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Una alegoria de los dltimos dias

June Strong

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Edicrones New Life I 8 Ago 2010
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-/ t, Titulo del original: Song of Eve, Review and Herald Publishing


Association, Hagerstown, MD, Estados Unidos,1987.

X - . Direccion editorial: Pablo M. Claverie


Traduccion: Margarita Biaggi
Diagramaciön: Eval Sosa
Tapa: Nancy Reinhardt

IM PRESO EN LA ARGENTINA
'Printed in Argentina

Primera edicion j
M M IV - 5 M j

Es propiedad. © Review and Herald Publ. Assn. (1987). j


© ACES (2004).
Queda hecho el deposito que marca la ley 11.723.

ISBN 950-769-077-8

244 _ Strong, June


STR El canto de Eva - la . ed. - Buenos Aires: N ew Life, 2004.
224 p.; 17 x 11 cm.

ISBN 950-769-077-8

I. Titulo - 1. Literatura piadosa. 2. Relatos.

Se termino de imprimir el 26 de enero de 2004 en talleres


propios (Av. San Martin 4555, B1604CDG Florida Oeste,
Buenos Aires).

Prohibida la reproduccion total o parcial de esta publicacion


(texto, imägenes y diseno), su manipulacion informätica y
transmision ya sea electronica, mecänica, por fotocopia u
otros medios, sin permiso previo del editor.

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/. pedi cA cfh x
•' Este libro estä dedicado, con inmenso amor, a mis hijos:
Melody, Lori, Kim, Jeff, M itch y Amy.
Ningun libro es producto de una sola persona. Hay
quienes apoyan, quienes sostienen, quienes inspiran
y quienes interceden.
Gracias a ...
Don, que com partio conm igo una mäquina de escribir
durante meses.
A mis nietos, que esperaron pacientem ente a que salie-
ra de mi aislam iento.
A Alta, Howard, Isabel y otras personas, que oraron sin
cesar.
A Shirley, que amorosamente se ofrecio a procesarlo to-
do.
A Dios, que no perm itio que luchara sola, sino que ca-
m ino a mi lado a traves de este recorrido por un pa-
sado ignoto.

"PERO EL DiAY LA HORA NADIE SABE, NI AUN LOS ANGELES DE


LOS CIELOS, SINO SOLO Ml PADRE. M as COMO EN LOS DfAS DE
Νοέ, ASI SERÄ LA VENIDA DEL HlJO DEL HOMBRE. PORQUE CO­
MO EN LOS DiAS ANTES DEL DILUVIO ESTABAN COMIENDO Y BE-
BIENDO, CASANDOSE Y DANDO EN CASAMIENTO, HASTA EL DiA
EN QUE Ν θ έ ENTR0 EN EL ARCA, Y NO ENTENDIERON* HASTA
QUE VINO EL DILUVIO Y SE LOS LLEV0 A TODOS, ASI SERÄ TAM-
BliN LA VENIDA DEL HlJO DEL HOMBRE" (M aTEO 2 4 :3 6 -3 9 ).

4
i\ r e L x lc
ä os ültimos rayos del sol de la tarde danza-
yj ban sobre las paredes de marfil, y las plan-
^ y t a s tropicales, de un verde intenso, se me-
cian sobre eilas. El agua, que caia susurrante so­
bre las rocas, en un rincon, hacia que la espa-
ciosa y ventilada habitacion casi pareciera una
extension del frondoso mundo que estaba mas
allä de la ventana abierta. Un päjaro, azul como
si fuese un pedazo de cielo caido, revoloteaba
alrededor de una jovencita sentada, con las
piernas recogidas, sobre una alfombra de la mäs
suave lana cardada. Distraidamente, le extendio
la mano al päjaro, pero, con solo observar los
sonadores ojos verde mar de la nina, uno podia
darse cuenta de que sus pensamientos estaban
muy lejos.
-Bien, pequefio Safiro -dijo ella finalmente,
mientras acariciaba sus suaves plumas con afec-
to-, has interrumpido mi ensofiacion, asi que

5
6 El canto de Eva

ahora debes escucharme. Rapä me ha prometi-


do una sorpresa para esta noche, y no una co-
ηηύη; algo muy especial. Y mamä estä alterada
por ello. M e doy cuenta al observar la manera
en que camina.
La nina sonrio, al ver una vez mäs, en su
imaginacion, el porte erguido y de desaproba-
cion de su madre.
-Pero ella no ha dicho todavia que no. M uy
misterioso, ^no te parece, mi pequeno amigo?
El päjaro ladeo su pequena cabeza, como si
estuviera realmente considerando su pregunta.
La nina prosiguio:
-N o creo que me vaya a comprar algo, por-
que el sabe que no deseo nada que haya visto
en la plaza del mercado. Todos esos brazaletes
de plata, que tanto le encantan a mama, solo
me estorban cuando corro por los bosques o tra-
bajo en el jardin. Tal vez, fabrique algo para mi.
jEso debe ser!
Ella acurruco con carino al päjaro bajo su
menton, dejando que su espeso cabello casta-
no, con sus toques cobrizos, cayeran como un
nido a su alrededor.
-Tal vez, la escultura de un päjaro tan her-
moso como tu. Pero mamä no objetaria eso...
M uy misterioso, realmente.
El regalo 7

Luego de colocar al päjaro nuevamente en


una gran pajarera, que llenaba un rincon de la
pieza con sus colores y cantos, salio a caminar,
atravesando una extension de flores, arbustos y
pasto verde, hacia una estructura baja y larga al
fondo de la propiedad. La escena que vio al en-
trar le era muy familiar, pero nunca se cansaba
de verla. El taller de su padre era un lugar de
paz, a pesar de la presencia constante de uno o
dos trabajadores que atendian los hornos o pre-
paraban la arcilla. Como sabia que su padre no
era un alfarero comün, camino entre las herra-
mientas propias del oficio. Por todas partes ha-
bia azul: terrones de arcilla azul sobre el piso,
altos jarrones azules en diferentes etapas de
produccion, urnas azules y hermosas vasijas.
Pero a ella le encantaban mäs las esculturas.
Siempre estudiaba la coleccion lenta y aprecia-
tivamente, y echaba de menos la que faltaba
porque habia sido vendida, y buscaba la nueva,
reden salida de las manos de su padre. Hoy
descubrio un pavo real, con su cola desplegada
en abanico con los delicados tonos de la arcilla
azul. ^Cuänto tiempo habrä trabajado su padre
sobre ese detalle? La cabeza tenia una inclina-
cion orgullosa, tan parecida al pavo real que pa-
seaba, contoneändose, entre los tamariscos en
8 El canto de Eva

su propia colonia de grajos. ^Como hacia para


captar esos detalles de postura o expresion y
plasmarlos en la escultura?
Todavia sonriendo de placer, se dirigio hacia
donde su padre moldeaba con destreza una va-
sija profunda. Ella habia aprendido, de peque-
fia, que tenia libertad para ir y venir en este lu-
gar si se abstenia de hablar mientras el trabaja-
ba. El häbito estaba tan arraigado que, ahora, a
los quince ahos, ella no emitio ni un sonido
mientras observaba su elaboracion artistica.
Cuando la vasija estuvo completa, inclino los
bordes hacia afuera y, con habiles movimientos,
formo, de pequefios restos de arcilla hümeda,
una guirnalda de hojas y flores para adornar el
borde. La nina emitio un suave sonido de pla­
cer. Natän levanto su cabeza, sorprendido ante
su presencia; tan absorto habia estado en su tra-
bajo. ♦
~iAs\ que te gusta? -pregunto-. A mi tam-
bien. Ahora, mi preciosa, dejemos aträs todo es­
te barro de rio y busquemos a tu madre.
El se puso de pie y se desperezo lentamente;
era un hombre elegante, de estatura asombrosa,
con cabellos dorados y ojos oscuros y amables.
"El tiene todos los tonos de la tierra", penso
Shaina, examinändolo con carino. Su tdnica
El regalo 9

tosca, su piel, sus ojos, su cabello. Ha trabajado


durante tanto tiempo con la tierra, que se ha
vuelto parte de ella; solo que la tierra que usa-
ba Natän para trabajar era de tonos azules, los
hermosos azules grisäceos del rio Havila, en el
valle escondido de su ninez. Era a partir de esas
arcillas apagadas que el creaba las piezas ex-
cepcionales que se adquirian por sumas extra­
vagantes en la plaza del mercado. Las creacio-
nes pardas de otros hombres podian servir co-
mo jarrones de agua y cacharros de cocina, pe-
ro Natän, hijo de Sepp, com binaba su genio
creativo con un medio ünico, para producir una
artesania excepcional entre los hombres. Habia
provisto para su familia un espacio entre los ri-
cos y, mientras Natän y Shaina paseaban por los
jardines que rodeaban su hogar, el se sentia
agradecido y, como siempre, un poco sorpren-
dido al pensar que un trabajo que el amaba re-
sultara tan lucrativo.
-^Como pasaste el dia? -pregunto, dirigien-
dose hacia la nina, que estaba a su lado.
-Trabaje con Ira en mi jardin hasta el medio-
dia -contesto ella-. Sacamos los yuyos durante
horas bajo el calor del sol, y era de Io mäs inco-
modo, pero los resultados obtenidos bien valen
la pena. Veräs cuän hermosamente hacen resal-
10 El canto de Eva

tar las espuelas de caballero a las rosas blancas,


y los nuevos arbustos traidos de las montanas
quedan perfectos sobre las rocas de aträs. Ira es
un genio, papä. Estoy aprendiendo tanto de el.
-N o hay razon para que trabajes tanto, hija
-la reto Natan-. Si estamos escasos de sirvien-
tes, que Ira emplee a otro. No necesitas crecer
con tierra debajo de tus ufias, como yo lo hice.
Tu eres una senorita de recursos, mi am or-y le
sonrio con carifio a su ünica hija.
Ella extendio sus manos morenas, de dedos
delgados, delante de el.
-Päpä, no hay tierra debajo de mis ufias. M e
remoje las manos un buen rato en el bano, y de-
bes admitir que luzco tan fresca y mimada co­
mo cualquier princesa. Durante el calor del dia,
mientras mama descansaba, haraganee un rato
y jugue con Safiro. Träte de adivinar tu sorpresa.
Shaina miro de reojo a su padre.
-Ah, con que lo hiciste, ^verdad? Bien, pron­
to acabarä tu suspenso, porque parece que la
cena estä servida, y tu madre nos espera.
En un sombreado patio, una delgada mujer
morena coloco una bandeja de uvas y rodajas
de melon sobre una mesa y, con un movimien-
to de la mano, despidio a dos ninas de la servi-
dumbre que rondaban cerca. Natan la abrazo
El regalo 11

afectuosamente, y Shaina penso por centesima


vez cuän ardiente, cuän evidentemente el ama-
ba a su madre; y con buena razon, porque su
belleza seductora parecia solo aumentar con la
edad. Ella era vivaz y ocurrente, una compane-
ra inteligente, realmente. Shaina habia hereda-
do sus ojos verde mar, pero, por Io demäs, ella
tenia el aspecto dorado, besado por el sol, de la
fam ilia de su padre.
Cuando Natän se termino de banar y cam-
biar su ropa sucia del trabajo por una tünica
limpia, descansaron y disfrutaron de los panes
chatos de cebada y la fruta, que constituian su
comida de la tarde. Era Io que Natän preferia: la
alimentacion sencilla de su ninez en el campo.
Mientras comian, Shaina esperaba impaciente-
mente que el mencionara el regalo prometido,
pero parecia que evitaba el tema. Ella sintio su
reticencia a quebrantar la serenidad del mo­
menta, pero no podia contener ya mäs su curio-
sidad juvenil.
-Papa, prometiste que mi suspenso acabaria
pronto.
Natän vacilo un momenta, luego, se precipi-
to nerviosamente hacia adelante.
-En dos semanas ire a la tierra de H avila pa­
ra visitar a mis padres y reaprovisionarme de ar-
12 El canto de Eva

cilia, pero, antes de regresar, seguire viaje hacia


el Jardin del Eden y vere si puedo vislumbrar por
un instante al viejo patriarca: Adän mismo. Di-
cen que estä envejeciendo räpidamente y pue-
de ser que no viva mucho tiempo mas. Ese lugar
estä a muchos kilometros mas alia de mi tierra,
y sera un viaje dificil; pero es algo que he deci-
dido hacer.
Luego, Natan guardo silencio; estaba aparen-
temente perdido en sus pensamientos, y Shaina
se preguntaba que tenia que ver todo eso con
ella. Deseaba que el terminara de decir lo que
estaba pensando. ^Estaba planeando traerle de
sus viajes alguna planta rara para su jardin?
que apuntaba? M iro a su madre con aprension,
pero solo leyo el desden sobre sus facciones in-
diferentes.
Räpidamente, entonces, como para concluir,
Natan dijo:
-M i plan es llevarte conmigo.
Shaina no hubiera estado mas sorprendida si
el hubiera dicho que iba a dejar el oficio de al-
farero. Ni siquiera su madre, al ser el viaje tan
largo y cansador, jamas iba con el en sus expe-
diciones, dos veces al ano, para adquirir nuevas
provisiones de arcilla. Una cauta excitacion co-
menzo a surgir dentro de ella. jEra un regalo
El regalo 13

que sobrepasaba sus mäs fantästicas imagina-


ciones! Caminar por las colinas que rodeaban la
ciudad, e ir mäs allä, mäs y mäs, hasta esa tie-
rra misteriosa que habia sido el hogar de su pa­
dre antes de que conociera a su madre y perdie-
ra su corazon y su herencia. £l le habia contado
muchas veces acerca del tranquilo valle, con är-
boles gigantescos que extendian sus ramas, co-
mo techos frondosos, sobre sus habitantes. Un
lugar donde los rayos del sol se filtraban sobre
los caminos y, a veces, captaban los colores de
las piedras preciosas que yacian junto a los
arroyos y sobre el suelo, en lugares secretos,
donde el hombre no los habia arrebatado con
codicia. Una vez habia traido para su madre
una aguamarina, la cual engasto en una banda
de plata. Su madre habia peinado su espeso ca-
bello negro hacia un lado y ajustado con el ani-
llo enjoyado. La joya era del mismo color de sus
ojos, y ella ofrecia un espectäculo hermoso al
reirse alli, en la habitacion de marfil. Shaina ha­
bia percibido el placer en el rostro de su padre
mientras la observaba.
Ahora, ella misma iba a visitar el pais. Cono-
cer a sus abuelos, sus tios, sus primos. Ver la ri-
bera del rio de donde los siervos de su padre ex-
traian la arcilla que se transformaba en escultu-
14 El canto de Eva

ras y vasijas, aqui, en su taller. De pronto, se dio


cuenta de que no habia dicho ni una sola pala-
bra y de que su padre la miraba extranado.
-*Te asusta la idea, pequena? No te obligare
a ir. ^Sabes? Es solo un capricho.
Entonces, se puso serio y corrigio.
-No, Shaina, no es un capricho: es un deseo
ardiente. Anhelo fervientemente compartirlo to-
do contigo, y quiero que hagas el peregrinaje al
Eden conmigo. Lo deseo muchisimo.
Shaina eligio sus palabras cuidadosamente.
Su padre le habia conferido un gran honor, y
ella queria que supiera que entendia.
-No tengo palabras para expresar mis senti-
mientos. jEs un regalo mäs allä de toda com-
prension!
Sus ojos brillaron, y desaparecio toda forma-
lidad.
-Estoy mäs excitada de lo que alguna vez he
estado. No creo que pueda sobrevivir hasta que
este sobre el lomo de Hadesh, para dirigirnos a
las colinas.
-No tienes idea de en que te estäs metiendo
-le dijo bruscamente su madre- y tu padre no
tiene razones para Ilevarte.
Shaina sintio que una fiera batalla habia ru-
gido deträs de escena. Era raro que su padre le
El regalo 15

negara algo a su esposa; siempre, su mayor pla­


cer era agradarla. Pero esta vez habia prevaleci-
do su deseo, a un costo que Shaina solo podia
adivinar.
-Soy joven y fuerte, mamä, y estoy acostum-
brada al trabajo duro en los jardines. No hay na-
da que temer.
-...y si eres atacada por ladrones o animales
salvajes, supongo que esos debiles brazos los
mantendrän a raya -respondio ironicamente la
dama.
Natän hablo antes de que su hija pudiera res­
ponder.
-Los siervos siempre estän armados, Ona; tu
Io sabes. Shaina serä nuestra preocupacion prin­
cipal. Y sabes tambien que mis padres tienen
derecho a ver a su nieta. Deja que este sea un
momento feliz. El enojo no es apropiado ahora.
Crei que habiamos estado de acuerdo en esto.
Pero ella no podia ser acallada.
-No es por ver a tu familia que la estäs arras-
trando por las tierras virgenes. Es ese jardin, con
esas espadas encendidas y un viejo lelo que di­
ce haber vivido alli; por eso la expondräs a to-
do ese peligro e incomodidad. No trates de en-
ganarme, Natän; esperas convertirla en una cre-
yente, una discipula de Adän. Un fanätico que
16 El canto de Eva

opta por vivir una vida solitaria en tiendas y es-


pera un retorno a la inocencia. jTan devoto eres,
esposo mio! Cuando vienen los ricos y quieren
que tus manos habilidosas esculpan sus image­
ries sagradas, tii no puedes consentir. jOh, no...
tu debes mantener tu estüpida lealtad a ese Dios
invisible que nunca oye, nunca ayuda, nunca
responde! Q ue no puede perdonar. Q ue nos im-
pide a todos la entrada a nuestro legitimo hogar.
El se ha ido, Natän. ^No Io endendes? jSe ha
ido! M ejor oremos a los ärboles, al sol y a los
espiritus.
Los ojos de Ona estaban Ilenos de lägrimas.
Shaina se preguntaba si eran de ira o desespera-
cion.
Natän se levanto, destacändose su altura
mientras se dirigia al lado de su esposa. Con su-
ma ternura, la levanto en sus brazos y la llevo
adentro. Shaina podia escuchar el leve murmu-
llo de sus voces mucho despues de que la oscu-
ridad hubiera caido sobre la frondosa enramada
donde ella estaba sentada. Su madre ^lo con-
venceria de dejarla en casa? De alguna manera
ella sabia que no. Esta vez, el se mantendria fir­
me. Su madre tenia razon, por supuesto; el la
estaba llevando para adorar al verdadero Dios
viviente a las puertas del Eden. Y, si llegaban a
El regalo 17

tiempo, ellos escucharian la voz de Adän y mi-


rarian el rostro que habia contemplado el rostro
de Dios. Su padre no habia mencionado a Eva.
^Estaria todavia viva la esposa de Adän? A ella le
gustaria observar su belleza legendaria.
Shaina camino un poco en el jardin, tratando
de serenarse antes de ir a su habitacion. La fra-
gancia de la madreselva perfumaba el aire noc-
turno, y montones de conejitos amarillos brilla-
ban, luminosos, a la luz de la luna. Cuando ella
llego a su propio jardin, el que Ira le habia ayu-
dado a disenar en un rincon resguardado entre
dos paredes naturales de piedra, se arrodillo so-
bre el pasto humedo y alzo su rostro hacia el
cielo. Ella no sabia como dirigirse al gran Dios
del cielo, no sabia que decirle. Pero alli, en la
noche, ella sintio la seguridad de su presencia,
y, extranamente, de alguna manera, un anhelo,
una nostalgia por el.
^ ra extrano estar levantada tan temprano.
\ Shaina observaba los preparativos finales
v ^ p a r a el viaje desde una pequena terraza,
bajo su dormitorio. Se preguntaba, impaciente,
si alguna vez pondrian en marcha la caravana.
En ese momenta, todo parecia confusion: voces
äsperas que se mezclaban con el relincho oca-
sional de algun caballo muy nervioso, que se re-
belaba contra la espoleada de un sirviente... To-
do era como un suefio. Hombres y bestias se
movian en la semioscuridad, brumosa con el
vapor que subia a esta hora para regar la tierra.
Ella siempre recordaria este momenta. Era un
punto crucial en su vida, un adios a quince afios
de ninez consentida. Su padre la habia creido
preparada. Un nuevo lazo los unfa ahora. Por
primera vez se habia mantenido firme por ella.
Ella escucho que la llamaba desde adentro de la
casa, donde habia ido a despedirse de su ma-
18
El viaje 19

dre. Era siempre un momenta dificil, doblemen-


te triste esta vez por la desavenencia entre eilos.
Al entrar en el dormitorio, pudo ver lägrimas
en los ojos oscuros de su padre. Con un ültirno
beso en el cabello de su esposa, el dejo apresu-
radamente la pieza. Una frialdad en la actitud
de su madre, de pie alii, como una reina a la luz
de las lämparas de arcilla, le dijo a Shaina que
ella no Io habia perdonado. Solo por un mo­
menta la nina anhelo poner fin a la tension y
decir que ella no iria. Pero algo en Io profundo
de su ser le advirtio que este era un sufrimiento
que ella y su padre debian afrontar y que no de-
bian retroceder.
Rodeada por los brazos de su madre, la nina
se maravillo nuevamente por su esencia de per­
fume, sedosa como una flor. ^Llegaria ella algu-
na vez a ser una mujer asi, tan femenina, tan po-
derosa en su belleza? Se dio cuenta de cuänto
iba a extranar a su madre. Ni siquiera Fenicia,
su sirvienta desde que era bebe, podia proveer
la seguridad que ella sentia en los brazos de
Ona.
-Pensare en ti cada dia, mamä, y eso me
confortarä cuando el cam ino sea duro.
-Y serä duro, Shaina. Puedes estar segura de
ello. Pero Fenicia estarä a tu lado. Eso alivia mi
20 El canto de Eva

mente un poco. Y tu padre pondria su vida por


ti. Habla libremente con el acerca de tus nece-
sidades. El estarä ocupado y preocupado, pero
es su deseo hacer de este viaje una delicia para
ti.
Ella suspiro.
-Shaina, Natän tiene extrafios anhelos secre-
tos, que yo no pretendo entender.
Ella nunca Io habia llamado Natän dirigien-
dose a su hija antes, y la nina se dio cuenta de
que estaba hablando de mujer a mujer.
-Yo Io amo, y a menudo Io hago inmensa­
mente feliz; pero tambien le he robado algo v i­
tal para su ser. M e enfurece el no poder satisfa-
cerlo plenamente.
Una sonrisa ironica cruzo su rostro.
-La mayoria de los hombres pensaria que yo
soy suficiente, pero no Natän. A veces pienso
que me odia porque el es mi prisionero. Pero to-
do esto es demasiado para tu joven cabeza. Ve,
mi amor, y descubre el mundo. Te estare espe-
rando aqui. Si ves a la "herm osa", dile que es-
pero que su trozo de fruta le haya valido bien el
costo.
Su risa amarga acompafio a Shaina al salir a
la luz de la manana. La nina deseaba que se hu-
bieran separado en un tono diferente.
El viaje 21

Al subirse al lomo de Hadesh, su corazon la-


tia con excitacion. Fenicia, que ya estaba mon-
tada a su lado, hablo con un temblor desacos-
tumbrado en su voz.
-^Veremos todo esto de nuevo, criatura? Esta
ciudad civilizada y nuestro hermoso hogar,
aqui.
-Te olvidas, Fenicia, de que esta ciudad estä
lejos de ser civilizada. No nos atrevemos a salir
de nuestra casa de noche y, a veces, los malva-
dos llaman a nuestra propia puerta. Francamen­
te, me quedo con los bosques toda la vida. Di-
cen que la mayoria de los animales mantienen
distancia si no son atacados. Ademas, yo creo
que el Dios del cielo nos acompanarä.
Fenicia, una mujer vital y fuerte, bien pasa-
dos los quinientos anos, bufö indignada y acari-
cio una pequena figura de plata que pendia de
un cordon de cuero alrededor de su cuello.
Shaina tenia su propia opinion respecto de los
distintos dioses que su pueblo adoraba: sus re-
presentaciones e imägenes no parecian capaces
de ofrecer mucha ayuda para su mente practica,
pero ella sabia que los sirvientes tenfan fe en sus
poderes. Aun su madre se arrodillaba diaria-
mente delante de una diosa exquisitamente es-
culpida en plata que se levantaba del follaje, en
22 El canto de Eva

su dormitorio.
Natän se acerco a cabal Io a su lado, tocando
levemente su hombro.
-Estamos por partir, Shaina. Yo necesito saber
que Dios estarä con nosotros en este viaje. Esto
es para mi mucho mäs que una expedicion pa­
ra buscar arcilla. ^Podriamos orar juntos?
Shaina inclino la cabeza, y alli, delante de
los im pacientes sirvientes que observaban
asombrados, Natän levanto su voz al cielo en
peticion a Dios por su presencia y su protec-
cion. La nina escucho un juramento y un mur-
mullo de desaprobacion, pero Natän era un
amo bondadoso y generoso, y ella sabia que los
hombres Io pensarian mucho antes de abando-
narlo.
-^Es esta tu costumbre, papä? -pregunto,
mientras el se volvia para recorrer la larga fila
de carros, asnos cargados y hombres montados.
-N o -y sacudio su cabeza, sonriendo triste-
mente-. Generalmente soy un cobarde.
Esa noche levantaron sus tiendas entre las
colinas que rodeaban la ciudad. Todo el dia ha-
bian viajado por un camino de montana, ascen-
diendo lenta pero decididamente. Shaina y Fe-
nicia habian mirado hacia aträs, asombradas al
quedar la ciudad debajo de eilas. Ahora, en su
El viaje 23

propia tienda, levantada debajo de un pino so-


litario, miraron hacia abajo, hacia las debiles lu­
ces del valle. Shaina penso en su madre, alia so­
la. Habia sido un dia agradable, y habian hecho
buen progreso. Los hombres estaban de buen
änimo. Tales viajes eran un cambio en la rutina,
y ellos los esperaban con ansiedad.
Una vez, durante la noche, Shaina se desper-
to a causa de un ruido terrible entre las malezas
y, levantando el borde de su tienda, vio a tres de
los hombres de guardia tomar antorchas del fue-
go y dirigirse hacia el lugar de procedencia del
sonido, el que se alejo en la noche. "Asi que es
verdad; realmente hay animales feroces alli
afuera, en el bosque", penso con espanto. Tem-
blo un poco, y acerco mas su jergon al de Feni-
cia.
Los dias por delante la dejaron pasmada. Ella
pensaba que habia visto belleza mientras traba-
jaba con Ira en el jardin, pero nada la habia pre-
parado para admirar los ärboles, que parecian
tocar las mismas nubes, y las flores desparrama-
das en profusion junto al camino bafiado en la
luz del sol. Habia una flor color lavanda, gran­
de como una de las vasijas de arcilla de su pa­
dre, con largos estambres color purpura, rema-
tados en discos de encaje negro que cabecea-
24 El canto de Eva

ban suavemente en la brisa. Shaina debia des-


montar y enterrar su rostro en su profundidad
purpürea. Le rogo a su padre que le desenterra-
ra una para su jardin, pero el le recordo que ja­
mas sobreviviria al largo viaje, y le prometio
que harian un alto en el viaje de regreso. Päre-
cia que encontraban nuevas maravillas en cada
recodo del camino, y ella siempre se quedaba
aträs y luego com a para alcanzarlos. Cuando
ella se detenia, dos de los sirvientes siempre es-
peraban mientras ella aspiraba el perfume de
una flor o examinaba algün nuevo arbusto es-
condido entre algunas rocas. Se dio cuenta de
que su padre habia previsto su curiosidad y ha-
bia hecho provision para su seguridad.

Seis dias despues, al atardecer, llegaron a lo


alto de un risco y miraron hacia abajo, a la tie-
rra del rio Havila, y ella se sintio embriagada
con el descubrimiento. Habia contemplado co­
lores que jamas habia imaginado, y respirado
aire puro como el cristal. La fragancia de mil
flores habia tentado su olfato.
Cuando hubieron armado el campamento y
cenado, todos se reunieron alrededor del fuego,
y Natän saco su arpa. Los hombres se apoyaron
El viaje 25

contra los ärboles, o se recostaron en el suelo,


relajändose anticipadamente. Los dedos de su
padre extraian de las cuerdas una melodia dul-
ce y quejumbrosa, que era fam iliar para Shaina
desde su ninez. Era un canto de su tierra natal,
y Io tocaba aqui, esta noche, mientras descansa-
ba en el borde mismo de su amado valle. Esta
rrmsica tenia algo apasionante, intensificado por
la fogata, cuyas chispas subian en la inmensa
oscuridad impenetrable. El le habia dicho una
vez que este canto tenia palabras; palabras que
hablaban acerca de la tristeza de Adän cuando
fue arrojado del Eden, y esta noche, ella sentia
la tristeza en sus mismos huesos. Aun la jovial
Fenicia permanecio quieta y sobria, cuando los
ültimos acordes quedaron flotando en el aire.
Los hombres pidieron entonces tonadas mas
alegres, y Natän los complacio, sacudiendose la
nostalgia. Rieron y cantaron, ruidosos en su li-
bertad y expectativa del mafiana. Generalm en­
te, Shaina amaba sus voces äsperas, en contra-
punto con el suave punteado del arpa de su pa­
dre. Mas que nada, le encantaba observar su ca-
beza color arena inclinada sobre el instrumen-
to, y su mano fuerte y segura, al extraer tierna-
mente los sonidos de las cuerdas. Todavia tem-
blaba en su corazon, como con las primeras lä-
26 El canto de Eva

grimas vertidas. ^Como podian unas pocas no-


tas musicales recrear la pena intima y tan hon-
da de la perdida? Ella se preguntaba quien ha-
bia creado el canto y como habia evocado tal
intensidad de sufrimiento.
Manana conoceria a su abuelo y, mäs tarde,
tal vez a Adän. jSi pudiesen llegar a tiempo!
Al descender la colina a la manana siguien-
te, Natän cabalgaba al lado de su hija, senalan-
do los puntos de interes de su ninez. En un cla-
ro habia un grupo de tiendas y, mas allä, gran-
des areas cercadas contenian parte de los vastos
rebanos de su abuelo. Hacia el sudeste se exten-
dian los campos de pastoreo, verdes y exube-
rantes a la luz del sol matutino.
-El abuelo debe de ser rico -exclamo Shai-
na- Nunca me dijiste eso.
-A su manera, si, supongo que Io es; aunque
la riqueza es de poca consecuencia aqui. A el le
gusta Io que hace y Io hace bien. Y Dios Io pros-
pera.
El rio no necesitaba identificacion. Serpen-
teaba, sereno y brillante, a traves de las prade-
ras floridas; luego, bullia sobre las rocas y cas-
cadas, para desaparecer en las profundidades
de los bosques y emerger, nuevamente, a mu-
chos kilometros de distancia. En realidad, el va-
El viaje 27

Ile parecia solo el marco para esta joya acuäti-


ca, y Shaina dibujo la escena en su mente, de-
talle por detalle, para grabarlo alli para siempre.
No era una sorpresa este valle: habia sentido su
esencia dentro de ella desde siempre.
-Yo tambien he llegado a casa, papä -dijo
casi reverentemente, esperando que el la com-
prendiera.
-Yo se -contesto el, tomando su mano- Tu
eres una criatura de este lugar. Es por eso que te­
nia que traerte, no importa Io que dijera tu ma-
dre. Te Io debia a ti.
Sin mäs conversacion, bajaron lentamente la
coli na, mäs cercanos en espiritu de Io que Io ha-
bian estado alguna vez. Mientras la caravana se
detenia frente al asentamiento de tiendas, una
mujer salio de la vivienda principal. Con mäs de
cuatrocientos anos y casi tan alta como Natän,
estaba de pie alii, dorada como una diosa del
sol, sonriendo al darle la bienvenida a su hijo.
Su cabello, del color del trigo maduro, casi del
mismo tono que su piel, estaba peinado hacia
aträs y prendido en la nuca. Todo en ella deno-
taba salud y vitalidad, ademäs de una paz que
la nina jamäs habia notado en un rostro huma-
no.
-Natän, hijo mio, hemos estado esperando tu
28 El canto de Eva

Ilegada desde hace dias. Sabiamos que la arci-


lla te traeria tarde o temprano. Bäjate, mucha-
cho. Necesito un abrazo.
Natän desmonto y estrecho a su madre entre
sus brazos un largo momenta, y Shaina vio, so-
bre el hombro de su padre, que su abuela seca-
ba las lägrimas de sus ojos oscuros. Por alguna
razon, nunca habia pensado en su padre como
el hijo de alguien. Ahora reconocia los fuertes
lazos que los unian y se dio cuenta de que su
propia y hermosa madre debia haber traido una
tristeza increible a esta dorada mujer de Havila.
Finalmente, Natän se dio vuelta y, haciendo
sefias a Shaina, hablo a su madre.
-Te he traido una sorpresa. Esta es mi nina,
mi tesoro, mi unica hija. Shaina, saluda a Abi­
gail, tu abuela.
La nina se acerco y miro esos ojos agudos,
sabiendo que la estaban evaluando. Ella no se
arredro, sino que sostuvo la mirada en sus ojos
verde mar, herencia de su madre. Finalmente,
Abigail tomo las manos bronceadas de Shaina y
dijo:
-£stas son las manos de una trabajadora, no
las de una inutil nina de ciudad.
-Shaina es una jardinera energica, que se
niega a sentarse a la sombra y usar ropas finas.
El viaje 29

Supongo que su madre es mäs tolerante de su


trabajo que yo. M e digo a mi mismo que les he
provisto bien, y que mi hija no necesita carpir
con el jardinero, pero Ona dice: "D ejala, si eso
la hace feliz". Asi que, mientras que las otras
chicas se divierten en los banos o se rien deba-
jo de los parrales, ella estä cultivando plantas,
como cualquier chica de Havila.
Shaina no presto atencion a sus palabras.
Percibio, en cambio, el orgullo en su voz; y tam-
bien Io hizo su madre. Abigail rodeo con sus
brazos a la niha, y la abrazo tan fuertemente co­
mo lo habia hecho con su hijo.
-Bienvenida a casa, mi amor. Siempre term
que muriera sin haber puesto mis ojos sobre la
hija de Natan; pero aqui estas, tan hermosa co­
mo un nenüfar. Puede ser que no te deje Ilevar-
tela de vuelta, ^sabes? -advirtio, sonriendo a su
hijo-. Nunca he tenido una hija, y se que me va
a gustar.
-Le prometi a Ona que ella regresaria con
nosotros -contesto Natan, al pensar en lo que
sentiria Shaina despues de esos Ultimos momen-
tos dificiles en casa- Pero pasaremos unos dias
aqui, y eso les darä tiempo para que se conoz-
can.
-^Unos pocos dias? Les llevara a los hombres
30 El canto de Eva

por Io menos dos semanas excavar y secar la ar-


cilla. Luego, tendrän que cargar los carros.
^Que es esta tonteria acerca de unos pocos
dias?
-Tengo otros planes, mamä, que compartire
en la cena. Serän de interes para ti. ^Donde es-
tä papä?
-Estä trayendo las ovejas de los campos de
pastoreo, junto al rib. ^Por que no vas a recibir-
lo? Solo ten cuidado de no asustar a las ovejas.
-Estäs hablando con un viejo muchacho pas­
tor. ^Realmente piensas que cabalgaria de fren-
te contra un rebano?
Abigail se encogio de hombros.
-Has estado mucho tiempo lejos, Natän.
^Quien sabe que es Io que te ha hecho la ciu-
dad?
-M e ha vuelto aun mäs nostälgico por la sim-
plicidad y la paz de este lugar. Jamäs podrias
imaginär la maldad que florece en otras partes
del mundo.
-*No tienen temor de Dios? -pregunto Abi­
gail.
Su hijo dio un bufido.
-Dios es apenas una victim a de su desprecio
y ridiculo. Se le rien en la cara y traman nuevas
maldades para hacer gala de su insensibilidad
El viaje 31

hacia su ira.
-Seguramente ίύ Io defiendes, Natän, y ha­
blas de su amor.
Sus ojos descansaron sobre el, a la espera de
su respuesta, pero el no devolvio la mirada.
-No, mama, no Io hago —dijo, despues de
una pausa- Significaria el fin de mi negocio, mi
esposa y, tal vez, de mi vida; en realidad, no es-
toy en la mejor posicion de acudir en defensa
de Dios, de todos modos.
Shaina deseo no haber escuchado su res-
puesta, ni que su abuela hubiera hecho la pre-
gunta. Su padre monto a caballo y, girando
abruptamente, se dirigio calle abajo.
Abigail entro en la tienda, y se dispuso a pre-
parar una comida con la ayuda de dos sirvien-
tas jovenes. Mientras echaba arroz en una vasi-
ja, Shaina observaba curiosamente. De vez en
cuando su madre servia una bandeja de bebidas
o frutas, pero la preparacion de la comida, en si,
la dejaba para las sirvientas.
-Shaina, ^recogerias unas verduras de la
huerta deträs de la tienda?
Abigail le entrego una herramienta para cor-
tar y una canasta. Sin querer admitir su ignoran-
cia, la nina vacilo.
-M e temo que cortaria la verdura equivoca-
32 El canto de Eva

da, abuela. Yo solo he cultivado flores.


Abigail entrego la vasija de cocinar a una sir-
vienta y le indico a su nieta que la siguiera. De-
träs de la tienda entro en una gran huerta que
ostentaba una asombrosa variedad de frutas y
verduras. A Shaina se le hacia agua la boca so­
lo de cam inar entre los surcos. En casa, los sir-
vientes compraban toda su comida en el merca-
do, y ella no sabia nada de Io intrincado de cul-
tivar frambuesas y zanahorias. Pero la jardinera
que habia dentro de ella respondio y escucho
con excitacion, mientras su abuela sefialaba las
distintas plantas y hablaba acerca de sus cuida-
dos y häbitos. Juntas llenaron la fuente con
enormes hojas verdes y crespas, y Abigail levan-
to su delantal sobre su sencilla tünica marron,
para recoger peras maduras. Pasaron un largo
rato en la huerta, y fue solo gracias a las fieles
ninas reunidas alrededor del fuego, que aten-
dieron la olla y agregaron verduras, que la co­
mida estuvo preparada cuando Natän y Sepp
llegaron, en medio de una nube de polvo, con
las ovejas.
Mas tarde, sentados alrededor de una mesa
generosa, charlaron mientras el sol se ponia de-
träs de un risco. La comida resulto una maravi-
lla para Shaina. El arroz silvestre del rio, adere-
El viaje 33

zado con zanahorias y cebollas de la huerta de


Abigail, estaba delicioso. Ella habia observado a
una sirvienta, que echaba pequenos trozos de
verduritas en la olla hirviente, y Abigail explico
que eran hierbas, y manana le mostraria donde
crecian, en un rincon resguardado junto a la
tienda donde cocinaban. jTanto para aprender y
solo unos pocos dfas! Mordisqueo la costra de
un trozo de pan negro de centeno, y trato de de-
cidir Io que pensaba acerca de la leche de ca-
bra. Sepp la habia observado con su mirada pe­
netrante, y dijo simplemente:
-Eres bienvenida en este lugar, hija de Natän.
Ningiin abrazo. Ningün toque. Sin embargo,
Shaina sintio su satisfaccion por la presencia de
ella. El era alguien a quien conquistar, para dis-
frutar lentamente, para ganärselo.
Mientras comian las peras jugosas con un
queso suave, Abigail se dirigio a su hijo.
-Dejanos escuchar acerca de ese plan tan
importante que tienes, para llevarte a la rastra a
mi nieta aun antes de conocerla.
Natän permanecio sentado un momento, sa-
boreando los ültimos bocados de fruta, midien-
do sus palabras. "Estä tan incomodo", penso
Shaina; como cuando le habia estado contando
los planes a su madre, pero por razones muy di-
34 El canto de Eva

ferentes. Ante Ona, el era el puro, siempre re-


clamando por la indiferencia de ella hacia su
soledad de Dios. Aqui, el era el pecador, el que
se habia ido, el que lo dejo todo, el que recha-
ζό a Dios. Ona despreciaba sus deseos de ver
los origenes del mundo, mientras que quienes
rodeaban esta mesa no entenderian sus lealta-
des ambiguas. El corazon de Shaina se conmo-
vio por el. Por primera vez Natan se dio cuenta
de que, como su hija, habria elecciones para
ella tambien. El pensamiento lo inquieto.
-Por mucho tiempo he deseado ver por mi
mismo el Jardin del Eden, y conocer, si fuera po-
sible, al patriarca Adän. He oido, de parte de
caravanas que pasaban por la ciudad, que el es­
ta envejeciendo, y no me atrevi a esperar mas.
Quien sabe, tal vez, cuando el muera, el gran
Dios del cielo arrebatarä el jardin y ya no ten-
dremos mäs un recordativo de como comenzo
todo.
La insinuacion de un tono de chanza en su
voz encubria el terrible anhelo de su corazon.
-Es un viaje largo —dijo Sepp-, y hay ciuda-
des donde uno no se atreve a acampar dentro o
fuera de sus muros. ^Por que no dejas a Shaina
aqui, con nosotros, si insistes en ir? No es una
buena experiencia para una criatura.
El viaje 35

La nina contuvo el aliento. Ella deseaba ir,


pero no se atrevia a decirlo en presencia de es-
te gigante de hombre que parecia un patriarca
el mismo.
Antes de que Natän pudiera responder, Abi­
gail hablo.
-Yo ire contigo, Natän, y cuidare de la nina.
Siempre ha sido mi sueno. Yo estoy en Io mejor
de la vida y no tengo temores. Llevaremos unos
pocos y fuertes sirvientes de confianza, manten-
dremos el grupo pequefio, y viajaremos räpida-
mente.
Shaina miro cautelosamente a su abuelo, pa­
ra ver como reaccionaba a la sugerencia de ella,
pero su rostro, curtido por el tiempo, era ines-
crutable.
-Se te necesita aqui, mamä —dijo Natän-
Hay cientos de tareas cada dia, que demandan
tu tiempo y talentos; aunque sabe Dios que ello
quitaria un gran peso de mi mente, y estoy agra-
decido por tu ofrecimiento.
La voz del abuelo sono firme y terminante.
-Ella ha trabajado duro y merece ver su sue­
no realizado. Dejala acompanarte.
-Pero si algo sucediera y no pudiera devol-
verla a este lugar, nunca podria perdonärmelo
-refuto Natän.
36 El canto de Eva

-Cuando ella muera, sera la voluntad de


Dios, ya sea aqui o alii, y tu madre no morirä fa-
cilmente en ningün lado.
Sepp se rio entre dientes, y coloco su mano
sobre la de su esposa.
-Ella es una mujer de recursos.
Shaina no podia permanecer quieta por mas
tiempo.
-^Estä decidido entonces? ^Iras, abuela? Oh,
esto es mejor de lo que imaginaba. Dejemos a
Fenicia aqui. Ella se siente incomoda lejos de la
ciudad y le aterra viajar mas lejos.
Abigail sonrio ante el entusiasmo de su nie-
ta.
-Puede haber dias, criatura, cuando desees
que ella este presente. Si no tenemos sirvientas,
tij tendräs que ayudar con toda la preparacion
de la comida y el lavado de la ropa. Aprenderäs
algo de la vida de un sirviente, y puede ser que
nunca mäs prescindas tan räpidamente de la fiel
Fenicia.
-Quiero que lo pienses bien, mama -insistio
Natän, y se levanto de la mesa.
-Es suficiente que ponga en peligro la vida
de mi hija, sin poner en riesgo la tuya tambien.
-N o sabes cuän a menudo he deseado ver
ese lugar donde Adän cam ino en perfecta uni-
El viaje 37

dad con su Creador. Y, Dios mediante, ve rb a


el, tambien. He oido que ellos han sido ridicu-
lizados, acusados y hostigados a lo largo de to-
dos estos afios. jQue precio han pagado!
-Q ue precio hemos pagado todos —dijo Shai-
na suavemente, haciendose eco de la amargura
de su abuela.
A Abigail no le pasaron por alto sus palabras.
-Cam inar con Dios es un privilegio que to-
dos tenemos, Shaina, y, cuando todo termine,
olvidaremos el sufrimiento y recordaremos solo
lo que le costo a el.
-No lo entiendo del todo, abuela.
-Ni yo tampoco; solo confio en el. Una vez,
nuestro ancestro Set, tercer hijo de Adän, viajo
a traves de este valle y nos enseno. El dijo: "So ­
lo confien en Dios. El los ama y ha prometido
hacer todas las cosas bien". Asi que, eso es lo
que hemos hecho Sepp y yo: solo hemos confia-
do en el. A veces, cuando estoy trabajando en el
jardin, siento su presencia tan cercana, que ca-
si puedo estirar la mano y tocarlo.
-Pero si todos somos pecadores, ^como po-
drä haber un cambio alguna vez? ^Como podrä
Dios aceptarnos otra vez?
-Set dijo que Dios hizo una promesa, alii, en
el jardin, ese dia cuando Eva comio la fruta y,
38 El canto de Eva

aunque nadie la endende plenamente, es una


promesa de esperanza; un juramento de Dios
de que enviarä un Libertador. Supongo que ca-
da mujer que lo cree mira a su primer hijo va-
ron, y se pregunta si ese sera el prometido.
-^Pensaste eso acerca de mi padre?
-El era un bebe bueno y un nino docil. La
clase de hijo que toda madre disfruta, especiai-
mente despues de criar algunos pillos. De todos
mis hijos, Shaina, el parecia ser el mas apto pa­
ra llegar a ser un libertador. Elios, los pillos,
ahora son todos hijos de Dios, y solo Natan, mi
precioso Natän, camina alejado de el.
Los ojos de Abigail se llenaron de lägrimas, y
ya no pudo hablar mas.
Shaina se inclino y dejo caer un beso sobre
el cabello brilloso de su abuela, que permane-
cia sentada a la mesa.
-Entremos, porque se estä poniendo fresco. Y
no te aflijas por papa: seguramente, el no esta-
ria haciendo este peregrinaje si hubiera abando-
nado a Dios. El me habla a menudo acerca de
el. Hay imägenes de dioses por todas partes en
casa, pero papa siempre me ha ensenado que
son inutiles trozos de metal, aunque sean her-
mosos, y que hay un solo Dios verdadero, que
vive mas alia de los cielos, y que conoce nues-
El viaje 39

tros pensamientos y anhela nuestro amor y obe-


diencia.
-Tienes razon. Αύη se mantiene encendida
una chispa en su corazon. Tenemos tres dias en
los cuales hacer los preparativos para este viaje,
y debemos trabajar duramente. Entonces des-
cansaremos y adoraremos en el dia säbado, y
saldremos el primer dia.
Shaina no tenia idea de Io que era el säbado,
pero decidio que habia hecho suficientes pre-
guntas por ese dia.
Cuando Abigail dijo "trabajo", el la se referia
a un torbellino de actividad que sobrepasaba
por compieto la experiencia de Shaina. Las dos
lavaron ropa y la colgaron sobre los arbustos pa­
ra secar, hornearon panes chatos, y empaqueta-
ron raciones de legumbres y frutas secas en cue-
ros de cabras. Shaina desenterro y limpio tuber-
culos, y ato cebada en pequenas bolsas.
Al atardecer del sexto dia, los preparativos
cesaron por compieto y, para cuando el sol col-
gaba sobre el risco como uno de los damascos
maduros de Abigail, el clan compieto se habia
reunido a las mesas, entre los ärboles frutales,
ante una sencilla cena. En los pocos dias pasa-
dos, Shaina habia conocido en forma ocasional
a algün tio o primo, pero tal habia sido su con-
40 El canto de Eva

centracion en cuanto al viaje, que no habia te-


nido tiempo de apreciar a sus parientes. Ahora
estaban reunidas, aqui, mäs de cuatrocientas
personas, en un espiritu de celebracion y adora-
cion. Shaina, sentada junto a Natan, sintio que
estaban esperando algo. Cuando la ültima per­
sona se acomodo, Sepp se puso de pie. Espero
aun, hasta que se acallo todo ruido. Entonces,
hablo a los hombres, mujeres, nirios y sirvientes
sentados delante de el.
-Otro säbado ha llegado. jDios sea alabado
por su bondad y proteccion! Porque Natän lle-
go bien. Y por el Prometido.
Mäs alto aün que su padre, parecia un gigan-
te entre su fam ilia y amigos; sin embargo, ella
percibia una reverente humildad en su abuelo.
-^Que es säbado? -le susurro a su padre, pe-
ro el coloco su dedo sobre sus labios, en senal
de advertencia. Ella no habia notado antes la pi-
la de piedras cuidadosamente acomodadas al
lado de su abuelo. Su mente parecia estallar con
preguntas. De pronto, un sirviente levanto un
hermoso cordero y Io coloco en las manos de
Sepp, quien, con un golpe certero, Io degollo.
Sucedio tan räpido, que la nina solo pudo lan-
zar un grito sofocado de horror. Apenas si pudo
contenerse para no gritar. ^Se habia vuelto loco?
El viaje 41

Con sus mirada le rogo a Natän que le diera una


respuesta, pero sus labios solo pronunciaron la
palabra "Espera".
Con sus manos que chorreaban sangre, Sepp
coloco al cordero sobre el altar de piedras, y le
prendio fuego con una antorcha que le alcanzo
un sirviente. El olor de la carne que se quema-
ba se extendio por el lugar, y Shaina penso que
se iba a descomponer. Su abuelo inclino su
abultada cabeza y oro, pero ella apenas podia
concentrar su mente en sus palabras, aunque si
le escucho mencionar nuevamente al Prometi-
do. Aun despues de terminada su oracion, todos
permanecieron con las cabezas inclinadas en
oracion silenciosa. Lentamente, comenzo a es^
cucharse la conversacion, en tonos quedos, al-
rededor de ellos.
Mientras comian, le susurro a su padre:
-^Por que Io hizo? jFue terrible! Arruino todo
Io hermoso del momento. ^Por que estän todos
tan relajados, como si no tuvieran nada que ha-
cer?
Natän suspiro, sabiendo que tendria que ha-
berla preparado para esto.
-Shaina, todo tiene un profundo significado,
pero este no es el momento para discutirlo.
Mientras viajemos hacia el Eden, tu abuela con-
42 El canto de Eva

testarä tus preguntas. Desde ahora hasta mafia-


na de noche, a la puesta del sol, no se harä nin-
gün trabajo en este lugar. Es un tiempo para la
adoracion a Dios, para la com unicacion con el.
Esta es su orden. Hablaremos mäs de eso luego.
Ahora come, mi amor, y deja ya los pensamien-
tos profundos.
Natan mordio una manzana con sus fuertes
dientes blancos, y el jugo salto. Shaina sabia
que no habria mas respuestas esa noche.

Habian viajado ya durante seis dias a traves


de densos bosques, y dejaron aträs las praderas
de Havila. Sepp habia decidido que era dema-
siado peligroso para ellos seguir el cam ino que
pasaba a traves de las ciudades de las llanuras.
A lii, los hombres se disputaban el cuerpo y los
bienes del viajero, y era raro que alguna carava-
na pasara sin perdidas de vida o propiedades. El
hombre mayor se valio de su esplendida memo­
ria para encontrar un sendero a traves de las co-
linas, usado anos antes por sus antepasados.
Mando con ellos a Ruben, su mejor explorador.
Aun asi, seria un viaje desafiante, y ahora Natan
y Ruben cabalgaban adelante, siempre alertas,
barriendo el bosque con miradas escrutadoras y
El viaje 43

cautelosas. Abigail y Shaina los seguian, y de-


träs cabalgaban cuatro sirvientes, altos y fuertes
como robles, para protegerlas. Unas pocas bes-
tias de carga, cargadas de provisiones, se reza-
gaban tras eilos.
-Solo ocho contra el peligro -habia dicho
Shaina, mientras montaban sus caballos la pri-
mera manana.
-Nueve -corrigio Abigail- Dios va adelante
y en medio de nosotros. Nunca olvides eso.
Todo el clan se habia reunido alrededor de
ellos, y Sepp habia orado solemnemente por su
seguridad y por el exito de su mision.
Ahora, los elevados ärboles habian dado lu-
gar, por fin, a un claro, y siguieron las orillas
arenosas de un lago extenso. La luz del sol bri-
llaba sobre el agua clara y verdosa, para cente-
llear sobre las pepitas de oro, mucho mas aba-
jo. Shaina rogo a su padre que se detuvieran y
armaran campamento en este lugar de luz y de
maravilla. Habian avanzado a paso räpido, asi
que Natän, como sabia que su madre necesita-
ba tiempo para realizar los preparativos para el
säbado, hizo un alto. Un leon largo y agil cami-
ηό por la playa, con los müsculos encrespados
bajo su piel dorada. El corazon de Shaina le
martillo en el pecho, pero la bestia se aparto de
44 El canto de Eva

ellos y se interno en el bosque. Natan, que le-


vantaba la pequefia tienda donde dormirian
Shaina y Abigail, se percato del temor de su hi-
ja.
-Aqui, donde el hombre viene poco, ellos
simplemente mantienen la distancia. Es solo en
los lugares en que han sido cazados y matados
donde se vuelven crueles.
Despues de que todos se hubieron dado un
bano refrescante, los hombres se extendieron
sobre la arena, dejando que el sol penetrara en
sus cuerpos. Shaina y Abigail se sentaron sobre
una roca lisa, dejando colgar sus pies dentro del
agua y tratando de identificar las flores exoticas
que florecian a su alrededor. Haciendo girar una
flor amarilla en su mano, la nifia reunio coraje
y exclamo:
-^Por que el abuelo quemo el cordero?
La mujer sonrio, mientras los rayos del sol ju-
gaban sobre sus rasgos bronceados y fuertes.
-M e preguntaba si tu padre te habria explica-
do eso. Es realmente un acto extrano, si no sa-
bes su significado. ^Recuerdas que te hable
acerca del Prometido? Bien, Set dijo: "El debe
morir. El debe derramar su sangre por nuestros
pecados". Todo es un gran misterio, pero Dios
quiere que lo tomemos en serio, para que com-
El viaje 45

prendamos el terrible precio del pecado. Asi


que nos ha instruido que matemos una oveja,
una oveja perfecta, porque representa a Aquel
que debe morir, y que Io quememos sobre el al­
tar. Cada vez que Io hacemos, recordamos que
es nuestro pecado el que trae la muerte al cor-
dero inocente; pero, mucho mejor que eso, a
Uno que vendrä. Tu abuelo ofrece un cordero
por nuestro campamento cada sexto dia, a la
puesta del sol, cuando comienza el säbado. Aun
cuando lo he visto hacerlo cientos de veces, mi
corazon aün se detiene ante el terrible acto y su
significado.
-El cordero que mato el abuelo, ^cubrio mis
pecados tambien, o solo los de ustedes, que'son
seguidores de Dios?
-Cuando venga el Prometido, Shaina, el mo-
rirä por todos. Algunos aceptarän su sacrificio, y
algunos se burlarän y Io negarän. Si tu crees y
obedeces, es para ti.
-Tengo otra pregunta que hacerte, abuela.
Shaina chapoteo los pies, ociosamente, en el
agua clara y tibia.
-Yo no entiendo el asunto del säbado. ^Por
que el septimo dia es diferente del resto?
-^No te ha dicho nada tu padre? En tu hogar,
^no se reverencia el säbado?
46 El canto de Eva

Abigail la miro, estupefacta.


Al comprender el dolor que infligia, la nina
sacudio la cabeza.
Su abuela suspiro.
-Cuando Dios termino de crear el mundo,
hija mia, toda esta belleza que estä aqui, delan-
te de nosotros, le gusto mucho lo que habia he-
cho; asi como tü y yo miramos nuestros jardines
despues de un dia de trabajo y estamos compla-
cidas. Habia estado seis dias realizando su ma-
ravillosa actividad, y declaro al septimo como
un periodo de descanso y regocijo; un tiempo
para disfrutar de sus nuevas creaciones y para
que disfrutemos de el. Dios Io llamo säbado, y
el establecio una regia muy simple: que noso-
tros tambien deberiamos descansar y regocijar-
nos en ese dia. No realizar ningun trabajo. Solo
gozar de su presencia.
-Eso es hermoso. Realmente hermoso -suspi­
ro Shaina-. Oh, cuänto hubiera deseado saber-
lo antes. ^Por que papa nunca me lo dijo?
Su abuela le tomo la mano y permanecieron
sentadas bajo el sol, en silencio, contentas con
su nueva cercania, hasta que, finalmente, Abi­
gail se levanto y desperto a un sirviente para
que encendiera el fuego.
-Debemos cocinar algo para manana, Shai-
El viaje 47

na, y celebraremos el säbado aqui, en este bei Io


lugar. Pärece que el Eden mismo no podria ha-
ber sido mäs hermoso.
Mas tarde, en la oscuridad, junto al fuego,
Shaina le pregunto a su padre:
-^Por que nunca nos hablaste del säbado y
nos mostraste como observarlo?
Su padre rio amargamente.
-Tu madre no tolera tales actos de adoracion,
y sus sagradas imägenes se golpearian sus pla-
teadas cabezas con el solo pensamiento de la
presencia de Dios en la casa. Son dos mundos
separados, pequena, y, al casarme con tu ma­
dre, yo hice mi eleccion. Te traje aqui para que
tü pudieras hacer la tuya.
Sus palabras hicieron nacer en ella, otra vez,
un persistente desasosiego.
Dos semanas mäs tarde, el pequefio grupo si-
guio un arroyo ancho e impaciente, que salia de
las colinas hacia el valle del Eden. Cuidadosa-
mente, habian rodeado un ärea habitada por gi-
gantes, habian perdido su camino durante tres
dias, y habian visto extranas y enormes bestias,
que fäcilmente podrian haberlos hollado en la
marga del suelo boscoso si Io hubieran querido.
Los hombres aclamaron con fuerza cuando de-
jaron el bosque a sus espaldas.
48 El canto de Eva

-En lugar de hacer todo ese bochinche, N a­


tan, podriamos, mejor, agradecer al Dios del
cielo por habernos traido con toda seguridad a
nuestro destino -Io reprendio Abigail, acercan-
do su caballo junto a su hijo.
-Tienes mucha razon, mi madre.
Natän reunio al pequeno grupo, y oraron en
tono bajo. En la verde ladera, los caballos esta-
ban parados sobre pasto fragante, que les lle-
gaba hasta las rodillas. Al curvarse las cimas de
los cerros hacia abajo, hacia el valle, grandes
acantilados blancos encerraban en una hondo-
nada una extension de tierra, protegiendola
completamente de la vista.
-Ese -hablo Ruben reverentemente- es el
jardin.
-Es enorme.
Shaina noto la sorpresa en la voz de su
abuela.
-Siem pre me Io imagine mäs como del ta-
mano de nuestras tierras en casa.
-D icen que Neva tres dias de viaje recorrer
su extension. En cada punto, los acantilados
impiden la entrada, excepto a las puertas. En
mi ninez, mi padre me contaba mucho acerca
de este valle.
Los ojos de Ruben recorrieron las paredes
El viaje 49

blancas.
-Nunca sofie que tendria la oportunidad de
contem plarlo con mis propios ojos.
-N i yo tampoco -se hizo eco Abigail suave-
mente.
Un campamento grande, a dos o tres kilome-
tros de distancia, se extendia hacia el pie de los
cerros de otra region elevada, y Shaina supuso
que era el hogar del patriarca Adän, el padre de
todos ellos. Comieron sobre la ladera, saborean-
do el momento, apenas dändose cuenta de los
panecillos de trigo e higos secos que consu-
mian. Hablaron poco; cada viajero estaba ocu-
pado con sus propios pensamientos.
Cuando finalmente siguieron adelante, Shai­
na cabalgo junto a su padre, deseando compar­
er la experiencia con el. Siguieron los acantila-
dos por varias horas, y llegaron, al fin, a un sen-
dero que descendia hacia el valle. En medio de
la creciente oscuridad, una extrana luz morteci-
na brillaba sobre el camino de tierra, aunque el
sol hacia rato que habfa descendido deträs de
los ärboles.
-^Que es eso? -pregunto Shaina, intranquila.
Pero nadie contesto, porque nadie sabia.
Solo al llegar al terreno llano, al pie del acan-
tilado, pudieron ver alia, en Io alto, el espectä-
50 El canto de Eva

culo mas imponente que cualquiera de eilos


presenciaria alguna vez: delante de la entrada
del Eden habia dos seres, imponentes en tama-
no y belleza. Sus alas formaban un arco sobre
un punto central entre ellos. De alli, emanaba
una luz brillante que giraba y resplandecia con
la gloria de Dios, y arrojaba dedos de fuego ro-
jos y dorados que rasgaban el cielo, que se os-
curecia, la tierra cubierta de sombras y los cora-
zones temblorosos del grupito de Natän. Se
apearon de sus cabal los y cayeron al suelo, ate-
rrorizados. Nada los habia preparado para tal
escena. ^Estaba Dios enojado por su presencia?
^Estaban invadiendo terreno santo? ^Moririan?
Con esa gloria, que la traspasaba exponiendo su
ser interior, Shaina, de pronto, retrocedio ante el
egoismo que percibio en ella. Cada palabra des-
honesta o petulante que habia pronunciado al­
guna vez ahora gritaba en su memoria. Por pri-
mera vez fue consciente de cada vicio del cual
era capaz. Ella misma era pecado. Durante Io
que parecia una eternidad, derramo sus lägri-
mas sobre la tierra negra y fertil del valle de
Eden, hasta que sintio una mano sobre su hom-
bro, que suavemente la levantaba, apartandola
de la luz.
-Ven, criatura, no moriräs; por Io menos, no
El viaje 51

ahora. No a causa de esta luz.


La voz animo a los demäs a que se levanta-
ran y los guio, mientas tropezaban como hom-
bres ciegos, a cierta distancia de los ängeles y
de la gloria que penetraba el alma.
-^Que es eso? -expreso Shaina nuevamente
la pregunta que habia hecho anteriormente so-
bre el sendero.
-Es la presencia de Dios que guarda la puer-
ta -dijo la mujer calladamente, como si Io hu-
biera repetido mil veces antes.
Solo entonces, Shaina la miro y supo, al ins­
tante, que era Eva, la madre de la humanidad; o
la traidora de la humanidad, como Ona solia
llamarla. Shaina se habia imaginado una vieja
arrugada y encorvada. Pero Io que vio fue un
rostro todavia muy joven, sorprendente en su
belleza, con una tristeza que partia el alma, pe­
ro que, al mismo tiempo, brillaba con una paz
imperturbable. Podria haberse quedado mirän-
dola para siempre.
Natän hablo en el tono amable que Io carac-
terizaba.
-Gracias por venir a nosotros. Es una expe-
riencia realmente aterradora encontrarse con
ese resplandor. Τύ debes ser Eva. Memos viaja-
do muchos kilömetros para contemplar el jardin
52 El canto de Eva

y conocerte a ti y a Adän. Pero no queriamos


causaries inconvenientes.
Eva rio, y el sonido de su risa era como una
pequena cascada bajo la luz plateada de la lu-
na.
-^Pueden imaginarse cuäntas personas ate-
rrorizadas he arrastrado desde ese lugar? Aun-
que ya no muchos. Los burladores estän todos
ocupados con sus proyectos malvados, y los
adoradores son pocos. Sientanse libres de pasar
la noche en cualquier parte en el valle. Estän se-
guros aqui. Les traje comida.
Coloco un pan tibio en las manos de Abigail,
y una cazuela de guiso de lentejas en las de
Shaina.
-Adän y yo los observamos mientras rodea-
ban los muros esta tarde.
Antes de que pudieran expresar su gratitud,
Eva habfa desaparecido en medio de la oscuri-
dad. Casi sin decir palabra, armaron el campa-
mento y comieron, como si la divina luz los hu-
biera dejado mudos. Aun ahora se reflejaba en
forma intermitente sobre los costados de la tien-
da de Shaina, a pesar de que la habian levanta-
do a cierta distancia de la entrada al Eden.
-Abuela -susurro suavemente-, este es un lu­
gar sagrado.
El viaje 53

Pero Abigail dormia y no respondio. Shaina


se deslizo silenciosamente de la tienda y se
arrodillo dirigida hacia la luz. No sabia por que
hacia esto, y aün el dia anterior el pensamiento
de hacerlo la hubiera sorprendido. Pero ahora
parecia que eso era Io correcto. Las palabras
acudieron räpidamente a sus labios.
-Oh, Dios Todopoderoso —dijo ella-, soy pe-
cadora; Io comprendo ahora. Comparto la rebe-
lion de mi raza. Pero creo en el Prometido. De
algiin modo, yo se que tü me hablaräs. Enseria-
me Io que tu deseas de mi.

Cuando el sol de la manana comenzo a do-


rar el valle, inundando los prados y campos de
las extensas propiedades de Adän y Set, la luz
no parecia tan amenazante. Enseguida, despues
del desayuno, Shaina rogo visitar el campamen-
to de Adän.
-No puedes sencillamente ir y quedarte mi-
rändolos como si fueran curiosidades, mi amor
-le advirtio Natän-. Es un poco violento, a me·
nos que ellos nos inviten.
Pero ella suplico tan ardientemente, que su
padre finalmente accedio, y Shaina se encami-
ηό sola hacia los sonidos de voces humanas y
54 El canto de Eva

de ovejas que balaban. Llego a un cam ino bor-


deado con arbustos y brillantes matas de flores
escarlata, obviamente todas atendidas con amo­
roso cu idado, y, mientras sus ojos estaban ab-
sortos en su belleza, alguien se dirigio hacia
ella.
-*Te gustan? Son las favoritas de Adän - dijo
la mujer alegremente.
Sorprendida, Shaina miro nuevamente el ros-
tro de belleza inigualable, cälido y bondadoso,
y en este momento tocado con un dejo de hu­
mor. Antes de que pudiera contestar, Eva conti-
nuo.
-Pense que vendrias temprano, asi que vine
caminando para encontrarte. Tienes la impa-
ciencia de la juventud y, Io he sentido, un cora-
ζόη hambriento por Dios. Ven, quiero mostrarte
los jardines de Adän. M i esposo estä ansioso por
conocerte. 1:1 ya no sale tanto a los campos; hay
muchachos mäs jovenes para eso. Pero ama sus
flores.
-N o puedo creer que estoy aqui contigo.
La nina miro a su companera con respeto.
-Recuerda, Shaina... ^no es asi como te lla-
mo tu padre?: Adän y yo somos pecadores nece-
sitados de la sangre del Prometido. En realidad,
nosotros somos los primeros entre los pecado-
El viaje 55

res, porque nosotros caminamos y hablamos


con Dios y, sin embargo, dudamos de el; o por
Io menos yo Io hice. No me mires con asombro.
Antes de que te vayas, quiero que entiendas la
tragedia que sucedio aqui.
Dejaron el camino sombreado y entraron a
los jardines mäs exquisitos que Shaina habia
contemplado alguna vez. Rosas, häbiImente po-
dadas y cuidadas, florecian en todas partes con­
tra un fondo de arbustos de hojas perennes y
lustrosas. Lugares de suaves pastös verdes que-
braban la profusion de color, y las fuentes arro-
jaban sus aguas en estanques transparentes.
Shaina aspiro y mantuvo la respiracion. Tenia un
deseo arrollador e imposible de que Ira pudiera
estar parado junto a ella, para ver esta maravi-
lla.
Un hombre de presencia destacada hablo
desde una altura mucho mayor que la de su
abuelo.
-Tu eres una amante de la belleza. Estä escri-
to sobre todo tu rostro, hija mia. jßienvenida!
Dejame que te muestre.
'Ύο soy su hija", penso Shaina, asombrada.
"Hueso de sus huesos, carne de su carne". Im-
pulsivamente, ella apoyo su joven mejilla con­
tra su brazo poderoso, y el sonrio deleitado y le
56 El canto de Eva

dio un abrazo cälido. No parecia tan anciano,


pero sus pasos eran lentos, aunque deliberados.
Alguna vez, ella Io sabia, habian sido räpidos y
seguros. Al mostrarle cada planta y hablar de
sus häbitos y cuidados, ella no sintio el mäs le-
ve indicio de su provecta edad en su voz; solo
interes y entusiasmo.
-Has reproducido aqui el jardin en toda su
gloria, ^no es cierto? -pregunto finalmente Shai-
na, ansiosamente.
-Oh, criatura -se apresuro a responder, co-
mo para disipar su error räpidamente-, estäs
equivocada. Es verdad que lo he intentado, pe­
ro aqui, con los yuyos y los insectos que destru-
yen, no existe comparacion. Recuerda tambien
-y sonrio tristemente-: Dios creo ese jardin. El
hombre no puede hacer otro como aquel.
Se sentaron sobre un banco junto a un estan-
que, donde rizados lirios blancos se inclinaban
sobre sus propios reflejos en el agua. Una mari-
posa, violeta y azul, y grande como la amplia
mano de Adän, revoloteaba de flor en flor. Una
pregunta quemaba en la mente de Shaina, y na-
da podria haberle impedido formularla.
-Anoche, mientras yacia frente a la luz, fui
consciente de toda mi... ^como la llamas?, ^pe-
caminosidad? jFue terrible! M e senti impura en
El viaje 57

la presencia de esa luz, en la presencia de Dios.


Senti mi completa incapacidad para llegar a ser
pura como para cam inar con Dios como su
amiga, de la manera que ustedes dos Io hicieron
en el Eden. Aün si el Prometido muere, ^como
podremos alguna vez llegar a ser limpios y dig-
nos de su presencia?
-Nosotros mismos no Io comprendemos to-
do completamente, Shaina -contesto Adän pen-
sativamente-. Los caminos de Dios siempre se-
rän un misterio para nosotros hasta cierto pun-
to; pero parece que la sangre del Prometido pa-
garä la deuda. Cuando hay pecado, siempre el
resultado es la muerte; la muerte eterna, una se-
paracion total y terrible de Dios. El Prometido
morirä esa muerte por nosotros. Pero harä mäs,
si se Io permitimos. El entrarä a morar en nues-
tra propia carne y mente, hasta que su pureza se
transforme en nuestra pureza, y seamos limpios
nuevamente. No es un proceso fäcil, y requiere
cooperacion y sumision de nuestra parte, y una
cierta sed de el. Es largo y doloroso, y sin em­
bargo gozoso, al mismo tiempo. Podriamos
arrojar al desecho todo Io que hemos ganado,
en un momento de debilidad, pero podemos
colocarnos nuevamente en sus manos, vencidos
y desesperados, y aferrarnos a su misericordia.
58 El canto de Eva

^Eres valiente, criatura, Io suficientemente va-


liente?
-Yo no Io se -admitio Shaina, honestamente.
M i madre es adoradora de imägenes, y mi pa­
dre... Bueno, mi padre es un creyente, pero el
no es valiente.
-Oraremos por ti -le aseguro Eva bondado-
samente, rodando con su brazo los hombros de
Shaina-. Cuando ofrezcamos sacrificios delante
de la luz, oraremos por ti.
Mas tarde, Adän los llevo a todos nuevamen-
te alrededor de los jardines, y desenterro bulbos
para que Shaina y Abigail llevaran a su casa. Al
atardecer se sentaron alrededor de una mesa
colmada con la abundancia de los campos de
Adän y las bolsas de Abigail. Cuidadosamente,
el la habia guardado las ricas frutas desecadas y
las grandes nueces que habia empaquetado co-
mo regalos. Mientras comian, Adän hablo de los
primeros afios despues de que tuvieron que
abandonar el jardin. No habian tenido herra-
mientas ni conocimiento, y solo por ensayo de
prueba y error habian domesticado el yermo.
-Eso no fue todo -agrego Eva, a I recordar-
Estaban las burlas de los otros, nuestra propia
cam e y sangre, su enojo por nuestro fracaso.
Nuestros hijos y nietos nos ridiculizaban y ame-
El viaje 59

nazaban. A veces temiamos por nuestras vidas.


Y eilos odiaban a Dios. Tal vez sea por eso que
comenzaron a adorar a los dioses de su propia
imaginacion, dioses a quienes no odiaban ni te-
mian.
-Aun eso no fue Io peor -dijo Adän, sereno-.
La muerte de Abel, eso fue Io peor de todo; pe-
ro Eva no puede hablar de eso.
"Todos estos cientos de anos", penso Shaina,
mientras miraba los ojos obsesionados de Eva,
"y el dolor estä aun fresco. Tal vez uno nunca se
recupera de ese primer encuentro con la muer­
te".
-Pero aqui estamos hablando de tristezas,
cuando hay tanto por Io que regocijarse.
Adän hizo girar la conversacion räpidamente
hacia la preciosa promesa de Dios y el tan espe-
rado Libertador.
-No importa cuänto esperemos, el vendrä.
Recuerden esto, mis amigos, aun despues de
que yo duerma en la buena tierra. No temo el fi­
nal. Hemos conocido el terrible dolor todos es­
tos anos, al observar como la muerte invadia el
planeta. El pecado ha sumergido a nuestros hi-
jos y a los hijos de nuestros hijos, y hemos be-
bido la copa de culpabilidad hasta sus amargas
heces. Una y otra vez hemos rogado a nuestros
60 El canto de Eva

descendientes que se humillaran delante de


Dios, solo para que se rieran en nuestros rostros
o nos griten sus acusaciones. No, la muerte no
encierra temor para nosotros. ^Estoy en Io co-
rrecto, mi querida?
Eva, sonriendole pensativa, tomo su mano y
asintio.
Shaina entendio entonces que ningün jardin,
por muy hermoso que fuera, podia alguna vez
borrar la agonia que eilos habian soportado, y
su propio corazon se conmovio con simpatia.
-Hemos tratado de ayudarles a entender a
nuestros descendientes -explico Eva tristemen-
te; su voz era apenas un susurro- que la tristeza
de Dios por nuestra perdida excede la nuestra.
No se pueden im aginär-continuo ella, con los
ojos iluminados- Io que era estar con el, encon-
trarlo de pronto a tu lado, al atardecer, sentir el
poder de su presencia quemando en tu alma
aun antes de que se hiciera visible. Se gozaba
tanto con nuestro entusiasmo frente a cada nue-
vo asombroso descubrimiento de su creacion.
Al darme vuelta, a veces, podia captar la delicia
en sus ojos al observarnos, y me sentia querida,
segura y satisfecha. Yo se del dolor que le he
causado todos estos afios.
Su voz se quebro.
El viaje 61

-Y el precio que le costarä a el. Lo extrafio.


Siempre lo echo de menos. Y escuchar que lo
maldicen e insultan, a mi precioso Amigo, los
de mi propia carne y sangre, es casi mäs de lo
que puedo soportar.
-Unos pocos han escuchado nuestras pala-
bras -la consolo Adän, rodeändola con su bra-
zo. Pero, en su rostro, Shaina leyo tal sufrimien-
to como nunca habia visto sobre un rostro hu-
mano-. El hombre nacido en pecado ya no en-
cuentra atrayentes las cosas de Dios. Requiere
una larga, lenta y milagrosa conversion traerlo
nuevamente a una relacion de armonia con su
Hacedor; y pocos se someterän al proceso, por-
que es tanto mäs fäcil simplemente gozar de la
abundancia de la tierra y gratificar cada impul-
so. Y sobre nosotros descansa la carga de este
conocimiento: la vileza del hombre, su cruel-
dad, su avaricia. jTodo nuestro legado a aque-
llos para quienes Dios planeo tanto!
Natän tomo su arpa y, suavemente, en la os-
curidad, con la luz que jugaba sobre la mesa y
los rostros seriös que la rodeaban, arranco de
sus cuerdas aquella antigua e inolvidable melo-
dia. Pära su asombro, Eva comenzo a cantar la
historia de la perdida y la tristeza, que fluia sin
esfuerzo de sus labios. Su voz clara y dulce, que
62 El canto de Eva

temblaba de vez en cuando, se entretejia alre-


dedor de la rrmsica como una guirnalda de flo-
res. Cuando Natän dejo su arpa, solo se escu-
chaban sonidos de sollozos, y Shaina supo que
fue de Eva misma de la que habia brotado aquel
canto.
A haina, profundamente pensativa, carpio
jcuidadosam ente alrededor de los narcisos
florecidos. "Q ue hermoso", penso el la, "el
amarillo suave contra la roca gris". Durante do-
ce anos habia cuidado las plantas que habia
traido del valle de Eden, y cada vez que flore-
cian renovaba sus votos de lealtad al Dios de
Adän. Este pequeno jardin enclaustrado habia
llegado a ser su refugio, cuando el mundo rui-
doso ridiculizaba su lealtad y trataban de co-
rroer su sencilla fe. Al principio, habia tenido la
esperanza de que su padre se le uniera en la
adoracion a Dios cada säbado; pero, a su regre-
so del Eden, habia parecido preocupado: casi
no se daba cuenta del gozo que el la habia en-
contrado. Ona no hacia esfuerzos por esconder
su desden y, si no hubiera sido por Ira, el jarcii-
nero, Shaina hubiera estado muy solitaria real-
63
64 El canto de Eva

mente. Pero, mientras trabajaban juntos en los


jardines, ella le habia contado acerca de la fir­
me esperanza de sus abuelos y de la experien-
cia en el valle de Eden. Ira le confio que el siem-
pre habia creido, pero no sabia como adorar a
Dios. Juntos, oraron e hicieron votos de esperar
pacientemente al Santo que habria de venir.
Pero ahora, algo habia sucedido que saco de
su quicio el ritmo imperturbable de los dias de
Shaina: a su puerta habia llegado un extrano, un
primo de la tierra del rio Havila; un hombre vi-
goroso, con la elegancia leonina de la fam ilia
de su padre. Un constructor de instrumentos
musicales, que deseaba establecer su negocio
en la ciudad. Natan, encantado de tener un pa-
riente en su medio, insistio en que se quedara
con ellos hasta que su negocio prosperara. Asi
que Ben se habia convertido en un miembro
mäs de la fam ilia y, desde el primer dia, Shaina
sintio que sus ojos la admiraban y la seguian a
todas partes.
Ira hablo ahora, mientras recortaba una pe-
quena y ansiosa enredadera de hojas perennes,
que trepaba profusamente sobre la pared de
piedra.
-El joven, obviamente, te encuentra encanta-
dora. ^Que piensas tu?
El predicador 65

Sonrojändose, Shaina enterro su herramienta


en ei suelo con mäs fuerza de la necesaria.
-Yo soy muy inexperta en estos asuntos. He
ignorado a todos los jovenes que mamä trae a
casa, porque son criaturas violentas y profanas,
que no conocen a Dios. Preferiria vivir sola pa­
ra siempre a casarme con uno de eilos y tener
que inclinarme ante sus dioses repugnantes. Pe-
ro este hombre de Havila... seguramente el ado-
ra al verdadero Dios. £l credo en los campos de
Sepp. ^Como podria ser de otro modo?
-^Y Io encuentras interesante? -sondeo el
viejo jardinero.
-Bueno -contesto la joven, levantando la vis­
ta timidamente del cantero de flores- me sien-
to absolutamente confundida en su presencia, y
mi corazon salta en mi pecho como un acroba-
ta en la plaza del mercado.
Ira rio para sus adentros y siguio con su tra-
bajo, advirtiendo que ella sonaba mäs de Io que
carpia.
Esa tarde, mientras la fam ilia descansaba en
la sala de marfil, junto al hogar encendido que
entibiaba el aire fresco de la primavera, Ona ha-
blo sentada en una alfombra de piel, que com-
partia con Natän.
-Creo que debemos preparar una fiesta en
66 El canto de Eva

honor a Ben, para presentarlo a la gente de la


ciudad. Su vida necesita algo mas que el traba-
jo y las tranquilas tardes aqui, con nosotros.
Ella le sonrio al hombre alto, que todavia lle-
vaba algo de su herencia campesina.
Shaina se preguntaba en silencio si a su ma-
dre el le recordaba a Natan, cuando, todavia
tostado y barbudo, arribo a la ciudad muchos
anos antes, proveniente del valle escondido de
Havila.
-Tendremos fiesta y danzas, y esta sala se lle-
narä con las risas y la rndsica, y me olvidare de
que ya no soy una nina.
Los ojos de Ona brillaban al resplandor del
fuego, y anadio.
-^Que dices, Ben? ^No te alegraria la vida?
El joven barbudo levanto la vista del instru­
m e n t que estaba encordando y rio, mostrando
una hilera de dientes blancos, que quebraba la
armonia de los marrones dorados del cabello y
de la piel.
-Τύ haces que parezca muy excitante, Ona.
Pero yo no se nada de danzar, absolutamente.
-Tomas un poquito de vino, y entonces te
pones tan bueno como el resto —dijo Natan, so-
carronamente-. De cualquier modo, las mujeres
son las que se prestan mejor para la danza.
El predicador 67

-M e sentiria honrado de conocer a sus ami­


gos.
Ben extendio sus dedos sobre las cuerdas,
frunciendo el cefio en un gesto de concentra-
cion.
-Shaina, ^que dices tü de todo esto?
-A ella no le gustan nuestras diversiones
-contesto la madre en lugar de la hija—. Ella
piensa que todos nosotros somos unos impios.
Ona siempre dejaba a la nifia sintiendose in-
comoda, y esta noche, con los ojos de Ben so­
bre ella, Shaina titubeo mientras buscaba las pa-
labras.
-No estoy segura de que te agrade el tipo de
celebraciones que tenemos aqui, en la ciudad,
Ben; aunque mi madre solo busca tu felicidad.
Es verdad, a mi no me gustan.
Con sus ojos verde mar seriös y de mirada in-
tensa, permanecio sentada timidamente, con su
sencillo vestido de lino y el cabello cobrizo ca-
yendole sobre los hombros.
-^Pero vendräs, para agradarme? -le pidio
Ben.
Ben la miro con ojos atrevidos y alegres, y su
corazon comenzo nuevamente con esas ridicu-
las cabriolas.
La dama mayor interrumpio nuevamente,
68 El canto de Eva

con su habitual tono burlon.


-jN o, Ben! Nunca la vas a persuadir, porque
sera la tarde y la mafiana del septimo dia, y
Shaina no colocaria su piececito santo en nues-
tro alborotado medio durante esas horas sagra-
das.
Natan coloco su mano sobre el brazo de su
esposa.
-Por favor, Ona. Ya es suficiente. Shaina tie-
ne derecho a sostener sus convicciones.
-Ella estaba Io mäs bien hasta que la arras-
traste al Eden. Despues, ella regreso mäs hija de
Abigail que mia; y los anos no han ayudado.
Muestrame alguna otra nina de 27 anos que re-
huya la danza y la compania de los jovenes.
Pronto la desposare con el hijo de Zim ri, y se
verä forzada a tomar su lugar dentro de la socie-
dad de esta ciudad, y dejar esta vida de campe-
sina en los jardines, con Ira.
El corazon de Shaina se detuvo. Ella conocia
bien al hijo de Zim ri, un elegante canalla acau-
dalado de ojos crueles.
Natan hablo, y en su voz habia una furia que
ella nunca habia oido antes.
-jNuestra hija nunca sera desposada con
ningun hombre contra sus deseos, Ona!
Ben se levanto de su banco, e hizo senas a
El predicador 69

Shaina para que Io siguiera. Levanto su largo


abrigo de lana y Io coloco sobre los hombros de
ella, mientras entraban en los jardines.
-Lamento haberte metido en esto. Supongo
que hay emociones contenidas bastante fuertes
alii. Yo no esperaba encontrar aqui, en la ciu-
dad, a nadie que retuviera las creencias anti-
guas. M e acuerdo de la vez que visitaste Havi-
la. Pense que eras la nina mäs hermosa que ha-
bia visto, y ahora, que eres una mujer, eres aun
mäs bella.
-Gracias, Ben. Habia tantos primos a lli esos
pocos dias que estuve en Io del abuelo, que no
tuve tiempo de diferenciarlos a todos, pero me
encanta tenerte aqui, con nosotros. Como pue-
des ver, mi madre se disgusta a causa de mis
creencias, pero yo la amo profundamente, y yo
se que ella me ama tambien. Aunque no enden­
de mi necesidad de seguir al Dios de Adän.
^Que haräs acerca de sus planes para la sexta
noche?
-Asistire -dijo Ben suavemente.
-^No consideras sagradas las horas del säba-
do? ^No has visto al cordero quemado sobre el
altar, y no conoces su significado santo? ^No
quieres recibir y tener comunion con Dios du­
rante las horas especiales que el comparte con
70 El canto de Eva

nosotros? Creeme, Ben, la fiesta de mamä no se­


ra ningün lugar para un seguidor del Prometido,
en la vispera del säbado o en cualquier otro dia.
-Yo estoy cansado de ese estilo de vida cam-
pesino. Tü estuviste a lli solo por poco tiempo.
Era una novedad para ti, pero yo quiero ver co-
mo viven otros hombres.
-Lo veräs, y muy bien, en esta ciudad.
Su voz sonaba nerviosa, a causa de la desilu-
sion.
-Veras a los bebes ofrecidos sobre altares,
mientras sus madres, semidesnudas, saltan y
danzan a la luz del fuego como si sus corazones
no se estuvieran destrozando por dentro. Veras
la depravacion en todos sus inmundos detalles.
Los hombres te abordarän en las calles y en tu
lugar de trabajo, buscando tu cuerpo para satis-
facer sus viles pasiones. Tu mejor amigo puede
desaparecer, para no volver nunca, porque al-
giin ladron lo ha acuchillado a muerte y ha arro-
jado los pedazos a los perros, por lo que fuera
que contuviera su bolsa. El dia llegarä, Ben,
cuando anhelaräs ver a las ovejas pastando en
las colinas de tu pacifico valle y oir la voz de
Sepp que se eleva en oracion.
De pronto, el la atrajo hacia si, alli, en la no-
che calma y fresca, y la beso tiernamente.
El predicador 71

-N o quise perturbarte, Shaina. Si tu hubieras


estado en Havila, yo nunca me hubiera ido. Se
que tienes la razon, pero me sentia confinado
alii, ansioso por ver mäs allä de las colinas. Tal
vez, despues de la iniciacion de tu madre esta-
re contento de regresar. ^Te irias conmigo?
Todo dentro de ella anhelaba decide que si a
este hombre a quien conocia tan poco, pero
una voz interior le instaba a actuar con cautela.
-Lo pensare -contesto, con voz todavia inse-
gura por aquel primer beso inesperado.
En la noche de la celebracion, la casa estaba
muy iluminada, con lämparas de arcilla brillan-
do por todas partes, aun a lo largo de los cami-
nos que atravesaban los jardines. Desde las ven-
tanas abiertas en par en par flotaba en el aire la
nrmsica del arpa de Natän y la flauta de Ben, y
las risas y los cantos llenaban las habitaciones.
Parada en una pequefia terraza unos pocos pa-
sos mäs abajo de su dormitorio, Shaina observa-
ba las festividades, y su corazon se dolia al ver
a Ben, copa en mano, admirar atrevidamente a
las mujeres, al tornarse cada vez mäs sugestivas
sus danzas.
"Para esto vino", penso ella tristemente.
"Em ocion. El tentador que Eva encontro en
Eden, tiene mil maneras de apartar a los hom-
72 El canto de Eva

bres de Dios, y Ben ya estä deslumbrado". Pero,


^que era Io que el le habia dicho? *Que despues
de esa noche tal vez regresaria a su casa, y que
la llevaria con ei? Ella sabia que irfa de vuelta a
Havila. A las noches tranquilas junto al grande
y brilloso rio, y al seguro refugio del cuidado
amoroso de Ben, para siempre. A lli, tendrian hi-
jos para sentarse a las mesas de Sepp, y ella
nunca seria diferente ni estaria solitaria otra vez.
Decidio ir a su propio jardin enclaustrado, mas
allä de las risas estridentes y los horribles cantos
de los ebrios, para orar. Pero, cuando estuvo en-
cerrada en su fresco y quieto aislamiento, no
podia entrar a la presencia de Dios: algo dentro
de ella, fuertemente agazapado y expectante,
rechazaba, por primera vez, la paz de este ama-
do lugar. De algün modo, presentia que Io que
ella tenia alii, con Dios, podria pedir un precio
demasiado alto para ella. No podia orar esa no­
che, pero, en cambio, se sento sobre una roca,
junto a una corriente que burbujeaba sobre y
entre las rocas. AI observar las enormes nubes
pasajeras que se deshacian en estelas de espu-
mosa blancura, ella esperaba, casi sin saberlo,
escuchar los pasos de Ben. Por Io cual, cuando
el llego, no estaba tan terriblemente sorprendi-
da.
El predicador 73

-Pense que te encontraria aqui.


Rarecia tan alto a la luz de la luna, mäs fuer-
te y vigoroso que los hombres de la ciudad que
ella conocia, vestido con una tünica corta y un
cinto, con correas de cuero atadas alrededor de
sus musculosas piernas.
-Ven conmigo a la fiesta. Estän por comen-
zar a comer. No necesitas quedarte mucho
tiempo.
t\ vacilo, y entonces se acerco. Ella podia
percibir el olor del vino en su aliento y, por un
breve instante, penso en como Abigail lamenta-
ria su perdida de la inocencia.
-Solo quiero que ellos vean cuän hermosa
eres; y que yo no estoy tan solo, despues de to-
do.
Su resolucion se hizo afiicos. *Solo? ^Ben, es-
te elegante hombre de Havila? ^Estaba el, real­
mente, incomodo en la compafiia de los sofisti-
cados amigos de Ona? Su necesidad de ella to­
co su corazon como ningün otro argumento Io
podria haber hecho, y ella se acerco a su lado,
indicando su disposicion a ir.
-Solo por un momento, Ben; solo hasta que
hayas conocido a algunas personas y te sientas
mas comodo. Yo no estoy vestida para una oca-
sion tal. ^Estäs seguro de que quieres ser visto
74 El canto de Eva

conmigo?
Ben miro el vestido verde pälido, cenido de-
licadamente sobre un hombro, y supo con cer-
teza que ella seria, en su sencillez, la mujer mäs
hermosa de la reunion.
-Estaräs muy bien -contesto el, riendo suave-
mente-. Tu eres una verdadera nifia de Havila.
Hermosa en la mejor de las maneras.
Ella deseo que no hubiera dicho eso. Le re-
cordo a Abigail, y esta noche ella no queria pen-
sar en su abuela. No en la sexta noche, cuando
Sepp mataba el cordero por los pecados de to-
da su familia.
Cuando entraron en la sala de marfil, todos
los huespedes reunidos alrededor de la larga
mesa instantäneamente callaron. Ellos sabian
que Natän y Ona tenian una hija, pero la habian
visto cada vez menos en anos recientes. Ahora
estaba de pie frente a ellos, del brazo del joven
bärbaro de las tierras de Natän, y se escucho un
murmullo de placer al observar a la elegante pa-
reja. Shaina, al mirar a sus padres, noto el triun-
fo en los ojos de su madre, y una triste sorpresa
en los de su padre. Por primera vez, ella enten-
dio como el habia vendido su alma por Ona.
Pero ella no seria tan necia. Esta noche, ella
ayudaria a Ben a encontrar aceptacion entre los
El predicador 75

astutos habitantes de la ciudad y, para manana,


el habria visto Io suficiente, y pediria a los pa­
dres de ella si podia llevärsela a Havila con el.
El consentimiento de su madre resultaria di-
ficil, pero su padre se regocijaria y, finalmente,
le permitiria ir.
El dia siguiente, sin embargo, no se produjo
tal milagro. Ben penso que la fiesta, que conti-
nuaba, era un enorme exito. Ona mantuvo las
mesas repletas de manjares. Natän participo de
las festividades solo en la medida en que Io de-
mandaba la cortesia, y Shaina se retiro a su ca-
ma tan pronto como la comida termino, des-
pues de medianoche.
Cuando, a la manana del primer dia, los ülti-
mos invitados se fueron hacia sus casas, Natän
contemplo, esceptico, el caos que habia queda-
do.
-^Estäs segura, Ona, de que valid la pena?
Su esposa se recosto cansadamente sobre un
sofä, y habia circulos oscuros debajo de sus
ojos.
-Oh, Natän, siempre eres tan negativo. Hay
sirvientes para que pongan la casa en orden
nuevamente. Y los invitados recordarän por lar­
go tiempo esta celebracion por tu pariente. Se-
räs considerado un anfitrion generoso, con una
76 El canto de Eva

esposa e hija hermosas. ^Que mäs podrias pe-


dir?
-Un jardin, cada rincon que no haya sido
manchado con las maldades de la humanidad.
Y una hija que retenga su sencillo amor a Dios.
-^De que estäs hablando? Shaina se quedo
apenas unas pocas horas la sexta noche, y eso
solo para com placer a Ben, estoy segura. De to-
dos modos, es tiempo de que ella ocupe su lu-
gar dentro de la sociedad. Escuch.e muchos
cumplidos entre los huespedes acerca de su be-
lleza. Con unas pocas joyas y algo de experien-
cia sobre cosmeticos, ella podria elegir entre los
jovenes, supongo. ^No estaräs orgulloso de ella,
Natän?
-Estoy orgulloso de su lealtad a Dios, Ona.
No quiero que eso se vea comprometido nunca.
-Tü no eres realista, mi amor. Ella no puede
pasarse el resto de sus dias sin mäs amigo que
el viejo Ira y un jardin enclaustrado por amante.
^No puedes advertir su gozo cuando estä con
Ben? £l es, tal vez, la respuesta de tu Dios a su
soledad. Despues de todo, el se crio en Havila,
estä acostumbrado a sus modos de adoracion y
toleraria las peculiaridades de Shaina.
-*Sus peculiaridades?
Su voz se elevo peligrosamente.
El predicador 77

-^Tolerarlas? Ona, yo no quiero para Shaina


un hombre que tolere su pureza. Q uiero uno
que la valore. Ben no es la persona. A su tiem-
po, Dios proveerä, si Shaina puede ser pacien-.
te.
Ona coloco su mano sobre el brazo de su es-
poso.
-Cälmate, Natän -dijo ella suavemente-. Es-
tas reaccionando a causa de tu propio pesar por
haberte casado conmigo, y la crueldad no te
sienta. Tal vez, al fin Shaina pruebe ser mäs sa-
bia que su padre, y Ben tendrä que buscar en
otra parte. Pero tu no puedes forzar su decision.
Tu Dios es un Dios de libertad; me Io dijiste tü
mismo. Por eso es que le permitio a Eva comer
aquella famosa fruta. Debes darle a Shaina la
misma libertad, mi querido.
El se sento en el suelo, al lado del sofä, y des-
canso su cabeza sobre la falda de ella. Ella aca-
ricio su cabello, y no hablaron mäs. Cadä uno
conocia bien los pensamientos del otro.

Las semanas y meses que siguieron fueron,


para Shaina, por momentos de un extasis feliz,
y otros cargados de un temor punzante. Sintio
que, imperceptiblemente, se estaba apartando
78 El canto de Eva

de Dios, a pesar de las horas que pasaba en su


jardin en su busqueda. Ira observaba la lucha
con profunda preocupacion, orando devota-
mente por ella.
A Shaina le encantaba pasear por la plaza
del mercado con Ben. Los habitantes de la ciu-
dad tenian un curioso respeto por el, por su ta-
mafio y su fuerza; ademäs, por otra razon: un
poder latente, que atraia a las mujeres y coloca-
ba en los hombres una restriccion prudente. Ha-
bia una audacia en el que le abria las puertas, y
tambien una ternura engendrada en su mismo
ser por un largo linaje de ancestros temerosos
de Dios. Cuando Shaina estaba con el, sentia
que nada importaba sino cam inar a su lado, co-
nocer su amor y hacerlo feliz. Pero, en otros
momentos, cuando se arrodillaba sola en su jar-
din, ella sabia que Ben, lenta, imperceptible-
mente, se estaba interponiendo entre ella y
Dios. El suefio de un regreso a H avila pronto
murio. El negocio de Ben prospero, y hablo de
construir un hogar para ellos, un hogar donde
ella pudiera crear los jardines mäs hermosos de
la ciudad. Todos presuponian que se casarian.
Cada vez se torno mas dificil dedicar el septimo
dia como tiempo sagrado; tan fäcil seria vivir
como el resto y terminar con su larga vigilia. A
El predicador 79

veces, a ella le pareaa escuchar la voz de Adän:


"^Eres valiente, criatura, Io suficientemente va­
liente?" Pero ella apario el recuerdo de si y pen-
so en Ben, su adoradc» Ben, cuya risa hacia que
todos los asuntos seriös parecieran ridiculamen-
te sombrios.
Un dia ventoso y soleado, Shaina y Ben ca-
balgaron hacia la ciudad despues de una tarde
de exploracion de las colinas circundantes.
Despeinados por el viento y con los rostros en-
cendidos, daba gusto verlos sobre sus hermosos
corceles mientras se abrian camino entre la gen-
te que caminaba a Io largo de la calle polvorien-
ta. Pronto, notaron una multitud reunida en un
lugar abierto, alrededor de un pozo comunita-
rio, y, haciendole senas a ella de que Io siguie-
ra, Ben condujo su cabal Io hacia el borde del
grupo. Desde su posicion elevada, podian ver a
un hombre en el centra, parado sobre la base
del pozo y hablando a la gente que se agolpäba
a su alrededor. Algunos escuchaban atentamen-
te, otros se alejaban a las carcajadas, o murmu-
rando maldiciones. A pesar de la chusma, no
era dificil escuchar. Su voz, poderosa y pene­
trante, penetra en los oidos de ella como si es-
tuviera sola en la calle, porque el hablaba de
Dios: no en forma vana y especulativa, sino co-
80 El canto de Eva

mo alguien que Io conocia. El hablo de un jui-


cio, y una autoridad en su voz no dejo a ningijn
oyente serio sin un santo temor. Shaina com-
prendio a los que se alejaron bromeando, ner-
viosos. Ansiaba unirse a ellos, poner distancia
entre si misma y este extrano, y cabalgar junto a
Ben bajo la luz del sol. Deseaba vivir solo el
hoy, ese fäcil y gozoso dia.
Pero algo acerca del hombre la retuvo: Io ra­
diante de su rostro, una corriente oculta de pro­
funda y amante preocupacion que desperto vie-
jas lealtades dentro de el la.
-^Quien es? -pregunto Ben a alguien que es-
taba parado cerca.
-Se llama Enoc -contesto el hombre-. Ha
pasado por aqui una o dos veces antes. Gene­
ra Imente se I leva de regreso con el, a las colinas
donde vive, a uno o dos conversos, si no lo
echan de la ciudad demasiado pronto. No se
por que lo escucho; despues, tengo pesadillas
durante una semana. Pensarias que conoce al
Todopoderoso al escucharlo y, por la apariencia
de su rostro, bien podria ser cierto.
-Salgamos de aqui -murmuro Ben.
-No, Ben. Debo escuchar cada palabra de
este hombre.
Ben sabia que Shaina, generalmente tan
El predicador 81

complaciente, no se iba a mover, y reconocio


tambien que era demasiado peligroso dejarla
sola, de modo que se preparo, con un suspiro
de resignation, para esperar.
Enoc hablo mäs suavemente ahora. Sus
oyentes se habian reducido a quince o veinte.
Shaina noto a Ira entre el grupo, y le sonrio ca-
rinosamente.
-H e hablado de juicio, del plan de Dios de
destruir a esta generacion perversa e incredula.
Pero amigos, esta es una extrafia y triste obra pa­
ra nuestro Creador. El que puso a nuestros pri­
meros padres en el Eden nos ama aun. Sus po-
cos requerimientos son para nuestra seguridad y
felicidad. El pide solo que confiemos en el y le
obedezcamos, aceptando su amor; un amor tan
grande que el sacrificarä al Prometido con el fin
de reinstaurarnos nuevamente a su divina fami-
lia. Amigos -su voz llego a cada corazon con
una casi tangible intensidad de süplica- salgan
de esta ciudad. Vengan a las montanas, donde
adoramos con sencillez a Dios, haciendolo el
primero en todas las cosas. Miren a su alrede-
dor. Hay asesinatos y robos, ebriedad, falsa ado-
racion y toda perversion de los poderes sexua­
les del hombre. Sus vidas estan siempre en peli-
gro y, aun si son ricos y poderosos, su alma es-
82 El canto de Eva

tä en peligro. Piensen, mis hermanos y herma-


nas. Piensen. No sean arrullados para una per-
dicion eterna. A la manana dejo este lugar.
Aquellos de ustedes que desean dedicarse al
verdadero Dios viviente, reunanse conmigo
aqui, al amanecer, y viajaremos juntos a un lu­
gar donde la voz de la oracion y la alabanza se
eleva cada manana a el, que nos ama y nos re-
dimirä.
El hombre bajö de la plataforma y desapare-
cio por una calle lateral.
Sin una palabra, Shaina hizo girar a su caba-
IIo y se dirigio hacia su casa. Ben, todavia a su
lado, hablo finalmente, incomodo.
-El te perturbo. O jalä no nos hubieramos de-
tenido.
-Ese es el problema, Ben. Todos deseamos
no ser molestados. En cambio, queremos vivir
nuestras vidas en fiestas y ociosidad, esperando
que la fealdad de este mundo rebelde no nos to­
que nunca. Ignorando la muerte, pretendiendo
que nunca sucedera o, si sucede, el grande,
bueno y misericordioso Dios pasarä por alto
nuestros anos de oposicion y nos arrebatarä a
una tierra magica, donde podremos seguir con
nuestros caminos malvados. ^No cayeron como
una espada sobre tu corazon las palabras de es-
El predicador 83

te hombre, Ben?
-En realidad, fueron un poco como el ser­
mon que Abigail me dio antes de dejar mi hogar
-admitio el, tristemente-. M e he sentido alivia-
do de no escuchar ese tipo de cosas por algün
tiempo.
-^Te acuerdas de Io que el dijo, Ben?: "Pien-
sen..." En lugar de escaparnos de la realidad,
eso es Io que deberiamos hacer: pensar. Oh, mi
amado, nos dirigimos hacia abajo, por un largo
camino equivocado.
Cabalgaron por la entrada bordeada de är-
boles hacia la casa de Natän, en silencio. Las
palabras de Enoc la habian sacudido. Ella vio
claramente, como si Dios mismo le hubiera ha-
blado, que, al casarse con Ben, ella se separaria
a si misma del Dios del universo.
Esa noche, durante la cena, ella relato la ex-
periencia de la tarde.
-*A que se parecia este predicador de conde-
nacion? -pregunto Ona, enrollando ociosamen-
te un largo mechon de cabello alrededor de su
dedo.
Shaina penso un momento, y se encogio de
hombros.
-Honestamente, no puedo decirlo con segu-
ridad, mama. Supongo que realmente no Io es-
84 El canto de Eva

täbamos viendo a el; solo escuchäbamos.


-Su rostro brillaba en forma sobrenatural -di-
jo Ben, luchando por reconstruir la escena- Y
Io que decia era la verdad. Yo creo que hasta el
hombre mas malvado en la multitud Io recono-
cio como verdadero. El mensaje de este hom­
bre, Enoc, llevaba alguna clase de sello divino.
Hubiera preferido no haberlo escuchado.
-O h , Ben, no Io tomes todo tan serio -le di-
jo O n a - Estos fanäticos que se paran en las es-
quinas de las calles y vociferan acerca del Dios
de Adän son solo individuos perturbados, que
no saben como gozar de la abundancia de la
tierra, y no quieren que ningun otro Io haga
tampoco. Vengan, coman y relajense, y hable-
mos de la casa que tü y Shaina construirän. Na­
tan me dijo reden esta mafiana que enviarä a
Ira con ustedes cuando se casen, para ayudar a
Shaina en sus planes de embellecer el lugar. Es
muy habil esta hija mia, y tendrän un lugar que
harä girar las cabezas de todos los que pasen.
Ona sirvio una copa de vino y la coloco fren-
te a Ben, palmeando su cabeza en forma tran-
quilizadora.
-iH ab larä nuevamente mafiana? -inquirio
Natan-. Lamento no haberlo escuchado.
Su esposa suspiro.
El predicador 85

-Ustedes son todos iguales. La sangre de Abi­


gail corre espesamente por sus venas, y nunca
pueden verse libres de su obsesion con ese Dios
de ustedes. Tienen mi simpatia.
-Deberias contar tus bendiciones, mama
-bromeo Shaina-. Papa es uno de los pocos
hombres de la ciudad que tiene una sola mujer.
Seguramente, puedes agradecerle a la sangre de
Abigail y al temor de Dios por eso. *No es algo
por Io cual estar agradecida?
Ona sonrio, con esa sonrisa provocativa de
labios llenos que habia seducido a Natän largos
afios antes.
-Ese pensamiento ha cruzado mi mente,
querida.
Natän se dirigio a su hija.
-N o hay ninguna mujer que me tiente siquie-
ra, Shaina. Me gustaria creer que es una gran
virtud de mi parte, pero la verdad del asunto es
que amo a tu madre mäs alia de toda razon. *En
que otra parte podrfa uno encontrar tal belleza?
-So lo en su hija -contesto Ben, lealmente-; y
estoy de acuerdo, Natän. Yo tampoco podria
amar a otra mujer jamäs.
Ona, contenta con la declaracion de su es-
poso, le dijo a su hija.
-L o sepas o no, esa lealtad estä entretejida en
86 El canto de Eva

tus mismos huesos. Es parte de tu herencia. Eso,


Shaina, realmente se Io debemos a Abigail.
-Para contestar a tu pregunta, papä -dijo la
joven-, Enoc se irä por la manana a su retiro, en
las montafias. El ha invitado a cualquiera que
quiera ir con el.
-M ejor que hagas guardia sobre ella esta no-
che, Ben -advirtio O na- Shaina tiene una ten-
dencia a tomarse muy en serio estas cosas.
Su forma de expresarse era despreocupada,
pero todos sintieron la aprehension en su voz.
-N o temas, mamä. Päpä dijo una vez que el
era un cobarde la mayor parte del tiempo, y su-
pongo que yo no soy distinta a el.
Al momento supo que habia herido el cora-
ζόη de su padre, y se regafio a si misma, tanto
por su crueldad no intencionada como por su
debilidad compartida.
La Mc\e\6ιλ
f abia transcurrido un ano desde que el
poderoso mensaje de Enoc habia rasga-
7 V do momentäneamente la paz de la ciu-
dad. Sobre una pequena elevacion, cerca de los
muros occid en tals, un hermoso edificio del
mäs fino cedro tomaba forma en su preparacion
para el casamiento de Ben y Shaina. Cada dia,
Shaina e Ira paseaban por la sombreada propie-
dad planeando el parque, y buscaron muy lejos
las mäs raras y exoticas plantas. Porque ambos
Io veian todo anticipadamente en su imagina-
cion. La ondulada extension de verde, matizada
con majestuosos ärboles, paredes de roca y ar-
bustos, el agua traida de las montafias circun-
dantes formando arroyuelos y fuentes, y una
profusion de colores. A veces, mientras trabaja-
ban, Ira le hablaba seriamente a Shaina de su fe
que disminuia, y el la sentia en su interior el pe-
87
88 El canto de Eva

sar de la perdida, pero, con solo un vistazo de


Ben, tales pensamientos se borraban de su men­
te. El la amaba con una obsesion tan grande,
que ella no podia resistirse. Si el disfrutaba ca-
da vez mäs de la vida de la ciudad, ella preferia
no notarlo. Cuando la casa estuviera completa,
ellos se casarian, y Ona ya estaba planeando
una semana de festividades tales como sus am i­
gos jamäs habian visto. Ella presentaria a su hi-
ja con las telas mäs finas que las caravanas que
pasaban tenian para ofrecer, y la leyenda de su
belleza se extenderia muy lejos. Natän se senti-
ria orgulloso y se olvidaria de sus ridiculos an-
helos por sus raices campesinas. El veria, por
fin, que ella habia planeado bien para Shaina;
que ella habia sido una buena madre, despues
de todo.
Estaban sentados un atardecer, los cuatro, re-
lajados ante su sencilla mesa de panes y frutas,
que Ben llamaba su comida de Havila, cuando
un sirviente entro para anunciar a un visitante,
que no espero a ser llamado sino que siguio de-
träs del hombre. Natän, sorprendido, se levanto
de un salto.
-jAdriel! *Que estäs haciendo aqui?
Y Io rodeo con un enorme abrazo. Shaina re-
conocio al hombre como uno de los hermanos
La decisiön 89

menores de su padre, y tuvo una escalofriante


premonicion de que era portador de malas noti-
cias.
Despues de la emotiva reunion y de haber
presentado a Ona, Adriel se sento a la mesa, pe-
ro rehuso la comida que se le presento. Antes de
que pudiera hablar, Natän observo sus faccio-
nes pälidas y demacradas.
-Päreces exhausto, hermano mio. Necesitas
descansar. Ven, hare Io arreglos para que te ba­
nes y duermas. Podemos hablar mäs tarde.
Shaina penso como se parecian todos eilos,
los hombres de Havila. Solo que su padre era de
una contextura mäs liviana, un hombre mäs es-
tetico. Ella amaba la fortaleza de Ben; le recor-
daba el leon aquel que habian visto junto al la-
go, con su vigoroso y latente magnetismo.
Adriel quebro su ensonacion con palabras
que los dejo mudos de horrorizado asombro.
-N o puedo dormir, Natän. Soy portador del
mäs terrible mensaje. La familia, la gente de H a­
vila... jestän todos muertos! Nuestro hogar estä
destruido. El valle estä perdido.
-^Que estäs diciendo, Adriel? -demando
Ben-. |Te has vuelto loco!
-No, Ben, estoy muy cuerdo. Una tribu del
norte, el pueblo de Yadin, ha tornado nuestras
90 El canto de Eva

tierras y nuestros nifios, y asesinaron a todos los


adultos.
Su voz se quebranto y no pudo proseguir.
Natän, sentado a su lado, coloco su brazo alre-
dedor de sus hombros y lloro con el. Shaina es-
cudrifio el rostro de Ben, pero Io encontro rigi-
do, con expresion controlada e indiferente.
Cuando pudo hablar nuevamente, Adriel
continuo con su relato.
-Yo habia estado durante semanas con las
ovejas, en una pradera mäs elevada, a varios ki-
lometros del campamento principal. Cada sexto
dia, el joven Dur, hijo de Eirad, me traia alimen-
tos y pasaba el säbado conmigo. Cuando una
semana no vino, solo pense que Io necesitaban
en el campamento. Tenia suficientes provisio-
nes, suplementändolas con frutas silvestres. Pe­
ro cuando no llego la siguiente semana, temi
que alguna bestia Io hubiera atacado en el ca-
mino. D ecidi que debia dejar las ovejas y bus-
carlo, asi que lleve al rebano a un canadon y
cerre la entrada con rocas, para que estuvieran
seguras. Luego, sali a buscarlo. Mientras iba lle-
gando al valle, note un extrano silencio en los
campos; ningun himno de alabanza se elevaba,
ninguna sefial de nuestros hombres trabajando.
Solo una calma ominosa por todas partes. Subi
La decisiön 91

a una de las colinas y me abri paso cautelosa-


mente entre los ärboles, teniendo cuidado de
mantenerme oculto. Tu sabes, Natän: ese lugar
donde el rio hace una curva pronunciada y el
campamento estä justo enfrente. Bien, en ese
punto, contemple una escena que lleno mi co-
razon de terror, porque guardias armados cir-
cundaban el campamento y cientos, tal vez mi­
les, estaban construyendo, jconstruyendo, Na­
tän!, en nuestro valle. Estän creando una ciu-
dad. Y en los jardines de mamä, los hermosos
jardines rocosos que ella habia levantado en la
ladera en honor a Yahve, estaban haciendo un
bosquecillo. Una enorme imagen de oro estaba
de pie en medio de la obra de mamä, y las ama-
polas surgian, de color carmesi, entre las rocas,
como lägrimas de sangre por el sacrilegio.
Adriel inclino su cabeza sollozando, y Shai-
na sintio las lägrimas caer sobre sus propias me-
j i I las.
Fue Ona quien hablo finalmente.
-Iista es una historia terrible, Adriel. ^Puedes
continuar?
Shaina extendio su mano para tomar la de
Ben, mientras su tio continuaba. Natän perma-
necia sentado, pälido como la muerte.
-Habia ninitos, nuestros ninos, trabajando en
92 El canto de Eva

los campos cerca de casa, como esclavos, pero


ningun hombre o mujer adultos de Havila; solo
un monticulo humeante, donde sus cuerpos ha-
bian sido quemados mäs lejos, en el valle.
-^Los sirvientes? ^No perdonaron a los sir-
vientes? -pregunto Ben.
Adriel bosquejo una sonrisa amarga.
-Los invasores bien sabian que los sirvientes
se levantarian contra ellos cuando surgiera una
oportunidad. Ellos eran seguidores del verdade-
ro Dios, y un sector amado de la fam ilia de
nuestro padre, tratados como hijos e hijas. Por
mas que los enemigos hubieran querido sus ser-
vicios, ellos sabian que no les podian perdonar
la vida.
Shaina trato de imaginär el valle sin la pre-
sencia de Sepp y su altar santo; de Abigail,
bronceada y sonriente en el gozo de su sagrada
esperanza. Bien; ellos dormirian con Adän bas­
ta que el Prometido rehiciera todas las cosas.
Ella se preguntaba como Io harfa. Abigail y
Adän habian hablado acerca del Prometido y de
su muerte. jPero que, entonces? jQ ue de los
que habian retornado al polvo? ^Volverian a vi-
vir ellos?
-N o habia nada que yo pudiera hacer...
-A driel se forzo en terminar el relate-. Ni si-
La decisiön 93

quiera por los ninos.


Shaina sintio su agonia en Io profundo de su
alma.
-D ecidi venir y contarles a ti y a Ben, por si
acaso haces un viaje para buscar arcilla, Natän,
y tropiezas con la pesadilla.
Shaina sintio que su madre aspiro brusca-
mente.
-^Que haräs sin arcilla, Natän?
Su esposo la miro con asombro y enojo.
-*En un momento como este tü piensas en
arcilla, O na? Mis padres estän muertos. M is her-
manos estän muertos. M i gente ha desapareci-
do. *Y tü piensas en la arcilla?
Ella Io enfrento tranquilamente.
-E s nuestro medio de vida, Natän. Y no hay
nada que podamos hacer por los muertos.
-Supongo que puede adquirir la arcilla por
un precio -intervino Adriel-. £ \ no es, despues
de todo, un seguidor de Dios, y eilos Io conta-
rän como uno de los propios.
AI penetrar las palabras de su hermano en έ!,
los ojos de Natän mostraron un pesar del cual
Shaina tomo distancia.
Tarde esa noche, cuando todos se habian re-
tirado a sus dormitorios, Shaina se deslizo afue-
ra, a su jardin. Hacia mucho tiempo que no iba
94 El canto de Eva

alii, ya que sus intereses se habian centrado en


el embellecimiento de su nuevo hogar. El jardin
estaba igual que antes, y el la sabia que las ma-
nos amorosas de Ira lo habian mantenido asi.
De pronto, alii, en la oscuridad, ella lloro con
terribles sollozos que la sacudian, por la abuela
que ya no iba a volver a ver, por el valle que ha-
bia sido su hogar espiritual. Su padre tambien
estaba llorando, ^o debia el ahogar su pesar an­
te la mujer que jamas lo podria comprender?
^Debian permanecer las lagrimas ocultas para
siempre en su corazon? De pronto, se dio cuen-
ta de que ella habia guardado sus propias lagri­
mas para este lugar. Ella no habia acudido a
buscar consuelo en los brazos de Ben, al sentir
que el tampoco la comprenderia. El valle de
H avila habia sido el hogar de su nifiez mucho
mäs que el de ella. El humo de los cuerpos de
sus padres muertos habia flotado sobre el bri­
llante rio. Sin embargo, esta noche habia deja-
do la habitacion sin una palabra o una lagrima,
como irritado por la interrupcion en su rutina.
Sin hacer preguntas acerca de sus hermanos y
hermanas menores, el habia rechazado sus rai-
ces de tal manera, que nunca hubiera sido posi-
ble hacerlo para Natan.
Su reaccion la dejo preocupada. ^Conocia
La decisiön 95

ella realmente a este hombre que pronto se con-


vertiria en su esposo? Ella habia amado su son-
risa, su cuerpo, su alegria, su adoracion porella,
y habia estado satisfecha con todo eso. ^Que
era realmente Io que habia debajo de ese exte­
rior?
^Quien guardaria la fe de Sepp y Abigail? So­
lo Adriel habia sobrevivido. ^Donde encontraria
el otra esposa piadosa? Mientras ella pensaba
en su tio, que ahora yacia debajo de los suaves
cobertores de lana de su madre, en la pieza de
huespedes, trato de imaginär su pesar mientras
lloraba por su esposa y su hija, de trece anos.
Impulsivamente, decidio ir a el.
-Adriel, mi pariente -susurro ella junto a su
ventana abierta-, soy Shaina. ^Puedo entrar?
t\ le indico que entrara, y ella Io miro a la te-
nue luz de la lämpara de arcilla, sentado en la
cama, los ojos rojos y el rostro inflamado. Ella
se sento a su lado, tomando su gran mano callo­
sa entre las suyas.
-He venido a llorar contigo, Adriel; a com-
partir un poco de tu dolor. Yo los amaba tam-
bien, especialmente a mi abuela. Permanecie-
ron sentados en silencio, llorando en medio de
la oscuridad, y mäs tarde ella se fue sin decir
palabra.
96 El canto de Eva

Natän no concurrio a su taller durante dias, y


dijo que no tenia änimo para eso. Tanto el como
Adriel apenas probaban la comida, y ambos
adelgazaron. O na los regano y los tento a co­
mer, sin resultado.
-Realmente, papa, ustedes dos deben comer
-los insto Shaina una manana soleada, mientras
les ofrecia melones y fuentes de cebada cocida,
que brillaba por la miel.
Cortando la fruta fresca sin mucho änimo, su
padre sonrio tristemente.
-Es raro. Yo iba a casa solo dos veces al ano.
Los veia tan poco. Pero el hecho de pensar en
H avila sin mi madre alii, sin su sonrisa y su
bienvenida, me enferma. No puedo pensar en la
comida. M e asquea. Y el pesar de Adriel es ma­
yor: la sangre de su esposa y de su hija perma-
nece fresca sobre la tierra amada. Realmente,
^corno puedes esperar que comamos?
Mientras tanto, Ben, sentado a su derecha,
comia con gusto.
-Nada traerä de vuelta a H avila a nuestra fa-
mi Iia -dijo Adriel- El abuelo Sepp ya temia es-
ta invasion. A menudo hablaba de esa posibili-
dad. Y el nos dijo que no luchäramos; no queria
derramamiento de sangre. D ijo que la tierra y
nuestras vidas no eran tan importantes, solo la
La decision 97

obediencia a Dios. Esa fue una de las razones


por las cuales me fui: no tenia ningiin deseo de
encontrarme atrapado en ese valle, victim a de
cualquier enemigo que se apareciera. Aun si hu-
bieramos presentado pelea, Ben, nunca los hu-
biesemos podido equiparar en nümero y en ar-
mas. Y papa tenia razon: la guerra es del malig-
no. Es mejor morir en paz con Dios que herir y
matar por unos pocos anos mäs de vida.
-Pära ti es fäcil decirlo -replied el hombre
mas joven con furia- Τύ estäs vivo y estäs bien.
^Te parece que aquellos que yacen en el mon­
ton humeante estarian de acuerdo contigo?
Adriel miro directamente a los ojos a su jo ­
ven y engreido sobrino.
-Delante de Dios te digo que desearia haber
muerto, porque mi vida sin ellos es muy amar-
ga. Pero tü no sabes nada de tal pesar. El Sefior
te perdone tus palabras necias, y tu deslealtad a
el y a tu familia.
Levantändose de la silla abruptamente, con-
trolando su ira, Ben salio hacia su lugar de ne-
gocios.
-Por favor, perdonalo, Adriel -insto Shaina
suavemente-. Pärece nervioso ültimamente. No
es el mismo.
-A el le desagrada mi presencia aqui -dijo el
98 El canto de Eva

refugiado, no sin bondad- Yo le recuerdo todo


Io que el esperaba dejar aträs. M i pesar Io fasti-
dia. Es tiempo de que me vaya, Natän. He que-
rido discutir mis planes contigo, y ahora es un
buen momento para hacerlo. Tü debes volver a
tu arcilla, y yo debo retomar mi vida nuevamen-
te. Nuestra madre se disgustaria por nuestra in-
dolencia y nuestras lägrimas.
Shaina rio, aliviada, por sus palabras y afir-
mo:
-Tienes razon, Adriel. Ella diria: "Estoy aver-
gonzada de ustedes dos. Pongan su confianza
en el Prometido y vivan responsablemente so-
bre esta tierra. Dejen de llorar por nosotros; des-
cansamos en la fe".
-Hablas igual que ella, criatura.
Natän miro a su hija con carino.
-Asi que, ^cuäles son tus planes, hermano?
O jalä te quedaras aqui, seguro, con nosotros.
-N o puedo, aunque lamento dejarte. Pero,
perdoname, no puedo quedarme en esta casa
donde los idolos me miran desde cada rincon y
nadie adora a Dios. Natän, tü has sido bonda-
doso, y O na ha sido amable y comprensiva. Us­
tedes me han dado tiempo para realizar mi due-
lo. He pensado mucho en el füturo. El profeta
Enoc, seguramente ustedes han oido de el, pre-
La decisiön 99
y ;λ
dice un juicio que vendrä sobre la tierra, que
destruirä a toda la humanidad, excepto a aque-
llos que se han entregado a el. No me atrevo a
vivir en esta ciudad, Natän. Veo Io que les ha
sucedido a ti y a Ben. El mal invade la vida tan
sutiImente, y yo no soy menos susceptible que
tu, mi hermano. Debo ir adonde se adora a Dios
y donde toda la naturaleza habla de el diaria-
mente, en las puestas de sol, las montafias y los
lagos. Enoc le enseno a papä como encontrar su
valle; y papä, a su vez, nos enseno a cada uno
de nosotros, sus hijos, justo para un tiempo co­
mo este. El proximo primer dia saldre para en­
contrar el lugar, porque es uno de los pocos lu-
gares que quedan en el mundo donde los hijos
de Dios Io adoran en paz y seguridad. Es un via-
je largo, pero estoy ansioso de ponerme en ea­
rn i no.
-N o puedes ir solo, Adriel.
La voz de Natän se oia tensa, a causa de la
preocupacion.
-El no tendrä que hacerlo, papä —dijo Shaina
suavemente-. Yo Io acompanare. Ira tambien
desea ir. Lo ha deseado desde que Enoc hablo
aqui, en la ciudad, pero no se atrevia a pedir su
libertad.
-Shaina, tü no entiendes. Adriel no regresarä.
El canto de Eva

rmar su hogar allä.


perfectamente, papä. Yo tambien
ablo de-förmar mi hogar allä.
"^Pero ^que ocurrirä con Ben? tu matrimo-
nio? ^Tu nuevo hogar? ^Tu madre? Shaina, debe-
mos conversar acerca de esto. Estäs actuando
solamente por impulso.
Ella percibio el temor en la voz de su padre,
y quiso hacerle frente con valor.
-Papä, tengo casi treinta anos. Este no es un
capricho infantil.
Viendo a su madre de pie, en la puerta, se
pregunto cuänto tiempo habria estado escu-
chando.
-H e sabido casi desde un principio que ten-
dria que elegir entre Ben y Dios. Ben ha endu-
recido su corazon contra las ensenanzas de su
ninez; por eso es que no puede llorar por su fa-
milia. Cuando se fue, el tenia que destruir, den-
tro de su mente, a H avila y todo Io que repre-
sentaba. Pronto vio que, para volverse popular y
tener exito aqui, tenia que apartarse de Dios
tambien. Yo sentia que, con el tiempo, yo mis-
ma Io haria. Adriel tiene razon. Este mundo es-
tä en rebelion creciente contra Dios. Debemos
apartarnos del pecado o nos veremos sumergi-
do en el. AI principio, cuando Ben se enamoro
La decision 101

de mi, me convend a mi misma de que podria


tenerlo a el y a Dios tambien.. Pronto, sin em baf-.
go, vi su lenta desintegracion y me senti desli-
zändome hacia abajo con el... pero ya no me
importaba. Lo queria demasiado. El era Havila
para mi, y yo amaba Havila. Cuando Enoc ha-
blo, me conmovio el corazon. Desde entonces,
ha sido mäs dificil acallar mi conciencia, aun-
que no tenia el valor de dejar a Ben. Lo amo de
verdad.
Su voz temblo, pero prosiguio.
-Ahora, Havila ha desaparecido. M e doy
cuenta de que no era el lugar lo que me atraia,
sino el amor de Dios que yo senti alii. Estaba en
las personas, y sigue viviendo en Adriel, en Ira,
Enoc y en los seguidores de Dios en todas par­
tes, aunque sean pocos. Pero no en Ben.
-Ni en nosotros -anadio su madre amarga-
mente, con lagrimas que rodaban copiosamen-
te por sus mejillas.
Casi enloquecido con el pensamiento de
perderla, Natan exploto.
-iShaina, te prohibo que vayas!
Rapidamente Ona se acerco a su lado, soste-
niendo su cabeza contra su pecho y acarician-
do su cabello.
-Natan, mi amor, recuerda que ella es libre.
102 El canto de Eva

Libre para elegir a Dios o a este pedazo de pla-


ta -y empujo con el pie un idolo cercano-. Fuis-
te tu el que la llevo a Abigail y luego hasta el
Eden. Tu la has guiado a este momenta. No lo
hagas mas dificil para ella.
Y se abrazaron, pälidos e inmoviles.
Shaina busco en los ojos de Adriel fortaleza,
y la encontro. £l entendia su decision y lo que
le costaba, y, al pasar ella a su lado para ir a
consolar a sus padres apesadumbrados, el le to­
co el hombro delicadamente.
Esa noche, Shaina le pidio a Ben que pasea-
ra con ella por los jardines, y alii, con el cora-
ζόη latiendole violentamente y luchando por
controlar sus emociones, le com unico su deci­
sion de partir con Adriel.
Ben permanecio en doloroso silencio hasta
que ella termino de hablar, y entonces la tomo
violentamente por los hombros.
-Shaina, no me dejes —dijo con la voz que-
brada- No hay nada para mi aqui, en este lu-
gar, si tü te vas. Jamas podre amar a las frivolas
mujeres de esta ciudad. Todavia tengo demasia-
do del valle en mi. Jamas amare a ninguna mu-
jer que no sea a ti. Te prometo que no traere
imägenes a la casa. Puedes adorar a tu Dios, o
a ninguno. Solamente, no me dejes.
La decisiön 103

-^Por que no vienes con nosotros al valle de


Enoc? -le rogo ella.
-No puedo. Hace ya mucho tiempo que lle-
gue a odiar la adoracion a Dios y todas sus res-
tricciones. Aun por amor a ti, no puedo ir.
Ben se aparto de Shaina. Nerviosamente
abria y cerraba su pufio.
-Yo quiero el poder. Por eso es que me gus-
ta aqui. Estas personas respetan el poder. Nos
entendemos mutuamente.
-Adän dijo que eso era Io que deseaba el
maligno: poder. Es un deseo peligroso, Ben. Me-
jor, deja el poder para Dios.
Ella ya no Io presiono mäs. Su admision le
habia demostrado que el traeria solo disension
al valle de Enoc.
-^Por que tuvo que venir Adriel aqui? Pronto
nos habriamos casado y nos habriamos mudado
a nuestra casa. Estabas muy feliz antes -se la-
mento Ben.
-Hubieramos conocido el mismo terrible pe-
sar que mis padres han sufrido. En Io mäs inti-
mo, yo Io supe desde siempre, pero te amaba
tanto, que no me permitia pensar en eso. Y se-
guramente, Ben, tü Io sabias tambien.
El la sostuvo entre sus brazos y, mientras sus
lägrimas manchaban la tunica de el, Shaina sin-
104 El canto de Eva

tio que su juventud y su felicidad se esfumaban.


Adriel ya no podria mas decir que Ben no cono-
cia el dolor: el sonoro lamento de su angustia
rasgaba äsperamente la tibia noche estival.

El momento de la partida habia llegado, y


Shaina luchaba contra las oleadas de duda, te­
rror y tristeza que la embargaban. ^Que es lo
que estaba haciendo, dirigiendose hacia lo des-
conocido con Ira y Adriel? ^A donde iba? ^Veria
nuevamente los rostros de sus padres? ^Quien
era este Dios que le pedia tal cosa? ^Nunca le
hablaria directamente, nunca mostraria su ros-
tro? Sin embargo, en lo profundo de su ser algo
cantaba dulce y claramente una segura bendi-
cion sobre su viaje. Ella se aferro a eso tenaz-
mente, cuando el rostro agonizante de su padre
rasgo su resolucion.
Ben se habia mudado inmediatamente a su
casa parcialmente terminada, asi que ella no lo
habia visto desde aquella noche en el jardin. La
sorprendio ahora, cuando aparecio bajo la te-
nue luz del amanecer.
Adriel se acerco a el con un gesto de bienve-
nida.
-Ben, me alegro de que hayas venido. Quie-
La decisiön 105

ro hablar contigo. Nosotros somos hijos de


Sepp, hombres de Havila. Ven con nosotros. Τύ
eres un hombre orgulloso, inquieto, hambriento
de autoridad. No te enojes -le dijo, notando en
su sobrino un repentino cefio de disgusto-. Re-
conozco estos rasgos en ti, porque yo era muy
parecido a tu edad. Abigail te dirfa que yo era el
mäs testarudo de sus hijos. Ella temblaba por
mi; y con razon. Una vez, estäbamos cuidando
las ovejas, mamä y yo, y me impacientaban esas
sencillas tareas pastoriles. Ella me dijo:
"-Adriel, tu eres como un joven leon que re-
corre la tierra, hambriento de aventura, y busca
algo sobre Io cual ejercer control. Pero, hijo
mio, no hay poder que valga la pena codiciar,
excepto el poder sobre las propias debilidades,
y solo Yahve puede otorgarlo".
"-N o puedo evitar sentirme asi -le respondi
de mal humor".
"-Pero Dios puede cambiar todo eso - insis-
tio ella—. Debes orar".
Le dije que ni siquiera me gustaba orar, y ella
me dijo:
"-j Ar rod il late, Adriel!"
-Todavia puedo verla, sosteniendo un corde-
ro negro en sus brazos, toda dorada contra ese
inmenso cielo azul, sobre Havila. Y porque yo
106 El canto de Eva

la adoraba a ella, me arrodille.


"-Solo tienes que decir tres palabras, Adriel.
Solo tres palabras: 'jSefior, hazme hum ilde!' Di-
las, hijo".
-Asi que, arrodillado alii, sobre el pasto de
las praderas superiores, sintiendome como un
tonto, ore esas tres palabras.
Ella puso sus manos sobre mis hombros y me
miro con fiereza.
"-Ahora, continüa orändolas cada dia. La
obra del Senor no serä fäcil en ti".
-Por alguna razon inexplicable, continue ha-
ciendo esa simple oracion, casi como un desa-
fio; para probar que no se podia lograr este
cam bio de caräcter que el la predecia. Pero Ben,
los caminos del Senor estän mas alia de nuestro
entendimiento. Lentamente, me senti cambia-
do. Ya no estaba tan ansioso de luchar, de abrir-
me paso por la fuerza hacia adelante. Y comen-
ce a reconocer la verdad de las palabras de mi
madre: que el poder sobre nuestras debilidades
es todo lo que ibamos a necesitar en este mun­
do. Comence a suplicar por ese poder. Ya no me
importaba cuidar las ovejas, porque alii, en esa
hermosa pradera, aprendi a hablar con Dios y a
experimentar una felicidad que nunca crei posi-
ble. Ven con nosotros, Ben y aprende a orar la
La decisiön 107

oracion de mi madre.
Shaina penso que nadie podria resistir la tier-
na süplica en la voz de Adriel. Presencio la lu-
cha en el rostro de Ben, y cada fibra de su ser le
pedia que el cediera, pero finalmente se dio
vuelta y desaparecio en la oscuridad, sin decir
una palabra.
Natän y Ona, profundamente conmovidos
por las palabras de Adriel, permanecieron quie-
tos y resignados, mientras Shaina los abrazaba y
luego montaba a Hadesh. Ella volvio la vista so­
lo una vez, mientras se encaminaba hacia la ca-
lle, y contemplo el hogar y los jardines que tan-
to habia amado, delineados contra los primeros
suaves rosados del amanecer. Su madre levanto
un brazo en senal de despedida, y Shaina cap-
turo la escena en su mente para siempre.
ä os primeros dias de viaje fueron cansado-
>7 res, tanto para Ira como para Shaina. Los
^^/seiscientos afios de Ira le habian hecho
aflojar el paso un poco, aunque el trabajo dia-
rio en los jardines Io habia mantenido en buena
forma. La vida de Shaina habia sido fäcil -dema-
siado fäcil-. Sin embargo, ella era una excelen-
te jinete, y sorprendio a Adriel con su resisten-
cia. El marco un paso mäs räpido, avanzando
continuamente a traves del bosque, con solo
breves detenciones para comer y descansar.
Conversaban muy poco, cada uno perdido en
su propio pesar. Ira, discretamente, atendia las
necesidades de Shaina hasta que, finalmente,
ella protesto gravemente:
-Ira, ya no eres un sirviente. M i padre decla­
re tu libertad. Somos amigos, eso es todo.
-Te cuido como a una hija -respondio el,
108
El valle 109

sonriendo-. Yo no tengo otro pariente en este


mundo.
Ella Io abrazo, impulsivamente.
-Y tu eres mi padre espiritual. Nos cuidare-
mos el uno al otro.
-^Y quien me cuidarä a mi? -pregunto
Adriel, con algo de picardia que asomo mo-
mentäneamente en sus ojos tristes.
-jLos dos Io haremos! -gritaron Ira y Shaina
al unisono, y sus voces repercutieron en forma
extrana en el vasto y silencioso bosque.
Y entonces, de pronto, rieron. Por primera
vez. Estaban unidos los tres, alli, donde los in-
mensos ärboles Io cerraban todo, excepto unos
finos dedos de luz del sol que acariciaban, de
vez en cuando, los claros colores de brillantes
minerales y gemas esparcidas sobre el suelo del
bosque.
Una noche, mientras Ira y Adriel, sentados
frente al fuego, discutian la direccion del viaje
del siguiente dia y Shaina se preparaba para
dormir en su pequena tienda, ella palpo algo
duro en el fondo de la cartera de cuero que con-
tenia sus enseres de higiene personal. Lo saco, y
Io sostuvo curiosamente hacia la debil luz de la
fogata que entraba por la puerta de la tienda, y
lo reconocio de inmediato: era una peineta de
110 El canto de Eva

arcilla azul, que su padre le habia fabricado a su


madre hacia muchos anos. Ona la habia usado
solo en las ocasiones mäs especiales. Un delica-
do ramito de flores era todo Io que se veia una
vez que la peineta estaba colocada en el cabe-
llo: rosas, margaritas, pequefiisimas hojas, y una
diminuta enredadera que colgaba, fragil y ex-
quisita, del ramito de flores. Las tres margaritas
tenian, en su centra, pequefios diamantes, que
ahora centelleaban a la luz de la fogata.
Ella recordo todas las veces que, como nini-
ta, le rogaba a su madre poder usarla, y ella se
la colocaba en el cabello, advirtiendole que no
moviera la cabeza y dejändosela por solo unos
breves momentos. Ella habia entendido, en
aquellos dias lejanos, que eso simbolizaba el
amor agridulce entre sus padres, y ella habia es-
timado la pieza de arte tanto como su madre.
Ahora, al sostenerlo asi, a la luz del fuego,
sintio una terrible nostalgia por aquellos dos se­
res que le habian dado la vida. Deslizo sus de-
dos sobre la fina terminacion, imaginando el ca­
bello color arena de su padre, con la cabeza in-
cli nada sobre esa tarea agotadora, pensando so­
lo en el gozo que le proporcionaria a Ona aquel
regalo. Y, entre un torrente de lägrimas, pudo
imaginär a su madre cuando guardo el tesoro en
El valle 111

la cartera de su hija, entregändole Io mejor que


tenia, para que Shaina supiese, alguna noche
solitaria lejos del hogar, la medida de su amor.
Al envolverlo cuidadosamente en el mäs exqui­
site de sus panuelos de seda, se durmio soste-
niendolo en su mano, extranamente confortada.
Cada mafiana, comian el cereal hervido que
se habia cocinado durante la noche sobre las
brasas del fuego, se arrodillaban sobre el suelo
hümedo y aromätico del bosque para orar, y
luego continuaban, con confianza en Dios y en
el mapa esbozado en la mente de Adriel. Cruza­
ron grandes rios, cabalgaron durante dias a tra-
ves de bosques tan densos y oscuros, que caian
en un macabro y depresivo silencio, solo para
que la naturaleza salvaje se abriera, al fin, en
una pradera montanosa bafiada por la luz del
sol, y llena de flores y animales tan mansos que
retozaban alrededor de los viajeros como cor-
deritos.
-Asi debe haber sido en el Eden -dijo Shaina
reverentemente, mientras levantaban la carga
de los caballos y los dejaban libres para pastar.
Cuando ella hubo servido algunos panes du-
ros y Io ultimo que quedaba de las pasas de uva,
Ira regreso con una enorme hoja en forma de
cäliz, rebosante de bayas rojizas.
112 El canto de Eva

-Bien, una fiesta, realmente -sonrio Adriel,


mientras abria unas nueces tan grandes como
huevos de gallina y las colocaba al lado de las
pasas- Y cuän apropiado, porque tengo un
anuncio esplendido que merece tal celebracion:
mientras seguia el rio aguas arriba en busca de
comida, descubri que, justo mäs allä de la cur-
va, esta pradera desemboca en otra, en la cual
se ubica la entrada al valle de Enoc. Como pue-
den ver, no existe la mäs leve insinuacion del
campamento desde aqui; uno podria viajar por
aqui y nunca sofiar que existiera. Si mis cälcu-
los son correctos, hemos llegado. Asi que, des-
cansemos y comamos bien. Nos banaremos y
lavaremos nuestras ropas manchadas por el via-
je, y nos presentaremos manana a los santos
ciudadanos del valle de Enoc.
-M e siento un poco temerosa -admitio Shai-
na, sin quererlo-. Tal vez, no soy Io suficiente-
mente santa.
-N i yo —dijo Adriel bajando la voz-. Oremos
para que no traigamos discordias a este lugar,
que es un cielo para los hijos de Dios.
Los tres se arrodillaron sobre el pasto cubier-
to de flores, agradecieron a Dios por su cuidado
durante el viaje y rogaron la purificacion espi-
ritual, para unirse con Enoc y sus conversos. Al-
El valle 113

rededor de eilos, una bandada de päjaros, bri­


llantes como gemas, cantaban melodias, que le
parecian a Shaina casi humanas en su precisa y
dulce pristinidad.
A la manana emprendieron el camino, sua-
vemente ascendente, a traves de la brillante pra-
dera en la cual habian dormido, y siguieron el
curso del rio hasta otro campo de pastös, flores
y venados que pacian. Ira y Shaina, esperando
encontrar el valle del cual habia hablado Adriel,
miraron a su lider, con un interrogante dibujado
en su mirada.
Adriel sonrio ante su confusion.
-Enoc planeo sabiamente y bien, mis ami­
gos. Papä nos dijo que, cuando salieramos del
bosque hacia dos praderas conectadas por un
recodo, en un torrente de agua de un rio, ha-
briamos llegado. El dijo que, en la segunda pra-
dera, que no mostraria ninguna clave obvia, ha-
bria una vid silvestre que crece sobre un ärbol
de guindas amargas. En ese punto, debemos
abrirnos paso a traves de un lugar de monte ba-
jo y luego entrar, por una estrecha abertura, en
un risco. Ayer encontre el guindal amargo, con
la vid y la ranura en la roca, pero no segui ade-
lante porque deseaba compartir el momento del
descubrimiento con ustedes, que han soportado
114 El canto de Eva

conmigo las privaciones del viaje.


El vacilo.
-Tambien necesitaba el aliento de la presen-
cia de ustedes. Espero que seamos bienvenidos.
Cabalgaron sin decir palabra, pasando el är-
bol nudoso con su profusion de vides, que es-
condian toda serial de un camino. Adriel des-
monto e hizo a un lado las malezas, y dejo al
descubierto una entrada por la cual Shaina e Ira
pasaron cuidadosamente, haciendo todo esfuer-
zo por no dejar senales de su paso. Un poco ha-
cia la izquierda, en un risco rocoso, aparecia
una abertura tan estrecha, que Shaina tuvo que
hablarle severamente a Hadesh para inducirlo a
pasar. Una vez del otro lado, los tres se encon-
traron contemplando un lugar de increible be-
lleza. "N o es ni como H avila ni como Eden",
penso Shaina, al recordar sus extensas y fertiles
tierras; un paraiso encerrado, un pequeno mun­
do en si mismo. Las pocas viviendas que mati-
zaban las colinas circundantes armonizaban tan
bien con el marco natural, que uno debia exa-
minar cuidadosamente para estar seguro de que
estaban alli realmente. El agua caia, espumosa,
por la catarata de una montana, y difundia la
fulgurante luz del sol mientras se quebraba so-
bre rocas y piedras' para fluir, al fin, tranquila-
El valle 115

mente hacia un pequeno lago que relucia en el


fondo del valle. Los cultivos y las huertas cre-
cian en pequenas terrazas, sobre las laderas, y
cabal los, ganado y ovejas pacian pacificamente
al sol de la manana.
-Lo hiciste muy bien, Adriel. A menudo, me
preguntaba si nos resultaria posible encontrar
un lugar tan remoto.
La admiracion tenia la voz de Ira, mientras
colocaba su mano sobre el hombro del mäs jo-
ven.
-Seguramente, Dios fue nuestro guia -res-
pondio Adriel.
Cabalgaron, vacilantes, hacia una estructura
de madera curada mäs grande que las demäs,
situada sobre un pequeno monticulo, en la su-
posicion de que era la vivienda de Enoc. Una
mujer alta, de cabellos oscuros, retrocedio, sor-
prendida, cuando aparecieron a la puerta don-
de ella molia el grano sobre un mortero de pie-
dra.
-Somos seguidores del verdadero Dios. No
temas -dijo Adriel räpida y cortesmente, al ad-
vertir el temor en sus delicados ojos pardos.
Ella, entonces, dio un paso adelante, son-
riendo, y dijo:
-Yo soy Rimona, la espoSa de Enoc. Bienve-
116 El canto de Eva

nidos. Perdonenme si no los salude cälidamen-


te. Vivim os con cierta aprehension, pues sabe-
mos que el maligno siempre busca nuestra des-
truccion.
-Buscamos un hogar aqui. ^Podemos hablar
con tu esposo?
Adriel fue directamente al grano. "Tan propio
de el", penso Shaina, sonriendo para si.
-Pronto Negara de las huertas para su al-
muerzo. Por favor, permitan que sus caballos
pasten y encuentren un lugar a la sombra, mien-
tras yo les traigo algun refresco.
La mujer se apresuro a entrar y regreso con
una jarra de jugo, de la cual les sirvio. Le sonrio
timidamente a Shaina, mientras el Ifquido oscu-
ro burbujeaba en su taza.
-Tal vez, cuando tu esposo trabaje en los
campos, td traeras tu grano para moler y habla-
remos acerca de tu viaje.
Shaina se sonrojo violentamente; el color ro-
sado tino su piel dorada en los altos pomulos.
-Yo no soy la esposa de Adriel, sino su sobri-
na. El es el hermano menor de mi padre. Hemos
viajado muchos kilometros, y serä realmente un
placer conversar con otra dama.
Sintio la mirada divertida de su tio sobre ella,
y se sonrojo nuevamente.
El valle 117

Cuando llego Enoc, se sentaron alrededor de


una mesa al aire libre, mirando hacia el valle, y,
mientras comian los sencillos alimentos, Adriel
conto la historia de la destruccion de Havila, su
estadia con Natän y el viaje subsiguiente.
El rostro fuerte y angular del patriarca se en-
sombrecio al escuchar el relato, y hablo con
tristeza cuando este concluyo.
-Sepp y Abigail eran de los mäs leales entre el
pueblo de Dios, y Havila un baluarte del Senor.
Lamento su desaparicion. Han hecho bien en ve-
nir aqui: hasta ahora no hemos sido molestados.
Tal vez los malvados no nos han descubierto. O,
tal vez, sencillamente esperan la hora propicia.
Importa poco, supongo, excepto que cada dia
que Dios nos da nos concede tiempo para comu-
nicar la advertencia a quienes la escuchen... Pe-
ro hablemos ahora de cosas mäs alegres.
Enoc irguio su cabeza y sonrio, y su resplan-
dor alegro a Shaina como el consuelo de los
brazos de su madre en la ninez. Penetro en me­
dio del profundo dolor que habia arrastrado du­
rante kilometros y kilometros de bosques, y en-
cendio una Mama de esperanza dentro de ella.
-Shaina dejo a su prometido, a sus padres, su
vida de comodidad y prosperidad, para transfor-
marse en una hija de Dios. Ella ha aceptado ca-
118 El canto de Eva

da contratiempo con paciencia y valor. Estoy or-


gulloso de ser su pariente -dijo Adriel, dirigien-
dose hacia ella.
Shaina penso por un momento que iba a llo-
rar al escuchar la bondad de sus palabras, pero,
mirando a Enoc, controlo cuidadosamente sus
emociones.
-Gracias por recibirnos en este refugio que
ustedes han preparado. Yo soy una seguidora
muy inexperta del gran Dios del cielo, pero de-
seo ser fiel y cam inar en las pisadas de mi abue-
la, Abigail.
Enoc se puso serio y la observo larga y escru-
tadoramente.
-Muchos han venido aqui con ese mismo de-
seo, nina. Pocos han permanecido. Sera mas di-
ficil para ti, que has crecido en el mundo exte­
rior. Q ue Dios te ayude.
Toda la cälida anticipacion se escurrio de su
alma, y una desolacion peor que la muerte
inundo su corazon. Como si entendiera, Enoc le
dijo bondadosamente:
-Orare por ti.
Perm anecio callado entonces, pensativo,
mientras Rimona limpiaba los restos de la comi-
da. Finalmente, senalando hacia una promi-
nencia rocosa que sobresalia de la colina en-
El valle 119

frente y mas arriba de donde eilos estaban, se


dirigio a Adriel.
-Hay una cueva, sobre ese afloramiento, que
mira hacia el valle. Como se orienta hacia el sur,
es cälido y soleado; un lugar agradable. Como
fue desocupado solo hace unos dias por un
hombre que se disgustaba por nuestra vida sen-
cilla aqui, yo la propondria como un hogar con-
fortable para Shaina -entonces, su mirada se di­
rigio a Ira- Noto tu tierna consideracion por la
joven. Levanta tu tienda al lado de su morada, y
pronto habräs construido un refugio fuerte. Te la
entrego a tu cuidado. Adriel, hijo de Sepp,
construye tu habitacion entre mis hijos. Puedo
usar a un hombre que tiene el valor de dirigirse
hacia Io desconocido, con solo su Dios como
guia. Tal vez, viajaräs conmigo de vez en cuan-
do de vuelta a las ciudades, para predicar.
-M e sentiria honrado -respondieron los tris­
tes ojos de Adriel a la invitacion-. La vida signi-
fica poco para mi ahora, fuera de mi amor por
el Prometido. Nunca mäs vere a mis amados
otra vez.
-Oh, mi hermano, ^has cargado con tu dolor
sin esperanza todos estos kilometros?
Enoc examino el rostro demacrado del hom­
bre con compasion.
120 El canto de Eva

-Dejam e contarte las buenas nuevas. El Pro-


metido vendrä no una, sino dos veces. La pri-
mera vez, el morirä por nosotros, y la segunda
regresarä en gloria como un poderoso Sobera-
no, para levantar a sus muertos y llevar a su
pueblo al hogar. Tus amados duermen en paz,
como Io haremos tu y yo si somos fieles, hasta
que su bendita voz agite nuestras tumbas.
—^Y como Io sabes? -pregunto Ira suavemen-
te-. Es un mensaje nuevo para nosotros.
Hum ilde y reverentemente, Enoc les explico,
y elevo firme su voz con la misma seguridad
que ellos escucharon aquel dia, junto al pozo
de la ciudad.
-£l me Io mostro. El me mostro la grande y
resplandeciente gloria de su segunda venida. Yo
tambien, a menudo, estaba preocupado por los
muertos y le suplique ä Dios respuestas. Tem-
prano una mafiana, mientras yo luchaba con es-
tos temores, el me revelo su solucion para el
problema del pecado, y yo quede satisfecho, ya
que el es justo, amante y sabio. Podemos con-
fiar seguros en el. Aunque no puede tolerar el
mal, a pesar de ello nos ama y no nos dejarä li­
brados a los resultados finales e inevitables de la
rebel ion humana y del pecado. El proveerä, por
medio del Prometido, una via de escape para
El valle 121

todos los que la deseen. Es dificil de creer, pero


es tan fuerte la atraccion del mal, que solo unos
pocos desean valerse de su rescate; pero para
esos pocos, el gozo es sin par. Porque Io que el
ofrece satisface las mäs profundas necesidades
de nuestro ser en forma tal, que aun los place-
res del pecado jamäs pueden hacerlo. jOh, si
pudiera hacer esto claro para quienes estän ab-
sortos en la destruction, en las ciudades! Es co-
mo si solo vieran mis labios que se mueven, pe­
ro no oyen nada. A veces, cuando voy viajando
de lugar en lugar, comienzo a preguntarme si yo
estoy loco, porque mi mensaje llega a los oyen-
tes como algo tan ridiculo. Pero entonces, final­
mente, cuando vuelvo a casa entre los densos
bosques, siento la presencia del Senor y, a ve­
ces, sus mensajeros viajan a mi lado y me ani-
man e instruyen. Entonces se que las palabras
de verdad siempre serän como una locura para
quienes estän apartados de el. Siento pesar por
mis projimos y resuelvo volver una y otra vez,
buscando a aquellos que tengan corazones hu-
mildes y dispuestos a ser ensenados.
-Tu eres un hombre valiente. Tu mision es
peligrosa.
Shaina capto el respeto en la voz del viejo
Ira.
122 El canto de Eva

-N o tan terriblemente, mi amigo. Si yo fuera


rico, se apoderarian de mis posesiones, pero yo
llevo solo un mensaje, el cual ellos no conside-
ran ni peligroso ni deseable. Cuando mucho,
obtenemos solo un converso ocasional, el que a
menudo vuelve a ellos posteriormente. Este va-
lle estä demasiado lejos de la civilizacion para
tentarlos, pero el dia vendrä, al multiplicarse la
humanidad, cuando todos temeremos por nues-
tras vidas.
Se separaron entonces: Enoc volvio a sus cul-
tivos, y los viajeros a acomodarse en sus nuevos
hogares. Shaina miro alrededor de la cueva y
penso en el horror que sentiria su madre si pu-
diera ver el destino final de su hija. Sin embar­
go, la joven lo encontro un refugio bienvenido,
un lugar para si misma despues de semanas de
viajar con inconvenientes y falta de privacidad.
Quebro una rama larga de un ärbol cercano y
barrio la basura del ocupante anterior. Rimona
le trajo parvadas de pasto seco de la ladera, pa­
ra esparcir sobre el piso. En un rincon, estiro un
lujoso tapete de piel, que su padre habia atado
a un costado del recado de Hadesh esa triste
manana de la partida. A lii dormiria.
La cueva doblaba en ängulo hacia atras, den-
tro de la colina, de tal manera que ella tenia to-
El valle 123

tal privacidad en el area de su dormitorio, y sin-


tio satisfaccion de ama de casa mientras acomo-
daba sus escasas pertenencias. Sobre uno de los
estrechos estantes de piedra que sobresalian na­
turalmente del interior de la cueva, ella coloco
la peineta de arcilla azul con sus flores delica-
das. Su madre le habia prometido una vez que
podria usarla en su casamiento.
Los recuerdos de Ben inundaron su mente, y
la cueva y Io que la rodeaba de pronto le pare-
cio tan inhospito como todos los bosques impe-
netrables del mundo. Ella estaba atrapada en es-
te valle, y nunca podria encontrar su camino de
regreso sola. Ben estaba perdido para ella para
siempre. Un deseo incontrolable de arrojarse
sobre la suave piel de su lecho y llorar amena-
ζό con abrumarla. Con lägrimas que se derra-
maban, copiosas, sobre su rostro, se dirigio ha-
cia una abertura en la parte de atras de la cue­
va. Siguiendo un angosto tünel que doblaba en
ängulo bruscamente en cierto punto, salio afue-
ra, a un recinto soleado, cubierto de pasto y ro-
deado totalmente por paredes de roca. A traves
de sus lägrimas, Shaina lanzo un grito sofocado
ante sus posibilidades.
Instantäneamente supo por que Enoc le ha­
bia asignado la cueva. Aqui, en este rincon es-
124 El canto de Eva

condido, ella encontraria al Dios de Adän y de


Abigail. Este Dios que le habia costado todo a
ella. Cayendo sobre sus rodillas, dejo que el sol
penetrara en su cuerpo agotado y doliente. Mas
tarde hablaria con Dios. Ahora, simplemente
permaneceria quieta y sanaria, al dejar que su
postura le asegurara a el que su momento de la-
mentarse habia pasado, que ella le pertenecia,
no importaba el costo. Pero, mientras estaba
arrodillada, una maravillosa paz la embargo, y
sintiö un amor que sobrepasaba el amor huma-
no. Un amor divino que siempre dejaba algo
mäs para ser explorado; un amor que exigia, pe-
ro tambien satisfacia; un amor que nutria y nun-
ca destruia. Ella sentia que ese amor estaba pre­
sente en forma remarcada en este valle. En lugar
de estar atrapada, ella habia sido liberada. El
amor le enseno todo esto en ese rincon soleado
y quieto. Finalmente, se durmio, acurrucada so­
bre el pasto tibio y blando, hasta que el sol ba-
jo en el oeste y la dejo tiritando de frio.
Mas tarde, trajo a Ira para que viera su des-
cubrimiento, y el dijo:
-Es aqui donde plantaremos los narcisos de
Adän.
-^Los trajiste? -pregunto Shaina, incredula,
con los ojos bien abiertos.
El valle 125

El afirmo con la cabeza, contento ante su de-


leite.
-jPor supuesto!, y muchas otras semillas y
bulbos. Haremos de este valle como el jardin
del Senor.
Al atardecer, cuando Shaina e Ira estaban
sentados frente a la cueva conversando, Adriel
trepo la colina para unirse a eilos.
-Todos me dieron una calurosa bienvenida,
pero, cuando cae la oscuridad, necesito a mis
viejos amigos -declaro, sentändose con las pier-
nas cruzadas al lado de Ira.
La luz de la luna brillaba sobre algün objeto
en sus manos, y Shaina bromeo:
-^Que regalo es este que nos traes en tu pri-
mera visita?
-Es mi flauta, y les traigo solo el humilde re­
galo de la musica.
-^Todos tocaban un instrumento en Havila?
-pregunto Shaina.
-No todos. Papa era un verdadero rrujsico, y
el insistia en que todos sus hijos conocieron los
fundamentos musicales. Tal vez, Natän y yo dis-
frutäbamos mäs que los otros hermanos. Sepp
nos enseno a Ben y a mi a tocar la flauta duran­
te nuestras largas horas de apacentar los reba-
nos.
126 El canto de Eva

Era la primera vez que el hablaba de los se­


res queridos que habian dejado aträs, y Shaina
se sintio en cierta medida confortada al escu-
char esos nombres familiäres una vez mas.
Cuando Adriel levanto la flauta a sus labios,
Shaina no se sorprendio de oir las notas dolori-
das del canto de Eva, porque tambien era el
canto de Havila. $u mensaje m elancolico floto
sobre el valle oscurecido como un grito solitario
y, para Shaina, represento la tristeza destilada
de toda la humanidad, en espera de la salvacion
del Prometido.

Durante los dias que siguieron, los tres se


adaptaron a las rutinas del valle. Plantaron una
gran huerta y la cuidaron meticulosamente.
Cuando no estaban en la huerta, ayudaban con
los cultivos de granos comunales y trabajaban
preparändose sus casas.
Adriel construyo una casa de madera, pero
Ira construyo un refugio de piedra, que armoni-
zaba tan naturalmente con la colina, que pare-
cia haber crecido alii. Adentro, contenia cuatro
piezas, porque el sabia que la cueva serfa frfa, y
queria un espacio para que Shaina viviera co-
modamente con el, cuando llegara el momento.
El valle 127

Excavo un lugar para el fuego en la pared de


aträs, para que hubiese calor, y los otros habi-
tantes del valle comenzaron a trepar la colina
para admirar esta estructura asombrosa. De a
poco, Shaina llego a conocerlos a todos.
El viejo Amos, que habia jugado con Set
cuando eran ninos; la bella Mahira y su esposo,
quienes habian escuchado a Enoc predicar en la
calle de una ciudad y Io habian dejado todo an­
te su amonestacion; los hijos e hijas de Enoc y
Rimona, algunos, como Matusalen, piadosos y
bondadosos, otros inquietos y opositores. Algu­
nos casados, otros solitarios y amargados, por-
que el valle ofrecia pocas chances para elegir
companeros. No era el Eden. El pecado y el pe-
sar se mezclaban con la verdadera santidad. So­
lo el justo Enoc los mantenia a todos juntos con
su vida pura y su consejo amante. A menudo,
dejaba el campamento por varios dias, solo pa­
ra regresar con su rostro resplandeciente e irra-
diando tal sensacion de paz y gozo, que los de-
mäs apenas podian mirarlo. Ellos sabian que ha­
bia rozado las mismas vestiduras de Dios, y un
temor reverente se difundia por el valle durante
dias, como si el les hubiera traido a cada uno un
regalo de santidad.
Shaina le envidiaba esa relacion divina, y
128 El canto de Eva

buscaba aproximarse mäs y mäs a Dios ella mis-


ma. En su lugar de oracion deträs de Ia cueva,
ella buscaba a Dios y el se inclino a tocar a es-
ta fiel hija de Natän y Ona.
Cuando, semanas mäs tarde, Adriel se sento
con Ira y Shaina frente al brillante fuego del ho-
gar, en la abrigada casa de piedra de Ira, los to-
mo completamente por sorpresa su anuncio.
-Mariana saldre con Enoc de viaje a las ciu-
dades de las llanuras. El desea que Matusalen
permanezca aqui, como lider en su lugar, y por
eso me ha elegido como su acompanante. Aun-
que me siento muy honrado, tengo un poco de
temor. M e he acostumbrado a los ritmos de es-
te valle, a su soledad y santa paz. Por Io tanto,
no estoy seguro de cuän bien me adaptare nue-
vamente al bombardeo del mal en los lugares
de reunion los hombres. Es posible que vea a
Natän. Shaina, podre asegurarle que estäs bien
y contenta.
Hablaron hasta bien entrada la noche. Ella le
encargo mensajes de amor, que deseaba enviar
a sus padres. Antes de partir, se arrodillaron so-
bre Ia saliente de roca sobre el valle iluminado
por la luna y oraron por la seguridad de el y de
Enoc, y por la pureza de corazon que los prepa-
raria a todos eilos para la venida del Prometido.
El valle 129

A la manana siguiente, con una sensacion de


soledad inesperada, ella observo a los dos jine-
tes mientras desaparecian entre la hendidura,
en el risco. Enoc faltaba a menudo, pero el va­
lle sin Adriel era una nueva experiencia, y ella
se dirigio hacia la cueva, sabiendo que las se-
manas siguientes serian largas.
Ira, al percibir su estado de änimo, llamo
desde su puerta:
-Shaina, tengo una idea.
Ella camino por el pasto, todavia humedo
por el rocio de la manana, hacia su casa de pie-
dra, preguntändose que podria haber pensado
su viejo amigo para distraerla de la ausencia de
Adriel. £l sostenia una gastada bolsa de cuero,
que ella reconocio como su saco portador de
bulbos de los dias de su ninez.
-Ha llegado el tiempo de plantar. Los bulbos
deben estar en la tierra durante la estacion fria
si es que van a florecer en la primavera, y hay
- semillas que tambien deben ser plantadas aho-
ra, para un comienzo temprano. Nuestras casas
estän construidas, nuestras huertas ya han sido
cosechadas. Debemos pensar en embellecer el
valle.
-Tal vez la vida sea demasiado seria para que
nos preocupemos acerca de cosas tan frivolas
130 El canto de Eva

como las flores —dijo ella, todavia deprimida.


-jTonterias! El Senor hizo el Eden esplendi-
do, sabiendo, como Io sabia, que Adän pronto
desconfiaria de el y se rebelaria. Abigail planto
una ladera entera para la gloria de Dios, y tu
misma siempre has tenido un lugar especial, ex-
quisitamente disenado, en el cual adorar a Dios.
Asi que no quiero oir mäs acerca de esta ridicu-
lez en cuanto a la frivolidad. Primero, plantare-
mos los narcisos del Eden en tu jardin escondi-
do, luego recorreremos el valle en toda su lon-
gitud y comenzaremos a formular un plan de
largo alcance. He estado explorando, hacia el
norte, un area donde sospecho que nadie ha
asentado su pie. A lli he visto arbustos y flores
que son nuevos para ambos. Mahana debes
acompaharme, y comenzaremos a traer algunos
arbustos por vez; tambien semillas de esas ex-
tranas flores nuevas. Ya me siento entusiasmado
-rio, satisfecho, el viejo jardinero, con un deste-
llo de luz en sus apagados ojos azules.
-Tu entusiasmo es contagioso, asi como Io
planeaste -rio Shaina-. Cuando Adriel regrese,
el valle estarä inundado de color, y mi regalo
para Enoc serä un ramo de narcisos del valle del
Eden. A el le gustaria eso, ^no te parece?
Y asi, juntos, durante los meses frios, los dos
El valle 131

exploraron, cavaron y plantaron. Limpiaron las


malezas, arreglaron los cercos de madera, plan­
taron bulbos por todas partes en las laderas so-
leadas, construyeron paredes de piedra para re-
tener el suelo sembrado y, por las noches, sus
cuerpos dormian profundamente, agradable-
mente cansados por el trabajo del dia. Lenta-
mente, los habitantes del valle comenzaron a
interesarse, dejando de lado sus pequenas que-
jas para ayudar en la empresa.
A veces, al atardecer, Shaina iba a sentarse
con Rimona. Habia llegado a amar a esta dulce
mujer que se movia silenciosamente en la casa
de Enoc, con su cabello negro cuidadosamente
peinado hacia aträs, rematado en un rodete. Pe-
quenos mechones se escapaban y se enrulaban,
enmarcando su rostro oval de clara piel color
marfil. Sus ojos oscuros eran redondos y expre-
sivos, su cuerpo delgado y flexible. Nunca pare-
cia apurada; sin embargo, sus movimientos eran
rapidos y seguros.
-Debes sentirte muy sola cuando Enoc sale
en estos viajes -simpatizo Shaina, mientras pe-
laba nueces delante del fuego crujiente.
-Al principio, cuando los ninos eran peque-
nos, ademäs de sentirme sola, tenia miedo. En
aquel tiempo estäbamos solos, aqui, en el valle,
132 El canto de Eva

excepto por Amos, que llego pronto despues de


nuestra llegada. Fue entonces cuando realmen­
te aprendi a orar. Tal vez, si no hubiera conoci-
do ese temor, siempre hubiese caminado a la
sombra de la experiencia de Enoc; pero, duran­
te esas noches oscuras y silenciosas, despues de
que los ninos se dormian, me arrodillaba aqui,
al lado del fuego, y hablaba con Dios, hasta que
el llego a ser tan real para mi como mi propio
padre Io habia sido. De a poco, llegue a enten-
der que yo estaba completamente segura bajo
su cuidado. No es que ningun problema podria
tocarnos, sino que ningun problema podria ha-
berlo hecho sin haber pasado por su escrutinio.
^Endendes la diferencia?
-Creo que si -contesto la mujer mäs joven-
aunque nunca he pensado mucho en eso. ^Estäs
diciendo que a veces necesitamos problemas
con el fin de crecer, y por eso Dios los permite?
-N o es un castigo, Shaina. A menudo, las
personas estän confundidas en cuanto a esto.
Pero si aceptamos los problemas con absoluta
confianza, Dios puede usarlos para ensefiarnos
mäs acerca de si mismo. Cierta vez pense que el
servicio resuelto a Dios por parte de Enoc era
una carga pesada, pero despues de que deje de
luchar en contra, descubri que durante los me-
El valle 133

ses que pasaba sola aqui, en el valle, eran los


momentos en los que me acercaba mäs a Yahve.
Entonces, en lugar de separarnos, sus viajes nos
unieron, porque el ha encontrado en mi a al-
guien que entiende su mision y le brinda la li-
bertad para servir. Cuando el vuelve, me cuenta
acerca de los gozos y las tristezas de sus viajes,
y yo le hablo de las nuevas profundidades que
alcance en mi santa relacion con Dios. A veces,
me toma por los hombros y dice:
"-jO h, Mona, que mujer que eres! Con Dios
como mi amigo y tu como mi esposa, soy el mäs
bendecido de los hombres".
AI ponerse de pie y estirarse, Shaina sacudio
las cäscaras de nueces de su falda, arrojändolas
al fuego.
-Y tu ^estäs sola? -pregunto la mujer mayor,
levantando la vista, desde el banco bajo donde
estaba sentada, hacia la nifia alta, parada frente
a el la.
-No exactamente sola -sonrio ella- Es solo
que parece que siempre estoy en espera de al­
go. Pero yo tambien he aprendido a encontrar
mi gozo en el Senor, y generalmente estoy con-
tenta. Trato de no recordar mi vida pasada. Dia
a dia he llegado a comprender que Ben nunca
me hubiera hecho feliz.
134 El canto de Eva

-Tenemos hijos -insinuo Rimona-, y ellos


piensan que eres muy hermosa realmente.
Shaina sonrio ante los esfuerzos casamente-
ros.
-Querida amiga, cuando Dios encuentre un
companero para mi, me Io harä saber. Esta vez
esperare su sefial. Tal vez no este dentro de sus
planes; tal vez pasare mis dias aqui, en quietud
y en cualquier servicio que pueda rendir.
Se dijeron buenas noches, y Shaina camino
räpidamente, en el aire fresco de la noche, por
el fondo del valle y luego subio abruptamente
hasta la casa de piedra, sobre la abrupta eleva-
cion rocosa.

Meses mäs tarde, cuando los cerezos se


veian espumosos sobre las laderas, y los tulipa-
nes y los junquillos se derramaban junto a los
paredones de piedra, Enoc, Adriel y un extrano
pasaron a traves de la hendidura y descendieron
por el cam ino hacia el valle. Shaina, sacudien-
do su alfombra de piel en Io alto de una eleva-
cion rocosa, fue la primera en verlos. Adriel le-
vanto su mano en saludo, y solo entonces admi-
tio ella para si misma cuän desolado habia esta-
do el valle sin su presencia fuerte y segura. Para
El valle 135

cuando Ira y ella hubieron descendido por la


colina, todos los demäs caminaban junto a los
jinetes en un parloteo de bienvenida. Enoc le-
vanto a Rimona sobre su cabal Io, y su rostro bri-
llaba de alegria. Sus nietos brincaban y se em-
pujaban a su lado, y sus hijos e hijas formaban
un semicirculo protector a su alrededor.
Adriel cabalgaba silenciosamente deträs; Ira
y Shaina a cada lado. Shaina recordo la ocasion
cuando ella sostuvo su mano tan inocentemen-
te, mostrando su pesar; pero ahora ella sentia
una timidez que le impedia acercarse a el con
alegria. Ella leyo el placer en sus ojos y supo
que estaba contento de estar de vuelta.
Cuando se calmo un tanto la excitacion de la
bienvenida, Enoc les presento a Tobias, su uni-
co converso. El hombre parecia agotado y terri-
blemente solo. Shaina penso cuan alto era el
precio por ser un hombre de Dios, y se decidio
a invitarlo pronto a comer con Ira y ella.
-Nuestro hermano ha dejado aträs a su com-
panera y sus hijos, su hogar y sus posesiones
-anuncio Enoc, y se oyo un murmullo de simpa-
tia entre el grupo.
Amos inmediatamente ofrecio al recien lle-
gado una habitacion en la cual dormir, hasta
que pudiera construirse una vivienda. Tobias
136 El canto de Eva

sonrio ante la calidez de su bienvenida, pero


parecio mäs una mueca sobre las arrugas de
amargura de su rostro.
-Todos oraremos para que Dios despeje la
tristeza de su corazon, amigo —dijo Shaina dul-
cemente-. Nosotros conocemos el dolor.
El hombre la miro agradecido, pero no dijo
nada. Ella entonces se dirigio a su pariente.
-Ven, Adriel, tu debes comer con nosotros
esta noche y contarnos respecto del viaje.
-Dejam e primero banarme en el arroyo y po-
nerme ropa limpia. Tengo una historia que con-
tarte, Shaina. Una historia seria, pero puede es-
perar hasta que hayamos comido.
Intranquila, ella pregunto:
-*Viste a mis padres? ^Todo va bien con
ellos?
-Te hablare de eso mäs tarde -replied el, con
voz firme.
Pero, mientras ella cocinaba las verduras re­
den cosechadas y cortaba los panes de centeno
que Rimona le habia enseriado a hornear, la
aprension y preocupacion aumentaba dentro de
ella.
Mientras comian, Adriel admiro las canastas
de flores que colgaban del borde de la cueva. Se
maravillo ante la vista de tanto color a lo largo
El valle 137

de la colina, y dijo que era un bälsamo para sus


ojos, que no habian visto nada mäs que el oscu-
ro sendero del bosque durante semanas. Eso ha-
cia que todo el trabajo valiera la pena, y a Shai-
na e Ira les encanto sus elogios, pero el temor
credo en ella hasta que apenas podia tragar su
comida.
Cuando hubieron despejado la mesa y la luz
del sol tocaba solo los riscos mäs altos en la par­
te extrema del valle, Adriel se recosto contra la
pared de la cueva y comenzo su relato. Sobre su
cabeza, un picaflor se movia metodicamente de
flor en flor, en los canastos colgantes.
-Nuestros viajes nos llevaron, en cierto pun-
to, a un dia de viaje de Havila. Le rogue a Enoc
que nos tomäramos el tiempo necesario para ir
hasta alii. A el no le molestaba la demora, pero
sentia que era peligroso para mi, al pensar que
seguramente me reconocerian como hombre de
Havila y me cortarian la cabeza sin pensarlo
dos veces. Sin embargo, Io convenci de que po-
driamos envolver nuestros rostros con bufandas
y pasar como mercaderes de una tierra distante.
Teniamos amplias provisiones de estas gigantes-
cas nueces que crecen en abundancia aqui, asi
que, en contra del mejor juicio de Enoc, entra-
mos en Havila como vendedores de nueces.·
138 El canto de Eva

Nunca podrias creer, Shaina, Io que ha sucedi-


do en ese valle. Lo que una vez fueron las tran-
quilas tierras de pastoreo, ahora es una ciudad
que rebosa de maldad. Nada permanece igual,
excepto los jardines de mi mamä sobre la lade-
ra, los cuales han reservado como un atractivo
turistico; de hecho, la ladera florecida era el
centro de atencion cuando llegamos. Rarecia
que la mitad de la ciudad se habia reunido alli.
Una multitud chillona se apifiaba al pie de un
gran idolo, que han levantado entre las flores.
"^Por que tiene que seguir divagando acerca
de H avila?", penso Shaina impacientemente.
"^No sabe el que mi corazon estä sediento de
noticias acerca de mis padres?" Pero ella se con-
tuvo. Podia ver que Ira estaba absorto con la his-
toria.
-Nadie nos presto la menor atencion -conti­
nue) Adriel-; tan interesados estaban en los dos
hombres que mantenian a punta de lanza cerca
del idolo. Algo acerca de esos dos, aun cuando
estaban de espaldas a nosotros, me parecia fa­
miliar, y senti nauseas al darme cuenta de que
eran Natän y Ben. Si no hubiera sido porque
Enoc me sostuvo del brazo con firmeza, hubie-
se saltado hacia eilos, aunque no habia nada
que podria haber hecho entre ese mar de lan-
El valle 139

zas.
"Son mis parientes", susurre freneticamente a
Enoc. "Debemos hacer algo".
"N o hay nada que podamos hacer" replied el
con calma, "excepto orar para que eilos enfren-
ten la muerte como conviene a hombres de
Dios".
-Yo sabia que tenia razon, pero casi Io odie
en ese momento por su objetividad. Alguna au-
toridad de la ciudad, que llevaba puesta una co­
rona de oro, hablo a Natän y a Ben, diciendoles
que se los reconocia como hombres de Havila
y, por Io tanto, estaban condenados a muerte, a
menos que estuvieran dispuestos a probar su in-
diferencia hacia el Dios de sus antiguos habi-
tantes arrodilländose y adorando a la imagen
que estaba ante eilos. M e sobrecogio una gran
tristeza, porque yo sabia que esos dos hijos de
Sepp traicionarian a todos los que ya habian
muerto, al doblar la rodilla ante la reluciente
imagen. Ben se arrodillo räpidamente, con la
cabeza inclinada en actitud de reverencia. Al
preguntarme que pensamientos estarian pasan-
do por la mente de este sobrino mio, llore por
su debilidad.
Adriel se dio vuelta entonces, para mirar de
lleno a Shaina, cuyo rostro estaba tan blanco
140 El canto de Eva

como las palomas que comian las migas al bor­


de de la cueva. El extendio su mano y tomo la
de ella mientras proseguia.
-Natän permanecio de pie alli, vacilante,
hasta que una lanza le punzo el hombro, man-
chando su tunica con sangre. Vi los labios de
Enoc que se movian en oracion, y yo tambien
rogue a Dios por la victoria de Natän. Finalmen­
te, tu padre se dio vuelta, y su rostro estaba tan
pälido como Io estä el tuyo ahora, Shaina; pero
dijo, en tonos claros y fuertes:
"-N o puedo arrodillarme ante esta cosa inu-
til, aqui, en los jardines que mi madre dedico al
Creador de toda la humanidad. Yo no le he ser-
vido bien ni fielmente, pero declaro hoy, delan-
te de esta congregacion, que el es el ünico y
verdadero Dios viviente".
-Las palabras apenas habian escapado de sus
labios cuando la turba Io ataco arrojändole ro-
cas y punetazos. No tuvieron que levantar ni
una lanza. Instantes despues, la multitud co-
menzo a dispersarse, ocupados ya en otros
asuntos. Deträs de eilos, tu padre yacia inmovil,
armonizando con la tierra misma con su tunica
marron de alfarero y su cabello color arena.
Enoc y yo no nos atrevimos a hablar o mostrar
interes en el acontecimiento, pero, al encontrar-
El valle 141

se nuestras miradas, reconocimos un regocijo


intenso aun en nuestra tristeza.
Shaina lloraba en silencio, apoyada contra el
hombro protector de Ira.
-Oh, Adriel —dijo ella, sonriendo de algün
modo a traves de sus lägrimas- Es una historia
gloriosa. M i corazon estä destrozado, pero aun
asi es una historia gloriosa. jOh, que yo hubie-
ra podido escucharlo pronunciar aquellas pala-
bras! Gracias, gracias por contärmelo.
Los tres lloraron juntos entonces, por padre,
hermano y amado amo. Finalmente, Shaina pre-
gunto:
-^Que sabes de mi madre, Adriel? ^Que hara
ella sin papä? ^La viste?
-No viajamos en direccion de tu casa esta
vez, Shaina, asi que no vimos a Ona. Pero cuan-
do Ben dejo la escena de la muerte de Natän, Io
seguimos a cierta distancia hasta que estuvimos
bien lejos de las multitudes. El, Natän y los sir-
vientes habian levantado campamento sobre
tierras mäs altas, mäs allä de la ciudad. Habian
venido para negociar por la compra de arcilla.
Mientras Ben ascendia la colina, Io alcanzamos
y extendimos nuestras bolsas de nueces delante
de el, como si negociäramos. Entonces, me des-
cubri el rostro, y el sofoco un grito de asombro.

I
142 El canto de Eva

No nos atrevimos a hablar mas que unos mo-


mentos, pero Ben nos prometio que tomaria a tu
madre bajo su cuidado. El le tiene carino a Ona,
y yo creo que sera como un hijo para ella; asi
que no necesitas temer por su bienestar. Le di-
mos todos tus mensajes de amor para ella, y eso
la consolarä, seguramente.
-O jalä pudiera ir a ella -suspiro Shaina. Ella
se sentirä devastada, en parte por la muerte de
papa, y en parte porque, al fin de cuentas, el eli-
gio a su Dios por sobre ella.
Adriel levanto su flauta y, mientras tocaba
suave y melancolicamente, Shaina sintio la rnü-
sica de una manera nueva y mas profunda.
R
imona hacia que la vida fuera posible en
ese valle remoto. Ella conocia todo lo que
crecia en el. Sabia que raices y plantas sil-
vestres podian curar sus pocas enfermedades.
Del sedoso pelo de las cabras, asi como de la la-
na de las ovejas, ella podia tejer finas ropas, y
podia dar forma a una vasija fuerte y duradera
con la arcilla. Al pasar de los anos, Shaina de-
mostro ser una alumna entusiasta, pero en lo
que mas se destacaba era en el trabajo con la ar­
cilla. Desde su ninez, Shaina habia jugado con
ella sobre el piso, en el taller de su padre, pero
nunca la habia trabajado seriamente. Ahora, al
aprender las tecnicas, a menudo haciendo girar
la rueda sobre la cual Rimona daba forma a sus
creaciones, quedo fascinada. Pronto, Ira estaba
haciendo girar una para ella, mientras daba for­
ma a la arcilla mojada, transformandola en ob-
143
144 El canto de Eva

jetos ütiles. Pero ella no se contentaba con me-


ros utensilios. Sus habiles dedos pronto dieron
forma a flores y enredaderas para decorar las
piezas de uso präctico, y, mäs tarde, vinieron las
formas de päjaros y ciervos, y aun de hombres
y mujeres. Con sus flores y su cerämica, ella tra-
jo el sentido de Io bello una vez mäs a sus vidas
espartanas, y el valle fue un mejor lugar a cau­
sa de su presencia.
A menudo, a la puesta del sol, al comienzo
del säbado, Shaina invitaba a todos los habitan-
tes del valle a que subieran a la saliente de roca
donde se ubicaba su caverna, porque la puesta
de sol se veia espectacular desde alii. Ira cons-
truyo un elegante altar a un lado de la boca de
la cueva, sobre el cual Enoc pudiera hacer el sa-
crificio para todas las personas, semana tras se-
mana. Formaron el häbito de confesarse unos a
otros toda ofensa cometida y arreglar sus peca-
dos privados, en una sesion de sobria y silencio-
sa oracion antes del rito sagrado. Solo entonces
Enoc degollaba al cordero. Como era un lugar
pequeno, ellos reconocian y amaban indivi-
dualmente aun a los animales. Por eso, cuando
una oveja esperaba inocentemente al lado del
altar, a menudo un cordero que uno habia sos-
tenido y acariciado durante la semana, se vivia
La partida 145

un momento de profundo pesar cuando Enoc


levantaba el cuchillo. En algunas ocasiones,
Adriel tocaba su flauta y eilos cantaban juntos,
pero era tan intenso el sentimiento de santidad,
que todos se retiraban calladamente, sin querer
quebrar el silencio.
El septimo dia, el säbado, se reunian alrede-
dor de una fuente clara, al pie del manantial
que descendia de la montafia, para cantar y orar
juntos antes de que Enoc les hablara. A Shaina
le encantaba observar su rostro. A veces, les
contaba las historias que Adän habia comparti-
do con el sobre la creacion y esos primeros dias
felices en el Eden. El recordaba el gozo de ellos
mientras exploraban cada maravilla reden sali-
da de la mano del Creador, y el temor y la tris-
teza que sintio Adän cuando vio a Eva, que se
acercaba con la fruta prohibida en sus manos y
los argumentos en sus labios.
Mientras hablaba, Shaina visualizaba el valle
de Eden, y veia el triste y bei Io rostro de Eva
mientras cantaba, con el arpa de Natän, la his-
toria de su perdida y pesar.
Otras veces Enoc compartia la revelacion
que Dios le habia hecho de una gran calamidad
que afligiria la tierra; tambien la llegada del
Prometido para morir. La historia que mäs les
146 El canto de Eva

gustaba era la de la grandiosa y gloriosa segun-


da venida del Prometido de Dios. No importaba
cuäntas veces les contara sus revelaciones, ellos
nunca se cansaban de escucharlas, porque cada
semana el entretejia el inmensurable amor de
Dios tan tiernamente, tan especialmente, que
ellos ansiaban conocer mas acerca de ese Dios
sabio y maravilloso que se interesaba en ellos.
Parecia que cada semana la relacion de Enoc
con Dios se intensificaba, hasta que, al caminar
entre ellos, la misma presencia de Dios estaba
en su medio. Ellos deseaban que no se fuera so­
lo en sus cortos viajes a lo desconocido, para
orar, ni tampoco en esos largos y peligrosos via­
jes entre los descendientes de Cain. Pero sabian
que el debia hacerlo, que el era el hombre de
Dios y que ellos eran bendecidos al ser ovejas
de su rebano.
Shaina notaba a menudo que Tobias nunca
sonreia y, no importaba cuän calurosamente los
demäs lo incluyeran en su compafiia, el no pa­
recia integrarse en el grupo. Un septimo dia,
mientras ella trepaba a lo alto de los riscos, de
pronto lo encontro acurrucado en una grieta,
llorando. Asustada, ella no sabia si fingir que no
lo habia visto o hablar, pero eligio la ültirna al­
ternativa como la mäs honesta.
la partida 147

-Tobias, he notado tu tristeza. ^Que pode-


mos hacer para ayudarte?
έΐ dijo amargamente.
-Säquenme de este lugar. Llevenme de vuel-
ta a la civilizacion.
-^Temes que tu esposa y tus hijos esten pa-
sando necesidades?
-M i esposa estaba por abandonarme de to-
dos modos. Ella era hija de la riqueza y odiaba
mi adoracion a Dios; aunque parecfa no impor-
tarle cuando nos enamoramos. Ella estaba em-
paquetando sus cosas para volver al hogar de
sus padres, cuando aparecio Enoc predicando
su mensaje de condenacion. Pärecia que ya na-
da importaba. Como lo iba a perder todo de
cualquier forma, pense que mejor serfa unirme
a el. Rara cuando hübe viajado unas pocas se-
manas a traves de los interminables bosques, yo
sabia que habia cometido una terrible equivo-
cacion. O dio estar aqui. Y no tengo la intencion
de pasarme la vida sin una mujer.
-Comprendo tus sentimientos.
Shaina penso con inquietud en la distancia
que la separaba del campamento y decidio no
meterse en una situacion semejante otra vez.
-A veces, yo tambien me siento sola, pero
trato de llenar mi tiempo con actividades ütiles,
148 El canto de Eva

al recordar que esta vida no es Io mäs importan­


te. Despues habrä una vida con Dios, que satis-
farä todas nuestras necesidades. Pero aun aqui y
ahora, Tobias, si abres tu corazon a Dios, el te
colmarä de tal modo con su presencia, que ten-
dräs gozo aun en este lugar remoto.
El hombre oscuro y m elancolico no respon­
d s , y parecia retraerse aün mäs dentro de la
grieta. Shaina, sin ocurrirsele que mäs decir, co-
menzo el lento y cuidadoso descenso de la
montana, siempre consciente de los ojos de el
sobre ella. Se sentia de algün modo sucia, y de-
seaba no haberse encontrado con el.
Esa noche, cuando vio a Adriel trepando ha-
cia su cueva, se sintio contenta, porque tenia
una sorpresa para el. Despues de charlar un ra-
to, entro en la cueva y regreso con las manos
deträs de su espalda.
-Cierra los ojos, Adriel. Todo el invierno he
estado haciendo un regalo para ti. Al fin lo he
terminado, y no puedo esperar mäs para mos-
trärtelo.
Adriel, sentado sobre un banco a la entrada
de la cueva, se apoyo contra la pared de piedra
y extendio sus manos. Shaina noto, mientras la
cabeza de el descansaba, relajada, contra la
piedra gris, y con los ojos cerrados, que las arru-
La partida 149

gas de sufrimiento y pesar, que durante tanto


tiempo habian surcado su rostro, habian co-
menzado a borrarse. Parecia, a la suave luz del
crepüsculo, sorprendentemente joven y vulne­
rable. Sintio que la inundaba una ola de ternu-
ra, pero la hizo a un lado räpidamente, colocan-
do en sus manos un objeto largo, en una suave
bolsa de piel.
Adriel tiro de la atadura, sonriendo, y grata-
mente sorprendido y mäs conmovido de Io que
deseaba admitir. Lo que saco del estuche le hi­
zo emitir un grito sofocado de asombro: Shaina,
usando muchos y variados tonos de arcilla, ha-
bia disenado una miniatura de Havila. Las tien-
das de Sepp y Abigail se levantaban en su lugar
apropiado, pequenas ovejas se esparcian por las
praderas, y el rio serpenteaba entre los campos
y ärboles. Abigail se inclinaba industriosamente
en su huerta de verduras, deträs de la tienda de
cocinar; Shaina habia formado la figura de Sepp
tan perfectamente, de pie, cordero en mano, al
lado de su altar, con su cabello largo y espeso
algo levantado por el viento, que Adriel, pensa-
tivo, lo acaricio amorosamente con un dedo.
Cuando final mente levanto la vista, sus ojos
estaban arrasados por las lägrimas. Aunque no
hubiera hablado, Shaina hubiese sido amplia-
150 El canto de Eva

mente recompensada por su esmerado trabajo;


pero, con voz quebrantada, sus palabras llega-
ron hasta ella.
-Oh, Shaina, que cosa tan hermosa has he-
cho. Cuando nuestros recuerdos se tornen vie-
jos y confusos, esta obra de tus manos nos re-
cordarä nuestra herencia: Havila nunca morirä.
El toco el banco a su lado, invitändola a sen-
tarse junto a el. Delicadam ente le tomo la ma-
no, y permanecieron sentados, juntos en el cre-
pijsculo, sin hablar, pero sintiendo algo natural
y bueno, algo fuerte y eterno, que se movia en-
tre ellos. Finalmente, con su manera simple de
expresarse, sin eufemismos, el le dijo:
-Shaina, he llegado a amarte tanto, pero he
tenido temor de hablarte.
-^Que temias? -pregunto la joven, demasia-
do timida ahora para mirar su rostro.
-Q ue soy mayor que tu, que podrias pensar
respecto de mi solo como un pariente y no co-
mo un enamorado. Y, mäs que nada, tal vez,
que tu corazon todavia pertenezca a Ben.
-Siento mäs por ti ahora, en este momento
-dijo ella tiernamente, levantando sus ojos con
timidez hacia su rostro-, de Io que alguna vez
senti por Ben. Se ahora que mi amor por el era
poco profundo, no habia sido probado. Τύ y yo,
La partida 151

Adriel, hemos caminado juntos en medio del


dolor, enfrentado juntos una nueva vida y espe-
rado pacientemente que nuestro amor madure.
-No tan pacientemente como podrias pensar
-confeso el, sonriendo- M iles de veces he de-
seado tomarte en mis brazos, para regocijarme
y consolarme en tu amor.
-Yo tambien he sentido la misma necesidad
-admitio ella—; y no es necesario negarlo ya
mäs.
Ella abrio sus brazos, y el se entrego a eilos.
Mientras ella Io abrazaba, sus lägrimas se mez-
claron y su terrible soledad se desprendio como
una prenda de vestir que ha quedado chica.

Rimona y Shaina planearon una celebracion


tal como el valle nunca habia visto. Shaina que-
ria que su casamiento fuera un momento de re-
gocijo, aunque una experiencia sagrada y santa
a la vez. Ella deseaba que cada una de las pare-
jas en el valle recordaran sus propios votos de fi-
delidad, que su amor fuera renovado.
Las mujeres cocinaron durante dias, prepara-
ron panes de frutas y otros manjares exquisitos
tornados de la abundancia que crecia a su alre-
dedor. Rimona busco su tela mäs suave, hecha
152 El canto de Eva

de fino pelo de cabras peinado, y Io sumergio


en tintura hecha con cebollas. El tejido resultan-
te era de un dorado cälido, solo un poco mäs
claro que la piel bronceada de Shaina. Cuando
se Io puso el dia de su boda, con la peineta azul
de su madre sujetändole el cabello cobrizo, Ri-
mona lanzo un suspiro de satisfaccion. Los ni-
nos tejieron collares de pequenisimas flores
azules para su cuello, y la procesion nupcial co-
menzo a descender por el valle. Shaina le habia
indicado a Adriel que fuera bien lejos por el lar­
go camino, hasta un area desolada de abruptas
rocas.
-Solo cuando escuches el sonido de nuestros
cantos puedes venir a recibirnos -le habia ad-
vertido ella bromeando, con sus verdes ojos
danzando de jubilo.
Temprano por la mafiana, llegaron, con el sol
que salpicaba el cam ino bien transitado debajo
de los inmensos ärboles. Shaina caminaba len-
ta, orgullosamente, como una reina henchida
en su felicidad, entre Enoc y Rimona, como su
hija espiritual. Alrededor de ellos, los ninos dan-
zaban y arrojaban flores. Deträs seguia el resto,
y sus cantos de alabanza y gratitud a Dios se
elevaban triunfantes en el valle escondido, tan
alejado de las moradas de la humanidad.
La partida 153

Rodearon una curva, y Adriel se acerco para


recibirlos, tocando su flauta. El grupo se detuvo
y guardo silencio, dejando que las alegres notas
de su canto de amor fluyeran claras y dulces en
el aire de la manana. Shaina vio en sus ojos su
lealtad, su amor y su aprecio por la belleza de
ella, mientras estaba parado frente a ella, tocan­
do su flauta con suma habilidad. Adriel se dio
vuelta entonces, y los guio por un camino late­
ral hacia un pequeno claro, en el cual ellos ha-
bian elegido prometerse el uno al otro.
Ella siempre recordaria este momenta, pen-
so. Admiraba la poderosa fuerza de Adriel, que
iba delante de ellos por el camino del bosque,
ejecutando su musica y danzando, mientras era
seguido por los fieles hijos de Dios. Ella se pre-
guntaba que pesares les esperaban a todos ellos,
que peligros se cernian sobre su cabeza mien­
tras viajaba a menudo con Enoc por la tierra, en
busca de otros conversos. ^Perderia ella algun
dia a este firme, verdadero hombre de Havila?
Hizo a un lado sus presentimientos y trato de
absorber toda la felicidad del momenta.
Tomaron su lugar debajo de una glicina, de
la cual colgaban abundantes flores color pürpu-
ra. Alli, con las abejas que zumbaban sobre sus
cabezas, Enoc les hablo seriamente sobre la
154 El canto de Eva

santidad del matrimonio y de esa primera union


en el Eden. Entonces, todos se arrodillaron so-
bre el pasto blando, donde el lino de un azul in-
tenso, que Shaina e Ira habian plantado anos
antes, los rodeaba, y el vestido dorado de Shai­
na resplandeda como una llama viva en el me­
dio de todo. Enoc coloco una mano sobre cada
cabeza, y solemnemente rogo a Dios que unie-
ra sus vidas para siempre. Luego, siguieron mu-
chas oraciones, sin apresuramiento, sinceras,
cada una solicitando bendiciones sobre los dos.
Los pequefiitos balbucearon sus peticiones,
siendo su amistad con Dios tan natural como su
respiracion.
Finalmente, oro Adriel. Pronuncio una pro-
mesa de amor eterno por su novia delante del
Creador del mundo y, alzändola, la llevo hacia
su hogar por el camino. Los brazos de ella le ro-
deaban el cuello; su cuerpo era liviano como vi-
lano entre sus fuertes brazos, y el vestido dora­
do ondeaba reluciente en la brisa matinal.
Hicieron banquete, rieron y cantaron. Shaina
noto que Enoc, a menudo, atraia a Rimona ha­
cia el, besändola juguetonamente delante de los
huespedes, mientras ella se sonrojaba de placer.
"Q ue hombre complejo es el", penso para si
misma. "Profeta austero que amonesta sin temor
La partida 155

a los hijos de Cain, radiante amigo de Dios, tier-


no y atento companero y padre". Ella esperaba
que Dios fuera como Enoc; seria tan fäcil amar-
lo asi. No, se dijo a si misma, Dios es aün me-
jor que Enoc.
Cuando el sol finalmente desaparecio tras las
colinas y ni siquiera los mäs altos riscos refleja-
ban su calor, Shaina y Adriel treparon tornados
de la mano hacia la cueva. Deträs de ellos, los
amigos entonaron un canto de amor tan antiguo
como el Eden:
Levanta a mi amada
y llevala tiernamente
al lugar donde descanso.
Ella es maravillosamente bella,
mi amada.
M i corazon se estremece
bajo su toque,
y la oscuridad nos cubre.

Unos pocos meses mäs tarde, al terminar el


culto del dia säbado, Enoc invito a Shaina y
Adriel a unirse a el en un viaje hacia el norte del
valle, para realizar un periodo de oracion y me-
ditacion. Como sabian que el patriarca raras ve-
ces llevaba a alguien, excepto a Rimona o Ma-
156 El canto de Eva

tusalen, y a ellos solo en raras ocasiones, la pa-


reja se sintio profundamente honrada. Se apre-
suraron en llegar a la casa, para juntar Io que
necesitarian para el viaje, y salieron a pie, a tra-
ves del terreno agreste que Ira y Shaina a menu-
do transitaban buscando nuevas plantas.
Enoc les hablo acerca de las cosas que suce-
derian en el futuro mäs intensamente que nun-
ca antes.
-Adriel -le advirtio-, los hombres de Dios se
vuelven cada vez mäs escasos sobre la tierra,
aunque el tiene algunos fieles esparcidos aqui y
alia. Cuando yo me vaya, Matusalen, tu y
aquellos de mis hijos que permanezcan fieles a
Dios deben continuar advirtiendo a los hombres
acerca de la destruccion que vendrä. Ruegales
que abandonen el mal y regresen a Dios. Pro-
metemelo, Adriel.
El esposo de Shaina miro a su amigo con cu-
riosidad.
-Tu eres un hombre joven, aün no tienes
cuatrocientos anos, Enoc. La destruccion bien
puede llegar mucho antes de que duermas en la
tierra. Dudo que Matusalen o yo tengamos que
reemplazarte en tu trabajo; aunque tü sabes que
viajaremos a tu lado cualquiera sea el riesgo.
-^Pero tü me Io prometeräs? Matusalen ya ha
La partida 157

jurado solemnemente seguir adelante.


-Lo prometo -juro Adriel seriamente, com-
prendiendo que, por alguna razon, esto era ex-
tremadamente importante para Enoc.
Shaina caminaba deträs de eilos por el cami-
no rocoso; estaba sorprendida por la conversa-
cion. Enoc caminaba con pasos largos delante
de ellos, con toda la fuerza de su virilidad, mag-
netico y poderoso.
Los guio, despues de un dia de viaje, hacia
un pequeno claro desolado que habia entre
unas enormes rocas. Desde alii se podia con-
templar, a traves de montaöas y valles, tierras
aün deshabitadas.
-^Por que vienes a un sitio tan desamparado
para orar? -pregunto Shaina, sintiendo la impo-
nente soledad del lugar.
-Porque aqui siento mi insignificancia. En la
ciudad, o aun en nuestro valle, en cualquier lu­
gar donde se congrega la gente, llegamos a pen-
sar que nuestra presencia es vital para que se
desarrollen los planes y los acontecimientos.
Pero aqui, solo, percibo que Dios podria elimi-
narme, o a todos nosotros, con solo un pensa-
miento; y me siento sobrecogido por su toleran-
cia divina hacia un pueblo rebelde. M e doy
cuenta de mi propia indignidad y de su amor
158 El canto de Eva

compasivo hacia mi. Pienso en mi fuerte devo-


cion paterna hacia mis hijos e hijas, y Io que me
costaria enviar a uno de eilos en una mision co-
mo la que Dios asignarä al Prometido sobre es-
ta tierra. Solo aqui, sobre mis rodillas, comien-
zo a tener una vislumbre de la incomprensible
profundidad de su amor. Ahora, no hablemos
mäs, y busquemos su presencia.
Se separaron, cada uno para encontrar su
propio rincon privado. Shaina se sentia abruma-
da. iQ u e sabia el la respecto de buscar a Dios a
la par de un hombre tan santo, o aun de su pro­
pio esposo? Muchas noches, despues de que
Adriel la creyera dormida, ella lo escucho desli-
zarse de la cama y dirigirse, por el tunel, hacia
su lugar de oracion. Pero ella se arrodillaba y es-
peraba en silencio. Tal vez el Senor le hablaria a
ella, asi como le habia enviado su paz ese pri­
mer dia en el valle. La vasta quietud se poso so­
bre ella, y trato de imaginarse como seria en-
contrarse aqui, sola, como lo hacia Enoc tan a
menudo. Trato de vaciar su mente de todo pen-
samiento superficial, hasta que finalmente per-
dio el sentido de lo que la rodeaba, el dolor de
sus rodillas sobre la dura roca, la conciencia de
sus companeros adoradores. Aunque no escu­
cho ninguna voz divina ni vio ninguna gloria, la
La partida 159

embargo una calidez curativa, que ella recono-


cio como aceptacion; la aceptacion de Dios de
su ofrenda de si misma. Era tan real como la pie-
dra sobre la cual estaba arrodillada, y lloro en
expresion de gratitud porque Dios se habia en-
contrado y comunicado con ella en ese lugar.
Un gran anhelo de ofrecerle a el algo mejor sur-
gio dentro de ella.
Cuando cayo la noche, Adriel vino y la alzo,
y la retuvo muy cerca de si dentro de los plie-
gues de su frazada de lana, pero no hablaron;
tan fuerte era el poder de Dios sobre eilos.

Cuando el amanecer comenzo a proyectar


sus tibios rayos sobre la pareja que dormia, la
forma encorvada y hümeda de Enoc se levanto
de su posicion arrodillada, junto a una roca gris.
Al despertar, Shaina se dio cuenta de que el ha­
bia pasado la noche alli, y se levanto räpida-
mente para preparar comida caliente para el,
pero habia algo extrafio: un resplandor que Io
rodeaba, que no era diferente de la gloria res-
plandeciente de Eden. Shaina cubrio su rostro
con el brazo, y desperto a su esposo, el que se
sento, maravillado ante la escena. Al hacerse
mäs brillante todavia la luz, la forma de Enoc
160 El canto de Eva

comenzo a retroceder. El les sonrio, con la mis-


ma sonrisa radiante y bondadosa de costumbre,
y hablo mirando fijamente a Adriel.
-La promesa, Adriel. Recuerda la promesa.
El hombre mas joven extendio su mano co-
mo queriendo detenerlo, pero la luz resplande-
cio fulgurante y, entonces, todo quedo como
antes, excepto que Enoc habia desaparecido.
Adriel y Shaina se miraron el uno al otro, ab-
solutamente pasmados.
-Volverä -le aseguro Shaina a su esposo-.
Debo preparar alimentos para el. Estuvo orando
toda la noche.
Su esposo la atrajo de nuevo hacia su lado.
-No, mi amor, el no volverä; Dios se lo ha
llevado. El mundo sera un lugar oscuro, real-
mente, sin su presencia, pero debemos prose-
guir con su obra lo mejor que podamos.
Ella observo el lugar seco en la roca, donde
el rocio habia caido alrededor de Enoc, y trato
de comprender que su amigo de carne y hueso
habia entrado a la misma presencia de Dios.
-Esto es tierra santa, Adriel, y nosotros hemos
visto algo sagrado este dia. Enoc lo sabia cuan-
do nos trajo, ^no es asi? Estamos tan cerca del
cielo que me asusta. Pensamos que estamos tan
lejos de Dios, que podemos vivir nuestras pro-
La partida 161

pias vidas y pensar nuestros propios pensamien-


tos; pero el estä tan cerca, que puede extender
su mano y llevarse a Enoc de nuestro mundo al
suyo.
-No hay nada que temer, preciosa -respon­
d s , y la rodeo con sus brazos como queriendo
protegerla- Los brazos de Dios son mäs seguros
que los mios. Yo creo que Dios solo queria que
supieramos cuän cerca estä de nosotros real­
mente, y tambien queria que veamos, por me­
dio de la experiencia de Enoc, que algün dia,
cuando el Prometido haya pagado el terrible
precio, volverä y llevarä a aquellos que Io aman
de vuelta a su hogar, con el, asi como Io hizo
con nuestro amigo. t\ quiere que sepamos que
esta triste existencia no es para siempre, y que,
mäs allä, estä una vez mäs la gloriosa vida del
Eden.
Permanecieron abrazados, llenos de pavor y
en silencio por Io que acababan de experimen­
ta l Cuando Adriel hablo nuevamente, su voz
era mäs seria de Io que Shaina la habia percibi-
do alguna vez.
-Debemos regresar a casa ahora, Shaina, y
yo hablare con Matusalen acerca de nuestra ta-
rea. Tu y yo estaremos separados mucho mäs
tiempo que antes, querida, y los peligros de
162 El canto de Eva

nuestras vidas aumentarän. Cuando los descen-


dientes de Cain sepan que Enoc se ha ido, se
volverän mäs atrevidos. Su santidad era como
un freno para ellos.
Mientras caminaban tornados de la mano a
traves de los lugares inhospitos, no hablaron
mucho; cada uno conocia los pensamientos del
otro. La tristeza de la separacion parecia des-
cansar pesadamente sobre ellos. El hecho mila-
groso los dejo estupefactos, y se preguntaban
como decirselo a Rimona.
-Ella Io amaba tanto-suspirö Shaina-. ^Cree-
rä ella nuestro relato?
Pero, cuando descendian por el camino ha-
cia el valle, Rimona, con sus hijos, salieron a re-
cibirlos y, extendiendo sus manos, ella dijo:
-Lo se. Lo se.
Enoc ya se lo habia explicado a su familia, y
se habia despedido antes de partir. La tristeza
los embargaba, pero Rimona mantuvo su cabe-
za en alto.
-N o es cualquier mujer cuyo esposo vive
con Dios -sonrio, y Shaina penso que segura-
mente la Deidad atesoraria a alguien como ella.
Ese atardecer, cuando Matusalen los di rigid
en el culto vespertino, pidio a Adriel que les re-
latara la historia de la partida de Enoc de este
La partida 163

mundo. Algunos murmuraron su incredulidad,


otros insinuaron que se trataba de un juego su-
cio, pero Rimona se puso de pie al lado de
Adriel y confirmo su historia. Finalmente, todos
se arrodillaron con un profundo sentimiento de
su necesidad, para pedirle a Dios que continua-
ra guiändolos; y todos supieron que nada seria
exactamente igual otra vez.
{ χ λ Mi P U
imona echaba el grano en el mortero de
piedra, mientras Shaina, con un agraciado
balanceo, machacaba con una gastada ma-
no, produciendo una nube de polvo que se ele-
vaba. Trabajaban juntas como una sola persona,
y solo cuando la mujer mas joven dio un paso
aträs y se quito el brunido cabello del rostro
transpirado, solo entonces buscaron la sombra
para tomarse un breve descanso.
-jSi Adriel te viera ahora! -rio Rimona, mi-
rando el rostro de Shaina cubierto de polvo y
moteado con gotas de transpiradon.
-M e amarfa igual -contestd Shaina, y su co-
razdn se Ileno de pronto de nostalgia.
Matusalen y el esposo de Shaina habian sali-
do meses antes para realizar la tarea de Enoc, y
Shaina, que ya hacia tiempo estaba acostumbra-
da a los viajes, esperaba confiada, aun al saber
siempre que algun viaje seria el ültimo. Obtenia
164
La nirla 165

de Rimona fuerzas, y ella le enseno a depositar


su preocupacion en las manos de Dios. Pero
nunca dejo de extrafiar a Adriel.
El valle habia cambiado durante los trescien-
tos anos transcurridos desde la partida de Enoc.
A Shaina le parecia que los justos Io eran aün
mäs y los disconformes mäs desafiantes, como
si tanto el bien como el mal se hubieran agudi-
zado. Hacia tiempo que Tobias se habia ido con
Matusalen y Adriel, dejando el refugio de Enoc
con evidente alivio; y el no fue el ünico. Mu-
chos de los hijos y nietos de Enoc se aventura-
ron al mundo mäs alia del valle; algunos para
nutrir la fe en el Dios de su padre, algunos para
probar la rebeldia. Lamec, heredero del legado
espiritual, no iba y venia como su padre y
Adriel, sino que viajo muy lejos, y hablaba sin
temor acerca de Dios y, finalmente, se estable-
cio en los limites de la tierra de Nod.
Adriel y Shaina, elegantes y vigorosos en la
flor de la vida, tenian un solo proposito: exten­
der la adoracion y el amor de Dios sobre la tie­
rra. Y compartian un gran gozo: despues de
arios de esterilidad, Shaina habia dado a luz a
una nina, con los ojos verdes, y la morena y
provocativa belleza de su abuela Ona. Pero ella
no tenia nada del temperamento caprichoso de
166 El canto de Eva

Ona; solo una constante disposicion alegre, que


era el encanto de sus padres.
-Ella tiene el rostro de mi madre y el alma de
Abigail -le decia Shaina, a menudo, a Adriel.
-^Podria una criatura ser mäs bendecida?
La llamaron Navit, "la placentera", y ella era
una criatura de la tierra y del Dios de la crea-
cion.
Ese dia, ella habia ido hasta el final del valle
a acompafiar a una anciana que estaba murien-
do, y que se deslizaba natural y pacificamente
hacia el descanso final, para esperar el llamado
del Prometido. Navit conocia bien la muerte y
el nacimiento, al haber andado durante toda su
nifiez deträs de Shaina y Rimona, mientras brin-
daban sus servicios en tales ocasiones. Ahora, a
los 22 afios, ella a menudo atendia las necesi-
dades de otros en toda circunstancia y, cuando
los ancianos tenian dolores o ya no podian ver,
era a Navit a quien llamaban para que los ayu-
dara a pasar las largas horas con su toque con-
solador, su risa fäcil y, mäs que nada, con su
canto. La musica de Havila estaba en ella, y le
permitia tocar los instrumentos que Adriel le
traia desde las ciudades y cantar con una voz
que conmovia a sus oyentes hasta las lägrimas.
Arnos le enseno los antiguos primeros cantos,
La nifta 167

cantados frente a las puertas del Eden, transmi-


tidos de generacion en generacion, y Adriel mis-
mo le ensefio el canto de Eva con todo su dolor
y patetismo.
Cuando Matusalen y Adriel finalmente entra-
ron en el valle cabalgando en fila india, una ter-
cera persona los acompanaba.
Shaina y Navit, bajando a los saltos por la
colina, apenas si miraron a la persona extrana
envuelta con un velo; tan grande era su alegria
al saludar al que amaban y habian esperado por
tanto tiempo. Finalmente, Shaina se dirigio ha-
cia la viajera polvorienta. Adriel observaba, con
una sonrisa sobre su rostro cansado y una mira-
da divertida.
Al levantar Shaina su mano en sehal de salu-
do, la mujer dejo caer el velo de su rostro, y
Shaina miro directamente a los ojos de su ma-
dre. Con un grito de placer, se arrojo a los bra-
zos extendidos de Ona, y sus lägrimas se entre-
mezclaron. Cuando finalmente pudieron hablar,
Shaina presento a Navit a su abuela. Ona miro
largamente a la nina y suspiro.
-jO h, si Natän pudiera verte, criatura! Por-
que tu eres todo Io que yo era cuando el me en-
contro vendiendo sedas en el mercado, cientos
de anos aträs. Ven a mi, querida.
168 El canto de Eva

Tomo el rostro de Navit entre sus manos, y


miro los claros ojos verdes.
-Dios me ha concedido el deseo de verte.
Ahora, puedo morir en paz.
-N o hables de morir, mamä -interpuso Shai­
na, guiando su caballo por la ladera-. Tendre-
mos muchos anos de felicidad juntos, aqui, en
este refugio seguro.
Ira se habia mudado, anos antes, hacia el
fondo del valle, ya que sus viejas piernas cansa-
das se rebelaban contra la ladera. Asi que la ca-
sa de piedra habia llegado a ser el hogar de
Adriel y Shaina, aun cuando a menudo prefe-
rian la cueva, con su vista panorämica del valle.
Fue a lii donde llevaron a Ona ahora y, mientras
Shaina preparaba la comida, hablaban freneti-
camente, y sus palabras saltaban y se superpo-
nian en la necesidad de cubrir cientos de anos
de vida.
-^Estäs segura de que puedes ser feliz en es­
te lugar? Es muy tranquilo aqui -se preocupo
Shaina, al pensar en el gusto de su madre por
las multitudes y la danza.
Ona y Adriel intercambiaron miradas, y Ona
contesto, con algo de la antigua m alicia ilumi-
nändole los ojos:
-Yo soy una nueva persona, con nuevos de-
La nifta 169

seos, hija mia. Despues de la muerte de tu pa­


dre, yo estaba enojada con su Dios, pero tam-
bien, muy dentro mio, yo respetaba a Natän
porque al fin tuvo el valor de ser fiel a sus con-
vicciones.
-Ben fue bondadoso conmigo, y construyo
una pequena casa para mi en el fondo de su
propiedad. Y, con el dinero que yo tenia, pude
vivir comodamente. Pero, con el transcurso de
los anos, Io vi cambiar de un excelente joven,
que habia venido a nosotros desde Havila, a un
tirano cruel, astuto y amante de los placeres. Tu-
ve que admitir que, cuanto mäs se alejaba de
sus origenes, mäs se degradaba. Asi, supongo
que, a la larga, fue el largo brazo de Abigail el
que me alcanzo y me toco. Träte de recordar co-
mo habian vivido tu e Ira, e hice Io mejor que
pude por seguir a Dios en mi forma ignorante.
Cuando escuche que habia un predicador de
Dios en la plaza del mercado, fui a mirar, y alli,
para mi sorpresa, estaba Adriel.
-N o me costo mucho persuadirla a que vi-
niera con nosotros -sonrio el esposo de Shaina,
todavia encantado con su sorpresa.
-Oh, mamä -susurro Shaina, tomando la ma-
no de la mujer mayor entre las de ella-. Todos
estos afios he atesorado la peineta azul y mi re-
170 El canto de Eva

cuerdo de cuando me saludaban con la mano al


despedirme, aquella manana hace tanto tiempo.
Nunca me atrevi a esperar verte otra vez. Y aqui
estäs, no solo tü misma, la de antes, sino un
nuevo ser que comparte nuestro amor por Dios.
O jalä pudiera decirselo a Enoc. f:l estaria tan
contento.
-Yo supongo que el Io sabe -le recordo
Adriel, y se estiro sobre la alfombra de piel, con
su cabeza en la falda de ella- jOh, mi amor,
que bueno es estar en casa!
-*Que dijo Ben acerca de todo esto? -pre-
gunto Shaina, al tratar todavia de absorber el
milagro de la presencia de su madre.
-t\ dijo: "Salgan de aqui y que no vuelva a
verles las caras. Yo ya no soy vuestro pariente,
sino vuestro enemigo. jRecuerden eso!"
La tristeza embargo la voz de Adriel al recor-
darlo.
-El ya no es el Ben que amaste, Shaina -agre-
go Ona-. A veces, despues de que me converti
en seguidora de Dios, le tenia mucho miedo.
No hablaron mäs de Ben, y cada uno lamen-
to a quien habian amado.
Shaina nunca perdio el asombro ante la fide-
lidad de su madre por su nuevo Dios. Ella era
todavia la misma Ona, alegre y verborrägica,
La nina 171

pero debajo de un exterior aparentemente livia-


no estaba la firmeza de piedra de una entrega
completa.
-Casi no puedo esperar -le dijo un dia Shai-
na a Navit- hasta que el Prometido nos Name a
todos de nuestras tumbas y yo traiga a mama, de
la mano, a mi padre. Solo ver la mirada en su
rostro. Tener a su amada por toda la eternidad.
-No nos lleves a todos tan räpidamente a
nuestras tumbas, mamä -advirtio Navit-, aun-
que yo tambien estoy ansiosa de compartir ese
momento. Ona ha traido algo especial al valle;
algo como una esperanza renovada y una pers-
pectiva mas alegre de la vida.
-Ella siempre ha sido especial.
Shaina se hizo sombra sobre los ojos y miro
por el valle, hacia el norte. Alli, un jinete solita-
rio se abria paso entre los riscos.
-Corre al campo de pastoreo y dile a tu pa­
dre que un extrafio se acerca desde el norte.
Shaina ya bajaba tan räpidamente por la la-
dera hacia la casa de Matusalen, que las peque-
fias rocas y piedras sonaban contra sus sanda-
lias de cuero. Para cuando el visitante entro al
valle, Adriel y Matusalen cerraban resueltamen-
te su camino, respaldados por la mayoria de los
residentes del valle.
172 El canto de Eva

-Päz -los saludo el, con sus dientes blancos


resplandeciendo en su rostro bronceado por el
sol- Yo soy Noe, hi jo de Lamec, nieto de M atu­
salen.
Con un grito de alegria, Matusalen, su espo-
sa, Yonina, y Rimona, corrieron a abrazarlo; era
un nieto que no habian visto desde la ninez.
-^Que te trae, hijo? -pregunto Matusalen,
que caminaba junto al caballo, radiante de pla­
cer.
-Papa me envio para comprobar el bienestar
de nuestros parientes aqui, en el valle, y por
otras razones -les informo con una sonrisa de
muchacho, aunque bien entrado en la virilidad.
La llegada de una visita lleno de excitacion
al valle entero, y las mujeres prepararon una co-
mida especial para la noche. Antes de comer,
todos inclinaron sus cabezas frente a las mesas
puestas al aire libre, y Matusalen oro al Dios del
cielo, agradeciendole porque Noe llego sano y
salvo, e invitando su presencia en la celebra-
cion. Al caer la oscuridad sobre la tibia noche
estival, la gente encendio vasijas llenas de acei-
te y, con las estrellas que brillaban sobre sus ca­
bezas, dieron la bienvenida a Noe, bisnieto de
Enoc, con cantos y camaraderia. Cuando los
mayores comenzaron a cansarse, Rimona llamo
La niila 173

a Navit que estaba en una mesa a cierta distan-


cia, y le pidio:
-Cäntanos un canto, criatura, para regresar a
nuestros hogares.
Asi que, con el suave acompanamiento de la
flauta de su padre, Navit, de pie sobre una me­
sa, elevo una antigua melodia de alabanza que
el viejo Amos le habia ensenado cuando era ni-
na. Era una cancion triunfante, llena de valor y
esperanza en el Prometido, y mientras los mora-
dores del valle seguian los distintos caminos ha-
cia sus hogares, la clara y melodiosa voz se des-
plego sobre la noche aterciopelada como la
bandera de Dios. Noe se dio vuelta para mirar
hacia aträs, y suspiro ante la imagen de la belle-
za de la esbelta nina de cabellos oscuros, entre
las vasijas parpadeantes.
El hijo de Lamec se amoldo a la rutina del va­
lle sin ninguna urgencia aparente por irse. Viajo
una vez con Adriel y su abuelo para predicar en
las ciudades, y Io echaron de menos en el valle.
Aunque era de fäcil trato y räpido para sentir la
necesidad del otro, el no era un hombre jovial.
Noe estaba rodeado de una discrecion que al-
gunos encontraban reposada, otros intrigante,
unos pocos fastidiosa, y todos sensata.
Una vez, mientras Navit llevaba el grano al
174 El canto de Eva

campo de pastoreo, Io encontro por casualidad


mientras guardaba el rebafio. Antes de que el se
percatara de su presencia, ella tuvo la oportuni-
dad de observar su rostro fuerte y angular, deba-
jo de la melena de cabello negro despeinado.
"U n hombre fuera de Io com ün", penso.
Advirtiendo la presencia de ella, se dio vuel-
ta y sonrio; esa sonrisa räpida y deslumbrante
que tan fugazmente iluminaba su rostro serio.
-M e siento mäs bien inütil sentado aqui, al
sol, todo el dia, a la espera de que venga un lo-
bo a llevarse a las ovejas -confeso timidamen-
te.
~"t\ no se siente comodo con las mujeres
-concluyo Navit-; especialmente una joven so­
la en una pradera llena de flores".
-Bueno, es una manera muy agradable de
pasar el dia, asi que no Io eches a perder sin-
tiendote culpabie -le aconsejo ella, echando el
grano en un largo comedero ahuecado, y apar-
tando con la rodilla a las ovejas que se amonto-
naban-. ^Que estarias haciendo si estuvieras en
tu casa?
-Nosotros trabajamos el cuero. Hacemos
sandalias, tünicas y muchos otros objetos. Mi
padre aprendio el oficio aqui, de muchacho,
con nuestra abuela Rimona. Tan a menudo co-
La nina 175

mo podemos, viajamos de una ciudad a otra


con el mensaje del Prometido, como Io hace tu
padre. Vendemos los articulos de cuero, y eso
nos proporciona una entrada a las ciudades, ya
que valoran nuestros productos y, asi, toleran
nuestra predicacion.
Navit aparto el cabello oscuro de su cara
transpirada y se encamino hacia la sombra de
una enorme roca, sobre la cual estaba sentado
Noe.
-A menudo me pregunto si nuestra existen-
cia aqui tiene algün proposito: vivimos esta sen-
cilla vida pastoril, mientras el mundo pasa a
nuestro alrededor. ^Que valor tenemos para
Dios?
Noe estudio el joven rostro que estaba delan-
te de el, y penso que nunca habia visto tal ino-
cencia y pureza.
-Ustedes estän resguardando un estilo de vi­
da que estä desapareciendo räpidamente -le
aseguro- Mas allä de este valle, los hombres
que una vez fueron valientes para Dios ahora le
sirven solo de palabra. Ya no observan el septi-
mo dia como sagrado, y sus jardines relucen
con los idolos profanos. Es dificil mantenerse
puro en un mundo impregnado con el pecado y
la rebelion. Pero aqui, Navit, aqui, en la simpli-
176 El canto de Eva

cidad de la naturaleza, las personas viven como


Dios quiso que Io hicieran. Hay un espiritu de
alabanza y oracion que se eleva continuamen­
te, y uno se siente cerca del Creador.
-Yo estoy contenta aqui -dijo ella, e hizo una
pausa momentänea- ^No te echan de menos tu
esposa y tus hijos, mientras estas aqui, con no-
sotros?
-En absoluto -contesto con gravedad y un
dejo de diversion en sus negros ojos. Se mantu-
vo callado un momento, disfrutando de la ex-
presion interrogadora de ella- Porque veräs...
yo no me he casado.
Le toco el turno a Navit de volverse timida.
De pronto, se sintio muy joven e insegura ante
este hombre, que habia conocido el mundo y
honrado su valle brevemente con su presencia.
Dejando caer la mirada, ella sintio como el
color inundaba sus mejillas, y no tenia idea de
por que estaba pasando esto.
Noe continuo con calma.
-Aunque he buscado a mi alrededor un po­
co, nunca he encontrado a una mujer que fuera
realmente una persona de Dios; por Io menos,
no una que me agradara. Preferi la soledad an­
tes que transigir, asi que, aqui estoy: con mäs de
trescientos anos y solo en el mundo. Ya estoy
La nifta 177

mäs bien acostumbrado, pero mi padre insistio


en que viniera aqui, para buscar a una verdade-
ra mujer de Dios.
-Bueno, fue una mala idea -dijo Navit con
toda franqueza- Hay solo un punado de muje-
res jovenes aqui, y ninguna de tu edad.
-Asi lo he comprobado -admitio el humilde-
mente.
No era su naturaleza ser descortes, y Navit
no se podia imaginar por que habia hablado tan
bruscamente.
-Debo irme -grito ella sobre su hombro,
mientras juntaba las bolsas de grano vacias y se
dirigia hacia su hogar.
-M e sentire inütiI nuevamente si te vas -con­
tested el amistosamente, pero ella no se dio vuel-
ta ni miro hacia aträs; ni tampoco, por extrano
que parezea, hablo de la conversacion con sus
padres durante la cena.
Se esforzo por evitar a Noe despues de esto,
y deseo no haber descubierto que el no tenia es-
posa. ^Que importaba? ^En que cambiaba eso
las cosas? El era un hombre honorable, y ella so­
lo una criatura a sus ojos, sin duda. De todos
modos, ella se mantuvo alejada de el.
Unas pocas semanas mas tarde, hacia el atar-
decer, Matusalen subio la colina hacia la cueva.
178 El canto de Eva

Deträs de el venfan Yonina y Rimona, trayendo


fuentes de comida caliente y otros manjares
horneados.
-Adriel, quisieramos que compartan el pan
con nosotros -anuncio Matusalen-. Tenemos un
asunto importante que discutir.
Pronto, Ira y Ona tambien subieron bufando
la empinada barranca, y Shaina comprendio
que el tema de discusion debia ser realmente
grave. El rostro de Adriel era inescrutable, y ella
no encontro respuesta en el. Compartieron los
alimentos hablando de asuntos triviales, pero la
atmosfera estaba cargada. Finalmente, Ona, a
quien le importaba poco la tradicion, alzo la
voz.
-^Hasta cuändo debemos esperar para escu-
char tu mensaje, Matusalen? La tension del mo­
menta nos impide disfrutar de esta exquisita co­
mida, y yo, por mi parte, quisiera hacerlo.
Navit disimulo una sonrisa. Habia que dejar-
le a su abuela el quebrantar la atmosfera de re-
serva que rodeaba al patriarca. Matusalen miro,
incomodo, a su esposa. Navit nunca lo habia
visto tan poco confiado antes, y su curiosidad
aumento. Finalmente, el se dirigio a Rimona.
-Τύ eres mejor que yo para estas cosas, ma-
dre. ^Podrias tii...? -vacilo, incomodo.
La nifta 179

Sonriendo, Rimona sacudio su cabeza con


diversion maternal, ante su alto y maduro hijo,
pero Navit noto que ella tampoco parecia del
todo comoda.
-M is queridos -miro ella al pequeno grupo,
que en ese momento comia uvas- Lo que veni-
mos a solicitar esta noche no lo estamos tratan-
do de acuerdo a las costumbres de nuestros an-
tepasados, pero es una situacion fuera de lo co-
mün. Nuestro nieto Noe, a quien todos ustedes
conocen, no vino a este valle simplemente a
cuidar ovejas y visitar a sus parientes. t\ busca
a una compafiera que sea pura delante de Dios.
"^Ha elegido el a alguien?", penso Navit, y su
mente repaso a toda velocidad las pocas jove-
nes del valle. No lo habia visto con ninguna de
eilas; pero claro, habia estado evitändolo.
-Hace dos dias -continuo Rimona-, el nos
dijo que habia encontrado la mujer que hacia
que todos sus anos de espera valieran la pena.
Shaina observo que el color desaparecia del
rostro de Adriel.
-Para nuestro asombro, el dijo que era Navit
-Rimona miro a Shaina, su querida amiga de
tantos anos, esperando que ella entendiera.
Nadie dijo una palabra por varios minutos, y
Navit sentia que su corazon golpeaba con fuer-
180 El canto de Eva

za dentro de su pecho. Se preguntaba si los de-


mäs podrian oirlo. Finalmente hablo Adriel, con
voz firme.
-Nos sentimos honrados, pero ella es dema-
siado joven, mis amigos, para dejar el valle.
Navit permanecio sentada con la mirada ba-
ja, sintiendose de algün modo desolada ante la
resolucion de su padre. El tenia razon, por su-
puesto, asi que ^por que experimentaba ella una
vaga sensacion de desilusion?
-Aceptare tu decision, por supuesto, esposo
mio -respondio Shaina-; pero me gustaria re-
cordarte aquel dia lejano cuando me uni a ti pa­
ra venir a este valle, y mi padre nego su permi-
so y mi madre intervino -Shaina miro a Ona y
sonrio-. Siempre le he estado agradecida a ella
por su comprension, y nunca he lamentado mi
decision. Tal vez, debamos preguntarle a Navit
como se siente ella acerca de este asunto.
Con todos los ojos puestos sobre ella, la jo-
ven lucho por mantener la compostura. Se sen-
tia bombardeada por tantas emociones: temor,
confusion, asombro, y algo mas: una pequena
llama de gozo, la cual ella trato sin exito de apa-
gar.
-No puedo contestar asi, tan pronto -las la-
grimas amenazaban sus ojos-. M e gustaria tener
La nina 181

tiempo para pensar y orar, y tambien me gusta-


ria hablar con Noe.
-Esa no es la costumbre.
La mirada de Adriel la desafiaba a oponerse
a su resolution paterna: el no habia anticipado
el mäs minimo interes de parte de su hija. Rimo-
na le recordo con calma:
-Es muy dificil seguir la tradicion aqui, en el
valle, Adriel. ^Cuän tradicional tue tu casamien-
to con Shaina? ^Quien Io concerto? ^No es me-
jor que Noe y Navit dialoguen juntos acerca de
sus sentimientos y de su futuro? Tal vez decidi-
rän que no es una union practica, despues de
todo.
"jPractica!", penso Navit, riendo nerviosa-
mente para si misma. Lo que fuera que ella sen-
tia por Noe, no tenia nada que ver con ser präc-
tico. Lo que ella sentia era algo tan libre y her-
moso como una mariposa, y casi tan dificil de
capturar. Aunque era tan etereo que su mente
no lo podia captar, su corazon lo habia sabido
desde aquel dia, en el campo de pastoreo.
Cuando, a la tarde siguiente, Noe trepo has-
ta la cueva, Shaina se ocupo con su arcilla y su-
girio que Noe y Navit pasaran por el tunel has-
ta el lugar privado de oracion. Noe nunca habia
visto ese rincon soleado, y quedo asombrado
182 El canto de Eva

ante su belleza. Shaina habia rellenado los hue-


cos, en el risco que lo rodeaba, con tierra y di-
minutas flores de coral con forma de campani-
llas, que colgaban airosas de la pared de piedra.
Un pequeno arroyuelo caia dentro de un estan-
que, y el perfume acre de la menta impregnaba
el aire tibio.
"^Por que habia insistido ella en hablar con
el?", penso Navit con panico. "*Q ue iba a decir
ella, ahora que el estaba aqui? ^Realmente espe-
raban ellos que se fuera con un hombre con
quien habia cruzado solo unas pocas palabras?
^Por que no decia el algo?"
Noe permanecio callado, mirandola y espe-
rando.
^Que estaba esperando? Si el queria casarse
con ella, entonces que lo dijera; que el hablara
primero. Si el era una persona tan extrafia y ter-
ca, tal vez era mejor descubrirlo ahora.
Asi estuvieron de pie, el uno frente al otro,
alii, en el jardin enclaustrado, con el sol que bri-
llaba sobre sus cabezas. Despues de un rato, la
irritacion se desvanecio de ella y sintio una es-
pecie de paz, solo de estar a lii con el, en la
quietud.
Solo entonces, Noe hablo.
-Navit, mi hermosa.
La nifia 183

El le toco la oscura nube de cabello suave-


mente, tiernamente, asombrado.
-Arrodillemonos aqui, en este lugar, y bus-
quemos el consejo de Dios.
El elevo entonces una oracion tal como ella
nunca habia oido antes. Una oracion llena de
su amor por ella, su anhelo de tomarla a ella pa­
ra siempre dentro de su hogar y de su corazon;
pero tambien una oracion de completa sumi-
sion a la voluntad de Dios.
-Y si ella va conmigo, Senor, prometo cuidar
de ella tiernamente todos los dias de mi vida;
pero si ella elige permanecer aqui, en el valle,
Io aceptare como tu serial sagrada de que he de
trabajar para ti solo, para siempre, porque jamäs
podria amar a otra persona.
Y entonces guardo silencio, aunque perma-
necio sobre sus rodillas, con la cabeza inclina-
da y los labios moviendose aün en oracion.
Navit extendio su mano, y suavemente rozo
sus labios con la punta de sus dedos.
-Suficiente, suficiente, mi amado. Dios ha
oido y ha contestado. Yo soy apenas poco mäs
que una criatura, pero ire contigo, y juntos ha-
remos su voluntad y su obra.
Noe la miro entonces, con sus ojos negros
brillando a causa de las lägrimas. El no la toco,
184 El canto de Eva

pero, en su mirada, ella percibio mäs promesas


de la que jamäs habia sonado que existieran.

Cuando la boda y la celebracion hubieron


terminado, los dos se prepararon para dejar el
valle. Por primera vez Shaina comprendio Io
que sus padres experimentaron muchos anos
antes, cuando ella tambien se fue, para no vol-
ver jamäs. Mientras Adriel y ella agonizaban,
fue O na la que les aseguro acerca de la gran
reunion, cuando el Prometido hiciera todas las
cosas nuevas.
Los tres permanecieron juntos, sonriendo a
traves de sus lägrimas, mientras Noe y Navit
montaban sus caballos y guiaban a dos caballos
de carga hacia el cam ino rocoso por el cual
Noe habia entrado en el valle. La peineta azul
de Natän mantenia los suaves rulos de Navit
apartados de su cara. Shaina misma la habia co-
locado a 11i, amorosamente, diciendo:
"-Algün dia, mi querida, tal vez tü tambien
tendräs una hija, y le contaräs acerca del amor
entre tu abuela y su esposo alfarero; y tü le con­
taräs como el murio en manos de una turba por
su Dios. Y entonces colocaräs esta peineta en su
cabello, como yo la estoy colocando en el tuyo.
La nina 185

Nosotras somos mujeres de Havila, Navit, hijas


de Abigail. Nunca Io olvides. Aunque hemos
perdido ese valle, no asi su herencia. Nos que-
da a nosotros sostener el nombre de Dios muy
alto, sobre la maldad de este mundo. Tu te vas
muy lejos de las seguras paredes de este valle
donde naciste. Por primera vez veräs la maldad
en toda su abierta rebel ion contra el Dios del
cielo. Lucha contra ella como Io hizo Enoc, que
camino muy cerca de Dios, y luego comparte
con otros el conocimiento del Dios a quien has
llegado a conocer y amar".
Shaina habia llorado entonces, tomando a su
hija entre sus brazos, pensando que veintidos
afios no eran, ni por lejos, suficiente tiempo en
el cual atesorar a su unica criatura. Este hombre,
Noe, ^seria Io suficientemente bueno para su hi­
ja inocente, de ojos claros, que habia honrado
el valle con su risa, su amor y sus cantos? Ella
esperaba que asi fuese.
"-O h, mi nina -habia susurrado ella, secan-
do sus ojos finalmente-. Te amo tanto. Dios va-
ya contigo".
Y ahora eran solo dos puntitos que subian
hacia la linea del horizonte, y ella sintio el pe-
sar de Adriel mientras la sostenia. Ella se dio
cuenta de que el habia perdido tanto, durante
186 El canto de Eva

toda su vida: sus dos hijas. Ella iba a dedicarse


a su felicidad. Lentamente, entonces Io dirigio
hacia el hogar y seco sus lägrimas con sus pro-
pias manos.
-Ven, mi amor. Navit va fuerte en la sangre
de nuestro pueblo. La hemos entregado a Dios.
No Io hagamos con tristeza.
Se escapo entonces de el, corriendo, jugan-
do, mirando sobre su hombro, riendo; ella era
una vez mas la nifia que el habia traido, a traves
de los oscuros bosques, hasta este valle, y el co-
rrio tras ella, levantändola, casi sin aliento, en
sus brazos, y trataron de sonreir otra vez, sin so­
nar siquiera en el destino hacia el cual cabalga-
ba Navit, junto a su sobrio y piadoso esposo.

Habiendose levantado temprano para hablar


con Dios y para observar la salida del sol, Shai-
na estaba sentada sobre el borde de roca que
sobresalia dominando el valle, absorta en su
meditacion. El suave clarear del amanecer se
iba extendiendo sobre el valle, y fue entonces
cuando ella los diviso, deslizändose uno a uno
a traves de la ranura en la roca; apenas mas que
sombras en la temprana alborada. Poniendose
räpidamente de pie, corrio hacia el rincon don-
La nifia 187

de Adriel todavia dormia y Io sacudio brusca-


mente.
-jDespiertate, amor! Hay muchas personas
entrando en el valle. jApürate!
Adriel se vistio, y juntos observaron la hilera
interminable de jinetes que serpenteaba por la
lejana ladera. Se dio vuelta hacia su esposa, con
el rostro triste.
-M i hermosa Shaina, nuestra vida juntos
aqui, en el valle, ha concluido. Moriremos co-
mo murio nuestra gente, firmes en el Sehor. Se
valiente.
Despertaron a Ona, que dormia en la casa de
piedra, y juntos los tres caminaron hasta el fon-
do del valle, donde con siniestra quietud los in-
trusos ya se arrastraban de casa en casa y reali-
zaban su obra mortifera sobre las victimas dor-
midas.
Adriel avanzo para encontrarse con el lider
montado, sentado erguido sobre su caballo con
brillantes cintas sobre el arnes, que se agitaban
vivazmente en la brisa matutina. Shaina, si-
guiendo deträs de el, se esforzaba en la semios-
curidad para ver el rostro del hombre y, cuando
se acerco Io suficiente, lanzo un grito de horror,
porque era el mismo rostro que una vez habia
amado. Pero estaba endurecido ahora con la
188 El canto de Eva

edad y la maldad. Deträs de Ben cabalgaba To­


bias, obviamente en una posicion de honor, y
ella se dio cuenta de que Io que Matusalen ha-
bia temido desde hacia mucho tiempo, final­
mente habia sucedido. Al extenderse la civiliza-
cion alrededor de ellos, uno que conocia la en-
trada secreta al valle Io habia revelado todo, por
dinero.
Como en un trance, ella escucho la voz cal-
ma de Adriel que hablaba.
-Ben, ^como nos traicionas en este dia, des-
pues de todo Io que compartimos como parien-
tes?
El hombre de Havila mirö hacia abajo a los
tres, como si fueran extrafios. Shaina se sintio
desmayar mientras el clamor se elevaba desde
todas partes del valle, cuando hombres armados
asesinaban brutalmente a los adoradores de
Dios. Ben se dirigio a Adriel, y sus frias palabras
revelaban su odio.
-Τύ me los quitaste a todos, Adriel, uno por
uno. Despues de que te fuiste, Natan ya no estu-
vo contento en la ciudad. El ansiaba las viejas
costumbres de Havila y la adoracion de Dios. Lo
perdi mucho antes de que muriera, por culpa tu-
ya. Te llevaste a Shaina, la ünica mujer que ame
en la vida, y la arrastraste a este lugar perdido.
La nina 189

Pero eso no fue suficiente: la tomaste como tu


esposa, a el la, que era mi prometida. Y todavia
eso no fue suficiente, Adriel. Volviste y te I levas­
te a Ona, Io ultimo que me quedaba. No me ha­
bles a mi de traicion.
Ona se acerco intrepidamente y levanto la
mirada hacia el hombre a quien habia recogido
en su hogar tantos anos antes.
-Ben -dijo ella, con la voz asombrosamente
controlada, casi dulce-, tü sabes que esa no es la
verdad. Todos nosotros nos volvimos voluntaria-
mente a Dios. Adriel no tiene nada que ver con
eso. El te rogo que fueras con ellos cuando el y
Shaina partieron esa manana temprano. Τύ no
puedes echar la culpa de esta carniceria sobre el;
es el poder del maligno que mora en ti el que te
trajo a este lugar. Fuiste como un hijo para mi por
muchos anos. ^Como puedes hacer esto?
Ben pronuncio solo una palabra, y sus hom-
bres cayeron sobre ella y luego sobre Adriel.
Shaina permanecio inmovil como una piedra,
esperando que cayera el golpe, pero Ben inter-
puso su cabal Io entre ella y las lanzas, y dijo
abruptamente:
-Ella vivirä. Vean que ningün dano le acon-
tezca.
-Vete a tu cueva -le ordeno a ella- y que tu
190 El canto de Eva

dolor sea como ha sido el mio. £l la observo tre-


par la colina, con los primeros rayos del sol que
caian sobre su brillante cabello.

Los reden llegados nunca la molestaron,


mientras construian su pequena ciudad y al
transcurrir de los anos. Ni se aventuraron cerca
de su casa de piedra. Una porcion de cada co-
secha era dejada ante su puerta y, al vender sus
creaciones de arcilla en el mercado püblico,
ella logro sobrevivir. De vez en cuando ella se
encontraba con Ben en algün camino bien tran-
sitado, pero el nunca hablo, y apartaba la mira-
da como si ella fuera una extrana. Ella trato de
hacer amistad con las mujeres, esperando poder
hablarles del verdadero Dios o, por Io menos,
mitigar su soledad, pero se apartaban de ella,
incomodas. Y ella sabia que una marca invisible
habia sido colocada sobre ella: que, al fin, el
don de la vida que le habia otorgado Ben era
peor que una muerte räpida, y que el Io habia
planeado de esa manera.
Solo quedaban ella y su Dios, y en el lugar
oculto de oracion ella se acerco mäs y mäs a el,
hasta que la soledad, al fin, se transformo en
paz y luego en gozo.
La niöa 191

A veces, en la oscuridad de la sexta noche,


los moradores de la ciudad la oian cantar los
antiguos cantos del pueblo de Dios, y de vez en
cuando sus corazones se estremecian con los
recuerdos de las palabras de Enoc y sus presa-
gios del futuro.
6\ \>AfCO
W
avit se paro un momento, sacudiendo las
migas del mantel sobre el escalon de la
casa larga y baja de roble, que Noe habia
construido para ella durante los primeros anos
despues de su llegada a este lugar. La casa cal-
zaba ingeniosamente en el ängulo de la ladera,
y parecia casi una parte de la creacion original,
con sus bancos de flores y arbustos que la ro-
deaban. Delante de ella se extendia un gran lla­
no de campos verdes, fragantes con el aroma
del trebol y matizados con los rebanos de Noe
y sus hijos. El horizonte que los rodeaba era un
feston de colinas suavemente onduladas. A me­
dio dia de viaje se encontraban las pequenas
ciudades, y algunos viajeros iban y venian por
la antigua ruta de sus campos de pastoreo hacia
el noroeste; pero Noe era respetado y su familia
vivia una vida apartada de los viajeros que se
dirigian de un lugar a otro.
192
El barco 193

O, por Io menos, asi habia sido hasta que


Noe comenzo a construir el barco. Doblando la
tela cuidadosamente, ella se dio vuelta para ob-
servar la escena, no muy lejos del camino que
ahora estaba lleno de curiosos, que ocupaban
su pradera una vez tranquila.
Sobre un tremendo esqueleto de vigas de ci-
pres, los hombres se ocupaban diligentemente
en distintas tareas. Tres de ellos eran sus hijos:
Sem, Cam y Jafet. Otro era el anciano patriarca
Matusalen, y habia muchos tios y primos de
Noe. Ella habia perdido la cuenta de todos
ellos, especialmente porque su esposo tenia,
ademäs, mucha ayuda contratada.
El sitio de la construccion contenia una*can-
tidad de edificios para albergar a los trabajado-
res y una gran estructura donde comian. Habia
alojamientos donde los viajeros podian detener-
se a observar y escuchar las a veces tiernas,
otras veces severas apelaciones de Noe a sus al­
mas.
Sus vidas habian cambiado enormemente
desde esa noche cuando Noe habia vuelto de su
hora de oracion vespertina, con el rostro pälido
bajo la piel tostada por el sol. Al llamar a M atu­
salen, que vivia en su hogar, el habia acercado
a Navit a su lado y, con la lämpara de aceite que
194 El canto de Eva

proyectaba largas sombras sobre las paredes de


madera dorada, les dijo que el Angel del Senor
se le habia aparecido. El los no cuestionaron su
anuncio, ya que sabian que Noe caminaba en
las santas pisadas de su bisabuelo Enoc.
Obviam ente conmocionado, Noe habia per-
manecido sentado en silencio por unos momen-
tos, tratando de reponerse. Navit acaricio su
brazo, y el se calm o bajo su toque, como siem-
pre sucedia.
Finalmente, continuo.
-Yo estaba orando, pero, aun con mis ojos
cerrados, senti una luz tan brillante que me atra-
vesaba como una lanza, y cai al suelo aterrori-
zado.
Navit recordo la historia de su madre acerca
de la luz en la entrada de! Eden.
-^Hemos pecado, Noe? -pregunto ella, con
la voz llena de temor.
-Todos pecamos, querida -contesto Noe-,
pero ese no era el mensaje. El juicio que predi-
jo Enoc estä por caer sobre quienes se oponen a
Dios y rehüsan tener fe en el Prometido.
La magnitud de Io que habia experimentado,
el terrible mensaje de condenacion para millo-
nes, Io abrumaba, y lloro.
-jO h, que alguna otra persona hubiera sido
El barco 195

elegida para esta terrible tarea! -exclamo.


Matusalen, encorvado y canoso a causa de la
edad, hablo desde su asiento, junto a la venta-
na.
-No es poca cosa haber hallado favor a los
ojos de Dios. Emprende tu mision con la con-
fianza puesta en Aquel que te llamo, y advirta-
mos a todos los que podamos.
-^Que debemos hacer?
Navit tuvo la sensacion de que habia mäs en
la historia de su esposo.
-Debemos construir un gran barco -susurro
Noe, todavia aturdido.
-jU n barco! -se rio ella, a pesar de si mis-
ma- Querido, no existe una extension de agua
mäs grande que un lago o un arroyo en kilome-
tros a la redonda. *Que vamos a hacer con un
barco?
-Va a haber un diluvio que cubrirä la tierra,
Navit; y solo los que esten dentro del barco se
salvarän.
-^Diluvio? -Matusalen miro a su nieto dete-
nidamente-. ^Te explico el gran Dios Io que es
un diluvio?
-La tierra serä cubierta por completo con
agua —repitio Noe pacientemente-; aun las
cumbres de las montanas mäs altas.
196 El canto de Eva

-*Y de donde vendrä toda esa agua? —insistio


el anciano.
Noe suspiro.
-D e los cielos y de las profundidades de la
tierra; y no me pidas que Io explique, porque no
puedo. Solo puedo decirte Io que se me dijo. El
ängel uso el termino "llu via " al referirse al agua
del cielo.
Navit penso en el rocio que caia sobre la tie­
rra cada manana, antes del amanecer, y que re-
gaba suavemente todo Io que crecia.
-Lluvia.
Ella practico la nueva palabra con su boca, y
trato de imaginär el agua al caer desde esa in-
mensa, soleada expansion azul que se extendia
sobre eilos dia tras dia.
-^Como llevaremos a cabo semejante proe-
za? -pregunto Matusalen.
El anciano estiro sus largas y cansadas pier-
nas delante de el.
-Dios bosquejo el plan cuidadosamente.
Consumirä todo nuestro tiempo y todo nuestro
dinero. Debemos cerrar nuestro negocio del
cuero. Dios nos ha dado ciento veinte anos en
los cuales construir la nave y advertir al mundo.
Viviremos de nuestras huertas y de nuestros re-
bafios, y tendremos que emplear a muchos
El barco 197

obreros. Despues de todo, bien podria insumir


todo Io que tenemos.
£l miro a Navit a su lado: su piel color oliva
rebosaba de salud, su cabello oscuro formaba
bucles alrededor de su rostro. Sus ojos verdes,
claros y confiados, le devolvian la mirada.
-Estä bien, Noe -susurro ella. Una debil son-
risa curvaba sus labios- Lo que Dios diga, esta-
rä bien.

"Hem os recorrido un largo cam ino", penso


Navit ahora, de pie alii, bajo el sol, sobre el um-
bral de su puerta. Ciento dieciocho anos de la­
bor y de burlas. Al principio, algunos habian es-
cuchado, sacudidos por el mensaje de Noe;
hasta habian ayudado con el trabajo. Pero, al
paso de los anos, la embarcacion y su esposo se
habian transformado en objeto de burla. La gen-
te lo llamaba loco, un tonto. Las multitudes ve-
nian a observar y a mofarse. Solo el septimo dia,
cuando la familia descansaba, disfrutaban de al­
go de paz y, aun entonces, los curiosos descara-
damente vagaban por el area, maravilländose
ante la construccion tan meticulosamente reali-
zada, mientras se burlaban del mensaje de Noe.
Ahora mismo Navit podia oir la voz de su es-
198 El canto de Eva

poso, elevändose sobre la confusion de ruidos


de martillos y el parloteo. Aunque ella no podia
distinguir las palabras, las conocia bien.
-El tiempo se acaba, amigos mios. Dios harä
un ajuste de cuentas. Ustedes han utilizado las
riquezas de la tierra sin pensar en obedecer al
Dios que las provee; caen de rodillas delante de
idolos de plata y sacrifican a sus hijos sobre al-
tares de oro. Crean sus propios dioses a Io cua-
les adorar. Pero desprecian al verdadero Dios, el
Creador. Se niegan a tener fe en el Prometido.
No sienten pesar por sus pecados, y la condena-
cion estä a sus puertas. El agua cubrirä la tierra.
Solo aquellos que entren en el barco estarän se-
guros. Ustedes han hecho que Dios se arrepien-
ta de su creacion. jVuelvanse, vuelvanse ahora
de sus malos caminos, mientras hay tiempo!
Dios es misericordioso. Dios perdona.
Navit Io habia escuchado miles de veces, y
ya no escuchaba los gritos de burla de los incre-
dulos.
-^Traeremos todos una jarra de agua en
aquel gran dia, Noe?
-Noe, demasiado sol te ha recalentado la ca-
beza.
-^Que te hace pensar que eres tanto mäs
Santo que nosotros, Noe?
El barco 199

De vez en cuando ella veia a alguien, a las


orillas de la multitud, realmente interesado, e
iba junto a el, y Io animaba a tomar en serio las
palabras de Noe.
-N o es mucho Io que Dios pide. Solo entrar
cuando Noe te llame. Solo confia en sus pala­
bras. Escucha a mi esposo. El es un hombre de
Dios. £l no te mentiria.
Ella nunca sabia si valdria la pena o no, pero
seguia probando.
Se sentia orgullosa de sus hijos. Seguian mar-
tillando, serruchando y colocando brea a pesar
de todo. Aquella noche, despues de que Noe
hubo predicado el mensaje del Sefior al pueblo,
le conto a Navit mäs tarde, en la privacidad de
su cama, que en el pacto que Dios habia hecho
con el, el habia mencionado a sus hijos y aun a
sus esposas.
-No senti que fuera necesario recordarle al
Creador que nosotros no tenemos hijos -agrego,
riendo.
-Quiere decir que tendre hijos, querido -su-
surro Navit en tal extasis de gozo, que su espo­
so rio nuevamente y la acerco a el.
-Supongo que eso es exactamente Io que el
quiso decir -murmuro sobre su cabello oscuro-.
Los campos de Noe se llenarän con las risas de
200 El canto de Eva

pequenitos y la caida de ärboles. Oh, mi dulce


nina, los ahos por delante son ahos solemnes,
pero hijos, ^puedes imaginärtelo, Navit?, jhijos!
Percibiendo el jubilo en su voz, ella se dio
cuenta del intenso anhelo que habia tenido du­
rante los ahos esteriles. El Io habia ocultado por
amor a ella, pero, ahora que la promesa era se-
gura, el podia dar rienda suelta a sus sentimien-
tos en el regocijo que ella sentia en cada fibra
de su cuerpo delgado y musculoso. Ella bebio
de su entusiasmo, y se aferraron el uno al otro
riendo y llorando, al anhelar el cumplimiento
de la fertilidad.
Pero habian transcurrido veinte ahos antes
del nacimiento de Sem. A veces, durante ese
periodo, Navit se habia preguntado si el habia
oido correctamente a Dios, pero su esposo nun-
ca dudo. Al primer indicio del embarazo de N a­
vit, Noe construyo un nuevo altar y realizo un
sacrificio de agradecimiento. Despues, llegaron
tres hijos, uno deträs del otro, hasta que le pare-
cio a Navit que siempre habia caminado con la
espalda arqueada y su vientre abultado frente a
ella, como un gran melon. Ella habia disfrutado
de cada momento. El movimiento de vida den-
tro de ella, los fuertes impulsos maternales que
la envolvian, el maduro abultamiento de su
El barco 201

cuerpo mientras nutria la simiente de Noe. De-


masiado räpidamente concluyo todo, y ella re-
cobro su esbelta figura pronto, al correr deträs
de tres muchachitos, con el fin de mantenerlos
fuera del camino de las multitudes y de los tra-
bajadores.
Al atardecer, Noe los llevaba a recorrer la es-
tructura, y les explicaba el trabajo, el proposito,
la tarea sagrada. Alli, en la asombrosa estructu-
ra que se extendia cada dia mäs, el les ensefio a
doblar sus pequenas rodillas delante de Dios y
a balbucear sencillas oraciones, repitiendolas
despues de el. Crecieron hasta ser jovenes fuer-
tes, altos, uno de color dorado como sus ante-
pasados de Havila, los otros dos morenos y me-
lancolicos como su padre; y todo Io que sabian
tenia que ver con la embarcacion. Elegian los
grandes ärboles, que caian con un estruendo,
que sacudia la tierra en un radio de varios kilo-
metros a la redonda. Conocian el esfuerzo de
cortar la hermosa madera, dura como la piedra.
Admiraban el empuje perfeccionista de la vo-
luntad de su padre, mientras construia de acuer-
do al plan divino. Conocian el sol abrasador so-
bre sus espaldas morenas, los callos en sus ma-
nos, y el ritmico e incesante golpeteo de los
martillos en sus oidos.
202 El canto de Eva

A Navit le preocupaba que sus esposas no se


mantuvieran fieles a la mision. Noe habia en-
contrado para sus hijos primas lejanas, descen-
dientes de Enoc, cuidadosamente elegidas; pero
las jovenes ya habian adquirido muchas cos-
tumbres mundanas antes de llegar a formar par­
te de la fam ilia de Noe. Con tacto, amorosa-
mente, Navit les hablo acerca del verdadero
Dios, pero ella penso que finalmente fue la hu-
milde integridad de Noe lo que las gano.
Su suegro, Lamec, habia muerto tres afios an­
tes, pero Matusalen seguia trabajando. A Navit
le encantaba tenerlo con ellos, porque solo el
habia compartido los viejos tiempos en el valle
de Enoc. Hablaban a menudo acerca de esos
tiempos mejores, y de Rimona, Yonina, Shaina y
Adriel. Matusalen no habia estado en el valle en
el momento en que la invasion de Ben trajo la
muerte para todos, excepto para Shaina. Cuan-
do el voivio y vio las huellas de las pisadas en
el barro alrededor de la entrada, adivino de in-
mediato la catästrofe que habian sufrido sus ha-
bitantes. Con cautela, habia rodeado el valle
hasta que, desde el extremo norte, habia podi-
do observarlo ampliamente y vio, tal como lo
imaginaba, el frenesi de construccion que se lle-
vaba a cabo. Al no reconocer a nadie, presumio
El barco 203

que todos estaban muertos, y con profundo pe-


sar salio en busca de su hijo Lamec y de su nie-
to Noe. Matusalen y Navit se sintieron muy cer-
ca el uno del otro en su pesar mutuo, y gustosa-
mente el fue a vivir al hogar de ella, sanando
gradualmente bajo su cuidado.
Despues del nacimiento de sus hijos, Navit
sintio penosamente la ausencia de su madre.
Hoy, ella anhelaba mostrarle a Shaina la prade-
ra fragante, con su extrana estructura que se le-
vantaba en un extremo. Ella deseaba mostrarle
las tres figuras bronceadas que eran sus hijos, y
enorgullecerse un poco de su fidelidad a la ta-
rea y a Dios. Queria que su madre supiera del
amor entre ella y Noe; el fantästico, dulce amor
que los unia para siempre. Habia notado las
dudas en la mirada de sus padres, cuando ella y
Noe partieron. Ahora deseaba que eilos supie-
ran que habia sido acertado unirse a Noe; me-
jor de Io que alguna vez podria haber sonado.
Que, en medio de todas las presiones de su tra-
bajo para Dios, el nunca dejaba de venir a ella,
al atardecer, para recibir consuelo y aliento, y
para mostrarle el mäs tierno afecto. Era como si
la maravilla de encontrarla jamäs hubiera dismi-
nuido y el nuevo descubrimiento de ella junto a
su hogar, dia tras dia, Io llenara a el de un gozo
204 El canto de Eva

asombroso. \S\ solo su madre pudiera saber es-


to!
Zoe, la esposa de Sem, la llamo desde el co­
rral de las ovejas, y Navit corrio hacia el cerco
de madera que se extendia a traves del sector
este de su propiedad.
-^Podrias traernos algo para tomar, mamä?
—pidio la joven desde el lugar donde sostenia a
una oveja entre sus rodillas, mientras, con toda
destreza, esquilaba al animal que se resistia.
Zoe gradualmente habia asumido la respon-
sabilidad por el cuidado del ganado y de las
ovejas, cuando el trabajo de construccion de­
manded a los hombres mäs y mäs tiempo. Navit
se maravillo de su aspecto fuerte, delgado,
mientras luchaba por dominar a otra oveja. Los
rebanos y manadas habian prosperado bajo su
cuidado, proveyendo a la familia de vestido y
alimento. Navit y las otras dos nueras, M alka y
Nasya, cuidaban de las cosechas y las huertas.
Habian trabajado como hombres, pero el traba­
jo habia producido en ellas una vitalidad tan in-
tensa, que hasta Noe y sus hijos se maravillaban
ante su belleza. Los ocho eran como uno solo
en la predicacion, construccion y almacena-
miento. Eran una sola unidad, concentrada en
preparar a las personas y un lugar para el tiem-
El barco 20S

po cuando llegara la gran lluvia.


Navit corrio a la casa para traer algo fresco
para Zoe y sus esquiladoras.
Esa noche, mientras Noe les hablaba de las
tremendas cantidades de alimento que ahora
debian comenzar a colocar en el barco, tanto
para las personas como para las bestias, Matu-
salen parecia indiferente, de algün modo muy
distante de ellos. Noe, a menudo, dependia de
la magnifica memoria del anciano, y ahora le
hablo con un dejo de impaciencia.
-Abuelo, quiero que te encargues de las pro-
visiones para el barco. Debo transfer!r estas can­
tidades de mi mente a la tuya, de modo que no
necesite dedicar tiempo a juntar granos y frutas
secas. No habrä un trabajo agotador para ti; de-
ja eso para espaldas mas jovenes que las tuyas.
Pero necesito tu mente confiable para supervi­
sa r.
Matusalen miro a su nieto afectuosamente.
Elios habian conducido juntos la obra de Dios
durante muchos anos, a traves de severos peli-
gros y pequefias victorias.
-H ijo mio -le dijo carifiosamente-, tendräs
que atesorar tu consejo en alguna otra mente,
porque yo saldre en un ültimo viaje, del cual
nunca he de volver.
206 El canto de Eva

Navit abrio la boca, asombrada. ^Se referia el


a la muerte? Ella todavia podia verlo trepando
con esfuerzo por el camino hacia la cueva, tan-
tos afios aträs, al llevar comida y, mäs tarde,
buscar las palabras para pedir por el amor de
Noe por eila. ^De que estaba hablando ahora,
aqui, en este lugar que habia llegado a ser un
hogar para el?
-Hare una ültima visita a las ciudades para
advertirles acerca del diluvio -continuo el- M i­
les han escuchado solo rumores. Se acordarän
de mi. Sabrän que yo hablo la verdad. Tal vez,
unos pocos escucharän la advertencia. Si se me
concede la vida, ire, por ultimo, al valle de mi
padre, y seguramente a lli encontrare la muerte;
pero tal vez no antes de que me oigan y que
tengan una dltirna oportunidad.
"Estä hablando de aquellos que asesinaron a
su amada Yonina y a mi madre", penso Navit, y
sus ojos se llenaron de lägrimas.
Noe comenzo a hablar, pero Matusalen le-
vanto su mano.
-N o trates de disuadirme, hijo. Es la voluntad
de Dios.
A la manana siguiente, el anciano cabalgo, y
se perdio de vista por la ruta que ya estaba lle-
na de curiosos y burladores. Entre sus lägrimas,
El barco 207

Navit y Noe Io vieron irse: un gigante, apacible,


de cabellos blancos, que se dirigia con toda cal-
ma hacia una muerte segura en su divina mi-
sion.
-Yo queria que el estuviera con nosotros en
el barco -lloro Navit, aferrändose a Noe.
Su esposo suspiro, rozando suavemente con
su barba la mejilla de ella.
-M e siento mäs solo de Io que crei. t\ era un
gran consuelo y fortaleza para mi, cuando eilos
se reian y me arrojaban frutas podridas.
-Ahora Dios serä tu fortaleza, mi amor —dijo
ella lentamente-. Tal vez, eso sea parte del plan
del Senor.
Pero, despues de esto, ella restaba tiempo de
su trabajo, tan a menudo como le era posible,
para ponerse de pie al lado de Noe durante una
hora mientras el se dirigia al pueblo, dejando
que las burlas y los misiles cayeran sobre ella
tambien, hasta que supo de su pena en cada rin-
con de su ser; y su amor mutuo y por su Dios
credo aiin mas.
Sem, Cam y Jafet trabajaban intensamente, a
veces hasta tarde en la noche, cuando la luz de
la luna inundaba la pradera. Porque los obreros
contratados disminuyeron cuando el desden por
el proyecto llego a un punto culminante. Zoe,
208 El canto de Eva

M alka y Nasya, con la ayuda y el aliento cons-


tante de Navit, llenaron los grandes depositos,
almacenando mäs y mäs cereales, legumbres y
el dulce pasto seco de las praderas para los ani­
males. Los ültimos meses trabajaron practica-
mente solos, los siete, mientras Noe predicaba
con un fervor creciente.

Matusalen entro en el valle desde el extremo


rocoso del norte, abriendose cam ino por un
sendero pocas veces transitado. En una veintena
de ciudades habia relatado la historia inminen-
te de las aguas que cubririan la tierra. Apenas
escapo con vida de la mayoria de eilas. Su co-
razon se dolia con las cosas que habia presen-
ciado. La enfermedad del pecado y la rebelion
crecia, maligna, sobre la hermosa tierra, y la hu-
manidad abusaba del precioso don de la vida
en toda forma concebible. Los hombres lucha-
ban por obtener los lugares mäs fructiferos de la
tierra, y su sangre empapaba las praderas verdes
y los valles escondidos. Por todas partes se ele-
vaban imägenes en los jardines exquisites, y sus
rostros benignos ocultaban sus crueles deman-
das. Matusalen anhelaba el hogar de Noe y Na-
vit, los suaves campos donde un gran barco se
El barco 209

elevaba hacia el cielo. Pero el tenia una ültima


mision aqui, en el hogar de su ninez, y no espe-
raba sobrevivir.
Por un momento se detuvo, observando toda
la extension del valle, y recordaba. Vio a Navit,
una ninita con ojos verdes danzantes y rulos ne-
gros que se agitaban, al trotar deträs de Shaina
llevando una canasta de alimentos para algun
enfermo o anciano. Los ojos del anciano vaga-
ron sobre las colinas, brillantes de color, que
Shaina e Ira habian convertido en parques cien-
tos de afios antes. No habia mucho para reco-
nocer: los humildes hogares de los hijos de Dios
habian desaparecido, reemplazados ahora por
estructuras tan magnificas, que el anciano se
quedo contemplando, asombrado.
Lentamente descendio hacia el mercado y,
apoyando su cansada espalda contra un pilar,
entibiado por el sol, comenzo a hablar. Gra-
dualmente, los transeüntes de la calle se detu-
vieron y se reunieron a su alrededor, escuchan-
do, riendo, burländose de vez en cuando.
-Mis hermanos -comenzo el.
Su vieja y majestuosa cabeza se m oviade un
lado a otro, y sus ojos brillantes penetraban has-
ta el alma.
-Yo soy Matusalen. Yo cre C i en este valle.
210 El canto de Eva

Un murmullo agito la multitud.


-Mi padre, Enoc, a quien Dios llevo consigo,
viajo de ciudad en ciudad advirtiendo acerca
del juicio venidero. Algunos de ustedes Io re-
cuerdan, estoy seguro. El les rogo que ustedes se
vuelvan a Dios. La hora de la cual el les hablo
estä sobre nosotros.
De pronto vislumbro un rostro que nunca so-
no con volver a ver: Shaina estaba parada de-
lante de el entre la multitud, con su hermoso
rostro avejentado, pero sereno como el de un
ängel. Sus ojos verdes se rodearon de arrugas, al
sonreir cuando se encontraron con los suyos, y
ella leyo en los de el su asombro y deleite. No
hicieron ninguna senal de reconocimiento; no
se atrevian. Pero sus miradas se sostuvieron, y
su gozo casi era tangible.
Con la voz temblorosa, Matusalen continuo
hablando a la gente, pero tambien a Shaina, di-
ciendole a ella todo lo que se animaba.
-M i nieto, Noe, construye un gran barco en
su campo. Una embarcacion que salvarä a los
justos cuando las aguas caigan del cielo y sur-
jan de la tierra. Sus tres hijos y el han trabajado
durante ciento veinte anos. Cualquier dia de es-
tos, Dios cubrirä la tierra con agua. Nadie esca-
parä, si no los que esten dentro del barco. Crean
El barco 211

a las advertencias del Senor. Vayan. Vayan aho-


ra, mientras todavia hay tiempo. Es la palabra de
Dios. Encuentren seguridad en el barco. Aban-
donen sus pecados...
Al oir la palabra "pecados", un ruido sordo
de furia se elevo de la multitud, y se abalanza-
ron como una masa enardecida contra el ancia-
no. f!l oyo el grito de Shaina y sintio su cuerpo
arrojado contra el, escudändolo, al caer juntos
bajo el peso de los hombres fuertes y recibir los
golpes de los punos que golpeaban.
Antes de que la oscuridad los envolviera,
Shaina balbuceo una pregunta:
-*Y Navit?
Matusalen contesto:
-Estä bien y feliz.
Ben los enterro en el lugar escondido de ora-
cion de Shaina, donde los narcisos de Adän to­
davia florecian. Entonces, hizo que hombres
fuertes rodaran una pesada piedra contra la bo-
ca del tünel, selländolo para siempre, y bajo de
la colina con el sabor amargo de la inminente
condenacion en su boca.

Navit se mantuvo en silencio al lado de Noe


mientras el predicaba, y repaso en su mente las
212 El canto de Eva

listas de provisiones, a la vez que sus ojos reco-


rrian los rostros indiferentes delante de ella.
Pronto tendria que preparar el almuerzo, pero
ella sabia que su esposo tomaba fuerzas con su
presencia, asi que se quedo un rato mas. A ve-
ces, Sem lo reemplazaba por algunas horas, y
Navit estaba orgullosa de su valiente hijo, al oir
su voz firme que se elevaba por sobre los insul­
tos de los observadores. Ella pensaba a menudo
en Matusalen, al saber que algün mal le habia
acontecido, ya que no habia regresado. La espe-
ranza de que el entrara en el barco, con eilos,
murio. ^Serian solo ocho? Esos ciento veinte
anos de advertencias, ^no habfan producido un
solo converso? ^Se habia elevado la voz de Noe
en vano esas miles de veces?
Una pequena ciudad habia crecido alrede-
dor de ellos. Al principio, solo oportunistas pa­
ra satisfacer las necesidades de las multitudes;
pero otros siguieron, atraidos por la belleza del
lugar y la excitacion que siempre estaba presen­
te alli. Las imägenes de oro se elevaban hacia el
cielo, y los sonidos de las fiestas, donde se em-
borrachaban, quebraban el silencio de sus no-
ches. Ya muy pocos escuchaban. Noe y su enor­
me embarcacion eran tolerados simplemente
como entretenimientos familiäres.
El barco 213

Navit habia comenzado a alejarse de su es-


poso cuando escucho el extrafio ruido y noto
una sombra repentina sobre la pradera soleada.
Su mirada se elevo al cielo y, estupefacta, vio
päjaros, miles de päjaros, que se dirigian, en os-
cura bandada, hacia el barco, y oyo el aletear
de sus alas como el rugido de fuertes vientos.
-Noe -susurro-, mira Io que estä sucediendo.
El se detuvo en medio de una fräse, y escu-
drino los cielos.
—iLa palabra de Dios se estä cumpliendo! Se-
guramente ahora creerän.
Un gran silencio descendio sobre la pradera,
hasta que solo se podia oir el batir de las alas y,
entonces, a la distancia, el ininterrumpido pisar
de bestias de toda clase.
Noe y su familia se reunieron sobre la rampa
del barco, y observaron a los animales que se
acercaban: Osos, tigres, elefantes, leopardos,
gansos, vacas, cabal los, camel los, pequenos ra-
tones del campo, ardillas, zorros, jirafas. Anim a­
les que nunca habian visto; animales domesti-
cos y bestias salvajes. Vinieron en perfecto O r­
den. A menudo, Navit se habia preguntado co­
mo harian para llenar los cientos de jaulas y co-
rrales, construidos tan precisamente de acuerdo
con las especificaciones divinas. Ahora, se pre-
214 El canto de Eva

guntaba como seria posible que fueran suficien-


tes.
Los espectadores, que tan recientemente los
ridiculizaban, permanecieron mudos de asom-
bro. Sus intelectuales y sabios habian afirmado
que el Creador nunca interferiria con las leyes
de la naturaleza; sin embargo, aqui llegaba el
leon de la montana, pacificamente deträs de
dos lanudos corderos. ^Seria posible que Dios
pudiera verdaderamente abrir el cielo soleado y
arrojar agua? Todavia habia tiempo; la puerta
del barco todavia bostezaba una bienvenida.
La fila de animales parecia interminable. H o­
ra tras hora entraron en el area hasta que la ram-
pa se astillo a causa del uso y se ensucio con los
exerementos. Noe y sus hijos los guiaban hacia
las jaulas, y deslizaban el pestillo en las puertas,
hasta que la embarcacion llego a ser una gran
cacofonia de ruido animal. Cuando, en ultimo
termino, dos conejos saltaron sobre el umbral
de la puerta, la larga fila que habia fluido desde
el bosque y la llanura desaparecio.
Los ültimos rayos del sol doraban los campos
cuando Noe hablo desde la rampa, con su fami-
lia reunida a su alrededor y sus labores por fin
concluidas.
-Amigos, ustedes han observado hoy el po-
El barco 215

der de Dios en accion. Ya no necesitan creer en


mi palabra: han visto a las bestias entrar al bar­
co como guiadas por una mano invisible. Dios
ha provisto para su supervivencia sobre la tierra,
y el anhela hacer Io mismo por ustedes. Vengan.
Vengan y sean salvos.
Navit, escudrifiando los rostros de los oyen-
tes, observo el temor y un nuevo respeto por el
mensaje de Noe. Observo a algunos acercarse
hacia la rampa.
Entonces, alguien rio; y la risa se extendio
por toda la multitud, creciendo y transformän-
dose en un rugido salvaje de tension liberada. El
temor se derritio y desaparecio. De algün modo,
en un instante, el desfile de animales se habia
transformado en otra broma. Navit sintio la an-
gustia de su esposo, mientras gritaba para hacer-
se oir por sobre las risas y luchaba por volverlos
a la sensatez.
Algunos saltaron sobre la rampa de dos en
dos, imitando a los animales, solo para bajar co-
rriendo otra vez, produciendo nuevas risas.
Otros regresaron tranquilamente a sus casas ba-
jo la agradable luz del atardecer, seguros en el
confiable esquema de puesta de sol y salida de
sol. Los ninitos preguntaban por que habian lle-
gado por si mismos los osos al barco de Noe,
216 El canto de Eva

solo para ser acallados por sus padres, que pre-


ferian no pensar en los acontecimientos del dia.
Los adoradores encendieron fuego delante de
sus imägenes, y las Hamas que se elevaban res-
plandecian sobre el oro y las piedras preciosas,
mientras los hombres y mujeres danzaban y
cantaban, en la noche fragante con el perfume
de las flores.
De pronto, la llanura de Noe resplandecio
con una luz que eclipso las ridiculas Hamas. Los
que danzaban cayeron al pasto fresco, y tembla-
ban mientras un resplandor se cernia sobre la
enorme puerta del barco. Muchos habian espe-
culado, con humor cruel, acerca de como haria
Noe para encerrarse adentro del barco, porque
la puerta, obviamente, sobrepasaba la fuerza
humana para cerrarla. Ahora, a traves de los ra-
yos de luz enceguecedora, ellos la vieron girar
lentamente sobre sus goznes, hasta que, con un
fuerte golpe, cayo en su lugar.
Por segunda vez ese dia, el temor cundio en-
tre los espectadores. Esta vez, la puerta ya no
ofrecia una segunda oportunidad. La voz de
Noe ya no gritaba su invitacion. Los campos es-
taban callados; su mismo silencio vociferaba su
advertencia.
El barco 217

Por centesima vez Navit lucho por dominar


la ola de terror que amenazaba con envolverla.
Seis dias habian transcurrido durante los cuales
habian hecho poco, excepto cuidar de los ani­
males. AI principio, apenas habian tenido tiem-
po para comer, pero, con el tiempo, establecie-
ron una rutina por la cual cada uno tenia su ta-
rea asignada; ahora habia algo de tiempo para
descansar y tiempo libre. Era el septimo dia,
dulce regalo de adoracion y comunion con
Dios, y ella trato de capturar esa sagrada paz del
säbado, que siempre la renovaba pero esta vez
la eludia. Las paredes del barco se cerraban so-
bre ella, fieros ojos amarillos de las bestias sal-
vajes la asustaban, y el barullo constante de los
animales intranquilos asaltaba sus oidos. No era
nada como ella Io habia imaginado. Habia sido
el lugar tan espacioso y limpio cuando llenaron
los depositos, con la fragancia del trebol seco
que se mezclaba con el aroma de la madera. Pe­
ro ahora el aire era sofocante y fetido. Los ocho
ya no conversaban mucho, excepto cuando era
necesario, porque se encontraban irritables, con
una tendencia a hablarse bruscamente. Camina-
ban con rostros cenudos en la semipenumbra,
esperando. Cuando la gloria de Dios cerro so-
bre ellos la gigantesca puerta, se arrodillaron re-
218 El canto de Eva

verentes, y Io alabaron por tan alentadora evi-


dencia de su presencia. Ahora esperaban, casi
sin distinguir el dia de la noche, a que la lluvia
cayera. Afuera podian oirse las burlas de los que
rodeaban el barco. De vez en cuando, un palo
o un piedra golpeaba contra un costado, y asus-
taba a todo un sector de bestias, que emitian sus
quejas en una reaccion en cadena.
-^Puedes abrir a hachazos una puerta para
salir, Noe?
-El sol estä hermoso aqui afuera, Noe. No
hay ni una gota de agua a la vista.
-^Cuänto tiempo planeas mantener a lIf ence-
rrada a esa bonita y joven esposa tuya, viejo
tonto?
-Estos son sus ültimos dias. Pobres almas -re-
flexiono Noe-. No les guardemos rencor.
Noe llamo a su fam ilia dentro de la habita-
cion que era de Navit y suya, y cerro la puerta.
Proveia una medida de quietud.
-M is amados, estos han sido dias horribles.
No estäbamos preparados.
Sus ojos se volvieron tiernamente hacia su
esposa, sus hijos, y las jovenes mujeres que ha-
bian trabajado tan duramente.
-Estäbamos tan ocupados con el trabajo, que
no pensamos en las realidades de esta experien-
El barco 219

cia. O jalä pudiera decirles que se va a volver


mäs fäcil, pero no es asi. Cuando vengan las llu-
vias y el barco sea arrojado sobre las olas, de-
mandarä un valor mucho mayor que el que he-
mos conocido hasta ahora. Pero ustedes deben
recordar que Dios ha prometido liberarnos; que
no importa cuän severo sea el sufrimiento, so-
breviviremos.
Nasya se echo a 11ora r.
-Yo no tengo miedo de sufrir. Pero mi fami-
lia... eilos estän perdidos. Nunca vere a mis pa­
dres otra vez, ni a mis hermanos.
Navit fue hacia la nifia, la hermosa descen-
diente de Enoc a quien Noe habia elegido para
Jafet, y se arrodillo a sus pies, tomando sus ma-
nos entre las suyas.
-H ija mia -la consolo-, comprendo tus lägri-
mas. Pero tal vez algunos de tu familia perma-
necieron firmes para Dios. Tal vez, murieron an­
tes de este dia terrible y duermen seguros en la
tierra, esperando la hora gloriosa de la segunda
venida del Prometido, cuando el llamara a sus
verdaderos hijos de sus tumbas.
La nina sollozo en silencio, y Navit advirtio
una terrible tristeza en los ojos de Zoe y Malka.
Como las amaba, y al recordar sus largas y pa-
cientes labores a su lado, se di rigio a todas el las:
220 El canto de Eva

-Hijas mias, ustedes han recibido un elevado


llamado. Dios vio en ustedes a jovenes dignas
para utilizarlas en su plan de limpiar la tierra.
Son sus hijos e hijas los que volverän a poblar la
tierra, por medio de ustedes y de nuestros hijos.
El tratarä nuevamente de levantar un pueblo
Santo y obediente. Asi que, sequen sus lägrimas
y cobren änimo. Ustedes son preciosas para no-
sotras, como asi tambien para nuestros hijos.
Ustedes son las elegidas de Dios.
Noe, entonces, los reunio a su alrededor en
oracion, y Navit se maravillo, como siempre, de
la amistad entre su esposo y Dios. Y, si su fe fla-
queaba, solo necesitaba escuchar su oracion
para darse cuenta de cuän delgado era el velo
que separaba el cielo de la tierra. Sus tristezas y
temores se mitigaron. Salieron a cum plir con
sus tareas vespertinas con corazones mäs ale-
gres, hasta sonriendo de vez en cuando ante las
gracias de algun animal; y el sexto dia de su es-
pera llego a su fin.
A la manana siguiente, la luz del sol se derra-
maba a Io largo de los tres pisos del barco, atra-
pando particulas de polvo entre sus rayos. El
area central, abierta, era siempre el lugar mäs
luminoso, y una vez que concluyeron sus ta­
reas, los ocho se dirigieron hacia alli. Los estri-
El barco 221

billos de los burladores, afuera, se mezclaban


con los sonidos de los animales que respiraban
y comian.
Zoe sirvio una fuente de damascos, una ban-
deja de pan de mijo y tazas de leche caliente.
Cuando terminaron de comer, Noe sonrio a su
esposa, y la adoracion que sentia por ella suavi-
ζό las arrugas de preocupacion de su rostro.
-Cäntanos una cancion, amor. Hemos tenido
poco tiempo para la müsica, y mis oidos estän
ävidos de escuchar tu voz.
Sem le alcanzo el arpa de Natän, que Ona
habia transportado todos esos kilometros a tra-
ves de aquellos oscuros bosques, y Navit desli-
ζό sus dedos sobre las cuerdas, pensando en el
abuelo que nunca habia conocido. Los habia
perdido a todos a causa de Dios: sus antepasa-
dos de Havila, sus padres, Ona, Rimona, Natän,
Matusalen. En su tristeza, comenzo a cantar el
antiguo canto de la tristeza y perdida de Eva. El
dulce clamor del arpa acompanaba su voz cla-
ra y melodiosa, mientras los rayos del sol caian
suavemente a su alrededor.
De pronto la oscuridad arrebato la luz, y un
torrente de agua cayo como en cascada sobre la
ventana, muy por encima de ellos. Las mofas de
la multitud de afuera se convirtieron en chillidos
222 El canto de Eva

de terror y ruegos ante la puerta de la enorme


embarcacion. El ritmico golpetear de la lluvia se
mezclo con el rugido del viento, mientras las
bestias aullaban y se arrojaban contra las barras
que los contenian.
Noe lloro por los perdidos y, entre todo ese
barul Io ensordecedor, el arpa y la voz de su
amada tejio como una hebra de plata:
"Se han ido los lirios del Eden,
se han ido las delicadas garzas;
se ha ido nuestro Amigo del atardecer,
que caminaba alli en el crepusculo.
Se han ido los placeres inocentes
que alegraban los dias soleados.
Pero por siempre mi corazon manchado
se eleva en alabanza
hacia Aquel que habla de perdon,
quien depone su vida en mi lugar,
quien derrama su sangre preciosa
sobre mi cabeza pecadora..."

"M as como en los dias de Noe, asi serä la ve-


nida del H ijo del Hombre. Porque como en los
dias antes del diluvio estaban comiendo y be-
biendo, casändose y dando en casamiento, has-
ta el dia en que Noe entro en el area, y no en-
tendieron hasta que vino el diluvio y se los Ile-
El barco 223

νό a todos, asi serä tambien la venida del H ijo


del Hom bre" (Mat. 24:37-39).

"Sabiendo primero esto, que en los postreros


dias vendrän burladores, andando segun sus
propias concupiscencias, y diciendo: ^Donde
estä la promesa de su advenimiento? Porque
desde el dia en que los padres durmieron, todas
las cosas permanecen asi como desde el princi-
pio de la creacion. Estos ignoran voluntariamen-
te, que en el tiempo ^fntiguo fueron hechos por
la palabra de Dios los cielos, y tambien la tierra,
que proviene del agua y por el agua subsiste,
por lo cual el mundo de entonces perecio ane-
gado en agua; pero los cielos y la tierra que
existen ahora, estän reservados por la misma pa­
labra, guardados para el fuego en el dia del jui-
cio y de la perdicion de los hombres impios.
Mas, oh amados, no ignoreis esto: que para con
el Senor un dia es como mil anos, y mil anos co­
mo un dia. El Senor no retarda su promesa, se­
gun algunos la tienen por tardanza, sino que es
paciente para con nosotros, no queriendo que
ninguno perezca, sino^puR. todos procedan al
arrepentimiento. Pero 'el dia del Senor vendrä
como ladron en la noche; en el cual los cielos
pasarän con grande estruendo, y los elementos
224 El canto de Eva

ardiendo serän deshechos, y la tierra y las obras


que en ella hay serän quemadas. Puesto que to-
das estas cosas han de ser deshechas, jcomo no
debeis vosotros andar en santa y piadosa mane-
ra de vivir, esperando y apresurändoos para la
venida del dia de Dios, en el cual los cielos, en-
cendiendose, serän deshechos y los elementos,
siendo quemados, se fundirän!" (2 Ped. 3:3-12).

L.

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