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Desde la historia resuenan las mareas que fueron marcando una orilla de
crecimiento. Ola tras ola se van comprendiendo los aportes de aquellos
próceres que dieron los primeros impulsos. Un Martín Miguel de Güemes,
en la batalla salteña, a quien no puedo dejar de mencionar en estos
días… Un San Martín criado en las Europas, pero con raíces de la América
a la que volvió para libertar…
Sin embargo no fue un hombre exitoso, al menos en los términos que nos
hemos acostumbrado a usar esta palabra en estos tiempos de pragmatismo
y necedad. Sus campañas militares carecieron del brillo y profundidad que
le ganaron a San Martín el título de Libertador. Carecía de la pluma de
escritor y propagandista de Sarmiento. Como político siempre estuvo
relegado a una segunda línea. Tampoco su vida privada fue demasiado
llamativa, su salud dejaba mucho que desear, no pudo casarse con la mujer
que amaba y murió a los cincuenta años en la pobreza.
Sin embargo, Sarmiento dijo de él que había sido uno de los poquísimos que
no tienen que pedir perdón a la posteridad y a la severa crítica de la historia.
Su muerte oscura, es todavía un garante de que fue un ciudadano íntegro,
patriota intachable. De muy pocos exitosos de nuestra historia nacional
podría decirse lo mismo...”. Como sabemos, Belgrano estudió leyes en las
mejores universidades de su época, Salamanca, Madrid y Valladolid. Pero
cuando llega a Buenos Aires, en 1794, se encuentra con un panorama
desalentador. Sus ideales de progreso chocaban con las mentalidades y los
intereses de los sectores acomodados de Buenos Aires, comerciantes que
se beneficiaban con el monopolio y el contrabando.