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FRANKFURT, H. G., Las Razones Del Amor, Paidós 2004
FRANKFURT, H. G., Las Razones Del Amor, Paidós 2004
FRANKFURT
LAS RAZONES DEL AMOR
EL SENTIDO DE NUESTRAS VIDAS
PAIDÓSCONTEXTOS
'jp www.todocoleccion.net
LAS RAZONES DEL AMOR
PAIDÓS CONTEXTOS
LAS RAZONES
DEL AMOR
PAIDÓS % Ú
III
Barcelona ■ Buenos Aires ■ México
Título original: The Reasons o /L o v e
Publicado en inglés, en 2004, por Princeton University Press, Princeton,
Nueva Jersey
ISB N : 84-493-1631-6
D epósito legal: B. 40.062/2004
Agradecimientos . .................................................. 9
Uno
La pregunta: ¿Cómo deberíamos v iv ir ? ............. 11
Dos
Del amor, y sus razones........................................... 47
Tres
El amado y o ............................................................. 89
Agradecimientos
LA PREGUNTA:
CÓMO DEBERÍAMOS VIVIR?
Gracias a la autoridad de Platón y Aristóteles sabemos
que la filosofía comienza en la admiración. Las personas
se admiraban ante diversos fenómenos naturales que les
parecían sorprendentes. También les intrigaban los pro
blemas lógicos, lingüísticos y conceptuales que surgían
inesperadamente en su pensamiento y que les resulta
ban curiosamente persistentes. Como ejemplo de lo que
les causaba admiración, Sócrates menciona el hecho de
que es posible que una persona llegue a ser menor que
otra sin haber menguado de altura. Podemos preguntar
nos por qué a Sócrates le incomodaba una paradoja tan
superficial como ésta. Evidentemente, el problema le in
trigaba no sólo porque le pareciera más interesante, sino
también considerablemente más difícil e inquietante de
lo que nos parece a nosotros. De hecho, aludiendo a este
problema y otros similares, dice: «Algunas veces, al pen
sar en ello, llego a sentir vértigo».1
Aristóteles nos proporciona una lista de ejemplos
bastante más convincentes del tipo de cosas que asom
braron a los primeros filósofos. Menciona los muñecos
autómatas (¡aparentemente, los griegos disponían de
1. Teeteto, 155d.
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ción previa de que lo que más quieren tiene un valor intrínseco ma
yor que otras cosas que les preocupan menos.
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Entre los filósofos existe la esperanza recurrente de
que, en cierta manera, podría demostrarse que hay de
terminados fines cuya adopción incondicional es una
exigencia de la razón. Pero esto es a will-o'-tbe-wisp.6
No hay ninguna necesidad lógica o racional que nos dic-
6
Al fin y al cabo, nuestra disposición a sentirnos sa
tisfechos de amar lo que en realidad amamos no reside
en la fiabilidad de los argumentos o de las pruebas, sino
en nuestra confianza en nosotros mismos. No se trata
de congratularnos de la amplitud y fiabilidad de nues
tras facultades cognitivas, ni de creer que tenemos sufi
ciente información. Es una confianza de un tipo más
fundamental y personal. Lo que asegura que aceptemos
nuestro amor de manera inequívoca, y lo que, por tan
to, garantiza la estabilidad de nuestros fines últimos, es
que confiamos en las tendencias y respuestas que con
trolan nuestro propio carácter volitivo.
Estas tendencias y respuestas involuntarias de nues
tra voluntad son las que constituyen el amor y las que
hacen que éste nos motive. Además, estas mismas con
figuraciones de nuestra voluntad son las que hacen que
nuestras identidades individuales alcancen su máxima
expresión y definición. Las necesidades de la voluntad
de una persona guían y limitan su forma de actuar. De
terminan lo que esta persona puede estar dispuesta a
hacer, lo que no puede evitar hacer, y lo que le resulta
imposible hacer; Determinan también lo que puede es-
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Detengámonos ahora, pues, a considerar la natura
leza del amor hacia uno mismo. Como el amor de cual
quier otro tipo, el amor hacia una persona posee cuatro
características principales conceptualmente necesarias.
En primer lugar, consiste, básicamente, en una desinte
resada preocupación por el bienestar y la prosperidad
de la persona amada. Su único fin es buscar el bien del
amado como algo que se desea por sí mismo. En segun
do lugar, el amor, a diferencia de la caridad o de otras
formas de preocupación desinteresada por los demás,
es indefectiblemente personal. En consecuencia, el
amante no puede considerar a ningún otro individuo
como un sustituto adecuado de su amado, por mucho
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ISBN 84-493-1631-6