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Qué razón tenías, papá, cuando me dijiste que a mi edad aún no estaba
preparado para controlar mi vida, que era yo muy joven, que esperara un poco
más de tiempo y luego tú mismo me ayudarías a independizarme; y sin embargo
preferí no escucharte, te dejé con la palabra en la boca y me fui de la casa, según
yo a comerme al mundo a rebanadas.
Repetiste una y otra vez que tú y mi mamá sólo querían lo mejor para mí, y que
sus regaños no eran por desamor.
Qué razón tenías, papá, cuando te acercaste a mí, y me suplicaste que viviera
conforme a mi edad, porque la juventud es como un suspiro del alma, y cuando
nos damos cuenta los años nos llevan ventaja; me suplicaste que no abandonara
la escuela porque de ello dependería gran parte de mi vida en el futuro; "no
cometas el mismo error que yo, hijo", me dijiste en aquella ocasión; y sin
embargo mi respuesta fue: “¿Tú qué sabes de eso? lo que pasa es que tú ya
estás viejo.
Un día, me tomaste entre tus brazos y me dijiste muy quedito al oído esas cosas
que aún guardo en mi corazón: "ojalá nunca crecieras, hijo mío, ojalá siempre
fueras mi pequeñito y yo siguiera siendo tu héroe para toda la vida, imaginar,
que siempre tendrás 6 años", pero ya ves, papá, hoy me arrepiento de todas
esas palabras contra ti, de mis actos que tanto te dañaron, de tantas noches que
te tuve a ti y a mi mamá en vela por no llegar de la fiesta, de las mentiras mal
armadas que inventaba con tal de no escuchar tus sabios consejos, de recordar
cómo te humillaste varias veces frente a mí con tal que detuviera esa falsa razón
de pisotear tu dignidad con mis gritos y reclamos y cientos y cientos de reproches
en contra de ese cariño incondicional.
Mejor que tú a mí, sí, también él se sintió grande, a pesar de mis consejos decidió
no escucharme y hacer su propia vida como lo hice yo, le pido a Dios que me
ayude y a ti, mi gran héroe de siempre, que ojalá me hayas perdonado todo, me
costó mucho tiempo, dolor y sufrimiento, pero después de tantos años logré
entender que por fin te amé, papá, más de lo que yo creía. ¡Qué razón tenías,
papá!