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OVIPOSITOR .

PABLO VARGAS LUGO

LABOR •

Ciudad de México (02-04-2017)

La más reciente exposición del artista mexicano Pablo Vargas Lugo en la galería
Labor, paralela con sorprendente continuidad y contundencia ciertos conceptos
sustanciales al pensamiento posdeconstructivo de Jacques Derrida como la
diseminación, la punción y la fecundación; el nombre propio y su sentencia; la
desnudez y su inescapable vulnerabilidad; la presencia supuesta y la apariencia.
Iniciemos por la punción, aquello que penetra para vivir, para matar, para
esconder(se). El filósofo francés reflexionó sobre la palabra/acto de punzar —acción
que a nuestro interés es el centro dialógico, biológico y simbólico de la muestra
Ovipositor.

La relación entre la obra de Vargas Lugo y las concepciones que retomo de Derrida,
no se hacen evidentes en la muestra y probablemente no sean intencionales; sin
embargo, sugerir entretejerlas ofrece un fecundo universo de pensamiento entre la
obra de ambos. Por insuficiencia de espacio, señalaré sólo algunos de sus roces
potenciales.

Al entrar a la galería se percibe una sensación (des)equilibrante entre el silencio casi-


catapultante del gran cuerpo escultórico central, Ovipositor (2017), semejante a un
poste urbano —familiaridad contrapuesta al encontrar semi-tendida a ras de suelo
esa masiva figura de 13 m de largo. De cerca, el tacto anticipa una factura
extrañamente delicada que parece equilibrarse con la colorida tranquilidad visual
que genera la reiteración formal y temática de las Vainas, 2016 (serigrafías y
acrílico/tela) que parecen acompañar sigilosas al poste apuntalado. Pinturas
flotando, separadas de los muros en lienzos de bordes desnudos; su superficie
compone figuras tubulares similares pero no reiterativas en configuración,
composición, o tratamiento formal. Las Vainas, como el Ovipositor, recrean
formalmente un órgano homónimo común entre ciertos insectos. El ovipositor —
derivación latina— suele ser un apéndice sumamente delgado, resistente, afilado —
e incluso, dependiendo de la especie, mortífero— portado por las hembras para
asegurar la subsistencia de ciertos grupos de lepidópteros, entre otros insectos. De
su correcta utilización y funcionamiento depende la transportación, el depósito de
los huevos —y por ende, la continuidad de la especie. La forma/fortaleza punzante
de este apéndice situado debajo del abdomen (que inclusive puede perforar troncos
de madera), es esencial para poder penetrar el cuerpo del ‘huésped’ (sea animal o
vegetal) en el que se depositen los huevos. Esa morada —elegida e impuesta por el
insecto-madre— recibe la punzada del ovipositor.

El Ovipositor de concreto de Vargas Lugo se dispone así como una réplica


heptagonal de ese minúsculo pero vital órgano natural, recorriendo la profundidad
longitudinal de la sala. Sin embargo, éste ‘apéndice‘ no sólo carece de cuerpo
(portador o huésped) y función orgánica, sino que está desnudado por completo de
su capacidad de transporte, resguardo y protección camuflada. Se despliega como
un secreto confesado, extendido sobre una base que da la sensación de que pudiera
quebrarse en cualquier momento por el peso de su carga-proyectada (física y
metafóricamente). Ese ‘inútil’ ovipositor semejante a un proyectil, decrece
sutilmente en diámetro conforme se acerca a la punta más estrecha —misma que el
artista enfatiza visualmente con un puntero de franjas blancas y negras.

La vinculación conceptual y temática (naturaleza/destrucción) es evidente, las obras


se sostienen independientes, como si desconfiando del efecto de cualquier intento
de cercanía, como anticipando que de permitirse un roce, una aproximación más
arriesgada que la que corre el cuerpo y la mirada del visitante de una obra a otra,
sería imposible no engendrar o fecundar una indecible y fatal consecuencia
desarmada, sino apenas puesta, positor. Resulta extraño pero innegable que
después de convivir con las obras, una indescriptible espera anticipa la catástrofe de
lo inevitable en y entre los distintos cuerpos reunidos con tan aparente parsimonia
en el inmaculado espacio galero.

Al fondo, una proyección a piso discretamente situada, completa el sentido


conceptual, visual e intrigantemente (in)corpóreo de la muestra, son siete imágenes
de cráteres lunares —Aristóteles, Platón, Linneo, Arquímedes, Heráclito, Kant,
Ptolomeo (2017). La dirección proyectada de los cráteres hace descender la mirada
del visitante —que unos instantes atrás buscaba la proyección hacia un exterior
imaginario pero quizá, todavía posible fuera de la sala, del edificio, del mundo
‘real‘—, ahora nos retienen esas imágenes secuenciadas ligeramente vibrátiles,
buscando sobre el piso algo que usualmente la vista haría en sentido inverso, hacia
el cielo. Otro delicado inverso al que la obra de Vargas Lugo nos enfrenta con la
sutilidad de las viradas aprehensiones que sostienen y alimentan la sensación de
desasosiego sobre la que esos cráteres parecen no terminar de posarse ni ofrecer la
certeza de paso a nuestro andar.

Una vez enfrentados al carácter histórico que remite la visualidad de la proyección,


éste incide sobre el cuerpo completo de la obra —recordándonos la manera del
investigador decimonónico que rigurosamente acompaña el proceso artístico de
Vargas Lugo. Ovipositor es otro elocuente ejercicio del artista por (de)construir
visual y conceptualmente lazos histórico-biológicos compuestos por infinidad de
datos científicos; comprobaciones cifradas, verdades archivadas; certezas quizá,
pero que a través de las recreaciones artísticas de Vargas Lugo, en su impecable
diseño, estética y factura, enfocan y enfrentan lo (in)fructuoso de lo real y el
inestable destino que sobrepasa el/al ámbito estético. Convirtiendo la frágil pero
inquebrantable coexistencia a la que apunta cada obra, en blancos de nuestra propia
conciencia. Proyectados sin imagen entre la burda brutalidad cotidiana cuyas
fronteras ya no nombramos, y la vulnerable sutileza de lo que aún reside entre las
maravillas del mundo natural cuyo germinal funcionamiento solemos ignorar, en el
mejor de los escenarios.

Marcela Quiroz

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