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CAMBIO CLIMÁTICO

LOS ROMANOS TAMBIÉN SUFRIERON EL CAMBIO CLIMÁTICO


Y LA GLOBALIZACIÓN. LOS HISTORIADORES CONSIDERAN
QUE DOS DE LAS RAZONES DE LA DECADENCIA DEL
IMPERIO ROMANO FUERON COSAS TAN FAMILIARES EN LA
ACTUALIDAD COMO EL CAMBIO CLIMÁTICO Y LA
GLOBALIZACIÓN.

Si bien ese cambio climático no fue provocado por la acción humana,


las frecuentes erupciones volcánicas y las emisiones de gases a la
atmósfera habrían provocado esos cambios en el clima, que habrían
afectado al correcto desarrollo del imperio de la misma manera que,
en su origen, el buen tiempo facilitó la implantación del poder romano
en el mediterráneo, según el estudio 2500 years of european climate
variability and human susceptibility, realizado por investigadores de
universidades suizas, alemanas, austriacas y estadounidenses.
En los primeros años de su fundación, el imperio romano se benefició
de un ciclo climático estable, bastante predecible, caracterizado por
las altas temperaturas y una cierta humedad. Esto permitió que la
sociedad romana, basada en una economía agrícola, se desarrollase
rápidamente y sobre unas bases sólidas.
Esa fortaleza, tanto en lo social como en lo político y económico,
permitió a los líderes romanos abordar nuevos retos. Por ejemplo,
utilizar los excedentes para comerciar con otras zonas e incluso
conquistarlas, gracias al poder militar y los avances técnicos
desarrollados por los romanos.
Sin embargo, a lo largo de los más de cuatro siglos que duró la
dominación romana de occidente y los casi 15 del imperio romano de
oriente, el clima experimentó importantes transformaciones que,
sumados a otros acontecimientos, como el acoso de los pueblos
bárbaros del norte, provocaron su decadencia.
Según explicaba el departamento Geog Earth & Environ Sciences de
la Universidad de Plymouth en su trabajo climate change and the
plague of justinian, durante el siglo vi se produjo un aumento de las
erupciones volcánicas. Este hecho provocó lo que se conoce
como edad de hielo tardía o pequeña glaciación, en la década
comprendida entre los años 530 y 540 de la era cristiana.
Durante alrededor de un siglo y medio, las temperaturas
descendieron drásticamente. Un hecho que dificultó la defensa del
imperio, que afectó a las cosechas, provocó la escasez de cereales
como el trigo y, en consecuencia, también de sus alimentos
derivados como el pan.
En palabras del historiador Procopio de Cesarea, que documentó la
campaña contra los vándalos del año 536 después de Cristo,
«durante este año tuvo lugar el signo más temible. Porque el sol daba
su luz sin brillo, como la luna, durante este año entero, y se parecía
completamente al sol eclipsado, porque sus rayos no eran claros tal
como acostumbra. Y desde el momento en que eso sucedió, los
hombres no estuvieron libres ni de la guerra ni de la peste ni de
ninguna cosa que no llevara a la muerte. Y sucedió en el momento
en que Justiniano estaba en el décimo año de su reinado».
Además del cambio climático, otra de las causas que ayudaron a la
desaparición del imperio fueron las epidemias, que se extendieron
gracias a lo que podría llamarse la «globalización» desarrollada por
las autoridades romanas.
Las políticas expansionistas, la buena comunicación entre las
diferentes zonas del imperio y las líneas comerciales con otros
países, no solo facilitaron el intercambio de personas y mercancías,
sino que también ayudaron a que se extendieran enfermedades
como la lepra, la viruela o la tuberculosis.
De todas esas enfermedades, la que causó un mayor impacto fue la
conocida como plaga de justiniano, que asoló Constantinopla y
ciudades de Europa, Asia y África entre los años 541 y 543.
Aunque durante siglos se desconoció cuál pudo ser la causa de esa
epidemia, investigaciones realizadas en esqueletos del Siglo VI han
encontrado restos genéticos que conectan la plaga de justiniano con
la bacteria yersinia pestis que provoca la peste bubónica, la misma
que en la edad media volvería a arrasar grandes zonas de Europa.
El origen de esa infección habría estado en China, desde donde
habría llegado al territorio del imperio provocando una alta mortandad
que afectó a la población de las ciudades, a los campesinos y a los
miembros de las legiones romanas.
Las consecuencias políticas y sociales de la epidemia no se hicieron
esperar. De nuevo, las cosechas se perdieron, el ganado quedó
desatendido y la defensa de las fronteras se debilitó justo en el
momento en el que zonas como Cartago y el norte de Italia estaban
amenazadas por los enemigos del imperio. Una circunstancia que
impidió que Justiniano pudiera poner en marcha sus planes de
recuperación de los territorios que habían caído en manos de los
bárbaros.
A la amenaza externa se sumó el descontento interno y no tardaron
en surgir revueltas como la de Flavio Nicéforo contra el Emperador
Mauricio en el 602 en el imperio Bizantino, lo que aceleró la caída de
la estructura imperial.
Diez siglos después de que se produjeran estos hechos, las
autoridades han entendido la importancia de poner en marcha
programas de prevención de enfermedades y pandemias. Lo que no
parece que tengan tan claro es la urgente necesidad de parar el
cambio climático, cuyos efectos pueden ir desde causar un
melanoma, un tsunami o acabar con un imperio centenario.
PUBLICADO: 01 DE MARZO DE 2018
FUENTE: YOROKUBO

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