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Vallejo era inocente


 Enviar a un amigo
La carta que pudo salvar al poeta. Misiva inédita fue presentada en festival de poesía en
Trujillo. Revela que revuelta por la que fue acusado injustamente el poeta fue en realidad
de la soldadesca y no por motivos políticos.

La carta que pudo salvar al poeta. Misiva inédita fue presentada en festival de poesía en
Trujillo. Revela que revuelta por la que fue acusado injustamente el poeta fue en realidad
de la soldadesca y no por motivos políticos.

Pedro Escribano, desde Trujillo.

Es una carta inédita que bien pudo servir para absolverlo de los cargos de incendiario con
los que se abrió proceso judicial a César Vallejo en Santiago de Chuco, en agosto de
1920. Como se recuerda, el 1 de agosto de ese año una turba quemó la casa comercial
de Santa María y a consecuencia de la asonada murió de un balazo en el cráneo,
disparado por un soldado, Antonio Ciudad. El autor de Los heraldos negros fue
involucrado y acusado en el proceso judicial, por el que se convirtió en un perseguido de
la justicia peruana y no tuvo otra opción, seguro de su inocencia, que migrar a París,
Francia, en 1923.

La referida carta fue presentada y comentada por el crítico e investigador literario Blasco
Bazán Vera en el marco del I Festival Internacional de Poesía César Vallejo. El tenor de la
correspondencia da cuenta de que los soldados habían recibido órdenes para disparar.
Asimismo, refiere que estos soldados fueron fusilados para que luego –orden que no se
cumplió– fueran quemados. En sus camisas, según el remitente, se hallaron papeles con
nombres de los que ellos debían liquidar.

La misiva, además de revelar pormenores de los luctuosos hechos del 1 de agosto del
1920, está fechada el 4 de julio (*) de ese año en Santiago de Chuco, firmada por un tal
Joaquín y está dirigida al señor Rubén Haro, primo del remitente. Sin duda, se trata de un
documento capital que servirá para esclarecer, 88 años después, cómo ocurrieron los
hechos y cuánta injusticia se cometió con César Vallejo. El poeta fue llevado preso a
Trujillo –estuvo encarcelado ciento doce días– y de esa experiencia después escribiría en
un poema que allí había pasado "el momento más grave" de su vida. Además de narrar
los hechos, la correspondencia cita nombres de personas sin señalar los apellidos, o
alude sin referir los nombres, pero Bazán Vera se ha dado el trabajo de investigar y
concluir fehacientemente de quiénes se trata. Más adelante daremos cuenta de la
investigación realizada por el citado crítico literario.

LAS REVELACIONES
Para entender y situarnos mejor ante este documento, transcribiremos la carta de manera
literal.

Santiago de Chuco, julio(*) 4 de 1920

Señor Rubén Haro Chanchacap

Estimado primo.

Grata satisfacción siento al dirigirte la presente para hacerte presente mis afectuosos
saludos lo mismo que a toda la familia, yo, lo mismo que Francisco y demás quedamos
regular, solo un poco conmovidos por lo que te voy a manifestar.

El domingo como a las tres de la tarde y con un plan premeditado, se levantó la fuerza
contra el subprefecto Meza queriendo victimarlo, pero, felizmente, dada la pronta
intervención de sus amigos, pudo salvarse, muriendo don Antonio Ciudad horrorosamente
por un soldado que le destapó el cráneo.

El subprefecto ordenó el fusilamiento de los soldados asesinos y culpables, orden que


cumplieron estrictamente dando muerte a tres soldados. Los amigos del que fue señor
Ciudad, indignados por su muerte, no se contentaron con la muerte de los soldados sino
que siguieron a los que los habían comprado −como así declaró un soldado en momentos
de morir− rompieron el telégrafo y teléfono y daba miedo al ver por la calle a una multitud
de gente armada pidiendo la cabeza de Bringas y de varios.

Por la noche incendiaron la casa comercial de Santa María quemándose todo lo que
existía en ella así como también el techo de la tienda de Pablo Sánchez, pero nada de
mercadería, te aseguro que esta será la página más negra que registrará la historia de
este maldito pueblo. La muerte estaba para Meza y si moría él, hubiesen habido lo menos
doce o quince muertos porque así han encontrado documentos en los bolsillos de los
soldados muertos. Hasta hoy se ha dado sepultura a los restos del señor Ciudad. El
subprefecto ordenó quemar los cadáveres de los soldados, pero ya no lo hicieron y los
sepultaron uno encima de otro.

Se dice que vendrá gente del hospital y varias partes a atacar e incendiar la casa de
Moreno y quizá así lo hagan. La provincia está muy movida y triste, por lo mismo están
excitados. Si atacan a Moreno habrá tantos muertos.

Dispensa que a esto nomás me limite ya te daré nuevas noticias próximamente según lo
que en adelante ocurra.

Con saludos para todos se despide tu primo.

Joaquín (firma).
NOMBRES Y DETALLES

Según investigación de Bazán Vera, el remitente, el tal "Joaquín" no es otra persona que
Joaquín Carranza Zavaleta, quien remite la carta a su primo Rubén Haro, quien residía en
el caserío de Chanchacap, ubicado en la provincia de Otuzco. El nombre completo del
destinatario es Rubén Haro Zavaleta.

El investigador también esclarece el nombre de "Francisco", citado en la carta. Se trata de


Francisco Haro Zavaleta, hermano de padre y madre de Rubén Haro Zavaleta. Era un
distinguido profesor graduado en el Centro Pedagógico de Lima. Era el único profesor
titulado que trabajaba en Santiago de Chuco y pensionaba en la casa de su primo
Joaquín Carranza Zavaleta.

"Francisco Haro –afirma Bazán Vera– aparte de la acentuada ascendencia que gozaba
entre los alumnos, pobladores y autoridades de Santiago de Chuco, se vio pronto
directamente envuelto en las muertes de Antonio Ciudad, de los soldados y en el incendio
de la casa de Carlos Santa María Aranda, quien era un personaje de primacía económica
y política de ese entonces".

Bazán Vera, que no ha dejado cabos sueltos, señala que el Auto que abre la Instrucción
en que el doctor José Martínez Céspedes ordena ejecutar la correspondiente instrucción
penal contra todos los responsables de los hechos del 1º de agosto de 1920, como se
recoge en el libro Proceso a Vallejo, escrito por Germán Patrón Candela, fundador del
Instituto de Estudios Vallejianos, que el 5 de agosto se presentó Francisco Haro Zavaleta
a dar su instructiva y en la que declaró lo siguiente:

"…al sublevarse la tropa contra el subprefecto, y que efectivamente vio pasar a este (el
subprefecto) junto con el doctor César Vallejo y otras personas que se dirigían al cuartel:
que el doctor César Vallejo dijo: 'Cálmense que ya les van a pagar', mientras otros
gendarmes armados hablaban con el subprefecto; que el alférez Dubois, ordenó cuatro
pasos a retaguardia y 'fuego', y que la descarga le voló el sombrero al señor Ciudad
cayendo herido en la acera".

No queremos terminar sin decir cómo así Blasco Bazán Vera obtuvo este valioso
hallazgo. Según el investigador, esta carta le fue entregada a su persona por el profesor
Manuel Álvarez Haro, nieto de don Rubén Haro Zavaleta. Cuenta que se la entregó no sin
confesarle que su hermana Alicia Álvarez Haro tenía por costumbre quemar toda clase de
papeles viejos de su casa y que "menos mal no quemó esta carta". Un verdadero milagro.
Así, el tenor de la carta no solo complementa algunos hechos de Santiago de Chuco de
1920, de los cuales se tiene conocimiento, sino también hecha nuevas luces para creer en
la total inocencia de nuestro poeta.

(*) Blasco Bazán Vera afirma que se trata de un error involuntario del remitente.

REACCIONES

Jorge Díaz Herrera


Escritor

"La carta revela que la sublevación fue de la soldadesca por falta de pago. César Vallejo
era inocente".

Arturo Corcuera
Poeta

"La carta es totalmente esclarecedora. Sin duda queda probada la inocencia de nuestro
Vallejo".

Justo Jorge Padrón


Poeta español

"Antes de esta carta, yo sabía que Vallejo era inocente. Un hombre como Vallejo no
puede ser inmoral".

Luis La Hoz
Poeta

"La carta no me interesa mucho porque, ya sabemos... es un ejemplo de lo que siempre


fue nuestro Poder Judicial".

Reynaldo Lacámara
Presidente de la Sociedad de Escritores de Chile

"Aporta pruebas definitorias sobre el juicio antojadizo a Vallejo, a quien le buscaron las
cinco patas al gato".

EL MOMENTO MÁS GRAVE DE LA VIDA

Un hombre dijo:

-El momento más grave de mi vida estuvo en la batalla del Marne, cuando fui herido en el
pecho.

Otro hombre dijo:


-El momento más grave de mi vida ocurrió en un maremoto de Yokohama, del cual salvé
milagrosamente, refugiado bajo el alero de una tienda de lacas.

Y otro hombre dijo:

-El momento más grave de mi vida acontece cuando duermo de día.

Y otro dijo:

-El momento más grave de mi vida ha estado en mi mayor soledad.

Y otro dijo:

-El momento más grave de mi vida fue mi prisión en una cárcel del Perú.

Y otro dijo:

-El momento más grave de mi vida es el haber sorprendido de perfil a mi padre.

Y el último hombre dijo:

-El momento más grave de mi vida no ha llegado todavía

César Vallejo y la musa esquiva de Trilce

Investigadores siguen el rastro de la amada que aparece citada en numerosos poemas


del vate santiaguino.


 Enviar a un amigo
Carlos Fernández y
Valentino Gianuzzi .

Durante años, lectores y críticos no han dejado de preguntarse por la identidad de “la
andina y dulce Rita / de junco y capulí”, la inspiradora de “Idilio muerto”, el conocido
soneto de Los heraldos negros. Diferente ha sido, sin embargo, la fortuna de la que César
Vallejo inmortalizara como “mi aquella / lavandera del alma”, en el menos difundido, si
bien no menos intenso, “Trilce VI”. Muy poco es lo que se ha escrito de Otilia Villanueva
Pajares, la novia de Vallejo en Lima, retratada en ese poema y en, al menos, una veintena
más de composiciones de la que para muchos es una de las obras mayores de la lírica
del siglo XX. Su nombre no se encuentra en el prólogo a Trilce de Antenor Orrego, ni en el
valioso trabajo biográfico con el que André Coyné sentó las bases del estudio académico
de la etapa peruana del poeta a fines de los años cuarenta.

La “lavandera del alma”, la que podía “azular y planchar todos los caos”, careció de
nombre propio hasta el año 1965. Debemos su recuperación, la de todas las
informaciones conocidas sobre su noviazgo con Vallejo hasta hoy y un puñado de
primeras versiones de Trilce –que revolucionaron la manera de entender la génesis y el
significado de la obra– a Juan Espejo Asturrizaga, quien rescató estos datos del olvido en
su biografía César Vallejo: itinerario del hombre (1892-1923). No obstante, lo delicado del
desenlace de la relación entre César y Otilia, que parece haberse visto obligada a abortar
tras la ruptura y ante la negativa de Vallejo al matrimonio, llevó a Espejo a referirse a ella
a lo largo de su obra por una de sus iniciales (O.). El nombre íntegro de la musa de Trilce,
sin embargo, podía encontrarlo el lector atento en dos poemas de Vallejo publicados
como apéndice de la biografía de Espejo: la primera versión de “Trilce XV” y la de “Trilce
XLVI”. Por lo que respecta a sus apellidos, el paterno apareció por primera vez
mencionado, hasta donde alcanzamos a ver, en un ensayo de Juan Larrea publicado en
el tercer volumen de la revista Aula Vallejo (1971). El apellido materno se da a conocer
aquí con la esperanza de que sirva para rescatar nuevas informaciones y documentos
sobre la musa secreta de Trilce.

Otilia Villanueva Pajares y César Vallejo Mendoza se conocieron en Lima en algún


momento todavía no determinado del año 1918, muy probablemente a través de Manuel
Rabanal Cortegana, colega de Vallejo en el Colegio Barrós. En septiembre de ese año,
tras la muerte del propietario del Barrós, Vallejo y Rabanal toman la administración del
colegio, rebautizándolo como Instituto Nacional. Semanas más tarde, el 25 de octubre,
Rabanal contrae matrimonio con Rosa Villanueva Pajares, hermana de Otilia. El nombre
completo de Rabanal y la fecha de su boda, en la que Vallejo ofició de padrino, son
informaciones desconocidas por la crítica, que hasta hoy solo tenía constancia del
matrimonio de Rosa, la hermana de Otilia, con M.R. o R., modo en el que se alude a él en
César Vallejo: itinerario del hombre. El pliego matrimonial confirma también dos datos que
proporcionaba Espejo Asturrizaga: que las hermanas vivían con su madre (Zoila Pajares,
viuda de Villanueva) y que la familia era oriunda del norte, de Cajamarca.

Según Espejo, además de Rabanal, medió para que César y Otilia se conociesen otro
colega del Barrós, F. B. Tras estas iniciales se halla Flavio A. Becerra Suárez, como lo
prueban el pliego matrimonial, donde Becerra figura como testigo, y un artículo de Jesús
Angulo Caricchio (“Vallejo…, siempre Vallejo”), en el que se afirma que éste perteneció al
plantel del colegio. En ese artículo se reproduce una carta del 3 de octubre de
1918, aparentemente conservada por Becerra, en la que Vallejo solicitaba una
acreditación de salud y buena conducta al Subprefecto e Intendente de la Policía de Lima,
requisito necesario para que la Dirección General de Instrucción permitiese al poeta
convertirse en director del Instituto.

Si las informaciones de las que disponemos sobre el inicio de la relación entre César y
Otilia son escasas e imprecisas, todavía lo son más las relativas a su noviazgo, que
Espejo describe como “apasionado, vehemente, incontrolable”. No se conoce ninguna
carta de Vallejo a Otilia, ninguna fotografía de ambos –ni tan siquiera de ella–, ni ningún
otro documento, al margen de los poemas de Vallejo, que nos permita reconstruir su
relación. A estos obstáculos hay que añadir la dificultad de desentrañar los elementos
biográficos en los poemas de Trilce, circunstancia que se pone de manifiesto en el hecho
de que, hasta que Espejo habló de la relación con Otilia, ningún crítico fue capaz de
inferirla de los propios textos. Los datos que puso en circulación Espejo y su lectura
referencial de los poemas amorosos de Trilce permitieron ver, en buena parte de él, una
suerte de cancionero moderno. No obstante, el impacto de la vanguardia sobre la obra
dificulta considerablemente la lectura en clave biográfica del ciclo de poemas dedicados a
Otilia; más fácil es leer referencias en aquellos poemas de los que se conoce una primera
versión, prevanguardista. Lamentablemente no sabemos dónde obtuvo Espejo estas
primeras versiones, que, en lo que respecta a las relaciones de Vallejo con Otilia, podrían
calificarse como la piedra Rosetta de Trilce. De entre las tres conocidas cabe destacar
este soneto en versos alejandrinos, en el que Vallejo parece hacer un balance de su
relación con Otilia: “En el rincón aquél donde dormimos juntos / tantas noches, Otilia,
ahora me he sentado / a caminar. La cuja de los novios difuntos / fue sacada. Y me digo
tal vez qué habrá pasado”.

Espejo Asturrizaga fecha la ruptura con Otilia hacia mayo de 1919. Luego de esta, Vallejo
fue despojado de la dirección del colegio por sus colegas Rabanal y Becerra. Pero lo
cierto es que su vínculo legal con el colegio parece extenderse hasta abril de 1920, en
vísperas de su viaje a Trujillo. Ese mes se publica en la prensa una nota firmada por el
poeta que dice lo siguiente: “Pongo en conocimiento del público que, teniendo que
ausentarme de esta capital, he traspasado el plantel de enseñanza que con el nombre de
Instituto Nacional he dirijido, al señor Manuel Rabanal, quien ha asumido el activo y
pasivo de dicho colegio, según contrato especial que hemos firmado en la fecha”.

Las pistas de Otilia se pierden aquí y se ignora si Vallejo volvió a tener algún tipo de
contacto con ella. Sin embargo, el recuerdo de esa relación quedó marcado en Trilce y se
ha convertido ahora en parte de nuestra literatura.

El dato

vallejianos. Carlos Fernández y Valentino Gianuzzi son dos jóvenes investigadores


vallejianos que no cesan en hurgar los poemas del vate. Anteriormente han publicado el
libro César Vallejo: textos rescatados.

Trilce VI

El traje que vestí mañana


no lo ha lavado mi lavandera:
lo lavaba en sus venas otilinas,
en el chorro de su corazón, y hoy no he
de preguntarme si yo dejaba
el traje turbio de injusticia.
Ahora que no haya quien vaya a las aguas,
en mis falsillas encañona
el lienzo para emplumar, y todas las cosas
del velador de tanto qué será de mí,
todas no están mías
a mi lado.

Quedaron de su propiedad,
fratesadas, selladas con su trigueña bondad.

Y si supiera si ha de volver;
y si supiera qué mañana entrará
a entregarme las ropas lavadas, mi aquella
lavandera del alma. Qué mañana entrará
satisfecha, capulí de obrería, dichosa
de probar que sí sabe, que sí puede
¡CÓMO NO VA A PODER!
azular y planchar todos los caos.

¿De qué murió César Vallejo? A propósito de la acusación de Larrea contra


NerudaDr. ENRIQUE ROBERTSON
El gran poeta peruano murió durante la mañana del viernes 15 de abril de 1938 en la Clínicadel
Boulevard Arago de París, donde había ingresado muy enfermo tres semanas antes, sinque el equipo de
cinco médicos encabezados por el afamado Dr. Lemière hubiese podidoestablecer el diagnóstico del
misterioso mal que lo mató lentamente. Los resultados de laspruebas de sangre y otros análisisclínicos y
radiográficos resultaron inútiles para aclarar lacausa de su enfermedad. Según Georgette Vallejo, esposa
del poeta, el Dr. Lemière le dijo: «veo que este hombre semuere, pero no sé de qué». A falta de un
diagnóstico médico, para explicar la causa de suprematura muerte abundaron otros diagnósticos
establecidos por amigos, poetas, escritores,músicos e historiadores. Unos dijeron saber que había muerto
de tuberculosis, otros quede sífilis secundaria, o fiebre amarilla, o malaria o paludismo, diagnósticos que la
ClínicaArago había descartado en los 23 días que estuvo hospitalizado allí. Entonces y después,
seaseguró repetidamente: murió en cumplimiento de su célebre profecía «Me moriré en París
conaguacero, / un día del cual tengo ya el recuerdo» (del soneto “Piedra negra sobre una
piedrablanca”). Neruda dijo: Vallejo murió de hambre y asfixia: murió del aire sucio de París, del río
suciode donde han sacado tantos muertos. Juan Larrea inculpó a Neruda de
haber contribuidoindirectamente a que Vallejo muriese de sus muchas hambres, por no haberlo ayudado
aconseguir cierto trabajo remunerado que le habría permitido ganar dinero para comer. SegúnGeorgette:
el señor Larrea está mal informado, casi no hay informe de él que no contengaalguna inexactitud leve o
grave. Otros dijeron: la muerte de Vallejo es un paradigma, unapágina heroica, una epopeya como la más
grande de los fastos universales, murió por consunción y agotamiento, en batalla contra el mal y la muerte,
en defensa de la dignidad, elbien y la nobleza. Vallejo murió de España. Hace veinte años, el alemán
Hans Magnus Erzensberger dictaminó: „las enfermedades deque sufrió Vallejo eran desconocidas en la
medicina. Una se llamó España, y la otra, unaenfermedad muy vieja y muy venerable: el Hambre“. Antes
y ahora, la mayoría coincide enasegurar que Vallejo murió de hambre. Hay mucho de verdad en ello,
estaba crónicamentedesnutrido. A más tardar desde 1923 la pobreza lo había obligado a acostumbrarse
a comer muy poco: «en París tendremos que vivir de piedrecitas», dijo a un amigo. En octubre de
1923,desde la Sala Boyer del Hospital de la Charité, le escribe a otro amigo: acabo de ser operadode una
hemorragia intestinal. Después de esa operación, alimentarse le fue difícil no sólo por falta de dinero.
Privado de buena parte de su estómago, ya no pudo comer y beber —carne yvino, es un decir— sin sufrir
las consecuencias. Lo que el resto de su estómago toleraba eraprobablemente la dieta ovo-lacto-
farinácea. Pero nunca se supo que bebiese leche, era máscara que el vino.
También los huevos. Se alimentaba de patatas, de papas —originarias del Perú, como él—,según está
indesmentiblemente documentado por Arturo Serrano Plaja. Recordando la llegadaa París (1935) de la
delegación española al I Congreso Internacional de Escritores Antifascistas—grupo procedente de
Madrid, al que se sumaron Neruda y González Tuñón—, Serrano Plajaescribe: «para prolongar la
estancia en París cuanto fuese posible, con el no mucho dinero queteníamos (la mayor parte lo ponía
Neruda), decidimos hacer un plan de austeridad o algo por el estilo. Y como en París encontramos a
Vallejo (alimentado de casi exclusivamente patatascocidas mañana y noche, como cuando le conocí en
España) el plan parecía sobrevenir delmodo más natural.» Algo menos de tres años después moría
César Vallejo, de un modo que evidentemente noparecía natural. ¿De qué mueren los poetas? La ventaja
es que mueren para seguir viviendo,como Vallejo. La señora Oyarzún —esposa del chileno Cuto
Oyarzún, que en la víspera de sumuerte pasó toda la noche velando junto a su cabecera— cuenta que, a
las cinco de la mañanadel 15 de abril, César Vallejo llamó a su madre y poco antes de expirar, ya en
presencia de suesposa y varios amigos, pronunció estas palabras: «España. Me voy a España.» Vallejo
murió poco después de haber escrito su testamento: el poema dedicado a exaltar la lucha del pueblo
español en el trance de la guerra civil, que tituló como una oración alvislumbrar su martirio y final
inmolación. «Murió —escribió Juan Larrea, esta vez con exactitud— sin aspaviento alguno,
dignamente,con la misma dignidad con que había vivido». El músico peruano Gonzalo More,
que estabaen el grupo de amigos del poeta junto a su lecho de muerte, escribió: La expresión de surostro
muerto era verdaderamente maravillosa. No te imaginas qué belleza interior y quéluz sobrehumana en la
frente del cholo. Su gesto de dolor desapareció para dar vida a unaexpresión de serenidad y bondad
infinitas. Pero ¿de qué murió? ¿Quizá envenenado?. Me lo pregunté porque, hace poco tiempo, laextraña
enfermedad de César Vallejo despertó también el interés y la imaginación de RobertoBolaño. En su
novela Monsieur Pain (Anagrama, 1999) el escritor fabuló sobre la muerte delpoeta peruano en un
ambiente en el que aparecen formas marginales de la ciencia y supuestasconspiraciones fascistas para
asesinarle. Bolaño explicó que tuvo noticia de Pierre Pain por las memorias de Georgette Philipart,
viudade Vallejo, quien contaría en ellas que pidió los servicios de Monsieur Pain, curandero quetrataba
enfermos aplicando fenómenos mesméricos (doctrina del magnetismo animal delmédico alemán
Mesmer), para que curase de un nefasto ataque de hipo que hacía sufrir muchoa su moribundo
esposo. Bolaño me contagió su interés. Considerando aspectos anamnésticos y otros, en cuanto médico
—y en cuanto aficionado ainvestigar misterios literarios— me atrevo a sostener un diagnóstico que hasta
ahora nadieha emitido: César Vallejo falleció a consecuencias de una intoxicación crónica por solanina,
agudizada en sus últimas cuatro semanas de vida. El Dr. Lemière habría debido considerar esa
posibilidad. Que se sepa, no lo hizo, no obstanteuna publicación científica de su país, fechada veinte años
antes —publicación que todavía hoyse cita—, había tratado detalladamente la causa de muerte de unos
soldados franceses quesaciaron sus muchas hambres —de semanas, que no de años— con patatas
enverdecidasy con brotes. Consumidas, además, sin pelar y mal cocidas; es decir, muy tóxicas por su
altocontenido de solanina. Los brotes de la patata enverdecida (porque conservada en ambientehúmedo
y expuesta a la luz) son muy venenosos. En tal condición, una sola patata puedecontener una dosis
peligrosa de solanina. Hay suficiente información en Internet acerca de este veneno, cuya ingestión no
mata hoy amuchos adultos porque las variedades comerciales de patata están controladas. Sí a niños,por
lo que sigue mereciendo especial mención en el capítulo de las intoxicaciones alimentarias.Simula una
infección —que el laboratorio no aclara— con fiebre, progresivo mal estadogeneral, síntomas
gastrointestinales, neurológicos y psiquiátricos, etcétera. Causa la muerte—no siempre,
afortunadamente— sin que se sepa por qué: no es habitual pensar en la papacomo causante. Pocos
acumularon nunca tantos factores para devenir víctima de una intoxicación letal consolanina como César
Vallejo, «alimentado de casi exclusivamente patatas cocidas mañana ynoche». Seguramente estaba
acostumbrado a soportar bien el veneno, pero la acumulaciónde éste en su organismo debió —en el
transcurso de muchos años— haber llegado a nivelescríticos. No pocas veces se sintió al borde de la
muerte. Al sentirse muy enfermo, siguióalimentándose de lo que a él y su mujer les parecía que era lo
único que podía tolerar. Los jugos gástricos se encargan de neutralizar parcialmente la toxina. A él, le
habían extirpadoparte del estómago; y seguramente neutralizaba los que producía con bicarbonato de
sodio.Además, en su pobreza, las patatas que compraba en 1938 en París eran seguramente lasmás
baratas que podía conseguir. Enverdecidas. Y éstas había que aprovecharlas al máximo,pelarlas poco o
nada; cocerlas, bien cocidas, significaba un gasto adiciona

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