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Enrique Eskenazi: Fuego en la Piedra 10/06/14 02:46

FUEGO EN LA PIEDRA
(Psicología & Alquimia)
por E. Eskenazi

Transcripción literal por Toni Pasqual del curso de Psicología & Alquimia impartido por Enrique
Eskenazi en el Centro Enrique Eskenazi, Barcelona, los viernes desde el día 06 de julio 2006 hasta
el 27 de julio 2006. Esta transcripción no ha sido debidamente corregida y revisada, y puede
contener muchos errores y erratas.

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¿Por qué la alquimia? ¿Qué se imaginan que es la alquimia? ¿Por qué nos interesa? ¿Por qué ha
aparecido ahora este interés? ¿Qué tiene que ver este interés con todo lo que a lo largo de cinco años
se ha estado haciendo aquí? Porque, evidentemente, aquí nunca habíamos tocado este tema, nunca
nos habíamos metido con química. ¿La alquimia es química? ¿Qué es la alquimia? ¿Qué imagen tiene
cada uno de ustedes de lo que es la alquimia? ¿Es acaso la alquimia el antepasado de la química? ¿Es
una disciplina remota y engañosa practicada por una gente delirante que buscaba enriquecerse de una
manera más o menos rápida en su laboratorio? ¿Es eso? ¿Eran unos charlatanes los alquimistas?
¿Quién era esta gente? ¿Cuánto tiempo tiene la alquimia? ¿Existen alquimistas todavía?
Son preguntas que estaría bien poder aclarar un poco, ¿no? Porque aquí cada cual debe tener su
película de la alquimia. Desde el que vio una película en la que salía un medieval con túnicas y mantos
elaborando pócimas y ungüentos, hasta el que se ha creído lo que aprendió en la escuela. Y lo que
aprendió en la escuela seguramente es que la alquimia se ocupa de los rudimentos supersticiosos,
ignorantes y errados en el primer intento de entrar en el camino seguro de la ciencia que ocurrirá a
partir de los siglos XVII-XVIII cuando empiece la química a ser verdaderamente química y deje de
estar contaminada con todas esas supersticiones arcaicas, primarias, de nuestros antepasados que
eran más ignorantes que nosotros y ellos se creían tonterías que nosotros ya no nos las creemos.
¡Puesto que, sin duda alguna, hemos avanzado muchísimo!

Hay gente que se cree que es eso. Hay gente que ha tenido por lo menos un contacto visual, que ha
mirado al menos via Internet, láminas muy curiosas, grabados y demás que acompañan a los libros
tradicionales de alquimia; que ha sentido curiosidad, cuando no asombro, incluso por la belleza de
unas imágenes que no tienen ni “pies ni cabeza” si se interpretan literalmente. Grabados donde
aparecen imágenes imposibles de encontrar en la “realidad”. En la realidad no hay seres con dos
cabezas; en la realidad no hay dragones; en la realidad ninguna cabeza sale volando dejando el cuerpo
abajo; en la realidad no te vas a encontrar nunca en la vida una persona que tenga una mitad de mujer
y otra de hombre. En la realidad no te encuentras a nadie con una espada que está troceando a un rey
en pedacitos metiéndolos en una especie de olla. Son imágenes “patológicas” o, mejor aún,
“patologizadas”, en todo caso, porque no son normales: no toman como modelo lo “natural” (la
physis, lo “físico”) sino más bien “antinaturales” (de ahí que se haya hablado de la obra alquímica
como un opus contra naturam). Puede que haya alguien que haya mirado esto y diga: —Son como
imágenes de sueños, o de cuentos, o extrañas, o inquietantes. Y puede que haya algunos que tengan
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imágenes de sueños, o de cuentos, o extrañas, o inquietantes. Y puede que haya algunos que tengan
un poco de sensibilidad estética y digan:
— ¡Caramba, qué geniales estos grabados, aquí había artistas de primera categoría! Y uno se acerca a
esto como una expresión artística porque no está mal.

Hay muchos enfoques posibles. La que a mí me interesa no es la alquimia como alquimia, ni hacer la
historia de la alquimia, ni literalmente practicar alquimia. Sólo me interesa la alquimia como la
posibilidad de evocar una visión del mundo y de uno mismo que deje espacio para lo anímico y que lo
vuelva así "tangible", que permita -como decían los alquimistas- "corporizar el espíritu" (y, a una,
“espiritualizar los cuerpos”). La alquimia como una visión, no como una ciencia ni no ciencia, ni
verdad ni falsedad… saliendo de estas divisiones, como una mirada, como un modo de instalarse y de
estar presente en el mundo, o de colocarse ante las cosas. Un modo de estar en el mundo ante el cual
el mundo aparece animado y el alma aparece llena de mundo, o sea ante una visión que devuelve el
alma al mundo, y que hace aparente el mundo del alma: que restablece lo anímico. Porque a partir del
XVIII esto se perdió, pero hasta entonces los seres humanos vivían en un mundo lleno de alma, no
sólo alma humana. Era un tiempo en que las estrellas del cielo tenían personalidad, y que los dioses
estaban vivos y que existían daimones o genios y que el Universo era un organismo viviente, cuyas
partes, por separadas que estuvieran operaban conjuntamente. Vivían solidariamente. No existía
todavía esto en que vivimos ahora que es otra mirada, la mirada que dice: -- que el universo es una
máquina, funciona como una máquina, es decir, mecánicamente--. Responde a leyes físico-
matemáticas que excluyen todo tipo de deseo, amor y sensibilidad. Eso es donde estamos todos, y
cualquier persona sensata está convencida de que es así. Cualquier persona sensata está convencida
de que una idea que surge en el siglo XVII y se generaliza en el XVIII es la realidad, y se respeta. Es
una idea a partir de cuya imposición la alquimia comienza justamente a decaer.

Pero debo aclarar que la alquimia no ha desaparecido. Hay alquimistas todavía. Pocos. Lo que
dejamos atrás es la época de oro de la alquimia, la época de oro de la alquimia, en Occidente, remite
probablemente al siglo XVI. En el siglo XVI llega a su esplendor, una colocación ante el mundo que
parece que hubiera comenzado en Alejandría en el siglo II o III de nuestra era. ¿Por qué Alejandría?
El alma tiene historia y el olvido de la historia es el olvido del alma. No hay ahora que no proviene de
(y contiene como su raíz) un antes. Y cuando el hoy se vive como aislado y separado de todo lo que
contiene, se vive en un mundo que no tiene cuerpo, que no tiene peso, que es pura abstracción (lo que
los alquimistas podrían llamar “vapores”), como vivir en una burbuja, y que no posibilita encarnación,
la adquisición de cuerpo. Es común mirar la historia como lo que ya pasó, y no lo que está presente,
pero está presente, incluso en cada uno de nosotros y desde allí opera inadvertidamente.

En el siglo II - III de nuestra era, en Alejandría se dan “confluencias”, se da una conjunción (o acaso
confusión) de maneras muy diversas de ver el mundo donde por un lado se preserva la filosofía griega,
bajo una form a que hoy en las academias y en las facultades se suele considerar decadente. Los
valores siempre dependen de quién mire. Decadente según de quien tenga una idea de que la filosofía
debe ser así, pero quien no comulga con esa idea, en lugar de hablar de decadencia podría hablar de

esplendor, es relativo ¿no? En las facultades y los libros de filosofía pura se habla del helenismo como
una fase de decadencia de la filosofía “clásica”. Pero en verdad se trata de la manifestación de otro
impulso filosófico, un impulso en el que la preocupación fundamental del ser humano de esa época y
de esa cultura -que no deja de ser una preocupación hoy en día- , es saber a qué atenerse en medio del
caos político, social y cultural. Se trata entonces de saber a qué atenerse para encaminar la propia
vida. Entonces claro, se puede decir que ya no prima esa filosofía “pura” que busca un entender por un
entender, sino que ahora se busca un saber que sirva, no para explicar teóricamente (y eventualmente
técnicamente) el mundo, sino para hacerse cargo de la propia existencia de una manera significativa.
En todo caso, las corrientes fundamentales del pensamiento clásico, como son el platonismo y el
aristotelismo, perviven en formas "neo": neo-platonismo, neo-aristotelismo, neo-pitagorismo,
mezcladas con tendencias religiosas, esotéricas y cultuales provenientes de Oriente, dentro de esa
compleja sociedad, de esa cocina de múltiples ingredientes diversos y dispares que es el Imperio
Romano. Podría hablarse del sincretismo espiritual de la época como de un laboratorio adonde se está
produciendo una transformación alquímica de la mentalidad llamada “Occidental”: por un lado las
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produciendo una transformación alquímica de la mentalidad llamada “Occidental”: por un lado las
grandes tradiciones filosóficas, por el otro los nuevos cultos que provienen de Asia (incluído ese nuevo
culto llamado “Cristianismo” que, poco más tarde, se impondrá como religón oficial e intentará barrer
con el “paganismo” y la misma tradición griega), rituales mistéricos ya sean egipcios o persas, y la
proliferación de doctrinas éticas, a destacar sobre todo el estoicismo.

Sin duda hay la preocupación por lograr un conocimiento de tipo “salvador” o “salvífico” y hoy en día
esto parece absurdo. Porque hoy en día tenemos clarísimo que el conocer tiene que ver con la verdad,
y que la salvación, la redención o la aspiración a una orientación religiosa en la vida tienen que ver con
la fe. Y que la fe por un lado y la verdad o el conocimiento, en tanto que conocimiento de lo real, no
tienen nada que ver. Son dos cosas totalmente distintas. Para la verdad me voy a la ciencia, para la fe
me voy a la religión. Son dos cosas distintas. Y puedo vivir en un mundo donde la verdad es que
vivimos en un mundo constituído por partículas, átomos que giran al voleo en un universo de agujeros
negros y de leyes mecánicas. Y por el otro lado, y a la vez, intentara vivir como si hubiera un sentido,
un significado y las cosas hablaran… lo cual pareciera una especie de impostación. Dieciséis horas al
día vivo en un universo sin sentido, pero en los momentos de angustia juego al otro juego, porque es la
alternativa que ha quedado ¿no? Por razón, por fe o conocimiento, sabiduría llamaban los antiguos, su
nombre original en nuestra cultura Sophia. Sophia, búsqueda de sabiduría. Y a la fe pues se la llamaba
Pistis, que quiere decir creencia. O se sabe y se entiende, o se cree y no hace falta saber.

Lo curioso de esta época en que aparece la alquimia es que hay una convicción de que aparte de un
conocimiento que no se vive, y una doctrina vital que no tiene nada que ver con el conocimiento, hay
una alternativa. No sólo hay dos posibilidades, la conexión con lo que no se puede experimentar en un
acto de creencia, y el conocimiento de lo que es real en un acto de razón, sino que hay un tercer
camino, hay un conocimiento que da sentido y que no se mueve ni en la dimensión de una realidad
observable, ni en la dimensión de una creencia, un esperar… Sino que hay un tercer plano en que se
tiene fe porque se conoce, y se conoce en la misma medida en que la fe es objeto de una revelación.

Hay un tercer plano entre el mundo de: —Bueno, yo creo y me apoyo en una especie de expectativa
que no tiene fundamento, y si tiene fundamento tiene que ser o visible o explicable lógicamente. Es
decir, hay un conocimiento y por lo tanto una experiencia directa que sólo se puede obtener a través
de conectar con un tercer plano. Un plano que no es ni los hechos ni las razones, ni los deseos ni los
anhelos, sino una revelación de la realidad que sólo es posible ante una actitud y que cuando se tiene
esta actitud, aparece un mundo que cuando esta actitud no está, desaparece. Esta actitud, por lo tanto,
no es subjetiva, esta actitud lo eleva a uno de una dimensión que está ahí sólo para esta actitud. En

cuanto esta actitud no está, ese mundo desaparece. Esto es muy importante, porque hoy en día creer
es creer en lo que no entiendo, no comprendo ni experimento, nada que ver con esta tercera
alternativa. Aquí no se te pide fe en algo que no experimentas, sino se te pide que experimentes y
creas a lo que experimentas. Por lo tanto, no es una creencia en lo que no se ve, sino un atestiguar lo
que se está presentando. Pero sólo se presenta en una colocación especial. Y por lo tanto, no es
“demuéstramelo en este plano”. No, en este plano ya no está.

Por lo tanto, la forma de instalarse y el mundo que aparece están vinculados. Hoy lo diríamos así: no
hay distancia más que artificial entre el sujeto y el objeto. Pero hoy estamos convencidos de que las
cosas son como son, y que nosotros podemos colocarnos de distintas maneras, pero la realidad es
siempre la misma. Y que por lo tanto el punto de vista es subjetivo y esto en nuestro mundo cultural es
algo muy feo, muy malo… Subjetivo quiere decir personal, algo variable, algo arbitrario, modificable.
Ante un mundo que es como es, objetivamente, y eso en nuestro mundo tiene un valor enorme, está
ahí, lo sepas o no lo sepas, y tú tienes que aprender a copiar lo que hay ahí. Somos como una especie
de máquinas de foto, tenemos que lograr la foto más precisa del objeto que existe,
independientemente de que tú estés con la cámara o no. Esto es lo que se da por supuesto.

En realidad, vivimos en un mundo y sí lo damos por supuesto, porque como pensar está muy mal.
Una de las características de este mundo es que se da por descontado que pensar no sirve porque no
cambia las cosas. El pensamiento es abstracción, necesitamos acción. ¿Para que ver? No hace falta.
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cambia las cosas. El pensamiento es abstracción, necesitamos acción. ¿Para que ver? No hace falta.
Las miradas no cambian la realidad, nos decimos, y sin embargo porque no pensamos estamos
atrapados en pensamientos- de los que ni siquiera advertimos que nos tienen poseídos. Esta es una
imagen de esclavitud, de atrapamiento … esclavos. ¿Esclavos de qué? De ideas que nunca son vistas,
porque nunca te elevas al plano de las ideas, pero que inevitablemente condicionan toda tu percepción
del mundo, porque uno percibe el mundo a través de ideas.

Voy a poner un ejemplo muy sencillo. Vemos átomos, vivimos en el mundo de la física atómica.
Estamos seguros de que hay átomos, hay unas cosas por ahí que son los átomos. Pero es imposible ver
átomos sin la idea de átomos. Si no hubiera alguien que se le ocurrió que la esencia de la realidad
estaba formada por unas partículas mínimas, indivisibles, á-tomos, en cuanto apareció esta idea, si
miramos a través de esta idea, empezamos a ver átomos en todas partes. Pero si no hubiera idea de
átomo, no habría experiencia de átomos. El hombre no llegó a elaborar la idea de átomos observando
lo que había fuera, sino que se le apareció un “afuera” a través de una idea.

Pero la gente hoy da por supuesto que hay átomos, que no han visto ni verán en su vida, pero los
átomos son ideas. Pero es tan increíble que desde la convicción de idea, la idea ya no se ve como idea
sino ya como cosa, y la gente está segura de que los átomos existen, aquí, todo esto son átomos y los
ven, darían su vida por eso, por algo que no es más que una idea y que, como toda idea, será
reemplazada por otra idea. Pero la gente no tiene historia, nuestra cultura niega la historia, hoy
estamos en la verdad, todo el pasado se equivocó, pero hoy sabemos y en eso repetimos la historia.
Todos los tiempos creyeron haber dado con la realidad y todos los tiempos se burlaron del ojo de los
tiempos. Hasta en esto que creemos ser originales somos la víctima del olvido. Tremendo.
Colectivamente y personalmente.

Otro ejemplo. A finales del siglo XIX había gente que sufría mucho, porque estaban paralíticos y no
podían caminar pero no tenían ningún defecto orgánico. No pueden ver pero los ojos están intactos.
No pueden oír, pero los oídos están sanos. Así que son unos mentirosos, porque si el cuerpo puede,
tienen que poder. Porque no hay más realidad que la del cuerpo. Esa es la visión del siglo XIX. La

convicción de que sólo es real lo que se encuentra ubicado espacio-temporalmente. Y esta convicción
tan fuerte lleva a decir: —lo otro es derivado de esto. Un sentimiento no se puede ver, ni tocar, ni
medir. Por lo tanto, un sentimiento no es real, mas que como un producto derivado de lo que sí es
real. ¿Y qué es real? Las hormonas, la digestión, las terminales nerviosas, el cerebro. Por tanto, todo lo
que llamamos psíquico es el derivado, el subproducto que en sí carece de realidad más que como
fenómeno de lo que realmente es real. Dicho de otra manera, si el cuerpo está bien se puede, si no se
puede, se está mintiendo. Porque la realidad es la realidad física y cuando no hay ninguna fractura,
ningún ligamento, ningún impedimento orgánico y la persona no puede caminar, es que miente,
porque si el cuerpo puede, ella puede. Miente.

Hubo una persona, que se llamó Sigmund Freud que elaboró una idea: —Es que sin ideas no hay
nada... Pero claro, hoy hay muchos ignorantes que creen que eso no es una idea, es una cosa. Y están
esperando encontrarlo en el mundo de las cosas. Otros esperan encontrarse con los átomos. Y en una
época se encontraban con brujas, claro. Las brujas, los átomos, son ideas. Pero nadie ve las ideas, ven
las cosas a través de ellas. Pues este señor quiso dar espacio a lo anímico, quiso, no se conformó con
intentar explicar esto, el síntoma. ¿Cómo es posible que aparezca el síntoma? Pero es imposible
explicarlo si uno no elabora una idea que lo vuelve explicable o comprensible. Las ideas disponibles
en su tiempo condenaban a personas que padecían el síntoma histércio a ser consideradas como
mentirosas y a vivir una mentira inexplicable. Pueden andar, pero dicen que no pueden. Y aunque
veamos su sufrimiento y su esfuerzo, es según el entendimiento pre-freudiano, un fingimiento.

Pues Freud dijo —¿Y si no fuera así? ¿Y si la imposibilidad fuera real? Pero si la imposibilidad es real y
no está en el cuerpo ¿de dónde procede la imposibilidad? Y así sacó de la estantería una idea olvidada,
arrinconada por la “ciencia” de su tiempo y reservada para los sacerdotes, cambiado el sentido,
transformado en un objeto de fe, que era la idea de “alma”, que tiene más antigüedad que la ciencia e
incluso que la teología, pero que en pocos siglos, a partir de la Edad Moderna, se transformó en una
superchería o una hipótesis metafísica (no válida para la ciencia) y quedó arrinconada, reservada para
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superchería o una hipótesis metafísica (no válida para la ciencia) y quedó arrinconada, reservada para
el ámbito de la religión, para la fe… pero que no es operativa en la vida efectiva, práctica, inmediata,
objetiva y “real”.

Pues Freud desempolvó la idea, bajo su nombre griego de “psyché”, esto es: la psique, dijo: —Claro
que hay un impedimento, pero el impedimento es anímico, y desde luego, lo anímico es “real”. Es real,
y no un epifenómeno del cuerpo, sino que a veces, hasta el cuerpo, lo físico, la physis, depende de lo
que está pasando anímicamente. Pero claro, sin idea de alma esta mirada es imposible.
Como este señor se movía en un contexto donde sólo era aceptable algo si se somete al método
científico de explicación, la palabra “alma” estaba demasiado contaminada de metafísica y de teología.
Entonces, Freud propuso una gran idea, la idea de lo inconsciente. Y a partir de la idea de lo
inconsciente, ese que ahora vemos lo inconsciente por todas partes. Pero si no dispusiéramos de esta
idea, no lo “veríamo”. La idea es lo que, a partir de su luz, hace visible “lo real”. Es curioso, pero
“idea”, en su etimología griega, significa “visibilidad”. Donde no hay ideas, en lo a-ides (es decir, el
reino de Hades) reina lo invisible, lo “in-existente”, lo que entonces se considera irreal.

Desde el momento en que hay una idea que me dice lo que se muestra, oculta algo que está pero que
no es consciente. Ahora claro, a través de ese cristal el tema es parte de lo inconsciente, se ha hecho
visible cuando se dispone de la idea. Pero si no disponemos de esa idea, el inconsciente no aparece por
ningún lado.

Esta idea de lo inconsciente, con la introducción del psicoanálisis y corrientes posteriores se ha


vulgarizado tanto que ahora hay gente que está segura de que hay una cosa llamada lo inconsciente.
Hay una sustancia por ahí, sí, igual que los átomos, hay una idea. Y una idea crea una realidad. La
realidad aparece para la idea que la convoca. Por lo tanto, personas atrapadas en ideas que no pueden
ver como ideas, sino que ven como cosas. Están atrapadas en realidades, en esas realidades de las
cuales están aprisionados.

La alquimia va por aquí. ¿Dónde está la transformación? ¿Dónde está la emergencia de ese otro
mundo que es como oro salido de un mundo oscuro, pesado y denso como plomo? ¿Cómo puede, a
partir del metal más oscuro, más vulgar, más impenetrable y más pesado, seco y muerto como un
ataúd, transformarse en lo más brillante e incorruptible? Ésa es la pregunta de la alquimia. ¿Cómo
podemos de una realidad que está seca y es como es de inamovible, acceder a un mundo translúcido,
brillante e incorruptible? Ahí ya se vuelve interesante.

Ahora vamos a lo que quería decir. La alquimia parte de una convicción, de una idea y la idea es que
hay alma en el mundo, que la materia tiene alma y que el alma tiene materia. Dos cosas que hemos
perdido. Hoy vivimos en un mundo material, muerto, psíquicamente muerto. Claro, sabemos que las
plantas viven, viven orgánicamente, como una máquina, hacen una fotosíntesis impulsada por un
mecanismo y se mueren, pero no tienen vida psíquica. No hay ni sentimientos, ni intención, ni
voluntad, ni deseo. Sólo vegetan.
El alquimista vivía en un mundo donde todo lo material está animado y eso quiere decir: desea,
comprende, sabe, añora y siente. ¡Uf, qué raro eso! Pero no sólo eso, sino lo que llamamos alma tiene
cuerpo, tiene sustancia, tiene sustancialidad. Mientras que el mundo en el que vivimos, la materia está
muerta anímicamente y es objetiva y real, y la psique está viva psíquicamente pero es subjetiva,
personal y privada.

Así que vivimos en un mundo donde el alma no tiene cuerpo y el cuerpo no tiene alma. No digo el
cuerpo mío, digo que el cuerpo de las cosas materiales están desanimadas, y lo que llamamos alma se
ha transformado en un rincón personal y privado: mis sentimientos, mis miedos, mis deseos… y eso
no tiene cuerpo.

¡Ah! Descartes, ya me olvidaba. La gente usa ideas cartesianas sin saberlo, y está segura de que es así.
Fue Descartes el que dijo: “Hay dos reinos incomunicados: un mundo material, extenso y mensurable,
común y objetivo, y el mundo psíquico, el mundo del pensamiento”. Hoy sería el mundo de la psique,
que no toca y que es separado completamente del mundo físico. Y por lo tanto, con Descartes empieza
un reino donde las almas tienen su credibilidad pero no cuerpo, los cuerpos tienen objetividad pero no
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un reino donde las almas tienen su credibilidad pero no cuerpo, los cuerpos tienen objetividad pero no
tienen alma. ¿Qué mundo apareció ahí? El mundo en el que vivimos todos. Estamos condenados a
vivir esa realidad. Y no depende de que quieras o no, es que ya está en ti. Estamos atrapados y no se
puede salir golpeando las puertas de esa realidad porque en el mismo momento en el que luchas
contra esa realidad, ya estás atrapado en esa realidad. Todo intento desde ahí en salir, es aceptar que
es así. No hay salida desde dentro, sino que hay un descubrimiento de otra realidad. Y en cuanto
aparece otra, ésta se desvanece. No puedo salir del mundo físico corriendo por el espacio a ver dónde
acaba el espacio. Porque si me muevo espacialmente, ya estoy instalado en un universo espacial. Y por
mucho que recorras el cielo con cohetes, sigo atrapado en un cielo atmosférico. Y puede ser infinito el
cielo atmosférico. Pero con cohetes nunca llegaré al cielo de los dioses. No porque no exista, sino
porque no es atmosférico. Por lo tanto investigando lo atmosférico no llegarás al antiguo Caelum, al
antiguo reino de los dioses, al antiguo que todavía vive en nosotros cuando decimos: —Dios mío, ha
sido una experiencia celestial. Y cuando decimos celestial ¿qué queremos decir? ¿Ozono, atmósfera,
lugar para que corran los aviones? ¿Qué le ha pasado al cielo?
No, es que el otro era una locura, era mentira, éste es el de verdad, ¿de verdad desde dónde?

La alquimia no acepta esta separación. Para la alquimia, la separación aparece cuando uno mira desde
la escisión. El inconsciente aparece cuando uno mira desde la idea de lo inconsciente y entonces lo
veo, sin la idea no.
El mundo aparece separado cuando se mira desde la escisión y porque la mirada está escindida, el
mundo aparece escindido. Y porque el mundo aparece escindido, hay una escisión en la mirada. No es
que lo uno cause a lo otro, cuidado, otra comida de coco que tenemos fuerte. —¡Todo tiene una causa!

Y desde ahí, con la idea, esta idea que se llama principio de causalidad, fue formulada en una época de
la humanidad que había vivido siglos y siglos…y vivían, y amaban, y sentían, y se apasionaban, y
conectaban con otros planos… Y no tenían la idea de causalidad. Y hoy decimos: -mira qué ignorantes
eran-.
Parece que esta idea no tiene nada que ver con poder vivir, pero sí que tiene que ver con quedar
atrapado en una realidad donde todo es entendido como producto de otra cosa. Una cadena, y
quedamos enganchados, y si esto pasa es porque algo lo provoca.
Por lo tanto, cualquier cosa, sea lo que sea, es usada como punto de partida para usarla como eslabón.
Pensando así, no hay alternativa. Me duele el pie, a ver qué lo causo. Con lo cual no hace falta atender
al dolor, hay que explicarlo, y explicarlo es ir a otra cosa. Es así.
Vamos a hablar de lo psicológico, es lo mismo. Juan y María han roto, tiene que haber una causa por
lo que han roto, así que vamos a ver qué pasó antes o qué provocó esto. No vamos a atender a lo que
es la ruptura, la vamos a considerar efecto de otra cosa.

Por lo tanto, todo lo que se presenta es ocasión para saltar atrás. Tan atrás que ahora la gente con 50
años se encuentra con una dificultad y lo único que hace es mirar 45 años atrás a ver qué le habría
hecho papá o mamá, para averiguar dónde esta el trauma que hoy me hace ser como soy.

La verdad es que esto se lo debemos a Freud. Antes de Freud, durante miles y miles de años, cuando la
gente se encontraba con problemas miraba alrededor, y se preguntaban qué estoy haciendo para que
me pase esto, qué dios está enfadado conmigo, en contra de que ley de la naturaleza he ido.
Sólo a partir de que nos pasa algo, retrocedemos atrás para buscar explicaciones. Y claro, cuando
miramos para atrás, no podemos mirar alrededor.
Fíjense lo que hace una idea. ¿Y si ponemos en cuestión esa mirada? No se puede. Es que es un hecho.
—Hombre, me habrá hecho algo mi papá, esto me marcó… y tengo una carencia de amor y he de vivir
con esta carencia de amor que me ha sido infligida…

Si hoy te duele algo, no se relaciona con lo que pasó hace 35 años sino con algo que está pasándote
ahora. Dicho de otra manera, lo que te duele no es que papá muriese (porque se murió hace 30 años),
lo que te duele es la convicción presente de que papá se murió y crees que te ha marcado. Por lo tanto,
la fuente del dolor no está en un hecho pasado sino en un pensamiento presente. Los pensamientos
provocan dolor. Y si el dolor es presente es por algo que está presente. Si tú me pegas un cachete, claro
cuando me pegas me duele, pero 30 años más tarde ¿me duele todavía el cachete? No, el dolor viene
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cuando me pegas me duele, pero 30 años más tarde ¿me duele todavía el cachete? No, el dolor viene
de la convicción de que ese cachete me ha marcado y la convicción está ahora. Y mientras la
convicción esté hoy, hoy estará el dolor que arrastra, genera, que acompaña a esa convicción.

¿Qué pasaría si se pudiera por la gracia de Dios hacer desaparecer esa idea? Desaparecería el dolor,
pero también aparecería todo lo que ese dolor encubre.
Quiero decir que cuando la gente deja de mirar atrás para explicar su desgracia presente, se encuentra
con su presente. Y eso no se ve mirando atrás. Hombre claro, cuando yo ya no soy más efecto de una
causa que explica por qué soy así, me encuentro con una responsabilidad, dejo de ser el eslabón
producido por un impacto externo para empezar a ser el que está.
Se han creado disciplinas en torno a esta idea. Freud hizo un regalo a la humanidad al abrir una
ventana, pero se ha transformado en la ocasión de una gran desgracia para la humanidad, en una
continua obsesión por el pasado, la infancia, la culpabilización de los padres, el hecho de que los
padres sean los responsables del destino de los hijos, el hecho de disciplinas tan cuestionables como la
asistencia social, las terapias familiares, la importancia de la familia, las constelaciones familiares, el
que haya una psicología familiar, una asistencia familiar y en que la imagen de la familia pase a ser el
centro explicativo de todo lo que existe psicológicamente.

Esto es una desgracia. Primero: porque contribuye a la idea de que el alma es una cosa personal y
privada. Persiste en la idea de que el alma no tiene nada que ver con el mundo, que lo único cívico es
lo personal y humano. Y por lo tanto, afirma que todo lo que no sea personal y humano está
desanimado.

— Cuando yo terminé el colegio secundario tenía claro que iba a ser ingeniero químico. Las vueltas de
la vida, y ahora me interesa la alquimia. Qué curioso. Entonces quería ser ingeniero químico. Lo tenía
clarísimo, faltaba una semana para acabar y quería ser ingeniero químico. Pero en una semana elegí
Filosofía. Contra toda resistencia del entorno, contra toda la oposición familiar. No había ningún
estímulo para eso porque me decían: -es una carrera para chicas, con eso no te ganarás la vida, con
eso no mantienes una familia, en los periódicos uno encuentra que se piden ingenieros, pero nunca se
pide en los clasificados un filósofo…No había nada que lo facilitara, nada, y ahí llegó. ¿Por qué? ¿Cuál
fue la causa? Se podría buscar tal vez en la infancia, tal vez una marca, pero ¿saben cuál es la que yo
recuerdo? Estudié filosofía por la hoja de un árbol, por una hoja que cayó de un árbol. Claro, esto sólo
se puede entender si nos liberamos de ideas freudianas personalísticas de causa y efecto, porque si no,
esto es una locura. Pero es lo que fue. Una semana antes estaba jugando en el patio de mi casa y de un
limonero cayó una hoja. Y esa hoja hizo un bucle, y otro bucle, se fue para el otro lado, volvió a subir y
me quedé maravillado. Y entonces sentí que el mayor deseo en mi era responder a la pregunta de
¿cómo es posible que una hoja de un árbol baile como la más importante bailarina clásica? ¿Cómo es
posible que las hojas dancen? Y claro, en mi limitado conocimiento del mundo sabía que con la
química no lo iba a explicar. Me pregunté: ¿quiénes se ocupan de preguntarse cómo es que las hojas
que caen forman coreografías? Deben ser los filósofos.
Esa es la razón por la que estudié filosofía. Pero claro no hay nada personal, no fue algo que me lo
exigió, ni alguien que me castigó, no fue una persona. Hay más en la vida que las personas. Eso es la
alquimia. El alquimista no se sorprendería de que una hoja baile. Más bien se sorprendería de lo mal
que debe estar alguien para no entender que una hoja dance. Se sorprendería.

Se sorprendería de que uno se crea que un metal es una piedra que está fuera, es un objeto idéntico
para todos y no comprenda que el metal de fuera y el metal de dentro son expresiones de lo mismo. Y
que así como en el alma hay un metal, metales anímicos pero metales sustanciales, así el metal de ahí
afuera es la expresión allí del alma que se ha manifestado. Por lo tanto, una hoja puede tener alma y el
alma tiene sus árboles de los que también caen hojas cuando ha llegado la estación.

Esta es la mirada de la alquimia. Extraordinaria, porque entonces, el trabajo en algo es


simultáneamente una modificación en ti. Y en la misma manera en lo que está pasando afuera te
afecta, tu estar afectado da lugar a una revelación externa. Y esa revelación afuera transforma
interiormente y esa transformación interior descubre por qué fuera y dentro están unidos. Y entonces
¿qué pasa? Si afuera hay un mundo objetivo, no en el sentido de muerto, sino independiente de mi
arbitrio, pero anímicamente también hay un mundo objetivo, independiente de mi arbitrio. Y si afuera
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arbitrio, pero anímicamente también hay un mundo objetivo, independiente de mi arbitrio. Y si afuera
hay realidades que son como son, más allá de lo que yo quiero que sean, y más allá de mi historia

personal, en el alma hay realidades que son como son, independientemente de lo que yo quiera y más
allá de mi historia personal. Si el macrocosmos y el microcosmos son expresiones de lo vivo, cosa que
es la base de toda la alquimia, el hombre, el ser humano es un compendio del universo. Pero el
universo es la expresión aumentada de lo que hay en el ser humano. Y por lo tanto, no hay el uno sin
el otro, ni el otro sin el uno porque están vinculados. Y si en el Gran Mundo hay minas de azufre, en el
alma hay minas de azufre. Y si en el Gran Mundo ese azufre humea, apesta, y sin embargo da ocasión
a fermentar y generar sustancias, ese azufre que humea y apesta no depende de que mi mamá me
quiera, ni que mi papá me quiera. En el alma hay minas de azufre, inherentes en la naturaleza del
alma como inherentes en la naturaleza del mundo que no dependen de que mi papá me quiera o no
me quiera. Que mamá me quiera o no me quiera pertenece a la sustancia del alma. El alma tiene
sustancias y las sustancias tienen alma.

Esta es una visión muy difícil para nosotros. Muy difícil romper este intento de decir hay algo objetivo
y hay algo subjetivo. Al punto de que yo incluso propondría que la experiencia que cada uno tiene de
subjetividad es el reflejo de la experiencia que cada uno tiene del mundo en el que vive. Y si uno está
viviendo en un mundo que se está muriendo, cómo no va a estar uno muriendo en su vida personal. —
Ah no, esto de lo que a mí me pasa de estar conectado con lo que pasa ahí porque es mío. No, tú eres
parte del universo, el universo entero está en ti y en cada uno de nosotros. Y cuando desaparecen
bosques y bosques, y se muere la vida marina y se contamina el aire afuera… claro tú te sientes mal,
pero te dices: —Me siento mal porque Pepita no me llama… No, eso es lo que tú te crees. La
explicación de hoy que te dice que la psique es privada no te deja ver más allá.
Como decía un psicólogo que está abierto a todo esto, evidentemente no es freudiano, decía: ”La
desertización del planeta es creciente y donde había zonas vegetales, y árboles, y vida, ahora hay un
desierto, muerte, desaparición de la vida. Y simultáneamente, los pacientes en mi consulta, todos con
historias muy distintas, sueñan que se está secando la vida en su interior”.
¿Quién sueña en ellos? El mundo sueña en ellos. ¿Quien vive? Ese mundo vive en ti. De la misma
manera que tú vives en él.

Esta es la mirada de la alquimia, no sé si les parece muy demencial, pero claro promueve un
acercamiento a lo anímico que nos libere de lo que yo llamo “las lacras”, y uso vocabulario alquímico.
La lepra, ellos hablan de las lepras metálicas, cuando los metales están leprosos, están enfermos,
están requiriendo desesperadamente una purificación. Liberarse de su lepra para poder volver a ser
en todo su esplendor. Lepras metálicas, lepras del alma. ¿Cuáles son las lepras de la psique? Las
lepras de la psique, en mi opinión, son una suma de convicciones, creencias sin previa reflexión o de
ideas que no se ven como ideas.

Y me tengo que repetir. Lo repito porque hay muchos que lo oirán por primera vez, y es
suficientemente importante. Es el literalismo. ¿Y qué quiere decir el literalismo? Es la convicción que
las cosas son lo que muestran y nada más. Dicho de otra manera, la convicción de que nada se
interpreta, que todo es una cosa y punto. Por ejemplo, una hoja que cae es una hoja que cae, y punto.
Y todo lo demás, delirios. Porque hay una sola realidad y es el hecho.

El literalismo es la convicción de que la realidad está basada en hechos. Esa gente es la que cree sin
intereses psicoanalíticos que el inconsciente es un hecho. Es la convicción de que hay hechos
independientemente de las miradas y es el olvido de que sólo hay un hecho para una mirada. Y que lo
que llamamos hecho no es más que la concreción exterior de una idea.

El literalismo cree que hay un mundo de hechos que es como es. ¿Se entiende? Esto es muy nuevo.
Nuevo quiere decir 30 años, contra 30.000 ¿qué son 300 años? No, si vivimos mejor que nunca.
Somos mucho más felices, el mundo va bien, España va bien… Pobres los otros, eran monos. Eran
monos ignorantes, nosotros estamos en el camino seguro de la verdad, vivimos mejor, somos más
felices. Vivimos más.
El imperio de la cantidad es condición del literalismo. El literalismo mira números. El literalismo ha
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El imperio de la cantidad es condición del literalismo. El literalismo mira números. El literalismo ha


olvidado la cualidad. También es Descartes. Descartes dijo: “La realidad exterior, extensa, que es la
realidad objetiva, que es el reino de lo que realmente es extenso. Si no hay extenso entonces es que es
mental. Y lo mental no es extenso, pero no se conecta porque extenso es otro mundo, separado”. Y
dijo: “El mundo extenso, lo real, lo verdadero, es lo reducible, la cantidad”.

Por lo tanto, aunque tú veas colores, no hay colores. Los colores son el efecto que producen en tus
órganos sensibles unas cantidades de ondas luminosas. Por lo tanto, el color, el sabor, no es más que
un derivado de lo que es real, es la cantidad. Por lo tanto, el mundo se ha vuelto incoloro, sin sabor, y
todo eso son experiencias subjetivas. Eso no es como el mundo es, es como tú lo ves. Es la percepción
subjetiva de un mundo que realmente está formado hoy día por átomos, y los átomos son incoloros.
No hay música, sólo hay frecuencias que chocan con tu tímpano, la música que oyes es el efecto que se
produce en tu tímpano. No es más que una onda. La onda es física, la música es alucinación. Si no
hubiera tímpanos, no habría música. De tal manera que si el concertista toca el piano pero nadie le
oye, la música no existe. La música es el producto del impacto de una onda cuantitativamente
determinante que choca con el tímpano.

Por lo tanto, el mundo no está formado de sonidos, los sonidos son subjetivos. Qué cosa más lejana de
la experiencia directa, ¿no? ¿Cómo es posible que, a pesar de que oímos música, olemos olores,
sentimos los gustos… podemos aceptar que el mundo en sí ni tiene sabor, ni tiene olor?
La consecuencia de eso es que no atendemos a las cualidades. Las cualidades son efectos derivados.
¿Cómo se puede amar a un mundo así? No, es imposible, el mundo no se ama, sólo se puede amar a
personas. Por lo tanto, ante tu carencia de amor, búscate a alguien, es que te falta alguien, tienes que
mirar hacia lo personal porque no hay nada, no hay más.

¿Y la belleza? La belleza, desde el siglo XVIII, es cuestión de gusto. Es como el oído, la música, es
cuestión de efecto subjetivo. La belleza es subjetiva, es cuestión de gusto. No existe la belleza, sólo es
una opinión que varía con cada sujeto.
Durante siglos, la belleza era la objetiva, la evidente manifestación del bien y de los dioses. Pero hoy es
una cuestión de gusto. Llegamos a una época en que la belleza la determinan los diseñadores de moda
y los decoradores. Es bello si lo hacen los decoradores, es bello si se cotiza en el mercado, entonces lo
llamamos arte. La belleza ha quedado reducida para los museos.
Todo es parte de lo mismo. Todo es parte de una progresiva y sistemática muerte del Alma del Mundo,
y muerte del mundo del alma.

La alquimia, en cambio, nos retrotrae. Incluso hasta los alquimistas contemporáneos se retrotraen a
una visión, a un mundo donde el mundo está vivo. Y por lo tanto, es un mundo esencialmente
cualitativo: olores, sabores… cuentan. No cuentan de ti, cuentan del mundo y naturalmente cuentan
de ti porque el mundo y tú no estáis separados.

Por lo tanto, el alma se reconoce por sus colores, en lo que llamamos la psique humana pero sus
colores en el alma del mundo. Y una mina de carbón no es una mina de azufre, no sólo porque
químicamente y cuantitativamente se descomponen (otro cuento más) en elementos distintos, sino
porque huelen distinto, tienen colores distintos, suscitan, convocan imágenes distintas. —Ah, pero si
eso es imaginación… Sí claro, pero es que la imaginación es el Tercer Reino que el alquimista reconoce
más allá del Reino de las Creencias.
Pero claro, desde el siglo XVII a nuestros días, la imaginación queda reducida a inventos. No en vano
uno de los grandes alquimistas se forzó por distinguir entre fantasía arbitraria e imaginación
verdadera. El físico Paracelso dijo claramente: “sólo la insensatez puede construirse sobre la fantasía
arbitraria, pero la sabiduría sólo puede surgir ante la imaginación verdadera”. ¿Y qué es
imaginación verdadera? Es el acto de participar creativamente, comprometidamente, de las imágenes
que el mundo ofrece permanentemente. Pero no vemos las imágenes, vemos cosas, eso es literalismo.
Cuando digo imagen no piensen en una imagen visual solamente. Están en una cultura que no concibe
más imagen que una foto (tiene que ser con ojos del cuerpo, sino no hay imagen). Piensen en sueños,
piensen en estados de ánimo, piensen en imágenes poéticas, piensen en una imagen musical como un
ritmo que recurre periódicamente. No se ven con los ojos, pero se captan con la imaginación. La
imaginación está atrofiada, ha quedado reservada para hacer locuras, o fantasías.
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imaginación está atrofiada, ha quedado reservada para hacer locuras, o fantasías.

Por lo tanto, hemos desarrollado un razonamiento perceptivo más o menos fuerte, una capacidad de
razonar bastante disciplinada, pero para el mundo de las imágenes se han cerrado nuestros ojos
porque se perdió el sentido. Corbin, un gran pensador, creó (otra vez, sin ideas no hay nada que
hacer), habló de “el mundo imaginal” para distinguir de la fantasía arbitraria. Fantasía es: —Yo
quisiera; sería bonito; me retiraré a una isla… Ahí hay un conjunto de imágenes que se construyen
arbitrariamente. En cambio existe el mundo imaginal que es un mundo, como el mundo físico que
esta ahí ante mí, pero ni siquiera sé que forma parte de una realidad, de otra realidad. El mundo
imaginal ¡está ahí! Y no depende de que a mí me guste o no me guste, de que me caiga bien, o de que
yo tenga ganas o no tenga ganas… Pero sólo se revela ante órganos que puede captar tu imaginación.

¿Qué sería del mundo físico para mí si no tuviera ni ojos, ni olfato, ni gusto, ni oído, ni tacto? No
puedes conectar con nada físico si no es a través de los sentidos del cuerpo. Si se mueren los sentidos
del cuerpo, desaparece el plano físico. Si se ha cerrado el órgano de la imaginación, ha desaparecido el
mundo imaginal. No porque no esté, sino porque ya no hay cómo reconocerlo. Abrir el órgano de la
imaginación no es contemplarla, sino que es tomarla. —Hombre, imaginar que Pepita me ama es un
autodeleite, pero no es tomarla. Y por lo tanto es muy simple dejarse ir en una mirada que no
compromete. Pero la imaginación es el compromiso activo de participación ante lo que está
apareciendo. Y precisamente porque hay un compromiso, se rebela como se rebela, y porque se rebela
como se rebela, existe un compromiso.

Resumo rápidamente. En la alquimia, el macrocosmos y el microcosmos están indisolublemente


vinculados. Nada hay en el microcosmos que no esté presente en el macrocosmos. Por lo tanto, más
allá del yo subjetivo hay un espacio psíquico tan enorme como lo que llamamos el mundo físico.
Precisamente, cuando se ha reducido el microcosmos al mundo del hombre, se ha muerto el
macrocosmos y se ha transformado en un conjunto material e insensibilizado.

La segunda idea de la alquimia: no hay separación entre naturaleza y espíritu. La naturaleza es


espiritual, quiere decir está llena de sabiduría, y la sabiduría está llena de naturalidad. El alquimista
por lo tanto no hace una obra natural que no sea espiritual, ni una actividad espiritual que no se
trabaje en la naturaleza, la naturaleza de los elementos. Dentro y fuera es lo mismo. Y mientras más se
penetra el espíritu del exterior, más es penetrada la interioridad del espíritu. Y si uno se retira del
mundo a contemplar, se encuentra en un reino sin mundo y un mundo despoblado. Por eso, el
alquimista trabaja en la materia. Y a medida que la materia va revelando su espíritu, el espíritu se va
materializando. No es uno primero y el otro después, es a la vez. Es el milagro que ocurre. Por eso, la
máxima alquímica permanente es que el cuerpo se vuelva espíritu, y el espíritu se haga cuerpo.

La alquimia consiste en que lo sólido, lo pesado, lo corpóreo, lo literal, la costra de los hechos se cae
como tal costra y rebela ideas, y las ideas dejan de ser humo que anda por ahí, y cogen fuerza. Y ocurre
a la vez. Y mientras ese cuerpo que contenía una idea y lo ocultaba se desprende de su caparazón, y
empieza a volar aquello que estaba presionado, en el alma todas las ideas subjetivas no operativas
empiezan a volverse operativas. ¡Qué bonita imagen! Por eso, siempre se dice que tiene que morir el
cuerpo para que baje el espíritu. La muerte del cuerpo es el nacimiento del espíritu. Y ese espíritu
vuelve al cuerpo para hacerlo renacer.

Por lo tanto, la imagen es algo tosco, seco, fijo, inamovible. No fijo, peor, cristalizado, inamovible,
impenetrable, acabado.
¿Qué hace el alquimista? Rompe ese acabamiento, abre eso fijo, y muestra lo que contenía. Y a su vez,
en la volatilización de lo que sale, lo volátil adquiere cuerpo. Pero claro, nosotros vivimos en un
mundo de cosas fijas, muertas, que son como son, y en un mundo de ideas que son humos, que no
cambian nada. No son dos cosas distintas. Hasta que no veas, no testimonies el espíritu presente,
hasta que no percibas la vida que palpita en las cosas muertas, que es el espíritu presente en la
materia, hasta que no vivas eso, en ti las ideas no tienen cuerpo. Entonces vivo en un mundo en que
puedo pensar lo que quiera porque total esto no cambia las cosas, porque las cosas están muertas y las
ideas no tienen cuerpo. Pero en cuanto las cosas se abren, se rompen, se torturan, se disuelven
(primera máxima alquímica) separa lo que está pegado.
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(primera máxima alquímica) separa lo que está pegado.

Cuando se separa eso que parecía un ser único, un sapo negro, hediondo, acabado, se transforma en
un cuervo que vuela. Y hay que liberar al cuervo del sapo. Pero hay gente que cuando ve un sapo no ve
nada más que un sapo.
Hay gente que vive en mundos muy muertos, llenos de cadáveres, solos entre cadáveres, porque ellos
están muertos para todo aquello que vive. Y cuando tú estás muerto para una dimensión, esa
dimensión está muerta para ti. Es lo mismo. Es alquimia.
Por eso, tiene que morir el vivo para que empiece a vivir el muerto. Hasta que no muera éste que vive
en ti, el que está muerto en ti, porque éste que vive no puede vivir. No son dos cosas, es una. Y a
medida que el que vive se va muriendo, el que estaba muerto va a vivir. Esto es un misterio, es un
renacimiento, es como una sorpresa. Lo muerto contenía vida y esa vida despierta lo muerto. Y para
esto hace falta un componente alquímico esencial.

La alquimia habla mucho de sustancias: sales, cales, azufre, mercurio, plomo… Continuamente, pero
ojo que no habla de lo que hoy entendemos por metales. Son metales vivientes. No son materia
muerta. Por lo tanto, el metal
está vivo, el metal está lleno de cualidades, está lleno de alma y también vive en ti. Hay una sal afuera,
que si la observas cualitativamente te cuenta sobre el
mundo de afuera, y corresponde a la sal del alma. Por lo tanto, cuando el alquimista habla de sal, no
habla de nuestra sal, no es la sal común. ¿Dónde buscar la sal? En las minas de sal, en los salares, en el
mar…
Pero la sal que necesitamos también la produce el ser humano. En todas las secreciones del cuerpo,
allí obtienes las sales para trabajar. ¿Y cuáles son las secreciones del cuerpo? Sangre, sudor,
lágrimas… ahí está la sal. Es la sal del alma que se conecta con la sal de los salares. Por lo tanto, hay
sal afuera y hay sal adentro. La sal de adentro es sustancial, y la sal de afuera está en el alma.

¿Qué pasa cuando comes sin sal? Es insípido, la sal da sabor. Es sabrosa. Cuando uno vive sin sal, ha
caído en la insipidez. Y lo que no tiene sabor, no sabe a nada, no sabe en absoluto, no hay sabiduría. El
sabor y el saber van de la mano. La sal es sabrosa, es sapiencia. Y el alquimista siempre habla de la sal
de la sabiduría. Ésta es nuestra sal.

¿Y cómo se trabaja la sal? Pues como se trabaja la sal. Hay sal en los mares, es la sal del mar. Pero,
¿qué es el mar sino la amargura? La sal del mar arde, hincha, seca, reseca. Y hay momentos del alma
en que uno pincha, uno está reseco, como cristalizado, crujiente, contraído y resistente. Son
momentos en que se expresa la sal del alma.
Pero, ¿cuál es la condición de que la comida esté sabrosa y no esté pasada? Cuidado, porque poca sal
no sirve. Pero demasiada sal, tampoco. Por lo tanto, la sal, según el momento, según el lugar, según
las circunstancias, mucha sal seca, reseca, separa, cristaliza.

En la alquimia, el cristal y la sal están unidos. Porque hay algo. Piensen en los terrones de sal, se
parecen a cristales, pero pinchan, lastiman. Hay gente que tiene exceso de sal, su colocación ante la
vida es crítica, hiriente, siempre con un comentario mordaz, mucha sal.
La sal fija, la sal conserva. Lo dice Paracelso: “es el bálsamo natural de los cuerpos vivientes”. Si no
hay sal, se pudren. ¿Cómo conservamos la comida? ¿Qué es lo que nos mantiene vivos? Si no hubiera
sal, nos pudriríamos. La sal del cuerpo y la sal del alma. Por lo tanto, la sal da cuerpo al alma. Sin sal,
el alma no tiene cuerpo. Y evidentemente, los cuerpos se han quedado sin alma. Por eso dice, Basilio
Valentin, un gran alquimista del siglo XVI- XVII, uno de los grandes, aquél que Fulcanelli consideró
su maestro: “el que trabaja sin sal, no puede levantar cadáveres”. Cristo ya dijo a sus apóstoles: …
vosotros sois la sal de la tierra”. Dicho de otra manera, cuando uno vive y no lleva sal en el alma, se
encuentra con cuerpos muertos.

Pero hay tanta gente sin salero. Como no hay sal, no hay fijación. No hay cuerpo, hay humo. Hay
trascendencia, se trasciende a rincones espirituales, desapasionados, desencarnados. El espíritu se ha
vuelto un humo que se aleja del mundo, deja un mundo lleno de cadáveres. Ahí falta sal. Ahí falta el
comentario mordaz, puntual, que pincha. Por ejemplo, cuando yo enseñaba a leer el Tarot, los propios
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comentario mordaz, puntual, que pincha. Por ejemplo, cuando yo enseñaba a leer el Tarot, los propios
desequilibrios sulfúricos, mercuriales, o salares de la gente teñían su visión del mundo. Al leer el Tarot
se colocaban involuntariamente en una sabiduría sin sal. Un saber puramente teórico, de ideas que no
tienen la sal de la experiencia personal, no ha sido llorado, no ha sido sudado y no ha sido sangrado.
Un saber que no tiene cuerpo, es puro humo. Un mercurio que se volatiliza rápidamente, que se
escapa de la botella, no se puede hacer nada.

Se colocan en eso en grandes fórmulas, yo diría sin sabor, “leche de virgen”. Una “leche de virgen” no
nutre porque no viene de parir, es agua blanca e insípida. Entonces, con su sabiduría de “leche de
virgen”, ideas deliradas y humos acerca de espíritus que no se conectan con los cuerpos y cuerpos que
no tienen espíritu, se ponen a leer al consultante dándole unas lecciones de espiritualidad increíbles.
Pero recuerdo aquel consultante que puso la pizca de sal necesaria. Y una pizca de sal basta. Y aquella
lectora que le estaba diciendo: “porque tienes que aprender el espíritu y el desapego, porque el amor
se trasciende…” y toda esa perorata. Entonces, el consultante la miró y le dijo: “¿y por casa, cómo
andamos? ¡Click! Bajó. Fue sólo un punto, pero esa persona que se había vuelto totalmente un humo
que no ocupaba cuerpo, por el picor de la sal ¡crack!

¿Qué produce la sal? Sientes. Cuando conectas con la sal, lo sientes. La sal es el principio de la
experiencia vivida, sin sal no hay más que humo. Sin sal no hay más que azufre, prisa, prisa por
consumirlo todo, saltar de un proyecto a otro que no tiene ni solidez, ni profundidad, ni compromiso.
Es la llama que devora, los excesos sulfúricos. Y entonces la sal mata al azufre. Échale sal y ese azufre
baja. La sal fija al mercurio.
Pero ¿de dónde sacamos la sal? Tienes que sudar, tienes que volver a las minas de sal que están en ti,
donde dolió. ¿Dónde está la herida? En la sangre, en el sudor, en las lágrimas, ahí se expresa el alma.
Lamer la herida una y otra vez, y a veces lo hacemos, no sabemos por qué, lo hacemos. El alma es

sabia y regresamos, y nos compadecemos y nos lamemos las heridas. El alma está buscando producir
sal, necesita cuerpo. Y al hacer esto volvemos a las minas, otra vez a llorar, otra vez a sudar porque
nuestra vida está necesitando sal. La sal va a hacer que los cadáveres vuelvan a la vida.

Pero claro, en nuestra cultura new age, donde todo tiene que estar bien, y donde el dolor está mal, y
que si hay un dolor hay un trauma, y un trauma se tiene que curar… Lo que llamamos traumas no
viene de las circunstancias sino que son las siempre disponibles minas de sal del alma. Claro cada uno
en su propia historia. —La vergüenza que pase aquel día, la pasé yo, y ardí, y me dolió, forma parte de
mi historia personal. Pero no viene de lo que pasó, viene de la necesidad del alma de conectar con la
sal. Y como la sal siempre es experiencia concreta, claro, mi conexión con la sal, no la tuya. Pero en ti
también hay minas de sal.
Si la sal hace cuerpo, hay que trabajar con sal. Pero no sólo hay que trabajar con sal. Hay que trabajar
con los minerales. Hay que trabajar con el plomo. —¡Qué plomo! Me siento de plomo. Estoy tan mal
que el cielo se ha vuelto negro como el plomo. ¡Qué plomo tener que hacer esto! Cuánto pesan las
cosas.

El alquimista sabe mucho del plomo. El alquimista sabe que el plomo es pesado. Cuando llega el
tiempo del plomo, llega el tiempo de la gravedad. ¿Y cómo se trabaja la gravedad? La gravedad es
paciencia. Sostener, sostener, sostener… El plomo es el ataúd del oro. —No, yo siento plomo y voy al
terapeuta para que no tenga drama y me saque el plomo. O voy al psiquiatra a que me dé un
antidepresivo. ¿Por qué voy yo a soportar esta gravedad? Algo anda mal, una terminal de la neurona
que no conecta, una falta de litio, etc…

Vivimos en un mundo de químicos sin almas y de almas sin química. Pero el alquimista sabía que la
química tiene alma, y el alma tiene química. Y en una química que no tiene alma, hay un alma sin
cuerpo. Terrible. En un mundo donde el alma ya no puede tener cuerpo, y es el mundo materialista, ya
no vemos almas, vemos cerebros. Tendemos al cerebro. El cerebro es una cosa, tiene materia. El
cerebro piensa, el cerebro dice y lo mas espantoso: el alma esta en el cerebro según un libro éxito de
ventas. ¿Has visto que un cerebro piense? ¿Piensas tú verdad? ¿Sientes tú verdad? ¿Tú eres el
cerebro? ¿Y no eres tu oreja también? ¿Tú eres las venas? Entonces, te doy un cachete y me dices ¿por
qué me pegas Enrique? Yo no fui, ¡fueron mis falanges! ¡Yo no! Te doy una patada, ¡yo no fui, fue un
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qué me pegas Enrique? Yo no fui, ¡fueron mis falanges! ¡Yo no! Te doy una patada, ¡yo no fui, fue un
hueso, un ligamento, un conjunto de músculos, yo no! Claro, es lo mismo, va a la par. Cuando muere,
muere la visión del alma, empezamos a caer en el reino de cuerpos desalmados. Pero el alquimista
sabe que el plomo tiene un alma. El alma del plomo tiene su propia ley, pesa, apaga la gravedad,
hunde y sin embargo contiene en su interior el oro más puro.

Por lo tanto, no hay oro si no hay plomo. ¡Uy si los psiquiatras supieran esto! —No puedo hablar, pesa
tanto todo que no puedo ni decir que estoy mal.
Estoy paralizado como el plomo. No puedo mirar la tele, no puedo oír lo que me dicen, soy un puro
plomo. Es así. Fíjate cómo el alma lo dice. Miren las imágenes. ¡Qué plomo! Por qué decimos ¡qué
plomo! y no decimos ¡qué aluminio! El alma lo sabe, pero hemos perdido la sensibilidad para atender
a la imagen. Todo nuestro lenguaje es un compendio de imágenes, pero no las atendemos. Creemos
que hablamos de hechos y sólo podemos referirnos a través de imágenes. —¡Qué pesado me siento
hoy!, pero no es literal verdad? No es que hoy aumente cinco kilos, ¿es que estamos hablando del
cuerpo? No, entonces ¿por qué dices pesado? Es una metáfora. Es la imagen. Es el alma de la
experiencia. No la miramos. —Te sientes pesado, habrás digerido algo mal, haz la digestión, toma
bicarbonato… Pero es pesado, hay peso. Y cuando hay peso uno se va hacia abajo. ¿Y qué hay abajo?
Abajo está el centro de la Tierra. Uno se ve arrancado de la superficie e invitado a bajar al centro de las

cosas. Uno se ve obligado a entrar en el ataúd que contiene el oro en su interior. Vaya, hay cosas que
se aprenden en la alquimia.

Y lógicamente, hay sales de plomo. La sal viene en forma de ironía, de crítica, de amargura, de rencor,
uno se queda fijado en el hecho. Colérico. La forma literaria de la sal es la sátira. Pero la forma
literaria del plomo es la tragedia. ¿Qué dice el plomo? El plomo dice: no puedo. ¿Qué dice la sal? La
sal dice: duele. Pero claro, como no hay sales de plomo, no podemos trabajar con la sal… En los libros
de alquimia hay una cantidad de indicaciones de los procesos a través de la sal de plomo. Quien
quisiera apelar a ello con imaginación encontraría el alma en la sal, el alma en el plomo y descubriría
la sal y el plomo en el alma. Pero esto implica dejar de literalizar, dejar de quedarse anclado en
hechos, empezar a descubrir un alma que es como es, independiente de uno, y empezar a descubrir un
mundo que es como es porque está lleno de almas.

Pero la gente dice: “no es verdad, no puede ser, porque los hechos son hechos”. O, como me han dicho
algunas veces, “es que tú eres un poeta”. Sin ninguna duda. Los alquimistas se llamaban a sí mismos
los artistas. La alquimia es una arte. No hay alquimia sin arte. ¿Cómo reconocer un libro de alquimia
bueno, de uno no tan bueno? Hay una manera muy simple: si no hay poesía, no hay alquimia. Si se
perdió la poesía, se perdió la alquimia. La poesía es una revelación. Pero, ¡qué vidas poco poéticas que
se viven! Dicho de otra manera, ¡qué mala poesía! Y aquél que dice: “la vida no es poesía, es cosas muy
serias… ¡qué mala poesía! Está atrapado en una poesía sin rima. Es una metáfora espantosa. Porque
es la metáfora que dice: “no existen las metáforas”, y ésa es la más terrible de todas, la metáfora que
asesina a todas las metáforas. ¿Saben cuál es? La realidad es lo que es y nada más. Eso es una
metáfora. Espantosa, porque no sabe que es una metáfora. Y pretende anular a todas las demás. Esto
lo ha dicho un gran poeta que se llamó Stevens y fue el poeta de la imaginación, uno de los grandes
alquimistas del siglo XX. No porque tuviera un hornillo literal, sino porque trabajó en los fuegos de la
imaginación. Él con una sola poesía podía liberar más almas que 100 tratados de física cuántica. Ah,
pero es un poeta. Bueno, es que el alma es poética. No hay nada anímico que no se exprese
poéticamente. Pongo un ejemplo.
Si pudieras desincrustarte de la literalidad, verías cuánta poesía está en acción ahí, es decir, verías el
alma.

Ayer tuve un caso de una carta natal, un tránsito, astrología. La astrología y la alquimia están muy
unidas, forman parte del mismo bagaje, tanto que a la alquimia se la llama la astrología inferior. O
sea, ¿qué es la astrología? ¿Qué era la astrología cuando tenía entidad y no era cuestión de charlatanes
ni de periódicos? ¿Qué era la astrología cuando fue la matriz cultural de Occidente durante decenas de
siglos hasta que se transformó en cosa de charlatanes, más o menos con ocasión de Descartes?
Cuando el mundo perdió el alma, se vino abajo la astrología.

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La astrología es el estudio de las estrellas como seres animados. Entonces, ¿qué hay? Un cielo exterior
del que averigua el astrólogo. El astrólogo ve ese cielo exterior, veía, porque los astrólogos de hoy
están tan muertos como el mundo material. Hombre, es que es ciencia. Quieren demostrar que lo que
hacen es ciencia. Es la mayor traición a la astrología. Es la última cuchillada del cadáver. Quieren
pasar por físicos, hablan de energías, mediciones y aparatos. ¡Si ahí no están los planetas en la
astrología! Los planetas en la astrología son daimones, son seres vivientes que viven en otro reino, no
en el reino físico. Sí, se expresan físicamente, como el Sol, como la Luna, como Saturno, se
manifiestan en sus cuerpos pero operan en sus espíritus. Cuando un astrólogo trata de hablar de
Saturno como un planeta que es un cuerpo, ya se murió la astrología. Y caen en la teoría de causas y
efectos, tonterías que destruyen el alma viviente del astrólogo. El astrólogo mira, es decir, miraba al

cielo para ver la manifestación macrocósmica de los dioses. Por lo tanto, el Gran Cielo era la
astrología.

El alquimista comprendía que así como hay un cielo afuera de la Tierra, de la naturaleza (no hablo de
psique todavía) hay un cielo adentro de la Tierra. Y si el cielo de afuera está tachonado de cuerpos
vivientes, y en nuestro sistema para ellos había siete grandes planetas, esos siete grandes planetas
vivos afuera estaban también en el cielo interior de la Tierra. Y ¿cuál es el cielo interior de la Tierra?
Lo que ocurre cuando cavas la tierra. Y cuando cavas la tierra y vas a las minas, te encuentras otro
cielo. Y las estrellas de ese cielo inferior toman forma de metales. Y el plomo en la tierra es el Saturno
interno en correspondencia con el Saturno externo. Y no sólo hay firmamento arriba y firmamento
abajo, hay firmamento adentro. Y el hombre, cada ser humano vive en medio de un cielo interior que
no le pertenece. Por lo tanto, ha nacido con un firmamento, no sólo encima, no sólo abajo, sino que
me contiene psíquicamente. Qué gran idea, macro-micro, micro-macro, está en todas partes. A la
alquimia se la llamó la astrología inferior no por inferioridad, sino del mundo que está adentro.

Por lo tanto, los planetas viven afuera. Para el astrólogo están vivos, todo está vivo, los metales viven
en el seno de la Tierra. Y forman el cielo de abajo que quiere unirse con el cielo de arriba. Y se
alimenta del cielo de arriba, como el cielo de arriba atrae al cielo de abajo.
Para el alquimista, los metales están creciendo, están vivos. Lo que pasa es que su crecimiento dura
miles de años, miles de años en las entrañas de la Tierra. Ese plomo va siendo modificado por los
gases de la Tierra, el calor de la Tierra, el agua de la Tierra, el aire de la Tierra. Lentamente va
creciendo, se va desarrollando de tal manera que en un espacio de quizá 10.000 años físicos, ese
plomo se transformaría en oro. Lo que hace el alquimista es simplemente ayudar a la naturaleza. Y lo
que la naturaleza haría en 1.000 años, el alquimista lo acelera. Coge el plomo y lo lleva al oro en
menos tiempo. Es un arte, lo cual quiere decir que no es natural, pero es un arte al servicio de la
naturaleza. Por lo tanto, jamás en contra de la naturaleza. Lo que la naturaleza no permite, el arte no
lo conseguirá jamás. En el laboratorio sólo puedes conseguir los ritmos naturales, pero si te pones en
contra de la naturaleza no lo vas a conseguir, porque la naturaleza es la Gran Señora.

Por lo tanto, el alquimista es un artista que lleva a culminación la obra de la naturaleza. Por eso, es un
hijo de la naturaleza. Ahora bien, si el alma tiene su naturaleza, y es una naturaleza mineral y viviente,
es una naturaleza corpórea, si el alma tiene cuerpo enteramente natural, ¿quién soy yo para decidir lo
que hay que hacer en el alma? ¿Quién soy yo para decir este dolor hay que sacarlo y hay que poner
alegría en su lugar? ¿Quién soy yo para decir esto es un trauma y debe ser evitado? ¿Quién soy yo?
¿No habría que conocer primero la naturaleza del alma? ¿Qué ocurre con ese artista que quiere ir en
contra de la naturaleza? ¿Qué ocurre con ese artista que le echa un disolvente al cobre sin idea de lo
que está haciendo? No va a sacar oro, no lo va a sacar. Porque no va de acuerdo a la naturaleza. ¿Qué
pasa con aquel psicólogo que dice está mal tener fantasías y deseos, hay que curarlo? ¿Sabe ése?
¿Conoce la naturaleza del alma? No, es un psicólogo que cree que el alma es producto de la familia,
que cree que el alma es producto de la sociedad, que cree que el alma es estrictamente humana y que
el alma se puede cambiar con un poco de destreza.
Pero si volvemos a la alquimia, no se puede ir en contra de la naturaleza. Y si el alma tiene minas de
sal, tiene que tenerlas. Y si el alma tiene minas de azufre y fuegos que consumen, esa idea de que una
vida sana es una vida adaptada donde ya no hay excesos ni pasión, es la idea del problema, no es el
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vida sana es una vida adaptada donde ya no hay excesos ni pasión, es la idea del problema, no es el
alma.

Por lo tanto, hay que empezar a investigar el mundo del alma que es muy semejante analógicamente
al mundo que nos rodea. Hay lagos en el mundo que nos rodea ¿no? Hay ríos. Claro, hoy en día

vivimos en un mundo en que este río me molesta, pues le cambio el curso. Y así va el mundo. A veces
los psicólogos y los psiquiatras hacen eso con el alma. Quieren cambiar el curso de un río como si
fuera arbitrario y subjetivo, y no han comprendido el papel que ese río juega en la geografía del alma.
—No lo pienses, no te preocupes, te daré una flor de Bach para que no sufras. Tienes que ir a ver un
psicólogo si lo pasas mal, porque no hay que pasarlo mal. Hay que estar siempre en forma, producir,
trabajar ocho horas al día, usar tarjeta de crédito, mirar mucha tele, gritar bien cuando ganan los
nuestros al fútbol… No te preocupes, si te preocupas algo va mal contigo. ¿No irá algo mal con las
ideas? ¿No será que esas ideas nos impiden reconocer el alma? ¿Y nos impiden reconocer el mundo?

Son preguntas interesantes para las cuáles el alquimista tenía una mina de imágenes y de propuestas
que hoy resultarían enormemente revolucionarias. Se trata de volver a las raíces, eso es
revolucionario. Hoy en día revolucionario no es innovar, eso es la ley del día. Hoy en día ser
revolucionario es volver al origen, eso es ser original, mantenerse vinculado al origen. Cuando se ha
perdido el origen, las metas se han vuelto arbitrarias. Por eso hablo de que hay que recuperar la
Historia. Pero no hay que recuperarla afuera, la Historia vive en ti. Pero no puede caber en tus
pequeñas ideas, la niegas, la ignoras, le faltas al respeto. Tienes que volver a tener espacio, tienes que
ver cómo las ideas están generando tu existencia. Y verlo no es fácil cuando no se abren los ojos de la
Historia.

Otra cosa que quería decir. La relación en la alquimia entre personal e impersonal. Son todas ideas
nuevas. Macrocosmos y microcosmos, naturaleza-espíritu. Dicho de otra manera, el microcosmos
opera dentro del macrocosmos, el macrocosmos está contenido en el microcosmos. No hay naturaleza
que no tenga espíritu, no hay espíritu que no tenga naturaleza. No hay nada personal que no sea
impersonal. Otra cosa que rompe nuestros esquemas. Decimos: “lo personal es mío, privado,
subjetivo, variable; y lo impersonal es común, colectivo, objetivo y verdad”.
Pues en la alquimia no. La dualidad personal-impersonal deja de ser una dualidad para ser un reflejo.
Y en tu vida personal operan factores impersonales, y en lo que llamas realidad impersonal hay un
compromiso personal. Por ejemplo, las minas de sal. Claro, a mí me duele lo que me pasó. Es la sal. Sí,
así la vivo yo. No es personal, es anímica. Por lo tanto, tiene muy poco que ver con mi persona, pero sí
me da personalidad.

Por lo tanto, en mi historia personal hay una raíz impersonal. No es mía. Por otro lado, en ese mundo
que vivo como impersonal hay un compromiso personal. El mundo aparece como aparece porque tu
compromiso con ese mundo es como es. Y no hablo de compromiso mental, no hablo de compromisos
mercuriales, ni mucho menos de compromisos sulfúricos que son los peores. Ojo, el mundo tiene que
ser encontrado en el alma. En el elemento del medio, dice el alquimista, ni los azufres ni los
mercurios. En la sal. Por lo tanto, tengo que encontrar en el espacio anímico la realidad del alma. Ése
es el mundo donde se opera, y se opera dentro y se opera fuera. No hay trabajo afuera en el mundo.
Ese trabajo afuera parte de una idea de un mundo afuera que no tiene nada que ver con un mundo
adentro. Pero si aceptamos en la alquimia que el mundo afuera y el mundo adentro son el mismo,
hasta que no encuentre ese mundo de afuera reflejado en mi interioridad y hasta que no encuentre en
la interioridad un mundo que está fuera de mi alcance subjetivo, no hay ninguna operación en el
mundo, hay una repetición de esquemas heredados, aprendidos, no visualizados y desgraciadamente
literalizados.

El otro punto. Los minerales dentro de la Tierra corresponden a los planetas. Los planetas viven, los
minerales viven, están arriba, están abajo, están adentro y están afuera. Y los cuatro convergen. No
hay arriba sin abajo, no hay adentro sin afuera. No hay afuera sin adentro, no hay abajo sin arriba.

Aunque creemos que voy para abajo, mientras tú bajas ¿qué sube? Y cuando tú subes, ¿qué queda
abajo? Y cuando tú avanzas, ¿qué hay allá atrás?
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abajo? Y cuando tú avanzas, ¿qué hay allá atrás?

Y cuando vas para atrás, ¿de qué huyes adelante? Están siempre los cuatro juntos. Y el alquimista lo
sabe. El alquimista sabe que cuando caminas hacia adelante, hay un atrás que te condiciona. Y
adelante aparece como aparece en la misma medida en que el atrás aparece como aparece.

Esta propuesta de yendo adelante atender atrás, yendo para adentro atender afuera, ver en el adentro
el espejo del afuera, ver en el afuera el espejo del adentro, de tal manera que en todo momento hay
dentro, afuera, arriba y abajo, es sólo posible en el espacio de la imaginación. Hombre claro si
físicamente voy hacia adelante no voy hacia atrás. Si subo en un avión físicamente, físicamente no
bajo. Pero es que no es físico. No es en el terreno de los cadáveres o de los cuerpos muertos, sino que
es en el terreno del espíritu encarnado, un espíritu que habla un lenguaje de ánima, un lenguaje de
imágenes, un lenguaje metafórico.

El alquimista todo el tiempo insiste en que sólo los tontos leen literalmente. Pero cuidado con
literalizar porque te fundirás, perderás tu fortuna y perderás tu vida. El mismo autor en un trozo del
libro dice: “y el que haya leído los otros capítulos, y se lo tome al pie de la letra ése va perdido por la
vida”. Lo dicen permanentemente, Basilio Valentin, Ireneo Philalethes… Las obras atribuidas a
Raimundo Lulio (que no son de Lulio), las obras de Santo Tomás, las obras de Alberto Magno (que no
son de él pero se le atribuyen) continuamente insisten que aquí lo importante es lo que se esconde al
mostrar. Pero bueno es tan literal que dices si muestra esto es esto. El alquimista ya sabe que no, que
el afuera corresponde a un adentro, el adentro del texto. Hay que llegar al adentro del texto para llegar
afuera. Pero si no hay una interiorización del texto, sólo hay una literalización. Y entonces te
encuentras a gente que realmente cogía cáscaras de huevo y esperaba que la cáscara de huevo literal
se transformara en oro literal. Se gastaron fortunas, mucha gente fue a la ruina. Los literales. Esos
nunca consiguieron el oro. Porque nuestro oro no es el oro vulgar. Nuestro fuego no es el fuego vulgar.
Nuestro mercurio no es el mercurio vulgar. ¿Y de qué están hablando? Ellos dicen, coge el mercurio, y
entonces uno va a la farmacia y se compra mercurio. No saca el mercurio de la mina de mercurio
interior sino que va a comprar una sustancia externa sin connotación interna. Por lo tanto, si lo de
fuera es dentro ¿cómo puedo ver en lo de afuera dentro? Pues tal como está presente
metafóricamente, poéticamente.

Termino ya con una sola observación. Los alquimistas hablan de un trabajo, de una transformación,
de una liberación, de un renacimiento. De un salir de un mundo de cuerpos muertos y entrar en un
reino de espíritus vivientes. Dentro y fuera. La mirada que hace de todo plomo es cambiar en una
mirada que donde mira ve oro. Y hay oro, claro que lo hay. Pero sólo se ve con una mirada. Y hay
plomo, claro que lo hay, para esa mirada. Es un proceso que incorpora dolor, no sólo dolor, pero es
doloroso. Se tortura el material, se lo tortura para que suelte el espíritu que tiene apresado. Es tan
fácil decirme: “va mal porque ella me hizo esto”, “sufro porque él no me quiere”… Esa tarea de romper
del envase de él el alma atrapada allí es muy dolorosa, porque se va rompiendo lo que veías en él.
Reconocer esto en ti (“he dejado de ser la que era”, “él ya no es el que era”), esto duele porque está
pegado. Separar lo pegado necesita disolvente, disolvente universal. Arde, fuego, quemar, purificar.

Piensen que la palabra puro/purificar viene de la raíz griega pyr que quiere decir fuego. Y de ahí
hablamos de los pirómanos. Pero si son palabras, la realidad no son palabras. Hay más realidad en la
palabra de la que te imaginas. A veces te crees que mueres de angustia y mueres por una palabra. Una
palabra que no ha sido entendida como tal palabra y se vive como un hecho. Y te está matando. No,
me mata la gente, no, te mata una palabra que todavía no se ha elevado a su dignidad. Y está
encarnada, pegada. Y tú dices: “no no, es mi padre”. Es una palabra encerrada, una metáfora.

¿Por dónde empiezo? Dice el alquimista, todo esto se puede lograr siempre y cuando partamos de la
materia fundamental. ¿Y cuál es la materia fundamental? ¿Es mercurio?, no; ¿es plomo?, no; ¿es sal
de plomo?, no; ¿es latón?, no; ¿es cáscara de huevo?, no; ¿es hoja de árbol? no; ¿es ácido nítrico?, no;
¿es agua regia? no. No le hagas caso a ninguno, es piel. Entonces dicen, cuidado, porque lo digo y no
lo digo. Y luego te dicen, es cierto, es todo eso. Claro una vez que tengas la materia prima, el resto es
fácil.

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fácil.

Pero ¿cuál es la materia prima? ¿Dónde está? Siempre dicen es lo más barato, es lo que desprecia la
gente, abunda en todas partes y nadie la ve. Muchos te advierten, no gastes una fortuna en comprarla
porque es lo más barato. Está en todos. La gente hizo experimentos con orina, con heces, con vómitos.
Como está en todas partes y es barato. Hombre, se consiguieron cosas importantes. Con el trabajo
sobre la orina de niños se descubrió el fósforo, por ejemplo. Algo había cuando los alquimistas decían:
la orina de niños es el mercurio (urina puerorium, mercurium est). Pues hubo uno de los últimos
alquimistas que a finales del siglo XVIII, cogió mucha orina, le hecho arena y la mezcló hasta que
sorprendentemente descubrió el fósforo. Por lo tanto, algo de cierto había.
Con un significado un poco mas psicológico, yo diría que la materia prima se halla donde quiera que
seamos incapaces de ver a través de ella. Es decir, la materia prima se encuentra en todo lo que
aceptamos incuestionablemente, sin crítica, como real. Donde quiera que nos enganchemos en
literalidades y se detenga el movimiento de ver el alma presente allí. Ahí hay materia prima.

De ahí que la materia prima esté donde haya opacidad, donde hay escoria, basura impenetrable. Es
que es eso, se acabó, ahí está el elemento de trabajo, ahí está la sustancia, ahí está el alma atrapada
clamando ser liberada. Generalmente, la materia prima está donde no miramos. Está en todas partes,
pero no la miramos. Es lo más barato, lo más fácil, pero no se ve porque lo das por supuesto. La
materia prima está en la persona que está convencida que la realidad es átomos. Ésa es una materia
prima para empezar a trabajar. En la persona que está segura de que no hay más que un cúmulo de
carbono, hidrógeno, oxígeno y nitrógeno.
Mientras des por supuesto eso, tu vida está condenada a ser lo que está siendo.

Vamos a empezar a trabajar con esto. Hablemos de experimentar. Hablemos del carbón. Es curioso.
El carbón es de la misma sustancia química que el diamante, y de las minas de carbón pueden surgir
diamantes. Pero no es lo mismo: el carbón es negro y opaco, mientras que el diamante es transparente
y cristalino. Sólo si vemos más allá de lo inmediato, es posible que lleguemos a ver el diamante.
Hablemos de lo carbónico en tu vida. Hablemos del papel carbón en que haces las copias para luego
reclamar: —¡Todo lo que hice por ti lo tengo apuntado con papel carbón!
Pero no quieres hablar de una cosa que no has visto en tu vida. Pues no hay alquimia si no hay
compromiso. No sirve trabajar en un mundo externo que no tiene que ver conmigo. Ahí no hay
alquimia. La alquimia tiene que salir. Sales tú. Si no estás tú, no hay alquimia. Pero si estoy yo, es
subjetivo. Sí, y es una subjetividad que se conecta con lo objetivo.
Y hay una objetividad que está ahí porque la vives así de subjetiva.

Por lo tanto, hay que tener en cuenta dos cosas: el alquimista aspira a sacarnos de las razones y los
hechos. Ahí hay materia prima. Curiosamente, eso en astrología corresponde a Saturno. Saturno,
señor de los hechos acabados. Y Saturno es de plomo, donde encontramos hechos y razones acabadas.
Encontramos el plomo que contiene el oro.

Lo que busca el alquimista es fijar lo volátil y volatilizar lo fijado. O sea, que ese cuerpo duro, seco y
rígido se vuelva ligero y sutil. Y que lo que es ligero y sutil, coja cuerpo. ¿Qué busca el alquimista?
Fijar lo volátil. ¿Qué busca el alquimista? Volatilizar lo que está demasiado fijado.
Cuando hablamos de fijar hay que ver toda la teoría de las fijaciones que tiene que ver con esto. En el
mundo en el que vivimos creemos que “fijo” quiere decir “resistente”. Por otro lado, creemos que
sutilizar, aligerar significa no pensar, no atender, aceptar indiscriminadamente o racionalizar. La
resistencia no es consistencia. Cuando el alquimista habla de fijar, no habla de resistir sino de ser
consistente.

Y segundo: la evasión nunca es penetración. Cuando el alquimista habla de volatilizar, habla de


volatilizar. La gente cree que es volátil lo que se está escapando. Dar evasivas, justificar, racionalizar…
eso no tiene nada que ver con penetrar. Por lo tanto, fijar lo volátil es tomar consistencia y no más
resistencia, sutilizar lo denso, evaporar, sublimar, aligerar… significa volver penetrable y no escaparse
del tema.

No se trata de que hable yo, tanto como que deje hablar a los alquimistas ¿no? Vamos a oír lo que
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No se trata de que hable yo, tanto como que deje hablar a los alquimistas ¿no? Vamos a oír lo que
dicen ellos con sus propias palabras. Para que pierdan el miedo de acceder directamente al material.
Lo único que hace falta es imaginación. Es la clave de todo. Es lo único que hace falta y es de lo que
más se carece actualmente.
Cuando hablé de fuego, el alquimista habla también de imaginación. Del fuego de la imaginación. El
que quema todo cuando se confunde lo imaginado con las cosas. Es como la incapacidad de sustentar
una imagen sin tener que transformarla en una cosa, en una conducta, en algo “al peu de la lletra”.

La alquimia es la mejor terapia de las ideas y del alma contra el hábito terriblemente arraigado en
nosotros de caer en literalidades. No hay entrada en el mundo de la alquimia desde la perspectiva
literal. Desde la perspectiva literal no tiene pies ni cabeza. O sea que, si uno no se abre a comprender
que lo que habla el alquimista (aún estando fuera o adentro) está en una tercera dimensión, que no
son ni conceptos ni hechos, su lenguaje y sus advertencias son incomprensibles. La única forma de
comprenderlo es el ejercicio a través de la lectura, para que se vaya abriendo lentamente el órgano
dormido y atrofiado.

En la pasada charla hablamos de los presupuestos básicos en que nos movíamos, hablábamos de que a
mí no me interesa hacer una historia de la alquimia, ni una clase académica sobre qué es la alquimia.
Lo que me interesa es ver cómo esta misma imaginería pone en movimiento psicológicamente lo que
estamos viviendo cada uno de nosotros. O sea, que no se trata de hablar de “el fuego alquímico”, sino
de disparar el fuego en nosotros mismos.
Y ese fuego no es simplemente el entusiasmo, sino que también el que está dentro y el que está fuera.
Y la falta de fuego que hay en el afuera de cada uno de nosotros, es el reflejo de la falta de conexión
con el fuego interior.

En la charla pasada tratamos toda la temática de la sal. Hablamos de su importancia como aquello que
da cuerpo anímico. Por supuesto, los “literales” creen que la sal tiene que ver con el cuerpo físico. No,
se trata de lo que da cuerpo al alma, lo que concreta, lo que baja a tierra, lo que da capacidad de
precisión, de detalle y que es punzante, analítico, preciso y , cristalizador… Y todo esto tiene que ver
con la psique, tiene que ver con la sal.

¿Para qué usamos la sal? Para dar sabor, de la misma manera que los salares del alma son la fuente de
la sabiduría. No puede haber sabor afuera, si no hay capacidad de saber interiormente. Y el saber se
saca de la misma sal amarga. Como dice el alquimista: está en el mar. El mar de la alquimia no es el
mar Mediterráneo, ellos la llaman “aqua pontica”. El agua del mar es el mar de la amargura. Por eso la
sal, que es salada, también es originariamente amarga, es sal común y es sal amarga, es la capacidad
que podríamos tener de conectar con la amargura de la vida. Y la amargura de nuestra vida no es un
concepto, sino que está vinculada a circunstancias muy precisas que arden como un fuego propio.

Cuando hablamos del fuego, hablamos de lo que quema. De lo que quema afuera y de lo que quema
dentro. Vamos a hablar de lo que se enciende exteriormente, pero también de lo que está encendido
en nuestro interior. Y vamos a hablar de lo que devora exteriormente, como el fuego devorador, y de
aquello que nos transforma también en criaturas devoradoras.

Antes que nada una aclaración que no hice en la charla pasada. Olviden ese tema de que “esto es esto y
nada más que esto y está definido conceptualmente de tal manera que siempre quiere decir esto”. La
alquimia no es una actividad conceptual, por eso hace falta la imaginación. Y el mismo ingrediente
hace de sal o de azufre según con qué se combine.

Por lo tanto, el funcionamiento de una materia depende de las combinaciones y del instrumento con
que se prepara. Así, la sal a veces es cristal, a veces es calcio y a veces es ceniza. ¿Siempre es ceniza?
No, no siempre es ceniza, es ceniza en tal proceso y en tal recipiente, y aparece como cal en tal
circunstancias y en tales operaciones.

La sal es el cuerpo, pero la sal es el alma. A partir de Paracelso, la tríada permanente en la alquimia
son tres principios, esencias o elementos fundamentales y no directamente perceptibles: la sal, el
azufre y el mercurio. Teniendo muy en cuenta que la sal no es la sal vulgar, el azufre no es el azufre
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azufre y el mercurio. Teniendo muy en cuenta que la sal no es la sal vulgar, el azufre no es el azufre
vulgar, y el mercurio no es el mercurio vulgar. Dicho de otra manera, no nos movemos en el terreno
de sustancias literalizadas.

Se ríe el alquimista de aquél que quiere trabajar el mercurio y va a buscar un metal a la farmacia. Eso
se llama “sopladores”, porque se pasaban el tiempo soplando el fuego para cocer la materia. No se
daban cuenta de los soplidos de codicia, esos buscan oro y no encuentran nada porque el oro que
buscan no es el oro que la alquimia ofrece. Así que el buscador de oro se llama soplador. El
antepasado del químico es un ser codicioso que al final se encuentra en el resultado de su propia
codicia. Se encuentra en la miseria y vive en la miseria.

Por lo tanto, el oro de la alquimia no es el oro vulgar. Pero es una metáfora importante, porque el oro
es metáfora de riqueza, de abundancia, de brillo, de poder y es, ante todo, metáfora del Sol. El oro
brilla en la Tierra como mineral siendo el sol interno, el sol subterráneo que corresponde al Sol del
cielo. El trabajo en lo solar sí que tiene que ver con el oro. Pero el oro metálico común es un oro que
está muerto. Los que trabajan con materias literales, trabajan con materias muertas. Y el alquimista
no puede sacar nada de una materia muerta. El mercurio del alquimista es mercurio vivo. La sal del
alquimista es sal viva. Y el azufre del alquimista es azufre vivo y no materia muerta.

Por lo tanto, los sopladores, los literales se han gastado fortunas. Comprando equipos y metales se
encontraron que lo perdían todo, que ya lo habían perdido de antemano. Finalmente, no sale nada
que no está ya en el punto de partida. Pero uno no puede darse cuenta de lo que hay sino en la medida
de que sale. Lamentablemente, hoy en día tendemos a atribuirlo a un exterior desvinculado de
nosotros mismos. —¿Por qué me encuentro en un mundo de envidia, de codicia, de maldad? ¿Por qué
son así los demás? ¿Por que está así el mundo? Y nos decimos: esto está afuera, no tiene nada que ver
con nosotros, son los demás. Excusas para evitar responsabilizarse de la propia vida.

En la alquimia, lo que se ve afuera sólo aparece por aquello que miro interiormente. Por lo tanto, no
hay psique sin materia, y no hay materia sin psique. Y cuando uno percibe una materia inanimada, es
porque percibe desde un alma inmaterializada. Un alma que no está cristalizada, que no toma cuerpo.
Y por supuesto, quien vive desde un alma desencarnada, inoperativa, especular… se encuentra con un
mundo muerto. ¿Qué otro mundo puede encontrar una alma que ya no está conectada con lo que se
vive? De ahí aquel recordatorio alquímico: “quien opera sin sal, no puede levantar los cuerpos
muertos”. Quien opera sin sal, se encuentra con cadáveres. Quien opera sin sal es que opera sin
cuerpo psíquico. No tiene historia personal, no conecta con el dolor, con la rabia, no precisa el
acontecimiento, sino que trasciende permanentemente a conceptualizaciones aéreas, de tal manera,
que puede a través de una prestidigitación mental separarse de lo vivido, o corre a buscar
furiosamente, codiciosamente hechos que compensen el dolor.

La sal de la amargura se vuelve sal dulce y sabiduría cuando ha podido tomarse enteramente. Y claro,
el sulfuro corre, el sulfuro quiere conseguir. El dolor es la ocasión de ir rabioso, feroz por la vida,
ambicioso, lleno de ganas de compensar el dolor. Y el mercurio que siempre se evapora, se escapa
fuera de la vasija y se vuelve un aire que permite no conectar con el dolor. Y así uno no tiene historia
personal, no tiene su dolor, su salario en la vida. El salario que me muestra que me vale lo vivido. Pero
a mucha gente no le vale lo vivido. Sólo se justifica por lo que quiere. Y el ámbito del querer, el ámbito
de la ambición, el ámbito de la furia por vivir, el ámbito de la sed de vida, sed de experiencias, la sed
de que pasen cosas, esa dinámica psicológica que siempre va hacia adelante, que siempre empuja y
lucha para conseguir lo que quiere conseguir, es un ámbito esencialmente sulfúrico.
El azufre es el dragón, el dragón hecha fuego. Cuando se activa el dragón se transforma en
apasionamiento que busca inmediatamente expresarse en circunstancias.

En la tradición alquímica se habla mucho de la envidia. Ya aparece la mención de “los envidiosos” en


la Turba Philosophorum en lo que es uno de los libros más antiguos de la alquimia occidental, una
obra probablemente de origen griego pero que llega a Occidente en versión árabe, y que entra ya en
Occidente en el siglo XI.

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Turba quiere decir congreso, unión, academia, encuentro de los filósofos. Ya saben que los filósofos
para la alquimia son los alquimistas. El alquimista es el filósofo y es el artista. En el alquimista,
alquimia y arte son lo mismo. Tiene que estar muy ciego el mundo para que se crea que hay una
filosofía que no tiene que ver con el arte, y un arte que no tiene que ver con la vida, y una vida que no
tiene que ver con las ideas.
Los alquimistas hablan de los artistas. Los artistas son los que están comprometidos en el arte de la
transmutación que puede volver el carbón más opaco en el diamante más cristalino. ¡Vaya obra de
arte! Esa cosa negra, opaca, sin valor, que no trasluce nada, se ha vuelto radiante, traslúcida, roja
como la vida, como la pasión, y sin embargo, limitada en su perfecta estructura.

En la Turba Philosophorum (ver Bibliografía) se habla mucho de los envidiosos. No es como


entendemos usualmente la envidia. En este sentido, la envidia para los alquimistas es el no decir las
cosas claramente, explícitamente, ni literalmente, sino incluso el hecho de ocultar esas claves de
información para que no estén al alcance de cualquiera. Este acto de ocultación se llama envidia. Los
envidiosos, por tanto, ponen datos que confunden al que no sabe interpretarlos. La envidia en este
caso no quiere decir la codicia de algo, sino la preservación, el no tirar perlas a los cerdos. Por lo tanto,
uno tiene que tener ojo cuando lee alquimia. Porque cuando la cosa está demasiado clara,
posiblemente es muy oscura. Esa claridad oculta más de lo que muestra.

Hay otro tema histórico de envidia. En el esplendor de la alquimia en el siglo XVI, cuando los reyes y
mercaderes codiciosos de poder, y el hombre común que aspira y codicia, sospechan que alguien ha
conseguido generar oro inagotablemente, la codicia pone en riesgo la vida del alquimista. Hay
alquimistas que fueron encerrados en mazmorras y torturados hasta morir para que contaran el
secreto. Así que quien tiene el don ha de esconderlo porque se vuelve presa de la envidia ajena.

En la corte de Rodolfo II había muchos alquimistas, pero en cuanto uno podía mostrar la capacidad de
transmutación, inmediatamente se le encarcelaba para que diera el secreto, para que fabricara oro. Y
muchos prefirieron morir antes que traicionar su conocimiento.

El soplador quiere oro común, es un embaucador que está embaucado. Y está el alquimista fiel a la
tradición que no busca el oro común, sino la escalera dorada por la cual viviendo en la Tierra se
camina por el Cielo. Esa es la inmortalidad. Hay quienes quieren inmortalidad literal, inmortalidad
terrenal. Una vida eterna de arrastrarse por el hambre, por el apetito, por la insatisfacción. Como si el
mucho tiempo colmara, mucho tiempo descarnado como una hormiga que se arrastra sobre la piedra.
Ésta no es la inmortalidad del alquimista. Ésta no es más que una mortalidad eternamente
prolongada. ¿Por qué? Porque una vida sin muerte implica una muerte sin vida.

En la alquimia el tema de la muerte es permanente. Sólo muriendo se vive. “Que muera el vivo para
que viva el muerto”. Por lo tanto, la alquimia es la muerte del que en ti vive para que viva ese que en ti
está muerto mientras vive aquel vivo. ¿Y quién es ese vivo? Es el vivo codicioso, el vivo que se agarra
tanto a la vida, que se escapa tanto de la muerte. Ese vivo hace que se viva desde un cadáver.
Sepulcros blanqueados los llamaba Cristo.

¿Cuándo empieza a vivir el muerto? Cuando el vivo empieza a morir. La alquimia es el arte de morir
desde el comienzo y vivir en la inmortalidad que ya no consiste en la identificación como una vida de
supervivencia.
Pero claro, esto es la aspiración. Esto es el objetivo. Esto no es de lo que se parte. Claro que está como
actitud implícita en la partida, pero no como resultado.

La materia ha de ser sometida a cantidad de operaciones que varían según el alquimista. La alquimia
no es una ciencia, nunca lo será. No hay un método para cualquier circunstancia. Lo que vale para uno
en este momento de su vida, y es objetivamente válido, no vale para otro en otro momento de su vida.
No hay una regularidad en las operaciones, en el ritmo. Cada uno describe su experiencia que es
objetiva porque no es arbitraria, pero esa objetividad compromete íntegramente la vida del
alquimista. Y no es trasladable a otro alquimista, porque la vida vivida por uno no es trasladable a
otro. Y el resultado es sin embargo objetivo. Por lo tanto, siempre varía, tiene que variar porque es
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otro. Y el resultado es sin embargo objetivo. Por lo tanto, siempre varía, tiene que variar porque es
una experiencia iluminada con la sal de la propia experiencia. No es una experiencia idéntica para
cualquiera donde cada cual se abstiene de su compromiso vivido. Bueno, varía el orden de
operaciones pero suele haber una coincidencia, pero que no es completa. Una coincidencia completa
no va a coincidir nunca en la alquimia.

Pero todos están de acuerdo en que la primera operación alquímica es una expresión del fuego. El
fuego no sólo está entre los componentes esenciales de la materia, de hecho el azufre es una expresión
del fuego. Pero el fuego no es sólo un elemento, el fuego es un medio. “El arte del fuego” se llama en
alquimia. Es el arte de regular el fuego, de crear la vasija con la que se trabaja en el fuego y de extraer
el fuego contenido en el elemento.

Hay varios fuegos: el fuego del elemento, el fuego que permite la operación y el fuego del instrumento
de operación. Son distintos fuegos pero están vinculados. Y lo que es un fuego elemental, en otro
momento es el fuego por el cual se opera, y en otra circunstancia es el recipiente en el cual se opera.
¡Qué distinto de la visión en la que nos movemos nosotros!

La palabra “ciencia” viene de “scire”, que quiere decir dividir, escindir. Nuestro conocimiento
científico se basa en definir cada concepto lo más posible y separarlo de lo otro. Exactamente lo
opuesto de la alquimia. La alquimia no divide, escindiendo y congelando en abstracciones, sino que en
cada colocación, en función del medio, del lugar y de la persona aporta conceptos dinámicos,
imágenes fundamentales. Por eso, se llama “el arte de la transformación”.

Existe una primera operación: la calcinación, la calcinatio. Calcinar tiene que ver con calor, sube la
temperatura en la calcinación. ¿Qué pasaría si ese calor externo fuera el disparador que pone en
marcha el fuego interno? Pues que dejaría de ser externo.

La operación de la calcinación tiene que ver con el manejo del fuego, el material se calcina en el horno,
la vasija tiene que ser muy resistente para no romperse con el fuego. Muchas veces el fuego fuerte
quiebra la vasija y el material salta hacia el exterior. El material impregna toda la exterioridad que
sólo es portadora de una materia original, que se ha olvidado de sí misma como tal materia y ya no se
puede trabajar. Por eso es tan importante la capacidad de contención del recipiente. Se necesita un
recipiente que aguante mucho fuego. Desde el más suave hasta el más intenso. Pero claro, hay
recipientes muy frágiles. Hay recipientes que aguantan hasta cierto grado de presión y luego explotan.
El riesgo de explosión exterior es completo. Muchos alquimistas murieron por el resultado de
explosiones.

Es peligrosa la alquimia. Requiere tener cuidado y saber con qué se está trabajando. No saber con la
mente, requiere saber con la sal. La dosis precisa según el plato del momento. El pellizco justo.
Generalmente, los sulfúricos no tienen esto. Van a lo que quieren, como quieren, pronto,
independientemente de lo que toquen, y lo queman todo. Ardiente, devorador. ¿Qué se encuentra el
sulfúrico en la vida? Todo negro… ¡pero si lo ha vuelto él todo negro, lo ha carbonizado! Lo ha
carbonizado su propia voracidad.

La sal es fundamental en el recipiente porque forma el cristal. Y un cuerpo de sal cristalizada es un


cuerpo cristalino, resiste el fuego y permite observar lo que pasa en su interior. Lograr este cristal que
no se quiebra fácilmente es ser templado por el fuego. Luego necesitamos templar el material para
generar el recipiente, pero además necesitamos fuego para calcinar la materia metida en el recipiente.
Son dos fuegos y es el mismo fuego.

Esta gente no es tan delirante, lo que pasa es que nos volvimos ciegos y ahora lo que cuentan los
videntes (es decir los que ven) nos parecen fantasías. Para el que nace ciego, cuando oye alguien que
describe el arco iris le parece que es la fantasía más arbitraria que existe. —Mira los delirios de ese…
No, qué pena en ti la imposibilidad de ver eso que hay ahí, que es tu realidad que ha devenido
incolora. Hay gente que siendo ciega, sin abrir los ojos quiere imponer que lo que imagina es color en
su realidad incolora. Y perpetúa continuamente una realidad que no puede contener color, no porque
no pueda contenerlo, sino porque en ti no hay la posibilidad de reconocerlo.
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no pueda contenerlo, sino porque en ti no hay la posibilidad de reconocerlo.

Continuamente se trabaja afuera. Quiero ampliar el mundo, darle color al mundo. Ahí sí que tenemos
la fantasía arbitraria, lo que uno se imagina que es color desde su ceguera, opuesto a la capacidad de
ver lo que los ojos del cuerpo alcanzan apenas a sospechar. Y eso es imaginación verdadera. Yo he
escrito mucho sobre el tema de la imaginación, además de la alquimia. Pero no se trata de que vaya a
misa porque lo escriba yo. En la alquimia no va a misa nada. Sólo va a misa lo que está probado en ti
con el temple del fuego y de la sal. Lo otro son sugerencias interesantes. Vamos a probar, ¿cómo sé si
está salado o no? Hay que probar. ¿Y cómo lo pruebo? Pues me lo tengo que meter dentro. Lo tengo
que comer. Lo tengo que digerir, se vuelve parte de mí, entonces lo probamos. —Lo dijo tal, lo dijo
cual… Esto tiene que ver contigo.

Vamos a ver qué sabes. Hay una prueba para saber qué sabe uno. No lo que uno dice, sino lo que uno
es. No lo que se dice, lo que se piensa, se quiere, ni siquiera lo que se hace, sino lo que se es. ¿Qué
puede captar la cualidad del ser en otro, sino lo que es real en ti? La gente siempre insiste en mirar
dentro. Y se creen que mirar dentro es encerrarse y mirarse al ombligo. Aislarse. No, mirar dentro es
mirar dentro de lo que quiera que mires. Pero la única forma de mirar el “dentro de” es desde dentro
tuyo. Esto no implica aislarse. Puedes estar en una discoteca mirando dentro, pero desde una mirada
que no sea superficial. Y puedes estar en el mejor de los templos y si miras superficialmente sólo verás
las superficies.

Lo que hay fuera y lo que hay dentro son la misma cosa. Son dos manifestaciones de lo mismo. Por
eso, el alquimista insiste en el Dos, del Dos sale el Uno. Y del Tres sale el Dos. Pero no es un Dos que
niega al Uno, es el Dos en que el Uno se expresa, el Tres en que se culmina, el Cuatro en que se
concluye y el Cinco en que se utiliza. Pero no es o lo uno o lo otro. Todo es contenido a la vez. Quiere
decir aquello que es en mí es Dos cuando es percibido como fuera o como dentro, es Tres cuando uno
ha comprendido que fuera y dentro son dos países relacionados por un puente que los atraviesa y el
puente es el Tres. Y mirar desde el puente naturalmente no es mirar desde una orilla.

Vamos a leer alguna de las imágenes de la alquimia, me encantan, son muy poderosas. El alquimista
no se mueve con conceptos. El alquimista sabe claramente cómo han olvidado muchos hoy que el
concepto jamás coagula, los conceptos no dan cuerpo. El que manejes infinidad de conceptos no te
trae al aquí y al ahora de la experiencia anímica, sino que sólo te da una caja vacía para separar el
mundo.

El alquimista no quiere abstracciones, el alquimista trabaja con la imagen porque la imagen sí


coagula. Cuando tú dices “tengo rabia”, eso no coagula. Rabia, bonita palabra. Has puesto un nombre
y ya te desentiendes. Vamos a picar con sal. Vamos a pinchar exactamente cómo, ante qué, qué evoca
en ti y cuál es la circunstancia. Y ¡zas! Dejó de ser rabia. Esta movida es la que arde, claro que arde y
evoca. ¿Y qué evoca? Todo lo que se escapó con la palabra “rabia” es lo esencial en la alquimia.

Es muy interesante leer lo que dicen los alquimistas con los ojos de la imaginación. No puedes hacer
un análisis conceptual, están llenos de contradicciones. Lo que dice uno está en contra de lo que dice
otro. Luego, el mismo concepto lo usan distinto. Ahí te vas a perder, debes leerlo imaginativamente,
poéticamente: éste es el camino de la alquimia. No en balde son artistas, los verdaderos artistas, no los
que exponen en los museos, sino los que viven en medio de la belleza. ¡Vaya arte! Encontrar la belleza
en cada movimiento de la vida. No ir a un museo a mirar cosas bellas para salir a una calle fea. Y
aceptar una vida fea que tiene sus ratitos de belleza en lugares especiales, esa es la belleza muerta. Eso
es como el mineral muerto que busca el soplador.

El alquimista es un artista, capta la belleza y la belleza habita en su mundo. Está muy bien leerlo pero
es que aparte del lenguaje que siempre es poético… Y cuidado con decir “nada más que”, si dicen nada
más que poético ya han caído atrapados en los conceptos que separan. ¿Qué quiere decir nada más
que poético? ¿Qué hay más que poético? ¿Qué es lo otro? ¿Qué es eso que crees que no lleva poesía?
—Ah no, esto no es nada más que pensamientos… Ha puesto un nombre, ha aislado algo. Hay que
tener ojo con eso.
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tener ojo con eso.

La tendencia de buscar seguridad separando la vida en compartimentos manejables, que me ordenen,


que me orienten por el mundo creyendo que los bastones orientan y careciendo de puntos de
orientación. Los bastones no orientan, lo que orienta es la mirada. Poner diferencias, llamar macho,
hembra, hombre, mujer, rico o pobre… eso es poner una barrera para que no te penetre la experiencia.

Aparte del lenguaje, que es maravilloso, están las imágenes. En la alquimia, la imagen gráfica, la
imagen visual es fundamental. Y se pueden recorrer los grabados alquímicos, especialmente los del s.
XVI, y veremos cómo no hay absolutamente ni un detalle que sobre. Por lo tanto, hay que mirar con
mucha atención. Porque no sólo es un deleite a los ojos sino que es un código de información precisa.
Se puede contar de esa manera mucho más que lo que cuentan las palabras.

¿Como leer una imagen? Imaginativamente. Así que hay dos modos: la palabra, sin duda, pero la
imagen visual que está impregnada de evocaciones. Y ambas son, por supuesto, patológicas en el
sentido de que no son normales. Nadie normal habla de un león con las patas cortadas. Una persona
habla de un león sin patas y está mal, los leones tienen que tener patas. Pues resulta que en alquimia,
el león sin patas habla de un grado de realización que no tiene un león que anda con sus garras listas
para arañarlo todo. Poder cortarle las patas al león no es atrofiarlo, sino que es darle toda su entidad.

Pero el pensamiento natural, que es el otro enemigo de la alquimia, habla de que los leones naturales
son como tienen que ser los leones, destruyendo la alquimia. El león alquímico nunca es un león
natural. Hasta tiene alas según cuando. Así que el pensamiento natural tiende a decir: “En esta
imagen hay una serpiente que enrolla a una mujer y la está matando. Las serpientes no debieran
matar a las mujeres...” No, al contrario, eso que está en la imagen es lo que vale.

Por lo tanto, si tu sentido de valores es tomar como comparación el mundo de la naturaleza, sólo en
ese sentido el alquimista va en contra de la naturaleza. No de la naturaleza como ley del proceso, sino
de la copia naturalista.
El alquimista respeta la naturaleza, habla de la naturaleza enseñando la naturaleza, la naturaleza
transmutando la naturaleza y la naturaleza sobrepasando la naturaleza. Ninguna operación alquímica
ha de violar la ley de la naturaleza. Pero una cosa es la ley del proceso, por lo cual de algo muerto no
puede salir algo vivo, si no tenía una vida antes. Los sopladores que compran metales muertos y los
torturan esperando sacar la vida están en contra de la naturaleza. La naturaleza nos enseña: todo lo
vivo nace de algo vivo. Pero de un cadáver no nace algo vivo.
Los sopladores van en contra de la naturaleza. Cogen metales muertos esperando obtener la vida. En
este sentido, la alquimia jamás va en contra de la naturaleza. Pero sí va en contra de la mirada
naturalista que cree que la observación exterior de la naturaleza da la pauta de la ley interior del
trabajo.

La imagen de la alquimia va en contra del naturalismo, no porque tenga que ser curada para que
funcione naturalmente, sino porque la mirada naturalista tiene que ser curada para incorporar la
patología. La patología que quiere decir el pathos, el padecimiento, la tortura, el sufrimiento. La
mirada natural dice que no se debiera sufrir. Luego, si hay un sufrimiento hay algo que no va. La
mirada patológica es aquella que no puede no sufrir. Fíjate qué distinto. Ir con un arma a decir si está
mal hay que ponerlo bien, o ir con un arma y decir ni mal ni bien, es parte de un proceso de ser
acogido y atendido como tal.

Vamos a leer una de estas imágenes alquímicas de la calcinación. Esto es de Basilio Valentín, uno de
los más grandes alquimistas, supuestamente un fraile benedictino. En realidad no se sabe si existió
como tal, es un anónimo que se oculta detrás… Muchas veces se dice que quien editó las obras de
Basilio Valentín en el s. XVI inventó que era un tal Basilio Valentín que había vivido en el s. XIV. No
se sabe. Pero bueno, hay unas obras firmadas por él. Ya saben que en alquimia el anónimo es vital. Un
alquimista no se puede exponer a que se sepa quién es porque lo van a torturar los codiciosos. Van a
querer comprarle, pegarle, chantajearle para que dé su secreto. Cuando se publica un libro, el nombre
que muestra es un nombre que oculta. Este Basilio Valentín, del cual hay una serie de obras
maravillosas (ver Bibliografía), es a quien Fulcanelli ha considerado su maestro. Fulcanelli es un
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maravillosas (ver Bibliografía), es a quien Fulcanelli ha considerado su maestro. Fulcanelli es un


alquimista del s. XX. También hay que ver si Fulcanelli era una persona, eran dos, eran tres…
Naturalmente, están los que se empeñan en descubrir la identidad histórica de Fulcanelli y han
perdido todo el mensaje de su obra. Los sopladores, los que cazan hechos porque van en busca de
hechos para reconstruir historias objetivas y han perdido de vista lo único que importa y no es quién
era Fulcanelli sino qué sentido tiene lo que se dice en su obra.

Basilio Valentín, no importa quién fuera, dice lo siguiente en un claro ejemplo de la calcinación:

“Toma un feroz lobo gris que, como indica su nombre, está bajo la influencia del guerrero Marte,
por nacimiento es vástago del antiguo Saturno, y que se encuentra en los valles y montañas del
mundo, donde vaga salvaje y hambriento”. No es tan difícil encontrar el lobo gris. “Vaga hambriento
y feroz por los valles del mundo…” -está en todas partes.
Y sigue: “Escondido pero voraz, con dientes afilados, como los dientes de Marte dispuesto a agredir
y luchar. Como Saturno, hijo de la codicia y de la oscuridad. Ese lobo gris que anda por el mundo es
lo que hay que tomar”.

Pero ¿dónde encuentro un lobo gris? Oye, baja en ti que verás que hay un lobo ¡y vaya qué lobo! Esto
también tiene que ver con Caperucita. Dice “toma un feroz lobo gris que se encuentra en los valles y
montañas del mundo, donde vaga salvaje y hambriento, y arrójale el cuerpo del Rey”.

¿Quién será el Rey? Por lo pronto, hay una cosa clara: el Rey sin duda es el principio rector, el Rey es
el principio que da estructura y unidad al reino. El Rey no es sólo un hombre sino que es el símbolo de
la unidad que regula y rige el estilo de vida del reino. Pero cuando ese estilo de vida ya no da cabida a
nada más; cuando uno sigue movido por un principio rector que ha perdido la capacidad de dar
pasión y brillo al alma… entonces ese Rey se ha vuelto viejo. Tú no sabes que está viejo, sólo sabes que
la vida ha perdido la capacidad de rejuvenecer, se ha vuelto simplemente un mero transcurrir, una
progresiva rigidez.

Pues hay que tomar el Rey dice. “Arroja el cuerpo del Rey y cuando lo haya devorado, quémalo y
redúcelo a cenizas en un gran fuego”. Esa es la calcinación. Ya anticipo que la calcinación es la
operación por la cual la sustancia a través del fuego es reducida a cal o a cenizas.
Por este proceso se liberará al Rey y cuando se haya realizado tres veces, o sea que al quemar y
calcinar el lobo, emerge el Rey para volver a dárselo de comer al otro lobo feroz y tres veces, entonces
el león habrá vencido al lobo, así nuestro cuerpo, es decir, nuestra materia ya será adecuada para el
primer estadio de nuestra obra.

Hay una explicación literal, porque la alquimia vale también en la tangibilidad. No sólo, pero también.
El lobo gris, hijo de Saturno, se refiere al antimonio. El antimonio no es un metal, es un metaloide que
cuando se mezcla con otros metales se separa de todos ellos y en cambio se pega al oro. De tal manera
que el antimonio parece ser el lobo que se come al Rey. Por este proceso repetido tres veces en el
laboratorio se consiguen unas sales de antimonio.
Y la pregunta es: ¿Por qué se llama antimonio? Anti: contra, monos: la unidad. Lo unitario. El
antimonio disuelve la rigidez de un principio unitario que destruye el sentido de la diversidad y de la
variedad.

Basilio Valentín fue el que descubrió las propiedades alquímicas y químicas del antimonio. Su obra
cumbre se llama “El carro triunfal del antimonio” (ver Bibliografía). Y dicen que cuando lo
descubrió, este monje benedictino lo puso en la comida envenenando a unos cuantos monjes, y de ahí
otra manera de interpretar su nombre: anti monakos, contra los monjes. Es un veneno poderoso si no
se conoce la dosis adecuada.

Lo que sí encontré interesantísimo en la web es un artículo “El imán del filósofo: transmutación
alquímica” que dice: “Mediante la transmutación alquímica, por ejemplo del antimonio, aparece un
remedio significativo. Para la opinión actual este proceso parece imposible, pero ahora ha sido
entendido en la Universidad de Munich. Nadie lo creía pero los alquimistas estaban en lo cierto.

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Por supuesto, Paracelso habla del antimonio que, preparado alquímicamente, es decir separando lo
tóxico de la esencia, tenía propiedades curativas extraordinarias. Pero luego se ha probado, claro
no tratado alquímicamente, y resultó muy tóxico. En veterinaria sólo se usa en cantidades ínfimas
para desparasitar animales. Si fuera un poco más fuerte, ya tendría un efecto tóxico. Con lo cual, se
pensó que los alquimistas se habían equivocado”. Como siempre eran delirantes…

El artículo continúa diciendo:


“El Dr. Schein en la Universidad de Munich ha hecho experimentos que parecen confirmar que los
alquimistas no estaban tan despistados. Con el procesamiento del antimonio y según las
instrucciones del laboratorio alquímico, los médicos sin pretenderlo evidenciaron que en principio es
posible una transformación alquímica de este tipo. La desaparición del antimonio después de la
extracción no ha sido clarificada, resumió como resultado de su investigación el Dr. David Schein.
Con esta observación objetiva evita hábilmente cualquier afirmación del asombro absoluto frente a
este proceso.
En el espectacular proceso llevado a cabo según las instrucciones del Dr. Schein, el venenoso
mineral del antimonio, similar al arsénico, se convierte en un remedio no venenoso. Con este hecho,
las recetas y remedios de Paracelso y Basilio Valentín fueron confirmadas de forma asombrosa. Se
diferenciaron mucho de la medicación de antimonio utilizada para curar en los últimos siglos,
debido a la buena reputación de Paracelso, los tan elogiados remedios de antimonio fueron
distribuidos rápidamente pero sin el procesamiento del conocimiento alquímico correcto. Y así se fue
olvidando cada vez más hasta que los curanderos vendían simplemente agua de antimonio que era
tóxica.
Este uso incorrecto de los remedios llevó que a mediados del s. XVII los graduados en universidades
médicas tuvieran que jurar que nunca usarían compuestos de antimonio y mercurio. Sin embargo,
en 1666 esta prohibición fue revocada y se recomendó mantener las dosis más bajas posibles. Sólo
unas cuantas personas sabían todavía cómo procesar correctamente los remedios de antimonio no
tóxicos. Paracelso, igual que Basilio Valentín, ya hizo notar una característica asombrosa del
antimonio. Si se añade a una mezcla de metales fundidos, se asociará con el contenido de oro, (el oro
se come al oro. Es decir se come al Rey, el Rey es el oro) y se separa de los metales impuros. Debido a
que el antimonio aparentemente se come y extrae de los metales preciosos también fue llamado “el
lobo de los metales” o “el imán del sabio”.

Esta aparente fuerza mágica del antimonio tiene un efecto similar en el hombre. Según el
procesamiento alquímico, también separa en el ser humano el oro puro del impuro. Y conduce “lo
enfermo” en el sentido de toxinas depositadas, productos metabólicos residuales causantes de
enfermedades, fuera del cuerpo. Según Paracelso, el aceite de antimonio que suministra junto a una
quintaesencia de bálsamos es el más intenso. En su doctorado, David Schein trabajó según la
fórmula del alquimista Basilio Valentín. Al principio, las instrucciones parecían muy simples,
aunque laboriosas. Primero, el mineral debía fundirse con un cristal, el cristal puede adoptar
cualquier color del espectro, Basilio Valentín y Paracelso lo vieron como un símbolo de que el
antimonio contiene todas las cualidades. Dependiendo del proceso que se realice, el antimonio
también podía usarse como tipo de remedio universal para curar enfermedades. El Dr. Schein logró
producir cristal de antimonio de color rojo, amarillo, naranja, verde, gris y negro variando parte de
los diferentes óxidos. Valentín recomendaba usar sólo el cristal de antimonio de color dorado para
seguir con el procesamiento.
El Dr. Schein probó que efectivamente el producto resultante tenía un extraño gusto dulce, pero
también ocurrió lo que contaban los alquimistas. Finalmente, el polvo se empapa con alcohol, el
líquido se vuelve negro y en su superficie relucen de nuevo todos los colores del arco iris. Y después
se vuelve rojo. El líquido que ha aparecido es tintura de antimonio que resulta única en su aplicación
médica…”.

Vaya, no andaban tan despistados los alquimistas. Pero claro si se da antimonio vulgar y no se procesa
con la paciencia para permitir que se vuelva negro, del negro se vuelva multicolor y luego se vuelva
rojo… el resultado puede ser tóxico. Pero ya sabían los alquimistas que el veneno y el remedio son la
misma cosa. Y la palabra “fármaco” quiere decir veneno, quiere decir remedio. Pero ¿cuál es la
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misma cosa. Y la palabra “fármaco” quiere decir veneno, quiere decir remedio. Pero ¿cuál es la
diferencia entre el remedio y el veneno? La dosis. Lo que en una dosis es venenosa, si se extrae la
esencia y se dosifica adecuadamente es un remedio. Y esto ya lo sabían los alquimistas. Pero claro,
cuando lo tomas al pie de la letra y no haces el procesamiento, simplemente reducir antimonio sin
tratarlo, sigue siendo tóxico.

Ésta era una anécdota para que vean cómo el lobo gris efectivamente se come al Rey.

El lobo gris es la codicia. ¿Y qué es la codicia? Otra vez volvemos al tema de siempre: “¡Quiero más!”.
Hambre, voracidad. Entiéndanlo literalmente y no literalmente.
Es curioso, en la tipología que usan algunas escuelas como la de Rudolf Steiner, el tipo sulfúrico no se
cansa de comer. Es tanto su apetito que, le pongan lo que le pongan en el plato, se lo comerá en cinco
minutos. Voraz con la comida, voraz con las ganas de vivir. Voraz con el dinero, voraz con el prestigio,
voraz con la importancia personal, voraz con los deseos. ¡Se lo come todo! Y nunca tiene suficiente.
La voracidad no se calma comiendo comida sino a través de una transformación. Pero la persona
voraz sólo quiere más. Y mientras más come, más quiere.

Reconocer esta codicia es necesario para darnos cuenta de que el principio que está rigiendo nuestra
vida ya no admite vida, es sólo muerte. Sólo a través de la aceptación de esta muerte mediante el
descubrimiento de una voracidad que ha llevado a una vida privada de sentir, puede emerger el león,
un león brillante, noble, con ojos que irradian luz. Un león que es el corazón, no la cabeza marciana
como una flecha dispuesta a atacar todo para abrirlo, penetrarlo y poseerlo, sino un corazón radiante
que resplandece de generosidad. La codicia transformada en generosidad.

Voy a poner un ejemplo que tiene que ver con la identificación del deseo, el deseo que nos mueve a
todos con los objetos de deseo. Tiene que ver la identificación con “quiero esto”; “me lo merezco”; “si
no tengo esto la vida no tiene sentido”; “necesito un hombre a mi lado para vivir, porque una mujer
sin un hombre al lado no tiene sentido”. Y por lo tanto voy a buscar a un hombre como sea… o me
deprimo. Porque no puedo aceptar que si no hay esto, no hay nada. No puedo aceptar seguir vivo
renunciando a esto. No puedo aceptar que quizá haya objetos inimaginables porque el deseo está
pegado a esta literalidad. Y me voy a bailar tangos todos los jueves y domingos con mi rabia y mi
hambre para ver si consigo un hombre que le dé sentido a mi vida. Y si me quitas eso, me deprimo.

La única fuente de vida está identificada con el objeto. Pero a veces no es un hombre, a veces es éxito,
dinero, el ascenso en el trabajo, la casa en la montaña. A veces son niños regordetes que van al colegio
americano cuyo objetivo es ganar el premio Nobel. A veces es la mujer más guapa del mundo. A veces
es que se inclinen ante mí y reconozcan mi superioridad. No importa cuál sea el objeto. Pero el objeto
está tan literalizado que se apropia del único sentido que esa persona concede y otorga al misterio
inconcebible de la existencia.

Es cierto que a veces uno es lo suficientemente inteligente como para darse cuenta de lo infantil del
deseo. Me doy cuenta, soy inteligente, es imposible que la mujer más guapa del mundo me quiera a
mí. Y por lo tanto acepto racionalmente eso. Entonces mi vida se transforma en una resignación, sin
pasión y sin ganas de vivir. Si no puedes hacer eso, se ha ido la vida.

Ahí tienen un ejemplo de lobo feroz que termina comiéndose al Rey porque el principio rector de la
vida se ha vuelto seco. ¡Y tiene que ser así! ¡Y hasta tres veces!
El tres no sólo es literal pero naturalmente tiene que ver con los tres elementos, tiene que ver con la
sal, el azufre… Como diría el alquimista, tiene que ver con los Tres Reinos, tiene que ser en el plano
mineral, en el plano animal y en el plano vegetal. Se tiene que quemar la mineralidad en ti, se tiene
que quemar la vegetalidad en ti, se tiene que quemar, finalmente, esa animalidad en ti. ¿Y entonces
qué queda en ti?
En esos Tres Reinos habitan los 3 tipos de personas: Los “minerales” que su sentido en la vida es oír el
“clín--clín” de la caja registradora, oirla cantar es lo más importante para ellos, lo que da sentido a sus
vidas, vidas inamovibles, fijas, acabadas, los “vegetales” los que se ocupan de las conquistas ya sean
amorosas, laborales o de otra índole para satisfacer sus propios deseos egoístas y los “animales” que
su objetivo en la vida es “marcar el territorio” defender su status y poder al que han llegado,
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su objetivo en la vida es “marcar el territorio” defender su status y poder al que han llegado,
defenderlo con uñas y dientes.

Hay gente en la consulta, como una señora de 52 años, sola, con pocas relaciones personales…
obsesionada por conseguir pareja. Y entonces yo le digo: ¿Por qué tiene que ser una pareja? ¿Por qué
no lees que durante 52 años esto quiere decir algo? Entonces, está la persona que dice: “si tú me
quitas eso, no puedo salir de mi casa, ya no hay razón, ya no hay energía”. Tal vez haya algo más ahí.
Yo le he indicado que lo que en el fondo quiere es el paraíso, que el deseo del paraíso es un deseo
inherente en el alma humana. No se trata de renunciar al paraíso porque si se renuncia al paraíso se
ha perdido la vida. Y que el paraíso nunca se mira desde la literalidad, los paraísos no están en las
coordenadas geográficas.
Y ella me responde: lo entiendo, pero tal vez un hombre sea como la zanahoria que se pone delante del
burro, tal vez sea eso lo que me lleve finalmente…
Y yo le digo: no, porque la zanahoria está delante y el paraíso está encima. Y mientras miras un
pantalón, no miras hacia arriba.

Este proceso (que nunca puede ser voluntario) de renuncia al objeto sólo nos pasa a través de una
intensa calcinación. La vida está llena de oportunidades. Son las circunstancias en las que se frustra el
deseo. ¿Qué nos ocurre cuando nos quitan lo que queremos o no nos lo dan? Rabia, empieza el fuego
interior. Un pequeño fuego externo es la ocasión de que empiece a encenderse el fuego interno. ¿Qué
es el fuego que calcina? Es el fuego que transforma. Rabia, enfado, odio...

Otra amiga también me contaba, abandonada por el hombre que creía su dios, y que de repente ahora
ya no estaba, experimenta rabia, odio. Es normal, es la resignación. Indignación, cólera. Cólera es
Marte. Marte es rojo. Marte es el signo de la primavera, es el carnero, tiene la fuerza de la vida que
enrojece. Uno se pone rojo de deseo, rojo de indignación. Y así empieza el fuego.

En la Biblia se habla del horno ardiente de Nabucodonosor. ¡Qué bonita imagen! Nabucodonosor, Rey
de Asiria, encontró a tres judíos y les pidió que se inclinaran ante él como su verdadero señor. Y por
supuesto, ellos no estaban dispuestos a inclinarse ante un mortal como si fuera Dios. Entonces,
Nabucodonosor los metió en un horno ardiente. El horno de la rabia, que es el horno del poder.

El impotente se transforma en envidia. ¡Cómo quema la envidia! Es buena la envidia porque calcina,
pero si no se hace alquímicamente, calcina, quema, llena de rabia, destruye tu vida. También es el
resultado de lo que hayas hecho. Pero es una oportunidad de empezar a trabajar alquímicamente.
Pero cuando se trata de la rabia del poderoso, prepárate, porque viene el abuso de poder, viene la
persecución sistemática, viene la imposición, el abuso de autoridad, los ejércitos, finalmente la guerra.

¿Qué es una manifestación de la calcinación? La guerra.


¿Y qué es la guerra sino la gran calcinación de la sociedad? Piensen en la Segunda Guerra Mundial.
Recuerden lo que era Berlín antes de comenzar la guerra y miren fotos de Berlín al acabar la guerra.
Eso es la calcinación. Quedó reducida a cenizas. Pero esta reducción a cenizas reveló la verdad. Ese
Berlín de cenizas ya estaba al comenzar la guerra. La calcinación no hizo más que quitar todo lo
accesorio para dejar expuesta la esencia. Quitó lo que los alquimistas llaman toda la materia
superflua. Pero no lo hacemos. Estoy rabioso porque tal no me ha prestado atención y empiezo mis
estrategias de tortura, de manía, de persecución, de transformarlo en el objeto de mis iras. Y todo el
fuego interno se vuelca exteriormente volviendo negro mi entorno sin producir ninguna
transformación. Sólo produce degradación.

En la clase pasada comenté que fuego es “pyros” en griego, de ahí viene pirómano. Está en castellano,
en francés y en italiano en el vocablo “pur” y de ahí purga, y de ahí purificación. La purificación es por
el fuego.
El fuego quema todo lo exterior, superfluo, pero no puede cambiar lo esencial. Y reduce todo lo que
parece sólido a cenizas. Pero es lo que permanece. Quita todo lo impermanente que lo devora y
desnuda lo esencial. Es un proceso por el cual el vivo muere, pero el que estaba muerto y oculto
empieza a manifestarse. Es dolorosísimo, significa quemarse vivo. ¿Pero no es doloroso vivir ardiendo
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empieza a manifestarse. Es dolorosísimo, significa quemarse vivo. ¿Pero no es doloroso vivir ardiendo
de envidia? ¿No es doloroso vivir consumido por la rabia? ¿No es doloroso verse continuamente en
manos de la frustración? ¿Pero qué pasa con ese dolor? Ese dolor se vuelca afuera. No hay alquimia.
Se lo justifica. Y sigue un ardor que no desprende nada de ti. Tú sigues obstinado en la persecución del
objeto.

Purificar, purgar, purgatorio. La calcinación es el purgatorio. Es la purga en la que se está viviendo


para desprenderse de todos los cuerpos, pero lo increíble es que yo soy lo superfluo. Por lo tanto, se
quema el yo. Yo que estoy pegado al objeto que me sustenta. La desaparición del objeto es la
desaparición del yo.

Por lo tanto, necesito la voracidad del objeto para poder seguir siendo sujeto. Un sujeto que arde
continuamente pero que ennegrece todo lo que toca. Todos los alquimistas están de acuerdo en una
cosa. El azufre es fundamental para la operación alquímica pero tiene dos lepras que si no se las
trabaja no permite ninguna transformación. Y las dos lepras del azufre son su inflamabilidad y su
mezcla con la basura material.
Por lo tanto, hasta que el azufre no se vuelva incombustible, ese azufre que se inflama rápidamente es
tan furioso, tan feroz, que simplemente destruye todo a su alrededor.
Es como el incendio en la naturaleza. El fuego devastador que coge los pinares enteros y arrasa todo.
A ese fuego lo llaman “el tirano de la naturaleza”. El azufre verdadero es aquél que sin contaminación
alguna es capaz de mantener su luz sin inflamar. Por lo tanto, tiene la constancia de una lámpara
encendida. Pero hay que trabajar, porque el azufre crudo vuelve negro todo lo que toca. Es como
cuando te dicen algo y “te sulfuras” y te vuelves inflamable y esa inflamación hace que lo quemes todo.
No sirve.

Ese azufre es el azufre de la envidia, de la rabia, de la codicia, del enfado, de la cólera. Es el eterno
guerrero que necesita enemigos para justificar su violencia. Es un eterno violador. Por lo tanto, crea
dragones para sentirse héroe. Y entre tanto ¿de qué se escapa? Del vacío que encuentra si abandona el
objeto. No es capaz de reconocer que el deseo puede arder más allá de las literalidades. Porque no ve
otro mundo que no sea el de los hechos o el de los conceptos. Porque carece de imaginación. Porque
no ha aprendido a imaginar. Y por lo tanto se orienta en mundos geográficos y cree que no hay nada
más. Se agarra a las cosas o se agarra a las definiciones rígidas.
Y arde continuamente, es un peligro.

Todos conocemos personas excesivamente coléricas, en Argentina se usa mucho la expresión “leche
hervida”. Cuando la leche hierve sube de golpe y se derrama. Hay gente que es “leche hervida” y todos
los conocemos.
¿Y qué se hace con un “leche hervida”? Esa leche hervida no entiende el porqué de esto. Lo ve todo
afuera, no ve su continua contaminación. Ensucia lo externo porque deposita allí la causa de su
frustración. ¿Resultado? Se queda solo. Y encima resentido por una soledad que siente que no merece.
¡Tremendo destino! El fuego fatuo no es un fuego verdadero. Son chispitas que brotan de los huesos
de los cadáveres, son ilusiones ópticas. Con ese fuego no se puede hacer nada.

Quería leer un comentario muy acertado a propósito de Jung. Me parece su obra más reveladora,
absoluta poesía: “Mysterium Coniunctionis” (ver Bibliografía). No hay que tomarlo al pie de la letra,
sino observarlo desde la perspectiva del lobo feroz, de la codicia:
Lo que no es real no puede calmar el hambre. Nunca puedes tener suficiente de lo que no es necesario.
Así que si te llenas de lo innecesario siempre estarás hambriento. Y aquél que busca riquezas, no sabe
que lo que busca no son riquezas, sólo siente el hambre y cree que lo va a calmar con riquezas. Y
mientras más tiene, más hambre tiene. ¿Cómo va a calmar algo que no alimenta? Y el que cree que el
hambre se calma con poder, ha ido a lo que nunca calma, tiene cada vez más hambre. Lógicamente, si
no está comiendo lo que alimenta al alma. Le das cosas, le das factores sociales. El alma quiere arte,
quiere libertad, quiere conectar con la fuente de la sabiduría, pero yo le doy monedas y billetes. Nunca
he visto a nadie que logre contentarse y lo que hace falta no es tener, sino contener. La capacidad de
contención es la gran transformación cuando esa voracidad de otra cosa se transforma en deseo de luz
que se autocontrola.

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Voy a aclarar una cosa. Cuando el Rey está viejo, naturalmente se ha perdido la pasión. Se ha perdido
el interés, la vida es aburrida. La vida ya no contiene alma. Se ha vuelto rutina, previsibilidad.
Naturalmente, uno se siente viejo, se cansa, es lo mismo, es todo como decorado de cine, nada es real.
El Rey ha muerto y naturalmente hay una falta de fantasía, de ideas y de vida interior.

Dice Jung:
”Si consideras tu falta de fantasía, de ideas y de vitalidad interior, que sientes como estancamiento y
yermo estéril. Si la consideras con el interés propio de la alarma que sigue a la muerte interior…”

Esto es lo que no pasa por ejemplo con mi amiga, muerta como está, yerma como está, todavía va a
bailar tangos a ver si aparece un hombre. Todavía no ha aceptado morir, todavía se arrastra a ese
desierto donde va. Y sólo hay desierto. Por lo tanto, no puede contemplar con alarma esta esterilidad
porque aún sigue adherida al deseo de que se volverá fértil cuando encuentre lo que quiere.

Dice él:
“Si atiendes a esto con el interés propio de la alarma que sigue a la muerte interior y como llamada
del desierto, se producirá algo. Pues el vacío interior esconde una plenitud igual de grande con tal
de que te dejes simplemente penetrar”. Déjate penetrar… este “dejarse penetrar” tiene que ver con
una aceptación, con poder “dejar acontecer la fantasía” (sin literalización, claro, sin acción
compulsiva) y que puede recordar al “dejar ser al ser” de Heidegger, su Gelassenheit, su dejidad,
también traducida a veces como “serenidad”
Como decía esta mujer, es que si no le busco, si no le persigo… ¿qué hago? ¿me quedo tumbada? No,
déjate, túmbate. Ya verás que cuando tú no lo haces, se hace en ti. Se hará. Pero hay que dejarse,
abandonar.

Continua diciendo Jung:


“Cuando te muestres accesible a la llamada del desierto (esto lo escribe un hombre de 80 años con la
honestidad de quien mira a la muerte, por eso es tan sentido) el anhelo de plenitud vivifica el yermo
vacío de tu alma como la lluvia sobre la tierra seca. Eres tan estéril porque, sin saberlo, algo así
como un espíritu maligno obstruye el manantial de tu fantasía, obstruye la fuente de tu alma. El
enemigo es tu azufre bruto que te quema con el fuego infernal de la codicia, de la concupiscencia”, -
es decir, identificación con los objetos. No hambre, sino hambre de esto o aquello. Eso es
concupiscencia-. “Querrías hacer oro porque piensas que no hay mayor plaga que la pobreza.
Querrías resultados que adulen tu soberbia. En una palabra, quieres y esperas algo que te
convenga. Pero presientes con espanto que de eso no hay nada. Por eso no quieres ser fructífero.
Porque entonces lo serías simplemente por Dios y no desgraciadamente por ti. Expulsa por lo tanto
esa codicia bruta y vulgar que de manera tan infantil como miope sólo se fija metas situadas dentro
de tu horizonte”. Las únicas metas son las que caben en ese horizonte estrecho que no ve más que
esto, y si no es esto no es nada.

Voy a explicarlo volviendo al caso de la persona abandonada que sentía rabia y furor. Corre como un
lobo feroz por todas partes. Y esta persona ha de volver, viene a que le lea el Tarot. Y claro, en el Tarot
sale esto. Haz otra cosa. Hay otra cosa que no cabe en tu mirada. Y en este momento de tu vida tienes
la mayor ocasión. Para soltar aquello tan banal y estar disponible para lo que nunca hubiera
imaginado. Y me dice: sí, sí, todo eso está muy bien, pero con hombre ¿no?
Hablamos de encontrar el sentido, hablamos de la conexión con el paraíso. Hablamos del encuentro
de la luz que no se apaga nunca. Sí, sí, todo eso muy bien pero con un hombre al lado ¿ no? Yo iré a
bailar, yo me trabajaré… para conseguir una pareja. Si yo me trabajo, si yo me mejoro, entonces
conseguiré la pareja.

Por eso, la fuente del agua del interés no es pura, es agua viciada por la codicia. No sirve, no puede
sustituir a la fuente de la vida que está tapada por ese azufre bruto. Tu interés no, lo que a ti te
interesa es lo impuro. El agua de tu interés está envenenada con la lepra común a toda vulgar codicia.
De esa enfermedad colectiva tú también estás infectado. En consecuencia, por favor, reflexiona por
una vez. ¿No tengo que hacer algo? Reflexiona por una vez. Mira el reflejo en el espejo de la vida.

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una vez. ¿No tengo que hacer algo? Reflexiona por una vez. Mira el reflejo en el espejo de la vida.
¿Reflexionar? Eso no es vivir, eso es perder tiempo. Desde el azufre ardiente, todo tiempo que no está
consumido en la persecución del deseo, no existe, es tiempo perdido. Porque se cree que el tiempo se
gana o se pierde. Se cree que se tiene tiempo. No saben de la muerte. No saben que están muertos.

Que todo el tiempo que tienen es tiempo perdido. También hay que renunciar a eso. También hay que
renunciar a “tengo tiempo”, “no tengo tiempo”…

Entonces dice:
“De esa enfermedad colectiva también tú estas infectado. Por favor, reflexiona de una vez. Haz salir
el pensamiento”.
Es decir, en esta codicia hay una idea. Pero que está pegada y todavía no la ves. Libera la idea que te
tiene atrapado. A esto se refiere el alquimista cuando el ave hermética se despega de la materia que ha
quedado yaciendo en el vaso. El vuelo del ave hermética. En esa materia estaba pegado, como muerto,
literalizado. Reducido a cenizas, finalmente el pájaro que estaba prisionero eleva su vuelo.

Haz salir el pensamiento. ¿Qué pensamiento? Yo no quiero pensamiento, ¡quiero pantalones! Quiero
hombres guapos! ¡Quiero dinero! ¡Quiero prestigio! ¡Quiero ser famoso! ¿Qué me hablas de pensar?
¡Son cosas, lo que quiero es acción! ¿Qué pensamiento habita en esa acción? Aún no se ve como
pensamiento porque se ha reflejado en ti.

Dice:
“Por favor reflexiona por una vez. Deja salir el pensamiento que se esconde detrás de esa codicia. Un
hambriento de infinito, es decir, un hambre que nada puede colmar.
Y entonces cita a Heráclito, el pensador del fuego en Occidente: “Es por Hades por lo que enloquece y
celebra bacanales toda la codicia”. Dicho de otra manera, toda la codicia celebra bacanales y no lo sabe
por la muerte.

¿Qué hay detrás de tu codicia? Un desconocido homenaje a la muerte. Haz salir ese pensamiento,
acepta la muerte y entrarás en una vida inimaginable porque lo infinito no está ahí. Querer dar objetos
finitos a un hambre infinito es la condena a un hambre insaciable. ¿Cómo se sacia el hambre de
infinito? Entrando en el infinito. ¿Y cómo vas a entrar en la infinitud si te mueves en mundos
geográficos donde todo está localizado espacio-temporalmente? Descubriendo que hay un octavo
clima, que no está en los mapas. ¿Y cómo llego? Abre las puertas a la imaginación y ya estás ahí.

Sigo: “Cuanto más dependas de lo que todo el mundo quiere”.


¿Y qué quiere todo el mundo? Un compañero para caminar juntos, un hijo, los mejores
electrodomésticos de última línea, la casa cómoda, consumo garantizado, vejez asegurada… Fama,
prestigio, gloria, vida natural. Lo que crees que quieres, es lo más vulgar. Eres codicioso vulgarmente.
La enfermedad del azufre de la codicia te ha picado. Como yo le decía a alguien que se sentía especial:
“hombre claro, es lo más común”. Es decir, estadísticamente, lo común es que la gente se sienta
especial.

“Cuanto más dependas de lo que todo el mundo quiere, más serás un hombre cualquiera, alguien
que en todo caso aún no se ha descubierto a sí mismo. Y por ello va tropezando como un ciego por el
mundo, como un guía de inválidos, con la seguridad de un sonámbulo que se dirige al vacío adonde
le siguen todos los otros paralíticos”. Ahí tienes los ejemplos ideológicos, los modelos de todo esto.
Hay que ser como el tal, como el cual… Estos son los ciegos que van dando tumbos como sonámbulos
hacia el desierto.
A una vejez llena de rigidez y sin pasión, a una muerte sin vida, a una rabia y un despecho porque
creen que la vida les quitó lo que creen que merecían.

Pero esto no es que vaya a pasar, ya está pasando. No es ser adivino, mira adentro y verás el desierto
al que vas. No es una profecía pues ¿Qué va a venir en la vida sino lo que ya hay? Este desierto no ha
sido trabajado para encontrar el agua de la fuente primigenia que renueva y es la fuente de la eterna
juventud.

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Lo mejor viene ahora:


“Un hombre cualquiera es, en efecto, siempre muchos. Cree que es uno, pero es una mezcla de
muchos. Purifica tu ser del azufre colectivo que se pega a todos como la lepra. El deseo arde
únicamente para consumirse, y en ese fuego y a partir de él surge el verdadero espíritu vital que
produce una vida según sus propias leyes, no deformada por la miopía de nuestro propósito ni por
la grosera arrogancia de la superstición en nuestra voluntad. Las leyes del espíritu liberado de las
pretensiones de ese pequeño yo colectivo vive según su propia ley, no según tu voluntad. Vive para
tu conveniencia, vive dentro de tu horizonte, se expande y te lleva a un horizonte que jamás habías
imaginado porque no está al alcance de la vanidad del yo”.

Pero la gente cree que si se trabaja y se conoce, ese espíritu coincidirá con lo que ellos piensan que
tiene que coincidir. Su arbitrio personal, la ceguera de su voluntad… no se lo permiten.
El deseo no arde para quemarlo todo, el deseo arde en nosotros, como en la calcinación. Este es el
propósito de la calcinación. Consumirse, empequeñecerse… Y cuando tú eres pequeño, ese universo
que estaba tapado por tu pequeñez se revela infinito.

Sigo:
“Lo inconsciente desea que se interesen en él y por él. El alma desea que te intereses en ella, no por
ti”.
Ah, pero somos muy astutos: me interesa el alma -solemos decirnos- porque si yo me conozco
conseguiré lo que quiero. ¿Cómo puedo resolver tal complejo que me molesta para conseguir metas?
Eso es la trampa de la codicia que quiere beber agua y sólo consume agua contaminada por el deseo
personal. Eso nos condena al desierto. Y está bien el desierto. Es la llamada del desierto lo que hay
que aceptar.
Desertar, ser pequeño ante lo infinito. Lo inconsciente, el alma desea que se interesen por ella y exige
ser aceptada tal como es.

Dicho de otra manera, que renuncies a tu pretensión de que las cosas sean como tú quieres. Claro,
esto es fácil de decir pero, cuando es sólo un decir, el ardor continúa en uno. Recuerdos que queman,
ardor de estómago consumido por la envidia, enardecido por la rabia, inflamado por la ambición.
Todo esta ahí. El fuego te enseña. Si tan sólo estuvieras dispuesto a ser purificado.

Seguimos: “Cuando la existencia de eso que está enfrente…”.


¡Qué bonito!, está enfrente, el infinito está ahí. ¿Y dónde estás tú? Apegado a tu codicia vulgar,
impura, egoica, inflada, inflamada de inflación…

“Cuando la existencia de eso que está enfrente al fin se constata, el yo debe confrontarse con la
exigencia que se le plantea”.
Y esto es muy importante, porque la gente cree que imaginar, contemplar es bonito… No, lo que
aparece, te compromete. Por lo tanto, hay que tomar partido. No es una contemplación que es una
constatación, es un compromiso. Como dice Hillman: “no se trata de creer en el alma, se trata de
tomar partido con ella”. Y tomar partido es vivir de acuerdo a eso, no pensar “qué bonito” porque
mientras piensas “qué bonito” lo que muestra que hay en ti es un olvido del alma.

¿Cómo toleras ahora la realidad que tolerabas en tu codicia? ¿Cómo toleras la injusticia? ¿Cómo
toleras las mentiras? No estoy hablando literalmente de las mentiras. ¿Cómo toleras este cuento que
desmantela y empaña la belleza que aspira a ser reconocida? No, la belleza no aparece en actitud de
éxtasis. La belleza aparece comprometida. Y la belleza, como dicen en la Cábala, es el resplandor del
bien. Y no se está ante el bien contemplativamente, se está ante el bien como ante una exigencia. Ante
esto ya no puedo querer lo que yo quería.

Termino:
“Fluyendo constantemente la fuente expresa asimismo un fluir constante del interés hacia el alma.
Es decir, una especie de atención continua o “religio”, religión, vínculo que también puede
denominarse devoción. La conciencia es tan terra arida como el alma si ambas mitades de la vida
están separadas entre sí” (tierra árida, desierto). Este mundo de literalidad, cuando no está
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están separadas entre sí” (tierra árida, desierto). Este mundo de literalidad, cuando no está
iluminado por sus modelos ejemplares, cuando no puede reconocer la luz que le presta su conexión
con el arquetipo ejemplar, esto es tierra árida.
“La conciencia es tan terra arida como el alma si ambas mitades de la vida están separadas entre sí”.

Termino con la continuación de Basilio Valentín que habla de lo mismo. Basilio Valentin, el del lobo.
Aclaro una cosa. No sólo es el lobo sino una imagen maravillosa: el perro rabioso. El canis rabidus es
el azufre impuro. Uno puede decir es vocación, es vehemencia, es codicia. Ponle todos los oropeles que
sea pero es rabia por hincar el diente y sacar provecho. —No, a mí me posee el entusiasmo… El canis
rabidus está fuera porque está en ti. Por lo tanto, o lobo feroz que vaga en las montañas, o perro
rabioso, o dragón voraz… Todo esto vinculado con las heces, los excrementos, la terra arida, el
desierto. Aquello que si no se vuelve cenizas está muerto, sin posibilidad de vida. Y que sólo calcinado
y transformado en ceniza de alquitrán negro, se vuelve ceniza blanca. Blanquear lo negro. El azufre
genera chapapote, se apropia de todo. Hasta que eso no se blanquee, estarás atrapado en el desierto.

Entonces continúa Basilio Valentín diciendo:


“La calcinación es el único modo correcto y legítimo de purificar nuestra sustancia, pues el león se
purifica con la sangre del lobo”.
El corazón se purifica con el sacrificio de la voluntad. Lo que brilla en ti, el oro en ti conectado con el
sol arriba, la fuente de toda luz se purifica con la muerte de esa voluntad propia, codiciosa y
obstinada.

Basilio sigue diciendo:


“Y la sangre del lobo concuerda maravillosamente con la del león, visto que los dos líquidos son
estrechamente afines. Hay ciertas afinidades entre el deseo codicioso y la generosidad de la vida
porque ese deseo liberado de su objeto se abre al infinito. Hay afinidad pero no hay identidad. Por
eso el lobo tiene que ser devorado. Si el lobo no se ha quemado y transformado sigue siendo un lobo
voraz. Es decir, cuando el hambre del león se haya calmado, su espíritu se vuelve más poderoso que
antes y sus ojos resplandecen como el sol. Su esencia interna es ahora de valor incalculable para
quitar todos los defectos y para la curación de todas las enfermedades.
El león purificado es buscado por los leprosos que desean beber su sangre, todos los que están
atormentados por cualquier enfermedad se refrescan con su sangre”.

Dice Basilio: “Pues quien bebe de esta fuente dorada experimenta una renovación de toda su
naturaleza. No una prolongación, no un durar mucho tiempo, un ser renovado, un volver a ser
nuevo. Nuevo como no eras. La desaparición de toda materia insana, una fresca provisión de
sangre, un fortalecimiento del corazón y de los órganos vitales y una permanente tonificación de
cada miembro. Pues abre todos los poros y a través de ellos elimina todo lo que impide la salud
perfecta del cuerpo”.

Todas las calcinaciones, todos los entrampamientos en la materialidad, todas las identificaciones con
literalidades, todas las preocupaciones materiales han tapado los poros, por eso estás separado del
mundo. Pero cuando este león ha sido transfigurado, vuelve a fluir la vida, se despega la impureza y el
mundo se revela en su esplendor. Es muy parecido a Jung pero escrito en el año 1600. Sin embargo no
es difícil reconocer el mismo espíritu.

Dice así:
“Porque permite que todo lo que es benéfico permanezca, sin ser obstruido por la materia impura.
Pero amigo mío, sé escrupulosamente cuidadoso y preserva la fuente de la vida límpida y clara. Si
se mezcla con cualquier agua extraña a ella, se corrompe y se vuelve positivamente dañina. Si aún
retiene algo del disolvente que ha sido añadido para su disolución, debes purgarlo cuidadosamente,
pues ningún corrosivo tiene el menor uso para la prevención de las enfermedades del interior”.
El agua de la fuente se contamina rápidamente cuando te apropias de ella.

Vamos a poner un ejemplo más:


“La calcinación ha permitido, dice el “Tratado Aureo” mostrar lo que estaba oculto, pues recuerda
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“La calcinación ha permitido, dice el “Tratado Aureo” mostrar lo que estaba oculto, pues recuerda
que la obra es tanto contigo como acerca de ti. Aquello que estaba dentro es sacado fuera y fijado.
Puedes tenerlo ya sea en tierra, ya sea en mar. La tierra es el mundo manifiesto. El mar es el mundo
psíquico”.
Por eso, los alquimistas dicen hay que volver líquido lo terrenal, y hay que volver sólido lo que es
líquido. Es decir, el cuerpo se vuelve alma, y el alma se vuelve cuerpo. Pero ¿cómo se come eso de que
la obra es tanto contigo como acerca de ti? Claro que es con ello, es con el antimonio, y contigo. El
antimonio allí y el lobo feroz en ti.

Y sigue diciendo:
“La calcinación disuelve hasta los metales. Calcina y reduce la tierra. La calcinación transforma los
cuerpos en cenizas. Incinera, blanquea y limpia”.
Esto lo dice un tratado atribuído a Arnau de Vilanova que era un gran alquimista (consultar la
bibliografía).
Porque recordemos lo que dice Morieno (ver Bibliografía), un alquimista más antiguo: “El fuego
limpia el azoth y el latón”. Es decir, lo despoja por completo de su negrura.

Vamos a hablar de los falsos alquimistas que buscan oro vulgar, quieren esto o aquello, son codiciosos
de dinero, de poder, de posesiones, de reconocimiento. Los falsos alquimistas confunden el azufre
alquímico con el impuro azufre colectivo. Son llamados sopladores ya que trabajan en el laboratorio
(soplan el fuego) pero no en la meditatio, en la oratio. De estos habla ya Arnau de Vilanova y dice:
“Los cuerpos calcinados son arrastrados por los espíritus y ellos, los falsos alquimistas, dicen que
están sublimados. Pero qué decepción tienen cuando encuentran cuerpos impuros con sus espíritus
más impuros aún que antes”.

Nuestra sublimación no consiste en elevar. La sublimación de los filósofos, del alquimista, del que
vive alquímicamente, es una operación que hace de una cosa vil y corrompida, otra cosa más pura. Lo
mismo que cuando se dice corrientemente: “Fulano ha sido elevado al obispado”. Por elevado se
entiende que fue colocado en una posición más honorable. Del mismo modo, decimos que los cuerpos
han cambiado de naturaleza. Es decir, que han sido exaltados, que su esencia se ha hecho más pura.
De manera que nuestro sublimar es lo mismo que purificar. Y en tanto ¿qué cree un soplador? Cree
que sublimar es subir. No sube ni baja, ¡son tan literales! No tiene que ver con el espacio. Aparece en
ese espacio cuando en ti la mirada aglutinante que vuelve todo negro se ha limpiado y ahora descubre
oro donde no lo había.
Último ejemplo:
“La tierra calcinada , dice Morieno, permanece en la base de la vasija. De modo que tienes cuatro
elementos en las mismas proporciones: agua disuelta, tierra emblanquecida, aire sublimado y fuego
calcinado.”
Lo importante de este texto de Morieno es que muestra que lo que llamamos ceniza, materia
quemada, contiene fuego. Pero ya no es el fuego pegado a los objetos sino un fuego calmo, contenido,
que ya no quema, sino que está guardado en su interior.

Una palabra más y acabamos. Jung tiene una frase extraordinaria: “Cuando pude separar la imagen
del afecto, entonces obtuve una paz y una confirmación.”
Mientras corras de acción en acción, está atrapado el pájaro en el alquitrán. Esta separación, esta
liberación de la imagen que es idea, es el objeto de la calcinación.

Me olvidé de contarles que a Nabucodonosor, lo que le pasó fue que metió en el horno a los tres judíos
y no se quemaron. Y no sólo no se quemaron, resistieron el fuego, sino que apareció un cuarto, con lo
cual la furia de Nabucodonosor fue mayor. Fue tan mayor su furia que llegó a decir: “¡No hay otro
Dios que yo!”. ¿Saben qué pasó? Cayó un rayo del cielo sobre su cabeza, y en un instante se volvió un
viejo senil. Hay una ópera de Verdi que gira sobre esto.
Aquél que dijo: “Yo seré Dios” es golpeado donde rige Marte, el comienzo de la primavera, el numero
1… la cabeza. Sólo reduciéndole la cabeza, puede Nabucodonosor volver a oír el corazón. Llora, babea
y se arrepiente. En ese momento vuelve una sensatez que nunca había tenido. El libro de Daniel, lo
recomiendo. La historia de Nabucodonosor es una epopeya del fuego. El fuego desde la voracidad de
una voluntad que se cree la norma de todo.
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una voluntad que se cree la norma de todo.

Empezamos con un texto del siglo XVII, o sea , de una fase más o menos tardía de la alquimia en que
ya es mucho más claro el objetivo espiritual (que nunca es el único objetivo) y que se llama “Plática
de Eudoxio y Pirófilo”. Eudoxio quiere decir “el de la opinión acertada o correcta”; y Pirófilo viene
de “pyros”, purificar, pureza, purgar, purgatorio… Son imágenes basadas en el fuego. Pirófilo es “el
que ama el fuego”. Es una conversación muy bien escrita, una obra literaria, entre el discípulo
(Pirófilo) que quiere aprender alquimia y el maestro que ya sabe, ya conoce y que le revela. Un
encuentro entre el aprendiz y el sabio, y las preguntas y las respuestas.

Dice así:
“Qué males no sería capaz de causar en el mundo un espíritu perverso que no tiene otra intención
que satisfacer su ambición y su codicia”.
Continuamente aparece en alquimia el tema de la codicia. La codicia del oro, la codicia del poder. Y
continuamente, el alquimista se trata de distanciar del soplador diciendo: lo que nos mueve no es el
afán de conseguir el oro. El oro es un producto secundario. Lo que nos mueve no es la sed de riquezas.
Lo que nos mueve no es la codicia. ¿Qué nos mueve si no es la codicia?

Así dice Eudoxio:


“Buscamos la piedra”.
Buscamos la piedra filosofal, buscamos el elixir de la larga vida, buscamos la perla de gran valor… Son
metáforas del resultado de la obra, hay miles de imágenes. Buscamos el rubí incombustible, la
esmeralda más valiosa del mundo, buscamos el árbol de la sabiduría, la fuente de la eterna juventud,
el elixir de la larga vida, la panacea universal… Son maneras de aludir a lo mismo. No se puede
explicar con una palabra porque es el símbolo que expresa: buscamos el paraíso. Y tienen muy claro
que el paraíso existe, pero sólo para quien pueda abrir los ojos. Está en una dimensión que no se
puede percibir cuando se acepta ésta como la única realidad. Aquello que asimilas aquí y nada mas
que aquí, te ha vuelto ciego para la dimensión donde existe el paraíso. El paraíso o la tierra prometida
no existe en una dimensión conceptual, ni existe en una dimensión literal. El paraíso existe en la zona
media, que Corbin identificaba con el mundus imaginalis.

Y sigue diciendo:
“Está suficientemente ilustrado en nuestra filosofía”.
Ya saben que la alquimia se llama arte y el artista es el alquimista. Naturalmente, los alquimistas son
artistas. Los sopladores no. Ellos están programados, siguen instrucciones al pie de la letra. Siguen un
método preciso, no son artistas. Los artistas son los alquimistas y los alquimistas son los artistas. Pero
los filósofos (y ellos se llaman a sí mismos filósofos) no están ya en las academias de filosofía. Los
alquimistas entre ellos son los filósofos, los que aman la sabiduría. Al fin y al cabo, la piedra también
es la sabiduría liberada de su entrampamiento en un mundo material. La sabiduría está atrapada,
oculta en la literalidad de los intereses materiales inmediatos.

Por lo tanto, ¿dónde está el material a trabajar? Ahí, en los entrampamientos materiales, en el mundo
del apego inmediato que no se obtiene pensando, sino revisando dónde está tu rabia, dónde está tu
hambre. El mío no es el tuyo. Yo puedo observar tu codicia pero no sirve de nada para trabajar. No la
debo buscar en la imagen de lo que quiero ser y lo que me creo que soy, sino donde justamente están
las trampas de las circunstancias inmediatas. Lo que me atrapa. ¿Dónde estoy atrapado y
entrampado? Ahí está el material.

Dice:
“Está suficientemente ilustrado en nuestra filosofía, que es un arte, para comprender que la posesión
de la medicina universal y el gran elixir es el más real de todos los bienes del mundo, el más
estimable y el más grande del que pueda gozar el ser humano. En efecto, las riquezas inmensas, las
dignidades soberanas y todas las grandezas de la Tierra no pueden compararse con este precioso
tesoro que es único de los bienes temporales, capaz de llenar el corazón del hombre. Da a quien lo
posee una vida larga, exenta de toda clase de enfermedades y pone en su poder más oro y plata que
tienen los más poderosos monarcas del mundo. Ese tesoro tiene además la ventaja particular sobre
todos los otros bienes de la vida de que el que disfruta de este tesoro se siente perfectamente
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todos los otros bienes de la vida de que el que disfruta de este tesoro se siente perfectamente
satisfecho, incluso con su simple contemplación. Y jamás puede sentir el temor de perderlo.”
¿Cuál es el tesoro que no podrías perder? Un cofre lleno de monedas lo puedes perder. Un objeto
exterior lo puedes perder.

¿Qué es aquello que no puedes perder porque va contigo a todas partes? Por lo tanto, a pesar de que
sea más valioso que todas las riquezas temporales, el alquimista disfruta de este tesoro porque ya se
siente satisfecho. No es para obtener sus satisfacciones sino que con la consecución del tesoro está la
satisfacción. Y luego se siente satisfecho con su simple satisfacción. El oro vulgar no es. El poder
vulgar no es. Uno no quiere el oro, el dinero para sentarse a contemplarlo. Queremos el dinero porque
es el medio que usa el lobo hambriento para satisfacer su vanidad o su necesidad de importancia, o su
sed de placer, no para contemplar.

Que el objetivo de la alquimia sea un objeto digno de contemplación quiere decir que es una meta en
sí misma. No es la piedra para otra cosa, es la piedra por la piedra misma. Es la piedra al servicio de la
Vida. Esto es lo que los sopladores jamás descubrieron. Pensaban: y cuando tenga la piedra entonces
podré tener cada vez más oro, seré enormemente rico, obtendré más poder. La piedra no es el medio
para, la piedra es el objeto de contemplación.

Hay una distinción. El símbolo del objetivo de la alquimia que empieza con la calcinación aparece
como una piedra y por lo tanto mineral. Pero una piedra es algo, sólido, opaco y aparentemente
muerto. Una piedra es una roca. ¿Por qué la imagen de una piedra y no de algo viviente? Es una
piedra que, sin embargo, no es una piedra. Es una piedra que está viva. Es una piedra de la que brota
el fuego. Y que brote el fuego quiere decir que contiene fuego en su interior. Por lo tanto, no es una
piedra muerta. No es una piedra corriente. No es una piedra como un objeto acabado en sí, sino que es
el contenedor de fuego.

¿Cómo puede haber fuego en la piedra? Los que tengan contacto con el simbolismo sabrán que la
piedra conecta con la tierra, y la tierra se conecta con lo concreto, con lo acabado, o el más grosero y
manifiesto, receptivo y pasivo de los elementos: el fuego, el más energético, viviente de los elementos.
La combinación de una piedra de fuego y de un fuego en la piedra muestra que esta piedra contiene lo
más sutil y que en la piedra lo más sutil tiene consistencia. Por lo tanto, consigue la conjunción que
busca el alquimista: que lo denso se haya sutilizado, y que lo sutil se haya corporizado. No es un
cuerpo sin espíritu, ni un espíritu sin cuerpo. Es un cuerpo que se ha aligerado hasta volverse espíritu
y es un espíritu que tiene tanta realidad que toma cuerpo. Y por lo tanto es consistente, pero no fijo,
obstinado y caprichoso.

La piedra de fuego o el fuego hecho piedra es la unión de penetración consistente, consistencia capaz
de penetrar. Por eso, el símbolo de la piedra permanece fiel a sí mismo a pesar de poder entrar en
contacto con todo. No pierde su propia fidelidad a sí misma y sin embargo es penetrante porque lo
penetra todo sin traicionarse. De ahí que lo llamemos “fuego en la piedra”. Fuego sin piedra es fácil.
Fuego en la madera no cuesta nada. Fuego en la rabia no cuesta nada. Fuego en el deseo erótico no
cuesta nada. Fuego en la voracidad no cuesta nada. Pero en la piedra que parece quieta, descubrir el
fuego que contiene y avivarlo, es otro fuego. Un fuego salido de la piedra misma. Se alcanza la
transformación de la mirada con “ojos de fuego” como mencionaba Henry Corbin.

Algunos alquimistas distinguen entre la Piedra de los Filósofos y la Piedra Filosofal. La Piedra de los
Filósofos es la piedra que aún no se ha vuelto fuego. La Piedra Filosofal es la piedra que ha devenido
fuego viviente. Es lo mismo pero al comienzo y al final del proceso. La Piedra de los Filósofos es el
objeto más valioso que en este momento aparece despreciable. Es la materia prima que no ha sido
elaborada. Está todo en la materia prima, pero al no ser elaborada parece como una piedra vulgar.
Mientras que la Piedra Filosofal es como un rubí, el carbono que se ha vuelto diamante.

Volvemos a los Tres Reinos: mineral, vegetal y animal. La piedra es un mineral; pero a la piedra se la
llama “el árbol” y por lo tanto hay una imagen vegetal; y la piedra es un huevo y como tal contiene
germen de vida en su interior, es un animal. Por lo tanto, no es literalmente una piedra, sino que
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germen de vida en su interior, es un animal. Por lo tanto, no es literalmente una piedra, sino que
atraviesa las metáforas de los Tres Reinos.
Ya expliqué que estos Tres Reinos se vinculan a los tres elementos básicos de la alquimia: el azufre, el
mercurio y la sal.
Todo el tiempo estamos hablando de varias cosas pero que están articuladas. Y particularmente en
relación con los tres estados de la obra, lo cual hace que antiguos alquimistas digan que hay tres
piedras que son las tres medicinas correspondientes a los tres grados de perfección de la obra.

La piedra del Primer Orden es la materia de los filósofos, perfectamente purificada, reducida a
sustancia mercurial. La piedra del Segundo Orden es la misma materia cocida, digerida y fijada en
azufre incombustible. Les comenté que uno de los fallos del azufre vulgar es que sufre lepras que lo
vuelven inútil para trabajar alquímicamente, que es el estado natural de la rabia, de la calentura, de la
codicia, del deseo, del entusiasmo, todo son manifestaciones de fuego. Decimos “¡qué persona más
fogosa!”; “está fogosa porque está furiosa”; “está fogosa porque está caliente”; “está fogosa porque está
apasionada”; “está fogosa porque está irritada”...

Ese fuego es azufre vulgar y el azufre vulgar tiene un montón de lepras. Básicamente son dos:
combustibilidad, es inflamable, lo quema todo. Y como es combustible, es contagioso. Lo que
buscamos es un azufre incombustible, que permanezca con su luz sin desperdigarse en llamas que lo
queman todo. Un fuego autocontenido, éste sí que es el azufre que interesa. ¿Cómo transformar el
azufre vulgar en azufre filosófico?

Creer que porque eres poseído por el azufre vulgar estás haciendo una obra alquímica es falso. Estás
siendo quemado y viviendo en un mundo de guerra y vives en guerra con el mundo. La segunda lacra
del azufre vulgar es su contaminación con impurezas materiales. Es decir, que se identifica con
literalidades. Y entonces dices: “yo no estoy rabioso, es él que me hace esto, son mis padres, es el
sistema, es la sociedad, es la historia, es la circunstancia”. Este azufre viene pegado con lacra exterior
y no se reconoce como independiente de toda literalidad. Está justificado. Lo hacemos todos. Pero
cuando lo hacemos, ni artistas ni filósofos, no hay compromiso con la alquimia. Ni obramos, ni
elaboramos, somos posesos.

Materia que todavía no está purificada, ni desidentificada de las formas, ni reducida a su estado
primario sobre el cual poder operar. Por eso, la primera fase de la obra es la materia liberada de su
identidad con formas que se transforman en materia prima sobre la cual trabajar.

Segundo, el azufre que se ha vuelto fijo, en lugar de saltar de cosa en cosa ha quedado fijado, tiene
consistencia. También ha devenido incombustible.

Y la Tercera Obra es esta misma materia fermentada, multiplicada y llevada a la última perfección de
volverse una tintura. Una tintura quiere decir que al acercarse cualquier material enfermo, leproso o
impurificado, el contacto con esa piedra tiñe a esa sustancia y estimula en ella el proceso de su
curación. Hoy diríamos capacidad de influencia, no de influencia externa sino de influencia interior.
El contacto con aquella luz que enciende la luz en ti. Entonces te ha teñido, la tintura te ha penetrado.
Pero para que pueda entrar, aquello en lo que entra tiene que estar liberado de su identificación con
formas fijas.

A veces el contacto con la piedra simplemente promueve en lo otro el abandono de la forma fija. ¿Qué
pasa cuando uno pierde la forma fija? No tiene orden, está desorientado, ya no sabe lo que es, ya no
sabe adónde va, ya no tiene dirección y está en posición, lo sepa o no, de recibir. Pero ¿cómo puede
recibir lo que está lleno de sí mismo? La piedra tiene el don de contagiar. No lo vean como algo
negativo. Es justamente lo vulgar, lo impuro, lo que contagia como una lepra. Como decía Jung:
“Estás contaminado de esa codicia vulgar”. Pero la piedra lo que transmite es su color y lo otro se
vuelve por sí mismo, no ha actuado desde fuera, empieza a subir el color de su naturaleza esencial.

Esto es lo que se llama tintura fija, fija porque no es transitoria. Permanente y teñidora porque esto
mismo luego tiñe todo aquello con lo que entra en contacto. Qué manera de cambiar el mundo sin
hacer absolutamente nada. Nada exterior. Siendo sencillamente lo que se es. Esto automáticamente a
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hacer absolutamente nada. Nada exterior. Siendo sencillamente lo que se es. Esto automáticamente a
todo aquel que está liberado por la forma lo vuelve otra vez una expresión del perfecto rubí.

La alquimia no es química, ni es ciencia, ni lo será jamás. Porque la mirada de la que parte no es una
mirada que escinde, separa, divide y solidifica, sino que se mueve en los lindes, donde todo es
cualquier cosa y cualquier cosa puede ser todo. Donde el azufre puede devenir mercurio y el mercurio
puede devenir azufre. Por lo tanto, lo que en un momento está operando como cuerpo, en otro
momento está operando como alma. Lo opuesto a la ciencia. En la alquimia no hay objeto
independiente del sujeto, ni hay sujeto independiente del objeto.

Mucho más que la cantidad, en la alquimia lo que importa es la cualidad, cosa que se ha perdido en la
visión científica. El alquimista es un ser estético, con sensibilidad. Mal lo tenemos para la alquimia si
no somos capaces de reconocer ni la belleza, ni el bien porque entonces estamos an-estesiados.
“aisthesis” palabra griega que quiere decir sensibilidad. La an-estesia es la pérdida de sensibilidad.
Cuando se abre la sensibilidad se está en contacto con las cualidades, se reconocen los sentidos. En la
gran obra de James Hillman, “El pensamiento del corazón”, hace referencia a una cita de Robert J.
Lifton en la que llama a la anestesia “entumecimiento psíquico”.

Los sentidos son básicos. Son sentidos del cuerpo espiritualizados, no son sentidos de un cuerpo que
es un organismo, un cadáver. Con un cuerpo que no es más que una máquina, cuya vida es biológica,
sólo puedo conectar con vidas biológicas y máquinas. Sólo con un cuerpo biológico y espiritualmente
viviente, percibes sustancias vivas. El mundo está muerto para ti, ¿dónde está tu percepción del
mundo? Porque es cierto que hay un mundo muerto para quien está muerto. Es así, pero sólo lo
puedes percibir estando así. Pero también es “asá”. Sólo lo percibirás cuando aquello que percibas sea
el medio a través del cual percibas.

Por lo tanto, lo que vemos está en lo que miramos en nosotros y en el a través de lo cual miramos.
Pero si no hay ese a través del cual mirar, no aparece en ti, no aparece allí, no aparece en ninguna
parte. Cuando digo que se despierta la sensibilidad, lo hace para las cualidades sensoriales que son
espirituales. Ya no hay sentido sin espíritu, ya no hay espíritu que no sea perceptible.
¡Qué diferente al mundo donde vivimos donde los sentidos son puramente físicos y lo espiritual no es
sensible!

Este despertar a la sensibilidad es la receptividad a las cualidades leídas espiritualmente, es decir, que
se muestran espiritualmente. Y el color no es sólo color. El color es muy importante. El olor, el sabor y
el tacto. Los alquimistas continuamente están tocando. ¿Cómo sé si la cosa va bien? Tengo que tocar.
¿Está demasiado caliente? El grado de calor (y lo sé poniendo la mano) me cuenta no sólo de mí. Claro
que es mi sensibilidad, pero mi sensibilidad detecta lo que hay ahí.

Los colores no son sólo contemplación para deleitarme, es una revelación de lo que hay ahí. Estas tres
obras o fases básicas se conectan con tres colores fundamentales en la alquimia, en la naturaleza y en
todo tipo de simbolismo. Son el negro, el blanco y el rojo. El negro, la Primera Fase, la materia
desprovista de forma y vuelta una materia disponible porque está purificada de su identificación con
la corteza exterior de las cosas. Si a un metal llamado hierro le pudieras liberar de la forma que le
obliga a ser hierro, quedaría la esencia atrapada en esa forma. Es lo que llaman la materia prima. Esa
esencia desidentificada de la forma es apta para recibir otra forma. Y recibiendo la forma del oro, esa
esencia que se manifestaba como hierro ahora lo hace como oro.

Este esfuerzo por separar en los materiales la forma externa de la esencia capaz de adoptar cualquier
forma es un acto de separación, una tortura, se tortura el mineral para que pueda retirar su cuerpo, su
espíritu de ese cuerpo impuro, y para que ese espíritu liberado se encarne de manera que no traicione
su espiritualidad. Es un proceso de limpieza tormentosa como es tormentosa la vida cuando te obliga
a desprenderte de aquello que creías que eras tú mismo. “Me voy a morir, cómo voy a poder vivir sin
ella, sin esto, sin este trabajo, sin este hábito”. Eso soy yo. Y de repente, la vida lo arranca y las formas
se despegan y uno cree que lo pierde todo. Y en esta desidentificación, la materia ya no tiene forma y
está apta para recibir.

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Esa fase de ruptura, de de-formación, en el fondo es un retorno al origen. Porque ¿de dónde proviene
esa materia? Proviene de esa materia que en acto de creación, Dios ha originado el mundo a partir de
una materia común que ha ido adoptando distintas formas. Se trata de volver las cosas a su origen. Y
en su origen, perdiendo la identificación con literalidades, exterioridades, circunstancias fijas, se
vuelve una materia indeterminada y receptiva. Ha vuelto al origen, a aquello que no viene de la
historia personal, es el origen. Ha vuelto a aquello que se es a un antes de ser esto, así o “asá”.

Pero reconocer aquello que se es más allá del así o el “asá”, es difícil. Porque cada uno está en un plan
de “yo soy así y esto es asá” y en la fijeza que no es consistencia sino que es resistencia a no ser sino
esto o aquello. En la identificación con la forma hay un olvido del original. Por eso es tan doloroso el
retorno a la materia prima. Es el abandono de todo lo personal y el reconocimiento del “origen no
temporal”, el tiempo le pertenece al así o “asá”, pero aquello que no está en el tiempo, que es anterior
lógica y esencialmente a ser así y “asá”.

¿Que es lo que en mí no viene del padre, la madre, la escuela, de mi registro de hechos externos? Para
la mayoría no hay nada. Porque para la mayoría uno es la serie de fijezas que le definen. Una suma de
datos, me pasó esto o aquello… todo tiene fechas, lugares y razones externas. Todo lo anímico se
explica por biografías, economía, política, biología, mecánica, la fatalidad del destino, pero nunca se lo
atiende como puramente alquímico.

Aquello que es alma antes de ser así o “asá”, y lo sigue siendo pero olvidado cuando se identifica en el
así o “asá” que es la raíz de todo, es radical porque esta en la raíz. No en la raíz del tiempo, el tiempo
nunca es raíz, nunca es original. Sólo despliega en espacios lugares y momentos lo que no tiene ni
espacios, ni lugares, ni momentos.

Por lo tanto, cuando digo origen no digo origen atrás, digo origen arriba. El origen de una planta es su
raíz. Un árbol crece pero la raíz es la misma. Todo el crecimiento del árbol procede de la misma raíz
que sigue presente todo el tiempo. ¿Cuál es la raíz de nuestra vida? Aquello que no pasó con el tiempo,
aquello que no viene del tiempo y de donde fluye toda la vida psíquica que se expresa en ti. No viene
de las circunstancias.

¿Donde están las raíces? Platón hablaba de “el arquetipo”, decía que está en el reino de los arquetipos,
en el ámbito arquetípico. No en el ámbito de las copias que existen en el espacio y el tiempo. No está
en el aquí y el ahora, en el aquí y el ahora está la exteriorización de lo que no viene ni de aquí ni de
ahora. Pues esto en la alquimia se llama “lo radical”. Lo radical es lo esencial. La materia prima es el
retorno a las raíces, imposible si estás identificado a las circunstancias. Porque en cuanto se te separa
de las circunstancias piensas que ése ya no eres tú. Y eso siempre fuiste y siempre serás más allá de tu
identificación con la forma.

Hay que tener coraje, no el de luchar por una ambición que es una especie de lobo lleno de voracidad y
apetito, sino el coraje de la honestidad, de afrontar la propia vida sin volcarla en los demás ni en las
circunstancias. Hay que tener coraje de afrontar lo que uno vive sin lanzar pelotas fuera del tiesto. Es
tan fácil lanzar la pelota fuera del tiesto. “Hombre, estoy así porque me hizo esto. Y vivo esto por culpa
de las circunstancias, soy el producto de las circunstancias”. Siempre definiéndote, viviéndote como lo
que te delimita. Esto no quiere decir que la circunstancia sea accidental. La circunstancia es
importante porque la ocasión así nos reconozca. Pero cuando reconoces algo no es el algo, es cuando
el algo empieza a ser reconocido. Cuando te sale la furia no empieza la furia, empieza su
manifestación. Pero la furia ha estado ahí todo el tiempo, callada, silenciosa, aguardando la ocasión
que sirva de estímulo como un fuego se inicia al lanzar la cerilla. Pero si el material no es inflamable,
ya puedes lanzar todas las cerillas del mundo que no habrá fuego.

El fuego dormido está aguardando la circunstancia exterior para salir afuera, pero no brota de afuera.
El fuego de la piedra surge de la piedra, sólo que duerme en la piedra. Pero si cuando se enciende se
dice: “no, no está en la piedra, es el fuego de las circunstancias”, la piedra no se vuelve nunca
diamante, permanece como piedra, como cosa, como pura receptividad y dependencia del oro.

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La Primera Fase es la obra en negro que es la pérdida de todos los colores ilusorios. El negro es como
la negación del color. Piensen en los símbolos: “lo veo todo negro”, “estoy de un humor negro”, “¡qué
día más negro!”, “¡qué circunstancia más negra”… El negro lo asociamos con la muerte, el luto,
etcétera. Y no es una casualidad. El negro tiene que ver con la putrefacción. También tiene que ver con
la calcinación, reducción a cenizas que en principio son negras. Cuando quemas el leño queda el
carbón negro. Y el negro ¿qué es? Lo que ha quedado de esa vida que no era permanente. ¿Qué
permanece? Permanece la grasa, el carbón. Lo único real es lo que permanece. ¿Y qué es lo que
permanece? Negro. Esto a veces lo llaman las “heces negras”, una imagen muy poderosa. Pero
justamente es el trabajo con las heces, con aquello que se considera desperdicio, resultado final y que
no es sino lo original que no ha sido atendido. Original porque estaba en el origen.

La manifestación de la negrura que siempre estaba escondida detrás de la aparición del fuego fatuo
multicolor. Fuego irreal, insustancial, deslumbra porque miente. Oculta la negrura. Al separar de la
forma se pone de manifiesto lo negro. Alégrate dice el alquimista cuando llegas al negro porque
entonces es cuando empezamos. La mayoría de nosotros huimos del negro porque pensamos que ahí
se acabó todo. Y ahí llegó el día de la derrota, el día en que perdí. Y ahí en la alquimia empezamos.
Cuando hayas perdido todas las ilusiones, empezamos. Cuando hayas perdido todos los consuelos,
empezamos.

Pero el negro trabajado, se vuelve blanco. No es tan fácil. Es la Segunda Fase de la obra. Si no se
traiciona a esta negrura, si se la mantiene en la vasija, si no se exagera con el fuego de tal manera que
la vasija se rompe y se derrama todo afuera, o si el fuego es tan débil que no permite cocer el material.
Cuando se tiene el fuego justo, ni demasiado caliente ni frío, contenido en el recipiente, no volcado
afuera y tapado para que no se escape, y con mucha paciencia (que es la virtud de Saturno) el negro se
vuelve blanco. Y este es el segundo color, el Segundo Estadio.

El blanco lo asociamos con pureza, inocencia, la posibilidad de todos los colores. Y a esta Segunda
Fase llamada “Albedo” se asocia cuando la piedra, el elixir, la tintura blanca tiene el don de que todo
lo que toca se vuelve como la plata. Lo blanquea todo. En el negro todavía no hay ninguna propiedad,
el negro es el punto de partida. Pero el blanco ya tiene la propiedad y todo lo que toca se vuelve
plateado. Es el blanco de la luna, el blanco de una noche iluminada por la luna. Por lo tanto, en el
blanco se ve desde fuera, se ven personalmente. Es lo que algún alquimista ha llamado “la unión
mental”. La separación del alma del cuerpo. Y el alma se separa del cuerpo, y el cuerpo queda abajo,
negro. Y el alma asciende y se une con el espíritu. Y le han llamado la unio mentalis porque despegado
de las literalidades y las identificaciones, ahora se puede comprender y desapegar desde la distancia
que da la ligereza de volar sobre las circunstancias que te tenían prisionero.

Hay un artículo en la página web que me tomé el trabajo de traducir, de Hillman, que se llama “El azul
alquímico y la unio mentalis”. ¿Qué es la unión mental? La unión mental es cuando empieza a
producirse la comprensión que estaba atrapada en un hecho que era impenetrable y me encuentro en
“esto es así, esto es asá…”. Esto es el hecho impenetrable.

La piedra con la que tropiezo es la piedra que todavía no es piedra filosofal. Es la realidad, son los
hechos. Una piedra opaca, transparente… continuamente tropiezas con ella. En la unión mental, el
despegue con la identificación del hecho hace que la piedra negra se vuelva blanca. Es la Segunda Fase
de la obra que culmina con la Tercera Fase, y eso blanco se vuelve rojo, rojo como era el fuego inicial.

Toda la obra se realiza con fuego. Recuerden a Paracelso cuando decía “la alquimia es el arte del
fuego”. Sin fuego no hay alquimia. Es un trabajo por el fuego, en el fuego y sobre el fuego. Hay un
antiguo adagio alquímico incluso que dice: “La medida de tu fuego es el vaso hermético”. ¿Qué vaso
necesito? La medida de la rabia que sientes, ésa es la medida que necesitas para contenerla. No
puedes trabajar sobre la rabia en el aire, que quede claro. Sentarme a pensar cuando estaba furioso no
me sirve de nada. Es necesario la experiencia inmediata en la circunstancia puntual en la que me
saltan chispas. Por eso hace falta la sal. Porque sin sal todo es teoría vaporizada, gases dispersos,
volatilización intelectual.

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Los conceptos no fijan, no coagulan. Hablamos de la fijeza de lo volátil. La piedra tiene que ser fija,
tener consistencia. Fija no quiere decir otra vez defensiva e inalterable, sino consistente. El que yo
piense, analice, forme ideas y exprese en palabras, sólo volatiliza. Es racionalización o escapatoria.
Pero nunca da cuerpo, nunca da consistencia. Para ello es necesario la sal, lo que arde. Es como
cuando echas sal a la herida, ¡pica mucho!, ¡ahí estas! Llegó el dolor y ya no estás en cualquier cosa.
Todo tu ser va donde arde, esto coagula, esto da cuerpo, aquí está el trabajo. Ahí está lo importante de
la historia personal.

Hablemos de tu dolor particular en esta circunstancia. La sal, dicen los alquimistas, mata el azufre. Se
acabó la furia por vivir, la chispa que salta de cosa en cosa, se acabó el entusiasmo incapaz de
detenerse en ninguna circunstancia, se acabó el empuje que pasa por las cosas sin poder contener a
ninguna, en el fondo es una escapada. Pero viene la sal, y el azufre muere, quedas detenido. Alguien
hace un comentario al pasar y te hiere, en ese momento ya no eres más, has quedado ahí.

Los alquimistas hablan de lo que nos pasa a todos, pero que perdemos de vista. Pero tienes una
opción: la volatilidad mercurial, tirar pelotas fuera del tiesto. Pero ya no tienes la fuerza para saltar,
has quedado contraído. Con la mente puedes volar, pero el dolor está ahí, apretado en el estómago.
Está porque tiene que estar, porque es el comienzo del trabajo. Pero no, uno quiere hablar del dolor en
general. Hace años, a una persona que le leían el Tarot (que es otro juego), le dijeron así: “En tu vida
se ve claramente que éste es el momento de reconocer que tienes problemas con el hombre”. Y la de la
lectura, en plan de volatilidad total dijo: “¿Con el hombre en particular o con el hombre en general?
Ella quería tener problemas con el hombre en general. Claro es mucho más fácil. Eso no coagula. Eso
no da cuerpo. Eso nunca tendrá la consistencia de la piedra. Eso es puro humo en la cabeza. Hoy lo
llamamos racionalización. También es la fuga, el espíritu se ha fugado, ya no puede volver al cuerpo y
transformarlo.

En la unión mental sí que hay una separación. Y el alma, esa capacidad de sentir, que estaba
totalmente pegada a la cosa, ahora es fertilizada por la idea. Pero la unión mental no es final, ni
mucho menos. El final es cuando esa alma que ahora comprende y comprende impersonalmente
regresa al cuerpo. Ese cuerpo que parecía un excremento negro y quedó en la base. Como él siempre
dice: “Y queda la ceniza, la materia podrida en la base del vaso hermético”. Y los vapores van para
arriba. Por eso hay que taparlo, porque sino los vapores se escapan, se van afuera, no regresan nunca.
Se identifican con una especie de universo y dejan el cuerpo allá abajo como un cadáver. No pasa
nada. Hay que tapar, para que vuele el ave pero no se escape. Y el aire que asciende con el calor se

mezcla y forma gotitas en el cuello de la botella. Esa es la unión mental. Y finalmente cae e impregna
de material que ahora se vuelve de un rojo traslúcido. Y se ha obtenido el diamante de gran valor. Y el
cuerpo que estaba muerto no es el mismo que había antes porque ahora vive con una vida que no
tenía. Ahora la vive con alma y entendimiento. Y antes era una pura exterioridad. Y eso es el paso
siguiente a la unión mental, lo que un gran alquimista del s.XVII llamó la “unio corporis”. “Union
mentalis” sí, pero para “unión corporis” tiene que volver al cuerpo, que no es aquello que
originalmente se llamaba "cuerpo” (physis) sino que es ahora el alma en el mundo, el mundo del alma
manifiesto en una imaginación del mundo y un mundo avivado imaginativamente: Anima Mundi.

En la alquimia, el ascenso y el descenso van siempre de la mano. Cuando algo está ascendiendo es
porque algo está descendiendo. Y cuando algo desciende, es porque algo asciende. Por eso, cuando
uno ha quedado abajo, pegado en la materia muerta, ha ascendido un espíritu que está desconectado
del abajo. Mientras tú bajas, aquello sube. Pero cuando tú subes, aquello baja, a la vez. Esto es lo que
nos pide la alquimia y el simbolismo. No es una cosa, y después otra cosa… En una cosa está la otra, y
en la otra está la primera. Pero claro, al “scire”, que es la capacidad de separar, definir, fijar, resistir…
al “scire” que dio origen a la palabra “ciencia” no le gusta la elasticidad, quiere que las cosas sean de
una manera determinada siempre. Y eso tiene tan poco que ver con la alquimia, eso jamás dará más
que materia negra sin posibilidad de transformación.

Y en nosotros está esa tendencia a definir, querer entender con una mente sin alma, y querer sentir
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Y en nosotros está esa tendencia a definir, querer entender con una mente sin alma, y querer sentir
con un alma que no piensa, sin saber que todo sentimiento contiene un pensamiento, y que todo
pensamiento decanta sentimiento. Pero no, caemos en la trivialidad de que si sientes no piensas, si
piensas no sientes. Y mientras crees que sientes y no piensas qué idea terrible se ha vuelto acción en ti.
Y mientras, crees que piensas porque no sientes qué sentimientos atroces como hedores húmedos
emanan de esas ideas. ¿Qué pasa con una idea que no se siente? ¿Qué pasa con un sentimiento que no
se entiende? No están separados. La separación por lo tanto es sólo provisional para una unión. Y el
regreso del alma fertilizada por el espíritu al cuerpo, da un nuevo cuerpo. El “cuerpo de glorificación”
que dicen ellos. Ya no es el cuerpo mortal de antes. Ahora estás viviendo en un plano para el que
estabas muerto antes. Y éste el reino intermedio. Es donde está el oro de los filósofos. No el oro de los
sopladores, que es oro vulgar.

Estos tres colores son una constante en la alquimia. Puede haber otros en el medio. Habrá verdes,
azules, amarillos, naranjas…pero los estados básicos que se mantienen desde la alquimia griega,
incluso la china, hasta la alquimia del s.XXI, estos tres colores son y por supuesto todas sus imágenes.
Cada vez que aparece un animal blanco están hablando de la fase de la unión mental. El águila blanca
que ha salido del sapo negro. El color es continuamente una referencia, el color es espíritu.

Pero nosotros creemos que los colores son cantidades de ondas o de corpúsculos. Hemos perdido la
capacidad espontánea de reconocerlos. ¡Hasta un toro se da cuenta de que es rojo! Y no se pone a
pensar que son corpúsculos y una impresión subjetiva de unas ondas que chocan con sus ojos. Es más
sabio un toro, y es más sabio un gato y es más sabio un perro, porque están despiertos. Responden
estéticamente a las cosas sin necesidad de ir a museos. No tienen que tomar cursos para saber cuándo
el pescado huele mal, es una cuestión de olfato, no de literalidades. Cualquier animal frente a un
pescado podrido se va, pero tú estás ahí en medio explicándolo y no hay en cambio por tu parte
ninguna reacción como respuesta “estética”.

La unión mental (unio mentalis) es el paso previo a la unión corpórea (unio corporis). La unión
mental, en cierto sentido desde una cultura tan activa como la nuestra, que es una actividad muy
peligrosa porque es la acción de ideas no confesadas. Hacer, hacer… no hay que pensar, no hay que
teorizar, hay que hacer. Como si el hacer no fuera la puesta en práctica de una idea. Sólo que al no
mirar la idea, creo que hago. Y esa acción no es más que la materialización de un entendimiento.

En esta cultura en que se valora tanto la acción y el resultado tangible ¿para qué sirve esto? Si no me
sirve, ¿para qué me voy a ocupar? Siempre la voracidad del lobo que busca un resultado. En esta
cultura, a la unión mental la llamamos un “estado reflexivo”, creyendo que reflexionar está mal. Una
especie de contemplación, en realidad es una meditación y en una meditación el mío, tuyo, tú eres así,
tú me hiciste así… Ya no, eso es para el dolor, para la putrefacción. Esa es la etapa de mortificación.
Pero eso no es la unión mental. La unión mental viene después, cuando eso se deja afuera y habiendo
volado el “avis hermetis”, de esa materia negra sale un cuervo que se transforma en una pájaro blanco
que asciende.
El alma unida con el espíritu contempla ahora no desde ahí, eso es una meditación. Pero no es el final,
el final es cuando eso regresa al cuerpo y lo insufla, es como un chorro de sangre nueva, no la sangre
impura del comienzo. Porque ahora es una sangre espiritual y psíquica.

Todo esto es para explicar la diferencia entre la piedra de los filósofos y la piedra filosofal. Y estas tres
piedras son las medicinas de los tres géneros, planos, elementos. Podríamos decir que la “Nigredo”
corresponde a la sal, la “Albedo” al mercurio, y la “Rubedo” al azufre. Pero purificados. La sal
purificada de toda imperfección es Nigredo. El mercurio purificado de toda conceptualización y
racionalización es Albedo. Y finalmente, ese azufre incombustible y ya no pegado a impurezas
materiales, Rubedo.

Observar también que hay una gran diferencia entre la piedra de los filósofos y la piedra filosofal. La
primera es el objeto de la filosofía considerada en su estadio de primera preparación, en el cual es
realmente piedra porque es dura, pesada, frágil, pulverizable. Es el cuerpo porque se derrite en el
fuego como un metal. Sin embargo, es espíritu, porque es completamente volátil. Es el compuesto y es
la piedra que contiene la humedad que corre en el fuego.
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la piedra que contiene la humedad que corre en el fuego.

O sea, primero tenemos la piedra totalmente dura. Luego la piedra en el fuego. En este estado tengo
una sustancia intermedia entre el metal y el mercurio. Algún alquimista la considera en este estado
cuando dicen que “toma nuestra piedra”, es decir, la materia de nuestra piedra. Lo mismo que si se
dijera toma la piedra de los filósofos, que es la materia de la piedra filosofal.

La piedra filosofal es, pues, la misma piedra de los filósofos cuando por el magisterio… El magisterio
es el arte, y el arte es la filosofía, es decir, la alquimia. Magisterio viene de “magister”, de maestro, y de
magia. Fíjense, los maestros no saben que hacen magia.
La piedra filosofal es, pues, la misma piedra de los filósofos cuando por el magisterio secreto ha
llegado a la perfección de la medicina del Tercer Orden, transmutando todos los metales imperfectos
en puro Sol, es decir oro, es decir corazón, es decir generosidad, fuente de luz, fuente de una vida que
no es meramente biológica; o luna, es decir, plata, desapego, distanciamiento, de una manera más
impersonal, blanco. Y todo ello, según la naturaleza del fermento que le ha sido añadido.

Estas distinciones os servirán mucho para desarrollar el sentido aparentemente confuso de los
escritos, es decir, herméticos, alquímicos, artísticos, del secreto de la transmutación. O sea, que hay
una insistencia. No es lo mismo, y es lo mismo. Porque sin piedra de los filósofos no hay piedra
filosofal. Y la piedra de los filósofos es la piedra filosofal. Sí, pero tratada por el magisterio.
¿Volvemos a la pregunta? ¿Hace falta tratar? Claro que hace falta. Porque sino tienes la piedra de los
filósofos, pero no tienes la piedra filosofal.

Más que querer, hace falta atender. El misterio de la transmutación no está en la voluntad, está en la
atención. Hay una diferencia enorme. Atender es distender, sin tensión, sin gasto alguno de energía.
Atender implica estar vacante, vacante de toda tensión. Querer es lo contrario. Es estar “enfilado
hacia”. Se parece mucho a lo que los alquimistas llamaban “meditatio” o “imaginatio”. Hace falta
imaginación, hace falta dar imagen, hace falta contemplar la imagen apresada en la experiencia. No es
querer, es atender con la imaginación, percibir el color, el olor de lo que se está viviendo. Es difícil
para un sulfúrico porque está saltando de aquí para allí. Un mercurial está en el aire. Necesita sal. La
sal mata al azufre. El azufre coagula el mercurio. El azufre, la intensidad de la pasión, baja toda esa
dispersión aérea, la fija. Pero a su vez, la sal tiene que matar todo ese azufre impuro.

Vamos a otro texto. En un maravilloso libro de Sendivogius (ver Bibliografía) en el que se relata un
sueño. El alquimista atiende a los sueños. No como nuestros vulgares psicoanalistas que buscan
reducir todas las imágenes a un solo significado y parar el proceso. El alquimista no pretende que todo
eso se reduzca a un significado último, final y tangible sino al contrario. La imagen abre a otra imagen.
Cuenta sueños, parábolas, o cuentos.

Tiene un pequeño tratado que se llama “De sulfuro”, es decir, acerca del azufre. Es un cuento de un
aspirante a alquimista, un soplador que se gasta toda su fortuna y no consigue nada. Entonces tiene
un sueño donde se le aparece el mercurio y la naturaleza. Ésta le dice que la está maltratando en un
diálogo con este pseudoalquimista. Y en un momento dice así: “El fuego es el más puro y más noble
de todos los elementos porque contiene una corrosividad aceitosa, penetrante, exteriormente visible
pero interiormente invisible”. Cuidado con creer que un elemento es sólo una cosa. Porque cuando es
algo exterior, contiene un interior que es la otra cosa. Es decir, viene a decir que la tierra es
exteriormente visible pero interiormente invisible. Por lo tanto, la tierra se encarga de mostrar lo que
se tiene que mostrar, pero de ocultar muy bien lo que se tiene que ocultar. Los piratas guardaban los
tesoros en el fondo de la tierra.

En ese mismo libro dice: “La sal es la clave que abre la prisión infernal donde está prisionero el
azufre”. Esta prisión es nuestro propio deseo, codicia, apetito, sed de vida, afán de vivir lo que
queremos vivir… que en esencia es deseo, pero un deseo tan pegado a materialidades y tan
combustible que es un azufre que no sirve. Hay que liberar el azufre alquímico del azufre vulgar.
Dicho de otra manera, purificarlo de su impureza material y de su alta inflamabilidad, liberarlo de la
prisión donde está atrapado.

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Y qué curioso cuando dice: “La sal es la clave que abre la prisión infernal donde está prisionero el
azufre”. La pizca de sal, el punto preciso que te baja al aquí y al ahora. La capacidad incisiva de la sal
que no se pierde en generalidades. Abre el infierno pero es doloroso porque es la sal en la herida que
te hace consciente de cuánto duele. Pero claro, nos encantan las heridas para decir cuánto sufro…
¡Pica la herida… y se acaba el show! ¡Que sienta el dolor! Porque está anestesiado utilizando ese dolor
para una inflación del ego, volcándolo al mundo y usándolo para un azufre impuro. Pero si machacas
donde duele, se acabó el show. Esto tiene el poder de la sal. Duele pero lo libera de su prisión.

Dice así: “Ahora el azufre está sujeto en una prisión oscura, escondido de la vista”. Pero es sólo un
sujeto y si no puedes hallarlo en casa, mucho menos podrás hallarlo en los bosques. Por lo tanto,
¿adónde vas a buscar aquel azufre que está prisionero? Búscalo en tu casa porque si no lo encuentras
ahí, no lo vas a encontrar en ningún lado. ¿De qué me sirve el azufre ajeno? De nada. Le sirve al otro
cuando sea capaz de liberarlo de la prisión infernal en que está atrapado.

Dice así: “La sal tiene el don de matar al cuerpo del azufre. Y cuando mata al cuerpo del azufre, lo
libera”. Es un azufre que ya no está adherido a la sustancia material, es el azufre alquímico. Pero
primero lo tiene que matar la sal porque sino es simplemente inflamable y lo incendia todo. Es como
el fuego en el bosque, se come todos los árboles, lo destruye todo y no purifica nada. Primero tiene que
ser el purificado para ser purificador.

Luego dice: “El azufre es, por otra parte, aquello que coagula el mercurio”. Aquí hay muchos
mercuriales. Me gusta pensar cosas, tomar cursos, tener ideas… pero mi vida sigue igual. Me
entretengo con ideas. Pero eso no coagula y por lo tanto no da sustancia.

Un ejemplo que pone Jung: hay matrimonios aguachirles, sopaboba, gelatinosos… “Sí cariño”;
“pásame la sal cariño”; “cómo están los niños cariño”… O peor, se dicen papi y mami. Pero entonces
salta el fuego de la pasión y a papi un día le viene una secretaria a la oficina y el fuego de la pasión
rompió toda la historia. El fuego separa, arde el deseo, arde la culpa. Pero el fuego purifica, finalmente
esa historia se acabó. Se acabó el “papi-mami”, se fue con la secretaria. O no se fue y la mami se
enteró. Y el fuego ha retenido la capacidad de coagular, de bajar aquí toda esa gordura circunstancial y
dar la posibilidad de una purificación.

De hecho, la pasión siempre está al servicio de la verdad. Tanto que los alquimistas decían: “hay un
azufre que es pestilente, el “azufre comburens”, tóxico y enfermizo. Pero hay otro azufre que es el
fuego de la verdad. Y en las pasiones y deseos literalizados, “azufre comburens”. Pero el efecto que
tiene en las pasiones es, incluso ante uno mismo, revelar la verdad. La verdad que se escondía. La
verdad que se negaba, la verdad que se racionalizaba. Se forma el triángulo, te pillan en la mentira, es
vergonzoso, pero es la verdad. La verdad deja de ser una abstracción y se transforma en una verdad
que quema. Las verdades sólo son reales cuando queman. En cambio, al mercurial le encantan
verdades que no queman, verdades que sólo son envases para escapar del ardor. Y sus vidas
transcurren llenas de ideas y muy alejadas de la realidad de su sal, es decir de su cuerpo, de sus
circunstancias.

Dice: “El azufre es aquello que coagula al mercurio y todo el arcano, todo el misterio de la alquimia
yace oculto en el azufre de los sabios que a su vez está contenido en la parte más interior de su
mercurio”. Por eso, hay alquimistas que dicen: “Para la obra sólo hace falta mercurio”. Pero ¿quién
sabe abrir el azufre para extraer el mercurio que contiene?
Y por lo tanto, todo pensamiento oculta una llave, pero ¡hay que desvestirlo!, hay que torturarlo
porque detrás hay una chispa de pasión, de imaginación. Sólo un gran alquimista puede separar el
cuerpo del mercurio y descubrir la pasión, la intuición.

Vamos a poner otros ejemplos. La sangre del azufre, no el cuerpo del azufre que está pegado, es negro,
pegajoso, identificado con las circunstancias, sólo arde, es puro ardor que se contagia, por lo tanto no
da luz, está demasiado caliente, quema, arde y se extiende por el mundo: guerra. La guerra es como
una calcinación poderosa. Es puro ardor que duele. Pero el otro azufre ya no arde, sino que ilumina.
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una calcinación poderosa. Es puro ardor que duele. Pero el otro azufre ya no arde, sino que ilumina.

¿Cuáles son las propiedades del fuego que son las mismas propiedades del fuego del alma? Arde, sin
duda, calienta e ilumina. Pero cuando arde demasiado, ya ni calienta ni ilumina, sólo duele y
consume. ¿Qué arte hace falta para a partir del ardor obtener la luz? Y cuando hay luz ya no arde, es
alquimia. Por lo tanto, en la chispa más ardiente está contenida la sabiduría. Pero la chispa más
ardiente abandonada a sí misma, sólo provoca un incendio. Un incendio que quema al mundo, el
fuego del infierno. Es el fuego atrapado en las entrañas de la tierra. Pero no es el fuego de arriba.

Hay cuatro fuegos dice el alquimista, cuatro niveles del fuego. El uno sale del otro, pero no son
idénticos. Del fuego del infierno al fuego de la naturaleza, al fuego contra naturaleza y al fuego
supernatural hay cuatro relaciones distintas. Pero no hay fuego sobrenatural si no hay una
elaboración del fuego del infierno. Por eso pasamos por el fuego del infierno, cada uno de nosotros. ¿Y
qué hacemos al pasar? Quemar todo lo que tocamos, inflamarlo todo para volver a empezar. Pero es
repetitivo. Este azufre no es fijo por consistente, sino que es fijo por resistente. Te quemas, ardes, lo
ardes todo y vuelves a empezar. El mismo picor, el mismo ardor, la misma rabia, la misma pasión…
que no produce nada. Es fijo pero no tiene consistencia. No tiene fondo. Por lo tanto, ahí se empieza.
Hay luz contenida en el fuego. Y por lo tanto, hay luz contenida en la piedra. Pero nosotros vemos las
piedras que son opacas, ante una mirada opaca.

La sangre del azufre, no el cuerpo del azufre que es la tumba donde está prisionero el azufre
alquímico. Hay que liberarlo de ese cuerpo y por lo tanto tiene que sangrarlo. Fíjense que la sangre es
líquida. Cuando los alquimistas hablan de que nuestro fuego es un fuego líquido, menos literal no
puede ser, también lo llaman un fuego que no quema las manos. También hablan de un agua que no
moja las manos, de un agua ardiente, de ahí viene “aguardiente”, por cierto, que ya lo usaban los
alquimistas: “aqua ardens”. Ese fuego que no quema las manos es el fuego que ilumina sin arder. Pero
primero arde sin iluminar, y cuando arde y lo ilumina… estás en el infierno. Compulsión. Tengo que,
no puedo dormir, tengo que actuar, no puedo parar, tengo que hacer algo. Pelearme con alguien,
gritar a mi mujer, gritar a mi hijo, a mi colega. Provocar un incendio… Y sin embargo, ese infierno
contiene el potencial de la luz, porque el fuego separa, pero une.

Ahí tienen otro ejemplo de “calcinatio”. Dice así: “La sangre del azufre es aquella sequedad y virtud
interior que coagula el mercurio y lo transforma en oro e imparte salud y perfección a todos los
cuerpos. Pero la sangre del azufre se obtiene sólo por aquéllos que puedan liberarle de su prisión. Y
por tanto, está tan estrechamente aprisionado que apenas puede respirar”. En nuestra cólera, en
nuestra ansiedad por vivir, quiero ser más, codicia. Quiero ser más luminoso, quieres ser TÚ más
luminoso.

Recuerdan lo que leí de Jung: “Lo que buscas, lo buscas por ti”. Tienes la estrechez del que quiere lo
que entra en su horizonte y no es capaz de querer lo que no concibe. Por lo tanto, hasta que no se
renuncie a ese querer, no hay más que codicia, soberbia, vanidad. Lo puedes disfrazar de generosidad,
pero ardes. ¿Y cómo se sabe? Porque ardes, vas caliente. Pareces pacífico, pero te tocan y explotas. Lo
inflamas todo.

Dice: “Pero la sangre del azufre se obtiene sólo por aquéllos que puedan liberarle de su prisión y por
lo tanto está tan estrechamente aprisionado que apenas puede respirar. Sólo puede actuar, no puede
pensar. No puede ser aéreo, no tiene ligereza, es un carbón ardiendo.
Y por lo tanto está tan estrechamente aprisionado que apenas puede respirar. Su alimento es aire y
eso sólo ocurre cuando está libre, no aprisionado, no secuestrado. Pero en prisión se ve obligado a
consumirse en un estado siempre crudo y por lo tanto no es cocinado, no es digerido”.

No es lo mismo un material crudo que un material trabajado. Pues ese azufre preso está siempre
crudo. Y eres crudo y hay crudeza incluso en tu sed espiritual. Se oculta la crudeza de una codicia
vulgar. Siempre es ambición de cosas. Siempre es sed de literalidades. Crudo porque es esto o aquello.
Crudo porque tiene un propósito interior. Todo es una estrategia. Entonces, le pongo el pie para que
caiga, y cuando caiga aprovecho y le sostengo. Y entonces puedo ligar. O le propongo un proyecto para
que se enganche y le pueda sacar provecho.
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que se enganche y le pueda sacar provecho.

El azufre crudo está pegado de intereses. Y naturalmente desde ahí todo es chapapote. Nada asciende,
fuego del infierno. Mucha paz hasta que explota. Y está bien, la explosión purifica, por lo menos
separa lo que tiene que estar separado. Por lo tanto, ¿quién puede liberar al azufre de su prisión?
Porque cuando está libre, se alimenta, está cocinado, se cocina con aire. Se cocina con ligereza, con
volatilidad.

Dice finalmente: “Pero es mucho mas fácil liberarle que encontrar su prisión, que reconocerlo en su
prisión”. El de los otros se reconoce fácil pero no sirve, no lo puedes liberar. Me puedo dar cuenta de
tu codicia pero ¿de qué me sirve? Pero lo increíble es que nadie encuentra la suya. Nadie encuentra
codicia en eso de: yo sólo quiero amar para dar amor… Boca de lobo feroz codicioso, tienes sed de
placer, quieres vivir lo que quieres vivir, estás rabioso de que la vida no sea lo que tú quieres.

El azufre es voluntad torturada, pretenciosa, ciega. Por eso era tan importante la calcinación, porque
se frustra la voluntad. Dicen los alquimistas que la calcinación es fundamental, no sólo porque reduce
a cenizas. Y recuerda: “No desprecies las cenizas porque son la diadema de tu corazón” (diadema
cordis). Pero lo hacemos, las llamamos “mi dolor” del que no quiero saber nada, pues yo me quiero
pasarlo “bien”.

Las cenizas son amargas. Queremos lo que se va a quemar, no lo que queda cuando ya está quemado.
Queremos el placer, no la amargura. Tú me cuentas siempre lo que pasa cuando tu vida es una
aventura, no me cuentas lo que pasa cuando se acabó la aventura. Ahí están las cenizas. Cuando se
acabó el fuego vas corriendo a encender otro. Cuando vuelve la ilusión (esta vez me amará…) el lobo
tiene una presa a la vista y otra vez la amargura. Pero eso lo desprecio, yo quiero lo que se puede
comer, no lo que ha quedado cuando se ha quemado todo. Pero ahí está. La ceniza que es negra y se
vuelve blanca, el paso del negro al blanco ocurre en la ceniza. Y al volverse blanca es como una sal
sabrosa porque da sabiduría. Sabor y saber, están vinculados.

Coger el azufre, encontrarlo en su prisión es fácil en el de los demás. Pero cuando arde en mí no hay
luz, sólo rabia. A veces no es rabia, hay entusiasmo. El entusiasmo es tan banal, es el entusiasmo del
yo porque va a conseguir lo que quiere. No hay todavía un dejar aparecer lo que quiere aparecer más
allá de lo que yo quiera.

Ahora bien, la calcinación es necesaria no sólo porque reduce a cenizas, sino porque extrae toda la
humedad superficial. Calcinar es calentar a tal punto que todo lo húmedo se seca. Por eso se vuelve
ceniza. Se quitó toda esa humedad que daba una consistencia falsa y se reduce a polvo. Y la única
humedad que queda no es superficial sino que es lo que los alquimistas llaman la “humedad radical”.

Dicho de otra manera, quitar todo humor superfluo para que se manifieste el humor radical.
Volvemos al humor arquetípico, aquello que no viene de las circunstancias, aquello que no está
personalizado. Se acaba toda la blandura, se acaba todo el sentimentalismo. Se acaba toda la culpa, el
remordimiento, la ternura aparente, el te quiero pero me tendrás que dar esto, esto y esto. Todo esto
que da una consistencia irreal, en la calcinación se seca. Pero aparece el humor radical. Es aquello que
no proviene de las circunstancias y revela la esencia de lo que eres. Es radical porque es esencial. Es
esencial porque no es circunstancial.

Voy a leer un caso más de lo que significa el humor radical. En la misma “Plática de Eudoxio y
Pirófilo” dice: “el alquimista tiene que distinguir entre la materia universal y la materia particular”.
Tiene que distinguir entre lo arquetípico y lo circunstancial, histórico y concreto. No cualquiera
puede. Muchos creen que es circunstancial lo esencial y que es esencial lo circunstancial. Y entonces
pasa aquello de: tú me dijiste que me querías y ahora me haces esto…”. Te agarraste a lo accidental
creyendo que era lo esencial, pero lo esencial lo dejaste pasar de largo. Y encima lo acusas: “¡me
mentiste! Ahí estás lleno de humedad superflua. Lleno de personalizaciones, de referencias
biográficas e históricas, está confundido lo universal que es lo esencial, con lo particular que es
accidental.
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accidental.

Dice: “El alquimista ha de conocer la materia universal y la materia particular sobre la cual opera
la naturaleza para regeneración de todos los seres”.

Pero luego también dice: “Hay mucha diferencia entre declarar que tal o cual materia no es el
verdadero sujeto”. Sujeto quiere decir el objeto. Hoy en día diríamos objeto. Como hacen en lo
tocante al oro y el mercurio, y dar a conocer por medio de figuras y alegorías los secretos más
importantes de la ciencia que son los que tienen la importancia de ver claramente las verdades
filosóficas y alquímicas a través de los velos enigmáticos con lo que los sabios saben cubrirlas. Los
que se aferren al sentido literal serán indudablemente engañados.
“La materia universal está por encima de la materia particular. La piedra es la porción más pura,
por lo tanto más universal de los elementos metálicos. Por consiguiente, es la materia prima y
cuando esta misma materia ha sido fecundada por la unión que se hace con la materia puramente
universal, se convierte en la piedra capaz de producir todos los grandes efectos que los filósofos
atribuyen a las Tres Medicinas”. Por lo tanto, cuando la materia prima está despegada de esta
circunstancia y se une a la materia universal, es cuando tiene las propiedades de las Tres Medicinas,
los tres elixires o las tres fuentes de la vida.

Y luego vuelve a decir que la piedra se casa consigo, se embaraza de sí misma y nace de sí misma. No
está contaminada con nada. Pero en cuanto la contaminas en: porque tú…, porque mi papá…, porque
mi educación…, porque mi código genético…, el sistema capitalista… la piedra ya no es entendida
como aquello que se embaraza sino a merced de lo que no es la piedra. La piedra es el alma.

Un texto para terminar: “El gran misterio del arte es el fuego porque todos los misterios de esta
filosofía dependen de la comprensión del fuego. Cuánto me complacería si me estuviese permitido
explicarles este secreto sin equívoco, pero no puedo hacer lo que ningún filósofo creyó que estaba en
su mano”.

En la alquimia siempre se habla que, aparte de los Cuatro Fuegos, la clave está en el fuego secreto. ¿Y
cuál es el fuego secreto? Para operar hay que saber graduar el fuego secreto. Y el fuego secreto no es el
fuego vulgar. ¿Y cuál es el fuego secreto de los alquimistas? Fuego que no quema las manos, que no se
ve a simple vista, fuego que sin embargo aviva todo lo que está vivo. Si fuéramos Jung diríamos que el
fuego secreto se llama libido, o energía psíquica. Pero eso sigue siendo un concepto. No es un fuego
que vean los ojos, pero es el fuego con el que los ojos ven. Los ojos no ven sino a través de ese fuego.
Un fuego por el cual se ve que es el que ve y que es lo que mira. Y es secreto porque no es literalmente
visto.

Dice:
“Solamente puedo decir que el fuego natural del que hablan los filósofos es un fuego en potencia que
no quema las manos pero que manifiesta su eficacia por poco que sea excitado por el fuego interior”.
O sea, el fuego exterior es el punto de excitación que ocasiona la emergencia, la manifestación del
fuego con el que trabaja el alquimista, que nunca es el fuego exterior sino el fuego interior.
Naturalmente, pero uno a veces está frío como un pez, por eso necesita de un fuego externo que es el
punto de partida del fuego interno. Por eso, tu vida es rutinaria y no pasa nada hasta que aparece la
secretaria y empiezan las pasiones. Es un fuego exterior pero a partir del cual se inicia un proceso
donde el fuego verdaderamente transmutador no es éste, pero es con ocasión de éste. Una rivalidad,
una competencia, una propuesta y se despierta la codicia en ti. Es esa codicia lo que importa, no la
propuesta.
Por lo tanto, sí que es cierto que hace falta el fuego externo. Pero no es el fuego externo el que se
trabaja. Sin el fuego externo, no se despierta el fuego interno.

Dice:
“Esto es un fuego verdaderamente secreto” al que este autor llama “vulcano lunático”.

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Artefio, que es un importante escritor alquímico, hizo de él una descripción más amplia que cualquier
otro filósofo: “Este fuego misterioso es natural porque es de la misma naturaleza que la materia
filosófica. El artista, sin embargo, prepara el uno y la otra. Es decir, el artista trabaja sobre este
fuego natural mientras que el hombre vulgar sólo trabaja en el fuego exterior”.

Empezaremos leyendo algunas observaciones sobre la calcinación incluidas en la tesis de un psicólogo


argentino. Dice así:
“Una importante etapa del proceso alquímico es la calcinación, que también se puede considerar un
proceso de combustión. En esta primera fase, el alquimista calienta la materia prima en el “atanor”
(el atanor es un horno especial). Esto nos enseña cómo la alquimia muestra su origen islámico. Atanor
es una palabra de origen árabe, “alquimia” también (Al-Kimia). Y si ha venido a través de los árabes,
quiere decir que la alquimia no es esencialmente cristiana. No tiene por qué serlo. Mucha gente cree
que la alquimia corresponde a una forma religiosa. En realidad, la alquimia nació en Alejandría, en
pleno helenismo. Además, ha habido una alquimia china, una alquimia india, árabe… No depende de
una forma, es religiosa la alquimia pero sin ninguna estructura ortodoxa.

Dice:
“En esta primera fase, el alquimista calienta la materia prima en el atanor”. A propósito, atanor se
puede relacionar con ta-natos, es decir, muerte. Del mismo modo que amor se puede relacionar con
amor, es decir, que el amor está en relación con la muerte.
“Una vez evaporado el líquido, queda reducido a cenizas. Así descrito, esto parece un simple proceso
de laboratorio casero pero es más profundo de lo que aparece a simple vista. La calcinación implica
casi siempre la frustración del deseo. El símbolo hermético de esta problemática es difícil para
nuestra cultura racionalista que es la de un animal salvaje que se quema hasta quedar reducido a lo
esencial. El fuego purifica la escoria y aquí la escoria es el líquido, el agua, la imagen de la nostalgia
de la unión. Para los alquimistas, constituía lo mismo el oro físico que psíquico. La materia innoble
que es necesario transformar está tanto dentro como fuera del alquimista”.

La alquimia relaciona la calcinación con el lobo y el león que, desde tiempo inmemorial, están
conectados con las pasiones. El hambre, el orgullo, la arrogancia y el deseo. No se considera que las
pasiones en su estado natural sean ni malas ni diabólicas, pero son peligrosas y sin embargo pueden
transformarse en el oro que potencialmente está contenido en ellas. La calcinación no es represión ni
condena moral del deseo, sino que es el sacrificio voluntario de algo para que pueda emerger otra
cosa.

Uno de los terrenos donde de forma más característica se ve la etapa de calcinación es la de la


frustración amorosa.
A todos nos han dejado alguna vez. O nos hemos sentido usados, manipulados o abandonados. Es una
de las experiencias que más fácilmente puede asociarse al proceso de calcinación.

Esta experiencia, si uno la aborda con un mínimo de respeto, quema muchísima escoria y hasta a
veces hacen falta muchas lágrimas y mucha sangre para que disminuya el fuego. Normalmente, si una
persona no puede tener el objeto de su deseo siente mucha rabia y le echa la culpa a otra persona o a
cualquier circunstancia exterior. De lo contrario, experimenta una especie de autocompasión, cae en
un estado de autodenigración y lástima por sí mismo.

Lo habrán visto si no les ha pasado. Buscas a quien culpar, busca alguna circunstancia, buscas otra
persona. Hay mucha rabia y si no, uno empieza a sentir pena. Cualquiera de estas dos cosas son
típicas del proceso que requiere calcinación. Uno de los efectos de la calcinación es que elimina toda la
humedad superflua. Y la autocompasión, la pena y el sentimentalismo son tan superfluos que se
tienen que secar. Y no se secan a voluntad.

Sigo, aquí no estoy de acuerdo, pero voy a leer:

“Sucede de modo distinto si la persona responde con cierto reconocimiento y aceptación de la


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“Sucede de modo distinto si la persona responde con cierto reconocimiento y aceptación de la


situación. Y a partir de esta vivencia, contiene la frustración y la rabia sin culpar al otro, sin culpar
a las circunstancias y sin culparse a sí mismo. En este caso, algo comienza a transformarse
interiormente y la experiencia puede llegar a ser un aporte importantísimo a la configuración de un
sólido sentimiento de identidad personal. La persona que jamás ha experimentado una frustración
así o que la ha interpretado sólo como culpa, sea propia o ajena, jamás podrá ir más allá del estado
del lobo y del león.

Hay una voracidad, una irritabilidad básicas e inflexibles que se encuentran en el inconsciente y con
frecuencia están totalmente fuera del alcance de la percepción de la persona. Así, puede ser
movilizada por toda clase de situaciones externas con horror del individuo que lo experimenta, o si
no, puede ocurrir que éste evite cualquier compromiso o relación profunda por miedo a lo que le
pueda suceder si el león o el lobo llegan a soltarse. Desde el punto de vista alquímico, la única
alternativa a esta situación es que el lobo y el león ardan en el fuego o que se le “corten las patas”.

La imagen que nosotros vimos es que el león arde en el fuego. Pero hay otra imagen. A veces hay
ilustraciones de un león con las patas cortadas. Es decir, al león hay que cortarle las patas porque allí
tiene las garras con las que hiere lastima y coge a su presa. Por lo tanto, el león alquímico también ha
de ser transformado y también se le han de “cortar las patas” para que, poseyendo su nobleza, pierda
su voracidad.

Sigo:
“Las pasiones primarias contienen la potencia de la realeza”. El león es una forma primaria de rey o
de oro alquímico.

“Contienen la potencia, la individualidad auténtica pero primero hay que quemarlas para que así se
transformen. El elemento de frustración es inherente a la vivencia de la pasión. En el fenómeno de la
calcinación pueden verse tanto manifestaciones físicas como emocionales. En ocasiones, parece que
hay determinadas enfermedades, como infecciones y fiebres, que se relacionan con la cuestión del
deseo frustrado.”

No sé si esto es verdad o no. Hablé de que la piedra contiene fuego. Pero es un fuego que tiene que ser

liberado de la piedra. La piedra al principio es opaca. Para que se vuelva traslúcida ha de encenderse.
Si se enciende la piedra, quiere decir que había fuego en la piedra. También podríamos decir que la
piedra es la cal, es el calcio, lo sólido y se conecta con la sal. Algunos piensan que los cálculos renales y
biliares es piedra que arde. No arde liberando su fuego y volviéndose transparente, sino arde
interiormente (reprimidamente) porque está atrapada en la solidez de la circunstancia y no puede
iluminar. Y ese fuego es fuego que quema pero que no da luz.

Sigo:
“Con frecuencia, las imágenes alquímicas son muy violentas. La de encerrar a un lobo en un
recipiente cerrado y encender fuego por debajo no es nada atractiva. Con toda seguridad, el lobo se
pondrá insoportablemente rabioso, pero el fuego purifica y transforma. Éste es el objetivo de la
calcinación. Una de las formas de resistirse a este proceso de calcinación es a través de echar culpas
al otro, a las circunstancias exteriores o a uno mismo, o evitarlo, como suelen hacer las personas
demasiado razonables que creen que han entendido por completo por qué las cosas fueron mal y por
qué era necesaria la separación” (siempre está hablando de una frustración amorosa).

Así los dos siguen siendo amigos, todo se hace de una manera muy civilizada, sin reconocer los
sentimientos que arden en esta situación que, después de todo, es una especie de muerte que requiere
su dolor y su duelo. Así es como las personas razonables se ven envueltas lentamente en una
depresión de la cual no pueden salir ni atisbar su causa. No pueden llegar a elaborar que,
verdaderamente, una separación no es un hecho racional sino que es un acontecimiento afectivo.

Ahora les voy a leer un cuento que viene al final:

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“Había una vez un hombre santo cuyo aprendiz le servía con gran diligencia. Si el maestro lo
mantenía a su lado era sólo por la dedicación de que daba muestras. Aparte de eso, el discípulo le
parecía bastante tonto. Un día, se extendió por toda la región el rumor de que el acólito había
caminado sobre el agua pasando al otro lado del río tan fácilmente como si estuviera caminando
por una calle. El maestro lo interrogo sobre la hazaña milagrosa.
-¿Es cierto lo que se dice de ti? ¿De veras que has podido cruzar el río andando sobre el agua?
-¿Qué podría ser más natural? respondió el aprendiz. Gracias a ti, ¡Oh venerable maestro! he
andado sobre el agua. A cada paso repetía vuestro santo nombre y era eso lo que me sostenía.
El maestro caviló para sus adentros. Si el humilde discípulo puede caminar sobre las aguas, ¿qué no
podrá hacer el maestro? Puesto que el milagro se produce en mi nombre, puedo poseer poderes que
no sospechaba y una santidad de la que yo no era consciente. Después de todo, nunca he intentado
cruzar el río andando.
Movido por estos pensamientos, el maestro corrió hacia la orilla del río. Sin la menor vacilación,
apoyó el pie en el agua y con fe inquebrantable empezó a recitar:
- Yo, yo, yo…
Pero, a pesar de su esfuerzo, terminó ahogándose”.

Vamos a continuar con el tema de “las patas del león”. El corte de la garra del león. Un león mutilado.
Una perspectiva naturalista diría que ese león no está bien, porque un león que esté bien tiene que
tener garras. Pero, al revés, la alquimia, como todo el mundo de la imaginación, no copia a la
naturaleza sino que más bien utiliza a la naturaleza para trascenderla. Las imágenes de la imaginación
nunca son normales ni debieran normalizarse, sino que más bien a través de su distancia con la
normalidad evocan la dimensión del alma. Dicho de otra manera, es característico de la imaginación
deformar la realidad, crear su propia realidad. Un error de nuestra cultura es pensar que una imagen
de-formada es señal de un síntoma que tiene que ser arreglado. Es al revés, una imagen que
reproduce, que copia, es señal de una imaginación que necesita ordenarse.
Cuando uno sólo puede copiar objetos, sufre trastornos serios de la imaginación. Esa imaginación no
está operando y abriendo su dimensión, sino que ha quedado reducida a copiar. Por lo tanto, no puede
crear, no hay posibilidad de entrar en el territorio de la alquimia.

A propósito, volvemos al tema de la literalidad. La literalidad es una copia. El pensamiento literal es


“las cosas son y como aparecen en las imágenes”. Dicho de otra manera, las imágenes son copias de la
realidad. Luego, si me aparece una imagen de una casa en lo alto de la montaña, pues tengo que tener
una casita en lo alto de la montaña. Mi imagen no es más que la foto de lo que ha de ser conseguido en
una supuesta realidad. Con lo cual, se ha traicionado la imagen para sustituirla por una burda
construcción espacio-temporal. La grandeza de la imaginación es que jamás se realiza en el espacio ni
en el tiempo, sino que abre la puerta a un espacio y a un tiempo que no son cartografiados. Y eso es lo
que los alquimistas llaman el “acceso a la inmortalidad”.
La inmortalidad es participar en una dimensión que no está sometida ni a sucesión, ni a localización.
Pero ¿de verdad que es inmortal? Y volvemos al tema ¿qué quiere decir “de verdad”? Dicho de otra
manera, ¿cómo uno se acerca a la imagen de la inmortalidad? La imagen de la inmortalidad es una
mortalidad que dura sin límites… no. La inmortalidad no es una larga e ilimitada mortalidad. Por lo
tanto, una vida infinita no es inmortal. Una vida inmortal no es una infinita vida. Pertenece a otra
categoría, otra dimensión. Es el terreno donde está la piedra. Por eso, el alquimista insiste en que
nuestra piedra no es una piedra, nuestra piedra no se ve, nuestra piedra no se toca, porque no es real.
No puede ser vista con los ojos del cuerpo, ni tocada con las manos del cuerpo. Es tan real que se
escapa a esa dimensión ilusoria que sólo cree real lo que puede situar en latitud, longitud y fechas de
calendario.

Por lo tanto, hasta que no haya un despegar de la inmediatez perceptible, no hay instalación en el
terreno del trabajo alquímico. La mayoría de nosotros, por despegar del terreno inmediato de la
percepción entendemos pensar. Pensar que es elaborar conceptos, es moverse con abstracciones. La
piedra no es abstracta. La piedra tiene singularidad, por lo tanto, no es un terreno perceptible, pero no
es un terreno de abstracciones. Esa es la regla de la alquimia.

¿Se acuerdan que el otro día empecé a leer un tratado sobre el diálogo entre un maestro y un
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¿Se acuerdan que el otro día empecé a leer un tratado sobre el diálogo entre un maestro y un
discípulo? Vamos a terminar de comentar lo que dice este libro.
Dice así:
“Tenéis razón en lo de que no se puede estar seguro de entender a los filósofos”. Ya saben que los
filósofos son los artistas, no los profesores de filosofía. Filósofo es el alquimista que es el artista. No
están en los museos, no están en las academias. Es ese arte, esa filosofía de lo que habla la alquimia.

Dice:
“Tenéis razón en lo de que no se puede estar seguro de entender a los filósofos a menos de que se
tenga un conocimiento completo de las menores cosas que han escrito. Como el sabio pretende hacer
por el arte una cosa que está por encima de las fuerzas ordinarias de la naturaleza, como ablandar
una piedra y hacer vegetar un germen metálico. Hacer que una piedra se ablande o que un metal
germine no es un proceso naturalmente ordinario. Es posible por el arte, pero no es posible por la
mera naturaleza en el tiempo de una existencia humana. Como el sabio pretende hacer por el arte
algo que está por encima de las fuerzas ordinarias de la naturaleza, se ve indispensablemente
obligado a entrar por una profunda meditación en el más secreto interior de la naturaleza”.
Una profunda meditación. Esto es lo que uno suele olvidar cuando se hace la imagen del alquimista
cocinando todo el tiempo. Una profunda meditación es el único camino para penetrar en el secreto

más interior de la naturaleza. Ora et labora, dice la máxima alquímica. Ora es, justamente, esta
meditatio, esta meditación. En el laboratorio alquímico hay labor y hay oratio.

Sigo:
“Por ello ha de valerse de los medios sencillos pero eficaces que la meditación le proporciona. Ahora
bien, no debe ignorar que la naturaleza, desde el principio de la primavera, para renovarse
impregna todo el aire que envuelve la tierra de un espíritu fermentativo que tiene su origen en el
padre de la naturaleza. Es propiamente un “nitro” (un tipo de sal) sutil que hace la fecundidad de la
tierra de la que es alma y que un gran alquimista llamó “el salitre de los filósofos”.

Es pues en esta fecunda estación que el artista y el sabio para hacer germinar su simiente metálica, la
cultiva, la rompe, la humedece, la riega con este prolífico rocío y le da a beber todo lo que requiere el
peso de la naturaleza. Y de esta suerte, el germen filosófico que concentra este espíritu en su seno
adquiere las propiedades esenciales para convertirse en la piedra vegetal y multiplicadora.
Espero que os habrá satisfecho esta explicación que se funda en las leyes y en los principios de la
naturaleza.”

No hay alquimia sin meditación. Pero ¿qué puede ser una meditación que no sea un razonamiento?
¿Qué puede ser una meditación que no sea un pensamiento? ¿Qué puede ser una meditación que no
sea un análisis conceptual? ¿En qué consiste esa meditación que permite descubrir el secreto mejor
guardado de toda la alquimia? ¿En qué puede consistir esa meditación de la cual se extrae la
capacidad de hacer que la piedra germine como un vegetal?

Hay maneras de hablar de eso. Una manera de hablar de la meditación alquímica es llamarla, como
hizo Jung, “imaginación”. Imaginar no es pensar, imaginar no es percibir, imaginar requiere una
minuciosa atención. Esforzarse en razonar no es estar atendiendo, es estar extrayendo conclusiones.
Pero una atención sostenida y devota, que aquí aparece como meditación, para dejar libre el espacio a
la creación imaginativa.
Es por lo tanto de esta imaginación de la que habla Paracelso cuando dice: “la imaginación es el astro
del ser humano”. La imaginación no es la actividad voluntaria del ser humano, sino que es la actividad
astral en el ser humano. Cuando el yo calla puede atender a la obra imaginativa que se está
desarrollando en su interior a la vez que en el exterior. Dicho de otra manera, sin imaginación no hay
alquimia, sin imaginación no hay arte, sin imaginación no hay filosofía.

Esto se relaciona con dos textos alquímicos importantes. El primero “La Tabla de la Esmeralda”.
Habrá quienes hayan oído hablar de este texto. Una esmeralda que viene de tiempos muy antiguos
que contiene los principios que todo alquimista y filósofo hermético ha aceptado como base de su
actividad.
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actividad.

Vamos a leer una traducción de “La Tabla de la Esmeralda” (Tabula Smaragdina). En este
maravilloso libro que les recomendé enfáticamente hay una traducción. Se puede traducir de muchas
maneras y vamos a leer una de ellas.

Dice así:
“Es verdad, sin mentiras, cierta y la más verdadera, que lo que está abajo es como lo que está
arriba, y lo que está arriba es como lo que está abajo, a fin de realizar los milagros de una sola cosa.
Y de la misma forma que todo lo que existe procede del uno, por la meditación del uno así todas las
cosas han nacido de esta cosa única por adaptación. El sol es su padre y la luna su madre. El viento
la ha llevado en su vientre. El padre de la perfección del mundo entero se encuentra aquí. Su fuerza
o poder es total si se convierte en tierra. Separará la tierra del fuego, lo sutil de lo espeso,
suavemente, con gran dignidad. Él sube de la tierra al cielo y de nuevo baja a la tierra recibiendo la
fuerza de las cosas superiores e inferiores. Obtendrás de esta forma toda la gloria del mundo, por lo
tanto, toda oscuridad se alejará de ti. Ésta es la fuerza más fuerte de todas las fuerzas pues vencerá
a todas las cosas sutiles y penetrará en todas las cosas sólidas. Así se ha creado el mundo. Y a partir
de esto surgirán admirables adaptaciones. La forma de conseguirlo está aquí. Y en relación con esto
yo soy el llamado “Hermes Trimegisto” y poseo las tres partes de la filosofía del mundo entero. Y
aquí se da por concluido lo que he dicho sobre la operación del sol.”

Es increíble que un texto tan corto tenga una trayectoria tan decisiva en nuestro pensamiento. Toda la
tradición hermética se sintetiza en esta pequeña tabla. Pero claro, ¿qué es lo que quiere decir? ¿de qué
está hablando cuando dice “asciende de la tierra al cielo y vuelve a descender”? Esto, si han seguido
las charlas pasadas, les tiene que sonar. Cuando hablábamos de liberar al alma del cuerpo y posibilitar
que el alma se reúna con el espíritu para que en forma de lluvia descienda al cuerpo y lo re-anime. No
para que vuelva a ser el cuerpo muerto que era antes, sino para que sea un cuerpo glorificado.
Imposible si no se separa lo denso de lo sutil.

Vamos a poner un ejemplo:


Si yo me quedo en los hechos y me quedo en las circunstancias estoy tratando con piedras. Decir que
algo es así porque es, es decir que es opaco, que ahí se acabó. Son hechos y no hay nada más, se ha
detenido el proceso.
Decir que Pepita me dejó porque se fue con José es hablar de hechos. Y esto es opaco, es tierra, una
piedra oscura e impenetrable. Has de separar lo sutil de lo denso. Has de extraer el alma de las
circunstancias.

En un lenguaje más moderno, el hecho ha de volverse psico-lógico. ¿Y qué quiere decir psicológico? El
hecho que está afuera como algo que pasa porque pasa, se transforma así en la manifestación, en la
señal a través de la cual se presenta un acontecimiento anímico. Y un acontecimiento anímico quiere
decir que está ocurriendo en el espacio del alma. Sólo así el alma se separa del cuerpo. Pero cuando el
alma se separa del cuerpo ya no eres un observador de un hecho que está ante ti, sino el partícipe en
un devenir anímico en el que estás comprometido.

Un ejemplo para entenderlo mejor:


Pepita me dejó por José. ¿Y qué tendrás que ver tú con todo eso? Esta sencilla pregunta intenta
colocarlo a uno en un punto donde el hecho deja de ser una circunstancia y se transforma en un
compromiso interior. Pero eso no es suficiente. Con eso, el hecho ha perdido su cualidad terrosa y ha
adquirido su cualidad acuosa. Y se ha vuelto psique. El cuerpo queda abandonado como algo muerto,
la circunstancia importa muy poco. Lo importante es lo que la circunstancia cuenta y el hecho ya no
aparece más como hecho sino como parte de una trama, lo interesante es la trama.

La trama convoca hechos, pero la trama no es un hecho, en medio de la trama estás contenido
también tú. La trama contiene al mundo, no un mundo de hechos sino un mundo de procesos. Y lo
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también tú. La trama contiene al mundo, no un mundo de hechos sino un mundo de procesos. Y lo
sólido se ha vuelto líquido y el cuerpo ha soltado el alma. Y como esa canción española: “¿Y quién es
él?” ¡Qué importa quién es él! ¿Y cuánto mide? ¿Y cuánto gana? Quieres hechos. Eso es eludir el
proceso alquímico, transformar la rabia en culpa y en información, en volcarla al exterior y entonces
el azufre contamina todo y no hay purificación. ¿Qué importa eso? Eso es un cadáver. Eso es la
vestimenta. Pero a través de eso, ¿quién habla?
Pero como somos todos protestantes y somos todos moralistas, algo fatal para la alquimia, sólo
empezaremos a buscar culpables. Desde la perspectiva de la culpa hay juicio y desde la perspectiva del
juicio no hay atención. Por lo tanto, sí que ha de desvestirse del cuerpo pero no transformarse en
pensamiento sino en poder atender lo que el alma evoca. Por eso, el alma no es suficiente si no se une
con el espíritu. Y el espíritu es el conocimiento del arquetipo. Y el conocimiento del arquetipo no es
información que obtengan de ningún libro, ningún proceso racional, sino que es elevar la
circunstancia personal e histórica a su auténtico origen, más allá de la historia y más allá de lo
personal. Y cuando el hecho se ha transformado en vivencia, y la vivencia se ha transformado en la
recurrencia del arquetipo, se regresa al mundo de los hechos que ya no son simplemente hechos sino
que son la representación viviente de la eternidad. No es que no se viva, claro que se vive. Se vive y no
se vive. Se está y no se está.

Volvamos a la calcinación. Volvamos al horno de Nabucodonosor. Cuando hablamos de la furia


terrible que se desata cuando aquellos tres personajes no quisieron honrar su estatua como si fuera
Dios, Nabucodonosor entonces hizo encender un horno poderoso con llamas tan fuertes que incluso
los que encendieron el horno murieron consumidos por ellas. Hizo atar a los tres personajes y los hizo
lanzar al centro del horno. Pero para su sorpresa, los tres personajes se soltaron de las ataduras y en
medio del fuego cantaban y oraban. El fuego no les hacía nada. Es más, Nabucodonosor con horror y
todos los que contemplaban la escena vieron que entre los tres que cantaban apareció un cuarto
personaje. Fueron invulnerables al fuego.

La calcinación puede quemar lo que puede quemar, pero deja intocado aquello que resiste al fuego. La
calcinación quema toda la escoria pero lo esencial permanece intocado. Esto nos hace pensar en el
papel que puede tener en el chamanismo el hecho de caminar sobre fuego. No literalmente sino que la
proeza física de caminar sobre el fuego es la vestidura de un estado anímico, de un estado de la psique
que la podríamos llamar “invulnerabilidad al afecto” que no quiere decir no sentir, sino que quiere
decir no estar a la sed de lo que se siente. Eso es lo que resiste el fuego de la calcinación.

La calcinación quema todo y deja aquello que, sintiendo el afecto, no se quema en él. Ni siquiera
incendia el mundo. Permanece inalteradamente fiel a sí mismo aún en medio de la máxima intensidad
afectiva. Esto que permanece aún en el afecto sin traicionarse a sí mismo no viene del espacio ni viene
del tiempo, no lo has tomado de la educación, ni de tus padres, ni de tu historia personal, sino que
todo el tiempo es la pertenencia a aquel plano que no puede consumirse con el fuego de la naturaleza.

La alquimia nos está contando que la calcinación es necesaria porque quita lo impuro pero no toca lo
que es puro. Al contrario, revela lo que es puro. Y si puro venía de “pyros” y “pyros” quería decir fuego.
El fuego de los fuegos es la púrpura. Por eso, la meta final de la alquimia es el color púrpura. El color
de una sangre que ya no se seca, se pega, se cristaliza y se ensucia, sino que permanece eternamente
líquida y transparente animando todo lo que toca. Es el fuego del fuego. No el fuego que se apaga y
consume, sino aquél que se nutre permanentemente a sí mismo y que ha pasado del ardor al calor, y
del calor a la luz.

Estas son las graduaciones del fuego alquímico. Hay un fuego que todos conocemos que sólo arde,
quema, tortura, duele y destroza. Es un fuego ciego, es puro dolor. Hay un fuego que ya no arde sino
que calienta. Hay un fuego que ya no calienta sino que ilumina. Y el fuego que ilumina ya no arde, no
duele ni consume, vuelve traslúcido todo porque es lúcido, que viene de luz. Pero no la lucidez del que
opera con una mente que funciona de acuerdo a esquemas preconcebidos que llevaría a decir que es
una persona “assenyada”, la lucidez no es el “seny”. La lucidez es el acto de atravesar con luz lo que es

opaco.

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Por lo tanto, la operación de la alquimia es la transformación de un fuego sólido y ardiente en un


fuego transparente y autocontenido que es fuente de luz.
Esto es lo que cuenta en un bonito tratado (por suerte está en castellano, ver la bibliografía) bastante
recomendable del s. XVII, “El tratado del Fuego y de la Sal”, de Blaise de Vigenère.

En él sostiene :
“Hay cuatro tipos de fuegos, el del mundo inteligible que es todo luz; el fuego celestial…”.
Cuando hablamos de fuego celestial quiere decir el fuego astral, el fuego astrológico, el fuego de los
astros, el fuego de la dinámica celeste. No quiere decir fuego celestial en el sentido del Sol que está en
el cielo, sino que celestial quiere decir “de dinámica simbólica astrológica”. Por lo tanto lo astrológico
conecta, sirve de vínculo entre el mundo arquetípico que es inteligible y el mundo de la naturaleza que
ocurre aquí abajo. El fuego celestial es el que comunica por lo tanto lo inteligible con la luz de la
naturaleza.

Sigo:
“Hay cuatro tipos de fuegos, el del mundo inteligible que es todo luz; el fuego celestial que participa
de calor y de luz; el elemental de aquí abajo de luz, calor y ardor; y finalmente, el fuego infernal, el
fuego del interior de la Tierra que, al contrario del inteligible, es ardor y abrasamiento sin ninguna
luz”.
Lo interesante es que los cuatro fuegos están escalonados. Y por lo tanto, ese ardor, abrasamiento
espera a transformarse en calor. Y ese calor espera transformarse en energía astral. Y esa energía
astral finalmente aspira a devenir en luz inteligible. Y esto me hace recordar aquella frase de Jung:
“Sólo pude lograr la paz cuando pude liberar de todas las emociones la imagen apresada en ellas”.

Por lo tanto, ¿qué es lo que permite que la experiencia irritante y ardiente se vuelva luz impersonal?
No luz personal, no conciencia mía, una luz que revela luz del universo. Ha de pasar por graduaciones
y el primer grado es la liberación de la imagen. Quiero decir que cada circunstancia contiene una
imagen coagulada. En cada circunstancia hay callada y muda, literalizada, una criatura de la
imaginación.

Por supuesto que muchos están diciendo: “¿Cómo se hace? Dame la fórmula…”. Lo interesante es, si
esto pasa y yo se que pasa, preguntar quién en ti quiere hacer esto, porque empezaremos a ver la
imagen que hay detrás de este “dame la fórmula que quiero hacerlo”. Detrás de esto hay la imagen de
un lobo que quiere lo que quiere. Es la imagen del lobo que anda suelto y que todavía es codicioso.

¿Para qué quiere esto? ¿Para qué quieres liberar la imagen? ¿Se libera la imagen porque uno quiere
liberar la imagen? Esto nos lleva a otro tema. El tema de la voluntad. Una de las expresiones del fuego
es la voluntad. El yo quiero, la lucha. Piensen que la guerra, la lucha, el esfuerzo son imágenes
calóricas, son propias del fuego. ¿Cómo nos imaginamos la guerra? Fuego, destrucción, el fuego que lo
arrasa todo. “Arde París”, se llama una película. La guerra es la gran calcinación colectiva, pero en la
guerra hay lucha, disciplina y voluntad. La guerra es expresión de Marte. Marte es el Señor de la
Guerra. Y Marte rige las arterias, se conecta con la sangre y por supuesto se conecta con la voluntad.

Cuando los alquimistas hablan del azufre y del fuego también hablan de la voluntad. Pero ¿qué es la
voluntad? Ahí está realmente la cuestión. ¿Quién quiere en mí cuando yo digo que yo quiero? Éste es
el tema esencial. Normalmente, la voluntad es opaca para sí misma. El gran peligro de la voluntad es
que quiere lo que quiere. Lo que quiere aparece iluminado por su querer y en ese iluminar lo que
quiere, se opaca el motivo del querer.

Voy a leerlo:
“Uno quiere lo que quiere, no ve lo que quiere. Es tan fuerte el fuego de la pasión que el quererlo
dispara la energía hacia lo que se quiere”.
Es como si el querer ya fuera liberación de energía. ¡Quiero viajar! Y ya estoy en marcha buscando
folletos, pensando adónde voy. Lo quiero, me comprometo, hay un querer que me mueve hacia el
objeto del querer. ¡Aparece tan claro el objeto del querer! ¡Tan fuente de energía! ¡Tan promesa de
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objeto del querer. ¡Aparece tan claro el objeto del querer! ¡Tan fuente de energía! ¡Tan promesa de
gratificación! No hay ni siquiera que pensarlo, ¡está tan claro de que lo quiero! Lo que no está claro es
cuál es el motivo que origina ese querer. Y en la misma manera de que ilumina el objeto, proyecta una
sombra oscura en el sujeto del querer.
Pero es tan fuerte la luz del objeto querido que uno no percibe la oscuridad en el corazón que quiere,
sólo percibe la luz de lo que se quiere. Por lo tanto es engañosa, es una luz que quema los objetos pero
en continua oscuridad.

Es por esto que el león, que es símbolo del corazón, tiene que ser un león al que se le hayan cortado las
garras. Ahí está el sacrificio. Un sacrificio tan difícil porque no es el sacrificio del ego. Todo sacrificio
que yo haga sigue siendo un desquite del yo. En el momento en que haces tu sacrificio, te has erigido
con más poder. Has cambiado de forma, del lobo ha aparecido la forma del dragón. Y un dragón es tan
voraz como un lobo. Entonces ya no vas de lobo hambriento, vas de que importante soy, he vencido. Y
en el momento en que has vencido, ya estás vencido.

Por lo tanto, ese león que parece glorioso en su querer libre, está engañado. La luz es engañosa, la luz
contiene oscuridad y mientras se proyecta luminoso en el objeto como fuente de energía, crece en mí
la oscuridad. Porque voy hacia el objeto sin saber qué es lo que me empuja hacia el objeto.

Esto en los demás es fácil. Ves que alguien quiere lo que quiere y a veces, depende de tu capacidad de
ver, también puedes intuir desde dónde está queriendo lo que está queriendo.

Hay una pregunta que nunca hacemos: quiero lo que quiero pero ¿vale la pena? La fuerza
enceguecedora y no iluminante de la voluntad que persuade por ardor y lo vuelve todo muy simple.
Tiene una fuerza casi literalizadora. ¡Es tan claro que quiero esto que no hay nada que reflexionar. Es
tan luminoso, lo quiero!

En esa claridad puesta en el objeto que lo identifico con el corazón, se proyecta una sombra en el
mismo corazón. Y mientras más claro es el objeto que el corazón desea y con el cual se identifica, mas
sombrío deviene ese corazón. Por eso es tan interesante la imagen alquímica del “sol negro”. Sol
Niger, volvemos otra vez a mundos no naturales. Nunca te vas a encontrar en la naturaleza un sol
negro porque la característica del Sol es ser radiante y dar luz. Pero el alquimista dice: ¡cuidado!
porque el sol radiante oculta un sol negro. Y el sol negro es la muerte en la misma medida que el sol
radiante parece la fuente de vida. Ese querer que parece que es querer la vida e ir hacia adelante,
continuamente destruye de forma velada. Persuadiéndome siempre de que es esto lo que quiero, está
clarísimo. Se va hacia el deseo, es tan fácil abandonarse a eso que no se ve qué es lo que se está
abandonando ante la luz de lo deseado. Por eso, el león no es la última respuesta. Entre un lobo negro
y un león dorado hay una diferencia, pero el león sigue siendo una forma voraz y dominadora. El león
es rey, pero el rey ejerce poder. Y en la alquimia, el poder es un obstáculo.

Esto se aplica en la cotidianeidad. Especialmente en la gente que habla de transformarse. Son los más
peligrosos de todos. Quieren ser conscientes, quieren ser mágicos, todo parece tan claro y tan
traslúcido, ¡pero ocultan una sombra tan tremenda y ambiciosa! Bajo el pretexto aparentemente más
luminoso: “yo quiero ser más consciente”, ¿quién va a decir que no a eso? Sólo alguien que vea detrás.
Todo eso sigue siendo un querer que se consume en el objeto del querer pero que no ve la mancha
negra en el sujeto que quiere eso.

Por lo tanto, el león no es el estadio final. El león también es objeto de mutilación. El león es una
imagen del fuego, es la imagen de un fuego fijo y aún voraz. Noble, espontáneo, real, poderoso. Pero la
última imagen del fuego es aquel fuego que se da muerte y se da vida a sí mismo. Y esto el león no lo
hace.

El grado máximo del fuego final es el Ave Fénix. Y el Ave Fénix es aquella que se aniquila
exponiéndose al Sol y convertida en ceniza (recuerden que la ceniza tiene que ver con la sal y la sal
tiene que ver con el bajar a tierra) se recompone íntegramente y nace de nuevo. Al cabo de un año de
volar, vuelve a contemplar al Sol dejándose penetrar para morir íntegramente. Y al morir, de las
cenizas se enciende otra vez el pájaro de fuego.
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cenizas se enciende otra vez el pájaro de fuego.

Por lo tanto, el león es el camino hacia un pájaro de fuego. El dragón quizás es un paso por encima del
león. El dragón alado. Porque en el dragón está la serpiente que es criatura de tierra, pero están las
alas, que es criatura del aire. El león aún sigue siendo una criatura de la tierra, es el fuego de la tierra.
Pero finalmente el Fénix es el fuego del fuego, es el púrpura. La piedra es considerada el Fénix porque
se regenera continuamente. La piedra tiene poder de atravesarlo todo. Es el poder que se llama
“proyección”, palabra que inventaron los alquimistas y que tomaron el mal sentido los psicoanalistas.
Freud la cogió de la alquimia.

La palabra proyección no es poner ahí afuera una imaginación que no existe. Proyectar quiere decir se
regala generosamente y contagia y transforma todo lo que toca. No es que se imagina algo que no hay
ahí, sino que saca de aquello en lo que se deposita todo el anhelo escondido y lo lleva a plenitud. En
este sentido, la proyección es la revelación. Nada que ver con la psicología. Tú estás proyectando, tú
estás viendo tu propia película y no la realidad.

La proyección alquímica es revelar la realidad que dormía escondida y llevarla a manifestación. En


este sentido, el fuego púrpura es contagioso. Todo aquello que entre en contacto con ese fuego, se
purifica y se vuelve un fuego iluminante. Por lo tanto, se proyecta, que quiere decir que origina
infinidad de chispas. No es un fuego tirano de la naturaleza que lo quema todo, sino que devuelve a
cada cosa su fuego interior. Esto aparece con la imagen ya no voraz ni de un lobo, ni de un león, ni
siquiera de un dragón, sino finalmente de un ave que es puro fuego, renace del fuego y muere en el
fuego.

¿En qué consiste la inmortalidad del Fénix? Es inmortal porque muere. Su inmortalidad no es una
vida larga, sino que es una vida que incorpora a la muerte. No es una vida que dura tanto que excluye
a la muerte, sino que es una vida que muere y vive, y muere y vive. El Fénix no huye de la mortalidad
sino que es la capacidad de renacer porque muere, y de renacer para morir, para renacer. El estadio
final no es vivir, el estadio final no es morir. El estadio final es circular. La circulación une todos los
mundos y muestra la misma energía que circula a través de todos los planos.
Esta metáfora de circulación es tan poderosa que incluso cuando se ha estudiado anatomía se ha visto
el corazón como el centro circulatorio. Se ha visto la vida como una circulación. El problema del león
es que se cree que el importante es él, el centro, cuando lo importante no es el centro sino la
circulación. Esto es lo que tiene el Fénix, que no tiene el león. Sólo quitándole las garras al león puede
originarse el ave que vuela hacia el fuego.
En la página web he puesto en castellano “La epístola sobre el fuego filosófico”, de Pontano. Es una de
las obras claves de la alquimia tradicional del s.XVI y una de las obras cumbre sobre el fuego, y por lo
tanto sobre lo que estamos hablando aquí. El fuego, la tierra, la calcinación…
También hay otro gran autor alquimista francés, D’Espagnet autor de “La obra secreta de filosofía
hermética” (consultar la bibliografía) y donde habla de todos los tipos de fuego.

Vamos a leer una frase de D’Espagnet:


“Algunos de los fuegos de los químicos no deben intervenir en la obra”.
Algunos de los fuegos químicos no son fuegos alquímicos. Hay fuego químicos que son meramente
corrosivos. El fuego alquímico es un fuego secreto, el fuego alquímico no es el fuego vulgar. El fuego
alquímico es el fuego oculto llamado “fuego de la naturaleza” en el sentido de que es la vida inmanente
en todas las formas de la naturaleza. No es el cadáver, no es el cuerpo. Se llama fuego de la naturaleza
precisamente porque es esa energía vital. Pero no es el fuego común. El fuego común quema, corroe,
destruye.

“Es necesario mantener la obra con un fuego exterior muy pequeño que sólo dé ocasión a que se
encienda el fuego interno. Pero el fuego interno no es un fuego que se vea con los ojos. Por lo tanto,
no es ningún corrosivo químico.
Pero ¿cuál es este fuego secreto? He aquí la piedra del tropiezo. La materia de la piedra y el fuego
secreto han hecho tropezar a gran cantidad de buscadores. No ha sido acordado a los hombres el
poder penetrar en los misterios más sublimes de la naturaleza, entre los cuales la piedra filosofal y
el fuego secreto ocupan el primer puesto”.
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el fuego secreto ocupan el primer puesto”.

D’Espagnet dice:
“Aquel que haya sido instruido en los arcanos de la naturaleza, no tendrá la mínima duda en
aceptar que esta segunda naturaleza que sirve a la primera es el espíritu del universo, o sea, una
virtud vivificante dotada de una fecundidad secreta por la luz que fue creada al comienzo y
concentrada en el cuerpo del Sol. Fue a este espíritu del fuego a quien Zaratustra y Heráclito le
dieron el nombre de ‘el fuego invisible’ o ‘el Alma del Mundo’”.

Por lo tanto, el fuego secreto es el Alma del Mundo. ¿Y quién va a ver el fuego secreto si hoy vivimos
en un mundo que no tiene alma? Sólo cuando el mundo revele su alma se está en contacto con el fuego
secreto. No porque esté presente en ti, sino porque está presente en todas las cosas. Pero atrapada en
la literalidad que la ha vuelto cuerpos muertos.
Por eso dice:
“Hay que liberar a la materia de toda humedad superficial u humor superfluo”.

Los humores superfluos y, por tanto, superficiales, son los estados de ánimo subjetivos, lloricones y
egocéntricos que suelen acompañar a todas las experiencias. Ese humor es tan superfluo, tan poco
conectado con lo esencial, que hasta que no se seque impide captar lo “radical”, que es lo que
permanece. El humor superfluo va y viene, no tiene que ver con lo permanente.

Lo importante es el humor radical. Pero ¿qué quiere decir humor radical? El humor de la raíz, no el
humor periférico y circunstancial. La humedad esencial que es el alma atrapada en las cosas. Liberarla
de toda subjetividad, de todo personalismo, de sentimentalismo, liberarlo dsu identificación con las
coordenadas espacio- temporales para revelar una humedad que proviene de la raíz anímica y no de la
circunstancia histórica, en tanto que historia meramente exterior, hechos y circunstancias de
superficie.
Entonces dice:
“El humor radical resiste la tiranía de nuestro fuego puesto que no se evapora aun cuando los
cuerpos sean quemados. Por el contrario, sobreviviendo a la destrucción, este humor permanece
obstinadamente aferrado a las cenizas, lo que constituye una prueba de su perfecta pureza”.

Por eso, al quemar la sustancia y volverla cenizas, en las cenizas está contenido el humor radical. Y
por eso, las cenizas originan una nueva vida, contienen el alma en lo esencial. Todo lo demás se ha
ido. Con este calor se ha secado. Se ha vuelto humo y el humo se ha disuelto. En la cal está la corona
del corazón. No desprecies las cenizas porque ellas son la diadema del corazón.

“El calor natural y el húmedo radical son esenciales.


Y mientras, este calor es totalmente solar y espiritual…”

Están diciendo que es un fuego espiritual, pero los sopladores queman con todo tipo de fuego, incluso
queman poniendo nitrógeno, ácido nítrico, vitriolo… No entienden que este fuego es un fuego
espiritual.

Mientras que el calor es totalmente espiritual, la humedad radical es medio espiritual, medio corporal.
Por lo tanto, el húmedo radical es el alma y el alma es medio corporal, medio espiritual, no totalmente
espiritual, no totalmente corporal. Es lo que da consistencia al cuerpo, es lo que fija al espíritu y no
está ni en el terreno del cuerpo ni en el terreno del espíritu. El alma es la zona media, que es la
imaginación.

Hay varios libros interesantes como “El libro secreto”, de Artefio, muy antiguo y atribuido a los
griegos.

Ripley, otro alquimista importante, dice:


“La calcinación requiere por un lado humillación”.

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Se trata de la humillación de la materia. Pierde su consistencia, pierde su solidez, pierde sus formas
fijas y queda reducida a cenizas. Pierde todo eso que parecía consistente y por lo tanto vive
humillación. A esto los alquimistas lo llaman también “contrición”. Están hablando de algo que todos
conocemos. ¿Cuándo al león se le quitan las garras? Cuando hay contrición. Pero cuando hay
contrición no hay rabia ni culpabilización. La contrición ya pertenece a la alquimia. La contrición y la
humillación pertenecen a la alquimia. La rabia es la negativa a proceder alquímicamente. Es el
incendio del mundo.

Dice:
“Corresponde tanto a la corrupción que es humillación, como a la regeneración que es glorificación
y perfeccionamiento. Por lo tanto, tiene que morir para nacer. La calcinación es la muerte de un
estadio absolutamente imprescindible para que nazca otro. Es la muerte de ese vivo para que viva el
que estaba muerto.”

Vamos a leer un texto de Pontano: “La epístola sobre el fuego filosófico”. Habla allí de lo difícil que es
el fuego, de la gente que se ha fundido, que han perdido todas sus riquezas tratando de encontrar el
fuego filosófico y que han probado con vitriolo, con excrementos (el fuego del estiércol)…
Él mismo se pasó años leyendo todos los libros y no le sirvió para nada, hasta que finalmente dio con
el fuego secreto de los filósofos. Su obra es justamente para tratar de evitar tanta pérdida de tiempo en
los buscadores porque revelará el secreto. Pero lo revela como lo revelan los alquimistas, lo revelan

ocultándolo. Nunca es literal el alquimista. Pero cuenta lo suficiente. El que tiene oídos para oír, lo
oye.

Dice así:
“Ahora debemos manifestar y extraer las propiedades de nuestro fuego. Si éste conviene a nuestra
materia, es decir, si es transmutado junto a la materia, dicho fuego no quema la materia, nada
separa de ella, no divide ni aparta las partes de ella tal como dicen todos los filósofos, sino que
convierte todo objeto en pureza. Por lo tanto, más que extraer muestra que lo impuro tiene
aspiración a la pureza”.

¿Qué pasaría si en lugar de querer cambiar, de querer mejorar, fuéramos capaces de aceptar las
limitaciones? Limitaciones como parte de algo que contiene pureza y sólo es vivido como impureza
porque no está alentado por el fuego filosófico. Esto es lo que sugiere Pontano. Claro que purifica.
Purifica haciendo que lo que parecía impuro se eleve, acceda a la pureza a la que aspira.

Leo un poco más:


“Convierte todo objeto en pureza, en poco tiempo se realiza y perfecciona. Este fuego es mineral,
invariable, continuo, no se evapora si no se le excita en exceso, participa del azufre, es tomado y
proviene no de la materia sino de otro lugar, todo lo rompe, disuelve, congela, calcina. Es difícil de
encontrar por la industria y el arte, dicho fuego es compendio y resumen de la obra entera sin
tomar ninguna otra cosa o por lo menos poco. Con este pequeño fuego es realizada toda la obra.
Este fuego sólo se puede descubrir por la única y profunda meditación del pensamiento”.

Por la única y profunda meditación de la que habla “La Tabla de Esmeralda” y de la que hablaba
Limojon De Saint-Didier en el libro que comentamos. Todos hablan de esta meditación. ¿Cómo se
obtiene el fuego? Se obtiene por la meditación. Es un fuego meditativo, con una pequeña cantidad lo
vuelve puro todo.

Luego dice así:


“Este fuego sólo se puede descubrir por la única y profunda meditación del pensamiento. Después,
sólo después, será posible comprenderlo en los libros, no de otra manera”.

Y entonces los libros no cuentan, entonces uno ve que está en todas partes. Cuando se encuentra, se
reconoce en todas partes. Pero cuando no se ha encontrado por la meditación, no se le reconoce ni
aún teniéndolo delante.
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aún teniéndolo delante.

“Por lo tanto, el error en este arte es no encontrar este fuego que convierte la materia en la piedra de
los filósofos. Concéntrate pues en este fuego, pues si yo lo hubiera encontrado en primer lugar no
hubiese errado doscientas veces sobre la propia materia. Busca pues este fuego con todas las fuerzas
de tu espíritu y llegarás a la meta que te has propuesto, pues es él quien hace toda la obra y es la
llave de todos los filósofos. Y en sus libros jamás lo han revelado. Si piensas muy profundamente en
las propiedades de este fuego ya descrito, lo conocerás, pero de otro modo no”.

Queda bastante claro lo que es este fuego. Es un fuego de la más pura atención. Y esto nos lleva a otro
tema. Desde aquí vemos la locura en la que vivimos hoy. Si le das una posibilidad a este pensamiento
puede que nos revele en qué mundo tan escindido vivimos. En que mundo tan, por un lado literal,
material, de consistencias externas, sin interioridad, o de abstracciones mentales.
Por un lado, el pensamiento y por el otro el sentimiento. Si se piensa, no se hace. Si se hace, no se
piensa. El alquimista considera que la acción es la consecuencia espontánea de la meditación.
Por lo tanto, el hacer brota, arraiga el contemplar. Y cuando uno hace sin contemplación, hay un
entendimiento no reconocido que se encarna en esa acción que dice que no piensa que es pensamiento
literalizado, que es pura agitación. Puro ruido, pura inquietud.

Un hacer que hace y dice que no piensa es como aquel león ciego que quiere lo que quiere y no ve la
oscuridad de su querer. Esa acción que dice “yo hago y no pienso” cuando en realidad es la
encarnación de un pensamiento no reconocido.

Para el alquimista, meditar, contemplar y actuar son la misma cosa. Cuando tengo una moneda es
cierto que yo veo la cara, pero si tengo la cara tengo la cruz. No hace falta que al tener la cara, yo
produzca la cruz. Vienen juntas. La contemplación y la acción son las dos caras de una moneda.

Por lo tanto, no hace falta querer. El querer, que no es mi querer, mi querer es el del león, yo quiero
no es el que importa, lo que importa es el querer que se desprende espontáneamente de la
contemplación. Contemplando se quiere.

Para el alquimista, la naturaleza (incluso lo que llamamos naturaleza exterior, la vida que transcurre)
es el resultado de la contemplación del alma del mundo. El alma del mundo en contemplación, como
reflejo de su contemplación produce toda esta vida. Esta vida es la expresión de la contemplación de la
naturaleza. Es silenciosa. Dicho de otra manera, no tiene intención, no necesita querer al árbol, no
necesita querer a la hormiga, se deja ser. Su dejarse ser, les hace actuar. Actúan como una floración
espontánea de su propio ser.

Pero nosotros hablamos de una acción que no es la espontánea aparición de la comprensión, sino el
producto del esfuerzo. Bien, sí, lo hacemos, ¡tengo que querer! Lo que no veo es este querer que tiene
propuesta y tiene intención de qué idea procede. ¿Qué entendimiento hace que aparezca como
manifestación este querer? Porque en ese momento el querer se refleja. En ese momento el querer
deja de actuar. En ese momento el querer ofrece la revelación del pensamiento contenido en el querer.
En ese momento, el león empieza a volar. En ese momento, el león pierde sus garras.

Sin duda, parar la intención es muy difícil. No pararla, porque implicaría un esfuerzo, mirar a través
de ella. Si yo trato de no querer, ya hay un querer que no quiere. Es como los que quieren crecer. Los
que quieren crecer no quieren crecer, ni quieren nada, quieren lo que quieren, y a eso lo llaman crecer.
Quieren ser lo que se imaginan que es ser más consciente. Si viniera ese crecimiento descubrirías que
es una humillación, es contrición y tú no quieres contrición. Tú quieres importancia. Por lo tanto, no
se puede querer esto. No se puede querer, sólo se puede no quererlo, si lo contemplas.

Quiero leer otro texto del s.IV. Cuando uno mira esto se pregunta ¿cuál es nuestro progreso? Es el
progreso de una voluntad absolutamente desmedida que no se refiere a ninguna contemplación y que
es la literalización de los pensamientos más atroces porque no se nombran. Es agitación, somos
agitadores. Somos el producto de una cultura agitadora. Vivimos en la agitación. ¿Qué es el progreso?
¿Mandar cohetes a la Luna? ¿Entrar con rayos láseres en la materia? ¿Qué sabemos nosotros al lado
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¿Mandar cohetes a la Luna? ¿Entrar con rayos láseres en la materia? ¿Qué sabemos nosotros al lado
de esta gente? La pregunta no es qué sabemos, la pregunta es ¿qué hemos olvidado para poder saber
lo que sabemos?

Fíjense lo que decía un alquimista del s. IV de nuestra era:


“La visión no se produce ni por una imagen ni por ningún objeto, sino que es la mente estableciendo
conexión con los objetos visibles la que se ve a sí misma en dichos objetos, que no son sino ella
misma, dado que la mente abarca todo y que todo lo que existe no es sino la mente que contiene
cuerpos de todas las clases”.

Cuando digo mente no piensen en mental (“lo tuyo es mental”). Hablo del intelecto que atraviesa toda
la naturaleza. No hablo de mi intelecto, hablo de la inteligencia viviente, la inteligencia que está en
cada piedra, en cada hormiga, en cada hoja… y también en mí. Y que no es mi inteligencia, es eso que
sabe sin que lo sepa. Para el alquimista, entre ser, amar y conocer están los tres grados (mineral,
vegetal y animal). El acto de ser la manifestación, la materialización, la mostración es ser. Sí, pero ¿la
mostración de qué? De alma, eso es amor. Pero el alma ¿qué es? Es expresión y movimiento del
entendimiento. La contemplación es el estado de entendimiento, un entendimiento que actúa sin
necesidad de voluntad. En la naturaleza todo está viviendo, todo está operando, no le hace falta
querer. Siguen la ley de su propio ser, sucede la mostración de un entendimiento que está (desde lo
pequeño hasta lo grande). Esto es hermetismo puro y duro. Esta es la tradición hermética a través de
todos los siglos que encuentra todavía sucesores en Corbin, en Jung, en Hillman. Son los sucesores de
un pensamiento antiquísimo.

¿Qué es lo que tú puedes saber? Sólo puedes saber en la medida de lo que en ti se sabe. ¿Y qué es lo
que en mí se sabe que yo no sé? El entendimiento, no mi mente. Es muy fácil.

“La visión no se produce ni por una imagen ni por ningún objeto, sino que es la mente estableciendo
conexión con los objetos visibles la que se ve a sí misma en dichos objetos, que no son sino ella
misma, dado que la mente abarca todo y que todo lo que existe no es sino la mente que contiene
cuerpos de todas las clases”.

Por lo tanto, los cuerpos, lo que llamamos físico, está contenido en el alma que está contenida en el
entendimiento. Cuando la gente pregunta adónde está el alma, no, es el adónde el que está en el alma.
¿En qué espacio está lo anímico?, no, todo espacio está contenido en lo anímico. Lo anímico por lo
tanto no es lo contenido, es el continente. Por eso es tan difícil de verlo. Es lo que contiene todo lo que
veo. Y se ve, no porque se mire con los ojos, se ve porque está contenido en el alma. Pero a su vez, el
alma ¿qué es sino la expresión en movimiento, plástica, en forma de imágenes singulares del
entendimiento?

Por lo tanto, ya en el s.IV decían que todo lo que vemos está en la mente. Es la autorrevelación de la
mente. Por eso vemos un mundo muerto, porque miramos desde una mente muerta. Miramos desde
un puro raciocinio, según reglas prestadas. Miramos sin meditación, miramos sin contemplación. No
podemos ver otra cosa que lo que vemos porque es lo que hay desde donde estamos. Esto lo sabía un
señor del s. IV. Nosotros, en el s.XXI, ya no lo sabemos. Lo más evidente nos resulta difícil. Y en
cambio, nos resulta muy fácil estar convencidos de que esto está formado por átomos, electrones y
neutrones, que es lo que no veo. Hasta esta espontaneidad de la experiencia se ha perdido. Como
miramos a través de esos esquemas, vemos esos esquemas. Miramos a través de la convicción de los
átomos, y vemos átomos. ¿Qué ve la mente? Ve lo que hay en ella. ¿A través de qué estás mirando?

Quería leer lo último, que es la guinda. Es bueno leerlo y comentarlo porque, como dijo Paracelso:
“sólo la vista de fuego reconoce el fuego”. No me fío con qué ojos leerán esto y por tanto cada uno
cuando lea encontrará lo que hay en su mente. Vamos a tratar de leerlo con ojos de fuego para ver
todo lo que hay ahí que no lo veríamos si miramos con ojos de superficie. Si miramos con ojos de
esteticista (donde esteticismo quiere decir que la belleza es una actitud añadida y no necesaria) pues
veremos esteticismo. Pero si lo miramos con ojos de fuego puede ser toda una revelación, en un
lenguaje de hoy en día. El texto lleva el título de “El pensamiento del corazón”, un maravilloso libro de
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lenguaje de hoy en día. El texto lleva el título de “El pensamiento del corazón”, un maravilloso libro de
psicología alquímica, de alquimia psicológica, de James Hillman.
Sólo un extracto:
“La imaginación se encuentra cautiva donde el pensamiento del corazón está adulterado por las
actuales enfermedades cardíacas”.

¿Cuáles son las actuales enfermedades cardíacas? Sentimentalismo personalista, la brutalidad de la


eficiencia, el engrandecimiento del poder y la simple efusión religiosa y mística. Todo esto son
enfermedades del corazón. El trascender de un misticismo que abandona el mundo, que abandona el
alma misma del mundo, es ya síntoma de un corazón que está enfermo.

El sentimentalismo personalista del yo, me, mi, tú, yo… en las relaciones personales sólo se puede
realizar en la plenitud del alma y, si no es entre personas, ¿con qué? Todo el mundo está muerto. Por
lo tanto, si no hay una persona en tu vida y no es personal, y no es mi padre, y no es mi familia,
entonces no hay nada. Ese corazón que vive así, está padeciendo una enfermedad cardíaca muy
extendida actualmente.

La brutalidad de la eficiencia. Las cosas se tienen que hacer por el rendimiento. Ahí hay un corazón
que no está funcionando, está enfermo. Y fíjense cómo rige lo de la eficiencia en nuestro mundo.

Y la última que dice: el engrandecimiento del poder. El león con todas sus garras. El deseo, la
vehemencia, la codicia, lo que Jung llamaba “concupiscencia”. El lobo voraz que anda suelto por los
campos.

Dice:
“El deseo hace ‘reales’ las figuras de la imaginación. Los ángeles y los demonios que se encuentran
entonces fuera de la propia facultad de imaginar. Creemos que esas figuras son subjetivamente
reales cuando lo que querríamos decir es que son imaginalmente reales. Por lo tanto, no son
productos de una subjetividad, existen en un terreno al que sólo se llega con el órgano adecuado de
ese terreno. Existen como existen las sillas en este espacio físico. No son mías, ni tuyas, están ahí,
son suyas. Las criaturas en la imaginación existen, pero sólo si entras en ese terreno con los órganos
adecuados. Nosotros creemos que no, que las imágenes son subjetivamente reales. Eso es porque
estamos enfermos. Las imágenes son imaginalmente reales. Esto es fundamental para la alquimia
porque éste es el terreno de la alquimia. El terreno no de una imaginación subjetiva, sino el terreno
de una realidad independiente del arbitrio subjetivo, pero de una realidad que no está literalizada ni
conceptualizada.

Creemos que estas figuras son subjetivamente reales, tenemos la ilusión de que son invención
nuestra, de que son visiones. O bien creemos que son externamente reales, cuando lo que debiéramos
decir es que son esencialmente reales. Pero lo esencial puede aparecer como externo, pero si es real
no es por su cualidad exterior ni interior, es por su cualidad real, esencial. Confundimos lo imaginal
con lo subjetivo e interno y lo esencial con lo objetivo y externo”.

Esto es lo que no hacía el alquimista. Por eso, entender a la alquimia desde esta perspectiva de que si
es objetivo es externo y si es interno es subjetivo, fracasas. La alquimia no se mueve en esa alternativa,
se mueve en lo imaginalmente real y en lo esencialmente objetivo. Pero no en un objetivo externo
opuesto a un subjetivo interno. Está dentro y fuera porque está en el “entre”. Y el “entre” está tanto
fuera como dentro, es por lo que se comunican. Ese espacio que no ves pero que a través del cual ves
todo lo que ves es el arte de la alquimia. No es subjetivo, pero es imaginal. No es externo, pero es
esencial.

“El corazón del león es voluntad. El pensamiento se presenta a sí mismo como vitalidad, poder, y no
se reconoce a sí mismo como pensamiento porque no es reflexivo, no refleja. Y como no refleja, es
plano. Y al no estar reflejado, es lo que es. La abolición no da ocasión al movimiento de reflejar. La
abolición cuando es la expresión del león. Cree el corazón del león. La abolición cree, y cree que no
piensa. De modo que su pensamiento aparece en el mundo como deseo, interés, misión. Está fuera.
Es ‘mi’ misión, es ‘el’ proyecto. Está volcado en el mundo. Es un querer que contiene un pensamiento
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Es ‘mi’ misión, es ‘el’ proyecto. Está volcado en el mundo. Es un querer que contiene un pensamiento
pero al no verse como pensamiento se ve como parte de un mundo que está allí. Se ve y no tiene
alma.”

¿Se entiende? La “comedora de coco de imágenes” que creemos que hablan del mundo y no vemos lo
que cuentan de nosotros y del mundo. No advierte que lo que ve es una imagen que aparece, no
porque vaya a ser así, no como reflejo de lo que hay en ti. Pero no lo vemos y hacemos nuestras vidas
en función de imágenes cuyo pensamiento nunca se define. Intentas esforzarte ¿para conseguir qué?
Lo que quiero porque es un proyecto que tengo... ¿Qué es un proyecto? ¿Qué cuenta este proyecto del
alma? Entonces, si entráramos en este terreno no hay futuro, ni siquiera pasado. Pero hay
imaginaciones de futuro, hay imaginaciones de pasado que no se ven como imaginaciones, se ven
como hechos. Y en el momento que uno cae fascinado, creyendo que eso es lo que es, lo que está
siendo deja de ser. Y en este sentido, no es la mente la asesina de lo real, es la voluntad la asesina de lo
real. Es la voluntad la asesina del alma. La voluntad que no se refleja a sí misma ha perdido su raíz en
el alma y aparece configurando “una realidad” que te condiciona. Todos esclavos de la imaginación.
No es que la imaginación esclavice, es nuestra incapacidad de atender a la imaginación, sin
literalizarla, como proyecto o anticipación.

La imagen por lo tanto que contiene el pensamiento se ha vuelto ciega, se ha vuelto esclavizadora.
Estamos en un cine y mientras lloramos por la película, no nos damos cuenta de lo que tenemos al
lado. Anestesiados, quietos, en un lugar oscuro, sin comunicación, llorando por lo que nos pasan por
delante, inmóviles, vacíos. Hablamos de actividad y sólo nos agitamos en el cine.

Da miedo la encarnación. Es tan fácil vivir sin cuerpo. Ésta es la fascinación de la televisión, donde allí
pasan cosas pero yo no hago nada. Por eso es agresiva la televisión. La televisión no es violenta porque
muestre violencia. La violencia está en el medio, un medio que requiere de ti total pasividad para
depender de una acción detrás de un cristal en la que tú no tienes ni arte ni parte.

Por lo tanto, para fomentar en ti la pasividad, que es la violencia que ejerce, tiene que tener imágenes
cada vez más cautivantes cuyo resultado es mantenerte más pasivo. Ahí está la violencia. La violencia
no está en lo que se cuenta. La violencia está en volver pasiva la fuente de toda vida y hacerla
dependiente de un objeto plano y cristalizado, y perder la capacidad de ver detrás de esto. No te hace
falta ver la tele. Todos tus planes de futuro, todas las razones por las que vives son cosas de la tele.
Vives en la tele aunque no mires la tele. El primer paso es darse cuenta. El primer paso es apagar la
tele. Ahora te encuentras aquí y ahora. Todo ese futuro, aquí y ahora. Todo ese pasado, aquí y ahora.
El aquí y ahora que no ves porque no miras a ningún lado. Usas la imagen para irte para allá. La
imagen puede ser religiosidad, política, acción en el mundo, prevención de tu futuro, cualquier cosa
menos lo que es. Ese que vive tiene que morir para que este que está muerto mientras viva eso
empiece a vivir. De esto habla la alquimia.

Sigo con Hillman:


“El león (la voluntad) cree, y cree que no piensa, de modo que su pensamiento aparece en el mundo
como proyecto, deseo, interés, misión. Es el pensamiento audaz que nos hace entrar en combate,
pues Marte cabalga sobre un león rojo y los héroes (David, Sansón, Hércules, héroes que se han
encontrado con leones) han de saciar el hambre voraz de hazañas que hierve en su poderoso pecho”.

Hay hazañas para quien lleva una ambición devoradora en el pecho. Pero se ve la hazaña. No se ve el
fuego que impulsa la misión, se ve la misión como justificación del fuego.
Cuando la misión es sólo la expresión imaginativa de un fuego que ya está y no está siendo pensado.

Por eso dice “han de saciar el hambre voraz de hazañas que hierve en su poderoso pecho. Ese
movimiento hacia el exterior produce ‘el cuerpo oscuro’ situado en el núcleo de la conciencia del yo”.

Este es el sol negro, el sol que ese sol no ve. Viendo aquello y siendo allí, estando iluminado el
“mundo”, la “realidad”, el proyecto, ¿dónde está la realidad? En ese yo poseído por la imagen.

No es fácil entender la sombra en Jung. La gente se imagina que es algo negativo. La sombra es la
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Enrique Eskenazi: Fuego en la Piedra 10/06/14 02:46

No es fácil entender la sombra en Jung. La gente se imagina que es algo negativo. La sombra es la
sombra de un original. Quiero decir, la sombra de un pino es lo que proyecta un pino. Por lo tanto, si
yo camino por la sombra llego al original. Si yo huyo de la sombra, jamás llegaré al original. La
sombra por lo tanto es el vínculo. El vínculo que me conecta con aquello original de lo cual, por el
momento, en este mundo de espacio y tiempo sólo puedo encontrar sombras. La sombra no es nada a
eliminar, sino la vía regia porque está adherida al original. Lo que pasa es que el original no puede
agotarse y apresarse en un sistema bidimensional.

Pero nosotros vivimos atrapados en un sistema de mapas. Un mundo plano y de referencias, ahí no
entra el original, ahí entran las sombras. Yo soy una sombra, no tengo sombra, yo soy la sombra. Cada
uno de nosotros es la sombra. Pero creemos que la sombra viene detrás. Tú eres la sombra del
original. Por lo tanto, nosotros no proyectamos sombra, somos los proyectados. Nosotros que creemos
que hacemos proyectos, somos los proyectados. Eso es lo que queda oscurecido en mi proyecto, lo que
me proyecta a mí queda oculto en mi proyecto.

Sigo:
“Este movimiento hacia el exterior produce un cuerpo oscuro situado en la conciencia del yo, es
decir, su ceguera respecto a sí mismo. Su pensamiento está coagulado por objetivaciones”.

Literalizaciones diría yo. Yo soy esto, me anticipo a esto… Está coagulado y no te das cuenta de que es
una imagen, como un espejo que refleja, no lo que va a ver, sino lo que está viendo. Pero creemos que
la imagen remite a una cosa que hay ahí delante. La imagen es el pretexto para saltar, para avanzar. Y
avanzar es alejarse.

En cada paso hacia adelante aumenta la oscuridad del alejamiento. Y mientras más claro el objeto y
más claro el deseo, más oscuro el pensamiento, más oscuro el ámbito anímico que se expresa en esa
imagen. Porque ya no se ve una imagen, se ve una anticipación. Está coagulado en objetivaciones.
¡Quiero un niño! ¡Ha de ser un niño! Así que voy a adoptar un niño porque quiero ayudar al mundo,
porque tengo tiempo y voy a salvar a los pobres niños… Eso es una imagen. No, no, la imagen es la
copia y el anticipo del niño de carne y hueso que es lo único real. Es lo menos real. Es la vestidura, la
coagulación, la objetivación, el entrampamiento en el espacio y el tiempo de una dimensión que no se
vive en el ámbito imaginativo porque resultaría reveladora del alma.

Sigo:
“Su pensamiento está coagulado por las objetivaciones y su visión del cosmos es monista y
monárquica, monoteísta…”.

Monoteísta ¿qué quiere decir? Hay un bien, hay un mal, hay el camino y hay el error. Hay el acierto y
hay la equivocación. Hay éxito o fracaso. Siempre hay una vara. Virtud o error. Belleza o fealdad.
Hago bien o hago mal. Siempre un parámetro, unitario, no tiene sentido de la diversidad. No es capaz
de fluir. Es voraz y fijo. Hay una dirección y todo lo demás es equivocación. Hay un Dios, todo lo
demás son demonios. Es monoteísta porque tiene un solo impulso. Por eso mismo no reflexiona. La
reflexión es el dos, es “la apertura a” y en la reflexión hay la duda. Y en la duda hay acoger la quietud,
y en la quietud está la meditación. Y es una meditación que actúa, contiene el dos.
Pero el corazón del león es uno. Si se siente, no se piensa; si se piensa, no se siente. Sin comprender
que todo sentimiento contiene pensamiento, y todo pensamiento está preñado de sentimiento. Es
más, yo diría que sientes lo que sientes porque inadvertidamente piensas lo que piensas. Piensas lo
que piensas como expresión de esos sentimientos no reconocidos. No hay un pensamiento que no
sienta, ni un sentimiento que no piense. Pero hay una manera monoteísta que dice: “o esto, o lo otro”
porque no hay ambigüedad.

Pero la alquimia es ambigua. En la alquimia, el recipiente es la materia y el mismo recipiente en la


materia es el fuego. Y la misma materia que opera como cuerpo, opera como alma según las
circunstancias. Según el combinado, pasa de sujeto a objeto. La alquimia es elasticidad. Depende de
cada situación. Pero el pensamiento rígido de un león ambicioso cataloga.

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Por eso, el azufre asociado al león es en principio demasiado fijo. Es necesario para fijar. Al mercurio
disperso le hace falta el azufre que lo congele. Pero al azufre le hace falta la transparencia del mercurio
y que muestre que no hay un color, sino infinitos. Que no tiene que ser o azul, o amarillo, o blanco, o
rojo… y los demás están mal. Sólo el mercurio tiene el don de coger esto tan fijado y abrirlo como en la
cola de un pavo real y revelar que la unidad contiene una multiplicidad de ojos vivientes, ninguno más
verdadero que el otro. Ese es un mundo vivo y animado con infinidad de miradas.

Sigo:
“Su visión del cosmos es monista, monárquica, monoteísta y el corazón es siempre uno”.

Este es el engaño del corazón: se cree que es uno. Pero el corazón no es uno, el corazón está escindido.
El corazón tiene el dos en su interior. Pero él no sabe, habla de la unidad del corazón cuando ese
corazón es dos. Por un lado es voluntad porque en el otro lado es pensamiento. Pero está engañado.
Es la unidad de mi propósito y de mi intención sin saber que en ese propósito e intención hay lo no
pensado, es decir, hay el pensamiento.

Lo voy a leer como lo dice él:


“Su psicopatología –la psicopatología del corazón del león-, la enfermedad cardiaca de este corazón
es la intensidad”.

Rítmica, sístole, diástole. Maníaco-depresivo. Bí-polar. Bueno-Malo. Arriba-Abajo. Adelante-Atrás.


Éxito-Derrota. Masculino-Femenino. Se quiere- Se hace… Picos de intensidad, picos de reposo. Un,
dos, un, dos… Como un ejército: derecha, izquierda, derecha, izquierda. Verse en ese ritmo
enloquecido, hablando de respuestas y soluciones para los problemas del mundo, hablando de
ambiciones, hablando de ideales, hablando de religión, de conocimiento, hablando de amor. Amor,
Afrodita. Sin contemplación ¿qué amor puede haber en esta marcha continua que no cesa?
Simplemente se pasa de derecha-izquierda, derecha-izquierda… Arrasa, no contempla. Esto sería la
detención. Y para el Rey sería morir. Por eso el león, si no pierde sus garras, nunca da origen al ave
fénix. Nunca permitirá la circulación. Dirá: “la circulación sí porque yo estoy en el centro”. No
comprenderá que su único papel es posibilitar la circulación por el todo.
Vamos a ver cómo lo dice Hillman:
“El trabajo en este caso, la tarea alquímica consiste en reconocer el ‘constructo arquetípico’ de su
pensamiento. Reconocer que lo que experimenta como vida, amor y mundo es el propio estado de
deseo con apariencia exterior de macrocosmos”.

Por lo tanto, sólo es real para él lo que desea. Y no hay más realidad. Por lo tanto, ¿qué cosmos tiene
ése sino el ámbito de proyección, de objetivación, de idealización de su propio apetito? ¿Y qué es lo
que llama amor? Me lo voy a comer. Ama como el hambriento ama el plato de comida.

Pero el reconocimiento de esto ya es alquimia. Porque automáticamente detiene. Voy, pero me


detengo. En el ir estoy siendo detenido: empieza la alquimia, el león pierde sus garras. Es
extraordinario, porque si el león pierde sus garras, podrá volar, elevarse, aproximarse al pájaro.

Sigo:
“La psicología alquímica…”

Que no es lo mismo que la psicología de la alquimia. Nosotros hemos hecho psicología de la alquimia,
es decir, tomar las imágenes alquímicas y psicologizarlas. Pero la psicología alquímica es aquel intento
de vivir alquímicamente. No es reflexionar sobre la alquimia. No hace falta ni siquiera pensar en
alquimia.

“La psicología alquímica condensa sorprendentemente las dos características del corazón del león:
la igualdad de su pensamiento y su objetivación, en la sustancia alquímica del azufre.”

Para el león, su pensamiento y el objeto son lo mismo. Él no piensa, ve objetos. No se da cuenta de que
ese objeto es pensamiento cristalizado. La psicología alquímica condensa esto en la sustancia
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ese objeto es pensamiento cristalizado. La psicología alquímica condensa esto en la sustancia


alquímica del azufre que es el principio de combustibilidad, la “Gran Llamarada”.

Y sigue:
“Todo lo que ilumina de repente enciende nuestra alegría, irradia belleza, es el azufre alquímico”.

No el vulgar, que quema, que corre detrás del objeto. Está refiriéndose a Blaise de Vigenère. El azufre
alquímico es el que ilumina, no el que arde y consume. Al iluminar revela la belleza de lo que hay.

Dice así:
“Todo lo que ilumina de repente enciende nuestra alegría, irradia belleza, es el azufre alquímico. La
imagen inflamable del mundo, su aureola de deseo, energía, potencia, apetito por doquier. Esa
abundancia de lo divino es la imagen activa que hay en cada cosa. La imaginación activa del ‘Anima
Mundi’.

No es que yo imagine, el alma del mundo imagina. Cada cosa es el resultado de la imaginación del
Alma del Mundo. Mientras que nuestra imaginación es poderosa pero es arbitraria, yo puedo
imaginar que voy a Londres, y que estoy en Londres, pero estoy aquí. En el Alma del Mundo como en
Dios la imaginación crea. Y cuando Dios imagina al hombre, lo crea. Por lo tanto, todas las criaturas
son imaginaciones del Alma del Mundo. Poder ver las cosas, la imagen, es devolverlas al proceso
creador.

Sigo:
“Esa abundancia de lo divino es la imagen activa que hay en cada cosa. La imaginación activa del
‘Anima Mundi’ que inflama el corazón y lo pone al descubierto. Al mismo tiempo que arde, el azufre
también se solidifica. Esto es lo que pega, el mucílago, la cola, el pegamento, el aglutinante…”.

Yo hablé de alquitrán. El problema del azufre es que lo que toca lo pega y lo convierte en alquitrán. Se
exterioriza, se cosifica. Este es el peligro, y aquí lo dice:

“Al mismo tiempo que arde, el azufre también se solidifica. Esto es lo que pega, el mucílago, la cola,
el pegamento, el aglutinante, la viscosidad del acoplamiento. El azufre literaliza el deseo del corazón
en el instante mismo en que el deseo se entusiasma”.

¡Quiero eso! Y es eso literalmente. Deseo la casita en la montaña y por la casita en la montaña tengo
créditos hasta el final de mi vida. Sí, tengo la casa en la montaña y estoy pagando toda mi vida. La
literalización del deseo. Es tan fuerte la voluntad, que quema, se vuelve objeto.

“La combustión y la coagulación se producen simultáneamente. Arde pero coagula a la vez. Desea y
objetiva a la vez.
El deseo se hace indistinguible de su objeto. Prisionero de su propio entusiasmo, exiliado del corazón
cuando cree que más le pertenece. Brotó del corazón pero se ha escapado y se ha pegado al objeto. Y
uno se vuelve esclavo. Y ese deseo que emana del corazón se ha alejado del corazón y se ha vuelto la
cosa que te posee”.

Perdemos el alma justo cuando la descubrimos. Ese deseo brota del alma, pero con su azufre la
perdemos porque nos vamos detrás de él. Heráclito tuvo que oponer ‘thymos’ que es deseo, a ‘psique’
que es alma. En un fragmento Heráclito dice: “Compramos el deseo a precio de alma”. Y lo dijo en el
siglo VI antes de Cristo. Había psicología profunda antes de la facultad de psicología. Ellos no
estudian nada de Heráclito, no estudian alquimia. Estudian memoria, percepción, voluntad,
estadística, tesis, clasificación de patologías, umbral de percepción… Muerto, está muerto. Por eso se
acercan al ser humano y al mundo como se acercan.

Dice así:
“La base alquímica de este tipo de ‘proyección compulsiva’…

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No proyección alquímica, sino de “me voy detrás del objeto” sin comprender que lo que le da vida al
objeto no está en el objeto, parece animado y es sólo la imagen del corazón que se ha pegado.

“La base alquímica de este tipo de ‘proyección compulsiva’ es en realidad el azufre del corazón que
no quiere reconocer que está imaginando. La tarea no es tanto rescatar este tipo de proyecciones
cuanto en saltar tras lo proyectado y reivindicarlo como imaginación. Reconociendo así que el deseo
requiere que las imágenes sean experimentadas siempre como cuerpos sensuales e independientes”.

Por lo tanto, es la imagen que quiere ser vivida sensualmente. Reconozco el deseo, no se trata de
retirarlo. No es no sentir más, al contrario, es sentir con más profundidad. Sentir sin pegarte a la
superficie de un objeto, sentir atravesando el objeto y reconociendo en el objeto la vivencia de la
imagen deseada, anhelada y reconocida en ti.

Leo un poco más:


“Desear y comprender el deseo, este es el coraje que exige el corazón. La compulsión se convierte en
voluntad por medio del coraje. Las operaciones realizadas con el azufre se llevan a cabo en el

corazón. Si el corazón es el lugar de las imágenes, un infarto de miocardio hace referencia a un


corazón repleto de sus productos, sus fantasías. Está obstruido por la abundancia de azufre que no
ha entrado en circulación. Las fantasías han encontrado estrechamientos que les impiden el paso o
han sido interpretadas literalmente como acciones en el mundo, en lugar de como imágenes del
corazón pertenecientes a la circulación interna”.

Se han volcado en el mundo y el hombre en lugar de ver lo que la imagen de estar arriba significaba, se
apresuró a estar arriba en la empresa, lo literalizó y naturalmente tuvo un infarto de miocardio.
La imagen no se elevó, se quedó taponada en el corazón. No hubo capacidad de imaginar circulando
en la imaginación.

De esto es de lo que hay que hablar. Es de lo que no habla la televisión, ni los diarios, ni los psicólogos,
ni en los bancos, ni en los hospitales, ni en las escuelas espirituales. Es la tradición que se ha quedado
olvidada.

Un poco más y acabamos:


“Este mismo literalismo del azufre del corazón surge de nuevo en las teorías de las enfermedades
cardiacas donde la grasa, el estrechamiento de la circulación, las hazañas del mundo reaparecen
como explicaciones. El estrechamiento de la circulación imaginativa, eso fue lo que se hizo en el
mundo, aparece como explicación de la enfermedad cardiaca. Estas explicaciones dicen que somos
atacados por el león que hay en nuestro pecho, por nuestro corazón lleno de deseo cuya gran llama
se empeña en que el deseo no cese nunca. En que cada latido del corazón devore nuestra vida y que
sólo pueda curarse si es percibido como un pensamiento del corazón”.

La gente cree que pensar es desconectar del corazón, cuando se está en contacto con el corazón, no se
piensa. Sin embargo él dice: “este es el pensamiento del corazón”.

“La psicología alquímica reconoce la necesidad de actuar sobre el león. Según la psicología
alquímica, el azufre negro y el rojo así como el león verde necesitan desesperadamente la
sublimación: alas. Un método muy conocido corta las patas del león, privándolo de la posibilidad de
saltar al mundo. Pero permanece vivo en el corazón, como jugo vital porque (y ahora cita a Henry
Corbin): ‘el verde es el color del corazón y de la vitalidad del corazón’. El color del deseo debe ser
verde como el azufre en su estado natural y como el cobre verde rojizo de la diosa Venus”.

Cualquiera que sepa astrología o alquimia, sabrá que Venus se relaciona con el cobre y el cobre con
Venus. Y el cobre es rojizo con vetas de verde. Verde es el color de Venus, Venus por lo tanto tiene que
ver con el cobre rojizo, pero tiene que ver con el verde que es el color de la naturaleza. El color de la
savia de las plantas. Verde como la clorofila. Verde como Venus y como el cobre.

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Y dice así:
“El color del deseo debe ser verde como el azufre en su estado natural y como el cobre verde rojizo de
la diosa Venus”. Hay que aclarar (yo diría purificar) este verde ardiente y purificar el azufre”.

Un blanqueo del corazón. Blanquear el corazón es un “opus contra natura” porque el corazón natural
es rojo, ferviente de sangre. Es ambicioso, egocéntrico, monárquico… Hay que blanquearlo, que el
corazón tan rojo se vuelva blanco.

“Uno espera que el corazón sea rojo como su sangre, verde como su esperanzado deseo. Esta
operación del corazón nace del dilema presentado por el azufre. La imaginación prisionera de su

azufre que arde y se solidifica en el mismo instante. La imaginación fundida con su deseo y éste
fundido al mismo tiempo con su objeto. Una imaginación ciega, incapaz de distinguir el deseo del
sentimiento, entre imagen y objeto, entre objeto y sujeto, entre imaginación verdadera e ilusión
arbitraria”.

La alquimia habla con frecuencia de sublimar en un azufre blanco. La sublimación requiere la


presencia del fuego elevando la temperatura hasta un calor blanco que destruya todas las
coagulaciones en la intensidad del deseo hasta el punto de que lo que se desea no importe aunque
importe mucho. Porque el propio importar ha sido sublimado y ya no es más que llama transparente.

Lo que importa no es el esto o el aquello. Aquí lo que importa es que importa. No es qué cosa importa
sino que es importante. Y ya despegado del objeto revela la imagen que importa. Por eso no importa si
se consigue o no se consigue, aunque importa mucho. Porque lo que importa es que es importante. Y
es importante no por el objeto, es importante como expresión del alma. Esto es el blanqueo del
corazón.

Es más frecuente que el corazón se ponga blanco en la vida normal a causa de su propio
debilitamiento. Fallos del corazón, cobardía, nostalgia, sentimentalismo, esteticismo, inseguridad,
vanidad, retraimiento, inquietud… Todo esto quita la seguridad, la fuerza del león. Es un modo
natural en que el corazón se debilita. No hablo ya del corazón orgánico solamente. Cuando hay
cobardía, deseas pero no vas. Cuando hay inseguridad, deseas pero no haces. Cuando hay vanidad,
deseas pero te frenas por tu importancia. Todo esto son blanqueos del corazón.

“También estas emociones brotan del corazón. Son los estados del alma. Un blanqueamiento dentro
de su propio principio. En la alquimia dicen que todas las cosas deben cocerse en su propia sangre.
Así, el corazón rojo se pone blanco dentro de sus propias insuficiencias. A veces es un reflejo estético
el que inicia el proceso de blanqueamiento. El frío, un desvanecimiento, un deseo de gracia más que
de codicia, de honor como satisfacción final.
Todos estos pueden ser indicios de que el león está siendo domesticado con la ‘leche de la virgen’. El
blanco se esparce sobre el león enfurecido del mismo modo que Afrodita protege a su hijo guerrero
Eneas envolviéndolo con sus blancos brazos.

Cuando el azufre palidece en el corazón nos sentimos al principio desanimados, abatidos, inútiles,
nostálgicos. Una añoranza blanca en lugar de una necesidad roja. Y subjetivamente debilitados, el
corazón descubre entonces su propia inhibición y encerrado en sí mismo percibe tanto su deseo
como su incapacidad. Pasión sin arrebato, compulsión e impotencia juntas, quiero y no puedo al
mismo tiempo”.

“El azufre blanqueado trae a la conciencia por lo tanto el “cor duplex”, el corazón que es doble y no
es simple, único, opaco y directo. El “rebis” dicen los alquimistas, la cosa doble. ¿Qué busca el
alquimista? No la cosa simple, sino la cosa doble, el cor duplex, no un cor unido. Haciendo pedazos
la ingenua fantasía de que el corazón es compacto y que el corazón es uno. Este corazón bifurcado,
dislocado, descolocado es consecuencia de aquellas operaciones de blanqueo. Un corazón que ya no
puede seguir siendo solamente el órgano literal y la violencia literal del león real. Su pensamiento
vaga ahora sin rumbo. Siempre en movimiento, en forma de reacción y respuestas ante la
sensibilidad a las imágenes.
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sensibilidad a las imágenes.

En la circulación de la sangre hay circulación de la luz. Una actividad intelectual en la piel y en los
pies, en el pulso de la garganta y en las sienes. Este corazón no actúa ya como un rey central o como
una bomba sino como la propia circulación. La pasión roja se ha vuelto blanca de compasión.

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© 2006, Enrique Eskenazi

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