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El ataque contra la razón

Ahora que Al Gore está en boca de todos por su premio Nobel de la paz, la editorial Debate
publica en castellano su libro El ataque contra la razón, donde el ex vicepresidente de los
EE.UU. fundamentalmente hace una crítica a la política del miedo de la administración
Bush. Lo reseña Jesús Tapia.

«El panorama que describe este libro, a mitad de camino entre el ensayo político y una
dramática jeremiada, es deprimente: el electorado estadounidense, alejado de las urnas y
terriblemente desinformado, las elecciones decididas con anuncios televisivos, los medios
de comunicación cada vez más concentrados (ni la CNN, ni la CBS, de la Fox mejor no
hablemos, alzaron su voz contra las mentiras de la guerra contra Irak) y maniatados,
configuran un escenario perfecto para que un grupo de lunáticos gobierne el país a su
antojo. Y como se trata de un país que es la única superpotencia mundial, y cuyos líderes
dicen estar en guerra contra el terrorismo en un conflicto que durará generaciones, esto deja
en manos de su presidente, comandante en jefe de su gigantesco ejército, los destinos del
mundo.»

El ataque contra la razón

Al Gore

El ataque contra la razón

Debate. Barcelona, 2007

El ataque contra la razón, escrito por el antiguo vicepresidente de Estados Unidos y publicado en
España por Debate, es fundamentalmente una crítica y dura descripción de la situación política de
los Estados Unidos bajo el gobierno de George W. Bush, quien derrotó a Gore en las elecciones
presidenciales del año 2000.

Para Gore los años de gobierno tras los atentados del 11 de septiembre han supuesto un enorme
deterioro de la situación interna y exterior de su país. El senador acusa a Bush de rodearse de un
conglomerado de neocons, evangélicos integristas, directivos de multinacionales petroleras y otras
gentes de mal vivir que han conducido a los Estados Unidos a una dramática realidad política.

Empieza Gore culpándoles de fomentar el miedo al terrorismo entre los estadounidenses con la
única intención de mantener a la población sumisa (“el miedo es el enemigo más poderoso de la
razón”) ante cualquier decisión gubernamental. El objetivo de este miedo inoculado a través de los
medios de comunicación no sería otro que conseguir mayores parcelas de poder para la
presidencia, que con la excusa de la guerra contra el terrorismo amordaza a cualquier tipo de
oposición (mediática, política o ciudadana), tachándola de antipatriótica.

En este contexto destaca la promulgación de la Patriot Act, ley que autoriza al gobierno a prácticas
abiertamente anticonstitucionales como las escuchas telefónicas indiscriminadas, la lectura de
correos electrónicos o registros domiciliarios sin autorización judicial.

Al Gore acusa sin rodeos a Bush de sobreactuación al exagerar la amenaza terrorista para alterar
los equilibrios constitucionales en favor del poder ejecutivo, que durante su presidencia ha
ninguneado al Congreso y al Senado y ha amenazado la independencia judicial. Y todo ante la
apatía del electorado, que entre el miedo y la resignación ha aceptado la devaluación del régimen
político y los recortes de libertades individuales.

Pero además la actuación internacional de la administración Bush, basada en el unilateralismo más


flagrante, que ha llevado a Estados Unidos a promover la legalidad del ataque preventivo, al
menosprecio de la ONU y a la violación de numerosos tratados internacionales como la
Convención de Ginebra o los acuerdos medioambientales de Kyoto, han desacreditado la imagen
internacional de su país de una forma que hoy parece irreparable.

Gore se pregunta por qué evidentes mentiras como la posesión de armas de destrucción masiva
por Irak, o la colaboración entre Saddam Hussein y Bin Laden pudieron llegar a ser creídas por la
mayoría de sus compatriotas (sorprende que incluso hoy, cuando los que las urdieron han
reconocido tácitamente su falsedad, casi el 40 % de los norteamericanos sigue pensando que los
que tripulaban los aviones del 11 de septiembre eran iraquíes y que Saddam tenía armas
atómicas).

Decisiones tomadas por incompetentes, expertos que son apartados cuando sus informes no
coinciden con los deseos de sus superiores, asesores de medioambiente que trabajan para
corporaciones petroleras y gerentes que anteponen sus creencias religiosas a los intereses
públicos, son algunos de los síntomas del ataque contra la razón al que alude el título elegido por
Al Gore.
El panorama que describe este libro, a mitad de camino entre el ensayo político y una dramática
jeremiada, es deprimente: el electorado estadounidense, alejado de las urnas y terriblemente
desinformado, las elecciones decididas con anuncios televisivos, los medios de comunicación cada
vez más concentrados (ni la CNN, ni la CBS, de la Fox mejor no hablemos, alzaron su voz contra las
mentiras de la guerra contra Irak) y maniatados, configuran un escenario perfecto para que un
grupo de lunáticos gobierne el país a su antojo. Y como se trata de un país que es la única
superpotencia mundial, y cuyos líderes dicen estar en guerra contra el terrorismo en un conflicto
que durará generaciones, esto deja en manos de su presidente, comandante en jefe de su
gigantesco ejército, los destinos del mundo.

Cuando estas cosas las escribe Chomsky o las filma Michael Moore, siempre es fácil pensar que
son exageraciones apocalípticas. Pero cuando las firma alguien que es miembro desde la cuna de
la élite estadounidense es tiempo de asustarse.

Lo que queda meridianamente claro tras la lectura del libro es que media un abismo intelectual y
moral entre aquellos ilustrados que fundaron los Estados Unidos de América (como Jefferson,
Madison y Hamilton, citados profusamente en el libro) y las personas que han dirigido la Casa
Blanca los últimos años.

También parece ya evidente que cuando en noviembre de 2000 los norteamericanos, por medio
de unas elecciones muy reñidas (de hecho Gore sacó un puñado de votos más que Bush), con unas
papeletas impropias de una potencia tecnológica y con un conteo de votos que apestaba a
pucherazo, al final se quedaron con el tonto.

Jesús Tapia

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