proyectivam ente como
una elipse se reconoce sin em bargo de entrada com o siendo circular) y la
constancia de las m agnitudes (el objeto alejado se ve en su m agnitud reál,
por lo menos hasta cierta d ista n c ia ). Así existiría, en todos los niveles,
cierta coordinación de las perspectivas y cierta m étrica perceptüal. Por
o tra parte, como todo objeto se percibe en referencia a oíros, o en referencia
a su fondo, la percepción im plicaría tam bién u n sistema elem ental de
coordenadas, proporcionado p o r las verticales y las horizontales (en ancho
y p ro fu n d id a d ). Por último, la “transposición” de las formas (reconoci­
m iento de las figuras em pequeñecidas o agrandadas) y la percepción de
las proporciones constituirían un principio de sim ilitud. E n resumen, la
percepción im plicaría desde el p unto de p artid a m ismo cierta geometría,
a la vez euclidiana y proyectiva.

Si esta descripción de los hechos es exacta y no requiere ser m odificada


y atenuada, existe pues en todos los niveles de desarrollo un espacio per-
ceptual ya organizado, análogo al que K a n t y los innatistas m ás resueltos
adm itían, pero no innato y determ inado solam ente p o r las leyes de equi­
librio que rigen el circuito to tal de las influencias externas y las corrientes
nerviosas. ¿E n qué consisten entonces estas leyes de equilibrio? Aquí
comienza la interpretación.
Por el hecho (de observación y experiencia) de que toda percepción
constituye siem pre u n a totalidad y no u n a asociación entre elementos dados
de m odo aislado y previam ente, la teoría de la form a deduce que esta
totalidad es irreductible a la sum a de sus elementos y que, en consecuencia,.
es refractaria a toda composición aditiva. A hora bien, si u n círculo, un
cuadrado, u n sistema de coordenadas, u n conjunto de relaciones propor­
cionales, etc., parecen provenir de este modelo de composición aditiva que
constituyen los grupos geométricos (grupo de los desplazamientos, y sub-
grupo de las rotaciones, mediciones, grupo de las sim ilitudes, etc.) es porque
las estructuras, que corresponden a los seres racionales analizados por el
geóm etra, están lejos de agotar el espacio perceptüal y sólo constituyen
incluso, hablando con propiedad, casos excepcionales dentro del conjunto
de las “form as” o “G estalten” ordinariam ente percibidas. Por el contrario,
en el dominio de la organización perceptüal, rige la deform ación de las
partes en función de la totalidad: por lo tanto, se tra ta del reino de
aquello que la psicología clásica ha llam ado erróneam ente las “ilusiones”
de la percepción, es decir, precisam ente la m anifestación de las coacciones
que la totalidad de la figura ejerce sobre algunas de sus partes. Y entonces,
por una p arad o ja en la que convendrá insistir, se encuentra que, si bien
las “buenas form as” se confunden a grandes rasgos con las figuras simples
y regulares del espacio euclidiano, la inm ensa m ayoría de las “formas”
percibidas habitualm ente son form as cuya composición es irreductible a las
leyes de la geometría. Así, los teóricos de la “G estalt” estuvieron de acuerdo
en incorporar a su cuadro de hechos, y en em plear en su argum entación
a favor de la prim acía de las “totalidades” , fenómenos bien conocidos de
“ilusiones” o deformaciones espaciales perceptuales: u n a recta entrecortada
con trazos inclinados parece ser m ás larga que la m ism a recta sin esos trazos
(ilusión de O ppel-K undt) ; u n a recta que tiene sus extrem os en form a de
flecha hacia afuera parece m ás larga que si se o rien tan hacia adentro
(M ü lle r-L y er); un círculo inscripto concéntricam ente en otro u n poco
m ayor parece tener u n diám etro m ás largo que el mismo círculo cuando
contiene u n círculo más pequeño concéntrico (D e lb o e u f); la percepción
sobreestima los ángulos agudos y subestim a los ángulos obtusos; el lado
pequeño de un trapezoide se sobreestima, etc. Y, en p articu lar, dos m agni­
tudes sem ejantes sólo se distinguen a p a rtir de cierto u m b ral de igualdad,
que es proporcional a las m agnitudes com paradas (ley de W eber) : en este
caso, la transposición y la proporcionalidad perceptuales desem peñan un
papel en el sentido del error y no de la relatividad objetiva. Asimismo,
toda diferencia notable de m agnitudes se halla ac en tu ad a por el efecto
de “contraste”, etcétera.
Si existe u n espacio percep tu al organizado de en trad a, entonces implica
una prim era gran diferencia con el espacio de la geom etría p o r el hecho
de que, por lo menos, está sujeto a u n conjunto considerable de deform a­
ciones sistemáticas. A hora bien, repitám oslo, la am bición p arad ó jica de la
teoría de la F orm a consiste en querer explicar, con el mismo principio de
las totalidades de composición no aditiva, las form as geom étricas como
tales y ¡as deformaciones del espacio perceptual, cuando en realidad la
oposición entre estas dos clases de realidades constituye quizás el hecho
más significativo que ha de to m a r en cuenta u n a epistemología de la
percepción.

Sin em bargo, antes de iniciar esta discusión, conviene form ular una
reserva más respecto de los datos experim entales en los que se apoya la
teoría de la F orm a: no son objetables en este nivel acabado de la evolución
de las percepciones que corresponde al hom bre adulto, pero son incom­
pletos, e incluso a m enudo incorrectos, en lo que se refiere a la evolución
de los niños. E n efecto, respecto del probjem a capital de las constancias
perceptuales, que dom ina to d a la interpretación d a d a de las estructuras
de la percepción espacial, no se h a verificado que la constancia de las
m agnitudes aparezca independientem ente del desarrollo.13 Asimismo, la
constancia de las form as se elabora du -an te el prim er año en función de
los progresos de la m anipulación (inversión del objeto, e tc .).1” El esquema
del objeto perm anente es el resultado de u n a construcción y es en función
de ella que las constancias de la form a y la m agnitud se adjudican al

15 Véase Piaget y Lambercier: Arch. de Psychol.¿ xxix, 1943, págs. 255-308,


y Lambercier: ibíd., x x x i, 1946.
18 Piaget: La construction du réel chez Venfant. Delachaux et Niestlé, caps, i
y n. [Hay versión castellana: La construcción de lo real en el niño, Buenos Aires,
Proteo, 1970.]
objeto, lo cual muestra suficientemente el papel de la acción en estas cons­
trucciones.17 En cuanto a la organización general del campo perceptual,
existe una gran diferencia entre el niño y el adulto respecto del sistema
de las coordenadas: es sin du d a exacto que to d a percepción supone
elementos de referencia, pero estos elementos no están organizados en
absoluto de entrada según los ejes generales, y se asiste a u n a generalización
g radual — hasta alrededor de los 9-10 años— en este dom inio como en otros
sectores de la actividad perceptual.,s E n cuanto a las “buenas form as”,
el carácter progresivo de su “abstracción” — en el anim al y en el bebé— ,
así como la muy lenta evolución de su reconocimiento en el interior de
figuras entremezcladas o incom pletas,19 m uestra claram ente que tam bién
en este caso se está ante un desarrollo.

Si pasamos ahora de la descripción de los hechos, así rectificada, a


su interpretación, nos- encontram os en presencia.de u n problem a que va
m ucho m ás allá de las cuestiones precedentes y que se reúne, pero sin
ab an d o n ar el terreno preciso de la percepción espacial, con el de la episte­
m ología de la percepción en general.
P ara la teoría de la form a, cuyos análisis propiam ente psicológicos se
h a n prolongado muy rápidam ente en una concepción epistemológica de
conjunto, las leyes de organización de la percepción trad u cen u n a geom etría
q u e ' es sim ultáneam ente la del m undo físico, al menos en algunos de sus
aspectos, y la del organismo mismo: las “gestalten” expresarían, en efecto,
las leyes de equilibrio que rigen tanto para todos los sistemas de com po­
sición no aditiva (es decir, tales que las partes dependen de la estructura
del to d o ), como p ara los campos eléctromagnéticos, o los “campos” de co­
rrientes nerviosas,20 etc. Existirían “formas físicas” 21 tanto como “form as”
fisiológicas y psicológicas, y el secreto de la objetividad de nuestra geom etría
perceptual se encontrará en la conform idad general de estas “formas” ; sus
deform aciones traducirían entonces los caracteres efectivos del espacio real,
en aquellos dominios donde la naturaleza de los campos de fuerza produce
la existencia de composiciones no aditivas, en oposición a las relaciones
simples dadas entre objetos yuxtapuestos._
Esta solución tendría pues u n carácter esencialm ente fenomenológico,
y se supone que las formas de equilibrio en juego son independientes de
toda construcción y rigen a la vez a los objetos y al sujeto, sea cual fuere
su nivel de evolución. Sin embargo, esta interpretación presenta dos clases
de objeciones, unas desde el punto de vista que llam am os (vol. I, In tro d ,

t 11 Piaget: La psychologie de fintelligence. Coll. A. Colin, págs. 130-140.


Véase nota 44 del cap. 1.
ls H. Wursten: “L'évolution des comparaisons de longueurs de l’enfant á
l’adulte”, Arch. Psychol.. xxxn. 1947, págs. 1-144.
19 P. A. Osterrieth: “Le test de copie d’une figure complexe”. Arch. Psychol.,
xxx. 1945, págs. 205-353.
20 Por ejemplo, los campos polisinápticos, véase Segal: Journ. de Psych.,
t. xxxvi, 1939, págs. 21-35,
- 1 W. Koehler: Die physischen Gestalten. Erlangen, 1920.
p unto 7) la epistemología genética ‘'restringida”, y las otras desde el punto
de vista de la epistemología “generalizada” .
Desde el punto de vista “restringido” , en prim er lugar, es evidente
que la reducción de las form as geom étricas perceptuales a formas de
equilibrio de carácter universal no conserva su valor salvo en la m edida
en que estas “form as” psicológicas se im pongan independientem ente del
desarrollo. Por el contrario, en la m edida en que intervenga u n a cons­
trucción genética, la actividad del sujeto — inútil en la interpretación
“guestaltista”— vuelve a adquirir su valor y conduce a o tra concepción
de las relaciones entre el sujeto y el objeto que la de una indiferenciación
radical. R ecíprocam ente, el papel de las “form as físicas” pierde m ás su
im portancia en la m edida en que las formas perceptuales correspondientes
están elaboradas por la actividad del sujeto.
Sin em bargo, desde el p u n to de vista “generalizado” , la concepción de
“formas físicas” es muy discutible. Sostener que las rectas, los círculos, los
cuadrados, etc., percibidos por el sujeto, le son impuestos por las leyes de
equilibrio que rigen todos les fenómenos de composición no aditiva, im plicá
en efecto adm itir: 1? la prim acía, en la realidad física, de los sistemas de
composición no aditiva (por ejemplo, según K óhler, la distribución de las
cargas eléctricas en un conductor homogéneo y aislado), en oposición a
los sistemas aditivos (por ejem plo, según K óhler, la composición m ecánica
de las fuerzas) ; 2“ la existencia de las “form as físicas” en la realidad
misma, independientem ente del pensam iento del físico.
A hora bien, respecto del prim er punto, se puede p reg u n tar si la
distinción de les dos tipos de. composición — aditiva y no aditiva— en
la que se apoya la teoría de la “G estalt”, no descansa sobre una confusión
entre dos clases de criterios. U no sería la solidaridad entre las partes y
el todo, es decir, el hecho de que el elemento no puede existir sin la
totalidad y recíprocam ente; sin em bargo, esta idea de la totalidad puede
tam bién aplicarse a sistemas de composición aditiva, como los “grupos” :
en el “grupo” de los desplazam ientos, por ejemplo, no puede definirse un
desplazamiento particu lar si no es en función del conjunto (es decir, de los
seis parám etros que lo d eterm in a n ), sin excluir por ello que dos desplaza­
mientos puedan sumarse uno a.1 otro en un desplazam iento total, o sus­
traerse uno del otro.22 El segundo criterio sería la deform ación de las
partes en función del todo. A hora bien, esta segunda concepción de la to ta­
lidad, que corresponde a las totalidades perceptuales, en oposición ,a los “gru­
pos” y los “ agrupam ientos” operatorios, se aplica efectivam ente a algunos
sistemas físicos, pero esencialm ente a aquellos donde interviene una mezcla,
es decir el azar. En efecto, cuando se produce una mezcla entre los dife­
rentes componentes de una totalidad, esta totalidad ya no aparece como
una simple resultante de las partes, sino como un a realidad propia suscep­
tible de alterar estas últim as (véanse las energías de intercam bio, etc.).

22 La cosa es aun: más clara en el “grupo" aditivo de los números enteros posi­
tivos y negativos: un número no existe independientemente de los otros y, sin embargo,
los números se suman entre sí.
Entonces, la realidad propia del todo se relaciona con u n sistema de com ­
pensaciones probables, tales que ninguno de los com ponentes parciales se
presentaría del mismo modo independientem ente del sistema total. Por
el contrario, en u n a totalidad p o r composición aditiva, como el grupo
geom étrico, los elementos son igualm ente solidarios del todo, pero ya no
están deform ados p o r él como lo están en el caso de la mezcla.
L a confusión entre las dos clases de criterios perm ite a la teoría de la
F o rm a explicar sim ultáneam ente, y en nom bre de los mismos principios,
las “buenas formas” de la geom etría — que son de hecho productos de la
com posición aditiva— y las deformaciones de las ilusiones perceptuales
— que son las resultantes, como las “form as físicas” con las cuales se las
com para, de composiciones no aditivas— , pero (com o hemos de ver en el
p u n to 4) por la intervención del azar. Por el hecho de que eri todos
los casos (es decir, sea la composición aditiva o no) hay solidaridad
en tre las partes y el todo, la teoría de la F orm a concluye que esta solida­
rid a d im plica ipso facto la posibilidad de deform aciones: de ahí su facilidad
p a r a pasar del espacio perceptual al espacio geom étrico, o a la inversa.
E n realidad, el problem a subsiste en su totalidad y lo volveremos a exam inar
en el p u n to 4.
E n cuanto a las estructuras físicas, tal com o se las conoce actualm ente,
el hecho general 'es la solidaridad de los elementos y las totalidades, pero
esta solidaridad no determ ina de p o r sí la existencia de “G estalten físicas” ,
puesto que se aplica tanto a las composiciones aditivas com o a las no
aditivas. Los sistemas aditivos están representados por la m ecánica; en
cam bio, los sistemas nó aditivos im plican un facto r de mezcla, p o r lo
tan to de irreversibilidad y deform ación, m anifestado por “transform aciones
no com pensadas” , com o se dice en el lenguaje de la term odinám ica. El
, g ran córte que debe introducirse en el seno del m u n d o físico debe buscarse
tam bién entre los fenóm enos reversibles y los procesos irreversibles, y estos
últim os — que corresponden a las “G estalten físicas” de K ohler— no necesa­
riam ente constituyen u n hecho prim ero como quisiera la teoría de la Form a,
sino que p lantean el problem a de las relaciones entre el azar y la causalidad
m ecánica.23 A hora bien, sea cual fuere la solución que se elija p ara este
últim o problem a, no se ve de qué m odo las composiciones no aditivas
p o d rían explicar la génesis de las “buenas form as” de la g eo m etría: cuando
u n a form a simple y regular term ina por resultar de u n juego de mezclas
fortuitas, es en virtud de u n juego de compensaciones entre las deform a­
ciones que im ita, pero no engendra el orden geométrico.
Sin em bargo, suceda lo que suceda con esta discusión (que volveremos
a encontrar en el p u n to 4 a propósito de la percepción en g en eral), el
g ran problem a epistemológico que plan tea la interpretación p ropia de la
teoría de la Form a, es saber sí las “formas físicas” existen en la realidad
objetiva independientem ente del pensam iento del físico. E n este sentido,
es necesario distinguir dos cuestiones que nuevam ente corresponden a las

23 Dedicaremos un capítulo especial a este problema, a propósito de la episte­


mología física (véase vol. n, cap. m) .
composiciones aditivas y no aditivas. E n el caso de las totalidades resul­
tantes de u n a mezcla, ¿p o r qué no puede calcularse el todo p o r adiciones
de las partes?: porque el azar existe objetivam ente o bien p o rq u e sé tra ta de
u n a ignorancia de p arte nuestra en cuanto a los detalles de las causas. Pero,
en uno y otro caso, sólo se concibe, sin d u d a alguna, en relación con
nuestras operaciones de composición com binatoria. P or lo ta n to , es difícil
adm itir que en prim er lugar hay que rectificar las estructuras físicas no
aditivas p a ra extraer luego de ellas la explicación de nuestro espíritu, en
vez de explicar sim ultáneam ente estas form as físicas y las de nuestra
estructura m ental. Por el m om ento nos interesa saber si es legítimo
rectificar las form as geom étricas como form as generales de equilibrio de
las cosas p a ra extraer de ellas la explicación de las “G estalten” correspon­
dientes a nuestras percepciones. A hora bien, aquí el círculo es evidente­
m ente un círculo vicioso. En efecto, ¿qué querem os decir cuando atrib u i­
mos a la n aturaleza la posesión de rectas, círculos y otras form as geométricas
particulares? C on toda seguridad ellas no existen en el estado d e realización
com pleta, puesto que ta n to las emisiones de energías como las estructuras
de la m ateria son discontinuas: la horizontal que caracteriza el nivel del
agua tran q u ila no se asem eja p a ra n ad a a u n a recta cuando se la exam ina
con al microscopio, etc. L as rectas o las elipses, etc., ¿estarán entonces
constituidas p o r líneas de fuerzas o bien po r las trayectorias de los cor­
púsculos desprovistos de estructura geom étrica simple? Pero precisam ente,
cuanto m ás avanza el análisis microfísico del espacio m ás se com plica la
geom etría de los elementos de la realid ad : esta geom etría no es p o r ejem plo
arquim edea, es decir que las form as m étricas elementales no están repre­
sentadas en ella. E n resumen, las form as geom étricas “simples” que des­
cubrimos en la naturaleza, como el plano, o la esfera p ro d u cid a p o r un a
burb u ja de jabón, los diversos poliedros constituidos p o r los cristales, etc.,
siempre son relativas a cierta escala de. observación y trad u cen la geom etría
del observador asi como las propiedades de la m ateria observada. Si la
explicación de las form as perceptuales p o r la hipótesis de las “form as físicas”
p lan tea ya dificultades considerables desde el p unto de vista de u n a episte­
mología genética “restringida” , desde el p u n to de vista de la epistemología
genética “generalizada” se encierra en u n verdadero círculo vicioso.

4. El e s p a c io C. L a “ a c t i v i d a d p e r c e p t ü a l ” y
perceptüal . ' la
e p is t e m o l o g ía g e n é t ic a de la . L as investigaciones que hemos
p e r c e p c ió n

podido realizar acerca del desarrollo de las percepciones en el niño nos han
conducido a oponer a la interpretación “guestaltista” otro sistema de
conceptos explicativos, cuya significación epistemológica querem os aclarar
ah o ra en lo referente, p o r u n a parte, al espacio perceptüal y, p o r la otra,
al valor de conocim iento de la percepción en general.
T oda percepción es u n sistema de relaciones, y no ‘hay elem ento que
se perciba en estado aislado: éste es el hecho fund am en tal sobre el que
insistió la teoría de la F orm a y que podem os retener como p u n to de p artid a
de lo que sigue, independientem ente de las interpretaciones rechazadas en
el p u nto precedente.
¿E n qué consiste esta relatividad prim era inherente a la percepción?
Es a la vez m uy sem ejante y muy diferente de la que caracteriza a la inteli­
gencia. M uy semejante porqué constituye tam bién u n principio de com po­
sición. Pero muy diferente porque, contrariam ente a u n a relación lógica
como A < B, que no deform a los valores de A y B p o r el hecho de com pa­
rarlos entre, sí, una relación perceptual deform a en principio los valores
entre los cuales se establece una relación: la percepción de la relación
A < B -4 tendrá como efecto general sobreestim ar B y subestim ar A, dicho
de otro m odo, acentuar la diferencia A < B, salvo en el caso de que esta
diferencia sea objetivam ente pequeña; en este últim o caso se la subestim ará
y se p ercibirá la relación como una ilusoria ig u ald ad A = B (de acuerdo
con la ley de W eber). U nicam ente el térm ino de pasaje entre la relación
perceptual que acentúa la diferencia A < B y la relación ilusoria A = B
producirá entonces u n a percepción exacta de A < B, sin sobreestimación
ni subestimación de la desigualdad; pero esta percepción correcta es una
excepción porque constituye el punto de transición o com pensación entre
dos deformaciones contrarias.
Los dos problemas previos del conocimiento perceptual son pues, por
una parte, com prender la razón de estas deformaciones sistemáticas y, por
la otra, la propiedad de las composiciones perceptuales basadas en este tipo
de relaciones.

A hora bien, la causa de las deformaciones sistemáticas de la percepción


presenta de por sí u n gran interés epistemológico. El conocimiento opera­
torio o racional intenta proporcionar u n a descripción com pleta de los objetos
analizados, desde el p u n to de vista en que los ab o rd a la operación en juego,
lo cual culm ina en u n a comprensión sim plificada, puesto que es relativa a
un cierto sistema operatorio, pero no por ello es incorrecta. Por el con­
trario, la percepción es esencialmente probabilística y procede por un a
especie de sorteo al azar (de ahí la im portancia de su com paración con
los fenómenos de mezcla, sobre la que insistíamos en el punto 3 ). E n
efecto, cuando dos líneas A y B se com paran perceptualm ente entre sí, su
estimación respectiva no es la misma según el p unto o el segmento que
fije la m irad a (extrem idad, medio, etc.), porque los elementos fijados se
dilatan y los elementos no fijados se contraen. A hora bien, todos los puntos
(o segmentos iguales) de una de las dos líneas A y B p ueden elegirse como
centro de fijación de la m irada, y asociarse con todos los puntos (o segmentos
iguales) de la otra. Si esta com paración se realiza con todas las asocia­
ciones posibles, y adem ás en form a sim ultánea, culm inará en un a relación
objetiva entre las dos líneas. Sin embargo, sucede que sólo se fijan algunos
puntos de u n a y otra línea, y que la com paración se hace entonces por un
sorteo al azar entre los posibles puntos de fijación, lo cual produce las
deformaciones cuando las líneas com paradas son desiguales (incluso cuando

24 Por ejemplo, bajo .la forma de una comparación entre dos líneas o dos
varillas A y B.
los puntos fijados en cada u n a de las dos líneas se en cuentran en posiciones
relativas equivalentes: medio, etcétera).
Este sorteo al azar obedece entonces a las leyes de la probabilidad
cuyos principios son, a grandes rasgos, los siguientes. Por u n a parte, toda
fijación “° im plica la sobreestim ación de la zona fijad a y la depreciación
de los elementos periféricos: así cuando se com para u n p atró n fijo con
m agnitudes variables, basta que se m ire m ás o m ejor el p atró n p a ra que
se lo sobreestime.26 Por otra parte, resulta claro que estas dilataciones y
contracciones respectivas de las zonas centrales y periféricas alternan sin
cesar entre sí, puesto que lo que es central puede hacerse periférico y
recíprocam ente a m edida que se realizan los desplazamientos de la m ira d a :
la descentración, es decir, el establecimiento de relaciones entre las centra-
ciones diferentes y sucesivas es pues un factor de corrección y regulación,
según u n a ley general que volveremos .a encon trar en otras formas y en,
m uchos otros dominios diferentes del 'de la percepción. Se sigue entonces
que si las líneas com paradas A y B son iguales, la centración sobreestima
alternativam ente u n a y luego otra, y si no hay causa alguna que determ ine
una m irada preferencial sobre u n a de las dos líneas (por ejemplo, una
elegida como p a tró n ), las deform aciones alternativas se com pensarán por
descentración. Si, por el contrario, las líneas son desiguales, A < B, y
bastante diferentes entre si, los puntos fijados con m ayor p robabilidad serán
los correspondientes a la p arte de B que superen a A, y entonces se pro­
d ucirá un refuerzo de la diferencia A < B.27 Si, por el contrario, la
diferencia entre A y B es m ínim a, entonces en la relación objetiva A < B
(que es inferior al coeficiente de dilatación de la línea A cuando la m irada
se concentra, de donde las visiones sucesivas contradictorias A > B y
A < B ), los puntos diferenciales se fijan con tan to menos probabilidad
cuanto m enor es esta diferencia, de donde la igualdad ilusoria (A = B,
resultante del equilibrio entre las sucesivas visiones A > B y A < B) que
caracteriza lo que se h a llam ado el um bral diferencial. A hora bien, como
estas probabilidades son función de la relación entre las m agnitudes consi­
deradas, el um bral diferencial presenta u n a extensión que es proporcional
a estas m agnitudes: esta proporcionalidad constante se expresa por la
llam ada ley de W eber-Fechner, que constituye entonces un caso particular
de la ley de las centraciones relativas e im plica, como esta últim a, una
explicación probabilística basada en el cálculo de las com binaciones entre
los posibles puntos (o los segmentos) de centraciones.28

A clarado este punto, es claro que si, p o r principio, las relaciones per­
ceptuales se deform an en virtu d de su propiedad estadística, y no se adecúan
rigurosam ente con los datos objetivos que traducen, no p o drían componerse

25 Táctil y visual, etcétera.


26 Véase Piaget y Lambercier: Arch. de Psychol., xxix, 1943, pág. 173.
27 Este refuerzo puede calcularse en función del mecanismo de las “centra­
ciones relativas”.
28 Véase J. Piaget: “Essai d’interprétation probabiliste de la loi de Weber et
de celle des centrations relatives” , Arch. de P s y c h o l xx x , 1944, págs. 95-138.
entre sí en función de leyes lógicas: su composición resultará de com bina­
ciones probables y ’rio operatorias. Exam inemos, en prim er lugar, en qué
consiste esta composición y luego intentarem os despejar la propiedad de la
actividad com binatoria de orden perceptual que asegure su realización.
Si p a ra caracterizar la estructura de las operaciones de la lógica
cualitativa nos referimos a los “agrupam ientos” descriptos en el p u n to 3 del
capítulo 1, com probamos, en efecto, que ninguno de los criterios del
agrupam iento se aplica a las composiciones de las relaciones perceptuales,
lo cual equivale precisam ente a afirm ar lo que siempre h a sostenido la
teoría de la F orm a; que las composiciones perceptuales no son transitivas,
es decir que la composición de dos de ellas no determ ina unívocam ente
u n a tercera: si por ejem plo A y B y luego B y C se confunden en virtud
de la ley de W eber, puede tenerse la sucesión A = B; B = C y A < C.
Las relaciones perceptuales no son reversibles* puesto que sus mismas defor­
maciones im plican constantem ente “transform aciones no com pensadas” 29:
así u n a sucesión de elementos graduados no produce las mismas estim a­
ciones perceptuales si se los com para en orden ascendente o descendente.
Las relaciones perceptuales tam poco son asociativas, puesto, que la percep­
ció n final de u n a sucesión de percepciones, sucesivas depende del camino
recorrido. Ignoran to d a identidad general puesto que no puede volver a
encontrarse del mismo m odo u n a percepción inicial: por ejem plo, la
tem peratura de u n a pieza parece m ás elevada, o menos elevada, si se
entra en ella después de haber salido u n instante al frío, etc. P o r último,
la percepción ignora toda distinción clara entre la tautología y la reitera­
ción, puesto que la repetición de u n a m ism a percepción la deform a, pero
no con relaciones num éricas simples.
De m odo general, se ve así que el conocimiento perceptual, incluso
lim itado a su dom inio específico — el del contacto directo con el objeto—
es no sólo deform ante, sino adem ás fundam entalm ente irracional en sus
composiciones m ás elementales. E n estas condiciones resulta claro que la
percepción de las “buenas form as” geom étricas — un círculo, un cua­
drado, etc.— no constituye un hecho prim ero, sino un caso p articu lar en
el cual los mecanismos perceptuales culm inan en relaciones adecuadas al
objeto por las relaciones objetivas privilegiadas que se encuentran en juego
en estas figuras: la igualdad de los rayos del círculo, la de los lados del
cuadrado o la de los ángulos rectos, etc., presentan u n a ocasión p a ra la
aparición de descentraciones o compensaciones com pletas; en cam bio en
la percepción de un rectángulo o u n a elipse, se puede subestim ar el ancho
respecto del largo, etcétera.
Sin em bargo, queda aún el problem a de com prender cómo a pesar de
sus deformaciones y del ilogicismo de sus composiciones la percepción
consigue aprehender form as bien estructuradas. A hora bien, en lo que
concierne a este punto, el análisis genético pone de manifiesto u n a clara
dualidad que escapa a la observación cuando sólo se experim enta con
adultos. C uando se com paran las percepcio.nes especificas con las diferentes

29 Véase La psychologie de l ’intelligence, A. Colín, págs. 83-86.


edades sucesivas, se com prueba que existen algunos efectos qu e sim plem ente
evolucionan en el sentido de u n a atenuación progresiva con el desarrollo,
mientras que otros se refuerzan constantem ente o incluso se constituyen
en el camino, en oposición cualitativa con los precedentes.

Los factores cuya im portancia dism inuye con la edad son precisam ente
aquellos que acabam os de relacionar con las centraciones simples o relativas.
Las deformaciones resultantes de la centración son en principio las mismas
p ara todas las edades, pero se aten ú a n con el desarrollo, como si la descen­
tración adquiriera más im portancia. Ello equivale a decir (puesto que los
efectos de centración se traducen en form a de transform ación no com­
pensadas) que las compensaciones resultantes de las descentraciones aum en­
tan con la edad, y que la percepción se halla algo com prom etida en la
dirección de la reversibilidad operatoria.
Sin em bargo, y en oposición con los factores prim arios de centración,
hay m uchos efectos cuya im portancia au m en ta con la edad y que son carac­
terísticos de u n a actividad propiam ente dicha, en oposición con el carácter
receptivo de la percepción inicial. Por o tra parte, el térm ino receptivo
debe entenderse en u n sentido relativo puesto que la centración (visual,
táctil, etc.) ya es de por sí u n a acción, resultante de la exploración, e
im plica la elección de los puntos que perm iten ab arcar la m ayor cantidad
de posibles relaciones a la vez. Pero si bien es ya activa, lo es menos que
las actividades perceptuales que com ienzan con la centración y que consisten
en análisis, transportes (espaciales o tem porales), com paraciones (dobles
transportes que aplican a cada uno de los dos térm inos q u e se com paran
los caracteres percibidos sobre el o tro ), transposiciones ( = transportes de
relaciones), anticipaciones, etc., es decir, actividades sensoriomotrices que
pueden integrarse cada vez más en los mecanismos de la inteligencia. A hora
bien, estas acciones-propiam ente dichas de la percepción son las que cons­
tituyen la actividad com binatoria de o rden perceptual que conduce a las
composiciones de formas, es decir, a las estructuraciones de las relaciones
en conjuntos m ás o menos coherentes.30

E n resum en, adem ás de cada percepción actual, es necesario distinguir


la acción de las percepciones sucesivas unas sobre las otras: reunim os a este
conjunto de acciones bajo la denom inación de “actividad perceptual” . Si
aplicamos ah o ra a la construcción del espacio perceptual esta distinción
entre la percepción, com o relativam ente receptiva, y la actividad p erceptual
resulta claro que la estructuración progresiva del espacio en oposición a
las relaciones elementales presentes desde la centración in m ed iata es la
resultante de la actividad perceptual. E n efecto, si distinguimos, en el
espacio perceptual y en el espacio operatorio, las relaciones de carácter
topológico (continuo, proxim idad y separación, envolvimientos con rela-

Para más detalles acerca de esta “actividad perceptual” véase Piaget: L a


psychologie de Vintelligence chez l'enfant, cap. m ; Piaget e Inhelder: La représen-
tation de Vespace chez l’enfant, cap. i ; Piaget y Lambercier: Arch. de Psychol., XXX,
1944, pág. 139.
ciones de exterioridad, interioridad y fro n tera y, por último, orden lineal
o cíclico), las relaciones proyectivas (perspectivas, etc.) y las relaciones
euclidianas (sim ilitudes, distancias o longitudes, coordenadas y m edición)
aparece lo siguiente: 1° únicam ente las relaciones topológicas más simples
están presentes desde la centración perceptüal, porque estas relaciones
siguen siendo interiores a los elementos centrados y porque se las percibe
de próximo en próxim o en virtud de los factores más primitivos de la
percepción ( “proxim idad” que genera la vecindad, e tc .); 2‘í las relaciones
.proyectivas provienen, por el contrario, de u n a coordinación de puntos de
vista sucesivos que suponen una actividad perceptüal estrechamente vincu­
lada con las. acciones en general y con la m otricidad del sujeto; 39 las
relaciones euclidianas implican, por últim o, un a coordinación de las figuras
o los objetos, que presupone las actividades com binatorias de transportes,
transposiciones, etc., vinculadas a su vez con las manipulaciones y los
desplazamientos del sujeto.

Com enzando por el final, es fácil m ostrar que las coordenadas percep ­
tuales (horizontal y vertical) — que hem os visto ya, están lejos de estar
presentes desde el comienzo— se construyen poco a poco hasta alrededor
de los 8-9 años y dependen de toda u n a actividad de com paración- y
establecimiento de relaciones (entre los objetos considerados y los elementos
de referencia) que va m ucho más allá de la percepción simplemente
receptiva. - -Toda percepción de un elem ento cualquiera supone, es cierto
y en todos los niveles, u n sistema de referencia, proporcionado por. los. otros
objetos del “cam po”, aunque más no fu era por el “fondo” mismo. Sin
embargo, de estos sistemas de referencia m om entáneos a un sistema estable
— que im plique la perm anencia de los ejes horizontales y verticales—
existe u n a serie de etapas que se h an de desarrollar y que corresponden
precisam ente a u n a actividad perceptüal siempre m ás rica, que term ina
po r integrarse a la inteligencia (véase el p u n to 5 ). Asimismo, la constancia
de las m agnitudes que constituye sin d u d a lo específico de las relaciones
euclidianas de carácter perceptüal, sólo se adquiere definitivam ente alrede­
dor de los 9-10. años, y supone desde el punto de p artida un a actividad
perceptüal caracterizada por ciertas regulaciones y descentraciones. Si los
pequeños subestim an las m agnitudes en profundidades, en cambio la mayor
.parte de los adultos las. sobreestiman p o r un mecanismo de supercompen-
sación. Esta es, en efecto, una prueba d e que aquí interviene u n a actividad
reguladora, en oposición con la pasividad relativa de la percepción pura.
L a constancia de las formas, como p o r o tra p arte la constancia d e las
m agnitudes, se elabora en sus formas m ás borrosas durante el prim er año,
en función de la construcción del esquem a de los objetos perm anentes, es
decir, de la inteligencia sensoriomotriz en su totalidad, cuya actividad per-
ceptual sólo constituye u n caso particular.
En cuanto a las relaciones proyectivas construidas por la percepción,
resulta claro que tam bién dependen de u n a actividad perceptüal com pleja,
puesto que son solidarias de las precedentes: tan to la estimación de las
m agnitudes con la distancia — a pesar de la visión proyectiva que disminuye
las proporciones— como las formas en el interior de deformaciones de
perspectivas variadas suponen, e n ' efecto, u n a estructuración a la vez
euclidiana y proyectiva, que se vincula con el conjunto de las acciones.
del sujeto (desplazamientos, y m anipulaciones), es decir tanto a su inteli­
gencia sensoriomotriz como a su actividad perceptual.
E n consecuencia, únicam ente algunas relaciones topológicas elem en­
tales están presentes en la percepción inm ediata, independientem ente de
u n a actividad más com pleja. L a “vecindad” corresponde así a la “proxi­
m id ad ” , uno de los factores más prim itivos de la percepción; la ^“ sepa­
ración” corresponde a las distinciones sensoriales y el continuo a la ausencia
de distinción de próxim o en próxim o (A = • B; B = C pero A < G ) . Ello
no equivale a decir, sin em bargo, que estas relaciones espaciales esenciales
estén dadas independientem ente de toda actividad, es decir que las percep­
ciones más receptivas que las generan sean absolutam ente pasivas: sólo lo
son relativam ente a las actividades más profundas que generan las rela­
ciones proyectivas y euclidianas. Las proxim idades, distinciones y conti­
nuidades que fu n d an las relaciones espaciales fundam entales dependen, en
efecto, de estas acciones iniciales que son las centraciones de la m irada,
el tacto, etc., y, e n consecuencia, de la escala de los fenómenos rela­
tivos a los órganos sensoriales. L as relaciones espaciales m ás prim itivas
constituyen pues el testim onio de u n a interacción indisociable entre el sujeto
y los objetos y no u n a recepción p u ra del sujeto respecto, de los objetos.
Ello nos conduce a la epistemología de la percepción en general. Si
consideramos las relaciones entre la percepción en su aspecto más receptivo
y la actividad perceptual en su aspecto sensoriornotor, estamos obligados a
concluir que la percepción no constituye en absoluto, un conocimiento que
se baste a sí mismo. Por otra parte, deben distinguirse dos casos: la
percepción de objetos llam ados “significativos” (en el vocabulario guestal-
tista) — es decir de significación extrínseca y p o r lo tantp relativa a una
acción cualquiera (por ejemplo u n m artillo o u n bastón).— y la percepción
de las figuras o las form as con significación intrínseca, es decir que no
superan el dominio de las relaciones sim plem ente espaciales.
E n’ el prim er caso, resulta claro que la percepción no supera el nivel
de u n simple ín d ic e: el conocimiento del m artillo o el bastón no está pre­
sente en la simple figura perceptual o sensible de estos objetos, sino en la
acción que los utiliza de u ñ a y o tra m anera, y la percepción sólo cum ple
la función de un índice de estas acciones. El elem ento perceptual desem­
p eña entonces, respecto de la acción, el m ism o papel que la im agen respecto
del concepto, es decir, el de u n significante en relación a su significado
(a su significación). Pero, en el caso de la im agen, el significante se
diferencia como tal y constituye así u n símbolo, m ientras que en el caso
de la percepción, el elemento perceptual está menos diferenciado del
elem ento m otor y pertenece al mismo esquem a de objeto perceptual y
utilizable: la percepción sólo es u n índice, no un símbolo; y este índice se
h a de definir precisam ente como un significante relativam ente indiferen-
ciado porque corresponde a un simple aspecto del objeto significado y
' constituye sin más u n a p arte del esquema de este objeto.
A hora bien, en el caso de l^s “ formas” con significación intrínseca
y ya no extrínseca, sucede exactam ente lo mismo que ya habían observado
A m pére y H elm holtz (véase el punto 3 ) , cuando consideraban la sensación
como un “signo” , sin quizás extraer todas las consecuencias que esta afir­
m ación im plicaba. L a única diferencia es que la acción significativa ya
no es una acción cualquiera de utilización, sino u n a actividad perceptual
o sensoriomotriz. Pero si se adm ite lo dicho anteriorm ente en cuanto a las
diferencias en tre la percepción simple, vinculada con cada centración, y
la actividad p erceptual que consiste en descentraciones, transportes, com ­
paraciones, transposiciones y anticipaciones, es claro que esta actividad
consiste esencialm ente en asegurar el pasaje de las percepciones de unas a
otras; dicho de otro modo, en establecer las semejanzas y las diferencias
entre las relaciones sucesivamente percibidas. Por lo tanto, culm ina en
algo distinto a 1a. simple percepción: a la constitución de “esquemas percep­
tuales” que ya son esquemas de transform ación y no solamente lecturas
de relaciones estáticas. A hora bien, es evidente que estos esquemas vuelven
a. actuar sobre la percepción misma, en el sentido de que toda percepción
que supere el contacto más prim itivo con el objeto 81 im plica relaciones
virtuales que com pletan las relaciones actuales o reales: la percepción
habitual es pues u n a percepción de esquem as y no solamente de objetos y
estos esquemas constituyen precisam ente el conjunto de las relaciones v ir­
tuales que la actividad perceptual podría encontrar nuevam ente en el
objeto percibido o actualizar en su contacto con él. Se com prende entonces
en qué sentido la percepción constituye esencialm ente u n índice: es el
significante de u n esquema perceptual y éste constituye la significación
del objeto percibido, y se tra ta adem ás de u n a significación que desborda
los elementos sensoriales puesto que se conecta con las relaciones virtuales
que podría construir la actividad p erceptu al respecto de la percepción
considerada.

Por ejem plo, al percibir u n cubo en perspectiva (y sólo se lo puede


percibir en p ersp e ctiv a), no necesitam os p a ra “ver” la igualdad de las caras,
la de las aristas rectilíneas o la de los ángulos, “transportarlos” respectiva­
m ente unos sobré los otros, o “transponer” su igualdad par por p ar, ni
siquiera desplazar el cubo (o desplazarnos nosotros en torno a él p ara
centrar cada cara- en form a sucesiva), etc. L a percepción directa del cubo
proporciona de en tra d a el conjunto de las relaciones virtuales que p o d rían
actualizarse detallando el objeto a través de sucesivas fijaciones: por lo
tanto, constituye u n índice que evoca (del m ismo m odo que la p arte evoca
el todo, puesto que el índice es u n aspecto de su propio significado)
el esquema del cubo, y este esquema no es sino el conjunto de las posibles
percepciones respecto de este cubo, es decir, de las relaciones de igual­
dad, etc., que pueden percibirse sucesivamente. A hora bien, este esquem a

31 Y además el contacto sensorial primitivo se halla vinculado de entrada con


los reflejos, es decir, nuevamente con la motricidad (véase V , Weizsecker: Der Ge-
stahreis, 1941).
es independiente del lenguaje, la im agen y la representación propiam ente
d icha: se construye en función de la sola actividad p erceptüal y constituye
sin más la totalidad de los posibles descentraciones, transportes, trdnspo-
siciones, reconocimientos, etc. Por ello, este esquem a se transform a en fun­
ción del desarrollo m ental, en oposición con las percepciones simples, es
decir, con aquellas presentes en su form a ac tu a l en cada centración.

Este carácter de índice de la percepción respecto del esquem a per-


ceptual es tanto m ás evidente en la m edida en que la percepción como tal
consiste — como lo hem os visto— en u n sim ple sorteo al azar, en el cual
de todos los posibles, puntos sólo se fijan algunos en oposición a todos aquellos
que darían lugar a relaciones diferentes. D esde el p u n to de vista epistemo­
lógico, la percepción está lejos de ser u n a copia fotográfica de los objetos
como pensaban los em piristas; perm anece incluso bastante alejada de esa
“form a” com ún a las realidades físicas, fisiológicas y psicológicas en las que
piensa la fenom enología guestaltista: sólo es un p unto de referencia
respecto de la acción real de vincular las form as percibidas en tre sí, es
decir, respecto de la actividad perceptüal. E n cuanto a esta actividad,
el solo hecho de que proceda po r esquem as m uestra bastante bien que se
tra ta de una asim ilación (de los objetos a estos esquemas) así como de una
acomodación, como cualquier o tra ac ció n : p o r o tra p arte, los esquemas
perceptuales sólo constituyen casos particulares de los esquemas de asimi­
lación sensoriomotriz, que volveremos a analizar en el p u n to 5 y suponen
—como ellos— u n a interacción entre el sujeto y él objeto y no u n a simple
copia del objeto por p arte del sujeto.,
E n resumen, desde el punto de vista epistemológico, la percepción
constituye u n sistem a de índices obtenidos p o r u n sorteo al azar que se
refiere a relaciones construidas gracias a u n a actividad sensoriomotriz que
vincula estos índices atribuyéndoles significaciones ya esquemáticas. Por lo
tanto, lo esencial es la m otricidad en la tom a de contacto con lo real, el
elementó sensorial no es sino el significante respecto de las significaciones
activas y motrices, es decir, el índice estático de las transform aciones — reales
o posibles— aseguradas p o r la actividad sensoriomotriz.
Se com prende entonces la verdadera significación del espacio percep-*
tual, respecto del c u a l' el sentido com ún es víctim a de tan tas ilusiones, a
veces com partidas p o r ciertos m atem áticos: lejos de ser m ás real que el
espacio intelectual, el espacio sensible sólo se apoya en índices de la realidad
y no en su expresión inm ediata, y estos índices no se traducen en conoci­
mientos — incluso- en conocimientos sim plem ente perceptuales— salvo por
interm edio de u n a actividad sensoriomotriz que supere de en trad a lo sen­
sible y recurra a la m otricidad, es decir que se com prom eta en u n a dirección
que precisam ente es la de la inteligencia .misma.
E n efecto, y sin duda en ello consiste la lección más im p o rtan te que
im plica el exam en del espacio perceptüal, este espacio se construye de modo
análogo al espacio intelectual m ism o; con dos diferencias sin em bargo, y
am bas tienen que v er con el hecho de que la percepción es el conocimiento
del objeto presente y de que la inteligencia funciona a distancias espacio-
temporales variadas entre el sujeto y los objetos. L a p rim era diferencia
es que el índice sensible y la significación motriz corresponden — de m odo
más indiferenciado entre sí en el plano perceptual que en el intelectual—
a lo que serán, a niveles m ás elevados, la imagen espacial in tu itiv a que sirve
de símbolo concreto al razonam iento y las relaciones conceptuales que
prolongan las relaciones motrices. L a segunda es que el espacio perceptual
es esencialm ente incom pleto y deform ado, en oposición al espacio intelectual
siempre m ás completo y resultante de u n conocimiento ca d a vez menos
deform ante.
El espacio perceptual es esencialm ente incompleto y deform ado (es
decir, como se h a observado frecuentem ente, heterogéneo, no isótropo,
vinculado con falsos absolutos en vez de ser relativo, etc.) p o r la sencilla
razón de que nunca se basta a sí mismo. Ante u n objeto o u n cuadro
complejos, la percepción se fija en un p u n to y luego en u n segundo, un
tercero, etc. A hora bien, cada una de estas centraciones constituye, p o r
una parte, u n a fragm entación de lo real y, por la otra, u n a deform ación
de él en función de las leyes estadísticas inherentes al m ecanism o de las
centraciones relativas. Y hay algo m á s: para relacionar en tre sí estas
diversas centraciones, es indispensable superar las percepciones, puesto que
no son sim ultáneas, sino sucesivas, y porque la acción de las -percepciones
entre sí en el tiem po ya no corresponde a la percepción simple y supone u n a
actividad de establecimiento de relaciones. La existencia de u n a actividad
perceptual m arca pues, de por sí, la obligación que tienen las percepciones
de superarse como tales p ara vincularse entre sí. Sin em bargo, la actividad
perceptual es breve e insuficiente, porque carece de un simbolismo dife­
renciado y de u n mecanismo propiam ente operatorio. Es cierto que se
com prom ete en la dirección en la que se constituirán la intuición represen­
tativa y la inteligencia operatoria'. Desde el plano sensoriomotor, se integra
a u n a inteligencia práctica o sensoriomotriz que pasaremos a an alizar inm e­
diatam ente. Luego, cuando se com pleta el sistema de acciones — con el
espacio m ás extenso y ágil que lo caracteriza (su expresión m ás caracte­
rística es el “grupo” práctico de los desplazam ientos)— con la aparición
del poder representativo, el espacio perceptual se integrará finalm ente en
un espacio intelectual, que no se habrá de superponer a él como lo hace u n a
imagen de lo real a la realidad, sino como un organismo acabado sucede
a la organización em brionaria que lo p rep ara pero que aún no lo iguala.

5. E l e s p a c io s e n s o r io m o t o r . L as in t e r p r e t a c io n e s de H. Po in -
CARÉ ACERCA D EL CARÁCTER “a PR IO R l” DEL C O N C EPTO DE G RUPO Y LA
PROPIEDAD C O N V E N C IO N A L D EL ESPA CIO EU CLID IA N O DE TR ES D IM E N S I O N E S .
E ntre el espacio perceptual — del que acabamos de analizar p o r qué no es
suficiente de por sí— y el espacio representativo que culm inará en u n a
organización propiam ente operatoria, se inserta una form a de espacio m ás
general que l£s estructuras perceptuales — que sólo constituyen u n caso
particular— : se tra ta del espacio sensoriomotor, esencialm ente constituido
por las m anipulaciones y los desplazamientos d e l. sujeto mismo. Estas
acciones elementales, cuya organización se rem onta a los dos prim eros años
de vida, están orientadas por las percepciones, pero proporcionan un
conocimiento práctico acerca del espacio que las supera y que form a
la subestructura de las futuras operaciones.

Y a hemos com probado (en el p u n to 3) cómo la construcción de las


constancias perceptuales de la m agnitud y la form a suponía la elaboración
de u n esquem a de acción que supera la percepción, el de los objetos p erm a­
nentes, susceptible de encontrarse nuevam ente fuera del cam po perceptual
actual y que conserva, en el interior de este campo, sus propias dimensiones
y formas. A hora bien, el objeto perm anente, que proporciona el prim er
ejemplo de estos “sólidos invariables” cuya im portancia percibieran todos
los geóm etras en cuanto a la form ación de nuestra geometría, constituye
el producto m ás auténtico de u n a inteligencia sensoriomotriz, anterior al
lenguaje y a las representaciones, estudiado en les monos antropóides y
el bebé.3- P or otra parte, es claro que la actividad perceptual, q u e — como
acabamos de m ostrar— es la fuente de las construcciones de la percepción,
desborda los m arcos de la percepción y corresponde a la inteligencia senso­
riom otriz que orienta tanto a los m ovim ientos como a las percepciones y
regula así la actividad en su totalidad, antes del desarrollo de la inteligencia
representativa, p a ra luego conservarse en el plano especializado de la
vida perceptual y m otriz del niño m ayor y el adulto.
Si el espacio perceptual es de por sí esencialm ente incom pleto, porque
es inm anente a cada cam po sucesivo de percepciones, sin coordinación
general entre estos campos, la inteligencia sensoriomotriz tiene pues como
función vincular entre sí estos sucesivos campos, no aún a través de u n a
representación de conjunto (que sólo com enzará con la aparición de la.
función sim bólica), sino a través de u n m ecanism o m otor qu e regula
el pasaje de un cam po a otro y asegura la continuidad de la acción. E n la
m edida en que los esquemas perceptuales (entre los cuales ninguno cons­
tituye de po r sí u n espacio de conjunto, u n m edio com ún p ara todos los
fenómenos percibidos) están vinculados, en efecto, por los desplazamientos
del sujeto, es decir que están com pletados por los esquemas sensoriomotores
que abarcan no sólo los movim ientos de los órganos de la percepción
(m ovim ientos del ojo y la cabeza, o la m ano y el brazo, etc.), sino los
de la totalidad del propio cuerpo respecto de los objetos percibidos, se
constituye entonces un espacio práctico más general que se apoya en el con­
ju n to de los esquemas sensoriomotores y perceptuales del sujeto. Por cierto,
existe la m ism a continuidad entre este espacio sensoriomotor y el espacio
de los esquemas perceptuales, que entre estos últimos y la percepción como
tal, pero el espacio sensoriomotor no por ello deja de ser u na realidad de
conjunto, cuyo equilibrio final sigue siendo inexplicable p o r las solas leyes
de la percépción e incluso de la actividad perceptual.

a2 Véase K oehler: L ’intelligence des singes supérieurs. Trad. Guillaume.


Alean y Piaget: La naissance de l'intelligence chez l ’enfant. Delachaux et Niestlé.
[Hay versión castellana: El nacimiento de la inteligencia en el niño. Madrid. Aguilar,
1965.]
A hora bien, la lección epistemológica que im plica la necesidad de este
sistema de esquem as sensoriomotores p ara coordinar el espacio en u n solo
todo — aunque se trate de una totalidad de acciones sucesivas y no de
representaciones sim ultáneas— es que el espacio, en tan to medio com ún
a ios objetos de acción y percepción, no se percibe en sí mismo: integra
las percepciones en u n sistema que ellas solas no p u ed en construís-, y no
corresponde a u n a percepción propiam ente dicha. Es u n a “form a” de la
conducta y no de la sensibilidad. El gran m érito de H . Poincaré rad ica en
haber m ostrado de antem ano lo que la psicología genética está entonces
en condiciones de verificar: ni los sentidos, ni la experiencia son suficientes
p ara constituir u n espació sin la existencia de u n esquem a que los oriente,
perm itiéndoles elegir entre diversas interpretaciones posibles (y esta elección
no es im puesta de una vez por todas por los datos .percibidos o experi­
m entados).
¿ E n qué consiste este esquema? Conviene distinguir aquí, d entro del
conjunto de concepciones ta n profundas y decisivas com o las de Poincaré,
aquello que sigue siendo esencial e incontestable, u n a vez trad u cid o en
térm inos de génesis real de la conducta o el espíritu, y aquello que es
solidario de u n a psicología superada por los estudios ulteriores, o de u n
convencionalismo refutado por los progresos de la física. P or o tra p arte,
n ad a hay más ágil, m atizado y rico en implicaciones, a m enudo difíciles
de analizar, que las sucesivas exposiciones de Poincaré acerca del espacio,
y las m últiples correcciones que constantem ente h a introducido m uestran
bastante bien q u e no puede encerrarse su filosofíá geom étrica en las fórm ulas
definitivas de u n nom inalism o pragm atista, como se hizo a veces.33 R esulta
claro, en particular, que existe cierto paralelism o entre sus ideas acerca del
núm ero, o el razonam iento m atem ático en general, y sus ideas de carácter
propiam ente geom étrico. E n ambos casos, se ubicó en un a posición com ­
pleja, uno de cuyos polos no está lejos del apriorism o y el otro sólo se
orienta en p arte hacia el convencionalismo. P ara Poincaré, “el concepto
general de grupo preexiste en nuestra m ente, al menos en potencia”
(Science et H ypoth., pág. 9 0 ). E sta afirm ación corresponde sin du d a, en
el terreno geométrico, a sus hipótesis aritmológicas acerca de la intuición
racional del “núm ero p u ro ” (vol. I, cap. I, p u n to 5) : es au n m ás cla­
ram ente así en la m edida en que — como sabemos— el conjunto de los
núm eros enteros positivos y negativos constituye u n grupo cuyo elem ento
es la operación 1. Existe pues u n estrecho vinculo en tre el razonam iento
p o r recurrencia, fundado en esta intuición a priori (en el cual Poincaré
localizaba el razonam iento m atem ático po r excelencia) y el papel que el
célebre geóm etra atribuía a la idea de grupo en la estructuración espacial
progresiva. Sin em bargo, en ambos casos — del núm ero y el espacio— , se
otorga igualm ente a la intuición — cuyas raíces se h u n d irían en m arcos
preform ados— el poder de prolongarse en com binaciones operatorias siem­
pre m ás libres: es en esta o tra dirección que se m anifiesta el cónvencio-

38 L. Roupier: La philósophie- géométrique de Henri Poincaré. Alean, 1920;


y Ph, Frank: La Causalité. Flammarion.
nalism o de Poincaré (m ás a m enudo m encionado a propósito de su filosofía
geom étrica), au nque apoyado en el mismo apriorism o que en su teoría
acerca del núm ero.
A hora bien, tanto en sus hipótesis acerca del innatism o del concepto
de grupo como en la construcción del esquem a euclidiano de tres dim en­
siones, Poincaré recurre siempre, al fin de cuentas, al análisis del espacio
sensoriomotor en el desarrollo de sus concepciones. Es, p o r lo tanto, en
este terreno — cuya im portancia Poincaré tuvo el m érito de percibir a
fines del siglo últim o— en oposición al cam po dem asiado estrecho de la
percepción p u ra — terreno en el que se habían peleado los innatistas y los
em piristas duran te casi todo el siglo xix— donde hay que discutir el
problem a de la significación epistemológica de la idea de “g ru p o ” , así
como la del papel de la experiencia o la convención en la elaboración del
espacio euclidiano.

E n efecto, Poincaré hace rem ontar el descubrim iento m ental del espa­
cio, no a la percepción de la extensión o las formas, sino a la organización
sensoriomotriz de los desplazamientos. A todo cambio producido en el medio
externo puede corresponder u n a preacción del sujeto que tiende a volver
a colocar o a en co n trar las cosas ta l como estaban en la situación an terio r a
esta modificación. A hora bien, existe un conjunto de cambios que pueden
corregirse por u n simple desplazam iento del propio cuerpo: así u n móvil
que sale lateralm ente del cam po visual puede volver a encontrarse como
antes con u n a simple rotación de la cabeza, y u n móvil que cam bia de
dimensiones aparentes a m edida que se aleja recupera su m ag n itu d cuando
uno se acerca nuevam ente a él. Estos cambios constituyen los “cam bios de
posición” . Por el contrario, hay transform aciones que no pueden anularse
p o r u n m ovim iento correlativo del propio cu e rp o : así la com bustión de u n
pedazo de m adera o la disolución del azúcar en el agua. Se tra ta entonces
de los “cambios de estado” . Poincaré hace rem o n tar el origen de la cons­
trucción del espacio a esta distinción considerada com o u n a suerte de hecho
p rim e ro : el espacio, como sistema de cambios de posición, será la resultante
de las conductas sensoriomotrices m ás elementales. A hora bien, a pesar de
las dificultades psicológicas que esta tesis im plica como veremos m ás
adelante y a. despecho de su sim plicidad, presenta el g ran interés d e colocar
de en tra d a el problem a en el plano de la acción o el m ovim iento, y ya no
en el de la percepción. “P ara u n ser com pletam ente inmóvil, dice con
vigor Poincaré, no h ab ría ni espacio, ni geom etría” (V al. Se., p ág in a 8 2 ).
H ay algo más. ¿C óm o consigue el sujeto organizar sus m ovim ientos
de tal m odo que logre corregir los de los objetos? Independientem ente de
la form a u n poco lim itada en la que Poincaré se representa el p ap e l de la
m otricidad en el conocim iento, introduce aquí u n a hipótesis fundam ental:
estos desplazamientos del propio cuerpo form an u n “grupo” . E n efecto, dos
“ desplazamientos del cuerpo en bloque” p u ed en coordinarse en u n o solo;
cada uno de ellos puede anularse por u n desplazam iento inverso; el p ro ­
ducto entre un desplazam iento directo y su inversa es un desplazam iento
nulo y estos desplazam ientos son asociativos. ¿D e dónde proviene entonces
este concepto de grupo? “Seguram ente no de la experiencia -externa, puesto
que p a ra descubrir que los movim ientos de los sólidos constituyen un
grupo precisam ente hay que coordinar los movimientos propios en este tipo
de estructura: distinguiremos los cambios de posición de los cambios de
estado a través de la correlación de estas dos clases de desplazamientos.
El m ismo razonam iento sería válido en contra de u n a interpretación basada
en la experiencia interna, puesto que los elementos del grupo en cuestión
son justam ente los “desplazamientos de'l cuerpo en bloque” , es decir, los
que se reconocen por el hecho de que son correlatos de los movimientos
de los cuerpos externos. El grupo de los desplazamientos — al que Poincaré
hace rem ontar la organización del espacio— debe considerarse como u n a
especie de ley o de m arco de nuestra p ropia actividad, “preexistente al
m enos en potencia” según la fórm ula m encionada más arriba. E n una
p alab ra, p ara poder seguii los m ovim ientos del m undo externo, el sujeto
debe en efecto coordinar sus movimientos, y esta coordinación es la que
im plica la estructura de “grupo” .
A dm itido esto, surgen entonces tres consecuencias fundam entales: el
grupo de los desplazamientos del propio cuerpo genera la estructuración
de los movimientos externos según un modelo correlativo a través de u na
m ezcla de convenciones y utilización de la experiencia y luego permite,
según el mismo proceso, la atribución a este espacio externo de tres dim en­
siones y de una estructura euclidiana.
R esulta claro que el grupo de los movimientos propios genera la
construcción del grupo de los desplazamientos del objeto puesto que las
dos estructuras se organizan al mismo tiempo. Sin em bargo, a p artir de
la distinción entre los cambios de posición y los cambios de estado, y a
p a rtir de la estructuración del grupo constituido p o r los prim eros de estos
cambios externos, interviene — según Poincaré— esa m ezcla de formas
“preexistentes” — de convención y experiencia— cuya u n ió n es la nota
característica de su ta n sutil doctrina. El papel de la experiencia se
m anifiesta por la presencia, descubierta en la naturaleza, de estos “notables'
cuerpos” llamados sólidos y que pueden desplazarse por traslaciones, ro ta­
ciones, etc., conservando sus formas y dimensiones. Sin em bargo, esta com­
probación experim ental no es pura. E n efecto, no existe en lo real despla­
zam iento alguno carente de deform ación, tal como sucedería p a ra un sólido
euclidiano ideal: el calor o el peso pueden alterar el móvil y convenimos
entonces, según una prim era disociación convencional, en considerar sepa­
rad am en te los puros desplazamientos que constituyen un grupo y las altera­
ciones físicas del objeto. Sin em bargo, esta convención es posible porque
—com o acabamos de ver— poseemos el poder preestablecido de construir
la idea de grupo.
V iene luego la estructuración de este espacio real en tres dimensiones.
Sabemos hasta qué punto Poincaré insistía en este problem a y cómo m odi­
ficó constantem ente su exposición, ta n delicada es la delim itación que
intentó realizar entre los papeles respectivos de la experiencia, la convención
y, en este punto particular, de las dos clases de ideas preexistentes: el
papel de nuestros órganos hereditarios y las intuiciones a priori de nuestro
espíritu. Se introduce la idea de dim ensión en prim er lugar a través de la
'consideración topológica del continuo y los cortes: un continuo sólo tiene una
dimensión si está dividido por cortes que son discontinuos (por ejemplo
una línea, cortad a por p u n to s), hay dos dimensiones si se lo puede cortar
m ediante u n continuo efe u n a dim ensión (por ejemplo, u n a superficie
cortada po r u n a línea), etc. A dm itido este punto, ¿cuántas dimensiones
tiene el espacio de nuestras actividades prácticas? En prim er lugar, es
necesario observar que el continuo perceptüal o físico es contradictorio
(véase en el p unto 4 la fórm ula de la ley de W eber: A = B; B — C
pero A < G) y que, p a ra resolver la contradicción, los m atem áticos la
reem plazan por u n a escala que im plica una infinidad no conm ensurable
de. gradaciones. Sin em bargo, este continuo m atem ático es irrepresentable:
“sólo podem os representam os continuos físicos y objetos finitos” (Val.
Se., pág. 9 8 ). Por o tra parte, “el espacio absoluto carece de sentido y
hay que com enzar por relacionarlo con u n sistema de ejes invariablem ente
referidos a nuestro cuerpo” (Ib íd ., pág. 9 9 ). Localizar un objeto equivale
pues a “representarse los movim ientos que habría que h acer p ara alcan­
zarlo” (pág. 80 ), ya que “la única cosa que conocíamos directam ente es la
posición relativa de los objetos respecto de nuestro cuerpo” (Ibíd., pág. 79).
A partir de entonces, p a ra d eterm inar la cantidad de dimensiones del
espacio que caracteriza a los objetos que nos rodean, cabe pensar que es
suficiente leer los datos de la experiencia física y analizar nuestros proce­
dimientos de localización visual, táctil, etc., y nuestros propios desplaza-
. mientos, aplicando a cada uno de estos casos el criterio topológico mencio­
nado hace un instante y que sirve p ara determ inar la cantidad de dim en­
siones: Pero se observan entonces dos tipos de circunstancias esenciales:
ni nuestros órganos, ni la experiencia nos im ponen u n a respuesta decisiva.
Por ejemplo, si no siempre concordaran nuestras sensaciones de conver­
gencia y acom odación entonces el espacio visual tendría cuatro dimen-.
siones. E n cuanto a la experiencia sólo proporciona indicaciones y se-
acom odaría m uy bien a otros modelos que aquellos que hemos aplicado.
E n resumen, el espíritu construye el continuo m atem ático de tres dimen-.
siones “pero no lo construye a p a rtir de la nada, requiere diversos m ate­
riales y modelos. Estos m ateriales y estos modelos preexisten en él. Pero
no se le im pone un solo modelo, hay u n a elección; puede elegir, por
ejemplo, entre el espacio de tres y el espacio de cuatro dimensiones. ¿C uál
es entonces el papel de la experiencia? Proporciona las indicaciones según
las cuales el espíritu realiza su elección” (V al. Se., pág. 132).
L a estructura euclidiana del espacio práctico im plica u n a explicación
análoga. E n prim er lugar, el espacio sensoriomotor es de “carácter cuanti­
tativo” . p o r causa “del papel que desem peñan en su génesis las series de
sensaciones musculares. Son series que pueden repetirse, y el número
es la resultante de su repetición; porque puede repetirse indefinidam ente
el espacio es infinito” (Ibíd., pág. 133). E sta repetición es, a la vez, fuente
de la “relatividad esencial del espacio” (pág. 118) y de la m étrica. Pero,
¿por qué es euclidiana nuestra m étrica espontánea? N uevam ente aquí
nuestro espíritu contiene varios modelos, equivalentes entre sí y tales que
p uedan traducirse unos en otros puesto que las relaciones no euclidia­
nas pueden expresarse m ediante figuras euclidianas y recíprocam ente. Sin
em bargo, nuevam ente aquí, la experiencia, p o r u n a parte, y nuestros
órganos, por la otra, tienen sus sugerencias que h acer: los desplazamientos
de los sólidos naturales se com ponen del mismo m odo que las sustituciones
del grupo euclidiano y nuestras acciones más simples presentan la misma
estructura. Elegimos entonces el m odelo más cóm odo y aplicamos a lo
real el esquema euclidiano, pero n ad a nos im pediría em plear otro lenguaje.

Vemos pues cómo desde la elaboración del espacio sensoriomotor in ter­


viene — según Poincaré— la serie de las elecciones y las situaciones favo­
rables que luego invoca com o necesarios p ara justificar su convenciona­
lismo, cuando, en o tra p arte, la organización sensoriomotriz del grupo de
los desplazam ientos testim onia la intervención, ya a p a rtir de este nivel
elem ental, de las ideas preform adas “preexistentes” a la vez en nuestros
órganos y nuestro espíritu. L a epistemología geom étrica de Poincaré plan tea
tres problem as: el innatism o de la idea de grupo, la naturaleza de las
convenciones prácticas, y las relaciones entre la actividad, — h ereditaria o
individual— del sujeto y la experiencia física.

Respecto del prim er punto, los resultados del análisis psicogenético


proporcionan u n a respuesta detallada. Al estudiar el espacio sensoriomotor
d u ran te todo el período que se extiende desde el nacim iento hasta la
aparición de la representación (lenguaje e intuición im a g in a d a ), hemos
podido confirm ar el papel esencial que Poincaré atribuye a la estructura
de g r u p o 34: es perfectam ente exacto, que los desplazamientos del sujeto
(no solam ente los “desplazam ientos del cuerpo en bloque” sino tam bién
los m ovim ientos de m anipulación, como las rotaciones o las sucesivas trasla­
ciones im prim idas al objeto, etc.) term inan p o r ad q u irir un a estructura
de grupo. P or ejemplo, se puede observar que cerca de la m itad del
segundo año de vida, el niño se desplazará d e u n a pieza a otra de su
departam ento y de un punto al otro de su jard ín coordinando sus sucesivos
movim ientos a través de u n sistema de composiciones reversibles, o volverá
a encontrar un objeto oculto com poniendo, con la m ism a estructuradlos
desplazam ientos anteriores de este objeto. Se percibe entonces que la
noción de “grupo” no es en absoluto u n m odo de descripción artificial
que el m atem ático em pleará p a ra analizar desde afuera la conducta del
sujeto, sino que expresa realm ente la form a de equilibrio alcanzada p o r sus
desplazamientos, o por sus acciones sobre el objeto, u n a vez culm inadas
las coordinaciones sensoriomotrices. Así, la composición de dos desplaza­
m ientos en uno solo expresa la capacidad m ism a de la coordinación, la
operación inversa expresa la conducta fundam ental de la posibilidad del
retom o, la asociatividad traduce esa o tra conducta esencial que es la cap a­

34 Véase La construction du réel chez l’enfant. Delachaux et Niestlé, cap. ii.


[Hay versión castellana: La construcción de lo real en el niño. Buenos Aires, Proteo,
1966.]
cidad de recorrido (détour) , y la operación idén tica trad u ce la conser­
vación desde el p u n to de p a rtid a en el transcurso de la composición de
id a y vuelta. E n resumen, el grupo expresa la p ropiedad m ism a de las
composiciones reversibles y asociativas que alcanza el sujeto u n a vez term i­
n ad a la coordinación de sus desplazamientos.
Pero si bien Poincaré consiguió despejar m uy p rofundam ente la estruc­
tu ra m ás im p o rtan te que se halla en la base de la constitución del espacio,
tan to desde el p u n tp de vista genético real como desde el p u n to de vista
m atem ático abstracto, nos parece que se equivocó cuando localizó esta
«strU ctura de grupo en el p u n to de p a rtid a de las conductas sensorio-
m otrices; en realidad, sólo constituye su p u n to de llegada y la form a de
equilibrio final. Por supuesto no se puede exigir a u n m atem ático genial
que encuentre el tiem po necesario p ara som eter sus hipótesis psicológicas
al control experim ental; es así q u e Poincaré se limitó a reconstituir lógica­
m ente, si así puede decirse (o introspectivam ente, lo cual equivale a lo
m ism o), u n desarrollo conjetural, en vez de describir el desarrollo real:
p o r lo tanto, supuso la evidencia de la existencia de u n a distinción elemental
entre los cam bios de posición y los cambios de estado y luego construyó
su teoría a p a rtir de este dato hipotético. A hora bien, las acciones del niño
(y, en p articular, del bebé) son siempre m ás ricas y más im previstas que
las reconstituciones genéticas abstractas. P or lo tan to sucede que el niño
no distingue de e n tra d a los cambios de posición y estado, sino que necesita
unos cuantos meses, y casi u n año, p a ra lograr esta disociación. Es así por
u n a razón fundam ental desde el p u n to de vista geom étrico y desde el punto
de vista físico: su universo inicial no está form ado p o r objetos perm anentes
y todo desplazam iento se le presenta en prim er lugar como u n cam bio de
estado. E n efecto, es claro que el grupo de los desplazam ientos es corre­
lativo a la idea de objeto: no sólo porque el grupo euclidiano se traduce
físicam ente en el m ovim iento de los sólidos invariables, sino porque el
objeto perm anente — es decir, susceptible de volver a encontrarse— es lo
único que puede g arantizar el bu en fundam ento de la reversibilidad. La
construcción del grupo de los desplazam ientos es pues solidaria de la del
objeto mismo, y sin objetos sólo puede hab er coordinaciones egocéntricas y
deform antes, es decir, sistemas de acciones irreversibles.

¿ Cóm o consigue el lactan te construir a la vez el grupo práctico de los


desplazam ientos (d e los suyos y de los objetos m am puleados) y el esquema
sensoriomotor del objeto perm anente, que puede encontrarse nuevam ente
“detrás” de las pantallas, “bajo” otros objetos, etc. (sin re to m a r a los esque­
m as perceptuales de la constancia de las form as y las dimensiones de este
objeto) ? Precisam ente aquí se p la n tean todas las p reguntas acerca del
papel de los conceptos “preexistentes” eventuales, el p ap el de la experiencia,
el de los elementos facilitadores o convenciones prácticas y de la inter­
vención de las dos clases de abstracción distinguidas an terio rm en te: a
p a rtir del objeto, y a p a rtir de la acción o de sus coordinaciones como
tales.
A hora bien, así como no hemos podido seguir a Poincaré en su hipó­
tesis acerca de una “intuición del núm ero p u ro ” , porque los datos genéticos
nos m uestran la existencia de una construcción activa de las -clases, las
relaciones y los números, tam bién nos resulta difícil adm itir la preform ación
de la idea de grupo. “E sta idea preexiste, o más bien lo que preexiste en
el espíritu, es la potencia de form ar esta idea. L a experiencia sólo constituye
p a ra nosotros una ocasión p ara ejercer esta potencia”, afirm a Poincaré.s“
Si sólo se trata de la potencia de form ar la idea, calificarla de preexistente
es decir demasiado, ya que entonces sólo p o d ría corresponderle una nece­
sidad term inal y no inicial (así como hemos señalado más a trá s). Si en
cam bio se trata de oponer “preexistente” a em pírico o experim ental, ¿qué
entendem os con ello? O bien se considera que la idea de grupo es .a priori,
lo cual contradice el solo hecho de su desarrollo genético, y este desarrollo
está aú n m uy lejos de haber term inado alrededor de los 1-2 años, ya que,
u n a vez adquiridas las composiciones reversibles en el plano de la acción
p ráctica, será necesario reconstruirlas en el plano de las operaciones con­
cretas (7-8 años) y formales (11-12 añ o s); la reversibilidad es entonces el
p roducto de una lenta evolución, de la cual sólo constituye el equilibrio
final. O bien se entiende que la estructura de grupo no se obtiene a p artir
d e la experiencia por u n a simple abstracción a p a rtir del objeto, sino
que se la descubre en el transcurso de las experiencias, es decir, de las
acciones ejercidas sobre el objeto, pero por abstracción constructiva a p artir
de las coordinaciones de la acción.

A h o ra bien, el análisis genético nos parece sugerir en efecto esta últim a


solución, en completo paralelism o con lo que hemos visto a propósito de
las clases, las relaciones y los números. Es necesario com prender que en
el terreno de las conductas sensoriomotrices —y Poincaré percibió con
m u ch a profundidad que im plican u n a organización espacial que anunciaba,
a través del papel de los movimientos, al espacio operatorio y propiam ente
intelectual— , el esquematismo del grupo se presenta en form a aún singu­
larm ente lim itada, y que no va más allá del nivel de lo que son, en esta
m ism a etapa, los esquemas puram ente prácticos que ocupan el lugar de las
clases, relaciones y cantidades num éricas. Poincaré percibe la cantidad e
incluso “el número” en “las series de sensaciones m usculares” provenientes
de la repetición de u n m ovim iento, en otros térm inos en la reiteración de
las acciones. Desde el p unto de vista psicológico tiene razón, pero resulta
claro que esta cuantificación m otriz es del mismo orden que, por ejem ­
plo, la conducta, .que ya puede adquirir p o r entrenam iento u n a gallina y
que consiste en picotear únicam ente los granos pares, o impares, de u n a
hilera de veinte elementos separados entre sí: el “núm ero” se vincula
entonces con cierto ritm o m otor. A hora bien, esté n ú m ero ' sensoriomotor
no contiene necesariamente, en el estado preform ado, la serie ilim itada de
los núm eros enteros (aquí Poincaré exagera algo cuando habla de infinito
a propósito de las sensaciones m usculares), así como tam poco los esquemas
sensoriomotores contienen de antem ano la lógica de las clases o la de las

35 Revue de Métaph. et de Morale, 1917, pág. 647.


relaciones. Sin em bargo•—como hemos insistido en señalarlo durante todo
el capítulo 1— , las clases, las relaciones asim étricas y sus síntesis numéricas,
se construyen progresivamente y en el transcurso de las acciones ejercidas
sobre el objeto, pero no se extraen del objeto por abstracción de sus cuali­
dades, sino que por el contrario son las resultantes de la coordinación de
las acciones: po r lo tanto, las clases, las relaciones y los núm eros se elaboran
por u n a abstracción a partir dé las acciones coordinadas propias de las
etapas anteriores, a través de u n a serie de construcciones propias de cada
nueva etapa, y sucede así desde las coordinaciones orgánicas elementales
^hasta las coordinaciones operatorias m ás elevadas y más formales. Las
clases, las relaciones y los núm eros no están preform ados y no tienen un
origen em pírico; son el producto de sucesivas coordinaciones, cuyos m ate­
riales provienen de las coordinaciones precedentes, pero que producen
nuevas composiciones en el transcurso de las siguientes coordinaciones.
L a construcción sim ultánea del esquema del objeto perm anente y el
“grupo” práctico de los desplazam ientos es el resultado de u n proceso
exactam ente semejante, y la situación de este grupo práctico respecto de
las coordinaciones orgánicas anteriores o las coordinaciones operatorias ulte­
riores es exactam ente la m ism a que ia de las clases, las relaciones y los
núm eros. E n efecto, po r u n a parte, la coordinación de los movimientos
propios no es suficiente de p o r sí -^-a pesar de lo que d ig a Poincaré—
p ara constituir un “grupo”, porque el sujeto construye, en su actuación
sobre los objetos, a la vez la idea de objeto y los grupos com plem entarios
de los desplazamientos del objeto y los propios desplazam ientos: una larga
sucesión de descentraciones a p a rtir de la acción inm ediata se hace n ecesaria,
p a ra situar el propio cuerpo en u n m undo de objetos y desplazamientos
objetivos respecto de los cuales se ag ru p arán los movim ientos d e este
cuerpo. Sin em bargo, por o tra parte, este o estos grupos no provienen
del objeto, a pesar de que la experiencia proporciona su confirm ación:
son abstraídos a p a rtir de la coordinación de las acciones, a pesar de que
estas coordinaciones se producen necesariam ente en el transcurso de acciones
aplicadas sobre lo real. Así, aunque el esquem a del objeto perm anente
se aplique a los objetos físicos, es el resultado de la organización de los
desplazam ientos realizados p o r el- sujeto; y aun q u e esta organización se
aplique tam bién a los movimientos físicos, constituye la fo rm a de equilibrio
de las coordinaciones cuyos m ateriales provienen de la propia acción.
Entonces, el grupo práctico de los desplazam ientos no está preform ado por.
las coordinaciones Orgánicas anteriores sino que constituye una nueva
síntesis (o form a de equilibrio) de elementos extraídos de ellas por abstrac­
ción a p a rtir de la acción s6; y si bien no form a de antem ano los grupos
operatorios ulteriores, les proporciona los elementos que ellos reorganizarán
en el plano de la representación y las operaciones conceptuales, tom án­
dolos de este grupo sensoriomotor po r u n a nueva abstracción a p artir d e ^
la acción.

36 Véase para mas detalles de esta evolución en: L a construction- du réel ches
l’enfant. Delachaux et Niestlé, caps, i y n. Véase nota 34.
T o d o ello nos conduce al problem a de la “convención”, ya que Poin­
caré hace intervenir, desde la construcción del grupo práctico de los despla­
zam ientos, los elementos facilitadores que perm iten disociar los cambios de
posición de los cambios de estado y, en consecuencia, atrib u ir a los objetos
en m ovim iento el esquema del desplazam iento de los “sólidos invariables” ,
cuando en realidad, los móviles siempre varían en parte. ¿ Q u é es entonces
esta “ convención” ? Se confunde precisam ente con el proceso de asimila­
ción de lo real a los esquemas de la acción. A ctuar sobre el objeto es
atribuirle nuevos caracteres. Sin em bargo, Poincaré agrega que la elección
de las convenciones siempre está dictada por la “com odidad” . A hora bien,
es claro que u n a convención sólo resulta cóm oda en la m ed id a en que
facilita el cum plim iento exitoso de la acción. Se puede trad u cir entonces
la idea de convención cóm oda por este otro concepto: la acción eficaz.
El desplazam iento de los sólidos invariables es, p o r ejemplo, u n esquema
al q u e asimilamos los movimientos reales, esquem a extraído de la coordina­
ción de las acciones ejercidas sobre estos sólidos y no directam ente de ellos
m ismos; este esquem a se apíica a los objetos y los enriquece con nuevos
caracteres; entre ellos el m ás notable es la reversibilidad: si se quiere se
puede calificar este aporte del sujeto al objeto como u n a convención cómoda,
pero en prim er lugar es la m anifestación de u n a acción exitosa. E n su
p u n to de p artid a, la “convención” se reduce en resum en a la abstracción
a p a rtir de la acción.
S in em bargo, el térm ino convención adquiere nuevas significaciones
cuando se aplica a las tres dimensiones del espacio práctico y, en particular,
a su carácter euclidiano; carácter que Poincaré tiende a transform ar en
u n a sim ple form a de lenguaje, equivalente d e derecho a los “lenguajes”
no euclidianos, pero más “cóm odo” que ellos.
E n lo que se refiere a las tres dimensiones, es m uy difícil, a pesar de la
gran sutileza de Poincaré, neg ar el papel preponderante de la experiencia
externa. Si pudiéram os transform ar ú n guante izquierdo en u n guante
derecho, o sacar u n objeto de una caja sin levantar su ta p a y enhebrar
u n anillo cerrado en una varilla sin pasar la extrem idad de ésta p o r la
a p e rtu ra interior del anillo, la experiencia nos im pondría entonces la cuarta
dimensión. E n la práctica, el niño aprende que u n objeto que está dentro
de u n a caja no puede salir p o r sí solo de ella y que un anilló no puede pasar
a través de u n a varilla rígida (hemos visto cómo u n bebé in ten tab a enfilar
u n anillo en u n a varilla aplicándolo sim plem ente contra ella o niños de
4-6 años que pensaban que, d e tres objetos atravesados en el orden ABC
por u n alam bre, el objeto B podía ocupar la cabecera, o sea BAG o ACB,
po r u n a simple rotación del alam bre) .m Por lo tanto, parece evidente que,
desde el p unto de vista psicológico, la experiencia im pone las tres dim en­
siones, pero no genera sin m ás el grupo de los desplazamientos. ¿E n qué
consiste esta coacción de la experiencia? Sólo se tra ta de u n a lim itación;
la coordinación de las acciones es la que genera las dimensiones, y esta
coordinación puede conducir a 1, 2 . . . n dimensiones. L a experiencia

37 Piaget: Les notions de mouvement. et de' vitesse chez l’enfant, puf , cap, t.
nos detiene en tres y en este terreno su p oder se reduce a este papel lim ita­
tivo. L a eventual influencia d e los órganos.hereditarios pertenece tam bién al
m ism o orden.
L a cuestión del carácter euclidiano de nuestro espacio práctico y del
grupo de los desplazamientos físicos es algo diferente, ya qu e interviene
aquí u n a colaboración más estrecha de la experiencia y la acción. Vivimos
en u n m edio macrocóspico cuya escala es interm edia a la escala microfísica
y la escala astronóm ica, y nuestras acciones habituales se realizan sobre
objetos que tienen poca velocidad en relación con la tierra tom ada como
p u n to de referencia inmóvil. Si existiera u n “observador intra-atóm ico”
— como lo h a supuesto L. de Broglie— o bien organismos con actividad
interestelar, sus acciones ten d rían velocidades sem ejantes a la de la luz.
Podemos ad m itir que las coordinaciones com unes a todas estas diversas
acciones bastan p a ra gen erar u n a m étrica general. Sin em bargo, esta
m étrica se distinguirá, según los casos, en m étricas euclidianas o no euclr=
dianas. L a escala de nuestra acción nos sugiere la m étrica euclidiana, lo
cual no significa que sea convencional sino, nuevam ente, que es más
ad a p ta d a y eficaz. L a escala de la m ecánica eisteíniana im pone un a m étrica
riem aniana que tam poco es la resultante de u n a convención; y podemos
afirm ar incluso que el convencionalism o de Poincaré fue el que, sin duda
alguna, im pidió que descubriera p o r su cuenta la teoría de la relatividad,
a la cual se acercó sin em bargo de m uy cerca. N uevam ente aquí, la' expe­
riencia im pone una elección, pero en vez de proceder p o r exclusión limi­
tativa — com o sucede con la ca n tid ad de las dimensiones— , se tra ta más
bien de u n a consideración d e escala en relación a nuestra actividad co­
rriente: esta actividad pued e construir cualquier m étrica, pero procede
por aproxim aciones sucesivas en función de las necesidades de la acción,
y si bien la m étrica euclidiana resultó suficiente p a ra las actividades com­
prendidas entre la edad de la p ie d ra tallada, o de las flechas con puntas
de sílex, y la edad del autom óvil, la era atóm ica necesitará quizás otras
métricas.
Llegam os así al térm ino de algunas observaciones genéticas que había
que presentar a propósito del espacio p erceptüal y el espacio sensoriomotor.
P ara in troducir al análisis del espacio representativo, comenzaremos por
p lan tear el problem a de la “intuición” , tom ando com o base p a ra la discu­
sión el p u n to de vista de H ilbert,

6. El d e v i s t a d e D. H i l b e r t y e l p r o b l e m a b e l a “ i n t u i ­
punto

c ió n 11 Y a hem os m encionado de qué m odo — tom ando como


g e o m é t r ic a .

guía el sentido com ún m ismo— la m ayor p arte d e los autores opusieron


durante m ucho tiem po a las operaciones lógico-aritm éticas, concebidas como
la expresión más auténtica de la actividad del espíritu, el conocimiento
perceptüal e intuitivo del espacio, considerado com o vinculado a la expe­
riencia o la “sensibilidad” . Sin em bargo, la reflexión acerca de las geome­
trías no euclidianas, en prim er lugar, y, luego, la doble conquista que
representan la geom etrización de la gravitación resultante de la teoría de
la relatividad y el descubrim iento del m étodo axiom ático, condujeron a
u n a escisión del espacio en dos realidades distintas: el espacio físico, indiso-
ciable de los “cam pos” energéticos y que constituye la expresión de su
contextura, y el espacio intelectual, sistema de coordinaciones lógicas que
puede com pararse con cualquier otro sistem a' abstracto, p o r ejem plo el
sistema de los seres numéricos o analíticos. Sin embargo, surgen entoncés
tres problem as: ¿ cómo vincular el espacio físico y el espacio axiom ático P
¿ qué relaciones hay que establecer entre este espacio intelectual y el espacio
perceptual o sensoriomotor? y por últim o ¿qué relaciones hay que d eter­
m inar entre el espacio y las operaciones lógico-aritméticas ?
A su m an era H . Poincaré respondió a estas tres p reg u n ta s: el espacio
deductivo o axiomático, así como las construcciones formales num éricas o
analíticas, es u n a libre construcción “convencional” que se apoya, en su
punto de p artid a, en la actividad práctica y sensoriomotriz p ara liberarse
lyego de ella; su concordancia con el espacio físico es la resultante de un
ajuste progresivo entre las. intuiciones de nuestro espíritu y los datos d e la
experiencia. V uelve a establecerse así la u n id ad entre los espacios intelectual
y sensible, así como la u nidad entre ellos y el espacio físico. A dem ás, el
paralelismo entre las construcciones geométricas y las construcciones n u m é­
ricas está asegurado puesto que el núm ero tam bién deriva de actividades
elementales p ara desplegarse tam bién en elaboraciones convencionales.
Ahora bien, sucede que uno de los m atem áticos que más p ro fu n d a­
m ente fundaron la geom etría axiom ática — D avid H ilbert— tom ó tam bién
posición ante estos problem as pero de un modo sensiblemente diferente.38
P or una curiosa inversión de los puntos de vista — respecto de los autores
que oponían el espacio, dato intuitivo, al núm ero y la lógica—-, H ilb ert
concibe la geom etría axiom ática como una p u ra construcción lógica y que
es además a priori, pero p ara arrojar a la geom etría no axiom ática en el
terreno de la física. E n otros términos, la disociación que Poincaré inten tab a
evitar es totalm ente conservada por D. H ilbert.

La interacción entre el espíritu y lo real es, en prim er lugar, reem pla­


zada por u n a “arm onía preestablecida” . Así, lo real parece obedecer a
las mismas leyes que la construcción axiomática. A un en el terreno de la
biología — en los estudios de M endel— “los números encontrados de m odo
experim ental verifican los axiomas euclidianos de la congruencia y los
axiomas relativos al concepto geométrico «situado entre», la ley d e la
herencia parece ser así una aplicación de los axiomas de la congruencia
lineal, es decir, de los teorem as elementales acerca del transporte de los
segmentos” .30 Asimismo, p ara H ilbert los problem as de lo finito y lo infinito
se plantean en térm inos análogos para el Universo y p a ra el pensam iento.
L a teoría de la relatividad m uestra la adecuación entre la geom etría riem a-
niana' y la experiencia, etcétera.
¿De dónde proviene entonces'esta “arm onía preestablecida” ? P orque
“fuera de la experiencia y la deducción, existe una tercera' fuente de

88 0 . H ilbert: “La connaissance de la nature et la logique”. Trad, Müller.


Enseignem ent m a th ., t. xxx, 1931.
39 Ibíd., pág, 24.
conocimientos” : el apriorism o kantiano. “C oncuerdo en que ciertos puntos
de vista a priori son necesarios para la construcción de los conjuntos
teóricos y se hallan en la base de todo conocimiento. Creo que los conoci*
mientos m atem áticos tam bién se fundan, en últim a instancia, en estos puntos
de vista intuitivos ( a n s c h a u l i c h ) , que u n cierto residuo intuitivo a priori
es u n a base necesaria p a ra la teoría de los núm eros. . . Pienso que así ha
sucedido esencialm ente en mis investigaciones acerca de los principios de
la m atem ática. El a priori no es ni m ás ni menos que u n a m an era de ver
fundam ental, o la expresión de ciertas condiciones prelim inares indispen­
sables p ara el conocim iento y la experiencia.” 40
Sin em bargo H ilbert no establece las mismas delimitaciones que K an t
entre lo a priori y lo ex perim ental: p a ra >él, K a n t se equivocó cuando
incluyó el espacio y el tiem po en las formas a priori. “L a geom etría sólo es,
en efecto, esta parte de la física que describe las relaciones de posición de
los cuerpos sólidos unos respecto de otros en el m undo de las cosas reales.
L a experiencia sólo nos asegura que hay cuerpos sólidos en m ovim iento;
la proposición que afirm a que la suma de los ángulos de u n triángulo es
igual a dos rectos y el axiom a de las paralelas — tal como lo reconoció
Gauss— tienen que verificarse o refutarse recurriendo a la experiencia.” 41
“Podemos decir. . . que los puntos de vista de Gauss y H elm holtz respecto
del carácter em pírico de la geom etría se h an convertido en un resultado
correcto de la ciencia. H oy deben servir como p unto de apoyo p ara toda
especulación filosófica que se refiera al espacio y el tiem po.” 42

Vemos entonces cómo uno de los principales creadores de la axiom á­


tica geom étrica adhiere al empirismo espacial de Gauss, pero apoya, en
cambio el núm ero y la lógica sobre un a priori que excluye el espacio. La
axiom ática geom étrica se transform a, po r u n a parte, en u n a p u ra lógica,
m ientras que, por la otra, el espacio intuitivo y práctico se vincula única­
m ente con la experiencia. R esulta entonces que el espacio axiom ático se
relaciona en efecto con las operaciones lógico-aritméticas, pero al precio
de la eliminación del espacio real, arrojado en el terreno de la física, y se
produce entonces la ru p tu ra de todo contacto entre el espacio axiom ático
y el espacio perceptual, sensoriomotor o incluso intuitivo. Sin d u d a subsiste
un vínculo entre el pensam iento y la naturaleza: “Sólo podemos com­
prender este acuerdo entre la naturaleza y el pensam iento, entre la expe­
riencia y la teoría, considerando el elemento form al y el mecanismo que
le corresponde, tan to del lado de la naturaleza como del lado de la
inteligencia”,43 pero como este elem ento form al se basa en un a priori, el
vínculo es u n vínculo “preestablecido” en form a de una “arm onía” dada,
y no es la resultante de nuestra actividad.
Los problem as cuya solución genética debemos buscar están claram ente

40 Ib íd., págs. 28-29.


41 Ibíd,, pág. 29.
42 Ib íd., pág. 30.
43 Ib íd., pág. 27.
planteados y la divergencia de las opiniones sostenidas por los m atem áticos
mismos m úestra hasta qué punto los tres problem as de las relaciones entre
el espacio intuitivo y el espacio intelectual, entre ambos y el espacio físico y
entre ambos y las operaciones lógico-aritméticas, no provienen únicam ente
de la lógica o de su relación con las leyes de la física, sino que suponen un
análisis preciso del desarrollo m ental.
E n este p u n to es im portante volver a señalar dos observaciones previas,
respecto de la intuición geom étrica, e insistir en ellas con cierto vigor
p ara no correr el riesgo de volver a caer en las dificultades irresolubles
que pesan sobre la m ayor parte de las discusiones acerca de las relaciones
entre la axiom ática y el espacio “intuitivo” .
El p rim er punto que debe señalarse es que la idea de “intuición”
espacial o geom étrica, tal como la em plean los m atem áticos (en particular,
cuando la oponen a las ideas form ales y axiom atizadas), n o corresponde
a nada que p u ed a definirse y recubre, por el contrario, un cam po esencial­
m ente heterogéneo, de m odo tal q u e el empleo de la p alab ra “intuitivo”
se vuelve frecuentem ente contradictorio. Por otra parte, pu ed e explicarse
fácilm ente esta situ ació n : los m atem áticos, que definen todo con precisión,
consideran con razón que lo intuitivo es el dominio donde el rigor form al
está ausente; sin em bargo, a partir de esta suposición legítim a, extraen
la conclusión ilegítim a de que el reino de la intuición constituye un a
entidad positiva, como si se pudiera delim itar, o incluso caracterizar, un a
realidad positiva con caracteres negativos. Surge una consecuencia grave:
se cree decir algo cuando se oponen las ideas de intuitivo y axiomático,
cuando en realidad esta dicotom ía equivale simplemente a distinguir las
ideas de axiom ática y no axiom ática, recubriendo esta segunda idea u na
serié de realidades genéticam ente distintas y aun a m enudo cualitativa­
m ente opuestas. G onseth mismo, que sin em bargo percibió la gradación
de los niveles posibles que habrían de intercalarse entre las form as intuitivas
inferiores del espacio y el esquema axiomático, define la intuición de un
m odo ta n “somero” que constituye u n débil socorro (véase el p u n to 11) .
Por lo tanto, es indispensable, si se quieren tra ta r las relaciones entre el
espacio perceptüal sensoriomotor y el espacio axiomático, co n tar con un a
clasificación y u n a seriación precisas de los estadios sucesivos del desarrollo
real, histórico o genético. L a ausencia de este m arco de referencia de las
estructuras psicológicas efectivas del espacio perm ite que H ilb ert m antenga
las antítesis que acabamos de exam inar. L a totalidad del problem a de las
relaciones entre el espacio concreto y la axiom ática debe retom arse en
términos de evolución. E n este sentido distinguiremos tres etapas entre
el espacio sensoriomotor y el espacio axiom ático: l 9 un espacio in tu i­
tivo en el sentido lim itado, caracterizado por la representación im aginada
y estática, que aparece al nivel preoperacional com prendido en tre los 2 y 7
años y subsiste hasta la edad ad u lta; po r ejemplo, en la representación de
los puntos y las líneas como pequeñas superficies circulares o estrechas
bandas'; 29 el espacio de las operaciones concretas, susceptible de com posi­
ciones reversibles y coherentes, pero únicam ente con los objetos m anipu-
leables; esta form a de representación se refiere a las transform aciones
resultantes de la acción y aparece en el nivel m en tal com prendido entre
los 7-8 y 11-12 años; 3" el espacio de las operaciones formales, que corres­
ponde a u n a geom etría que ya puede expresarse en proposiciones deduc-
tibles, pero cuyo contenido sigue siendo im aginado (es el espacio carac­
terístico del nivel m ental ulterior a los 11-12 años y que corresponde al
m odo de pensam iento utilizado en los Elem entos de E u clid es). Estos tres
niveles distintos, reunidos en el espacio sensoriomotor, corresponden a
lo que los m atem áticos llam an el espacio “intuitivo” cuando oponen la
“intuición” a la axiom ática. E n cam bio, cuando se distingue sim plem ente
la intuición de la deducción, se llam a intuitivo a los dos prim eros niveles,
unidos al espacio sensoriomotor. Por nuestro lado, llam arem os intuición
im aginada únicam ente al prim ero de estos tres niveles y lo distinguirem os
a la vez del espacio sensoriomotor (p u n to 5) y del espacio operatorio
(niveles 2 y 3 ).
L a segunda observación que no puede dejarse de lado, antes de in iciar
cualquier análisis de la “intuición” geom étrica, es qu e los mismos niveles
genéticos llam ados “intuitivos” , com prendidos entre el espacio sensoriom otor
y el espacio axiomático, corresponden a formas lógico-aritm éticas sucesivas
de intuiciones im aginadas, y luego de .operaciones. A hora bien, este p u n to
es ta n im portante como el anterior. E n efecto, considerar las diferentes
form as de la “intuición” espacial como específicas del dom inio geom étrico
es falsear com pletam ente las perspectivas con las cuales se las ab o rd a; se
llega a oponer así u n a “intuición” del espacio, que en su esencia sería
sensible o im aginada (salvo que se la convierta en “transintuitiva” cuando
se consideran sus form as superiores y racionales), a la “intuición p u ra ” del
núm ero o los mecanismos lógicos, que por el contrario sería de en tra d a
intelectual y operatoria. E n realidad, no hay m ayor error psicológico que
esta antítesis, que h a viciado casi toda la filosofía geom étrica del siglo xix.
L a observación un poco precisa del desarrollo m en tal proporciona p o r el
contrario tres enseñanzas com plem entarias, y tam bién significativas unas
y otras en cuanto al análisis epistemológico del espacio: . •

l 9 Las operaciones concretas, que se intercalan entre la simple intuición


im aginada y las operaciones formales (por lo tanto, las operaciones del
segundo de los tres niveles distinguidos hace u n instante) n o son o p era­
ciones que se refieran a u n espacio dado independientem ente de ellas,
sino operaciones que generan e’ espacio (en su form a conocida de intuición
a d u lta ). Todos adm iten (salvo los platónicos) que las operaciones lógicas
y num éricas no son operaciones que se refieren a seres lógicos — o a n ú ­
meros— dados previam ente, sino que constituyen la fuente m ism a de estos
seres (clases o relaciones) y estos números. P or el contrario, cuando se
tra ta de las operaciones espaciales — com o las reuniones y particiones, los
em plazam ientos y desplazamientos, las mediciones, etc.— se razona como
si estas operaciones se aplicasen a un espacio dado anteriorm ente a ellas:
ah o ra bien, sólo se tra ta de u n a ilusión resultante del hecho de que como
la constitución del espacio “intuitivo” adulto h a culm inado, operam os
sobre él como desde afu era; por el contrario, en el niño, las operaciones
son las que engendran el espacio “intuitivo” (en el sentido d e los m ate­
máticos) , del mismo modo que las operaciones de clasificación engendran
las clasificaciones lógicas y que la operación 1 genera la sucesión de los
números enteros.

2- Estas operaciones concretas, verdaderas raíces del espacio que los


m atem áticos llam an “intuitivo” son isomorfas, y tienen u n desarrollo p ara­
lelo (con correspondencia sincrónica) a las operaciones lógico-aritméticas.
Así, al encaje de las clases corresponde la partición, a la seriación corres­
ponde el em plazam iento y el desplazam iento; y estas operaciones de p ar­
tición y orden comienzan por ser cualitativas (en el sentido de intensivas)
en el plano espacial y en el plano lógico. Por o tra p arte, así como la síntesis
del encaje de las clases y la seriación genera el núm ero, así la partición y
el em plazam iento se fusionan en las operaciones de m edición, etcétera.

3? Por últim o, en exacto paralelism o con la intuición espacial pre­


operatoria (nivel 1) existe una intuición prelógica y p renum érica antes
que se constituyan las operaciones lógico-aritm éticas. Lo que perm ite creer
que las operaciones espaciales concretas se refieren a u n espacio dado
anteriorm ente a su constitución es la existencia de los espacios perceptuales,
sensoriomotores y, en particular, de la intuición im aginada, generadora
de ciertas figuras simples y estáticas (aún no susceptibles de transform a­
ciones) : las operaciones concretas se aplican, si se quiere, a estas formas
perceptuales e imaginadas, pero esta “aplicación” consiste en realidad en
transform arlas en nuevas estructuras que presentan nuevos caracteres,
cualitativam ente irreductibles a las anteriores. A hora bien, sucede exacta­
mente lo mismo con las operaciones lógico-aritm éticas: están precedidas,
en prim er lugar (ya lo hemos visto), por los esquemas sensoriomotores que
funcionan com o conceptos prácticos o cantidades motrices, luego por verda­
deras “intuiciones” preoperatorias, en el sentido mismo en que se habla
de la intuición espacial im aginada. Sucede así que antes de saber construir
números m ediante la operación — (—1 el niño procede p o r configuración
de conjunto (véase cap. 1, punto 1), d ando lugar a correspondencias
biunívocas ópticas, pero no intelectuales, es decir, sin equivalencia durable
una vez que se rom pen los contactos visuales. Asimismo, antes de saber
razonar sobre clases lógicas susceptibles de encajes y desencajes reversibles,
intuye colecciones de objetos, sin lograr conservar las totalidades, pero
otorgándoles relaciones intuitivas elementales (analogías, e tc .) . E n resumen,
todo el pensam iento prelógico y prenum érico es “intuitivo” en el plano
lógico aritm ético como en el plano espacial, antes de que las operaciones
concretas se transform en en dos dominios a la vez. A hora bien, así como
las operaciones lógico-aritméticas no se lim itan a un a sim ple “aplicación”
a estos datos intuitivos, sino que los reconstruyen totalm ente y les imponen
nuevas estructuras, así las operaciones espaciales concretas? que se consti­
tuyen alrededor de los 7-8 años, elaboran u n nuevo espacio m ediante datos
perceptuales e intuitivos (im aginados) anteriores, y u n espacio que el
adulto in te rp re ta enseguida erróneam ente com o la resultante de la per­
cepción m ism a; sucede así que la estructuración del espacio con ejes de
coordenadas — verticales y horizontales-^- es 1? o bra de las operaciones
concretas y no lo es en absoluto de la sola percepción o de las solas
intuiciones imaginadas-, y sólo culm ina alrededor de los 9-10 años. Estos
sistemas operatorios de coordenadas naturales sólo se fusionan a posteriori
con el espacio perceptual y no derivan en absoluto de él.

E l análisis genético conduce pues a cuestionar la descripción propuesta


por D. H ilb ert acerca de las relaciones entre lo form al y lo intuitivo. En
co ntra del apriorism o de H ilbert que establece u n a correspondencia entre
lo form al y lo experim ental a través de u n a arm onía preestablecida, el
estudio del desarrollo m uestra todas las transiciones existentes entre el
espacio intuitivo y el espacio form alizado: resulta entonces inútil recurrir
a una preform ación o una razón innata, p a ra d a r cuenta de lo form al,
ya que el acuerdo entre las form as racionales y la experiencia se explica
por el acuerdo entre las coordinaciones generales de la acción — fuente de
la necesidad form al, que aparece al térm ino de la composición que extrae
sus m ateriales a p a rtir de ellas— y las acciones particulares que constituyen
la experiencia en tanto tal. G onseth percibió claram ente este pasaje gradual
de lo intuitivo a lo form al pero, en vez de considerar en este caso a la
“intuición” com o un conjunto com plejo de transiciones entre lo sensorio-
m otor y lo “teórico”, este autor m antiene lo intuitivo en el mismo plano
que lo experim ental y lo form al. En u n a de sus últimas publicaciones 44
estos “tres aspectos de la geom etría” son considerados com o p aralelos:
“la equivalencia de verdad de los tres aspectos es la idea dom inante de la
d octrina previa de la geom etría elem ental” .45 A hora bien, si en vez de
m ezclar los niveles heterogéneos de la evolución, o la jerarq u ía de los
mecanismos m entales, nos ubicamos en el p unto de vista del desarrollo
psicológico y la historia y, en consecuencia, de la construcción efectiva del
espacio, no hay duda de que el dom inio de lo “intuitivo” se estrecha a
m edida que aparecen los progresos de esta construcción; en cambio, los
dominios de lo “experim ental” (el espacio físico) y lo “form al” (la axio­
m ática) se rep arten siempre m ás com pletam ente los despojos del prim ero:
ésta es la m ejor prueba de que la “intuición” no es sino un conjunto de
térm inos de tránsito, un com plejo inicial indiferenciado, cuya diferenciación
conduce, po r una parte, a la composición reflexiva de las estructuras
formales, apoyadas sobre la coordinación de las acciones u operaciones y,
por la otra, al establecimiento de relaciones entre los objetos físicos, por
medió de las acciones particulares proporcionadas por la experiencia. .

7. La IN T U IC IÓ N IM A G IN A D A Y L A S O P E R A C IO N E S E SPA C IA L E S C O N C R E­
TAS de carácter “in P ara com prender qué es la verdad geomé­
t e n s iv o ”.
trica, incluso en su form a puram ente axiom ática, no basta entonces con
p asar directam ente del espacio perceptual o de la “intuición” a las cons-

44 F. Gonseth: La géométrie et le probléme de Vespace, II. Les troú aspects


de la géométrie. Neuchátel, Le Griffon, 1946.
45 Jbíd,, pág. 84.
tracciones form alizadas: im porta seguir nivel p o r nivel las etapas de la
formación real. Así, en estos puntos 7 y 8, describiremos las elaboraciones
propias de los tres niveles distinguidos en el p u n to 6: el de la intuición
imaginada, el de las operaciones concretas y, p o r últim o, el de las opera­
ciones formales.
Hemos insistido (en los puntos 4 y 5) sobre el hecho de que el espacio
perceptual es esencialm ente incompleto, po r estar siempre vinculado al
campo presente y próxim o del sujeto, sin posibilidad de relacionar estos
diversos campos en u n espacio único y general. El espacio sensoriomotor
proporciona luego y en parte esta posibilidad, pero de m odo p uram ente
práctico y m otor, es decir, m ediante anticipaciones breves y sin represen­
tación de conjunto de la totalidad de los desplazam ientos o caminos
recorridos. El “espacio” como medio unificado, com ún a todos los fenó­
menos, es pues una conquista de la inteligencia representativa, y sigue
siendo extraño a la percepción o al movim iento en ta n to tales. Se trata
entonces de com prender el mecanismo de su construcción.
P ara el empirismo, que cree en la percepción-copia, simple reproduc­
ción del m undo exterior y que concibe la im agen como u n a prolongación
directa de las percepciones, el espacio intuitivo no es sino la reunión de las
diversas imágenes, conservadas como recuerdos de las sucesivas percepciones.
Sin emb.argo, así como los elementos sensoriales de la percepción como
tal sólo constituyen'un sistema de índices que sirve de significante de las
diversas actividades perceptuales y motrices, así las imágenes espaciales
(imágenes de formas, longitudes, etc.) constituyen símbolos cuyas signifi­
caciones ya no son sim plem ente actividades perceptuales o movimientos
efectivos, sino posibles acciones sobre los objetos. L a natu raleza propia
de la intuición espacial im aginada es p o r lo ta n to y de en trad a muy
compleja: es a la vez simbólica en su expresión y activa en su contenido,
pero en su comienzo se refiere a acciones breves, aisladas y aú n no ag ru ­
padas en operaciones que puedan ser com puestas entre sí de u n m odo
coherente.

E n prim er lugar, ¿qué es u n a im agen m ental? Es u n a im itación


interiorizada que sirve com o simple significante simbólico de las acciones
ejercidas sobre los objetos o de estos objetos en ta n to m etas de las acciones.
U na im agen auditiva, como una palab ra o u n a m elodía oídas interiorm ente,
no es sino u n a im itación interiorizada (es el caso del “lenguaje interior”
en general) o u n esbozo de im itación, aún no exteriorizado, de la p alab ra
o el canto. U n a im agen visual tiene una propiedad sem ejante: im aginar
una form a consiste en poder reproducirla, no sólo porque esta reproducción
se apoyará en la evocación im aginada, sino porque esta evocación de por
sí ya es u n comienzo de reproducción m o t r i l 0 A hora bien, la im itación
es, en sus raíces, la prolongación de la acom odación de los esquemas
sensoriomotores; se percibe entonces cómo pueden concebirse las imágenes

48 Véase Piaget: La formation du symbole chez l’enfant. Delachaux et Niestlé,


Véase nota 7 del cap. 1. vol. I.
visuales como provenientes, no de la percepción propiam ente dicha, sino
de la actividad perceptüal o sensoriomotriz como fuente de la imitación.
A un más, porque es el resultado de la acom odación de los esquemas sensorio-
motores (im itación) y no de su actividad entera, la im agen desem peña un
p ap el de significante simbólico, m ientras que la asim ilación sensoriomotriz,
que caracteriza lo esencial de esta actividad, se halla en el p u n to de p artida
de la asimilación conceptual, cuando puede apoyarse a la vez en los
símbolos im aginados y en los signos verbales.
A clarado este punto, es incontestable que la intuición espacial elemen­
tal se apoya en imágenes, com o lo hace todo pensam iento intuitivo y
preoperatorio, pero tam bién resulta claro que estas imágenes no significan
n ad a de por sí, sólo significan algo en referencia a posibles acciones, a
las que se asim ilan los objetos y que les otorga entonces sus determ ina­
ciones espaciales. Por ejem plo, solicitemos a niños d e 4 a 6 años que se
im aginen la sección de u n volum en de pasta p ara m odelar (por ejemplo,
u n cilindro que se co rtará transversal o long itu d in alm en te), o la superficie
obtenida cuando se abren los lados de u n cubo, etc., o tam bién simplemente
la form a que adquirirá u n n u d o cuando se apriete o se afloje u n poco, etc.
Observam os entonces que los niños son incapaces de efectuar la menor
anticipación p o r m edio de la im agen antes de que se esboce o inicie la
acción real, pero cuando se com ienza a co rta r el cilindro, cuando el volu­
m en com ienza a desplegarse o cuando se está ap retan d o o aflojando el nudo,
el m ovim iento ya esbozado puede prolongarle en la im aginación. E n otros
términos, la im agen no precede a la acción, pero u n a vez esbozada la
acción real puede prolongarse en im ágenes.47

E n sus comienzos, la intuición geom étrica es u n conjunto de acciones


interiorizadas, cuya im agen no es sino el símbolo constituido p o r su acomo­
dación im itadora. Sin em bargo, como las acciones representadas m ental­
m ente por la intuición naciente son m ás ricas que las actividades sensorio-
motrices (d e las que proceden origin ariam en te), p o r el hecho mismo de
que pueden com pletarse sim bólicam ente, rápidam en te dan lugar a coordi­
naciones que superan el espacio próxim o, y proporcionan así el p u n to de
p artid a del espacio representativo como m edio com ún a los diversos fenó­
menos. A hora bien (situación in te resa n te), estas coordinaciones recorren,
o tra vez, pero en este nuevo plano am pliado constituido por el pensamiento,
las etapas ya franqueadas en parte, y solam ente en el cam po próximo,
por el espacio perceptüal. E n otros térm inos, las prim eras intuiciones
espaciales serán de orden topológico, como lo eran las prim eras percep­
ciones del espacio, y solam ente después se constituirán sim ultáneam ente
las intuiciones proyectivas y euclidianas, así como las percepciones espaciales
desarrolladas po r la actividad perceptüal se h an convertido, ellas también,
y a posteriori, en proyectivas y euclidianas.

4~ Véase Piaget e Inhelder: La représentalion de Vespace ¿hez Venfant, París,


puf, caps, i v , i x y x .
Sucede así que, cuando se exam ina la evolución del dibujo (en el cual
L. Brunschvicg ubica el comienzo de la construcción de las formas geomé­
tricas), observamos que las prim eras relaciones accesibles a los niños son
las relaciones topológicas de vecindad y envolvimiento (con distinción
de las form as abiertas y cerradas, y de los elementos interiores, exteriores o
incluso ubicados en la frontera) : por ejemplo, a una edad en que el niño
sólo copia los cuadrados y los triángulos otorgándoles la form a de un
círculo (es decir, simples curvas cerradas) sabrá m uy bien cómo hacer
p a ra situar u n círculo pequeño sobre la frontera, en el exterior o en el
interior de o tra figura. Las relaciones intuitivas de orden son tam bién
precoces (pero en una form a a ú n no operatoria, es decir, sin inversión
posible, ni com prensión de la sim etría de la relación “situado entre” en
el caso de reversiones), etc.48 Por el contrario, las relaciones euclidianas
(m agnitudes, proporciones y, en particular, estructuración en un eje de
coordenadas) y las proyectivas (elección y coordinación de las perspectivas
en oposición a la mezcla de los puntos de vista) sólo aparecen más tarde
y correlacionadas entre s í 40: en efecto, en el dominio de la intuición
im aginada como en el dominio de la percepción, las relaciones topológicas
sólo suponen el establecimiento de relaciones de m anera progresiva que
siguen siendo interiores a las figuras o las configuraciones d a d a s ; en cambio,
las coordinaciones proyectivas y euclidianas suponen un a ubicación de cada
figura respecto de todas las restantes y, en consecuencia, u n a estructuración
de conjunto del espacio. A hora bien, si las relaciones euclidianas más
simples que intervienen en el dibujo (por ejemplo, de u n cuadrado o u n
triángulo) son accesibles a la intuición im aginada (aunque por ejemplo
la copia de un rombo ya presenta dificultades muy superiores, porque
requiere el establecimiento de la relación de las inclinaciones), las cons­
trucciones de conjunto que suponen un sistema de coordenadas o una
coordinación de perspectivas superan las posibilidades de la simple imagen
intuitiva.

E n resumen, la intuición espacial específica del nivel que se inserta


entre el espacio sensoriomotor y las prim eras operaciones concretas (de 2
a 7 años en prom edio) consiste en acciones im aginadas en sus resultados,
pero breves y, al comienzo, con poca posibilidad de composición m utua.
Entonces, ella no es suficiente, d u ran te mucho tiempo, p ara poder construir
u n espacio de conjunto, por las mismas razones por las que las percep­
ciones sucesivas tampoco lo lograban, sin la intervención de un a actividad
perceptual y sensoriomotriz. Se reproduce el mismo fenómeno en un nivel
superior y en la escala de la representación, en oposición con la acción
efectiva; sin embargo, las operaciones concretas son las que desem peñarán
está vez el papel coordinador y estructu rad o s ¿E n qué consisten estas
operaciones?

48 Véase Piaget e Inhelder: h a représentation de l'espace (hez l’enjant, París,


p u f , cap. ni.
49 Ibíd., caps, vt-xiv.
Las -acciones — efectivas o m entales— que se encuentran en la raíz
de la intuición del espacio siguen orientándose, al nivel de la intuición
im aginada inicial, en sentido único hacia su objetivo y no son aú n suscep­
tibles de composición reversible. Sin embargo, el progreso mismo de estas
acciones conduce a u n a gradual articulación de las intuiciones y se com ­
prom ete así en la dirección de la reversibilidad. Las acciones m entalizadas
se. constituyen en operaciones apenas su coordinación alcanza el nivel de la
composición reversible: las operaciones espaciales concretas representan
pues la form a de equilibrio móvil hacia la que tienden las acciones in terio ­
rizadas (intuiciones) iniciales pero que sólo alcanzan después de haber
conquistado la m ovilidad necesaria y la capacidad de coordinarse en los
dos sentidos del recorrido. A hora bien, apenas se alcanza este nivel de
composición reversible, térm ino de la articulación de las acciones al co­
mienzo breves y rígidas, u n conjunto de caracteres cualitativam ente nuevos
opone las operaciones a las acciones de sentido único del nivel precedente:
en los hechos mismos surge entonces cierta lógica del espacio, o más preci­
sam ente el espacio se convierté en u n a lógica del o&jeto, después de h aber
sido sim plem ente su representación estática; deja de ser u n a simple des­
cripción de estados y se prom ueve al rango de sistema de transformaciones.

H ay u n buen ejem plo que m uestra a la vez la filiación, de las o p era­


ciones espaciales, respecto de las acciones intuitivas, y el carácter cu a lita­
tivam ente nuevo del agrupam iento de estas operaciones: el desarrollo
espontáneo de las conductas que anuncian la medición. C uando solicitamos
a los niños de diferentes edades que construyan u n a torre que sea tan alta
como un m odelo que se encuentra a cierta distancia y colocado a u n nivel
diferente, com probam os que los m ás chicos se contentan con com paraciones
perceptuales, m ediante la vista o con la ayuda de palitos, p ara relacionar
los extremos superiores (sin tener en- cuenta el desajuste de las bases) ;
luego, después de haber intentado aproxim ar m aterialm ente los objetos que
tienen- que com parar, utilizan m ovim ientos imitativos p ara tran sp o rtar la
a ltu ra (gestos de los brazos, puntos de referencias en el propio cuerpo, etc..).
Después, piensan en construir u n á tercera torre, que sirva como medio
térm ino móvil y, por últim o' (únicam ente alrededor de los. 7. años), con­
siguen utilizar bastones ó reglas como m edidas comunes. A hora bien, esta
últim a conducta transform a las acciones precedentes en operaciones, por
el hecho mismo de que se hacen susceptibles de composiciones transitivas,
asociativas y reversibles, del tipo A = B; B = C por lo tanto A = C.
Vemos de qué .modo este agrupam iento operatorio se distingue cu alitati­
vam ente de las simples com paraciones perceptuales e intuitivas, al mismo
-tiempo que constituye la form a de equilibrio móvil lograda al térm ino de
la articulación .de las intuiciones anteriores.50

A hora bien, desde el punto de vista epistemológico, estas prim eras

50 Véase Piaget, Inhelder y Szeminska: La géométrie spontanée de l’enfant,


cap. H,
estructuras propiam ente operatorias del espacio son las más instructivas en
cuanto- a las relaciones entre el espacio intuitivo y el espacio formalizado,
porque estos prim eros agrupam ientos de operaciones son los que com pletan
c intentan reem plazar el espacio percibido o im aginado por un sistema de
transform aciones intelectuales m ediante la coordinación de las intuiciones
estáticas particulares hasta conseguir englobarlas en u n a estructura de con­
ju n to (de m odo sem ejante a aquella de la cual io s esquemas sensorio-
motores ya han elaborado un sistema práctico al integrarse los simples
esquemas perceptuales.: véase el punto 4).
Nos parece que en este sentido hay u n a doble com probación que
dom ina el conjunto de la cuestión. P or un a p arte, el espacio no aparece
en absoluto desde el comienzo como u n a estructura m atem ática ya que, en
prim er lugar, se construye po r medio de operaciones cualitativas de carácter
“intensivo” (vol. I, cap. I, punto 3) , antes de d ar lugar a una cuantificación
m atem ática, es decir, “extensiva” o “m étrica” . Desde este punto de vista,
la construcción del espacio es exactam ente p aralela a la del núm ero: así
como la elaboración del núm ero está prep arad a p o r operaciones lógicas,
aún no num éricas, cuya fusión en nuevas síntesis es la única que constituye
las operaciones aritm éticas, así el espacio m atem ático, de carácter extensivo
o m étrico, procede de un espacio “intensivo” cuyas transformaciones cuali­
tativas se fusionan luego en operaciones m atem atizadas. Sin em bargo y
por otra parte, las operaciones intensivas que constituyen en prim er lugar
el espacio operatorio no son idénticas a las operaciones lógicas de clases y
relaciones asimétricas, cuya síntesis culm ina en la form ación del núm ero,
sino que, al mismo tiem po que son isomórficas entre sí, siguen teniendo
en el plano concreto un carácter distinto que llam arem os “infralógic.o” .
Sólo a p a rtir del m om ento en que se las form aliza, es decir, en que se las
expresa m ediante simples proposiciones hipotético-deductivas y se las somete
al sistema de las operaciones formales — y ya no concretas— , se pueden
asim ilar con las operaciones lógicas. Por el contrario, en el plano concreto
se distinguen de ellas y la im portancia de esta distinción entre las o p era­
ciones infralógicas y las operaciones lógico-aritméticas se pone de manifiesto
po r el hecho de que un espacio concreto constituye un esquema único,
es decir, con u n a sola com ponente o continuo, en oposición a una sucesión
de números enteros o racionales, y a un sistema de clases o relaciones, cuyas
totalidades no están sujetas a cum plir esta condición. Este carácter es el
que provocó durante tanto tiempo la ilusión de que el espacio era más
“sensible” que el núm ero, cuando en realidad poseen una propiedad
intelectual y operatoria exactam ente com parable (y adem ás con anteriores
estadios intuitivos preoperatorios exactam ente sem ejantes), con la única
diferencia, precisam ente, de que sus operaciones constitutivas tienen la
propiedad de ser “infralógicas” y. no “lógicas” .
Entonces, ¿en qué consisten estas operaciones infralógicas constitutivas
del espacio intelectual y, como veremos más adelante, del tiempo y las
ideas físicas elementales? Son isomorl'as a las operaciones lógicas. Pero
m ientras que las operaciones lógicas parten de los objetos como datos inva­
riantes y se lim itan a reunidos (agrupam ientos aditivos y multiplicativos de
clases) o seriarlos (agrupam ientos aditivos y m ultiplicativos de relaciones),
las operaciones iníralógicas se aplican a la construcción m ism a del objeto
y tienen el papel de reu n ir y seriar los elementos de este objeto, y ya no
los objetos como tales. Al distinguirse un objeto de u n conjunto de objetos
precisam ente porque constituye un sistema de u n a sola com ponente, las
operaciones iníralógicas no descansan sobre las semejanzas (com o las clases
y las relaciones sim étricas de propiedad “lógica” ) , o sobre las diferencias
(como las relaciones asim étricas “lógicas” ), sino sobre las relaciones de
vecindad o sobre las diferencias de posición. Por lo tanto, estas acciones y
operaciones son las form adoras de los objetos que constituyen el espacio
(y el tiem po, etc.) ; el espacio no es sino el conjunto de las relaciones
d eterm inadas po r las transform aciones de posiciones de los elementos del
objeto considerado (abstracción hecha de la velocidad, los desplazamientos,
que determ inan el tiem po) ; -en cambio las clases y las relaciones lógicas
consisten en vincular los objetos entre sí independientem ente de estas trans­
formaciones. Pero, repitám oslo, resulta claro que esta distinción se lim ita
al dom inio de las operaciones concretas: en el plano form al, n ad a im pide
tra ta r un “conjunto de puntos” como u n a clase lógica, un orden de sucesión
como u n sistema de relaciones asimétricas, etcétera.
Por otra parte, es claro que cuando oponemos de este m odo las opera­
ciones concretas iníralógicas a las operaciones concretas lógico-aritméticas,
no pretendem os generar deductivam ente el espacio, ya que sería un círculo
vicioso evidente querer explicar todas las estructuras espaciales p o r las trans­
form aciones internas del objeto puesto que él im plica ya la extensión.
Sim plem ente querem os describir cómo suceden las cosas en la realidad del
desarrollo psicológico, e insistir en este sentido en dos aspectos de la génesis
real: l 9 que las operaciones iníralógicas prolongan, en tan to se refieran
a las transform aciones del objeto, la construcción m ism a del obj.eto ya
in iciada po r la percepción y la inteligencia sensoriomotriz (véase punto 4) ;
2" que la construcción operatoria del espacio, en el in terio r de lo que los
m atem áticos llam an, de m odo global, “intuición” geom étrica y de lo que
ellos consideran así. como un dato previo a la axiom atización, anuncia en
realidad esta form alización m ism a y procede de leyes de organización
intelectual y de equilibrio gradual, sem ejantes a las leyes que presiden
la form ación del núm ero.

A clarado este punto, el análisis genético m uestra que, al nivel en que


las intuiciones espaciales im aginadas progresivam ente articuladas (entre los
4 y los 6-7 años) se constituyen en operaciones propiam ente d ic h a s— es decir
en agrupam ientos caracterizados por sus composiciones reversibles— , hay
que distinguir tres grandes sistemas de operaciones espaciales: el prim ero
que se constituye (6-8 años) se refiere a las transform aciones de las figuras
de m anera progresiva (relaciones topológicas); el segundo (que culm ina
alrededor de los 8-9 años solam ente) tiene que. ver con la coordinación
de los puntos de vista a p a rtir de los cuales se transform an las figuras
(relaciones proyectivas) ; el tercero (correlativo del segundo y que sólo
culm ina ju n to con él) tiene que ver con las transform aciones resultantes
d e los desplazamientos y que se refieren a ejes de coordenadas (relaciones
euclidianas, incluidas las sim ilitudes). A hora bien, cad a uno de estos tres
sistemas consiste, en prim er lugar, en operaciones exclusivamente “inten­
sivas” en el sentido definido en el cap. 1 (punto 3 ) , a n te s .de producir
cuantificaciones extensivas o métricas. -
N o vamos a volver a presentar aquí la descripción detallada de estas
diversas operaciones infralógicas, cuyo interés sólo es genético y no m ate­
m ático, puesto que ya la hemos expuesto en otra p a rte .91 Nos contenta­
remos pues con algunos ejemplos destinados a hacer notar, a la vez, el
carácter “intensivo” de estos agrupam ientos y su isomorfismo con los agru­
pam ientos de clases y relaciones lógicas.
Los dos agrupam ientos fundam entales de las operaciones topológicas
elem entales se refieren a la partición y. el orden. La p artición implica dos
operaciones, inversas entre sí; una consiste en separar m ediante co rtes•
cualesquiera los elementos de un continuo perceptüal (p o r ejemplo, una
línea o u n a superficie)' y la otra en reunir en función de sus vecindades
las partes que se h an separado, A hora bien, estas dos operaciones, por más
.simples que sean, no están dadas con su reversibilidad en las intuiciones
im aginadas preoperatorias: por el contrario, los niños piensan que un
c u a d rad o o un triángulo no pueden distribuirse en partes cada vez más
pequeñas, y que al mismo tiempo sus elementos últimos sigan siendo
siem pre cuadrados o triángulos; y si por acaso se llegara m ás a.llá de estos
elem entos últimos, hasta los “puntos” (en el sentido de pequeñas superficies
perceptibles), la reunión de estos últimos no produciría nunca una figura
continua. Cuando estas operaciones de descomposición y recomposición se
constituyen —alrededor de los 7 años— en su form a reversible y culm inan
en el resultado fundam ental de la conservación de las totalidades espaciales
(véase m ás adelante), resulta claro, por otra parte, que no se tra ta ría de
transform aciones infinitas que implicasen un a cuantificación extensiva
(como los conceptos m atem áticos de límite, punto de acum ulación, ru p ­
tura, e tc .), ni m étrica (por correspondencia de los segmentos con los
núm eros racionales e irracionales). Por lo tanto, la partición y la adición
p artitiv a perm anecén durante m ucho tiempo en estado de operaciones
“intensivas” finitas cuyo “agrupam iento” es isomorfo a la del encaje de las
clases: A -j- A’ = B; B -f- B’ = C, etc. (vol. I, cap. I, punto. 3 ) ; la única
■diferencia es que los elementos A, A’, B’, etc., ya no son objetos reunidos
en clases en función de sus semejanzas cualitativas, sino “partes” finitas de
objetos, reunidas en “partes” de orden superior (hasta culm inar en el objeto
total) en función de sus vecindades.52 En cuanto a las operaciones de
orden, que llamaremos “em plazam ientos” 53, corresponden tam bién a intui­
ciones elementales, pero que sólo se agrupan alrededor de los 6-7 años:
proceder desde el orden directo al orden inverso y com prender que la

51 Piaget e Inhelder: La rcprésentalion de 1‘espace chez l’enfant. París, pu f ,


1947.
32 Véase Piaget e Inhelder, loe. c i t cap v.
Véase Piaget: Les notions de mouvement et de vitesse chez l’enfant. París,
p u f . 1946. c a p s .-m i. y Piaget e Inhelder. loe. cit,. c a p . n i.
relación “situado en tre” se conserva independientem ente de las inversiones,
supone el mismo m ecanism o de composición reversible que la partición,
pero es isomorfo al agrupam iento lógico de la seriación de las relaciones
asimétricas (con adición no conm utativa de las relaciones, en oposición
a la adición p artitiv a o a la de las clases, am bas co n m u tativ as). P or otra
parte, las operaciones de em plazam iento no sólo se aplican a los elementos
de las sucesiones lineales sino tam bién a sucesivos envolvimientos (curvas
cerradas que envuelven el plano, o cajas que se envuelven entre sí en el
esp acio ). E n este sentido, observemos que el concepto de envolvimiento
proporciona la intuición psicológicamente más simple de las dimensiones
del espacio, antes de cualquier estructuración euclidiana de las coorde­
nadas.54 ■ ,
A p a rtir de estas operaciones intensivas que se refieren a las relaciones
topológicas, el sujeto pasa a la construcción del espacio proyectivo desde
el m om ento en que ellas se realizan en función de un “p unto de vista”
considerado como tal, es decir, en función de la coordinación de los “puntos
de vista” posibles. N ad a m ás instructivo en este sentido que la construcción
operatoria concreta de la recta proyec.tiva o puntual. Es evidente que en
el espacio de la percepción la recta es una de las prim eras form as que
puede ser reconocida apenas se ha superado el nivel de las prim eras percep­
ciones sincréticas que sólo se refieran a las relaciones de vecindad y
separación. Sin em bargo, si bien la recta perceptual es m uy precoz, no
po r ello el niño sabe construir de en trad a una recta entre dos puntos, cuando
carece de un sistema perceptual como m arco de referencia o, en particular,
en oposición con él. Por ejemplo, si se colocan dos mojones en la extre­
m idad de una. mesa rectangular y se solicita al niño que coloque otros
m ojones que form en u n a línea recta con los dos primeros, el niño consigue
hacerlo fácilm ente si esta recta es paralela al borde de la mesa, pero
presenta grandes dificultades — aun a los 4-6 años— si la recta que debe
construir es oblicua respecto de este borde. Vemos aquí del m odo más
claro la carencia de la intuición im aginada preoperatoria: esta form a de
representación espacial es incapaz de por sí de an ticip ar. u n a línea recta,
cuando ella entra en conflicto con la configuración perceptual. E l pro­
blem a se resuelve de m odo operatorio (solam ente alrededor de los 7 años)
cuando el niño coloca los mojones entre los térm inos límites de tal modo
que, colocado en un o de los extremos sólo vea, siempre y cuando enfoque
correctam ente, un único m ojón que oculte todos los restantes. Esta ope­
ración espontánea del enfoque, que genera la recta proyectiva,. corres­
ponde así a la célebre definición de Platón del Parm énides (137 E ) : “Se
llam a recta a la línea cuyo punto m edio se encuentra en el trayecto entre
los dos extremos” .00 L a recta proyectiva es pues u n a línea, ordenada topo-
lógicamente, pero tal que sus elementos se encuéntren todos unos detrás de
los otros si se los enfoca desde cierto “punto de vista” (desde el punto

54 Piaget e Inhelder: La représentation de l’espace chez Cenfant. París, p u f ,


cap. iv.
55 Citado por Brunschvicg: (Étapes, 2’ ed., pág. 504) precisamente como
operación extraída de la práctica cotidiana.
de vista llam ado “de los extremos” ). A hora bien, esta intervención de
los “puntos de vista” caracteriza cada una de las operaciones proyectivas
concretas, entre otras a aquellas que desembocan en el establecimiento
de u n a perspectiva correcta en los dibujos espontáneos. L a más im por­
ta n te de estas operaciones es, sin d u d a alguna, aquella que coordina los
puntos de vista en función de sus reciprocidades (de donde surge la con­
cepción de sim etría entre puntos de vista opuestos) y así genera un a
coordinación cualitativa de conjunto del espacio proyectivo prem atem ático.
E n estrecha correlación con este espacio proyectivo, caracterizado asi
por la descentración de la s ' intuiciones iniciales egocéntricas (siendo este
egocentrismo inicial resultante de la ignorancia de las diferencias entre
el p u n to de vista propio y el de los otros observadores) y p o r el estableci­
m iento de correspondencias entre las relaciones inherentes a los diversos
pun to s de vista, se constituye el espacio euclidiano que es la resultante, ya
no de la coordinación de los puntos de vista, sino de la de los objetos
mismos considerados como partes de u n solo objeto total que es el sistema
de los elementos referidos a los ejes de coordenadas.

El espacio euclidiano m arca pues la culm inación del espacio operatorio


en el plano de las operaciones concretas, y no su p unto de p artid a. Esta
aserción puede resultar sorprendente, hasta tal punto es profundo el hábito
de considerar las relaciones elementales de la m étrica euclidiana como
.relaciones prim itivas desde el punto de vista genético. Esta ilusión es la
resultante de dos causas y no parece difícil percibir el carácter erróneo
de cada u n a de ellas. L a prim era es que uno se im agina que la génesis real
h a de adecuarse a la sucesión histórica de los descubrimientos reflexivos,
cuando en realidad esta génesis invierte a m enudo su orden y se encuentra
así m ucho más cerca de lo que p odría pensarse de la reconstrucción teórica,
e incluso axiom ática, del espacio. Así, la noción de correspondencia
biunívoca apareció tarde en la ciencia (con la definición cantoriana de la
■potencia en la teoría de los conjuntos), y sin em bargo — como lo ha
m ostrado L. Brunschvicg— interviene ya en el intercam bio uno a uno que
constituye el núm ero práctico. Así, las ideas topológicas preceden a las
operaciones euclidianas, tanto desde el p unto de vista genético como desde
el p u n to de vista axiomático. L a segunda causa que explica la prim acía
que se atribuye al espacio euclidiano es la resultante de la confusión entre
el espacio perceptual y el espacio representativo clasificados en el mismo
térm ino impreciso de espacio intuitivo, del cual se percibe, en este punto
quizá más aún que en otros, cuán heterogéneas son las realidades que
recubre y cuántas fuentes de contradicciones constituyen. Desde el punto
de vista perceptual, las relaciones euclidianas son efectivam ente bastante
precoces, pero sin du d a alguna no son prim itivas puesto que sólo se esta­
blecen con la organización de la constancia perceptual de las m agnitudes
(segunda m itad del prim er añ o ). Sin embargo, en el plano representativo
(intuición im aginada y luego operaciones concretas) los esquemas ya cons­
truidos por la percepción y la inteligencia- sensoriomotriz (en particular,
el esquema del objeto perm anente, vinculado a la vez con la constancia
perceptual de las m agnitudes y el grupo práctico de ios desplazamientos)
deben reconstruirse en su totalidad y su nueva elaboración procede en el
mismo orden que en el plano inicial; p o r lo tanto, sólo u n a vez que han
culm inado y se h a n agrupado operatoriam ente las intuiciones topológicas
se constituyen las operaciones euclidianas en correlación con las operaciones
proyectivas.

L a m ejor p ru eb a del carácter tardío de las operaciones euclidianas


— o tam bién de la oposición cualitativa fundam ental que separa desde el
comienzo las intuiciones im aginadas de los mecanismos operatorios concre­
tos, confundidos en la m ism a denom inación de “intuición” representativa—
es que, d u ran te todo el periodo del pensam iento intuitivo com prendido
entre los 2-3 y 6-7 años, el sujeto no puede concebir la conservación
necesaria de las relaciones fundam entales de distancia, longitud, super­
ficie, e tc .: adm ite que la distancia entre dos objetos se m odifica apenas
se intercala un tercer objeto entre ellos (por m ás que los prim eros h an
perm anecido in m ó v iles); que dos varillas, de las cuales se reconoce que
tienen las mismas longitudes cuando sus extrem idades coinciden, dejan de
ser iguales cuando se desplaza u n a de ellas y se la ad elan ta unos centí­
metros respecto de la otra; que u n a superficie cam bia de valor total si se
ordenan diferentem ente sus elem entos; que cuando se h an eliminado, en
regiones distintas de dos mismas áreas, dos superficies parciales iguales, las
superficies restantes no Son equivalentes, etc. Sólo alrededor de los 7-8 años
se reconocen como necesarias estas diversas formas de conservación .56
. A hora bien, esta conservación de las longitudes, superficies, etc., no es
un resultado de la m edición sino que es, por el contrario, la condición
previa de toda operación de m edición: en efecto, es imposible com parar
dos m agnitudes — desplazando u n a p a ra aplicarla sobre la o tra— si el
m ovim iento m odifica la p rim era y si la igualdad com probada p o r super­
posición ya no significa n ad a u n a vez que se han separados los térm inos;
resulta a u n más imposible com pararlas m ediante u n a m edida com ún, si
el m etro que sirve como térm ino m edio se dilata o contrae en el curso
de la operación. P or l o . tanto, es necesario adm itir que la conservación
de las m agnitudes euclidianas es u n a construcción an terio r a toda m étrica
obtenida únicam ente a p a rtir de las operaciones infralógicas de carácter
“intensivo” . Lo cual puede dem ostrarse en la observación: cuando se
aprende a reunir las partes en u n todo, por ú n a composición reversible
que sólo se apoya en relaciones de p arte a todo (por ejemplo, A -f- A’ = B
de donde A < B y A ’ > B, pero sin establecer relaciones cuantitativas
entre A y A’), se adquiere la conservación de las m agnitudes; y ello sucede
antes que su m atem atización sea posible, es decir, antes que las partes
(A y A’) puedan com pararse entre si (en la form a A > A’, A < A’ o
A = A’), p o r lo tan to anteriorm ente a toda cu an tifk ació n “extensiva”
o m étrica.

56 Véase Piaget, Inhelder y Szeminska: La géométrie spontanée de l’enfant,


París, p u f, 1948.
E sta necesidad de la previa construcción de las diversas formas de
conservación de las m agnitudes constituye de este m odo la m ejor pru eb a
de la existencia genética de las operaciones infralógicas de carácter in te n ­
sivo. E n el terreno euclidiano (por lo tanto, en el terreno de la coordi­
nación de los objetos, en oposición a la coordinación de los puntos de v is ta ),
estas operaciones infralógicas intensivas consisten esencialm ente en reu n ir
los elem entos en totalidades (aditivas o m ultiplicativas) y en colocar
en orden de sucesión (o en varios órdenes sim ultáneos de em plaza­
m ien to ), pero aplicando estas reuniones o estas relaciones de orden ta n to
a los em plazam ientos inmóviles (remitidos a elementos de referencia que
se suponen fijos) com o a las m agnitudes móviles. D e donde, surge, en
prim er lugar, la construcción de los sistemas elem entales de coordenadas
que consisten, anteriorm ente a toda m étrica, en simples correspondencias
de particiones ordenadas en dos dimensiones; y, en segundo lugar, la
composición .de los “desplazamientos” que aparecen anteriorm ente a su
cuantificación m étrica, como simples transform aciones de orden o “em pla­
zam iento ” .57

8. La c o n s titu c ió n de la m e d ic ió n y l a m a te m a tiz a c ió n d el esp a­


c io p o r c u a n tific a c ió n Las operaciones concretas
e x te n s iv a y m é tr ic a .
infralógicas — cuya descripción precede y que otorgan su form a definida a
aquella que los m atem áticos llam an la “intuición” del espacio— son pues
totalm ente com parables con las operaciones lógicas concretas, que se refieren
a las clases y las relaciones; la única diferencia es que se refieren a las
transform aciones del objeto y no a las reuniones o seriaciones de objetos
discretos; la adición de las clases adquiere entonces, por este hecho mismo,
la form a de la partición y la adición de las partes, y la adición de las
relaciones asimétricas la form a de operaciones de em plazam iento y despla­
zamiento. A hora bien, ya vimos (vol. I, cap. I, p u n to 6 ) de qué m odo el
núm ero entero era el resultado de la fusión operatoria de los “ag ru p a­
m ientos” de clases y las relaciones asimétricas en u n solo “grupo” que
presenta, en lo finito, un carácter á la vez cardinal y ordinal. Por lo .tanto,
si la correspondencia entre los dos sistemas lógico e infralógico es exacta,
puede esperarse que la medición (que equivale en el dom inio espacial a
lo que es el núm ero en el terreno de los conjuntos discontinuos) tam bién
sea el resultado de u n a fusión entre las operaciones de partición y las de
desplazam iento. T am bién cabe pensar que la cuantificación “extensiva”
sea el resultado de u n a generalización — que se extiende a las relaciones
entre las partes de u n mismo todo— de las relaciones establecidas p o r las
operaciones “intensivas” entre las partes y el todo como tal.

1. En prim er lugar, ¿qué es, desde el p u n to de vista genético, la m ed i­


ción de u n a longitud? Tomemos como punto de p artid a uno de los
axiomas métricos m ás intuitivam ente evidente y que desde Eudoxio ha

57 Piaget e Inhelder: La représentation de l’enfant chez l’enfant) Piaget,


Inhelder y Szeminska: La géométrie spontanée chez l ’enfant, y Piaget: Les notions
de mouvement et de vitesse chez l ' e n f a n t París, p u f .
recibido la denom inación de postulado de Arquímedes. Tom em os un
segmento de recta AB y u n punto C situado más allá de B; sea cual fuere
la posición de. C, Siempre se podrá, transportando sucesivamente cierta
can tid ad de veces la longitud AB, ir más allá del punto C. Analicemos
si un sujeto, que sólo se halla en posesión de las intuiciones espaciales
im aginadas y preoperatorias, o únicam ente en posesión de las operaciones
concretas de carácter “intensivo”, descriptas en el p u n to 7, puede entender
este axioma. Al nivel de la^s simples intuiciones im aginadas, no puede
hacerlo: no sólo los niños pequeños creen que un a longitud desplazada no
se conserva, sino que además, al'q u e re r transpo rtar cierta cantidad de veces
el segmento AB, construyen por lo general segmentos A’B’ > AB luego
A ”B” > A’B’ partiendo de la idea de que estos nuevos intervalos, al
sumarse a los anteriores, se hacen mayores. E n cambio, al nivel de las
operaciones intensivas concretas pueden verificar p o r superposición la con­
gruencia de dos longitudes cualesquiera (no sucesivas) A jB i = A 2B 2 y
A 2 B2 = A 3 B 3 y extraer la conclusión A 1Bi = A 3 B3. Sin em bargo, este
doble descubrim iento de la igualdad por congruencia y la transí ti vidad de
las congruencias no basta todavía, desde el p un to de vista psicológico, p ara
constituir la m edición: sólo se trata de operaciones iníralógicas “intensivas”
que pueden com pararse con las operaciones sim plem ente lógicas siempre y
cuando no intervenga la reiteración de u n a linidad como sucede en el
axiom a de A rquím edes: AB -|- AB = 2A F; 2AB -f- AB — 3AB; etc. A hora
bien, la experiencia m uestra que existe u n desajuste apreciable entre el
m om ento en que se hace accesible el em pleo de u n a “m edida com ún” .
cualitativa (transitividad de las congruencias) v el transporte de u n
segm ento-unidad AB, es decir, de u n a p arte d ad a aplicada sobre las otras
partes del mismo todo hasta que se cubra la totalidad que se considera
entonces como u n m últiplo de la p arte elegida como unidad.
Porque en las operaciones iníralógicas descriptas anteriorm ente sólo
interviene u n solo tipo de relaciones cualitativas: las relaciones “intensivas”
de p arte a todo ,58 o sea A < B y A ’ < B si B = A - f A’; pero sin cuanti-
ficación de la relación entre u n a p arte (A ) y las otras (A’). A p a rtir de
entonces, y si nos atenemos a estas relaciones “intensivas” , sólo existen, al
comienzo, dos clases de operaciones posibles (m ás aquellas que se obtienen
directam ente a p a rtir de ellas, por m ultiplicación, etc.) : la partición, que
■ consiste en descom poner B en A y A’ (o en recom poner B reuniendo A
y A’) y el em plazam iento que consiste en situar A antes de A’, o sobre
A’, etc. (o el desplazam iento que dispone A después de A’ o bajo A ’, etc,.).
Pero no existe agrupam iento operatorio “intensivo” alguno cuyas operaciones
puedan generar sim ultáneam ente u n a partición y unos desplazam ientos,,
porque la adición partitiva equivale a reunir entre sí algunos elementos
de objetos, independientem ente de su orden de sucesión, y porque el
desplazamiento consiste (anteriorm ente a tod a m étrica) en m odificar p re­
cisamente 1&§ relaciones de orden. Por el contrario, m edir el todo B

58 En lo que sigue, el símbolo A representa, por ejemplo, un segmento de recta


y el símbolo B u n . segmento mayor que A y que incluye a A.
m ediante la parte A consiste sim ultáneam ente en distribuir el todo en
elementos (por lo tanto su parte A ), y en desplazar la .parte A sobre la
p arte restante A’, de modo tal que se pueda com parar el elemento A
elegido como unidad con la diferencia B — A : de donde resulta entonces
la relación B = n A (por ejemplo, B = 2A si A = A’), lo cual' im plica
efectivamente una partición y un desplazam iento reunidos, fusionados
ambos en una nueva operación. Esta nueva operación no es otra que la
com paración entre las partes A y A ’ por desplazam iento de u n a sobre
la otra, y esta, com paración difiere a la vez de la simple relación de
inclusión A < B y del simple desplazamiento de A respecto de A’, especí­
ficas de las particiones y em plazam ientos de carácter intensivo. C onstitu­
tiva de una parte unidad, la com paración m étrica es, en efecto, u n a fuente
de reiteración, en oposición a los encajes inmóviles de la partición p u ra
y los desplazamientos sin partición alg u n a; y esta reiteración testim onia
de por sí la síntesis realizada entre las dos clases de operaciones, operaciones
que de entrada son com plem entarias pero que hasta entonces se m antenían
diferenciadas. Sin embargo, la construcción de u n a p arte susceptible de
reiteración y que sirve así como u n id ad suprim e por ello mismo las cuali­
dades diferenciales adjudicadas antes a las partes no relacionadas entre sí,
resultantes de la partición “intensiva” .

Así, vemos hasta qué punto la construcción de la m edición es paralela,


lógica y genéticam ente, a la del núm ero mismo, aun q u e esta construcción
no sea la resultante de una simple aplicación del núm ero a las m agnitudes
espaciales. E n ambos casos, hay en prim er lugar elaboración de las opera­
ciones cualitativas intensivas: por u n a parte, adición de las clases y las
relaciones asim étricas; por la otra, adición partitiv a y adición de los despla­
zamientos. D e donde surge la posibilidad de composiciones transitivas y
reversibles que se traducen en el dom inio lógico p o r las prim eras deduc­
ciones concretas coherentes (con conservación de los conjuntos conside­
rados) y, en el dom inio infralógico, p o r la utilización de términos medios
que sirven p ara la com paración por congruencia simple (A = B; B = C de
donde A = C ). U n a vez constituidos los agrupam ientos lógicos, las corres­
pondencias num éricas operatorias resultantes de su síntesis aparecen sin
m ás (en oposición a los núm eros intuitivos que se producen entre 1 año
y 5-6 años y que no son susceptibles de transform aciones operatorias m ien­
tras se apoyen en simples configuraciones im a g in a d as). E n el dominio de
la medición, por el contrario, el pasaje de la transitividad de las congruen­
cias a la reiteración y al fraccionam iento de la u n id ad ta rd a todavía cierto
tiempo, empleado precisam ente en la fusión progresiva de la partición y
el desplazam iento: esa dem ora (de l a 2 añcs) de la culm inación acabada
de las operaciones propiam ente m étricas respecto de la constitución del
núm ero entero operatorio es el resultado de las mayores dificultades in tu i­
tivas que presenta la concepción de u n continuo form ado por la reiteración
de u n a de sus propias partes cuando esta p arte no se h alla delim itada de
antem ano por un corte perceptual. E ste desajuste entre los estadios term i­
nales del desarrollo del núm ero entero y la m edición hace aun más sorpren­
dente el paralelism o de los mecanismos form adores, m ostrando así a la vez
su relativa independencia y su convergencia final.

II. Pero la m atem atización del espacio no consiste solam ente en un a


construcción de la cantidad m étrica. E n tre las partes A y A’ de u n mismo
todo B, puede hab er com paración sin que se reduzca A’ a u n m últiplo
de A, es decir, sin que se constituya A como un a unidad reiterable. Basta
entonces establecer las relaciones A < A’ o A’ < A, y que esta diferencia
entre A y A ’ sea susceptible de transporte o transform ación reg u lar en el
caso de los siguientes encajes (entre B y B’ en el seno de C, luego entre
C y C ’ en el interior de D, etc.) : en este caso hablarem os de cuantificación
“extensiva” en general (siendo la cantidad m étrica un simple cáso p a r­
ticular de las cantidades extensivas).

A hora bien, él análisis genético m uestra que la cantidad extensiva


aparece al mismo tiem po que la cuantificación m étrica del espado, e incluso
aparece a m enudo u n poco antes (entre la culm inación de los agrupam ientos
intensivos y la constitución de la m edición). El ejemplo más simple lo
constituye el dibujo de las líneas verticales de iguales alturas y separadas
por distancias iguales, per o vistas en profundidad. E n este caso, los elem en­
tos presentan las siguientes relaciones (si llam am os A al térm ino m ás alejado
y A’, B’, C’, etc., a las diferencias entre A y B, B v C, C y D , etc.) :
A < B < G < D . . . y A’ = B’ = C’, etc., o incluso' A ’ < B’ < C ’, etc.
(por ejemplo con igualdad de las diferencias entre las d iferencias). Hemos
observado, en los mismos niveles genéticos, la aparición de la cuantificación
extensiva en el desarrollo de las reacciones ante las situaciones de sim ilitud,
transformaciones afines del rom bo, etcétera .59
Sabemos que todas las ram as de la geom etría en las cuales n o in ter­
viene el m ovim iento (topología, geom etría proveetiva y afín, sim ilitudes)
reciben la denom inación de “cualitativas” , ya que las ¡elaciones en juego
pueden generarse independientem ente de toda m étrica. E n realidad, no
son p ara n ad a cualitativas en el sentido de las operaciones sim plem ente
lógicas o infralógicas— cuya cuantificación se reduce a las relaciones
“intensivas” entre la p arte y el todo— , y necesariam ente hacen intervenir
la cuantificación extensiva resultante de las relaciones entre las partes de
un mismo todo, cuya form ación genética acabam os de recordar. Ya se
trate de las relaciones no arm ónicas que intervienen en la geom etría pro-
yectiva, de las afinidades y similitudes o de las proporciones, etc., es evidente
que su construcción, aun p uram ente gráfica, en el sentido en que V on
S taudt opuso los m étodos gráficos cualitativos a los métodos métricos, p re ­
supone relaciones precisas entre las partes. Así, en una proporción como
A 1/B 1 = A 2/B 2 no basta con saber que los segmentos parciales A t y A 2
son inferiores a sus totalidades respectivas Bj y Bo, sino que se tra ta de
precisar en qué m edida lo son. O bien entonces se traducirá la proposi­
ción en relaciones métricas, o bien se construirán las semirrectas Bx y B 2

59 Piaget e Inhelder: La représentation de Vespace chez l’enfant. París, puf.


c a p s, x i y x ii.
a p a rtir de su p u n to de intersección, así como los segmentos sucesivos Ai
y A ’i ( = Bi — A i) ; A 2 y A’o ( = B2 — A2) : el segmento Aj. se encon­
trará, en este caso, en la misma relación respecto de B i, que A 2 respecto
de B2, sí las diférencias A’i y A ’2 son igualm ente proporcionales, y esta
igualdad de las relaciones se reconoce gráficam ente por el hecho de que
las rectas que unen las extremidades de y Ao, así como de A’i y A ’2
son paralelas entre sí.- L a construcción gráfica de las proporciones pone así,
ipso facto, a las partes Ai y A 2 en relación con sus partes com plem entarias
A’i y A’2; es lo que atestigua la propiedad “extensiva” de las proporciones ,60
en oposición con u n “correlato” lógico intensivo que sólo conoce lás relacio­
nes de parte a todo, p o r ejemplo “la Isla de F rancia es a F rancia lo que el
L atium es a Ita lia ” .. Es evidente que esta cuantificación extensiva vuelve a
encontrarse en el terreno de la topología, en la definición de los puntos de
condensación ( “todo entorno” en el postulado de Weierstrass significa en­
tornos cada vez m ás pequeños) ; se encuen tra tam bién en el postulado de
los intervalos encajados de Cantor, etcétera.

9. L a s o p e r a c i o n e s f o r m a l e s y l a g e o m e t r í a a x i o m á t i c a . A caba­
mos de ver (puntos 7 y 8 ) que la idea confusa que los m atem áticos de­
signan con el nom bre de “intuición” espacial recubre dos realidades muy
diferentes: u n a consiste en representaciones im aginadas no aptas p ara tr a ­
ducir las transform aciones y la o tra consiste en operaciones concretas, es
decir, en acciones interiorizadas susceptibles de composiciones transitivas,
reversibles y asociativas —sea iníralógicas e intensivas (como las opera­
ciones lógicas) o extensivas y m étricas— . A hora bien, entre estos dos
niveles “intuitivos” del conocimiento espacial (uno preoperatorio y el otro
operatorio pero concreto) y la geom etría axiom ática en el sentido moderno
del térm ino, se intercala además un tercer nivel que, como lo hemos visto
en el punto 6 , corresponde a la geom etría deductiva y formal de los griegos,
pero que se presenta hoy como u n a construcción que sigue siendo intuitiva
aunque en u n sentido superior. Este tercer nivel se caracteriza, desde el
punto de vista genético, por la constitución de las operaciones “formales”
opuestas a las operaciones “concretas” exam inadas hasta el momento.
L as operaciones concretas se refieren directam ente a los objetos m ani-
puleables, o a sus símbolos representativos, como las figuras que pueden
dibujarse y esquematizarse en grados diversos. No por ello d ejan de ser
acciones u operaciones del sujeto, y el problem a epistemológico sigue siendo
el de saber cuál es la parte qúe en ellas corresponde a.1 sujeto y- aquella
que corresponde a la experiencia, así com o determ inar si esta experiencia
puede com pararse con la experiencia física o im plica otras relaciones entre
el sujeto y el objeto (véase el. punto 12-). Sin embargo, las operaciones
concretas'son acciones propiam ente dichas — m ateriales o m entalizadas— ,
y por ello se les puede otorgar-el calificativo equívoco de “intuitivas” . Por

60 Estas relaciones extensivas son espontáneamente descubiertas por el niño en


el nivel de las operaciones concretas, apenas ha culminado la elaboración de las opera­
ciones intensivas. Véase Piaget e Inhelder: Représentation de Vespace chez fenfant,
cap. xn "
el contrario, las operaciones formales se refieren a proposiciones, es decir, a,
hipótesis, y ya no a objetos, y cabe p en sar qúe ello m arca, en prim er lugar,
un corte m uy claro que corresponde históricam ente a la oposición entre
la geom etría deductiva griega — de P itágoras a Euclides— y sus continua­
dores, y la geom etría llam ada “em pírica” de los agrimensores egipcios.
Sin em bargo, tanto el análisis genético como el análisis axiomático
tienden a aten u a r esta distinción en tre las operaciones concretas y las
operaciones formales iniciales, hasta ta l punto- que cabe pensar que hoy el
corte se h a desplazado y separa fundam entalm en te la axiom ática de los
antiguos y la de los contem poráneos. Por otra parte, este .cambio de
perspectiva es de po r sí de tales características que pone en guardia a la
epistemología genética acerca del valor relativo y dinám ico de las antítesis
que se consideran en prim er lugar com o siendo definitivas, problem a que
analizaremos u n poco m ás adelante. Por el momento, se trata de com­
prender por qué aparece esta continuidad, que se vuelve a establecer a
posteriori, entre las operaciones concretas y las operaciones formales elemen­
tales. Desde el punto de vista de la axiom ática contem poránea, la de­
ducción form al de Euclides sigue siendo intuitiva, por la sencilla razón
de que las proposiciones que entran com o componentes en el mecanismo
deductivo de los razonam ientos son elegidas en función de su significación
concreta, es decir, de su contenido con referencia a las figuras reales o
posibles. U no de los creadores de la axiom ática m oderna, Pasch, reclam aba
desde 1882 procedim ientos de razonam ientos independientes de la signifi­
cación de los conceptos geométricos, donde sólo intervendrían las relaciones
entre estos conceptos: la geom etría deductiva de los griegos, aunque
form al en su m ecanism o operatorio, se concentró en cambio en prim er
lugar en las significaciones de los conceptos y de ah í su carácter aú n semi-
intuitivo.

Desde el punto de vista genético, el pasaje continuo de las operaciones


concretas a las formales no es m enos evidente que desde e l . p u n to de
vista histórico y aclara las observaciones precedentes. En efecto, cada una
de las operaciones concretas exam inadas en los puntos 7 y 8 se hace suscep­
tible, alrededor del fin de la infancia (desde más o menos los 12 años)
de ser trad u cid a en la form a de simples proposiciones. Esto no quiere
decir que estas operaciones, en el nivel de los sistemas concretos (de 7 a
11 años), no fueran ya de algún m odo juicios que expresaran, m ediante
proposiciones, posibles acciones exteriores pero interiorizadas en simples
esquemas operatorios. Pero se tra ta b a solamente de juicios o proposiciones
que intervenían en ocasión de u n a m anipulación real, una. construcción
gráfica o u n a representación im agirtada, que simbolizara estas realidades.
Por el contrario, las proposiciones sobre las que h a n de referirse las opera­
ciones formales se desprenden de la acción, aun posible, o, m ás precisamente,
com ienzan a superarla indefin id am en te: así la partición de u n continuo
desemboca, en el plano concreto, en elem entos finitos ( “puntos” en cantidad
lim itada, etc.), en cambio, alrededor de los 12 años, el niño reconocerá
la posibilidad de continuar indefinidam ente esta partición y la operación
form al se afirm ará así de entrada como irrealizable y como sustituto del
objeto representable por la hipótesis. Por ello, en el p lano formal, des­
aparece toda distinción entre las operaciones infralógicas, que se refieren
al objeto continuo, y las operaciones lógico-aritm éticas, que. se refieren a
les objetos discontinuos reunidos en clases, seriados en relaciones asimé­
tricas: el continuo se hace susceptible de un tratam ien to lógico-aritmético
y las relaciones espaciales se insertan en el m arco de las relaciones en
general. T odo sucede pues como si el mecanismo o p erato ria constituido
por las operaciones concretas, una vez que están suficientem ente articuladas
las intuiciones iniciales, se liberase al nivel form al gracias a la nueva m ovi­
lidad que la form ulación abstracta de la deducción p u ra posibilita.
Se tra ta pues de com prender qué es esta lógica de las proposiciones
que se superpone, a p a rtir del nivel actual, a la de las operaciones concretas
(infralógicas y lógicas), ya que esta lógica de las proposiciones es la que
conducirá, por su desarrollo autónom o a la axiom ática propiam ente dicha.
A hora bien, la lógica de las proposiciones difiere de la lógica de las
operaciones concretas por el hecho de que es doblem ente operatoria; se
tra ta de operaciones de segundo grado y operaciones realizadas sobre otras
operaciones. E n efecto: l 9 toda proposición es, en su contenido, un a
operación (in trap ro p o sicio n alj, pero enunciada verbalm ente en vez de ser
ejecutada en la acción — po r ejemplo, los axiomas de Euclides del tipo
“dos cantidades iguales a u n a tercera son iguales entre sí (ax. I ) , el todo
es m ayor que la p arte (ax. V I H ) , dos m agnitudes que pueden aplicarse
una sobre la otra por congruencia son iguales (ax. V ) , dos partes iguales
elim inadas de totalidades iguales dejan restos iguales”, etc., son verdades
que el niño descubre alrededor de los 7-8 años p o r medio de operaciones
concretas (después de haberlas ignorado e incluso negado anteriorm ente,
al nivel de las intuiciones im aginadas iniciales) . y que el pensam iento
form al enuncia sim plem ente como proposiciones verbales p ara razonar por
su interm edio, así como el razonam iento concreto las aplicaba a la acción
sin form ularlas explícitam ente— . 29 las proposiciones que son operatorias
en sus contenidos respectivos se com binan luego entre sí según un conjunto
de operaciones interproposicionales (implicaciones, incom patibilidades,
alternativas, etc.) que ya no se refieren a clases y relaciones interiores a
cada proposición sino a vínculos de las proposiciones entre sí: se tra ta
entonces de operaciones que se refieren (pero en segundo grado) a las
operaciones prim arias enunciadas po r las proposiciones.

E n prim er lugar, recordemos que estas operaciones interproposicio­


nales pueden reducirse entre sí gracias, en. p articu lar, al juego de las dis­
yunciones (v) y las conjunciones ( . ) , es decir, gracias a las “formas nor­
males” disyuntivas o conjuntivas. Por otra p arte, las dos operaciones

61 Por otra parte, es necesario distinguir el contenido lógico de la proposición,


que consiste en operaciones lógicas que se refieren a las clases o las relaciones en
juego, y el contenido extralógico al que se refiere este contenido lógico: se trata
de las acciones posibles, cuyas operaciones de clases o de relaciones constituyen ¡a
interiorización.
fundam entales (p v q) y \ p . q) constituyen la operación directa e inversa
del sistema (ley de d u alid ad ). Además, para com prender qué es la im pli­
cación, basta observar que dos proposiciones que se im plican m utuam ente
son equivalentes: si A im plica a B y B implica a A, A y B son equivalentes.
Si, p o r lo tanto, A im plica a B sin que la recíproca sea verdadera, A sólo
es parcialm ente equivalente a B: al afirm ar B, se afirm a entonces A u
o tra cosa. Llamemos A’ a esta otra proposición que B puede im plicar:
se sigue que B im plica a A o A’ .y recíprocam ente [B g ( A v A ’)], es decir
que B es equivalente a “A o A ’ ” . Por ejemplo, la proposición “x es una
elipse” im plica “x es una sección cónica”, pero la proposición “x es una
sección cónica” im plica “x es una elipse o u n a sección cónica diferente
de la elipse” . L a im plicación entre proposiciones supone pues u n a clasifica­
ción previa correspondiente a su contenido intraproposicional. Sucede así
con las incom patibilidades, etc., y .la m ism a contradicción: “x es a la
vez A y A’ ” es contradictoria porque A y A '1 distribuyen a B en dos
subclases com plem entarias .62
A p artir de estas observaciones resulta que las proposiciones se encajan
unas en las otras como lo hacen las clases lógicas, es decir, por sucesivas
divisiones dicotómicas. U n sistema de proposiciones puede disponerse en for­
m a de “agrupam iento” : A im plica u n a sucesión de proposiciones encajadas
B, G, D, . . . etc. y es incom patible con las proposiciones com plem entarias
A ’, B’, C ’, . . . etc., respectivam ente encajadas tam bién en B, C, D, . . . U n
sistema de proposiciones constituye pues un conjunto o p era to rio 03 cuya
operación fundam ental es la im plicación p zd q siempre reductible a la
fo rm a: p v p' = q.

Se com prende así de qué m odo la lógica de las proposiciones que


caracteriza al pensam iento form al es una lógica operatoria, pero de segundo
g rado: las proposiciones a las que se refiere no son sino operaciones,
isomorfas a las operaciones concretas, pero generalizadas y expresadas por
u n conjunto de signos en vez de efectuarse en la acción; y el sistema de
las proposiciones es a su vez u n conjunto operatorio, puesto que estas
proposiciones están, en tanto proposiciones, vinculadas p o r operaciones
interproposicionales, es decir, por operaciones sem ejantes a las que perm iten
la construcción de los agrupam ientos de clases o relaciones.
Sin embargo, ¿cóm o puede el mecanismo de las operaciones formales
— que prolonga, del m odo más continuo, el de las operaciones concretas y
que en consecuencia se h a asociado durante ta n to tiem po con proposiciones
de contenido “intuitivo” evidente— culm inar al final de cuentas en esa
inversión de sentido que m arca la axiom ática contem poránea? L a lógica
que em plea la axiom ática m oderna no difiere fundam entalm ente, no
digamos de la lógica clásica (lógica de los teóricos) , sino de la lógica formal
espontánea y viva, po r lo tanto de esa lógica de las operaciones formales
que la logística h a explicitado con el nom bre de cálculo de las proposiciones

62 Véase Gonseth: Fondements, pág. 228.


68 Véase nuestro Traite de logique, punto 39.
y cuyos vínculos con lo concreto acabamos de explicitar: a lo sumo, se h a
producido cierto progreso en la formulación, es decir, en la técnica.lógica,
pero esta técnica no ha modificado con su funcionam iento el razonam iento
lium ano. H a proporcionado una expresión axiom ática en su propio terreno
—lo cual es muy diferente—: y, en consecuencia, ha refinado en m ayor
grado el análisis lógico, es decir, la reflexión del pensam iento lógico sobre
sí mismo. Sin embargo, no hay más separación entre la técrjk a lógica y
el razonam iento form al espontáneo de los geómetras que entre este pensa­
m iento espontáneo y las operaciones concretas. Entonces, ¿cóm o las opera­
ciones formales produjeron finalm ente la axiom ática geom étrica actual?
C om parada con la deducción form al y seudoaxiom ática practicada
por Euclides y la geom etría clásica, el método axiomático de los geómetras
contem poráneos presenta esencialmente el nuevo carácter de someterse a
dem ostrarlo todo deductivam ente procediendo a p artir de axiomas tan 'ele­
mentales como sea posible y a definir todo pór medio de térm inos adoptados
comó indefinibles; no se lim ita ya a seguir las implicaciones en su desenvol­
vimiento progresivo a p a rtir de proposiciones iniciales intuitivam ente evi­
dentes, sino que busca analizar regresivamente las implicaciones iniciales
disociando cada vez m ás’ entre sí las proposiciones elegidas como axiomas.
R em ontando así a la fuente, a través del análisis reflexivo sistemático,
tiene que form ular los axiomas, ya no en virtud de su evidencia intrínseca
—siendo esta evidencia el último residuo intuitivo heredado de los niveles
de pensam iento precedentes— sino en la m edida en que pueden servir
como soporte p ara u n a construcción deductiva tal que no haya vínculo
alguno que escape a la form ulación. El pensam iento axiom ático n o cons­
tituye de por sí u n nuevo sistema de operaciones intelectuales: recoge tal
cual la herencia de las operaciones formales, pero las aplica en otra
dirección, orientada hacia el origen y ya no únicam ente en sentido de la
construcción.
A hora bien, desde el punto de vista de la psicología del pensam iento
y la epistemología genética, debe hacerse u n a com probación im portante
respecto de este tem a: esta investigación de disección p uram ente form al
de las fuentes, en vez de alejarse de lo que psicológicamente es prim itivo
■■—como p o d ría hacer tem er la técnica aparentem ente artificial de la axio­
m ática— se acerca m uy po r el contrario m ucho más a ello que la axiom á­
tica de Euclides basada eri la evidencia, pero en u n a evidencia que
constituye en realidad ej producto de un a larga evolución del pensam iento,
en oposición a los puntos de partida reales.
E n efecto, por u n a parte la lógica de Aristóteles (que L. Brunschvicg
com para acertadam ente con la geom etría de Euclides) se encuentra m ucho
más alejada de los procedimientos del pensamiento real que la lógica m o­
derna (que constituye en su propio terreno un a verdadera axiom ática),
porque la p rim era sólo se refiere a los conceptos del lenguaje, m ientras qué
la segunda alcanza las operaciones form adoras de estos conceptos. Por
ello, las leyes de los “agrupam ientos” que pueden form arse m ediante estas
operaciones son, al mismo tiempo, las leyes de equilibrio del pensam iento,
a p a rtir del nivel de las operaciones concretas, y sucede así en p articu lar
con la reversibilidad que dirige toda ja evolución de la inteligencia desde
el nivel sensoriomotor hasta las operaciones interproposicionales (form ales).
Por o tra parte, en lo que se refiere a la geometría, los axiomas de
Euclides expresan verdades lógicas o m étricas adquiridas al nivel d e las
operaciones concretas y carentes de significación general en los dominios
anteriores; en cambio, la verdadera axiom ática de los m odernos alcanza las
raíces psicológicas del espacio, en particular, en el terren a topológico. En
su ¡hermosa obra acerca de la Topología Alexandrof y H opf introducen
por ejemplo un conjunto de axiomas sucesivos que conducen, a través de
diferentes niveles, desde los conceptos fundam entales h asta un espacio
coordinable. A hora bien, resulta sorprendente com probar h asta qué punto
esta sucesión corresponde al orden genético: se introducen así en prim er
lugar los “B erührungspunkte” , o puntos de contacto, después de. ellos
aparece la “vecindad” , pero aún sin “separación”, luego viene la “separa­
ción”, etc., como si fu era la reconstrucción de la génesis real del espacio
en el nivel perceptüal y en los niveles ulteriores. Por supuesto, subsiste una
diferencia esencial: la cuantificación extensiva de estos conceptos se intro­
duce inm ediatam ente (con la definición de los puntos de acum ulación, etc.),
pero, salvo es|a cuantificación, esta axiom ática puede proporcionar u n hilo
conductor p a ra la investigación genética; pero las axiom áticas de Euclides,
en cam bio,. sirven, a lo sumo y desde el punto de vista psicológico, para
detectar las relaciones que yá son evidentes de por sí a p a rtir de cierto
nivel m ental y que no lo son en absoluto desde el comienzo.
A hora bien, esta relativa convergencia entre el análisis axiomático y
el análisis genético resulta bien evidente si, como intentam os m ostrarlo más
atrás (vol. I, cap. I, p u n to 7), los térm inos elegidos como indefinibles y-las
proposiciones elegidas como indem ostrables (axiomas sobre los que se apoya
la construcción axiom ática) constituyen en realidad u n núcleo operatorio
irreductible, caracterizado por ciertas implicaciones entre operaciones (en
oposición a las implicaciones entre proposiciones) y resultantes, en conse­
cuencia, de ciertas abstracciones a p a rtir de las coordinaciones inherentes
a las acciones del sujeto. Los axiom as geométricos de H ilb ert son en este
sgntido ta n reveladores como los axiomas ordinarios de Peano analizados
a propósito del núm ero entero. G uando por ejemplo H ilb ert form ula el
axiom a de orden según el cual, si B está situado entre A y C tam bién lo
está entre C y A, es claro que, au n sin recurrir p ara n ad a a la “intuición”
espacial o tem poral y considerando únicam ente esta p u ra sim etría formal
de la relación “entre” en oposición con la asim etría de las relaciones de
sucesión AG y GA, el axioma en cuestión implica de por sí la posibilidad
de distinguir entre dos recorridos de la sucesión ABC: ahora bien, si la
orientación de un “recorrido” no corresponde a un m ovim iento en el tiempo
o en el espacio supone al menos u n a operación lógica de enum eración, es
decir, u n a acción orientada cuyas condiciones pueden explicitarse (y que
corresponde a u n a operación concreta bien definida como hemos visto en
el p unto 7 ). Asimismo, los axiomas acerca de la congruencia de los seg­
mentos adm iten, p o r ejemplo (ax. I I I ) , la posibilidad de transportar, a
partir de un p unto determ inado, u n segmento A’B’ congruente con u n
segmento dado AB lo cual im plica la posible reiteración de esta operación;
adm iten tam bién la igualdad de los segmentos totales A’C ’ y AG si los
.segmentos parciales de uno A ’B’ y B’C ’ son congruentes con los segmentos
parciales del otro AB y BC (ax. I V ) , lo cual implica u n a adición p artitiv a
y el establecimiento de u n a posible correspondencia entre los puntos ABC y
A’ B’ C 1, así como entre los segmentos com prendidos entre los puntos. A hora
bien, p a rtir de la adición de las partes en u n todo, así como de la reitera­
ción del transporte de u n segmento (que vuelve a aparecer en la axiom ática
de Arquímedes, tam bién elegida po r H ilb e rt), es evidentem ente p a rtir
desde el comienzo de un conjunto ya muy com plejo de implicaciones entre
operaciones; ello es m uy legítimo y no quiebra p ara n ad a el rigor de las
proposiciones ulteriores fundado en la im plicación entre las proposiciones,
pero ello es suficiente p a ra que se haga indem ostrable, por un método de
análisis lógico directo, la com patibilidad de los axiomas admitidos, puesto
que estos axiomas im plican ya toda la lógica (orden y adición de las
partes en un todo) así com o la reiteración. Por lo tanto, es evidente que
la axiom ática geom étrica se sustenta en u n previo círculo operatorio, que
no rom pe en absoluto la constitución de m etateorías, puesto que ellas in tro ­
ducen nuevos axiomas que se hacen cargo de todas sus implicaciones lógicas
p ro p ias: este círculo consiste en un conjunto de implicaciones m utuas entre
operaciones (en el sentido del punto 7, vol. I, cap. I) y supone, en conse­
cuencia, u n a sucesión indefinida de abstracciones a p a rtir de las coordina­
ciones anteriores de la acción del sujeto. Pero, por o tra parte, es por ello
que el análisis axiomático converge, m ucho m ás de lo que podría esperarse,
con el análisis genético.
A clarado este punto, vemos en qué términos habrá de plantearse, desde
el punto de vista genético, el problem a central de las relaciones entre la
geom etría axiom ática y aquello que los m atem áticos llam an globalm ente
la “intuición” , es decir, el conjunto de niveles com prendidos entre el espacio
perceptual y las operaciones formales iniciales. En este sentido, hay que
señalar la presencia en los m atem áticos mismos, de tres clases de soluciones.
P ara los partidarios exclusivos del método axiomático, este método se ubica
en las antípodas de la intuición y no le debe n ad a a ella o al menos se
esfuerza, con u n éxito creciente (cuyo pasaje se extrapola al lím ite), p o r
no deberle ya nada. P ara los em piristas — com o E. Borel— y los intuicio-
nistas la axiom ática es u n a traducción a posteriori y siempre algo artificial
de los resultados obtenidos previam ente por el pensam iento no axiomático,
es decir, p o r la “intuición” sensible o “racional” . Por último, para F.
Gonseth la axiom ática es u n “esquem a” pero que presenta la p articularidad
de encontrarse en germen, en grados diversos, en la intuición misma y,
por otra parte, siempre perm anece algo de lo intuitivo, tam bién en grados
diversos, en toda axiom ática (al menos, en toda axiom ática “eficaz”, en
oposición a por ejemplo la axiom ática de Zermelo que no corresponde
a nada en lo rea l). G eneralm ente se opone a la axiom ática la “intuición”
considerada m ás o menos en bloque, ya para defenderla o bien subestimarla,
o bien p ara ubicarla como ciencia “abstracta” respecto de los métodos
intuitivos o experimentales. Gonseth mismo distingue sin d uda demasiado
poco entre los diversos niveles heterogéneos de la intuición y no señala
suficientem ente el aspecto operatorio de las form as superiores de este conoci­
m iento no axiom ático del espacio (véase m ás adelante el p unto 11 ).
Ju n to con G onseth aceptam os plenam ente el carácter de “esquem a”
de toda axiom ática respecto de la ciencia real correspondiente (ya hemos
defendido este p unto de vista en cuanto a las relaciones entre la lógica
y los mecanismos del pensam iento, y lo volveremos a encontrar en el
vol. I II , cap. I V ) . A unque este térm ino de esquema adquiere todo su
sentido respecto de un análisis metodológico, recubre en cambio u n a serie
de problem as desde el p u n to de vista genético: en efecto, en la m edida
en que — como lo adm ite el mismo G onseth— existe en la “intuición” una
serie de niveles diferentes, se tra ta a la vez de caracterizar en cada uno de
ellos, la relación entre las acciones del sujeto y los objetos de esta actividad,
y de analizar desde este mismo p unto de vista el mecanismo operatorio que
hace así posible cada uno de estos niveles. A hora bien, todo esquem a­
tismo presenta dos polos: u no de asimilación a la actividad del sujeto y
el otro de acom odación a lo real. E n tan to mecanismo asim ilador, lo _
esencial de su construcción rad ic a en u n a abstracción a p artir de las coordi­
naciones de la acción; en particular, como u n esquema axiomático es tanto
reflexivo como constructivo, es decir que se rem onta tanto a las fuentes
como reconstruye el conjunto, el problem a consiste entonces en explicar sus
conexiones con las coordinaciones anteriores. Por otra parte, como acom o­
dación con lo real, el esquematism o espacial culm ina en u na adecuación
cada vez más general: los esquemas iniciales se centran en la actividad
del sujeto y entonces hay que com prender cómo el sujeto logra descentrarlos
h asta obtener la construcción de esquemas que se ad ap ten a toda experiencia
posible.

A hora bien,, si abordam os las relaciones entre cada nivel, analizadas


en este capítulo, y su sucesor, se asiste a un doble proceso que periódica­
m ente se renueva en el curso de cada nuevo pasaje. Se tra ta del doble
proceso que culm ina precisam ente, al fin de cuentas, en la construcción del
“esquem a” axiomático. Por- u n a parte, como todo sistema de esquemas
constituye un círculo de acciones u operaciones interdependientes, se pro­
duce entonces, en el transcurso de cada pasaje de un nivel determ inado al
siguiente, una am pliación y articulación más móvil del círculo anteriorm ente
inás estrecho y rígido, y es en esta articulación que tiende hacia la reversi­
bilidad com pleta donde se encuentra la explicación de la desc.entrac.ión de
los esquemas iniciales; po r o tra parte, en el transcurso de cada am pliación
de los esquemas anteriores, las nuevas articulaciones resultantes vuelven a
ac tu a r sobre las coordinaciones iniciales y las integran en el nuevo círcu lo :
p o r ello el proceso evolutivo siem pre es tan reflexivo como constructivo.
D e este modo, el p unto de p artid a de ca d a nivel (que nunca tiene un
comienzo absoluto, puesto que las coordinaciones orgánicas preceden a
las coordinaciones m entales) siem pre está condicionado p o r un círculo
— form ado po r los conocimientos o las acciones— al nivel considerado,
círculo del cual no puede salir el sujeto y al cual sólo consigue am pliar
y agilizar asimilándole nuevos elementos. Este círculo es el resultado de
que el conocimiento necesariam ente es un a asimilación del objeto a las
actividades del sujeto, y de que estas actividades constituyen u n todo cerrado
como el de la organización refleja y orgánica. Todo contacto con el medio
(hecho que interesa a toda la epistemología y no sólo a la del espacio),
desde la m ás simple de las sensaciones a las reconstrucciones más “abstrac­
tas” , es por lo tanto siempre relativo a u n a acción del sujeto y el esque­
m atism o de estas acciones, aptas p ara reproducirse y generalizarse, constituye
los prim eros esquemas espaciales. L a diferenciación entre los datos de la
experiencia nunca es el resultado (en todos los niveles) de u n a acomodación
de estos esquemas de asimilación, acom odación cad a vez más precisa y
general, sino que al comienzo apenas si se diferencia -de la asimilación
misma.
Por lo tanto, resulta claro que los e s q u e ja s iniciales se centran en el
sujeto mismo y todo el espacio perceptüal, y luego sensoriomotor,.comienza
p er corresponder a este egocentrismo espacial. Sin em bargo, después de
relacionar todo con su propio cuerpo, el sujeto consigue p o r el contrario
ubicarlo “en” un espacio cada vez más descentrado. Esta descentración
—-que inaugura el espacio sensoriomotor y ocupa to d a la elaboración
representativa de las relaciones espaciales hasta las operaciones concretas
y . luego formales— es el producto de la progresiva articulación de los
esquemas y la reversibilidad operatoria que m arca su equilibrio. E l esque­
m a perceptüal es esencialmente rígido y estrecho; agilizado y am pliado,
por el esquema sensoriomotor, culm ina en esa prim era descentración que
es lá construcción del objeto y el grupo práctico de los desplazamientos.
El esquema imaginado es más ám plio, pero aú n estático, antes de que su
articulación desemboque en las composiciones móviles, transitivas y rever­
sibles del esquema operatorio concreto, y antes que el círculo .limitado de
estas operaciones concretas conduzca, por últim o, al de las operaciones
formales, es decir, al um bral del esquema axiomático.

■ A hora bien, hemos recordado aquí el conjunto de esta sucesión p ara


. interp retar la construcción de los esquemas abstractos o axiomáticos porque,
asociados por pares, estos niveles de progresiva elaboración del mecanismo
operatorio ferm an una especie de sucesión de relaciones' proporcionales y
esta sucesión m arca la total continuidad de este proceso general de descen­
tración y articulación de los esquemas, así como una grad u al am pliación
de los círculos constituidos en cada nivel sucesivo. E n efecto, puede decirse
que los esquemas axiomáticos son a los esejuemas form ales lo que éstos
son a las operaciones concretas; que estas operaciones concretas son a los'
esquemas intuitivos im aginados lo que ellos son a los esquemas sensorio-
motores, etc.64: todos los segundos términos de estas relaciones constituyen

84 Si estas comparaciones pueden parecer extrañas desde el punto de vista de


1?, duración, cuando sólo se considera el desarrollo individual de los sujetos vivos
actualmente en nuestras sociedades, basta pensar en la historia sociológica para
encontrar períodos de longitudes homogéneas* si bien la axiomática en sentido estricto
u n equilibrio móvil y agilizado de las totalidades más estrechas y rígidas
representadas p o r el prim er térm ino, y .cada pasaje de u n nivel al siguiente
m arca u n a liberación del m ecanism o activo y luego operatorio apoyado
en las coordinaciones del nivel precedente.
Por lo tanto, si bien es cierto — como lo suponíamos al comienzo de
este p unto (y del punto 7, vol. I, cap. I ) — que los términos indefinibles y
las proposiciones indemostrables que sirven como p unto de p artid a a toda
axiom ática funden sus raíces en u n sistema de operaciones cuyas im plica­
ciones, irreductibles a la form ulación explícita y com pleta, descansan sobre
coordinaciones anteriores (como el círculo de las operaciones/ lógicas de
com patibilidad indem ostrable, salvo p o r ellas mismas) los vínculos que unen
la axiom ática y el pensam iento concreto no deben buscarse en su contenido,
es decir, en u n a correspondencia entre lo “ abstracto” y la realidad exterior
actual (respecto de la teoría considerada) : el vínculo entre lo abstracto y
lo concreto se encuentra en la form a, es decir, en él interior del sujeto y,
por lo tanto, en la filiación entre las coordinaciones formales axiom atizadas
y las coordinaciones de las que proceden genéticamente, ya que en este
caso lo “abstracto” ,es la resultante de u n a abstracción a p artir de las coordi­
naciones de la acción y no de u n a abstracción a p a rtir del objeto.
E n efecto, el proceso de deseentración de los esquemas, en la dirección
de la m ovilidad' reversible, obtiene su verdadera significación p o r el
hecho de que corresponden a etapas de la construcción genética que
acabam os de m encionar, etapas correlativas en el sentido “reflexivo” , es
decir, en el sentido de u n a integración de los esquemas del nivel precedente,
pero con reestructuración de sus propias conexiones y abstracción de los
elementos generalizables de sus propias coordinaciones. E n este p u n to se
m arca, lo más claram ente posible, la diferencia entre la idea de un simple
“esquem a”, concebido corno u n a adaptación “süm aria” a lo real, y el
sistema de los esquemas relativos a la propia actividad del sujeto, ya que,
?. cada nuevo nivel, el papel de esta actividad es cada vez m ayor en el
sentido de la necesaria coordinación en oposición a la adecuación experi­
m ental. A hora bien, esta coordinación —^que se reconoce por la necesidad
hipotético-deductiva de las construcciones (esa necesidad que los idealistas
consideran u n a priori, cuando en realidad se constituye por u n progresivo
equilibrio d u ran te el desarrollo y no está dada en su totalidad desde el
com ienzo)— no es sino la coordinación propia de las acciones del sujeto,
presente desde la asimilación m ás prim itiva, pero que se descentra, o se
hace reversible, por el proceso que acabamos de /exam inar y se hace
“reflexiva” p o r el proteso que ahora vamos a describir.

E n efecto, nunca u n a acción está aislada; es imposible que el sujeto


asimile u n dato nuevo a su actividad sin que intervenga u n a coordinación
anterior. E n este sentido, retom em os como punto de p artid a dos d e las

es reciente, las operaciones formales provienen sin duda alguna de los griegos; las -
operaciones concretas aparecen en las» civilizaciones semejantes a la del antiguo '
Egipto; la intuición imaginada es típica de la “mentalidad primitiva” y la inteligencia
sensoriomotriz de las sociedades anteriores al lenguaje, como las de los antropoides.
categorías axiom áticas que utiliza H ilbert en su reconstrucción abstracta,
del espacio: por u n a parte, los axiomas de orden y el que vinculáham os
antes con la adición p artitiv a (si los segmentos A’B’ y B’C ’ que constituyen
u n segmento total A ’C’ son respectivam ente iguales a los segmentos AB
y BC, el total A’C ’ tam bién es igual al total A C ) . 65 R esulta claro que
estos axiomas, aunque indem ostrables en el sistema considerado, es decir,
precisam ente elegidos como prim eras proposiciones, se apoyan a su vez,
gracias al juego de las “implicaciones no explícitas entre operaciones”
(q u e oponíamos a las implicaciones entre proposiciones), en las op era­
ciones formales de la lógica, de la cual los conceptos de orden y reunión
de las partes en un todo son elementos constitutivos necesarios. Sin embargo,
las operaciones formales extraen sus materiales, p o r u n a abstracción a p a rtir
de las coordinaciones anteriores, de las operaciones concretas, al mismo
tiem po que com binan nuevam ente estos m ateriales en un a nueva form a.
E n cuanto a las operaciones concretas, ya conocen las composiciones de
o rden y adición p artitiv a (véanse puntos 7 y 8 ) que h an form ado p o r un a
nueva elaboración de elementos tom ados (tam bién por abstracción a p a rtir
de las coordinaciones anteriores) de las intuiciones im aginadas iniciales.
Y estas últim as no las inventaron sino que las reelaboraron a p artir de
m ateriales tomados (nuevam ente y según el mismo modelo de abstracción
im plícita) al orden y la partición sensoriomotrices. E n cuanto a las com ­
posiciones sensoriomotrices, que efectivam ente conocen cierto orden que
interviene en las sucesiones de movimientos y ta,mbién cierta partición
perceptual, consisten en reconstrucciones, en un nuevo plano, de m ateriales
extraídos de las coordinaciones reflejas (que se apoyan en coordinaciones
orgánicas de diversos g rad o s).

Las operaciones de orden y adición partitiva que intervienen en u n a


'axiom ática tan abstracta como la de H ilbert h unden sus raíces, por im plica­
ciones previas y abstracción a p a rtir de las coordinaciones anteriores, hasta
el funcionam iento m ás elem ental de la vida m ental y orgánica. H ilbert
expresa este hecho cuando habla de un residuo a priori irreductible (véase
el punto 6 ), pero con ello no se hace sino bautizar la dificultad. E n reali­
dad, no hay índice genético alguno que nos lleve a considerar los conceptos
de orden y partición como preform ados o preexistentes en p unto de p a r ­
tida de las actividades psicobiológicas: sólo se elaboran m uy progresivam ente
y hemos visto cuán com plicada es su construcción en el niño (punto 7 ).
Sin embargo, no se construyen a p a rtir de la n ad a y sólo consisten en un a
reelaboración de m ateriales (form as elementales de orden no reversible,
partición im precisa e irreversible, etc.) que son los únicos presentes de
antem ano. Además, no se abstraen estos m ateriales a p a rtir de las coordina-
' cíones anteriores, com o sucede con los caracteres dados abstraídos a p a rtir
d.el o b je to : las nuevas composiciones se elaboran en la acción sobre los
objetos actuales y utilizan, remodelándolos, los esquemas precedentes así
diferenciados; la continuidad de este proceso de asimilación es lo que

85 En lo que sigue sólo analizamos la relación AB + BC — AC, independien­


temente de las congruencias como tales.
vincula constantem ente las coordinaciones presentes con el esquematismo,
anterior. Por lo tanto, hay a la vez construcción no preform ada y asimila­
ción a u n pasado que vuelve a elaborarse en el transcurso de la construcción,
pero no hay u n a priori ni un comienzo actual absoluto.
Se concibe entonces cómo el pensam iento axiomático, situado en el .
extrem o superior (actual) de la escala, puede caracterizarse p o r un pro­
greso reflexivo al mismo tiem po que por su m ovilidad constructiva. Aun
m ás, se com prende por qué el retorno hacia las fuentes de las axiomáticas
m odernas presenta dos aspectos correlativos: por u n a parte, el redescubri­
m iento de las relaciones espaciales elementales, como p o r ejemplo las
relaciones topológicas, prim itivas desde el punto de vista de la génesis y
desde el p unto de vista de los axiom as; por la otra, la tom a de conciencia de
las coordinaciones lógicas, que se presentan en form a de círculo del cual
el sujeto no puede salir, puesto que no se puede dem ostrar lógicamente
la com patibilidad de los axiomas de la lógica. En el punto 10 volveremos
sobre el retorno a los conceptos iniciales. E n cuanto al círculo lógico,
acabam os de ver cómo se apoya de m anera progresiva en el de las coordi­
naciones m otrices y orgánicas. Si, desde el punto de vista estructural,
la lógica no es in n ata sino que se construye de a poco (como lo dem uestra
todo el desarrollo del n iñ o ), no por ello es menos cierto que esta progresiva
estructuración no es el resultado del objeto físico, sino de las actividades
del sujeto que se aplican a u n objeto cualquiera, y que estas actividades
son el testimonio, en todos los niveles, de una función inv arian te de
coherencia, q u e se inaugura con la morfogénesis orgánica y las coordina­
ciones m otrices hereditarias, p a ra continuarse a través de la organización
de los esquemas sensoriomotores e intuitivos hasta las operaciones concretas
y formales. A hora bien, el espacio — lo hemos visto en los puntos 7 y 8—
no es sino u n sistema de acciones y operaciones infralógicas que se refieren
al objeto como tal y no a las clases de objetos discontinuos y acciones
isomorfas a las acciones y operaciones lógicas y numéricas. L a existencia
de u n a lógica necesaria de la cual nu n ca se podrá escapar, aunque pueda
proseguirse su estructuración y d ar lugar a nuevos progresos, se relaciona
con una reflexión acerca de las condiciones de las actividades mismas del
sujeto: ahora bien, estas actividades form an u n círculo de esquemas asimi­
ladores y un círculo que proviene directam ente de todos los círculos ante­
riores p o r sucesivas am pliaciones.

10. La g e n e r a l iz a c ió n g e o m é t r ic a y el orden de su c e s ió n de los

d e s c u b r im ie n t o s El doble proceso constructivo y reflexivo


h is t ó r ic o s .

que caracteriza a la construcción del espacio perm ite explicar lo que puede
llam arse la p ara d o ja genética de la geom etría: el orden de sucesión de
los descubrim ientos históricos es, en efecto, exactam ente la inversa, al menos
orientado en sentido inverso, del orden de sucesión de lac etapas psico-
genéticas.
E n prim er lugar, observemos que esta inversión de sentido entre la
génesis y la historia — que p o r otra p arte tam bién se en cu en tra en otros
dominios— no es general. E n el terreno del núm ero, p o r ejem plo, puede
decirse que la construcción histórica comienza con el núm ero entero positivo
antes de descubrir los núm eros fraccionarios y, en p articular, los números
negativos, así como él niño construye su aritm ética. Es cierto que la idea
de correspondencia biunívoca, que se encuentra en la fuente del núm ero
entero, sólo se h a convertido efectivamente en un objeto de reflexión
científica muy tardíam ente, lo cual constituye, en este punto particular, una
inversión de sentido com parable a la que presenta la historia de la geome­
tría. Sin embargo, esta inversión se refiere aquí a las coordinaciones
operatorias form ado ras del núm ero y n o a los núm eros; en cambio, en el
dom inio del espacio, las diferentes estructuras espaciales son las que pro­
vocan la inversión. En otro dominio, como el de los principios de conser­
vación física de los cuales hablarem os en el cap. 5, hay tatnhién corres­
pondencia parcial entre la historia y la génesis: la conservación de la
sustancia precede en am bos casos a la del peso, y ésta precede a su . vez a
la de los volúmenes corpusculares.
P or el contrario, en el dominio del espacio, hemos com probado la
prim acía —en el terreno del desarrollo perceptüal y en el terreno de
la form ación del pensamiento— de las estructuras topológicas respecto
de las estructuras proyectivas y euclidianas; estas dos últimas aparecen en
segundo lugar y en solidaridad entre sí. A hora bien, desde el p unto de
vista histórico, la geom etría euclidiana precedió por m ucho a la consti­
tución de la geom etría proyectiva y ésta precedió por m ucho al descubri­
m iento de la topología.
Y a hemos visto por qué el espacio euclidiano se constituye solamente
al térm ino de los procesos psicogenéticos. En el terreno de la percepción,
supone la constitución de un tipo de m étrica perceptüal fundada en un
invariante relativo (elaborado cualitativam ente) : la constancia perceptüal
de las magnitudes a pesar del alejam iento. A hora bien, la construcción de
esta invariante se vincula con la del objeto y el grupo práctico de los despla­
zamientos. En el terreno del pensam iento, la estructura euclidiana culm ina
en la medición — es decir, en u n a síntesis operatoria de las operaciones de
partición y desplazamiento— y se reúne así con el núm ero entero y frac­
cionario que constituye u n a estructura que culm ina paralelam ente con la
de la aritmética.
A estas circunstancias se debe, sin duda que la geom etría euclidiana
haya obtenido su prim acía histórica en el plano del pensam iento form al
socializado y haya producido el florecimiento '• de un a investigación cientí­
fica colectiva. Sin em bargo, la consideración de la m edición no explica
todo y resulta sorprendente que Euclides ni siquiera haya enunciado de
modo explícito (sin hablar de los térm inos topológicos de vecindad, orden,
continuo, etc.) los axiomas relativos al desplazamiento y a lo que H elm holtz
llam aba la “libre m ovilidad” de las figuras. Los griegos se concentraban
en el objeto y no en la acción, en la figura más que en la operación, es
decir, en el resultado de la construcción y no en la construcción misma.
Por ello, hay inversión del orden genético, pero esta inversión, en el caso
de las relaciones entre la estructura euclidiana y las estructuras topológicas,
se fortalece por el interés otorgado a las consideraciones m étricas: se
concibe la medición como la expresión de las propiedades del objeto.
L a geom etría analítica, ya entrevista entre los griegos por Pappus de
A lejandría a propósito de su teoría acerca de los lugares, sólo encontró
su form a sistemática con la constitución del álgebra, lo cual se entiende
claram ente pero plantea respecto del carácter tardío del álgebra misma
un problem a que supera el m arco del espacio y que volveremos a encontrar
en el cap. 3 a propósito de la tom a de conciencia de las operaciones en
general.
E n cuanto a la geom etría proyectiva, genéticam ente solidaria del espa­
cio euclidiano, se la hubiera podido descubrir — si lo anterior es correcto—
en la época de los griegos y efectivam ente Apolonio de Perge la percibió
de algún m odo en sus trabajos acerca de las secciones cónicas. Su construc­
ción m ás tardía, vinculada a los comienzos de la geom etría m oderna
(siglo xvi y, en particular, siglos x vn y xvm ) es sin d uda alguna el
resultado de la prim acía inicial del ob jeto : la perspectiva aparece como
u n a deform ación del objeto en función de los diversos puntos de vista del
sujeto m ucho antes que las transform aciones vinculadas a los diferentes
puntos de vista se consideren como tem a de u n a investigación objetiva
como cualquier otra. Aquí hay que agregar adem ás la cuestión de la
medición, cuyo alcance es secundario en u n a geom etría que no conserva
los ángulos y tam poco las distancias. Por el contrario, desde el punto de
vista genético, la coordinación de los puntos de vista del sujeto plantea
u n problem a de operaciones concretas ta n im portante como el de la
coordinación de los objetos, y la ausencia de m étrica proyectiva accesible
al nivel concreto facilita por el contrario el descubrim iento de las relaciones
proyectivas (intensivas y extensivas) elementales.
P or último, du ran te el siglo xix, aparece el inm enso florecimiento de
la geom etría y todos sus aspectos son notables en cuanto a la inversión
de sentido entré la historia y la génesis, así como en lo que concierne al pro­
ceso reflexivo del descubrim iento (proceso cuya prolongación culm ina preci­
sam ente en las axiomáticas del período co ntem porán eo ).
E n prim er lugar, frecuentem ente se h a trazado la historia del descu­
brim iento de las geometrías no euclidianas. Después de los trabajos de
Wallis (1663) que m uestran que el postulado de las paralelas se relaciona
con la teoría de las similitudes, de G. Saccheri que intentó probar el
postulado m ediante la construcción de u n cuadrilátero (de tres ángulos
rectos y del cual quería dem ostrar que el cuarto no p o d ía-ser ni agudo
ni obtuso), después de los trabajos de L am bert (4786) acerca del mismo
tem a, Gauss, Lobatschevski y Bolyai alrededor de 1830 y luego Riem ann
m ostraron el carácter coherente de aquellas geometrías que no adm itían el
quinto postulado de Euclides. ¿ Cuáles fueron entonces los incentivos de
estas investigaciones que tuvieron tal repercusión desde el punto de vista
de la epistemología científica y desde el p unto de vista de la geometría?
Fueron de dos tipos y su correlación efectiva presenta un gran interés
genético. El prim ero es la reflexión regresiva acerca de los principios,
que se encuentra en el p unto de partida- real de la axiom ática m o d ern a:
el quinto postulado resiste la demostración aun q u e sea impuesto por la
percepción a una escala de aproximación no refinada y por la intuición
im aginada cuyas fallas son habituales; la inversión reflexiva consistió enton­
ces en buscar a qué resultados conduciría u n a construcción que lo dejara
de lado. A hora bien, a partir de entonces y siguiendo este método, se
realizaron muchos descubrimientos resultantes de la eliminación, no sólo de
postulados indemostrables, sino de axiomas evidentes: por ejemplo, la
geometría no arquim ediana de G. Veronese que descarta la relación m étrica
elemental. Sin embargo, el segundo incentivo, al que responden Gauss y
Lobatschevski, completa al primero de modo extrem adam ente instructivo:
sospechando que existía cierto vínculo entre el postulado de las paralelas y
cierta escala de aproxim ación de nuestras percepciones y nuestras represen­
taciones imaginadas, estos geómetras se preguntaron si u na escala más
precisa — proporcionada por mediciones de triangulación en la m ontaña
o por la determinación de ángulos interestelares— confirm aría el carácter
euclidiano de lo real. E sta preocupación no elimina por supuesto en
absoluto el carácter anticipatorio del marco m atem ático no euclidiano
respecto de la física m oderna, pero m uestra de modo bastante preciso que
la regresión reflexiva en la dirección de los principios es correlativa a un
esfuerzo superior de apropiación del objeto.
L a constitución de la teoría geom étrica de los grupos (F. Klein,
S. Lie, etc.), a través de la tom a de conciencia del carácter operatorio
de los desplazamientos y las transformaciones en general, en oposición con
las figuras estáticas de los antiguos o con su simple expresión analítica
y en particular el análisis de lo continuo, p unto de p artid a de. la topología
y el descubrimiento de los aspectos cualitativos elementales del espacio,
constituyen varios testimonios sorprendentes de la inversión de sentido
entre la génesis real y el orden de sucesión histórico de los descubrimientos.
En efecto, resulta imposible com prender por qué la intervención del con­
cepto de grupo ha aparecido tan tardíam ente, ya que se trata de un
concepto prim ero desde el punto de vista de la construcción operatoria
real del espacio, y por qué el descubrimiento de los caracteres topológicos
ha aparecido luego tantos siglos después en vez de preceder al de las
relaciones proyectivas y euclidianas, ya que en realidad son primitivos
desde el punto de vista psicológico y axiomático, si no se adm ite que los
procesos formadores de un sistema de conceptos científicos son a la vez
constructivos y reflexivos y que la tom a de conciencia regresiva acompaña
a toda nueva construcción pero en sentido inverso.
Es cierto que queda aún por explicar p o r qué esta inversión es más
im portante en el dominio del espacio que en otros dominios: porque (lo
hemos visto en el punto 9) la construcción geom étrica supone u n a continua
descentración de las estructuras respecto del egocentrismo espacial inicial.
A hora bien, el egocentrismo es inconsciente y la descentración supone una
inversión de sentido laboriosa, que procede p o r el establecimiento de rela­
ciones entre los diversos puntos de vista e inserción de las relaciones ap a­
rentes e. inmediatas en el sistema de las posibles transform aciones; resulta
entonces claro que este tránsito desde los falsos absolutos iniciales a Ja
relatividad del espacio desem peña u n papel particularm ente im portante
en la p ara d o ja genética que anteriorm ente hemos analizado.
Por ello, no puede satisfacernos un sistema de explicación genética que
— como el de Enriques— se sustenta en el análisis de las sensaciones y en
la abstracción intelectual a p a rtir únicam ente de los datos sensoriales:
si la topología corresponde — com o se dice— a las sensaciones táctil-
m usculares generales, la m étrica al tacto especializado y la geom etría
proyectiva a las sensaciones visuales, no se com prende por qué, genética e
históricam ente, las tres clases de espacios y geom etrías no se h an desarro­
llado sim ultáneam ente. P or el contrario, el fenóm eno se explica en función
de u n a elaboración activa y operatoria continua, con progresos a la vez
constructivos y reflexivos, y descentración indispensable p ara to d a genera­
lización.
H ay algo más. L a sucesión histórica de las grandes etapas del pensa­
m iento geom étrico revela así la doble naturaleza de u n proceso genético
circular, que vincula la articulación siempre más extensa y móvil de ios
esquemas operatorios con u n a reflexión que siempre alcanza m ás pro fu n d a­
m ente a los elementos, en orden inverso al de su in teg ració n : ahora bien,
el proceso generalizador como tal, presente en las operaciones geométricas,
m anifiesta la existencia del mismo círculo, y ello no debe sorprendernos
puesto que los descubrimientos que ja lo n an la historia de la geom etría son
precisam ente el resultado de sucesivas generalizaciones.
Poincaré, entre otros, ha dem ostrado que se pueden construir geom e­
trías no euclidianas con los únicos elementos euclidianos; sin em bargo,
la geom etría euclidiana no es sino u n caso p articular de este conjunto. La
recíproca es verdadera y, basándose en los trabajos de Cay ley y K lein,
puede reconstruirse el espacio euclidiano m ediante elementos no euclidianos.
“L a p ara d o ja es pues perfectam ente sim étrica, p o r ejem plo G onseth a firm a :
si tom am os dos de nuestras geom etrías — sean cuales fueren— cada una
parece alternativam ente estar contenida en la otra o contenerla” (F u n d a ­
m entos, pág. 9 3 ). A hora bien, este círculo sería insoportable p a r a la lógica,
si no expresara precisam ente el doble proceso de asimilación constructiva
e incorporación retroactiva de los m ateriales anteriores en la nueva com po­
sición, doble proceso que caracteriza a la construcción operatoria. C o n tra­
riam ente a la generalización simple, que engloba u n a ley espacial en una
ley más general, la generalización operatoria procede en efecto del siguiente
modo. D espués de generar un prim er sistema, tom a de él algunos elementos
p a ra construir m ediante nuevas composiciones u n segunda sistema que
desborda al prim ero y lo incluye como caso p a rtic u la r: la recíproca tam bién
es verdadera puesto que, m ediante algunos m ateriales del segundo sistema,
las operaciones del prim er sistema lo reconstruirán a su vez. Corno no se
tra ta de simples implicaciones entre proposiciones, en cuyo caso dos sistemas
que se im plicasen m utuam ente se confundirían entre sí, sino de composi­
ciones efectuadas m ediante elementos que no las im plican de antem ano,
estas composiciones form an un círculo tal que se puede pasar de un sistema
a otro, según los axiomas que se elijan y sin que sus inclusiones recíprocas
desemboquen en u n a fusión.
Por otra parte, este círculo operatorio term ina p o r abarcar toda la
geometría. El grupo fundam ental de la topología (grupo de las hom eo-
morfías) contiene, en efecto, como subgrupo, el grupo fundam ental de la
geometría proyectiva (con conservación de l a ' recta y las relaciones ño
armónicas) que contiene a su vez como subgrupo el de las afinidades (con
conservación de las p a ra le la s); y este último contiene como subgrupo el
grupo de las similitudes (con conservación de los ángulos) y, por últim o,
éste contiene como subgrupo el de los desplazamientos (con conservación
de las distancias). Sin embargo, este grupo fu n d am en tal de la geom etría
euclidiana se vincula — como acabamos de recordar— con las geom etrías
no euclidianas y, desde este conjunto, podemos rem ontam os al grupo de la
“métrica general” que se vincula de modo directo con el de la topología.
E l conjunto de los grupos operatorios constitutivos del. espacio form a así
u n círculo tal que se puede pasar de uno de los sistemas al otro, ya p o r
adjunción o supresión de uno de los invariantes característicos de los
subgrupos.
Por lo tanto, existe u n a interdependencia com pleta entre todas las
posibles transform aciones del espacio y esta interdependencia es la que
m anifiesta fuera del círculo las implicaciones entre operaciones previas a
toda construcción axiomática. A hora bien, este círculo constituye — lo
hemos visto— la form a más evolucionada de las sucesivas coordinaciones
alcanzadas po r el análisis genético, del cual es solidaria la axiom ática, pero
desde adentro y po r interm edio de los conceptos operatorios iniciales.

11. L a e p i s t e m o l o g í a g e o m é t r i c a d e F. G o n s e t h . L a exposición
anterior equivale a atribuir la form ación del espacio y de las operaciones
lógico-aritméticas a la coordinación progresiva de las acciones ejercidas p o r
el sujeto sobre los objetos. E n vez de proceder p o r construcción de con­
juntos discontinuos de objetos, fundados en los esquemas lógicos de seme­
janzas y diferencias (o en los esquemas num éricos que unen en u n solo
todo la.clase y la relación asim étrica), las operaciones espaciales encuen­
tra n su p unto de p artid a en la continuidad de las vecindades y las dife­
rencias de orden (y luego de 1a medición que reúne la partición y el.
em plazam iento), pero se reúne, tarde o tem prano, con las operaciones
formales generales que se aplican sim ultáneam ente a la discontinuidad
num érica o lógica y al continuo espacial. D e este modo, lo form al que se
encuentra en la base de las construcciones axiom áticas se desprende de
r. poco de las acciones y operaciones del sujeto y disocia el espacio geom é­
trico del espacio físico o experim ental superando la “intuición” con la que
se relaciona a través de todos los intermediarios.
Puede observarse el parentesco existente entre algunas de estas conclu­
siones y varias de las perspectivas desarrolladas desde hace más de veinte
años por F. G onseth. Antes de concluir, nos parece entonces indispensable
tem ar posición respecto d'e la filosofía geom étrica y la epistemología en su
totalidad de este m atem ático, y señalar sim ultáneam ente las convergencias
y puntos de bifurcación posibles. Esta discusión no sólo nos resultará útil
p a ra preparar la conclusión de este capítulo sino que nos introducirá al
mismo tiem po al estudio de -los problem as m ás amplios abordados en
el capítulo 3, es decir, al análisis del modo de existencia propio de las
conexiones m atem áticas.

E n efecto, la am bición de G onseth supera el m arco de la epistemología


geom étrica. Se tra ta de u n a teoría del conocimiento científico en general
que, como antes el positivismo clásico y luego el de M ach, etc., la gnoseo-
logía de F. Enriques y la epistemología genética que aquí defendemos, se
ubica exclusivamente en el terreno de las ciencias y su desarrollo sin recurrir
8, los previos marcos de las filosofías académ icas o las epistemologías m eta­
físicas: “concebir en prim er lugar las relaciones entre lo abstracto y lo
concreto siguiendo el ejem plo privilegiado de la.m atem ática y su aplicación,
extender luego esta concepción a todos los órdenes del pensam iento ” ,68
éste es el cam ino que se h a de seguir.
E n cuanto al m étodo, consiste én prim er lugar en descartar dos clases
de prejuicios: el de los hechos irreductibles, ya que los progresos del conoci­
m iento físico renuevan sin cesar nuestras percepciones del objeto (M . R .,
pág. 375) y .el de la verdad absoluta (pág. 376), ya que no hay criterio
alguno de lo. verdadero que no sea a su vez u n tem a que requiera ser
revisado: L a reestructuración de nuestras intuiciones más elementales por
1?, m icrofísica y la crisis de la verdad m atem ática abierta p o r Brouw er son
así dos “lecciones” que habían de orientar toda la epistemología, ponién­
donos sim ultáneam ente en guardia contra el realismo em pirista y el realismo
platónico. Los conocimientos iniciales siguen siendo esencialmente “so­
meros” y el-aum ento de los conocimientos consiste en un tránsito desde lo
más somero a lo menos somero: sólo existen conceptos “en transform ación”
y “abiertos hacia su porvenir” (M . R ., pág. 28). E sta posición inicial es
pues idéntica a la de L. Brunschvicg, por ejemplo (véase más adelante
el p u n to 12 y vol. I I , cap. V, punto 7 ), y a la que aquí defendemos. Sin
em bargo — situación curiosa— G onseth que recurre constantem ente a la
historia de las ciencias y a la psicología del niño, pretende al mismo tiempo
rom per con el m étodo histórico-crítico de Brunschvicg y el método p ro p ia­
m ente psicológico, y ello p o r dos motivos algo sorprendentes ya que parecen
contradecirse. El m étodo histórico-crítico es insuficiente porque “hay un
elem ento instantáneo que la historia prep ara y sostiene, pero no d eter­
m ina. . . Por lo tanto es m uy n atu ral preguntarse, antes de recurrir a la
historia, cómo se constituyen esos instantáneos cuya sucesión constituye
la historia. A hora bien, esto es justam ente lo que- no explica la historia”
(M . R ., pág. 4 7 ). Sin em bargo, si Gonseth se niega a ver en los “instan­
táneos” el producto del desarrollo histórico no piensa, p a ra explicarlos,
únicam ente en la psicología; en efecto: “Ella casi se ocupa únicam ente de
fenómenos de pensam iento más o menos instantáneos, de ideas simples y
breves. E vita las grandes construcciones m entales donde se inscribe todo un
pasado de fructuosos esfuerzos” (Ib id ., pág. 29). E l método de G onseth

88 Les mathématiques et la réalité, París, p u f , p á g s. 337-338, Designaremos


esta obra con la s le t r a s M. R.
consistirá entonces en p a rtir del análisis del saber intuitivo, es decir •—si lo
com prendem os bien— de los conocimientos elementales ni dem asiado ni
dem asiado poco “instantáneos” y buscar cómo se desprende a p a rtir de
ahí la abstracción científica.
Conviene distinguir desde el comienzo dos aspectos de la epistemología
de Gonseth, aspectos cuyo interés respectivo es, por otra parte, m uy dife­
rente: una investigación de los fundam entos de la m atem ática y el pensa­
m iento científico, y..un análisis del mecanismo del pensam iento espontáneo
o precientífico, es decir, de las fuentes intuitivas. Estas fuentes son caracte­
rizadas del siguiente m odo: “queremos llam ar a todo ese conjunto de
conocimientos fundam entales e imperfectos, todas esas perspectivas ad ecua­
das, pero sólo de modo aproxim ado, todas esas ideas inacabadas sobre las
que se ejerce nuestra actividad m ental los elementos del conocim iento
intutitivo” (M . R ., pág. 15). Sin em bargo, la im portancia de la episte­
mología geom étrica de G onseth justifica u n a discusión de sus ideas acerca
del desarrollo mental, ya que en este dom inio todas las sugerencias de un
m atem ático, sea cual fuere su grado de conocimiento psicológico, resultan
hcy preciosas, tanto más cuanto la filosofía m atem ática ha dado la espalda
e. lo concreto, bajo la doble influencia del realismo» platónico y el nom ina­
lismo lógico.
E n su prim era obra ,67 totalm ente consagrada al análisis del pensa­
m iento m atem ático y fisicomatemático (y que sin d uda alguna constituye
lo mejor que ha escrito), Gonseth ya habra form ulado su tesis central.
Por u n a p arte , la m atem ática procede de la experiencia: la dem ostración
de u n teorem a, como aquel según el cual se puede, por un punto, trazar
u n a y sólo u n a perpendicular a u n a recta, es “un a simple descripción apenas
idealizada de u n a experiencia físicamente realizable” (F. M ., pág. 4 ) . Ese
carácter experim ental de la geom etría elem ental en su conjunto “se hace
totalm ente evidente con la reflexión” (pág. 4 ). A un más “no hay dominio
de la m atem ática, por m ínim o que sea, donde la axiom ática pu ed a bastarse
a sí misma” (pág. 13). Pero inversam ente, la experiencia nun ca puede
interpretarse, y en el terreno de la m atem ática menos aú n que en cualquier
otro dominio, sin la referencia a un “esquem a” . “Por lo tanto, es imposible
probar experim entalm ente que el espacio es euclidiano” (pág. 103), ya que
“no se experim enta nunca sin alguna idea preconcebida, así como nuestro
cuerpo sólo puede moverse en función de las normas intuitivas inscriptas
en nuestros centros nerviosos” (pág. 104) ; estas normas consisten en parte
en el grupo experim ental de los desplazamientos descripto por H . Poincaré.
E n resumen, “hay, en la base de toda experim entación, un a tram a abstracta
sobre la que se construye u n a im agen sem ejante al m undo” , pero “hay, en
teda construcción abstracta, un residuo intuitivo imposible de elim inar”
(F. M .. pág. 105).
Así “la distinción entre lo abstracto y la experiencia sólo es u n a dife­
rencia de tendencias y no de esencia” (F .M .. pág. 107), y a tftue “nuestra

67 Les fondements des mathématiques. Gauthier-Villars, 1926. que designare,


mos con F. M.
intuición no es u n conjunto cristalizado de reglas inm utables” (pág. 109),
y la abstracción se desarrolla nivel po r nivel. ¿E n qué consiste esta evolu­
ción? “T o d a ciencia abstracta sólo puede fundarse en el m étodo axio­
m á tic o ... Por o tra parte, si uno se rem onta bastante atrás, los mismos
axiomas escapan al imperio de la lógica form al” (pág. 204). Por lo tanto,
debe buscarse la solución en el análisis del proceso de esquematización
que constituirá la fuente de la axiom atización como tal, pero a p a rtir de
“esquemas” ya presentes en la intuición.
Comienza aquí el análisis contenido en L a M atem ática y la Realidad.
L a observación nos pone en prim er lügar ante u n a serie de niveles sucesivos.
E n el punto de p artid a están los juicios intuitivos elementales, “esbozos aú n
en constante estado de devenir” (pág. 15) y cuyos “criterios de objetividad
son, en últim a instancia, la conveniencia de nuestros propios fines y el
éxito de nuestras acciones”, ya que “el pensam iento im ita la acción y la
acción realiza el pensam iento” (pág. 17), Luego viene la reflexión del
pensam iento sobre los conocimientos iniciales, que se convierten a su vez
en “objeto de conocim iento” (pág. 18) y a renglón seguido en u n a jerarq u ía
de juicios sin fin, pero que “se resuelven, po r una parte, en juicios intuitivos
acerca de la validez o la inexactitud sobre los que no puede existir duda
alguna” (pág. 23), dentro de los límites naturalm ente de la esfera de la
actividad propia de cada uno (pág. 19). Pero, ¿sobre qué se apoya este
desarrollo? N o sobre u n a realidad totalm ente d ad a afuera de nosotros, ya
que “la realidad tal como la percibimos es una construcción m ás o menos
-autónom a de nuestro espíritu, cuyos fines esenciales son la posible, acción”
(pág. 54). T am poco sobre estructuras ne vañelur del espíritu, puesto
que éste se halla en constante evolución, sino sobre “el proceso m ental”
mismo que las genera, en correlación con la “construcción de la realidad”
(pág. 53). A hora bien, este proceso m ental consiste en un a esquem atización
continua análoga, por ejemplo, a la que constituye la recta, como “im agen
somera, esquem ática y provisoria” (pág. 59) extraída de nuestra percepción
de las aristas de u n cristal (aristas cuyo exam en microscópico d aría un a
visión totalm ente diferente).
L a clave del desarrollo m ental debería pues buscarse en la esquernati-
zación. L a esquematización elem ental está constituida por las “form as
intuitivas” y veamos cómo G onseth explica la “form a intuitiva relativa a
la idea de espacio” . Supongamos un autóm ata que cuenta con u n ap arato
que. registra las posiciones luminosas, y un aparato m otor “regulado de
acuerdo con el ap arato visual” que posibilite el m ovim iento de la m ano
hasta la fuente luminosa. A ñadam os ahora la conciencia hu m an a: “tenemos
conciencia de la posición de la fuente lum inosa en el espacio. E l registro
visual, así como la práctica m uscular están ambos conectados con u n campo
de m om entos de conciencia. Se tra ta de u n a totalidad m ental a la que hay
que atribuir u n a existencia objetiva y cierta estructura” (pág. 6 3 ). “E n
otros térm inos. . . el espacio de nuestras representaciones es un a realidad
puram ente m ental: es algo así c.omo la huella sobre nuestra conciencia
actual del cam po virtual de los m om entos de conciencia” (pág. 6 3 ). Y la
“form a intuitiva” así construida no es sino el complejo de todos los m om entos
de conciencia actuales o virtuales relativos a la idea del espacio” (pág. 63).
Por otra parte, “el complejo de los m om entos de conciencia vinculado al
fenómeno color, abordado en su totalidad, tam bién se llam ará form a
intuitiva relativa al color” (pág. 64). E n resumen, las formas intuitivas
pueden com pararse con “representaciones parciales y esquemáticas de una
realidad que, por otra, parte, no se presenta de otro modo. Proveen los p ri­
meros elementos p a ra la construcción de toda realidad” (pág. 6 5 ).
Después de lo cual, “la introducción de los m arcos de referencia m arca
el pasaje de lo intuitivo a lo experim ental” (pág. 6 7 ), y las variaciones
externas pueden entonces concordar con las variaciones del organismo
perceptual, a condición de que el organismo sepa “situar el estado actual
de este órgano respecto de la totalidad de sus estados virtuales’* (pág. 70).
El “proceso de esquematización” puesto así en m arch a perm ite entonces
la conquista de lo r e a l: “Lo concreto nun ca está d ado de por sí. . . Lo real
sólo se deja ceñir con la ayuda de lo ideal y lo esquem ático” (pág. 72).
L a m ás im portante de estas esquematizaciones es la que genera la geom etría
elem ental: “Por ello, llamaremos «esquematización axiom ática» al proceso
m ental cuya culm inación la constituyen las ideas geométricas. A xiom ática
porque las prim eras relaciones que se perciben en tré los elementos de este
esquema son los axiomas de la geom etría” (pág. 77). Después de lo cual
“la introducción de las relaciones lógicas no es sino un a nueva esquematiza-
cíón axiom ática” (pág. 82). D e este modo, las concepciones del punto,
la. recta, etc., nacidas de la intuición “sólo adquieren su aspecto racional
por la axiom atización, es" decir por el acto m ental que culm ina en la
creación del esquema abstracto'' (pág. 8 8 ). D e m odo general, “la idea
del orden racional y el método deductivo sólo pueden ser vínculos ideales
que im itan de m odo esquemático algunos vínculos concretos, algunas leyes
profundas ele lo real” (pág. 120 ).
G onseth explica por el mismo “proceso m en tal” la idea de núm ero
entero y las leyes de la lógica. El núm ero supone la repartición de los
objetos “en clases y subclases” (pág. 123) y “cierto orden de sucesión,
donde cada objeto sólo interviene u n a vez” (pág. 124), como perm ite
afirm arlo la observación del niño. G onseth nos dice que como tal “el
núm ero puede com pararse con cualquier otra cualidad sensible, como lo
grande, lo am arillo o lo pesado. U n grupo de objetos tiene la cualidad tres,
por ejemplo, como uno de ellos tiene quizá la cualidad rojo o la propiedad
de ser transparente. En una palab ra: el núm ero, en su significación
prim itiva y en su papel intuitivo, ’es una cualidad física de los grupos de
objetos” (pág. 127). E n cuanto a la lógica, es “la física del objeto cual­
quiera” (pág. 155). U n estudio subsecuente de G onseth 68 precisó que no
sólo era así sino que además implica un papel normativo, etc. Pero
se apoya en su origen en el objeto, es “un abstraído esquem atizante”
(pág. 161), es decir, u n a “form a p rim aria” (pág. 169) del conocimiento,
pero construida y no impuesta de-m od o definitivo (como lo p ru eb a la
m icrofísica). A dm itido esto, las relaciones lógicas elementales son las de

08 Qu’est-ce que la logique? París, Hermann.


los objetos entre s í: no expresan “la necesidad abstracta de u n a lógica d ad a
y form ada de antem ano, sino las necesidades tales como las presenta el
m u n d o de los objetos físicos, y tales como sé presentan en la idea general
de ley natural” (pág. 170). Sin em bargo, adem ás de las “formas m a te ­
m áticas del objeto, el núm ero y el espacio” (pág. 175), las formas intuitivas
relativas a las cualidades del objeto conducen a una lógica del objeto
cu alitativo: la lógica de las clases de Aristóteles, que se “h a presentado
com o una teoría abstracta del ser y las esencias cuando en realidad se
tra ta b a de u n esbozo esquemático de u n a teoría de este tipo” (pág. 190).
E n suma, la existencia m atem ática p lan tea “el siguiente dilem a: o bien
la justificación de las ideas prim eras y sus relaciones es proporcionada p o r su
génesis y su evolución; o bien la m atem ática está condenada a fu n d ar
su autonom ía sobre lo abstracto” , pero “si se descarta sistem áticam ente el
problem a de la ad ecuación. . .en el m om ento en que ella se plantea n a tu ­
ralm ente, es decir, en el curso de la introducción de las ideas fundam entales,
las dificultades descartadas — pero no resueltas— vuelven a aparecer bájo
o tra fo rm a: la cuestión de las relaciones exteriores que se h a dejado sin
respuesta deja sim plem ente lugar a u n a cuestión de política in te rn a”
(Pág. 361).

Hemos insistido en conceder u n lugar extenso a la exposición d e esVa


epistemología m atem ática, porque el p u n to de vista genético al que recurre
G onseth p a ra explicar la adecuación del espacio y el núm ero a la realidad
física converge en principio con el que aquí defendemos. Por lo tanto,
tiene cierta im portancia in te n ta r determ inar si la teoría de la esquematiza-
ción propuesta basta p a ra cum plir, con el p rogram a trazado, enfpartic.ular,
en lo que se refiere a la form ación del espacio.
En este sentido, conviene abordar separadam ente las reflexiones que
se refieren al fundam ento de la m atem ática en general y las perspectivas de
G onseth acerca del proceso genético mismo. E n el prim er terreno, no
podem os dejar de estar de acuerdo con el m odo, a la vez sutil y vigoroso,
con el que retom ó y desarrolló las tesis de Poincaré y Brunschvicg acerca
de la naturaleza psicológica de las ideas científicas iniciales en oposición, a
la vez, con el realismo platónico o el form alism o lógico y con el empirismo.
Las ideas esenciales según las cuales la abstracción y lo concreto siempre son
interdependientes, como lo son el esquem atism o y lo real correspondiente,
no pudiendo aislarse ninguno de estos dos térm inos en ningún nivel de
desarrollo, y según las cuales la axiom ática m ás depurada no es nunca
sino el resultado de un proceso reflexivo que prolonga el esquematismo
m ental mismo, h a renovado de modo sorprendente la gran tradición psico-
genética respecto de la eterna cuestión acerca del fundam ento d e la
m atem ática.
Con ello señalamos hasta qué p unto concordamos totalm ente con
G onseth en cuanto a su posición del problem a y al pensam iento esencial­
m ente genético, crítico y antim etafísieo que anim a su epistemología. Sin
embargo, ¿puede considerarse que el problem a del origen “intuitivo” queda
resuelto por la concepción particu lar de la esquematización y las “form n1-
intuitivas” defendidas por este m atem ático? Este p u n to delicado nos p ro ­
duce cierta incom odidad ya que, después de todo, 110 es la culpa de F.
G onseth si en 1926 y 1936 — fecha de la aparición de sus dos principales
cbras— la psicología del niño, a la que recurre ta n a menudo,, no podía
proporcionarle lo que de ella esperaba en cuanto al desarrollo del espacio,
el tiempo, el núm ero y, en particular, las operaciones lógicas. R esulta así
interesante observar las fluctuaciones de su pensam iento en cuanto al aporte
de la psicología a la epistemología. En 1926 (P . M ., pág. 105) observa,
respecto de las relaciones entre lo intuitivo y lo abstracto que “estas cues­
tiones, cuyas raíces se hunden p o r una parte en la psicología son extrem a­
dam ente com plejas” . E n 1936, decepcionado sin d u d a por la falta de
indicaciones precisas de la psicología experim ental, form ula los desilusio­
nados propósitos m encionados m ás atrás (M . R . , pág. 2 9 ), como si las
investigaciones genéticas evitasen las “grandes construcciones m entales” .
E n cam bio, en 1944, tranquilizado por la obtención de algunos resultados,
otorga al psicólogo el siguiente codificado que resulta de m ucho valor por
provenir de un especialista en axiom ática: “C ierta concordancia de te n ­
dencias, cierto paralelism o de perspectivas entre el genético y el filosofe
del conocimiento se convierte así — situación quizás im prevista— en una
condición sine qua non de la legitim idad de la sistem ática de.este últim o:
la genética se convierte entonces en el juez d e la au tenticidad de la filo­
sofía ” .89
P or lo .tanto, no deberíam os insistir sobre la psicología de p artid a de
F. G onseth, tanto más en la m edida en que se ha m odificado claram ente
su punto de vista inicial y que no se le puede pedir a u n m atem ático que
sea al mismo tiem po un psicólogo experim ental (por o tra parte, todos
sabemos cuán verdadera es la rec íp ro c a). Sin em bargo, p o r m ás amicus
Gonseth, magis am ica veritas, se plantea u n problem a de principio en
cuanto a los m étodos y el porvenir mismo de 1a. epistemología científica.
Y este problem a es el siguiente. U na.vez fu era del m arco de la deduc­
ción m atem ática y lógica, ¿puede realizarse el análisis del pensam iento
intuitivo, la percepción, la m otricidad y todo lo que condiciona el “proceso
m ental” que conduce a lo abstracto, por lo tan to a la “esquematización
m ism a”, de otro m odo que m ediante los m étodos precisos de la neurología
y la psicología genética, sin hab lar de la sociología etnográfica y la historia?
Si es así, volvemos a caer inevitablem ente en la p u ra discusión de con­
cepciones o en el simple análisis reflexivo, y la epistemología científica
— que pretendía cuidarse de la filosofía académ ica— se convierte ni m ás
ni menos que en u n a filosofía m ás (tememos que G onseth se desliza sobre
esta pendiente apenas bautiza su sistema personal, ya que aunque el
“idoneísmo” fuera la ausencia de todo sistema, el...solo hecho de m encio­
narlo despierta la sospecha de que sea lo co n trario ). Si no, hay que
dirigirse exclusivamente al estudio de los hechos y no a la construcción

tl!) F. Gonseth: “Psychologie et logistique (a propos de l’ouvrage récent de


J. Piaget: classes, relations et nombres)”, Archives 'de Psychologie. Ginebra, t. xxx.
1944, pág. 199.
conceptual, por más concreta e inteligente que sea. A hora bien, es muy
claro que este estudio experim ental, que la psicología genética convierte en
su especialidad, no sólo a p u n ta al análisis de las “grandes construcciones
m entales” que constituyen el desarrollo individual y colectivo del pensa­
m iento, sino adem ás y sobre todo ab a rca tanto lo “instantáneo” como el
desarrollo. Por otra parte, ¿ no se tra ta acaso de u n a actitud algo precrítica
el querer aislar lo instantáneo? y ¿u n “proceso m en tal” es verdaderam ente
una sucesión de estados “instantáneos” ? Si con ello quiere decirse estados
de equilibrio, el objeto de la psicología genética consiste precisam ente en
darnos u n a descripción de la constitución progresiva. Si simplemente se
hace alusión a u n estado cualquiera, la victoria del análisis m oderno sobre
los argum entos de Zenón encuentra u n parelelo en el campo de la psicología.
D icho esto, una prim era com probación se im pone respecto .de la
reconstrucción “esquem ática” del desarrollo m en tal que nos ofrece G onseth:
de hecho, ys, está todo presente desde el comienzo y el m odo de construc-
cien al que recurre es más una explicación g rad u al de. lo que im plícita­
m ente está contenido en lo elem ental que u n a construcción real. E n efecto,
¿qué es la “form a intuitiva” presente en el origen de todo proceso de
esquem atización? Es “la huella en nuestra conciencia actual del campo
virtual de los diversos m om entos de conciencia” (M . R ., pág. 6 3 ), campo
que com prende “la totalidad de sus estados virtuales” (pág. 7 0 ). Sin
em bargo, ¡ quien concibe a u n ser suficientem ente bien dotado como p ara
tem ar cuenta de todo el cam po p erceptual v irtu al en cada un a de sus p er­
cepciones está, de antem ano, en estado de resolver el conjunto de los
problem as de la deducción y la axiom atización! No por ello deja la fórm ula
de presentar interés, ya que es evidente que esta intervención de lo virtual
m arca el pasaje de la percepción pura, a la actividad inteligente (sensorio-
m otriz o reflexiva) ; pero este pasaje, en vez de ser instantáneo, ta rd a cierta
cantidad de años, ya que psicológicam ente se tra ta de conquistar poco a
poco el control de lo virtual. En el terreno de la percepción visual, p o r
ejemplo, es fácil m ostrar que los niños de 5-7 años sólo perciben en grado
m ínim o en función de lo virtual, puesto que a veces ven (no juzgan p o r
razonam ientos, sino que ven en el sentido estrictam ente perceptual del té r­
m ino) tres objetos separados entre sí p o r ciertas distancias como si m a n tu ­
vieran sim ultáneam ente las relaciones A = B, B = C y A > C ; estando B
situado entre A y C perciben la igualdad A = B, así como la igualdad
B = G, pero cuando com paran directam ente A con C perciben la relación
A > C sin preocuparse por los desplazam ientos virtuales del medio té r­
m ino B. E n cuanto a la coordinación entre las localizaciones visuales y
la m otricidad aceptada por G onseth — po r o tra p arte con la m ism a gene­
rosidad que Poincaré— , resulta claro que su significación epistemológica
depende esencialm ente de cómo se la elabora: según que se la conciba
como in n ata (y en este caso se tra ta ría tam bién de saber si es el resultado
de u n a m utación fortuita, p o r influencia del m edio, etc..), como ad q u irid a
únicam ente en función de la experiencia, o como resultado de u n a interac­
ción de elementos innatos y adquiridos se culm in ará en u n a idea totalm ente
diferente del esquematismo espacial. P or lo tan to , no basta recurrir a esta
coordinación como hecho com probable p ara extraer de ahí un a teoría de
la esquematización, sino que se .trata de determ inar su mecanismo genético.
A hora bien, todo parece indicar — en nuestro estado actual de conoci­
mientos— que el aspecto sensorial desem peña en estas coordinaciones
esencialm ente un papel de señalización y, en cambio, el aspecto m otor sería
d eterm in a n te: el pasaje de lo m otor a la operación constituye entonces el
verdadero problem a de la constitución de la intuición del- espacio y no
puede resolverse tu e ra de un análisis psicogenético que describa con pre­
cisión las etapas reales de este desarrollo.
H enos aquí a n te la cuestión central de la epistemología geom étrica
de G onseth: ¿cuál es la significación de la idea d e “esquema” ? Fiel a su
m étodo de aproxim aciones sucesivas, G onseth tiene cuidado en no encerrarse
en u n a definición, y si le preguntáram os por qué no h a circunscripto de
m odo lim itativo el empleo de este concepto, sin d u d a nos respondería que
pretende respetar el imprevisible porvenir del esquematismo y no caer en
u n a construcción conceptual. N os.ubicarem os exclusivamente en el terreno
del desarrollo y solicitaremos u n a elección, o u n a conciliación, entre las dos
posibles significaciones —genética y epistemológica— m uy diferentes de
este- térm ino esencial, que casi aparece en todas las páginas de la obra
de G onseth: en efecto, o el “esquem atism o” es u n “esquema” , en el sen­
tido de u n a estructura inherente a la actividad sensoriomotriz o intelectual
del sujeto, o es u n a imagen esquem atizada de un objeto, de un conjunto de
de objetos de un sector cualquiera de la realidad, o bien es am bas cosas
al mismo tiem po. Sin embargo, si es uno o b ien la otra, no se puede
pasar de u n sentido del uno al sentido de la otra, y si es uno y la otra, se
tra ta de com prender por qué reúne estos dos sentidos y, en consecuencia,
hay que analizar la relación entre los factores que interfieren en su elabo­
ración. .
Por nuestra p a r t e 70 llam am os “esquem a” de acción u operación al
producto de la reproducción activa de las acciones de todo tipo, desde
la conducta sensoriomotriz hasta la operación interiorizada, y se trate de
acciones simples (p o r ejemplo, el esquem a de prensión) o bien de coordina­
ciones entre acciones (por ejemplo, el esquem a de la reunión o la seriación).
D efinido de este m odo en función de la áctividad del sujeto, el papel del
“esquema” consiste esencialmente en asegurar la incorporación o la asim ila­
ción de nuevos objetos a la acción m ism a; y esta acción, por su repetición
en condiciones renovadas y generalizadas, adquiere por este hecho mismo
un carácter esquemático. El esquema, que necesariam ente se aplica a un a
m ateria dada, es adem ás susceptible de acom odación y sus sucesivas acomo­
daciones producen efectivamente conocimientos “ someros”, sujetos a cons­
tantes revisiones — como dice en efecto Gonseth— . Este esquematismo
asim ilador puede explicar entonces todo aquello que Gonseth atribuye a los
“esquemas” , pero a condición de precisar que la acomodación de todo
“esquema” a una realidad exterior se apoya en u n a previa asim ilación..

70 Véase La naissance de l’intelligence ches l’enfant. Delachaux et Niestlé.


Véase nota 32.
A hora bien, si en- el esquema se distinguen estos dos polos :—de asimi­
lación y acom odación, uno fuente de coordinaciones y el otro d e .aplicación
a los datos de la experiencia— , nos encontram os, no solamente a n te ,u n
único tipo de abstracción sino ante dos clases m uy distintas de abstracciones,,
y pensam os que ellas sch las que precisám ente distinguen todo aquello que
opone el “esquem a” (en el sentido de la im agen-tram a de u n a realidad
perceptible) al “esquem a” com o ..expresión de la actividad del sujeto.
Tenernos, en. prim er lugar, la abstracción a p a rtir del objeto que consiste
en extraer, a p a rtir de él, caracteres m ás o m enos generales (el color, etc.)
que proporcionar; la m ateria de ese conocim iento sumario y esquemático
resultante de la acom odación rflás o menos profunda de los esquemas de
asimilación. Sin em bargo hay, en segundo lugar, una abstracción a partir
de la actividad del sujeto: este segundo, tipo de abstracción consiste, en la
disociación entre aspectos particulares de la acción considerada y ciertos
m ecanism os de coordinación generales (por ejemplo, reunir dos acciones
en u n a sola, invertir las acciones, etc.) y la construcción de nuevos esquemas
a través de los elementos asi extraídos (es d ecir diferenciados) de las
acciones com o tales.
Vemos de en tra d a la im portancia que adquiere esta distinción respecto
de la construcción del espacio, ya que las dificultades propias de la episte­
mología de G onseth son sin duda alguna el resultado de su constante
tránsito de u n sentido al otro, cuando se tra ta en realidad de explicar
los “esquemas” lógicos, num éricos 6 específicamente espaciales. C uando
G onseth nos dice por ejemplo que la lógica elem ental es, entre otras cosas,
una “física del objeto cualquiera”, ¿no se debe acaso precisar antes que
J a coordinación de las acciones es la que posibilita la constitución de esta
física, dicho de otro modo, que constituye m ás bien u n a “acción sobre el
objeto cualquiera” ? A hora bien, la difciencia es apreciable ya que, si bien
se construye el concepto de objeto — como sostiene Gonseth— y no está
dado de e n tra d a en su totalidad, es claro que las coordinaciones entre las
acciones que intervienen en esta construcción constituyen' p ara la lógica un
p unto de p artid a anterior a las com binaciones de las relaciones entre
los objetos, es decir, a los resultados de esta construcción misma. El objeto
es u n “abstraído esquem atizado” antes de ser “esquem atizante” , y se hace
necesario recu rrir en prim er lugar a la coordinación de las acciones que han
esquem atizado lo real en objetos (lo cual vuelve a llevarnos a las dificul­
tades señaladas más atrás respecto de la génesis de las “form as intuitivas” ) .
H ay algo más. Gonseth establece esa asimilación p arad o jal del nú­
m ero intuitivo a u n a “cualidád física” —como el color, el peso o la trans­
parencia-—■ porque no puede distinguir la abstracción del objeto y la
abstracción de la acción. C abe pensar que esta sorprendente opinión es el
índice de que el sistema de G onseth, proveniente de u na idea del “esquema”
sem ejante al “esquem a” de acción pero sin señalar suficientem ente el
aspecto activo y operatorio de todo esquem a (en todos los niveles de la evo­
lució n ), se h a deslizado en dirección del esquem a concebido como imagen
sim plificada o como tram a de la realidad exterior. A hora bien, si la psico­
logía puede prestar u n m ínim o servicio a los matemáticos, es cuando les
dem uestra que la acción de reunir “en clases y en subclases” , así rom o
la acción de seriar —acciones a las que G onseth recurre p ara explicar la
construcción del núm ero— tienen un carácter muy diferente de la percep­
ción de un color o un peso: son esencialmente motrices, en oposición a las
imágenes cualitativas susceptibles de servirles como señales o símbolos, y
no extraen el núm ero a p a rtir del objeto, a sem ejanza de cómo la visión
o el acto de levantar pesos extraen del objeto el color y el peso, sino que le
im ponen u n esquema de enum eración que, u n a vez convertido en móvil y
reversible, genera las operaciones axiomatizables.
E n cuanto a lo que sucede entonces con el espacio operatorio mismo,
es claro que lo esencial de la oposición entre, por u n a parte, el realismo
físico y, por la otra, la actividad deductiva volverá a encontrarse en el
interior del concepto de “esquem a” puesto que el esquema geométrico,
así como los esquemas num éricos y lógicos, puede considerarse alternativa­
m ente como una im agen “sum aria” abstraída de los objetos y como un
esquema de operaciones, elementales o axiom atizadas, extraída de la coordi­
nación de las acciones ejercidas sobre estos objetos. E l gran servicio pres­
tado por la epistemología geom étrica de G onseth consiste en haber atenuado
la virulencia de este conflicto entre el em pirismo y el formalismo en el
p unto mismo donde parecía constituirse como un obstáculo a toda concilia­
ción posible, es decir, en el terreno de las estructuras superiores del pensa­
m iento geométrico. Sin em bargo, solamente se h a desplazado el problem a
y se lo encuentra nuevam ente en el dominio del pensam iento “intuitivo”, es
decir, de todo el desarrollo intelectual anterior a la etapa final de axio-
matización.
E n resumen, cabe p ensar que subsisten, en la epistemología de Gonseth,
dos dificultades. La p rim era es que, por carecer de u n a posición genética
suficientem ente clara, el “esquematism o” sigue siendo dem asiado estático
y d eja pasar de lado aquello que constituye lo esencial del funcionam iento
de los esquemas sensoriomotores e intelectuales: la transform ación de la
acción en operaciones m ediante el juego de las coordinaciones reversibles.
De donde surge, en segundo lugar, la asimilación u n poco rápida de lo
lógico y lo m atem ático a lo físico, m ientras que el p u n to de vista operatorio
conduce a la distinción de dos planos diferentes en las acciones que el
sujeto ejerce sobre lo real: las coordinaciones como tales, que generan
la lógica y la m atem ática y las acciones particulares, diferenciadas según
los diversos campos cualitativos del objeto y que constituyen el p u n to de
partid a de los conocimientos físicos. A hora bien, la m ejor prueba de que
uno no puede escapar a esta distinción es que el mismo Gonseth se ve
obligado a reconocer u n a dualidad entre las “formas m atem áticas” y
las cualidades físicas (M . R ., págs. 175-176) y, en particular, entre la
“analogía” principio de deducción y la causalidad (pág. 306). “La condi­
ción p a ra que nuestra intervención sobre el m undo n atu ral sea eficaz
radica en que las reglas intrínsecas del entendim iento h an de tener como
significación externa la de las leyes naturales” (pág. 307) : el reconoci­
m iento de este dualismo m uestra suficientemente la necesidad de asegurar
su explicación a partir ya de los procesos form adores del esquema de
acción. E n total acuerdo con la epistemología de Gonseth, en la m edida
en que vincula la form ación de las axiom áticas con las leyes del desarrollo
m ental en su totalidad, pensam os que encontram os u n a explicación de este
desarrollo, m ás adecuada al objetivo perseguido, en la teoría de los esquemas
de acción y el pasaje de la acción a la operación. A hora bien, esta posición
del problem a puede conducir a una total inversión de las relaciones o rd in a­
riam ente establecidas entre la geom etría y lo real: en la m edida en que
las coordinaciones elem entales recurren a mecanismos propiam ente heredi­
tarios (y Gonseth no niega en absoluto su eventu alid ad ), el vínculo entre
las operaciones lógico-m atem áticas y el m undo externo puede asegurarse,
en prim er lugar, des(de adentro por interm edio de la organización viva
que se halla, a p a rtir de sus formas m ás elementales, en interacción con la
realidad física, sin que sea necesario asim ilar la experiencia lógica v m ate­
m ática a la experiencia física del individuo. E sta conexión interior entre
el espíritu y el universo que se establece a través de los mecanismos mas
fundam entales de la morfogénesis vital, es la única que sin d uda alguna
da cuenta de las posibles anticipaciones del conocim iento lógico-m atem ático
respecto del conocimiento físico, y estas anticipaciones seguirían siendo
inexplicables si los “esquem as” m atem áticos se construyeran sim plem ente
a posteriori, en función del contacto actual y exterior de la acción con los
seres materiales.

12. C o n c l u s ió n : el e s p a c io , el núm ero y la e x p e r ie n c ia : la

L. B r u n s c h v i c g . Como recordábam os al comienzo de


in t e r p r e t a c ió n de

este capítulo, nada parece m ás diferente del senddo com ún que el espacio y
los seres logicoaritméticos, puesto que este sentido com ún localiza el espacio
entre los objetos y las clases o porque los núm eros parecen expresar única­
m ente colecciones de objetos artificialm ente construidas. Q ue el espacio
se vincule con el objeto y que las operaciones lógico-aritm éticas se apliquen
a lós conjuntos de objetos, es un fenómeno que nos confirm a el análisis
genético. Sin em bargo, la gran ilusión del sentido com ún radica en creer
que uno se instala en el objeto o que se capta el objeto p o r vías más
directas que la construcción de las reuniones de objetos. A hora bien, gené­
ticam ente, la idea general de objeto se elabora exactam ente del mismo
m odo que las colecciones de objetos y esta construcción no es ni m ás fácil
ni anterior en un caso que en el otro. El lactante no cuenta con la concep­
ción de la perm anencia de los objetos como tam poco tiene la de la conser­
vación de las totalidades de elementos perceptualm ente com probadas, y las
etapas de estructuración del objeto espacial com plejo son exactam ente
las mismas que las de la estructuración de las operaciones lógicas y el
núm ero.

Al nivel perceptual, no hay espacio único, así como tam poco las colec­
ciones discontinuas, percibidas como pluralidades m ás o menos ricas, cons­
tituyen clases lógicas o núm eros. Al nivel sensoriomotor, los desplazamientos
unidos a las percepciones perm iten ciertas coordinaciones que se organizan
en un espacio próxim o, con conservación práctica del objeto pero sin
espacio representativo que vaya más allá de los límites de la acción:
asimismo, los esquemas sensoriomotores constituyen el equivalente práctico
de los conceptos lógicos, con un esbozo de cuantificación (repeticiones ac u ­
m ulativas, etc., cuyos ritmos permiten algunas estimaciones cuantitativas
en la acción), pero también sin representación alguna. Al nivel del pensa­
m iento intuitivo preoperatorio, se constituyen imágenes espaciales estáticas
y la imaginación de algunas acciones relativas a las posibles transforma­
ciones de los objetos, pero sin conservación ni reversibilidad algunas: desde
el punto de vista de la lógica y el número, aparecen también intuiciones
preconceptuales y prenuméricas, pero sin conservación de los conjuntos ni
posible inversión de las configuraciones. Al nivel de las operaciones con­
cretas, las primeras operaciones transitivas y reversibles se organizan en el
dominio del espacio, en form a totalmente isomorfa a las primeras opera­
ciones lógico-aritméticas. Por último, al nivel de las operaciones formales
u n a lógica formal e hipotético-deductiva abarca simultáneamente las trans­
formaciones espaciales y numéricas.

Este estrecho paralelismo genético conduce a una interpretación muy


simple: el espacio es el sistema de las transformaciones interiores al objeto,
si por objeto se entiende una totalidad única considerada en función de la
vecindad de sus elementos; en cambio, la lógica y el número constituyen
el ' sistema de las transformaciones que se aplican a las colecciones de
objetos (a las relaciones entre objetos), considerados estos objetos como
constantes y caracterizados por sus semejanzas o sus diferencias .indepen­
dientemente de sus vecindades. Resulta así que desde la acción elemental
y desde el punto de vista del número, algunas piedritas son unidades
“distintas”, es decir independientes entre sí e invariantes, y las operaciones
aritméticas las reúnen y ordenan a la vez (o la clase simplemente las reúne
y las relaciones asimétricas las serian ); por. el contrario, desde el punto
de vista del espacio las mismas piedritas son los elementos de un objeto
único, elementos relacionados por relaciones interiores a la figura que
forman en su totalidad: vecindad, separación, etc.; o distancia, posición
en función de ejes de referencia, etc.: o también perspectiva, etc. Si las
piedritas se desplazan, su cantidad sigue siendo la _misma, pero el objeto
total que form an o “figura”, y sus transformaciones constituyen" las rela­
ciones espaciales como tales. A partir de entonces, si el número aparece
como el producto de las operaciones lógico-aritméticas, es decir de las
operaciones que se refieren a las semejanzas (clases), o .a las diferencias
(relaciones asimétricas), o bien a ambas simultáneamente (clase y rela-“
ciones asimétricas fusionadas en sistemas de unidades num éricas), el espacio
debe también concebirse genéticamente como el resultado de las opera­
ciones infralógicas que sé aplican a las transformaciones del objeto. Sin
embargo, estos dos sistemas de operaciones, aunque distintos y aunque sé
traduzcan finalmente en un- sistema único de proposiciones axiomatizables,
son constantemente isomorfos: la partición del continuo y la reunión de los
envolvimientos topológicos corresponde al encaje de las clases lógicas; las
operaciones de orden (emplazamiento y desplazamiento) corresponden a
las operaciones de seriación lógica' y la medición, síntesis de las dos prece­
dentes, se construye paralelam ente al núm ero mismo, síntesis de las ag ru p a­
ciones de clases y relaciones, asimétricas.
Ahora bien, presenta un gran interés comprobar que este estrecho
parentesco genético concuerda totalmente con el paralelismo de los con­
ceptos matemáticos. El número entero, por un lado,, y el continuo espacial,
por -el. otro, constituyen los dos polos del pensamiento matemático, polos
entre los cuales una serie de intercambios crecientes tejen una serie inextri­
cable de simetrías y reciprocidades. El número proporcionó al espacio el
detalle de su métrica, pero el espacio le ha pagado con el número irracional,
destinado a construir numéricamente Un continuo que corresponda al
continuo espacial. El cálculo infinitesimal se inspiró en las transformaciones
espaciales poco después de que la geom etría analítica h u b iera recibido del
álgebra el medio de transformar las curvas en ecuaciones. El dominio
del número prestó a la topología el uso de la teoría de los conjuntos, y la
topohSgía respondió con u n a prom esa de topologización de la teoría de las
funciones. En cuanto a los fundamentos de la matemática, hay una escuela
—de Kronecker a Brouwer y a Weyl— cuyo ideal se concentra en la aritme-
tización de la m atem ática; en cambio, otros autores consideran el continuo
espacial como fuente de todos los progresos. En resumen, el continuo y
el número entero aparecen como dos realidades independientes, pero cuyas
relaciones culminan en una íntim a interacción.
Por lo tanto, desde el punto de vista de la embriología de los conoci­
mientos y desde el punto de vista de su estado de culminación provisoria
en el período de la historia de las ciencias que hoy vivimos, nos hallamos
ante un dato fundamental que se constituye como testimonio de la unidad
del pensamiento matemático en su doble conquista del objeto y las colec­
ciones posibles de objetos, y de la propiedad esencialmente operatoria y
asimiladora del espacio y el número. El paralelismo entre estas dos clases
de esquemas operatorios es‘ tal que puede facilitar l a discusión final que
debemos ahora abordar en cuanto a la situación del espacio en las interac­
ciones entre el sujeto y los objetos, en otros términos, en las interacciones
entre la construcción activa o deductiva y la experiencia.

Respecto de este punto, podemos partir de las conclusiones de L.


Brunschvicg presentadas en su célebre análisis acerca de. las “raíces de la
verdad geométrica” .71 Hásta aquí nos hemos referido muy poco a la posi­
ción que ha tomado este filósofo cuya penetración genética e histórico-
crítica sólo se iguala con su penetración matemática. Sin embargo, fue así
porque nos sentíamos demasiado cerca de sus tesis como p a ra examinarlas
desde afu era: el papel fundam ental que nuestro maestro- Brunschvicg
atribuye, en la génesis del espacio, a las operaciones concretas —como la
práctica del dibujo, que genera la concepción de contorno del objeto y
las figuras en general, el enfoque que determina la línea recta, las rota­
ciones y traslaciones, etc.— desempeña, u n papel importante en la investi­

71 L. Brunschvicg: Les étapes de la philosophie mathématiqm, cap. xxu.


gación sistemática que hemos intentado llevar a cabo respecto del desarrollo
de las representaciones espaciales en el niño, y sus opiniones acerca de
este p unto han mostrado ser m uy concordantes con los resultados de la
experiencia. “Es claro que no hay otra percepción efectiva del espacio
que la de los cuerpos que lo llenan”, sostiene en prim er lu g ar Brunschvicg
(pág. 498), de donde- surge el papel decisivo de la acción: “N uestra acción
tiende u n a red de objetividad bajo los estados de conciencia” (pág. 499).
La acción constituye así u n a “ red de sensaciones” respecto del movimiento,
“y esta red, precisam ente porque es el objetivo logrado, en, oposición a los
medios que pone en funcionam iento y a los movimientos voluntarios que
se h an realizado, es el objeto” (pág. 500). ¿E n qué consisten entonces
estas acciones, form adoras del espacio? En prim er lugar, se trata del dibujo
que fija “la indeform abilidad del contorno” (pág. 501) : “por más p ara­
dójico que este enunciado pueda parecer no es a través de la contem plación
del objeto que se ha podido plan tear como regla de verdad la mrnutaui-
lidad del contorno, sino a través de la acción ejercida p ara reconstituir arti­
ficialm ente su aspecto” (pág. 502). Luego, se trata del enfoque que genera
el alineam iento rectilíneo (págs. 503-4), Y en p articu lar se tra ta del despla­
zamiento — si como decía M ontesquieu, antes de que se trazasen los círculos
los radios fueran iguales, es sim plem ente porque “la igualdad de los radios,
inherentes al movimiento de rotación de la recta generadora, es constitutiva
del círculo” (pág. 505). Asimismo las paralelas se generan por la traslación
de u n a varilla recta en el eje de su longitud (pág. 5 0 6 ), etc. “Vemos ahora
a través de qué gradaciones ei espíritu posibilita la constitución de la
experiencia aritm ético-geom étrica que ha convertido a la ciencia de la m e­
dición espacial en la base de u n a ciencia universal” (pág. 5 07).
Sin embargo, ¿en qué consiste esta “experiencia” ? “L a sugestión de
la experiencia es necesaria p a ra la constitución del espacio; pero la expe­
riencia no es suficiente p ara aportarnos de por sí u n espacio constituido” .
Ya que “lo que vemos está en el espacio; pero no vemos el espacio. El
lugar de toda intuición no es en absoluto objeto de u n a intuición.
El espacio encuentra su raíz en la experiencia; y su culm inación en la
razón” (pág. 514). El espacio es entonces el “producto de la colaboración
entre el espíritu y las cosas” (pág. 520), pero se tra ta de u n a colaboración
en la que “no hay que concebir a los colaboradores fuera de la obra de la
colaboración” (pág, 521).

Sin embargo, estas fórm ulas, a las que no podemos d ejar de adherir
en su totalidad, son consideradas finalm ente por L. Brunschvicg en el
sentido de una asimilación com pleta de la experiencia geom étrica a la
experiencia física. Nos parece que se trata de concentrar la discusión
en este punto y preguntarnos si el papel de la acción y la experiencia
necesariam ente genera esa consecuencia realista de aquello que se h a deno­
minado frecuentem ente el idealismo brurischvicgiano.
E n el capítulo 1 tuvimos que adm itir que las estructuras lógicas y
num éricas no se abstraían del objeto del mismo modo que las relaciones
físicas, sino que eran el resultado de la coordinación de las acciones del
sujeto ejercidas sobre las colecciones de objetos. E n efecto, en todos los
niveles de la conducta las acciones efectuadas sobre los objetos suponen
una previa coordinación entre los esquemas de asimilación, así como el
organism o no podría asim ilar el m edio externo y, en consecuencia, reaccio­
n a r sobre él si no fu era él mismo un proceso cíclico que im prim iera su
form a a las sustancias y energías externas que con él interactúan. Desde
los esquemas sensoriomotores a las operaciones reversibles, esta coordinación
de las acciones es la que perm ite las clasificaciones, el establecimiento de
relaciones y, en consecuencia, las cuantificaciones y enum eraciones resul­
tantes de la síntesis de estas dos clases de estructuras. Ello no significa en
absoluto que la lógica y el núm ero entero están preform ados de antem ano
como estructuras a priori en la constitución m ental del sujeto: no existen
estructuras a priori, ya que todas las estructuras son el resultado de un a
construcción. Sin em bargo, toda estructuración im plica u n funcionam iento
anterior, a ella, ya que si no existe un funcionam iento continuo, vinculado
en su p unto de partid a con la organización biológica misma, no hay acción
alguna que sea posible (esta organización plantea entonces a su vez un
problem a epistemológico que no tratarem os aquí y que volveremos a encon­
tra r el vol. I I I de esta serie. Este funcionam iento se prosigue a través de
estructuras sucesivas; cada u n a de estas estructuras extrae sus elementos
po r u n a especie de abstracción de las estructuras precedentes y, al mismo
tiempo, los reagrupa en u n a form a de equilibrio superior. E sta abstracción,
a través de la cual se extraen los seres lógicos y aritméticos, es una abstrac­
ción a p a rtir de la acción o incluso de las coordinaciones de la acción y
hay que distinguirla cuidadosam ente de la abstracción a p a rtir del objeto,
ya que no equivale a considerar la a c c ió n 1como u n objeto sino que se
lim ita a extraer del objeto (por la simple continuidad del proceso de
asim ilación) sus elementos operativos y no las cualidades, sean las que
fueren: así, los esquemas sensoriomotores superiores extraen de los esque­
m as iniciales (reflejos y perceptuales) sus posibilidades de anticipación y
reconstitución parciales, y las prolongan y reagrupan en conductas de
rodeos y retornos; así, los esquemas intuitivos retienen de los esquemas
sensoriomotores sus asimilaciones y acomodaciones im itativas y las pro­
longan en representaciones im aginadas articuladas en m ayor o m enor grado
y así los esquemas operatorios abstraen de los sensoriomotores sus articu ­
laciones y las prolongan en composiciones reversibles, etc. En resumen,
la lógica y el núm ero son el resultado de. las coordinaciones de las acciones
del sujeto, y no se extraen del objeto, aunque estas coordinaciones sólo
aparezcan por las acciones ejercidas sobre los objetos; y la construcción de
las estructuras lógicas y num éricas sucesivas es el resultado sim ultáneo
de u n a abstracción a p a rtir del funcionam iento anterior de la acción y de
las generalizaciones operatorias que hacen que las composiciones que se
aplican a los elementos así abstraídos de la acción (reuniones, seriacio-
nes, etc.) sean cada vez más móviles y reversibles.
Los conocimientos físicos son el resultado, p o r el contrario, de las
acciones diferenciadas y particulares, en oposición a la coordinación general
de las acciones: acciones de levantar pesos, em pujar, acelerar o frenar, etc.,
y abstraen de este modo sus elementos de los. objetos sobre los que estas
acciones se aplican .(entendido qué estos objetos siempre se conocen única-,
m ente a través de su asimilación con acciones p articu lares), y no de las
ccordinaciones de estas mismas acciones, com o la lógica y la aritm ética.
Pero, como las acciones particulares —^diferenciadas en función de la acomo­
dación de los objetos variados— y la coordinación general de las acciones
— que se acomoda ‘de modo, perm anente a los objetos cualesquiera— siempre,
están unidas y son de hecho indisociables, resulta claro que las operaciones
lógico-aritm éticas se vinculan m uy estrecham ente con las operaciones físicas,
sin que se confundan entre si.
¿Q u é sucede entonces con las estructuras ,espaciales o geométricas?
¿ Corresponden- —como la lógica y el núm ero — a las coordinaciones de las
acciones, o — como los conocimientos físicos—- a sus contenidos particulares?
En este punto dos hechos resultan decisivos: por u n á parte, el estrecho
paralelismo genético entre el desarrollo del espacio y el del número, en
particular entre las operaciones constitutivas del primero y las operaciones
lógico-aritméticas; por otra parte, la continuidad histórica de una geome­
tría deductiva indefinidamente fecunda en oposición a la constante sumisión
de la deducción física al control de la experiencia.
Desde el punto de vista genético, la naturaleza de las acciones y luego
la de las operaciones formadoras del espacio muestra ya de modo harto
claró que provienen, como las operaciones lógico-aritméticas, de las coordi­
naciones generales de la acción en oposición a las acciones particulares. La
única diferencia entre las relaciones topológicas elementales de envolvi­
miento o de orden y clases lógicas o los números es que, en estos últimos
casos, los elementos se relacionan independientemente de sus vecindades y,
en consecuencia, de manera discontinua: mientras que, en el primer caso,
los elementos se vinculan en un objeto total gracias a sus vecindades,
ordenadas en relaciones continuas. Ahora bien, la vecindad y la continuidad
sen caracteres generales de la acción y también lo son del encaje fundado
en las semejanzas o la seriación de las diferencias y ambas caracterizan a
la asimilación más elemental: la acción procede, en efecto, tanto de manera
progresiva y de modo continuo como reúne en totalidades o relaciona
entre sí los elementos de las situaciones discontinuas sobre las que actúa.
Sólo lenta y muy progresivamente estos caracteres de vecindad y no ve­
cindad, es decir, los aspectos espaciales y lógico-aritméticos de la acción se
diferencian entre sí: de hecho, solamente á partir del nivel de las opera­
ciones concretas reversibles (7.-8 a ñ o s); en cambio, tod^s las intuiciones
imaginadas preoperatorias se refieren a configuraciones en parte espaciales,
aun cuando se trate de colecciones ^¡relógicas o prenuméricas (vol. I,
cap. I, punto 12). Por otra parte, la fuente psicológica de las “homeo-
morfías” topológicas debe buscarse en la correspondencia cualitativa que
permite discernir semejanzas formales independientemente de la constancia
de las dimensiones y las formas ; ahora bien, estas correspondencias están
en estrecha relación con las asimilaciones form adoras de las clases lógicas.
En cuanto a la coordinación de los puntos de vista —fuente de la
geometría proyectiva— y la de los movimientos —fuente de la métrica
euclidiana— tam bién son coordinaciones generales, aunque lo sean en
m enor grado que las coordinaciones o asimilaciones topológicas iniciales.
Así el espacio — como la lógica y el núm ero — es el resultado de las coordi­
naciones más elementales de la acción y su evolución procede pues por
sucesivas reestructuraciones a través de abstracciones a partir de estas mis­
m as coordinaciones: ello explica la capacidad que tienen, una vez consti­
tuidas, las operaciones espaciales p ara generar u na deducción indefinida.
Desde el punto de vista histórico, la relativa oposición entre la geome­
tría y la física habla exactamente en el mismo sentido. Mientras que toda
deducción física pura conduce a indeterminaciones que necesitan recurrir
a la experiencia, y mientras la generalización simple que se aplica a carac­
teres abstractos del objeto desemboca tarde o temprano en teorías quimé­
ricas e incompatibles con los hechos, la deducción geométrica resulta, en
cambio, indefinidamente fecunda y asegurada en su verdad intrínseca. Se
responderá que ha precedido a la deducción una fase empírica, en la
geometría como en cualquier otro capítulo de la física: pero vimos (vol. I,
cap. I, puntos 1-2) que experiencia no necesariamente significa abstracción
a partir del objeto y .que el sujeto puede experimentar sobre sus propias
acciones por medio de objetos cualesquiera, sin term inar en otra cosa que
en el descubrimiento de las coordinaciones necesarias de las primeras, en
oposición a los caracteres particulares de los segundos. También se. dirá
que la geometría siempre concuerda con la experiencia, lo cual parece
otorgarle un carácter físico superior al de la misma física. Sin embargo,
precisamente las coordinaciones más generales de la acción, son las que
culminan en una acomodación permanente al «Sbjeto cualquiera, uná vez
que son susceptibles de composiciones reversibles, puesto >qüe la acción se
refiere siempre a objetos y que esta acomodación estable se distingue tanto
de las acomodaciones particulares como de las coordinaciones entre acciones
diferentes abarcadas en sus diversidades.
Si el espacio puede compararse con la lógica y el número, .existe,-sin
embargo, una diferencia importante entre las operaciones lógico-aritméticas
y las operaciones espaciales desde el punto de vista de sus relaciones respec­
tivas con la experiencia. Pero esta divergencia es precisamente el resultado
— e incluso exclusivamente— .de la intervención de las relaciones de ve­
cindad en las relaciones espaciales, en oposición a las de semejanzas, dife­
rencias y equivalencias entre unidades distintas que caracterizan a la lógica
y el número. Respecto de cierta escala de observación, los objetos físicos
son, en tanto físicos, más o menos vecinos entre sí, exactamente como son
más o menos semejantes, diferentes o frecuentes, etc. Ahora bien, por más
semejantes, diferentes o enumerables que sean,, no constituyen clases, series
o conjuntos enumerados sino después de que realmente el sujeto los haya
clasificado, seriado o contado, (la expresión “enumerable” ya señala esta
propiedad del objeto de prestarse a una acción virtual de enumeración,
sin por ello presentar. de por sí un carácter numérico actual). Por el
contrario, dos objetos físicos pueden presentar entre sí una relación de
vecindad (o distancia, etc.) en tanto son físicos, independientemente de las
estructuras espaciales matemáticas que construimos cuando actuamos sobre
ellos. L a razón es que los objetos actúan unos sobre los otros de próximo
en próxim o y, por lo tanto, en función de la vecindad, m ientras que las
semejanzas y diferencias no se influyen a distancia (contrariam ente a lo
que adm ite la causalidad mágica) p ara constituir clases, etc., independien­
tem ente del contacto espacial. P or lo tanto, junto al espacio m atem ático
—resultante de las coordinaciones del sujeto— interviene u n espacio físico
o espacio de la experiencia aplicada a los objetos diferenciados por sus
caracteres propios. En otros térm inos, entre varias form as resultantes de
la actividad del sujeto, unas pueden convenir m ejor que otras a ese sistema
de objetos específicos, determ inados po r sus propiedades físicas, es decir,
por las acciones particulares que a ellos se aplican (en oposición a las
coordinaciones generales de la acción) .7‘-
Sin embargo, del hecho de que exista u n espacio físico distinto del
espacio m atem ático y no exista lógica o núm eros físicos, porque la vecindad
interviene en el seno de las relaciones causales y porque las semejanzas,
diferencias o equivalencias no actú an a distancia, no se deduce en absoluto
que el espacio físico corresponda térm ino a térm ino al espacio m atem ático.
En efecto, por u n a parte, el espacio .físico es más pobre que el espacio
construido por el sujeto. Por o tra p arte y, en p articu lar (esta segunda
razón dom ina, sin duda alguna, la prim era),- toda p ro p ied ad del espacio
real es solidaria de las otras cualidades físicas. Así, la m edición de u n a
distancia física consiste en el desplazam iento de un m etro en la realidad y
no en el pensam iento, y este desplazam iento depende entonces de la m asa
de los objetos, del campo de gravitación, e tc .: constituye por ello un movi­
miento real que presupone el tiem po y la velocidad. El espacio físico no es
una propiedad de los objetos que pu ed a sin m ás disociarse de su contexto:
no es u n continente, separado y homogéneo, sino que es único en su conte­
nido heterogéneo. No obstante, p o r el hecho de que todas las operaciones
que caracterizan la actividad del sujeto determ inan posibles transform a­
ciones del objeto, las propiedades del espacio físico p u ed en traducirse en
espacio m atem ático. Sin embargo, la recíproca no es verdadera y este
espacio sigue siendo más rico que aquél, ya que to d a transform ación
lógicam ente posible no es físicamente realizable.
Sucede así (como lo hemos visto en el p u n to 7) que la idea de dim en­
sión aparece genéticam ente en función de las acciones de envolvimiento, y
cada sistema de envolvimiento puede generar la liberación de u n elemento
interior en u n a nueva dimensión, según que este elem ento atraviese u n
punto, u n a línea, un plano, etc., p a ra convertirse en exterior. A hora bien,
1?, experiencia física es la que nos enseña que, en el m undo real de las
acciones que están a nuestra escala, el espacio sólo tiene tres dim ensiones:
en efecto, no se puede sacar un objeto de una caja cerrada, ni transform ar
un 'g u a n te izquierdo en un guante derecho, etc. (lo que nos dem uestra
hasta qué punto el espacio físico es m ás pobre que el m atem ático ). Sin

72 Por ejemplo, si la reunión de dos m icroobjetes con otros dos llegara a dar
3 ó 5 microobjetos, se corregiría más bien la concepción de objeto que la relación
2 + 2 = 4; en cambio, si la suma de los tres ángulos de un triángulo no diera dos
rectos se adaptaría un espacio no euclidiano a esta comprobación física.
em bargo, estas tres dimensiones son u n a p ropied ad física de los objetos
sobre los que se ejercen nuestras acciones particulares y no u n a propiedad
de la coordinación general de las acciones. Es posible que intervenga
adem ás aquí u n factor de herencia puesto que ni siquiera podem os intuir
(en' oposición a percibir o concebir) un espacio de cuatro dimensiones.
Pero, si se tra ta entonces de u n fenóm eno hereditario “especial”, es decir,
de u n a propiedad cromosómica de los linajes hum anos (o de los m am í­
feros superiores, etc.) en oposición a la herencia general (herencia citoplas-
m ática) de los seres vivos: nuevam ente se tra ta ría de acciones particulares
respecto de las coordinaciones com unes a todos los organismos. Asimismo,
si el espacio físico es euclidiano en la escala de nuestras acciones ordina­
rias, lo es porque, p ara nuestros instrum entos habituales de medición, los
ángulos de un triángulo son iguales a dos rectos. Sin em bargo, la medición
de los ángulos en otra escala, como las famosas mediciones del ds~ en física
de la relatividad, puede culm inar en la determ inación de otras formas
espacio-físicas. E n particular, si en vez de vivir a nuestras bajas velocidades
debiéram os ac tu a r cotidianam ente sobre un m undo de altas velocidades, las
curvaturas del contenido espacio-tem poral al que deberían acomodarse
nuestras acciones serían sin d u d a alguna sensibles a nuestros órganos.
P esd e el p u n to de vista de las relaciones entre la actividad, del sujeto
y lo real y a p a rtir de esta distinción entre el espacio físico y el espacio
m atem ático resulta que,, adem ás de las relaciones espaciales descubiertas
gracias a las coordinaciones de la acción, m uchos conocimientos geométricos
pueden ser sugeridos por la experiencia física, es decir, por u n a abstracción
relativa al objeto y a las acciones particulares que sobre él se ejercen, y
no solam ente en relación con las coordinaciones generales de las acciones del
sujeto. Sin embargo, lo sorprendente radica en que la experiencia actúa
por sugestión m ás que por coacción; en otros térm inos, que la acom odación
a los datos externos es más cóm oda que en el caso de u n a ley física
cualquiera puesto que podem os reconstruir po r nu estra p ro p ia cuenta, lo
que esta experiencia nos propone. E n un célebre pasaje, Poincaré escribió:
“El único objeto natural del pensam iento m atem ático es el núm ero entero.
El m undo externo nos h a im puesto lo continuo, que sin d u d a alguna es
el resultado de u n a invención nuestra, pero forzada p o r el m undo externo”
(Val. Se., pág. 149). Por o tra p arte, creemos que lo continuo h u nde en
p arte sus raíces en la coordinación de. las acciones, ya que si el grupo
de, los desplazamientos em ana de la actividad del sujeto — como adm ite
Poincaré— no se lo puede concebir en el plano sensoriornotor sin la inter­
vención de la continuidad (por o tra parte, la teoría de la G estalt nos ha
enseñado el carácter elem ental que presenta el continuo en las “formas”
perceptuales y m otrices). Sin em bargo, si bien la fórm ula de Poincaré
es dem asiado restrictiva p a ra el continuo, es v álid a en m uchos otros casos:
existen m uchas invenciones geom étricas que la experiencia nos h a forzado
a realizar, aunque tam bién podríam os haberlas producido a p artir de los
esquemas relativos a la coordinación de nuestras acciones.. Simplemente
es necesario decir, en estos ca.sos, que los descubrim ientos realizados sobre
el espacio físico h an precedido a las invenciones del espacio matem ático,
mientras que en una cantidad no menor de otros casos, se ha producido
la marcha inversa. Por otra parte, lo esencial no radica en este punto: se
encuentra en la necesaria convergencia entre las dos clases de estructuras.
Ahora bien, esta convergencia resulta clara de por sí, puesto que sólo
concebimos los objetos físicos a través de las acciones -particulares que sobre
ellos se ejercen (el espacio físico siempre es relativo a la escala de estas
acciones), y puesto que las coordinaciones generales de la acción, que
generan el espacio matemático, estarán siempre de acuerdo con estas
acciones particulares y al mismo tiempo las' superarán.
Ahora bien, esta dualidad y esta convergencia del espacio físico y el
espacio matemático, comparadas con la unicidad del sistema de las opera­
ciones lógico-aritméticas, son extremadamente reveladoras en cuanto' a las
interacciones entre el sujeto y los objetos. Hemos distinguido las operaciones
espaciales de las operaciones lógico-arjtméticas: las primeras son constitu­
tivas del objeto, en cambio las segundas se refieren a las reuniones o rela­
ciones entre objetos discontinuos. Resulta entonces evidente que, en tanto
se refiere al objeto como totalidad cualquiera de una sola componente,
el espacio se refiere al objeto físico al mismo tiempo que traduce la coordi­
nación de las acciones realizadas sobre él, puesto que este objeto físico
siempre está dado en función de las acciones particulares que a él se aplican
y puesto que estas acciones particulares son indisociales de sus coordi­
naciones generales. Sucedería lo mismo con las construcciones lógico-
aritméticas si las semejanzas, diferencias o equivalencias entre elementos
del conjunto de objetos presentasen una significación física independiente­
mente del espacio (por lo fanto, de las vecindades, las distancias, etc.),
pero carecen de ella — al menos dentro de la física moderna (comparada
con la ontologia lógico-física de Aristóteles)— porque los objetos físicos de
diversos órdenes (hasta el universo físico en su totalidad, considerado como
objeto total) provienen precisamente de las operaciones constitutivas del
objeto y no de las operaciones independientes del espacio (salvo, ya lo
veremos, en los límites mismos de las acciones particulares, es decir, en
el terreno de la microfísica). Resulta entonces que las operaciones espaciales,
aunque isomorfas totalmente en su génesis y culminación a las operaciones
lógico-aritméticas, aseguran en una forma muy estrecha el contacto entre
el sujeto y el objeto, ya que las “operaciones constitutivas del objeto” que
generan el espacio provienen de la coordinación de las acciones del sujeto
y el objeto físico con el espacio físico mismo que proviene de las acciones
particulares del sujeto sobre los objetos.
Esta íntima interacción entre el sujeto y el objeto que asegura así
las operaciones lógico-aritméticas, el espacio matemático que les es isomorfo
y el espacio físico (solidario del objeto físico en cada uno de sus aspectos),
explica entonces del modo más simple el desarrollo, a la vez genético e
histórico, del espacio en cuanto a las relaciones entre la deducción y la
experiencia. Como hemos visto más atrás (final del punto 6), ya no es
posible mantener — con Gonseth— un paralelismo entre los tres aspectos
—intuitivo, deductivo y experimental— del espacio porque, desde el punto
de vista genético e histórico, el espacio intuitivo que todo lo abarca en
prim er lugar, sólo se reabsorbe de a poco, disociándose en dos dominios
cuya im portancia respectiva se increm enta a sus expensas: el espacio form a­
lizado y el espacio experimental. Ahora bien, la situación se aclara desde
el momento en que se plantea el problema en términos de relaciones entre
las acciones particulares —fuentes del conocimiento físico (incluido el
espacio físico)— y la coordinación general de las acciones —fuentes
del conocimiento lógico-matemático (incluido el espacio geométrico) —
partiendo desde el punto de vista de la unión entre estas acciones apenas
diferenciadas y las coordinaciones más elementales, el espacio en su génesis
psicológica comienza por ser a la vez físico y matemático, es decir, por
provenir sim ultáneam ente del objeto y el sujeto (que la intuición confunde
masivamente en un bloque indiferenciado) : sin embargo, la evolución de
los conceptos espaciales — la única decisiva para una epistemología ge­
nética— muestra, por el contrario, una gradual disociación entre las opera­
ciones espaciales (por lo tanto, las operaciones constitutivas del objeto en
general provenientes de 'las coordinaciones operatorias del sujeto cada vez
más depuradas y formalizadas), y el espacio experimental (por lo tanto,
el espacio del objeto físico que proviene de las acciones siempre más dife­
renciadas por acomodación a la variedad de los objetos y a la multiplicidad
de sus cualidades físicas, de la cual es solidario el espacio de la experiencia).
Desde el punto de vista histórico, sucede exactamente lo mismo: la geome­
tría de Euclides quiere ser al mismo tiempo una deducción lógica y una
física (por otra parte como la lógica de Aristóteles), en cambio, la geometría
axiomática de Hilbert y la geometría de los campos de gravitación de
Einstein m arcan la disociación y la convergencia parcial que asegura la
diferenciación acabada entre las coordinaciones generales o lógico-matemá­
ticas de la acción y las acciones particulares sobre las que se apoya el
conocimiento ¿físico.
EL CONOCIMIENTO- MATEMATICO
Y LA REALIDAD

Después de hab er exam inado la génesis de las relaciones num éricas y


espaciales, conviene investigar qué dirección de pensam iento prosigue el
desarrollo del conocim iento m atem ático. L a epistemología genética no se
perm ite juzgar de u n a vez p a ra siempre qué le corresponde al espíritu y
qué a la realidad; en consecuencia, sólo puede estudiar la relación entre
la m atem ática y esta realidad m ediante el estudio de la dirección que
prosigue el conocimiento m atem ático en el transcurso de su evolución
histórica y refiriéndose sólo a los diversos tipos de realidades sucesivamente
adm itidas po r el pensam iento científico en cada u n a de sus principales
etapas. A hora bien, el m ecanism o que se observa cuando se exam ina la
historia de la m atem ática es, sin duda, el de la tom a de conciencia gradual
de las operaciones: los geóm etras griegos, en efecto, consideraban que
contem plaban sin operar, m ientras que el análisis y la geom etría m odernas
se presentan como un estudio de las “ transform aciones” . Ello determ ina
el problem a del papel efectivo de. las operaciones, que nos conducirá al
problem a del razonam iento m atem ático y, finalm ente, al que corresponde
a las relaciones entre el sujeto y el objeto en 1a. construcción operatoria
de los entes m atem áticos.

1. La c o n c i e n c i a h i s t ó r i c a d e l a s o p e r a c i o n e s . A. L a
to m a de
m a te m á tic a Se h a señalado a m enudo que, más allá de las
g r ie g a .
filosofías individuales que constituyen, aproxim adam ente, su reflejo, el
sentido com ún o, se podría decir quizá, la “conciencia colectiva” de los
m atem áticos, se m odificó en form a singular de un siglo a otro, en lo rela­
cionado con la naturaleza o el objeto de su ciencia. A este respecto, nada
es m ás instructivo que m ed itar sobre la oposición fundam ental que separa
la concepción m atem ática de los griegos de la de los modernos, incluso
si la m etafísica platónica, que el genio griego construyó p ara justificar el
realismo de las formas, reaparece periódicam ente en el transcurso de la
historia. A hora bien, esta oposición p o d ría originarse en una conciencia
insuficiente del papel de las operaciones, la qué caracterizaría la concepción
m atem ática de los griegos y. desde el siglo xvm , más bien en una to m a de
conciencia de los mecanismos operatorios del pensamiento. Si esta tesis
es exacta, la historia de la m atem ática griega constituiría la más interesante
de las experiencias epistemológicas: la experiencia de un pensam iento que
se ignora como constructivo, y que pese a ello construye y que luego, al
carecer de este conocim iento de su propio poder, deja de construir. Se
conocen en grado suficiente en efecto, ios destinos de la ciencia antigua, que
después del “m ilagro” de su aparición (si. hubo m ilagro) y después de
la plenitud de u n período de apogeo, dejó, misteriosamente, de ser fecunda
p a ra abortar en la decadencia del período alejandrino. A hora bien, las
circunstancias sociales no bastan • po r sí solas p ara explicar esta curva
histórica, salvo si se logra dem ostrar la m anera en que la ausencia de una
conexión suficiente con las técnicas (excepto 'las arquitectónicas) pudo
estim ular a los geóm etras griegos en sus tendencias contem plativas y
antioperativas. El principio de esta esterilidad final, que m uchos autores
in tentaron explicar, ¿se debe a un realismo por negativa, si así puede decirse,
a reconocer la actividad del sujeto, m ientras que la fecundidad de la ciencia
m oderna se explicaría entonces, po r el dinamism o del mecanismo op era­
torio, consciente ahora de sus posibilidades internas?
Por diversos que hayan sido los problem as abordados por los m atem á­
ticos griegos en los trabajos en los que se pueden observar los gérm enes de
casi todos los grandes descubrimientos modernos, el sector de su ciencia
que estuvieron de acuerdo en consagrar o codificar, es sin em bargo m ucho
más lim itado, en su cam po, que la m atem ática m oderna: sólo fueron
aceptadas la aritm ética y la variedad de la geom etría que en la actualidad
llam am os euclidiana (por oposición a la geom etría proyectiva y a la topo­
lo gía), sin h ab lar de la estática de A rquímedes, cuyo m étodo, pese a
que elucida en m uchos aspectos el ideal científico de los griegos, no
pertenece a la m atem ática pura. Los griegos, sin em bargo, conocían una
especie de álgebra (D iofantes de A lejandría utilizaba signos abreviados
p a ra expresar las potencias, etc.) así como un a “logística” o arte del
cálculo a las que, sin em bárgo, consider aban como simples técnicas utilitarias
y no como ciencias (al igual que la geodesia o m edición geom étrica con­
creta) . Por o tra parte, se aproxim aron al cálculo infinitesim al, con e!
“m étodo de exahustión” de A ntifón y de Eudoxio y, sobre todo, con ios
sutiles procedim ientos utilizados por Arquím edes en sus investigaciones
relacionados con la evaluación de las áreas y de los volúmenes, pero que
él intentó subordinar al m étodo geométrico. D e la m ism a form a, se han
com parado a m enudo las famosas paradojas de Zenón de Elea con la
intervención de las series infinitas en la m atem ática m oderna. D e todas
m aneras, la intención de Zenón era negativa y crítica, pese a que intentó
dem ostrar la imposibilidad racional del m ovim iento o sim plem ente su
irreductibilidacl frente a u n a plu ralid ad discontinua, m ientras q u e el
infinito de los modernos juega .un p apel constructivo.
M ás aún, la m ism a geom etría de los griegos se lim itó voluntariam ente,
en form a por dem ás curiosa, a u n núm ero de coiiceptos y de figuras más
reducido que aquel que los geóm etras conocían efectivamente. Sabemos,,
po r ejemplo, que las curvas llam adas “m ecánicas”, tales como la cuadratriz
de Hippias, la concoidea de Nicomedes, la cisoide de Diocles, etc., no
figuran en las formas consideradas por la geometría de Euclides, como
si existiesen formas racionales y otras que serían ajenas a la razón geomé­
trica (de la misma forma en que Aristóteles admite una distinción entre
los movimientos “naturales” y los movimientos “contra natura” o “vio­
lentos” ) . Las únicas figuras que esta geometría reconoce, en efecto, son
las que se pueden construir mediante la regla y el compás, es decir,
mediante rectas o círculos (o rotaciones alrededor de un a recta), por
cposición a las otras formas, que corresponden, precisamente, a procedi­
mientos “mecánicos” y, por ello, son pasibles de irracionalidad. Por la
misma causa, en la geometría, griega no existe una teoría del desplaza­
miento, pese a la utilización efectiva que Euclides hace de esta operación
en las descomposicione^y las recomposiciones de figuras. Pese al axioma
llamado de Arquímedes (por alusión a sus métodos de exhaustión), no se
puede hablar tampoco de un análisis sistemático de lo continuo, y esta
timidez respecto del continuo se acompaña con una prudencia general en
lo que se refiere al infinito en todas sus formas, analíticas o geométricas.1
Cualquiera que sea la oposición fundamental que separa el pensamiento
formal de los griegos de las operaciones concretas, en acción en la ciencia
utilitaria de los egipcios, en ellos el razonamiento deductivo sigue siendo
esencialmente estático. De esta manera, la elección misma de las construc­
ciones mediante la regla y el compás, excluidos los otros procedimientos
constructivos posibles p ara engendrar las figuras, señala, en grado sufi­
ciente, que la figura es concebida sólo como relativa a la operación que
la determina, y que ésta, entonces, no posee el poder lógico de ser genera­
lizada en sí m ism a: sólo la figura constituye la realidad m atemática objetiva,
mientras que la construcción es inherente al sujeto y, en consecuencia, no
tiene valor de conocimiento científico. De la misma manera, cuando los
pitagóricos descubrieron los números irracionales por generalización de
operaciones de raíz cuadrada (en el caso de la diagonal \ / 2 de un cuadrado
que tiene una unidad de lado) no llegaron a- la conclusión de la legiti­
midad de este concepto en tanto generalización operatoria del número,
sino que en un principio la dejaron de lado, como un escándalo intelectual
y una -especie de herejía: se requirió la reflexión platónica sobre lo con­
mensurable y lo inconmensurable para que éste pudiese ser aceptado en
la geometría. Pero, incluso sin generalizar el número hasta hacerlo corres­
ponder a un continuo espacial (idea reservada a la ciencia operatoria de
los modernos después de la aritmética universal de Newton), los griegos,
a partir de la reflexión sobre los inconmensurables, hubiesen podido realizar
un estudio cuantitativo de las figuras geométricas. Por el contrario, y tal
como lo demostraron L. Brunschvicg y P. Boutroux, los griegos intentaron
siempre subordinar el razonamiento a la cualidad, hacer “un estudio cuali­

1 L. Brunschvicg señala con justeza (Étapes, pág. 155) que los pasajes curiosos
observados por Moritz Cantor en Aristóteles, en relación con lo continuo y lo
infinito tienen una significación sólo metafísica y no han dado lugar a ninguna
aplicación de orden puramente científico o técnico.
tativo de la cantidad” 3 evitar no sólo el cálculo de las magnitudes concretas,
sino también el de las a b s t r a c t a s d e este modo, reemplazaron, por
ejemplo, la medición de los ángulos mediante una construcción que conser­
vase la forma cualitativa de la figura.4
En resumen y tal como lo demostraron todos los especialistas de la
historia de las ciencias, el ideal de la matemática griega es esencialmente
contemplativo, es decir, realista en el sentido de la primacía del objeto y
de la subestimación o incluso la ignorancia casi intencional de la actividad
del sujeto. Según Pitágoras, el número está en las cosas, es decir que,
hasta el descubrimiento de los inconmensurables, el número entero era
considerado como el principio de la realidad espacial (considerada como
la más exterior a nosotros). Después de lo cual, subsiste en sí en el mundo
de las Ideas o de las Formas, tal como las figuras cuya belleza y- armonía
intrínsecas constituyen el objeto del conocimiento racional. El “teorema”
es una visión racional, desligada del “problema” y de las construcciones
que permiten su demostración. En resumen, el razonamiento estático y
cualitativo del matemático griego, en todos sus aspectos, está suspendido
de la realidad, independiente de nosotros, propia del objeto.
Ahora bien, como se puede observar, la causa de la debilidad y después
de la decadencia final de la matemática griega reside en este ideal de
perfección teórica: la esterilidad en la que concluyó, después de tantos
siglos de brillo, se originó de esta forma en causas internas y no externas,
es decir, en los límites que se había impuesto. ¿ Debemos considerar este
hecho capital tal como lo hace A. Reym ond,5 como expresión de una
lógica más exigente que la nuestra, que renuncia a los conceptos de movi­
miento y de infinito, y al análisis inagotable del continuo por considerarlos,
en función de las aporías de Zenón de Elea, pasibles de contradicción?
¿ Pero por qué el eleatismo pudo determ inar un efecto de inhibición seme­
jante, mientras -que, en nuestra época, al igual que en los comienzos del
análisis infinitesimal, las “crisis” de la matemática afectan sólo la discusión
de los fundamentos, sin esterilizar nunca la técnica? Un hecho como éste
ríos induciría, por el contrario, a hablar de una lógica más limitada que la
de los modernos, por ser más estática y menos apta para asim ilar los
datos de lo real, por ser menos conscientemente operatoria.
El problema psicológico y genético que plantea la estructura de la
m atemática griega, entonces, es el de explicar esta lógica con referencia,
por un lado, a las operaciones concretas del cálculo “utilitario” que las
precedió y, por el otro, a la lógica de los siglos xvi y xvn. Ahora bien, es
probable que las operaciones formales hayan sido las mismas para los
griegos que para los modernos y muy diferentes, en ambos casos, de
las operaciones concretas del nivel precedente (mediciones y cálculo empí­
ricos), así como de las operaciones concretas en juego en la construcción

2 L. Brunschvicg: Les ¿tapes de la philosophie mathématique, pág. 97.


3 P. Boutroux: L ’idéal identifique des mathématiciens, pág. 70.
* Ibid., págs. 75-76.
8 A. Reymond: Histoire des sciences exactes et naturelles dans l’antiquiti greco-
romaine. París, Blanchard.
misma de las figuras. P ara decirlo de o tra m anera, desde el p u n to de vista
de la estructura formal, es evidente que la lógica de los m atem áticos griegos
es la de las proposiciones e implicaciones pu ram en te deductivas,'5 al igual
que la de los geóm etras del siglo xvxi (e independientem ente del hecho de
que el contenido de las premisas o de los axiomas sigue siendo intuitivo,
por oposición a la axiom atización co n tem porán ea), Pero todo sucede como
si, en su descubrim iento del razonam iento form al, los antiguos no hubiesen
tom ado conciencia en absoluto de su carácter constructivo u operatorio,
p ara decirlo de otra m anera, como si no hubiesen en absoluto establecido
la m ism a línea de dem arcación entre el objeto y la actividad del sujeto
que la establecida por los fundadores de la geom etría analítica o del cálculo
infinitesimal, al carecer de una reflexión sobre esta actividad como tal.
Su pensam iento form al no h ab ría alcanzado en absoluto el desarrollo
ilim itado que se hubiese podido esperar, a causa de este defecto de tom a de
conciencia y, en consecuencia, debido a los límites impuestos por el realismo
originado en ello.
P ara to d a la epistemología tienen g ran im portancia los problem as de
la tom a de conciencia del mecanismo dé la construcción intelectual y el
problem a psicológico de la delim itación establecida p o r el pensam iento
espontáneo en tre la actividad del sujeto y su objeto. Si el realismo está
tanto más arraigado en el sentido com ún que el idealismo, ello se debe,
sin duda, a m ecanismos psíquicos elementales cuya dilucidación debemos
intentar. A este respecto, la experiencia histórica de los griegos constituye
u n hecho crucial que se debe analizar, utilizando p ara ello el m ayor núm ero
de referencias posibles.
A hora bien, el estudio del desarrollo m en tal dem uestra, con to d a la
claridad necesaria, no sólo que la delim itación com únm ente ad m itid a entre
el sujeto y el objeto es esencialm ente variable de u n nivel al otro, sino
tam bién que ella depende de un fenóm eno constante o constantem ente
renovado", la dificultad p ara tom ar conciencia de los mecanismos internos
de la actividad intelectual, en particular cuando ésta se presenta bajo formas
adquiridas recientem ente.

No es necesario recordar que, a nivel perceptual y sensoriomotor, la


construcción del objeto práctico, tan lenta y trabajosa, supone u n a fase
prelim inar en el transcurso de la que no existe ninguna delim itación entre
el sujeto y los objetos; po r lo tanto, ningún objeto perm anente, y, como
consecuencia de ello, ningún sujeto consciente de sí mismo en tan to que
sujeto: el universo, entonces, es “adualístíco” , como lo señaló con justeza
J. M. Baldwin, es decir que todo lo que se siente y percibe es puesto en
u n solo y mismo plano, sin distinción entre un mundo, exterior y u n m undo

6 Se debe señalar, sin embargo, cuán a m enudo, en los diálogos de Platón, se


tiene la impresión de que los interlocutores tienen un conocimiento, por así decirlo,
fresco y reciente del razonam iento form al; ello se observa, por ejemplo, a p a rtir del
. hecho de que Sócrates se esmera tanto en explicarles que un herm ano es siempre un
herm ano de alguien, o que la inteligencia no ve ninguna contradicción en el hecho
de que el núm ero 6 sea a la vez mayor que 4 y m enor que 8.
interior. Este universo indiferenciado inicial comienza a disociarse en
una actividad propia y sus objetivos exteriores recién con la construcción
de los objetos, por relativa que sea la conciencia de esta actividad propia
antes de la aparición del pensamiento.
Con los aspectos iniciales del pensam iento, bajo su form a intuitiva y
preoperatoria, la diferenciación de los significantes colectivos (signos ver­
bales) o individuales (imágenes) y de las significaciones elaboradas gracias
a ellos, señala naturalm ente un progreso considerable en el sentido tanto
de la interiorización del sujeto como de la exteriorización del objeto. Este
último es separado entonces en mayor m edida del yo, ya 'que sigue siendo
un objeto de pensam iento aun en ausencia de toda acción próxim a. En
cuanto al pensam iento, está m ejor interiorizado que la inteligencia sensorio-
motriz, ya que se h a convertido en independiente de la acción inm ediata
y se aleja, como consecuencia de ello, de la superficie de fricción entre
esta acción y las cosas. Pero este doble progreso es pagado de inm ediato
por un retorno del realismo, si definimos el realismo como u n a confusión
del sujeto y del objeto; este retorno, por o tra parte, se produce sobre el
terreno recién conquistado por el pensam iento, es decir, el de los signos y
de las significaciones. D e esta m anera, los niños y los prim itivos se im aginan
que los núm eros están en las cosas y presentan u n a existencia exterior
independiente del sujeto que habla (lo que determ ina los tabúes ligados
a algunos núm eros sagrados, etc.) ; los sueños son imágenes dadas m aterial­
mente, a los que se puede observar de la m ism a form a en que se “ven”
los.objetos; el propio pensam iento consiste en aliento y en aire," etc. En
resumen, el sujeto y el objeto son separados en form a diferente de lo que
lo hace el ad u lto civilizado.
A nivel de las operaciones concretas, la adquisición de sistemas opera­
torios relacionados con las clases, las relaciones y los núm eros señala,
al mismo tiem po, u n a nueva etap a de la interiorización del pensam iento,
puesto que el sujeto descubre su poder de clasificar, de conectar y de
contar; tam bién descubre un nuevo progreso en la exteriorización, puesto
que las realidades así coordinadas son m ás estables y objetivas. Pero ello
determ ina u n a nueva form a de realismo, al no producirse u n a disociación
suficiente entre el sujeto y los objetos: a las clasificaciones o seriaciones
se las considera im puestas por el objeto de u n a vez p ara siempre, sin un
m argen suficiente de libertad o de elección, y los núm eros son conectados
a las cosas com o si al contar el sujeto se lim itase a leer cifras ya constituidas,
de la m ism a form a en que com prueba la existencia de propiedades inhe­
rentes a lo real.
Finalm ente, en el m om ento de la aparición de las operaciones formales,
no hay n inguna razón p a ra que no ocurra lo mismo. E n efecto, conectar
entre sí los juicios o las proposiciones hipotéticas m ediante operaciones que
se traduzcan bajo la form a de implicaciones, de alternativas, de incom pa­
tibilidades, etc., no equivale a tom ar conciencia de la relatividad de estas

7 Véase nuestro estudio sobre L a représentation du m o n d e ch e z l'en fa n t. París,


puf, nueva ed. 1948, caps. i-m.
conexiones en relación con el sistem a-adoptado de los conceptos prim eros
y con los axiomas elegidos, es decir, en relación con las construcciones
originadas en la actividad formalizadora del pensam iento. Los diversos
grados de axiomatización señalados en el capítulo 2 (punto 9 ), al igual
que la oposición entre la axiomática insuficiente, por demasiado intuitiva,
de los griegos y la. formalización cada vez más desarrollada de los contem­
poráneos dependen del grado de esta toma de conciencia, como proceso
reflexivo. La proyección del número entero en las cosas, de los pitagóricos,
puede ser una herencia del nivel de las operaciones concretas. Sin em bargo,
si nos referimos a las transformaciones continuas de los diversos modos de
realismo en el transcurso de los niveles precedentes, pese a ser formal, el
realismo general del pensamiento de los matemáticos griegos ulteriores
com porta la m ás natural de las explicaciones: al ser el realismo la expresión
de una indiferenciación entre el sujeto y el objeto y al efectuarse la diferen­
ciación entre ambos sólo en forma progresiva, cuando alcanza un nuevo
grado de elaboración intelectual, el sujeto pensante no considera nunca,
en un primer m om ento, que actúa mediante su pensamiento; por el con­
trario, siempre, antes de aprehender reflexivamente los mecanismos co­
mienza por tomar conciencia de los resultados de este, pensamiento. Toda
la filosofía del conocimiento de los griegos señala esta primacía del objeto,
por oposición al cogito que inaugura la reflexión epistemológica m oderna:
desde el supuesto “materialismo” de los presocráticos a la reminiscencia
platónica de _las' verdades supra sensibles, desde la lógica ontológica de
Aristóteles a la intuición platónica, el pensam iento griego ha considerado
siempre que aprehendía o contemplaba realidades ya constituidas, sin
descubrir que operaba sobre ellas. Sólo los escépticos y los sofistas atri­
buyeron al sujeto una actividad efectiva en el proceso cognitivo, aunque
limitándose a atribuir a las construcciones del pensamiento la relatividad
deformante o el error, y no la coherencia necesaria o la objetividad.
Se comprende, entonces, la verdadera causa psicológica del carácter
estático del razonamiento matemático griego, incluso en sus propios crea­
dores, cuyo dinamismo intelectual contrasta en forma tan sorprendente
con la inmovilidad de la visión de las cosas a la que llegaban. La
“lógica” o el álgebra no forman parte, según ellos, de la ciencia propiamente
dicha, por ser inherentes a las actividades mentales del sujeto, mientras
que el conocimiento aritmético y geométrico se relaciona con objetos
ideales desligados del proceso constructivo del pensamiento. La construcción
geométrica .se reduce a la de los círculos y de las rectas, ya que a estos
objetos se los consideraba independientes de esta construcción, de la misma
forma en que las grandes obras del arquitecto entran en el reino de la
belleza eterna una vez liberadas de la regla y del compás que permitieron
la elaboración del plano. Las curvas mecánicas, por el contrario, no son
aceptadas porque siguen dependiendo de esta elaboración activa. Las
series infinitas de Zenón no adquieren una significación positiva, porque
el dinamismo operatorio que revelan no garantiza su objetividad, al no
producirse una toma de conciencia suficiente de su generalidad, y el
continuo aparece como una propiedad del objeto ajena a este dinamismo.
Lo inconmensurable es considerado inicialmente como ilegítimo por de­
pender de la operación que lo ha engendrado, después de lo cual se con­
vierte en legítim o cuando se lo separa de ella. Por ser inherente a la
acción del sujeto, el movimiento no pertenece al m undo de las relaciones
matemáticas; las relaciones proyectivas son tam bién ajenas a los entes
geométricos, por depender de los puntos de vista que se tiene sobre el
objeto y no del objeto como tal. En resumen, en la medida en que se
perciben algunos aspectos operatorios de ia construcción intelectual, todo
lo que se -experimenta como operatorio se lo disocia del objeto y se lo
desvaloriza; por otra parte, en la medida en que esta tom a de conciencia
es incompleta, el resultado de las operaciones es disociado del sujeto y
proyectado en un objeto al que se considera como subsistente en sí mismo.
Este dualismo inherente a una toma de conciencia insuficiente del
carácter Operatorio propio del pensamiento formal explica, entonces, tanto
el realismo estático de la matemática griega en su apogeo como las causas
de su declinación final.

2. La c o n c i e n c i a h i s t ó r i c a d e l a s o p e r a c i o n e s . B. La
to m a de
m a te m á tic a En su bello libro sobre el “Ideal científico de
m od ern a.
los matemáticos”, P. Boutroux distingue, después, del “período contem­
plativo”, característico de los piatemáticos griegos, dos grandes períodos en
la historia de la matemática m oderna: el primero se caracterizaría p o r el
'triunfo de las síntesis operatorias, m ientras que el segundo señalaría
u n a especie de retom o al objeto, bajo la forma de lo que el autor, en
forma muy sugestiva, designa como una “objetividad intrínseca” . Coincidi­
mos con P. Boutroux en lo que concierne al “período sintetista” , caracte­
rizado por la constitución del álgebra como ciencia teórica, por la de la
geometría analítica y por la del cálculo infinitesimal: según este autor,
en efecto, el id e a l. de verdad matemática característico de esta época
consistiría en una construcción operatoria indefinida y autónoma, lo que
nos permitirá hablar de una toma de conciencia histórica de las operaciones,
por oposición a las lagunas de la toma de conciencia que caracterizaban
la actitud contemplativa de los griegos. Por el contfario, la manera en
que el eminente historiador del pensam iento matemático concibe el último
de los tres períodos así diferenciados merece, a nuestro parecer, algunas
reservas. Este período, diferenciado ya en el transcurso del siglo xix y
que domina aún con vigor nuestra época, se caracteriza por el sentido de
la complicación creciente de los caminos posibles y por la necesidad
de una elección y de una exploración propiam ente dicha. El problema,
sin embargo, consiste eri saber-si esta consistencia o incluso esta resistencia
crecientes de la realidad m atem ática a ia.. síntesis operatoria simple su­
pone la intervención de una especie de dominio transoperatorio, si se nos
permite la expresión, o si la complejidad creciente de los entes descubiertos
por el matemático traduce sólo la indefinida variedad de las operacio­
nes posibles. Ahora bien, el problema no se plantea sólo en términos teóricos:
presenta un aspecto histórico-crítico y, por ello, genético, cuya existencia
aparece en forma evidente en la manera en que dicho “período analítico”,
como lo llam a P. Boutroux, se articuia con el “período sintetista” .
¿Debemos considerar, como este autor, que el surgimiento de la teoría de
los grupos así como el m ovim iento logístico o “algébrico lógico” son efectos
directos del ideal “sintetista” o, por el contrario, que son expresiones reve­
ladoras de la “objetividad intrínseca” característica del tercer período?
Debemos exam inar este problem a; en efecto, según que la filiación de las
ideas se determ ine en u n a u otra forma, esta objetividad intrínseca puede
aparecer como un retorno al idealismo o si no como el últim o térm ino del
vasto desarrollo histórico que conduce de la inconsciencia relativa de las
operaciones a su descubrim iento y finalm ente a su coordinación en totali­
dades resistentes, im poniéndose al espíritu con la misma fuerza de objeti­
vidad que u n a realidad com pletam ente organizada y constituida.

El álgebra, heredada de O riente y que los griegos excluían del cam po


de la ciencia, fue, por así decirlo, reincorporada en ella a p a rtir del
siglo xvx, cuando Descartes le asigna, po r fin, la situación teórica que
corresponde. A hora bien, no cabe ninguna d u d a de que no se puede consi­
derar que la técnica algebraica constituye u n a disciplina m atem ática — por
oposición a un conjunto de simples procedim ientos d e cálculo— salvo si
atribuim os a las operaciones como tales u n valor de conocimiento p ro p ia­
m ente dicho. E n la m atem ática de los antiguos, el núm ero es un a realidad
que existe en sí misma, independientem ente de las operaciones que perm iten
su formación, y a las operaciones de adición, de duplicación y de división
por la m itad se las considera como la expresión de las relaciones que
eternam ente existen entre ellos. Estas relaciones perm iten que el m a te­
m ático las obtenga y corresponden así a u n procedimiento subjetivo de
construcción, análogo a los procedim ientos que. intervienen en la de las
figuras geométricas. Ni en uno ni en otro caso, sin em bargo, se considera
que la operación es constructiva, en el pleno sentido del térm ino: es
construcción sin creación, en tanto actividad del sujeto, y creación sin cons­
trucción, en tanto relación entre los objetos. El álgebra, p o r el con­
trario, reem plaza el núm ero m ediante una can tid ad abstracta, que corres­
ponde a números cualesquiera; el acento se pone en las transform aciones
de estas cantidades, es decir, en las cantidades como tales. L a utiliza­
ción de los métodos algebraicos, entonces, supone efectivamente, la tom a de
conciencia de las operaciones; ya no se las concibe como relaciones entre
objetos, aunque independientes del pensam iento, o como actividad del
pensam iento, pero que sim plem ente alcanza y no transform a su objeto:
la operación algebraica constituye ambas cosas a la vez, ya que es u n a
relación objetiva, pero entre objetos relativos a su propia construcción.
Conocemos el modo en que la filosofía reflexiva de Descartes consagra
esta tom a de conciencia de la actividad del sujeto.
Pero esto no es todo. El descubrim iento de la geom etría analítica
extiende este mecanismo operatorio al espacio v revela el paralelismo
absoluto de la cantidad algebraica y de la longitud rectilínea. E íta idea
había sido entrevista por ios griegos, aunque no la explotaron en forma
sistemática faltos, precisam ente, de una justa evaluación de las operaciones
como tales: Descartes, po r el contrario, considera que el álgebra precede
a la geom etría analítica y que la geom etría analítica es una aplicación del
álgebra a la geom etría. L a construcción geom étrica, gracias a l sistema de
las coordenadas cartesianas, se hace operatoria lo que elimina, de este
m odo, el conjunto de las restricciones que la ciencia griega im ponía a la
construcción de las figuras y a la delim itación de los conceptos utilizados
en m atem ática. El m ovim iento, en particular, definido como el hecho de
“ que los cuerpos pasan de u n lugar a otro y ocupan sucesivamente todos
los espacios que están entre ellos” s se convierte no sólo en u n concepto
geom étrico esencial, sino tam bién en uno de los dos conceptos fu ndam en­
tales de esta m atem ática universal, a la que Descartes sueña con reducir
la ciencia en su totalidad.
Pese a que Descartes, al igual que los griegos, adm ite el carácter
intuitivo de las verdades m atem áticas, esta intuición ya no es un a contem ­
plación: se trata, po r el contrario, de desarticular las totalidades que
proporcionan la intuición reduciéndolas a elementos simples que el álgebra
se encarga de recom poner operacionalm ente. “A p a rtir de ese momento,
dice P. Boutroux, la ciencia, en lugar de ser, tal como 'lo consideraban
los antiguos, una contem plación de objetos ideales, se presentará como
u n a construcción del espíritu” (pág. 109).
E n lo que se refiere a la geom etría de los indivisibles de Cavalieri,
defendida p o r Pascal, y al cálculo infinitesim al de Leibniz y de Nevvton,
P. Boutroux tiene sin du d a razón, en cierto sentido, al in te rp re tar su
constitución como u n álgebra de lo infinito que prolonga la de lo finito;
lo mismo hacen, por o tra parte, el propio N ev to n , E u ler y Lagrange. Por
ello interesa el texto de L agrange: “Las funciones representan las diversas
operaciones que se deben realizar sobre las cantidades conocidas para obte­
ner los valores de aquellas que se buscan, y, en realidad, son sólo el últim o
resultado de este cálculo” (citado por P. Boutroux, pág. 129). H ay que
agregar, sin em bargo, que, al repetir u n a infinidad de veces las com bina­
ciones del cálculo algebraico, esta prolongación del álgebra en teoría de
las series infinitas y en análisis infinitesim al ha apo rtad o una significación
renovada a la tom a de conciencia de las operaciones: la del dinamismo
intelectual que alcanza el infinito y la co n tin u id a d ; “la realidad últim a,
en Leibniz, es la razón concebida como el progreso ilim itado de u n desarrollo
ordenado; con esta concepción, el intelectualism o term ina p o r tom ar con­
ciencia de sí mismo” (L. Brunschvicg, Etapes, pág. 209),

A hora bien, si de este m odo la inversión de las perspectivas es total


entre u n a m atem ática realista y estática, que culm ina en la contem plación
por carencia de tom a de conciencia, y una m atem ática operatoria cuyo
dinamism o se continúa incluso en el sueño de una com binatoria universal
en la que Leibniz esperaba generalizar los descubrim ientos de su genio.
¿Cóm o explicar, entonces, que la evolución ulterior de la m atem ática no
haya seguido esta dirección simple m arcada por el desarrollo de las opera-

8 Edición Adam-Tannery, xi, pág. 39.


ciones finitas en infinitas formuladas en el siglo xvn? Este es el intere­
sante problema que plantea P. Boutroujc y cuya solución quisiéramos
discutir brevemente.
Al ideal que' llama “sintetista”, según el que la matemática sería así
la expresión de u n a construcción operatoria de naturaleza “algebraico-
lógica”, P. Boutroux vincula, sucesivamente, el desarrollo de los números
complejos, como resultante de la combinación formal de las operaciones
algebraicas, el descubrimiento de los grupos de sustitución, el de las geome­
trías no euclidianas y, por último, el movimiento logístico. Pero no consi- ,
dera que la culminación histórica de estas diversas corrientes constituye un
desarrollo, sino, más bien, una declinación: “Para proporcionar a las teorías
matemáticas una estructura sólida, hemos decidido proporcionarle la forma
de sistemas lógicos; sin embargo, al comprobar que estos sistemas son
artificiales y, por otra parte, que pueden ser diversificados hasta el infinito,
comprendemos que no constituyen ni toda la matemática ni lo principal
de esta ciencia. Detrás de la forma lógica hay otra cosa. El pensamiento
matemático no se limita a deducir y a construir” (pág. 170).

Lo que caracterizaría al tercer gran período de la historia de la mate­


mática sería, según P. Boúti'oux, el descubrimiento de esta otra cosa; este
período se caracterizaría por un “ideal” cuyos signos anunciadores pueden
percibirse desde los comienzos del siglo xix y cuyas manif esta ci ones típicas
son actuales. Ahora bien, la calidad “transoperatoria”, si así se puede
decir, que P. Boutroux parece acordarle a este tercer ideal nos parece
precisamente, y por el contrario, la manifestación más decisiva de la
realidad de las operaciones.
El desarrollo de la teoría de las funciones, nos dice P. Boutroux, ha
alcanzado una complejidad que desafía al análisis algebraico (p. ej., cuando
interviene una infinidad de series convergentes) y que sólo permite la
construcción “si así puede decirse, en potencia” (pág. 1 7 5 ) . Comparada
con la de las épocas anteriores, la matemática de nuestro tiempo ha perdido
su bella simplicidad para comprometerse en lo imprevisto de los rodeos
y de los cambios de fronteras. Abel ya demostró la imposibilidad de
expresar las raíces de la ecuación del 5° grado en función algebraica de los
coeficientes, en lo que se originó la teoría de las ecuaciones formulada por
■Galois y el propio Abel, que “sé dirigía en una nueva dirección y asumía
una importancia mayor que nunca”- (pág. 186). De la misma forma, en el
campo de las ecuaciones diferenciales los métodos se multiplican y se
diversifican en la forma menos previsible: “En un sector de la matemática
muy alejado de las ecuaciones diferenciales se buscará un nuevo instru­
mento de cálculo: la función autom orfa, fuchsiana o kleiniana", cuya exis­
tencia fue demostrada por Poincaré en 1881, etc., etc. (págs. 188-189). En
esto se originaba la idea que tenía Galois sobre el trabajo de los analistas:
“no deducen: combinan, comparan; Cuando llegan a la verdad, lo hacen
por algo que los sorprendió por casualidad” (pág. 191). La verdad, enton­
ces, es que el analista moderno tiene más dificultades para escoger que
para construir (pág. 192). L a realidad matemática resiste a sus esfuerzos
y según P. Boutroux sólo puede ser considerada “como el resultado puro y
simple de sus construcciones” (pág. 193).
Surge así la conclusión: para explicar “esta resistencia opuesta por la
materia m atemática a la voluntad del sabio, nos vemos obligados a suponer
la existencia de hechos m atemáticos independientes de la construcción
científica, nos vemos forzados a atribuir una objetividad verdadera a los
conceptos matemáticos: objetividad que llamaremos intrínseca para indicar
que no se confunde con la objetividad relativa al conocimiento experi­
m ental” (pág. 203).

Las conclusiones de este análisis notable convergen, sin duda, con las
convicciones de la mayor parte de los matemáticos cuando éstos no se
dejan llevar por la tentación de reducir su ciencia a un simple lenguaje o
incluso a una “sintaxis” ; sin embargo, y a nuestro parecer, plantean un
problema epistemológico esencial: la “resistencia que encuentra la volun­
tad del sabio” en el manejo y la elección de sus operaciones, ¿ se presenta
más allá de estas operaciones, tal como parece suponerlo P. Boutroux, o
en el propio seno del campo operatorio? Hemos hablado de una tom a de
conciencia de las operaciones p ara caracterizar la constitución del álgebra,
de la geometría analítica y del análisis en sus formas iniciales. Pero esta
toma de conciencia se efectúa por etapas, procediendo de la superficie
hacia el centro: lo que se percibe, en primer lugar, es el resultado de la
actividad del espíritu, independientemente de esta última, de la que está
entonces separado (cf. la contemplación helénica); luego se perciben las
manifestaciones más simples y directas de esta actividad, en sus aspectos
móviles y libres: por ejemplo, las operaciones elementales constitutivas
del álgebra y de las series infinitas que la continúan. Si se considera que
estas operaciones están sometidas a la “voluntad” propia,, ello se debe a
que permanecen aún próximas al límite del campo operatorio, en lugar
de penetrar en su interior: esto constituye una prueba suficiente de que
no se consideró desde un prim er momento que constituían conjuntos
cérrados y articulados bajo la form a de “grupos” . Pero es'norm al que
una tercera etapa suceda a esta segunda: nos referimos a la de la tom a de
conciencia de los sistemas de conjunto que constituyen las operaciones, es
decir, conexiones necesarias entre las transformaciones operatorias por
oposición al manejo de algunas operaciones aisladas que, entonces, están
al parecer sometidas a la simple “voluntad del sabio” . Si examinamos con
atención los criterios invocados por P. Boutroux, esta tercera fase de la
toma de conciencia histórica de las operaciones es la-que caracteriza, a
nuestro parecer, el tercer período que él señala.
Para caracterizar los comienzos de su tercer período, en efecto, P.
Boutroux invoca la revolución operada por Galois en la solución de las
ecuaciones que van más allá del 49 grado: pero esta solución, precisamente,
se basa en la teoría de los grupos; lo mismo ocurre con la función auto-
moría, citada por el autor. Ahora bien, todos los especialistas de este difícil
campo coinciden en afirm ar que, en la teoría de los grupos, el espíritu
ya no construye “según su voluntad”, sino que explora, de acuerdo con la
descripción de Galois, y se encuentra en presencia de u n a “objetividad
intrínseca”, según la feliz fórm ula de P. Boutroux. P ara com probarlo,
basta con releer las bellas páginas que G. Juvet consagra a la arm onia
interior de los grupos, concepto que, considera, actúa como infraestructura
del conjunto de los entes m atem áticos: “L a roca que el espíritu halló
p ara fundar sus concepciones es aú n el grupo que entonces, y al parecer,
constituye el arquetipo de los entes m atem áticos” .9
Pero, ya que se m enciona como prim er ejem plo de la aparición de
este tercer período el m étodo de resolución de las ecuaciones superiores
al 4" grado, cabe preguntarse por qué se sitúa la construcción de la teoría
de los grupos en el período “sintetista”, es decir, el segundo y no precisa­
m ente el tercero. E n este punto creemos adivinar en P. Boutroux u n a
cierta actitud realista: al no poder negar la naturaleza operatoria de los
grupos de sustitución, sitúa su descubrim iento en su segundo período, y
luego separa artificialm ente esta adquisición de la de la resolución de la
ecuación del 59 grado, es decir, de u n “hecho m atem ático” cuya objetividad
intrínseca pertenece al tercer período. T odo parece indicar, p o r el contrario,
que justam ente el descubrimiento de la existencia de los grupos de transfor­
maciones es el que in au g u ra el reino de la “objetividad intrínseca” . Lo
mismo ocurre en relación con la construcción de las geom etrías no euclidia-
nas, cuya objetividad intrínseca tam bién se basa en grupos bien definidos.
E n lo que se refiere a las axiomáticas, investigaciones técnicas especialmente
profundas en la dirección de esta m ism a objetividad, G. Juvet, en un
notable artículo postumo, suponía tam bién que su no contradicción está
condicionada por su subordinación a “grupos” : “no existe ninguna teoría
deductiva que no sea la representación de un cierto grupo” .10 Ni siquiera
su puede replicar que incluso en relación con la logística se creyó en su
objetividad intrínseca (cf. algunas escuelas, p. ej. la p o la ca ). A hora bien,
si las form as.m ás simples y más p u ram en te cualitativas (en el sentido de
intensivo) de las operaciones logísticas constituyen ya, como hemos in ten ­
tado dem ostrarlo (cap. 1, puntos 3 y 6 ), sistemas de conjunto bien defi­
nidos, caracterizados p o r su composición reversible, se observa así, incluso
en el terreno de las operaciones lógicas, lo que constituye a nuestro parecer
el mecanismo común de las construcciones del tercer período: la coordina­
ción operatoria bajo la form a de sistema de conjunto cuya coherencia
resiste a la “voluntad del sabio” . E n particular, hemos observado en el
propio seno de la lógica de las proposiciones el conocido “grupo” de las
“cuatro transform aciones” .11
A hora bien, el hecho de que después de haber considerado que podía
construir libremente el conjunto de la m atem ática m ediante algunas opera­
ciones m anejadas a voluntad, el espíritu haya descubierto la existencia de
totalidades operatorias que obedecen a sus propias leyes y que se carac­
terizan por u n a cierta objetividad intrínseca, es un hecho de decisiva impor-

n G. Juvet: L a stru ctu re des n ouvelles théories physiques, 1933. pág. 60.
10 A ctes d u Congrés In te r n . de P hil. S cien t. París, 1936, vi, pág. 31.
11 Véase nuestro T ra ite de logique, § 31. theor. vi.
tancia p ara la epistemología. P. Boutroux 110 aclara en qué consiste esta
objetividad en relación con la actividad del espíritu. En la lógica del
concepto de operación se encuentra implícito el hecho de conducir a esta
objetividad; en efecto, las operaciones son necesariam ente solidarias unas
de la otras, en totalidades de las que el espíritu puede tom ar conciencia
en form a trabajosa y no directa, m ediante tanteos sucesivos y proce­
diendo desde el exterior -hacia el interior, es decir, de los resultados a sus
fuentes, siguiendo las leyes de toda tom a de conciencia. Sin em bargo, no
sirve prácticam ente de n ad a decir que estas totalidades constituyen la
estructura del espíritu, ya que n ad a prueba que la actividad del sujeto
esté acabada o, p a ra decirlo m ejor, que consista sim plem ente en extraer
sin fin en u n a fuente inagotable va contenida en él. L a tom a de conciencia,
y es con ella que debemos concluir, constituye en sí misma, por el contrario,
un a construcción: sólo se tom a conciencia de u n m ecanism o interior si
se lo reconstruye en u n a nueva form a, que lo desarrolla explicitándoio, y
todo proceso reflexivo, por ello mismo, se acom paña con un proceso cons­
tructivo que continúa, reconstituyéndolo, el mecanismo en relación con
el que se produce u n a tom a de conciencia. A hora bien, esta reconstitución
no sólo es análoga a la actividad m ediante la cual interpretam os una expe­
riencia exterior, sino que, tam bién, sólo es posible cuando existe una
relación entre la actividad del sujeto y los objetos.'
E n ello se origina la dificultad p ara resolver el problem a de la objeti­
vidad intrínseca de los esquemas m atem áticos. Su centración en la coordi­
nación operatoria constituye u n a prim era etap a que perm ite, al mismo
tiem po, evitar la reducción em pirista de este tipo de objetividad al objeto
como tal, y su reducción apriorista a estructuras trascendentales ya cons­
tituidas. Se debe dem ostrar aún, sin em bargo, la m anera en que las totali­
dades operatorias, cuya riqueza coherente es suficiente p ara explicar las
resistencias que caracterizan esta objetividad intrínseca, se constituyen sin
preexistir, en una form a acabada, a su elaboración reflexiva, y se cons­
truyen sin que por ello esta construcción sea arb itra ria (es decir, depen­
diente de la voluntad individual del sabio) ni determ inada desde el exterior
p o r u n a vía experimental.
El análisis del concepto de operación, es decir, del m odo de necesidad
inherente a las totalidades operatorias, se encuentra, entonces, en el
centro del problem a. P ara continuar esta discusión, utilizaremos a conti­
nuación este estudio del razonam iento m atem ático, ya que el rigor y la
fecundidad de este m odo de razonam iento tienen en cuenta todas las
relaciones que se deben investigar entre el sujeto y los objetos.

3. E l r a z o n a m i e n t o m a t e m á t i c o . A. D e P o i n c a r é a G o b l o t . Rigor
y fecundidad, en efecto, son los dos aspectos indisociables del razonam iento
m atem ático que todos los autores se esforzaron p o r conciliar. Pero si se
los intenta arm onizar en principio sin lim itarse a com probar su m u tu a
dependencia, se presenta el peligro de sacrificar la fecundidad al rigor,
acentuando lo que'corresponde a las prestaciones del sujeto, o de subordinar
el rigor a la fecundidad, invocando u n a participación excesiva del objeto.
Nos contentaremos con decir que el problema del razonamiento matemático
presenta en su seno todos los problem as relacionados con la naturaleza de
las operaciones lógicas o matemáticas, en tanto que las operaciones suponen
un sujeto que actúa y objetos sobre las que se efectúan. Por o tra parte,
se puede analizar el razonam iento m atem ático desde dos puntos de vista
principales; sus parecidos o diferencias respecto del razonam iento lógico
no matemático (Poincaré, Goblot y los logísticos consideraron sobre todo
este p rim er aspecto), o la regulación que interviene en relación con él
entre los aportes respectivos del espíritu y de lo real (E. Meyerson discute
sobre todo este problem a). Pese a que ya hemos estudiado el primero
de los dos problemas,1- volveremos a exam inarlo aquí, ya que su solución
condiciona la del segundo.
í.

1. L a solución de H . Poincaré. Desde 1894, Poincaré contraponía en


■los siguientes términos la estructura del razonamiento matemático a la
de los razonamientos no matemáticos. Estos últimos son de dos tipos:
el silogismo, que es riguroso pero estéril, ya que en sus conclusiones descubre
sólo lo que estaba incluido en sus premisas, y la inducción experimental,
que es fecunda, ya que logra descubrir nuevas conclusiones, pero no rigu­
rosa, por ser incompleta. El razonamiento matemático, por el contrario,
es al mismo tiempo riguroso y fecundo: las conclusiones que obtiene son
siempre nuevas y más ricas que las premisas y, sin embargo, son seguras
y no simplemente probables. Ello se debe a que procede por recurrencia,
de acuerdo con el principio de inducción completa creado por Maurolico:
si una propiedad es verdadera de n = 0 (o n — 1) y si se determina que
su verdad para n determina su verdad para n -f- 1, entonces es cierta en
relación con todos los números enteros. Russell y Goblot objetaron a ello
que el razonamiento por recurrencia se basa a su vez en conceptos más
simples. Según Russell, deriva, en forma directa, de la definición de los
números inductivos o enteros: la herencia que asegura la transferencia de
las propiedades de un número al otro traduce, de esta manera, la genera­
lización de estos números. Goblot, por otra parte, sostiene que el razona­
miento por recurrencia supone una demostración previa. (la de la transfe­
rencia de la verdad de la propiedad en el caso de n a su verdad para
n — j- 1) y que esta demostración es una construcción. Poincaré, sin embargo,
considera que esta intervención de la construcción es evidente; la consi­
deraba incluso como necesaria, aunque no como suficiente, porque además,
luego, se deben conectar las construcciones sucesivas mediante una cons­
trucción, es decir, precisamente, mediante razonamiento por recurrencia.
Como lo dicen con justeza Daval y Guilbaud, él “considera a la recurrencia
como una especie de razonamiento sobre el razonamiento, o de razona­
miento en segundo grado” 13 (lo que queda incluido dentro de la fórmula
que dábamos en el cap. 2, punto 9 sobre el pensamiento form al: un

12 Véase nuestro T ra ite de logique, cap. vm.


13 R . Daval y. G. T. Guilbaud: L e raísonnem ent m a th é m a tiq u e . París, p u f,
1945, pág. 18.
sistema de operaciones que se efectúan sobre operaciones). El razona­
m iento por recurrencia es entonces una construcción operatoria ligada a
la construcción de los núm eros y reflejada luego bajo la form a de opera­
ciones form ales que perm iten condensar estas construcciones en un único
todo, sin verse obligado a rehacerlas sucesivamente p ara cada nuevo caso.
L a fecundidad del razonam iento m atem ático, en últim o análisis, depen­
dería, entonces, de la intuición del núm ero puro, en tan to irreductible al
silogismo, y su rigor provendría del hecho de que las operaciones construc­
tivas, iniciales o formalizadas, no se concatenan m ediante u n a serie finita de
silogismos, sino m ediante u n a infinidad de silogismos (lo que, señalan
D aval y G uilbaud, dirigiéndose a Goblot, no es lo m ism o), es decir, nueva­
m ente, m ediante la intuición de un poder de repetición que supera al
silogismo reduciéndose a la del núm ero puro.
E l valor de la solución de Poincaré depende, entonces, del valor de
la hipótesis del núm ero puro. A hora bien, esta hipótesis plantea dos pro­
blemas, que corresponden, precisam ente, a las dos preguntas que el pro­
blem a del razonam iento m atem ático recu b re: el de la irreductibilidad del
núm ero a la lógica y el de la naturaleza del acto m ediante el que aprehen­
demos el núm ero puro, es decir, un núm ero cualquiera como producto
de la iteración ilim itada cuyo poder posee nuestro espíritu.
Y a hemos tom ado posición respecto del prim er punto (vol. I, cap. I,
§ 6) : sin ser reductible a ninguno de los elementos lógicos particulares,
el núm ero constituye sin em bargo la síntesis, es decir que está m ucho más
próxim o a ellos de lo que lo adm itía Poincaré. T am bién es cierto que.
se puede considerar a las clases y las relaciones asimétricas como resultantes
de u n a disociación del núm ero en sus com ponentes, y al núm ero entero
como una síntesis de las clases y de las relaciones asim étricas; en ambos
casos, sin embargo, no existe una intuición del núm ero radicalm ente
distinta de la de las clases o de las relaciones. Para com prender p o r qué
el razonam iento m atem ático es más fecundo que el silogismo, se deben
com parar entonces las clases de los núm eros o de los entes m atem áticos
con las de las clases y de las relaciones lógicas: ahora bien, la cuantificación
extensiva y num érica explica p o r sí sola esta diferencia de fecundidad en
relación con la cuantificación intensiva de los segundos (en relación con
estos tres tipos de cuantificaciones. vol. I, cap. I, § 3) : el núm ero de
com binaciones es m ucho m ayor cuando en una serie de encajes se puede
com parar a las partes tan to entre sí como con las totalidades sucesivas
que si se consideran sólo las relaciones de parte a todo. L a estructura
num érica invocada por la recurrencia no tiene otro sentido. Pero el prin­
cipio tam bién es válido p ara el razonam iento geométrico de carácter
extensivo y po r ello su fecundidad es similar.
E n cuanto a la intuición del núm ero puro, como poder de represen­
tarse que “u n a unidad siem pre se puede agregar a u n a colección de
unidades”,14 no caben dudas de que el problem a que p lan tea es el del
esquem a operatorio. D ad a la operación inicial -j- l, elem ento del grupo

I* H. Poincaré: La valeur de la Science, pág. 22.


aditivo de los números enteros, decir que tenemos la intuición del núm ero
puro equivale a afirm ar que la serie de las operaciones agrupadas cons­
tituye u n esquema anticipatorio y que, p a ra aprehender su sucesión posible,
no como u n todo estático, sino como u n dinamism o hecho de operaciones
virtuales, no es necesario precisar el detalle de las operaciones sucesivas.
E n este sentido, la hipótesis de u n a intuición del núm ero puro se reduce
a la o tra suposición fundam ental de Poincaré que sostiene que el concepto
de grupo está presente a piriori en el espíritu y que, de esa m anera, cons­
tituye u n a intuición racional (de los desplazamientos en el caso del espacio
y de la adición de la unidad en el del núm ero) : ello explica el paralelismo
entre ei razonam iento geom étrico y el razonam iento analítico, sin que,
p ara razonar en form a rigurosa y fecunda sobre las figuras sea necesario
evocar la infinidad de los números. ¿ Pero por qué h a b la r de intuición o
de a priori? Por u n a parte, hay construcción genética tanto del grupo de
los núm eros como del de los desplazamientos y, p o r la otra, a este acto
de la inteligencia, en su núcleo operatorio más esencial, se lo califica
entonces como intuitivo, por oposición al desarrollo detallado de las opera­
ciones particulares. E n relación con este punto, entonces, nos encontramos
en el núcleo del problem a de la naturaleza de los objetos matem áticos,
y llam ar intuición a esta tom a de posesión de su objetividad intrínseca tiene
más el efecto de ocultar la dificultad que de revelarnos el secreto.

2. L a solución de G. Goblot. L a interpretación del razonam iento


m atem ático elaborada por Poincaré tiene dos tipos de contradictores: los
logísticos y E. Goblot. E n el p unto 5 realizaremos u n atento exam en del
análisis de los prim eros, más profundo que el de los segundos. Aquél, en
efecto, term ina por sacrificar en form a deliberada la fecundidad en aras
del rigor, hasta un punto tal que en la actualidad parece pasado de m oda
y que a algunos, incluso, les parece desprovisto de significación plantear
au n el problem a de la productividad del razonam iento. Pero incluso si
se postula que el problem a ya no se plantea en lo que se refiere a la estruc­
tura form al de la deducción, resurge tan pronto como se intenta determ inar
las relaciones entre esta estructura y la realidad. P or otra parte, si se
intenta expresar u n a estructura como ésta en térm inos de operaciones,
incluso puram ente proposicionales, ello basta como p ara que se im ponga
nuevam ente la diferencia entre las inferencias m atem áticas específicas y
la deducción bivalente en general. Por ello debemos señalar, tam bién, la
solución de Goblot, cuyas lagunas son instructivas en lo que se refiere
p. las exigencias de u n a solución operatoria com pleta: si los logísticos de
la escuela de V iena, en efecto, elim inaron la fecundidad en aras del rigor,
el esfuerzo de Goblot se realizó esencialm ente en relación con la explicación
de la fecundidad; cabe preguntarse si, por su p arte, no dejó entonces
excesivamente de lado el rigor.
D educir equivale a construir, vuelve a descubrir E. Goblot (señalando,
incluso, que este descubrim iento tiene lugar una m añ an a de febrero de
1906, tan decisiva le parece esta ilu m in ació n ). Pero construir es: 1° efectuar
operaciones concretas, como construcciones gráficas, etc.; que, según Goblot.
constituyen el aspecto esencial del razonam iento; 29 com binar proposi­
ciones, en tanto que ellas traducen estas operaciones concretas. ¿Cómo
explicar, entonces, que la construcción sea rigurosa y no sim plem ente apro­
xim ada, como ocurre en el caso de las ciencias experim entales? Ello se
debe al hecho de que esta construcción está regu lad a gracias a las propo­
siciones anteriorm ente aceptadas, m ientras que, en la inducción, las pro­
posiciones anteriores dejan u n m argen m ás o menos grande de indeterm i­
nación, que exige recurrir al control empírico. Las reglas de la construcción
no son las de la lógica, sin lo cual se debería considerar que las conclusiones
están com prendidas de antem ano en las proposiciones anteriores: las reglas
se reducen a estas proposiciones, en su contenido, y en tan to que este
contenido im pone algunas condiciones restrictivas a construcciones p o r o tra
p arte nuevas.
Dos autores de talento, D aval y G uilbaud, dem ostraron reciente­
m ente 10 que el concepto de construcción forjado por G oblot está aún
insuficientem ente elaborado, y que, u n a vez que se lo analiza, no agrega
n ad a nuevo a la solución de Poincaré, que su continuador com prende mai.
E n la teoría de Poincaré, en efecto, tam bién interviene u n a construcción
operatoria inicial, fuente de razonam iento de p artid a, luego u n a especie
de razonam iento en segundo grado que generaliza esta construcción al
reflejarla. E n Poincaré este razonam iento en segundo grado está constituido
por el mecanismo de la recurrencia, m ientras que la originalidad de la
concepción de G oblot es la de que intenta extraer de las operaciones
prim arias la explicación del rigor que caracteriza a la deducción: el razo­
nam iento deductivo equivaldría, sim plem ente, a someter estas operaciones
a u n conjunto de reglas constituidas por las “proposiciones anteriorm ente
adm itidas” . ¿Es suficiente esta determ inación?
No le reprocharem os a G oblot el h ab e r llam ado indiferentem ente
“construcción” a las operaciones concretas, efectuadas m aterial o m ental­
m ente, y a las proposiciones que traducen estas acciones. C om o ya lo hemos
visto en el cap. 2, ambos constituyen dos niveles sucesivos del pensam iento
m atem ático igualm ente esenciales,10 y existe u n a lógica de las operaciones
concretas al igual que u n a lógica proposicional. Al afirm ar que la fecun­
didad del razonam iento m atem ático depende de la construcción de las
relaciones iniciales y no de la estructuración de las proposiciones que
las expresan, Goblot, incluso, y en cierto sentido, coincide con algunas tesis
logísticas recientes; éstas sostienen que la aritm ética y el razonam iento por
recurrencia son irreductibles al cálculo de las proposiciones y, desde este
punto de vista, recurren a u n mecanismo extralógico de inferencia. D e
■este modo, ta n to la inducción com pleta de Poincaré como las “construc­
ciones” concretas de G oblot dependerían de la lógica de las clases, de las

15 R. Daval y G. T. Guilbaud: Le raisonnement mathématique. París, p u f ,


1945, cap. ni.
18 “En matemática, y sólo en matemática, se puede decir que la reflexión del
pensamiento sobre sí mismo es una operación matemática’’, dicen a este respecto
Daval y Guilbaud (pág. 73), aserción que aceptaremos con la condición de que se
le agregue la logística.
relaciones y de los números, y no de la que corresponde a la deducción pura.
E n otras palabras, sería legítimo afirm ar como Goblot que las construc­
ciones están reguladas por el contenido de las “proposiciones anteriorm ente
adm itidas” y no por las leyes de la lógica considerada como estructura
form al de la lógica proposicional.
Pero no se resuelve u n problem a esencial y, a nuestro parecer, en la
teoría de Goblot subsiste u n a laguna sorprendente en relación con este
punto. P or concretas que sean, las operaciones inherentes a la “construc­
ción” de las relaciones iniciales presuponen tam bién u n a lógica: no la de
las proposiciones como tales, sino, precisam ente, la del contenido de las
proposiciones, si así puede decirse, ya que este contenido se reduce siempre
a un sistema de clases, de relaciones o de números. T an to cuando son
m ateriales como cuando son mentales, las operaciones concretas, en efecto,
no están reguladas desde afuera y por “proposiciones anteriorm ente adm i­
tidas” cualesquiera; por el contrario, lo están desde el interior y por una
lógica operatoria que se reduce a agrupam ientos de clases y de relaciones
o de los grupos espaciales y numéricos. L a solución de Goblot carece de
esta regulación interna de las operaciones, m ientras que en la de Poincaré
ella se realiza m ediante el mecanismo de la recurrencia, es decir, en realidad,
por el grupo de las operaciones iteradas de adición de la unidad que
constituyen la serie de los números.
E n efecto, si proposiciones anteriores cualesquiera constituyesen la
única regulación de las construcciones nuevas, nos encontraríam os ante
la siguiente alternativa: o bien las conclusiones que se obtienen están com ­
prendidas ya en las proposiciones anteriores y existe entonces u n a regulación
com pleta, pero estas conclusiones no son nuevas y la deducción no es cons­
tructiva, o, si no, las conclusiones no son nuevas y la deducción no es
constructiva: o si no tam bién, las conclusiones son nuevas, es decir, no con­
tenidas en las proposiciones anteriores, pero entonces regulan la construc­
ción sólo en forma incom pleta. P ara decirlo con m ayor precisión: las
proposiciones anteriores pueden regular la construcción sólo en la m edida
en que los resultados no son nuevos; en la m edida en que la construcción es
nueva, po r el contrario, estas proposiciones constituirán como máximo
barreras exteriores, que está prohibido franquear, pero en cuyo interior la
construcción es contingente y escapa a toda regulación. Al menos el
proceso sería así si se tratase de proposiciones cualesquiera, es decir, no
elegidas expresamente para lograr el ajuste recíproco de las operaciones.
A hora bien, las prim eras “proposiciones aceptadas” , es decir, las defini­
ciones v los axiomas, constituyen, en realidad, y precisam ente, un sistema
de reglas operatorias que determ inan la m anera en que las operaciones se
com binarán entre sí. D e este modo, los axiomas de Peano sobre el núm ero
entero (vol. I, cap. I, § 7) introducen los conceptos de sucesor o de
■‘siguiente” , de cero v de la igualdad de dos números, de m anera tal que
se hace posible engendrar la serie caracterizada por la adición -f- 1 -)- 1. . . :
la construcción está entonces regulada ya que las operaciones están com-
pelidas a una composición que no deja lugar a ningún flotamiento. La
regulación, entonces, es interna v no externa: lo que la constituye es una
ley de composición y no un sistema de proposiciones anteriores cualesquiera.
Si así es, justam ente, ello se debe a que las proposiciones iniciales fueron
escogidas con este objeto; las operaciones + 1 , — 1 v 0 constituyen entre
ellas un “grupo” y están reguladas así por su propia transitividad y su
propia reversibilidad; por ello, los axiomas que d an origen a la construcción
están form ulados de m anera tal que perm iten volver a h allar esa estructura
y regularla explícita y no ya sólo im plícitam ente.
E n resumen, si incluso en el plano de las operaciones concretas, la
“construcción” que engendra el razonam iento está regulada desde un prim er
m om ento, ello ocurre en virtud de las leyes de composición reversible que
caracterizan a las operaciones como tales: esta regulación interna es la
que dirige la elección de las proposiciones iniciales. Si se descuida la
existencia de esta composición reversible de las operaciones, la solución
de G oblot es insuficiente p ara conciliar la fecundidad y el rigor, ya que
conduce a confundir las operaciones con acciones m ateriales (o rnenta-
lizadas) cualesquiera.
Si volvemos ahora a la lógica, observamos que su modo de proceder
es el mismo, incluso sin considerar la formalización característica de la
logística proposicional. D educir m ediante silogismos es tam bién “construir” ,
al igual que cuando se razona m atem áticam ente, y las reglas de esta cons­
trucción son, nuevam ente, leyes de composición operatoria v no proposi­
ciones anteriores cualesquiera. Todo silogismo, en efecto, supone un sistema
previo de clases o de relaciones encadenadas y este sistema supone una
construcción cuyas leyes son las de los “agrupam ientos” . A p artir de ello,
la pregunta que, después de Poincaré, plantea Goblot en relación con
las razones que determ inan que el razonam iento m atem ático sea más
fecundo que el lógico, se presenta de la m anera siguiente, pero desplazada
en el terreno de la regulación in te rn a : ¿ Por qué las composiciones reguladas
características de la ,m a te m ática son más numerosas que las de la lógica?
¿P or qué un “agrupam iento” lógico conduce sólo a algunas composiciones
lim itadas, m ientras que los “grupos” algebraicos o geométricos pueden
conducir a un núm ero inagotable de composiciones? La respuesta sólo
se puede basar, como se observa, en la propia estructura de las tota­
lidades operatorias que aseguran sim ultáneam ente la posibilidad y el rigor-
de las composiciones y no en el concepto, dem asiado vago, de simple
“construcción” .

4. El R A Z O N A M IE N T O M A TEM A TIC O . B. La IN T E R I'R E T A C k S n DK E m ILE


M eyerson . L a interpretación de conjunto que formuló E. Meyerson en
relación con el razonam iento m atem ático merece un examen especial, tanto
a causa de la nitidez incisiva de su análisis como debido a la insistencia
con la que contrapone sin claudicaciones el espíritu — definido por la
identificación— y lo real, reducido a lo “diverso” . Esta antítesis un poco
“rígida” , tal como lo adm ite el propio autor, presenta la g ran v en taja de
constituir una solución simple y clara, en relación con la que los hechos
psicogenéticos pueden responder con un sí o con un no: ello es tan to más
fácil cuanto que el propio E, Meyerson siempre sitúa la discusión en el
terreno del pensam iento com ún y real del “curso del pensam iento”, lo que
requiere, inm ediatam ente, la verificación genética.

¿ P o r qué el razonam iento m atem ático es al mismo tiem po riguroso y


fecundo? se pregunta, a su vez, E. Meyerson. Se puede considerar a la
m atem ática como apriorística, lo que explicaría su rigor, pero el pensa­
m iento racional bajo su form a p u ra y lógica no crea nada, ya que se
reduce a la identidad: por sí solo es “aquiescente” . T am bién se puede
considerar que la m atem ática se origina en la experiencia, lo que expli­
caría, entonces, su fecundidad, pero contradiría su rigor. D e esta m anera
“parece im ponerse la conclusión de que en este caso no se puede invocar
ni el a priori ni el a posteriori, sino que, más bien, debe tratarse de algo
interm edio entre ambos o, quizá, de una mezcla bastante difícil de separar
entre uno y otro” (C. P.,1T pág. 328).
E n efecto, “el núm ero es u n concepto abstraído de lo real” ( C. P,,
pág. 322) y la igualdad m atem ática que opera en las ecuaciones no es
una p u ra identidad, sino u n a identificación, es decir, u n a identidad sólo
parcial (págs. 333-335). L a operación num érica 7 -4- 5 = 12 es u n a sín­
tesis, com o lo entendía K ant, ya que “se h a creado algo nuevo” (pág. 335) :
se debe decir “siete y cinco hacen doce” y la expresión “hacen” designa
en realidad “u n verdadero acto realizado” (pág. 336). D e la misma m a­
nera, “el signo algebraico es el símbolo de u n a operación, de un acto”
(pág. 338). Goblot tiene entonces razón contra Poincaré en considerar
que la operación es el aspecto esencial del razonam iento (págs. 339-341)
y si Bradley pudo hablar de operaciones del espíritu, “la concepción de
M. G oblot, en su vigoroso realismo, parece m ucho m ás satisfactoria”
(pág. 341) : la m ism a recurre, en efecto, a acciones reales, pero im aginadas,
como los “G edanken experim enté” de W undt y de K rom an (págs. 343-344)
gracias a la m em oria de las experiencias reales anteriores (págs. 346-347).
Pese a que éste es el papel de lo real en la construcción del núm ero
(y a fortiori es, al menos, sim ilar en la construcción del espacio: pág. 308),
la experiencia no es lo único que im porta, m uy por el contrario. E n la
operación, por activa que M eyerson la considere, “el espíritu sólo opera
m ediante conceptos abstractos, conceptos que él crea; pero a esta operación
sólo la puede observar en lo real, tom arla de lo real. D e todas formas,
la operación lógica es la traducción en el pensam iento de un a operación,
de u n acto real, que tiene como puntos de p artid a, como substratos, no a
objetos reales, sino a conceptos, ideas” (C . P ., pág. 349). Esta es la clave
del enigm a, por paradójica que sea esta oscilación entre lo real y el
espíritu: l 9 el espíritu crea así conceptos abstractos “aunque, por supuesto,
m ediante m ateriales tomados desde afuera, proporcionados por la sensación”
(pág. 370) ; 29 “el intelecto posee esta curiosa aptitud (que condiciona, al
mismo tiempo, una propensión casi irresistible) a proyectar fuera de sí
r, los entes creados por sí m ism o . . . y cam biar así en cosa reales las cosas

17 Con C. P. (Curso de pensamiento) designaremos el Cheminement de la


pensée. Alean, 1931,
del pensam iento” (pág. 370), lo que determ ina la proyección del núm ero
en lo real, ya que el concepto del núm ero, tam bién, es abstraído de lo real
(pág. 370) ; 3? en consecuencia, al operar num éricam ente sobre objetos,
piedras por ejemplo, “si observamos con atención, se com prueba entonces
que hemos operado sobre este núm ero solo. . ., ya que los objetos reales,
las piedras, evidentem ente, sólo representan el concepto abstracto que es el
n úm ero” (pág. 350). E n resumen, “hemos creado u n género (pág. 351),
el núm ero y lo hemos proyectado como objeto: hem os “hipostasiado este
concepto, reubicado lo abstracto en lo real, fingido, si se quiere, que era
real, p ara p oder ac tu a r sobre él en form a real, observar cómo se com portaba
en lo real” (pág. 353). Por otra parte, hacem os lo mismo en la percepción
de u n objeto cualquiera, de un sillón por ej. (pág. 357), que es la proyec­
ción de u n concepto en la sensación; en efecto, “en todos los instantes de
nuestra vida sólo estamos ocupados en buscar las causas exteriores de
nuestras sensaciones, es decir, en constituir estas sensaciones en conceptos,
en un primer m om ento y luego en objetos” (pág. 362. L a bastardilla es
n u e s tra ). “E sta metamorfosis instantánea de un concepto en u n real situado
fuera del yo es sin d u d a maravillosa, p arad ó jica” (pág. 361).
Todos los números, el entero positivo, el fraccionario, y tam bién el
negativo, el irracional e incluso los im aginarios (págs. 370-377) proceden
igualm ente de operaciones extendidas indefinidam ente a conceptos abstrac­
tos. reintroducidos en lo real. Lo mismo sucede en el caso de los hiper-
espacios (pág. 380), pero los entes así creados m ed ian te la colaboración
del espíritu y de lo real “se asem ejan ca d a vez menos a los que conoce
el sentido com ún” (pág. 386).
Se com prende entonces, al fin de cuentas, la doble natu raleza del
razonam iento m atem ático: es fecundo porque reposa en géneros que siem­
pre son abstraídos de lo real y sobre los que son posibles operaciones activas,
pero es riguroso ya que, desde la abstracción inicial hasta las operaciones
más complejas, la identidad está en acción. L a m atem ática, de esta
m anera, es sólo u n a vasta identificación que procede a través de abstrac­
ciones, luego de operaciones sobre los conceptos abstractos reubicados en
lo real. M ás precisam ente el rigor se debe a que “podem os llevar a cabo
u n acto sin p ertu rb ar la identidad entre el antecedente y el consecuente”
(pág. 396). Ello es lo que se observa en las operaciones espaciales, al
igual que en la reunión inicial que sirve p ara la constitución del núm ero
concreto, ya que, en ambos casos, “el acto es u n desplazamiento que no
altera entonces la identidad de los objetos desplazados” (pág. 396).

P ara exam inar ah o ra el valor de estas diferentes hipótesis, nos perm i­


tiremos com enzar po r el final p a ra acceder luego a la génesis. E n efecto,'
en la tesis de Meyerson todo está bien articulad o ; de este modo, las serias
reservas im puestas por los hechos psicogenéticos en lo que se refiere a la
form ación presum ida de los esquemas del objeto, del espacio y del núm ero
corresponden a dificultades que tam bién se presentan, incluso, en la síntesis
de lo idéntico racional y de lo diverso real atribuido al propio razona­
m iento m atem ático. P a ra elucidar todo el resto, partirem os, entonces, de
esta concepción final.
Esta antítesis entre la identidad lógica y la realidad experim ental
revela, en efecto,, con notable claridad las causas de la alternativa a la que,
según acabamos de com probar (§ 3) conduce la teoría de G oblot: si no
se asegura la regulación in te rn a de las operaciones constitutivas del razo­
nam iento, las conclusiones son rigurosas sólo en la m edida en que las
conclusiones nuevas de u n a construcción m atem ática están contenidas de
antem ano en las proposiciones iniciales, m ientras que en la medida en que
son nuevas las conclusiones escapan a todo rigor. A hora bien, M eyerson
admite" una regulación in te rn a de las operaciones, pero la reduce a la
identificación sola. Ello determ ina un desplazam iento del problem a en
el interior de la construcción operatoria y un refuerzo de la dificultad
en la que ya se encerraba la tesis de Goblot. Por u n lado, las operaciones
son rigurosas, y ello en la exacta m edida en que se lim itan a “desplazar”
algo idéntico en el transcurso de las transform aciones sucesivas que van
desde la abstracción inicial hasta las m ás altas cumbres de la d ed u cció n ;
pero si el rigor, es decir, la regulación de las operaciones, depende de la sola
identidad, aquello que en el mecanismo operatorio es riguroso es tam bién
necesariam ente infecundo. P or otra parte, las operaciones crean algo n u ev o ;
en efecto, 12 no está contenido en 7 y 5 ni el cuadrado de la hipotenusa
es enteram ente “la m ism a cosa” que el cuad rad o de los lados ni tam poco
un espacio de 34 dimensiones es idéntico a un espacio tridimensional.
Pero si, gracias a la “identidad parcial” la construcción es' en p arte rigu­
rosa, sólo lo es en parte, y en la única m edida en que n o va más allá de
la identidad p u ra : en la m edida en que, por el contrario, hay u n aporte
de lo real, es decir, de lo “diverso” o de lo “irracional”, deja de hab er rigor.
Sin duda, el m ecanism o que se invoca es m ucho más sutil, ya que con­
siste en u n a p erpetua oscilación entre lo real y el espíritu: éste tom a de
aquél los medios p ara construir entes ideales que luego rem ite para reencon­
trarlos en sí, etc. Antes de exam inar en detalle este juego delicado, con­
viene p lantear desde ya los dos problem as esenciales: los elementos que
integran la construcción son “desplazados” en un sentido o en otro, y se
debe determ inar su origen y si se enriquecen durante el proceso. A hora bien,
si el rigor está garantizado por la identidad, ellos pueden provenir sólo de
uña fuente ajen a a este rigor — lo real— v enriquecerse en camino sólo a
costa de este mismo rigor. Si la razón se deduce, de la identificación,
entonces no hay salida: o bien el razonam iento m atem ático es un a serie
de identidades puras, y entonces es enteram ente riguroso aunque estéril,
o, si no, es fecundo, es decir que es más que un a simple identificación y
engloba lo diverso sin reducirse a la identidad pura, pero entonces no
es enteram ente riguroso y deja de serlo en la precisa medida en que
desborda identidad por sí sola.
E. Meyerson apreció en su justa m edida esta dificultad, ya que intentó
reducir las operaciones num éricas a los desplazamientos que se producen
en la reunión o en la disociación de las unidades, y que el desplazamiento
e? el principio de toda explicación racional, ya que el mismo no altera la
naturaleza de los elementos desplazados ( C . P . , pág. 396). P ara decirlo
de o tra m anera, la construcción m atem ática tom aría sus elementos de lo
real; sin em bargo, seguiría siendo rigurosa, puesto que estos elementos,
sim plem ente, serían “ desplazados” . Sólo que, independientem ente del pro­
blem a de saber si toda operación es reductible a un desplazamiento, de
todas m aneras los com ponentes se enriquecen en el transcurso del desarrollo
mismo y el problem a del rigor se plantea nuevam ente en el transcurso
de la oscilación entre el espíritu y lo real: si 7 objetos colocados en la
cercanía dé 5 engendran la novedad que el n úm ero 12 constituye, entonces,
la construcción de este núm ero 12 es rigurosa sólo en la m edida en que
sus 12 elementos son los mismos que los 12 elementos disociados en colec­
ciones de 7 y 5; en la m edida en que, por el contrario, el n úm ero 12 es
algo diferente de los núm eros 7 y 5, es decir, en la m edida en que el despla­
zam iento h a agregado algo nuevo a la simple conservación de los elementos,
este comienzo de fecundidad escapa ya al rigor, porque va m ás allá de la
identidad p u ra (y, efectivam ente, se debe aún aclarar p o r qué 12 es
divisible por 2, 3, 4 y 6, m ientras que el “desplazam iento” de 7 v 6 unidades
daría el núm ero 13, que es p rim o ),
P ara m encionar u n ejemplo menos elem ental y, como consecuencia de
ello, más elocuente, sabemos que las geom etrías no euclidianas pueden
construirse con m ateriales euclidianos: u n a vez construidas, sin em bargo,
ellas incluyen a la geom etría euclidiana como simple caso particular. H ab ría
que decir, entonces, si el rigor se debe sólo a la identificación, que los
elementos euclidianos que perm anecieron idénticos en el transcurso de
las transform aciones son los únicos que garantizan el rigor, m ientras
que las nuevas com binaciones de estos elementos son contingentes. A hora
bien, la parad o ja sería tanto m ayor cuanto que la situación, en realidad,
es recíproca: cada u n a de las geom etrías en juego puede construirse con
los m ateriales de u n a de las otras, al mismo tiem po que la incluye como
caso específico (vol. I, cap. II, § 10). Al no ser nu n ca el resultado de u n a
construcción idéntica a sus m ateriales, es evidente que la identificación p o r
sí sola na puede g arantizar el rigor, ya que, sin cesar, se ve desbordada
po r la novedad.
P ara ser m ás preciso, si lo racional se reduce a lo idéntico y lo diverso
em ana de u n real, irracional p o r diverso, el rigor del razonam iento m ate­
m ático sólo puede ser aproxim ado. Por otra p arte, M eyerson hubiese
adm itido esta consecuencia evidente de su hipótesis c e n tra l: “El razona­
m iento no puede ser enteram ente racional” , dice de m anera general ( C . P . ,
pág. 180, § 169). Pero, de ser así, u n razonam iento es tanto menos riguroso
cuanto más fec u n d o ; esta relación inversam ente proporcional entre la
fecundidad y el rigor constituye la principal dificultad de la tesis de
Meyerson. U n a segunda dificultad se agrega entonces, necesariam ente,
a la precedente: si la fecundidad de la m atem ática se basa en los elementos
que tom a de lo real, esta fecundidad debería ser tanto m ayor cu an to m ás
próximos sean los conceptos considerados a la experiencia inicial, y dis­
m inuir en razón directa de su alejam iento en relación con ella. A hora bien,
¿es así? El ejemplo de las generalizaciones de la geom etría es precisam ente
instructivo a este respecto. A dm itam os que la geom etría euclidiana de tres
dimensiones sea tom ada de. lo real percibido m ediante abstracciones y
generalizaciones identificatorias. Los “géneros” así constituidos serían en­
tonces, de acuerdo con la descripción de Meyerson, proyectados nuevam ente
en la realidad de la que son abstraídos, y sometidos luego a u n a trituración
operatoria p a ra ver “cómo actúan en lo rea l'’; estas combinaciones per­
m itirían por fin ir más allá de la realidad m ism a y construir esquemas cada
vez m ás abstractos. Entonces, sin em bargo, cuanto m ás nos alejamos de lo
real m ás debe em pobrecerse el esquem a form al, ya que la razón no crea
n ad a y se lim ita a transferir algunos de los datos iniciales en el transcurso
de las operaciones, “sin p ertu rb ar la identid ad entre el antecedente y el
consecuente” : cuanto m ás “abstracto” es el esquema, m enos datos reales
iniciales contiene. A hora bien, se com prueba por el contrario que el
esquem a final es m ucho más rico que el esquem a inicial, ya que éste
se reduce al nivel de simple caso p a rtic u la r: lo que se com prueba, entonces,
esque ei acto operatorio crea algo nuevo en función de las distancias y
no de su proxim idad en relación con lo real; p ara decirlo de o tra m a­
nera, una vez más, que es por cierto irreductible a u n a simple abstracción
identificatoria.
Volvemos a enfrentarnos aquí con el problem a que, p o r otra parte,
ya conocem os18: ¿ Es posible reducir la abstracción, m ed ian te la que
creemos extraer de la realidad los núm eros enteros o las form as geomé­
tricas, etc., a u n a simple abstracción a p a rtir del objeto? A nuestro parecer,
el error corriente de las epistemologías realistas, inspiradas en la filosofía
aristotélica de los “géneros” , consiste en form ular esta afirm ación. A hora
bien, independientem ente de los hechos genéticos que volveremos a exa­
m inar, el problem a puede ser solucionado directam ente en el terreno m ate­
m ático cuando se lo p lan tea en la siguiente fo rm a: ¿ U n concepto abstracto
es m ás pobre o más rico que la realidad correspondiente? A nuestro p a­
recer la respuesta no presenta problem as: el concepto abstracto es m ás
pobre, en el sentido de que se construye en relación con u ñ p u n to de vista
especial descuidando los otros, (p. ej., situándose en el p u n to de vista de
la form a y dejando de lado el peso, el color, e tc .) ; desde este p unto de vista
especial, por el contrario, es inmediatamente m ás rico que la realidad
concreta, ya que la así llam ada abstracción consiste en agregar y no en
sacarle algo al objeto, claro que eligiendo el punto de vista al que agrega.
D e este modo, al contar algunas bolitas se les agrega un a conexión que
no existía entre ellas, en lugar de extraer el núm ero de su colección, y
al abstraer u n a recta de la arista de u n cristal se ponen en contacto las
moléculas discontinuas e irregularm ente dispuestas a lo largo de esta arista
por u n a línea ideal que ellas no com portaban. L a abstracción, de esta
m anera, es u n a articulación, o, si se prefiere, u n a estructuración acorde
ccn lo real, y consiste en relaciones nuevas que no estaban aú n contenidas
en el dato concreto. A ello se debe que los entes m atem áticos “abstractos”
sean infinitam ente más ricos que los entes m atem aticables concretos: éstos

i 8 Véase anteriormente en este volumen, cap. I, §§ 2 y 12,


son finitos y aquéllos superan a este finito con todo el poder de las diversas
especies de infinitos.
Por otra parte, E. Meyerson apreció perfectam ente el probleina y el
juego sutil de los conceptos “hipostasiados” en lo real, después de haber
sido extraídos de aquél; sólo puede tener la significación de explicar este
enriquecim iento de la realidad al que llega finalm ente la así llam ada
“abstracción” a p a rtir del objeto. Sólo que, como, según este au to r, la
estructuración y las relaciones nuevas que el espíritu ap o rta a lo real se
reducen, en definitiva, a la identidad p u ra y simple, m ezclada con los
datos extraídos del objeto, es evidente que, desde el p u n to de v ista de
la fecundidad, este aporte es nulo y que es válido sólo desde el punto
de vista del rigor.
L o que acabam os de ver, po r el contrario, lleva a adm itir qu e en
m atem ática (y en lógica, pero en u n grado notablem ente inferior) las
operaciones son sim ultáneam ente fuentes de novedades y de rigor, sin que
éste últim o se reduzca a la identidad simple. P ara decirlo de o tra m anera,
el aporte del espíritu a lo real desborda los m arcos de la identificación.
Las estructuras esenciales del pensam iento lógico aritm ético están consti­
tuidas por las clases, las relaciones asim étricas y los núm eros. U n a clase
se caracteriza por la sem ejanza entre los individuos que la in teg ran y, en
consecuencia, po r sus cualidades com unes: en este aspecto ac tú a la identi­
ficación, fuente de la equivalencia cualitativa, etc. L o m ism o ocurre en el
caso de las relaciones simétricas, que expresan la copertenencia a u n a m ism a
clase. Pero las relaciones asimétricas, por el contrario, expresan la diferencia
ordenada entre los objetos y se las puede seriar sólo gracias a estas diferen­
cias (de tam año, de posición, etc.). ¿Se p u ed e decir, acaso, que la dife­
rencia es aú n u n “género” , es decir, que el espíritu identifica lo com ún
entre las diversas diferencias y extrae de ello el concepto de diferencia?
Sin d u d a que sí y de este modo la diferencia se convierte en un concepto
como otros y perm ite definir una clase com o o tr a : la clase de las diferencias
consideradas como elementos equivalentes entre sí (como copertenecientes
a u n a m ism a clase). Pero eso no es todo: en las relaciones asim étricas y
en las operaciones de seriación cualitativa, la diferencia juega el mismo
papel form al que la sem ejanza en las clases, o las relaciones simétricas, y
en sus encajes. Los “agrupam ientos” aditivos y m ultiplicativos de relaciones
asimétricas son, incluso, exactam ente isomorfos a los “ agrupam ientos”
correspondientes de clases, la única pequeña diferencia es la de que en ellos
la adición no es conm utativa debido, precisam ente, a que reúne diferencias
ordenadas y no semejanzas. ¿Se puede decir, entonces, qu e la sem ejanza
expresa la actividad identificatoria del espíritu, m ientras que las diferencias
provienen de lo real, com o resultaría de la antítesis de M eyerson? Sin
em bargo, p ara la actividad del espíritu es ta n im portante d iferen ciar como
identificar, y estas dos actividades sólo adquieren significación apoyadas
una en la otra. Es evidente que am bas suponen u n real a la vez unificable
y diversificable, pero u n a y otra son inherentes al sujeto, se ejercen p arale­
lam ente y determ inan dos tipos de estructuras form ales que se corresponden
térm ino a térm ino.
En lo que se refiere al núm ero entero, como ya lo hemos visto (cap. 1,
punto 6 ), él es u n a síntesis de la clase y de la relación asim étrica, y
entonces de la sem ejanza y de la diferencia; las unidades que lo com ponen
son, al mismo tiem po, equivalentes y distintas. Diremos, entonces, ¡ que el
número es un producto del espíritu, en la m edida en que hay equiva­
lencia, y real en la m edida en que las unidades son distintas! P ara
decirlo de otro m odo: ¿es la unidad 1 la expresión del espíritu, m ientras
que el núm ero dos (1 1) em anaría de lo real, ya que, al adicionarse
en él la unidad a sí misma, existe entonces un a diferencia entre estas dos
unidades?
Desde un p u n to de vista genético, toda relación establecida en tre los
objetos resulta así de u n a actividad del espíritu que consiste en diferenciar
tanto como en identificar; en consecuencia, todo sistema de operaciones,
como “agrupam iento” de relaciones, es constructivo al mismo tiem po que
garantiza su propio rigor gracias al modo de composición que constituye.
A este respecto la reversibilidad constituye el equivalente genético de la
función que E. Meyerson intenta atribuir a la identidad. A hora bien,
la reversibilidad, que ese autor intenta a m enudo reducir a la identidad,
es mucho más que u n a identificación: consiste en el desarrollo de un acto
en ambos sentidos. D e este modo, al mismo tiem po que es constructivo,
este acto tiene u n a coherencia interna segura basada en la seguridad de
volver a en co n trar su punto de partida: la identidad es entonces el pro­
ducto de u n a operación directa por su inversa y no se confunde con la
reversibilidad com o tal.
El espíritu, entonces es actividad, o p o d er de operar, y sí to d a acción
o toda operación supone, en su punto de partida, un lazo indisociable
entre el sujeto y el objeto, es artificial atrib u ir la id en tid ad sólo al sujeto
y la diferencia sólo a la realidad. Es indudable que cuando se reú n en dos
elementos concretos, esta adición sólo sería posible si estos elem entos no
estuviesen presentes en lo real. ¿ Pero están presentes en estado de distin­
ción, o de acuerdo con el mismo grado de distinción que introducim os en
ellos? Y, de ser así, ¿la realidad es suficiente p a ra explicar la operación,
o ésta supone u n acto que vincula? A hora bien, tanto si este acto es un a
sustracción que disocia como u n a seriación que m arca las diferencias, la
intervención del sujeto en él es tan necesaria como en la identificación.

Pero si se renuncia al criterio neto y claro de 1a. identidad p u ra, cabe


preguntarse dónde se sitúa el límite exacto entre el sujeto y el objeto. Aquí
se revela u n a vez m ás la necesidad del punto de vista genético, que im pone
una rectificación continua de las fronteras, m ientras que las filosofías de
conjunto sostienen un estado fijo. En efecto, no existe un lím ite estático
e inamovible entre el sujeto y el objeto; el espíritu, en efecto, se construye
progresivamente y en los diferentes niveles de esta construcción la delim i­
tación debe entonces rehacerse (por otra parte, en lo que concierne al
pensamiento físico, veremos que sucede exactam ente lo mismo con lo “real”
como tal, y que el propio M eyerson. form uló los mejores argum entos en
favor de un realismo en cierto modo sustitutivo). A nivel de los reflejos
de las prim eras manifestaciones sensoriomotrices, se puede designar como
“sujeto” a los movimientos innatos o adquiridos; efectivamente, por su
interm edio se m anifiesta la actividad del sujeto considerada desde el ángulo
de la conducta. Sin em bargo, desde el punto de vista del propio sujeto,
que corresponde a esta conducta, no hay aun ninguna diferencia entre
lo subjetivo y lo objetivo, ya que no hay au n ni sujetos exteriores n i sujeto
diferente de la realidad que él vive en ca d a instante considerado. A nivel
de la inteligencia sensoriomotriz, los prim eros objetos son construidos al
mismo tiem po que el sujeto comienza a distinguir entre ellos. E sta elabo­
ración de lo real prosigue en los diversos niveles intuitivos y operatorios,
aunque m edian te instrum entos subjetivos, m oldeados sim ultáneam ente con
él; de este modo, en cada etapa sucesiva la delim itación entre sujeto y
objeto debe ser reexam inada: la actividad del sujeto se acrecienta con
la extensión de las operaciones, m ientras que lo real se objetiva al organi­
zarse. E n consecuencia, es imposible asignar de una vez p a ra siempre al
sujeto o al objeto una estructura definible en térm inos estáticos, en la que
de una vez p a ra siempre lo idéntico pertenecería a uno de ellos y lo diverso
al otro. Si se los desea contraponer en u n a fórm ula válida para todos los
niveles, ésta sólo podría ser funcional y no estructural. L a identificación
de Meyerson, entonces, deberá ser reem plazada m ediante una asim ila­
ción del sujeto al objeto, en prim er lugar sensoriomotriz, luego represen­
tativa y operatoria, pero que engloba tanto las operaciones de diferen­
ciación como las de identificación; lo real, por el contrario, sólo puede
ser definido en función de acom odaciones variadas, que m odifican los
esquemas de asimilación que no se reducen en form a definitiva a lo
“diverso” irracional.
La verd ad era causa de las dificultades de la tesis de M eyerson, como
se puede observar, se origina en la posición antigenética que adoptó y
que se revela en especial en su interpretación de los conceptos (o “géneros” )
elementales y antes que n ad a del esquem a del objeto perm anente. Se h a
observado la sorprendente com plejidad I y en el estilo mismo, h ab itu al­
m ente ta n lim pido, del autor) del núcleo de la dem ostración resum ida
en el comienzo de este p unto (véase la c ita de la pág. 349 de C. P . ) : el
espíritu crea conceptos abstractos extrayéndolos de lo real; luego los vuelve
a transform ar en cosas m ediante u n a proyección sui generis; sólo después
opera sobre estos abstractos convertidos nuevam ente en concretos, lo que
perm ite observar que las operaciones no se efectúan sobre lo real, sino sobre
los “géneros” hipostasiados en lo real. El ejemplo m ás simple de este
proceso estaría representado por el concepto de objeto: originado en u n a
identificación de las sensaciones ( “género” ) que conducen a la idea de
perm anencia sustancial, este concepto reubicado en lo real m ediante u n a
hipóstasis inm ediata y “paradójica” constituiría el cim iento causal m ás
im portante de la mism a. A hora bien, tanto esta tesis general como su
aplicación al concepto de objeto (y, com o consecuencia de ello, de espacio,
de número, etc.) p lantean las mayores dificultades genéticas desde el
m om ento en que se reduce la actividad del sujeto a la identificación.
La causa de estas dificultades es evidente. Se origina en el hecho de
que Meyerson, junto con todos los autores de los que nos vimos llevados
a separarnos, considera que el espíritu está com puesto p o r sensaciones o
percepciones p e r u n lado y p o r u n a inteligencia acabada p o r el otro; entre
ambos, y como m áxim o, u n a m em oria y. recuerdos-im ágenes: de esta
m anera, sim plem ente, se olvida la acción y la m otricidad, cuyo papel
epistemológico en la iorm ación del espacio, sin embargo, advirtió H . P oin­
caré. A menos que nos equivoquemos, en la obra de E. M eyerson la
m otricidad está prácticam ente ausente (con la excepción de algunas obser­
vaciones en relación con E. Bergson), m ientras que exam ina los aspectos
más diversos del pensam iento (incluyendo u n a discusión sobre la m eta­
física) . A hora bien, lejos de suponer la adopción de u n pragm atism o
utilitario, del “em pirismo radical” de Jam es o del bergsonismo, la in ter­
vención de la acción conduce a u n desplazam iento de los problem as, que
se observa tam bién en u n plano infeiior y por ello m ás fácil de analizar.
L a acción es una form a de la inteligencia entre otras, y u n a fo rm a que
prepara el pensam iento; en efecto, entre la perítepción y la inteligencia
reflexiva se sitúan la inteligencia sensoriomotriz, la inteligencia in tu itiv a o
interiorización representativa de la acción y todo el sistema de las opera­
ciones vinculadas con la inteligencia operatoria concreta.
A hora bien, la situación se simplifica en form a notable si nos ubicamos
en el terreno de la acción y, en especial, en el de la inteligencia sensorio-
motriz, fuera de la cual el m ecanism o de las percepciones es incom pren­
sible. Se observa entonces que el esquem a de M eyerson relativo a los
abstractos proyectados en lo real y sobre los que opera la inteligencia
corresponde a u n proceso esencial (como todos los esquemas m eyersonianos),
pero que perm iten obviar la oscilación dem asiado com pleja, im aginada p o r
el filósofo, entre lo real y el espíritu.
E n realidad: l 9 toda acción conduce a esquematizaciones, es decir
que los movim ientos y las percepciones coordinadas p o r ella constituyen
“esquemas sensoriomotores” susceptibles de aplicarse a nuevas situaciones;
estos esquemas son el equivalente activo de los conceptos o de los “géneros”,
pero se tra ta de conceptos prácticos y no reflexivos; 2? sin ab an d o n ar el
terreno de la acción que se ejerce sobre el objeto, y sin necesitar entonces
localizarse en el pensam iento p a ra ser luego proyectados en lo real, estos
esquemas estructuran los datos asimilándolos a la acción del sujeto; de
esta m an era im prim en u n a cierta form a al objeto, lo incorporan a las
actividades propias y lo enriquecen así con u n a serie de relaciones n uevas;
3I? al coordinar los esquemas entre sí, la acción constituye, p o r otra parte,
el equivalente de lo que luego estará representado p o r las operaciones;
éstas derivan entonces de la acción y si, como lo dice M eyerson, se ejercen
sebre géneros hipostasiados en el objeto, y no sobre el objeto mismo, ello
se debe a que el objeto, desde un comienzo, está estructurado y com pletado
por la acción de la que las operaciones proceden. M eyerson 'tiene entonces
razón al considerar que el ejercicio de lo real es más am plio de lo que lo
real com porta por sí solo, pero la interacción del sujeto y del objeto se
explica por un proceso continuo que se ejerce desde la acción más simple
hasta la operación m ás form al: no es necesario entonces recurrir a un
sistema de oscilaciones, im aginado p a ra rem ediar la insuficiencia de una
definición de la actividad propia m ediante la identificación por sí sola.
E n particular, el objeto perm anente se constituye de este m odo activo
y no noético. Si la tesis m eyersoniana fuese cierta, siem pre que existe un a
percepción debería haber objeto efectivam ente; así lo entiende el autor.
A hora bien, el bebé no dispone del concepto de objeto antes de los 8-10
meses, m ientras que percibe perfectam ente bien y reconoce las personas y
las cosas; pero ve sólo figuras o cuadros perceptuales, sin atribuirles aun
u n a perm anencia sustancial. U n perro que corre u n a liebre tam poco dis­
pone del concepto de objeto, pese a lo que supone E. M eyerson; en efecto,
no puede im aginar la liebre ni situarla en algún lu g ar en el espacio, al
m argen del acto mismo de perseguirla y de las percepciones olfativas y
visuales relacionadas con él. P o r el contrario, continuando con los esquemas
prácticos iniciales, u n a coordinación m ás com pleja de las acciones perm ite
constituir el concepto de objeto a p a rtir del m om ento en que los desplaza­
m ientos com ienzan a ser “agrupados” en sistemas de conjunto que se carac­
terizan por su composición reversible. Este hecho m uestra por sí solo la
filiación de las operaciones espaciales ulteriores en relación con la acción
y la inteligencia sensoriomotriz. Sin m encionar el aspecto físico del pro­
blema, que veremos luego (vol. II, cap. I I , p u n to 1 ), este ejem plo ilustra
así las dificultades de u n a tesis de la que está ausente la acción y que está
obligada a reem plazar el pasaje de la m otricidad a la operación m ed ian te
un com plejo juego de identificaciones racionales y de proyecciones que
intervienen desde la percepción.

5. L a IN T E R P R E T A C IÓ N LO G ÍSTIC A D EL R A Z O N A M IE N T O M A T EM A T IC O . L a
utilización de este adm irable instrum ento de disección axiom ática e incluso
de crítica epistemológica, el cálculo logístico, h a llevado, en lo que se refiere
a la interpretación del razonam iento m atem ático, a tres posiciones esen­
ciales que corresponden a tres fases diferentes de la historia de la logística.
L a prim era y la tercera se caracterizan por descubrim ientos técnicos que
h an enriquecido nuestro conocimiento lógico y, como consecuencia de ello,
epistemológico; la seguiída es interesante sobre todo p o r 1a. teoría del conoci­
m iento lógico-m atem ático que perm itió form ular, sin que, por o tra parte,
esta teoría esté ligada necesariam ente a la utilización de las técnicas
logísticas.
Se puede decir, en efecto, que en el transcurso de u n a p rim era fase
de la logística se h a elaborado u n a fórm ula del razonam iento por recurrencia
que perm ite obviar u n principio especial tal com o el invocado p o r Poincaré
y que vincula el axioma de inducción com pleta a la construcción de los
núm eros inductivos. Se puede caracterizar este p rim er período con los
nombres de M organ (como p recursor), de Peano y de Russell (en sus
prim eros escritos). En el transcurso de u n a segunda fase, la asim ilación
de la lógica y de la m atem ática condujo a W ittgenstein y a la escuela de
V iena a una concepción puram ente tautológica del razonam iento m ate­
m ático; éste se convirtió en la sintaxis de un lenguaje destinado a expresar
sim plem ente “hechos” (físicos o experim entales). En u n a tercera fase, que
se inicia con la teoría de la dem ostración de H ilbert, los progresos de la
lógica de las proposiciones perm itieron el descubrim iento de Goedel de una
ined u ctib ilid ad entre el sistema constituido por la aritm ética (incluido el
razonam iento por recurrencia) y la estructura del cálculo proposicional
(bivalente) : tam bién inspiraron la investigación de Heyting y de la
escuela polaca (Lukasiewicz, Tarski, etc.), de u na lógica polivalente y
general susceptible de responder a las diversas exigencias de las posiciones
asum idas en los problemas del fundam ento de la m atem ática. Sin pro fu n ­
dizar la exposición técnica de los trabajos logísticos que caracterizan cada
una de estas tres fases, debemos, sin em bargo, dilucidar su alcance en lo
que se refiere a la epistemología propiam ente dicha.

I. “L a utilización de la inducción m atem ática en las demostraciones,


escribe B. R u sse ll19, era, en otra época, u n a especie de misterio. N adie
du d ab a de que era un método suficientem ente probante, pero nadie sabía
tam poco cómo estaba fu n d ad o . . . Poincaré lo consideraba como u n p rin ­
cipio de la m ayor im portancia, m ediante el cual u n núm ero infinito de
silogismos podía condensarse en un razonam iento único. Sabemos en la
actualidad que todas estas concepciones son erróneas y que la inducción
m atem ática es u n a definición y no u n principio. Se la puede aplicar a
algunos núm eros m ientras que hay otros ( los cardinales transfinitos) que
no perm iten su utilización. Definimos los «números naturales» como
aquellos que se pueden establecer gracias a la inducción m atem ática, es
decir que poseen todas las propiedades inductivas. E n consecuencia, estas
determ inaciones se pueden utilizar en los números naturales no en razón
de alguna intuición misteriosa, de un axiom a o de un principio, sino debido
a que se presentan como una simple propiedad literal. Si definimos los
«cuadrúpedos» como animales que tienen cuatro patas, se deducirá que
todo anim al que tiene cuatro patas es un cu a d rú p ed o ; el caso de los n ú ­
meros sometidos al régimen de la inducción m atem ática es exactam ente
el mismo.”
Este significativo pasaje de Russell se basa en la definición de las
clases “hereditarias” (tales que si n form a parte de ella, n -(- 1 tam bién
la in te g ra ), y tam bién en los conceptos de sucesor o de predecesor, de
cero y de “posteridad de cero” , etc. (vol. I, cap. 1, p u n to 7, los conceptos
prim eros de Peano, que son retom ados y precisados p o r Russell en función
de su reducción del número entero a las clases). Ello equivale a decir, y
tal es la simplificación esencial que la logística ha introducido en el
transcurso de su prim era fase, que el principio de inducción m atem ática
se origina en la construcción de los números enteros (fin ito s). T an to
cuando se adm ite la reducción de los cardinales a las clases lógicas como
cuando nos lim itamos, como lo hace Peano. a agregar el axioma de induc­
ción a los que determ inan la sucesión de los números, el razonam iento por

111 B. Russell: Introduction a la philosopkie mathématique. Trad. Moreau,


Payot. pág, 41 Orig. inglés,
recurrencia se convierte así en la expresión de la construcción de los
enteros finitos.
Sin em bargo, si bien éste representa un progreso en relación con la
interpretación realizada por Poincaré, B. Russell exagera en algo al
com parar la serie de los núm eros con la clase de los cu ad rú p ed o s. . .
E n efecto, “ definir” la prim era consiste en engendrarla m ediante un a ley
de com posición operatoria que corresponde a un a estructura de grupo,
m ientras que “definir” la segunda supone sólo la intervención de una
simple reunión de individuos y no de unidades iteradas. Entonces, sin
estar obligados a volver a la “intuición del núm ero puro” , el principio
particu lar de la inducción com pleta sigue siendo irreductible a la lógica
de las clases. D e este modo, el razonam iento por recurrencia es más
fecundo que el silogismo: perm ite generalizar de cero, o de uno, a “todos”,
propiedades no atribuidas de antem ano a todos los números, m ientras que
el silogismo se lim ita a incluir unas en otras clases cuyas partes y el “todo”
se originan en simples encajes. Asi, incluso los logísticos, en su m ayor parte,
h an reconocido esta fecundidad inherente al razonam iento por recurrencia.

II. Sin em bargo, exitoso o fallido (vol. I, cap. I, punto 4) el intento


de reducción de los entes m atem áticos a las clases y a las relaciones lógicas
p o rtab a en sí u n germ en de justificación que condujo a la segunda fase
del análisis logístico. A partir del hecho de que los entes lógicos, conside­
rados en form a aislada (por oposición a los “agrupam ientos” a los que
hem os aludido, punto 3, cap. I, vol. I ) , se reducen a la identidad, y del
hecho de que la m atem ática m isma parecía reductible a la lógica pura,
hemos llegado a la conclusión del carácter “tautológico” de todo razona­
m iento logicom atem ático. L a lógica y la m atem ática se lim itarían así a
constituir la sintaxis de un lenguaje destinado exclusivamente a expresar
“hechos” , es decir, comprobaciones experim entales y serían radicalm ente
infecundas po r ser puras sintaxis.
Partam os de lo que se designa como “proposiciones elem entales” , por
ejem plo “este árbol es verde” , proposición que no com porta ninguna gene­
ralización y se lim ita a atribuir una propiedad a u n objeto. E n el interior
de tales proposiciones, incluso, se puede distinguir lo que Russell llam a
“proposiciones atóm icas”, es decir que no se puede descomponer en propo­
siciones m ás simples (se trata de las “Sachlagen” de W ittgenstein) y que
se originan sim plem ente en la aplicación de la negación a ciertos datos
inm ediatos ( “esto no es rojo” ). Existirían, entonces, “proposiciones mo­
leculares” que se originan en la aplicación de las operaciones de incom pa­
tibilidad a las proposiciones atómicas, y las “proposiciones elementales” ,
po r definición, se reducirían a proposiciones atóm icas y m oleculares consi­
deradas en conjunto. Aclarado esto, u n a proposición elem ental puede ser
expresada bajo la form a de u n a función proposicional: “x es verde” o
“{ { a ) ” y otros objetos, adem ás de “este árbol”, pueden convenir al
predicado / ; por o tra parte, “este árbol” mismo puede com portar otros
predicados diferentes de /. D e este modo, sin ab an d o n ar nunca el terreno
de los hechos, sustituyendo los datos unos a otros en el interior de la
proposición, se p odrá engendrar el cálculo de las clases y de las relaciones
y, com binando las proposiciones entre sí, desarrollar el cálculo proposi-
cional.

L a “clase” se convierte entonces en la concepción tautológica, una


simple yuxtaposición de “argum entos” que satisfacen al mismo “enun­
ciado” . Al respecto, es interesante señalar la evolución de la lógica en
lo que se refiere a los entes abstractos. Todavía en 1911 B. Russell pudo
escribir u n capítulo sobre “el m undo de los universales” ,20 cuya teoría
im itaba “en gran m edida a la de Platón, con sólo las modificaciones que
el tiem po reveló necesarias” (pág. 9 7 ). A firm aba en él que “todas las
verdades suponen universales y todo conocimiento de las verdades supone
el conocim iento directo de los universales” (pág. 100), y adm itía, como
m áxim o, que la existencia de los universales constituidos p o r las “rela­
ciones” es m ás fácil de “p ro b ar estrictam ente” que la de las entidades
representadas po r adjetivos y sustantivos (pág. 102). Llegaba a la con­
clusión de que u n a relación como “al norte de” no se encuentra “ni en el
espacio ni en el tiempo, no es ni m aterial ni m en tal” (pág. 105) : “subsiste”
en lugar de “existir” (pág. 107). E n 1919, p o r el contrario, intenta
dem ostrar 21 “p o r qué no se puede considerar a las clases como p arte del
m obiliario últim o del m undo” (pág. 216) y piensa que “nos acercaremos
m ás netam ente a u n a teoría satisfactoria si intentam os identificar las
clases con las funciones preposicionales” (pág. 218).
A hora bien, u n a función proposicional es un simple esquema de
enunciados posibles: / (x) o (y) f ( x ) . Cuando está saturado por dos
variables, constituye una relación, y cuando lo está p o r u n a sola, los valores
que transform an las fupciones en proposiciones verdaderas constituyen una
clase. Sin em bargo, tanto en estas relaciones como en estas clases sólo se
observan enunciados virtuales, que corresponden a datos concretos y direc­
tam ente com probables: a “hechos” experimentales. El cálculo de las
clases y de las relaciones es entonces sólo la sintaxis de un lenguaje que
enuncia hechos. E n lo que se refiere a los núm eros cardinales o “clases
de clases”, a los números ordinales o “clases de relaciones” y a los diversos
tipos de entes m atem áticos, ellos agregan a los hechos sólo los entes lógicos;
tam bién ellos, a pesar de su com plejidad aparente, se lim itan a vincular
tautológicam ente entre sí esquemas de com probaciones posibles.
En lo que se refiere al cálculo de las proposiciones, que com bina entre
sí los enunciados tomados en conjunto, ocurre exactam ente lo mismo. U n a
im plicación tal como p ZD q significa, simplemente, que, si un objeto
cualquiera presenta esta propiedad enunciada por la proposición p, pre­
sentará tam bién la' propiedad enunciada por la proposición q. Las rela­
ciones cuantitativas consideradas por lógica clásica y que contraponen

20 B. Russell: L es problém es de la philosophie. Trad. Renauld. Alean, 1923.


Obra publicada en inglés en 1911. [Hay versión castellana: L os problem as de la
filosofía. Barcelona, Labor, 1965.]
21 B. Russell: In tro d u c tio n a la p h ilosophie m a th ém a tiq u e. Trad. Moreau.
Payot. 1928. Orig. inglés.
el “todos” al “algunos” y al “ninguno” se reducen, en el caso de una
función proposicional saturada po r ciertas clases de variables, al hecho de
ser “siempre” verdadera, “algunas veces” verdadera o “n u n ca” verdadera.
E n cuanto al cálculo fundado en las com binaciones de lo verdadero y de
lo falso, él no introduce n in g u n a construcción real y se lim ita tam bién a
u n a com binatoria que según los modos de razonam iento m atem ático o
físico considerados es bivalente o polivalente, pero que se reduce au n a
u n a simple sintaxis form al.
Carentes de toda fecundidad, podem os decir incluso que las estructuras
logicom atem áticas son ajenas a la verdad. R educidas al nivel de puros
medios de expresión, perm iten enunciar verdades reales, que son fecundas
por ser físicas y experim entales; estas estructuras,, sin em bargo, superan
a la realidad física sólo en la m edida en que u n a sintaxis constituye el
m arco vacío de los enunciados verdaderos que ta rd e o tem p ran o el lenguaje
en acto utilizará. Ests, suit3.xis5 sin diids. sstá rsgpj.l3.dst su virtud d s las
proposiciones prim eras y de u n juego de significaciones simbólicas; sin
em bargo, según W ittgenstein, las proposiciones prim eras se im ponen con
evidencia porque resultan de la elim inación de com binaciones simbólicas
posibles. Los símbolos, por su parte, son imágenes, es decir, hechos que
se “asem ejan” a otros hechos y el sentido de estas “im ágenes lógicas” resulta
tam bién de u n a simple com probación.
Así, después de hab er basado la fecundidad de la m atem ática en un
universo casi platónico de las ideas generales, la epistemología logística
llegó a negarla en form a rad ic al: reduciendo el simbolismo logicomate-
m ático a u n a vasta tautología, le añade a este nom inalism o u n a asimilación
del conocimiento real a la sim ple com probación del d ato sensible; al fin de
cuentas, conduce a lo que el propio W ittgenstein designa como u na especie
de solipsismo, consecuencia inevitable del “em pirismo lógico” .

Es evidente, sin em bargo, que po r precisos y, en algunos aspectos, defi­


nitivos que sean los descubrim ientos técnicos del cálculo logístico, su utili­
zación no im plica ipsó f a d o 1a. adopción de la epistemología vienesa.
A ceptarem os sin objeciones que esta utilización p u ed a ser fatal p a ra un
cierto m odo metafísico de pensar m ediante conceptos inaptos p ara toda
form ulación; incluso coincidiremos p o r com pleto con la posición del círculo
de V iena cuando lim ita los modos efectivos del conocim iento a sólo dos
tipos: la experiencia y la form alización. Pero entre la realidad física y la
deducción logística interviene, necesariam ente, el hecho m ental. E n la
exacta m edida en la que renunciam os al platonism o inicial de B. Russell,
debemos entonces fu n d am e n tar el form alism o lógico en la actividad inte­
lectual; se p lan tea entonces el problem a de si la psicología de W ittgenstein
y de los vieneses perm ite realizar correspondencia.
Debemos señalar, en prim er lugar, y de la m an era más neta que, al
m argen de su form ulación logística, los vieneses ad o ptaron y construyeron
u n a cierta psicología de las funciones intelectuales: el contacto entre el
simbolismo y los “hechos” sólo pudo realizarse m ediante dos tipos de afir­
maciones, que conciernen las unas al conocimiento (percepción e inteli­
gencia) y las otras a la función simbólica (papel del signo, y papel de la
"sintaxis” o del lenguaje en g en e ral). A hora bien, pese a que la form ulación
lógica es un problem a de puro cálculo o de p u ra axiomatización, estas
afirm aciones psicológicas corresponden por el contrario a la experiencia
por si sola, es decir, a la experim entación psicológica, y ninguna deducción
logística es suficiente p a ra resolver de hecho tales problem as. P ara m edir
el valor de la epistemología "vienesa” debemos ubicam os entonces en el
terreno de los hechos m entales y distinguir con cuidado este problem a del
que corresponde al valor de la logística como tal.
A hora bien, podemos in tentar determ inar a qué “hechos” psicológicos
corresponden los “enunciados” form ulados por las proposiciones “atóm icas”
y las estructuras formales de diversos órdenes; nos vemos obligados a reco­
nocer, entonces, que no se trata en absoluto de simples com probaciones
en el transcurso de las cuales el sujeto registraría los datos exteriores y
perm anecería, por su parte, pasivo; por el contrario, se observa constante­
m ente u n a acción real del sujeto que actúa sobre los datos en lugar de
aceptarlos tal cual: se deduce de ello que los “enunciados” corresponden
tanto a operaciones psicológicas como a “hechos” físicos y que, en conse­
cuencia, el m ecanism o operatorio reprim ido de la “tautología” lógica
debe integrarse a lo real como enunciado o, si no, ser reintegrado en la
interpretación de los símbolos logísticos como enunciantes.

¿E n qué consiste, en efecto, la lectura de un dato inm ediato? Si se


tra ta de percepción, se plantea de inm ediato una dificultad ce n tral: tal
como intentam os dem ostrarlo en otra parte (vol. I, cap. II, puntos 3-4), la
percepción es irreductible a toda form a lógica, ya que las relaciones per-
ceptuales no se pueden com poner entre sí en forma transitiva, son irrever­
sibles, no asociativas y ajenas a la conservación de las partes y del todo.
C ada com paración las m odifica y com portan sólo un modo de composición
estadística y no racio n al; por sí solas, las relaciones perceptuales no pueden
proporcionar ninguna base a u n a construcción lógica: p ara que p uedan
determ inar “enunciados” susceptibles de composición sintáctica, deben estar,
en prim er lugar, estructuradas por esquemas sensoriomotores semejantes al
del objeto perm anente, y ser luego conceptualizadas por la integración en
un sistema simbólico y representativo. A hora bien, am bas transform aciones
de lo perceptual en u n esquematismo logieizable supone la acción o la
operación.
En lo que se refiere al concepto de objeto, esencial p a ra el enunciado
de las proposiciones m ás elementales, la creencia de que hay objeto a
partir del m om ento en el que hay percepción se basa en u n error psicológico
m anifiesto: el concepto de objeto constituye el más simple de los esquemas
de conservación; esta conservación, sin embargo, lejos de resultar de un a
pu ra identificación intelectual (véase punto preced en te), supone una coordi­
nación de las acciones de rodeo y de retorno y u n a organización espacial
de los desplazamientos (que preanuncia una estructura de grupo o p era­
torio) . E n relación con el objeto, entonces, la percepción sólo juega un
papel de índice y al reconocer un objeto m ediante la vista o el tacto no
nos lim itam os a verlo o a sentirlo: vemos o tocamos sólo u n a p arte de!
objeto, la que actú a como índice del todo que se refiere así a u n esquema
de conjunto construido y no dado. El “enunciado” lógico m ás simple, la
proposición m ás “atóm ica” , tal como “esto. . . rojo”, etc., enuncia de este
modo u n a serie de acciones virtuales y no un dato perceptual. Además,
la intuición logística a m enudo sorprendente de W ittgenstein es m ucho más
profunda que su psicología: cuando este auto r caracteriza los “enun­
ciados” m ás primitivos m ediante negaciones ( “no rojo” , “no verde” , etc.)
adm ite ya con ello la existencia de la construcción operatoria subyacente
a los así llam ados “hechos” que estos enunciados significarían.
Si nos referimos ahora a "enunciados” m ás complejos (pese a que
caracterizan siempre “proposiciones elem entales” de argum ento individual, •
tales como “este árbol es verde” ), en tra en juego un a conceptualización
y una simbolización cuyo carácter psicológicamente operatorio y no sim­
plem ente “dado” es mucho más fácil de percibir. Comencemos por exa­
m inar el p red ic ad o : “verde” (o “blanco” , e tc .). En la época en que
B. Russell e ra platónico, escribió que “ el acto de pensam iento de un hom bre
es necesariam ente diferente del acto de pensam iento de otro hom bre; el acto
de pensam iento de un hom bre en u n m om ento dado es necesariam ente
diferente del acto de pensam iento del mismo hom bre en otro m om ento. En
consecuencia, si la blancura fuese así el pensam iento considerado como
opuesto a su sujeto, dos hombres diferentes no podrían pensarla y el mismo
hom bre no podría pensarla dos veces. El carácter com ún de varios pensa­
m ientos diferentes de blancura es su objeto, y este objeto es diferente de
todas ellas. Los universales, de esta m anera, no son pensamientos, pese a
que, cuando se los conoce, sean los objetos de los pensam ientos” .-- Es
evidente que estas objeciones de Russell son irrefutables en lo que se refiere
a la b lan cu ra perceptual, que, al mismo tiempo, es incom unicable y carece
de toda conservación o reversibilidad mentales. Pero tam bién rigen en
contra de la perm anencia de la blan cu ra física, ya que las mismas ondas
luminosas nunca se reproducen dos veces en las mismas circunstancias.
“Pensar” la blancura o el verdor, etc., es, entonces, construir un concepto:
si se lo pretende estable y susceptible de articularse en “enunciados”
lógicos, debemos recurrir entonces al platonismo, a la inteligencia di­
vina, etc., si no, si no se es metafísico, reconocer al pensam iento el poder
de conservar sus ideas m ediante operaciones reversibles e intercam biarlas
p or co-operación social, es decir, nuevam ente, m ediante operaciones rever­
sibles, pero con correspondencias interindividuales. Sólo en este caso el
enunciado “este árbol es verde” ten d rá alguna significación logística.
E n lo que se refiere íil tem a o argum ento de la proposición, es evidente
que si se le atribuye a un objeto la cualidad de ser un “ árbol”, se lo
incorpora tam bién a un esquem a operacional fuera del cual el enunciado
pierde to d a significación. Designemos como f (a) la proposición “este
árbol (a) es verde ( / ) ” . A hora bien, más aú n que la estabilidad del
predicado ( /) , la designación del argum ento (a) supone u n a construcción.

- - Les problémes de la philosophie, op. cit., págs. 106-107. Véase nota 20.
D esignar al objeto (a) como árbol, en efecto, supone referirse a otros
objetos (b, c, etc.) susceptibles.de presentar ju n to con él algunas funciones
proposicionales, es decir, de presentar jun to con él algunas cualidades
comunes (estar vivo, tener un tronco, etc.) que definen el concepto de
árbol. Al m argen de u n a referencia semejante, im plícita o explícita, no
tiene ningún sentido tra ta r este objeto (a) de “árbol” ; esta designación,
entonces, supera necesariam ente el dato actual y lo conecta con u n con­
ju n to de otros “hechos” com parados entre sí. El hecho de que esta com pa­
ración o estas relaciones se reduzcan, desde u n p u n to de vista logístico,
a la posibilidad de sustituir ( b ) o (c) al argum ento, (a) de la proposición
/ ( a ), no excluye en n a d a el carácter operatorio del acto psicológico que
perm ite tales sustituciones: u n a operación de reunión o de puesta en rela­
ción interviene así en toda función proposicional susceptible de d eterm inar
una clase o u n a relación y todo enunciado relacionado con u n objeto
conceptualizado supone relaciones semejantes.
Debemos resolver au n el aspecto central de u n a interpretación nom i­
nalista o “sintáctica” de las estructuras lógico-m atem áticas: ¿Q u é es un
símbolo y de qué m anera las proposiciones reducidas a u n puro lenguaje
simbólico designarán lo real correspondiente? T an to cuando se define
el símbolo como una “im agen” , como lo hace W ittgenstein, como cuando
consideramos la im agen como u n “hecho” que “ se asemeja” a los hechos
que ella significa, no se m odifica en n ad a la naturaleza esencialmente
m ental del hecho significante, designado m ediante los símbolos. Incluso
si se adm ite que la lógica es sim plem ente un lenguaje, de todos m odos un
lenguaje se construye y no se descubre m ediante simples com probaciones
exteriores, y supone sujetos psicológicos capaces de h ab lar entre sí y de
representarse alguna cosa m ediante los signos así elaborados. Psicológica­
mente, la función simbólica (o capacidad de representar m ediante signos
e imágenes) explica, si se quiere, el pensam iento, pero además lo supone:
más precisam ente, lo explica sólo con la condición de im plicar sus atributos
esenciales; si el pensam iento es sólo u n lenguaje, ello se debe a que el
lenguaje es u n instrum ento conceptual. Lejos de suprim ir la operación,
un sistema simbólico exacto, de este inodo, es doblem ente operatorio:
representa m ediante operaciones simbólicas u n a interacción no de realidades
ya constituidas, sino de operaciones reales. De. este modo, cuando se reducen
las estructuras lógico-m atem áticas a u n a sintaxis no se excluye en n a d a su
fecundidad operatoria. Se m antiene, en particular, la oposición notable
basada en el hecho de que el lenguaje propiam ente m atem ático, cuyo
carácter tautológico se pretende que adm itam os, es infinitam ente m ás rico
que la sintaxis exclusivamente lógica: ¿P or qué, entonces, las “tautologías”
de la lógica form al son, pese a todo, ta n cortas, m ientras que las “tau to ­
logías” características de la teoría de los números, del análisis o de la
geom etría exigen volúmenes enteros p ara que sea posible transcribirlas y
símbolos de invención ininterrum pida p ara su desarrollo?

E n resumen, consideram os que es imposible negar que la construcción


operatoria, separada de la lógica p u ra de la m atem ática p o r la epistemo-
logia vienesa en el transcurso de este segundo período de la historia de las
teorías logísticas, reaparece necesariam ente en el terreno psicológico; ello
hace resurgir, necesariam ente, el problem a de su form alización logística.
E ntre el símbolo logístico y el “hecho” físico se sitúa u n a acción del sujeto
y la operación se presenta así como u n cúm ulo indispensable entre ambos.
Por otra parte, los “vieneses” lo adm iten parcialm ente en lo que se refiere
al hecho de conciencia: lógicam ente “tautológica”, la m atem ática, psico­
lógicam ente, es considerada constructiva y fecunda. ¿P ero se debe consi­
d erar entonces que este sentim iento es u n a ilusión subjetiva o acaso es
epistem ológicam ente necesario conferir al sujeto u n a actividad real para
vincular los “hechos” a sus “símbolos” ?
T res razones im ponen al parecer este segundo p u n to de vista. La
p rim era es la convergencia progresiva entre el análisis psicológico y el
análisis logístico. El desarrollo de la inteligencia se reduce en su totalidad
a u n pasaje de la acción irreversible a las operaciones reversibles y estas
operaciones se constituyen psicológicam ente bajo la form a de sistemas de
conjunto bien definidos: ah o ra bien, según las operaciones en juego estos
sistemas corresponden a “grupos” m atem áticos (la serie de los números,
los desplazamientos en el espacio, etc.) o si no a los “agrupam ientos” más
elem entales de clases y relaciones cuya estructura ya vimos (vol. I, cap. I,
p u n to 3 ). E sta orientación del pensam iento vivo y de los procesos intelec­
tuales concretos en la dirección de los sistemas que constituyen sus formas
de equilibrio y que, p o r o tra parte, son directam ente axiomatizables en
estructuras logísticas constituye u n hecho de gran im p o rtan cia epistemo­
lógica: si se sostiene la “u n id ad de la ciencia”, p o r oposición a la psico­
logía u n poco ru dim entaria con que se contenta el em pirism o lógico, estos
datos genéticos representan u n a p rueba en favor de ello.
E n segundo lugar, desde el p u n to de vista estrictam ente logístico, sólo
se podría reducir la .m atem ática y la lógica a u n a vasta tautología si todas
las relaciones en juego en las estructuras lógico-m atem áticas fuesen asimi­
lables a la identidad p u ra. A hora bien, 110 es en absoluto así y la ilusión
contraria se originó en u n procedim iento de análisis esencialmente atom ís­
tico: cuando Russell, p o r ejem plo, reduce la correspondencia biunívoca
de u n térm ino a otro a la identidad, om ite los diversos modos posibles de
correspondencia considerados como sistemas de conjunto 28 (lo que deter­
m ina la asimilación del núm ero cardinal a u n a clase de clases). Si se
analizan, por el contrario, las totalidades como tales, se com prueba que lo
que constituye la relación lógica fundam ental no es la identidad, sino
la reversibilidad; la identidad entonces se reduce al p roducto de las rela­
ciones directas e inversas. A hora bien, la reversibilidad es un concepto
esencialm ente operatorio y que converge, como acabam os de ver, con la
form a del equilibrio de los procesos m entales correspondientes.
L a evolución de los trabajos logísticos a p a rtir del segundo período
que consideramos, constituye u n a tercera razón que invita a no reducir
la lógica y la m atem ática a u n a p u ra y simple tautología. La hipótesis

33 Véase en este volumen cap. I, § 4.


epistem ológica de la tautología general, característica de las “ sintaxis” lógico-
m atem áticas, supone, en efecto, como mínimo, la reducción posible de
.tojlos los procedimientos de inferencia o de razonam iento al esquem a p ura­
m ente lógico del cálculo proposicional. Supone como m ínim o la posibilidad
de reconstruir la m atem ática como sistema form al único. A hora bien, los
trabajos del tercer período, en particular de H ilbert y de Goedel, cuyas
repercusiones examinaremos a continuación, cuestionan precisam ente esta
unicidad.

III. El tercer período de la logística señala u n a renovación tanto


desde el p u n to de vista de la reducción de la m atem ática a la lógica como
en lo que se refiere a susnaturalezas tautológicas o no. Los trabajos de
H ilbert sobre la axiomatización de la aritm ética la p rean u n ciaro n y una
crisis propiam ente dicha se produjo en 1929 con los descubrim ientos de
G oedel; ella obligó a los antiguos miembros del círculo de V iena a atenuar
su posición hasta convertir la lógica en u na sintaxis de todas las sintaxis
(como lo sostiene en la actualidad C a rn a p ), por oposición a la lengua
elem ental en cuyo nom bre se esperaba, en un prim er m om ento, suprim ir
los problem as y “cerrar” las axiomáticas.
D espués de dem ostrar la no contradicción de la geom etría, apoyándose
en la de la aritm ética, H ilbert intentó dem ostrar desde 1904 la no contra­
dicción de la aritmética. Las resistencias que encontró, sin em bargo, lo
llevaron a m odificar la posición inicial de Russell desarrollada por los
vieneses en dos puntos: (1) E n prim er lugar, renunció ráp id am en te a una
reducción p u ra y simple de la m atem ática a la lógica; p o r el contrario,
pasando de la lógica a la aritm ética y de ésta al análisis, introdujo, en
cada caso, nuevas variables y nuevos axiomas. P ara form alizar la aritm é­
tica, utiliza p o r ejemplo el cálculo de las proposiciones, los axiomas de la
igualdad, los axiomas de recurrencia para la adición y la m ultiplicación y un
axiom a próxim o al “axiom a de elección” . Y a no se p roduce entonces una
reducción de lo superior a lo inferior, por ejem plo del núm ero a la clase
o del razonam iento por recurrencia a encadenam ientos p u ram en te lógicos
de inclusiones o de relaciones asimétricas: se produce p o r el contrario,
una subordinación de la m atem ática simple a la “m etam atem ática” , o sea
a u n a disciplina que reconstruye en form a sim ultánea la lógica y la m ate­
m ática y cuyo objeto es el de dem ostrar la no contradicción y el cum pli­
m iento de los axiomas de la m atem ática form alizada. (2) E n segundo lugar,
y a fortiori, H ilbert renuncia a toda interpretación tautológica de la lógica y
de la m atem ática y se encuentra, a pesar suyo en cierta form a, enfrentado
nuevam ente con el problem a de la fecundidad. E n efecto, los tres criterios
que asigna a to d a axiomática acabada son la independencia de los axiomas,
su no contradicción v la saturación, es decir, la posibilidad de dem ostrar
todas las consecuencias que se pueden extraer de ellos. A hora bien, se
com probó que la independencia de los axiomas era ta n grande que,
incluso en el terreno de la aritm ética pura, no logró dem ostrar ni la no
contradicción ni la saturación. Es suficiente señalar que, en el terreno
propiam ente axiomático, no se podría ya hablar legítim am ente de la n atu ­
raleza tautológica de las conexiones lógico-m atem áticas: hemos observado
(en I I ) la existencia de operaciones que se interponen en form a necesaria
entre los “hechos” y los enunciados lógicos; ahora bien, estas operaciones
son ta n ricas que hasta el m om ento no se h a podido dem ostrar en absoluto
que los axiomas “independientees” propios de la axiom ática aritm ética
misma sean com patibles entre sí.24
E n efecto, el problem a planteado por H ilbert m ostró ser m ucho más
com plejo de lo que el ilustre inventor del método m etam atem ático lo había
supuesto. Sobre este punto, como siempre, la crisis así surgida fue más
fecunda que todos los dogmatismos. E ntre 1929 y 1934 los esfuerzos por
dem ostrar la no contradicción de la aritm ética y en especial el axiom a
general de inducción com pleta, en efecto, se enriquecieron con los trabajos
de H erbrand, de Godel y de G entzen que renovaron en m uchos aspectos
los problem as, pese a que no lograron los resultados propuestos.
E l ensayo de H erbrand 25 consistió en reducir las operaciones de una
dem ostración a operaciones progresivam ente más simples, hasta h allar una
form a directam ente com probable. Procediendo por discusión finita de tér­
minos que no contienen más variables, hasta decidir si esta disjunción es
una identidad lógica, llega así a dem ostrar un cierto núm ero de com pati­
bilidades, pero fracasa ante el axiom a general de inducción com pleta,
irreductible a este m étodo llam ado de los campos.
E n 1929 Gódel realiza un paso decisivo al dilucidar la Causa positiva
de estas resistencias. D e un teorema, luego célebre, relacionado con u n
sistema de relaciones recurrentes, deduce el resultado esencial de que la
no contradicción de una teoría no puede ser dem ostrada sólo m ediante los
elementos de esta teoría ni se puede reducir tam poco a la no contradicción
de u n a teoría más simple. L a lio contradicción de la aritm ética no es pues
dem ostrable lógicam ente y, en el estado actual de los conocimientos, sólo
podría basarse en u n a dem ostración m etam atem ática que recurriera a los
instrum entos transfinitos. Por ello, la legitim idad de] razonam iento por
recurrencia no puede depender de la lógica, no sólo porque carece de una
reducción directa posible, sino tam bién porque no puede “satu rar” al
sistema de las verdades m atem áticas: p a ra decirlo de otro modo, no se
puede dem ostrar sólo m ediante la lógica la verdad o la falsedad de la
generalización a todos los núm eros de una propiedad que se com prueba en
el caso del 0 y del núm ero siguiente a un núm ero dado.
Posteriorm ente Gentzen, en 1934, m ediante un m étodo sim ilar al de
H erbrand, logra dem ostrar efectivam ente la no contradicción de la aritm é­
tica y englobar el axiom a general de inducción; pero incorpora a su
razonam iento el transfinito y, como él mismo lo dice, recurre a “medios
que van más allá de la aritm ética” .26
24 Ello no impide a algunos partidarios y seguidores de la logística vienesa
mantener su concepción tautológica. Aún en 1948, M. Boíl: M a n u e l de logique
sc ien tifiq u e, pág. 523, escribía que la aritmética es una “inmensa prolongación de
la lógica” y de una lógica concebida como tautología,
23 J. Herbrand: R echerch.es sur la théorie de la dém onstration. Thcse de
París, 1930.
2(i Citado por Lautman: L es schém as de getiése. Henriann. 1938, pág. 148,
A hora bien, estos desarrollos de la m etam atem ática hilbertiana p re­
sentan m uchas enseñanzas lógicas y epistemológicas. El hecho de que no
se pu ed a dem ostrar la no contradicción de la aritm ética aplicando el
criterio clásico (p . p = 0) sin apoyarse en u n orden de verdades superior
a la aritm ética (y que en consecuencia la supone) p ru eb a sin d u d a la
insuficiente coherencia de la m atem ática o, si no, la insuficiencia de los
procedim ientos con que cuenta actualm ente la íorm alización logística.
A hora bien, llam a m ucho la atención que, pese a que en la actualidad es
im posible reducirla a u n sistema form al único, nadie cuestiona la coherencia
in tern a de la m atem ática. Se debe proceder a perfeccionar la lógica, ya
que no se puede dem ostrar la no contradicción de los sistemas operatorios
característicos de la aritm ética m ediante sistemas operatorios que carac­
terizan sólo la lógica clásica.
Este reajuste de la lógica ya se h a iniciado y se lo puede considerar
de tres m aneras que, p o r o tra parte, quizá confluyan en algún momento.
E n prim er lugar, se h a intentado considerar a la lógica clásica, que es
bivalente, como un sim ple caso p articular de lógicas m ás generales de tres
valores (por. admisión de un tercero no excluido), de cuatro valores o
incluso de u n a infinidad de valores: el esfuerzo de extensión se realiza
entonces sobre el principio del tercero excluido hasta convertirlo en un
principio del n 9 excluido, con la idea más o menos explícita de llegar así
a u n a lógica del infinito más ad ap tad a a la m atem ática que la de los
conjuntos finitos. En segundo lugar , se pueden perfeccionar las m etateorías
hasta construir sistemas formales que im itan con precisión cada vez m ayor
las teorías m atem áticas, procedim iento que, al fin de cuentas, tiende a
convertir la m atem ática en su propia lógica. Por últim o se podría —pero
al parecer no se ha in te n ta d o esta tercera solución— am p liar el principio
de la no contradicción: ¿p o r qué la expresión p . p ~ 0, que se basa en la
simple com plem entariedad de p y de p en el universo del discurso, no basta
p a ra asegurar la no contradicción de la aritm ética? ¿ Se deberá acaso a que
u n sistema de encajes susceptibles de perm itir u n a inducción com pleta y
que se basan en los grupos y el cuerpo de los números reales no puede
ser encerrado en un sistem a de encajes sim plem ente intensivos, es decir,
definidos por puras com plem entaridades? Estas tres soluciones equivalen
así a superar en. tres m odos diferentes el m arco de la lógica bivalente, dada
su insuficiencia p ara absorber la matemática, o, incluso, cuando las estruc­
tu ras lógicas y m atem áticas están sim plem ente intrincadas unas con otras,
p a ra proporcionar el criterio de la no contradicción del mixto así cons­
tituido.
Los prim eros ataques contra la lógica bivalente se originaron en el
intuicionism o brouw eriano. Resuelto a ad m itir sólo los entes matem áticos
efectivam ente construidos, Brouwer se vio llevado a reexam inar el valor
de los razonamientos concernientes a los conjuntos finitos y la utilización
de las demostraciones p o r el absurdo. D e este modo redujo la lógica a una
simple clasificación verbal de los conjuntos finitos y cuestionó resueltam ente
el empleo del tercero excluido en el infinito, adm itiendo la posibilidad de
uñ tertium: lo indem ostrable, situado entre lo verdadero, o efectivamente
construido y el absurdo. Después de que W avre dem ostró la posibilidad de
form alizar un punto de vista sem ejante, H eyting construyó efectivamente
un a lógica trivalente susceptible de adaptarse al intuicionismo. :Además
de la lógica probabilista polivalente de R eichenbach y muchos otros
ensayos (Gonseth, etc.), la escuela polaca, con Lucasiewicz y T arski, gene­
ralizó estos intentos y construyó u n principio del n° excluido y una lógica
de una infinidad de valores. Este es un esfuerzo de un g ran interés cuyo
alcance efectivo, sin duda, no se h a agotado aún. Sin em bargo, h asta el
presente dos circunstancias lo lim itan. Por u n lado, pese a que de este modo
se prep aran nuevos m arcos que, al parecer, y sobre todo, se podrán ajustar
en algún m om ento a los problem as de recurrencia, n inguna aplicación
decisiva ha justificado aún esta am pliación; m uchos autores conservan la
im presión de u n a reducción posible de la polivalencia a la bivalencia
simple. Por o tra parte, una lógica con u n a infinidad de valores no es
au n u n a lógica del infinito y no se ha elaborado u n a “lógical general” ,
subsistiendo po r entero el problem a de determ inar si ella es posible.
E n segundo lugar, la am pliación de la lógica se efectúa en el propio
seno de las teorías m etam atem áticas. Junto con la lógica p u ram en te inten­
siva representada po r las clases y las relaciones, independientem ente del
núm ero, y po r la lógica de las proposiciones bivalentes, se puede concebir
u n a lógica de la m atem ática que consiste en u n a com binación de axiomas
estrictam ente lógicos y de axiomas tomados de la aritm ética, del análisis o,
sobre todo, de las estructuras transfinitas. Estos agregados, que caracterizan,
precisam ente, las teorías m etam atem áticas, pueden recibir perfecciona­
m ientos indefinidos; por lo general de ellos se espera el cum plim iento de
las formalizaciones m atem áticas. Pero, incluso si de este m odo se supera la
lógica p u ra y no se reasum e el ideal ilusorio de la reducción simple de
lo m atem ático a lo lógico, la no contradicción de los sistemas aritméticos
sólo se puede dem ostrar, lo hemos visto, sobre la base de axiomas de orden
su perio r: en m ayor grado aún que el fracaso de la reducción russellíana de
lo superior a lo inferior, esta resistencia al cum plim iento de la formaliza-
ción señala entonces, la heterogeneidad de lo lógico y de lo matem ático.
Existe así u n a autonom ía relativa de los niveles superiores y, en conse­
cuencia., u n a necesidad de construir una lógica específica que se adapte
cada vez más a ellos m ediante incorporaciones sucesivas de nuevos axiomas
ajenos a la lógica pura. A hora bien, cuanto más se desarrolla en el plano
m etam atem ático, más im ita esta lógica m ixta a la m atem ática, con un
m im etism o creciente. A este respecto se puede h ab lar de u n a asimilación
progresiva de lo lógico y de lo m atem ático, pero esta asimilación, en este
caso, es recíproca y equivale, como siempre, tanto a enriquecer lo inferior
m ediante lo superior como a trad u cir éste en las estructuras de aquél.
U n ejemplo perm itirá com prenderlo. H ilbert dem uestra el principio del
tercero excluido basándose en u n cierto axiom a de elección transfinita:
A. ( íA ) 3 A (a ) significando que si la propiedad A se adecúa al objeto
elegido (t A) conviene entonces a todos los (a). El ejem plo presentado
en el finito es el siguiente: si A es la propiedad de ser corruptible y el
objeto elegido (t A) es el m ás incorruptible de los hombres, entonces todos
los hom bres [a) son corruptibles. A hora bien, es evidente que al otorgarnos
la posibilidad de encontrar entre el conjunto de los hombres al más
incorruptible de ellos, nos atribuim os con ello el p o d er de seriar a todos
los hom bres comparándolos dos a dos (o clases a clases) desde el punto
de vista de la relación asim étrica transitiva: “m ás (o m enos) incorruptible” .
A plicar este mismo poder a los conjuntos transfinitos significa, entonces,
atribuirse el derecho de ordenarlos a todos (no necesariam ente de acuerdo
con la relación “bien ordenado” sino de acuerdo con u n orden simple o un
juego de intersecciones p rev ia s). E n resumen, in tro d u cir u n axioma como
éste equivale a proveerse de más de lo que se necesita p ara logicizar
u n sector m atem ático particular, pero, precisam ente, al concederse dem a­
siado se enriquece con ello lo inferior en lugar de reducir lo superior:
en ese punto la lógica am pliada de las m eta teorías deberá duplicar la
m atem ática al insertar la lógica en u n a m etalógica, lo que es más proba­
ble que lo contrario; y esto hasta convertir la m atem ática en su propia
lógica. Tam bién en este caso se debe considerai el principio de inducción
com pleta como un modo de inferencia específico irreductible a la lógica
bivalente. .
E n tercer lugar, se podría im aginar u na solución que equivaldría a
am pliar el concepto de la no contradicción hasta convertir la no contra­
dicción característica de la lógica bivalente en un simple caso particular
de lo no contradictorio, que caracteriza la lógica de las operaciones rever­
sibles en general. En efecto, ¿qué significa la expresión clásica p . p .
símbolo de la contradicción interproposicional? Sim plem ente lo siguiente,
que el universo del discurso (llamémoslo z) está repartido en dos clases
, de valores, que algunas de las cuales presentan la proposición p. otras
. la proposición p y que estas dos clases correspondientes a p y a p son
com plem entarias bajo z. Se tendrá entonces, por d efin ició n :

(1) p . p — 0 (2) p v p = j
(3) p = z . J (4) p = z . p

Si p o r ejemplo p significa “x vive”, todos los x se dividirán en vivos


y no vivos (p ) y la no contradicción ( p . p — 0) equivaldrá a afirm ar
que nin g ú n x podrá estar al mismo tiem po vivo y no vivo, ya que. por
definición, no vivo es com plem entario de vivo. D e ello se deduce que los
vivos serán todos los z que no son no.vivos (4) y que los no vivos serán
todos los ¿ que no son vivos (3 ).
Este criterio, sin embargo, sólo depende de la com plem entaridad sim­
ple, es decir que su carácter es puram ente intensivo 21 y supone sólo las
relaciones de encaje de la parte en el' todo: la única relación conocida
entre u n a de las partes (correspondiente a p) v la otra p arte (correspon­
diente a p ) es, en efecto, una relación de .com plem entariedad, es decir, una

En lo que se refiere a las definiciones de lo “intensivo” y de lo “extensivo”,


véase en este volumen cap. I, § 3.
relación que se refiere al todo: p — z . p . ¿Acaso debe sorprendernos,
entonces, que u n a definición exclusivamente intensiva de la no contra­
dicción no sea suficiente para explicar la coherencia característica de los
sistemas extensivos y numéricos? Por el contrario, es evidente que sistemas
de este tipo superan el m arco intensivo y corresponden, en consecuencia,
a un criterio de la no contradicción más delicado.
Supongamos, por ejemplo, que en virtud de los axiomas escogidos
m anteniendo las definiciones ordinarias de los núm eros 2, 4 y 5 se obtenga
en un sistema aritm ético una proposición tal que 2 -j- 2 = 5. Si hacemos
corresponder 2 + 2 a la proposición p y 5 a la proposición p, se plantea
entonces el problem a del por qué de su contradicción. ¿Se debe, u n a vez
más, sim plem ente a que el conjunto (infinito) de los números enteros
se divide en dos subconjuntos com plem entarios, uno de los cuales com porta
las relaciones 0 + 4 = 4; 1 + 3 = 4 ; 2 + 2 = 4; etc., ,y a que el otro con­
tiene todas las otras relaciones verdaderas concernientes a los 5, 6, 7 . . .,
de m anera tal que no existe ninguna ecuación que com porte al mismo
tiempo 2 + 2 en un miembro y un núm ero distinto de 4 en el otro miembro?
Es evidente que si se razona en form a tan simple, nunca se podrá no sólo
dem ostrar sino tampoco asegurar intuitivam ente la no contradicción del
sistema. A hora bien, esto es, aproxim adam ente, lo que se pretendió cuando
se intentó subordinar la aritm ética a la lógica. La no contradicción arit­
m ética, por el contrario, depende del hecho de cjue operaciones generadoras
de los núm eros enteros positivos y negativos constituyen un grupo tal que
la operación directa + 1 es anu lad a por la operación inversa — 1,
bajo la form a + 1 — 1 = 0 . E sta composición de la operación directa
constituye el correspondiente real, en el plano de los números enteros,
de la ecuación lógica p . p — 0. E n consecuencia, será contradictoria toda
ecuación num érica en la que las operaciones directas e inversas no se
anulen unas a otras.: sea + n — « 3 ; 0. D e ello se deduce que, la no
contradicción aritm ética com porta otro criterio, m ucho m ás fino, que la
no contradicción simplemente lógica o intensiva, que depende de la com-
plem entaridad.
¿Pero cuál es, entonces, la relación entre estos dos tipos de no contra­
dicciones? Se refiere, precisam ente, al juego de las operaciones directas
e inversas y, de m anera general, se puede definir a la no contradicción
por la reversibilidad, aunque diferenciando siempre, los niveles distintos de
no contradicciones según la naturaleza de los sistemas operatorios, que
se caracterizan todos por su composición reversible. En particular, la no
contradicción lógica p . p — 0 es sólo una composición reversible específica
que consiste en anular u n a operación directa (o afirm ación) por su inversa
(o negación), lo que equivale a la operación idéntica 0.
E n efecto, como lo hemos dem ostrado en otra obra,28 sobre la base
de la conocida regla de dualidad p v q = p . q y p . q = p v q, toda la
lógica de las proposiciones es reductible a u n “agrupam iento” único ( para

Tratado de lógica, | 39.


el concepto de “agrupam iento” véase el cap. 1, p u n to 3 ), cuya operación
directa es la disyunción p v q y ¡a inversa la negación conjunta p . q. Al ser la
operación idéntica general (v) 0 y las idénticas especiales { p ^ p — p) y
( p v z = z ) , se puede extraer to d a la lógica de las proposiciones de las
ecuaciones (1) a ( 4 ): p . p — Q ; p v p = z ; p = z . p y p = z . p . A hora
bien, el “agrupam iento” constituye el único sistema de composiciones
reversibles compatibles con las relaciones puram ente intensivas de inclusión
de la parte en el todo y de. com plem entaridad; de ello se deduce que la
no contradicción lógica p . p — Q expresa, sim plem ente, la reversibilidad
inherente a este sistema. Es evidente, entonces, que p o r sí sola ella no
dem uestra la no contradicción de la aritm ética, ya que esta dem ostración
equivaldría entonces a reducir las relaciones extensivas (de p arte a p arte)
y en especial las relaciones num éricas (iteraciones de la u n id ad e in d u c­
ción com pleta) a sólo las relaciones intensivas (de com plem entariedad y de
inclusión) (!)
Por el contrario, si la no contradicción en general se reduce a la rever­
sibilidad en general, cada conjunto de grupos in teg ra su no contradicción
y com porta su criterio específico de contradicción, en relación con la
operación idéntica del sistema. T am bién desde este p unto de vista, la
lógica de la m atem ática se reduce a las estructuras m atem áticas. .

IV . A hora bien, a p artir de las consideraciones que preceden, es


posible form ular una interpretación del razonam iento m atem ático que
concilie su fecundidad y su rigor, y que lo distinga tam bién del razona­
miento sim plem ente lógico.
El razonam iento lógico ya es fecundo, puesto que dos operaciones
lógicas cualesquiera que se com ponen entre sí d a n u n a nueva operación
no contenida en los com ponentes. Sea po r ejemplo la conjunción ( p . q) :
ella afirm a, simplemente, la verdad de algunas com binaciones de valores
que adm iten en form a sim ultánea p verdadero y q verdadero (por ejemplo
p j = x es m am ífero y q = x es v ertebrado). Si, p o r otra parte, afirm am os
(P ■q) j adm itim os la conjunción posible de q con no p (por ejem plo si
x es pájaro es a la vez no m am ífero y vertebrado, sea p . q ) . A hora bien,
la reunión de ( p . q) y de p , q bajo la form a [(¡b . q) v (p . q) ] contiene
más que ( p . q) y que ( p . q) considerados p o r separado: esta reunión
disyuntiva, en efecto, significa que q puede ser afirm ado independiente­
m ente de la verdad o de la faisedad de p. Agreguemos tam bién la verdad
áe p . q (ni m am ífero ni vertebrado) y neguemos la de p . q (m am ífero
y no vertebrado) : esta reunión [( p ■q) v (p . q) v ( p . q) ] con exclusión
de (P ■q) significa, entonces, que p supone q (sea p zz> q) , es decir, afirm a
una relación esencial entre p y q no contenida ni en (p . q) ni en ( p . q ) ,
ni siquiera en [( p . q) v (p . <¡r)]. D e esta m anera, la fecundidad de la
lógica depende de sus composiciones operatorias que supone toda deduc­
ción. por tautológica que sea en apariencia.
E n lo que se refiere al rigor del razonam iento lógico, él depende de la
reversibilidad de las composiciones posibles, ya que (lo acabam os de ver)
el criterio de la no contradicción (p . q = 0) no se reduce a la reversibi­
lidad. El rigor de la lógica de las proposiciones proviene, entonces, del
hecho que sus composiciones constituyen no sólo un a red o reticulado, sino,
realm ente, u n “agrupam iento” único, es decir, u n reticulado ah o ra reversible
gracias a sus com plem entariedades jerárquicas, y cuya “operación idéntica”
fundam ental es, precisam ente, (p . p = 0 ). El rigor no depende entonces
ni de la identidad simple p = p ni de la no contradicción considerada
como una form a estática independiente, sino de la reversibilidad del
sistema de conjunto, cuyas composiciones no idénticas, por otra parte,
explican la fecundidad.29
Si de la lógica pasamos al razonam iento m atem ático, comprendemos,
entonces, por qué su fecundidad se m ultiplica, aunque su rigor se base en
u n principio equivalente, pero de aplicación m ás afinada.
L a fecundidad del razonam iento m atem ático es m ucho m ayor que la
del razonam iento lógico po r la sencilla razón de que en lugar de limitarse
a encajar la parte en el todo o de ligar a las partes entre sí sólo por comple-
m entariedad o intersección (siendo ésta, nuevam ente, u n a inclusión), el
razonam iento m atem ático construye u n conjunto cada vez más rico de rela­
ciones entre las partes, consideradas en sí mismas y sin p asar a través
del todo (productos, correspondencias biunívocas, e tc .). L a imposibilidad,
com probada, de “fundar” el principio general de inducción com pleta sólo
en los recursos de la lógica, se debe, en efecto, a que toda recurrencia
num érica supone relaciones directas entre las partes de las totalidades
considerada^ y a que no es posible reducir tales relaciones a las relaciones
entre las partes y el todo (inclusión y com p lem en tarid ad ). En la m edida
en que el núm ero desborda la clase intensiva, en esta m ism a m edida y
por las mismas causas, el razonam iento p o r recurrencia es irreductible
a las composiciones operatorias de la lógica bivalente de las proposicio­
nes. L a extensión considerable de fecundidad que caracteriza el pasaje
de lo lógico a lo m atem ático depende, entonces, de la diferencia que
separa los grupos numéricos, algebraicos y geométricos, basados en las
relaciones directas de las partes entre sí, del simple “agrupam iento” (o com­
posición reversible de las relaciones de p arte a tod o ).
A hora bien, precisam ente esta estructura fundam ental de grupo es la
que perm ite el rigor del razonam iento m atem ático (tan pronto superadas
las relaciones elementales de parte a todo que se observan en la teoría
de los conjuntos). Si la no contradicción se basa en la reversibilidad, se
observará así, a p a rtir de la no contradicción lógica, u n a serie de niveles
de no contradicciones ligados a form as de reversibilidad cad a vez más
finas en función de la diferenciación de los sistemas. T al como ya lo
señaló G. Juvet, sólo el descubrim iento del “grupo fu n dam ental” en el que

29 Este hecho confluye con el esfuerzo de las lógicas actuales llamadas dialéc­
ticas para superar el punto de vista de la identidad o de la no contradicción simples
en beneficio de las transformaciones coa un sistema de conjunto.
se basa u n a teoría perm ite la certeza de su coherencia interna.30 Esto
basta p a ra señalar que el rigor del razonamiento m atem ático no se puede
separar de su fecundidad: p a ra decirlo con mayor exactitud, la fecundidad
depende del carácter ilim itado de las composiciones operatorias cuya rever­
sibilidad garantiza el rigor.
D e este modo, el análisis del razonamiento m atem ático p rep ara y
prefigura la solución del problem a de los entes abstractos: en la m edida
en que la m atem ática desborda la lógica, la existencia operatoria, en
efecto, se m uestra tanto m ás efectiva cuanto que de este m odo es doble­
m ente irreductible a la tautología pura.

6. L a s t e s i s d e J. C a v a i l l e s y d e A. L a u t m a n . L a evolución de
las relaciones entre la logística y la m atem ática en el tercer período que
acabam os de distinguir condujo a dos matem áticos filósofos a u n a reflexión
de conjunto sobre la naturaleza de las operaciones v de los entes m ate­
m áticos. A hora bien, la com paración entre las dos obras 31 de estos autores,
aparecidas en el mismo año (1938), es sum am ente interesante; en efecto,
pese a que inicialmente se orientan en direcciones m uy diferentes, convergen
en realidad sobre las afirm aciones esenciales de la especificidad del devenir
m atem ático ; también convergen en relación con esta especie de dialéctica
operatoria, que uno de ellos m enciona en el plano del desarrollo de la
conciencia y el otro en los dos planos correlativos de la historia y de las
esencias platónicas, p a ra explicar la conexión de las construcciones genéticas
con las form as de equilibrio “globales” .

"P or fecundo que sea, po r íntim am ente unido al pensam iento m ate­
m ático verdadero, ¿puede el m étodo axiomático fundarlo? Como carac­
terísticos de un procedim iento operatorio, los axiomas de un sistema sólo
lo describen”, dice Cavailles (pág. 79) y pese a las analogías entre el
esfuerzo de H ilbert y el logicismo, las resistencias que se presentan en el
problem a de la saturación im piden que se las identifique. “D e todas
formas, la axiomatización se refiere así, en forma doble, a un d ato : exterior-
m ente, dato del sistema del que tom a sus conceptos: interiorm ente, dato
de u n a unidad operatoria que se limita a caracterizar” (pág. 88). Este
dato interior sería reductible sólo si se lograse probar la saturación. A hora
bien, “no se observa en la lógica ordinaria ningún m étodo p ara probarla
que le otorgue un sentido efectivo; el que ella posee, en realidad, ha sido
tom ado de la intuición de la unidad del proceso operatorio, que se carac­
teriza por los axiomas” (pág. 89).
Sin embargo, desde que H ilbert reconoció la imposibilidad de reducir
la aritm ética a la lógica y se limitó a am bicionar tan sólo una “reedificación
sim ultánea de la m atem ática y de la lógica” (pág. 9 0), después que el


10 G. Juvet: V axioma'.ique et la théorie des groupes. Actas del Congreso
Interno de Filosofía Científica, vi. París, Hermán, 1936.
31 Cavailles: Méthode axiomatique et jormalisme. Hermann, 1938: y A. Laut­
man: Essai sur les notions de structure et d 1existence en mathématique. Hermann.
1938.
mismo C arnap renunció a la sintaxis única para adm itir que la “m atem ática
exige u n a serie infinita de lenguas cada vez más ricas” (pág. 166), ya no
se puede esperar u n a reducción p u ra y simple de lo m atem ático a lo lógico:
“el estrecho corset de las reglas de la lógica clásica abarca incóm odam ente
las experiencias imprevisibles realizadas sobre las fórm ulas. . . L a form a li-
zación com pleta conduce paradójicam ente a suprim ir las independencias
operatorias que el m étodo axiom ático hubiese deseado salvaguardar”
(pág. 175). L a lógica, tal como, según Cavaillés, lo estableció Brouw er en
form a definitiva, se refiere sólo al discurso y no a los encadenam ientos.
En especial, todas las dem ostraciones de no contradicción “fracasan
tam bién ante el axiom a general de inducción com pleta” (pág. 143). T an to
los resultados de G entzen (con su recurso a u n a inducción transfinita)
como los de Gódel (pág. 164-65) im piden a la lógica “fu n d ar” la m a te­
m ática. Ni siquiera el logicismo que corresponde a la nueva m anera
de C arnap “perm ite esperar solución alguna del problem a del fu n d a­
m ento” (pág. 169).
Así, ni la experiencia en sentido físico ni ningún a priori lógico podrían
fu n d ar la m atem ática (págs. 179-180). En lo que se refiere al brouvve-
rismo, “el problem a del sentido de u n a operación tal como lo plantean
los intuicionistas em ana del prejuicio —de ontología no crítica— que
sostiene que el objeto debe ser definido con anterioridad a la operación,
m ientras que en realidad es inseparable de ella” (pág. 179). ¿E n qué
consiste, entonces, el fundam ento real? En u n a dialéctica, pero que se
confunde con el devenir general de la conciencia, es decir, si com prendemos
bien, con la génesis y la historia operatoria.

N o se debe buscar esta génesis en el análisis de los estadios iniciales:


“E n lo que se refiere a la aplicación de la m atem ática a la «realidad»,
es decir, al sistema de interacciones vitales entre hombres y cosas, es evidente,
después de lo que hemos dicho, que ella ya no concierne al problem a del
fundam ento de la m atem ática: el niño con su contador es un m atem ático,
y todo lo que puede hacer con él es m atem ática” (pág. 180). Se debe
recurrir, entonces, a la historia operatoria ulterior, como, por ejem plo, al
“triple papel de la generalización. . . : liberación de operaciones de condi­
ciones extrínsecas de su realización, disociación o identificación de procesos
accidentalm ente unidos o diferenciados; por últim o, planteo de nuevos
objetos como correlatos de operaciones consideradas autónom as. En todos
los casos, la fecundidad del trab ajo efectivo se obtiene m ediante estas ru p ­
turas en el tejido m atem ático, m ediante este pasaje dialéctico de una teoría
que lleva en sí m ism a sus límites a u n a teoría superior que la desconoce,
pese y debido a que procede de ella” (pág. 172). Y tam bién: “la am plia­
ción de la conciencia y el desarrollo dialéctico de la experiencia coinci­
den. D an lugar al surgim iento indefinido de los objetos en lo que
designaremos como campo te m á tico : hemos exam inado algunos entre estos
procesos de surgimiento, las diferentes especies de generalizaciones, las
formalizaciones a las que se agrega la temaúzación propiam ente dicha:
transform ación de una operación en elemento de un cam po operatorio
superior, por ejemplo topología de las transform aciones topológicas (fu n d a­
m entales, en form a general, en la teoría de los g ru p o s). T res especies de
m em entos dialécticos. . . la necesidad del surgim iento de u n objeto no es
nunca aprehensible, salvo a través de la com probación de un éxito; la
existencia en el campo tem ático tiene sentido sólo como correlato de u n
acto efectivo” (pág. 177).

“E n cuanto al m otor del proceso, parece escapar a to d a investigación.


Este es el sentido pleno de la experiencia, diálogo entre la actividad
consciente como poder de intentos sometidos a condiciones y estas condi­
ciones mismas” (pág. 178). “El cam po tem ático, de esta m anera, no
está situado fuera del m undo sino que es u n a transform ación de éste:
el pensam iento efectivo (que exige u n a conciencia m ás com pleta) de las
cosas es pensam iento de sus objetos (el pensam iento adecuado de u n a
p lu ralid ad es pensam iento de su n ú m e ro ). Si queda u n elem ento de incerti-
dum bre imposible de elim in a r. . ., su acción no lleva h acia atrás, los gestos
realizados en form a efectiva siguen siendo válidos (validez definitiva de
los enunciados), sino h ac ia adelante, p a ra u n a transform ación de lo que
se p la n tea (m odificación de los conceptos)” (pág. 179).

Se puede observar que esta tesis converge en alto grado con la posición
genética. H ay sólo u n punto en el que podríam os invocar los hechos
contra Cavaillés, aunque en su favor: si en presencia de su contador el
niño ya es m atem ático, ello se debe a que sim ultáneam ente construye el
núm ero y la lógica entera, puesto que su cam po tem ático es ya l a ‘transfor­
m ación de un mundo. “No se observa ninguna causa, escribía Frankel
en 1928, que explique por qué las leyes de la aritm ética form al deberían
corresponder exactam ente .a las experiencias del niño an te su contador”
(pág. 168). L a respuesta a este problem a no sólo se debe buscar en el
desarrollo de la historia operatoria de los niveles superiores: se la puede
h allar a p artir del análisis de las formas m ás simples de la actividad. El
único m étodo m atem ático verdadero es, así, el p ro p io m étodo genético.
A h o ra bien, por platónico que se considere, A. L au tm an no se opone
en absoluto a este genetism o operatorio de Cavaillés, a la m an era en la
que Russell (en la época en que creía en los universales) por ejemplo,
difería d e Brunschvicg: al reconocim iento del devenir de la conciencia
—concebido nuevam ente como u n a génesis esencialm ente operatoria—
le agrega, simplemente, el análisis de las formas de equilibrio; es al no
poder, situar estas últim as en la interpretación del desarrollo que las basa
en u n a especie de devenir suprahistórico, en lu g ar de buscar su explica­
ción en el mecanismo del proceso genético, hasta sus raíces propiam ente
infrahistóricas.

E l desarrollo de la m atem ática señala la existencia de u n a cierta reali­


dad (pág. 7) y Brunschvicg, m ás que cualquier otro autor, desarrolló la
idea de que esta “objetividad . . . se debía á la inteligencia en Su esfuerzo
por vencer resistencias que le opone la m ateria sobre la que trab aja”
(pág. 9 ). A hora bien, la filosofía m atem ática de Brunschvicg, a la que
Lautnaan se refiere así del m odo m ás significativo, no se reducfe en absoluto
a u n a psicología de la invención. D eja sim plem ente de lado toda deduc­
ción a priori. “E n tre la psicología del m atem ático y la deducción lógica debe
haber entonces un lugar p a ra u n a caracterización intrínseca de lo real.
Este debe p articip ar al mismo tiem po del m ovim iento de la inteligencia y
del rigor lógico, sin confundirse ni con uno ni con el otro, y nuestra tarea
será la de in te n ta r esta síntesis” (pág. 10). Planteado de este modo,
entonces, el problem a consiste en “desarrollar u n a concepción de la realidad
m atem ática en la que se un an la inm utabilidad de los conceptos lógicos y
el m ovim iento del que viven las teorías” (pág. 12). E n efecto, “las teorías
m atem áticas son susceptibles de u n a doble caracterización, relacionada u na
con el m ovim iento propio de las teorías y la otra con las conexiones de
ideas que se encarnan en este m ovim iento. Estos dos elementos distintos
son, en nuestra opinión, los que con su unión constituyen la realidad
inherente a la m atem ática” (pág. 147).
E sta realidad se m anifiesta en especial en el estado actu al del problem a
de la formalización. P ara form alizar el análisis, no sólo debe ser posible
aplicar el axiom a debido a variables num éricas, sino tam bién a u n a cate­
goría más elevada de variables, aquella en la que las variables son fun­
ciones de números. L a m atem ática se presenta así como síntesis sucesivas
en las que cada etap a es irreductible a la anterior. Además, y esto es
capital, u n a teoría form alizada de esta m a n era es incapaz de proporcionar
la p rueba de su coherencia in te rn a; se le debe superponer u n a m etam ate-
m ática que tom e a la m atem ática form alizada como objeto y la estudie
desde el doble punto de vista de la no contradicción y del cum plim iento”
(pág. 11). Pero, insiste L autm an, “éste es sólo u n i d e a l . .. y sabemos
hasta qué p u n to en la actualidad este ideal parece difícil de alcanzar”
(págs. 12-13). Existe entonces u n a dualidad entre la m atem ática y la
m etam atem ática, ya que esta últim a tom a en consideración “ algunas estruc­
turas perfectas, realizables eventualm ente m ediante teorías m atem áticas
efectivas, y ello en form a independiente de saber si existen teorías que
presentan las propiedades en cuestión” (pág. 13). A hora bien, precisa­
m ente esta oposición entre lo efectivo en devenir y el ideal que le es
superior justifica, según L autm an, la dialéctica "del m ovim iento m atem á­
tico y de la inm ovilidad lógica. Se debe reconocer, al mismo tiem po “la
irreductibilidad de la m atem ática a u n a lógica a priori y su organización
alrededor de esquemas lógicos sem ejantes” (págs. 147-48). “Se puede
decir, incluso, que u n a dialéctica que se com prom etiera en la determ inación
de las soluciones que estos problem as lógicos pueden com portar se vería
llevada a constituir todo un conjunto de distinciones sutiles y de artificios
de razonam iento que im itaría a tal p u n to a la m atem ática que se confun­
diría con ella. Esto es lo que ocurre con la lógica m atem ática en sus
desarrollos m ás recientes. Es imposible concebir en qué consiste el pro­
blem a de la no contradicción de la aritm ética sin rehacer to d a la aritm ética,
pero a p a rtir del m om ento en el que se in te n ta realizar u n a dem ostración
efectiva de su no contradicción, nos vemos obligados a utilizar en esta
dem ostración medios m atem áticos cuya riqueza supera a los de la teoría
cuya validez se intenta garantizar. Estos resultados, que debemos a
K . Godel, m uestran en form a definitiva que la no contradicción de la
aritm ética no se puede reducir a la no contradicción de un a teoría más
simple y, en el estado actual de la ciencia, toda dem ostración m etam ate-
m ática de la no contradicción de la aritm ética utiliza, necesariam ente,
m étodos transfinitos. Parecía, entonces, que este problem a h ab ía perdido
todo interés lógico, hasta el momento en que M. G entzen supo encararlo
bajo otro aspecto: «Se puede concebir perfectam ente — escribe— la posi­
bilidad de dem ostrar la no contradicción de la aritm ética con medios que
superen a la aritm ética pero que, sin embargo, pueden p arecer más seguros
que las partes discutibles de la aritmética pura». Se observa entonces cómo
el problem a de la no contradicción tiene u n sentido, incluso si se ignoran
los medios m atem áticos p ara resolverlo” (págs. 148-149).
El esquema fundam ental de la interpretación de L au tm an es entonces
el de la subordinación del devenir operatorio a u n ideal de conexiones
que lo superen. Sin em bargo, antes de asumir, a p a rtir de ello, u n a posición
platónica, L au tm an realiza un análisis profundo de los aspectos más
generales de las “estructuras” matem áticas y esta caracterización estructural
le otorga su sentido real a esa conclusión.
A parentem ente, hay u n a dualidad de puntos d e vista entre un método
“local” o atomístico^ que va del elemento a la totalidad, y el método
“global” , que va del todo a la parte. “El estudio global, p o r el contrario,
intenta caracterizar u n a totalidad en form a independiente de todos los
elementos que la com ponen; se ocupa, desde un prim er momento, de la
estructura de conjunto, asignando así un lugar a los elementos incluso antes
de conocer su n atu ra lez a; tiende, sobre todo, a- definir los entes matemáticos
por sus propiedades funcionales, ya que considera que el papel que juegan
les confiere u n a u nidad m ucho más segura que la que resulta de la reunión
de las partes” (pág. 19). El papel de ias totalidades operatorias es así
fundam ental en el pensam iento m atem ático actual, en el que constante­
m ente se plantea la alternativa de p artir de la estru ctu ra total p ara
determ inar las condiciones que deben satisfacer los elementos p a ra integrarse
en ella o de p a rtir de las propiedades de los elementos e in te n ta r “leer en
estas propiedades locales la estructura del conjunto en el que estos elementos
pueden ser clasificados” (pág. 29). De ello deriva, en am bos casos, la
m anifestación de u n a “influencia organizadora del todo” (pág. 29). A este
respecto, L autm an confiesa una preocupación sum am ente reveladora en
cuanto a las implicaciones que subyacen a su sistema y tam bién en lo que
se refiere al papel de la idea de totalidad en el pensam iento m atem ático
contem poráneo: “ Observam os así en m atem ática consideraciones que a
prim era vista pueden parecer ajenas a ella y aportarle algo así como el
reflejo de ciertas concepciones características de la biología o de la socio­
logía. Es evidente que el ente matem ático, tal como lo concebimos, presenta
analogías con un ser viviente; creemos, sin em bargo, que la idea de una
acción organizadora de u n a estructura sobre los elementos de u n conjunto
es plenam ente inteligible en m atem ática, incluso si, al ser transportada
desde otros campos, pierde su lim pidez racional’’ (pág. 29). Esta “solidari­
d ad del todo y de sus partes” se observa en especial en ios conceptos de grupo
y de c u e rp o a2: “al proporcionarnos los axiomas a los que obedecen los
elementos de un grupo o de un cuerpo nos proporcionam os con ello la
totalidad a m enudo infinita de los elementos del grupo o del cuerpo” .3:1
Existe en este caso u n a verdadera “implicación del todo en la p arte”
(pág. 30).
A hora bien, este papel fundam ental de las totalidades operatorias
(así como la distinción entre las “propiedades intrínsecas” de un ente m ate­
m ático y las “propiedades inducidas” a p a rtir del sistema am biente)
renueva el problem a de las relaciones entre la lógica y la m atem ática y
perm ite superar, en form a definitiva, el logicismo. “Los lógicos h an pre­
tendido siempre (desde el descubrim iento de las paradojas russellianas)
prohibir las definiciones no predicativas, es decir, aquellas en las que las
propiedades de un elem ento son solidarias del conjunto al que pertenece.
Los m atem áticos no han adm itido nunca la legitim idad de esta prohibición,
m ostrando, a justo título, la necesidad de recurrir, en algunos casos v para
definir algunos elementos de un conjunto, a propiedades globales de este
conjunto” (pág. 39 ). L a lógica, “en efecto, es sólo una disciplina m ate­
m ática entre otras y se pueden com parar las génesis que se m anifiestan en
ella con las que observamos en otros campos” (pág. 83).
L a relación entre la lógica y la m atem ática asume m ayor precisión,
en especial, en el proceso que L au tm an designa como “el ascenso hacia el
absoluto” (cap. 3) después de haberlo anunciado m ediante la expresión más
precisa: “el ascenso hacia su cum plim iento” (pág. 14). P or ejem plo, en
el orden de los grupos algebraicos de Galois, se trata del hecho de que la
“im perfección” de un elem ento de base, en relación con el cuerpo dado,
se refiere necesariam ente a la estructura de conjunto que es la única. A hora
bien, sólo estos “intentos de organización estru c tu ral. . . confieren a los
entes m atem áticos un m ovim iento hacia la realización que perm ite decir
que ellos existen. Esta existencia, sin em bargo, no se m anifiesta sólo en el
hecho de que la estructura de estos entes im ita las estructuras ideales con
las que se las puede com parar; se pueden com probar algunos casos en que el
cum plim iento de un ente es al mismo tiempo génesis de otros en tes; éstas
son relaciones lógicas entre la esencia y la existencia en las que se inscribe
el esquema de creaciones nuevas” (pág. 80). De este modo, “las teorías
m atem áticas se desarrollan por su propia fuerza, en una íntim a solidaridad
recíproca y sin referencia alguna a las Ideas que su m ovim iento aproxim a”
(pág. 139). En efecto, “los esquemas lógicos que hemos descripto no son
anteriores a su realización en el seno de una teoría” (pág. 149). “El destino
del problem a de las relaciones del todo y de la p arte, de la reducción de las
propiedades extrínsecas en propiedades intrínsecas, del ascenso en la direc­
ción del cum plim iento, la constitución de nuevos esquemas de génesis
dependen del progreso de la m atem ática; el filósofo no tiene p o r qué

32 U n cuerpo es un sistema de dos grupos, uno aditivo y el otro m ultiplicador.


A. L autm an: Essai sur Vunité des Sciences m athém atiq ues , pág. 9.
elaborar leyes ni prever u n a evolución fu tu ra” (pág. 149). “T odo intento
lógico que p retendiera dom inar a priori los desarrollos de la m atem ática
desconoce entonces la naturaleza esencial de la verdad m atem ática, ya que
ésta se relaciona con la actividad creadora del espíritu y particip a de su
carácter tem poral” (pág. 147).
De esta m anera, se puede aceptar sólo u n a priori: “nos referimos a
la posibilidad de investigar acerca de un m odo de conexión entre dos
ideas y describir fenom enológicam ente esta intención, independientem ente
del hecho de que la conexión buscada sea o no operable” (pág. 149).
Pero en relación con este aspecto existe u n a realidad o u n a objetividad
m atem ática que trasciende al tiem po y al movimiento. E n esta tesis general
L autm an coincide con P. Boutroux, pero sin embargo se separa de él en el
punto esencial relacionado con el hecho de que “el problem a de la realidad
m atem ática no se plantea ni a nivel de los hechos ni en el de los entes, sino
en el de las teorías. E n este nivel, la naturaleza de lo real se desdobla”
(págs. 146-147) en u n movim iento característico de las teorías y en conexio­
nes de ideas que se encarnan en ellas. Pero, repitámoslo, esta encarnación
no se origina en u n a preform ación.
En este aspecto el platonism o de L autm an, que en cierto modo es
dinámico o dialéctico, adquiere m ayor precisión: “más allá de las condi­
ciones tem porales de la actividad m atem ática, pero en el propio seno de
esta actividad, aparecen los contornos de u n a realidad ideal que es dom i­
nante en relación con u n a m ateria m atem ática que ella anim a y que, sin
embargo, sin esta m ateria, no podría revelar to d a la riqueza de su poder
form ador” (pág. 150). Esta realidad ideal, p o r su p arte, no sería sin
em bargo la sede de u n a progresión sin fin: “L a m etam atem ática qu« se
encarna en la generación de las ideas y de los núm eros n o p o d ría p ropor­
cionarse a su vez u n a m etam atem ática; la regresión se detiene a p a rtir del
m om ento en el que el espíritu elabora los esquemas de acuerdo con los
cuales se constituye la dialéctica” (pág. 153).

De no ser p o r esta posición final, aceptaríam os en form a total el neo­


platonism o aparente de L autm an, ya que no sólo presenta pocas contradic­
ciones con el genetismo operatorio, sino que también, adem ás es com ple­
m entario de la idea de construcción tem poral. Es evidente, en efecto, que
todo análisis genético o histórico-crítico revela u n a continua dualidad de
planos, sobre la que hemos insistido desde un comienzo (véase introd.,
punto 5 ), y ta n to en relación con el espacio como con el n ú m ero : el
desarrollo real o tem poral de las operaciones y las form as de equilibrio
hacia las que él tiende; este equilibrio engloba u n conjunto cada vez más
rico de transform aciones virtuales. Si se respetan las dos condiciones seña­
ladas por el propio L au tm an : ni a priori estructural ni exterioridad del
ideal en relación con- el desarrollo real, poco im porta que esta realidad
ideal, im plicada en todo equilibrio operatorio, sea descripta en el lenguaje
del platonismo.
En especial, es notable observar que la argum entación de L autm an
traduce, en otro lenguaje, lo que siempre hemos observado en la génesis,
en lo que se refiere al doble papel de las totalidades operatorias. Por
un lado, estas totalidades constituyen las condiciones de estructuración real
de las operaciones lógico-m atem áticas y representan así sus form as de
equilibrio necesarias, en todos los niveles y ya a p artir del nivel concreto: a
ello se debe que en m atem ática la com paración de las relaciones de p aite
a todo con las totalidades orgánicas sea algo m ás que u n a simple imagen
y exprese u n a conexión psicológica fundam ental entre la organización
viviente y la organización operatoria. Pero, por o tra p arte, estas totalidades
juegan u n papel norm ativo: el del aspecto ideal o virtual, cuya incorpo­
ración al real es lógicam ente necesaria p a ra su total cum plim iento.
C abe preguntarse, entonces, si la tesis de A. L au tm an se encuentra
ta n próxim a a lo que nos enseña el análisis genético (desde los niveles más
elementales hasta la form alización m e tam ate m ática ), a que se debe que
llegue a esta especie de afirm ación final que es la única p arte de platonism o
m etafísico que interfiere con lo que se podría designar como platonism o
genético del autor. L a intuición de la rem iniscencia y la de la p artici­
pación son dos intuiciones platónicas fundam entales. Si las totalidades
operatorias se encuentran efectivam ente em parentadas con las totalidades
orgánicas, se podría trad u cir la rem iniscencia en el lenguaje genético de
u n a regresión sin fin a coordinaciones cada ve* más prim itivas, cuyas
operaciones abstraerían sus elementos: esto es efectivam ente lo que pensó
L autm an. Pero en ese caso la participación, po r su p arte, no tiene p o r qué
ser lim itada por u n cum plim iento inm óvil: por el contrario, gracias a una
serie de construcciones, de equilibrio creciente, se puede concebir la m archa
h acia el ideal. El cum plim iento, entonces, sería sólo el cierre al mismo
tiem po regresivo y progresivo del círculo de conocimientos del que A.
L au tm an in tentó evadirse en form a excesivamente brusca. Lo dem ostra­
remos a continuación.

7. C o n c lu s io n e s : la n a tu r a le z a de lo s e n te s y de la s opera ­

c io n e s D e acuerdo con el principio de la epistemología


m a te m á tic a s .
genética, el problem a de la naturaleza de los entes m atem áticos sólo puede
ser resuelto en función de su desarrollo y com p aran d o este últim o con el
del pensam iento físico o de la biología. A hora bien, las enseñanzas del
estudio de esta evolución y la dirección que él em prendió se pueden resu­
m ir del siguiente m odo:

1. E n su origen, las operaciones lógico-m atem áticas proceden de las


acciones m ás generales que podem os ejercer sobre los objetos o sobre los
grupos de objetos: ellas consisten en reunir o en disociar, en o rd en ar o
en m odificar el orden, en establecer la correspondencia, etc., etc. A hora
bien, ya a p a rtir de este nivel de p artid a se pueden distinguir en esas acciones
dos polos que, por otra parte, desde el punto de vista del sujeto perm anecen
indiferencíados. Por u n lado, estas acciones com portan un aspecto físico,
más o menos especializado en función de los objetos mismos: de esta
m anera, los actos de reunir o de disociar, de o rd en ar o de cam biar .de
orden, .etc., consisten inicialm ente en movimientos reales, efectuados m ate­
rialmente o imaginados en pensamiento, etc. Por otra parte, en estas
acciones intervienen tam bién coordinaciones generales, que vinculan entre
sí los actos que acabamos de exam inar: p a ra reunir o separar objetos,
ordenarlos o desplazarlos, etc., es necesario que las acciones que se aplican
a estos objetos sean reunidas unas con otras, o disociadas, sean ordenadas,
puestas en correspondencia, etc. L a raíz de las operaciones lógico-mate­
máticas debe ser buscada en este aspecto de actividad coordinadora de las
acciones físicas m ism as; si las coordinaciones generales de la acción y de
las acciones especializadas son, en un comienzo, indiferenciadas unas de
otras, ello no prueba que aquéllas puedan derivarse de éstas.
2. E n efecto, las fases ulteriores del desarrollo genético perm iten obser­
var una diferenciación creciente y rápida entre las operaciones físicas, cada
vez más especializadas en función de los objetos, y las operaciones lógico-
matemáticas, cuyo carácter necesario el sujeto aprecia cada vez más a
medida que las elabora por medio de elementos tomados de las coordina­
ciones iniciales de la acción. De este modo, ya a nivel de las operaciones
concretas (7-8 a ñ o s), los agrupam ientos lógicos y las estructuras num éricas
y espaciales son constituidos en sistemas deductivos diferentes de las opera­
ciones físicas, de los que a nivel de pensam iento intuitivo perm anecían
parcialm ente indiferenciados.
3. A p a rtir del nivel de las operaciones formales, las estructuras m ate­
máticas no sólo continúan diferenciándose en relación con las operaciones
físicas, sino que tam bién desbordan en todos los aspectos la realidad expe­
rimental. Por un lado, introducen generalizaciones operacionales sin signi­
ficaciones concretas inm ediatas (generalizaciones del núm ero, e tc .). Por
otra parte, y en prolongación de las operaciones concretas, provocan, desde
el comienzo de su formalización, una extensión al infinito que caracteriza
desde un prim er momento y de la m anera m ás neta la liberación de estas
estructuras en relación con la experiencia.
4. Por último, las construcciones axiom áticas que generalizan la cons­
trucción form al son elaboradas en form a independiente de la experiencia.
Consisten, en especial, en elim inar una propiedad operatoria o un a obliga­
ción de operar que parecen impuestas por la realidad experim ental (p. ej.,
el quinto postulado de Euclides o el axiom a de A rquím edes), de modo tal
que las coordinaciones usuales se conviertan en un simple caso p articu lar
de las coordinaciones posibles. A hora bien, a menudo el resultado de este
trabajo de depuración conduce a la construcción de estructuras que con­
fluyen no ya con la experiencia tal como se presenta en los comienzos de la
elaboración de los conceptos científicos, sino con la experiencia afinada e
imprevisible originada en las técnicas físicas más elaboradas.
D eterm inada por estas cuatro regiones, la curva del desarrollo de los
entes m atem áticos sigue, entonces, una dirección que al mismo tiempo es
neta y p aradójica: originada en la coordinación de las acciones que el
sujeto ejerce sobre el objeto, se aleja cada vez más de este objeto inm ediato,
pero sigue conservando el poder de reunirse con él, y lo reencuentra en
realidad en todos los niveles de profundidad o de extensión a los que puede
conducir su análisis físico. Ello da lugar a los dos problemas esenciales
que el pensam iento m atem ático plantea: ¿P or qué este pensam iento es
constructivo y por qué, al mismo tiempo que va siempre más allá de lo
real, se encuentra sin embargo en constante acuerdo con él?
Exam inemos, nuevam ente, para in ten tar resolver estos problemas,
(I) los estadios iniciales, (II ) los estadios ulteriores, y luego, (en I I I ) anali­
zaremos las relaciones de la m atem ática con la física y la biología.

I. El pensam iento m atem ático es fecundo porque, al ser u n a asimi­


lación de lo real a las coordinaciones generales de la acción, es, esencial­
m ente, operatorio.

Es fecundo, antes que nada, debido a que las composiciones de opera­


ciones constituyen nuevas operaciones y a que estas composiciones, cuyas
estructuras son develadas por el razonam iento m atem ático, se confunden
en su fuente con la coordinación de las acciones. A este respecto, llama
la atención que las estructuras abstractas constituidas por los “ grupos”
m atem áticos y los “agrupam ientos” logísticos correspondan a las formas
m ás elementales de la coordinación psicológica de las conductas. ¿ Cuáles
son, en efecto, las condiciones de equilibrio de u n sistema de conductas,
tan to cuando se tra ta de movimientos reales ejecutados por el sujeto o de
acciones cualesquiera ejecutadas sobre los objetos? En prim er lugar, la
posibilidad de com binar dos acciones o dos movim ientos en uno solo; luego,
la de poder regresar al p unto de p artid a (retorno) ; tam bién, la de
abstenerse de actu ar (abstención que equivale al producto de un desplaza­
m iento con su inversa) ; la de poder escoger entre muchos itinerarios que
conducen a la m ism a m eta (rodeos) ; por últim o, la de distinguir entre
acciones con efecto acum ulativo (por ejemplo, h acer muchos pasos conse­
cutivos) y aquellas en las que la repetición no m odifica en n ad a la acción
inicial (por ejemplo, releer dos veces el diario o volver a decir las mismas
p a la b ra s). A hora bien, es evidente que los cuatro primeros de estos cinco
caracteres m ás generales de la acción constituyen el aspecto com ún entre
los grupos y los agrupam ientos: la composición de dos operaciones en una
única operación nueva perteneciente al mismo sistema, la conversión de las
operaciones directas en operaciones inversas (retorno) , la operación idéntica
general (operación n u la ) , la asociatividad (desvíos) ; en lo que se refiere
a la distinción entre las operaciones acum ulativas (en especial la iteración)
y la tautología (idénticas especiales), ella, precisam ente, es la que contra­
pone los grupos m atem áticos a los agrupam ientos lógicos. La reversibilidad,
en particular, que constituye la propiedad más característica de las transfor­
maciones operatorias, m atem áticas y lógicas es, p o r otra parte, la ley de
equilibrio esencial que distingue la inteligencia de la percepción o de la
m ctricidad elem ental del hábito. T odo el desarrollo de la inteligencia se
caracteriza incluso por un pasaje de la irreversibilidad, característica de las
acciones prim itivas, a la reversibilidad operatoria que caracteriza el estado
de cum plim iento de los procesos intelectuales. P ara situar el mecanismo
operatorio lógico-matemático en su contexto genético real, presenta sumo
interés la observación de estas convergencias entre las coordinaciones psico­
lógicas de la acción (con ¡a reversibilidad como criterio del equilibrio) y
las estructuras lógicas y m atem áticas esenciales.

U n a operación como ésta, sin em bargo, es ya u n a creación del sujeto,


puesto que consiste en u n a acción que éste ejerce sobre las cosas. Es
inexacto entonces, decir que la form ación del pensam iento m atem ático se
debe a una abstracción a p a rtir del objeto, como si los m ateriales de este
pensam iento estuviesen contenidos ya tal cual en la realidad exterior y que
bastase con extraerlos p a ra engendrar las relaciones espaciales o numéricas.
L a acción, en la que la operación consiste en su origen, agrega, por el
contrario, nuevos elementos a la realidad y el comienzo de la creación
específica de la m atem ática consiste en esta adjunción. R eunir objetos en
una colección o disociarlos de ella es u n enriquecim iento que la acción
ap o rta a los objetos; en efecto, si bien la naturaleza por sí sola constituye
conjuntos o los disloca, elio no se produce a la m an era de u n a acción libre
(libre en el sentido en el que Brouwer caracteriza lo continuo como un a
serie de elecciones lib re s), móvil y reversible como las que caracterizan
la m anipulación o el pensam iento. D e la m ism a form a, construir o m edir
figuras son acciones tales que agregan algo a la realidad, ya que ésta ignora
los elementos más simples de ella, como p o r ejemplo las rectas o los planos
y, en cierta escala, presenta sólo discontinuidad y fluctuaciones.
Pero la realidad exterior perm ite siem pre estas operaciones o estas
construcciones; su acuerdo siempre renovado suscita un continuo resurgir
del realismo. Este es ei segundo carácter del pensam iento m atem ático:
efectivamente, en relación con la realidad física él es creación y le agrega
algo a ella, en lugar de abstraer algo o de extraer su m a te ria ; sin embargo,
en la m edida en que se aplica a la realidad, a la que, por otra parte, supera
en form a considerable (en todos los. aspectos, p o r ejemplo, en los que
interviene el in fin ito ), la experiencia coincide con el esquema m atem ático.
E sta coincidencia plantea entonces, un segundo problem a que se debe re­
solver a p a rtir de las operaciones más sim ples; ello perm itirá com prender
en qué consiste u n a convergencia sem ejante cuando el pensam iento m ate­
m ático anticipa experiencias, en algunos casos años antes de que se pro­
duzcan, y les proporciona marcos antes de que la idea de tales experiencias
haya germ inado en el pensam iento. Estos tipos de anticipación, en efecto,
m uestran que el encuentro entre las operaciones m atem áticas y lo real no
se debe necesariam ente a u n ajuste recíproco, tal c.omo el acuerdo entre
u n principio de física m atem ática y los datos experimentales. Investigue­
mos, entonces, en qué consiste ella en los casos inás elementales, es decir,
en aquellos en los que el ajuste recíproco es al parecer evidente, lo que
podría ser sólo u n a apariencia: por ejemplo, cuando u n grupo de piedras
suma el mismo núm ero 10, cualquiera sea el orden en que se las cuente,
o cuando un triángulo rectángulo dibujado sobre un papel presenta, efecti­
vam ente, una igualdad aproxim ada entre el cuadrado de la hipotenusa y
el de los catetos.
Las soluciones clásicas de la epistemología filosófica se encerraban en
el siguiente dilem a: o bien la realidad m atem ática se im pone a priori a la
realidad física, o bien la p rim e ra se extrae a posteriori de la segunda. La
m ayor parte de los contem poráneos, como p o r ejemplo Poincaré o M eyer­
son, recurren, por el contrario, a u n a tercera solución, que consiste en una
mezcla de elementos tom ados de lo real y de construcciones originadas
en el sujeto pensante. E n el lím ite de esta posición, los logísticos surgidos
del círculo de V iena reducen el aporte del sujeto a sólo la sintaxis del
lenguaje destinado a expresar lo real, m ientras que todo lo que supera la
tautología p u ra consiste en u n a com probación de la realidad. A hora bien,
la hipótesis de u n a asim ilación de lo real a las operaciones surgidas de la
acción nos parece com portar u n a cu arta solución, que consiste en no atrib u ir
las relaciones m atem áticas sólo al sujeto (apriorism o) ni sólo al objeto
(em pirism o), ni a u n a interacción actual entre el sujeto y el objeto exterior
a él, sino a una interacción en tre ambos, interior al propio sujeto.
U n a im agen p erm itirá com prender la; diferencia entre esta cuarta
posibilidad y las otras tres. Supongam os que el objeto, p o r lo tan to el
m undo físico, sea diferente de lo que es: ¿la m atem ática y la lógica serían
entonces idénticas a lo que son? El apriorism o diría que sí; el em pirismo y
las soluciones del tercer tipo, en cambio, responderán que no. ¿P ero por
qué no? Porque la experiencia física, ú nica fuente (según el em pirism o)
o fuente parcial (según la tercera solución) del conocimiento m atem ático
im pondrá a este últim o u n a estructura diferente. L a cuarta solución, por
el contrario, consiste en adm itir que lo que im pondría esta m odificación
no es la experiencia física y p o r lo tanto la acción exterior del objeto sobre
el sujeto, puesto que la lógica y la m atem ática surgieron de la coordinación
de las acciones del sujeto y no de las acciones particulares que lo vinculan
con los objetos. A hora bien, si el m undo físico fuese diferente de lo que es,
estas coordinaciones serían m odificadas por él a causa de u n a razón m ucho
más p rofunda que la de la experiencia física actu al realizada p o r cada
sujeto: ello se debería a que en u n m undo diferente, las estru ctu ras m en ­
tales y fisiológicas del sujeto en general serían diferentes y a que la vida
m ism a h abría surgido de u n a estructura físico-química d iferente de la
nuestra. Es entonces desde el interior, y en la m ed id a en que el sujeto basa
su funcionam iento en lo real p o r sus raíces biológicas y físico-químicas,
y no en el transcurso del despliegue de sus actividades exteriores, que el
sujeto se halla en interacción con el objeto en lo que se refiere a las
coordinaciones generales de los actos; así estas coordinaciones concuerdan
siempre con lo real del que proceden en su origen. Pero debemos insistir
sobre el hecho de que las coordinaciones elementales n o contienen de
antem ano toda la m atem ática (lo que verem os luego) y sobre todo q ue
ellas intervienen s,ólo en ocasión de las acciones sobre el objeto, es decir, en
la m edida en que coordinan las acciones físicas entre sí.
P ara com prender m ejor la significación de esta cuarta solución, recor­
demos tam bién la g ran diferencia que existe entre los planteos del p roblem a
que consideran p o r u n lado sólo las sensaciones o por el otro el pensa­
miento, y la situación que caracteriza a la adap tació n m otriz y operatoria.
Si los datos disponibles se dividiesen necesariam ente en sensaciones (o im á­
genes-recuerdos, etc.) y en pensam iento, es evidente que sería difícil in ter­
pretar el surgim iento de un concepto como el de lo continuo espacial,
por ej., sin m encionar, a título de m ateriales cuya idea es progresivam ente
“abstraída” , el continuo sensible tal como se nos presenta en las p ercep ­
ciones más elem entales: puesto que la sensación está entonces suspendida
sólo de sí m ism a o del objeto, surge entonces la hipótesis de que esta percep ­
ción de lo continuo sensible proviene de lo real. Sin em bargo, y ta l como
lo afirm aron tantos autores desde H elm holtz hasta Piéron, la sensación es
sólo u n índice o u n símbolo, y se debe determ inar entonces lo que ella
simboliza. A hora bien, la sensación o la percepción son siempre p arte
integrante de u n esquem a sensoriomotor, en el que el elemento sensible
constituye el significante, m ientras que el significado, es decir, la signifi­
cación misma, es determ inada por el elemento m o to r; p ara decirlo de otra
m anera, por el fac to r de acción que deja de lado la antítesis sensación
X pensam iento. P or ello, el aspecto esencial de lo continuo, por ejemplo,
le corresponde al sujeto, ya que el m ovim iento continuo de la m ira d a o
de la m ano, etc., que sigue al objeto es u n a acción del sujeto y que esta
acción es sim plem ente acom odada al objeto, sin derivar de él en form a
directa. C on m ayor razón aún, en las acciones de reunir o de disociar, de
ubicar (ordenar) o de desplazar, etc.., la percepción de los objetos como
tales proporciona sólo índices acom odatorios, m ientras que lo esencial reside
en el acto mismo, en su reversibilidad operatoria.

Com probem os nuevam ente ah o ra que las operaciones lógico-m atem á-


ticas son precisam ente acciones cuyo contenido no deriva de los detalles
de los objetos: en efecto, no son sólo transformaciones que caracterizan a
una “física del objeto cualquiera” , sino “acciones ejercidas sobre el objeto
cualquiera”, ya que corresponden a las diversas reuniones discontinuas
(lógico-aritm éticas) o continuas (espaciales) que se pueden construir con
objetos cualesquiera, incluyendo sus elementos. Como lo dijo Poincaré,
lo geom etría com ienza con la distinción de los cambios de posición y de los
cambios de estado que corresponden, estos últimos, a la física. A hora bien,
pese a que esta distinción debe ser construida, ya que en u n prim er m om ento
las coordinaciones generales de la acción no son disociables de las acciones
particulares que son coordinadas, ella, sin embargo, señala con nitidez el
carácter de las operaciones espaciales, independientes de las tran sfo rm a­
ciones físicas en la m edida en la que el sujeto logra diferenciar lo que
corresponde a sus acciones particulares y lo que se refiere a su coordinación.
Esto se produce con mayor razón aún, en el caso de las operaciones lógico-
aritm éticas que son independientes tan to de los cambios de posición como
de los de estado (salvo que, nuevam ente, desde el punto de vista del sujeto
sean en u n principio indiferenciadas de las operaciones espaciales, antes
de ser disociadas poco a poco de ellas).
D e todas m aneras se deben disipar dos equívocos esenciales: p o r un
lado, las coordinaciones elementales se m anifiestan siempre en ocasión de
acciones particulares ejercidas sobre los objetos; sin em bargo, el hecho
de que estas coordinaciones coordinen entre sí acciones físicas no significa
que la coordinación de estas acciones como tal derive de ellas ni de los
objetos coordinados po r su in term ed io ; por otra parte, y consecuentemente,
es siempre la experiencia la que le enseña al niño las prim eras verdades
de la lógica m atem ática; sin em bargo, la intervención de la experiencia
no significa que estas verdades sean extraídas de los objetos, puesto que el
resultado de una experiencia no consiste necesariam ente en u n a lectura de
propiedades extraídas del objeto y se reduce, por el contrario, en el caso
de las experiencias lógico-matemáticas, a descubrir conexiones necesarias
características de la coordinación de las acciones del sujeto. T an to cuando
se trata de las relaciones entre la coordinación general de los actos y las
acciones físicas particulares coordinadas por ella, o entre la experiencia
lógico-m atem ática y la experiencia física, el análisis genético nos sitúa en
ambos casos ante u n a indiferenciación inicial y an te una diferenciación
que por lo tanto es luego cada vez m ayor; sin em bargo, los elementos
inicialm ente indiferenciados, y luego diferenciados no derivan p o r ello unos
de otros: la coordinación lógico-m atem ática no procede de las acciones
físicas ni inversam ente, y la experiencia lógico-m atem ática no deriva de la
experiencia física ni inversam ente.

Es evidente, en efecto, que d u ran te todos los períodos sensoriomotores


e intuitivos (en el sentido en que hem os hablado de intuición p reo p erato ria)
la experiencia es necesaria p a ra la constitución de las operaciones. Antes
que dichas verdades sean operatorias y deductivas, el niño descubre
m ediante la experiencia que seis fichas azules siguen correspondiendo
biunívocam ente a seis fichas rojas cuando se desplazan los elementos de
una de las colecciones correspondientes (acercándolos o separándolos) y
que, si la colección A = la colección B, y si B = C, entonces A = C ;
estas experiencias suponen u n desplazam iento de objetos sólidos y con peso,
y por lo tan to un “trabajo” ( = desplazam iento de un a fu e rz a ), es decir,
u n a acción física que se ejerce en u n cam po gravita torio que se caracteriza,
a su vez, por u n cierto espacio solidario de la gravitación como ta!. Sin
embargo, al coordinar de este m odo acciones físicas en el transcurso de
experiencias propiam ente dichas, el niño no se h a lim itado a descubrir
los caracteres físicos de los objetos y de su cam po: se dedicó a leer el resul­
tado de la coordinación de sus propias acciones. D e este modo, y p o r
p aradójica que parezca esta afirm ación, la experiencia no consistió o no
consistió sólo en u n aporte del objeto al sujeto, sino en u n a utilización de
los objetos por parte del sujeto, en el transcurso de ensayos que él realizó,
en realidad, sobre sus propias acciones. Los objetos, esencialm ente, le han
enseñado que la coordinación de las operaciones tiene éxito, qu e 6 es
siempre 6, y que la relación de igualdad es transitiva, m ientras que investi­
gando, p o r ejemplo, el m odo en que los cuerpos se com portan bajo el
efecto de la gravedad o de u n a fuerza centrífuga, el niño h ab ría extraído
rea lm en te. su conocimiento del objeto. C om probar que la composición de
las acciones tiene éxito presenta, en efecto, u n a significación com pletam ente
diferente de la de inform arse de la existencia de un a propiedad física:
ello significa que la realidad coincide con esta composición y no que produce
un resultado exterior a las acciones, AI observar las igualdades 6 — 6,
o 6 (A) = 6 (B) = 6 (C ), el sujeto, simplemente, descubre que sus acciones
de contar (1, 2, . . . 6 ), o de poner en correspondencia, etc., enriquecen
los objetos con relaciones nuevas, a las que ellos se prestan; también, que
estas relaciones pueden ser conservadas e incluso compuestas en form a tr a n ­
sitiva, independientem ente de los desplazamientos: de este modo, la expe­
riencia conduce al sujeto a disociar la coordinación de sus acciones de las
propiedades físicas del objeto, m ientras que, al im prim ir u n rápido m ovi­
m iento de rotación a una m asa de dimensiones medias, descubriría un efecto
físico originado en el objeto, como tal. D el mismo m odo, al hacer girar,
sucesivamente, en 180° detrás de u n a p an talla u n a varilla de hierro que
atraviesa tres objetos A, B y C, el niño, antes de deducirlo, descubre que el
orden directo ABC se invierte en CBA, que el orden CBA se invierte a
su vez en ABC, y sobre todo, que si A y C se encuentran, alternativam ente,
en prim er lugar, nunca sucede lo mismo con B. Así, u n a vez m ás la expe­
riencia le enseña al sujeto resultados que a p artir de los 7-8 años deducirá
bajo la siguiente form a operatoria: la inversión de la operación inversa
conduce necesariam ente a la obtención de la operación directa, y, si B está
situado entre A y C, tam bién lo está, necesariam ente, entre C y A. Sin
embargo, y tam bién en este punto, la experiencia se relaciona en m enor
grado con lo real que con la coordinación de las acciones del sujeto, ya
que esta coordinación agregó algo a los objetos: la composición reversible;
lo real, en efecto, tal como lo señaló D uhem , no es reversible sino tan sólo
revertible, y nun ca es necesario sino que está determ inado sólo en grados
diversos. P ara enderezar u n a varilla, se requiere la intervención de fuerzas,
experim entar u n ligero cam bio de tem peratura (tal que un a p arte d e la
energía se disipó en calor), etc., pero la experiencia no se efectuó en rela­
ción con esos aspectos físicos, parcialm ente irreversibles: ella tuvo como'
objeto la coordinación reversible de las acciones del sujeto, a la que lo real
en sus grandes líneas se prestó, con la condición de no ser dem asiado
exigente; esta coordinación engendró la necesidad de las relaciones cons­
truidas por ella, ya que n ad a es menos necesario que la cohesión m olecular
de sólidos que rodean u n a varilla metálica. T am bién en este punto, entonces,
las operaciones constituyen un esquem a de asimilación acom odado con
bastante, exactitud a lo real, en u n a cierta escala, pero que no proviene
de él. Y a ello se debe que la acción m aterial sea luego innecesaria p a ra
el mecanismo operatorio que funcionará, c o n . m ucha m ayor precisión,
sim bólicam ente y en pensam iento.

Sin em bargo, todos los epistemólogos que reducen el conocimiento a


los dos polos del pensam iento y de la sensación, responderán que la acción
es exterior al pensam iento y pertenece ya a la realidad exterior:, la acción,
se suele decir, es un dato de la experiencia ajeno al pensam iento reflexivo
y que se conoce sólo gracias a las sensaciones internas o musculares, es decir
que reposan, como la pu ra experiencia física, en puras sensaciones. En este
punto, efectivamente, reside el nudo del problem a. Si se descuida el papel
esencialmente simbólico de las sensaciones, así como la continuidad entre
los movim ientos del organismo y las operaciones del pensam iento, es obvio
que la acción se debe situar en la realidad experim ental y que la m ate­
m ática proviene en p arte de esta realidad; por el contrario, si se considera
que la acción sensoriomotriz es el p u n to de p a rtid a del pensam iento y se
distingue el m ovim iento de su significante simbólico constituido p o r la
sensación anestésica, poco im porta que conozcamos subjetivam ente nues­
tros movimientos y su coordinación (del mismo m odo que de n ad a sirve
introspeccionar el m ecanism o psicológico de la inteligencia lógica p ara
regular su correcto funcionam iento, y el mismo perm anece en p arte
“inconsciente” ) : la acción, entonces, es la expresión del sujeto cognoscente
y no de las realidades exteriores al pensam iento, y la operación m atem ática
es u n esquema' de asimilación activa acom odado sim plem ente a lo real y
no extraído de él.
E n resumen, en su origen los esquemas coordinadores de acciones son
suficientes como p a ra engendrar las operaciones lógicas y m atem áticas, sin
to m ar su m aterial del objeto. Sin em bargo, son acom odados constante­
m ente a lo real, au nque a través de una. acom odación activa y no pasiva,
es decir que com pletan la realidad física al proporcionarle u n sistema de
relaciones que concuerdan con ella sin ser extraídos de la misma. Si ello
es así, se debe a que las operaciones lógico-m atem áticas actúan sobre lo
real sin transform ar el estado de los objetos, ya que se lim itan a las m odi­
ficaciones (reales o virtuales) de posición o de unión, y son independientes
de las acciones físicas en juego, sim plem ente coordinadas m ediante tales
operaciones y que no son solidarías de esta coordinación.

II. U n a vez dicho esto, los mismos dos problem as de la construcción


de ios entes lógico-numéricos o geométricos y de su concordancia con lo
real se observan en todas las etapas del desarrollo del edificio m atem ático,
y no gólo en el p unto de p a rtid a ; sin em bargo, a p a rtir de u n cierto nivel
se p lantean en form a m ucho más p arad ó jica; en efecto, esta construcción
supera por un lado a lo real cada vez en m ayor m ed id a; p o r otra parte,
entre los marcos engendrados de este modo por vía deductiva, se observan
algunos que vuelven a encontrar lo real en el m om ento de los progresos
ulteriores de la experiencia física, es decir, con u n a anticipación a m enudo
considerable del m arco sobre su contenido y sin que ningún hecho exterior
haya podido servir de modelo en el m om ento de la creación del prim ero.
E n prim er lugar, cabe preguntarse cómo es posible que teniendo como
fuente las coordinaciones generales de nuestras acciones, los entes lógico-
m atem áticos logren superar lo real. Se lo com prende de derecho, ya que
pese a que estas coordinaciones conectan entre sí acciones ejercidas sobre
la realidad, la coordinación como tal no tom a sus elementos de los objetos
mismos, considerados en su carácter físico. El hecho de que, en u n co­
mienzo, la experiencia sea- necesaria p ara el desarrollo de estas coordina­
ciones, no prueba, como acabam os de verlo, que el esquema de estas
acciones sea extraído de lo real: la experiencia concreta es en realidad
indispensable, del mismo m odo en que u n a figura perm ite la com prensión
de u n a dem ostración. Pese a que la coordinación lógico-m atem ática cons­
tituye esquemas de acción eficaces sobre la realidad efectiva, tal como se
lo descubre progresivamente bajo las apariencias sensibles, a este respecto
se debe invertir la relación que se suele establecer entre el concepto
“abstracto” que constituiría un “esquema”, es decir, un significante, y la
realidad sensible que sería el modelo y el significado al que este esquema
corresponde: en realidad, lo sensible (en la percepción, la im agen y la repre­
sentación intuitiva) es lo que constituye el símbolo, es decir, el significante;
per su parte, el esquema m otor u operacional que alcanza lo real más allá
de lo sensible es el significado mismo. Es natural, entonces, que, habiendo
alcanzado u n grado suficiente de elaboración, el sistema de las operaciones
pueda funcionar sin simbolismo sensible, es decir, superando las realidades
percibidas. Esto es lo que vemos prepararse en todas las etapas del des­
arrollo operatorio del individuo y que la historia de la m atem ática m uestra
en cada nueva etapa de su desarrollo.

¿P ero cóm o explicarse el detalle de esta elaboración operatoria, cada


vez m ás diferenciada y com pleja? E n un prim er m om ento, en efecto, las
coordinaciones elementales no contienen en absoluto el conjunto de los
entes lógico-matemáticos en estado preform ado, y no se pu ed e identificar
el núcleo funcional presente en la organización psicofisiológica con un
a priori trascendental cuyas estructuras formales estarían todas preparadas,
aunque se revelasen sólo en form a progresiva. Las coordinaciones elemen­
tales de la acción sólo com portan, en efecto, un esquem atism o práctico,
fuentes de conceptos o relaciones motrices (si podem os expresarnos de esta
m anera, por analogía con los conceptos representativos), de u n a cuantifi­
cación m uy reducida fundada en el ritm o de la acción y de u na organi­
zación espacial que tiende hacia la form a de grupo. A p a rtir de estos
elementos sensoriomotores, el pensamiento representativo extrae luego un
esquematismo de clases v de relaciones, el núm ero entero y algunas estruc­
turas espaciales. Sin embargo, a p a rtir de este pasaje de lo sensoriomotor
a lo conceptual, que precede en m ucho a la producción del pensamiento
científico, se observa ya, en form a clara, que las estructuras del nivel
superior no están preform adas sobre el nivel inferior: el pensam iento n a­
ciente extrae de las coordinaciones motrices, exclusivamente, algunas rela­
ciones funcionales de encaje o de orden, aunque no articu lad as y que sirven
como elementos de una nueva construcción. Existe entonces, sim ultánea­
m ente u n a abstracción reflexiva de m ateriales tom ados del nivel inferior y
elaboración de una estructura que los engloba articulándolos y generali­
zándolos de acuerdo con nuevos modos operatorios. A h o ra bien, este
proceso genético de abstracción a p a rtir de la acción, así com o de reflexión
(en el sentido propio del térm ino) y de construcción com binadas corres­
ponde, precisam ente, a lo que se observa en todos los niveles de la genera­
lización m atem ática. Las generalizaciones del núm ero no están contenidas
de antem ano en el núm ero entero, sino que proceden de la organización
de las operaciones (-j- y — en el caso del núm ero negativo, X y: en el del
fraccionario, n n y y/ en el de los imaginarios, etc.), es decir, de nuevas
estructuraciones que se construyen abstrayendo del núm ero entero algunos
de sus elementos operativos descubiertos por disección reflexivas. El nú-
m ero entero, por su parte, ha sido abstraído del mismo m odo de las clases
y relaciones reunidas y los tres han sido construidos tam bién en forma
sim ilar a p a rtir de elementos sensoriomotores. Sería entonces absurdo consi­
derar que el núm ero complejo (a bi) se encuentra preform ado en los
ejercicios reflejos de un recién nacido; sin embargo, un proceso continuo
de abstracción reflexiva y de construcción operatoria vincula las coordi­
naciones motrices iniciales con las estructuraciones lógico-m atem áticas supe­
riores. Por otra parte, lo que en este cam po del análisis y del número
parece paradójico se acepta con m ucha m ayor facilidad en el terreno del
espacio; en éste las generalizaciones no euclidianas y la m ultiplicación de las
dimensiones deben ser situadas, sin duda, en la prolongación de la organi­
zación sensoriomotriz inicial. No por ello se debe considerar que los, hiper-
espacios están preform ados en los movim ientos y las percepciones del feto.

> E n resumen, la construcción inagotablem ente fecu n d a de la m atem á­


tica se basa en un doble m ovim iento de generalización operatoria que
crea las nuevas estructuras m ediante elementos anteriores, y de reflexión
o de diferenciación que extrae estos elementos del funcionam iento caracte­
rístico de los niveles inferiores. R udim entarias y aproxim ativas en su punto
do p artid a, las coordinaciones prácticas que se encuentran en el origen del
pensam iento se continúan, de este modo, en coordinaciones cada vez m ejor
form alizadas y cada vez m ás abstractas; en efecto, la abstracción que las
caracteriza es u n a abstracción a partir de las operaciones e incluso de las
acciones anteriores y no a p a rtir del objeto. De todos modos, y como es
n atu ral, las prim eras coordinaciones se estructuran siempre a p a rtir de u n a
acción sobre el objeto y este progreso, tanto reflexivo com o generalizador,
no se realiza en virtud de un desarrollo inevitable o de u na sucesión de
actos gratuitos. Los actos gratuitos se hacen posibles sólo una vez consti­
tuida la ciencia. Y tam bién, en la historia de la m atem ática, se produjeron
u n a gran cantidad de descubrimientos que se realizaron en función de los
problem as concretos planteados al m atem ático por la experiencia física o
incluso química, biológica y económica. Es esa conexión ta n frecuente entre
las nuevas coordinaciones y la acción experim ental la que proporciona
la ilusión de que las estructuras m atem áticas consisten en modelos simplifi­
cados o esquemas de u n a realidad d ad a; en ciertos casos, efectivamente,
la teoría es edificada con el objetivo preciso de construir tales esquemas.
Sin em bargo, el hecho de que u n a coordinación intelectual vincule siempre
entre sí acciones reales o posibles no quiere decir que la coordinación hava
sido extraída de la experiencia; lo que hemos dicho (en I) en relación
con la génesis de los entes m atem áticos elementales tiene vigencia, a fortiori,
en el caso de los esquemas superiores. C uando el m atem ático encara un
problem a de física y se esfuerza por hallar un instrum ento operatorio que
se adapte a las transform aciones de lo real de m odo tal que constituya al
parecer u n a copia de él, ac tú a del mismo m odo en que lo hace el
pintor o el músico al tom ar su inspiración de la re a lid a d : ésta, como se
suele decir, “le da ideas” , pero, por realista que sea, él tom a de ella sólo
“ ideas” , es decir, que, en lugar de lim itarse a registrar fotografías o discos
sonoros, reconstruye lo real asim ilándolo a él.
Esto nos conduce a un segundo problem a: ¿ E n qué se origina esta
concordancia perm anente entre las operaciones lógico-m atem áticas y las
transform aciones de lo real, h asta el punto en qu e las prim eras puedan
im itar las segundas, y cómo puede ser que, en los casos, m ucho más num e­
rosos aún, en los que el m arco m atem ático supera a lo real actual, éste
p ued a ser llenado a posteriori gracias a nuevas experiencias? Pese a esta
liberación grad u al respecto de la realidad física, e incluso, se p o d ría decir,
a causa de ella, algunas estructuras m atem áticas elaboradas p o r puro deseo
deductivo de generalización abstracta, sin ninguna consideración experi­
m ental, confluyen a posteriori, con la realidad: como dicen los biólogos,
están “pread ap tad as” a resultados de experiencia imposibles de prever en
el m om ento de su construcción. A nuestro parecer el aspecto esencial de
toda interpretación concerniente a la naturaleza de los entes m atem áticos
está representado por este problem a crucial de la anticipación de lo real
p o r los marcos lógico-matemáticos abstractos, tan próxim o (desde el punto
de vista de u n a epistemología genética) del problem a biológico que Guyé-
n o t llamó de “funcionam iento profético” 34 del organism o y C uénot de la
“ontogénesis prep arato ria del fu tu ro ” .
L a solución habitual de este problem a central consiste en decir que la
m atem ática tom a de la experiencia algunos de sus elementos de la génesis
de los entes abstractos y es n atu ra l, entonces, que encuentren al fin de
cuentas la experiencia. Pero es fácil advertir el carácter superficial de esta
respuesta, ya que no se trata, precisam ente, de la m ism a experiencia al
comienzo y al final: la experiencia, anticipada sin saberlo, que, a poste­
riori, ocupa un m arco m atem ático, contradice, en efecto, las experiencias
iniciales de las que se pretenden extraer los conceptos primitivos. D e este
m odo, la concordancia entre el espacio no arquim ediano y algunos datos
microfísicos no puede ser explicada m ediante la hipótesis de que el continuo
arquim ediano o m etrizable sería tom ado de la experiencia sensible puesto
que, precisam ente, la experiencia microfísica contradice en este p u n to a la
experiencia inm ediata. E n efecto, el hecho de que Veronese haya podido
construir u n continuo dejando de lado el axiom a de A rquímedes (de
acuerdo con el cual, si se transporta un cierto núm ero de veces el segmento
AB a lo largo de u n a recta, siempre se dejará atrás en algún m om ento
u n punto cualquiera G situado sobre esta línea m ás allá de B ), y de que
este modelo haya sido utilizado como representación microscópica, no se
debe a que el niño o el sentido com ún hayan tom ado de la experiencia
física (m acroscópica) la idea de que toda recta pu ed e ser m edida p o r la
iteración de uno de sus segmentos. Por el contrario, el modelo no arq u i­
m ediano llegó a constituir un m arco preadaptado a u n sector de experiencia
que contradecía esta realidad habitual al lograr liberarse de la realidad
determ inada.

34 E. Guyénot: “L a vie comme invention”, L ’invention (IX o Semana Intern.


de Síntesis). Alean, 1938, pág. 188.
P ara explicar la convergencia, después de anticipaciones involuntarias,
entre la m atem ática y lo real, se deben suponer, entonces, entre estos dos
términos, relaciones m ucho m ás profundas que aquellas de que dispone la
experiencia física de cada sujeto. L a hipótesis se vería aun más debilitada
si se apelase a una “herencia de lo adquirido” ; en efecto, au n si se adm ite
que la experiencia geom étrica de los gusanos o de los moluscos se haya
transm itido al hom bre (m ediante u n a herencia de lo adquirido poco
probable en este caso particu lar) la m ism a nos h ab ría ayudado a concebir
solam ente un espacio de dos dimensiones, pero no h ab ría explicado ni a
R iem ann ni a Lobatchevski. E n este p unto la indisociable conexión entre
el sujeto y el objeto, interior al sujeto, asegura un a conexión entre ambos
más sólida que la que se origina sólo en la acom odación. Si se invoca
sólo la acom odación a lo real de los esquem as de acciones o de pensa­
m iento, sería paradójico que la deducción geom étrica, contradiciendo los
datos perceptuales y representativos, que h an caracterizado sus acom oda­
ciones iniciales, term ine por construir m arcos que corresponden a una
realidad exterior m ás p ro fu n d a y m ás general que la de nuestro medio
con sus aproxim aciones lim itadas. L a acom odación de los esquemas espa­
ciales, en efecto, corresponde a u n m edio caracterizado p o r un a cierta
escala de dimensiones y velocidades: ¿C óm o explicar, entonces, que su
generalización, haciéndolos salir de este m arcos-confluya con otra realidad,
determ inada p o r otra escala e insospechada en el m o m e n to de las acom o­
daciones prim itivas? Se lo puede explicar si se adm ite, p o r el contrario,
que el contacto entre el sujeto y lo real está asegurado desde el comienzo,
no gracias a las experiencias individuales ni a u n a problem ática trans­
misión de la experiencia ancestral, sino debido a que la estructura psico-
fisiológica del sujeto se origina en la reálidad física, al mismo tiem po que
ésta d a origen a las coordinaciones sensoriomotrices y luego intelectuales
que culm inan en la deducción lógico-m atem ática. E n lo que concierne a
lo real, en efecto, el cerebro y el pensam iento pueden im aginar tanto ideas
verdaderas como falsas, al mismo tiem po que, a su vez, están regulados
p o r leyes biológicas y físico-químicas; por el contrario, cuando lo que está
en juego no es el pensam iento de los objetos particulares sino la aplicación
d e los procedim ientos generales de coordinación que caracterizan a toda
composición m otriz o m ental, u n a vez que alcanza el estado de equilibrio,
es evidente que cuanto más generales sean estas coordinaciones, más se
ad a p ta rá n a lo real, ya que em anan de la realidad física p o r interm edio
de la realidad biológica.
Se responderá sin d u d a que se im pone entonces la alternativa si­
g uiente: o bien estas coordinaciones, que se entroncan en Jo real a través
del interior del sujeto en general y reencuentran lo real en las activi­
dades exteriores de cada sujeto individual, se reducen a un a priori y a la
“arm onía preestablecida” invocada po r H ilb e rt en la solución de este pro­
blema, o bien estas coordinaciones no contienen de antem ano todas las
operaciones lógico-m atem áticas y no explican m ejor, en este caso, la concor­
dancia final entre la m atem ática y lo real que la hipótesis de una acomo­
dación individual a la experiencia.
Se recuerda (vol. I, cap. II, punto 6) cómo H ilbert, después de
observar que existe un “paralelism o im po rtan te entre la naturaleza y el
pensam iento” (art. citado, pág. 26), lo explica m ediante un a arm onía
preestablecida: al mismo tiempo que corresponde a las leyes más profundas
de lo real, un cierto residuo intuitivo constituiría, de este modo, un a priori
p ara el pensam iento: “Se ha observado, p o r ejemplo, que, ya en la vida
cotidiana, se emplean métodos y conceptos que exigen m uchas abstrac­
ciones y que no son comprensibles como aplicación inconsciente del método
axiom ático” (ibíd., pág. 25). E n otras palabras, ¿no es acaso lo mismo
que afirm am os en lo que se refiere a las coordinaciones psicofisiológicas, que
constituyen sim ultáneam ente el punto de unión interior del sujeto y de la
“naturaleza” , así como el p unto de p artid a de la construcción lógico-
m atem ática? Ciertam ente que no, ya que los conceptos de a priori, de
arm onía preestablecida y de aplicación inconsciente del m étodo axiomático
suponen u n doble realismo estático: la m atem ática y la lógica serían, al
mismo tiempo, inm anentes a la realidad física y datos ya constituidos en
el p unto de partida de la vida m ental. A hora bien, en nuestra hipótesis,
las operaciones lógico-matemáticas se aplican a lo real dado en la expe­
riencia y lo enriquecen sin estar contenidas en él, y proceden de las coordi­
naciones mentales y fisiológicas m ediante un proceso al mismo tiempo
constructivo y regresivo, sin estar preform adas en un comienzo.
Pero reaparece, entonces, la segunda ram a de la altern ativ a: al no
estar preform adas en las coordinaciones iniciales, ¿ cómo las generalizaciones
m atem áticas superiores, que superan a la realidad percibida o concebida
en los estadios inferiores, confluirán con lo real en el caso de experiencias
físicas más profundas? Ello se debe, al parecer, a tres razones conjuntas,
las dos prim eras de las cuales fueron ya exam inadas en (1 ). L a prim era
es que las coordinaciones m entales que engendran las operaciones lógico-
m atem áticas elementales son el resultado de un a reorganización de elemen­
tos tom ados de las estructuras elementales, y ello en form a indefinida
(continuidad que está asegurada por la de los ciclos asim ilatorios), hasta
las interacciones elementales de la morfogénesis orgánica y de la realidad
física: el punto de partid a orgánico de la construcción m ental, por inde­
pendiente que sea de la experiencia individual, se entronca de este modo
en el universo físico, sin que, por otra parte, podam os conocer las m oda­
lidades de ello hasta que no se hayan resuelto los problem as biológicos
centrales. L a segunda causa reside en el hecho de que la construcción
m atem ática es, al mismo tiempo, constructiva y regresiva, y toda genera­
lización nueva se apoy.;' en una reelaboración de los axiomas iniciales:
ah o ra bien, cuanto más alto rem onta este proceso reflexivo, más converge
la reconstrucción axiom ática con el análisis genético. D e este modo, las
nuevas construcciones que concuerdan en form a im prevista con las expe­
riencias físicas se originan en una recom binación de elementos operatorios
de más en más primitivos genéticam ente, que las acciones más simples
sobre la realidad inm ediata habían conducido inicialm ente a organizar
de otro modo. A los dos precedentes se le agrega entonces un tercer factor.
\ la vez constructiva y reflexiva, es decir progresiva v regresiva, la elabo­
ración de las operaciones o conceptos lógico-matemáticos procede m ediante
equilibraciones sucesivas y, si una form a de equilibrio constituida p o r un
sistema operatorio superior no está contenida en un sistema inferior más
lim itado y menos equilibrado, el pasaje de lo inferior a lo superior, sin
em bargo, está condicionado por la necesidad de in teg rar algunos elementos
del prim ero en el segundo y de realizar u n equilibrio más am plio y más
móvil, al mismo tiem po que rem onte más alto en el análisis de los elementos.
T odo nuevo sistema operatorio se caracteriza de este modo por una forma
de equilibrio m ás am plio, que engloba nuevas operaciones virtuales (en
el sentido en el que se habla de “movimientos virtuales” ) además de las
que h a n sido efectivam ente realizadas: sin que este hecho suponga una
preform ación de los sistemas nuevos en ios sistemas iniciales, supone, sin
em bargo, una cierta línea directriz, determ inada por la obligación de
conservar estos últimos a título de. casos particulares y esta línea es recorrida
en am bos sentidos de la construcción generalizadora y del análisis regresivo.
L a concordancia final con lo real se explica así por una especie de
“ortogénesis” , como se dice en biología, aunque imposible de caracterizar
de antem ano, salvo po r un aum ento de reversibilidad ; .en efecto, la única
regla com ún que se im pone a las nuevas construcciones es la de integrar
las precedentes m ediante u n vínculo de reciprocidad (y por lo tanto de
reversibilidad), lo que constituye la condición funcional de todo equilibrio.
Se com prende, entonces, por qué las operaciones lógico-matemáticas
se acom odan en form a perm anente a los objetos, al mismo tiempo que
los asimilan al sujeto: ello se debe a que el ciclo de asimilación constituido
p o r las coordinaciones iniciales de las que estas operaciones proceden reside
en el p unto de unión entre las leyes funcionales más generales del orga­
nismo y los caracteres más generales de los objetos. El cuerpo propio,
en efecto, es, al mismo tiem po, u n objeto como los otros, determ inado por
las leyes de lo real y el centro de u n a asimilación de los otros objetos a su
actividad. A p artir de ello, en la m edida en que actúa de acuerdo con
las form as más elementales de composición (encajes, orden, etc.), sus
acciones expresan, al mismo tiempo, las exigencias del universo que lo
determ ina desde el interior por su constitución de ser viviente, y la organi­
zación im puesta por la acción y el pensam iento al universo que. ellas
asim ilan: m ientras esta organización operatoria es aplicada al universo
exterior en el transcurso de las acciones efectuadas sobre él, las leyes gene­
rales del universo, de las que, por o tra parte, estas acciones son el producto,
son analizadas desde el interior, por la coordinación de los actos y no
desde afuera po r la presión de los objetos. Por ello, el conocimiento lógico-
m atem ático constituye u n a especie ú n ic a : por u n lado consiste en la
asimilación de los objetos a la coordinación de las acciones del sujeto, y,
por el otro, en u n a acom odación perm anente a los objetos; en efecto, esta
coordinación de las acciones del sujeto consiste en acciones generales que
convergen con las transform aciones del universo, de las que el cuerpo
viviente proviene con sus leyes de asimilación coordinadora. Este proceso
no puede presentar u n comienzo absoluto, puesto que la asimilación se
caracteriza por la incorporación de los objetos a u n ciclo de acciones esen­
cialm ente cerrado y continuo; ello determ ina la abstracción reflexiva o
regresiva característica de toda construcción operatoria. Por otra parte,
com o el equilibrio entre la asimilación y la acom odación es la fuente de la
reversibilidad m ental, la construcción, bajo su aspecto progresivo, es dirigida
así p o r esta exigencia de reversibilidad, condición general de todo equilibrio
y conexión perm an en te entre el p u n to de llegada de las construcciones y
su p u n to de p a rtid a com ún y que se aleja sin cesar.
E n resumen, el problem a del contacto entre la m atem ática y lo real es
susceptible así de u n a solución que conectaría su “objetividad intrínseca”
con la objetividad física o extrínseca, pero p o r interm edio de las coordi­
naciones psicofisiológicas interiores al sujeto. Como lo hem os visto (p u n to 2
de este capítulo) la aceptación total de este concepto de objetividad in trín ­
seca no se contradice en n a d a con la interpretación operatoria de la
matexnatica. U n a operacion no es u n a acción aislada y arb itraria, que
señale sim plem ente la actividad com binatoria del sujeto individual, sino
que está siempre conectada con u n sistem a de conjunto q u e posee, entonces,
sus propias leyes y su objetividad como sistema. E xplicar el desarrollo de la
m atem ática m ediante esquemas de acción que se prolongan en sistemas
operatorios equivale, así, a respetar h asta sus límites extrem os la coherencia
in te rn a de los principios y de los teorem as de todos los sectores de la
m atem ática. Al mismo tiem po, sin em bargo, consiste en conectar esta obje­
tiv id ad intrínseca con u n principio de equilibrio, es decir, de reversibilidad,
que puede vincular la evolución de las operaciones concretas y abstractas
al desarrollo m ental mismo, que se caracteriza, en cada u n a de sus fases,
por u n pasaje de la irreversibilidad a la reversibilidad.

III. Pero, p a ra situar en su v erd ad era perspectiva esta interpretación


de las conexiones entre la m atem ática y lo real, p o r interm edio de las
estructuras psicobiológicas del sujeto mismo, es necesario d ejar de lado,
en form a sim ultánea, tres tipos de realismos posibles, m atem ático, físico
y fisiológico, quizás incom patibles entre sí, pero que, por su acción alternada,
deform an en g ran m edida toda interpretación de conjunto. P ara concluir,
conviene, entonces, ubicarse en el círculo de las ciencias, que, en el trans­
curso de los próxim os volúmenes, seguiremos analizando en los terrenos
físicos y biológicos.
¿Q u é se pretende decir, en prim er lugar, cuando se afirm a la concor­
d a n c ia entre la m atem ática y la realidad física? Con esta afirm ación se
p reten d e expresar el hecho de que las acciones relacionadas con los cambios
de posición de los objetos o sobre sus uniones pueden com ponerse entre sí,
sin q u e sus composiciones sean contradichas por las com probaciones experi­
m entales; tam bién, que las acciones relacionadas con los cambios de estado
de les objetos pueden, a su vez, ser puestas en correspondencia con las
operaciones de desplazam iento o de unión. Ahora bien, lo im portante
reside en el hecho de que la realización de este acuerdo, cuyo carácter de
m ás en m ás anticipatorio acabam os de recordar, se acom paña siempre
con u n a transform ación de lo real. E n efecto, en el caso' de estas conver­
gencias obtehidas a posteriori tarde o tem prano, se produce en relación con
la realidad m aterial, un proceso esencial, sobre el que insistiremos a pro­
pósito del conocimiento físico: ello se debe a que el ap arato operatorio se
ad a p ta en ta n gran m edida al fenóm eno cuya m edición debe proporcionar
que se convierte en parte integrante de éste; el fenóm eno físico se revela,
entonces, como indisociable del operador que constituye u n aspecto del
mismo. D e esta m anera, entonces, no sólo se produce u n a adecuación
del instrum ento intelectual al objeto, incluso cuando el prim ero está pre­
p ara d o en form a anticipatoria y el segundo es descubierto con retraso en
relación con los medios de conocim iento que sirven a posteriori para
estructurarlo, sino que tam bién se hace cada vez más difícil conocer la
realidad, física fuera de esta estructura m atem ática: se produce un a asimi­
lación ta n com pleta de lo real a los esquemas operatorios que la realidad
física es transform ada poco a poco en relaciones espaciales y m étricas y
que, al lím ite del poder de la acción (tal como lo veremos en relación con
la m icroíísica), la operación del sujeto se convierte en solidaria del objeto.
Sin em bargo, a pesar de este desplazam iento constante de lo real en el
sentido de la m atem ática, la m ayor p arte de los físicos están au n convencidos
de la existencia objetiva de los entes m ateriales: el objeto es conocido sólo
a través de los instrum entos intelectuales del sujeto, pero sigue siendo
objeto. Este realismo suscita deslizamientos y variaciones, y se refuerza
a m edida que nos aproxim am os a los hechos químicos y biológicos. En
efecto, si bien en los sectores extrem os relativos a las escalas astronómicas
o microfísicas existen algunos físicos idealistas (Jeans y E d d in g to n ), el
realismo se consolida en presencia de las retortas del quím ico y ningún
biólogo d u d a de la realidad de los entes organizados.
A hora bien, precisam ente en el terreno del organism o vivo se produce,
al parecer, u n a segunda cu rv a tu ra notable en la curva que vincula al
sujeto con el objeto. Al mismo tiem po que presenta u n a tendencia cons­
tante a asimilarse a la objetividad extrínseca de la realid ad física, la
objetividad intrínseca de la m atem ática encuentra el objeto en el interior
del sujeto, si así puede decirse, en la exacta m edida en que los procesos
m entales que engendran los entes lógico-m atem áticos están ligados a los
procesos fisiológicos que caracterizan la organización vital y de los que
las funciones sensoriomotrices dependen.
Hemos observado m ás arrib a que la construcción de los entes m ate­
m áticos es siempre correlativa de u n a tom a de conciencia de las raíces
propias de las totalidades operatorias de las que se extraen estos entes.
L a teoría de los conjuntos nos lleva, po r ejemplo, a las operaciones elemen­
tales de correspondencia simple de los prim itivos, del n iñ o e incluso, en un
sentido sensoriomotor, tam bién del anim al (véase el ejem plo citado de
las gallinas que picotean sólo los granos pares o im pares de u n a serie
rectilínea) ; la topología recurre a relaciones de entorno, de frontera, de
envolvimiento, etc., que son las m ás simples que conoce la percepción o
la acción, y la teoría de los grupos se basa en composiciones operatorias
que, bajo su form a más general, corresponden a las coordinaciones más
elementales de la acción. Al ser el progreso m atem ático siempre, al mismo
tiempo, reflexivo y constructivo, com porta u n factor de análisis regresivo
que rem onta hasta las raíces sensoriomotrices de toda operación. A hora
bien, ¿ hasta dónde p enetran estas raíces?
E n epistemología, el punto de vista genético se caracteriza por el hecho
de que se niega a afirm ar de antem ano un sujeto provisto de una estructura
intelectual acabada, y que constituya u n punto de p artid a en sí. Son exac­
tam ente las mismas razones que im piden acep tar la existencia de objetos
planteados de antem anos en sí mismos, independientemente, de las activi­
dades del sujeto, y que obligan a explicar estas actividades en función de
su desarrollo, progresivo y regresivo, lo que equivale a alejar indefinida­
m ente su p u n to de origen aparente. A hora bien, el sujeto constituye al
parecer u n comienzo absoluto, respecto de las estructuras lógicas y m ate­
m áticas, pero sólo en la m edida en que se interrum pe el análisis regresivo
a nivel de la psicología y, más precisamente, en la m edida en que no se
cede a las ilusiones de u n a psicología introspectiva, en lugar de ubicarse
en el p unto de vista de la conducta. Efectivam ente, la vida m ental no
está suspendida en el vacío. R ecurrir a la acción, y singularmente a los
movim ientos, p ara explicar la génesis de las operaciones lógico-matemáticas,
supone referirse necesariam ente a la vida orgánica y comprometerse enton­
ces en u n a vía que conduce más acá del sujeto aparen te o consciente, ya
que las raíces de la vida orgánica se encuentran en la realidad física. E n
la exacta m edida en la que el análisis de las form as de pensamiento supe­
riores habla en favor del idealismo, al considerar que el objeto es solidario
de las actividades del sujeto, el análisis de las fuentes de la inteligencia
reduce el sujeto al objeto por interm edio del organismo. La física aclara
u n a de las zonas de unión entre el sujeto y el objeto, pero la biología es
entonces la que debe proporcionarnos la luz necesaria sobre la zona simé­
trica, al explicarnos la génesis del sujeto a p a rtir del objeto. De la m isma
form a en que la física contradice al empirismo, al dem ostrarnos que el
objeto es asim ilado a las operaciones del sujeto, la biología contradice
tam bién al apriorism o al vincular las operaciones con los procesos fisio­
lógicos. Se revela, de este modo, que el em pirismo y el apriorism o se
originaron am bos en u n a visión estática de las cosas, como si el sujeto
y el objeto estuviesen dados de una vez p ara siem pre: genéticamente, por
el contrario, el sujeto y el objeto actuales consisten en porciones singular­
m ente estrechas en relación con la historia intelectual y biológica en la que
los recortam os y, p a ra poder resolver el problem a epistemológico en su
form a general, se debería intentar la reconstitución íntegra de esta historia
que com prende la de la vida en su totalidad.

E n efecto, si reducim os la reversibilidad operatoria a la reversibilidad


creciente de los mecanismos mentales, se p lan tea un problem a biológico
cuya im portancia es tal que caracteriza por sí solo la historia de las ideas
scbre la reversibilidad o la irreversibilidad vitales. T an to si, como muchos
autores desde H elm holtz a Ch. E. Guye lo creyeron, la vida escapa a la
acción del segundo principio de la. term odinám ica, como si está sometida
a éste, al igual que los otros fenómenos físico-químicos, de todas formas
se debe vincular la reversibilidad m ental con los mecanismos nerviosos:
o bien esta form a de reversibilidad parecerá estar p rep a ra d a por los procesos
vitales m ás generales, o bien, por el contrario, se presentará como una form a
de equilibrio particu lar entre el organismo y el medio, imposible de alcanzar
en ciertos sectores, aunque realizada por las coordinaciones cognitivas. En
este últim o caso, éstas no serían menos solidarias de las coordinaciones
orgánicas, que las que representarían un nivel superior de equilibrio. En
ambos casos, entonces, cabe preguntarse si las estructuras operatorias más
generales no están condicionadas por ciertas necesidades funcionales propias
de toda organización viviente. Los encajes y las seriaciones. las composi­
ciones o coordinaciones, los rodeos y retornos, etc., aun q u e estructurados
en form a diferente en los diversos niveles del desarrollo m ental, no p o r ello
expresan en m enor grado caracteres comunes a todos los modos de funcio­
nam iento asim ilatorio: toda asimilación supone la conservación de un ciclo
que se cierra sin cesar sobre sí m ism o; es probable que de este funciona­
m iento, característico de la vida, dependa el secreto de la construcción
indefinida de los esquemas m entales y finalm ente lógico-matemáticos, en
relación con los que el propio L autm an señaló el parentesco con los con­
ceptos de totalidad orgánica.

M ediante estas observaciones no pretendem os resolver el m enor pro­


blema positivo, sino m ostrar, simplemente, u n a p arte del program a que
se debe cum plir antes de que la epistemología pueda to m ar partido en lo
que se refiere a las relaciones entre el sujeto y el objeto, cuando estas
relaciones son interiores al organismo y no sólo dadas en la acción exterior
de cada sujeto. A este respecto, p ara tra ta r las relaciones entre el sujeto
y el objeto sería tan indispensable conocer la relación entre un acto de
com prensión inteligente, caracterizada por sus combinaciones reversibles,
los m ecanism os nerviosos del cerebro y los procesos físico-químicos o incluso
microfísicos que se desarrollan en la sustancia cerebral, como la relación
entre el acto de inteligencia y el objeto exterior al organism o sobre el que se
efectúa.
Pese a que nuestros conocimientos sobre las relaciones entre las estruc­
turas intelectuales y la vida son aún rudim entarios, sobre todo en lo que
concierne a las estructuras lógico-matemáticas, existen pese a ello, algunos
hechos, ya analizados, que incitan a la reflexión. D e este modo, la psico­
logía h u m an a realiza u n gran esfuerzo p ara reducir los elementos del espacio,
del núm ero o de las clases y de las relaciones a las conductas sensonomotri-
ces del prim er año o a las estructuras perceptuales, etc. Sin embargo, estas
conductas sensoriomotrices, por su parte, están precedidas por m ontajes
hereditarios o reflejos, cuyas manifestaciones son integradas con rapidez
en el hom bre en las construcciones adquiridas, pero que se desarrollan bajo
una form a más pu ra y rica en el instinto anim al. A hora bien, sería nece­
sario elaborar una geom etría y un análisis lógico-aritm ético de las conductas
y de las construcciones instintivas. Desde la cera de u n panal, las figuras
m últiples de una tela de arañ a v las relaciones de orden, hasta los encajes
de esquemas de acción y las cuantifieacíones que supone la sucesión de
las conductas reflejas que caracterizan a todos los instintos constructores, se
podrían encontrar los elementos, no de operaciones lógico-matemáticas, sino
de una estructuración sensoriomotriz hereditaria de carácter lógico-m ate­
m ático bastante desarrollado. Desde u n p unto de vista m atem ático, n ad a
sería m ás llam ativo que este estudio de las estructuras prem atem áticas
instintivas.
A hora bien, cuando ia inteligencia construye “formas” que son las de
los diversos sistemas operatorios, éstas parecen inm ateriales, en la m edida
en que las conductas características de las operaciones concretas se interio­
rizan en estructuras formales con base puram ente simbólica. Sin em bargo,
al mismo tiem po que form as de conductas, las “formas” elaboradas por el
instinto son “form as” ligadas a la estructura de los órganos. El instinto es
la lógica de los órganos, y si a su respecto se puede h ab lar de estructura­
ciones lógico-m atem áticas, se trata de u n a prolongación de las estructuras
orgánicas. A hora bien, precisam ente en este p un to la m atem ática encuentra
a la biología en la form a m ás directa y n a tu ra l; cabe lam entar que la única
m atem ática biológica que existe sea la que se utiliza p ara los requeri­
mientos de la biom etría aplicada al estudio de la variación o de las leyes
de la herencia. Por ello se debe señalar con énfasis el interés del notable
estudio del célebre biólogo d ’Arcy T hom son 35 sobre las relaciones geom é­
tricas que caracterizan la estructura de los organismos m ás diversos, y
sobre todo la form a de las especies, géneros o familias vecinas. E n la obra
de d’Arcy Thom son se encuentran en p articu lar, las concepciones más
sugestivas sobre las transform aciones geom étricas que caracterizan el pasaje
de una estructura a otra: p o r ejemplo, de los estiramientos o contracciones
topológicas o afines que conectan formas de peces m étricam ente diferentes,
pero homeomorfos en lo que se refiere a sus otros aspectos, etc. U n análisis
semejante, aplicado no sólo a las form as anatóm icas sino tam bién a las
“formas” de conducta hereditaria o instintiva (conducta m otriz o cons­
trucciones) proporcionaría u n aporte esencial al estudio de la fuente bioló­
gica de las estructuras m entales y en consecuencia cognitivas, incluyendo
estructuras lógico-m atem áticas.36
Sin em bargo, si, como acabamos de verlo, no es quim érico concebir
la posibilidad de un análisis regresivo de las actividades del sujeto en el
terreno de las conductas instintivas e incluso de la morfogénesis orgánica
en general, nos com prom etemos evidentem ente en un círculo. El hecho
biológico es una variedad particular de los hechos físico-químicos o físicos
y, en la actualidad, se está escribiendo todo u n capítulo de la ciencia en
lo que concierne a las relaciones entre la microfísica y la biología. L a
m atem ática y la lógica están en un acuerdo constante con la realidad
física exterior al sujeto, y explican esta realidad física asim ilándola cada vez
más a ellas y las estructuras lógico-m atem áticas podrían parecer u n día
condicionadas p o r un funcionam iento orgánico cuyas raíces se encuentren

35 D ’Arcy Thomson: On growth and form. Cambridge, 1942.


38 Respecto del problem a de la ionvergencia entre las formas m atem áticas y
las estructuras morfogenéticas, véase la curiosa observación de H ilbert; citado en
este volumen, cap. I I , § 6, sobre las leyes de la herencia y los axiomas de congruencia
lineal.
en el universo físico-químico. Suponiendo que la explicación biológica
logre alguna vez u n carácter de precisión y de construcción teórica rigurosa
de los que a ú n carece, nos veríam os, entonces, frente a u n círculo real.
E n el estado actual de los conocimientos, p o r el contrario, se trata
sólo de un círculo ideal, d ad a la imposibilidad de dom inar las relaciones
entre lo m ental y lo biológico, p o r u n lado, y entre lo biológico y lo físico
po r el otro (dos tipos de relaciones que algún día p o d rían in terferir).
D e todas m aneras, y desde u n p u n to de vista epistemológico, d onde las
lagunas mismas de este círculo corresponden a un punto de im portancia
capital, las zonas de unión entre el sujeto y el objeto no deben situarse
sólo en el terreno lím ite entre la m atem ática y la física, sino tam bién, y
sim étricam ente, en el que concierne a las relaciones en tre la biología
(o la psicobiología) y la física. A h o ra bien, estas relaciones p ueden presentar
las combinaciones m ás diferentes entre el sujeto y el objeto. Al ligar al
funcionam iento de la vida los m ecanismos esenciales de la inteligencia y
del conocimiento, se aleja sim plem ente el problem a central de las relaciones
entre el sujeto y el objeto, convertido en el problem a de la relación éntre
el organismo y el medio, pero se deja abierta la serie de las soluciones
epistemológicas posibles (én relación con las cuales veremos luego que se
corresponden térm ino a térm ino con las soluciones del problem a biológico
de la adaptación y de la v a ria c ió n ). E n los conocimientos biológicos con­
temporáneos, en efecto, n ad a nos obliga a considerar que el organism o se
encuentra sometido pasivam ente a las acciones del medio, y n ad a nos obliga,
tampoco, a considerarlo como u n a expresión directa de los procesos físico-
químicos conocidos en la actualidad. R ecién el día en que podam os
caracterizar las relaciones exactas entre la vida y la m ateria inorgánica,
por un lado, y entre el funcionam iento orgánico y el m edio exterior, por
el otro, podrem os construir u n a epistemología precisa de las relaciones
“interiores” entre el sujeto y el objeto (p o r oposición a las relaciones exte­
riores entre la actividad operatoria y el m undo físico en el que se efectúan
nuestras acciones).
El análisis que hemos in ten tad o sobre el conocimiento m atem ático, en
esta prim era p arte de nuestra obra, requiere entonces, como com plem ento
indispensable, un estudio de las relaciones entre el pensam iento m atem ático
y el conocimiento físico (vol. I I ) , pero tam bién una investigación sobre el
alcance epistemológico del conocim iento biológico (tercera p arte, vol. I I I ) ,
antes de poder exam inar, nuevam ente, los problem as específicos del conoci­
miento psicosociológico (c u a rta parte, vol. I I I ) .

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