U n problema liminar que se nos presenta en el estudio de la modernidad es
plantear claramente de que estamos hablando y preguntarnos, ¿qué es la modernidad? El vocablo moderno tiene una historia precedente, desde el siglo V de la era cristiana, y denotaba un “modo”, un tiempo inmediato. La noción de “modernidad” se refiere a una condición de la historia, que define sus perfiles mediante una nueva comprensión del mundo, del sujeto y de las cosas. Se revela de manera consciente entre los actores y sujetos de esta historia en Europa, entre los siglos XVII-XVIII, y su influencia alcanzará un carácter mundial. Así, la modernidad se asocia con una localización geográfica y un período de tiempo establecido. Sin embargo, ese “centro” ínfimo es el que se autoconstruyó y ejerció su poder masivamente bajo la máscara del ocultamiento, del lugar decisivo que les cupo a “los Otros”, el resto del mundo, que indirectamente por apropiación y dominación aportaron en tal construcción. Existen formas que podríamos considerar tradicionales en la forma de encarar lo que aconteció en la historia capitalista burguesa moderna, a través de distintas disciplinas del conocimiento que promovieron debates y enfoques sobre problemas que refieren a las etapas económicas y sus variables, a la historia política y sus proyectos y estilos de gobiernos, decisiones de guerra y paz. Desde el campo de la filosofía, el interés se centró en la identidad de ese nuevo sujeto que habita un tiempo nuevo, en el problema del conocimiento, de la verdad, de los valores; y por su parte la historia de la estética, sus corrientes, sus escuelas, se abocaron al análisis de las nuevas formas de encarar la expresión y la representación de la modernidad. Las nociones características de la modernidad refieren a la razón y a las ideas de Sujeto y Totalidad, lo que determina que el pensamiento moderno se identifique masivamente, con una “Razón y un Sujeto monolíticos y omnipotentes en su voluntad totalizadora e instrumental de conocimiento y dominación”. Las formas de vida introducidas por la modernidad arrasaron de manera sin precedentes todas las modalidades tradicionales del orden social, tanto en extensión como en intensidad. Ello se debe a que se impone un nuevo ritmo del cambio que se manifiesta en el aumento de la celeridad a ello se añade; el ámbito del cambio, que permitió la interconexión y la supresión de las barreras de comunicación entre las diferentes regiones del mundo; y la tercera característica se vincula a la naturaleza intrínseca de las instituciones modernas, como el estado-nación o el urbanismo moderno. Desde una perspectiva opuesta, el análisis de la imagen totalizadora de la modernidad pone en evidencia las discontinuidades y las rupturas de esas “totalidades” que comprenden el yo, la sociedad, y la Historia. La Razón, mediante la postulación de los “derechos universales”, intenta legitimar la Historia moderna, que se funda en una totalidad incompleta: Europa elabora así sus mitos de manera selectiva y deja de lado, a los judíos, musulmanes, negros, etc. “que no son otra cosa que el nombre de los otros”. En ese enmascaramiento y en esa reducción operan los mecanismos de la imaginación y de lo imaginario, en relación a los otros, por lo tanto, será posible comprender, interpretar y develar, el encubrimiento de la alteridad mediante el estudio de los mitos de rechazo, exclusión o eventualmente incorporación. Existen en principio vías alternativas para hacer frente a la presencia de “los otros”: la antropofágica y la antropoémica. En el primer caso se impone la asimilación por la fuerza, el empleo de la analogía permite hacer inteligible lo exótico, estrategia practicada casi universalmente por los estados-nación; la segunda solución implica capturarlos o bien expulsarlos de la jurisdicción estatal o del mundo de los vivos. La Canción de Roldán, describía al islam como una inversión diabólica del cristianismo y presentaba una imagen de los musulmanes como adoradores de una trinidad infernal. Las soluciones propuestas adquieren sentido sobre la base de supuestos complementarios: una clara división territorial entre “el adentro y el afuera” y un poder soberano completo e indivisible, que podía seleccionar sus estrategias a voluntad. La cultura moderna impone la máscara de la “desacralización” como regla de vida, afirma la autonomía de las creaciones humanas y la conquista de los mundos culturales circundantes, bajo la resignificación de nuevos mitos. Las regiones periféricas sometidas a la sombra del dominio imperial se consideran “bárbaras” en relación a la cultura dominante; en consecuencia, se inventaron nuevas fronteras de rechazo a partir del mito fundante de Occidente. La imagen del “embudo” invertido nos permite interpretar el surgimiento de una “globalidad” moderna europea que se afirma con el triunfo de la Razón y la expulsión de los orígenes orientales y no cristianos de la civilización europea; mediante los usos del olvido afirmaron sus raíces en el mito del origen de Occidente, es decir, el mundo grecorromano, sobre el fundamento de la mitificación renacentista que aduce una filiación directa con sus ancestros atenienses. La nueva cultura de la modernidad, en efecto, tiene como precedente el Renacimiento, etapa que impulsó los procesos de “cierre” y “apertura”, en la que la intelligentsia promovió discursos de posesión y exclusión ideológica y que posteriormente se desplazará al plano geográfico. La moderna historia occidental, de acuerdo al cronologismo prejuicioso, revela la concepción lineal- progresista y aparece revestida con los consabidos rasgos de oposición y negación y con una nueva dimensión: la difusión totalizadora, en la que toda la ecúmene geográficamente aparece europeizada y modernizada, por lo tanto, todo lo acontecido en el mundo era historia moderna. La Europa moderna inicia un proceso de “desmitificación”. La nueva manera de pensarse a sí mismos nace de una conciencia que ya no tenía que ver con la religión, sino que se basaba en creerse moral e intelectualmente superiores. Sin embargo, para justificar sus logros recurrirá a mitos, cada uno de los cuales se fundamenta en el rechazo de “los otros”. Esta perspectiva da lugar a una construcción historiográfica de carácter selectivo de la Historia occidental en razón de su carácter universal, lo que determina que Oriente comience a desaparecer del pensamiento europeo. Así, se jerarquiza la noción eurocéntrica del “milagro europeo” concebido como un “parto virginal”. La explicación de la aparición del capitalismo y la civilización moderna impone la impronta de la historia de Occidente, “el progreso de los blancos europeos es la única vía que conduce a la máxima cultura humana posible”. La era planetaria se abre y se desarrolla mediante la violencia y la destrucción. La historia y pensamiento de Occidente tiene: como punto de partida un hito fundamental en el descubrimiento de América, que va acompañado por el exterminio de una parte importante de la población nativa, en nombre del “cristianismo y la raza”. La despoblación provocada por los conquistadores, la necesidad de profundizar los beneficios económicos, determinaron que en algunas zonas de América, particularmente en el Caribe, se llevase a cabo una economía de plantación, con el propósito de obtener una mayor productividad, lo que a su vez requería una mayor cantidad de mano de obra, por lo tanto, se recurrió al sistema esclavista, que consistió en importar esclavos de África. Así se funda el precedente ideológico de la superioridad y el eurocentrismo que se manifiesta en la explotación feroz de América y África, y que alcanzará su apogeo en el siglo XIX bajo el imperialismo colonial, que bajo el pretexto de la misión civilizadora dominará el mundo de “los otros”, de “los que no pertenecen” y los relegará del centro ínfimo de la civilidad. Cada sociedad se construye a partir de sus valores, su concepto de justicia, su lógica y estética, de tal modo que la inferioridad del otro resulta el reverso de la propia verdad; por lo tanto, existe una pequeña distancia para presentar a “los otros” de manera prejuiciosa y considerarlos malvados, perversos y peligrosos. A pesar de ello, “los otros”, se aferran a sus creencias y rituales, lo que les permite, en tanto seres oprimidos y dominados, en determinados momentos de la historia, responder a las ofensas y al desprecio que sufren. El ritual constituye la forma social mediante la cual los seres humanos tratan de enfrentarse al rechazo como seres activos. A través de sus metonimias, metáforas espaciales y prácticas corporales, expresan el vínculo social que los une, y los espacios dedicados a los rituales crearon zonas mágicas de afirmación mutua. En contraposición, para la razón y la ciencia occidental, este universo de rituales, mitos y creencias, al no ser comprendidos resultaron sospechosos a la razón occidental, dado que las esferas que organizan el entramado de la racionalidad abarcan: la esfera cognitiva en la que reina la ciencia, la normativa que refiere al ámbito de los problemas éticos y morales y la esfera expresiva, que comprende el arte y la estética; en consecuencia y de acuerdo a este planteo racional occidental, no existe lugar para el mito y el rito de “los otros”. Es así como el análisis teórico-metodológico de la construcción historiográfica de la afirmación de la modernidad, nos introduce en el estudio de los mitos de rechazo, que conllevan a la exclusión y posesión de los que no pertenecen al universo europeo. Pero al mismo tiempo que se revela el carácter bifronte de la modernidad, es decir también su lado oscuro y la negación histórica de los pueblos que se juzgan no evolucionados, contraponiendo de esta forma el pensamiento filosófico cristiano, que consideró a lo largo de dos siglos, por ejemplo, a los árabes como “hombres de razón”. La imagen eurocentrista que se construyó del mundo se centra en dos rasgos fundamentales: un mundo permeado por una “tradición estancada”, a lo que se suma la concepción de un mundo fragmentado, dividido en civilizaciones aisladas y atrasadas. Al mismo tiempo, se niega, la interacción entre las regiones, los préstamos científicos o artísticos, los logros culturales, políticos, económicos, tecnológicos y militares de Oriente, para resaltar un Occidente avanzado, a pesar del desarrollo tardío de la Europa Occidental. Se impone el olvido sobre las influencias de Oriente en el mundo griego. Heródoto presentaba una imagen de Egipto como la inversión de la griega, y describía a los escitas, a los persas, a los feroces tracios y a toda una plétora de pueblos reales o imaginarios como la antítesis de los griegos. A ello se suma el desconocimiento de la interacción en la época helenística de Oriente- Occidente, o bien la pluralidad cultural de Roma y su imperio, aunque debemos recordar que el discurso de la alteridad y la barbarie ya estaba presente en Séneca o Lucano. Se obvia de manera consciente la historia del racionalismo musulmán, gracias a lo cual, las sociedades orientales aparecen como un apéndice totalmente irrelevante, y cuando aisladamente se hace referencia a ellas, generalmente se describen las cualidades regresivas que impidieron su progreso. Este planteo eurocéntrico responde al discurso que enhebraron los griegos sobre la alteridad etnocentrista, y para algunos protorracista, tan bien elaborado que sigue lastrando el proceso de construcción del imaginario occidental, que fija los orígenes en Grecia y gira la espalda a Oriente. Ridiculizar, degradar, empequeñecer la alteridad en el imaginario se constituyó en un fármaco efectivo, un mecanismo de defensa contra la presencia de pueblos que se consideraban menos desarrollados. Y junto al concepto de barbarie, surgió otro rasgo diferenciador, lo oriental, lo asiático, ya que, en la tradición griega, oriente fue Asia. El mito de la afirmación de Europa moderna con sus antecedentes griegos se inicia con los viajes y descubrimientos, y el desarrollo comercial en Asia, al mismo tiempo que olvida y excluye el progreso económico oriental y la capacidad del poder extensivo e intensivo de los pioneros islámicos, africanos, judíos o mercaderes radanitas, javaneses y chinos entre los años 500 y 1800. Las civilizaciones orientales integradas por la ascensión de la China de los T´ang (618-907), el imperio musulmán de los omeyas y abasíes (661-1258), así como los fatimitas del norte de África (909-1171) fueron factores decisivos en el establecimiento de una red comercial, que posteriormente se amplía con la expansión del poder extensivo del islam y Egipto entre los años 1000-1500. El Islam ejerció una influencia decisiva en el desarrollo de Europa a través de la España musulmana, considerada el Puente del Mundo entre los años 650-1800[2], cuando se mantuvieron fuertes contactos comerciales, terrestres y marítimos, bajo un clima pacífico, lo que permitió que la significativa “cartera de recursos” orientales que abarca, ideas, instituciones y tecnologías, se instituyera en el medio que posibilitó la posterior ascensión de Occidente. Estos intercambios tuvieron una importancia significativa se ha llegado a afirmar que entre 1250 y 1350, se desarrolló un mercado mundial, que difería del que Europa construyó en su provecho a partir del siglo XVI, la característica principal es que era un sistema policéntrico, que no estaba dominado por un solo pueblo, sino que admitía la participación de población de diferentes partes del mundo asiático y europeo, en particular el comercio veneciano, que se impuso por sobre el de los genoveses y pisanos, que se realizaba bajo la férula de los comerciantes árabes. Frutas, legumbres, animales domésticos son transportados y aclimatados de Oriente a Occidente. El atelaje de tiro, el uso de la pólvora utilizada como lanzallamas, el desarrollo de lanzacohetes que disparaban al unísono alrededor de 300 proyectiles, cohetes con alas y aletas, armas de fuego, los orígenes de la pistola se remontan al siglo X y también el cañón conocido con el nombre de “eruptor”. El desarrollo de los barcos testimonia el carácter comercial de su economía. A Oriente debe adjudicarse también el uso ingenioso del papel, el papel moneda estampado, el revestimiento de paredes, armaduras. La Academia Nacional con sede en Khaifeng, y luego en Hang-chou, emprendió una actividad editorial a gran escala, mediante el uso de la imprenta. No han de olvidarse las técnicas de producción de hierro fundido y forjado, los altos hornos y los fuelles de pistón, es decir que la producción de acero que Europa desarrollará a partir de la Edad Moderna, ya se había manifestado en Oriente. La máquina de hilar china movida por la fuerza del agua, se inventó quinientos cincuenta años antes que las primeras que se construyeron en Inglaterra. Esta somera enumeración permite relevar parcialmente y destacar los productos enviados de China a Europa, lo que le proporcionó los conocimientos necesarios para su surgimiento y en particular, para el descubrimiento de América. Como contrapartida, podemos señalar que la innvovaciones más destacadas que se produjeron en Europa antes del siglo XVIII fueron el tornillo o rosca, el cigüeñal o árbol de levas y los procesos de destilación alcohólica. Las civilizaciones árabes inscriben el cero indio en Occidente, la vela latina que permitió la navegación a larga distancia, el desarrollo del astrolabio, la fabricación de tejidos de lana y lino, la producción de hierro, dominio que se prolongó en la producción de acero en el siglo XVIII, el refinado del azúcar y su exportación extensiva, el comercio del oro, cobre, hierro, el dominio de la energía mediante molinos de viento y agua, utilizados para la producción industrial. El comercio a larga distancia que se desarrolló bajo la acción de los mongoles a fines del siglo XIII llegó a ocupar una extensión de más de 8.000 km. entre China y Europa. Las señales eurocéntricas se manifestaban en los cronistas europeos, reaparece a modo de ejemplo, en el tratamiento dado a los mongoles, a los que se denominó tártaros; se los consideraba destructivos y enemigos de la actividad económica, y un cronista de la época los describe como: “nación detestable de Satán, a saber las incontables huestes de tártaros, se desataron abandonando sus montañas (…) entraron en tropel como demonios”. El fin de la Pax Mongólica y el asedio de la Peste Negra no impidieron que el comercio continuara desarrollándose hacia el sur, lo que generó el mantenimiento del poder extensivo islámico en el Oriente próximo. En consecuencia, antes de los llamados tiempos modernos, los navegantes chinos, fenicios, griegos, árabes y vikingos descubren grandes espacios y cartografían el fragmento que conocen como si fuera la totalidad del mundo. El aporte de la nuevas ideas producirá transformaciones, la tierra deja de ser plana y se vuelve redonda, se instala como satélite del sol, la tierra deja de ser el centro del cosmos y paralelamente Europa no es el centro del mundo, aunque la ciencia y la técnica heredadas, harán que esa Europa se convierta en la dueña del mundo, pero todo el proceso es inexplicable si no se tiene en cuenta el milenio del crecimiento anterior, que asentó las relaciones de mercado, lo que a su vez estimuló la introducción de los cambios tecnológicos. De lo expuesto no es excesivo concluir que Europa afirmó su identidad y centralidad mediante el rechazo de los otros, a través de la elaboración de mitos que se justificaron en nombre de la Razón y de su superioridad moral e intelectual. Los individuos de la Europa Moderna se percibieron e imaginaron como miembros de un grupo selecto, y produjeron diversas representaciones en cuanto a su historia, y a los orígenes y naturaleza del grupo al que pertenecen, cosmovisión que paulatinamente irá adquiriendo características racistas, que se afianzarán en el curso de la historia con el surgimiento del Estado-Nación. El avance y desarrollo tecnológico que permitieron los descubrimientos europeos y el desarrollo de la Revolución industrial inglesa, no tuvieron un origen único ni fueron patrimonio europeo, sino que deben remontarse a los préstamos, intercambios que se dieron entre Oriente y Occidente desde tiempos inmemoriales. Se eluden también obviamente, los antecedentes que permitieron el desarrollo del capitalismo y que no pueden desvincularse del mundo oriental. La historiografía tradicional debemos insistir en ello, construyó la imagen universal de Europa en detrimento de “los otros”, se impuso y se privilegió la Razón como el mito fundante de la Historia Moderna Occidental.