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La Inocencia Rota PDF
La Inocencia Rota PDF
Dirección:
Dr. Josep M.a Farré Martí
Diseño de colección:
Ferran Cartes / Montse Plass
(C) Félix López Sánchez, 1999 (C) Océano Grupo Editorial, S.A., 1999 Edificio
Océano Milanesat, 25-17 08017 Barcelona (España) Telf. 932802020 - Fax:
932805600 E-mail: librerias@oceano'com http://www'oceano'com
ISBN: 84-494-1472-5
Los abusos sexuales a menores son un problema mucho más frecuente de lo que la
mayoría de la gente piensa, y si no se aborda correctamente, pueden tener
secuelas muy graves. Amparándose en su profundo conocimiento sobre el tema y en
los miles de casos que ha estudiado, el Dr. López Sánchez resume en esta
interesante obra todo lo que hay que saber para ayudar a nuestros hijos a
prevenir y afrontar correctamente un posible abuso.
13 9
1. Se ha roto el silencio
Los avances científicos en torno a las cuestiones sexuales han sido más
titubeantes y confusos a lo largo de todo el siglo Xx, pero a la postre, han
resultado definitivos para la creación de un estado de opinión. Algunas teorías
de la psicología y muchas de sus conclusiones han hecho posible, como veremos,
que la gente comprenda la gravedad del problema, que se entienda qué
consecuencias tiene para las víctimas haber sufrido abusos sexuales durante la
infancia o adolescencia.
16 15
}Los pioneros}
}Nuestros días}
Actualmente, los casos que son objeto de investigación se han ampliado y, por
ejemplo, a menudo se trata de establecer si determinadas situaciones de
depresión, delincuencia, prostitución, marginación, etc., han podido ser
desencadenadas por un abuso sexual. Por otra parte, con bastante frecuencia se
realizan estudios comparativos entre grupos que han sufrido abusos y colectivos
que no los han padecido.
La preocupación social y científica por este tema ha favorecido, como veremos,
el desarrollo de numerosas formas de intervención. Desde los años setenta, han
ido apareciendo múltiples programas de prevención de los abusos, casi siempre
para ser aplicados al ámbito escolar, así como tratamientos adecuados para las
víctimas y los agresores. Por fortuna, el silencio se ha roto y se han creado
las condiciones adecuadas (o al menos suficien tes) para que prevenir y detectar
los abusos sexuales a menores sea factible.
Recuerde
Es falso que
21 21
Hay que tener en cuenta que lo más corriente es que durante un abuso se
produzcan a la vez varias de las conductas expuestas en las listas anteriores.
En el siguiente gráfico hemos intentado recoger qué tipo de agresiones, y con
qué frecuencia, padecen los menores, distinguiendo los niños de las niñas:
% 60 w % é % é 50 w é % é % éé
40 w éé % éé % éé 30 w éé % éé % é éé 20 w é éé % é éé % éé éé
= 10 w éé éé é % éé éé = éé =é = é % éé éé éé é éé éé é é = 0 w-éé-
éé-éé-é-éé-éé-éé-é-éé-ab cd ef g hi jk lm n ¤o
23 27
2.2. Ideas comunes, pero equivocadas
Todavía hoy muchas personas opinan que los abusos sexuales no existen o bien
que son muy poco habituales.
Cualquier especialista en el tema que exponga sus conclusiones ante un auditorio
observará entre sus oyentes ros tros de sorpresa y escuchará expresiones de
incredulidad del tipo "qué exageración", "no puede ser", etc. Esta actitud suele
estar particularmente extendida entre los varones, mientras que las mujeres
acostumbran a admitir con más facilidad la existencia de los abusos, mucho más
frecuentes, como ya comentábamos al inicio del capítulo, de lo que parte de la
opinión pública está dispuesta a admitir.
Es igualmente erróneo creer que en la actualidad hay más abusos a menores que
antes. En realidad, no sabemos exactamente cuántas agresiones se daban en el
pasado, pues ni había estudios al respecto ni las víctimas podían denunciarlas,
pero lo que sí sabemos es que eran frecuentes. De hecho, cuando preguntamos a
personas adultas y ancianos, la proporción de respuestas afirmativas a la
pregunta de si habían sufrido abusos sexuales en su infancia es semejante a la
de los adolescentes y los jóvenes que re25 29 conocen haberlos padecido
recientemente.
Lo que sí es verdadero, en cambio, es que hoy en día, a diferencia de lo que
ocurría en otras épocas, estos casos pueden ser denunciados y estudiados por
especialistas en la materia, y las víctimas pueden ser tratadas y recibir la
ayuda que necesitan para superar el abuso.
Habitualmente se piensa también que los abusos sexuales a menores sólo ocurren
en ambientes muy específicos, asociados con la pobreza o la incultura. Es cierto
que en determinados entornos marginales (familias con problemas de violencia o
alcoholismo, por ejemplo) las agresiones son más frecuentes. Asimismo, resulta
innegable que en el medio urbano se dan más casos que en el campo (quizá porque
en ciudades donde los menores viajan en
transportes públicos llenos de gente aumentan las situaciones de riesgo, aunque
se trate, en general, de abusos menos graves). No obstante, los datos confirman
que las vejaciones sexuales están presentes en todas las clases sociales y en
todas las zonas geográficas, en todos los niveles culturales y en muy diferentes
familias.
}Adulto, desconocido} y }loco} son tres de los tópicos a los que recurre la
opinión pública cuando intenta describir el perfil de alguien que ha cometido un
abuso con un menor. Sin embargo, la realidad desmiente el tópico.
Para empezar, no es correcto creer que los agresores son siempre desconocidos,
adultos, violentos y que padecen algún tipo de enfermedad mental.
De hecho, se ha comprobado que los agresores pueden tener relaciones de muy
diversa índole con su víctima y no conviene hacer simplificaciones poco
acertadas. Pueden ser desconocidos, sí, muchas veces, pero también -no nos 26
31 engañemos- allegados y hasta incluso familiares.
En segundo lugar, cuando se habla de abusos suele pensarse, casi siempre, en
la relación entre un adulto y un niño, pero lo cierto es que también los menores
cometen con frecuencia abusos con otros niños más pequeños o más débiles física
o psicológicamente que ellos.
Por último, hay que insistir en que casi todos los abusos sexuales son
perpetrados por sujetos aparentemente normales. La creencia frecuentemente
aceptada de que los agresores son personas con marcadas desviaciones sexuales o
con graves enfermedades mentales es falsa; la idea (sostenida por el 72% de los
encuestados, según estudios solventes) de que "hay que estar loco para hacer
algo así", carece de base. Y ni siquiera la tesis de que necesitan recurrir a la
violencia para poder consumar el abuso tiene fundamento: como veremos más
adelante, los agresores suelen servirse de otras estrategias "más sutiles", como
la sor presa, el engaño o el abuso de confianza, y es muy infrecuente que
utilicen la violencia física.
Quizá, la única generalización que puede hacerse con acierto con respecto al
perfil del agresor es que son casi siempre varones. En la segunda parte, en el
capítulo dedicado a las características de los agresores, trataremos el tema con
mayor profundidad.
Habitualmente se tiende a pensar que los abusos sexuales los sufren únicamente
las niñas, pero jamás los niños. Esta falsa creencia guarda relación con el
hecho de que las mujeres que han sido víctimas lo reconocen con más frecuencia,
mientras que los varones tienden a ocultarlo o negarlo.
Los adultos nos resistimos a admitir hechos tan graves y, a menudo, cuando los
niños cuentan que han sufrido una agresión, tendemos a creer que no dicen la
verdad o que están confundiendo la realidad con la fantasía. Por desgracia, los
niños casi siempre dicen la verdad cuando denuncian estas conductas. Por
consiguiente, debemos creerles.
Parece razonable creer que si una madre llegara a enterarse de que su hijo ha
sido objeto de una agresión sexual, lo denunciaría inmediatamente.
De hecho, el 76% de los entrevista28 35 dos opinan de esta manera.
No obstante, en contra de lo esperado, se da el caso de madres que reaccionan
ocultando el caso, en especial cuando la hija es la víctima y el padre, el
agresor. Se trata, normalmente, de madres sin independencia económica, que temen
una ruptura familiar y que viven el drama como una vergüenza que es mejor no
propagar.
Incluso algunos profesionales (educadores, médicos, psicólogos) mantienen
ideas tan erróneas y discutibles como las siguientes: que las agresiones no
deben ser denunciadas sin el consentimiento de la víctima y de su familia, que
hacerlo es pernicioso para la relación profesional con el cliente, que los
abusos pertenecen a la vida privada y no les corresponde
meterse en ella, etc.
Hay quienes piensan que todos los abusos tienen un efecto traumático sobre
los menores. En el extremo opuesto, otras personas opinan que tales agresiones
apenas tienen importancia. Ambas creencias carecen de fundamento. A menudo,
generalizar induce a error, dado que los efectos de los abusos, con frecuencia
importantes, dependen de muchos factores y son distintos en cada caso.
Las creencias erróneas que acabamos de exponer, entre otras, deben ser
desmitificadas, si pretendemos buscar soluciones eficaces a este tema. Para
ello, resulta indispensable ser conscientes de la importancia de los abusos,
prevenirlos con ayuda de la educación sexual y afrontarlos adecuadamente cuando
ocurren. En nueve de cada diez casos, las personas entrevistadas opinan que es
necesario denunciar cualquier abuso, aunque lo cierto es que la mayoría de estas
agresiones permanece en el silencio.
29 37
Recuerde
Es falso que
Casi todos los estudios sobre los abusos a menores coinciden en afirmar que
este tipo de conductas es mucho más frecuente de lo que se creía. Sin embargo,
las metodologías de dichos estudios son tan distintas y los resultados
concretos, tan dispares que resulta difícil sacar conclusiones ro-
tundas. Si a ello añadimos el hecho de que se produzcan tan pocas denuncias, el
lector comprenderá fácilmente que haya ciertas parcelas oscuras sobre las que
planea la sombra de más de una duda.
31 39
32 41
35 45
Quienes se niegan a admitir la importancia del problema que nos ocupa suelen
argumentar que los resultados de las investigaciones sobre los abusos sexuales
son tan dispares que no merecen credibilidad científica alguna. Sin embargo, y a
pesar de todas las objeciones que acabamos de reseñar, es obvio que los estudios
mejor planteados -aquellos que seleccionan cuidadosamente a personas de
diferentes edades, sexos y clases sociales, y que ofrecen suficientes garantías
de sinceridad- revelan evidencias irrefutables.
La primera conclusión irrebatible es que aproximadamente un 20% de las mujeres
y un 10% de los hombres dicen haber sido víctimas de abusos sexuales antes de
los 17 años. Estos porcentajes -extraídos de investigaciones llevadas a cabo en
Estados Unidos, Canadá, Inglaterra y España en los últimos veinte años- se
observan en casi todos los países estudiados. Si se trata de sociedades con
particulares problemas de violencia, conflictos bélicos, pobreza, marginación,
etc., el número de casos es aún mayor.
Por ejemplo, una encuesta llevada a cabo entre universitarios del Estado de
Randonia (Brasil) en 1997, reveló que más del 30% de los interrogados había
sufrido abusos en su niñez.
En otra investigación realizada por nosotros en España, en 1992, sobre una
muestra de dos mil personas de entre 18 y 60 años, un 15,2% de los varones y un
22,5% de las mujeres reconocieron haber sido víctimas de agresiones sexuales
durante su infancia.
La segunda conclusión, también indiscutible, es que los abusos sexuales son
más habituales en las chicas. Es más, el simple hecho de ser mujer implica el
doble de posibilidades de sufrir abusos, aunque investigaciones recientes ponen
de relieve que los varones son objeto de más agresiones de 36 47 lo que se
pensaba. También parece claro que si nos circunscribimos al ámbito familiar, la
frecuencia de abusos a niñas es mucho más alta que la de los niños.
Recuerde
Según los estudios más solventes
El hecho de que una niña de cada cuatro o cinco y un niño de cada seis o siete
sufra abusos nos obliga a plantear que es indispensable intervenir de una forma
urgente y generalizada en la infancia para prevenir nuevos casos, muy
especialmente a través de las dos únicas instituciones que pueden llegar a
todos los niños: la familia y la escuela. No solamente hemos de evitar que los
abusos lleguen a producirse, sino que además tenemos que conseguir que no se
reproduzcan.
El estudio español anteriormente citado revela que el 44,2% de los menores
padecieron tales vejaciones de manera reiterada.
Cuando el abuso se repite, las víctimas se sienten especialmente culpables por
no haber sabido evitarlo y la gravedad de los efectos se acrecienta.
La relación entre el agresor y la víctima, prolongada en el tiempo, es, en sí
misma, una condición muy perjudicial. Imaginemos, por ejemplo, las consecuencias
que para las relaciones entre un padre y una hija puede tener una relación
incestuosa durante meses o años. La situación es extremadamente conflictiva por
dos razones: porque la menor tiene que guardar el secreto -con frecuencia, bajo
amenazas del progenitor a la hija, e incluso a toda la familia- y porque el
padre deja de cumplir su natural función protectora.
En palabras de una víctima, "quien 37 49 debía protegerme era mi agresor".
Por todo ello, es un objetivo prioritario crear las condiciones familiares y
escolares adecuadas para que los niños y las niñas puedan impedir que se
produzcan los abusos por primera vez. Pero también es urgente conseguir que, una
vez consumada la agresión, nuestros menores sean capaces de solicitar ayuda
inmediatamente para que no vuelva a ocurrir. Dos objetivos perfectamente
sintetizados en las palabras de una adolescente que asistió a un curso de
prevención de abusos a menores: "yo sé que mi cuerpo es mío, que tengo derecho a
que mi intimidad sea respetada, a que nadie me toque, si yo no quiero Y si
alguien lo hace, puedo gritar, denunciarlo y sé que me creerán" (Blanca, 13
años).
?Qué otras conclusiones podríamos sacar de toda esa serie de estudios? ?Qué
otros datos pueden ayudarnos a prever o evitar que los niños sean víctimas de
algún tipo de abuso? Ya sabemos que las niñas sufren más agresiones que los
niños y que vivir en una ciudad o en un entorno de violencia doméstica son
factores de riesgo.
Pero, ?qué podemos decir sobre la edad de las víctimas? Aunque en realidad los
menores pueden ser víctimas de los abusos a cualquier edad, lo cierto es que
según confirman todas las investigaciones, lo son con mayor frecuencia entre los
10 y los 15 años, es decir, mientras se están produciendo los cambios de la
pubertad, etapa en que los niños y las niñas son más vulnerables. De hecho, 39
51 los preadolescentes de entre 12 y 14 años cumplen para los agresores una
doble condición especialmente atractiva: continúan siendo niños y a la vez
manifiestan claros signos del inicio de la madurez sexual. Quizá por ello son
los menores más solicitados en el llamado }turismo sexual}.
Como resulta obvio, los mayores de 14 o 15 años son capaces de defenderse
mejor y, al mismo tiempo, poseen una sexualidad más desarrollada, lo cual
resulta menos interesante, en general, para el tipo de agresores a que nos
referimos. Por su parte, los niños menores de 9 o 10 años, y sobre todo los muy
pequeños, no suelen llamar especialmente la atención de los agresores.
También hay que tener en cuenta que los datos sobre niños menores resultan de
difícil obtención, pues, a medida que descendemos en edad, lo habitual es que
los abusos no puedan ser reconocidos como tales por quienes los padecieron o que
ni siquiera los recuerden.
En cualquier caso, como queda reflejado en la
siguiente tabla, los abusos pueden darse a cualquier edad.
Claves a: 4-5 años (mujeres) b: 4-5 años (hombres) c: 6-7 años (mujeres) d: 6-7
años (hombres) e: 8-9 años (mujeres) f: 8-9 años (hombres) g: 10-11 años
(mujeres) h: 10-11 años (hombres) i: 12-13 años (mujeres) j: 12-13 años
(hombres) k: 14-15 años (mujeres) l: 14-15 años (hombres
40 53
%
50 w % % 40 w % % 30 w % = % =é é 20 w
éé é % éé =é % é = é= éé éé 10 w é éé éé
éé éé % = é= éé éé éé éé % éé éé éé éé éé éé 0 w--éé--éé--éé--éé--
éé--éé-ab cd ef gh ij kl
Aunque cada menor se comporta de manera distinta ante una agresión sexual,
podemos describir unos patrones generales de reacción.
Según los testimonios de las propias víctimas, la mayor parte de ellas ofrece
una resistencia inicial, aunque esta oposición no es necesariamente efectiva.
También cabe destacar el elevado número de quienes no reaccionan al principio,
permanecen pasivos o incluso colaboran con el agresor. En este último caso se
trata, sobre todo, de varones que se inician en la actividad sexual con personas
adultas.
Tanto las conductas de firmeza desde el principio, como las de colaboración
con el agresor se dan más entre los adolescentes, por lo que podemos concluir
que a medida que aumenta la edad, los niños tienen un papel más activo, tanto a
la hora de evitar el 41 55 abuso o resistirse a él como a la de colaborar o
acceder a los deseos del agresor.
Por supuesto, es muy importante enseñar a los menores a decir }no} y a ofrecer
resistencia, pero no se les puede culpar por no hacerlo, ya que normalmente los
agresores les sorprenden, les engañan o doblegan su voluntad con diversas
estrategias que estudiaremos más adelante. En ningún caso son culpables los
menores, y jamás un agresor puede defenderse diciendo que el menor aceptó o
colaboró durante la actividad sexual. El responsable es siempre el adulto
agresor, que es quien realmente sabe lo que quiere y quien lo impone de una u
otra forma.
Después de la agresión
42 57 % 70 w % % é 60 w é %
é % é 50 w é % é % éé 40 w éé %
éé % éé éé 30 w éé éé % é éé % é éé =é 20 w é éé
éé % é éé éé % éé éé éé 10 w éé éé éé % éé éé
éé % éé éé éé 0 w---éé----éé----éé-ab cd ef
Ni que decir tiene que los menores que han padecido un abuso viven su caso
como una experiencia traumática, sobre todo cuando el agresor es un conocido o
un miembro de la propia familia. Esto, unido a la vergüenza que sienten por
haber sido objeto de conductas tildadas en tantas sociedades de sucias,
vergonzosas o pecaminosas, explica por qué un tercio de los menores no revela
jamás lo que ha pasado.
Además, cuando se deciden a hablar, no siempre escogen a la persona que puede
prestarles una ayuda más eficaz.
Los amigos o las amigas, que como hemos visto en la tabla son los confidentes
más habituales, suelen limitarse a escuchar a la víctima, sin tomar ninguna otra
medida. La tendencia a ocultar los abusos a los familiares está favorecida por
el temor a su reacción y porque a veces están implicados de una u otra forma.
Sólo la madre recibe un número relativamente importante, aunque bajo de todos
mo-
dos, de denuncias de abuso.
Según nuestra propia experiencia, aunque no es extraño que las víctimas 43
59 comuniquen la agresión el mismo día en que tiene lugar, muchas tardan varios
días o incluso más de un año en hacerlo. Conseguir que rompan el silencio lo
antes posible y ante las personas adecuadas (educadores, padres u otros
familiares) es fundamental para evitar que las agresiones se repitan y controlar
sus efectos.
Por lo que se refiere a las personas del entorno social del menor, se constata
en nuestros estudios que casi siempre creen la versión de la víctima. No
obstante, se hace imprescindible lograr que ese 10% de quienes no aceptan la
versión del niño o de la niña mejore su actitud y tome conciencia de que los
menores prácticamente siempre dicen la verdad cuando comunican que han sido
objeto de vejaciones sexuales.
Casi todas las víctimas consideran que, simplemente escuchándoles, creyéndoles
y apoyándoles, ya se les está ayudando eficazmente. Pero, de todos modos,
resulta especialmente desalentador que casi la mitad de quienes son testigos de
un relato de abuso sexual se limite a constatar lo sucedido y no decida ir más
allá.
-El tipo de agresión, si el abuso implica coito o tentativa de coito, sexo oral
u otras vejaciones graves.
-Las edades del agresor y de la víctima, si la víctima es púber y el agresor es
mucho mayor.
-La relación entre agresor y agredido, si el agresor es una persona cercana y
con un papel protector.
-La duración y frecuencia de la agre45 61 sión, si la situación del abuso se
alarga.
-La personalidad del menor, si no es capaz de usar estrategias de defensa o de
búsqueda de ayuda.
-La reacción del entorno, si las personas que rodean a la víctima se alarman
demasiado, no hacen nada o culpan al niño.
47 63
Veamos ahora con más detalle los síntomas que muestran los menores que han
padecido una de estas experiencias y cómo canalizan los sentimientos generados.
El malestar afectivo
49 69
A menudo, los menores que han sufrido abusos se interesan por la sexualidad
hasta el punto de obsesionarse. Ponen de manifiesto conductas sexuales precoces,
impropias de su edad.
He aquí dos testimonios bien elocuentes: "empecé a interesarme por lo que
hacían los adultos Miraba a los hombres de forma maliciosa y sospechaba siempre
de sus intenciones" (Sara, 27 años); "comencé a hacer cosas con otros chicos:
les tocaba el pene y les pedía que me lo tocaran" (Víctor, 21 años).
Las secuelas de los abusos a largo plazo -se cree que afectan al 30% de las
víctimas, aproximadamente- no son tan bien conocidas, porque entre la agresión
que ocurre en la infancia y la aparición de los supuestos efectos, que se
manifiestan años después o en la vida adulta, puede haber transcurrido mucho
tiempo y pueden haber tenido lugar vivencias muy distintas, capaces de causar
múltiples alteraciones personales. Así, por ejemplo, una persona puede haber
sufrido un abuso a los cinco años y otras muchas experiencias negativas después
(conflictos familiares, separación de los padres, fracaso escolar, etc.). ?Cómo
podemos saber, entonces, cuál es la causa de que ahora, cuando es adulto, se en
cuentre mal? Al referirnos a los efectos a largo plazo, no podemos, por tanto,
hablar de certezas sino de probabilidades.
En este sentido, por ejemplo, es más probable que las personas que sufren abusos
en la infancia fracasen en la escuela, aunque el fracaso escolar, en general,
tenga un origen de otra índole y, aunque, además, haya muchas personas que han
sufrido abusos y que luego han destacado por su brillantez como estudiantes.
Hechas las aclaraciones pertinentes, veamos con más detenimiento cuáles son
las secuelas que las víctimas de vejaciones sexuales en la infancia tienen más
probabilidades de padecer durante su vida adulta.
Trastornos psicológicos
Problemas de sociabilidad
Trastornos sexuales
}Pero no dramaticemos}
Después de hablar durante tantas páginas de las secuelas de los abusos a corto
y largo plazo, quiero recordar que tales efectos no se dan en todas las víctimas
(como se verá en el capítulo final), y que, cuando se manifiestan, pueden
afrontarse y superarse con la terapia adecuada.
Recuerde
En la edad adulta
Por lo tanto:
-No se puede establecer una relación directa entre los abusos sufridos en la
infancia y los trastornos de la edad adulta. Sólo podemos hablar de un aumento
de probabilidad;
-y en cualquier caso siempre hay que pensar que, sea cual sea el origen del
trastorno, la mayoría de las veces es posible afrontarlo y superarlo con la
ayuda adecuada.
-}Una sexuación traumática}. La sexualidad del niño queda traumatizada por las
conductas, totalmente inapropiadas para su edad, que el agresor le ha impuesto.
En consecuencia, los menores experimentan un desarrollo sexual muy precoz, que
les puede llevar a cometer -en el caso de que sean varones- abusos sobre otros
menores o a reaccionar con repugnancia hacia todo lo que guarde relación con la
sexualidad.
-}Una pérdida de confianza en las relaciones humanas}. Los niños sienten un gran
rechazo, no sólo hacia sus agresores, sino en general hacia todos los adultos,
al menos hacia las personas del sexo del agresor.
La convivencia con los miembros de la familia también se deteriora y no
únicamente cuando existe un parentesco entre el agresor y la víctima, 55 79
que se siente manipulada, herida y amenazada precisamente por quien era objeto
de su confianza. El sentimiento de decepción y desprotección
se extiende a los familiares, acusados inconscientemente por el menor de no
haber logrado librarle del peligro, y los vínculos afectivos y educativos
pierden total o parcialmente su valor.
-}Una estigmatización}. Los sentimientos generados por las experiencias más
traumáticas -culpa, vergüenza, envilecimiento, pérdida de valor, desgracia,
marginación, etc.facilitan que la víctima se sienta marcada para el resto de la
vida.
-}Un sentimiento de impotencia}. Es posible que los menores lleguen a creer que
lo que les sucede está fuera de su control, que no saben reaccionar ante las
situaciones adversas y, en definitiva, que tienen poco poder sobre sí mismos y
sobre cuanto les ocurre. Se pueden volver temerosos ante los acontecimientos
futuros, adoptar actitudes pasivas y ser retraídos socialmente hablando.
57 81
En todos los estudios se hace evidente que los agresores son casi siempre
varones. De hecho, ocurre así tanto en los abusos sexuales a menores como en las
violaciones y el acoso sexual a adultos. En el caso de los menores, según
nuestras propias investigaciones, ochenta y seis de cada cien agresores son de
sexo masculino.
Cuando una mujer aparece como agresora, es frecuente que se trate de un tipo de
abuso sexual de otra naturaleza, como veremos más adelante.
Dado que la mayor parte de la población es heterosexual, los agresores eligen,
en general, víctimas del sexo opuesto. Así, del total de agresores varones, el
68% abusaron de niñas y el 32%, de niños, en tanto que del total de mujeres
protagonistas de estas mismas conductas, aproximadamente el 91% agredieron a
niños y el 9% restante, a niñas.
En cuanto a los abusos cometidos
por homosexuales, también el porcentaje es mayor y más importante en el caso de
los hombres, por lo que podemos afirmar que tanto los hombres heterosexuales
como los homosexuales abusan con mucha mayor frecuencia que las mujeres, sean
heterosexuales o lesbianas.
60 87
% 50 w % é 40 w é % = é 30 w é
é % é é é 20 w é é é % é é é = 10 w é
é é é % é é é é 0 w--é-----é-------é------é---a
b c d
Fuente: }Los abusos sexuales a menores: lo que recuerdan los adultos, F. López
y otros, Ministerio de Asuntos Sociales, Madrid, 1994.
6.3. La relación con la víctima
Los agresores pueden tener muy diversos grados de relación con las víctimas:
pueden ser extraños, pero también conocidos, e incluso familiares.
Según nuestras investigaciones, un 43% de los abusos son cometidos por agresores
desconocidos; un 33%, por personas conocidas por la familia pero sin relación
especial; un 8%, por amigos de la familia; un 11%, por familiares, y un 5%, por
educadores.
Las agresiones cometidas por familiares y por quienes tienen responsabilidades
educativas con los menores (en total, un 16% de los casos) son especialmente
graves, porque al perjuicio del propio abuso se añade el hecho de que se
destruyen otras funciones afectivas y educativas, que sólo pueden ser
desempeñadas por esas personas. Está claro que siempre que se produce un abuso,
las relaciones familiares se deterioran y el menor siente que se halla
desamparado ante 61 89 cualquier riesgo, incluido el de las agresiones
sexuales, pero si el agresor pertenece, además, a la propia familia, el daño es,
lógicamente, mucho mayor.
Por otra parte, parece evidente que los valores que fundamentan la entidad
familiar son imprescindibles para crear y fomentar en los padres la obligación
de proteger a sus hijos de toda agresión y darles su apoyo incondicional, si
tienen algún problema.
De ahí que cuando las condiciones familiares se deterioren y resulten
conflictivas, aumente la probabilidad de que el menor sea objeto de un abuso por
parte de un pariente, incluso cercano.
Para intentar evitar los abusos, es importante conocer cómo los agresores
consiguen los objetivos que persiguen.
Sus estrategias son muy diversas y, a veces,
demasiado sutiles. Normalmente se basan en la persuasión y el engaño, de modo
que los menores no se imaginan qué pretende el adulto hasta que el abuso está ya
consumado. El recurso a la violencia es poco frecuente.
Estas estrategias hacen particularmente difícil la prevención de los abusos,
porque los niños no pueden adivinar las intenciones del agresor y tampoco se
trata de colocar a todos los adultos bajo sospecha, lo que sería incluso más
grave que el resultado de los propios abusos.
Pero, al menos, es fundamental que los niños aprendan a reaccionar cuanto
antes y lo más eficazmente posible, en lugar de quedar paralizados por la
sorpresa cuando toman conciencia de que alguien intenta abusar de ellos.
A continuación se explican las
principales estrategias utilizadas por los agresores, a menudo de forma
combinada. Estos métodos cambian a lo largo del tiempo, especialmente si los
abusos se repiten.
En el caso de familiares, educadores, amigos y adultos conocidos es 62 91
frecuente el recurso a abusar de la confianza previa que tienen con el menor. He
aquí algunos testimonios:
"?cómo iba a negarme a ir al despacho de mi profesor?" (Alberto, 14 años); "?por
qué no iba a aceptar ir a casa de mi tío?" (Luisa, 22 años).
Los agresores pueden igualmente aprovecharse de una situación confusa o
ambigua, o usar conductas de doble significado (las caricias, por ejemplo): "me
dijo que me iba a enseñar cómo es y cómo funciona el cuerpo humano" (Andrés, 11
años); "empezó a darme besos y yo pensé que lo hacía porque me quería. Pero
luego empezó a acariciarme los pechos" (Margarita, 15 años).
La sorpresa suele utilizarse también como estrategia. El hecho de que el menor
no se espere la conducta del agresor y no entienda muy bien lo que está
ocurriendo, le impide reaccionar, ofrecer resistencia ni protestar de forma
rápida: "cuando subí a su casa me pidió que me sentara en sus rodillas y sin
darme cuenta puso su pene entre mis piernas" (Marta, 9 años).
A veces, el agresor oculta el verdadero significado de su acción mediante el
engaño: "me dijo que era mejor que nos bañáramos desnudos y luego me preguntó si
sabía lo que era un masaje" (Victoria, 12 años).
El uso de premios y castigos es también frecuente: "me hacía regalos y me
trataba mejor que a mis hermanas" (Marta, 35 años, hablando de cuando era niña).
El recurso a las amenazas verbales y al miedo es más propio de agresores
desconocidos: "me decía que si se lo contaba a alguien tendría muchos problemas
y nadie me querría" (Berta, 12 años); "me dijo: si lo cuentas, vuelvo y te mato"
(Marcos, 11 años).
La violencia física es una estrategia que se utiliza en muy pocas ocasiones,
aunque cuando aparece aumenta notablemente la gravedad del abuso y el menor se
siente todavía más indefenso: "me tiró al suelo y me pegó un puñetazo; tenía
tanto miedo" (Marcos, 11 años).
63 93
Recuerde
El mito de la masculinidad
Pero más allá de ese concepto de la masculinidad que todos tenemos en mayor o
menor medida interiorizado y que en un momento dado puede influirnos, las causas
específicas que verdaderamente acaban empujando a ciertos adultos a abusar de un
menor son de natu-
raleza seguramente más irracional.
Entre ellas, numerosos investigadores señalan las siguientes:
-}El abuso del alcohol u otras drogas}. Es sabido que estos productos disminuyen
la lucidez y la capacidad de control sobre las consecuencias de lo que se hace.
De hecho, hay personas que sólo cometen este tipo de actos cuando están bajo los
efectos de tales sustancias. Son personas que se desinhiben cuando beben o
consumen otras drogas, y llegan a desarrollar conductas que ellos mis mos saben
que son inadecuadas.
-}La falta de valores sociales}. En algunos casos, las personas que cometen las
agresiones no consideran que estén haciendo algo inadecuado puesto que se creen
con el derecho a acceder sexualmente a los menores e incluso, a veces, a sus
propios hijos. De hecho, existen ligas de pedófilos que consideran positiva esta
conducta. En otros casos, puede tratarse de marginados extremos que carecen de
ética o valores, como el respeto por la infancia, y que aunque se sientan
confusos y lleguen a pensar que sus actos son inadecuados, finalmente no les dan
importancia.
-}La insensibilidad ante el sufrimiento de las víctimas}. Algunas personas
carecen de empatía, de capacidad suficiente para adoptar el punto de vista de
las víctimas y darse cuenta de su dolor. Se trata de agresores especialmente
peligrosos, que desconocen o niegan el sufrimiento de las víctimas.
-}La carencia de habilidades sociales}. Efectivamente, la dificultad 68 101
para entenderse con gente de su edad, también puede conducir a algunos adultos a
la comisión de abusos.
En este caso, hablamos de personas que no se consideran capaces de seducir o
atraer sexualmente a un adulto, que tienen miedo a fracasar y que buscan en los
menores la seguridad de la que carecen.
-}La inmadurez emocional}. Hay personas que parecen tener especial inclinación a
estar con niños porque son emocionalmente inmaduras y se sienten más cómodas en
su compañía.
En este caso la preferencia por los niños no es sólo sexual, sino general. Son
personas que se sienten atraídas por compartir el mundo emocional de los
menores, adultos que sólo consiguen sentirse integrados con los niños.
-}La pederastia}. Se trata de personas, como ya hemos comentado más arriba, que
sólo se sienten atraídas sexualmente por menores y que no pueden, ni desean,
tener relaciones sexuales con adultos.
-}La incapacidad de autocontrol}.
Nos referimos a personas que no pueden controlar sus impulsos, incluso aunque
no consuman alcohol y sepan que lo que están haciendo es inadecuado.
-}La hostilidad hacia los demás}.
Algunos hombres sienten una gran hostilidad hacia otras personas, generalmente
porque han tenido una in-
fancia muy dolorosa. Se trata de hombres agresivos que parecen disfrutar más
en las situaciones en que imponen su voluntad. Pueden gozar intimidando a los
menores, manteniendo el control sobre ellos e incluso haciéndoles sufrir.
-}La motivación económica}. Es la principal causa de muchos casos de explotación
sexual. Se trata de personas sin escrúpulos que explotan a los menores
sexualmente, gentes que viven de la pornografía infantil y la prostitución de
niños.
69 103
En definitiva, es importante saber que, aunque los agresores pueden pasar por
personas normales (y, de hecho, se comportan con normalidad en otras facetas de
sus vidas), en realidad acusan deficiencias importantes de socialización y, a
menudo, padecen alguna psicopatología.
105
Segunda Parte Lo que hay que hacer
Recuerde
-Mejorar la prevención.
-Optimizar las medidas de detección.
-Potenciar la reacción social.
-Cursar la denuncia oportuna.
-Facilitar la investigación con testimonios y pruebas.
-Aceptar, sin temor, la necesidad del 75 9 juicio.
-Buscar y aplicar, cuando haga falta, medidas terapéuticas.
2. La prevención
Hay que señalar que la puesta en práctica de los programas de prevención tiene
que ser muy cuidadosa, para impedir que los niños lleguen a la conclusión de que
la sexualidad es siempre negativa o peligrosa y para evitar que las relaciones
entre adultos y niños queden sistemáticamente i bajo sospecha. Es necesario
impedir a toda costa que los niños desarrollen una susceptibilidad extrema que
les lleve, por ejemplo, a rechazar las caricias del padre o a no querer ser
bañados por los padres.
Para entender mejor estos peligros, en la siguiente relación podemos ver
algunos de los conceptos o las ideas que aparecen con frecuencia en los
programas de prevención que se aplican en Estados Unidos y que pueden
condicionar negativamente la sexualidad de los niños:
Pese a la utilidad de los programas de prevención, hay que dejar bien sentado
que para que el número de abusos 80 15 descienda y aumenten las denuncias, no
basta con intervenir sólo o prioritariamente sobre los niños: también es
necesario promover una conciencia social sobre este tema. Pensemos que si
partimos de que los niños no son responsables de los abusos, pero sólo
intervenimos con programas de prevención que les afecten a ellos, estamos
desplazando sobre los niños la responsabilidad de evitar los abusos. Si en esa
situación se produce un abuso, el
niño se sentirá ineficaz, descenderá su autoestima y crecerá en él la idea de
que no puede controlar lo que le pasa.
Recuerde
No debemos olvidar que no está claro que los menores puedan ofrecer
resistencia suficiente a muchas de las agresiones, ni que la denuncia dependa
más de ellos mismos que del contexto familiar y social. De hecho, cuando se
pregunta a los propios agresores cómo creen que se les podría haber parado, casi
nunca dicen que a través de la oposición de las víctimas.
Cabe sospechar, en consecuencia, que la intervención sobre las familias y la
sociedad en general -es decir, la intervención sobre los posibles agresores y
sobre los adultos que deben proteger a los menores- puede ser, como mínimo, tan
eficaz como los programas orientados exclusivamente a las víctimas.
82 17
Para hablar de este tema, los padres pueden aprovechar las preguntas de sus
hijos, las noticias o cualquier circunstancia oportuna. Imaginemos esta
situación: los padres están con sus hijos viendo la televisión y dan la noticia
de que ha sido detenido un hombre que había abusado de varias niñas en un parque
de la ciudad. Incluso en el caso de que los hijos no hagan preguntas, los padres
pueden iniciar una conversación sobre el tema con comentarios diversos. He aquí
algunos ejemplos:
-"!Qué pena! Esas niñas lo habrán pasado muy mal. Me alegro de que hayan
detenido a ese hombre." -"Si alguien os pide cosas que os parezcan raras, debéis
decir que }no}, salir corriendo, si es posible, y pedir ayuda al adulto o a los
amigos más próximos. Y si no podéis evitarlo, contárnoslo enseguida y sin miedo,
porque así os podremos ayu84 21 dar." -"Si sabéis de alguien a quien le haya
pasado, debéis contárnoslo, aunque os pidan que no lo hagáis." -"Este hombre
está enfermo; hay que impedir que vuelva a abusar de na-
die."
-?Están nuestros hijos en lugares y con personas que nos merecen confianza? ?O a
veces están en sitios y con personas desconocidas, sin que nosotros lo sepamos?
-?Hemos hablado abiertamente de este tema con nuestros hijos? ?Les hemos dicho
alguna vez lo que es un abuso, cómo deben intentar decir }no}? -?Hemos pedido en
el colegio que les hablen de educación sexual y prevención de abusos? ?Hemos
colaborado con el colegio en este tema? -?Saben nuestros hijos que les creeremos
y que recibirán nuestra ayuda incondicional? ?Saben que, si les pasa algo, deben
decírnoslo?
La observación
El mejor consejo para quienes pasan más horas al cabo del día con los niños y
mejor los conocen -familiares y educadores- es que los observen, que estén
atentos a cualquier cambio brusco y aparentemente inexplicable de su conducta.
En ese aspecto, recomendamos que tengan especialmente en cuenta los efectos a
corto plazo descritos más arriba. Los abusos sexuales suelen manifestarse en la
vida cotidiana de mil formas diferentes.
i
La comunicación
Cuando los familiares o los educadores perciben alguna anomalía, no deben dar
por supuesto que su hijo o su alumno ha sufrido un abuso, porque las causas de
estos cambios repentinos pueden ser muy diversas, pero sí deben procurar crear
las mejores condiciones para que el menor les explique qué ha ocurrido.
Para lograrlo, conviene buscar los instantes más apropiados, sin presencia de
otras personas, en lugares y momentos de tranquilidad, y aprovechar la confianza
mutua para comentar el problema. Es importante asegurar a los menores que se les
comprenderá, que se les creerá y, sobre todo, que se les ofrecerá ayuda
incondicional.
Si el menor se muestra poco comunicativo, pueden hacérsele preguntas concretas
referidas a cosas distintas, sin olvidar incluir, al final, algún comentario
sobre los abusos: "hijo mío, ?algún compañero te ha obligado a hacer algo?, ?
algún adulto te ha mo88 27
lestado o te ha hecho pasar un mal rato?".
Si ni siquiera de esta manera se encuentra una explicación razonable a los
síntomas, conviene aumentar la observación al máximo y asegurarse de que el
menor esté todas las horas del día en ambientes adecuados y en compañía de
personas de nuestra confianza, con las que sabemos que no corre riesgo.
Recuerde
-Es conveniente observarle atentamente para detectar algún síntoma que nos
permita identificar la causa del cambio.
-Hay que intentar hablar con él a solas y de forma distendida, dándole al niño
sensación de seguridad y protección.
-Si se muestra reacio a hablar, hay i que aludir al tema de si alguien le ha
obligado a hacer algo que no quería hacer.
-Es aconsejable buscar la ayuda de un profesional, si no se encuentra una causa
que justifique el cambio brusco de conducta.
La solicitud de ayuda
Por último, si persisten los cambios de actitud referidos sin una causa
razonable, los padres deben pedir ayuda a un profesional. En el caso de los
educadores, deben aconsejar a la familia que solicite este apoyo o recurrir por
sí mismos a los servicios psicopedagógicos del centro educativo, pero en ningún
caso guardar silencio.
Un abuso detectado jamás debe silenciarse.
Lo importante es que los padres y los educadores comprendan que tienen la
obligación tanto de proteger a los menores como de detectar los problemas que
puedan sufrir. Cualquier tipo de problemas. No se trata de sospechar que toda
anomalía responde a un abuso, 90 29 sino de considerar que, entre las mil
causas posibles, si no hay otras más comunes, esta también debe tenerse en
cuenta.
No somos partidarios de dar largas relaciones de síntomas para que los padres
y educadores puedan detectar los abusos, porque son difíciles de manejar, salvo
para los profesionales.
A menudo sólo sirven para que los padres se alarmen y se obsesionen con la
posibilidad de que su niño o niña haya sufrido una agresión.
3.2. En la consulta
Por lo que se refiere al tema que nos ocupa, los profesionales de la infancia
deben tener en cuenta al menos dos cuestiones importantes para el ejercicio de
su labor.
En primer lugar, y dada la elevada frecuencia de los abusos sexuales a menores
-casi el 50% de quienes pi-
den ayuda psicológica han sido objeto i de una agresión de este tipo-, conviene
que al interrogar a sus pacientes sobre las causas presumibles de su dolencia,
incluyan siempre alguna pregunta acerca de la posibilidad de que hayan sufrido
en el pasado, o estén padeciendo en la actualidad, algún tipo de abuso sexual.
En segundo lugar, estos profesionales no deben olvidar que resulta muy
arriesgado establecer una relación sistemática entre las agresiones sexuales y
la manifestación de determinados síntomas, ya que estos últimos pueden tener, y
de hecho tienen muy a menudo, otro origen muy diferente.
Dicho de otro modo, tampoco hay que obsesionarse buscando siempre en los abusos
la causa de cualquier trastorno o desequilibrio psicológico.
Los padres deben ser los primeros en descubrir que su hijo ha sido objeto de
un abuso, bien porque averigüen por sí mismos que ha tenido lugar, bien porque
-siempre y cuando ningún familiar esté implicado en el hechoel especialista o el
educador se lo haya hecho saber. De ellos debe esperarse, y a ellos debe
solicitarse, toda la colaboración posible, incluso para la denuncia. Cuando se
trata de un abuso cometido por el propio padre, es más adecuado que quien lo
descubra recurra a los servicios de protección de menores -o a un juez o a la
propia i policía, llegado el caso- para evitar que los progenitores obliguen al
menor a negarlo y el caso quede definitivamente archivado y sin solución.
4. La primera reacción
Recuerde
-No niegue jamás que el abuso haya sucedido. No diga cosas del tipo "no puede
ser verdad", "?estás seguro?", "debe de ser un malentendido" o "no te lo estarás
inventando, ?verdad?".
-No riña al niño ni le castigue. No le culpe de lo que ha pasado. Evite
expresiones del tipo "?por qué le i dejaste hacerte eso?", "?por qué no me lo
dijiste antes?" o "!me da asco que hayas hecho eso?".
-No le alarme ni exprese angustia ante el niño: no diga cosas como "nunca
volverás a ser el mismo", "?qué vamos a hacer?", "qué desgracia más grande" o
"serás siempre un desgraciado".
-No cambie el trato que daba al niño antes de que sufriera el abuso; no evite
tocarle ni acariciarle, ni se refiera a él como víctima.
-No sobreproteja al niño si ello implica restringirle las actividades
habituales.
98 39
Recuerde
Una vez revelado el abuso, hay que realizar la primera entrevista. Se trata de
obtener algunos datos fundamentales que no puede correrse el riesgo de que se
silencien y más tarde resulten olvidados; datos, en definitiva, que deben servir
para la investigación posterior, necesariamente más profunda.
Es importante pactar con el menor y i sus padres el compromiso de que no se
volverán atrás en su testimonio y de que estarán dispuestos a enfrentarse al
abuso con todas sus consecuencias.
Si es necesario, se tiene que garantizar inmediatamente la seguridad del niño,
llamando al servicio de protección de menores, a la policía, o acudiendo al
juzgado.
En el siguiente cuadro se indican de forma resumida y a modo de orientación
los contenidos esenciales que debe incluir esta primera entrevista:
1. Nombre y edad de la víctima y del agresor (si se conoce), así como del resto
de implicados en el hecho como actores u observadores (si los hay).
2. Sexo de la víctima y del agresor.
3. Tipo de relación entre ambos.
4. Estrategias del agresor y demás datos que permitan identificarle o probar la
agresión.
5. Tipo de agresión.
6. Frecuencia de la conducta.
7. Circunstancias del último o único 99 41 abuso (qué sucedió, dónde y cuándo
tuvo lugar la vejación, antecedentes inmediatos y posteriores -lo que ha
ocurrido inmediatamente antes y después del abuso-, cómo reaccionó la víctima).
8. Situación familiar de la víctima.
9. Si no han pasado 72 horas desde la agresión y ha habido contacto físico
íntimo, conviene que un forense realice una exploración médica cuanto antes.
5. Silencios que matan:
la denuncia necesaria
Aunque casi todo el mundo opina que los abusos deben ser denunciados, en la
práctica casi nunca ocurre. La mayoría de las víctimas, numerosas familias y
muchos profesionales tienden a ocultarlos.
i Los familiares suelen hacerlo para ahorrar
sufrimientos a la víctima, por temor a los efectos sobre la propia familia
-especialmente si el agresor ha sido el padre- o por miedo a la estigmatización
social.
Cuando los profesionales que reciben en la consulta a los menores (pediatras,
psicólogos, psiquiatras, etc.) guardan silencio, acostumbran a hacerlo como
consecuencia de sus propios miedos e intereses. Las razones son muy diversas y
podrían resumirse en la siguiente lista:
Algunos ejemplos
He aquí algunos casos bien elocuentes, que conocemos por propia experiencia,
de por qué tantas veces la denuncia no llega a producirse:
Aunque algunas de las razones para guardar silencio sean bien comprensibles,
hay otros motivos mucho más contundentes a favor de la denuncia:
6. Tras la denuncia
Lo más importante en casos de abuso sexual es recoger todas las pruebas que
puedan fundamentar la denuncia y ayudar al juez a tomar una decisión justa. Este
proceso normalmente transcurre en paralelo a las investigaciones policiales
dictaminadas por el juez y puede ponerse en marcha por 108 51 iniciativa de
la propia víctima, sus familiares, o bien por el mismo juez, si decide pedir un
informe médico forense o un informe psicológico pericial para obtener pruebas
que demuestren lo ocurrido.
Conviene aconsejar a los menores y sus familias que acudan cuanto antes -y
siempre antes de que hayan pasado 72 horas desde el abuso- a un servicio de
medicina forense, a ser posible sin que la víctima se haya lavado ni cambiado
las ropas, es decir, sin alterar los efectos provocados por la agresión sexual.
La medicina forense dispone hoy de numerosos medios para determinar el origen de
las posibles lesiones y para analizar la existencia de semen u otros restos
orgánicos -vello, por ejemplo- del agresor.
Por su parte, la psicología forense cuenta, asimismo, con una larga
experiencia en estos casos. El instrumento prioritario del psicólogo es la
entrevista con la víctima. El psicólogo debe estudiar previamente el sumario e
intentar obtener una declarai ción honesta y completa del menor. La entrevista
debe realizarse en un lugar tranquilo y cómodo para el menor, a solas con el
niño, y es conveniente grabarla en vídeo para poder repasarla y analizarla con
más detalle y para que el material pueda ser utilizado por otros profesionales
que participen en el proceso, sin necesidad de tener que repetir la entrevista.
En algunos casos es conveniente incluir algunas actividades previas -juegos,
preguntas sobre otros aspectos de la vida- que permitan ganar la confianza del
menor y conseguir su buena disposición. Una vez creado el clima adecuado -lo que
podría ocupar más de una sesión-, debe pedirse al niño que explique los hechos.
La narración ha de ser libre, sin interrupciones y sin preguntas que sugieran
posibles respuestas. Sólo después de este relato deben hacerse preguntas al
menor para pedirle precisiones, aclarar posibles contradicciones o comprobar la
consistencia de su versión.
El hecho de que las declaraciones del menor coincidan con los datos de la
investigación que el psicólogo co109 53 noce de antemano, resulta un criterio
de veracidad. Por el contrario, si en
algún aspecto significativo el niño ha cambiado su versión -teniendo en cuenta,
no obstante, que a veces las víctimas incurren en contradicciones porque sus
recuerdos son borrosos-, hay que considerar la posibilidad de que esté
mintiendo.
Es importante comprobar si antes de la presunta agresión existía algún
conflicto entre el agresor y la víctima -por ejemplo, podría resultar muy
sospechoso que un adolescente enfrentado a un profesor o a su padre les acusase
de abusos sexuales-, o entre el agresor y algún adulto interesado en orientar
las declaraciones del menor -por ejemplo, en los casos de desavenencias entre
los padres, especialmente si la denuncia viene de uno de ellos y acusa al otro.
Todos estos criterios son los que, finalmente, permiten al psicólogo determinar
con certeza el grado de veracidad del testimonio del niño.
i
Recuerde
La demora del juicio puede también ser un motivo de inquietud para el menor y
la familia, sobre todo si va acompañada de procedimientos judiciales
incomprensibles para ellos o si el agresor es puesto en libertad, con lo que el
niño puede sentirse amenazado.
Durante la celebración del juicio hay también numerosos factores que pueden
provocar ansiedad o malestar al menor: la presencia del agresor y de sus
abogados, sobre todo si le acusan de mentiroso o intentan presionarle; la
presencia del fiscal y el juez, sus ritos, vestidos, expresiones legales
plagadas de formalismos incomprensibles; el hecho de estar solo en el lugar de
los testigos; la conducta del público antes, durante y después de la sesión; la
posible presencia de la prensa; el tener que hablar delante de todos en voz alta
sobre aspectos tan dolorosos y que le resultan vergonzosos.
Por último, el conocimiento de la sentencia puede provocar en el menor
sentimientos de culpa o confusión, en 112 57 caso de que el agresor sea
condenado, o de decepción e incredulidad, si el agresor es absuelto o castigado
con una pena leve. Si el abuso ha ocurrido entre personas con relaciones de
parentesco, toda la familia sufrirá las consecuencias (por ejemplo, si el padre
es encarcelado, el hogar puede dejar de tener ingresos) y de una u otra forma el
menor se sentirá culpable.
Para evitar todos estos inconvenientes, es importante tener en cuenta los
siguientes consejos:
-Ante todo, una persona -un familiar o un profesional- tiene que acompañar al
menor a lo largo de todo el proceso, salvo en el caso de que tenga que ser
entrevistado a solas.
-Debe explicársele el significado, el contenido y los fines de cada paso, las
razones de las demoras, las diferentes alternativas de resultado del juicio, las
palabras o frases que no entienda, etc.
-El menor debe ser interrogado sólo i cuando sea imprescindible y por el menor
número de profesionales posible. Se recomienda que se hagan las entrevistas en
un lugar apropiado para los menores, que se empleen palabras comprensibles, que
no se le presione de forma inadecuada ni se le acuse.
-Igualmente, hay que evitar a toda costa la publicidad, tanto en el entorno
cercano como en la prensa y demás medios de comunicación.
-A ser posible, hay que evitar que el menor tenga que enfrentarse al agresor en
careos, reconocerlo cara a cara, estar a su lado, etc. En este sentido, los
espejos unidireccionales y los paneles para evitar el cara a cara pueden ser
útiles.
-No está de más que se le prepare para las distintas alternativas que puede
tener el juicio y que se le haga comprender que una cosa es la credibilidad de
su testimonio y otra muy distinta que el juez considere que hay pruebas
suficientes.
-En ningún caso debe separarse al menor de su familia, ni tomar medida alguna
que agrave su sufrimiento de 113 59 manera innecesaria.
}La entrevista}
Cuando tiene lugar con el menor agredido, la entrevista puede exigir varias
sesiones. La primera de ellas i debe comenzar con otros temas que permitan ganar
su confianza y conseguir que se relaje. Estas preguntas previas deben plantearse
con el objetivo de obtener respuestas acerca de las aficiones, los amigos, la
escuela y la familia; lo que al niño le gustaría ser de mayor; la expresión de
tres deseos, así como lo que le hace ser feliz, estar triste, perder el control
o estar asustado.
Las preguntas sobre el abuso, que complementan las de la entrevista inicial
-si se realizó-, deben formularse con el fin de averiguar la siguiente serie de
factores: por qué comunica o denuncia el abuso; cuáles fueron los papeles de la
víctima y del agresor durante el abuso; cuál fue la reacción del entorno ante la
agresión; cómo se sentía el menor antes, durante y después del abuso; qué ayuda
desea recibir; qué pueden hacer la víctima y su entorno para que no vuelva a
suceder, etc.
Un recurso al alcance del entrevistador para facilitar que el menor explique
los hechos es usar muñecos, especialmente cuando el niño no tenga un 114 61
vocabulario rico. Los muñecos, entre los cuales ha de haber dos adultos, hombre
y mujer, y dos menores, niño y niña, representan a las personas implicadas en el
caso y ayudan a que el niño pueda explicar con facilidad qué ocurrió.
}Los cuestionarios}
Para valorar los efectos de los abusos, existen numerosos formularios que
permiten al especialista averiguar qué síntomas padece el menor. Sin pretender
ser exhaustivos ni entrar en la descripción detallada de cada tipo de
cuestionario, vale la pena enumerar algunos de los síntomas más importantes que
pueden detectarse con la ayuda de tales instrumentos: dificultades para
concentrarse, pensamientos obsesivos -cuando las imágenes del abuso
vuelven una y otra vez a la mente del menor-, sentimiento de culpa, arranques de
cólera, dificultad para dormir, pesadillas, dependencia de los adultos,
nerviosismo, ansiedad, deprei sión, ganas de llorar, vergüenza, apatía,
precocidad sexual, aislamiento, desconfianza social, sentimientos de
persecución, irritabilidad, hiperalerta, angustia, dolores de cabeza, náuseas,
dolores de estómago, vómitos, etc.
Estos cuestionarios hacen posible, asimismo, conocer qué miedos experimenta el
menor agredido. Entre los más comunes destacan el estar solo, ver besar, hablar
de sexo o pensar en él, recibir besos o abrazos, ver gente desnuda, quitarse la
ropa delante de otros, ser acariciado, ser observado por hombres, bañarse,
dormir solo, que la madre no esté en casa, mirar a los demás, realizar algún
acto sexual, no ser creído, decir a alguien que le está molestando, decir }no} a
un adulto, ser preguntado por la madre, que alguien le corrija, ir a un juicio y
estar lejos de los padres. Estos temores se proyectan en una concepción del
mundo, el futuro y las personas como algo peligroso.
115 63
Tanto los agresores como las víctimas necesitan ayuda, aunque por motivos bien
distintos. Es más fácil y eficaz ayudar a las víctimas para que superen los
abusos que ayudar a los agresores para que dejen de cometerlos. Incluso en
muchos casos, tal y como ya hemos indicado, las víctimas no necesitan terapia,
sino simplemente comprensión.
-La narración de los hechos y la expresión de las emociones que estos generan.
-La reacción de la víctima y de su entorno, y la reelaboración de todo i el
proceso judicial.
-Los sentimientos de estigmatización, vergüenza, asco, pérdida de autoestima,
etc.
-Los posibles sentimientos de culpabilidad de la víctima por no haber sabido
resistirse de forma eficaz o por la condena sufrida por el agresor.
-El sentimiento de impotencia o falta de control.
-El tratamiento de posibles síntomas específicos asociados al hecho de haber
sufrido abusos.
Es evidente que los agresores deben ser denunciados cuanto antes para que el
sistema judicial pueda proceder a la aplicación de la ley. No hay que olvidar,
sin embargo, que son también sujeto de derecho, que el sistema de garantías los
ampara tanto durante el proceso penal como después de la resolución judicial, y
que conviene considerar la pena como un período de rehabilitación.
118 67 Plantear la condena como "el pago de la
culpa" no sólo es inadecuado para el agresor; también lo es para la víctima y la
sociedad. Para la víctima, porque puede provocar o acentuar en ella los
sentimientos de culpa y porque de nada le sirve ya la venganza, salvo que
ejercerla haya sido su principal deseo. Para la sociedad, porque cuando el
agresor acabe de pagar su culpa, volverá a perpetrar su conducta y tal vez lo
haga de forma más violenta que antes. Para el agresor, por último, porque, si
sólo se le castiga y no se le rehabilita, se le condena de por vida a regresar
una y
otra vez a la cárcel: a cada período de libertad le seguirá, probablemente, un
nuevo delito y una nueva condena, y la situación será cada vez peor.
Los agresores deben ser denunciados y, si así lo considera el juez, detenidos
y encarcelados para evitar que repitan los abusos con la misma víctima o con
otras. Mientras el profesional terapeuta no esté razonablemente seguro de que no
van a cometer delii tos, deberán permanecer en la cárcel.
Pero, a la vez, los agresores son personas que necesitan ayuda para no volver a
incurrir en su error y para conseguir llevar una vida satisfactoria.
Lamentablemente, desde el punto de vista profesional, tenemos dos grandes
limitaciones para prestarles ayuda.
La primera es la dificultad de pronosticar qué posibilidades tiene un agresor de
volver a cometer abusos.
En este sentido, cuando no se tiene seguridad suficiente sobre su posible
conducta, hay que esperar a que se demuestre a sí mismo y a los demás que está
rehabilitado. La libertad vigilada o acompañada por profesionales o voluntarios
puede ser una solución, aunque costosa. La segunda limitación con la que nos
encontramos los especialistas es que resulta también muy complicado llevar a
cabo terapias eficaces con estas personas, aunque el éxito depende mucho del
tipo de agresor de que se trate. Entre las distintas terapias que se han puesto
en práctica figuran, con resultados muy diversos:
119 69
La ayuda a los agresores (y en general a todos los varones que puedan cometer
abusos o ser objeto de ellos) debe empezar cuanto antes y debe atender a las
siguientes consideraciones.
En primer lugar, que los varones que han sido víctimas no solamente sufren
efectos por serlo, sino que pueden estar inclinados a reproducir estas conductas
con otros niños durante la infancia o cuando sean mayores. En segundo lugar, que
todos los varones, al i menos en la etapa que abarca la pubertad y la
adolescencia, deberían asistir a programas preventivos que ayuden a detectar
quiénes poseen una inclinación a cometer abusos. Y por último, que no hay que
olvidar que debe ayudarse a los agresores después de haber cometido el primer
abuso y cuanto antes, porque este patrón de conducta es más fácil de modificar
cuando no se ha repetido muchas veces.
7. Testimonios reales
Los casos que se narran a continuación han sido seleccionados por el autor de
entre los muchos que ha documentado durante su práctica profesional. Son, por
tanto, testimonios reales -aunque con nombres falsos-, extraídos de la vida
misma, que permitirán al lector conocer algunos abusos tal y como sucedieron y,
al mismo tiempo, le invitarán a reflexionar sobre cuál debiera haber sido la
reacción más adecuada en cada circunstancia.
123 73 Los padres no deben alarmarse. Ya ha
quedado claro a lo largo de este libro que está en sus manos proteger a los
menores, detectar los abusos posibles y reaccionar adecuadamente ante ellos. En
los siguientes casos podrán observar que en ocasiones se han hecho mal las
cosas. Por eso, junto a la descripción del problema, se indica lo que podemos
aprender de él. Aconseja-
mos a los lectores que comparen lo que en cada caso hicieron las víctimas, los
padres, los educadores y los profesionales -si intervinieron-, con los consejos
que se han dado en las páginas de este libro, muy especialmente en los apartados
dedicados a la detección, la primera reacción y la denuncia.
El mensaje profesional es bien claro y positivo: si se actúa sin alarma,
reconociendo los hechos y afrontándolos del modo adecuado, los abusos se darán
más raramente y tendrán menos efectos negativos para las víctimas y sus
familias.
}El abuso}. Bibiana, una niña de 13 años, fue acariciada en los pechos y los
glúteos de forma reiterada por el profesor de educación física en el cuarto
donde se guardaban los materiales deportivos. El profesor pidió a la niña que le
ayudase a transportar una red de balonvolea y, cuando estaban solos, la abrazó,
la presionó sobre sí, le acarició los glúteos y finalmente los pechos. Ella se
resistió y la escena duró unos pocos segundos.
Salió del cuarto asustada y se lo dijo inmediatamente a una amiga suya.
Tras el abuso, "sólo quedaba una clase, pero no pude concentrarme. Tenía muchas
ganas de llorar, pero me aguanté. Cuando llegué a casa, le conté todo a mi
madre. Mis padres fueron esa tarde al colegio".
124 75
}Lo que el caso nos enseña}. En este caso se pone de manifiesto que, fruto de
la ignorancia sobre estos temas, existe una tendencia social a negar los abusos,
especialmente si se atribuyen a una persona con autoridad moral, como es un
educador. Igualmente demuestra que, con cierta frecuencia, los compañeros de
trabajo del agresor reaccionan de manera corpora125 77 tiva. La presunción de
inocencia del agresor es lógica en estos casos, pero no justifica las presiones
y el rechazo que la niña tuvo que soportar por parte de los profesores y de la
mayoría de los padres, que se comportaron de forma lamentable.
Por fortuna, los padres de la niña creyeron su confesión y supieron reaccionar
adecuadamente. Incluso aguantaron todo tipo de presiones, apostando siempre por
defender la credibilidad de un testimonio que cumplía todos los criterios de
veracidad.
Aunque la niña sufrió costes complementarios (como tener que cambiar de
colegio), su actitud y la de su familia permitieron demostrar que no mentía e
impidieron que dicho profesor continuase abusando de otras niñas.
Si desde un principio se hubiera admitido la posible certeza del caso y se
hubiera escuchado a esta y a otras niñas, también afectadas, se habrían evitado
muchos errores y el propio agresor se habría visto forzado a reconocer los
hechos y a buscar ayuda, i además de cumplir las sanciones judiciales.
}El abuso}. Margarita, de 35 años, fue violada muchas veces por su padre
cuando era una niña, entre los 10 y los 15 años. Aunque su madre lo sabía, nunca
se atrevió a hacer nada, atemorizada por el carácter violento de su marido. Al
final, la hija quedó embarazada y ambas se marcharon del domicilio familiar.
}Lo que el caso nos enseña}. Este caso pone de manifiesto que los abusos
pueden darse dentro de la familia. Se trata de una agresión que ocurrió hace
muchos años y a la que ahora se atribuyen efectos muy destructivos. Esta
relación causa-efecto que establece la víctima puede ser cierta o no, o serlo
únicamente de forma parcial. Sólo un análisis clínico del caso podría aclararlo.
i Los casos de incesto no atajados a tiempo
(recordemos que la madre no protegió a su hija y no denunció los hechos, y que
la propia víctima guardó silencio) pueden llegar a tener efectos especialmente
graves. Al perjuicio del abuso hay que añadir el hecho de que el padre, y en
este caso también la madre, dejan de cumplir las funciones más elementales de
protección y educación.
Cuando, a pesar de los años, la víctima sigue sufriendo consecuencias graves
por lo sucedido, debe ponerse en manos de un especialista. Este valorará su
situación actual y las causas de los problemas que tiene, y es muy probable que
la víctima reciba la ayuda adecuada.
}El abuso}. Raúl, un niño de 11 años, fue abordado por un hombre desconocido
cerca de su casa, cuando volvía del colegio como cada día. El 128 81 adulto
le preguntó por una de las carreteras que salían de la ciudad, que se encontraba
a unos cien metros de allí y, fingiendo no entender muy bien las indicaciones,
consiguió convencer al menor para que le acompañase hasta allí. Al llegar a la
carretera, le amenazó con una navaja y le obligó a practicar el sexo oral,
escondidos entre varios camiones aparcados.
}La reacción}. En este caso no hubo lugar a una reacción adecuada porque la
niña decidió no comunicar a nadie lo que había pasado. Años más tarde, nos
relató su caso en el transcurso de una entrevista.
}Lo que el caso nos enseña}. Este caso, además de poner de manifiesto que los
abusos se dan con facilidad en las situaciones de especial hacinamiento, revela
que en muchas ocasiones no tienen efectos especialmente graves, ni siquiera a
corto plazo. Pero conviene señalar que lo adecuado hubiera sido que la niña lo
comunicara a sus padres y que decidieran denunciarlo. De esta forma no solamente
habría i defendido el derecho a la propiedad de su cuerpo -cosa que habría
conseguido de manera más eficaz llamando la atención de aquel hombre en el
momento de la agresión-, sino que habría impedido que el agresor repitiera estas
conductas, si era reconocido. En este sentido es preciso comprender que la no
tolerancia beneficia tanto a las víctimas como a los propios agresores.
}En la consulta}. Los padres consultaron a un profesional que les sugirió que
le hicieran preguntas más concretas sobre su estancia en Francia y, en
particular, sobre si había tenido alguna experiencia negativa en el campo
sexual. Cuando se le interrogó sobre ese aspecto, el niño se derrumbó y
reconoció haber sufrido i abusos por parte del padre de la familia en la que
había residido.
}Lo que el caso nos enseña}. Este caso nos demuestra que en ocasiones es
necesario seguir los consejos dados en el apartado dedicado a la detección y
llegar a explicitar, en la comunicación, la posibilidad de que los menores hayan
sufrido abusos. Naturalmente esto no significa que siempre hayamos de sospechar
de esta causa, sino que no deberíamos olvidarla cuando otras más cotidianas y
conocidas no justifican en modo alguno los síntomas que han aparecido de forma
brusca y aparentemente inexplicable. Cuando el niño pudo comunicarse y reconocer
que había sufrido un abuso, bastaron cinco sesiones de charla con el
especialista para que todo volviera a la normalidad.
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}El abuso}. Olga, una niña de 7 años, fue abordada por un hombre en el tercer
piso de la escalera, cuando subía a su casa. El agresor la agarró, la abrazó tan
fuerte que apenas podía respirar y frotó su cuerpo sobre ella:
"respiraba muy fuerte y se apretaba contra mí mientras se movía". Luego la soltó
y se marchó. La niña subió a casa llorando y, entre sollozos, contó a los padres
lo que había ocurrido.
}Lo que el caso nos enseña}. Cuando la niña, años después, nos contó los
hechos, confesó que los padres reaccionaron con mucha alarma, pero con ninguna
eficacia. Los niños pueden resultar más afectados si los padres sobredimensionan
lo ocurrido, se alarman y pierden el control, como sucedió en el caso que nos
ocupa. Tranquilizarse y poner una denuncia con los datos que pudiera aportar la
hija habría sido lo correcto, pero, como ocurre con frecuencia, los padres,
después de la alarma inicial, pasaron a silenciar el problema en lugar de
afrontarlo.
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}El abuso}. En un pueblo de unos tres mil habitantes, una prostituta obligaba
a su hija de 14 años a prostituirse. Lo sabía casi todo el mundo, pero no lo
denunciaban.
}Lo que el caso nos enseña}. En este caso se pone de manifiesto que, a veces,
son los propios padres los que explotan a los menores. Demuestra, además, que
siempre es posible alertar a los servicios sociales -protección de menores,
policía, jueces- y facilitarles datos de forma anónima para que inicien una
investigación.
}La reacción}. Los padres de la niña denunciaron los hechos y el vecino fue
condenado. Hasta que el juez se pronunció, Marta y su familia lo pasaron muy mal
y sufrieron mil presiones por parte de los vecinos.
Cuando en mi consulta le dije a Marta que poner la moneda encima de la mesa
había sido una confesión implícita y una búsqueda de ayuda, se sintió
sorprendida de la interpretación, pero contenta y orgullosa por la iniciatii va.
}Lo que el caso nos enseña}. En este caso podemos apreciar algunas de las
estrategias más elaboradas de las que puede servirse un agresor, y también lo
inadecuado de la reacción de los vecinos. Por su parte, la madre demostró ser
observadora, y fue capaz de conseguir que la hija le comunicara los hechos. La
denuncia resultó adecuada y, a pesar de los sufrimientos que conllevó, fue,
junto al juicio, lo que llegó a liberar a la víctima.
Fin de la obra
Índice
Págs.
Primera Parte. Lo que hay que saber .. 9 1. Se ha roto el silencio 9 1.1. Los
abusos en el pasado 9 1.2. ?Por qué hablar? . 11 2. Desterrar falsas
creencias .. 21 2.1. ?Qué debe entenderse por abuso sexual? . 21 2.2. Ideas
comunes, pero equivocadas . 27 3. Los abusos, ?agresiones frecuentes? 38 3.1.
Nuestras dudas 38 3.2. Nuestras certezas 45 3.3. No tropezar dos veces . 47 4.
?Qué sabemos de las víctimas? .. 50 Págs.
4.1. Algunos datos más 50 4.2. ?Cómo reaccionan las víctimas? 54 5. Las
secuelas del abuso 60 5.1. Cada historia es distinta . 60 5.2. Los efectos a
corto plazo . 61 5.3. Los efectos a largo plazo . 71 5.4. El abuso como un
trauma 76 6. Los agresores, ?otras víctimas? .. 80 6.1. El sexo de los
agresores 81 6.2. La edad de los agresores 84 6.3. La relación con la
víctima .. 88 6.4. Las estrategias de los agresores .. 89 6.5. ?Por qué abusan
los agresores? .. 94
Segunda Parte. Lo que hay que hacer . 5 1. Para que no haya más víctimas 5 2.
La prevención 9 2.1. Características de la prevención .. 9 2.2. Prevención con
precaución .. 11 2.3. Cuidar de nuestros hijos . 14
2.4. ?Agresores en potencia? 22 3. Cuando se rompe el secreto: la detección
. 24 3.1. En casa y en la escuela 25 3.2. En la consulta 29 4. La primera
reacción 34 4.1. ?Qué hacer y decir? 35 i Págs.
95 Págs.
7.7. "La niña era obligada a prostituirse" 89 7.8. "Era un amigo que jugaba
con nosotras" . 90