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El origen de la vida según Oparin

El origen de la vida es una de las incógnitas que ha dado lugar a numerosas


doctrinas y teorías a lo largo de la historia de la humanidad. Sin embargo, la
teoría postulada por Oparin en 1924 se considera la primera coherente sobre
el origen de la vida en la Tierra. En el fragmento siguiente correspondiente a
la introducción, el autor expone brevemente el planteamiento de su teoría
con respecto a las existentes hasta entonces.

La cuestión relativa al origen de la vida, o aparición sobre la Tierra de los


primeros seres vivientes, pertenece al grupo de los problemas más
importantes y básicos de las Ciencias Naturales. Toda persona, cualquiera que sea su nivel cultural, se plantea este
problema más o menos conscientemente, y, de mejor o peor calidad, producirá una respuesta, ya que sin ella no puede
concebirse ni la más rudimentaria concepción del Mundo.

La Historia nos muestra que el problema del origen de la vida ha atraído la atención de la Humanidad ya desde los
tiempos más remotos. No existe un sólo sistema filosófico o religioso, ni un solo pensador de talla, que no haya
dedicado la máxima atención a este problema. En cada época diferente y durante cada una de las distintas fases del
desarrollo de la cultura, este problema ha sido resuelto con arreglo a normas diversas. Sin embargo, en todos los casos
ha constituido el centro de una lucha acerva entre las dos filosofías irreconciliables del idealismo y el materialismo.

Hacia comienzos de nuestro siglo, esta lucha no solamente no amaina, sino que adquiere renovado vigor; ello debido a
que las Ciencias Naturales de entonces eran incapaces de encontrar una solución racional y científica al problema del
origen de la vida, a pesar de que en otros terrenos se habían logrado tan brillantes éxitos. Se había entrado, por así
decirlo, en un callejón sin salida. Pero un tal estado de cosas no era fortuito. Su causa residía en el hecho de que hasta la
segunda mitad del siglo pasado todos, casi sin excepción, se habían obstinado en resolver este problema basándose en
el principio de la generación espontánea. Es decir, con arreglo al principio según el cual, los seres vivos podrían
generarse no solamente a partir de los semejantes suyos, sino también de una manera primaria, súbitamente, a partir
de objetos pertenecientes a la Naturaleza inorgánica, disponiendo además, ya desde el primer instante, de una
organización compleja y perfectamente acabada.
Este punto de vista era defendido tanto por los idealistas como por los materialistas, limitándose las discrepancias
exclusivamente a las causas o fuerzas que condicionaban aquella génesis.

Con arreglo a los idealistas, todos los seres vivientes, incluyendo al hombre entre ellos, habrían surgido primariamente
dotados de una estructura poco más o menos igual a la que hoy en día poseen gracias a la acción de fuerzas anímicas
supramateriales: como resultado de un acto creador de la Divinidad; por la acción “conformadora” del alma, de la fuerza
vital o de la entelequia, etc. En otras palabras, sería siempre el resultado de aquel principio espiritual que, según los
conceptos idealistas, constituye la esencia de la vida. Por el contrario, los naturalistas y filósofos de fibra materialista
partían de la tesis, según la cual, la vida, lo mismo que todo el universo restante, es de naturaleza material, no siendo
necesaria la existencia de principio espiritual alguno para explicarla. En consecuencia, al ser la generación espontánea un
hecho autoevidente para la mayoría de ellos, la cuestión se limitaba a interpretar este último fenómeno como el
resultado de leyes naturales, rechazando toda ingerencia por parte de fuerzas sobrenaturales. Creían así que la manera
correcta de resolver el problema del origen de la vida consistía en estudiar, con todos los medios al alcance de la Ciencia,
aquellos casos de generación espontánea descubribles en el medio natural o inducidos experimentalmente.

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