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En el camino de Gichin Funakoshi

Hoy en el diario vi la foto de Andrés D’Alessandro llorando en una conferencia de


prensa. El tipo se iba del Inter –peleado con la dirigencia, según los periodistas– y
volvía a River. No sé por qué cuando vi la foto pensé que Andrés lloraba por la
emoción de volver a River, pero no era sólo eso: lloraba por lo mucho que quería
al club brasileño y lamentaba tener que irse de esa manera.

D’Alessandro lloraba por dejar un lugar, por volver a otro. Yo también lloré emo-
cionado, el martes pasado, sentado en el vestuario del Onbu Dojo, por volver a
hacer karate después de un largo año de ausencia. Digo hacer karate porque to-
davía no conseguí, a pesar de diez años practicándolo y tener un cinturón alto,
que el karate me haga a mí. Yo tengo que “hacer” karate, practicarlo, luchar contra
él, para que me acepte. Soy un karateca outlet. Pero a pesar de eso, a pesar de
no tener la menor habilidad para pisar el dojo con firmeza, el karate ya es parte de
mí y simplemente no puedo dejar de practicarlo, despierto o dormido.

Volví de las vacaciones con la convicción de que un error del año pasado fue no
hacer karate. Es decir, argumentar que los sucesivos contratiempos de la vida co-
tidiana me impedían ir al dojo.

No es verdad. Es autoindulgencia.

Debería haber ido una vez por semana o una vez por mes, pero no tendría que
haber dejado: el karate, dice el sensei Gichin Funakoshi en sus consejos para
practicarlo, es como el agua caliente, necesita estar siempre bajo la llama, grande
o pequeña, si no se enfría. Muchas veces lo que no dice el consciente lo dice el
inconsciente.

Durante las vacaciones soñé repetidamente estar en el dojo del Sensei Mitsuo
Inoue –con quien practiqué todo este tiempo– escuchando su voz, tratando de ha-
cer uno de sus katas dificilísimos para mí en la vida real, pero perfectos para so-
ñarlos. Y me despertaba emocionado. ¿Seré un karateca perfecto, con kimé, que
sueña que es un karateca outlet? ¿O al revés? La cosa, como bien dice Carl Jung,
es que el inconsciente a veces se cuela en la vida real, modificándola.

En las vacaciones estuvimos varios días en una casa que me prestó el genio de
Pedro Montes en Santiago de Chile. Pegada a la casa hay una librería y en la vi-
driera se veía la cara anciana de Gichin Funakoshi en la portada de su libro Karate

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do: mi camino. Increíble. Un libro que había buscado durante años, que era inha-
llable y del que sabía cosas porque me las contaban mis compañeros de dojo, es-
taba ahí, esperándome. Lo leí de un tirón y me acompañó en la cabeza y el espíri-
tu hasta el día de hoy.

“Cualquier lugar es un dojo”, dice Gichin Funakoshi, instándonos a practicar


karate en todas partes y tener las enseñanzas del karate en cualquier cosa que
hagamos en la vida cotidiana.

El karateca debe buscar la debilidad, no la fortaleza, dice en un momento. Y acla-


ra: esto tal vez no se entienda bien, pero a quienes practiquen con esmero y con-
centración se les va a tornar claro. Hay algo del karate do que viene de las ense-
ñanzas chinas: no tener una meta o una táctica para encastrarla en la vida real
como se unen dos piezas de Rasti, sino que la estrategia vital consista en que la
acción naturalmente tome el camino apropiado.

En el libro, Gichin Funakoshi habla de los maestros que lo formaron y de su vida


como practicante y difusor del arte marcial. Mi camino se lee de manera amena y
tiene en sus páginas cierta frescura mineral.

Funakoshi también se ocupa de desmitificar las proezas de los karatecas: él es un


karateca realista: los trucos son para Neo luchando contra Matrix, acá no hay su-
perhombres que destrozan ladrillos ni tipos que vuelan por el aire. En el karate el
fin supremo es lo espiritual; sin eso las condiciones técnicas se vuelven irrelevan-
tes. Funakoshi escribe también poesía: con sus caracteres que parecen pinturas,
dice: “El penetrar en lo antiguo es comprender lo nuevo; lo viejo y lo nuevo es sólo
cuestión de tiempo. En todos los casos el hombre debe tener una mentalidad cla-
ra. Esta es la vía: ¿quién la seguirá de forma correcta?”.

La montaña es la montaña
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 Por Fabián Casas |

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16/01/2016 | 02:57

Duncan, un gran amigo, me regaló hace unos días dos libros de Pavese y los diarios de
Jack Kerouac. Hojeando los diarios del padre de la generación beat me encuentro que el
muchacho, al igual que Hegel y Fidel Castro, tuvieron su juventud impregnada por la fábu-
la de Jesús. No bien empieza el diario del bueno de “Duluoz” éste anota una sección con
el título de Sobre las enseñanzas de Jesús. Dice ahí: “Las enseñanzas de Cristo fueron
un volverse-a, un enfrentarse-a , una confrontación y una confusion del terrible enigma de
la vida humana. ¡Vaya milagro! ¡Qué pensamientos debió de haber tenido Jesús antes de
abrir la boca en el monte y pronunciar su sermón! ¡Qué largos, oscuros y silenciosos pen-
samientos! Primero supo del enigma de la vida, que era la causa de todo pecado y de
toda discordia: él era un hombre, sabía lo que sentía el hombre al querer vivir aun sabién-
dose condenado a morir […] Mi reino no es de este mundo. Considéralo una vez más, es
el sónido más resonante de todas las épocas humanas”. Los romanos que encarcelaron a
Jesús, según se escribió, decían, admirados: “Nadie ha hablado como este hombre”. Ahí
encuentro algo de la certeza de la potencia política del Jesús histórico. Del hombre de
carne y hueso que sin dudas no resucitó, porque eso es imposible y lo imposible siempre
es traumático y poco deseable. Pero hubo un hombre que hablaba como nadie y que pro-
ponía la inversion de ciertos valores: los pobres, los enfermos, los descastados, ése era
su ejército y los habitantes de su reino. ¿Se imaginan la ridiculez de que alguien le llevara
a este hombre la Copa Libertadores? Si Jesús se despertara de su largo sueño, como
dicen los mismos cristianos más ortodoxos, no sacaría a patadas a todos los que ocupan
su iglesia con cheques, mocasines importados y excesivo vestuario? ¿Cómo pudo pasar
que el mensaje de este hombre se tergiversó tanto que sólo sirve hoy en día a los pode-
rosos del mundo? Pensemos en el largo sermón de la montaña.
Es un suceso concreto, histórico, donde un hombre como nosotros, genial, logra plasmar
en un ensayo peripatético todo un programa de vida para los siglos de los siglos, antes de
Adorno. Como dice Kerouac, uno también se imagina qué le habrá pasado a ese hombre
cuando se puso a hablar. ¿No habrá sido el mismo impulso de bajar el monte caminando,
de hablar con la gente que se le cruzaba a escucharlo lo que volvía sus palabras menos
literarias y más potentes? En un escritorio de escritor sólo se escriben frases de escritor
que no comunican nada. Para que el verbo se haga carne hay que salir a hablar con los
semejantes. Hay que bajar de la montaña y perderse entre la gente.
Ninguna técnica que te sirva para escribir es buena si no te sirve también para vivir.

TALLER NOMADE

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Salvo esporádicamente, nunca había dado talleres literarios. Este año me dediqué
sólo a eso. ¿Qué es un taller literario? ¿Qué te puede dar, qué te puede sacar un
taller? En principio, para mí fue un aprendizaje a la par de mis alumnos. Para em-
pezar, les propuse que leyeran El maestro ignorante, de Jacques Rancière, que
me parece una buena manera de entrar en el tema siempre candente de la ense-
ñanza. La propuesta era entonces: cómo logramos entre todos generar un círculo
de intensidad para que cada uno pueda sacar afuera su propio maestro. Tuve
suerte. Los grupos que se armaron este año eran de gente humilde, interesada en
aprender, con capacidad de frustración, todas cosas esenciales para que el taller
se vuelva productivo. Los talleres duraban dos horas pero a veces hasta les dá-
bamos tres. Muchas veces llegué al taller con la cabeza en otra parte, por los pro-
blemas de la vida diaria, y al momento de ponerme a trabajar con los alumnos me
olvidaba de todo, me regeneraba. En ese sentido el taller producía un efecto spi-
noziano. Una de las cosas más difícles de inculcar en un taller, motivo por el cual
algunos se eyectan como bajo suelo enemigo, es convencer al alumno de que no
es estrictamente necesario que se lea su texto, que cuando se lee el texto de otro
compañero y se lo trabaja, se está aprendiendo tanto o más que cuando se trabaja
con el texto propio. Se podría hacer todo un taller donde uno no lleve nunca un
texto propio pero se gane en experiencia creativa al trabajar sólo textos ajenos. La
literatura es colectiva, nunca individual. También es necesario, en algún momento
de la clase, pensar contra el taller. Es decir, mostrar cómo nunca hay que quedar-
se tranquilo con ninguna opinión. Para esto, a veces, yo traía textos de escritores
célebres para mostrar cómo nosotros en el taller podríamos haber cercenado el
genio de tal o cual escritor si éste no se hubiera revelado a las consignas de co-
rrección. Y también mostraba cómo Eliot, al aceptar las correcciones de Pound,
estaba dando una muestra de ética creativa. Ningún escritor poderoso es un mal
lector. Esta era otra de las conclusiones. Los escritores intensos son primero lecto-
res creativos. A veces te dicen que no leas tal o cual cosa porque es una mierda,
pero eso es un mal consejo para mis alumnos. Hay que leer todo. No hay que ol-
vidar que con la mierda se produce combustible.

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RESURRECION
x F.C.

Si Jesús resucitó o no es el tema central que divide a los creyentes de los no creyentes.
Es decir, si Jesús resucitó de entre los muertos el Jesús político y mortal se convierte en
alguien sobrenatural ya que se sabe que, hasta ahora, nunca nadie logró volver de la
muerte. La sola idea da terror: recuerdo el título de una serie de Narciso Ibáñez Menta El
hombre que volvió de la muerte. Una vez, de chico, la vi y no pude dormir por varias no-
ches. Ahora voy a escribir un spoiler así que los que no quieran enterarse no sigan leyen-
do: somos mortales, vamos a morir cada uno a su manera cuando llegue la hora y no creo
que podamos gozar de la vida eterna. La vida eterna, en realidad, no sirve para nada.
Todo se da acá abajo, en la tierra y me gusta pensar la resurrección en terminos simbóli-
cos. Es decir que alguien resucita cuando, en medio de su vida cotidiana, tiene un creci-
miento espiritual, una conversión, y sale de la vida chirle y dormida a una vida intensa
puesta siempre en estado de pregunta y de servicio por los demás. Sin embargo, hay una
resurrección que se da en una película, llamada Ordet, de Carl Theodor Dreyer y en ella
es difícil no creer. La película es en blanco y negro, sucede en un pueblo danés y el ar-
gumento dice que un hombre joven, que enloqueció por leer a Kierkegaard, se cree Jesús
y sobre el final del film resucita a su cuñada. Es una escena impactante porque es verdad.
La mujer resucita ante la mirada de sus seres queridos y ante los espectadores que ve-
mos el film. Creo en la potencia de cierto cine más que en la fábula de Jesús.

Prólogo a Los lanzallamas, de Roberto Arlt


Estoy contento de haber tenido la voluntad de trabajar, en condiciones bastante desfavora-
bles, para dar fin a una obra que exigía soledad y recogimiento. Escribí siempre en redaccio-
nes estrepitosas, acosado por la obligación de la columna cotidiana.

Digo esto para estimular a los principiantes en la vocación, a quienes siempre les interesa el
proce-dimiento técnico del novelista. Cuando se tiene algo que decir, se escribe en cualquier
parte. Sobre una bobina de papel o en un cuarto infernal. Dios o el Diablo están junto a uno
dictándole inefables palabras.

Orgullosamente afirmo que escribir, para mí, constituye un lujo. No dispongo, como otros es-
critores, de rentas, tiempo o sedantes empleos nacionales. Ganarse la vida escribiendo es

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penoso y rudo. Máxime si cuando se trabaja se piensa que existe gente a quien la preocupa-
ción de buscarse distracciones les produce surmenage.

Pasando a otra cosa: se dice de mí que escribo mal. Es posible. De cualquier manera, no ten-
dría dificultad en citar a numerosa gente que escribe bien y a quienes únicamente leen correc-
tos miembros de su familia.

Para hacer estilo son necesarias comodidades, rentas, vida holgada. Pero por lo general, la
gente que disfruta de tales beneficios se evita siempre la molestia de la literatura. O la encara
como un exce-lente procedimiento para singularizarse en los salones de sociedad.
Me atrae ardientemente la belleza. ¡Cuántas veces he deseado trabajar una novela, que como
las de Flaubert, se compusiera de panorámicos lienzos…! Mas hoy, entre los ruidos de un
edificio social que se desmorona inevitablemente, no es posible pensar en bordados. El estilo
requiere tiempo, y si yo escuchara los consejos de mis camaradas, me ocurriría lo que les
sucede a algunos de ellos: escribiría un libro cada diez años, para tomarme después unas
vacaciones de diez años por haber tardado diez años en escribir cien razonables páginas dis-
cretas.
Variando, otras personas se escandalizan de la brutalidad con que expreso ciertas situaciones
per-fectamente naturales a las relaciones entre ambos sexos. Después, estas mismas colum-
nas de la socie-dad me han hablado de James Joyce, poniendo los ojos en blanco. Ello pro-
venía del deleite espiritual que les ocasionaba cierto personaje de Ulises, un señor que se
desayuna más o menos aromáticamente aspirando con la nariz, en un inodoro, el hedor de los
excrementos que ha defecado un minuto antes.

Pero James Joyce es inglés. James Joyce no ha sido traducido al castellano, y es de buen
gusto llenarse la boca hablando de él. El día que James Joyce esté al alcance de todos los
bolsillos, las co-lumnas de la sociedad se inventarán un nuevo ídolo a quien no leerán sino
media docena de iniciados.

En realidad, uno no sabe qué pensar de la gente. Si son idiotas en serio, o si se toman a pe-
cho la burda comedia que representan en todas las horas de sus días y sus noches.
De cualquier manera, como primera providencia he resuelto no enviar ninguna obra mía a la
sección de crítica literaria de los periódicos. ¿Con qué objeto? Para que un señor enfático
entre el estorbo de dos llamadas telefónicas escriba para satisfacción de las personas hono-
rables:
"El señor Roberto Arlt persiste aferrado a un realismo de pésimo gusto, etc., etc."

No, no y no.

Han pasado esos tiempos. El futuro es nuestro, por prepotencia de trabajo. Crearemos nues-
tra literatura, no conversando continuamente de literatura, sino escribiendo en orgullosa sole-

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dad libros que encierran la violencia de un "cross" a la mandíbula. Sí, un libro tras otro, y "que
los eunucos bufen".

El porvenir es triunfalmente nuestro.

Nos lo hemos ganado con sudor de tinta y rechinar de dientes, frente a la "Underwood", que
gol-peamos con manos fatigadas, hora tras hora, hora tras hora. A veces se le caía a uno la
cabeza de fati-ga, pero…. Mientras escribo estas líneas pienso en mi próxima novela. Se titu-
lará El Amor brujo y apare-cerá en agosto del año 1932.

Y que el futuro diga.

Roberto Arlt (1931)

El descendiente de Montaigne

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Por Fabián Casas |30/10/2015 | 20:59

Vires Acquirit Eundo. Cobra fuerza a medida que avanza. Este epígrafe que puso Michel de Mon-
taigne en el comienzo de sus ensayos da cuenta exacta de la potencia de su escritura. Montaigne
publicó en vida sólo dos ediciones de sus ensayos. Empezó a hacerlo en 1580. Pensaba que “escri-
bo mi libro para pocos hombres y para pocos años”. Se podría sacar un lema de esto: a más con-
centración y menor ambición, más exactitud. Siempre les digo a mis alumnos que traten de ensa-
yar, sea lo que sea esto para ellos. Que poder reflexionar –de manera oral, de manera escrita– le
otorga a la persona su metafísica y su integridad. Ensayar es como tener una alacena de comida
para cuando lleguen los tiempos de guerra. Cuando era chico, en el patio de mi casa, mi papá y sus
amigos ensayaban obras de teatro. Eran malos actores, repetían textos inentendibles, pero ensa-
yaban y la vida tomaba otro sentido, más vertical, más intenso. Tenía un libro hace mucho en el
bolsillo de mi campera. Era muy pequeño y entraba bien ahí. Ahora que llega el calor reviso la ropa
antes de guardarla y sacar la de verano, y encontré el libro. No pude parar de leerlo. Se llama Es-
tados y es de Daniel Gigena. Así que un descendiente de Montaigne vive y trabaja en nuestra ciu-
dad, acá nomás. En el libro visita amigos, reflexiona sobre los hechos más cotidianos de nuestra

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existencia y a veces se enferma y se tiene que aplicar inyecciones. Mira esos programas de la tele
llenos de panelistas y escribe: “Es curioso que una institución tan conservadora como la escuela
sea en comparación con estos rancios aparatos ideológicos un espacio donde todavía pueda surgir
algo cercano a la promesa, al cambio, al conocimiento aunque sea, o la ilusión de una vida social
menos asesina”. Es un libro menor, siempre y cuando sepamos que si repetimos en la boca la pa-
labra menor, muchas veces, la que surge es la palabra enorme. Hagan la prueba.

ezra pound

Causa

Reúno estas palabras para cuatro personas,

alguien más puede cazarlas al vuelo,

oh mundo, lo siento por ti,

no conoces a esas cuatro personas.

El aleph de Jorge Serrano

Fabián Casas

debuta en La Agenda con una “precisa y extraña”


apología de Los Auténticos Decadentes.

8 de abril de 2015
por FABIÁN CASAS
Cada persona construye a lo largo de su vida una iglesia. Esta puede ser de material ortodo-
xo, de plástico o resistente al paso del tiempo y la erosión de la lluvia. Algunas son invisibles y
otras casi un terreno baldío. Hay iglesias aéreas, lugares de meditación donde el aire pasa a
través de sus paredes produciendo música o pequeñas celdas de clausura, frascos cerrados
herméticamente en una alacena privada. Algunas personas tienen con su iglesia una relación
similar a la que se puede tener con una prepaga, se tiene el carnet en el bolsillo porque da
seguridad pero no se recurre a ella a menos que caiga una catástrofe en nuestra vida cotidia-
na. “No hay ateos en las trincheras” es una frase hecha y como tal de escasa duración. Las
trincheras también han producido el vacío de Dios. El nihilismo superior. Siempre depende
dónde caiga la bomba.

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Una mañana de sol íbamos con mi hermano Juan –somos tres hermanos, escalonados cada
dos años– en mi auto. Escuchábamos música. Como no me gusta manejar, tomé la costumbre
de escuchar música mientras lo hago. Antes me sentaba en el living de mi casa y ponía un
CD, en la adolescencia lo hacía en mi pieza en un Winco blanco y mucho antes en el combi-
nado de mi vieja, en su cuarto. Se puede decir que toda la variación de géneros e intérpretes
que he escuchado en mi vida forman parte de mi repertorio como escuchón. Me gusta desde
la música sofisticada hasta la más popular. Me gustan los Beatles, que concentran en su obra
ambos extremos. Durante todo un año, también, escuché todas las mañanas el disco Sea
Changes, de Beck. Todas las mañanas, gracias a este disco –a diferencia de lo que escribió
Pappo– no eran iguales. ¿Cuándo la música captó mi atención? Posiblemente la música infan-
til que me pasaban mis padres, pero ya saliendo de la infancia, la vocación de ir hacia la músi-
ca y no de que ella viniera a buscarme se dio, creo, en la puerta de un local que vendía discos
y que se llamaba “La mascota” y quedaba en la avenida Boedo casi esquina San Juan. Este
local no sólo tenía discos sino que también vendía tocadiscos, miniaturas –autos, elefantitos,
cabinas de teléfonos inglesas–, etc. Era hermoso y siempre lo atendía un hombre muy agra-
dable, sesentón, canoso y de piel tostada por el sol de alguna terraza del barrio. Yo iba siem-
pre con mi tía Teresa a comprar algo de lo que vendía y a veces nos quedábamos en la vere-
da escuchando la música que el hombre pasaba. Así que recuerdo estar en esa vereda escu-
chando un hit demoledor de Leonardo Favio, un tema de amor que repetía en su estribillo
“ella, ella ya me olvidó”. De Favio debo haber pasado a Roberto Carlos, Nicola di Bari, Sandro
y Nino Bravo. Desde ese entonces ese tipo de música popular, melódica –con letras extraordi-
narias– que tarareaba mi mamá, forman parte de mi canon musical. La poesía, la revelación
de emoción que viaja por La Fuerza –como diría Skywalker– no elige un sólo lugar. Está tanto
en un surco de melodía popular o en una experiencia sonora del Capitán Beefheart.

Esa mañana de sol de la que hablaba más arriba, venía yo con Juan y escuchábamos un dis-
co de Los Auténticos Decadentes que me regaló nuestro hermano menor, Gabriel, fanático
miembro del Kiss Army. A Gaby le gustaban los Decadentes porque había ido al colegio se-
cundario con alguno de ellos e inclusive estos habían hecho sus primeros recitales tocando en
la peñas del Nacional 10 de Quito y Quintino. Yo, la verdad, no les prestaba mucha atención.
Conocía algunas canciones que se habían vuelto hits pero no lograba comulgar mucho más
con ellos. Me parecían un grupo de esos que animan los cumpleaños de quince o los casa-
mientos y a los que después no se los recuerda más pasado el evento. Pero mi hermanito
Gabriel insistió, me regaló ese disco que sonaba en el auto y en el medio de un tema, mi otro
hermano, Juan, me dijo: “¿Ves?, lo que dice esta canción es lo que yo pienso sobre la muer-
te”. La canción era un tema festivo, por momentos gracioso, pero que drenaba escepticismo y
un budismo barrial. “Cuando me llegue la muerte viviré por siempre en tu corazón / cuando me
busques en tus pensamientos me darás tu aliento y así volveré”. Si uno no tiene a esos maes-
tros cotidianos, puede pasar de largo por todos lados y perderse todo. La puerta de la iglesia
está cerrada herméticamente y la llave no aparece. Pero mi hermano me indicó lo que estaba
pasando. Hacía poco se nos habían muerto mi tía Teresa –con la que iba escuchar discos a
“La mascota”– y mi padrino Bruno, la persona que más quise en la vida. Mi hermano me dijo
que escuchando esa canción encontró consuelo para el dolor que sentía por la muerte de es-
tos seres queridos. Pero no era un consuelo mágico, era bien concreto. Las personas, dice la
canción, no pueden resucitar, pero lo que fueron, su componente alquímico, su ser, están en

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nosotros para siempre. Cuando uno los recuerda, los trae de nuevo, les damos el aliento y de
esa manera vuelven a la vida. Esa es nuestra única forma de inmortalidad. ¿Para qué que-
rríamos otra?

En otra parte de la canción se hace hincapié en que “no me parece que haya varias vidas”
pero, divertido, remata “pero si vuelvo quiero ser un rey”. Cosa que me hacía reír en medio de
la emoción que me producía el tema. Si el horror, a determinado nivel de ebullición no se con-
vierte en risa, nos podemos volver locos: los Auténticos Decadentes saben esto desde hace
rato. Quizás en sus primeros discos escribían lo que podían, ahora –sobre todo cuando la
pluma es la de Jorge Serrano– escriben lo que quieren. Jorge Serrano es el autor de esta
canción maravillosa que se llama “Viviré por siempre” y que es el segundo tema del disco de
los Decadentes llamado Sigue tu camino. Tiempo después, Manuel Moretti, el notable compo-
sitor de Estelares, me regaló un disco solista de Serrano, Alamut, pero no lo disfruté como sus
apariciones líricas con los Decadentes. Por algún motivo, en este disco, el orden de las can-
ciones remite a cierto espíritu normativo: el yo que enuncia te dice que no hagas esto o no
hagas lo otro, te da clases y se vuelve pesado. La buena poesía, en cambio, aún cuando pa-
reciera afirmar algo, siempre lo está haciendo en estado de pregunta. En Sigue tu camino, por
suerte, Serrano tiene otra cumbre compositiva que es “Un osito de peluche de Taiwán”, una
canción donde alguien le habla a su pareja y le pide que esté con él pero, de manera histérica,
inmediatamente da la contra orden: se siente encerrado, no puede respirar, lo agobia la pare-
ja. Y todo concluye en un estribillo preciso y extraño que parece un reescritura del Aleph que
vio Borges en una casa ya abandonada de la avenida Chiclana: “Un osito de peluche de Tai-
wán, una cáscara de nuez en el mar, suavecito como alfombra de piel, delicioso como el dulce
de leche”. Como en el caso de Borges cuando tiene que superar la proeza de enumerar el
Aleph, es decir el lugar donde se concentran todas las cosas del mundo, es clave que el escri-
tor no trate de, precisamente, escribir todas las cosas del mundo, sino que haga una selección
implacable de los objetos que van a estar ahí significando el caos. Jorge Serrano también lo
consigue.

* El título de esta columna, Scritti Politti, está tomado de una banda new wave formada en
1977 en Leeds, Inglaterra. Algunos de sus hits, que abordaban temas sociales y políticos,
llegaron al Top 20 en el Reino Unido.

FABIÁN CASAS

Fabián Casas nació en Boedo. Cumplió ayer 50 años. Es autor de varios libros de poesía y de
ensayos. No tiene Facebook ni Twitter.

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