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José León Tapia

MAISANTA

El último hombre
a caballo
EL AUTOR Y SU OBRA

Comenzamos a interesamos por los trabajos


históricos del doctor José León Tapia cuando leímos su
interesante estudio "Por Aquí Pasó Zamora", donde el
gran caudillo federal y demás protagonistas así como
también los sucesos narrados, cobran vida al
combinarse el relato histórico en sí con la anécdota y
la leyenda. Nuestro interés por el esfuerzo narrativo
de este compatriota aumentó el saber que preparaba
un ensayo biográfico sobre un personaje poco conocido
de nuestras guerras civiles ocurridas en los años del
cambio de siglo y primeras décadas del actual. Nos
referimos al general Pedro Pérez Delgado, natural de
Ospino, conocido popularmente con el apodo de
"Maisanta" por utilizar de continuo al hablar esa
expresión. Siempre hemos creído de la mayor
importancia la investigación dirigida al estudio de
sucesos y personajes relacionados con la última década
del siglo pasado y primera mitad del actual porque las
situaciones históricas y políticas que hoy vivimos son,
en mucho, efectos de aquellas causas. Siendo de
observar que lo reciente de ese período impide a veces
ver y juzgar con objetividad los hechos y las personas.

Por todo cuanto antecede, el anuncio de la

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publicación de este nuevo trabajo del doctor Tapia nos
mantenía en expectativa. Pero lo que sí constituyó para
nosotros verdadera y feliz sorpresa fue que el autor
por generosa intervención de nuestro común amigo
doctor Ramón J. Velásquez, nos seleccionase para
escribir las palabras de presentación de la misma.
Correspondiendo esta deferencia, trataremos dentro
de nuestras posibilidades de cumplir con una misión
que por otra parte nos honra y satisface.

El doctor José León Tapia, distinguido


profesional de la medicina, nativo de Barinas y
residenciado en esa población, lleva en sí una sincera
vocación de historiador, la cual encuentra especial
estímulo en la región donde vive y desenvuelve sus
actividades. Los Llanos y poblaciones de Barinas han
sido teatro, desde los mismos tiempos del período
colonial, de hechos históricos importantes entre los
cuales resaltan de manera especial las jornadas de la
Guerra Federal que allí se produjeron con especial
dureza. La misma profesión del doctor Tapia le pone en
contacto directo con los habitantes de esas regiones,
entre los cuales todavía existen personas que fueron
testigos ellos mismos o recibieron de primera mano
por tradición oral, informaciones importantes del
pasado, hoy en peligro de perderse caso de producirse
la desaparición de sus depositarios. Todos estos han

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sido factores contribuyentes para que el autor
encontrase campo propicio y asidero a sus
investigaciones alrededor de la vigorosa personalidad
del general Ezequiel Zamora, quien dejó en los campos
de Barinas un importante acervo de recuerdos y
leyendas.

En cuanto a Pedro Pérez Delgado, fue un


venezolano como ha habido tantos cuya vida estuvo
signada por la violencia. Huye del hogar y se lanza al
encuentro de la vida todavía en temprana edad por
cobrar una deuda de honor. En esto existe cierta
similitud entre él y el famoso revolucionario mejicano
general Francisco Villa, quien por las mismas razones
se inició en el camino de la lucha armada.

Comienza el biografiado su carrera en el campo


de las armas, uniéndose a las banderas nacionalistas el
año de 1898, cuando el general José Manuel
Hernández lanza su grito de insurrección en Queipa
como protesta ante el resultado de unas elecciones
que considera ventajistas y amañadas. Pedro Pérez
Delgado entretanto va ascendiendo desde los rangos
más bajos de la vida militar a medida que participa en
diversos hechos de armas, entre otros, el combate de
la Mata Carmelera donde ve caer herido de muerte al
general Joaquín Crespo. Vencida la revolución, regresa

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por breve lapso a las ocupaciones de la paz para
insurgir de nuevo en las filas de la Revolución
Libertadora contra el gobierno del general Cipriano
Castro teniendo en esta ocasión oportunidad de
foguearse en diversos y recios combates. Vencido este
movimiento, vuelve a la vida tranquila de los pueblos
interioranos y es ya bajo el gobierno del Presidente
Gómez, allá en la década de los años diez, cuando
emerge de nuevo pero esta vez con la imagen propia de
un caudillo militar incipiente. Su teatro de operaciones
fueron los llanos de Barinas y de Apure, aunque
también utilizó como eventual refugio, las sabanas
colombianas de Casanare. Arauca y el Meta adonde se
dirigía cuando se hacia insostenible la permanencia en
territorio venezolano. Fue uno de esos rebeldes que
como los generales Emilio Arévalo Cedeño, Roberto
Vargas. Alfredo Franco, Marcial Azuaje y tantos
otros, que seria prolijo enumerar. se levantaron en
armas para emprender una lucha sin esperanzas de
triunfo contra el gobierno férreo del Presidente
Gómez, quien les oponía una sólida estructura armada
constituida por Presidentes de estado valerosos y
aguerridos, formados en los campamentos y en los
campos de batalla: Vincencio Pérez Soto, Hernán
Febres Cordero, León Jurado, Eustaquio Gómez,
quienes reforzados con tropas regulares comandadas
por recios jefes de batallón para citar algunos,

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coroneles Enrique Tovar Díaz, Julio Meléndez, Benicio
Jiménez, Angel María Sánchez, Antonio Paredes Pulga,
José Ramón Peña. Esta maquinaria armada hizo
nugatorios los esfuerzos de un grupo de venezolanos
que habían probado el camino de la violencia y
pensaban de buena fe que mediante ella podían
derrocar el régimen que adversaban. Es de admirar el
coraje de que hicieron gala esos compatriotas por lo
desproporcionado de la lucha, el desprecio con que se
jugaban la vida en medio de las más duras condiciones
de una naturaleza hostil que a la vez les servía de
cobijo y por el riesgo inmenso que significaba no sólo la
posibilidad de morir sino peor aún, de caer prisionero
para sufrir el régimen carcelario durísimo con que se
castigaba en esos tiempos la insurgencia y la
discrepancia política.

Pedro Pérez Delgado es un ejemplo típico de


esta casta de rebeldes y de esa época. Después de
deambular casi diez años en actividades guerrilleras
por los llanos del Sur de Occidente y las regiones
fronterizas adyacentes, se le reduce a prisión cuando
al parecer se había reintegrado a una vida de trabajo y
termina sus días pocos años después en un calabozo del
Castillo Libertador, sufriendo pesados grillos y muy
lejos de los llanos abiertos que le vieron nacer.
El doctor José León Tapia nos hace vivir

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intensamente en las páginas del presente libro la vida
plena de aventuras de "Maisanta". De acuerdo a su
método de trabajo. Hay veracidad histórica a lo largo
de todo el relato sazonada con la leyenda y el mito
porque como muy bien dice el autor, "hay que rescatar
también el mito y la leyenda". Para los venezolanos que
puedan recordar esos tiempos, es un libro lleno de
evocaciones y de informaciones precisas que aclaran la
vida de acción de este personaje loca poco conocido
en las regiones del país alejadas de su lar nativo y para
las nuevas generaciones, viene a ser la revelación de
una Venezuela pobre levantisca y romántica que no
conocieron y que no volverá a existir.

JOSÉ GIACOPINI ZARRAGA

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DEDICATORIA

A la memoria de mi padre Luís Alfonzo Tapia Encinoso,


amigo íntimo de MAlSANTA, y quien por primera
vez nos habló de sus hazañas.

A los compañeros de MAlSANTA vivos o muertos en el


presente.

A José Esteban Ruiz Guevara, periodista, cultor de lo


nuestro y compañero de la búsqueda de MAISANTA
por los caminos del llano.

A don Angel Betancourt Sosa, hombre de fina


sensibilidad social y gran admirador de Maisanta.

A José Agustín Catalá Delgado, editor de MAlSANTA.

A los hijos y nietos de MAlSANTA.

A todos los que han luchado par un ideal en este país.

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ENTRE ZAMORA Y MAISANTA

Me parece que asistimos a un momento, fase o


movimiento aluvional de lo que sin mayor precisión
pudiéramos llamar literatura histórica de Venezuela.
Lo de aluvional se me ocurre por el carácter
torrentoso acumulativo y de recolección fecunda para
labrantíos futuros que observo en las obras
testimoniales que dominan el panorama literario
venezolano en la primera mitad de esta época. Pero
vayamos por parte. Literatura histórica es una
expresión vaga y ambigua, en primer lugar porque toda
literatura es histórica, y luego porque como
denominación convencional (poesía épica, crónica,
novela histórica) no corresponde a una época
determinada, sino que se desliza a través del tiempo
en géneros variables cuyo fondo común es el suceso
realmente acontecido que sirve de centro a la danza
circular del narrador.

En este sentido, la literatura venezolana, y la


hispanoamericana en general, cuentan con una
tradición que las signa, desde las crónicas del
Descubrimiento y Conquista y desde los largos poemas
heroicos del romanticismo hasta la novela propiamente
histórica (como "Las Lanzas Coloradas" y "Boves el
Urogallo"), las memorias y el panfleto (Pocaterra, Pío

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Gil) y ese género sociológico-biográfico también
cultivado entre nosotros por Ramón Díaz Sánchez,
Mariano Picón Salas y Ramón J. Velásquez.

Pero aquí no me refiero a ninguna de estas


rosas, sino a una elaboración diferente, a una actitud
narrativa distinta que, dentro de aquella tradición,
realiza una danza más testimonial cuyo objetivo es
resaltar ante el lector ciertos aspectos del suceso
histórico que han impresionado profundamente al
autor y quien desea transmitirlos más al modo oral que
dentro de un estilo escrito. Se trata bien de hechos
vividos de algún modo por el autor como en el caso de
testimonios de guerrilla o de política, o bien de hechos
no vividos directa o indirectamente, pero recogidos
oralmente en confesiones, relatos y recuerdos de
quienes estuvieron personalmente vinculados a los
mismos, como es el caso precisamente, de los dos
trabajos que acreditan el esfuerzo intelectual de José
León Tapia: "Por aquí pasó Zamora", y este "Maisanta"
que ahora vamos a comentar.

En ambos, el método es el mismo: el autor con


paciencia y tenacidad que sólo explican una elevada
pasión, ha recorrido su tierra barinesa buscando en los
ríos, en los caminos, en los lugares de los
acontecimientos y, fundamentalmente, en la nostalgia,

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en los recuerdos y en los consejas de los
sobrevivientes, la huella viva de dos grandes valientes
que cabalgaron sobre el llano su aventura libertaría en
el grado diverso de la claridad y firmeza de principios
y de la conciencia de sus objetivos.

Zamora y Maisanta son dos formas distintas de


una misma violencia. Un azar cualquiera los lanza a la
revuelta armada, en un país y en tiempos en los cuales
ese azar es un destino. Los dos nacieron para mandar,
tienen carisma, se hacen caudillos populares, combaten
contra un Estado despótico y pierden la vida por la
causa cuyo triunfo no logran alcanzar. Esto es lo que
los une en la fatalidad de una violencia frustrada.
Otras cosas muy significativas los separan hasta
convertirlos en prototipos de los modos de guerra
subversiva. Zamora es el guerrillero y el caudillo
popular que va clarificando cada vez más el sentido y la
finalidad colectiva de su lucha, que es hacia la
conquista del poder político sin transacciones ni
concesiones a las clases dominantes. Es un hábil militar
con iniciativa creadora en la guerra de guerrillas que
conduce a su ejército de victoria en victoria y a quien
sólo detiene, en la víspera del triunfo tota, una
sospechosa bala de origen muy ambiguo. Es la única
manera de impedir que el militar desarrolle, a la
cabeza del Estado, la potencialidad del estadista que

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se instruye en su ideario y en su acción. Maisanta es
otra cosa. Es el fruto silvestre de un gran
descontento, es el valor temerario y la emoción de la
aventura que halla plenitud en sí mismo.

Un Maisanta necesita un Zamora o, de lo


contrario, se pierde y se confunde en la pobreza de su
horizonte mental; o lo confunden los "doctores",
quienes aprovechan, en sus cálculos políticos, la
ingenua fe que ha puesto en una revolución que
instruye, que husmea y que presiente en sus correrías
pero que no logra plasmar como proyecto.

José León Tapia busco y encontró a Zamora en


la llanura barinesa. Hurgó en papeles, reconstruyó
escenarios y apuntó y grabó las conversaciones en los
viejos pueblos, en caseríos y en la propia Barinas,
voces vivas y nostálgicas ron rasgueos de cuatro en
anocheceres y con melancolía de esquilas al toque de
oración, que es cuando a los viejos les gusta sentarse a
enlazar leyendas en la cimarronera de una juventud
que todavía los mantiene vivos. Después fue tras de
Pedro Pérez Delgado, Maisanta, más cercano en el
tiempo, menos historia y más romance, verdadero
personaje para una gran novela que se presiente en
este libro, sin pretensiones estilísticas de Tapia.

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Por eso hablé de aluvión literario e histórico,
porque en obras tan distintas en tema y tiempo romo
"Aquí no ha pasado nada", de Angela Zago; "Los
Aderos" de José Salazar Meneses; "Aquí todo el
mundo está alzao" de Rafael Martines y este
"Maisanta" de Tapia, se nos está ofreciendo un
material de primera mano que ha roto nexos con la
historia convencional con el romanticismo heroificante
y con la manía de estilo que literaturiza falsamente,
para entregamos en un estadio testimonial, pero
coherente, materiales insólitos e imprescindibles para
investigar y profundizar en el ser del venezolano en
tres campos de esa investigación: en las ciencias
socia1es y en el del arte.

Aquí doy la razón y la palabra a José León Tapia,


quien sostiene, y yo lo acompaño muy de veras, que
nuestra cultura ha bailado tanto al son de músicas de
afuera que se ha quedado sorda hacia adentro; a pesar
de que, escarbando un poco debajo de las costras
académicas, esperan buscando luz las auténticas
esencias de nuestra condición humana y de nuestra
especificidad histórica y social.

Ni cabía otro método ni el asunto se prestaba a


malabarismos si tenemos en cuenta la intención del
autor: rescatar con la frescura de sus propios
manantiales, la imagen de un héroe popular todavía vivo

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en el lenguaje de quienes lo amaron, lo siguieron o lo
conocieron.

La gran novela de que hablé como


presentimiento puede emprenderla el propio José
León, o muy legítimamente puede uno de nuestros
narradores aprovechar lo que Tapia le regala; pero lo
que él se propuso fue logrado: no fallarle a Maisanta y
no fallarle al pueblo con el cual se confunde. Esto
quiere decir que no hay falseamientos de lenguaje y
que celebro con reconocimiento hacia el autor que,
consciente de su empresa, no nos haya depravado el
asunto de su obra con artimañas de narrativa a la
violeta.

Porque habrá, sin duda, dos clases de lectores


de "Maisanta": el lector cultista que "corregirá" el
lenguaje y todo se le irá en gramática y ciencia del
estilacho; y el lector vital, ansioso de sí mismo,
fatigado el corazón de letras que no le mandan sangre
y quien se alistará con el autor, un cirujano medio
brujo de Barinas, en las huestes irregulares de
Maisanta para la catarsis de seguir a un hombre libre
que quería vivir entre hombres libres, en un país
violento que a veces no quebranta la esperanza. Por
estos lectores va este libro, como la vida.
Orlando Araujo

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ADVERTENCIA

Los personajes principales, las fechas y los


hechos históricos narrados en este libro, son
rigurosamente ciertos. Todo ello ha sido confirmado
por el autor en los pocos documentos que se pueden
conseguir al respecto.

Algunos personajes menores, como el Colmenares


de Sabaneta que murió en El Viento, según otro
narrador, por ejemplo, no fue allí sino en Elorza, la
noche del "asalto de los cochinos" y el que mató
Maisanta en El Viento, se llamaba Ramón González.

Igualmente en los sucesos de Sabaneta hay


algunas contradicciones en los nombres, pues la otra
versión es que el Jefe Civil era el coronel
Secundino Torres y Colmenares llegó enviado por
Pérez Soto a buscar el prisionero, y el hombre que
descubrió el asesinato en los canales del río se
llamaba Cándido Tapia y no Cándido Díaz.

Son variaciones en detalles pero no en el hecho en


sí, como sucede casi siempre con la tradición popular.

Igualmente nos pasó con el Macias de Ospino,


nombre que no pudimos confirmar en otras versiones.

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Lo mismo podrá pasar con algún otro suceso que
en nada alterará el cariz novelesco, el mito y la
fantasía popular en la vida de Maisanta, el último
hombre a caballo.

Por lo anteriormente expuesto cualquier ligera


variación en nombres y detalles tendrá que ser
perdonada por muchos de los propios personajes que
nos informaron, pues, manteniéndose la rigurosidad
puede que existan pequeñas divergencias, lo cual no
altera en nada el encanto y la exaltación de ese
personaje extraordinario que fue Pedro Pérez
Delgado.

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MAISANTA
General Pedro Pérez Delgado “Maisanta”

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INTRODUCCIÓN

Se nos ha ocurrido conversar con la gente y


recoger leyendas, anécdotas o relatos de testigos
presénciales o referenciales de las cosas que han
pasado en la tierra barinesa.

Nos vamos a veces por los caminos de Harinas a


conversar con la vieja gente y allí hemos encontrado un
filón de tradición popular.

Como les gusta contar historias que bullen en su


mente; y que si no se recogen ahora, se perderán
irremisiblemente, se irán con la existencia misma de
quien las cuenta.

Así lo hicimos una vez, cuando recopilamos


versiones populares acerca del general Zamora. Y así
lo hemos hecho ahora con "Maisanta”.

Son muchos los hombres que conocieron a


"Maisanta" y aún viven ya ancianos en los cuatro puntos
cardinales de Barinas y Apure.

Es interesante observar la alegría en su cara,


cuando les alborotamos los recuerdos. Y cabe
preguntamos qué se habrá hecho todo ese caudal de

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información que han podido darnos generaciones de
venezolanos, acerca de múltiples sucesos de la patria,
cuya relación fría está escrita, pero la parte
pintoresca con el sello personal de quienes lo vieron, se
fue con ellos a la tumba.

Con el general Ezequiel Zamora fue más difícil la


tarea de rescate por lo lejano de su paso y la
rigurosidad histórica del personaje tan decisivo en la
historia de la patria.

Con "Maisanta" nos ha sido más fácil porque se


trata de una figura legendaria que recorre la sabana
en la boca de la gente. Y cada narrador tiene su
versión, su novela personal de las andanzas de
"Maisanta", de su historia y de su mito.

Con él hay muchos que se identifican y viven el


personaje con todos los altibajos de su vida.

"Maisanta" fue algo así como un último caudillo


popular que levantaba multitudes para una revolución,
cuyo sentido él mismo no lo pudo precisar con claridad.

Pero, "Maisanta" poseía carisma y simpatía


suficientes para que sin ser un jefe de mando y con
éxito entre los otros jefes de la revolución

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antigomecista, lograra calar profundamente en el alma
simple de la gente, hasta el punto de que se le
recuerda mucho más que a todos los otros autores de
aquellos sucesos.

"Maisanta" fue una pura ilusión con quien la


gente se identificaba y quien, si hubiera vivido en otra
época, habría sido un formidable conductor de masas,
como lo fueron José Tomás Boves, José Antonio Páez
y Ezequiel Zamora.

Desafortunadamente a "Maisanta" le tocó vivir


los tiempos en que Juan Vicente Gómez consolidaba un
ejército moderno, con dinero y apoyo del capital
nacional y foráneo, en un país que comenzaba a ser
petrolero y apetecible para la penetración del mundo
imperialista.

Por eso "Maisanta" fue una frustración que sólo


dejó una figura simpática y alegre a quien todo el
mundo recuerda con la nostalgia de sus hazañas y con
un dejo de pena por lo que hubo en él de frustración.

"Maisanta" tuvo la mala suerte de haber vivido


una época en que comenzaban a desaparecer las
revoluciones sin contenido alguno para darle paso a las
puramente ideológicas, de las cuales sólo tenía ideas
vagas, que afloraban ocasionalmente en sus actos,

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como se verá en este relato.

Como todos los demás, lucharon contra Gómez


sólo para ponerse ellos en su puesto, sin ofrecer
ninguna otra cosa, salvo una libertad esotérica,
"Maisanta" quedó solo después de tanta guerra, sin
conocer el por qué de ella.

Por eso creemos que "Maisanta" sigue perenne


en la canta y el viento de las sabanas y los otros se van
perdiendo en el olvido.

A estas conclusiones llegamos después de


haberle visto la cara a muchos de sus compañeros de
campañas, no historiadas todavía.

Tal sentimiento nos fue comunicado por


hombres como Juan Rodríguez, el hijo de don Juan de
Jesús, dueño del hato "Las Margaritas" Y cuartel
general de los revolucionarios; Hilarión Larrarte
Lapalma, hermano del capitán Cincinato, a quien
mataron en Periquera y los dos, compañeros de
"Maisanta". Tan de confianza era Hilarión que dormía
en el suelo debajo de la hamaca de su jefe para
aprovecharse del mosquitero.

Por eso fue que una noche de fuerte tormenta lo


escuchó comunicarse con los espíritus, pidiéndoles

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suerte para su guerra y la libertad de Venezuela. Fue
así como en un silencio de muerte, entre el rayo y el
trueno, escuchó el susurro de "Maisanta" hablando de
seres invisibles.

También el viejo Fidel Betancourt, quien aún


dearnbu1a por los pueblos con seis tomos de apuntes
históricos en sus manos, sin que nadie le haga caso,
partícipe de todo el proceso revolucionario
antigomecista, nos contó muchas cosas acerca de
"Maisanta" y sus andanzas.

El viejito Jesús Salas, un campesino muy sabido


a quien llaman "el bachiller del monte", en una tarde
de Sabaneta, recordó hasta el color del caballo y la
pinta de los perros de "Maisanta".

Y así siguen las relaciones de Carlos Herrera,


Manuel Guevara y Antonio Salazar en Nutrias y
también del negro Caballero, el corneta de "Maisanta",
quien murió una noche en una sala de nuestro hospital,
en Barinas.

Igual ocurrió con Luciano Montero, el anciano


con quien conversamos una vez y cuando regresamos a
retomar el hilo del relato, ya se había muerto,
dejándonos trunca la historia.

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Fueron muchas, en realidad, las personas con
quienes hablamos y que no vamos a seguir mencionando,
pero no queremos terminar sin resaltar el testimonio
escrito que dejó el general Alfredo Franco y que por
bondad de sus hijos hemos logrado consultar.

Lo más importante de todas estas cosas es que


en este libro se encontrará la vida de "Maisanta" llena
de hechos a veces inverosímiles y que nos costaba
creer a nosotros mismos al oír los narradores
confundiendo a veces la realidad con la fantasía.

El lenguaje empleado es el del pueblo y en gran


parte lo transcribimos exactamente igual a la
grabación, porque hemos querido escribir algo que
realmente rescate la tradición popular y que
constituya lectura para la gente sencilla que es la
mayoría de este país.

Si llega a caer este relato en los círculos


intelectuales cultivados, a lo mejor les resultará
extraño que un cirujano como yo, se esté ocupando de
estas cosas, pero me ha llevado a ello el hecho de ver
como cada día se escribe, se canta, se hace música, se
pinta, buscando siempre fuentes de inspiración ajenas
a nosotros, a pesar de que hay en este país inmensas

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posibilidades que surgen con sólo hurgar un poco en el
alma de nuestro pueblo.

Pedro Pérez Delgado, "Maisanta" para todos los


llaneros, fue el último hombre a caballo salido de los
de abajo y quien alimentó lá esperanza de hacer una
revolución en los estertores de la Venezuela pastoril y
campesina.

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I

¡VIVA EL MOCHO HERNANDEZ!

Esta tarde iba por la calle larga y ancha de


Tinaquillo, el muchacho de Ospino: 14 años, catire, ojos
guarapos y avispado, con la chanza a flor de labios.

Se había venido desde Valencia buscando algo


que hacer, huyendo de algo que nadie sabía, y sólo
había conseguido ser mandadero del pueblo.

-Véndeme estas tabletas Pedro Pérez- y salía


Pedro Pérez por las calles gritando a todo pulmón:
tabletas, tabletas de coco y panela. O eran empanadas
y dulces de majarete.

Pero esa tarde había movimiento en el pueblo.


Caballos amarrados en las ventanas y coches
estacionados en la plaza. Habían traído gente, gente
de Valencia y de Caracas, gente de San Carlos que con
los pies levantaban polvaredas cuando se apresuraban
a llegar a la casa blanca y larga en la esquina de la
iglesia donde una vez Matías Salazar asaltó a León

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Colina partiéndole la cara de un machetazo, según
había oído el cuento de un viejo soldado federal que
conversaba en una pulpería.

Se dejó ir calle abajo con la bandeja en el


hombro hasta llegar a la ventana, una de las muchas
que tenía la sala grande con piso de tabla pulido, que
hacían rechinar los ocupantes cada vez que se
levantaban de las largas hileras de sillas con asientos
de esterilla, recostadas a la pared.

Entraban y salían hombres y el muchacho miraba


por la ventana.

Al final de la sala, detrás de una mesa larga con


tapete de terciopelo rojo con flecos blancos en los
bordes, discurría un hombre alto, delgado, blanco,
pálido, de barbas negras, voz de tiple y que gesticulaba
con sus manos largas de dedos finos, pero faltándole el
pulgar de la derecha.

"Estas serán unas elecciones libres, todos los


electores irán a la plaza, allí estarán las urnas, la
fuerza pública custodiará, nunca intervendrá. Ese es el
ofrecimiento del general Crespo y allí en esas mismas
urnas ustedes y toda su gente, la gente que puedan
reclutar, en las calles, en los campos, donde sea,

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depositarán el voto en mi favor para que por primera
vez Venezuela, tenga un presidente democrático" -
gritaba el hombre de la voz fina"

“Venceremos porque es hora de incorporamos a


la vida civilizada. Esta es la oportunidad del pueblo y
no la desaprovecharemos".

"Ni oligarquía liberal, ni oligarquía conservadora,


nos toca ahora a nosotros los de la clase media y al
pueblo que siempre ha sido el sufrido”.

"¡Viva el Mocho Hernández!" -gritó uno en el


salón y todos los parados a un tiempo hacían retumbar
el entablado de donde salía por entre los intersticios
de los cuartones, un fino polvillo blanco que se
mezclaba con el humo de los tabacos y hacía más
oscuro el ambiente donde ya la tarde caía en los
débiles rayos de un sol amarillo y pálido.

Crespo, el Mocho Hernández, ahora sí


recordaba. Crespo era el Presidente y el otro el
candidato en campaña, pero recordaba mejor al
primero cuando lo vio dando una carga a machete
montado en un caballo bayo durante la toma de
Valencia.

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Virgen del Socorro, esa tarde sí tuve miedo;
gracias que pude regresar temprano para contar la
historia a los muchachos amigos.

A este otro -pensaba-, primera vez que lo veo,


pero habla bonito el hombre, sobre todo de la
democracia y de que la juventud es la esperanza de la
patria, Y seguía pegado a los balaústres tragándose el
pensamiento.

-¡Un cigarro, general! -le ofrecieron cuando


terminó de hablar el Mocho.

-Sí, cómo no; pero Partagás, por favor.

Se registraron todos y ninguno tenía de la marca


pedida.

Se volteó el hombre más cercano y vio al


muchacho en la ventana:

-Corre, corre hijo, a la pulpería de Silva y tráete


una caja grande de tabaco Partagás.

Y el muchacho, agarrando el fuerte de plata que


le entregaban, salió corriendo calle arriba
bamboleando la bandeja.

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En la esquina de la Botica Nueva estaba el
boticario Alfredo Franco, sentado en una silla de
suela, con el espaldar echado hacía atrás inclinado en
la pared y cuando vio al muchacho tan apurado le
preguntó sorprendido:

-¿Qué te pasa Pedro Pérez, por qué tanta


carrera?

-Voy a comprarle tabaco Partagás al general


Hernández, el que está en la reunión de los
Nacionalistas, don Alfredo.

-¡Llévale esta caja! -y sacó una del bolsillo de la


blusa blanca que usaba el joven alto, delgado, de tez
blanca y bigote negro y fino que era Alfredo Franco.

Regresó Pedro Pérez con el Partagás en la mano


y como una tromba se metió en la sala gritando para
que todos oyeran:

-¡No hubo necesidad de comprarla, esta caja se


la regala don Alfredo Franco, mi general.

Esa noche pasaron dos cosas en ese pueblo:


Pedro Pérez Delgado conoció al Mocho Hernández y el

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Mocho Hernández fue a visitar a Alfredo Franco para
agradecerle el tabaco. Pero cuando salió de la botica
ya Alfredo Franco estaba comprometido con él para la
Revolución Nacionalista de 1898.

31
II
ESE MUERTO ES JOAQUIN CRESPO

Mucho después llegaron las elecciones.

La plaza de Tinaquillo fue un torbellino de gente


buscando las urnas.

Campesinos de todas partes entraban por las


cuatro esquinas y comenzaban a pedir las boletas. Pero
los Jefes Civiles de los pueblos les repartían sólo la de
Ignacio Andrade, el candidato de Crespo, y las del
Mocho Hernández no aparecían por ninguna parte.

Un negrito carabobeño trató de protestar en


alta voz y le cayó una peinilla de plano en la espalda
dejándole un rojo y largo camino al rezumar la sangre
que le empapaba la camisa.

-Coge tu Mocho -le dijo el soldado cuando


levantaba el machete.

Mientras Pedro Pérez aprovechaba para vocear


las empanadas.

-A cobre, a cobre -y le volaban de la bandeja.

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Ese día Ignacio Andrade salió Presidente de
Venezuela y a los pocos días venía el muchacho
atravesando la calle cuando Alfredo Franco en un
caballo jovero le gritó con alegría:

-Catire, tú eres un hombre, vente conmigo para


la guerra.

-Se alzó José Manuel Hernández dando el grito


de Queipa:
-En el hato El Peonío de Loreto Lima se está
reuniendo la tropa.

Sin contestarle siquiera, se montó en el anca del


caballo de uno de los acompañantes tirando la bandeja
de las empanadas en plena Calle Real.

Esa noche en el campamento le dijo Alfredo


Franco entre la chanza y la verdad:

-Catire, te viniste en el anca de un caballo, mira


que así se fue Joaquín Crespo de San Francisco de
Cara en el caballo de Arístides Borrego cuando la
Guerra Federal y fíjate donde llegó: a Presidente de la
República.

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Se le alegraron al catire sus ojos guarapos y si
alguien lo hubiera notado se los confunde con los
cocuyos que ponían puntos fluorescentes en los
mogotes cercanos iluminando la canción de los grillos y
el zumbar de los zancudos.

Era un campamento sin fogata, para no alertar al


enemigo en la playa del río Macapo.

Nunca se le olvidó la comparación y cada vez que


comenzaba a entrarle el miedo de lo que podría pasar,
recordaba al hombre de barba negra que había visto
pelear en Valencia, montado en el caballo bayo.

-Virgen del Socorro de Valencia, acompáñame en


este trance-se encomendó como lo había, enseñado su
madre, devota fiel de la imagen.

-Mai Santa no me abandones que ya me vine a la


guerra y en ella algo consigo, porque la guerra es para
eso -y se agarraba el escapulario que tenía cosido en el
pecho por dentro de la franela.

Antes de dormirse esa noche en la hamaca de


rayas rojas colgada entre dos palmeras, se quedó
mirando la luna, una luna enorme que cubría de amarillo
la noche haciendo relumbrar el pelo de los caballos

34
amarrados con sogas largas para que comieran hasta
saciarse en los gamelotales del río.

Y la luna le trajo el recuerdo porque fue una


noche igual cuando él salió de su casa.

Tenía escasos doce anos el día que todo Ospino


supo que el coronel Pedro Macías le embarrigonó la
hermana mayor, la única que tenía.

Era catira como él y por eso llamaba tanto la


atención. Catira con los ojos color guarapo, por el lado
de los Delgados. Empinada y cimbreña, por el lado de
los Pérez, mestizos.

Ya su padre había muerto y él era el único


hombre de la casa; por eso, no pudo negarse cuando su
madre lo llamó llorando y le contó lo que todos sabían y
ella era la última en enterarse.

Esa noche como a las 12 venía el hombre por la


calle. Los caserones de Ospino le tapaban con la
sombra y en el momento que salió desde el manto
negro para entrar en el claro de la bocacalle amarilla
por una luna menguante, le hizo el tiro a media cuadra,
justo a punto de mira, con el fusil de su padre que la
madre le pasó a través de la ventana entreabierta y de

35
la sombra de la casa en la noche sin faroles.

Cayó el hombre de bruces al impacto del


disparo. Y así vengó la afrenta Pedro Pérez Delgado,
cuando todavía no era hombre, teniendo que serio
antes de tiempo, pues de qué otra forma le cobraban
ellos, tan pobres, al coronel Pedro Macías con todo y
su gran poder.

Esa misma madrugada salió huyendo para


Valencia por el camino de La Aparición a esconderse
donde una tía, mientras apretaba el escapulario en la
pechera de la franela.

Así fue como llegó a Valencia y se hizo amigo de


la Virgen del Socorro por recomendación de su madre
que le había prendido el escapulario en la pechera de la
franela.

Y así fue como vio por primera vez al hombre del


caballo bayo y el lunar en la cara, con barba boca de
león que se llamaba Joaquín Crespo, cargando por el
puente Morillo en un terrible ataque a machete, codo a
codo con El Albino, su edecán guariqueño, durante la
Revolución Legalista.
Pensando en el episodio, entre la vigilia y el
sueño, se fue quedando dormido cuando tocaron

36
silencio con música triste de corneta en el campamento
nacionalista. Era su primera noche de soldado
revolucionario.

Temprano, por la madrugada, sonaron alegres las


dianas y entre humos de café colado se fue levantando
la tropa.

Cuando pasaron revista a la gente de infantería,


el capitán Alfredo Franco comenzó a organizar los
reclutas.

"Reclutas, formen filas". "Reclutas, un paso al


frente". "Reclutas, armas a discreción".

A las 10 de la mañana, Pedro Pérez Delgado ya


era teniente por nombramiento.

Como le dijo el mismo Franco, tenía lo más


importante para ser jefe: era alto, con voz de mando,
avispado y decidido para la acción, además de que se
adornaba con saber leer y escribir.

Que tuviera sólo 16 años, no importaba. Primero,


no los representaba, pues aparentaba 20. Y segundo,
ya estaba probado, pues Alfredo Franco sí sabía que
había matado un hombre.

37
-¡Pelotón, adelante! -siguiendo la caballería del
viejo Loreto Lima que abría la marcha abierta en dos
alas, para proteger a los de a pie.

Agarró el sable curvo, se terció la carabina en


banderola y puso su pelotón en marcha, luego de 3
horas de instrucción.

Más adelante iba la mosca, campo volante de 6


hombres escogidos, recorriendo cerros, calles y casas,
para lograr información.

Esta noche durmieron en El Peonío, el hato de


Loreto Lima.

La caballada en los potreros suelteada para


agarrarla más fácil por la mañana.

La infantería en los patios blancos con el fusil


de cabecera. Y los jefes en la casa del hato,
deliberando hasta tarde, entre café, ternera asada y
uno que otro palo de ron viejo.

A la luz de la lámpara de sebo, se divisaba desde


el patio claro de luna nueva, la figura ascética delgada,
mesiánica, del general José Manuel Hernández,

38
siempre al lado de la recia, rechoncha y mestiza, del
último lancero federal: el general Loreto Lima.

-Debe ser bueno llegar a jefe grande para andar


siempre a caballo y dormir a cubierto, codeándose con
el propio general -pensaba Pérez Delgado, mientras
acomodaba su gente para que le amaneciera
descansada.

Al otro día y todos los días siguientes,


continuaron la marcha incesante, con el sol
reverberante en el llano pelado, con cada vez menos
cerros y árboles y cada vez más sabana abierta a sol y
viento, de los llanos de Cojedes, ya entrando en
Portuguesa.

El día 16 de abril de 1898, cuando ya calentaba


el sol a eso de las 11 de la mañana, regresó un "campo
volante" a toda carrera, con el caballo casi despeado
por el sudor que lo bañaba y la barbada del freno
cubierta de espuma blanca.

-Al pasar la ceja de monte en las orillas de aquel


caño, se ve movimiento de tropa, mi general -gritó
estirándose en los estribos.

Son las avanzadas del gobierno -contestó

39
Samuel Acosta, el jefe de los fusileros del Mocho
Hernández.

Tenían fusiles de repetición de los Winchester


americanos que accionados por debajo halando una
palanca de aro disparaban 14 tiros seguidos, cosa
nunca vista en el llano.

Acomoda los hombres en la mata, pero en el


copo de los árboles-le ordenó José Manuel Hernández
al general Samuel Acosta.

-Usted vaya con ellos, teniente Pérez Delgado,


pues su gente desde ahora debe proteger a la de
Acosta desde la mata de adelante. Así creerán los del
gobierno, que es su pelotón el que dispara, mientras
desde las palmeras de la Carmelera los fusila la
Compañía del general Acosta -le dijo el capitán Franco
con el bigote más fino de tanto manoteárselo
nerviosamente.

Se acomodó la tropa nacionalista para esperar al


enemigo.

Pérez Delgado desde su escondite


mampuesteado con un matapalo, tenía enmogotado su
pelotón de infantería y veía la caballería esconderse

40
en el barranco de El Caño pasando la ceja de monte.

A tres cuadras de distancia todo un ejército de


línea empezaba a puntear la sabana parda, con los
bultos azules de sus uniformes de paño.

Después de acercarse en filas simétricas


comenzó el tiroteo y no había Pérez Delgado disparado
diez tiros, cuando vio que se aproximaba un grupo
enemigo y siempre adelante de los demás, un hombre
alto, grueso, moreno, con barba boca de león.

Se bajó de una mula negra para montar otro


caballo, un caballo alazano enorme, que le pasaba un
catire tan blanco que se confundía con el blanco
jipijapa que usaba Joaquín Crespo.

Entonces fue cuando vino a saber el teniente


Pérez Delgado contra quién andaba peleando.

-Ah carajo, si es el mismo que vi en Valencia, es


el propio general Crespo el del cuento de Alfredo
Franco.

Y en la identificación con el personaje a quien


una vez había admirado, comenzó a dudar si dispararle
ano, mientras el hombre hacía volar la manta blanca

41
como dos grandes mariposas cogiendo vuelo, al montar
su enorme caballo peruano.

No lo había caracoleado dos veces en el fragor


de los tiros, cuando una de las balas que venía de las
copas de los árboles del Carmelero, le dio de pleno en
el pecho.

Lo vio todo tan cerca Pedro Pérez Delgado que


no lo olvidaría nunca, como jamás olvidaría, que ya la
infantería crespita lo estaba rodeando envolvente y
tenían que retirarse si no querían caer prisioneros.

Se fueron yendo en desorden, cubiertos por la


caballería de Loreto Lima, cabalgando a la defensiva
con sus carabinas ligeras.

Cuando se acercaban a Acarigua oyó


conversando a los generales de que a las primeras de
cambio habían matado a un jefe grande, pero no sabían
quién era.

-Era el general Crespo --les dijo Pérez Delgado.


Se voltearon todos incrédulos hacia el catire altanero.

-¿Cómo carajo lo sabes? --le preguntó el general

42
Acosta.

-Porque yo lo conocí en Valencia cuando cargaba


por la calle acompañado del Albino, el mismo que ahora
lo recogió, mi general.
Se fueron yendo en desorden, cubiertos por la
caballería de Loreto Lima, cabalgando a la defensiva
con sus carabinas ligeras.

Cuando se acercaban a Acarigua oyó


conversando a los generales de que a las primeras de
cambio habían matado a un jefe grande, pero no sabían
quién era.

-Era el general Crespo -les dijo Pérez Delgado.


Se voltearon todos incrédulos hacia el catire altanero.

¿Cómo carajo lo sabes? -le preguntó el general


Acosta.

-Porque yo lo conocí en Valencia cuando cargaba


por la calle acompañado del Albino, el mismo que ahora
lo recogió, mi general.

Se quedaron silenciosos y atónitos los jefes y se


retiró, callado el teniente.

43
-Mai Santa, que son bastantes las leguas que hay
por delante -pensaba meditabundo, mientras le daba
con los talones a un caballito rucio mosqueado que
agarró aperado y corriendo solo porque le habían
matado al jinete.

Unos días después fueron derrotados en El


Hacha donde el general Ramón Guerra, el hombre que
sustituyó a Crespo en el mando del ejército del
gobierno, hizo prisionero al Mocho Hernández.

-Se acabó esta guerra. Pedro Pérez -le dijo


Alfredo Franco cuando salían por una pica buscando
para Cojedes, escondiéndose entre los mogotes al
sentir las partidas enemigas.

En el Tinaco cada uno cogió por su lado. Franco


hacia Tinaquillo y Pérez Delgado para Valencia
buscando la salvación.

A los tres días de estar escondido en el cuarto


de la esquina, vio venir una tropa entrando por
Camoruco y por la rendija de la ventana que daba para
la calle, reconoció la figura pálida y barbuda del
general José Manuel Hernández, amarrado con nudo
de preso con los brazos a la espalda, montado en un
mulo viejo entre dos filas de oficiales.

44
Pero lo que más le llamó la atención fue que
parecía más bien el jefe, porque las mujeres de
Valencia le vitoreaban desde las puertas y balcones de
las casas.

Las cocineras sacaban su retrato como si fuera


el de un santo y hasta flores le tiraban cuando el grupo
se acercaba.
Ese día Pedro Pérez Delgado supo lo que era la
popularidad y el carisma de un caudillo, que preso y
amarrado, vencido y humillado, se llevaba los aplausos
para rabia de sus captores.

De Valencia, Pérez Delgado se fugó esa noche


rumbeando para el llano como ayudante de un tren de
carretas de bueyes que venían para Sabaneta de
Barinas, con carga para Natalio Menoni.

Siguió por la vía de Guanare, vadeando los


anchos ríos y atravesando el Boconó por el Paso
Baronero, se aposentó en Sabaneta, a orillas de ese río
bravo.

45
III
¿COMO ES ESO DE REVOLUCIÓN?

-A la pizarra muchachos -y señalaba el negro


cuadro, polvoriento de tiza, con su bastón de mora
negra lustroso por el manoseo. Pero más lustroso era
el mango semicircular imitando una cabeza de caballo
labrada en plata pura.

-¡Y tú, estate quieto! -le decía a otro, dándole en


la cabeza con el extremo fino y nudoso pero también
reluciente del bastón.

Era una voz fina y gutural que entonaba sus


clases intercalando chistes y también sus palmetazos
cuando alguno se le alebrestaba.

Dictaba todos los grados en la escuela de


Sabaneta, del primero al cuarto, y aunque no estaba en
el programa, seguía enseñando después a los
zagaletones que terminaban y se consumían de fastidio
en las esquinas del pueblo.

A eso lo llamaba enseñanza superior y no le


faltaban 10 ó 15 muchachos nuevos, a las 7 de la noche
escuchando sus clases.

46
Una tardecita trajo al catire Pérez Delgado y lo
presentó al grupo.

-Este resabiao se me presentó hoy porque


quiere asistir a clase. Veremos qué se logra si de
verdad tiene interés -dijo como explicación.

Así comenzó Pérez Delgado a estudiar, después


de saber lo que era la guerra y el plomo caliente
silbando cerca.

Pero después se fastidió del horario y llegaba


siempre más tarde para prolongar sus tertulias hasta
altas horas de la noche, pues en el día trabajaba como
dependiente en el negocio de musiú Menoni, un italiano
rico comerciante en mercancía seca.

-Bachiller Elías, ¿cómo es eso de la revolución? -


le preguntó un día cuando oyó al maestro repetir el
término y el bachiller Elías Cordero, quien casi tenía su
edad de escasos 20 años, comenzaba a alborotarle el
alma.

-Esa vaina es muy fácil, chico; en este país el


pendejo no va a misa porque llega pidiendo la bendición
al cura. Fíjate en el vainón de la Independencia. Todo
el negraje que peleó con Boves contra el mantuanaje,

47
todo por ir contra sus amos sin importarles un carajo
el rey. Después se fue con el Catire Páez que venía de
los de abajo, catire de color pero tan pendejo corno
los otros. Peón de llano, para no decirte más.

-Pero la vaina se puso buena cuando terminó la


Independencia y entonces el general Páez no quiso
cumplir el decreto del reparto de bienes de los
realistas dictado por Bolívar para ganarse la gente. ¿Y
sabes por qué? ¡Carajo, chico! porque los realistas, que
se pasaron la guerra en Puerto Rico y en España y
regresaron el año 25, se cogieron el poder civil, ese de
los jueces, gobernadores, concejales, congresantes y
toda esa vaina, que hace las leyes y obliga a cumplirlas
y, ¡qué carajo iban a hacer cumplir lo que era para
quitarles lo suyo!

-Por eso es que tú vez a Páez peleando y


venciendo en Payara a los hermanos Farfán, ese par de
indios que fueron sus oficiales y después derrotado él
mismo por Cornelio Muñoz quien fue jefe de su Guardia
de Honor por muchos años, cuando llegó a pelearlo en
Los Araguatos de Apure con todo el patiquinaje
caraqueño.

-La vieja Pilar, la cocinera del hato San Pablo


Paeño, si no se equivocó cuando el día antes del

48
encuentro le llevó a la hamaca una taza de café al
general Páez que se mecía inquieto dándole con el talón
a la pared, y le dijo:

-¿Qué vaina es esa José Antonio, tu vas a pelear


a mi compadre Cornelio con esos patiquines que no
cagan sino en hoyo y sólo comen con cubiertos? ¿Qué
vaina es esa José Antonio, qué le pasó a tu gente? Ahí
está todo. Catire, eso es lo que pasa, los godos dominan
a los caudillos populares y los compran con sus mañas
para que sirvan de instrumento.

-¿No ves lo que le pasó a Zamora en la Guerra


Federal? Catire como Hoves y catire como Páez.
¡Carajo y catire como tú! lo envainaron en San Carlos
con un tiro de cachito, para que Guzmán y el godaje se
cogieran la revolución.

-Siempre pasa así, recuerda cómo rodearon a


Crespo y ellos siguieron mandando. Fueron los mismos
que reaccionaron contra Bolívar expulsándolo de
Venezuela porque ya les estorbaba para cogerse el
coroto.

-Querían la Independencia, eso es cierto, pero


que aquí no pasara nada, que se acabara el rey, pero
siguiendo ellos arriba y se mataran los pendejos para

49
ellos salirse con la suya.

-Carajo bachiller, con esa explicación sí veo


claras las cosas comentaba Pérez Delgado, después
que terminaba el maestro con sus arengas
revolucionarias y se le obscurecían los ojos de tanto
interés con que le miraba.

Por eso no se quedó en Sabaneta en 1901,


cuando supo que había una nueva guerra.

Los viejos caudillos federales se reunían en


todas partes para atacar a Cipriano Castro que había
derrocado a Ignacio Andrade y quería seguir
mandando solo sin plegarse a sus deseos.

Pero como a él lo metieron a nacionalista antes


de saber qué era eso, siguió siendo nacionalista y en
seis jornadas estuvo en Cojedes bajo las órdenes de
Loreto Lima, el viejo oficial Mochero, el general de las
cinco eles, como decían en Cojedes:

Luís Loreto Lima "Lanza Libre"


En Caracas está lloviendo
En Valencia lloviznando
y en la Mata Carmelera
Luís Loreto vacunando.

50
Y hubo dos cosas que le impresionaron esa vez:
Los guantes y el paraguas de seda verde que usaba el
general Matos en medio del sol tremendo; y la muerte
en La Pascua del general Domingo Monagas.

-Como Matos serían los mantuanos de que me


hablaba el bachiller Cordero, -le comentó a su
ayudante, un sambo Libertad que se había ido con él. Y
como el general Monagas, los héroes de la
Independencia que salieron de las tropas de Boves,
como también dice el bachi.

¡Carajo, así debían de ser!, se decía, mientras la


caballería de Loreto Lima se estaba acercando al
Tinaco.

Ya iba Pérez Delgado con el grado de Capitán y


comandaba un escuadrón de caballería, de esa
caballería con la cual este "último lancero" como lo
llamaba el general Hernández, se empeñaba en atacar
el pueblo de Tinaco como si fueran los tiempos de
Páez.

Empezaron rodeando la ciudad por los cuatro


puntos cardinales y por cada viento fueron entrando
los quinientos jinetes de lanza y carabina. (La carabina

51
para de lejos y la lanza para de cerca, les había dicho
el general Lima).

Estaban los batallones del general Gómez,


defendiendo las calles de Tinaco, armados con fusiles
de repetición que comenzaron a ladrar temprano
tumbándoles la gente a una cuadra de distancia.

-Pero el viejo del carajo, se empeñaba en que


había que meterles los caballos -contaba después
Maisanta, como ya le decía la gente.

-Sólo muy poquitos llegamos al cuadro de la


plaza, pues con los tiros a repetición no nos dejaron
acercar y cayó casi todo el escuadrón, tan casi todo
fue, que hasta al viejo Loreto Lima le partieron el
pecho de un tiro y así siguió avanzando hasta que le
mataron el caballo.

-Caballo y hombre cayeron en una trinchera


profunda en la esquina de la plaza ¿y sabes lo que me
dijo el viejo, cuando me le acerqué a auxiliarlo?:
"Déjese de pendejadas, capitán, que ya esta batalla se
perdió, que aprovechen el hoyo de una vez y me
entierren con el ruano".

-Por eso dijo con razón el general Hernández

52
que era el último lancero, porque "lanza contra fusil de
repetición no va" -terminaba con cierto dejo de
tristeza seis meses después, en la plaza de Sabaneta
hablando con el bachiller Elías Cordero en una tarde
de tertulia.

-Además, lancero y caballo es una sola cosa y lo


mejor es que los entierren juntos.

-Bueno Bachi, aquí estoy de nuevo con estas


morocoticas que me traje y no me pregunte de dónde
al tiempo que se tocaba la faja ancha, con bordados
arabescos multicolores y repleta de morocotas, que le
apretaban la cintura.

Ya tenía 20 años y era todo un capitán con


ascenso en la pelea, pero mal visto por el gobierno que
se afincaba en el mando luego del triunfo sobre la
Revolución Libertadora.

-Hasta aquí me llegó el nacionalismo, bachi. Esa


vaina de jefe que no gana, no es conmigo y menos jefe
mandando de lejos, como lo hace el Mocho Hernández.

-El capitán Pérez Delgado va a trabajar, bachi; a


ver si compone su vida y este salvoconducto de
garantías lo favorece, para no tener que andar

53
huyendo.

-¡Mai Santa!, que hasta ahora no he ganado una


batalla y el único recuerdo que traje es este
machetazo en la cara. Me lo dio un negro barloventeño
cuando en La Victoria le caí a una trinchera a tiro
limpio con la izquierda y a lanza limpia con la derecha.
¡Maisanta!, de vaina no me mató, bachi Cordero, duré
un mes para curarme-y se acariciaba con la mano en la
mejilla izquierda, el costurón largo y rojo que le dejó
el filo del machete, riéndose festivo como si fuera un
arañazo de mujer celosa.

54
IV
HOMBRE DE A CABALLO

En Sabaneta fue deshilvanando los años. Con el


tiempo se llevó en el anca de su caballo a una morena
arrosquetada, la más bonita del pueblo, y comenzó a
vivir con ella.

Tenía vivienda en el caserío y también una


fundación en las sabanas de La Marqueseña donde
están las ruinas del palacio campestre del antiguo
marqués de Boconó.

En ellas vivía el viejo Severo Infante, padre de


la muchacha, que cuando vio las condiciones y lo llanero
que era el yerno, dejó las cosas como estaban y
vivieron todos en paz.

Con las tejas de la antigua capilla techó Pérez


Delgado su casa en un banco de sabana.

-Este era el hato San Fernando -le contó un día


Severo Infante-, y esa paila de cobre volteada boca
abajo no la ha podido levantar nadie, ni el ejército de
Ezequiel Zamora cuando pasó por aquí. Le amarraron

55
tres yuntas de bueyes que ni la movieron siquiera y
¿sabes por qué? -continuaba con misterio-, porque
está tapando la boca del túnel que se comunica con el
otro palacio de Barinas.

-Por ahí se venía el marqués si la ciudad estaba


sitiada porque cuando era tiempo de paz, lo hacía en la
mula negra embrujada comiéndose el camino real.
Trochaba tan rápido ese animal, que el señor prendía
un tabaco en Barinas y antes que se le acabara la
candela ya estaba llegando al hato.

-Déjate de vainas, viejo, ni que tuviera alas para


recorrer cinco leguas en tan poco tiempo. Y eso del
túnel, a otro perro con ese hueso. Esas son historias
de la gente para matar la soledad. ¿Cómo crees que iba
a perforar un túnel de cinco leguas debajo de ríos y
montes? eso es mentira, don Severo.

Pero le quedó la curiosidad a Maisanta y se pasó


medio día desenterrando el pailón donde hacía melaza
y panela el marqués de Boconó.

A los dos años ya era hombre acomodado. Casa


grande en el pueblo y ganado en la sabana. En las
noches sin luna se iba con la peonada.

56
-A desnudarse -les decía al llegar a la
cimarronera, y veinte hombres, desnudos para pasar
inadvertidos, se montaban en veinte bueyes negros
agarrados de la reata con el lazo listo en la mano.

Contra el viento se iba el buey metiéndose en la


madrina y cuando estaba en el medio, veinte lazos
silvaban en la oscuridad profunda cayendo en veinte
reses lebrunas, sardas o pelicanas que era la pinta del
ganado alzado.

En el día sabaneaban en parejas con los perros


gigantescos que le habían regalado en Valencia y al
salir el cimarrón, allá iban los perros colgados del
hocico y las sogas del enlazador coronándole la
cornamenta.

Acabó así con la cimarronera, pues era un


llanero de adelante y toro que salía de la madrina toro
con la soga en la carama.

Una vez enlazó uno y dejó el caballo parado


mientras se bajaba manta en mano, a cogerlo por la
cola para tumbarlo de un todo.

No había puesto el pie dos veces en el fondo del


lagunazo cuando el ¡tras! de soga reventada le hizo

57
mirar al novillo que se venía encima arremetiendo
contra el caballo indefenso.

Le sacó la manta de rayas rojas y lo descargó


dos veces antes de que el animal cogiera el monte.

-Buen lance, Pérez Delgado -le gritó el viejo


Infante.

-¡Mai Santa!, don Severo, si lo torié sólo por el


ruido, para salvar a Banderita.

El negro guacharaco que se barajustaba con la


silla y el cabo de soga a rastra.

Nadie como él para vadear un río nadando con


una mano y con la otra en la rienda del caballo o para
colear un toro en la tarde de fiesta.

El portero del coso ese día era un zambo


guariqueño tan bueno de agua y caballo que se sentía
su rival.

Estaba Pérez Delgado pintamoneándole a una


muchacha que lo miraba desde arriba y quería
tumbarle un toro justo debajo del palco, cercado con
guasduas blancas.

58
Al voltear para el coso, vio salir un toro sardo,
pero cuando le montó el caballo encima, sólo encontró
un tuco de rabo, porque el zambo hijo e' puta, se lo
había cortado casi a la raíz para hacerla quedar en
ridículo.

Agarró el tocón de cola que quedaba, y empujó a


Banderita con los talones. Cuando ya estaba cerca de
donde quería halarlo, a la manera apureña, se tiró del
caballo desbocado y a pie, con las dos manos tumbó el
toro en el sitio.

Al salir de la polvareda le gritó al sambo mala


sangre:

-¡Te envainastes, Pancho Espinoza, porque te


equivocastes de hombre

Cada vez que iba al pueblo de Sabaneta lo


acompañaban sus enormes perros, un perro barcino, un
perro pintado, perros orejas largas con cinco uñas en
las patas, los mejores perros del llano.

Visitaba siempre al bachiller Cordero y en la


puerta de su casa se sentaban en sillas de baqueta a
conversar en las tardes, mientras el caballo negro
coludo, patas blancas, esperaba amarrado en el corozo

59
de la plaza y los perros dormitaban echados en el
pasto.

Tenían largas conversaciones. Casi siempre


sobre guerras, triunfos, frustraciones y de los
caudillos de Venezuela, las cuales, le alborotaban el
alma y no le dejaban perder la idea de la insurgencia
que era brasa ardiente en su cerebro, esperando la
chispa que de nuevo levantara la candela.

Si iba hasta los otros pueblos, aprovechaba para


la parranda. El brandy era su trago y siempre se le
subía a la cabeza haciéndole más locuaz y
dicharachero.

El coronel Gavidia, jefe civil de Libertad, estaba


a la puerta de la Prefectura cuando vio a tres cuadras
de distancia, un hombre en un caballo negro con el
sombrero a la pedrada entrando por la puerta del
botiquín.

-¡Albarrán! -le gritó el Jefe de la Policía- andá


con dos agentes y ves quién es el faramallero que se
está metiendo a caballo en, el botiquín de Ramitos.

Cuando Albarrán llegó a la puerta de Ramitos,


encontró a Pérez Delgado echándose un palo desde el

60
caballo enfrente del mostrador.

-Mi capitán -le dijo Albarrán, de parte de mi


coronel Gavidia que salga y no se alborote.

-iMai Santa!, anda y dile que me saque él mismo.

-Mi coronel, es el capitán Pérez Delgado y le


manda a decir que vaya usted a sacarlo.

-¡Ah carajo!, decile que era jugando -contestó


Gavidia resignado, y seguía Maisanta en la parranda
con el pueblo todo suyo.

Un sábado en Barinas la gracia le costó tres mil


bolívares, pues el caballo se resbaló en el piso lustroso
del salón y las patas delanteras cayeron como dos
martillos en la primera y única mesa de billar del llano,
destrozándole el paño verde y el fondo de pizarra.

-Si vuelve Pérez Delgado me lo desarman -dijo


el general Febres Cordero, presidente gomecista del
Estado. Y la orden era inevitable.

Venía un día por la calle de la iglesia cuando de


pronto le salió la policía. Diez hombres lo rodearon
pidiéndole registro.

61
Barajustó el caballo por el altozano y entró por
la nave principal saliendo por la puerta lateral.

-Díganle a Febres Cordero que yo no cargo


armas, pues para eso soy su amigo -dijo en la otra
calle, mientras detenía el caballo, permitiendo que lo
registraran.

Al otro día por la mañana mandó al negro Pedro


García, su espaldero de confianza:

-Entra en la iglesia, tranquilo como si fueras a


pagar una promesa y de los fustanes de la Purísima,
sacas el revólver que guardé ayer.

-¡Este Pérez Delgado tiene más puntas que un


cabresto de cerdas! gritaba entre risas el bachiller
Elías Cordero cuando le escuchaba los cuentos al
regreso de sus "truenos" en los pueblos distantes.

62
V
¡PAREN ESA MUSICA!

Isilio Febres Cordero, de los Febres Cordero de


la Independencia, los mismos que se fueron a Mérida
cuando pasó Ezequiel Zamora en la Guerra Federal,
había sido furriel del general León de Febres Cordero
en la batalla de Coplé.

Vivía en Barinas reaccionó contra Castro


durante la guerra Libertadora. Por eso cuando Juan
Vicente Gómez se cogió la Presidencia, a Febres
Cordero lo llamaron de Caracas en el término de la
distancia.

Le quitó prestado un caballo gordo a su amigo


Diego Ramírez y esa misma tarde se fue para regresar
dos meses después como Presidente del Estado
Zamora.

Lo recibieron vestidos de negro todos los


notables del pueblo, alineados como zamuros en el
puente de la entrada.

Después comenzó a mandar con sus métodos


patriarcales. Su carácter de hombre serio y sus rasgos

63
de bondad, lo hicieron un Presidente indispensable.
Pasaron los años y seguía inamovible en su cargo.

-La mesa siempre puesta, María Luisa -le decía a


su esposa, para que quien llegue vaya comiendo-. Y en
la enorme casa blanca, la gran mesa larga estaba
dispuesta a diario entre, los afanes del servicio.

Esa noche había baile de gala en el día del Pilar y


danzaban las parejas con la música de viento de la
Banda Municipal.

Se animaba el baile cadencioso en la enorme sala


amarilla, por la luz de las lámparas de carburo colgadas
en el techo, cuando de golpe se oyó parar la música por
orden de Benjamín Tapia.

Había salido a bailar Clemencia Acosta con su


esposo legítimo, pero legítimo en lo civil porque fue el
primer divorciado de Barinas y el segundo matrimonio
no pudo hacerlo por la iglesia.

Pálido, demudado, salió el esposo .del salón


llevándola del brazo entre un silencio de muerte.

-¿Qué pasó compadre? -preguntó el general

64
-Tú lo sabes Isilio. No has debido invitarlos,
todos estábamos de acuerdo -contestó don Benjamín.

-Recuerda que yo soy el Presidente y han


cambiado los tiempos le dijo con autoridad, tratando
de darle una satisfacción a los esposos ofendidos que
no se pararon a escucharlo.

Siguió la fiesta un poco fría al principio, más


alegre después y olvidado todo a medianoche, entre
copas de champán y música de vals, en ese día de la
patrona del Pilar.

El gobierno era la familia de los mismos


asistentes al baile y las cosas se quedaron tranquilas
con el consenso del silencio.

Tiempo después José Isilio, el sobrino del


Presidente, parrandero, coleador, liberal y amigo,
invitó a Pedro Pérez para una fiesta en Barinas y muy
alegre Maisanta le contó al bachiller Elías Cordero el
honor de la invitación.

Y el Bachi a quien no se le iba una, le aconsejó


con certeza:

-No vayas, catire, no vayas que te desairan.

65
Verás cómo no levantas pareja.

Carajo, ya lo había pensado y será mejor dejarlo


así -le contestó con rabia apretada en lo profundo del
pecho.

66
VI
MIEL EN TAPARAS

Se acercaba el año 14 cuando las cosas


comenzaron a ponerse feas.

En el pueblo de Sabaneta vivía un hombre que


hablaba mucho y se llamaba Maurielo. Era rubio y
pronunciaba un español muy claro aunque con acento
italiano y su conversación era culta y agradable.

Como a Pérez Delgado le gustaba reunirse con


gente que contara cosas nuevas, se había hecho amigo
del italiano, quien traía de Europa las ideas modernas.

Maurielo fue su amigo casi inseparable. Pero los


gestos desenfadados del italiano y la franqueza de las
expresiones, le fueron poniendo mal con el jefe civil
gomecista, quien sospechaba de todo aquel que no era
como él bruto y alfabeto.

Era un coronel pelo parado llamado José Antonio


Colmenares, que administraba la justicia y también la
renta del pueblo para mantener sus gallos finos.

Un domingo en la gallera, tuvo una discusión con

67
Maurielo cuando un gallo marañón del italiano, le ganó a
un malatovo de Colmenares.

-Eso no se hace. Colmenares. La palabra en los


gallos es sagrada y los compromisos se cumplen -le
reprochó el musiú, con decencia en el lenguaje.

-Eso es verdad, compadre Maurielo, pero es


mejor que nos vamos -le dijo Pérez Delgado
contemporizando y sacándolo por un brazo, porque vio
al coronel Colmenares en plan de busca pleitos.

El coronel Colmenares quedó solo en el medio del


redondel, cuando todos los galleros se retiraron
silenciosos, con sus gallos en las busacas reprobando lo
sucedido.

-Se envainó el Maurielo y también se envainará


el otro -le dijo a Quiñones, el jefe de la policía.

-Tenga cuidado, mi coronel, que Pérez Delgado


es peligroso; ese hombre está probado y es muy difícil
de ganársela. Además, ya salió para su fundo y allá
tiene gente que lo respalda. Con el otro, cuando usted
quiera mi coronel.

-¡Pues lo quiero ahora mismo, carajo!

68
No había llegado Maurielo a la puerta de su casa
esa tarde, cuando ya Quiñones lo traía preso en rueda
de policías.

Lo llevaron a la Jefatura y lo amarraron al


instante con un rejo largo y seco.

A las cinco de la tarde salió el coronel


Colmenares en un caballo con una soga arrebiatada y
detrás, amarrado en la punta, musiú Maurielo, a pie,
apurando el paso para mantener el de la bestia.

Más atrás todavía iban dos hombres negros,


gordos, gigantescos, que lo arreaban a golpe de
chaparro, si demoraba la marcha que ya comenzaba a
cansado.

En la orilla del Boconó por el Paso Baronero


estaba pescando cachamas el viejo Cándido Díaz,
cuando los vio pasar en la canoa.

Se escondió Díaz detrás de un árbol hasta que


se perdieron en la ribera opuesta, pero como oyó a lo
lejos unos gritos que sonaban como lamentos
desesperados, esperó casi tres horas hasta que se
atrevió a pasar el río y revisar los cañaverales, donde
encontró la tierra fresca de una tumba recién cavada y

69
las cañas bravas, aún con sangre, del hombre que
habían matado a puro filo de machete.

A los tres días regresó Colmenares diciendo que


había entregado el preso a la cárcel de Guanare y
aunque nadie lo creyó, ninguno se atrevió tampoco a
comprobar lo que había contado Cándido Díaz en
susurros maliciosos.

Pérez Delgado en La Marqueseña, con rabia y


tristeza supo la noticia y desde ese día no volvió más á
Sabaneta, pero nunca perdió la idea de vengar a su
amigo.

En las noches oscuras se deslizaba silencioso


hasta el solar de la casa donde su hermana Petra
Pérez, que entonces se había mudado de Ospino, salía
en la madrugada para informarle de las cosas.

Por ella supo que el sábado temprano saldría el


coronel Colmenares a jugar una pelea de gallos en el
camino de Mijagual y que lo acompañarían los negros
que no lo abandonaban nunca y él llamaba los toñecos
para burla de los pobladores.

Armó a Ramón Moreno, su criado y caporal de


sabana, y los dos se fueron a caballo por el rumbo de la

70
gallera.

Cuando el día declinaba pasadas ya las cinco, se


encontraron a un hombre alto y flaco, con un burro
cargado de taparas, que apareció en un recodo del
camino.

-¡Compañero, qué lleva ahí? -preguntó Pérez


Delgado. -Miel para la venta, señor.

-¿Ha pasado por la gallera, compañero?

-Sí, allí vendí dos taparas.

Se escondió Díaz detrás de un árbol hasta que


se perdieron en la ribera opuesta, pero como oyó a lo
lejos unos gritos que sonaban como lamentos
desesperados, esperó casi tres horas hasta que se
atrevió a pasar el río y revisar los cañaverales, donde
encontró la tierra fresca de una tumba recién cavada y
las cañas bravas, aún con sangre, del hombre que
habían matado a puro filo de machete.

A los tres días regresó Colmenares diciendo que


había entregado el preso a la cárcel de Guanare y
aunque nadie lo creyó, ninguno se atrevió tampoco a
comprobar lo que había contado Cándido Díaz en

71
susurros maliciosos.

Pérez Delgado en La Marqueseña con rabia y


tristeza supo la noticia y desde ese día no volvió más á
Sabaneta, pero nunca perdió la idea de vengar a su
amigo.

En las noches oscuras se deslizaba silencioso


hasta el solar de la casa donde su hermana Petra
Pérez, que entonces se había mudado de Ospino, salía
en la madrugada para informarle de las cosas.

Por ella supo que el sábado temprano saldría el


coronel Colmenares a jugar una pelea de gallos en el
camino de Mijagual y que lo acompañarían los negros
que no lo abandonaban nunca y él llamaba los toñecos
para burla de los pobladores.

Armó a Ramón Moreno, su criado y caporal de


sabana, y los dos se fueron a caballo por el rumbo de la
gallera.

Cuando el día declinaba pasadas ya las cinco, se


encontraron a un hombre alto y flaco, con un burro
cargado de taparas, que apareció en un recodo del
camino.

72
-¿Compañero, qué lleva ahí? -preguntó Pérez
Delgado.

-Miel para la venta, señor.

-¿Ha pasado por la gallera, compañero?

-Sí, allí vendí dos taparas.

-¿Y por casualidad no vio allá al coronel


Colmenares?

-Como no, señor. El jefe civil se quedó en la casa


de posada, donde Felicia Guédez, usted sabe, la vieja
goda que usa gorro colorado creyendo que son sus
tiempos. Está haciéndole un sancocho de gallina, a él y
a los dos espalderos que le acompañan.

-Carajo, compañero, usted sí sabe vainas y eso


me ha dado una idea -exclamó Maisanta.

-Te quedas aquí amarrado en este mijao,


mientras me sirvo de tu burro para llegarles de
sorpresa -continuó diciéndole al arriero asustado, al
tiempo que le ponía la punta del machete carama de
plata, haciéndole cosquillas en la garganta.

73
-Te quitas la ropa, porque ellos te vieron y me
das el burro. Las dos cosas a mi me sirven.

Lo dejaron atado al palo con doble vuelta de


mecate de cerda y a las siete de la noche, cuando
todavía estaba claro, llegó Maisanta a casa de Felicia
Guédez disfrazado de vendedor de miel.

-Me devolví, doña Felicia, porque ya es tarde


para entrarle a la montaña -dijo con voz gruesa.

Cuando le contestó "pase adelante", la vieja


Felicia Guédez, ya Maisanta estaba en la sala con la
peinilla en una mano y el revólver en la otra, mientras
por la puerta de la cocina se metía Ramón Moreno y sin
siquiera darles tiempo a que se pararan de la mesa, al
coronel y sus toñecos, allí mismo los dejaron tumbados
a tiros de revólver y tajos de peinilla.

-Gracias, compañerito, por prestarme la


indumentaria, -le dijo Pérez Delgado al arriero como
despedida, antes de perderse en la noche de la selva
de Mijagual, sin imaginarse que José Antonio
Colmenares no moriría esa vez, gracias a los cuidados
de la vieja Felicia Guédez.

Cuando regresó en la madrugada al hato, ya

74
venía decidido a abandonarlo todo, dejando a Claudina
Infante, con dos muchachitos pequeños, cara larga y
nariz recta, con los ojos color guarapo, para
reconocerlos siempre como los hijos de Maisanta.

Se fue por el rumbo de Nutrias, buscando al


general Juan José Briceño, su viejo amigo de la
Libertadora, quien en ese tiempo comandaba una
guarnición del Apure.

Lo protegió este jefe como solían hacerla en


esos tiempos, hasta que se olvidó el asunto y nadie
pudo probar quién había atacado al coronel Colmenares
y sus toñecos de Sabaneta.

Así, llevado por las circunstancias, al cabo de


unos meses consiguió Maisanta el ingreso a la
guarnición del Apure como oficial de reserva en
misiones de confianza para hombres como él, capaces
de lo que fuera.

Su amistad con Briceño era muy vieja y estable,


pues en Barinas lo reforzó una vez Maisanta, con tropa
de caballería cuando llegó, sorpresivamente durante el
ataque del Gato Barroeta. El día en que el negro
Sabina Palacios, mampuesteado y a dos cuadras bajó
de un tiro a un hombre de azul que resultó ser el

75
general Tomás Garbi, uno de los jefes invasores que
tenían cercado a Briceño.

El general andino no olvidó este gesto nunca y su


influencia sobre Maisanta fue siempre muy grande y
decisiva, pues era el único hombre a quien respetaba el
"Americano", como también le decía la gente por lo
alto, catire y buen mozo.

-Lo respeto porque es buen amigo, y hombre de


verdad. Guapo es el "guate" y yo le debo favores que
no tenía por qué concederme -dijo una vez como
explicación.

Continuó bajo su mando hasta que Luciano


Mendible mató a Juan José Briceño en el cuartel de
Calabozo y desde ese día Pérez Delgado quedó libre
para seguir su propia fe.

Sin embargo, como había pasado el tiempo y ya


tenía relaciones en el ejército, siguió en el Apure
sirviendo en un cuerpo especial con el grado de capitán
y hasta vistió el uniforme que realzaba su figura
gallarda.

Pero la revolución contra Gómez otra vez


tomaba cuerpo y el general Alfredo Franco, su viejo

76
amigo de Cojedes, se alzó el año 14 recibiendo órdenes
del Partido Nacionalista y valiéndose de recados
secretos, logró de Maisanta la promesa de que si
atacaba a San Fernando, trataría de sublevar su
batallón.

Atacó Franco la primera vez y Pérez Delgado no


consiguió apoyo para cumplir lo ofrecido.

En la segunda oportunidad tenía Franco 800


hombres en las afueras de la capital, cuando un oficial
explorador llegó con la noticia a gritos y sin bajarse
del caballo, de que el general León Jurado traía 500
hombres de refuerzo y estaba entrando a San
Fernando por el paso de Puerto Miranda, para apoyar
al doctor Núñez, quien era Presidente del Estado.
Tuvieron entonces que batirse afuera con la tropa en
retirada, pero León Jurado les persiguió con sus
quinientos hombres buscando hacia el Arauca.

Días y días detrás de los revolucionarios,


adelante por la llanura, cabresteando a León Jurado.

Hasta que se acomodaron en el Yopito muy cerca


de la frontera.

77
Era el Yopito un hato construido sobre un banco
de sabana. Enfrente tenía una laguna de fondo llano
que llegaba al pecho de un hombre y se llamaba de "Los
Pollinos". Un solo camino de trilla, la atravesaba por el
medio en el filo de un terraplén de tierra pisada.

Los jefes del Yopito. En la foto aparecen, de pie: Gral. Maximiliano Sosa
(izquierda) y Gral. Alfredo Franco a la derecha

En el hato, el terraplén y en los corrales de palo


a pique de mora centenaria, estaban los
revolucionarios.

En la casa Alfredo Franco, y en los corrales


Marcial Azuaje, a quien llamaban "Cuello de Pana"
porque en la Revolución Legalista le machetearon el
pescuezo que desde entonces se cubría con un cuello
alto de pana verde para taparse la cicatriz.

78
Entre el terraplén y los patios estaban también
Ildefonso del Moral, Fermín Toro, Kuno Plessman y
muchos más que completaban 800 hombres.

Resistieron por cinco horas los ataques de


Jurado, con su gente igual que patos reales
atravesando la laguna con sólo la cabeza afuera y el
máuser entre las manos suspendido sobre la superficie
del agua mientras hacían pie firme para acelerar el
ataque.

Les mataron mucha gente, pero alcanzaron el


terraplén a pesar de que el caído, se moría ahogado en
el fangal, o comido por los caribes atraídos por el olor
de sangre fresca.

Hasta León Jurado fue herido y sacado en una


canoa, pero la tropa siguió avanzando y cuando cinco
horas habían pasado, se retiró Alfredo Franco no sin
antes haber recibido un tiro en una pierna que le voló
la chocozuela.

Cada ejército con su correspondiente jefe


acostado en una hamaca por las heridas recibidas,
siguió por la sabana ilimite atacándose sin cesar.

Se pararon los revolucionarios apoyados en el

79
barranco del caño El Congrio, donde las cargas de
caballería del general Rodolfo Piña y el coronel Roque
Puerta, lograron detener al gobierno justo el tiempo
necesario para permitir que los derrotados
atravesaran la frontera.

Cuando los revolucionarios entraban a El Viento,


el general Jurado, herido, ocupaba el pueblecito vecino
de Elorza y hasta El Viento mandó su médico para que
curara al general Franco, en otro de sus gestos de
coriano bravo y caballero.

80
VII
SOLAMENTE REVOLUCIONARIO

Mientras esto estaba pasando, salió el vapor


"Masparro" de San Fernando de Apure y en él iba
Pedro Pérez Delgado con las ganas retozándole de
ayudar a su compañero. Y cuando el barco pitó dos
veces en la vuelta de La Catira, donde desemboca el
Portuguesa en el río Apure, ya iba alzado para unirse a
la Revolución.

-Aunque esta revolución del carajo no logra


unificarla nadie, pues todos los jefes quieren mandar y
a ninguno reconocen por completo -le decía al Mocho
Payara, que se había embarcado con él y era su hombre
de confianza.

-Esa es la vaina, mi capitán, mientras el gobierno


cumple una sola orden, nosotros no nos ponemos de
acuerdo.- Por un lado Franco, que es nacionalista, y por
otro. "Cuello de Pana" con sus liberales amarillos y así
cada quien sin lograr un entendimiento.

-¿Y usted qué vaina es, mi capitán?

-Yo no soy nada de eso. Mocho Payara, yo sólo

81
soy revolucionario para que tumbemos al tirano y
comencemos a mandar los de abajo. &os son los que yo
quiero que me sigan.

-Ah, carajo Pedro Pérez, tú con tus vainas otra


vez -le replicó Payara un tanto mohíno y en confianza.

Sublevó a la tripulación del barco en un playón


del río, hizo prisioneros a los que no quisieron estar de
acuerdo con él y los dejó abandonados para no tener
que fusilados.

Desde ese día comenzó a pararse en los pueblos


ribereños y a conversar con la gente arengándola con
fervor.

-Con la falta que me hace el bachiller Elías para


que me escriba una proclama -decía con nostalgia-,
pues aquí en este país todo el que se alza lo primero
que hace es escribir la suya, pero que carajo, a falta
de proclama le hablo a la gente. ¡Mai Santa, que son
bastantes!

En el medio del río, aguas arriba, el barco negro


como una tonina iba remontando el Apure y por las
playas la gente de a caballo siguiéndolo de cerca como

82
si los atrajera el peligro y la muerte que seguro los
esperaba.

El plan era recoger hombres en cada parte y con


las armas del barco formar un batallón para asaltar a
San Fernando. Y con el parque del cuartel, completar
un poderoso contingente para atacar a León Jurado
que deambulaba por los esteros detrás de Alfredo
Franco.

Por donde pasaba el vaporcito desde la boca del


Arauca, la gente lo seguía y en las playas soleadas,
entrenaba Pérez Delgado los reclutas bisoños todos
los días por la mañana.

Hasta la gente del profeta Enoc se vino a


formar en sus filas pues el profeta Enoc con su túnica
blanca que no se le ensuciaba nunca, recorría el llano
dejando solos los hatos ofreciéndoles la redención a
los hombres y Pérez Delgado les ofrecía la libertad y
también el botín en el camino del triunfo.

-iMai Santa y tiene gente el viejito! -se dijo


Pérez Delgado cuando lo encontró acampado en un
claro de sabana junto con aquel gentío que oía sus
predicciones.

83
Ese día consiguió 100 hombres, casi todos
conocidos y de confianza, mientras el profeta con el
resto seguía con sus sandalias de cuero crudo y su
barba cana y rojiza al viento, rumbeando para Zamora
por los mil caminos del llano.

Cuando el barquito se acercaba a San Fernando,


venían en él 200 hombres y por las veredas del monte
500 más de a caballo para atacar la ciudad.

Atracó el "Masparro" y se quedó quieto en el


desembarcadero con las calderas prendidas y su
chorro de humo negro pintando el cielo azul de San
Fernando, mientras bajaba la infantería dispersándose
por las calles donde ya los de a caballo comenzaban a
penetrar desde las sabanas cercanas.

Cinco cargas dieron ese día sin poder pasar el


primer piso del palacio Fonsequero, pues allí, el coronel
Silvestre Castellano y sus tigres de Jobalito, se
defendía acorralado con la furia y el valor de los que
así se encuentran. Cargaban al machete, metían la
caballería en filas compactas reventando las hileras de
bayonetas, pero no lograron tomar ni el cuartel de
Casa de Zinc, defendido por el comandante Bonifacio
Blanco, ni el palacio Fonsequero a pesar de que el
propio Maisanta, le llegó al portón de madera vieja

84
reventándolo con sus hachazos.

Por la tarde tuvieron que retirarse dejando gran


parte de la gente muerta y Maisanta le dijo al Mocho
Payara:

-Esta vez tampoco pudimos y te puedo jurar que


jamás podremos pelear mejor, pero la guerra es la
guerra y Gómez tiene lo suyo: armas, dinero y mano
libre para quienes le sirven con lealtad, por eso lo
defienden tanto.

Cuando comenzaron a retirarse e iban a una


cuadra de distancia, recordó Pérez Delgado que en el
cuartel de San Fernando tenia oficiales
comprometidos para entregarle el parque a la
revolución. Y de improviso se volteó gritándole a los
que lo acompañaban:

-¡MaiSanta, nos traicionaron los hijos de puta!


Nos aseguraron que desde adentro empezarían el
alzamiento y nunca ha resistido mejor una tropa
avisada, pues esos carajos sabían que yo atacaría hoy.
Traición con traición se paga, Mocho Payara, y
barajustó el caballo que le había quitado a un soldado
en el fragor del combate, llamando al bobo del pueblo,
un muchacho mongólico que se llamaba Ramón Santana

85
y le dijo con furor:

Tú conoces al coronel Silvestre Castellano. Vete


allá y entrégale esto de parte mía.

Mientras Pérez Delgado se retiraba, el bobo le


entregó el papel al coronel Castellano y cuál no sería su
sorpresa cuando se encontró con la lista de los
oficiales comprometidos, quienes no tardaron mucho
tiempo en estar camino de La Rotunda.

Con las sirenas entristecidas, pitando de tanto


en tanto, se retiró el vapor "Masparro", cuando caía el
atardecer.

Ya el telégrafo funcionaba y por el alambre se


fue la noticia, alertando a Isilio Febres Cordero de que
para Barinas iba la gente de la revolución y no tardaron
en estar listos en los barrancones de Puerto Nutrias
las tropas del estado Zamora que defendían a Juan
Vicente Gómez.

En el mediodía sofocante se anunció al vapor


"Masparro" en el pueblo de Santa Catalina y en el paso
del río se entrevistó Pérez Delgado, con el coronel
Alejandro Ojeda y su tropa de caballería. Caballos
negros, caballos blancos, caballos ruanos, rucios, rucio

86
azules y zainos guacharacas.

-Se saluda, coronel.

-Desde hoya sus órdenes, general

Y general lo siguieron llamando después de aquel


reconocimiento, pues Alejandro Ojeda era el jefe
liberal más antiguo que por el llano quedaba y así seria
el prestigio de Maisanta cuando lo reconocía por jefe,
un coronel que venía de la Revolución Federal.

Brindaron y comieron ternera bajo la sombra de


un Guamal y en la noche siguió el vapor remontando las
aguas fangosas.

Al mismo tiempo salió la caballería de Ojeda.


Adelante la vanguardia y a la cabeza de ella, muy
bizarro, el capitán Víctor Peña, a quien llamaban
“Caramucho”.

Trescientos jinetes de lanza, machete y


carabina, recortando la sabana para salir pasillaneando
a los barrancones de “El Picacho”, a la entrada de
Puerto Nutrias, donde estaban acampados 600
soldados del gobierno con el hablar cantado de los
hombres de la serranía de Calderas donde les fue más

87
fácil hacer la recluta.

Los comandaba el general Carlos Jordán Falcón


y el general Jesús Antonio Ramírez, los dos habían
estado en la pelea de la Victoria, luchando contra los
andinos y del liberalismo se habían pasado a Juan
Vicente Gómez quien ya dominaba la patria con su
ejercito organizado y el dinero petrolero.

-Hasta aquí llegaron las banderas –dijo un vez el


general Jordán Falcón. Porque al ejercito de línea con
parque plata, comida y máuseres de repetición, no se le
puede pelear con chopos y muchos menos con lanzas.

Por Ojeda supo Pérez Delgado que no se tenían


noticias del general Alfredo Franco y que, con su
propio fracaso de San Fernando, poco podrían lograr
en Puerto Nutrias. Pero su fantasía era tan grande,
que seguía con optimismo, porque cuando el hombre se
sabe caudillo se siente como en la gloria y solo ve los
triunfos dentro de la bruma que le sierran el
pensamiento.

-¡MaiSanta, pa`lante que son bastantes! Y se


veía comandando grandes multitudes.

¡Como en los tiempos de Ezequiel Zamora!, sin

88
darse cuenta cabalmente que estaba entrando en la
época moderna donde se terminaba la Venezuela
pastoril para entrar en la millonaria, neocolonial y
dependiente.

El coronel Ojeda salió adelante y romo por


tierra y a caballo se anda más rápido que por agua en
un vaporcito cabezeador, apareció primero en las
sabanas de El Vigía, reventando en El Picacho cuando
clareaba la mañana.

En ese mismo momento Maisanta Pérez Delgado,


ron el vapor a toda máquina y pitando romo un toro
bravo, salió en la curva lejana de agua azul ron ribetes
verdes donde el Apure se estrecha para formar la
resaca que se mete en El Picacho, atracadero de los
barcos.

La infantería la había desembarcado en la boca


del caño Caimán para que entrara por detrás y los
agarrara desprevenidos, en una carga a machete
comandada por el Mocho Payara, quien ron una mano se
bastaba para manejar la peinilla mejor que todo el
mundo.

Cuando Maisanta vio desde el barco que ya


entraba el Mocho, mandó a suspender los fuegos para

89
no herir a su propia gente y con la sirena del barro le
dio la señal a Alejandro Ojeda para que metiera los
caballos.

Por los callejones del monte iban desembocando


los jinetes a los gritos de "Camarucho":

-¡Pa'lante muchachos y a la lanza!

Saltaban los barrancones y se metían en las


galerías de los anchos corredores de las casas del
puerto, donde se protegían los soldados del gobierno,
quienes ya tenían días allí, en la barranca pelada,
cuando apareció el vapor, vaporcito de agua dulce de
cuando los ríos tenían caudal.

El barco estaba forrado con cueros secos de


res, cuyos extremos colgaban sobre la cubierta. Venía
el balazo de máuser y se batían al impulso dejando las
balas frías sin efectividad precisa. Más atrás, dentro
del barco, estaba la gente del "Americano" de lado y
lado del casco, tiro va y tiro viene a cada playa del río.

Pasó dos veces con sus chapaletas chorreantes


bajando y subiendo la corriente. Desaparecía por ratos
en la curva y continuaba pasando y pasando, tiro va y
tiro viene y los andinitos asustados, pues nunca habían

90
visto una casa flotando que piraba como un toro y
botaba humo por la chimenea y plomo por las ventanas.

Justamente en el momento en que 'el humo


enmantaba el remanso fue cuando cayeron los
macheteros. Eran 20, 30, 40, quién sabe cuántos.
Machetazo por delante; machetazo por los lados,
brillando lustrosos cada vez que caían tajantes.

Comenzó a correr la gente dejando el máuser


atrás y fue cuando los del vapor empezaron a disparar
de nuevo y a desembarcar presurosos haciéndole
descarga tras descarga a los que huían despavoridos.

Los que tuvieron más valor y se quedaron a


resistir, cayeron bajo el filo de los machetes de la
gente del Mocho Payara y las cargas a lanza de
Alejandro Ojeda; uniéndoseles en ese momento, el
propio Maisanta Pérez Delgado, quien a la cabeza de su
propia guardia pisaba tierra por el desembarcaderos,

A muchos les llamó la atención que se bajara el


"Americano" usando un zapato y una alpargata, porque
tenía un pie enfermo de la punzada de una raya cuando
días antes se zambulló desde la cubierta del barco a
quitar unos caramos que le impedían el paso en el cauce
de arena blanca.

91
Vestía blusa blanca cerrada en el cuello y
sombrero pelo e’ guama con una borlita de estambre
adornándole la cinta.

Banda amarilla en el pecho que le sostenía el


sable y a sus gritos de iMai Santa! avanzaba toda la
gente mientras los caballos de Alejandro Ojeda
remataban a los rezagados, reventando con el pecho
las barandas de las casas y a las tropas que enviaba de
refuerzo al mando de Arturo Juárez, el coronel
Martínez Lecuna, quien sostenía la retaguardia de las
fuerzas del gobierno.

En la puerta del mejor almacén del pueblo, le


gritó "musiú" Novellino:

¡Carajo, Maisanta, no vas a dejar ninguno vivo.


Te brindaré esta botella de brandy pues no habrá
quien me denuncie!

-Gracias, don Tomás, porque ésta la celebramos


y ya vuelvo para aceptársela -le contestó Pérez
Delgado, cuando pasaba en la pelea.

Se retiraron Jordán y Ramírez y junto con ellos

92
todo el ejército, dejando las calles pobladas de
muertos, heridos, mochilas y máuseres, mientras los
soldados de la revolución recogían el botín de guerra.

Hasta los quepis de los oficiales de línea


estaban abandonados en las calles y sobre su sombrero
de palma real se montó uno el Mocho Payara.

Las fuerzas de Jordán Falcón estaban reducidas


a sólo 175 hombres y entraban a la ciudad de Nutrias
distante 2 kilómetros del sitio del desembarco con los
gritos de Maisanta, oyéndose en la retaguardia.

Cuartel y cárcel de Ciudad de Nutrias

-iMai Santa, Virgen del Socorro! Esta vez te


necesito.

93
Y se manoteaba el escapulario cosido en la
franela al cual sus soldados ingenuos le atribuían el
poder real de detener las balas en lo más duro del
combate.

En las casas de la ciudad de Nutrias trataron de


resistir los del gobierno, pero ya la caballería de
Ojeda recorría sus calles blancas, sacando polvo a la
tierra y chispas a las aceras de piedra, lo cual ocasionó
de inmediato la dispersión total de las fuerzas
oficiales y cada quien tomó el camino que le dejaba el
miedo.

Los persiguieron hasta el Vegón de Nutrias.


Regresaron ya casi de noche con filas de prisioneros.
Los guatecitos asustados pedían clemencia temprano,
temiendo que los fusilaran.

Con la tarde se fue calmando el pueblo en la


tranquilidad que sigue a la tormenta y la gente
comenzó a asomarse a las puertas de las casas.

Los muertos arrastrados por los pies, eran


amontonados en las esquinas y a los heridos los metían

94
Ciudad de Nutrias, por esta calle larga de casas Blancas entró Maisanta

en la iglesia para tratar de curarlos. Comenzaron a


escucharse de vez en cuando ¡vivas! vivas al Americano,
vivas, que se fueron haciendo más frecuentes hasta
que se hizo un coro de voces campesinas. Vitoriaban a
"Maisanta" Pérez Delgado como si fuera una esperanza
dentro de tanta barbarie. Cualquiera habría pensado
que era una Venezuela distinta.

Un muchacho de 14 años, que había sido el


informador silencioso que salió del pueblo en las
noches sin luna, montado en un caballo en pelo para

95
avisarle a Alejandro Ojeda sobre el número y
distribución de las tropas de Gómez, se presentó al
Americano en el mismo caballo negro. Entre aplausos y
vivas comenzó ese día su aventura el futuro capitán
Fidel Betancourt, quien después se distinguiría
durante largos años de Revolución.

Cuando terminó la euforia del triunfo se retiró


el Americano por el camino del Puerto.

En las últimas calles del pueblo, encontró a un


hombre montado en un caballo castaño y chuto que se
le acercó a paso lento y cuál no sería su sorpresa, al
reconocer al bachiller Elías Cordero quien lo saludaba
alborozado.

Iglesia de Ciudad de Nutrias, donde recogieron los heridos del combate

96
Las paradojas de la vida, Pérez Delgado, yo que tanto
te azucé en esto de la Revolución, hoy me encuentras
en Nutrias como Secretario de Jordán. Como sabía que
eras tú el jefe del asalto, me quedé para saludarte.

-Que vaina, bachi Cordero, con las cosas de la


vida, pero no se preocupe, que usted anda de
secretario y los secretarios no pelean, esos escriben.
¡Cuándo carajo se ha visto un secretario peleando!
Ahora me vas a servir a mí redactando un telegrama
contándole a Juan Vicente Gómez cómo le tomamos
este pueblo, pero primero tómate un brandy conmigo,
pues en alguna forma debemos celebrar el
encontramos de nuevo.

Después que se tomó el trago, le dijo Elías


Cordero con voz de resignación:

-No seas tan optimista, Pérez Delgado, este país


ha cambiado y a este hombre no lo tumba nadie. A los
venezolanos de ahora lo que les interesa es el real y la
influencia para mantenerse arriba. Las ideas de una
patria mejor, donde todos tengan iguales
oportunidades, las consideran pendejadas, pendejadas,
todo lo que yo te decía!

97
Ciudad de Nutrias inundada con sus calles de aguas azules. Las casas eran
construidas sobre pilotes y el agua les lavaba las tablas del piso

Esa tarde de alborozo pasaron dos cosas en


Puerto de Nutrias, que no se olvidarán nunca: Pérez
Delgado entró a una pulpería y agarró una pieza de tela
amarilla.

Con ella debajo del brazo atravesó la calle y


llegó donde doña Mercedes de Guevara quien tenía la
única máquina de coser en el pueblo.

Cuando penetró en la casa de piso entablado,


pues las de Puerto de Nutrias se construían sobre
botalones de madera porque el río inundaba las calles

98
durante el invierno y sólo las tablas separaban la gente
del agua, oyó unos golpes sordos en la oscuridad de un
cuarto cerrado y sólo su fino oído pudo descubrir lo
que significaban.

Doña Mercedes era la esposa del jefe civil, el


coronel Miguel Ramón Guevara, viejo oficial liberal.

-Doña Mercedes -le dijo el Americano---, aunque


esgarre, hágame con esta muselina, unas banderas y
varias divisas amarillas para adornar mi tropa y dígale
al coronel Guevara que saque el caballo que tiene
escondido en el cuarto con los cascos enfundados. Que
salga para que vea su color de .otros tiempos y salude
al general Pérez Delgado que con él no se va a meter,
aunque, ahora después de viejo, sea jefe civil de
Gómez.

Por la puerta del cuarto salió al rato el viejo


coronel Guevara, de diestro un caballo con las patas
embojotadas en fundas de trapo y una sonrisa de
tristeza en la cara.

Y la otra cosa fue con la vieja Petra Julia, la


posadera del pueblo, enemiga del Mocho Payara, a
quien una vez denunció de estar hablando mal del
gobierno.

99
-Esta vieja me la paga aunque sea con un susto -
se dijo el Mocho Payara cuando la vio de lejos en la
puerta de la posada.

-Doña Petra, ya pasó la pelea y ahora tenemos


hambre, háganos un sancocho -le gritó.
-De qué te vaya hacer sancocho Mocho Payara,
si aquí se acabaron las gallinas, comerás muerto,
Mocho Payara -le contestó la vieja con insolencia.

Enfurecido el hombre, se volteó para la calle y


abriéndole un ojal en la oreja a uno de los muertos del
gobierno, le dijo a un soldado: -téngame aquí -y con su
único brazo dejó caer el machete cercenándole la
cabeza al cadáver.

Guardó el sable destilante dentro de la funda en


su cintura, agarró la cabeza que colgaba por el ojal en
la mano del sorprendido soldado, se metió en la cocina
de su enemiga y dejándosela en el fogón le gritó con
sorna:

-Si quieres hacerlo de muerto, aquí tienes la


cabeza -y salió de la casa pasándole por un lado a la
vieja Petra Julia que se debatía en convulsiones de
terror y asco.

100
La casa de Lazo Marti en Ciudad de Nutrias

Esa noche cuando a la luz de un farol en la


esquina de musiú Novellino discutían los planes de si
seguir o no para Barinas, se presentó un hombre de
modales finos y gestos comedidos, blanco, delgado, de
bigotes negros y con las mangas de la camisa
manchadas de sangre. Era el médico de la ciudad de
Nutrias que había curado a los heridos.

-Tanto gusto doctor, ya supe que usted estuvo


en La Victoria cuando peleamos allá. Ojalá se venga con

101
nosotros pues si las cosas siguen bien iremos pa'lante
y su prestigio nos será muy útil, le dijo el Americano.

Pero viendo que el médico le sonreía con


profunda simpatía pero no le contestaba nada, se fijó
en el telegrafista Carmona quien se presentó en ese
momento con un parte de guerra que le había llegado
para el general Jordán. Lo tomó de pronto como si
presintiera algo y comenzó a leerlo silencioso,
enterándose del inmediato del desastre de la
Revolución.

El Mocho Hernández, quien invadía por el Estado


Bolívar, no pudo avanzar un paso, ni siquiera porque lo
apoyó el general Angel Lanza I y tuvieron que pasar a
la Guayana Inglesa donde los hicieron prisioneros.
Alfredo Franco había sido derrotado en el Yopito
teniendo que asilarse con sus compañeros en el Arauca
de siempre Fue entonces cuando se dio cuenta cabal
de que su triunfo de Nutrias no tenía futuro.

Se volvió relampagueándole los ojos por la rabia


del momento y leí preguntó al coronel Ojeda, quien con
la pierna en el pescuezo de su caballo zaino lo miraba
cabizbajo:

102
Coronel Alejandro Ojeda, el de las cargas de caballería

103
-¿Tú sospechaste esta vaina, Alejandro?

Y el coronel le contestó:

Estaba seguro que pasaría así porque nosotros


estamos desunidos al pesar de que somos dueños del
terreno y conocemos todos los caminos de la sabana,
pero yo tengo una sola palabra, y le dije que contara
conmigo y aquí estoy con usted tirando esta parada.

Displicentemente se despidió Pedro Pérez


Delgado de los que lo acompañaban, pero antes de
seguir su camino hacia el embarcadero donde se veían
las luces del vapor, le dijo al doctor:

¡Mai Santa doctor! es mejor que se quede


terminando de curar los heridos, esta guerra se acabó.

En la madrugada del otro día se levantaron las


chenchenas en los mogotes del río con el ruido de las
calderas cuando desatracaba "El Masparro", pues
Maisanta Pérez Delgado abandonaba el puerto en
retirada estratégica después de un triunfo resonante.

Se llevaron las armas, las municiones y el


bastimento que les obsequiaba la gente, como si en el
fondo se identificaran con lo que él representaba.

104
Después quedó el sueño, el sueño de algo que
pasó y la gente siguió cantándole hasta en la copla
sabanera:

CORRIO DEL PICACHO

1. Si me permiten señores
yo les contaré una cosa
lo que le pasó a Jordán
en el gran Distrito Sosa.

2. Les voy a contar la historia


de lo que pasó en El Picacho
Jordán y Miguel Martínez
contra Pedro Pérez el macho.

3. El 10 de junio en la tarde
marcharon para El Picacho
fueron a atrincherar la gente
y allí doblaron el cacho.

4. Marcharon hacia El Picacho


en compañía de Carmelo
dejando las armas solas
para que sostuvieran los fuegos.

105
5. Jordán y Miguel Martínez
dormían en la Prefectura
cuando rompieron los fuegos
cada uno ensilló su mula.

6. Martínez salió corriendo


la plebe haciéndole burla
porque dicen le pegaba
con el sombrero a la mula.

7. Jordán le dice a Martínez


con ciertas frases de burla:
apúrese compañero
péguele duro a la mula.

8. El teniente Cala Sánchez


hombre de temple y bravura
con su sombrero en la mano
le daba en el anca a la mula.

9. ¿Qué le pasa, mi teniente?


yo lo veo muy preocupado
Pedro Pérez no es el hombre
que a mí me tenga asustado.

10. Apúrese general que


ya nos vienen siguiendo

106
Pedro Pérez y su gente
van a entrar a la ciudad.

11. La sagrada de Jordán


que hacia abajo se perdió
a las 10 de la mañana
a Boquerones llegó.

12. Todos llenos de pavor


huyeron los caldereños
preguntándose uno a uno
con tamaña turbación
¿Qué será ese perolón
que por doquiera bota humo?

13. Celso Arnensen y el


Americano bajaron últimos
del vapor y con sólo
dieciocho hombres
dieron el asalto mayor.

14. Maisanta, que son bastantes


pa´lante Mocho Payara
decía Pérez Delgado
a las cuatro de las tardes.

15. ¡Alas! Pues que más pensamos

107
marchémonos hacia Calderas
no contemos con Jordán
que ya se fue a la carrera.

16. Jordán le dice a Martínez


de aquí me sacan una historia
pero todo el mundo sabe
que yo pelié en la Victoria.

17. Pedro Pérez desde su barco


retirandose para el Apure
Les dijo adiós a los guates
En la vuelta de Merecure.

18. Aquí se acabó la historia


De estos generales tan guapos
Todos se fueron corriendo
Cuando Maisanta bajó del barco.

(Copiado de una parranda de Puerto Nutrias en 1969. cantaba Miguel Tomás


Cola, hijo del Teniente Cola Sánchez).

108
VIII
UNA CALMA INQUIETANTE

En Barinas todo era soledad.

Don Isilio en su despacho encortinado de


terciopelo rojo, esperaba las noticias en la vieja casa
de gobierno.

A su alrededor, callados y nerviosos estaban los


empleados del ejecutivo.

Sentados en sillones de mimbre desesperaban el


tedio y el calor atosigante.

En este pueblo triste nunca pasaba nada y la


gente se entretenía contando las consejas de siempre
en la tertulia provinciana.

Anoche vieron una luz azulosa en las ruinas del


palacio del marqués. Y entonces amanecían los
buscadores de tesoros hoyando a punta de barreton la
plata enterrada.

Otros, oían la carreta de los corrientes de la


última epidemia, traqueando a golpe de las 12 sobre las

109
calles empedradas.

Un cazador de chácharos se encontró con el amo


del monte, un viejo largo y seco con el pantalón raído y
un bonetico rojo, arriando una manada de dantas para
los pozos del río.

Una vez entraron en el mes de marzo y a pleno


sol de las 2 de la tarde, centenares de váquiros
salvajes, arremetiendo contra todo lo que veían.

Mordieron gente, burros, acabaron con un yucal


y uno salió de la iglesia con la casulla del cura en la
boca. Eso fue cuando la gran sequía que acabó el pan en
el llano, marchitando las sementeras.

Los enamorados furtivos en las noches oscuras


saltaban por los zaguanes en busca de amores
escondidos.

Y las serenatas de los sábados, con brindis de


ponche y ron, en las salas de las casas con la luz
mortecina de los candiles de sebo.

Si no se hablaba de estas cosas, se tenia que


hablar de política, o del programa para el día de San
Juan, cuando paseaban hasta la plaza Bolívar el enorme

110
retrato de Juan Vicente Gómez, cruzado por una cinta
tricolor, disputándose el honor de cargarlo los señores
vestidos de negro.

De lo único que se podría haber hablado


animadamente era de las andanzas de Maisanta, pero
eso estaba prohibido y tenía que hacerse en susurros.

Decían que Italia Unti, una catira juncal y


buenamoza, recibía correspondencia de Maisanta, pues
había sido su novia en Obispo.

No falto quien recomendara durante las


conversaciones del gran salón de cortinas rojas,
vigilarla con disimulo cuando se apagaban los faroles.

Los jóvenes de la sociedad estaban todos


armados de mauser y haciendo guardias de
reglamento, pues todo soldado y peón disponible había
salido para Puerto de Nutrias.

Una noche oscura de tormenta y lluvia porque


era el mes de julio y la luna no sale lloviendo, el grupo
de los Arvelo, Tapia, Febres, Encinozo y Jiménez
estaban tan nerviosos y asustados que dieron un “alto,
¿Quién vive?”, varias veces, cuando sintieron pisadas
fuertes en las charcas del camino a la entrada del

111
pueblo. Y como nadie contestara, comenzaron las
descargas de fusilera.

Ocho burros y cinco vacas de patio amanecieron


tendidas por el fuego de los fusiles inquietos que
¡esperaban a Maisanta.

A los 3 días de zozobra, entre café y dulce que


mandaban de las casas a los hombres reunidos en la
Casa de Gobierno, por el paso, de Torunos, comenzaron
a salir los soldaditos de Calderas con el pánico
retratado en sus caras de hambre y sed de varios días.

Un oficial se olvidó en El Vegón de que el caballo


estaba amarrado y le reventó los ijares con las
espuelas de rueda grande sin salir del mismo sitio, a
pesar de los azotes que le daba con el sombrero.

En el vado del río Santo Domingo pasaron


acordonados, agarrados de la mano, pero ¡como los
andinos no saben nadar, se ahogaron muchos en los
remolinos de agua turbia.

Cuando aparecieron los primeros en los alre-


dedores del pueblo, cundió el pánico de verdad en la
ciudad dormida.

112
Entonces, se movilizaron los hombres del salón
de las cortinas rojas y comenzaron a enterarse del
desastre de Puerto de Nutrias.

-Díganle al general Jordán que como castigo por


esa derrota, pase directo-a Maracay a informarle
personalmente al general Gómez lo que pasó en Nutrias
-ordenó don Isilio, abotagado y rabioso, esa tarde de
pena.

En la noche, la tensión se hizo más grande


porque los cuentos eran más y más exagerados y el
miedo se aumentaba con cada nueva información de los
que aparecían continuamente.

Para colmo de males al catire Lino Traspuesto se


le ocurrió la travesura de amarrarle malojo fresco a la
cabuya de las campanas en el Altozano de la iglesia.
Cuando los burros sueltos en las calles solitarias se
acercaron en la madrugada a comérselo, comenzaron a
doblar a difuntos las campanas de Barinas cada vez
que el burro daba un mordisco al malojo del mecate.

Todo el pueblo se echó a la calle creyendo que


estaban anunciando la entrada de Pérez Delgado.

En la mañana temprano decidieron evacuar la

113
ciudad y mudarse a Barinitas.

Ya 'la caja fuerte negra del general Febres


Cordero estaba montada en una carreta de bueyes y
cada quien acomodaba su equipaje en burros, caballos y
mulas, cuando llegó un "expreso" de Nutrias diciendo a
todo gañote que "Maisanta" se había retirado.

Como por encanto volvió la paz y comenzó de


nuevo a sentirse el tedio y la modorra del calor en la
ciudad donde nunca pasaba nada.

Con la cercanía de "Maisanta" la gente se había


alborotado y hasta al propio general Febres Cordera le
faltaron el respeto mientras pasaba a caballo, seguido
de su espaldera, por la calle real de Barinas y detrás
de una pared blanca de la casa de los Jiménez, unos
zagaletones le gritaron con voz de burla y escarnio:
¡Abajo Gómez! ¡Viva la Revolución!

Por los solares y rompiendo los cañizos se metió


la policía buscando los culpables. Pero la calma retornó
y hubo tiempo para poner de nuevo las cosas en el
lugar en que siempre debieron estar si no hubiera sido
por "Maisanta".

114
IX
LA LUMBRE DE LOS MACHETES

Allá lejos, Maisanta, ante la situación creada de


que Franco estaba derrotado y se quedaba sin apoyo
en el Apure, en una de las enormes vueltas del río,
donde el agua clara de un caño se confunde con el agua
azulosa del río, en una resaca escondido entre
guamales frondosos, metió de proa el vapor y botando
la rueda del timón en la profundidad del pozo le dijo a
la gente:

-Pie a tierra.

-Nos vamos en línea recta para salir a Elorza


donde hay tropas acuarteladas, las asaltaremos por
sorpresa y conseguiremos información;

-El coronel Ojeda se queda con los suyos en


Santa Catalina y nosotros nos vamos en los caballos.

Montaron cincuenta hombres en cincuenta


caballos que Ojeda les tenía listos en un, claro de
sabana y se perdieron en lontananza.

Tres días después llegaban a Puerto de Nutrias

115
dos vapores más: "El Apure" y "El Arauca", con mil
hombres de refuerzo y como no encontraron ni rastros
de la gente de Maisanta, ordenó el coronel Godoy
rematar los heridos enemigos que escondían en las
casas.

En el propio Picacho los colgaron de las ramas


paralelas de una ceiba gigantesca, y todo aquel que
ayudó o dio de comer a los revolucionarios fue pasado
a palos para escarmiento de los demás.

La posadera Petra Julia, le indicaba en la noche


al propio coronel Godoy el nombre de los
comprometidos, cuando en una cama de catre se
revolcaban lascivos sin saber que debajo de ella,
estaba escondido esperando la madrugada para
fugarse del pueblo, el correo Fidel Betancourt quien
sabía que ese era el único sitio de Nutrias donde no lo
habrían buscado nunca.

Por la sabana sin matas iban los cincuenta


hombres cuando en la distancia vieron una casa que era
el hato Herrereño. Se adelantó el Mocho Payara y
entró solo al paradero. Amarraba el caballo en el
soberao de la caballeriza, cuando Herrera le dijo:

-Pase adelante señor -brincó Payara

116
desarmándolo de un cañón largo que portaba, al mismo
tiempo que los otros entraban en los patios.

Allí hicieron campamento, mataron dos vacas


gordas y comenzaron la conversación que anunciaba
cordialidad.

-¿Por qué tan poca gente? -le preguntó Carlos


Herrera.

-Porque cada uno de los míos, vale por veinte de


los de Gómez, paisano -le contestó El Americano y le
decía paisano porque Herrera era de Portuguesa y se
conocían desde antes.

Al terminar de comer durmieron alertas toda la


noche, pero a las cuatro de la madrugada se levantó y
le dijo:

-Gracias, paisano, pero nos vamos, perdone que


me lleve sus caballos pero son para la revolución. Se
volteó hacia los corredores donde la gente dormía y
les gritó:

-¡Arza, arriba muchachos que la chiva renca


madruga y le echa tres peos al día! Era la contraseña,
porque como si tuvieran resortes volaron de las

117
cobijas a ensillar los caballos a la orilla del caño.

-Paisano -le dijo Herrera-, déjame el revólver


que lo tiene el del caballo alazano, un teniente que
ensillaba en la pata de un corozo.

El Americano dirigiéndose al, aludido le dijo:

-Teniente, dele el revólver de mi cámara.

-Yo no lo tengo mi general.

-He dicho que lo entregue.

Y el teniente le entregó el arma.

Esa mañana remontaron al negro Manuel


Caballero que se les había unido en Nutrias, en el
caballo mosqueado de silla del propio Carlos Herrera.

Caballerito era cometa en la banda de Ciudad de


Nutrias y antes de salir no se olvidó de la corneta;
pero después que siguieron camino y las leguas se
hacían largas se arrepintió de pronto devolviéndose del
caño Chorroco. Con dos días de hambre se perdió en
los manglares y cuando ya no tenía esperanza se le
ocurrió tocar la cometa. La cometa reventaba la

118
sabana con sus toques repetidos que parecían ordenar
una carga, para, susto de los vecinos que creían que
era otra vez Maisanta. Cuál no sería la sorpresa cuando
atraídos por la curiosidad se acercaron al río, y en lo
alto de un caramo vieron al negro Caballero con la ropa
hecha jirones y muerto de hambre suena-que suena su
corneta.

Mientras tanto, caminaban y caminaban los


cincuenta hombres por la sabana pelada, reventando
los pajonales con los cascos de los caballos y el polvo
se les pegaba en la garganta reseca por' la sed y el
calor.

A los diez días de marcha se acercaron a Elorza.


En una mata esperaron que la noche fuera noche y
cuando pasaron las doce empezó la movilización.

-A las tres de la madrugada llegan los peseros


muchachos. Aprovecharemos la oportunidad de esta
fiesta de Elorza, ¡Mai Santa! tendrán bastantes
marranos esta noche los peseros del pueblo -dijo
Pedro Pérez y comenzó a dar órdenes.

-A desnudarse, gente; tú también Mocho Payara.


El único que va vestido soy yo, que voy de marranero.

119
Treinta hombres desnudos y caminando en
cuatro pies invadieron las calles desde donde se
vislumbraban las primeras casas del pueblo.

-Acuérdense que la pesa y los chiqueros están al


lado del cuartel yeso nos favorece. Pasaremos al
centinela a media cuadra de lejos y llegaremos junto a
la puerta de la casa. La noche está tan oscura que no la
corta un cuchillo, y al estar enfrente, ¡pá dentro todo
el mundo y al machete sin compasión!

-Sigan muchachos que vamos pasando. Coche,


coche, coche, coche, coche, coche ¡marranitos para la
pesa señor! -dijo con voz humilde cuando le alertó el
centinela.

-Coche, coche, coche, treinta hombres desnudos


para conocerse entre ellos al comenzar el asalto.

-Pa' lante muchachos -les decía en susurros -


ustedes tocan por todos lados y al que tenga ropa
machetazo con él.

-Coche, coche, coche, ya estamos pasando, sigan


calladitos; de vez en cuando una roncadita como si
fueran cochinos; así, así, así es como es.

120
-Ya pasamos, estamos, estamos llegando; allá
está la puerta del cuartel.

-¡Coche, coche, coche!, arreó con voz más


fuerte.

-¡Mai Santa que son bastantes! -gritó el


Americano cuando llegaron a la puerta entreabierta
para un cambio de centinelas.

Entonces se pararon los cochinos y empezaron a


relumbrar los machetes en la madrugada con débil luz
de las estrellas.

-¡Pa'lante, muchachos, viva la revolución que aquí


llegó Pedro Pérez!

Mientras el machete roznaba entre cuajarones


de sangre.

A la media hora el cuarte1ito era de ellos y los


cuerpos despedazados de los ocupantes llenaban el
piso. Sesenta cuerpos vestidos y muertos y treinta
hombres desnudos y ciegos de ira mortal. Los otros
hombres del gobierno se fueron por los solares sin ni
siquiera disparar un tiro, pues la sorpresa no se los
permitió. 1

121
Con el clarear de la mañana llegó la retaguardia
de Maisanta. Traían para los asaltantes la ropa y los
sombreros con las divisas amarillas de Nutrias
arrugadas por el uso.

En la rabia del combate se les había olvidado


que Elorza estaba de fiestas. Pero fueron anunciadas
en ese momento, con el repique de campanas que
Maisanta estaba dando desde la Torre de la iglesia,
para avisar su triunfo a los sorprendidos pobladores
aún con el sueño de la madrugada arrugándoles la cara.

1 Eran 80 hombres al mando del coronel José Colmenares y del


célebre "Sute" Márquez, oficiales de Pérez Soto. Los dos murieron en el
asalto.
122
X
VELORIO CON MUERTO AJENO

Después pasó Pérez Delgado a El Viento con 50


hombres de escolta y sus caballos despeados de tanto
correr sabanas - y terronales resecos del fondo de los
esteros.

La fama de lo de Nutrias y el asalto de los


cochinos le fue creando una aureola de jefe grande. En
El Viento estaban los derrotados del Yopito.

El Viento era un pueblo largo de calles de arena


fina y casas de palma blanca, bien alineadas a cuerda.

Lo único que lo diferenciaba de los otros


pueblos del llano era la fila de maporas que marcaban
la raya por el medio de la calle real, separando a
Venezuela de Colombia. Allá El Viento. Del lado de acá
Elorza y la llanura.

-Tú puedes tener una casa en los dos lados y


pasas una noche en Colombia y otra en Venezuela'
según te convenga. O una casa con la cocina en
Venezuela y el dormitorio en Colombia, para estar más
seguro.

123
-Será mejor tenerla allá -le contestó el
Americano a Pedro Montes de Oca, un larense amigo
2
quien le daba la información:

Enterraron .las armas que traían en una mata


cercana para tenerlas a mano y engrasarlas con aceite
de palma que les regalaban los indios.

-No te olvides, Mocho Payara, cuando yo te diga:


"Anda, ve el burrito y la jamuga", es que vayas a darle
una vuelta, limpiarlas y volverlas a poner en su sitio,
que pronto las necesitaremos.

No tuvieron problemas con los colombianos, pues


ya estaban acostumbrados a estar recibiendo asilados.

A los días ya eran familiares a los habitantes del


pueblo y el general Pérez Delgado no era secreto para
nadie. Su carácter alegre y la fama que traía le hizo
dueño de la gente

-Un brandy, mi general -y brindaba con el


Alcalde.

2 Pedro Pérez Delgado estuvo en una Escuela en Barquisimeto, donde adquirió


conocimientos de enseñanza elemental hasta la edad de 12 años. Después viajó a Carora donde
estudió hasta tercer año de bachillerato.

Esto fue antes del incidente de Ospino que cambió su vida. En tierras de Lara se contagió
con el hablar de inflexiones características de los larenses.

Desde esa época de su infancia venía su amistad con Montes de Oca.


124
-Un brandy, mi general -y brindaba con el
guardia.

Por eso le era tan fácil pasar la hilera de


maporas y buscar en Venezuela la información que
necesitaba.

Cuando el gobierno de Gómez supo dónde estaba


el hombre, comenzaron las acechanzas para salir
temprano de él.

Y un día por la mañana, muy temprano, el Mocho


Payara le movió la hamaca a Maisanta, diciéndole de
sorpresa:

-Me avisaron de Venezuela que viene un tal


Colmenares. Es un hombre muy bragao; lo envían a
matarte.

-¡Mai Santa!, debe ser bragao de verdad; pero


recuerda una cosa: el que tira adelante siempre gana y
guerra avisada no mata soldado.

En el barranco del río, dorado y relumbrante por


el sol de las doce, estaba el catire Pérez Delgado
erecto como un poste y tenso como una cuerda,
montado en una mula mora, cuando vio la canoa

125
remontando el río Arauca.

Le cubría el cuerpo una manta de rayas azules


que ocultaba sus manos y el rev61ver en la cintura.

En la canoa, adelante el palanquero y detrás un


hombre gordo, pelo liso, bigote grande, ojos rasgados
y boca gruesa.

-¡Mai Santa, Mocho Payara!, tal como te lo


describieron, ese es Colmenares; pero ¡carajo!, es el
mismo de Sabaneta.

-Sí, es ese; mírale la pinta de guate que tiene


contestó Payara, tan asombrado como su jefe.

Cuando atracó la canoa y el hombre venía


caminando por el largo sendero de su fondo para salir
por la proa, desde el alto del barranco le gritó Pérez
Delgado:

-¿Conque tú eres Colmenares? ¿Por qué carajo


no te moriste?

Y Colmenares le contest6:

-Para servirle, señor; porque ahora el muerto

126
será otro.

-Aquí te estoy esperando; las noticias corren


con el viento. Vamos a salir de una vez de este apuro
porque a Pedro Pérez el guarapo no se le enfría.

Se manoteó el revólver José Antonio


Colmenares pero no había puesto la mano en la cacha
de nácar que le asomaba en la pretina cuando ya Pérez
Delgado le había metido un balazo en el medio del
pecho.

Se dejó caer despacio Colmenares por el borde


de la canoa y se fue yendo lentamente en la
profundidad verdosa de las aguas del Arauca.

Desde la cima del barranco, con el revólver en


alto, lo miró deslizarse Pedro Pérez Delgado y como
pasaba el tiempo y no se veían burbujas en la
superficie del remanso, le gritó al Mocho Payara:

¡Mai Santa!, con uno fue suficiente; no se le ve ni


el resuello. En la noche, como a las nueve, mientras se
paseaba por El Viento, le dijo a sus compañeros:

-Ah, carajo, no lo recordaba. Yo tengo un velorio


en Venezuela. Vamos a pasar las maporas para visitar

127
al muerto.

Y esa noche fue de brandy, café y parranda en


el lado venezolano donde su fama y el temor mantenían
el equilibrio en el velorio de Colmenares.

En la madrugada, con los gallos, pasó la voz a los


suyos:

-Vámonos, muchachos, pues ya viene el día; no


vayan a recordar las cosas y quieran hacernos presos.

-Ni de allá ni de acá, mi general. Maracay está


muy lejos y lo mismo Bogotá -le dijo, como si se
justificara, el Comisario del pueblo, que también
asistía al velorio.

128
XI
LOS MATADORES DE GARZAS

Arauca, un pueblo llanero de calles anchas


extendidas en el recodo del río.

Era el centro de los exilados de Venezuela y de


los aventureros de Colombia. Puros hombres de ambas
naciones, viviendo entre la hermandad de la guerra, las
persecuciones y el trabajo ganadero.

Un día comenzó en el mundo el furor de la pluma


de garza.

Las mujeres de Europa, los modistas de París, la


codiciaban para adornos y la codicia se vino al llano
donde viven las garzas. Un quintal de plumas valía una
fortuna y la fortuna estaba en los garceros.

Esta noche asaltaremos la laguna de Los Borales,


dijo Humberto Gómez, un coronel bogotano, blanco,
nariz ganchuda y oficial liberal de Uribe-Uribe en la
guerra de los mil días.

Cuando clareaba la madrugada con el lucero


becerrero que alumbra los ordeñadores, los hombres
de Humberto Gómez, pintadas las caras de negro con

129
hollín del fondo de los calderos, le cayeron por
sorpresa al garcero de Los Borales.

Los celadores del hato y del fisco colombiano,


desperezaban el sueño con los bostezos del amanecer
cuando fueron encañonados.

Con el arrebol de un sol gigante comenzaron los


asaltantes a cargar los enormes sacos de plumas en las
carretas de mula.

Los tiros de escopeta barrieron las aguas del


estero matando las garzas sin distinción, aunque
fueran pichonas, las más solicitadas por sus plumas
sedosas y frágiles, tan hermosas para los sombreros
de mujeres.

A las 7 de la mañana no quedaba un animal vivo


en el estero de los borales. Solamente los cuerpos de
garzas blancas, la chusmita. Garzas azulosas, la
morena. Garzas rosadas, la .paleta. Garzas negras, la
zamurita. Garzas rojo escarlata, la corocora,
coloreaban sobrenadando la superficie verdiazul de las
aguas.

En la orilla, los presos pedían piedad porque


después que se asaltaba un garcero, nunca se dejaban

130
testigos.

Pero el coronel Humberto tenía planes mayores


y por eso los dejó vivos.

-A caballo y para Arauca -ordenó con voz ronca.

Se lavaron el carbón de la cara en las aguas


rosadas por la sangre de las garzas y a las 5 de la
tarde entraba la cabalgata a la plaza principal de
Arauca.

-Prisioneros del Norte -anunció el coronel


Gómez, echando los presos por delante al llegar a la
puerta del cuartel.

Cuando el oficial de guardia, sable en mano, se


le acercó intrigado, le partió la cabeza con el machete
que portaba. Fueron dos tajos en cruz sangrante,
sobre la nuca del hombre.

Al mismo tiempo sus compañeros escudándose


con los presos amarrados, rebasaban la guardia
abriéndose paso hacia el patio blanco.

Tomaron el cuartel en media hora y cuando un


silencio de muerte se aposentaba en el enorme patio

131
oyeron unos gritos en la plaza.

Era el comisionado del Arauca, general Escallón,


que con el revólver en la mano, venía hacia la puerta
preguntando qué pasaba.

Desde el zaguán le tiró el coronel Humberto


Gómez, destrozándole la ingle al anciano.

Lo remató el sargento Velazco después que un


balazo de Escallón le había rasgado la blusa.

Desde ese día, Arauca fue de la revolución.

Los, venezolanos aprovecharon el cambio de


situación para adquirir armas y ganar adeptos, apo-
yados por Humberto Gómez.

Pérez Delgado fue uno de los más activos.


Planificando otra invasión se les iban los días reco-
giendo caballos en los hatos cercanos.

Del hato de Las Margaritas era el zaino


guacharaco que tumbó al Mocho Payara cuando se le
barajustó corcoveando por la Calle Real de Arauca.

A los días comenzaron las diferencias y los

132
venezolanos quisieron que el coronel Pablo Gil,
suplantara a Humberto Gómez en la jefatura, porque
Gómez cada día daba muestras de las mayores
arbitrariedades.

La zona se transformó en un feudo donde todo


se permitía. Los hombres de Humberto Gómez
asaltaban, robaban, violaban mujeres cuantas veces
querían, amparados en la revolución.

Un día agarraron a tres de los oficiales de


Escallón y los guindaron por la quijada en los ganchos
para la carne del mercado de Arauca.

Nadie se atrevió a quitarlos, paralizado de


miedo como estaba el pueblo. .

Después comenzó a hostilizar a quienes no se


hacían sus cómplices y entonces los venezolanos se
venían en las noches para Venezuela, pasando el río
Arauca y escondiéndose en los montes.

Humberto Gómez cuando lo supo, se comunicó


con Eliseo Araujo, el jefe civil de El Amparo, y cuantos
pasaban la frontera los hacía presos Araujo,
quitándoles todo lo que cargaban y mandándoles a dar
cuatro tiros en cualquier sitio del camino.

133
Pérez Delgado y todos los demás se fueron
entonces a la sabana.

En las sabanas acamparon hasta que llegó un


batallón de línea colombiano que derrotó al coronel
Gómez y restableció el orden en la zona de Casanare.

Regresaron entonces a la ciuad y pudieron ver la


represión y cómo el general García Rojas, jefe del
batallón de línea, hacía herrar a los hombres de
Humberto.

Mandó a fabricar una "H" de hierro forjado y se


la ponía al rojo vivo en las espaldas para conocerlos si
se fugaban, con sólo quitarles la camisa.

Contra los exilados no actuó directamente, sino


que pidió instrucciones al gobierno nacional, que por las
presiones de Venezuela y la complicidad inicial de
éstos con el alzamiento, los llevaría después a la
cárcel.

134
XII
ARGUCIAS DEL PRISIONERO

Por estos tiempos el general Pérez Soto,


gobernador de Apure, mandó una "sagrada" de 90
hombres, con órdenes de pasar a Colombia y matar a
Maisanta.

Bajo las órdenes de Félix Antonio Delgado y


Jesús Canelones, recibieron la inspección del general
en el palacio fonsequero.

-Un revólver y 1.000 bolívares para cada uno -


fue la promesa- además de 25.000 bolívares para el
matador.

-Tengan cuidado que Maisanta es como el


morrocoy: lo difícil es encontrado -les aconsejó al
final.
El coronel colombiano Lessman les dio paso en la
frontera y ese día asaltaron a Maisanta, matándole a
Quinterito, un sobrino suyo, además de otros de sus
mejores hombres.

Pérez Delgado se vengó de Lessman tendiéndole


una emboscada a las fuerzas de línea que cargaba y
dijo ese día previendo lo que venía:

135
-Desde hoy estamos de malas con nuestra madre
Venezuela y la tía Colombia -hablando siempre en
sentido figurado.

Las cosas se quedaron así tiempo después,


porque Lessman se amistó con los venezolanos y
Maisanta regresó al Arauca en aparente tranquilidad
hasta que los sucesos de Humberto Gómez agravaron
la situación.

A salidas de aguas las informaciones del


gobierno estaban al día y no tardaron desde la
distancia en correrse las noticias.

Debajo del bucare sombrío de Las Delicias supo


el general Gómez todo lo que estaba pasando y el
"vamos a tener que tomar medidas, doctor Vivas", se
transformó en una orden del gobierno colombiano para
el Intendente de Arauca, diciéndole en papel amarillo:

"Sírvase enviar a Tunja a buen recaudo, al


general Pérez Delgado y todos los otros exilados en
esa jurisdicción". 3

3 En el Boletín del Archivo Histórico de Míraflores nº 73 julio agosto 1972, página 231, E.
Gil Borges, le informa a Juan Vicente Gómez que el Ministerio del Exterior recibió de Colombia una
comunicación participándole estos acontecimientos. Tiene fecha de un 31 de marzo de 1919.

136
Al clarear la mañana les llegó la comisión y sin
oponer resistencia se entregaron para ver qué iba a
pasar.
-¡Mai Santa!, ésta sí fue grande -pensaba Pérez
Delgado, cuando ya iban en fila india por la calle
arenosa y ancha.

En la tarde trajeron otro grupo y esa tarde


misma estuvo amarrado codo a codo con Reducindo
Márquez y una línea triste de 22 hombres.

Cayendo la noche, los presos a caballo y


escoltados por un escuadrón del ejército colombiano,
hacían su entrada al paradero del hato de Las
Margaritas, entre el alboroto de los perros.

-Adelante los señores -les dijo Juan de Jesús


Rodríguez, desde el pretil de su casa.

-Pasaremos aquí la noche, don Juan –le gritó una


voz desde las filas.

-¿Qué vaina es esa, Pedro Pérez? ¿Tú también


vas preso?

-¿No lo ves, Juan Rodríguez? Y con una chaqueta


de a medio, de fique del bueno -le contestó con ironía,

137
refiriéndose al kilo de mecate con que le amarraban
las manos hacia atrás, cruzándole el pecho, para
terminar con un nudo grueso en las muñecas.

Sólo para comer les libraron las manos. Y al otro


día, en la madrugada, se fueron de Las Margaritas por
la sabana abierta, haciendo tornasoles con los lebrunos
del día.

Larga cuerda de presos para la cárcel nacional


que a los días llegó de Tunja donde estaba el Pannótico
de Tunja. Una cárcel segura, propicia para ellos,
calificados como peligrosos.

Dos años pasaron allí entre el madrugar a


horario rígido, el rancho que dejaba el estómago vacío
y la amenaza de su deportación.

Pero en Colombia existía lo que no se conocía en


Venezuela: una prensa libre y los periódicos liberales
de la capital tomaron la defensa de los políticos
venezolanos.

-Entregados a Gómez sería matarlos, es


preferible fusilarlos de una vez, pues así mueren más
rápido -editorializaba un diario bogotano.

138
En esa forma se salvaron de la entrega a
Venezuela, pero mientras tanto, vegetaban en esa
cárcel colombiana a la espera de los acontecimientos.

-¡Mai Santa!, esto se está haciendo largo Mocho


Payara. Aquí no queda otro camino que picuriarse
pronto y desde hoy no perderemos oportunidad -dijo
un día Pérez Delgado.

Una tarde, cuando estaban en el patio cubiertos


por la sombra de un totumo solitario en el medio del
enorme cuadro de tierra polvorienta, el oficial de
guardia con el sable en la mano Y un aire de fastidio en
la cara se les acercó diciéndole con cortesía.

-Si quiere un café general, con gusto se lo


mando de la ración nuestra en la sala de banderas.

-Gracias, capitán. Mal no nos caerá en esta


modorra, que duerme a la gente -le contestó Maisanta.

-Me está gustando el hombre -le dijo después al


Mocho Payara, mientras el ordenanza retiraba las
tazas.

No fueron necesarios los cincuenta puñales que


le había venido entregando con tranquilidad pasmosa,

139
encondidos dentro de su sotana, el cura Carvajal,
capellán de la cárcel y partidario de la Revolución, pues
a los días se fugaron silenciosa mente los presos. Esta
vez eran veinticinco, ya que el oficial colombiano
desertó y se fue con ellos.

-Qué carajo, mi general; si aquí es lo mismo que


allá: el pendejo siempre abajo y los ricos gobernando y
los curas arriba todo el tiempo mandando a los
pendejos. Me voy con usted a las sabanas de Arauca.
La primera vez los cogieron por confiados y
desprevenidos, pero esta vez, ni de vaina, pues yo les
conozco las argucias. ¡Viva la revolución que es la
misma en Colombia o en Venezuela!, remató con ánimo
el capitán Carlos Rubio, aburrido de guardar presos sin
saber por qué.

140
XIII
¡PATRIA Y REVOLUCION!

Alfredo Franco se exiló en Colombia y fundó


allí el hato de Los Orejanos, cerca de Cravo Norte,
donde los ganados eran baratos y las vacas parían
bastante.

Su casa era el refugio de los exilados


venezolanos. Al poco tiempo tuvo prestigio en toda
la región colombiana, por la honestidad de su
proceder y la gallardía de su figura.

Desde 1914 hasta 1921 fomentó la hacienda,


recogiendo fondos para su idea fija: otra invasión a
Venezuela.

En Los Orejanos vivió un tiempo Pérez Delgado


como caporal de Sabana alegrando las madrugadas
con su canto de ordeñador.

Recogía las madrinas, capaba los toros y


enviaba los novillos para Bogotá donde los vendía el
general Franco y adquiría créditos pecuarios.

Una tarde salió el caporal temprano con el sol


de los venados al escuchar un bramido lejano en la

141
distancia. Lo acompañaba un indio joven montado en
un burro barcino. Se fueron alejando de la casa
buscando el sitio por el bramido lastimero de una
res atormentada por algo que le pasaba. ¿Serán
indios, Juancito? -y preparaba el winchester con
una bala en la recámara.

-No, blanco, eso es culebra.

-¿Qué vaina es esa, Juancito? La res mordida


por culebra no brama, se muere silenciosa y
rápidamente, muy cerca de donde está la cascabel.

Le tenía cariño al indiecito que lo acompañaba


sabaneando por entre calcetas y sabanas.

-Pero indio es indio y sabe mucha marramuncia,


pensaba cuando el caballo apresuró el paso
aguzando las orejas y el bramido de un toro se
hacía más cercano en el lagunazo de un caño, arre-
mansado en la sabana.

De lejos vieron la res: un torete que se


alargaba en la punta de una cuerda.

Se acercaron apresurados y la cuerda se hizo


negra con manchas amarillas, mariposeándole la piel
a una enorme boa tragavenados que tenía un maute
agarrado por el belfo y la cola enrollada en un árbol

142
atrayéndolo hasta la laguna cuando contraía los
anillos y dejándolo ir hasta la extensión de sus
treinta metros cuando relajaba el cuerpo poderoso.

Se bajó Juancito buscando la cola del torete y


Pérez Delgado peinilla en mano corrió hacia el
cuerpo de la culebra y ¡zas!, la partió en dos de un
machetazo. Entre borbottines de sangre la cabeza
de la boa aflojó al toro y el resto del cuerpo
cimbreante se debatió en la paja verde de la orilla
del estero.

Pero al volver la cara el caporal vio al maute


embistiéndole al muchacho y destrozándole con los
cuernos, enfurecido como estaba por la lucha de
varias horas.

Lo recogió en sus brazos después de descargar


la res varias veces con la cobija roja de los
aguaceros.

Juancito muerto y doblado sobre el burro,


llegó a Los Orejanos con Pérez Delgado en el
caballo, halándole de diestro y quejándose de su
suerte y de la impulsividad de su carácter, que lo
llevó a actuar, sin pensado mucho, como eran todos
los actos de su vida.

143
-Qué vaina con el torito y lo desagradecido que
fue, mi general, al matar al muchachito que trataba.
de salvado; no le di un tiro con el winchester porque
era de su hierro mi general. Pero ese toro del
carajo se me pareció al pueblo de Venezuela, que se
vuelve contra los que tratan de liberado de quien lo
tiene esclavizado.

-Carajo, mi general; ojalá y no sea un presagio


lo que hoy pasó aquí.

-Pero presagio o no, yo no sigo de caporal. Me


voy para la guerra de nuevo con usted, o con el que
sea" porque la patria espera alguien que intente de
nuevo.

-No te molestes, Pedro Pérez, que hoy llegó


esta correspondencia -le dijo el general Franco, y lo
llamó para la sala donde estaba su escritorio.

Es una orden del comité de Nueva York


firmada por el general Ortega Martínez y el doctor
Roberto Vargas.

La gente espera para coordinar con Arévalo


Cedeño un nuevo plan de ataque. No abras el sobre
hasta llegar donde ellos y tú llevas a esa reunión mi
representación personal. Tienes que ir hasta, el

144
Arauca pero nunca por el camino real, te irás por
veredas para evitar el espionaje.

Allá lejos donde se ve aquel árbol que parece


un paragüito está el paso del río, pero recuerda que
esa selva es tigrosa y por ahí tienes que pasar.

-Del otro lado hay una casita. Allí tendrás un


caballo; el hombre tiene orden de entregártelo.
Desde aquí hasta allá te irás en ese buey que
conoce el camino y es bueno de agua atravesando
los esteros y el río que está crecido. Además, ese
bueyes tigrero, se defiende bien del tigre, ha
peleado varias veces con él yeso te ayudará en el
trayecto que es largo, de cinco leguas.

-No tenemos otro camino; por esa vía sales en


travesía hasta donde mi compadre Rodríguez en el
hato Las Margaritas; y allí cerca, está el
campamento revolucionario arrecostado a una mata
de palmeras en la orilla de un ojo de agua para
mantener la caballada.

Salió ese día como a las cuatro de la tarde ya


las cinco iba ya entrando al monte lejano, donde se
divisaba el árbol en forma de paraguas que
sobresalía en la superficie, verde oscuro, verde

145
claro, verde tierno, verde pardo, de la selva que
debía atravesar para llegar al vado del río.

Eran casi las seis y de pronto comenzó la noche


a enmantar la sabana entre grillos y canto de
alcaravanes espantándose en el camino.

Se metió el buey trochador por una pica en el


monte donde escasamente cabía, arriba Pérez
Delgado agarrado de la reata de la jamuga con el
rifle listo en la mano libre.

Era una res joven y puntuda de cuernos, que


marchaba a paso ligero, pero cuando se adentró en
el monte comenzó a pitar de golpe y mirar para
todas partes.

Más adelante se le aumentó la inquietud y


corría y corría por la trocha llena de bejucos y
lianas que azotaban la cara del jinete que se
esforzaba en detenerlo. Pero el buey estaba
desbocado y no lo paraba nadie.

-Soo buey, soo buey -le decía Maisanta, pero el


buey pitaba y escarbaba la tierra húmeda y la
hojarasca que la cubría.

146
-Soo buey, Soo buey -y el buey que se mete en
un claro de monte donde los esperaba un tigre
mariposa agachadito en ataque.

Entonces fue cuando el buey se devolvió


embistiendo y el tigre sacándole el cuerpo giraba a
su alrededor entre los pitidos de la res. La
oscuridad era casi total donde sólo se filtraban
algunos claros de luna por entre las copas de los
árboles.

Montado sin poder bajarse el catire Maisanta


jineteaba con maestría, sin lograr acomodar el rifle
para disparar en puntería y ya la lucha se hacía
violenta.

Sólo pudo con el brazo libre tirar lejos el rifle


inútil pata una pelea de ese tipo y sacar el revólver
blanco, que no le faltaba en la cintura justo a
tiempo, de hacerle un tiro al tigre que ya saltaba a
la cerviz de la res para desnucarla al instante.

Se batió herido el tigre perdiéndose entre los


mogotes; y el buey, sin enemigo, se quedó un rato
dando vuelta entre pitidos y escarbadas hasta que
se fue tranquilizando y tomó de nuevo la trocha.

147
Cuando ya había vadeado el río y le quitaba la
jamuga le dijo Maisanta al veguero de la casa que le
ensillaba el caballo:

-Carajo, compañero, qué tronco de buey


tigrero. En los años que tengo no había conocido uno
que como éste jamás le pierde le cara al tigre. ¡Pa la
casa, buey sardo, que yo ahora sigo a caballo!

Lo despidió dándole con la palma de la mano en


el anca del animal que ya corría buscando el rumbo
del camino, el camino de los tigres.

Cinco días después se desmontaba Pérez


Delgado en Las Margaritas al saludo de Juan
Rodríguez quien burlón le decía desde adentro de la
casa

-Adelante Americano, pero ¿qué hiciste la


chaqueta de mecate que usabas cuando pasastes
por esta casa?

-La dejé en Tunja, Juan Rodríguez y ahora


vengo a saludarte.

Al día siguiente muy temprano, le dieron el


¡Alto quién vive!- Patria y Revolución -contestó el
Americano en la entrada del campamento
revolucionario.

148
En el centro sombreado de la mata estaban
varios hombres que se le acercaron: Carmelo París,
el jefe nacionalista; Emilio Arévalo, Julio Olívar,
Marcial Azuaje, "Cuello de Pana"; Pedro Fuentes,
"Quijada de Plata".

149
Doctor y general París, representante de la oposición militar y revolucionaria por
la frontera de Arauca, Colombia desde 1913; Jefe del Estado Mayor General de
la Campaña de 1921 y Jefe de la Revolución Constitucionalista de 1922

150
XIV
EMILIO AREVALO CEDEÑO

El general Pérez Delgado, con correspondencia


urgente y la representación personal del general
Alfredo Franco en esta reunión -dijo el Americano a
manera de saludo.

-El gusto es mío, general -le dijo el doctor París


con fina amabilidad.

Entonces, con gestos lentos, comenzó a abrir el


sobre. Después leyó en voz alta las recomendaciones
del comité en el extranjero, pidiéndole a todos los
jefes que pusieran a la orden del general Emilio
Arévalo Cedeño hombres y provisiones, para atacar a
Río Negro, territorio donde era señor y dueño el
coronel Tomás Funes.

En los mismos comienzos se fue agriando la


discusión, pues el general Julio Olívar dijo con voz
tajante:

-Yo no me sublevé en Guasdualito pasándome a


ustedes con las armas y las municiones; y he pasado
años de penuria en esta soledad para entregar todo mi
armamento cumpliendo una orden, menos voy a

151
ponerme bajo el mando de un hombre, que no tiene más
credenciales que yo mientras miraba inquisitivo la
figura morena, pequeñita, de grandes orejas, bigotico
recortado y cuerpo enteco de Emilio Arévalo Cedeño.

No se le movió un músculo de la cara al hombre


que se alzó el 14, siendo telegrafista en Cazada, sino
que, impasible, soportó la andanada.

Después vino el discurso mesurado lleno de


ideas de unión, paz, progreso y calma para mantener el
orden y la justicia de Carmelo París, como si estuviera
dando una clase en la Universidad.

Julio Olívar insistía en una campaña en conjuntó


sobre el Apure que él mismo dirigiría con el apoyo de
Maisanta.

Emilio Arévalo habló entonces de la importancia


logística de irse, utilizando canoas, río Meta abajo.
Remontar el Orinoco, llegarle silenciosamente al
coronel Tomás Funes en San Fernando de Atabapo,
tomar la ciudad y apoderarse de dinero, armas y los
depósitos de balatá que "valían un potosí" porque
estaban en plena fiebre del caucho luego de la primera
guerra mundial.

152
Discutieron largamente cada uno por su lado,
insistiendo Arévalo en lo que podrían hacer cuando
regresaran de Río Negro con sus lanchas llenas de
armamento y dinero.

Pero los hombres como Julio Olívar y Pedro


Pérez Delgado sólo querían atacar el Apure, pues San
Fernando estaba más cerca y contaban con su valor y
el influjo que ejercían sobre la gente, lo cual les hacía
pensar que aun con pocos recursos esta vez sí tendrían
éxito.

Mientras los otros hablaban y se prolongaban en


la discusión, Maisanta se veía como ídolo de multitudes
tomando pueblos entre aclamaciones.

-Qué carajo, general, con lo que tenemos nos


basta, ataquemos a San Fernando que esta vez no
fallaremos y después por Calabozo, nos vamos
amadrinando la gente para hacemos fuertes en el llano
y extender la guerra a todo el territorio nacional. Será
como un cuero seco, cuando lo pisen de un lado se
levantará del otro, como decía Guzmán Blanco.

-¡No sea bruto Pérez Delgado! -le gritó el


hombrecito de orejas grandes, levantándose de la
hamaca y acercándosele violentamente, cuando vio que

153
lo dicho por el Americano tenía resonancia en la
audiencia.

Se volteó Maisanta rojo de rabia y se le fue


encima a Emilio Arévalo, diciéndole enfurecido:

-Así no, general, a Pedro Pérez no lo grita nadie.

Los otros oficiales intervinieron apresurados


para evitar un lance personal.

Entonces el general Arévalo Cedeño se retiró al


grupo donde estaba su Estado Mayor y le dijo a
Carmelo París:

-Doctor, retire a ese hombre o lo mato ahora


mismo.

-No tan pronto, general; no tan pronto y eso si


puede -le contestó el Americano con voz chocante y
burlona.

Esa noche se fueron juntos Julio Olívar y


Maisanta con un escuadrón de Caballería para
acamparse en el Cubarro donde sólo vivían los indios.

Al otro día por la mañana, comenzaron a cargar

154
las canoas para la expedición de Río Negro con Emilio
Arévalo Cedeño de jefe.

155
XV
EL SABOR ROJO DE LA GUERRA

Con Maisanta se fue su antiguo amigo Andrés


Hernández, quien siempre andaba con él de Secretario
y ayudante, pero cuando estaban en la indiera,
Hernández comenzó a ponerse nervioso.

-¿Qué hacemos aquí mi general? Yo no soporto


este olor a indio. ¿No le parece que hubiera sido mejor
irnos todos para el Amazonas?

.-No me parece Andrés, yo no me entiendo con


ese hombrecito, que quiere jefiarlo a uno, con tanto
aire de insolencia.

-Pero por la conveniencia de la guerra señor,


debemos unirnos y olvidar rencillas personales.

Es la única forma de unificar un gran ejército


para tumbar a Gómez -insistía el joven.

-Mira Andrecito, devuélvete tú que yo no me


molesto -le dijo Pérez Delgado.

-Si tú tienes esa convicción, todavía hay tiempo,


ellos están cargando las canoas justamente - en Monte

156
Picure a la orilla del Casanare. Llévate el caballo y que
tengas suerte.

-Déjame tranquilo en esta indiera para pensar


una forma de hacer la guerra sin tener que estar bajó
el mando de los patiquines y de los doctores que
siempre quieren andar dando las pautas.

-Deja que la burra coja el nado que en el camino


se enderezan las cargas.

-Vete tranquilo, Andrés Hernández.

Y Andrés Hernández al otro día se presentó en


Monte Picure cuando los hombres desnudos le ponían
toldos a las embarcaciones que se balanceaban
tranquilas en las aguas majestuosas del Casanare que
reciben las del Cravo y se juntan con las del Meta.

-Que hace aquí este oficial de Maisanta -se


preguntaron todos. Tú eres desertor -le acusó el
general Arévalo.

-No general, yo recapacité y vengo para


acompañados.

-Tarde lo hicistes, Andrés Hernández; estás

157
preso y se te hará un juicio porque soldado que
deserta algo trae entre manos.

-¡Ah vaina, mi general!, ese hombre debe ser el


que manda Pérez Soto para matado a usted y acabar
con la expedición, -dijo Rudecindo Márquez, el más
empecinado de todos.

Andrés Hernández pálido, escuchaba las


acusaciones y se decía a sí mismo:

-Y yo que vine creyendo en la unidad para


encontrarme con esta horrible situación.

-Amarren a ese hombre -ordenó Arévalo


Cedeño. En el camino le haremos juicio.

Brincó Rudecindo Márquez reduciéndolo a la


fuerza y junto con dos más lo amarraron en el tallo
espinoso y redondo de un corozo sabanero.

Se le clavaron las enormes espinas duras como el


acerco en las espaldas a medida que la cuerda iba
apretando alrededor de su cuerpo.

Entonces Rudecindo Márquez comenzó a


insultarlo:

158
-Ayudante de Pedro Pérez eso es verdad, pero
también eres amigo del general Pérez Soto, eras
oficial de él antes del alzamiento del "Masparro"
cuando te fuiste con Maisanta. Esta venida tuya tan
espontánea es sumamente sospechosa. Tú eres espía
del gobierno, de eso no queda la menor duda.

-No hables idioteces Rudecindo Márquez, que lo


que te domina es el odio.

-Tú me odias porque soy intelectual, porque sé


escribir, leo libros y veo que con bárbaros sin ideología
no puede haber triunfo posible yeso eres tú, un
bárbaro que sólo 'piensa en el balatá de Funes sin
importarle nada lo que esta guerra significa.

Pero Reducindo Márquez estaba bebido y a cada


momento empinaba una botella de cocuy que lo iba
poniendo más y más excitado, entre la algarabía de los
hombres haciendo preparativos de viaje y
acomodándose en las canoas.

-Cállate la boca, patiquín del carajo o te hago


callar con este cuchillo -le dijo acercándosele
amenazante. Pero cuando vio la cara de Hernández sin
el miedo que otros acostumbraban ante él, le vino a

159
Rudecindo Márquez la ola asesina; una ola de odio y
rabia roja que se le subió a los ojos cerrándole la vista
y empujándole la mano en la puñalada feroz, diciéndole
cada vez:

-Esta por Pérez Soto, esta por Juancho Gómez y


esta por Juan Vicente, si de verdad eres un traidor.

A los gritos de ¡asesino! que emitía Andrés


Hernández, corrieron Arévalo Cedeño y los otros
oficiales del grupo.

Pero cuando contuvieron a Rudecindo, el cuerpo


de Andrés Hernández era una criba agonizante.

-¿Qué vaina es esa, Reducindo, por qué lo


mataste así? -le dijo Emilio Arévalo mientras lo
agarraban por los brazos.

-Yo no sé general, de golpe vi colorado y no pude


contener el deseo de acabar con ese hombre.

-Qué vaina tener que comenzar esta campaña


con un muerto a cuestas -comentó Arévalo Cedeño
cuando subía al tablón para abordar la canoa que se
deslizó silenciosa por el cauce quieto del Casanare al
impulso de los palanqueros y en procesión con trece

160
más y trescientos hombres adentro, en busca de
Tomás Funes en la selva del Amazonas.

Ni siquiera enterraron el cuerpo de Andrés


Hernández que se secó al sol en la pata del corozo.

161
XVI
SENTENCIA DE MUERTE PARA FUNES

Desde la confluencia con el Cravo, por el


Casanare y luego río Meta abajo, se fueron las canoas
para remontar después el Orinoco. Cuatro bogas en
cada una, oyéndose en la distancia el bum-bum-bum
como un inmenso tambor de agua golpeado por los
remos a ritmo acompasado.

Un mes duraron en la travesía acampando en los


playones, comiendo carne salada, mañoco de yuca brava
y topocho tierno, única provisión que llevaban.

A veces pescaban bagres, bocachicos o


cachamas con las tarrayas de los apureños, otras veces
arponeaban en la oscuridad de los pozos profundos o
cazaban en las riberas de la selva tramada, paujilés o
dantas salvajes.

Y seguía la monotonía del camino. Adelante los


palanqueros con callos en los hombros de tanto afincar
la palanca y detrás los canaletes dándole el rumbo a las
canoas.
Cuando pasaban por un pueblo lo hacían a media
noche, todos silenciosos y acostados en el fondo de la
embarcación, usando las palancas de vez en cuando sin

162
chapotear el agua, para que no se oyeran.

En esa forma se burlaban de los puestos de


vigilancia en algunos puertos del río.

Un día capturaron unas balandras cargadas de


balatá propiedad de Funes y les dejaron varadas a
orilla de río pero bajo, custodia, en territorio
colombiano.

Al mes, llegaron a los raudales donde las piedras


no permitían el paso. En los hombros de los trescientos
expedicionarios pasaron las catorce barcas, aunque a
veces eran remolcadas con mecates desde las orillas
del río cuando el agua daba fondo.

En unos días más estuvieron cerca de San


Fernando de Atabapo, fueron 27 días de viaje.

-Por allá es la pica, única vía para llegar de


sorpresa -les avisó Joaquín Palencia, el baqueano.

Pero para llegarle a la boca de la pica había que


atravesar una laguna de agua arremansada -donde los
borales y el fondo llano detenían las canoas que se
varaban en algunos sitios sin poder avanzar.

163
-Los que sepan nadar que se desnuden -ordenó
Arévalo; y se desnudaron cien hombres.

Eran dos cuadras de nado entre pozos y bancos


de arena.

-Nosotros nos tiramos adelante -dijeron los


hermanos Larrarte, pensando que los caimanes al
principio se asustarían con el ruido y después se
fueron lanzando de veinte en veinte hombres mientras
las canoas con menos peso avanzaban detrás vadeando
los arenales.

De los den hombres faltaron diez al llegar a la


otra orilla porque los caimanes; los tembladores y las
rayas tartaguitas no se espantaron como se esperaba y
entre encalambrados por las descargas eléctricas de
los tembladores, desesperados por la punzada de la
tartaguita y agotados por el cansancio, fueron presa
de los caimanes o rematados por los caribes, diez
hombres que no aparecieron nunca.

Pero logró pasar el batallón cuando el sol de los


venados teñía de anaranjado el paisaje a eso de las
cinco de la tarde.

Por el monte y con los machetes fueron abriendo

164
la pica de Titi que les permitía el paso entre el follaje
tramado de un cañaveral amargo, que no dejaba ver el
cielo para saber la hora.

Con gran esfuerzo y con temor de que oyeran el


golpe de las hachas, iban cortando árboles que servían
de puente para vadear los tremedales de arenas
movedizas. Así fueron avanzando lentamente hasta que
a las cuatro de la madrugada de un veintisiete de
enero de 1921 menudeó un gallo en una casa de San
Fernando de Atabapo y su canto rasgó el silencio.

-Ya llegamos -dijo un oficial.

-Todavía falta -replicó el baqueano-, y bajo un


invierno con granizada, muy raro en esa zona, fueron
entrando con el agua hasta las nalgas.

Reventaron en una de las calles del pueblo y en


pelotones de veinticinco hombres fueron saliendo en
carrera, poniéndole un cerco a la ciudad de sólo cuatro
manzanas.

Lo fueron cerrando más y más después de seis


horas de pelea, hasta rodear la casa grande de palma
real en la esquina de la plaza, donde vivía Tomás Funes
y era su Cuartel General.

165
Nunca esperó Funes ataque tan relancino.

Pasó un día y no podían tomar el cuartel por las


ventanas se defendía la gente de Funes con decisión y
valentía. El que se asomaba fuera del tronco de los
eucaliptos de la plaza, caía herido o muerto por los
disparos que venían de la casa.

Al siguiente día descubrieron el cañón y las latas


de petróleo. Estaban en una de las viviendas cercanas,
que hicieron desalojar de sus defensores. Pero el
cañón sólo tenía pólvora y carecía de balas de plomo;
por eso Emilio Arévalo lo hizo cargar con lo que
encontró.

Lo rellenaron con piedras, hierro viejo y hasta


latas de sardinas y entonces descargaron el primer
cañonazo contra las paredes de bahareque del cuartel,
abriendo un enorme boquete por donde no pudieron
entrar debido a los vivos fuegos del enemigo.

Después regaron el petróleo alrededor de la


casa y apuntaron de nuevo el cañón amenazando en voz
alta:

-Coronel Funes, sí no se rinde lo quemamos con

166
todo y casa.

Cuando Funes vio que tenían razón, gritó desde


adentro en tono conciliador:

-¡Espere general Arévalo le vaya mandar un


oficial!

Al rato salió un hombre, portando en la mano un


palo largo, en cuya punta, tremolaba la bandera blanca
del parlamento.

Lo recibió "Cuello de Pana" en el medio de la


calle conduciéndolo hasta la plaza donde lo escucharon
en círculo.

-Esta es la proposición de mi coronel -dijo el


hombre a quien no se le notaba el temor en la cara-. Si
'respetan la vida de él y los oficiales, les entrega el
parque, el dinero y todos los depósitos de balatá que
están dentro. Si no aceptan la capitulación,
resistiremos hasta morir y quemen la casa, pero todo
se quemará con ella.

Deliberaron largo rato hasta que aceptaron el


pacto y entonces Emilio Arévalo conferenció con
Tomás Funes y suspendieron los fuegos.

167
Después firmaron lo convenido, pero cuando
Funes fue a darle la mano, Arévalo se la dejó
extendida diciéndole con ampulosidad:

-Todas las aguas de los ríos y los mares no serán


suficientes para lavar el crimen de sus manos -y le dio
la espalda caminando apresurado entre los aplausos de
sus hombres.

Ese día por la mañana ordenaron un registro


general del pueblo, buscando sobre todo al "Picure" y
"El Avispa", los dos más grandes asesinos que tenía
Tomás Funes, quienes se escaparon silenciosos sin que
nadie se diera cuenta.

Comenzaron los hombres a buscar casa por casa,


hasta que de una de ellas, blanca, de zócalo azul, salió
Marcial Azuaje “Cuello de pana”, avisándole a sus
compañeros que allí estaba escondido un parque, en un
cuarto de deposito.

Sacaron debajo de unos sacos de balata


arrumados, una brazada de fusiles que pusieron en la
plaza.

Traigan al coronel Funes –ordenó Emilio Arévalo.

168
Y trajeron al hombre de piel cetrina, cara de
indio, quien dijo que no eran armas suyas.

-Que si son –decía “Cuello de Pana” – y que no


son –negaba Funes-. Pero de todos modos lo acusaron
de incumplir lo pactado, quedando el trato sin efecto.

Desde ese mismo momento Tomás Funes y se


ayudante Luciano López fueron encerrados en un
calabozo en espera de un Consejo de Guerra. 4

En la noche el guardián Cincinato Larrarte le


pregunto como quien no quiere la cosa:

-Coronel yo soy de Barinas, paisano de Roseliano


Herrera, dígame la verdad, ¿usted lo mató?

Lo miro profundamente el coronel y le contestó


sin vacilar:

-Búscalo en la targa y si está allí ese muerto es


mío.

4 Luciano López estaba en comisión fuera de San Fernando cuando asaltaron el pueblo. Musiú
levanti, compadre suyo y amigo de Funes, se ofreció para buscarlo después de la capitulación.
Cuando llegó con el se había roto el pacto y Luciano López fue para la cárcel.
Días antes Luciano López había encontrado gente extraña cerca de la Pica del Titi. Era la
vanguardia de la revolución, pero como se retiraron apresuradamente creyó que eran
merodeadores sin importancia y así se lo dijo a Tomás Funes.
169
Así supo Larrarte que la tabla cuadrada de
balatá blanco con cuatrocientos veinte nombres
escritos en tinta negra, era la targa que llamaba
Tomás Funes y donde anotaba los enemigos que hacían
desaparecer.

Estaba colgada en su oficina y nadie sabia su


significado. En la tercera fila aparecía el nombre y la
fecha del asesinato de Roseliano Herrera, su amigo de
infancia en Barinas, quien se había perdido buscando
fortuna con el caucho en las espesuras de Río Negro.

Hay que liquidar a este hombre por asuntos de


moral pública –dijeron los invasores, después que
comenzaron a escuchar las historias de la gente.

-Usted no tiene idea general Arévalo de las


tropelías cometidas por ese hombre -le decía un
comerciante. ¿Sabe como fue lo del gobernador?

Y el relato se alargaba mientras siguió el testigo


contando el suceso.

-Ya habían comido y estaban durmiendo, usted


sabe como es esto de caliente y da sueño temprano.
Fue un 8 de mayo de 1913.

Por eso este le permitió salir en comisión y quedarse sólo con poca gente, dando muestras de
imprevisión pues en su oficina encontraron los revolucionarios correspondencia de Pérez Soto
avisándole que para allá iba Emilio Arévalo.
170
-El general Roberto Pulido dormía en una hamaca
colgada en el cuarto.

-En la puerta, la guardia de seis hombres


también dormitaban en la boca de los fusiles, sentados
tres de cada lado en dos bancos largos paralelos.

-Se fueron viniendo los asaltantes en grupos de


tres en tres hasta coincidir en la puerta y entonces
rosnó el machete y el tiro de revolver.

-Le cayeron encima a los guardias matándolos de


inmediato, pues lo cogieron desprevenidos.

-Al general Pulido lo tiró el propio Funes desde


lejos y lo remató en la hamaca Balbino Ruiz a
machetazos. Era un chinchorro de Moriche que dejaba
colar la sangre para encharcar el piso. Sentado se
defendió Pulido con el winchester disparando varios
tiros antes de caer fulminado.

-A la señora doña Belén Baldó que estaba en


Maipures, le llegó Manuel González y en la propia cama
grande, la violentó el muérgano, pues era muy bonita y
por eso no la perdonaron los otros.

-La dejaron en la cama desnuda y soporosa,

171
sangrando y magullada en cada parte del cuerpo.

-Musiú Levanti, el italiano compadre de Luciano


López, la protegió después pero la mujer se dio cuenta
que musiú Levanti también la quería para él y se tiro
desesperada a las aguas del río de donde no volvió a
salir.

-Después todo fue más horrible todavía.


Armaron más gente y comenzaron a recorrer el pueblo
y mataron a todo aquel que era amigo de Roberto
Pulido, hasta el hijo del gobernador todavía
adolescente, lo mató Manuel González:

-Cada empleado uno por uno, en su casa, en los


mogotes, hasta en el horno de la cocina donde estaba
escondido el jefe civil. Metieron el fusil por la boca del
horno y comenzaron a vaciado dentro. Lo difícil fue
sacar al muerto después que se puso rígido.

-A partir de ese día sólo Funes vendía balatá y


sólo Funes compraba al precio que él quería.

-A partir de ese día sólo Funes vendía balatá y


sólo Funes compraba al precio que él quería.

5 Jacinto Lara, Manuel María Baldó, Juan Capechi, los hermanos Alberto, Juan Federico y
Antonio Espinoza. El doctor Baldomero Benítez, Pedro Valera, Enrique Delepiani y el negro
Soublette espaldero de Pulido, son algunos nombres de los más conocidos que murieron esa
vez entre centenares de personas que Juego completaron la lista.

172
-Luciano López, El Avispa, El Picure, Manuel
González y sus cuadrillas, vigilaban todos los caminos e
imponían el terror que hacía a todos obedecer.

-Pero les llegó su sábado -interrumpía otro-


primero, porque nunca creyeron que entraría nadie por
ese cañaveral de terreno anegadizo y después, ustedes
llegaron tan callados que jamás pensó Tomás Funes en
un ataque.

Y se hacían largas y más largas las informa-


ciones, que cada quien quería dar con más detalles.

Estaba Funes acostumbrado a correr los


forasteros y enviados de Gómez, quien al fin, se
conformó con dejado de jefe absoluto aceptándole su
cacicazgo para mantener el Amazonas. Pelear a Tomás
Funes era una empresa grande que no valía la pena el
esfuerzo.6

En la tarde después de escuchar a casi todo el


pueblo, se reunieron los oficiales a discutir para
castigarlo.

6 Después del asesinato de. Pulido, Gómez envió al general Abelardo Gorrochotegui a encargarse de
la Gobernación. Llegó desarmado a San Fernando de Atabapo y se encargó del gobierno, pero no
soportó mucho tiempo la tirantez de la situación y regresó a Caracas. Después, Juan Vicente Gómez
por primera y única vez en su vida aceptó un hecho cumplido y dejó el asunto como estaba. Tomás
Funes fue entonces el gobernador.

173
San Fernando de Atabapo, lugar donde mataron a Funes

Hubo la proposición de dejado libre con sus


armas junto con Luciano López y provocarlos en la calle
para matados a tiros aparentando un lance personal. A
esto se opuso el general Fermín Toro y todos lo
apoyaron en la solución definitiva, de que se hiciera un
juicio con Tribunal de Guerra y Defensor de Oficio,
para condenarlos a muerte con todas las de la ley.

Así lo hicieron esa tarde en la sala grande de la


casa.

174
Al otro día por la mañana, les leyeron la
sentencia, formaron una parada militar y sin cura que
los confesara ni venda que les cubriera los ojos,
fusilaron a Tomás Funes y a su oficial Luciano López en
la plaza de San Fernando de Atabapo, sin que soltaran
un gemido ni pidieran piedad a nadie, a pesar de que el
capitán Marcos Porras tardó bastante para dar la
orden de fuego después que el pelotón? apuntaba con
sus fusiles, varios de ellos en manos de hijos de las
víctimas de Funes que pidieron participar en el acto.
Eran las 9 de la mañana de un 30 de enero de 1921,
cuando ya el sol comenzaba a calentar.
REVOLUCION CONSTITUCIONAL. En San Fernando de Atabapo, capital del
Territorio Federal, a los treinta días del mes de enero de mil novecientos
veinticinco, por orden del Jefe de las Fuerzas Expedicionarias de la Revolución
Constitucional de las fronteras de Casanare y Arauca, quien en primer lugar
sugirió se reunieran los suscritos y directores de la misma imponerse a Tomás
Funes y Luciano López, responsables directos de todos los crímenes que se han
cometido desde hace ocho años en este Territorio; procedió a la votación
obteniéndose como resultado, que todos unánimemente manifestaron en estar de
acuerdo en que los dos criminales ya nombrados debía imponérseles la pena de
muerte en la plaza pública de esta ciudad, una hora después de terminada la
deliberación, en presencia de toda la fuerza y del elemento cívico de esta ciudad.
Terminado este acto se procedió en seguida a practicar la ejecución de los ya
nombrados Funes y López, los cuales fueron ejecutados por un Pelotón de la
fuerza al mando del capitán Marcos Porras y bajo la inmediata inspección del
Instructor General de las fuerzas, capitán Elías Aponte Hernández. Los suscritos
ponemos de manifiesto de la manera más formal y categórica que somos los
responsables directos de este acto de justicia que hemos llevado a cabo en
nombre de la Revolución Constitucionalista que representamos en este Territorio,
en nombre de la vindicta pública que clamaba por el castigo de los dos célebres
culpables y en nombre de la libertad del Territorio Federal Amazonas que gemía
bajo el peso aterrador de la tiranía de Tomás Funes. Así lo hacemos constar
solemnemente y lo firmarnos satisfechos de que hemos consumado un acto de alta

175
moralidad pública.
El Jefe de las Fuerzas, (f.) E. AREVALO CEDEÑO; el Segundo Jefe, (f.) Luis F.
Hernández; (f.) e! Jefe de Estado Mayor Generar, (f.) Fermín Toro; el Sub-Jefe
de Estado Mayor General, (f) Asisclo Ramírez; (f.) Marcial Azuaje c.; (f.)
Francisco Teodoro Rodríguez c.; (f.) R. Arria Ruiz; (f.) Napoleón Manuitt; (f.)
Cornelio Olivares; (f.) Lino H. Luzarde; (f.) Pedro Cachutt; (f.) Isaías Bello; (l.) A.
J. Delgado Gómez; (f.) Francisco Melián Rojas; (f.) R. Ballesteros Silva; (f.)
Alejandro Pacheco; (f.) Bernardo .S. Vallinete; (f) Polidoro Cuervo; (f.) E. Apunte
H.; (f.) Marcos Porras; (f.) A. Riobueno Ruiz; Miguel Mirabal A.; (f.) Julio Delgado;
(f.) Manuel M. Mirabal Yanabe; (f.) Carlos A. Rubio R.; (f.) Cincinato Larralde; (f.)
Angel Domingo Ojeda; (f.) Sixto Perico; (f.) Benjamín Colmenares.
SAN FERNANDO DE ATABAPO, 27 de enero de 1921 Señor General
AlFREDO FRANCO
Sus manos.

Estimado amigo:

En mi propio nombre y en e! de todos mis compañeros de armas le doy mi más


cordial abrazo de felicitación porque ya hemos libertado al Territorio Federal
Amazonas.
No puedo escribirle más largo por el momento. Impóngase de la carta
que hoy le escribo al doctor París y que es también para usted.
Démele un abrazo al amigo Pedro Machado y que se imponga de todo esto
con gran placer, lo mismo todos los buenos amigos de esa frontera.
Haga que mi Alocución se publique lo más extensamente posible.
Lo abraza su amigo afectísimo,
E. AREVALO CEDEÑO

176
XVII
BRUJERIAS CON PIAPOCO

Durante el tiempo que pasó Arévalo en San


Fernando de Atabapo, se fue acomodando en la indiera
"Maisanta" Pérez Delgado.

Colgaba su hamaca en una enramada con catorce


compañeros más. El capitán de los indios les daba
muestras de aprecio, y también de miedo por las armas
de fuego que no lo desamparaban.

A los días se fueron los otros a las sabanas de


Las Margaritas y se quedó el Americano acompañado
por el Mocho Payara.

-Váyanse tranquilos muchachos que cuando


llegue la hora les avisaré con Payara y el sitio de
reunión será la Mata de las Palmeras. Esperare mas, a
ver que pasa con los que se fueron a Río Negro -les
dijo como despedida. Mientras tanto yo me quedo aquí,
con esta indiada esperando los acontecimientos.

Un día estando acostado en el chinchorro con la


vista fija en la distancia, se le acercó el cacique de la
tribu.
-Blanco triste porque no tiene guerra, blanco no

177
es hombre de paz, blanco debe hacer algo porque
hombre que no habla se vuelve loco.

-Es verdad, cuñao; de golpe me quedo con el


pensamiento entre dormido y despierto y por eso me
ves tan callado, pero como eres mi amigo, permaneceré
con ustedes donde no me buscarán nunca.

-Blanco puede quedarse todo el tiempo que


quiera con Indio Bravo. Indio Bravo admira a Maisanta
porque Maisanta ser bravo, más bravo, que toro recién
capado en una mata.

Se sonrió Pérez Delgado con la comparación del


indio y siguió en el tedio de la espera.

Más tarde se le acercó de nuevo el capitán de la


tribu, acompañado esta vez de una muchacha joven,
vestida de zaraza colorada de la cintura para abajo.
Como acostumbraban vestirse cuando conseguían tela
roja; cambiada por chinchorros de moriche a un turco
de Bogotá, que venía con sus cachivaches haciendo
negocios de permuta.

-Blanco triste no gustar capitán, capitán regala


pollona a general Maisanta para que le la vida y volver
risa a su cara.

178
Desde ese día Candelaria fue la mujer de
Maisanta.

Candelaria era una indiecita joven que pasó con


él tres meses Y silenciosamente se dejaba amar
mirándolo intensamente con sus ojos negros y
brillantes como venado asustado.

Solícita le servía en todo haciéndolo sentirse un


hombre en su casa.

-Ahora sí me envainé yo con Candelaria, le estoy


poniendo cariño a la india -le dijo un día al Mocho
Payara, mientras abrevaban los caballos en el Caño del
Cubarro que bordeaba el campamento.

-Téngale cuidado jefe, mire que así se ha perdía


mucho hombre, porque de aquí no sale nunca. Eso le
pasó a un doctor de Bogotá que se quedó para siempre
viviendo con estos indios.

-Avíspese jefe, mire que d indio sabe brujerías


y esa vaina es peligrosa.

-Dicen que el que toma polvo de pico de piapoco


se muere aquí. No se vaya a dejar echar los polvos en

179
la comida, mire que esa india es bellaca.

-¿Candelaria, qué es el piapoco? -le preguntó esa


tarde Maisanta, y Candelaria sorprendida le enseñó el
follaje frondoso de un árbol donde en la rama más alta,
se posaba un pájaro negro con pico amarillo y largo, al
tiempo que le decía:

-Mi blanco siempre se acordará de Candelaria


cuando oiga cantar piapoco, piapoco, piapoco.

-Ah carajo, Mocho Payara, tú tenias razón


porque ya conocí el piapoco.

-Recuerda lo que te dije cuando estábamos en El


Viento.

-Vete y revisa la "burrita y su jamuga" que son


las armas enterradas al cuidado de Montes de Oca.
Sácalas que llegó la hora y reúnete conmigo de hoy en
Cinco días en la mata de las palmeras. De paso, avisa a
la gente que tenemos parque y municiones para ciento
cincuenta hombres y que los espero allá para formar la
tropa.

Esa noche se fue Payara y a los tres días se salió


de la indiera Pedro Pérez Delgado, sin saber a ciencia

180
cierta si le habían dado polvos de pico de piapoco
tostado.

Al despedirse, Candelaria le dijo:

-Blanco volverá, blanco volverá conocer hijo que


dejó metido barriga de Candelaria.

-Qué vaina, Candelaria, guárdamelo para cuando


vuelva y no tendré que buscado mucho porque seguro
que saca el ojo como el mío y por el ojo lo encontraré
aunque se esconda entre la gente.

Cuando caía la tarde pasando Caño de Cajaro y el


caballo chapoteando remontaba la barraca, oyó sobre
su cabeza, en el copo de una mora, el canto triste del
piapoco, piapoco, piapoco. Entonces Maisanta comenzó
a pensar en la india Candelaria, apretándosele el
corazón y Menándosele de tristeza el alma.

En ese momento pensó de nuevo en que a lo


mejor sí le dieron los polvos con poder brujo y le dio
con los talones a los ijares del caballo y se perdió, en
el banco de sabana.

181
XVIII
EL TUERTO VARGAS

En el amplio salón del hato Las Margaritas,


estaban dos hombres: uno alto, delgado, moreno, con la
piel quemada de sol y un ojo blanco y sin visión: el
doctor Roberto Vargas, a quien le decían "el tuerto".

El otro, blanco, delgado, pequeño, cerrado de


barba y afeitado al rapé, ojos negros brillantes y pelo
liso peinado hacia atrás: el Dr. Carmelo París.

Los dos eran universitarios y jefes


revolucionarios y los dos con el máximo título de la
época: doctor y general. Así encontró de nuevo Pedro
Pérez Delgado a quienes eran los jefes de la
Revolución.

Carmelo París era un médico de Maracaibo, con


veintidós hatos en Colombia vendidos todos, para el
gasto, de la guerra.

Roberto Vargas, un ingeniero de Parapara de


Ortiz, había dado también todo lo suyo y seguía en el
exilio con el antojo tendido hacia la patria.

182
Capitán Hilarión Larralte La Palma, cuyas narraciones son el alma de este
libro

183
Ellos tenían el dinero y de ellos era el comando y
ese día cuando entraron Pedro Pérez Delgado, Roque
Puerta, Julio Olívar, Pedro Fuentes; "Quijada de Plata"
y doce más, sabían que la guerra seguía pero bajo la
jefatura de estos dos.

Al otro día se comenzaron a notar las


divergencias, cuando uno de los hombres de Maisanta,
el capitán Hilarión Larrarte, un barinés ojos rayados y
medio catire, se comía el almuerzo en una concha de
terecay.

Había comentado Larrarte, que el general Julio


Olívar había querido fusilar a un soldado porque se
robó una panela de dulce y que hubiera sido un
asesinato matar a un hombre hambriento.

Cuando Olívar lo supo, le reclamó en el almuerzo


con voz de rabia y desprecio.

-Sí es verdad mi general, eso no nos gustó a, los


oficiales, porque este no es un campamento del tirano,
sino de hombres libres. Pero no había terminado de
hablar, cuando Olívar lo encañonó y la bala del ocho y
medio le quemaba la camisa hiriéndole dé refilón.

184
Saltó Maisanta, sable en mano y amonestó
fuertemente a Olívar, diciéndole con energía:

-De una vez general, dividamos el Campamento y


sabremos quien se impone: si usted con sus métodos, o
los que piensan tan bonito como el capitán Larrarte.
Eche pa'lante, general.

Con la sorpresa del incidente, inesperado,


intervino presuroso el tuerto Vargas.

Después que el suceso se subsanó, Larrarte le


dijo a Olívar:

-Mi general, a pesar de 10 sucedido no tengo


inconveniente en seguir siendo su amigo, el enemigo de
hoy, puede ser el amigo del mañana.

Y Olívar le contestó:

-Queden por testigos los presentes que por


primera vez doy satisfacciones a un hombre.

Entonces alegró el momento Maisanta, cuando


con la risa en la cara le dijo a los presentes con voz
aflautada y fuerte:

185
-Así sí, señores, la burrita va cogiendo el nado y
cada quien va sabiendo lo que quiere.

186
XIX
UNA PLAZA SEMBRADA DE BUCARES

A sabiendas de que se reunirían con Arévalo


Cedeño, invadieron a Venezuela y comenzaron a
concentrarse en Caicara con el ejército triunfador de
Río Negro. 8

En junio de 1921, estaban todos en ese pueblo


con calles rectas de polvo blanco como la cal. Se
juntaron en su totalidad con la tropa de Arévalo
Cedeño, que regresaba con fusiles nuevos, municiones y
dinero de los depósitos de Tomás Funes. Las fajas en
la cintura de los oficiales estaban repletas de
morocotas.

Allá estaban los jefes revolucionarios doctores


Roberto Vargas y Carmelo París.

Esa tarde se saludaron de nuevo y también se


pusieron de acuerdo Emilio Arévalo y Pedro Pérez
Delgado.

-Iré con usted, general, en el destino que me


ordene el Estado Mayor.

8 Antes se habían entrevistado con Arévalo en Puerto Carreño, Roberto Vargas, Carmelo París y
Pedro Pérez Delgado, según se deduce en la página 127 del Libro de Mis Luchas, de Emilio Arévalo,
editado en Caracas, Tipografía Americana, año 1936.

187
-A su mando va la mejor tropa de infantería,
general Pérez. Puede escogerla usted mismo, pues se
ha decidido que irá por la Manga en el ataque a
Guasdualito. Y el general Pedro Fuentes por el
chinquero en línea recta -le respondió Emilio Arévalo.

Esos eran precisamente los puntos más difíciles


en el ataque de esa ciudad.

Pedro Fuentes "Quijada de Plata", era otro de


los mejores oficiales de la revolución. Un tiro le partió
una vez el maxilar inferior. Herido se fue a Bogotá,
donde le suturaron la mandíbula con alambres de plata.

Cuando regresó todos le decían "Quijada de


Plata", que siguió usando como nombre de guerra, y
pasó a ser legendario en el llano.

En la noche discutieron los oficiales, pues no


todos estaban de acuerdo en atacar a Guasdualito,
porque San Fernando era más fácil.

Al final de la larga reunión se impusieron el


doctor Roberto Vargas, comandante general; su
segundo, Carmelo París, Jefe de Estado Mayor y Emilio
Arévalo Cedeño, Jefe de la División "Río Negro".

188
Al otro día por la mañana salió el ejército para
Guasdualito, pasando por Cabruta, en líneas paralelas
de hombres por la llanura inmensa.

Mil doscientos hombres armados con fusiles


nuevos y formando un ejército anárquicamente
vestido, pero disciplinado con la esperanza.

Unos usaban el sombrero borsalino, ala ancha y


botas altas de cordón en los pies. Otros andaban en
alpargatas con sombreros de cogollos y franelas
remendadas.

Los oficiales con faja ancha y revólver en la


funda y el soldado a veces descalzo usando por
zapatos, el callo grueso formado en la planta de los
pies de tanto caminar sin protección.

Los jefes montaban buenos caballos lujosamente


enjaezados a la manera colombiana: Las sillas con
pellones multicolores y los aperos de talabartería fina,
Falsetas de cerda blanca y negra y charnela s de plata
en las riendas.

9 Esta organización trajo graves divergencias en la oficialidad. de Arévalo, que le proponía


no aceptar la imposición de Vargas, quien había sido nombrado Jefe Superior por el
Comité Revolucionario del exterior. El Libro de Mis Luchas, págs. 128 y siguientes.

189
"Maisanta" Pérez Delgado con el pelo de guama
de borlita y la peinilla terciada al pecho por la banda
amarilla, usaba botas y puños de cuero negro
apretándole las piernas. Una blusa blanca abierta en la
cintura mostraba la faja de cuero negro con bordados
rojos y amarillos. Alrededor del cuello llevaba un
pañuelo para defenderse del polvo en las caminatas.
Era de color azul apretado por un anillo "uña de pavo",
adornado con un rubí en montura de oro puro.

Calcinaba el sol cuando entre sus destellos


apareció el médano de Las Cenizas, sus arenas
despedían mariposas brillantes entre los pajonales
raquíticos.

Sobre el resplandor esperaba el batallón con


que el doctor Hernán Febres Cordero y el general
Tovar Díaz defendían al gobierno.

Lo atacaron al toque de corneta de 1 y 14, el


cual ordenaba fuego y adelante en los horizontes
abiertos.

Avanzaron los batallones encerrando a Febres


Cordero.

Le tenía el paso cortado el coronel Francisco

190
Teodoro Rodríguez, llamado "El Pelón" por los suyos,
cuando rasgó la sabana el clarinazo de 1 y 13 mandando
a cesar los fuegos.

El Pelón obedeció disciplinadamente saliéndose


por un flanco la gente del gobierno ante los ojos
incrédulos del ejército revolucionario',

-Ah carajo, si no me acordaba que Febres


Cordero es Mochero viejo, compañero de Vargas -
comentó Maisanta tragándose el resentimiento.

Se perdieron en La Ceniza grandes cantidades


de municiones y armamento, pues muchos se
desertaron desmoralizados por el rumor de que todo
fue a prepósito.

-Pero desmoralizados y con la sospecha


carcomiéndoles el cuerpo siguieron avanzando para
Guasdualito, dejando el rumbo de San Fernando para
donde habrían seguido si hubiesen triunfado ese día.

10 Roberto Vargas se defiende de estas sospechas en su contra en una carta pública para los
otros jefes, que aparece en el Boletín del Archivo Histórico de Míraflores, página 218, volumen
33, año 1964. En ella dice que ordenó detener los fuegos porque eran las 3 de la tarde y la
noche cercana hubiera impedido la persecución al derrotar al enemigo. Además los pertrechos
que eran traídos en carretas de bueyes pesadas y lentas habían tardado en llegar corriéndose
e! peligro de quedar sin balas en e! medio de! combate. Esta carta muestra el estado de
descomposición del mando revolucionario por las intrigas entre los propios jefes.

191
Ese era el abigarrado grupo de hombres que
atacarían a Guasdualito, cuando el 18 de junio en la
tarde acampó en las afueras de la ciudad; orga-
nizándose esa noche el ataque que el 19 por la mañana
11
comenzó a ser realidad.

A las seis izó la bandera ese domingo en el


cuartel del pueblo el sargento Castor Antonio Pérez.
Un zamuro se posó en el asta momentos después y ese
fue el primer augurio de muerte.

Ya huele a muerto -comentó un soldado del


gobierno con un dejo de tristeza.

Los soldados de Pérez Delgado se metieron por


la Manga.

Trescientos hombres con fusiles nuevos y


peinilla al cinto para el remate.

-¡Arza arriba gente! -les dijo Maisanta al canto


de los gallos de esa madrugada.

-El ataque lo dirijo yo en persona, por el medio


de la Manga y después por la calle. Y tú, Mocho Payara,
te quedas con veinte hombres de los míos en la
retaguardia.

11 Según Arévalo Cedeño (ob. Cit.) este suceso ocurrió el 21 de junio a las 8 de la mañana.

192
-Ustedes no pelean hasta llegar al Cuartel. Van
machete en mano empujándome los rezagados.

-Y esta es una orden -dijo levantando la voz:

-El que se devuelva, así sea yo mismo, por


cobarde o porque le entra el miedo de golpe, primero
plan con él y si se resiste, me le cortan la cabeza.

Ese era el Pelotón Sagrado "Aramendi" que


usaba el Americano en todos sus combates.

La retaguardia tenía siempre la misión más


difícil.

Así lo pregonaba Pérez Delgado con orgullo y


fanfarronería:

-¡Mai Santa! "cada hombre mío vale por veinte


de los de Juan Vicente Gómez".

En ese grupo selecto era en el que más confiaba


el Americano y ellos no lo abandonaban nunca.

Venezolano o colombiano pero para ser


"sagrado'" de Maisanta, -se necesitaban tres cosas:

193
LA SAGRADA DE “MAISANTA” Para ser sagrado de “MAISANTA”solo
se necesitaban tres cosas: no conocer el miedo, ser jinete de primera y
no darle asco las cargas a machete.

No conocer el miedo, ser jinete de primera y no


darle asco las cargas al machete.

Se bajó Maisanta del caballo cuando no más


comenzaron los tiros y lo amarró en un totumo que
servía de horcón a un cañizo, en la primera casa de la
calle larga y por ahí se fue metiendo, pasando por
dentro de la Manga de encerrar el ganado, en la
cercanía del matadero.

Disparaban sincrónicamente los hombres de


infantería en grupos de cinco soldados y el Americano

194
con ellos animándoles con sus gritos:

-"Viva la Revolución. ¡Mai Santa, muchachos!, que


son bastantes. Pa'lante muchachos que la muerte
espera".

Así fueron convergiendo hasta el atrinchera-


miento del batallón Táchira.

Un batallón de tropas de línea que había llegado


desde San Cristóbal, atravesando la selva de San
Camilo por los caminos ganaderos, estaba al mando' de
los coroneles Benicio Jiménez y Antonio Paredes
Pulgar, comandante de la guarnición de Guasdualito,
quien se fue hasta la Manga para defenderla en
persona.

Con las ventanas, los cañizos y los portales, se


fueron protegiendo los hombres, peto en avanzado
permanente, hasta que como saetas vengadoras le
cayeron a las trincheras. Con las bayonetas caladas y
rematando con el machete, derrotaron esa mañana al
batallón tachirense.

Más de cuatrocientos muertos quedaron


espatarrados en la calle cuando el sol calentaba.

195
Casi en la esquina de la plaza mataron al coronel
Cincinato Larrate La Palma, un barinés revolucionario,
hijo de un oficial de Ezequiel Zamora que también se
llamaba Cincinato Y hermano de Hilarión, presente en
el asalto.

Y en la otra esquina, cuando se asomaba a la


cabeza de su gente, le volaron el pecho al doctor
Ricardo Arria Ruiz, un médico y general que comandaba
otro batallón.

El francotirador Pedro Becerra, corneta de


órdenes del gobierno, se jactó a gritos de que con éste
eran tres los jefes que había tumbado ese día.

¡Mai Santa!, que nos matan a la flor de los


oficiales –grito lleno de rabia el Americano, después
que, por el repliegue de los pocos que quedaban del
Batallón Táchira, llegaba con su gente a la otra esquina
del cuartel.

Allí fue donde vio al barbero, un barberito


colombiano, que le cortaba el pelo en Guasdualito
cuando eran tiempos de paz.

-¿Camarita, cómo le va? -le gritó Pérez Delgado.

196
-Aquí, mi general, viéndole su pelea –le contestó
el hombre detrás de la ventana.

-Ah carajo, compañero -y no le dan ganas de


probar o acaso ésta no es su guerra?

-Si la es, mi general y le apuesto una botella de


ron a que si me da un fusil, llego a la puerta del cuartel
primero que ustedes.

-Va de apuesta, Pedro Sánchez -y le entregó el


fusil y cien tiros al hombre que salía ya decidido, por la
puerta de la barbería.

Avanzaron todos los soldados en una masa


compacta a través de la plaza sembrada de enormes
bucares floreados de rojo y protegiéndose con los
troncos cuando el fuego los raleaba.

Pero "Maisanta" y el barbero no se protegieron


nunca. A cuerpo limpio siguieron adelante hasta que
llegaron a la puerta del cuartel que marcó primero en
la carrera, el barberito colombiano con el filo de su
machete.

-¡Mal Santa!, camarita, yo creía que no


llegábamos, pero ganastes la botella que con mucho

197
gusto compartiré contigo, porque no te creía tan
hombre. Con cinco mil como tú, yo estaría en el
Capitolio -le dijo Maisanta soltando la carcajada.

Después siguió el fuego cruzado con el cuartel


principal donde se habían refugiado los defensores.
Allí estaba también el general Jesús Antonio Ramírez,
el mismo de Puerto de Nutrias, quien se defendía
encerrado con la gente que le quedaba. Los hombres de
la revolución estaban tan cerca de las puertas y
ventanas, que lo insultaban desde la plaza a viva voz.

-Lea la carta capitán -dijo Arévalo.

Y el capitán Hilarión Larrarte La Palma leyó una


carta en voz alta donde el general Ramírez le ofrecía a
Emilio Arévalo entregarle el cuartel y pasarse a la
revolución cuando invadiera de nuevo.

Al terminar la lectura habló Maisanta:

Qué carajo importa una traición más si en este


país todos lo hacen. Pero Roberto Vargas no se dio
cuenta del sentido de estas palabras.

198
XX
SOLO VEINTIDOS HOMBRES
SILENCIOSOS

Se insultaron entre las descargas de fusilería


hasta la tarde temprano cuando comenzaron a izar en
el balaústre, de la ventana del cuartel, una bandera
blanca que fue recibida con gritos de alegría.

Se hizo un silencio profundo en todas las calles


del pueblo, las puertas cerradas de las casas
comenzaron a entreabrirse chirreantes y caras
asustadas se asomaron por precaución.

Dos viejas arrastraron por un solar el cuerpo


sangrante del doctor Ricardo Arria Ruiz. A travesaron
un topochal umbroso y lo metieron en un corredor.

Dos hombres se llevaron en silla de mano a


"Quijada de Plata" muy herido y lo acostaron en una
cama de catre cuyo fondo de lona blanca se manchó de
rojo encendido.

En las calles y perturbando el silencio sólo se


oían los lamentos de los heridos:

¡Ay mi madre, agua, agua por el amor de Dios!

199
Así pasaron tres días de pelea encarnizada.

Aún era de día, al tercero, cuando se abrieron


las enormes hojas del portón del cuartel y el general
Benicio Jiménez recibió en el zaguán al general
Francisco Parra Pacheco, en representación de el
tuerto Vargas y Carmelo París.

Emilio Arévalo con el Estado Mayor esperaba en


el medio de la calle.

Regresó Parra Pacheco con un papel firmado


donde los jefes Antonio Paredes Pulgar, Ramírez,
Ramón Peña y Benicio Jiménez se comprometían a
entregarse por la mañana.

Cuando se reunió el grupo de nuevo y caminaron


hacia la otra esquina pasaron al lado del cadáver con la
cara al sol del capitán Cincinato Larrarte.

A su lado lo contemplaba Maisanta con los ojos


rojos de llanto y rabia.

-¿General por qué esperar? Si se van a rendir


que sea ahora mismo y si no, demos el asalto final en la
noche mientras la oscuridad nos favorece.

200
-¡Mai Santa!, doctor Vargas, si tenemos el
pájaro en la jaula aprovechemos para agarrado.

-Ya firmamos una capitulación, cuyo efecto


comenzará mañana yeso no se discute general Pérez -
le contestó el tuerto Vargas con voz fría y cortante
que no dejaba tiempo a réplicas.

Siguió el grupo hacia la casa que le servía de


jefatura de operaciones y se quedó sólo Maisanta
parado en el medio de cuatrocientos muertos que
estaban esparcidos en la plaza y sus alrededores, como
preguntándose a sí mismo, si valdría la pena tanta
muerte.

A las doce de la noche se tocó silencio con la


corneta entristecida y sólo se oía el traquear
alejándose de las carretas con los muertos y sólo se
veían los candiles en los portales de las casas, donde
cuidaban los heridos.

-En la madrugada se oyó el golpe apresurado de


un caballo y un hombre se bajó jadeante en la casa del
Estado Mayor.
-¡A una legua de aquí viene tropa del gobierno,
no son menos de quinientos hombres!

201
-Deben ser las fuerzas del Estado Zamora, pues
aparecieron por ese rumbo.

La cornea tocó alerta con sonidos impacientes,


que después fue retirada cuando los jefes deliberaron
y decidieron dejar el pueblo para no caer entre dos
fuegos.

En la mañana se retiraron los revolucionarios por


el camino del Amparo, mientras por el camino de
Zamora entraba el general Sálvano Uzcátegui con el
batallón de refuerzo.

De lejos, como a una cuadra, se reconocieron


Hilarión Larrart y Juvenal Balestrini, cada uno en un
bando distinto y a pesar de todo se saludaron
alborozados, pues se habían criado juntos en Obispos
de Barinas.

Mientras se decidía abandonar a Guasdualito, el


Americano permaneció callado con los ojos
relampagueándole por la rabia contenida.

Después que hablaron todos, dijo ton voz cada


vez más alta:

-Señores, si se los dije anoche, el pájaro ya

202
estaba enjaulado y ahora volará de nuevo. Si
hubiéramos atacado de inmediato, hoy seríamos
dueños del cuartel y con el parque y las municiones
hubiéramos derrotado a Uzcátegui.

Y encolerizándose más cuando vio que todos


salían sin contestarle, se arrodilló en la calle solitaria
de Guasdualito viendo con mirada fija a los que se iban,
y para que nadie dejara de oído lanzó su maldición:

-¡Maldita sean los doctores y todo aquel que


aprovecha la guerra para ver si llega arriba a costillas
de los de abajo!

Y besando el suelo de la calle arenosa juró ante


sus atónitos oficiales que lo esperaban respetuosos:

-Juro que no daré un paso más al lado de estos


carajos, que cuando hay que jugársela toda como
corresponde a los hombres completos, comienzan con
la conversadera.

Se retiró por calle contraria, seguido de su


escuadrón sagrado de sólo veintidós hombres buscando
el rumbo de Elorza, en la frontera con Colombia.

Caminaron esa tarde leguas y leguas sin

203
pronunciar una palabra. Guasdualito quedó atrás y
siguió llamándose Periquera como si fuera recuerdo
perenne por la que se armó esa vez.

204
XXI
LA MORDIDA DE LA CULEBRA

A los dos días llegó el doctor Hernán Febres


Cordero, gobernador de Apure, con las fuerzas del
gobierno y por travesía apareció Vincencio Pérez Soto
con el Batallón "La Flor del Orinoco" y quien había
pasado de la Gobernación de Apure a la de Bolívar.

Vincencio Pérez Soto era una mezcla de hombre


de acción con gestos caballerescos y cierta inclinación
a la cultura.

Cuando estaba en San Fernando cultivaba la


poesía.

En los salones del hotel D'Anelo se reunía con


los poetas y recitaba entre los brindis.

Diego Córdoba, Leonte Olivo, el poeta Muñoz, el


poeta Trujillo y muchos más asistían, a su tertulia. Una
tarde se incorporó un joven flaco y pálido que se
llamaba Andrés Eloy Blanco y quien tenía la ciudad
como cárcel por ser rebelde contra Gómez.

A pesar de esto, Pérez Soto lo invitaba y en las


noches de luna clara daban serenatas en San Fernando.

205
Hasta la ironía de Andrés Eloy Blanco se la
perdonaba el Presidente, como sucedió una vez cuando
estaban bebiendo ron y Andrés le preguntó:

-General, ¿cuál es el ron más malo? -y ante la


negativa de Pérez Soto, le dijo el poeta con sarcasmo:

-El "Ron Pedrique", general. Pérez.

Se refería al Secretario de Gobierno, quien no


veía con buenos ojos la presencia de un enemigo en las
reuniones del hotel D'Anelo.

Vincencio Pérez Soto se sentía bien con los


hombres de intelecto, pero esa condición era
contradictoria con su carácter primitivo.

Por eso cometía actos de barbarie como la vez


que invitó a una ternera a los mendigos de San
Fernando en la orilla de Puerto Miranda.

Iban las canoas en el medio del río crecido


cuando las voltearon por sorpresa.

-Se ahogaron los mendigos verdaderos y


enfermos, porque los falsos y sanos, salieron nadando

206
y fueron para la cárcel por engañar al público
-decía después Vincencio Pérez Soto entre
carcajadas.

Esa tarde después que se reunió con Febres


Cordero, en la persecución de los derrotados de
Guasdualito, no habían caminado mucho por la ribera
del río cuando agarraron a un tuerto, oficial de "Cuello
de Pana" en la Isla de Indabaro.

El tuerto, a pesar de los planazos que le


rasgaban la espalda, se negó a confesar donde estaba
su jefe.

Entonces le puso Vincencio Pérez Soto un fusil


en la mano a José Antonio, un muchacho hijo suyo, para
que aprendiera a matar un hombre.

El muchacho de catorce años se negó a disparar


y le dijo entre sollozos:

-Así rendido no, papá; que lo maten los soldados.


Cuando yo mate el primer hombre tiene que ser
peleando.

Se quedó silencioso el general Pérez Soto


durante el resto de la tarde.

207
Al llegar a Elorza, Febres Cordero, quien había
sido nacionalista y viejo amigo de Alfredo Franco, le
dio garantías a este general prometiéndole la vida y la
ciudad de San Fernando como cárcel, bajo su propia
custodia.

Aceptó el general Franco, quien se había venido


con su gente pasando el Arauca por el paso Clarinetero
y había llegado tarde al asalto de Guasdualito.

Bajo la protección de Febres Cordero siguió


Franco para San Fernando, basado en la capitulación
que no fue aceptada por los demás.

Para Colombia se fueron desguasando el río


Arauca, los doctores Roberto Vargas y Carmelo París,
junto con el general Emilio Arévalo y todo el resto de,
la tropa con el desaliento del fracaso.

Por las sabanas del Apure Maisanta y sus veinte


hombres siguieron a salto de mata; que es como decir
acosados como animales de cacería en tiempos de
Semana Santa.

A los días recibió Pérez Delgado un recado de


parte del general Febres Cordero, ofreciéndole
garantías para que se entrevistara con él. El

208
intermediario para el arreglo fue Alfredo Franco, el
mismo que por primera vez le metió la guerra en el
cuerpo.

Se vino el Americano hasta un fundo cercano,


pero se mantuvo a la expectativa para ver si cumplía lo
ofrecido.

No fue detenido ni él ni ninguno de sus oficiales


y entonces se dedicaron a la compra de ganado para la
venta a los comerciantes del Táchira.

Cuando el doctor Hernán Febres se encontró


esa tarde con él en el paradero del fundo, le dijo con
hidalguía:

General, conserve su revólver, que un hombre de


sus condiciones no puede andar desarmado.

-Gracias, doctor Febres; mientras usted nos


cumpla la promesa nosotros nos quedamos en estos
medios dedicados al trabajo honrado –le contestó
Maisanta, mirando fijamente en los ojos al Mocho
Payara, que se movía inquieto como si desconfiara
temprano.
Febres Cordero sabía que sólo así,
permitiéndoles que vivieran en el territorio

209
venezolano, podría pacificar el Apure.

Pero la orden de Gómez fue muy clara y precisa:

-Como usted quiera, doctor, pero no los pierda


de vista, mire que en cualquier momento le sueltan la
mordida como las culebras bravas.

Un domingo por la mañana se desenrolló de


nuevo la culebra brava de la guerra.

El general Parra Pacheco con sus ochenta años a


cuestas, invadió de nuevo y atacaba a San Fernando
12
antes de que clareara el día.

Era un 12 de mayo de 1922.

El coronel Waldino Arriaga montado en Una mula


castaña, arremetía con su gente buscando la Casa de
Gobierno donde estaba el Presidente y cuando llegó a
El Cañito en las calles de San Fernando, lo partieron de
un balazo.

12 El jefe superior de esta invasión era el doctor y general Carmelo París. Andaba también el
general Fermín Toro. Parra Pacheco era el alma y el táctico en el ataque, recomendando siempre
su célebre consejo de viejo guerrillero: "No

210
Era un 12 de mayo de 1922.

El coronel Waldino Arriaga montado en una mula


castaña, arremetía con su gente buscando la Casa de
Gobierno donde estaba el Presidente y cuando llegó a
El Cañito en las calles de San Fernando, lo partieron de
un balazo.

Al mediodía se retiró el general Parra por los


caminos de Zamora y a los días estaba atacando a
Nutrias donde le dispersaron la gente.

En una de las entradas de Ciudad de Nutrias, en


la pata de un samán, quedó herido de muerte el coronel
Pablo Tamayo, un tocuyano valiente a quien sólo
detenían las balas.

Se retiraron los demás, y se quedó el anciano


general Parra, porque su estado físico era tan malo que
no podía seguir huyendo.

se dejen matar inútilmente. Cuando estén copados retírense a tiempo para encontrarse
después en un sitio previamente seleccionado. Prisioneros para La Rotunda, ¡nunca!
Esta invasión fue liquidada después de la retirada de Nutrias en la derrota de Los Galápagos en
tierras del Guárico.
París cayó prisionero en Oriente.
Toro capituló ante e! general Teodoro Velázquez en Manapire. El capitán Fide! Betancourt
siguió los consejos de Parra Pacheco y se escapó una noche. "¡A La Rotunda, nunca!", repite el
viejo capitán cuando termina su narración.
211
La fiebre y la disentería lo tenían postrado en
una cama.

Así pasó varios días escondiéndose de casa en


casa, hasta que entró a Nutrias el coronel Zabulón
Crespo, con los refuerzos del gobierno y alguien le dijo
dónde estaba el enfermo. 13

Dentro de un escaparate lo tenían escondido ese


día y de allí sacaron al anciano veterano de cincuenta
años de guerra.

Con fanfarrias, cohetes, vivas y un gran desfile


de empleados, recibieron en Barinas al pelotón que
traía preso al general Parra Pacheco.

El viejito enteco, flaco y blanco con una chivita


alargada, casi se caía de la mula. Lo destruía la
disentería, el cansancio y sus ochenta años de guerra.

-Viva Gómez -gritaban todos-. Viva Gómez -


coreaban las mujeres.

13 Esto le valió al general Carlos Jordán Falcón la reivindicación ante el general Gómez. Desde
.la derrota en Nutrias estaba retirado en su hato. Al saberse el ataque recibió órdenes de
incorporarse al ejército del gobierno, con la jerarquía de su rango. Jordán y el general Sálvano
de Jesús Uzcátegui eran los jefes del coronel Crespo, cuando éste hizo prisionero al general
"Francisco Parra Pacheco.
212
En el calabozo de La Lechuza le pusieron un par
de grillos.

Se imaginaban los carceleros que le estaban


poniendo grillos a un hombre para que no huyera como
si tuviera fuerzas para escapar quien ya se estaba
muriendo.

Pérez delgado andaba sabaneando con su gente


cuando atacaron a San Fernando y al llegar a la casa se
encontró con la noticia que no dejó de sorprenderlo.

Al otro día fue mandado a buscar por el propio


doctor Febres Cordero. Estaba en el baño desnudo
cuando llegó la comisión.

El chingo Cordero, un primo del Presidente, al


darse cuenta que el hombre estaba indefenso, decidió
acabar con la comedia aprovechando la oportunidad.

Lo encañonaron desde lejos sin darle tiempo a


coger la faja donde brillaba el revólver, colgada en la
horqueta de un guanábano en la barranca del caño.

14 El amigo Enrique Medina Febres, nieto del general Isilio Febres Cordero, Presidente de
Barinas para la época, nos afirma que Parra Pacheco no murió en Barinas. Sobrevivió a la
cárcel y murió después en Caracas donde él lo conoció. Además da fe de que por su
ancianidad fue tratado con toda consideración durante su prisión.
213
Y lo llevaron preso ante el doctor Hernán, quien
se justificó diciendo que se rompía el pacto porque
"Maisanta" estaba comprometido con el general Parra
Pacheco y no le avisó al gobierno el ataque a San
Fernando.

-"Mai Santa", doctor Febres, esa vaina sí que no.


Yo me acogí a sus garantías y he cumplido mi
compromiso.

-Nunca supe que iban a invadir de nuevo, pero si


lo hubiese sabida, jamás lo habría denunciado porque
los hombres como yo no terminan en traidores.

Desde ese momento lo pasaron a un calabozo de


la cárcel de San Fernando de Apure, con un par de
grillos de sesenta libras remachados en los pies.

Al otro día por la mañana se presentó el Mocho


Payara ante la guarnición del cuartel, entregándose
como preso voluntario para no abandonar a su general.

214
El Vapor “Alianza” (1917). Uno igual era “El Masparro”, en donde se
sublevó “Maisanta” y “El Amparo”, donde lo llevaron prisionero para
Ciudad Bolívar, años después

215
XXII
CARIBE PECHO COLORADO

De San Fernando de Apure lo enviaron a Ciudad


Bolívar.

Viajó el preso con fuerte escolta en el vapor


"Amparo"'- un barquito casi igual al "Masparro", en el
que asaltó a Puerto de Nutrias."

Por la ventana del camarote veía chapalear la


gran rueda que al moverse en el agua, hacía avanzar la
embarcación y pasaban fugaces los inmensos paisajes
de sus hazañas en donde dejó la leyenda. Nunca más
los volvería a ver.

Cuando desembarcó en Ciudad Bolívar y miró el


malecón vio al general Vincencio Pérez Soto
esperándolo impaciente.

Conociendo Pérez Delgado la fama de su enemigo


estiró el cuerpo con altivez y le dijo desde lejos:

-"!Maisanta"!, me cogió el catarro sin pañuelo.

15 Fue un 6 de junio de 1922, según telegrama fechado ese día, de Hernán Febres Cordero,
para Juan Vicente Gómez, donde le participaba el hecho. (Boletín Archivo, Histórico de Mira-
flores, pág23, núm. 60, junio 1969).
216
-No se preocupe, general, que bajo mi gobierno
tendrá todas las consideraciones -le contestó a. Pérez
Soto acercándose sonriente, pues en el fondo oscuro
de su alma guerrera admiraba a los valientes.

En la cárcel de Ciudad Bolívar no fue maltratado


"Maisanta" y fue público y notorio el gesto de
Vincencio Pérez Soto, al intervenir ante Gómez para
que no lo mandaran a Puerto Cabello, de donde no se
regresaba vivo.

No era compasión lo que sentía Pérez Soto, era


un dejo de simpatía por la figura alegre, carismática y
valiente de Pedro Pérez Delgado, un hombre de cuerpo
entero como no nacerá otro hombre para recordado en
la: canta sabanera.

Nada consiguió el Presidente de Bolívar, pues la


decisión de Gómez ya estaba tomada.

Se lo llevaron una mañana por la vía del Guárico,


para entrar a Maracay, pues el general Juan Vicente
Gómez deseó conocerlo en persona.

A la rueda de áulicos, en la vaquera de Las


Delicias, llevaron a "Maisanta".

217
-¡Mai Santa!, cómo hay de gente, qué cara de
hombre tiene el viejo -se decía el Americano cuando se
acercaba.

-Anjá, conque tú eres Pérez Delgado al que


llaman "Maisanta". Hasta aquí te 'llegaron tus cuentos.
Así quería verte. ¿Con que" tú fuiste el del asalto de
"Los Cochinos"? Buen asalto, no cabe duda.

-Me dijeron que también te llaman el "Caribe de


los Llanos", -le dijo el viejo mientras se apretaba los
guantes.

Lo miró Pérez Delgado con sus grandes ojos


como pozos revueltos y le contestó con la picardía que
nunca le abandonó:

-Mai Santa, mi general, si lo seré el "caribe


pecho amarillo" que se come los pescaditos del río,
porque el "pecho colorado" que se come a todos los
otros, ese es usted, mi general.

Fue imperceptible la orden para que retiraran al


preso directamente al Castillo de Puerto Cabello,
donde llegó ese día cuando ya entraba la noche para
pasar largos años de calabozo oscuro y sofocante
antes que la muerte lo liberara.

218
XXIII
CARCEL DE NOCHE NEGRA

Se debatía en el calor pegajoso y salado del


calabozo.

El sudor se le confundía con la pátina salobre de


las paredes de calicanto mezcladas con sal.

La oscuridad, partida por un rayo de luz redondo


que se filtraba a través de la claraboya, dejaba
entrever el cuerpo largo del hombre, tendido y
vertical a la barra negra de los grillos que lo fijaban a
la tierra.

El sopor se le acrecentaba con la fiebre que lo


quemaba y la sed tremenda, apergaminándole la boca.

La lengua larga y seca, como de culebra brava,


salía de vez en cuando y lamía los labios partidos.

La cara larga y afilada como un cuchillo, el pecho


hundido y el abdomen abombado sobre unas piernas
delgadas donde la piel dibujaba los huesos.

Le bailaban los tobillos en el arco de los grillos.


En el piso enladrillado, estaba reluciente y

219
seboso el sitio donde se acostaba el hombre; el aire
olía a deyecciones mezcladas con vaho de cuerpo sucio.

Varios días llevaba con el sopor cuando comenzó


a delirar y a soñar con sus hazañas.

Se veía cinco años atrás la tarde que entró a la


cárcel y el carcelero quiso planeado.

-No me toques, carajo; que a los hombres de mis


condiciones se les respeta -y el hombre no levantó la
peinilla al influjo de su voz.

Se veía en La Carmelera, retirándose perseguido


y contándole después los cuentos al bachiller Cordero
en Sabaneta.

-"La revolución, chico, hay que tener coraje y


cabeza para ser revolucionario. Nunca perder la fe y
jamás pactar por arriba, carajo". Pero esas son
pendejadas, a este país no le interesan esas cosas.
Aquí hay mucho real -y se le iba el pensamiento al
catire que se moría.

Se veía hablando con Valentín Pérez, aquel


general que conoció en Apure y a quien mataron
peleando contra Gabaldón.

220
16

Venía de México el general Valetín Pérez y le


había contado ese día el por qué de su hombro caído:
"Eso fue un tiro cuando yo era oficial de la revolución".

Y cómo se había admirado "Maisanta", al conocer


un hombre que había peleado en los comienzos de la
revolución mexicana.

Recordaba después las vainas de los apureños,


quienes desde el primer momento apodaron al general
Valentín Pérez como "El Espaletao". Espaletao por el
hombro caído con la escápula saliente que lo hada
caminar agachado de un lado como si fuera a coger
vuelo.

Entonces se le iba la mente buscando los


recuerdos sobre los cuentos de México y la toma de
grandes ciudades. ¡Ah!, Y la añoranza de la artillería de
la división del norte que nombraban los periódicos.

16 Para 1909 Apure era un Estado autónomo. El candidato de más opción para ganar las
elecciones a Presidente de Estado era el general Ignacio Avendaño. Cuando Gómez tomó. el
poder de la República nombró al general y doctor José de Jesús Gabaldón, Presidente de
Apure, quien se presentó con un batallón y acabó con las elecciones. Uno de los alzados fue
Valentín Pérez, quien pasó la frontera colombiana y murió en la batalla de los Corrales de Guas-
dualito.
"Dirigía la pelea con un chaparrito en la mano, como si fuera Director de orquesta", nos contó
Hilarión Larrarte, quien "cargaba el tubo de latón con la correspondencia de la revolución,
colgado en el pescuezo", según sus propias palabras. Ese día murió también el coronel Pedro
León Arroyo, segundo en el comando de las fuerzas del gobierno.

221
-Díganme esa vaina, si él hubiera tenido cañones,
como se los ofreció una vez el "tuerto" Vargas.
¡Carájo!, Maisanta no se le hubiera quedado atrás a ese
tal Francisco Villa y al otro Emiliano Zapata, de
quienes tanto se hablaba entonces.

Bonita la vaina esa de que en México, Zapata


repartió la tierra a los soldados campesinos.

Pero cuando él un día les contó la historia a los


doctores, ¡carajo!, arrugaron la cara y cambiaron la
conversación.

Desfilaron por su mente las hileras de muertos


en Guasdualito, comandados por el capitán Cincinato
Larrarte.

Y le atormentaba el cerebro, martillado por un


terrible dolor punzante, el pitar intermitente de la
sirena del vapor "Masparro" remontando el Apure.

Y seguía entre la vigilia y el sueño deshilvanando


su vida de ilusiones, fracasos y sacrificios. Todo por
algo mejor que su mente nunca pudo precisar.

Solamente sentía odio y frustración porque se


daba cuenta con su clara inteligencia de que todo lo

222
que había hecho, no tenía una orientación definida y las
cosas se quedaban iguales cuando terminaba el asalto.

El odio lo carcomía al verse tirado allí con un par


de grillos, muriéndose de mengua, mientras los otros
se fueron sin exponerse mucho.

El abdomen se le distendía más y más cuando


caía la tarde.

Perforados los intestinos por las miles de


partículas de vidrio molido que cada día venían en la
comida.

Era una acción lenta y corrosiva que ocasionaba


con el tiempo una terrible enteritis que llevaba a la
muerte, con una peritonitis final que ningún médico
hubiera curado.

Esa era la condena de los presos peligrosos en


tiempos de Juan Vicente Gómez.

En la noche estaba agonizando, y al fin consiguió


el Mocho Payara que lo dejaran entrar al calabozo.

Abrió sus ojos amarillos como la miel de las


aricas, que ya perdían el brillo de la vida y se quedó

223
mirando a Payara como si no lo hubiera visto nunca.

Después se fue pasando las manos por el


abdomen abultado, buscando algo en la franela
manchada de vómito, hasta que tembloroso, agarró el
escapulario cosido en la pechera.

Recogiendo fuerzas de quién sabe dónde, lo


arrancó de un tirón y mirando a su oficial, dijo con
clara voz venciendo la agonía:

-¡Mai Santa! Virgen del Socorro, puede más


Gómez. Esta vez tampoco ganamos.

Y lanzó con rabia la medalla de plata y el


escapulario de felpa, contra la pared carcomida.

Minutos después moría "Maisanta" Pérez


Delgado.

Silencioso Y llorando, él que no había llorado


nunca, salió el Mocho Payara para contar la última
historia del Americano, que se regó por el llano como
17
garúa sabanera en una tarde de mayo.

17 Pedro Pérez Delgado según nuestras indagaciones nació en Ospino en 1875. A los seis años lo
mandaron a estudiar al Estado Lara. . A los dieciséis años se incorporó a la guerra. Murió en el
Castillo Libertador en el año 1929, siendo comandante del mismo el general Dávila.

224
MAISANTA
(Corrido de caballería)

Al maestro Antonio José Sotillo.

Unos lo llaman "Mai Santa"


y otros “El Americano".
Americano lo mientan
porque es buenmozo y catire:
entre bayo y alazano.

Salió de La Chiricoa
con cuarenta de a caballo,
rumbeando hacia Menoreño
va Pedro Pérez Delgado.

En fila india, por la oscura sabana,


meciendo el ¡río en chinchorros de canta,
va la guerrilla revolucionaria.

Con el cogollo, la manta;


cobija con pelo e guama,
cuarenta y cinco y canana.

Nube de tabaco y nube,


relincho y susto de garza.
madrugadita de leche
bajo la noche ordeñada.

Llanero alzado, ronda de riesgo velante,


fila india, caballería lenta y larga,
tajo vivo y negro,
diámetro de dolor en la circunferencia de la sabana.

225
Caballo pobre; el arnés de cabuya,
la montura, un cuero de res,
el estribo de soga
entre los dedos del pie.

Llanero alzado: Canto, silencio y canto,


el guerrillero va adelante, cantando.
Rumbo de asombros, los cuarenta caballos
cabalga al frente Pedro Pérez Delgado.

Unos le dicen “Maisanta”


y otros “El Americano”.

No hay quien le pique adelante,


no hay quien le aguante la carga,
no hay guerrillero en los llanos
que le eche la colcha al agua.
Catire con dientes de oro
y con espuelas de plata,
bueno de cola y de soga,
bueno de tripa y de capa,
escapulario cosido,
con una virgen pintada;
pelo e ` guama con borlita
flequillo en las alpargatas,
y al hombro la manta azul
con la vuelta colorada.

Y ahora le contaré
por qué lo llaman “Mai Santa”.
Cuando pelea Pedro Pérez Delgado,
en el momento de trabar la pelea,

226
antes de que salga de la funda el machete,
arma los aires con su grito de guerra
y así, en la carga, va gritando el guerrero:
-¡Mai Santa, Virgen del Socorro de Valencia!...
madre Santa dice la gente,
pero Maisanta dice Mai Santa
y las maneras de los hombres
los hombres deben respetarlas.

Y a Pedro Pérez Delgado


no tiene madre ni patria,
ni un retrato de la madre
ni un retrato de la patria.

Pero tiene el corazón


como tapiz de sabana
y junta Madre con Virgen
y junta Virgen con Patria
y en la Virgen del Socorro
de Valencia las retrata
y cuando va a la pelea
pone a las tres en el anca.

El Socorro de Valencia
la llaman los que la llaman,
Valencia, la del Socorro,
Valencia de las naranjas.

Cuando el plomo está cerrado


y es pareja la batalla
y unos van que a que te mato
y otros que a que no me matas,
hay un momento de pronto

227
en que se arrugan las almas;
destilan leche de miedo
los pechos de la sabana;
de los turbios horizontes
brotan muertes ensilladas.
Vienen cuarenta jinetes
con muertes desenvainadas.

Con un rumor de joropo


viene llegando la carga;
tendido en el paraulato
un jinete la comanda
y al llegar el enemigo
en los estribos se alza;
tiene la melena rubia,
entre baya y alazana,
y un grito que es un machete
con filo, punta y tarama
y es Pedro Pérez delgado
que va gritando: -¡Mai Santa!...

El grito del guerrillero


se lo sabe la sabana.
No hay quien no lo haya escuchado
en la noche o la mañana.

Corre, corre, corre el río


hasta que la suda el agua
y grita:
-Corre, Laguna,
que está cargando Maisanta
y la Virgen del Socorro
viene sentada en el anca,

228
con espinas de limón
y palabras de naranjas…

Y ya sabe, compañeros,
por qué le dicen Maisanta.

La Virgen del guerrillero


tiene mucho de Mai Santa,
buena de lazo y de silla,
buena de tierra y de agua.

Desde el siglo diez y seis


se la trajeron de España
para su rumbo llanero,
navegante y navegada.
Porque se perdió en el mar
como jinete en sabana.

Cuando de España llegó


al puerto de Borburata,
Valencia se fue al camino,
Valencia se fue a la playa.
Pero todos se asombraron
en cuanto abrieron la caja,
porque en lugar de la Virgen
del Socorro, que esperaban,
se encontró una Dolorosa c
con sus espinas clavadas,
con espinas de limón
y palabras de naranjas.

Como en los rumbos del llano


se perdieron las dos cajas;

229
la valenciana al Callao,
la limeña a Borburata.

Del Perú pidieron cambio


pero Virgen no se cambia.

Y llegó el siglo diez y ocho


y llegó la falta de agua.
Valencia tenía sed
y los cerros eran ascuas.
Antonio Diez Madroñero,
el Obispo de Caracas,
llegó con todas sus gentes
al cerro de Guacamaya.

-¡Hazme una nube! -le dijo-


¡Madre de Dios, Madre Santa!

Y de los pies del Obispo


se zafó una cinta de agua.

Cayeron en Periquera
los hijos de la sabana;
murió Rosario Pabón,
allá va Quijá de Plata;
va de raspa y escotera
la gente de Cuello e Pana;
con Arévalo Cedeño
los llanos cierran la marcha
y en un caballito ciego,
ciego casi, el Tuerto Vargas.

Cayeron en San Fernando

230
los hijos de la sabana,
con dos balazos del diablo
llevan a Waldino Arriaga.
Y Pedro Pérez Delgado
viene preso de Biruaca.
-El catarro sin pañuelo
me agarró -dice Maisanta.
Y la Virgen del Socorro
de Valencia, desmontada,
con espinas de limón
dice cosas de naranja.

(Está en la cárcel Pedro Pérez Delgado;


cabalga grillos de setenta quien cabalgó caballos.
-Mai Santa, qué chiquito se nos ha puesto el llano!
Puerto Cabello, caballo de los rumbos enredados:
el que marchaba hacia la costa,
el que marchaba hacia las sierras,
el que marchaba hacia los llanos,
todos estábamos allí,
todos habíamos llegado.)

El guerrillero tiene hambre,


tiene sed El Americano
Se va muriendo entre dos muertes;
canto, silencio y canto;
se va muriendo entre dos cargas,
se va muriendo entre dos ranchos;
tiende la voz en las crines
del morir entresoñado;
la sed lo lleva tendido,
tendido en el paraulato.
Maisanta se está muriendo

231
Madre Santa, envenenado.
Contó mil altoquienvives,
hasta que izaron las dianas;
la sed le pone palmares
en el mirar de sabana.

Ya Pedro Pérez Delgado


no tiene madre ni patria,
ni un retrato de la madre,
ni un retrato de la patria;
lo surcan madres con sed,
lo cruzan patrias tostadas.
Pero siente el paraulato
metido entre las batatas
y empina su viejo grito
en los estribos del alma.
y su grito es un machete
con filo, punta y tarama
y es Pedro Pérez Delgado
que va gritando: -Mai Santa!

El grito del guerrillero


sobre la muerte resbala
y salta del calabozo
y navega y desembarca
y se encabrita en los riscos
del cerro de Guacamaya.

Toda la sed de la tierra


va en una fuga espantada;
la Laguna de Valencia
se esconde bajo su falda;
corre, corre, corre el río,

232
hasta que le suda el agua
y grita:

-Corre, Laguna
que está cargando Maisanta
y la Virgen del Socorro
viene sentada en el anca
con espinas de limón
y palabras de naranjas!

Y ya sabe, compañero,
cómo se murió Maisanta.

Andrés Eloy Blanco.

233
GLOSARIO

ALEBRESTARSE: Ponerse altanero o irrespetuoso.


BACHI: Apelativo cariñoso por bachiller.
BARCINO: Animal gris o marrón con vetas negras.
BORALES: Planta trepadora que cubre las aguas
arremansadas.
BRAGAO: Hombre muy valiente.
CACHAMA: Pescado de río.
CALCETAS: Claros de sabanas entre la selva.
CAMARA: Sinónimo de camarada o compañero.
CARAMO: Arboles arrancados por las crecientes y que
permanecen en el lecho de un río.
CHOCOZUELA: Sinónimo de la rótula, hueso móvil de
la rodilla.
CHUTO: Con la cola recortada.
ENMOGOTADO: Persona escondida dentro de una
porción muy tupida del bosque.
FIQUE: Fibra de sisal.
GUASDUAS: El tallo del bambú.
GUATE: Nombre que se le da en Barinas a la gente de
los Andes. Este apelativo en algunos casos incluye a los
colombianos.
JIPIJAPA: Sombrero blanco de anchas alas parecido a
los llamados corrientemente "de Panamá”.
LEBRUNAS: Reses de color crema.
LEBRUN0S DEL DIA: Primer crepúsculo de la mañana.

234
MAPORA: Enormes palmeras de tallo redondo.
MARRAMUNSIA: Malos hábitos.
MAUTE: Toro joven de 1 a 2 años.
PELICANAS: Reses negras con apariencia de pelo
canoso.
PELO DE GUAMÁ: Sombrero de terciopelo amarillento
intenso como el pelo del fruto del guamo.
PESA: Sitio donde se distribuye esta carne.
PESERO: Hombre que mata y vende ganado vacuno o
porcino.
PICURIARSE: Sinónimo de escaparse.
PINTAMONEAR: Sinónimo de coquetear.
RUSIO MOSQUEADO: Caballo blanco con pequeñas
pintas negras o marrones.
SARDAS: Reses negras manchadas difusamente de
blanco.
SUELTA: Pedazo de soga con dos lazos en los
extremos por donde se introducen dos patas del
caballo para que no pueda caminar lejos.
TABLETAS: Trozos cuadrados de azúcar y coco o
dulce de panela y coco rallado.
TARTAGUITA: Raya pequeña de terrible punzada
cuando se la molesta.
TERECAY: Pequeña tortuga, similar al galápago y
autóctona del llano.
TOÑECO: Persona consentida o de mucha confianza.
TOPOCHO: Especie de plátano más pequeño y de sabor

235
diferente.
TOTUMO: Arbusto cuyo fruto es la tapara.
TUCO: Pedazo de extremidad que resta de alguna cosa
luego de ser cortada por cualquier motivo.
ZAINO GUACHARACO: Caballo marrón oscuro, casi
negro.

236
JUICIOS

"Maisanta viene a ser, sin duda, uno de esos pocos libros que
llegan a nuestras manos y se leen de un solo tirón, no sólo por
reflejar sus páginas con dramática fidelidad lo que fue la vida
de los llanos a los comienzos del presente siglo, sino por el
relato continuo de hechos tan inverosímiles por su temeridad y
arrojo, como la enseñanza que trae de lo que vale la
experiencia y la zamarrería que utilizó el general Páez, por
aquellos mismos predios" .

Guillermo José Schaell, Diario El Universal, Caracas.

"Habrá que leer pues este libro para conocer lo mucho de


nuestra historia reciente, que está enredada en los mil
caminos que hubo de andar Maisanta. Y deberán leerlo sobre
todo los jóvenes. Los que de uno y otro modo son los
herederos legítimos por la pureza de los ideales de este
Maisanta que, sin conocer los azares de las ideologías, fue sin
embargo, a su vez, el heredero de Ezequiel Zamora y de
todos quienes en nuestro pasado lucharon contra las injusticias
y las exacciones".

GANMA, Diario El Nacional, Caracas.

"Pero Maisanta es algo más: José León Tapia ha recogido la

237
historia de Pérez Delgado de las mismas fuentes donde
todavía se encuentra y la ha transcrito en el libro, casi en la
misma forma. A su vez el libro es un rico filón para el
trabajo de los narradores que se interesan por hacer
literatura partiendo de nosotros mismos, inspirándose en
nuestros temas, problemas y dramas. Maisanta servirá para
buscar y llegar al meollo de lo que somos".

R. J. Lovera De Sola, Diario El Nacional, Caracas.

"Médico de profesión, cirujano de cada día, pero con devoción


por la historia, aporta ahora José León Tapia, capítulos de la
historia, justamente menos estudiada, de la última década del
siglo XIX y primeros del actual. Al biografiar un personaje de
la lucha armada contra las autocracias y tiranías, nos da José
León Tapia un vívido cuadro de un aspecto cardinal de la
historia nacional de décadas atrás".

Pascual Venegas Filardo, Diario El Universal, Caracas.

"José León Tapia es un médico de extraordinaria calidad


humana que se ha dedicado a recoger leyendas y a reconstruir
la vida de algunos personajes venezolanos. En cada pueblo del
llano reconstruye un episodio; cada anciano le comunica una
vivencia personal. Una sabana, un río, una casa, una calle,
guarda vinculación con el personaje que ama la libertad en su
sentido más elemental, con una vaga concepción de pueblo, con
un rechazo natural a la autoridad opresora".

238
José Vicente Rangel, Diario Ultimas Noticias, Caracas.

"Libro de entrañables testimonios: porque incorpora


definitivamente a Maisanta como caudillo en la prosapia
histórica. Porque vuelve a consagrar a su autor, José León
Tapia, como escritor de enjundia e investigador de méritos
sobresalientes. Y porque, en resumen, concurre a darle
jerarquía a los valores de la provincia. Y en él y con él a
quienes, llano adentro o cordillera arriba, solemos dejar
también de vez en cuando la aseveración de nuestra palabra".

Elio Jerez Valero, Diario Vanguardia, San Cristóbal.

"El libro del doctor José León Tapia, Maisanta, El último


hombre a caballo, es una reivindicación y una lección para que
los venezolanos no olviden. Es también búsqueda interesante
en los venezolanos del pueblo que se está abriendo paso en la
literatura testimonial de nuestro país".

Luis Beltrán Prieto Figueroa, Diario El Nacional, Caracas.

"Con Maisanta da gusto ver que en las tierras llaneras la


literatura y la historia no están naciendo de los cafés
sofisticados de los "snobs" que andan "in", sino de los
hombres patriotas que andan afuera en las tierras del pueblo,
de los hombres de mano dura y de las mujeres que parían
Maisantas”.

239
Martín Cayaunare, Diario Ultimas Noticias, Caracas.

"Es fascinante la historia de Maisanta. Una herencia tal vez


de barbarie y salvajismo, pero también de valor y espíritu de
lucha para enfrentarse a las dificultades. Y en todo caso, una
herencia que, nos guste o no, es la nuestra".

Juana de Avila, Revista Elite, Caracas.

"El choque psicológico producido por la lectura de este libro


del médico barinés José León Tapia, nos lleva al balance de
una época de un idealismo donde los fracasos se sucedieron
por la anarquía de los mismos autores. Como los antiguos
relatos, el libro tiene una moraleja y uno se pregunta si a
tantos sacrificios de aquellos hombres sin cultura, henchidos
por la leyenda de un destino mejor, les habrá' llegado la hora
del reconocimiento".

Oscar Rojas Jiménez, Diario El Universal, Caracas.

240
Quiero expresar mi agradecimiento a los distinguidos amigos, Raúl
Blonval López, Luciano Valero, Manuel Malaver, Humberto Febres, José
Rivas Rivas, José Esteban Ruiz Guevara, Alexis Márquez Rodríguez,
Néstor Tablante, Víctor León Guevara, José Manuel Franco, Orlando
Araujo, Ramón J. Velásquez, José Giacopini Zárraga, Angel Pérez Pérez,
Carlos Julio González y Federico Brito Figueroa.

241
CRÉDITOS

Este libro fue digitalizado por el CENTRO REGIONAL DE


TECNOLOGÍA EDUCATIVA (C.R.T.E), por medio del Departamento de
Informática Integral entes adscritos a la Secretaría Ejecutiva de
Educación del Estado Barinas

Equipo Técnico:

Producción: Lcda. Rosalía Soto


Coordinación: Ing. Jesús Leal
Diagramación y montaje:
T.E. María Araque
Ing. Daniela Briceño
T.S.U. Angélica Vielma

Barinas, Septiembre de 2006

242
INDICE

El Autor y su Obra
Por José Giacopini Zárraga…………………………………………………………………………… 02
Dedicatoria ………………………………………………………………………………………………….….. 08
Entre Zamora y Maisanta……………………………………………………………………………… 09
Advertencia ……………………………………………………………………………………………………. 15
Introducción……………………………………………………………………………………………………. 19
I ¡VIVA EL MOCHO HERNANDEZ!.................................................... 26
II ESE MUERTO ES JOAQUIN CRESPO…………….……………………….. 32
III ¿COMO ES ESO DE REVOLUCION?............................................... 46
IV HOMBRE DE A CABALLO…………………..…………………………………………… 55
V ¡PAREN ESA MUSICA!........................................................................ 63
VI MIEL EN TAPARAS…………………………………………………………………………. 67
VII SOLAMENTE REVOLUCIONARIO…………………………….………………… 81
VIII UNA CALMA INQUIETANTE……………………………………………………….. 109
IX LA LUMBRE DE LOS MACHETES…………………………………………………. 115
X VELORIO CON MUERTO AJENO…………………………….…………………… 123
XI LOS MATADORES DE GARZA……………………………………………………… 129
XII ARGUCIAS DEL PRISIONERO…………………………………………………….. 135
XIII ¡PATRIA Y REVOLUCION!……………………………………………………………… 141
XIV EMILIO AREVALO CEDEÑO……………………………………………………….. 151
XV EL SABOR ROJO DE LA GUERRA……………………………………………….. 156
XVI SENTENCIA DE MUERTE PARA FUNES………………………….……….. 162
XVII BRUJERIAS CON PIAPOCO…………………………………………………..…….. 177
XVIII EL TUERTO VARGAS………………………………………………………………….….. 182
XIX UNA PLAZA SEMBRADA DE BUCARES…………………………………….. 187
XX SOLO VEINTIDOS HOMBRES SILENCIOSOS…………….……... 199
XXI LA MORDIDA DE LA CULEBRA………………………………………………….. 205

243
XXII CARIBE PECHO COLORADO…………………………..………………….……… 216
XXIII CARCEL DE LA NOCHE NEGRA……………………………………….………… 219
MAISANTA (Corrido de Caballería) Por Andrés Eloy Blanco………………. 225
GLOSARIO………………………………………………………………………………………………………. 234
JUICIOS…………………………………………………………………………………………………………… 237
CREDITOS……………………………………………………………………………………………………….. 242

244

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