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Buenos días a todos los convocados en esta mañana, al cobijo de nuestro

emblema nacional, recordando a su Creador.

La Bandera, ¿sólo un símbolo de nacionalidad o la identificación misma


de una Nación? Quizás sea ése uno de los interrogantes que aún aguarda
respuesta. Los argentinos, jóvenes aún de Nación, en este camino tan
cercano al bicentenario de nuestra independencia, vamos recreando día
a día los propios fundamentos de nuestra identidad. Desde la escuela, en
el trabajo diario, se impulsa a comprender la globalidad de una bandera
que nos abarca a todos, es la comunidad en su conjunto, la que debe
sentir como propios esos colores y, de esa manera, enjugar
controversias, construir el encuentro, ponernos en camino hacia el
mañana.

Desde la historia resuenan las mareas que fueron marcando una orilla de
crecimiento. Ola tras ola se van comprendiendo los aportes de aquellos
próceres que dieron los primeros impulsos. Un Martín Miguel de Güemes,
en la batalla salteña, a quien no puedo dejar de mencionar en estos
días… Un San Martín criado en las Europas, pero con raíces de la América
a la que volvió para libertar…

Y un Manuel Belgrano con su visión política y su búsqueda, un creativo


revolucionario, un hombre de utopías… Entendiendo por “utopía una
forma que la esperanza toma en una concreta situación histórica... propone
lo nuevo, sin liberarse nunca de lo actual... por eso utopía no es pura
fantasía, también es crítica de la realidad y búsqueda de nuevos caminos”.

Belgrano hizo de su vida una utopía de anhelo, pudo ser creador de la


bandera, vencedor de Tucumán y Salta y testigo presencial de la profunda
crisis política y moral que envolvía a la Capital y al resto del país, encaminó
sus pasos más allá de la mucha angustia y las cavilaciones. Las tres virtudes
teologales lo ayudaron en ese trance: tuvo FE en los destinos de su Patria,
tuvo ESPERANZA en el patriotismo de los diputados y tuvo CARIDAD para
juzgar a los hermanos extraviados.

Sin embargo no fue un hombre exitoso, al menos en los términos que nos
hemos acostumbrado a usar esta palabra en estos tiempos de pragmatismo
y necedad. Sus campañas militares carecieron del brillo y profundidad que
le ganaron a San Martín el título de Libertador. Carecía de la pluma de
escritor y propagandista de Sarmiento. Como político siempre estuvo
relegado a una segunda línea. Tampoco su vida privada fue demasiado
llamativa, su salud dejaba mucho que desear, no pudo casarse con la mujer
que amaba y murió a los cincuenta años en la pobreza.

Sin embargo, Sarmiento dijo de él que había sido uno de los poquísimos que
no tienen que pedir perdón a la posteridad y a la severa crítica de la historia.
Su muerte oscura, es todavía un garante de que fue un ciudadano íntegro,
patriota intachable. De muy pocos exitosos de nuestra historia nacional
podría decirse lo mismo...”. Como sabemos, Belgrano estudió leyes en las
mejores universidades de su época, Salamanca, Madrid y Valladolid. Pero
cuando llega a Buenos Aires, en 1794, se encuentra con un panorama
desalentador. Sus ideales de progreso chocaban con las mentalidades y los
intereses de los sectores acomodados de Buenos Aires, comerciantes que
se beneficiaban con el monopolio y el contrabando.

¿Cómo se puede cambiar una realidad esclerotizada? Lejos de


desalentarse, nos dice en su autobiografía, “me propuse al menos echar las
semillas que algún día fuesen capaces de dar frutos”. Nos preguntamos,
¿cuáles eran esas semillas? Nos responde en su autobiografía: “Fundar
escuelas es sembrar en las almas”. “El espíritu revolucionario de Belgrano
descubrió rápidamente que lo nuevo, lo que podría llegar a ser capaz de
modificar una realidad estática y sin memoria, vendría por el lado de la
educación”. Belgrano además de idealista, era perseverante, no se dejaba
vencer fácilmente, a pesar de su carácter moderado y conciliador. De allí
que insista en la fundación de escuelas. Abrigaba la convicción de que “un
pueblo culto nunca puede ser esclavizado”. Escuelas gratuitas, integración
de la mujer a la educación, en suma: promover la dignidad de la persona.

Por eso, el mejor homenaje que le podemos tributar al creador de nuestra


enseña patria es no renunciar nunca a la utopía educativa. Creemos que es
el único camino para recrear una patria de hermanos.

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