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Nadie Es Perfecto - Hendrie Weisinger
Nadie Es Perfecto - Hendrie Weisinger
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Hendrie Weisinger & Norman M. Lobsenz
Nadie es perfecto
Cómo criticar con éxito
ePub r1.0
TuDrep 23.11.14
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Título original: Nobody’s perfect
Hendrie Weisinger y Norman M. Lobsenz, 1981
Traducción: Marta I. Guastavino
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PARA MIS PADRES,
mis críticos más constructivos.
H. W.
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AGRADECIMIENTOS
Sería imposible dar las gracias a todas aquellas personas cuyo trabajo en el
terreno de la psicología interpersonal y de la psicoterapia han constituido una
aportación básica para este libro. Sin embargo, hay algunas que merecen ser
mencionadas especialmente:
El doctor Ronald M. Podell, por sus comentarios e ideas referentes a la crítica en
el aspecto sexual; el doctor Ian Fluger, por sus aportaciones sobre comunicación y
sobre el papel de la crítica en el trabajo; el doctor Darwin Eads, por sus
contribuciones a los inventarios críticos usados en mis «talleres» [workshops] y
seminarios; Richard B. Cohen, por sus opiniones sobre la crítica como proceso de
interacción y motor del cambio; el doctor Ken Cinnamon, que fue el primero en
reconocer la importancia de la crítica como habilidad interpersonal y me «exigió»
que escribiera el libro; el doctor Janos Kalla, quien me alentó a dar clases sobre el
tema. Sally O’Neill, de la División de Extensión Universitaria de la Universidad de
California en Los Ángeles, que me dio la oportunidad de llevar a la práctica mi
trabajo, y el equipo de psicólogos del Hospital Brentwood, de la Administración de
Veteranos, que me sirvió como alentadora fuente de información y de recursos.
Mi coautor, Norman Lobsenz, se enfrentó con la difícil tarea de seleccionar y
criticar mis ideas, además de haber contribuido a ellas dándoles una forma tal que
permitiera comunicarlas con exactitud y fuerza.
Más que nadie, Lorie Beth, mi mujer, me prodigó su amor, energía y aliento, y
este libro no habría podido aparecer sin su dedicación.
H. W.
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La crítica, posibilidad de crecimiento
¿Es frecuente que las críticas que recibe dejen al lector con una sensación de
enojo, resentimiento, depresión o rechazo? ¿O que en ocasiones, e incluso sin
intención de hacerlo, sus propios comentarios críticos provoquen en los demás tales
sentimientos? ¿O que no se anime a formular una crítica personal que sinceramente
considera útil, por el temor de ofender a alguien?
Para la mayoría de las personas, las respuestas a todas estas preguntas es
afirmativa. Es verdad que, en ocasiones, se encuentra uno con alguien que parece
indiferente o impermeable a las críticas. Pero para ello se necesita una imponente
seguridad en sí mismo, o bien un tipo de personalidad sólo comparable a la del actor
cuya interpretación de Hamlet fue tan espantosa que el público empezó a burlarse una
vez terminado el monólogo «Ser o no ser». «No veo razón para que me abucheen, si
eso no lo escribí yo», se defendió el hombre. Salvo los pocos que son tan insensibles
como para ni siquiera reconocer que una crítica va dirigida a ellos, casi todo el
mundo encuentra que las críticas son difíciles de aceptar e incómodas de hacer. Esto
es especialmente válido cuando quien las formula es una persona que tiene
importancia en nuestra vida, tal como un jefe, un amigo, un cónyuge o un amante.
Tan pronto como Ken cruzó a toda velocidad la rampa de salida de la autopista,
se dio cuenta de que se había pasado y de que tendría que recorrer casi diez
kilómetros hasta poder dar la vuelta y regresar. Durante un momento esperó que
Eileen no lo hubiera advertido, pero cuando oyó crujir el mapa de carreteras,
comprendió que ella se disponía a echarle en cara su error.
—¿No teníamos que haber salido por allí? —le preguntó.
—Debo de haberme distraído —admitió Ken—, pero la próxima salida está muy
cerca.
—Lo malo contigo es que nunca prestas atención a las indicaciones —insistió
Eileen—. Por tu culpa siempre nos perdemos o llegamos tarde. ¡La próxima vez será
mejor que conduzca yo!
Ken sabía que no serviría de nada el intento de responder al generalizado
reproche de su mujer y, tragándose su enojo, siguió conduciendo en silencio.
Sally puso sus bocetos para la nueva campaña de publicidad sobre el escritorio
del director de arte. Su jefe les echó un vistazo sin que su expresión se modificara
para nada. Estaban bastante bien, pero él sabía que Sally podía hacerlo mejor y,
además, no quería que viera aceptado tan rápidamente su primer esfuerzo.
Bruscamente, empujó de nuevo los papeles hacia la muchacha:
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—¿Quiere intentarlo otra vez, o le doy el trabajo a alguna otra persona?
Avergonzada y dolida, Sally se esforzó en controlar sus sentimientos.
—Volveré a intentarlo —respondió. Y contuvo las lágrimas hasta que pudo llegar
a su despacho y cerrar la puerta.
Una vez que Pam terminó de vestirse para una salida importante, preguntó a su
compañera de cuarto cómo se la veía. Carol vio que Pam se había puesto al cuello
un pañuelo que no tenía nada que ver con el vestido, y que los zapatos eran
absolutamente inadecuados para el resto del conjunto. Pero se guardó su opinión. Ni
siquiera le señaló que estaba demasiado maquillada. Carol sabía por experiencia
que, aun pidiéndolo ella misma, su compañera se ofendía si le hacían alguna crítica
sobre su aspecto. «No vale la pena que me ponga a mal con ella, si tenemos que
convivir», pensó Carol. En vez de responderle con sinceridad, se limitó a decir:
—Se te ve muy bien, Pam.
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El hacha de la crítica
La crítica produce situaciones tan difíciles y reacciones tan dolorosas como las
que se ven en los ejemplos anteriores, porque, automáticamente, se tiende a usarla o
interpretarla de manera totalmente negativa, o bien a no utilizarla por razones
también de tipo negativo. Si el lector decidiera elegir al azar cien personas para
preguntarles qué entienden por la palabra «crítica», lo más probable es que una
abrumadora mayoría la defina como una opinión u observación destructiva, hostil o
humillante, cuyo propósito es censurar.
Este concepto popular se deriva de la autoridad de los expertos y cuenta con su
apoyo. La mayor parte de los diccionarios definen criticar como «insistir en los
defectos de; censurar, vituperar». De la crítica se dice que es «el acto de criticar, por
lo común desfavorablemente». Los sinónimos que con más frecuencia se ofrecen para
criticar incluyen culpar, censurar, condenar, denunciar, reprender. No hay que
asombrarse de que la imagen tradicional evocada al hablar de crítica sea la de un
ataque personal, ni es raro que la mayor parte de nosotros la consideremos como un
comentario hiriente sobre un comportamiento vergonzoso.
Tenemos tan perverso apego a la idea de que la crítica no es crítica si no destruye
algo, que apenas nos damos cuenta de la extensión que alcanza tan perjudicial
concepto. «Buscar peros parece ser la reacción más dominante, tradicional y
esperada» ante cualquier intento de cambio o de innovación, observa la socióloga
Stephanie Hughes, experta en el estudio de cómo hace y recibe críticas la gente. De
acuerdo con ella, la crítica negativa es la técnica estándar de que se valen la mayoría
de los reseñadores y comentaristas de libros y películas, la que usan los organismos
estatales para evaluar opciones diversas que exigen una decisión, y la que sirve en el
comercio y en la industria para la evaluación de productos, procedimientos y
personal.[1] En pocas palabras, que la mayor parte de quienes ven en la crítica un
instrumento tienden a considerarla solamente como un hacha o un martillo. Así pues,
no resulta tan sorprendente que en nuestra civilización actual se crea que la crítica no
es sólo algo «por lo común» desfavorable, sino siempre desfavorable.
En la práctica, el uso inconsciente de críticas negativas en la vida diaria es mucho
más común —y mucho más hiriente— que su empleo deliberado. Las personas a
quienes amamos o con quienes vivimos, raras veces se dan cuenta del impacto
negativo de las palabras con que expresan inconscientemente sus críticas. En inglés
hay un proverbio según el cual con palos y piedras se pueden romper huesos, pero
con palabras no hay riesgo de herir. Sin embargo, si alguna vez un proverbio erró el
blanco, es el que acabamos de mencionar. Como lamentablemente sabe la mayoría de
las personas, las palabras pueden causar heridas más duraderas que la mayor parte de
los golpes físicos.
«Una sucesión constante de observaciones negativas —sarcasmos, dudas,
rechazos, desprecios— deja cicatrices emocionales hasta en el yo más resistente»,
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dice la doctora Honor Whitney, terapeuta dedicada al trabajo con grupos familiares,
que se ha pasado muchos años estudiando los efectos de las observaciones
destructivas sobre la personalidad. «En última instancia —agrega—, las
manifestaciones negativas socavan gravemente la forma en que la gente se percibe, y
debilitan la propia imagen, el sentido interior que uno tiene de su valor como
individuo.»[2]
Por ejemplo, una mujer esbelta y atractiva, vestida con elegancia salvo por los
zapatos sin tacón, contó que el recuerdo más nítido que tenía de su infancia era que su
familia se burlaba de ella por su altura.
En otra ocasión, un conocido abogado de Los Ángeles evocó cómo, cuando tenía
catorce años, un primo lo había invitado a pasar parte de las vacaciones de verano en
Nueva York, donde vivía.
Yo estaba fascinado, porque nunca había salido tan lejos de casa. Pero mi madre
dijo que no podía ir solo, porque me equivocaría de avión, perdería el billete o me
sentiría descompuesto. Recuerdo exactamente sus palabras: «Si no estoy yo para
cuidarte, no eres más que un inútil». Yo sabía que no era así, pero me hizo sentir tan
incompetente que me imaginé que tal vez tuviera razón. Y ¿sabe usted una cosa?
Cada vez que salgo de viaje siento un vacío en el estómago. Todavía pienso que
cometeré algún error o haré alguna estupidez.
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para ponerle el rótulo permanente de conductor incompetente.
Segundo, la crítica convencional es casi exclusivamente un proceso
unidireccional. Hombre o mujer, el que critica habla y, una vez termina, da por
sentado que ya no es necesario decir ni hacer nada más. Cuando el jefe de Sally le
devolvió secamente los bocetos, no le dio oportunidad de que se explicara ni de que
defendiera su trabajo. Tampoco asumió el compromiso de participar en el proceso de
crítica haciendo alguna sugerencia referente a lo que había que revisar en ellos.
Como la unidireccionalidad de la mayor parte de las críticas es tan negativa, la
persona que las recibe tiende también a reaccionar en forma negativa. Primero está la
suposición intelectual de culpa, fallo o error: Hice algo mal. A ello le sigue una
oleada de cólera, resentimiento y necesidad de defenderse, y además, de
autojustificarse. Finalmente, se da la expresión negativa —y ciertamente,
improductiva— de estas emociones en el comportamiento: gritos y represalias
verbales, llantos, o bien retraimiento en un hosco silencio.
La tercera razón por la cual la crítica resulta habitualmente destructiva es que
tiende a ser injustamente selectiva. He aquí un ejemplo:
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evaluación. Servía para que uno considerara con realismo sus objetivos y sus
acciones; le señalaba el camino conducente a recursos y habilidades nuevas;
incrementaba la tolerancia ante diversas opiniones. Pero, de alguna manera, este
concepto de la crítica se fue desvirtuando hasta que, finalmente, no se conservaron
nada más que las connotaciones negativas de la palabra.
Nos parece que es el momento de redefinir la crítica de manera tal que permita
cambiar este marco de referencia y, por ende, mejorar tanto nuestra manera de criticar
como la forma en que recibimos las críticas. Considérese esta nueva definición del
«criticar»: comunicar información a otros de tal modo que les permita usarla para su
propia ventaja y beneficio. Y de «crítica»: instrumento para estimular y favorecer el
propio desarrollo y las relaciones personales.
Esta redefinición de términos significa algo más que un mero juego de palabras.
Las definiciones revisadas pueden cambiar lo que los psicólogos llaman nuestra
«orientación cognoscitiva», es decir, la forma en que, tanto quien hace la crítica como
quien la recibe, están dispuestos a pensar de lo que dicen y oyen.
La nueva definición, por ejemplo, ya no identifica el comportamiento criticado
como un acto irrevocable, sino como un comportamiento susceptible de cambio. La
nueva definición pone en claro que la crítica es una interacción positiva entre crítico
y receptor. Si las dos personas participan, es probable que el (o la) que critica esté
más atento a lo que dice, a la forma en que lo dice y al efecto que pueden tener sus
palabras.
Entonces, el mensaje que la crítica transmite es «te estoy diciendo esto porque
creo que puede ayudarte y puede ayudar a nuestra relación». De la misma manera, es
más probable que, en vez de sentirse herido o ponerse a la defensiva, quien recibe la
crítica intente integrarla en sus acciones futuras. En vez de pensar: «Siempre me está
poniendo peros», es posible que la persona criticada piense: «Está tratando de
ayudarme». En pocas palabras, tanto el uno como el otro reconocen que están
participando en un proceso de crecimiento.
El lector, ¿responde de esa manera?
Piense en la última vez que lo criticaron y en la forma en que reaccionó a lo que
le decían.
• ¿Qué significaron para usted las palabras? ¿Las interpretó como un ataque?
¿Una humillación? ¿Un intento de ayudarle a ver lo que estaba haciendo mal?
• ¿Cómo se sintió cuando lo criticaron? ¿Enojado? ¿Herido? ¿Rechazado?
¿Avergonzado? ¿Le latió con más rapidez el corazón? ¿Se ruborizó? ¿Se le tensaron
repentinamente los músculos?
• ¿Qué hizo? ¿Escuchó en silencio la crítica o intentó interrumpirla para
defenderse? ¿Levantó la voz? ¿Se fue? ¿Dio un puñetazo sobre la mesa? ¿Lloró?
Recuerde ahora la última vez que criticó a alguien y hágase usted mismo idénticas
preguntas: ¿Qué era lo que creía estar diciendo? ¿Cómo me sentí cuando lo decía?
¿Cómo me conduje mientras lo estaba diciendo y después de haberlo dicho?
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Cada uno de esos tres factores tiene su medida de importancia individual, tanto
cuando se hace una crítica como cuando se recibe. Y, lo que es más importante, cada
uno de ellos interactúa con los otros dos y los refuerza. La forma en que
interpretamos intelectualmente la crítica afecta a nuestra reacción emocional ante
ella. La forma de nuestra reacción emocional determina, en gran medida, lo que
hacemos al respecto. Y como tenemos tendencia a poner rótulos subjetivos a nuestros
sentimientos y nuestras acciones, estas dos respuestas influyen a su vez —con
frecuencia incorrectamente— sobre el significado que atribuimos a la crítica: «Si me
siento avergonzado, debo haber hecho algo mal… Si discuto a gritos, debo estar
enojado».
Antes de poder empezar a cultivar las habilidades necesarias para formular y
recibir críticas de manera responsable y eficaz, debemos estudiar más atentamente la
forma en que nuestros pensamientos, sentimientos y acciones afectan a la totalidad de
nuestra reacción ante la crítica.
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Cómo influye el pensamiento sobre la crítica
«Los hombres no tienen dificultades con las cosas mismas, sino con lo que
piensan de ellas», observó hace ya dos mil años el filósofo Epicteto. Y los psicólogos
de hoy están de acuerdo; es el significado que asignamos a los acontecimientos lo que
les da el poder de afectarnos, para bien o para mal. En el «pensamiento» hay, por lo
menos, tres aspectos que influyen sobre la manera de dar forma a una crítica.
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La apreciación individual
La apreciación es un proceso mental que nos ayuda a definir lo que nos sucede o
sucede a nuestro alrededor. Este proceso arraiga en las cualidades y circunstancias
especiales —tales como antecedentes familiares, talentos naturales, aspecto y salud
físicos, sistemas de creencias, temores y esperanzas— que configuran nuestras
personalidades. Dichos elementos se combinan para formar la base de la peculiar
manera que tiene cada uno de nosotros de interpretar aquello que lo rodea, de asignar
significado a los hechos externos y de estimar las situaciones con que se encuentra en
la vida cotidiana, como lo demostrarán los ejemplos siguientes.
Louise, una mujer atractiva pero de personalidad áspera, nunca había podido
mantener una relación con un hombre. Los hombres se sentían al principio seducidos
por su apariencia, pero su agresividad terminaba por alejarlos. Louise tenía la
esperanza de que las cosas fueran diferentes con Nick, que había empezado a
interesarle mucho.
Nick solía telefonearle los jueves al anochecer, con la finalidad de hacer planes
para el fin de semana. Un jueves, cuando se habían hecho las ocho de la tarde sin
que Nick telefonease, Louise lo llamó. En las dos horas siguientes llamó tres veces, y
cada vez dejó un mensaje. A medianoche, cuando él seguía sin llamarla, Louise
estaba furiosa; había tomado el episodio como una afrenta personal.
—Entendí que era su manera de decirme que no le interesaba seguir viéndome —
expresó—. Nick me estaba diciendo que me borrara.
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tenido un accidente? En ese caso, lejos de sentirse despreciada y enojarse, habría
estado preocupada e inquieta.
Es obvio que la forma en que interpretamos una situación cualquiera puede variar
con las circunstancias. Lo importante es que la forma en que la apreciamos, la opción
cognoscitiva, es el desencadenante de los sentimientos y el comportamiento que
siguen.
Cuando dos personas están relacionadas, es posible que cada una de ellas haga
una apreciación opuesta de la misma situación. Es más, dado que nuestras
percepciones y estimaciones son siempre peculiares e individuales, parece
improbable que dos personas distintas puedan llegar jamás a una evaluación
completamente coincidente.
Hacía seis meses que Jeff y Ellen estaban comprometidos, cuando, de pronto,
Ellen puso término a la relación. Jeff se quedó atónito.
—Jamás me había sentido tan próximo a una mujer —dijo—. No había nada de
lo cual no pudiéramos hablar. Es verdad que discutíamos mucho, pero el hecho de
que pudiéramos discutir y seguir sintiéndonos cerca, me decía que teníamos una base
realmente sólida para un matrimonio.
Pero Ellen veía las cosas bajo otra luz.
—Estábamos continuamente discutiendo, y finalmente me di cuenta de que jamás
podríamos llevarnos bien.
Tanto Ellen como Jeff coincidían en que discutían mucho, pero la evaluación que
hacían del hecho era diferente. Jeff lo interpretaba como un elemento positivo en la
relación de ambos, y Ellen lo veía como prueba de que no formaban una buena
pareja.
Cada persona tiene su propia perspectiva. Un sofá de tamaño muy grande, por
ejemplo, significará cosas muy diferentes para un tapicero, una pareja de enamorados
y un empleado de mudanzas. Si se sienta a cuatro personas en torno de una mesa de
juego y se pone sobre ella una «M» mayúscula, según dónde esté sentado cada uno la
verá como una «M», una «E», una «W» o un «3» de forma angular.
De la misma manera, la forma en que reacciona un individuo ante las críticas
depende en alguna medida de dónde «esté sentado» mentalmente. Una persona puede
sentirse insultada, otra deprimida, una tercera enojada y, con mucha menos
frecuencia, también alguien puede sentirse agradecido porque le hayan señalado un
fallo. O el mismo individuo puede reaccionar ante la misma crítica de todas esas
maneras diferentes en distintas ocasiones, según cómo cambie la evaluación que hace
de ella. ¿Cuántas veces, después de haber formulado una observación crítica, nos
sorprendemos por la reacción que provoca, especialmente cuando la intención que
nos animaba era la de ofrecer una ayuda?
—Entendiste erróneamente lo que te dije —protestamos.
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Afortunadamente, como veremos más adelante, la mayoría de las personas son
capaces de modificar su manera de apreciar las críticas para poder aceptarlas bajo una
luz más positiva.
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El nivel de expectativas
Desde un punto de vista realista, no había razones para que Molly se sintiera
humillada ni avergonzada. Había hecho, efectivamente, un buen trabajo con el primer
encargo importante que le confiaban. Cualquier otro abogado o abogada joven podría
haberse enorgullecido de que le dijeran que su trabajo era «un buen comienzo», e
incluso se habría alegrado de contar con la orientación de un profesional veterano.
Pero Molly se había fijado tal nivel de expectativas que hasta la más leve de las
críticas le resultó devastador. Emocionalmente, se había comprometido hasta tal
punto con su objetivo proyectado y las recompensas que éste le significaría que,
cuando la realidad no llegó a estar a la altura de sus expectativas, la frustración fue
tanto más grande.
La reacción de Molly fue típica: cuando nos ponemos expectativas elevadas, y
éstas no se cumplen, cualquier crítica resulta evaluada casi siempre bajo una luz
negativa. Contrariamente a toda lógica, interpretamos su mensaje en el sentido de que
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hemos fracasado. Como Molly esperaba tanto de sí misma, era en efecto a sí misma a
quien criticaba. Pero la crítica también puede ser ineficaz o destructiva cuando
tenemos expectativas fijas o poco realistas respecto del comportamiento de otros.
Paul y Leslie habían convivido durante casi dos años antes de casarse. Aunque
durante ese tiempo los dos trabajaban, Leslie se había esforzado especialmente por
mantener atractivo y en orden el pequeño apartamento de dos cuartos. Poco después
de la boda se mudaron a una casa de seis habitaciones. Varias semanas más tarde,
muchas cajas seguían aún sin abrir, las cortinas y los cuadros sin colgar, y los
muebles no acababan de estar arreglados. Paul se sentía con legítimo derecho a
quejarse.
—No entiendo por qué está todavía tan desordenado este lugar —declaró—. Los
libros y los discos todavía están embalados, no puedo encontrar mis herramientas, y
con la decoración todavía no has hecho nada.
—Escucha, la mitad de esas cajas están llenas de cosas tuyas, ¡y yo no sé dónde
van! —replicó Leslie—. ¡Y los muebles tampoco puedo moverlos sola! Además, salgo
a trabajar lo mismo que tú. ¿Por qué me echas a mi la culpa de todo?
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podría haber esperado. En este caso, decimos que es demasiado duro consigo mismo.
Es más, la actitud crítica ante su propio comportamiento es tan exagerada que resulta
posible un abandono completo de la dieta y que nunca más intente volver a perder
peso.
También la expectativa de que alguien haga algo que no nos gusta (o de que no
haga algo que aprobamos) tiende a incrementar la intensidad y la frecuencia de las
críticas.
Veamos un ejemplo más del efecto que causan las expectativas negativas sobre la
crítica.
Jane y David viajaban mucho, y cada vez que no era factible llevar con ellos a su
hija Debbie, de siete años, la madre de Jane se quedaba de buena gana con la niña,
ya que adoraba a su nieta. Pero, por más que David agradeciera la ayuda de su
suegra, le irritaba su costumbre de malcriar a la niña.
—Cada vez que volvemos de un viaje, Debbie tiene una docena de juguetes
nuevos, ha engordado a causa de todos los dulces que le da la abuela, y por la noche
no podemos conseguir que se acueste, porque ella le permite quedarse levantada
hasta tarde. Es como volver y encontramos con una niña diferente.
David había pedido repetidas veces a su suegra que no hiciera esas cosas.
—Pero mis críticas no surten efecto. La abuela siempre dice que no malcriará
más a la niña, pero cada vez sucede lo mismo —comentaba—. El mes pasado,
cuando vino a quedarse con Debbie durante el fin de semana, lo primero que sacó la
abuela de su maleta fue un juguete nuevo. Inmediatamente le dije que si iba a seguir
malcriando a Debbie, contrataríamos a una chica como canguro. Calculé que era
mejor dejar el asunto bien aclarado en ese momento que esperar a estar de vuelta
del viaje, pero sirvió para empezar una discusión. La abuela me dijo que se había
dado cuenta de que yo tenía razón y no había traído más que ese único juguete, de
modo que no era justo que yo la criticara por algo que no iba a hacer.
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fijando el pasado como una pauta o modelo inevitable para el futuro, sin dejar margen
para la posibilidad de cambio. Y lo que es peor, la crítica basada sobre tales
expectativas puede muy bien convertirse en una profecía que se autorrealiza.
Cualquiera que sepa que lo han de criticar por adelantado en función de algo que se
espera que haga (o que no haga), puede terminar decidiendo que no vale la pena el
intento de cambiar de comportamiento.
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El poder del discurso privado
Un tercer proceso mental que influye sobre la manera de reaccionar ante la crítica
es el discurso privado, esto es, las cosas que «decimos» en silencio cuando criticamos
a alguien, o cuando estamos (o creemos estar) a punto de recibir una crítica.
Pregúntese, usted mismo, si cuando le critican tiende a decirse: «Oh, oh, ya volví
a meterme en líos», o: «Ahora tendré ocasión de saber en qué me equivoqué». Y
cuando usted hace una crítica, ¿tiende a murmurar silenciosamente: «Qué estúpido
puede ser fulano», o: «Veré si puedo ayudarle.»?
Puesto que, como ya hemos visto, la mayoría de las personas suponen que la
crítica va a ser negativa, la mayor parte de esos enunciados, referentes a sí mismas,
tienden también a ser negativos:
El discurso privado es un arma de doble filo. Por una parte, refleja la apreciación
que hemos hecho ya de una crítica. Por otra, influye sobre cómo es probable que
apreciemos la crítica, ya que tiende a confirmar y objetivar nuestras expectativas
abstractas.
El discurso privado contribuye también a la forma en que nos sentimos y
actuamos en respuesta a las críticas. Cuando los enunciados referentes a uno mismo
son hostiles o denigrantes, provocan reacciones físicas y emocionales negativas. Por
ejemplo, si a un alumno le dicen que se presente en el despacho del director y se
pregunta: «¿Qué habré hecho mal esta vez?», lo más probable es que empiece a
sentirse angustiado, enojado o culpable. Tal vez entre en el despacho con aire
avergonzado, o tensando nerviosamente los puños. Pero si en cambio se dice: «Tal
vez me hayan elegido abanderado», se sentirá esperanzado, marchará con paso ágil y
entrará con la sonrisa pronta.
El discurso privado pone en movimiento un circuito cerrado, que puede operar en
dos direcciones. Como luego veremos, es posible aprender a controlarlo de modo que
conduzca a actitudes más bien positivas que negativas.
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Cómo afectan los sentimientos a la crítica
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se decía que cuando el supervisor la llamara a su despacho, ella tendría un conjunto
determinado de respuestas emocionales, que ella misma anticipaba porque esperaba
sentirse angustiada e inquieta. Su propia expresión —«Ya empieza otra vez»—
influía sobre su manera de sentirse, en cuanto le decía qué tipo de alteración iba a
notar y le indicaba qué rótulo ponerle.
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De qué manera afecta la crítica al comportamiento
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cortaba un enfrentamiento desagradable y, después de un breve período de tensión, la
vida volvía a la normalidad.
En pocas palabras, aunque desde el punto de vista del comportamiento la
respuesta de Robert sea destructiva en un caso y constructiva en el otro, él ha
aprendido que ambas, cada una a su manera, le dan resultados favorables. (Digamos
de paso que los resultados también son favorables tanto para el jefe de Robert como
para su mujer. Al diputado le gusta tener un secretario inteligente, que está dispuesto
a escuchar y aprender. Y la mujer se siente aliviada porque, cuando se va de la
habitación, queda libre de la necesidad de seguir discutiendo y corriendo, tal vez, el
riesgo de empeorar las cosas). En cada caso, su forma de actuar influye mucho sobre
lo que Robert piensa y siente ante las críticas. La lección es clara: si podemos
conseguir cierto control sobre nuestro comportamiento, podemos también controlar
en cierta medida nuestros pensamientos y sentimientos, y tal vez, cambiarlos.
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2
«No sé cómo decírtelo, pero…»
MUJER: ¿Es que siempre tienes que andar por casa vestido con esos andrajos?
¡Pareces un vagabundo!
MARIDO: ¿Y qué quieres que haga, que vaya con traje?
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—No me gusta tener que decírtelo, pero… —o bien—: Ya sé que no me creerás,
pero si te lo digo es por tu propio bien.
Y si realmente no llegamos a decir estas cosas, las pensamos. Y en una
proposición como ésta va implícito el supuesto de que, por más que una crítica tenga
la intención de ser útil, su resultado inevitable es lesionar el yo de la persona a quien
se dirige, herir sus sentimientos o denigrar su capacidad.
En ello reside la paradoja de la crítica: por una parte, creemos que ayudará a
quien la recibe; por otra, tememos que pueda herir sus sentimientos. De hecho, la
mayoría de las veces, las críticas quedan incluidas en la segunda categoría, porque se
centran casi siempre en encontrar defectos, descubrir debilidades, desvalorizar ideas
o restar importancia a esfuerzos. Es más, quizás asestar mazazos críticos sea uno de
los grandes pasatiempos de nuestra civilización.
Pero, si la crítica puede ayudarnos, ¿por qué hemos de temerla? Una posible
respuesta es que estamos tan acostumbrados a pensar que las observaciones críticas
son destructivas que pasamos por alto su valor constructivo. Otra es que rara vez
sabemos cómo expresar una crítica de manera positiva.
Mientras reunía material para su tesis doctoral, «Crítica e interacción», la
socióloga Stephanie Hughes proyectó un experimento para comprobar de qué manera
usa la gente las críticas y reacciona ante ellas. Pidió a un grupo de voluntarias que
inventaran un juego nuevo que se pudiera jugar con piezas de dominó. A otro grupo
de voluntarias se le indicó que respondieran a la mitad de las sugerencias con críticas
positivas (centradas tanto en los méritos como en los fallos de las sugerencias
propuestas, pero insistiendo más en los primeros), y a la mitad con críticas negativas
(centradas solamente en los fallos de una sugerencia). Después, Hughes llevó a cabo
interrogatorios para analizar las actitudes y los sentimientos movilizados en ambos
grupos de voluntarias por cada uno de los dos tipos de críticas.
Cuando las que criticaban sabían que tenían que usar un planteamiento negativo,
esta expectativa teñía su actitud. Algunas dijeron que habían experimentado
sentimientos de hostilidad o de competencia hacia la persona que sugería el juego.
Por ejemplo, consignó Hughes, una de las críticas expresó que se había encontrado
«tratando de hallar en la otra persona algo que le disgustara, para poder hacer una
crítica negativa». Otra dijo que «hacer una crítica negativa me pone en un estado de
ánimo, también negativo, que no me permite valorar como bueno nada de lo
propuesto». Evidentemente, señala Hughes, la expectativa de formular una crítica
negativa crea, de hecho, una disposición mental negativa.
Las voluntarias que recibieron críticas negativas a sus sugerencias de juegos
nuevos, se sintieron atacadas por ellas. Tendieron a interpretar, incluso, los
comentarios levemente negativos en el sentido de que la idea que habían propuesto
era «mala». Además resultaron influidas en medida considerable hasta por los
comentarios que más moderadamente cuestionaban sus sugerencias. Algunas de las
participantes que al comienzo sentían que la idea propuesta por ellas era
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razonablemente buena decidieron, tras haber sido objeto de una crítica negativa, no
sólo que la idea no era «tan buena», sino que era más o menos «mala».[3]
Es obvio que tanto la persona que critica como la que recibe la crítica contribuyen
a los efectos contraproducentes de la crítica destructiva y, a la vez, son víctimas de
ellos. Si esta pauta de comportamiento fuera deliberada, tal vez sería más fácil de
modificar. Pero lo triste del asunto es que la mayor parte de las personas expresan sus
críticas negativamente sin darse cuenta, al parecer, de la influencia de sus palabras ni
de las barreras que obstruyen el paso a una crítica constructiva.
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La crítica destructiva
Veamos primero cuáles son los factores responsables de los diversos modelos de
crítica destructiva, para ver después, en este mismo capítulo, los que intervienen en
las reacciones negativas ante la crítica recibida.
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Avergonzar al receptor
Ciertas formas de crítica son casi una garantía de que no servirán a ningún
propósito de mejora, y en esta categoría entra todo aquello que signifique confundir,
avergonzar o humillar a la persona criticada.
Estábamos vistiéndonos para salir a cenar con unos amigos y, como hacemos
habitualmente, mi mujer y yo nos preguntamos cómo se nos veía.
—¿Realmente te vas a poner esa camisa? —me preguntó con tono cortante.
—¿Por qué? Yo la veo muy bien.
—Ese cuello es demasiado corto y está completamente pasado de moda —me
respondió.
Le dije que a mí no me importaba mucho la moda y continuó:
—Ya sé, y por eso siempre pareces andrajoso. A veces me da vergüenza que me
vean contigo.
La observación realmente me hirió, porque no venia para nada al caso, e
inmediatamente empecé a criticarle el vestido.
—Pues lo que tú te has puesto te va tan ajustado que te hace parecer más gorda.
Y los dos terminamos tratando de ridiculizarnos el uno al otro, y diciendo cosas
que no sentíamos, pero que igualmente dolían. La velada se nos arruinó.
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El añadir un elemento «humillante» puede hacer que una crítica, tolerable en otro
sentido, resulte absolutamente inaceptable, en cuanto representa un ataque explícito a
la propia estimación.
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Echar la culpa
PADRE A HIJO: ¡Mírate la ropa! ¿Por qué tienes siempre que ensuciarte de esa
manera?
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Los fallos de «realimentación»
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Los supuestos no expresados
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Las alternativas poco claras
Una vez que una crítica ha sido formulada, a la persona criticada puede resultarle
útil pedir a quien se la hace que le proponga un modo de actuar alternativo. A la vez,
es responsabilidad del que critica estar preparado para ofrecerlo.
Carolyn, secretaria del gerente comercial de una firma de electrónica, trabajaba
con un jefe que la hacía responsable del manejo de sus asuntos, pero no se esforzaba
nada en ayudarla a llevarlos bien.
—No me importaba que mi jefe me criticara, ya que sabía qué es lo que cabe
esperar. Lo que me molestaba era que jamás me daba un indicio de cómo hacer las
cosas con más eficiencia y evitar errores.
Como el jefe de Carolyn pasaba gran parte del día fuera de su despacho, los
mensajes y las anotaciones se acumulaban. Carolyn acostumbraba a poner los
mensajes, con los nombres y números de teléfono de las personas a quienes su jefe
tenía que llamar, en la caja marcada «Entradas» que él tenía sobre su escritorio.
—Pero no siempre se fijaba en lo que había en la caja —relata Carolyn— y
cuando no había leído algún mensaje importante o había dejado de ir a una reunión,
me echaba la culpa a mí.
»Después de un tiempo empecé a dejarle los papeles directamente sobre el
escritorio, y si lo veía entrar solía recordarle que los mirase al volver a su despacho,
pero, claro, eso tampoco daba siempre resultados, porque no siempre lo veía. Y a
veces, para ser sincera, me olvidaba de advertírselo, así que él seguía culpándome
cuando algo se le quedaba sin hacer.
»Intenté incluso tener mi propia lista de cosas para decirle, pero la mayoría de
las veces me decía que estaba demasiado ocupado, que lo dejara para más tarde. Y
claro, “más tarde”, por lo general, era demasiado tarde. Después de eso, ya
simplemente no sabía qué hacer, y empecé a estar tan preocupada por cómo hacerle
llegar los mensajes que el resto de mi trabajo empezó a resentirse.
Casi todos podemos entender a Carolyn, porque a casi todos nos han criticado de
la misma manera, culpándonos de una situación confusa sin darnos ninguna
sugerencia o alternativa referente a la forma de mejorarla. El jefe de Carolyn la
criticaba porque no le llegaban los mensajes, pero jamás intentó ayudarla a resolver el
problema. Podría haberle sugerido que instalara un tablero para los mensajes en la
pared frente a su escritorio, donde él no pudiera dejar de verlo. Podría haberse
comunicado telefónicamente con ella a horas fijas, para recibir verbalmente los
mensajes. El hecho es que el jefe no completó sus críticas con alternativas válidas
para el procedimiento a seguir, y dejó a su secretaria con una sensación de fracaso.
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La desvalorización emocional
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La insistencia en lo negativo
Tanto a Nancy como a Glen les gustaba la cocina china. Cuando Nancy supo que
en el colegio de la localidad se iban a dar clases de cocina china, se apuntó
inmediatamente. Glen estaba encantado con la expectativa de tener deliciosas
comidas chinas en casa. Veamos lo que nos cuenta Nancy sobre lo sucedido.
Las clases duraron ocho semanas, y cuando terminaron, yo creía que había
aprendido mucho. Para poner a prueba mis nuevas habilidades, preparé una
estudiada cena de seis platos. Tal vez debería haber empezado con algo más simple,
pero realmente quería que Glen viera todo lo que había aprendido. Hasta me compré
un conjunto de chaqueta y pantalones chinos, para ponérmelos mientras servía la
comida.
Pero, ¿creéis que Glen apreció mis esfuerzos? Para cada plato tuvo algún
comentario desagradable. A la sopa picante le faltaba condimento. El pescado
agridulce estaba demasiado ácido. Los rollitos de huevo no estaban bastante
crujientes para su gusto. Las chuletas de cerdo estaban duras, y el plato de
camarones —mi pièce de résistance— le pareció demasiado grasiento. Me imagino
que tuve suerte de que no le encontrase ningún pero al té chino. El golpe final fue
cuando me preguntó si no había pastas con predicciones. Yo sabía que lo decía de
broma, pero a mí no me hizo gracia.
Glen sabía el esfuerzo que me había costado esa cena, sabía que era la primera
vez que intentaba preparar sola todos esos platos, y sin embargo no fue capaz de
decirme una sola palabra amable. Lo único que hizo fue decirme que todo estaba
mal. Pues no pienso volver a intentarlo. La próxima vez que quiera tener comida
china en casa, ¡ya puede ir a buscársela a un restaurante!
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Las actitudes rígidas
Una crítica va precedida con frecuencia por las palabras «Debes» o «No debes».
Estas expresiones y otras similares dificultan el proceso de crítica, por dos razones.
La primera es que son actitudes reveladoras de la rigidez de quien critica. Hablar de
«deber» y «no deber» implica que la opinión o el método que propone el crítico es el
único «correcto», lo cual es de suyo suficiente para enfriar cualquier disposición a
intentar un cambio que uno pudiera tener.
En segundo lugar, el supuesto unidireccional de que la propuesta del crítico es la
única propuesta correcta perpetúa el concepto tradicional de la crítica como un
proceso disyuntivo, la idea de que algo o alguien está «bien» o «mal», y de que no
hay una posibilidad intermedia aceptable ni un posible comportamiento alternativo.
Es probable que la persona criticada reaccione poniéndose a la defensiva,
preguntándose por qué no ha de hacerlo a su manera, y que de ello resulte un
esquema de obstinado desacuerdo recíproco.
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Los factores ambientales
Todas las tardes, cuando regreso del trabajo, mi esposa empieza a perseguirme.
No se preocupa en preguntarme cómo me fue durante el día, ni se fija para ver si
estoy especialmente cansado o deprimido. Va directamente al grano.
Anoche, lo primero que me dijo fue que me había olvidado de tirarle una carta, y
que había tenido que salir especialmente para ir al correo. La noche anterior, tan
pronto como entré, me salió con que no le había dejado un talón en blanco firmado,
para pagar al fontanero.
Dice que siempre me enojo cuando me critica, y por cierto que me enojo. No me
importa que me critiquen, y admito que a veces me olvido de hacer cosas que le
prometí que haría. Pero no puedo aguantar que me exija una rendición de cuentas
tan pronto como abro la puerta. Me gustaría tener un poco de tiempo para relajarme
antes de que me digan qué es lo que he hecho mal.
No creo que jamás me haya sentido tan confundido ni avergonzado como cuando
tenía nueve años y estaba en tercer grado. En la clase había unos veinticinco niños, y
un día la maestra nos dijo a todos que dibujáramos un mapa de España. Yo era
bastante bueno en dibujo, y me pasé mucho tiempo haciendo el mapa lo más artístico
posible. Pero no andaba muy bien en geografía, y muchas provincias las ubiqué mal.
Cuando la maestra miró mi trabajo, empezó a reírse, y después me preguntó en
voz alta de dónde había sacado que en España la provincia de Barcelona limitara
con la de Zaragoza. Toda la clase soltó una carcajada, y yo habría querido que la
tierra me tragase. Ni siquiera oí lo que dijo la maestra mientras me corregía el
mapa.
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daño importante, ni para mi coche ni para el otro, pero el impacto del accidente me
dejó nerviosa. Tan pronto como llegué a casa conté lo sucedido a mi marido, con la
esperanza de que me comprendiera. Pero en vez de preguntarme cómo me sentía, me
miró furioso y dijo:
—¿Sabes lo que nos va a costar ahora el seguro? ¿No podías haberte fijado por
dónde ibas?
¡En ese momento no me habría importado aunque hubiera reventado el maldito
coche!
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Amenazas y ultimátums
En otro caso, una mujer insatisfecha con las técnicas eróticas de su marido, le
señaló lisa y llanamente su fallos, pero no hizo el menor intento de decirle qué era lo
que ella preferiría. En cambio, socavó más aún la confianza sexual de él, diciéndole
que si no aprendía a complacerla, tendría que buscarse a alguien que lo hiciera.
(Aunque la mujer se hubiera valido de una forma más sutil de amenaza —por
ejemplo, mostrarse cada vez más fría ante las insinuaciones sexuales del marido—, el
resultado habría sido el mismo).
Quienes acostumbran a rematar una crítica con la muletilla «porque si no…»,
confían en la amenaza como factor de cambio. Pero la amenaza, o bien paraliza a la
persona criticada, o produce cambios por razones que no vienen al caso. Como una
amenaza impone «condiciones» a una relación, la persona criticada reacciona movida
por el enojo o el miedo ante las posibles consecuencias. Es posible que el
comportamiento se modifique, pero no porque la persona esté de acuerdo con la
crítica ni la entienda. Esta situación constituye un buen ejemplo de cómo a veces la
crítica puede ser parcialmente efectiva, aun cuando sea destructiva. Dar a alguien un
golpe en la cabeza puede ser una manera eficaz de obligarle a que preste atención,
pero no es necesariamente una manera constructiva de conseguirlo.
A la larga, el uso continuo de amenazas como técnica para criticar, se vuelve
totalmente contraproducente. Para empezar, cuando las amenazas se repiten con
demasiada frecuencia, sin ser puestas en práctica, pierden eficacia. Y además, es muy
posible que la persona criticada imite la jactancia y lance el desafío:
—Porque si no, ¿qué? ¡Pues date el gusto y haz lo que quieras, que a mí no me
importa!
Y aun cuando tales enfrentamientos no pasen a mayores, es probable que en la
relación quede un residuo de resentimiento; puede parecernos que siempre estamos
«cediendo» y dejando que el otro —o la otra— se salga con la suya. Las amenazas
convierten el proceso de crítica en una lucha por el poder, que es precisamente lo que
jamás debería ser.
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«Yo te dije»
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Las preguntas acusadoras
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Las respuestas destructivas
En ocasiones, una crítica hiriente se puede rescatar si quien la recibe la acepta con
un punto de vista positivo. Pero incluso las críticas ofrecidas de manera constructiva,
son ineficaces ante alguien que las recibe de forma negativa.
Así como hay factores, externos e internos, que se constituyen en obstáculos para
hacer una crítica inteligente, también hay barreras —pensamientos, sentimientos y
comportamientos contraproducentes— que se oponen a una aceptación productiva.
La esposa de un actor, por ejemplo, comenta que su marido «no es bueno» para
aceptar las críticas de sus actuaciones.
—El más leve de los comentarios puede aplastarlo, porque lo magnifica —
expresa.
Una estrella del rock confiesa que su reacción ante la crítica es de desafío.
—Si me tratan de arrogante, ¡a la vez siguiente lo seré más todavía!
Es posible que con las celebridades y, en general, las personas que tienen una
actuación pública, esté más justificado el ser más sensibles a la crítica, ya que ésta
puede afectar tanto a sus ingresos como a su reputación. Pero, si bien la reacción de
una figura pública puede ser más vehemente, no es peculiar de ella. La mayoría de las
personas tienden, al principio, a reaccionar negativamente ante las críticas. Veamos
ahora algunas de las técnicas y estratagemas que usan.
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El amurallamiento
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Las excusas
—Cuando mi hijo era pequeño —recuerda un hombre—, tenía una excusa para
todo. Si su madre o yo le señalábamos que no había guardado sus juguetes o
terminado el almuerzo o hecho los deberes, siempre decía, sin tomar aliento: «Sí,
pero…» e inventaba una explicación. Llegó al punto de que durante años lo llamamos
«Sipero».
Los niños son notorios «Siperos», pero algunos adultos también. Como a los
niños, se les hace difícil admitir que no son perfectos, difícil aceptar la
responsabilidad de sus acciones, difícil asumir la validez de la crítica. El «sí»
reconoce parcialmente un fallo en el propio comportamiento; el «pero» es un
presuroso esfuerzo por disculparlo o justificarlo y, consiguientemente, por aliviar el
estrés causado por la resquebrajadura de la propia imagen.
«Sí, pero…» es una respuesta destructiva ante la crítica, porque es una barrera
que se opone a un cambio constructivo. La paradoja del cambio es que uno no puede
cambiar mientras no acepta quién es y qué es. Pero enfrentar la crítica con un «sí,
pero…» impide que uno acepte quién es, y le impide, además, reconocer que hay
aspectos que podría ser necesario o deseable cambiar. Si el «amurallamiento» es una
defensa de las propias ideas, el «sí, pero…» es una defensa de la propia imagen.
Es destructivo, además, porque expresa un mensaje contradictorio. El uso del
«pero» niega o por lo menos restringe la admisión que lo precedió. «Sí, me
equivoqué, pero me dijeron que lo hiciera así» implica en realidad: «No, no me
equivoqué porque me dijeron que lo hiciera así». O: «Sí, cometí un error, pero tenía
la cabeza ocupada con demasiadas cosas» implica: «No, no me equivoqué porque
tenía demasiadas cosas en la cabeza como para esperar que no fallara en ninguna».
En el intento de «protegerse» contra la crítica, que interpreta como un ataque a su
propia imagen, el «Sipero» ya está pensando en su defensa antes de que su crítico
haya terminado de hablar.
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El intercambio de represalias
SYLVIA: Ya hace dos días que te pedí que le enviaras esta carta a mi madre, y
todavía sigue aquí, sobre la mesa del vestíbulo. ¿Nunca te acuerdas de nada?
Todo se te va de la cabeza.
HERBERT: Buena eres tú para hablar. ¿Quién se olvidó de llevar mi traje bueno
a la tintorería? Y, finalmente, tú siempre escribes a tu madre. ¿No podrías
sacar un rato para enviar también alguna línea a mi familia, de vez en cuando?
Ya sabes lo ocupado que estoy.
SYLVIA (sarcásticamente): Vaya si lo sé. Siempre estás ocupado,
especialmente cuando yo quiero que hagas algo conmigo. En cambio tienes
tiempo para jugar al golf con tus amigos.
HERBERT: Eso me relaja. Cuando estoy contigo, siempre encuentras algún
motivo para sermonearme. Te has convertido en una machacona espantosa,
Sylvia.
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La elusión (o evitación) y el retraimiento
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La aceptación superficial
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Las interferencias emocionales
El lector recordará el efecto dañino que pueden tener los detractores emocionales
cuando se formula una crítica. De la misma manera, nadie puede recibir
adecuadamente una crítica si se encuentra tenso, angustiado o ansioso. Los
sentimientos negativos interfieren en la estimación racional de la crítica y anulan
cualquier utilidad positiva que ésta pudiera tener.
Si uno «pierde la calma», es muy posible que esto disuada a otros de formular
críticas, y tal cosa no es necesariamente un objetivo deseable. Por ejemplo, una
empleada de comercio minorista recibía frecuentes reprimendas del jefe de su
departamento, por estar fuera de su puesto de trabajo mientras los clientes esperaban.
Cada vez que esto sucedía, la muchacha estallaba en lágrimas. Al comienzo, el
supervisor se sorprendía y trataba de consolarla. Pero cuando la empleada siguió
estando fuera de su puesto durante las horas de trabajo, el hecho de que llorase sirvió
simplemente para irritar al supervisor.
—Como nunca podíamos hablar de lo que estaba haciendo —dijo— porque los
sentimientos de ella interferían, finalmente tuve que despedirla.
Es importante señalar que cada uno de los estilos destructivos de reacción ante la
crítica que hemos enumerado, lleva consigo su propia «recompensa» que consiste en
lo siguiente: la persona criticada no tiene, de hecho, que encarar o enfrentar la crítica
de manera realista… por el momento al menos. La imagen de sí mismo queda
protegida, y se evita el cambio de comportamiento. Y como todo esto puede ser visto
como una pequeña «victoria», se refuerza la respuesta negativa.
¿Cuáles son, en general, los resultados derivados de las formas destructivas de
criticar y de ser criticado? Para empezar, la tensión, la irritación y la distancia
psicológica que crean entre la persona que critica y la criticada, hacen que las críticas
futuras resulten aún más difíciles y estériles. Además, las pautas destructivas no
llegan a tener ninguna influencia positiva importante sobre el comportamiento
cuestionado. De hecho, es posible que la crítica continúe, pero es improbable que el
problema se resuelva.
Para cambiar este cuadro desalentador es necesario cultivar dos series de
habilidades. Una de ellas es aprender a romper las pautas destructivas, y en los
capítulos dedicados a territorios especialmente problemáticos dentro de la crítica,
como pueden ser el de las relaciones sexuales, laborales y con niños, veremos cuáles
son las técnicas adecuadas para hacerlo. La segunda es encontrar técnicas
constructivas para formular y recibir críticas. Éstas son las que estudiaremos en los
dos capítulos siguientes.
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3
Cómo criticar con éxito
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aceptadas de la misma manera. Una persona puede seguir tomando las críticas de
manera destructiva, independientemente de la intención con que han sido formuladas.
El que critica y el criticado deben cooperar para que se pueda alcanzar el objetivo de
un cambio de comportamiento.
En este capítulo y en el siguiente, hemos bosquejado y concretado un modelo
básico para criticar y aceptar críticas de manera positiva. Dicho modelo explica cómo
podemos usar de nuestros pensamientos, sentimientos y acciones para que la crítica
sirva a nuestros mejores propósitos, y, a partir de él, derivamos muchas técnicas
específicas de crítica constructiva. En los capítulos siguientes estudiaremos más a
fondo estas técnicas, para enseñar de qué forma se las puede aplicar en el trato con
niños, en las relaciones sexuales, con jefes y colaboradores y, asimismo, en la
autocrítica. Examinemos primero la esencia y el estilo de la crítica, esto es, lo que se
ha de decir y cómo decirlo.
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Lo que hay que decir
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¿Qué es lo que quiero criticar?
Nunca tienes Dices cosas sin pensar de qué manera me afectarán (o) No
en muestras el menor aprecio por lo que hago (o más
consideración específicamente) Te olvidaste completamente de nuestro
mis aniversario.
sentimientos.
Usted es Usted dice que el nuevo plan de producción no resultará, pero no
demasiado se ha mostrado realmente dispuesto a probarlo.
terco para
cambiar.
Parece que Hace meses que no me llamas ni me escribes.
nuestra
amistad no te
importa.
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persona acepte el comentario que se le hace como algo razonable, justo y digno de
que se le preste atención. En vez de iniciar una discusión imprecisa o provocar un
rechazo liso y llano, es más probable que una crítica, dirigida a un comportamiento
específico bien delimitado, dé pie a un diálogo constructivo.
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¿Es posible el cambio?
Una vez bien definido el comportamiento específico que se desea criticar, habrá
que preguntarse si el comportamiento criticado se puede cambiar. El que critica está
obligado a hacer una evaluación objetiva que establezca, con criterio realista, si la
otra persona es o no capaz de hacer el cambio deseado en sus acciones o actitudes. O,
si el cambio es factible, qué probabilidades hay de que esté dispuesta a hacerlo.
En cada uno de los tres ejemplos que usamos, el comportamiento criticado se
puede cambiar, pero ¿y si esto no fuera posible? Evidentemente, es inútil criticar a un
hombre porque se le cae el pelo, o reñir a un niño porque no obtiene notas más altas,
cuando es su capacidad intelectual la que no se lo permite. Tal vez sea menos obvio,
pero igualmente inútil, que Tom, un jugador de tenis sumamente competitivo, humille
a su compañero Bill por haber jugado mal un partido de dobles en el campeonato
interno del club.
—¡Perdimos porque tú estropeaste todos los tiros! —acusa.
Pero Tom sabe que Bill no es un jugador de primera, especialmente cuando se
trata de tiros que exigen reflejos rápidos. Bill hace todo lo posible, pero,
simplemente, no reúne las condiciones físicas para jugar mejor. En vez de criticarlo,
Tom tendría que preguntarse: ¿Por qué estoy echándole la culpa? ¿Acaso no la tengo
yo también? Después de todo, cuando accedí a jugar con él, ya sabía cómo jugaba.
Somos muchos los que, como Tom, criticamos sin ningún propósito útil, y si nos
preguntáramos por qué estamos diciendo esas cosas, tendríamos que responder, con
sinceridad: para desahogar mi propio enojo o mi frustración.
Y ¿qué sucede si alguien no quiere cambiar el comportamiento criticado?
—Una vez —comenta un hombre— compartí el despacho en una editorial con un
colega que siempre tenía el escritorio hecho un desorden. Yo no podía entender cómo
se podía trabajar en semejantes condiciones, y solía insistirle para que lo arreglara.
Pero él me contestaba que le gustaba así, que él trabajaba mejor en el desorden. «Ya
puedes ahorrarte la molestia», me decía.
Las críticas superfluas no tardan en ser escuchadas como sermoneos.
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¿Será útil mi crítica?
Nunca tienes en Dices cosas sin pensar cómo pueden hacerme sentir, no
consideración mis aprecias lo que hago por ti, y hasta te olvidaste de nuestro
sentimientos. aniversario. Pero si te detuvieras a considerar mis
sentimientos, si de vez en cuando se te ocurriera mostrarme
un pequeño signo de amor, yo sentiría que realmente te
importo, y querría hacer más aún por ti. Si me sintiera más
apreciado(a), la vida sería más placentera para ambos. Yo no
estaría siempre quejándome, y tú no sentirías que estoy
continuamente fastidiándote.
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director general lo flexible que puede ser usted cuando
quiere.
Una vez revisadas, todas estas críticas ofrecen un estímulo para el cambio de
comportamiento. Pero, ¿y si a la persona criticada no le impresiona el ofrecimiento?
¿Y si no le parece que valga la pena hacer ningún cambio?
De hecho, la gente se rige por diferentes sistemas de valores, y es posible que lo
que para una persona es un incentivo, no sirva de acicate para otra. Para no caer en
estos errores de cálculo, es esencial que el incentivo ofrecido se base en lo que uno
cree que puede ser una motivación de cambio válida para el otro, no en lo que uno
mismo consideraría una motivación gratificante.
Por ejemplo, la promesa de su cónyuge de «hacer más por ti» tal vez no sea muy
importante para un marido o una mujer que no aprecie este tipo de consideración, ya
que podría sentirlo como la imposición de más exigencias; pero en cambio, que el
otro sea «menos fastidioso» podría resultarle muy importante. Al empleado quizá no
le importe un rábano que lo consideren flexible, pero podría alegrarse de la
oportunidad de intervenir en decisiones administrativas. La percepción de lo que es
más importante para la persona criticada puede ayudarnos a establecer la diferencia
entre incentivos eficaces e ineficaces.
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¿Cuál es el comportamiento que quiero obtener?
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puesto el vaso sobre la mesa.
«Un verdadero crítico —decía el ensayista inglés Joseph Addison— debe insistir
más en las excelencias que en las imperfecciones». Por ejemplo, poco después de
haberse mudado a otra ciudad, una mujer se quejó a una vecina del mal servicio de la
charcutería local, con la esperanza de que la vecina se lo comentara al propietario.
Cuando fue a la tienda de nuevo, el hombre la saludó con una sonrisa, le dijo que
esperaba que le gustase la ciudad, y le pidió que no dejara de decírselo si él podía
ayudarla en algo. Después le atendió el pedido con rapidez y eficiencia. Más tarde, la
mujer comentó con su vecina el cambio de comportamiento.
—Me imagino que le contaste lo que yo había dicho —agregó.
—Pues no —respondió la otra—. Espero que no te moleste, pero le dije que él te
parecía uno de los charcuteros más atentos que habías conocido.
Comunicar lo que nos gusta o lo que queremos, en vez de lo que nos disgusta o
no queremos, provoca respuestas positivas. Es más, la acentuación de los aspectos
positivos permite, con frecuencia, evitar completamente la mención de lo negativo.
Veamos de qué manera se aplica esta técnica a nuestros tres ejemplos originales.
Obsérvese que en cada versión revisada, el crítico evita insistir en aquello que está
mal, y se concentra en lo que preferiría que hiciera la otra persona.
Nunca tienes Me gustaría que mostraras interés por lo que me pasa durante el
en día, que te fijaras en las pequeñas cosas que hago por ti, que me
consideración trajeras flores de vez en cuando. Para mí es importante sentir que
mis te intereso, porque te amo muchísimo. Me gustaría saber que a
sentimientos. veces piensas en mí cuando no estamos juntos. Me sentiría más
apreciado(a), y, sin duda, apegado(a) a ti. Probablemente tú
sentirías que te acoso menos.
Usted es Me gustaría que tratara de poner en práctica el nuevo plan de
demasiado producción, para ver cómo funciona. Podría simplificarnos a
terco para ambos el trabajo, y dejarle a usted mas tiempo para centrarse en
cambiar. aspectos administrativos. Creo que así encontraría toda una nueva
dimensión en su carrera, e, indudablemente, demostraría al
director general que usted tiene condiciones para ser ascendido.
Parece que Me gustaría que me hicieras saber de ti con más frecuencia. Tú me
nuestra gustas, y me gusta ser amigo tuyo; para mí, nuestra amistad es
amistad no te realmente importante. Una llamada telefónica o una carta, de vez
importa. en cuando, me haría entender que tú sientes lo mismo. Si supiera
que nuestra amistad significa tanto para ti como para mí, estaría
encantado de dedicarle aún más tiempo y energía. Por ejemplo, tal
vez podría planear un viaje para hacer juntos el verano que viene.
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¿Se entiende mi crítica?
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crítico se queda molesto y decepcionado.
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Y cómo decirlo
Para poder hacer críticas constructivas y eficaces, es necesario atender tanto a los
aspectos referentes al «proceso» como al contenido; es decir, no sólo a lo que
decimos, sino a cómo lo decimos.
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Opiniones frente a hechos
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percepción y no como la enunciación de un hecho? Puede conseguirse usando
enunciados en primera persona y frases subjetivas:
—En mi opinión, tu comportamiento de anoche fue grosero.
—Tal vez yo no esté al tanto de la moda, pero me parece que ese corte de pelo no
te sienta.
—Tal como veo yo las cosas, podrías haber conseguido ese ascenso si hubieras
sido más diplomático.
Hay otra razón para que los enunciados en primera persona y las referencias a la
propia opinión sean eficaces: ayudan al crítico a sentirse más responsable de lo que
dice. Si tenemos claro que quizá lo que estamos diciendo no sea válido más que para
nosotros mismos, es probable que elijamos nuestras palabras con más cuidado; esto
ayuda a eliminar las generalizaciones demasiado amplias y las acusaciones.
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Un factor importante: la «empatía»
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esta situación? ¿Cómo nos sentiríamos si nos censurasen en presencia de compañeros
de estudios o de colegas? ¿Cómo reaccionaríamos si nuestro cónyuge criticara
nuestra apariencia delante de amigos o de invitados? ¿Nos gustaría que nos señalaran
un error cometido en el momento mismo en que regresamos del trabajo? Elegir el
momento y el lugar adecuados para expresar una crítica es una manera de demostrar
empatía.
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Criticar y asumir la crítica
Antes de aventurar ni siquiera la más leve de las críticas, es importante que nos
preguntemos: ¿Estoy asumiendo la crítica que hago? ¿La veo como parte de un
proceso?
Muy frecuentemente, hacemos una crítica y después nos olvidamos del asunto. La
persona criticada se queda en el aire, sintiéndose desvalida, en ocasiones agredida, e
indudablemente falta de dirección. Suponiendo, no sin razón, que no se dirá ni se hará
nada más al respecto, es posible que calcule:
—Esto debe de haberse acabado aquí, de manera que me olvidaré de todo el
asunto.
Para que nuestras críticas produzcan respuestas constructivas, es necesario que
demostremos que asumimos no sólo lo que hemos dicho, sino también la tarea de
favorecer el cambio de comportamiento que esperamos. Debemos demostrar que el
asunto nos interesa y que estamos dispuestos a colaborar en hallarle solución. Para
decirlo de otra manera, una crítica constructiva intenta establecer una alianza entre
quien la hace y quien la recibe, con el fin de alcanzar un objetivo común a ambos.
Por ejemplo, un comentario tan general como «No es una buena idea» apenas si
es el mero comienzo de una crítica. Para que tenga algún efecto útil, el comentario
debe ir acompañado de explicaciones y sugerencias que demuestren por qué no es
buena la idea, y qué posible técnica o enfoque sería más factible.
Una joven ejecutiva recuerda que, cuando llevaba un mes en su trabajo, su jefe le
dijo que estaba dedicando demasiado tiempo a cosas sin importancia.
—Se limitó a decirme eso y se fue. Yo no sabía qué hacer, porque no sabía qué
era lo que él consideraba importante, o en qué quería que me concentrase. Y lo peor
fue que jamás me volvió a hablar del asunto, y yo me pasé meses con el miedo
perpetuo de que me iban a echar del trabajo por incompetente.
¿Cómo se demuestra que hemos asumido la crítica que hacemos? Haciendo
comentarios específicos, ofreciendo sugerencias o soluciones que puedan remediar la
situación y teniendo cuidado en asegurar a la persona criticada que sabemos que está
empeñada en resolver el asunto, y que se nota (o que todavía no se nota) que ha
mejorado. Esta interacción es vital para el éxito del proceso de crítica, puesto que
indica que uno está tratando de ayudar y dispuesto a brindar su apoyo. Si no hemos
asumido nuestra crítica, lo mismo da que no la hagamos, ya que, sin ninguna
colaboración de nuestra parte, es improbable que sea eficaz.
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El efecto de la actitud
La manera de presentar una crítica no puede menos que resultar afectada por estas
consideraciones: ¿Soy consciente de mis propios sentimientos cuando critico a
alguien? ¿Son positivos o negativos?
Si al ofrecer una crítica nuestros sentimientos son de hostilidad, ansiedad o afán
de castigo, nuestras observaciones quedarán inevitablemente teñidas por ellos. Una
actitud negativa es difícil de ocultar, y lo más probable es que la persona a quien nos
dirigimos reaccione ante nuestra actitud emocional, y no ante las palabras que
pronunciamos.
Pero el motivo que se oculta tras una crítica no siempre es fácil de identificar. Un
hombre sin empleo, por ejemplo, puede tender a criticar en exceso a su mujer y a sus
hijos. En realidad, si lo hace es porque necesita compensar la disminución de su amor
propio y no conoce otra manera de lograrlo. Mitiga sus propias heridas hiriendo a los
demás.
Generalmente, los motivos se pueden discernir a partir de las circunstancias en
que se formula la crítica. Una cosa es que un hombre diga a su mujer, mientras se
preparan para salir a cenar, que el vestido que piensa ponerse no le sienta. En ese
caso, el motivo puede ser ahorrarle un mal rato, o ayudarla a que parezca más
atractiva. Pero es otra cosa hacer la misma crítica en el momento de entrar en la casa
donde están invitados; entonces, es más probable que el motivo sea la hostilidad.
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Un modelo de crítica
Nunca tienes Me gustaría realmente que me demostraras que notas las cosas que
en hago por ti, o que algunas veces me trajeras flores, o que me dieras
consideración alguna otra muestra de aprecio y amor. (Señalamiento específico
mis de la crítica, acompañado por la enunciación de lo que nos gustaría
sentimientos. que hiciera al respecto la otra persona). Me doy cuenta de que, tal
vez, sientas que me demuestras tu afecto, pero mi sensación es que
no lo haces bastante. (La crítica como opinión; enunciados en
primera persona). Para mí esto es importante, porque te amo
muchísimo y necesito saber que piensas en mí y te importa lo que
me sucede. (Expresión de sentimientos personales). Si cambiaras,
yo te querría aún más (enunciados en primera persona e incentivo
para el cambio), y tú sentirías probablemente que te acoso menos.
(Incentivo). Ya sé que todo esto te lo he dicho antes, que debes
estar cansado de oírlo, y probablemente frustrado, además.
(Empatía). Tal vez sientas que me muestras tu amor en formas que
yo no reconozco, y es probable que tengas razón. (Nuevamente
empatía). Por eso te sugiero una cosa: yo te diré siempre lo mucho
que te lo agradezco, cada vez que me dé cuenta de que has hecho
algo para demostrar lo que me quieres, o cuando tú me señales que
lo has hecho. (Actitud de asumir la interacción). Creo que todo esto
es importante para los dos como pareja. (Expresión de los propios
sentimientos). Me gustaría que me dijeras lo que piensas para
poder estar seguro/a de que entiendes exactamente lo que estoy
intentando decirte. (Búsqueda de acuerdo.)
Usted es Creo que usted podría agregar toda una nueva dimensión a su
demasiado trabajo si mostrara más espíritu de innovación. (Enunciado en
terco para primera persona; incentivo). Podría empezar a hacerlo poniendo en
cambiar. práctica el nuevo plan de producción. (Señalamiento preciso). Me
gustaría que lo hiciera, porque nos facilitaría el trabajo a ambos y
le dejaría a usted más tiempo para llevar adelante sus propias
ideas. (Incentivo; enunciación de las necesidades de quien critica).
Yo sé que usted está razonablemente satisfecho con la forma en que
van las cosas ahora, y también sé que no es fácil cambiar el
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sistema de la mañana a la noche. (Empatía). Pero quisiera que
piense seriamente en lo que le he dicho, para que en una o dos
semanas más podamos hablar de cómo iniciar efectivamente los
cambios. (Compromiso a la interacción). ¿Cómo ve usted lo que
acabo de decirle? (Validación de la crítica.)
Parece que Me gusta que seamos amigos, y tú sabes que nuestra amistad es
nuestra importante para mí. (Expresión de sentimientos positivos). Pero
amistad no te estoy dudando de que sea igualmente importante para ti, porque
importa. tengo la impresión de que hace mucho tiempo que no me llamas ni
me escribes. (Enunciado en primera persona; crítica expresada
como percepción; precisión del señalamiento crítico). Sé que estás
muy ocupado (empatía), pero una llamada telefónica, o una breve
nota de vez en cuando, me haría mucho bien. (Sugerencias sobre
cómo remediar la situación). Eso me estimularía a volcarme más en
nuestra relación. (Incentivo). ¿A ti qué te parece? (Validación.)
Hemos seguido la evolución de una crítica que empezó por ser un comentario
desagradable, de tono negativo y con un contenido ineficaz. Al verla convertida en un
discurso bien planeado, tan eficaz como positivo, hemos bosquejado la estructura de
un modelo para hacer críticas constructivas. Reducido a lo esencial, el modelo sirve
para hacer más precisa la crítica y para conseguir que sea constructiva, tanto para
quien la hace como para quien la recibe:
1. ¿Qué comportamiento quiero cambiar?
2. ¿Se puede cambiar ese comportamiento?
3. ¿Qué quiero conseguir para mí (para nosotros) con esta crítica?
4. ¿Estoy expresando empatía con la persona a quien critico?
5. ¿Estoy haciendo la crítica en el momento y el lugar adecuados?
He aquí algunos ejemplos del modelo en acción, tomados de experiencias reales
de personas que han trabajado en nuestros talleres de crítica. Es importante recordar
que no es necesaria la presencia de todos los factores negativos para que una crítica
sea destructiva, como tampoco es necesario que estén presentes todos los positivos
para asegurar su efectividad.
Burt y Laura habían salido juntos varias veces. A Laura le gustaba Burt por su
mentalidad rápida y su buen porte, pero le molestaba su comportamiento social, ya
que mientras ella tendía a ser callada y retraída, él hablaba fuerte y le gustaba ser el
centro de la atención.
Una noche, mientras cenaban con un grupo de amigos de ella, Burt habló a
gritos de sus logros y sus opiniones, interrumpiendo con frecuencia a los demás y
alzando la voz para hacerse oír. Laura se sentía incómoda y estaba avergonzada de
Burt. Cuando llegó el momento del postre, estaba furiosa con él.
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—¿Quieres callarte? —le dije de pronto—. ¿Por qué tienes que ser tan gritón?
¡Siempre estás interrumpiendo! A mis amigos y a mí nos gusta tener una
conversación tranquila, ¡y tú nos has arruinado la noche!
Burt, ya hemos salido juntos varias veces, y tú sabes que me gusta estar contigo.
Pero me gustaría mucho más, y tú me gustarías mucho más también, si no intentaras
dominar continuamente la conversación. A mí me gusta hablar sin que me
interrumpan, y lo mismo sucede con mis amigos. Me siento avergonzada cuando
gritas tanto. Me gustaría que hablaras en voz más baja, y que dejaras hablar
también a los otros. Me doy cuenta de que interrumpir las conversaciones puede ser
un hábito, y que romperlo puede resultarte difícil. Pero yo trataré de ayudarte,
haciéndote un guiño si empiezas a interrumpir a alguien. ¿De acuerdo?
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se dirigió, exclusivamente, a un muchacho bastante nervioso. En el primer párrafo
transcribimos la crítica original del supervisor, y a renglón seguido, con un espacio de
separación, la versión revisada.
Ted, hoy observé que se reía mucho en su clase. Es verdad que el humor y la risa
pueden crear una excelente relación con los jóvenes, pero creo que es más eficaz que
uno se ría con los alumnos, y no de ellos. Tal vez valga la pena que piense cómo
puede integrar el sentido del humor con su capacidad didáctica. En las
publicaciones sobre educación han salido últimamente varios artículos relativos al
tema. Si quiere, le buscaré algunos en mi archivo, y podemos verlos juntos.
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Mediante una serie de preguntas, se fue ayudando a Carla para organizar su
crítica tomando como base el modelo que proponemos.
—¿Qué comportamiento específico es el que quiere criticar?
—Las preguntas que hace —respondió Carla.
—¿Puede ser más específica? ¿Todas las preguntas, o sólo algunas?
—Bueno, sólo las que son impertinentes o representan una provocación
innecesaria —fue la respuesta—. Y las que interrumpen al orador.
—¿Cree que esa mujer puede cambiar efectivamente de comportamiento?
—Claro que sí —afirmó Carla.
—Y si lo hiciera, ¿qué utilidad tendría eso para todos los interesados?
—Es evidente que nuestras reuniones serían más agradables —expresó Carla—.
Y a mí me facilitaría la tarea de conseguir otros oradores. Dejar todas las preguntas
para cuando el conferenciante haya terminado daría lugar a un período de discusión
más estimulante, y, para ser sincera, creo que los demás socios no estarían tan
resentidos como ahora con esa mujer.
—¿Qué sería, exactamente, lo que le gustaría que ella hiciese?
—Bueno, ya le dije, guardarse las preguntas para el final, y ser más diplomática
cuando las formula.
—¿Y cuál le parece la mejor manera de decirle esas cosas?
—Creo que tendría que hacerlo frente a frente y no por teléfono —empezó a
enumerar Carla—. Y preferiría hacerlo en privado, estando solas las dos. Tal vez el
mejor momento fuera antes de nuestra próxima reunión.
Sobre la base de este diálogo socrático, antes de la reunión del mes, Carla habló
de la siguiente manera con la socia que le traía problemas:
Norma, tú sabes que a todos nos agrada que participes en las reuniones, pero a
algunas de las socias (y a mí) nos parece que, a veces, nuestros invitados reaccionan
poniéndose a la defensiva ante muchas de las preguntas que tú les haces,
especialmente cuando los apremias. Creo que tus preguntas serían mucho más
productivas si te las reservaras para el debate final.
Ya sé que esperar es difícil, especialmente si lo que tienes que decir es algo que
realmente viene al caso. Yo misma, a veces, tengo ganas de interrumpir. Pero sería
más eficaz si pudieras esperar, y más cortés; realmente, te estaría agradecida si te lo
pensaras. De paso, si tienes que preguntar algo importante y temes olvidártelo, quizá
podrías anotarlo. En lo sucesivo, dispondré que todas las socias cuenten con papel y
lápiz.
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2. Haga que su crítica sea lo más específica posible.
3. Asegúrese de que el comportamiento que critica es posible de cambiar, y si no
es así, no lo critique.
4. Use enunciados en primera persona y evite amenazas y acusaciones.
5. Asegúrese de que la otra persona entiende su crítica y la razón de la misma. No
farfulle ni hable demasiado rápido. Ni siquiera la mejor de las críticas sirve si la otra
persona no entiende lo que le dicen.
6. No insista demasiado. Una crítica larga y repetitiva induce, simplemente, a que
la otra persona «desconecte». Tampoco convierta sus críticas en discursos; cuando el
que escucha se aburre, no presta atención.
7. Ofrezca incentivos para el cambio de comportamiento, y comprométase a
colaborar para resolver la situación.
8. No deje que sus propios sentimientos negativos tiñan lo que está diciendo.
Cuide de que su voz no transmita matices de hostilidad o sarcasmo. Evite los gestos
coléricos, como pueden ser los puños contraídos, el ceño fruncido y los dedos
acusadores. Las actitudes no verbales deben reforzar sus palabras en vez de
contradecirlas.
9. Demuestre su empatía con los sentimientos o con el problema de la otra
persona.
10. Resérvese la crítica para el momento y el lugar adecuados. Una crítica
espontánea puede llevarnos a decir cosas que no tenemos realmente intención de
decir, o a expresarnos de manera destructiva.
11. Considere la posibilidad de prevenir una reacción hostil a su crítica
«prediciendo» la reacción de la otra persona: «Sé que te puedo decir esto porque eres
capaz de tomarlo bien».
12. Si su crítica produce resultados positivos, reconózcalo y agradézcalo
verbalmente.
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4
Cómo aceptar las críticas y sacar provecho de ellas
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Cómo juzgar las críticas
Es muy significativo que ni uno solo de estos enunciados tenga la menor relación
con el contenido específico de la crítica que lo suscitó. Ninguno de ellos se enfrenta
tampoco a la crítica de manera realista. En realidad, son meras instrucciones para
preocuparse, enojarse, asustarse o demostrar hostilidad, que el sujeto se da a sí
mismo. La posibilidad de una estimación constructiva de la crítica depende de la
capacidad que uno tenga de dar un tono positivo al discurso privado. Por ejemplo:
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—Escucha con atención, que lo que te dicen puede ser útil.
—Trata de entender lo que quiere esta persona, para no repetir el error.
—No te pongas tenso, que no hay necesidad de discutir.
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Cómo evaluar las críticas concretas
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La interpretación de críticas concretas
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La importancia de la crítica
Tras haber hecho una evaluación exacta de la crítica concreta, uno debe
preguntarse qué importancia tiene esa crítica (información). La respuesta a esta
pregunta será un determinante importante en cuanto a decidir la acción que se ha de
emprender para resolver el problema.
Por ejemplo, un vendedor relató que, en las reuniones con su supervisor, éste
siempre le criticaba su forma demasiado «moderna» de vestir.
—Tiene que vestirse de manera más conservadora si quiere vender —le insistía.
Pero como el hombre hacía todas las ventas por teléfono, sin ver nunca a los
clientes, no daba gran importancia a la crítica del supervisor y seguía vistiéndose con
el mismo estilo. Sin embargo, cuando le confiaron un cargo en el cual tenía que ver a
los clientes, reconsideró la crítica del supervisor y le pareció muy importante. Como
resultado, empezó a vestirse de manera más clásica.
La estimación de la importancia de una crítica concreta se verá facilitada al tomar
en consideración los demás puntos básicos. Por lo tanto, es esencial advertir que la
importancia de una crítica no es algo fijo, sino que más bien varía libremente de
acuerdo con nuestras propias necesidades, las de otras personas y el contexto en el
que todo ello se da. Pero se ha de recordar que, cuanta mayor importancia asignemos
a la crítica, tanto más probable será que emprendamos alguna acción al respecto.
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La evaluación de la fuente
A Roger jamás le gustaba nada de lo que yo hacía. Solía decirme que no tenía la
imaginación ni la creatividad necesarias para ser diseñadora, y sus críticas me
hacían polvo. ¡Era horrible que la persona más importante de mi vida me repitiera,
incesantemente, que no servía para nada en mi trabajo! Yo me negaba a creerlo,
pero, por otra parte, me decía que Roger también era un artista creativo, a su
manera, y que eso le daba autoridad para hablar.
De hecho, llegué al punto de decir a mi jefe que estaba pensando en dejar el
diseño, porque no creía que pudiera llegar a nada en ese campo. Mi jefe se quedó
atónito.
—¿De dónde has sacado semejante idea? —me preguntó, y cuando le hablé de
las críticas de Roger, contestó—: Tu marido puede ser un gran tipo, pero de diseño
de modas no sabe un rábano. Tu trabajo está a la altura de los mejores.
Durante un tiempo no supe a quién creer, si a él o a Roger, pero poco a poco fui
dándome cuenta de que mi amor y mi respeto por Roger me habían llevado a
someterme a sus críticas. Ahí se produjo un viraje. A partir de ese momento, jamás
me dejé influir por los comentarios de Roger sobre mi trabajo, porque sabía que él
no tenía autoridad para hacerlos. Una vez, cuando me criticó un dibujo que yo
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estaba haciendo, le pregunté cómo lo haría él. Intentó algunos bocetos, pero
evidentemente no daba en la tecla. Después de eso, parece que aprecia más mi
trabajo, o, en todo caso, ya no me lo critica.
Diana había cometido el error de permitir que la ligazón emocional con su marido
diera a las críticas de éste un falso aspecto de credibilidad.
En otro caso, un escritor pidió a un editor amigo que leyera un capítulo de la
novela en que estaba trabajando.
—Mi amigo la criticó despiadadamente —relató el escritor—. Me explicó que,
por mi propio bien, me hablaba con «una franqueza brutal». Normalmente, yo me
habría tomado su comentario al pie de la letra, pero sabía que mi amigo había
fracasado en su único intento de escribir una novela, y pensé que gran parte de su
crítica era una cuestión de celos.
Para evaluar eficazmente la fuente de una crítica, debemos hacer una estimación
de las posibles motivaciones del crítico (o crítica). ¿No querrá impresionarnos (o
impresionar a quien pueda estar escuchando) con la superioridad de su conocimiento?
¿No querrá sentirse superior? ¿Lo moverá el afán de mando? ¿Querrá intimidarnos o
fastidiarnos?
Cuando uno no está seguro de los motivos de una crítica, la validación consensual
resulta una técnica útil para dilucidar la legitimidad que pueda tener ésta. Por
ejemplo, si el jefe acusa a un empleado de que casi siempre llega tarde al trabajo, el
criticado puede sentirlo como una trivialidad o una exageración. Pero si no puede
desentenderse totalmente de la acusación, porque sabe que siempre se ve apurado
para llegar a tiempo al despacho, lo mejor será que pregunte a sus compañeros si
tienen la impresión de que habitualmente llega tarde; además, que pregunte a sus
amigos si es frecuente que se demore cuando se cita con ellos. Si la respuesta de
ambos grupos coincide en que la puntualidad no es su fuerte, nuestro hombre puede
suponer que lo más probable es que la crítica de su jefe sea válida, y que el problema
resida en su tendencia habitual a retrasarse, y no en la percepción que el jefe tiene de
la situación.
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La estimación del clima emocional
Al volver de su despacho, a las 6.30 de la tarde, Jack se encontró con que la cena
no estaría lista a la hora habitual. El fontanero había tenido desconectado el gas
durante dos horas para reparar una avería, y, por ello, el asado que estaba
preparando Marge, su mujer, no estaría hasta pasadas las ocho.
—¿No podías haber llamado al fontanero esta mañana, en vez de esperar hasta
la tarde? —estalló Jack—. O si sabías que ibas a estar sin gas, ¿por qué no
preparaste una ensalada? Pero no… ¡tú nunca prevés nada!
A Marge le sorprendió el estallido; generalmente, Jack no hacía un drama por la
hora de la cena. La sensatez le hizo suponer que la crítica debía tener otra causa.
Sus sospechas se confirmaron cuando Jack dijo que pensaba comer temprano porque
tenía que trabajar toda la noche en un informe que debía presentar a primera hora
del día siguiente.
—¡Y gracias a ti, ni siquiera podré empezarlo hasta las nueve! —gruñó para
terminar.
A Chris le habían elogiado mucho el trabajo realizado durante los seis meses que
llevaba como preparadora de originales en una agencia de publicidad. Su jefe le
había dado casi la seguridad de que, una vez terminado el período de prueba, la
confirmarían en un puesto estable.
Un viernes a última hora, Chris fue al despacho de su jefe para entregarle los
originales de una cuenta nueva. Dejó el material sobre el escritorio mientras el jefe
estaba atendiendo una llamada telefónica del vicepresidente de la agencia. Por su
expresión, Chris se dio cuenta de que el otro estaba reconviniéndolo. «Bueno —
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pensó la chica—, por lo menos se alegrará de que yo le haya traído el original».
Pero, tras haber colgado violentamente el teléfono, el jefe se volvió hacia ella
con expresión hosca.
—¡Nunca vuelvas a meterte así en mi despacho! —gruñó. Echó un vistazo al
original y lo apartó a un lado—. De todas maneras, esto ya tiene dos días de retraso,
así que no hay tanta prisa. Y no sé por qué entregas siempre todo tarde. ¡Con esos
antecedentes, no esperarás que te confirme en el trabajo, novata!
La primera reacción de Chris fue la cólera; después, se sintió herida. Ella nunca
se atrasaba con los originales, y jamás «se metía» en el despacho de su jefe. Durante
un momento, sintió la tentación de defenderse.
—Después —cuenta—, me dije que debía tener paciencia. Yo sé que hago bien
mi trabajo, y él también lo sabe. Lo que sucedía era que a mi jefe acababan de
criticarlo injustamente, y estaba descargando su frustración conmigo. Calculé que lo
mejor era olvidar el incidente y dejar que él lo trajera a colación si quería. Y, por
cierto, el lunes por la mañana me llamó para disculparse.
La capacidad de Chris para tener en cuenta el estado emocional de su jefe le
permitió no hacer caso de sus críticas, pero a partir de entonces, la chica dio otro paso
en sentido constructivo.
—Después de que él se disculpó —continúa Chris—, le dije que yo sabía que
estaba alterado cuando me habló de esa manera, y que por eso no había dejado que
me afectara. Quedó muy agradecido por mi comprensión.
No siempre es fácil evaluar el clima emocional en el cual se hace una crítica. El
incidente que condiciona la necesidad de atacar a otras personas puede haber ocurrido
horas, días e incluso años antes. Un hombre recordó que su mujer lo criticaba y lo
humillaba continuamente, sin la menor razón aparente. Sólo cuando buscaron la
ayuda de un terapeuta para salvar su matrimonio, quedó claro que ésa era la forma
inconsciente en que la mujer se vengaba de un fugaz episodio extraconyugal que él
había tenido —y que le había confesado— nueve años atrás.
Tener conciencia de los contextos emocionales puede permitirnos restar
importancia a la crítica, e incluso anular su impacto. Pero en ocasiones, el contexto
emocional puede intensificar una crítica, subrayando su gravedad e instando a una
solución rápida y constructiva del problema.
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Por supuesto, mis padres se enojaron. Una vez que supieron que yo estaba bien,
volvieron a reñirme por mi manera de conducir, pero esa vez sus críticas me llegaron
de una forma muy diferente. Por un lado, me había impresionado mucho lo sucedido,
y me di cuenta de que sus críticas tenían sentido. Además, eran absolutamente serias,
sin asomo de sarcasmo ni la menor intención de «fastidiarme». Lo que les
preocupaba era que yo entendiese la necesidad de conducir con cordura. Creo que
fue entonces cuando decidí que era importante responder a la crítica de manera tan
constructiva como era la intención con que ellos la hacían.
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La repetición de la crítica
Hay que tener en cuenta la frecuencia con que nos hacen una crítica concreta. Si
varias personas diferentes (o la misma persona) nos critican frecuentemente por el
mismo comportamiento, hemos de tomarlo como un indicio de que la crítica es válida
y que debemos actuar de acuerdo con ella.
Evaluar la crítica sobre la base de la frecuencia con que la recibimos puede
parecer muy semejante a usar la validación consensual como determinante de
credibilidad, pero, en realidad, son dos cosas diferentes. En el último caso, lo que
tratamos de establecer es si un número importante de personas están de acuerdo
respecto al comportamiento criticado. Por ejemplo, nuestros compañeros de trabajo
pueden estar de acuerdo con el jefe en que habitualmente llegamos tarde, sin que eso
signifique que nos critiquen. La frecuencia significa que nuestros colaboradores
critican nuestra falta de puntualidad lo mismo que el jefe. La constancia en la crítica
es importante, porque ayuda a llamarnos la atención sobre un comportamiento
habitual.
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El gasto de «energía de cambio»
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Sopesar los pros y los contras
Si realmente uno no puede ver que actuar de acuerdo con una crítica vaya a
producirle beneficio alguno, o si cree que el cambio le exigiría demasiado esfuerzo
personal, o si está satisfecho con las cosas tal como son, entonces no tiene que
sentirse de ninguna manera obligado a responder a la crítica. Los problemas surgen
cuando no se llega a esa conclusión mediante un análisis auténtico y sincero, sino
como algo dictado por la haraganería, el falso orgullo, la ideologización u otros
factores negativos.
Sin embargo, a veces es difícil discernir los beneficios potenciales de una crítica,
a menos que estemos preparados para aceptarla con ánimo constructivo. Estar alerta a
las ventajas que puede ofrecer el cambio es, en sí mismo, un estímulo para la acción
positiva y una fuente de energía. Pero la capacidad de uno para reconocer tales
ventajas depende, con frecuencia, de la forma en que se expresa la crítica.
Se recordará que, al analizar las técnicas para criticar de manera constructiva,
hablamos de la importancia que tiene sugerir incentivos para el cambio, cosa que,
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lamentablemente, muchos críticos no hacen. Por consiguiente, para recibir
constructivamente una crítica, será necesario que el lector se pregunte, y pregunte a
quien lo critica, qué ganará con eso. La pregunta debe ser formulada de manera que
exprese preocupación más bien que hostilidad:
—Me interesa saber de qué me servirá hacer lo que usted sugiere.
O bien:
—¿Puedes explicarme cómo crees tú que nos afectará eso?
Abrir un diálogo de ese tipo ayudará a cada uno a entender los motivos del otro y,
lo que es más importante, al centrar la conversación más en los aspectos positivos que
en los negativos, estaremos enfocando la crítica desde la perspectiva adecuada.
No es posible separar unos de otros estos seis factores de evaluación. Cada uno de
ellos —la importancia, la fuente, el contexto emocional, la frecuencia, el coste de
energía y los beneficios potenciales— actúa en relación con todos los demás. Todos
deben ser tenidos en consideración al decidir si una crítica es válida y, en caso
afirmativo, si vale la pena hacer algo al respecto.
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Cómo hacerse cargo de las emociones
Éstas son algunas de las respuestas típicas que dio la gente cuando investigamos
las emociones que sienten al ser criticados. Obsérvese que, en cada caso, se
especifica no sólo un sentimiento negativo («terriblemente», «nervioso»,
«exhausto»), sino también una serie de cambios corporales. Toda emoción se
compone, por lo menos, de estos dos elementos: por una parte una variación, que
puede ser un ascenso o un descenso, en el nivel de excitación fisiológica, y por otra,
el rótulo con que identificamos tal excitación.
El hecho es que, con frecuencia, las emociones se manifiestan en formas muy
semejantes de excitación corporal generalizada. Lo que define para nosotros la
emoción es la etiqueta que le ponemos, y que nos dice si es agradable o desagradable.
Un grupo de investigadores, por ejemplo, conectó a los sujetos con una batería de
mecanismos de biorrealimentación. Después les pidieron que recordaran o
visualizaran una vivencia que les hubiera hecho sentirse enojados: los niveles de
excitación se dispararon. Después de haber dado tiempo a que se normalizaran, se
pidió a los sujetos que recordaran o visualizaran una situación que movilizara la
vivencia de amar o sentirse amados. En ambos casos, la intensidad de las reacciones
físicas que se iban controlando —el pulso, la transpiración, la tensión muscular— fue
virtualmente idéntica.
Lo que define la emoción es, pues, el rótulo que le ponemos (o el que hemos
aprendido a ponerle). Como tradicionalmente consideramos que ser amados es una
experiencia muy positiva, las respuestas fisiológicas que acompañan a la vivencia —
aceleración cardíaca, rubor, vacío en el estómago, respiración entrecortada, una
oleada de energía o una sensación de lasitud— son rotuladas e interpretadas como
placenteras y gratificantes. Pero, como tradicionalmente consideramos que ser
criticados es una experiencia negativa, la misma serie de reacciones recibe el rótulo
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de «desagradables».
Al aplicar una etiqueta negativa a los síntomas de excitación, estamos frustrando
las probabilidades de afrontar la crítica de manera constructiva. Cuando las
emociones negativas escapan de nuestro control, se produce un gasto inútil de
energía, pero, si uno puede «hacerse cargo» de sus emociones y de las etiquetas que
les pone, y negarse a dejar que vayan en contra de sus propios y mejores intereses, de
ello resultan dos ventajas. La primera es que nuestra evaluación de la crítica corre
menos riesgo de verse empañada por los sentimientos «heridos»; la segunda, que es
posible canalizar la energía emocional para afrontar la crítica con seguridad y
confianza.
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psíquicamente». Se trata de una técnica común en los deportes competitivos, donde
con frecuencia, los atletas elevan su nivel de excitación para cargar sus baterías
emocionales. Los jugadores de rugby dicen que una vez que han hecho la primera
carrera después del scrum, o el primer tackle, el nerviosismo desaparece,
reemplazado por la confianza.
La energía nerviosa se puede usar de forma similar para prepararse ante la crítica
y atenuar su intensidad. El psicólogo Richard Lazarus, que escribe en la publicación
especializada American Psychologist, lo expresa de la siguiente manera:
Gran parte de las actividades defensivas son anticipadas; esto es, la persona
espera verse en una situación que puede perjudicarla, tal como fracasar en un
examen, tener que actuar en público o… [recibir] una crítica personal, y eso la
lleva a prepararse para contrarrestar el futuro daño posible. En la medida en que
la preparación es efectiva… el sujeto cambia, gracias a ella, la naturaleza de la
transacción final, lo mismo que las emociones que podría haber experimentado
[la cursiva es nuestra]… La superación del peligro, antes de que éste se
materialice, puede conducir a la euforia en vez de provocar miedo, pena [o]
depresión.[5]
Una tercera técnica para hacerse cargo de las propias emociones es aprender a
relajarse físicamente. Cuando el cuerpo está relajado, se reduce el estrés, además de
que se favorece la conservación de energía: dos factores claves en el mantenimiento
de un bajo nivel de excitación. Como es imposible sentirse herido o enojado al mismo
tiempo que relajado, la relajación permitirá recibir las críticas con ánimo más
receptivo. Hay muchos ejercicios de relajación que son excelentes, y en el que
ofrecemos se combinan algunas de las técnicas más eficaces.
Busque el lector un lugar tranquilo donde nadie le moleste durante quince
minutos por lo menos. Siéntese en un asiento cómodo o tiéndase sobre un diván, una
cama o en el suelo. Sostenga el cuello sobre un cojín firme, aflójese la ropa que le
ajuste y quítese joyas y lentillas de contacto. Comience el ejercicio intensificando la
tensión muscular, para después relajarla:
—Contraiga el puño… ténselo… y después aflójelo.
—Contraiga los músculos abdominales hasta que pueda imaginarse que el
estómago está tocando la columna. Mantenga la contracción durante diez segundos y
afloje.
—Apriete los dientes, presionando las mandíbulas, mantenga y afloje.
—Cierre los ojos y presione firmemente los párpados; mantenga y afloje.
—Baje la cabeza y el cuello de manera que se hundan entre los hombros. Sienta
la tensión en los músculos del hombro y del cuello, y después afloje.
—Inspire y retenga el aliento tanto como le sea posible. Exhale como si intentara
sacar todo el aire de un globo.
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—Extienda rígidamente brazos y piernas, mantenga y después afloje.
—Procure combinar estos ejercicios hasta que pueda hacer simultáneamente
varios de ellos, y si es posible, todos.
—Deje que su cuerpo se afloje de modo que una suave oleada de relajación
descienda desde la frente hasta los pies. Concéntrese en relajar la tensión alrededor de
los ojos, en la frente, la boca, el cuello y la espalda.
Siempre sentado o reclinado en una posición cómoda, mantenga la uña del pulgar
a pocos centímetros de los ojos y concentre en ella toda su atención. Sienta cómo la
mano se le vuelve pesada, los párpados se le vuelven pesados, su respiración se hace
cada vez más profunda y más lenta. Lentamente, deje que la mano caiga a su lado y
que se le cierren los párpados. Mientras inhala y exhala, cuente cada respiración,
imaginando que con cada número se va hundiendo en una relajación cada vez más
profunda. Al llegar a diez, entréguese a la imaginación guiada, visualizándose en
cualquier circunstancia que para usted sea placentera: flotando en una piscina sobre
una colchoneta de goma, echado sobre una espesa alfombra de césped, tendido en un
baño tibio o caminando por los bosques tras un refrescante chaparrón. Mantenga la
visión mental fija en esta escena durante el mayor tiempo posible.
Ahora, su cuerpo y su mente están preparados para el importante mensaje que
desea transmitirse a sí mismo y que, aunque usted querrá expresarlo con sus propias
palabras, será algo así: Cuando me critiquen, me mantendré tan relajado como estoy
ahora. Y usaré la crítica en mi propio beneficio, para que me ayude a convertirme en
la mejor persona que soy capaz de ser.
Antes de salir del estado de relajación, cosa que hará contando lentamente de diez
a uno, tome conciencia de lo bien que se siente alguien cuando controla sus
pensamientos, emociones y acciones. Dígase que esa actitud relajada, con todo lo
positivo que genera, persistirá.
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La necesidad de acción
Tener una respuesta positiva ante la crítica significa aceptarla de manera a la vez
constructiva y eficaz. Estas palabras no son sinónimos. Una aceptación constructiva
implica evaluar con exactitud una crítica, para determinar si es válida; mantener
abiertas las líneas de comunicación entre uno mismo y quien lo critica; controlar las
emociones negativas y, finalmente, reconocer que tal vez sea hora de hacer algo
respecto al comportamiento criticado. Una aceptación eficaz se da cuando uno
emprende la acción con miras al cambio.
Muchos nunca llegan al momento de emprender la acción. A veces desatendemos
la crítica porque no nos parece válida, o la desdeñamos, o discutimos con el crítico, o
nos dejamos aplastar de tal manera por la crítica que no podemos emprender una
acción positiva. A veces, nos parece que es demasiado tarde para cambiar. E incluso,
cuando aceptamos constructivamente una crítica, es posible que nos cueste poner en
práctica el cambio. De hecho, reconocer que el otro tiene razón y que estamos
equivocados bien puede ser una respuesta parcialmente constructiva, pero lo cierto es
que de eficaz no tiene nada.
Considérese el caso de una mujer que criticaba al marido por el constante
descuido con que este último manejaba las transacciones de la cuenta bancaria que
ambos tenían en común. Como había aprendido a criticar de manera constructiva, ella
se guardó bien de hacer un comentario del tipo de:
—¡Este mes volviste a embarullar la cuenta del banco! ¿Por qué siempre que
haces un talón te olvidas de anotar la cantidad?
En cambio, dijo:
—Este mes volvieron a cobrarnos cinco dólares por haber girado en descubierto.
Pensé que en la cuenta había bastante para pagar el teléfono, pero evidentemente te
olvidaste de descontar un talón que extendiste la semana pasada. La próxima vez que
hagas uno, acuérdate de tomar nota o de decírmelo, para que podamos mantener el
saldo al día.
—Lo lamento, y sé que tienes razón al criticarme —respondió el marido—. En lo
sucesivo tendré más cuidado.
Pero al mes siguiente el hombre se olvidó otra vez de anotar dos talones,
volvieron a girar en descubierto y el banco les cobró una multa. La mujer volvió a
regañarlo, el marido a prometer que se corregiría, y al mes siguiente sucedió otra vez
lo mismo. Por más que aceptara las críticas de su mujer de manera superficialmente
constructiva, al no cambiar su comportamiento, el marido no estaba aceptándolas
eficazmente.
Actuar de acuerdo con una crítica exige comprometerse con la acción, de hecho y
de palabra. Empecemos por ver las técnicas de comunicación que se pueden usar para
iniciar el cambio de comportamiento:
No se defienda ante la crítica. Es muy frecuente que la reacción instintiva sea
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contradecir la acusación y desautorizarla, o intentar disculpar nuestra manera de
actuar.
MARIDO: Otra vez volviste a dejar toda la noche encendidas las luces del
cuarto de estar. Es un desperdicio de dinero.
MUJER: No fue culpa mía, porque yo no fui la última en acostarme.
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de manera que indiquen que usted busca la ayuda de quien hace la crítica).
Al obtener información adicional se logran cuatro cosas. Se puede evaluar con
mayor precisión la crítica. Se tienen ejemplos concretos del comportamiento por el
cual uno es criticado. Se demuestra que estamos preocupados por la situación, y se
convierte una interacción negativa en un diálogo potencialmente positivo.
Cultive la habilidad de escuchar atentamente. La investigación demuestra que la
persona promedio, sea hombre o mujer, no registra más que un tercio de lo que oye, y
sólo recuerda con precisión la mitad de ese tercio. Podemos escuchar casi cinco veces
más rápido que podemos hablar; en el tiempo que su crítico tarda en decir cien
palabras, la persona criticada tiene «espacio cerebral» para quinientas. Ese exceso en
la capacidad se dedica, comúnmente, a la preparación de negaciones o rechazos.
Además —y esto es especialmente válido cuando nos critican— tendemos a filtrar y
dejar fuera buena parte de lo que no queremos oír. Si la crítica es frecuente, es
probable que la «desconectemos».
Intentemos impedir que nuestras emociones interfieran con nuestra eficiencia
como oyentes. A veces, la emoción puede convertir un comentario sin ninguna
intención crítica en algo que nos molesta. Cuando una mujer comentó que la nueva
moda la dejaba «sin nada que ponerse», el marido se enfureció. Como estaba
sensibilizado respecto de sus ingresos, interpretó que el comentario daba a entender
que él no ganaba lo bastante para mantenerla debidamente. En otro caso, un hombre
expresó una leve crítica de los modales de sus hijos en la mesa y se quedó atónito
cuando su mujer entendió la observación como una crítica de la forma en que ella los
educaba.
También es importante que la persona que hace la crítica sepa escuchar
atentamente.
—Papá me había insistido durante semanas para que despejara las pilas de
revistas viejas amontonadas en el desván —relató un adolescente—. Un día me
arremangué y las tiré todas. Cuando se lo dije, pensé que le gustaría, pero lo único
que dijo fue: «Ajá». Un poco después, me preguntó bruscamente cuándo pensaba
tirar toda esa basura del desván. ¡No había oído una palabra de lo que yo le había
dicho!
Pida soluciones a la crítica. Sus preguntas pueden ser tan indirectas como «¿Qué
harías tú en mi lugar?», o así de directas: «¿Cómo puedo hacerlo mejor?» o «¿Qué te
gustaría que hiciera?». Cuanto más específicas sean las preguntas, mejor:
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Pedir ayuda da varios resultados positivos. Para empezar, la discusión del
problema se centra sobre la acción eficaz, con lo que se crea el efecto psicológico
(importante para ambas personas) de dar a entender que hay una manera productiva
de resolver la crítica, y que la persona criticada tiene ante ella una actitud abierta. Por
otra parte, se convierte el proceso de la crítica, unilateral en principio, en un esfuerzo
de equipo. Efectivamente, al preguntar «¿Qué podemos hacer?» estamos
profundizando el compromiso del crítico con el objetivo común a ambos. Y,
finalmente, pedir ayuda es estimular los recursos creativos del crítico. Uno no tendrá
que encontrar sólo la nueva manera de ver las cosas, y no se quedará con la sensación
inquietante de no saber qué hacer.
Haga un resumen de lo que han dicho, tanto usted como la otra persona. Un buen
oyente no da por sentado que entiende lo que se ha dicho; se asegura de haberlo
entendido antes de responder. Algunos consultores recomiendan que, tras una
discusión complicada o acalorada, cada uno repita a la otra persona, con sus propias
palabras, lo que cree que ambos han dicho. El psicólogo Carl Rogers llama a esto el
«juego del eco». Esta técnica de realimentación se puede usar también para
asegurarse de que las dos personas están de acuerdo sobre objetivos realistas para el
cambio de comportamiento. En vez de decir: «Me ocuparé de eso» o «Procuraré
hacerlo mejor», se pueden establecer con exactitud los parámetros para lo que uno
quiere hacer, cómo ha de hacerlo y cuándo ha de hacerlo.
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Las estrategias del cambio
Daremos ahora algunas estrategias básicas para la acción, que se pueden practicar
para iniciar y realizar el cambio de comportamiento.
Haga un «contrato» consigo mismo. Los consejeros matrimoniales se valen de
contratos para estimular a las parejas, y para que éstas actúen de acuerdo con la
capacidad de visión adquirida durante el tratamiento. El contrato es un acuerdo
recíproco, a veces verbal, pero comúnmente escrito, en el cual los miembros de la
pareja se comprometen a hacer planes nuevos, fijarse otros objetivos o adoptar alguna
forma de comportamiento distinto. Pero uno también puede hacer un contrato consigo
mismo para cambiar su comportamiento, si ha llegado a la conclusión de que una
crítica es válida.
Si ha de ser eficaz, un contrato no puede ser una vaga formulación mental. Debe
hacerse por escrito, y especificar exactamente a qué comportamiento se refiere y de
qué manera se propone uno cambiarlo. Supongamos que lo que a uno le critican es
que fuma demasiado. El contrato debe especificar:
1. El número exacto de cigarrillos a los cuales se limitará en las veinticuatro
horas. Limitarse a decir «No fumaré tanto» no tiene sentido.
2. Un plazo dentro del cual el contrato ha de cumplirse. Póngase un límite de
tiempo realista. Prometerse que alcanzará la meta en dos semanas puede ser un plazo
demasiado corto, pero darse seis meses es demasiado largo.
3. Una recompensa por la consecución del objetivo. Éste es un refuerzo positivo
que usted debe concederse, tan pronto como se haya cumplido el contrato. Puede ser
algo tan simple como comer en un buen restaurante o comprarse un libro que deseaba
leer, o tan refinado como tomarse vacaciones. Pero es una promesa que debe
cumplirse. (Incluso puede haber una cláusula de «bonificación», previendo una
recompensa extra si el éxito es mayor o más pronto que lo esperado. A la inversa,
debe haber una penalización que se impondrá si no consigue alcanzar su objetivo.
Este refuerzo negativo también se debe concretar sin demora, y debe ser tan
desagradable como gratificante sea el incentivo).
4. Cómo se ha de verificar el cambio de comportamiento. Para determinar si el
cambio se ha producido realmente, puede contar la cantidad de cigarrillos fumados
por día, o verificar el menor gasto semanal en cigarrillos. Es necesario que haya una
prueba auténtica de que ha cumplido usted el contrato básico.
Controle su comportamiento. En la medida de lo posible, observe su
comportamiento y tome nota de él. El solo hecho de hacerlo le ayudará a cambiar. Por
ejemplo, en el caso que hemos propuesto, se puede llevar una lista de cuándo y dónde
fumó cada cigarrillo. Después de un tiempo, convierta la lista en un cuadro o gráfico
que le permita «ver» el cambio que se está produciendo. Esto sirve también como un
refuerzo positivo.
Descomponga el comportamiento que quiere cambiar en una serie de «tareas»
—Nuestra vida sexual ya no es lo que solía ser. Sigo amando a mi marido, pero
su manera de hacer el amor es tan previsible que resulta aburrida. Ahora bien,
¿cómo puedo decirle semejante cosa?
—Desde que me dijo que todos sus orgasmos habían sido fingidos y que en
realidad jamás había llegado a tener uno, no he podido volver a tocarla. Me siento
como si me hubieran castrado.
Entre todas las formas de crítica, la crítica sexual es sin duda la más difícil de
formular y la más devastadora de oír. Nada puede ser motivo de más tensión e
incomodidad que tener que señalar a nuestra pareja sus fallos sexuales. Y nada puede
disminuir nuestra autoestima tan brutalmente como el que nos digan que, como
amantes, somos inadecuados o insatisfactorios. Tampoco nada puede lesionar tan
profunda y dolorosamente una relación como los comentarios despectivos sobre las
habilidades sexuales de uno de los miembros de la pareja, formulados por el otro, e
incluso como las sugerencias bien intencionadas, pero formuladas, sin
contemplación, como críticas.
No es de asombrarse que los terapeutas digan que, en la mitad de los
matrimonios, las tensiones y los conflictos se agravan por obra de las palabras
destructivas con que se alude a la habilidad sexual en el seno de la pareja. Pero,
¿significa esto que las críticas referentes al comportamiento sexual deben ser evitadas
o reprimidas? No, si tenemos presente el concepto de que la crítica es un instrumento
que puede estar al servicio del desarrollo.
El hecho es que la mayoría de los hombres —y de las mujeres— jamás han
aprendido a hablar de cómo conseguir mejorar el contacto sexual, a no ser quejándose
de cómo es. Y sin embargo, la habilidad de hacer el amor no es instintiva; es un arte
que debe ser aprendido, y las críticas positivas no sólo pueden ser una ayuda útil para
la enseñanza, sino una manera de que cada cual demuestre que aprecia los esfuerzos
de su pareja por convertirse en un mejor compañero o compañera sexual.
De hecho, es virtualmente imposible mejorar una relación sexual si las dos
personas que en ella participan no son capaces de compartir e intercambiar
información potencialmente útil o, dicho de otra manera, de actuar como críticos
constructivos. «Por lo común —observó el sociólogo John Gagnon—, antes de poder
Buena parte de las críticas sexuales se derivan de circunstancias que tienen poco o
nada que ver con la persona a quien se está criticando. Por ejemplo, Ray creía que lo
estaban estafando sexualmente porque su mujer no se mostraba abiertamente
apasionada mientras hacían el amor. Ray había leído las suficientes novelas eróticas
como para «saber» cómo se comportaba una mujer verdaderamente excitada:
respiraba con más rapidez, gemía y jadeaba; el cuerpo se le arqueaba y se le retorcía,
y las uñas se clavaban en la piel de su compañero. Pero cuando Ray hacía el amor
con su mujer, ella no hacía ninguna de esas cosas; más bien, su respuesta era
tranquila, y no porque no estuviera excitada, sino porque tal era la naturaleza
inherente de su reacción. Ray empezó a sentirse defraudado, privado de las
gratificaciones que le hacía esperar una visión poco realista de lo que es la
sexualidad. Además, se sentía disminuido, ya que pensaba que debía ser la
inadecuación de él lo que dejaba tan impávida a su mujer. Finalmente, incapaz de
dominar su frustración y su desengaño, Ray criticó coléricamente la pasividad de su
mujer:
—Jamás te mueves y casi nunca se te oye. ¿Qué demonios es lo que te pasa?
Hay muchos hombres y mujeres que, como Ray, tienen expectativas totalmente
faltas de realismo sobre lo sexual, tanto en lo que se refiere a su propio
funcionamiento como a la respuesta de su pareja. Fantasear con temas sexuales,
creando ambientes eróticamente excitantes o imaginándose, quizá, que uno hace el
amor con un astro del cine es una cosa. En tanto que la fantasía no sustituya a la
realidad, y si no crea un sentimiento de culpa, puede ser un estímulo de la experiencia
sexual. Pero hay personas que miden sus propias habilidades (o las de su compañero)
en función de ideales fantaseados. Creen que todo el mundo goza, noche tras noche,
de verdaderos éxtasis sexuales; se imaginan que todas las mujeres son capaces de
tener orgasmos múltiples y que todos los hombres pueden sostener indefinidamente el
contacto sexual. Lo más probable es que tales fantasías desemboquen en críticas
inadecuadas, basadas en una visión deformada de lo que debe ser una vida sexual
satisfactoria.
Las críticas inadecuadas se originan también en expectativas que no carecen tanto
de realismo como de formulación. El psiquiatra Clifford Sager ha señalado que cada
uno de nosotros inicia una relación con una carga de expectativas y promesas que son
tanto conscientes como inconscientes, tanto explícitas como tácitas. Las expectativas
y promesas inconscientes y tácitas forman una «agenda secreta», esto es, un contrato
emocional que uno de los miembros de la pareja hace con el otro, sin que ninguno de
los dos tenga conciencia de su existencia. Tales contratos pueden referirse a todos los
aspectos concebibles de una relación: al poder, a los hijos, al dinero, a las actividades
de los momentos de ocio y a la vida sexual.[6]
Por ejemplo, Amy, una mujer de 27 años, y su marido Martin de 36, llegaron a
Pero también en el nivel sexual las críticas se pueden comunicar de muchas otras
maneras, más sutiles e incluso más lesivas aún. El lenguaje táctil, por ejemplo, puede
funcionar como una crítica que, sin palabras, exprese falta de interés o disgusto:
apartarse cuando el compañero intenta un abrazo, o aceptarlo en actitud rígida y
tensa; retirar una mano que acaricia; mantener obstinadamente cerrados los labios
durante un beso, o rehuirlo alejando totalmente la cara. Un hombre que pierde
súbitamente la erección o una mujer que no lubrica, pueden estar expresando con su
cuerpo que su pareja no consigue excitarlos.
La crítica negativa no se limita tampoco al acto mismo de hacer el amor. Hay
personas que suscitan discusiones, provocan ansiedades o plantean exigencias
inmediatamente antes o después de un contacto sexual. Crear tensión y estrés es una
forma efectiva de destruir los sentimientos sexuales, y lo mismo se consigue con la
insistencia en ciertos tipos de posturas sexuales o de juego erótico.
Las críticas sexuales destructivas generan con frecuencia un miedo al rechazo o al
abandono, que puede conducir a un «recelo crítico» sumamente contraproducente.
—Las cosas han llegado al punto en que me siento aterrorizada cada vez que
hacemos el amor —relata una mujer—. Lo único que puedo pensar es: ¿Y si no le
agrado? ¿Y si no llego al orgasmo? Aunque no quiero perderlo, sé que él está
buscándome los fallos sólo por tener una excusa para dejarme.
En otros casos, la persona criticada puede reaccionar con hostilidad ante la
amenaza implícita en la crítica.
—Cada vez que ella me reprocha algo que supuestamente estoy haciendo mal en
la cama —comentó un marido— le digo lo que ella está haciendo mal.
En este tipo de círculo vicioso, el contenido de la crítica llega a perder sentido:
—No creo que ninguno de los dos preste atención a lo que se dice —continuó el
hombre—. Estamos demasiado ocupados en defendemos mediante contraataques.
Pero los que se aman deben ser capaces de confiar el uno en el otro para tener una
buena relación sexual. La doctora Helen Kaplan, una de las terapeutas sexuales más
destacadas en los Estados Unidos, cree que la confianza mutua es uno de los
elementos psicológicos esenciales para llegar al orgasmo. Sin embargo, es imposible
sentirse confiado y seguro con un compañero o compañera sexual que formula
habitualmente críticas negativas. Por ende, es importante que los miembros de la
pareja sepan cómo plantear sus críticas sexuales de manera positiva, y también que
sepan aceptarlas con ánimo constructivo.
Antes de decir a su pareja nada que sea de índole crítica, formúlese el lector o
lectora estas preguntas clave: ¿Cuál es la razón de mi crítica? A menos que haya una
razón válida y constructiva, no diga nada. ¿Es éste el mejor lugar o el mejor momento
para una crítica? Si no lo es, pregúntese: ¿Cuándo y dónde puedo comunicar mejor
esta información, de manera que favorezca nuestra relación sexual?
Cuando formule efectivamente una crítica, no olvide insistir en el placer que le da
su compañero, más que en lo que éste o ésta hace y que a usted le disgusta. En vez de
decir:
—No me gusta que me toques con tanta aspereza —diga—: Me encanta que me
toques con tanta suavidad.
Cuando comunicamos al otro algo que nos disgusta, en vez de expresar lo que
preferimos lo estamos forzando (y nos estamos forzando) a concentrarse en los
detalles de su comportamiento sexual, más que en los sentimientos sexuales y en su
expresión.
Al comunicar sus preferencias, tenga cuidado de que sus palabras no den la
impresión de ser una orden. Formular una orden tal como «Tócame con suavidad»,
lleva implícito un «porque de lo contrario no dejaré que me vuelvas a tocar». De
modo similar, las preferencias no se han de expresar en el contexto de una amenaza:
—Si no sabes hacerme el amor como a mí me gusta, me buscaré alguien que sí
que sepa.
Procure no criticar a su pareja sexual por algo que él o ella no puede cambiar.
Criticar los atributos físicos de alguien, tal como el tamaño del pene o la forma de los
pechos, es de una crueldad perversa; en la mayoría de los casos, tales características
sólo se pueden modificar quirúrgicamente. También es contraproducente criticar el
apetito o la capacidad sexual de nuestra pareja.
Como ya señalamos, las exageraciones sexuales que abundan en libros y películas
han sido causa de que muchos hombres y mujeres esperen proezas sexuales de su
pareja. Pero en la vida real son muy raros los individuos que pueden hacer el amor
durante horas con indomable energía. Y tampoco es frecuente el deseo de
experimentar con técnicas sexuales extravagantes. Criticar a alguien porque es
incapaz de satisfacer nuestras expectativas no realistas (e incluso las realistas) no
puede servir más que para hacer que la otra persona se sienta más tensa, más enojada
y menos afectuosa.
Plantee sus críticas hablando en primera persona y no en función del otro, y
exprese deseos en vez de formular recriminaciones. Por ejemplo:
—¡Me estás raspando con esa barba! ¿Por qué no te afeitas antes de hacer el
amor?
Será más eficaz para modificar el comportamiento si se expresa como:
—Me encanta la suavidad de tu piel cuando estás recién afeitado.
Es necesario decir algo sobre las críticas sexuales que se enmascaran tras el
disfraz de la «sinceridad». Una total franqueza sexual es algo que los miembros de
una pareja se ofrecen el uno al otro —o en lo cual insisten— por su propia cuenta y
riesgo, nada desdeñables. Si bien es cierto que una buena relación sexual depende de
una comunicación franca y abierta, también hay veces en que el exceso de
comunicación puede ser más perjudicial que útil.
«El problema —dice la psicóloga Carol Tavris—, es saber no sólo si hay que ser
sincero, sino en qué momento y de qué manera… Hay una sutil diferencia entre no
ser sincero y ser falso. Dominar el impulso de decir sin pensarlo dos veces una
verdad que resulte hiriente no es lo mismo que mentir. Y la determinación
complaciente de ser sincero a cualquier precio puede resultar muy cara.»[8]
Es frecuente que las críticas «sinceras» oculten intenciones poco nobles. Por
ejemplo, una mujer pregunta al marido si el contacto sexual que acaban de tener fue
agradable para él. Aun cuando no lo hubiera sido, en circunstancias ordinarias, el
hombre podría limitarse a decir que sí, o pasar por alto la pregunta. Pero en ese
momento está enojado por alguna otra cosa que no tiene nada que ver con lo sexual, y
saca partido de su «derecho» a ser sincero, respondiendo:
—No mucho… pero casi nunca lo es. Como amante no eres gran cosa.
O piénsese en la mujer que ocasionalmente no alcanza el orgasmo, y que ante la
preocupación de su compañero puede responder:
—Fue muy placentero. Me gusta hacer el amor contigo.
Lo cual sería mucho más leal, desde el punto de vista del vínculo profundo de la
pareja, que decir:
—Esta vez no llegué al orgasmo.
Según otra definición, la verdadera franqueza no consiste en optar por decirla
cuando uno cree que puede ayudar más de lo que dañe.
El problema, para cada uno de nosotros, reside en saber —o por lo menos en
intuir— cuándo la franqueza crítica puede ser menos útil que lesiva. La sinceridad
constructiva, dice Tavris, permite hacer saber a nuestra pareja, por un camino de
amor, qué es lo que puede hacer para agradarnos; la sinceridad destructiva se limita a
decirle que ha fracasado. Es importante, pues, ver qué se oculta bajo el camuflaje de
la «sinceridad» antes de verbalizar una crítica. Pregúntese el lector: ¿Por qué estoy
diciendo esto? ¿A qué propósito obedecen mis palabras? ¿Por qué soy más «sincero»
respecto de un tema sexual, de lo que suelo serlo respecto de otras cosas?
En último análisis, las parejas que pueden decirse sus necesidades y sentimientos
sexuales más íntimos —sean o no críticas sexuales— son las que dicen tener las
relaciones más gratificantes. «Tratar de ser un amante eficaz para nuestra pareja, y
para nosotros mismos, sin comunicamos —dice la terapeuta sexual Helen Kaplan—,
es como intentar aprender a tirar al blanco con los ojos vendados». Con la
¿Es que vas a dormir todo el día…? ¿Quién te dijo que podías usar mi spray
para el pelo…? Quita los platos de la mesa… Baja el volumen de esa radio…
¿Te hiciste la cama…? Esa falda es demasiado corta… Tu armario es un
desorden… Manténte derecha… Alguien tiene que ir a la compra… Deja de
mascar chicle de esa manera… Tienes el pelo demasiado abultado… No me
importa que todo el mundo lo tenga… Baja esa radio… ¿Hiciste los deberes? No
te encorves… No te hiciste la cama… Termina de una vez con ese piano… ¿Por
qué no te lo planchas tú misma…? Tienes las uñas demasiado largas… Búscalo
en el diccionario… Siéntate derecha… Termina con ese teléfono… ¿Cómo se te
ocurrió comprar ese disco…? Saca a pasear al perro… Te olvidaste de quitar el
polvo a esa mesa… Has estado demasiado tiempo en el cuarto de baño… Apaga
esa radio y vete a dormir.
Ésta letanía de críticas parentales, titulada «Un sábado con una hija adolescente»,
fue descubierta en el periódico de una iglesia de Rhode Island por el psicólogo de
niños Charles Schaefer, quien la cita en su libro Cómo influir sobre los niños. Es de
suponer que la publicó para que los padres tomaran conciencia de la cantidad de
veces que fastidian, rebajan, intimidan, molestan y acosan a sus hijos en el curso
normal de un día cualquiera. Aunque la descripción pueda parecer exagerada, lo más
probable es que cualquier padre o madre que se anime a tomar nota de la cantidad de
veces que critica a su hijo un día cualquiera, se encuentre con que no está tan lejos de
la realidad.
La dura verdad es que la mayor parte de los padres critican incesantemente a sus
hijos de manera destructiva e ineficaz. Y lo que es peor, las críticas se hacen tan
habituales que muchos progenitores no se dan cuenta, virtualmente, de qué es lo que
están haciendo. Hace algunos años, el terapeuta de familias doctor Honor Whitney,
una autoridad en lo que se refiere al afecto de las críticas sobre la personalidad, pidió
a un grupo de estudiantes universitarios que evocaran recuerdos de su niñez. Un
hombre dijo que jamás olvidaría una frase que sus padres habían usado repetidas
veces cuando se enfadaban con él: ¿Cuántas veces tengo que decirte…?
—Eso me hacía sentir un perfecto fracasado —evocó el muchacho.
«De pronto —relata el doctor Whitney— todos empezaron a recordar muletillas
favoritas de sus padres… y casi todas eran despectivas». Al tan usado «¿Cuántas
veces…» seguían de cerca expresiones tan denigrantes como:
—¿Esperas hacerme creer eso?
—¡Mira la facha que tienes!
¿Cuáles son los efectos acumulativos y más comunes, a largo plazo, que un fuego
cruzado de críticas destructivas puede tener sobre los niños?
Una tendencia a evitar o eludir a la persona que critica, como también el tipo de
situación o de ambiente en el cual se produce la crítica. Un padre que ridiculice con
frecuencia a su hijo por lo que a éste le cuesta aprender a nadar, puede muy bien
provocar en el niño una aversión permanente a la natación, a las aguas profundas e
incluso, por extensión, a las playas, ya sean de mar o de lagos. Un maestro que critica
ásperamente el rendimiento de un niño en la clase de matemáticas puede ser causa de
que el chiquillo o chiquilla termine odiando no solamente las matemáticas sino,
también, por extensión, todo lo que sea trabajo escolar, y a todos los maestros.
Son pocos los niños que tienen la suficiente fuerza interior para defenderse, ni
para protestar siquiera. Un niño, decía George Orwell, «no ha acumulado una
experiencia que le dé confianza en sus propios juicios… Aceptará lo que le digan, y
creerá de la manera más fantástica en los conocimientos y en el poder de los adultos
que lo rodean».
El niño que recibe muchas críticas destructivas tiende a adquirir el hábito de
criticar a los demás de manera destructiva. Una de las formas de aprendizaje más
poderosas en la niñez es lo que los psicólogos llaman los «modelos». Si una persona
importante o poderosa en la vida de un niño actúa o habla de determinada manera, es
muy probable que el niño integre ese comportamiento en su propia personalidad, y
aprenda a criticar a otros de la misma forma. En los seminarios sobre crítica, solemos
preguntar a los adultos qué efecto creen que tuvo sobre ellos el hecho de haber sido
criticados cuando eran niños. Una mujer respondió:
La primera vez que intenté enseñar a mi hijo de siete años a detener pelotas
bajas, siempre retrocedía o se apartaba, por temor a que la pelota rebotara y le diese
en la cara. Yo perdí los estribos y lo traté de mariquita. Entonces se echó a llorar y
se fue, y después, durante semanas, no quiso ni siquiera jugar conmigo. Finalmente
volvimos a intentarlo, y esa vez lo estimulé cada vez que jugaba bien, y me callé la
boca cuando se apartaba. Una vez que se dio cuenta de que yo no iba a gritarle
porque cometiera errores, aprendió rápidamente.
Como luego veremos, hay varias técnicas específicas que ayudan a aumentar la
eficacia de las críticas que haya que dirigir a los niños. En la base de todas ellas, sin
embargo, se encuentra un factor general de máxima importancia: el consenso entre
los cónyuges, expresión que se refiere a la medida en que ambos padres pueden estar
de acuerdo en que el comportamiento que se critica existe realmente.
Ron, mi marido, está loco por nuestra hijita, y le encanta comprarle toda clase de
juguetes. Pero se fastidia cuando vuelve del trabajo y se los encuentra todos
desparramados por el cuarto de estar, la cocina o donde sea que Carrie haya estado
jugando. Casi todas las noches la riñe por ser «dejada», como él dice. La otra noche
llegó a gritarle: «¡No seas una niña tan dejada!».
Claro que Ron es una persona muy pulcra y organizada, pero Carrie también lo
es, a su manera. Mantiene ordenada su habitación, las maestras dicen que es pulcra
en su trabajo escolar, y las madres de sus amigas comentan siempre lo ordenada que
es. Ron piensa que Carrie es dejada simplemente porque a la hora que él llega a
casa, la niña no ha guardado aún sus juguetes. Pero cuando ha terminado de jugar,
siempre los guarda.
En realidad yo no estoy de acuerdo en que él la critique tanto. Cada vez que la
trata de «dejada», yo me siento mal, Carrie se siente injustamente acusada y Ron se
enoja.
Uno de los objetivos (y de los resultados) del acuerdo entre los cónyuges es que
ambos padres precisen y compartan una definición común del comportamiento que se
critica. En el caso de Carrie, tal consenso no existía. Para Ron, la «dejadez» se definía
por el hecho de dejar algunos juguetes desparramados por la casa. Pero cabe
preguntarse si es ése el único determinante de la «dejadez». Para la mujer de Ron no
lo es. Ella sabe que en su momento, la niña guardará los juguetes, y sabe que en otros
aspectos de su vida diaria Carrie es sumamente pulcra. Al no haber una definición
compartida de la «dejadez», las críticas de Ron no eran válidas, cosa que, según lo
demostraba su reacción ante ellas, Carrie percibía claramente.
Además, Ron no se preocupaba por cotejar impresiones con su esposa antes de
criticar a su hija. De haberlo hecho, el mayor contacto de la madre con Carrie,
durante el día, le habría permitido tener una «muestra» más amplia del
comportamiento de la niña, como base de un juicio más ajustado a la realidad. Tal
como se daban las cosas, Ron percibía a su hija como «dejada», sobre la base de un
aspecto aislado de su comportamiento, observado a una hora determinada.
Estos dos principios del consenso entre los cónyuges —el acuerdo sobre una
definición del comportamiento criticado y la observación exacta, por parte de ambos,
de si el comportamiento se da durante una cantidad de tiempo significativa— ayudan
—¿Cómo puedo decir algo desagradable a mi hijo, si, después de todo, soy su
madre? —pregunta una mujer.
Un padre comenta:
—Cuando critico a mi hijo, siento que no estoy cumpliendo con mi misión de
padre. Lo que tengo que hacer es ayudarlo, no herirlo.
Los comentarios de esta clase son bastante comunes, y dan testimonio de que la
percepción de la crítica como algo automáticamente lesivo, y no potencialmente útil,
ejerce gran influencia sobre los padres.
Hay otras razones para que vacilemos en criticar a nuestros hijos; tal vez sintamos
que si un niño está haciendo algo mal, la culpa es nuestra por no educarlo como es
debido. Nos identificamos demasiado con nuestros hijos; si se conducen mal, es
posible que pensemos que ese comportamiento fue aprendido a partir de nuestro
ejemplo. Y hay padres que tienen miedo de criticar a los niños, porque sienten que, si
los fastidian demasiado, sus hijos no los querrán.
De acuerdo con el difunto Haim Ginott, una autoridad en lo que se refiere a
relaciones entre padres e hijos, la mayor parte de la comunicación intergeneraciones
se da en la forma de dos monólogos que pasan uno al lado del otro sin prestarse
atención, como barcos en la noche. Uno de ellos, criticón y caviloso, está integrado
por órdenes y críticas destructivas; el otro, por denegaciones y súplicas estériles. La
tragedia, observaba Ginott, no reside en que a los padres les falte amor ni
inteligencia, sino en que carecen de habilidad para comunicarse eficazmente con sus
hijos.
Según el doctor Charles Schaefer, criticar a los niños «es más eficaz cuando la
crítica se centra más bien en la tarea que en la aprobación». El último enfoque ataca o
humilla a la persona, no al comportamiento:
—No me gustan los niños que interrumpen —o—: Sólo los niños malos
interrumpen.
La crítica centrada en la tarea se dirige al comportamiento:
—Te agradecería que no interrumpieras —o—: No es cortés interrumpir cuando
alguien está hablando.[10]
El objetivo de este capítulo es ofrecer orientaciones y técnicas específicas para
formular a los niños críticas eficaces y centradas en la tarea. Cada ejemplo demuestra
cómo comunicar información crítica de manera que un niño pueda aceptarla y sacar
partido de ella. Cada uno ofrece una forma de criticar que permite al niño
comprender, desarrollarse, cambiar y favorecer su autoestima. Aunque las técnicas se
valen de diversos procedimientos, hay elementos que son básicos en todas ellas.
A los diez años, Kathy casi siempre perdía el autobús escolar. Gastaba
demasiados minutos en buscar los tejanos y la camisa que quería ponerse, y tenía
que buscar sus libros y cuadernos por toda la casa. Y no parecía que criticarla por
ser «desorganizada» sirviera de mucho.
Una noche, Kathy dijo a su madre:
—No sé cómo te las arreglas para despertarnos, preparar el desayuno, vestirte e
irte a trabajar todos los días a tiempo. Ojalá yo pudiera ser así.
La madre aprovechó el pie que le daba su hija para mostrarle cómo planificaba
todo la noche anterior, dejando preparada la mesa para el desayuno, el café puesto
en la cafetera, escogiendo y dejando lista la ropa que se pondría, y guardando en su
cartera los papeles que necesitaría en su trabajo. Ver la demostración de su madre
sobre la forma de ser organizada fue una verdadera experiencia de aprendizaje para
Kathy, mucho más que todas las críticas verbales por ser «desorganizada». La niña
se adaptó muy rápidamente al modelo materno, dejando todo preparado la noche
anterior, y muy rara vez volvió a perder el autobús.
Con frecuencia, los jóvenes se muestran renuentes a aceptar las críticas de sus
padres, y no actúan de acuerdo con ellas porque les parece que es como admitir que
estaban «equivocados». Los adolescentes son especialmente quisquillosos ante lo que
puede parecerles un «desprestigio». Para evitar este problema, hay que tratar de que
las críticas provengan de una fuente externa, que el joven respete. He aquí cómo se
las arregló un padre:
Otra mujer recurrió a una variante de la misma técnica para conseguir que su hijo
adolescente limpiara el estudio, después de haber hecho una fiesta con sus amigos el
sábado por la noche.
—Con Tim, pedirle u ordenarle que quitara los vasos, platos y discos, no servía
de nada —relató—. Cuando me quejé de que se me iba la mitad del domingo en
limpiar y poner orden, él me dijo que era capaz de hacerlo en la mitad del tiempo.
«De acuerdo —le contesté—, la próxima vez tú haces mi papel y yo el tuyo. Si no te
parece que mi crítica es justa, dejaré de quejarme».
»Algunos domingos después lo desperté temprano y le dije que le tocaba a él
limpiar el estudio, y que yo dormiría hasta tarde, como solía hacerlo él. Cuando salí
de mi dormitorio, a mediodía, Tim todavía estaba ordenando las cosas, y me sonrió
con un aire medio incómodo. “Tienes razón, mamá, se tarda muchísimo —me dijo—.
Me parece que no es justo dejar que tú hagas sola todo el trabajo después de mi
fiesta”.
Las críticas son más eficaces cuando es posible relacionarlas con una experiencia
anterior significativa que ha sido productiva o gratificante para el niño o niña. Éste se
pondrá menos a la defensiva, y aceptará mejor la crítica, en cuanto que no implica un
cambio real de comportamiento, sino simplemente la repetición de algo que se ha
hecho previamente con éxito.
Tomemos el caso de un estudiante despierto, pero que está sacando malas notas
en química, porque no hace el esfuerzo de estudiar lo suficiente. No es probable que
sea eficaz criticar sus malos hábitos de trabajo escolar, o insistir en que debe dedicar
más tiempo al estudio. Mejor sería que el padre o la madre tratara de establecer una
analogía, digamos, con la época en que el adolescente se esforzó por formar parte del
equipo de tenis del colegio:
—¿Recuerdas que la última primavera practicaste el tiro de revés todos los días,
después de la escuela, porque el profesor te dijo que así llegarías a meterte en el
equipo? Y el esfuerzo extra dio resultado, porque lo conseguiste, ¿verdad? Siempre
que queremos lograr algo es necesario hacer algún esfuerzo extra, por lo menos al
principio. Y cuando se trata de estudiar, sucede lo mismo.
Lo prudente es señalar al niño o joven la analogía pero nada más. Dar el paso
siguiente nos conduciría al sermón:
—Si estudias más, también te irá bien en química.
Dejemos que sea el chico quien saque esa conclusión.
Es frecuente que los adultos critiquen a los niños con preguntas punzantes:
—¿A esas manos las llamas limpias? —o—: Y con eso, ¿qué esperas conseguir?
—o—: ¿No puedes hacer nada mejor?
En la mayoría de los casos, el resultado es poner al niño a la defensiva,
obligándolo a que justifique su comportamiento. Tal como mencionamos en un
capítulo anterior, el terapeuta humanista Fritz Perls expresó que si se cambia de lado
un signo de interrogación, se convierte en un gancho o anzuelo, y que es posible que,
al formular preguntas con ánimo crítico, estemos haciendo que la otra persona
«muerda el anzuelo» de un comportamiento defensivo.
«Dar la vuelta» mentalmente a una pregunta, antes de formularla, puede servirnos
para ver si no estaremos «tirando un anzuelo». Veamos el caso de un maestro que
critica a un estudiante lo mal organizado de sus deberes de historia. He aquí una
forma posible de hacerlo:
MAESTRO: ¿Por qué pusiste la sección sobre exploración en las tres últimas
páginas?
ESTUDIANTE: Es que pensé…
MAESTRO: Pero, ¿no se te ocurrió que…?
Las preguntas son «anzuelos» porque el maestro sabe por adelantado que la
respuesta ha de ser, casi seguramente, defensiva o incorrecta. El único resultado final
posible es que sea el maestro quien deba dar la respuesta correcta. Mientras tanto el
alumno, en vez de sacar partido de la crítica, se queda con una sensación de
desvalimiento y fracaso.
Pero supongamos que el maestro hubiese preguntado:
—¿No se te ocurre una manera para que la sección sobre exploración quede mejor
relacionada con el resto de tu informe?
En ese caso, el estudiante se habría visto estimulado a hacer una nueva evaluación
de su trabajo, y habría podido tener la sensación de que estaba buscando una solución
constructiva al problema.
En otro ejemplo, un estudiante universitario que no conseguía un trabajo para el
verano, recibió de su padre la siguiente crítica:
—¿Cómo es que eres el único chico que no puede encontrar trabajo, que yo sepa?
¿Te empeñarás lo bastante?
Para este tipo de preguntas, que son un duro golpe para el amor propio, no hay
respuestas constructivas. El hombre podría haber tirado a su hijo un cebo, en vez de
un anzuelo:
—Tal vez puedas encontrar una manera de presentar mejor tus habilidades. ¿Te
PADRE: ¿Crees que puedes arreglártelas para terminar a tiempo con todas tus
cosas?
NIÑO: Bueno, no sé…
PADRE: Yo tampoco lo sé, pero tal vez podamos estudiarlo y llegar juntos a
alguna solución.
1. Cuando haga una pregunta con ánimo crítico, asegúrese de que está ofreciendo
el «cebo» y no el «anzuelo».
La misma técnica se puede aplicar a casi todas las situaciones. Si Danny trata de
pasar estrujándose entre sus padres para salir, se le dirá:
—¿Cuál es la contraseña?
—Permiso.
—Tú ganas. Ve a jugar.
Es importante que el niño reciba el refuerzo positivo, esto es, que se le diga cada
vez «Tú ganas». Pero cuando Danny haya incorporado las buenas maneras a su
comportamiento, ya no será necesario que sus padres le respondan siempre así:
—Por favor, ¿puedo decir a Johnny que venga a jugar?
—Lo siento, pero hoy tenemos otras cosas que hacer.
Otra manera de criticar por medio de juegos es que el padre demuestre el
comportamiento inadecuado, y haga que el niño desempeñe el papel del crítico:
PADRE (mientras se lava las manos): Mírame y dime qué es lo que me estoy
olvidando de hacer.
DANNY: Te estás lavando con agua sola, sin jabón.
PADRE: Está bien, tú ganas.
Una familia juega el juego del «experto» como sustituto de las críticas:
—Después de que los niños se cepillan los dientes, jugamos a que somos el
1. Los padres deben ser constantes y usar el juego en todas las situaciones
apropiadas.
2. Mantenga el juego en un nivel de «diversión», y procure que termine siempre
con un refuerzo positivo para el niño.
3. Asegúrese de que el juego esté estructurado de tal manera que el niño «gane».
Si el chiquillo no sabe la «contraseña», por ejemplo, el padre puede enseñársela y
repetir la pregunta.
Larry, de dieciséis años, se pasaba muchas horas en el taller que su padre tenía
instalado en el sótano. El señor H., artesano consumado, estaba encantado de que su
hijo estuviera aprendiendo a usar bien las herramientas y a hacer objetos útiles.
Pero cada vez le irritaba más el hecho de que el muchacho rara vez limpiara el
taller, o pusiera en orden las herramientas cuando había acabado de usarlas.
Algunas críticas leves no habían dado resultado, y el señor H. no quería reprender
severamente a su hijo por temor a que éste perdiera todo interés en la carpintería.
Quería plantear la cuestión de una manera que no afectara el interés de Larry por
esa actividad, y, sin embargo, quería conseguir que le dejara el taller en buenas
condiciones.
El padre lo consiguió, finalmente, felicitando a Larry por la forma en que
cuidaba sus propias cosas: sus discos y su equipo estereofónico, la bicicleta, sus
elementos deportivos.
—Muestras gran responsabilidad al cuidar tan bien de tus cosas —le dijo—, y
eso me satisface mucho. Te agradecería que tuvieras la misma actitud con mis
herramientas.
1. El cumplido debe ser por algo que sea importante para el chico. Larry cuidaba
sus cosas porque significaban algo para él. Alabarle, por ejemplo, la forma en que
dejaba limpio el cuarto de baño no habría sido un elogio eficaz, si lo hacía solamente
porque era su obligación. Fíjese qué es lo que su hijo se enorgullece de hacer.
2. El cumplido no sólo debe ser sincero, sino que debe poder vincularse
directamente con el comportamiento criticado. Una incongruencia tal como «Sacaste
unas notas excelentes, y ahora hazme el favor de mantener el taller ordenado» sería
ineficaz.
Los padres de Sam, un niño de once años, estaban preocupados porque su hijo no
conseguía hacerse amigos en su nueva escuela. Por lo que observaban, y por lo que
les decían los maestros, la razón principal era que Sam se comportaba de manera
ostentosa y arrogante.
Sus padres se dieron cuenta de que este comportamiento era indicio de su propia
inseguridad, pero no podían esperar que él pudiera entenderlo así, ni aceptarlo.
Criticar sus acciones sería ineficaz, de modo que, en cambio, hablaron con Sam de lo
que éste no conseguiría —amigos, atención, respeto— si continuaba con su
comportamiento arrogante. Se concentraron en las consecuencias futuras de su
comportamiento.
Las tensiones que acompañan a las actividades de hacer y recibir críticas pueden
reducirse con un toque de humor. Como el humor es algo en gran medida espontáneo,
el cuándo y el cómo usar esta técnica depende del curso de los acontecimientos, y de
la capacidad del padre o maestro para combinar ambas cosas.
Para ver de qué manera puede servir el humor a un comentario crítico, volvamos
a Melissa, la niñita que daba de comer a su perro durante la cena. Una noche, cuando
la familia tenía invitados, Melissa siguió cogiendo cosas de su plato para dárselas al
animal. En vez de provocar una escena, haciendo salir al perro o castigando a la niña,
el padre dijo:
—Melissa, creo que Fido ya tiene edad para cortarse él mismo la comida.
Mientras todos se reían, incluso la niña, el padre se aseguró de que Melissa
entendiera lo que él le señalaba:
—Tú sabes que Fido tiene su plato afuera y que le puedes dar de comer allí
cuando sea su hora.
Otro recurso para unir el humor con la crítica es lo que se podría llamar la
«reducción al absurdo». Al estimular el comportamiento que queremos cambiar hasta
el punto de llevarlo al absurdo, estamos poniéndolo en la perspectiva adecuada. Hay
profesionales que usan actualmente la «terapia por el absurdo» para tratar a algunos
clientes. A una pareja que no puede dejar de discutir, por ejemplo, se le pueden dar
instrucciones para que discutan, sin falta, por lo menos cuatro veces al día. Como al
principio los clientes tienden a resistirse a los esfuerzos y sugerencias del terapeuta,
lo más probable es que la pareja deje por completo de discutir. He aquí un ejemplo de
cómo se puede usar esta técnica con los jóvenes:
Durante los años que trabajé como profesor de ciencias naturales, hubo
innumerables experimentos y demostraciones que no me salieron. Los fracasos
eran inevitablemente recibidos con grandes algazaras y risas, a menudo
despectivas, con que los niños parecían decirme: «¿Qué tal se siente, profesor,
cuando algo le sale como a nosotros?».
Mi reacción ante semejante hilaridad era, generalmente, unirme a ella,
riéndome de buena gana de mí mismo y del desastre que había hecho. Después
les decía: «Está bien, parece que esto no funcionó. Ahora vamos a limpiar todo,
ver qué fue lo que anduvo mal, y planear un experimento diferente para
mañana». Lo que en realidad les estaba diciendo —y, lo que es más importante,
demostrando— es que un fracaso no es nada más que un fracaso, ni más ni
menos. Era un acto con el cual no se acababa la vida, que daba materia para
pensar y que podía usarse para planear acciones futuras.[11]
Una madre cuenta cómo el experimento de panadera de su hija de nueve años dio
por resultado una pasta informe.
—Era imposible decirle nada bueno —recuerda—, de manera que le dije: «Vaya,
pues está bastante lamentable». Durante un momento, mi hija estuvo al borde de las
lágrimas, pero después se rió. Y las dos aprendimos una valiosa lección: mi hija no
necesitaba ni críticas, ni seguridades vacías. Necesitaba permiso para fracasar.
De la actriz Katharine Hepburn se cuenta que llevó esta técnica al último
extremo, mientras filmaba una escena con dos adolescentes, aterrados de estar
participando en una película con ella. La primera vez que uno de los chicos se olvidó
de su parlamento, se dice que la Hepburn dijo:
—Fue culpa mía.
—¿Cómo puede ser culpa de usted, si yo me olvidé el parlamento? —preguntó el
muchacho.
Y ella respondió:
—Es que yo dije el mío demasiado rápido. Por eso tú te olvidaste.[12]
A la mayoría de los adultos les molesta que los jóvenes los critiquen. Los padres,
especialmente, interpretan las críticas de sus hijos como prueba de falta de respeto,
rebeldía, desafío, o de una actitud de «sabelotodo». Son raros los padres que no han
respondido a una crítica diciendo:
—¡No te atrevas a decirme eso! —o—: Ya lo entenderás cuando crezcas.
Y, de la misma manera que los niños equiparan las críticas de sus padres con falta
de amor, algunos padres toman la crítica del niño como signo de que éste no los
quiere. Los niños no tienen capacidad para expresar diplomáticamente sus críticas;
por lo común, son brutalmente directos. No es de asombrarse, pues, que el proceso en
su totalidad sea, con frecuencia, destructivo e ineficaz.
Sin embargo, no es posible ignorar las críticas de los niños, que están motivadas
por los mismos factores que llevan a sus padres a criticarlos: comunicar necesidades,
cambiar el comportamiento, obtener satisfacción o poner término a la insatisfacción.
Pero los niños tienen un problema adicional: da miedo, y en ocasiones es peligroso,
criticar a una persona tan poderosa como los padres. Es más, se trata de un problema
que puede persistir durante toda la vida. Piense el lector en lo difícil que puede
resultarle todavía a él, como adulto, criticar a sus padres. Por más mayores que
seamos, en ese sentido, por lo menos, seguimos siendo niños.
¿Cuál es la mejor manera de responder a la crítica de un chico? Para empezar,
valerse de las habilidades básicas que hemos bosquejado antes: estimar la validez de
la crítica, mantener bajo control sentimientos y emociones. Negarse a aceptar la
postura estereotipada según la cual «yo puedo criticar a mis hijos, pero ellos no
pueden criticarme». Y ser sensible a las orientaciones especiales que enumeramos:
Demuestre su propio interés, preocupación y compromiso. Aunque a veces
podemos hacer dos cosas al mismo tiempo, los niños tienden a sentir que si uno no
les presta atención exclusiva, entonces no les presta atención en absoluto. Por eso es
importante dejar cualquier cosa que uno pueda estar haciendo para concentrarse en
las palabras del chico. Nuestra atención es para él testimonio de interés, preocupación
y compromiso.
Ayude a su hijo a aclarar lo que trata de decirle. Es frecuente que los adultos
consideren «machacona» la crítica de un chico, ya sea porque no entienden o no
responden a lo esencial de lo que está diciendo el niño, con lo que obligan a éste a
repetir la crítica.
—No entiendo por qué mis empleados se sienten amenazados cada vez que me
quejo de algo —expresó el propietario de una pequeña imprenta—. Sólo intento hacer
que el negocio funcione bien.
Este hombre está cometiendo un error frecuente: considerar las críticas en el
empleo desde su punto de vista, y no desde el ángulo de sus subordinados. Por raro
que parezca, muchos jefes piensan (o les gusta pensar) que no son figuras autoritarias
para sus empleados. Pero la actitud de «somos todos una gran familia feliz» es un
autoengaño. Por su naturaleza inherente, la estructura laboral establece al jefe como
la figura de poder; quizás, aunque no necesariamente, sea más inteligente y experto,
pero sin duda está más informado y tiene más experiencia y más influencia. Las
críticas provenientes de una persona así representan una amenaza para la sensación
de seguridad laboral de sus subordinados, y un golpe para su amor propio. Casi
siempre, las críticas provenientes de un jefe se interpretan en el sentido de «Estoy en
un lío».
Al sentirse amenazado, un subordinado tiende a reaccionar ante las críticas de
manera defensiva, es decir, negándolas, mostrándose en desacuerdo con ellas, o
cuestionando que sean justas. Aun cuando interiormente el subordinado reconozca
que la crítica es válida, sigue intentando «convencer» al jefe de que no lo es, para así
desactivar la amenaza a su seguridad y amor propio.
La forma más obvia en que un superior puede contrarrestar la idea de que la
crítica representa una amenaza es evitar cualquier observación que pueda ser
interpretada como tal. Pero incluso cuando la «amenaza» no es literal, el subordinado
puede inferir que existe, de manera que la estrategia más eficaz es, pues, procurar
cambiar la estructura psicológica de la relación laboral, ofreciendo las críticas a
manera de informaciones útiles, que pueden ayudar a la otra persona a mejorar su
desenvolvimiento en la tarea.
Otra manera de percibir la distinción entre la crítica como amenaza y la crítica
como elemento útil, es analizar los supuestos de donde parten ambos tipos de
superiores laborales. A uno de ellos lo llamaremos el jefe «crítico» y constructivo, y
al otro el «criticón» y destructivo.
El jefe crítico cree que sus subordinados trabajan mejor cuando saben que pueden
alcanzar sus objetivos personales al mismo tiempo que colaboran con la
organización. Es el tipo de jefe que cree que los empleados responden mejor cuando
están activa e inteligentemente interesados en su trabajo.
El jefe criticón supone que los subordinados trabajan mejor cuando no están
seguros de la estabilidad de sus puestos. «Si uno quiere que respondan, hay que
hacerles sentir que hay muchos otros que podrían hacer mejor el trabajo».
En otro caso, una abogada dijo que la crítica que le resultaba más difícil de hacer
en el lugar de trabajo era decirle a su secretaria que corrigiera los errores de máquina.
Cuando le preguntamos por qué, respondió:
—Bueno, es un trabajo tan servil que probablemente a Judy le moleste tener que
volver a hacerlo.
En esto hay una advertencia para todos los jefes: jamás hay que considerar que el
trabajo de un subordinado sea «servil». Si uno transmite esa impresión a sus
subordinados, es probable que supongan que el trabajo que hacen no tiene
importancia, y que por ende, ninguna crítica que les hagan al respecto la tiene
tampoco. No hay, así, mucha motivación para el cambio.
La abogada podría haber dicho a su secretaria:
—Judy, la presentación de tus cartas es un reflejo de cómo hacemos las cosas en
este despacho. Si van con errores, la gente pensará que somos descuidados en todo.
Cuando te pido que vuelvas a escribir una carta, no es para molestarte ni para ponerte
en evidencia. Las cartas transmiten una imagen a nuestros clientes, y esa imagen, en
parte, depende de ti.
Es importante no limitarse a decir a un subordinado que su trabajo es valioso; hay
que explicarle por qué lo es, y cómo se inserta en la imagen y la función general de la
firma.
Asegúrese de cómo evalúa el subordinado la situación que usted critica. Siempre
es importante saber cómo percibe la otra persona una situación problemática. Al
indagarlo, demostrará que usted es respetuoso con las opiniones ajenas, y que espera
que el subordinado participe en la resolución que ha motivado la crítica. Indica
también que usted no es hombre de ideas fijas, y que está dispuesto a aprender de los
demás. Como resultado, es más probable que la reacción de su subordinado a la
Nuestros iguales son aquellas personas cuyo poder laboral es, tanto para nosotros
como para ellos, equivalente al nuestro. Puesto que la jerarquía de la organización
nos sitúa a todos, aproximadamente, en el mismo nivel laboral, también es de
presumir que nos encontramos todos en el mismo nivel de competencia y de status.
Como resultado, se da por supuesto que, en el grupo de iguales, no se tiene «derecho»
a la crítica recíproca. Sin embargo, al ser la naturaleza humana lo que es, un estado de
cosas tal es ilusorio: la crítica entre iguales constituye una circunstancia común, que
en muchos casos crea rivalidades y antagonismos que no benefician a nadie. Pero, si
se practica con sutileza, puede redundar en beneficio de ambas personas.
Quizás el mayor obstáculo que hay que superar, para criticar eficazmente a un
compañero de trabajo, sea convencerlo de que no estamos entrometiéndonos en su
«territorio». Aun cuando nuestra crítica se haga con la intención de ser útil, la otra
persona puede pensar que estamos metiendo las narices en algo que no es asunto
nuestro, es decir, que nos «hacemos los jefes». Por consiguiente, habremos de
relacionarnos con la crítica de manera tal que nuestros iguales la reciban como un
ofrecimiento de colaboración más que como una orden, y que la vean como algo que
«nos interesa» y no como una cosa que «no es asunto nuestro».
Un segundo obstáculo es el sentimiento de competitividad que con frecuencia se
genera entre compañeros. La competencia tiende a establecer una situación que los
psicólogos llaman «de suma cero». En ella el ganador se lo lleva todo, y el perdedor
no gana nada. Por eso, criticar a nuestros compañeros de tal manera que les haga
sentir que estamos compitiendo con ellos en pos de un ascenso o de un mayor
reconocimiento, no conseguirá otra cosa que aumentar las probabilidades de que
rechacen lo que les decimos. Considérese lo que sucedió cuando a dos jóvenes
publicistas se les encargó que pensaran una idea nueva para la campaña de uno de los
clientes de la agencia:
Cada vez que a mí se me ocurría una idea —relató uno de ellos—, Steve se las
arreglaba para encontrarle algún fallo. Claro que los dos jugábamos al mismo
juego, porque, cada vez que él hacía alguna sugerencia, yo encontraba razones para
desdeñarla y rechazarla. No sólo estábamos compitiendo para ver a quién se le podía
ocurrir la mejor idea, sino para ver quién podía encontrar más lunares en la idea del
otro. Evidentemente, así no progresábamos mucho. Finalmente, el jefe de los
publicistas nos relevó a ambos de la tarea, y pasó mucho tiempo hasta que tuvimos
otra ocasión de mostrar lo que éramos capaces de hacer.
Criticar a alguien que tiene «poder laboral» sobre nosotros resulta un asunto
delicado. Es frecuente que los superiores le digan a uno que se sienta en libertad de
decirles lo que piensa, pero casi todos tenemos la prudencia suficiente como para no
abusar de tal ofrecimiento. El hecho es que, por más que quieran mantener abiertas
las líneas de comunicación con sus empleados, los jefes esperan que la comunicación
se refiera principalmente a informaciones relacionadas con el trabajo del empleado, y
no con el suyo propio.
Simplemente, los superiores no esperan oír críticas provenientes de sus
subordinados. (En esta sección usamos la palabra «crítica» con el sentido específico
de sugerencias de cambio en el lugar de trabajo. De lo que se trata no es de si los
superiores deben atender a tales críticas, sino de si las esperan). Es posible que un
jefe esté dispuesto a aceptar críticas de aquéllos a quienes considera tanto o más
experimentados y responsables que él, pero como no se piensa que los subordinados
reúnan tales condiciones, es frecuente que los jefes se muestren poco receptivos, en el
mejor de los casos, ante las críticas provenientes de ellos, e incluso que las rechacen.
Sin embargo, hay casos en que es útil o necesario criticar a un superior. ¿Cuál es
la mejor manera de afrontar el problema?
Una táctica es reducir al mínimo las expectativas del jefe, en el sentido de que no
debemos criticarlo (o criticarla), o de que no estamos capacitados para hacerlo. Una
forma de conseguirlo es asumir durante cierto tiempo las suficientes
responsabilidades adicionales, además de las obligaciones normales, como para que
el jefe piense que uno está en condiciones de trabajar en un nivel superior. Otra es
ponerse a disposición del jefe, lo cual, por supuesto, significa ponerlo a disposición
de uno. Para ello, se puede sugerir que el jefe establezca un momento específico de la
semana o del mes para las entrevistas conjuntas o, simplemente, hacerle saber que
estamos disponibles en caso de que quiera hablar con nosotros.
Además, y sin caer en el servilismo, cultive una relación amistosa con su superior.
Una relación amistosa no significa un intento de «hacerse amigos»; significa pedir
consejo, demostrar respeto por las opiniones del jefe, no resentirse por la autoridad
que éste pueda tener. Muchos superiores no favorecen este tipo de interacción porque
piensan que los subordinados no valoran lo que ellos tienen que decir. Demostrar que
uno valora efectivamente los comentarios de su jefe ayudará probablemente a crear
entre ambos una relación de mutuo respeto.
En segundo lugar, ver si la crítica que desea formular a su superior es adecuada,
y si es el momento de hacerla. Para eso, tendrá que formularse algunas preguntas:
• ¿Tengo una línea de comunicación directa con mi jefe? Si para llegar a él es
necesario que pase por encima de alguien, tanto su superior inmediato como el
mediato se sentirán incómodos e irritados y usted habrá fracasado antes de empezar.
• El trabajo de mi supervisor, ¿afecta a los resultados de mi trabajo o del de mis
Pida ayuda a su jefe para resolver la situación motivo de la crítica. Con ello,
convertirá inmediatamente a su superior en un aliado. Por ejemplo, una secretaria dijo
a su jefe:
—Se me hace difícil planear sus entrevistas porque no sé cuándo dispone usted de
tiempo, y no estoy segura de cómo resolverlo. ¿No puede darme usted alguna idea?
Cuando se pide ayuda, se hacen entrar en juego varios factores positivos: se
muestra respeto por la opinión del superior; se evita todo lo que pueda hacer pensar
en una lucha por el poder; se reconoce el derecho del jefe a tomar decisiones; se
muestra que uno se siente lo bastante cómodo con su superior como para pedirle
ayuda, y, virtualmente, se le está obligando a que preste atención a la crítica, al
plantearle un problema que él debe resolver.
Durante los dos últimos años hemos preguntado a hombres y mujeres que
concurren a seminarios sobre crítica cuál es el tipo de crítica que les resulta más
difícil de hacer o de recibir en un marco laboral. Las respuestas repiten, de una
manera u otra, una media docena de situaciones representativas, de las cuales son
típicos los seis ejemplos que ofrecemos a continuación. Si bien la táctica para
enfrentarse a ellos varía en cada caso, todos ellos compartan un denominador común
en su estrategia básica, que consiste en restar importancia a la comunicación verbal
para concentrarse, por el contrario, en la acción que pueda resolver el dilema
produciendo una modificación en el comportamiento de la otra persona.
SITUACIÓN: Su jefe lo critica porque entregó tarde un informe, y usted sabe que se
demoró porque su subordinado no le hizo llegar a usted las estadísticas a tiempo.
OBJETIVO: Usted no quiere tener que aceptar la culpa del error de un subordinado,
pero tampoco quiere dar la impresión de estar descargándola en otro.
ACCIÓN: Es un error concentrarse en la relación entre usted y su superior. Las
excusas no sirven de nada, y a la mayoría de los jefes les disgustan. Además, en
última instancia, la responsabilidad de cumplir con los plazos es de usted y de nadie
más. Si culpa a sus subordinados, sólo conseguirá que el jefe se quede con la idea de
que usted no es capaz de hacer que colaboren con eficiencia.
La estrategia adecuada consiste en coincidir con su superior, aceptar su crítica y
reservarse las razones por las cuales se demoró el informe. El problema no está entre
usted y su jefe, sino entre usted y su subordinado. Válgase de la crítica constructiva
para motivarlo de manera tal que el incidente no vuelva a producirse.
Bárbara y Greg ofrecieron una cena importante para doce invitados. Todos
proclamaron que la velada había sido agradabilísima y la comida soberbia. Pero,
cuando se hubo retirado el último de los invitados, la dueña de casa,
inesperadamente, se deshizo en lágrimas.
—Me siento tan mal —gimió—. La salsa holandesa estaba llena de grumos, y los
panecillos fríos.
—Pero eso no importa —objetó Greg—. Todo lo demás estuvo magnífico, y los
invitados lo pasaron estupendamente.
—No se trata de eso —respondió Bárbara—. Yo quería que todo fuese perfecto.
Son muchos los hombres y mujeres que creen que han fracasado cuando no están
a la altura de sus propias expectativas, nada realistas. Aunque casi nunca pueden
satisfacer las rigurosas normas que ellos mismos se imponen, dice el psiquiatra David
Burns, profesan sin embargo «la creencia irracional de que deben ser perfectos para
ser aceptados». (O auto-aceptados. Una conocida escritora confesó recientemente que
«a veces, cuando realmente quiero torturarme, mi juez interior me reprocha que no
soy suficientemente autocrítica»).
También esta necesidad de ser perfecto se genera en las experiencias infantiles de
críticas paternas. Para reforzar su autoestima, es frecuente que los padres esperen que
un niño alcance logros que van más allá de sus deseos o de su capacidad. Una madre
puede insistir para que su hija esté en el Cuadro de Honor; un padre puede presionar a
un hijo con mala coordinación muscular para que forme parte del equipo de deportes
de la universidad. Cualquier comportamiento que no llegue a satisfacer estas
expectativas, aun cuando en sí mismo signifique un logro importante, será
probablemente considerado un «fracaso» y provocará críticas destructivas.
Finalmente, frustrado, el chico —o chica— decide (inconscientemente por cierto) que
para que no lo critiquen —es decir, para que no lo rechacen— debe ir siempre en pos
de la perfección, y no conformarse jamás con menos.
Cuando se interioriza en la edad adulta, esta necesidad de ser perfecto significa
Para que la autocrítica sea positiva, es menester recurrir a muchas de las técnicas
que ya hemos presentado al hablar de cómo criticar a otros de manera constructiva.
Pero cuando uno es a la vez el emisor y el receptor de la crítica, el proceso se vuelve
un poco más complicado. Lo primero es identificar, y después dejar de lado la pauta
de autosabotaje, acostumbrándonos a ser observadores objetivos de nuestros propios
hábitos autocríticos. De hecho, debemos empezar a considerarnos a «nosotros
mismos» como si fuéramos otra persona frente a ese «nosotros mismos» que es una
entidad aparte. Uno ha de aprender a hablar «de sí mismo» consigo mismo, un
proceso que al comienzo puede parecer engorroso, pero hay maneras de facilitarlo.
Precise con exactitud qué es lo que está criticando «de sí mismo». Como el
proceso de toda crítica consiste en ofrecer o conseguir información conducente a un
cambio que signifique una mejora, es decir al desarrollo personal, el que se
autocritica no puede darse el lujo de generalizar. La persona que se tacha de «inútil»
debe preguntarse específicamente «a sí misma» qué es lo que está haciendo o dejando
de hacer que la lleva a semejante conclusión. Tiene que definir con precisión cuáles
son las formas de comportamiento que es menester cambiar.
¿Es un «inútil» en su trabajo? ¿Cuando hay que hacer frente a una crisis?
¿Cuando se trata de manejar dinero? ¿Para mantener relaciones amorosas o de
amistad? Casi todos admitiríamos nuestra ineficacia o nuestra dificultad para
desenvolvernos en uno o dos de tales aspectos de la vida, pero difícilmente habrá
alguien que sea «inútil» para todo o «inútil» en general. El simple hecho de descubrir
que hay muchos aspectos en los que uno funciona de manera adecuada, puede ser una
gran ayuda para dispersar la nube de negatividad que rodea a toda autocrítica global
formulada en términos de «soy un inútil».
Lleve un diario de autocríticas. Así como el «diario de críticas» (véase el
apéndice) es útil para analizar la forma en que uno critica y recibe las críticas al
relacionarse con otras personas, registrar de la misma manera las autocríticas nos
ayudará a ver cómo es nuestro trato con nosotros mismos. Después de haber llevado
durante varias semanas un registro así se podrá, por una parte, identificar temas
comunes, es decir, las actitudes y acciones por las cuales uno se autocensura más
frecuentemente. ¿Son temas muy diferentes, o hay entre ellos una relación? Si este
último es el caso, tal vez resolver una autocrítica básica ayude también a resolver una
o más de las otras.
Por ejemplo, hay una evidente relación entre decirse «Soy demasiado indeciso» y
reprocharse «Jamás terminaré de decorar mi apartamento». Una vez que uno consiga
modificar su proceso de toma de decisiones, el trabajo de decorar el apartamento le
resultará mucho más fácil. Identificar los temas comunes es importante, porque ayuda
a que uno no se sienta abrumado por las autocríticas y, al mismo tiempo, deja
«espacio mental» para pensamientos más constructivos.
EMISOR: ¡Ya tienes treinta y cuatro años y no estás logrando nada concreto!
(La crítica es tremendamente generalizada y tiene claros matices de humillación
y culpa).
RECEPTOR: Bueno, ya me lo has dicho varias veces. ¿Que te parece si eres
más específico? ¿Qué es exactamente lo que no estoy logrando? (Usa la técnica
de comunicación positiva para pedir más información).
EMISOR: No estás haciendo ningún progreso en tu trabajo, y jamás llegarás a
hacer nada por hacer habitable tu apartamento nuevo. (Se sigue generalizando:
nótese el uso de «jamás». Además, la crítica básica se ha ampliado,
convirtiéndose en dos diferentes).
RECEPTOR: ¿A qué te refieres al decir que no estoy progresando en mi
trabajo? (Pide información más específica y se concentra en una crítica por
vez).
EMISOR: Hace seis meses que estás trabajando en el mismo guión. No lo
terminarás nunca. (La crítica comienza a precisarse, pero su expresión sigue
siendo muy negativa).
RECEPTOR: Es verdad que hace mucho tiempo que trabajo en el mismo
proyecto, pero hace tres meses, lo único que tenía era una idea y un borrador.
Desde entonces he adelantado mucho. (Stan empieza a considerar algunos de
los aspectos positivos de la situación, que contradicen la autocrítica).
EMISOR: Siempre dices cosas como ésa. (Stan, en cuanto emisor de la crítica,
está resuelto a no reconocer ningún progreso ni permitirse escapar del anzuelo).
RECEPTOR: Es verdad, pero finalmente todos mis proyectos se concretan, y el
guión también quedará terminado. Además, mientras estaba trabajando en él,
entregué también tres artículos para revistas y empecé a desarrollar otras dos
ideas para guiones. (Stan, en cuanto receptor, reúne más pruebas positivas y las
presenta con firmeza).
EMISOR: Bueno, pues parece que hubieras estado atascado mucho tiempo…
Por lo demás, para escribir bien se necesita tiempo, y en realidad te pasas varias
horas por día ante la máquina de escribir. (La respuesta anterior, de Stan en
cuanto «receptor» ha desbaratado sus autoacusaciones. Lo que primero se
presentó como un hecho —«No estás logrando nada concreto»—, se reduce
Intente hacer algo que no esté seguro de poder hacer bien. La mayoría de
nosotros somos autocríticos hasta tal punto que nos privamos de actividades
potencialmente agradables o gratificantes, sin intentarlas siquiera. Sin embargo, si
hacemos la prueba, es frecuente que encontremos que, aunque no las hagamos a la
perfección, nos proporcionan placer y satisfacciones. Los problemas no han de ser
considerados como signos de fracaso, sino como oportunidades de éxito.
En este libro hemos sugerido muchas técnicas y orientaciones para que llegue
usted a un nivel de crítica satisfactoria. Pero más importante que cualquier fórmula o
receta es el espíritu con que se ofrece y se acepta una crítica. Aprender técnicas para
hacer críticas constructivas es una cosa, pero hacer crítica constructiva como parte
integrante de un modo de pensar es mucho más importante. Si podemos llegar a
considerar la crítica como una forma natural de brindar apoyo emocional, y no como
una agresión, seremos más capaces de ofrecerla y de recibirla, de evaluarla y de
obtener beneficio de ella.
Antes de poder empezar a usar de manera productiva las habilidades que permiten
hacer y recibir críticas eficazmente, el lector tendrá que verificar atentamente de qué
manera afectan sus pensamientos, sentimientos y acciones a su respuesta general ante
la crítica. Tómese ahora el tiempo de responder en una hoja de papel todas las
preguntas del siguiente Inventario de críticas personales, usando, entre las respuestas
que siguen, la más adecuada: nunca o raras veces; algunas veces; con frecuencia; casi
siempre. Aunque no haya puntuación (o puntaje) ni «buenas notas», el solo hecho de
enumerar así sus respuestas le dará una imagen de cuál es su modelo general de
respuesta.
21. ¿Qué se le hace más difícil? A) Criticar; B) Recibir críticas. ¿Son ambas cosas
igualmente difíciles? ¿No lo es ninguna?
22. ¿Cuál es el tipo de crítica que más difícil le resulta hacer? ¿Por qué?
23. ¿Cuál es el tipo de crítica que más difícil le resulta aceptar? ¿Por qué?
24. ¿Quién es la persona a quien más difícil le resulta criticar? ¿Por qué?
25. ¿Quién es la persona de quien más difícil le resulta aceptar críticas? ¿Por qué?
Hay seis factores que, cuando se los identifica, contribuyen a la evaluación de una
crítica. Cada uno de ellos —la importancia, la fuente, el contexto emocional, la
frecuencia, el coste de energía y los beneficios potenciales— actúa en relación con
los demás. Todos deben ser tenidos en consideración para decidir si una crítica es
válida y, en caso afirmativo, si vale la pena hacer algo para resolver la situación.
Valerse de una Tabla de evaluación crítica ayudará al lector a hacer este trabajo.
La Tabla le permite esclarecer la importancia individual de los seis factores,
visualizar su significación relativa, y evaluarlos en cuanto totalidad. De hecho, la
Tabla le dará una imagen de la validez de la crítica, y al mismo tiempo será una guía
para su respuesta. Para usar la Tabla, escriba un breve resumen de la crítica que le
hicieron, y estime después cada factor de evaluación ajustándose a una escala de uno
a nueve. Cuanto más elevada sea la puntuación:
—más útil o importante para usted es la información contenida en la crítica;
—más digna de crédito es la fuente;
—más apropiado es el contexto emocional en el cual le fue formulada la crítica;
—con más frecuencia oye usted la misma crítica;
—más energía se requiere para resolver la situación motivo de la crítica mediante
un cambio de comportamiento;
—mayores son los beneficios potenciales si el cambio se concreta.
En general, cuanto más altas son las puntuaciones en la Tabla, más probabilidades
hay de que la crítica sea válida, y más productivo será reaccionar ante ella de manera
positiva. Si es posible, pida a un tercero neutral que vuelva a estimar los factores,
para poder poner a prueba la exactitud de su propia estimación al compararla con la
de un observador más objetivo.
Tenga presente, sin embargo, que posiblemente sea menester «sopesar» los
factores, ya que es probable que su importancia varíe en situaciones y circunstancias
diferentes. Por ejemplo, en un medio laboral es posible que la fuente de una crítica
sea especialmente importante, aunque la puntuación que usted le asigne en
credibilidad sea baja. De la misma manera, es posible que valga la pena emprender
una acción positiva en función de una crítica, aunque su puntuación en casi todos los
otros factores sea baja, si proviene de una persona que es importante para usted o con
quien usted se encuentra en contacto íntimo o frecuente. A la inversa, se puede
considerar que una crítica proveniente de un extraño o de alguien que a usted no le
importa es menos válida, aunque sus puntuaciones en la Tabla sean altas.
En las páginas siguientes presentamos tres ejemplos del uso de la Tabla. El
primero ejemplifica una crítica válida, el segundo una que no lo es, y en el tercero,
aunque la crítica puede ser válida, no tiene probabilidades de generar una acción
constructiva.
ANÁLISIS: La estimación de los factores indica que la crítica tiene un alto grado de
validez. La información que contenía era significativa, la fuente ofrece una
credibilidad considerable y la puntuación de frecuencia supera el promedio. El coste
de hacer los cambios necesarios para resolver la situación motivo de la crítica es
elevado, pero los beneficios potenciales también. Aun cuando el coste supere
ligeramente a los beneficios, la estimación de todos los demás factores sugiere que se
haga el esfuerzo requerido.
ANÁLISIS: Esta Tabla presenta una crítica que no es válida. La información tiene
relativamente poca importancia para la persona criticada o para la relación que está
en juego. Fue expresada por una fuente no muy digna de crédito y en circunstancias
inadecuadas. Muy pocas otras personas han hecho la misma crítica. El cambio
generaría estrés, y ofrece muy pocas ventajas.
Skills, Nueva York, Van Nostrand Reinhold Company, 1978, pp. 120-121. <<