Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
“De las alegrías y las pasiones”, Nietzsche (en Así habló Zaratustra, 1883)
Hermano mío, si tienes una virtud, y esa virtud es la tuya, entonces no la tienes en común con nadie.
Ciertamente, tú quieres llamarla por su nombre y acariciarla; quieres tirarle de la oreja y divertirte
con ella.
¡Y he aquí que tienes su nombre en común con el pueblo y que, con tu virtud, te has convertido en
pueblo y en rebaño!
Harías mejor en decir: «inexpresable y sin nombre es aquello que constituye el tormento y la dulzura
de mi alma, y que es incluso el hambre de mis entrañas».
Sea tu virtud demasiado alta para la familiaridad de los nombres: y si tienes que hablar de ella, no te
avergüences de balbucear al hacerlo.1
1 “En el mundo no hay más que un camino que sólo tú puedes recorrer. ¿A dónde conduce? No preguntes.
Síguelo” (Nietzsche)
vez en casa, me acomodé con el tesoro recién adquirido en el ángulo del sofá y dejé que aquel genio
enérgico y severo comenzase a ejercer su efecto sobre mí. Ahí, en cada línea, clamaba la renuncia, la
negación, la resignación; allí veía yo un espejo en el que, con terrible magnificencia, contemplaba a
la vez el mundo, la vida y mi propia intimidad. Desde aquellas páginas me miraba el ojo solar del
arte, con su completo desinterés; allí veía yo la enfermedad y la salud, el exilio y el refugio, el
infierno y el paraíso. Me asaltó un violento deseo de conocerme, de socavarme a mí mismo.
Habiendo puesto todas mis cualidades y aspiraciones ante el tribunal de un sórdido autodesprecio,
era malvado, injusto y desenfrenado en el odio que vertía sobre mí. Tampoco faltaron torturas físicas.
Así, durante catorce días seguidos, me esforcé por no acostarme antes de las dos de la madrugada y
levantarme sin dilación alguna a las seis en punto. Una constante excitación nerviosa me dominaba a
todas horas, y quién sabe qué grado de locura habría alcanzado de no ser porque las exigencias de la
vida, la ambición y la imposición de unos estudios regulares obraron en sentido contrario.
Sobre cómo leer textos difíciles (o cómo habitar dialectos ajenos), Diego Singer
Para mí, hay que leerlos mínimo tres o cuatro veces. Hay que hacer como la vaca, pasarlos de un
estómago a otro, irlos rumiando, ir sacándoles el jugo de a poco. Uno no puede digerirlos
directamente.
Segundo: hay que ser muy generoso con el autor al que uno lee y seguirlo en el movimiento que
propone. No hay que plantarse frente al autor con una actitud de “qué está diciendo este tipo, qué
cosa rara, estoy en desacuerdo”. Es la peor actitud que uno puede tener frente a un texto de un autor
al que uno no conoce. Yo siempre pongo la metáfora del baile, y del baile de tango en particular: hay
que saber seguir a la pareja que propone un movimiento determinado; si no, me quedo sentado y no
bailo con nadie. No puedo al primer paso decirle “esto está mal, ¿qué estás haciendo?”, eso es
realmente no bailar y repetir lo que uno ya sabe. Siempre frente a un texto nuevo, de alguien que
propone no solo una cantidad de problemas sino que tiene un ritmo de pensamiento, una forma de
pensar, una forma de llevarnos a donde quiere ir, hay que poder seguirlo en ese movimiento y para
eso hay que entregarse, hay que entregarse y tratar de aprehender cómo ese alguien nos está llevando
en ese camino. Para eso, insisto, hay que ser muy generoso, muy hospitalario, y saber poner entre
paréntesis los supuestos que uno trae.
Tercera y última cuestión: hay que sacarse de encima la pretensión de tener que entender. No hace
falta entender todo. Sino, uno arranca un texto y dice “no entiendo esto” y “no entiendo esto otro”, y
uno enseguida se cansa y dice “bueno, no estoy entendiendo nada, esto no sirve para nada”, cierra el
texto y lo deja. Bueno, eso es cobardía. El “no entiendo” es una forma sencilla de abandonar los
textos. Los textos hay que seguirlos. Si uno cree que, además de lo que uno no entiende, puede haber
algo más, uno pasa de largo y sigue, y una conexión se empieza a dar. Si esa conexión es interesante,
yo voy a seguir. No es un problema que yo no entienda muchas cosas de las que lea ahí, primero
porque voy a estar entendiendo muchas más cosas de las que a mí me parecen, y segundo porque no
se trata de decir “Miren, me leí este texto y lo entendí todo”. ¿Y qué? Entendiste los significados, ¿y
de qué te sirve eso? La cuestión es la conexión, la cuestión es que suceda algo. Y ese algo que sucede
entre un texto y uno excede a la comprensión. En general, los textos no se comprenden
absolutamente ni siquiera para quien los escribe.
“EN ESTA NOCHE EN ESTE MUNDO”, Alejandra Pizarnik
no
palabras
no hacen el amor
hacen la ausencia
si digo agua ¿beberé?
si digo pan ¿comeré?
en esta noche en este mundo
extraordinario silencio el de esta noche
lo que pasa con el alma es que no se ve
lo que pasa con la mente es que no se ve
lo que pasa con el espíritu es que no se ve
¿de dónde viene esta conspiración de invisibilidades?
ninguna palabra es visible
sombras
recintos viscosos donde se oculta
la piedra de la locura
corredores negros
los he corrido todos
¡oh quédate un poco más entre nosotros!
palabras embozadas
todo se desliza
hacia la negra licuefacción
hablo
sabiendo que no se trata de eso
siempre no se trata de eso
oh ayúdame a escribir el poema más prescindible
el que no sirva ni para
ser inservible
ayúdame a escribir palabras
en esta noche en este mundo
La metáfora del laberinto:
Las cosas ocurrieron así. Teseo no podía saber que del otro lado del laberinto estaba el otro
laberinto, el de tiempo, y que en algún lugar prefijado estaba Medea.
El hombre frenético. — ¿No habéis oído hablar de aquel hombre frenético que justo antes de la
claridad del mediodía encendió una lámpara, corrió al mercado y no dejaba de gritar: <¡Busco a
Dios, busco a Dios!>? — Allí estaban congregados muchos de los que precisamente no creían en
Dios, provocando una gran carcajada. <¿Acaso se ha perdido?>, dijo uno. <¿Se ha extraviado como
un niño?> dijo otro. <¿O es que se ha escondido? ¿Nos tiene miedo? ¿Se ha hecho a la mar en un
barco? ¿Ha emigrado?>. Así chillaban y reían sin orden alguno. El hombre frenético saltó en medio
de ellos, atravesándolos con su mirada. <¿Adónde ha ido Dios?>, gritó, <¡yo os lo voy a decir!
¡Nosotros lo hemos matado, ustedes y yo! ¡Todos nosotros somos sus asesinos! ¿Pero cómo hemos
hecho esto? ¿Cómo fuimos capaces de bebernos el mar hasta la última gota? ¿Quién nos dio la
esponja para borrar todo el horizonte? ¿Qué hicimos cuando desencadenamos esta tierra de su
sol? ¿Hacia dónde se mueve ahora? ¿Hacia dónde nos movemos nosotros? ¿Lejos de todos los
soles? ¿Nos caemos continuamente? ¿Y hacia atrás, hacia los lados, hacia adelante, hacia todos los
lados? ¿Hay aún un arriba y un abajo? ¿No vagamos como a través de una nada infinita? ¿No
sentimos el alentar del espacio vacío? ¿No se ha vuelto todo más frío? ¿No llega continuamente la
oscuridad y más oscuridad? ¿No tendrán que encenderse lámparas a mediodía? ¿No
escuchamos aún nada del ruido de los sepultureros que entierran a Dios? ¿No olemos aún nada de la
putrefacción divina? También los dioses se descomponen. ¡Dios ha muerto! ¡Dios sigue muerto! ¡Y
nosotros lo hemos matado! ¿Cómo nos consolaremos los asesinos de todos los asesinos? Lo más
sagrado y lo más poderoso que hasta ahora poseía el mundo, sangra bajo nuestros cuchillos. ¿Quién
nos enjuagará esta sangre? ¿Con qué agua lustral podremos limpiarnos? ¿Qué fiestas expiatorias, qué
juegos sagrados tendremos que inventar? ¿No es la grandeza de este hecho demasiado grande para
nosotros? ¿No hemos de convertirnos nosotros mismos en dioses, sólo para estar a su altura?
¡Nunca hubo un hecho más grande! Todo aquel que nazca después de nosotros, pertenece a
causa de este hecho a una historia superior que todas las historias existentes hasta ahora!>.
Aquí calló el hombre frenético y miró nuevamente a sus oyentes: también éstos callaban y lo
miraban extrañados. Finalmente, lanzó su lámpara al suelo, rompiéndose en pedazos y se apagó.
<Llego demasiado pronto>, dijo entonces, <Mi tiempo todavía no ha llegado. Este enorme
acontecimiento aún está en camino y deambula. Aún no ha penetrado en los oídos de los
hombres. El rayo y el trueno necesitan tiempo, la luz de las estrellas necesita tiempo, los hechos
necesitan tiempo, aun después de que hayan ocurrido, para ser vistos y escuchados.> Esta
acción les está todavía más lejana que los astros más lejanos. <¡Y sin embargo, ellos mismos la han
llevado a cabo!> Se cuenta además que, ese mismo día, el hombre frenético irrumpió en diferentes
iglesias y entonó su Requiem aeternam Deo (Descanso eterno para Dios). Conducido fuera de ellas y
conminado a hablar, sólo respondió una y otra vez: <¿Qué son, pues, estas iglesias sino las tumbas y
los sepulcros de Dios?>.
Oh, jo oh, jo oh
De nada sirve
De nada sirve, escaparse de uno mismo